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HISTORIA
r
de la
Julio-diciembre 2009
ISSN 2027-4688
r Volumen 14-2 2009
r
Página web: http://www.icanh.gov.co/frhisto.htm Imprenta Nacional de Colombia
ISSN: 2027-4688 Diagonal 22B No. 67-70
Artículos 203
Alam da Silva Lima, Rafael Chambouleyron, Danilo Camargo Igliori: 205
Plata, paño, cacao y clavo. “Dinero de la tierra” en la Amazonía portu-
guesa (c. 1640-1750)
Jorge Victoria: Vigías en el Yucatán novohispano: nota para un estudio comple- 228
mentario entre las torres costeras de España y las de la América Hispana
Laura Liliana Vargas Murcia: Aspectos generales de la estampa en el 256
Nuevo Reino de Granada (siglo XVI a principios del XIX).
William Elvis Plata: Un acercamiento a la participación del clero en la lu- 282
cha por la Independencia de Santafé y la Nueva Granada. El caso de los
dominicos (1750-1815)
Elizabeth Mejías Navarrete: Apuntes para una historia de las representacio- 314
nes de una naturaleza y cuerpos abyectos. Virreinato del Perú, siglo XVI.
Viviana Arce Escobar: Los poderes del sermón: Antonio Ossorio de las Pe- 342
ñas, un predicador en la Nueva Granada del siglo XVII.
Ricardo Borrero Londoño: De Pointis y la representación textual de la 368
expedición a Cartagena en el año 1697. Tipología discursiva, ambigüe-
dad y pragmatismo trascendental.
Reseñas 391
Raïssa Kordic Riquelme.(prólogo y edición crítica) Epistolario de sor 393
Dolores Peña y Lillo (Chile, 1763-1769). Madrid; Frankfurt:Iberoameri
cana;Vervuert, 2008. Por Bernarda Urrejola D.
Fernando Rodríguez de la Flor. Era melancólica. Figuras del imaginario 396
barroco. Barcelona: José J. de Olañeta-Universitat de les Illes Balears,
2007. Por Anel Hernández Sotelo.
Nacuzzi, Lidia R., Carina Lucaioli y Florencia S. Nesis. Pueblos nóma- 401
des en un estado colonial. Chaco, Pampa, Patagonia, siglo XVIII. Buenos
Aires: Antropofagia, 2008. Por Pedro Miguel Omar Svriz Wucherer.
A u t h o r s 197
Articles 203
Alam da Silva Lima, Rafael Chambouleyron, Danilo Camargo Igliori: 205
Silver, Woolen Cloth, Cocoa, and Clove. “Money of the Land” in Portu-
guese Amazonia (c. 1640-1750)
Jorge Victoria: Watchtowers on the Yucatan in New Spain: Notes for a Comple- 228
mentary Study of Seaside Towers in Spain and in the Hispanic America
Laura Liliana Vargas Murcia: General Aspects of Holy Cards in the New 256
Kingdom of Granada (16th Century to the Beginning of the 19th
Century)
282
William Elvis Plata: An Approach to the Participation of the Clergy in the
Fight for the Independence in Santafé and the New Granada: The
Case of the Dominicans (1750-1815) 314
Elizabeth Mejías Navarrete: Notes for a History of the Representations of
Nature and Abject Bodies. Viceroyalty of Peru, 16th Century.
342
Viviana Arce: The Powers of Sermon. Antonio Ossorio de las Peñas, A Prea-
cher in New Granada in the 17th Century.
368
Ricardo Borrero Londoño: De Pointis and the Textual Representation of
the Expedition to Cartagena in 1697: Discursive Typology, Ambigui-
ty, and Transcendental Pragmatism.
391
Reviews 393
Raïssa Kordic Riquelme (prólogo y edición crítica). Epistolario de sor Do-
lores Peña y Lillo (Chile, 1763-1769). Madrid; Frankfurt: Iberoamericana:
Vervuert, 2008. By Bernarda Urrejola D.
396
A
Fernando Rodríguez de la Flor. Era melancólica. Figuras del imaginario
barroco. Barcelona: José J. de Olañeta-Universitat de les Illes Balears,
2007. By Anel Hernández Sotelo.
401
Nacuzzi, Lidia R., Carina Lucaioli y Florencia S. Nesis. Pueblos nómades
en un estado colonial. Chaco, Pampa, Patagonia, siglo XVIII. Buenos Aires:
Antropofagia, 2008. By Pedro Miguel Omar Svriz Wucherer.
407
Information on subscriptions and on submitting manuscripts
i
de la Fundación Erigaie y es investigador asociado de la Fundación
Terra Firme. Se interesa por la historia naval, la arqueología marítima
y el patrimonio cultural sumergido. Ha publicado, entre otros, “Una
aproximación a la arqueología de la piratería”. Libro de resúmenes.
V Congreso de Arqueología en Colombia, Medellín (2008).
R afael C hambouleyron
Doctor en Historia, Universidad de Cambridge, Inglaterra. Profesor del pro-
grama de Posgrado en Historia Social de la Amazonía, Universidade
Federal do Pará, Brasil. Trabaja sobre la historia colonial de la Ama-
zonía portuguesa, de los siglos XVII y XVIII, principalmente sobre las
cuestiones de ocupación de territorio, relaciones con la naturaleza y
trabajo en la región.
i
do colonial”, en Historia del grabado en Colombia (2009).
J orge V ictoria
Arqueólogo y maestro en Ciencias Antropológicas, Universidad Autóno-
ma de Yucatán, México. Doctor en Antropología, Universidad Nacio-
nal Autónoma de México, y en Historia, Universitat Jaume I de Cas-
tellón, España. Actualmente es director de Museos del Instituto de
Cultura de Yucatán. Ha publicado una decena de libros, entre los que
destacan: Mérida de Yucatán de las Indias: piratería y estrategia defensiva
(1995), Piratería en América hispana (2004), Piratas en Yucatán (2007)
y Las torres de vigía en Yucatán: una manifestación histórica de la proyección
hispana a ultramar (2008). Obtuvo el Premio Hispanoamericano de
Ensayo Histórico (Gobierno de Estado de Campeche, 2002) y el Pre-
mio Internacional de Pensamiento Caribeño (Gobierno del Estado
de Quintana Roo-UNESCO, 2004).
Rafael Chambouleyron
Universidade Federal do Pará, Brasil
rafaelch@ufpa.br
R esumen
r
El objetivo de este artículo es discutir cómo la economía y la sociedad de la Amazonía
portuguesa colonial (de mediados del siglo XVII a mediados del siglo XVIII) se organi-
zaron a partir de la ausencia de moneda metálica; por otro lado, se analizan las razones
que llevaron a la Corona portuguesa a no autorizar la circulación de monedas metálicas
y las implicaciones que tuvo esa política en la región.
Palabras clave: Amazonía portuguesa, Brasil, moneda, siglos XVII y XVIII.
A bstract
r
This article analyses how the absence of metallic currency influenced the economy
and society of Portuguese colonial Amazonia (from the mid-17th until the mid-18th
centuries). It also focuses on the reasons why the Crown forbade the use of metallic
coins throughout this period, and points out which were the consequences of this po-
licy for the region.
Key words: Portuguese Amazonas, Brazil, currency, 17th and 18th centuries
r Introducción
Colonizada por los portugueses a partir de mediados de la década de 1610,
la región norte de la América portuguesa, que coincide en buena parte con
la actual Amazonía brasileña, constituyó un territorio administrativamente
separado del llamado estado del Brasil, hasta principios del siglo XIX. Las
dificultades de comunicación con el centro político de la América portu-
guesa (en Salvador de Bahía), dados los obstáculos para la navegación, en
razón del régimen de vientos y corrientes, llevaron a la Corona a organizar
el estado del Maranhão y Pará, con poderes político-administrativos y reli-
giosos directamente dependientes de Lisboa.
206 Diferentemente de otras partes de la América portuguesa, en el Ma-
ranhão, las faenas agrícolas y extractivas articularon la lógica de la econo-
i
i
sa a no autorizar la circulación de monedas metálicas y las implicaciones
que tuvo esa política en la región.
Varios pagos eran hechos con moneda de la tierra. A finales del siglo
XVII, por ejemplo, se determinaron los salarios de los indios libres en varas
de paño. Los remeros ganarían dos varas por mes; las “indias harineras”,
tres por mes; las “indias de leche”, si estaban casadas, cuatro varas más una
falda, una camisa y un chaleco; si estaban solteras, apenas las varas de
208 paño. Los indios que hacían las canoas recibirían ocho varas de paño por
i
En 1661, por ejemplo, los oficiales del cabildo de São Luís deter-
minaron la realización de una junta para establecer el precio de los es-
clavos indígenas que se traían del sertão. De esa manera, se estableció
que los cautivos de 18 a 25 años valdrían 150 varas de paño o 25 arrobas
de azúcar blanco, lo que equivaldría a 30 mil réis. También se estableció
que la vara de paño de algodón valía 200 réis (o dos tostões), y el ovillo de
media libra, 160 réis (u ocho vinténs), “ya que el pueblo se [quejaba] que
el paño no tenía valor cierto”. En marzo de 1661, los oficiales pedían al
rey la confirmación del asiento de la junta (AHU, M, “Carta del cabildo”,
docs. 429 y 437).
i
AHU, M, doc. 429).
i
que es la mejor droga de esta capitanía”. Ya en el Pará había dos tipos de diez-
mos: los “de la tierra”, que se pagaban en azúcar, tabaco y harina de man-
dioca, y los “diezmos del clavo y cacao”, que se pagaban con los mismos clavo
y cacao (dos tercios en clavo y un tercio en cacao) (AHU, M, CU, doc. 721).
1 r
Sobre las funciones de la moneda, véase Vilar (23-26).
i
man, uno de los problemas del uso de ese tipo de monedas se relacionaba
con el hecho de que, siendo producto y moneda al mismo tiempo, eran
susceptibles a los cambios del mercado. En Perú, por ejemplo, aclara el autor,
el hierro y el acero tenían valor como moneda, sin embargo:
… cuando la demanda de Potosí, donde se usaban grandes cantidades en los
trabajos de minería, empezaba a crecer, no podían ser usadas como moneda.
La razón era simple —el valor de uso de los productos aumentaba más allá de
su valor como moneda. Un fenómeno contrario ocurría cuando la demanda
industrial de hierro y acero declinaba rápidamente. (103-104)
a 1.600 réis. La caída del precio del cacao, por lo tanto, afectaba los rendi-
mientos del obispo, quien argumentaba que el gobernador, que recibía en
paño de algodón, no tenía esa pérdida y ganaba mucho más que él (AHU,
P, CU, doc. 869).
2 r
Dauril Alden indica una caída constante del precio del cacao hasta la década de 1750. De cual-
quier modo, lo que interesa aquí es el valor del cacao con relación a los demás productos (121).
i
Vieira, representando a los religiosos de la misión del Maranhão, argumen-
taba la necesidad de que hubiera roza de algodón y telares, no sólo para el
“servicio de la casa”, sino también para “el precio de otras cosas necesarias”
(“Quatro” 459).
Años más tarde, el gobernador Gomes Freire de Andrade le infor-
maba al rey sobre los habitantes de la capitanía privada de Tapuitapera, los
cuales se puede decir que prácticamente cultivaban dinero, ya que según
el gobernador “no logran otros bienes que los de una roza en tierras de Su
Majestad; en ellas siembran algodones, de los cuales hacen un poco de
paño, que es la moneda y droga con la que pagan y compran lo que deben”
(“Carta de Gomes Freire”).
En la década de 1690, el rey advertía al gobernador que se había pro-
hibido a los colonos “el cultivo de los algodones y paños” y que les había
3 rA diferencia de los tlacos de México colonial, acuñados por los dueños de pulperías, el paño
de algodón tenía valor universal y reconocido por la Corona. Sobre los “abusos” causados por
la circulación de los tlacos, véase: Aguila (13-27).
obligado a plantar caña de azúcar, “para que puedan moler los ingenios”
(“Para o governador do Maranhão”)4.
Si la aceptación del “dinero de la tierra” se adaptaba a la doble natura-
leza de los géneros, al mismo tiempo moneda y mercancía, problemas más
graves y antiguos advenían de su degeneración natural y de su falsificación.
Ya en la segunda mitad del siglo XVII, basado en una queja de los oficiales
del cabildo de São Luís, el rey le ordenaba al gobernador un cuidadoso exa-
men de los ovillos y varas, en razón de las pérdidas causadas por la falsifi-
cación y consecuente falta de “estimación de la dicha moneda”. Pocos años
después, al padre Antonio Vieira le parecía que el algodón se debía prohi-
bir “como moneda verdaderamente falsa” (“Informação que por ordem do
Conselho Ultramarino”, en Pe. António 5: 336).
216
Tantos problemas causaba la falsificación que el rey finalmente de-
i
4 r
En Tucumán y Córdoba, según Jorge Gelman, la producción de textiles, que servían de mo-
neda, “era estrictamente controlada por las clases dominantes, que habían bien entendido sus
funciones monetarias” (111-12).
5 “Traslado de outro alvará de Sua Majestade, q. Deos guarde sobre a falcidade dos novellos”,
en Regimento (31-33).
i
rLa “monetarización”
del estado del Maranhão y Grão-Pará
6 rPara Alfonso García Ruiz, “la escasez de numerario, causa general de los fenómenos moneta-
rios que tenían lugar en Zacatecas y otras regiones de México en el siglo XVI y a principios del
r
XVII, se halla determinada al mismo tiempo por condiciones locales, por condiciones internas
en la Colonia y por motivos externos, correspondientes a la política económica de España y a
sus relaciones con otros países” (39).
7 Hay que subrayar, sin embargo, que también en el mundo portugués la moneda de bajo valor
era escasa. Véase: Sousa (90); Rocha y Sousa (222-24).
8 Según Yves Aguila, en Nueva España había también aquellos que argumentaban que el uso
de las monedas locales era una respuesta espontánea de la sociedad a sus problemas y necesi-
dades (18). Según Alfonso García Ruiz, “la realidad había impuesto, tiempo antes, soluciones
prácticas, aunque menos acordes con la idea estricta de la moneda” (32).
i
da metálica fueron más sistemáticas y frecuentes. En efecto, en la década
de 1720, hubo un intento fortuito y frustrado de uso de moneda metálica,
debido al naufragio, próximo a la ciudad de São Luís, de una embarcación
que iba de Pernambuco para Lisboa, con más de 900 mil réis en monedas
de cobre. Aunque inicialmente el rey aprobó el uso del dinero, fueron tan-
tos los problemas que siguieron a su circulación que el rey ordenó su envío
a Lisboa (“Carta de dom João V” 1725, 215; “Carta de Dom João V” 1727,
201-203; Pombo 458).
Pocos años más tarde, al analizar los problemas de pago de los sol-
dados y oficiales, el Consejo Ultramarino reconocía que “mientras en el
Estado del Maranhão no circule moneda, tanto las cobranzas de la Real
Hacienda, como los pagos hecho por la misma Hacienda están sujetos a
grandes fraudes” (“O governador do Maranhaõ responde” f. 76).
i
En cuanto a los valores y uso de la moneda, unos, como el procu-
rador de la Hacienda en la consulta citada atrás, defendían la circulación
de monedas con valor menor; otros, como el consejero Metelo de Sousa
e Meneses, argumentaban que tenía que circular con mayor valor. Ya los
oficiales del cabildo de São Luís opinaban que se estableciera “por moneda
de oro y plata la misma y provincial de los Brasiles” y también la misma que
en Brasil “corre con el cuño y valor de la del reino”, pero advertían que no
hubiera “alteración ni disminución en el precio”, ya que su introducción se
dejaba a cargo de los comerciantes del Brasil y de Minas Gerais (“Carta del
cabildo de São Luís” 1732).
Claro está que la circulación de moneda metálica y el establecimien-
to de su valor era poder soberano del rey9. Sólo en 1748, al término de su
reinado, dom João V decretó finalmente la introducción oficial de dinero
9
rPara un análisis de los procesos de monetarización con relación a la formación de los estados
nacionales, véase Boyer-Xambeu, Gillard y Deleplace (199-232).
10
r
Para más detalles de ese proceso, véase Lima.
i
tugal rentas suficientes y satisfactorias. Sin embargo, como región de frontera
—cuyo dominio inicial había sido marcado por la confrontación con otras
naciones europeas— el Maranhão generaba importantes y crecientes gastos
para la Corona. Una red de fortalezas y un número creciente de tropas, tanto
en su frontera occidental (externa) como oriental (interna, contra naciones
indígenas hostiles), abrumaban las limitadas rentas portuguesas en la región.
La opción oficial por la “moneda de la tierra” durante tan conside-
rable tiempo significó seguramente un intento por evitar una sangría más
a la Real Hacienda. Como explicaba de manera ejemplar el procurador de
la Corona en la década de 1670, sin la moneda metálica, el estado del Ma-
ranhão “se conserva”. La Corona parece haber apostado a una autonomía
monetaria relativa de la región, cuyo comercio con el exterior no era tan
significativo. Por otro lado, en una percepción claramente marcada por las
doctrinas mercantilistas, la Corona temía la salida de metales de sus terri-
torios, situación perfectamente plausible en el estado del Maranhão, dadas
sus amplias y permisivas fronteras, y la constitución de una sociedad mar-
cada por la dislocación fluvial.
Por otro lado, los problemas inherentes a las monedas utilizadas ori-
ginaban cada vez más problemas. El fácil deterioro natural de muchos de
y valor.
Claramente, a partir de la primera mitad del siglo XVIII, la falsifica-
ción y el deterioro pasaron a causar más dificultades que la propia ausencia
de moneda metálica. La apuesta por la autonomía de la región le salió cara
a la Corona, incapaz de percibir los problemas intrínsecos del tipo de mo-
neda natural que circulaba en la región.
rBibliografía
Fuentes p r i m a r i a s d e a rc h i v o
i
“Carta de Gomes Freire de Andrade” (São Luís, 1685), doc. 726.
“Carta de Matias da Silva Freitas” (São Luís, 1725), doc. 1474.
“Consulta del Consejo Ultramarino” (CU) docs. 226 (1647); 466 (1663); 613 (1677); 721
(1690); 869 (1693); 1079 (1705); 2076 (1733).
“Decreto al Consejo de Hacienda” (Lisboa, 1748), doc. 3132.
“Decreto al Consejo Ultramarino” (Lisboa, 1748), doc. 3133.
“Oficio de Gomes Freire de Andrade y pareceres” (Lisboa, 1700), doc. 1011.
Pará (P)
“Carta de Francisco de Mendonça Gurjão” (Belém, 1750), doc. 2996.
“Carta de Dom João V” (Lisboa, 1748), doc. 2890.
“Carta de João Mendes de Aragão” (Belém, 1714), doc. 502.
“Carta de José da Silva Távora” (Belém, 1731), doc. 1196.
“Carta del cabildo de Belém” (Belém, 1739), doc. 2124.
“Consulta del Consejo Ultramarino” (CU), doc. 869 (1724).
“Requerimiento del contratante de los diezmos de la capitanía de Pará” (1740), doc. 2151.
Arquivo Público do Estado de Maranhão, São Luís, Brasil
“[Acta del Cabildo de São Luís]” (São Luís, 1647). Livro de Acórdãos (1646-1649), fol. 34v.
Fuentes primarias
Aranha, Manuel Guedes. “Papel político sobre o Estado do Maranhão”. [1680]. Revista do
Instituto Histórico e Geográfico Brasileiro 46 (1883): 1-60. Impreso.
“Carta de Dom João V” (Lisboa, 1724). Annaes da Bibliotheca e Archivo Público do Pará,
1 (1902): 207-10. Impreso.
“Carta de Dom João V” (Lisboa, 1725). Annaes da Bibliotheca e Archivo Público do Pará,
1 (1902): 215. Impreso.
“Carta de Dom João V” (Lisboa, 1727). Annaes da Bibliotheca e Archivo Público do Pará, 2
226 (1902): 201-203. Impreso.
i
Ferreira, João de Sousa. “America abreviada” [¿1693?]. Revista do Instituto Histórico e Geográfico
Brasileiro, 57 (1894): 5-153. Impreso.
“Quatro cartas inéditas do padre António Vieira”. Edit. Charles Boxer. Brotéria, 45.4
(1947): 456-76. Impreso.
“Para o governador do Maranhão” (Lisboa, 1691). Anais da Biblioteca Nacional 66 (1948):
125-26. Impreso.
Fuentes secundarias
Aguila, Yves. “Monnaie et société em Nouvelle Espagne”. Bulletin Hispanique, 95.1 (1993):
5-27. Impreso.
Alden, Dauril. “The Significance of cacao Production in the Amazon Region during the
Late Colonial Period: An Essay in Comparative Economic History”. Proceedings
of the American Philosophical Society, 120. 2 (1976): 103-35. Impreso.
i
Journal of European Economic History, 13.1 (1984): 99-115. Impreso.
Gross, Sue Ellen. “The Economic Life of the Estado do Maranhão e Grão-Pará, 1686-
1751”. Tesis doctoral, Tulane University, 1969. Impreso.
Jorge Victoria
Archivo Histórico de Mérida, México
jorgevictoria40@hotmail.com
R esumen
r
En este artículo el autor aborda un tema desconocido en los estudios de la historia
militar de la América hispana colonial: las vigías de la costa. Debido a sus reducidas
dimensiones y a que fueron construidas con materiales perecederos, los estudios re-
ferentes al sistema defensivo no han incluido esas pequeñas obras, a pesar de que
fueron parte imprescindible de éste. Las notas que se presentan son un resumen de
la investigación realizada en las vigías de Yucatán, México, donde existieron durante
más de 300 años, cuya historia se comparó y complementó con la historia de las vigías
existentes en la España árabe e hispana. Su estudio abre una puerta a nuevas investiga-
ciones de tipo económico, social y político, a partir del mundo costero.
Palabras clave: vigías, Yucatán, España, Nueva España, arquitectura militar.
A bstract
r
In this article, the author deals with an unfamiliar topic in the study of the military
history of colonial Hispanic America: the watchtowers of the coast. Due to their
small size and to the fact that they were constructed with perishable materials, the-
se small building works have not been included in studies devoted to the defensive
system, although they formed an indispensable part of it. This article is a summary of
a research on the watchtowers of the Yucatan, Mexico, where they have existed for
300 years. Their history has been compared to and completed with the history of the
watchtowers in the Arabic and Hispanic Spain. This study opens up the road to new
researches on the economic, social and political character of the coast.
Key words: Watchtowers, Yucatan, Spain, New Spain, military architecture.
r* Agradezco a mi estimado amigo Juan Felipe Pérez Díaz, destacado arqueólogo colombiano,
la posibilidad de acercarme a parte de la documentación citada en este trabajo.
i
cesos o hechos suscitados en dos o más territorios, cercanos o no, tanto
física como cronológicamente, para nuestra investigación utilizamos la
información de los siglos XVI al XIX, referente tanto al sistema de vigías de
España y la correspondiente a la de provincia de Yucatán, para tratar
de armar una interpretación complementaria de esas pequeñas obras
militares. Esa historia puede ser extrapolada, en muchas de sus ideas, a
otras vigías coloniales de las que se sabe su existencia, pero que no han
recibido la atención de los investigadores, por ejemplo, las de otras cos-
tas novohispanas, las erigidas en Cuba, en Puerto Rico, en Guatemala y
las instaladas en el antiguo virreinato neogranadino, por mencionar unas
cuantas regiones2.
1 rLos trabajos de Victoria que han abordado el tema de las vigías yucatecas desde diferentes
perspectivas son: “De la defensa”, Emplazamiento, “Las vigías”, Los versos, Piratas y Las torres.
Calderón, en su magnífica obra Fortificaciones de Nueva España, presenta transcripciones de
documentos donde se habla de las vigías, pero en el cuerpo del libro no se ocupa de ellas
como parte del sistema preventivo-defensivo novohispano.
i
se construyeron.
En el artículo nos centraremos en los datos referentes al sistema de
torres erigidas en las penínsulas Ibérica y de Yucatán, transportado con-
ceptualmente a los nuevos territorios de la Corona desde mediados del
siglo XVI. Hace unos años, ante la falta de estudios sobre estas minúsculas
obras militares en América, a pesar de que son las precursoras de la seña-
lización por faros que entrelazan la navegación y la costa3, como punto de
inicio del trabajo, se consultaron las investigaciones sobre las torres exis-
tentes en la España musulmana y la cristiana, denominadas maharis, torres
almenaras, vigías o atalayas4, lo que dio como resultado una conjugación de
rvelan y hacen guardia personas destinadas para dar aviso [...] lo que se ejecuta con
Almenaras, ahumadas, o fuegos”. Se dice que viene del arábigo ettalaa, que significa
subir en alto, alargando el cuerpo para subir más alto”.
i
como habitaciones para el encargado y los indígenas ahí destinados tem-
poralmente. De la misma manera, cabe distinguir que la vigía era el sitio
localizado en la playa, y el vigía o vela, su encargado. La palabra atalaya tam-
bién fue utilizada como sinónimo de todo el sitio de vigilancia (la vigía)
(Victoria, “De súbditos” 905-06).
rLos antecedentes:
las vigías en la época musulmana
Desde los albores del islam en el al-Ándalus (siglo VII d. C.), la región
norte del estrecho de Gibraltar constituyó un territorio clave que debía
protegerse para el mejor desenvolvimiento de la sociedad que se gestaba
en esa parte de la península Ibérica. Para tales fines se aprovechó la es-
tructura que quedaba del sistema de defensa estático romano-bizantino
y, posteriormente, debido a los ataques normandos entre los años 842 y
860, se erigieron en el litoral recintos urbanos y torres o atalayas preven-
tivas en las costas como parte de un sistema “genuinamente musulmán”
(Gámir 10).
Figura 2. 235
Torre de la Peña,
i
Cádiz
Fuente: Fotografía
del autor.
5 rPara los fines de las ordenanzas e instrucción se utilizaron las torres y castillos inme-
diatos a las playas construidos por los moros. Por otro lado, cabe apuntar que Gámir
utilizó en su investigación las ordenanzas valencianas de 1673, por lo cual supone-
mos que, cuando realizó su obra en 1988, desconocía las “Ordenanzas de la Guarda
[...] de 1554)” (BUV, Mss, 812 D, 82), las más tempranas hasta ahora conocidas para
esa región.
237
a b
a b
i
c d
Figuras 3 y 4.
Torre de vigía hispana,
siglo XVI. Planta y corte
transversal, realizados
por el ingeniero Juan
Manuel de la Fuente
Fuente:Tomadas de Calderón
Quijano (Las defensas 27).
hicieron que el programa se retrasara una década, e incluso que algunas to-
rres no se realizaran. Por fin, en 1638, aunque no del todo completo, el plan
defensivo iniciado por Felipe II se vio cristalizado (Mora 21).
A pesar de aquellos esfuerzos, el sistema de torres no fue un fuerte
bastión defensivo, únicamente cumplía la función de observación y custo-
dia del litoral y la frontera, pues el factor humano implicado se componía
únicamente de uno o dos torreros o velas, y dos personas para solicitar el
socorro necesario (Sánchez 101; Gámir 12)6.
Al respecto de las señales utilizadas en esas vigías, se apunta que
por la mañana se agitaban lienzos blancos como indicio de tranquilidad;
en caso contrario, una vez detectado el peligro se procedía —al igual que
tiempos islámicos— a emitir humaredas diurnas o llamaradas por la noche
6 rEn las “Ordenanzas de la Guarda [...], (1554)” (BUV, Mss 818 D, 82) se señalan variaciones
en el número de las milicias destacadas en las torres para vigilar la costa valenciana. De
igual manera, en 1593 se reportó la posibilidad de un torrero y tres atajadores para re-
correr la costa, o dos torreros y tres atajadores. Así se notaba la alternancia en el puesto
de guarda entre los destacados a la torre (ARV, G, 1133, D. 3 y 4).
i
rres granadinas, en la Instrucción de 1497 y la Provisión de 1501 se contem-
plaba el empleo de guardas (velas), escuchas y atajadores. Los dos prime-
ros eran vigilantes residentes en las torres, pero con la distinción un tanto
confusa, pues al salir a recorrer la costa para “cerciorarse de la ausencia de
enemigos”, se les denominaba escuchas. Los atajadores, por su parte, eran
los jinetes que efectuaban el recorrido por la costa, pero con distancias
más largas (Gámir 46)8.
Las instrucciones de 1497, las provisiones de 1501 y de 1511, en unión
con las ordenanzas valencianas de 1554, son de gran interés para conocer la
organización de la guarda costera en aquellas partes del Mediterráneo. Su
importancia radica en la información administrativa referente a la confor-
mación del cuerpo militar de las costas, los sueldos y las gratificaciones, así
7 rPara 1756 se indicaba que en la torre de Zalabar podían caber los torreros (3), más
treinta personas en caso urgente, Mora (30).
8 El empleo de atajadores, guardas y escuchas es señalado por algunos autores como
de origen mucho más tempranos: Ferrer (296-298); Díaz Borrás (106-120); García
Martínez (50).
i
deja sentir la idea de que en las incursiones de piratas hubo un momento de
robo de cristianos y otro de introducción de mercancías (“Problemas”).
r C ruzando el océano:
las vigías yucatecas
9 rOtras obras referentes al tema de las torres en época moderna tampoco abordan el
contrabando, por ejemplo Seijo y Sánchez, para el Levante, y Mora, para Andalucía.
i
materiales de construcción; la atalaya o torre de vigilancia tenía un diseño
tronco-piramidal, construida con maderos, coronada con un espacio con te-
chumbre de paja para la permanencia del vela, y una altura variante entre los
11 y los 15 metros (Figura 5). El conjunto de la vigía se complementaba con
Figura 5.
Reconstrucción hipoté-
tica de una atalaya o torre
de vigilancia de Yucatán.
Fuente: Dibujo de
Jorge Victoria Ojeda.
O
IC
M É X
D E
FO
L
245
O
G
i
C A R I B E
BAHÍA DE CAMPECHE
M A R
Figura 6.
Ubicación de
las vigías en la
península de
Yucatán, desde
el siglo XVI
hasta 1821
Fuente: Dibujo de
Jorge Victoria Ojeda.
i
trabando y con actividades lucrativas más allá de los establecidos legalmente
(AGEY, C, caja 11, vol. 1, exp. 13).
Destinados a los lugares del tránsito de las embarcaciones que, con
destino a los puertos de Veracruz, Campeche o Sisal, salían de La Habana
y bordeaban la península de Yucatán y desde donde divisaban casi todas
las vigías yucatecas (AHA, CV, t. 654, D. 8, fs. 39r-40v), los velas observaban
casi a diario a los posibles cómplices de ilícito. De su situación en esos
puntos geográficos de Yucatán, los visitadores reales señalaron en 1766,
lo siguiente:
acorde con las relaciones que se tuvieran con el gobierno en turno y el ve-
nidero (Farriss 70)11.
Como ejemplo de los cambios que se daban por la llegada de un
nuevo gobernante, don Arturo O’Neill (1793-1802), quien destinó a los
puestos burocráticos a gente de su entera confianza, Íñigo Escalante, vigía
de Ixil en 1796, al ser separado del cargo, escribió unos versos para enviar al
rey y para que la “noticia” fuera conocida por la población12. En una décima
el vigía-poeta expresaba lo siguiente:
Vigías y Subdelegados
y Jueces de los Partidos
sois también los ofendidos
248 y gravemente agraviados,
pues estando sosegados
i
11 rOtras vías de introducción del contrabando era por las propias aduanas de los puertos y
por vía terrestre. El tema del contrabando debió ser común para las vigías hispanoame-
ricanas, dadas las condiciones semejantes que se presentaban en las costas. Así, para
mediados del siglo XVIII e inicios del XIX, se les subrayaba a los vigías neogranadinos
evitar el contrabando (AGNC, CM, leg. 74, fs. 281-82; leg. 80, fs. 676-77, y leg. 92, fs. 320-27).
12 A propósito de esas décimas más “íntimas” de la vida de Escalante, que pueden conside-
rarse como autobiográficas (literatura autógrafa), usando palabras de Philippe Ariès (18),
cabe indicar que el lector tiende a aceptar como veraz lo apuntado, por el hecho de su situa-
ción como testigo de algo que revela lo íntimo y lleva lo privado a la esfera de lo público.
i
ilegal (AGN, Colonial, Serie Historia, 537, V, fs. 43v-59v). Otro ejemplo es
el del gobernador Artazo y Torre de Mer, a quien se le denunció reiterada-
mente de contrabandista y enriquecimiento ilícito, debido a las cuotas cobra-
das a los introductores del contrabando (BUAY, UAL, 1813, microfilme 8).
La estructura social del Yucatán colonial inmiscuida en el contraban-
do se componía de esferas socioeconómicas diversas, por ejemplo, autorida-
des de gobierno, ricos comerciantes, altos funcionarios militares o de aduana,
por una parte13, y empleados menores, celadores, soldados, pequeños comer-
ciantes, arrieros, vigías, etc., por la otra, cada una conformada por sectores de-
finidos, con contactos o interconexión según la posición que los individuos
ocupaban en la estructura de poder y por medio de la cual se tenía acceso a
los recursos económicos y políticos (Victoria, “De la defensa” 169-180).
Esa interconexión, que notoriamente perseguía una finalidad perso-
nal o reducida a unos cuantos, se basaba en factores de lealtad y confianza
13 rSegún Pietschmann (12 y 31), los tipos de corrupción más generalizados entre la
burocracia hispanoamericana fueron el contrabando, cohecho y soborno, favori-
tismo y clientelismo y venta de oficios y servicios burocráticos al público.
rConsideraciones finales
Diferentes en forma, y en cuanto a algunos factores socioeconómicos im-
plícitos, el sistema de atalayas de la península Ibérica y el yucateco cum-
plieron su cometido en cuanto a la vigilancia y la transmisión de mensajes
250 a lo largo de la costa donde se situaban. Tal como se mencionó, las vigías
i
i
personas que lo postulaban y de éste para con quien se lo otorgaba.
rBibliografía
F uentes primarias
F uentes documentales
F uentes secundarias
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Mayab”. 2 t. Tesis de Licenciatura en Historia. Universidad Nacional Autóno-
ma de México, 1989. Impreso.
R esumen
r
El siguiente artículo da a conocer algunos aspectos generales de la estampa en cuanto
a sus características físicas, temas, comercio y usos desde el siglo XVI hasta los pri-
meros años del XIX en el Nuevo Reino de Granada. El hallazgo de documentos en
archivos y de imágenes impresas europeas, llegadas durante la época colonial, ha
permitido aportar nueva información en torno a estas obras, de diversas temáticas
religiosas y civiles, que tuvieron significativa importancia en la evangelización y en
la propagación de mensajes, como objetos devocionales, elementos decorativos y
simbólicos, ilustradores de libros, al igual que como fuentes de inspiración y cono-
cimiento para artesanos.
Palabras clave: estampa, grabado, arte en el Nuevo Reino de Granada.
A bstract
r
This article presents some general considerations on the physical characteristics,
topics and uses of Holy Cards from the 16th century to the beginning of the 19th
century in the New Kingdom of Granada. The finding of archival documents and
European printed images that arrived during the colonial period made it possible to
offer new information about these works of diverse religious and civic topics, which
have a significant role in evangelization and propaganda, as devotional objects, deco-
rative and symbolic elements, book illustrations, as well as sources for inspiration and
knowledge for craftsmen.
Key words: illustration, engraving, art in New Kingdom of Granada.
i
ción que se ha escogido para este artículo, al ser la usada por Carducho,
Pacheco1 y Palomino, autores de los principales escritos de esta índole en
español, que se refieren a la impresión positiva a partir de una plancha de
madera o de metal grabada. Esta elección, a su vez, guarda relación con las
definiciones difundidas por el Tesoro de la lengua castellana o española2 (Co-
varrubias) y por el Diccionario de autoridades3 (Real Academia Española).
El significado de estampa, tal como se entendía en el período colo-
nial, tendría su equivalencia actualmente en la palabra grabado. En el Nuevo
2 Covarrubias define los siguientes términos: “Estampa: La escritura o dibujo que se imprime con
la invención de la imprenta; la cual se experimentó antes que en otra parte en cierto estado de
Francia, dicho Estampes, que fue antiguamente de los condes de Alasón, y el lugar principal se
llama Estampes, de donde tomó el nombre la estampa…” (515); “Grabar: Grauar. Esculpir en
piedra o en metal algunas letras o figuras. Díjose así cuasi graphar, del verbo griego γραφω" (600).
3 La Real Academia Española define estampa como sigue: “Estampa: Efigie o imagen impresa,
mediante la invención del torno, con molde o lámina grabada o abierta a buril. Lat. Efigies.
Imago. Icon”. “Estampa. Significa asimismo idea, original, dibujo y molde principal, ò prototipo.
Lat. Typus vel Prototypus.” (625).
rCirculación y presentación
de las estampas
Con certeza se sabe que la Nueva Granada recibió estampas y libros ilus-
trados por medio de éstas desde los puertos de Sevilla y Cádiz, y aunque la
casa impresora más famosa fue la Oficina Plantiniana de Amberes, dirigida
por Cristóbal Plantin, Juan y Baltasar Moretus, se encuentran los registros
e influencias de obras provenientes de otras ciudades europeas como Ma-
drid, París, Lyon, Roma, Milán, Colonia y Ginebra. Sin embargo, no se des-
carta la llegada de obras desde puertos americanos.
A diferencia de México o de Lima, Santafé no contó con una casa
de grabado y, hasta el momento, la primera noticia que se tiene de un gra-
bador en la Nueva Granada es la que se refiere a Francisco Benito de
Miranda, tallador de la Casa de la Moneda, quien en 1782 abrió la plan-
cha La divina pastora, y en 1791, la Virgen del Rosario de Chiquinquirá (Giral-
do, La miniatura 273).
No obstante, vale la pena reflexionar en torno a la mención de mol-
des de estampas de Nuestra Señora de Chiquinquirá, Nuestra Señora de
i
Chiquinquirá que está en el Nuevo Reyno de Granada. Tampoco se debe olvi-
dar la referencia que hizo fray Pedro Simón sobre una imprenta de naipes
en Cartagena, que ya funcionaba en el siglo XVII.
para conducir efectos al Chocó. Entre sus mercancías se hallaba “papel pin-
tado, y blanco” (AGN, A 4, ff. 282r-284v.). Luego comenzaba la circulación
de las estampas, unas veces por intercambio entre mercaderes, como el que
realizó en 1600 Juan Fernández de Heredia, tratante de la Calle Real de San-
tafé, quien por mercaderías de la tierra y cosas de una pulpería recibió de
Sancho de Camargo y de Enrique Núñez, entre otros bienes, una imagen
de papel avaluada en tomín y medio, o como las once estampas en papel
por luminar a tres tomines, las siete hechuras del niño Jesús en papel a peso
y las veinte hechuras de medio pliegos iluminadas a peso que se encuen-
tran en la memoria de la ropa que Alonso Arias entregó a Juan Francisco
de Lacuis, en 1601 (AGN, N1 24B, ff. 864r-867r.).
En otras ocasiones, hubo venta itinerante que practicaban los mer-
260 caderes o por la oferta en las calles a través de pregoneros que debían dar
i
anuncios “en altas e inteligibles voces”, tal como lo hacía José María Cas-
tañeda, en Santafé, en 1792, cuyo parlamento decía “quien quisiese hacer
postura a unas estampas de la venerable Mariana de Jesús, Azucena de
Quito, y de nuestro Señor parezca y se le admitirá la que hiciere” (AGN,
H 13, ff. 878v-885v.).
i
1613, pero aún así se efectuaban4.
4 rVéase Lobo y Arias, título 10: “DE RELIQUIIS, ET VENERATIONE SANCTORUM. Que no se
consientan imágenes, en que hay pinturas deshonestas, y que las que hubieren, se consu-
man y que no se pregonen en las almonedas las cruces, o imágenes, o reliquias de los santos,
o agnus Dei” (181-183). Nótese cómo esta normativa no se cumplió; el remate de esta clase
de obras fue una práctica usual e, incluso, hubo pregones.
verde de vejiga, verde de Hungría o tierra greda verde templados con cola
de guantes, y los polvos aurum musicum o musivum se usaban para conse-
guir el color dorado (Portús y Vega 68).
También era posible que sobre la estampa se adicionara otro tipo
de material diferente al pigmento, como láminas metálicas, encajes, telas o
recortes de papel. El soporte más común fue el papel y, en menor medida,
el pergamino y la vitela. Un ejemplo se observa en el Museo de Arte Colo-
nial de Bogotá, en la estampa italiana San Francisco consolado por el ángel de
la música, inspirada en el grabado del mismo nombre de Agostino Carracci
(c. 1595), quien a su vez tomó el modelo de la creación de Francesco Vanni.
Esta obra, además de la iluminación, cuenta con fragmentos de seda colo-
reada (Figura 1).
Las estampas podían permanecer sueltas o guarnecidas (es decir,
enmarcadas, guardadas en cajas o expuestas en espacios privados o públi-
cos). La forma de hacer los inventarios no siempre era igual y a veces se
especificaba el material de la base sobre la cual estaba pegada la estampa
(frecuentemente madera, pero hay casos sobre tela); otras veces, el del
marco (madera, metal, espejo, vidrio, carey, terciopelo, etc.) o su dimen-
sión. Pocas veces todos estos datos aparecen juntos. Lo que se observa en
263
i
Figura 1.
San Francisco
consolado por el
ángel de la música
Estampa italiana
a partir de estampas
de Francesco Vanni
y Agostino Carracci
(1595), siglo XVI.
Estampa sobre papel,
impresa de un grabado
en metal, iluminada
y con sedas coloreadas.
Dimensiones: 15×9,7 cm.
i
tajas a la causa de la beatificación de la venerable Mariana de Jesús” (“Expe-
diente relativo a las estampas”, f. 588r.).
i
hagiografías y escenas bíblicas. El Museo de Arte Colonial de Bogotá con-
serva algunos ejemplares: Notre Dame du Mont-Carmel (Nuestra Señora de
Monte Carmelo), de François Chereau; Asunción de la Virgen, Li gl.s mart.
ri
San Lorenzo e. S. Bastian (Los gloriosos mártires San Lorenzo y San Se-
bastián); S_Iacobus Maior Hispania Patronus (Santiago el Mayor, patrón de
España); Tentación de Santo Tomás; San Pedro Alcántara; Iesus amabilis, de
Iacob Mejens y Cor van Merlen; Ecce agnus dei, de T. van Merlen; Mater
amabilis; San Francisco consolado por el ángel de la música; Santa Cecilia, y S.
Ioseph, de G. Donk, estampa flamenca que muestra a San José con el niño
(una de las iconografías más difundidas en la Colonia) y sobre ellos un án-
gel aparece en un rompimiento de gloria; la iluminación no oculta la trama
del grabado (Figura 2).
Las iglesias no fueron espacios ajenos a la vida que adquirió la es-
tampa. Prueba de ello son los episodios vividos por fray Juan de Santa Ger-
trudis, misionero franciscano, entre 1756 y 1767, en las provincias de Quito
y Popayán:
Por la fiesta de la Asunta de la Virgen se hacía en esta iglesia [de Quito] todos
los años esta tramoya. Tiene la iglesia media naranja en lugar de arco toral, y
está en lo interior arrodada de balconería. Ponían pues a la Virgen en repre-
sentación de muerta en una decente y rica tarima, cubierta la media naranja, y
al concluir la misa mayor, con artificia hacían bajar de la media naranja un nu-
blado revestido de gloria con muchos ángeles cantando, los que también con
tramoya hacían levantar a la Virgen de la tarima y la ponían en brazos dentro
del nublado, y a este tiempo salía el golpe de música de la balconería a recibirla
en lo interim que todo subía a paso lento por el aire, y en estando ya en altura
proporcionada, de la balconería tiraban muchos panes de oro y plata batida,
muchos papeles con motes y láminas finas, y se soltaba una gran partida de
palomos a volar. Función era que arrastraba a todo Quito. (Santa 3: cap. 8)
268
i
Figura 2.
S. Ioseph
Autor: G. Donk.
Estampa sobre papel,
impresa de un grabado
en cobre, iluminada.
Escuela flamenca.
Dimensiones:
24,2×15,7 cm.
Fuente: Museo de Arte
Colonial, Ministerio
de Cultura de Colombia.
i
mas que había fuera del tema religioso (Nuestra Señora del Rosario y otras
advocaciones de la Virgen, Cristo, la Trinidad, santos, los apóstoles), como
países (o paisajes, según tratadistas como Pacheco, de los cuales se conta-
ron 27), jeroglíficos (7 ejemplares), sibilas (36 imágenes de estas profetizas)
y versos (encontrados en 6 papeles), algunas de papel, otras de papelón y a
veces con guarnición (“Inventario de la hacienda”, fot. 1135-1137).
Quizá, los ejemplos más conocidos de uso de la estampa de tipo
mitológico, emblemático y de venaciones son las pinturas murales de las
casas de Tunja, que han sido ampliamente estudiadas por Martín Soria,
Santiago Sebastián (Emblemática) y José Miguel Morales Folguera. Dentro
de las fuentes inspiradoras de la casa del escribano Juan de Vargas están
los libros Personajes de mascaradas, hombres y mujeres, Libro di variati masca-
ri quale servanoa pittori et a homini ingenos y Paneles de ornamentos animados
de divinidades del paganismo, de René Boyvin (Morales 177-178, 228-229).
En cuanto a libros de cacería, la influencia proviene de Venationes ferarum,
avium, piscium, de Giovanni Stradanus.
La Casa del Fundador de Tunja presenta un programa iconográ-
fico basado en libros de emblemas. Entre los identificados por el profe-
sor Morales (253-270) y los citados por Sebastián (Estudios 318-328) se
dra Fajardo (primera edición: Mónaco, 1640); Philosophia secreta, de Juan Pé-
rez de Moya (primera edición, 1585), y Emblematum liber, de Andrea Alciato
(primera edición: Augsburgo, 1531) (AGN, N1 65, rollo 22, fot. 1223-1238).
rTalleres
En los talleres de artesanos fue fundamental la observación de estampas
tanto para aprender procedimientos del oficio como para tener fuentes de
inspiración para la ejecución de obras. En los obradores de pintura, a juzgar
por los testamentos, hubo grandes adquisiciones de estos materiales. En el
caso de representaciones del catolicismo, éstas fueron controladas por la
Iglesia y por la Corona; de ahí la corriente utilización de las estampas como
modelos para la composición pictórica, ya que este aval los eximía de ser
responsables de errores iconográficos o de indecencia (“Sesión”; Lobo y
Arias)6. Dos casos de series pictóricas que han llegado a nuestros días son
6 rVéase: “Constituciones Synodales fechas en esta ciudad de Santafe, por el señor don Frai Juan
de los Barrios primer Arzobispo de este Nuevo Reyno de Granada, que las acabo de promulgar
i
Bogotá e iglesia de Cómbita, Boyacá), uno atribuido a Baltasar y el otro
a Gaspar de Figueroa, respectivamente. Nos es posible remitirnos a la
estampa del mismo nombre tallada por Albrecht Dürer. La revisión del
testamento de Baltasar, elaborado en 1667, confirma el uso de este tipo de
impresiones en los talleres. En éste se dice:
Declaramos por bienes del dicho difunto diferentes colores que había en
un escritorio de madera aforrado en badana negra tachonado, con las ga-
vetas dadas de color, que no se sabe la cantidad efectiva que en el había,
todo lo cual con otros bastidores, piedras, estampas, lienzos, cantidades de
albayalde y cardenillo que estaban en el aposento donde trabajaba el dicho
difunto para en poder del dicho Nicolás de Figueroa… (“Testamento de
Baltasar”, f. 712v.)
ra 3 de junio de 1556 y su capítulo 22: Que no se pinten imágenes, sin que sea examinada
la pintura”, en Romero (565).
7 Véase el capítulo “El uso de la estampa a través de los tratadistas”, en Navarrete (24-40).
Sus libros de vidas de santos, con estampas para las pinturas, más un libro de
arquitectura, necesario a el arte, más de mil ochocientas estampas que habrán
costado unas a doce, otras a patacón y otras cuatro reales. (Fajardo, Vargas)
Los espacios públicos fueron vestidos con lienzos, colgaduras, tapices, pin-
turas, pendones, luminarias, láminas de papel y construcciones efímeras
i
testigo como en la calle estaban colgados algunos de los dichos lienzos y en
las ventanas de las dichas laminas y el niño Jesús que a dicho y esto responde.
(AGN, Colonia, Testamentarias 2, ff. 1-369, cit. en López 236)
274
Monstruo de la laguna de Tagua
Estampa sobre papel, impresa de un grabado
en cobre, iluminada. Anónimo español.
i
Figura 4.
Monstruo de la laguna de Tagua
Dibujo a tinta sobre papel. Anónimo.
Finales del siglo XVIII.
Dimensiones: 31×21,7 cm.
Fuente: Archivo General de la Nación,
Ministerio de Cultura de Colombia.
8 rSobre la historia de la estampa de la arpía, véase Picasso. Agradezco la información dada para
encontrar estas relaciones a Mauricio Tovar, Cristian León y Jorge Gamboa.
i
aux ordres de Points en 1697, creada por Nicolás Marie Ozanne y grabada
por F. Dequevauviller en la segunda mitad del siglo XVIII, en el Mapa del
ataque a Cartagena por el barón de Pointis en 1697 y la estampa Vue de la Ville
de Carthagène en Amérique, prise par les françoises en 1667 (en realidad este he-
cho ocurrió en 1697), tallada por Mondhare, en 1780, es evidente la distan-
cia entre el grabador y la visión real de la ciudad. De esta estampa existen
ejemplares iluminados en colecciones privadas (Figura 5).
Figura 5.
Vue de la Ville
de Carthagène en
Amérique, prise par
les françoises en 1687
[año correcto: 1697]
Autor: Louis Joseph
Mondhare. Escuela
francesa. Estampa
sobre papel, impresa
de un grabado en
cobre, a una tinta.
Año: 1780.
Dimensiones:
38,7×54,5 cm.
Fuente: Museo Nacional
de Colombia, Ministerio
de Cultura de Colombia.
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281
R esumen
r
El artículo intenta dar luces sobre el problema de la participación de los religiosos
y clérigos neogranadinos en la lucha por la independencia. Para ello estudia el caso
de los frailes dominicos de Santafé de Bogotá y el centro del país. El análisis intros-
pectivo, en un primer momento, resume el papel desempeñado por ésta y otras ór-
denes en la sociedad colonial durante el régimen de los Austria y cómo las reformas
borbónicas afectaron sensiblemente dicho rol, al minar la confianza que la comuni-
dad dominicana tenía en el régimen. En un segundo momento se observa cómo se
fue dando el compromiso de los frailes con la causa independentista durante su pri-
mera etapa, desde los albores del movimiento del 20 de julio de 1810 hasta la víspera
de la reconquista española.
Palabras clave: clero, Nueva Granada, dominicos, independencia.
A bstract
r
This article aims to illuminate the problem of the participation of the members of re-
ligious orders and the clergy of the New Granada in the fight for the independence.
For this effect, it studies the case of the Dominican friars in Santafé de Bogotá and the
centre of the country. The introspective analysis, in a first moment, summarizes the
role of this and other orders in the colonial society under the regime of the Austria and
how the Bourbon reforms sensibly affected this role, by undermining the confidence
of the Dominican community in the regime. In a second moment, it examines how
the friars slowly made their commitment to the pro-independence cause during its
first period, from the beginning of the movement on July 20th, 1810, to the night before
the Spanish reconquest.
i
el cumplimiento de sus intereses1.
Así, por ejemplo, lo religioso se intrincó con lo económico a tra-
vés de las capellanías, que fueron usufructuadas por medio de los censos,
e hicieron de los conventos entidades rentistas, y varias de ellas, pres-
tamistas (Toquica). También las cofradías y otras corporaciones crea-
das con un fin religioso por las órdenes y las parroquias se convirtieron,
en muchos casos, en vehículos de articulación de intereses de grupos,
como las élites criollas, con el fin de mantener la separación étnica y
social; conservar privilegios, bienes y fortunas, y luchar contra el paga-
nismo indígena y el mestizaje (Pastor 95). Finalmente, ciertas órdenes
religiosas —como los dominicos y los jesuitas— mantuvieron un con-
trol educativo-ideológico a través de los colegios mayores y las universi-
dades (Plata, La universidad).
En el plano político, los dominicos, al igual que las demás órdenes,
pronto tuvieron conciencia de su importancia para garantizar el funcio-
namiento del Estado, especialmente durante la era de los Habsburgo.
1 rAlgunos han denominado esta relación régimen de cristiandad. Véase al respecto Laboa (109).
del continente americano. Tal argumento los hizo librar y ganar con éxito
muchas batallas legales en los distintos momentos en que las autoridades
pretendieron introducir medidas que los religiosos consideraban dañinas
o contrarias a sus intereses. Por otra parte, los funcionarios reales, espe-
cialmente en tiempos de los Habsburgo, respetaron generalmente las
decisiones tomadas por los capítulos provinciales y evitaron hostigar a
las comunidades religiosas, salvo si sus actos causaban conflictos notorios
con los criollos o algún sector de la población, y que afectaban la “paz y
el orden” público. Además, el reconocimiento que tenían los frailes de ser
personas doctas e instruidas los llevó a que éstos sirvieran de consultores a
los gobernantes locales (Zamora 365).
2 rLa fidelidad mostrada por la Orden al monarca fue premiada de diferentes maneras: por ejem-
plo, en designar a frailes de esta orden para los cargos episcopales en América. Se sabe que casi
la mitad de los obispos durante la época colonial pertenecían a la orden fundada por Santo
Domingo (Martín).
3 Esta independencia se garantizaba por la condición jurídica de las órdenes religiosas como
entidades trasnacionales que mantenían una organización y autoridades centrales propias,
residentes estas generalmente en Roma.
i
regalista, de manera que su fidelidad fuera hacia el rey antes que al papa.
A fin de lograr dicha sumisión total se impartieron instrucciones para
convocar a sendos concilios provinciales, realizados bajo supervisión real
y que tenían fines de estrechar la disciplina clerical y hacer hincapié en
la autoridad real sobre la Iglesia (Luque)4; sin embargo, tales concilios
no tuvieron buenos resultados, salvo en México. En la Nueva Granada
apenas se convocó, en 1772, pues se frustró por la temprana muerte del
arzobispo de Santafé, el dominico fray Agustín Manuel Camacho y Rojas
(Mesanza, Apuntes 35).
Al tiempo que se intentaba fortalecer el regalismo y disciplinar al
clero secular, los burócratas de la Corona intentaron reorientar totalmente
la articulación que las comunidades religiosas mantenían en la sociedad y
Estado coloniales a través de una serie de reformas que intervinieron varios
4 rEn la Nueva Granada. en la década de 1770. el virrey Guirior consideraba que el clero secular
estaba muy desarticulado entre sí, que la comunicación entre el arzobispo y sus obispos sufra-
gáneos y entre éstos era muy poca: “Son casi nulas las noticias que se comunican; a excepción
de las que se adquieren en los procesos judiciales.”, decía. Ello afectaba el control que las
autoridades civiles deseaban hacer del clero secular, a través de las cabezas de diócesis y estas
a partir del arzobispo. Véase Posada e Ibáñez (132).
i
En el plano ideológico fue donde los funcionarios reales consiguie-
ron los mayores frutos, a través de la irregular introducción de la Ilustra-
ción, vía reformas en el sistema educativo. Es famoso el pleito que mantu-
vieron las autoridades civiles de Santafé con los dominicos por el proyecto
del fiscal Antonio Moreno y Escandón de crear una universidad públi-
ca (de orientación ilustrada) a costa de la supresión de la Universidad
Santo Tomás, de línea escolástica ortodoxa (Martínez, “Fray Jacinto”;
Soto 275-96). Aunque no se logró suprimir del todo el sistema educativo
escolástico —de hecho, los dominicos ganaron el pleito— sí se logró des-
prestigiarlo y minar la confianza que se tenía en los religiosos como educa-
dores, al hacer dudar de sus capacidades intelectuales. Esto fue básico para
el posterior ataque contra las órdenes, llevado a cabo al iniciar el período
republicano, y que partió del supuesto de su incapacidad intelectual.
a favor del regalismo y contra las doctrinas del regicidio y el tiranicidio, que
se tituló Memoria justificativa de los sentimientos del Angélico Doctor Santo To-
más sobre la absoluta independencia de los Soberanos sobre la indisolubilidad del
juramento de sus vasallos y sobre el regicidio. Es un documento de 56 páginas
que se conserva manuscrito en el archivo de la Provincia Dominicana de
Colombia. En éste se defendía la independencia del poder de los sobera-
nos, se atacaba el regicidio, se criticaba la obra de Francisco Suárez (teólo-
go jesuita del siglo XVI, padre de la doctrina de la soberanía popular) y se
justificaba la expulsión de los jesuitas por defender estas ideas.
De la revuelta comunera, en 1781, no se ha encontrado documen-
to alguno que conste que el convento dominicano de Nuestra Señora del
Rosario de Santafé5 o de alguno de los existentes en el centro del país
(Chiquinquirá o Tunja) haya apoyado oficialmente dicha revuelta. Sólo se
encontró la manifestación aislada de fray Ciriaco de Archila, religioso lego
(no sacerdote) oriundo de Simacota, portero del convento santafereño y
i
varse. Todo indica, además, que fray Ciriaco actuó por cuenta personal y
que estuvo influido especialmente por razones ligadas a su origen (el mo-
vimiento comunero se desató en su región de nacimiento) y a cuestiones
personales, más que movido por algún aliciente teológico6. En la lucha co-
munera estaban involucrados familiares, amigos y conocidos suyos, y era
natural que el portero del Convento del Rosario pensara en ayudarlos.
Parece que el apoyo recibido por el fraile provino fundamentalmen-
te de personas externas al convento, como fue el caso de su amigo y confi-
dente, Jorge Tadeo Lozano de Peralta, marqués de San Jorge. Efectivamen-
te, dicho criollo noble hacía parte de la naciente Cofradía de San José, que
se había articulado en torno al convento de los dominicos de Santafé (Báez
2: 224-25). Allí también figuraban otros personajes criollos de prestigio y
formación, todos ellos educados en el tomismo, en sus versiones ofrecidas
por el colegio del Rosario o el de San Bartolomé.
6 rUn análisis detenido de este caso se encuentra en el capítulo 3 de mi tesis doctoral Religiosos y
sociedad en Nueva Granada.
i
médicos, sirvientes, abogados, pleitos, papel, utensilios, libros, etc.
Además, si se tiene en cuenta la progresiva reducción de fundacio-
nes de nuevas capellanías, que constituían la base del capital del convento,
se entiende por qué muchos frailes buscaban ser nombrados párrocos o
recurrían a ganar dinero extra por fuera del claustro. Esto, por supuesto, fa-
vorecía la creación de “bolsas particulares” que tanto habían criticado visi-
tadores y superiores, pero que en las circunstancias en que se encontraban
era imposible evitar, a menos que en verdad se quisiera vivir en el espíritu
antiguo de la mendicancia y la estrechez, a lo que no estaban dispuestos
unos religiosos provenientes de las acomodadas clases criollas.
Al estancamiento (que tendía a la baja) en el ingreso, hay que agregar
una serie de tragedias, la última de las cuales acabó por afectar sensible-
mente las cuentas de la economía conventual: el temblor del 12 de julio de
1785, que dañó gravemente la iglesia del Convento de Nuestra Señora del
Rosario de Santafé, de otros conventos dominicanos y de otras órdenes en
el centro del Virreinato. En total, un perito nombrado por el rey valoró los
daños del claustro en 288.769 pesos, un dineral enorme y fuera del alcance
inmediato de los frailes, quienes debieron concentrar buena parte de sus
esfuerzos en obtener los fondos necesarios para la reconstrucción (“Carta
del provincial” f. 1r.-1v.).
El proceso de construcción de la nueva iglesia hizo que buena parte
de los ingresos que los frailes tuvieron en la época se invirtieran en este fin,
lo que llevó a que la contabilidad presentara números rojos durante, por lo
menos, las últimas décadas del siglo XVIII y primera del XIX (“Acta” f. 2r.).
Tal era su situación cuando los frailes recibieron la noticia de una nueva
medida gubernamental que buscaba poner en jaque todo el sistema en el
cual se basaba la vida económica del clero regular.
292
Enajenación de capitales y bienes de capellanías
i
Figura 1.
Convento de Nuestra Señora del Rosario:
Rurales Urbanos censos redimibles, 1793-1797.
(fincas, haciendas, estancias) (solares, tiendas, casas)
57%
Tipo de bienes puestos bajo censo.
43%
Fuente: “Libro general”. Estadísticas hechas
a parir de un total de 104 casos identificados.
293
i
Figura 2.
Inmuebles sujetos
a censos a favor
del convento de
N. S. del Rosario
de Santafé, 1793-1797.
Fuente: “Libro general”.
Estadísticas hechas
por el autor a partir
de 124 casos.
Convento Figura 3.
Santa Inmuebles sujetos
San Victorino Bárbara a censos a favor
del convento de
N. S. del Rosario
de Santafé, 1793-1797:
ubicación dentro
de la ciudad
294 Fuente: elaboración
del autor a partir de
i
“Libro general”.
Este mapa se hace
a partir de 43 inmuebles
identificados de un total
de 54 ubicados en Santafé.
i
Tal acto significó un duro golpe para los religiosos y las cofradías, pues
se suprimía la base de todas sus riquezas y bienes. Sin capellanías no había
propiedades; sin éstas, ni arrendamientos ni censos; sin ellos no había ren-
tas. Fray Joaquín Cuervo, provincial de los dominicos, le escribió al maestro
general de su orden, diciéndole que la amortización hecha por el gobierno
había dejado al Convento del Rosario sin “bienes de dote”, es decir, sin bienes
de base para ponerlos a rentar (“Carta de Fr. Joaquin” f. 1r). Estaban obligados
a adquirir nuevas propiedades promoviendo más capellanías y donaciones;
pero éstas eran cada vez más escasas. Si a esto agregamos los ingentes egresos
aumentados por el proceso de construcción de la iglesia conventual, se pue-
de comprender el estado de preocupación en que se encontraban los frailes.
Las autoridades no sólo enajenaron los bienes de las capellanías del
Convento del Rosario de Santafé, también expropiaron varias haciendas
que se le habían asignado —a éste y a la provincia dominicana— para la
atención de las misiones en los Llanos en Barinas y Pedraza (“Carta de Fr.
8 rEsta cifra representa un pequeño porcentaje del total enajenado en América, que según Lynch
(177) era de unos 15 millones de pesos. De estos 10,3 millones provinieron únicamente de
México, prueba ésta de las enormes diferencias entre los bienes de las iglesias americanas.
i
cular, desde tiempo atrás ya hacían parte de las primeras tertulias literarias
que organizaban ciertos criollos de Santafé, en las cuales se discutían temas
varios, incluyendo los políticos (Tisnés 45). Pero aún no se encuentran ac-
titudes claras de parte de los frailes. De hecho, en las reuniones de septiem-
bre de 1809, el virrey Amar y Borbón confió a los religiosos y eclesiásticos
presentes —entre los cuales estaban los dominicos Juan Antonio de Bue-
naventura y Mariano Garnica— el encargo de intervenir, utilizando su
influencia, para evitar que se diera una temida toma del poder de parte de
un sector de los criollos (Ariza, Los dominicos 2: 988-9). Nada se sabe si ac-
tuaron en consecuencia; lo cierto es que Buenaventura y Garnica luego
fueron activos agentes del bando patriota.
Aunque a la fecha existían varios asuntos que incomodaban a los
frailes respecto al gobierno español, la tradición pro monárquica de los
frailes y la prudencia política que los caracterizaba les aconsejaba sólo in-
tervenir hasta cuando las circunstancias lo exigieran. No fue, pues, un apo-
yo institucional e irrestricto, como lo han pregonado los apologistas9,
9 r Entre ellos, Roberto Tisnés, Fr. Alberto Ariza, Fr. Andrés Mesanza y Fr. Enrique Báez.
Todo indica que la mayor parte de los clérigos que se comprometió deci-
didamente con la independencia en esta etapa procedía del clero secular.
Así lo señalan varios indicios, entre ellos, la lista de eclesiásticos procesados
por el general español Pablo Morillo, en 1816 (Figura 4). De un total de 50
individuos, el 76% correspondía a clérigos seculares, especialmente curas
y vicarios parroquiales. Varios miembros del cabildo arquidiocesano (en
sede vacante) y dignatarios de otras diócesis también se vieron incluidos
en esta lista. Un 20% de los casos correspondía a religiosos, en su orden,
franciscanos, agustinos (calzados y candelarios) y dominicos. Evidente-
Redacción
30 y/o publicación
25
de documentos,
panfletod, etc. 299
i
Participación en
20 el gobierno “rebelde”
15
Participación en tropas
y caudillismo
10
Predicación y exhortación
5
a favor de la independincia
Ariza (Los dominicos 2: 1011-27), que describe con nombre, apellido y he-
chos notables a 41 de los hijos de Santo Domingo en la Nueva Granada,
cifra que representa casi la mitad de los dominicos de la época, lo cual con-
firma que hubo un excelente trabajo de desagravio frente a Morillo duran-
te los años de reconquista española10. En la lista que ofrece Ariza se puede
ver que el grupo mayoritario lo componían frailes que no tenían cargos
especiales; por ende, con menos cosas que perder (Figura 5). Muchos de
ellos participaron como representantes de sus pueblos natales en las asam-
bleas republicanas. Siguen a continuación sujetos que estaban en cargos de
dirección-administración. Esto también tiene sentido; se trata de priores
de conventos mayores y menores, de capellanes y de síndicos, que podían
ofrecer mucho a los patriotas en términos de organización, apoyo econó-
300 mico y predicación, como finalmente sucedió. Siguen los doctrineros y
curas de almas, proporción muy alta si se tiene en cuenta que constituían,
i
Legos
5%
Dirección
29%
Conventuales
sin cargo especial
39%
Figura 5.
Formación
5% Dominicos comprometidos
en el proceso de independencia
de la Nueva Granada: cargo ocupado
Misión / cura de almas
Otros cargos 15% Fuente: Ariza (Los dominicos 2: 1011-27)
7%
y elaboración del autor.
10
r De hecho, en los años de la Reconquista se ve al provincial Francisco de Paula Ley muy activo
en este proceso de desagravio. Véase Ariza (Los dominicos 2: 999-1005).
Figura 6.
Costa Caribe
Dominicos comprometidos en
301
5% el proceso de independencia de la
Nueva Granada: lugar de residencia
i
Fuente: Ariza (Los dominicos 2: 1011-27)
y elaboración del autor.
Boyacá
59%
11
rEl 9 de diciembre de 1811 una asamblea expidió la Constitución de la República de Tunja y
proclamó la independencia de España. Firman esa constitución los dominicos fray Manuel
León, representante de Villa de Leiva (párroco) y fray Felipe Antonio Herrera, representante
de Santa Rosa de Viterbo. También fray Domingo Moscoso, por Sotaquirá; fray Isidro Leiva
por Sogamoso, y fray Nicolás Ramírez, por Susacón (Ariza, Los dominicos 2: 991).
Las razones que motivaron este compromiso no son claras. Tal vez
debió influir el hecho de encontrarse la provincia de Tunja en el camino
hacia el Casanare y los llanos venezolanos, centro de refugio y reclutamien-
302 to de tropas para la causa patriota. Por otra parte, un cambio de régimen
constituía una oportunidad para los frailes de ganar estatus y reconoci-
i
12
rDel Convento del Rosario de Santa Fe sólo el maestro fray Manuel Rojas fue acusado por
Antonio Nariño de apoyar la causa realista. Fue procesado por el tribunal eclesiástico de Santa
Fe, que lo absolvió (Ariza, Los dominicos, 2: 1010).
Casos significativos
i
inscribieron en la causa patriota en esos años, tres casos resaltaron sobre los
demás. Se trata de fray Juan Antonio de Buenaventura, fray Pablo Lobatón
y fray Ignacio Mariño. Los dos últimos son ejemplos típicos de misione-
ros-guerreros, y el primero era un líder respetado del convento que puso
en juego su prestigio y futuro, y perdió en el intento.
1811 a fray Pablo Lobatón, doctor “en ambos derechos” y ex profesor del
Colegio y Universidad Santo Tomás, marchando a los Llanos a desempe-
ñar su ministerio en Macaguane, Tame, Pore, Trinidad, Salina de Chiota y
Arauca (Ariza, Los dominicos 1: 204). Tenía por entonces más de 30 años. Es
evidente que Lobatón no iba por simple deseo de evangelizar infieles, sino
que fue enviado a cumplir funciones político-militares en representación
del gobierno independentista, pues en 1813 ya portaba el grado de coman-
dante del distrito de Tame, con grado de teniente coronel. Él es uno de los
primeros casos de clérigos militares que se vieron en la Nueva Granada, en
los cuales hubo representantes de las órdenes y del clero secular.
No obstante, el dominico patriota más famoso es fray Ignacio Ma-
riño. Boyacense, hizo su noviciado en Tunja y sus estudios filosóficos y
teológicos en Santafé. En 1800, debido a su mal comportamiento13, fue
trasladado a los Llanos Orientales como misionero, lugar donde estuvo la
13
rBáez, basándose en correspondencia dominicana, dice que Mariño fue al Casanare no por sus
cualidades para la misión, sino como castigo por su rebeldía y su actitud. Fue a ser probado y
a “que se le probara” (8: 452).
i
y en sus hondas corrientes son hundidos
porque verter sus sangre no resuelve.
Y cometiendo excesos tan crecidos
ejerce el ministerio, y aún absuelve
quien el cargo dejó de misionero
y el oficio tomó de bandolero.
[...]
A diez y ocho españoles hizo ahogar
metidos en mochilas de cuero,
diciendo que no derramando sangre
no quedaba irregular.
(Ibáñez; Mesanza, Apuntes 69)
Mariño fue uno de los próceres que fueron objeto de “culto” por la
historiografía tradicional colombiana elaborada desde las academias de
historia.
E m p ré s t i t o s y donaciones
unos 300.000 pesos para financiar la campaña del sur que Antonio Nariño,
el presidente, libraba contra realistas de Pasto y el Cauca. Debía ser cobrado
a comerciantes, hacendados y, por supuesto, a clérigos y monjas. El cobro,
sin embargo, fue lento, difícil y nunca se acercó a la suma deseada. Todos
(laicos, clérigos y religiosas) se quejaron de no tener recursos.
A los dominicos de Santafé les correspondía dar 2.000 pesos. Cuando
les llegó el turno, el 26 de octubre de 1813, el prior fray Luis María Téllez res-
pondió al encargado de recoger el empréstito con una serie de quejas sobre
su situación económica, entremezcladas con expresiones de patriotismo:
no había dinero en cajas, hace más de tres años no se adquirían propieda-
des, había que finalizar la construcción de la iglesia conventual (iniciada
desde finales del siglo XVIII), las finanzas de la comunidad estaban debi-
306 litadas desde que en 1804-1807 la Corona había expropiado las capellanías
i
i
ba que las tropas españolas se aprestaban a reconquistar la Nueva Granada
y no pocos temían represalias por haber apoyado la causa patriota. Ante
esta situación, los dominicos fueron más generosos a la hora de apoyar
materialmente al gobierno republicano cuando éste solicitó ayudas para
sostener su ejército.
El convento dominicano de Chiquinquirá hizo una donación aún
más generosa que el de Santafé: 1.233 pesos en efectivo, más una serie de
objetos valiosos: joyas en oro, plata, diamantes, esmeraldas y perlas que ha-
cían parte del ajuar de la venerada imagen de la Virgen de Chiquinquirá. En
el acta de donación se afirmaba que, de ser necesario, se entregarían “todas
las alhajas” tasadas en un valor de alrededor de 100.000 pesos de la época:
rPara cerrar
Las reformas borbónicas, especialmente aquellas que atacaron la influencia
de la institución eclesiástica en la educación y las finanzas de los conventos,
minaron la confianza que se tenía en la monarquía y de la simbiosis que
existía entre ésta y la Iglesia. Y aunque la primera insistió en el derecho di-
vino de los reyes, la doctrina estaba cada vez más desarraigada de su marco
308 natural, que no era otra que la teología escolástica y la sensibilidad barroca,
i
i
der mejor la participación del clero en el movimiento de independencia.
Tiene que ver con los vínculos familiares y regionales entre los líderes lai-
cos, los clérigos, los religiosos y las monjas, que establecieron, por ejemplo,
hasta dónde los compromisos personales y de sangre jugaron en las deci-
siones tomadas para inmiscuirse en el movimiento.
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i
Fecha de aprobación: 6 de julio de 2009.
R esumen
r
Este artículo analiza los discursos y representaciones desplegadas en torno a las enfer-
medades atribuidas a los indígenas circunscritos al Virreinato del Perú para el período
1570-1600 en las Relaciones Geográficas de Indias y algunos tratados médicos relevantes
de la época. Considerando el contexto de dominación colonial en que estas descripcio-
nes fueron elaboradas, es factible señalar que expresan algo más que una preocupación
“científico-médica” o sanitaria, en la medida en que aludirían a un conjunto de ideas
relacionadas con visiones sobre el ordenamiento simbólico, político y moral del espacio
y los sujetos coloniales.
Palabras clave: sujetos coloniales, espacio, cuerpo, discurso, representación, coloniza-
ción, Relaciones Geográficas.
A bstract
r
This article analyzes the discourses and representations deployed around the diseases
attributed to the indigenous confined to the Viceroyalty of Peru for the period 1570 – 1600
in the Geographical Relations of the Indies, and some contemporaries relevants medi-
cals treaties. Considering the context of colonial domination in which these descrip-
tions were developed it is feasible to express that there is more than a “scientific-medical”
or health concern because they refer to a set of ideas related to views on the symbolic,
political and moral order of the space and colonial subjects.
Key words: Colonial subject, space, body, speech, representation, colonization, Geo-
graphics Relations
i
bajo, etc.) y la colonización del imaginario (Gruzinski). En mi propuesta
de trabajo, la atención se centra en el segundo aspecto señalado, pues dar
cuenta de la lógica de la dominación, supone poner al descubierto sus me-
canismos no sólo en el plano de lo manifiesto, sino teniendo en cuenta los
conceptos, representaciones, imaginarios y simbolismos que allí operan
(Bourdieu; Maffesoli).
En el seno de la dominación española se desplegaron múltiples ejes
que definieron la jerarquización de los sujetos: la noción de naturaleza, la
1 rLos temas y documentos desarrollados aquí forman parte del proyecto Fondecyt núm.
1070938: Descripción geográfica y programa imperial, tensiones en las representaciones hispanas del
territorio del Virreinato del Perú (1570-1601), cuya investigadora responsable es la profesora Ale-
jandra Vega Palma. Además, este trabajo se nutrió y fue evaluado en el Seminario Troncal I:
“Problemas fundamentales de la cultura latinoamericana. Construyendo identidades y dife-
rencias: América entre dos rupturas (siglos XVI-XVIII)”, perteneciente al programa de Magíster
en Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad de Chile. Profesores coordinado-
res: Alejandra Vega, Alejandra Araya y José Luis Martínez.
2 A lo largo de este trabajo, cada vez que se nombre a lo habitantes del Nuevo Mundo como
indígenas será teniendo en cuenta que se trata de un tipo de sujeto creado en un contexto de
dominación colonial (Martínez; Silverblatt).
3
r En este sentido resulta interesante comparar la discusión que generó la cuestión indígena.
Por un lado, tenemos a Ginés de Sepúlveda (Tratado de las justas causas de la guerra contra los
indios), quien postulaba la inexistencia de humanidad en los indígenas; mientras que en el
discurso de Bartolomé de las Casas (Brevísima relación de la destrucción de las Indias) el indí-
gena aparece dotado de humanidad, pero una humanidad dócil idónea para la servidumbre,
es decir, en ambos subyace la noción de inferioridad de lo indígena (Adorno, “La discusión”;
Pagden, La caída). Por el otro, cabe señalar que el discurso imperial se preocupa también
por moldear a los españoles que deben encarnar el proyecto de dominio. Esta cuestión
quedará fuera de este estudio.
i
y cálidos, lo cual dibujaría una especie de geografía del peligro. Es decir, el
paisaje, a lo largo de este trabajo, se ha abordado como artefacto cultural,
teniendo en cuenta los sistemas de ideas a través de los cuales es significado
y se le otorga un sentido que va más allá de lo físico (Arnold; Nouzeilles).
Para el segundo eje, estas enfermedades se relacionan con concep-
tos como impureza, suciedad, abyección, contagio y peligro, los cuales son
centrales a la hora de trazar fronteras simbólicas (Douglas; Kristeva; Le
Breton, El sabor). Es decir, la enfermedad y sus cuidados emergerían den-
tro de los diversos discursos como dispositivos que pretenderían inculcar
una visión degradada del otro (en cuanto el cuerpo es el reflejo del alma),
que lo identifican con una condición abyecta y que llama al cuidado de los
contactos, pues éstos convierten a los cuerpos en blanco de enfermeda-
des y merman las cualidades físicas. Para dar cuenta de ello utilizo como
corpus documental las relaciones geográficas relativas al Perú, recopiladas
por Marcos Jiménez de la Espada, los tratados médicos confeccionados
por Nicolás Monardes (1574), Juan de Cárdenas (1591) y Agustín Farfán
(1595) y los principales vocabularios y diccionarios de la época.
Las relaciones geográficas corresponden a una serie de documen-
tos elaborados, para los virreinatos de Nueva España y Perú, a través de
4
rPara tener un panorama de los aspectos tratados, se pueden revisar los cuestionarios que
sirvieron para su confección, en la obra de Francisco Solano.
i
El saber y la práctica médica en España se caracterizaron, a lo lar-
go del siglo XVI, por cerrarse a los nuevos saberes y prácticas que surgían
en el escenario renacentista. No se sistematizaron los descubrimientos fi-
siológicos que comenzaron a dar forma a la llamada medicina moderna:
una nueva patología, una visión organísmica o mecanicista del universo
(de la que nacieron la iatromecánica y la iatroquímica) y una terapéutica
que incorpora la química. Cuestiones que tensionaban y contradecían el
galenismo hipocrático. Saber que se siguió practicando en suelo español
(Abarracán; Barona; Porter y Vigarello).
5
rEntre otras publicaciones con datos médico-farmacológicos sobre América, editadas du-
rante el siglo XVI se destacan: Historia natural y moral de las Indias, escrita por Joseph de
Acosta (Sevilla, 1590), y Opera Medicinalia, escrita por Francisco Bravo (México, 1570). Sobre
esto ver la obra de Juan Comas et al.
ciones americanas.
El análisis del corpus está dado por su relación con las condiciones
históricas y el contexto de ideas al cual se articulan. Si bien se reconoce
que cada uno de los documentos utilizados posee especificidades según
sus contextos de producción, en este trabajo se pone el relieve en los re-
pertorios mentales vinculados con el cuerpo, la enfermedad y el contagio
—con sus respectivas rupturas y continuidades— que emergen a la hora
de dar cuenta sobre las relaciones e identificaciones coloniales. Sin obviar
la heterogeneidad de estos discursos y representaciones, lo central son las
formas como se definen las enfermedades, se narran y se juzgan, y cómo
ello incide en el tejido de relaciones e identificaciones coloniales.
En este sentido, resultan centrales los conceptos de discurso y repre-
sentación. Por discurso entiendo un conjunto de reglas y normas que se
refiere a algo, prácticas sociales reguladas por juegos de poder (Foucault, El
orden). Y por representación, las imágenes, palabras, gestos, etc. por medio
de los cuales lo sujetos se perciben a sí mismos y a su exterior, las percep-
ciones colectivas de un grupo en relación con su identidad o identidades;
teniendo en cuenta que estas representaciones pueden ser reelaboradas
subjetiva y colectivamente (Chartier).
Dar cuenta de aquello sobre lo cual son posibles los conocimientos y sabe-
res implica entender la episteme que allí opera, es decir, los códigos en que
una cultura se funda “los que rigen su lenguaje, sus esquemas perceptivos,
sus cambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de sus prácticas”, fijando
así “los órdenes empíricos con los cuales tendrá algo que ver y dentro de
los que se reconocerá” (Foucault, Las palabras 5).
Desde esta perspectiva, referirse a la construcción de saberes en
torno a los espacios y sujetos americanos no es un ejercicio exento de di-
ficultades, pues implica, por una parte, reconocer un proceso de naturali- 321
i
zación de las formas de conocer impuestas por la colonización, las cuales
han instalado unas lecturas de América desde la inferioridad en relación
con el referente europeo colonizador. Por la otra, y sin obviar el proceso
de occidentalización mencionado, no debemos pasar por alto las tensio-
nes, intersticios y porosidades que se producen a la hora de hablar sobre lo
americano, lo cual genera diversas recepciones, debates y modificaciones a
lo largo del tiempo en los diferentes contextos6.
6
rEn efecto, el simple acto de nombrar América ha sido un campo de disputa en los más varia-
dos contextos: desde el momento mismo de la expansión europea (Las Indias, Nuevo Mundo,
etc.), pasando por el periodo de conformación y consolidación de los Estados Nacionales,
hasta nuestro días, cuando sectores subalternos como los indígenas y afrodescendientes, o
grupos comprometidos con ellos, han relevado nombres como Indoamérica y Afroamérica.
¿Qué imaginarios, opciones políticas, etc., laten en estos enunciados? Vemos como en el “sim-
ple” acto de nombrar se reafirman o resignifican las matrices sobre las cuales se ha entendido
lo americano (O’Gorman, “Prólogo”; Rojo). Por otra parte, cabe destacar que la problemati-
zación en torno a los saberes, conocimientos y epistemes que operan al dar cuenta sobre lo
americano fue uno de los ejes tratados en el Seminario Troncal I: “Problemas fundamentales
de la cultura latinoamericana. Construyendo identidades y diferencias: América entre dos
rupturas (siglos XVI-XVIII)”, perteneciente al programa de Magíster en Estudios Culturales La-
tinoamericanos de la Universidad de Chile, coordinado por Alejandra Vega, Alejandra Araya
y José Luis Martínez.
7
rEn este sentido, se ha postulado que la imagen del bárbaro y su deshumanización se establecie-
ron como uno de los primeros métodos para conocer, clasificar y dar a conocer todo aquello
con lo que los agentes colonizadores se encuentran y que les extraño culturalmente (Pagden,
La caída). Por otra parte, cabe señalar que si bien es cierto que esta matriz eurocéntrica ha
sido hegemónica a la hora de abordar a los sujetos, espacios, prácticas y saberes americanos,
debemos tener en cuenta las apropiaciones y relecturas que se han hecho desde América.
i
cen dicha experiencia secreten abyección por todas partes “pues la abyec-
ción es, en suma, el reverso de los códigos religiosos, morales, ideológicos,
sobre los cuales se funda el reposo de los individuos y las treguas de las
sociedades” (Kristeva 279). La abyección reviste formas específicas según
los sistemas simbólicos y contextos sociohistóricos. En esta exposición el
relieve está puesto en la construcción de sujetos y espacios abyectos en
relación con la enfermedad, en cuanto sistema de descripción que sirve,
entre otras cosas, para apropiarse y neutralizar estos espacios y sujetos, tra-
zando las fronteras simbólicas mencionadas9.
En este acto de apropiación y neutralización de los espacios y su-
jetos, narrar se convirtió en una actividad central. De esta forma, relacio-
nes geográficas, crónicas, tratados, etc. fueron máquinas de representación
8
rDe hecho, es posible rastrear en el interior de los diversos cuestionarios preguntas como “a qué
parte están las amazonas” (1518), preguntas por las calidades y extrañezas en los cuestionarios
de 1533 y 1534 y en 1556-1557 preguntas sobre los animales monstruosos (Olivera LXVI).
9 Otros trabajos se sitúan más bien en cómo la enfermedad, para el ámbito conventual, da cuen-
ta de la construcción de subjetividades modernas, manifestadas en la individuación de los
sujetos y la construcción de un yo (Araya, “Melancolía”).
i
En las descripciones aquí analizadas se tiende a relacionar los tem-
ples cálidos y húmedos con excesos perjudiciales de todo tipo: naturaleza
exuberante, enfermedades, vicios, pestilencia, etc. Por ejemplo, en la Rela-
ción de Santo Domingo de Chunchi se señala:
La tierra no es muy sana, por causa de que los llanos de Guayaquil y otros ca-
lientes están muy cerca, que de un cuarto de legua hasta los mesmos llanos, que
habrá doce leguas, poco más o menos, todo es cálido; y destas partes, el invierno,
con las aguas, se levantan muchas nieblas de los vapores de la tierra y suben a esta
sierra; y como entonces los aires no tienen tanta fuerza que puedan trasponerlas
de las sierras, se quedan en estas partes, y éstas causan humidad; demás de que la
mesma constelación de la tierra es húmeda; y destas frialdades y neblinas proce-
den enfermedades. (Jiménez de la Espada 2: 286)
10
rPara ver otros aspectos vinculados más bien con la topografía de los lugares y sus habitantes
en el marco del discurso imperial, véase la obra de José Luis Martínez.
... y aunque los naturales viven sanos, llegan pocos á muy larga vida, que en
parte debe ser por el poco regalo y comodidad que tienen para la vida humana
de comidas y camas y vestidos, y en parte por la desordenada y torpe bestiali-
dad de vicios en que viven. (12)
res templados serían los más idóneos para el desarrollo y progreso humano
(Hipócrates). Dicha distinción comenzó a operar a la hora de dar cuenta de
esta otra naturaleza. López de Medel es bastante elocuente para dar cuenta
sobre esta distinción, al referirse a los lugares más apropiados para habitar;
excluye aquellos húmedos y calurosos, pues en “semejantes lugares mayores
enfermedades hay que por acá y mayores aparejos para enfermar y morirse
los hombres, por la particular destemplaza de aquellos lugares...”. Entre tan-
to, los templados se caracterizan por no “haber exceso alguno y si le hay es
muy poco [...] ser acomodadísima para la habitación de los hombres, por
su grande templanza y maravillosa disposición para la salud humana” (133).
Por otro lado, es necesario anotar que en la documentación analiza-
da son los indígenas quienes aparecen como los únicos habitantes de estas
zonas; son ellos los que aparecen como débiles, sujetos a una tierra llena
de vicios: “... aunque los de las tierras calientes, comprendidas entre los tró-
picos, son por lo ordinario de menor cuerpo, y más débiles y flacos por la
relajación del calor y vicio de la tierra, que los criados en partes frías y fuera
de los trópicos” (López de Medel 27).
De esta forma se entiende por qué las zonas cálidas y húmedas
(habitadas principalmente por indígenas), en oposición a las templadas
i
o biológicamente con dichos sujetos. En cuanto a lo nocivo que podría
llegar a ser el acto de ingresar a dichos espacios, la relación de la provincia
de Jauja señala: “es el valle sano, y si algunas enfermedades tienen los indios,
es de mudar de temple y por ir a las tierras calientes” (Jiménez de la Espada
1: 170). También, según Juan de Cárdenas, estas enfermedades se podían
contagiar por imitar prácticas culinarias propias de los indígenas de estos
espacios, como el comer carne cruda de especies como reptiles y gusanos.
Una de las relaciones recurrentes en la documentación es el temple
húmedo-cálido y los males pestilenciales12. Según el Tesoro de la lengua
castellana, pestilencia corresponde a: “lo mismo que peste”, y peste, a “en-
fermedad contagiosa que comúnmente se engendra del aire corrompido”
(f. 141). El aire corrompido era fruto de la humedad, pues ésta causaba la
putrefacción del ambiente. Las aguas, la tierra y sus habitantes parecieran
11
rPara ver otros aspectos vinculados con las características de estos espacios, véase la obra
de David Arnold (125-135).
12 Véase, por ejemplo, “Relación que enbio a mandar su majestad se hiziese desta ciudad de
Cuenca y de toda su provincia” (Jiménez de la Espada 2: 266-7).
i
decimonónicos, que hacen hincapié en la diferencia y plantean de manera
sistematizada el factor racial (Arnold; Caponi).
Tal como lo he señalado, la naturaleza no era algo separado de sus
habitantes, entonces, ésta sólo podría albergar sujetos indígenas abyectos
y peligrosos. Para afirmar ello considero necesario, por un lado, dar cuen-
ta de los imaginarios y representaciones en torno a la figura del indígena
durante el período en cuestión. Por el otro, cómo ellos se articulan con lo
hasta aquí dicho sobre el espacio.
13
rCabe destacar en este punto que el cuerpo indígena no es el único que dentro de este progra-
ma de dominio imperial está siendo modelado. La Corona está tan preocupada de normar el
cuerpo indígena como el del cristiano español, que roba mujeres e hijas y se amanceba, que
juega naipes y bebe hasta embriagarse y perder los sentidos, que reniega de Dios, etc.
i
Desde dicha perspectiva se puede leer la mención, caracterización
y comportamientos ante la enfermedad llamada cámaras. En efecto, las cá-
maras aparecen como una enfermedad común en los ambientes húmedos
y cálidos, definidas como “el excremento del hombre, cuyo nombre se le
debió dar porque siempre se exonera el vientre en lugar retirado y secreto”;
o también como “el flujo de vientre, que ocasiona obrar repetidas veces en
el tiempo, y por ello se usa en plural. Algunas veces suelen ser los cursos de
sangre, por estar heridos los intestinos” (Real Academia).
Sangre y excremento, fluidos que corrompen el interior del cuerpo
y amenazan con corromper el exterior. De hecho, enfermedades como
sarna, apostemas, lepra y bubas se explicaban por la corrupción de la san-
gre: “La sarna se haze, quando ay mucha sangre o cuando se corrompe
[...] cuando se haze de sangre demasiada, ó de sangre podrida y mucha,
se conosce en el color del rostro colorado y encendido” (Farfán f. 315 v.).
La corrupción se relaciona con el pudrimiento, pestilencia, contamina-
ción, depravación de las buenas costumbres y carencia de pureza o virgi-
nidad (Covarrubias; Real Academia).
Sin embargo, la sangre no es el único factor que vendría a explicar
el origen de las enfermedades. La lepra, la sarna, la peste, las apostemas y
i
… y de enfermedades mueren de presente menos que entonces, porque les
venían pestilencias y males contagiosos de virguelas, sarampión y otros géne-
ros de enfermedades, que, viviendo en un galpón veinte o treinta moradores
con sus mugeres y chusma, ninguno escapaba y por maravilla algunos. Entien-
do que agora, aunque algunos males destos acuden, no son tan dañosos, por
estar distintos y apartados cada casado en su casa en los pueblos fundados, y
por los remedios que de los españoles y sacerdotes reciben consuelo grande
que tienen. ( Jiménez de la Espada 2: 286)
“Las enfermedades más ordinarias son bubas, de las cuales participan al-
gunos españoles poco recatados de la comunicación con mujeres natu-
rales, las cuales de ordinario las heredan desde el vientre de sus madres”
( Jiménez de la Espada 2: 206).
A partir de ello es posible afirmar que el contacto más peligroso era
el contacto sexual. Éste fue un tema central a la hora de definir una de las
enfermedades más peligrosas de la época, me refiero al mal de las bubas. Si
bien es cierto que en algunos documentos éste aparece claramente identi-
ficado, en otros se le homologa a la lepra, a la peste, a la sarna, dado que sus
síntomas eran similares:
Con esto [refiriéndose a las bubas] le pusieron varios y diversos nombres, lla-
334 mándola unos lepra, otros lechenes, otros mentagra, otros mal muerto y otros
elefancia, sin poder atinar ciertamente qué enfermedad era, porque ignoraban
i
i
den de las jerarquías, pues el sexo es la puerta de entrada a la mezcla racial y
con ello, al caos y al peligro (Araya, “Un imaginario”).
Aquí es donde el cuerpo físico se convierte en metáfora del cuer-
po social. Se deben controlar las entradas y salidas. El cuerpo permea-
ble es imperfecto, caótico y frágil; el impermeable, por el contrario,
garantiza perfección, orden y continuidad. Así, el contagio de las en-
fermedades se constituyó en un elemento peligroso que amenazaba el
equilibrio de la estructura social que se deseaba instaurar; por ende, era
necesario encauzarlo. De esta forma, el peligro articulado en torno a la
enfermedad posee un potencial que invita a articular el orden que se
desea imponer14.
14
rEn este punto hago hincapié en la necesidad de dar cuenta de aquello sobre lo cual se
estructuran los comportamientos ante el mestizaje, entendiendo cuáles son las formas
de conocer que operan a la hora de clasificar, delimitar y normar este fenómeno en el
contexto americano. Cuestión que se encuentra dentro de los objetivos del proyecto
Fondecyt núm. 1080096: “Para un imaginario socio-político colonial (1650- 1800)”, del
cual he sido invitada a participar de sus discusiones. Investigadora responsable Alejan-
dra Araya.
rPalabras finales
Este trabajo se inició con un conjunto de documentos que dan cuenta de
saberes y prácticas sobre las enfermedades del siglo XVI. Éstos fueron leí-
dos en relación con su contexto y reglas de producción, los intereses par-
ticulares y colectivos que se ponen en juego, los sujetos de enunciación y
sus formas de circulación, y se comprendieron como artefactos que cons-
truyen, acompañan y autorizan la construcción de las relaciones coloniales
y las marcas de lo colonial (colonialidad) operantes aún en nuestras socie-
dades15. A partir de dicha lectura decidí hacer hincapié en cómo las prác-
ticas en torno a las enfermedades dan cuenta de la construcción sujetos,
subjetividades y relaciones coloniales.
336
i
15
rConsidero pertinente mencionar el trabajo de Jorge Cañizares, pues en éste se muestra que nues-
tras “sensibilidades historiográficas modernas y posmodernas” se originaron en el siglo XVIII a la
luz de las disputas epistemológicas sobre cómo escribir la historia del Nuevo Mundo.
i
articular el orden que se desea imponer (Douglas 83-101). De este modo,
la constante enunciación de lo abyecto permite justificar y llevar a cabo la
intervención europea como la necesaria interacción de la diferencia funda-
mental entre conquistador y colonizado.
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XXI, 1992. 459-82. Impreso.
341
R esumen
r
Los sermones del predicador neogranadino Antonio Ossorio de las Peñas se toman
como ejemplo para mostrar las intenciones reales de estos mensajes doctrinales, que
ofrecen la posibilidad de conocer las líneas programáticas de la transmisión de valores
y virtudes cristianas. Los sermones propagados en tiempos coloniales eran discursos
de carácter religioso con contenido político. Su finalidad real era la de construir mode-
los ideales de comportamiento de los sujetos barrocos para establecer un cuerpo social
que no perturbara los objetivos de una política tradicional e imperialista. Para ello es
necesario estudiar la relación entre la proclamación del sermón y la teatralización que
caracterizaba el ceremonial de la prédica. La palabra dramatizada y el teatro trabajaron
de la mano para impregnar en un amplio número de individuos el mensaje de Dios, del
cual se apropiaba la Corona.
Palabras clave: sermones, predicación, Barroco, palabra dramatizada, teatralización.
A bstract
r
Taking like example the neogranadine preacher’s Antonio Ossorio de las Peñas sermons,
we showed the real intentions of the predicable discourses. They offer the possibility to
know the programmatic lines of the transmission of moral values and Christian virtues.
The sermons propagated in colonial times were discourses of religious ambit with poli-
tical contents. His real purpose was to construct ideal behavioral models of the baroque
subjects to establish a social entity that don’t perturb the objectives of a traditional and
imperialist policy. Because of, is necessary to go into the relation between the proclama-
tion of the sermon and the staging that characterized the ceremonial of the sermon. The
dramatized word and the theater ran by the hand to impregnate in an ample individuals
number the God’s message, which the crown took as own.
i
e incentivarlos hacia la práctica de la devoción religiosa.
Más allá de la enseñanza de la fe católica a los nuevos conversos y
a la sociedad colonial en general, la inquietud que suscitan los sermones
es la de qué querían transmitir realmente. Estas oraciones no sólo fueron
modelos ejemplares de vida, sino modelos estructurales de escritura. En
ese sentido, reflejaban más realidades textuales que realidades vividas, pues
si bien éstas se enunciaban de un modo ineludible en el discurso místico,
no se cumplían a cabalidad en las prácticas cotidianas de la sociedad co-
lonial. Por lo tanto, fueron canales ideológicos que comunicaban valores
sobre los cuales se debía articular idealmente el orden social, representa-
ciones ideales, y no reales, del cuerpo social1. Estos discursos narrativos
pretendían establecer los cánones de comportamiento y los modelos de
1 rEstudiar las prácticas que se generaron a partir del discurso de los sermones no es el propósito
de nuestra investigación. Aquí sólo nos detenemos en el significado del mensaje que conlleva
la prédica del sermón como discurso oficial que impartió la Iglesia para ser adoptado por la
sociedad. Por ser nuestro modelo utilizado el de Antonio Ossorio de las Peñas, nos centramos
en el siglo XVII neogranadino. El acogimiento y resignificación de los sermones por parte del
cuerpo social deben ser objeto de otra investigación.
sí mismo y Maravillas de Dios en sus santos, en 1649. Los otros tres cuerpos de
sermones (Segunda parte maravillas de Dios en sus santos, Maravillas de Dios en sí
mismo. Segunda parte y Maravillas de Dios en su madre) se publicaron conjunta-
mente en 1668. En el total de su obra contabilizamos 96 sermones, de los
cuales el 33,3% son de santos, en contraste con los dedicados a la Virgen
(24%), a Cristo (23%) y a otros temas (19,7%).
Por ello se puede establecer que en el siglo XVII la persuasión que
suscitaba la teología de los afectos giró fundamentalmente alrededor de la
vida de santos y mártires como modelos de vida. Esto no quiere decir que
el cristianismo neogranadino haya dejado de lado a Cristo y a la Virgen,
sus figuras nucleares, sino que la piedad popular estuvo enfocada en hallar
modelos de imitación, es decir, vidas ejemplares.
2 rPara conocer los escasos datos acerca de la vida y obra de Antonio Osorio pueden consultarse
los trabajos de Héctor Ardila, Antonio Gómez Restrepo, Gustavo Otero Muñoz y José María
Vergara y Vergara, referenciados en la bibliografía final. Igualmente, son escasas las noticias
biográficas que los prelimares de sus sermonarios nos ofrecen.
3 La falta de imprenta en la Nueva Granada durante el siglo XVII es la causa de que sea la penín-
sula su lugar de edición.
i
mientos que sufrió Cristo en el momento de su crucifixión:
¡Oh Francisco! ¡Oh alma regalada, todo Cristo se te imprime como señal con
todas sus señales!, y digo con todas: porque el Evangelista San Juan lo vio cor-
dero como muerto, con las señales, y llagas de crucificado, y cordero como vivo:
porque estaba en pie repitiendo sus finezas, Agnum stantem tanquam occisum, que
quien muere de amante no cae como cadáver: porque el amor nunca cae, Chari-
tas nunquam excidit. ¿Así? Luego todas las señales de Cristo tiene Francisco, las
señales de Cristo muerto en las llagas, y la señal de Cristo vivo estando en pie
después de muerto, que a hombre tan señalado le bastó morir de amor, sin que
la muerte vulgar ejecutase el cadáver con la pensión de tendido, y derribado,
y que mucho que tenga muerto señales de vivo, sí murió con señales de Dios.
No me dirán ¿por qué no le concedió Dios a Francisco la Corona de Mártir
que tan elegante o tan bizarro, y solicitó tan ansioso? ¿Fue de amor? No, sino
merced, adelantándoles el favor a todos los Mártires de la Iglesia. (Ossorio,
Maravillas de Dios en sus santos 52)
y tan vivo a su obediencia, que aún después de muerto esta afectando obe-
diencias de vivo. (Maravillas de Dios en sus santos 54)
El rol que desempeñaron los santos en este período fue de suma im-
portancia. Como respuesta al planteamiento reformista que desechaba por
completo la creencia hacia ellos, la Contrarreforma hizo hincapié en su fe
entre los fieles. El Concilio de Trento insistió en la necesidad de invocar a
los santos y de honrar sus reliquias e imágenes como medio por el cual se
podía fortalecer la fe (Rubial 35). El beato no se conformaba con tener una
vida sacra y austera, sino que seguía obrando bien después de muerto. Esto
es precisamente lo que muestra el sermón. San Francisco permanece en pie
después de muerto para ser uno de los precursores ante la segunda venida de
Jesucristo. Su disposición y bien obrar después de su muerte revela la santidad
del personaje y asegura el posterior beneficio de intercesión para sus fieles. 347
i
Ossorio vuelve a las dicotomías poniendo como modelos de virtud
a san Francisco y a Lázaro, y como ejemplo a no seguir, al hijo pródigo. Mien-
tras los dos primeros se caracterizan por la obediencia, el último es ejemplo
de la desobediencia. El predicador, además, no ubica al santo y al resucitado
en una misma línea de virtud, sino que consagra a san Francisco un me-
jor lugar, al permanecer en pie después de muerto. Lázaro fue obediente
al despertarse cuando Jesús lo resucitó, pero san Francisco sigue siéndolo
incluso después de su fallecimiento:
… y mi Francisco despojo es de la muerte, sí, pero tan siervo de Dios, afec-
tando lo ministro en la tierra, tan al uso de los ministros del cielo, que si calzan
alas de fuego los espíritus Celestiales para obedecer, y se están en pie, porque
cuando llegue el precepto, no retarde la obediencia la acción de levantarse, tan
obediente te muestras, Santo mío, a lo del cielo, que aun muerto no yaces, en
tus pies te tienes muerto […]. Que haga Lázaro acciones desembarazadas de
vivo, no hizo mucho si vivió a la voz de Dios, ya su imperio se levantó a vivir
resucitando; más es que un muerto sin refutar, sea tan obediente que viva a su
obediencia, y haga acciones de viviente. El sueño de la muerte, la tierra pide
por cama, y Lázaro, o yacía de muerto, o de dormido, como dijo Cristo; pero
Francisco que no hace cama de muerto, porque ni aún muerto admite ese des-
canso, o no duerme cuando muerto, o si duerme no duerme como hombre,
que quien se tiene en pie dormido tan profundo sueño, divinos arrimos tiene
a que tenerse. Claro está, y si no volvámonos al Padre caído sobre el cuello del
Oh Francisco mío, tan pálido el rostro, tan flaco de los ayunos, tan penitente,
que si la penitencia quisiera darse a conocer, solo mostrará un Francisco en
i
en pie, y estable el edificio… (Ossorio, Maravillas de Dios en sus santos 55)
cias religiosas, en el siglo XVII era una experiencia social (Piotrowski 11).
Las actitudes y discursos del predicador, señala Margarita Garrido,
incidían en la vida civil de las ciudades y pueblos, por lo que se esperaba de
él un comportamiento apropiado, en el que se abstuviera de llevar una vida
mundana y pecaminosa caracterizada por sostener “relaciones sospecho-
sas” con mujeres, jugar a las cartas, mezclarse en el comercio, participar en
bailes, corridas o riñas de gallos4.
Perla Chinchilla (11-12) sugiere que las ciudades generaron una
“élite de predicadores”, que disponía de fama y credibilidad total. Estos ora-
dores de “villa y corte” se caracterizaban por tener amplias solicitudes de
predicación y por usar un estilo culto y elegante que los identificara. Mues-
tra de ello es el predicador Ossorio, de un estilo culterano que, al inicio de
uno de sus sermones y consciente de su oficio, hace la acotación de haber
tenido un día agitado después de predicar varios discursos religiosos en un
mismo día:
4 r
Sin embargo, no hay que olvidar, sigue diciéndonos la autora, que los feligreses constante-
mente se quejaban de las fallas de sus curas en estos aspectos.
i
eclesiásticas y un gran número de devotos (Gómez 2: 33-42).
rCualidades naturales
El orador necesitaba contar con naturaleza de cuerpo y tener un alma pura.
Los tratados de instrucciones para predicadores enfatizaban en las virtudes
de las que debían gozar quienes ejercieran este oficio. Granada, por ejem-
plo, destacaba la caridad y bondad como valores principales del orador.
El predicador ideal debía contar con unas cualidades específicas a su ofi-
353
i
cio: el espíritu de Dios, que daba entereza y santidad de vida; la oración,
que es el canal por medio del cual Dios transfiere sus dones al predicador;
integridad y santidad de vida, pues se necesitaba predicar con el ejemplo, y
pureza y rectitud de intención, que para el preceptista se traducía en poner
en la mira la gloria de Dios y la salvación de las almas.
El interés eclesiástico de mostrar al predicador como ser idóneo y
ejemplo de vida, tenía que ver principalmente con su función de modelar
conductas. Ante tan difícil tarea, el orador necesitaba emanar autoridad para
gozar de credibilidad entre sus fieles. Por esto debía caracterizarse principal-
mente por su carisma y, como señala Max Weber (193), por carisma se en-
tiende la cualidad que pasa por ser extraordinaria de una personalidad por
cuya virtud se la considera en posesión de fuerzas sobrenaturales, o como
enviados de Dios, o como ejemplar y, en consecuencia, como guía o líder.
El predicador era elegido por sus cualidades carismáticas, no com-
petía con sus colegas por un ascenso burocrático, sólo luchaba por un li-
derazgo que podía establecerse por reconocimiento de la comunidad. El
prestigio, en este caso, era fundamental para que los sermones tuvieran
peso en el público. Un orador aprendiz no podía llegar a persuadir como
posiblemente lo lograba uno de alta reputación. A este líder carismático se
rCualidades adquiridas
El predicador debía instruirse bien en las Sagradas Escrituras para no llegar
a interpretarlas de forma errada y poder argumentar el sermón a partir de la
doctrina y autoridades permitidas. Para el fácil acceso de los libros, las escue-
354 las conventuales contaban con librerías especializadas en ciencias eclesiásti-
cas que aseguraban la formación académica de los “aprendices a predicador”.
i
Debía el orador leer a los clásicos y saber sobre teología moral, demos-
trar agilidad en el manejo de la Biblia y tener conocimiento de los decretos
conciliares, bulas pontificias, Padres de la Iglesia, etc. Era obligatoria la apre-
hensión de varias lenguas, en especial el latín, y la preparación en otras áreas
de las humanidades en las que hallara familiaridad para construir su sermón.
El cumplimiento de estos requisitos tenía un tiempo límite, pues no sólo se
trataba de estudiar y leer con juicio a todas las autoridades religiosas y secula-
res de la época, también se necesitaba de la habilidad para exponer, que con
los años y la disminución de las cualidades vocales se hacía más difícil.
Ciertos predicadores neogranadinos, para Renán Silva, llegaron a
ocupar un lugar de preferencia como modelo de formación de sermones,
circulando sus sermonarios no sólo entre clérigos, sino también entre cre-
yentes y devotos:
Pero el predicador debe ser, además, un ‘artista de la palabra’ —también un ‘atleta
de la palabra’, según la aguda expresión de Roland Barthes—, pues antes que
demostrar, en el sentido moderno del término, su tarea es la de convencer y la de
conmover. El gran prestigio que ciertos predicadores alcanzaron en la sociedad
colonial neogranadina —e Hispanoamericana— parece haber dependido
enteramente de este hecho. (114)
i
cipalmente para las élites, aunque el público que escuchaba el sermón en las
ciudades de la Nueva Granada era heterogéneo en su composición, pues
los españoles y criollos estaban obligados a llevar a sus esclavos e indíge-
nas domésticos a la proclamación de la ceremonia litúrgica los domingos y
días de fiesta. A Ossorio no le faltaba el público de títulos nobiliarios:
Durante treinta años reinó en el púlpito de la capital neogranadina, encantan-
do a las cortes coloniales del Barón de Prado, de los Marqueses de Miranda de
Auta y de Santiago, y de los tres Diegos que gobernaron de 1662 a 1671: Egües
y Beaumont, Corro y Carrascal y Villalba y Toledo. (Otero 87)
i
una misma pronunciación sin hacer ninguna inflexión. Ante todo, los predi-
cadores debían evitar producir sueño en sus feligreses, de ahí que sus movi-
mientos y ademanes cumplieran la función de mantenerlos despiertos.
Los propios sermones de Ossorio conllevan un estilo teatral que
dibuja escenas piadosas en la conciencia de los creyentes a través de las
descripciones de imágenes sufrientes, en este caso la de san Francisco, pero
todos sus sermones, sobre todo los de santos, están llenos de este tipo de
imágenes: “¡Oh llama estática! ¡Oh Serafín ardiente, aljaba de los dardos
de amor! ¿Qué importa que seas el llagado por antonomasia, si vives de las
heridas cuando muerto a sus arpones?” (Maravillas de Dios en sus santos 51).
Lo mismo ocurre con el sermón de San Pedro hijo de la paloma, predicado
en 1639 en la Catedral de Santafé:
¡Oh amante Pedro: Ícaro soberano, no con alas de cera, sino con alas de
fuego! ¡Oh Piedras que centelleas vivas llamas de amor, oh paloma ligera, que te
remontas hoy sobre las coronillas de los más encumbrados Serafines, que mu-
cho que lleves tan alto el vuelo si son tus alas de plata, alas de amor, alas de fuego,
que mientras más vuelan, más se encienden, alas al fin heredadas de aquella
paloma que bajó al Jordán […], alas que te encumbran, y levantan tanto, que
como si te viera en el cielo te llama Cristo bienaventurado… (Maravillas de
Dios en sus santos 16)
i
a cada uno en una esquina de la plaza a la espera del llamado.
Cuando Santa Gertrudis se subió al púlpito no sabía cómo comen-
zar el sermón y repentinamente dijo: “Salid, demonios, de estas infernales
covachas, que os traigo a vender una partida de almas en gracia de Dios”.
Los esclavos pensaron equivocadamente que ese era el llamado y empeza-
ron a acercarse cada uno hacia la plaza, haciendo sonar las cadenas. El susto
y el pánico vivido lo expresa el predicador así:
… y se oía venir corriendo, y de tan cerca se conmovió un alarido y llanto
tan exorbitante, que no sé con qué compararlo. Los que estaban en los cuatro
ángulos de la plaza, cada cual atendió al ruido que le venía de más de cerca; y
al volverse a mirar y ven venir los negros con la cara colorada, y con el hachón
que levantaba dos varas de llama, pensaron todos en realidad eran demonios,
y por huir cada cual al viento contrario, empezaron a atropellarse unos con
otros con tal gritería, que parecía un día de juicio. (Santa Gertrudis, cit. en
Borja, Rostros 179-80)
de esas narraciones era mucho más eficaz si se hacía de forma visual, pues
por medio de la vista se adquirían mayores posibilidades de penetración
y asimilación en el público que lo contempla. La pintura y los grabados
ayudaron a que los individuos visualizaran las narraciones de las historias
de la época, pero:
… es obvio que cuando esas enseñanzas se desenvuelven sobre la escena,
con un montaje escénico que da mayor relieve a la acción que el espectador
presencia, añadiendo el muy superior efecto del lenguaje hablado (con todos
los matices de expresión que éste lleva consigo, sobre el lenguaje escrito), la
eficacia del mensaje transmitido es máxima. (Maravall, Teatro 161)
i
En la Nueva Granada, el ejercicio de poder se concentraba en manos
de la Iglesia y la Corona. En el caso de la Iglesia, la figura del predicador per-
mitió generar la credibilidad y autoridad necesaria para ejercer el dominio
sobre la población. Las celebraciones religiosas permitían ir construyendo
un discurso esencialmente político. La Corona estuvo por encima de la
institución eclesiástica desde fines del siglo XV, pues el sistema burocrático
que impuso España sobre la Iglesia generó una preponderancia del poder
civil sobre el religioso. La Iglesia asumió esa subordinación con tal de man-
tener la unidad religiosa en esos territorios, pues existía un temor a la dis-
gregación, generado por el protestantismo.
mantener sumisas las masas; en suma, interés del Estado. Por esta razón
también era, en su sentir, interés del Estado la unidad religiosa dentro de la
comunidad. (Estado 236)
i
del sermón reside en el hecho de que el predicador que lo pronuncia no lo
hace a título personal; él sólo es un portavoz autorizado de la Iglesia que
actúa sobre sus fieles a través del contenido de la palabra predicada, en la
medida en que su palabra concentra el capital simbólico acumulado de la
institución eclesiástica (Bourdieu 69).
rConclusiones
Hemos pretendido indagar en la escritura sermonaria como instrumento
fundamental del ejercicio del poder, de la imposición de controles y de la
sugestión de las conductas, a fin de desentrañar su función social e ideoló-
gica y sus formas de expresión, así como de descubrir tanto el poder de la
palabra como el poder del texto escrito en relación con la clásica fórmula
comunicativa que describe el “qué dice” (contenido de los sermones), el
364 “quién dice” (predicador-control) y “a quién dice” (público), y sin olvidar
las intenciones, estrategias y tácticas inmediatas de los comunicadores en
i
i
del sermón y su proclamación oral; de ahí que analicemos la parafernalia
que rodea el acto predicacional. La palabra dramatizada y el teatro traba-
jaron de la mano para impregnar en un amplio número de individuos el
mensaje de Dios, del cual se apropiaba la Corona. La predicación retórico-
eclesiástica se convirtió en una fuente de poder que intentaba persuadir a
sujetos que no cuestionaran la fe de la Iglesia. La palabra adquirió nuevos
significados que por sí solos carecían de importancia; se necesitaba, ade-
más, de la teatralidad para lograr una mayor conmoción en los creyentes,
pues el período Barroco se caracterizó por la exterioridad católica de sus
actos y la manifestación pública de los sentimientos.
Al discurso oral de los sermones se le sumó la introducción de la im-
prenta y los oradores vieron en la publicación una nueva forma de procla-
mar. Las amplificaciones que caracterizaban a los sermones orales podían
aumentarse con mayor rigor en los sermones publicados, y recordemos
que los sermones de Ossorio se publicaron en España en 1649 y 1668, cuan-
do todavía faltaba tiempo para que la imprenta llegara a Nueva Granada.
Sin embargo, y de manera paradójica, la imprenta terminó por arruinar la
relevancia de la predicación oral y la teatralidad que estaba detrás de ella.
En el siglo XVIII una nueva sociedad, de carácter más ilustrado, iba a encon-
trarse con otros y más medios de cristianización.
rBibliografía
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Weber, Max. Economía y sociedad. México: Fondo de Cultura Económica, 1996. Impreso.
R esumen
r
Muchas de las discusiones en torno al “giro lingüístico” permanecen en el plano teórico,
así que se aplicará la tipología discursiva a un ejemplo concreto: la representación tex-
tual de la toma de Cartagena en 1697. Se demuestra que el asedio osciló entre el corso,
la piratería y la empresa cortesana, a causa de lo cual se originó una relación en que el
tipo y el metatexto no tienen correspondencia, pues además de pender entre la oficiali-
dad y la no oficialidad, fue estructurada como una epopeya o mito heroico. En suma,
se da a entender que la ambigüedad del asedio encauzó una manifestación discursiva
que se resiste a ser etiquetada, incluso al usar el sistema de clasificación más inclusivo y
específico.
Palabras clave: tipología discursiva, representación textual, metatexto, lugar de pro-
ducción, corso, piratería.
A bstract
r
Considering that most discussions regarding the “linguistic turn” have remained in
the theoretical universe, the discourse typology will be put in practice by using the
concrete example offered by the textual representation of the taking of Cartagena de
Indias in 1697. It will be demonstrated that the capture oscillated between corsair,
piracy and court company, which originated a relation hanging between an official
and a non-official document. Thereafter, we will show that the latter was structured as
an epic poem or heroic myth, so that the type and metatext don´t seem to correspond.
Finally, we will explain that the ambiguous character of the capture gave rise to a dis-
course manifestation which resists itself to be labeled, even using the most inclusive
and specific classifying system.
i
neogranadina, con alrededor de 25 embarcaciones artilladas y 5 millares
de hombres, la expedición tomó el fuerte de San Luis y accedió a la bahía
externa a través de Bocachica.
Los defensores de Cartagena optaron por replegarse hacia la ciudad
y, por orden del gobernador (Matta), abandonaron uno a uno los fuertes de
Santa Cruz de Castillo Grande, Manzanillo y San Sebastián del Pastelillo.
La indefensión de la bahía interna facilitó la toma de La Popa y de San Lá-
zaro —actual Castillo de San Felipe de Barajas—, así como la instalación
de una batería provisional que tras destruir la puerta de la Media Luna, fue
trasladada a las cercanías de la ciudad, cuya toma transcurrió luego de un
1 rEl presente artículo contó con la ayuda del programa de becas de investigación en Historia
Colonial del ICANH y se basa en el trabajo de grado que presentó el autor para optar al título
de historiador en la Pontificia Universidad Javeriana, Colombia. El autor agradece, además,
a las siguientes instituciones y personas que colaboraron para la realización de este trabajo:
Fesme, Fundación Terra Firme, Academia de Historia de Cartagena. Personas: Jaime Borja,
Paula Ronderos, César Torres, Silvia Cogollos, Carolina de Wittich, Óscar Saldarriaga, Mo-
nika Therrien, Martín Andrade, Almirante Barona, Lourdes de Villamizar, Gonzalo Zúñiga,
Roberto Arrázola J., Alfonso Cabrera y Moisés Álvarez.
i
recoge las memorias del V Simposio sobre la Historia de la ciudad, en el cual
se celebró una mesa redonda para discutir por qué cayó en 1697. Allí están
consignadas las versiones más recientes. En líneas generales, éstas recogen
una vez más la exposición de Matta, quien partió de la misma pregunta.
Volviendo al documento de Desjeans, cabe mencionar que aunque
está lleno de meandros en que se plantean situaciones hipotéticas, no pre-
senta partición explícita y goza de una escritura fluida. Abarca más o menos
unas 50 páginas a lo largo de las cuales se recapitula el preámbulo de la salida,
el trayecto entre Brest y Santo Domingo, lo acaecido en la isla antes de zar-
par, el desembarco en las inmediaciones de Cartagena y la operación militar
que condujo a su capitulación. Se relatan también el recaudo de bienes y
dinero, la salida de las autoridades y, finalmente, el tortuoso viaje de regreso.
A similitud del común de los textos coloniales alusivos al “Nuevo
Mundo”, la Relatión de monsieur de Pointis fue erróneamente englobada
bajo el calificativo de “crónica”, como resultado de los procesos imprecisos
de clasificación en que la prosa narrativa colonial fue homogeneizada por
aludir a un mismo referente y haber sido escrita en una misma época.
Cabe anotar que este debate en torno a la catalogación documental
recobró su vigencia cuando los seguidores de Wittgenstein explayaron los
i
Es decir, fue concebido como herramienta de un conocimiento indirecto
que permite ver el asedio a través de una imagen narrada que lo suplanta y
es capaz de traerlo a la memoria.
rContexto
Ambigüedad e n l o re p re s e n t a d o
J e a n B e r n a rd L u i s D e s j e a n s ,
b a ró n d e P o i n t i s : u n a l m i r a n t e
de la Marina Real l i d e r a u n a e m p re s a c o r s a r i a
i
teralmente concebida como una empresa: “Una compañía de capitalistas
corrió con los gastos del armamento con la condición de tener participación
de las ganancias.” (Michaud, “Jean Bernard” 579).
Finalmente, el léxico del almirante no deja dudas en torno al marcado
carácter financiero de la expedición. Entre las expresiones que así lo atesti-
guan se cuentan: “gestión, fondos suficientes, gastos, dinero, empresa, suma
fijada, suma gastada, pérdida irremisible, más dinero, devolución de dinero,
retiro del capital invertido, minuta de consejo, seguridad de inversión, bolsa,
resultados monetarios, dinero anticipado y cálculo.” (Arrázola 23-24).
Lo anterior lleva a concluir que si la toma de Cartagena se produ-
jo en el marco de un conflicto entre Francia y España (Rubio), sería poco
astuto interpretarla como un suceso de guerra. El hecho de que Luis XIV
necesitara recursos para mantener su holgado tren de vida y el que adicio-
nalmente buscara la abdicación del trono español en favor de uno de sus
nietos (Zúñiga 74; Lucena 228) no eran razones suficientes para justificar
la invasión de un dominio ultramarino.
Para cerrar, señalemos que si “El corso era así una actividad subvencio-
nada por el mismo estado […] apoyada económicamente por burgueses e
2
r
Aunque la edición de 1698 emplea el vocablo flibustiers para referirse a quienes acompañaron
a Desjeans en la expedición, Payne y Arrazola utilizan las palabras buccaniers y bucaneros. Por
i
ventajas que sus servicios pueden traer a los gobernadores los libra de la
persecución de la ley a que son deudores…” y que “Como la gobernación
de Santo Domingo ha sido muy enriquecida por ellos, se les perdonan con
indulgencia las barrabasadas de que hacen víctima a los españoles...” (cit. en
Arrázola 29).
Irónicamente, Desjeans se “… encontraba en caso de apremio y
realmente necesitaba de aquellos hombres…” (Arrázola 30) para llevar
a feliz término su lucrativa empresa antiespañola, con lo cual demuestra
que su actitud frente a la piratería no diverge en absoluto del utilitarismo
que critica en los demás. Ahora bien, al tomar en consideración que los
bucaneros reclutados en Santo Domingo sumaban un total de 600, cabría
sospechar que hubieran llegado de las islas vecinas en respuesta a un lla-
mado, pues en aquella época quedaban pocos en La Española (Esqueme-
ling 110), pero:
Cuando se decide hacer una “expedición”, se envían correos a todas las islas
señalando una fecha y un lugar de reunión. Allí acuden los capitanes “solita-
rios” y se convoca un consejo de guerra que fija todos los detalles del asalto.
Cuando se llega a un acuerdo empieza a funcionar la disciplina. Cada uno
tiene su puesto y su lugar a desempeñar; y antes de levar anclas el botín ya ha
sido teóricamente dividido… (Gall y Gall 149)
i
en el Caribe. En efecto, ha sido incorporado en la mayoría de compendios
sobre el tema (Acosta de Samper; Román; Cruz; Haring; Lucena; More-
no); sin embargo, recordar el carácter de la empresa esclarece su lugar y
proporciona información muy valiosa al primer componente de la fórmu-
la contexto-texto-metatexto.
rTexto: pragmatismo en
la representación
Aunque son pocas, las referencias como ésta dejan entrever el lapso
que podía mediar entre dos sesiones de escritura o entre dos acontecimien-
tos dignos de mención. De igual manera, descubren la intención que tenía
el almirante de emular la realidad del tiempo transcurrido, mediante el hilo
conductor de la narrativa (Ricoeur). Por eso el escrito cuenta con un inicio,
un nudo y un desenlace. Concatena eventos viejos con eventos nuevos para
dar continuidad a un ejercicio literario integrado por sesiones dispersas en 381
i
el espacio y en el tiempo. Es decir, trasciende la serialidad de la protonarra-
tiva conformada por los textos que se inician cuando el autor comienza a
registrar los hechos y concluyen en el momento en el cual éste se detiene
(Ricoeur; White, El contenido). En síntesis, dista de ser “… una lista organi-
zada sobre las fechas de los acontecimientos que se desean conservar en la
memoria.” (Mignolo 75) y por eso ni es una crónica, ni tampoco un diario.
i
lo que sus propios ojos vieron…”, monsieur de Pointis se hallaba en la obli-
gación de “…rescatar los hechos acaecidos…” (Las Casas, cit. en Mig-
nolo 77) por ser el directamente “… responsable del honor de las armas de
Su Majestad…” (cit. en Arrázola 59).
Así pues, el almirante “…escribe sus experiencias, relata, hace rela-
ción de hechos que le parecen dignos de memoria” (Mignolo 101) y, por
ende, el documento es una relación, que cumple con la función de infor-
mar a los interesados en la empresa mientras convierte a su protagonista
en un héroe homérico y le permite “… servir y lisonjear a los príncipes…”
(Las Casas, cit. en Mignolo 77).
bajos que se van haciendo cada vez más altos, hasta llegar a un punto en
que comienzan a declinar, para desaparecer finalmente.
El trazado ascendente hacia cada uno de estos picos representa
una barrera que se interpone en el camino que todo héroe debe seguir.
Consecuentemente, los tramos descendentes simbolizan los momentos
de distensión en que el héroe recibe ayudas que le sirven para salir de
apuros. El clímax del relato está situado en la cúspide más elevada de la
gráfica y representa la gran meta. No obstante, el destino no se consuma
al trascender el pico mayor, pues restan algunos inconvenientes que tam-
bién deben superarse.
En la relación, tras las pequeñas colinas a que dan lugar las vicisitu-
384 des de la salida y las sorpresas negativas en la isla de Santo Domingo, la
tentación de olvidar Cartagena y tomar Veracruz dibuja un pico elevado.
i
Allí, Ducasse hace las veces de Calipso y, por ende, al rechazar su propues-
ta (Arrázola 32), el barón se encamina nuevamente y se orienta al des-
censo. Una nueva cumbre asoma cuando tiene que enfrentar los falleci-
mientos del vizconde de Cotlogon y el caballero de Pointis (Arrázola 57).
Aunque su gran amigo Levy pervive, estas pérdidas son casi comparables
con las muertes de Enkidu, Prítoo y Patroclo, en los relatos de Gilgamesh,
Teseo y Aquiles.
Finalmente, así como Perseo disfrutó de la ayuda de Atenea, Des-
jeans contó con el apoyo de una Corte que le brindó “... su magnífico soco
rro...” (Arrázola 24). De igual forma, si para matar a la Gorgona Medusa, al
primero se le concedieron unas sandalias con alas y un casco que lo hacía
invisible; el segundo obtuvo del rey todo lo necesario para tomar Cartage-
na. Sin embargo, al igual que a Ulises le correspondió volver con Penélope
y deshacerse de sus pretendientes para poder ser venerado, el barón tuvo
que enfrentar la escuadra de Neville y regresar a salvo (Arrázola 71-72),
antes de convertirse en héroe.
En este orden de ideas, la manera como está estructurada la relación
remite a la época clásica, una de cuyas figuras más insignes dio vida al rey
de Ítaca a lo largo de la Ilíada y la Odisea, que si bien son las epopeyas más
i
junto al cual advino el Humanismo.
Esta corriente tardó varios años en permear el suelo francés. No
obstante, comenzó a echar raíces con la fundación del Colegio de Lec-
tores Reales, en 1530. La institución impartió enseñanza de las lenguas
clásicas y se convirtió en el epicentro de difusión humanista. Posterior-
mente, dio origen al Colegio de Francia, donde se formaron varios de los
intelectuales de la corte.
Algunos años antes de que monsieur de Pointis emprendiera su viaje,
Racine y Boileau fueron nombrados historiógrafos del Rey Sol y miem-
bros de la Academia Francesa. Así fue contagiada la corte del clasicismo
que se hallaba en pleno auge cuando Desjeans escribió su relación. En el
seno de este movimiento cobró gran importancia la epopeya o mito heroi-
co, ya que desde el mundo antiguo había sentado las bases para el retorno
del individuo y la valoración de lo humano, que sirvieron a la cimentación
del ideal renacentista, que pregonaban los mencionados intelectuales.
Ahora bien, aunque los datos acerca de la formación intelectual del
almirante son prácticamente nulos, la génesis de su pensamiento es indiso-
ciable de aquella época de admiración por las artes grecolatinas, y dada su
extracción social, es probable que haya entrado en contacto con la academia
i
que aquel héroe, quien pese a las innumerables adversidades que enfrenta
desde el momento en el cual sale de casa, consigue el anhelado triunfo.
rBibliografía
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Bernarda Urrejola D.
Universidad de Chile - El Colegio de México
pues ella prefería quemarlas por seguridad, las de la religiosa fueron de-
vueltas al convento, razón por la cual este epistolario permanece entre las
dominicas hasta el día de hoy. Al respecto, Rosa Meza, quien escribió la his-
toria del convento en 1923, señala que el padre Manuel Álvarez, poco antes
de salir expulsado de Chile, entregó las cartas de sor Dolores al entonces
obispo de Santiago, quien las legó a sus sucesores, hasta que a mediados del
siglo XIX fueron entregadas al Monasterio de Santa Rosa, donde se conser-
van hasta la fecha.
Kordic afirma que la falta de imprenta en Chile (que sólo llegó
hasta 1811) habría tenido como efecto positivo el haber retardado y difi-
cultado la edición e impresión de manuscritos como éste en el territorio
chileno, lo cual hace posible encontrar actualmente textos que “no plan-
tean problemas como los de la intervención de impresores, deturpación
de los testimonios o contaminación textual entre ediciones y ejemplares
distintos” (p. 17).
La edición crítica
i
cias literarias y doctrinales que evidencia el epistolario, entre las cuales
destaca de manera especial la tradición mística de santa Teresa de Ávila
y de san Juan de la Cruz, así como la influencia de figuras como fray Luis
de Granada y santa Rosa de Lima. También considera Kordic los rasgos
estilísticos y retóricos de la escritura de sor Dolores, propios de una tra-
dición religiosa ligada a la narración confesional de experiencias espiri-
tuales, todo lo cual, en consonancia con el uso de algunas expresiones
propias del lenguaje hablado de la época, dan un carácter muy particular
a las cartas.
De este modo, si bien el epistolario resulta, como la misma Kordic
lo dice, “probablemente la mejor de la fuentes existentes para el conoci-
miento de la lengua española hablada en la Colonia chilena”, creo que
además su lectura complementa de manera indiscutible la visión acerca
del mundo colonial chileno al que ya nos permitía acercarnos con ex-
traordinaria frescura y picardía la Relación autobiográfica, de Úrsula Suá-
rez (1666-1749).
Bibliografía
Kordic, Raïssa. “Chile colonial. Filología e historia: Las cartas de sor Dolores Peña y
Lillo”. Suplemento Artes y Letras, El Mercurio, domingo 3 de junio de 2007.
i
excrementicia de la historia. El progreso histórico, entonces, se vio minado
a favor del concepto de tribulación, de resignación.
En esta antropología pesimista, el Barroco dio a luz una cultura de la
culpa, la expiación y la sospecha, pues la representación negativa del mun-
do generó lo que Freud en su momento calificó como un malestar en la
cultura. En este sentido, Rodríguez de la Flor apunta que el esteticismo
barroco de la exageración, el lujo y las representaciones espectaculares
sólo son otra cara de la melancolía vivida por una sociedad a la que las ta-
reas mundanas dirigidas a la producción de bienes le eran despreciables,
por lo que avocó sus objetivos en la contemplación de artificios discur-
sivos. El exceso de ilusionismo responde a la infortunada pérdida total de
la ilusión por el devenir humano. De ahí la fascinación por las genealogías
fabulosas, el misterio y el jeroglífico pues, finalmente, Calderón de la Barca
asentó en su momento que la vida es sueño.
Así, la sociedad áurica estigmatizó en adelante el ascenso social, los
logros militares, las galas nobiliarias, los éxitos evangelizadores y la vida es-
tudiantil sobresaliente, porque, en una cultura del sufrimiento, infructuoso
sería que un rey como Felipe IV se hiciera representaciones con arquetipos
militares de triunfo o que se discurriera sobre unas “Indias” evangelizadas,
fo. Las lágrimas, la sangre y sudor derramados por Cristo son considerados
el medio para comunicarse con Dios, y el amor comienza a ser entendido
como represión, castigo y pasiones contenidas. Pulsión de muerte.
El púlpito se convierte, para el autor, en cátedra de lágrimas que tiene
como corolario las lágrimas de san Pedro, las de la Magdalena e, incluso,
las de Judas, pues la sociedad barroca encuentra necesario también “llorar
por quien no llora”. Y a la teatralización excesiva de las comedias le sigue un
teatro de la culpa, cuyos actores principales son misioneros y predicadores
que ofrecen un espectáculo de la caducidad. Éstos desarrollan la escenifi-
cación trágica de desvelar los jeroglíficos de la muerte, de desenmascarar la
vanitas y de presentar anatomías morales por medio de la calavera, por lo
que se asiste a una desinhibición en el tema de la muerte, del desecho, y se
fomenta la esperanza de la resurrección. Por ello, el obispo-virrey Juan de
Palafox y Mendoza se hace retratar vivo y muerto a la vez, pues “la vida es
un retrato pintado de la muerte”.
Y lo mismo sucede con la imagen reflejada en un espejo, imagen que
representaba lo que es y lo que dejaba de ser, lo que vivía y se consumía.
En esta cultura trágica, la muerte cosecha cada vez que las manecillas del
reloj avanzan. Así, el espejo se convierte, según Rodríguez de la Flor, en una
i
ibérica, aquella será la defensa de un mundo melancólico y florecerá así la
sátira como medio de saneamiento (aunque superficial), de conciliación
entre el mundo y sus habitantes, de anestesia. El proceso destructivo da
lugar a un proceso constructivo, aunque la risa de Demócrito seguirá em-
papada de melancolía, de conciencia de los malos designios de Dios, que
encuentra una descarga de las pesadumbres.
De este modo, Rodríguez de la Flor fundamenta sus incursiones
en el estudio del Barroco bajo una mirada que podríamos llamar contrama-
ravelliana, que apunta en otra de sus obras: “Creo que la peculiaridad
de esta cultura barroca hispana reside, precisamente, en lo que Maravall de
entrada niega: es decir, en la capacidad manifiesta de su sistema expresivo
para marchar en la dirección contraria a cualquier fin establecido; en su
habilidad para desconstruir y pervertir, en primer lugar, aquello que pode-
mos pensar son los intereses de clase, que al cabo lo gobiernan y a los que
paradójicamente también se sujeta, proclamando una adhesión dúplice”.
Sin embargo, consideramos que la visión de Maravall, en su clásico
La cultura del Barroco (Barcelona: Ariel, 1983), de claros tintes estructuralis-
tas, no se contrapone necesariamente a la visión de Rodríguez —matizada
por elementos filosóficos y antropológicos—, ni viceversa. Ambos enfoques
400
i
cada región.
A continuación se presentan seis capítulos muy interesantes. El pri-
mero de ellos profundiza en lo concerniente al marco teórico elaborado.
Aquí se hallan los estudios precedentes sobre el tópico y cada uno de los
aportes y errores que visualizan las autoras en sus predecesores, tanto en
lo temático como en lo teórico. Con ello puede apreciarse la mirada et-
nocéntrica y evolutiva desde la cual fueron analizadas generalmente las
tribus nómades que habitaron las regiones del Gran Chaco y la Patagonia;
además, se aprecia en este recorrido historiográfico una mirada general de
los nómades, en la cual no se reconocen las diferencias entre los distintos
grupos. También aquí se presentan ideas o conceptos como los de fronte-
ra, etnogénesis o el del doble espejo, que las autoras retoman con el objeto
de modificar la idea generalizada de un contacto cultural basado sólo en la
violencia entre las tribus nómadas y los hispano-criollos.
El segundo capítulo presenta el marco espacial y político en el cual
se insertan los grupos analizados. Así se establecen las características fun-
damentales desde el punto de vista geográfico de cada una de las regiones.
Además, se sintetizan en un mapa los establecimientos españoles en esos
espacios (ciudades, fuertes y reducciones), al mismo tiempo que se reseña
i
ves y no en una presencia colonial efectiva en esas regiones. De esta forma,
las autoras retoman el concepto de enclave fronterizo y lo desarrollan de
una manera clara y ejemplificadora para el lector de la obra.
Para finalizar debemos rescatar los aportes de esta obra, ya que plan-
tea una metodología comparativa en grupos que muchas veces fueron de-
jados de lado en estudios coloniales precedentes. Además, este método no
persiguió homogeneizar a estos grupos, sino establecer las particularidades
de cada uno de ellos en diferentes aspectos. Todo esto en su conjunto per-
mite al lector una mirada antropológica, tanto global como particular, de
estos grupos y regiones. Además, en esta obra no se consideró, tal como
dicen las autoras en su conclusión, a los grupos de la sociedad hispano-
criolla y los cambios y adaptaciones que ellos deben haber experimentado
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Información
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