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Santo Tomás considera primero los tres atributos imputados a las tres Personas por Hilario,
donde se dan las siguientes condiciones para la belleza:
1. Integridad o perfección, pues lo inacabado, es feo.
2. Proporción o armonía.
3. Claridad, de ahí que lo que tiene nitidez de color sea llamado bello
Con respecto al primer punto, la integridad o perfección, es la actualidad, presencia
concretísima del ser y un objeto imperfecto existe sólo de forma imperfecta. La proporción está
entre las características esenciales del bien de las cosas: medida, especie y orden. La claridad
está referida a los colores brillantes que son bellos porque la luz en sí misma es bella.
Al escribir esta parte, Santo Tomás recordará otro pasaje de Divinis Nominibus, de
Dionisio, sobre el bien y sobre como se atribuye a Dios. En él, Dionisio llamaba a Dios “la
causa de la consonancia y claridad” en todas las cosas. Dios hace participar a las cosas de su
propia luz, de esto se deriva la claridad y es causa de la consonancia en las cosas bajo dos
aspectos: porque las ordena todas a Sí mismo, como a su propio fin, y porque las ordena con
respecto a los demás. No obstante Santo Tomás sólo le otorga a la claritas la belleza, el brillo
del color por la luz misma.
En (ST II, II 145. 2c), Santo Tomás amplía el concepto de claridad diciendo que según
Dionisio, Dios es llamado bello como causa de la armonía y del resplandor del universo; de
igual manera la belleza espiritual dice el Santo, consiste en que las acciones del hombre sean
proporcionados según el esplendor espiritual de la razón asociando con ello lo bello con la
verdad y la bondad.
Santo Tomás en sus consideraciones sobre la belleza recoge el material aportado por la
tradición resumiéndose en tres: el Pseudo-Dionisio, San Agustín, Aristóteles, Boecio y su
maestro San Alberto Magno, sin brindar aparentemente un aspecto nuevo; no obstante, las
reflexiones acerca de la belleza adoptan una nueva luz con la doctrina de los trascendentales.
Von Balthasar dice que la mayor obra creadora de Santo Tomás es la afirmación del ser y la
relación con la esencia, el Dios de Tomás es el totalmente otro y su manifestación es la creación
(razón) y la revelación de Cristo (fe).La belleza sería por lo tanto el resplandor del misterio del
ser en lo real, y sólo puede ser aprehendida por un espíritu racional y libre. Santo Tomás dice
que el resplandor es en el fondo un misterio, el misterio del ser de Dios que se revela en la
belleza de una forma.
Señala Balthasar (1905 – 1988, teólogo cristiano) que el orden que los griegos dieron a
los trascendentales queda invertido en Santo Tomás pasando a ocupar el primer lugar el
pulchrum, luego el verum y por último el bonum, desprendiéndose de esto, que sin la belleza la
verdad se torna sólo en dogmas y el bien en solamente moralismo.
El pensamiento cristiano explica Von Balthasar se ha perjudicado al dejar de lado el
pulchrum, porque los trascendentales no se pueden separar y el abandono de uno de ellos ha
repercutido en los otros dos: verum y bonum. “Si todo lo bello se sitúa objetivamente en la
encrucijada de aquellos dos momentos que Tomás llama species y lumen, la forma y el
esplendor, su encuentro se caracteriza por los dos momentos correspondientes del percibir y del
ser arrebatado. La doctrina que estudia la contemplación y la percepción de lo bello (la estética
en el sentido que se utiliza en la Crítica de la razón pura) y la doctrina que trata de la fuerza
arrebatadora de la belleza van inseparablemente unidas, pues nadie puede percibir lo bello sin
ser arrebatado, y sólo puede ser arrebatado aquel que lo percibe” (Gloria, Prefacio I, Pág. 16)
Arrebatar y extasiar es virtud exclusiva de lo que tiene forma; sólo a través de la forma
puede verse el relámpago de la belleza eterna. Von Balthasar se pregunta si la belleza podría ser
la palabra inicial del cristiano, porque justamente la belleza ha sido marginada del campo de la
ciencia, relegada en el mejor de los casos al aspecto final de las reflexiones filosóficas y
desplazada desde la época moderna de la religión y de la teología. Por lo tanto, se hace
necesario e imprescindible, romper los estrechos límites de aquella realidad que puede ser
sometida a experimentación que es susceptible de ser abarcada con una mirada parcial,
fragmentada y analítica y abrir los horizontes a la totalidad, es decir a la verdad, a la bondad y a
la belleza, porque en un mundo en que la belleza, sólo es utilizada como concepto y de modo
equivocado, el bien pierde su atractivo y la verdad pierde su fuerza, ya no es capaz de persuadir
ni convencer, todo se vuelve anodino perdiendo la convicción, el entusiasmo y la alegría.