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NACIÓN Y CULTURA

ALEJANDRA BOTTINELLI WOLLETER


Neoliberalismo en Chile
Enrique Román (2022) Esta publicación presenta el feliz resultado de una inves- EN EL BRASIL FINISECULAR
tigación seria y muy documentada sobre un clásico de la
María Luisa Bombal: Una huella literatura brasileña y latinoamericana. Insuficientemen- LA TROYA DE BARRO DE LA REPÚBLICA:
Waldemar Verdugo (2021)
te conocido en Hispanoamérica, Euclides da Cunha OS SERTÕES, DE EUCLIDES DA CUNHA
Imaginarios de la posdictadura. representa la mirada que proyecta visiones encontradas
Reflexiones sobre feminismo, cultura y –la virtualidad de la gran literatura– de Brasil en el mo-
política en Chile (1990-2020) mento en que su sociedad transita desde la monarquía
Kemy Oyarzún (2021) a la república a fines del siglo XIX y comienzos del XX.
La autora tiene el mérito de incorporar al acerbo críti-
Cuando Rubén Darío caminó por Chile
Víctor Rojas Farías (2021)
co hispanoamericano un trabajo de mucho valor, que la
sitúa como una de las promesas intelectuales de mirada
ALEJANDRA BOTTINELLI WOLLETER
Cementerios simbólicos. continental.
Tumbas sin difunto: pescadores artesanales Doctora en Estudios Latinoamericanos
de la Región del Bío Bío Ana Pizarro por la Universidad de Chile, es profesora

NACIÓN Y CULTURA EN EL BRASIL ...


Berta Ziebrecht y Víctor Rojas (2021) del Departamento de Literatura de esa uni-
Euclides avanza y retrocede en sus juicios, como en la versidad. Ha escrito sobre estéticas finisecu-
lares y campo intelectual latinoamericano
El ADN del patriarcado. guerra. Aunque es cierto que nada está asegurado en la del siglo XIX; sobre escritura, imagen y pue-
Una nueva teoría construcción del argumento, la guerra que él ve, que él blos indígenas en el contexto de la llamada
Jaime Vieyra Poseck (2021) vive, es circular, no tiene solución sino como destruc- “Segunda conquista” (Gabbert, W.) desde el
ción o como una muda: el ejército “avanza” en su ac- último tercio del siglo XIX, y sobre produc-
titud impasible, anticientífica, prejuiciosa, y los canu- ciones contemporáneas de la crisis del cuer-
Ciudadanos de la memoria. Afecto, denses resisten en su vocación utópica, con su realidad po y los afectos en América Latina.
representación y
material como resto de una espiritualidad inexplicable; En la actualidad estudia las formas de enun-
derechos humanos en la posdictadura
argentina en el medio, se sustituyen capas y capas de discursos ciación del fin de los mundos en obras ar-
Silvia R. Tandeciarz (2020) y prejuicios sobre el sertón, los jagunços y sus descen- tísticas y literarias a partir de su proyecto
dientes, y el escritor que rodea, que busca –y veremos si “The body at the boundaries of the end of
logra– trasponer esa brecha. time”, con el que ha sido investigadora in-
vitada por el Kåte Hamburger Centre for
Apocalyptic and Postapocalyptic Studies de
la Universidad de Heidelberg, Alemania.
ALEJANDRA BOTTINELLI WOLLETER
EDITORIAL CUARTO PROPIO

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NACIÓN Y CULTURA EN EL BRASIL FINISECULAR
LA TROYA DE BARRO DE LA REPÚBLICA:
OS SERTÕES, DE EUCLIDES DA CUNHA

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ALEJANDRA BOTTINELLI WOLLETER

NACIÓN Y CULTURA EN EL
BRASIL FINISECULAR

LA TROYA DE BARRO DE LA
REPÚBLICA: OS SERTÕES, DE
EUCLIDES DA CUNHA

E D I T O R I A L
C UA RTO P RO PI O

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Libro financiado por el Concurso de Apoyo a la Publicación de Libros 2018
de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.

NACIÓN Y CULTURA EN EL BRASIL FINISECULAR


LA TROYA DE BARRO DE LA REPÚBLICA: OS SERTÕES, DE EUCLIDES DA CUNHA

© Alejandra Bottinelli Wolleter, 2022

I.S.B.N.: 978-956-396-176-8

© Editorial Cuarto Propio


Valenzuela Castillo 990, Providencia, Santiago
Fono: 22 7926518
www.cuartopropio.com

Diseño y diagramación interior: Alejandro Álvarez


Diseño de portada: Alejandro Álvarez
Collage de portada: Ana Lea-Plaza Illanes

Impresión: PryntFactory

IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE


1ª edición, junio 2022

Queda prohibida la reproducción de este libro en Chile


y en el exterior sin autorización previa de la Editorial.

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O sol há de brilhar mais uma vez
A luz há de chegar aos corações
Do mal será queimada a semente.
O amor será eterno novamente
É o Juízo Final, a história do bem e do mal
Quero ter olhos pra ver, a maldade desaparecer.
O amor será eterno novamente

Nelson Cavaquinho. Juízo Final, 1973

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ÍNDICE

Presentación: La crisis Brasileña del Fin de


Siglo: problemas de una modernidad excluyente 11

Este libro 23

I. Nación, modernidad y cultura en el Brasil 27


Lecturas y paradigmas de una nación en disputa
Las contradicciones de esta matriz:
el dualismo constitutivo 56
La experiencia fundacional: Imperio, Esclavitud,
Independencia, monarquía, abolición y república 60

II. La cultura brasileña del Fin de Siglo 93


Modernización, literatura e identidad nacional
El campo cultural de la Abolición y la República:
la generación de 1870 104
Ambiente intelectual finisecular:
la Belle Époque (1898-1908) 123

III. Euclides hacia Os sertões 133


La figura de Euclides da Cunha
Canudos, los intelectuales y Os sertões 139
“A Nossa Vendéia” (“Nuestra Vendée”) 151
La Caderneta de campo 159
Diário de uma expedição 165
“Página Vazia” 170

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IV. Os sertões: la épica de la nación desnuda 171
“Un cadáver para mostrar al país”
La presentación o “prólogo dramático” 185
La tierra 189
El hombre 204
La lucha 238

V. Os sertões: la nación resistente 243

VI. Bibliografía 255

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Presentación

La crisis Brasileña del Fin de Siglo:


problemas de una modernidad excluyente

El 5 de octubre de 1897, una expedición de alrededor de


miles de efectivos del ejército de la recientemente estrenada repú-
blica brasileña1 caía sobre la población del poblado de Canudos,
en el sertón bahiano2 luego de meses de asedio militar3. La guerra
que el ejército de la república emprendió contra la población de

1 Más de once mil fueron los militares movilizados para la campaña militar de
Canudos. De ellos, alrededor de cinco mil perdieron la vida.
2 La ciudadela de Canudos fue fundada en 1893 y se emplazó en medio del sertón
bahiano, que está ubicado en el estado de San Salvador de Bahia, hacia el este.
Como estado, Bahia limita a su vez al sur con el de Espiritu Santo. Canudos
se encontraba en la cuenca del río San Francisco, a los pies del río Vaza-Barris
(un río temporario, abastecido esporádicamente por las repentinas lluvias), en
la hacienda llamada Belo Monte. José Calasans explica que la aldea de Canudos
se encontraba en el cruce de cuatro caminos importantes: del Cambaio, de Ca-
lumbi o Rosario, de Massacará y de Jeremoabo, y la caracteriza como punto de
confluencia de comerciantes y viajeros, por lo cual no era tan aislada como la
imaginó Euclides. De hecho, constituía la segunda ciudad más grande de Bahía.
La pesquisa historiográfica no ha logrado precisar la cantidad de habitantes de
la ciudad; la cantidad de conselheiristas varía entre 10 mil y 35 mil. Monteiro.
“Canudos: guerras de memoria”. 84.
3 Así narra uno de los días del ataque final uno de los principales periódicos
de Rio de Janeiro: “Durante la noche, fueron lanzadas 90 bombas de dina-
mita, cuyo efecto fue espléndido, maravilloso, causando al enemigo enormes
pérdidas. Una de ellas cayó en un hospital de sangre, produciéndose violento
incendio […] De todos los puntos de la línea se oían los gritos desesperados y
las lamentaciones de los desgraciados envueltos en las llamaradas del incendio
[…] Mas esto era necesario, pues los jagunços son de una atrocidad feroz,
¡inaudita! […] los enemigos perdieron cerca de 300 combatientes y más de
500 mujeres y niños”. Y sobre los rendidos, que se entregaron a los militares,
la nota afirma: “Pero ¡qué horror! Esqueletos humanos, con las manos cerce-
nadas, heridas horribles y asquerosas, algunas podridas”. “Canudos”, Gazeta
de Notícias, 17 de octubre, 1897.

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ese rincón del sertón4 y la masacre que la concluyó5, representan
uno de los episodios más lamentables de la historia de la repú-
blica brasileña. Paradojalmente coincidente con su proceso de
constitución como nación moderna, la guerra contra Canudos
expresa a la vez un cisma en la construcción de esa nacionalidad.
Más de veinte mil muertos de entre la población sertaneja del
poblado, compuesta por hombres, mujeres, niñas, niños, ancia-
nos; cinco mil soldados caídos, y alrededor, once mil movilizados
por una guerra contra un adversario fantasma, construido en y
por el discurso; una guerra contra un antagonista elaborado por
el discurso modernizador impropio, por sus agentes de Estado,
por su prensa, por sus intelectuales, que amerita, consideramos,
poner cuidadosa atención a las condiciones de su legibilidad y de
su poder de interpretación.
Os sertões (1902) de Euclides da Cunha (1866-1909)6, se
constituye en una expresión de la crisis y el salto entre épocas

4 La palabra «sertón» posee una etimología desconocida y designa imprecisa-


mente, de manera amplia, como señalara Benjamín de Garay, su primer tra-
ductor al castellano, al desierto al ser una extracción del aumentativo en por-
tugués: “desertão (desertón)” (Garay, 24). Con sertón se designa, así, a una bue-
na parte del territorio brasileño, aquella región norte del interior que muestra
un clima y una geografía difícil para los asentamientos humanos, sobre todo
debido a los efectos de los períodos de sequía. El plural «sertones» que usó
Euclides, era común en su época. Cf. Walnice Nogueira Galvao. Notas 13 y
43. Da Cunha. Los sertones. 385 y 387.
5 La acción militar fue brutal. Se habla de la muerte de 30 mil personas debi-
do a la campaña, entre canudenses y militares; y actos tan dramáticamente
relevantes como la práctica de la “corbata roja” (gravata vermelha), es decir, el
degollamiento de combatientes, el incendio de la ciudad por los militares, y,
después, el cubrimiento de las ruinas por el embalse Cocorobó (Barros 2019;
Monteiro 2009; Hardman 1998), han transformado a la guerra contra Canu-
dos en una herida aún abierta en la historia y la memoria del Brasil moderno.
6 Los títulos de obras, nombres propios de personas, topónimos y vocablos que
designan realidades particulares al Brasil, conservarán en este volumen su gra-
fía original y no serán traducidos al español. Todos los demás textos son de
traducción de la autora cuando no exista otra traducción publicada, en cuyo
caso será entregada la referencia correspondiente. De Os sertões referiremos a
la traducción castellana realizada por Estela dos Santos para la edición de Bi-
blioteca Ayacucho, bajo la dirección de Walnice Nogueira Galvão: Euclides da
Cunha. Los sertones. Walnice Nogueira Galvão (Prólogo, notas y cronología),

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que va desde el período que en la cultura brasileña está signado
por el Segundo Reinado (1840 a 1889), en el cual toman for-
ma las bases culturales de la modernidad brasileña7, a la llamada
Belle Époque8, que se extiende entre 1898 (la administración de
Campos Sales) y 1914 (inicio de la Gran Guerra europea), y cuyo
momento es abierto por dos acontecimientos determinantes en
la historia del Brasil: la abolición de la esclavitud, y la caída de la
Monarquía e instalación de la Primera República.
Os sertões representa, a la vez que el cierre del primer perío-
do, una de las primeras evidencias de la crisis de sus categorías
de pensamiento, y un primer desacoplamiento al interior del dis-
curso desarrollista dominante, así como el anuncio de las salidas
posibles que el discurso cultural y literario brasileño elaborará
ante esa misma crisis, y que se proyectarán por sobre todo el
siglo XX, proponiendo lecturas críticas sobre la formación social
brasileña, sobre la constitución de la nacionalidad y sus sujetos
ideales, sobre las relaciones entre las sociedades urbana y moder-
na y el interior (el sertón nordestino, la Amazonía, entre otros),
sobre la determinación exógena europea de la cultura del Brasil,
sobre el lugar de los intelectuales y los grados de su subalterni-
dad/autonomía epistémica en relación con esa cultura europea y,

Estela dos Santos (Trad.). Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1980. En los casos en
que consideramos que la traducción merece al lector el contraste con el origi-
nal de Euclides, referiremos además a la edición en portugués; y en aquellos,
puntuales, en que consideramos que la traducción citada nos merece dudas de
fidelidad al enunciado euclidiano, citaremos el original en portugués. Siempre
referiremos a la siguiente edición: Euclides da Cunha. Os sertões. Campanha de
Canudos. Walnice Nogueira Galvão (notas). São Paulo: Editora Ática, 2004.
7 Needell, 15. Para mayor precisión, entre 1868 y 1888. Cf., además Sérgio
Buarque de Holanda, quien ha desarrollado una visión crítica de las bases
de esta cultura, que también “enraiza” en el proceso previo, colonial y post-
colonial imperial. Buarque de Holanda, Raízes do Brasil (1936). Otro texto
relevante acerca de la cultura del Segundo Imperio es el de Oliveira Lima: D.
João VI no Brasil (1908).
8 Es necesario historizar la categoría, en la precisión de Monica Pimenta Velloso:
“Belle Époque es una categoría retrospectiva, que fue creada en vísperas de la
Primera Guerra Mundial como una reacción nostálgica del siglo XX”. “Sensibi-
lidades finisseculares: intelectuais e cultura boêmia”. 35.

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en síntesis, sobre las condiciones de producción y de legibilidad
de la modernidad en el Brasil.
El discurso que movilizó y justificó la intervención armada
sobre el poblado de Canudos, se asentó en una praxis moderniza-
dora dependiente y excluyente, que repetía actos modernizadores
que performáticamente pretendían sustentar la modernidad bra-
sileña pero que estaban fundados en un repertorio restringido a
una imagen consagrada de lo moderno, cuyas bases filosóficas e
históricas exocentradas enfatizaban la orientación teleológica cen-
troeuropea (el modelo y la cúspide de ese proceso eran las grandes
metrópolis del centro y norte de Europa), y suscribían marcos in-
terpretativos alocrónicos (Fabian), de aplazamiento imaginario,
sobre los procesos latinoamericanos, que los ubicaban, así, en
una relación siempre morosa, de atraso respecto de aquel modelo
entronizado. Este ideologema9 de la nuestra –latinoamericana,
brasileña– como una modernidad derivada y retrasada no podía
menos que evidenciar, en la forma de un shock con esa realidad
revelada, su inhabilildad estructural para expresar las tensiones
culturales de estas sociedades latinoamericanas enfrentadas a pro-
cesos modernizadores que, paradojalmente, resultaban así a la
vez cuna y cadalso de la modernidad.
Ese ideologema mostró en el Brasil de fines del siglo su radi-
cal incapacidad de comprensión de los procesos que constituían la
realidad brasileña y de sus rasgos más profundos y contradictorios,
al interpretarlos a la luz opaca de teorías y discursos importados
que, pre-formados en las ideas evolucionistas y racistas de la épo-
ca y en dogmas basados en la mitología del progreso, malamente
lograron siquiera acercarse a la especificidad y la riqueza de nues-
tros procesos socio-históricos: desde los viajeros naturalistas a los
devotos modernizadores positivistas, pasando por los antropólogos

9 Uso “ideologema” en el sentido de Julia Kristeva, para quien corresponde a


aquella “función intertextual que se puede leer ‘materializada’ en los diversos
niveles de la estructura de cada texto, y que se extiende a todo lo largo de su
trayecto dándole sus coordenadas históricas y sociales”. Kristeva. Semiótica. 148.

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deterministas, los psicólogos de las multitudes, hasta el discurso ho-
mogeneizador de la “ciudadanización” y, sobre todo, en este Fin de
Siglo, el de los modernizadores cosmopolitas y “apurados” de la Belle
Époque10, sus premisas fueron combinadas más o menos exitosamen-
te, en esta crisis finisecular, para producir al sujeto ‘Brasil’ como un
efecto de realidad de dichos discursos, desplazándolo de su referente
en la realidad brasileña y obturando, con ello, el acercamiento a su
densidad, a su singularidad, tornándolo, en ese sentido, impropio.
La guerra en el sertón nordestino, pero sobre todo la inter-
pretación posterior que de ella propuso la difundida obra de Eu-
clides da Cunha11, abrió espacio y diversificó las visiones críticas
sobre el proceso modernizador y la nueva República y sobre los
caminos que venía adquiriendo la construcción nacional de un
Brasil que, en plena Belle Époque, se sentía en la modernidad sin
haber realizado la reflexión necesaria que un cambio como aquél
suponía. Os sertões desafiaba así las relaciones entre y al interior
de estas dicotomías estancas de tradición/modernidad, que pa-
recían tampoco ser idóneas para explicar la formación social y
cultural de un Brasil que desafiaba sus fundamentos exocentrados.
La élite de la época consideró y difundió que el movimien-
to conselheirista correspondía a una corriente subversiva antire-
publicana que ponía en riesgo la unidad de la República recién
constituida. La inverosimilitud y el radical desconocimiento de
la dinámica del sertón nordestino que entrañaba este juicio (los
movimientos religiosos venían sucediéndose desde el tiempo del
Padre Cícero, a mitad del siglo, y obedecían a dinámicas culturales

10 Usamos los términos propuestos por Nicolau Sevcenko, Literatura como mis-
são: tensões sociais e criação cultural na Primeira República (2003).
11 Os sertões obtuvo una recepción editorial inédita en la historia del Brasil:
las primeras ediciones, de 1902, 1903 y 1905 sumaron seis mil ejemplares
vendidos (Costa Lima, Terra ignota. A construção de Os sertões. 15). La obra
tuvo una recepción crítica también extraordinaria; casi toda la élite ilustrada
la alabó, insistiendo en su valía interdiscursiva, que lograba una combinación
magistral entre ciencia y arte, así como en la capacidad para mostrar un sujeto
inexistente en la narrativa de la nación, tal, el sertanejo.

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y religiosas de larga data en la región12), no fue óbice para que,
groseramente, la prensa y los intelectuales de la época, actuaran
casi unánimente como propagandistas e impulsores de embesti-
das del ejército de la República contra Canudos.
En este contexto de sobreexposición de un discurso que se
materializa en tan trágicas consecuencias, Os sertões representa una
lectura que intercepta la matriz de las exclusiones que derivaban de
esta proyección imitativa del discurso modernizante europeo, que
fundamentó la guerra contra esta población del interior nordes-
tino, al introducir la pregunta por la legitimidad de las ideas con
las cuales la nueva República se autofiguraba hacia el futuro. Eran
estas, ideas que desalojaban del complejo moderno y, por tanto,
coetáneo13, productivo, a amplios segmentos sociales del Brasil

12 Ya en 1853, el Padre Mestre Ibiapina, considerado profeta y curador y conoci-


do por su desarrollo evangelista independiente, transitaba por el sertón crean-
do casas de caridad y dando consejos. Asimismo, después de su muerte, en
1883, proliferaron los beatos, que expresaban una forma de práctica religiosa
que aparecía como respuesta a la frágil vinculación de la Iglesia con la pobla-
ción sertaneja. Un fenómeno relevante, previo al movimiento conselheirista
de Canudos, fue el ocurrido en el pueblo de Juazueiro, cerca de Crato, en que
se organizó un movimiento religioso de características casi cismáticas conduci-
do por el Padre Cícero Romano Baptista, al que se le adjudicaban milagros, y
que sostuvo una crítica a la romanización de la iglesia brasileña que, para ellos,
impactaba en un alejamiento mayor de las formas de la fe popular. Desde el
último tercio del siglo XIX va a ser común ver grupos de penitentes autofla-
gelantes transitando por los pueblos del sertón. Será en 1870 cuando Antonio
Mendes Maciel, el luego conocido como Conselheiro Antonio, comience su
peregrinaje por el sertón. Pinheiro, Paulo Sérgio et al. “Um confronto entre
Juazeiro, Canudos e Contestado”. En História Geral da Civilização Brasileira.
Tomo III. O Brasil republicano. 46-103.
13 El problema es fundamentalmente la concepción evolucionista de la moder-
nidad –en su deriva eurocéntrica–, en cuyo fundamento anidó la idea de que
los grupos más ‘fuertes’ (dominantes) constituían el modelo de mayor desa-
rrollo evolutivo al haber ‘triunfado’ socialmente en su lucha por la existencia.
Este evolucionismo, vinculado al eurocentrismo, fundamentó el colonialismo
de una modernidad que asumió como modelo a las élites de las sociedades
nortatlánticas, y que, verbigracia dicho fundamento evolucionista, dotó a ese
modelo de una legitimidad casi “natural”, trascendente, reconstruyendo aquí
un esencialismo que provenía de la Colonia: el derecho de conquista, que se
ejercería no ya sobre los inhábiles infieles, sino ahora sobre los inhábiles atrasa-
dos, retardatarios. Es lo que, en el campo de las ideas, Santiago Castro-Gómez

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realmente existente, los cuales quedaban radicalmente excluidos
del discurso de una modernidad que, en ese sentido, se consti-
tuía como doblemente fuera de lugar (pues desalojaba su propia
realidad de la proyección de sí, a la vez que justificaba las ficcio-
nes que fundaban esa proyección, la mayor parte de ellas extrañas
a esa realidad y basadas en prejuicios y estereotipos, en general,
desmerecedores)14. Se reafirmaban, con ello –aunque dándoles
otra forma– las exclusiones radicales que venían constituyendo al
Brasil como formación nacional escindida (el caso de la esclavitud
es aquí nuevamente, el más radical).
Me interesa destacar justamente esta dimensión epistemológi-
ca y política que se juega en la representación del tiempo social y de
las sociedades como distantes en el tiempo a pesar de ser coetáneas.
Es que la mayoría de las representaciones ilustradas latinoameri-
canas bebieron del pozo de un desarrollismo progresualista que
descartó epistemológicamente al otro contemporáneo del discurso
ilustrado al ubicarlo en un “tiempo” distinto al del sujeto enun-
ciador, en la típica operación “alocrónica” que denunció Johannes
Fabian (1983); considerando, así, entre los modos de producción
operantes en su actualidad, a algunos de ellos como “residuos” de
otros momentos en la imagen de un desarrollo lineal y teleológico,
con el efecto de que el tiempo se convirtió aquí en una categoría
que autorizó la reproducción de la desigualdad al instituir al otro
contemporáneo como no coetáneo15.

ha caracterizado como esa “maquinaria de saber/poder” que ha implicado,


en los hechos, la “invisibilización de la simultaneidad epistémica del mundo”
(“La Ilustración del siglo XVIII” 130), y que fundó la nueva violencia en
nombre de la modernidad.
14 Usamos, se ve, la fórmula de Roberto Schwarz en su ensayo “As idéias fora de
lugar”, de publicación original en Estudos, CEBRAP, nº3, 1973. Revisaremos
los planteamientos de Schwarz y las diversas aristas de este problema en el
capítulo I, de Introducción a este volumen.
15 “… el tiempo pasa a ser una cualidad distribuida desigualmente entre las so-
ciedades del mundo: la alocronía o la adscripción temporal de tiempos pasa-
dos a sociedades presentes”, afirma Gabriela Vargas Cetina. “Tiempo y poder:
la antropología del tiempo”. 57.

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Y es que la prevalencia de este ideologema impuesto/im-
postado, de nuestra modernidad como derivada y retrasada re-
dundó en el desconocimiento y la desnaturalización del origen
y del sentido de muchas prácticas tradicionales que habían sido
puestas en circulación, incluso, con un orientación crítica o de
ruptura respecto de sus fundamentos institucionales originales,
como es el caso de muchas costumbres religiosas populares que,
en el Fin de Siglo, se activaron críticamente ante las políticas
desenvueltas por los poderes federales –coronelismo median-
te–, o las exigencias de un exhacerbado centralismo eclesial,
así como ante medidas económicas aburguesantes que no pro-
ponían a los pueblos una integración respetuosa ni una parti-
cipación democrática en las decisiones que el país tomaba para
el nuevo siglo. Esos pueblos defendieron, así, en perspectiva
popular, las que consideraron sus prerrogativas identitarias y de
autonomía (religiosa, política, económica)16 elaborando ya en
la época, como bien identificó Silviano Santiago, el germen de
un “discurso alternativo de crítica a los valores institucionales
brasileños” (“Os bestializados” 155).
Así, en efecto, a distancia de lo que ocurría en Europa, el
rescate de la tradición era en el Brasil un recurso activado por
los sectores populares frente a la exclusión que la República

16 Como bien han apuntado Pinheiro et al., estos movimientos populares han
sido usualmente considerados por la historiografía como manifestaciones atá-
vicas que interrumpen un destino trazado, en el caso brasileño, la consolida-
ción de la República; y tratados como episodios anómalos protagonizados por
bandidos o fanáticos, desconociendo, con ello, entre otros, su vector autonó-
mico. “Um confronto entre Juazeiro, Canudos e Contestado”, História Geral
da Civilização Brasileira. Tomo III. O Brasil republicano. 95 y ss. Por otra parte,
como expondremos más adelante, no hay que desconsiderar los cambios que,
en las políticas de la tierra, se habían producido con la Constitución de 1891,
que fortaleció el poder de los coronéis en las localidades, produciendo nueva
presión sobre los campesinos con políticas de legalización del grilagem (de
los terrenos apropiados ilegalmente), así como expropiaciones violentas. Todo
ello, en desmedro de los pequeños propietarios y campesinos vinculados de
maneras informales al uso de la tierra. Prieto. “Coronelismo e campesinato na
formação territorial d’Os sertões”. 42 y ss.

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brasileña parecía imponerles. Estos grupos, desalojados por no
modernos del horizonte del proceso nacional, habían rescatado
ideas y prácticas que el progresismo hubo descartado por “ar-
caicas”, aún cuando emergieran como crítica al autoritarismo y
al elitismo de los sucesivos gobiernos republicanos. Ideas, hábi-
tos, culturas, experiencias, sujetos animados por esta resistencia
al canon de la modernización liberal, serían expulsados, como
totalidad, a los extramuros del ideologema moderno (usamos la
metáfora del muro a sabiendas, pues apuntamos a la paradoja
que resulta esta modernidad autoritaria, excluyente, y al oxí-
moron que era aquél de la nación oligárquica).
Con ello, la completa visión de mundo, su espiritualidad
(mística, profética, etc.), sus saberes, su conocimiento, así como
las experiencias materiales de amplios sectores populares, queda-
ban no solo marginadas, sino y por eso mismo, desprovistas de
prestigio, arrojadas a la intemperie, por ello, susceptibles, ya vere-
mos, de todo tipo de agresiones corporativas. Pero, además, eran
despojadas de su valor explicativo sobre la contemporaneidad,
sin voz ni palabras propias, determinando que la modernidad
misma, esa que se fundaba en la crítica, en la autorreflexión, en
una exposición, sin embargo, de parcialidad partidaria, se abriera
paso, desde Canudos, militarista, sin pensamiento, antimaterial,
fantasiosa y mitologizante.
Una modernidad expuesta en su falla y devorada por sus pro-
pios monstruos: ella misma viéndose devorar a sus hijos, incapaz
de aceptar (y siquiera de explicar) a sus otros como contemporá-
neos; asediada por el miedo al otro, a sus otros. Esta modernidad
que, como discute el propio Euclides (la modernidad litoraneja,
esa que había vivido “parasitariamente a orillas del Atlántico de
los principios civilizadores elaborados por Europa”17), se auto-
figuró sin tradición (o con una tradición de la cual abjuraba,
borrándola como inhábil) se volvió una modernidad “positiva”,

17 Da Cunha. Los sertones. 4.

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evidente, ufanista, que no requería cuestionamientos, que estaba
solventada, en la mayor parte de los casos, en acuerdos intraeli-
tarios que, en el discurso de los intelectuales, coincidían con los
límites de la agencia política-económica-cultural de las socieda-
des, que era su espejo: no había un afuera problematizado. Ese
afuera era siempre radical, el pueblo ignoto que no constituía el
proyecto moderno.
En Latinoamérica, las escrituras de la crisis del Fin de Siglo
-de las que es expresión notable Os sertões de Euclides da Cunha-
son manifestaciones de un momento umbral de nuestra cultura,
en un escenario de transformación y crisis en el que se conjuntan
tendencias dominantes y en ascenso, a las cuales respetan/irrespe-
tan dichas escrituras. Entre otras, algunas de esas tendencias epo-
cales son: las que trazan la hegemonía cientificista, evolucionista
racial y progresualista, medicalizada y patologizante; los dogmas
liberal-positivistas basados en la mitología del progreso; pero
también las proposiciones motivadas por el deseo de transforma-
ción material, en clave democrática, de las sociedades oligárqui-
cas; así como las protestas antiutilitarias (antiburguesas), antima-
terialistas y de orientación délfica18 de las estéticas modernistas
(simbolistas y decadentistas) y sus fijaciones con aquello que la
razón no informaba pero sí –esperaban– haría el arte; junto a los
deseos identitarios y nacionales de (re)conocimiento de lo propio,
a través de una expresión que lograra hacer coincidir ese deseo
con la realidad.
El campo literario latinoamericano de Fin de Siglo es uno
que, al decir de Sylvia Molloy, expone nuevas formas de ser en
sociedad y de ser en la nación (en aquel constructo nuevo que

18 A la entrada del templo de Delfos se leía la inscripción Gnothi sauton (“Co-


nócete a ti mismo”). Debido sobre todo a esta orientación délfica (de ahí la
idea del Narciso) es que Manuel Segade emparenta el Fin de Siglo con el
Romanticismo, al punto que a sus estéticas las caracteriza como “segundo ro-
manticismo”. El romanticismo alemán con su idea de una subjetividad refleja,
volteada sobre sí misma, sería su modelo y su anticipación como “Fin de Siglo
en potencia”. Segade. Narciso Fin de Siglo. 30 y ss.

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en la época es la nación) pero donde estas formas están recién
abriéndose un lugar, “se ven (incluso se espían) y a la vez no se
nombran” (12), o todavía no se nombran, pues están en trance
de encontrar su lengua, que es aquí su diferencia. Pues el campo
literario latinoamericano “difiere del europeo, usando, sin em-
bargo, su vocabulario. Por lo tanto, la diferencia misma, la com-
paración y la distancia forman parte de su definición” (Schwarz
“As idéias”). Encontrar esa lengua, elaborar el sentido que dé
cuenta de esa diferencia, es buena parte del deseo que, muchas
veces a despecho de las razones declaradas, moviliza la escritura
de Os sertões, una escritura en ese trance crítico.
Tal como lúcidamente lo planteó José Martí y luego José
Carlos Mariátegui, nuestra modernidad es tal porque tiene la
necesidad de ser nuestra, es decir, se constituye en el discurso
que enuncia la necesidad de singularizarse (y de secularizar
a su vez el poder del discurso único de la filosofía europea),
como un problema fundamental de (auto)representación, en
la tensión productivo/destructiva respecto de los discursos so-
bre nuestra realidad. El señalamiento de la diferencia y el pro-
ceso mismo de diferir la identificación con esos discursos es
la manera que nuestros(as) mejores escritores(as) han tenido
de conjurar los riesgos de lo que Sérgio Buarque de Holanda
llamó la producción de una “modernidad de desarraigados”.
A sabiendas, o no.
La ambigüedad, las tensiones, inconsecuencias y contra-
dicciones que configuran Os sertões, la obra escrita después de
conocer los efectos de sus propios discursos, esto es, la masacre
perpetrada contra los pobres del serton bahiano, guardan la clave
de su valor. Y su misterio. La escritura es aquí un ejercicio que
se impone un movimiento de cuestionamiento/afirmación sobre
sí, que permite orientar la discusión autorreflexivamente sobre
la imposibilidad, para la cultura ilustrada, de decir, con las pala-
bras conocidas y en los marcos de lenguaje existentes, toda una
cultura ignota que conformaba el Brasil interior, y lo indecible

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de la masacre de la República sobre los inocentes. Y permite,
por tanto, desviar la discusión de la época, en el Brasil, en un
movimiento hacia sí como tal contemporaneidad, como época,
hacia sus discursos y, sobre todo, también en dirección de sus
metadiscursos, repetidamente, en abismo.

Flávio de Barros, “400 jagunços prisioneros” (1897).


Coleção Canudos (Flávio de Barros) / Museu da República19

19 Imagen recuperada digitalmente por el Instituto Moreira Salles. Flávio de Ba-


rros, fotógrafo en servicio del Ejército, llegó a Canudos el 26 de septiembre. Esta
es una de las piezas más emblemáticas de su colección, que plasmó la escena de
la entrega, negociada, de estas personas, rendidas, a las fuerzas militares. En ella
se puede ver a niños, mujeres, ancianos y enfermos recientemente entregados a
los militares en la última fase de la embestida fatal contra la ciudad. Las y los
protagonistas de la fotografía desnudan, con su precariedad y frágil situación,
la desproporción de las fuerzas en contienda, y por añadidura, la ferocidad de
las fuerzas del Estado, cuyos sucesivos prisioneros “habían sido maniatados y
degollados, desde el inicio, ante la mirada de los generales”. Galvão. Euclidiana.
33. La imagen acompañó la primera edición de la obra de Euclides, con el título
de “Las prisioneras”.

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Este libro
Como muchas obras brasileñas, a pesar de tener una rele-
vancia mayor, Os sertões es poco conocida en el ámbito hispa-
noamericano. Recién en 1938, treinta y seis años después de su
publicación en el Brasil, en 1902, nos beneficiamos de su pri-
mera traducción al castellano, realizada por Benjamín de Garay
(1875-1943)20. “El Brasil constituye como área el gran ‘espacio
cultural no identificado’ desde la América hispana” (107), afirma
Ana Pizarro en un sugerente estudio sobre las relaciones entre
Hispanoamérica y ese país. Confirmamos su lectura al intentar
comprender el por qué del desconocimiento que las y los his-
panohablantes poseemos del proceso histórico y cultural del gi-
gante sudamericano. Argumentamos como causa las diferencias
lingüísticas, mas son lenguas tan cercanas entre sí, nos respon-
demos. Quizás hayan sido los conflictos interimperiales entre
las metrópolis que controlaron nuestra respectiva dependencia
colonial, nos tratamos de explicar. Tal vez, los diferentes proce-
sos que dieron lugar a las independencias nacionales en el siglo
XIX, que en el Brasil implicaron un acuerdo interelitario y con-
flictos militares focalizados y acotados, a la vez que una cierta
continuidad a través de la dinastía portuguesa, a diferencia de
lo ocurrido con los extendidos y lacerantes procesos internos de
las guerras hispanoamericanas contra la Corona española. Quién
sabe si esos y seguramente muchos otros procesos, pero también
pequeños actos, se hayan confabulado para fundar esta evidente
y poco resuelta cisura en las comunicaciones culturales entre es-
tos países latinoamericanos. Separación y desconocimiento más
difícil de explicar aún puesto que sabemos encontrarnos entre
naciones con condiciones de desarrollo estructuralmente tan
similares. Si bien esta distancia había sido conjurada por algu-
nos intercambios intelectuales entre ambos mundos –sobre todo

20 Con prólogo de Mariano de Vedia, para la Biblioteca de autores brasileños, de


Buenos Aires.

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desde la última parte del siglo XIX–, como ha estudiado la propia
Ana Pizarro, había sido tempranamente trazada. Así ocurre, por
ejemplo, con las Cartas Chilenas, un texto del siglo XVIII escrito
en Minas Gerais por Tomás Antonio Gonzaga, en el cual, como
afirma la intelectual chilena, la reminiscencia de Chile sirve al
autor menos que para la identificación, para figurar, por disimi-
litud, la otredad; de manera que las Cartas “ponen en evidencia
el distanciamiento que en el siglo XVIII existe entre el Brasil y
sus vecinos hispanohablantes” (115). Sin dejar de destacar los
importantes intercambios culturales protagonizados durante
el siglo XX, entre otros, por intelectuales de la talla de Joaquín
Edwards Bello, Alfonso Reyes, Gabriela Mistral, Pablo Neruda,
Emir Rodríguez Monegal, Thiago de Mello, Violeta Parra, quizás
si las barreras entre Hispanoamérica y Brasil solo vinieran a aflo-
jarse, en la forma de un intercambio intelectual ampliado, du-
rante los años sesenta del siglo pasado, gracias a la relevantísima
llegada de intelectuales brasileños desde 1964, a distintos países
hispanoamericanos. Obligados a exiliarse debido al golpe militar
contra el presidente João Goulart, especialmente importante fue
la masiva instalación de brasileños en Chile. Así, Darcy Ribei-
ro, Celso Furtado, Fernando Henrique Cardoso, Paulo Freire,
Theotonio dos Santos, Vania Bambirra, Rui Mauro Marini, entre
otros, participaron activamente, desde la última parte de la déca-
da y hasta el final de la Unidad Popular, de la vida intelectual y
política nacional e internacional en y desde Santiago de Chile21.
El libro que aquí presento tiene la intención de aportar a
esa corriente de diálogo y conversación cultural latinoameri-
cana. Colaborar con otra semilla para propiciar los intercam-
bios culturales entre el Brasil e Hispanoamérica, esta vez, for-
taleciendo el conocimiento y/o revisión, entre las y los lectores

21 Se estiman en alrededor de cuatro mil las y los brasileños que ingresaron a


Chile desde 1964 y hasta el fin del gobierno de la Unidad Popular. Noram-
buena, Palomera y López. "Brasileños en Chile durante la dictadura militar:
Doble refugio 1973-1975”. 458.

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hispanohablantes, de una obra tan relevante al canon literario
brasileño y latinoamericano como es Os sertões de Euclides da
Cunha, ubicándola, asimismo, en el marco del proceso histó-
rico-cultural nacional que le dio vida, y al que, a la vez, la obra
interpeló en su momento y hasta el presente, con su original
propuesta estético-política y su riquísimo valor simbólico.
La discusión que propuso Os sertões, en 1902, se proyectó por
más de un siglo, abriendo una completa agenda intelectual sobre los
problemas de la constitución nacional brasileña, que tiene vigencia
aún hoy: las aporías de una “formación” social dependiente; el lugar
del sertón en las narrativas de la nación; las formas del poder local/
regional, el coronelismo; la propiedad de la tierra y el fortalecimien-
to del latifundio en la Primera República; militarismo y autoritaris-
mo; la religiosidad popular y los mesianismos; el lugar de la Iglesia
católica; la valoración de las culturas populares tradicionales en el
discurso modernizador; la agencia popular en el proceso brasileño; la
violencia política; insurrección y resistencias campesinas; racismos y
preconceptos en las narrativas de la nación; el lugar de los intelectua-
les en la construcción del imaginario nacional; la caracterización de
los grupos sociales excluidos: indígenas, mestizos, afrodescendientes;
los imaginarios de la naturaleza y del espacio brasileño; la dualidad
interior/litoral; la cuestión de la memoria histórica; el problema de
la imitación y la originalidad cultural; las imposibilidades de una
modernidad desenraizada, entre muchos otros temas abiertos por
una obra que marcó definitivamente el debate crítico brasileño con-
temporáneo. Asimismo, aún hoy, al debate sobre las complejidades
de la enunciación euclidiana atingen, como aquí pretendo mostrar,
las resignificaciones de la nación y a las posibilidades que ofrece la
escritura y los lenguajes disponibles para expresarlas. Su discurso am-
biguo, incluso contradictorio, es el primero que abordó en perspecti-
va autocrítica el desacomodo del discurso oficial, a la vez que la crisis
de la enunciación de una modernidad desgarrada; en ello se juega su
valía y su contemporaneidad para la cultura no solo brasileña, sino
latinoamericana toda.

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I. Nación, modernidad y cultura
en el Brasil

Lecturas y paradigmas de una nación en disputa


“–Tenéis las locomotoras llenas, vais a partir. Un negro gira
el manubrio del desvío rotativo en que estáis. El menor descuido
os hará partir en dirección opuesta a vuestro destino22”. Era la ad-
vertencia que realizaba el “Manifiesto de poesía ‘Palo-del-Brasil’”
(1924)23 de Oswald de Andrade (1890-1954). Y con ella dirigía
su dardo crítico al núcleo del problema cultural brasileño, dejan-
do expuesta la construcción nacional como ilusión forjada sobre
una autoconfianza vana, que no reconocía la espantosa herida de
la esclavitud en sus fundamentos. La brasileña era una moder-
nización efectuada sobre las espaldas de los esclavos y esclavas,
una modernización desgarrada en su raíz, autoextrañada, presta
siempre, por tanto, a autodestruirse24.
En 1924, Oswald proclama así la solución de su generación
de artistas: frente al naturalismo-copia, como movimiento mun-
dial que había dominado sin contrapesos las letras de toda la
última parte del siglo XIX y la primera del XX en el Brasil, un
movimiento obstinado en la reproducción, carente de imagina-
ción cuya máxima era “Copiar. Cuadro de ovejas que no fuera

22 Publicado originariamente en el Correio da Manhã, 18 de marzo de 1924. De


Andrade, O. “Manifiesto de poesía ‘Palo-del-Brasil’”. 4.
23 Señala ahí que la advertencia se la realizó Blaise Cendrars.
24 Sobre la nominación “negro”, como apuntó uno de los más relevantes intelec-
tuales sobre la cuestión del racismo brasileño, Abdias Nascimento: “Un bra-
sileño es designado preto, negro, moreno, mulato, criollo, pardo, mestizo, cabra
–o cualquier otro eufemismo; y lo que todo el mundo comprende inmediata-
mente, sin posibilidad de dudas, es que se trata de un hombre-de-color, esto es,
aquel así llamado desciende de africanos esclavizados. Trátase, por tanto, de
un negro, no importa la gradación del color de su piel”. O genocidio do negro
brasileiro. 48.

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de pura lana, no servía” (5); frente a ese movimiento hegemóni-
co, el Modernismo brasileño proclamaba el triunfo de la poesía
como matriz del Brasil. Rompiendo con todo academicismo (“El
lado docto. . . El bachiller”) y con el cientificismo dominador, le
alzaba en frente a la inocente, “La Poesía Palo-del-Brasil. Ágil y
cándida. Como una criatura” (4); ante la exactitud dominadora,
proclamaba la lengua del error: “La lengua sin arcaísmos, sin eru-
dición. Natural y neológica. La contribución millonaria de todos
los errores. Como hablamos. Como somos” (4); y declaraba al
suyo un arte salvaje, implicado y original: “Bárbaros, crédulos,
pintorescos y tiernos. Lectores de diarios. Palo-del-Brasil. La sel-
va y la escuela. El Museo Nacional. La cocina, el mineral y la
danza. La vegetación. Palo-del-Brasil” (7). La proclama moder-
nista cerraba definitivamente, con ello, el largo proceso moderni-
zador fundacional y abría la cultura brasileña a la autorreflexión,
a la discusión de sus fundamentos.
El proceso que en la cultura brasileña llevó a la publicación
de un manifiesto tal, había implicado la desconstrucción de las
afirmaciones fuertes que la escena intelectual del Brasil venía re-
produciendo con afilados contornos durante más de un siglo.
El predominio del evolucionismo cientificista había modelado la
concepción que de su propia cultura tenían las y los brasileños,
constituyendo todo un régimen de presupuestos y exclusiones
que serían justamente las primeras cabezas que haría rodar la ex-
presión moderna en forma, cual fue el Modernismo, desde la
segunda década del siglo XX. Antes de la embestida modernista,
sin embargo, quien por vez primera mostró, en su más trágica ex-
presión, la herida abierta en ese modelo dominante fue Euclides
da Cunha, con su obra prima Os sertões, de 1902.
El proceso fundacional decimonónico se había desenvuelto
en el Brasil en el contexto de un régimen político monárquico
constitucional de marca ilustrada y racionalista25, afirmado en

25 Se ha argumentado sobre la liberalidad del emperador Pedro II, cabeza de este


proceso durante el siglo. Oliveira Lima, uno de sus más férreos defensores,

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el poder de los hacendados del algodón y del café, y en la ex-
plotación de la tierra a través del sistema de trabajo esclavo. Su
comprensión socio-histórica supuso, por tanto, dar cuenta de la
convivencia implicada y tensionada entre los vectores de tradi-
ción y modernidad en la cultura, y de dominación y resistencia
-y sus entremedios- en las relaciones sociales.
La polémica que, entrada la década de 1870 mantienen dos
de las principales figuras de la cultura letrada brasileña, nos ser-
virá para ilustrar la complejidad de las posiciones acerca de la au-
torrepresentación de lo nacional en este período fundacional del
colosso brasileño como constructo simbólico moderno, y la im-
portancia de las discusiones que abrirá una obra como Os sertões.
En 1875, José de Alencar (1829-1877) y Joaquim Nabuco
(1849-1910) se confrontaron en las páginas del periódico O
Globo. El debate entre ambos escritores se inició luego del fra-
caso de público que tuvo el drama histórico O Jesuíta (1861),
que Alencar había entregado para representación a solicitud de
un agente teatral. El drama tuvo una buena recepción en la
prensa conservadora, pero muy mala en la sociedad carioca, y
motivó la crítica de la prensa satírica que lo catalogó de pasado
de moda. Alencar lo defendió en una serie de artículos en O
Globo26 en los cuales argumentó contra la cultura carioca que
llamó extranjerizante, incapaz de valorar el arte nacional: “si-
mia”, llegó a calificar a la sociedad de la Corte27. Nabuco inicia

acopia además los rasgos que, en su visión, autorizarían a hablar del suyo
como un régimen si no liberal, al menos moderno: “Atacó la esclavitud ha-
ciendo votar la primera ley de prohibición del tráfico de negros. . . Reformó
la justicia, decretando un nuevo Código de Proceso Criminal, instituyendo
el júri. . . Dio, en fin, satisfacción razonable a las tendencias particularistas
por medio del Ato Adicional, que substituyó los consejos provinciales por las
asambleas legislativas locales, e inauguró la descentralización administrativa,
que debía tener por fin la Federación Republicana”. Oliveira Lima. Formação
histórica da nacionalidade brasileira. 201.
26 Los artículos de ambos se sucederán en O Globo, semanalmente, hasta el 21 de
noviembre de ese año de 1875.
27 Vieira Martins. “Nabuco e Alencar”. 17.

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su polémica con Alencar antes de que este ingrese su último
artículo sobre el tema; el nóbel escritor critica la descalificación
que del público realiza Alencar quien, dice, a pesar de su vasta
obra muestra un evidente desconocimiento sobre el sentido de
la vocación literaria. La polémica entre ambos escritores transi-
ta por amplísimas cuestiones, pero en lo que aquí nos interesa
apunta a la legitimidad de la cuestión de la esclavitud como
asunto literario en el teatro de Alencar28. Al respecto, Nabuco
le imputa a aquél el hacer de la cuestión esclava lo característico
del teatro brasileño (en sus obras O demônio familiar y Mãe),
no pareciéndole un tema adecuado para ser expuesto en las ta-
blas, puesto que no era ningún motivo de orgullo nacional,
afirma. Aunque no lo deniega solo por la razón moral, sino
principalmente porque, le parece a Nabuco, el teatro mismo
debe exponer las cuestiones dignas del arte, no exponer esas
vergüenzas que, además, afirma, no son las que definen al Bra-
sil. Nabuco critica la construcción estereotipada que Alencar
realiza del personaje del esclavo, exponiendo su habla que, ya
de por sí impropia, inadecuada, se vuelve además en su obra,
dice, motivo de parodia: “ya es bastante oir en las calles el len-
guaje confuso, incorrecto de los esclavos. . . hay ciertas máculas
sociales que no se deben traer al teatro, como nuestro principal
elemento cómico, para hacer reir”29. “Dramaturgo esclavista”,
llama a Alencar, y le imputa, sobre todo, el identificar a la na-
ción con la cuestión esclava:

El hombre del siglo XIX no puede evitar sentir un profundo pesar,


al ver que el teatro de un gran país, cuya civilización es proclama-
da por el propio dramaturgo esclavista... se encuentra limitado por

28 En otra parte de este apartado expondremos las connotaciones que tiene sobre
las condiciones de la representación literaria, en las perspectivas disímiles que
ambos autores representan.
29 Nabuco. En Coutinho. A polêmica Alencar-Nabuco. 106. Ctd. en Vieira Mar-
tins. “Nabuco e Alencar”. 19.

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una línea negra, y nacionalizado por la esclavitud. Si eso ofende al
extranjero, ¡cómo no humillar al brasilero! 30.

Alencar responde. Sobre la cuestión de su tratamiento del


tema esclavo, defiende que ambas obras habían sido escritas con
el objetivo, justamente, de aprovechar el prestigio de la escena
teatral entre la élite de la época para plantear un tema al que aún
no prestaban oído los propietarios de esclavos, receptores implí-
citos de aquéllas, y a quienes pretendía sensibilizar. Su ánimo
era promover la humanización de las relaciones entre esclavos y
esclavistas y avanzar, así, hacia la emancipación espontánea de los
esclavos, quienes, dice él confiar, encontrarían la libertad como
un acto de benevolencia por parte de sus dueños. El cambio de la
ley y las costumbres resultaría, entonces, para Alencar, del cam-
bio en las ideas. Según el argumento de Alencar, además, era
justamente por fidelidad con la expresión de lo brasileño que el
teatro debía tratar de la esclavitud, porque ella expresaba la reali-
dad efectiva del Brasil.
Pero Nabuco prosigue, y cuestiona, además, la que llama
falsa literatura tupi representada por las que eran consideradas en
la época las mayores obras del género, tales, O guaraní (1857),
Iracema (1865) y Ubirajara (1874), de Alencar. Señala Nabuco
lo inadecuado que le resultaba que, en sus textos fundacionales,
la literatura brasileña se concentrase en las costumbres “salvajes”:

Esa literatura indígena tiene cierta pretensión de convertirse en la


literatura brasileña. Sin duda quien estudia los dialectos salvajes, la
religión grosera, los mitos confusos, las costumbres rudas de nues-
tros indígenas, presta un servicio a la ciencia, e incluso a las artes.
Lo que sin embargo es imposible, es querer hacer de los salvajes la
raza de cuya civilización nuestra literatura debe ser el monumento.

30 Nabuco. En Coutinho. A polêmica Alencar-Nabuco. 106. Ctd. en Vieira Mar-


tins. “Nabuco e Alencar”. 19.

31

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Nosotros somos brasileños, no somos guaranís; la lengua que habla-
mos, es todavía la portuguesa31.

Contra el dictamen romántico, en la visión de Joaquim


Nabuco –quien en la década siguiente sería reconocido como
abolicionista–32, la literatura, como expresión de alta cultura,
forma excelsa de expresión de la identidad y forma superior di-
dáctica, no podía rebajarse a presentar las situaciones “bajas” de
la sociedad brasileña representadas por sus costumbres bárbaras
(indígenas y africanas), sino que debía, por el contrario, ayudar
a mostrar una brasilidad portuguesa, cosmopolita, blanqueada.
Que constituía, en su mirada, la brasilidad genuina.
Critica, además, al viejo romántico Alencar su incapacidad
para hacer de la literatura una expresión fiel de la realidad, impu-
tándole una fantasía excesiva y un déficit de lo que llama “color
local”. Pero, sobre todo, le señala una falla en el sentido moral de
lo que entiende debe ser la literatura, llama así a sus personajes
“monstruos morales”33. Pide realidad, pero una realidad estetili-
zada a la manera del ideal de las bellas letras europeas y de los que

31 Nabuco. En Coutinho. A polêmica Alencar-Nabuco. 106. Ctd. en Vieira Mar-


tins. “Nabuco e Alencar”. 23.
32 En 1883, Nabuco publica O abolicionismo; en el texto fundamenta, desde
perspectivas históricas, legales y culturales, la nocividad del sistema de la escla-
vitud para el Brasil. Su perspectiva, sin embargo, guarda un notorio desprecio
racista hacia los grupos afrodescendientes. Aunque se esfuerza por señalar que
para él el problema es el sistema esclavista y sus torcidas relaciones de poder,
no logra eludir su desmerecimiento de la “raza negra”, a la que adjudica un
desarrollo mental atrasado, instintos bárbaros y supersticiones groseras (174).
Asimismo, después, en Minha formação (1900), enfatiza su eurocentrismo en
la identificación de Europa con la civilización.
33 Eduardo Vieira Martins. “Nabuco e Alencar”. 25. Posteriormente, Nabuco se
arrepentirá de la polémica o de cómo él la trató. En Minha formação (1900)
reconoció: “fui colaborador literario de O Globo y trabé con José de Alencar
una polémica, en que me temo haber tratado con la presunción y la injusticia
de la juventud al gran escritor (digo me temo porque no volví a leer aquellos
follletines y no recuerdo hasta dónde llegó mi crítica, si ella ofendió lo que
hay de profundo, nacional, en Alencar: su brasileñismo)”. Nabuco, Minha
formação. 74. Citado por Eduardo Vieira Martins. “Nabuco e Alencar”. 30.

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imagina como sus personajes ideales; purgados de la violencia
colonial y de todo rasgo que delatara los conflictos que sostenía
la realidad brasileña. Realidad es, para Nabuco, blanqueamiento,
borramiento del negro y de la esclavitud, y de la exclusión y la
violencia contra el indígena.
He relatado en extenso la polémica entre estos dos impor-
tantes letrados pues es expresiva, propongo, de las complejidades
y obsesiones que animan la discusión en el segmento más avanza-
do de la élite ilustrada brasileña del diglo XIX sobre el carácter de
la identidad nacional, así como sobre la función intelectual y del
arte en la época. Particularmente, la visión indianista romántica
de Alencar, que realiza la presentación idealizada (siempre alegó-
rica) de lo indígena y, por contraste, su parodia sobre lo negro,
muestran cuán actual e incómoda era la cuestión esclavista en
su época y, por contraparte, cuánto el uso de lo indígena arcai-
zado como elemento enraizante servía al propósito de mantener
sin revelar aquella tensión fundamental de la nacionalidad que
suponía el olvido del africano y la esclavitud, así como de las
condiciones socio-históricas concretas de los pueblos indígenas
y mestizos del Brasil.
Por su parte, la argumentación de Joaquim Nabuco expre-
sa la paradoja del abolicionismo que abomina del esclavo(a) –por
iletrado, por vulgar, por poco civilizado–, pero también por exter-
no al complejo nacional (como un injerto extranjero) y a quien,
en consecuencia, no considera digno de ingresar en el imaginario
nacional; pero también rechaza al indio, a quien desmerece como
raíz de la nación. ¿Quién le queda después de todas estas restas al
ilustrado Nabuco? El portugués, el europeo y sus descendientes,
únicos sujetos pasibles de ser integrados con plenos fueros al relato
de lo brasileño.
Ambas posiciones patentizan el modo en que opera un cierto
doblez, una duplicidad que va a emerger con insistente presencia
en las discusiones contemporáneas sobre el carácter paradojal de
la identidad nacional brasileña: la expresión de lo propio debe

33

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eludir lo propio pues antes que todo debe calzar con un proyecto
que relata eso propio como precondición, como una asignación
identitaria definida exante, y diferida de sí. Y es aquella operación
la que va a ir generando ese sentimiento íntimo de inadecuación
que exponía el manifiesto de Oswald de Andrade y que va a ser
fuente de todo tipo de inconformidades críticas entre la intelec-
tualidad brasileña contemporánea34.
Igualmente, al final de la segunda década del siglo XX, el
polémico Afonso Henriques de Lima Barreto (1881-1922) fus-
tigaba la impostura social de sus contemporáneos que se precia-
ban aristócratas descendientes de indígenas: “cuando un sujeto
se quiere hacer noble, se dice caboclo o descendiente de cabo-
clo, afirma.”35. Muestra Lima Barreto que, en efecto, mientras

34 Algunas formulaciones de esa discusión se expresan en el ensayo de Sérgio


Buarque de Holanda, Raízes do Brasil (1936); en los de Prado Caio Jr., For-
mação do Brasil Contemporâneo (1942) y de Antonio Candido, Formação da
Literatura Brasileira (1959), que complejizan la discusión a partir de la idea de
“formación” (en el caso de Candido, enfatizando la dialéctica entre localismo
y cosmopolitismo). Luego, en los textos de Roberto Schwarz: “Las ideas fuera
de lugar” (1973), “Nacional por substracción” (1986) –si se quiere proseguir
la discusión abierta por el primero, en su “Las ideas fuera de lugar: algunas
aclaraciones cuatro décadas después” (2009) –; así como, en una perspecti-
va latinoamericana, el texto de Silviano Santiago “El entre-lugar del discurso
latinoamericano” (1971); y a propósito del cine brasileño, las reflexiones de
Paulo Emílio Sales Gomes (quien en Cinema: trajetória no subdesenvolvimento
afirma: “no somos europeos ni norteamericanos, sin embargo, privados de una
cultura original, nada nos es extranjero, porque todo lo es. La construcción
dolorosa de nosotros mismos se desarrolla en la dialéctica enrarecida entre no
ser y ser el otro” (1996, 90)). Continúa en “Plural, mas não caótico” (1987),
de Alfredo Bosi; o en ¿“Civilizacão nos trópicos?”, de Roberto Ventura; en los
textos de Paulo Arantes (cf. Ressentimento da dialética, 1996; “Sentimiento
de los contrarios”, 2000); en “De la sensación de no estar del todo”, de Flora
Süssekind (2000), entre muchos otros ensayos. Un desarrollo de la discusión
puede encontrarse más adelante, en este mismo capítulo: “Las contradicciones
de esta matriz: el dualismo constitutivo”. Por otra parte, y para un registro
exhaustivo de la ensayística interpretativa sobre la formación social brasileña,
cf. Pires, 2018: “Afinidades discursivas: a imaginação e as ideias no ensaísmo
brasileiro”.
35 Caboclo: indígena o mestizo proveniente de blanco e indio. Lima Barreto. “O
nosso caboclismo”. Publicado originalmente en Careta. Río de Janeiro, 11 de
octubre de 1919. Citamos aquí: Marginália. Artigos e Crônicas. 69.

34

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lo indígena era concebido como parte de un legado bárbaro,
impropio de incluirse en la genealogía de la cultura moderna,
emergía en medio de ella insertándose con una función ideali-
zante y conservadora, cual era la construcción de una prosapia
mestiza. Que, por añadidura, es preciso apuntar, ignoraba en su
época esa realidad de las y los negros recién libertos, esos grupos
pobres que andaban por las ciudades crecientemente margina-
lizados, no solo en las escenas simbólicas de la nación36. Lo
negro, que apremiaba con fuerza de actualidad, no tenía cabida
ni en el discurso sobre la tradición ni en el de lo moderno; era
lo borrado radicalmente. (Recuerda Lilia Moritz Schwarcz que
en el momento post-abolición podía oírse en las calles un dicho
popular que traducía las nuevas condiciones: “La libertad es
negra, pero la igualdad es blanca”37).
En efecto, hasta Casa-grande & senzala (1933)38, el impor-
tante libro de Gilberto Freyre (1900-1987), el Brasil ilustrado
casi no había autorreflexionado sobre la dinámica transcultural
de la hacienda y muy poco sobre el aporte que a la cultura na-
cional habían realizado los diferentes pueblos africanos esclavi-
zados y sus descendientes. Antes de esa obra, habían sido solo el
movimiento abolicionista y la generación de 1870 y 1880, los
que habían abordado el lugar de los distintos sujetos (africanos,
indígenas, mestizos) en la nación, igualmente en un horizonte

36 El racismo fundado en las relaciones esclavistas se proyectó después de la abo-


lición. Vervigracia la preeminencia de teorías racistas que, basadas en pre-
conceptos evolucionistas, habían sido consideradas dogmas aplicados en la
diversidad de conocimientos, y el poder que mantuvieron los propietarios
de la tierra, entre otros factores, la Primera república terminó proyectando
radicalmente la exlusión.
37 Schwarcz. “Teorias raciais”. 409.
38 “En ese mundo de la esclavitud existían dos unidades inseparables. La casa-
grande, que representaba el poder en los ingenios del Nordeste y en las hacien-
das de café de la Región Sudeste, y la senzala, donde se hospedaba el grupo
de esclavos. Esta, hecha en general con materiales frágiles, techo de paja u
hojas de bananos, era usada por los esclavizados y esclavizadas, muchas veces
sin distinción de género o edad”. Schwarcz, Lilia Moritz y Flávio dos Santos
Gomes, Dicionário da escravidão e liberdade. S/pág.

35

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de blanqueamiento. En el intertanto, la esclavitud y el lugar del
negro esclavo fue un gran silencio en la discusión cultural, un
silencio, sin embargo, compatible con la perspectiva racialista y
racista de la época39. Freyre tuvo el mérito de retornar a la cues-
tión mostrando que la esclavitud no era simplemente una mácula
(excepcional) del desarrollo histórico del Brasil, sino que hacía
parte de las bases de su organización social40.
Luego del pesimismo racialista dominante en las primeras
décadas del siglo XX (marcado sobre todo por quienes veían en
el mestizaje el estigma de la degeneración), en 1933 Freyre re-
tomaba el aliento del movimiento modernista, ahora con una
visión que tendía a rehabilitar tanto a las supuestas “razas inferio-
res”, valorando el mestizaje41, como, sobre todo, el aporte de los
portugueses que, de responsables del proceso, pasaban a ser, en
su interpretación, igualmente efectos de condiciones económicas,
sociales y culturales del proceso de colonización cuyo control los
excedía. Asimismo, Freyre desrromantizaba la visión tradicional
del indio, mostrándolo como un aporte a la vida espiritual y cul-
tural del Brasil. Su visión era novedosa sobre todo en la medida
en que introducía la distinción entre raza y cultura, desesencia-
lizando la interpretación a la vez que superando el racismo que
sostenía el debate. Así, Freyre abordó el legado del esclavo y la
esclava negros en la formación de la identidad y la cultura bra-
sileña a través de su influjo en la cotidianeidad de la dinámica

39 Helga Gahyva recuerda lo apuntado por Dain Borges respecto de Os sertões,


donde se reproduce este silencio absoluto sobre el peso de la herencia histórica
esclavista. Borges, 2003: 206-211. En Gahyva. “Tempos da Casa Grande: as
primeiras críticas à obra inaugural de Gilberto Freyre”. 248.
40 Gahyva. “Tempos da Casa Grande: as primeiras críticas à obra inaugural de
Gilberto Freyre”. 248.
41 En su visión optimista, el mestizaje venía a armonizar los antagonismos pre-
sentes en la base de la sociedad brasileña protagonizados por sus tres grupos
principales: portugueses, africanos e indios. A través del mestizaje, sin embar-
go, las tres razas de la nacionalidad brasileña se habrían fundido constituyen-
do las bases de una relación democrática entre ellas.

36

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patriarcal. La Casa-grande constituyó, en su visión, el escenario
de la interacción cultural, y de la mezcla (la violencia sexual).
Mas si Casa-grande & senzala intentó representar la comu-
nidad cotidiana entre blancos, indios y negros, en ella siguió
siendo el portugués el portador de la misión histórica de la ocu-
pación del vasto territorio del nuevo país. Freyre suponía que
la permeabilidad y plasticidad de las relaciones sociales podría
garantizar un equilibrio de los antagonismos en la base social y
política. Así, sería gracias al mestizaje que las distintas corrientes
encontrarían la integración. La tesis de Freyre ha sido duramen-
te criticada, sobre todo, por abonar a la construcción del mito
de democracia racial42 y por sus efectos atenuantes respecto de
la dimensión de la violencia de la dominación esclavista sobre
los sujetos esclavizados. Así, para Florestan Fernandes, por ejem-
plo, la doble interacción, en ambas direcciones, en las relaciones
entre esclavos y señores, y el reconocimiento de sus recíprocas
infuencias no debe oscurecer la dinámica de poder que la susten-
tó y el sentido del proceso social: “el negro permaneció siempre
condenado a un mundo que no se organizó para tratarlo como
ser humano y como ‘igual’”43. En ello se cifran los límites de las

42 “En Casa-grande & senzala, intentó demostrar que el colonizador portugués


era tolerante, que la esclavitud en Brasil fue relativamente moderada, que ha-
bía relaciones armoniosas entre blancos y negros, y que la mezcla racial no
tuvo los efectos catastróficos que otros describían. Con lo que contrariaba
buena parte del pensamiento antropológico y político de entonces; significa-
tivamente, Casa-grande & senzala fue publicado en 1933, año en que Hitler
ascendió al poder”, afirma Moacyr Scliar (197), evidenciando las complejida-
des del aporte de la obra de Freyre en su contexto de histórico de enunciación.
43 Fernandes, O negro. 33. Agrega Florestan, discutiendo el mito de la democra-
cia racial brasiñela: “[luego de la abolición,] para participar de ese mundo, el
negro y el mulato se vieron compelidos a identificarse con el blanqueamien-
to psicosocial y moral. Tuvieron que salir de su piel simulando la condición
humana-modelo del ‘mundo de los blancos’” (33). Abdias Nascimento critica
los trabajos de Freyre desde varias direcciones, una de ellas, por los que afirma
fundamentos racistas de su “teoría lusotropicalista”: “Su entusiasta glorifica-
ción de la civilización tropical portuguesa depende en gran parte de la teoría
del mestizaje, cultural y físico, entre negros, indios y blancos, cuya práctica
revelaría una sabiduría única, especie de vocación específica, del portugués”

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interpretaciones que, destacando las cooperaciones y adaptacio-
nes entre las culturas y costumbres, impiden percibir los desfaces
y las violencias, así como las inadecuaciones culturales, apunta-
das posteriormente, entre otros, por Sérgio Buarque de Holan-
da (1902-1982), quien, en una tesis inversa, alertará justamente
sobre esa continuidad entre familia y Estado, que constituiría la
raíz de relaciones sociales basadas en el privilegio en el contexto
brasileño moderno.
Habiendo sido derogada la esclavitud por la Monarquía en
un proceso nada lineal (cierta línea historiográfica ha enfatizado
el relativo compromiso del monarca con la abolición, frente a
la oposición de los dueños de la tierra y a la orientación trans-
versal más bien dirigida al blanqueamiento que tuvieron incluso
los abolicionistas; otra, los cada vez más frecuentes movimien-
tos emancipadores encabezados por esclavos)44, y habiendo sido
impulsados los primeros procesos culturales modernizantes bajo
el dominio de una Corte que imponía su dinámica tanto a la
cultura como a la política al principal centro urbano (administra-
tivo, político y cultural) del país, Rio de Janeiro, la dinámica del
tránsito brasileño a la modernidad exige considerar, junto con
las condiciones de una sociedad escindida (situación común a las
sociedades latinoamericanas de la época, pero no solo a las lati-
noamericanas), la pregunta por las bases que en ese país habrían
dado sustento a la convivencia, a la concordia, entre situaciones
aparentemente contradictorias de manera estructural, tales como

(49) (alude aquí al libro de Freyre O Mundo Que o Português Criou (1940).
Para Thomas Skildmore, asimismo, “el valor práctico de su análisis [de Freyre]
no se cifraba, con todo, en promover el igualitarismo racial, su análisis servía,
principalmente para reforzar el ideal del blanqueamiento”. Skildmore. Preto
no branco ctd. por Nascimento. 51-52).
44 Revisaremos las interpretaciones que nos parecen más adecuadas en el capí-
tulo siguiente. En el proceso general nos ceñiremos en ello a la visión crítica
elaborada por Viotti da Costa. Da monarquía à República: Momentos decisivos.
Sobre el proceso hacia la abolición, desde la perspectiva de sus protagonistas,
esclavos y señores, cf. Hebe Mattos. “Laços de família e direitos no final da
escravidão”.

38

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el trabajo esclavo y la doctrina liberal; el nativismo indígena y la
negación del negro; la Monarquía y el liberalismo; la democracia
y el personalismo y el clientelismo, la abolición y las políticas de
blanqueamiento.
La sociedad brasileña funcionó en medio, o a pesar de, o me-
jor, con estas contradicciones, con un fundamento doblemente
imitativo (de Europa y de una idea de la brasilidad) que difícil-
mente podía explicar esta sociedad de indígenas idealizados y ol-
vidados, de masas de esclavos libertos excluidos, de monárquicos
abolicionistas, y de capitalistas esclavócratas. Y que, en la visión
de Sérgio Buarque de Holanda, tal como la fundamentó en su
importante ensayo Raízes do Brasil (1936), era el resultado de un
modo de ser en sociedad sedimentado en costumbres coloniales de
larga data; y para Roberto Schwarz, operaba verbigracia las im-
posturas, las cuotas detrás de la convivencia entre estos discursos
y el desenvolvimiento desajustado de la vida social brasileña.
Desde la segunda mitad del siglo XIX, la literatura y la cul-
tura brasileña habrían venido construyendo sus imágenes sobre
el país a través de la copia de una copia, produciendo la base de lo
que Roberto Schwarz ha calificado como el malestar permanente
de la experiencia cultural brasileña (y latinoamericana): “Brasile-
ños y latinoamericanos hacemos constantemente una experiencia
de carácter postizo, inauténtico, imitado de la vida cultural que
llevamos”45. Y ese sentimiento de inadecuación sería el punto de
partida (y de llegada, en algunos casos) de mucha de la reflexión
crítica sobre la cultura en “los trópicos”.
Tempranamente identificada por Sérgio Buarque de Holan-
da, esta certeza de una existencia escindida, duplicada, habría di-
rigido las mejores expresiones intelectuales y artísticas ya hacia la
búsqueda de lo nacional auténtico, ya a la más fructífera revisión
crítica de los fundamentos culturales del país: desde las construc-
ciones arcadistas luso-brasileñas, en el siglo XVIII (como enfatizó

45 Schwarz. “Nacional por subtração”. 93. Las cursivas son del original.

39

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Antonio Candido), hasta la preocupación por las más complejas
imbricaciones entre tradición y modernidad en la cultura y la
nación en el Brasil moderno, desde el Fin de Siglo.
En una de las elaboraciones más pormenorizadas sobre las
escisiones de este discurso de la identidad brasileña, Roberto
Ventura ha mostrado cómo la construcción que el Brasil ha rea-
lizado de su identidad nacional ha pasado sobre todo por opera-
ciones de apropiación de las matrices europeas. Muestra Ventura,
en particular, cómo el impacto de las teorías climáticas habría
resultado definitivo en el modo cómo los viajeros exploradores
europeos de fines del siglo XVIII y la primera mitad del XIX,
iban a observar al Brasil y, a su vez, por su vía, de la manera en
que los propios letrados brasileños se observarían a sí mismos46.
Así, adoptada y adaptada, la visión que en sus escritos plasmaron
naturalistas, etnólogos y viajeros europeos por el Brasil, se con-
virtió en autoridad prácticamente indiscutida sobre el país y se
transformó en base de la construcción de un discurso nacional
que aparecía desde el comienzo como una recepción de segundo
grado, la copia de una copia47.
Es el caso de las propuestas de las monografías respaldadas
por el Instituto Histórico e Geográfico Brasileiro. Creado en
1838, el Instituto vino a satisfacer la preocupación por la cons-
trucción “científica” de una historia nacional en un momento en

46 Afirma Montesquieu en El espíritu de las leyes (1748): “Enervando el cuer-


po y enflaqueciendo el coraje, el clima caliente favorece la aceptación de la
servidumbre” (ctd. por Ventura, 113). Para el francés, la esclavitud, la poli-
gamia, el despotismo proliferaban en los trópicos, el calor condicionaba así,
una psicología, una organización social y hasta política. Georges Louis Leclerc
de Buffon, por su parte, llegará a afirmar que el arte de la bella escritura y
el pensamiento son propios de los climas templados (Discurso sobre el estilo,
1753). Las teorías climáticas identificaron la geografía, la flora, la fauna, el
clima americano con condiciones inhábiles para la vida “civilizada”.
47 A uno de esos viajeros, Charles Darwin, quien había pasado por Brasil en el
viaje de retorno a Europa en el Beagle, le pareció espantosa la situación de los
esclavos negros mas se maravilló con la exuberancia de la naturaleza de Salva-
dor de Bahía y Río de Janeiro, en 1832. Sus impresiones fueron plasmadas en
El origen de las especies (1859).

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que la monarquía tenía la necesidad de consolidar el régimen y
legitimarse como expresión de la nación. Desde allí se apoyarían
las investigaciones sobre la historia y la naturaleza del Brasil (in-
diferenciadas en una época marcada por el naturalismo). Una de
aquellas iniciativas convocó a un concurso de monografías cuyo
problema principal era la pregunta por el mejor modelo para la
escritura de la historia del Brasil. El ganador del concurso fue el
destacado naturalista alemán Carl Friedrich Philipp von Mar-
tius, quien había estado de viaje por el Brasil entre 1817 y 1820,
y había explorado sobre todo la Amazonía48. Cómo debe escribirse
la historia del Brasil (1854) se tituló su trabajo; en él proponía
una articulación entre la orientación “filosófica” y la “pragmá-
tica” que considerase la formación del pueblo brasileño a partir
de la asunción básica de la mezcla de razas como método para
la comprensión de su historia. El trabajo, en adelante, se volvió
de estudio obligado de los aspirantes a historiadores del país. A
pesar de su mirada más positiva sobre la flora brasileña, sobre los
habitantes de la Amazonía y, en particular, sobre los indígenas
del Brasil, contra las doctrinas del “buen salvaje” Martius planteó
que estos grupos correspondían a remanentes degenerados de an-
tiguos pueblos “superiores”, ya extinguidos. Desde el propio Ins-
tituto Histórico, la monografía de Martius fue legitimada como
saber autorizado sobre el Brasil, tanto así que inmediatamente el
emperador financió al autor para la publicación, en Alemania,
de la gigantesca obra, en quince volúmenes, sobre botánica bra-
sileña Flora Brasiliensis. Esta obra fue editada ese país entre 1840
y 1906 por el propio Martius junto a August Wilhelm Eicher e
Ignatz Urban, y en ella participaron otros sesenta y cinco especia-
listas de diversos países49.

48 Como parte de la comitiva que acompañó a la gran duquesa austriaca Leopol-


dina a sus nupcias con Pedro I.
49 Fue financiada en colaboración con el emperador de Austria y el Rey de
Baviera.

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Tempranamente, en los años veinte del siglo XIX, el viaje-
ro francés Ferdinand Denis había publicado sucesivamente las
Scénes de la nature sous les tropiques et leur influence sur la poésie
(1824) y el Résumé de l’historie littéraire du Brésil (1826), textos
que dedicaba a la literatura brasileña, y en los cuales proponía
que las costumbres indígenas y la naturaleza tropical debían ser
absorbidas como fuentes temáticas fundantes de la originalidad
literaria del Brasil; para Denis, su valor era así, estrictamente
temático, y su función principal, documental; no habló de su
relevancia en relación con las formas escriturales que, asumía,
debían ser las canónicas: europeas. Los dos textos de Denis se
convirtieron en lectura obligada para los escritores vernáculos y
fueron indispensables para la construcción de sus símiles poste-
riores, marcando especialmente de tal manera a la generación
de románticos brasileños que, tal como ha planteado Antonio
Candido, generaron un efecto permanente de exotismo frente a
la literatura propia.
Una vez superado (aunque nunca de manera definitiva) el
momento de desacreditación radical de la realidad brasileña en
la primera recepción europea de las teorías climáticas50, luego
de la Independencia del Brasil la clase dirigente del Imperio
construyó y difundió, por el contrario, una imagen idealizada,
irreal, paradisíaca de nación, que fue la que fundamentó sobre
todo el discurso de la propaganda migratoria y que fortaleció
la imagen del Brasil como una “tierra prometida”, maravillo-
so y fértil Edén tropical. Como bien precisa Flora Süssekind,
esas imágenes solidificaron ahora la construcción literaria de
un paisaje idealizado, que nuevamente abonó al desacuerdo en-
tre realidad y ficción, y dio pie al irónico distanciamiento que

50 Hacia el último tercio del siglo, el racismo reaccionario de las élites francesas
tuvo en Joseph Arthur de Gobineau uno de sus más groseros exponentes.
Quien en 1854-55 había publicado su Ensayo sobre la desigualdad de las razas
humanas y había tratado a los africanos de primates, hizo lo mismo con los
brasileños en su viaje diplomático al Brasil (1869-1870), país del cual salió
asqueado de esa “multitud de monos”, como calificó a su población.

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compondrá estructuralmente la enunciación brasileña misma,
donde la frase “el Brasil no está lejos de aquí”, elaborada ini-
cialmente para convocar a los eventuales migrantes europeos
en el discurso de propaganda de principios del siglo XIX, se
transformó en una crítica a esa misma construcción de nación
al acentuar la falta de concordancia, el des-concierto entre reali-
dad y ficción51.
Es el caso –que trata la misma Süssekind– de María Graham,
quien en su Diario (1823) muestra la turbación que le producen
los rasgos europeos presentes en los ropajes de una sertaneja que,
en la mirada de la inglesa, “desentonan” con el color beije que
queda reverberando en todo el conjunto familiar del norte bra-
sileño; o la repulsa que al observador Robert Walsh provoca la
participación de una mujer con atuendo europeo en una escena
de violencia esclavista, pues la vestimenta europea tal como era
usada por la mujer, no combinaría ni con “los sentimientos anti-
esclavistas europeos ni con la naturaleza tropical” (Süssekind 37).
Disonancias todas que tampoco calzaban con la idea difundida
de un “Brasil puro paisaje”, que suponía, a la vez, un “paisaje
pura naturaleza” y que era además desmentido radicalmente no
solo por las medias de seda de la esclavista, sino por la “exhibi-
ción del nexo social del paisaje: la esclavitud, el chicote” (Süsse-
kind 37). Como precisa Flora Süssekind:

Y si es problemática esa fundación de una imagen original, singu-


lar, del Brasil, es igualmente difícil ver el paisaje brasileño real, que
de hecho está ahí, cuando el punto de vista a ser adoptado para
observarlo viene dado de antemano . . . Es a eso a lo que se refiere
Euclides da Cunha, en un texto de los primeros años de este siglo
[XX] sobre la Amazonía: ‘en lugar de la admiración o del entu-
siasmo, lo que asalta generalmente, frente al Amazonas, en la des-
embocadura del dédalo del Tajapurú, abierto enteramente hacia
el gran río, es antes una desilusión... al enfrentarnos al Amazonas

51 Süssekind. “De la sensación de no estar del todo”. 32.

43

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real, lo vemos inferior a la imagen subjetiva hace mucho tiempo
prefigurada’ (41-42).

Así, los románticos brasileños no solo recibieron todas las


proposiciones de los viajeros europeos como saber legítimo sobre
su realidad, sino que además las fortalecieron en la exposición
de la tensión entre la patria exotizada, siempre lejana, inasible,
y la cultura europea, a la vez también lejana e inasible. Un do-
ble extrañamiento que es particularmente visible en el tópico
romántico de la nostalgia de la patria. Es el caso de la escritura
de Domingos José Gonçalves de Magalhães (1811-1882), funda-
dor del romanticismo brasileño52, quien, como muestra Roberto
Ventura, en sus Suspiros poéticos e saudades (1836) escritos desde
París, afirma, primero, su añoranza del Brasil igual que un escla-
vo evoca su patria africana, para luego, al partir desde Europa
hacia la patria, anunciar ahora la nostalgia de París que, sabe, le
invadirá al trasponer el océano: “la problemática de la saudade
revela el dilema cultural del letrado, dividido entre el sentimiento
brasileño y la imaginación europea”53.
A distancia de las preocupaciones por los paisajes tropica-
les o por el fondo indígena que conmovían a los románticos, en
“Estilo tropical. A fórmula do naturalismo brasileiro” (1888)54,
el crítico Tristão de Alencar Araripe Júnior (1848-1911) elabo-
ró una de las construcciones discursivas más duraderas sobre lo
nacional, en la literatura brasileña, que catalogó como “estilo

52 Un hito del movimiento es el lanzamiento de la revista literaria Niterói, en


1836.
53 Esa dialéctica cultural, “llevaba, en el romanticismo, a la identificación entre
el escritor y el esclavo, seres condenados –en eterna diáspora– a la nostalgia de
los ‘orígenes’, perdidos del otro lado del mar”. Ventura. “¿Civilización en los
trópicos?”. 135.
54 En el artículo, Araripe se refiere a la originalidad de la obra de Aluísio Aze-
vedo, especialmente a sus novelas O Mulato (1881) y O Cortiço (1890), des-
tacando su capacidad para integrar el impacto del medio ambiente local a las
formas de la novela naturalista europea de Émile Zola. Araripe Júnior. “Estilo
tropical. A fórmula do naturalismo brasileiro”.

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tropical”. Combinando las concepciones de las teorías climáticas
con orientaciones psicologistas, para Araripe Júnior el centro de
la cuestión del carácter nacional de la literatura del Brasil se en-
contraba en la forma escritural, en el estilo literario que, para él,
derivaba de la combinación de la marca individual del escritor
como expresión de su temperamento, con las formas literarias
sedimentadas en la tradición (de un pueblo, de una escuela); de
ambos factores emergía el estilo individual. Asimismo, en una
perspectiva naturalista y nacionalista, para el crítico, el impacto
del medio físico sobre las mentalidades era la nota que daba la
clave del estilo nacional. Si bien,

Hay horas del día en que el brasileño, o el habitante de ciudades


como Rio de Janeiro, es un hombre envenenado por el ambien-
te. […] respóndase francamente, en este constante surmenage,
con los cuerpos capturados por una imaginación superexcitada,
¿hay estilo que resista?, ¿hay corrección que se mantenga? […]
Lo tropical no puede ser correcto. La corrección es el fruto de
la paciencia y de los países fríos. […] El estilo, en esta tierra, es
como el jugo de la piña que, cuando emerge, se abre, se deforma
y, a través de las grietas irregulares, destila la miel más dulce que
los pájaros vienen a besar; o como el ácido de los ananás del
Amazonas, cuyo sabor desespera, dejando a la lengua derramar
sangre, herida y dolorosa55.

Es ése, afirma Araripe, un estilo que despreciarán los rigo-


ristas, pero que él se complace en encontrar en la joven literatu-
ra brasileña, expresada singularmente por las novelas de Aluísio
Azevedo. Así, el estilo del Brasil es otro, punzante, arrebatado,
extremado, y he ahí su valor. La nueva escuela, señala, debe acli-
matarse, lo que es igual a “acriollarse”: el naturalismo brasile-
ño, afirma, “es la lucha entre el cientificismo desanimado del
europeo y el lirismo nativo del americano pujante de vida, de

55 Araripe Júnior. “Estilo tropical. A fórmula do naturalismo brasileiro”. 70-71.

45

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amor, de sensualidad […] un realismo caliente, en oposición a
un realismo decadente, frío”56. Para Araripe Júnior, en el Brasil
“el estilo nacional se origina, así, en la incorporación de rasgos
particulares, como la tropicalidad y el mestizaje, a los modelos
cosmopolitas de literatura y cultura” (Ventura 134). Pues bien,
Araripe otorgaba un valor nacional al estilo tropical, pero seguía
idelizando el espacio europeo como más adecuado para la vida
intelectual que la zona tórrida.
El concepto de estilo tropical avanza, sin embargo, más allá
de las elaboraciones románticas puramente miméticas. Es, en
palabras de Roberto Ventura, “un concepto sincrético, que in-
tegra la noción geográfica de los trópicos, característica de una
relación entre ‘centro’ y ‘periferia’, a una teoría de la literatura
nacional”, que tiene la virtud de que al invertir el modelo cli-
mático descalificador, produce una valoración del espacio y el
ambiente tropical como matriz de las elaboraciones intelectua-
les y literarias originales, abriendo, con ello, una posibilidad a
la “construcción de sociedad y cultura en espacios marginales al
modelo eurocéntrico de naturaleza e historia”57. Sin embargo,
en su efecto duradero, como señala el mismo Roberto Ventura,
el(la) intelectual cuyo ambiente es así idealizado, produce una
mirada autoexotizada sobre sí mismo(a), percibiéndose desde en-
tonces como un extraño(a) en esa realidad también extravagante:
“A partir de la idealización de las metrópolis se produce una espe-
cie de autoexotismo, en que el intelectual “periférico” percibe la
realidad que lo circunda como ‘exótica’”, y ello no solo lo distan-
cia de la propia sociedad y sus costumbres, sino que tiene sobre
todo un efecto autoinvalidante pues “introduce negatividad en la
autorepresentación”58, a través de la identificación del(la) intelec-
tual con el punto de vista extranjero.

56 Araripe Júnior. “Estilo tropical. A fórmula do naturalismo brasileiro”. 72.


57 Ventura. “¿Civilización en los trópicos?”. 135-136.
58 Ventura. “¿Civilización en los trópicos?”. 132 y 135.

46

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La noción de estilo tropical resulta especialmente fructífera
para visibilizar los modos en que la intelectualidad en el Brasil
ha impostado doblemente las elaboraciones sobre su identidad
nacional. Como en una recepción de segundo grado, la cultura
brasileña había copiado lo que otros (los viajeros) copiaban de
ella a través de sus lentes imperiales (principalmente desde las
teorías climáticas), en una elaboración condicionada por la re-
cepción de varias capas de estereotipos que, en este caso, como
señaló Antonio Candido, impone un modo de escribirse la iden-
tidad brasileña, “Como si estuviéramos condenados a exportar
productos tropicales”59.
Es esta una manifestación del patetismo de la expresión
latinoamericana -no solo brasileña- eurocentrada, que imagina
interlocutores en el centro como si efectivamente existieran en
una relación de otredad, cuando en general lo que reproduce es
una emisión y una recepción modalizadas bajo los patrones de
ese centro autoconsiderado como tal y reforzado en su espejo
invertido que es su periferia. En ese diálogo imaginario desigual
y exocentrado es donde el centro se legitima y refuerza como tal,
al tiempo que constituye a la cultura periférica como residual,
de segundo orden, desvalorizada para sí misma, incluso, desde
el inicio60.
Es lo que muestra en una crónica sobre el Rio de Janeiro de
principios de la Belle Époque, Paulo Barreto (João do Rio) (1881-
1921). Evidenciando cómo las costumbres más acendradas y vin-
culadas naturalmente a la disponibilidad de productos del medio
brasileño son suplantadas por otras que poseen la marca de lo
cosmopolita y lo burgués, en “O chá” 61 el cronista expone cómo
las clases altas de Rio, sostenidamente, fueron expulsando al café

59 Candido. Formação da literatura brasileira. Vol. 2. 324.


60 Esta visión negativa sobre la propia cultura se traduce en un bandeo “oscilante
entre chovinismo y cosmopolitismo”. Ventura. Estilo tropical. História cultural
e polemicas literarias no Brasil. 1870-1914. 138.
61 Do Rio. “O chá”. Vida vertiginosa. 48-51.

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para ubicar al té como principal bebida en sus salones; exagera-
damente, desbordadamente, el té, bebida no nativa, pero que les
recordaba las costumbres inglesas, lo chic, se hizo tan común en
los salones cariocas que, dice do Rio, “tal vez hay más salones que
gente para beber té” (51).
Igualmente, en la evaluación el proceso histórico brasileño,
la identificación República-modernidad y Monarquía-Ancien
Régime operó sobre todo como una visión de tal manera im-
postada entre las élites ilustradas reformistas que, de hecho, la
interpretación y la propaganda contra el propio movimiento
conselheirista de Canudos provino en buena parte del grupo re-
formista jacobino que, sobreideologizado y haciendo un traslado
mecánico de las categorías adscritas al proceso europeo -francés
sobre todo-, paranoico frente a todo lo que oliera a Ancien Ré-
gime fue uno de los que con mayor insistencia impulsó, en la
coyuntura, la asimilación entre tradición y monarquismo y en-
tre República y modernidad, tachando al gobierno de la época
de timorato y antipatriota por no intervenir con mayor fuerza
contra el movimiento religioso del sertón bahiano, al que ca-
lificó sin dudar desde el inicio como restaurador monárquico.
Con ello, sin embargo, lograron (y aquí otra paradoja) nada
más que la reducción de su influencia frente a la reagrupación
de las oligarquías tradicionales en el poder que ya comenzaba
a producirse, ahora, en clave liberal-oligárquica (muchas de las
cuales las conformaban antiguos monarquistas y coroneles del
interior). Esas oligarquías iban a gobernar luego, sin contrape-
sos, con las armas de la República.
Ocurre, además, que el planteamiento dicotómico que ex-
presa el binarismo moderno/tradicional se instala en Brasil teñi-
do de, imbricado con la cultura tradicional de élites y con las fan-
tasías que esa cultura iba a seguir sosteniendo en un modo que
podría perfectamente catalogarse como “contramoderno”62. Un

62 Guillermo Nugent ha usado el concepto para referirse a la cultura creada


por las élites peruanas en la misma época, las que, sostenidamente, habrían

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buen ejemplo aquí es la concepción de la riqueza en la época. El
fenómeno moderno de la financiarización y extensión del crédito
bancario que se desarrolló con fuerza desde mediados del siglo
–acicateado por la disponibilidad de capitales antes destinados
al comercio negrero–, aunque reprodujo sin límites “el ansia de
enriquecimiento... [que] contaminó luego a todas las clases y fue
una de las características notables de ese período de la “prosperi-
dad” (Buarque de Holanda 77), no se expresó sino como una re-
lación con el capital que estuvo siempre mediada por la relación
con sus expresiones materiales visibles que, en lo más profundo,
rendían sus credenciales a la cultura tradicional. Así, para la cul-
tura de los fazendeiros del Brasil rural y patriarcal, la riqueza se
expresaba en bienes concretos: propiedades inmuebles, esclavos,
y no en aquella forma evanescente del capital, que se fundaba
en la especulación y en la incertidumbre. Esta perspectiva tradi-
cional contaminó la visión modernizante y cosmopolita de los
nuevos “prósperos”, que entendieron la necesidad de afirmar su
prestigio en su base más añeja. Así, por ejemplo, como nos lo
ilustra uno de los personajes de Machado de Assis, la expresión
“propia” brasileña en el modo de entender el capital (moderno)
ocurriría en clave premoderna: no se trata del capital, sino de
su exterioridad. De esta manera, para Falcão, el millonario del
cuento de Machado, su interés y su deseo no están conducidos
por el capital y su potencia, sino por el dinero. Por ello, Este
hombre de la época de 1860-70 que siente obsesión por la mate-
rialidad del dinero, al ser exhortado a devolver el billete de cinco
réis sustraido ¡por él mismo! a unos niños de la calle, se excusa
estéticamente de su deseo irrefrenable ante esa materia, pues,

orientado los contenidos de la modernidad metropolitana en una dirección


que el propio discurso moderno consideraría arcaizante, con el objetivo de
dar continuidad al antiguo orden colonial o de castas en la modernidad. Se
trata, entonces, de una particular pero deliberada recepción del discurso
moderno en la que se asimilan sus elementos en la medida en que sirvan
como emblemas de poder, reforzando y renovando la fantasía de la que ha
sido llamada arcadia colonial. Nugent. 56 y ss.

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A tal punto llegaba su amor al dinero: hasta la contemplación
desinteresada... A nadie odiaba tanto como a los falsificadores de
monedas, no porque fueran criminales, sino por lo perjudiciales
que resultaban, porque desmoralizaban el dinero bueno63.

Acerca de la cotidianidad de la ciudad de Rio de Janeiro en


los primeros años de la llegada de la Corte, en su D. João VI no
Brasil (1908), Manuel de Oliveira Lima (1867-1928) relata:

La gente rica se preocupaba de dar en el tono, la elegancia fue


la orden del día, y el esmero en el vestir y el apego al ceremonial
llegaron al punto de que los empleados aduaneros andaban en el
servicio uniformados, empolvados, de sombrero de uniforme, he-
billas y espadín al cinto. Este rigor formalista solo se evidenciaba
fuera de casa, pues en la intimidad ni lo permitía el clima, ni la
general inconstancia de los recursos (82).

Las crisis posteriores del proceso histórico brasileño mostra-


rán, afima Sérgio Buarque de Holanda, la “radical incompatibili-
dad entre las formas de vida copiadas de las naciones más avanza-
das, por un lado, y el patriarcalismo y personalismo fijados entre
nosotros”64. Ello fortalecido por el hecho de que lo “propio”, las
“raíces” del Brasil, venían siendo, oximorónicamente, aquellas
costumbres y formas sociales sedimentadas por su prestigio debi-
do a su vinculación a realidades no autóctonas.
En Raízes do Brazil (1936), Buarque de Holanda desarrolla
lo que llama la situación de “destierro” de los brasileños en su pro-
pia tierra, pues considera que la cultura ha sido completamente
prestada. Ello producía una obturación de la propia relación con
el mundo real: nada hay de tupiniquim, afirma. La cultura brasi-
leña era neo-portuguesa y en ella se proyectaba la visión reduci-
da de aquel pueblo: el personalismo y el cordialismo, en primer

63 Machado de Assis. “Anécdota pecuniaria”. Un hombre célebre y otros cuentos.


México: Siglo XXI editores, 1982. 122.
64 Buarque de Holanda. Raízes do Brasil. 79.

50

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lugar, ejes de la herencia lusitana. Para esa cultura tradicional,
lo realmente importante era cautelar la transmisión de aquellos
patrones que eran venerados como propios, entre ellos, la men-
talidad de la gran hacienda y su sociabilidad, que se imbricó con
las nuevas realidades como sedimento enraizante: “Estereotipada
por largos años de vida rural, la mentalidad de Casa-grande inva-
dió las ciudades y conquistó todas las profesiones, incluso las más
humildes” (Buarque de Holanda 87), y se expresó a través de un
personalismo formulista que cimentó instituciones y dinámicas
en apariencia modernas, en relaciones corporativas de conserva-
ción. Es lo que el intelectual llamó la “cordialidad” del brasileño,
basada en la inexistencia de un espacio público diferenciado y
autónomo respecto del espacio privado. Este espacio actuaba,
así, como matriz de las relaciones públicas, que eran conducidas,
entonces, como extensión de las relaciones familiares y perso-
nales; y cuyos miembros, asimismo, se hallan relacionados por
sentimientos y deberes, no por ideas o intereses65. La mentalidad
patriarcal, afirma Buarque de Holanda, se sobreponía al Esta-
do o, más precisamente, le daba su particular forma antipolítica,
opuesta a la lógica racionalizadora moderna.
Escrita en el proceso de transformación que implicó la déca-
da de los años treinta del siglo XX, Raízes do Brasil integró la pre-
gunta que ya habían elaborado los modernistas, pero le dio otras
respuestas66. La obra proponía que la identidad brasileña, mucho

65 Buarque de Holanda. Raízes do Brasil. 79.


66 Sobre el contexto de la escritura de Raízes, dice André Carlos Furtado: “El
concepto de democracia liberal, con sus orígenes históricos en la destrucción
del Antiguo Régimen, era visto por el discurso vigente en la sociedad brasileña
post-30 y estado-novista como ‘una obra de puro egoísmo e intereses de cla-
ses, pues las masas desorganizadas e incultas no se expresaban a través de sus
mecanismos representativos, siendo más bien disciplinadas y amoldadas por
los partidos políticos’. Esa falacia sirvió para justificar la apología al corporati-
vismo y legitimar la disolución del Congreso y de las leyes que lo componían,
llevada a cabo por el nuevo régimen de Vargas”. Furtado, A. C. Sérgio Buarque
De Holanda, modernista. As relações do livro Raízes do Brasil com os debates da
década de vinte. 57.

51

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más que por el pau-brasil, estaba representada por el neoportu-
gués que había trasladado las costumbres coloniales a la dinámica
de las relaciones sociales “modernas”. Así, para Holanda, los le-
gisladores de los “Nuevos Tiempos” brasileños habían heredado
la actitud gestual de un poder pretencioso que, disimulando sus
verdades particulares a través del discurso de una supuesta “vo-
luntad general”, las transformó en requisito único y automático
del tránsito a lo moderno67. Pero, sobre todo, una modernidad
cuya raíz era una cultura que recusaba la misma modernidad, tal,
la cultura neoportuguesa que adoptaron las élites brasileñas y que
se expresaba en ese afán por el formulismo, por la superficialidad,
por la continuidad entre la familia, la amistad y la política; en
el desdén por la profundidad y el esfuerzo intelectual sosteni-
do, que, por el contrario, ensalza “la frase sonora, el verbo es-
pontáneo y abundante, la erudición ostentosa, la expresión rara”
(Buarque de Holanda 83); en una inteligencia ornamental.
El problema, para Buarque de Holanda es que, en ese com-
pás, el Brasil se sometió al riesgo de inaugurar una modernidad
fundada en una vocación más bien evasiva, por hombres que lo
crearon así “para no ver el espectáculo detestable que el país les
ofrecía” (186).
El modelo de modernidad que defiende, por contraparte,
Sérgio Buarque de Holanda, es evidentemente el modelo nórdi-
co y protestante: una política racionalizada con una burocracia
instrumental al Estado –en la lógica weberiana–, una vida social
de estricta separación entre los espacios públicos y los privados, y
una ética del trabajo y de la mesura. Pues bien, el hombre cordial
neoportugués era el perfecto antónimo de todo eso: habiendo
colonizado el país por intereses estrictamente mercantiles, ha-
biendo importado trabajadores a través del trabajo esclavo, cuya
mayor virtud era la osadía y la impulsividad, no tenía ningún
interés en volverse un colonizador integral al modo hispano, ni

67 Estrada Rodrigues. “Os sertões incultos e o ouro do passado”.

52

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tampoco, estaba claro, un interés genuino por el destino de la
sociedad brasileña:

En verdad, la ideología impersonal del liberalismo democrático


jamás se naturalizó entre nosotros . . . La democracia en el Brasil
fue siempre un lamentable malentendido. Una aristocracia rural
y semifeudal la importó y trató de acomodarla, donde fuese posi-
ble, a sus derechos y privilegios, los mismos privilegios que habían
sido, en el Viejo Mundo, el objetivo de la lucha de la burguesía
contra los aristócratas68.

Siguiendo la línea abierta por Sérgio Buarque de Holanda en


lo que este llamó el “destierro en la propia tierra” y en su crítica
a la cordialidad en las relaciones sociales, en su ensayo “Las ideas
fuera de lugar” (1973), Roberto Schwarz abunda sobre la inade-
cuación evidente que la cultura brasileña del siglo XIX mostraba
entre una sociedad levantada sobre el régimen esclavista y el mar-
co de ideas planteado por el pensamiento del liberalismo euro-
peo al que aquélla rendía culto. Señalaba Schwarz que aunque
también en Europa las ideas de la burguesía (libertad, igualdad)
encubrían una realidad que no relataban (la explotación del tra-
bajo), al menos allá coincidían con la apariencia social, cuestión
que no ocurría en el Brasil, donde estas estaban inscritas “en un
sistema al que no describen ni en apariencia” (párr. 8), adquirien-
do, así, una connotación de falsedad en un sentido distinto al
europeo. Aquí, las ideas liberales expresaban una inadecuación,
una disonancia, no solo por lo más evidente, cual era el choque
entre la esclavitud y el relato político liberal o entre el régimen de
producción esclavista y la racionalidad económica burguesa, sino
por el modo cómo sus actores fundamentales hicieron uso de esas
ideas liberales modernas de manera impropia. Una de las más
singulares formas de esa impropiedad sería aquella que caracteri-
za como la dinámica del favor, esto es, la forma en que los sujetos

68 Buarque de Holanda. Raízes do Brasil. 160.

53

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pertenecientes a los grupos sociales no esclavos, se articulan en
una dependencia directa y personal de los sujetos más podero-
sos; esta forma de subordinación, postula Schwarz, representó el
mecanismo fundamental de reproducción social de este amplio
grupo de sujetos libres y, por supuesto, de las élites capaces de
brindar ese favor. Este mecanismo contravenía todos los dictáme-
nes del discurso liberal burgués, alojándose más bien en la órbita
del Ancien Régime: “punto por punto, practica la dependencia de
la persona, la excepción a la regla, la cultura interesada, la remu-
neración y los servicios personales” (Schwarz párr. 6). A través del
favor, entonces, las ideas de la burguesía se ponían en función de
fortalecer justamente a sus antagonistas: en el Brasil, por tanto,
estas ideas “cuya sobria grandeza se remonta al espíritu público
y racionalista de la Ilustración, tenían la función de... ornato y
marca de hidalguía: atestiguan y festejan la participación en una
esfera augusta, en este caso la de la Europa que se... industrializa”
(párr. 7). Es el predominio de esta dinámica lo que explicaría la
experiencia del desajuste y el desconcierto en la cultura del país,
esa “sensación que Brasil da de dualismo y artificio –contrastes
reverberantes, desproporciones, disparates, anacronismos, con-
tradicciones, conciliaciones–” (Schwarz párr. 8).
Esta impropiedad permearía todos los ámbitos de la cultura.
Así, el discurso mismo de autorreferencia nacional. Tal ocurre,
como ejemplo, con la propia letra del himno de la República,
expone Schwarz. Escrita en 1890 por el poeta decadentista Me-
deiros y Albuquerque, expresa “Emociones progresistas que ca-
recían de referencia; así, canta: “‘Nosotros no creemos que esclavos
otrora / Haya habido en tan noble país’ (otrora es dos años antes,
dado que la Abolición data del ‘88)” (Schwarz Párr. 8). Conocer
el Brasil, conocer lo propio, se realiza entonces a través no solo
de la desrealización de nombres que originalmente tuvieron otro
sentido, sino sobre todo en el uso de dichos nombres disloca-
dos, de manera impropia. Nombres cuyo significado solo ope-
ra a modo de copia de un original inaccesible por las evidentes

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distancias en las condiciones sociales, políticas y culturales. Los
estilos y las estéticas se impondrían aquí desvinculados de una
base socio-histórica; así habría ocurrido que “un latifundio poco
modificado vio pasar las maneras barroca, neoclásica, romántica,
naturalista, modernista y otras que en Europa acompañaron y re-
flejaron transformaciones inmensas en el orden social” (párr. 8).
Y se produce, asimismo, un uso de esas estéticas con un sentido
contrario al proceso del que son referencia:

...los estratos sociales que más beneficios obtenían de un sistema


económico basado en la esclavitud y dirigido exclusivamente a la
producción agrícola, procuraban crear, para su uso, artificialmen-
te, ambientes con características urbanas y europeas, cuya ope-
ración exigía el alejamiento de los esclavos y donde todo, o casi
todo, era producto de importación (párr. 8).

Para Schwarz es distinguible, de entre esta producción, la


narrativa de Joaquim Machado de Assis (1839-1908)69. Como
para Candido lo fueran las Memórias de um sargento de milicias,
de Manuel Antônio de Almeida, la obra de Machado resulta un
ejemplo de cómo, a partir de este impasse de la cultura brasileña,
se produce la emergencia de creaciones que, exponiéndolo, le
otorgan sentido, haciendo de esta incomodidad de la cultura el
constituyente mismo de la expresión. Proveyendo una síntesis
paradójica, como conjunción “disparatada”70 y como desautori-
zación de la dinámica misma de localismo/universalismo, Ma-
chado constituiría una forma que funciona exponiendo la propia
alienación. Para Schwarz, esta intención se concreta eficazmen-
te en las obras del escritor a través de una narración digresiva,
construida sobre un narrador inconstante, inconsecuente, que
se juega en una realidad igualmente inestable, discontinua, tal

69 El artículo “Las ideas fuera de lugar” fue incluido posteriormente en Ao vence-


dor as batatas (1977), su libro sobre la escritura de Machado de Assis.
70 Arantes. “Sentimiento de los contrarios”. 253.

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como era la realidad y la dinámica de la cultura del Brasil de su
época, es decir, una dinámica expresiva, al decir de Elías Palti,
de “un desarrollo capitalista (“periférico”) que, a diferencia de su
modelo de origen, no ha revolucionado […] las formas de pro-
ducción y se sostiene y reproduce jerarquías tradicionales y pa-
trones premodernos de relación social” 71. Una realidad tan capri-
chosa, requería una narración símil, que fuese capaz de exponer
la comedia de esta cultura imitativa. Para Schwarz, esa narración
desalienante fue magistralmente lograda por la obra machadiana.
Como ocurre en una de sus novelas:

...esta comedia se encuentra reflejada en los notables capítulos ini-


ciales de Quincas Borba. Rubião, heredero reciente, es obligado
a cambiar su esclavo criollo por un cocinero francés y un criado
español, sobre los cuales no alberga expectativas. Más allá del oro
y la plata, sus metales preferidos, aprecia ahora las estatuillas de
bronce –un Fausto y un Mefistófeles– que son también de valor
(“Las ideas fuera de lugar”, párr. 8).

Las contradicciones de esta matriz:


el dualismo constitutivo

En Formação da Literatura Brasileira- Momentos Decisivos


(1959), Antonio Candido enfatizó la función de la dialéctica lo-
calismo/cosmopolitismo como condicionante del proceso de la
literatura brasileña; Candido apunta sobre todo a dos momen-
tos: el arcadismo y luego el romanticismo72. Paulo Arantes, sin
embargo, por su parte, ha puesto la alerta sobre la matriz desde
la cual emergería tanto la perspectiva de Candido como la de
gran parte de la teoría crítica brasileña. Arantes ha criticado este

71 Palti. “Reseña sobre Absurdo Brasil”, párr. 3-4.


72 En términos sociales, Candido se habría concentrado en la “figura bifron-
te” del hacendado: señor de tierras y capitalista del lucro mercantil. Arantes.
“Sentimiento de los contrarios”. 259.

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que llama “sentimiento de los contrarios” que impregnaría toda
la teoría crítica brasileña desde Candido en adelante. Postula
Arantes la necesidad de “salir de la aporía crítica que representa
el tropismo de la dialéctica, como expresión de la sensación de
dualidad que impregnaría la vida mental de una nación perifé-
rica” (248).
En “Nacional por substracción”73, Roberto Schwarz plantea
igualmente las complicaciones de estos dualismos que él filia a
ese espíritu combativo instalado en la intelectualidad brasileña
en los años sesenta y según el cual “el progreso resultaría de una
especie de reconquista, o mejor, de explusión de los invasores”74,
idea, afirma, basada en la existencia de un fondo nacional ge-
nuino no adulterado –por ejemplo, la cultura popular–, para el
cual la cultura europea representaría un cuerpo extraño a expur-
gar, donde “el residuo, en esta operación de sustraer sería la sus-
tancia auténtica del país”75; y en que lo considerado como copia
vale menos que el “original”. Schwarz critica justamente aquí el
dualismo copia/original que, basado en nociones sustancialistas,
atraería falsas oposiciones y equívocos de la cultura. ¿Será, pre-
gunta, que la única gracia de las innovaciones del mundo avan-
zado es que tienen el prestigio de la originalidad? La copia fue el
pecado original de la cultura brasileña, dice Schwarz, luego, en
vez de que la rapidez en la integración de ideas nuevas fuese con-
cebida, por ejemplo, como una marca del ánimo transformador
en la cultura, fue considerada marca de impropiedad, tal como
le endilga Sílvio Romero a Machado de Assis, a quien considera

73 Referimos aquí a la versión en portugués “Nacional por substração” (1987).


La primera edición se encuentra en Que horas são?: Ensaios. 29-48. Folha de
Sao Paulo, Brazil: Companhia das letras, 1986. Aunque hay edición del mis-
mo año en español en Punto de vista, 28 (nov. 1986), 15-22.
74 Schwarz. “Nacional por substração”. 96.
75 Schwarz. “Nacional por substração”. 96.

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un anglómano, una expresión más de lo que le gustaba llamar
macaqueação76 en la cultura.
Sin embargo, de lo que se trata, plantea aquí Schwarz, es
más bien de comprender la dimensión compleja de la conviven-
cia de estas formas diversas de organización social en un marco
más amplio. El intelectual brasileño se alinea aquí con la teoría
crítica latinoamericana que venía desde temprano planteando
que el tipo de contradicción o desface entre una periferia que
utilizaba, por ejemplo, trabajo forzado en cultivos para el mer-
cado mundial, y un centro que modernizaba al mismo ritmo sus
formas de producción y trabajo, se constituía “en un conjunto de
rasgos histórico-estructurales”, cuya caracterización tenía el sen-
tido justamente, como bien afirma José Gandarillas, de conjurar
“el dualismo y las teorías [progresualistas] de la modernización”:
hay que reconocer, dice Gandarillas, que “esa permanente ten-
sión entre tiempos sociales con disímiles características” “adquie-
re un sello de longue durée” (91-93). Igualmente, para Schwarz,
la construcción de los dos brasiles es el resultado

de la creación de un Estado nacional sobre la base del trabajo es-


clavo que a su vez... surgía de la revolución industrial inglesa... [,]
de la historia contemporánea... [Y] los “disparates” de Sílvio –en
verdad las desarmonías ciclópeas del capitalismo mundial- no son
desvíos, se vinculan a la finalidad misma del proceso, que, en lo
que toca a Brasil, le exige la reiteración del trabajo forzado o semi-
forzado y la continua segregación cultural de los pobres77.

Para Schwarz, se trata de no eludir el problema, sino de “ver


la parte de extrajero en lo propio, de imitado en lo original y de

76 Me permito, en este caso, mantener la forma original en portugués por la ex-


presividad del sustantivo, asociado al déficit creativo, a la imitación mecánica
y a la vez grotesca –como hace el macaco (mono).
77 Schwarz. “Nacional por substração”. 107-108.

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original en lo imitado”78 y superar, así, el mito de que es posible
crear a partir de nada.
Lo mismo para Silviano Santiago. En “Os bestializados”,
siguiendo a José Murilo de Carvalho (y en revisión de su tex-
to homónimo), señala que la República brasileña moderna ha
excluido a los sectores populares y que, frente a dicha exclusión,
estos grupos han recogido ideas que el progresismo –sobre todo
el positivista– hubo descartado por “tradicionales” (es decir, re-
gresivas) per se. Muchos textos animados por esta resistencia,
afirma, han sido alojados fuera del canon moderno aún cuando
tuviesen una función histórico-crítica de carácter progresista. La
cisura entre los dos brasiles se produce por esta segregación, que
es a la vez una exclusión de grandes masas de la escena de lo
público, como lo común apropiado democráticamente. Así, la
imagen que atrae Santiago es la de los grupos populares, en 1889,
asistiendo “bestializados” (el adjetivo es de un contemporáneo
de la época, el periodista Aristides Lobo79) a la proclamación de
la República; una República que desde el comienzo no les ofre-
cía una comunidad política real. Destaca, así, Silviano Santiago,
que, entre el pueblo, la práctica religiosa, por ejemplo,

...fundamentaba ayer [en el siglo XIX] el discurso restaurador mo-


nárquico de la participación popular y fundamenta hoy [a fines
del siglo XX] el discurso alternativo de crítica a los valores insti-
tucionales brasileños. Por un lado, ella articula la alianza entre las
clases populares y la alternativa Ciudad de Dios y, por otro lado,
proporciona los ingredientes para a) una lectura tradicionalista,
fantasmagórica y radical de los acontecimientos históricos o del
devenir del hombre en la tierra y b) una crítica a la noción de
progreso tout court o excluyente, tal como la establecida por la
racionalidad moderna en Occidente o en Brasil80.

78 Schwarz. “Nacional por substração”. 110.


79 Aristides Lobo. Carta al Diário Popular (18/11/89). Ctd. en Hahner. Relações
entre civis e militares (1889-1898). 49.
80 Santiago. “Os bestializados”. 155.

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Frente a la idea de “dos brasiles” –en la expresión de Jacques
Lambert (1957)–, entendidos como dos partes aisladas por un
abismo temporal, de siglos, Florestan Fernandes, por su parte,
planteó la importancia de considerar que lo que ha ocurrido en
el proceso de la cultura es que una de esas partes se había im-
puesto a la otra; entonces, si de algo puede servir la idea de “dos
brasiles”, dice, es para enfatizar la diferencia de poder que está
presente en la relación. Y es justamente esa diferencia de poder la
que va a ser decisiva en la elaboración discursiva que sobre el Bra-
sil realizará la intelectualidad de fines del siglo XIX para producir
aquella ficción de tan trágicas consecuencias, sobre los sertones y
sus habitantes que narró Euclides da Cunha.

La experiencia fundacional: Imperio, Esclavitud,


Independencia, monarquía, abolición y república
Se estima que el territorio de lo que hoy es Brasil en la costa
atlántica de América del Sur, estuvo habitado por alrededor de dos
millones de indígenas antes de la llegada de los europeos (Hem-
ming, 1978); entre los grupos étnicos que componían esa gran
población, los más masivos eran tupí-guaraníes, aruacos, y macro-je.
En 1494, los reyes de España y Portugal firmaron la “Capi-
tulación de la Partición del Mar Océano” (Tratado de Tordesi-
llas), que dividía los territorios ya descubiertos y los por venir
entre ambas coronas. Un meridiano a 370 leguas al oeste de las
islas de Cabo Verde dividía el lado Oeste para España y el Este
para Portugal. Seis años después, en 1500, en sucesivas expedi-
ciones, los españoles Vicente Yáñez Pinzón y Diego de Lepe y,
luego, el portugués Pedro Álvarez Cabral llegaban a la costa de
lo que hoy sería el Brasil que, en virtud del tratado suscrito, que-
daba en poder de Portugal junto a los intereses sobre el África y
las rutas marítimas hacia la India. Debido, sin embargo, a que el
tratado no fue reconocido por las demás potencias europeas, se

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abrió una época de disputa por el nuevo territorio, en particu-
lar por el litoral, primero con franceses y luego con británcos y
holandeses. Portugal y España litigaron por el trazo del meridia-
no de Tordesillas y por el consiguiente control de las principales
cuencas fluviales: al norte, el río Amazonas y, al sur, el Río de la
Plata marcaron la discusión de límites.
La colonización portuguesa se afirmó en la fórmula de capi-
tanías hereditarias que se asentaron económicamente en torno a
la producción de caña de azúcar. En 1548 se instaló el gobierno
en Salvador de Bahía. Durante el siglo XVII se concluye la ex-
ploración del Río Amazonas, que Pedro Teixeira recorrió hasta
Quito, en Ecuador. A mitad del siglo, Portugal enfrentó las in-
vasiones de las fuerzas de los Países Bajos, que lograron ocupar
una larga extensión de la costa nororiental con la sola excepción
de la entrada del Amazonas. Luego de una larga guerra, en 1661
los Países Bajos se retiraron de la costa brasileña a cambio de
indemnizaciones territoriales, comerciales y monetarias. Inme-
diatamente, concluyó la Guerra de Restauración con España y, al
menos hasta el intento de ocupación del Río de la Plata, en 1680,
por Portugal, no se sucedieron más disputas. Posteriormente, en
1697, tropas francesas invadieron en el norte la región de Ama-
pá, resultado de lo cual se propició un acuerdo fronterizo entre
ambos países, con Inglaterra como garante. El tratado definitivo
que otorgó al Brasil su configuración actual de límites políticos es
el “Tratado de Madrid”, que data de 1750 y fue firmado entre los
reyes Fernando VI de Castilla y Juan V de Portugal.
El azúcar se transformó rápidamente, ya en el siglo XVI, en
el principal producto de exportación del Brasil, lo que generó, a
su vez, un aumento del comercio portugués de esclavos africa-
nos hacia estas tierras americanas. El auge del azúcar duró hasta
fines del siglo XVII, cuando inició su declive. Pero en la misma
época se produjo el descubrimiento de sendos yacimientos de
oro en lo que hoy es Minas Gerais (1693) y se inició la explo-
tación de otras minas (sobre todo en Mato Grosso y Goiás). La

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explotación aurífera en la banda oriental atrajo a miles de in-
migrantes también provenientes de Portugal, que generaron un
amplio proceso de colonización de ese territorio.
En términos políticos, Brasil fue considerado un principado
portugués desde 1634, cuando los herederos del trono lusitano
ostentaron además el título de Príncipe de Brasil (solo para los
varones hasta 1743, en que fueron incluidas las herederas ). Un
Gobernador General sería, asimismo, su representante en el te-
rritorio y luego, constituido en 1714 el “Principado-Virreinato
del Brasil”, lo sería el Virrey.
Durante la expansión del imperio francés, en 1807, a través
del tratado secreto de Fontainebleau, España otorgó autorización
a Napoleón para cruzar por su territorio hacia Portugal81, tras lo
cual, en huida, la familia real junto a toda la Corte portuguesa se
refugió en Rio de Janeiro, ciudad a la que arribó en 1808 (João
VI de Bragança llegó al Brasil en enero de ese año). Desde ese
momento, Rio de Janeiro se convirtió, en los hechos, en la capi-
tal del Imperio portugués.
Posteriormente, en 1815, los acuerdos del Congreso de Vie-
na reconocieron a Brasil como reino con el mismo monarca que
Portugal, creando formalmente (el 16 de diciembre de 1815) el
Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve, con capital en Rio
de Janeiro (aunque formalmente se mantuvo a Lisboa). El Rei-
no Unido de Portugal, Brasil y Algarve fue uno de los Estados
más extensos de su época, incluyó casi todo el actual Brasil –sin
el Acre ni la parte sustraída a Paraguay en 1870–, todo el ac-
tual Uruguay y la Guayana Francesa –hasta 1819; de esta, Brasil
mantuvo dominio posterior sobre Amapá–, y controló además
el actual territorio de Portugal y las dependencias y colonias de

81 El 27 de octubre de 1807 firmaron el tratado: Junot, en representación de Na-


poleón, y Godoy, en nombre de Carlos IV. El acuerdo franco-hispano estipu-
laba la invasión militar conjunta de Portugal, así como la cesión posterior a la
Corona española de los nuevos reinos de Lusitania y Algarve, y la repartición
de todas las colonias portuguesas.

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Cabo Verde, Mozambique, Angola, Guiné-Bissau, São Tomé e
Príncipe, Damão, Goa, Diu, Timor, Ilha das Flores y Macau,
y otras zonas en reclamación de la costa de África entre los ríos
Senegal y el Ogoue, en el Índico, parte de la actual Zimbabue,
las islas Molucas, la Península de Malaca y la costa occidental de
Nueva Guinea. El primer monarca del nuevo Imperio fue Juan
VI de Portugal, quien asumió el trono en reemplazo de su madre
María I el 20 de marzo de 1816 (su coronación se realizó, sin
embargo, dos años más tarde, en 1818), y quien constituyó a la
dependencia colonial que hasta ese momento era el Estado de
Brasil, en un Reino soberano unido a Portugal.
Inmediatamente comenzó el éxodo de la Corte en mudanza
al Brasil. Alrededor de quince mil cortesanos se habrían instalado
en la capital y en las principales ciudades.
Como mostró Sérgio Buarque de Holanda, a diferencia de la
hispánica, la colonización portuguesa se había desarrollado, hasta
el traslado de la Corte, fundamentalmente con un carácter co-
mercial, inmediatista, transitorio y, por ello, más bien como una
ocupación coyuntural del territorio que, como al estilo hispano,
una apropiación y colonización de manera orgánica a la metró-
poli: “nada es más difícil de imaginar, en un capitán portugués,
que un gesto como el que se atribuye a Cortés, de haber enviado
desarmar las naves que lo conducían a Nueva España”, enfatiza
Buarque de Holanda82. Así, si para los conquistadores españoles
las tierras del litoral eran no más que el punto de acceso al territo-
rio en el que fundarían sus ciudades83, los portugueses levantaron
sus principales centros urbanos justamente en la costa, generan-
do una ocupación fundamentalmente litoraneja que dejaba fuera
del control estatal gran parte del interior, que representaba para

82 Buarque de Holanda. Raízes do Brasil. 104.


83 Cuando excepcionalmente ocurrió, cuando para la fundación de los centros
urbanos se definió el litoral, se lo hizo en general no hacia la costa más inme-
diata del Atlántico, sino hacia el Pacífico, como ocurre en Centroamérica.

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estos exploradores comerciales más problemas que réditos84. Una
colonización litoraneja, la portuguesa, ayudada por la ocupación
de ese mismo litoral por una comunidad más o menos homogé-
nea de pueblos indígenas tupi que hablaban un mismo idioma y
que les permitía la comunicación como lenguaje mediador con
los otros pueblos, en particular con los tapuias que, sin embargo,
fueron ignorados por los portugueses durante el período colo-
nial. Incluso luego del descubrimiento de las minas de oro y de
diamantes, Portugal solo intervino en la colonia en una lógica
policial, para refrenar a los aventureros y garantizar su propio e
inmediato provecho. Ese interior desconocido iba a ser fuente de
diversas complicaciones para la conformación de la legitimidad
del nuevo Estado, como mostrará Os sertões.
La colonización comercial del Brasil se realizó a través del
régimen productivo del trabajo esclavo. Entre los siglos XV al
XIX, millones de personas procedentes de distintas regiones
del África fueron comercializadas y trasladadas desde su tierra
de origen, en diversos lugares de ese continente, hasta distintas
regiones de América, y obligadas al trabajo forzado esclavo, fun-
damentalmente ligado al complejo agroexportador y minero. La
comercialización de personas del África fue realizada primero por
los portugueses hacia el último cuarto del siglo XV, en particular
para la explotación intensiva del azúcar en la isla de São Tomé. Y
la trata de africanos hacia América fue inaugurada por España,
que compró personas para someterlas a esclavitud desde princi-
pios del siglo XVI, principalmente para el trabajo forzado en las
islas caribeñas de Cuba y La Española (Santo Domingo). Asimis-
mo, el trabajo esclavo también se extendió hacia el sur de Nor-
teamérica, hacia donde comerciantes holandeses trasladaron por
primera vez personas esclavizadas desde el África en 1619. Desde
ese momento y hasta fines del siglo XIX, se desarrolló el comercio
transatlántico de esclavos de manera extensiva e intensiva. Hasta

84 Buarque de Holanda. Raízes do Brasil. 90-98.

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principios del siglo XVIII, la Royal African Company, fundada
en 1660 por los reyes Jacobo II y Carlos II de Inglaterra, se con-
virtió en la mayor empresa controladora del tráfico esclavista, y
solo en 17 años, entre 1672 y 1689, deportó alrededor de un
millón setecientas mil personas (cien mil personas por año). El
número de personas esclavizadas por el comercio transatlántico,
procedentes de África, varía según distintas estimaciones; según
Eric Hobsbawm, la cifra que da cuenta de las personas africanas
transportadas a América en calidad de esclavizados sería de un
millón en el siglo XVI, tres millones en el siglo XVII y durante
el siglo XVIII llegaría a los siete millones85. Sin embargo, como
plantea Enrique Peregalli, a ello hay que añadir al menos un vein-
ticinco por ciento de personas asesinadas durante las capturas en
África, y otro veinticinco por ciento más, fallecidas durante el
viaje por el Atlántico. Asimismo, hasta un diez por ciento de las
y los esclavos que trabajaban en plantaciones, minas y otros ofi-
cios, morían cada año por las malas condiciones de vida y abusos
laborales. Así, la dimensión de la Maafa86 u holocausto africano,
es aún difícil de mensurar, pero involucra, en todas las estimacio-
nes, a más de una decena de millones de víctimas directas.
En el marco del tráfico transatlántico de esclavos africanos,
el Brasil fue el mayor importador de esclavos de las Américas.

85 Eric J. Hobsbawm, Industria e Imperio: una historia económica de Gran Bretaña


desde 1750. 50. Las cifras de Hobsbawm, incluso en su obra originalmente
publicada en 1968, no están lejanas de las que proponen las más recientes in-
vestigaciones. Cf. “Voyages: The Trans-Atlantic Slave Trade Database”, plata-
forma colaborativa de investigación que ofrece un conjunto de datos extraídos
de múltiples fuentes, documentos originales y publicaciones históricas, que
dan cuenta de unos 36.000 viajes de trata de esclavos entre África y América
en el lapso que va entre 1514 y 1866. Según datos consolidados exhaustiva-
mente por dicha base, fueron 12,5 millones las personas las obligadas por
los traficantes de esclavos a trasladarse desde África a América, constituyendo
esta, así, “la mayor migración oceánica forzada en la historia humana”. VVAA.
“Voyages: The Trans-Atlantic Slave Trade Database”, párr. 2.
86 Maafa deriva de la palabra utilizada para describir un desastre o una tragedia
en idioma suajili, perteneciente al grupo de las lenguas bantúes, parte de las
lenguas níger-congo del África.

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Según las últimas investigaciones (Alencastro, 2018), entre 1550
y 1850, el número de africanos que legal e ilegalmente fueron in-
troducidos en Brasil se estima en 4.800.000 personas; que repre-
sentaría alrededor de un 46% de los esclavizados desembarcados
en el continente americano. Puede afirmarse que, desde 1550,
por tres siglos, todos los ciclos de la economía brasileña se ha-
llan condicionados y derivan “del ciclo multisecular del trabajo
esclavo”87. En el Brasil, el régimen de trabajo esclavo fundamentó
la economía del complejo agroexportador, cuyos controladores
sólo aceptaron el fin de la esclavitud hacia el final del siglo XIX
y debido a una fuerte presión internacional (que tenía razones
económicas también) y al desprestigio creciente de la institución.
Por otra parte, el carácter restrictivamente comercial y uni-
dimensional de la colonización es evidente también al revisar las
políticas culturales de la metrópoli portuguesa hacia la colonia.
Mientras en las posesiones hispanas durante la Colonia se habían
creado decenas de universidades, la primera de ellas ya en 1538
en Santo Domingo, en República Dominicana (la Real y Ponti-
ficia Universidad de Santo Tomás de Aquino) y otra, inmedia-
tamente, trece años más tarde, en Lima, Perú (en 1551, la Real
y Pontificia Universidad de San Marcos), la corona portuguesa
no levantó instituciones semejantes88. En Brasil, quien quisiera

87 Luis Felipe de Alencastro, “África, números del tráfico Atlántico”. en Lilia M.


Schwarcz y Flávio Gomes (Orgs.). Dicionário da Escravidão e Liberdade, 2018.
57-63.
88 Como explica Bortolanza, la Corona portuguesa se opuso permanentemente
a la creación de universidades en sus posesiones coloniales. Hasta el momento
de su expulsión, en 1759, la Compañía de Jesús condujo la educación en el
Brasil. Desde fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX y hasta la creación de
las primeras universidades, en los años treinta del siglo XX, la educación supe-
rior brasileña se desarrolló bajo el modelo del instituto profesional, sobre todo
en los campos de la medicina aplicada, la ingeniería militar y el derecho; son
los casos de la Real Academia de Artilharia, Fortificação e Desenho (1792); del
Hospital de Vila Rica (1801-1848) para especialidades médicas; de la Escola
de Cirurgia, luego Academia Médico-Cirúrgica da Bahia (1808); de la Acade-
mia Médico Cirúrgica de Rio Janeiro (1808); de los Cursos Jurídicos de São
Paulo (1827); la Escola Livre de Farmácia e Química Industrial (1895); entre

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educar en estudios superiores universitarios a sus hijos, debía en-
viarlos a Coimbra, en Portugal, para lo cual, por supuesto, debía
contar con la capacidad económica suficiente. Se estima que por
la época de la Independencia debía haber no más de dos mil
brasileños con formación superior (Ribeiro 45). Entre otras con-
secuencias para la vida cultural y política brasileña, esto implicó
una amplificación de la influencia que iban a tener posterior-
mente los miles de cortesanos portugueses llegados a Rio de Ja-
neiro, Salvador de Bahía y Recife en la época, como ha apuntado
Darcy Ribeiro; así, ellos se convertirían, sin competencia posible,
en los modeladores de la cultura y la política durante toda la pri-
mera parte del trayecto del país independiente, en el siglo XIX.
Desde la mudanza de la Corte al Brasil, se generó una polí-
tica de recolonización y unificación de las que, hasta esa fecha,
eran diversas colonias relacionadas de manera directa con Lisboa.
Asimismo, al poco tiempo de instalada la Corte en América, se
expresó en Oporto, Portugal, la ya sostenida crítica a la situación
de desmedro comercial en que se veía caer a Portugal frente a la
influencia brasileña, debido a la mantención de la Corte lusitana
en ese territorio ultramarino, a pesar de haber sido lograda la
expulsión de los franceses en 1814. La crítica era no solo eco-
nómica, pues, en lo profundo, en los hechos la situación podía
implicar una reversión geopolítica, constituyendo a Portugal en
dependencia brasileña y al Brasil en metrópoli que concentrara
los réditos de las posesiones coloniales portuguesas. Era este un
descontento profundizado por los efectos de la política de con-
cesiones que Juan VI había realizado a Gran Bretaña, que, en lo
comercial, terminaba con el monopolio portugués de las rentas

otros. La presencia del Estado en la enseñanza era casi total, determinando


incluso la distribución de las cátedras, que, en muchos casos obedecía más a
criterios políticos que académicos. La primera Constitución de la República
tuvo el efecto de descentralizar la educación superior, y permitir la creación de
instituciones privadas (Bortolanza 2-3; 6-8).

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de las colonias y en lo político, otorgaba a la potencia británica el
control del ejército después de la guerra peninsular.
Ese complejo descontento detonó una rebelión que comen-
zó en la ciudad de Oporto, en agosto de 1820, y que fue enca-
bezada sobre todo por liberales que exigían reformas, la más re-
levante de ellas, el establecimiento de un gobierno “monárquico
constitucional”, pero también el retorno de la Corte a Portugal
como forma de restaurar la “dignidad metropolitana”, así como
el restablecimiento de la exclusividad lusitana en el comercio con
el Brasil, afectada por los acuerdos con Gran Bretaña. Se insta-
laron Cortes que, al modelo de Cádiz, discutieron una nueva
constitución. Sin embargo, fueron disueltas por la reacción del
príncipe Miguel de Bragança, quien, a través de un golpe de Es-
tado, reinstauró el régimen absolutista en 1823. El liberalismo
lusitano, sin embargo, se constituyó en un importante referente
dentro del Brasil entre las élites de diversas provincias que ya
habían tenido experiencias de revueltas liberales (el caso de la
Inconfidência Mineira, en 1789, es el más relevante), pero que
también vislumbraban como una amenaza la exigencia lusitana
de una reposición de la situación subordinada de Brasil frente a
la antigua metrópoli pues, luego de trece años de existencia como
centro del Imperio, la élite luso-brasileña no estaba dispuesta a
retornar a una situación de subordinación a la Corte portuguesa.
Así, a comienzos de 1821, se instituyeron Juntas de Gobierno
Constitucional en Bahía, Maranhão y el Grão Pará. En abril de
ese año, Juan VI decidió su retorno a Portugal, quedando Pedro
de Alcántara, su primogénit, a cargo de la regencia.
Las Cortes portuguesas prosiguieron la presión sobre el
Brasil, exigiendo a Pedro que retornara a Lisboa. Sin embargo,
luego de diversos enfrentamientos, incluso militares en distin-
tas regiones del país entre portugueses y grupos defensores de
la autonomía brasileña (los más cruentos, ocurridos en Salvador
de Bahia), “Eu fico”, pronunció el príncipe regente el 9 de ene-
ro de 1822. Así, en una decisión contraria a las órdenes de las

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Cortes, el regente decidió quedarse en el Brasil adhiriendo a la
causa del país. El Dia do Fico, como fue conocida posteriormente
la fecha, desató en los hechos el proceso que, luego de diversos
enfrentamientos, concluyó con la Independencia del Brasil que,
declarada el 7 de septiembre de ese año, disolvía el Reino Unido
de Portugal, Brasil y Algarve e instituía el que en adelante sería
llamado Imperio del Brasil89, con Pedro I como su primer empe-
rador, a la cabeza90.
El año de 1825, la Provincia Oriental (el territorio que hoy
comprende a la República Oriental del Uruguay y a una parte
del estado brasileño de Rio Grande do Sul), en poder del Brasil
como Provincia Cisplatina desde 1821, fue ocupada por fuerzas
militares de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Ello dio pie
a una guerra entre estas y el nuevo Imperio del Brasil que solo
concluyó en 1828 a través de un acuerdo que dispuso la inde-
pendencia de la provincia y que, para el Brasil implicó un grave
daño a la imagen interna del emperador Pedro I –si bien consi-
guió mantener el control sobre la Região das Missões (Misiones
Orientales), al oeste del Rio Grande do Sul y al este y sudeste de
la actual provincia argentina de Misiones–, y, por contraparte, a
la reputación de los líderes gaúchos del sur, que años más tarde
encabezarían revueltas independentistas en esa parte del Imperio,
particularmente en Rio Grande entre 1835 y 1845 (la llamada
“Guerra de los Farrapos”). En medio de una crisis política debida
al desprestigio que había ido acumulando el emperador, tanto
por su lealtad y preocupación excesiva –según se consideraba–
por el trono portugués (luego de la muerte de su padre, la corona
se hallaba en disputa entre su hija María y su hermano Miguel),
como por su excesivo autoritarismo, el 7 de abril de 1831, Pedro

89 La independencia fue reconocida por Portugal mediante el “Tratado de Rio


de Janeiro”, el 29 de agosto de 1825, gracias a la mediación de Gran Bretaña.
A cambio, Portugal obtuvo la condición de “nación más favorecida” en las
transacciones comerciales y una indemnización monetaria.
90 El 1 de diciembre de 1822 Pedro fue coronado como Pedro I, primer empera-
dor del Brasil.

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I abdicó en pro de su hijo pequeño, Pedro de Alcántara, que
había nacido cinco años antes en el Brasil. Debido a que su corta
edad no le permitía ejercer las funciones regias, se constituyó
una regencia que tuvo una duración de nueve años, hasta 1840.
Este período, llamado de “experiencia republicana”, comenzó,
como lo preveía la Constitución de 1824, ese mismo año con tres
miembros. Contó con representantes del grupo liberal, conserva-
dor y de los militares, que expresaban a las principales tendencias
políticas dominantes en el país; estos deberían convocar a elec-
ciones para escoger la definitiva Regencia Trina. En la práctica,
durante esos años, los distintos grupos políticos se enfrascaron en
permanentes disputas que anticiparon la instalación de Pedro II
como emperador. Asi, el parlamento adelantó la declaratoria de
mayoría de edad del joven quien, contanto a los 15 años, el día
23 de julio de 1840, juró sobre la Constitución como emperador
del Brasil.
El nuevo monarca dirigió por casi sesenta años, hasta finales
del siglo, en 1889, un régimen político de monarquía parlamen-
taria constitucional. El sistema político estaba conformado por
un Consejo de Ministros, un Senado Imperial, una Cámara de
Diputados, y dos partidos políticos fundamentales, el Liberal y
el Conservador91. Para las elecciones, el emperador solicitaba a

91 La primera Constitución del Imperio estableció, en 1824, una Asamblea Ge-


neral Legislativa, compuesta por un Senado Imperial de 50 miembros, de
mandato vitalicio, y que debían cumplir con las codiciones de ser nacidos
en el Brasil o naturalizados, la edad mínima de 40 años, y poseer una renta
mínima de ochocientos mil reais. Cada senador representaba a las provincias
y era nombrado por el emperador de entre una nómina de tres candidados
elegidos antes en las provincias a través de votación indireta y por mayoría.
Asimismo, la Cámara de Diputados estaba conformada por 102 integrantes
escogidos en elecciones indirectas. En 1847, el emperador Pedro II creó el
Consejo de Ministros, órgano que asumiría la función ejecutiva y de consejo
gubernamental, estableció, asimismo, el cargo de presidente del Consejo de
Ministros, que sería nombrado por el emperador para ejercer la conducción
ejecutiva. El presidente del Consejo, nombraría, a su vez, su gabinete minis-
terial (que debía ser ratificados por el Parlamento). Existía además un poder
judicial. El Emperador constituiría el poder moderador.

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un miembro de alguno de los partidos que formara gobierno y
el otro partido se constituiría en la oposición legislativa durante
el período. La cantidad de personas que votaba representaba una
parte ínfima de la población: hacia el final de la Monarquía era
un poco más de 1,5% del total (Viotti da Costa 300). Esta mo-
dalidad exigía al monarca sostener una actitud de relativa impar-
cialidad y objetividad; fue lo que se llamó el “poder moderador”
del emperador. La Carta constitucional de 1824 había concedido
enormes privilegios al monarca, entre ellos: poder para nombrar
senadores, para disolver la Asamblea General, para otorgar fuerza
de ley a decretos y resoluciones de esa Asamblea, para nombrar
obispos, suspender a los magistrados, entre otros, y cuestiones
menores pero significativas para las élites, tales como conceder
títulos, honras, órdenes militares, distinciones, etc.92. Sin embar-
go, lo que también se ha llamado el “poder personal” del monar-
ca, esto es, su disposición a la intervención directa en la política,
ha sido discutido por la historiografía contemporánea. Emilia
Viotti da Costa ha mostrado cómo en la realidad la propia Car-
ta constitucional limitaba el poder y cómo, con el tránsito del
Imperio, fueron restringiéndose las prerrogativas del monarca;
y, por otra parte, tampoco el propio emperador Pedro II habría
tenido una actitud particularmente intervencionista:

El Emperador raramente hizo valer su voluntad en los asuntos


de envergadura nacional. Quien de hecho controló la política
del Imperio fueron las oligarquías que se hacían representar en el
Consejo de Estado, en las Asambleas Legislativas Provinciales, en
las Cámaras de Diputados, en el Senado, en los Ministerios, los
cuadros de la burocracia pública y de las Fuerzas Armadas. . . La
verdad es que el mecanismo del Poder Moderador, tal como fue
aplicado en Brasil, en vez de resguardar a la Corona y de darle más
fuerza, la colocó directamente en el centro de la lucha política93.

92 Viotti da Costa. Da monarquía à República: Momentos decisivos. 302.


93 Viotti da Costa. Da monarquía à República: Momentos decisivos. 303

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Todo lo cual, por supuesto, volvió a la Corona altamente
vulnerable a las críticas y animosidades de partido cada vez que
tomaba alguna decisión y, sobre todo, en los contextos de crisis
políticas. Sus defensores, como el crítico e historiador Manoel de
Oliveira Lima (1867-1928), alaban el régimen brasileño y al em-
perador contra los regímenes del continente que llaman pseudo
democráticos: “falsas” democracias sustentadas en palabras más
que realidades, “grandes ilusiones románticas, en breve tiempo
rebajadas a siniestras y sórdidas tiranías”94, les califica Oliveira
Lima, y agrega:

‘Democracia coronada’ le llamó Mitre... El Brasil-Imperio sirvió


entonces de modelo a esas repúblicas progresivamente circunspec-
tas, pues en ninguna parte en la América, ni en el mismo Estados
Unidos, desde ciertos puntos de vista, las franquicias fueron ma-
yores ni el sentimiento democrático más intenso. El viajero cono-
cido por el nombre de barón Hubner tenía perfecta razón cuando
escribía que el Brasil le parecía un Imperio republicano y Chile
una República imperial. Precisando los términos diríase mejor tal
vez que el Brasil de aquel tiempo era un Imperio democrático y
Chile una República aristocrática95.

Y frente a las acusaciones de poder personal, sus panegiristas


destacan la posición imparcial de Pedro II, del que José de Alen-
car dijo: “el poder moderador es el yo nacional, la conciencia
ilustrada del pueblo”96.
Como he señalado arriba, el poder del Imperio estaba con-
trolado por los hacendados del complejo agroexportador de la
época, que se basaba en el régimen de trabajo esclavo. En la pri-
mera parte del siglo XIX la expansión cafetalera impulsó a los
llamados “barones del café” a la primera línea del poder, que

94 Oliveira Lima. Formação histórica. 204.


95 Oliveira Lima. Formação histórica. 204.
96 José de Alencar. Cartas ao Imperador (1865), firmadas como Erasmo. Ctd. Por
Oliveira Lima. Formação histórica. 213.

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compartieron con los señores del ingenio azucarero; ambos gru-
pos controlaron la vida política, social y económica del país. El
poder, sin embargo, se fue trasladando en dirección de los pri-
meros y, sobre todo, hacia aquellas regiones donde se habían pro-
ducido más modernizaciones. Es el caso del oeste paulista, que,
sin embargo, se hallaba y se halló siempre infrarrepresentado en
la estructura de poder central monárquico, lo que resultó en una
fuente permanente de descontento de esa parte de la oligarquía97.
Durante el reinado de Pedro II se realizaron diversas moder-
nizaciones en función, fundamentalmente, de beneficiar a estos
centros productivos y al comercio internacional: la construcción
de líneas férreas, la sustitución de barcos a vela por los de vapor,
la modernización de los ingenios de azúcar, al igual que de las
haciendas de café del oeste paulista; los primeros pasos de una
industrialización capitalista: la creación de una estructura finan-
ciera, la multiplicación de los mecanismos de crédito, la urbani-
zación de algunos sectores y la incipiente creación de un mercado
interno98, que dieron otra faz al Brasil del final de la Monarquía.

La abolición de la esclavitud
Buena parte del andamiaje institucional político y cultural
del Imperio del Brasil se consolidó hacia el último cuarto del
siglo XIX, que vio a una sociedad “moderna” dividida socialmen-
te en dos grandes grupos: hacendados (generalmente ubicados
en las ciudades-puerto) y esclavos y plebeyos libres (trabajadores
de hacienda, peones, aparceros pobres, sirvientes, etc.) y, entre
ambos, una tímida fracción intermedia de profesionales libera-
les, pequeños comerciantes y empleados públicos, todo ello en
un orden tradicional “derivado de una sociedad latifundista que

97 Al final del período, hubo incluso intentos directamente separatistas, se habló


de “Patria Paulista”. Viotti da Costa. Da monarquía à República: Momentos
decisivos. 315.
98 Viotti da Costa. Da monarquía à República: Momentos decisivos. 304-305.

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producía cultivos para el mercado tradicional” (Needell 25-26).
La política monárquica estaba aún dominada incontrarrestable-
mente por los fazendeiros esclavistas o sus hijos educados en pro-
fesiones liberales. Fueron ellos los que impulsaron las reformas
modernizantes a mediados del siglo99.
La abolición de la esclavitud se dio en un proceso contra-
dictorio y tensionado que no es posible de explicar por la simple
oposición tradición/modernidad. Los discursos nacionalistas se
pusieron en función tanto de la eliminación de la trata como
de su disolución lenta. Así, la aprobación de la ley Eusébio de
Queirós, que en 1850 dio el primer paso en el proceso de la
abolición al poner fin al tráfico negrero transatlántico, muestra
cómo la presión inglesa supuso, a la vez que un impulso al fin de
la institución, en un movimiento contrario, una fuente de resis-
tencias a la eliminación de la trata de esclavos –resistencias que se
concentraron desde entonces en el argumento de la soberanía na-
cional–. La permisiva actitud posterior para con el tráfico ilegal,
probablemente estuvo fundamentada en la discutida legitimidad
de una ley que no parecía responder ni al interés ni tampoco a
la convicción de las oligarquías100. Al lado contrario, el hecho de
que las grandes fortunas formadas al amparo del comercio ne-
grero fuesen mayoritariamente portuguesas, resultó en el origen
de la vertiente nacionalista proclive a la abolición; como afirma

99 Las reformas, sobre todo se desarrollaron entre los años de 1851 y 1855 cuan-
do se crearon las Sociedades Anóninas, se funda el segundo Banco de Brasil;
se funda el Banco Rural e Hipotecario (1853); se expande el sistema de crédito
bancario; se inaugura la primera línea telegráfica en Río de Janeiro (1852); se
inaugura el trayecto de la primera línea ferroviaria del país (14,5 kilómetros
entre el puerto de Mauá y la estación de Fragoso; y en 1855 comienza la
construcción de la segunda línea de ferrocarril, que ligaría la Corte de Rio de
Janeiro con São Paulo. Buarque de Holanda. Raízes do Brasil. 74.
100 El agresivo intervencionismo inglés para la eliminación de la trata, que llegó
a interceptar navíos brasileños dentro de los puertos del Brasil, generó argu-
mentos a los resistentes al fin del tráfico. El mercado ilegal se desarrolló de tal
forma extensiva después de la aprobación de la ley, que se constató incluso un
crecimiento del tráfico interno de esclavos, sobre todo entre Rio de Janeiro y
São Paulo.

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Sérgio Buarque de Holanda: el nativismo lusófobo fue una pon-
derable influencia para su eliminación (Raízes 61).
Una civilización de raíces rurales había predominado en el
Brasil hasta el momento de la abolición, que representa, para el
país, el verdadero marco divisorio entre dos épocas. Pues, como
sabemos, la modalidad de la explotación colonial había perma-
necido intacta luego de la Independencia; en palabras de Roberto
Schwarz: “el señor y el esclavo, el latifundio y los dependientes,
el tráfico negrero y la monocultura de exportación permanecían
iguales, en un contexto local y mundial transformado”101. En
efecto, el estatuto colonial del trabajo había pasado a fortalecer
un régimen de explotación tradicional, siendo así que la esclavi-
tud representaba “desde el ángulo práctico, una necesidad con-
temporánea; desde el ángulo afectivo, una presencia tradicional, y
desde el ángulo ideológico, una abyección arcaica”102. Abyección
que estaba en función del proceso de acumulación político y eco-
nómico de las nuevas élites, sin embargo, y que fundamentaba
justamente lo absurdo de la formación social brasileña que, en
su entrada a la modernidad, se fundaba en modalidades sociales
condenadas por esa modernidad, y lo hacía, tal como lo muestra
Schwarz, en la forma de la contravención de sus principios decla-
rados, y de la impropiedad: “sirva una observación de Luiz Felipe
de Alencastro, según el cual el nuevo gobierno, cuando negocia-
ba el reconocimiento diplomático de la Independencia, obtenía
la legitimidad externa mediante promesas abolicionistas, y la in-
terna mediante garantías a la continuidad de la esclavitud”103.
El Reino Unido había proscrito la trata de esclavos en su
territorio en 1807, y en 1833 abolía la esclavitud en sus colonias
(a través de la Slavery Abolition Act). Todo ello, en su dimensión
económica, con el fin de aumentar el potencial de consumo in-
terno de las mismas a través del trabajo asalariado; una situación

101 Schwarz. Um Mestre na perifería do capitalismo. 36.


102 Schwarz. Um Mestre na perifería do capitalismo. 37-38.
103 Schwarz. Um Mestre na perifería do capitalismo. 49.

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que en un principio provocó una disminución de la capacidad
exportadora de materias primas de dichas colonias. Teniendo en
cuenta que Brasil exportaba los mismos productos que las colo-
nias inglesas, que la mano de obra esclava en el Brasil al no recibir
un salario no participaba del mercado de consumo de los pro-
ductos manufacturados ingleses, y que los esclavos constituyan
más del 60% de la población brasileña en el inicio del siglo XIX,
Brasil pasó a ser considerado como un competidor en potencia
por el gobierno británico. Pero Inglaterra entendía que era impo-
sible que Brasil eliminase de forma inmediata la esclavitud, por
ello actuó por etapas. Así, en 1810 se dio el primer paso al firmar
un tratado con la entonces metrópoli, Portugal, que le imponía
a esta última una restricción a la captura de esclavos sólo en el
territorio de sus propias colonias africanas (en ese momento An-
gola, Mozambique y Guiné-Bissau). Luego, en 1815 se logra la
prohibición del tráfico de esclavos por el territorio al norte de la
Línea del Ecuador. Sin embargo, aunque ya en 1831 el imperio
del Brasil había declarado la libertad de todos los esclavos que
desembarcasen en territorio nacional, ni esta ni las anteriores de-
claraciones y acuerdos tuvieron un cumplimiento efectivo. Aún
cuando la operación constante de Inglaterra contra los navíos
negreros en alta mar afectó notoriamente el tráfico, entre 1820 y
1845 se estima que siguieron ingresando al país sudamericano al-
rededor de veinte mil personas esclavizadas por año. En realidad,
todavía en 1870 eran pocos las y los brasileños que se oponían
abiertamente a la esclavitud.
El emperador no tenía esclavos, y en su parecer personal era
opositor a la esclavitud, sin embargo, su propio poder (económi-
co y político) se basaba en el respaldo de los hacendados esclavis-
tas. A pesar de ello, sabía que la esclavitud sería eliminada, y en
1850 realizó su primera intervención pública en dirección de la
declaración de ilegalidad de la trata interatlántica104. Una ley para

104 El fin del tráfico transatlántico de esclavos tuvo lugar entre 1850-52. Needell.
Belle époque tropical. 27.

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poner fin a la esclavitud de las y los hijos nacidos de esclavas fue
planteada en el Parlamento a proposición del emperador en los
años sesenta, mas su discusión fue pospuesta debido a la guerra
con el Paraguay. Pedro II fue severamente criticado cuando en
su discurso del año 1867 solicitó la abolición progresiva de la
esclavitud. La Ley de Vientre Libre fue promulgada igualmente
cuatro años más tarde, en 1871105.
A partir de la Guerra del Paraguay (1868-70), los centros
urbanos brasileños habían pasado a convertirse de grandes empo-
rios en centros políticos y culturales; la esclavitud se veía cada vez
en mayor dificultad, y emergía el discurso político abolicionista.
Será desde esa década de 1870, cuando el Estado efectivamente
decida la fiscalización del comercio de esclavos, que la carencia
de mano de obra esclava comienza a impactar en su sustitución
por mano de obra asalariada. Es desde esa fecha en adelante que
se desarrollaron, asimismo, con mayor intensidad las políticas de
subvención pública a la inmigración europea, sobre todo italiana
y alemana: “Con la supresión del tráfico negrero, se dio, en ver-
dad, el primer paso para la abolición de barreras para el triunfo
de los mercaderes y especuladores urbanos, mas la obra comen-
zada en 1850 solo se completará en 1888”106.
En 1880 se produce la creación de la Sociedade Brasileira
Contra a Escravidāo, a iniciativa de Joaquim Nabuco y José do
Patrocínio. Con ella se inicia la campaña abolicionista, a la cual
se sumarán sobre todo los grupos medios urbanos profesionales,
liberales y positivistas. Líderes del movimiento fueron el abogado
Luis Gama, exesclavo, y Joaquim Nabuco. Entre otros destacó
la importante influencia de la poesía antiesclavista de Antônio

105 La ley otorgó libertad a los hijos de esclavos nacidos a partir de la fecha de
promulgación (28 de septiembre de 1871), aunque aquellos continuaban bajo
la tutela de sus dueños hasta cumplir los 21 años de edad, lo que extendía en
los hechos su situación servil hasta al menos 1892 o más allá, estructurando
así las trayectorias vitales de toda esa generación de descendientes de africanos
en el Brasil.
106 Buarque de Holanda. Raízes do Brasil. 78.

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Frederico de Castro Alves (1847-1871). El primer triunfo de la
Sociedad fue la promulgación de la “Ley de los Sexagenarios”
(“Ley Saraiva-Cotegipe”) que, en 1885, otorgó la libertad a aque-
llos esclavos que llegasen a los sesenta años de edad.
El abolicionismo fue un movimiento que convocó con gran
fuerza a los sectores medios, pues dentro de las élites no tuvo
un respaldo transversal; por el contrario, los republicanos, por
ejemplo, no fueron todos abolicionistas, sobre todo los paulistas
cuidaron mucho no dividir sus fuerzas en torno a la cuestión de
la esclavitud teniendo como tenían, influjo y apoyo importante
de sectores latifundistas107. A diferencia de ellos, el otro sector
liberal, sobre todo vinculado a Rio de Janeiro, conformado por
nuevos empresarios y por aquellos bacheréis108 en busca de es-
pacios en el aparato del Estado, desarrolló la idea de un “nuevo
Brasil”, cuyo sistema político debía seguir el derrotero trazado
por el republicanismo noratlántico, francés y estadounidense,
garantizando la libertad de negocios, la industria y la movilidad
social. Así, como ha afirmado Sérgio Buarque de Holanda, fue
el movimiento abolicionista, más que el republicanista, el que
construyó el gran cisma que comenzó a cambiar la fisonomía del
Brasil. En palabras de Needell, a diferencia del republicanismo,

...el abolicionismo atrajo hasta el último momento (aunque por


las razones más oportunistas) y casi de forma exclusiva a elementos
urbanos (de todos los estratos sociales, pero sobre todo de la clase
media), porque hacía mella en algo mucho más arraigado que la
monarquía: era un golpe certero a los propios cimientos de la cen-
tenaria estructura rural, dominada por las viejas y las nuevas élites
latifundistas109.

107 Sector que, con acceso a la élite económica agroexportadora, se posicionó rá-
pidamente al poder en el período republicano, siendo que el momento previo
estuvo dominado por los ideólogos, sobre todo cariocas. Needell. Belle époque
tropical. 30.
108 Se refiere literalmente a los licenciados de profesiones liberales, sobre todo en
áreas del Derecho.
109 Needell. Belle époque tropical. 32.

78

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El abolicionismo, que de esta manera amenazaba al orden
establecido (algunos de los planteamientos abordaban la reforma
económica, social y electoral), tuvo su impulso más decisivo en
la última década del Imperio, en que se organizó desarrollando
líneas de difusión e iniciativa legales e ilegales. Y su triunfo, el del
abolicionismo, se entendió, por lo tanto, como un triunfo de la
modernidad frente a la estructura tradicional: “Hacia fines de la
década de 1880, la abolición de la esclavitud aparecía en el hori-
zonte como el triunfo de un fragoroso movimiento urbano sobre
las élites agrarias cada vez más fracturadas”110, las que, a su vez,
fueron abandonando, sucesivamente, la causa esclavócrata toda
vez que vieron amenazado el orden por la imagen de la revuelta
social, en una proyección, como ha apuntado Hebe Mattos, de
paranoia señorial111.
Las manumisiones se habían multiplicado durante la se-
gunda mitad del siglo XIX, y ello pasaba no solo por la pérdida
de legitimidad de la institución esclavista, sino también por los
costos, que los señores, medrosos por las reacciones de sus escla-
vos (fugas, cada vez más recurrentes), querían conjurar (Mattos
280)112. Fue solo entonces que aceptaron la posibilidad del re-
emplazo esclavo por la mano de obra inmigrante europea. Fue
en esta coyuntura “de división y capitulación de la élite en un
ambiente galvanizado por la amenaza de insurrección social”113,
que se llegó al año de 1888, con la promulgación de la llamada

110 Needell. Belle époque tropical. 32.


111 Mattos. “Laços de família e direitos no final da escravidão”. 276.
112 Apunta Mattos: “La defensa de las manumisiones en masa […] buscaba res-
catar [por parte de los señores] la ascendencia moral sobre sus cautivos, en es-
pecial en las áreas esclavistas menos tocadas por el tráfico interno. Los que las
defendían confiaban no solo en la gratitud de los libertos, sino sobre todo en
la fuerza de los lazos comunitarios y familiares entre los cautivos para mante-
nerlos, si no en las haciendas, por lo menos en la región. Se basaban, así, en un
saber señorial sobre los libertos que procuraban usar para recuperar el control
de la situación”. Mattos. “Laços de família e direitos no final da escravidão”.
284.
113 Needell. Belle époque tropical. 34.

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Ley Áurea, que abolía la esclavitud en el Brasil. Las demandas
sociales y económicas mayores que había abierto el movimiento
quedarían, sin embargo, pospuestas.

El republicanismo
Por otra parte, la emergencia de centros urbanos ligados a
la expansión de la explotación cafetalera –São Paulo, el más rele-
vante– y la insatisfacción de sus élites por las recargas impositivas
y por la intromisión imperial en sus asuntos locales sin un reco-
nocimiento en el acceso a cargos públicos, así como la presión
de los bacharéis, nuevos sectores medios ilustrados a quienes la
lógica endogámica de reproducción del poder institucional di-
ficultaba el acceso a los ambicionados cargos de la burocracia
imperial, abrió el paso al republicanismo.
La crisis de la monarquía constitucional se desató a par-
tir de un incidente ligado a la guerra del Paraguay en el cual el
emperador privilegió el apoyo a la fracción conservadora (que
dominaba su Consejo de Estado) para el recambio de un cargo
ministerial sustentado a la fecha por un liberal progresista; la Cá-
mara se opuso a la decisión, ante lo cual el emperador decretó su
disolución, lo que fue leído por los liberales como un golpe de
Estado114 y a partir de ese momento no cejaron en la crítica a las
instituciones del régimen imperial. Por otra parte, el propio em-
perador había asumido una actitud cada vez más desentendida
respecto del reinado; quizás, convencido de la inevitable caída de
la monarquía (la muerte de sus hijos y la ausencia de un heredero
varón, sumada al deterioro creciente de su salud desde los años
ochenta, probablemente pesaron en un juicio así), prestaba más
atención a sus lecturas y viajes personales.

114 El incidente involucró al antiguo favorito, el extremo conservador Luis Alves


de Lima, duque de Caixas, que comandaba las fuerzas contra el Paraguay.

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En 1870, una de esas fracciones liberales presentó el “Mani-
fiesto Republicano”, que exigía el fin inmediato de la monarquía.
Al mismo tiempo, se había producido la “Cuestión religiosa”,
conflicto en el cual el gobierno, denegando como anticonsti-
tucional la regla católica que impedía tener hermandades en la
Iglesia (en este caso, de la masonería), apresó a algunos obispos,
generando con ello la denuncia de intervencionismo por par-
te de la institución religiosa. La crisis dividió las opiniones no
solo entre Iglesia y gobierno, sino al interior de la propia Iglesia,
donde había muchos masones. Pero la propia sociedad brasileña
no poseía una adscripción clerical muy acendrada, de hecho, los
propios planteamientos de la propaganda antimonárquica eran
secularizantes y en muchos casos anticlericales. La Iglesia, ade-
más, se había mantenido distante de la idea de la abolición de
la esclavitud, por lo cual no representaba una fuerza “progresi-
va”. Lo único evidente es que el conflicto le restó algunos apoyos
eventuales a Pedro II.
Los grupos militares positivistas fueron nuevamente funda-
mentales en el desarrollo del republicanismo y de la crisis que pro-
pició la instalación del nuevo régimen. Los militares poseían las
escuelas más avanzadas en la práctica y la educación científica, y
congregaban sobre todo a hijos de grupos medios que no tenían
espacios en la institucionalidad monárquica, pero que luego de la
Guerra del Paraguay habían desarrollado ánimos mesiánicos y eran
fervientes animadores de la idea republicana. Bajo el liderazgo de
republicanos convencidos como Benjamin Constant Botelho de
Magalhães (1833-1891)115, no fue difícil que, sobre todo entre los
oficiales de rango medio y bajo, prosperara la “mística de salvación

115 Desde 1850, en la Escola Militar, la Escola de Marinha y la Escola Politécni-


ca, así como el Colégio Pedro II y la Escola de Medicina fueron comunes las
disertaciones positivistas. Fue eso sí desde la muerte de Comte, en 1857, que
su influencia se hizo sentir de manera más fuerte en quien en el Brasil fuese
su mayor discípulo: Benjamin Constant Botelho de Magalhães, quien va a
evolucinar desde el positivismo científico al social y religioso. Monteiro de
Barros Lins. História do Postivismo no Brasil. 54.

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nacional”, que los llevó a encabezar el derribamiento de la Monar-
quía con la convicción de que eran ellos, no los “casacas” (civiles),
los únicos capaces de reformar un sistema que consideraban co-
rrupto, venal y falto de sentido patriótico116.
El 30 de junio 1887, Pedro II realizó un viaje a Europa para
tratar sus enfermedades, e Isabel quedó a cargo del Imperio. Es-
tando en Italia, el monarca estuvo a punto de morir y luego se
enteró de la abolición de la esclavitud; enseguida emprendió viaje
de retorno al Brasil, al cual arribó el 22 de agosto de 1888, siendo
recibido con algarabía popular. Sin embargo, el cambio que im-
ponía la Abolición le había atraído la oposición de los hacenda-
dos ricos, sobre todo los poderosos productores de café, especial-
mente los de São Paulo. El gobierno tomó medidas: les extendió
los créditos y concedió títulos y honores a algunos influyentes.
Era evidente su debilidad. Intentó, asimismo, la revitalización de
la Guardia Nacional, lo cual enardeció los ánimos en el ejército.
Entonces, las fracciones republicanas acudieron en solicitud de
un golpe de Estado que acabara con la monarquía: ello se efectuó
el 15 de noviembre de 1889 sin ninguna respuesta represiva por
parte del emperador que, desde ese momento, se retiró de la es-
cena política brasileña y abandonó el país con destino a Europa.
El ejército se unió entonces al republicanismo radical de Rio
de Janeiro y, luego, también al moderado, y junto a la parte de la
oligarquía que ya se veía ofuscada por la cerrazón de la elite im-
perial (entre ella, como decíamos, sobre todo la paulista, que se
asumía en desmedro respecto de la antigua elite carioca que, para
ellos, solo profitaba de la expansión económica de São Paulo),
consideraron que el régimen debía llegar a su fin. Ello, mientras,
por otra parte, la propia base de apoyo de la monarquía, cons-
tituida por sectores que “no solo habían perdido a sus esclavos .
. . sino que los habían perdido cuando el café que producían se
hallaba en marcada decadencia”117, se hallaba sin capacidad de

116 Viotti da Costa. Da monarquía à República: Momentos decisivos. 322.


117 Needell. Belle époque tropical. 37.

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acción, en completa declinación luego del fin de la esclavitud. La
crisis general se hizo evidente. Y el 15 de noviembre de 1889, la
alianza republicana entre los radicales y los militares derrocó a los
ministerios y al trono.
No hubo algarabía popular. La instalación más bien prag-
mática de la República contrastaba tanto con el otro gran acon-
tecimiento que había sido, el año anterior la Abolición (cuando
miles de personas se movilizaron por las calles de las principales
ciudades), como con la positiva animosidad popular hacia la fi-
gura de Pedro II. Tan solo dos años más tarde, el 5 de diciembre
de 1891, Pedro II moría en París, solitario y en condiciones mo-
destas y, a pesar de que el nuevo gobierno brasileño no realizó
una manifestación oficial, los grupos populares manifestaron su
duelo por el emperador expatriado, cuya figura paternal siguie-
ron glorificando (sobre todo, las personas de ascendencia africa-
na, para quienes Pedro II representaba la emancipación).
Estos son los hechos ocurridos, mas las interpretaciones de
las causas de la coyuntura son diversas, dependiendo de la visión
del intérprete. Si para un historiador como Francisco de Oliveira
Viana (1883-1951) en O Ocaso do Império (1925), la instalación
de la República no fue más que un golpe militar, propiciado so-
bre todo por la crisis al interior del propio grupo monarquista,
un infeliz accidente histórico propiciado por los hacendados mo-
lestos por la abolición unidos a los militares ideologizados; en
la orilla contraria, para las versiones republicanas de la época,
la caída de la monarquía tuvo como causa el agotamiento de
la estructura política, inhábil para dar respuesta a las crecientes
expectativas democratizantes: los abusos del poder del monarca,
la excesiva centralización, la mantención del sistema de senado-
res vitalicios, etc. Para algunos de estos últimos, los positivistas
en particular, la República era incontenible, pues hacía parte del
proceso mismo de evolución natural del Brasil.
En la época de la Abolición circuló profusamente la idea de
que el decreto de la Ley Áurea sería la perdición de la monarquía.

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Para Emilia Viotti da Costa, sin embargo, aunque ambos suce-
sos, Abolición y República, corresponden a la misma realidad,
son manifestación de las inadecuaciones institucionales frente a
los profundos cambios que venían sucediéndose en la estructura
económica del país. Así, para la autora:

La nueva oligarquía, que se formaba en las zonas pioneras y diná-


micas, donde se modernizaban los métodos de producción, asu-
miría el liderazgo con la proclamación de la República Federativa
que vendría a realizar los deseos de autonomía que el sistema mo-
nárquico unitario y centralizado no satisfacía118.

A la vez, la abolición había dado el tiro de gracia a la es-


tructura colonial de economía y trabajo. Con ello, el grupo más
afectado no era el de los hacendados “modernizantes”, sino jus-
tamente el de hacendados vinculados al modo tradicional de
producción, un área decadente de la economía, pero que seguía
constituyendo el sostén de la monarquía. La Abolición fue, en
efecto, por tanto, el comienzo del fin de una institucionalidad
política que no había sabido reconstruir sus alianzas y basamen-
tos y adecuar su organización (por ejemplo, incorporando nuevas
capas sociales, descentralizando el gobierno119) en las nuevas con-
diciones. Y fue, a la vez la condición para el recambio de la élite
más modernizante, que ya había comenzado a asumir el trabajo
asalariado libre y cuyas necesidades eran las de un mayor apoyo a
través del crédito y poder político.
Con la caída de la monarquía se instaló la Primera Repú-
blica –luego será conocida como Republica Velha– que fundó los
Estados Unidos de Brasil. También conocido como República de

118 Viotti da Costa. Da monarquía à República: Momentos decisivos. 297.


119 Ya en un discurso en la Cámara de diputados, en 1885, Joaquim Nabuco
señalaba la conveniencia de que fuese la Monarquía la que llevara a cabo la
descentralización a través de la federalización. Si ello no ocurría, se corría el
peligro de alimentar ideas separatistas. Una Monarquía federal era su proposi-
ción. Viotti da Costa. Da monarquía à República: Momentos decisivos. 311.

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las Oligarquías, el regimen estuvo marcado por gobiernos vin-
culados al sector agrario, los cuales se mantenían en el poder
en forma alternada. República del Café com Leite, se nombró al
período en que el poder político brasileño estuvo controlado por
las élites financieras y comerciales del estado de São Paulo y de
Minas Gerais. São Paulo, como región especializada en la pro-
ducción masiva de café para el mercado mundial, mientras la
riqueza de Minas se basaba en el ganado vacuno para la produc-
ción de leche y sus derivados. El Café com Leite, fue el dominio
dual combinado de las oligarquías de ambas regiones sobre la
política nacional, dominio que solo fue roto más adelante, con
la Revolución de 1930 que marcó el fin de la Primera República.
Desde la perspectiva política, la República Velha puede ser
dividida en dos grandes momentos: la República da Espada, entre
1889 y 1894, y la República Oligárquica, entre 1895 (o 1898,
cuando los militares se alejan de la política, y se abre el período
llamado de Política dos Governadores con Campos Sales, entre
1898 y 1902) y 1930.
Se llamó República da Espada al período iniciado por el Go-
bierno Provisional, que va de 1889 a 1891, que se instituye inme-
diatamente después de la caída de la monarquía y es conducido
por el grupo militar. Manuel Deodoro da Fonseca (1827-1892)
fue el líder militar que encabezó este gobierno, que comenzó rá-
pidamente la creación de las leyes de la nueva estructura política.
En 1890, sin embargo, estalló la llamada Crisis do Encilhamen-
to120, una burbuja económica que condujo finalmente a una crisis
económica caracterizada por la alta inflación y especulación. En
su función económica principalmente agroexportadora hacia el
centro del Atlántico Norte, la economía brasileña era altamente
sensible a las fluctuaciones internacionales, tanto a los ciclos de

120 La palabra encilhamento proporciona algunos indicios del modo en que perci-
bieron la época sus coetáneos: el término, tomado de la jerga de los hipódro-
mos, y que pasó casi de inmediato al uso corriente, designaba la ensilladura
del caballo antes del tiro de largada. Needell. Belle époque tropical. 41.

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cosechas, como a los precios internacionales de sus cultivos. El
fin del régimen esclavista había afectado la posibilidad de conse-
guir los créditos necesarios (también proporcionados por las eco-
nomías noratlánticas) para sostener la explotación (los hacenda-
dos proporcionaban su patrimonio de esclavos como prenda de
crédito). Por otra parte, sin industrialización, Brasil importaba
–con ese crédito– los bienes manufacturados para la producción
agrícola; para ello, en la última fase del Imperio se había desarro-
llado una política de ampliación de las emisiones monetarias. El
primer año de la República, el ministro Rui Barbosa continuó
con esta política, que generaba más y más especulación121.
Por otra parte, el bloque social y político que había impulsa-
do la República mostró pronto su débil amalgama. Así, entre los
años de 1890 y 1894 se desarrolló una encarnizada lucha por la
conducción del gobierno y del Estado entre las élites latifundistas
y los grupos urbanos; ello, en el contexto de puesta en marcha
de la configuración de una nueva estructura de poder descentra-
lizada, que ya se anunciaba, y que sería plasmada en la Consti-
tución Federal promulgada el año 1891. Como en un principio
el gobierno republicano era poco más que una dictadura militar,
una Asamblea Constituyente creó la nueva Constitución, que fue
promulgada en 1891, y eligió a Manoel Deodoro Fonseca (1827-
1892) para la presidencia y a Floriano Vieira Peixoto (1839-
1895) para la vicepresidencia para un período de 4 años122.
La Constitución de 1891 reforzó el poder del coronelismo
como expresión política de los grandes propietarios locales123,

121 Needell. Belle époque tropical. 39.


122 El 25 de febrero de 1891, por el Congreso Nacional, convocando a elecciones
directas para el año 1894.
123 Se denomina “coroneles” a aquellos propietarios rurales que controlan e
influencian el poder público, social e económico en las ciudades del in-
terior del Brasil. El coronelismo, como fenómeno, “incorpora elementos
del caciquismo [mandonismo] local […] pero se realiza en una trama que
conecta a coroneles, gobernadores y la Presidencia de la República”. Prieto.
“Coronelismo e campesinato na formação territorial d’Os sertões”. 43. Los
coroneles estaduales y municipales manejaron, además, el sistema electoral

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adoptando nuevos procedimientos de asignación de la tierra que
quedaron de facto en manos de los estados124:

A partir de la Constitución de 1891, la política de demarcación y


control de las tierras públicas estuvo en manos de las oligarquías
locales […] O sea, después de los primeros años de hegemonía mi-
litar y de cierta indefinición política, las oligarquías se articularon
a partir del Estado […] La descentralización fue usada como for-
ma de legitimación. […] En ese sentido, se estaba a la vanguardia
del atraso “modernizando” las estructuras políticas con base en el
tradicionalismo terrateniente125.

La expansión sin precedentes de nuevos negocios basados


en la amplia extensión del crédito duró hasta 1892, cuando se
produjo un inmenso derrumbe de la economía:

En un contexto de consumo suntuario sin precedentes, los noveaux


riches brotaron como hongos. Sin embargo, muchos miembros de
la élite tradicional quedaron con un regusto amargo: habían sufri-
do grandes pérdidas y se habían resentido con la llegada de nuevos
actores. El Encilhamiento pasó a la memoria de la élite y, en conse-
cuencia, a la del público en general, como una época de desarrollo

local, determinando tanto la selección del cuerpo electoral, como el control


de los locales de votación. Se convirtieron de facto en “los ‘grandes electores’
en sus circunscripciones electorales gracias a la inexistencia de la garantía del
voto secreto –lo que facilitaba el llamado ‘voto de cabestro’-” (con voto de
cabestro se refiere al impacto que, debido a este control, poseía el hacendado
sobre el voto de sus peones). Prieto. 47, Nota 14.
124 “Los juristas no reconocieron los territorios étnicamente configurados […]
las tierras ocupadas por indígenas, riberinhos, o comunidades quilombolas
fueron consideradas disponibles. Además de eso, las tierras de propietarios
campesinos, arrendatarios, medieros, residentes en sistema de favor sufrirán
las embestidas de procesos de legalización de los falsos títulos de propiedad de
las tierras [grilagem], además de expropiaciones y violencia”. Prieto. “Corone-
lismo e campesinato na formação territorial d’Os sertões”. 42-43. “Medieros”:
personas que cultivan tierras de otro, con quien dividen sus rendimientos.
125 Prieto. “Coronelismo e campesinato na formação territorial d’Os sertões”. 47.

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quimérico y especulación desbocada en emprendimientos de dudo-
sa integridad, acometidos por embaucadores y charlatanes126.

La política económica de la naciente República quedó mar-


cada con la seña de la quimera y de la corrupción, e inhabilitó los
esfuerzos radicales por instalar el programa republicano.
Fue Floriano Peixoto quien se dio a la tarea de unificar a
esos representantes republicanos (a quienes desde entonces se
les nominó “jacobinos florianistas”); concitó detrás suyo a los
sectores medios urbanos, a militares jóvenes, periodistas y profe-
sionales liberales, quienes identificaron a sus enemigos entre los
representantes políticos, hacendados, especuladores financieros
y grandes comerciantes, entre ellos, sobre todo los empresarios
portugueses. Así, como bien explica Needell: “La lusofobia y el
odio al ancien régime constituían aspectos de un movimiento que
también abrazaba el ideal de un Brasil autoritario, inclusivo, in-
dustrial y moderno” (43). Esas “huestes urbanas” radicales, se
asumieron defensoras de la República y adoptaron una actitud
paranoica frente a cualquier disrupción u oposición interna, a la
que inmediatamente catalogaron de monárquica. El “Mariscal
de Hierro” Peixoto, aglutinó a estos grupos y se transformó en
el líder indiscutido de los sectores medios urbanos que se con-
sideraron representantes del republicanismo popular. Lo que a
la vez le granjeó la animadversión de aquellos republicanos más
“moderados”, miembros de las élites tradicionales que, en torno
a la oposición a su figura, lograron nuevamente aglutinarse, esta
vez en una más sólida convergencia de élites, donde se reencon-
traron tradicionalistas y modernizantes, y que iba a constituir el
germen de la coalición oligárquica que conduciría la que desde
ese momento puede llamarse con propiedad “República Velha”.
Entre 1893 y 1894 el país vivió inmerso en conflictos in-
ternos. Primero fue el estallido de una rebelión en Rio Grande

126 Needell. Belle époque tropical. 41.

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do Sul que derivó en enfrentamiento civil, en 1893, y a la que le
siguió la revuelta de los marinos en Rio de Janeiro, que se enfren-
taron a las tropas republicanas, y luego, durante el año de 1894,
la repercusión pública de la difícil lucha partidaria al interior del
partido de gobierno (separado entre hacendados paulistas que no
habían roto con la antigua élite, sino que representaban solo su
ala más liberal, y grupos medios radicales, los llamados “jacobi-
nos”). Mientras, la demanda de autonomía política y económica
de São Paulo se apretaba y quedaría sellada justamente gracias a
la guerra en Rio Grande do Sul, que exigió a Floriano entregar el
poder para el próximo período a los paulistas, a cambio del apo-
yo defensivo. La elección presidencial que siguió quedó, así, en
manos del hacendado paulista Prudente de Morais (1841-1902)
(presidente desde 1894). Con ello se rubricaba la nueva hegemo-
nía, emergente de la crisis de 1893-94. Los conflictos inmediatos
que se generaron al interior del partido de gobierno, con quienes
consideraban que este traicionaba los principios de la República,
fueron rápidamente concluidos a partir de la muerte de Floriano
Peixoto al año siguiente, en 1895, que, en los hechos, abrió de
manera definitiva el nuevo momento. Este estuvo marcado por el
dominio sin contrapesos de las fuerzas de los dueños de la tierra
en lo que se llamó la “República Oligárquica”, que se extendería
por varios decenios, hasta 1930, expresando la coalición entre los
representantes de las élites tradicionales y las emergentes, agroex-
portadoras, lideradas por São Paulo; alianza de poder de la cual
quedaron excluidos tanto los jacobinos cariocas como los gaúchos
de Rio Grande do Sul127.
En la primera etapa de este dominio, desde 1895 a 1902, los
hacendados retomaron el poder no sin contradicciones.
La guerra en el sertón bahiano de Canudos, desatada des-
de fines de 1896 y extendida por todo el año siguiente, con las

127 El reemplazante temporal de Prudente de Morais en la presidencia, Manuel


Vitorino Pereira, logró una alianza con los radicales, que, a su retorno al po-
der, Prudente desbancó.

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derrotas sucesivas que los enfrentamientos con los jagunços128 in-
fligieron al ejército nacional, impactó en un desprestigio, ya en
esos primeros años, del nuevo régimen. Así, una vez que en el
centro metropolitano se fueron conociendo los reveses del ejér-
cito en Canudos, y azuzada la opinión pública sobre todo por
periodistas y militares “florianistas” que, motivados por su odio
al presidente Morais, le llamaban republicano ‘tibio’ y poco pa-
triota, exacerbando la interpretación de que la revuelta corres-
pondía a un intento desestabilizador de reconquista monárquica,
se producen manifestaciones y actos violentos de protesta contra
el supuesto intento monarquista en las ciudades. De hecho, va-
rios periódicos monarquistas fueron destruidos y sus periodistas
atacados. Este factor, de la crisis y desprestigio del nuevo gobier-
no, junto a otros, como la intención renovada del control sobre
la naturaleza (recursos territoriales) y la mano de obra campesina
del sertón, podría explicar también la desmesurada reacción del
orden político frente a los rebeldes de Canudos.
Durante las operaciones, el despliegue de las fuerzas mili-
tares de la República fue inmenso, desmesurado, pero aún así,
impotente frente a los sertanejos durante la mayor parte de la
campaña. A cargo del ejército estuvieron generales con una triste
experiencia de exterminio, tal como Moreira César, que había
participado por parte del ejército monarquista en la campaña del
Paraguay129.
Finalmente, el ejército tuvo, en el sertón, una victoria pí-
rrica, que casi cuesta la vida al Presidente (en la ceremonia de

128 “Jagunço, palabra de posible origen africano, indicaría al portador de la agu-


jada con punta de hierro, utilizada por los vaqueros, pero transformada en
arma para la lucha”. Walnice Nogueira Galvão. En Da Cunha. Los sertones.
385. Se llamaba también jagunços más ampliamente a los criminales a sueldo
de los poderosos en el Nordeste brasileño. A partir de la obra de Euclides, se
denomina así a los combatientes de Canudos, seguidores del Conselheiro.
129 Reconocido en la represión de la revolución de Rio Grande do Sul, conocido
por el apodo de “Corta-pescuezo”. Walnice Nogueira Galvão. Euclidiana: en-
saios sobre Euclides da Cunha. 31.

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recepción de las tropas provenientes del frente de batalla, Pru-
dente de Morais fue atacado por un miembro de un grupo ja-
cobino radical, que logró herir a tres funcionarios, entre ellos,
al Ministro de Guerra, quien perdió la vida130), pero que este
supo aprovechar posteriormente para reducir toda disidencia
por parte del radicalismo, para asestar un golpe a la influen-
cia política de los militares (ya desvanecida en la desastroza
campaña de Canudos) y para transferir el siguiente mandato
a otro hacendado paulista: Manuel Ferraz de Campos Sales
(1845-1913).
Campos Sales a la cabeza del gobierno, entre 1898 y 1902,
marca el alejamiento de los militares de la política, y la apertura
del período llamado de la “Política dos Governadores” o “Dos
Estados”, en el cual las élites regionales agroexportadoras se afir-
man a la cabeza del poder, del que quedan excluidos los sectores
medios urbanos. Se concreta así un sistema federalista liberal a
cargo de las élites locales regionales. La visión crítica a la políti-
ca económica anterior (caracterizada como de intervencionismo
estatal corrupto) dio paso a la adopción sin amarras del laissez
faire económico –que excluía, en su favor, a los agroexportado-
res, que, contrariamente, recibieron un fuerte apoyo económico
del Estado–. Campos Sales negoció con Rothschild en Londres
un empréstito enorme, con altas tasas de interés a cambio de
diversas garantías económicas. Hubo quiebras industriales y ban-
carias y los más afectados fueron los habitantes de las ciudades.
El Congreso nacional se redujo a ser un intermediario entre el
presidente de la República y los representantes de los estados
provinciales, con lo cual, a la vez, logró intervenir en la elección

130 Diocleciano Martyr, capitán honorario de Ejército y director del diario O


Jacobino, fue acusado como actor intelectual del atentado. El diario fue clau-
surado después de este hecho. O Jacobino, que representaba las posiciones más
avanzadas en la época, y se presentaba como “órgano de defensa del proleta-
riado nacional” fue, sin embargo, uno de los principales responsables de la
elaboración de la imagen de Canudos como movimiento monarquista. Lippi
Oliveira. A Questão nacional na Primeira República. 92-93.

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del nuevo Congreso a través de los gobernadores, representantes
de las oligarquías locales. Con ello se consolidó la derrota que
venían arrastrando los sectores urbanos reformistas. Y el pueblo,
que, en la famosa frase del periodista Aristides Lobo, había asis-
tido “bestializado, atónito, sorprendido” a la proclamación de la
República –muchos aseguraban sinceramente estar viendo una
parada militar, agregaba Lobo131–, fue mantenido nuevamente al
margen y sumado como mano de obra barata a los mejoramien-
tos de las ciudades o al trabajo del campo132.
Es en este contexto que se da inicio a la “Bélle Époque ca-
rioca”, que propuso la vida elegante como corolario del triunfo
de una modernización elitaria y del triunfo político de las clases
tradicionales que aseguraban ahora orden en el progreso; en pa-
labras de Jeffrey Needell: “el final del siglo marca la continuidad
vital, o bien el triunfo, de esquemas que fueron perceptibles du-
rante todo su transcurso” (52).

131 Aristides Lobo. Carta al Diário Popular (18/11/89). Ctd. en Hahner. Relações
entre civis e militares (1889-1898). 49.
132 Asimismo, los sectores civiles que habían participado de la alianza republicana
y que intentaban dar un contenido popular a las ideas republicanas, como
Silva Jardim, Raul Pompéia o Lopes Trovão, fueron marginados del poder por
el nuevo régimen (Pompéia se suicidó en 1895).

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II. La cultura brasileña del
Fin de Siglo

Modernización, literatura e identidad nacional


A mediados de siglo, la literatura brasileña –sobre todo la
narrativa– veía el predominio de la estética romántica que, para
el caso, puede ser caracterizada como de orientación vernácula,
incluso “realista”, puesto que, aunque seguía los modelos euro-
peos (los géneros son principalmente el melodrama y la novela y
el drama históricos), se proponía la misión principal de exponer
el color local, el cual, idealizado, desfilaba en textos en los cuales
el hablante intentaba implicarse lo menos posible para ceder el
espacio a la exposición de aquellas que entendía como genuinas
realidades locales. Es esta una obsesión por lo local que, rendida
ante ese “real”, expresaría el fenómeno subjetivo escritural que
Flora Süssekind ha llamado “la sensación de no estar del todo”133,
y que imponía a los escritores la tarea de restar su presencia para
cumplir el cometido de simplemente mostrar, de describir una
realidad que pretendían incontaminada, pero se les escapaba;
una realidad, así, que complicaba a una voz que se sentía no
plenamente en posesión ni de aquélla ni de sí misma; sensación
más fuertemente presente aún en este momento romántico (cuya
preceptiva estética europea, sin embargo, planteaba justamente
lo contrario). Como explica la crítica:

En parte porque la propia obsesión por el color local parecía suge-


rir que el narrador procuraba hacerle la mínima sombra posible,
cabiéndole la exclusiva función de fijarlo. En parte porque, en ab-
soluta sintonía con el propio tiempo, con el deseo de afirmación

133 Süssekind refiere al ensayo de Julio Cortázar “del sentimiento de no estar del
todo”. En La vuelta al día en ochenta mundos.

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de la unidad nacional y del paisaje americano, con la ‘fundación’
de una novelística local, y perteneciendo o deseando pertenecer en
general a las clases dirigentes, no parece interesarles a esos prime-
ros prosistas de ficción brasileños acentuar ninguna negatividad en
la relación entre su narrador y las tramas y paisajes novelescos que
desfilan ante sus ojos, o entre él y el nexo social gracias al cual se le
atribuye esa función de ameno observador de costumbres, cuadros
históricos y visitas que se desean bien poco problemáticos134.

Es así que, complejizando su propio lugar en la enuncia-


ción, el moderno narrador de ficción va a emerger en el Brasil,
propone Süssekind, más bien a través de géneros narrativos que
pemitían una mayor apertura a la problematización de las rela-
ciones entre el hablante, el punto de vista y la realidad referida:
será principalmente a través de la literatura no ficcional de viajes
y el paisajismo que en el Brasil se va a escenificar el juego de con-
tinuidad y cambio con aquella narración romántica. La ficción
brasileña abrirá sus nuevos caminos, entonces, como producto de
este diálogo entre ambos tipos de relato, gracias al perfilamiento
de la instancia narrativa a través de su externalización. Ubicada
ahora evidentemente desde fuera, y configurada como tal en su
exposición como no del todo presente en la realidad narrada, la voz
narrativa moderna emerge a través de este “indicador previo de
dislocamiento, distancia, desarraigo. . . de la escritura de ficción
brasileña” 135.
Así, en el ingreso propiamente brasileño a la modernidad
literaria convergerían la evidencia de la cisura entre voz narra-
tiva y realidad, que atrajo la propia dinámica moderna y esta
distancia para con la autorreferencia vernácula producida por las
modélicas expresiones literarias sobre lo local. La que Süssekind
propone como imagen de esta dislocación es el “destierro en la
propia tierra”, que había planteado Sérgio Buarque de Hollanda

134 Süssekind. “De la sensación de no estar del todo”. 28.


135 Süssekind. “De la sensación de no estar del todo”. 9.

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en Raízes do Brasil y que, verbigracia el contraste con los conteni-
dos, formas y tipos de la literatura paisajística y de viajes, de tanto
impacto en el Brasil decimonónico, se implicaría como tensión
constituyente de la moderna ficción brasileña en tanto formali-
zadora de la instancia narrativa moderna.
La crítica del romanticismo brasileño ha destacado este evi-
dente desajuste o desequilibrio entre el ideal romántico y la rea-
lidad a la que los escritores pretenden expresar como propia, per-
sonal y nacional136. Es, por ello, una actitud más bien escapista
respecto de esta contrastante realidad, la que explicaría tanto el
choque romántico contra las limitaciones que de dicha realidad
abrumaron a los escritores, como su deseo de fuga hacia otras
épocas, hacia el pasado, hacia la ensoñación o hacia la utopía, y
también hacia la interioridad. Libertarios y “nostalgistas” (sau-
dosistas), constituirían entonces una sensibilidad que incluyó di-
versidad de caminos, pero que coincidían en la actitud distante,
crítica, hacia la realidad que les tocaba vivir, y en el deseo de
originalidad y de individualidad en la expresión.
El cultivo del mundo interior como un fenómeno ligado a
la expansión de la nueva sociedad moderna (a la privatización
de las relaciones, al control de la sexualidad y de la enfermedad,
etc.) se constituyó en la base para plantear la cuestión de la
originalidad expresiva, de la singularidad de la experiencia de
cada artista en el mundo, ello, sin embargo, en un contexto en
que el artista perdía el cobijo provisto por las instituciones del
mecenazgo tradicional y debía considerar con mayor seriedad
sus relaciones con el público como condición incluso de sobre-
vivencia en una escena de las artes cada vez más segmentada.
Parte de la necesidad de originalidad expresiva pasaba por la
capacidad de movilizar las emociones de este público que exi-
gía ser con-movido por la literatura. La expresión de esa ori-
ginalidad tuvo como fondo la representación de aquello que

136 Moreira Leite. O caráter nacional brasileiro. 163.

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los poetas o narradores se impusieron recoger, volver a rescatar
del fondo oculto de las tradiciones locales. Las contradicciones
entre estos ideales y la realidad brasileña, traspasada por las ra-
mificaciones sociales y culturales del régimen esclavista, sobre
todo, dan forma a la incomodidad profunda que reverbera en
la obra de los mejores exponentes de estas tendencias, quie-
nes lograron, sin embargo, constituir dicha incomodidad en
potencia catalizadora de sus escrituras. Es el caso de Antônio
Gonçalves Dias (1823-1864)137 y, posteriormente, de Antônio
de Castro Alves (1847-1871), como veremos más adelante. En
otros casos, los escritores experimentaron estos deseos con una
actitud celebratoria y más bien optimista en relación con las
expectativas del nuevo país independiente, de su naturaleza y
de su fondo histórico.
La fecha más o menos convencional que marca la aparición
del romanticismo brasileño es el año 1836, cuando Domingos
José Gonçalves de Magalhães publica sus Suspiros Poéticos e Sau-
dades. Es evidente, sin embargo, que existe en el Brasil, más que
en otras partes, una continuidad con el movimiento que le an-
tecedió, el ‘Arcadismo’. Surgido hacia el último tercio del siglo
XVIII, el Arcadismo cultiva un nativismo igualmente intenso,
un deseo de patria afirmado en la idealización de la naturaleza
brasileña que, eso sí, en los arcádicos estuvo teñido, en su última
etapa, con una fuerte desilusión respecto de las instituciones de
esa patria, como consecuencia del propio contexto generatriz del
movimiento.
El Arcadismo se había desarrollado al amparo de la vitaliza-
ción de la región de Minas Geráis que, en el siglo XVIII, había sus-
tituido a São Salvador da Bahia como centro económico y cultural
de la colonia portuguesa sudamericana debido al descubrimiento
de importantes yacimientos de oro. Ya hacia 1760, lo que hoy es
Ouro Preto (Vila Rica, en la época) se había convertido, junto a

137 Poemas muy relevantes de Gonçalves Dias son “Os Timbiras”, “I-Juca Pira-
ma” y “Tabira”.

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Rio de Janeiro, en uno de los principales polos de la actividad
letrada; desde Coimbra arribaban letrados premunidos de las
principales ideas iluministas, especialmente francesas. Se data el
predominio del Arcadismo desde la publicación de las Obras poé-
ticas de Cláudio Manuel da Costa, en 1768, hasta 1836, cuando
las letras brasileñas abrazaron el romanticismo (considerando al-
gunos, además, un período intermedio, vago, que podemos hoy
llamar pre-romántico). Muchos de los arcadistas fueron partici-
pantes activos de la Inconfidência Mineira [Conspiración minera]
–el delito de inconfidência se encontraba tipificado en el código
portugués como deslealtad hacia el monarca–, tentativa separa-
tista e independentista republicana que, inspirada en la revolu-
ción de las colonias norteamericanas, fue finalmente ahogada por
la Corona Portuguesa, el mismo año de la Revolución Francesa,
en 1789. Los principales poetas arcádicos fueron severamente
castigados por el estado colonial portugués: Cláudio Manuel da
Costa murió asesinado en prisión y Tomás Antônio Gonzaga fue
expatriado a Mozambique138.
Para Antonio Candido, son los arcades y ciertos intelectuales
ilustrados quienes expresan, por vez primera, un protosistema en
la literatura brasileña. Este sistema en ciernes puso por delante la
preocupación autonómica nacional139. En efecto, será este afán
nacionalista y nativista el que trace la continuidad entre arcadis-
tas y románticos (la diferencia entre ambos movimientos estaría

138 Un importante trabajo sobre el movimiento arcadista es el de Jorge Antonio


Ruedas de la Serna. Arcádia: Tradição e Mudança. Antonio Candido (Prefa-
cio). São Paulo: Editora da Universidade de São Paulo, 1995.
139 Con esta visión difiere del crítico Afrânio Coutinho, para quien es a lo largo
del siglo XVIII que se configura el sistema de la literatura nacional brasileña
como tal, debido a la existencia de un circuito de relaciones autor-obra-pú-
blico; su constitución, por tanto, no tiene que ver con el proceso de autono-
mía política pues, en su visión, en el Brasil se constituyó un tipo distinto de
hombre y de cultura desde el momento de la llegada portuguesa. Para él fue
la República la que consolidó la nacionalidad al dar respuestas a las preguntas
sobre la identidad que venían siendo permanentes durante el siglo de la Inde-
pendencia. Afrânio Coutinho. Conceito de literatura brasileira.

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dada por el abordaje más introspectivo que sobre la naturaleza
desarrolló la escritura romántica, que le llevó mucho más allá
de la descripción del afuera natural, a fundar en la naturaleza su
mirada y su sentimiento).
La actitud celebratoria de la naturaleza tropical que es co-
mún a la poesía romántica brasileña es parte también de este
desideratum de realizar la escritura de la nación, de lo propio, tal
como ellos lo consideraban, es decir, traspasado por las visiones
metropolitanas, tanto las proporcionadas por los viajeros, como
por los críticos románticos europeos140. Así mismo ocurre con la
inclusión repetida de lo indígena como expresión de ese fondo
nacional genuino. De la primera tendencia resulta “un estereoti-
po cansador, que la estética romántica torna aún más monótono
por la ligazón entre la naturaleza y la vida afectiva” (Moreira Leite
170). Pocos hubo que superaran esta limitación estereotipada; en
algunos casos excepcionales, como en el de Manuel Antônio Ál-
vares de Azevedo (1831-1852), lo hicieron distanciándose de sus
premisas; así, para él, la naturaleza tropical, el paisaje idealizado:
“todo esto [,] resulta sublime en los libros, mas es soberanamente
desagradable en la realidad”141. Habría que agregar que esta rela-
ción idealizada entre poesía y naturaleza resultó en general una
aspiración programática que las obras no lograron plasmar sino
más que superficialmente.
El indianismo romántico se abasteció, por su parte, del áni-
mo de autonomía identitaria postindependentista que precisaba
oponer al sustrato portugués otras figuras fundacionales. El in-
terés por el pasado indígena se nutrió, asimismo, de la seduc-
ción que a los románticos producía todo lo lejano, que quedaba

140 Entre estos últimos ya mencionamos la importancia del trabajo de Ferdinand


Dennis y debemos sumar el de Almeida Garret. Si el primero insistió en la
importancia de la expresión propia brasileña como resultado de la inmersión
subjetiva en el ambiente tropical, el segundo insiste en las limitaciones de la
visión arcadista al imitar la literatura neoclásica europea y reprimir con ello la
expresión brasileña de la naturaleza propia.
141 Ctd. en Moreira Leite. O caráter nacional brasileiro. 170.

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inmediatamente exotizado. Tupinambás y guaranís fueron rei-
vindicados, entonces, como guerreros anticoloniales antecesores
de la lucha independentista contra el dominio lusitano. Esta vi-
sión idealizante del indio vino acompañada, sin embargo, de un
desprecio del indígena real, contemporáneo, que vivía esclaviza-
do o semi-esclavizado, y de un discurso desmerecedor que, como
apunta Dante Moreira Leite, fungía como refuerzo del discurso
esclavista, y que, coordinado ideológicamente con este, termina-
ba por justificar, en particular, la esclavitud africana debido a la
indisposición “natural” indígena para someterse a esa dinámica
de explotación: “La desadaptación del indio tuvo dos explicacio-
nes: una, su espíritu de libertad y su coraje; otra, su pereza. En el
romanticismo, predominó la primera”142 y hacia el fin de siglo, el
racismo cientificista reforzará la segunda.
En la prosa romántica, José de Alencar, el escritor de ma-
yor influencia, expresó ambas direcciones sobre la “naturaleza”
étnica nacional (que así se consideró): tanto el interés por la re-
cuperación del legado indianista, idealizando al indígena, como
la asunción también glorificante del espacio natural geográfico
brasileño, ambos como parte de un discurso que pretendía tra-
zar las sensibilidades fundacionales de la nueva nación. La tri-
logía indianista de Alencar, O Guarani (1857), Iracema (1865)
y Ubirajara (1874), expresa el afán nacionalista romántico en
plenitud: la construcción mítica de un pasado originario donde
la naturaleza opera como matriz que resarce el daño social, de-
volviendo a los seres a la inocencia originaria. Se produce en estas
obras también el mestizaje ideal (mujer india/varón blanco) que
se presupone fundador de la nacionalidad. La recuperación de la
lengua indígena es un recurso que Alencar usa para otorgar ese
efecto de autenticidad a un lenguaje que consideraba en proceso
de construcción de su densidad, justamente, nacional.

142 Moreira Leite. O caráter nacional brasileiro. 172.

99

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La posterior trayectoria de Alencar en el escenario cultural
brasileño es expresiva, sin embargo, del cambio que se iba a des-
atar en las letras hacia un predominio del realismo naturalista, en
el último tercio del siglo XIX. De acuerdo con ello, desde el co-
mienzo de la década de 1870, la posición de Alencar se vio debi-
litada y fue blanco de cuestionamientos en los campos político143
y literario. En el campo político, fue denegada su candidatura al
Senado de Pedro II y despúes fue duramente atacado por opo-
nerse a la ley de Vientre Libre (Vieira Martins 16). En el ámbito
literario, su obra fue ácidamente criticada por los escritores de
la nueva generación, quienes, como Franklin Távora (Cartas a
Cincinato, 1871-1872), le imputaron la falta de fiabilidad en la
representación de los tipos humanos y paisajes del Brasil. En este
contexto, el propio Alencar se asumió, como escritor, parte de
una generación en retirada; así, como recuerda Eduardo Viera
Martins, “firmó O gaúcho, publicado em 1870, con el pseudó-
nimo de Sênio [viejo, vetusto], justificando la elección con el ar-
gumento de que se había transformado en un ‘un anacronismo
literario’” (16).
Junto con el debate sobre la representación de lo indígena (lo
nacional), la polémica entre Joaquim Nabuco y José de Alencar
a mediados de la década del setenta144, permite observar también
el proceso de cambio que venía operándose sobre los conceptos
de la representación literaria. Así, si ambos defendían la necesa-
ria fidelidad de la escritura respecto de la realidad representada,
el romántico Alencar trazaba los límites de la tarea menos en la
observancia de la realidad que en la forma literaria misma: para él
era la fantasía su componente esencial. Así, ya en Como e porque
sou romancista (1873), frente a las críticas a la falta de fidelidad de

143 Había sido diputado por el partido conservador y llegado a ser incluso mi-
nistro de Justicia del gabinete ultraconservador de Itaboraí. Vieira Martins.
“Nabuco e Alencar”. 16.
144 Cf. “Capítulo I. Nación, modernidad y cultura en el Brasil: Lecturas y para-
digmas de una nación en disputa”, en este volumen.

100

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sus novelas indianistas y ante la acusación de ser un imitador de
Fenimore Cooper, señalaba: “Al contrario de lo que ocurre con
el escritor norteamericano, en O Guarani el indio fue pintado
desde una perspectiva poético-idealizante, no realista” (Alencar
ctd. en Vieira Martins 28). Sobre la imputación por parte de
Nabuco acerca de la falta de consistencia de sus obras O demônio
familiar y Mãe para con los temas nacionales, Alencar interroga
de vuelta a su crítico acerca de si debe ser, restrictivamente, el
“tema” de un drama el que define su inmersión o colaboración
en/con el carácter nacional, o si no lo será, por el contrario, más
bien su orientación, su “escuela”: “¿Es el asunto de los dramas
lo que define una literatura y la caracteriza, o es, al contrario,
la escuela de ese drama lo que le imprime su naturaleza? Así lo
característico del teatro de Sófocles, según el Sr. Nabuco, sería
el incesto”145, remata. Con ello, Alencar está problematizando
la definición de escritura “nacional” tal como comenzaba a ser
entendida por el realismo, considerando, por el contrario, la re-
levancia de las formas de la construcción literaria como índices
determinantes de originalidad. Sus premisas, “se encuentran en
otro orden de argumentación, en el cual el problema de la vero-
similitud es formulado en términos de coherencia interna” de las
obras (Vieira Martins 27).
Está en ciernes aquí el debate sobre la ficción que enfrentará
a los nuevos realistas con las escuelas previas, que, tal vez por la
debilidad de sus expresiones concentra sus dardos en el exponen-
te que poseía una obra más sólida, es decir, en José de Alencar.
Es este el debate que luego conducirá hacia la novela moderna
propiamente tal y que, como ha mostrado Antonio Candido, va
a ser Machado de Assis quien señeramente sabrá resolver en la
literatura brasileña.
Respecto de la representación de los esclavos negros, aunque
no hubo una preocupación explícita de los románticos por la

145 Nabuco en Afrânio Coutinho (Org.). A polêmica Alencar-Nabuco. 59. Ctd.


por Eduardo Vieira Martins. “Nabuco e Alencar”. 20.

101

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cuestión de la esclavitud, un texto temprano de Gonçalves Dias,
“Meditação” (1846), en el que el escritor trata de manera crítica
diversos problemas del país, muestra que aunque la preocupa-
ción literaria por el tema existía, el sistema romántico canónico
no supo cómo incorporarla sistemáticamente a la escritura ima-
ginativa y, cuando lo hizo, posteriormente –como vimos, para el
caso, en la polémica entre Alencar y Nabuco–, provocó la resis-
tencia incluso del grupo intelectual abolicionista. Como apunta
Moreira Leite, el texto de Gonçalves Dias no fue publicado sino
hasta muy tarde, en 1909, al parecer despreciado por no-literario.
En la poesía, será, entonces el joven Antônio de Castro Alves
quien, en sus obras póstumas A Cachoeira de Paulo Afonso (1876)
y Os escravos (1883) –poemario del que destacan sus poemas “O
Navio Negreiro” y “Vozes D’África”, de 1868– iba a ayudar a
modificar esta invisibilización literaria, y lo haría explícitamente
vinculando su escritura a las demandas de la abolición. En efec-
to, una vez publicada, su poesía colaboró de manera decisiva a
la promulgación, en 1871, de la Ley de libertad de vientres que
liberaba de la sujeción esclavista a las y los descendientes de mu-
jeres esclavas. Castro Alves, uno de los precursores en tratar el
drama humano detrás de la esclavitud, representa ya el final del
romanticismo y la apertura a unas escrituras vinculadas a la de-
nuncia de las injusticias sociales, que será una de las centralidades
de la generación realista y naturalista que le sigue.
Como ha estudiado Sidney Chalhoub (2018), temprana-
mente, una novela como Úrsula (1859) de Maria Firmina dos
Reis (1822-1917), escritora maranhiense, que aborda la historia
de amor entre una hija de esclavos y el hijo de su comendador,
tiene el gran valor de permitir la emergencia de la voz de las y
los cautivos y de afirmar la libertad de la consciencia del sujeto
esclavizado, además de viabilizar una historia colectiva que inclu-
so traslada el relato a la infancia en África y al viaje en el navío
negrero por el Atlántico. Es la de Firmina una obra que, sin em-
bargo, no tiene símiles en su época (Chalhoub 300). Empero, la

102

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violencia hacia las mujeres negras sí es un tema de presencia en
relatos de la época, así lo exponen las importantes novelas A Es-
crava Isaura (1875), de Bernardo Guimarães; Fantina (Cenas da
Escravidão (1881), de Duarte Badaró, entre otros textos narrati-
vos, como los cuentos “Lucinda, a mucama” (1869), de Joaquim
Manoel de Macedo, “Uma história de quilombolas”, del mismo
Guimarães, “Mariana” (1871) o las crónicas de de Machado de
Assis, que enuncian en general los trágicos y tristes destinos de
las mujeres, madres y jóvenes esclavas, en extrema vulnerabilidad
ante el sistema esclavista y el poder de los señores y que van a
alimentar también algunos de los argumentos del movimiento
abolicionista. El estudio de la esclavitud como problema en la
literatura del siglo XIX se halla en proceso de revitalización hoy
en día, como explica Sydney Chalhoub, sobre todo a través de
la indagación en las obras que han quedado en “la periferia del
proceso de canonización literaria”146.
La escritura de mujeres sobre la situación de las propias mu-
jeres tiene antecedentes en el Brasil, junto a la novela de Firmina,
en la obra de Nísia Floresta (1810-1885). En primer lugar, en su
traducción Direitos das mulheres e injustiças dos homens (1832)147;
pero sobre todo será en su Opúsculo Humanitário, colección de
sesenta y dos artículos publicados anónimamente en el Diário do
Rio de Janeiro en 1853, donde Floresta va a trazar su pensamiento
sobre la situación de las mujeres. Allí, luego de pasar revista a la

146 Enfatiza Sydney Chalhoub: “Es necesario relativizar la percepción de que la


literatura brasileña del siglo XIX se ocupaba poco del tema de la esclavitud.
Parte del problema es la fijación en autores y obras canónicas, sin la debida
atención a los que quedaron en el olvido o la periferia del proceso de canoni-
zación literaria” (304).
147 Señala Paulo Margutti (2019) en su detallado estudio sobre la obra de Flores-
ta, que, al contrario de lo que se pensó por mucho tiempo, el texto no es una
traducción libre de A vindication of the rights of women de Mary Wollstonecra-
ft, sino que correspondería a una traducción literal de Les droits des femmes et
l’injustice des hommes, que era, a su vez, una traducción de Woman Not inferior
to man, or, a short and modest vindication of the natural rights of the fair-sex to a
perfect equality of power, dignity, and esteem, with the men, que llevaba la firma de
“Sophia, a person of quality” (London: Jacob Robinson, 1743) (Margutti 23).

103

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situación de las mujeres en diversas naciones, la autora aborda la
educación de la mujer en el Brasil, que califica de casi inexistente
o muy deficitaria; así, para ella, “el Brasil del siglo XIX poseía es-
tablecimientos financiados por el gobierno para ofrecer instruc-
ción primaria a las niñas, pero estos eran pocos y la capacitación
intelectual de sus profesoras dejaba mucho que desear” (Margutti
46). Con un ánimo poco optimista, Nísia pretende sensibilizar a
los gobernantes para que, en un futuro –que no avisora cercano–,
valoren la importancia de la participación de las mujeres para la
“civilización”.

El campo cultural de la Abolición y la República:


la generación de 1870

Las élites letradas, protagonistas de la transformación que


tiene sus primeros y grandes hitos con la Abolición y con la Re-
pública, se concentraron en la ciudad de Rio de Janeiro, que
les ofrecía espacios en la política, la prensa y la enseñanza. Allí
venían funcionando las principales instituciones culturales, ta-
les como el Colegio Pedro II y el Instituto Histórico Geográfico
Brasileiro, creado en 1838148 y, sobre todo, la prensa, que repre-
sentaba el más activo espacio de debate intelectual y político149.
Asimismo, funcionaba allí uno de los centros más importantes
de la crítica sociopolítica de la época previa a la instalación de la
República, cuales fueron las escuelas militares de Rio de Janeiro.
Los jóvenes de la época, sobre todo los de sectores medios, tenían

148 Posteriormente, en 1897 se crearía la Academia Brasileira de Letras.


149 Un espacio importante fue también la ciudad de Recife, en particular la es-
cuela de Derecho, donde se congregaron bacharéis críticos a las tendencias
románticas y de claro signo positivista y cientificista. Muchas de esas persona-
lidades venidas del norte, tales como Sílvio Romero, Araripe Júnior, José Ve-
ríssimo y Joaquim Nabuco, se congregaron luego en Rio de Janeiro donde se
encontraron con otros actores literarios y culturales, entre otros, con Joaquim
Machado de Assis, carioca de nacimiento, uno de los más relevantes.

104

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como alternativa educacional al seminario, las escuelas técnicas
militares. En 1858, de la Escuela Militar se había desprendido
una rama, la Escuela Central, luego llamada Politécnica (1874);
en ella hicieron su formación gran parte de los jóvenes que asu-
mirían diversidad de tareas de la modernización en las urbes en
proceso de expansión, la mayoría de los cuales se formó en las
teorías cientificistas y positivistas, y se autopercibían como “ser-
vidores científicamente formados del porvenir nacional: agentes
desinteresados y militantes de la ‘modernización’” (Needell, 35).
Eran, por supuesto, republicanos; la monarquía, expresión del
ancien régime, les parecía que estaba condenada a morir bajo el
progreso representado por la república moderna. Críticos con
el desempeño de la élite política en el marco de la Guerra del
Paraguay, le espetaron la incapacidad de cautelar el desarrollo del
país. Serán actores decisivos tanto en el proceso de la Abolición
como, sobre todo, en la instalación de la República. Euclides da
Cunha era uno de esos jóvenes.
Si uno observa los centros de formación de los intelectuales
del país, es evidente la verdad del aserto de Daniel Pécault, quien
ha destacado la importancia que, en el proceso de formación de
los intelectuales brasileños tuvo, desde su momento fundacio-
nal, la relación estrecha con el Estado. Porque, precisa Pécault,
a diferencia de la mayoría de las naciones hispanoamericanas, a
mediados y sobre todo a finales del siglo XIX y comienzos del
XX, si Brasil no era aún una nación, o lo era en proceso forma-
ción, de lo que no hay dudas que sí poseía era un Estado, uno
que había tenido relativa continuidad durante todo el siglo. Los
intelectuales, afirma, no dudaron jamás sobre aquéllo y, cuando
lo hicieron, se sintieron responsables por su consolidación: “Si
ellos se ubican con tanta frecuencia por encima de la sociedad,
es porque se identifican con el Estado o, en su defecto, se plan-
tean como contra-Estado”, afima convincentemente Pécault150.

150 Pécault. Os intelectuais e a política no Brasil. Entre o povo e a nação. 9.

105

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Podría uno revisar el proceso de conformación del campo litera-
rio en el Brasil y constataría la efectiva realidad de la proposición:
como también lo han afirmado Candido y Castello, el signo de
este período es la institucionalización de los grupos intelectuales,
que solo se rompe con la reacción antiinstitucional y antiacade-
micista del Modernismo, desde el año veintidós del siglo XX.
Si, para Candido, ello impone una oficialización de la que solo
escapan autores y obras excepcionales, para Pécault, esto impuso,
asimismo, una marca claramente elitista entre esa intelectualidad
que, en su extremo, se ha vinculado directamente a la tradición
autoritaria:

No hay duda de que existe una tradición liberal en el Brasil, con-


currente o complementaria a la tradición autoritaria. Entretanto,
es probable que los intelectuales, en su mayoría, hayan sentido
poca atracción por la primera, y muchas veces hayan estado moti-
vados por la intención de organizar la sociedad por arriba151.

Los géneros de la reflexión política, histórica y filosófica tu-


vieron una alta relevancia en este período en el que la cuestión
que estuvo en el centro fue la de la constitución de lo nacional.
La Guerra del Paraguay había despertado lo que Machado de
Assis llamó “instinto de nacionalidad” pues representó el único
evento que involucró al país de manera vinculante a nivel na-
cional luego de la Independencia. Así, la oratoria, los estudios
históricos y antropológicos, gramáticos y la crítica literaria ad-
quirieron un fuerte desarrollo. Autores importantes fueron Rui
Barbosa, los periodistas José de Patrocinio, Ferreira de Araújo,
Alcindo Guanabara; los historiadores Capistrano de Abreu, Oli-
veira Lima y Joaquim Nabuco, junto a los críticos Sílvio Ro-
mero, Araripe Júnior y Jose Veríssimo, entre muchos otros. Las
polémicas entre los actores intelectuales de la época versaron
sobre temas obligados como la realidad nacional del Brasil, su

151 Pécault. Os intelectuais e a política no Brasil. Entre o povo e a nação. 10.

106

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historia, la Abolición y la República, las relaciones entre moder-
nización y tradición, sobre las nuevas modernizaciones, sobre
la valoración de las tendencias literarias de la época, la historia
y condiciones de la literatura brasileña, las relaciones entre es-
tética e historia en la literatura, entre crítica literaria e historia,
sobre el concepto de literatura, sobre los modos de la expresión
nacional, entre otras cuestiones. Característica de esta genera-
ción es la búsqueda de explicaciones globales a los problemas
nacionales y la formulación de grandes síntesis omniabarcativas
sobre la realidad nacional152.
Una de las discrepancias mayores entre las élites letradas de
la época fue el posicionamiento político antimonárquico frente al
republicano. En un contexto en que la instalación de la Repúbli-
ca, como vimos, respondía a intereses cruzados tanto de sectores
medios como de sectores de latifundistas modernizadores, hubo
varios de esos intelectuales que no estuvieron de acuerdo con el
cambio de régimen (casos famosos son el de Nabuco y Machado)
y otros que se volvieron monarquistas après la lettre, al ver los
modos que adquirió la República Velha (como el caso de Lima
Barreto). Por su parte, las visiones republicanas más militantes en
general estuvieron filiadas al cientificismo y al positivismo.
El realismo, naturalista o no, fue un eje definidor que cru-
zó a toda la generación y a todos los autores. Quizás si con
la única excepción, hacia el final del siglo, de la reacción es-
piritualista que representó el grupo simbolista neo-romántico
en poesía, todas las demás escrituras hicieron suyo el común
denominador de crítica al romanticismo, que se plasmó en la
exigencia de expresión de la realidad nacional y social de ma-
nera directa, tal como aparecía a la observación. El realismo
naturalista extremó este aserto en perspectiva cientificista y dio
una explicación del desarrollo histórico basada en la inciden-
cia determinista de los factores del medio físico y la raza, que

152 Candido y Castello. Presença da literatura brasileira. 109-110.

107

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se constituyeron en el credo que otorgaba las claves últimas
incluso de la vida espiritual153. Estas tendencias realistas154 y
las naturalistas comienzan en el Brasil con la publicación de
Memórias Póstumas de Brás Cubas (1880) y O Mulato (1881),
de Machado de Assis y Aluísio Azevedo, respectivamente. Entre
las naturalistas, obras notables del Fin de Siglo que llevan ya la
marca de la vertiente del pesimismo fatalista dentro del natu-
ralismo, son las de Adolfo Caminha (1867-1897), Bom crioulo
(1885), y de Raul Pompêia (1863-1895), O Ateneu (1888). Las
obras de Coelho Neto (1864-1934) de este período, entre ellas,
Inverno em Flor (1897), evidencian las consecuencias del dog-
ma del descriptivismo y la planificación de personajes condicio-
nados determinísticamente, donde “la ficha clínica, estilizada,
parece ser el modelo […] al elaborar sus maniquíes llenos de
tics y manías”155.
Las actitudes artísticas existencialmente pesimistas que ates-
tiguan escrituras como las de Caminha y Pompêia, responden,
para Alfredo Bosi, a la compleja situación en que se hallaban
los intelectuales críticos en aquel momento de cambio societal:
impelidos como estaban también por sus propias disposiciones
rebeldes ante la inestable situación que la emergente sociedad
industrial les imponía, la apelación al destino terrible por parte
de ambos escritores debe ser vista como fruto de esa dialéctica

153 Lejos de lo que pudiera imaginarse, la categoría de raza adquirió preeminen-


cia sobre todo después de la Abolición; antes de esta, la generación de 1870
atribuía mayor centralidad en las explicaciones sobre el desarrollo histórico a
la cuestión del régimen de trabajo servil.
154 Como explican Candido y Castello, aunque a estas tendencias pueden lla-
márseles “realistas” por el afán de explicación de la realidad a través de su
observación, ellas expresan una tendencia de la literatura brasileña que venía
desarrollándose incluso desde la ficción romántica. Candido y Castello. Pre-
sença da literatura brasileira. 115.
155 Pinheiro et al. História Geral da Civilização Brasileira. Tomo III. O Brasil Re-
publicano. 322.

108

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de rebeldía e impotencia a la cual se veía reducido el escritor
contemporáneo156.
De la que fuera la primera generación de críticos literarios
nacionales, emergieron dos propuestas de interpretación de la
historia literaria brasileña: la primera, de Sílvio Romero (1851-
1914), postuló “un concepto amplio de literatura como sinóni-
mo de cultura y otorg[ó] énfasis a la perspectiva histórica”157, la
segunda, representada por José Veríssimo (1856-1916), desarro-
lla una concepción de la escritura literaria como “buenas y bellas
letras” apoyada en la retórica y teorías estéticas clásicas.
Sílvio Romero, exponente de la llamada Escuela de Recife
junto a Tobias Barreto –ambos, evolucionistas-históricos, co-
menzaron criticando las concepciones inmutables del derecho
natural–, fue crítico del romanticismo. Cientificista defensor de
las ideas evolucionistas y de las primeras expresiones naturalistas,
Romero usó los conceptos de raza y naturaleza para comprender
el desarrollo social y adoptó una perspectiva histórico-social para
comprender la literatura brasileña. Romero propuso, además,
que la crítica debía tener como centralidad la contribución a la
construcción de la nacionalidad –“con lo que daba continuidad a
la tradición romántica, a pesar de oponerse a su estética”158.
En Cantos do fim de século (1869-1873), publicado en 1878,
Sílvio Romero presenta su perspectiva crítica romántico-nacio-
nalista que supone la existencia, por abajo de la superficie de
las formas (muchas de ellas extranjeras, importadas de Europa),
de rasgos esenciales, específicos de la cultura nacional brasileña.
Para Romero, era necesario fundar una nación autoconsciente
que desarrollase sus tradiciones auténticas, no remedadas. El an-
tídoto propuesto por el crítico, sin embargo, resultó similar a

156 Bosi. História concisa da literatura brasileira. 168.


157 Ventura. Estilo tropical. História cultural e polemicas literarias no Brasil. 1870-
1914. 11.
158 Ventura. Estilo tropical. História cultural e polemicas literarias no Brasil. 1870-
1914. 11.

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la enfermedad que detectaba: “sólo un remedio existe para ta-
maño desideratum: zambullámonos en la corriente vivificante de
las ideas naturalistas y monistas, que van transformando al viejo
mundo” (Romero Ensaios de Crítica, 15). Desde entonces, como
plantea Roberto Schwarz, “al pastiche romántico le sucedería el
naturalista”159.
En “A poesia de hoje”, el prólogo a su primer libro de poe-
mas Cantos do fim do século (1878)160, Sílvio Romero despliega,
muy en su apasionado estilo, una colección de argumentos a la
vez contra el romanticismo, el positivismo y el socialismo, como
inhábiles para expresar las necesidades de una poesía de su tiem-
po. Doctrinas exageradas, ninguna de las cuales puede satisfacer
las nuevas aspiraciones, es su juicio más tibio sobre ellas. Con el
tipo de argumentación pendular que le caracteriza, en 1878, en
perspectiva cientificista, para Sílvio Romero la poesía brasileña
moderna debe romper con la serie de temas que venían cantan-
do, por cincuenta años ya, los “héroes de las letras” nacionales:
decir poesía moderna debe significar decir poesía universal, cuya
primera obligación será “olvidarse de índios y de lusos para re-
cordarse de la humanidad; [una poesía que] no indagará si es
nacional para mejor mostrarse humana”161. Y agrega:

Enumerar las excelencias del género épico. . . enamorar en la so-


ledad de las selvas seculares y la frescura de la primavera eterna del
cielo patrio; soñar el caboclo o el campesino, colmado de encantos
y maravillas, todo aquello que los folletinistas tenían a bien brin-
darnos, todo eso debe caer, por demasiado estéril y banal. Estas
cosas, si hubiesen de pertenecer a la historia, para allá deberían ya
ir marchando; pertenecen al dominio de las ideas moribundas162.

159 Schwarz. “Las ideas fuera de lugar”. Párr. 8.


160 Romero. “Poesía de hoje”. Publicado originalmente en Cantos do fim do século.
Rio de Janeiro: Tipografia Fluminense. 1878. V-XXII.
161 Romero. “A poesía de hoje”. Párr. 36.
162 Romero. “A poesía de hoje”. Párr. 36.

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El Brasil había sido, hasta ahora, para el crítico, un pue-
blo con frases, pero sin ciencia, con trovadores, pero sin artistas:
¿Cuántas de las mejores obras de la inteligencia nacional de estos
cincuenta últimos años pueden ser salvadas?, se pregunta: “dos o
tres códigos, y dos o tres libros de versos”163, nada más, responde
lapidario, Sílvio.
La embestida de Sílvio Romero contra el romanticismo no
se dirigía sólo a desestimar sus arcaismos (la representación este-
reotipada del color local se concentra allí), sino que pretende fre-
nar la penetración en el Brasil de aquellas tendencias, filiadas a las
románticas, en boga en las escenas centro-europeas, tales como el
Simbolismo, que, en su visión, representaban una amenaza para
el cientificismo en proceso de consolidación en el campo cultural
y literario brasileño. Por eso dedica duras líneas a reconvenir a
sus contemporáneos sobre el “inadecuado” florecimiento de la
semilla romántica en la poesía contemporánea. Su sentencia es
definitiva: es un cadáver poco respetado, no hay futuro que lo
salve, “¡incluso si pretende ser el Proteo de algun nuevo tipo de
mitología!”164. Pues, argumenta Romero

El romanticismo transformado en vista de las necesidades futuras,


indica un atraso de sesenta años. El romanticismo, para la alta
crítica, fue un movimiento desordenado de admiración por el pa-
sado; transformado, de pronto, en mensajero del futuro, es una
ingenuidad165.

Pero en ese artículo de 1878 Romero descartaba con igual


fuerza la actualidad del sistema intelectual predominante, el po-
sitivismo, al que también sentenciaba condenado por “incomple-
to e inconsecuente”. Y cuya potencialidad criticaba en la misma

163 Romero. “A poesía de hoje”. Párr. 49.


164 Romero. “A poesía de hoje”. Párr. 25.
165 Romero. “A poesía de hoje”. Párr. 21.

111

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medida en que reforzaba la del programa darwinista como su
“corrección”:

Sus méritos y ventajas no son pequeños; la muerte de la metafí-


sica y la expulsión de lo absoluto de las relaciones humanas son
de esas grandes conquistas que perduran; son hechos consuma-
dos y adquiridos. Contribuyó al esclarecimiento de la intuición
contemporánea, mas no la constituye por sí solo. A su falsa idea
sobre la vida, a su obstinación en considerar imposible cualquier
estudio psicológico, cuando además, alzaba a la altura de ciencia a
la sociología, le abrieron brechas que el darwinismo, junto a otras
ideas, va corrigiendo166.

Como se ve, el positivismo, que tenía una predominancia de


varias décadas, comenzaba a manifestar su declinación, no sólo
a través de la crítica que emergía desde las tendencias espititua-
listas, sino de las que provenían del propio cientificismo en sus
vertientes socialdarwinistas.
Frente a estas posiciones antitéticas, será aquí nuevamente
Machado de Assis quien, visionario, identifique aquellos factores
profundos que amenanzan la potencialidad crítica de la actual
generación. Así, en un texto que publica al año siguiente (1879),
“A nova geração”167, en el que revisa el estado de la poesía bra-
sileña y el ánimo de los jóvenes poetas, Machado formula una
dura crítica a los postulados de Romero, a la vez que avisora los
peligros de una actitud intelectual arrogante y triunfalista como
la que campeaba entre los nuevos escritores naturalistas. El Ro-
manticismo había fenecido, afirma, mas no se trataba de borrar
los aportes que había hecho la escuela, tal como hacen los nuevos
poetas –dice–, que miran con desdén la actitud romántica, pero
están prestos a rendirse ante la ola de optimismo y triunfalismo
naturalista. Machado reconoce que “un espíritu nuevo parece

166 Romero. “A poesía de hoje”. Párr. 18.


167 Machado de Assis. “A nova geração”. Publicado originalmente en la Revista
Brasileira, vol. II, diciembre de 1879.

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animar a la generación que alborece”168, pero se pronuncia crí-
tico sobre el cambio que introdujo la gesticulación cientificista
en la poesía, y ante la actitud espiritual de la nueva generación,
arrobada con el “optimismo” naturalista:

Los naturalistas, rehaciendo la historia de las cosas, vienen a con-


vocar hacia el mundo exterior todas las atenciones de una juventud
que ya no podía entender las imprecaciones del varón de Hus169; al
contrario, parece que uno de los caracteres de la nueva dirección
intelectual será un optimismo, no tranquilo, sino triunfante. El
sentimiento general se inclina a la apoteosis170.

En el siguiente decenio, en su História da Literatura Brasilei-


ra (1888), Sílvio Romero planteará que la construcción de la li-
teratura nacional debe asumir la doble preocupación de conocer
aquello que el mundo culto europeo produce de más aprovecha-
ble y, a la vez, las tendencias propias del pueblo brasileño en for-
mación, susceptible de adoptar un ascendiente original. Así, tan
ridícula sería la pretensión exclusivista de reclusión autorreferida
del pensamiento brasileño, como despreciable lo era aquella otra,
propuesta por la figura del imitador, “copista servil y fatuo de
toda bagatela que los transatlánticos nos traigan de Portugal o de
Francia o de cualquier otra parte” (História 60). En una perspec-
tiva crítica ya directamente ubicada en la órbita del cientificismo
spenceriano, Romero plantea que la adaptación fecunda de las
escuelas europeas al medio brasileño exige conocer de manera
nítida el pasado y la actualidad propios, nacionales, y ello pasa
por adoptar el método y el enfoque que llama “darwinización de

168 Machado de Assis. “A nova geração”. Párr. 1.


169 Se refiere a las imprecaciones que Job –la figura bíblica que vivía en la ciudad
de Uz (o Hus) y que representaba un espíritu libre de avaricia, próspero pero
piadoso– realizó contra sí mismo en el caso de ser hallado culpable de los pe-
cados que se le adjudicaban, particularmente el pecado de avaricia y enriqueci-
miento a costa de los demás. En el Libro de Job 1:1, del Antiguo Testamento.
170 Machado de Assis. “A nova geração”. Párr. 3.

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la crítica”, para el cual la “herencia” –esto es, los caracteres que
perduran– representa la “parte nacional” de la literatura:

La literatura en el Brasil, la literatura en toda América, ha sido un


proceso de adaptación de las ideas europeas a las sociedades del
continente. Esta adaptación fue, en la época colonial, más o me-
nos inconsciente; hoy tiende a tornarse comprensiva y deliberada-
mente realizada. De la imitación alborotada, del antiguo servilis-
mo mental, queremos pasar a la elección, a la selección literaria y
científica. La darwinización de la crítica es una realidad tan grande
como es la de la biología. La poderosa ley de la competencia por la
vida por medio de la selección natural, a saber, de la adaptación y
de la herencia, es aplicable a las literaturas, e incumbe a la crítica
comprobarla a través del análisis de los hechos. La herencia re-
presenta los elementos estables, estáticos, las energías de las razas,
los predicados fundamentales de los pueblos; es la parte nacional
de las literaturas. La adaptación expresa los elementos móviles,
dinámicos, genéricos, transmisibles de pueblo a pueblo; es la cara
general, universal de las literaturas. Son dos fuerzas que se cruzan,
ambas indispensables, ambas, productos naturales del medio físi-
co y social171.

Reconocido el instinto de nacionalidad, manifiesto en las


escrituras de los últimos tiempos, es necesario, había dicho por
su parte Machado de Assis en 1873, examinar si el Brasil posee
todas las condiciones y motivos históricos de una nacionalidad
literaria172. Y para Machado, era necesario aclarar, resultaba erró-
neo reconocer ese espíritu nacional solo a aquellas obras que tra-
taban del asunto local, como se había venido haciendo, en una
“doctrina que, para ser exactos, limitaría mucho los recursos de
nuestra literatura”, afirma173. Y espeta:

171 Romero. História da Literatura Brasileira. 59.


172 Machado de Assis. “Notícia da atual literatura brasileira. Instinto de naciona-
lidade”. Párr. 4. Publicado originalmente en O Novo Mundo, 24/03/1873.
173 Machado de Assis. “Notícia da atual literatura brasileira. Instinto de nacio-
nalidade”. Párr. 10.

114

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Preguntaré simplemente si el autor de Song of Hiawatha no es el
mismo autor de la Golden Legend, que nada tiene que ver con la
tierra que lo vio nacer, y cuyo cantor es admirable; y preguntaré
además si Hamlet, Otelo, Julio César, Julieta y Romeo tienen al-
guna cosa que ver con la historia inglesa y con el territorio britá-
nico, y si, por otro lado, Shakespeare no es, además de un genio
universal, un poeta esencialmente inglés174.

No hay duda, afirma Machado de Assis, de que una litera-


tura, en particular una literatura que está naciendo, debe sobre
todo alimentarse de aquellos asuntos que le ofrece su región, pero
no hagamos de esto una doctrina tan absoluta que empobrezca a
esa misma literatura, “lo que se debe exigir del escritor antes que
todo, es cierto sentimento íntimo, que lo vuelva hombre de su
tiempo y de su país, aún cuando trate de asuntos remotos en el
tiempo y en el espacio”175.
Hechas las críticas al reduccionismo y a la prepotencia cien-
tificista, no debe dejar de destacarse la importancia que, para la
especialización de la literatura, para la construcción del campo
cultural y literario propiamente tal, tuvo ese afán de conocimien-
to de la propia realidad y de autonomía que impulsó –aunque
de manera que se hubiera agradecido menos tosca– sobre todo
en sus orígenes, el movimiento cientificista en el Brasil. Ese en-
foque que propugnaba un método propio al objeto, que se pro-
ponía una rigurosidad en el tratamiento crítico, representó un
impulso que ayudó probablemente más que la idealización de
una realidad a la que se observaba con lentes ajenos igualmente
idealizados –como ocurrió con buena parte del romanticismo–,
a la constitución de esa escena literaria como tal. Su constitu-
ción, sin embargo, en nuevo credo letrado, en dogma de fe, su
desdén arrogante para con las demás formas de conocimiento

174 Machado de Assis. “Notícia da atual literatura brasileira. Instinto de nacio-


nalidade”. Párr. 10.
175 Machado de Assis. “Notícia da atual literatura brasileira. Instinto de nacio-
nalidade”. Párr. 10-11.

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(que, como identificó Machado, estaba también en sus funda-
mentos) fue lo que le tornó no sólo creativamente inerte, sino en
una nueva fuente de amenaza al conocimiento y la imaginación
autónomos.
Sobre la constitución del campo literario, hay ya, claramente
en Machado de Assis, la aspiración a una concepción sobre los
contornos del “campo” de pertinencia de la literatura, sobre sus
límites respecto de la política, de la filosofía incluso, adjudicando
a la estética una realidad de otra calidad. Es el caso de la poesía, a
la cual el romanticismo, afirma, le ha exigido más allá de sus pro-
pias fuerzas, sin lograr entender la diferencia entre la aspiración
social, política y el concepto estético. Dice Machado:

Garrett176, ingenuo a veces, como un gran poeta que era, atribuyó


a los versos una cantidad de grandes cosas sociales que ellos no
han logrado realizar, los pobres versos;... Mas entre una aspiración
social y un concepto estético hay diferencia; lo que se precisa es
una definición estética177.

Esta, su preocupación, entiende Machado, está en proceso


todavía de hacerse común entre la intelectualidad. La nueva poe-
sía, por ejemplo, no posee aún un carácter distintivo, no hay un
manifiesto: “¿Cuál es, entre tanto, la teoría y el ideal de la poesía
nueva?… Aquí, sin embargo, fluctúan las opiniones, se afirman
las divergencias, domina la contradicción y la vaguedad; no hay,
en fin, un verdadero prefacio a Cromwell”178.
En defensa, por tanto, de las visiones espiritualistas a lo
Veríssimo, de las realistas críticas como la de Machado de
Assis, y de las que también emergerían desde la crítica a la

176 Se refiere al escritor romántico portugués João Baptista da Silva Leitão de


Almeida Garrett (1799-1854).
177 Machado de Assis. “Notícia da atual literatura brasileira. Instinto de naciona-
lidade”. Párr. 3.
178 Machado de Assis. “Notícia da atual literatura brasileira. Instinto de naciona-
lidade”. Párr. 3.

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modernización excluyente, como las de Lima Barreto, con-
diciones más complejas iban todavía a emerger a la luz de la
configuración de la literatura brasileña moderna, entre ellas,
primero que todo, la autorreflexión estética sobre la nación y
la originalidad/autenticidad de la expresión. Ambas, preocupa-
ciones más bien neorrománticas, pero que estuvieron entre las
preguntas que animaron y permearon indistintamente también
muchas de las intenciones de fidelidad naturalista.
Desde alrededor de 1875 y hasta 1922 se data el período
fundacional de la literatura brasileña moderna como campo
complejo en el cual se desarrollan diversos géneros, tendencias,
y los escritores se constituyen en actores relevantes del escenario
de la cultura nacional como no había ocurrido nunca antes. La
propia literatura comienza a expresarse a través de instituciones
especializadas tales como la Academia Brasileira de Letras, que,
fundada en 1897, asume el lugar que había cumplido hasta esa
fecha el Instituto Histórico en tanto institución intermediaria
entre los productores culturales, el poder y el público179.
El principal tramo de este proceso de conformación del
campo, el llamado momento áureo, puede datarse entre 1880,
cuando Machado de Assis publica su primera novela, Memórias
Póstumas de Brás Cubas, hasta 1908, cuando el gran escritor mue-
re. Este proceso de constitución del campo literario si bien impli-
có su florecimiento, también estuvo condicionado en esta etapa
que coincide con la inauguración del propio Brasil republicano,
por su fuerte institucionalización. Es así que ya en la parte final
del período, desde 1910 hasta la emergencia del Modernismo, en
1922, la literatura brasileña vive su momento de mayor oficiali-
zación, “ajustándose a los ideales de la clase dominante y gene-
rando el academicismo”180: misma observancia a la respetabilidad
burguesa contra la cual se rebelará el modernismo brasileño. An-
tes de aquello, al lado de la literatura oficial había existido una

179 Candido y Castello. Presença da literatura brasileira. 108.


180 Candido y Castello. Presença da literatura brasileira. 108.

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bohemia contundente, pero que no logró resistir la cooptación
por parte de los nuevos sectores dominantes, excepción hecha
de Machado de Assis, quien, siendo el presidente de la principal
institución literaria oficial, la Academia Brasileira de Letras, nun-
ca vio por esa circunstancia afectada su fuerza creativa; y de la
figura señera, autónoma de esa institucionalidad, que representó
Afonso de Lima Barreto.
En su relevante História da literatura brasileira (1916), Jose
Veríssimo (1857-1916), crítico y actor literario de la época, lla-
mó al primer momento de este período, que coincide con el Fin
de Siglo, “Modernismo”181; el que estuvo condicionado, para el
crítico, por los eventos del despertar de conciencia nacional que
implicaron las consecuencias de la Guerra del Paraguay, la dis-
cusión sobre la abolición de la esclavitud y los conflictos religio-
sos entre el ultramontanismo y el liberalismo, así como por los
impactos que, en el interés por la cultura francesa, despertó la
coyuntura de la guerra Franco-Prusiana y la revolución que hizo
triunfar a la República en España, en 1868, así como por la caída
del Imperio napoleónico y la proclamación de la República tam-
bién en ese país, en 1870. Los efectos de estos acontecimientos,
“se hicieron sentir en una mayor libertad espiritual y un más vivo
espíritu crítico”, dijo el autor182. Ese movimiento que Veríssimo
llama “Modernista” se nutrió del pensamiento europeo de la épo-
ca, sobre todo de las teorías de Comte, Littré, Quinet, Taine y
Renan, además de autores ingleses y alemanes. Los desarrollos en
la reflexión filosófica habrían dado tempranamente a la luz un
libro como O fim da criação ou a natureza interpretada pelo senso
comum (1875), del Visconde do Rio Grande (José de Araújo Ri-
beiro), primer desarrollo sobre la base del darwinismo en el país.
Desde esa época comienza a existir una mayor preocupación
por la educación pública, y en la nueva Escuela Politécnica se

181 Lo hizo en 1916, antes de que irrumpiera el que hoy conocemos como movi-
miento modernista brasileño.
182 Veríssimo. História da literatura brasileira. 336.

118

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concertan profesores venidos de Europa para las áreas de física,
fisiología, mineralogía, geología. La enseñanza de la medicina
fue, asimismo, reformada. Comienza el estudio científico de las
lenguas indígenas del país, del cual es un hito fundacional el libro
Ensaios de Ciência (1873) de Batista Caetano de Almeida No-
gueira. Y ya terminando el decenio, Araripe Júnior comienza a
publicar su importante obra sobre José de Alencar (1882)183. Este
movimiento de las letras y las ciencias brasileñas dio resultados
dispares. En la literatura propiamente tal, dio origen al naturalis-
mo en narrativa y al parnasianismo y la “poesía científica”, en la
lírica; y en el campo científico se manifestó muchas veces como
“gongorismo científico”184. Tal vez, dice Veríssimo, si su más du-
radero efecto fuese el desarrollo de un espíritu crítico.

Las escuelas literarias principales


Quisiéramos comenzar por el principal escritor, sin duda al-
guna, de la última parte del siglo XIX, y que representa una par-
ticularidad no solo brasileña, sino latinoamericana, por su aporte
literario sostenido, prolífico (en diversos géneros) y original a las
letras modernas occidentales: Joaquim Machado de Assis (1839-
1908)185. Machado de Assis, de cuna humilde, fue autodidacta
y trabajó como tipógrafo y corrector editorial. Desde 1858, al
iniciarse en el Diário do Rio de Janeiro, se volvió un colaborador
permanente de la imprenta de la Corte. Ya comenzada su carrera
literaria, en 1875, se inicia a la vez como funcionario público en

183 Veríssimo. História da literatura brasileira. 342-344.


184 Veríssimo. História da literatura brasileira. 345.
185 Roberto Schwarz, uno de sus principales estudiosos, ha discutido los criterios
que fundan la ponderación “universalista” o más bien “mundialista”, debiése-
mos decir, de la obra de Machado. Cf. Entre sus textos más recientes: “Lectu-
ras opuestas de la literatura mundial” (2008). También sugiero las discusiones
propuestas por el Colectivo de Investigación de Warwick (WReC–Warwick
Research Collective), en Desenvolvimento combinado e desigual Por uma nova
teoria da literatura-mundial (2020).

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la Secretaría de Agricultura y Vialidad. Comenzó su carrera lite-
raria publicando sus trabajos en la Marmota Fluminense y sus pri-
meras publicaciones fueron, en poesía, Crisálidas (1864), Falenas
(1870) y Americanas (1875); en prosa, los libros de relatos Contos
fluminenses (1870), Histórias da meia-noite (1873), y las novelas
Ressurreição (1872), A mão e a luva (1874), Helena (1876) y Iaiá
Garcia (1878). En teatro publicó las piezas Hoje avental, amanhã
luva (1860), Queda que as mulheres têm para os tolos (1861), Des-
encantos (1861), O caminho da porta (1863), O protocolo (1863),
Quase ministro (1864), Os deuses de casaca (1866), Tu, só tu, puro
amor (1880). Todo ello lo publicó antes de su obra maestra, la
novela Memórias Póstumas de Brás Cubas (1881), a la que siguie-
ron sus libros de relatos Papéis avulsos (1882), O alienista (1882),
Histórias sem data (1884). Luego publicó su segunda novela,
Quincas Borba (1891) y posteriormente, Don Casmurro (1899).
Entre 1896 y 1899 publicó nuevas compilaciones de cuentos y
una obra de teatro: Várias histórias, Páginas recolhidas y Não con-
sultes médico, respectivamente. A la vuelta del siglo y hasta su
muerte, en 1908, publicó otras dos novelas: Esaú e Jacó (1904)
y Memorial de Aires (1908), su libro de relatos Relíquias da casa
velha (1906) y sus libros de poesía Ocidentais (1901) y Poesías
completas (1901). Ello, entre sus decenas de ensayos críticos y
crónicas de prensa (relevantísimas son las de la década de 1880
en la serie colectiva “Balas de Estalo”, publicada por la Gazeta de
Notícias186). En 1897 es co-fundador de la Academia Brasileira de
Letras y nombrado su primer presidente, cargo que ostentó has-
ta su fallecimiento. Crítico del cientificismo cerrado y dogmáti-
co, así como del positivismo que la nueva generación ostentaba
como receta también ufanista, afirmó en una de esas crónicas que
“La ciencia nada tiene que ver con la utilidad o la perversidad de

186 Entre entre 1883 y 1886, Machado de Assis colaboró para la sección colectiva
“Balas de Estalo” del periódico carioca Gazeta de Notícias. En los 125 textos
que componen su colaboración se refiere a hechos de la semana con su parti-
cular estilo humorístico y satírico. Lo hizo bajo el seudónimo de Lélio.

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las instituciones. El lado social no le pertenece, sino solo el mecá-
nico” (Machado “Balas de estalo”, 24 de marzo, 1885).
Por otra parte, durante el decenio de 1880 puede marcarse
el inicio de una tendencia fuertemente antirromántica en la li-
teratura brasileña, cuyo signo fue un acendrado culto a la forma
basado en las proposiciones acuñadas por el movimiento parna-
siano francés. Su homólogo brasileño tuvo idéntica orientación
–la “Profissão de Fé” de Olavo Bilac parece una reproducción de
“L’Art”, el poema donde Théophile Gautier condensa su mani-
fiesto parnasiano187–. Críticos de la forma romántica, los parna-
sianos brasileños tuvieron preferencia por el soneto y dejaron de
lado todas las formas que daban la impresión de mayor esponta-
neidad inmediatista en la creación –tales como las octavas y déci-
mas de redondillas–, privilegiando, por el contrario, las compo-
siciones más complejas de metros alternados y todas aquellas que
dieran lustre a una forma más enrevesada188. En el lenguaje fue su
marca una corrección rayana en el academicismo pedante, siem-
pre a la caza de la frase elegante y refinada. Comparaban el oficio
del poeta con el del artista pictórico, inmerso con minucia des-
criptiva en cada detalle de su obra. Mucho más que a los román-
ticos, les interesará la descripción directa, realista del cuerpo y
de la sensualidad. Fanfarras (1882) de Teófilo Dias (1854-1889)
puede ser considerado el primer texto estrictamente parnasiano
en el Brasil. Otros cultores de la nueva tendencia fueron Olavo
Bilac (1865-1918), Alberto de Oliveira (1857-1937), Raimun-
do Correia (1859-1911), Francisca Júlia (1871-1920) y Augusto

187 Candido y Castello. Presença da literatura brasileira. 120.


188 “No sólo decasílabos y hexasílabos o heptasílabos, según la tradición clásica,
sino metros menores, que permiten arabescos plásticos. Es el caso de las estro-
fas de versos de ocho y cuatro sílabas, desusadas anteriormente, y abundantes
entre los parnasianos franceses. Un trazo curioso de los nuestros, mostrando
el gusto por el malabarismo y el apego a la lección de Banville, fue la restaura-
ción de viejas formas regulares, algunas de origen medieval: la balada francesa,
el triolé, el rondó, la sextina, el canto real”. Candido y Castello. Presença da
literatura brasileira. 122.

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de Lima (1859-1934). Un grupo cuyas intenciones, cercanas al
naturalismo, de descripción objetiva de la realidad (donde al ar-
tista le sería posible mantenerse al margen del objeto o del senti-
miento observado), impactó, en palabras de Candido y Castello,
en una sobrecarga de la literatura con “una pesada literaturidad,
epidérmica y pretenciosa, hecha para la sensibilidad semiculta
de la burguesía”189. En su conjunto, los parnasianos brasileños
representaron más intenciones que resultados poéticos, pues su
ideal de una obra válida por sí misma naufragó justamente en su
inhabilidad de expresión estética.
Será sobre todo desde 1890 que otra escuela tendrá su im-
pacto en el Brasil, este es el Simbolismo de cuño francés. En
el Brasil, la corriente simbolista se manifestó en formas en las
cuales más que la altisonancia y el enreveso formal primaban las
evocaciones y la sugerencia, ritmos insinuantes, musicales, que
“daban al poema una fuerza de envolvimiento sonambúlica”190.
La muerte, los lugares misteriosos y extravagantes en el pasado
o en las ocultas caras de la vida cotidiana, eran temas predilec-
tos para los poetas simbolistas, que tenían una fuerte tendencia
a rodear lo enigmático y lo espiritual, así, “peculiar es el uso del
vocabulario litúrgico, no siempre correspondiendo a las con-
vicciones religiosas del autor, pero adecuado para acentuar el
misterio y la solemnidad. Por eso se ha apuntado la ligazón
entre nuestro Simbolismo y el espiritualismo”191. Sin embar-
go, más allá de esta singularidad, como tendencia de las letras,
como conjunto, el simbolismo brasileño, en opinión de An-
tonio Candido y José Aderaldo Castello adoleció de falta de
fuerza, sobre todo, opinan los críticos, por la limitación que le
impuso la alianza tácita entre el academicismo oficial y el par-
nasianismo, que le convirtió, así, en la poesía “semi-oficial”192.

189 Candido y Castello. Presença da literatura brasileira. 125.


190 Candido y Castello. Presença da literatura brasileira. 127.
191 Candido y Castello. Presença da literatura brasileira. 128.
192 Candido y Castello. Presença da literatura brasileira. 127.

122

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Sus aportes, sin embargo, son evidentes en poetas como Coelho
Neto, y sus manifestaciones, en tanto relativamente marginales
a la corriente principal, contribuyeron a generar el ambiente
“pre-modernista”.

Ambiente intelectual finisecular:


la Belle Époque (1898-1908)

Desde la Abolición, el país se había lanzado en una espiral


acelerada de modernización económica que tuvo como eje la ex-
tensión casi sin trabas de los créditos financieros a los nacionales,
para lo cual suscribió a su vez millonarios créditos internacio-
nales y vociferó la política económica del laissez faire. Se inició,
asimismo, la era conducida por los que Afonso de Lima Barre-
to (1881-1922) llamó “reformadores apurados”: extraordinarias
obras urbanas, nuevas normas de urbanidad y una creciente
variedad de formas de exclusión hacia la población de afrodes-
cendientes e indígenas y hacia los más pobres, signaron lo que
apareció como una modernización compulsiva de la principal
ciudad del país, Rio de Janeiro, que no dejó de tener detrac-
tores debido a su forma irreflexiva, excluyente y europeizante.
Se levantaron y echaron abajo todo tipo de edificios, para, por
una parte, europeizar el centro de la ciudad (se derrumbaron los
antiguos caserones imperiales que ahora alojaban a cientos de
personas de los grupos más pobres, todo aquello que recordara
los signos de la colonia portuguesa), y por otra, con el único afán
de la especulación inmobiliaria; todo ello avalado por el discurso
de los modernizadores que impulsaban a la urgente inserción de
la ciudad en la Belle Époque. La “Marea de mejoramientos”193

193 Sevcenko. Literatura como missão: tensões sociais e criação cultural na Primeira
República.

123

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y el discurso “ufanista” que la acompañó194, no dieron espacio
a los brasileños para reflexionar sobre qué estaba pasando con
la población a consecuencia de estos cambios. O peor, las élites
que los sostuvieron (buena parte, intelectuales195) prefirieron no
observar aquellas consecuencias sino como residuos de actitudes
anti-modernas. Fue esta modernización, primero que todo, una
dinámica de élites.
La deficiente y accidentada política de la Primera República
(su primer período cerrado por la grave situación que implicó la
guerra de Canudos en 1897196), venía, sin embargo, haciendo
inverosímil para muchos sectores excluidos de las modernizacio-
nes, la asimilación entre República y modernidad igualitaria. A
pocos años de la proclamación de la República, habían sido des-
activados los actores políticos que levantaron el discurso liberal
reformista dentro de la alianza que derribó a la Monarquía (los
“jacobinos”), y desde entonces y hasta 1930, el poder sería con-
trolado por las antiguas clases tradicionales quienes, en una pers-
pectiva que traslapaba las ideas tradicionales y conservadoras,
iban a ser las impulsoras de las transformaciones modernizantes
durante las siguientes décadas. La nueva etapa tendría como pro-
tagonista a un tipo social que conciliaba la fiebre de riquezas,
de lujo, y la conservación del antiguo orden: conservadurismo
y emprendimiento, he ahí los homens novos. En la cultura, iba a

194 Lippi Oliveira. “Ufanismo: versão otimista da nação”. A questão nacional na


primeira república.
195 Freitas Dutra. Rebeldes literários da República. História e identidade nacional no
Almanaque Brasileiro Garnier (1903-1914).
196 Jeffrey D. Needell ha mostrado cómo la Guerra de Canudos impactó en la
política nacional, no solo en exacerbar la ya difícil lucha partidaria al interior
del partido de gobierno (separado entre hacendados paulistas que no habían
roto con la antigua élite y los grupos más liberales), y generada por la Guerra
Civil desatada en Rio Grande do Sul. Como expusimos antes, a cambio del
resguardo que le otorgaba São Paulo, Floriano había dejado la elección pre-
sidencial en manos del hacendado paulista Prudente de Morais (presidente
desde 1894), sin embargo, pronto estallaría el conflicto con los “jacobinos”,
que consideraban que su gobierno traicionaba los principios de la República,
sobre todo en reafirmar el retorno de los hacendados al poder.

124

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tener, asimismo, como protagonistas a aquellos jóvenes más bien
afrancesados que sostenían la actitud intelectual ufanista que
pretendía asimilar Brasil a Francia y Rio de Janeiro a París: he allí
la preeminencia que tendrían los escritores vinculados a la Livra-
ria Garnier (monopolizadora del mejor comercio de libros en la
capital y de la edición de los escritores más importantes, como es
el caso de Machado de Assis) y a su publicación, el Almanaque
Brasileiro Garnier (1904-1914), y entre ellos, sobre todo los de-
fensores del discurso modernizador y cientificista.
En su libro de 1945, Monções, Sérgio Buarque de Holanda
analiza el discurso de aquellos que participaron en las expedi-
ciones paulistas hacia el sertón bahiano en busca de nativos y de
riquezas minerales, en el último tercio del siglo XVIII197, entre
ellos identifica las primeras señales de estos “Nuevos Tiempos”
que emergerán con toda potencia en los primeros años del siglo
XX, y el intento de implantación, en este caso entre los serta-
nejos, de patrones culturales y formas de vida europeos con el
objetivo de resocializar a sus habitantes. Buarque de Holanda
identifica en los líderes de esos exploradores, la elaboración de
una pedagogía del poblamiento que buscaba ordenar el caos que
resultaba la expansión brasileña hacia el interior occidental del
territorio; se pretendía con ello, dice, producir el “milagro de
domesticar a los sertones incultos”198.
La Bellé Époque estuvo marcada, en la literatura, por un áni-
mo más bien superficial, que, desestimando la fuerza idealista y
nacionalista de los románticos, así como la crítica social de los re-
alistas, entronizaba ahora “un cierto sentido diletante del queha-
cer literario, dándose, en consecuencia, mucha más importancia
a aspectos secundarios de la literatura: las conferencias y salones

197 Como bien apunta Henrique Estrada, en sus textos Monções (1945) y “Metais
e pedras preciosas” (1960), Buarque de Holanda desarrolla la misma preo-
cupación por las relaciones entre el tránsito brasileño a la modernidad y los
procesos de democratización de la sociedad. Estrada Rodrigues. “Os sertões
incultos e o ouro do pasado”. 66.
198 Buarque de Holanda. Monções. 39.

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literarios, los discursos de ocasión, el litigio entre tendencias esté-
ticas, etc.”199. Y que privilegiaba absolutamente, sin mediaciones
ni límites, las referencias europeas a las vernáculas. Así, Nicolau
Sevcenko recuerda, a propósito del particular cosmopolitismo
afrancesado que se apoderó de Rio de Janeiro en la época, que al
comenzar la Gran Guerra era común que las personas de la Ave-
nida, al cruzarse en la calle, en lugar del convencional “boa-tarde”
o “boa-noite”, intercambiaran un “Viva a França”200.
A un lado de las imposturas de los intelectuales, la asunción
instrumental de este discurso modernizador impropio, su asimi-
lación acrítica y su instalación con la dignidad prácticamente de
fe de Estado, generó todo un régimen de exclusiones que funcio-
nó en la realidad imponiendo estigmas y expulsando del universo
social prestigiado a aquellos grupos que no calzaban con el ideal
de modernidad glorificado. En el extremo más trágico, este dis-
curso justificó la violencia y la masacre contra las poblaciones del
sertón bahiano congregadas en la ciudadela autónoma de Belo
Monte, en Canudos, en 1897.
En ese sentido, estos pedagogos de la prosperidad201 del Fin
de Siglo, estos reformadores apurados y especuladores mercanti-
les, expresaban la forma en que los “Nuevos Tiempos” brasileños

199 Silva. “Academia versus Confeitaria: duas tendências literárias na Belle Épo-
que carioca”. 64.
200 Sevcenko. Literatura como missão: tensões sociais e criação cultural na Primeira
República. 52. Sobre la extensiva influencia europea en las élites culturales
de la época, apunta Maurício Silva: “Comenzando por la denominación que
puede ser dada al período (Belle Époque) hasta el fenómeno de autores que
utilizaban la lengua francesa como medio de expresión literaria (Alphonsus
de Guimaraens, Freitas Vale), pasando por la influencia ejercida en otras áreas
(arquitectura, artes plásticas, música), la cultura francesa tuvo una ascenden-
cia inimaginable en el medio artístico nacional. Mas no solo la francesa, con
la presencia soberana de Anatole France, sino también la inglesa (por medio
de la figura extravagante de Oscar Wilde), la italiana (a través de la literatura
célebre de D’Annunzio), la alemana (en relación con las teorías de Friedrich
Nietzsche) y la portuguesa (con las novelas irónicas e incisivas de Eça de Quei-
roz)”. Silva. “Academia versus Confeitaria: duas tendências literárias na Belle
Époque carioca”. 64.
201 Buarque de Holanda. Raízes do Brasil. 77.

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iban a producir la síntesis paradojal entre la “barbárica” sed de
dominio de las bandeiras coloniales y la “cordialidad” y el buen
decir de la Belle Époque.
Puede datarse en 1898 el inicio de la llamada Belle Époque
carioca, que, en las ideas se enmarca en una actitud ufanista,
una versión optimista del destino nacional202. El discurso domi-
nante enfatizó la consecución del orden y con ello, la llegada
del progreso. Ello a pesar de que la urbanización, como su ex-
presión más notoria, es un proceso que ocurre a la sombra de
la economía agrario-exportadora, que, por tanto, conformará
el Estado, pero también la sociedad a su propia imagen203. El
ufanismo se expresó sobre todo en la gran reforma de la ciudad
de Rio de Janeiro, que vio pasar la inauguración de la Avenida
Central en 1904 y tuvo su apoteosis en septiembre de 1908 con
la inauguración de la Exposición Nacional de Rio de Janeiro,
todas ceremonias ritualizadas en una celebración que era a la vez
de la modernidad y de la nación, pero que lo hacía en los hechos
nuevamente excluyendo a la gran masa de la población de sus
sentidos. Así ocurrió, por ejemplo, con los grupos urbanos popu-
lares, gran parte de ellos afrodescendientes que habían migrado
de las fazendas e ingenios.
Uno de los libros principales que trataron sobre los africanos
en el Brasil se debía al influyente evolucionista Nina Rodrigues,
quien en su estudio de 1905204, los calificó como una expresión
de degeneración racial, reprochándoles tanto a ellos como a sus
descendientes características como el animismo, el fetichismo,
el atavismo psíquico, la paranoia y la predisposición al crimen;
y afirmando la inexistencia de un “problema negro” en el Brasil,
debido a lo que asumía como su proceso de extinción acelerado.

202 Lippi Oliveira. A questão nacional na primeira República.


203 Pinheiro et al. História Geral da Civilização Brasileira. Tomo III. O Brasil Re-
publicano. Vol. 9. 29.
204 Nina Rodrigues. Os Africanos no Brasil. Rio de Janeiro: Centro Edelstein de
Pesquisas Sociais. 2010.

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Por supuesto que estos planteamientos sirvieron de justificación
a las exclusiones brutales que en el espacio urbano se llevarían
a cabo contra estos grupos, sobre todo desde la prefectura de
Francisco Pereira Pasos (1902-1906), quien impulsó, entre otras
medidas, la sustitución violenta de toda la arquitectura lusitana y
de las costumbres públicas de los afrodescendientes, restringien-
do las formas de su uso y ocupación de calles, plazas y espacios
públicos de Rio de Janeiro. He ahí la pertinencia del concepto de
encilhamento también para la cultura, que hace crisis justo en el
momento en que se encuentra presta a correr la carrera.
La prensa venía cobrando una importancia sin igual. Pri-
mero fue la Revista Brasileira, que, en su segunda fase, de 1879
a 1881, tuvo un papel fundamental en la divulgación de las
obras de Machado de Assis, Sílvio Romero y Araripe Júnior.
Luego, la Gazeta Literaria (1883-1884), la Gazeta de Notícias
(1875-1914), Novidades (1887-1892), dirigida por Alcindo
Guanabara; en 1885, la reaparición de la Revista Brasileira
(1895-1898), que ahora dirigía José Veríssimo, y de la cual en
1897 nació la Academia Brasileira de Letras (en 1910 se fundó
la Revista da Academia Brasileira de Letras, que aún se publica);
la revista ilustrada Kosmos (1904-1909); la revista A Mensageira
(1897-1900); y la importante revista de los simbolistas: Fon-
Fon! (1907-1920).
Los escritores de mayor renombre estuvieron vinculados, ya
a la Academia Brasileira de Letras, espacio que fungía de insti-
tucionalización del arte literario nacional, ya a la Librería y Casa
Editorial Garnier, y desde 1904, al Almanaque Brasileiro Garnier.
La Livraria reunía, en un espacio autónomo del Estado, que per-
mitía un contacto más directo de los escritores con el público, a
autores como Machado de Assis, quien desde principios de siglo
lideraba el grupo que también incluía a Joaquim Nabuco, Graça
Aranha, Euclides da Cunha, João Ribeiro y José Maria da Silva
Paranhos, el Barón de Rio Branco. Es este en la literatura, un
período de transición, en que la expresión de más fuerza es el

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realismo, naturalista o no, que culmina con Os sertões, en 1902,
y luego, en obras como Isaías Caminha (1909) y O triste fim de
Policarpo Quaresma (1911), de Lima Barreto (en la poesía, aisla-
do de los demás, entre los cuales predominaba un parnasianismo
con tintes simbolistas, está la excepción del poeta neoclásico José
Albano (1882-1923), vinculado a la herencia camoeniana)205.
La Academia Brasileira de Letras, dirigida hasta su muerte
en 1908 por Machado de Assis, representó en los hechos el es-
pacio de institucionalización del oficio literario, de especializa-
ción y, más allá de las vinculaciones particulares con el gobierno,
afirmó un lento proceso de autonomización respecto del Estado.
Como bien señala Eliana de Freitas Dutra, este objetivo se ha-
bía originado “de la decepción de esa intelectualidad para con
los rumbos de la República”206. Fue el espacio por antonomasia
de las consagraciones. La ABL tuvo como núcleo articulador la
Revista Brasileira. El Almanaque Brasileiro Garnier también hará
parte de la red intelectual creada en torno a la Academia, y “sus
páginas no quedarán mudas a la insatisfacción de esos intelec-
tuales, cuyo distanciamiento de la arena política no significó una
parálisis de la acción, ni un abandono del ejercicio intelectual
como actividad política”207.
Estos intelectuales que Nicolau Sevcenko llamó los “mos-
queteiros-intelectuales”208 de las últimas décadas del siglo, se ha-
bían ido alejando, sin embargo, a su vez, del escenario de la lucha
política directa. La creación de la ABL en 1897 había mostrado
en los hechos ese deseo de autonomía respecto de las posiciones
de partido al que aspiraban los escritores; ya lo declaraba Macha-
do de Assis al finalizar ese primer año:

205 Candido y Castello. Presença da literatura brasileira. 130.


206 Freitas Dutra. Rebeldes literários da República. História e identidade nacional no
Almanaque Brasileiro Garnier (1903-1914).25.
207 Freitas Dutra. Rebeldes literários da República. História e identidade nacional no
Almanaque Brasileiro Garnier (1903-1914). 25.
208 Sevcenko. Literatura como missão: tensões sociais e criação cultural na Primeira
República.

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Nacida entre graves cuidados de orden público, la Academia Bra-
sileña de Letras tiene que ser lo que son las asociaciones similares:
una torre de marfil, donde se acojan los espíritus literarios, con la
sola preocupación literaria, y desde donde, extendiendo los ojos a
todos los lados, vean claro y quieto. Los hombres de aquí pueden
escribir páginas de historia, pero la historia se hace afuera209.

La realización, en 1910, de la Exposición Nacional, organi-


zada para conmemorar el centenario de la apertura de los puertos
brasileños, dejó como impronta en la cultura, aquella perspectiva
celebratoria sobre el proceso modernizador nacional, en la ima-
gen del Brasil como un “Colosso infante”, en palabras de Freitas
Dutra (183), es decir, de una gran maquinaria dispuesta para la
producción, aunque recién naciente a la vida moderna.
Estas manifestaciones ufanistas, tuvieron, sin embargo, sus
críticos, tal vez si el más interesante de ellos sea Lima Barreto,
quien, sobre todo con su novela O triste fim de Policarpo Quaresma
(1911)210 construyó una ácida crítica al nacionalismo oficial de la
época. Tipo social que concentraba las ambigüedades de una época
en que florecía la República (el tiempo en que se ubica la trama es
el de la presidencia de Floriano Peixoto, de 1891 a 1894), afincada
en el más chovinista nacionalismo, Policarpo expresaba un relato
del período, sin embargo, en el que predominaba una versión in-
genua de las transformaciones que se estaban viviendo, y que era,
si se quiere, la interpretación que corría paralela al poder, todavía
en la dimensión de los ideales que se llamaron el “amor a la pa-
tria”, aunque a tal punto extremado aquí que el personaje de Lima
Barreto lo convierte en el centro no solo de la explicación de su
vocación, sino de sus afectos, ¡y hasta de su alimentación!211. Junto

209 Machado de Assis. “Discurso de Encerramento do 1º Ano Acadêmico


(07/12/1897)”, párr. 3.
210 Publicada entre agosto y octubre de 1911 en forma de folletín en el Jornal do
Commercio de Rio de Janeiro, fue impresa como libro en 1915.
211 El mayor Quaresma llegó a proponer a la Asamblea Legislativa la adopción del
tupi como lengua oficial del país.

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a Lima Barreto se encuentran sus compañeros de la bohemia, de
entre los cuales destacan los escritores Manuel Bastos Tigre (1852-
1957), Emílio de Menezes (1866-1918) y José do Patrocínio Filho
(1854-1905), y los caricaturistas Raul Pederneiras (1874-1956),
Calixto Cordeiro (o K.lixto) (1877-1957) y J. Carlos (1884-1950);
todos ellos compartieron una sensibilidad crítica y el trabajo inten-
so y frontal en la prensa, privilegiando las modalidades paródico-
humorísticas que ya los venían reuniendo a casi todos desde antes
en la, así nombrada por Bastos Tigre, “cofradía humorística”212.
Asimismo, la crónica social urbana despunta como género
preeminente de la crítica a las nuevas costumbres, expresando,
sobre todo, “la tentativa de dar un orden, por lo menos apa-
rente, al caos de arribismos y aventurerismos, fijando posicio-
nes, imponiendo barreras, definiendo límites y distribuyendo
tan parsimoniosamente como fuera posible las glorias”213. Es
ineludible aquí la figura de João do Rio (Paulo Barreto) (1881-
1921), que aparece señera respecto de las nuevas preocupacio-
nes modernas. Do Rio, periodista avezado, traductor de Wilde
al portugués, escribió innumerables artículos periodísticos. Es
notable su crítica al rastacuerismo de la cultura del cambio de
siglo, pero también a la que considera perversión de las costum-
bres que imponía la “modernización”. Como ocurre en su iró-
nica columna sobre la “mercantilización” de los encantos feme-
ninos en “Modern girls”; o su registro de las complicaciones de
las nuevas innovaciones, como en “A era do automóvel”214, su A
alma encantadora das ruas (1908) recopila una serie de treinta
y siete crónicas y reportajes sobre la ciudad y sus personajes. A
pesar de su importantísima presencia en la cultura de la época,

212 Desde 1907 K. Lixto y Raul Pederneiras, que ya habían trabajado jun-
tos en Mercurio en 1898, se reunirán en la dirección artísica de Fon Fon.
Velloso.“Sensibilidades finisseculares: intelectuais e cultura boêmia”. 39.
213 Sevcenko. Literatura como missão: tensões sociais e criação cultural na Primeira
República. 54.
214 Do Rio. Vida vertiginosa. Rio de Janeiro, París: H. Garnier, Livreiro Editor,
1911.

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al intentar su ingreso al Ministerio de Relaciones Exteriores,
este le fue negado por el Barão do Rio Branco, se dice, por
motivos de discriminación racial (era mulato) y genérico-sexual
(era homosexual).

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III. Euclides hacia Os sertões

La figura de Euclides da Cunha

Euclides Rodrigues Pimenta da Cunha nació el 20 de enero


de 1866 en una hacienda modesta de Cantagalo (estado de Rio
de Janeiro), en el Valle de Paraíba, en donde vivió hasta los tres
años. Sus padres fueron Manoel Rodrigues Pimenta da Cunha y
Eudoxia Moreira da Cunha. Debido a la temprana muerte de su
madre, en 1869, Euclides fue enviado a vivir con su tía Rosinda
Gouveia a la ciudad de Persépolis, sin embargo, la tía falleció al
año siguiente y, con tan solo cuatro años de edad, Euclides debió
cambiar nuevamente de familia y residir con otra tía, Laura Gar-
cés, quien, según sus memorias posteriores, no le otorgó afecto
maternal alguno durante esta primera infancia. A los ocho años,
el niño da Cunha dejó nuevamente su residencia esta vez para ir
a estudiar al Colegio Caldeira, en la ciudad de Fidélis. Es, según
sus fotografías y testimonio, un niño que lee, y que lee a poetas
y escritores europeos ya en esta época. En su cuarta mudanza, a
los once años, se traslada a Bahía con sus abuelos paternos. Un
año más tarde, nuevamente cambia de residencia, esta vez para
vivir en la ciudad de Rio de Janeiro con su tío Antonio Pimenta
da Cunha. En Rio estudia en distintos colegios. A los diecinueve
años, en 1885, ingresa en la Escuela Politécnica y un año más
tarde se matricula en la Escola Militar da Praia Vermelha de esa
misma ciudad, en donde realiza estudios hasta 1888. Como se-
ñalamos antes, la Escola resultaba un centro de confluencia de
los jóvenes de las familias de la nueva clase media en formación
y de las familias desposeídas de los grupos oligárquicos; la doc-
trina filosófica que imperaba era el positivismo y el cientificismo
y fue un centro de formación de los que más tarde serían jóvenes

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republicanos y abolicionistas, que se desarrollaron fundamental-
mente en las áreas de las ingenierías, la medicina y el derecho.
Expulsado de la escuela militar debido a su participación
protagonista en una protesta durante la visita del ministro de
Guerra de la aún Monarquía brasileña (lanza al suelo su sable en
el momento en que, en la formación, el ministro pasa revista a las
tropas), en 1888, fortalece su militancia republicana comenzada
el año anterior, ahora en la ciudad de São Paulo. En ese contexto
se incorpora como periodista al periódico republicano A Provin-
cia de São Paulo. En sus artículos queda en evidencia la enseñanza
positivista recibida en la Escola Militar y su republicanismo apa-
sionado. Al año siguiente, con el advenimiento de la República,
fue readmitido en la Escola. Ya escribe en la Gazeta de Notícias.
En 1891, ingresa a la Escola Superior de Guerra. Y en 1892 es-
cribe para el periódico O Estado de São Paulo artículos en los que
defiende la política del mariscal Floriano Peixoto.
Es enviado por el gobierno de Floriano a ejercer en la Di-
rección de Obras Militares en Minas Geráis, se presupone, por
la incomodidad que sus constantes ataques periodísticos a un
defensor de las ejecuciones sumarias por delitos políticos, miem-
bro del grupo oficial, causaban al gobierno. En 1895, estudia
geología, botánica, toponimia y etnología del Brasil. En 1896
deja el ejército para trabajar como ingeniero-ayudante en la su-
perintendencia de obras públicas, en São Paulo.
En el año 1897, ya iniciada la campaña contra Canudos por
el ejército de la República, publica los artículos “A nossa Vendéia”
en el diario O Estado de São Paulo. Ese mismo año, en agosto, se
embarca para Bahia acompañando la campaña militar de Canu-
dos que el ejército de la recién estrenada República realizó contra
el poblado de Bom Conselho (Canudos), en el sertón bahiano.
Se sumó a la expedición en calidad de corresponsal de guerra
para el periódico O Estado de São Paulo y con el cargo militar de
Adjunto del Estado Mayor del ministro de Guerra.

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Durante su estadía en el sertón, además de enviar los repor-
tajes al periódico, llevó una libreta de apuntes de viaje, su Diario
de expedición, en la que registró sus impresiones y apuntó infor-
mación sobre distintos aspectos del sertón: su población, demo-
grafía, historia, literatura y naturaleza y, luego, sobre la guerra.
En esta libreta basó la escritura de Os sertões. Una vez terminada
la guerra, desde el mismo año de 1898 y hasta 1900, trabaja in-
vestigando y escribiendo la que posteriormente sería su gran obra
Os sertões, publicada en 1902 por la editorial Laemmert & Cía.
La primera edición de la obra se agotó en menos de un año; al
año siguiente salió la segunda, que incorporó notas de Euclides
que precisan acontecimientos apuntados por la crítica. Inmedia-
tamente, y debido a la obra, en 1903 es electo miembro de la
Academia Brasileira de Letras y del Instituto Histórico y Geográ-
fico Brasileiro. En 1905 aparece la tercera edición de Os sertões.
En 1904 es nombrado jefe de la Comisión gubernamen-
tal de Reconocimiento del Alto Purus, y en esa calidad viaja
a la Amazonía hasta el año de 1906, en que vuelve a Rio de
Janeiro y publica su informe “Relación sobre el Alto Purus”,
y se incorpora al gabinete del Barão de Rio Branco. En 1907
aparece Contrastes e confrontos y Perú versus Bolívia. En 1906 y
1907 nacen sucesivamente sus dos hijos, el primero, muere, sin
embargo, a los pocos meses de vida. En 1909 publica A margen
da história, y trabaja como profesor de Lógica en el Colegio
Pedro II de Rio de Janeiro durante unos meses. Ese mismo año
de 1909, un 15 de agosto, Euclides de Cunha muere de manera
trágica de varios tiros que, en defensa propia, le asestara Di-
lermando de Assis (1888-1951), el amante de su esposa, Anna
Emília Ribeiro (1872-1951), luego de que Euclides intentara
matarlos a ambos215. Su cuerpo fue velado en la Academia Bra-
sileira de Letras y se declaró luto nacional.

215 Decidido a matar al amante, Euclides se presentó en su casa por la mañana y


le anunció: “He venido a matarte o a morir”. Dilermando, de 21 años y cadete
del Ejército, se llevó dos tiros y Euclides, con 43 años, cayó muerto de cuatro

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Al terminar su obra, en 1900, Euclides se había acercado
a un grupo socialista en formación, mientras seguía trabajando
como ingeniero. En 1905, con ocasión del primero de mayo,
había publicado “Um Velho Problema”, una crítica frontal a la
situación de explotación de los grupos de trabajadores; allí Eu-
clides destaca el acierto que significó en Marx, en la disputa con
Proudhon, el uso de un lenguaje ya de corte “socialista científi-
co”, “firme, comprensible y positivo”216 y, sumándose a sus con-
clusiones, afirma:

La explotación capitalista es asombrosamente clara, poniendo


realmente al trabajador en un nivel inferior al de la máquina. De
hecho, esta, en la permanente pasividad de la materia, es conser-
vada por el dueño; le impone constantes resguardos en el tenerla
íntegra y lustrosa, corrigiéndole los desajustes; y cuando muere
–digamos así– fulminada por la plétora de fuerza de una explo-
sión, o debilitada por las vibraciones que le granulan la muscu-
latura de fierro, origina la tristeza real de un desfalco, la pena de
un decrecimiento de la fortuna, el luto inconsolable de un daño.
Mientras que el operario, adscrito a sueldos demasiado escasos
para su subsistencia, es la máquina que se conserva por sí, y mal;
sus dolores reprimidos, forzosamente estoico; sus molestias que,
por una cruel ironía, crecen con el desarrollo industrial –el fos-
forismo, el saturnismo, el hidrargirismo, el oxicarbonismo– las
cura como puede, cuando puede; y cuando muere, al final, a veces
súbitamente triturado en los engranajes de su siniestra socia con
mejor quiñón, o lentamente –enverdecido por las sales de cobre y
de zinc, paralítico, delirante por el plomo, hinchado por los com-
puestos de mercurio, asfixiado por el óxido carbónico, ulcerado
por los cáusticos de los post Arsenicales, devastado por la terrible
embriaguez petrolífera o fulminado por un coup de plomb– cuan-
do se extingue, nadie le da por falta en la gran masa anónima y

balas, en el jardín de la casa. Testimonios de la nieta de Euclides, a la vista


del diario de su abuela, Anna Emília, evidenciarían que el autor de Os sertões
padecía trastornos psicológicos y afectivos.
216 Da Cunha. Contrastes e confrontos. 237.

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taciturna, que enjuaga todas las mañanas a la puerta de las oficinas
(Da Cunha. Contrastes e confrontos 239).

Si bien, como ha señalado Clovis Moura, el socialismo de


Euclides nunca llega a desarrollarse plenamente, la intuición
queda, la sugerencia pervive, aunque no complete una visión
ideológica consistente.
Os sertões es el ensayo-testimonio de Euclides da Cunha,
quien, como corresponsal del periódico de orientación republi-
cana O Estado de São Paulo, presenció los días finales de la embes-
tida militar y la masacre con la que el ejército de la República del
Brasil selló la suerte de la población de Canudos, durante el año
de 1897. Su visión del sertón, como veremos, está condiciona-
da por su perspectiva ideológico-política sobre la campaña, pero
también por su pensamiento cientificista y positivista, así como
por su interés naturalista y sus vinculaciones, como ingeniero y
parte de la comunidad científica de la época.
Pero desde el primer momento, ya en el camino entre Quei-
madas y Monte Santo, cuando Euclides entra en contacto por
primera vez con la caatinga, la vegetación típica del Brasil nor-
destino, caracterizada por arbustos desérticos, bosques espinosos
y cactos217, su perspectiva sólidamente formada en esos marcos
científicos, se conmociona. Así, queda extasiado ante la extra-
ña e impresionante variedad de especies que se presenta ante su
vista, algo que supera con mucho sus lecturas y estudios. Mas
su primera conclusión rinde tributo al campo científico; como
señala en su Diário de uma expedição y en su Caderneta de campo,
considera que ese espectáculo natural requeriría de personas más

217 La caatinga o catinga (voz que proviene del tupí: kaa: vegetación, y tínga: blan-
co: “bosque blanco”) corresponde a una forma de vegetación que caracteriza al
Brasil del nordeste, y que, define también una ecoregión que cubre alrededor
de un millón de kms. cuadrados, lo que corresponde a cerca del diez por cien-
to del territorio del Brasil. La Caatinga es una zona semiárida que posee una
flora de bosque espinoso, cactos, caduciflios y algunos pastos, así como flora
de cortesa gruesa.

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competentes para realizar el análisis de las muestras que de esa
vegetación fue tomando durante el recorrido. Para José Carlos
Barreto de Santana, esta duda que Euclides anota en sus cuader-
nos remite a la autoridad que él otorgaba a sus amigos de la Co-
missão Geográfica e Geológica de São Paulo, dirigida por Orville
Derby, donde trabajaba también el botánico Alberto Loefgren, y
de quienes esperaba también, es fácil colegir, un reconocimiento
de legitimidad en esa área (recuerda Barreto que antes de la cam-
paña, Derby, Loefgren y Teodoro Sampaio habían indicado el
nombre de Euclides da Cunha como socio del Instituto Históri-
co y Geográfico de São Paulo218). Es entonces importante señalar
este primer aspecto para la comprensión de su obra y de la forma
que irá desenvolviendo la enunciación de Os sertões. Lo que tam-
bién se deduce de estas notas de la campaña-viaje es que Euclides
se encontraba, mucho más de lo que se ha señalado, involucrado
en la comunidad científica de la época y que, como afirma Barre-
to, al realizar sus artículos para los periódicos, lo hacía también
con la impronta de quien se considera parte de ese grupo y bien
dispuesto, por tanto, para realizar el análisis geográfico-geológico
de la región donde se emplazaba Canudos219. Por otro lado, es
importante considerar el conocimiento previo que de libros y es-
tudios poseía Euclides sobre la región, “que permitían al ingenie-
ro realizar la distinción entre diferentes capas geológicas durante
un viaje en tren, en un trecho cuyas informaciones podrían ser
obtenidas a través de la consulta al mapa facilitado por Teodo-
ro Sampaio, o al artículo de Derby (1878) o al libro de Hartt
(1870)220.

218 Barreto de Santana. “Geologia e metáforas geológicas em Os sertões”, párr. 10.


219 Barreto de Santana. “Geologia e metáforas geológicas em Os sertões”, párr. 11.
220 Barreto de Santana. “Geologia e metáforas geológicas em Os sertões”, párr. 11.

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Canudos, los intelectuales y Os sertões
Cuando en 1889 fue proclamada la República en el Brasil,
el país se hallaba en una complicada situación económica que era
resentida fundamentalmente por las masas populares. Sobre todo
en el nordeste del país la situación del pueblo brasileño era de
miseria: la sequía y una excluyente estructura latifundista conspi-
raban contra su subsistencia.
Durante la gran sequía de 1877 a 1879, muchos habitantes
del nordeste habían sido expulsados de los latifundios y al menos
300.000 habían muerto. El sertón se transformó en un desierto
en el que deambulaban seres hambrientos, grupos organizados
para el pillaje (los cangaceiros) y grupos de seguidores de algún
beato de los varios que en ese tiempo recorrían los sertones. Me-
sianismo este que, junto al ofertorio de diversidad de milagros,
anunciaba el término de la mala vida y el advenimiento de un
mundo mejor.
Ya en 1887, un oficio al Presidente de la Provincia solicitaba
tomar providencias contra el

...individuo Antonio Vicente Mendes Maciel, que, pregonando


doctrinas subversivas, hacía un gran mal a la religión y al Estado,
distrayendo al pueblo de sus obligaciones y arrastrándolo tras de
sí, procurando convencer que era el Espíritu Santo, insurbordi-
nándose contra las autoridades constituidas, a las cuales no obede-
cía ni mandaba obedecer221.

Antes de ese momento, Antônio Mendes Maciel, el “Con-


selheiro”, llamado así por sus predicaciones apocalípticas y su
función de mediador entre los pleitos de los fieles otorgándo-
les consejo, había llevado una vida de beato itinerante por el
sertón, adquiriendo, eso sí, creciente admiración de parte de
los habitantes de los distintos pueblos del área debido a sus

221 Pinheiro et al. História Geral da Civilização Brasileira. Tomo III. O Brasil repu-
blicano. 68.

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costumbres ascéticas y a sus acciones piadosas. Era conocido por
haber aportado en la construcción de varias iglesias y de muros
de cementerios, todo ello gracias a su carisma, que le convertía
en un líder espiritual capaz de congregar a los creyentes en pos
de acciones de fe. Por eso mismo, la Iglesia había mantenido
una actitud observante frente a su figura, que le era funcional
a la re-vigorización de feligresías anémicas como las del sertón
en la época. Sin embargo, su influencia entre el pueblo creció
a tal punto que crispó a los obispos y terminó por desatar la
oposición eclesial. Ya en 1882, el arzobispo de Bahía ordenaba
a los párrocos que no le diesen autorización para predicar en
sus púlpitos e impidieran que los parroquianos lo oyesen222. El
episodio que terminó por definir el futuro del Conselheiro fue
la oposición que encabezó, en 1893, recién estrenada la Cons-
titución de la República que descentralizaba su administración,
contra el cobro de nuevos impuestos municipales en Bahia: un
día de feria, junto a sus seguidores quemó los carteles en que se
exponían las nuevas tarifas. Fueron perseguidos por la policía y
se trabaron en un combate en el cual las fuerzas de la policía re-
sultaron derrotadas. Desde ese momento, el Conselheiro se con-
vierte en prófugo de la ley y se retira a la ciudadela de Canudos.
Desde 1893, personas provenientes de todas partes del ser-
tón se habían establecido en Belo Monte (Canudos), poblado del
sertón bahiano. Ya en 1897, Canudos contaba con entre veinte
y treinta mil habitantes223 viviendo en un régimen comunitario
de agricultura y pequeña ganadería, sin patrones, oyendo los
sermones del Conselheiro, a la espera de que se cumplieran los
anuncios mesiánicos que él les transmitía. Lejos de la mitología
que elaboró el estado brasileño republicano de la época y que
pretendía justificar la invasión y la guerra contra Canudos, el

222 Pinheiro et al. História Geral da Civilização Brasileira. Tomo III. O Brasil repu-
blicano. 68.
223 Pinheiro et al. História Geral da Civilização Brasileira. Tomo III. O Brasil repu-
blicano. 69; Monteiro. “Canudos: guerras de memoria”.

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monarquismo no era ni con mucho el centro de la rebelión de los
sertanejos, quienes expresaban más bien un movimiento místico
religioso, basado en el “sebastianismo”, que rendía culto a la figu-
ra del rey Sebastião I de Portugal (1554-1578), desaparecido en
la campaña contra los moros y del cual se esperaba su retorno224.
Frente a los falsos cristianos, Antônio Conselheiro se convir-
tió, para los hombres y mujeres del sertón, en una autoridad reli-
giosa ejemplar, y Belo Monte en un “lugar privilegiado. . . donde
por el sufrimiento y por la vida limpia y piadosa, los sertanejos se
preparaban para alcanzar el Cielo”225.
En noviembre de 1896 fueron enviadas las primeras tropas
militares al sertón bahiano. El gobierno y el ejército, confiados en
su poder y en la magra capacidad de resistencia de los sertanejos
pobres que acompañaban al Conselheiro, pensaron que liquida-
rían la campaña de manera rápida. Sin embargo, las tropas no
alcanzaron a llegar al poblado: fueron desbaratadas completa-
mente por los rebeldes de Antônio Conselheiro.
Desde ese momento se comenzó a difundir la idea de que
la resistencia sertaneja (que el discurso oficial llamó “rebelión”)
tenía un afán monárquico restaurador, tanto así, que se extendió
la creencia de que los rebeldes eran financiados y provistos de ar-
senal y armamento moderno desde el extranjero, por alguna po-
tencia interesada en la reposición en el trono de Pedro II (Ingla-
terra, la primera sospechosa). Un mito surgido, como decíamos
antes, sobre todo desde las filas de los grupos más “progresistas”
de la antigua alianza republicana (“florianistas”). Sectores me-
dios urbanos, periodistas, militares positivistas como Euclides,
que habían fundado su existencia en el discurso de la ciencia y el

224 Había perecido a los veinticinco años en el campo de batalla en la desastroza


campaña militar cristiana de Alcácer-Quibir por él organizada contra los mo-
ros, en tierras africanas. Debido a que no fue fácil la identificación y recupera-
ción del cuerpo del rey, se difundió la leyenda del “rey durmiente”, aquel que
seguía vivo y retornaría cada vez que el reino lo necesitase y que dio origen a
su vez al movimiento místico del “Sebastianismo”.
225 História Geral da Civilização Brasileira. Tomo III. O Brasil republicano. 77.

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progreso, vieron en aquellos rebeldes, por motivos ideológicos, la
base del conservadurismo católico (y por extensión, antirrepubli-
cano) y, por motivos políticos, encontraron en el movimiento del
interior una buena ocasión de fustigar al gobierno –conducido
ya a esa fecha por la fracción paulista hacendada– por su falta
de compromiso con la República y la Patria. Muy probablemen-
te, el mito sirvió luego también para justificar la incompetencia
del ejército republicano en las tres cuartas partes de los enfren-
tamientos226.
Los intelectuales de la época, con muy pocas excepciones, se
alinearon con ese discurso oficial227. En los extremos, es notoria
al respecto la disidencia de Machado de Assis y, por contraparte,
grosera la manera como Olavo Bilac alienta la intervención mi-
litar contra los desheredados del sertón. En palabras de Pereira,
Machado

En pleno dominio del naturalismo positivista, el escritor, que hace


poco ofreciera, en el humor cáustico de las Memórias póstumas de
Brás Cubas, una visión satírica de nuestra sociedad esclavócrata,
observaba a los ‘dos mil hombres del Conselheiro’ como si fuesen
los nuevos piratas de la poesía, como fuera la generación de 1830,
que produjera una literatura que desafiaba la ley y el orden, como
ahora estaba siendo acusado el Conselheiro228.

Inmediatamente después de que Antônio Conselheiro hubo


adquirido notoriedad nacional con su primera victoria sobre las
tropas del ejército en Uauá, en noviembre de 1896, en su crónica
del 6 de diciembre de ese año, Machado de Assis se da a anali-
zar al “personaje” que le resulta el Conselheiro, en primer lugar,

226 Este motivo lo apunta Medeiros. “Tijolos para uma catedral”.


227 Como apunta Walnice Nogueira Galvão, solo conocidas las características
de la masacre se modificó esta cuasi unanimidad, entonces, “Los manifiestos
estudiantiles que antes estaban llenos de ardor republicano, ahora protestan
indignados. Las fuerzas armadas se vieron cubiertas de oprobio” (33).
228 Pereira, P. R. “A guerra de Canudos e os intelectuais”. 198.

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poniendo en duda la existencia del supuesto ejército sertanejo
armado a los niveles que el sensacionalismo de la prensa difun-
día. Así, irónico, llama a los cariocas: “Saquémonos el sombrero.
Un hombre que, solo con una palabra de fe, y la quietud de las
autoridades, congrega en torno de sí tres mil hombres armados,
es alguien”229. Asimismo, el escritor tratará luego con sorna las
noticias sobre los supuestos intereses subversivos monárquicos de
destrucción del orden republicano que adjudicaba al Conselheiro
el discurso unánime de la prensa de la época. Luego, le alaba: “sin
otro instrumento más que la sugestión, nuestro gran taumatur-
go, Antônio Conselheiro”230. Y en la crónica del día 31 de enero
de 1897, el escritor expone su radical distancia ante el modo
cómo se ha tratado la figura del líder sertanejo: “Protesto contra
la persecución que se está haciendo de Antônio Conselheiro”231,
y pone en duda las versiones de los periódicos, ninguno de los
cuales, apunta Machado, había enviado a corresponsal alguno
para corroborar las informaciones que estaba difundiendo. “¡Su
nombre es célebre hasta en Nueva York!”, señala en su última
crónica sobre el Conselheiro, del 14 de febrero de 1897, y termi-
na por afirmar que la historia verdadera de Belo Monte estaba a
la espera de aquel escritor que la pudiese contar.
Por su parte, el aclamado “Príncipe dos Poetas Brasileiros”,
el parnasiano Olavo Bilac, considerado el mayor poeta brasileño
hasta el modernismo (su mayor obra es de 1888, Poesías), no solo
replicó al pie de la letra el discurso oficial de la élite de la mo-
dernizadora Belle Époque sobre Canudos y el Conselherio, sino
que se sumó exacerbando el tono del coro de la prensa sensacio-
nalista y escribió crónicas desmerecedoras, pero también crueles,
en las cuales el poeta parnasiano se mostró abiertamente racista

229 Machado de Assis. Obra completa. Vol 2. 1345.


230 Machado de Assis Ctd. en Pereira, P. R. “A guerra de Canudos e os intelec-
tuais”. 200.
231 Machado de Assis Ctd. en Pereira, P. R. “A guerra de Canudos e os intelec-
tuais”. 200.

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y celebratorio respecto del genocidio de Canudos. Tristemente
conocida es su columna “Cerébro de fanático” (10 de octubre de
1897)232, en la cual se solaza del destino de la cabeza de Antônio
Conselheiro, que había sido cercenada y transportada a la Facul-
tad de Medicina de Salvador para ser auscultada por el Dr. Nina
Rodrígues, con el objeto de identificar en los rasgos físicos de su
cráneo o rostro, el fanatismo o la locura. El poeta, así, hace festín
de la situación ficticia de convertirse en craneólogo, invocando al
espíritu de Paul Broca233.
Basado en las falacias difundidas respecto de que los rebe-
lados de Canudos eran hordas monárquicas que pretendían de-
rrumbar a la República234, desde los primeros días de 1897 hasta
marzo de 1897, el gobierno brasileño envió dos expediciones más
del Ejército Nacional contra Canudos, las cuales también fueron
estruendosamente derrotadas por los sertanejos. Una cuarta y
última expedición fue enviada en abril de ese año, a cargo del
General Arthur Oscar de Andrade Guimarães; la expedición,
fuertemente apertrechada, y que recibió sostenido reforzamiento
de tropas, demoró largos siete meses en vencer a los rebeldes.

232 Gazeta de Notícias. Rio de Janeiro, 10 de octubre de 1897. El artículo está


firmado como “a.s.” Ctd. Por Copanuchum de Campos. A Gazeta de Notícias
do Rio de Janeiro (1896-7) 22.
233 Paul Broca fue un anatomista que afirmaba que la diversidad fenotípica obser-
vable proporcionaba datos sobre las diferencias raciales estructurales. Se con-
traponía al mestizaje y abogaba por las “razas puras”. Comparó la esterilidad
de la mula con la supuesta esterilidad del mulato. Belos Pereira. “Euclides e o
branqueamento”. 101.
234 Tal como el propio Euclides lo señala en Os sertões, visto el desastre de las
sucesivas expediciones sobre Canudos, se difundió la versión de que la guerra
había sido producto de una conflagración imperial internacional para derrocar
a la República. Para apoyar la tesis los diarios reprodujeron noticias extranje-
ras falsas y atribuyeron declaraciones al respecto a distintos personeros. Una
de ellas fue denegada radicalmente por el supuesto autor, el coronel Carlos
Teles, quien en carta del 21 de agosto a la Folha da Tarde, de Rio de Janeiro,
negó toda vinculación de Antônio Conselheiro con grupos externos al país,
presentando el carácter autónomo de la ciudadela y su desvinculación de las
tentativas de restauración de la monarquía.

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Los pobladores de la ciudadela resistieron con ferocidad al
ejército. Sus convicciones sobre que el Apocalipsis vendría y su
recuerdo de los años de relativa prosperidad vividos en Canudos
por quienes, de otra forma, expulsados de las haciendas, estaban
condenados a vivir de la limosna, del bandidaje o a morir de
hambre, contribuyeron a su heroísmo. Alrededor de once mil
militares fueron desplegados en el período de casi un año que
duró la campaña y solo consiguieron vencer a los conselheiristas
con el auxilio del más moderno armanento de guerra. El 5 de
octubre de 1897, los militares arrasaron lo que quedaba de la
ciudad, que nunca alzó la bandera de rendición235. Canudos, la
Troya de Barro236, no se rindió, cada una de las casas del poblado
fue quemada, cinco mil soldados del ejército brasileño murieron,
y casi toda la población de la ciudadela, alrededor de veinte mil
personas, acabó exterminada.
Los fieles que siguieron a Antônio Conselheiro a ese aisla-
do rincón del sertón bahiano, a esa ínsula en pleno desierto, lo

235 La guerra de Canudos se desarrolló entre noviembre del año 1896 y el 6 de


octubre de 1897, cuando se efectuó la masacre de la última parte de la pobla-
ción y la destrucción de la ciudadela de Canudos por el ejército de la república
brasileña. Euclides da Cunha llegó a Bahia el 7 de agosto de 1897, como
ingeniero y periodista, corresponsal del periódico O Estado de São Paulo. La
prensa local consignó que venía con el interés de estudiar la región donde se
desarrollaba la guerra desde un punto de vista militar y científico con el objeti-
vo de escribir un libro que llevara ese enfoque (Calasans. “Euclides Da Cunha
Nos Jornais Da Bahia”). Partiendo desde Salvador hacia Canudos hacia fin
del mes de agosto, llegó al interior del sertón bahiano, a Monte Santo, el 16
de septiembre de 1897 (Caderneta de campo, 53), acompañando la cuarta y
última expedición, a cargo del general Artur Oscar de Andrade Guimarães,
con el cargo de Adjunto del Estado Mayor del Ministro de Guerra, Carlos Bit-
tencourt. Desde allí, Euclides redactará para el periódico una serie de artículos
sobre la campaña, que serán publicados póstumamente como Diário de uma
expedição (1939). Euclides regresaría a Salvador de Bahía cuatro días antes de
la caída de Canudos, “por sentirse afiebrado y enfermo”. Medeiros. “Tijolos
para uma catedral”. 7.
236 “Troya de Barro”, oxímoron con que Euclides nombra a Canudos, en alusión
a la ciudad-fortaleza que resistió un decenio el sitio de la alianza unida de
pueblos griegos. Acá, la contraposición es una fortaleza de paredes de barro y
madera.

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hicieron buscando un nuevo comienzo, para recuperar el futuro
que los poderes del litoral y de los propietarios de la tierra les
habían conculcado, y que los representantes de la Iglesia hace
ya tiempo habían dejado de ofrecerles. La construcción de un
paraíso en la tierra, que los igualara en la piedad de Jesús, donde
hubiese “un solo pastor para un solo rebaño”, fue la utopía que
condujo a cientos primero a escuchar al Conselheiro, y a miles,
luego, a construir junto a él la ciudad y defenderla. Dijeron futu-
ro: para eso vivimos; dijeron felicidad: la construiremos nosotros
mismos; dijeron utopía: la tenemos, esto es nuestra ciudad san-
ta… parecían restregarle al moderno Brasil las y los sertanejos.
Las motivaciones de los sertanejos solo superficialmente
fueron ininteligibles para el orden; en los hechos, la razón de
ese orden aquilató rápidamente una connotación restringida a
marcos que podían serle funcionales: la Iglesia llamó “subver-
sivo” a Antônio; los terratenientes confabularon; los periódicos
enviaron sus corresponsales a comprobar sus tesis a la primera
guerra republicana; el Ejército desplegó su mejor técnica militar;
y los habitantes del litoral carioca celebraron al final en la “Rua
do Ouvidor” (el escenario intelectual y cultural carioca más “ade-
lantado”, modernizado) la “victoria” de la República.
El cadáver de Méndes Maciel, el Conselheiro, muerto de
disentería hacia el final de la última embestida del ejército (22
de septiembre), fue exhumado, y su cabeza, cortada y enviada a
estudios para auscultar sus supuestas patologías psiquiátricas237.

237 Es importante apuntar que el Brasil tenía antecedentes de haber realizado este
tipo de castigos ejemplarizantes, nada menos que en la persona de quien fuese
elevado, por la República, a la categoría de mártir precursor de la Independen-
cia, cual fue el tratamiento público que se le dio al cuerpo de Joaquim José da
Silva Xavier, Tiradentes (1746-1792), ejecutado en castigo por la Conspira-
ción Minera, en 1789. El cuerpo de Tirandentes fue descuartizado, el tronco
enterrado como indigente, la cabeza y los cuatro pedazos restantes fueron
salados para evitar la rápida pudrición y luego enterrados en Minas Geráis, en
el camino por donde se supone que el rebelde habría predicado sus ideas. Su
cabeza fue finalmente robada, desapareciendo hasta hoy.

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Os sertões de Euclides da Cunha, fue una obra inaugural en el
debate sobre las condiciones en que se construyó la nacionalidad
brasileña. Antes de esta obra, como lo expresa trágicamente la
propia campaña de Canudos, la mirada del Brasil sobre sí mismo
o, más precisamente, de sus élites políticas, sociales y culturales
sobre sí, se hallaba constreñida a la realidad de las ciudades cos-
teñas, las primeras urbes, y desdeñaba, pero sobre todo descono-
cía casi completamente las dinámicas sociales y culturales que se
venían desarrollando fuera de su influencia, uno de cuyos casos
más evidentes es el interior de Bahia, lo que se denomina el ser-
tón bahiano, escenario de este conflicto.
Es por ello que el texto de Euclides y la reflexión que abre re-
sultan ineludibles para la discusión sobre cuestiones tan cruciales
como los fundamentos del régimen republicano, y los vectores
simbólicos y materiales de la nacionalidad brasileña y sus condi-
ciones de expresión en un país que pocas veces coincide con el
ideal que exponen los discursos liberales e ilustrados y también
conservadores, de fuerte carga eurocéntrica.
Distintos pensadores brasileños han dedicado sus reflexiones
a la significación que el texto de Euclides da Cunha tuvo para la
construcción de una mirada del Brasil sobre sí mismo. Sus apor-
tes interpretativos sobre el impacto de la Guerra de Canudos en
el debate sobre la relación tensionada entre la República posible y
la República real en el período y, específicamente, sobre la signifi-
cación cultural e histórica de Os sertões, resultan de alto valor para
pensar también la cuestión de las nacionalidades y los pueblos en
otras experiencias fundacionales latinoamericanas.
La primera publicación relevante sobre la obra de Eucli-
des data de 1919 y fue realizada por la Asociación Euclides da
Cunha (creada en 1911 por un grupo de alumnos del Colegio
Pedro II): In memoriam de Euclydes da Cunha –Por protesto e
adoração238, y presenta interesantes primeros análisis sobre su

238 Grêmio Euclides da Cunha es su nombre. Fue una publicación voluminosa,


de 323 páginas, que, como vemos incluyó artículos de distintos autores.

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obra, once estudios de Roquette Pinto, Sílvio Romero, Basílio
de Magalhães, Afrânio Peixoto, Oliveira Lima, Coelho Netto,
Araripe Junior, Umberto Peregrino, y la presentación de Alber-
to Rangel239, entre otros.
De esta recepción crítica inicial, destaca como una excep-
ción la distancia con que José Veríssimo malvaloró la obra de
Euclides. Bajo una visión esencialista que propugnaba la identi-
ficación entre referencia externa y estética, el importante crítico
literario censuraba la obra debido al uso de neologismos, de ar-
caísmos, y de las que consideró expresiones raras u obsoletas que,
en su opinión, volvían oscuro el texto euclidiano (Veríssimo, que
a su favor tenía el haber realizado, contra la opinión nacionalista
de Sílvio Romero, la valoración de la obra Memórias Póstumas de
Brás Cubas (1881), de Machado de Assis, que representaba para
Romero un modo del extranjerismo literario). Euclides mismo
respondió a Veríssimo, y le espetó especialmente la crítica que
pretendía realizar al arte desde las ciencias cuando, por el con-
trario, afirmó, el consorcio entre ambos “es hoy la tendencia más
elevada del pensamiento humano”240. Aún así, ni Euclides, ni
tampoco Lima Barreto constaron en el influyente libro de 1916,
História da Literatura Brasileira. En opinión de Marcio Rober-
to Pereira, su orientación elitista, academicista y eurocéntrica241,
impide a Veríssimo considerar a Euclides apto para integrar el
canon de la literatura brasileña.

239 En la noche del cuarto aniversario de la muerte de Euclides da Cunha el 15


de agosto de 1913, la asociación que llevaba su nombre inicia una serie de
conferencias con el título “Um pouco do coração e do caráter” que serían
reunidas junto a otras dictadas cada año en conmemoración de la muerte
del autor, en 1919, en el volumen Por Protesto e Adoração: in memoriam de
Euclides da Cunha, que aquí nombraremos In memoriam. Las conferencias
tenían, es evidente, una clara orientación biografista. Desde 1915 el Grêmio
Euclides da Cunha comenzó la publicación de la revista anual, Por Protesto e
Adoração, que publicó puntualmente por el lapso de 25 años artículos sobre
el autor y su obra.
240 Euclides da Cunha ctd. por Costa Lima. Terra ignota. A construção de Os ser-
tões. 18.
241 Pereira. M. R. “José Veríssimo: literatura e construção do cânone”.

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La mayor parte de los textos críticos de la primera época ba-
san su valoración positiva de Os sertões en la que destacan como
feliz combinación entre arte y ciencia. No pasa desapercibida
para un crítico actual la paradoja de que habiendo ese campo
crítico hecho promesas al positivismo, considere valorable un re-
torno de lo que correspondía al criterio –supuestamente supera-
do– de las “bellas letras”; así, dice Luíz Costa Lima:

Desde el punto de vista de la historia de la concepción de la litera-


tura, no dejará de parecer extraño que los primeros comentaristas
de Os sertões manifestasen tamaña tranquilidad en mantener el cri-
terio retórico de las bellas-letras –que no conocía diferencia alguna
entre género literario e historia–, ampliándolo ahora a la expresión
de las diversas ciencias particulares que Euclides manipulaba. Esa
unanimidad parece indicar que, aún a comienzos del siglo XX, el
criterio expresivista-romántico no era reconocido como antagóni-
co a la vieja concepción retórica242.

El otro tópico en la valoración inicial de la obra fue el de la


identificación del texto con la expresión de la naturaleza, es decir,
su capacidad mimética; ello pesó en la crítica de Sílvio Romero
y en Afranio Peixoto, quien valoró, igualmente, su nacionalis-
mo, renovador de la literatura brasileña de la época: cuando fue
publicado Os sertões, señala, “se disolvían aquí por imitación de
modas francesas, pequeños ingenios ruidosos y vacíos de una li-
teratura afectada y presumida... En ese momento, apareció Eu-
clides da Cunha. Escribía de cosas del Brasil: mérito hoy poco
frecuente en escritores nacionales”243.
Luego de aquel volúmen crítico, en 1938, Francisco Venâncio
Filho junto a Edgar Süssekind de Mendoça, publicaron Euclides
da Cunha a seus amigos, en donde recogieron la correspondencia

242 Costa Lima. Terra ignota. A construção de Os sertões. 18.


243 Afrânio Peixoto. “Discurso de recepción en la Academia Brasileira de Letras”.
15 de agosto de 1911. 29-30. Ctd. en Costa Lima. Terra ignota. A construção
de Os sertões. 20.

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de Euclides. En 1939, Eloi Pontes presentó A vida dramática de
Euclides da Cunha; y en 1940, también Venâncio Filho, publicó A
glória de Euclides da Cunha, estudios sobre la vida y obra del au-
tor. Después de estos, vendría el trabajo de Sílvio Rabelo y, luego,
los importantes primeros aportes de Umberto Peregrino y Walnice
Nogueira Galvão, hasta la publicación, en 1960, del monumental
libro de História e interpretação de Os sertões, de Olímpio de Sousa
Andrade. Un texto posterior, con relevantes aportes a una lectu-
ra contemporánea sobre la perspectiva ideológica y literaria en la
construcción de la obra, es Terra ignota. A construção de Os sertões
(1997), de Luíz Costa Lima.
En lo que sigue, leeré Os sertões como un texto que es resul-
tado de un proceso de transformación de un sujeto y de un argu-
mento, cuyo pre-texto, el punto de arranque previo a la obra244,
es cientificista, evolucionista, racialista y racista y –expresión de
su filiación política al grupo republicano radical y positivista de
la Escola Militar– reproductor de su republicanismo dogmático,
que creó su consecuente paranoia antimonarquista. Desde este
punto de arranque, la visión que el autor entrega en esta obra
posterior a la campaña que es Os sertões, es la de otro sujeto de
enunciación, que se relaciona críticamente con ese pre-texto. La
experiencia de la guerra ha modificado la perspectiva y el locus
de la enunciación. En el contexto político nacional, el grupo re-
publicano radical ha sido derrotado en la política, y su libro no
le debe ni le ofrece favores a nadie –por el contrario, como bien
expresa Luíz Costa Lima, solo podría traerle costos al autor, tanto
para con el gobierno, como para con el grupo militar, a ninguno
de los cuales linsonjea en el texto–245.

244 Existen varios textos del autor que pueden considerarse tales, en particular,
los artículos periodísticos de Euclides previos a la campaña, sus cuadernos
de campo y los artículos enviados ya como corresponsal periodístico desde el
sertón.
245 En particular el texto tuvo una reacción adversa de parte de los militares,
entre ellas, una renombrada fue la del oficial de ejército Moreira Gumarães y
del General Siqueira Meneses, ambos descontentos con lo que llamaron una

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La mirada del autor pareciera haber sufrido una muda, una
transformación no tanto ideológica como epistémica, si se puede
expresar así la mantención de su adscripción al cientificismo y
la emergencia en el interior de su sistema de los gérmenes de su
cuestionamiento: en este intertanto, “una perturbación profunda
se instala en el relato euclidiano”246. Su perspectiva, es evidente,
había sido impactada por la experiencia misma de la guerra y, en
particular, por la impresión que en su subjetividad dejó la gente
de los sertones (es lo que muestran además sus textos posteriores).
Cuánto y en qué medida han variado su visión cientificista, su
perspectiva racialista y racista, su convicción liberal-republicana,
su visión sobre la nación brasileña, serán preguntas del análisis
siguiente, que se suma a los plurales debates que hasta hoy no
ha dejado de suscitar este texto que nombró al sertanejo como la
“rocha viva” (roca viva) de la nacionalidad brasileña.
En lo que sigue inmediatamente, abordaré aquellos que he
llamado pre-textos de la obra principal: particularmente los dos
artículos periodísticos de Euclides anteriores a su participación
en la campaña: “A Nossa Vendéia”; su Caderneta de campo, escrita
durante su experiencia como corresponsal de guerra, y los artícu-
los enviados desde el sertón: Diário de uma expedição. Luego de
ello, ingresaremos, junto con Euclides, a Os sertões.

“A Nossa Vendéia” (“Nuestra Vendée”)


Antes de su viaje al sertón, Euclides se había pronunciado
sobre la campaña de Canudos en O Estado de São Paulo con “A
Nossa Vendéia”, artículo en dos partes, publicadas, una, el 14
marzo y otra, el 17 de julio de 1897. La primera entrega fue
motivada directamente por el revés dramático sufrido por la

falsificación de la realidad en el texto de Euclides. Costa Lima. Terra ignota. A


construção de Os sertões. 17.
246 Guelman. “A arquelogia de Euclides da Cunha e a inversão da épica nacional”.
118.

151

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expedición del coronel Moreira César. El título aludía direc-
tamente a la guerra de la “Vendée” que en Francia enfrentó
a los partidarios de la revolución con campesinos de la zona
(jacqueries), que se desenvolvió en la región de Vendée entre
1793 y 1796, y cuyo detonante inmediato fue el reclutamiento
obligatorio masivo de 1793 (levée masive), que movilizó a estos
grupos populares contra el gobierno revolucionario. Distintas
causas habrían alineado a los campesinos contra la revolución
en diversos lugares de Francia, sin embargo, el discurso religio-
so fue común entre ellos, así como la defensa del espacio comu-
nitario frente a la fuerte presión fiscal que vieron mantenerse
por parte del nuevo régimen, y al menoscabo económico y polí-
tico del sector de los campesinos y de los grupos rurales frente a
las nuevas élites urbanas (la pobreza en que vivían no varió con
la abolición de los derechos feudales; que aprovechó sobre todo
la burguesía). El alzamiento del interior francés fue finalmente
aplastado. Y Euclides proponía ahora el símil con Canudos. En
efecto, tal como había ocurrido en aquel pueblo francés, en el
del Nordeste de Brasil las fuerzas tradicionales y retardatarias se
unían contra la revolución247, así pensaba Euclides.
Sin embargo –en un enfoque que luego se volverá parte de
su especial aproximación–, su texto no se agota en la mera tras-
lación ideológica. Interceptado por el deseo de conocer la especi-
ficidad del espacio sertanejo y su multiforme materialidad, ya en
la primera entrega del texto Euclides no puede dejar de detenerse
en la descripción (antropomorfizada) de las condiciones geomor-
fológicas y paisajísticas del sertón. Se da entonces al relato de
las extremas condiciones climáticas y ambientales del sertón del
norte; entre ellas destaca especialmente la inexistencia de cade-
nas montañosas que individualizasen, normalizando, la variación

247 Como ha enfatizado Roberto Ventura, es evidente la influencia de la revolu-


ción francesa en la interpretación de Euclides da Cunha sobre la situación ser-
taneja. Ventura. “‘A Nossa Vendéia’. Canudos, O mito da revolução francesa e
a constitução da identidade nacional-cultural no Brasil (1897-1902)”.

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térmica y la producción de lluvias benéficas para el ciclo de la
vida; distintas, por cierto, a aquellos aguaceros violentos, que se
desataban intempestivos y gracias a los cuales el sertón seco rena-
cía, efímero, con una belleza tan fugaz como demoníaca:

Y sobre los campos, en cuyo suelo depauperado sobrevivían solo


bromelias248 resistentes y cactus erguidos desnudos, florecen el um-
buzeiro249 (Spondias tuberosa) de sabroso fruto y hojas dispuestas
en palmas, la jurema250 (Acacia) predilecta de los caboclos251 y los
mulungus252 interesantísimos en cuyos ramos tostados y sin hojas
se desdoblan, como pequeñas llamas festivas, grandes flores de un
escarlata vivísimo y deslumbrante253.

Belleza engañosa, aquélla, que se erigía sobre la secreta agita-


ción interior contenida, solo expuesta como advertencia por sus
grietas: “El suelo se hunde profundamente, como si soportase la

248 Plantas bromeliáceas: “Dícese de hierbas y matas angiespermas, monocotile-


dóneas, por lo común anuales y de raíz fibrosa, casi siempre parásitas, con las
hojas reunidas en la base, envainadoras, rígidas, acanaladas, dentadas y espino-
sas por el margen; flores en espiga, racimo o panoja y con una bráctea, y por
frutos bayas o cápsulas con semillas de albumen amiláceo; como el ananás”.
RAE, vigésimo primera edición, de 1992.
249 De la familia de las anacardiáceas: “Dícese de plantas angioespermas dicoti-
ledóneas, árboles, arbustos o matas, de corteza resinosa, hojas alternas y sin
estípulas, flores por lo común en racimos; frutos en drupa o seco, con una sola
semilla, casi siempre sin albumen; como el terebinto, el lentisco y el zuma-
que”. RAE, vigésimo primera edición, de 1992.
250 De la subfamilia de las mimosáceas: “Dícese de matas, arbustos o árboles an-
giospermos dicotiledóneos, con fruto en legumbre, hojas compuestas y flores
regulares con estambres libres y comúnmente ramificados; como la sensitiva y
la acacia”. RAE, vigésimo primera edición, de 1992.
251 Aquí Euclides usa el término como sinónimo de habitante del interior –en
este caso, del sertón–, normalmente mestizo de indígena.
252 De la subfamilia de las papilionáceas: “Dícese de plantas angiospermas dicoti-
ledóneas, hierbas, matas, arbustos árboles, con fruto casi siempre en legumbre;
flores con corola amariposada en inflorescencias de tipo de racimo o espiga
y con diez estambres, todos libres o todos unidos por sus filamentos, o bien
uno libre y nueve unidos por sus filamentos; como el guisante, la retama o el
algarrobo”. RAE, vigésima primera edición, de 1992.
253 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 13. Publicado en 14 de marzo de
1897.

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vibración interior de un terremoto”254; y por los incendios con
que la inerte vegetación es pasible de transformar, en cualquier
instante, en llamaradas las grandes extensiones antes quietas. Un
espacio donde las severas jornadas, oscilantes entre el calor ar-
diente de la tarde y el más punzante frío nocturno, dejan huella
en las rocas, partidas en agudas puntas, “en virtud de este juego
perenne de dilataciones y contracciones” 255.
Es este un texto que anticipa ya las bellas y estetizadas des-
cripciones del espacio y la experiencia sertanejos que proliferan
en Os sertões (la interacción entre flora, tierra y aire, y entre todas
ellas y las y los seres humanos que realizan su “pasaje” por esas
tierras), y dan cuenta de una matriz romántica, que trabaja sobre
las antinomias, los oxímorones, las formas que expongan sobre
todo la tensión irresuelta. Una matriz sobre la cual Euclides, el
científico, superpondrá su perspectiva cientificista y determinis-
ta, en un juego discursivo que espejea el del propio sertón: de
permanentes dilaciones románticas y contracciones cientificistas.
Estas últimas, por cierto, van a informar luego, su mirada sobre
las condiciones que confluirían en la constitución de aquellos
parajes como expresiones de un espacio (y tiempo) incivilizado,
incomprensible en la modernidad, arcaico, pero también caótico,
demoníaco: desafío a los sentidos; en su inconsciente romántico,
promesa estética. Y que al ritmo de la inmersión de Euclides en el
interior del sertón, adquirirá una densidad cada vez más amplia,
estético-política.
Es la del sertón, para esta primera escritura euclidiana,
una vegetación que expresa “la nota lúgubre de la máxima
desolación”256, en un medio que oscila entre extremos y que se
refleja constituyendo al hombre que lo habita: “esos nuestros pa-
tricios del sertão. . . reflejan naturalmente toda la inconstancia

254 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 9.


255 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 20.
256 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 9.

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y toda la rudeza del medio en que se agitan”257. Llega a señalar
Euclides aquí que este factor ambiental es el que resulta, en la
campaña emprendida, el enemigo mayor de las fuerzas republi-
canas: “es, tal vez más que la horda de los fanáticos secuaces de
Antônio Conselheiro”258.
Tal como entiende que ocurrió en la Vendée francesa, afirma
Euclides, es el campesino, de alma ingenua y simple, anegado
por el fanatismo religioso en un medio hostil, el instrumento
disponible de los propagandistas del Imperio, por eso: “precipi-
tándose impávido a la boca de los cañones que toman el pulso,
patentizan el mismo heroísmo mórbido difundido en una agita-
ción desordenada e impulsiva de hipnotizados”259. El paralelo se
justifica, dice el periodista da Cunha, por la dificultad histórica
de los procesos de transformación, tal cual ocurrió a la Gran Re-
volución que, a pesar de su disposición para enfrentar a la Eu-
ropa entera, se mostró impotente para hacer frente a las trampas
que le impusieran unos adversarios elusivos, “héroes intangibles”
para las fuerzas republicanas260; era esa misma la dificultad que
imponía a los republicanos brasileños el paisaje del sertón. Pero,
tal como pasó en Francia, la prueba será superada: “este paralelo
será, sin embargo, llevado hasta las últimas consecuencias. La Re-
pública saldrá triunfante de esta última prueba”261.
En el artículo que continúa, en julio del mismo año, y en un
contexto en que los reveses de la Guerra de Canudos se van tor-
nando cada vez más dramáticos para el ejército de la República
brasileña, Euclides afirma su mirada condescenciente con la cam-
paña oficialista, cuyas fuerzas, señala, se enfrentan con extraor-
dinaria devoción262 a los rebeldes, en las condiciones desmejora-
das de lucha que son aquellas que hubo esbozado en su primera

257 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 23.


258 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 2.
259 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 25.
260 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1) párr. 26.
261 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 28.
262 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 1.

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noticia y sobre las cuales aquí abunda. La mirada de Euclides
es optimista. Pero su optimismo se afirma esta vez –me parece
relevante advertirlo– en paralelos con las guerras de colonización
libradas por las grandes potencias imperialistas europeas: “Ingla-
terra enfrentando a los zulús y los afganos, Francia en Mada-
gascar e Italia, recientemente, a los tirones con los abisinios”263,
todos estos enfrentamientos, dice, evidencian cómo los ejércitos
regulares se complican ante la táctica de unos guerrilleros que,
aunque inexpertos, son atrevidos, y que los soprenden con la tác-
tica “de la fuga”264, aprovechando su conocimiento del territo-
rio, “invisibles como misteriosas falanges de duendes” 265. Es así
como estos fantasmáticos guerrilleros sorprenden a los avezados
militares, surgiendo desde las quebradas, sierras y sinuosidades
del territorio y, tal como ocurre en el sertón, aplazando, gracias
a esas batallas intempestivas, cortas pero eficaces como sucesivas
sangrías, la necesaria “batalla decisiva” que a los ejércitos profe-
sionales dará ocasión de mostrar su poderío y producir la derrota
del evasivo enemigo, “cuya fuerza está en la propia inconsisten-
cia, cuyas ventajas están en la propria inferioridad y que, des-
baratados hoy, reviven mañana, de los propios destrozos, como
pólipos” 266. Leemos ya aquí varias de las imágenes con las que
Euclides construirá en Os sertões al sujeto sertanejo: fantasmático,
inasible, monstruoso, y siempre fascinante en su potencia ubicua
en un territorio con el que se funde.
Una guerra de recursos que encuentra en el paisaje y la to-
pografía del sertón del norte, con su caótica organización, inme-
jorable escenario. Pues, señala Euclides, a pesar de la aparente
inmovilidad del paisaje, este se caracteriza por abruptos tajos,
cambios sorpresivos, cañones que cortan las sierras, valles pro-
fundos cercados por acantilados, etc., que asaltan de manera

263 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 7.


264 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 7.
265 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 9.
266 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 10.

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violenta a quien desconoce el lugar. “La marcha del ejército re-
publicano se realiza en ese laberinto de montañas”267. Todo lo
cual se combina, en la actual estación, con la expansión, en el
fondo de los valles, de espacios selváticos impenetrables forma-
dos gracias a las lluvias estacionales. Es en el fondo de esos labe-
rintos de lianas y cactus donde se mueve el jagunço “traicionero
y osado”268, indemne entre las espinas gracias a su vestimenta y
pirueteando como acróbata en las más altas cumbres de los ár-
boles, diestro, en una naturaleza creada a su imagen: “bárbaro,
impetuoso, abrupto”269. En ese escenario físico, la lucha es ini-
maginablemente difícil. Pero lo es más debido al carácter mismo
de aquel jagunço, “traducción yuxtalineal, casi de iluminado de
la edad media” que, sin apego ninguno por la vida y la muerte,
despliega ese “heroismo mórbido e inconsciente” del impusivo o
del que está bajo hipnosis, dice Euclides270.
El periodista parece aquí haber descartado, al menos tran-
sitoriamente (lo retomará luego en su Caderneta), el argumen-
to de la intervención extranjera como instigadora de la rebelión
sertaneja, o al menos aquel que afirmaba que esa era la causa del
revés militar gubernamental, que explicaría la supuesta superio-
ridad técnica del armamento rebelde (que, se dijo, era de origen
extranjero, probablemente portugués o inglés):

Por otro lado, las propias armas inferiores que usan, en su mayo-
ría, constituyen un recurso extraordinario: no les falta nunca la
munición para las hondas groseras o para las rudas escopetas de
pedernal. La naturaleza que les levantó trincheras en el desplaza-
miento irregular del suelo –extraños baluartes para cuya expugna-
ción Vauban no trazó reglas– les ofrece además la carga para las
armas: las cavernas numerosas que se abren en las capas calcáreas
les dan el salitre para la composición de la pólvora y los lechos de

267 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 17.


268 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 20.
269 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 21.
270 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 26.

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los riachuelos, lastrados de granos de cuarzo durísimos y rodados,
son depósitos inextinguibles de balas271.

Todo esto configura una campaña de extrema dificultad,


afirma Euclides, que justamente por ello enaltece al ejército re-
publicano, cuya hazaña debe quedar señalada como un hecho
relevante de la historia militar nacional: “Es una página vibrante
de abnegación y heroísmo”272. Abnegación que, sin embargo –
como no deja de reconocer Euclides– les ha llevado a cometer
inadvertencias estratégicas graves, la primera de ellas, basada en
la arrogante seguridad en una victoria pronta, cual fue el abando-
no de un extenso territorio que desconsideraron como campo de
operaciones militares entre Canudos al interior y Monte Santo,
y en el cual se interpusieron con sus hábiles tácticas las hordas
de rebeldes. El ejército quedó, por este error, incomunicado, sin
bases intermedias para el repliegue o la provisión de recursos.
Los jagunços han sido capaces, asume Euclides, de intervenir en
las leyes de la guerra: “estamos forzados a admitir que el arte, este
sombrío arte de la guerra que obedece a leyes inexorables, fue
ofuscado en un admirable lance de coraje”273. Error no forzado
del ejército que le exigiría, plantea el corresponsal con mirada
de exmilitar, no solo garantizar la base de Monte Santo, sino
sobre todo producir su vínculo con el ejército que se encuentra
ya en ese momento frente a Canudos. Si todas esas enmiendas se
producen, vaticina el articulista, la campaña podría terminar en
cualquier momento, siempre de manera exitosa: “Las tropas de la
República caminan lentamente, mas con seguridad, hacia la vic-
toria” 274, tal como –y es la nueva analogía imperial que atrae– lo
hizo el monumental ejército republicano de Roma, irradiando su
fuerza hacia los cuatro puntos del horizonte. Así desbaratarán a

271 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 28.


272 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 30.
273 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 31.
274 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 40.

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las huestes fanáticas del Conselheiro los soldados de la República
que hoy avanzan por las estrechísimas veredas del sertón, “admi-
rables de bravura y abnegación”275.

La Caderneta de campo276
“Pura materia de carpintería”277, apuntes en estado bruto,
es lo que ofrece este cuadernillo escrito “no calor da hora” del
viaje de Euclides al sertón bahiano, y que resulta valorable en
varias dimensiones que conciernen a su experiencia. En pri-
mer lugar, la Caderneta representa un material invaluable para
acercarnos al proceso de construcción de una mirada que había
comenzado a expresar de manera todavía gruesa en sus artículos
de prensa sobre la campaña (sobre todo en “A Nossa Vendéia”),
y cuyos vectores aquilata aquí ya como un actor mismo del
teatro de operaciones militares. Siendo como era, por su rol de
comunicador, un actor que debía ubicarse relativamente dis-
tanciado de la pasión bélica, Euclides sabe que cuenta, sin em-
bargo, en esa misma calidad, con ciertos fueros que le prodiga
esa aura de distancia crítica del periodista. En segundo lugar, la
Caderneta de campo es valorable como testimonio de las impre-
siones iniciales que tiene este intelectual sobre la realidad del
sertón en su primera experiencia directa, y como expresión del
contraste entre esta experiencia y los presupuestos de lectura

275 Da Cunha. “A Nossa Vendéia” (1), párr. 42.


276 La Caderneta de campo fue encontrada, según señala Olímpio de Souza Andra-
de –transcriptor del manuscrito original junto a Johel Bicalho Tostes, y editor
de su primera versión íntegra– en poder del Instituto Histórico y Geográfico
Brasileño, donado a esa institución por José Carlos Rodrigues y dado a la luz
por primera vez en 1975, casi ochenta años después de su elaboración, gracias
al trabajo de Souza Andrade (Introd., notas e coment. por Olímpio de Souza
Andrade. São Paulo, Editora Cultrix; y Brasília, Instituto Nacional do Livro
del Ministério de Educação e Cultura, 1975). La edición que aquí cito es la
segunda, publicada en ocasión de los cien años de la muerte de Euclides, en
2009, esta vez por la Fundación Biblioteca Nacional de Brasil.
277 Medeiros. “Tijolos para uma catedral”. 8.

159

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que había ido conformándose, sobre todo con base en la mirada
de otros –estudiosos naturalistas, cronistas del sertón, partes
militares, etc.– y pasados por el tamiz de su pensamiento liberal
y republicano, a la vez que por su ideología determinista; pero
también por su visión como ingeniero filiado al campo de las
ciencias; así como por su percepción romántica, que emerge
también de manera sostenida, como veremos. Y, en tercer lugar,
la Caderneta permite iluminar las fisuras que se van a producir,
luego, en estos presupuestos de entrada y que configurarán la
base sobre la cual Euclides va a elaborar posteriormente Os ser-
tões. Como bien apunta Olimpio de Souza Andrade, Os sertões
no nació de improviso, sino que fue el resultado de un largo
proceso de observación, reflexión y elaboración, del cual este
cuadernillo de campo es también prueba278. Matriz de Os sertões
y base inmediata para la correspondencia de guerra enviada al
Estado do São Paulo, en palabras de Benicio Medeiros, la Cader-
neta es a la vez el otro lado de la medalla, el negativo, la antítesis
de Os sertões:

...no es el Euclides de Os sertões. Sino el joven jacobino que cree


con todo el ardor en el sueño republicano, y piensa que la Re-
pública está realmente amenazada por una banda de maleantes.
Soldados y oficiales que viajan con él no son aún los “mercenarios
involuntarios”, conforme denuncia en la nota introductoria de Os
sertões. Sino militantes idealistas que se someten a toda la inco-
modidad de privaciones por la misión de liquidar a un enemigo
común279.

278 Euclides escribió otros dos cuadernillos de anotaciones: además de este, dedi-
cado exclusivamente a su experiencia en el Sertón y a Canudos, existen otros
dos: uno con anotaciones de lecturas sobre diversas regiones del Brasil, re-
cortes de periódicos, etc. Y otro con observaciones sobre el sertón bahiano
mezcladas con asuntos diversos, probablemente referidos a la revuelta de la
Escuadra, de 1893. Souza Andrade. “Um Caderno de Bolso de Euclides em
Canudos. Nascedouro de Os sertões”. 39.
279 Medeiros. “Tijolos para uma catedral”. 9.

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La de la Caderneta expresaría así aún una visión ingenua, de
un Euclides que pensaba, al igual que los demás soldados, que el
ejército al que se afiliaba se dirigía a combatir a los enemigos de la
República financiados por las potencias extranjeras280. En efecto,
Euclides se espanta con el poderío bélico de los rebeldes, todo lo
cual le parece reafirmar las primeras sospechas difundidas sobre
el origen exógeno de la conflagración sertaneja.
De estilo desnudo y crudo281, atropellados, con poca o nula
puntuación, algunos pasajes de la Caderneta de campo resuenan
con fuerte capacidad sugestiva. Escritos en la batalla misma, apa-
recen más enfáticos, aunque lejos todavía del cuidado de la forma
de Os sertões. Así, por ejemplo, se observa en estas anotaciones en
que registra los sucesos del día y la llegada de prisioneros:

Día 24 [de septiembre]. Está completo el cerco. . . A las 9 horas


corren por las calles de Canudos grupos atolondrados llevando
troncos, la fusilería los persigue por todos lados. El general Arthur
apostó conmigo diez cajas de cigarros a que Canudos se rendirá el
día 27. No lo creo. Veremos. El día 30, tal vez. . .
Una mujer, una madre horrible y la hija fueron apresadas. Son las
dos de la tarde y ya tenemos 14 bajas. . . Entran más prisioneros,
un viejo desmayado por un golpe en el pecho, una mujer, un niño
de 6 meses y un [ilegible] con el vientre atravesado, herida antigua.
25 Noche calma. Siendo las 6 y 30 la trinchera “Siete de Sep-
tiembre” ha dado dos tiros los jagunços replicaron con un tiroteo
inesperado282.

O estos, en que, desde dentro de la lucha, describe la batalla


y expone las sensaciones que le producen la destrucción y la per-
manente balacera:

280 Medeiros. “Tijolos para uma catedral”. 11.


281 Medeiros. “Tijolos para uma catedral”. 12.
282 Da Cunha. Caderneta de campo. 142-143.

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Día 26 [de septiembre] – Los jagunços acorralados en la Iglesia
Nueva y en el santuario desde las 10 horas de la noche de ayer
hasta el momento en que escribo (10 ¼ de la mañana) tiran des-
ordenadamente en una fusilería continua floja a veces, recrude-
ciendo repentinamente en otras. No apuntan, tiran al azar, para
todos los puntos del horizonte, desesperadamente. Es un volcán
en una erupción de balas aquella iglesia satánica. El espectáculo de
Canudos, presa de las llamas que se desatan en diferentes puntos
es asombroso. . . 283.

La Caderneta registra, igualmente, diversas informaciones


que al autor parecían relevantes para comprender la sociedad ser-
taneja. Así transcribe desde datos demográficos hasta quadrinhas
con poesías que le parecían expresar el pensamiento de los habi-
tantes de la región. Tal como la siguiente, en la cual se muestra
la reivindicación de la monarquía y la crítica hacia la República:

Cayó D. Pedro Segundo


Para el reino de Lisboa
Acabóse la Monarquía
Y Brasil quedó sin objeto ni fin
...
Y resguardados por la ley
esos malvados ya llegaron
unos tienen la ley de Dios
Otros la ley del Can.
...
Nació el Anticristo
para el mundo gobernar
ahí esta el consejero
para de ellos librarnos 284.

Para Benicio Medeiros, la atención que Euclides presta en


sus notas, de manera espontánea, al habla y las costumbres de los

283 Da Cunha. Caderneta de campo. 155.


284 Da Cunha. Caderneta de campo. (3.9-12; 7.25-28; 16. 61-64). 147.

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sertanejos, evidencia una natural disposición de ánimo a la em-
patía para con esos habitantes de un Brasil aún desconocido para
él, y expresaría sobre todo y desde ya, la dualidad contrapuesta
de tendencias que cohabitan en el escritor y que más tarde se
mantenedrán en tensión creativa en Os sertões:

En la atención que dedica el habla y a las costumbres del sertanejo


–un tipo material que otros despreciarían– se percibe una curiosa
afinidad, un rudo y extraño afecto que se va construyendo gra-
dualmente a lo largo de sus anotaciones. Llama a los conselheiris-
tas ‘tratantes’285. Pero al mismo tiempo se impresiona por el valor
y el ímpetu de los jagunços. Una dualidad que lo acompañará más
tarde cuando realice la elaboración de Os sertões286.

Podemos observar el proceso de cambio de la mirada que se


va produciendo en Euclides a través del encuentro directo con
los jagunços, a quienes reconoce no solo su bravura, sino una
cierta entereza que no logra explicar en los que ha catalogado de
“fanáticos”. Así, apunta ya hacia el final de la embestida, el día
26 de septiembre:

Tiene el más sólido, el más robusto temple, esa gente indomable.


Los prisioneros lo evidenciaron de un modo notable. Aún no he
conseguido vislumbrar la más breve sombra de desánimo en sus
rostros, en el cual se reflejan privaciones de toda suerte, la miseria
más profunda: no temen; no se acobardan y no niegan las creen-
cias enseñadas por el evangelizador fatal y siniestro que los arrastró
a una desgracia incalculable. . . Las mujeres presas en el momento
en que sus maridos caían muertos en la lucha y la prole desapa-
recía despavorida en la fuga. . . y yo no les diviso en la mirada la
más breve sombra de espanto y en algunas, el rostro bronceado y
de líneas firmes e iluminado por una mirada de altivez extraña y
casi amenazadora287.

285 Traficantes, tunantes.


286 Medeiros. “Tijolos para uma catedral”. 12.
287 Da Cunha. Caderneta de campo. 156-157.

163

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Hacia el final de las largas notas de ese mismo día 26 de sep-
tiembre, apunta el asombro que le sigue produciendo la resisten-
cia jagunça, y la impactante imagen que resume su valentía: los
guerreros alzados sobre las ruinas en llamas de la Iglesia Nueva,
a los que aquí ya nombra –como hará mucho después, en la pre-
sentación de Os sertões– “nuestros rudos patricios extraviados”:

Media noche. Mal puedo, a la luz mal encubierta de un fósforo,


observar la temperatura y la presión en mi barómetro –la fusilería
continúa tenaz y formidable de ambos lados; ya si no se distinguen
los tiros, se oye un resonar unísono y confuso que recuerda el de
muchas represas abiertas bruscamente.
¡Qué disciplina extraordinaria, la de aquella gente!
Luchan ahora por la vida, en el sentido más estricto de la fra-
se... Mas no vacilan –no retroceden– no se entregan y tiran, tiran
siempre dentro de un círculo de fuego, formado por las armas
vivamente disparadas de seis batallones.
La siniestra Iglesia destaca en la oscuridad dominadora, formi-
dable. Se refleja sobre ella el relampaguear del tiroteo y en esa
claridad indistinta y roja creo distinguir, deslizándose en lo alto
de los muros destruidos, enhiestos sobre algunos de los restos des-
mantelados de las torres derrumbadas, a nuestros rudos patricios
extraviados288.

En In memoriam de Euclydes da Cunha - Por protesto e ado-


ração, el libro crítico de 1919, se exponen aquí y allá, en distintos
artículos, partes de lo que había sido otro cuadernillo de notas
que Euclides habría portado durante la campaña, junto a la que
luego se editó como Caderneta de campo, y en el cual habría ano-
tado alternadamente algunas impresiones, para luego desestimar-
lo y abrir el nuevo, dedicado exclusivamente a la experiencia en
el sertón (la Caderneta). De las notas sueltas en aquel cuadernillo

288 Da Cunha. Caderneta de campo. 162.

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alterno conocemos algunos pasajes gracias a Souza Andrade289,
entre ellos, aquel donde Euclides se autocalifica como “espía de
la Historia”:

Forma evanescente de un pasado que poco a poco se extingue –No


recusemos una página de la Historia a esta individualidad singu-
lar. Será una página sombría, tal vez, pero expresiva… –La propia
superstición los atrevió a la empresa temeraria –Luchando como
demonios en las laderas de los montes –Eternamente de luto por
su tiempo –Es hombre que dispara al azar como una escopeta vieja
–Yo fui un espía de la Historia290.

Diário de uma expedição


El Diário de uma expedição corresponde a los artículos en-
viados por Euclides da Cunha para el periódico O Estado de S.
Paulo en su calidad de corresponsal en Canudos, en 1897, y pu-
blicados juntos en 1939 con el título Canudos (Diário de uma
expedição)291.
Probablemente lo que resulte más interesante es conside-
rar estas, sus comunicaciones de prensa reunidas, como telón
de contraste sobre el cual se pueden visualizar los relieves de la
transformación que se va produciendo en Euclides en el trayecto
de su entrada en el sertón –ese rito de pasaje del que habla Regina
Abreu– y, también, la transformación en el proceso posterior a la

289 Expone De Souza Andrade, que además de lo que estaba en In memoriam, el


volumen colectivo de la Asociación, es posible encontrar ciertos pasajes cita-
dos por el libro de Francisco Venâncio Filho, A glória de Euclides da Cunha,
que hacen suponer que el autor también tuvo acceso a ese cuadernillo alterno
de Euclides.
290 De Souza Andrade. “Um Caderno de Bolso de Euclides em Canudos. Nasce-
douro de Os sertões”. 47.
291 La edición de 1939 fue realizada por la Editora José Olympio, con el título
Canudos (diário de uma expedição), e incluida en 1966 en la Obra completa,
organizada por Afrânio Peixoto y publicada por Aguilar. Aquí citaremos la
edición digital de Iba Mendes.

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experiencia de Canudos, que será consignada por la escritura de
Os sertões, conocido ya, por el autor, además, el modo cómo la
sociedad litoraneja de las ciudades recepcionó el fin de la guerra
y la derrota de Canudos.
Entre los artículos periodísticos que Euclides envió en su
calidad de corresponsal de O Estado de São Paulo, muy intere-
santes son los del 15 de agosto, en los cuales, en una perspectiva
aún fuertemente celebratoria de la campaña, reafirma la versión
oficial sobre su significado, enfatizando su dimensión patriótica,
de “unidad nacional”; pero en los que, al mismo tiempo, sin em-
bargo, esboza ya una crítica al modo en que la nación se ha hecho
cargo de sus habitantes, culturas, religiosidades, y su inmenso
desconocimiento del país propio:

Porque –consideremos el hecho bajo su aspecto real– lo que se está


destruyendo en este momento no es el arraial siniestro de Canu-
dos: es nuestra apatía enervante, nuestra indiferencia mórbida por
el futuro, nuestra religiosidad indefinible difundida a través de
supersticiones extrañas, nuestra comprensión estrecha de la patria,
apenas esbozada en la inconsistencia de una población esparcida
en país vasto y apenas conocido292.

Por otra parte, es evidente que Euclides aún no es capaz de


mensurar los alcances de la campaña, la violencia, la destrucción
que traerá, y, por ello, su mirada es relativamente optimista: este
indeseable pero “transitorio” episodio proporcionará a la nación
el aprendizaje necesario, esto es, el conocimiento de las regiones
del interior y, sobre todo, del “abatimiento intelectual”293 en que
yacen quienes las habitan. Alcanzar la victoria, podremos con-
cluir entonces, es la tarea principal, la de su civilización plena a
través de las instituciones modernas: al batallón seguirá la escue-
la. Así, convoca:

292 Da Cunha. Diário de uma expedição. 14.


293 Da Cunha. Diário de uma expedição. 15.

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Que por los caminos, ora abiertos al pasaje de los batallones glo-
riosos, que por esos caminos mañana silenciosos y desiertos siga,
tras la lucha, modestamente, un héroe anónimo sin triunfos rui-
dosos, pero que será, en el caso vertiente, el verdadero vencedor:
El maestro de escuela294.

Tal vez el artículo más importante de todos los enviados


por el corresponsal da Cunha, pues refleja la heterogeneidad de
impulsos que van construyendo sus contradictorias percepcio-
nes ante la vida del sertón que va emergiendo sucesivamente por
vez primera de manera directa ante sus ojos, es el que narra el
encuentro y diálogo con Agostinho, un joven jagunço de cator-
ce años, apresado e interrogado por el coronel Carlos Treles, en
Bahia. Si hasta antes de su encuentro con el jagunçinho Euclides
sigue reproduciendo el tono redentorista y la jactancia naciona-
lista del discurso oficial de campaña, después de este encuentro se
inicia un lento proceso de esclarecimiento, inaugurado por este
verdadero choque cultural que le impone la voz, la palabra y la
sola presencia del niño. Agostinho representa la emergencia, en
la visión de Euclides, del pueblo brasileño real, vivo, del interior.
Un proceso de emergencia de este sujeto en el horizonte eucli-
diano, que no tendrá presentación consistente ni uniforme en
Os sertões, pero que compondrá, justamente, la otra dirección de
su discurso, en palabras de Regina Abreu, como expresión sobre
todo de su vocación romántica, que proviene y se cifra justamen-
te en este encuentro corporal, físico y afectivo, con el niño del
sertón. Así, el 19 de agosto, narra:

Se llama Agostinho –catorce años, color exacto del bronce; fra-


gilísimo y ágil, ojos pardos, sin brillo; cabeza plana y frente de-
primida; labios finos, incoloros, entreabiertos en una leve sonrisa
perenne, dejando percibir los dientes pequeñitos y blancos.

294 Da Cunha. Diário de uma expedição. 15.

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Responde con vivacidad y seguridad a todas las preguntas. Des-
cribió nítidamente las figuras preponderantes que rodean el Con-
sejero y, tanto cuánto lo puede percibir su inteligencia infantil, la
vida en Canudos295.

Luego, el contenido de las respuestas de Agostinho va fragi-


lizando las certezas y relativizando los presupuestos de Euclides.
En primer lugar, el corresponsal afirma no solo no comprender
cómo podía ser que la ciudadela tuviese relaciones “normales”
con el exterior, inclusive permitiendo, bajo autorización del pro-
pio Conselheiro, a los curas de las cercanías dar misa y entregar
los sacramentos a los pobladores de Belo Monte: “Por otro lado,
una tolerancia inexplicable. Afirma el pequeño jagunço que el
viejo vicario de Cumbe, allí aparecía, de quince en quince días
–diciendo misa en las iglesias delante del propio Consejero que
le permitía casar y bautizar, obstando sólo los sermones” 296. Asi-
mismo, la explicación respecto del armamento de los jagunços
que otorga el niño tampoco corresponde con las aseveraciones
de los propagandistas de la campaña: no había ninguna potencia
extranjera, se trataba de armamento recuperado al propio ejército
de la República en cada una de las derrotas que le propinaron
los jagunços, desde la primera, en Uauá. Así, refiere Euclides la
respuesta del niño:

La respuesta fue rápida. Antes de la primera expedición [el arma-


mento] consistía en escopetas comunes, trabucos y ballestas, des-
tinadas, estas últimas, en cuyo manejo son incomparables, no per-
diendo una flecha, a la cacería de los mocós veloces y esquivos297.
Seis o siete escopetas más pesadas, de bala –carabinas Comblain,

295 Da Cunha. Diário de uma expedição. 22.


296 Da Cunha. Diário de uma expedição. 23.
297 Mocó: roedor de la familia de los cavídeos (Kerodon rupestris), encontrado
en áreas pedregosas del este de Brasil, está emparentado con el chigüire y la
mara patagónica. De tamaño aproximado de un porquinho da India (Cavia),
es decir, de alrededor de 25 cm., y 900 grs., de pelaje color ceniza; es usado
como alimento, especialmente en el Nordeste.

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tal vez. Después del encuentro de Uauá y de las expediciones que
lo sucedieron es que aparecerán en el arraial nuevas armas, en gran
número298.

Mas una de las transformaciones relevantes que este encuen-


tro provoca en Euclides, es su visión sobre el Conselheiro, cuya
imagen construida por la voz oficial de la campaña militar esta-
tal, contrasta evidentemente con la que le ofrece Agostinho. Su
aspecto físico, por ejemplo, está lejos de ser el del brutal y sinies-
tro fanático que había pintado la prensa:

En cuanto a Antônio Conselheiro, en vez de la sordidez imagina-


da, da ejemplo de notable aseo en las vestimentas y en el cuerpo.
En vez de un rostro escuálido agravado en su aspecto repugnante
por una cabellera apenas tratada donde hierven gusanos –le ro-
dean la cara blanca y macerada barba larga también blanca, largos
cabellos caídos sobre los hombros299.

Y tampoco el Conselheiro se ha presentado ante sus fieles


como el Mesías, ni ha engañado con quimeras sobre milagros,
no, eso también resultaba, al parecer, una fantasía más de la pro-
paganda oficial:

Terminamos el largo interrogatorio inquiriendo acerca de los mi-


lagros del Conselheiro. No los conoce, no los vio nunca, nunca
oyó decir que él hacía milagros. Y al replicar uno de los circunstan-
tes que aquel declaraba que el jagunço muerto en combate había
resucitado –lo negó también.
—¿Pero lo que promete él a los que mueren?
La respuesta fue absolutamente inesperada:
—Salvar el alma.

298 Da Cunha. Diário de uma expedição. 24.


299 Da Cunha. Diário de uma expedição. 22.

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Estas revelaciones hechas delante de muchos testigos tienen para
mí un valor inestimable; no mienten, no sofisman y no eluden, en
aquella edad, las almas ingenuas de los rudos hijos del sertón300.

“Página Vazia”
Inmediatamente al retornar desde Canudos, y notoriamente
afectado por la experiencia de la guerra, Euclides escribe “Página
Vazia”, un poema fechado a fines de octubre de 1897. Allí se
nombra como

Quien vuelve de la región asustadora


De donde yo vengo, repasando aún en la mente
Muchas escenas del drama conmovedor
De la Guerra despiadada y aterradora. . . 301.

El joven ingeniero de la escuela militar y orgulloso corres-


ponsal de la épica republicana, se reconoce endeble y conmocio-
nado. Un abatimiento del alma cubre su discurso; no hay ras-
tros de ufanismo, la victoria se parece más bien al desastre. Un
desastre que se lleva a cuestas y que no abandona. La muda, la
trasformación, se imponen a quien vuelve de la región del miedo;
la forma de esa transformación será, en Euclides, su propia expo-
sición a través de la obra que comienza a trazar inmediatamente
retornado, probablemente, como una manera de conjurar en su
propio interior la devastación de ese otro interior, del que ha sido
testigo, Os sertões.

300 Da Cunha. Diário de uma expedição. 25.


301 “Quem volta da região asustadora
De onde eu venho, revendo inda na mente
Muitas cenas do drama comovente
Da Guerra despiedada e aterradora”. (Da Cunha, “Página Vazia” 161).

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IV. Os sertões:
la épica de la nación desnuda

“Un cadáver para mostrar al país”

Os sertões fue escrito por Euclides da Cunha entre 1898 y


1900. Inmediatamente concluida su participación en Canudos,
Euclides comenzó la investigación y la escritura que volcaría lue-
go en su gran obra. El texto, plural desde el título302, está orga-
nizado en cuatro partes: “La tierra”, “El hombre”, “La lucha”, y
un último capítulo que titula “Últimos días” y donde desarrolla,
desde su perspectiva principalmente naturalista y cientificista,
una mirada comprehensiva sobre el proceso de la guerra en el
escenario del sertón bahiano.
Las aprendidas categorías hegelianas relativas a los estados de
la civilización, así como las visiones de Hippolyte Taine sobre la
conjugación de los tres factores en la historia: raza, medio y mo-
mento303, y también las de Henry Thomas Buckle, para quien, en
el Brasil, sometido el hombre ante la naturaleza, se hallaba este
condenado a un barbarismo crónico304, tienen en Euclides una

302 Melo e Souza. A Geopoética de Euclides da Cunha. 8.


303 Hippolyte Taine (1828-1893) consideraba que las obras literarias y artísticas
eran resultado de la interacción entre tres factores principales: la raza, el medio
físico e histórico y el “momento”. Es esta tríada causal la que inspira la división
de Os sertões en sus tres grandes apartados: La tierra, El hombre y La lucha.
304 Henry Thomas Buckle (1821-1862), autor de Historia de la civilización en
Inglaterra. Buckle ejerció gran influencia sobre el pensamiento brasileño de la
segunda parte del siglo XIX, en particular, su teoría de la historia expresada en
su Introduction to the History of the Civilization in England (1857). Lo expon-
dremos aquí mismo en la discusión que de su teoría realizó Sílvio Romero,
quien a su vez tuvo mucha influencia en Euclides. Sílvio Romero discute su
división de las civilizaciones en antiguas y modernas, donde las primeras es-
tán determinadas sobre todo por la acción de las leyes físicas sobre los seres
humanos y en las segundas esta relación se invertiría. Así, para Buckle, las

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presencia decisiva en su concepción sobre la sociedad y el sujeto
de los sertones. Pero –y desde aquí se despliegan parte de los de-
bates contemporáneos sobre el valor de la obra– estos supuestos
son tensionados y puestos en duda en el proceso de un texto que,
como bien ha dicho Regina Abreu, hace jugar en sí una varie-
dad innumerable de tradiciones y, por sobre todo, las reescribe,
discutiéndolas a partir de la propia experiencia y el choque que,
en el narrador-testigo, se verifica entre estas concepciones y una
realidad –la de esos sertones y su gente– que no se deja apresar
por aquéllas, que les es esquiva, y cuya interpretación exige una
reformulación no solo de las categorías, sino de la propia concep-
ción sobre el sujeto del conocimiento y sus límites.
La observación y el estudio de la vida del sertón, pero por
sobre todo la experiencia inaudita de la guerra sertaneja, tal como
se libró, en condiciones de absoluto desequilibrio de fuerzas entre
los pobladores de Canudos y las huestes militares de la Repúbli-
ca, así como, en el extremo, las formas de violencia que adoptó su
consumación, generaron en Euclides da Cunha un impacto tal,
que de la reevaluación de esa experiencia resultó su libro híbrido,
contradictorio, “polifonía exasperada” (Galvão, Euclidiana 36),
dramático, donde los elementos están en permanente conflicto;
un libro colmado de antítesis y contaminado fundamentalmen-
te por la pregunta sobre la capacidad para la comprensión de
aquella realidad desconocida, pero también antes desdeñada, del
interior brasileño.

civilizaciones antiguas se desarrollaron predominantemente en aquellos lu-


gares donde las condiciones del ambiente eran propicias: en las orillas de los
ríos, en las penínsulas, donde había suficiente humedad y calor. El Brasil, sin
embargo, para Buckle, es una excepción: aquí la naturaleza ha sido siempre
superior al hombre, afirma; ello explicaría, según el británico, la inexistencia
de una civilización primitiva en este país y el hasta hoy “barbarismo crónico”
brasileño. Para Sílvio Romero, es esta una teoría además de equivocada (no
expresa las condiciones del ambiente en Brasil), estéril, tal como lo es la pre-
tensión de explicar el carácter de las civilizaciones por las condiciones físicas
del ambiente, meramente. Romero. História da Literatura Brasileira. 62-63.

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Euclides, un exestudiante de la escuela militar, convencido
positivista y seguidor de las doctrinas cientificistas de la época,
se da entonces a un relato desbordado, que hace de la exigencia
de rigor científico (de identificación de regularidades, de clasifi-
cación, de tratamiento empírico con la realidad) un deseo de po-
sesión de aquel paraje innombrado que se consuma por la letra.
A la vista de la Terra ignota, el viajero explorador en que se
convierte el narrador de Os sertões, hace del imperativo científico
un desideratum: hay que lograr decir en justicia esa realidad; pero
puesto que es una realidad que pareciera pertenecer a otro regis-
tro, a uno desconocido, a uno del que se nos pierden las señas –
como si la ubicara en una dimensión alterna a aquella por donde
habían circulado la letra, el Estado, la República–, a un estadio
civilizatorio que pareciera haberse extinguido, hay que decirla
reviviéndola, no solo dándole nombres, sino también restituyén-
dole la potencia decaída. Describirla científicamente (deber ser al
que no quiere renunciar Euclides) significa aquí hacerla expresar-
se: usar la letra como mediación para que hable.
En un conocido prefacio a la obra Inferno verde (1908)305 de
Alberto Rangel, el mismo Euclides, refiriéndose al arte con que el
autor logra expresar a la Amazonía ante esa naturaleza que apare-
ce como una fisiología monstruosa y para todos oscura, extraña,
alaba así la expresión de Rangel:

Un sabio no la desvelaría sin que nos sobresaltásemos, conducién-


donos por infinitos peldaños, amortiguadores, de los análisis cau-
telosos. El artista la alcanza de un salto; la adivina; la contempla,
desde lo alto; le quita, de golpe, los velos, desvelándonosla en la
espléndida desnudez de su virgindad portentosa306.

Bandeando, así, entre el naturalista, el sabio y el artista, casi


una década antes de Rangel, Euclides hace explícito, en primer

305 Da Cunha. “O Inferno Verde”. 346.


306 Da Cunha. “O Inferno Verde”. 346.

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lugar, un objetivo científico al acercarse al sertón. Este se transfi-
gura, sin embargo, rápidamente en un deseo cuyo apetito cogni-
tivo prolifera, se expande al ritmo en que lo hace el escenario de
esa naturaleza y esos seres ante los ojos del viajero, deslumbrado.
Lo inefable, aquello que no se puede explicar con palabras,
se ofrece ante la vista del recién llegado como si lo hiciera justa-
mente para ser aprehendido, para ser integrado por quien lograse
descifrar su lenguaje, porque, tal como lo ve el narrador, es un
lenguaje que tampoco sabe decirse a sí mismo sino en la forma
de la pura acción (como los jagunços y su lucha), ubicado en la
infans del que todavía no habla, que espera el lenguaje de otro,
profético, que lo vuelva augurio de lo que está por ser, profecía,
futuro posible. Extrayendo así, a esa realidad a los ojos de la “ci-
vilización” del litoral “enterrada” en el extenso sertón interior, del
pasado y el estancamiento.
Es entonces cuando en ese narrador viajero convergen y se
superponen distintos registros de discursos: desde los juicios del
antropólogo biologicista, del psicopatólogo y el etnólogo evolu-
cionista, pasando por el discurso persuasivo del tribuno, y la ex-
posición tragicista del destino heroico, hasta el discurso poético
impresionista. La necesidad de adelantarse, de salirse del acon-
tecimiento para hacerlo ingresar en la historia, para construirlo
como causalidad del hoy, pero, además, en su visión particular
de la exigencia nacionalista, como causalidad de futuras causali-
dades, dibujan en Euclides los caminos de esos lenguajes prolife-
rantes que se van a cruzar en sus plurales sertões.
Para el siglo XIX, la ciencia era un territorio continuo que
no reconocía fronteras entre lo biológico, lo social y lo cultu-
ral307, y era, asimismo, un discurso autocentrado, totalizante e
intolerante al autoexamen. Se había convertido en un discurso
ideológico308, en palabras de Jürgen Habermas: “la ciencia y la

307 Costa Lima. Terra ignota. A construção de Os sertões.


308 Como lo apuntaron Max Horkheimer y Theodor Adorno en su Dialéctica de
la Ilustración.

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técnica mismas, en la forma de una conciencia positivista impe-
rante –articulada como conciencia tecnocrática– asumen el pa-
pel de una ideología que sustituye a las ideologías burguesas”309.
Esas premisas, en las que milita Euclides y que pretende aplicar
en el proceso de conocimiento de este, su objeto desconocido,
van a oficiar, sobre todo en las dos primeras partes del texto,
como un marco de referencias intertextuales que se superponen
unas sobre otras y ante las cuales el narrador rinde credenciales,
oficiando como una especie de tribuno que dirige sus opiniones
en un “simposio de sabios”, y “a veces controlándolas, a veces
perdiendo el control de ellas” (Galvão, Euclidiana 37); mas siem-
pre a esas voces se les “sobrepone la voz del narrador en primera
persona del plural mayestático” (Galvão, Euclidiana 37), que le
instituye como parte conductora de aquella asamblea. La atrac-
ción de la retórica naturalista aparece aquí, asimismo, más bien
como una vía de entrada –ampliamente legitimada en la época–
a la profundidad de los procesos naturales y sociales que animan
a las cosas y la naturaleza; todas las cuales son sostenidamente
personalizadas y metaforizadas como transidas por dramáticos y
desgarradores conflictos internos.
Pareciera, sin embargo, que las herramientas de la ciencia
europea, creadas en otro contexto y usadas hasta ahora parasita-
riamente por la nacionalidad (“viviendo parasitariamente a orillas
del Atlántico de los principios civilizadores elaborados por Euro-
pa”, espeta Euclides en la Presentación310), se revelasen por ello
impotentes para explicar la realidad que el viajero presencia. La
ciencia debe ser complementada para penetrar en esta nueva rea-
lidad. Y es él, por tanto, quien, con los datos primigenios de este
particular fenómeno que es la realidad del sertón, debe construir
una explicación y a la vez un método que se corresponda, que re-
vele efectivamente la índole de su problema de conocimiento. La
transformación que ha producido en el sujeto el enfrentamiento

309 Habermas. Ciencia y técnica como ‘ideología’.


310 Da Cunha. Los sertones. 4.

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armado y la masacre que lo concluyó, así expresada a través de la
escritura, necesita mucho más que el discurso científico, y toma
de él justamente aquellas imágenes que más hábiles resultan a
la construcción de una realidad narrativa donde conviven polos
inseparables y antítesis complementarias, cual proclamó cierto
romanticismo311.
Emulando al viajero naturalista que admiraba, Alexander
von Humboldt, y recuperando con él una tradición que iba en
dirección antagónica a la del positivismo cientificista312, ese mé-
todo de composición a través de figuras antagónicas otorga a la
obra una apariencia indeterminada, abierta. Parecía evidente,
como lo tenía claro el naturalista alemán, que el repertorio lacó-
nico de la ciencia era inepto para expresar realidades naturales y
sociales innombradas como aquellas. Fracasaba en ello.
Pero el fracaso del discurso científico no resulta en Eucli-
des, sin embargo, en la negación, sino en el fortalecimiento de
una especie de convicción mesiánica en la búsqueda del éxito
de la propia ciencia: frente a la incapacidad de un Brasil que

311 Filiado así a la escuela romántica alemana de Jena, pero también a Vico, Fi-
chte, Humboldt y Goethe, que tienen su parte en un rasgo fundamental de
esta “geopoética”: la convergencia interdiscursiva entre poesía, filosofía y cien-
cia, en la idea de la fantasía filosófica del primero, la del poetizar pensante o
del pensar poético del último o la imaginación trascendental de Fichte y de
la ironía romántica de Schlegel. Melo e Souza. A Geopoética de Euclides da
Cunha. 7 y 12.
312 Varios investigadores han hecho la observación sobre la prevalencia en Eu-
clides de estas dos tradiciones. Particularmente Regina Abreu y Ronaldes de
Melo e Souza. Para este último, la opción geopoética de Euclides proviene de
esta tradición: “El narrador [de Os sertões] se apropia del principio de compo-
sición que preside la elaboración artística de las narrativas de viajes de Alexan-
der von Humboldt. . . la descripción científica se procesa en consonancia con
una teoría del arte que preconiza la estetización de la ciencia. . . El proyecto
estético de Humboldt trasciende la separación platónica de lo sensible y lo
inteligible y la oposición cartesiana de sujeto y objeto, refutando el divor-
cio entre hombre y naturaleza. . . En los cuadros de la naturaleza, el hom-
bre no se representa enclaustrado en el espacio monádico de la subjetividad.
Por el contrario, se presenta fuera de sí, arrebatado por el espectáculo de la
naturaleza, solidariamente reconciliado con las potencias de la naturaleza
telúrica”. Melo e Souza. A Geopoética de Euclides da Cunha. 28.

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no conoce su interior y no es capaz de generar las estrategias co-
rrespondientes (así, el ejército litoranejo, extranjero en su propio
país, fracasando una y otra vez contra los jagunços conocedores),
Euclides crea: busca soluciones y produce sus más de seiscientas
páginas para mostrar, expresar y proponer una salida a través de
la escritura, su salida.
Su empresa, en ese marco autoasumida con carácter fun-
dacional (puesto que es quien ha visto el interior ignoto) resulta
en la convivencia de varios intereses: la descripción primera del
sertón, la evaluación de la campaña militar contra los pobladores
de Canudos, la clasificación de los requisitos de la nacionalidad
y la necesidad de transmitir sus hallazgos. Uno de los principales
de aquellos hallazgos era, para Euclides, el haber encontrado allí,
en esos sertones apartados, el “cierne de la nacionalidad” brasile-
ña, su rocha viva, esto es, el mestizo incontaminado del interior,
cuyo fondo épico estaba a la vista: la intraducible hazaña de esa
Troya de Barro resistiendo a una máquina de guerra de casi diez
mil hombres.
Todas esas direcciones van a convivir en su texto superpo-
niéndose de manera tal que la sensación que promueve es la de
un argumento oscilante, que en su perplejidad pareciera preferir
la duda a la certeza; y que prolifera no solo en distintas líneas de
interpretación ideológicas (de la interpretación puramente na-
cionalista y republicana, al liberalismo), sino también filosóficas
(entre el universalismo ilustrado, el romanticismo particularista
y el evolucionismo cientificista), históricas (de la afirmación de
Canudos como una rebelión de misticistas fanáticos, a la inter-
pretación de la urbs como construcción de una alternativa de vida
de los abandonados por la nación) y etnográficas (del archivo ra-
cista que actualiza para clasificar a los jagunços, a su identificación
con el fondo de la raza, el cierne de la nacionalidad brasileña).
Pero esta fluctuación es evidencia y fruto a la vez del proceso
de transformación que el autor ha sufrido respecto de sus precon-
ceptos, y que queda expuesto en el contraste con los pre-textos

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de Os sertões, así como de la transformación que el narrador o las
voces narrativas plurales que lo constituyen (la del viajero natu-
ralista, del corresponsal de guerra y del crítico socio-histórico,
al menos), van a sufrir y a exponer a través de la escritura, en el
propio discurrir del texto313.
La tensión dialéctica, que se expresa en Os sertões en una
forma narrativa inédita en la literatura latinoamericana, resul-
ta ser el vehículo de la ambiguación que produce un narrador
diseminado en pluralidad de voces, y sometido a un proceso de
transformación de tal profundidad que expone a plena luz, en
la superficie textual, los polos de las definiciones previas que lo
informaron y que serán ahora puestas en duda: es a través del
lenguaje figurado, paroxístico, paradójico y antinómico que Eu-
clides puede encontrar una vía para expresar la tensión entre sus
preconceptos y esa realidad sertaneja que se le imponía como un
nuevo mundo fascinante, mas sometido (por paradojal causa de
esos mismos preconceptos) al abandono y la destrucción.
El encanto mayor de Os sertões se juega justamente en este,
su carácter de exposición viva de estos descalces de la enuncia-
ción, de este combate que parece volver a librarse ahora en la
instancia misma del trabajo de tejer el texto por quien enuncia, y
cuya transformación emerge en y a través de la escritura, que es tal
en tanto expresión de la heterogeneidad de su(s) voz(ces).
Euclides avanza y retrocede en sus juicios, como ocurre
en la guerra que experimentó. Aunque es cierto que nada está

313 Melo e Souza propone que para lograr expresar la diversidad de la “tierra igno-
ta” del sertón, Euclides habría desplegado una variedad de máscaras narrativas.
Seis, dice que son verificables en Os sertões: la del observador itinerante, la del
pintor de la naturaleza, la del director teatral, del investigador dialéctivo, del
dramático y del historiador irónico. Cada una de esas, las vive el narrador
representándose como otro yo, donde conviven el narrador y la persona o
máscara narrativa, especialmente a través de la alternancia de la tercera y la
primera persona gramatical: “después de la tierra. . . el actor más importante
es el propio escritor desdoblado en la autoconsciencia crítica del narrador y en
la experiencia pasional de esos reflejos que son las máscaras narrativas”. Melo
e Souza. A Geopoética de Euclides da Cunha. 11.

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asegurado en la construcción del argumento, la guerra que él ve,
que él vive, es circular, y no tiene solución sino como destrucción
o como una transformación: el ejército “avanza” en su actitud
impasible, anti-científica, prejuiciosa, y los canudenses resisten
en su vocación utópica, con su realidad material como resto de
una espiritualidad inexplicable; en el medio, se sustituyen capas
y capas de discursos y prejuicios sobre el sertón, los jagunços y sus
descendientes, y en ese medio camina también el escritor, con to-
dos esos discursos a cuestas, a veces ahondando, otras rodeando y
buscando –y ya veremos si lo logra– trasponer esa brecha.
Las formas discursiva y narrativa de Os sertões han generado
un flujo interminable de debates y proposiciones de lectura. Des-
de la crítica a esta pendular narrativa como reflejo de la incapaci-
dad del autor para comprender el fenómeno relatado314, hasta las
más recientes reflexiones sobre el dialogismo interdiscursivo de su
enunciación y el carácter geopoético de la escritura euclideana315,
es evidente que la factura textual que presenta esta impresionante
obra nos abre a la discusión sobre las concepciones dominantes
(en la época y también en la actualidad) respecto de los géneros
discursivos y literarios, tensando el discurso testimonial, el fic-
cional, el político, el naturalista, el antropológico y el filosófico.
Pues lo que Os sertões produce es una mirada que se expone, y
que, como el viajero Euclides que se adentra en el sertón, emerge
desde sus primeros atisbos desafiada por la certeza de estar frente
a lo inefable, a aquello que se corporiza gracias a la propia mirada
que opera como vía de la revelación, que le ilumina y le ayuda a
despertar. Como si hubiese estado en un largo sueño, de origen
recóndito, el escritor despierta en la escritura que le busca un
nombre al nuevo paisaje: la terra ignota.

314 Dice, en un texto temprano, Walnice Nogueira Galvão: “las antítesis buscan
efectos de resultado confuso. La fisura entre la ciencia exhibida y los terribles
hechos narrados impide una síntesis explicativa. La figura de la antítesis y del
oxímoron sólo exhiben la incapacidad de pensar la especificidad del fenóme-
no”. Nogueira Galvão. “Prólogo”. Los sertones. XXV.
315 Melo e Souza. A Geopoética de Euclides da Cunha.

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Es a través de la fisura entre el objetivismo científico y el
espanto que esta “región asustadora” y esta “guerra despiadada y
aterradora”316, le provocan, que el lenguaje de Euclides emerge
como de retorno de un fracaso, con todas sus consecuencias: deses-
timándose a sí mismo, sabiéndose incompetente para apresar esa
realidad, el escritor se lanza al narrar profuso, hasta el extremo de
comprometer la expresión de aquella realidad esquiva y de crear
un texto que se expone a sí mismo traspasado por esa fractura en
la mirada del autor.
Sobre la índole genérico-discursiva del texto y su relación
con el narrador, Ronaldes de Melo e Souza ha propuesto como
rasgo fundamental de la escritura euclidiana su capacidad para
figurar la realidad natural y social circundante en la forma de una
geopoética, en la cual convergen arte y ciencia de manera mul-
tiforme, sin preeminencia, y en la que lo esencial es la relación
entre la diversidad de la tierra y la heterogeneidad del narrador,
y la construcción de una visión poética del espacio317: “Encar-
nado en el tiempo y en el espacio telúrico y somático, el pun-
to de vista del observador itinerante es poético, y no científico,
porque representa, como Virgilio, el carácter metonímico de la
percepción”318.
Para Melo e Souza, muchas de las argumentaciones que cali-
fican a Euclides como un narrador positivista se basan en senten-
cias aisladas, pasajes fragmentarios abstraídos de la obra íntegra,
una obra que, por el contrario, debe ser abordada como un todo
de principio a fin pues: “en la vocación enunciativa de Euclides,
una afirmación no subsiste sino porque coexiste con otras que la
dialectizan. No hay nada fijo en el universo euclidiano. Todo se
presenta en formación o transformación”319. Una composición,

316 Versos de su poema de retorno. Da Cunha. “Página Vazia”.


317 Melo e Souza. A Geopoética de Euclides da Cunha. 8.
318 Melo e Souza. A Geopoética de Euclides da Cunha. 17. El crítico brasileño cita
este pasaje de La Eneida: “Los barcos navegan, y las tierras y ciudades van
retrocendiendo”.
319 Melo e Souza. A Geopoética de Euclides da Cunha. 9.

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la suya, que es también el viaje de transformación que compro-
mete a la propia escritura.
El diálogo de Euclides con la ciencia es de ida y vuelta: por
un lado, las hipótesis científicas que fijaban al sertón bahiano
como un gran espacio transido por fuerzas tectónicas encontra-
das, sirvieron al autor para desarrollar su tesis sobre la existencia
de un conflicto, en esta ocasión geológico, que anticipaba las
polaridades sociales del sertón. Como perfectamente explica José
Carlos Barreto de Santana:

La geología aparece como dotada de voluntad y sentimentos y


se presta con perfección a esta narrativa de movimento, con sus
superficies que se deprimen y se elevan, con sus fuerzas capaces de
rasgar las formaciones rocosas y con masas magmáticas que pro-
vienen del interior desconocido. Una vez más estamos ante una
representación de la naturaleza en conflicto, que prefigura el em-
bate secular entre el hombre y el medio e incluso el combate entre
el litoral y el sertón o entre el soldado y el jagunço320.

Así, los datos que le proveen los naturalistas son transfor-


mados gracias a la minuciosidad y la perfección de las imágenes
de la naturaleza que registra la escritura, cuyas formas dramati-
zadas, antropoformizadas seducen al lector de manera tal que
aparecen como una nueva realidad, más real aún, materializada
por la capacidad de observación del sujeto que las percibe para
nosotros. Una textura que, en palabras de Leonardo Guelman,
“se expande y se ramifica como la flora característica de las regio-
nes que describe”321, donde la naturaleza misma resulta expresión
alegórica no solo de sus tesis históricas de fondo determinista y
evolucionista, como lo ha enfatizado la crítica, sino que también
de su propia complejidad textual: como en la naturaleza de los

320 Barreto de Santana. “Geologia e metáforas geológicas em Os sertões”, párr. 29.


321 Guelman. “A arquelogia de Euclides da Cunha e a inversão da épica nacional”.

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sertones, el texto se dispersa inasible, por la superficie y por lo
bajo, anidando innúmeras intersecciones.
Es el caso, hermosísimo, de la metáfora del árbol invertido,
que elabora Euclides. Hay en el sertón un árbol que el escritor
nos invita a imaginar con las raíces al revés, es decir, totalmente
expuestas, alzadas al sol quemante, mientras su follaje –así nos
propone concebirlo– se multiplica, proliferando por debajo de la
superficie hacia el centro de la tierra. Un ramaje extendido este,
en apelación ya no al Sol, sino a la tranquila certeza escondida
bajo la superficie calcárea, bajo la piel desértica, en una búsqueda
de la “roca viva” acunada por la tierra del sertón… Tal como la
propia imagnación euclidiana, cincelada por esa realidad desco-
nocida.
Pues Euclides madura su idea en esa tierra sertaneja mientras
se entrega a su exploración. A diferencia de aquellos científicos
que antes de él habían andado los sertones, todos los cuales ter-
minaron huyendo de ese desertus austral poblado de selva horrida,
como lo bautizó Martius (“de suerte que, ese sertón, siempre evi-
tado, hasta hoy desconocido, lo será todavía por mucho tiempo”,
leemos en el comienzo de Os sertões), Euclides se introduce, se en-
frenta, no escapa y elabora la experiencia del sertón. Su posición
testimonial le sirve aquí para ubicar la escritura en un registro
diseminado respecto de la recepción rigídamente especializada.
Así, cuando relativiza el alcance científico de su texto, lo subjeti-
viza y lo propone como índice de otra especie de conocimiento,
aquel que viene cruzado por la emoción, por la experiencia:

Lo que sigue son vagas conjeturas. Lo atravesamos en el preludio


del verano ardiente y observándolo sólo desde ese punto de vista,
lo vimos bajo el peor aspecto. Lo que escribimos tiene el efecto
de esa impresión desolada, desfavorecida además por un medio
contrario a la serenidad del pensar y conmovido por las emociones
de la guerra322.

322 Da Cunha. Los sertones. 20.

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Asumiendo una instancia intersubjetiva de conocimiento,
se hace evidente, como identifica Lourival Holanda, la manera
en que el hablante produce la ambigüedad a la que me he re-
ferido, en una escritura que es capaz de dar doble dirección al
discurso, pues “existe el nivel principal del relato, donde todo
parece ocurrir en la superficie, en el sentido de la evidencia del
texto testimonial; y hay otro nivel, articulado por la habilidad
lingüística, para ver y revelar sentidos insospechados a través de
las conexiones entre las imágenes323.
Es este un narrador itinerante (Melo e Souza) cuyo punto
de vista no es el fijo del viajero tradicional pues, a diferencia de
aquél, al encaminarse hacia el interior, el narrador de Os sertões
realiza, a la vez, una indagación en la historia y en el tiempo;
como afirma Melo e Souza, la suya es “una incursión temporal.
El viaje de descubrimento de la interioridad telúrica se despliega
en el viaje de regreso al tiempo de los orígenes de la tierra” (8).
Si bien reconocemos aquí el gesto de una episteme que traduce
la separación en el espacio como distancia en el tiempo –como
ha apuntado Johannes Fabian sobre la antopología tradicional–,
puesto que esa realidad no puede sino ser codificada por él como
no-contemporánea, ello no ocurre aquí, postulo, solo por el ges-
to colonial de ubicar al otro en el pasado del recorrido ideal con-
ducido por el telos europeo, sino también porque el hablante pa-
reciera ir ubicando, a la vez, ese espacio en el lugar del origen, de
ese origen desconocido por él mismo en su estado completo de
ignorancia previo (recordemos que Euclides escribe su encuentro
y su proceso de enfrentamiento al sertón ya conocidos los resul-
tados de la masacre perpetrada sobre esa “naturaleza” derrotada
por las armas del Estado), un origen que ahora se presenta como
única posibilidad de recomposición para un sujeto que así lo ad-
mira, embelesado y por ello distante, pero también anhelante de
unidad.

323 1992, 8. Ctd. en Barreto de Santana. “Geologia e metáforas geológicas em


Os sertões”, párr. 22.

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Este comienzo es expuesto como tal en la escritura a través
de una conversión mitopoética del mundo representado. Recu-
rrente es la mitología del Génesis –como se repetirá luego en
sus visiones sobre la Amazonía–, acá, en particular, del mito del
neptunismo: un motivo recurrente en toda la primera parte de
Os sertões es la imagen de la Tierra que proviene del mar324. Así, lo
inconmensurable del paisaje y el arrobamiento que este produce
en el ánimo del observador, le recuerda la inefable inmensidad
oceánica. Además, la tierra sin cortes, continua, parece aquí pro-
longarse en continuidad con el cielo, en una visión que ofrece
pocos sintagmas para ser expresada: la separación que es la del
lenguaje se ve suspendida entonces en esa permanencia extensiva,
absolutamente solidaria del paisaje.
Finalmente, en la visión del tiempo, las disociaciones que
propone la obra entre el pasado (el sertón), el presente (el ha-
blante) y el futuro (la nación), van modificándose en razón del
cambio en la perspectiva escritural. Así, si en gran parte del relato
el tiempo es percibido en perspectiva evolucionista progresualis-
ta325, donde el modelo metafórico es el de las “capas” geológicas
que se superponen como escalas hacia el progreso, hacia la última
sección de Os sertões, en particular cuando Euclides se encarga de
“La lucha”, lo que emerge es una perspectiva heteróclita y discon-
tinua del tiempo, que pareciera aceptar no solo la convergencia
de tiempos diversos como una “anomalía” (tal, la del Conselhei-
ro), sino la desestructuración misma de la noción unilineal que
poseía al inicio, puesto que aquí lo “arcaico” se vuelve actual y
viceversa: la modernización misma se torna decrépita, bárbara.
Vamos ahora al texto de Euclides.

324 Barreto de Santana. “Geologia e metáforas geológicas em Os sertões”, párr. 21.


325 Es decir, la evolución en la perspectiva spenceriana: como un movimiento as-
cendente hacia el progreso. Y en perspectiva teleológica eurocentrada, donde
por “progreso” se entiende el modelo de las sociedades industrializadas del
capitalismo europeo y noratlántico.

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La presentación o “prólogo dramático”326
En la “Nota preliminar” a Os sertões, el autor nos sugiere los
marcos de lectura de la obra. En primer lugar, dice, le interesa
esbozar ante los historiadores los trazos expresivos de las “subra-
zas sertanejas del Brasil”, ello porque, razas efímeras aquéllas, no
es difícil avisorar su probable desaparición, sobre todo a la vista
de las crecientes exigencias de la civilización y de las corrien-
tes migratorias que comienzan a invadir el Brasil. Las subrazas
referidas: el jagunço temerario, el tabaréu ingenuo y el caipira
simple327, serán pronto existentes sólo en la leyenda. Estas subra-
zas, quizás si marcadas originalmente para ser formadoras de una
gran raza, mas sin el equilibrio necesario para alcanzar el ritmo
de la evolución de los pueblos en este siglo, han quedado en el
camino. Así, los tres tipos, si “hoy son retardatarios, mañana es-
tarán totalmente extinguidos”328. Destinadas a desaparecer bajo
la égida de las fuertes, estas razas débiles de los sertones serán,
por ley natural, por esa fuerza motriz de la historia que impone
la sobrevivencia de las más aptas, aplastadas por la civilización,
afirma en el comienzo de su texto, Euclides329.

326 El concepto es de Melo e Souza. A Geopoética de Euclides da Cunha.


327 “Jagunço, palabra de posible origen africano, indicaría al portador de la aguja-
da con punta de hierro, utilizada por los vaqueros pero transformada en arma
para la lucha; tabaréu, [palabra] de origen tupí, aquel que vive en la aldea; cai-
pira, también de origen tupí, aquel que vive en el bosque”. Nogueira Galvao.
Nota 4. Da Cunha. Los sertones. 385.
328 Da Cunha. Los sertones. 3. Os sertões. 13.
329 Da Cunha. Los sertones. 3. Os sertões. 14. En este punto, el autor acude a Lud-
wig von Gumplowicz (1838-1909). Desde una perspectiva socialdarwinista,
para el escritor polaco el desarrollo histórico de los pueblos estaría determina-
do por la preeminencia de unos grupos humanos por sobre otros en la lucha
por la sobrevivencia. Este conflicto de “razas”, donde las razas débiles serían
sometidas a las fuertes, determinaría el avance histórico. La obra que segu-
ramente tuvo a la vista Euclides fue La lucha de las razas (Der Rassenkampf:
Sociologische Untersuchungen), de 1883. Recomiendo revisar la discusión desa-
rrollada por Luiz Costa Lima (Terra Ignota. A construção de Os sertões) acerca
de la lectura que de Gumplowicz realizó Euclides.

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La campaña de Canudos es un primer enfrentamiento en
esta que, probablemente, va a ser una larga lucha; ello es igual-
mente cierto aunque el asalto conflictivo haya sido propiciado
por nosotros, dice Euclides, hijos del mismo suelo (parte de la
misma raza, aparentemente), pues –y aquí se anuncia ya el entre-
vero del argumento euclidiano y sus complicaciones discursivas
posteriores–, este nosotros expresa a un grupo (una nacionalidad,
podría incluso pensarse) que, sin embargo, no posee una defini-
ción etnológica propia, que no exhibe tradiciones comunes, y
que –el argumento se le complica crecientemente– tampoco ha
elaborado un concepto de civilización auténtico: “viviendo para-
sitariamente a orillas del Atlántico de los principios civilizadores
elaborados por Europa”330. Por lo tanto, quienes en esta ocasión
van a hacer cumplir la implacable ley de la lucha de razas, afirma
en su prólogo dramático el autor, no constituyen una unidad
etnológica en sí misma o, lo que es lo mismo y para usar sus mis-
mos términos, no son estrictamente una raza.
He aquí, desde la antesala misma de la obra, la dialéctica
compleja que despliega el narrador, dado a relativizar lo que an-
tes ha afirmado de manera pareciera que indiscutible. Porque –
prosigue abriendo su argumento– estos, a los que pertenece, y
que han generado la envestida contra la ciudadela de Canudos,
además, “armados por la industria alemana, tuvimos en la acción
el singular papel de mercenarios inconscientes”331.
En síntesis, parece afirmar Euclides a sus lectores: los repre-
sentantes del Estado brasileño, de la nueva República, hemos
cumplido con ser objeto de esta fuerza natural de la lucha de
razas (de sus leyes implacables), sin estar preparados ni ser, en
efecto, los convocados a realizarla: no somos naturalmente raza
–puesto que somos “etnológicamente indefinidos”–, ni histó-
ricamente –puesto que no poseemos una definición histórica
propia, sino parasitaria-, pero tampoco lo somos subjetivamente

330 Da Cunha. Los sertones. 4.


331 Da Cunha. Los sertones. 4. Las cursivas son mías.

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–actuamos como mercenarios inconscientes–. La ley natural, por
tanto, se ha cumplido aquí de manera anómala, espuria. ¿Se ha
cumplido, entonces, en realidad?
Pero, además, agrega en su Prólogo Euclides, todo esto se ha
consumado contra esos “extraordinarios patricios”332 del sertón,
de quienes el plural mayestático de la enunciación euclidiana
se sabe separado de manera triple. Espacialmente, pues es ésa
una tierra desconocida; epocalmente, puesto que el enlace con
el presente ha sido interrumpido por “una coordenada histórica,
el tiempo”333; y en términos históricos, pues está interpelado el
papel que su yo plural, ese del ejército de la República, tuvo en el
acontecimiento que consumó la violencia.
Porque, pareciera querer enfatizar en este enmarque del tex-
to, el verdadero retroceso en el tiempo, la regresión de la diná-
mica evolutiva, correspondió a la campaña misma: nada había
en ella de progresivo, nada había de actualidad, aquéllo fue la
irracionalidad interviniendo el decurso “natural” (el progreso):
“Aquella campaña recuerda un reflujo hacia el pasado”334, es de-
cir, es un retroceso en el tiempo. Y, en síntesis, sentencia impla-
cable: “fue, en el verdadero significado de la palabra, un crimen.
/ Lo denunciamos”335.
Su Prólogo es, entonces, una denuncia, también. Ha habido
un cumplimiento ilegítimo de la ley natural, afirma; esto es, ha
habido en algún punto una traición de esa ley. En el momento en
que quienes la representan, el Estado, la República, los propios
militares positivistas, han vulnerado sus condiciones, el pasado
lo ha cubierto todo, y es él, el que emerge en los perfiles de los
conselheiristas, extraño, ajeno, interviniendo nuestro presente,

332 Da Cunha. Os sertões. 14. Por “extraordinários patrícios”, la traducción caste-


llana anota, inexactamente en nuestra opinión, “patriotas extraordinarios”.
333 Da Cunha. Os sertões. 4.
334 Da Cunha. Os sertões. 14. Por “refluxo para o passado”, la traducción castella-
na anota, inexactamente en nuestra opinión, “reflejo del pasado”.
335 Da Cunha. Los sertones. 4. Da Cunha. Os sertões. 14.

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el verdadero asalto de lo arcaico (¿lo negado?) ante este nosotros
fuera de ley.
Todo lo que de allí se viene, pareciera advertir Euclides,
va a incumplir los dictámenes de esas leyes; todo es en adelan-
te anomalía y pide ser comprendido con otros instrumentos. Y
requerirá, a la vez, la construcción –por vez primera por parte
del intelectual– de esa autonomía, de esa independencia de crite-
rio que permita superar aquel parasitismo que mienta. Para ello,
Euclides invita a conservar el respeto por el mejor concepto del
narrador naturalista: el “narrador sincero que encara la historia
como ella se merece”, en la formulación de Taine que cierra el
prólogo y que sirve de epígrafe al texto que le sucederá. Porque
junto al francés, Euclides también

...se irrita contra las semi-verdades que son las semi-falsedades,


contra los autores que no alteran ni una fecha, ni una genealogía,
pero desnaturalizan los sentimientos y las costumbres, que res-
petan los contornos de los hechos pero les cambian el color, que
copian los acontecimientos y desfiguran el alma; debe sentirse un
bárbaro entre los bárbaros y entre los antiguos, un antiguo336.

He aquí el desideratum euclidiano, y los límites de su ads-


cripción a las nociones históricas generalizantes y abstractas de
Gumplowicz o de otros: el escritor quiere sentirse único entre
los suyos, pero a la vez un par, un común, miembro de la co-
munidad. La teoría en frío, lejos de la experiencia, la teoría que
parasita, es inhábil; y no solo inhábil, sino a la vez desfigura-
dora, superficial, describe mas no se involucra, no constituye
experiencia.
Euclides, su escritura bárbara, es reivindicada en esta presen-
tación que lo sitúa desde el comienzo en una relación empática
con esos rudos patricios antiguos, quiere ser, dice, “un bárbaro

336 Da Cunha. Los sertones. 4. Euclides lo cita en francés, la traducción de ese


idioma corresponde a la edición citada.

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entre los bárbaros, un antiguo entre los antiguos”, una parte fun-
dante de esa cadena geológica que se anuda a la tierra del Brasil
otorgándole la firmeza que exige un porvenir337.

La tierra
La primera parte del libro, titulada “La tierra”, es una lar-
ga y bellísima exposición sobre el espacio natural del sertón, las
condiciones de su vegetación, el clima, el suelo, la geología, la
geografía, que permitirían comprender la multidimensión y pro-
fundidad de las dificultades que este espacio impone a la vida hu-
mana y a la organización social. Anuncia ya, por tanto, la tensión
dramática y trágica que condiciona, como un mal designio de la
naturaleza, la vida de aquellas comunidades.
Inserto, antes de comenzar el texto, se halla un mapa que ha
sido dibujado por Euclides a partir de la infomación recibida de
diversos autores338, referencia que para alguna crítica configura
una recepción deseada por el autor: la de los viajeros naturalistas
y científicos, que van a ser, en efecto, parte de sus interlocutores
a lo largo del libro339. Sin embargo, propongo aquí considerarla
una marca más de las diversas, contrastivas referencias del autor
en un discurso que, como lo ha advertido Leopoldo Bernucci,

337 “El prólogo dramático comienza con una excursión en el espacio y termina
con una incursión en el tiempo… interprenetración dinámica de la perspecti-
va espacial y temporal, que condiciona la visión del observador itinerante. Se
comprede, por tanto, el motivo por el cual el observador que bordea el planal-
to central siempre presenta a la forma topográfica dramáticamente movilizada
por la fuerza de la formación y de la transformación geológica”. Melo e Souza.
A Geopoética de Euclides da Cunha. 18.
338 Reconociéndoles explícitamente autoría: Th. Sampaio, Spix e Martius, Gard-
ner y una decena más; los tres útimos, viajantes naturalistas.
339 Barreto de Santana. “Geologia e metáforas geológicas em Os sertões”, párr. 14.
Lo mismo señala Ventura (1995, 610).

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dialoga con diversidad de textos y discursos disciplinares340, y su-
pone, por ello, un difícil ejercicio hermenéutico.
Como bien ha señalado Barreto de Santana341, es la de Eucli-
des, posada desde el planalto brasileño, una mirada de geólogo,
que va variando de escala a medida que el objeto en observación
se le hace más cercano, en un movimiento descendente de la
visión, un viaje de lo alto a lo bajo, de lo abstracto a lo concreto
(de la teoría a la experiencia), de lo cierto a lo incierto, a lo que
afecta no se sabe bien cómo, y transforma.
Euclides aparece como un observador cuya mirada misma
está, en su divagar, fundando una geografía y un paisaje como
si estos fuesen, en efecto, desconocidos absolutamente (Barreto
de Santana aclara que la del sertón era ya una región estudiada
por la ciencia en la época342). Un observador que desde lo alto

340 Bernucci. A imitação dos sentidos: Prógonos, contemporâneos e epígonos de Eucli-


des da Cunha. 52-53. Barreto de Santana señala que las páginas iniciales de Os
sertões tienen como fuente algunos trabajos de Derby (1889-90, 1879) y sus
capítulos escritos para Wappaeus (1884). Se refiere a los libros: J. E. Wappaeus
(org.), A geografia física do Brasil refundida. Rio de Janeiro: Leuzinger, 1884
y entre otros artículos de Orville A. Derby, “Contribuição para o estudo da
geologia do vale do rio São Francisco”. Arquivos do Museu Nacional. Rio de Ja-
neiro: Museu Nacional, vol. IV, 87-119, 1879. Barreto de Santana. “Geologia
e metáforas geológicas em Os sertões”, párr. 19.
341 “El relieve comienza a percibirse en sus variaciones y relaciones con el con-
torno marítimo, y el narrador introduce nuevos elementos, como la cuenca
de São Francisco. Pequeñas montañas y formaciones geológicas comienzan a
individualizarse. Luego, todavía en un movimiento descendente, con el enfo-
que variando la escala, ya aparecen los ríos, también los pueblos... Y nuevos
elementos van apareciendo, trazos más pequeños son visibles a esta nueva
escala: aparecen ríos pequeños, la vegetación puede ser percibida y el observa-
dor finalmente avista a los habitantes de aquellos parajes”. Barreto de Santa-
na. “Geologia e metáforas geológicas em Os sertões”, párr. 16.
342 Barreto demuestra que la visión de la evolución geomorfológica del sertón que
desarrolla Euclides en esta parte está basada directamente en los estudios de
Hartt y Derby, entre otros: “A “sugestão empolgante”, que contemplaba un
vasto océano cretáceo-terciario cubriendo gran parte de los estados del Norte,
fue basada inicialmente en los capítulos V y VI de la primeira parte del libro
de Emmanuel Liais (1872). Este autor consideraba que entre las edades secun-
daria (era mesozoica) y terciaria (era cenozoica) una disminución de la altura
del territorio brasileiro permitió el depósito de estratos tercarios en regiones

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pretende estar observando a la vez el panorama (abrazándolo con
la vista) y el fondo, por primera vez revelado, de un mar extinto.
Así, ya en plena faja costera de Bahia, su mirada “se dilata en el
occidente, hundiéndose en las honduras de la tierra amplísima
que lentamente emerge en ondas extensas y llanas” 343.
Quien rodea la planicie central del Brasil, dice Euclides,
observa las transformaciones de la geografía costera del Brasil,
ese escenario de cambios que será el mismo de su visión y de la
escritura. Así, desde Rio de Janeiro a Espíritu Santo se puede
admirar: “un litoral revuelto, con el vigor desarticulado de las
sierras, rizado en cumbres y corroído de ensenadas, abriéndose
en bahías, dividiéndose en islas, repartiéndose en arrecifes desnu-
dos, a manera de escombros del conflicto secular que allí libran
los mares y la tierra”344. Está aquí, ya anunciada, antes incluso de
la llegada al sertón mismo, la serie de metáforas que vendrán: la
de la fragmentación y los cortes que escanden esa realidad siem-
pre ríspida en la lucha incesante de todos los materiales, que se
libra en la superficie y en lo más recóndito de los seres.
Aún cuando la tilde de “extravagancia”, Euclides asume en
función de autorización de su propio discurso, la visión que
Buckle elaborara sobre el Brasil –en su parte celebratoria–. Así,
en él se apoya para afirmar que es esta una región privilegiada,
excepcional, “donde la naturaleza compuso su más portentoso
laboratorio”345 y, colaborando al hipérbaton, sanciona: “ninguna
[región] parece tan preparada para la Vida”346.

que actualmente constituyen el planalto brasileño. Para reforzar sus opiniones,


Liais incluyó, en la descripción de tal evento, referencias a evidencias levanta-
das por Hartt, Agassiz, Gardner, Humboldt y otros investigadores de América
del Sur y Central”. Barreto de Santana. “Geologia e metáforas geológicas em
Os sertões”, párr. 24 y 25.
343 Da Cunha. Los sertones. 5.
344 Da Cunha. Los sertones. 5.
345 Da Cunha. Los sertones. 6.
346 Da Cunha. Los sertones. 6. La mayúscula es del autor.

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Como el mar (como un espejismo), la tierra se funda en
llanos compuestos de capas horizontales de greda arcillosa… tie-
rra esta que “atrae irrestiblemente al hombre”347. En virtud de
esa convocatoria, su viaje se vuelve así la respuesta a un llamado
ineludible, no aquí por razones morales, sino también estéticas,
un llamado desde el deseo de la mirada ante el cual el hablante
no se puede resistir. Porque es un hablante seducido por el ansia,
a la vez, de constituir por su mirada, un paisaje, no solamente
un territorio348. Un nuevo lugar a través de su percepción única.
El suyo es un viaje del sur al norte, de la costa hacia el inte-
rior y desde lo alto hacia lo bajo. Así, cuando describe la sierra
cercana a Bahia viniendo desde el sur, explica que en el descenso
hacia el norte (y hacia el interior) se torna evidente el cambio
estructural, un nuevo “horizonte geológico”349:

...las cordilleras dominantes del sur se extinguen allí, subterráneas,


en una tumba estupenda, por los poderosos estratos más recientes
que las circundan. Pero la tierra permanece elevada, alargándose
en planos amplios, o levantándose en falsas montañas, desnudas,
que descienden en declives fuertes. . . Se verifica así la tendencia a
un aplanamiento general350.

Euclides concibe a la tierra, al entorno, como un protago-


nista activo del drama que representa y, en ese sentido, se desvía
del conocimiento racionalista tradicional que había planteado
la separación entre espíritu y naturaleza y que en el pensa-
miento moderno se reproduce en la dicotomía entre sujeto y
objeto del conocimiento; no hay aquí ese cisma entre razón e

347 Da Cunha. Los sertones. 6.


348 Para una distinción entre paisaje y territorio, cf. Ansón. “Territorios y paisajes.
Modelos para pensar fotografía y literatura, tal vez soñar”.
349 Da Cunha. Los sertones. 7.
350 Da Cunha. Los sertones. 7.

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imaginación351. Hay la expresión de la ubicación material, cor-
po-poética de este sujeto que se involucra con todos sus senti-
dos en la transformación que esta realidad va provocando en
él. Pues Euclides mismo se transforma a través de esta poética
que expresa a este que Melo e Souza llama “geopoeta”, que re-
presenta en sí mismo y en su escritura el drama que intuye
en el paisaje que él mismo experimenta: “Euclides se presenta
dramáticamente como geopoeta... porque realiza la mímesis de
la desmesura de la tierra en la diversidad excesiva de las múlti-
ples máscaras narrativas”352. Por eso, la tierra permanece en esta
primera parte, sin embargo, lejana, imponente, inalcanzable: ya
no espejismo, sino ahora monumento.
En la Sierra del Grão Mogol, que llama planicie “imitadora
de cordilleras”353, cerca de Bahia, se divisa otra de las caracterís-
ticas que marcarán su mirada a veces herida por aquella natura-
leza majestuosa, pero también tornadiza, abrupta: “sin línea de
cumbres, las serranías más altas no son más que llanos exten-
sos que terminan de pronto en bordes abruptos, por la moldura
golpeante del régimen torrencial sobre los suelos permeables y
móviles”354.
Debido a las fuertes corrientes de aguas, dice el narrador,
se tallaron allí quebradas que se transformaron en valles en de-
clive, “hasta orlar de despeñaderos y escarpas aquellos ergui-
dos planos”355, valles desde donde emergen grandes bloques de
menhires colosales, como esculturas del arte del agua, bloques
megalíticos, cuya disposición “[en] bloques superpuestos en

351 “En la cultura brasileña, la revolución geopoética de Euclides da Cunha no


encuentra resonancia sino en dos poetas posteriores, uno de prosa y otro de
verso, Guimarães Rosa e Manoel de Barros”. Melo e Souza. A Geopoética de
Euclides da Cunha. 10.
352 Melo e Souza. A Geopoética de Euclides da Cunha. 8.
353 Da Cunha. Los sertones. 7.
354 Da Cunha. Los sertones. 8.
355 Da Cunha. Los sertones. 8.

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escalas, recuerda las paredes desmanteladas de ciclópeos coli-
seos en ruinas”356.
Antes de llegar al sertón, ya ha cambiado ese paisaje. La re-
gión del Norte afirma, es, sin embargo “más deprimida y más
revuelta. / Cae hacia las terrazas inferiores, entre un tumulto de
morros, incoherentemente dispersos”357. Y a la entrada en el ser-
tón pareciera que se ha desatado ya la anunciada anarquía de la
naturaleza, el sinsentido: “Allí reina el drenaje caótico de los to-
rrentes que le presta a ese rincón de Bahía un rostro excepcional
y salvaje”358.
Tierra ignota, hiato en la pretendida continuidad espacial
del territorio, el sertón es un espacio inasible, del cual los hom-
bres solo han aprendido a huir: “extraño territorio, a menos de
cuarenta leguas de la antigua metrópoli359, estaba predestinado a
cruzar, absolutamente olvidado, los cuatrocientos años de nues-
tra historia”360. Lugar que cruzará también en el tiempo: pues el
espacio se transfigura en lugar indecible y no reconocido por la
cronología. Tierra de transiciones imprevistas (como su propia
perspectiva, como su escritura).
Allí vive la muerte o la espera; pues esas ruinas guardan algo,
sospecha. Allí, lugar de lo antiguo, pero de lo antiguo que ha sido
abandonado, pervive algo que por ello es amenazante, por desco-
nocido, pero también por huérfano, por desamparado:

...los morros del Lopes y del Lajedo se elevan a manera de de-


formes pirámides, y los que se sucenden... les copian los mismos
contornos de laderas fracturadas, exhumando la osamenta partida
de las montañas 361.

356 Da Cunha. Los sertones. 8.


357 Da Cunha. Los sertones. 9.
358 Da Cunha. Los sertones. 9.
359 Se refiere a San Salvador de Bahía.
360 Da Cunha. Los sertones. 10.
361 Da Cunha. Los sertones. 10.

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Sin vínculos profundos con la civilización, acostumbrado a
un régimen de vida que no puede ser transcrito en los códigos
de esa civilización desconocida, se está ante las ruinas o ante el
cuerpo en reposo de un régimen salvaje, grandioso, que duerme.
Monte Santo, el primer poblado en la entrada al sertón es el
lugar terrible de la creciente aridez, el sertón inhóspito. Donde
habita la gente y es, al mismo tiempo, el lugar de la muerte, todo
antitético, todo contradicción. Allí, el hablante encuentra algu-
nas copas verdes de ouricurizeiros362 que rodean lagunas muertas
(las ipueiras)363, “verdaderos oasis”, “tienen sin embargo, un as-
pecto lúgubre; localizados en depresiones, que son como espec-
tros de árboles”364. Nada parece ser lo que sugiere, los árboles
son espectros y los oasis, núcleos de la potencia vital, aparecen
ensombrecidos, tenebrosos.
Es posible ver ya, asimismo, algunas construcciones de los
sertanejos, que “parecen monumentos de una sociedad oscura”365
pero que, aunque provenientes de un pasado remoto, se mantie-
nen erguidas gracias a la acción del sertanejo, “persisten indes-
tructibles” pues aquél, “aunque vaya desnudo de equipaje, jamás
deja de llevar una piedra que calce en sus junturas vacilantes”366.
Las ruinas del sertanejo, testimonios de lo antiguo, son sosteni-
das por él mismo, que jamás permite que dimitan: memoria de
su pasado, no deja de alimentarlas. Es esta la primera vez que,
después del Prólogo, Euclides refiere de manera directa al serta-
nejo, y lo hace para mostrarlo como sostén de la mantención de
su cultura, puntual guardián de su memoria.
Pasados estos murallones, se vuelve al arenal y entonces el
viajero “tiene la sensación de la inmovilidad. Se le presentan,

362 Planta de la familia de las palmáceas utilizada en la confección de artesanías,


de alimentos y como alimento para los animales.
363 Sigue acá Euclides la etimología indígena, tupí.
364 Da Cunha. Los sertones. 12.
365 Da Cunha. Los sertones. 12.
366 Da Cunha. Los sertones. 12. Es la primera vez que se refiere al sertanejo en el
texto.

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uniformes, los mismos cuadros, en un horizonte invariable que
se aleja a medida que se avanza”367. Son estos los primeros rasgos
melancólicos de un paisaje que, sin embargo, se transmutan, ya
en el sertón mismo, en la imagen de la vida excedida, de inten-
sidad incontrolable: “las condiciones estructurales de la tierra se
vincularon a la violencia máxima de los agentes exteriores”368.
Así, “el régimen torrencial de los climas excesivos sobreviene
de pronto, después de insolaciones demoradas”369 y expone al
desnudo, en las pendientes laceradas, las eras de las montañas,
los rastros de la longevidad difícil que traspasa los tiempos.
Es este que relata Euclides, un paisaje atormentado:

Porque lo que este denuncia, en lo reseco del suelo, en los desman-


telados cerros casi desnudos, en los retorcidos lechos de los arroyos
efímeros, en las estrechas gargantas y la casi convulsiva flora en-
marañada, es de algún modo el martirio de la tierra, brutalmente
golpeada370.

Un espacio atormentado por sí mismo, por la propia natu-


raleza, por las variaciones extremas del clima, por las subidas y
bajadas termométricas abruptas que son capaces de rajar las pie-
dras mismas. La violencia de las fuerzas de la naturaleza es aquí
siempre paroxística, cúlmine. Son estas, fuerzas que “atacan la
tierra en su contextura íntima y en su superficie”371.
Y ante ese paisaje –estrena aquí Euclides la tercera persona–
el observador se siente pisando sobre el dificultoso e inseguro
suelo de lo que pareciera ser el fondo de un mar seco, voluptuo-
so, amenazador:

367 Da Cunha. Los sertones. 12.


368 Da Cunha. Los sertones. 13.
369 Da Cunha. Los sertones. 13.
370 Da Cunha. Los sertones. 13.
371 Da Cunha. Los sertones. 14.

196

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...por inexperto que sea el observador, al dejar las perspectivas ma-
jestuosas que se desdoblan al sur, cambiándolas por los emocio-
nantes escenarios de aquella naturaleza torturada, tiene la persis-
tente impresión de pisar el fondo recién elevado de un mar seco,
que todavía arrastra en esas formaciones rígidas, la estereotipada
agitación de sus olas, de sus vorágines muertas372.

Pareciera como si hubiese ocurrido allí un cataclismo que


súbitamente arrasara con la vida. “De allí la impresión dolorosa
que nos domina al atravesar aquel ignoto pedazo del sertón”373,
dice Euclides ahora en primera persona (plural): nosotros, los que
hemos tenido ese dolor al atravesar el sertón.
Este pedazo de sertón abandonado ha librado, es evidente,
un combate terrible. Antropomorfizadas ruinas, atormentados
escenarios, una tierra hendida por las marcas de ese combate
muestran que nada aquí ha permanecido igual a sí: todo se ha
transformado. Nada parece estar, en efecto, muerto.
Desde Monte Santo se observa el trazado de torrentes sin
nombre que se desgajan del San Francisco, y cuyo principal cau-
ce es el Vaza-Barris, que rodea Canudos hacia el poniente, un
magro y egoísta río, pero engañoso:

...un río sin afluentes... sus pequeños tributarios... son más bien
canales de agotamiento, abiertos al azar por las aguas o corrientes
veloces que... están, y no es raro, en desarmonía con las disposi-
ciones orográficas generales. Son ríos que se exceden. De pronto
se llenan, se desbordan... y desaparecen, volviendo a su primitivo
aspecto de valles sinuosos y secos, llenos de piedras374.

Escenario de transiciones inexistentes, de contrastes y de


golpes violentos de la naturaleza, de cauces una vez enjutos,

372 Da Cunha. Los sertones. 15.


373 Da Cunha. Los sertones. 17.
374 Da Cunha. Los sertones. 18.

197

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desbordados, luego, por lluvias impías. Estamos ante una antíte-
sis del paraíso: un país abandonado por los dioses.
¿Qué lugar hay para el hombre en un régimen así? El ser
humano que allí persiste es, primero que todo, pareciera afirmar
Euclides, un expulsado de ese paraíso, un desterrado. Y él mis-
mo, el otro hombre que es “él” en tercera persona (marcando la
lejanía de manera más dura aún), él es, él intenta ser el viajero
que observa: “Mientras tanto, un inesperado cuadro esperaba al
viajero que subía las ondulaciones más próximas a Canudos, des-
pués de esta travesía en la que creía estar pisando escombros de
terremotos”375. Así, desde lo alto del Morro da Favela376, ahora
veía un paisaje nuevo, que, aunque respondía al mismo espacio,
gracias a su mirada se le ofrecía esta vez como un espectáculo ce-
lestial en la impresión de una planicie ondulada, “alrededor una
elipse majestuosa de montañas377. El viajero, entonces, nos mues-
tra, es capaz de ver el paraíso, sí, o el día después del diluvio que
se le ofrece como regalo de parte de aquella naturaleza terrible a
él, que puede percibirlo.
El clima del sertón es expresivo de la indocilidad de la na-
turaleza toda, se forja sobre la base de contrastes extremos: “A
medida que el verano asciende, el desequilibrio se acentúa”; cre-
cen entonces las temperaturas máximas y las mínimas, ambas, e
imponen a los seres sufrir días quemantes y noches congeladas.
La tierra, dice Euclides, en el lapso de un solo día pasa todas las
edades, la muerte y la vida, en solo veinticuatro horas se insola y

375 Da Cunha. Los sertones. 18.


376 El Morro da Favela fue el cerro contiguo a Canudos en el cual se instaló el
campamento de las tropas del ejército, y desde donde se desplegaron los ata-
ques y cañoneos sobre los conselheiristas. Al terminar la guerra, un contingen-
te de los soldados participantes en el ataque, fueron reubicados en el Morro da
Providência en Rio de Janeiro, y se refirieron a este con el nombre del monte
canudense, que aludía a una planta típica del sertón, la favela.
377 Da Cunha. Los sertones. 19.

198

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se congela. Cambios crueles que se imponen a los “martirizados
sertanejos”378.
Lo mismo ocurre con los vientos, que llegan turbulentos,
revueltos... “estas agitaciones de los aires desaparecen por largos
meses, entonces reinan calmas pesadas, aires inmóviles bajo la
placidez luminosa de días torpes”379; inmovilidad que resulta el
preludio de la tragedia: la sequía, que, como condena, trae para
los sertanejos el viento del nordeste. Una condena que se mani-
fiesta más dura que en ninguna parte en el sertón de Canudos.
Igualmente, sin embargo, intempestivas, las épocas benéficas lle-
gan sin razón; entonces los sertones reviven si es que traen lluvias
regulares, y lo hacen de un momento a otro, pero así mismo,
nuevamente, “No es raro que cambien en un giro veloz, de ci-
clón... reabriendo el ciclo inflexible de las sequías”380. Y la sequía
es la tortura de esa naturaleza:

...se esteriliza el aire; el suelo se vuelve piedra; ruge el nordeste y,


como un cilicio, la caatinga extiende sobre la tierra las ramas de los
espinos... Pero reducidas todas sus funciones, la planta, estivando,
en vida latente, se alimenta de las reservas que almacena en las
épocas serenas381.

Al viajero, dice Euclides, “la caatinga lo ahoga; le achica el


horizonte; lo seca y marea; lo atrapa en una trama espinosa sin
atraerlo; lo repele con sus espinos, sus hojas pinchantes, con los
brotes crecidos en puntas de lanza”382, vegetales estos que tienen
la apariencia de encontrarse “en trance de muerte, casi sin tron-
cos, deshechos en gajos”383.

378 Da Cunha. Los sertones. 19.


379 Da Cunha. Los sertones. 21.
380 Da Cunha. Los sertones. 27.
381 Da Cunha. Los sertones. 28.
382 Da Cunha. Los sertones. 27.
383 Da Cunha. Los sertones. 27.

199

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La lucha por la vida es aquí opuesta a lo que ocurre en la
selva, donde es “más oscura, más original, más conmovedora”. La
vegetación, como ciega por la luz, aquí se esconde: “El sol es un
enemigo que hay que evitar, eludir o combatir. Y para evitarlo, se
elige la inhumación de la flora moribunda, los tallos se entierran
en el suelo”384. Todo ocurre entonces, en estos parajes, de manera
inversa: es un mundo volteado. La vida se trasviste de muerte, se
retira, ocurre bajo la superficie, no se muestra; todo aquí tiene
la apariencia de la muerte, y la vida parece transcurrir lejos de
nuestro dominio, escondida tras esa apariencia, como aquellos
curiosos árboles invertidos:

Cuando se hacen zanjas alrededor de estos extraños vegetales, se


comprueba la sorprendente profundidad de sus raíces. No es po-
sible desenraizarlos... No son raíces, sino ramas. Y los arbustos
más pequeños, dispersos o apareciendo en grupos, abrazando a
veces amplias áreas, son un árbol solo, enorme, totalmente ente-
rrado... el vegetal parece esconderse del embate de los elementos
antagónicos y abroquelarse de ese modo, invisible, aferrado a un
suelo sobre el que apenas asoman los brotes más altos en su fronda
majestuosa385.

Y si no, si la naturaleza se sabe inerme, desarmada, pues se


organiza, se une [como el sertanejo], se “arracima”:

Ahora bien, cuando al revés de las antedichas, las especies no se


presentan tan bien armadas para la reacción victoriosa, se obser-
van dispositivos todavía más interesantes: se unen, íntimamente
abrazadas, convirtiéndose en plantas sociales. No pudiendo vivir
aisladas, disciplinadamente se congregan, se arraciman. De esta
clase son todas las plantas cesalpíneas y las caatingueiras... tam-
bién los romeros de los campos, y los canudos de pito, heliotro-
pos arbustivos de tronco hueco, pintados de blanco y de flores

384 Da Cunha. Los sertones. 28.


385 Da Cunha. Los sertones. 29.

200

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en espigas, destinados a dar su nombre a la más legendaria de las
aldeas...386.

Pero entonces, de improviso, el diluvio ciega todo esfuerzo:

Nubes voluminosas ponen una barrera en el horizonte... Car-


gándose en minutos, el firmamento se ilumina con relámpagos
sucesivos, que surcan la hoja negra de la tormenta. Restallan rui-
dosamente los truenos. Las gotas de lluvia caen gruesas, espacia-
das, sobre el suelo, convirtiéndose en seguida en un aguacero de
diluvio...387.

Mas inmediatamente también, sin mediaciones, del infier-


no se rompe súbitamente hacia el paraíso: “Y cuando el viajero
vuelve ya no encuentra el desierto. / Sobre el suelo alfombrado de
azucenas resurge triunfalmente la flora tropical. / Es una trans-
formación de apoteosis”388.
Estos sertones no participan de la división de Hegel: no son
desierto ni son de valles fértiles, profusamente irrigados; todo
depende en qué época del año se los cruce, estos bandean en
extremos imposibles de sintetizar: “Bárbaramente estériles; ma-
ravillosamente exuberantes”389, “la naturaleza [aquí] se complace
en un juego de antítesis”390. Porque lo que en ellos domina es
la maldición, la tragedia: las tempestades que terminan con el
“incendio sordo de las sequías”, que, no obstante, son otros es-
pejismos, no solo porque son efímeras, sino porque su brioso
efecto de tanta potencia termina por avanzar mayores tragedias:
las lluvias que son la salvación del sertón son a la vez la condena

386 Da Cunha. Los sertones. 30.


387 Da Cunha. Los sertones. 32.
388 Da Cunha. Los sertones. 32.
389 Da Cunha. Los sertones. 35.
390 Da Cunha. Los sertones. 36.

201

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de esa tierra, “La desnudan brutalmente, exponiéndola cada vez
más desprotegida, a los veranos siguientes”391.
En una digresión que le ayuda a introducir la cuestión antro-
pológica, esto es, su reflexión sobre el carácter del habitante del
sertón, Euclides aborda el impacto de la civilización en este régi-
men natural. Que no es, por tanto, del todo natural. Desde las
antiguas civilizaciones indígenas, el uso que el hombre ha hecho
de esas tierras ha sido destructor: el desierto es una consecuencia
de ese abuso, sobre todo a través de un elemento desastroso, el
fuego. Así lo hizo la agricultura primitiva, pero igual o peor fue la
acción colonizadora a la que, luego, se unió, ya sin ningún límite,
“el sertanista ambicioso y bravo en búsqueda de indígenas y de
oro... dejando la huella destructora en la marcha de las bandeiras.
Este fue el más feroz y despiadado con la tierra:

Atacó a fondo la tierra, removiéndola en las exploraciones a cielo


abierto, la esterilizó con las escorias del oro, la hirió a puntazos de
pico, la degradó corroyéndola con las aguas salvajes de los torren-
tes, y dejó, aquí y allí, para siempre estériles, enrojeciendo con el
intenso colorido de las arcillas, donde no prospera la planta más
exigua, las grandes catas, vacías y tristes, con su extraño aspecto de
inmensas ciudades muertas, destruidas392.

Estrena aquí Euclides el tópico del infierno modernizador a


través de su condena de las bandeiras, las expediciones de mer-
cenarios hacia el sertón realizadas durante la Colonia y después,
inclusive:

Estas brutalidades atravesaron toda nuestra historia. Incluso a me-


diados de este siglo [en 1830...] tenían al frente, iluminándoles
la ruta, abriéndoles los caminos y devastando la tierra, el mismo
instrumento siniestro, el incendio. Durante meses seguidos se

391 Da Cunha. Los sertones. 42.


392 Da Cunha. Los sertones. 38.

202

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vieron en el poniente, entrando por las noches, el reflejo rubio de
las quemazones393.

En la visión de Euclides, el “problema” de la naturaleza, de


su degradación, se debe a la acción combinada de su dinámica
interna y la humana, que tiene importante responsabilidad. En
una nota para O Estado de São Paulo publicada en 1901 titula-
da “Fazedores de desertos”394, ya Eucildes había abundado sobre
esta multiple violencia humana ejercida sobre la naturaleza de
una manera que sorprende por su capacidad de comprensión del
fenómeno: “Hemos sido un nefasto agente geológico, y un ele-
mento de antagonismo terriblemente bárbaro de la propia na-
turaleza que nos rodea”395, afirma, y precisa: “Hemos evitado la
crisis financiera y el alto precio del carbón, golpeando duramente
la economía de la tierra, y diluyendo cada día en el humo de las
calderas algunas hectáreas de nuestra flora”396. Pero no solo ello,
en ese albor del siglo XX, el geógrafo que es Euclides es capaz
de identificar algunas de las consecuencias climáticas que, con
acuciante actualidad, reconoceremos como sociedades recién un
siglo después, en este comienzo del XXI:

Las consecuencias reaparecen, naturales. La temperatura se alte-


ra, agravada en ese expandirse de las áreas de insolación cada vez
mayores por el poder absorvente de nuestro suelo desnudo, cuyo
calor se transmite por contacto con el aire, y determina dos resul-
tados inevitables: la presión que disminuye, tendiendo hacia un
mínimo capaz de perturbar el curso regular de los vientos, des-
orientándolos a lo largo de las cuatro direcciones del cuadrante, y
la humedad relativa que disminuye, haciendo que las precipitacio-
nes acuosas sean cada vez más problemáticas397.

393 Da Cunha. Los sertones. 38.


394 Da Cunha. “Fazedores de desertos” (1901), incluido luego en Contrastes e
confrontos (1907). Ed. Universidade da Amazônia.
395 Da Cunha. “Fazedores de desertos”. 64.
396 Da Cunha. “Fazedores de desertos”. 65.
397 Da Cunha. “Fazedores de desertos”. 65.

203

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Como ha enfatizado Javier Uriarte, en Os sertões Euclides
reconoce ampliamente la cualidad material y simbólica de “hace-
dores de desiertos” que han tenido los hombres y sociedades de
diversas épocas398, lacerando una y otra vez el espacio natural y
encontrándose especularmente en la misma condición barbárica
respecto de la afección sobre la naturaleza.
Confía aún Euclides, sin embargo, en la posibilidad de una
modernización de otro signo. Así, verbigracia el uso herramien-
tas ancladas, podríamos intuir, a una modernización alternativa,
es posible, cree, para el hombre mismo enmendar aquello que el
ejercicio destructivo ha causado:

Es que el mal es antiguo. Colaborando con los elementos meteo-


rológicos, con el nordeste, con la succión de los estratos, con las
canículas, con la erosión eólica, con las repentinas tempestades, el
hombre agregó un elemento más nefasto, que intervino en la co-
rrelación de fuerzas de ese clima demoledor. Si bien no lo creó, lo
transformó y lo agravó. . . Quizás hizo el desierto. Pero aún puede
extinguirlo, corrigiendo el pasado. La tarea no es imposible399.

El hombre
Euclides ha señalado en su Introducción que existen tres ti-
pos de habitantes del interior brasileño: el jagunço, el tabaréu y el
caipira. El primero corresponde al hombre armado, los segundos,
a tipos pacíficos. En esta parte, su diálogo es principalmene con
la antropología biológica de la época, buena parte de ella, racia-
lista y racista. Cada uno de estos “tipos” de brasileños del interior
es evidente resultado del medio natural en que se ha desenvuelto
(para ejemplificar ello retorna pernamentemente a las condicio-
nes naturales que ha esbozado en la primera parte). Así, el ser-
tanejo es “perfecta traducción moral de los agentes físicos de su

398 Uriarte. The Desertmakers: Travel, War, and the State in Latin America.
399 Da Cunha. Los sertones. 39.

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tierra”. Y son esos agentes físicos desde donde abordará, primero,
de manera general lo que considera el tipo humano del brasileño,
para ir “descendiendo” hacia el sertanejo y, desde él, a su figura
paroxísitica: el Conselheiro.
El sertanejo es parte de la naturaleza y la naturaleza es parte
de él, recordemos. Este postulado será más palpable aún en la
última parte del texto. Dice Euclides: “La naturaleza llega incluso
a participar de la lucha, como en el caso de las caatingas que se
arman para el combate; agreden. Se trenzan, impenetrables, ante
el forastero, pero se abren en sendas múltiples, para el matuto
que allí nació y creció”400. La lucha es entonces, literalmente, en-
tre naturaleza y cultura, es decir entre el sertón (el medio físico
del sertón comprendido como ese inmenso mar acallado, y el
desbalance radical de las fuerzas) y la “cultura” insuficiente, que
lo desconoce, esa “cultura” errada, ínfima, del Estado sobre esos
parajes, sobre su gente, expresión de su desdén excluyente.
Las metáforas geológicas sirven entonces a Euclides para ca-
racterizar a los sujetos sertanejos; así lo hace con el propio Con-
selheiro, cuya primera aparición –como bien detecta Barreto– es
a través de la asociación con una “anticlinal extraordinaria... su-
blevada desde las capas más profundas de nuestra estratificación
étnica’:

La anticlinal401... es un resultado de fuerzas tectónicas compresi-


vas sobre las rocas. Antônio Conselheiro, como esta rugosidad,
se habría originado como resultado de las fuerzas internas de la
sociedad sertaneja, destacándose de ella sólo debido a la medianía
del medio que lo cercaba, y fue destinado a la historia al igual que
podría haberlo sido para el hospicio402.

400 Barreto de Santana. “Geologia e metáforas geológicas em Os sertões”, párr. 35.


401 Se denomina anticlinal a un pliegue de la corteza terrestre que tiene una cur-
vatura convexa hacia arriba, en forma de bóveda, y en cuyo núcleo se hallan
los materiales tectónicos más antiguos.
402 Barreto de Santana. “Geologia e metáforas geológicas em Os sertões”, párr. 40-41.

205

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Lo mismo servirá a Euclides esta imagen geológica para ca-
racterizar luego la ciudad de Canudos, que será así catalogada
como una formación antigua (símil de aquellas ruinas naturales
que identifica su primera mirada de extasiada sobre el panorama
del sertón), capa vetusta en el progreso de la estratificación moral
de los pueblos, que emerge como falla en la actualidad:

Solo sugería un concepto y es que así como los estratos geológicos


raramente se perturban, invertidos, sometiendo una formación
moderna a una formación antigua, la estratificación moral de los
pueblos por su parte también se enreda, y se inverte, y ondula riza-
da en sinclinales abruptas, estallando en faults (fallas), por donde
rompen viejos estadios hace mucho tiempo recorridos403.

El brasileño es, plantea Euclides, el mestizo, resultado de la


mezcla de tres elementos étnicos: el elemento indígena, en extin-
ción (“nuestros indígenas, con sus exactos caracteres antropológi-
cos, pueden ser considerados tipos en vías de desaparición de viejas
razas autóctonas de nuestra tierra”404); El negro bantú o cafre (que
fue “nuestro eterno desprotegido”, “hijo de tierras adustas y bár-
baras, donde la selección natural, más que en cualquier otra parte,
se realiza por el ejercicio intensivo de la ferocidad y de la fuerza”
405
); y el portugués, “factor aristocrático de nuestra gens. . . que nos
une a la vibrátil estructura del celta”406. En la cuestión del mes-
tizo Euclides sigue las visiones desarrolladas por Sílvio Romero,
quien en História da Literatura Brasileira (1888) había desplegado
la perspectiva que tanta incidencia tendrá en el pensamiento so-
bre el sujeto nacional brasileño. En su búsqueda de la expresión
nacional, para Romero, las principales teorías considerables sobre

403 Da Cunha. Los sertones. 374-375.


404 Da Cunha. Los sertones. 44.
405 Da Cunha. Los sertones. 44.
406 Da Cunha. Los sertones. 39.

206

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la historia del Brasil han sido, dice, las de Martius407, la de Buckle,
la de Teófilo Braga, la de Oliveira Martins, las de los discípulos de
Comte y las de los sectarios de Spencer408. Para Martius –a quien
sigue Romero– el triple afluente de razas que forman el pueblo
brasileño (la india, la caucásica y la etiópica/cobre, la negra) decan-
tará en el predominio de aquella raza cuya sociedad muestre una
mayor energía, número y dignidad, “De eso se sigue –como afirma
Martius, citado por el brasileño– que el protugués que, como des-
cubridor, conquistador y señor, influyó poderosamente en aquel
desarrollo, el portugués [que] otorgó las condiciones y garantías
morales y físicas para un reino independiente... se presenta como
el motor más poderoso y esencial”409.
Mas estos tres grupos fundamentales que convergen en la
formación de la población nacional deben ser mensurados en
sus mutuas influencias, dice Sílvio Romero –aquí se distancia
de Martius–. Pues el caso que al historiador brasileño parece
más relevante para la definción del carácter nacional, es el del
mestizo “sobre el cual se debe insitir especialmente, estudiando
ampliamente la particular importancia de cada factor y definien-
do el carácter del resultado410. Romero, por otra parte, es crítico
aquí de las teorías como la de Buckle, que intentan explicar la
civilización y el estado de un pueblo por la determinación sobre
él del medio físico en que se encuentra, para él esto representa
una tautología: “Es un círculo vicioso; se explica el clima por la

407 El botanista Carlos Frederico Filipe de Martius: Como se Debe Escrever a Histó-
ria do Brasil (1843). Allí, de manera magistral, según Sílvio Romero, Martius
se refiere a los caracteres etnográficos del pueblo brasileño, y traza la tesis de
su triple fuente etnográfica: los salvajes americanos, los negros africanos y los
portugueses. “Queda solo que se diga cómo es que estos elementos actuaron
unos sobre otros y producirán el resultado presente”, apunta Sílvio Romero,
y es lo que pretenderá realizar Euclides en Os sertões. Romero. História da
Literatura Brasileira. 61.
408 Romero. História da Literatura Brasileira. 60.
409 Martius citado por Sílvio Romero. História da Literatura Brasileira. 7ª edición,
1980 [1888]. 62.
410 Romero. História da Literatura Brasileira. 62. Las cursivas son suyas.

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civilización y la civilización por el clima”411; lo mismo señala res-
pecto de las tesis de Braga, quien pretendía aplicar al estudio de
los pueblos originarios brasileños las teorías sobre el poblamiento
universal. Clarifica Romero que, puesto que los estudios sobre
las razas americanas recién comienzan en el Brasil, es aventu-
rado realizar conclusiones, por ejemplo sobre el origen de los
Tupí-guaraníes, a los cuales las docenas de teorías existentes los
filian a los chinos, japonenes, tártaros, turcos, etc.: nuestros sa-
bios, “Quieren estandarizar todo, encontrar para todo un símil
en el Viejo Mundo”412, y con la manía de reducir a un tipo único
las razas americanas, son incapaces de comprenderlas como un
producto de este suelo: “comprenderían mejor la semicultura an-
tigua del valle del Amazonas, su filiación en la cultura idéntica
de los indígenas de las Antillas, y tantos otros hechos simples
en sí oscurecidos por fantasiosos sistemas”413. Así, el sistema de
Buckle resulta para Sílvio Romero una expresión evidente de un
abordaje prejuiciado de las cuestiones históricas: he allí su erró-
nea tesis de que en el Brasil la naturaleza pródiga y exuberante, al
contrario de las demás naciones del mundo, habría actuado so-
bre el hombre reprimiendo su desarrollo intelectual. Un planteo
doblemente errado, dice Sílvio, por una parte, porque presupone
una homogeneidad de la vegetación del territorio del Brasil que
es incorrecta –error que derivaría de la falta de conocimiento
cabal por parte del autor inglés–; y por otra, porque se basa en la
suposición de que

En ninguna parte sería tan penoso el contraste entre la grandeza


del mundo externo y la pequeñez del interno. . . En el Brasil el
calor del clima fue acompañado por una irrigación doble, prove-
niente, de un lado, del inmenso sistema fluvial propio de la costa
oriental, y, de otro, de la abundante humedad depositada por los

411 Romero. História da Literatura Brasileira. 63.


412 Romero. História da Literatura Brasileira. 65.
413 Romero. História da Literatura Brasileira. 65-66.

208

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vientos. De esta combinación, resulta una fertilidad sin igual, tan
grande [… que] destruyó los cálculos [… del hombre], parali-
zando su progreso debido a una exuberancia que, si fuese menos
excesiva, lo habría ayudado414.

Además de desbaratar la errónea observación de las circuns-


tancias del clima y la vegetación del Brasil (buena parte de su
territorio, destaca, está constantemente asolado por las sequías;
muchos ríos, casi todos los que están en el norte de Brasil, son
de caudal restringido y de corta extensión, etc.), Romero imputa
al escritor inglés contribuir, con mala información y prejuicios, a
reforzar el discurso hiperbólico, exagerado, con que se califica a
su país, y que fuese también coadyuvado por los clichés román-
ticos, la poesía de Gonçalves Dias, por ejemplo, luego de la cual,
pocos dudarían que el Brasil es el paraíso en la tierra:

Es necesario poner fin a estos inventos, favorables o desfavorables,


con que ha sido costumbre aludirnos. Hemos sido siempre vícti-
mas de la exageración: nuestros ríos, montañas, bosques, fieras. . .
son siempre los más gigantescos del mundo, lo que es una ventaja,
dicen los patriotas; lo que es un obstáculo, dice Buckle, lo que es
un error, digo yo415.

Es esta una visión que atenderá el propio Euclides, quien,


con el ánimo de explicar lo que concibe como el atraso sertanejo,
dedica sus investigaciones a comprender la dinámica natural de la
región septentrional, y constata justamente la veracidad del aser-
to de Sílvio Romero: la inexistencia de ese escenario paradisíaco.
Ello, a despecho de que, en muchos sentidos, termine finalmente
por constituirlo, también en lógica hiperbólica, como su anverso:
el infierno que permite mantener la justificación –también en
clave buckelana– del atraso histórico de esa región del país.

414 Romero. História da Literatura Brasileira. 83.


415 Romero. História da Literatura Brasileira. 86.

209

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Señala Sílvio Romero, y a esto pone mucha atención Eucli-
des, que para él la historia de la evolución de los pueblos debe ser
amplia y comprensiva, en la línea de una interpretación que lla-
ma “biológico-psicológica” –que reconoce más cerca de Spencer
que de Comte– que debe considerar, en el caso de Brasil, tanto
la acción del medio físico, las cualidades etnológicas de las razas
constituyentes, las condiciones biológicas y económicas en que se
encontraban los pueblos immigrantes en los primeros tiempos de
la conquista, como determinar aquellos hábitos antiguos ya ar-
caicos y las cualidades o tendencias nuevas que fueron adoptando
las poblaciones416. Critica a su vez el sistema comteano como un
sistema superado, pues se habría sacrificado ante algunos prejui-
cios habiendo “desdeñando, por ejemplo, algunas de las fecundas
verdades anunciadas por Darwin”417.
Para Romero, el análisis histórico de las nacionalidadedes
debe contemplar tres factores: los primarios, o naturales, los se-
cundarios o étnicos, y los terciarios o morales. En el Brasil, los
principales vienen a ser, de entre los primeros: el excesivo calor,
ayudado por las sequías en la mayor parte del país; las lluvias to-
rrenciales en el valle del Amazonas, además también del intensí-
simo calor; la falta de grandes vías fluviales en las provincias entre
San Francisco y el Parnaíba; y las fiebres reinantes en la costa. El
más importante de entre los factores secundarios o “éticos” sería
la incapacidad relativa de las tres razas que componen la pobla-
ción del país. Finalmente, entre los factores terciarios, destaca
Sílvio aquellos históricos tales como la política, la legislación, los
usos, las costumbres, que son efectos que después actúan tam-
bién como causas, afirma.
Para Euclides, por su parte, el sujeto brasileño no es el re-
sultado mecánico y abstracto de la mezcla de aquellas razas y
del predominio de la raza más fuerte o numerosa. Existen, dice,
diversos otros factores que inciden, a partir de un mestizaje y

416 Romero. História da Literatura Brasileira. 68-69.


417 Romero. História da Literatura Brasileira. 74.

210

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un entrelazamiento complejísimo de factores étnicos, históricos,
naturales:

Los elementos iniciales no se resumen, no se unifican, se desdo-


blan y originan un número igual de subformaciones, substituyén-
dose por los derivados, sin reducción alguna, en un mestizaje em-
barullado donde se destacan como productos más característicos
el mulato, el mameluco o curiboca y el cafuz...
El tipo abstracto de brasileño que se busca, incluso en el caso fa-
vorable arriba afirmado, sólo puede surgir de un entrelazamiento
considerablemente complejo.
Teóricamente sería el pardo, en el que convergen los sucesivos cru-
ces del mulato, del curiboca y del cafuz.
Pero si se consideran las condiciones históricas... las disparidades
climáticas... y atendiendo aún a la introducción de otros pueblos...
aquella formación es realmente dudosa cuando no absurda418.

Euclides se manifiesta aquí contra las teorías que hacen del


“factor étnico” el fundamento de la evolución biológica, y critica
así, a los antropólogos locales, quienes han exagerado el peso de
dicho elemento en la formación del sujeto

...provocando la irrupción de una cuasi ciencia, difundida en me-


dio de extravagantes fantasías que, a más de osadas, son estériles.
Existe un exceso de subjetivismo entre quienes, en los últimos
tiempos, entre nosotros, meditan sobre cosas tan serias con una
volubilidad algo escandalosa si se miran las proporciones del tema.
Comienzan por excluir, en gran parte, los materiales objetivos
ofrecidos por las circunstancias mesológicas e históricas. Después
arrojan, entrelazan y funden a las tres razas según los caprichos
que los empujan en el momento. Y de esta metaquímica extraen
algunos precipitados ficticios419.

418 Da Cunha. Los sertones. 45-46.


419 Da Cunha. Los sertones. 46.

211

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La razón de esta tendencia a la elaboración generalizante del
tipo brasileño se debería tanto a que han olvidado el peso de
los factores diversos de la tierra y las condiciones del momento,
como del apriorismo que afirma la existencia de un tipo étnico
único, cuando, afirma Euclides, “No hay un tipo antropológico
brasileño”420, “Porque no tenemos unidad racial. / Quizá no la
tendremos nunca”421. La construcción de un tipo brasileño está
condicionada, señala el pensador, por el propio proceso histórico,
cuya señal de progreso es la consecución de una vida nacional au-
tónoma; el brasileño será, entonces, en tanto “raza histórica”422,
un resultado del desarrollo social: “Nuestra evolución biológica
exige la garantía de la evolución social./ Estamos condenados a
la civilización./ O progresamos o desaparecemos”423. Y con pro-
greso Euclides se refiere a la construcción de esa homogeneidad
nacional, que es para él el índice de lo que valora, a su vez, como
base de cualquier progreso sólido.
En la visión de Euclides, las condiciones del medio físico del
Brasil no presentan un régimen uniforme, por el contrario, exis-
ten diferencias radicales a este respecto entre el sur y el norte424;
pero además, las exageraciones que han construido la imagen de

420 Da Cunha. Los sertones. 58.


421 Da Cunha. Los sertones. 46-47.
422 Da Cunha. Los sertones. 47.
423 Da Cunha. Los sertones. 47.
424 Más adelante, Euclides especifica respecto del sur, que será el fondo de con-
traste sobre el cual posteriormente abordará al hombre del sertón: “Aprisio-
nado en el litoral, entre el sertón inabordable y los mares, el viejo colono
imperial trataba de llegar hasta nuestro tiempo, inmutable, obcecado con una
centralización estúpida, realizando la anomalía de trasladar a una tierra nueva
el ambiente moral de una sociedad vieja. Lo venció, felizmente, la ola impe-
tuosa del sur. Allí, la aclimatización más rápida, por un medio menos adverso,
posibilitó tempranamente el mayor vigor de los forasteros. De la absorción
de las primeras tribus, surgieron los cruzados de las conquistas sertanejas, los
mamelucos audaces. El paulista — y la significación histórica de este nombre
abarca a los hijos de Río de Janeiro, Minas, São Paulo y regiones del sur— se
convirtió en un tipo autónomo, aventurero, rebelde, libérrimo, con el aspecto
perfecto de un dominador de la tierra; se emancipó, insurrecto, de la tutela
lejana, y apartándose del mar y de los galeones

212

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una benignidad de la naturaleza del Brasil –una de las más in-
fluyentes, las destempladas generalizaciones de Buckle–, ocultan
que esta “placidez opulenta, paradojalmente, esconde el germen
de cataclismos que irrumpiendo siempre con un ritmo inque-
brantable, en el verano, se desencadenan con el rigor implaca-
ble de una ley”425. Es lo que ocurre por ejemplo en el idealizado
Mato Grosso, ubicado al centro norte del país, donde los agua-
ceros torrenciales se desatan con vientos extremos, destruyendo
de un golpe repentino del cielo lo antes plácido y enhiesto: “Es
un asalto súbito. El cataclismo irrumpe como un arrebato en la
espiral vibrante de un ciclón. Se desploman las casas, se doblan y
sucumben los carandas seculares, quedan aislados los morros, las
planicies se vuelven lagos. . .”426. Y luego reaparece el sol, domi-
nador del paisaje, como en el día después del diluvio universal,
entonces el hombre, “dejando los refugios donde tuvo que buscar
protección para su vida, contempla los estragos en medio del
renacer universal”427. Si con ese régimen contrastamos el de los
sertones del norte, convendremos, dice Euclides, en que nues-
tro medio físico posee una variabilidad completa. Por ello es un
error el de Buckle y de todos aquellos que uniformizan el Brasil
generalizando el influjo del clima tropical, cuyas condiciones y
consecuencias negativas428 no son extensibles ni a gran parte del

de la metrópoli, se lanzó sobre los sertones desconocidos, delineando la epopeya


inédita de las Bandeiras. . .”. Da Cunha. Los sertones. 54.
425 Da Cunha. Los sertones. 49-50.
426 Da Cunha. Los sertones. 50.
427 Da Cunha. Los sertones. 50.
428 Sin embargo, sobre el clima tropical y su influencia en la humanidad, Eucli-
des se posiciona en una línea similar al determinismo de las antiguas teorías
climáticas europeas: “Sin duda, ésta se ejercita, originando una patología sui
generis, en casi toda la costa marítima del Norte y en gran parte de los Estados
que le corresponden, hasta el Mato Grosso. El calor húmedo de los parajes
amazónicos deprime y agota. Modela organismos endebles en los que toda la
actividad cede ante el permanente desequilibrio entre las energías impulsivas
de las funciones periféricas fuertemente excitadas y la apatía de las funciones
centrales: inteligencias en marasmo, adormecidas por la explosión de las pa-
siones; enervaciones peligrosas pese a la acuidad de los sentidos y mal cuidadas

213

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Brasil central, ni a las regiones del sur, “Incluso en la mayor parte
de los sertones septentrionales, el calor seco, altamente corregido
por los fuertes movimientos aéreos provenientes de los cuadran-
tes del este, origina disposiciones más animadoras y tiene una
benéfica acción estimulante”429.
Acerca de la que llama “subraza” del norte, Euclides recuerda
que, históricamente, el mestizaje se realizó allí mayoritariamente
entre indígenas y europeos, pues los africanos se habrían insta-
lado fundamentalmente en el litoral, lo que determinó cruces
raciales distintos a los efectuados en el interior. En el sertón do-
minan los curibocas puros, señala, casi sin mezcla de sangre afri-
cana; así, colige

...la índole aventurera del colono y la impulsividad del indígena se


amalgamaron y el propio medio les permitió, por el aislamiento,
la conservación de los atributos y hábitos antiguos ligeramente
modificados por las exigencias de la nueva vida. Y allí están, con
sus ropas características, con los mismos hábitos de sus abuelos,
con su extraño aferrarse a las tradiciones más remotas, con su sen-
timiento religioso llevado hasta el fanatismo, con su exagerado
sentido de la honra, con su bellísimo folklore de rimas que ya
cumplieron tres siglos. . . 430.

“Raza fuerte y antigua”431, el sertanejo ha construido sus


poblados sobre las antiguas aldeas indígenas. Hacia el norte del
sertón bahiano, sin embargo, en el circuito de Canudos, se ha-
bría establecido un poblamiento en el que sobresale la mezcla de
indios, blancos y negros, que generaron, debido a las condiciones

por la sangre empobrecida de las hematosis incompletas. . .”. Da Cunha. Los


sertones. 52.
429 Da Cunha. Los sertones. 53.
430 Da Cunha. Los sertones. 66.
431 Da Cunha. Los sertones. 66.

214

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de aislamiento del lugar, “un cruzamiento uniforme, capaz de
justificar la aparición de un tipo mestizo bien definido”432:

...el hombre del sertón parece copia de un modelo único, con las
mismas características físicas, la misma tez, apenas variando del
mameluco bronceado al cafuz oscuro; cabellos lacios y duros o le-
vemente ondulados. La misma envergadura atlética, y los mismos
rasgos morales que se traducen en las mismas supersticiones, los
mismos vicios y las mismas virtudes. / La uniformidad es impre-
sionante. El sertanejo del Norte es, indudablemente, el tipo de
una subcategoría étnica ya constituida433.

Mas haciendo eco de las ideologías racistas de su época,


Euclides se posiciona, sin embargo, de manera radical contra el
mestizaje, al que considera degenerativo. Así, sobre el cruzamien-
to de razas, señala:

La mezcla de razas muy diferentes, en la mayoría de los casos, es


perjudicial... El mestizaje extremado es un retroceso. El indoeuro-
peo, el negro y el brasileño guaraní o el tapuia, expresan estados
evolutivos que se enfrentan y el cruzamiento, sobre anular las cua-
lidades prominentes del primero, es un estimulante al recocimien-
to de los atributos primitivos de los últimos434.

El mestizo, afirma, casi siempre es un desequilibrado. Atrae


aquí a su argumento la autoridad de Luis Foville435, quien com-
paraba a los mestizos con los histéricos: “Pero el desequilibrio
nervioso en tal caso es incurable: no hay terapéutica que pueda

432 Da Cunha. Los sertones. 69.


433 Da Cunha. Los sertones. 71.
434 Da Cunha. Los sertones. 72.
435 Louis Foville (1779-1878) fue un neurólogo y psiquiatra francés que propuso
la teoría de la superioridad racial de los europeos por su carácter de “raza
pura”, frente a los colonos, impuros y por, tanto, contaminados, anormales.
Los mestizos son para Foville, inferiores. Una teoría típica del imperialismo
europeo.

215

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doblegar las tendencias antagónicas de razas sorpresivamente
arrimadas”436, pues esta fusión interviene de manera artificial
en un proceso de selección natural que ha demorado en el tiem-
po, alejando, diferenciando extremadamente a unas razas de
otras, y entonces,

...el mestizo –mulato, mameluco o cafuz– menos que un interme-


diario es un decaído, sin la energía física de sus ascendientes salvajes,
sin la altura intelectual de sus ancestros superiores. Contrastando
con la fecundidad que acaso posea, revela casos de hibridez moral
extraordinarios: espíritus fulgurantes, a veces, pero frágiles, inquie-
tos, inconstantes, que deslumbran por un instante y en seguida se
apagan, heridos por la fatalidad de las leyes biológicas... se mueven
en un juego permanente de antítesis. Y cuando sobresalen... todo
ese vigor mental reposa... sobre una moralidad rudimentaria, en la
que se observa el automatismo impulsivo de las razas inferiores. /
Es que, en esa concurrencia admirable de los pueblos, envueltos en
una lucha sin tregua, en la cual la selección capitaliza atributos que
se conservan por herencia, el mestizo es un intruso. No luchó, no es
una integridad de esfuerzos, es una cosa dispersa y disolvente, surge
de repente, sin caracteres propios, oscilando entre influjos opuestos
de legados discordantes. La tendencia a la regresión de las razas ma-
trices caracteriza su inestabilidad437.

Para Euclides las especies están sujetas a leyes del desarrollo


que no pueden ser contravenidas438 y la historia misma se mue-
ve gracias a la lucha, conmovedora y eterna –como la considera
Euclides–, de las razas. Y si en esa lucha los elementos fuertes
tienden a predominar sobre los débiles, el caso del mestizo es una
excepción: ellos son “los mutilados inevitables del conflicto que
perdura... En estos casos, la raza fuerte no destruye a la débil con
las armas, sino que la arruina con la civilización”439.

436 Da Cunha. Los sertones. 72.


437 Da Cunha. Los sertones. 72.
438 Da Cunha. Los sertones. 73.
439 Da Cunha. Los sertones. 74.

216

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Contrasta esta visión con la que el propio Euclides había
presentado al comienzo, desde Salvador de Bahía de camino al
sertón, maravillado ante la diversidad sociogénica que observaba
entre los grupos humanos a su alrededor. Así, al aprestarse para
su salida había expresado su admiración ante las tropas que se
iban congregando en la antigua capital, uniendo así a “los brasi-
leños dispersos”:

Índoles diversas, hombres nacidos en climas diferenciados por


muchos grados de latitud, contrastando en los hábitos y tenden-
cias étnicas, de variantes apariencias; frentes de todos los colores
–del mestizo trigueño al caboclo cobrizo y a blanco–aquí llegan y
se unifican bajo el influjo de una aspiración única. Parece un re-
flujo prodigioso de nuestra historia. Después de estar anchamen-
te alejados, todos los elementos de nuestra nacionalidad vuelven
bruscamente al punto desde donde irradiaron, tendiendo irresisti-
blemente hacia un entrelazamiento bellísimo440.

Y esto ha ocurrido así, dice Euclides, gracias a la energía civi-


lizatoria acrecida que ha insuflado en esta nacionalidad el cambio
histórico nodal: la superación del Imperio y el triunfo de la Re-
pública, que “repele, por primera vez, espontáneamente, viejos
vicios orgánicos y hereditarios tolerados por la política expec-
tante del Império”441; y con esos vicios, se refiere especialmente
al desarrollo de los movimientos religiosos como el que ahora
encabezaba Antônio Conselheiro.
El blanqueamiento es, para Euclides, deseable, mas no es
producto de la mestización ni tampoco de la técnica (las armas),
sino de la “civilización”, que el intelectual asimila fundamental-
mente con la educación. En una de sus primeras comunicaciones
periodísticas ya desde el interior bahiano, y que se ha anotado
como parte del proceso de transformación (y ambiguación) de su

440 Da Cunha. “15 de agosto”. Diario de una expedición. Edición digital. 13.
441 Da Cunha. “15 de agosto”. Diario de una expedición. Edición digital. 13.

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visión racial restrictiva, Euclides había tempranamente señalado
que, en ese proceso de civilización, el vencedor sería el menos
notorio, pero más influyente maestro de escuela442.
De entre los mestizos, sin embargo, los sertanejos son asi-
mismo una excepción: debido a su aislamiento se habrían librado
de este proceso penoso de adaptación “a un estado social superior
y simultáneamente, les evitó caer en las aberraciones y los vicios
de los medio adaptados”443. Los rudos patricios de los sertones
del Norte, son, de esta manera, a diferencia de los mestizos del
litoral, una raza fuerte, porque se halla aislada, porque no ha sido
expuesta a la mezcla, por ello, “surge autónoma y de algún modo,
original”444:

Al revés de la inversión extravagante que se observa en las ciudades


del litoral, donde funciones altamente complejas se imponen a
órganos mal constituidos, oprimiéndolos y atrofiándolos antes del
pleno desarrollo; en los sertones, la integridad orgánica del mes-
tizo aparece entera y robusta, inmune a mezclas extrañas, capaz
de evolucionar, diferenciándose, acomodándose a nuevos y más
altos destinos, porque tiene una base física sólida para un posterior
desarrollo moral445.

442 Da Cunha. “15 de agosto”. Diario de una expedición. Edición digital. 15.
443 Da Cunha. Los sertones. 74.
444 Da Cunha. Los sertones. 74.
445 Da Cunha. Los sertones. 74. Euclides señala aquí su displicencia con las teo-
rías craneométricas que pretendían extraer conclusiones sobre la personali-
dad y características intelectuales y psicológicas a través de la medición del
cráneo y que fueran muy populares en el siglo XIX. En L’Aryen et son rôle
social (Los arios y su papel social, 1899), el francés Georges Vacher de Lapouge
(1854–1936), a partir de la medición del cráneo clasificó a la especie humana
en “razas” jerarquizadas, desde la superior, la raza de cabeza larga y delgada
(dolicocéfala), raza aria, blanca, hasta la inferior, la de cabeza corta y ancha
(braquicéfala), mejor representada, afirmó, por los judíos; desde esa premisa
elaboró sus influyentes teorías eugenésicas y fue inspirador del antisemitismo
nazi. Recordemos que la cabeza del Conselheiro fue cortada y llevada para
análisis del Dr. Nina Rodrigues con el afán de extraer conclusiones sobre sus
caracteres, sobre la base de estas teorías.

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El sertanejo, por lo tanto, “Es un retrógrado, no un
degenerado”446. A diferencia del “raquitismo de los mestizos
neurasténicos del litoral”447, estos “patricios retardatarios”448, son
fuertes. Nuestros desconocidos, aunque muestran a primera vista
una figura abatida, deprimida, como de hombre permanente-
mente fatigado, de una pereza invencible, revelan de improviso
en un momento de emergencia toda la fuerza de su constitución
profunda (“esa apariencia de cansancio engaña”449, dice Eucli-
des): “despunta inesperadamente el aspecto dominador de un
titán cobrizo y potente, en un desarrollo sorprendente de fuerza
y agilidad extraordinarias”450. Como la propia naturaleza del ser-
tón: “en todos los pormenores de la vida sertaneja, siempre apa-
rece el intercambio impresionante entre los impulsos extremados
y las apatías prolongadas”451. La imagen del sujeto producida por
Euclides es aquí la de una mítica deidad antigua (titán) que es
este mestizo extraordinario del sertón, que guarda esta potencia
capaz de superar a la propia naturaleza porque aparece como su
expresión cúlmine.

446 Da Cunha. Los sertones. 74. Como explica Walnice Nogueira (Los sertones,
nota 151), estas aseveraciones están basadas en el trabajo del Dr. Raimundo
Nina Rodrigues (1863-1906), quien fuera un influyente profesor de Medicina
Legal de la facultad de Medicina de Bahía, y que había escrito Antropologia
patológica: Os mestiços (1890), y A Loucura Epidémica de Canudos (1897), tra-
bajos que debieron influir de manera relevante en Euclides. Haciendo eco
de la ideología racista de la época, Rodrigues consideraba, por ejemplo, que
el africano estaba incapacitado para ser civilizado, por ello, el mestizaje re-
presentaba una degeneración. Sin embargo, las posteriores teorías brasileñas
del blanqueamiento, plantearon que el mestizaje era una forma también de
producir una población “más clara”, esa visión fue la que dominó entre la
élite brasileña, sobre todo entre 1889 y 1919. Belos Pereira. “Euclides e o
branqueamento”. 103-105.
447 Da Cunha. Los sertones. 75.
448 Da Cunha. Los sertones. 75.
449 Da Cunha. Los sertones. 76.
450 Da Cunha. Los sertones. 76.
451 Da Cunha. Los sertones. 76.

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El vaquero del sertón del norte se crió en condiciones opues-
tas a las del gaúcho del sur452, entre periódicas catástrofes, “se vio
envuelto en una batalla sin treguas”, como si siempre se hubiera
preparado para este enfrentamiento, como si la vida lo hubiese
destinado a este enfrentamiento (“Es un condenado en vida”, dice
Euclides); así, el jagunço “Se hizo fuerte, experto, resignado y
práctico. Se preparó para la lucha. A primera vista, su aspecto
evoca vagamente al guerrero antiguo exhausto por la refriega. Las
ropas son su armadura. . . envuelve[n] al guerrero de una batalla
sin victorias”453. Pasa su vida en la refriega, su vida entera es una
lucha, pero una lucha circular, que no lleva a ningún progreso,
contra un enemigo que no logra vencer pero que tampoco le
derrriba:

Atraviesa la vida entre celadas y sorpresas de naturaleza incom-


prensible y no pierde un minuto. Es un luchador permanente-
mente exhausto, permanentemente audaz y fuerte; está siempre
preparándose para un obstáculo al que no vence y por el que no se
deja vencer; pasa de la máxima quietud a la máxima agitación 454.

A diferencia del gaúcho del sur, el jagunço es más práctico,


menos evidente en su fuerza, es más peligroso porque no nece-
sita proclamar su poder, simplemente actúa, y permanece: “es
menos teatralmente heroico; es más tenaz; es más resistente; es
más peligroso; es más fuerte; es más duro”455. Acostumbrado
al extremo rigor, tiene su vida en el mayor aprecio; por eso ha
aprendido a defenderse con estrategias calculadas, no hay dis-
pendio excesivo de fuerza, es cauteloso. No dispensa más de lo

452 La caracterización de los tipos el jagunço, el gaucho y los vaqueros, está in-
fluenciada por las visiones construidas especialmente en las novelas O Sertane-
jo (1875) y O Gaúcho (1870) de José de Alencar (1829-1877), y D. Guidinha
do Poço (1890-1891), de Manuel de Oliveira Paiva (1861-1892). Walnice
Nogueira. Los sertones. 396.
453 Da Cunha. Los sertones. 78.
454 Da Cunha. Los sertones. 79.
455 Da Cunha. Los sertones. 79.

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que necesita; tiene un perfil instrumental, fáustico y, por ello,
amenazador:

Su vida es una conquista duramente hecha en faenas cotidianas.


La cuida como un precioso capital. No la desperdicia en la más
ligera contracción muscular, en la más leve vibración nerviosa, sin
tener la certeza del resultado. Calcula fríamente la pelea. Cuando
maneja el cuchillo no da un solo golpe en falso. Cuando apunta
con el liviano fusil o el pesado trabuco no yerra la puntería... Si la
reacción fulminante es ineficaz, si el adversario no cae rápidamen-
te vencido, el gaúcho es frágil y se deja apretar por una situación
indecisa. El jagunco no. Retrocede. Pero al retroceder es todavía
más cuidadoso. Es un tanteo demoníaco. El adversario tiene, des-
de ese momento, observándolo por el caño de la escopeta, un odio
total, oculto en las sombras de las trampas...456.

A diferencia del estanciero del sur, el hacendado de los ser-


tones no vive en sus territorios, sino que normalmente los deja
al cuidado de los jagunços, que han suscrito un contrato de ser-
vidumbre con el dueño de las tierras en virtud de una extrema
confianza que los vaqueros se han ganado con su honestidad
probada. Narra Euclides las estrictas normas consuetudinarias
que operan en la cotidianidad del vaquero en relación con la
propiedad de las reses y de las tierras. Pero, contrario a lo que se
intuye por aquél carácter calculador de quien sobrevive, afirma
Euclides luego que estos matutos no solo son probos y honestos
en su labor, sino que también son solidarios entre sí, “se auxilian
incondicionalmente en todos los menesteres”457.
Nuestro sertanejo, afirma Euclides, es además una excepción
a la regla de Buckle sobre la inadaptabilidad del hombre a las
situaciones naturales extremas: “La sequía no lo asusta. Es un
complemento de su vida tormentosa y la enfrenta con estoicis-
mo... en una resistencia que parece imposible. / Se prepara para

456 Da Cunha. Los sertones. 80.


457 Da Cunha. Los sertones. 81.

221

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la lucha con singular serenidad. . . Trata de adivinar el futuro. . .
examina los rasgos más fugitivos del paisaje”458. Mas tiene toda-
vía más apreciables cualidades, afirma Eucildes. Así, cuando llega
el tiempo de la sequía, el jagunço se transforma, deja de bandear
entre la violencia y la indolencia y muestra la capacidad inmensa
alojada en su raza, trascendiéndola a pesar del miedo y la tristeza
que provoca la estación seca, que anuncia la muerte por doquier:

Las lentas procesiones propiciatorias, pasan lentas y resuenan en


los largos días monótonos, las letanías tristes. Brillan en las noches
las velas encendidas de los penitentes... Pero los cielos persisten
siniestramente claros, el sol fulmina la tierra, progresa el espasmo
asombroso de la sequía. El matuto observa a su prole asustada,
contempla entristecido a los animales echados bajo las ipueiras o
errando lentos, con los cogotes doblados, con mugidos de llanto,
buscando el agua, y sin que se le adormezca la creencia, sin dudar
de la providencia que lo golpea, murmurando los rezos acostum-
brados, se apresta al sacrificio... confiado con su energía sobrehu-
mana459.

El jagunço, entonces, se apresta estoico, nuevamente, al he-


roísmo porque sabe a qué distancia se halla de la fatalidad: “Re-
signado y tenaz, con la implacable señal de los fuertes, encara de
frente a la fatalidad, y reacciona. El heroísmo tiene en los serto-
nes tragedias espantosas para siempre perdidas. No hay quien las
describa. Surgen de una lucha que significa la insurrección de
la tierra contra el hombre”460. Como los héroes de las leyendas
antiguas, luego del combate llega el fin que esperaba tranquilo,
la tragedia que sucede a la sequía: su ganado es diezmado por la
fauna cruel del desierto, murciélagos y víboras de cascabel ven
caer a los bueyes. Y le ataca la extraña enfermedad del desierto:
la hemeralopía le quita la vista al caer el sol. Entonces, todo se

458 Da Cunha. Los sertones. 87.


459 Da Cunha. Los sertones. 89.
460 Da Cunha. Los sertones. 88-9.

222

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agota y el sertanejo se rinde, se vuelve “retirante” y emprende la
marcha. Después, cuando todo ha pasado, retorna a su sertón.
El sertanejo está impedido orgánicamente para imaginar
una situación mejor, se resigna –vuelve aquí Euclides al tópico
del atraso y la incapacidad natural, racial–, y esto ocurre por-
que, dice el autor, posee una psicología atrasada, estacionada en
lo que Comte, en su formulación de la ley de los Tres estados
había nombrado como inicial “estado teológico o ficticio”: en el
sertanejo “El círculo estrecho de su actividad le demoró el desa-
rrollo psíquico. Está en la fase religiosa de un monoteísmo in-
comprensible, unido a un misticismo extravagante, en el que se
unen el fetichismo del indio y del africano... Su religión es como
él: mestiza”461. Y como tal, en ella conviven “el antropismo del
salvaje, el animismo del africano y sobresaliendo, el aspecto emo-
cional de la raza superior, en la época del descubrimiento y de la
colonización”462, una mezcla menos graciosa aún, toda vez que
incluso la vertiente europea, la portuguesa, representaba las for-
mas más atrasadas de religiosidad: se expresó a través de un mis-
ticismo feroz con aroma a hogueras inquisitoriales, traído desde
la Lisboa que después del desastre de Alcácer-Quibir reverberó de
agoreros, milagros y mesías.
El hombre del sertón se convirtió, así, en una expresión de
atavismo histórico, adquiriendo la condición de “pupilo idiota
de la divinidad”463 con una religión indefinida para la cual el
supremo regalo es la muerte: “La tierra es un exilio insoportable,
el muerto es un bienaventurado”464 y en que el misionero no ha
jugado más que una función de agente perjudicial, que

...agrava los desequilibrios del estado emocional de los tabaréus...


no aconseja ni consuela, aterra y maldice; no ora, echa bravatas...

461 Da Cunha. Los sertones. 91.


462 Da Cunha. Los sertones. 92.
463 Da Cunha. Los sertones. 93.
464 Da Cunha. Los sertones. 94.

223

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Sube al púlpito de las iglesias del sertón y no muestra la imagen de
los cielos, describe el infierno truculento y flamígero con palabras
encendidas que completa con gestos de loco y muecas de truhán.
Es ridículo y aterrador. Tiene el extraño privilegio de las bufone-
rías melodramáticas. Los disparates salen de su boca envueltos en
tragedia... Y alucina al sertanejo crédulo, lo alucina, lo deprime y
lo pervierte465.

¿De dónde emerge Antônio Conselheiro? El hombre, “do-


cumento vivo de atavismo”, emerge en el relato euclidiano per-
turbando la analogía inicial entre la geología y la condición hu-
mana, pues este monstruo que debiese habitar las “capas” más
antiguas de la historia, emerge a la superficie sin una razón clara.
Él es el pasado. Así, el antropólogo

...lo fijaría en una fase remota de la evolución. Lo que el médico


caracterizaría como un caso de delirio sistematizado, en la fase
persecutoria o de grandezas, el antropólogo lo describiría como
fenómeno de incompatibilidad con las exigencias superiores de la
civilización, como un anacronismo466.

Y ocurre aquí tal como en aquellos días primeros de la Igle-


sia –dice Euclides–, en la transición entre el paganismo y el cris-
tianismo, en que emergieron esos encratitas abstinentes que se
flagelaban y se hacían parte de la diversidad de sectas que frag-
mentaron la naciente religión, “con sus doctores histéricos y sus
exégesis hiperbólicas”467. Días de la transición...
Este individuo que es en sí mismo un retroceso, observado
en relación con su medio se muestra, sin embargo, a la vez como
“una dislocación y […] una síntesis”; su vida, si bien no presenta
la continuidad de actitudes excéntricas que podrían dar cuenta

465 Da Cunha. Los sertones. 96-97.


466 Da Cunha. Los sertones. 99.
467 Da Cunha. Los sertones. 99.

224

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de una grave enfermedad468, “sí son, con seguridad, el resumen
de los aspectos predominantes de un mal social gravísimo”469,
que lo ha traído a “golpear a una civilización, yendo a parar a la
historia como podía haber ido a parar al hospicio. Porque para
el historiador no es un desequilibrado”470. El Conselheiro es, dis-
crimina aquí Euclides, expresión de un mal social, histórico, ani-
dado en su pueblo, he allí su fuerza: “No era un incomprendido.
La multitud lo aclamaba como representante natural de sus más
altas aspiraciones”471. Era un reflejo de su sociedad y ella de él.
Pero inmediatamente, en un bandeo que se ha vuelto ya co-
mún en el autor al caracterizar al sujeto sertanejo, el jagunço,
apunta deshistorizante, es un bárbaro; consumido por las supers-
ticiones, está además dominado por los caracteres de las razas
inferiores:

Todas las creencias ingenuas, desde el fetichismo bárbaro hasta las


aberraciones católicas, todas las tendencias impulsivas de las razas
inferiores, libremente ejercitadas en la indisciplina de la vida ser-
taneja, se condensaron en su misticismo feroz y extravagante. Fue
simultáneamente, el elemento activo y pasivo del movimiento del
que surgió. El temperamento impresionable le hizo absorber las
creencias del ambiente, casi pasivamente, por la gran receptividad
mórbida de su espíritu torturado por los reveses y ellas refluye-
ron después, fuertemente, sobre el mismo medio de donde habían
partido, como brotadas de su conciencia delirante472.

No es demente, no hay en él un pathos psiquiátrico, argu-


menta luego. Por el contrario, en él se muestra sobre todo una

468 Sabía Euclides que antes de volverse retirante el Conselheiro, aparte de su


desengaño amoroso y de las versiones poco creíbles sobre la muerte de su
mujer, no tenía antecedentes de una trayectoria que pudiera calificarse como
patológica.
469 Da Cunha. Los sertones. 98.
470 Da Cunha. Los sertones. 98.
471 Da Cunha. Los sertones. 98.
472 Da Cunha. Los sertones. 98.

225

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resignación proveniente del fondo inescrutado de la historia; su
propia actitud de renuncia a los favores terrenos, ese su despren-
dimiento, no es sino otro resultado de ese medio y de la perma-
nente constricción que se le ha impuesto, la disciplina impuesta
por el medio. Y de ahí proviene esa paciente racionalidad que le
asemeja a los mitos o los monumentos:

No se deslizó hasta la demencia... el medio... lo obligó a adoptar


un cierto orden en el desvarío, una coherencia indestructible en
todos sus actos y una rara disciplina en todas sus pasiones... el
sertón sublevado tuvo en la actitud, en la palabra y en el gesto,
la serenidad, la grandeza y la resignación soberana de un apóstol
antiguo473.

Pero luego, bandea nuevamente Euclides, lo que de todo ello


resulta es una personalidad imprevisible: el sertanejo es ese ata-
vismo sumado a una cierta psicosis. Entonces, precisa: el sujeto
es una anomalía, como esas ruinas enrevesadas que describe al
inicio, es un resultado raro de regresión mental que se da en los
grupos ancestrales de la especie. Y “en su desvío vibró siempre,
mejor dicho, vibró de manera exclusiva, la nota étnica. Fue un
extraño caso de atavismo. . . una regresión a un estadio men-
tal de los tipos ancestrales de la especie”474. Una regresión, un
caso de degeneración intelectual, que, sin embargo, no lo aisló
de su medio. Por el contrario, lo fortaleció. Así, el Conselheiro
se creyó, y su medio lo creyó el profeta, el emisario de las alturas.
No estaba loco, parece sugerir Euclides, estuvo a las puertas del
desvarío que son las puertas donde se detienen los grandes hom-
bres, o aquellos que hacen su existencia en los extremos, héroes
y villanos:

473 Da Cunha. Los sertones. 99.


474 Da Cunha. Los sertones. 99.

226

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...de algún modo, lúcido en todos sus actos, impresionante en su
firmeza... Ahí estuvo detenido, en las oscilantes fronteras de la
locura, en esa zona mental donde se confunden los facinerosos y
los héroes, los grandes reformadores y los pobres enfermos, donde
se dan el brazo genios y degenerados... Allí, su neurosis vibraba
con un sentimiento ambiental y su misticismo estaba difundido
por todas las almas que a su alrededor se congregaban. Así ambos
resultaron normales 475.

Contradictoria es, nuevamente aquí, la tesis de Euclides


que sugiere a Antônio Conselheiro como una simple expresión
determinada por su medio, pues reconoce que la familia y su
propia experiencia son pintadas con caracteres virtuosos en el
ámbito sertanejo: los Maciéis eran esos “muchachos sin miedo y
corajudos”476; Antônio fue criado “bajo la disciplina de un padre
de honradez proverbial”, siendo un adolescente “tímido y tran-
quilo. . . enemigo de las fiestas”, debiendo quedar a cargo del
cuidado de sus hermanas, “reveló una rara abnegación”477. Pero
luego Euclides se hace eco de los rumores sobre los supuestos
crímenes de su mujer, que habrían llevado a Antônio Vicente
Mendes Maciéis a ser finalmente arrestado y maltratado por la
policía; acusaciones todas que se demostró, sin embargo, que
eran infundadas. El escritor, entonces, a la vista de la fragilidad
de sus “pruebas”, pareciera que se impone construir una genea-
logía de hechos que supuestamente delatarían la metamorfosis
en el carácter de Mendes Maciéis: es su matrimonio con aquella
mala mujer lo que desequilibró a ese hombre que había llevado
una vida tan tranquila. Esa experiencia de desengaño personal
habría fungido como la puerta de entrada a una nueva vida, el
renacimiento de Antônio ahora convertido en el retirante del
sertón: “A partir de 1858, todos sus actos denotan una trans-
formación del carácter”, entre los antecedentes de este cambio,

475 Da Cunha. Los sertones. 100.


476 Da Cunha. Los sertones. 102.
477 Da Cunha. Los sertones. 105.

227

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Euclides alega la pérdida de sus hábitos sedentarios: comienza a
cambiar de aldeas y poblaciones, adopta distintas profesiones.
Sin embargo, tal vez consciente de la debilidad de su argumento,
señala, inmediata y contradictoriamente: “En estos cambios se
advierte la lucha de un carácter que no se deja abatir”478. Poco a
poco, por influjo maligno de la mujer, que lo desvía del camino,
Mendes Maciéis va perdiendo la serenidad479.
“La caída”480 subtitula Euclides el apartado en que se refiere
al proceso a través del cual, en su narración, el pacífico Antô-
nio Mendes Maciéis comienza su transfiguración para llegar a
convertirse en el monstruo que caracterizará en las páginas si-
guientes. El abandono por parte de su mujer sería el detonante
de la emergencia del monstruo, de su caída irremediable, como
el ángel del paraíso. Aquí, como en muchos otros lugares, Eucli-
des usa y abusa de las metáforas bíblicas. Así afrentado, Antônio
se esconde en los sertones, en lo sombrío, en lo bajo: “busca el
abrigo de la absoluta oscuridad. Baja hacia el sur de Ceará”481:
el iluminado ha caído, es, desde entonces, el expulsado, que no
cesará de caer.
Y el autor entonces da por verdaderos hechos que luego
fueron desestimados por la justicia, aunque sepa y explicite lo
inexacto de la información que fundamenta sus asertos. Dice,
por ejemplo, para confirmar la tesis de la caída: “Al pasar por
Paus Brancos, en camino hacia Crato, [Antônio] hiere con furia
de alucinado, de noche, a un pariente que lo había hospedado.
Se realizan algunas averiguaciones policiales, dejadas de lado
porque la víctima reconoce que el agresor no es culpable. Se
salva de la prisión”482. Luego, el hombre desaparece por diez
años (desaparece de los relatos oficiales, cuestión nada difícil

478 Da Cunha. Los sertones. 105.


479 Da Cunha. Los sertones. 106.
480 Da Cunha. Los sertones. 106. Os sertões. 65 y 141-143.
481 Da Cunha. Los sertones. 106.
482 Da Cunha. Los sertones. 106.

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en aquellos tiempos de precariedad de registros). “Podía decirse
que había muerto”, no se resiste a acotar Euclides. Y enton-
ces, produce el escritor la resurrección esperada. Pero invertida.
Porque Antônio renace simbólicamente, pero convertido en el
monstruo483,

...sombrío anacoreta, los cabellos crecidos hasta los hombros, la


barba descuidada y larga, la cara como una calavera, la mirada
fulgurante, monstruoso en su hábito azul de brin americano, sos-
teniéndose en el clásico bastón en que se apoya el paso tardo de
los peregrinos…484.

Evidencia luego, Euclides, sin embargo, el raro estoicismo


de este “monstruo”, quien, frente al maltrato que le han propi-
nado injustamente los policías (por un crimen que, además, no
cometió) guarda un imperturbable silencio: “Permaneció en la
serena indiferencia superior de un estoico”485.
Y entonces, cabe preguntarse, a la luz de la descripción am-
bigüa y matizada, pero a la vez extrema, radical, bandeante que
viene haciendo Euclides, ¿es Antônio realmente un monstruo?
Inclusive, más directamente: ¿pretende, acaso Euclides, apuntar
la lectura hacia su bandeo mismo, hacia la propia configuración
con que ha elaborado la imagen de este monstruo? En cualquier
caso, es ése el efecto de la lectura: la duda queda aquí expresada
como necesidad por y con el oscilante relato euclidiano.
El carácter de su monstruosidad, ha dicho Euclides, empero,
no es suya, o no es sólo suya; su monstruosidad es una cualidad
perteneciente al hombre colectivo del sertón, a la sociedad serta-
neja misma. Luego de renacer convertido en ese desequilibrado,
Antônio se mueve errante en dura penitencia por los sertones,

483 La imagen del monstruo es de Euclides, así lo presenta en el sumario del ca-
pítulo y luego, en este apartado. Da Cunha. Os sertões. 66 y 141-143. Da
Cunha. Los sertones. 106.
484 Da Cunha. Los sertones. 106.
485 Da Cunha. Los sertones. 110.

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convertido casi en un espectro, “como una sombra surgida de
las planicies pobladas de duendes. . . Pasaba y seguía en busca de
otros lugares dejando absortos a los matutos supersticiosos. Sin
querer, ya los dominaba”486. Y he aquí el monstruo colectivo para
Euclides: la superstición de los matutos, que es la que otorga a ese
ánima que era Antônio, aún fuera de su voluntad, el estatuto de
ser irreal, fantástico.
Era, así, la misma multitud misticista, ansiosa de guía, de
referentes, la que lo creó, convirtiéndolo en su árbitro, en su
apóstol. Y él comenzó entonces a creerlo: se consideró un ins-
trumento de esa raza sertaneja abandonada, deseosa de ideales, y
levantó su propia figura a imagen y semejanza de los sertones: “El
evangelizador nació, monstruoso autómata. . . títere. . . como
una sombra. Esta sombra condensaba el oscurantismo de tres
razas”487. Y entonces, como ha pasado permanentemente, la ima-
gen que Euclides nos entrega del evangelista contradice sus adje-
tivaciones previas: arribaba el hombre a los puertos con su extra-
ña ropa, su bata azul, sombrero de alas anchas caídas, sandalias,
sobre la espalda una bolsa en la que traía papel, lapicera y tinta,
la Misión abreviada y las Horas matutinas; rechazando cualquier
exceso, viviendo con lo mínimo, durmiendo sobre tablas o suelos
duros, en permanente penitencia488.
A Euclides le interesa comprender, primero que todo, la psi-
cología de aquellos sertanejos que opusieron fiera y sostenida re-
sistencia a las sucesivas embestidas del ejército de la República, y
la de su líder, Antônio Conselheiro, que para él es una metonimia
de aquella colectividad. En el proceso de comprensión, Euclides
ha echado mano de las herramientas que tenía a su alcance y que
eran de prestigio en la escritura de la época; en primer lugar, los
fundamentos cientificistas y evolucionistas spencerianos que le

486 Da Cunha. Los sertones. 107.


487 Da Cunha. Los sertones. 107.
488 Da Cunha. Los sertones. 108.

230

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hacen pensar que son, imbricados, el medio y la raza las causas
del movimiento del sertón y de la ciudadela de Canudos.
Así, para construir el cuadro de la sociedad sertaneja y de su
mayor y más “monstruosa” expresión, el Conselheiro, Euclides
se nutrió de teorías que se hallaban en discusión: la escuela an-
tropológica italiana, la psicología de las multitudes y los pueblos
de Scipio Sighele y Gabriel Tarde, quienes en su primera fase de
elaboración sostuvieron la hipótesis de una homogeneidad en el
comportamiento de las multitudes, en los prolegómenos de lo
que hoy llamaríamos psicología de masas. Para Sighele, recorde-
mos, “En la multitud, el pensamiento se resta y el sentimiento
se suma”489, y para Pasquale Rossi, “Las almas en la multitud
se comunican lo que tienen de más atávico”490. Euclides, con-
sistentemente, “trata a la sociedad sertaneja como si fuese una
inmensa multitud”491, donde multitud era para él sinónimo de
una sociedad débilmente diferenciada donde prima la homoge-
neidad de una masa guiada por la sinrazón y la emotividad. No
una sociedad con diferencias internas, sino un compacto bloque
-constituido por antinomias insalvables. Tal como lo ha señalado
Antonio Candido, esta concepción racialista y evolucionista que
nubla la interpretación euclidiana, le impide ver al autor de tan
grande obra que “Canudos, en vez de representar un fenómeno
patológico. . . significaba también y principalmente, la desespera-
da tentativa de una nueva organización social, una solución que
reforzase la cohesión grupal amenazada por la cultura urbana”492.
Respecto de los principios de la sociología euclidiana, releva
Antonio Candido el factor del aislamiento social y cultural del
tipo nordestino, anatemizado en la que para Euclides es su ex-
presión más brutal, el caboclo: acorazado con sus ropas de cuero,

489 Navalles Gómez. “Un clásico contemporáneo: La psicología colectiva”. 93.


490 Navalles Gómez. “Un clásico contemporáneo: La psicología colectiva”. 93.
491 Candido. “Euclides da Cunha, sociólogo”. 42. Este artículo fue inicialmente
publicado en el Suplemento Literario de O Estado de São Paulo, en 1952.
492 Candido. “Euclides da Cunha, sociólogo”. 42.

231

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espuelas, puñal, lanza, escopeta; bárbaro, fetichista. Es esta una
cultura aislada que, debido justamente a su falta de contacto no
puede evolucionar y se ha estacionado. La consecuencia de este
aislamiento es, al encontrarse con culturas más evolucionadas,
el antagonismo. Por ello, la lucha que Euclides verifica se libra
sobre todo entre lo arcaico y lo nuevo. Otra de las características
del tipo nordestino que describe Euclides, tal como la naturaleza
que lo aloja, es “la intermitencia”; el caboclo, recuerda Candido,
puede pasar de la inacción a la acción más enérgica si un cambio
súbito o amenaza a su estado de cosas, así se lo exige. Así, “en
la pluma de Euclides, intercadencia, intermitencia, intercurren-
cia, son vocablos dilectos, tanto como aislado, aislamiento –éstos
definiendo la dirección, aquéllos el ritmo de la vida social”493.
La interpretación psicosociológica euclidiana del sertanejo como
“anormal” está teñida de esta visión sobre las condiciones raciales
del sujeto y el ritmo de su sociabilidad, que le subyugarían en
una constante de desvarío, “cuya válvula normal es el cangaço,
pero que explota periódicamente en crisis de misticismo”494.
El análisis de la performance de las prédicas del Conselheiro,
sirve a Euclides para caracterizarlo invariablemente como barbá-
rico, así, señala que el predicador poseía una oratoria estreme-
cedora, pero “bárbara” en tanto que carecía de unidad, estaba
constituida por fragmentos inorgánicos de textos cristianos, pro-
fecías, era, en suma, un relato inconexo de una religión también
incongruente, mera retórica para alucinar a las masas ignorantes
que sucumbían ante sus palabras sin sentido pero bien dichas.
Sobre todo, ese entrevero retórico estaba colamdo de ¡hipérbo-
les!, que le dan su fuerza embelezadora. Por ello, “Truhanesco
y pavoroso”495, son los adjetivos que merece a Euclides la aren-
ga del místico, para él, ahora, un retrógrado, renacimiento de
aberraciones muertas, cual las primeras expresiones de las sectas

493 Candido. “Euclides da Cunha, sociólogo”. 41.


494 Candido. “Euclides da Cunha, sociólogo”. 42.
495 Da Cunha. Los sertones. 111.

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cristianas. Un ultramontano, además, que exigía a sus coterrá-
neos costumbres castas hasta el extremo, porque odiaba el amor
conyugal tanto como odiaba la belleza:

Se rebela contra la Iglesia romana, vibra en censuras, esgrime el


mismo argumento que aquél: la Iglesia perdió su gloria y obedece
a Satanás. Expresa una moral que es la traducción fiel de la de
Montano: la castidad, exagerada hasta el máximo horror por la
mujer, en contraste con la licencia absoluta hacia el amor libre,
propiciando casi la extinción del matrimonio.
El frigio predicaba, tal vez como el cearense, por los resultados
amargos de sus desdichas conyugales. Ambos prohíben severa-
mente que las jóvenes se adornen, braman contra las ropas elegan-
tes, insisten especialmente contra el lujo de los tocados y –lo que
es muy singular– imponen a estos delitos el mismo castigo: sacar
el demonio por los cabellos, peinando a las vanidosas con peines
de espinas.
La belleza tentaba a Satanás. El Conselheiro mostraba por ella in-
vencible horror. Nunca más miró a una mujer. Incluso a las beatas
viejas hechas para amansar sátiros, les hablaba de espaldas496.

Y todo ello como máxima expresión de su fanatismo atávi-


co. El Conselheiro era un fanático milenarista que predicaba el
pavor al Anticristo y el fin próximo del mundo.
Hasta aquí, a pesar de los vaivenes iniciales, de las adverten-
cias del Prólogo dramático, Euclides ha sido pródigo en desca-
lificaciones hacia el Conselheiro, que lo van construyendo sino
como monstruo, como un fanático asceta, ultraconservador, he-
rido psíquicamente por las desventuras de su vida. Sin embargo,
la historia efectiva se le imponía al autor, y Os sertões muestra
cómo esta que ha llamado religión primitiva se había converti-
do en un movimiento de tal envergadura como la que adquirió
debido no solo a las prédicas o a las extravagancias del Consel-
heiro, sino a un reconocimiento más amplio, que crecía con las

496 Da Cunha. Los sertones. 112.

233

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acciones pías del predicador: con la construcción de iglesias y la
convocatoria a creyentes alejados de la religión; todas, acciones
que en el comienzo parecían convenir a unas diócesis que veían
decrecer cada vez más su feligresía al ritmo que acrecían las cargas
impuestas por la nueva organización política nacional y local a
los humildes sertanejos.
La impresionante movilización de los desamparados del ser-
tón encabezada por Antônio Conselheiro, que concluyó en la
fundación del pueblo de Belo Monte, que en poco tiempo gene-
ró su propia economía y sistema de convivencia, y funcionó sin
contratiempos sustentando a treinta mil habitantes por al menos
cuatro años hasta la invasión del ejército brasileño, se impone así
a Euclides por detrás de sus afirmaciones condenatorias. Y digo
“por detrás” porque el texto mismo es persistente en hacer emer-
ger por sus vértices estas relativizaciones sobre las aparentemente
firmes condenas. Es el mismo texto que lo hubo tratado de infiel,
el que luego muestra la insensibilidad con que la Iglesia Católica
había tratado el fenómeno de Canudos, la misma que, en una
muestra nueva de arrogancia, una vez que se había servido de su
energía y toda vez que el Conselheiro hubo tomado más y más
fuerza, lo desestimó, lo ubicó como su antagonista y comenzó
entonces a llamarlo “subversivo”, exhortando a su persecución
por las autoridades civiles.
Dice Euclides, y esto lo propone como relevante a la esti-
mación del trastorno del Conselheiro, que fue esa mezquindad
eclesial la que terminó por volverlo “malo”497, esto es, la que
le condujo a asumir una actitud de confrontación directa con
la institucionalidad, no tan solo religiosa, sino que sobre todo
contra las leyes de la República. He aquí la evidencia de que
Euclides ha dejado atrás el argumento “monarquista” que sus-
tentara durante la campaña, con toda fuerza al comienzo (cf. “A
Nossa Vendéia”, 1897) –y que se proyectó sostenidamente en la

497 Da Cunha. Los sertones. 119.

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prensa hasta el final de la guerra, como ha mostrado Juan Rec-
chia Paez498–, y se acerca entonces a las causas histórico-sociales
de la “desconexión” del Conselheiro y del proyecto de la ciudad
de Bom Jesus. Así, la ruptura definitiva se originó, afirma, en lo
que el autor llama un “suceso de poca monta”, pero dramático
para la empobrecida población sertaneja, como fue la aplica-
ción de nuevos impuestos. El problema era de legitimidad. Un
régimen que no tenía noticia de esas masas de población ha-
cía presencia ante ellas imponiéndoles nuevas cargas. Antônio
Conselheiro llamó a rebelarse contra aquello y fue perseguido
y atacado por el Estado, mas en vez de oponerse o de intentar
asaltar el poder, se internó en el desierto junto a los penitentes
que le seguían. Desterrados en su tierra, en eso se transforma-
ron los peregrinos.
La caracterización de la ciudadela de Belo Monte (Canudos)
que sigue en el texto, vuelve, sin embargo, a exhibir los prejuicios
que constituyen una de las líneas discursivas de Os sertões, pero,
sobre todo, las aporías del texto, y las distintas conciencias que
en él juegan.
Por un lado, el poblado es caracterizado como una anomalía,
un evento impropio destinado a desaparecer del decurso históri-
co. Así, la ciudad de barro, rodeada por una naturaleza repulsiva,
muerta, de paisajes tristes, y por un río casi sin afluentes, seco,
nacía en ruinas, vieja, pues “traducía la decrepitud de la raza”499.
La descripción de Belo Monte reproduce las imágenes dramáti-
cas y siempre extremas, dedicadas en el inicio del texto a la natu-
raleza sertaneja: apenas naciente, la ciudadela estaba condenada,
contenía la simiente de su caducidad: “Canudos era una tapera
dentro de una urna”500.

498 Recchia Paez. “La serie de Antonio Conselheiro y la rebelión popular de


Canudos en la prensa periódica internacional hacia 1897”.
499 Da Cunha. Los sertones. 122.
500 Da Cunha. Los sertones. 124.

235

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Por otro lado, la ciudadela condenada era lo extraño, lo
inefable. Habitada, dice Euclides, por locos, bandidos, fanáti-
cos temerarios antes sertanejos simples, transformados ahora en
jagunços501, la ciudad se había constituido en un espacio social
homogéneo donde aquéllos, provenientes de distintos orígenes
antes diferenciados, se amalgaban en una “masa inconsciente y
bruta, que crecía sin desarrollarse, sin órganos y sin funciones
específicas, sólo por la yuxtaposición mecánica de las sucesivas le-
vas, a la manera de un grupo de pólipos humanos”502. De abyecta
e indiferenciada conformación de masa humana, les trata aquí
Euclides; desprecio, el suyo, no tanto hacia los individuos, como
hacia la organización social que los contiene. Su defenestración
del mestizaje se expresa en esta parte como descrédito de la uni-
dad comunitaria de estos “distintos” que son para él uniformes:
una sola masa inconsciente. Porque esta feroz imagen euclidiana
sobre la colectividad no solo la concibe mal amalgamada (yuxta-
posición mecánica: “pólipos humanos”), sino, sobre todo, como
amenazante. Pues ella es, en la medida en que indiferenciada,
lo que no se da a conocer; que no está disponible al trabajo de
distinción y clasificación, de diferenciación individualizante, de
análisis503, lo que no se puede desatar en sus relaciones construc-
tivas y sus principios, lo que es indecible para la razón.
Así, para el narrador, la tapera habitada por la banda de
jagunços sediciosos (en su “Troya” “no penetraría la mano del
gobierno maldito”504), posee también una densidad moral inex-
presable, igualada al aspecto de monstruosa urbs de barro: esa

501 Euclides ha referido indistintamente a los sertanejos y seguidores del Consel-


heiro como jagunços, sin embargo, aquí aclara que el nombre corresponde “a
los turbulentos y a los valentones de las refriegas electorales y saqueadores de
ciudades: jagunços”. Da Cunha. Los sertones. 125.
502 Da Cunha. Los sertones. 125.
503 Lat. mediev. analysis del gr. análysis ἀνάλυσις [aná ἀνά gr. ‹con intensidad›,
‹del todo› (sign.1 ‹hacia arriba›) + lýsis λύσις gr. ‹descomposición›–a su vez
provieniente del verbo lyein: soltar, desatar; y el sufijo sis: acción–].
504 Da Cunha. Los sertones. 120.

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“tapera colosal” no se sujetaba a las leyes naturales. Exigía nuevas
condiciones de inteligibilidad.
La construcción oximorónica típica en Euclides (tapera-
colosal) sirve aquí a los fines de relativizar, de exponer –como
ha venido haciéndolo– la inseguridad del discurso conocido
para aprehender la experiencia del sertón. Así, el oxímoron
fundamenta la imagen de lo inefable. Esa ciudadela rodeada
por trincheras, montes de pendientes agudas y resbalosas, por
una vegetación amenazante que la encarcelaba, pero también
la cubría, resguardándola, se transforma en una celada en sí
misma, una ciudadela trampa; la tapera, humilde, desgreñada,
se vuelve entonces un espejismo: por detrás de ella late la ame-
naza, como una verdadera urbs monstruosa de vientre incierto
del que cualquier cosa podría salir.
Es una trampa, entonces, también para el imaginario mo-
derno que suscribe Euclides, porque anuncia una transformación
impredecible para cuya comprensión las categorías conocidas no
alcanzan, sino por el contrario, deben suspenderse. Euclides ade-
lanta, así, lo que será su último capítulo: “La lucha”, que es tal
vez el que mejor expone la labilidad de su discurso y extrema las
tensiones que lo constituyen, produciendo hacia el final, la trans-
formación que concluye y resignifica su texto mismo.
En la trampa aquélla pervive la mezcla, la convivencia de
los extremos en una indiferenciación monstruosa. Así, las bea-
tas “émulas de las brujas de las iglesias... vestidas con sus capotes
negros semejantes a la holandilla fúnebre de la Inquisición”, se
codean junto a “las solteras... sueltas en un ocio sin freno”; y a
las pías, “muchachas damas, recatadas y tímidas; y las honestas
madres de familia”. “Madonas unidas a furias”505, todas amal-
gamadas en una sola masa por la religión fanática y sobre todo
por el pecado contra la evolución: la mezcla de razas –concluye
Euclides; “parecían una profanación cruel ahogándose en ese

505 Da Cunha. Los sertones. 131-132.

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mestizaje repugnante que salmoneaba benditos lúgubres”506.
Junto a ellas se hallaban, sin embargo, los valientes varones,
“perfiles trágicos”507, varios de ellos individualizados por el na-
rrador; cada uno recogiendo en sí las características del patricio
sertanejo: rudos, fuertes, temerarios y sagaces en la lucha. Y
entre ambos grupos, la anécdota, que, sin embargo, expresa la
valoración completa del mal amalgamado conjunto: “Antônio
Beato, mano derecha de Conselheiro, figura patética: desgreña-
do, débil, “mulato mal espigado... una figura ridícula”508.
En medio de todos ellos, se alzaba príncipe, sin embargo,
la excepción, Antônio Conselheiro, el “hombre extraordinario
en el cual la apariencia proteica –de santo exiliado en la tie-
rra, de fetiche de carne y hueso, de bonzo claudicante– estaba
adrede tallada para revivir los estigmas degenerativos de las tres
razas”509.

La lucha
“La lucha”, el tercero y último gran apartado de Os ser-
tões510, narra la campaña militar de Canudos tal como la cono-
ciera de manera indirecta, primero, y la experimentara, luego,
Euclides da Cunha como corresponsal del periódico O Estado
de São Paulo. Es importante recordar que Euclides solo presen-
ció las últimas semanas de la campaña, por poco menos de un

506 Da Cunha. Los sertones. 131-132.


507 Da Cunha. Los sertones. 133.
508 Da Cunha. Los sertones. 133.
509 Da Cunha. Los sertones. 132.
510 En estricto rigor, el libro posee, además de la Nota Preliminar, y la Nota a
la segunda edición, agregadas por Euclides (fechada el 24 de abril de 1903),
ocho apartados: La tierra, El hombre, La lucha, Travesía del Cambiao, La
expedición de Moreira César, Cuarta expedición, Nueva fase de la lucha y Úl-
timos días. La crítica ha considerado toda la última parte como integrante del
gran apartado de “La lucha” porque, en efecto, narra las diversas expediciones
sobre el sertón, sus avatares y resultados.

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mes, entre el 16 de septiembre y los primeros días de octubre
de 1897.
Su lugar de enunciación al narrar la experiencia de la lucha
se ubica, desde el comienzo, en un espacio ambiguo. Por una
parte, narra desde el interior mismo de la campaña, no solamen-
te en tanto que miembro de la expedición militar, sino también
debido a su visión providencialista sobre sus objetivos: “traer para
el presente civilizado a hombres aislados en el pasado bárbaro,
aún contra su voluntad”511. Y por otra, se ubica en el afuera de
una performance militar que, por el lado de las tropas estatales
movilizó más de once mil efectivos, de los cuales casi la mitad,
cinco mil, terminaron muertos. Su ubicación exterior se justifica,
por cierto, por su calidad de corresponsal y “observador objetivo”
de los hechos, pero se evidencia sobre todo en la emergencia de
las contradicciones que lo inundan a partir del enfrentamiento
mismo, corpo-político, con los sertones y sus habitantes, en la
observación de la lucha de los canudenses y de su humanidad,
y en el contraste también con las prácticas deshumanizantes del
ejército de la república así como con las propias discursividades
desmerecedoras que lo enmarcan.
Piensa Alcmeno Bastos –de manera distinta a la mía– que
la contrariedad de Euclides para con la campaña se limita a los
procedimientos ocupados, a la brutalidad de la represión512, en
particular, al degollamiento de los prisioneros. He venido propo-
niendo aquí, y esto se extiende a la campaña, que su contrariedad
es mayor y que atañe, además, al contraste que ve producirse
entre los sujetos jagunços y los militares, habida cuenta, también,
de la inmensa disparidad de recursos en favor de los segundos.
Entonces, aquí nuevamente muestra su bandeo inseguro, Eucli-
des; así es como en algunos trazos los conselheiristas aparecen
como dilectas expresiones de integridad moral y en otros, como
simples bandidos.

511 Bastos. “Os sertões, a história, a ficção”. 24.


512 Bastos. “Os sertões, a história, a ficção”. 23.

239

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Ya en los primeros intentos de los militares, es el propio ser-
tón el que se confabula en favor de los rebeldes. En el Valle del
Baza Barris, las montañas de ruinas deformes que asemejaban
necrópolis anuncian el desastre: los soldados quedan completa-
mente aislados; desertores por el hambre, perdidos antes de llegar
siquiera a Canudos, sus cañones Whitworth 32 de última gene-
ración son anegados en el simple pero letal barro del sertón. Los
sitiadores estaban acorralados primero que todo por sí mismos,
por su fetichismo tecnorromántico, parece sugerir el narrador.
Así, comenta con sorna sobre el funcionamiento y la especial
fruición que los soldados sentían por el “espantajo de acero”513,
“la matadora”, como llamaban los jagunços al Withworth 32, el
cañon que había sido traído con muchísimo esfuerzo, costando
más vidas, para derribar los muros de la ciudadela, y que

Sin embargo, rugió sobre ella ese día sin tocarla. Las balas pasaban
silbando sobre su techo, perdiéndose en las casuchas pegadas. Solo
una cayó sobre el atrio, las otras se perdieron. Esa mala estrella
del coloso derivó, principalmente, del apresuramiento con que lo
manejaban. Era una nerviosidad loca. La gran pieza –el mayor
cañón de fila– se había convertido en un monstruoso fetiche que
desafiaba el despertar de las viejas ilusiones. Jadeantes, ansiosos,
lo rodeaban, cada uno quería disparar con él, aunque fuese con
trayectorias desviadas514.

Y fueron, asimismo, perdidos por ese escenario demoníaco


en que se les tornó la naturaleza sertaneja, y luego, por la “ciu-
dadela trampa” que “tenía la flexibilidad traicionera de una gran
red”515, y que vería perecer a miles de soldados desorientados por
ataques que usaban de su propio ímpetu contra sí, en una sangría
lenta.

513 Da Cunha. Os sertões. 270.


514 Da Cunha. Os sertões. 274.
515 Da Cunha. Os sertões. 212-213.

240

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En la parte final de Os sertões, el capítulo titulado “Últimos
días”, resultan estremecedores cuatro o cinco subcapítulos, jus-
tamente los que cierran la obra: III. Titanes contra muribundos
[…], IV. Paseo dentro de Canudos, V. El asalto […], VI. El fin.
Canudos no se rindió. El cráneo del Conselheiro, y VII. Dos
líneas516. Este último, que concluye el libro, es el pasaje más no-
table, dada su imprevisibilidad.
Contrariando su acendrada tendencia a la proliferación de
imágenes yuxtapuestas, sumadas y encadenadas por disyuncio-
nes, construye Euclides en este pasaje una imagen aglutinante,
sintética y oscura, que se multiplica en referencias hacia las dos
direcciones centrales de su preocupación: la consideración cien-
tífica y la política y, muy especialmente, a la construcción, casi
en reversa, de una interpretación crítica de la tragedia narrada en
Os sertões. ¿Qué dice el subcapítulo? Este consta de un poco más
de una línea:

“Es que aún no existe un Maudsley para las locuras y los crímenes
de las nacionalidades…”517.

La frase no puede, de ninguna manera, leerse de manera literal


como una reafirmación del credo cientificista. Ese fin no justifica-
ría su extensión, ya de por sí ambigua y en diametral ruptura con la
lógica proliferante y profusa de la escritura previa. Como sabemos,

516 El capítulo contiene siete subcapítulos que llevan los siguientes títulos des-
criptivos: I. O estrebuchar dos vencidos. Os prisioneiros. A degola; II. De-
poimento do autor. Um grito de protesto; III. Titãs contra moribundos.
Constringe-se o assédio. Cavando o próprio túmulo. Trincheira de cadáveres.
Em torno das cacimbas. Sobre os muradais da igreja nova; IV. Passeio dentro
de Canudos; V. O assalto. O canhoneio. Réplica dos jagunços. Baixas. Tupi
Caldas. A dinamite. Continua a réplica. Baixas. No hospital de sangue. Notas
de um Diário. Antônio, o Beatinho. Morte de Conselheiro. Prisioneiros; VI.
O fim. Canudos não se rendeu. O cadáver do Conselheiro; y VII. Duas linhas.
517 Cito en el idioma original y la traducción, para resguardar el tono de Euclides:
“É que ainda não existe um Maudsley para as locuras e os crimes das naciona-
lidades…”. Da Cunha. Os sertões. 499.

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casi quince días después de la muerte de Antônio Conselheiro, su
cadáver fue desenterrado y su cabeza degollada y entregada por el
médico que acompañó la expedición militar, el mayor Miranda
Curio, al por esa época célebre Dr. Nina Rodrigues, especialista en
Medicina Legal de la Facultad de Medicina de Bahía, en Salvador.
El investigador analizó el cráneo del rebelde con los métodos
de la medicina legal en la órbita de la frenología, desarrolladas
por Cesare Lombroso en Italia y Henry Maudsley en Inglaterra,
que asumía una causalidad entre patología y delictualidad, su-
poniendo que los sujetos perturbadores del orden social poseían
características funcionales y psicológicas diversas a las de la po-
blación “normal” y que estas podían ser reconocidas a través de la
morfología craneal (para la frenología, las facultades del cerebro
estaban alojadas en sus diversas áreas, y estas se reflejaban a la vez
en la forma del cráneo).
Luego de un acucioso examen de los rasgos de la cabeza del
Conselheiro, Nina Rodrigues, sin embargo, llegó a la conclusión
de que el cráneo del rebelde no presentaba ninguna anomalía
que evidenciase trazos de degeneración (Rodrigues As coletivida-
des anormais 131). Aunque, no obstante, su existencia entera y,
finalmente, su actitud en la guerra de Canudos, manteniéndose
hasta la muerte en su puesto actuando la pantomima del “Buen
Jesús Consejero”, sin buscar resguardo, confirmaran, afirmó el
médico, su delirio crónico y con él, el de toda la ciudadela de
jaguncos que lo habían seguido en su locura: miles de personas
sometidas a una epidemia de locura518.

518 “A loucura epidémica de Canudos”. Artículo publicado por Nina Rodrigues


a pocas semanas del desastre de Canudos, el 1 de noviembre de 1897 en la
Revista Brasileira, ano III, N° 69.

242

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V. Os sertões: la nación resistente

Comenta Alfred Cesar Melo que la revista Veja, una de las


publicaciones con mayor circulación en el Brasil realizó, en 1994,
una encuesta a un grupo de quince intelectuales del país con
el objetivo de sistematizar, a partir de sus respuestas, el “canon
brasileño”. La obra Os sertões, quedó ubicada en el primer lugar.
Luego, cuatro años más tarde, en 1998, el periódico O Globo
difundió otra encuesta aplicada a diez intelectuales a los que se
les preguntó por los libros que les parecían más importantes para
la literatura del Brasil. Os sertões figuró en esa oportunidad en el
segundo lugar. Al año siguiente, la Folha de S. Paulo, identificó
entre los principales libros de no-ficción brasileños escogidos por
varios intelectuales a Os sertões en el tercer lugar519. La obra de
Euclides se ubica incontestablemente al centro del canon nacio-
nal brasileño, incluso a cien años de su publicación. ¿Qué tiene
Os sertões que sigue provocando discusiones, motivando investi-
gaciones, que sigue pulsando el imaginario brasileño tan insis-
tentemente y formando parte de su contemporaneidad?
En primer lugar, la compleja articulación del texto con la
realidad del sertón y con las prenociones del autor que realiza
la experiencia de la campaña militar, y la índole inclasificable
de su textualidad, han construido lo que Leopoldo Bernucci
llamó el “impasse euclidiano”520, esto es, la difícil adscripción
de la obra a un marco genérico cerrado. Sigo aquí a Alfred Ce-
sar Melo en su proposición de que es el género ensayístico el
más adecuado para aprovechar de manera estética y política-
mente fértil la heterogeneidad discursiva que contiene la obra;
la práctica ensayística permite, así, dar salida a la dicotomía

519 Melo, A. “Revisitando o impasse euclidiano à luz do ensaio”. 11.


520 Bernucci. A imitação dos sentidos: Prógonos, contemporâneos e epígonos de
Euclides da Cunha. 95.

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más recurrente en la interpretación de la obra por parte de los
especialistas, cual es la oposición entre literatura y ciencia521.
Afrânio Coutinho, por ejemplo, la clasifica como novela-poe-
ma-epopeya, en la que predominaría el sentimiento trágico522,
mientras Franklin de Oliveira la trata de épica523. Luíz Costa
Lima, en Terra ignota, señala que el discurso es predominante-
mente sociológico naturalista524.
Pero como bien ha sostenido Alcmeno Bastos, la “artistici-
dad” de la escritura de Euclides es una marca de época, presente
en otros autores, como Coelho Neto y Rui Barbosa y, por tanto,
no es en ningún modo definitoria sobre su literariedad525. Por
otra parte, si lo fuera su ficcionalidad, debiésemos seguir aquí
también a Melo en su aserto sobre que la característica de lo
ficcional no es inmanente al texto, pues no depende de ningu-
na propiedad que le sea inherente, sino que está condiciona-
da por prácticas sociales que suponen “pactos tácitos entre sus
participantes”526. En ese sentido, es clarísimo que

...el propósito de Euclides da Cunha al escribir Os Sertões, no era


producir una obra ficcional. Al final, cuando es lanzada la obra en
1902, los dos factores de la dinámica literaria –escritor y lector–
estaban muy conscientes de cuál era la referencia de Os Sertões: un
libro que apuntaba una cuestión nacional y que, como tal, debería
ser discutida527.

Por ello, señalar, al revés, que Os sertões es un texto sociológi-


co, no explica y más bien reduce el impacto del libro y, sobre todo,
de la interpelación euclidiana (como bien dice Melo, en su libro

521 Melo, A. “Revisitando o impasse euclidiano à luz do ensaio”. 12.


522 Coutinho. “Os sertões, obra de ficção. Euclides, Capistrano e Araripe”. 58.
523 Oliveira. Euclydes: A Espada e a Letra. 81.
524 Costa Lima. Terra Ignota. A construção de Os sertões. 130.
525 Bastos. “Os sertões, a história, a ficção”. 27.
526 Melo, A. “Revisitando o impasse euclidiano à luz do ensaio”. 13.
527 Melo, A. “Revisitando o impasse euclidiano à luz do ensaio”. 14.

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Costa Lima es ambiguo, intercambia “ficción” y “literatura” indis-
tintamente y deja el debate en el mismo lugar). Os sertões convoca
entonces tantas pasiones también por la forma escritural a través
de la cual problematiza su particular situación de enunciación.
Por ello, sólo después de conocer el relato de la lucha de la
población de Canudos, y contemplada en su totalidad la que ya
puede calificarse, junto con Euclides, de “epopeya” sertaneja, es
evidente que la mirada del autor supera el evolucionismo deter-
minista. Tal como señala Antonio Candido, hay en él un senti-
miento trágico de la comunidad que interpreta la relación entre
el individuo y el medio como una relación agónica, conducida
por fuerzas telúricas inconmensurables, entre las cuales se alza el
hombre como herramienta feble de unas energías que lo superan
completamente:

En Ratzel o en Buckle, no hay tragedia: hay juego mutuo casi me-


cánico entre el hombre y el medio. Sin embargo, en Euclides, su
discípulo, podemos hablar de sentimiento trágico, porque en él las
determinantes del comportamiento humano, los célebres factores
enfocados por la ciencia, en el siglo XIX, son tomados como las
grandes fuerzas sobrenaturales, que mueven las relaciones de los
hombres en la tragedia griega528.

Su escritura, entonces, pertenece más que a la observación,


a la “visión”529, que es la que permite al narrador hacerse parte
del paisaje integrándolo en sus distintas dimensiones. La visión
no segmenta, la visión necesariamente integra, como lo hace Eu-
clides en esas extraordinarias vistas que nos ofrece del plano del
sertón, cual si fuera el fondo de un mar acabado.
La respuesta ante ese fragmentarismo cientificista que cam-
peaba en las escrituras de su tiempo (y que discutirá el propio
Euclides más tarde al estimar el aporte que Inferno verde de

528 Candido. “Euclides da Cunha, sociólogo”. 43-44.


529 Candido. “Euclides da Cunha, sociólogo. 44.

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Rangel había realizado a una mirada ampliada y profunda del
pulso de la Amazonía), es su propia prosa, en la que, en la ima-
gen elocuente de Franklin de Oliveira, “la progresión imagina-
tiva [va] sustituyendo a la progresión lógica”, se produce una
“intensificación del pormenor”, todo ello en una “tendencia a
la aprehensión de las imágenes en su momento de tensión más
vibrante [, a] la captación de una parada brusca em el núcleo
mismo del movimiento”530. Tal como lo que Walter Benjamín
caracterizó como shock dialéctico: la interrupción y la permanen-
cia en la imagen expresiva de la máxima tensión, la aplicación, al
decurso narrativo, de esa suspensión del sentido que es a la vez su
éxtasis. Pues la escritura de Euclides aparece ella misma con aire
fanático531, excedida. Y la tensión interpretativa encuentra reso-
lución aquí a través de la emergencia del mito, como respuesta a
esta implicación de un sujeto obnubilado en la visión que se le ha
revelado en ese “instante de peligro”, en decir benjaminiano (ha
sido Luiz Costa Lima el primero en insistir en la potencia mítica
de las imágenes y el lenguaje euclidiano532).
El mito que potencia la interpretación euclidiana es aque-
lla realidad ignota que no puede ser transmitida sino a costa de
su fabulación, de su sobrecarga semántica, de su representación
como desborde inasible, como fuerza incontrolable y, sobre todo,
incontestable desde las interpretaciones preexistentes (como in-
contestable fue, en su época, Os sertões); un mito disponible en
el acervo oral, que quedaba ahora abierto como hendidura en la
consciencia nacional, como potencia dispuesta a la actuación por
otras realizaciones corpo-políticas posibles.
Os sertões se pone a tono, así, con los modos en que venía
siendo formulada la modernidad latinoamericana en ese Fin de
Siglo: cargada de mito, porque es la convocatoria a construir al

530 De Oliveira. Euclydes: A espada e a letra. 49-50.


531 La expresión la tomamos de Franklin de Oliveira. Euclydes: A espada e a letra.
49.
532 Costa Lima. Terra Ignota. A construção de Os sertões.

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unísono un lenguaje, una genealogía y un locus original (y origi-
nario) que aún no encuentra un decir, que está tanteando. Un lo-
cus que es el del borde del abismo de una historia trágica, cargada
de violencia colonizadora, racista, patriarcal, pero que contiene
también la potencia resistente, inasible, de los pueblos, de sus
memorias y de la naturaleza.
En la escritura euclidiana (prosa poética, muchas veces), el
espacio sertanejo (ese que llama germen de la nacionalidad) apa-
rece a la vez como la forma y la vía para la expresión de un actor
que es el propio escritor desbordado en su deseo de ser parte de
aquél. Un actor construido (reconstruido) al trazar la poesía de
ese espacio con el que, finalmente, parece querer fundirse. Y un
paisaje que es, por tanto, a la vez el de lo humano que emerge de
la poesía de la naturaleza sertaneja. Como hermosamente expresa
Gilberto Freyre:

El paisaje que desborda de Os Sertões es otro: es aquel que la per-


sonalidad angustiada de Euclides da Cunha necesitó exagerar para
completarse y expresarse en él; para afirmarse –junto con él, en un
todo dramáticamente brasileño en que los mandacarus y los xi-
quexiques entran para hacer compañía al escritor solitario, pariente
de ellos en el apego quijotesco a la tierra y en el coraje de resistir
y de clamar por ella.
Resistir cuando todos desisten. Resistir siempre. Clamar en el de-
sierto. Clamar por el desierto. De modo que es Euclides, más que
el paisaje, el que traspasa desde los límites de libro científico de Os
Sertões, volviéndolo un libro también de poesía533.

¿De dónde proviene, entonces, la crisis de la enunciación


en Os sertões? He sostenido que emerge también desde la con-
tracción del discurso homogéneo del progreso y el quiebre del
imaginario modernizador que había propiciado sin contrapesos
la movilización de las últimas décadas del siglo: sobre todo, el

533 Freyre, G. “Euclides da Cunha”.

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discurso político cientificista y tecnocrático –envuelto en el velo
aurático de la caída de la Monarquía–, uno de cuyos principales
voceadores era un ejército que se había politizado y autodefinido
como moral de la patria. Para el excadete Da Cunha observar,
por lo tanto, a ese ejército de la República empuñando las armas
contra los inocentes y valientes guerreros del sertón, constituyó
en sí misma una revelación, la visión de una trayectoria que coli-
sionaba de frente con aquella que había asumido sin dudar; un
portal a otra mirada posible, y un cuestionamiento directo a su
propio lugar de enunciación (el del geógrafo militar, corresponsal
de la prensa moderna para alimentar la lejana opinión pública
sobre esa guerra contra el “enemigo interno”: los monstruosos
seres atávicos del sertón), tanto como al modelo mismo de mo-
dernización que lo sostenía.
Os sertões emerge escritura contra ese indiviso sentido co-
mún ilustrado, levantando los polvos de la profundidad de las
tradiciones y las experiencias sertanejas, reviviendo el miedo al
salvaje, pero ahora, paradójicamente, sostenido por su anverso,
la propia “civilización” que lo había anatemizado: debemos tener
miedo de esa civilización para la que aún no existe un médico
que la diagnostique, sugiere en su última línea.
Una ciudadela rodeada por trincheras, una ciudad trampa, ha-
bía dicho de Canudos, Euclides, pero ¿para quién era una trampa
la ciudad de Bom Jesus? La Troya de Barro, como la nombra Eucli-
des, es, por excelencia, el lugar-tiempo de la crisis y de la revelación.
Del fin del mundo de los penitentes y del Bom Jesus Conselheiro, y
el fin del propio mundo euclidiano, de la ilusión que lo había con-
figurado, de una modernidad brasileña sin su “interior”. La Troya
de Barro no es siquiera, como innumerables son en la historia del
Brasil, otro pueblo arrasado. Es, sobre todo y, en primer lugar, la re-
velación del fracaso radical del dispositivo técnico y científico ante
la voluntad utópica. Y aquí, la sorpresa no se la lleva solo Troya,
sino los que intentan reducirla. Canudos es el espacio-dispositivo
que se inserta en el orden de esa modernidad brasileña exluyente,

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para asaltarlo desde sus premisas. Pues lo que estaba en el centro de
la amenaza era el reproche lanzado por Canudos al corazón de los
principios modernos: la pregunta por la igualdad, por la integra-
ción, por la utopía, por todo aquello que estos condenados de la
tierra habían edificado en su pequeña ciudad cooperativa.
El espacio-tiempo de Canudos se modela, coherentemente,
en Euclides, a través de una voz que termina ella misma asida por
la tierra del sertón, y que va progresando en una cada vez menos
eludible asunción del fracaso de los fundamentos de su propia
visión de mundo, configurando así su viaje textual como un au-
todescubrimiento y como exposición de su propia fragilidad ante
un mundo que no es solo el sertón, los sertones y su resistencia,
sino que es también la monstruosidad de la destrucción que im-
pone la civilización, su civilización, a los inermes guerreros des-
poseídos. Como bien señala González Echevarría,

Hay una monstruosa progresión de Sarmiento a Euclides da Cun-


ha. Los instrumentos científicos que Sarmiento deseaba introdu-
cir en América Latina, sufren en Euclides una metamorfosis gro-
tesca para convertirse en las máquinas de guerra que la ciencia ha
hecho posibles534.

En el fracaso de la técnica, fracasa la ciencia, y es desde ese


fracaso que emerge el “monstruo” que es el Conselheiro, es decir,
en el fracaso anunciado de esa ciencia para aprehender a un Brasil
desconocido (opera Euclides, como bien ha identificado Candi-
do, con la imagen de los “dos brasiles”). Pero también el mons-
truo mayor, que es el del poder cuando se vuelve impotente. La
masacre de los sertanejos que nunca se rindieron es la expresión
de la im-potencia del discurso progresualista y su transfiguración
destructiva en mito –como trágicamente habían identificado
Max Horkheimer y Theodor Adorno–:

534 González Echevarria. “El mundo perdido redescubierto: Facundo de Sarmien-


to y Os sertões de E. Da Cunha”. 186.

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Y cuando, por nuestra falta de previsión, dejamos que entre ellos
se formase un núcleo de maníacos, no vimos los rasgos salientes
del acontecimiento. . . Tuvimos un espanto comprometedor ante
aquellas aberraciones monstruosas, y con arrojo digno de mejor
causa, los destrozamos a carga de bayonetas, reeditando por nues-
tra cuenta el pasado, en una entrada sin gloria, reabriendo en esos
sitios desgraciados, las huellas apagadas de las bandeiras535.

Es así como en los restos de la destrucción provocada por


su propia mitificación de su poder, la civilización, que ha ejecu-
tado la catástrofe, encuentra las huellas lívidas y humildes que
denuncian la suya como una historia del terror. De esa manera,
los papeles, los pobres papeles536 encontrados por los militares
entre las ruinas de la ciudadela, iban a convertirse en el vestigio
interpelante, del errático, trágico pathos que desde la vanidad del
poder significó la campaña de Canudos:

Ellos resumían la psicología de la lucha. Valían todo, porque nada


valían. Registraban las prédicas de Antônio Conselheiro y al leer-
las se pone de manifiesto cuán inocuas eran, cómo reflejaban la
turbación intelectual de un infeliz. Porque lo que en ellas vibra,
en todas sus líneas, es la misma religiosidad difusa e incongruente,
con muy poca significación política537.

Vestigios por sí mismos explicativos del grave “error” en que


había incurrido el poder automitificándose, con las consecuen-
cias desastrosas que su vanidoso despliegue tuvo sobre la existen-
cia de aquellos desposeídos que abrían, sin quererlo, una cisura
en el derrotero del modelo de comunidad que ese poder había
fabulado. Es este el inicio, aurora espeluznante, de una crisis que
haría emerger a la nación marcada desde su albor por una sombra
escarlata y maligna de la que no podría desembarazarse. Como

535 Da Cunha. Los sertones. 136.


536 Da Cunha. Los sertones. 136.
537 Da Cunha. Los sertones. 136.

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aquellos deprimidos expoliadores de las pobres chozas, los triun-
fadores de Canudos:

Cuando en los últimos días de la aldea estuvo permitido el ingre-


so al caserío destrozado, asaltó el ánimo de los triunfadores una
decepción dolorosa. La victoria duramente alcanzada, les daba el
derecho al saqueo de las casas en ruinas. Nada quedó exento de la
curiosidad insaciable.
Ahora bien, en el más pobre de los saqueos que registra la historia,
donde los despojos más valiosos fueron imágenes mutiladas y ro-
sarios de cocos, lo que más estimulaba la codicia de los vencedores
eran las cartas, cualquier papel escrito y principalmente, los versos
encontrados. Pobres papeles, en los que la ortografía bárbara co-
rría pareja con los más ingenuos absurdos y la escritura irregular y
fea parecía una fotografía de los pensamientos torturados538.
Se produce, entonces, la autocrítica del republicano del lito-
ral, autocrítica que es la apertura a la crisis de la autoimagen de
la civilización:

Viviendo cuatrocientos años en el litoral vasto en el que palidecen


los reflejos de la vida civilizada, tuvimos de improviso, como ines-
perada herencia, a la República. De golpe, ascendimos, impulsa-
dos por el caudal de las ideas modernas, dejando en la penumbra
secular, en el centro mismo del país, a un tercio de nuestra gente.
Ilusionados por una civilización prestada, espigando, en faena cie-
ga de copistas, todo lo mejor que existe en los códigos orgánicos
de otras naciones, huyendo de la mínima transigencia con las exi-
gencias de nuestra propia nacionalidad, volvemos, revolucionaria-
mente, más hondo el contraste entre nuestro modo de vivir y el
de aquellos rudos patricios, más extranjeros en esta tierra que los
inmigrantes de Europa. Porque no los separa un mar, los separan
tres siglos539.

538 Da Cunha. Los sertones. 136.


539 Da Cunha. Los sertones. 135-136.

251

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Os sertões expresa la crisis de los tropos hegemónicos para
nombrar al otro del orden narcisístico, excluyente e invisibiliza-
dor y su inoficioso trabajo frente al comportamiento de unos se-
res que imagina balbuceantes, pero que alzan su voz, tomándose
por sus manos la justicia, cometiendo el gran “crimen” de asumir
por sí la consecución de la promesa incumplida de la nación.
Y Canudos repone el lugar de la utopía, y es esta Troya de
Barro –al revés del modelo de la leyenda griega– la que se inserta
en mitad del orden, desde su periferia, desde el lugar del mayor
abandono, tornándose presencia central en tanto deniega de la
resignación. Porque no hay quietud en el presente, sino vocación
de lucha perenne, resistencia perpetua.
La narración de Euclides termina escenificando en toda su
trágica consecuencia el fracaso de las promesas modernas junto al
fracaso de la narrativa del vencedor: Canudos está arrasada, mas
no ha muerto.
Con un corte fortuito, Euclides cancela la escritura, para
exhibir, de paso, la distancia entre este, su tiempo, y el de los
resistentes:

Cerremos este libro.


Canudos no se rindió... resistió hasta el agotamiento completo...
sus últimos defensores eran solo cuatro: un viejo, dos hombres
y un niño, al frente de los cuales rugían rabiosamente cinco mil
soldados540.

El cadáver hediondo del Conselheiro, su “cabeza horren-


da, empastada de escaras y pus”541, con sus ojos sellados por el
Sertón, llenos de tierra, que los vencedores cortaron para pasear
como fetiche de su poder ante la ciudad, se “apareció otra vez
ante esos triunfadores. . .”542 como para recordarles quién era en

540 Da Cunha. Los sertones. 381-382.


541 Da Cunha. Los sertones. 382.
542 Da Cunha. Los sertones. 382-383.

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verdad el que había fracasado, en boca del irónico Euclides que
relata: “Después la trajeron al litoral donde multitudes festivas
deliraron frente a ese cráneo. Que la ciencia dijera su última pa-
labra. Allí estaban, en el relieve de las circunvoluciones, las líneas
esenciales del crimen y la locura. . .”543.
E, inmediatamente, recordemos, en lo que es su capítulo
final de tan solo dos líneas:

Es que aún no existe un Maudsley para las locuras y los crímenes


de las nacionalidades...544.

Henry Maudsley era un médico inglés especialista en me-


dicina legal que escribió un libro llamado El crimen y la locura.
¿Comparecerían las modernas naciones en la mesa del frenólogo
para ser observadas en sus rasgos y dictaminadas sus patologías?,
¿realizaría la ciencia su juicio sobre los crímenes de estas moder-
nas naciones? Aún no, es la ensombrecida conclusión de Euclides
al cerrar esta, su tensa y dolorida experiencia con los patricios del
sertón, con la roca viva de la nacionalidad.

543 Da Cunha. Los sertones. 383. El cráneo de Antônio Conselheiro estuvo expuesto
como una curiosidad en el laboratorio de medicina legal de la ciudad de Bahia,
hasta que se produjo el incendio de la Faculdad de Medicina, a comienzos del
siglo. Solo entonces y finalmente, como dice Ataliba Nogueira, “concluyó la
profanación de esa parte del cadáver de António Conselheiro” (33).
544 Da Cunha. Los sertones. 383.

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