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RESUMEN DE LA REGENTA DE LEOPOLDO ALAS "CLARÍN".

En Vetusta, una aburrida Ciudad de Provincia, vive Ana Ozores. Mujer joven, bella y
encantadora, mejor conocida como la Regenta por estar casada con don Víctor Quintanar, ex
Regente de la Audiencia. Sufre un matrimonio por interés con un hombre mayor que ella y
gran aficionado a la caza y al teatro del Siglo de Oro. Este último comparte su afición a la caza
con su amigo Tomás Crespo, más conocido por el apodo de Frígilis.

La Regenta buscaba en la religión un sentido a su vida monótona y aburrida. Ana que ha sido
hija de confesión del Arcipreste don Cayetano Ripamilán, pasó a serlo, en adelante, del joven
Magistral don Fermín de Pas; ya que, don Cayetano decidió retirarse por completo del
confesionario, porque se sentía cansado y quería librarse de esta carga tan pesada para sus
setenta y seis años. Don Fermín le recomendó a la Regenta una confesión general, lo que hace
germinar una peligrosa intimidad entre los dos.

Ana, al irse a la cama reflexionó sobre aquella confesión general y evocó entonces su infancia,
la muerte de su madre una modista italiana a la que nunca conoció, también recordó a su
padre un librepensador que la dejó al cuidado de una aya llamada doña Camila, quien la
maltrató, la menospreció y llegó a poner en duda su honra, a raíz de ser encontrada, Ana, a los
diez años en una barca en compañía de Germán, un niño de doce años. Tras la muerte de don
Carlos Ozores, padre de Ana sus tías, unas rígidas solteronas de pueblo, se hicieron cargo de
ella y le buscaron un marido apropiado, el cual es elegido con la ayuda de Frígilis. El
afortunado es entonces Regente de la Audiencia de Vetusta, don Víctor Quintanar, quien
nunca cumplió con sus deberes conyugales, a pesar de los requerimientos de Ana.

Tras la primera confesión de Ana con su nuevo preceptor espiritual don Fermín, comparó la
impresión que éste le ha producido con el estilo de Ripamilán, tan rutinario. Ana vio en el
Magistral a una persona ilustrada, a un hombre de letras, le entusiasmó aquel fluir de palabras
dulces, nuevas, llenas de una alegría celestial con las que don Fermín le hablaba, iba a conocer
y a sentir cosas nuevas, se sintió dichosa de tener un alma hermana con quien poder tratar
todas sus inquietudes espirituales.

Desde la primera entrevista de Ana y de don Fermín, ambos quedaron prendados uno del otro.
Fermín se sintió atraído por Ana y Doña Paula, madre del Magistral, comprobó un cambio en
el comportamiento de su hijo, por lo que le advirtió del riesgo, que para su ascenso en la
carrera eclesiástica, podía suponer un lío de faldas.

Algunos de los principales contertulios del Casino de Vetusta, se dedicaban a hacer


comentarios sobre la Regenta y de la inquietante relación con su nuevo confesor Fermín de
Pas. Se comentan, además, las intenciones del Presidente del Casino don Álvaro Mesía, quien
se dispone a incluir a Ana Ozores entre sus famosas conquistas amorosas. Pepe Ronzal, liberal
y amigo de don Víctor, salió en defensa de la Regenta frente a los chismes y maledicencia de
Joaquín Orgaz.

Álvaro Mesía, acompañado de su íntimo amigo Paco Vegallana se dirigió al Palacio de los
Marqueses de Vegallana, padres de Paco. Allí, encontraron a Obdulia Fandiño trajinando en la
cocina y a Visitación Olías de Cuervo, ésta última antigua amante de Mesía, quien le anima a
conquistar a la Regenta.

Ana, tras haberse confesado con don Fermín, regresa a su casa; pero antes de entrar en ella,
decidió dar un paseo por el campo en compañía de su criada Petra. Al oscurecer, volvieron
por el boulevard en el que pasean los vestustenses de clase social más bien baja, y por la Calle
del Comercio encontraron a don Álvaro Mesía y a Paco Vegallana quienes las acompañaron
hasta el portón del caserón de los Ozores.

La Marquesa de Vegallana pretende que los Quintanar vayan con ella al teatro a ver La vida es
sueño de Calderón de la Barca; pero sólo lo hizo don Víctor. Ana quedó en casa y a oscuras, al
buscar papel para escribir una carta para el Magistral, terminó atrapada en una trampa para
zorros que su marido había estado preparando con su amigo Frígilis. Petra ayudó a la Regenta
en tal trance. Al pasear por los alrededores de la casa, Mesía llamó a Ana tras la verja, ella
huyó hacia la casa.

Cuando Quintanar regresó del teatro Ana sufrió una de sus crisis nerviosas, que le
preocupaban mucho “aquella enfermedad misteriosa de Ana -porque era una enfermedad
estaba seguro- le preocupaba y le molestaba. No estaba él para templar gaitas: los nervios le
eran antipáticos; estas penas sin causa conocida, no le inspiraban compasión le irritaban, le
parecían mimos de enfermos; él quería mucho a su mujer, pero a los nervios los aborrecía”.
[17]

Don Fermín trabajaba en su casa muy de madrugada. Se acumulan comentarios de distinta


índole sobre su habilidad como Proveedor de la Diócesis, actividad que le ha permitido
enriquecerse arruinando a otros comerciantes como don Santos Barinaga. A De Pas, lo que le
importa ahora es la influencia que ejerce sobre Ana Ozores. En tanto le atienden su madre
doña Paula y su criada Teresina que fue contratada para satisfacer las debilidades carnales de
don Fermín y estar a su total disposición para evitar posibles escándalos. Por esta

razón doña Paula, la tenía durmiendo muy próxima a la habitación de su Fermo, así llamaba
Paula a su hijo.

De Pas recibió una carta de la Regenta en la que se excusaba por no haber ido a comulgar y le
pidió reconciliar. Doña Paula desconfiaba.

El Magistral salió de su casa para felicitar a algunos amigos en la festividad de San Francisco.
Luego de sus visitas y de despachar varios asuntos se dirigió a casa de los Vegallana donde
fue invitado a comer. Allí coincide con Ana Ozores y también con Mesía, entre otros invitados.
Ana tendrá ocasión de comparar a los dos hombres que tanta participación empiezan ya a
tener en su vida: don Fermín y don Álvaro.

Tras la comida en el jardín, de Pas hizo alarde de su fuerza al rescatar a Obdulia Fandiño que
había quedado enganchada en un columpio. Después decidieron todos ir al Vivero, finca en el
campo de los Vegallana. De Pas los acompañó sólo hasta el Paseo del Espolón. Es muy
comentado el hecho de ver descender a don Fermín del mismo coche en que Ana iba al Vivero.
El Magistral andaba a la aventura, desosegado y celoso pensando en lo que podía estar
ocurriendo en la finca campestre. Volvió al Palacio Episcopal ya de noche y se enteró por el
Obispo don Fortunato Camoirán, que su madre había preguntado varias veces por él. Retornó
al Espolón esperando el regreso de los invitados al Vivero, hasta que los vio entrar en casa de
los Vegallana.

Cuando regresó a su casa, encontró a su madre con grandes parches de sebo sobre las sienes,
evidente síntoma de su preocupación . Llena de recelo frente al daño que pueda causarle su
relación con la Regenta, le recordó a sus enemigos y cada una de las faltas de que lo acusaban.
Además, le echó en cara todos los sacrificios que ella a hecho por él.

Don Santos Barinaga, borracho, regresó a su casa y promovió un gran alboroto llamando,
ostentosamente, ladrones a de Pas y a su madre doña Paula, a causa de la tienda de
ornamentos y objetos litúrgicos llamada La Cruz Roja, que pertenecía a éstos y que había sido
motivo de su ruina y del fracaso de su negocio.

El Día de los Difuntos, hizo meditar a Ana. Se asomó en el balcón llena de tedio a ver pasar la
muchedumbre rumbo a la morada de los que ya no son ni serán más, cuando vio con alegría
aparecer en la plaza a don Álvaro montado en un caballo; la conversación que sostuvo con él
resultó ser liberadora para ella.

Mesía consiguió, de acuerdo con el marido de Ana, convencerla para que acudiera por la
noche a ver una representación del Don Juan Tenorio de Zorrilla, que ella desconoce. El
drama romántico produjo una gran impresión en la Regenta. Todo el bienestar y la alegría que
sintió ese día se evaporaron al siguiente, cuando el Magistral le hizo una larga visita y le
reprochó su indolente actitud, por haber asistido al teatro contraviniendo las costumbres de la
sociedad vetustense más piadosa. El Magistral le recomendó la lectura de Santa Teresa de
Jesús y otras obras piadosas, en otras palabras, quería que se convirtiera en toda una beata
incondicional. La Regenta no llegó a seguir los consejos del Magistral. Las frecuentes lluvias
producían en ella una pereza sin límite, el constante gotear era un martirio, el lodo y la
humedad eran alicientes para alterar sus nervios. El vetustense acostumbrado a esa vida
submarina que duraba gran parte del otoño, lo más del invierno y casi toda la primavera, se
las arreglaba de maravillas. En esa temporada unos acudían a tertulias, otros al casino y a los
sermones y novenas de cuaresma.

La pereza, el nerviosismo, un acercamiento a Dios por camino errado, sus quimeras; hacían
que Ana permaneciera alejada de la realidad circundante. Don Víctor ajeno a los diferentes
estados de ánimo de su mujer entraba y salía feliz, mientras ella culpaba al universo de estar
unida con semejante marido.

De Pas y Mesía se desesperaban por estimar que no avanzaban nada en su empeño de


conquistar a la Regenta.

La humillación que sentía don Álvaro fue grande y desconfiaba de su facultad de conquistar,
de su plan de ataque, creía que ya iba a caer en descrédito. Su vanidad estaba herida, su
fama de Don Juan rodaría por el suelo. ¿Qué pensaría Paco que veía en él un héroe, su ídolo?
¿Se burlaría Visitación de su fracaso? Todos los recursos de su larga carrera y de su experiencia
carecieron de validez.
Una frase aquí, una mirada allá, una insinuación ahí, fueron los primeros indicios que tuvo el
Magistral de la certidumbre de la tentación de Ana y don Álvaro; después de llegar a esta
conclusión don Fermín exigió a Ana que se dispusiera a participar de las actividades religiosas y
del culto.

Un fuerte quebranto de salud hizo permanecer a Ana Ozores en cama, fue atendida por el
médico Somoza inicialmente y luego por su sustituto el joven Benítez. Su convalecencia fue
larga y penosa y se entregó a la lectura de Santa Teresa de Jesús. Tan pronto se sintió fuerte
sus pensamientos volvieron a acosarla, llegó a tener sueños infernales, figuras grotescas,
hediondas, percibió toda una gama de horrores. De ahí que su dedicación para salvarse fue el
objeto exclusivo de la temporada que siguió.

Mesía fue minando el terreno, aprovechó infamemente la simpatía y amistad que le profesaba
Quintanar, para introducirse en su hogar y así conquistar a la Regenta. Don Álvaro se hizo
indispensable para el ex-Regente, escuchó los largos y grandilocuentes discursos con aparente
interés cuando en el fondo pensaba vengarse ultrajando el honor de aquel hogar al que
entraba como amigo.

La maledicencia fue aumentada contra el Provisor del Obispo don Fermín, renovada por los
frecuentes insultos de don Santos Barinaga frente a la Cruz Roja; además se decía que el
Magistral quería seducir y en camino estaba, nada menos que a la Regenta. Los responsables
de estos chismes eran los envidiosos clérigos Glocester y don Custodio.

Las actividades piadosas de Ana aumentaron el escándalo. Mesía aborrecía de muerte al


Magistral, ya que él era el primer hombre y con faldas que le llevaba la delantera, el primer
rival que le disputaba una presa con ganas de llevársela.

Ana, ajena a todo cuanto ocurría a su alrededor, permanecía imperturbable entregada a fuerza
de voluntad a su misticismo. Con el verano, cesaron un poco los rencores y represalias, pues
muchos de los que llevaban los chismes salieron a tomar baños medicinales a otros lugares.
Los días que siguieron fueron de los más agradables para don Fermín. Él y Ana habían
estrechado más sus relaciones, sus conversaciones eran largas y gratas. Seguía Ana en su falso
misticismo, dada a la piedad y a extasiarse en la contemplación profunda, además pretendía
atraer a su marido a las prácticas religiosas a las que ella se había entregado.

Al cabo de la tregua volvieron los enemigos del Provisor y redoblaron sus chismes y malsanos
comentarios. La muerte por tisis de la joven Sor Teresa, hija de Carraspique, quien había
entrado a la vida religiosa a consejos de don Fermín, caldeó los ánimos que llegaron al punto
de ebullición con la penosa agonía de don Santos Barinaga, su muerte y su entierro civil.

El desgraciado don Santos, entregó a la bebida lo poco que le quedó de su malogrado negocio.
A cada copa llovían injurias e insultos para los dueños de la Cruz Roja. Los vecinos y curiosos
esperaban la llegada del alcohólico para escuchar el ultraje al canónigo. Quiso Dios que
muriera de hambre y falta de vino, renegando de la religión sin recibir los santos sacramentos
y bajo la protección del ateo don Pompeyo Guimarán. El cortejo fúnebre exento de elemento
religioso lo dejó en su sitio fuera del cementerio. Con esta muerte perdió el Magistral muchos
simpatizantes, pero él tenía el consuelo de su amistad con aquel ángel hermoso.
El tiempo transcurrió, Ana se preparó para ir al baile del casino con el consentimiento de don
Fermín. Don Víctor instó a Mesía para que bailara con su mujer, dieron pocas vueltas cuando
Ana se desmayó en los brazos de don Álvaro.

A la mañana siguiente, Ana se dirigió a casa de doña Petronila Rianzares, lugar donde
mantenía una relación espiritual con don Fermín, allí se dio cuenta de la verdad, aquel
canónigo estaba enamorado de ella, enamorado como un hombre. El Magistral no era el
hermano mayor del alma, era un hombre que debajo de la sotana ocultaba pasiones, amor,
celos, ira. La Regenta sintió asco a la pasión impía del cura y llegó a compadecerlo.

Adoptó Ana por refugiarse en su casa. La soledad le hizo concebir la esperanza de haber sido
injusta con el Magistral y sin medir las consecuencias de su pecado, se reconcilió con él,
imponiéndose un sacrificio para desagraviarle.

En la solemne y majestuosa procesión de viernes santo, Ana se vistió de nazarena con larga
túnica morada, descalza y quizás muerta de vergüenza. Don Víctor ocultado detrás de don
Álvaro vio pasar a su afligida esposa. El inocente Quintanar sentenció su muerte cuando le dijo
a Mesía: “Lo juro por mi nombre honrado, antes que esto prefiero verla en brazos de su
amante. Sí, mil veces sí, búsquenle un amante, sedúzcanmela; todo antes que verla en
brazos del fanatismo”. [18]

En la misma semana de la Santa Pasión del Señor, recibió él

Magistral el llamado del ateo don Pompeyo Guimarán quien yacía en el lecho próximo a
expirar; su esposa y sus hijas no querían verle morir sin haber recibido los sacramentos y él
aceptó complacerlas.

El Magistral se dirigió antes a la casa de Ana, pues había recibido una carta de ella. Fermín
llegó a tiempo a la casa de don Pompeyo y logró confesarle. El converso murió el Miércoles
Santo. El confesor, resplandeciente de dicha y satisfacción, encabezó el entierro recibiendo
tributos de admiración.

Tras su salida en la procesión, Ana experimentó una nueva enfermedad o crisis. Para
reponerse de la misma, los Vegallana le ofrecieron la finca del Vivero por sugerencia de
Mesía. En su estancia en el Vivero, Ana escribió un diario, cartas al doctor Benítez y al
Magistral quien notó que iba perdiendo fuerza sobre su amiga, pero no se atrevió a forzarla.
Sabía que su poca influencia iba declinando, pero empeñado en no perderla, fingió no
enterarse de lo que lo preocupaba.

En la finca del Vivero, Ana se deleitó con las delicias del ambiente primaveral, de la compañía
de su marido y de las frecuentes visitas de don Álvaro y Paco. Su salud se fortaleció
notablemente. Durante la temporada que habitaron el Vivero hubo convites, excursiones,
festividades, una de las cuales fue la de San Pedro. El Magistral fue uno de los invitados a esta
actividad, llegó tarde cuando todos se habían marchado al pueblo vecino, sólo se encontraba
Petra, la criada de Ana, quien acompañó a don Fermín a buscarlos. En el camino, en la cabaña
del leñador, Petra y don Fermín, tuvieron un encuentro quizás erótico, porque no se especifica,
más bien se deja a la imaginación.
Al regresar al Vivero cayó una súbita tormenta que provocó los celos del Magistral al imaginar
a su Ana con Mesía. Don Fermín se hizo acompañar por don Víctor para buscar a Ana bajo la
lluvia.

En su carrera desenfrenada, don Fermín, no advirtió el aviso de que los otros estaban bajo
techo. Su esfuerzo resultó inútil y tuvo que regresar a Vetusta mojado y de mal humor.

Conocido por Ana el episodio, comprendió que Mesía tenía razón al suponer en de Pas celos
de amante. La fiesta continuó, unos se marcharon a la ciudad y otros se quedaron.

El otoño quedó atrás y con él, las idas y venidas al Vivero. Una alegre nostalgia invadió a los
concurrentes en ese último día. A la vuelta a Vetusta, el entusiasmo continuó en el Palacio de
los Vegallana. Mesía aprovechó las circunstancias para declarar su amor a la Regenta y ella le
correspondió. Pasaron los días y se intensificó, cada vez, más el acercamiento amoroso que
terminaría con la entrega de Ana.

Quintanar ignoraba la adúltera relación de Ana con Mesía e invitó a éste a comer en su casa el
día de Navidad. Aprovechó Víctor, para contarle a Álvaro de sus aventuras con Petra, ya que
temía que su esposa se enterara de su infidelidad. El despreciable amigo le prometió
resolverle tan molesto asunto que en verdad aprovecharía para sacar ventaja. La deshonrada
esposa temía a Petra por otras razones y era que descubriera su adulterio, su amante le contó
la inquietud del ofendido anciano. Mesía quiso deshacerse de Petra. Se le presentó la
oportunidad para romper todo lazo con ella, prometiéndole engañosamente colocarla en la
fonda donde vivía. Inicialmente sus citas con Ana fueron en casa de los Vegallana pero fueron
rápidas y furtivas. Para tener más expansión y solazarse, le propuso trasladar sus encuentros
amorosos al Caserón de los Ozores, o sea, la casa donde vivía Ana con su esposo. La poca
dignidad que tenía aún, la hizo rechazar la posibilidad, pero la prefirió antes que frecuentar
arriesgadamente otro lugar. Para esto Álvaro contó con la complicidad de Petra que no
admitió pago efectivo, sino pago en amor, en favores sexuales, pero don Álvaro resultó en
ocasiones remiso para el pago.

Petra, al saber que Teresina, criada del Magistral, iba a contraer matrimonio, ansiaba ocupar
su puesto y le reveló al Magistral todo lo que ocurría en la casa de Quintanar. Nefastos
pensamientos de venganza pasaron por la mente del turbado Magistral, pero acostumbrado a
dominar sus impulsos se controló y planeó junto, con Petra, el castigo.

Petra, en su último día en casa de Ana, adelantó el reloj de don Víctor una hora antes de lo
acostumbrado. A Quintanar le pareció la mañana oscura, pero se vistió y fue al cenador del
parque a esperar a Frígilis para ir de caza. Al salir, oyó un ruido en el balcón de la habitación
de Ana, de la cual salió un hombre envuelto en una capa. Mientras le apuntabas con el cañón
de la escopeta, don Álvaro bajó del balcón, subió la muralla y saltó a la calle. Quintanar no
tuvo el valor de dispararle, se sintió abrumado por el descubrimiento y aún así salió de caza
con Frígilis y al regreso, le contó todo a éste, su más fiel amigo.

El Magistral se presentó en casa de don Víctor para hacerle reaccionar, ya que su deshonra era
conocida en toda Vetusta. Víctor se vio obligado a desafiar a Mesía y en el duelo murió de un
tiro en la vejiga. Mesía se fue a Madrid y desde allí escribió a la Regenta, quien se vio
despreciada y abandonada por todos, excepto por Frígilis. Volvió Ana a las prácticas religiosas
y en la catedral se encontró con don Fermín. La actitud de éste provocó un desmayo en la
Regenta. Así, caída en el suelo del templo la encontró el acólito Celedonio, quien llevado por
un deseo miserable y una perversión lúbrica, besó a la Regenta en los labios. Ana recuperó la
conciencia como si rasgara las neblinas de una pesadilla que le provocaba náuseas, había
creído sentir sobre la boca el vientre glutinoso y frío de un sapo. A los realistas y a los
naturalistas y a los neorrealistas lo que se les reprocha es la gran crueldad que ejercen sobre
sus personajes.

17 Alas, Leopoldo. La Regenta. Madrid: Espasa Calpe, S. A., 1984, Págs. 312-313

18 Alas, Leopoldo. Op. Cit. pág. 675

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