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En una cálida noche en el corazón del antiguo Egipto, en las profundidades de un templo

dedicado a Thot, el dios de la sabiduría y la escritura, el sabio Kemet y su discípula, la joven


Seshat, se sumergieron en el estudio de los misterios del universo. Sentados frente a una mesa
de piedra iluminada por antorchas, desplegaron un antiguo papiro adornado con jeroglíficos y
símbolos del tarot egipcio.

En el extremo izquierdo del papiro, dos barras verticales paralelas destacaban en medio de un
fondo de tonos tierra, recordando la dualidad presente en el corazón del cosmos egipcio: el Ka
y el Ba, el positivo y el negativo, la vida y la muerte.

En el centro del papiro, una esfinge alada emergía majestuosamente, su mirada penetrante fija
en el infinito. Sosteniendo un cetro Uas entre sus garras, la esfinge representaba la guía hacia
los misterios del destino y la necesidad.

La rueda de la vida, situada en el corazón del papiro, giraba con gracia, recordando a Kemet y a
Seshat la eterna ley del karma: cada acción, cada giro de la rueda, tiene su reacción. A los lados
de la rueda, dos figuras enigmáticas, una ascendiendo y la otra descendiendo, personificaban
las fuerzas del equilibrio cósmico y la dualidad del ser.

Sobre la rueda, dos cobras vigilaban atentas, una mirando hacia el pasado y la otra hacia el
futuro, recordando a Kemet y a Seshat la eterna dualidad de la existencia humana: la lucha
entre el caos y el orden, la luz y la oscuridad, el nacimiento y la muerte.

A la luz de las antorchas, Kemet, con la sabiduría de los antiguos, y Seshat, con el fervor de la
juventud, se sumergieron en la contemplación de los misterios del tarot egipcio, buscando
desentrañar los secretos del universo y el destino humano.

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