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Índice

Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Playlist
Prólogo
1
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Epílogo
Créditos
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Sinopsis
Rosie y Adam.
La música vuelve a unir sus corazones.
Después de pasar tres meses sin tener ningún contacto,
Adam sale de la clínica de desintoxicación con ganas de
recuperar su vida anterior. Rosie, que echa tremendamente de
menos las conversaciones con Adam, se vuelca en su vida
profesional y encamina su programa de radio después de una
fallida entrevista. Justo cuando Rosie cree que ya ha superado
a Adam, él vuelve a aparecer en su vida y a Rosie se le
vuelven a despertar sentimientos y esperanzas por él, pero no
logra apartar de su mente la carta de despedida que Adam le
escribió.
¿Qué pasará con Rosie y Adam? ¿Es posible que sus
mundos vuelvan a unirse?
FRAGILE HEART
Conecta con tu corazón

Mona Kasten

Traducción de María José Díez Pérez


Para Tanja y Eva
Playlist

«Missing You», de The Vamps


«Memories», de Conan Gray
«Movies», de Conan Gray
«Lonely Heart», de 5 Seconds of Summer
«Take My Hand», de 5 Seconds of Summer
«Nights Like This», de Kehlani (feat. Ty Dolla $ign)
«altar», de Kehlani
«Streets», de Doja Cat
«Fair», de Normani
«neverletyougo», de ROLE MODEL
«How Does It Feel», de Brandin Jay
«you broke me first», de Tate McRae
«Ring», de Cardi B (feat. Kehlani)
«Unerreichbar weit», de JORIS
«Call Me Lover», de Sam Fender
Prólogo

Rosie
Agosto
Adam:
No tienes por qué sentir nada. Que hayas buscado ayuda hace que me sienta
muy orgullosa de ti. Te deseo todo lo mejor y estoy contigo en cada paso del
camino. Entiendo que hayas tenido que poner punto final a esto. Pese a todo, si
en algún momento necesitas algo, no dudes nunca en decírmelo.
Con cariño,
Rosie

Leído

Septiembre
Adam:
Se me ha pasado por la cabeza una cosa; llevo más de un mes dándole
vueltas, y es importante para mí que sepas qué es:
No me has hecho perder el tiempo, para nada. Lo has enriquecido con tu
sentido del humor, tu manera de escucharme y de entenderme como nadie, con
tus hoyuelos y todas las cosas buenas que hacen que seas quien eres. Eres muy
importante para mí. Ojalá pudiera hacértelo ver de alguna forma.
Con cariño,
Rosie

Leído

Octubre
Adam:
Ya me he ido de tu casa, así que tu reino es todo tuyo otra vez cuando
regreses. Solo quería que lo supieras. Espero de verdad que te encuentres mejor.
Y también quería decirte que sigo sintiendo lo mismo que la última vez que
hablamos por teléfono: te echo de menos.
Te echo muchísimo de menos.
Me habría gustado tener la ocasión de demostrarte que tu corazón estaría en
buenas manos conmigo.
Con cariño,
Rosie

El mensaje no ha podido enviarse

Adam
Agosto
Me han dado un cuaderno para que escriba en él los progresos
que hago. Genial. Una pasada. ¿El progreso que he hecho hoy?
He conseguido vomitar en el váter en lugar de al lado de la
cama. Además, me han dejado el móvil una hora y he visto
que me han escrito cientos de personas. De todas ellas solo
hay una que me interesa de verdad.
Rosie.
Solo Rosie.
Pero sé que no tiene ningún sentido. Es inútil. Como toda
mi puñetera vida.

Septiembre
Sigo sin poder dormir y veo cosas que no quiero ver porque
tengo que hablar constantemente de ellas. Empiezo a no tener
ni puñeteras ganas de hacerlo. Es agotador, joder. Lo más
agotador que he hecho en mi vida. Cada día es una lucha. Las
manos me tiemblan. Cada semana estoy un poco más gordo.
El corazón se me sale por la boca día sí, día también, y a veces
tengo la sensación de que me va a dar un puñetero infarto. En
mis momentos más bajos me gustaría que me lo diese. No sé
cuánto voy a aguantar en este sitio. Pero en esos momentos
pienso en los chicos. En mi madre y mi padre. Y en Rosie,
aunque no quiero hacerlo.
No soy la persona que se merecen, pero estoy
esforzándome para serlo, por doloroso que sea. Y que conste
que lo es.
Joder, vaya si es doloroso.

Octubre
Tengo muchas expectativas. Una nueva actitud. Nuevas
posibilidades. Y nuevos medicamentos.
Ahora que por fin hemos dado con unas pastillas que tolero,
me encuentro un poco mejor. Desde hace unas semanas ya no
me odio tanto y mi corazón late tranquila y regularmente.
Estoy probando cosas nuevas, como me ha aconsejado Johar:
pinto, leo. Compongo más canciones. Aunque todas estas
cosas me van bien, de vez en cuando me sigo sintiendo
bastante mal. Me da miedo el día que salga de aquí y vuelva a
caer en los patrones de siempre. Para eso mi terapeuta ha
encontrado una buena metáfora: opina que la adicción remitirá
si sigo trabajando en mí; así, las cosas importantes pasan a un
primer plano, y estas cosas son como una buena canción, una
melodía que inunda un estadio con diez mil personas durante
un concierto. En comparación con eso, la adicción es el ruido
de fondo: está ahí, pero puedes hacerlo desaparecer poco a
poco, hasta que al final deja de oírse.
He llegado casi hasta el punto de creérmelo.
Casi.
1

Adam
Pensé que sería de otra manera.
Tras pasar tres meses en la clínica de desintoxicación creía
que saldría por la puerta de ese sitio con la cabeza bien alta.
Curado. Sin problemas. Sintiendo el sol en la cara.
La realidad fue otra.
En lugar de salir de la clínica por la puerta principal, tuve
que bajar al garaje en un ascensor enano, porque fuera siempre
había paparazzi al acecho para sacar su siguiente foto
lamentable. Yo sabía que lo habían conseguido infinidad de
veces. Había visto esas fotografías. Personas como yo
cubriéndose la cabeza con una capucha, pese a lo cual su
rostro ceniciento solía reconocerse desde algún ángulo. En
esas fotos uno se percataba a simple vista de lo hechas polvo
que estaban esas personas. Se veía que habían librado una
batalla contra la adicción y les había pasado factura. Y mi caso
no había sido distinto. Los últimos meses me habían salido
caros: primero los síntomas de abstinencia, que se habían
traducido en insomnio, mareos, taquicardias y náuseas
terribles. Y después había empezado lo peor: había tenido que
hablar. Me tocó desprenderme con dolor de cada capa de mi
ser, desecharla y por último coserla de nuevo burdamente, de
forma que en un primer momento distaba mucho de sentirme
curado, más bien tenía la impresión de ser el monstruo de
Frankenstein. Mis cicatrices eran recientes y estaban en carne
viva, y sabía que tardaría mucho tiempo en volver a sentirme
medianamente yo mismo.
Si alguien me hubiese sacado una foto en ese momento, en
ella se habría visto una piltrafa humana. Una piltrafa en baja
forma, con el pelo lacio y descolorido, la cara pálida y los
hombros caídos. Alguien que había librado una lucha
encarnizada y había salido airoso a duras penas.
Tenía la vista clavada en los luminosos botones y rehuía las
miradas del personal de la clínica. Lo único que quería era
llegar cuanto antes al coche y abandonar ese sitio sin que nadie
me viera. Porque aquello en lo que había depositado mis
esperanzas no había sucedido: no tenía la sensación de
haberme curado ni de que mi vida se hubiese encarrilado de
nuevo a partir de ese instante. Los problemas seguían
existiendo; durante los tres meses que había pasado en la
clínica habían mejorado, sin duda, pero continuaban ahí.
Como todo lo demás que me esperaba fuera.
Vi infinidad de rostros. Todas las personas a las que había
dejado atrás y había decepcionado. Vi a Thorn, a Buckley y a
Hunt. A Leah. A mis padres. Y vi otra cara cuya imagen dejé
que consumieran las llamas en cuanto empezó a materializarse
en mi cabeza.
«No pienses en ella —me conminé cuando se abrió la
puerta del ascensor—. Ni ahora ni nunca.»
A lo largo de esos últimos meses esas palabras se
convirtieron en un nuevo mantra. Me las repetía una y otra
vez, algo que —debo admitir— resultó bastante difícil. Johar,
mi terapeuta, me aseguró que no pasaba nada si dejaba de
pelear contra mí mismo, que podía renunciar tranquilamente a
controlar ese aspecto de mi vida, pero no podía desprenderme
sin más en tan poco tiempo de lo que llevaba años haciendo.
No quería pensar en Rosie. Simplemente no era capaz.
Porque verla o tan solo pensar en ella hacía que el pánico, la
rabia y el anhelo reviviesen en mi pecho. Y eso era algo que
no podía aguantar mientras cada día fuese una lucha contra mi
adicción.
Aunque evitar acordarme de Rosie dolía, resultaba más o
menos soportable. En cambio, el alcohol seguía dominando
muchos de mis pensamientos. Por el momento no necesitaba
beber, pero desde hacía semanas temía la hora en que tuviera
que abandonar la clínica. Temía regresar a un mundo en el que
llenar la petaca con la primera bebida alcohólica que
encontrase era de lo más sencillo.
Me froté el pecho. De pronto el corazón me latía como
loco. Intenté pasarlo por alto y salí al garaje detrás de los dos
empleados. A escasos metros de mí esperaba un SUV negro
con los cristales tintados: el chófer que habían pedido que me
recogiera estaba metiendo mi equipaje en el maletero y nos
saludó con una ligera inclinación de cabeza antes de cerrarlo,
dirigirse hacia la puerta trasera y abrirla.
Me volví hacia el personal de la clínica para despedirme.
En ese momento percibí un movimiento con el rabillo del ojo.
Miré ceñudo de nuevo hacia el coche… y me quedé helado.
Del coche había bajado una mujer. Tenía el cabello
entrecano y la sonrisa más cálida del mundo entero y yo le
sacaba más de una cabeza.
Arrugué la frente y me pregunté si no me estarían
engañando los ojos. La boca se me abrió ligeramente, pero no
conseguí pronunciar sonido alguno cuando la mujer echó a
andar despacio hacia mí. Vi que se le saltaban las lágrimas
mientras yo seguía allí, como petrificado. Cuando llegó a mi
lado, no vaciló ni un segundo antes de abrazarme. Era la única
persona que podía hacer eso. La única persona que no me
inspiraba aversión. Aun así, en un primer momento no fui
capaz de devolverle el abrazo. Estaba completamente rígido.
—¿Mamá? —conseguí decir con voz áspera. No fui capaz
de más.
Mi madre me abrazaba, con su familiar olor a casa, y
mientras tanto me pasaba la mano por la espalda describiendo
círculos tranquilizadores.
—Todo irá bien, cariño mío —musitó.
Por fin logré que mis brazos salieran de su parálisis. Los
levanté y la abracé. Acto seguido eché la cabeza hacia delante,
cansado, y la apoyé en su hombro. No me quedaban fuerzas.
No sabía si alguna vez las volvería a tener.
—Todo irá bien —repitió—. Estoy contigo.
La estreché con más ganas aún y cerré con fuerza los ojos,
ya que noté de pronto un tremendo escozor en ellos. De
manera que me aferré a mi madre, que seguía asegurándome
que todo iría bien.
Mientras estábamos así, solo pensaba en una cosa: «No
estoy solo».
2

Rosie
Era la temporada de ceremonias de entrega de premios, lo que
significaba que a la concesión de un galardón le seguía otra.
Eso, a su vez, quería decir que yo trabajaba sin parar, lo cual
era sumamente práctico, ya que el trabajo me distraía. Así
podía zambullirme en él al cien por cien y no salir mucho a la
superficie.
La velada de ese día ofrecía una de esas ocasiones de
inmersión.
La «alfombra roja» de los World Music Awards era de un
turquesa vivo. Se anunciaba a una estrella tras otra y a mi
alrededor los periodistas sacaban los codos y defendían el sitio
que habían conseguido junto a la barrera con más
contundencia de la necesaria para mi gusto. Por suerte no
estaba sola. Volví la cabeza hacia Bodhi. A juzgar por la cara
que estaba poniendo, también acababa de recibir un golpe en
las costillas.
Al darse cuenta de que lo miraba, me dedicó una sonrisa
torcida.
—¿Todo bien, boss?
Desde que lo había contratado, hacía dos meses, Bodhi
siempre me llamaba «boss». Al principio se me hacía raro,
pero para entonces ya me había acostumbrado.
—Sí. Solo que creo que mañana tendré moratones en las
costillas.
Bodhi miró en el acto amusgando los ojos al periodista que
estaba a mi lado. Probablemente pensara que parecía
amenazador, pero con lo enclenque que era y con esos brazos
y piernas kilométricos que casi siempre movía con gran
torpeza, Bodhi resultaba todo menos amenazador. Más bien
recordaba a un perezoso. Algo que, sin embargo, solo tenía
que ver con su aspecto, no con su forma de trabajar. Con su
ayuda, yo había podido recuperarme debidamente y seguir
haciendo el programa desde que Kayla no estaba. Ese día
ejercía de cámara: mantenía en equilibrio en un hombro el
pesado aparato mientras yo sostenía en la mano el micrófono,
en el que se podía leer «Rosie Hart Show».
Ya llevábamos allí varias horas y el sudor me corría por la
nuca. Aunque de por sí ya hacía calor para ser finales de
octubre, debido a las apreturas de la barrera me daba la
sensación de que la temperatura aumentaba en unos cuantos
grados. A eso se sumaba la impresión que tenía de estar allí
casi en balde. Desde hacía algunos meses trabajaba duro para
mejorar la reputación del programa, lo cual era de todo menos
fácil. Por una parte, porque me seguía pesando la entrevista
fallida que había hecho a Scarlet Luck. Por otra, porque había
perdido a mi asistente de producción y antigua amiga, Kayla,
que se había pasado a la MCT, donde ahora tenía su propio
programa, que anunciaban a bombo y platillo. Junto con su
jefe, Michael Seymour, no solo me había quitado clientes
importantes, sino que además había ido difundiendo rumores
entre bastidores de lo poco profesional que, al parecer, era yo.
Desde entonces, se me habían caído varios patrocinadores y
cada vez me costaba más que acudiesen artistas de renombre
al programa.
Las consecuencias también se dejaban sentir ese día. El
Rosie Hart Show era un programa independiente —no nos
respaldaba ninguna gran cadena—, razón por la cual
prácticamente nadie se detenía con nosotros en la alfombra
turquesa. Casi todos los invitados pasaban por delante y
preferían pararse con los que daban codazos a izquierda y
derecha de nosotros. Por lo menos hasta ese momento.
—Ashley Cruz está llegando —anunció uno de los
coordinadores en la alfombra, con una mano en el pinganillo.
Vociferó algo al micrófono que tenía delante de la boca y a
continuación miró el papel que sostenía en la mano, en el que
figuraba qué periodista quería hablar con qué estrella. Acto
seguido pasó por delante de nosotros a toda velocidad hacia el
edificio donde se celebraba el evento.
—Ashley estaba en nuestra lista, ¿no? —me preguntó por
detrás Bodhi, y yo asentí. Ashley y yo nos conocíamos y la
entrevista que le habíamos realizado había salido tan bien que
imaginaba que nos haría caso.
Me eché el pelo hacia atrás y me abaniqué con las tarjetas
que llevaba, en las que había anotado un sinfín de preguntas.
Normalmente llevaba las entrevistas a un plano más bien
personal, algo que por desgracia no era posible en un acto
como ese, ya que en las alfombras rojas no se lograba crear el
ambiente adecuado para preguntas que pudieran tocar la fibra
sensible, de manera que tenía que darme por satisfecha con las
preguntas de rigor sobre proyectos actuales, el evento y los
nominados.
Eché una ojeada a las tarjetas. Por lo general memorizaba
su contenido, pero esos últimos meses era como si no fuese
capaz de retener nada. Por lo visto, en mi cabeza ya no
quedaba sitio para aprender de memoria nada, así que confiaba
en mis tarjetas. Releí las preguntas unas cuantas veces, hasta
que los reporteros y fotógrafos que tenía alrededor empezaron
a dar gritos. Al levantar la mirada, vi que Ashley Cruz se
bajaba de una limusina negra que se había detenido delante de
la alfombra turquesa. Tras la barrera, la gente se volvió loca y
la llamaba a voz en cuello. De haber sido yo la que estaba en
esa alfombra, no habría sabido qué hacer y, probablemente, la
cantidad de flashes me habría producido auténtico vértigo.
Pero Ashley era una profesional de pies a cabeza. Al fin y al
cabo, acudía a actos como ese desde que era una niña.
Estaba fabulosa con un ceñido vestido color malva que le
bajaba por el cuerpo formando delicadas ondas. Llevaba el
cabello moreno peinado en grandes y sedosos rizos naturales
que le caían por los hombros y su maquillaje era oscuro e
intenso. Sonrió a las cámaras, de un lado al otro, y después se
puso de espaldas y volvió la cabeza, dejando a la vista el
pronunciado escote de la espalda, que le llegaba hasta el coxis.
Los fotógrafos alucinaron por completo, seguían llamándola,
chillando cada vez más, y al cabo de pocos segundos el
espectáculo terminó. La jefa de prensa de Ashley se acercó a
la estrella y la cogió un instante del brazo mientras le decía
algo al oído. Ashley asintió y empezó su recorrido por la hilera
de periodistas que querían entrevistarla.
—Dentro de nada nos toca —musitó Bodhi, y yo eché atrás
los hombros.
Durante un instante me sentí nerviosa, pero reprimí los
nervios. Ashley y yo nos conocíamos. Había estado en mi
programa y en la fiesta de lanzamiento del…
Puse freno al hilo de mis pensamientos al notar una
sensación desagradable en el estómago.
No, no pensaría ahora en esa fiesta, porque si lo hacía,
evocaría inevitablemente otros recuerdos. Unos recuerdos
relacionados con la música. Con un paseo. Con una
conversación profunda en una noche estrellada. Con una
promesa que ya no significaba nada. Y ahora mismo lo último
que necesitaba era eso.
Pestañeé unas cuantas veces y me obligué a sonreír. Delante
de nosotros solo había una persona, yo ya oía las respuestas de
Ashley. Miré de nuevo mis tarjetas.
Poco después la jefa de prensa estaba con nosotros, con
Ashley detrás. Miré un instante a Bodhi para asegurarme de
que la cámara estaba grabando.
—Y ahora nos toca a nosotros —comentó él mientras
levantaba un pulgar para desearme suerte.
Asentí y me volví hacia la alfombra turquesa, donde Ashley
acababa de verme. Me dedicó una amplia sonrisa y se acercó a
mí unos pocos pasos. Por suerte se paró a hablar con nosotros.
—¡Rosie, hola! —Me abrazó y me dio dos besos fugaces
—. Me alegro mucho de verte.
Aunque me cogió un poco por sorpresa, intenté que no se
me notara. La cámara estaba grabando. Ahora tenía que ser
profesional.
—Yo también. Estás increíble.
Con una sonrisa radiante, Ashley hizo una pequeña
reverencia.
—Es muy amable por tu parte, gracias.
—En primer lugar, me gustaría darte mi más sincera
enhorabuena por esta nominación —dije risueña—. ¿Qué se
siente al estar nominada con un álbum tan personal como First
Dreams?
Ashley se llevó ambas manos a la cara y negó con la
cabeza, como si no terminara de creérselo.
—Es un gran honor. Todavía estoy sorprendida. El álbum
es completamente distinto de todo lo que he hecho hasta ahora.
Demuestra que he crecido y voy en otra dirección. Al principio
tenía miedo, pero los últimos meses me han enseñado que esos
temores eran infundados.
—¿Qué has hecho para lidiar con ese miedo? —Aunque la
pregunta no estaba en mis tarjetas, quise aprovechar la
oportunidad.
—Creo que todos dudamos de nosotros mismos y tenemos
que luchar contra ello. Lo importante es no permitir que esas
dudas se apoderen de nosotros y nos anulen, porque cuando
eso sucede, ya no es posible crear nada nuevo. Y eso es justo
lo que la gente necesita: arte. Ya sea en forma de música o de
otro tipo. He intentado plasmar todas mis emociones en este
álbum y procesar cosas que no podía olvidar ni siquiera
después de que hubiesen pasado años. Ha sido como una
liberación.
Yo iba a decir algo cuando la jefa de prensa dio unos
golpecitos en el reloj. Ashley levantó la mano un instante
mientras seguía mirándome expectante, lo cual hizo que el
corazón se me subiera a la garganta. ¡Se quedaba con nosotros
más tiempo! Eso también tenía que aprovecharlo, no todo el
mundo contaba con semejante ventaja. Pero entonces empecé
a experimentar una opresión que hizo que la boca se me secara
por completo. Si por lo general siempre me sentía como pez en
el agua una vez que estaba metida en faena y dialogando con
mi invitado, ahora era como si se me hubiese secado el
cerebro.
Quería consultar mis tarjetas, pero al ir a hacerlo, la primera
se me cayó y salvó la barrera para acabar en la alfombra
turquesa. Solté un taco en voz baja y los ojos se me abrieron
como platos: delante de esas personas no te podías quedar en
blanco, y menos aún decir tacos.
—Suerte —me susurró Bodhi por detrás.
Pestañeé y a continuación cogí aire y me acerqué el
micrófono a la boca de nuevo.
—Dinos, ¿a quién deseas suerte esta noche? —Apunté con
el micro a Ashley.
Aunque la sonrisa profesional seguía en sus labios, ahora su
mirada era más seria, casi enérgica.
—Naturalmente, a todas las mujeres increíbles que
compiten en mi misma categoría. Es un grandísimo honor
estar nominada con ellas. Y deseo mucha, mucha suerte a
Scarlet Luck, que están nominados en la categoría de Álbum
del Año. El disco es una pasada y los chicos merecen de
verdad llevarse ese premio hoy a casa. —Levantó ambos
pulgares ante la cámara mientras a mí se me encogía el
estómago.
Estaba teniendo que hacer un esfuerzo sobrehumano para
seguir sonriendo, casi no podía respirar.
—En cualquier caso, yo también te deseo a ti la mejor de
las suertes y que pases una velada estupenda. —Las palabras
me supieron a poco, casi amargas, pero confié en que no se me
notase.
—Gracias. —Ashley saludó a la cámara, que poco después
Bodhi bajó.
La jefa de prensa volvió a dar unos golpecitos al reloj, pero
Ashley siguió con nosotros. Dio un paso más hacia la barrera y
me puso una mano en el brazo. Fue como el roce de una pluma
y sin embargo me tensé.
—¿Tú estás bien, Rosie? Te noto pálida —susurró para que
las personas que nos rodeaban no pudieran oírlo.
A mi cabeza afloraron numerosas fórmulas de cortesía:
«Sí, muy bien.»
«Solo tengo un poco de calor.»
«Ahí ando.»
Sin embargo, el interés de Ashley era sincero y el hecho de
que en entrevistas anteriores me hubiese confiado algunas
cosas de su vida y sus problemas hizo que me resultase
imposible pronunciar esas palabras hueras. En sus ojos
castaños había una expresión que me decía que se había dado
perfecta cuenta de las ojeras y la tez cenicienta que lucía. No
quería mentirle. De manera que me limité a encoger un
hombro, sin saber qué decir.
Me seguía mirando con empatía cuando su jefa de prensa
tomó la palabra:
—Tenemos que continuar, Ash —afirmó impaciente.
Ashley nos dirigió deprisa una última sonrisa a Bodhi y a
mí y avanzó hasta el siguiente micrófono.
Me quedé alelada y me pregunté cómo se me podía dar tan
mal guardar las apariencias si hasta alguien como Ashley, que
era prácticamente una desconocida, se percataba de lo que
pasaba en realidad.
—¿Todo bien, boss? —se interesó Bodhi.
Apreté los ojos. No, nada iba bien. Me encontraba mal y
temía colapsar de un momento a otro. No sabía cómo iba a
aguantar en ese sitio estando tan hecha polvo. Pero llevaba así
más de tres meses. Me acabaría acostumbrando. No podía
cargarme mi carrera solo porque tuviese el corazón roto. Me
negaba a aceptar eso.
—Sí, genial. Solo necesito beber un poco de agua antes de
la siguiente entrevista.
Antes incluso de que hubiese terminado la frase, Bodhi ya
me estaba ofreciendo una botella abierta.

Los asientos que nos habían asignado se encontraban en una


de las gradas superiores, en la última fila. Sin las pantallas que
flanqueaban el escenario, desde allí prácticamente no se veía
nada de lo que sucedía abajo, pero lo bueno era que tan atrás
solo tenía asiento algún que otro canal de prensa rosa, lo que
significaba que podía ponerme cómoda sin que me remordiese
la conciencia y, en la medida de lo posible, estirar las piernas.
Bodhi había intentado hacerlo, pero era tan alto que las
rodillas le chocaban contra la butaca de delante. Ahora estaba
sentado completamente recto a mi lado mientras yo, agotada,
me había retrepado hasta parecer un bulto informe.
El evento ya había empezado. Actores y actrices famosos
desfilaban por el escenario del Microsoft Theater y daban a
conocer el nombre de los ganadores en las distintas categorías
musicales mientras yo seguía dándole vueltas a la entrevista
que acababa de hacerle a Ashley Cruz.
Después de la conversación que habíamos mantenido,
aguanté junto a la barrera mecánicamente, haciendo acto de
presencia, pero ninguna estrella más se paró a hablar con
nosotros. Era humillante y triste, la verdad, pero, como estaba
tan hecha polvo, ni siquiera tuve energía para enfadarme. Y
estaba segura de que, de todas formas, en la entrevista que
acababa de hacer se vería el estado en que me encontraba.
Me daba rabia. Esa no era la primera alfombra roja a la que
iba tocada. Ya había habido algunos eventos a los que había
asistido con fiebre u otros síntomas, sencillamente porque, al
tratarse de un programa modesto, no podía dejar pasar las
oportunidades. Sin embargo, en ninguna de esas veladas me
había sentido tan mal —o tan aturdida— como en la de hoy.
Claro que ¿por qué me extrañaba? Ya llevaba así más de
tres meses. Y la cosa no mejoraba. Solo podía seguir adelante,
no me quedaba más remedio. TENÍA que seguir adelante.
Siempre adelante. Pero estaba cansada. Muy cansada y…
Lo siguiente que sentí fue un toquecito en el hombro. Pegué
un respingo y eché un vistazo a mi alrededor hasta toparme
con la mirada de Bodhi.
—Te he traído un refresco de cola, boss —dijo mientras me
ofrecía una botella—. Tienes pinta de necesitarlo, esto aún
durará unas horas.
Me restregué los ojos.
—¿Cuánto he estado durmiendo?
—Solo unos quince minutos o así.
Cogí la botella y bebí un sorbo, agradecida, para suavizar la
garganta, que notaba rasposa.
—¿Y me has dejado dormir sin más?
Bodhi asintió con expresión grave.
—Parecías supercansada. Cuando estoy así, a mí me suele
ayudar pegarme una siestecita rápida. Pero no puede durar más
de veinte minutos, porque si no después me encuentro peor
que antes.
Farfullé que opinaba lo mismo y volví a mirar hacia
delante, al público. Desde allí arriba casi no reconocía a nadie,
solo logré distinguir a Ashley en la primera fila, y eso gracias
al vestido que llevaba. Sin embargo, ahora el auditorio se
hallaba tan oscuro que no veía nada. En el escenario estaban
presentando un resumen de la categoría Música Country, con
imágenes y fragmentos de canciones. Me alegré de que
estuviera oscuro. De no ser así, Bodhi habría visto que estaba
como un tomate de la vergüenza, y eso no podía ser.
Me pregunté, y no era la primera vez que lo hacía, qué
pensaría de mí Bodhi. Desde que había empezado a trabajar
conmigo me había visto ausente más a menudo de lo que podía
contar con los dedos de las dos manos. Me había quedado
dormida en la mesa en más de una ocasión, porque me pasaba
las noches en vela, y en los emplazamientos publicitarios de
mis patrocinadores había olvidado tantas veces lo que tenía
que decir que había acabado dejándolo y había grabado el
texto por la noche, cuando Bodhi ya se había ido del estudio
hacía rato.
En algún lugar de mi cabeza era consciente de que debía de
ser la peor jefa de la historia. Y al mismo tiempo,
curiosamente, me daba igual. Porque hasta hacía escasos
meses me consideraba una jefa bastante buena, y eso me había
llevado justo hasta donde estaba ahora: a tocar fondo. Aunque
también existía otro factor de bastante peso, la forma en que
Kayla me había roto el corazón con su traición era casi tan
dolorosa como la carta de despedida en la que no quería pensar
bajo ningún concepto. Por desgracia, la había leído tantas
veces que a esas alturas me la sabía de memoria y las palabras
acudían a mi cabeza en los momentos menos apropiados. Por
ejemplo, cuando quería dormir. O cuando iba a por un café. O
incluso cuando me hallaba en medio de una entrevista para el
Rosie Hart Show.
«Ojalá pudiera cumplir la promesa que te hice, pero es
imposible. No puedo volver contigo.»
Esas palabras me asaltaban una y otra vez. Y después casi
siempre mi cuerpo exigía doblarse sobre sí mismo
dolorosamente. Al principio también derramaba una buena
cantidad de lágrimas, pero pasadas las primeras semanas ya no
tenía más. Había llorado hasta quedarme prácticamente seca y
convertirme en una especie de zombi que sobrevivía a base de
cafeína.
—¿Qué me he perdido? —pregunté con voz inexpresiva.
—No mucho. Solo la actuación de Menace.
Torcí el gesto con amargura. Menace era el exnovio de
Ashley Cruz y un capullo integral. Cierto que yo no era
imparcial, porque estaba al cien por cien de parte de Ashley.
Menace le había puesto los cuernos públicamente y luego lo
había negado durante mucho tiempo. Por eso, por principios,
su música me parecía mala.
—Se ha roto la camiseta en plena actuación y me da la
impresión de que llevaba en el pecho algo escrito con
rotulador. Por desgracia, desde aquí no he podido verlo, pero
abajo muchas personas se han tapado la boca —prosiguió
Bodhi.
Saqué el móvil en el acto y abrí Instagram. Seguía algunas
páginas de noticias con la cuenta oficial del programa y no
tardé en encontrar lo que buscaba. Al ver las fotos, me quedé
boquiabierta.
En ellas se veía a Menace rasgándose la camiseta blanca
mientras enseñaba los dientes, dejando a la vista las fundas de
plata. En el pecho, además de algunos tatuajes, en efecto, se
distinguía algo. Letras negras, ligeramente emborronadas, que
sin embargo se leían con claridad.

SIGUE LLORANDO, PERRA

Era evidente a quién iban dirigidas esas palabras.


Miré hacia delante de nuevo y estiré el cuello; entorné los
ojos y esperé hasta que iluminaron la fila delantera: el sitio que
antes ocupaba Ashley Cruz ahora estaba vacío.
Solté un taco. Nadie se merecía lo que le había hecho ese
hombre. Ashley era un amor, una luchadora y una música
increíble, había sufrido problemas psicológicos graves, en los
que estaba trabajando, con lo que empezaba a ser un gran
ejemplo para un público joven.
—Pero ¿qué se habrá creído ese tío? —rezongué, y me
percaté de que Bodhi se inclinaba hacia mí. Le pasé el móvil
para que viese lo que ponía.
—Ostras. ¿Cómo se puede ser tan imbécil?
Apreté la botella de cola con tanta fuerza que los músculos
de la mano se me tensaron.
—No sé cómo se puede ser así. Ese tío le puso los cuernos.
Le partió el corazón, fue aireando por ahí detalles íntimos de
la vida de Ashley, y ahora pretende jorobarle una velada que
es tan importante para ella. No lo entiendo.
—Está claro que tiene algunos complejos.
—Esa no es ninguna excusa para insultarla en un evento
público que ven millones de personas y ponerla en evidencia.
Todo el mundo sabrá que el mensaje iba dirigido a ella.
Bodhi asintió.
—A mí también me parece una auténtica mierda, pero ¿qué
quieres? Hay muchos raperos que hacen cosas así. En realidad,
habría que privarlos del altavoz que les da la fama, pero, claro,
con su presencia y con esa clase de cosas consiguen llamar la
atención.
Dejé el refresco y me crucé de brazos. Ya no tenía sed.
—A veces odio este sector.
—¿Quién no?
De pronto en la sala sonó un aplauso atronador. Me
sobresalté, igual que Bodhi.
Me guardé el móvil en el bolso con nerviosismo y miré
hacia delante.
Los hombros se me tensaron y el corazón se me subió a la
garganta.
En las pantallas que flanqueaban el escenario se veían
imágenes de Scarlet Luck.
Habían ganado.
Habían ganado en la categoría de Álbum del Año.
Aunque se suponía que esa noche no estarían allí
personalmente, vi que tres personas avanzaban entre las filas
hacia delante mientras de fondo se escuchaba «Hollow», la
canción que daba título al álbum.
Me sentí paralizada. La entrevista fallida, la tensión, el
hecho de que me hubiese quedado dormida de puro
agotamiento y me hubiera puesto en ridículo delante de Bodhi,
la carta de despedida que tenía en la cabeza y ahora, para
colmo, Scarlet Luck… Todo aquello era demasiado.
El grupo subió al escenario mientras sonaba la canción que
yo había escuchado por primera vez en la fiesta del
lanzamiento del álbum y que siempre relacionaría con esa
noche aciaga. La noche que lo cambió todo entre Adam
Sinclair y yo.
La noche que se abrió a mí por primera vez.
La noche que supuso un hito enorme en nuestra historia.
Una historia que terminó demasiado deprisa y de forma
demasiado brusca.
«Lo que ves es lo que hay, Rosie», me dijo entonces Adam.
Y yo respondí: «Lo que veo es mucho».
Para entonces nada había cambiado: Adam continuaba
siendo una de las personas más increíbles que había conocido
en mi vida. Lo que le había escrito hacía unos días seguía
siendo cierto: lo echaba de menos. Aunque no tuviera ningún
sentido echar tanto de menos a alguien con el que no había
pasado demasiado tiempo en persona. Pero así era. Y no podía
hacer nada para evitarlo.
Sentí opresión en el pecho y los músculos del estómago se
me contrajeron. Por el cuello me subió un calor que me llegó a
las mejillas, mientras en la garganta se me formaba un nudo.
El dolor volvía a estar presente, tan intenso y repentino que
apenas fui capaz de salir del estupor en el que me hallaba.
Tardé un momento en conseguirlo.
Me puse en pie cuando los chicos salieron al escenario. Así
por lo menos podía atisbar algo en las pantallas. Resultaba
extraño verlos, ya que era evidente que faltaba alguien que
había dejado un vacío. Casi no me cuadraba que recogieran el
premio, con todo lo que se lo merecían.
Jasper Thorn, el vocalista del grupo, ya no llevaba rizos
largos, se había rapado el cabello castaño oscuro en los lados.
En la camisa, que había combinado con un pantalón de seda
negro, destacaban coloridas flores que sentaban bien a su tez
oscura. A su derecha estaba Cillian Hunt, más pálido aún que
de costumbre, con la mirada perdida y la cabeza prácticamente
afeitada. Lucía un sencillo traje negro con una camisa blanca.
A la izquierda del todo, Logan Buckley, por su parte, había
optado por unos vaqueros pitillos con rotos y una americana
con capucha: su versión de un atuendo de gala. Logan había
dejado un espacio entre Thorn y él, como para evidenciar que
era el sitio que debería ocupar Adam. Aunque no estaba allí
físicamente, de alguna manera los acompañaba. Ver aquello
me conmovió y me llevé una mano al pecho. El corazón me
latía demasiado deprisa.
Thorn sostuvo ante su rostro la estatuilla de plata que
habían recibido por el álbum, pero después sacudió la cabeza y
la levantó para que todo el mundo pudiera verla.
—Guau. No puedo decir más: guau. —A continuación miró
primero a ambos lados, a los miembros del grupo, y después al
público—. No suelo quedarme sin palabras, pero creo que esta
es una de esas pocas veces. —Carraspeó y en una de las
enormes pantallas vi que pestañeaba deprisa, como si quisiese
evitar a toda costa que se le saltaran las lágrimas. Carraspeó de
nuevo, con las emociones controladas a medias—. Nos
gustaría darle las gracias a nuestro sello, por permitir que
grabáramos este disco, y en particular a Leah Miller, por el
apoyo infatigable que nos brinda. Gracias a nuestros fans por
el amor que nos dan y por estar siempre a nuestro lado, por
mucho tiempo que pase. —Se aclaró la garganta de nuevo,
tragó saliva unas cuantas veces y cabeceó: por lo visto era
cierto que se había quedado sin palabras.
Para mi sorpresa, Hunt le puso una mano en el hombro y se
inclinó sobre el micro. Hunt, que era famoso por no hablar
prácticamente nunca y que en ese momento parecía igual de
afectado que Thorn. Y Logan, que a todas luces no se
avergonzaba de las lágrimas que se le habían saltado, en ese
instante se pasaba la manga por los ojos y después por la
mandíbula.
—Como podéis ver, hoy falta una parte importante de
nosotros. Queremos dedicarle esto a Beast, sin el que nos
sentimos incompletos. Quizá en este momento esté delante del
televisor y nos esté viendo. Si es así: te queremos, tío. Y
estamos muy orgullosos de ti —dijo la voz grave de Hunt por
los altavoces.
La sala entera prorrumpió en un sonoro aplauso. Algunas
personas se levantaron del asiento. Los integrantes de Scarlet
Luck sostuvieron de nuevo el premio en alto y a continuación
dieron media vuelta y abandonaron el escenario por un lateral,
desapareciendo entre las cortinas.
Por lo visto yo aún no había derramado todas las lágrimas
que tenía, porque en ese instante tuve que hacer un esfuerzo
sobrehumano para no romper a llorar.
3

Adam
—¿No te gustaría tener un gato? —me preguntó mi madre de
sopetón.
Volví la cabeza y la miré enarcando las cejas.
—¿Por qué iba a hacer tal cosa?
—Antes, cuando llegabas del colegio de mal humor y
Chubby se te sentaba encima con el trasero ese gordo que
tenía, te gustaba mucho.
Proferí una risotada que, sin embargo, perdió fuelle deprisa.
Después me puse de nuevo a mirar el mar por la ventana.
Estábamos en Malibú, en el salón de mi casa, y solo cuando
llegamos fui consciente de lo mucho que había echado de
menos esas vistas. El oleaje rompía en la playa y se perdía en
la nada. El viento soplaba con fuerza y las olas se encabritaban
y se desplomaban sobre sí mismas, una y otra vez. Así más o
menos me sentía yo cada día. Me levantaba, me acostaba, me
recomponía como buenamente podía y volvía a hacer lo
mismo desde el principio, sin saber dónde vomitaría la
próxima vez.
Mientras tanto, mi madre buscaba desde hacía una semana
cosas que pudieran ayudarme a estar mejor, pero sus
propuestas dejaban mucho que desear (aunque yo nunca se lo
dijera abiertamente). No era culpa suya. Le costaba entender lo
que me estaba pasando y creía que, además de la terapia y la
medicación, acariciar un gato sin duda contribuiría a
solucionar todos mis problemas. Pero yo tenía serias dudas de
que una mascota pudiera ayudar a mitigar el pánico que me
inspiraba el contacto físico y la adicción al alcohol. Para eso
era más efectiva la medicación, aunque me hubiera hecho
engordar algunos kilos. Me habría gustado que me diera lo
mismo, pero, por lo visto, aunque me había hundido, aún me
quedaba cierta vanidad. Con todo, intentaba llevarlo como
podía, porque las pastillas eran eficaces. Entretanto la vida ya
no parecía tan dura.
—No tengo tiempo para cuidar de un animal, mamá —
respondí—. Además, no me gustaría dejar solo al pobre
animalito cuando…
«… nos vayamos de gira y estemos varios meses fuera de
casa», quería decir, pero las palabras se me quedaron en la
garganta. No sabía si después de lo que había sucedido
volvería a salir de gira. Si los chicos querrían que siguiera con
ellos. O si me lo había cargado todo para siempre.
Seguí contemplando el mar, pero cuando pasó un rato
inusitadamente largo sin que mi madre dijera nada, me giré de
nuevo hacia ella. Tenía la cabeza ladeada y la boca algo
abierta: se había quedado dormida.
No era de extrañar. Durante los últimos días había estado
cuidando de mí todo el tiempo y había descubierto en mi casa
rincones desordenados de los que, durante años, yo me había
olvidado por completo. Y eso que me consideraba una persona
ordenada. Lo cual, sin embargo, no parecía sostenerse cuando
mi madre venía de visita.
Desde hacía una semana, mi madre pasaba cada minuto del
día conmigo, como si temiera que pudiera hacerme daño si se
separaba aunque solo fueran dos metros de mí. Esa solicitud
—y el miedo que veía en sus ojos y que ella siempre intentaba
ocultarme, en vano— me volvía más loco aún. Una vez la pillé
en la puerta del cuarto de baño cuando yo estaba en la ducha.
Solo entonces le dije que a esas alturas un poco de distancia
me iría bien. A continuación, ella cocinó un sustancioso
estofado irlandés y me obligó a comerme varios platos, lo cual
me recordó vagamente a mi infancia en Irlanda. Era una buena
alternativa a montar guardia delante del cuarto de baño, así
que no me quedó más remedio que resignarme, agradecido.
Me levanté del sofá, cogí la manta de lana de punto que mi
madre me había traído de Irlanda y, tras acercarme al sillón,
cuyo respaldo había reclinado un tanto, la tapé. Después eché
mano de las dos tazas de té que ella había preparado antes y ya
nos habíamos tomado, fui a la cocina y las metí en el
lavaplatos. Y luego me quedé allí plantado, sin saber qué hacer
durante un momento. El tictac del reloj que había sobre la
puerta se me antojaba a un volumen casi inquietante.
La vista se me fue a la puerta de la terraza. Sin pensármelo
mucho, salí descalzo. El pelo me azotó la cara y los ojos
empezaron a llorarme de inmediato. Me protegí el rostro del
viento y me volví hacia la puerta que no era capaz de mirar
desde hacía una semana, porque la sola idea hacía que mi
pecho se contrajera dolorosamente.
Era la primera vez que mi madre se quedaba dormida antes
que yo. La primera vez desde que había vuelto que tenía un
momento para mí. No estaba seguro de si quería hacer tal cosa,
pero al parecer no era yo el que decidía: mi cuerpo se movió
por cuenta propia y fue hacia la puerta que comunicaba con la
casa de invitados. Como mi madre dormía en la casa principal,
en la habitación que había frente a la mía, desde que Rosie se
había ido allí no había estado nadie más.
Deslicé la puerta de cristal y di la luz. Fui despacio a la
habitación de la izquierda. Noté la madera fría al entrar.
También allí encendí la lámpara.
La habitación en la que solía ensayar seguía igual que
siempre. No había nada que indicase que hasta no hacía mucho
alguien había vivido allí.
No sabía qué esperaba encontrarme, pero el estómago se
me empezó a revolver y al final me mareé. Di unos pasos y me
dejé caer en la cama. Algo crujió. Me hice a un lado y metí la
mano bajo el edredón: saqué una bolsita estampada con
muchas Hello Kitty pequeñas y comenzaron a temblarme las
manos.
Desaté el lazo con el que estaba cerrada la bolsa y metí la
mano en su interior. Frunciendo el ceño, cogí una camiseta
blanca que aún tenía la etiqueta con el precio y una tableta de
chocolate, encima de la cual había un sobre.
«Adam», ponía con letra pequeña e inclinada.
Se me formó un nudo en la garganta. De pronto sentí que
todo el peso de mi mala conciencia se me echaba encima.
Rosie había intentado ponerse en contacto conmigo unas
cuantas veces. Me había escrito mensajes que, sencillamente,
yo no estaba en condiciones de contestar. Cuando ingresé en la
clínica, todo me superaba. Leer sus palabras y saber cuánto la
había decepcionado había abierto más aún el agujero que tenía
en el pecho.
Mi terapeuta no paraba de insistir en lo importante que era
que me concentrase en mí. Debía averiguar lo que YO quería.
Lo que me hacía feliz A MÍ. Debía enfrentarme a los demonios
de los que llevaba tanto tiempo huyendo, y supe que no podría
hacerlo si me dejaba arrastrar por lo que sentía por Rosie, ya
que esos sentimientos eran complicados. Necesitaba librarme
de las voces negativas que tenía en la cabeza y para hacerlo
debía convertirme en otra persona. Y esa persona no tenía
capacidad para ocuparse de alguien que no fuera ella misma.
Puede que pareciese egoísta, pero era necesario si quería salir
de aquella en condiciones.
Habían pasado meses desde la última vez que había
hablado con Rosie. En el proceso de rehabilitación había
pensado en ella a menudo, aunque no quería. Me acabó
doliendo tanto que lo reprimí todo y resolví ocuparme primero
de los problemas más importantes. Me había deshecho del
móvil y había dado de baja la línea. No sabía si Rosie me
habría escrito algún mensaje más. ¿Lo habría hecho yo, de
estar en su lugar? Posiblemente. O tal vez no. En algún
momento había que pasar página, y yo esperaba de verdad que
ella lo hubiese hecho.
Respiré hondo. Después le di la vuelta al sobre y lo abrí.
Rosie lo había pegado con cinta adhesiva con purpurina y me
tragué el nudo que tenía en la garganta mientras rasgaba el
sobre y sacaba la carta. Desdoblé el papel y me preparé
mentalmente para lo que pudiera encontrarme: su rabia, su
decepción, su odio. Solo cuando hube levantado un grueso
muro en mi interior empecé a leer.
Querido Adam:
Gracias por dejar que me quedara aquí. Te he hecho
una transferencia con el resto del alquiler. Por desgracia,
me cargué tu camiseta con el tinte del pelo, aquí tienes
otra.
Un abrazo,
Rosie
Leí la carta otra vez. Y otra.
Las manos me temblaban cada vez más, y en un primer
instante no supe por qué. En las palabras de Rosie no había
rabia. Ni decepción. Ni tampoco odio.
Es posible que precisamente ese fuera el problema.
En esas breves líneas no había nada de nada. Nada que
apuntase a lo que habíamos compartido. Ninguna palabra de
despedida, ninguna de las emociones que tanto temía
encontrar. Se despedía con «Un abrazo», como si le hubiese
escrito un puñetero correo electrónico a un compañero de
trabajo.
Me dejé caer sobre las almohadas en las que había dormido
Rosie esos últimos meses. Ese era el lugar en el que se
encontraba cuando susurró mi nombre por teléfono, en voz
baja, desesperada y rebosante de sentimiento.
Me quedé mirando al techo mientras en la cabeza todo me
daba vueltas.
Probablemente debería alegrarme de que su carta fuera tan
sobria. De que en ella ya no pusiera «con cariño». Porque en
realidad Rosie y yo nunca habíamos estado juntos, aunque
durante un tiempo lo hubiera deseado. Debería alegrarme de
que, al parecer, le hubiese hecho menos daño del que yo
suponía.
Al cabo de un rato me tumbé de lado y cogí aire con fuerza.
La ropa de cama olía a limpio, estaba recién lavada. Ya no
había rastro alguno de ella. Todo estaba impoluto y tal como
yo lo había dejado antes de que Rosie se instalara. A
excepción de la carta, en esa habitación no había nada que
permitiera deducir que ella había estado allí. Que se había
sentado en esa cama con mi camiseta puesta y había hecho
para mí la foto que no había sido capaz de borrar ni siquiera en
el móvil nuevo. Que había estado tumbada allí y se había reído
conmigo por teléfono. Que había estado allí cuando nos
confesamos mutuamente que nos echábamos de menos.
Cuando me abrí a ella por primera vez, algo que no había
hecho nunca.
Mejor así. Todo era como debía ser. Solo que los nervios
que sentía en el estómago me decían otra cosa.
4

Rosie
Tenía delante el calendario de contenidos para las Navidades,
para las que solo faltaba un mes. Aún no me lo podía creer.
Era la época en la que los patrocinadores solían pagar más por
las cuñas publicitarias que incluíamos en nuestro programa, y
después de los meses que habíamos pasado, ese dinero me iría
más que bien. Aunque llevábamos muchos más clics que el
año anterior, después del incidente que se había hecho viral y
del largo descanso que me había tomado en verano, uno de
mis patrocinadores más importantes se había caído y debíamos
llenar ese vacío con otros anunciantes. Trabajaba en ello desde
hacía meses y todavía no veía la luz. Tenía que esforzarme el
doble y el triple para conseguir cada invitado, lo cual resultaba
sumamente difícil cuando apenas me quedaban fuerzas.
—A veces odio este sector —dijo Bodhi desde su mesa.
Recostado en la silla y con las manos entrelazadas detrás de la
cabeza, miraba la pantalla del ordenador. Sus palabras me
recordaron a la conversación que habíamos mantenido en los
World Music Awards sobre Menace y la escena que había
montado.
—¿Por qué? —pregunté, y me apresuré a guardar la última
modificación que había realizado en el calendario antes de ir
con él.
—A ver, tú dime qué necesidad hay de hacer estas fotos.
Son de muy mal gusto. —Señaló la pantalla cuando me puse a
su lado para averiguar qué era lo que tanto le fastidiaba. Giró
el monitor para que yo pudiera ver el primer plano.
El corazón me dio un vuelco. Se paró un instante y después
se aceleró y se me puso en la garganta. De pronto las rodillas
me flaquearon. Alargué una mano para agarrarme a algo,
primero al vacío, después al respaldo de la silla de Bodhi,
donde enterré las uñas hasta que la piel sintética crujió.
Quise borrar la foto de mi memoria de inmediato. Deseé
que Bodhi no me la hubiese enseñado. Porque nadie, NADIE,
tenía derecho a presenciar ese momento. Y, sin embargo, yo
misma lo estaba haciendo en ese instante. Al igual que
probablemente cientos de miles de personas en el mundo
entero. Porque un paparazzi no tenía sentido del honor ni
compasión alguna y solo pensaba en el dineral que sin duda le
haría ganar esa fotografía.
Quería apartar la vista, pero no podía.
En la fotografía se veía a Adam.
Adam, que se había sometido a una rehabilitación durante
meses.
Adam, que aparentemente había salido ya de la clínica.
Mi Adam, que en realidad nunca había sido mío.
En la foto acababa de bajarse de un ascensor y tras él había
dos hombres cuyo rostro estaba pixelado. Una mujer se
abrazaba a su corpachón y él se había dejado caer hacia
delante. Llevaba un pantalón de chándal gris y una camiseta
dada de sí y agujereada, y tenía el cabello algo más largo, sin
rastro ya del tinte azul de hacía unos meses. El pelo le caía
lacio por la cara, que casi ni se le veía. Pero tampoco hacía
falta, porque parecía tan hundido y débil que solo verlo me
atenazó la garganta.
Me mareé. Era como cuando cae un rayo: quería mirar
hacia otro lado, pero todo sucedió tan deprisa que no fui capaz
de hacerlo. La imagen se me quedó grabada en la memoria.
Sin que yo lo quisiera. Sin que pudiera hacer nada para
evitarlo.
Había salido.
Volvía a estar ahí.
Y al mismo tiempo no.
El mensaje que me había enviado en su día… me había
dejado triste, enfadada y dolida. Y a la vez lo sentía
muchísimo por él. Había querido estar a su lado y, de ese
modo, ayudarlo, pero a fin de cuentas lo importante no era yo.
También me había dolido admitir eso. Me sentía desvalida,
quería hacer algo, pero no podía, porque él tenía que
concentrarse en sí mismo, no en mí o en lo que quisiera que
hubiera nacido entre nosotros en ese tiempo. Lo entendía,
quería a toda costa que se encontrara mejor, pero eso no
significaba que no echase de menos y me doliese cada
segundo lo que habíamos tenido. Añoraba nuestras
conversaciones, los absurdos mensajes que nos mandábamos,
que siempre me hacían reír; escuchar por teléfono su voz,
adormilada y rasposa, que me hacía sentir que yo era una de
las pocas personas que le alegraban el día. Tenía tantas ganas
de que volviera… Tantas, tantas ganas… Porque esperaba
poder demostrarle al fin lo que sentía por él. Pero me había
dicho que no era eso lo que quería y me había partido el
corazón como nunca había creído posible que pudieran
partírmelo.
Ahora, al verlo en esa foto, tan hecho polvo y apagado, me
dio la impresión de que el corazón se me volvía a romper por
él. Al mismo tiempo me habría gustado subirme al primer taxi
que pasara para ir a verlo y lo habría abrazado igual de fuerte
que la mujer de la fotografía. Supe quién era por la foto que
Adam tenía en el comedor. Debía de ser su madre.
Al menos de ese modo yo sabía que tenía a alguien a su
lado para ayudarlo a adaptarse de nuevo después de tanto
tiempo. Por nuestras conversaciones, siempre me había dado
la impresión de que Adam estaba muy unido a su familia, así
que me alegraba de que su madre estuviese con él. Aunque no
sabía todo lo que implicaba desintoxicarse, a lo largo de los
últimos meses había leído algunos artículos en los que ponía
que un entorno estable era muy importante a la hora de volver
a la cotidianidad.
—Qué horror, ¿no? De ser él, yo demandaba a ese
paparazzi —afirmó Bodhi, pero su voz me sonaba lejana.
Tardé unos segundos en apartar la vista de la imagen.
Luego carraspeé y me tragué a duras penas el nudo que tenía
en la garganta.
—Puedes ayudar denunciando la imagen. Por delito contra
la intimidad —apunté, y volví a mi mesa y me dejé caer en la
silla. Poco después oí que Bodhi hacía clic con el ratón y
tecleaba algo.
—Lo acabo de hacer.
—Y dejar de seguir la página que la ha publicado desde la
cuenta del programa. Que haya fotos está bien, pero no cuando
son golpes tan bajos. Si alguien difunde algo así, no queremos
respaldarlo de ninguna manera —proseguí.
Yo misma fui consciente de lo tomada que sonaba mi voz.
Lo cual, sinceramente, no era de extrañar, porque además del
deseo de averiguar quién era el paparazzi que había hecho la
foto para gritarle cuatro cosas, un pensamiento dominaba mi
cabeza: «Adam ha vuelto».
Sus palabras de despedida habían sido bastante claras.
Quería hacer borrón y cuenta nueva y tenía que concentrarse
en él. Sin embargo, no pude evitar sentir un pequeño rayo de
esperanza, que no tenía nada que ver con nosotros, sino, sobre
todo, con el hecho de que, con un poco de suerte, a Adam ya le
fuera un poco mejor. Que no lo atormentase tanto lo que lo
había llevado hasta esa situación. Y eso era todo cuanto le
deseaba.
Con cada pedazo de mi corazón roto.
5

Adam
Johar sopló el té y me miró por encima del borde de la taza.
Yo tenía la sensación de que lo hacía para que viese lo que
ponía en la taza y me partiera de risa.
«Keep talking… I’m diagnosing you», ponía en letra de
imprenta negra.
No le hice el favor de reírme. Por una parte, porque él lo
habría considerado una confirmación de que funcionaba; por
otra, porque lo que ponía en la taza me parecía una estupidez.
Desde que había salido de la clínica hacía dos semanas, me
había atrincherado con mi madre en Malibú, en la casa de la
playa. Al igual que en la clínica, seguía una rutina fija que me
servía de apoyo. Me despertaba, desayunaba, hacía ejercicio,
pintaba, leía o trataba de componer canciones, pasaba tiempo
con mi madre, la mayoría de las veces yendo a pasear con ella
por la playa. Por la tarde cocinábamos juntos, cuando me veía
con ánimos para hacerlo, y veíamos algo de telebasura
mientras cenábamos; después me iba a la cama, me pasaba la
noche atormentándome con lo que fuese y al día siguiente
vuelta a empezar. Llenaba cada minuto con pequeñas cosas y
me ceñía a la rutina. Una rutina que solo se había interrumpido
cuando una mañana había oído hablar por teléfono a mi madre
y a Leah Miller, la mánager de Scarlet Luck.
—Han publicado esas imágenes en todas partes, señorita
Miller. ¡En todas partes! No sé cómo decírselo a Adam. ¿No
podría hacer usted algo al respecto? —Después se había
hecho un silencio. Y a continuación…—. Ya tiene móvil otra
vez. No, por ahora no. Quiero que se entere por mí. Por Dios,
haga algo, por favor. Ha progresado tanto que tengo miedo
de… —El resto de la frase no lo había entendido.
En un primer momento me había planteado encerrarme con
el móvil en la casa de invitados, donde dormía desde la tarde
en la que me había encontrado la carta de Rosie, pero al final
hice de tripas corazón y fui a la cocina con mi madre, que se
volvió hacia mí con lágrimas en los ojos. Poco después me
enteré de lo de las fotos.
—Me sacaron fotos el día que salí de la clínica. Lo que no
sé es por qué no han aparecido hasta ahora. Quizá querían que
subiese el precio. —Solté la información sin más. A lo largo
de los últimos meses había aprendido que era mejor así. Johar
y yo teníamos una hora, que solía pasar más deprisa de lo que
yo había creído.
Al principio me resistí a la terapia, porque para mí hablar
era lo peor con diferencia. Además, Johar era un sabelotodo
insoportable; siempre se alegraba demasiado cuando
conseguía sacarme algo. También ahora me miraba como si ya
supiera lo que me preocupaba pero tuviese que analizarlo
mentalmente antes de contestar. Tenía raíces indias, el pelo
negro entrecano, que se engominaba hacia atrás de manera
desenfadada, una barba recortada de forma demasiado perfecta
para mi gusto y casi siempre llevaba vaqueros y camisas con
estampados vistosos, que a veces me recordaban a Thorn, solo
que Johar siempre se las abrochaba hasta el último botón. Las
Adidas Yeezy que calzaba no pegaban mucho con el resto.
Había tardado un poco, pero con el tiempo había aprendido a
apreciarlo; me había ido dando cuenta de lo bien que sentaba
hablar con alguien que no estaba metido en toda esa mierda,
que tenía experiencia con problemas como el mío y que me
ayudaba a romper el pensamiento circular cuando me agobiaba
en exceso. Además, por el momento no me había sugerido que
metiese un gato en casa para lidiar con mis problemas
psicológicos, lo cual era otro punto a su favor.
—¿Cómo te hace sentir eso? —preguntó en ese instante
Johar.
Enarqué una ceja.
—¿Tú qué crees?
Nos tuteábamos desde que durante la cura, tras un «punto
de inflexión», como lo denominaba él, lo llamé capullo
engreído y después me eché a llorar. Él afirmó que eso
también formaba parte del «viaje». Por lo general utilizaba
palabras raras para definir el proceso por el que yo estaba
pasando, pero con el tiempo también me había acostumbrado a
eso.
—Yo he preguntado antes.
Me habría gustado quitarle esa taza absurda por la sonrisilla
pegada a la cara que tenía y que hacía que pareciese el mayor
sabiondo del mundo, como si lo supiese todo de ti antes
incluso de que lo dijeses.
—Me hace sentir como una mierda. Creo que cualquiera se
sentiría como una mierda si hubiese tocado fondo y hubiera
imágenes de ese momento al alcance de todo el mundo.
El terapeuta levantó ambas manos y yo dejé de hablar.
—¿Crees que cuando saliste de la clínica tocaste fondo?
—Ya sabes a qué me refiero.
—No, no lo sé. Pero me gustaría que me lo dijeras.
Idiota fue el calificativo más amable que se me pasó por la
cabeza cuando Johar se recostó en su asiento, se llevó la taza a
los labios y bebió de su té mientras a sus oscuros ojos asomaba
una chispa.
Ordené mis pensamientos antes de contestar:
—Era un momento íntimo. Mi madre sale en las fotos, y
eso que no la veía desde el año pasado. Y yo estoy bastante
débil después de pasar por la clínica. —Podría haber dicho
más cosas, pero hablar me agotaba. Ya solo para pronunciar
esas pocas frases tuve que hacer un esfuerzo supremo.
—A mí no me parece que eso sea tocar fondo —comentó
Johar mientras dejaba la puñetera taza de una vez en la mesita
que había junto a su sillón de piel—. Yo más bien veo a un
luchador que acaba de lograr un gran hito.
—Sea como sea, es una mierda que la prensa se inmiscuya.
Él asintió.
—En efecto. Pero sin duda sería positivo para ti que no
hicieses una valoración tan negativa de tu historia y de aquello
por lo que has pasado. Porque es como tú mismo acabas de
decir: has pasado por mucho y ese momento era muy íntimo.
Que un fotógrafo no respete tu vida privada no tiene nada que
ver contigo, con lo que has conseguido ni con tu carácter.
Apreté los dientes y me miré las zapatillas. Las tenía llenas
de arena, a esas alturas eran más marrones que blancas y
estaban bastante estropeadas después de todos los paseos que
había dado con mi madre.
—No quiero que la gente me vea así —admití en voz baja.
—Así ¿cómo? —inquirió Johar.
Me encogí de hombros.
—En un momento tan… íntimo. —Me encogí de hombros
de nuevo—. Solo quiero que me respeten, creo.
—¿Y no lo hacen?
—Cuando aparezco en público, me arreglo para la ocasión.
Llevo cosas con las que me siento bien, casi siempre traje.
Pero eso… Tío, en esas fotos salgo hecho una mierda. Doy
pena.
Oí el raspar de un bolígrafo sobre papel. Johar tomaba
notas, así que probablemente yo acababa de revelar algo
importante.
—Estoy seguro de que ahí fuera hay gente que te respeta
aunque lleves un pantalón de chándal. Puedes probar a hacerlo
alguna vez en un concierto. Creo que a tus fans eso les da lo
mismo, les gustas igualmente.
Proferí un sonoro suspiro.
—Nunca me voy a subir a un escenario con un pantalón de
chándal, Johar. Nunca.
Él dejó escapar una risita.
—Vale, vale, Karl Lagerfeld.
Levanté la vista, ya que sentía que poco a poco me costaba
menos hablar. O al menos eso pensaba, hasta que nuestros ojos
coincidieron. Johar se daba unos golpecitos con el bolígrafo en
la boca y me miraba con aire pensativo.
—¿Ya has hablado con los chicos de tu grupo?
Con esa frase me sorprendió por completo.
Me sentí tentado de rehuir su mirada y me moví en el
asiento, intranquilo.
—No.
—La semana pasada me dijiste que no te sentías preparado.
¿Sigue siendo así? —quiso saber.
Empecé a subir y bajar los anillos en los dedos. Primero el
macizo con la piedra negra que llevaba en el índice. Después
el de la serpiente del dedo corazón. Por último, el de la luna
creciente del meñique. Sentí opresión en la garganta y tragué
saliva varias veces para que la sensación no fuese demasiado
intensa.
—No sé cómo presentarme ante ellos. —Las palabras me
salieron con dificultad. Como supuse que Johar también
querría que le diera una explicación a esto, continué—: Ha
pasado mucho tiempo. Los chicos tuvieron que suspender la
gira por mi culpa. Decenas de miles de fans están enfadados
conmigo. Ahora seguro que todos habrán visto las fotos, lo
cual significa que saben que ya estoy en casa de nuevo. Y eso
quiere decir que deben de estarse preguntando por qué leches
no los he llamado aún. Seguro que ahora me odian.
Johar ladeó la cabeza y me dirigió una mirada serena y
circunspecta.
—Lo que dices casi me suena un poco a pensamiento
catastrófico, Adam. —A él tal vez le sonara a eso, a mí solo
me parecía lógico—. Si yo hubiera comprado entradas para
una gira a la que tenía ganas de ir y después se hubiera
suspendido, también estaría enfadado —prosiguió—. Y sé
cómo son las cosas en internet. Los fans son… muy
apasionados. Cuando algo no les hace gracia, lo expresan alto
y claro, y a veces de un modo que se convierte en un ataque
personal o incluso ofensivo. —Johar se pasó la mano por el
mentón—. No soy fan de un grupo desde hace mucho tiempo,
y en mi época todavía no había redes sociales. —Sonaba como
si tuviera ochenta años, y eso que seguro que solo tenía
cuarenta y pocos—. ¿Qué te parece si, en un entorno seguro y
protegido, desde luego, ves cómo están las cosas en internet?
Me preocupa que cuanto más lo pienses, todo esto se te haga
bola y sea peor para ti.
Empecé a exudar un sudor frío. La boca se me secó por
completo.
Al parecer Johar vio mi reacción en el acto, ya que levantó
una mano para tranquilizarme.
—Solo era una idea, Adam. Una idea. Porque en estas
sesiones me ha dado siempre la impresión de que la música y
el grupo siguen siendo muy importantes para ti.
—Y lo son —me apresuré a decir—. Más que eso. Es lo
único de lo que estoy completamente seguro. —Se suponía
que durante esos meses tenía que averiguar si ese camino
seguía siendo el adecuado para mí, y en lo más profundo de mi
ser sabía que no había otra cosa que quisiera hacer. El grupo
era parte de mí. Sin él no funcionaba de verdad, por mucho
que me esforzase en hacerlo.
—En ese caso, puede que vaya siendo hora de que superes
tus temores y te tires a la piscina. Si echas de menos a los
miembros del grupo, si son una parte inamovible de tu vida y
quieres que lo sigan siendo, seguro que te irá bien. Será el
siguiente paso de tu viaje. Otro hito.
La sola idea hizo que el corazón se me pusiera en la
garganta.
—Pero no es tan fácil. No puedo llamar sin más después de
tantos meses y decir: «Hola, ya he vuelto».
Johar se inclinó hacia delante.
—¿Por qué no?
—Porque… ¿porque es absurdo? Cuando alguien te ha
decepcionado y se ha portado mal contigo, que es lo que hice
yo antes de entrar en la clínica, no puedes fingir que no ha
pasado nada y listos.
—Sin embargo, también hay situaciones que no se pueden
planear hasta el último detalle. Como tampoco se puede
predecir cómo reaccionará la otra persona. Además, no creo
que hayas decepcionado a nadie.
Apreté los labios y pensé en lo que acababa de decir. No
sabía cuál era el camino adecuado en esa situación. No podía
seguir haciendo lo que había hecho hasta ese momento. Y
temía el instante en que volviera a ver a Thorn, Buck y Hunt.
Que me compadecieran sería horrible, no lo soportaría, y al
mismo tiempo pensaba que les debía una disculpa.
—Tengo la sensación de que cuando vuelva a verlos tendré
que hablar con ellos de todo esto. Y también de… —La voz
me falló y terminé la frase cabeceando.
Johar me dirigió una mirada comprensiva.
—Puedes hacer lo que quieras y no tienes por qué hacer
nada que no quieras. A quién te abres es decisión tuya y solo
tuya. Aun así, creo que ponerte en contacto con tus colegas
podría ser un paso importante en tu proceso curativo. Y si
llamas y solo dices: «Hola, ya he vuelto», no pasa
absolutamente nada.
Me froté la sudorosa nuca.
—Ahora mismo todo lo que me acabas de proponer para mí
es como una montaña enorme. Ver cómo están las cosas en
internet. Hablar con los chicos. No… No sé si seré capaz. No
quiero volverme loco otra vez.
—Una montaña no se sube de un día para otro. Todo va
paso a paso. ¿Qué te parece si hacemos como si llamaras a los
chicos del grupo?
Tragué el nudo que tenía en la garganta y asentí. Después
Johar y yo hablamos de cómo sería esa llamada, de qué sería
lo peor que podía pasar y de cómo reaccionaría yo al respecto.
Juntos desarrollamos un plan realista de cómo podía ir la
situación.
Con Johar todo pareció de lo más sencillo. Deseé tener una
pizca de la seguridad en mí mismo que poseía él.
6

Rosie
—Quizá sea un poco… colorido —dijo mi padre mientras
miraba los rollos de papel pintado con la cabeza ladeada.
No le faltaba razón. El papel que quería poner para resaltar
una pared del salón de mi casa nueva estaba cuajado de
peonías. Hojas y zarcillos verde oscuro que serpenteaban entre
las flores rosas y que eran lo opuesto a la sobria habitación que
tenía en el piso compartido del que me habían echado hacía ya
algún tiempo, razón por la cual me gustaban aún más.
—Para ti colorido es todo lo que no es gris, negro o blanco,
David —señaló Eden, que en ese momento se estaba
recogiendo el cabello rubio en un moño informal.
Si para hacer aquello yo me había puesto un pantalón de
pijama con patitos amarillos y una camiseta vieja de un
festival, con su peto vaquero Eden recordaba a la presentadora
de uno de esos programas de reformas tan de moda. Era un
poco injusto que hasta para empapelar la novia de mi padre
tuviera estilazo, pero me figuré que probablemente fuese lo
normal al haber crecido en un lugar como Calabasas y ser hija
de una cirujana plástica.
—Eso no es verdad —objetó mi padre en ese instante,
mirando ceñudo a Eden—: También me pongo cosas azules.
Eden soltó una risotada y yo tampoco pude evitar esbozar
una sonrisilla. Mi padre era una persona muy seria y Eden se
lo hacía ver buena parte del tiempo.
Me había costado mucho pedirle ayuda a mi padre, pero su
novia me había dado el último empujón para confesarle la
situación en la que me encontraba. Al hacerlo no había
mencionado, de manera muy consciente, el nombre de Adam,
y solo le había contado a grandes rasgos lo que había pasado
con Kayla, que necesitaba urgentemente un sitio en el que
vivir y que por el momento estaba en casa de un amigo.
Después, mi padre, que a esas alturas de todas formas venía a
menudo a la ciudad para ver a Eden, me había acompañado a
ver algunos pisos. Y aunque había hablado más con los
caseros que conmigo, a mí me pareció un avance.
—Bien. Ahora hay que dar la primera capa de cola —decía
mi padre mientras se remangaba la camisa. Sí, para hacer
aquello iba en camisa. Probablemente en su armario no
hubiera otra cosa.
—¿Qué grosor ha de tener? —pregunté mientras empezaba
a aplicar el engrudo en la pared con el rodillo.
—Así está bien —repuso mi padre con un gesto afirmativo.
Cogió el primer rollo de papel y se subió a la escalera para
colocarlo.
Yo seguí embadurnando de cola la pared.
—¿Los grifos funcionan? —quiso saber mi padre mientras
presionaba el papel en la parte superior contra la superficie
encolada.
—Sí, gracias. Y sigo pensando que son mucho más bonitos
que los de antes —respondí mientras sumergía otra vez el
rodillo en la cola.
Mi nuevo piso era pequeño, pero al menos me pertenecía, y
para entonces se había convertido en mi oasis de paz, incluso
con las reformas a medias. Había puesto plantas por todas
partes; con lo que tenía ahorrado había comprado algunos
muebles y, con ayuda de mi padre, había cambiado la grifería
del cuarto de baño, porque la que había iba mal. Habíamos
pintado la cocina —ahora el frente de los armarios era de un
luminoso verde lima—y el resto del piso lo habíamos dejado
blanco. Era la primera vez que probaba algo nuevo y me
tomaba en serio la que sería mi nueva casa. Además, quería
que el piso fuera todo lo contrario del que compartíamos
Kayla y yo, razón por la cual seguí la sugerencia de Eden del
papel pintado. Ella tenía uno muy parecido en su tienda, del
que me enamoré nada más verlo, y el que a partir de ese día
embellecería mi salón lo había escogido con ella mientras mi
padre no paraba de recalcar que seguramente provocaría dolor
de cabeza a más de uno solo con verlo. Pero agradecía incluso
esas críticas, porque eran mejor que el silencio y la tensión que
había entre nosotros antes.
Aunque al principio tuve mis más y mis menos con la
situación, para entonces Eden me caía muy bien. A lo largo de
los últimos meses habíamos quedado a tomar café unas
cuantas veces. Ahora era algo así como una amiga, si es que
podía ser amiga de la que a todos los efectos era mi madrastra.
Cuando empecé a llamarla en septiembre porque buscaba piso
con urgencia y no encontraba nada, fue ella la que me
convenció de que se lo contara a mi padre. En un primer
momento me negué en redondo, porque tenía miedo de que me
hiciera preguntas y se enfadara, pero al final no pasó nada de
eso. De no haber sido por Eden, mi padre y yo no estaríamos
reconciliándonos poco a poco, y le estaba muy agradecida por
eso. Hacía escasos meses jamás me habría podido imaginar
que reformaría un piso con mi padre y, sin embargo, ahí
estábamos. Y daba la impresión de que él se alegraba de poder
brindarme su apoyo.
Mi padre estaba echando mano del siguiente rollo cuando
Eden carraspeó.
—¿Cuál es el próximo invitado del programa? —preguntó.
—No sé si los conoces. El grupo se llama NXT, son… —
Antes de que pudiera terminar la frase, Eden pegó un chillido.
Yo volví la cabeza en el acto y me quedé mirándola.
Ella estaba boquiabierta.
—No lo dirás en serio —contestó sin dar crédito—. ¿Vas a
entrevistar a NXT y no me dices nada? ¿Es que te has vuelto
loca?
—No sabía que eras fan.
—¿Estás de broma? ¡Me encantan! Su música, el mensaje
que lanzan, la mezcla de rap en las canciones, las
actuaciones… Son unos artistazos.
—Intentaré conseguirte un autógrafo.
—Lo enmarcaría y lo colgaría en la tienda. —Eden tenía
una conocida tienda de vestidos de novia con toques
bohemios, y me pregunté si no desentonaría un autógrafo
enmarcado, pero no dije nada.
—Empiezo a estar nerviosa, tienen muchos fans —admití.
Millones de fans, para ser exactos. Era la primera entrevista
importante desde hacía algún tiempo, y la mera idea de que
algo pudiera salir mal me aterrorizaba. Sobre todo teniendo en
cuenta que últimamente no estaba en muy buena forma. No
podía alegrarme más de que la entrevista estuviera fijada desde
hacía siglos: en mi situación actual, seguramente no habrían
contestado a la solicitud.
—Se te pasará, ya lo verás. Siempre lo haces genial —
afirmó Eden con optimismo.
Me limité a soltar un gruñido, indecisa, y seguí aplicando
cola.
—¿Cómo es el chico que trabaja contigo? —quiso saber mi
padre.
—¿Bodhi? Genial. —Y, al igual que ese piso, la antítesis de
Kayla, lo cual también era un punto añadido. Pero eso
tampoco lo dije.
—Se ocupa de la parte administrativa, ¿no? —siguió
inquiriendo mi padre.
El interés que mostraba me llegó al alma. Me pregunté si
también a ese respecto tendría algo que ver Eden. Antes mi
padre no aprobaba mi trabajo porque no lo entendía, y yo
pensaba que no llegaría a entenderlo nunca. Pero al parecer
eso empezaba a cambiar.
—Bodhi es mi asistente de producción y se ocupa de
preparar las preguntas de las entrevistas, de la organización y
el desarrollo del programa y, además, de la comunicación con
los correspondientes jefes de prensa. Pero también asume otros
cometidos. No hace mucho, por ejemplo, estuvimos en una
ceremonia de entrega de premios y también se ocupó de la
cámara.
En el entrecejo de mi padre se formó una pronunciada
arruga mientras él seguía colocando la siguiente tira de papel
pintado con cara de concentración.
—¿Para eso no hace falta más personal?
—Podría contratar a alguien externo, sí. Es lo que me
gustaría hacer el año que viene. En rodajes de más
envergadura se puede contratar a cámaras por proyectos, pero
hasta ahora todo ha funcionado muy bien tal y como está.
—Muchas veces la gente se compromete al principio y con
el tiempo se relaja. No puedes permitir que te vuelva a pasar.
Mi padre no entendía muy bien mi trabajo, pero siempre
tenía muchas propuestas para mejorarlo.
—No lo permitiré —repuse, porque sabía que era lo que
quería oír. Después se descolgó de la conversación.
Me vino Kayla a la cabeza. Pensé en cómo había terminado
nuestra relación profesional y nuestra amistad, en cómo me
había echado en cara lo equivocada que le parecía mi forma de
trabajar, en cómo ella quería más, cada vez más, hasta el punto
de que había participado en mi caída en desgracia y me había
mentido durante semanas.
Era muy doloroso. A veces la echaba de menos, aunque no
quería, y en cierto modo la pérdida de nuestra amistad no dolía
menos que una ruptura amorosa. Pero cuando me asaltaban
esos pensamientos, no dejaba que durasen mucho, me
acordaba de que era mejor que nuestros caminos se hubiesen
separado, y que yo seguía adelante, por muy duro que me
resultara en un primer momento.
—En general, este año he hecho muchos progresos. Incluso
me han invitado por primera vez a una gala benéfica —conté.
Mi padre estaba bajando para coger la siguiente tira de
papel, que le pasó Eden.
—¿Qué gala? —preguntó ella mientras él subía de nuevo la
escalera.
—Es una gala benéfica de la Fundación Alexis Nevin que
se celebra todos los años, en diciembre, y a la que invitan a
muchos actores, músicos y también periodistas. La mayoría de
los invitados contribuye aportando cosas, que se subastan
antes en internet. La velada pretende sensibilizar a la sociedad
sobre las enfermedades mentales a la vez que se celebra lo que
se recauda con los donativos. Aún estoy sorprendida de que
me hayan invitado.
Eden se secó el sudor de la frente con la manga.
—Creo que he oído hablar de esa gala.
—Por lo que dices parece un evento muy importante —
apuntó mi padre.
—Lo es, sí. Es la primera vez que me invitan sin que sea
para entrevistar a alguien. Es una sensación completamente
distinta y algo muy importante para mí. —Como si tomaran en
serio mi programa y como si alguien se hubiera molestado en
ahondar en mi persona y mis contenidos.
—Me lo puedo imaginar. ¿Y ya tienes algo que ponerte? —
inquirió Eden mientras empezaba a encolar lo que quedaba de
pared con un rodillo.
—Aún no.
—Si quieres, puedes escoger algo de la tienda.
—No creo que pueda ir vestida de novia, Eden —aduje,
pero ella resopló.
—Me acaba de llegar una selección de vestidos de dama de
honor, muchos de ellos sirven como vestido de noche. Y de
todas formas necesito a alguien que me haga de modelo, para
ver cuáles pido para la tienda.
—Así que haría de modelo y a cambio me prestarías un
vestido, ¿es eso?
Eden asintió.
—Exacto. También te ofrecería unos aperitivos y un
espumoso, si ayuda a que te decidas a hacerlo.
—No hace falta que me sobornes más. Gracias por el
ofrecimiento, acepto encantada.
Eden alzó el puño en señal de victoria.
—¡Genial! Me alegro.
Volví al cubo de cola y metí el rodillo. Mientras escurría el
exceso me fijé en mi padre, que seguía subido a la escalera.
Miraba a Eden y en sus ojos había una luz que yo no veía
desde hacía años. Sentí una punzada de dolor y al mismo
tiempo de alivio. Pensé un instante en mi madre y la añoranza
habitual se extendió en mi pecho.
Mi padre era feliz. Eden era cariñosa y sincera y
evidentemente le hacía más que bien. Además, mi padre estaba
aquí, pasaba conmigo más tiempo que antes. Debía aferrarme
a eso, no al dolor que sentía en cuanto pensaba en mi madre. O
al hecho de que por primera vez desde hacía siglos veía en la
expresión de mi padre algo parecido al afecto. Que el objeto
de ese afecto no fuese yo era algo que intentaba obviar en la
medida de lo posible.
Adam
Desde mi última sesión con Johar habían pasado cinco días, y
durante todo ese tiempo me había estado comiendo la cabeza y
había cogido el móvil infinidad de veces solo para lanzarlo lo
más lejos posible contra uno de los sillones al cabo de unos
minutos. Pero sabía que así tampoco me libraría de tener que
tomar la decisión. Y me temía que mi terapeuta tenía razón:
cuanto más tiempo postergase ese asunto, más grande y peor
se volvería en mi cabeza.
Una vez más sostenía el teléfono en la mano mientras me
planteaba cuál era el mal menor: meterme en internet para ver
cómo estaban las cosas ahora o llamar a los chicos para
decirles que había vuelto. Sin embargo, esto último iba unido a
la idea de tener que enfrentarme a ellos y seguía sin saber
cómo iba a hacer tal cosa después de que nos hubiésemos
separado hacía más de tres meses y medio.
Me quedé mirando el reflejo de mi rostro en la pantalla del
móvil. En cierto modo se me antojaba ajeno. Con la dejadez
con la que iba vestido, el pelo largo que se rizaba en las puntas
y la barba que no me había afeitado desde hacía meses…,
desde luego, de esa guisa no querría enfrentarme a nadie.
Quizá debería ocuparme de mí antes de hacerlo del resto del
mundo.
—¿Qué pasa? —preguntó mi madre cuando salió conmigo
a la terraza.
Llevaba allí más de dos horas devanándome los sesos
mientras ella se había puesto a ordenar alguna otra cosa que le
había llamado la atención en casa, aunque a esas alturas todo
estaba ya más que perfecto. Estaba claro que necesitaba tener
ocupadas las manos. Me figuré que yo había heredado esa
costumbre de ella, solo que por lo general las mías tocaban la
batería y tamborileaban en lugar de ordenar. Sin embargo,
desde que había vuelto tampoco me había sentado a la batería.
En cierto modo no me atrevía a hacerlo aún.
Ahora mi madre enredaba con las macetas que había
comprado en una floristería a principios de semana. Me había
estado insistiendo en cómo tenía que cuidar del Leucothoe y
del arándano cuando se fuera ella. Me daba pena que se
marchase. Sabía que cuando estuviera solo todo se me haría
más cuesta arriba aún y que adaptarme a ello probablemente
me desequilibrase, pero llamar a los chicos solo por ese
motivo se me hacía imposible. No quería utilizar a nadie de
apoyo emocional.
—Adam —dijo mi madre, y se volvió hacia mí.
—Perdona —me disculpé mientras dejaba a un lado el
móvil y me pasaba las manos por la cara. La brisa que soplaba
del mar era fresca, agradable—. Estaba pensando.
—Eso ya lo veo. ¿Hay algo que quieras contarme?
Tragué saliva a duras penas y me recosté hasta darme con la
cabeza contra el respaldo.
—Tengo que llamar a los chicos, y pronto. Mi terapeuta
dijo que debería hacerlo sin más y que no es posible saber cuál
será el desenlace de la situación. Pero es como que… —Me
encogí de hombros y me tiré de las mangas de la sudadera para
taparme las manos. Era una prenda que tenía desde hacía
mucho, de una de nuestras primeras giras, y ya estaba llena de
desperfectos y de agujeritos. Aun así, probablemente no me
desprendiese nunca de ella.
—¿Como que…? —inquirió mi madre.
Me froté el pecho.
—Como que no quiero llamar hasta que aquí todo vuelva a
estar en orden.
Mi madre exhaló un sonoro suspiro y estuvo un rato sin
decir nada. Después me puso una mano en el brazo. Me volví
hacia ella y vi que me dirigía una mirada cálida y también
penetrante.
—¿Recuerdas la vez que Cillian se presentó en nuestra casa
llorando? —me preguntó.
La miré perplejo. Sí, me acordaba. Por aquel entonces
sufría bullying, sobre todo por el acné que tenía, que le había
dejado muchas cicatrices en todo el cuerpo. Incluso sus
propios padres le hacían sentir que era feo, razón por la cual en
esa época apenas pisaba su casa y prefería estar en cualquier
otra parte. Eso también le había dejado cicatrices por dentro,
solo que rara vez las mostraba. Que los dos lo hubiéramos
pasado bastante mal siempre nos había unido. Me pregunté si
seguiría siendo así ahora que me encontraba mejor.
—Me acuerdo, sí.
—Bajaste en el acto, le diste un abrazo, hablaste con él y lo
animaste. Le dijiste que «mandara a la mierda a todos los
gilipollas que se metían con él». —Las últimas palabras las
entrecomilló con los dedos y oírlas de su boca me arrancó una
sonrisa poco habitual.
—Papá le hizo galletas —recordé en voz alta.
—Las mejores galletas de todos los tiempos. Con chocolate
negro y trocitos de nueces de macadamia. Y después vinieron
los demás y dormisteis los cuatro en el taller, apretujados en
esas pequeñas colchonetas para los invitados. —Me apretó el
brazo—. Estuviste a su lado cuando te necesitaba, lo
escuchaste. Podría enumerarte más situaciones similares,
muchas más. Los chicos siempre han podido contar contigo, y
tú con ellos. Sois una familia, por todo lo que habéis vivido
juntos. Y la familia está ahí cuando alguien sufre una crisis.
Porque tú ves normal que yo esté aquí, ¿no?
—No me dejaste elección —farfullé, y ella cogió uno de los
cojines del asiento y me lo lanzó a la cara. Levanté las manos
para apaciguarla—. Lo veo normal, sí. E incluso más que eso.
Me… —Me entraron ganas de decirle cuánto me gustaría que
se quedara más, pero logré contenerme a tiempo.
Mi madre se había cogido todas las vacaciones del año y yo
no quería que tuviera problemas con su jefe si le pedía más
días. Les había ofrecido a mi padre y a ella en repetidas
ocasiones pasarles algo de dinero al mes, pero no querían oír
hablar del asunto a menos que fuese absolutamente necesario.
Lo único que había hecho sin consultarles antes había sido
amortizar la hipoteca de su casa, tras lo cual mi padre estuvo
semanas sin hablarme de lo mucho que le hirió el orgullo. Así
que trabajo y dinero eran dos temas que solíamos evitar. Sabía
lo importante que era para mi madre su trabajo, y pedirle que
se quedara conmigo habría sido simple y llanamente egoísta.
Por tanto, enterré la idea en el mismo rincón de mi cabeza en
el que esperaba el resto de las cosas de las que prefería no
hablar.
—Me alegro mucho de que estés aquí —dije en su lugar.
Ella me apretó el brazo con suavidad.
—Yo también me alegro de estar contigo, y seguro que los
chicos también se alegrarían. Deja que estén a tu lado. Para
eso no existe el momento perfecto. A veces simplemente hay
que dejar que las cosas sucedan.
Sus palabras hicieron que el nudo que tenía en la garganta
aumentara de tamaño. Al final asentí y miré de nuevo el móvil.
Mi madre se inclinó y me dio un beso en la coronilla.
—Me voy a la cama. Si me necesitas, estoy arriba.
—Buenas noches, mamá —dije, y ella echó a andar.
Cuando estaba en la puerta de la terraza, añadí—: Y gracias.
Ella volvió la cabeza.
—Te quiero, cariño mío.
Esbocé una sonrisa cansada y ella desapareció por la puerta.
Poco después se encendió la luz del salón y otra en la planta de
arriba.
Clavé la vista de nuevo en el teléfono. Con el murmullo del
mar en mis oídos, lo desbloqueé mediante el reconocimiento
facial.
«A veces simplemente hay que dejar que las cosas
sucedan.»
Paso a paso. Podía intentar desechar la idea de que a mi
regreso todo tenía que ser perfecto y de cómo sería
exactamente el reencuentro con los chicos. Solo debía hacer
unos pequeños movimientos con el dedo, deslizarlo por la
pantalla y alguien lo cogería. Además, lo había recreado todo
con Johar y habíamos contemplado muchos escenarios
posibles. En ese momento hacer de tripas corazón parecía la
parte más importante del cometido.
Mi madre tenía razón. Habíamos vivido bastantes cosas
juntos, habíamos sufrido altibajos, hasta que, hacía más de tres
años, había sucedido algo que me había dejado seriamente
traumatizado. Hasta que había empezado a apartar a los demás
y a entregarme al alcohol porque hacía que las cosas
pareciesen más fáciles; una conclusión errónea, como sabía a
esas alturas.
Exhalé e inhalé con fuerza y repetí el proceso unas cuantas
veces, hasta que la flojera que tenía en el estómago fue
desapareciendo poco a poco y dejé de sentir el pecho como
aprisionado por pesadas cadenas. Después levanté el móvil, fui
a Favoritos y toqué el primer nombre.
Clavé la vista en las olas que se perdían en la arena
mientras me llevaba el teléfono a la oreja. El corazón se me
subió a la garganta al oír el tono de llamada.
Tardaron un poco en cogerlo.
—¿Sí? —oí que decía Thorn en el otro extremo.
Tragué saliva con dificultad.
—Hola.
—¿Quién es? —preguntó.
El nuevo número. Lo había olvidado por completo. Tardé
un instante en dar con una réplica aguda.
—Si después de unos meses ya no recuerdas mi voz, puede
que deba ir buscándome otro grupo.
Durante un momento se hizo el silencio y entonces…
—¿Adam? —inquirió Thorn con voz rasposa.
Una segunda voz quiso saber:
—¿Es Beast?
Reconocí a Hunt.
—¿Qué? —gritó alguien al fondo. Buck también estaba allí.
Para entonces ya tenía el corazón a mil y las axilas
sudorosas. Hablar con los tres a la vez…, para eso no estaba
preparado. Pero de eso precisamente había estado charlando
con mi madre. Esto no habría podido planearlo, y de todas
formas ya no había nada que hacer.
—Soy yo, sí —afirmé con voz tomada.
—Me… Joder, tío. —Al parecer Thorn se había quedado
sin palabras.
—¿Ya estás llorando otra vez? —susurró Hunt, pero aun así
lo entendí.
—Cierra el pico, Hunt.
Sonreí sin querer. Sus voces eran familiares y daban la
impresión de que no había cambiado nada. La idea me
reconfortó. Era como ponerme algo de ropa y que
sorprendentemente aún me quedase bien.
—¿Puedo ponerte en altavoz? —inquirió Thorn en ese
momento.
—Claro.
—Vale. Ahora te oímos todos.
—Hola, chicos —musité con voz ronca.
—Me alegra oír tu voz, tío —aseguró Hunt.
—Te hemos echado de menos —apuntó Logan.
—Thorn está llorando.
—Te lo repito: cierra el pico, Hunt.
Mi sonrisa se ensanchó.
—Yo también me alegro de oíros.
—¿Cómo estás? —se interesó Logan, y fui consciente de
los latidos sordos de mi corazón.
—Una pregunta de lo más inapropiada —farfulló Thorn.
—¿Por qué? —preguntó Logan.
Antes de que empezaran otra vez a discutir, intervine:
—Pues estoy.
—Eso está bien —afirmó Logan, y percibí el alivio que
destilaba su voz—. Por lo menos es mejor que estar mal, ¿no?
—Eso creo —contesté.
—Hemos ganado el premio al álbum del año por Hollow —
informó de pronto Hunt.
El corazón me dio un vuelco y me senté más recto.
—¿En serio?
—Sí —confirmó Thorn—. Todavía no nos lo podemos
creer.
—Vaya. Es…, es genial. Enhorabuena, chicos.
—Déjate de felicitaciones. Es raro —objetó Hunt—. El
premio también es tuyo.
A eso ya no supe qué decir. A lo largo de los últimos meses
había ido anidando en mí el miedo de no formar parte de ellos.
De que ya no me quisieran a su lado. De haberlos
decepcionado a todos. Noté una presión detrás de los ojos y
me pellizqué con dos dedos el puente de la nariz para que
desapareciera.
—Lo siento —conseguí decir a duras penas.
En el otro extremo se hizo el silencio. Con eso no bastaba.
Sabía que no bastaba ni de lejos. Lo que no sabía era cómo
podría reparar el daño que había causado.
—No entiendo muy bien por qué te disculpas —dijo al cabo
Logan.
—Por todo. Por que tuviéramos que suspender la gira. Por
ser siempre tan hermético. Por haberos excluido. Lo siento
mucho.
—No exageres, Adam. —La voz de Thorn era firme y
severa—. No pasa nada, ¿vale? Nos alegramos de que te
encuentres mejor, punto. No pedíamos más.
Los demás farfullaron algo en señal de conformidad.
—Todo el mundo pasa alguna vez por una época de mierda
—reflexionó Hunt en voz baja—. Ahora te ha tocado a ti. En
otro momento nos tocará a uno de nosotros. Así es la vida.
Salido de su boca parecía más o menos igual de simple que
cuando Johar decía algo en esa línea.
—¿Que hayas llamado significa que podemos visitarte
desde ya? —quiso saber ahora Logan.
Yo seguía sintiendo el corazón en la garganta y los hombros
agarrotados. Miré al mar y lo cierto es que no tuve que
pensarme la respuesta. No solo quería ver a los chicos,
necesitaba verlos. No fue una decisión consciente; mi instinto,
las tripas o como quisiera llamarlo me lo gritó literalmente.
Ahora que me había sobrepuesto, los demás obstáculos ya no
parecían tan insalvables.
—Mi madre aún está aquí, pero se irá pronto. Me… —La
voz se me quebró y carraspeé—. Sería genial si pudierais venir
cuando se marche.
—Di cuándo y dónde y allí estaremos —aseguró Thorn en
el acto.
¿De verdad era tan sencillo? En cierto modo no me lo podía
creer. Pese a todo, asentí.
—¡Hecho! —me restregué los ojos, que habían empezado a
escocerme—. Ahora tengo que volver dentro. —No era
verdad, pero no podía más. La conversación había sido
emotiva y genial a la vez y no sabía cuánto más aguantaría.
—Vale —replicó Thorn—. Entonces nos llamas pronto,
¿no?
—Sí. Hasta pronto.
—Oye, Beast —dijo Hunt justo cuando iba a colgar.
—¿Sí?
—Me alegro de que hayas vuelto.
«Yo también, tío.»
«Yo también.»
7

Rosie
—El burdeos es tu color —afirmó Eden mientras unía las
manos y se las acercaba a la boca. Para entonces yo ya sabía
que hacía eso cuando pensaba, cuando estudiaba tejidos y
cortes o sopesaba qué arreglos podía efectuar en un vestido
para que sentara mejor, porque llevaba haciéndolo toda la
tarde.
—Has dicho eso mismo de los demás colores —le recordé
mientras me miraba en el espejo.
El vestido de seda llegaba hasta el suelo, tenía tirantes
finos, un cuello camisero donde se recogía toda la brillante tela
en el escote y una abertura pronunciada que subía hasta medio
muslo. Se me ceñía al cuerpo en la cintura y el rojo era tan
oscuro e intenso que de lejos casi parecía negro. Desentonaba
un poco con las puntas verdes de mi pelo, así que me lo recogí
en la nuca y me miré otra vez.
Mejor así. De todas formas, para la gala me haría un
recogido alto. Claro que también me lo podía cortar. No era la
primera vez que me planteaba la idea. Las puntas verdes me
recordaban a Adam. La última vez que me las había teñido
había pensado en él durante todo el proceso; en su voz, en su
sonrisa, recordaba sus palabras mientras nos teñíamos juntos,
y me había dejado hecha polvo. Sin embargo, sabía lo absurdo
que era. A fin de cuentas, llevaba años tiñéndome las puntas
del pelo de distintos colores y que lo hiciese no tenía
absolutamente nada que ver con Adam. Aun así, tal vez la gala
fuese una buena ocasión para cambiar de peinado.
—No es verdad —objetó Eden mientras se acercaba a la
pequeña plataforma que había en su tienda y a la que yo estaba
subida—. Porque el amarillo no te favorece nada. Con tu color
de piel te da un aspecto enfermizo. —Fue tirando del bajo del
vestido para colocarlo bien y miró un instante al espejo, donde
nuestros ojos coincidieron—. Espero que no te moleste.
—No pasa nada. El amarillo no es mi color preferido. Este,
en cambio… —Acaricié de nuevo la brillante tela—. Este me
gusta especialmente. Tienes que pedirlo para la tienda.
Ella recolocó el bajo de nuevo.
—Sin duda. ¿Crees que valdría para la gala?
—Todo lo que hay en la tienda que no tenga que ver con
casarse valdría —aseguré, absorta en mis pensamientos—. Y
que conste que no tengo nada en contra de los vestidos de
novia, pero en la gala probablemente todo el mundo me
miraría raro.
—Como también nos pongamos ahora a probarte vestidos
de novia, estaremos aquí hasta mañana —respondió Eden al
tiempo que se erguía—. Yo subiría un poco el largo; por lo
demás, si te gusta para la gala, te lo puedes quedar.
—¿De veras? Pensaba que era una especie de prototipo que
tenías que devolver.
Eden negó con la cabeza.
—No, eso no es ningún problema. Solo tengo que decírselo
al proveedor. ¿O hay algún otro que te guste más?
Miré la burra, de la que colgaban dos vestidos cortos y dos
largos de distintos colores que ya me había probado. Menos el
amarillo, me habían gustado todos, pero con ninguno me había
visto tan guapa como con ese, así que sacudí la cabeza.
—Este es precioso. ¿De verdad me lo prestas para la gala?
Eden hizo un movimiento negativo con la mano.
—De prestártelo nada, te lo quedas. Como pago por
haberme hecho hoy de modelo —repuso, y echó mano de una
pequeña almohadilla de terciopelo repleta de alfileres con la
cabeza de distintos colores. Acto seguido se puso a subir un
poco el bajo—. Dijiste que hay una gran subasta para la gala.
¿Tú también vas a contribuir con algo? —Apenas entendí lo
que decía, porque tenía varios alfileres en la boca.
—Sí, con el libro de invitados del programa. En él están
inmortalizados todos los invitados de los últimos años, con
autógrafos y las correspondientes fotos delante de la pared en
la que está el nombre del programa.
—¿Y eres capaz de desprenderte de él? Porque me imagino
que ese libro te traerá muchos recuerdos.
Pasé las manos por la seda, embelesada.
—Pues sí, pero quería aportar algo. Al fin y al cabo, todos
los artistas donan los primeros instrumentos que tuvieron,
vestidos de entregas de premios y cosas por el estilo. Y seguro
que también les tienen apego. Pero, bueno, de eso es de lo que
se trata.
—Cierto. Tienes que enviarme el enlace, así David y yo
también contribuiremos con algo.
Se me seguía haciendo un poco raro oírla hablar de mi
padre con esa familiaridad, pero cada vez que quedábamos esa
sensación iba perdiendo fuerza. Cuando me pasaba, intentaba
recordar la sonrisa que lucía mi padre el día que estuvimos
empapelando mi habitación.
—¿Rosie? —preguntó Eden arrancándome de mis
pensamientos.
Sonreí deprisa y la miré.
—¿Sí?
—Sabes que puedes hablar conmigo, ¿no? Del desamor.
Di un respingo.
—¿Por qué lo dices?
Ella encogió un hombro.
—Solo quería que lo supieras. Porque a veces te noto triste
y me gustaría poder hacer algo. Además, tu padre no para de
darme la tabarra.
La miré alarmada. Eden sabía quién era Adam. Cuando me
visitó en su casa de Malibú, vio las fotos y los premios y
preguntó si era miembro de Scarlet Luck. Dije que sí, aunque
tampoco mucho más. Y no me hacía ninguna gracia que mi
padre se enterase de aquello. Le gustaba juzgar, y ahora que
nuestra relación empezaba a ser más cordial, no quería
provocar ninguna situación que pudiese dar pie a que
discutiéramos.
—No te preocupes, no le he contado nada —afirmó Eden
mientras seguía cogiendo el bajo—. Solo quería que supieras
que puedes hablar conmigo de tu novio.
—No es mi novio. Nunca lo fue. —Lo dije tan bajo que
apenas lo oí yo, y mientras tanto en mi estómago se formaba
un doloroso nudo.
—Tampoco hace falta poner etiquetas, al fin y al cabo ya no
estamos en el parvulario. Se ve a la legua que lo que quiera
que pasara te rompió el corazón.
—En la gala haré una superentrada, te lo aseguro, si tan
evidente es para todo el mundo —observé con sequedad.
Vi en el espejo que Eden hacía una mueca.
—Probablemente aún sea un poco pronto para salir con otra
persona, ¿no? Porque si no, me pongo al lío y te busco un
acompañante buenorro.
Arrugué la nariz. No quería salir con nadie. Sinceramente,
en ese momento era incapaz de imaginarme quedando otra vez
con alguien. Y eso que en realidad Adam y yo nunca habíamos
salido juntos. Resultaba raro. Podía hacer lo que quisiera, tenía
toda la libertad del mundo. Era independiente, tenía mi propio
piso y estaba soltera. Sin embargo, la sola idea me rechinaba.
Mi corazón seguía añorando lo que había tenido con Adam,
aunque él me hubiese dejado más que claro que todo había
terminado.
—Pensaba llevar a Bodhi —musité.
—Uuuh. ¿El chico que trabaja contigo? —preguntó, y yo
asentí—. Yo siempre estoy abierta a los romances de oficina.
Noté que el calor me subía a la cara.
—En primer lugar, nunca me liaría con el chico que trabaja
conmigo. Y en segundo lugar, Bodhi no es para nada mi tipo.
—¿Porque parece un perezoso? —inquirió Eden, y apreté
los labios para no soltar una carcajada.
—Eso te lo he dicho en confianza. Y bajo la influencia del
espumoso.
—Lo que no quita que sea verdad. Pero vale, entonces no te
busco acompañante. Lígate a un actor en la gala y listo. He
oído que Sam Ryan va a ir.
Abrí los ojos como platos. Sam Ryan era el protagonista de
una de mis series preferidas: Twisted Rose.
—¿En serio?
Eden asintió.
—Además de otros actores, modelos y gente estupenda. Ya
verás como encuentras a alguien que te haga olvidar a tu
batería.
Sentí que la boca se me secaba por completo. Bajé la vista
y me paré a pensar. Intenté imaginarme hablando con otro
hombre. Bailando. Riéndome. Cogiéndole la mano a alguien,
tranquilamente y sin preocupaciones.
La idea era bonita, debía admitirlo, pero en mi cabeza el
hombre con el que hacía todo eso, por desgracia, no tenía la
cara de un actor de Hollywood cualquiera. Era el rostro de
Adam el que me miraba sonriendo. La mano de Adam de la
que iba cogida.
Eso no era bueno. Nada bueno. Pero no resulta fácil
desprenderte de algo que has deseado con toda tu alma durante
tanto tiempo. Aun cuando sabes que esa idea te sienta mal y
que nunca se hará realidad. Porque Adam no me quería en su
vida. No quería verme, no quería hablar conmigo, ni siquiera
quería que chateáramos.
Yo sabía que Adam tenía problemas muy serios, pero
durante la gira se había abierto a mí y estaba firmemente
convencida de que podíamos superarlos juntos. Había sido yo
la que le había aconsejado buscar ayuda profesional y me
alegraba de corazón de que hubiese seguido mi consejo. Pese a
todo, haberlo perdido me dolía. Incluso ahora que habían
pasado tantos meses. Debía olvidarme de él de una vez, eso
estaba claro.
—Tienes razón —convine.
—Con el tiempo deja de doler —dijo en voz baja Eden, que
por lo visto me había leído el pensamiento. Al ver que yo no
contestaba, se irguió, me puso una mano en el hombro desde
detrás, con cuidado, y sostuvo mi mirada en el espejo—.
Créeme. Tengo experiencia. Más sabe el diablo por viejo…
Lo dijo con tanta convicción que casi la creí. Sin embargo,
busqué algo que decir para distender un poco la situación.
—Claro, como tú eres tan vieja… Dime, ¿cuántos años hay
de diferencia entre nosotras?
—No los suficientes para que pueda castigarte con no salir
de casa, pero sí bastantes para retorcerte el pescuezo. —Me
regaló una sonrisa e hice el esfuerzo supremo de devolvérsela,
aunque era lo que menos me apetecía en ese momento.
—Gracias, Eden.
—De nada. Ya sabes dónde estoy.
Adam
Estaba de los nervios. Pero a lo bestia. Sentía el corazón en la
garganta. Por fin me había afeitado después de meses sin
hacerlo, llevaba unos vaqueros nuevos y me había recogido el
pelo por primera vez. Del moño bajo se me habían salido unos
mechones más cortos.
No sabía por qué me estaba desquiciando así. Los chicos ya
me habían visto en circunstancias mucho peores. Entonces
¿por qué me estaba esforzando tanto para arreglarme?
Posiblemente porque desde hacía más de siete años era la
primera vez que habíamos estado tanto tiempo sin vernos.
Me encontraba en el salón, deambulando de un lado a otro
sin saber qué hacer con las manos. Primero me las metí en los
bolsillos del pantalón, pero estaba demasiado agitado, así que
las saqué. Al pasar por delante del comedor, toqué varias veces
cada una de las sillas de la mesa, hasta que mi madre salió de
la cocina y me miró con la cabeza ladeada.
—A este paso me vas a volver loca también a mí —
observó.
«Creo que tengo que vomitar», pensé, pero apreté los labios
para no decirlo.
—No hay de qué preocuparse, Adam. Tienen ganas de verte
y tú de verlos a ellos, o al menos eso creo. Te veo la cara un
poco verde.
A cualquier otra persona posiblemente le habría hecho una
peineta, pero si se me ocurría hacer tal cosa, era probable que
mi madre me arrancara la cabeza y se la llevara a Irlanda
metida en la maleta.
Habíamos decidido que dejaríamos el reencuentro con los
chicos para el último día que mi madre pasaría en Malibú. Ella
también los había echado mucho de menos y quería
aprovechar la oportunidad para verlos. No se lo podía
reprochar, aunque habría preferido que no me viera en ese
estado. Casi no era capaz de controlar mi nerviosismo. Ella
debió de darse cuenta, porque vino hacia mí, me puso ambas
manos en las mejillas y me miró a los ojos, los suyos claros y
rebosantes de confianza.
—Todo irá bien, cariño mío. —No apartó la vista hasta que
hice un gesto afirmativo apenas perceptible. Solo entonces me
soltó y dio un paso atrás. Me echó una ojeada de arriba abajo y
asintió en señal de aprobación—. Estás guapísimo.
Me miré y me pasé las manos por los rotos del pantalón.
Llevaba una camiseta grande, que me quedaba holgada. En ese
sentido no se diferenciaba de las demás cosas que me había
puesto los últimos meses, pero por primera vez tenía la
sensación de ir vestido en condiciones, y la diferencia ya solo
desde el punto de vista psicológico era abismal.
Me estaba colocando detrás de las orejas el pelo que se me
había salido de la goma cuando llamaron a la puerta. Me puse
rígido en el acto. El corazón empezó a latirme más deprisa
aún, si es que era posible.
Mi madre me acarició el brazo y se apresuró a salir al
pasillo. Poco después oí que la puerta se abría con un crujido.
Acto seguido, mi madre dio un gritito. Escuché distintas
voces, palabras ahogadas de mi madre y luego a Jasper.
—Cuánto me alegro de verte, Deirdre. —El muy pelota.
Respiré hondo, me sequé las húmedas manos en el pantalón
vaquero y salí al pasillo.
Allí estaban Buck, Hunt y Thorn, a los que mi madre
recibió con un entrañable abrazo. Logan fue el primero que me
vio. Después también me observaron Hunt y Thorn. El
momento fue incómodo. Se me quedaron mirando, algunos
con la boca abierta, y yo hice otro tanto. Thorn se había
cortado la densa mata de pelo rizado y llevaba una camisa
hawaiana apenas abotonada, que en cualquier otro
posiblemente habría parecido pasada de moda pero que a él le
quedaba de maravilla. Logan, en cambio, iba de negro de pies
a cabeza, como siempre, con uno de esos vaqueros rotos tan
típicos suyos, no muy distintos de los que llevaba yo. Y
Hunt… Hunt tenía marcadas ojeras y una sudadera gris
oscuro, con la capucha echada por el corto cabello. Esbozó
una pequeñísima sonrisa, algo insólito, ya que no lo hacía a
menudo.
Ninguno de nosotros parecía saber muy bien cómo
saludarnos. Hasta que Buck carraspeó.
—El moño es nuevo —comentó—. Muy sexy.
Todos lo miramos. Yo sonreí y los ojos me empezaron a
escocer, así que bajé la vista. Pasaron unos segundos en los
que parpadeé con ganas. A continuación, se oyeron muchos
pasos a la vez e instantes después me estrecharon en un fuerte
abrazo. Me rodearon con los brazos al unísono y yo cerré los
ojos. Alguien me dio unas palmadas en la espalda —Hunt, a
juzgar por la fuerza— y otro me frotó la cabeza,
despeinándome; seguro que ahora no tenía ni un solo pelo en
su sitio. Era como si el corazón se me fuese a salir de tantas
emociones. Se me saltaron las lágrimas, empapando la tela del
hombro en el que apoyaba la cabeza.
—Te echábamos de menos —afirmó Thorn con voz
ahogada.
Alguien sorbió por la nariz; a juzgar por el sonido, Logan.
—Y yo a vosotros. —Me pregunté si lo entenderían, pero
cuando el abrazo se volvió más fuerte, obtuve la respuesta.
Apenas podía describir todo lo que sentía. El pánico que me
había inspirado ese momento se fue desvaneciendo hasta
desaparecer por completo. Todas las dudas que tenía… ¿Cómo
se me había ocurrido? ¿Cómo había podido pensar que ya no
querrían estar conmigo?
Lo que había dicho mi madre era verdad: juntos habíamos
pasado por muchas cosas y también superaríamos esto. Porque
éramos una familia. Y porque no había nada que pudiera
separarnos.
8

Rosie
Ese día tenía la impresión de que los focos calentaban
demasiado. El calor me subía por el cuello y bebí un poco de
agua confiando en que la voz no me fallara. Y es que íbamos a
empezar de un momento a otro y, aunque esta vez la entrevista
no se retransmitiría en directo y podríamos montarla luego, en
ese instante no podía estar más nerviosa. Después del difícil
periodo que habíamos vivido, esa entrevista suponía una gran
oportunidad para mí y esperaba con toda mi alma poder por fin
volver a demostrar lo que el programa —y yo— tenía que
ofrecer.
El grupo ya había llegado y ocupaba su sitio: tres miembros
apretujados en el sofá y dos en taburetes detrás. Los estilistas
de los chicos estaban dando los últimos toques y les aplicaban
polvos y laca y les daban algunos tirones precisos en la ropa.
Para ser sincera, debía admitir que en mi vida había visto
criaturas más perfectas. Tal vez pudiese parecer algo
exagerado, pero era la pura verdad. Hasta entonces no había
tenido la suerte de poder entrevistar a un grupo de k-pop: NXT
era el primero. Desde el día en el que había empezado a
prepararme para la entrevista había estado escuchando su
música en bucle y me había aprendido de memoria
prácticamente todos sus vídeos. Lo que había comenzado
como una preparación había acabado siendo una especie de
obsesión que dudaba mucho que no se fuera a alargar más allá
de ese día. No pasaba nada. Al fin y al cabo, los grupos a los
que idolatrar nunca eran demasiados y en mi corazón aún
había sitio más que de sobra.
En el sofá, a la izquierda, estaba Jae-yong, con el cabello
castaño engominado hacia un lado; en el centro se encontraba
Min-ho, que para esa aparición llevaba el pelo casi blanco, y a
la derecha, Woo-seok, el líder del grupo. Ed y Hyun-woo
ocupaban los taburetes de detrás. Iban conjuntados y todos
ellos eran increíblemente estilosos. Me pregunté cómo lo
harían. Cuando yo me ponía unos vaqueros enormes y un
jersey blanco el resultado no era ni de lejos tan cool como el
de Hyun-woo, y eso que lo que llevábamos no era tan distinto.
Ese día nos jugábamos mucho. No podía permitirme por
segunda vez un fracaso como el de los World Music Awards.
Iba siendo hora de que me pusiera las pilas, y esa entrevista
sería simbólica en ese sentido. De manera que la presión era
doble.
«Todo saldrá bien», me dije; eché un último vistazo a mis
tarjetas y me enderecé los auriculares. Después retrocedí un
poco y esperé a que las jefas de prensa dieran la señal de que
podía empezar. Los chicos intercambiaron unas palabras en
coreano antes de que una de las mujeres se volviese hacia mí y
asintiera.
—Estamos listos —dijo en inglés.
Asentí.
—Vale, genial. —Miré a Bodhi, que comprobaba una
última vez los ajustes de la cámara.
Él levantó un pulgar y a continuación me concentré por
completo en el grupo que tenía delante.
—Hola, amigos. Bienvenidos al Rosie Hart Show —saludé
con voz firme a los cinco integrantes del grupo, sonriéndolos
uno por uno—. Casi no me lo puedo creer, pero ¡mirad quién
ha venido hoy al programa! Son un fenómeno mundial,
conocidos por sus potentes actuaciones, unas letras profundas
y unas canciones que se meten bajo la piel. ¡Saludad conmigo
a NXT!
Los chicos sonrieron, dijeron unas palabras y saludaron con
la mano a la cámara.
—En primer lugar, me gustaría felicitaros por el premio con
el que os alzasteis en los World Music Awards. Vuestra
actuación fue increíble. —Sonreí de oreja a oreja.
—Muchas gracias —contestó Woo-seok, sonriendo a su vez
—. Ganar un premio así habría sido algo impensable para
nosotros hace unos años. Es un gran honor.
—Bueno, es más que merecido —afirmé, y en el centro del
sofá Min-ho, conmovido, se llevó una mano al pecho.
—Sin embargo, hoy estamos aquí porque quiero hablar con
vosotros de vuestro regreso —proseguí, y dejé las tarjetas en la
mesa—. Con «Vitamin D» habéis creado una melodía
pegadiza y que pone de buen humor. ¿Con qué deberían
quedarse vuestros fans en esta nueva era?
Jae-yong tomó la palabra, como si se hubiese preparado
para contestar precisamente a esa pregunta.
—Los días son más cortos, las noches más largas. El
invierno se acerca y, sinceramente, en esta época todos
tendemos a sentirnos más cansados y con menos fuerzas que
de costumbre. Por eso se nos ocurrió lo de «Vitamin D». Con
esta canción esperamos regalar a nuestros fans un poco de sol
en los meses más tristes y hacerles ver una cosa: es duro, pero
por muy gris que esté el cielo, siempre hay, en alguna parte,
cosas que nos hacen felices.
—Toda la razón. Y creo que vuestra música aporta justo
eso. Aunque «Vitamin D» es una canción alegre, en ella hay
un mensaje claramente profundo, y en vuestros álbumes
encontramos muchas canciones en las que abordáis emociones
dolorosas como la tristeza o el miedo. Como artistas, ¿cómo
lleváis lo de revivir este proceso emocional?
La pregunta era larga y Jae-yong y Min-ho ayudaron a
traducirla. Permanecí a la espera mientras los chicos asentían
despacio.
Fue Hyun-woo quien momentos después contestó, en
coreano. Min-ho tradujo sus palabras.
—Depende. Hay días que es como si nos sacaran una
muela; otros, como una bebida que te calienta el cuerpo. Todos
nosotros tenemos cosas de las que nos gustaría escondernos. A
través de nuestra música nos obligamos a analizar de manera
más o menos intensa nuestras emociones y nuestros deseos,
por muy duro que resulte en muchas situaciones. Estoy seguro
de que es una de las cosas por las que tanta gente se ve
reflejada en nuestra música, tanto si entiende la letra como si
no. Saber que no eres el único que ha de pasar por una
situación que te partirá el corazón o te dejará sin fuerzas es
algo muy valioso.
Me paré a pensar en lo que había contestado y me recosté
un poco en mi asiento, procurando no alejar la boca mucho del
micro.
—Entonces ¿dirías que os sirve de ayuda para procesar
vivencias traumáticas?
Vi con el rabillo del ojo que una de las jefas de prensa se
movía inquieta, pero una mirada de Woo-seok bastó para
contenerla. Después este se dispuso a responder.
—Nos ayuda a procesar los sentimientos, sí. Sean los que
sean. Seguro que hablo por todos cuando digo que todo el
mundo necesita una válvula de escape. En nuestro caso esa
válvula es la música. Nos consideramos muy afortunados de
poder llegar con ella a tantas personas.
—Se ve que como grupo habéis vivido muchas cosas;
después de todo, ya lleváis siete años juntos. Lo sé por propia
experiencia: cuando llevo mucho tiempo haciendo algo, acabo
cayendo en una rutina que me obliga a tomarme un descanso
de vez en cuando para recargar las pilas. ¿Cómo conseguís
mantener esos niveles de energía después de tanto tiempo? —
pregunté.
Min-ho soltó una risotada.
—Patatas fritas, sin duda —respondió—. Me dan la vida
cuando Ed me dice por enésima vez que en una parte de la
coreografía de «Vitamin D» voy demasiado lento.
Ed puso los ojos en blanco e hizo una mueca.
—Podrías seguir mis consejos, con eso bastaría.
—Pero entonces ya no tendría ningún motivo para comer
patatas fritas.
Ed lo señaló con un movimiento de cabeza.
—Bingo.
—A ver, que alguien me diga quién cree que las patatas
fritas son comfort food —planteó Jae-yong.
Se oyó un auténtico galimatías en coreano e inglés. Todos
tenían una sonrisa relajada en la boca, se reían y daban la
impresión de estar a gusto, lo cual hizo que a mí se me quitara
un peso de encima.
Pasados unos instantes intenté reconducir la entrevista y
formular la pregunta siguiente.
—Como ya hemos mencionado, a estas alturas habéis
recibido infinidad de premios, algunos de ellos también
internacionales. ¿Cómo os sentís sabiendo que con vuestra
música ahora llegáis a muchas más personas?
Min-ho hizo un pequeño movimiento con las manos, como
si estallara una bomba. Al darse cuenta de que lo había visto,
bajó las manos y se sentó con la espalda más recta, pero yo le
sonreí con la esperanza de infundirle valor. Jae-yong le
propinó un leve codazo para darle a entender que tenía que
contestar a la pregunta.
—Es algo con lo que no contábamos —replicó Min-ho, y
los demás profirieron sendos sonidos de conformidad—. No
podríamos estar más agradecidos, tanto a los fans que llevan
ahí desde el día uno como a los que acaban de descubrir
nuestra música. Posiblemente no estaríamos aquí si ellos no
fueran tan increíbles y nos apoyaran en todo.
—Desde luego vuestros fans son muy apasionados, se ve en
cada una de vuestras reapariciones. ¿Cómo conseguís
sorprenderlos siempre con algo nuevo después de tanto
tiempo?
—Para responderte me voy a remitir a cuando nos has
preguntado por nuestras reservas de energía —Woo-seok tomó
la palabra—: es fácil caer en una rutina cuando llevas
haciendo algo mucho tiempo. Al probar otros géneros,
pretendemos no solo mejorar nuestra capacidad, sino también
mantener nuestra pasión por la música. Por suerte hasta ahora
nos ha funcionado muy bien.
La jefa de prensa levantó el brazo y se señaló el reloj para
indicarme que debía ir terminando.
Me dio pena, me habría gustado hablar media hora más con
el grupo. Lo cual era muy buena señal. Se trataba de la
primera vez desde hacía siglos que volvía a sentirme bien y
segura en una entrevista. El nerviosismo inicial había
desaparecido y estaba contenta con las fantásticas respuestas
que me había dado el grupo.
Eché una ojeada deprisa a mis tarjetas y me decidí por una
última pregunta muy directa:
—Me parece increíble el amor al detalle que hay detrás de
cada uno de vuestros conceptos. Para terminar os preguntaré
algo que sin duda querrán saber vuestros fans: ¿cuál es vuestro
siguiente objetivo?
—El mundo entero —afirmó Ed.
Los chicos se rieron.
—Con eso se refiere a una gira mundial —especificó Woo-
seok—. Ahora mismo hay una en proyecto y tenemos unas
ganas locas de que empiece de una vez.
—Compraré entradas, os lo aseguro —repliqué, y Hyun-
woo aplaudió satisfecho—. Y creedme: el mundo os recibirá
con los brazos abiertos.
El grupo me sonrió y yo hice lo propio, de corazón. Y es
que por primera vez desde hacía una eternidad tenía la
sensación de haber hecho mi trabajo bien de verdad. Aunque
me había puesto nerviosa y aún tenía el corazón acelerado,
sentí que volvía a albergar esperanza. Las cosas empezaban a
ir mejor. Poco a poco, pero estaba claro que empezaban a ir
mejor.
9

Adam
El día que mi madre se fue tuve que llamar a Johar, porque por
primera vez me entraron ganas de beber. Muchas ganas. En su
opinión, era normal que me sucediera eso en una situación tan
cargada de emociones a flor de piel, porque hasta entonces el
alcohol siempre había sido el mecanismo al que había
recurrido para resolver las cosas. Por eso me aconsejó que me
rodease de personas que me hicieran bien y me citó lo antes
posible para la siguiente sesión.
Ahora estaba con los chicos en casa de Thorn,
concretamente en su playa privada, mientras Logan jugaba con
la Nintendo Switch, Thorn rasgueaba la guitarra y Hunt
echaba leña a la hoguera que habíamos encendido para
avivarlo. Contemplábamos las llameantes lenguas y
tostábamos nubes.
No me pude alegrar más cuando Thorn me preguntó si tenía
ganas y tiempo de ir a su casa. También me entraron nervios,
porque era la primera vez desde hacía meses que iba a alguna
parte yo solo. La tarde de nuestro reencuentro les resumí a
grandes rasgos cómo había sido el proceso de rehabilitación. A
su vez ellos me contaron lo que habían hecho desde que yo no
estaba y derramamos alguna que otra lágrima más. Pero ahora
que ya habíamos dado rienda suelta a las emociones
acumuladas, todo era casi como antes. Estábamos juntos
tranquilamente, escuchando música, comiendo nubes y
hablando de esto y aquello sin lloriqueos. Sentaba bien no
tener que pensar en mis propios problemas para variar.
—Buck estuvo a punto de enzarzarse en una pelea con
Menace —contaba Thorn en ese momento, y enarqué las cejas.
—¿Por qué? —pregunté dirigiéndome a Logan, pero él
tenía la vista clavada en la consola y pulsaba distintos botones
a toda velocidad.
Fruncía el ceño en señal de concentración. Solo ponía en
pausa el juego para pinchar otra nube en un palo y comérsela.
—Porque se lo ganó a pulso. Alguien debería partirle la
boca alguna vez. —Las palabras violentas no terminaban de
pegar con el pacífico Logan.
Miré con cara interrogante a Hunt, que se limitó a
encogerse de hombros y se sentó de nuevo en la arena.
—Menace puso en evidencia a Ashley Cruz cuando actuó
en los World Music Awards. Llevaba algo ofensivo escrito en
el pecho y se abrió la camiseta —relató Thorn mientras iba
probando distintos acordes hasta dar con una progresión que
yo desconocía.
—Por lo que dices, se lució a base de bien —observé con
sequedad.
—Ashley se fue de la sala llorando. —Logan parecía tenso
y cuando lo miré, era imposible no ver la rabia reflejada en sus
ojos verdes.
Me sorprendió que su entusiasmo por la estrella del pop
siguiera vivo después de tantos meses. En un primer momento,
cuando salió de la habitación de Ashley tras la fiesta que dio
esta por el lanzamiento de su nuevo álbum, a mí me pareció
que era un lío de una noche, pero ahora ya no estaba tan
seguro. A juzgar por la rabia que veía, mi amigo seguía
sintiendo algo por Ashley, aunque a todas luces ella no lo
correspondiera. Y eso que… había pasado algún tiempo.
Quizá eso también había cambiado.
—Buck la consoló —apuntó Hunt con una sonrisilla.
Logan se encogió de hombros.
—Pues claro que la consolé. Porque Menace es lo peor.
Siempre trata a sus parejas como si fuesen objetos, las cambia
cuando le da la gana y si ellas dicen algo de él, responde con
golpes bajos. No puede darme más asco. Así no se trata a la
gente, y menos a las personas con las que has tenido algo.
Menace era el típico capullo de Hollywood. Habíamos
coincidido con él en alguna que otra entrega de premios y en
alguna fiesta posterior y siempre nos habíamos limitado a
cruzar cuatro palabras sobre temas superficiales, porque el tío
estaba pirado y la mayoría de las veces iba completamente
puesto y con varias mujeres cogidas del brazo. No me
interesaba lo más mínimo, y sin embargo las palabras de
Logan estaban más cargadas de emoción de lo que cabría
esperar en una situación así.
—Parece que te ha afectado bastante —dije con pies de
plomo.
Él puso la partida en pausa y pinchó otra nube, que acto
seguido acercó al fuego.
—Se suponía que era la noche de Ash y él se la fastidió. No
soporto verla triste.
Sus palabras me recordaron mucho a lo que se me pasó a
mí por la cabeza cuando a Rosie la traicionó su asistente de
producción. Recordé que la llamé y ella se puso a llorar por
teléfono. Me vinieron muchas cosas a la cabeza, sobre todo lo
enfadado que estaba con la persona que la había hecho sufrir y
que quería protegerla de cualquiera que se le acercase
demasiado.
Sentí opresión en el pecho y clavé la vista en la arena que
tenía bajo los pies. No podía pensar en Rosie. Hacerlo solo me
causaba dolor. Sabía que ella estaba mejor sin mí. Por
desgracia, eso no cambiaba el hecho de que era la primera
mujer que había significado algo para mí. La primera persona
a la que me había abierto y a la que había confiado cosas que
no había contado ni siquiera a mis mejores amigos. La primera
persona con la que había podido imaginarme teniendo algo
más. Hasta que comprendí que, simple y llanamente, yo no
estaba en condiciones de que eso ocurriera.
Lo que había sucedido en París me había demostrado que
no podía regresar sin más a Los Ángeles y hacer como si mis
problemas y el pánico que sentía no existieran; mi
derrumbamiento me había dejado claro que tenía que cambiar
algunas cosas. Y, como parte de ello, debía superar de una vez
por todas la mierda del pasado. Por eso me había prohibido
pensar en Rosie. Quería que lo que habíamos tenido no se
viera contaminado por mi pasado, ya que era demasiado
valioso para mí. Pero ahora que las palabras de Logan me
habían recordado lo que había sentido entonces, intenté
relajarme un poco y entreabrir la puerta tras la que había
encerrado todos los recuerdos de Rosie.
Vi imágenes suyas. Recordaba su voz, su dulce sonrisa y
los mensajes que me escribía durante la gira, que me ayudaban
a superar los días más difíciles. Recordaba sus bromas, los
memes absurdos que me enviaba, pero también su voz llorosa
cuando nos llamamos después de que su amiga la traicionara.
Y recordaba su forma de susurrar mi nombre por teléfono, una
y otra vez.
Resultaba doloroso pensar en ella y al mismo tiempo sentía
que no pasaba nada por hacerlo. Era la primera vez desde que
me había sometido a rehabilitación que me permitía ver su
rostro, y en cierto modo me sentaba bien.
Me pregunté qué habría hecho durante los meses que yo
había estado ausente. Qué estaría haciendo ahora. Cómo le
iría. No tenía ningún derecho a saberlo y, sin embargo, la
curiosidad era irrefrenable.
Levanté la vista y vi que Logan cogía otra nube y se metía
la pegajosa masa en la boca.
—¿Ahora estáis…? —No terminé la pregunta.
—No. Y tampoco es lo que me importa —contestó con la
boca llena, mirándome un instante. En sus ojos ya no había
rabia, sino serenidad.
—La está ayudando a recomponer su corazón roto por puro
amor al prójimo —terció Hunt, y Thorn soltó una risita.
Logan les dirigió una mirada asesina con los ojos
entornados.
—Lo digo en serio. Lo importante no soy yo o lo que yo
quiero. Lo importante es apoyar a alguien que está pasando
por un momento difícil. Igual que apoyamos a Beast (no te
enfades, tío) sin que haya segundas intenciones. Es lo que
haces cuando alguien te importa.
Tragué saliva a duras penas. No por su forma de mencionar
de manera tan abierta que yo estaba atravesando un momento
difícil o que yo le importaba, sino porque me trajo a la
memoria lo que había tenido con Rosie.
Entre nosotros se hizo de nuevo el silencio y me tiré de las
mangas de la sudadera para taparme las manos, porque de
pronto las notaba frías. Estuve un rato contemplando las
llamas, que se elevaban y lanzaban chispas al aire. Después, de
repente, sentí por primera vez la necesidad de entrar
voluntariamente en internet.
Quería ver a Rosie.
Johar me había aconsejado hacerlo en un entorno protegido.
A mi modo de ver, más protegido que rodeado de mis amigos
no podía estar. Saqué el móvil del bolsillo de la sudadera,
respiré hondo y abrí Instagram mientras me armaba de valor.
Tras entrar y acceder a la página de inicio, contuve el aliento.
Vi que tenía un sinfín de mensajes y notificaciones. Los
pasé por alto y escribí en la barra de búsqueda el nombre de
Rosie. Miré las fotografías frunciendo el ceño. Las conocía
todas, porque Rosie no había subido nada desde hacía meses.
La última imagen era de julio, justo después de que nos
tiñésemos el pelo juntos por videollamada. Sonreía a la
cámara. Verla hizo que se me encogiera el alma e intenté
seguir respirando tranquila y regularmente.
Supe con exactitud por qué había evitado pensar en ella
hasta ese momento. Lo que sentía casi era abrumador. Esos
latidos acelerados, la opresión en el pecho y la preocupación
que me asaltaba de pronto.
Bajé deprisa y vi otra foto, esta tomada en su estudio.
Incluía un enlace al perfil de su programa y lo abrí. Al fijarme
en la fotografía más reciente del programa, apreté los dientes.
Rosie aparecía en el centro de la foto con un grupo coreano
cuya música causaba auténtico furor ahora mismo. Pero yo no
tenía ojos para los cinco chicos que había en la foto. Solo la
veía a ella; me absorbía casi literalmente.
Llevaba un jersey blanco corto, vaqueros holgados y
zapatillas de deporte blancas. La mitad superior del pelo,
cuyas puntas eran de un verde claro, la llevaba recogida en un
moño desaliñado y el resto le caía en ondas por los hombros,
enmarcando su rostro. Sonreía a la cámara y en un primer
momento pensé que no había cambiado nada. Solo cuando me
fijé bien me di cuenta de que tenía los pómulos más marcados
que en nuestra última videollamada. Seguí bajando. Había un
vídeo de la entrevista. Saqué los auriculares inalámbricos, me
puse uno y esperé a ver la señal que indicaba que estaba
conectado. Solo entonces le di al volumen.
Rosie miraba directamente a las personas que tenía sentadas
frente a ella. «En primer lugar, me gustaría felicitaros por el
premio con el que os alzasteis en los World Music Awards.
Vuestra actuación fue increíble», decía sonriendo.
No oí bien lo que respondía el miembro del grupo de k-pop;
seguía sin poder dejar de mirar la sonrisa de Rosie. Había algo
que no cuadraba. En la fotografía no me había dado cuenta,
pero en ese momento lo vi en el acto.
Su sonrisa no era sincera. Era como si tuviese que hacer un
gran esfuerzo para mantenerla. En nuestras videollamadas la
sonrisa de Rosie era resplandeciente, le iluminaba los ojos y el
rostro entero, pero eso ahí no se veía en absoluto. Y cuando
pronunció las siguientes palabras, también se lo noté en la voz.
Incluso después de todos esos meses sabía exactamente cómo
era. Y también sabía cómo sonaba cuando no estaba bien.
El corazón me botaba en el pecho mientras miraba el vídeo
hasta el final. Después volví al perfil de Rosie y vi las últimas
fotos y los últimos vídeos. Debajo también había una
entrevista corta con Ashley Cruz en una alfombra roja y en
ella me saltó más aún a la vista: la sonrisa de Rosie parecía
hueca. Era complaciente, reservada y nada sincera. Por lo visto
la gente también se había dado cuenta, como reflejaban sus
comentarios. Entre ellos había algunos de usuarios que
preguntaban directamente a Rosie al respecto y también otros
de lo más malicioso.
¿Te encuentras bien, Rosie? Pareces hecha polvo.

Muy buena entrevista. Ash estaba divina (a diferencia de la periodista, que


daba la impresión de que iba a desmayarse de un momento a otro).

¿Conocéis el programa de Kayla? Sus entrevistas son superinteresantes. No


me extraña que no quisiera seguir trabajando para Rosie, porque es evidente que
no está muy fina…

He visto la entrevista desde otro ángulo en otro canal: ¿alguien se ha dado


cuenta de que Rosie se quedó en blanco? Se quedó mirando a Ash como alelada
antes de que el cámara la sacara del trance. Madre mía… Solo espero que esté
bien.

No creas que hemos olvidado lo que les hiciste a los Scarlet Luck.

Al ver esas palabras el estómago se me encogió.


Cuando leí la carta que me escribió Rosie fui tan tonto
como para pensar que no le había hecho daño. Solo ahora era
consciente de hasta qué punto me había equivocado. Rosie era
una persona muy sensible. Suponer que se había ido de mi
casa y que seguro que estaba bien era absurdo y tenía más que
ver con mi paz interior que con ella.
«Lo importante es apoyar a alguien que está pasando por un
momento difícil», había dicho Logan.
Yo no era la única persona que había pasado por un
momento difícil. Rosie había perdido a su mejor amiga, que
además era la persona con la que trabajaba, y también su piso.
Mientras que yo contaba con un equipo de personas que me
había apoyado, ella se había quedado completamente sola.
Yo había puesto punto final a lo nuestro y me había
preocupado de mí mismo sin permitirme pensar en ella porque
creía que estaría mejor sin mí y mis problemas. Y la había
dejado en la estacada.
Esa certeza removió en mí algo que hizo que la puerta de
mi cabeza se abriera de par en par y dejara salir todo lo que
había contenido a lo largo de los últimos meses.
¿A quién quería engañar?
Seguía durmiendo en la cama en la que Rosie había pasado
unos meses. Llevaba la puñetera camiseta que ella me había
dejado, aunque no fuese la que había llevado puesta ella. Y por
mucho que quisiera arrinconar en mi cabeza los recuerdos de
las conversaciones que habíamos mantenido y nuestros
momentos de intimidad, me acordaba perfectamente del
sonido de su voz. De su risa. De la alegría que sentía cuando
hablábamos. Al parecer, a ella tampoco le quedaba ya nada de
esa alegría.
Ya había visto a Rosie hundida una vez cuando, después del
concierto que dimos, la encontré en el almacén,
completamente deshecha y aterrorizada por el odio al que se
había visto obligada a enfrentarse. Todo mi ser se había
resistido a ayudarla, porque era la peor persona que se pudiera
imaginar.
Al mismo tiempo, no había podido apartarme de su lado.
Compartimos un momento que sentó las bases de nuestra
historia. Verla con esa máscara que no tenía nada que ver con
la Rosie de antes me hacía sentir fatal. No podía soportar verla
así. Ya me había pasado en su día y ahora era aún peor. No
quería que estuviera mal. Me habría gustado atravesar la
pantalla del móvil con la mano y hacer algo.
Nunca había querido que Rosie tuviera que lidiar con mis
problemas o aguarle la fiesta de ninguna manera. Además,
nada de lo que le había escrito había cambiado. Debía trabajar
en mí y sabía que eso también implicaba que no podía
empezar una relación. Seguía sin tener nada que ofrecerle,
pero eso no cambiaba en nada el hecho de que cada parte de
mí quisiera llamarla. ¿Era buena idea hacerlo? ¿No empeoraría
más las cosas? La pregunta era para volverme completamente
loco.
Enterré la cara en las manos y suspiré.
—¿Todo bien, Beast? —quiso saber Hunt.
Cogí mi palo y me puse a moverlo en las llamas sin
ninguna nube.
—No sé, tío. Soy un idiota.
—Todos lo somos a veces —afirmó Thorn—. Pero ¿por
qué lo dices ahora?
Me paré a pensar un momento. Iba siendo hora de que me
sincerase con ellos, pero era demasiado pronto. Aún
necesitaba algo de tiempo para poder hacerlo. Además, lo que
había compartido con Rosie nos pertenecía solo a nosotros dos
y yo quería que de momento siguiera siendo así. De modo que
negué con la cabeza.
—Quizá en otra ocasión.
Thorn asintió y continuó tocando la guitarra mientras yo
levantaba el móvil de nuevo y miraba el rostro de Rosie.
Ahora que había empezado, difícilmente podía parar.
Vi lo que esos últimos meses habían hecho con Rosie,
aunque ella intentara ocultarlo. Vi su dolor, igual que aquella
vez después del concierto. Y tampoco ahora podía mirar a otro
lado sin más y hacer como si no me hubiera dado cuenta de
que a todas luces estaba hecha una mierda. No después de lo
que habíamos sido el uno para el otro.
Antes de que pudiera seguir comiéndome la cabeza, abrí un
nuevo chat en el contacto de Rosie, que al igual que la vez
anterior había guardado. Me paré a pensar un instante qué
podía escribir. Nada parecía lo bastante bueno. No había una
sola palabra que pudiera resarcirla de todo. No podía formular
una pregunta de sopetón ni decirle algo banal. No después de
lo último que me había escrito ella. Tampoco podía ponerme a
darle vueltas. Si lo hacía, dejaría el móvil a un lado de nuevo.
Empecé a escribir poco a poco. Primero unas palabras, que
borré. Luego otras, que también eliminé. Repetí el proceso
unas cuantas veces hasta quedarme con lo esencial.
Releí las frases. Seguían sin parecerme lo bastante buenas,
pero al menos eran un comienzo.
Sin devanarme más los sesos, le di a «enviar».
10

Rosie
Cuando volví a casa esa tarde, saqué de la nevera los noodles
del día anterior y ni siquiera me molesté en calentarlos. Intenté
quitarme los vaqueros mientras iba a la habitación, cosa que
conseguí más o menos, y me puse el pantalón del pijama, que
aún estaba en el respaldo del sofá cama. Después me acomodé
en el sofá y encendí el televisor, donde estaban poniendo Love
Island. Me faltaba concentración para ver una de las series que
había empezado, así que ese programa era perfecto. Cogí el
móvil mientras me comía los fideos.
Vacilé un instante.
A lo largo de los últimos meses había intentado meterme en
las redes sociales solo cuando estuviese trabajando. Por una
parte, porque seguía recibiendo comentarios rebosantes de
odio debido al incidente con Scarlet Luck, del que un vídeo de
mi programa se había vuelto viral. Había sido el mayor
patinazo de mi vida, algo que aún me perseguía, aunque para
entonces ya hacía más de medio año de todo aquello. Las
cosas empeoraron otra vez cuando una presentadora francesa
se pasó con el grupo en un programa. Los fans me
relacionaron con ese suceso, lo cual me afectó bastante. Ese
fue uno de los motivos por los que me autoimpuse revisar los
comentarios solo cuando estuviese trabajando. Pero la
entrevista con NXT había ido muy bien y la conversación que
había mantenido con Eden me había animado un poco. Quería
mirar hacia delante y no permitir que nada del pasado me
aguara la fiesta. Esa era la teoría.
En la práctica estaba con el móvil en el sofá, comiendo
noodles fríos, y de pronto sentía que tenía ciento ochenta
pulsaciones por minuto. Entré con mi perfil personal en
Instagram, esforzándome por respirar lenta y regularmente.
Lo más difícil lo dejé atrás nada más empezar: miré los
comentarios recientes que tenía en las notificaciones.
Vaya, ¡qué entrevista tan buena! Siempre esperé que NXT fuera a tu
programa, Rosie <3

Por fin un programa superbueno otra vez. ¡Muy bien hecho!

No te conocía de antes, pero después de ver una entrevista tan respetuosa


tienes una nueva seguidora :)

Se me quitó un gran peso de encima. Había más


comentarios amables. Era la primera vez desde hacía siglos
que no veía un solo mensaje de odio, pero tal vez solo los
estuvieran desplazando los de los fans del grupo coreano.
Me recosté y me acurruqué en los cojines del sofá mientras
iba a la página de inicio. Arriba del todo se veía una fotografía
de Ashley Cruz, que había actuado en un programa de
entrevistas. Tenía los ojos cerrados y parecía como en trance
mientras cantaba. Le di un like. A continuación me apareció
una foto de Jude Livingston, la actriz protagonista de mi serie
preferida, Twisted Rose. Había asistido al estreno de la
segunda temporada con su novio, que la abrazaba con fuerza a
su lado y la miraba con orgullo mientras ella dedicaba una
sonrisa radiante a la cámara. Era una foto muy tierna, a la que
también di like. Eché un vistazo a los comentarios, donde los
fans ya estaban que se subían por las paredes porque la nueva
temporada empezaba al día siguiente.
En ese momento el móvil me vibró en la mano. Era un
mensaje de un número desconocido. Lo abrí frunciendo el
ceño.
Número desconocido: no sé por dónde empezar.
tendría que haberme puesto en contacto contigo
antes. siento no haberlo hecho hasta ahora

Casi se me cayó el móvil de la mano. De pronto el corazón


me latía con fuerza y a trompicones y me costaba respirar.
Aunque la falta de mayúsculas y lo significativo de las
palabras hicieron que supiera a ciencia cierta quién me había
escrito el mensaje, me pregunté si no me estarían gastando una
broma de mal gusto.
Leí las frases una vez más. Y otra.
Tenía que ser Adam. Nadie más sabía lo que había pasado
entre nosotros.
La última vez que me había escrito había sido antes de
entrar en el centro de rehabilitación, de eso hacía ya cuatro
meses. Cuatro meses en los que había luchado
desesperadamente por no desmoronarme por completo. Había
intentado mirar hacia delante, había ido pasando los días como
había podido mientras por dentro me invadía la apatía. Había
habido momentos en los que veía algo que quería enseñarle a
Adam, pero entonces me acordaba de que él ya no formaba
parte de mi vida. La situación me había recordado al tiempo
después de la muerte de mi madre, cuando era consciente una
y otra vez de que ya no le podría hablar de la última canción
que había descubierto, no podría irle con mis quejas del
instituto, no vería el nombre de mi programa, del que me
sentía tan orgullosa entonces. Saber que las personas dejaban
de formar parte de tu vida de un día para otro era sumamente
duro y doloroso, y con Adam me había ocurrido algo parecido.
A ese respecto mi corazón no hacía distinciones.
El dolor no había desaparecido ni siquiera cuatro meses
después. Seguía habiendo situaciones en las que no solo
pensaba en él, en cómo le iría, qué estaría haciendo y qué
habría pasado si hubiese vuelto conmigo; había noches en las
que soñaba con que cumplíamos las promesas que nos
habíamos hecho por teléfono.
En esa fantasía veíamos juntos el primer capítulo de la
nueva temporada de Twisted Rose. Le había recomendado la
serie a Adam y sabía que el suspense con que había terminado
le parecía lo peor, igual que a mí. Había imaginado una y otra
vez cómo sería hacer algo así con él. Tener a Adam a mi lado,
en vivo y en directo, en lugar de solo al otro lado del teléfono.
La idea de cogerle la mano o de que él me pasara un brazo por
los hombros, como hacía el novio de Jude Livingston en la
foto de Instagram, me atenazó la garganta. De irnos acercando,
cada vez más, hasta que entre nosotros ya no hubiera nada de
espacio. Era una idea bonita, una idea que tendría que haber
descartado hacía tiempo. Pero Adam había ocupado un lugar
fijo en mi vida cotidiana meses atrás y yo no podía sin más
cortar de raíz lo que sentía por él.
Ahora había vuelto a ponerse en contacto conmigo. Veía su
mensaje en la pantalla del móvil, pero no era como lo había
imaginado. Todo lo que sentía por él iba asociado a dolor.
Porque me había preocupado por él, porque lo echaba de
menos y porque Adam había rechazado de plano lo que había
nacido entre nosotros. Se hallaba en un momento de su vida en
el que no podía plantearse tener una relación, me había dicho
que no era capaz. Y yo lo aceptaba.
Quería contestarle, pero fui dolorosamente consciente de
que no podría hacerlo de la misma manera que antes. En mí ya
no había ni rastro de aquella alegría, y también sabía que mi
pena no le iría bien a Adam. Necesitaba… No tenía claro lo
que Adam necesitaba, pero desde luego no a alguien mustio
que seguía llorando por él meses después y que no levantaba
cabeza.
Eché un vistazo al piso, observé el papel pintado de peonías
que había elegido para que me alegrase la vida. Miré las
numerosas plantas que había comprado y de las que en parte
cuidaba más que de mí misma. Levanté la vista del plato frío
que tenía en el regazo.
Adam había vuelto a dar señales de vida. Debería
alegrarme, pero sencillamente no podía.
Odiaba aquello. Lo odiaba con todas mis fuerzas.
No quería seguir sintiéndome así. ¿Cómo había llegado a
ser la persona que era? ¿Una sombra deprimente de mí misma
que un viernes por la tarde estaba en casa sola, que vivía para
trabajar y no se permitía relacionarse socialmente por miedo a
que le hiciesen daño? Yo nunca había sido así, y no quería
serlo. De manera que intenté rescatar algo en mí que fuese
mínimamente positivo y eché mano del móvil.
Tuve que concentrarme para escribir las palabras, las letras
se desdibujaban ante mis ojos.
Rosie: OMG. ¡Hola! No tienes por qué
disculparte. Me alegro mucho de tener noticias
tuyas. Dime que estás bien, por favor. O
medianamente bien, en eso no aspiro
a mucho. Si quieres hablar, soy toda oídos, en ese
sentido no ha cambiado nada. :)

Miré las palabras con escepticismo; parecían iguales que


antes. O al menos eso pensaba yo. Posiblemente eso fuese lo
bueno de la palabra escrita: podía hacer como que no pasaba
nada y él no sabría que no era cierto.
Envié el mensaje sin vacilar.
Después clavé la vista en el televisor y seguí viendo a todas
esas personas en bikini y bañador que se lanzaban a la cara
tartas de nata.
Pocos minutos después me llegó otro mensaje.
Número desconocido: gracias, rosie.
De verdad

Número desconocido: estoy muy bien.


Tú?

Ni siquiera me tomé la molestia de guardar su número. Lo


más probable era que volviera a cambiarlo dentro de nada. Ni
siquiera había leído el último mensaje que yo le había
mandado al otro número. No sabía que yo le había escrito
diciéndole lo mucho que lo echaba de menos o que me habría
gustado demostrarle hasta qué punto iba en serio con él. Que
le entregaba mi corazón y que quería proteger el suyo con mi
vida. Habíamos decidido juntos que queríamos ver adónde nos
llevaría lo que teníamos. Y después, inmediatamente después
del terrible incidente de París, él me dijo que no podía y me
apartó de su vida. Ahora yo debía demostrarle que aceptaba su
decisión.
Me dispuse a contestar, y eso que me costaba responder a
su pregunta. Haría lo que hacía todo el mundo. Al fin y al
cabo, fingir que todo iba de maravilla era mi especialidad a
esas alturas.
Escribí las siguientes palabras con tino.
Rosie: También bien. He contratado a un
asistente de producción. Es genial, muy de fiar. :)
La semana pasada hice mi primera entrevista
importante desde hacía tiempo, fue genial. :)

Envié el mensaje y miré de nuevo el televisor, aunque para


entonces ya casi no me enteraba de nada. Poco después el
móvil me vibró otra vez.
Número desconocido: la he visto, fue muy bien,
no? qué tal te va sin la lagarta traicionera?

Me sorprendió. Había visto mi entrevista. Y aunque había


pasado mucho, todavía se acordaba de cómo había llamado a
Kayla después de que me traicionase. Sin embargo, sus
palabras me trajeron a la memoria las duras semanas que
siguieron, en las que tuve que llevar yo sola el programa. Y
también recordé el programa propio que Kayla tenía desde
hacía algunos meses y que había arrancado bien.
El corazón me latía con furia en el pecho cuando me
dispuse a responder.
Rosie: Fue genial, ¡gracias! Sin Kayla me va
muy bien. Sin mi nuevo asistente no habría
podido seguir con el programa, he tenido mucha
suerte.

Mandé el mensaje sin vacilar. Probablemente debería haber


escrito algo más, algo importante. Algo que no fuera tan
insustancial. Pero no fui capaz. Mi trabajo era lo único que
tenía.
Hacía unos meses lo tenía todo y ahora de eso ya no
quedaba gran cosa.
Debería alegrarme de que Adam me hubiese escrito. A fin
de cuentas, llevaba meses sufriendo por haber perdido lo que
teníamos. Todo mi ser me dolía. Pensaba que la cosa mejoraría
si podía volver a hablar con él, pero ahora que me había
escrito me daba cuenta de que me equivocaba: no me sentía
mejor. Al contrario, era como si por mis venas corriera un
ácido que lo abrasara todo. Casi no me entendía ni yo misma.
El teléfono volvió a vibrar, y para entonces yo ya solo
quería apagarlo. No sabía cuánto más aguantaría esa situación.
La boca se me secó al leer las siguientes palabras.
Número desconocido: han pasado tantas cosas
que los mensajes serían kilométricos.
y si nos llamamos un día de estos?

Contuve la respiración. Miraba completamente horrorizada


lo que ponía el mensaje mientras sentía el corazón en la
garganta.
Adam quería hablar conmigo. Lo cual estaba bien. Estaba
muy bien, joder. Entonces ¿por qué mi cuerpo reaccionaba de
esa forma?
«Porque Adam te hizo daño —dijo una vocecita en mi
cabeza—. Porque se fue sin más, puso punto final a lo vuestro
y ahora hace como si no hubiera pasado nada.»
Desterré la voz con resolución. Adam no había hecho nada
mal. Había dado un paso enorme, que no todo el mundo era
capaz de dar, y yo estaba muy orgullosa de él. Sin embargo,
sabía a ciencia cierta que de ninguna manera podía hablar con
él por teléfono. Si oía su voz y volvía a preguntarme cómo
estaba, con toda probabilidad haría exactamente lo que llevaba
meses evitando hacer: me desmoronaría. Y eso no me lo podía
permitir. No delante de Adam. No otra vez.
No me quedaba más remedio que fingir ser la Rosie de
antes. La que siempre era capaz de apoyarlo. La que luchaba
detrás de sus muros. La chica positiva y divertida que no se
dejaba doblegar por nada. Porque lo cierto era que ella era la
persona a la que a todas luces Adam quería volver a tener en
su vida. Quizá podría ser de nuevo esa persona. Solo tenía que
esforzarme más.
A duras penas escribí las siguientes palabras:
Rosie: Ahora mismo estoy muy liada.
Pero para chatear siempre tengo tiempo. :)

Rosie: Me alegro mucho de que hayas


vuelto, y espero que este tiempo te haya sentado
bien y te haya ayudado.

Lo que sentía en ese momento distaba mucho de ser alegría,


pero no sabía qué otra cosa podía escribir, así que envié el
mensaje. Después respiré hondo y exhalé despacio con la
esperanza de que mi acelerado pulso bajara un poco. Por
desgracia no sirvió de nada y me pegué las piernas al pecho.
En ese segundo deseé tener a alguien a mi lado que me
abrazara. Alguien que me consolara y me pudiera explicar por
qué demonios me sentía tan mal. Pero no había nadie. La única
persona con la que podía contar en esa situación era yo misma.
De manera que me abracé las rodillas, apoyé en ellas la frente
e intenté mantener en pie lo poco que quedaba de mí.
11

Adam
Consulté el móvil por enésima vez esa tarde. Hacía una
semana que Rosie había enviado el último mensaje y presentía
que algo no cuadraba. Lo había visto en los vídeos, en los que
su sonrisa y su mirada estaban vacías. Y también lo notaba en
sus respuestas, exageradamente alegres, que no me esperaba
en absoluto después de todos esos meses.
Era raro. Utilizaba más smileys que de costumbre, como si
quisiera convencerme con cada una de sus frases de lo bien
que le iba, y eso que estaba bastante seguro de que era justo lo
contrario. A Rosie no se le daba muy bien esconder sus
sentimientos, o por lo menos así era cuando hablábamos a
diario. Tenía claro que eso no había cambiado, aunque entre
nosotros dos hubiera cambiado prácticamente todo.
Además, quería hacerle ver la seriedad de mis propósitos.
No pretendía darle la sensación de que el tiempo que había
pasado no había existido, por eso quería hablar con ella. Ahora
que le había tendido la mano, me costaba retirarla.
En lugar de seguir dándole vueltas al asunto, abrí nuestra
conversación.
Rosie: Ahora mismo estoy muy liada.
Pero para chatear siempre tengo tiempo. :)

Rosie: Me alegro mucho de que hayas vuelto, y


espero que este tiempo te haya sentado bien y te
haya ayudado.

A lo que yo había respondido:


Adam: sí que me ha ayudado. bueno,
pues hasta pronto, espero

Rosie no había escrito más. No podía tomármelo a mal,


porque a fin de cuentas yo había desaparecido y había cortado
la comunicación entre nosotros al cambiar de número y de ese
modo la habría privado de toda posibilidad de ponerse en
contacto conmigo. No me merecía que siguiese dirigiéndome
la palabra y por eso intentaba alegrarme con los mensajes que
me escribía, porque al menos era un avance. Sin embargo, no
podía evitar pensar en el pasado. Antes podíamos hablar
durante siglos, y si parábamos era solo porque teníamos
obligaciones. Ahora… todo era distinto.
No estaba seguro de si ese «distinto» me gustaba.
—Vale, chicos. ¿Estáis listos? —La voz de Thorn me sacó
de mis pensamientos.
Estábamos en casa de Thorn, o, para ser más exactos, en el
cine que tenía en su casa. Se había gastado un dineral, había
comprado una máquina de hacer palomitas y otra de
granizados con distintos sabores. Ese día íbamos a ver el
primer capítulo de la nueva temporada de Twisted Rose, una
serie que me había recomendado Rosie y a la que Thorn y yo
nos habíamos enganchado cuando estábamos de gira. El final,
que no podía tener más suspense, había sido demoledor y la
espera hasta la segunda temporada se me había hecho eterna.
Ahora por fin había llegado el día, y también eso me resultaba
desconcertante. ¿Cómo podían pasar los meses tan despacio y
al mismo tiempo tan deprisa?
—Cuando quieras —respondí aún con el móvil en la mano.
—Dame las palomitas —pidió Logan, sentado a mi
izquierda.
Le pasé mi cubo sin decir nada, aunque podría haber ido él
a por uno perfectamente.
—Te lo cambio por un granizado de unicornio —me
ofreció, pero me limité a mirar con la nariz arrugada la
colorida mezcla que había preparado y que parecía más vómito
de unicornio que la criatura fantástica, pero preferí callármelo.
Thorn se hallaba a mi derecha y junto a él Hunt, que había
resbalado por el asiento y había cruzado las piernas en el
respaldo del asiento de delante.
—Espero de veras que vosotros dos hayáis hecho los
deberes —dijo Thorn a Logan y Hunt.
—Pues claro. —La respuesta de Hunt fue inexpresiva y un
tanto rápida.
Thorn lo miró amusgando los ojos y yo hice otro tanto.
Hunt parecía ausente, como si tuviese la cabeza en otra parte.
—No has visto la primera temporada, ¿verdad?
—No.
—Pues a eso me refería con los deberes.
Hunt se encogió de hombros.
—No tenía tiempo. Ni ganas.
—Bueno, puede que al principio hagan un resumen—
aventuró Logan mientras se metía en la boca un puñado de
palomitas.
Thorn suspiró y se puso cómodo en su asiento.
—Tenemos que estar todos en el mismo punto, de lo
contrario no podremos hacer conjeturas.
Apareció el nombre de la plataforma de streaming y a
continuación las letras enredadas en zarcillos del título de la
serie.
Yo seguía con el móvil en la mano. Los dedos me
hormigueaban. Abrí de nuevo la conversación con Rosie y
clavé la vista en las últimas palabras. Rosie siempre había sido
la que escribía más a menudo. Tal vez hubiera llegado el
momento de cambiar eso.
Escribí un mensaje nuevo. Sin expectativas, sin esperar que
me respondiera.
Adam: los chicos y yo vamos a ver hoy
el primer capítulo de la nueva temporada
de twisted rose. lo de ese final con tanto suspense
todavía no te lo he perdonado

Lo envié, me recosté en el asiento y cogí un puñado de las


palomitas que Logan había acaparado. Cuando empezó el
resumen de la primera temporada y Hunt profirió un sonido
triunfal, mi móvil vibró.
Rosie: ¡Jaja! :) El capítulo es bueno,
ya me dirás qué te parece. :) Es un muy
buen comienzo de temporada. :)

Vaya. Tres smileys, uno después de cada frase.


Probablemente habría batido un récord. ¿Intentaba de ese
modo distender el ambiente entre nosotros? ¿O es que ahora
escribía así y era algo suyo nuevo?
Seguía teniendo la sensación de que estaba fingiendo, solo
que no sabía qué podía hacer. Era como le había dicho: en el
tiempo que había pasado habían sucedido muchas cosas y
chateando no conseguiríamos salir del desagradable punto en
el que nos encontrábamos. Toda esa charla insustancial no
tenía ningún sentido. Debíamos hablar, hablar de verdad. Y
eso que era perfectamente consciente de lo irónico que
resultaba. En su día había sido Rosie la que había tenido que
convencerme de que hablásemos. Ahora las tornas habían
cambiado.
Me paré a pensar mientras en la pantalla arrancaba el
capítulo. Thorn y yo llevábamos siglos esperándolo, pero
ahora, por desgracia, no era capaz de concentrarme. Empecé a
subirme y bajarme los anillos. Me notaba inquieto. Quería
volver a escribir a Rosie, pero no sabía qué decirle. Pese a
todo cogí de nuevo el teléfono. Abrí Instagram y, como había
hecho hasta el momento, pasé por alto el sinfín de
notificaciones y fui al perfil del Rosie Hart Show.
Fue buena idea. En la foto más reciente que había subido,
Rosie sostenía en alto un libro abultado en cuya tapa se veía el
nombre del programa. Bajo la fotografía había un texto:
Con motivo de la gala benéfica de la Fundación Alexis Nevin, aún tenéis de
plazo hasta mañana por la tarde para pujar por nuestro libro de invitados. En él
se recogen todas las firmas de los artistas que han pasado por nuestro programa
desde que empezó, además de fotografías, escenas entre bastidores y muchas
otras cosas. Si queréis saber cómo podéis participar en la subasta, haced clic en
el enlace que encontraréis en nuestro perfil.

Me imaginaba lo importante que era ese libro de invitados


para Rosie, ya que en él habían escrito todas las personas a las
que había entrevistado a lo largo de siete años. Seguro que iba
unido a un montón de recuerdos, y el hecho de que lo donara
para esa buena causa no hacía sino demostrar la clase de
persona que era.
Sabía cuál era el evento del que hablaba. Nosotros
habíamos participado varias veces y habíamos donado algunas
cosas que se habían subastado. Era una ocasión estupenda para
apoyar una causa sumamente importante.
Con el dedo suspendido sobre la fotografía, me devanaba
los sesos.
—Buck —me dirigí a Logan, que profirió un suave gruñido
y se inclinó hacia mí sin mirarme. Carraspeé—. ¿Nos han
invitado este año a la gala de la Fundación Alexis Nevin?
Él frunció el ceño y me miró.
—Sí. Es uno de los pocos actos a los que hemos
confirmado nuestra asistencia.
Asentí con aire pensativo. Después miré otra vez la
pantalla, cerré la aplicación y volví a la conversación con
Rosie. Estuve pensando. Y pensando. Me metí de nuevo en
Instagram y observé la publicación sobre la gala benéfica.
Se me ocurrió una idea alocada y me pregunté si Johar la
aprobaría. Lo más probable era que no, pero en ese momento
me daba absolutamente lo mismo.
12

Rosie
—¿Seguro? —preguntó la peluquera.
Asentí.
—Seguro.
—Tardará algún tiempo en crecerte como lo tienes ahora —
añadió.
La miré completamente seria en el espejo.
—Métele la tijera.
—Quiere quitarse lastre —aclaró Eden detrás de mí. Estaba
a unos metros, acomodada en un sillón mientras le hacían la
pedicura.
La peluquera esbozó una sonrisa indulgente.
—Muy bien. Solo quería estar segura de que nos
entendemos.
—Nos entendemos —confirmé. Después de los últimos
meses no me iría mal un corte de pelo nuevo. Llevaba el
mismo corte desde hacía años e iba siendo hora de probar otra
cosa. Las puntas de colores tenían que desaparecer.
La peluquera entendió la señal, me levantó la melena para
que yo viera en el espejo lo que me iba a cortar y proferí un
sonido de aprobación. Solo entonces empezó a cortar, y el
ruido me puso la piel de gallina en los brazos: eran más de
veinte centímetros.
Eden aplaudió con el siguiente tijeretazo y mientras los
mechones verdes caían al suelo yo me preguntaba si no estaría
cometiendo un gran error. Confiaba en que no.
—Me parece muy valiente que te atrevas a hacer un cambio
tan grande antes de un evento tan importante —observó Eden
—. Al fin y al cabo, en la gala harán muchas fotos y es posible
que incluso aparezcas en algún que otro artículo. David está
muy nervioso.
—Te agradezco la confianza, Eden —repuse con sequedad.
La que a todos los efectos era mi madrastra me había
invitado a celebrar el día en su spa favorito, donde me
mimarían para la gala benéfica de la Fundación Alexis Nevin.
La distracción me estaba sentando muy bien.
Desde la tarde en que Adam me había vuelto a escribir
habían pasado dos semanas. Dos semanas en las que se había
puesto en contacto conmigo dos veces más. Una para
contarme que iba a ver Twisted Rose con los chicos, lo cual
casi me había hecho llorar, pues seguía aferrándome a la idea
de sentarme con él cogida de su brazo delante de un televisor.
Y después me había escrito —porque yo se lo había pedido—
para contarme que el capítulo le había gustado mucho y las
conjeturas que se le habían pasado por la cabeza. Le había
respondido las dos veces, aunque no estaba segura de si mis
superficiales contestaciones habían sido lo bastante buenas.
Mientras tecleaba, me sentía como un zombi. Muerta en vida.
Mi propósito de seguir adelante sin más y dejar atrás todo
aquello cada vez era más difícil de llevar a la práctica, por
mucho que me esforzase. Si ya resultaba complicado antes,
con los mensajes de Adam en mi móvil parecía casi imposible.
Antes nunca tenía que pensar en lo que le iba a escribir. Mis
dedos se deslizaban por el teclado casi como si tuviesen vida
propia y me moría de ganas de recibir su próximo mensaje.
Ahora me daba miedo cada día volver a tener noticias suyas,
porque no sabía cómo seguir fingiendo que todo iba bien
cuando en realidad cada vez que pensaba en él me desgarraba
por dentro.
Ya iba siendo hora de que dejara de estar tan mal. Estaba
harta de sentirme sola y triste. Por primera vez desde hacía
siglos me estaba dedicando un día a mí, y desterré a Adam de
mi cabeza. No se le había perdido nada allí. Ese sería mi día.
La peluquera siguió cortándome el pelo hasta dejarlo algo
por encima de los hombros y a continuación me miré
detenidamente. Estaba distinta sin las puntas de color y el pelo
largo, que podía hacer las veces de cortina si lo necesitaba.
Eden me sonrió en el espejo mientras le pintaban las uñas.
—A mí me encanta.
—A mí también —convino la peluquera mientras
contemplaba su obra satisfecha, con la cabeza ladeada.
Después empezó a aplicarme reflejos rubios en algunos
mechones. El pelo me había crecido tanto que, tras cortar unos
centímetros, el color ya no se veía, así que era necesario
devolverle la luminosidad.
Mientras el producto actuaba, me senté en el sillón contiguo
al de Eden, donde la diseñadora de uñas me haría la manicura
y luego me daría un masaje en las manos.
—¿Ya sabes qué color quieres? —preguntó Eden mientras
me ofrecía un disco con distintos tonos.
Observé la amplia selección.
—Creo que ahora mismo me apetece llevarlas negras.
Eden sacudió la cabeza risueña.
—En cierto modo es tierna tu manera de expresar lo que
sientes con tu pelo y tus uñas. Vale, pues negro.
La esteticista asintió.
—Muy bien.
Me puse cómoda, ajustando el reposacabezas para apartar
de ella el pelo. Justo cuando me disponía a relajarme, me
acordé de algo.
—Se me olvidaba, tengo una cosa para ti —dije, y Eden
aguzó el oído.
—¿Qué es?
Señalé con la cabeza mi bolso, que estaba junto al asiento.
—Dentro hay un regalo. Está envuelto, puedes mirar sin
problema.
Eden arrugó la frente, pero aceptó la invitación. Metió la
mano en mi bolso y sacó el paquetito.
—Aunque no sé qué es, los regalos siempre me hacen
ilusión.
La observé mientras retiraba el lacito y después, despacio y
con delicadeza, el papel. Eden era elegante incluso abriendo
regalos. No sabía cómo lo conseguía. Cuando terminó de
hacerlo, sin embargo, la elegancia se esfumó: lanzó un
chillido.
—¡Por favor! —Sacó la fotografía enmarcada y firmada por
NXT y la sostuvo en alto; en ella ponía: «Para la maravillosa
Eden». Estaba firmada por todos los miembros del grupo, que
además habían añadido corazones y smileys—. Es el mejor
regalo de todos los tiempos. —Eden se pegó la fotografía al
pecho y la abrazó. Sonreía de oreja a oreja—. Muchas, muchas
gracias.
—De nada. Es solo un detalle por el vestido. Y por
invitarme al spa. —Ahora que lo decía en voz alta casi no me
parecía suficiente, pero ella hizo un gesto con la mano para
restarle importancia.
—Me alegra poder ayudarte, aunque solo sea un poco.
Además, los vestidos y los spas son dos de las cosas que más
me divierten. Y dejarse mimar con otra persona se disfruta
mucho. ¿Te he contado que logré convencer a tu padre de que
se hiciera la pedicura por primera vez en su vida?
La miré enarcando las cejas.
—¿En serio?
Eden asintió.
—Sí, pero estuvo todo el tiempo moviendo los pies porque
le hacían cosquillas.
—Me lo creo. Antes mi madre… —dejé la frase a medias y
puse cara de susto, sin saber si era buena idea hablar de mi
madre con Eden.
Esta levantó una mano en el acto para invitarme a
continuar.
—Decías que antes tu madre…
Vacilé un instante, pero al final me decidí a terminar lo que
iba a decir.
—Mi madre solía tenderle emboscadas a mi padre para
hacerle cosquillas. Y él no podía evitar reírse a carcajadas
incluso cuando había tenido un día espantoso en el trabajo.
Después casi siempre estaba de mejor humor que antes.
Eden esbozó una sonrisa cálida y al mismo tiempo a sus
ojos asomó una chispa de melancolía.
—David me ha contado que esa era una de las cosas que
más le gustaban de ella, que siempre conseguía hacerle reír.
La miré con cara de sorpresa. Sabía que mi padre hablaba
mucho con Eden, pero era la primera vez que oía que hablara
con ella incluso de mi madre. Por algún motivo no pensaba
que lo hiciese.
—Así que me puedes contar cosas de ella sin problema.
Fue y sigue siendo una parte importante de vuestra vida, de
manera que a partir de ahora también lo es de la mía.
En mi pecho se extendió una sensación de gratitud. Me
habría gustado levantarme para ir a darle un abrazo, pero con
las uñas recién pintadas no era muy buena idea.
—Eres genial, ¿te lo he dicho alguna vez? —observé.
Eden encogió un hombro.
—No, pero si quieres puedes empezar a decírmelo ahora.
Me reí y ella hizo lo mismo. Cuanto más veía a Eden y más
hablaba con ella, mejor entendía a mi padre. En un primer
momento pensé que había encontrado el amor con ella y ya no
le quedaba para mí, pero al parecer en él aún había amor y era
indivisible. Había sido una idea infantil. Al mismo tiempo me
pregunté si él y yo nos habríamos acercado tanto de no estar
Eden. ¿Seguíamos funcionando juntos sin un nexo de unión?
Me reprendí. Al fin y al cabo, estaba en ese sitio para
distraerme, y ese era otro cantar del que no quería ocuparme
en ese momento. Nunca me había costado tanto centrarme en
lo positivo como ahora.
—Dime, ¿ya has decidido si vas a ir acompañada de
alguien a la gala? —quiso saber Eden, y me volví de nuevo
hacia ella, agradeciendo el cambio de tema.
—Lo de Bodhi sigue en pie —contesté—. Es la primera vez
desde hace tiempo que hago algo con alguien, pero Bodhi se lo
merece, lleva meses trabajando como una mula y nunca se
queja. Cuando le pregunté si quería ir conmigo, se limitó a
decir: «Claro, boss», pero creo que se alegró.
—Es una gran oportunidad, estoy segura de que se alegró y
mucho. Aunque, en mi opinión, lo normal es que haga bien su
trabajo y no se queje. Es lo suyo.
Abrí la boca y la volví a cerrar. Probablemente tuviera
razón. Sin embargo, durante los últimos años me había
acostumbrado a otra cosa. No es que Kayla trabajara mal,
desde luego que no, pero a menudo tenía otras ideas de cómo
debía realizar yo mi trabajo. De cómo debía comportarme en
los eventos, de las personas con las que debía hablar, de cuál
debía ser el siguiente objetivo. Solo cuando dejó de existir esa
presión fui consciente de haberla sentido.
Al pensar en Kayla, los hombros se me agarrotaron
automáticamente. Tampoco quería tener la mente en ella ese
día.
—¿Rosie? —dijo la peluquera. Al levantar los ojos, la vi
junto a uno de los lavacabezas—. Vamos a lavarte ese pelo.
La esteticista de uñas me hizo una señal afirmativa y yo
contemplé extasiada su obra antes de ponerme de pie para ir
con la peluquera. Cuando eché atrás la cabeza y el agua
templada me corrió por el pelo, cerré los ojos e intenté no
pensar en Adam, en mi padre ni en Kayla. Aunque no fue
fácil, lo conseguí.

Adam
Cerré las manos y las abrí de nuevo. Las cerré y las abrí, y
repetí el proceso unas cuantas veces. Hacía escasos minutos el
personal de seguridad de la urbanización privada en la que
vivía me había avisado de la llegada de mi séquito. Estaba
listo desde hacía una hora y cada vez que recorría el pasillo me
planteaba si lo que había puesto en marcha no sería una idea
descabellada. No estaba metiendo un pie en el agua fría: me
estaba lanzando a la piscina cogiendo carrerilla desde un
trampolín de diez metros, y no sabía si saldría airoso de
aquello.
El timbre hizo que diera un respingo. Respiré hondo, me
pasé las manos por la americana negra y fui a la puerta.
Leah me regaló una sonrisa. Me pareció que no era tan
complaciente como antes, sino un tanto insegura y ligeramente
ladeada. Me miró de arriba abajo y profirió un suspiro.
—Me alegro de verte, Beast —dijo, y en su voz había una
calidez inusitada.
—Lo mismo digo —repuse, y carraspeé.
Los primeros encuentros eran los más difíciles. Lo sabía
por la experiencia con los chicos. Ahora tocaba apretar los
dientes, porque ese día me esperaba algo de mayor
envergadura: entre otras cosas, mi primera aparición pública
desde hacía meses. Pero si había una ocasión indicada para
ello era esa gala, porque la fundación ayudaba a personas que
padecían enfermedades mentales. Personas como yo.
—¿Estás listo? —preguntó Leah mientras señalaba con la
cabeza el SUV que estaba aparcado delante de mi casa.
Asentí, pero cuando ella se dio la vuelta en la acera, me
aclaré la garganta y se detuvo. Volvió la cabeza y me dirigió
una mirada inquisitiva.
—Quería darte las gracias. Por tu comprensión. Por ponerte
en contacto con mis padres y por mandarle el billete de avión a
mi madre.
—Qué menos que eso. Me… —Tragó saliva a duras penas
y cabeceó un instante—. Siento lo que ocurrió en París. No
sabes cuánto. Me distraje, y no debería haber pasado. Espero
que puedas perdonarme.
—Mi comportamiento fue inadmisible. Yo también lo
siento.
Ella le restó importancia con un gesto.
—Tenías todo el derecho del mundo a enfadarte conmigo.
Con todos. Sé cuáles son tus límites. Fuiste muy claro
conmigo desde el principio y yo te hice una promesa que sigo
teniendo intención de cumplir. Si es que piensas continuar
trabajando conmigo.
El trabajo de Leah no consistía en cuidar de mí las
veinticuatro horas. Esa también era una de las cosas que había
aceptado en el curso de esos meses. Cierto, ella me había
hecho esa promesa hacía mucho tiempo, cuando se convirtió
en nuestra mánager, pero lo que había pasado no se podía
deshacer y yo no quería que ella siguiera reprochándoselo
debido a las duras palabras que le dirigí. Leah hacía más por
nosotros de lo que había hecho nadie a lo largo de nuestra
carrera y siempre le estaría agradecido por ello. Quizá habría
llegado el momento de que se lo demostrara.
—No digas chorradas —me limité a musitar, y cerré la
puerta.
Caminamos juntos hacia el SUV. Leah se subió al vehículo
y yo me acomodé a su lado. Por el espejo retrovisor miré a
Caleb, que me saludó escuetamente con la cabeza.
Le devolví el gesto y esa conversación muda fue la única
que mantuvimos. Nuestro guardaespaldas también sonreía, lo
vi en las arruguitas que se le formaron alrededor de los ojos.
Entre nosotros no hacían falta palabras, el instinto me lo decía.
Me recosté en el asiento y me pasé las dos manos por las
perneras del pantalón. Hacía siglos que no me ponía un traje y
por un lado se me hacía raro, pero, por otro, era la primera vez
desde hacía mucho tiempo que no sentía que estaba contra las
cuerdas. «Es un avance —me dije—. Un gran avance.»
—Todavía hay algunas cosas que debemos aclarar. Tu
madre me ha escrito un correo electrónico en el que menciona
algunas cuestiones a las que debo prestar atención en el futuro,
pero me vendría genial si pudieras explicarme con tus propias
palabras qué puedo hacer a partir de ahora para hacértelo todo
lo más fácil posible —dijo Leah cuando Caleb arrancó. Yo era
el primero al que iban a buscar, probablemente para que Leah
pudiese abordar esas cuestiones.
—¿Mi madre te ha enviado una lista por email? ¿En serio?
—inquirí mientras me miraba los anillos de la mano. Uno de
ellos me lo había regalado mi madre hacía unos años, por
Navidad. Lo había comprado en un mercadillo navideño de
Cork. Aunque para entonces ya había perdido el lustre en
algunos puntos, seguía siendo una de mis joyas favoritas.
—Y muy detallada. Con muchos signos de exclamación en
algunas frases —puntualizó Leah.
Sonreí. Eso era muy de mi madre. Aunque se había ido,
antes quería asegurarse de que yo estaba bien y de que seguiría
estándolo.
—No será fácil. No me apetece lo más mínimo que me
tratéis con guante de seda —afirmé en voz baja.
—Podría estrangularte con un guante de seda.
Al oír esas palabras, miré hacia la izquierda y dirigí a mi
mánager una mirada expresiva.
—Qué bestia.
—Es que soy muy bestia. Tengo que serlo para hacer bien
mi trabajo. —Me miró con seriedad—. No tienes de qué
preocuparte, Beast. Volveremos a la normalidad, solo que
tomando unas cuantas medidas más para que te sientas bien.
Lo conseguiremos.
En sus ojos había tanta seguridad y firmeza que no pude
evitar creerla. Suspiré y después asentí.
—Vale.
El resto del trayecto lo hicimos en un silencio cómodo.
13

Rosie
La gala benéfica se celebraba en un antiguo hotel en
Hollywood Hills construido en los años veinte estilo Beaux-
Arts, que estaba en boga por aquel entonces. Ya solo el
vestíbulo era tan impresionante que me detuve un instante bajo
el alto techo artísticamente pintado y me quedé observándolo
mientras las personas continuaban andando a mi alrededor.
Bodhi se paró a mi lado y se volvió hacia mí.
—¿Vienes, boss?
Contemplé las huellas que el tiempo había dejado en los
muros: abolladuras y marcas, incluso grietas. El edificio
poseía un encanto propio, venerable, y tuve que hacer un
esfuerzo para dejar de mirarlo y unirme a Bodhi.
Él también se había puesto de punta en blanco: llevaba un
traje de cuadros color violeta que, aunque estaba un poco
arrugado y le llegaba por encima de los tobillos, era muy chic.
Al verme se había limitado a hacer un gesto afirmativo y
ofrecerme el brazo. Después nos habíamos subido a un Uber
que nos había llevado al lugar.
A la entrada enseñé la invitación, en la que constaban mi
nombre y el de mi acompañante en letras doradas; tras
identificarnos, nos indicaron el camino al guardarropa, donde
dejamos el abrigo. Bodhi cogió la chapita y se la guardó en el
bolsillo interior de la americana. Mientras tanto, yo saqué el
espejito compacto que llevaba para comprobar que todo estaba
en orden. Me sentía como una reina con el vestido de color
burdeos, que completaba con unos pendientes largos con
piedras del mismo color, y mi nuevo corte de pelo. Me había
sentado bien dejarme mimar, y cuando nos dirigimos hacia la
sala me sentía mejor que hacía semanas. Me aferraba a lo que
me había propuesto: dejar de estar triste. Quería mirar hacia
delante y había empezado a dar los pasos necesarios para
lograrlo. Ahora tenía que atenerme a ese propósito y disfrutar
de la velada.
El salón de baile tenía vigas vistas en el techo y un suelo de
madera oscura y acogía un sinfín de mesas redondas
exquisitamente dispuestas en cuyo centro había grandes ramos
de flores blancas, rosas y violetas colocados en jarrones altos.
Delante habían levantado un amplio escenario. Bodhi y yo nos
acercamos al panel que mostraba la disposición de asientos
para ver dónde nos habían puesto. Era una de las mesas del
fondo en el lado izquierdo. Nada más sentarnos nos ofrecieron
champán, que acepté agradecida.
—Por una velada fantástica —brindé.
—Y por que te hayan invitado. Para un programa
independiente es un gran honor —añadió Bodhi.
Chocamos las copas, que tintinearon levemente.
Mientras bebíamos el primer sorbo, me di cuenta de que
Bodhi me observaba con detenimiento.
—Por cierto, gracias por traerme —dijo al posar la copa en
la mesa.
Hice un gesto negativo con la mano.
—No tiene importancia.
—Sí que la tiene, y mucha. Mira a tu alrededor. Ya he visto
por lo menos a diez personas que son peces gordos de la
industria del entretenimiento. Los tiburones ballena del sector.
Me siento como si fuese un pez de acuario. O un alevín.
—Un alevín muy elegante. —Señalé el traje que llevaba.
—Muchas gracias, boss, lo mismo digo. Sin lo del alevín.
—Se apoyó en el respaldo de la silla y le dio otro sorbo al
champán mientras echaba un vistazo.
Yo hice lo mismo al tiempo que apuraba despacio la copa.
Algún que otro rostro me era familiar, bien por entrevistas, por
eventos o por los medios, pero a la mayoría de la gente no la
conocía. A decir verdad, me parecía perfecto, porque hacía
que esa noche me inspirase menos nerviosismo.
Pasada una hora, la sala estaba llena y empezaron a servir
canapés, algunos del tamaño de la uña de mi dedo pulgar. Sin
embargo, estaban bastante más ricos que los noodles con los
que llevaba meses alimentándome, ya que no tenía energía
para nada más. Había incluso un cuarteto de cuerda que
intensificaba aún más la magia del salón.
Poco después se pronunciaron los primeros discursos. A
continuación, la presidenta de la fundación dio a conocer la
vida de Alexis Nevin, la causa a la que iban destinados los
donativos y el funcionamiento de la gala en sí, que se
celebraba cada año.
—Nos satisface enormemente poder decir que este año
también contamos con numerosos patrocinadores. A lo largo
de las últimas semanas se han subastado muchos artículos y
me gustaría darles las gracias en nombre de todo el equipo por
su participación. Hemos logrado batir el récord del año pasado
y hemos reunido la increíble cantidad de doce millones de
dólares —anunció con solemnidad mientras miraba a los
asistentes, que prorrumpieron en aplausos—. Este dinero
ayudará a muchas personas y seguirá contribuyendo a acabar
con el estigma de las enfermedades mentales. En nombre de la
fundación y de las personas a las que respalda, les damos las
gracias de corazón y, por supuesto, confiamos en volver a
verlos el año que viene. Si todavía no han efectuado su
donación, encontrarán la información necesaria para hacerlo
en la invitación y también aquí. —Señaló la imagen con el
número de cuenta pertinente, que se proyectó en la pared del
escenario con una tipografía con filigrana pero perfectamente
legible—. Ya solo me queda desearles que disfruten de la
velada.
De nuevo la concurrencia aplaudió. Era genial saber que
nuestro libro de invitados y los siete mil dólares que habían
ofrecido por él habían contribuido a tan ingente suma.
—¿Te costó desprenderte del libro? —me preguntó de
pronto Bodhi, como si me hubiera leído la mente.
Me volví hacia él y me paré a pensar un momento.
—Sí y no. Aunque sé que la causa no podría ser mejor, es
verdad que me da un poco de pena. Ya tenía ese libro de
pequeña, cuando empecé el programa en mi habitación, a los
quince años.
—Es guay que en él estén las firmas de artistas que en su
día eran muy poca cosa y ahora son superestrellas, pero
también de personas a las que no conoce nadie. Demuestra que
para ti lo importante siempre ha sido la música y ninguna otra
cosa —afirmó Bodhi, y sus palabras me llegaron al alma—.
Por eso precisamente te envié el currículo. Tenía otra oferta de
trabajo, pero cuando vi tu anuncio pensé que tenía que
intentarlo contigo. Casi no me puedo creer que me cogieras y
ahora esté sentado aquí.
Le sonreí. Mi primera sonrisa genuina desde hacía mucho
tiempo.
—Gracias por decir eso. He… —Carraspeé un instante—.
Estos últimos meses han sido duros y sé que a menudo no
estoy a la altura. Lo siento. Pero esto va a mejorar, te lo
prometo.
Él se limitó a restarle importancia con un gesto.
—Trabajas como una mula, boss. No me extraña que a
veces te quedes en blanco. No todo el mundo puede ir a tope
durante años, hasta el mejor motor necesita una puesta a punto
de vez en cuando.
La comparación hizo que yo enarcara las cejas.
—Una curiosa comparación, Bodhi. Casi tanto como
llamarse «alevín» a uno mismo.
—Aunque son pequeños, los alevines son muy espabilados.
Parecía más una pregunta que una afirmación, pero asentí
con la cabeza. Después bebí un sorbo de mi segunda copa de
champán y disfruté de las cosquillas y del calor que noté en el
estómago. Me sentía bien. Mejor incluso que bien. Por primera
vez desde hacía siglos había sonreído y me había abierto a
Bodhi. Le había contado cómo me encontraba y no suponía
ningún problema para él ni para el trabajo que realizábamos
juntos.
Eché una ojeada de nuevo a la sala cuando la orquesta
acometió la siguiente canción y vi que en la pista de baile que
había delante del escenario había algunos invitados.
—¿Te apetece?
Al oír la pregunta, volví a mirar a Bodhi y moví la cabeza
de un lado a otro, insegura. Allí había tantas personas ante las
que se podía hacer el ridículo que vacilé.
—El baile no es precisamente lo mío.
—Bobadas. Te he visto bailar en el estudio —replicó él con
seriedad.
—Moverme un poco con música pop o rock sí, pero con
música clásica no, y desde luego bailes de salón no sé.
—La música es la música —fue lo único que dijo Bodhi
antes de levantarse y tenderme la mano—. Vamos, boss. Al fin
y al cabo, también hemos venido a divertirnos un poco.
Tenía razón. Respiré hondo, hice acopio de valor y le cogí
la mano. Fuimos juntos a la pista, el corazón latiéndome muy
deprisa de los nervios. No tenía nada que ver con Bodhi, sino
con el hecho de que me sentía como si cientos de miradas
estuvieran puestas en nosotros, y eso que tenía más que claro
que no le interesábamos lo más mínimo a nadie.
Antes de saber muy bien lo que estaba haciendo, Bodhi me
agarró las dos manos y las colocó debidamente. No sostenía
mi brazo derecho con la rigidez que esperaba, sino casi de
forma relajada. El cuarteto tocaba en ese momento una cover
clásica de una canción de Lady Gaga, que sonaba mejor de lo
que esperaba, y Bodhi me meció con ligereza a un lado y a
otro. En realidad, no bailábamos, sino que nos movíamos al
ritmo de la música.
Vale, tampoco era tan difícil. Le pillaría el tranquillo.
A nuestro alrededor había muchas parejas que daba la
sensación de que bailaban desde hacía décadas, pero también
algunas que se movían al compás, despacio, como nosotros.
—No es tan malo como pensaba —admití.
—Ya te lo dije —se limitó a contestar él, risueño.
Yo tenía la vista fija en su hombro. Era tan alto que de
todas formas no podía ver más allá. Cuando Bodhi dio un paso
a un lado mientras me hacía girar, le clavé el tacón con fuerza
en el pie.
Había cantado victoria antes de tiempo.
Lo miré compungida.
—Perdón.
—No pasa nada —contestó él, pero su cara de dolor lo
decía todo.
—¿De veras? Entonces ¿no te importa que te vuelva a
pisar? —pregunté mientras, a modo de prueba, daba unos
golpecitos con el tacón en la punta de su zapato de piel.
Él se limitó a encogerse de hombros.
—Si te divierte, no te cortes.
Arqueé una ceja con escepticismo.
—¿Tan importante es para ti que me divierta?
—Sí —afirmó sin más.
La gravedad que destilaba su voz me dejó claro que hacía
unos instantes Bodhi había hecho algo más que escucharme.
Se había tomado a pecho lo que le había confiado, y en cierto
modo yo no sabía cómo gestionar los sentimientos que eso
despertaba en mí.
En Kayla también había confiado, en más de un sentido, y
ella había cogido esa confianza y la había hecho añicos. Yo era
perfectamente consciente de por qué hasta el momento había
rehuido los intentos de Bodhi de trabar amistad; me daba
pavor que volviera a pasarme algo como lo de Kayla. Pero
también tenía claro que no podía seguir así toda mi vida.
Bodhi era amable, formal y divertido, y me alegraba mucho
que hoy estuviese a mi lado.
—Nunca he conocido a una persona tan estable como tú,
Bodhi —comenté al cabo de un rato, cuando volvimos a
cogerle el tranquillo al baile.
Él se paró a pensar en ello, como si primero tuviese que
decidir si eso era algo bueno o malo.
—Gracias. —De nuevo parecía más una pregunta que una
afirmación.
—¿No hay nada que te desconcierte o te saque de quicio?
Encogió un hombro mientras sopesaba la pregunta.
—La verdad es que no, no.
—¿Ni siquiera cuando algo te duele? ¿O cuando no sale
como habrías querido?
Bodhi negó con la cabeza.
—No. Que algo no salga como yo quiero no significa
necesariamente que sea algo malo.
Sus palabras me dejaron perpleja.
—¿No?
Negó con la cabeza de nuevo.
—Si algo no puede ser, por algún motivo será. De esa
forma deja sitio a otra cosa que seguro que encaja mucho
mejor en mi vida. Ese siempre ha sido mi lema.
—A ver si me aplico el cuento la próxima vez —farfullé.
—Comparto mi sabiduría encantado.
—¿Y qué pides a cambio?
Bodhi se paró a pensar.
—¿Qué tal un aumento de sueldo? Mi coche necesita
urgentemente que le cambie las pastillas de freno —repuso, y
me reí mientras me daba una vuelta, haciendo que mi cara se
volviese durante un instante hacia los invitados del lateral de
la sala.
Y entonces lo vi.
Fue como si el tiempo se detuviese. Dejé de reírme de
golpe y porrazo. Me entró calor y frío a la vez y parecía que a
mi cuerpo se le había olvidado respirar. El corazón me latía
furioso y alterado, y temí caerme al suelo de un momento a
otro.
Adam.
Adam estaba allí.
A escasos metros de mí, en un lateral del salón, rodeado de
los demás integrantes de Scarlet Luck y de su mánager. Y me
miraba.
Era incapaz de pensar con claridad.
Era incapaz de hacer nada en absoluto.
Bodhi me pegó de nuevo a él, pero yo volví la cabeza en el
acto hacia Adam. Fue algo involuntario, mi cuerpo tomó el
timón y al parecer no terminaba de decidirse entre
desplomarse o quedarse mirando.
Al final optó por esto último. En un abrir y cerrar de ojos
me fijé hasta en el más mínimo detalle: el pelo más largo, que
se había recogido en un moño y cuyo castaño claro se me
hacía de lo más raro. Su espalda, que parecía más ancha que
hacía unos meses y estaba enfundada en un traje negro que se
le ajustaba al cuerpo. Las manos, que para variar no eran
sendos puños, sino que llevaba metidas en los bolsillos del
pantalón, relajadas. Se le veía distinto, y no solo en el plano
físico. De su rostro había desaparecido algo. Esa expresión
tensa, que parecía constantemente atormentada y a mí siempre
me había sugerido que la procesión debía de ir por dentro.
Sentí un doloroso pinchazo en el pecho y al mismo tiempo
en mí nació un sinfín de impulsos que me enterraron bajo su
peso, de forma que no podía abandonarme a ninguno de ellos.
Quería apartar la vista.
Quería seguir mirando y buscar más cambios.
Quería ir con él.
Quería abrazarlo.
Quería gritarle. Por la contundencia con la que me había
excluido de su vida; por el silencio con el que me había
castigado, por el estúpido mensaje con el que había vuelto a
abrir todas mis heridas; por mi corazón roto, del que dudaba
que volviera a recuperarse.
El egoísmo de mis pensamientos hizo que me avergonzara
de mí misma. Adam había pasado por una rehabilitación, lo
cual no era ninguna broma. Yo no tenía ningún derecho a
culparlo de mi dolor. Sin embargo, no podía luchar contra los
sentimientos que se alzaban desde ese oscuro lugar que había
en mí e iban creciendo hasta desatar una tormenta.
La rabia y la añoranza entablaron una lucha encarnizada en
lo más profundo de mi ser, hasta que un único pensamiento se
impuso a todos los demás.
«Tengo que irme de aquí. Ahora mismo.»
Seguía costándome poner a raya mis sentimientos, pero eso
era lo único que tenía absolutamente claro: debía largarme
cuanto antes. Porque al ver a Adam se había abierto una
enorme grieta en la coraza con la que tanto me había costado
armarme, y eso era algo que no podía permitir que sucediese.
—¿Todo bien, Rosie? —La voz de Bodhi me llegó a través
del ruidoso murmullo que tenía en los oídos.
«No —quería decir—. Nada va bien.»
—Creo que necesito que me dé el aire un momento —
conseguí decir.
—Claro, voy contigo.
Sacudí la cabeza y dejé de mirar a Adam.
—No, no te preocupes. Tú quédate. —Fue lo único que
pude decir.
Después me separé de él y crucé la pista de baile con
piernas temblorosas, pasando a toda velocidad por delante de
las parejas, abriéndome camino entre la multitud. Logré a
duras penas coger el bolso de la mesa antes de dirigirme hacia
la salida. Ya fuera, aceleré el paso y tropecé. Me daba todo lo
mismo, tenía que alejarme de ese sitio y ni siquiera pensé en
bajar el ritmo. No me molesté en coger el abrigo del
guardarropa, sino que fui directa al vestíbulo, que ahora que el
evento había empezado estaba desierto. Lo único que se oía
era mi taconeo en el suelo de piedra. Y poco después unos
pasos detrás de mí.
—Rosie.
Me detuve en el acto y apreté los ojos.
Habría reconocido la voz entre cientos. Todavía recordaba
cómo sonaba cuando le preocupaba algo. Cuando algo le hacía
gracia pero no se quería reír. Cuando decía todas las cosas que
quería hacer conmigo cuando volviese. Cuando hacía
promesas que no podía cumplir.
Sentí que en el estómago se me formaba una bola.
Mierda.
Mierda, mierda y mierda.
No sabía cómo comportarme. Mi propósito de actuar con la
mayor normalidad posible con él era mi salvavidas, un
salvavidas que se hundía sin prisa pero sin pausa. Abrí los ojos
de nuevo, cogí aire y me volví hacia él. Me blindé por dentro,
pero al verlo a escasos dos metros de mí me costó aún más
hacerlo.
Adam estaba aquí. Por primera vez desde hacía meses nos
encontrábamos frente a frente, y no era como me habría
gustado, porque lo único que sentía era un dolor que me
paralizaba el cuerpo entero.
—Hola —saludé con voz rasposa.
Avanzó un paso hacia mí. Despacio, como si temiera que
yo fuese a dar media vuelta en el acto.
—Hola.
Pasaron unos segundos en los que nos quedamos
mirándonos sin más. Sus ojos se clavaron en los míos y
después recorrieron lentamente mi rostro, mi cuello y durante
un segundo también mi cuerpo antes de subir de nuevo. Sus
ojos dorados se iluminaron un instante.
—¿Ya te vas? —preguntó en voz baja.
Yo tenía la boca del todo seca y el corazón en la garganta.
Solo pude hacer un gesto afirmativo.
—¿Por mi culpa? —añadió, y me puse rígida.
Negué con la cabeza como por instinto.
—Es solo que estoy algo aturdida.
Él seguía mirándome. Me di cuenta de que también eso era
un cambio. Cuando conocí a Adam, me miraba sin verme, con
una expresión que parecía vacía. Y después rara vez me
miraba a los ojos, y cuando lo hacía, solía apartar la vista
deprisa, como si ese contacto visual lo abrumase. Ahora, por
lo visto, la cosa era al revés, porque me escudriñaba de tal
modo que casi no podía estarme quieta.
Como no sabía cuánto más podría aguantar así, señalé con
el pulgar hacia atrás.
—Bueno, yo ya me marcho.
Iba a volverme cuando él dio un paso más hacia mí.
—No lo hagas.
Lo miré desconcertada.
—¿Qué?
Él respiró hondo y expulsó el aire con fuerza.
—Salir corriendo.
—No es eso —fue mi pobre respuesta. Incluso yo misma
fui consciente de lo falsas que resultaban mis palabras.
—Pues lo parece.
Apreté los dientes. El calor que sentía en el estómago me
subía por el cuerpo.
—¿Qué quieres de mí?
Cuando dio un paso más, los hombros se me tensaron.
Seguía sintiendo toda clase de impulsos. Quería mirarlo y
apartar la vista, quería salir corriendo y acercarme a él. Todo a
la vez.
—Quería hablar contigo. Preguntarte cómo te ha ido estos
meses. Saber cómo estás.
Me agarré con fuerza a mi salvavidas y me obligué a
esbozar una sonrisa que más bien pareció una mueca
espantosa.
—Estoy genial. Ya te lo dije en los mensajes.
Adam sacudió la cabeza.
—Por favor, dime la verdad, Rosie. Dime algo sincero.
De manera que los dos sabíamos que le estaba contando un
cuento chino. Estupendo. Lo que me pedía era sencillamente
imposible. No podía ser sincera con él. Si me abría ahora…
No quería ni imaginar cómo me afectaría después de tantos
meses de contención.
—Estoy bien —insistí con resolución.
—Nunca nos hemos mentido, no empecemos a hacerlo
ahora. —Quería huir de sus palabras—. Tienes todo el derecho
del mundo a estar enfadada conmigo. —Su tono era enfático
—. Chíllame tranquilamente si es lo que quieres.
—No quiero chillarte —repliqué con voz queda.
Lo cierto es que ni yo misma sabía lo que quería. En ese
momento meterme en la cama y echarme a llorar un buen rato
me parecía un planazo. Me di la vuelta para llevarlo a la
práctica, pero antes de que pudiera avanzar un paso, Adam se
plantó delante de mí para poder verme la cara de nuevo.
—Siento haber venido y que nuestro primer encuentro
después de tanto tiempo esté siendo así. Pero siempre pudimos
confiar el uno en el otro cuando nos sentíamos mal, y tengo la
sensación de que ahora mismo te estás peleando contigo
misma. —Hizo una pausa breve—. Si estás enfadada conmigo,
de verdad que me lo puedes decir, porque lo entiendo. Y lo
aguantaré.
Sus palabras me hicieron evocar el pasado y todo lo que
habíamos compartido. La promesa que me había hecho y no
había podido cumplir. Sus palabras de despedida, que me
habían partido el corazón.
Por primera vez desde hacía meses no pude mantener en pie
el muro protector que había levantado. Sencillamente era
imposible cuando me miraba así, de manera tan intensa, y me
pedía que le abriese mi corazón después de haberlo tenido
meses cerrado a cal y canto.
—No estoy enfadada —grazné, un último intento de darle
con la puerta en las narices.
—Pero si estoy viendo que sí, Rosie. No tienes por qué
fingir.
Cerré las manos y el calor seguía extendiéndose por mi
cuerpo, hasta tener la sensación de que todo estaba en llamas.
—Está bien —admití con voz ronca—. Estoy enfadada.
Enfadada, frustrada y muy triste y algunas cosas más que no
necesitas saber, así que prefiero guardármelas.
—Deja que sea yo quien decida lo que necesito y lo que no.
Lo que necesito ahora es que hables conmigo. Abierta y
sinceramente. Como hacíamos antes.
Se me cruzaron todos los cables.
—¿Qué es lo que esperabas? ¿Que después de que me
apartaras de tu vida y desaparecieras durante meses todo fuese
como antes en cuanto a ti te apeteciera volver a verme? Estoy
más que harta de pensar únicamente en lo que tú necesitas —le
solté.
Adam se estremeció y a su rostro asomó una expresión de
dolor.
Me arrepentí en el acto de lo que había dicho y reculé.
—Lo siento. No era mi intención.
Él cabeceó con resolución.
—Sí que era tu intención, y no pasa nada. Dime todo lo que
tengas que decirme, cuéntame todo lo que te está comiendo
por dentro.
Apreté los labios con fuerza para no decir nada más.
Eso tampoco pareció gustarle a Adam, aunque era evidente
que mis palabras le habían hecho daño. Dio otro paso hacia
mí. Ahora estaba tan cerca que yo casi ni me atrevía a respirar.
Nunca habíamos estado a esa distancia. Nunca habíamos
estado tan cerca. Era demasiado y, sin embargo, se quedaba
demasiado corto, y me confundió por completo.
—Me encantaría hablar contigo de todo —afirmó en voz
baja, sus ojos dorados clavados en mí.
Estaba tan cerca que solo habría tenido que alargar la mano
para tocarlo. Algo que nunca había hecho de manera
consciente, algo que había deseado hacer durante meses. Pero
ya no podía permitirme desear tal cosa. Las palabras de
despedida de Adam me lo habían dejado bien claro. Eso
tampoco cambiaría ahora.
Bajé la vista a mis zapatos porque no podía resistir más su
mirada.
No me había preparado para lo que estaba pasando. Me
había cogido por sorpresa. De haber sabido que acudiría a la
gala, yo no habría ido. ¿Mandarle mensajes? Lo conseguía a
duras penas. ¿Tenerlo delante después de tanto tiempo?
Sencillamente era imposible.
—Rosie —dijo él con voz grave—. Mírame.
Negué con la cabeza. De ninguna manera.
—Por favor.
Esas dos palabras eran tan sentidas que sacudió todos mis
propósitos. Supe que rompería a llorar a lágrima viva si lo
hacía y no estaba segura de si podía correr el riesgo. Apreté
con fuerza las manos a los lados, hasta me pareció que mis
uñas negras me atravesaban literalmente la piel. Los ojos me
escocían y sentía la presión que se acumulaba tras ellos hasta
la nariz. Me esforcé por respirar con calma.
De pronto noté un roce en la mejilla. Abrí los ojos
estupefacta y me quedé mirando a Adam, que había levantado
la mano. Me acariciaba suavemente la mejilla con los nudillos,
el roce apenas perceptible que sin embargo me llegó al alma.
Era la primera vez que me tocaba.
Mi respiración era trémula, el calor y el dolor me recorrían
el cuerpo en igual medida. Los ojos aún me escocían. De nada
servía ya pestañear. El rostro de Adam se desdibujó ante mi
campo visual. Su expresión cambió, se tornó atormentada y
oscura.
—Lo siento —dijo con voz ronca y quebrada mientras
seguía pasándome los nudillos por la mejilla con ternura—. Lo
siento mucho.
Notaba que la mano le temblaba un poco, pero el calor de
su piel me atravesaba. Mientras tanto me miraba a los ojos y
parecía ver en ellos todo lo que yo intentaba ocultar
desesperadamente. Adam me conocía. Me veía como no me
había visto nadie nunca y…
Yo no pude más.
De mi garganta escapó un sollozo que no pude contener.
Durante meses había intentado ser fuerte y seguir adelante.
Había luchado, me había atormentado día sí, día también y
ahora había llegado al límite y lo había rebasado. Ya no tenía
fuerzas para fingir que todo iba bien. Los últimos meses me
habían destrozado y no podía soportar el dolor ni un segundo
más.
Las lágrimas me corrieron por la cara sin que yo pudiera
hacer nada para impedirlo. Adam deslizó la mano con
suavidad hacia atrás hasta ponérmela en la nuca para
estrecharme contra él. Acomodó mi cabeza en su pecho y la
mantuvo allí mientras me acariciaba la frente con el pulgar.
Adam estaba allí.
Estaba allí y, por primera vez desde que nos conocíamos,
me abrazaba.
En ese instante me dejé llevar.
14

Adam
«Las manos me tiemblan, seguro que se da cuenta.»
«Patético. Por favor, si es que eres patético. Además de un
auténtico capullo. No eres digno de abrazarla. Si está así es por
tu culpa. Solo traes mala suerte a todo el que te rodea, solo
mala suerte y…»
Rosie cambió el peso del cuerpo y con ese movimiento
detuvo las espantosas ideas que se me pasaban por la cabeza.
Bajé la vista despacio. Ella me miraba tras las pestañas
humedecidas y el estómago me dio un vuelco. Tenía razón en
lo que me había dicho. Durante ese tiempo lo único importante
había sido yo. Pero eso había terminado.
Verla así me destrozó. Sentía literalmente su dolor, y ser
consciente de que el culpable era yo hizo que me odiase aún
más que antes. No sabía si había estado bien o mal salir en su
busca, pero tenía que hablar con ella a toda costa. Le debía una
explicación.
Nos miramos a los ojos. Aunque en ese segundo el
maquillaje se le había corrido y tenía pequeños pegotes negros
en las mejillas, estaba guapa. No solo por el vestido de noche,
el nuevo corte de pelo o el maquillaje. Sencillamente porque
era Rosie, la chica con los ojos azul hielo que no me dejó otra
opción que ser mi amiga. La chica que logró abrirse paso a
través de mis numerosas capas hasta llegar a mi corazón. La
chica a la que yo había abandonado.
—Lo siento —repetí. No fui capaz de decir más. Tan solo
esa simple disculpa que lo era todo y nada al mismo tiempo—.
Lo siento mucho.
—No te reprocho nada. —Lo dijo con voz inexpresiva.
Ahora que la tenía delante busqué en sus ojos, en vano, la
vida que siempre habían tenido. Por más que mirase, no la
encontré.
—No pasa nada si lo haces.
Rosie no contestó, pero sí levantó una mano y me tiró de la
manga. Solo entonces fui consciente de que continuaba
teniendo mi mano en su nuca. Entendí la muda petición y la
retiré mientras algo me oprimía la garganta.
Había tocado a Rosie.
La había estrechado contra mí.
Casi había sido un gesto involuntario. Hasta hacía un
instante ni siquiera me había dado cuenta de que mi piel seguía
en contacto con la suya. Me quedé mirándome la mano como
aturdido. Los dedos no paraban de temblarme.
—¿Has venido por mí? —me preguntó de pronto.
No tenía sentido negar el motivo de mi presencia. De no
haber sabido que ella asistiría, yo no habría ido, por
importante que fuese la razón de la gala. Lo decisivo había
sido Rosie.
—Sí —dije sin más.
Rosie arrugó un tanto el ceño y bajó la vista a mi pecho. La
arruga se volvió más pronunciada.
—Te he manchado la camisa —musitó.
Vi la mancha húmeda que tenía en el pecho, con restos de
maquillaje, y la miré a ella.
—Da igual.
Luego su mirada me recorrió el cuello, la boca, la nariz, las
mejillas y por último los ojos. Estaba delante de mí y me
observaba con detenimiento. Después de tanto tiempo al fin la
tenía delante de verdad. El corazón me latía alterado.
—Estás distinto —constató al cabo, ya más serena.
—Tú también —repliqué.
Seguimos mirándonos en silencio. Quería alargar las
manos, pero al mismo tiempo no. Era demasiado. Estaba
exigiendo demasiado, tanto a ella como a mí.
Probablemente no debería haber ido a la gala. No sé qué
mosca me había picado, pero ya no sabía si había sido buena
idea. Lo que había entre nosotros… Rosie tenía razón. Ya no
era como antes. Y no tenía sentido fingir que sí.
Nos habíamos visto por última vez hacía seis meses, poco
antes de que yo me fuera de gira con los chicos. Después
habíamos estado escribiéndonos, llamándonos por teléfono y
hablando por videollamada durante meses. Ahora nos
encontrábamos en el mismo espacio. La tenía justo delante y
aun así habíamos estado más cerca cuando yo me encontraba
en el otro extremo del mundo.
Lo odiaba.
Odiaba que Rosie estuviese a unos centímetros de mí y
entre nosotros se hubiera abierto un cráter que no sabía cómo
salvar. De haber podido hacerlo, lo habría saltado. Pero no
tenía ni idea de cómo.
Ella ya no me miraba como antes. Aunque acababa de
confesar parte de los sentimientos que tenía acumulados, a su
alrededor seguía alzándose un grueso muro que no dejaba
pasar nada, ni desde su lado ni desde el mío. Qué se le iba a
hacer. Ella había conseguido atravesar mi muro, quizá yo
también pudiera hacerlo. Tal vez fuera posible volver a un
punto en el que las cosas no estuviesen así entre nosotros.
Porque un mundo en el que se abriera un cráter entre Rosie y
yo no me gustaba.
—Siento haberte asaltado así.
Ella continuaba mirándome a los ojos y casi era abrumador.
Pero solo casi. Debía enfrentarme a lo que había hecho, igual
que había tenido que hacerlo con Leah y con el resto. Por eso
lo soporté y me armé de valor para todo lo demás que pudiera
llegar.
—Al menos podrías haberme avisado —me recriminó.
—De haberlo hecho, estoy seguro de que no habrías
venido.
—Es posible.
Esbocé una leve sonrisa, que se esfumó acto seguido.
—¿Quieres que me vaya?
Rosie se paró a pensar. Era como si viese girar los
engranajes en su cabeza. Al cabo de unos segundos, negó
despacio con la cabeza. Solo en ese momento me di cuenta de
que estaba conteniendo la respiración y exhalé lentamente.
Eché una ojeada al vestíbulo y en un rincón del fondo
descubrí unos bancos de piedra que, aunque parecían
incómodos, eran el único sitio donde podíamos sentarnos. No
quería volver al salón, donde todos nos mirarían, para hablar
allí con ella. Antes ya había visto a algunas personas que
habían sacado el móvil con disimulo y seguro que nos habían
hecho fotos a mí y a los demás. Sin embargo, lo había pasado
por alto como buenamente había podido.
—¿Nos sentamos? —pregunté mientras señalaba los bancos
con la cabeza.
Rosie se volvió en silencio y echó a andar hacia ellos.
Cuando llegó, se sentó en el extremo de uno de ellos. Como
me daba la sensación de que quería mantener las distancias, yo
me acomodé en el extremo izquierdo mientras me
desabrochaba el botón de la americana. Rosie se miraba los
zapatos, con tiras plateadas, que asomaban bajo el vestido
color vino. No sabía cómo empezar. Había tantas cosas que
decir. Hablar no me resultaba fácil. Nunca me había resultado
fácil, y en ese sentido la rehabilitación no había cambiado
nada.
—Lo que te escribí lo decía en serio —empecé al cabo de
un rato—. Siento de verdad haberme puesto en contacto
contigo después de tanto tiempo. Antes… —La voz me falló y
carraspeé—. Antes no era posible.
—Yo también lo decía en serio: no debes darme ninguna
explicación, no tengo nada que reprocharte.
La miré con escepticismo. Antes, cuando me había gritado,
la cosa parecía muy distinta.
Como si lo recordara en ese instante, Rosie suspiró.
—Bueno, en cierto modo sí que te he reprochado cosas.
Pero nunca el hecho de ingresar en la clínica. Es… —Se
encogió de hombros con desvalimiento—. Es complicado.
Complicado era una buena palabra para describirlo, y al
mismo tiempo no parecía hacer justicia a la situación en la que
nos encontrábamos.
—Lo que me escribiste antes de irte —empezó ahora Rosie
mientras se colocaba detrás de las orejas los mechones de pelo
que se le habían salido del peinado— me afectó mucho.
Entiendo que tuvieras que marcharte así, o al menos creo
entenderlo, pero, a pesar de todo, me hizo daño. Ni siquiera
sabía lo que había pasado. Desapareciste de mi vida de un día
para otro, sin más.
Seguía mirando al suelo y yo creí ver que se le habían
vuelto a saltar las lágrimas.
—Rosie… —musité, pero ella levantó la mano un instante,
como si tuviera que continuar hablando ya mismo o de lo
contrario no sería capaz. De manera que guardé silencio.
—No contestaste los mensajes que te escribí; y es
comprensible, porque ¿quién tiene tiempo para hacer algo así
cuando se está recuperando de una adicción? Pero mientras
todo cambiaba para ti, yo seguía en tu casa de invitados,
durmiendo en tu cama y viendo tu batería al despertar. Te
echaba mucho de menos y tú ya no me querías en tu vida,
aunque, mientras tanto, estabas presente en la mía. Todo el
tiempo.
Tuve que digerir sus palabras. Eran como piedras que me
arrastraban a las profundidades. Sabía que le había hecho
daño, pero solo ahora que la oía decirlo así, con lágrimas en
los ojos, era consciente de cuánto la había herido. Por eso
debía contárselo. Todo.
—Después del incidente de París me derrumbé. A Thorn le
costó despertarme, porque me había quedado dormido en
medio de mi propio vómito y casi me ahogo con él. —Rosie
me miraba con cara de sorpresa y yo seguí hablando deprisa
—. Ya llevaba algún tiempo echando mano del alcohol
demasiado a menudo, sobre todo los días que se me hacían
cuesta arriba. De ese modo intentaba olvidar cosas de mi
pasado. Pero eso no era sano. Y de haber seguido así, no
habría acabado bien. Todo habría empeorado y habría
terminado en una situación aún peor.
Ella asentía despacio, sus ojos me decían que lo entendía.
—En la clínica me sentía sobrepasado. Con todo. Durante
el tiempo que estuve allí no me puse en contacto con nadie.
Con nadie en absoluto —añadí algo después—. Leí tus
mensajes, pero estaba completamente hundido. Me sentía
fatal, y saber de ti (y de los demás) me dejó hecho polvo y me
hizo sentir la peor persona del mundo. Eso interrumpió el
proceso al que me estaba sometiendo y por eso decidí cortar
por lo sano para recuperarme.
Una mirada compasiva asomó a sus ojos. Daba la impresión
de que Rosie asimilaba lo que le estaba contando.
—No pretendía hacerte daño, Rosie. Nada más lejos de mi
intención —dije poniendo toda el alma en esas palabras, en
todas las cosas que podían leerse entre líneas, en todas las
cosas que tal vez pudieran tender un puente hacia ella.
Rosie me miró de reojo durante un buen rato. Al final
asintió despacio.
—Lo sé.
Tragué saliva a duras penas.
—Fue como tú dijiste. Llegué a un punto en el que no podía
seguir así. Tenía que ir a rehabilitación.
—Por favor, no me malinterpretes —se apresuró a decir—.
Sigo estando muy orgullosa de ti por el paso que diste. Lo que
me dolió fue que me excluyeras así. Creía que éramos… —Se
encogió de hombros—. En fin, da igual.
—No —objeté en el acto, volviéndome del todo hacia ella
—. No da igual. Claro que no da igual.
Rosie respiraba con nerviosismo. Abrió la boca y la cerró.
Al parecer no se permitía dar voz a sus pensamientos. Y no
pasaba nada. En modo alguno quería obligarla a desvelarme
algo si no estaba preparada.
Se pasó los dedos por la comisura de los ojos antes de
mirarme.
—Cuéntame más de la clínica. Si quieres.
Me quedé sin aliento. Durante esos últimos minutos había
conseguido unas cuantas cosas. También sería capaz de hacer
eso.
—Al principio fue espantoso —empecé despacio—. Los
días se me hacían eternos. Me encontraba mal, también
físicamente, y no tenía ni energía ni ganas de levantarme. Me
hacían reconocimientos médicos todos los días y tenía una
rutina muy pautada. Cuando llegó el momento, conocí a mi
terapeuta, Johar. Es bastante listillo, pero buen tío, y me ayudó
a superar los momentos más difíciles. Creo que te caería bien.
Rosie seguía mirándome a los ojos. Fija e
imperturbablemente. Quería contarle más cosas. Cosas que ni
siquiera había confiado a los chicos. Cosas que nunca había
querido contar, pero que debía hacerlo para que Rosie
entendiera. Para que comprendiera de verdad que yo no había
tenido más remedio que hacer lo que había hecho.
—Había días en los que no quería despertarme —confesé
con voz ronca. Rosie contuvo la respiración con fuerza, pero
yo continué—. En esos momentos solo veía las cosas malas.
Antes tenía un mecanismo para lidiar con ellas, pero para
aquel entonces ya no, porque me había ido destrozando poco a
poco. En esas ocasiones todo me deprimía de tal modo que…
sencillamente no quería seguir existiendo.
Las palabras quedaron suspendidas entre nosotros y
pasaron unos segundos durante los cuales me esforcé por
tragar el nudo que se me había formado en la garganta. No
estaba allí para lloriquear. Estaba allí para arreglar lo que había
estropeado. Si es que era posible.
—Y ahora ¿cómo estás? —preguntó Rosie en voz baja.
—El tiempo que he pasado allí me ha hecho ver algunas
cosas y también me ha ayudado. Me encuentro mejor. Mucho
mejor. Y ahí sigo.
No habíamos dejado de mirarnos a los ojos. Solo ahora que
la tenía sentada a mi lado, que oía su voz y la veía —en
persona— fui dolorosamente consciente de algo: había echado
de menos eso. Hablar con ella. Tener la sensación de que podía
contárselo todo. De que mis palabras, fueran las que fuesen,
estaban a salvo con Rosie. Había echado eso de menos. La
había echado de menos a ella. Tanto que la había abrazado sin
pensar y ahora sentía la necesidad de tenderle la mano, aunque
creía que jamás podría volver a tener el impulso de hacer algo
así con nadie.
La idea me sacudió de tal forma que fui yo el que tuvo que
mirarse los zapatos. Carraspeé y me sentí tentado de ponerme
a juguetear con los anillos, pero lo dejé estar.
En ese momento Rosie deslizó la mano por el banco hasta
que su meñique rozó levemente el mío. Miré su mano junto a
la mía.
—Gracias por contarme todo esto —susurró.
No podía apartar la vista de su mano.
—Probablemente haya sido un poco demasiado de golpe.
—Me obligué a mirarla de nuevo a la cara.
Sonrió levemente, pero la expresión de sus ojos aún era
triste.
—Quizá un pelín.
—No quiero que tengas la sensación de que lo único que
importa soy yo. No he venido por eso. Solo quería decirte…
—Me froté la nuca con la otra mano. Era más difícil de lo que
había pensado—. Sé que has pasado una temporada mala y
que, por distintos motivos, tu año está siendo más o menos
igual de chungo que el mío. Sé que he fastidiado algunas
cosas, pero ahora estoy aquí. —Me armé de valor y adelanté la
mano un poco, hasta poner mi meñique sobre el suyo—. Estoy
aquí.
Pasaron algunos segundos. Ahora la pelota estaba en su
tejado. Podía mandarme al infierno y yo iría sin mediar
palabra. Sería ella quien decidiría lo que ocurriría a
continuación. Hiciera lo que hiciese, yo lo aceptaría.
Cuando Rosie movió el dedo y lo entrelazó con el mío, un
cosquilleo me recorrió la mano y me subió por el brazo.
No era un puente, pero sí un comienzo.
15

Rosie
No era así como lo había imaginado.
Cuando pensaba en cómo sería mi reencuentro con Adam,
no había lágrimas y desde luego no le gritaba. Lo que había
ocurrido no me lo habría imaginado ni en sueños.
No sabía cuánto tiempo llevábamos sentados en el
vestíbulo. Parecían minutos. Horas. Días. Poco y mucho a la
vez. Mientras tanto, me preguntaba si no estaría alucinando;
era como si hubiese pasado meses suspendida en el aire y
ahora aterrizara en el suelo. Sin embargo, el choque no fue
doloroso, porque Adam estaba allí y pudo cogerme.
Nuestros dedos seguían entrelazados y yo era incapaz de
apartar la vista de él. Estaba allí de verdad; no era un sueño.
Su mirada rebosaba dolor, pero también sinceridad. Más
sinceridad que nunca.
Sus palabras calmaron la agitación que sentía en mi interior
y al mismo tiempo levantaron otras olas muy distintas. Aún
había muchas cosas que deseaba preguntarle. Y aunque Adam
estaba allí y en sus palabras había una promesa muda,
quedaban muchos temas de los que no habíamos hablado
todavía. Casi no me atrevía a decir más. No ahora, cuando
todo era tan frágil y quebradizo entre nosotros, cuando mi
corazón seguía latiendo desbocado al rozarse nuestras manos.
Y desde luego no después de lo que acababa de confiarme.
—¿Beast? —preguntó alguien.
Adam y yo volvimos la cabeza al mismo tiempo y nos
soltamos. Cogí aire con fuerza al ver a Jasper Thorn al fondo
del vestíbulo. Llevaba un traje hecho a medida con profusión
de flores bordadas de color azul claro que resaltaban el tono
oscuro de su piel y no desentonaban nada con su habitual
extravagante ropa. Se dirigió hacia nosotros a buen paso y
cuando estuvo más cerca, vi su gesto adusto. Tenía el ceño
fruncido.
—¿Cómo se te ocurre desaparecer sin decir nada? No
puedes hacer estas cosas, tío. A no ser que quieras que me dé
un ataque al… —Solo entonces pareció reparar en mí y me
miró un instante antes de pasar de nuevo a Adam… y luego
otra vez a mí. Ladeó la cabeza—. ¿Rosie?
Levanté una mano torpemente.
—Hola.
Él abrió la boca y la cerró mientras me observaba con
detenimiento. Debía de parecer un zombi. Seguro que tenía
maquillaje corrido por toda la cara. A no ser que en el spa
hubiesen empleado uno capaz de aguantar las cataratas del
Niágara que había derramado.
Ahora a los labios de Thorn afloró una media sonrisa.
—Me alegro de verte. —Se centró de nuevo en Adam, con
una expresión en sus ojos que yo no supe interpretar
exactamente. ¿Regocijo?—. Conque aquí es donde te metes…
—Sí. —La parquedad de Adam me trajo a la memoria en el
acto las numerosas conversaciones que habíamos mantenido
en su día. El Adam que era antes de entrar en la clínica. Así
que seguía ahí dentro…
—¿Te importaría volver con los demás para que no se
caguen de miedo? —preguntó Thorn mientras señalaba hacia
el salón con el pulgar.
Adam miró detrás de Thorn y exhaló un leve suspiro.
—Creo que es demasiado tarde.
Seguí su mirada y vi al resto del séquito de Adam en el
vestíbulo: Logan Buckley y Cillian Hunt, con sendos trajes
negros; tras ellos su guardaespaldas, Caleb, caminaba junto a
su mánager, Leah Miller, que tenía el móvil pegado a la oreja.
Cuando esta vio a Adam sentado conmigo en el banco, se
quedó boquiabierta y dijo algo por teléfono antes de colgar y
bajar la mano.
—Estás aquí —comentó Logan con una sonrisilla. Al
mirarme amusgó los ojos—. No sé cómo te las arreglas, pero
siempre que nos vemos parece que has llorado.
Probablemente eso contestara a mi pregunta de si el
maquillaje era resistente al agua.
—Puede que sea alergia —farfullé.
—Pues deberías tomar antihistamínicos cuanto antes —
apuntó—. Para que no se te hinchen así los ojos.
Hunt le dio un codazo en el costado que le hizo coger aire
con fuerza. Se frotó las costillas mientras Leah se acercaba a
nosotros. Estaba algo pálida y parecía que tenía los hombros
tensos.
—No sabía que ahora tenía que avisar cada vez que salga
de una habitación —comentó Adam con sequedad, pero la
tensión en su voz era evidente.
Leah se metió el móvil en el bolso.
—Todo es cuestión de normalizar las cosas.
—A mí lo único que me importaba era no tener que volver
a peinar treinta kilómetros buscándote —masculló Caleb, y
todos se giraron hacia él.
Parecía una indirecta que no entendí. Miré en busca de
ayuda a Adam, que había apretado tanto los dientes que se le
marcaban con claridad los músculos de la mandíbula.
Me habría gustado tenderle la mano de nuevo, pero no
estaba segura de si podía hacerlo delante de los demás, de si
podía hacerlo en general a partir de ahora. A Adam nunca le
había gustado que lo tocaran, por ese motivo en las entrevistas
había que seguir la regla estricta de no tocarlo, la que habían
pasado por alto en su última entrevista con la prensa francesa,
debido a lo cual la situación se había salido de madre por
completo. Después Adam había desaparecido y no había
vuelto a ponerse en contacto conmigo, porque había acabado
tan mal que había tenido que ingresar en una clínica.
Me tragué las muchas preguntas que tenía y me puse a
pensar en lo que debía hacer. Era como si delante de los demás
no fuese capaz de decir una sola palabra. No me atrevía. Desde
luego no delante de Leah Miller, que en ese momento dirigió
su penetrante mirada hacia mí, como si fuese un insecto
molesto. Yo sabía que no me soportaba. Había puesto a sus
protegidos en una situación horrible cuando se había
viralizado la entrevista que les había realizado. Desde entonces
esa mujer me odiaba y probablemente solo estuviera
esperando a ver cuál sería mi siguiente pifia. Sin embargo, no
le daría esa satisfacción. Habría preferido no volver a coincidir
con ella, y menos en una situación como la de ahora, en la que
yo estaba delante de ella toda llorosa y sin coraza protectora.
Tomé una decisión: me levanté deprisa del banco y me
volví hacia Adam.
—Voy a pedir un Uber para irme a casa.
Él también se levantó y el corazón empezó a latirme
atropelladamente cuando, inclinándose hacia mí, muy cerca y
mirándome a los ojos, preguntó:
—¿Quieres que te llevemos?
Negué con la cabeza en el acto. Lo que menos me apetecía
en ese momento era meterme en un coche con Leah Miller y
los demás y ser objeto de miradas inquisitivas durante todo el
trayecto. Eso era algo que debía controlar esa noche, después
de que todo lo demás no hubiese salido como yo imaginaba.
—No hace falta. Solo tengo que avisar a mi asistente de que
me marcho. —Me paré a pensar: tal y como estaban las cosas,
debería llamar a Bodhi, porque no quería volver al salón en el
estado en el que me encontraba.
—Puedo encargarme yo, si quieres —se ofreció Adam—.
¿Era el chico con el que estabas bailando?
Lo miré también yo a los ojos, aún completamente
desconcertada por tenerlo delante; por el hecho de que
estuviera allí y hablara conmigo frente a los otros miembros de
su grupo como si no estuvieran. Daba la impresión de que lo
que había dicho iba en serio. Estaba allí, en cuerpo y alma. Esa
certeza me sacudió e hizo tambalear los cimientos de mis
propósitos. Tenía que irme a casa ya mismo.
Asentí despacio.
—Sí. Esto… Gracias. Bueno, pues entonces me voy. —
Miré un instante al resto e hice un gesto afirmativo con la
cabeza para despedirme.
Jasper se inclinó y me dio un abrazo breve pero muy fuerte.
Logan me sonrió y Hunt me miró y se despidió moviendo la
cabeza. Leah Miller y el guardaespaldas, en cambio, ya se
habían apartado y hablaban en voz baja.
Me volví hacia Adam.
—Si quieres, te acompaño fuera —se ofreció.
—No te preocupes —me apresuré a decir. Ahora necesitaba
de verdad estar sola un momento.
Adam asintió despacio.
—Vale. Pues… hasta pronto entonces.
Solo conseguí esbozar una sonrisa trémula. No pude decir
nada, pero ya habíamos hablado más que suficiente. Primero
tenía que digerirlo todo, así que me obligué a darme la vuelta y
echar a andar hacia la salida. Me costaba dar cada paso y tuve
que resistir todo el tiempo el impulso de volver la cabeza para
mirar a Adam.
Solo lo hice cuando oí un suspiro ahogado y ya había
llegado a las grandes puertas de cristal. Vi que Thorn le había
hecho una llave a Adam y le restregaba la cabeza con el puño
mientras se reía; Adam ni siquiera se molestaba en defenderse.
Logan se encargó de rematarlo subiéndose a la espalda de los
dos, lo que hizo que a Adam casi le cedieran las piernas y
estuviera a punto de perder el equilibrio. Mientras tanto Hunt
permanecía a un lado, con los brazos cruzados.
Durante unos segundos no pude apartar los ojos de los
chicos. Parecían alegres, casi como en los numerosos vídeos
de antes, esos en los que se peleaban y se reían como si no
tuvieran ninguna preocupación. Durante un breve instante
reconocí a mi grupo preferido, el grupo que en los momentos
más duros de mi vida siempre había conseguido distraerme y
hacerme feliz con su música y con la amistad que los unía.
Era bonito ver así a Adam, y cuando salí no pude luchar
contra la esperanza que concebí. Cuando llegué a casa supe
que tenía que procesar todo aquello. Me di una larga ducha
caliente, me apliqué mi crema hidratante favorita en todo el
cuerpo y me puse mi pijama preferido. Luego regué las
plantas, cogí la chocolatina que la conductora del Uber me
había obligado a aceptar al verme la cara abotargada y me
senté en la cama. Pero ni siquiera después de una hora era
capaz de terminarme de creer del todo lo que había ocurrido
esa noche y miré por la ventana el edificio de enfrente, donde
aún había algunas luces encendidas, mientras el cielo se teñía
de negro.
¿De verdad había ido Adam detrás de mí? ¿De verdad me
había abrazado, me había confiado todas esas cosas y me había
pedido perdón?
No podía estar más abrumada, y al parecer mi corazón
tampoco era capaz de gestionar la situación. Hacía nada había
estado hablando con Eden de que tenía que quitarme a Adam
de la cabeza de una vez por todas, pero no podía evitar sentir
lo que sentía al recordar sus palabras. Ni tampoco el
hormigueo que me recorría la espalda cuando me acordaba de
cómo descansaba su mano en mi nuca y me acariciaba.
Adam no me había tocado hasta entonces. Me pregunté si él
también sería consciente de lo mucho que había cambiado. Si
se daría cuenta de lo bien que le sentaba esa franqueza. Y si
las rodillas le habrían flaqueado igual que a mí cuando
entrelazamos los dedos.
Habíamos hablado de algunas cosas y ahora yo entendía
mejor por qué había tenido que irse y poner punto final a lo
nuestro. Sin embargo, no había dicho nada que indicase que
esa barrera hubiera dejado de existir. Sencillamente no estaba
segura de qué había sido lo de esa noche ni qué significaba.
Los dos sabíamos que las cosas no eran como antes. Y
aunque aceptaba su disculpa y lo perdonaba, el dolor que me
había producido su carta de despedida seguía ahí. Al mismo
tiempo me invadía una grata sensación de calidez al recordar
cómo me había mirado y había hablado conmigo.
En ese momento me vibró el móvil. Le di un mordisco a la
chocolatina y lo desbloqueé.
Bodhi: Esto… Adam Sinclair, de Scarlet Luck,
ha venido a verme para decirme que no me
preocupara por ti, pero ha conseguido justo lo
contrario. No estás en ningún aprieto, ¿no, boss?
Si es que sí, dímelo, por favor.

Adam había cumplido su palabra. Yo confiaba en que ahora


Bodhi no me considerase la peor jefa de todos los tiempos,
pero tal y como estaba no podría haber vuelto a ese salón lleno
de personas tan importantes ni aunque hubiera querido.
Rosie: Siento haberme ido sin más, por
desgracia no me encontraba bien. Y no,
no estoy en un aprieto, pero gracias. Disfruta de
la velada. Ah, y ¿te importaría coger
mi abrigo del guardarropa?

Bodhi no tardó en responder.


Bodhi: Claro, sin problema.
Rosie: Eres el mejor, gracias.
Bodhi: ¿Boss?
Rosie: ¿Sí?
Bodhi: Creo que a Adam Sinclair no le caigo
bien.
Rosie: ¿Por qué lo dices?
Bodhi: Solo es un presentimiento.
Me ha mirado mal.
Rosie: Siempre mira así. No te preocupes.
Nos vemos el lunes, ¿vale?
Bodhi: Vale, hasta el lunes.

Leí de nuevo lo que me había escrito Bodhi y me quedé


pensando. ¿Qué le habría dicho Adam? Fui a nuestra
conversación y miré el número que todavía no había guardado.
¿Estarían pasando una buena noche él y el grupo? Aturdida
como estaba, ni siquiera había prestado atención a ese detalle,
pero ahora me preguntaba si la gente no habría flipado al ver a
los Scarlet Luck. Si no me equivocaba, era la primera
aparición pública de Adam desde que había salido de la
clínica. Noté que me acaloraba al recordar sus palabras. Había
ido allí por mí. Porque quería verme y pedirme disculpas.
Porque se había dado cuenta de que intentaba hacerle creer
algo que no era verdad cuando insistía en que estaba bien.
Después de esa noche lo de fingir se había acabado
definitivamente. Adam había sido sincero conmigo y a partir
de ahora yo también lo sería con él, por mucho que me
costara. Porque tenía razón: nunca nos habíamos mentido y al
hacerlo yo, lo único que había conseguido había sido
disgustarme más aún.
Me dispuse a mandarle un mensaje a pesar de la timidez. El
primero que me salía del corazón.
Rosie: Ya estoy en casa. Todo bien.
Apagué la luz y encendí la lámpara de cristal de sal de la
mesilla de noche, que bañó el dormitorio de una luz cálida.
Luego me recosté en las almohadas.
Poco más tarde me vibró el móvil.
Número desconocido: genial

Resoplé.
Si hacía un instante pensaba que Adam había cambiado, y
mucho, ese mensaje era el ejemplo perfecto del Adam de
antes. Del que solía contestar utilizando el menor número de
palabras posible. Por lo visto no había cambiado todo.
Le contesté:
Rosie: Gracias por avisar a Bodhi.

Mientras me comía la chocolatina esperé a que me


respondiera. Lo hizo segundos después:
Número desconocido: de nada

Me acordé de lo que me había dicho Bodhi y me armé de


valor. Ese día habíamos hablado de toda clase de cosas, así que
seguro que no pasaba nada.
Rosie: ¿Puedo preguntarte algo?
Número desconocido: dispara
Rosie: ¿Has mirado mal a Bodhi?
Número desconocido: define «mirar mal»
Rosie: Pues eso, mirar mal.
Más o menos así:
Número desconocido: solo he estado mirando
con quién hablaba
Rosie: ¿Por qué?
Número desconocido: por nada
Rosie: Adam.
Número desconocido: rosie
Rosie: Dime qué problema tienes con él.
Número desconocido: todavía no tengo ningún
problema con él

Leí sus palabras frunciendo el ceño. ¿Se podía saber qué


significaba eso?
Rosie: ¿«Todavía no»? ¿Se puede saber
qué significa eso?
Número desconocido: todavía no me ha dado
ningún motivo para que me caiga mal. se me
ocurrió mirar a ver si ponía tanto empeño con el
networking como tu antigua empleada

Casi era como si se preocupase por mi bienestar. Después


de la conversación que habíamos mantenido hoy, aunque había
entendido por qué no había vuelto a ponerse en contacto
conmigo, me pregunté quién demonios se creía que era para
volver a aparecer de repente en mi vida y comportarse así.
¿Habría hecho lo mismo si hubiese vuelto hace cuatro meses?
¿También habría intentado cuidar de mí?
Muy probablemente. Recordé sus palabras, todas las veces
que había intentado explicarme que no podía depender de
alguien que no apreciase mi trabajo. Había sido Adam el que
me había animado a decirle a Kayla lo que pensaba. Y que
ahora examinase con lupa a Bodhi daba la impresión de ser su
forma de retomar ese instinto protector, solo que esta vez lo
hacía in situ y en persona.
Sopesé mi respuesta.
Rosie: Bodhi no es como Kayla, pero
muchas gracias por asustar a mi asistente.
Número desconocido: no hay de qué :)

Leí su mensaje negando con la cabeza y no pude evitar


esbozar una sonrisilla, algo que me costaba creer que fuese
posible después de esa noche.
Volví a leer los mensajes que nos habíamos mandado… y
me di cuenta de algo.
Esto no era como me lo había imaginado. En realidad,
incluso distaba mucho de ello. Pero, a fin de cuentas, ya no me
parecía raro como antes. Que nos hubiéramos visto y
hubiésemos hablado era inevitable, ahora lo entendía. No
había sido buena idea ocultarle lo que sentía. Adam había
dicho que podía asumir mi dolor y acto seguido me lo había
demostrado con sus palabras y con sus actos.
Desde luego las cosas no eran como antes, pero quizá no
tuvieran por qué serlo. Tal vez lo nuevo no fuese
necesariamente algo malo, sino tan solo distinto.
Cogí el móvil y escribí un último mensaje.
Rosie: Me voy a la cama. Gracias por haber
ido hoy a la gala.

Después de enviarlo, guardé el nuevo número de Adam.


Solo ahora me parecía apropiado hacerlo.
Justo cuando iba a dejar el teléfono, me contestó:
Adam: gracias por hablar conmigo. no tenías por
qué hacerlo. que descanses, rosie
16

Rosie
Lunes por la mañana. Trabajo. Concentración.
Algo más fácil de decir que de hacer, porque mi cabeza
seguía en el fin de semana. En la gala; o, mejor dicho, en
Adam.
Aunque tenía delante el correo electrónico abierto y veía
que seguían acumulándose los emails, de los que ni siquiera
después de dos horas había gestionado ni una mínima parte.
Me estaba costando mucho concentrarme, y eso que ese día
había llegado al estudio antes. Como si de ese modo pudiera
compensar haberme marchado de la gala al poco de llegar.
Las letras en la pantalla empezaban a bailotear ante mis
ojos. Mentalmente revivía el momento en el que Adam me
había puesto una temblorosa mano en la nuca y me había
estrechado contra él. Aún me resultaba difícil de creer que de
verdad hubiese sucedido tal cosa. Con la mano que tenía libre
me toqué la nuca allí donde habían estado sus dedos mientras
el pulso se me aceleraba.
Bajé la mano, sacudí la cabeza y, tras centrarme de nuevo
en la pantalla, me puse a leer los correos poco a poco. Entre
ellos había algunos de grupos nuevos, en cuyo caso
entrevistarlos ahora no tendría sentido, puesto que acababan de
empezar y su discografía era casi inexistente. Miré si alguien
había contestado a las solicitudes que habíamos enviado
nosotros, pero hasta el momento no había respuesta de nadie.
Bodhi llegó al estudio con dos cafés en la mano y mi abrigo
debajo del brazo.
—Buenos días. —Dejó los cafés en mi mesa y el aroma del
latte macchiato me hizo lanzar un suspiro extasiado.
—Gracias —dije, y cuando Bodhi me dio el abrigo añadí
—: Y gracias otra vez.
—De nada. —Dio media vuelta y se sentó a su mesa.
Mientras encendía su ordenador me sonrió.
—¿Qué tal el resto del fin de semana? —pregunté con tino.
No sabía si lo que había sucedido el viernes le había resultado
raro, sobre todo desde que se había dado cuenta de que Adam
lo había estado escrutando detenidamente.
—Muy bien. Tuve que ayudar a mi abuela a poner orden en
su garaje.
—En su día en el nuestro había como un millón de
muebles. Imagino que sería agotador.
Bodhi asintió.
—«Agotador» se queda corto. Tengo agujetas en sitios que
ni siquiera sabía que existían hasta ahora.
—¡Auch!
—Ese «auch» también se queda corto. —Se arrimó con la
silla a la pantalla y cada cual se puso a lo suyo mientras nos
tomábamos nuestros cafés.
Suspiré aliviada. Entre Bodhi y yo no había nada raro, las
cosas seguían igual que siempre. Solo que yo ya no me sentía
tan tensa en su presencia. Todo había mejorado desde que me
había abierto y había confiado en él. En un primer momento
me había dado miedo haberlo empeorado todo, y el hecho de
que no fuera así me suponía un gran alivio, tanto más en
cuanto que la situación con Adam ya me sobrecargaba
bastante emocionalmente. Si también hubiese habido tensión
en el estudio, no lo habría aguantado.
Seguí mirando las solicitudes, y acababa de aceptar la de un
patrocinador con el que llevaba siglos negociando y cuyo
contrato por fin podía firmar cuando llegó un correo nuevo.
Tras leer por encima el asunto, tenía intención de continuar
trabajando por orden de entrada cuando una palabra, o mejor
dicho un nombre, me llamó especialmente la atención e hizo
que me detuviera. Abrí el email y lo leí. Me quedé
boquiabierta. Después me incliné más sobre la pantalla,
ceñuda, y lo releí.
—Pero ¿qué demonios…? —farfullé, lo cual hizo que
Bodhi asomara la cabeza por encima de su monitor y me
mirase con cara interrogativa.
Leí la solicitud por tercera vez y seguía sin poder
creérmelo.
—Los mánagers de Menace quieren venir con él al
programa.
—¿Perdona? —Bodhi se levantó en el acto y se acercó a mi
mesa. Se inclinó y escrutó la pantalla también ceñudo.
Después resopló con fuerza y me miró—. ¿Quieren fijar la
entrevista para la semana que viene?
Asentí.
—Es algo muy repentino. Y también un poco extraño.
Anunció el lanzamiento del nuevo álbum hace meses.
—Puede que después de su última actuación algunos
medios hayan desertado.
Yo no estaba segura.
—Lo dudo. Al fin y al cabo, lo que hizo llamó mucho la
atención.
—Eso también es verdad. —Bodhi se quedó pensativo—.
¿Qué vas a hacer?
Me paré a reflexionar. Menace no era un artista con el que
yo pudiera llevar la misma clase de conversación que con mis
demás invitados. Por lo general intentaba buscar algún punto
de unión con ellos y de ahí nacía el verdadero diálogo. No
sabía cómo podía hacer eso con alguien como Menace que, a
fin de cuentas era famoso por sus declaraciones provocadoras,
por pasarse de la raya en sus actuaciones y por las
cuestionables letras de sus canciones.
—Pues no lo sé, pero no es nada profesional seleccionar a
los invitados en función de la simpatía que inspiran. En ese
sentido debemos ser completamente neutrales y tratar la
solicitud como cualquier otra. Además, lo cierto es que es la
más importante desde hace tiempo y en Navidades aún nos
quedan muchos huecos.
Bodhi asintió.
—Tiempo tenemos, eso seguro, pero la cuestión es cómo lo
ves tú.
Me paré a pensar de nuevo. ¿Era defendible moralmente
entrevistar a ese hombre sabiendo cómo se comportaba en
público con Ashley y con todas las demás parejas que había
tenido? No estaba segura. Aunque Ashley y yo no éramos
amigas, tenía la sensación de que nos caíamos bien. Era
amable y encantadora y talentosa, y todo el mundo sabía que
Menace se la había jugado. Si lo entrevistaba, ¿daría la
impresión de que contaba con mi apoyo? ¿O podría conducir
la conversación de forma que fuese justificable para todos los
implicados?
Después de los últimos meses no estaba dispuesta a volver
a jugarme mi reputación. Una entrevista con un rapero como
Menace era un riesgo, pero quizá también fuese la oportunidad
de mostrar lo que representaba mi programa. Por no hablar de
las consecuencias que podía acarrear en el futuro que
rechazásemos a su discográfica, con la que habían firmado
muchos otros artistas a los que yo querría invitar en algún
momento; no podía arriesgarme a enfadarlos solo porque
Menace me provocaba sentimientos encontrados. Debía dejar
a un lado mis juicios personales.
Había tomado una decisión.
—Creo que esta semana vamos a necesitar muchos más de
estos. —Levanté el café.
Bodhi asintió con la cabeza para animarme. Después me
puse a redactar mi respuesta.
A lo largo de la tarde terminé con los demás correos que tenía
y vi numerosas entrevistas de Menace. En algunas de ellas se
portaba bien, pero en la mayoría soltaba tacos y siempre hacía
alguna cosa para llamar la atención; en otras, en cambio,
arrastraba tanto las palabras que me daba la sensación de que
iba drogado. Sobre todo cuando en ocasiones saltaba de
repente y se ponía a gritar cosas ininteligibles. Yo esperaba
que no hiciera eso en mi programa. De todas formas, tenía
claro que no retransmitiría en directo su entrevista para que
pudiésemos editarla después, por si se le ocurría gastarnos
alguna jugarreta. Esa fue la condición que puse al decir que sí
a su discográfica, que se mostró conforme, si bien con alguna
que otra queja.
A continuación escuché con detenimiento el nuevo álbum
de Menace. La mayoría de las letras contenían indirectas a
exnovias; algunas, sin duda, iban dirigidas a Ashley, porque
había estado más tiempo con él. Y me llamó especialmente la
atención que se presentara como si fuese lo mejor que le había
pasado, mientras no paraba de repetir lo bueno que al parecer
era en la cama. Por un lado, escuchar esos detalles me
resultaba de lo más desagradable, ya que era algo demasiado
personal; por otro, debía admitir que Menace tenía talento. Las
canciones eran pegadizas y uno las recordaba con solo oírlas
una vez.
Justo cuando estaba a punto de comparar las letras antiguas
con las nuevas, el móvil me avisó de que tenía un mensaje
nuevo. Eché un vistazo, distraída, y me puse rígida al ver el
nombre: Adam.
Adam: todo bien por ahí?

Seguía resultándome extraño saber de él después de tanto


tiempo, pero también me alegraba. Era la primera vez desde la
gala que me escribía y me había propuesto firmemente ser del
todo sincera con él a partir de entonces. De manera que
respondí conforme a la verdad:
Rosie: Buena pregunta. Ahora mismo
no estoy muy segura.

En la esquina inferior izquierda aparecieron los tres puntos


y luego se esfumaron. Poco después aparecieron otra vez
mientras Menace rapeaba por mis auriculares sobre lo bueno
que era con la lengua y que no había nadie que lo hiciese
mejor que él. Arrugué la nariz cuando recibí el siguiente
mensaje de Adam.
Adam: habrías preferido
que no te hubiese escrito?

Mierda, ahora pensaba que mi respuesta se refería a él. Me


incliné deprisa sobre el teléfono y escribí las siguientes
palabras con más cuidado.
Rosie: ¡No, qué va! Es por el trabajo.
Hoy me ha llegado una solicitud de entrevista
muy repentina y estoy estudiando a fondo al
artista. No sé muy bien qué pensar.
Adam: puedo saber de quién se trata?
Rosie: Solo si me prometes
no contárselo a nadie.
Adam: prometido
Rosie: Los mánagers de Menace quieren
que venga al programa la semana que viene. No
sé cuáles son sus motivos,
pero hemos dicho que sí.

Como Adam tardaba en contestar, seguí analizando las


letras del artista y apuntando fragmentos interesantes.
Entonces llegó otro mensaje.
Adam: ah

¿Ah? ¿Qué significaba eso?


Rosie: No sé muy bien cómo interpretar
tu respuesta. «Ah» en plan: «Ostras, vaya
putada». O más bien: «Vaya,
no sé qué decir».

Adam empezó a escribir. Paró. Empezó de nuevo. Volvió a


parar. Todo aquello me desconcertó de tal modo que ya no era
capaz de concentrarme en las letras de las canciones y solo
podía mirar el móvil.
Por fin me llegó el siguiente mensaje.
Adam: es un «ah» en plan: no sé cómo decirte,
sin parecer un idiota integral, que menace es un
tío peligroso, que está mal de la cabeza y que es
un elemento de cuidado

Me quedé perpleja.
Rosie: Eso imaginaba. Tomaré las debidas
precauciones y la entrevista no será
en directo.
Adam: vale. bien

La siguiente canción de Menace siguió sonando un rato


mientras yo pensaba en la advertencia que acababa de hacerme
Adam. Entonces recibí otro mensaje.
Adam: ahora estoy preocupado

Sentí opresión en el pecho. En cierto modo era tierno que


dijera eso, y al mismo tiempo yo no sabía cómo gestionarlo.
Hasta hacía unos días estaba firmemente convencida de que
Adam ya no formaba parte de mi vida. Ahora había vuelto y
era tan sincero conmigo que tardé un poco en decidir qué
contestar.
Rosie: No tienes por qué, Bodhi y yo lo
tenemos controlado. Solo espero que no sea un
fiasco. Pero creo que debo ser profesional,
aunque ese tío me parezca bastante chungo. A fin
de cuentas, no puedo elegir a los invitados en
función de lo simpáticos que me parezcan. Los
últimos meses han sido muy difíciles y su
discográfica lleva a muchos más artistas con los
que me gustaría hablar… Tengo que pensar
a largo plazo.
Adam: tienes razón, perdona
Rosie: No te disculpes. Creo que es bonito
que te preocupes por nosotros. :) ¿Te pasó algo
con Menace?
Adam: en realidad no. me lo he cruzado unas
cuantas veces y siempre iba tan colocado que a
hunt y a mí nos dio miedo. también es famoso
por los gustos raros
que tiene y porque le va lo de hacer daño
a sus parejas
Rosie: Ah. Vaya.
Adam: ya

Adam: cuando esté en el estudio,


que tu asistente no te deje a solas con él
Rosie: Se lo diré. Madre mía, ahora además
de nerviosa también estoy un poco
desconcertada.
Adam: no era mi intención
Rosie: Igual no tendría que haber dicho
que sí, no sé.
Adam: probablemente yo hubiese hecho
lo mismo. y no será un directo, así que si se
comporta como un imbécil, siempre puedes
quitar cosas cuando montes la entrevista
Rosie: Exacto. Me las arreglaré. No quiero
pensar en ello, así que dime, ¿vas a hacer algo
divertido hoy?
Adam: dentro de poco tengo terapia
Rosie: ¿Te puedo decir que te diviertas
mucho? ¿O por lo menos puedo…
desearte suerte?
Adam: las dos cosas me parecen bien
Rosie: Jaja, vale. Pues entonces
las dos cosas. :)
Adam: bueno, tengo que irme
Rosie: Venga, pues hasta pronto.
Adam: hasta pronto
Adam: y si quieres que sigamos hablando
de la entrevista a menace, podemos hacerlo sin
problema
Rosie: Gracias. :)
Adam: no pongas tantos smileys o volveré
a pensar que estás fatal
Rosie: Anda, vete a terapia, bobo.

Me quedé un rato mirando el móvil, pero Adam ya no


escribió más. Al darme cuenta de que Bodhi me observaba, me
recosté en la silla, me quité los cascos y lo miré con expresión
inquisitiva.
—¿Todo bien?
Él ladeó ligeramente la cabeza.
—Sí. Es solo que tienes algo en la cara.
Levanté deprisa la mano y me la pasé por la mejilla.
—¿Qué tengo? ¿Y dónde exactamente?
—Exactamente aquí —repuso mientras se señalaba la
comisura de la boca—. Y es una sonrisa bien grande.
Dejé la mano quieta y me quedé mirándolo. Entonces yo
también fui consciente de ello.
Tenía el corazón en la garganta y, sin darme cuenta, había
estado sonriendo mientras miraba el móvil. Casi como antes,
cuando Adam y yo nos escribíamos a diario. No sabía qué
pensar del hecho de que se preocupara por mí y hubiésemos
hablado con tanta franqueza, pero tampoco quería darle
muchas vueltas.
—Te sienta bien, boss —afirmó Bodhi, y acto seguido
volvió a centrarse en su monitor.
17

Adam
Ese día la taza de Johar era un horror. De color verde
cardenillo, con ojos saltones y orejas a los lados, y solo al
fijarme vi que probablemente fuera Grogu. Era tan espantosa
que me quedé mirándola más de la cuenta antes de volver a
centrarme en el terapeuta.
—¿Qué tal fue esa aparición? —quiso saber Johar, y bebió
un sorbo de té.
Clavé de nuevo la vista en los ojos negros de Grogu y me
paré a pensar un instante.
—Estuvo bien. Mejor de lo que esperaba. Me reencontré
con mi mánager y con nuestro jefe de seguridad. En su día
también me separé de ellos de malas maneras. Me sentó bien
darles algunas explicaciones.
Johar esbozó una ancha sonrisa.
—Eso suena de maravilla. ¿Y qué tal con tus compañeros?
—Con ellos también va todo bien. Casi es como antes.
—¿A qué te refieres con «como antes»?
—Bueno, pues a antes de que ingresara en la clínica. Hay
naturalidad. El reencuentro fue muy emotivo y ortopédico,
pero ahora cada vez que nos vemos todo va mejor.
Prácticamente hemos recuperado la normalidad y quedamos
casi a diario.
—¿Te acuerdas del miedo que tenías a ese primer
encuentro? Y por ahora todo va bien. Me alegro mucho por ti.
—Levantó la vista del sujetapapeles y me miró—. Sin
embargo, debo insistir: en nuestra última sesión me confiaste
que no querías volver a mostrarte en público tan pronto, que
necesitabas tiempo. Entonces ¿qué te indujo a ir a esa gala
benéfica?
Mierda.
Aunque contaba con que me hiciera esa pregunta, a pesar
de todo me cogió por sorpresa. Tuve que ordenar un poco mis
pensamientos y carraspear antes de poder decir algo.
—Ya te he hablado de Rosie.
Johar asintió.
—Sí, me acuerdo.
Que ahora Johar me escrutase con tanta atención hizo que
me resultase más difícil aún abrirme, así que me miré los
anillos de las manos, porque de ese modo me era más fácil
seguir hablando.
—Bueno, pues a Rosie también la dejé tirada y no volví a
ponerme en contacto con ella. Tampoco tenía intención de
reanudarlo tan pronto, pero entonces vi en internet que no le
iba muy bien, así que decidí ir a esa gala sin más. De todas
formas, nos invitan todos los años, así que pensé que sería una
buena ocasión.
—¿Y después? —quiso saber.
Encogí un hombro y me di cuenta de que al recordar la gala
me ponía rojo. Había abrazado a Rosie y permanecido un buen
rato así. Habíamos estado hablando y en realidad había ido
todo muy bien, pero tenía el corazón acelerado. Ni yo mismo
me lo podía explicar.
—Fue un encuentro muy emotivo. Hablamos. Le expliqué
por qué tuve que irme y que era la única alternativa que veía.
—¿Cómo se lo tomó ella?
Recordé el brillo que había visto en sus ojos. Las lágrimas
que le corrían por las mejillas. La comprensión y la compasión
que me había demostrado.
—Bien, creo.
El bolígrafo de Johar raspó el papel y yo levanté la vista de
nuevo al notar que pasaba algún tiempo y no decía nada. Tenía
el boli contra la boca mientras pensaba.
—Rosie sabía lo de tu adicción, ¿te he entendido bien? —
preguntó al cabo.
Fruncí el ceño.
—Lo sabe el mundo entero.
—Más bien me refería a si le habías hablado de ello antes.
Me puse a pensar de nuevo. Sí, Rosie y yo habíamos
hablado al respecto. Había sido sincero con ella desde el
principio y le había hecho saber que no estaba preparado para
mantener una amistad o algo por el estilo, porque tenía
problemas y bebía demasiado. A pesar de todo, ella se
arriesgó. Una vez que me sentía fatal Rosie me había
tranquilizado por teléfono.
«Quiero romper algo. Y beber. Joder, Rosie, quiero beber
más aunque ya voy completamente ciego. ¿Podría estar más
enfermo?», le había dicho.
«Quédate conmigo —había contestado ella—. Por favor.»
Lo había hecho. Por ella, por mí. Me había concentrado en
lo que era más importante aún en ese segundo: que me dijese
que quería que me quedara con ella. Que su voz dejara
traslucir todas las cosas que yo no era consciente de querer.
—Sí —repuse con voz rasposa, haciendo a un lado el
recuerdo—. Hablaba con ella de muchas cosas.
—Y también intimasteis, ¿no es así? —siguió inquiriendo.
El calor que sentía en las mejillas aumentó. Eso ya se lo
había contado en una sesión en la que me había pasado una
hora lloriqueando. Después él había querido retomar el tema,
pero yo había rechazado todos sus demás intentos.
—Por teléfono, sí.
El terapeuta respondió a mi mirada con semblante
inexpresivo.
—¿Cómo son las cosas ahora que has vuelto?
Sacudí la cabeza deprisa.
—Ella… O bueno, yo… no…
Johar siguió mirándome pacientemente hasta que logré
ordenar los pensamientos lo bastante para formar una frase
completa.
—Ese no es el motivo por el que volví a ponerme en
contacto con ella. Quería que supiera que puede contar
conmigo. Como amigo. En la medida de lo posible, cuando su
vida sea un desastre. Las demás cosas ni me las planteo; lo que
sucedió en París me lo demostró, y en ese sentido no ha
cambiado nada.
De nuevo Johar anotó algo. Después se recostó y dio unos
golpecitos con el bolígrafo en el respaldo del sillón, lo cual me
puso nervioso.
—Cuando dejas la bebida y te rehabilitas, a veces aprendes
cosas completamente nuevas sobre ti mismo. Averiguas que el
hecho de beber no es lo único que hay que abordar, también
debes tomar en consideración lo que hizo que empezaras a
beber, para encargarte de no volver a verte en esa situación a
largo plazo. Es preciso averiguar qué es lo que te hace feliz, lo
que te hace bien y cómo quieres vivir la vida a partir de ese
momento, y todas esas decisiones tienen mucho peso. Son
importantes y vienen al caso. Un entorno estable, con personas
que te cuiden, es sumamente importante. Tus compañeros
forman parte de él. Incluso da la impresión de que estos meses
os han unido más todavía. Lo mismo que con tus padres. Lo
que me contaste de tu madre me pareció muy conmovedor.
Apreté los dientes, porque no sabía qué decir.
—Es muy buena señal que haya alguien más en tu vida que
sea muy importante para ti, Adam —prosiguió—. Me gustaría
que intentaras sustraerte de tus pensamientos dominantes,
porque puedes dar mucho a otras personas y mereces recibir lo
mismo.
Negué con la cabeza en el acto.
—De eso no estoy tan seguro.
—Lo hemos hablado una y otra vez a lo largo de estos
meses. Si mal no recuerdo, ambos llegamos a la conclusión de
que, debido a las vivencias que tanto te han traumatizado, tus
pensamientos se mueven en una única dirección. Es cierto, la
gran herida que te causaron te ha marcado profundamente,
pero ya no te encuentras en la situación de antaño. Eso ha
quedado atrás y no debe formar parte del futuro. No pasa nada
si la idea de intimar física o emocionalmente te da miedo, pero
eso no cambia en nada el hecho de que mereces tener las cosas
que deseas. Mereces tener amor y afecto, como cualquier otra
persona.
Sentía la boca seca, porque con esas palabras Johar me
hacía revivir todas las sesiones de terapia en las que yo había
llorado a moco tendido. Como yo lo veía, con lo que había
llorado en lo que iba de año bastaba y sobraba para los diez
siguientes. No quería llorar más. Pero escuchar eso, oírlo
hablar de ese recuerdo siempre me evocaba imágenes que no
quería ver, por mucho tiempo que hubiera pasado.
—Creo que es buena señal que te preocupes por tu amiga y
le brindes tu apoyo. Incluso has hecho una aparición en
público para acercarte a ella. Es un paso adelante.
—No quiero que la cosa vaya a más. Y tengo miedo. No me
fío de mí. —No era necesario explicarle de qué tenía tanto
miedo. Después de todas las horas que había estado con él,
podía hacerse una idea.
—Recuperarás la confianza en ti mismo. Día a día —
aseguró Johar con firmeza—. Creo en ti, Adam. Y te
acompañaré en cada paso del camino y te apoyaré cuando
necesites ayuda, te sientas mal o temas recaer. Creo que se
puede apoyar a otro aunque uno mismo no esté bien al cien
por cien. De lo contrario, todo el mundo se centraría
únicamente en uno mismo durante toda su vida, y eso sería
bastante triste.
Reflexioné un instante sobre lo que acababa de decir.
—Pero no quiero volver a hacerle daño a nadie —farfullé
—. Tengo miedo de cagarla. —«Como la he cagado en todo lo
demás», pensé, si bien no me atreví a decirlo.
—No pasa nada por tener miedo a fallar, siempre que eso
no rija nuestra vida. —Johar se echó hacia delante y me miró a
los ojos—. No te prives de la oportunidad de disfrutar de algo
que podría haceros bien a ti y a tu alma, Adam.
18

Rosie
La semana se me hizo eterna y al mismo tiempo pasó
demasiado deprisa. La noche previa a la entrevista con
Menace daba vueltas por el piso en tensión, intentando
grabarme a fuego todas las preguntas y prepararme para
cualquier imprevisto pensando en las posibles respuestas que
podía dar el rapero.
De Adam había tenido noticias por última vez hacía tres
días. Nos habíamos mandado algunos mensajes, porque debido
a esa entrevista inesperada yo casi no tenía tiempo; Bodhi y yo
estábamos hasta arriba de trabajo y teníamos que hacer
algunas horas extra. Ya era de noche y seguramente me
volvería loca si seguía yendo de aquí para allá.
Así que miré el móvil y entré en nuestra conversación.
Adam se había ofrecido a seguir hablando conmigo de la
entrevista, en caso de que no se me fuera de la cabeza. Me
mordisqueé el labio inferior mientras sopesaba si era buena
idea aceptar su ofrecimiento. Sin embargo, era la primera vez
que sentía el deseo de escribirle espontáneamente, y después
de tanto tiempo eso era algo bueno. O al menos eso pensaba.
De manera que, antes de poder echarme atrás, le escribí.
Rosie: Mañana es el gran día. ¿Sigue en pie
tu ofrecimiento? Porque me estoy volviendo un
poco loca…

Después de enviar el mensaje, por desgracia la cosa no hizo


sino empeorar. Empecé a morderme las uñas, algo que no me
ocurría desde hacía siglos. Por suerte, Adam contestó escasos
minutos después.
Adam: me llamas?

Leí su mensaje unas cuantas veces mientras corría a la


cocina a por zumo de naranja. Iba tan atolondrada que me di
contra un mueble y solté un taco. La rodilla me dolía y sentía
el corazón en la garganta. Cogí el zumo, me apoyé en la
encimera… e hice de tripas corazón.
Mientras el teléfono daba señal, cogí aire con fuerza. A los
dos tonos lo cogió.
—Rosie.
Oír mi nombre de su boca hizo que el pulso se me acelerara
aún más. Me recordó al pasado, con el que en realidad
habíamos roto. No era buena idea que pensara en aquella
llamada en la que susurró mi nombre tan íntima y
apasionadamente, porque era el peor momento posible para
hacerlo, seguro que mi cuerpo no aguantaba más sobresaltos.
Sin embargo, no pude evitar el recuerdo, que solo logré
contener a la fuerza.
—Acceder a realizar esa entrevista ha sido la idea más
estúpida que he tenido en mi vida —dije en lugar de saludarlo.
Adam profirió un resoplido que también podría haber sido
una risa.
—Eres una profesional, podrás con ello.
—Llevo un montón de tiempo dando vueltas por el piso
repasando las preguntas y tengo miedo de quedarme en
blanco. O peor aún: ¿y si Menace hace alguna de las suyas y
se pone a correr y dar gritos por el estudio?
—Si lo hace, te apartas y los echas a él y a su equipo. —En
el otro extremo de la línea se oía un murmullo, como si donde
Adam se encontraba soplase el viento. Me quedé perpleja.
—¿No estás en casa? —inquirí.
—He salido a la terraza, porque tengo visita.
Frené en seco y en la garganta se me formó un nudo que me
impidió responder con una frase completa.
—Ah.
—No te preocupes, los chicos pueden arreglárselas sin mí
unos minutos. —Hizo una breve pausa y de fondo se oyó un
ruido mientras yo lanzaba un suspiro—. Espera un momento.
—A todas luces tapó el auricular, porque las siguientes
palabras me llegaron amortiguadas.
—Me he cargado la fuente de las patatas. Lo siento mucho,
tío —se oyó a Thorn, su voz apagada.
No sé qué me pensaba, pero oír que la visita era de Thorn y
el resto me llenó de alivio.
—La próxima vez no la lleves haciendo equilibrio con un
dedo. Mi vajilla no es un balón de baloncesto —repuso Adam
con sequedad.
—Te compraré otra. ¿Qué haces ahí fuera?
Un crujido.
—Hablar por teléfono.
—¿Es tu madre? Si es tu madre, dile que la quiero.
El nudo desapareció y en mi rostro se extendió una sonrisa
mientras oía cómo se peleaban.
—En primer lugar: deja de hacerle la pelota a mi madre
todo el tiempo. Y en segundo lugar: vuelve dentro, Thorn.
—Vale, vale. —Una pausa, y a continuación…—: ¿Es
Rosie? Si es Rosie, salúdala de mi parte.
—Vuelve dentro, Thorn —repitió Adam.
Entonces se oyó una puerta que se cerraba.
—Ya estoy contigo.
—Dale saludos de mi parte —dije.
—Se los daré. ¿Por dónde íbamos?
—Tú me decías que tenías visita y la verdad es que yo iba a
colgar.
—No le des muchas vueltas. —Oí un crujido que me
resultaba familiar. Seguro que se había sentado en uno de los
sillones de la terraza. Los mismos en los que yo había pasado
un montón de tardes mirando el mar.
Me invadió una sensación de melancolía. Cuando Adam
estaba en la clínica, la mayoría de los ratos que yo había
pasado en su casa me sentía profundamente triste. Él ocupaba
todos mis pensamientos, y seguía resultándome muy difícil
conciliar ese pasado con el presente. Me había sentado donde
él estaba sentado, había llorado y había leído una y otra vez
sus palabras de despedida mientras miraba las fotos que había
guardado en mi móvil en las que salía él. Cuando estaba
melancólica, a veces aún las miraba. Adam en la cama, con un
brazo detrás de la cabeza y despeinado. Adam a la batería con
las mejillas rojas, tan guapo que me estremecía de gusto.
Ahora nos encontrábamos en un punto completamente
distinto al de entonces y no sabía cómo gestionarlo.
¿Podíamos seguir así sin más? ¿Podía volver a llamarlo a
partir de ahora cuando estuviese agitada y él me lo ofreciera?
¿Y qué consecuencias tendría todo eso?
—¿En qué estás pensando? —preguntó Adam de pronto,
como si me hubiese leído la mente. Ya lo hacía en su día,
cuando hablábamos por videollamada. Al parecer no tenía
necesidad de verme para saber que le daba muchas vueltas a
todo.
—En todo —admití poco después. No quería hablar de mis
emociones. Bastante las había exteriorizado ya el día de la gala
y no lo llamaba por eso. Suspiré—. Madre mía, no sé cómo me
las voy a arreglar mañana. Me he preparado a fondo, eso sí.
Desde hace una semana no hago más que escuchar los
álbumes de Menace, empiezo a estar harta.
—Conociéndote como te conozco, seguro que has estado
días viendo todos sus vídeos y a estas alturas conoces hasta el
más mínimo detalle de él —contestó Adam, y prorrumpí en
una risotada carente de alegría.
—Pues sí. Sé cosas de él que preferiría no haber sabido
nunca.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, ahora sé que tiene un tatuaje en el pene. Y
sé que en su último vídeo se come un pulpo vivo.
—Estás de coña.
—No. Desde que lo vi duermo fatal.
—¿El tatuaje o lo del pulpo?
Apreté los ojos mientras el calor me subía a la cara.
—Las dos cosas.
Guardamos silencio un instante.
—La verdad es que suena a tortura. —De fondo se oía el
sonido del viento y yo creí distinguir también el rumor del mar
—. En cualquier caso, tu forma de documentarte es digna de
admiración, así que centrémonos en lo positivo.
Resoplé.
—Mi mayor problema será que no responda a mis
preguntas. Las evita casi todas, por lo menos en las entrevistas
que he visto. Dijiste que lo conoces solo de pasada, ¿no?
—Sí, de lo contrario podría serte de más ayuda. Pero, si
quieres, me puedes leer unas cuantas preguntas, quizá demos
con una que sea una buena entrada.
Bebí un poco de zumo mientras revisaba cada una de las
preguntas.
—«Tu nuevo álbum está a punto de salir y el primer
sencillo, “Eight Arms”, ya está en la calle. ¿Qué es lo que más
te gusta de este lanzamiento?»
—Parece un buen comienzo, pero probablemente haya oído
esta pregunta mil veces a lo largo de las últimas semanas.
—También es verdad. A ver qué te parece esta: «Montones
de fans están impacientes por escuchar tu nuevo álbum, que
aparecerá muy pronto. Estos últimos años los has sorprendido
especialmente con tu elocuencia y con tus provocadoras letras.
¿Qué se van a encontrar esta vez?».
—Me parece mejor de entrada, pero yo quizá cambiara lo
de «provocadoras» por otra cosa. No vaya a saltar nada más
empezar.
Cogí el boli y, sujetando la tapa con los dientes, taché la
palabra. Después me paré a pensar.
—¿Qué te parece «ingeniosas»? —le pregunté.
Durante un instante Adam no dijo nada.
—Me horroriza la idea de que vayas a sentarte con ese
capullo y tengas que darle coba —sonó finalmente desde el
otro lado de la línea, y acto seguido mi pulso volvió a
dispararse.
Carraspeé.
—Bueno, tú mismo has dicho que es mejor empezar con
una frase así. Después lo pondré contra las cuerdas, porque en
mis tarjetas también hay preguntas puñeteras.
—Dudo que seas capaz de ser puñetera, Rosie.
Hice una mueca.
—Hasta ahora nunca he tenido que serlo en las entrevistas,
pero escucha esto: «En “Eight Arms” afirmas que el cuerpo de
tus parejas te pertenece a ti y solo a ti. ¿Qué imagen pretendes
dar de la mujer con afirmaciones como esta?».
Adam se rio con suavidad.
—Muy buena pregunta. Me muero de ganas de saber qué
contesta.
—Admite que es puñetera.
—Lo cierto es que con «preguntas puñeteras» me
imaginaba otra cosa, pero bueno.
—Ponme un ejemplo.
Refunfuñó algo, como si pensara, un sonido que me puso la
piel de gallina en los brazos.
—Quizá algo como: «¿Qué opinas de que la gente te
considere el mayor capullo de la industria musical? ¿Disfrutas
siéndolo?».
Enarqué las cejas.
—Por menos que eso se ha puesto a vociferar en las
entrevistas. Sería como sacudir aposta un avispero.
—Probablemente no sea la persona indicada para repasar
estas preguntas —replicó él—. Y eso que no odio tanto a
Menace como Buck.
Agucé los oídos.
—¿Logan odia a Menace?
—A muerte. Solo desde hace poco, según tengo entendido,
pero con toda su alma.
—¿Puedo preguntar por qué? ¿O es por motivos evidentes?
—Te lo diré, pero no se lo cuentes a nadie.
—Prometido —repuse, igual que me había escrito él la
semana anterior con lo de la entrevista.
—Creo que Logan tiene algo con Ashley Cruz. No puedo
afirmar que sea cierto, porque él no suelta prenda, pero aquella
vez que estuvimos en la fiesta de lanzamiento del disco de
Ashley lo vimos salir con ella de su habitación al día siguiente.
Abrí los ojos como platos.
—Vaya, pues no tenía ni idea. —Me vino a la memoria la
fiesta de lanzamiento de Scarlet Luck y que Ash había estado
hablando con Kayla y conmigo—. En vuestra fiesta de
lanzamiento estuvimos sentadas juntas y Ashley dijo que en su
propia fiesta había metido la pata por culpa del alcohol, pero
no entendí muy bien a qué se refería. Ahora tiene un poco más
de sentido.
—Conque una metedura de pata… Será mejor que no se lo
diga a Buck.
—Puede que lo entendiera mal. O que Ashley se refiriera a
otra cosa con eso.
—Bueno, en cualquier caso, Buck dijo no hace mucho que
le gustaría partirle la boca a Menace por lo que había hecho en
los World Music Awards.
—Me cuesta imaginarlo. Logan siempre parece tan… —Me
paré a pensar un momento, pero antes de dar con la palabra
adecuada, Adam acudió en mi ayuda.
—¿Pacífico? Porque lo es. Aunque es muy directo,
normalmente evita cualquier disputa, quitando alguna que otra
pelea con Thorn.
Sonreí al recordar los numerosos mensajes en los que
Adam me contaba que Thorn y Logan se chinchaban y se
buscaban las cosquillas. Se comportaban como hermanos, lo
cual a mí no podía resultarme más tierno.
—Menuda locura —musité. Ahora me sentía peor aún por
haber preguntado—. Tengo miedo de que a Ashley le parezca
mal que entreviste a su ex. A ver, amigas no somos, pero me
cae muy bien. Y tengo miedo de…, no sé, de violar una suerte
de pacto tácito.
Adam se mostró en desacuerdo.
—No lo creo. Ashley lleva una eternidad en esto, sabe
perfectamente cómo funciona la industria. Si la preocupación
te quita el sueño, también puedes mandarle un mensaje antes
para ponerla al tanto de la entrevista.
Cogí el zumo de naranja y me fui con él al sofá mientras
sopesaba su sugerencia.
—¿No será un poco invasivo? ¿Escribir así, a bote pronto, y
recordarle a su puñetero ex?
—En realidad la etiqueta se te da mejor a ti que a mí, pero
creo que los nervios que tienes por lo que pueda pasar mañana
hacen que le des demasiadas vueltas a todo —apuntó Adam
con cautela.
Me reí.
—Lo has dicho de manera muy diplomática.
—De todas formas, ¿por qué te preocupa tanto esa
entrevista? —inquirió él de pronto, cogiéndome totalmente por
sorpresa—. Me refiero a que ya sé que sueles ponerte
nerviosa, pero, no sé, esta vez parece que lo estás más que de
costumbre.
Con esas palabras demostraba que seguía conociéndome
bien. Me pasé la mano por la frente y pensé un momento antes
de elegir bien mis palabras.
—Lo primero, porque Menace está loco y no quiero dar
ningún paso en falso. Y lo segundo, porque los últimos meses
el programa no ha ido muy bien. Por la entrevista que os hice
en su día, por la competencia directa que supone el programa
de Kayla… Ahora mismo no es tan fácil encontrar invitados
nuevos. Me rompo los cuernos para volver a arrancar, pero es
difícil.
Se hizo una breve pausa.
—Lo siento. No se me había ocurrido.
Deseché la idea con un gesto, aunque él no podía verlo.
—No pasa nada. A mí tampoco se me habría ocurrido que
pudiera darse esta situación. Pero creo que en todas las
carreras hay altibajos, no siempre va a ir todo sobre ruedas.
—Yo también lo veo así. Las cosas mejorarán. Y la
entrevista con Menace saldrá bien, estoy seguro. —Lo dijo con
tanta convicción que casi me lo creí.
Miré otra vez las tarjetas que había preparado y fui
repasando pregunta por pregunta, pensando detenidamente en
cada palabra. Me planteé mandarlo todo a la porra y empezar
de nuevo.
—Basta por hoy de tarjetas —me aconsejó Adam, y me
quedé atónita.
—Es imposible que sepas si aún las tengo en la mano.
—No lo es. Lo presiento.
—Menuda chorrada —contesté, y dejé las tarjetas con
sumo cuidado en la mesa del salón para no hacer ningún ruido
delator. Después me acomodé en el sofá y me bebí lo que
quedaba de zumo—. Siempre que estoy tan nerviosa, caigo
muerta en cuanto la adrenalina baja.
—Me suena —replicó él.
Se oyó de nuevo el crujido del sillón de la terraza y me
pregunté si estaría tan relajado como en la foto que me había
enviado en su día, con un brazo detrás de la cabeza. La idea
me hizo sentir calor, de modo que desterré la imagen deprisa
de mi mente.
—¿Qué te sirve de ayuda después de alguna entrevista
importante?
Respondí instintivamente.
—Un montón de chocolate. O sushi. O las dos cosas.
—Interesante combinación. Tendrás ambas.
Justo cuando iba a decir «Sí, claro» se oyó nuevamente un
ruido de fondo. Poco después escuché los pasos de Adam y el
taco contenido que soltó.
—Es como si alguien estuviera demoliendo tu salón —
comenté—. Bueno, ¿colgamos?
—Lo siento, pero creo que sí. ¿Estarás bien?
—Claro. Gracias por escucharme.
—Te deseo todo el éxito del mundo mañana. Ya verás como
todo sale bien.
Tragué saliva con dificultad, pues tenía la boca seca.
—Gracias. Ya te contaré.
—Vale. Pues hasta mañana entonces.
—Hasta mañana. —Iba a colgar cuando su voz me lo
impidió.
—¿Rosie?
—¿Sí? —Incluso yo misma me di cuenta de lo áspera que
sonaba mi voz.
—Repetimos pronto, ¿te parece?
Fueron las mismas palabras que yo le había dicho en su día,
cuando nos teñimos el pelo juntos. Tenía el corazón en la
garganta cuando asentí y musité un «vale» antes de colgar.
19

Rosie
Cuando sonó el timbre del estudio, me puse completamente
rígida.
—¿Bebidas? —pregunté a Bodhi.
Este señaló la mesa y contestó:
—Listas.
—¿El detalle para el invitado?
Esta vez Bodhi apuntó hacia la mesa del fondo del estudio,
que se hallaba oculta detrás de un tabique.
—También listo.
—¿Preguntas?
—Las he vuelto a imprimir y están en tu sitio.
Respiré hondo.
—Genial, gracias. Venga, pues que suban.
Bodhi asintió y atravesó el estudio con pasos largos para ir
al pasillo, donde se encontraba el ascensor, para cuyo
funcionamiento hacía falta una tarjeta. Mientras tanto fui a mi
sitio, comprobé que los auriculares y el micrófono estaban
conectados y luego —ya que, por desgracia, todavía seguía
tocada por el incidente con Scarlet Luck— revisé una vez más
el sofá donde se acomodaban los invitados, en el que
afortunadamente no encontré nada raro. Poco después se oyó
el sonido del ascensor y Bodhi volvió al estudio. Eché atrás los
hombros e intenté poner mi expresión más profesional; sin
embargo, al ver quién venía detrás de Bodhi, mi cara cambió.
—¿Qué hace usted aquí? —pregunté a Caleb, el jefe de
seguridad de Scarlet Luck.
—Beast ha dicho que tal vez hoy necesitara a alguien para
controlar la situación —respondió el guardaespaldas.
El corazón me dio un vuelco. Adam sabía el miedo que yo
tenía de que Menace pudiera hacer algo raro en mi estudio.
¿De verdad se preocupaba tanto por mí? ¿Temía en serio que
Menace hiciera algo que requiriese la presencia de un
guardaespaldas?
—Bueno, vale… Gracias por venir —dije con cierta
demora.
El guardaespaldas se limitó a asentir y se situó junto a la
ancha puerta del estudio, desde donde lo veía todo. Con su
traje negro y su semblante serio daba la impresión de que ese
era su sitio y que no había trabajado nunca en ninguna otra
parte. Me quedé mirándolo un poco más, hasta que volvió a
sonar el timbre.
—Voy. —Bodhi se puso en movimiento mientras yo
confiaba desesperadamente en que esta vez fuera nuestro
invitado y no otra sorpresa.
Mi mirada seguía clavada en Caleb, que finalmente se
volvió hacia mí.
—Usted haga como si yo no estuviera, señorita Hart.
—Es más fácil decirlo que hacerlo —farfullé, si bien me
dominé.
Por desgracia ya no tenía tiempo para hablar con Adam,
puesto que el ascensor subió de nuevo y Bodhi bajó rojo como
un tomate. Tras él entraron varias personas en el estudio y
reparé en el acto en Menace.
Era alto, aunque no tanto como Bodhi, y larguirucho.
Llevaba el pelo rubio oxigenado y completamente despeinado,
apuntando hacia todas las direcciones; en la cara se distinguían
un montón de piercings de plata, que no desentonaban con el
resto de su llamativo look: un pantalón negro de tiro muy bajo
y una cazadora de charol abierta que dejaba a la vista su
tatuadísimo torso. Justo cuando me disponía a saludarlos a su
equipo y a él se dejó caer en el sofá, despatarrado.
—Muy mono todo —comentó mirándome directamente.
Luego se echó hacia delante y apoyó los brazos en las rodillas
—. Acogedor. Como a mí me gusta.
Pestañeé.
—Bienvenidos al Rosie Hart Show. Me alegro de que estéis
aquí, nos alegramos mucho. —También eso me lo había
aprendido de memoria y yo misma fui consciente de que se
notaba, pero me daba lo mismo.
—Hola, Rosie Hart. Yo también me alegro —contestó
Menace en un tono exageradamente formal. No me quitaba los
ojos de encima y esa forma de mirarme fijamente solo hizo
que me acalorara más. Eran los nervios, pero que me escrutara
así no hacía sino empeorar la situación.
—Vamos a hacer una prueba de sonido, solo será un
momento, ¿de acuerdo? —preguntó Bodhi, que le ofreció los
auriculares a Menace y empezó a comprobar los cables una
última vez.
Mientras tanto el jefe de prensa se me acercó y señaló con
el pulgar hacia atrás.
—¿Quién es ese?
—Nuestro responsable de seguridad —me apresuré a
contestar mientras miraba a Caleb, que seguía plantado en su
sitio, fornido y serio.
—¿Por si vinieran fans? Bien pensado —convino el
hombre, y acto seguido se unió al resto del equipo, que se
había sentado en las sillas que había dispuestas a un lado del
estudio.
Comprobamos una vez más que todo estaba al gusto de
nuestro invitado y realizamos la prueba de sonido. Después
empezamos. Bodhi me hizo la señal, yo eché un último vistazo
a mis tarjetas y me senté con la espalda recta mientras me
enderezaba los auriculares por última vez. A continuación, me
volví hacia mi invitado, en cuyo rostro había una leve sonrisa
que casi parecía encantadora. Justo cuando iba a saludarlo,
Menace tomó la palabra.
—Procura no hacerme preguntas aburridas, Rosie Hart,
porque seguro que me quedo dormido —dijo con la cabeza un
tanto ladeada.
No me gustó cómo había pronunciado mi nombre.
Intentaba incomodarme, provocarme para que perdiese la
compostura, como había hecho ya a infinidad de
presentadoras. Pero no le daría el gusto. Miré una última vez a
Bodhi, que acto seguido comenzó la cuenta atrás, y la luz roja
de la cámara me dijo que estaba grabando.
—Hola, amigos. Bienvenidos al Rosie Hart Show —
empecé con una sonrisa radiante—. Hoy tenemos en nuestro
estudio a un invitado especial. Saludad conmigo a uno de los
artistas de más éxito en la actualidad en la escena del rap:
Menace.
El aludido sonrió de oreja a oreja y miró directamente a la
cámara.
—Gracias por recibirme en vuestro pequeño pero agradable
estudio.
—Nos alegramos de tenerte con nosotros. Montones de
fans están impacientes por escuchar tu nuevo álbum, que
aparecerá muy pronto. Estos últimos años los has sorprendido
especialmente con tu elocuencia y con tus provocadoras letras.
¿Qué se van a encontrar esta vez?
No me di cuenta del error hasta que terminé la última frase.
Provocadoras. Había utilizado la palabra provocadoras, de
la que Adam me había advertido.
Menace ladeó la cabeza de nuevo y me observó con
detenimiento.
—¿Mis letras te parecen provocadoras? —inquirió él a su
vez.
Mierda.
Ahora era demasiado tarde. El daño ya estaba hecho, así
que tenía que seguir como buenamente pudiera.
—Bueno, has de admitir que en ocasiones eres un poco
duro en lo que respecta a las letras de tus canciones.
Menace se pasó la lengua por el aro que llevaba en el labio.
La sonrisa peligrosa volvió a asomar y vi el destello de un
piercing entre sus incisivos.
—Me gusta cómo pronuncias la palabra duro.
La boca se me quedó abierta un instante. Eso también lo
sabía, así que no debería haberme sorprendido tanto: a Menace
le gustaba jugar con las palabras —en este caso con mi
apellido, Hart, que sonaba precisamente como hard, «duro»—
e intentaba incomodar a su interlocutor, lo había averiguado
mientras me documentaba. ¿Cómo podía conseguir que
contestara como Dios manda a mis preguntas?
Dejé a un lado mis tarjetas. Ahora daba la impresión de que
todo cuanto me había aprendido de memoria no me sería de
mucha ayuda. Tenía que lograr acercarme a él de otra manera.
—Está bien, Ben. Creía que habías venido aquí a hablar de
tu música. —Era consciente del riesgo que entrañaba llamarlo
por su verdadero nombre. Era bien conocido que le gustaba
separar el artista de la persona.
—He venido porque me obligan mis mánagers. Si por mí
fuera, ahora mismo estaría en otro sitio —contestó,
mirándome sin inmutarse.
—¿Y dónde preferirías estar? —pregunté en un intento de
que la conversación fluyera.
Menace entrelazó las manos por detrás de la cabeza y su
sonrisa encantadora se tornó más obscena.
—En una cama con sábanas de seda y con dos o tres
mujeres a mi alrededor, preferiblemente desnudas.
Genial. Me estaba bien empleado por desviarme de las
preguntas. Sin embargo, su intento de descolocarme no le
saldría bien. Recordé por qué había venido al estudio: dentro
de poco publicaría un álbum nuevo y yo debía sacarle
información al respecto.
—Seguro que a tus fans les gustaría saber un poco más de
tu nuevo álbum —probé volviendo a la primera pregunta.
La sonrisa no se borró de su cara y a sus ojos afloró algo
sospechosamente parecido a la decepción. Debía de darle rabia
que yo no entrase al trapo.
—No sé qué quieres que te diga. El disco tendrá canciones
—contestó encogiéndose de hombros—. Con las que podrán
bailar, gritar y llorar.
Al fin y al cabo, esa era una respuesta sin indirectas.
—Vaya, esos parecen muchos sentimientos. Cuando
compones las canciones, ¿también experimentas muchas
emociones? —seguí preguntando.
—Claro. Sobre todo cuando estoy colocado. En este sector
se ve tanta mierda, tanta estupidez, que lo único que puedo
hacer es procesarlo todo en canciones.
Bien, estábamos avanzando. Era una muy buena respuesta,
si quitábamos la mención a las drogas y las palabras
malsonantes, pero para entonces mis expectativas ya no eran
muy altas.
—¿Cuál es la emoción predominante en tu nuevo álbum?
Menace encogió un hombro, haciendo crujir la cazadora de
charol.
—Yo diría que la rabia. Puede que también la sed de
venganza.
Conque la sed de venganza. En eso no podía ahondar,
porque lo último que quería era que empezara a soltar delante
de la cámara barbaridades de Ashley, a la que había engañado
y, sin embargo, ponía verde porque no se dejaba avasallar. Así
que mejor no tocar el tema.
—Pese a esas emociones negativas que afloraron cuando
componías las canciones, ¿hay algo que te ilusione de tu nuevo
lanzamiento?
—Hay una cosa que me hace especial ilusión —se volvió
hacia la cámara y la miró directamente—: ver la reacción de
personas muy concretas. —Hizo una peineta y me costó
reprimir un suspiro enervado. Tendría que eliminar ese gesto
en el montaje.
Me paré a pensar. Era más que evidente que a ese tío no le
apetecía lo más mínimo estar allí y responder a mis preguntas.
Dudaba que fuese a contestar a las cuestiones amables que con
tanto esfuerzo había logrado formular yo. Todavía nos
quedaba un cuarto de hora y en esos quince minutos tendría
que sacarle algo que pudiera utilizar en el programa.
«A la mierda», pensé. Después me aclaré la garganta y me
dispuse a hacerle la siguiente pregunta.
—En «Eight Arms», tu nuevo single, dices que el cuerpo de
tus compañeras te pertenece a ti y solo a ti. ¿Qué imagen
pretendes dar de la mujer con afirmaciones como esta?
Menace, que hasta hacía un instante sonreía, bajó el dedo
corazón y adelantó la barbilla casi con terquedad.
—Cuando una mujer se lía conmigo, tiene que hacerlo al
cien por cien. Por completo. Y entonces tanto su aspecto como
su cuerpo me pertenecen.
Nunca me había costado tanto no poner cara de asco.
—¿Qué quieres decir exactamente con «su aspecto»? —
insistí, aunque no estaba segura de querer oír la respuesta.
Con gesto amargo, Menace sacudió la cabeza mientras se
acercaba más el micro a la boca.
—Pues lo que quiero decir es que cuando estás en una
relación no te pones ropa atrevida, ¿vale? Y menos en público.
Por ejemplo, en las ceremonias de entrega de premios. O en
Instagram. —Aquello era una alusión más que directa a su
exnovia.
—¿No crees que es cada persona la que debe decidir lo que
hace con su propio cuerpo? —inquirí.
—Si una mujer decide tener una relación conmigo, me
pertenece. Punto. Y si le supone un problema que yo no tolere
un comportamiento determinado, verá lo que es bueno.
Eso lo eliminaría sí o sí, porque casi parecía una amenaza.
Me habría gustado preguntarle si estaba mal de la cabeza, pero
no podía arriesgarme a hacerlo. Por una parte, por motivos
profesionales y, por otra, porque, simple y llanamente, Menace
me daba miedo. Tenía las pupilas dilatadas y yo ya estaba
harta de sus indirectas; no quería darle ningún motivo para que
se cabreara.
Por favor, ¿en qué estaría yo pensando para invitar a ese
loco a mi estudio? Miré mis tarjetas y me pregunté cómo
demonios podía apartarlo de ese tema y volver a un terreno
más inofensivo. Tenía que cortar por lo sano, aunque el
cambio de tema no fuese sutil.
—¿Qué es lo mejor que te ha pasado en tu carrera hasta el
momento?
Menace sonrió de nuevo; al parecer le divertía que yo no
quisiera seguir hablando de sus opiniones machistas.
—Una noche me tiré a la que había sido mi profesora, años
más tarde, después de un concierto. Fue… —Levantó la mano
para unir las yemas de los dedos y besarlas.
Me sentí tentada de darme un cabezazo contra el micro que
tenía delante. Por favor. ¿Cómo conseguía responder
prácticamente a todas las preguntas con algo asqueroso? Y,
para colmo, yo no podía permitir que ese asco se me notara.
Me esforcé en poner cara de póker mientras planteaba las
siguientes preguntas en plan autómata, si bien no estaba muy
segura de haberlo logrado.
Los quince minutos que siguieron fueron los más largos de
mi vida y durante ese tiempo me cuestioné toda mi carrera. Me
alegré lo indecible cuando pude despedirme ante la cámara y
la luz roja se apagó. Me habría gustado desinfectarme el
cuerpo entero, al comprobar que después la entrevista no había
mejorado nada en absoluto. Menace era sencillamente
repugnante. Tenía tanto miedo de que fuera a echarme abajo el
estudio que ni siquiera me planteé que pudiera transmitirme
esa sensación. Al final incluso me dio la impresión de que le
divertía contar cosas cada vez más provocadoras para seguir
poniéndome en un apuro.
Seguro que estaba roja como un tomate cuando me levanté
para acabar con lo demás. Primero Menace firmó en el nuevo
libro de invitados, después nos colocamos los dos delante del
letrero luminoso en el que se veía el nombre del programa.
Cuando me pasó la mano por la cintura, me puse rígida,
aunque sonreí a la cámara. «Lo hago por el programa», me
recordaba una y otra vez.
Bodhi liquidó el asunto deprisa y levantó el pulgar. Yo
quería librarme de Menace y poner distancia de por medio,
pero él se plantó delante de mí y me sonrió.
—No ha estado mal la conversación, ¿no te parece? —me
preguntó.
—Muchas gracias por venir —repuse esforzándome por
mantener la calma.
—Me he dado cuenta de que estás algo tensa. Tal vez yo
pueda hacer algo al respecto.
Lo miré con semblante inquisitivo, oliéndome algo malo.
Menace inclinó la cabeza hacia mí, acercando mucho la
boca a mi oreja.
—Haría que lo pasaras como en tu vida, si me dejaras.
El corazón me latía de tal modo que la sangre se me
agolpaba en los oídos. No me podía creer que ese tipejo
acabara de decir eso realmente. Durante un momento no supe
qué hacer, me quedé donde estaba, estupefacta al ver que me
tiraba los tejos de manera tan burda. Después sacudí la cabeza
con resolución.
—No, gracias.
Dios, ¿por qué le daba las gracias? No era eso lo que
pretendía decir. Lo que quería era alejarme de él y perderlo de
vista, pero por lo visto en ese momento a mi cuerpo le fallaba
la coordinación.
—Un polvo y no querrás volver a follar con otro —susurró,
y yo negué de nuevo con la cabeza, asqueada.
Sentí el impulso de darle un bofetón, pero no hizo falta:
Caleb se acercó y se interpuso entre el rapero y yo.
—Ahora será mejor que usted y su equipo vayan saliendo
del estudio. La señorita Hart tiene otros compromisos.
Menace se metió las manos en los bolsillos, sonriendo.
—Claro, tío. Adiós, señorita Hart. —Se llevó los dedos a la
frente para despedirse y dio media vuelta para abandonar el
estudio acompañado de Bodhi y de los suyos.
Solo cuando la puerta del ascensor se hubo cerrado tras
ellos, mi cuerpo se destensó y me apoyé en la pared. Durante
unos segundos no fui capaz de decir nada, solo podía respirar
entrecortadamente.
—Gracias —conseguí decir al cabo.
Caleb me dirigió una mirada escrutadora, frunciendo el
ceño.
—¿Se encuentra usted bien?
Me llevé una mano al pecho, porque el corazón me latía
con furia. Ese tío había sido un horror, un auténtico horror.
Con las cosas que me había dicho y después de que a todas
luces hubiera intentado llevarme a la cama, me sentía fatal. Y
lo de que el cuerpo de sus parejas le pertenecía… era
asqueroso. Sencillamente asqueroso.
—No lo sé —repliqué pasados unos segundos, y era la
verdad. Menace no me había tocado ni me había hecho nada,
pero ya solo la obscenidad con la que me había hablado hacía
que se me erizase el vello de la nuca. Me sentía sucia, aunque
yo solo había hecho mi trabajo.
—Adam me ha dado algo para usted —añadió Caleb tras un
breve titubeo.
Solo entonces caí en la cuenta de que el guardaespaldas
tenía en la mano una bolsa de regalo de tamaño mediano,
estampada con multitud de abetos. Me la ofreció y yo me
quedé mirando las asas rojas con perplejidad.
Cuando vi lo que contenía, el corazón me dio un pequeño
vuelco.
En la bolsa había toda clase de chocolatinas y un sobrecito
que saqué de inmediato.
—Si no hay nada más que pueda hacer por usted, me voy
—dijo mientras tanto Caleb.
Me di cuenta de que llevaba un buen rato mirando la bolsa
y levanté la cabeza.
—Muchas gracias por venir.
Aunque en un primer momento no supe qué pensar de que
el guardaespaldas estuviese allí, ahora no podía agradecer más
que hubiera venido. Seguía teniendo esa sensación de asco en
el estómago y no sabía cómo librarme de ella.
Caleb volvió a hacerme un gesto afirmativo antes de dar
media vuelta y salir del estudio.
Cuando desapareció por el pasillo, saqué la tarjetita que
había en el sobre: era una tarjeta regalo de Uber Eats en la que
había pegada una notita escrita a mano:
Como no sé qué sushi te gusta, he pensado que lo mejor sería que lo pidieras tú
misma en tu restaurante favorito. Invito yo.
A.

Me envolvió una sensación de profunda calidez al leer sus


palabras. Al parecer no solo se había preocupado por mí, sino
que ahora, además, me sorprendía con un detalle. Lo que yo
solo había dicho por decir él se lo había tomado
completamente en serio. Me había mandado a su
guardaespaldas con un montón de chocolate y una tarjeta
regalo para pedir sushi.
El corazón me latía más deprisa cuanto más tiempo
continuaba mirando esas palabras que había escrito a mano.
Pasé los dedos por las letras entrelazadas y me concentré en
eso en lugar de en el asco que seguía sintiendo. Intenté que las
palabras de Adam me lo sacaran del cuerpo.
Me dejé caer en mi silla, cansada, y saqué el móvil del
bolso. Quité el modo avión y abrí la conversación con Adam.
Rosie: Estás como una
auténtica cabra. Gracias.

No me parecía suficiente, pero al mismo tiempo no era


capaz de escribir más y confié en que esas palabras le
transmitiesen mi agradecimiento.
No tardó en contestar.
Adam: de nada. qué tal ha ido?

No sabía qué responder a eso. Miré a Bodhi, que volvía en


ese momento. Se detuvo unos segundos en la entrada y se
frotó la cara con las dos manos. Estaba rojo como un tomate.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Él bajó las manos y me miró con cara de asombro.
—Creo que eso debería preguntártelo yo a ti. Con la
cantidad de cosas asquerosas que ha dicho he estado a punto
de apagar las cámaras. Y me he dado cuenta de que te tiraba
los tejos sin cortarse un pelo.
Exhalé con fuerza. Aún tenía los hombros tensos y no
estaba preparada en modo alguno para ver lo que habíamos
grabado.
—No sé si lo decía en serio o si solo era una de sus gracias
para buscarme las cosquillas.
—Lo decía completamente en serio —afirmó Bodhi
convencido—. Cuando bajábamos le ha comentado a su
equipo que lo decía muy en serio y que… —Se interrumpió y
se puso más rojo si cabía.
—¿Y que…? —quise saber.
Bodhi sacudió la cabeza con cara de asco.
—Preferiría no pronunciarlo.
Tuve la sensación de que algo muy frío me bajaba por los
brazos y por la espalda. Miré de nuevo la bolsa de regalo sin
decir nada. A saber qué habría pasado si Adam no nos hubiera
enviado a Caleb; no quería ni imaginármelo. Aunque estaba
Bodhi y yo sabía defenderme, la idea era espantosa. La aparté
de mi cabeza con resolución y me concentré en el montón de
chocolatinas que me había regalado Adam: las saqué de la
bolsa y las extendí sobre mi mesa.
—¿Alguna preferencia? —pregunté a Bodhi.
Este se acercó a mí y las miró detenidamente.
—Estás bien surtida. ¿Puedo coger los Butterfinger?
—Claro, no te cortes.
A diferencia de Bodhi, yo no podía comer nada en ese
momento. El agujero de adrenalina en el que caía siempre
después de cada entrevista era muy grande, demasiado. Ese día
parecía ser especialmente malo y dudaba que más tarde
pudiera apañármelas para poder sacar algo de trabajo.
Eché mano del móvil otra vez y respondí a Adam:
Rosie: Más o menos.
Adam: más o menos bien o más
o menos mal?
Rosie: Si te soy sincera, ha sido horrible.
Primero voy a tener que digerirlo.
Me estoy planteando irme
a casa a trabajar allí
el resto del día.
Adam: puedo ayudarte
en algo?
Cogí de nuevo la tarjeta regalo y me quedé mirándola. Se
me ocurrió una idea alocada y no sabía si era descabellada o
buena. Quizá las dos cosas a la vez. Pero en ese momento ya
no me apetecía lo más mínimo sentirme mal por culpa de la
entrevista. Quería sentirme mejor. Y se me había ocurrido algo
para conseguirlo.
Rosie: ¿Por casualidad te apetece
cenar sushi?
20

Rosie
Cuando sonó el timbre, estaba limpiando el lavabo de mi
minúsculo cuarto de baño. No sabía en qué estaba pensando
cuando se me ocurrió invitar a Adam a venir a mi casa, pero si
hacía unas horas me parecía buena idea, ahora, con la flojera
que tenía en el estómago y el tembleque de manos, ya no
estaba tan segura. Sin embargo, era demasiado tarde para
echarme atrás: Adam estaba aquí. Solo tenía que poner un pie
delante del otro para ir a abrir.
Me miré los vaqueros azul oscuro holgados y la camiseta
blanca que llevaba. Era ropa cómoda, la que solía ponerme en
casa, pero ahora me planteé si no sería demasiado corriente.
Demasiado normal. A fin de cuentas, Adam venía a verme.
Quería…, no sé, no decepcionarlo. Causarle la mejor
impresión posible. Lo cual era una putada, porque nos
conocíamos desde hacía más de medio año y después de
nuestras videollamadas lo cierto es que él sabía la pinta que
tenía cuando me ponía cómoda en casa después del trabajo.
Procuré sacudirme la inseguridad mientras iba hacia el portero
automático para abrirle. Le había dicho el piso y el número, así
que me quedé esperando en el pasillo. Se me hizo eterno hasta
que oí pasos, y asomé la cabeza.
Al verlo, el «hola» que iba a decirle no me salió, fue como
si él y solo él fuera el centro del mundo. Adam llevaba unos
vaqueros gris antracita y una camisa holgada negra, además de
una cazadora de cuero oscura, cuyas arrugas y rozaduras
revelaban lo muy a menudo que le gustaba ponérsela. Iba con
el pelo suelto, con un ondulado rebelde en algún que otro sitio,
y para entonces ya casi le llegaba hasta los hombros. No era
habitual verlo así —y menos aún en mi casa—, pero me gustó.
Tanto que me quedé mirándolo unos segundos de más y tuve
que tragar saliva antes de recuperar la voz.
—Hola —grazné cuando se detuvo delante de mí.
—Hola —repuso mirándome con detenimiento. Con cierta
insistencia, incluso, como si buscase en mi cara un indicio que
le dijese si algo no iba bien.
Me hice a un lado deprisa.
—Pasa, anda.
—Gracias por la invitación. —Echó una ojeada al piso
desde el pasillo.
—¿Me das la cazadora? —pregunté, y se me hizo raro. En
cierto modo todo era un poco forzado. Claro que
probablemente fuese normal, puesto que al fin y al cabo no
habíamos quedado nunca. Y era la primera vez que invitaba a
un hombre a mi casa. Que precisamente era Adam. Ni yo me
lo podía creer.
Se quitó la cazadora y me la dio. Tenía un pequeño armario
en el que guardaba mi ropa de abrigo y la colgué allí. Al
hacerlo me llegó el olor de Adam. Una mezcla del cuero de la
cazadora, algo especiado y un aroma que nunca sabía qué era
pero que sin duda le pertenecía a él. Su casa siempre olía así.
Se me puso la piel de gallina en los brazos y tuve que
contenerme para no inclinarme y olisquear la cazadora de
nuevo. Me quité la idea de la cabeza como pude y cerré el
armario. Después me volví hacia él y me obligué a sonreír.
—Hola —repetí, como si fuera idiota integral.
Él esbozó una pequeña sonrisa.
—Hola —repitió a su vez.
El corazón me subió hasta la garganta mientras seguíamos
en el pequeño pasillo, mirándonos. Eso también me lo había
imaginado de otra manera. Cuando me fui del piso que
compartía con Kayla y después de casa de Adam, me propuse
encontrar mi propio reino. Quería que mi hogar fuese un
reflejo de mi personalidad, un lugar donde me sintiera bien, en
el que no entraría cualquiera. Ahora había invitado a Adam.
Porque quería. En realidad no encajaba mucho con mis
propósitos, pero al mismo tiempo sentía en lo más profundo de
mí que había sido la decisión adecuada.
—¿Te enseño el piso? —propuse.
—Claro. —Su voz grave resonó en el pasillo, porque aún
estaba un poco desangelado.
Fui hacia el cuarto de baño, la primera habitación a la que
se llegaba.
—Este es el cuarto de baño. —Observé a Adam mientras
echaba una ojeada y sonreía un tanto al ver el libro que había
en el taburete de madera, junto a la bañera.
—Vaya, conque te metes en la bañera con libros, muy
valiente —comentó.
—Tengo una especie de bandeja justo para eso. —La
señalé, afianzada al borde de la bañera.
—¿Alguna vez se te ha caído un libro al agua?
—No. Sí he salpicado alguna gota en alguna página, pero
qué se le va a hacer. Tampoco me importa que el lomo se abra.
—Hunt no soporta que le pase eso. Una vez me prestó un
libro y cuando se lo devolví dijo que lo que había hecho con él
había sido un crimen. Y eso que solo lo leí.
Lo contó con tal tono de desconcierto que no pude evitar
sonreír de oreja a oreja.
—Algunas personas son muy suyas para esas cosas, pero a
mí puedes pedirme libros tranquilamente, siempre que me los
devuelvas.
Cuando nuestras miradas coincidieron, mi corazón saltó
con nerviosismo. Madre mía, de verdad estaba en mi casa.
Después de todos esos meses, en cierto modo seguía sin poder
creérmelo. Era extraño y a la vez no, lo que hacía que fuese
más extraño aún.
—Ya me he dado cuenta —dijo Adam con voz ronca.
Aparté la vista deprisa y le enseñé el resto del piso.
Concentrarme en ello me resultaba mucho más fácil que
mirarlo. Cuando llegamos al salón, señalé el sofá para que se
sentara.
—¿Te apetece beber algo? Tengo agua, Coca-Cola y zumo
de naranja.
—Coca-Cola me vale.
Fui a la cocina y saqué dos botellas de la nevera. Después
de abrirlas, metí sendas pajitas de metal y volví al salón, donde
le ofrecí una a Adam. Se había sentado en un extremo del sofá
y observaba el colorido papel pintado.
—Me suena de algo… —comentó—. ¿Es el mismo del que
me mandaste una foto?
No sé por qué me sorprendió tanto que se acordara de una
foto que le había enviado hacía tantos meses. A fin de cuentas,
yo también me acordaba de todas las conversaciones que
habíamos mantenido. La garganta se me quedó seca y tragué
saliva a duras penas en un intento de reprimir la punzada de
nostalgia que sentí en el pecho.
—Es de la misma marca que el que tiene Eden en su tienda.
Le quedaban algunas muestras y me decidí deprisa por este.
Me encantan las peonías. Mi padre me ayudó a ponerlo.
—Ha quedado muy chulo. —Adam se volvió hacia mí.
Movió la pajita en la botella y pareció escoger lo siguiente que
iba a decir con cuidado—. ¿Qué tal con tu padre?
Sabía la tensión que había entre mi padre y yo.
—Ahora mismo estamos muy bien. Hacía siglos que no era
así.
—Me alegra oír eso.
Vacilé. Si él me hacía esa clase de preguntas, yo también
podía hacerlo. O al menos eso pensaba.
—¿Y tú con tus padres?
Adam se paró a pensar un momento y bebió un sorbo de
refresco.
—Me daba pánico salir de la clínica. Creía…, no sé, que
había decepcionado a todo el mundo. Pero qué va, mi madre se
alegró de que me fuera mejor. Y mi padre también. Pero por
ahora con él solo he hablado por teléfono.
Seguro que no quería que yo le dijese que no había
decepcionado a nadie, aunque lo estuviera pensando.
—¿Vas a ir a verlos en Navidades? —decidí preguntar en su
lugar.
Él negó con la cabeza.
—Este año no.
Yo quería preguntar por qué, pero quizá fuera pasarme un
poco para el tiempo que llevaba en mi casa. En realidad había
venido para disfrutar juntos de la tarjeta regalo de Uber Eats.
Reparé en el montón de chocolatinas que había extendido
sobre la mesa del salón.
—Por cierto, gracias de nuevo. —Las señalé risueña—.
Jamás habría pensado que lo del chocolate lo decías en serio.
—Si te prometo comprarte chocolate, te compro chocolate
—replicó—. ¿Te ha ayudado, aunque solo haya sido un poco?
—Pues aún no me he comido ninguna chocolatina, pero eso
no significa que no me hayan hecho ilusión —contesté, y me
puse más cómoda recogiendo las piernas—. Después de las
entrevistas suelo caer en un pequeño agujero y tardo siglos en
recuperar el apetito o en poder concentrarme. —Vi que él iba a
decir algo, pero levanté el móvil deprisa—. Y ahora ha llegado
el momento. ¿Pedimos la cena?
Adam asintió.
Le pasé mi teléfono, donde ya había abierto la aplicación y
mi restaurante preferido. Tras desplazarse por el menú, Adam
escogió lo que quería antes de devolverme el móvil. Puse buen
cuidado en no tocarle la mano al cogerlo. Elegí deprisa mis
makis preferidos y California rolls. Después de pedir, dejé de
nuevo el teléfono a un lado.
—¿Me cuentas ahora cómo ha ido la entrevista? —inquirió
Adam al cabo de unos segundos.
Me puse rígida. Aunque a lo largo de las últimas horas la
sensación de asco había disminuido, el recuerdo bastaba para
desencadenarla de nuevo. Volví a ver a Menace delante de mí,
a oír sus estúpidas insinuaciones, a sentir su mano pesada en
mi cintura y a recordar la tosquedad con la que me había tirado
los tejos.
Cogí aire con fuerza y lo solté despacio. Cuando volví a
mirar a Adam, este no dejaba traslucir sus emociones, tan solo
me observaba con expresión expectante, y yo volví a tener la
sensación de que veía en mí más cosas que cualquier otra
persona. Ya había sido así el día de la gala, cuando tuve que
escapar de él y de su penetrante mirada. Ahora era justo al
contrario, porque ya no sentía que tuviera que esconderme de
él. Me alegraba de que estuviera aquí, de que hubiese pensado
en mí y de que le interesase de verdad cómo había ido la
entrevista.
—Ha sido un horror —admití al cabo, pasándome una
mano por la frente. Seguro que al recordar las promesas que
había hecho Menace y que yo no quería oír me había vuelto a
poner roja.
—Cuenta.
Ordené mis pensamientos.
—No ha contestado a una sola de las preguntas que le he
hecho como yo esperaba —empecé al cabo—. Ha estado
lanzando insinuaciones sexuales todo el tiempo e intentando
que cada cosa que decía superase la anterior. Al final… —
Tuve que parar un momento. ¿Por qué me había dicho esas
cosas? ¿Le había mandado yo alguna señal? No, de ninguna
manera. Seguí hablando, ceñuda—: Al final me ha intentado
entrar a mí. No sabes cuánto me he alegrado de que estuviera
Caleb. Gracias por enviárnoslo.
Durante un instante en el salón reinó el silencio.
—Por lo que dices, Caleb ha tenido que intervenir, ¿no? —
preguntó Adam despacio, con la frente fruncida.
—Solo al final del todo. Menace no decía más que
chorradas —me apresuré a decir para quitarle hierro al asunto.
—¿Qué te dijo? —Su tono era tan sereno que casi parecía
peligroso.
—Cosas asquerosas. Cosas que es mejor no oír.
La expresión de Adam era pétrea y durante un momento no
dijo nada. Se miraba los pies, que llevaba enfundados en unas
botas relucientes. Después alzó la vista y en sus ojos había una
dureza que antes no estaba.
—Si se ha pasado lo más mínimo contigo o te ha atosigado,
dímelo, por favor.
Titubeé.
—¿Por qué?
A sus ojos asomó algo oscuro.
—Porque me lo cargo.
Tardé un par de segundos en ser consciente de lo que había
dicho. Y de lo que quería decir con ello. No supe identificar
bien lo que sentía en ese momento en mi estómago.
—No pasa nada —respondí vacilante.
Adam se llevó la mano al cuello de la camisa y se
desabrochó el primer botón. Después hizo un par de
respiraciones profundas. Cuando volvió a mirarme, la
oscuridad que había en su mirada había desaparecido.
—Sí que pasa si te ha puesto en una situación incómoda.
Claro que pasa, y mucho.
Me habría gustado tenderle la mano, ya que de pronto
parecía muy tenso, pero no debía hacerlo. De manera que
busqué algo que pudiera decirle, aunque sus últimas frases y
las emociones que reflejaba su rostro me desconcertaban por
completo.
—Bueno, ahora lo que tenemos que ver es cómo montamos
la entrevista para que sea apta para todos los públicos —
proseguí—. Menace ha dicho tantos disparates que nos va a
costar lo nuestro. Mañana veremos lo que hay, tranquilamente
y con cierta distancia. Por suerte, no emitimos en directo.
Adam continuaba mirándome con esa expresión grave y
serena, y yo seguía viendo preocupación en ella, aunque cada
vez fuese menor.
—Menos mal que has hecho caso a tu instinto.
Yo ya no sabía qué decir… y me salvó el timbre. Me
levanté de un salto y fui a abrir para que subiera el repartidor.
Poco después un chico me entregó una bolsa con bandejas
desechables llenas de sushi y yo le di una propina.
Cuando cerré la puerta, fui a la cocina, contigua al salón, a
por platos. Adam se levantó y vino a mi lado. Sentí más calor
en el acto, ya que su presencia parecía demasiado grande para
un espacio tan reducido. Mientras sacaba cubiertos del cajón,
le rocé el brazo sin querer con el mío, pero cuando lo miré de
reojo, alarmada, él tan solo miraba el sushi con ojos radiantes.
Por lo visto el roce no le había importado lo más mínimo. Me
pregunté si a partir de ahora sería así siempre. Si la
rehabilitación lo había cambiado, si había procesado las cosas
que tanto le afectaban. O si estaba tan relajado conmigo
porque confiaba en mí. Tal vez fuese una combinación de
ambas cosas. Concebí cierta esperanza de que así fuera.
—Tiene muy buena pinta —comentó cuando puse la
comida en un plato grande y la salsa de soja en dos cuencos
pequeños.
—Espera a probarlo y verás.
Adam me ayudó a llevarlo todo a la mesa del comedor,
junto a la ventana. Después cogí nuestras bebidas de la mesita
y me senté frente a él.
Me froté la barriga, en la que ahora que veía el delicioso
sushi notaba un enorme agujero. Luego nos pusimos a comer.
Observé a Adam, que mojaba un primer California roll con
sésamo en la salsa de soja y se lo metía en la boca. Sonrió
extasiado y una vez más no pude evitar sonreír yo. Al ver que
me miraba, me comí deprisa mi pieza de sushi. Llevaba
relleno de zanahoria, pimiento, espárrago y queso fresco y
tenía salmón flambeado y una salsa casera especiada y picante
a la vez que yo nunca había probado en ningún otro sitio.
Estaba de muerte.
—¿Y bien? —quise saber—. ¿Exageraba?
Adam se recostó en la silla y señaló la comida con los
palillos.
—Está bueno. Muy muy bueno.
Seguimos comiendo durante un rato y yo lo miraba de vez
en cuando. Aunque se me hacía raro que estuviese allí, me
gustaba. Era distinto de lo que esperaba, pero lo cierto era que
me encantaba. Sobre todo porque se notaba lo satisfecho que
parecía de estar allí conmigo, y aunque eso no hizo que se
esfumara la tristeza que había sentido esos meses, me permitió
apartarla durante un rato. En particular cuando se le veían los
hoyuelos, como en ese momento. Llevaba un montón de
tiempo deseando con todas mis fuerzas verlos en directo y
ahora que estaba pasando me costaba dejar de mirarlos. Algo
de lo que, por desgracia, él se percató.
—¿Qué ocurre? —inquirió mientras se limpiaba
delicadamente la boca con una servilleta, como si temiera que
se le hubiese quedado algo pegado en la cara.
Me limité a negar con la cabeza.
—Nada. Es solo que… —No sabía si seguir hablando, pero
su mirada era tan sincera que no pude evitar hacerlo—. Tienes
cara de felicidad.
Él pestañeó.
—¿Sí?
—Sí. Como cuando… —No terminé la frase.
Probablemente no fuese la mejor idea sacar a relucir el pasado
justo ahora. Hasta el momento, la velada había sido agradable
y no quería recordarle a Adam la época tan difícil que había
vivido.
—¿Como cuando qué? —Su voz era baja, casi suave. En su
mirada dorada seguía habiendo la misma calma, mezclada con
una chispa de curiosidad.
No tuve más remedio que claudicar.
—Como cuando hablábamos por videollamada. Disfrutaba
mucho cuando te veía con esa cara.
—¿Qué cara?
Tras una breve pausa en la que me armé de valor otra vez,
contesté:
—De felicidad, como ahora. Con esa sonrisa. —«Y a mí
me encantaba ser la persona que despertaba eso en ti», pensé.
Sabía que no debía volver a abrigar esos pensamientos. No
después de todo lo que había pasado. Pero no podía evitarlo.
—Solo era feliz en dos situaciones —respondió, y levantó
un dedo como para enumerarlas—. Una, cuando estaba con los
chicos volcado en la música. —Levantó otro dedo—. Y otra,
cuando tú y yo hablábamos.
Sentí que el calor me arrollaba y parecía derretir a la
velocidad del rayo todo el frío que había en mí. En su carta de
despedida había mencionado algo del estilo; que tenía que
poner punto final a lo nuestro, pero que, aun así, quería que yo
supiese lo importante que había sido para él el tiempo que
habíamos pasado juntos. Y, pese a todo, había puesto fin a lo
nuestro. Eso si se podía llamar así a lo que había hecho,
porque a fin de cuentas nunca habíamos estado juntos. Ni lo
estaríamos nunca; a ese respecto él había sido muy claro.
Adam no era capaz de mantener una relación. Por algún
motivo no quería ni podía, y yo lo respetaba. No podíamos
tener lo que yo deseaba en su día, pero esto sí. Una tarde como
amigos, en la que pudiera hablarle de mi duro día de trabajo
mientras cenábamos juntos. Siempre podríamos hablar de
cosas que nos preocuparan a los dos y apoyarnos mutuamente.
Era mejor que el silencio que había antes entre nosotros.
Mucho mejor.
No sé por qué tenía la sensación de que debía decírselo.
—Me alegro de que estés aquí. —En realidad pretendía
decírselo con absoluta naturalidad, pero me salió en forma de
susurro.
Algo en la mirada de Adam se suavizó. Abrió la boca como
para ir a decir algo, pero entonces… el rollito que sostenía en
los palillos cayó en el cuenco de la soja, poniéndolo todo
perdido de salsa: la mesa e incluso mi cara, a la que fueron a
parar varias gotitas. Adam observó el cuenco ceñudo, como si
hubiese sido un ataque personal, y no pude evitar echarme a
reír con su expresión. Intenté disimularlo tapándome la boca
con la mano, pero no hubo manera: Adam me miró igual a mí,
como si lo hubiese traicionado, lo cual solo me hizo reír con
más ganas aún.
—Tú ríete. —Cogió una servilleta y se limpió las manos
hasta que yo le señalé la nariz, adonde por desgracia también
habían ido a parar algunas gotas. Farfulló algo que no entendí
y se limpió.
Después seguimos comiendo como si no hubiera pasado
nada.
En un momento dado le pregunté con pies de plomo por el
grupo y Adam pareció pararse a meditar la respuesta.
—Con los chicos va todo bien, pero de momento no he
vuelto a tocar —contestó al cabo.
—Vaya. —No sabía qué decir a eso—. ¿Es que no te
apetece aún?
Él negó con la cabeza.
—Sí que me apetece, es solo que… —Dejó los palillos a un
lado y se echó hacia atrás, evitando mirarme a los ojos y
dirigiendo la vista a la mesa—. Cuando me planteo tocar, no
puedo evitar pensar en los ensayos con el grupo y eso me lleva
a recordar el último álbum y la gira suspendida y todas las
actuaciones que hemos perdido por mi culpa, y entonces… —
Frunció el entrecejo—. La bola se me hace demasiado grande.
—Bueno, es perfectamente comprensible. —Me paré a
pensar—. Se me ocurre una idea para que tocar te resulte más
apetecible.
—¿A qué te refieres?
Bebí un trago de cola.
—¿Hay algún álbum que te apetezca escuchar ahora
mismo? ¿Tienes alguna canción favorita que te guste desde
hace años o algo por el estilo? Podrías proponerte empezar por
algo muy pequeño. Con una canción. O incluso solo una
estrofa. Algo que no se te haga muy grande, vamos.
Adam se paró a pensar en mi sugerencia.
—No suena mal. En realidad, parece algo que también
podría haberme sugerido mi terapeuta.
—Seguro que mi antigua terapeuta estaría muy orgullosa de
mí si lo supiera. —Le vi de nuevo los hoyuelos—. Pero no
pretendo hacer terapia contigo, solo era una idea.
—Una buena idea. Miraré a ver si puedo ponerla en
práctica. Si me atrevo a hacerlo.
—¿Qué sientes cuando piensas en tocar? Quitando todo lo
demás.
—Lo echo de menos. —Su respuesta fue inmediata.
—Pues entonces el resto no importa. Si amas lo que haces y
lo echas de menos es que es lo prioritario.
Él se pasó ambas manos por la cara.
—Esas cosas siempre son más fáciles de decir que de hacer.
—Lo sé. Por eso me alegro de ser yo quien te puede dar
consejos a ti en lugar de tener que seguirlos. —Sonreí.
Adam se limitó a hacer una mueca. Después se cruzó de
brazos y pareció sumirse en sus pensamientos.
Para entonces los dos habíamos terminado de cenar. Me
puse de pie y empecé a recoger. Mi nuevo apartamento tenía
una gran pega: no había lavavajillas. La cocina estaba
destartalada y era vieja y pequeña, y claramente no había sitio
para ese electrodoméstico, de manera que metí los platos en la
pila y eché agua caliente. Iba a volver a la mesa, pero Adam
apareció a mi lado.
—¿Te ayudo? —preguntó.
Lo miré sorprendida.
—Solo quería dejar los platos a remojo para fregar más
tarde.
Él echó una ojeada a los platos y al resto de las cosas que se
acumulaban en el fregadero desde por la mañana.
—No me importa fregar.
Me paré a pensar un instante y a continuación me encogí de
hombros y abrí de nuevo el grifo del agua caliente. Adam
empezó a remangarse, y ver aquello hizo que se me secara la
boca. No me podía creer que un gesto tan cotidiano resultase
tan atractivo. Ni por asomo. Vertí deprisa un poco de
detergente en el agua y observé la espuma, que subía despacio,
para no quedarme mirando a Adam demasiado tiempo.
Después cogí paños de los ganchos que había junto a la
nevera. Cuando me volví, Adam ya tenía los dos brazos
metidos en el agua y restregaba los platos. La estampa era tan
normal y al mismo tiempo tan insólita que me quedé parada un
instante. Me costó lo mío salir de mi estupor y volver a su
lado. En ese momento él estaba enjuagando el primer plato.
—Adam Sinclair está en mi cocina fregando conmigo —
musité.
Me pasó el plato.
—A Adam Sinclair se le hace raro que Rosie Hart lo llame
Adam Sinclair.
Comencé a secarlo, risueña.
—Rosie Hart lo siente mucho.
Él se limitó a sonreír.
—Dime, ¿qué vas a hacer mañana? —quise saber mientras
cogía el segundo plato.
—Buck nos ha invitado a desayunar a su casa. Después
probablemente estemos allí un rato, haré deporte, iré a terapia
y… —Dejó la frase a medias y miró el agua de fregar ceñudo
—. Parezco idiota.
—¿Por qué?
—Porque tú estarás trabajando todo el día y tendrás que
arreglar el desastre de Menace mientras yo te cuento que iré a
desayunar tranquilamente.
Fruncí el ceño.
—También has mencionado alguna cosa más que desgasta.
El deporte, por ejemplo. O la terapia. No es moco de pavo.
Adam abrió la boca y la volvió a cerrar. Probablemente
fuese a objetar, pero se lo pensó mejor. Al final esbozó una
sonrisilla.
—Tienes razón.
Cogí el vaso que él acababa de fregar.
—No lo sabes tú bien.
—Gracias por dejarlo tan claro.
—Puedo repetirlo, si lo crees necesario.
Chocó su hombro contra el mío con aire juguetón, lo cual
no hizo sino ensanchar mi sonrisa. Fue un gesto tan natural
que el corazón se me aceleró. Sabía lo absurdo que les habría
podido parecer a otras personas, pero estábamos hablando de
Adam, nada menos. No contaba con que pudiera hacer algo
así.
—Creo que el chocolate y el sushi han servido de algo, en
vista de que ya puedes volver a hacer el ganso —observó
ahora.
Coloqué los vasos en su sitio mientras él levantaba el tapón
para que saliera el agua. Después cogió el otro paño y el
siguiente vaso.
—Han servido de mucho —admití—. Gracias.
Acto seguido continuamos secando en silencio las cosas
que quedaban y hubo un breve instante en el que nos vimos en
la cocina inseguros, como sin saber qué pasaría a
continuación. Me planteé sugerir que viéramos una peli, pero
me pareció demasiado íntimo e inoportuno.
—Bueno, creo que debería irme —dijo Adam al cabo, y me
invadió una sensación de alivio y tristeza al mismo tiempo.
Estas emociones contradictorias me dejaban hecha polvo,
pero él tenía razón: la velada había sido absolutamente
perfecta y yo no quería que nos exigiéramos demasiado. Al fin
y al cabo, esa era la primera vez que nos veíamos los dos a
solas, por muy familiar que me hubiera resultado que estuviese
en mi casa.
Así que asentí y lo acompañé al pasillo, donde saqué su
cazadora del armario y se la di. Vi cómo se la ponía y después
nos quedamos el uno frente al otro, sin saber cómo
despedirnos. A cualquier otro amigo le habría dado un abrazo
sin más, pero Adam no era cualquier otro amigo y el hecho de
que él me hubiera abrazado una vez no significaba que yo
pudiera hacerlo a todas horas.
—Bueno…, pues nos vemos pronto, ¿vale?
Asentí, manteniendo quietas las manos desesperadamente.
¿Le pasaría lo mismo a él?
—Hasta pronto. Gracias por venir. Y gracias otra vez por la
cena.
Él vaciló y yo también. Uno de los dos debía hacer algo, lo
que fuese, para no pasarnos media noche allí parados.
—¿Adam? —pregunté en voz baja.
Él me miró con expresión inquisitiva. El calor me subió a
las mejillas y apenas fui capaz de formular la pregunta:
—¿Puedo darte un abrazo?
Durante un segundo se quedó como paralizado, pero
después, en lugar de contestar, dio un paso adelante y me
abrazó él. Lo rodeé con mis brazos y lo estreché con la misma
fuerza que él a mí. Un abrazo de lo más normal, como se
despedían los amigos. Pero al mismo tiempo no era nada
normal. Yo era consciente de cada centímetro de mi cuerpo
que tocaba el suyo y dio la impresión de que el calor de mis
mejillas se extendía deprisa hacia todas partes. Percibía su
agradable olor y sentía la caricia de su mentón en el pelo.
Notaba sus manos pesadas y calientes en mi espalda y sentí
que me derretía. Ese abrazo era lo mejor que me había pasado
en todo el día. Aunque sentir su cuerpo tan cerca del mío era
algo completamente nuevo, me resultó familiar y no se me
hizo raro. Como me había ocurrido siempre con Adam.
El momento pasó demasiado deprisa. Nos separamos a la
vez y me costó mucho regalarle una sonrisa natural, aunque
todo mi ser pedía a gritos en ese instante seguir sintiéndome
así de protegida y un abrazo más.
—Cuídate —logré decir a duras penas.
—Te mando un mensaje cuando haya llegado sano y salvo.
—Pareció vacilar un instante, pero después se puso en
movimiento, dio media vuelta y enfiló el pasillo con las manos
metidas en los bolsillos de la cazadora.
Me quedé mirándolo un instante antes de cerrar la puerta.
Su olor flotaba en mi casa, su refresco seguía en la mesa, y
donde había estado sentado en el sofá los cojines estaban
hundidos. Me notaba cansada, así que fui justo ahí, me
acurruqué y permanecí con los ojos clavados en el techo
mientras el recuerdo del roce de Adam se dejaba sentir en todo
mi cuerpo.
21

Rosie
Seguro que tendría migraña de un momento a otro. Llevaba
toda la mañana con un tic sospechoso en el ojo mientras Bodhi
y yo intentábamos montar la entrevista de Menace de manera
que quedase algo en condiciones.
—No me puedo creer que me pareciese buena idea que
viniera al programa —comenté mientras veía a Menace hacer
una peineta mirando a la cámara.
—Dicen que uno se crece ante la adversidad —repuso
Bodhi, y se pasó las manos por el pelo, alborotándoselo por
completo.
—Menuda chorrada. Sé que es verdad, pero… ¿cómo me
voy a crecer con esto? —pregunté, y giré la pantalla para que
Bodhi pudiera verla y le di a «Play».
Menace jugueteaba con la lengua con el piercing que tenía
en el labio inferior y después sonreía. «Me gusta cómo
pronuncias la palabra duro.»
Puse el vídeo en pausa.
Bodhi arrugó la nariz.
—Me gustaría saber qué pretende con eso.
—Llamar la atención —respondí mientras devolvía la
pantalla a su posición original—. Tengo miedo de cómo
reaccionará la gente.
—El que queda mal, porque parece tonto, es él. No nos
cargarán el muerto a nosotros. Es imposible.
De eso no estaba yo del todo convencida, pero intenté dejar
a un lado una vez más la animadversión que me inspiraba
Menace, ya que no haría sino dificultarme más aún el trabajo.
Así que seguí editando la entrevista.
—Rosie —dijo Bodhi de pronto.
Levanté la cabeza alarmada, ya que nunca me llamaba por
mi nombre de pila. Siempre «boss», nunca Rosie. Lo miré
ceñuda.
—¿Qué pasa?
Bodhi no podía apartar los ojos de la pantalla, los tenía
clavados en ella, muy abiertos.
—Pues… Creo que… —Carraspeó—. Creo que deberías
ver esto.
Me levanté en el acto y fui con él. Me situé detrás y me
incliné un poco para ver lo que había abierto. Al verlo, fue
como si el corazón se me parase un instante y acto seguido se
partiera en mil pedazos. Como si la tierra se abriera bajo mis
pies.
En el ordenador de Bodhi había un artículo.
No fui capaz de leer el titular en negrita, me quedé
mirando, sin decir nada, la enorme foto que llenaba la pantalla
justo debajo.
Se nos veía a Adam y a mí. Mi cabeza apoyada en su
pecho, sus brazos alrededor de mis hombros, mientras yo
lloraba como una magdalena. La instantánea la habían tomado
desde fuera, justo enfrente del hotel en el que se celebraba la
gala, por una de las ventanas. Aunque debido al zoom la
imagen estaba un tanto borrosa, nuestra cara se distinguía con
claridad. Y por si la enorme foto no bastaba, habían añadido
un recuadro en la esquina inferior derecha con el rostro de
Adam y el mío ampliados. A ello se sumaban dos fotografías
más, pequeñas y circulares, en las que se veía a Adam
entrando en mi edificio y mirando atrás.
Solté un taco.
No podía ser. Sencillamente NO podía ser.
Justo cuando Adam había vuelto a entrar en mi vida. No me
podía creer que esto sucediera justo ahora.
En esa foto… se nos veía a Adam y a mí en un momento
íntimo. Y yo sabía de sobra lo deprisa que se podía tergiversar
algo así. Me agarré con fuerza al borde de la mesa para no
perder el equilibrio y después leí el titular del artículo.
¿Es esta la mujer que domestica a Beast? Adam Sinclair sorprendido
abrazando a su novia.
¿Desde cuándo sale el batería cañón de Scarlet Luck con la presentadora
Rosie Hart? Toda esta información y más a continuación.

Por favor, no podía ser verdad.


De pronto me asaltaron imágenes que no quería ver. Los
mensajes que me habían enviado en su día tras la fallida
primera entrevista con Scarlet Luck, que se volvió viral. Las
chicas que me habían seguido, se habían enfrentado a mí en la
calle y me habían lanzado el café a la cara mientras lo
grababan todo. Las amenazas que había bajo las fotografías
cuando había ido al concierto de Scarlet Luck y que habían
despertado en mí un pánico indescriptible. A pesar del tiempo
que había transcurrido, todavía seguían diciéndome
barbaridades a veces por ese motivo.
Si aquello se había salido de madre así, ¿qué ocurriría ahora
que nos habían fotografiado juntos a Adam y a mí? ¿Que
hablaban de una presunta relación? No quería ni pensarlo. La
sola idea de lo que probablemente tuviese que leer en el móvil
dentro de nada hizo que sintiera opresión en la garganta y en el
pecho.
No podía estar sucediendo de verdad.
Me costaba respirar.
—Rosie —dijo Bodhi, la voz sonando muy lejana.
—Mierda —mascullé. No era capaz de pronunciar nada
más, así que repetí la palabra un par de veces—: Mierda.
Mierda.
—No te olvides de respirar.
—Han escrito mi nombre —grazné—. Me han fotografiado
llorando. Han publicado mi cara sin más. Y mi nombre.
—Ya.
Sentía que las piernas me iban a fallar de un momento a
otro. No sabía qué hacer.
En ese instante comenzó a sonar el teléfono. Primero el de
mi mesa y a continuación el de la de Bodhi.
Farfullé otro taco contenido.
—Los fans se volverán completamente locos cuando lo
lean. Y eso que lo que pone ni siquiera es verdad.
Bodhi me miró.
—¿No?
Sacudí la cabeza.
—No estamos juntos. Nunca lo hemos estado. Solo
somos… amigos.
—Vale. —Exhaló con fuerza—. ¿Qué quieres que haga
cuando empiecen a llegar las preguntas? ¿Quieres que redacte
un comunicado de prensa?
Siendo como era su jefa, mi cometido consistía en
reaccionar deprisa, asumir la responsabilidad y pensar en
cuáles debían ser los siguientes pasos, algo que me resultaba
mucho más sencillo cuando no se trataba de mí. Esto no era
una entrevista ni ninguna otra situación profesional que
pudiese abordar con objetividad: se trataba de mi vida privada.
Era mi reputación, que volvía a estar en juego. Y afectaba a mi
amistad con Adam, que acabábamos de retomar tras ese largo
silencio. Lo que había entre nosotros aún era demasiado frágil
para soportar semejante carga. No era eso lo que yo quería. No
quería que alguien terminara con tanta brutalidad con los lazos
que habíamos vuelto a trabar.
Era demasiado. No tenía ni la más remota idea de cómo
desarrollar un plan en esa situación, y menos aún de qué debía
hacer a continuación. Lo único que tenía claro era que no
podía seguir como si no hubiera pasado nada. Con mi nombre
impreso, ya podía ir preparándome para que ese día en el
estudio no tuviésemos ni un minuto de tranquilidad. Nuestros
teléfonos sonarían sin parar y seguro que no nos dejarían
trabajar en paz. Por no hablar de los reporteros y paparazzi
que quizá acudieran. No estábamos preparados para eso.
De manera que fue justo por ahí por donde empecé.
—¿Qué te parece si hoy y mañana trabajamos desde casa?
La dirección del estudio está en internet. No quiero que nos
sorprendan aquí los periodistas.
Bodhi asintió y anotó algo.
—Hasta pasado ese tiempo no subiremos la entrevista de
Menace. Prepararé un borrador de comunicado de prensa y te
lo enviaré. Te servirá para contestar a las preguntas que te
hagan. Lo que no quiero de ninguna forma es alimentar más
titulares; nos reservaremos la opinión, y entretanto pensaré qué
hacemos a continuación.
—Puede que la noticia no vaya a más si nosotros
guardamos silencio.
No quería quitarle la esperanza, así que me limité a asentir.
Después, con las piernas como flanes, volví a mi mesa, donde
el teléfono seguía sonando. Dejé que saltara el buzón de voz y
centré mi atención en mi ordenador, donde el número de
correos electrónicos nuevos se disparó en cuestión de
segundos. Sin abrir uno solo, cerré el programa, guardé la
entrevista en la nube y apagué el ordenador. El móvil comenzó
a vibrarme en el bolsillo del pantalón, pero tampoco le hice
caso. Cogí mis cosas y me eché por encima el abrigo con
manos temblorosas. Después me colgué el bolso y pasé una
última vez por delante de la mesa de Bodhi. Él también estaba
recogiendo sus cosas.
—Gracias, Bodhi.
Este le restó importancia con un gesto.
—Todo irá bien, boss.
Esperaba de todo corazón que estuviese en lo cierto.

Fui consciente de que nada volvería a ser igual cuando tres


cuartos de hora más tarde llegué a casa y vi al montón de
fotógrafos delante del edificio. El corazón se me disparó. Me
subí el cuello del abrigo antes de ir hacia la entrada a buen
paso.
—¡Ahí está! —exclamó alguien, y acto seguido se
abalanzaron hacia mí… literalmente.
Yo no era lo bastante alta o firme para imponerme a un
grupo de por lo menos quince hombres y mujeres. Los
flashazos hicieron que se me saltaran las lágrimas, me tapé la
cara con una mano para protegerme y puse un pie delante del
otro con determinación mientras me acribillaban a preguntas.
—¿Cuánto tiempo lleva saliendo con Beast?
—¿Estuvo usted a su lado cuando se sometió a la
rehabilitación?
—Dicen que ya estaba loca por el grupo cuando era
adolescente. ¿Fue ese el motivo de que creara su programa?
—¿Qué futuro les espera como pareja?
—¿Beast es también una bestia en la cama?
Al oír esta última pregunta cometí el error de levantar la
vista, turbada. Me pusieron una cámara delante de la cara en el
acto y el flash hizo que durante unos segundos solo viera
puntos de colores y perdiera la orientación. A mi alrededor se
apiñaban las personas y me costaba respirar con tranquilidad.
Sentí una tremenda opresión en el pecho y el pánico me
arrolló, tan veloz e imparable que me resultó imposible volver
a coger aire. Era como si alguien me enrollara el cuerpo con
una cuerda y apretase cada vez más.
Tardé lo que me pareció una eternidad en palpar el cristal.
Por fin debía de haber llegado a la puerta. Iba a abrirla cuando
en el tira y afloja alguien chocó contra mí. Me di contra el
cristal con fuerza y lancé un gemido; un dolor sordo, que hizo
que se me saltaran las lágrimas, se extendió en mi cabeza. La
gente se agolpaba en torno a mí por los dos lados y la lluvia de
flashes no cesaba. Eran demasiadas personas, daba la
sensación de que querían comerme viva. Quizá de un
momento a otro empezaran a despedazarme para que cada una
pudiera quedarse con un trozo y grabarlo.
—¡Apártense! —exclamó una voz—. Las manos fuera.
Quítele las manos de encima.
Los flashes no paraban, pero las personas que me rodeaban
se retiraron un poco y pude volver a respirar mejor. Noté una
mano entre los omóplatos y acto seguido la puerta se abrió y
alguien me obligó a franquearla; todo sucedió tan deprisa que
apenas entendía lo que estaba pasando. La persona que tenía
detrás me empujó con suavidad por la entrada hacia los
ascensores; gracias a Dios uno de ellos ya estaba abierto. Solo
cuando estuve dentro retiró la mano. Me giré y vi a Caleb, el
guardaespaldas de Scarlet Luck. Pulsó un botón y la puerta se
cerró.
—¿Podría darle un abrazo? —logré decir, respirando
entrecortadamente.
Él torció el gesto.
—No lo haga, por favor.
Nos miramos.
—¿Cómo es que ha venido?
Él se alisó la camisa negra, que llevaba bajo el traje del
mismo color. Para acabar de enfrentarse a ese gentío, su
aspecto era sorprendentemente pulcro.
—¿Usted qué cree?
—O bien lo ha enviado Leah Miller para controlar los
daños o bien Adam quería que se pasara usted por aquí porque
contaba con que ocurriera exactamente lo que ha ocurrido.
—¿Ha apagado usted el móvil, señorita Hart? —preguntó el
guardaespaldas, la frente surcada de arrugas.
Asentí.
—No paraba de sonar.
—Quizá debería encenderlo.
Seguí su sugerencia, ceñuda, y encendí el teléfono. El
ascensor se detuvo en mi piso, pero antes de que pudiera
bajarme, Caleb se me adelantó y me retuvo extendiendo un
brazo. Miró a ver si había alguien en el pasillo y solo me dejó
salir cuando se hubo asegurado de que estaba desierto. Lo
seguí hacia mi piso mientras me preguntaba cómo demonios
conocía el camino.
Entonces se me encendió la bombilla.
No hacía ni veinticuatro horas Adam había estado allí. Por
fuerza tenía que ser él quien había mandado a Caleb, igual que
había hecho el día de la entrevista a Menace. Me resultaba
sumamente extraño tener al guardaespaldas a mi lado, y al
mismo tiempo me pregunté qué habría sucedido de no haber
venido. La frente me dolía una barbaridad y aunque me habían
empujado contra la puerta, no habían parado de hacerme fotos.
Ese día era como una horrible pesadilla.
Cuando llegamos a la puerta de mi casa, el móvil me
empezó a vibrar sin cesar.
—Entre tranquila. Yo me encargo de que nadie acceda al
edificio —aseguró Caleb. Aunque sus palabras tenían por
objeto tranquilizarme, consiguieron exactamente lo contrario.
Logré asentir como pude y abrí. Cuando entré, cerré con
suavidad y me apoyé en la pared, satisfecha de tener un
momento para mí.
Cuando el teléfono volvió a vibrarme, miré la pantalla.
Era mi padre.
Por Dios.
Mi padre me estaba llamando.
Lo cual no podía significar nada bueno. En realidad, a mi
padre no le interesaba mi trabajo ni tampoco lo entendía muy
bien, pero si había algo que sí comprendía era la prensa rosa,
que, a su juicio, no podía ocupar un lugar más bajo. Si mi
nombre aparecía en una de esas «revistillas infames», como
las llamaba él, estaba claro que no lo aprobaría, por muchos
progresos que hubiésemos hecho esos últimos meses gracias a
Eden. Así que decidí no cogerlo. Aunque la conciencia me
remordió en el acto, sin duda era el mal menor. Después me
obligué a pensar en cuál sería el siguiente paso que daría, pero
antes de poder ordenar mis pensamientos el móvil se puso a
vibrar de nuevo. Esta vez el número era desconocido, así que
corté la llamada de inmediato. Las sienes comenzaron a
palpitarme cuando vi el sinfín de notificaciones rojas de
llamadas, notas de voz, mensajes y correos electrónicos que
tenía. No sabía por dónde empezar. Al parecer ni siquiera
podría tomarme un minuto de calma para pensar.
«Adam —se me pasó por la cabeza—. Debo ponerme en
contacto con él.»
Abrí los mensajes y vi en segundo lugar unos cuantos de
Adam, que me habían llegado a lo largo de la última hora.
Adam: mierda

Adam: lo acabo de ver

Adam: no consigo localizarte

Adam: no sabía nada de esto, de verdad

Adam: estoy preocupado, te encuentras bien?

Adam: una pregunta estúpida, olvídala

Adam: he llamado a leah. ha dicho


que ella se ocupa

Adam: se han puesto en contacto con la revista,


puede que al menos cambien el texto

Adam: quieres que me pase por tu casa?

Adam: he llamado a Caleb. vamos a ir


a tu casa

Adam: leah dice que si voy yo lo único que


conseguiré será empeorarlo todo, y eso es
lo último que quiero
Adam: joder

Adam: lo siento mucho, rosie

Era evidente que él también se estaba volviendo


completamente loco. Me alegraba saber que no era la única.
Me froté la frente y di con el pulgar en el nombre de Adam y a
continuación pulsé el telefonito antes de llevarme el móvil a la
oreja. Solo sonó dos veces antes de que lo cogiera.
—¿Rosie?
—Hola. —Si su voz parecía tensa, la mía era un hilo
quebradizo.
—Fue un error ir a la gala e ir a verte a casa poco después.
Tendría que haber sabido que pasaría algo así.
Negué con la cabeza de inmediato.
—¿Cómo ibas a saberlo?
—Ya me estaban acechando cuando salí de la clínica.
Después de todo este tiempo, debería saber que pueden sacarte
fotos en todas partes y en cualquier situación. Fue imprudente
por mi parte. No quería ponerte en semejante situación.
Tragué saliva a duras penas.
—Por favor, no te eches nada en cara. Sé de sobra que no
era tu intención que sucediera esto.
—Caleb dice que ya estás en casa.
—Sí, pero ahora ¿qué hago? Delante de mi portal hay
mogollón de gente. Bodhi y yo vamos a trabajar desde casa los
próximos días, pero no puedo quedarme aquí atrincherada
eternamente. —Eso sin tener en cuenta que debía hacer la
compra, porque casi no tenía nada para comer.
—Pues vente a la mía. —Las palabras llegaron de repente y
sin que me las esperara en absoluto. Se repitieron unas cuantas
veces en mi cabeza hasta que comprendí lo que querían decir.
—¿Cómo dices? —fue lo único que pude contestar.
—En mi urbanización no entra ningún periodista, no sin
permiso. Aquí no tendrías a nadie a la puerta. El SUV tiene los
cristales tintados, Caleb podría sacarte del edificio sin que
nadie te reconociera. —Lo dijo como si la propuesta fuese lo
más normal del mundo.
Resoplé.
—¿Y después? ¿Vamos a tu casa y ya está?
—Sí.
Volvió a hacerse el silencio.
Me mordí la mejilla por dentro cuando me asaltaron los
recuerdos: yo en la casa de invitados de Adam, su voz en mi
oído cuando estaba en la cama. Sentada allí esperando su
llamada, que no llegó nunca. Llorando por los rincones de lo
mucho que lo echaba de menos. Después, las semanas que
estuve buscando piso y le escribía una y otra vez y pasaba los
días como si fuera un robot, sin sentir nada. No estaba muy
segura de qué pensar de esa propuesta. Las cosas ya no eran
como antes, pero claramente tampoco nos encontrábamos en
un punto en el que pudiéramos estar juntos día y noche en la
misma casa solo porque nos habíamos acercado. ¿O quizá sí?
Adam carraspeó.
—A Leah también le parece buena idea que no te quedes en
tu casa.
—Pero ¿de cuánto tiempo estamos hablando? —planteé—.
¿Unos días? ¿Una semana? Esto no funcionará.
—También puedo dejarte la casa e irme yo a la de Thorn o
alguno de los chicos, si lo prefieres.
Negué con la cabeza en el acto.
—De eso ni hablar. Es como si te estuviese echando de tu
propia casa. Para eso prefiero quedarme aquí.
—He sido yo quien te ha puesto en esta situación. Deja que
te ayude. Por favor. —Lo dijo con suavidad y me sacudió por
dentro.
Cerré con fuerza los ojos. ¿Cómo demonios habíamos
llegado a ese punto? ¿Y en cuestión de días?
Si me iba a casa de Adam solo solucionaría uno de los
numerosos problemas adicionales. Tal vez incluso se crearan
otros. Pero con mi padre no podía ir, y por tanto Eden también
quedaba descartada. Del círculo de amigos de Kayla, que
después de que discutiéramos habían tomado partido por ella,
no había absolutamente nadie que pudiera entrar en
consideración. Aunque tenía muchos conocidos con los que el
trato era amistoso, con ninguno de ellos tenía la suficiente
confianza para poder quedarme en su casa unos días. Adam
era la única persona con la que la relación era tan estrecha
como para concebir acoplarme en su casa un tiempo.
Ya lo había hecho una vez, solo que entonces él no estaba
allí. Ahora sí, y yo no sabía lo que cambiaría esa circunstancia.
Si contribuiría a mejorar el caos que reinaba entre nosotros o si
no haría sino empeorarlo. Sin embargo, en mi pecho algo se
hizo notar de forma disimulada, serena y silenciosa. Un
empujoncito que quería animarme a aceptar. Y eso que sabía
que tal vez no fuese una buena idea, tal y como estaba yo en
ese momento, y desde luego no en lo que respectaba a mi
corazón, que en presencia de Adam seguía volviéndose
completamente loco y, al igual que antes, tenía que recuperarse
de los últimos meses.
—¿Estás seguro? —quise saber.
Su respuesta fue inmediata:
—Pues claro que estoy seguro.
No quería que la sensación que anidaba en mi pecho fuese a
más. No sabía si saldría viva de nuevo si llegaba a desplegarse
y acababa ardiendo.
Adam volvía a estar en mi vida. Me había dicho que podía
contar con él y eso precisamente era lo que me estaba
demostrando desde hacía días y en concreto ahora, con lo que
me estaba ofreciendo. Quería apoyarme y ver conmigo cómo
podíamos salir del lío en el que nos encontrábamos. No estaba
sola como entonces, cuando la gente se me echó encima en
internet. Y, para ser sincera, estar sola era lo último que quería
en ese momento. De manera que me aclaré la garganta y dije:
—Vale. Voy a meter unas cuantas cosas en la maleta.
22

Rosie
Cuando me bajé del coche y me detuve delante de la casa de
Adam, se me hizo raro volver a estar allí. Al mismo tiempo me
notaba embotada. Seguía estando completamente aturdida por
culpa de los paparazzi, que Caleb y yo habíamos esquivado en
la medida en la que pudimos al bajar al garaje del edificio.
Algunos estaban al acecho también allí y no habían
escatimado ningún esfuerzo para sacar más instantáneas
mientras Caleb se colocaba delante de mí en todo momento
para protegerme de los flashes. Aunque el coche tenía los
cristales tintados, me había agachado en el asiento trasero por
si alguien disparaba su cámara a través de la ventanilla.
Antes de que pudiera seguir con mis cavilaciones, Caleb
apareció con mi maleta en la mano, en la que justo después de
hablar por teléfono con Adam había metido lo imprescindible.
—Venga conmigo, señorita.
Intenté de nuevo coger la maleta, pero Caleb se hizo a un
lado hábilmente y la mantuvo fuera de mi alcance mientras
enfilaba el estrecho camino que subía hasta la casa de Adam.
Durante un instante me planteé dar media vuelta y salir
corriendo. Lo que estaba haciendo no era buena idea. Si me
quedaba allí los próximos días, hasta que las aguas se
calmaran, nos veríamos todo el rato. Él estaría todo el tiempo a
mi alrededor y dormiría literalmente en la habitación que
estaba encima de la mía. Me costaba imaginar tal cosa después
de haber pasado tanto tiempo relacionándonos desde la
distancia para luego dejar de tener contacto alguno.
Cuando llegamos a la puerta, esta se abrió antes de que
Caleb llamara al timbre. En el umbral apareció Adam. Su
expresión era tensa y parecía crispado como antaño, con los
hombros agarrotados bajo la camiseta negra, que le quedaba
tirante en el pecho. Sus manos eran sendos puños a ambos
lados y tenía el pelo completamente revuelto y con algún que
otro rizo, como si se hubiese pasado los dedos por él unas
cuantas veces.
Al verme, pareció ponerse más tenso aún. Me pregunté si se
le pasarían por la cabeza las mismas ideas que a mí, pero,
antes de que pudiera analizarlo con más detenimiento, dio un
paso hacia nosotros, le cogió mi maleta a Caleb, la metió en la
casa y miró al guardaespaldas.
—Gracias.
Caleb se limitó a asentir escuetamente.
—Llámame si necesitáis cualquier otra cosa.
—Claro.
El guardaespaldas se despidió de mí con un gesto de la
cabeza y volvió a su coche. Mientras tanto yo seguía en el
umbral, sin saber qué hacer. Iba a entrar con Adam en su casa,
después de que se hubiera publicado un artículo sobre nuestra
supuesta relación, los paparazzi hubieran sitiado mi casa y a
mí me hubieran preguntado si él era una bestia en la cama.
Me sentí tentada de taparme la cara con las manos,
meterme en un agujero o, a ser posible, huir a otro país. Por
desgracia, ninguna de esas opciones servía de mucho, y
cuando Adam abrió más la puerta, no me quedó otro remedio
que entrar en la casa que hacía escasos meses había sido mi
hogar durante un tiempo.
Cuando alcancé el pasillo, Adam cerró. Yo contenía la
respiración y durante un momento pugné por encontrar las
palabras adecuadas. Él se frotó la nuca y miró al suelo.
—He limpiado la casa de invitados y he cambiado las
sábanas —comentó al cabo. Su voz sonaba rasposa, como si
tuviese la garganta seca.
—Gracias. —Me coloqué el pelo detrás de las orejas.
Por favor, ahora que me encontraba allí, la situación no
podía ser más incómoda. Los dos estábamos completamente
tensos, como si no supiéramos muy bien de qué hablar. De la
naturalidad del día anterior al parecer ya no quedaba nada.
—Ven —dijo de pronto Adam, cogiendo mi maleta. En
lugar de tirar de ella, la levantó, se la metió debajo del brazo y
fue hacia la puerta de la terraza, por la que se accedía a la
casita de invitados.
Con el estómago revuelto, lo seguí por el salón, donde todo
estaba prácticamente igual que hacía unos meses. Me di cuenta
de que el sillón no se encontraba en el mismo sitio y había
algunos cojines nuevos, vistosos, en el sofá. En la estantería de
detrás de la mesa de comedor me llamaron la atención algunas
fotografías que tampoco estaban la otra vez. En una de ellas se
veía a Adam con su madre, que lo abrazaba y sonreía a la
cámara, en la playa; en otra, un gato gordo pelirrojo. La
instantánea era enorme y estaba en un marco macizo con un
reborde dorado que parecía antiguo.
—¿Quién es? —quise saber.
Cuando Adam volvió la cabeza para ver a quién me refería,
señalé el marco y él cayó en la cuenta.
—Es Chubby, el gato de mis padres —repuso, y se frotó la
nuca de nuevo—. Cuando estuvo aquí, mi madre se pasó todo
el tiempo dándome la tabarra para que me hiciese con un gato.
Como me negué, imprimió esta foto en tamaño extragrande.
Según ella, las mascotas hacen que aumenten los niveles de
serotonina.
—Claro. Si no trabajara tanto, probablemente tendría una
—afirmé.
—¿Cuál?
Me encogí de hombros.
—No sé, a tanto no he llegado. Puede que un hámster. O
peces.
Adam sonrió antes de volverse para seguir hacia la terraza.
Pero yo le había visto los hoyuelos y eso hizo que el estómago
se me asentara un poco.
Ya en la casa de invitados, Adam dejó la maleta junto a su
batería. Allí todo seguía igual que como yo lo había dejado. La
cama con la ropa blanca estaba recién hecha. En el aire flotaba
el olor a limpio y a algo que me recordaba de manera
inequívoca a Adam.
Me acerqué a la ventana para contemplar el mar. No podía
negar que había echado de menos esas vistas. Nada más ver
las olas, una grata sensación de calma aplacó mis desquiciados
nervios. El agua era sencillamente mágica.
—Menuda mierda lo de hoy, ¿eh? —comenté poco después,
mirando otra vez a Adam.
Cuando asintió, seguía teniendo los músculos de la
mandíbula y los hombros en tensión. Después carraspeó.
—Lo siento.
—Por favor, deja de disculparte por algo que no es culpa
tuya.
Él se limitó a negar con la cabeza, con la frente fruncida.
—Pues me siento culpable. No quería que pasara algo así.
Era consciente de que la gente no sabe lo que son los límites.
Tendría que haberme quedado claro después de ver la foto del
día que salí de la clínica.
Me habría gustado dar un paso hacia él y ponerle la mano
en el brazo o consolarlo de alguna otra manera, pero con lo
tenso que se le veía seguro que no era buena idea. Parecía
completamente descolocado, para nada tan relajado y abierto
como el día anterior, y resultaba evidente que se echaba en
cara muchas cosas y no quería que yo lo disuadiera de ello.
Bien. En ese caso, teníamos que hablar de lo que haríamos a
continuación. Mirar hacia delante, lo cual ya debería ser mi
especialidad.
—Ahora debemos ver qué es lo siguiente que vamos a
hacer.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, ¿no crees que deberíamos acordar lo que
diremos? ¿Lanzar un comunicado de prensa para aclarar las
cosas? —pregunté, de pronto insegura, ya que al oír mis
palabras él me miró ceñudo—. Ya he recibido cientos de
llamadas y correos electrónicos en los que me piden que haga
una declaración en respuesta a ese artículo.
Adam se cruzó de brazos, la mirada dura e inescrutable.
—Que alguien quiera que se haga una declaración no
significa que se la debamos a nadie. Lo que pasa entre tú y yo
es cosa nuestra y solo nuestra. No le incumbe a nadie.
Sus palabras me acaloraron. ¿Es que no era consciente de lo
que daba a entender? Parecía que en ese artículo había algo
más que solo una chispa de verdad, pero no era así. No
teníamos una relación. A decir verdad, no habíamos tenido
nada en absoluto durante esos últimos meses, porque no
habíamos intercambiado una sola palabra.
Por lo visto Adam estaba pensando eso mismo en ese
preciso instante, porque desvió la mirada y la clavó en el
suelo.
—Es probable que tengas razón. Leah quería diseñar hoy
mismo una estrategia, pero conociéndola como la conozco
seguro que se niega a hacer comentario alguno.
—Vale. Tú no dices nada, yo no digo nada y de alguna
manera…, de alguna manera salimos de esta. —Lo dije con
más optimismo del que yo sentía en ese momento.
Adam hizo un gesto afirmativo.
—Puede que tarde algún tiempo, pero sí. Todo se arreglará.
Por desgracia no parecía muy convencido y lancé un
suspiro. Probablemente tuviésemos que pasar por ello juntos.
—Es lo que menos necesitas ahora mismo —musité. Ya se
lo había dicho en la gala y seguía opinando lo mismo.
—Dejando a un lado el tema de lo que necesito yo, que ya
lo hemos hablado, no sé si te sigo. ¿A qué te refieres?
—Venga ya —repuse, sin creer que no lo entendiese—. Me
refiero a toda esa atención mediática, a todo ese puñetero
hervidero de rumores. O a…, no sé…, fotos embarazosas en
las que alguien llora.
Resopló.
—Bueno, al menos esta vez no soy yo el que aparece
llorando en la foto.
Nos miramos y no pude reprimir la sonrisa que me salió.
Adam también sonrió, algo que en ese momento no habría
creído posible.
Cuando la sonrisa se me fue borrando poco a poco, no pude
evitar pensar en una cosa.
—¿Lo has leído? —pregunté con aire vacilante—. El
artículo, digo.
La sonrisa de Adam desapareció de un segundo a otro y su
expresión se endureció de nuevo.
—Sí.
Lo miré con cara de interrogación.
—¿Y?
—Si no lo has leído, es mejor que no lo hagas.
Enarqué una ceja.
—Lo que acabas de decir no hace que tenga menos ganas
de leerlo.
Adam sacudió la cabeza con resolución.
—En serio, Rosie. No te hagas eso. Lo que pone no son
más que estupideces a las que no hay que prestar atención y…
—Se interrumpió. Se le formó una arruga en el entrecejo y se
inclinó y me miró con detenimiento—. ¿Qué te ha pasado ahí?
—preguntó señalándome la frente.
Desconcertada, me llevé la mano a ella. Me estremecí de
dolor.
—¡Ay!
—Tienes un buen chichón.
—He debido de hacérmelo cuando se ha montado el barullo
en la puerta de debajo de mi casa. De no haber estado Caleb,
seguramente tendría alguno más.
Su semblante se ensombreció. De repente dio media vuelta
y salió de la habitación sin decir palabra. Oí que sus pasos se
alejaban y una puerta se cerraba. Parecía la de la terraza de la
casa principal. Durante un breve instante pensé que no
regresaría, pero entonces sus pasos se escucharon de nuevo en
la casita de invitados. Poco después estaba de vuelta con un
paquetito envuelto en un paño de cocina.
—Para que baje la hinchazón. ¿Puedo? —preguntó,
plantándose justo delante de mí.
Esperó hasta que yo asentí despacio y se inclinó y me puso
el paquetito en la frente. Sentir el frío en la piel hizo que diera
un respingo.
—Solo tenía fresas.
No podía dejar de mirarlo, ante mí, concentrado y ceñudo,
ocupándose de ese moratón de nada. No tenía palabras para
describir lo que provocaron en mí su solicitud y ese instinto
protector que yo acababa de descubrir y que ya había
despuntado el día anterior.
Aunque ese día era un completo desastre para los dos, todo
pasó a un segundo plano al tenerlo tan cerca de mí. Si hacía un
instante la crispación y la tensión se dibujaban en su rostro,
este ahora solo reflejaba preocupación por mí. Aunque su
mirada era sombría, ese rencor no iba dirigido a mí. Su
presencia era tal que en ese momento me atreví a bajar
ligeramente el muro protector que había levantado. Adam
estaba conmigo y me brindaba su apoyo una vez más. Yo no
quería que se convirtiera en una nueva costumbre, pero al
mismo tiempo no podía negar lo bien que me sentía por no
tener que estar sola justo ahora.
Me llegó su olor y la boca se me quedó completamente seca
cuando mis ojos bajaron de su rostro a su cuello y a las alas
del pájaro que se extendían por él, tan detalladas que casi
parecían de verdad. El tatuaje negro se movió cuando tragó
saliva y cuanto más lo miraba, más me costaba respirar. Adam
dijo algo y su aliento me hizo cosquillas en el pelo, y el
corazón me retumbó con tal fuerza en los oídos que dejé de oír
todo lo demás.
—Rosie —musitó, y lo dijo como si ya me hubiera llamado
antes.
Alcé la vista.
—¿Eh?
—Que si las fresas te hacen algo.
—Mmm. —En ese momento no fui capaz de articular
palabra, porque sentía la necesidad acuciante de extender una
mano hacia él. Por supuesto, en su lugar me la metí deprisa
bajo el muslo.
Aquello no iba bien. No iba nada bien.
Si antes me había preguntado si el hecho de instalarme
temporalmente en su casa empeoraría o mejoraría lo que había
entre nosotros, ahora tenía la certeza de que iría a peor. Quería
dejar atrás el pasado junto con todos los sentimientos que me
había inspirado Adam para que pudiéramos empezar de nuevo.
Como amigos. Lo habíamos conseguido una vez, antes de que
traspasáramos El Límite, con mayúsculas. Yo estaba
firmemente convencida de que podríamos recuperar esa
amistad, pero con cada segundo que pasaba en su presencia me
parecía que me iba a meter de cabeza en algo de lo que tenía
claro que no podría salir así como así. En su día hablábamos
estando separados y yo acabé sintiendo por él lo que no había
sentido nunca por nadie. Ahora que estaba a mi lado, todo me
resultaba más intenso aún, pero quizá fuese cuestión de
acostumbrarse. Tal vez mi cuerpo tuviese que aclimatarse
primero a su presencia. Eso sin mencionar que ahora medio
mundo pensaba que Adam y yo éramos pareja, lo cual hacía
que mi agitación fuese mayor si cabía.
—¿Rosie? —me preguntó de nuevo.
—¿Sí?
Adam carraspeó.
—Es que tengo un compromiso dentro de nada. ¿Quieres
que lo anule?
Cuando dijo eso, casi me sentí aliviada. Sacudí la cabeza en
el acto.
—No, ve, tranquilo. Estoy bien.
—Si no, me llamas. Te mando el número de Leah y
también el de Caleb, por si acaso.
Tragué el nudo que se me había formado en la garganta.
Probablemente la cosa mejorase cuando se fuera. De ese modo
podría recomponerme y controlarme. Y, con suerte, olvidar lo
mucho que me costaba respirar cuando Adam estaba conmigo.
Como si me hubiese leído el pensamiento, bajó la mano con
la improvisada compresa fría y se irguió.
—Bueno, ya sabes dónde está todo. —La bolsa que había
dentro del paño de cocina crujió ligeramente cuando él la
apretó.
Ahora que se había separado yo sentía más frío que hacía
unos instantes, cuando tenía las fresas en la frente.
—Sí —afirmé con voz ronca.
—Bien. —Se dio la vuelta y atravesó la habitación de
invitados hacia la puerta.
Recordé sin querer mi anterior estancia allí, cuando había
visto la atroz entrevista que habían hecho a Scarlet Luck en
París y después no había podido volver a localizar a Adam.
Me encontraba sentada en el mismo sitio de ahora mientras lo
llamaba una y otra vez y él no lo cogía. De repente sentí
pánico.
—¿Adam?
Él se giró hacia mí y me miró con semblante inquisitivo.
Las mejillas se me acaloraron e hice de tripas corazón para
formular la siguiente pregunta.
—Vas a volver, ¿verdad?
El dolor afloró a su rostro, como si lo que yo acababa de
decir le recordase también algo en lo que prefería no pensar
más.
—Estaré fuera unas dos horas y no pondré el móvil en
silencio, por si surge algo.
—Vale… Hasta luego. —Levanté una mano torpemente a
modo de despedida.
Él hizo otro gesto afirmativo con la cabeza y acto seguido
dejé de verlo. Al poco oí de nuevo la puerta de la casa de
invitados. Solo cuando se hubo cerrado me puse a contemplar
el mar mientras los latidos de mi corazón resonaban en mis
oídos y me preguntaba cómo demonios iba a ser capaz de vivir
con Adam bajo un mismo techo sin reabrir las heridas que
tanto me había costado cerrar.
23

Rosie
Adam tardó más de dos horas en volver. Durante esas horas
dejé mis cosas en el cuarto de baño, me di una ducha larga, me
cambié de ropa, me senté en la terraza, encendí y apagué el
móvil varias veces, leí la misma página del último libro que
me había comprado unas veinte veces y finalmente cogí el
móvil otra vez y me puse a darle vueltas en la mano sin saber
qué hacer mientras el viento me alborotaba el pelo.
Era incapaz de concentrarme en nada, salvo en el hecho de
que ese artículo infame estaba en circulación; seguro que por
culpa de eso había decepcionado a mi padre, y Adam ya
llevaba fuera casi tres horas y me estaba volviendo
completamente loca.
Me había asegurado que regresaría, pero por desgracia algo
en mi interior tenía la firme convicción de que no cumpliría su
promesa —como la otra vez— y yo volvería a quedarme
sentada donde estaba, hora tras hora, hasta enterarme de que le
había pasado algo espantoso.
Iba perdiendo poco a poco el control de mis emociones sin
poder hacer nada para evitarlo, y me habría gustado apagar sin
más mi cabeza, que ahora iba a mil por hora.
Decidí dejar de resistirme a la curiosidad, eché mano del
teléfono y me metí en mi correo electrónico. Había un email
tras otro y en cada uno de ellos me pedían que diese mi
opinión del artículo; en casi todos adjuntaban una captura de
pantalla del titular o compartían el enlace. Los dedos me
hormigueaban. Me dejé llevar e hice clic en uno de los
enlaces. Mi navegador se abrió y en mi boca se dibujó un
rictus de amargura cuando la imagen de Adam abrazándome
mientras yo lloraba llenó la pantalla. Ese momento… Él lo era
todo para mí. Me había debatido mucho conmigo misma,
había querido escapar a toda costa de él y había intentado
ocultarle el dolor que sentía. Hasta que me tocó con delicadeza
y de ese modo me demostró que algo había cambiado. Hasta
que me dijo todas las cosas que me dijo e hizo que mi coraza
se resquebrajara.
No me podía creer que alguien hubiese robado ese
momento para ponerlo al alcance de todo el mundo. Era algo
que solo nos incumbía a Adam y a mí, como había dicho él
antes.
Sin embargo, ahora ese momento parecía echado a perder.
Se lo había cargado alguien que no tenía nada mejor que hacer
que apostarse a unos metros de distancia para después vender
esa foto a la prensa.
Me senté con las piernas cruzadas y continué bajando. Ya
solo ver el titular hizo que me recorriera un desagradable
escalofrío, pero al mismo tiempo no pude evitar seguir
leyendo.
¿Es esta la mujer que domestica a Beast? Adam Sinclair sorprendido
abrazando a su novia.
¿Desde cuándo sale el batería cañón de Scarlet Luck con la presentadora
Rosie Hart? Toda esta información y más a continuación.

Muchos fans lo intuían desde hacía meses y ahora su sospecha se ha visto


confirmada: Adam Sinclair, el batería de Scarlet Luck, de veintitrés años, está
pillado. Y su chica no es ninguna desconocida: la presentadora Rosie Hart ya
llamó la atención de los fans del grupo hace meses, cuando gastó una broma a
los Scarlet Luck al sorprenderlos con condones durante la entrevista que
pretendía hacerles, lo cual levantó un gran revuelo. Al parecer, el ardid dio sus
frutos, ya que la aludida, de veintiún años, es la nueva pareja de Sinclair.
Aunque hasta el momento han mantenido su relación en secreto, ofrecemos a
nuestros lectores en exclusiva cómo consiguió ligarse Rosie Hart a Beast, que al
parecer ha dejado el alcohol.
Tras realizar esa primera entrevista a Scarlet Luck, a Rosie Hart se la vio en
el concierto que dio el grupo, en la cuenta oficial de la banda apareció una
fotografía con la presentadora, a lo que poco después seguiría el primer like de
Beast a un selfie de ella. Al parecer el batería le envió un billete de avión a
Europa cuando ellos estaban de gira para pasar tiempo juntos.
«Tiene ese encanto de vecina maja ante el que él ha caído rendido —afirma
una conocida de Hart—. Siempre estaban chateando y hablando por
videollamada.»
Una bonita historia de amor, sin duda…, de no ser porque todo apunta a que
la seducción de Beast obedecía a un plan premeditado.
«Rosie siempre ha estado loca por Scarlet Luck —asegura la conocida de la
presentadora—. En su día fue la primera que vio sus vídeos. Esa obsesión casi
parecía un poco enfermiza.»
Nuestra redacción se ha puesto a indagar y la búsqueda ha sido fructífera.
Bajo el primer vídeo del grupo, que subió hace casi ocho años, hay un
comentario desde el perfil de Rosie Hart. En este caso, que su relación naciese
de un incidente que se volvió viral casi parece un tanto calculado. Pero, a ver,
¿quiénes somos nosotros para juzgarlo? Lo principal es que Beast es feliz. Y es
que, después de la rehabilitación por la que ha pasado, se lo merece…

El móvil empezó a vibrarme en la mano. Primero tenía que


digerir esas palabras. Después leí el artículo por segunda vez.
Solo cuando una gota cayó en la pantalla fui consciente de que
estaba llorando. Me pasé las manos por los ojos con enfado.
Daba auténtico asco que alguien pudiera coger sin más lo
que había habido entre Adam y yo para hacerlo añicos con
unas palabras de mierda. Acabábamos de reencontrarnos y
reanudar nuestra amistad. Yo seguía más que tocada por lo que
había sucedido en el pasado, así que lo de ahora no era algo
que pudiese tomarme a la ligera. Nada iba bien, y justo cuando
pensaba que las cosas mejorarían, tenía que pasar algo así.
¿Quién iba a tomarse en serio mi programa si todo el mundo
creía que yo sería capaz de orquestar algo semejante para
ligarme a un famoso?
La deprimente respuesta era: nadie. Eso sin tener en cuenta
que también había capturas de pantalla de los comentarios que
yo había escrito bajo los vídeos del grupo cuando era
adolescente. ¿Y si Adam, Thorn y los demás me tomaban
ahora por una acosadora? ¿Y si se creían lo que habían leído
en la prensa?
Sí, los seguía desde el principio. Pero eso Adam ya lo sabía.
Habíamos hablado de ello. ¿O no? Miré de nuevo el reloj: para
entonces ya llevaba fuera más de tres horas y media, cuando
había dicho que solo serían dos. Se me erizó el vello de la
nuca y me tapé las manos con las mangas de la sudadera que
tenía puesta, porque de pronto las sentía frías.
Releí las líneas.
«Siempre estaban chateando y hablando por videollamada»,
ponía. Me hacía una idea de quién podía haber facilitado a esa
revista información de mi vida privada. Solo había una
persona que sabía lo de Adam y yo, la misma con la que había
compartido piso.
Kayla.
No le bastaba con haber intentado quitarme el programa,
no: para colmo ahora me la jugaba así para hacerme quedar
mal. No me lo podía creer, la verdad.
El nudo que tenía en la garganta era cada vez más grande y
cuanto más tiempo pasaba, más deprisa me iba la cabeza y
mayor era el pánico que sentía en el pecho. Me esforzaba por
respirar con calma, pero no servía de nada. Y estar en esa casa,
en el lugar que asociaba a recuerdos bonitos pero también
dolorosos, no hacía que la cosa mejorase. Más bien al
contrario.

Adam
Cuando volví a casa era media tarde. En lugar de las dos horas
que había dicho a Rosie que tardaría, había estado fuera más
de cuatro por culpa de un atasco. Aunque le había mandado un
mensaje, no me había respondido. Me quité la cazadora de
cuero y, tras dejarla sin miramientos en el respaldo del sillón
del salón, fui directo a la casita de invitados.
En la terraza frené en seco.
Rosie se encontraba en uno de los sillones. Llevaba una
sudadera con capucha negra y estaba hecha un ovillo allí, de
una manera que, de haber sido otra la situación, posiblemente
me habría hecho sonreír. Sin embargo, el impulso desapareció
enseguida al verle los ojos enrojecidos.
Había estado llorando.
No había nada que yo odiase más.
—Hola.
Al oír mi voz se sobresaltó y volvió la cabeza hacia mí.
Esbozó una sonrisa que se me antojó forzada. Solo tuve que
verle la cara para saber lo que había sucedido.
—Has leído el artículo —constaté.
La sonrisa falsa se esfumó tan deprisa como había
aparecido. Me paré a pensar un momento qué podía hacer.
Probablemente no mucho. Ese día, en terapia, Johar me había
vuelto a repetir que yo no podía controlar lo que escribían los
medios sobre ella o sobre mí. Lo que sí podía controlar, en
cambio, era el trato que le diera a Rosie. La sensación que le
transmitiese ahora.
Salvé despacio la distancia que nos separaba y me acomodé
en la silla junto al asiento en el que ella se había aovillado.
—Es mentira. Todo lo que pone. Y todo el que te conoce lo
sabe —dije con firmeza.
—No lo es —objetó ella con vehemencia. Sacudía la
cabeza y cuando me miró a los ojos vi en ellos un brillo
sospechoso.
Algo se me contrajo en el pecho y reprimí el deseo de
frotármelo con la mano.
—¿A qué te refieres?
Negó con la cabeza otra vez y después lanzó un suspiro de
resignación.
—Es cierto que siempre fui fan vuestra, eso no es mentira,
solo que lo han tergiversado de tal forma que ahora parece
algo malo. No… No puedo… —Comenzó a respirar más
deprisa y me percaté con desvalimiento de que empezaba a
asaltarla el pánico.
Quería hacer algo, lo que fuese, para que se sintiera mejor,
pero no podía. Deseaba tenderle la mano, pero algo me lo
impedía. Así que me aclaré la garganta.
—Lo sé, ¿vale? Y a ninguno de nosotros nos parece raro.
Los demás también han leído el artículo y a ninguno le
interesa lo más mínimo.
Me miró con cara de duda y se enjugó los ojos.
—Es espantoso. Es como si todo fuese verdad solo porque
está en internet. Porque alguien cree que es verdad, alguien
cree que soy una persona calculadora que os acosa.
—Yo no lo creo. —Sentí la extraña necesidad de acercarme
a ella, pero también la reprimí—. Leah, Caleb y el resto
tampoco lo creen, y estoy bastante seguro de que ahí fuera hay
más personas sensatas que opinan lo mismo. Al resto, que les
den.
Todavía no parecía convencida del todo. Me pasé los dedos
por el borde de los anillos y busqué las palabras adecuadas.
—Créeme, sé cómo te sientes. Odio que la gente diga cosas
que no son ciertas, pero es algo que no puedo controlar. Y tú
tampoco, por mucho que lo desees ahora mismo —dije, y me
sentí un idiota integral al hacerlo. Pero, por desgracia, era la
verdad y ni ella ni yo podríamos hacer nada al respecto.
—Pero ¿no te molesta? ¿Las cosas que escriben de ti? ¿Que
digan que eres alguien a quien hay que domesticar? —Su voz
dejaba traslucir lo mucho que le repugnaba todo aquello.
Al oírla, apreté un momento los dientes.
—Pues claro que me molesta, pero me niego a permitir que
tengan poder sobre mí y que me afecte más de la cuenta.
Rosie me miró un rato en silencio y después se recostó en
su asiento y se puso a contemplar el cielo.
—Cuánta razón tienes.
—Lo sé. Por eso deberías haberme hecho caso cuando te he
dicho que no leyeras esa basura. Y menos estando sola.
Me miró.
—No he podido evitarlo. Tenía el móvil a reventar de
mensajes y llamadas y quería saber al menos de qué tenía que
defenderme.
—Me suena un poco a necesidad de control.
Ahora fue ella quien enarcó una ceja.
—Me suena un poco a que eres un pequeño sabelotodo.
Vaya. Conque así podía incitarla a salir de su concha de
caracol. Lo anoté mentalmente y después me paré a pensar qué
más podía hacer.
—¿Has comido? —quise saber.
Ella puso cara de desconcierto al oír la pregunta y acto
seguido negó con la cabeza.
—¿Qué te parece si pedimos algo? Le diré a Leah que
mañana nos ocuparemos de todos los problemas y hoy nos lo
tomaremos con calma.
Al ver que se le iluminaba la mirada supe que había
acertado con la propuesta. Si ese día Rosie además tenía que
hablar con Leah del fiasco mediático, probablemente
derramara más lágrimas, y eso era algo que yo no quería de
ninguna manera.
Cuando Rosie asintió, saqué el móvil y le escribí un
mensaje corto a Leah.
Adam: podemos dejar para mañana
lo de la prensa?
Leah: Claro. ¿Todo bien por ahí?
Adam: sí
Leah: Beast, por favor, necesito algo más que un
monosílabo. Si no, me pasaré a verte más tarde y
además avisaré a tu madre.

Me quedé mirando la pantalla con los ojos entrecerrados.


Era una amenaza ruin. Muy ruin.
Adam: va todo bien. he estado en terapia
y ahora me estoy ocupando de rosie,
primero tiene que digerir un poco esto
Leah: Vale. ¿Quieres que le reserve habitación
en un hotel?
Adam: no, gracias. por ahora se quedará
en la casita de invitados
Leah: Muy bien. Si surgiera cualquier otra cosa
antes de mañana, avisa. Cuídate.

Cerré la aplicación y miré de nuevo a Rosie.


—Bueno, pues listo. ¿Te apetece comer algo en concreto?
—La verdad es que no. Por desgracia no tengo mucho
apetito.
Igual que me pasaba a mí cuando estaba de bajón.
—Ya. —Volví a mis aplicaciones y busqué el sitio que
había descubierto con mi madre. Había comida callejera de
todo tipo, una mezcla de cosas sanas y grasientas, en función
de lo que le apeteciese a uno en ese momento—. Echa un
vistazo.
Rosie cogió mi teléfono y miró el menú.
—Tiene buena pinta. —Fue desplazándose por él,
seleccionó algo y me devolvió el móvil.
Yo escogí lo que había tomado la última vez —un bowl de
tofu y verduras con topping de coco y chile— y efectué el
pedido. Después volví a centrarme en Rosie.
—Hecho.
—Bien. —Lo dijo sin ninguna expresión, lo cual me hizo
resoplar.
Poco después me levanté.
—Ven conmigo. —Señalé la puerta por la que se accedía a
la casa principal.
Me miró con cara interrogante.
—¿Adónde?
—Necesitas distraerte —me limité a decir.
Se puso en pie y yo le cedí el paso. La sudadera que llevaba
era tan grande que las mangas engullían por completo sus
manos, y el pelo, más corto que hacía unos meses, lo tenía
completamente despeinado. Durante un instante fui incapaz de
dejar de mirarla. Cuando por fin lo conseguí, pasé por delante
de ella y fui al centro del salón, donde estaban los sofás,
delante de la chimenea, y la tele, que colgaba encima. Primero
cogí el mando a distancia de la chimenea y pulsé un botón
para encenderla. Después eché mano del del televisor y me
senté en el sofá.
Rosie se acomodó a mi derecha, a cierta distancia, y se
puso a contemplar el llameante fuego.
—Conque era para eso —musitó mientras apuntaba con la
cabeza al mando.
Recordé la conversación que habíamos mantenido cuando
yo estaba de gira y eso me hizo revivir la angustia que sentía
entonces. Aún me acordaba perfectamente de aquellos
mensajes sobre los mandos a distancia, y cuando me vino a la
memoria que nos habíamos dicho que nos echábamos de
menos, se me formó un nudo en la garganta. Entonces Rosie
me había preguntado qué pasaría con nosotros cuando yo
volviera y le había hecho una promesa que había roto poco
después.
Que ahora ella estuviera en mi casa no tenía nada que ver
con los planes de entonces, los planes que yo había frustrado
al sufrir una crisis nerviosa. Había sido necesario —se lo había
explicado y Rosie había aceptado la explicación—, pero al
mismo tiempo me remordía demasiado la conciencia como
para poder obviar el hecho sin más. Pese a todo, lo intentaba.
Al pasado no se le había perdido nada ahora. En realidad, no
se le había perdido nada en general. Punto. Habíamos aclarado
las cosas e intentábamos mirar hacia delante juntos, por
desagradable que fuese lo del artículo.
—Y este es para la tele —seguí explicando. Seguro que ella
se había dado cuenta de lo que me había pasado. ¿También
estaría pensando en la conversación que habíamos mantenido
en su día? La miré, pero su cara no me dijo nada. Tenía la vista
clavada en el televisor, que yo acababa de encender y en el que
se veía la página de inicio de una plataforma de streaming.
—Elige algo —le dije, y le pasé el mando a distancia por el
espacio que había quedado libre en el asiento entre ambos.
Rosie lo cogió y fue bajando por la página. Recorrió
distintas categorías, examinó un rato mi lista y acabó
decidiéndose por un reality cuyo nombre no me decía nada.
—¿Qué te parece esto? —me preguntó.
Observé la piscina de un azul turquesa exagerado y el sinfín
de personas que había en el borde, en distintas poses.
—No sé qué es, pero vale.
—Ahora mismo solo estoy de humor para telebasura. En
este programa la gente puede ganar dinero si averigua quién de
ellos es el espía. También tienen citas entre ellos y la
posibilidad de encontrar el amor.
—Vale, ponlo.
Rosie le dio a «Play» y poco después se vio una isla llena
de solteros con poca ropa y una parejita que hacía de espía y
debía sabotear el juego a lo largo de las semanas siguientes.
Probablemente yo nunca habría visto algo así de estar solo,
pero si eso era lo que ella necesitaba en ese momento para
desconectar, me parecía bien.
Pasamos los siguientes minutos en silencio. Miré de reojo a
Rosie: se la veía hecha polvo. Cansada. Preocupada. Ausente.
Daba la impresión de que en realidad no se enteraba de lo que
estaba viendo, su mirada parecía vacía. Yo quería distraerla
como fuese, pero no sabía qué decir. Cuando me llegó al móvil
un mensaje para informarme de que la comida ya estaba aquí y
poco más tarde llamaron al timbre, me alegré de poder
levantarme y que mis manos tuvieran algo que hacer. Di una
propina a la repartidora y fui a la cocina, donde saqué platos
que fui llenando poco a poco. Después le llevé a Rosie su
comida y un vaso de agua.
Ella se sentó recta.
—Menudo servicio.
—Es el que se recibe en esta casa cuando se sufre un fiasco
con la prensa rosa.
Me dedicó una sonrisilla. Yo volví a mi sitio y me puse a
dar cuenta de mi bowl. Permanecimos sentados así, viendo
telebasura y comiendo en silencio. Yo no sentía la necesidad
de charlar, pero miraba de soslayo a Rosie una y otra vez para
asegurarme de que a ella le sucedía otro tanto. Parecía
demasiado hundida para hablar, cosa que yo podía entender
perfectamente. Sabía lo que se sentía cuando solo querías que
te dejaran en paz, y esa era justo la impresión que me
transmitía ahora. Había sido demasiado en muy poco tiempo.
Por el momento, yo no podía hacer más de lo que ya habíamos
hecho: ponernos en contacto con la revista, intentar que
retirasen el espantoso titular y evitar hacer comentario alguno
al respecto. Ofrecerle a Rosie un lugar seguro era lo mínimo.
Dejó su cuenco en la mesa del salón y se recostó mientras
se pasaba las manos por la barriga.
—Estaba muy rico.
—A mi madre la comida de este sitio le pareció
extravagante. —Rosie me miró, la curiosidad escrita en su
rostro—. Igual que mi padre, a él tampoco le va mucho esta
clase de restaurantes. «¿Copos de coco? Eso no es comida» —
dije, imitando la voz de mi madre como buenamente pude, y
Rosie, sorprendida, soltó una carcajada. Ahora fui yo el que
puso cara de sorpresa: la había hecho reír.
—No sé si me hace gracia o me da escalofríos la voz que
has puesto —comentó cuando dejó de reírse.
—Mi madre provoca las dos cosas, así que creo que lo he
clavado.
Rosie se volvió hacia mí, con la cabeza aún apoyada en el
respaldo.
—¿Qué tal fue tenerla aquí contigo?
Miré el televisor, la mesa del salón y luego a Rosie a los
ojos. No estaba preparado para esa pregunta.
—Después del tiempo que pasé en la clínica, me sentó bien
tener compañía. Sobre todo la de mi madre.
—Por lo que dices os lleváis bien.
Asentí.
—Siempre es la primera a la que le cuento las cosas. La
quiero y valoro mucho su opinión. Y la… —Carraspeé—. La
echo mucho de menos. —No sabía si podía decir algo así,
sobre todo a alguien que había perdido a su madre a una edad
temprana, como era el caso de Rosie. No quería parecer
insensible—. No como tú echas de menos a la tuya, ¿eh?, eso
no, claro, más bien…
Rosie levantó una mano para que no siguiera. Su sonrisa se
tornó un tanto triste.
—Sé lo que quieres decir.
Ahora que por fin estábamos hablando, iba yo y metía la
pata. Genial.
Me pasé la mano por la nuca, frustrado.
—Aunque los últimos meses he estado hablando
constantemente de toda clase de cosas, todavía no le he cogido
el tranquillo. Lo siento.
—Oye, ya basta. Hablar se te da de maravilla. Podrías dejar
de disculparte mil veces por cualquier pequeñez, sería un
progreso.
Yo también me puse cómodo.
—Está bien.
—Lo digo en serio. ¿Te acuerdas de la fiesta de
lanzamiento? Dijiste que eras incapaz de mantener una
conversación.
Claro que me acordaba. Recordaba muchas cosas de esa
noche. La noche en la que Rosie y yo habíamos estado
sentados bajo un cielo estrellado, charlando. La noche en la
que le había dicho a lo que tenía que atenerse conmigo con la
esperanza de poder mantenerla alejada de mí. Solo que no
había funcionado. Al contrario.
—Y míranos ahora. Es como si ahora yo fuese tú —
comentó.
La observé detenidamente. Sus ojos claros, poco corrientes;
la curva de sus pestañas; el caballete de la nariz, en el que
había alguna que otra peca; su boca con forma de corazón. La
garganta se me secó y miré hacia otro lado deprisa.
—No pasa nada. Ahora soy yo el que te sacará toda la
información.
—¡Oye! —exclamó indignada—. Dudo mucho que yo te
sacara ninguna información.
—Sí que lo hiciste.
—De eso nada.
—Me tiraste de la lengua a base de bien, sin compasión.
Ella resopló.
—Me lo contaste todo porque quisiste. En algún momento
tenías que soltarlo, como te dije en su día.
Sonreí mirando al suelo, ahora que sabía cómo arrancarle
esas reacciones.
Un chillido hizo que los dos volviésemos la cabeza hacia el
televisor, donde habían tirado a la piscina a una participante,
que movía los brazos y las piernas mientras insultaba a las
personas que estaban en el borde.
Durante los minutos que siguieron vimos el programa en
silencio y me lo tragué sin rechistar. Al cabo de un rato quería
hacer un comentario sobre la pareja de espías cuando vi que
Rosie bostezaba. Después pestañeó y se restregó los ojos.
—Si estás cansada, podemos apagarla —propuse—. La
habitación de invitados está lista.
—Estoy completamente despierta —farfulló, y yo arqueé
una ceja.
—Ya, claro.
Bien, pues si quería seguir viendo la tele, eso haríamos.
La escena dio paso a otra y yo me puse a ver de nuevo el
programa, donde ahora las parejas jugaban a una variante
alcoholizada del Twister. En general, en ese programa se bebía
un montón de alcohol. Procuré pasar por alto ese hecho y no
juzgar. Preferí apartar la vista y mirar de nuevo a Rosie. Tenía
los ojos cerrados y se había escurrido un poco en el asiento,
había echado la cabeza hacia atrás y daba la impresión de ir a
quedarse dormida de forma lenta pero segura.
—Rosie —dije, pero ella se limitó a soltar un gruñido.
Al parecer ya no estaba allí, era como si ya tuviese un pie
en el reino de los sueños. Los párpados se le abrieron
ligeramente y se cerraron de nuevo.
—La cama es más cómoda que el sofá —insistí—. Créeme.
Otro gruñido. A continuación, encogió las piernas y se
acurrucó más contra el respaldo.
Dejé de hablar y me quedé observándola.
El pelo le había caído por la cara. Los dedos me
hormigueaban. El programa continuaba, pero yo apenas me
enteraba ya de lo que decían. La cabeza de Rosie se ladeó.
Contuve la respiración cuando se apoyó en mi hombro.
Desprendía calor, lo notaba incluso a través del tejido de la
camiseta. Miré al televisor y una vez más a Rosie, sus rodillas,
que también se ladearon y rozaron mi muslo.
El corazón me subió a la garganta.
Me planteé levantarme. De hacerlo, probablemente ella se
caería por completo en el sofá. Decidí no hacerlo y me volví
con cuidado hacia la izquierda, donde estaba la manta. La cogí
con una mano y la extendí como pude para taparla, sin hacer
movimientos demasiado bruscos. Después me quedé sentado
allí, con su cuerpo pegado al mío, mientras el programa
continuaba en la pantalla. A decir verdad, era incapaz de
centrarme en lo que estaba sucediendo en el reality. Lo cierto
era que no podía enfocarme ya en otra cosa que no fuese el
cuerpo caliente que estaba junto al mío.
Tenía el pulso tan acelerado que me atronaba en los oídos.
Realicé unas cuantas respiraciones largas para tranquilizarme
y después me paré a ver qué sentía.
Agitación, sin lugar a dudas. Pero al analizarlo con más
detenimiento me di cuenta de que no había pánico. Solo era el
nerviosismo de estar con una mujer en el sofá por primera vez
desde hacía años, con su cuerpo junto al mío, percibiendo su
olor y pensando en lo que había dicho. Era algo nuevo para
mí. Extraño. También daba miedo, pero no del que resultaba
desagradable.
Miré las manos de Rosie, que descansaban en su regazo y
estaban ligeramente abiertas. Centré la vista de nuevo en la
pantalla. Con la mano izquierda cogí el mando a distancia y
apagué la tele. No tenía sentido que estuviera encendida si
Rosie no la estaba viendo. Aparte de que, de todas formas, yo
ya no me enteraba de nada. A mis oídos llegó su respiración,
suave y acompasada, y mis ojos volvieron a sus manos como
si tuvieran voluntad propia. Fruncí el ceño y cerré una mano.
La otra se tensó alrededor del mando. Y luego, antes de que yo
pudiera evitarlo, su cabeza resbaló de mi hombro. Alargué la
mano, pero era demasiado tarde: se había acomodado en mi
muslo, justo en el regazo.
Miré hacia abajo conteniendo el aliento.
El pelo le cubría la mayor parte del rostro. Aunque hacía
escasos instantes se había resistido, ahora dormía
profundamente. Su respiración cobró un ritmo regular y yo
intenté emularlo. Después cedí con vacilación al cosquilleo
que sentía en la mano y la extendí. Le aparté con cuidado el
pelo de la cara. Acaricié un mechón y sentí el corazón otra vez
en la garganta. Qué suave era su cabello. Y qué relajada
parecía ella.
Lo que me demostraba que confiaba en mí. Que podía
distenderse en mi presencia, incluso después de un día tan
espantoso como ese; después de todo el tiempo que no había
podido contar conmigo.
La tensión de mi cuerpo fue aflojando poco a poco. La
respiración regular de Rosie ejercía en mí un efecto
tranquilizador. Eché la cabeza atrás y cerré los ojos.
Solo sería un momentito.
24

Rosie
Sentía un calorcito agradable. Me giré y encontré resistencia.
Pestañeé lentamente. Durante un instante me desconcertó ver
una pared negra. Después levanté la vista y me quedé sin
aliento.
Pegado a mí estaba Adam, con la cabeza apoyada en el
respaldo del sofá y los ojos cerrados. Tenía la boca
entreabierta y su rostro parecía completamente relajado. El
calor se extendió sobre mí cuando noté su mano en mi brazo;
era como si pasara de su mano a mí e inundase mi cuerpo
hasta calentarme el rostro, el vientre e incluso las yemas de los
dedos.
Un sinfín de preguntas atravesó la neblina que levantaba el
cansancio en mi cabeza, pero no era capaz de identificar
ninguna, ya que me hallaba demasiado ocupada mirando a
Adam. Qué tranquilo se le veía, a pesar de la incómoda
postura en la que estaba. Seguro que me había echado encima
de él y, en lugar de apartarse, incluso me tocaba. ¿Sería
consciente de ello? ¿O había sucedido cuando ya estaba
dormido?
Había sido un encanto conmigo. No solo me dejaba
quedarme en su casa, sino que además también sabía manejar
la situación mejor que yo.
Observé la mano que descansaba en mi brazo. Qué grande
era. Mi cansancio fue desapareciendo poco a poco y cuanto
más tiempo pasaba, más calor sentía yo. Y mayor era el deseo
de tocarlo. Pero entonces fui consciente de algo.
Mandarnos mensajes volvía a ser algo prácticamente
normal; también volvía a sentirme mejor hablando con él. Que
quisiéramos ser amigos era algo que empezaba a aceptar poco
a poco, pero ¿esto? ¿Quedarnos dormidos juntos en el sofá de
manera tan íntima? No, eso no.
El día anterior, sin ir más lejos, me había preguntado cómo
conseguiría vivir en su casa sin acabar herida. Si me quedaba
dormida encima de él, lo abrazaba y buscaba una y otra vez su
cercanía, ese propósito no se vería muy respaldado. Teníamos
unos límites que en modo alguno debíamos traspasar si
apreciaba algo mi corazón y su integridad, de manera que
tomé una decisión.
Tuve que hacer un gran esfuerzo para levantarme del sofá.
Al echar un vistazo fuera, me di cuenta de que aún debía de
ser plena noche. Me detuve al llegar a la puerta de la terraza y
me sentí tentada de mirar una última vez a Adam, pero no lo
hice. Puse un pie delante del otro y me fui a la casita de
invitados, donde me propuse no volver a cometer semejante
desliz.
Al día siguiente estaba molida. Casi no había pegado ojo el
resto de la noche, porque no paraba de darle vueltas a la
cabeza: el artículo, la situación actual y, sobre todo, Adam.
Sencillamente no era capaz de olvidar la ternura con la que me
sujetaba y que de verdad nos hubiésemos quedado dormidos
juntos en el sofá.
Al final logré levantarme a duras penas. Me propuse
superar ese día. A fin de cuentas, ese año me había
sobrepuesto muchas otras cosas. Podría con esto. Y cuanto
antes dejara atrás el drama de internet, antes podría volver a
mi casa, lo que a su vez significaba que no estaría expuesta a
la cercanía de Adam, que me hacía sentir mucho mejor de lo
que debería.
Cogí mis cosas y me fui al cuarto de baño de la casita de
invitados, donde me metí bajo la ducha. Había llevado mis
artículos de aseo y me quedé perpleja al descubrir distintos
champús y geles de ducha medio vacíos en la repisa. Procuré
no darle demasiada importancia y me apresuré. Pero cuando
salí de la ducha y me estaba lavando los dientes, me llamaron
la atención más cosas: un tubo de dentífrico prácticamente
acabado junto a un vaso para el cepillo de dientes. La
protección solar en la repisa que había sobre el lavabo, con la
tapa al lado. Y las numerosas prendas de vestir del cesto de la
ropa sucia, junto al lavabo.
Miré todas esas cosas frunciendo el ceño. Casi era como si
alguien hubiese estado viviendo allí a lo largo de las últimas
semanas. No sabía si los demás miembros del grupo solían
quedarse allí o si era el propio Adam quien lo había hecho.
Esto último no parecía tener ningún sentido. Por otro lado…
No, no pensaría en eso ahora. Me obligué a dejar de barajar
más posibles explicaciones y terminé de arreglarme.
Después me atreví a salir de la casita de invitados. Miré con
cautela por la ventana: en el sofá del salón de la casa principal
no había nadie. Al parecer, Adam se había levantado.
Aliviada, abrí la puerta, fui a la cocina y preparé el desayuno.
Aunque todavía me acordaba de dónde estaba todo, al parecer
Adam había cambiado algunas cosas de sitio, porque tardé en
dar con los utensilios de cocina. Me hice una tostada de
aguacate y me la llevé a mi cuarto, donde me senté junto a la
ventana, abrí el portátil y me preparé para ver el correo dando
un gran mordisco a mi desayuno.
Pasé automáticamente al modo profesional. Había un
montón de emails que tenía que contestar, llamadas de
teléfono desagradables pendientes y, para colmo, la entrevista
a Menace, que todavía tenía que montar. Ahora tocaba
concentrarme en el programa y sortear como pudiera el fiasco
mediático.
Estuve trabajando horas. Rechacé un sinfín de solicitudes
de revistas de cotilleos, hablé con Bodhi de la entrevista a
Menace y edité los clips de rigor para la radio online, el vídeo
y las redes sociales.
En un momento dado percibí con el rabillo del ojo un
movimiento en la terraza. Adam estaba fuera con ropa de
deporte, el pelo recogido y auriculares. En ese instante se
volvió hacia mí, y cuando nuestras miradas coincidieron me
quedé helada. Recordé esa noche; su mano sobre mi brazo, la
placidez con la que parecía dormir. Me pregunté si él pensaría
lo mismo cuando me miró. De pronto dio un paso adelante,
casi como si fuera a venir a la casa de invitados, con lo cual yo
me puse más rígida aún de lo que ya estaba. Se detuvo, me
saludó con la cabeza y poco después desapareció en la escalera
que conducía a la playa privada. Lo seguí con la mirada, aún
sumida en mis pensamientos.
—¿Estás ahí? —preguntó Bodhi desde la pantalla de mi
portátil, y yo miré de nuevo el monitor.
—Sí, perdona.
—¿Quieres que me ocupe yo de los correos electrónicos los
próximos días? —quiso saber.
Asentí.
—Sería increíble.
—¿De las redes sociales también?
—No puedes librarme de todo, Bodhi.
La pequeña imagen de su rostro en la videollamada arrugó
la nariz.
—Lo haría encantado. Hay algunos comentarios muy
fuertes.
—Después de los últimos meses, la verdad es que debería
estar acostumbrada —farfullé, y me metí en internet.
Mantuvimos la videollamada mientras yo revisaba los
comentarios que había en nuestras redes sociales y Bodhi se
ocupaba de la página web. Respiré hondo cuando, al cabo de
unos minutos, Instagram se actualizó. Entonces leí algunos de
los comentarios.
Rosie, ¿es verdad? ¿¿¿Estás saliendo con Beast???

OMG, qué guapa está. Beast tiene buen gusto <3333

¿¿¿En serio??? Tiene unos ojos saltones feísimos.


Jajajaja OMG

¿Habéis visto cómo la abraza Beast? #envidia

Esa tía hará que vuelva a la clínica…

Pero ¿cómo puede estar con ella después de lo que le hizo? Es asqueroso.

Exhalé entrecortadamente.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Bodhi, alarmado.
Me froté el pecho. La verdad es que debería estar
acostumbrada; no debería hacerme daño y, sin embargo, me
dolía. Jamás podría olvidar semejantes comentarios, por
mucho que me propusiera que no me afectasen demasiado.
Sobre todo porque surgían a raíz de un artículo lleno de
mentiras.
Me pasé las manos por la cara, frustrada.
—Lo interpretaré como un «no» —afirmó Bodhi.
—Lo siento. No sé cómo llevar esto, la verdad.
Bodhi hizo un ruido afirmativo.
—Si te soy sincero, yo tampoco sabría. Pero todo se
arreglará, boss.
Me limité a soltar un gruñido.
—Lo creo firmemente, y tú también debes creerlo —
prosiguió.
—Lo intentaré.
Me deseó suerte levantando un pulgar.
—Genial. Bueno, sigamos: ¿qué hacemos con la entrevista
de Menace?
—Subirla ahora no tendría sentido. Yo la aplazaría un poco
más, hasta que las aguas se hayan calmado un poco.
Él hizo un gesto afirmativo y tecleó algo.
—La apunto para antes de Navidades.
—Genial, gracias.
Después pusimos fin a la llamada y yo seguí leyendo
comentarios. En unos ponía que yo era la persona más
abominable de todos los tiempos; en otros, por el contrario,
llamaban idiota a Adam por liarse con alguien tan
insignificante como yo. Unos me tildaban de acosadora y se
referían al artículo; en cambio otros, al parecer, pensaban que
yo era fantástica y afirmaban que la gente se daría cuenta del
bien que yo le haría a Beast. Eso era algo que no podían
juzgar, porque no nos conocían ni a él ni a mí personalmente,
pero era lo que decía Adam: no podía permitir que esas cosas
me afectasen demasiado. Me seguía costando, y rompí a sudar
mientras pasaba el resto de la mañana respondiendo
comentarios y correos electrónicos, pero lo intenté. Tal y como
estaban las cosas, no se podía hacer más.
Por la tarde salí de la vorágine del trabajo. Tenía la cabeza
embotada, ya que había bebido poca agua, y en la pantalla las
letras empezaban a desdibujarse ante mis ojos. Necesitaba
beber algo urgentemente y también comer, porque quería
seguir funcionando, y debía hacerlo; en la bandeja de entrada
no dejaban de acumularse infinidad de emails que todavía no
había contestado.
Decidí ir a la casa principal y me detuve en la puerta de la
terraza al ver en el sillón del salón a una mujer de pelo negro.
Me encogí y durante un instante me quedé petrificada. Al
menos hasta que la reconocí: era Leah. Hablaba con Adam, a
quien, desde donde yo me hallaba, apenas distinguía, porque
estaba sentado frente a ella en el sofá y solo le veía las piernas
hasta que se echó hacia delante y apoyó los codos en las
rodillas. Debía de haberse duchado hacía poco, pues tenía el
pelo mojado, que le enmarcaba el rostro, y un poco de color en
las mejillas. Probablemente habría estado fuera bastante rato.
Como si notase mi presencia, miró hacia la ventana y a sus
ojos asomó algo que sin embargo se esfumó un segundo
después. Su expresión se tornó de nuevo impenetrable.
Abrí la puerta con cuidado.
—¿Molesto? —pregunté mientras señalaba la cocina—.
Solo quería ir un momento a prepararme algo de comer.
—He hecho verduras salteadas, te he dejado un poco. Están
en el micro —dijo él, y acto seguido mi estómago rugió en
señal de alegría.
—Ya que estamos todos, ¿podríamos hablar un segundo del
elefante en la habitación? —planteó Leah justo cuando yo
entraba en la cocina.
Cerré los ojos y solté un taco para mis adentros. En cierto
modo, esperaba poner pies en polvorosa cuanto antes, y al
parecer ya no sería posible. Cogí un vaso de agua y me volví
hacia Adam y Leah. Ambos me miraban y yo no sabía a cuál
de ellos prefería evitar. Leah me inspiraba auténtico miedo,
pero si me fijaba en Adam recordaría inevitablemente la noche
que habíamos pasado en el sofá y eso tampoco era bueno. Me
mantuve fiel a mi propósito de hacer como si no hubiera
ocurrido nada y decidí mirar a Leah.
—¿De qué habéis hablado hasta ahora? —pregunté, y a
continuación bebí un buen trago de agua.
—Todavía de nada. Te estábamos esperando —contestó en
voz baja Adam.
Ahora tuve que mirarlo y deseé no haberlo hecho. El
estómago me dio una voltereta, aunque me resistía a ello con
uñas y dientes.
—Bien —empezó Leah, irguiéndose en el sillón. Cuando
fui hacia ellos y me senté junto a la mánager, vi que tenía una
tableta en el regazo en la que escribió algo antes de levantar la
vista y mirarnos a Adam y a mí alternativamente—. Yo diría
que lo mejor sería desmentir los rumores una única vez y dejar
que la cosa quede en agua de borrajas.
—¿Es necesario que nos posicionemos? —objetó Adam, y
Leah exhaló de manera audible.
—No, la verdad es que no. Pero así podemos dar a conocer
tu versión y al menos tomar medidas para contrarrestar un
poco lo que han dicho. Sería aconsejable, tal y como están las
cosas en este momento, cuando la atención de los medios en tu
persona ya es considerable. Además, no olvides que ayer me
pediste que llamara a la revista; eso ya fue una especie de
declaración. Yo lo que haría sería redactar una en condiciones,
para que el artículo no dé pie a más rumores. Porque al fin y al
cabo esos rumores son falsos, ¿no? —Me miró y yo tuve la
sensación de que dirigían hacia mí un foco. Los ojos verdes de
Leah reflejaban seriedad absoluta y al mismo tiempo distinguí
en ellos el desagrado con el que me miraba siempre. La
mayoría de las veces me escudriñaba como si yo fuese un
insecto enervante y ese día no era distinto.
Asentí maquinalmente.
—Sí —grazné—. Son una estupidez. —No me atrevía a
mirar a Adam.
—Por desgracia, con lo que no podemos hacer nada es con
el hecho de que la foto esté en circulación, he pedido que lo
confirmasen —continuó Leah—. Lo siento.
«No pasa nada», iba a decir automáticamente. Pero claro
que pasaba, y mucho, de modo que guardé silencio. Sin
embargo, me creía que la mánager hubiera hecho todo cuanto
estaba en su poder para quitarla de en medio, como hacía
siempre que se trataba de uno de sus protegidos.
—¿Cuánto crees que tardará en calmarse el furor
mediático? —quiso saber Adam—. Rosie tendrá que volver a
su casa en algún momento, pero delante hay un montón de
paparazzi.
No pude evitar sentir el dolor punzante que me causaron
sus palabras. Casi era como si también él tuviese unas ganas
locas de deshacerse de mí.
—Esperemos una o dos semanas. No podrán quedarse allí
para siempre. Quién sabe, dentro de unos días seguro que hay
otro escándalo sobre el que se puedan abalanzar.
—Pero no tenemos por qué quedarnos encerrados en casa,
¿no? ¿Pasa algo si vamos a ver a Thorn y al resto? —siguió
preguntando Adam.
Estaba claro: se arrepentía de esa noche tanto como yo; a
todas luces no soportaba estar a solas conmigo. Me mordí la
mejilla por dentro hasta que me dolió, y mientras tanto hice un
esfuerzo supremo para mantener una expresión neutra y
serena.
—Nada en absoluto. Yo lo único que evitaría sería aparecer
juntos en público.
—Tampoco pensábamos hacerlo. Pero Thorn nos ha
invitado esta tarde a su casa —repuso Adam.
Leah asintió.
—Distraeros seguro que os sienta bien.
Probablemente tuviese razón. Aunque yo solo había pasado
una noche en casa de Adam, emocionalmente había sido tal
montaña rusa que estaba hecha un auténtico lío. Una o dos
semanas sería una auténtica barbaridad, eso sin duda.
25

Adam
Se tardaba casi media hora en llegar a casa de Thorn, y durante
el trayecto Rosie no dijo una sola palabra. Yo la miraba con el
rabillo del ojo en el asiento de al lado. Parecía tensa, el rostro
inexpresivo, y sus manos no paraban de toquetear la correa del
bolso. Después de que Leah se marchase, apenas habíamos
cruzado dos frases, sus respuestas cortas y concisas. Luego
había ido a arreglarse. Yo no sabía qué estaba pasando, si su
reserva se debía al artículo, que tanto le había afectado, a la
entrevista con Menace, en la que aún estaba trabajando, o al
hecho de que nos hubiésemos quedado dormidos juntos en el
sofá. Sin embargo, era evidente que algo le preocupaba. Yo
quería mostrarle mi apoyo, pero no sabía cómo. Confiaba en
que la tarde en casa de Thorn le levantara el ánimo.
Abrió mucho los ojos cuando paré el coche junto al SUV de
Hunt y apagué el motor. Miró con detenimiento la casa de
Thorn, la opulenta entrada, flanqueada por adornos navideños
enormes, además de la imponente corona de ramas de abeto
con lazos rojos que decoraba el centro de la puerta. A Thorn le
encantaba la Navidad —siempre le había gustado— y desde
que vivíamos en L.A. festejaba esos días a lo grande. Si en mi
casa no había ningún adorno (sencillamente era demasiado
vago), en la suya se evocaba un paraíso navideño o el Polo
Norte. Daba la impresión de que en cualquier momento fueran
a salir de un rincón elfos que se pusieran a envolver regalos.
Nos bajamos del coche, y mientras yo iba a la puerta Rosie
seguía mirándolo todo con cara de asombro. Sus ojos se
posaron en las palmeras que festoneaban la acera y se
inclinaban sobre nosotros, en la decoración navideña y, por
último, en el amplio ventanal, por el que salía la luz al exterior.
Antes de tocar el timbre me volví hacia Rosie; no quería
que se sintiera obligada a estar allí si se encontraba mal.
—Cuando quieras volver a casa me avisas, ¿vale? —le dije
—. Una palabra y nos vamos.
Ella asintió sin levantar la vista.
Me quedé mirándola un segundo, ceñudo, pero entonces la
puerta se abrió con brío y Thorn apareció en el umbral.
Llevaba una colorida camisa con un estampado alocado y nos
recibió con los brazos abiertos.
—Amigos —dijo, y vino hacia nosotros. Primero me
abrazó a mí y después estrechó a Rosie con tanta vehemencia
que durante un instante sus pies dejaron de tocar el suelo. La
soltó y, tras pasarnos un brazo por el hombro a cada uno, nos
hizo entrar—. Vaya dos imanes para los escándalos. Anda, que
no decirnos que estáis saliendo…
—Ja, ja —repuse con sequedad.
—Bueno, me imagino que un poco de distracción no os
sentará mal —Thorn repitió las palabras que había utilizado
Leah y ladeó la cabeza hacia Rosie—: sé perfectamente lo que
se siente al leer cualquier mierda que escriben de ti, Rosie. Es
horrible. Pero lo bueno es que todos nosotros hemos pasado
por eso, así que estás en buena compañía.
Nos condujo hasta el salón, del que salía música. Yo no
sabía quién iba a ir, por eso me sorprendió ver no solo a Buck
y Hunt, sino también a un puñado de personas de las que yo
solo conocía a la mitad. Los chicos vinieron a saludarnos:
Hunt me dio unas palmaditas en los hombros y Buck observó
la cara de Rosie entornando los ojos.
—No has estado llorando, ¿no? —preguntó.
—No, hoy todavía no —respondió ella.
Logan hizo un gesto de aprobación.
—Te sienta bien.
Lo miré con la frente fruncida, pero él ya se había dado la
vuelta e iba hacia el enorme sofá de piel de varios módulos
que ocupaba gran parte de la habitación. Entonces reparé en
que, al parecer, Logan había ido acompañado: Ashley Cruz se
encontraba sentada allí y levantó un momento la mano para
saludar. A mi lado Rosie se puso tensa. Yo sabía que estaba
preocupada por lo de la entrevista a Menace. Que tenía miedo
de haber violado alguna suerte de código de honor al hacerlo.
Iba a decirle algo justo cuando Thorn me lo impidió.
—Tengo un montón de provisiones —comentó indicando
que lo siguiéramos.
Los tres fuimos a la cocina abierta, donde en la enorme isla
con encimera de granito había numerosos snacks y bebidas. Vi
los canapés, las minipizzas, los cupcakes y las patatas fritas y
me detuve en la bebida. Me llamó la atención que todo era sin
alcohol: Coca-Cola, bebidas energéticas, zumo de naranja…
Ni rastro de cerveza, vino o los cócteles que tanto le gustaba
beber a Thorn cuando daba una fiesta.
—No os cortéis —dijo mientras echaba mano de una lata de
Red Bull que me ofreció antes de coger otra para él. La abrió
de inmediato y la levantó para brindar.
—Thorn… —empecé, pero por lo visto él no quería oír
objeciones y brindó conmigo.
—Salud. —Bebió un gran trago y a continuación se volvió
hacia Rosie, que estaba a mi lado—. Y a ti ¿qué puedo
ofrecerte?
Ella le regaló una sonrisa.
—¿Hola? Hay cupcakes, así que perfecto. —Cogió un plato
y colocó en él una de las coloridas magdalenas y un tenedor.
—Si tú eres feliz, yo soy feliz. —Thorn también se sirvió
una—. Adam dijo que has entrevistado a Menace. ¿Se
comportó como era de esperar?
Rosie exhaló un suspiro.
—¿Entre nosotros? Peor. La mitad del material ha ido
directo a la basura.
—Me lo imaginaba. No debe de ser una persona fácil a la
que entrevistar, pero estoy seguro de que lo hiciste bien.
—Gracias.
Me di cuenta de que era la segunda vez que Rosie le
sonreía. Bebí un poco de Red Bull y miré hacia otro lado.
—Ya que estamos: me gustaría ir un momento a hablar con
Ashley, si no os importa.
—Claro. Como si estuvieras en tu casa, Rosie.
Cuando la miré de nuevo, ya se había dado media vuelta e
iba hacia el sofá, donde Ashley seguía con Logan.
—«¿Como si estuvieras en tu casa?» —le pregunté a Thorn.
Él se encogió de hombros.
—Quiero que esté a gusto. Seguro que no está
acostumbrada a ese machaque de la prensa. Y el artículo era lo
puto peor.
Tenía razón. Debía dejar de actuar de manera tan rara. Pero
resultaba difícil, porque desde la noche anterior el ambiente
entre Rosie y yo estaba crispado y eso era algo que no me
gustaba nada. Como tampoco me gustaba que ella le sonriera a
Thorn y pudiese hablar con él con soltura y, en cambio,
conmigo apenas cruzara una palabra. Traté de relegar esos
sentimientos al lugar en el que durante la rehabilitación había
metido todo lo que me causaba demasiado dolor. Nunca me
había sentido así y sería mejor para mí dejar de hacerlo cuanto
antes.
—Dime qué hay entre vosotros —pidió de pronto Thorn al
tiempo que se acodaba en la encimera de granito.
Exhalé entrecortadamente. Hasta el momento solo había
hablado de Rosie con Logan, y porque no había tenido más
remedio, pero no había sido del todo sincero con nadie de mi
círculo íntimo.
—Durante la gira estuvimos mucho en contacto —contesté
al cabo de un rato.
Thorn me seguía mirando. Como yo no decía nada más,
movió la mano.
—¿Y?
Bebí un poco más.
—¿Y qué?
—Venga, Adam.
Cogí un cupcake, aunque me había propuesto cuidar mi
alimentación, y me puse a tirar del papelito con los dedos.
—¿Es verdad lo que dice el artículo? ¿Estáis juntos? —
quiso saber.
Sacudí la cabeza en el acto.
—No.
—¿Estás enamorado de ella?
Dejé de hacer lo que estaba haciendo y fruncí el ceño.
Después resoplé y continué retirando el papel de la magdalena.
En ese segundo deseé poder dar a mis manos algo más que
hacer. Por primera vez desde hacía siglos deseé tener mi
batería. Probablemente fuese lo primero que haría cuando
volviera a casa: tocarla y concentrarme en nada más que en el
ritmo sin pensar en todo lo que me estaba pasando. Sin duda
sería mejor que hacer pedazos el puñetero papel del cupcake.
Thorn se aclaró la garganta.
—Porque eso cambiaría las cosas, ¿no?
Paré de nuevo.
—¿En qué sentido?
—Pues en que si sientes algo por ella, sería estupendo.
Nunca has tenido novia. Me alegraría. Además, explicaría
bastantes cosas: por qué la estabas abrazando cuando lloraba,
por ejemplo. O que esté viviendo en tu casa ahora.
—Ya se quedó unos meses mientras estábamos de gira. —
Las palabras me salieron sin más y me sorprendí. En realidad
no era eso lo que quería decir.
—¿Perdona?
Miré al techo y deseé que alguien me librara de esa
situación.
—La echaron del piso en el que estaba y dejé que se
quedase en la casita de invitados.
—¿En serio me estás diciendo que dejaste que una mujer se
quedara en tu casa? ¿En tu refugio sagrado en el que no puede
entrar nadie?
Me limité a enarcar una ceja por toda respuesta.
—Vale, a ver si puedo resumirlo: estuvisteis en contacto
durante la gira, estuviste pendiente del móvil todo el tiempo,
así que supongo que con quien hablabas constantemente era
con Rosie, y luego dejaste que se quedara en tu casa. Después
sales de la clínica y durante la gala la vemos llorando entre tus
brazos y ahora se está quedando en tu casa otra vez. ¿Y
pretendes hacerme creer que entre vosotros no hay nada?
¿Nada de nada?
Me volví hacia él con los hombros en tensión.
—Pues no, no hay nada.
Thorn se quedó boquiabierto y pestañeó una vez. Dos
veces.
—Pero ¿por qué no?
En la garganta se me había formado un nudo que ni siquiera
después de tragar saliva varias veces quería desaparecer. No
podía expresar con palabras lo que había estado machacando
una y otra vez durante horas con Johar. No era tan fácil. Pero
mi amigo seguía mirándome, paciente, a la espera de que yo
ordenase mis pensamientos.
—No puedo. Y tampoco quiero que Rosie tenga que lidiar
todo el rato con mi mierda.
La mirada de Jasper se tornó compasiva, lo cual casi era
peor que su puñetera paciencia de santo.
—Lo creas o no, hay personas a las que les gusta lidiar con
tu mierda.
Lo único que pude hacer después de oír eso fue quedarme
mirándolo. Al ver que no decía nada, añadió:
—Lo sé porque soy una de ellas.
Me asaltó una maraña de sentimientos. Me entraron ganas
de pegarle por lo que había dicho, y al mismo tiempo sentí el
deseo de pasarle un brazo por los hombros. En lugar de hacer
cualquiera de esas dos cosas, señalé con la cabeza las bebidas
de la isla.
—Eso ya lo veo. Y también sé que tu intención es buena,
pero no puedes renunciar toda tu vida al alcohol solo porque
yo tenga un problema con la bebida.
Thorn encogió un hombro sin más.
—No es toda la vida, solo esta noche. Y calculo que quizá
las próximas diez, veinte o cincuenta fiestas que dé.
Sonreí. Sabía que me costaría hacer que desistiera de tan
noble propósito, así que lo dejé estar.
—Me cae bien Rosie —afirmó entonces mirando hacia el
sofá, donde Rosie hablaba animadamente con Ashley—. Es
una chica fantástica. Deberías dejar de resistirte ya mismo a lo
que quiera que tengas en la cabeza, porque como no lo hagas,
que sepas que no tardaré en pedirle que salga conmigo.
Apreté tanto los dientes que rechinaron. Tardé un momento
en calmarme lo suficiente para contestar.
—Si es lo que quieres, hazlo.
Thorn arqueó una ceja.
—¿En serio? ¿Tendría tu bendición?
Intenté imaginármelo. Jasper yendo a buscar a Rosie.
Saliendo juntos y ella riendo con él, él tocándola, ambos
intimando…
Sentí algo que me recordó mucho a la gala, cuando había
entrado en el salón y había vuelto a ver a Rosie por primera
vez desde hacía cuatro meses… en la pista, bailando en brazos
de su compañero de trabajo, con una sonrisa radiante en el
rostro. Me había costado respirar más de lo que debería. Miré
a Thorn con la mandíbula tensa y él me dirigió una mirada casi
desafiante.
—La idea no te gusta, ¿eh, tío?
Estrujé el papel del cupcake y se lo lancé.
—Que te den.
Thorn cogió el papel del suelo con una sonrisa.
—Está claro. Mejor échale narices y sé bueno con la mujer
que a todas luces tanto te importa. Si no lo haces, tarde o
temprano lo harán otros. Y cuando sea demasiado tarde, ni se
te ocurra venirme llorando.
Me sentí tentado de tirarle también la magdalena, pero no
lo hice. Me quedé en el bar provisional que Thorn había
instalado en su cocina, mirando al sofá una y otra vez y
frotándome el pecho, en el que sentía una gran opresión.

Rosie
En realidad fui con Ashley porque quería disculparme por
haber entrevistado a Menace, pero antes de que hubiera
terminado de soltarle mi pequeño discurso, ella me
interrumpió con suavidad y me dijo que sabía separar el
trabajo de la vida privada, y después me pidió que me sentara
a su lado. Para entonces ya llevábamos algunos minutos
juntas, hablando de toda clase de cosas, entre ellas el fiasco
mediático del día anterior.
—No sé qué es lo peor que han escrito de mí. Me vendrían
a la cabeza cien cosas. Al final aprendes a vivir con ello —
aseguró mientras jugueteaba con los pendientes de aro de oro
que lucía. Ese día llevaba el pelo suelto y ondulado, y aunque
vestía informal, con vaqueros y una sudadera, en mi opinión
seguía pareciendo una superestrella—. Pero se tarda. O al
menos así fue en mi caso.
—Ojalá pudiera hacer algo para que no me afectara tanto
todo esto —contesté, y proferí un suspiro.
—Eso también me lo conozco, así que ¡bienvenida al club!
Te acabas endureciendo. Yo ahora soy como una piedra en lo
que respecta a esas cosas.
—Una piedra preciosa —apuntó al lado Logan.
Cuando Ashley y yo empezamos a hablar, él sacó como de
la nada una Nintendo Switch y ahora estaba sentado jugando.
Y a todas luces poniendo el oído, ya que después agregó:
—Un cuarzo rosado. O una amatista.
A excepción del rosa subido que tiñó sus mejillas, Ashley
hizo como si Logan no hubiera dicho nada y se volvió de
nuevo hacia mí.
—Lo que quiero decir con esto es que aunque ahora te dé la
impresión de que el mundo se hunde, no es verdad. Me sigue
tocando las narices que ya no puedas ser amiga de nadie sin
que la prensa haga como si te estuvieras metiendo de cabeza
en la siguiente relación. Una vez me acusaron de tener un lío
con mi guardaespaldas porque me había puesto la mano en la
espalda. Y eso que su trabajo es protegerme en las
aglomeraciones. —Puso los ojos en blanco.
—Por Dios… —musité—. No se detienen ante nada. Ni
siquiera ante… momentos íntimos. —Con eso me refería no
solo a cuando yo lloraba y Adam me abrazaba, sino también a
las fotos que habían sacado cuando él salía de la clínica.
Ashley arrugó la nariz.
—Es que justo esas son las situaciones que les resultan más
interesantes. Por desgracia.
Como si tuvieran vida propia, mis ojos se dirigieron hacia
el bar que Thorn había instalado en la enorme isla de la cocina.
Adam y Jasper seguían allí, hablando. Hunt acababa de unirse
a ellos, lo que hizo que Logan se levantara de un salto casi en
el acto.
—Ahora mismo vuelvo —le dijo a Ashley.
Ella le dedicó una sonrisa.
—Muy bien.
No sé si él llegó a oírlo, porque se enderezó el gorro negro
con el que cubría su pelo rubio trigueño cuando ya estaba a
medio camino de los demás. Ashley lo siguió con la mirada,
en sus ojos una expresión pensativa. Tardó un momento en
volver a decir algo.
—Es un encanto, ¿no? —Era casi como si la pregunta fuese
dirigida a ella misma.
—¿Logan? Pues… creo que sí.
Vi que los cuatro miembros de Scarlet Luck estaban de pie
juntos, hablando. Hunt dijo algo que arrancó una sonrisilla a
Adam, y verle los hoyuelos hizo que sintiera mariposas en el
estómago. Dejé de mirarlo y me centré otra vez en Ashley.
—Lo que he visto hasta ahora es que es una persona muy
directa.
—No conozco a casi nadie que sea tan directo como él,
pero eso me gusta. Con Logan casi siempre sabes a qué
atenerte. Y cuando no es así, le puedes preguntar abiertamente
y él responde.
A la cabeza me vinieron las numerosas veces en las que
Logan me había indicado con sus frases secas que se veía con
claridad que había estado llorando, pero también las muchas
entrevistas en las que se tomaba las preguntas literalmente y
daba respuestas inoportunas, que Thorn tenía que matizar casi
siempre. Él era así y los fans siempre lo habían querido por
eso.
—Con Ben, o sea Menace, nunca fue así —admitió ahora
Ashley. Tenía la mirada velada, como si estuviese absorta en el
recuerdo—. Con él siempre tenía que adivinar qué había hecho
mal. Y lo hacía mal casi todo. Al final casi no me atrevía ni a
respirar.
Algo en sus palabras hizo que sintiera el impulso de ponerle
una mano en el brazo.
—En la entrevista que le hicimos dejó más que claras
cuáles eran sus opiniones, y ya solo eso me basta para el resto
de mi vida. No sé cómo… —Apenas me atrevía a terminar la
frase, pero Ashley me animó a hacerlo con su mirada, y puesto
que acababa de decir que le gustaba la franqueza de Logan,
continué—: No sé cómo pudiste aguantar con él.
Ella recogió las piernas en el sofá, se inclinó hacia delante y
cogió de la mesa la copa de champán, en la que al parecer
había zumo de naranja.
—En realidad no aguanté, por eso he tenido problemas
durante tanto tiempo.
Recordé la entrevista que le hice, en la que me habló de la
peor etapa de su vida, que solo pudo superar gracias a la
terapia, así que éramos muy parecidas en más de un sentido.
—Pero de eso hace ya mucho —agregó, y me dedicó una
sonrisa que pareció un poco forzada—. Ya lo he superado, al
menos en su mayor parte. —Cuando dijo esto último miró a
los chicos y se detuvo en Logan.
Me pregunté cómo era capaz de llevar tan bien la situación.
Se le notaba que había sufrido mucho y que eso la había
marcado un montón, pero a mi modo de ver eso solo hacía que
pareciese más fuerte. Ashley era una gran persona y en ese
momento deseé que fuésemos amigas. Amigas de verdad, no
solo conocidas que cuando coincidían, hablaban de cosas
triviales.
Cuando Kayla y yo pusimos fin a nuestra amistad, fui
consciente de que aquellos a quienes consideraba amigos en
realidad no lo habían sido nunca. Desde entonces —y después
de que Adam desapareciese—, me había volcado por completo
en el trabajo y había dejado de prestar atención a mi vida
social, más allá de quedar alguna que otra vez con Eden y mi
padre. Solo ahora que Adam había vuelto a mi vida y que poco
a poco me iba abriendo a Bodhi me daba cuenta de lo
importante que era tener alrededor a personas con las que
poder hablar. Algo que en cierto modo era irónico, teniendo en
cuenta que había sido yo la que en su día le había aconsejado
eso mismo a Adam.
Me armé de valor y me volví hacia Ashley para mirarla de
frente.
—¿Te apetecería ir a tomar un café un día de estos? Así
podríamos hablar de estas cosas con más tranquilidad —dije
con voz firme.
Ashley puso cara de sorpresa y acto seguido una sonrisa se
extendió en su rostro.
—Me encantaría.
26

Adam
A lo largo de los días que siguieron se instauró una especie de
rutina. Rosie pasaba gran parte del día trabajando y
gestionando todas las solicitudes. Cuando tuvo que grabar el
siguiente programa, Caleb la llevó y fue a recogerla; nuestro
guardaespaldas me dijo que tanto delante del estudio como en
el garaje había paparazzi esperándola. Su casa también seguía
sitiada, de manera que, por el momento, el plan que habíamos
desarrollado se mantenía.
Yo iba a terapia, igual que hasta entonces; Johar encomiaba
la estabilidad con la que llevaba los días a pesar del revuelo
mediático. Por la tarde solía hacer algo con los chicos; Rosie
se sumaba a veces, cuando el trabajo se lo permitía. Daba la
impresión de que trabajaba las veinticuatro horas del día. En
ocasiones, cuando yo volvía a casa por la noche, ella estaba en
la terraza, aunque ya hubiera oscurecido, con el portátil en el
regazo, haciendo lo que no le había dado tiempo durante el
día. Cuando era así, me costaba lo mío convencerla de que
apagase el ordenador. Ya cuando estábamos de gira me había
dado cuenta de lo importante que era su programa para ella,
pero solo ahora que vivíamos bajo el mismo techo era
plenamente consciente de hasta qué punto estaba entregada a
él. Aunque en su vida estaban pasando muchas cosas, había
bordado su siguiente entrevista —a un grupo indie (me
permitió mirar mientras editaba el vídeo)— y ni durante un
solo segundo había dejado traslucir cómo se encontraba de
verdad. Y eso que yo sabía que todo aquello seguía
afectándole. La tarde que habíamos estado en casa de Thorn,
Rosie había trabado amistad con Ashley Cruz, con la que
ahora se escribía a menudo y también se apuntaba algunas
veces cuando quedábamos todos. Me gustaba que Rosie
tuviera más gente con la que poder hablar, y Ashley parecía la
persona indicada para ello, ya que entendía a la perfección lo
mal que debía de estar pasándolo Rosie en ese momento. Tal
vez incluso pudiera ayudarla más que yo, pues entre ellas
hablaban sin reservas, mientras que conmigo seguía
manteniendo las distancias.
Yo sabía que probablemente se debiese a que no quería
alimentar más rumores. O a que las circunstancias la
sobrepasaban, sin más. O tal vez a que la situación actual le
recordaba a cuando se había quedado en mi casa… y yo la
había dejado en la estacada. Sin embargo, eso era cosa del
pasado y para mí era importante demostrárselo. Le había dicho
que podía contar conmigo, e iba en serio. Por eso ese sábado
me planté delante de su habitación en la casita de invitados y
levanté la mano para llamar.
—¿Sí? —oí su voz amortiguada, y entré en la habitación.
Rosie estaba sentada en la butaca junto a la ventana, con los
pies apoyados en el asiento de enfrente y —sorpresa—
trabajando.
—Es sábado —dije señalando el portátil con la cabeza.
Ella me miró con cara interrogativa.
—Las personas normales trabajan poco o nada los fines de
semana.
—Punto número uno: las «personas normales» no existen,
son un mito. Punto número dos: cuando estás de gira, ¿acaso
no tocas los fines de semana?
Puse cara de asombro: con esa frase se había cargado mis
argumentos.
—Pues eso. —Se centró de nuevo en el ordenador y acto
seguido comenzó a teclear a toda velocidad, como yo no había
visto hacer a nadie en mi vida, el moño informal en el que se
había recogido el pelo moviéndose al compás del golpeteo.
Me apoyé en el marco de la puerta, me crucé de brazos y
me quedé mirando mientras terminaba de escribir el correo
electrónico y lo enviaba. Se oyó un suave sonido metálico
antes de que se volviera de nuevo hacia mí y quitara los pies
de la silla. Tenía los ojos vidriosos y las mejillas enrojecidas y
me pregunté cuánto tiempo llevaría allí sentada.
—¿Y también duermes? —Lo cierto es que la pregunta iba
en broma, pero fue como si la hubiese pillado.
—Sí. A veces.
Me separé de la puerta y me senté frente a ella.
—¿Y si te tomas el resto del día libre?
Se le formó una arruguita en el entrecejo.
—¿Por qué?
—No me puedo creer que de verdad esté a punto de citar
tanto a Leah como a Johar, pero bueno: porque como no lo
hagas vas a acabar quemada. Y porque después de la semana
que llevas, que ha sido agotadora, deberías hacer algo que te
apetezca. Algo que te siente bien, para recuperar fuerzas y
poder continuar la semana que viene.
Rosie vaciló y luego se frotó la cara con las dos manos.
—¿Por qué lo que dices suena tan lógico?
—Porque es la verdad. Y la mayoría de las veces la verdad
es lógica, tanto si te gusta como si no.
Rosie entornó los ojos.
—Parece un poco lo que diría un listillo.
—Parece un poco que trabajas demasiado.
—Es posible que tengas razón.
—La tengo.
Ella arqueó una ceja.
—Hoy te noto un poco crecidito, Sinclair, ¿no?
Esbocé una sonrisilla y, acercando las yemas del pulgar y el
índice, dije:
—Solo un poquitín.
Ella sonrió un poco, y lo consideré un éxito. Pero en
realidad quería preguntarle otra cosa:
—¿Qué te apetece hacer hoy? ¿Tienes ganas de algo en
concreto?
Ella se recostó en la butaca y se paró a pensar. Cuando sus
ojos se iluminaron, supe que se le había ocurrido algo.
—Pues hay una cosa, sí. Pero no sé si es posible, porque en
teoría tendríamos que ir de compras.
Ahora me picaba la curiosidad.
—¿Qué?
No se anduvo con muchos rodeos.
—Echo de menos tener el pelo de colores. Me gustaría
volver a teñírmelo.
No contaba con eso, pero sentí que se me quitaba un
pequeño peso de encima, porque era más que factible.
—Arriba aún tengo algunas cajas de tinte. Puede que haya
alguno que te guste.
Se sentó recta.
—¿En serio?
—Ven.
Rosie cerró el portátil, pero insistió en dejarlo enchufado
antes de seguirme a la casa principal.
Era la primera vez que la llevaba a la planta de arriba. Que
yo supiera, cuando se había quedado en casa nunca había
subido allí. Incluso una vez que lo mencioné de broma, ella
recalcó que jamás lo haría sin mi permiso. Subimos la escalera
y enfilamos el pasillo, pasando por delante de discos de platino
y carteles enmarcados de giras de nuestro grupo. Entre medias
se hallaba el cuadro de un artista famoso que Hunt me había
regalado por mi penúltimo cumpleaños. Era una colorida
pintura abstracta de nosotros cuatro en la que cada uno tenía
un color. Solo si conocías la fotografía original podías saber
que éramos nosotros. Mientras que yo lo consideraba parte del
mobiliario y ya casi ni lo veía, Rosie se quedó observándolo
un instante antes de seguirme al cuarto de baño.
Eché un vistazo para comprobar que todo estaba en orden y
metí deprisa en el cajón del lavabo la máquina de afeitar.
Después fui al armario y abrí la puerta: dentro había toda una
colección de tintes, además de accesorios como pinceles,
guantes y vaselina.
—Aquí tienes. Todo tuyo.
Rosie miró boquiabierta los aproximadamente quince
colores distintos que estaban dispuestos en una fila perfecta.
—Lo que no puedo es garantizarte el resultado, porque
llevan ahí algún tiempo —añadí, pero Rosie ya había alargado
la mano y había empezado a inspeccionar cada uno de los
envases. Los botes eran opacos y no permitían ver el color, así
que se puso a leer las etiquetas.
—No me puedo creer que tengas media peluquería en el
armario —observó risueña—. Qué práctico.
—Con los lavados el tinte no dura nada, y cuando quiero un
cambio, lo quiero ya. Soy muy impaciente, por eso hago
acopio —aclaré, y su sonrisa se ensanchó.
—Tendría que habérmelo imaginado —farfulló mientras
finalmente sostenía en alto un envase—: Este suena bien.
Me incliné un poco para ver lo que ponía:
—Rosa algodón de azúcar. —La miré e intenté imaginarla
con ese color.
Sus ojos volvieron al armario y de nuevo a mí.
—¿Te tiñes conmigo? —preguntó al cabo.
—Se supone que hoy eres tú la que necesita un momento de
relax. Y… —Dejé la frase en puntos suspensivos unos
segundos.
—¿Y qué? —inquirió ella con cautela.
Carraspeé.
—Me encanta llevar el pelo de colores, ya lo sabes, pero
hace siglos que no lo tenía como ahora. Casi es como antes,
cuando todavía no era Beast, ¿sabes? —«Y cuando todavía no
era adicto», añadí mentalmente, pero fue como si Rosie lo
entendiera sin necesidad de palabras, porque a sus ojos asomó
una expresión compasiva.
—Lo entiendo perfectamente. En ese caso me teñiré sola.
—Parecía indecisa, como si no tuviese claro si debía irse del
cuarto de baño o no.
—Lo del relax iba en serio —insistí mientras señalaba el
tinte—. ¿Te lo hago yo?
Ella pestañeó una vez. Y otra.
—¿Quieres teñirme el pelo? —Parecía tan desconcertada
que casi tenía gracia. Al mismo tiempo me pregunté si no le
apetecería, porque lo último que quería era ponerla en una
situación incómoda.
—He pensado que así sería casi como ir a la peluquería —
precisé—. Que no es que quiera decir que sea peluquero, ni
mucho menos. Pero si quieres lo hago. Así podrás ponerte
cómoda y relajarte. Pero… también me puedo quedar sentado
a tu lado y listo. O incluso irme. —Ahora ya desvariaba,
porque no sabía lo que quería Rosie, y eso era lo único
importante.
—Pues… claro, gracias —dijo, y la sonrisa volvió a su
rostro—. Solo tengo que mirar cuál de mis camisetas sacrifico,
porque no he metido ninguna de las que utilizo para teñirme el
pelo.
—Puedes ponerte una mía, si quieres. Tengo algunas viejas.
De nuevo titubeó un instante antes de asentir.
—Sería genial, gracias.
Salí del cuarto de baño y fui al vestidor, contiguo al
dormitorio. De un cajón saqué una de las camisetas manchadas
de distintos colores. Los de esa eran grises claros y negros,
verdes y violetas, que en algunos sitios se superponían y daban
como resultado un marrón nada atractivo. La cogí a pesar de
ello. Antes de regresar al cuarto de baño me llevé también la
silla del estudio, que era cómoda y podía ajustarla para que se
reclinase hacia atrás.
—Esta es la primera que he pillado —dije cuando volví con
ella arrastrando la silla.
Rosie cogió la camiseta.
—Gracias. ¿Te importa… darte la vuelta un momento?
El calor me subió a las mejillas y obedecí en el acto. La
garganta se me secó cuando poco después oí que algo caía al
suelo.
Se oyó el roce de la tela y Rosie carraspeó.
—Lista.
Pasé por alto el calor que me subió al cuello y me concentré
en acercar la silla a la bañera antes de señalarla.
—Siéntate.
Rosie hizo lo que le pedía y tomó asiento. Intenté no prestar
mucha atención a cómo le quedaba mi camiseta. Era más
difícil de lo que había pensado, pero procuré concentrarme y
dirigí mi atención a la alcachofa de la ducha. Abrí el grifo.
Para aplicar el tinte había que humedecer el cabello y secarlo
con una toalla.
—Échate un poco hacia atrás —pedí cuando Rosie se hubo
sentado.
Ella apoyó con cuidado la espalda en el respaldo de la silla,
que acto seguido se reclinó. Solo cuando eché mano de la
alcachofa fui consciente de lo que le había propuesto: que la
tocaría incesantemente durante la próxima media hora. Sin
embargo, cuando dejé que el agua le humedeciera el cabello,
no sentí que hubiese nada raro en ello. Al igual que la noche
que nos quedamos dormidos en el sofá, en su presencia no me
sentía cohibido. Lo único que me preocupó fue percibir el
aroma de su gel de baño y que al rozarle sin querer el hombro
con el brazo me invadió un calor inmediato. La cercanía hizo
que el pulso se me acelerara. Me dio la impresión de que el
corazón me latía demasiado deprisa.
—¿Así bien? —pregunté.
—Mmm —repuso Rosie. Se parecía al sonido que había
proferido hacía unos días, cuando acababa de instalarse en la
casa de invitados y le había aplicado frío en la frente. Entonces
también parecía igual de distraída.
Me pregunté dónde estaría en ese momento, porque me
habría gustado que fuese conmigo. Y es que los últimos días
se había mostrado ausente. No sabía si lo que estábamos
haciendo era una idea muy buena o muy mala, pero seguí
adelante. Después de cerrar el grifo, le ofrecí una toalla para
que se envolviera el pelo mientras yo me acercaba al lavabo y
vertía el tinte en un pequeño recipiente azul oscuro. Era rosa
chillón, no claro, que era lo que yo me esperaba al ver el
nombre, pero sabía que a menudo el resultado era distinto de
lo que indicaba el recipiente. Lo mezclé todo con un pincel,
cogí la vaselina y tragué saliva cuando, bote en mano, vi la
cara interrogativa de Rosie.
—Te voy a untar con ella la cara y las orejas, ¿vale? —La
voz me salió más ronca de lo que me hubiera gustado.
Rosie se limitó a asentir y me miró mientras abría el bote y
metía los dedos en él. Inclinado sobre su cara, cogí aire con
fuerza y acto seguido empecé a aplicarle vaselina junto al
nacimiento del cabello. Después continué con suavidad por
toda la cara. Cuando mis ojos se cruzaron con los suyos, noté
que algo se contraía con fuerza en mi estómago. Durante un
instante no pude dejar de mirarla, pero luego logré rehuir sus
ojos azul hielo e intenté hacer como si fuese alguien que solía
hacer eso mismo con otras personas. Poco a poco me fue
resultando un poco más fácil.
En ese momento Rosie levantó la mano y se rascó la punta
de la nariz. Entonces descubrí en el pliegue del codo algo en lo
que hasta entonces no me había fijado.
—¿Qué es eso? —pregunté mientras apuntaba a su brazo
con el mentón.
—Nada —repuso deprisa. Demasiado deprisa.
Retiró el brazo, pero lo seguí con la mirada y me volví de
manera que pudiera verlo bien. Y supe lo que era: un pequeño
trébol rojo.
Sonreí de oreja a oreja.
—¿Desde cuándo lo tienes?
Lanzó un suspiro y dejó de intentar ocultarme el brazo. Se
pasó el pulgar de la otra mano por el pequeño tatuaje.
—Me lo hice a los diecisiete años.
Proferí un silbido en señal de reconocimiento.
—Eso sí que es entrega.
—Me parecía algo atemporal, y tenía razón —contestó.
Tapé la vaselina y fui al lavabo, donde me lavé las manos
para a continuación ponerme los guantes de látex.
—¿Qué te dijo tu padre cuando te lo vio?
Ella bajó la vista, compungida.
—No me habló durante una semana —admitió al cabo de
un rato.
Volví con el cuenco del tinte en la mano.
—Así que pagaste un precio alto por ese pequeño trébol.
—Muy alto. Pero valió la pena. —Arrugó la frente—. O al
menos siempre pensé que había valido la pena. En realidad es
un milagro que en el artículo no pusiera nada del tatu.
—Eh —dije en voz baja, y esperé a que me mirase—.
Prohibido hablar del artículo en tu momento de relax.
A sus labios asomó una sonrisilla.
—Solo están permitidas las cosas positivas, ¿es eso?
—O por lo menos nada que nos dé bajón, que por desgracia
es lo que consigue ese artículo. —Dejé el recipiente en el
borde del lavabo y luego me coloqué detrás de Rosie y me
incliné hacia delante para que pudiera verme la cara—. Allá
voy, ¿vale?
Solo después de que hubiese asentido separé el primer
mechón de pelo. La verdad es que no era muy distinto de
cuando me lo hacía a mí mismo, y le apliqué el tinte con
movimientos diestros.
—¿Quieres que ponga música? El cuarto de baño tiene un
sistema de sonido incorporado.
—Qué raro… —farfulló.
—¿Qué has dicho? —pregunté, pero ella se limitó a negar
con la cabeza risueña.
—Nada. ¿Dónde está el mando a distancia?
—No hay. Pero puedes conectarte con el móvil y poner lo
que quieras.
Sacó el móvil en el acto mientras yo cogía otro mechón y
me esmeraba en cubrir con el tinte cada uno de los cabellos.
—¿Tengo que darle aquí? —me preguntó mientras
levantaba el teléfono para que yo lo pudiera ver.
—Sí.
Poco después, de los altavoces integrados en el techo salió
música. Una música que me resultaba conocida.
—Tienes un sentido del humor cuestionable —comenté
cuando la voz de Thorn resonó en el cuarto de baño.
—Me has dicho que podía poner lo que quisiera —contestó
Rosie, y fue como si le viera la astuta sonrisa sin necesidad de
echarme hacia delante de nuevo—. Es mi playlist de sentirme
bien, pero no te preocupes, que hay más grupos.
Sacudí la cabeza divertido.
—Está bien.
—Si sintieras ahora mismo el deseo irrefrenable de ponerte
a tocar la batería, no te cortes. —Echó la cabeza atrás para
mirarme. En sus ojos había una chispa que casi parecía
juguetona—. Sé que no has vuelto a tocar aún.
—¿Cómo? —inquirí.
—La batería está en la casita de invitados.
Solté algo a medio camino entre la risa y el resoplido.
—En esta casa hay tres baterías, Rosie. Cuatro, contando
con la vieja del garaje.
Se quedó sin palabras…, pero no por mucho tiempo.
—Entonces ¿has vuelto a tocar?
—No.
—¿Te sigues sintiendo intimidado?
Tuve que pararme a pensar en la pregunta. Ahora por los
altavoces sonaba la voz de Buck, que hablaba de sentimientos
que creía perdidos, que despertaban en él recuerdos dolorosos.
—Un poco, pero estos días me ha apetecido a menudo.
—Bien, pues en ese caso seguro que la terapia musical de
Rosie mientras le tiñen el pelo te será de ayuda. —Puso algo
en el móvil y yo eché un vistazo a la siguiente lista de
reproducción.
—¿Qué significa «SLBO»? —me interesé.
—¡Oye! ¡No mires! —exclamó mientras tapaba el teléfono
con la otra mano—. Significa «Scarlet Luck Best Of».
—Madre mía —farfullé—. A ver si lo adivino: ¿está
«Sweet Girl»?
—Pues claro que está «Sweet Girl». Es un clásico.
Suspiré. Era una de esas canciones malas con ganas, pero
que por desgracia entre los fans había llegado a ser de culto,
tanto que desde hacía siete años siempre pedían que la
cantáramos.
—Por favor, ahórramela.
—Seguro que si la escuchas te entran más ganas de tocar
aún, porque te recordará a tus inicios.
—Más bien lo que hará es que salga corriendo para que no
me dé pena. ¿Qué más pesadillas hay en esa lista?
—«Teach Me Something.»
Cerré un instante los ojos con fuerza.
—Veo que quieres torturarme de verdad.
—Es mi Best Of personal, deja de criticarlo.
Me callé y seguí pasándole el pincel por el pelo mientras de
fondo nosotros cuatro hablábamos de la chica más dulce del
mundo, que solo existía en nuestros sueños. Mientras tanto,
me atormentaron de mala manera los recuerdos del vídeo, en
el que nuestro antiguo sello nos obligó a hacer una especie de
coreografía en uno de los estribillos que salió fatal y todavía
me perseguía en mis pesadillas. Sí, me alegraba el éxito que
había cosechado la canción en su día, pero no, no quería
volver a oírla, y menos aún tocarla, porque cada vez que lo
hacía me moría de vergüenza. Cuando empezó la siguiente
canción, estuve a punto de quejarme de nuevo, pero entonces
vi que Rosie llevaba el compás con el pie y cantaba en voz
baja. Era difícil decir nada viéndola a ella así de adorable. Por
lo visto apreciaba incluso nuestras peores canciones.
Probablemente yo también debería hacerlo.
Cuando empezó a sonar la siguiente yo casi había
terminado con el tinte y era todo oídos. Se trataba de «Cruel
Midnight», una de las canciones de nuestro último álbum.
Sabía que era la preferida de Rosie de ese disco. Seguía
llevando el compás mientras yo embadurnaba los últimos
mechones y, para acabar, distribuía por el pelo lo que quedaba
del tinte.
—Está bien, tú ganas —dije mientras dejaba el recipiente a
un lado. Después me quité los guantes, cogí un disco de
algodón y le retiré la vaselina de la cara.
Rosie paró de tararear y me miró mientras yo le quitaba
tinte de la oreja.
—¿A qué te refieres? —preguntó volviéndose hacia mí.
Tiré el algodón y cogí mi móvil.
—Tenemos veinte minutos. —Puse el temporizador—. Voy
a tocar la batería veinte minutos.
Sus ojos se iluminaron.
—¿En serio?
Asentí.
—¿Puedo ir contigo para darte apoyo moral o prefieres
estar solo?
—Esa playlist espantosa tuya ha sido decisiva, así que… Sí,
puedes venir.
No hizo falta que se lo dijera dos veces. Se levantó
literalmente de un salto; unas gotas de tinte rosa fueron a parar
a sus hombros.
—¿Adónde vamos?
—Al estudio.
Salí del cuarto de baño con Rosie pegada a mí. Iba dando
saltitos a mi lado y, como estaba tan contenta, incluso me dio
lo mismo que pudiera salpicar un poco de tinte en la pared.
Ya en el estudio, Rosie lo miró todo detenidamente: el sofá
de piel negro contra la pared y el cartel enmarcado de nuestra
primera gira mundial que colgaba encima; la mesa de mezclas
de enfrente; los monitores, sobre la ancha mesa, y, por último,
los numerosos instrumentos, alineados a un lado.
Durante el último mes y medio había ido allí a menudo y
me había quedado mirando los instrumentos, y en particular la
batería, pero no me había atrevido a sentarme en el taburete.
Algo me lo impedía siempre. Y eso mismo me pasaba ahora.
Quería, pero al mismo tiempo era como si en mí se levantara
un muro de pronto.
Respiré hondo mientras continuaba sonando «Cruel
Midnight» por el equipo del cuarto de baño. Rosie estaba a mi
lado y yo sentía que me observaba. En cierto modo me sirvió
de ayuda, aunque no entendiese por qué. De haber entrado en
esa habitación yo solo, posiblemente me habría dado media
vuelta en el acto. Pero ahora que ella estaba conmigo y por el
pasillo se colaba una de sus canciones favoritas, me armé de
valor. Era capaz de hacerlo. Para alegrarle el día. Y por mí
mismo, para demostrarme que seguía siendo músico.
Exhalé despacio y me senté. Cuando cogí las baquetas me
sentí de lo más normal, al menos físicamente. Por dentro, en
cambio, fui consciente de la agitación cuando coloqué bien el
taburete. Era cómodo. Ese era el sitio en el que había pasado
horas, día sí día también. Cada vez que mis pensamientos se
volvían demasiado ruidosos, ese era uno de mis refugios, que
siempre me proporcionaba paz interior.
Con esa idea en la cabeza, empecé.
Me puse a tocar, titubeando primero, pero al darme cuenta
de lo familiares que le resultaban los movimientos a mi cuerpo
incluso después de todos esos meses, puse más energía.
Acompañaba a la música, que llegaba amortiguada. Al cabo de
unos segundos una sonrisa espontánea asomó a mis labios.
«Ya ves que no es tan difícil», pensé.
Disfrutaba del sonido de la batería, de cómo cada toque de
tambor derribaba el muro que se alzaba en mi cabeza como si
de una maza se tratase. Los golpes contundentes y atronadores
del bombo, la combinación de los distintos sonidos, tan
potentes que no dejaban sitio a nada más y que tanto había
echado de menos; solo ahora era consciente de ello. Fue igual
que cuando había vuelto a ver a los chicos o a Rosie por
primera vez después de salir de la clínica; el miedo que sentía
había acabado siendo tal que había llegado a parecerme casi
insalvable y, sin embargo, todo había ido sobre ruedas. Justo
eso sentía ahora con cada movimiento, con cada uno de los
beats, que hacían que el corazón me latiese con fuerza en el
pecho. Eso era música. No es que estuviese tocando con
especial elegancia o estilo, pero era música. Daba lo mismo
que en una ocasión me perdiera y necesitara un tiempo para
encontrarme. Daba lo mismo que tuviera las palmas de las
manos tan húmedas que sentía que las baquetas se me
resbalarían de un momento a otro. Era música, una parte
esencial de mi ser, y la sensación no podía ser mejor.
Levanté la cabeza y miré a Rosie para decirle cómo me
sentía, pero cuando nuestros ojos se encontraron, no fui capaz
de pronunciar una sola palabra. La expresión con la que me
observaba solo hizo que el pulso siguiera acelerándoseme.
Eran tantos los sentimientos que dejaba traslucir: una mezcla
de asombro, orgullo y algo que parecía un cariño inmenso. Y
mientras el puente daba paso al estribillo, intenté transmitirle a
ella eso mismo con mi expresión. Demostrarle con mi mirada
y con cada apasionado movimiento de mis brazos que lo que
estaba sucediendo en ese instante se lo debía a ella y solo a
ella, ya que era verdad.
Lo que estaba haciendo ahora lo hacía por mí, cierto, pero
sobre todo por ella, pues si había ocurrido era gracias a ella.
27

Rosie
Estaba hecha una mierda, una auténtica mierda, por culpa de
muchos factores. Desearía poder decirlo de manera un poco
más fina, pero por desgracia no era posible.
Los últimos días habían sido una tortura. No quería pensar
constantemente en lo que seguía sintiendo al tener cerca a
Adam. De verdad que no. Siempre que podía me volcaba en el
trabajo —de todas formas, por Navidad había mucho que
hacer debido a los numerosos patrocinadores—, lo cual
suponía una gran distracción, pero él no dejaba de frustrar mis
planes de mantener las distancias. Me animaba una y otra vez
a pasar tiempo con él, y no es que eso fuese malo, al contrario.
Ver que revivía poco a poco, que trataba a sus amigos abierta y
afectuosamente, que empezaba de nuevo a hacer música y que
volvía a haber más y más vida en sus ojos y en él en general
era maravilloso. Y era justo ahí donde residía el problema.
Se preocupaba por mí. Me obligaba a hacer descansos y me
cuidaba. Hablaba conmigo, procuraba satisfacer todos mis
deseos y hacía cosas conmigo que tenían por objeto
levantarme el ánimo, como lo de teñirme el pelo. Pero en este
último caso su forma de tocarme mientras lo hacía sacudió en
mí algo que de ningún modo podía permitir que se me notase.
Después de la noche del sofá, me había dado cuenta de lo
peligrosa que era para mí esa proximidad.
Me sentía demasiado bien en compañía de Adam. Siempre
que estaba cerca de mí yo quería más. Más caricias, más
abrazos, en definitiva: más. Y cada una de esas veces
recordaba que en realidad tendría que haber dejado atrás esa
idea hacía tiempo. Distraerme era fundamental si no quería
volverme completamente loca en casa con él, pero, por
desgracia, mis posibilidades seguían siendo limitadas debido
al alboroto mediático; por este motivo solía aceptar las
invitaciones de los chicos, sobre todo si también iba Ashley.
Esa tarde estábamos en casa de Cillian Hunt. Vivía en una
villa en Hollywood Hills con vistas a las montañas y una gran
piscina en la que nos encontrábamos en ese momento. Los
chicos se habían retirado al estudio que tenía allí Hunt, donde
ese día querían tocar juntos por primera vez, y nos habían
dado a entender que preferían estar solos, algo que tanto
Ashley como yo entendíamos perfectamente.
—Te queda supermono —decía en ese momento Ashley
mientras me tocaba el pelo—. Ahora me recuerdas a un hada.
—El color se llama «rosa algodón de azúcar», pero «rosa
hada» casi me gusta más. —Yo misma me toqué un mechón,
risueña—. Me lo tiñó Adam.
Ashley suspiró con suavidad.
—Es un amor.
No podía decirle que no, porque yo opinaba lo mismo.
—Quería animarme. Un día de relax, por el dichoso drama
este.
—Lo que te decía: un amor. —Se echó hacia delante y
movió las piernas en el agua—. Cuando lo conocí, hace ya
tiempo, jamás habría pensado que pudiera ser así. Parecía
tan… frío, tan reservado.
—Eso mismo pensé yo. Pero en él hay más cosas de las que
enseña al resto del mundo. Muchas más. —Las palabras me
salieron como por iniciativa propia y miré en el acto a Ashley,
ya que temía haber hablado demasiado. Sin embargo, en su
mirada no había ni sorpresa ni incredulidad, solo afecto.
Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.
—Haríais muy buena pareja —afirmó.
Sacudí la cabeza inmediatamente.
—Solo somos amigos. A ver… —Se me escapó un
pequeño suspiro—. En su día me habría gustado intentarlo,
pero él no quería una relación. Y lo respeto.
—¿No te resulta difícil? —preguntó con pies de plomo.
Me limité a encogerme de hombros. Nuestra situación no
había cambiado nada.
—Prefiero ser amiga suya a nada, porque esto último ya lo
probamos y el tiempo que pasé sin él fue espantoso.
Ashley se paró a pensar mientras movía de nuevo las
piernas en el agua.
—A veces las cosas cambian.
—Lo dices casi como si hablaras por experiencia propia —
apunté con cautela.
Ella miró las suaves ondas que se formaban en el agua.
—A veces se necesita tiempo para volver a meterse en una
relación. Yo todavía no puedo, pero empiezo a pensar en ello.
Solo me queda esperar que no sea demasiado tarde cuando
esté lista.
Yo estaba segura al noventa y nueve por ciento de que
hablaba de Logan. Era evidente que a él le gustaba mucho.
Ashley me había vuelto a contar lo mala que había sido la
experiencia de su última relación y lo mucho que la había
marcado, dejando entrever a menudo que no estaba preparada
para involucrarse en algo serio tan pronto. Ahora, por primera
vez, daba la impresión de que algo había cambiado. Y a juzgar
por cómo la miraba y la trataba Logan, yo estaba segura de
que no perdería el interés de repente.
—Seguro que no es demasiado tarde —afirmé, dudando
que esas pobres palabras le fueran de ayuda—. Nunca es
demasiado tarde para nada.
Ella me sonrió de soslayo.
—Puede que para vosotros tampoco.
En ese momento se oyeron voces en la terraza. Ashley y yo
nos volvimos hacia el resto, que se acercaban hacia nosotras.
Vi en el acto lo cargados de energía que estaban los cuatro.
Incluso desde lejos se sentía literalmente el dinamismo que
irradiaban. Por lo visto, lo de tocar había ido bien, ya que
bromeaban entre sí, se reían y Hunt le había pasado un brazo
por los hombros a Adam.
Cuando este levantó la vista, fue como si alguien me
quitara todo el aire de los pulmones. Siempre me ocurría
cuando sonreía y le veía los hoyuelos. Antes sucedía tan pocas
veces que ahora disfrutaba con todo mi ser de verlo así. La
mayoría de las ocasiones era como si durante un instante el
tiempo se ralentizara. Como ahora. Nos miramos, seguro que
tan solo uno o dos segundos, pero me dio la impresión de que
era casi una eternidad a la que me abandoné encantada.
«Madre mía, estoy fatal —se me pasó por la cabeza—. Pero
fatal.»
—Vaya, por lo que veo tenéis calor —observó Thorn, y
dejé de mirar a Adam cuando Thorn echó a andar a buen paso
hacia nosotras.
Ashley fue más rápida que yo y se levantó de un salto. Yo
no entendí por qué lo hacía, y cuando lo hice ya era demasiado
tarde: Thorn estaba a mi lado y, a diferencia de la de Adam, su
sonrisa no era tierna e increíblemente bonita, sino diabólica.
—Hola, Rosie. —Se agachó y me cogió por debajo de los
brazos.
Solo entonces caí.
—Ah, no. De eso nada —contesté, y me solté y di un salto
hacia un lado.
Jasper se inclinó hacia delante y nos miró alternativamente
a Ashley y a mí.
—La piscina está climatizada. ¿Quién quiere darse un
bañito?
—Báñate tú, si tantas ganas tienes —le sugirió Ashley.
No hizo falta que se lo dijera dos veces. Se quitó la camisa
—no pude evitar quedarme mirando un poco de más su
tonificado abdomen— y acto seguido cogió carrerilla. Aterrizó
en el agua con tanta fuerza que me salpicó incluso a mí, que
me encontraba a dos metros de distancia.
—Pero ¿qué…? —musitó Hunt detrás de mí, y también se
quitó la camiseta y los vaqueros y se tiró a la piscina.
Cuando Thorn asomó en la superficie, Hunt se abalanzó
sobre él y los dos empezaron a hacerse aguadillas. Logan tomó
impulso, pero sin desvestirse antes. Se lanzó al agua con gorro
y todo.
Ashley y yo nos miramos y sonreímos. Después me tendió
la mano y la agarré.
—¡Una, dos… y tres! —exclamó Logan desde la piscina, y
nosotras nos soltamos, nos apartamos del borde y nos tiramos
al agua.
Estaba más caliente de lo que yo pensaba y al mismo
tiempo resultaba refrescante. Cuando asomé la cabeza, solté
una risotada y me eché el pelo hacia atrás. Probablemente
dejara una gran parte del tinte en la piscina, ya que me lo
acababa de poner, pero no importaba. En ese momento Ashley
se estaba echando encima de Logan, cuyo cabello rubio
apuntaba hacia todas partes, pero él la agarró antes, la levantó
y ella pegó un grito cuando la lanzó de nuevo al agua. Hunt y
Thorn seguían con el forcejeo, así que me volví hacia Adam,
que aún estaba en el borde con los brazos cruzados, viendo
cómo nos divertíamos en la piscina.
—Ven —lo animé moviendo un dedo para atraerlo hacia
nosotros.
Él arqueó una ceja.
—No quiero mojarme la ropa.
—Pues entonces ayúdame a salir.
Le tendí la mano, pero él se limitó a sonreír.
—Buen intento, Hart, pero a mí no me engañas.
Apoyé ambas manos en el borde de la piscina para
impulsarme y salir. El aire me recorrió la piel y sentí frío
mientras iba despacio hacia él, que en lugar de huir se quedó
donde estaba, cruzado de brazos, mirándome sin inmutarse.
—Te voy a mojar —lo amenacé.
—Inténtalo y verás —repuso, si bien ahora emprendió la
retirada mientras de fondo seguían oyéndose los gritos de
Ashley y Thorn.
Adam dio un paso a la izquierda, yo imité su movimiento y
me acerqué más a él. Corrió hacia la derecha y después a la
izquierda, pero estaba preparada: cuando dio un salto a la
derecha, arremetí contra él. Con demasiado ímpetu, sin
embargo, ya que choqué contra él a toda velocidad. Adam
profirió un suave «ay» y yo perdí el equilibrio y me agarré con
fuerza a su camiseta. Él me puso una mano en la cadera y me
estabilizó para que no me cayera.
—¡Te cogí! —exclamé con aire triunfal mientras me
sacudía el agua del pelo. Entornó los ojos cuando le salpicó la
cara.
—Más bien es al revés —contestó él pasándose el brazo por
los ojos. Después se miró—: Bueno, pues ya te has cargado
otra de mis camisetas.
Saltaba a la vista a qué se refería: había manchas rosas por
toda su camiseta gris.
—Ha valido la pena —afirmé, y volví a mirarlo a los ojos
—. Vente al agua. Está muy calentita.
Él negó con la cabeza.
—No, pero si tantas ganas tienes tú de meterte… —Antes
de que me diera cuenta de lo que estaba pasando, se agachó y
me metió un brazo por debajo de las rodillas. Di un grito
cuando me levantó.
—Adam —advertí.
Sonrió de oreja a oreja.
—Me han dicho que el agua está calentita.
Su sonrisa triunfal fue lo último que vi antes de que me
arrojara a la piscina.

De vuelta a casa, Adam permaneció muy callado, lo cual me


pareció extraño. Yo iba a su lado en el coche, con un pantalón
de chándal y una camiseta negra de manga larga de Hunt, y en
ese momento estaba respondiendo un mensaje de Ashley, que
acababa de mandarme fotos de esa tarde. En la mayoría
estábamos todos, Adam casi siempre junto a la piscina en una
de las tumbonas, observándonos. Cuando bloqueé el móvil y
lo miré, me percaté de que pasaba algo. De la alegría de antes
parecía no quedar mucho y me pregunté a qué se debería.
Quería interrogarlo, pero le conocía, y con preguntas directas
no se llegaba muy lejos. Tenía que ser más sutil.
—Debo admitir que me da un poco de envidia la piscina de
Hunt —empecé.
—No te la daría si supieras las cosas que hace en ella —
contestó él, con tal sequedad que lo miré con cara de susto.
Entonces vi que sonreía.
—¿Por eso no te has metido? ¿Porque a Hunt le gusta hacer
guarradas en la piscina? Dicho esto, prefiero que no me las
cuentes; quiero dormir esta noche.
La sonrisilla de Adam se esfumó deprisa. Después me miró
de soslayo un momento.
—Sé perfectamente lo que estás haciendo.
—¿Qué estoy haciendo? —Mi voz era la inocencia en
persona.
—Intentar sonsacarme algo.
Me dejé de sutilezas.
—Te lo vuelvo a repetir: no te sonsaco nada, tan solo
dialogo contigo. Es lo que hacen las personas que se caen bien,
a veces. Sobre todo cuando da la impresión de que a la otra
persona le preocupa algo.
Resopló mientras entraba en la rampa con el coche y lo
aparcaba en el garaje. Yo esperaba que dijese algo, pero tardó
algunos segundos en hacerlo. Apagó el motor y yo permanecí
en silencio un rato.
—No estoy como antes —respondió al final, en voz queda.
Lo miré con perplejidad y, tras repetir mentalmente sus
palabras, no fui capaz de encontrarles sentido.
—¿Qué quieres decir con eso?
Adam suspiró con vehemencia y miró al techo del coche.
—Hace un momento, en casa de Hunt, me… me habría
gustado meterme en la piscina con vosotros, pero no he
podido. Porque de repente en mi cabeza se ha hecho el caos.
Traté de entenderlo con todas mis fuerzas, pero no lo seguía
del todo. Posiblemente él se diese cuenta, ya que carraspeó y
continuó hablando, ahora con la vista fija en el regazo.
—Para meterme en la piscina habría tenido que quitarme la
ropa y no me la quería quitar. Y si me hubiese tirado al agua
vestido, habría tenido que venir a casa desnudo, lo cual no
habría sido buena idea, porque estás tú en el coche y además
no me habría gustado acabar en chirona por escándalo público.
Entonces Hunt se habría ofrecido a prestarme algo suyo y no
me habría quedado más remedio que explicarle que ahora soy
por lo menos dos veces él, y su ropa no me entraría ni de coña
y… —Hizo una pausa para coger aire—. Que habría sido
incómodo, vamos. Desde que salí de la clínica no me siento a
gusto con mi cuerpo. Y a diferencia del resto…
Yo seguía mirándolo, y como dejó la frase a medias insistí:
—A diferencia del resto ¿qué?
Él soltó el aire de golpe.
—A diferencia de ellos, estoy hecho un asco.
Lo que dijo me dejó sin palabras. No sabía que se sintiera
así. Me sentía fatal por haber intentado convencerlo para que
se tirara.
—Perdona por ponerme pesada con que te metieras en la
piscina. No sabía que te sentías así.
Él se limitó a encogerse de hombros.
—Tampoco es tan importante.
—Pues claro que es importante. Tienes derecho a pensar
eso. Bueno, cuando dices que estás hecho un asco.
Él arrugó la frente sin dejar de mirarse al regazo. Después
empezó a subirse y bajarse los anillos en los dedos lentamente,
lo que hacía siempre que algo lo incomodaba. Un mecanismo
de distracción.
Me desabroché el cinturón de seguridad y me volví hacia él
por completo para verlo bien.
—Adam.
Él alzó la vista. Vacilante y con una vulnerabilidad que
parecía desconcertarlo incluso a él mismo.
—Te entiendo a la perfección, pero lo digo en serio: para
nada estás hecho un asco. Si acaso, estás asquerosamente
bueno.
Las arrugas de su frente se intensificaron. Durante esos
últimos días Adam había hecho todo cuanto había podido para
que yo me sintiera mejor. Para demostrarme que podía contar
con él, como antes. Yo quería hacer eso mismo por él. Y más.
—No pongas esa cara de escepticismo —pedí ladeando la
cabeza. Lo miré de arriba abajo, examinando cada detalle. Su
espalda, ahora más ancha; sus brazos morenos; la barriga, que
al parecer tanto lo acomplejaba; los vaqueros, que se le
tensaban en los muslos. Yo lo seguía viendo todo igual que
antes. Seguía siendo Adam. Mi guapo, duro y luchador Adam.
Volví a centrarme en su cara. En su mandíbula, la barba de tres
días, el rojo de sus mejillas, la curva de sus labios y por último
sus ojos. Esos impresionantes ojos dorados—. Eres guapo a
rabiar —afirmé con énfasis.
Tragó saliva y dio la impresión de que le costaba un gran
trabajo. Él me miró a su vez, su semblante ensombreciéndose,
deteniéndose en mis labios. Pasaron unos segundos durante los
cuales el único sonido era el de nuestra respiración. Tragó
saliva de nuevo; fue como si titubeara. Me miró un instante a
los ojos, después bajó por mi cuerpo y, por último, exhaló
frustrado.
—Gracias. Tú también —contestó con voz ronca. Dicho
eso, apartó la vista, abrió la puerta del coche y me dejó allí,
atónita.
Solo después de unos segundos logré liberarme de mi
estupor, abrir la puerta y bajarme. El corazón me latía deprisa.
Adam me había mirado como si quisiera hacer algo más que
devolverme el cumplido. Había algo en sus ojos que casi
parecía deseo, y me sacudió como no creía posible que pudiera
hacerlo.
Fui detrás de él, que estaba abriendo la puerta de casa, y
entramos juntos. El cerebro me iba a mil. A la cabeza me
vinieron las palabras de Ashley de que a veces las cosas
cambiaban y que lo había visto en ella misma. Después repasé
mentalmente los últimos momentos que había vivido con
Adam. Las imágenes desfilaron como a cámara rápida: su
forma de cuidarme, de tocarme, de buscar mi cercanía, de
hablar y reírse conmigo y quedarse dormido a mi lado en el
sofá. De protegerme. De mirarme y ensombrecérsele el
semblante al hacerlo, como si se le pasaran por la cabeza cosas
que entre amigos no eran planteables.
Una pregunta afloró a la superficie de mis pensamientos.
Una pregunta que se volvió tan sonora e insistente que me dio
miedo lo que iba a hacer a continuación.
Nos encontrábamos en su salón y él parecía no saber muy
bien qué hacer. Le sucedía exactamente lo mismo que a mí. El
silencio se dilató entre nosotros hasta que no aguanté más.
—¿Adam? —lo llamé, y aunque mi voz era muy baja,
resonó en la habitación.
Él se volvió hacia mí con rostro interrogante.
Carraspeé.
—Cuando estuve aquí la otra vez, en la casita de invitados
no había nada —empecé, sin saber muy bien lo que estaba
haciendo—. Pero me he dado cuenta de que ahora hay muchas
cosas tuyas.
Él rehuyó mi mirada; me dio la impresión de que se paraba
a pensar en lo que le había dicho, pero después concluyó que
no tenía sentido obviar la pregunta.
—Las últimas semanas he estado durmiendo allí.
Abrí la boca y la volví a cerrar. Durante un instante no supe
qué decir. El corazón me latía cada vez más deprisa, ya que
tenía la sensación de que se avecinaba algo importante.
—¿Por qué? —Era la pregunta obvia.
De nuevo guardó silencio, durante tanto rato que yo ya
creía que no me contestaría. Finalmente me miró. Yo no era
capaz de interpretar la expresión de sus ojos.
—Porque es donde dormías tú.
Lo observé sin decir nada. No sabía a qué se refería con eso
y al mismo tiempo sus palabras decían mucho, muchísimo.
Cosas que ya no me atrevía a esperar oír.
Había estado durmiendo allí porque yo había estado
durmiendo allí. Era como si quisiese estar cerca de mí.
—Y hay más —dije despacio, sosteniendo su mirada
impenetrable—. Hablas conmigo por teléfono cuando me
siento mal. Me regalas chocolate cuando me espera una
entrevista difícil. Me envías a tu guardaespaldas porque te
preocupas por mí. Permites que me quede en tu casa cuando
me asedian los paparazzi. Dejas que me quede dormida
encima de ti. Siempre quieres tenerme cerca. Y hace un
momento, en el coche, me has mirado como… como si me
desearas.
Él estaba muy quieto. El único movimiento que se
distinguía era el de su pecho, que subía y bajaba deprisa. No lo
perdía de vista, pero seguía sin decir nada.
Hacía esas cosas porque éramos amigos, sí. Pero eso no
podía ser todo. En cada uno de sus actos había algo que iba
más allá. Debido a esa situación, todo se complicaba para mí.
No encontraba explicación a su forma de entregarse a mí. A
excepción de una.
—Eso es algo. —Las palabras salieron de mi boca en voz
baja, apenas audible, así que las repetí, con más claridad esta
vez—. Eso es algo, ¿no?
—Rosie. —Ahora Adam tenía los hombros en tensión y en
su tono había algo que me resultaba conocido: una
advertencia. Ya había pronunciado mi nombre así una vez.
Antes, poco antes de que los dos llegáramos al orgasmo juntos
por teléfono.
Di un paso hacia él; mi cuerpo se movía como por su
cuenta. Adam estaba muy rígido mientras yo lo miraba. La
nuez le subió y le bajó cuando tragó saliva con dificultad.
—Porque para mí sí es algo. Solo para que lo sepas. —Mi
voz era poco más que un susurro.
Me miró a los ojos y después, durante una décima de
segundo, bajó la vista a mi boca.
—Me… —Su voz era rasposa y en ella había una
desesperación que hizo que algo en mí se tambaleara. Su
mirada parecía casi suplicante. No terminó la frase, pero
tampoco hacía falta. Lo veía. No eran imaginaciones mías.
Lo que hacía conmigo, la confianza con que nos
tratábamos, la forma de comportarnos…, eso no era solo
amistad, sino mucho más. Pero no podía ser la única que lo
admitiera. Le había servido mi corazón en bandeja. Ahora le
tocaba mover ficha a él.
Yo seguía mirándolo. Esperando. Y esperando. Una
reacción que no se produjo. Una confesión que probablemente
nunca me hiciese. Quizá fuese cierto lo que había dicho
Ashley, o tal vez no. Algunas cosas no cambiaban nunca, por
mucho que lo deseases. A decir verdad, a esas alturas yo ya
debería haberme acostumbrado al dolor, pero en ese instante lo
sentí de nuevo, como si algo en mí se desgarrara.
Me di cuenta de que lo que estaba haciendo era un error.
Me había dejado llevar por la conversación íntima que
habíamos mantenido y por la cercanía de esos últimos días.
Con lo que acababa de decirle y con la pregunta que llevaba
implícita no solo lo presionaba: de ese modo también me
cargaba todo cuanto, con tanto esfuerzo, habíamos vuelto a
construir, por íntimo que pudiera ser. Nada más percatarme,
me apresuré a poner distancia entre nosotros.
—Perdona —farfullé—. No debería haberte puesto en esta
situación. Me… me voy a la cama.
Di media vuelta deprisa y eché a andar hacia la puerta de la
terraza, pero antes de que pudiera llegar a ella, Adam me cogió
por la muñeca y me volvió hacia él. El corazón se me aceleró
cuando el calor de su piel me atravesó. Lo observé y vi que
algo en su mirada se había derrumbado… y dejaba a la vista lo
que se ocultaba tras el impenetrable muro: un fuego abrasador.
Me miraba con tanto dolor y al mismo tiempo con tanta pasión
que las piernas me flaquearon.
—Tienes razón —admitió con voz grave—. Es algo. —Su
otra mano tocó mi mejilla. Me atrajo hacia él, tanto que yo
sentía que su corazón latía tan deprisa como el mío—. Lo es
todo.
Y entonces me besó.
28

Adam
Hay situaciones en las que has de tomar una decisión. Por
mucho miedo que te dé. Acaba llegando el momento en el que
no puedes seguir escurriendo el bulto y, simple y llanamente,
ya no tienes elección.
Besar a Rosie fue uno de esos momentos, porque ese beso,
la decisión de dárselo, fue inevitable. Llevaba meses negando
la atracción que sentía por ella. Había intentado olvidarla y
encerrar en lo más profundo de mi ser los sentimientos que me
inspiraba para que no volvieran a aflorar; porque creía que ella
estaba mejor sin mí y porque lo que me hacía sentir era tan
intenso que a veces me asustaba, pero ahora que me había
dicho todas esas cosas, que estaba a mi lado y me desafiaba
así, no podía seguir negándolo. Tenía razón, en todo. Quería
protegerla, quería tenerla a mi lado y, sí, buscaba
constantemente su cercanía. Constantemente luchaba contra el
impulso de tocarla. Me resistía a querer más de lo que me
correspondía. Me resistía a todo cuanto traspasara el límite que
yo había trazado entre nosotros.
Para entonces, estaba más que harto de esa lucha. Rosie
estaba allí, yo podía contar con ella y ella conmigo y era tan
increíblemente guapa que me cortaba la respiración. A pesar
de todo el tiempo que había pasado, seguía mirándome de esa
forma indescriptible que parecía transformar todo mi ser en
lava; como si yo fuese algo especial para ella, como si viese
todo cuanto había en lo más profundo de mi ser, incluso las
cosas desagradables e inefables. Como si eso no cambiara
nada lo que sentía por mí. Y es que Rosie era así. Firme. Una
roca en medio de las rugientes olas a la que nada podía
arrastrar. Que hubiese entrado en mi vida era una de las
mejores cosas que me habían pasado, y cuando empecé a
mover mi boca contra la suya y ella me besó, también supe
que esa decisión no podía ser más correcta.
Esta vez no había inseguridad alguna. Las manos no me
temblaban cuando le pasé un brazo por la cintura, y la mano
que tenía en su mejilla fue hasta el pelo para estrecharla más
contra mí. Jadeó levemente cuando mis dientes rozaron su
labio inferior y a ellos les siguió mi lengua. Cuando la suya se
deslizó sobre la mía con la misma intensidad, fui yo quien
jadeó. Rosie me rodeó la espalda con sus brazos y hundió sus
dedos en mis hombros como si buscaran algo a lo que
aferrarse, en vano. A mí me sucedía lo mismo. Su olor en mi
nariz, su sabor en mi boca y su cuerpo pegado al mío…, todo
ello me producía vértigo. Habían pasado años desde la última
vez que había hecho eso, y casi era como la primera vez.
Quizá me diese esa impresión porque era la primera vez que
significaba tanto para mí.
Nos tambaleamos juntos hacia un lado y nos dimos media
vuelta, haciendo que Rosie se diera de espaldas contra la
pared. Mi mano en su cabeza amortiguó casi todo el golpe y
bajé los dedos a su nuca, donde le acaricié el nacimiento del
cabello. Después me separé un poco de ella.
—¿Te sientes cómoda? —Mi voz era tan ronca que dudé
que me entendiera.
Pero Rosie asintió, me echó los brazos al cuello y me
devolvió al lugar en el que quería tenerme.
—Más que cómoda —musitó sin aliento—. No pares.
Si me dejara, me pasaría la noche entera besándola, decidí.
Ahora que habíamos empezado, me resultaba imposible parar.
Nuestras bocas se unieron, febriles, y me sentí tan sumamente
bien que las rodillas me flaqueaban. Cuando adelanté la cadera
y ella dejó escapar un gemido, un calor abrasador me recorrió
el cuerpo entero. Me gustaba lo que estaba haciendo. Me
gustaba mucho. Era indescriptible. Y quería más. Por primera
vez desde hacía una eternidad, quería más. Más de esos
ruiditos que hacía, como aquella vez por teléfono; más de esas
caricias suyas; más de esa boca; sencillamente MÁS.
Mis manos fueron bajando por su espalda hasta llegar a los
muslos. Rosie gimió de manera audible cuando la levanté y la
pegué a la pared. Después, mi mano subió por su cuerpo y
volvió a su nuca para seguir besándola con avidez mientras
ella me rodeaba la cintura con las piernas. Me besaba con la
misma voracidad que yo a ella y enterró una mano en mi
cabello. No pude hacer nada para evitar el grave sonido que
abandonó mi garganta cuando me tiró del pelo. No estaba
seguro de si Rosie era consciente de lo que estaba haciendo,
pero no podía ponerme más. Con la otra mano me acarició la
mandíbula, el cuello y el punto en el que este da paso a los
hombros, y siguió bajando hasta encontrar piel desnuda y, con
cada centímetro de sus caricias, incendiar mi cuerpo.
Debíamos seguir con lo que estábamos haciendo en otra
parte. De lo contrario, acabaríamos en el suelo de un momento
a otro y, con todo el tiempo que hacía que la deseaba, no podía
ser. Rosie se merecía algo más que el suelo. Así que me separé
de la pared con ella, la cogí a horcajadas, levantándola un poco
más, y me puse en movimiento. Por desgracia, para ello tuve
que dejar de besarla, pues no quería que termináramos en el
suelo con unos cuantos huesos rotos. Mis labios buscaron un
instante su cuello y acto seguido atravesé el salón hasta la
escalera que llevaba a la planta de arriba. Que Rosie empezara
a darme besitos en las mejillas, la mandíbula y por último el
cuello no facilitó lo que se dice la subida.
—¿Adónde vamos? —susurró.
—A mi habitación —contesté una vez arriba. Me detuve
para mirarla: tenía las mejillas teñidas de un rojo arrebatador y
en sus ojos había un brillo casi febril. Me incliné hacia delante
y mi nariz rozó la suya con suavidad—. Se acabó lo de la
casita de invitados.
Seguí andando hasta que entramos en mi dormitorio.
—Me gusta la casita de invitados —musitó ella contra mi
cuello.
—Y a mí. Pero es para invitados, y tú ya no lo eres.
—Entonces ¿qué soy? —quiso saber cuando llegamos a la
cama.
Me quité los zapatos, me arrodillé en el borde de la cama y
la deposité en ella sin dejar de mirarla. Observé sus ojos, las
pequitas que tenía en la nariz, su boca. Le pasé el pulgar por la
comisura de los labios.
—Lo eres todo —musité antes de inclinarme de nuevo para
acallar el sonido de sorpresa que profirió.
Volvimos a besarnos apasionadamente. Nuestros
movimientos eran tan acompasados que casi tenía la sensación
de haberlo hecho ya infinidad de veces, aunque todo era
completamente nuevo. Pero quizá estuviésemos hechos los dos
para esto. Quizá ella fuese la persona con la que todo era fácil.
Lo cierto era que yo nunca había creído en lo de las almas
gemelas, pero ahora que estaba encima de Rosie, con su
lengua en mi boca y sus manos en mi cuerpo, con esa
sensación que me corría por las venas de que todo era como
debía ser, empezaba a planteármelo. Tal vez existiera esa
afinidad profunda. Y tal vez yo fuese uno de los elegidos que
tenían la suerte de hallarla.
—¿Te acuerdas de lo que me dijiste aquella vez por
teléfono? —musité contra su boca.
Ella pestañeó y durante un instante pareció desconcertada,
pero después se puso roja como un tomate.
—Me acuerdo vagamente de algunas cosas.
Lo cierto era que yo no quería volver a sentir a nadie
encima de mí. Nunca más. Pero aquella vez, por teléfono, la
idea de su cuerpo sobre el mío fue embriagadora. Rodé en la
cama hasta situarme debajo para intercambiar nuestras
posiciones y que Rosie quedara sentada encima de mí. Estaba
preciosa cuando ponía esa cara de perplejidad.
—Hablamos de que me mirarías de cerca los tatuajes y, si
pudieras, los dibujarías con la boca.
Enrojeció más aún, si es que era posible.
—Conque te acuerdas de eso.
Asentí.
—Y vivamente, te diré.
Durante un par de segundos más, Rosie se quedó de una
pieza, pero después una sonrisilla astuta asomó a sus labios.
Cuando se inclinó, casi fue como yo lo había imaginado
entonces. Su pelo rosa nos envolvía como si de una cortina se
tratase, y cuando su boca rozó suavemente la mía, casi fue
mejor de lo que yo había imaginado. Me quedé sin aliento
mientras ella seguía bajando y me besaba el cuello. Después se
separó un poco.
—También recuerdo que hablamos de quitarnos la ropa.
Paré un instante. No porque no quisiera, sino porque me
vino a la cabeza lo que le había confiado en el coche. Sin
embargo, el deseo de continuar con lo que estábamos haciendo
fue mucho más fuerte que la inseguridad. Me costó lo mío,
pero levanté los brazos en una petición muda de que siguiera.
Rosie sonrió como si le hubiese hecho un regalo y me quitó
la camiseta. Después yo me eché hacia atrás y recorrí
lentamente con mis manos sus muslos, arriba y abajo. Yo
tragaba saliva a duras penas mientras ella miraba los tatuajes
que tenía en los brazos, el pecho y el cuello. Los trazos e
imágenes que había ido acumulando con los años y que
cubrían gran parte de mi piel. Los dedos de Rosie se fueron
deslizando con delicadeza por mi pecho y mis hombros.
—Lo decía en serio. —Volvió a mirarme a los ojos. Su
sonrisa me desarmó de nuevo—. Estás asquerosamente bueno.
Antes de que pudiera decir algo, ella se echó hacia delante
y comenzó a pasarme los labios por el pecho. Despacio y
tomándose todo el tiempo del mundo mientras yo iba
perdiendo el sentido poco a poco cuando su lengua primero y
sus dientes después entraron en acción. La sangre me corría
caliente por las venas y notaba el pantalón a punto de reventar.
Estaba disfrutando de cada segundo de sus caricias y no me
podía creer que de verdad estuviera pasando esto. Que de
verdad Rosie me deseara. Que yo me permitiera estar con ella
de esta manera. Cuando me lamió el costado mientras sus
dedos se deslizaban por mi pecho, yo casi no podía aguantar
más.
La vez que lo hicimos por teléfono no tenía muy claro lo
que quería. Ella me preguntó qué me gustaba, y cuando le
confesé que ni yo mismo lo sabía ya, me contestó que lo
averiguaríamos juntos.
Pero ahora ya no era como entonces. Mientras veía como
Rosie me llenaba el cuerpo de besos, supe exactamente lo que
quería.
Quería demostrarle el efecto que tenía en mí.
Quería hacerla enloquecer como ella a mí.
Quería que susurrara mi nombre con la misma
desesperación con la que lo había pronunciado en su día por
teléfono.
Con todo eso en mente me incorporé.
Rosie se separó en el acto, de pronto parecía preocupada.
—¿Va todo bien?
—No podría ir mejor —repliqué poniéndole las manos en
las caderas. Después le pasé los dedos por el bajo de la
camiseta hasta sentir una franja de piel—. Pero aún llevas
puesta la ropa de Hunt. Y creo que deberíamos hacer algo al
respecto.
La preocupación desapareció de su mirada cuando ladeó la
cabeza.
—Vaya, casi pareces un poco celoso, Sinclair.
—No me importa admitir que prefiero verte con mi ropa —
contesté con sequedad—. Y ahora mismo mejor incluso sin
nada.
Continué acariciándole las caderas por debajo de la
camiseta, siguiendo la línea del pantalón de chándal, mientras
esperaba. Solo cuando levantó los brazos, metí yo mis manos
por completo bajo la camiseta para quitársela. No llevaba
sujetador, ya que se había tirado a la piscina vestida, y al verle
la piel desnuda la boca se me secó por completo. Mis manos
bajaron por sus costados y la miré de nuevo a los ojos.
—Tú sí que estás buena —dije, como me había dicho a mí
ella, y sonrió.
Le puse una mano en la espalda para pegar su cuerpo al
mío. Mi boca recorrió con detenimiento su clavícula mientras
ella me echaba los brazos al cuello. Seguí subiendo hasta su
garganta, donde le chupé la piel. Rosie volvió a proferir un
suave gemido, que yo consideré un éxito, y continué. La besé
por todas partes mientras la mano que tenía libre se deslizaba
por su cuerpo, acariciándola y disfrutando de la sensación de
su piel caliente. Cuando mis labios llegaron a su pecho, ella
contuvo la respiración. Le besé con delicadeza un pezón.
Primero lo lamí y después lo mordisqueé, y gimió de placer, lo
cual hizo que mi erección fuese casi dolorosa. Pero ahora lo
importante no era yo. Lo importante era ella y solo ella. La
tumbé de espaldas de nuevo y mis dedos se colaron bajo su
pantalón. La miré y le pregunté con voz ronca:
—¿Te los puedo quitar?
—Sí. —Su susurro me llegó al alma.
Al verla desnuda ante mí, no fui capaz de moverme durante
un instante. No tenía palabras para expresar lo que estaba
sintiendo. Mis pensamientos estaban dominados por ella, no
había sitio para ninguna otra cosa.
Me eché hacia delante y cubrí su cuerpo con el mío. Las
manos de Rosie subieron por mi espalda y se clavaron en mis
hombros cuando nuestros labios se fundieron en un beso febril
que no tardó en descontrolarse. Recordé lo que me había
propuesto hacer y mi boca fue bajando por su cuerpo, entre sus
pechos, por el vientre, hasta llegar a la ingle. La respiración de
Rosie era entrecortada.
—Adam —musitó.
La miré con expresión inquisitiva. Sus ojos rebosaban
deseo y curiosidad al mismo tiempo.
—¿Qué te propones? —quiso saber.
Le besé la ingle y los huesos de la cadera mientras mi mano
seguía en su torso, enredada en sus pechos.
—Desde que lo hicimos por teléfono, no he parado de
pensar en cómo sería hacer que te corrieras teniéndote al lado.
Ahora mismo no se me ocurre nada mejor —musité contra su
piel. Después busqué de nuevo sus ojos.
Su boca se abrió ligeramente. Luego se tapó la cara con las
manos y se dejó caer en las almohadas. Yo paré un instante y
esperé hasta que ella me miró entre los dedos.
—Qué vergüenza.
Yo ladeé la cabeza.
—Estás desnuda en mi cama. Sé los sonidos que haces
cuando te corres. Tú sabes los que hago yo cuando me corro.
Así que probablemente debamos dejarnos de vergüenzas. —La
besé de nuevo en el vientre y metí una mano bajo su espalda
para pegarla más a mí—. En su día me pediste que te dijera lo
que me gustaba. Bueno, pues lo que me gustaría ahora es que
te corrieras. Y me gustaría ser el que se encargue de ello.
Con esa sonrisa casi tímida y las mejillas rojas estaba
sencillamente preciosa.
—Me estás torturando.
—Y eso que ni siquiera he empezado de verdad. —Arqueé
las cejas y Rosie soltó una carcajada, haciendo que mi
acelerado pulso se calmara un poco.
La risa enmudeció de golpe cuando mi mano se aventuró
hasta la cara interna de su muslo y a ella le siguieron mis
labios. Cuando me puso una mano en la cabeza y la enterró de
nuevo en mi pelo, mi deseo no hizo sino aumentar.
—Vale —musitó—. Pero… Pero es posible que tarde un
poco.
—Tengo todo el tiempo del mundo —susurré con la boca
pegada a su muslo—. Y si prefieres que lo haga de otra
manera, dímelo.
Ella profirió un gruñido a modo de asentimiento y acto
seguido la charla cesó, ya que dejé que mi boca avanzara hacia
el lugar que ejercía en mí una atracción casi mágica. Cuando
empecé a besarla ahí, enarcó la espalda de tal manera que le
puse una mano en el vientre para tranquilizarla. Y cuando dejé
que mi lengua saliera y comenzara a lamerla, ella profirió un
gemido bronco que fue una auténtica tortura para mí. Enredó
la mano en mi pelo y su presión me dijo cómo le gustaba. Yo
la sostuve y me la comí, la besé, le demostré lo que provocaba
en mí y le di el mismo placer que recibía de ella, o al menos
confié en que así fuera. Jamás habría pensado que aún fuese
capaz de hacerlo, pero vaya si lo era. Los ruidos que hacía me
volvían loco. Su sabor. Su forma de levantar la cadera contra
mí.
—Adam. —Mi nombre sonaba distorsionado de su boca.
—¿Te gusta? —pregunté entre sus piernas.
En lugar de contestarme me atrajo de nuevo hacia ella y
siguió pegándose contra mí. Me encantaba que hubiese dejado
de lado su reserva inicial y continué. Rosie pronunció mi
nombre otra vez. Y otra, esta vez con más desesperación. Le
gustaba lo que le estaba haciendo, me daba cuenta, pero algo
la contenía. Saqué la mano de debajo de su espalda y la deslicé
entre sus húmedas piernas.
—¿Así? —quise saber.
—Sí —dijo sin aliento—. Mucho.
Gimió cuando introduje en ella un dedo, después dos. Seguí
despacio, con un ritmo constante y regular. Estaba disfrutando
de cada minuto en el que Rosie respiraba entrecortadamente,
soltando algún que otro taco en voz baja entre medias para al
final clavar los talones en la cama con desesperación. Eso me
dijo que estaba a punto. Curvé un tanto mis dedos y se los metí
más mientras seguía lamiéndola con la presión que me había
indicado.
Rosie pronunció mi nombre de nuevo con voz áspera y me
tiró del pelo con tanta fuerza que me hizo daño, pero valía la
pena. La sostuve con firmeza mientras se corría, disfrutando
de cada sonido que emitía.
Cuando la tensión de su cuerpo fue aflojando poco a poco,
retiré la mano y comencé a besarla en el muslo, el vientre, los
pechos, el cuello. Hasta llegar arriba y besarla en la boca. Ella
me puso ambas manos en las mejillas y me las acarició con
dedos temblorosos. Sin embargo, al separarme un poco y verle
la cara me quedé helado.
Tenía lágrimas en los ojos.
—¿Qué… qué pasa? —pregunté con voz rasposa—. ¿He
hecho algo mal?
Ella negó con la cabeza deprisa y me echó los brazos sobre
el cuello para abrazarme. Cuando mi pecho rozó su piel
desnuda, sentí más calor en el acto, pero al mismo tiempo
notaba sus lágrimas en el cuello y eso no podía ser nada
bueno.
—Es que no me puedo creer que de verdad estés aquí,
abrazándome —susurró—. Lo deseaba desde hacía mucho
tiempo y ya no creía que pudiera convertirse en realidad.
Tardé un poco en entender a lo que se refería. Cuando caí,
fue como si una mano me rodease el corazón y me lo estrujara.
Pero entonces hice lo que debería haber hecho cuando salí de
la clínica: abrazar con fuerza a Rosie.
Me quité de encima de ella sin soltarla, apoyando su cabeza
en mi pecho, con una de sus piernas enredada en la mía. La
estreché entre mis brazos e intenté demostrarle que lo de ahora
era la realidad. Y que no tenía pensado que cambiase nunca.
29

Rosie
El pecho de Adam subía y bajaba bajo mi mejilla. Me
acurruqué más contra él, si es que era posible. Como siguiera
apretándome, acabaría dentro de él, algo que estaba sopesando
cuando él movió ligeramente la cabeza hasta que sus labios se
posaron en mi frente.
Me besó en la frente.
En la frente.
A decir verdad, después de lo que habíamos hecho no hacía
ni media hora, ese gesto no debería desconcertarme como lo
hacía, pero la naturalidad con la que me tocaba me seguía
resultando algo completamente nuevo y maravilloso al mismo
tiempo. Al igual que lo que me había dicho; que las cosas que
había hecho por mí y conmigo lo eran todo para él. Que YO lo
era todo para él.
Aquella vez, cuando cada uno estaba en una punta del
mundo, deseábamos estar juntos; deseábamos justo lo que
teníamos ahora. Y lo que le había confesado a Adam entre
lágrimas hacía un momento seguía siendo así: casi no me
podía creer lo que estaba pasando. Pero disfrutaba de cada
segundo. Era como si el mundo exterior no existiera.
—No pienso soltarte nunca —musité contra su pecho—.
Que lo sepas.
—Me parece perfecto —contestó con voz grave.
Lo miré y volví a quedarme sin aliento. Adam me
observaba con esos ojos dorados, el pelo completamente
revuelto, los labios rojos e hinchados de tanto besarnos y de
las demás cosas que había hecho con esa boca. La sola idea
hizo que me acalorase y me mordí los labios.
—Esa es la cara que pones cuando tienes pensamientos
sucios —apuntó él mientras me apartaba un mechón rebelde
de la cara—. Me he dado cuenta.
Me encantaba verlo así, tan divertido, tan cariñoso, tan
tierno y al mismo tiempo más desinhibido de lo que lo había
visto nunca.
—¿Has cambiado de opinión? —No sé por qué tuve que
formular esa pregunta precisamente en ese instante. No quería
estropear el momento, pero mi instinto me decía que
necesitaba una respuesta y además me la merecía.
Adam se detuvo, pero a continuación siguió acariciándome
el pelo con una mano y la espalda con la otra.
—Siempre te he deseado, Rosie, pero no quería ser una
carga para ti; no quiero ser una carga para nadie. Y tenía
miedo.
Lo besé en el pecho.
—¿De qué? —inquirí.
Pasaron unos segundos en los que él miró al techo con aire
pensativo. Después clavó la vista de nuevo en mí, como si
quisiera afrontar lo que había entre nosotros.
—De la cercanía. De la intimidad. De… —Respiraba
entrecortadamente—. De dejar de tener el control.
Me volví un poco y apoyé ambas manos en su pecho y la
barbilla en ellas para poder mirarlo mejor.
—Tienes el control. Siempre puedes decirme que me
marche. Me iría en el acto si me lo pidieras.
Me abrazó con más fuerza.
—No es eso lo que quiero. Te quiero aquí, donde estás. —A
modo de confirmación se inclinó hacia delante y me dio un
beso fugaz.
En mi vientre todo se volvió calor y dulzura, pero cuando
se echó hacia atrás y dobló un brazo para apoyar en él la
cabeza, me di cuenta de que a sus ojos había vuelto una
oscuridad que hacía tiempo que no veía. Transcurrieron unos
minutos en los que dio la impresión de que estaba sumido en
sus pensamientos. Cogía aire una y otra vez, como si quisiera
decir algo, pero tardó en hacerlo.
—Hubo una vez que pasó eso, hace mucho tiempo. Me vi
sin ningún control —empezó al cabo.
Yo contenía el aliento mientras sentía cierta opresión en el
pecho.
—¿Qué ocurrió?
Adam seguía acariciándome la espalda, sus dedos subían y
bajaban despacio por mi columna.
—No fui siempre como ahora. Todos vivimos a tope los
primeros años del grupo: la fama, la atención que trajo consigo
el éxito que teníamos…
Yo no sabía qué podía hacer salvo escuchar. Le acariciaba
el pecho con suavidad, sin dejar de mirarlo a los ojos para
pedirle en silencio que continuase.
—Cada día estábamos en una ciudad distinta. Había
muchas fiestas, cada día con gente distinta. Cada noche con
mujeres distintas. —Tragó saliva con dificultad—. Durante la
gira por Estados Unidos, una noche acabamos en un club en
Chicago. Lo estábamos celebrando, para variar: bailando,
bebiendo. En un momento dado me encontré mal, estaba
mareado. Quería irme al hotel para dar por terminada la noche.
—Se pasó una mano por la cara antes de volver a ponérsela
detrás de la cabeza. Después me miró otra vez—. Desperté en
un hotel que no conocía, completamente aturdido. En la cama,
conmigo, había dos mujeres desnudas. Yo tenía lagunas y
pensé que me había pasado con el alcohol. No me acordaba de
nada y volví a nuestro hotel. Fuimos a la ciudad siguiente,
pero yo seguía sintiéndome bastante mal. Casi no me podía
mover, aunque habían pasado horas. Esa noche la pifié a base
de bien en el concierto que dimos. Después fuimos al hospital
el que era nuestro mánager por aquel entonces y yo. En mi
orina encontraron restos de GHB.
Cogí aire con fuerza y él continuó hablando.
—Supe lo que debía de haberme pasado. Recordaba
perfectamente que la noche anterior quería irme al hotel
porque estaba agobiado. En ese momento no tenía ganas de
sexo. Jamás me habría ido a un hotel que no fuera el mío con
dos desconocidas, por muy ciego que fuera. Se… Se lo conté a
Tom, que tenía la sospecha de que habían abusado
sexualmente de mí. ¿Sabes lo que me dijo?
Lo miré expectante.
—Me preguntó que qué más daba, si al fin y al cabo salía
de fiesta todas las noches y siempre me estaba acostando con
mujeres. Además, dijo que de poco serviría darle demasiada
importancia, porque a fin de cuentas no me acordaba de nada.
Cogí aire con fuerza.
—¿Perdona?
Adam hizo una mueca de amargura.
—El resto de la gira lo pasé como en trance. La música era
lo único que hacía que pudiera sobrellevar el día. Pensé en lo
que me había dicho Tom, intenté convencerme de que tenía
razón. ¿Qué más daba?
Me senté porque no aguantaba más.
—Pero ¿cómo va a dar igual? ¿Cómo se atreve a
convencerte de algo así? —Las últimas palabras las escupí
furibunda.
Él también se incorporó y me agarró el brazo para tirar de
mí hasta pegarme a su cuerpo. En mis ojos había lágrimas de
rabia. Intuía que a Adam le había pasado algo desagradable
hacía muchos años, pero la verdad y la injusticia de lo que me
acababa de contar me dejaron atónita. Me dolía por él. Tanto
que me habría gustado llorar o hacer pedazos algo.
—Intenté continuar como antes, como cuando la vida era
tan fácil. Quería seguir divirtiéndome, disfrutar de todo y
celebrarlo todo. Quería volver a tener sexo. Pero cuando lo
intenté… —Sacudió la cabeza y me abrazó con más fuerza. Yo
ni siquiera era consciente de si se daba cuenta—. No pude. Me
quedé sin aire y me entró el pánico. Y entonces vi imágenes.
De alguien encima de mí. Imágenes desdibujadas que ni
siquiera podía saber con seguridad que fueran reales, pero lo
fueran o no, por culpa de ellas no pude volver a hacerlo.
Le eché un brazo por el vientre y acomodé mi cara en la
oquedad que formaba su cuello.
—¿Qué pasó después?
—La cosa fue a peor. No sabía cómo lidiar con lo que
sentía, así que me despachaba a gusto con todo el mundo hasta
que la gota colmó el vaso. Quería dejar el grupo. Los demás
no paraban de preguntarme cuál era el motivo, pero no podía
decírselo. Tenía miedo de que reaccionaran o pensaran igual
que Tom. Pero también sabía que no podía seguir trabajando
con él, así que les di a elegir: o dejaban que me fuese o
empezaríamos de nuevo como grupo y cambiaríamos el
equipo con el que llevábamos hasta entonces. Se decidieron
por esto último. Firmamos con una discográfica más pequeña,
Leah comenzó a trabajar con nosotros y a partir de ahí… —Se
encogió de hombros con desvalimiento—. Es lo que te conté
en su día. Empecé a beber más para acallar el caos que tenía
en la cabeza, para olvidar, pero al final incluso eso dejó de
funcionar. El resto ya lo conoces.
No sabía qué decir, si había algo que pudiera expresar,
aunque fuese mínimamente, lo que sentía en ese momento. Ni
siquiera pude ordenar mis pensamientos antes de soltar lo
primero que se me pasó por la cabeza.
—Las odio. Las odio por lo que te hicieron —escupí—. Y
odio a Tom, ese cabrón. Tú eras su PROTEGIDO. Tendría que
haber hecho todo lo que pudiera para apoyarte y averiguar lo
que pasó. Tendría… Tendría que… —Me di cuenta de que no
tenía ningún sentido hablar de lo que tendría que haber hecho,
cuando todo aquello formaba parte del pasado y ya no podía
cambiar nada. Sin duda no le sería de ninguna ayuda a Adam.
De manera que intenté controlarme y lo miré fijamente a los
ojos—. Lo siento mucho, Adam. No sabes cuánto siento que te
ocurriera eso.
Él levantó una mano y me acarició la mejilla.
—A lo largo de los últimos meses he ahondado en ello. Mi
terapeuta y yo hemos pasado muchas horas procesando lo que
sucedió. Lo sigo haciendo. Y aún me acompañará durante
algún tiempo. Quizá para siempre.
Puse mi mano sobre la que él tenía en mi mejilla y me
pregunté cómo era capaz de abrazarme así, de acariciarme con
tanto cariño, aun siendo él quien acababa de abrirme su
corazón.
—Eres tan fuerte… —dije, y lo decía de corazón—. Nunca
he conocido a nadie tan fuerte como tú. Y estoy muy orgullosa
de ti. No todo el mundo tendría el valor de hacer lo que has
hecho.
—Tan valiente no soy, porque hasta ahora no he hablado de
esto con nadie. Ni siquiera con Thorn, Buck o Hunt. Porque
tengo muchísimo miedo.
Negué con la cabeza mientras lo miraba a los ojos.
—El miedo y el valor son dos cosas que pueden coexistir.
Las personas valientes tienen miedo constantemente;
precisamente eso es lo que hace que seas valiente. Tenías
miedo de ir a rehabilitación y, sin embargo, lo hiciste. Seguro
que en su día tenías miedo de lo que sería de tu carrera y de tu
grupo si dejabais la discográfica, y pese a ello diste ese paso
porque escuchaste a tu corazón. No podrías ser más valiente.
Se ruborizó. No me podía creer que me besara como lo
había hecho y pudiera decirme todo lo que quería hacerme
pero se pusiera rojo precisamente con un cumplido. Claro que
así era Adam.
—Te abriste a mí, aunque te daba miedo. Eso también es
valiente —proseguí en voz baja.
Su mano se detuvo mientras me miraba con gravedad.
—Durante años no sentí nada. Nada salvo asco y miedo.
Probablemente también se debiera a que casi siempre conocía
a mujeres en un ámbito similar al de antes, cuando pasó lo que
pasó. En fiestas, en eventos. Borracho. Pensé que nunca sería
capaz de sentir algo que no fuese negativo; que no podría
volver a abrirme a otra persona de este modo. —A su boca
asomó una pequeña sonrisa y, con ella, los hoyuelos que
siempre hacían revolotear las mariposas en mi estómago—. He
tardado mucho en poder hacerlo, pero ahora sé que no es así.
El corazón me latía con fuerza en el pecho mientras lo
miraba.
—Entonces también tenías miedo. Cuando te toqué en la
entrevista.
El ceño se le frunció.
—Seguía sintiéndome bastante mal.
—No sabes cuánto lo siento incluso hoy. No quería que te
entrara el pánico.
—Lo sé. En su momento tuve mis dudas, pero después, en
el concierto… me di cuenta. Cuando te encontré en el
almacén.
—Tenías cara de querer estar en cualquier sitio menos en
ese.
Él arrugó la nariz.
—Las lágrimas y yo no somos una buena combinación.
—Y a pesar de todo te quedaste —afirmé despacio.
—Me quedé, sí.
Me paré a pensar.
—En realidad no te has ido ninguna de las otras veces que
me he puesto a llorar delante de ti. Ni por teléfono ni en la
gala.
—Bueno, creo que tus lágrimas son soportables, aunque
prefiero verte feliz.
—Yo también prefiero verte feliz a ti —repuse. Seguía
agarrada a su mano—. Últimamente tengo la impresión de que
eres más feliz.
—Es verdad. Hacía años que no me sentía tan bien como
ahora. Es… —Se detuvo un instante—. Es extraño. A veces
me pregunto cuándo llegará el siguiente agujero en el que
caeré.
—Quizá haya pasado el momento de precipitarte en un
agujero. Quizá ahora todo te vaya bien. Te mereces ser feliz,
Adam. Te mereces todo lo bueno del mundo.
Él cogió aire despacio. Vaciló un segundo y después me
miró:
—Te agradezco lo que dices, de veras. Así que no me
malinterpretes si te digo que, por desgracia, es posible. Es
posible que vuelva a caer en picado, que sufra una recaída. No
quiero que pase y haré todo lo que esté en mi mano para que
así sea, pero siempre puede suceder algo que me desestabilice
y me haga retroceder.
Mi primer impulso fue contradecirle, pero me exhorté a
escuchar, a escuchar de verdad. Adam acababa de contarme lo
que sentía y no necesitaba que le llevara la contraria, porque
tenía razón. No hacía tanto tiempo de la rehabilitación, y que
yo creyera firmemente en él no significaba que todos los
problemas del pasado fueran a desaparecer. Adam había
sufrido un trauma terrible que lo marcaría incluso en el futuro.
Yo no sabía qué podía hacer para que viera que lo entendía; lo
único que podía hacer era apoyarlo, de manera que puse a un
lado todas las salvedades que iba hacer, reprimí todos los
miedos y las preocupaciones que me habían carcomido los
días anteriores. Adam se había sincerado conmigo y yo quería
hacer lo mismo con él. Me propuse ser igual de valiente al
escoger lo siguiente que le quería decir.
—Si me dejas, estaré a tu lado. E intentaré tener presente y
respetar siempre lo que me acabas de contar.
Adam me miró a los ojos y dio la impresión de que
sopesaba mis palabras. Después me soltó de repente y se
levantó de la cama. Yo me arrebujé en el edredón y vi que
atravesaba la habitación. Llevaba los vaqueros por la cadera y
se pasó una mano por el pelo, gesto que hizo que en mi vientre
se me formara una pequeña bola de fuego. Se acercó a la
cómoda, que estaba enfrente, y abrió uno de los cajones del
centro. Estuvo revolviendo en él un momento y, justo cuando
iba a preguntarle lo que estaba haciendo, cerró el cajón y
volvió conmigo. Se sentó a mi lado y me miró.
—En su día no pude cumplir la promesa que te hice —
afirmó con voz ronca—. Me habría gustado poder hacerlo,
pero no pudo ser. A veces deseé haber podido volver contigo,
pero no era la persona que merecíais ni tú ni las demás
personas de mi vida. Sin embargo, tengo la sensación de que
ahora puedo ser esa persona. —Me cogió la mano y me puso
en ella lo que había sacado del cajón.
Bajé la vista y me encontré con un llavero. Tenía distintos
tonos de azul y constaba de pequeñas tiras que se trenzaban
formando un complejo dibujo. Los distintos azules dibujaban
dos letras en el centro: una R y una A.
Entonces recordé el mensaje de Adam en el que me decía
que iba a traerme un regalo de Bruselas. Una tontería para la
que no debía tener muchas expectativas.
El corazón me dio un vuelco mientras pasaba los dedos por
el llavero. Los ojos me escocían a más no poder.
—Tendría que habértelo dado entonces —dijo en voz baja.
Yo supe que no hablaba únicamente del llavero, sino de lo
que este simbolizaba: volver a mi lado. Su promesa de ver
juntos lo que pasaría a su regreso.
Lo miré y esbocé una sonrisa trémula.
—Me lo has dado ahora.
—Pero ¿es suficiente? —me preguntó con voz tomada.
También él tenía lágrimas en los ojos—. ¿Podrá serlo alguna
vez?
Para eso solo había una respuesta.
Le eché los brazos al cuello mientras las lágrimas me
rodaban por las mejillas. Adam me abrazó deprisa y me
estrechó con fuerza. Ya no había distancia entre nosotros, ni
física ni mental.
No era como lo había imaginado en su día.
Era mejor.
30

Adam
Por lo visto Rosie hablaba en serio cuando decía que no
pensaba soltarme nunca. Estaba en el cuarto de baño y quería
quitarme las lentillas, porque, tonto de mí, me había quedado
dormido con ellas puestas, pero ella se abrazaba a mi vientre y
se pegaba a mí por detrás, lo cual dificultaba la tarea. Era más
alto que ella, tanto que en el espejo solo le veía el pelo rosa.
Lo que veía me gustaba. Y lo mejor era que ya no tenía que
esconderlo o luchar contra ello. Podía mirarla sin más y
alegrarme abiertamente de que estuviera tan cerca de mí; ya no
había nada que me frenara o que tuviese que ocultar. Era como
una especie de liberación, y me habría gustado darme la vuelta
y abrazarla de nuevo o tocarla de cualquier otra manera, pero
sentía los ojos irritados y eso era lo primero de lo que debía
ocuparme. Así que me quité las lentillas y las metí en el
pequeño estuche con líquido.
Después me volví hacia ella. Se había puesto mi camiseta y
me gustaba mucho más que cuando llevaba la ropa de Hunt.
Ella me gustaba mucho, muchísimo. Toda ella.
Habíamos pasado la noche entera prodigándonos caricias.
Dándonos unos besos que poco a poco se habían ido volviendo
más lentos, hasta que al final nos habíamos quedado dormidos.
Yo me había despertado unas cuantas veces, desconcertado al
notar las extremidades tan entrelazadas, pero nada más
escuchar la respiración suave y acompasada de Rosie me
tranquilizaba y volvía a conciliar el sueño. Ahora, por la
mañana, seguía sin poder parar de tocarla, de mirarla, de
besarla. Probablemente ya no pudiera parar nunca.
—Querías quitarte las lentillas —me recordó.
—Ahora voy —musité, y me incliné hacia ella y le di un
beso en la sien. Después mi boca bajó a su mejilla, y a su
oreja, y luego detrás de la oreja. Se quedó sin aliento cuando
me detuve allí y me tomé mi tiempo.
—Jamás pensé que fuera a ser así —comentó Rosie
jadeante.
—¿Mmm?
Ella ladeó la cabeza y yo acepté la muda invitación y le
besé el cuello. Esa noche había aprendido que eso le gustaba.
Y quería aprender muchas cosas más. Todo lo que le gustaba.
Todos los detalles que no conocía aún.
—Estar contigo —precisó.
Levanté la cabeza y la miré con cara interrogativa.
Ella esbozó una sonrisilla.
—No me estabas escuchando, ¿verdad?
—Estaba distraído.
Me rodeó el cuello con una mano y se puso de puntillas
hasta que su nariz rozó muy levemente la mía. El corazón se
me subió a la garganta.
—Decía que jamás creí que estar contigo fuese a ser así.
Me paré a pensar en lo que me había dicho.
—No sé si eso es bueno o malo.
Ella se rio y su risa me llegó al alma. Cuánto la había
echado de menos. Cuando estaba de gira había sido una de las
cosas que quería vivir como fuera teniéndola delante. Ahora
que lo hacía, casi me parecía irreal. Sobre todo después de la
conversación que habíamos mantenido el día anterior, con la
que los dos habíamos llorado.
—Es bueno, claro. Es increíble.
Frotó su nariz contra la mía y yo la coloqué entre mis
piernas mientras me apoyaba de espaldas en el lavabo.
—Tenemos que ir a por tus cosas a la casa de invitados.
—¿Ahora? —inquirió ella.
Asentí.
—Cuanto antes, mejor.
—Tenía miedo de que pudieras haber cambiado de opinión
por la mañana.
La miré ladeando la cabeza.
—Fuiste tú la que después de pasar la noche juntos en el
sofá desapareció y se distanció.
A su rostro asomó una expresión de dolor. No era eso lo
que pretendía, pero, en efecto, eso era lo que había ocurrido.
—Si lo hice fue porque no quería traspasar ningún límite.
Pensé que seguía siendo válido lo que me dijiste en tu carta de
despedida. Además, me daba pavor que volvieras a hacerme
daño, porque esta vez no lo superaría, Adam.
Sentía la garganta atenazada. Le pasé las manos por la
espalda con delicadeza.
—Lo sé.
Rosie sostuvo mi mirada y en sus ojos vi una
vulnerabilidad que hizo que quisiera asegurarle de nuevo que
no tenía nada que temer.
—No cambiaré de opinión —agregué—. Y espero de
verdad que tú tampoco lo hagas.
—No lo haré. —Se detuvo un instante y carraspeó—.
Cuando estabas en la clínica, te escribí un último mensaje.
Uno que ya no te llegó. En él ponía que me habría gustado
demostrarte que tu corazón estaría en buenas manos conmigo,
y lo mantengo. Pondré buen cuidado en que así sea.
Sus palabras me conmovieron y reavivaron los
remordimientos que tenía desde que había estado en
rehabilitación. Pero también sabía que debíamos dejar todo eso
atrás para poder mirar hacia delante.
—Yo también cuidaré bien de tu corazón —susurré
apoyando mi frente en la suya—. Te lo prometo.
Rosie
Pasamos la mayor parte del día siguiente en el dormitorio de
Adam. Fue como si entendiese por primera vez el significado
de «estar en el séptimo cielo». Y es que con él me sentía
exactamente así. Cada vez que me tocaba el corazón, me
aleteaba de alegría; cada vez que me besaba, era como si yo
volase; cada una de sus miradas me dejaba sin respiración. Y
cada una de las conversaciones que manteníamos me
demostraba que lo nuestro no podía tener más razón de ser.
Siempre la había tenido.
Cuando Thorn nos invitó a su casa, casi me sentí tentada de
rehusar. El tiempo que pasábamos en la habitación de Adam
era demasiado preciado. No quería que terminase. Pero
también sabía que tendríamos que salir de casa en algún
momento. Además, no quería que Adam descuidase a sus
amigos por mi culpa, de manera que nos pusimos en marcha,
aunque cada vez que lo miraba su cuerpo me distraía de lo que
iba a hacer. Por primera vez desde la gala volvía a llevar un
traje negro que se ajustaba a su ancha espalda. Debajo se había
puesto una camisa holgada color berenjena y se había dejado
sin abrochar los botones de arriba, de forma que se le veían los
tatuajes del pecho. Al ver que tocaba los gemelos me costó lo
suyo seguir respirando tranquilamente.
«Es MÍO», pensó una parte posesiva de mí. No sabía cómo
iría la cosa en la fiesta de Thorn, pero con esas manos Adam
me había abrazado toda la noche, y yo había explorado cada
centímetro de ese pecho hasta hacer que su respiración fuese
entrecortada. Y esa boca…, esa boca me había hecho cosas
que incluso ahora eran capaces de conseguir que un calor
abrasador me recorriera el cuerpo.
—¿Estás bien? —me preguntó sacándome de mi pasmo.
Asentí deprisa, debido a lo cual él me escudriñó con
atención. Pero antes de que pudiera decir nada más, la puerta
se abrió y apareció Thorn con un gorro navideño bajo el que
asomaba su cabello castaño oscuro.
—Vaya, pero si es mi presentadora favorita. —Me abrazó
deprisa y después saludó a Adam con una inclinación de
cabeza—. Y su chófer. —Sonrió de oreja a oreja y Adam puso
los ojos en blanco antes de abrazarle—. Pero qué elegantes
estáis. Pasad.
—Gracias —contesté, y entré detrás de él. A esas alturas ya
sabía dónde se encontraba todo; además, esta vez ya no estaba
tan nerviosa, y mucho menos decaída como la última vez.
A esa fiesta Thorn había invitado a más personas que de
costumbre. Al pasar me quedé mirando un poco de más a
algunos actores, porque los conocía por sus películas; una
famosa modelo se había cogido del brazo de Hunt en el salón,
y además de Ashley y Logan había otros músicos en la
habitación. También vi a Leah Miller en la cocina, junto a la
isla; estaba removiendo un enorme cuenco con ponche rojo y
rodajas de naranja. Estaba de lo más mona con su diadema de
reno y su vestido rojo. Al vernos, levantó la mano y fue a
quitarse la diadema, pero en ese momento Thorn apareció a su
lado y se lo impidió.
—Es el mejor complemento de la fiesta, mi querida Leah.
No te lo quites.
Ella lo miró amusgando los ojos.
—Dijiste que le darías una a todo el mundo, no solo a mí.
—Y se la he dado, solo que son unos aguafiestas y no
quieren que se les estropee el peinado. Pero tú no eres una
aguafiestas. —Le puso las manos en los hombros por detrás,
se los apretó un instante y después cogió un vaso con fruta. Le
arrebató el cucharón a Leah, llenó el vaso de ponche y me lo
ofreció—. Es para todos los públicos —añadió a modo de
explicación—. Aromatizado con naranja y canela. Muy
navideño. Casi sano, me atrevería a decir.
Lo olí.
—Es como tener la Navidad en un vaso —afirmé risueña.
—Esa era la intención. ¿Tú quieres? —le preguntó a Adam.
—Has dicho que el ponche es infantil, ¿no?
—Nada de alcohol en mi casa durante las próximas fiestas,
como acordamos —repuso Thorn con seriedad.
—Vale.
Miré de soslayo a Adam y esa mirada bastó para darme
cuenta de que de pronto estaba tenso. Daba la impresión de
que no se sentía del todo cómodo. ¿Se debería a la cantidad de
personas que había en la fiesta? ¿A lo que había pasado entre
nosotros? No lo sabía, pero me hizo sentir insegura y me puse
a jugar con el trozo de naranja que adornaba el borde de mi
vaso. Casi se me cayó de la mano, así que me lo metí deprisa
en la boca.
—Bueno —empezó Thorn mientras le ofrecía también un
vaso a Adam—, pues ¡salud!
Brindamos y bebimos todos un sorbo. El ponche sabía
afrutado, dulce y con un toque de canela, y resultaba
sorprendentemente refrescante para ser una bebida navideña.
A mi lado Adam seguía en tensión. Me habría gustado darle
la mano, pero no sabía si podía hacerlo delante de toda esa
gente, así que me quedé donde estaba y continué bebiendo
sorbitos del ponche. La música y las conversaciones de los
invitados inundaban el enorme salón, algunas personas se
movían al compás de la melodía.
—He oído que habéis vuelto a tocar —comentó Leah al
cabo de un rato. Los ojos verdes le brillaban.
—Así es —contestó Adam—. Y no fue nada mal.
—¿Nada mal? ¡Fue una pasada! —El entusiasmo de Thorn
era evidente—. Improvisamos, tocamos canciones del álbum y
probamos melodías nuevas. Fue como montar en bici. Una vez
que empezamos, fue como la cosa más normal del mundo y
nos costó parar.
Al mirar ahora a Adam, su rostro también reflejaba alegría.
—Estuvo muy bien. Fue divertido.
—Esa sí que es una gran noticia. —Leah estaba radiante,
una estampa que a mí me resultaba muy extraña… y que
cambió cuando me miró: su sonrisa perdió luminosidad en el
acto. Siempre que Leah me miraba así me sentía igual que
después de la fallida entrevista, cuando nos había amenazado a
Kayla y a mí con hacernos la vida imposible.
De pronto noté una mano en la parte baja de la espalda.
Contuve la respiración y miré a Adam. Este seguía con la vista
fija en Thorn y Leah, sin inmutarse, y mientras tanto me
acariciaba la espalda, me pasaba la mano arriba y abajo, como
si quisiera tranquilizarme. La naturalidad del gesto hizo que un
escalofrío me recorriera la columna y me abandoné
automáticamente a la caricia. En realidad era tan sutil que
tendría que haber pasado inadvertida, pero a Thorn no se le
escapaba nada. Nos miraba al uno y al otro y enarcó las cejas
con expresión inquisitiva. Después aplaudió y lanzó un grito
triunfal.
—¡Lo sabía! Cuánto me alegro. Es estupendo. Maravilloso.
Absolutamente genial. —Se inclinó hacia delante y nos abrazó
a la vez a Adam y a mí, yo rezando para que no me manchase
de ponche—. Bienvenida a la familia, Rosie.
Estaba demasiado perpleja para reaccionar de manera más o
menos normal, lo único que conseguí fue esbozar una sonrisa
insegura.
—¿Significa eso que ya no puedo pedirle a Rosie que salga
conmigo? —inquirió Thorn, mirando risueño a Adam mientras
se separaba de nosotros.
Como no sabía de qué estaba hablando, fruncí el ceño.
—Pues claro que se lo puedes pedir —replicó Adam. Acto
seguido me miró de soslayo y a sus ojos afloraron tantos
sentimientos que las rodillas me flaquearon—. Lo que no
puedo garantizarte es que te vaya a decir que sí.
Mi inseguridad se esfumó: Adam me tocaba delante de sus
amigos, mostraba abiertamente que albergaba sentimientos por
mí. Al parecer, los dos íbamos en serio con lo que habíamos
hablado. Yo no sabía cómo serían las cosas allí, delante de
tantas personas, pero por lo visto Adam no tenía reservas, de
manera que intenté aflojar yo también la tensión y dejé
traslucir en mi sonrisa los mismos sentimientos que él acababa
de mostrarme.
—La única persona con la que quiero salir eres tú —afirmé
en voz queda.
Adam sonrió a su vez y después miró a Thorn mientras se
encogía de hombros.
—Lo siento, tío. Pero tal vez haya otras personas a las que
se lo puedas pedir… A fin de cuentas, aquí hay muchos
invitados.
Thorn soltó una risotada y le dio con el codo a Leah en el
costado.
—¿Te lo puedes creer? Tengo la sensación de que la vista
me engaña.
Leah nos miraba sin dar crédito.
—¿Qué ha sido de lo de «solo somos amigos»?
—Somos amigos —contestó Adam con sequedad.
Leah puso cara de sorpresa, como si esperase que Adam
siguiera hablando.
—Buenos amigos —añadí yo.
Adam asintió.
—Que de momento viven bajo el mismo techo.
—Y se gustan mucho.
—Y se besan de vez en cuando.
Ahora fui yo la que le di con el codo a Adam, porque sus
palabras hicieron que me ruborizara. A modo de respuesta él
aumentó la presión de su mano en mi espalda e incluso la bajó
un poco más. El gesto generó una oleada de calor que me
subió hasta el cuello, sobre todo porque se detuvo a muy poca
distancia de mi culo.
—Insisto: tengo la sensación de que la vista me engaña. Es
como si estuviera viendo a un extraterrestre. O a una criatura
fantástica. —Thorn le tocó la cabeza a Adam, palpando con
cuidado como si fuese un unicornio—. Increíble,
absolutamente increíble.
Adam sonrió y le apartó la mano.
—Deja de hacer cosas raras.
—Vale. Pero me gustaría saberlo todo de esta historia.
Vamos fuera. —Señaló la terraza.
Adam me miró un instante.
—Vete con él, estoy bien —me apresuré a decir. Mi
intención seguía siendo la misma: no quería impedir de
ninguna manera que pasara tiempo con sus amigos.
Él vaciló un instante y después se separó de mí y salió con
Thorn. Yo me quedé con Leah junto a la isla. Nos miramos
antes de apartar la vista a la vez. Yo clavé los ojos en el vaso
que tenía en la mano, después en el cuenco de ponche y luego
de nuevo en Leah cuando carraspeó.
—No quiero que pienses que tengo un problema contigo —
comentó.
—Si es así, lo entendería. De hecho, incluso me parece
bien.
Adam me había hablado de su pasado; de la gentuza que lo
había dejado en la estacada cuando más lo necesitaba. Leah
era distinta, lo deduje de lo que me había contado y lo notaba
cada vez que me dirigía una de sus miradas letales. Los
motivos por los que me detestaba eran lícitos. Probablemente
no fuésemos amigas nunca, pero al menos quería conseguir
que dejara de odiarme como lo hacía. En ese momento se
limitaba a mirarme ceñuda, como si no supiera qué pensar de
lo que le había dicho, así que traté de explicarme mejor.
—Por Adam, me refiero. No por mí. Me espanta que tengas
un problema conmigo, pero al mismo tiempo me parece bien,
porque eso significa que lo cuidas y no permites que se le
acerque quien no debe —puntualicé.
Se paró a pensar un momento en lo que acababa de decirle.
—Siempre lo cuido. A él y a todos —respondió al cabo.
Después volvió a aclararse la garganta—. Por eso también me
reprocho a mí misma lo que sucedió en París, no sabes cuánto.
No debería haber pasado.
—No es culpa tuya que otras personas se vuelvan agresivas
—afirmé con cautela.
—Pero yo soy el escudo y tendría que haberlo impedido.
Cuando empecé a trabajar para ellos, les prometí a los cuatro
que los cuidaría mejor que su anterior mánager. Es mi máximo
imperativo: su bienestar siempre ocupa el primer lugar; por
encima de todo, incluso de la música. —Bebió un poco de
ponche y a continuación se puso a removerlo con la pajita—.
Pero da la impresión de que influyes positivamente en su
bienestar. Rara vez lo he visto tan feliz. —Era lo más amable
que me había dicho nunca, y di gritos de júbilo por dentro.
Hasta que levantó la vista de nuevo y me atravesó con su
mirada—. Pero si alguna vez le haces daño, yo te lo haré a ti
—agregó, con la voz inquietantemente baja. Después tiró el
vaso ya vacío, dio media vuelta y desapareció en dirección
opuesta.
La seguí con la mirada, con los vellos de punta, y recordé lo
que le había dicho: Leah cuidaba de Adam. Si me amenazaba
era solo porque velaba por su interés y su bienestar. Debía
aferrarme a eso, no al miedo incontenible que podía causar
Leah Miller con sus palabras cortantes y su mirada penetrante.
—Rosie —dijo una voz detrás de mí.
Al volverme, vi que Ashley venía hacia mí. También
llevaba una diadema, pero la suya tenía orejas puntiagudas de
duende y pequeñas antenas verdes y rojas. El accesorio no
pegaba nada con su precioso vestido de cóctel de lentejuelas y
me hizo sonreír. Nos abrazamos y cuando nos separamos poco
después, me puso las manos en los hombros y me dirigió una
sonrisa de oreja a oreja.
—¿Acabo de ver que Adam Sinclair, alias Beast, te ponía la
mano en la espalda? —musitó con nerviosismo.
Asentí.
—Estamos…, bueno, estamos juntos.
Ashley dio un grito ahogado, que hizo que un puñado de
personas se volviera hacia nosotras.
—¡Cuéntamelo todo!
Me cogió del brazo y me llevó al sofá, donde nos sentamos
pegadas la una a la otra. Después le resumí lo que había
pasado desde la última vez que nos habíamos visto, en la
piscina de casa de Hunt. Que Adam y yo nos habíamos
acercado y nos habíamos sincerado. Que intentábamos mirar
hacia delante juntos.
Pendiente de cada una de mis palabras, Ashley esbozó una
sonrisa radiante cuando terminé de hablar. Me cogió la mano y
dio la impresión de que se alegraba genuinamente por
nosotros, algo a lo que yo ya no estaba acostumbrada. Qué
bien sentaba hablar de ello con alguien y tener una amiga.
—He visto cómo te miraba antes, Rosie, y casi me da algo.
Hacéis una pareja increíble, y os deseo toda la felicidad del
mundo.
Sus palabras me resultaron conmovedoras y le apreté la
mano.
—Eres genial, en serio. Gracias.
De pronto en el salón de Thorn sonó otra canción. Ashley
se sobresaltó y solo al cabo de unos compases comprendí el
motivo: era uno de sus primeros trabajos, la banda sonora de
una película para adolescentes que ella misma había
protagonizado y a la que pertenecía una coreografía muy
concreta que era legendaria entre los fans.
—¿Quién de vosotros ha sido? —exclamó.
El culpable se dio a conocer poco después: Logan sostenía
en alto su móvil con aire triunfal.
—Baila conmigo, Cruz.
Ashley enterró la cara en las manos cuando Logan empezó
a bailar la coreografía de la película. Dio dos pasos a la
izquierda con un micrófono imaginario entre las manos, se
echó hacia delante, dio dos vueltas sobre sí mismo, se agachó
y dio un salto.
—Vamos, Ash. ¿Es que no sientes cosquillas en las plantas
de los pies? —preguntó, y acto seguido se puso a cantar a voz
en cuello.
—Tú lo has querido. —Ashley se levantó y fue hacia
Logan, que estaba en medio del salón.
Algunos invitados pusieron en alto el teléfono cuando ella
empezó a cantar al micrófono imaginario que él le pasó.
Después bailaron la coreografía juntos, en la que Logan
representó el papel del actor de la película. Al parecer se la
había estudiado a conciencia, porque dominaba los pasos tanto
de Ashley como de su pareja, lo que hizo que los invitados
gritaran su nombre. Ashley acabó partiéndose de risa y cuando
la canción dio paso a la siguiente, primero hizo un gesto
negativo con la mano y luego le quitó el móvil a Logan. Al
poco sonó «Sweet Girl», de Scarlet Luck, y ahora fue Logan el
que suspiró frustrado. Sin embargo, no tardó ni cinco segundos
en ponerse de nuevo a bailar y emular con Ashley fragmentos
de la coreografía del vídeo, cada uno intentando superar al otro
con sus desenfadados movimientos.
Me quedé mirándolos, risueña y fascinada, hasta que
alguien se dejó caer a mi lado en el sofá. Me giré y vi que era
Hunt. Se pasó la mano por la cabeza, que llevaba rapada. Lo
envolvía un olor a tabaco y alcohol. No sabía de dónde lo
había sacado, puesto que Thorn, a todas luces, no lo estaba
sirviendo.
—Conque Beast y tú —comentó mirándome de arriba
abajo.
Durante un momento no supe qué contestar. No solo me
había sorprendido al sentarse a mi lado: que hablase conmigo
también era raro, porque Hunt era muy callado. Salvo cuando
quería ligar.
—Nunca pensé que lo vuestro pudiera ser algo serio —
continuó, y sus palabras me dejaron fría.
—¿Por qué? —pregunté, completamente helada.
—No me malinterpretes: me parece tierno. Pero, por otra
parte, me preocupa lo distinto que se comporta Adam. —Hunt
se puso cómodo en el sofá y apoyó un brazo en el respaldo—.
Antes no necesitaba tener novia para estar bien. Hasta que
Thorn asumió ese papel, él era quien nos mantenía unidos, por
así decirlo. Después Adam lo pasó fatal. Tardó siglos en
recuperarse.
—Lo consiguió —repliqué, sin saber muy bien adónde
pretendía llegar con esa conversación.
—Sí, porque nos tenía a nosotros. Y porque movió el culo.
Lo miré con semblante interrogativo, esperando a que
continuara.
Hunt exhaló un leve suspiro.
—Mira, sé que ahora mismo tenéis algo bonito, pero te
agradecería que no pensaras solo en vosotros. Quizá ahora lo
veáis todo de color rosa, pero, desengáñate, conozco a Adam.
He visto con mis propios ojos lo feas que pueden ponerse las
cosas con él.
Iba a abrir la boca para decir algo, pero Hunt levantó la
mano.
—No lo digo con mala intención, pero así es como es. Que
estéis juntos puede que sea bonito por el momento, pero… ya
solo ver cómo sonríe por ti… Eso no debería ser así.
—¿Es que no puede sonreír por mí? —pregunté, ahora
completamente desconcertada.
—No es bueno que su estado de ánimo dependa de ti. Por
eso mismo no es recomendable que las personas que se
someten a una rehabilitación empiecen una relación justo
después. Si lo vuestro sale mal, entonces ¿qué? ¿Qué pasará?
¿Quién recogerá los pedazos de lo que quede?
Me mordí la mejilla por dentro. Sus palabras me dolieron.
Y además me recordaron el pasado de Adam. Todas las cosas
que me había confiado y que había superado. Y también la
advertencia que me había hecho, que era similar a lo que Hunt
me decía ahora. Sin embargo, también sabía que no pensaba
rendirme. Todo lo que le había dicho a Adam se lo había dicho
de corazón.
—Tú no sabes cuánto tiempo me quedaré en su vida. Puede
que sea para siempre. Si es así, ¿qué dirás?
Hunt me miró e hizo lo peor que podía haber hecho: se
echó a reír a carcajadas. Clavé la vista en él sin dar crédito
mientras se iba calmando poco a poco.
—¿Para siempre? No tienes ni idea de lo que es estar día y
noche con alguien a quien lo atormentan demonios. Yo sí. Y es
lo peor. La más mínima cosa puede hacer que salte y se vuelva
completamente loco. Créeme, no querrás ser responsable de
eso. Y tampoco querrás verlo.
Apreté los labios. No sabía por qué me decía esas cosas,
pero sacudieron algo dentro de mí. Despertaron una vocecita
en mi cabeza que me susurraba que estaba cometiendo un
error. Que le estaba pidiendo a Adam que hiciera algo para lo
que distaba mucho de estar preparado.
Hunt se levantó, se sacó un paquete de tabaco del bolsillo
del pantalón y se encendió un cigarro mientras atravesaba el
salón para salir a la terraza. Yo me quedé donde estaba
mientras intentaba acallar la voz de mi cabeza. Lo conseguí a
duras penas.
31

Rosie
De camino a casa no paraba de darle vueltas a lo que había
dicho Hunt. Sus palabras despertaban en mí un sentimiento
que no había tenido nunca con respecto a lo que había entre
Adam y yo: inseguridad. Me pregunté sin querer si estaba
haciendo lo correcto, si nos hacía algún favor a él y a mí
misma al meternos tan de lleno en lo que teníamos.
Incluso cuando ya estábamos en casa de Adam, seguía
absorta en mis pensamientos. Entramos uno detrás del otro y él
me sacó de mis cavilaciones cuando me cogió la mano.
—¿Todo bien? —me preguntó con suavidad.
Me volví hacia él y vi que la preocupación asomaba a sus
ojos. Eso era lo último que yo quería. No podía permitir que
las palabras de Hunt me afectasen hasta el punto de echar a
perder esa noche. Lo tenía justo delante de mí, sostenía mi
mano y ahora ese momento nos pertenecía solo a nosotros dos.
Mis pensamientos debían estar allí y solo allí, con él.
Me acerqué más y sonreí.
—Genial, sí.
La preocupación desapareció de su mirada cuando me
estrechó entre sus brazos.
—Ha estado bien la tarde.
Adam tenía razón: me había tocado delante de todos sus
amigos, les había dicho a Leah y a Thorn, a efectos prácticos,
que teníamos una relación, y no había vacilado en
demostrarme abiertamente sus sentimientos. Intenté apartar
por completo de mi mente la conversación que había
mantenido con Hunt y me concentré en el hombre que tenía
delante. Que me estaba abrazando. Que se encargaba de que
tuviese mariposas en el estómago. Al que deseaba desde hacía
meses y al que ahora por fin podía transmitírselo.
Me separé un poco de él y lo miré a sus preciosos ojos.
Luego levanté la mano y le acaricié la mandíbula.
—¿Te puedo besar? —musité.
Antes de que pudiera pestañear, respirar o hacer cualquier
otra cosa, Adam se inclinó hacia mí y acercó su boca a la mía
tanto que nuestros labios se rozaron. Después levantó la mano
y me la pasó por el pelo. El gesto hizo que se me pusiera la
piel de gallina.
—Llevo toda la tarde esperando a que lo hagas —susurró.
Me puse de puntillas y lo besé apasionadamente. Cuando
nuestros labios se unieron, fue como si por las venas me
corriese electricidad. Con una mano en su mejilla, lo pegué
más a mí. Noté su barbita incipiente en la piel y Adam profirió
un sonido gutural cuando mi lengua se deslizó en la suya. Fue
un beso lento, aterciopelado, delicado e intenso a la vez, y ese
sonido que nació de lo más profundo de su pecho me hizo
estremecer de deseo. Lo que empezó con suavidad cobró
intensidad deprisa cuando fue bajando con las manos por mi
espalda hasta rodearme el trasero. Ahora fui yo la que soltó un
leve gemido.
—¿Puedo? —inquirió contra mis labios.
Me encantaba que siempre me preguntase para estar seguro
de lo que hacía, y al mismo tiempo sus caricias me hacían
enloquecer.
—Tienes permiso para tocarme en todas partes. Quiero que
lo hagas.
Me tomó la palabra y me estrujó otra vez el culo, después
sus manos siguieron bajando y me levantaron.
Le rodeé la cintura con las piernas y sonreí.
—¿Es que ahora piensas cogerme así todas las noches?
Él asintió y me volvió a besar.
—Siempre.
—Podría resultar agotador.
—Me da lo mismo.
Mis manos subieron por su nuca hasta el nacimiento del
pelo. Yo sentía calor allí donde él me tocaba y me alegré
cuando llegamos a la habitación. No sabía adónde nos llevaría
esa noche, pero yo estaba atenta a las señales que él me
enviaba. Quería a toda costa que se sintiera a gusto conmigo y,
sobre todo, darle la misma seguridad que él siempre me
transmitía a mí.
Me dejó en el suelo y yo fui resbalando por su cuerpo
despacio, con la respiración entrecortada, y lo miré.
—Dime qué quieres que haga —musité acariciándole el
pecho—. Dime qué puedo hacer para que te sientas bien.
Dio dos pasos atrás mientras tiraba de mí; se sentó en el
borde de la cama y me colocó entre sus piernas. Su mano me
tocaba el muslo por detrás lentamente, hasta que dio con la
piel que dejaba al descubierto el corte vertical del vestido que
llevaba.
Su mirada era tan oscura y ardiente que sentí que el
estómago se me contraía. Había deseado durante tanto tiempo
estar con él y hacer todas las cosas que mi corazón ansiaba…
Ahora Adam se encontraba justo delante de mí y me miraba
como si yo fuese lo único que necesitaba para ser feliz. Me
miraba rebosante de deseo.
—Quiero que te desnudes. —Su voz sonaba profunda y
bailoteaba sobre mi piel. Tiró de mi vestido negro y el calor
me atravesó y me subió hasta la cara.
Me deseaba. Después de todo ese tiempo, aunque habíamos
estado separados tantos meses, me deseaba. Casi no me podía
creer la suerte que tenía. Luego me armé de valor y me di la
vuelta.
—Ayúdame, por favor.
Al poco, noté sus dedos en la cremallera, que bajó
despacio, hasta que un airecillo fresco rozó mi espalda
desnuda. Acto seguido me volví de nuevo hacia él y me fui
despojando despacio del vestido.
Adam me recorría el cuerpo con los ojos. Ya me había visto
desnuda, pero lo de ahora no resultaba menos excitante. Estaba
nerviosa, sobre todo porque él seguía completamente vestido,
pero iba en serio cuando decía que quería hacerlo tan feliz
como él a mí. Y quería abandonarme de una vez por todas a
los sentimientos que había entre nosotros, sin las reservas que
siempre nos habían frenado.
—¿Y ahora qué? —musité.
—Ahora —repuso mientras se inclinaba hacia delante—.
Ahora quiero hacer esto. —Me rodeó las caderas con las
manos y me besó el vientre.
Yo apoyé las mías en sus hombros y cerré los ojos mientras
sus labios seguían explorando mi cuerpo; tuve que agarrarme a
él, porque poco a poco empezaba a sentir blando el suelo bajo
mis pies. Sus manos fueron hacia atrás, de nuevo a mi trasero,
que agarró y estrujó, lo cual hizo que yo le apretara los
hombros. Abrí los ojos para ver cómo me acariciaba el cuerpo.
Adam levantó la cabeza, como si notase que yo estaba
mirando. En sus ojos seguía ardiendo el mismo fuego.
—¿Y ahora? —pregunté.
—Quítame la chaqueta. —La voz con la que me lo pidió
me llegó al alma.
Metí las manos lentamente bajo la prenda y se la quité;
después toqué la parte del pecho que dejaba a la vista la
abertura de la camisa y examiné las líneas negras que se
dibujaban en su piel. Yo sabía que se había hecho casi todos
los tatuajes a lo largo de los tres últimos años, y mientras los
miraba creí entender cuál era el motivo, aunque no sabía lo
que simbolizaban para él. Sin embargo, viéndolos comprendí
que todos ellos hablaban a gritos de su dolor. Ponían de
manifiesto que su cuerpo le pertenecía solo a él, que podía
hacer con él lo que él quisiera. Solo él tenía el poder. Y
también lo tenía ahora.
—Estoy loca por ti —susurré mientras mis dedos recorrían
las alas del pájaro que tenía en el cuello.
—Y yo por ti —contestó en voz baja. Después se echó
hacia atrás y se apoyó en las manos—. Desabróchame la
camisa.
Comprendió que yo le cedía el control. Jamás habría
pensado que sus indicaciones pudieran excitarme tanto, pero
así era. La claridad con la que hablaba me gustaba, hacía que
casi me temblaran las manos, pero conseguí desabrochar el
primer botón. Y los siguientes, hasta que poco a poco fue
quedando al descubierto más piel y por fin pude quitarle la
camisa. Estaba buenísimo. Probablemente nunca me cansara
de mirarlo.
—¿Y ahora? —pregunté mientras le acariciaba los hombros
desnudos, que eran mi auténtica debilidad. Ya lo eran antes,
aunque no los hubiese tocado.
—Ahora —dijo tirando de mí— vienes aquí.
Dejé que me sentara a horcajadas en su regazo. Mi
respiración se volvió entrecortada cuando mi torso desnudo se
unió al suyo. Sus manos calientes y grandes se deslizaban por
mi espalda y me mantenían pegada a él. Me incliné despacio
hacia delante y nuestros labios se encontraron en un beso que
fue mucho menos delicado que el anterior; nuestras bocas se
fundieron, nuestras lenguas se enredaron en un baile
apasionado, y cuando Adam me mordió el labio gemí y me
mecí contra él. Lo notaba duro a través del pantalón y jadeé
cuando él emuló la presión en mis caderas y me pegó más a su
cuerpo. Me tocaba por todas partes, me agarraba con fuerza y
me pasaba los dedos por el borde de las bragas. Era tan
electrizante que apenas podía pensar con claridad. Cuando al
fin metió la mano, solté un gemido.
—¿Te gusta? —preguntó.
Asentí, pues quería más de él. Mucho más. Pero, de todas
formas, el avance de sus dedos era un buen comienzo. Pasó el
pulgar por el pequeño haz de nervios de abajo y clavé mis
uñas en sus hombros. Cuando introdujo uno de sus dedos en la
humedad que tenía entre las piernas, enterré la cara en su
cuello.
—Me encantan los ruiditos que haces —dijo mientras me
besaba detrás de la oreja—. Ya me gustaron en su día, por
teléfono. Y ahora no me canso de escucharlos.
Joder. Me estaba haciendo enloquecer, igual que sus
movimientos, que provocaban que mi respiración fuese cada
vez más acelerada. Sin embargo, al mismo tiempo en mi
cabeza se formó una pregunta. No podía volver a ser yo la
única que disfrutara.
—¿Y tú? —inquirí.
—Ahora —fue todo lo que dijo antes de agarrarme por la
nuca para acercar mi cara a la suya. Me besó con dureza y
después deslizó un segundo dedo, y yo gemí de placer y le
agarré el brazo. Hizo que echara por la borda todas las
reservas y la vergüenza que me lastraban.
Dejé que el instinto tomara el timón y empecé a moverme
contra su mano. Tímidamente primero, luego con más
intensidad. Me mecía contra él, mi pelvis buscando el placer.
Le gustó verme así, lo supe por cómo pronunciaba mi nombre
entre tanto y dejaba escapar palabras con voz ronca,
animándome a no parar. Era, con mucho, lo más excitante que
me había pasado en la vida, y mi deseo aumentaba con cada
movimiento. Creció hasta convertirse en una ola cada vez
mayor que amenazaba con romper pronto. Respiraba a
trompicones.
—Adam —dije contra sus labios.
Él pareció entender que esta vez no quería ser la única que
se corriese. Antes de que supiera lo que estaba pasando, retiró
la mano, me dio la vuelta y me tumbó en la cama. Estaba
encima de mí, mi pecho rozando el suyo. La sensación de piel
contra piel era indescriptible y un calor abrasador me corrió
por las venas. No podía parar de tocarlo, de acariciarle los
omóplatos, el pecho y otra vez la espalda, bajando despacio
por su columna, disfrutando de cada centímetro de su piel. En
el siguiente beso puse todo el placer que él me daba, todas las
sensaciones que le pertenecían solo a él. Subí por su espalda y
bajé hasta que ahora fui yo la que le agarró el trasero. Él gimió
y me embistió con la cadera mientras me besaba el cuello y
echaba un brazo atrás para cogerme la muñeca y tirar de ella.
En un primer momento pensé que había hecho algo mal, pero
entonces su mano guio la mía hasta su cinturón.
—Creo que tengo demasiada ropa puesta —susurró.
No hizo falta que me lo repitiese. Empecé en el acto a
desabrocharle el cinturón. Le abrí la bragueta y tiré todo lo que
pude del pantalón hacia abajo.
Adam se separó de mí y se levantó de la cama. Primero se
quitó los calcetines y después el pantalón. Yo me acodé en la
cama para poder ver lo que hacía. No podía estar más bueno.
Las suaves líneas de su cuerpo, los tatuajes del pecho, el
cabello ahora completamente revuelto y esos ojos dorados
fascinantes, que me miraban con el mismo deseo que yo a él.
Si antes había tenido mis dudas con respecto a esa noche, su
mirada me dio la respuesta. Al parecer a él le sucedía lo
mismo.
—Me miras como si… —No terminó la frase.
Como después de unos segundos seguía sin hacerlo,
pregunté:
—¿Como si qué?
Él negó con la cabeza, un gesto que casi pareció desvalido.
—Como si me vieras tal y como soy y, a pesar de todo, me
desearas.
—Porque es así. —Extendí la mano, quería tenerlo
conmigo de nuevo.
Volvió despacio a la cama, se puso encima de mí y me
cogió la barbilla para besarme. A esas alturas eso era algo que
ya habíamos hecho a menudo, pero me di cuenta de que en ese
beso había algo muy especial. Una promesa muda. Solo Adam
y yo, solo unas manos que exploraban, respiración jadeante y
nuestros cuerpos ansiando fundirse en uno. Lo deseaba y, a
juzgar por su forma de susurrar mi nombre, él también a mí.
Lo único que aún se interponía en nuestro camino eran las
últimas prendas. Como si me leyera el pensamiento, Adam me
quitó las bragas y yo me incorporé y metí las manos en su
bóxer. Mientras se lo quitaba lo miraba a los ojos, y en ellos ya
no había miedo. Lo único que veía era deseo.
Cuando por fin estuvo desnudo, me moría de ganas de
tocarlo; quería haberlo hecho antes, aunque no sabía si se
sentiría cómodo. Pero ahora, al ver que cerraba los ojos
cuando mi mano envolvió su miembro y se deslizó arriba y
abajo, y sus dedos rodearon los míos para enseñarme con qué
firmeza y a qué velocidad debía hacerlo, fui consciente
durante cada segundo de que él lo deseaba tanto como yo.
Pese a todo, yo quería ir sobre seguro. Esa era la primera vez
que lo hacía desde lo que le había ocurrido; era un momento
importante y yo quería que supiera que seguía teniendo el
control, pasara lo que pasase.
—Dime si todo va bien, ¿vale? —pedí.
Adam asintió. Tenía el ceño fruncido en señal de
concentración mientras yo continuaba acariciándolo.
—No hace falta que sigamos. Podemos parar cuando
quieras. No…
—¿Rosie? —me interrumpió.
—¿Sí?
—Es un detalle por tu parte, de veras, pero como no
follemos ahora mismo es posible que me muera.
Puse cara de sorpresa y después sonreí.
—¿De qué? ¿De dolor de huevos?
—De eso —confirmó mientras me besaba furtivamente—
o, con lo cachondo que estoy, de un ataque al corazón.
Rodeé su cara con las dos manos y se la acaricié.
—No lo permitiré.
Nuestro siguiente beso nos hizo sonreír, y aunque nuestros
dientes chocaron fue bonito. Cada beso con Adam lo era. Se
echó sobre mí hasta tumbarme en las almohadas de nuevo y yo
lo enganché con una pierna para tenerlo más cerca, muy cerca.
—Llevo un diu —dije sin aliento—. Y estoy sana. Pero
también tengo un condón en el bolso.
Adam me enmarcó el rostro con las manos y me acarició
con suavidad. Su mirada rebosaba tanto amor que temí que
fuera a mí a quien le estallara el corazón de un momento a
otro.
—Yo también estoy sano. Y me fío de ti.
Después no hubo más palabras. Su boca se acopló a la mía,
sus manos exploraron mi cuerpo y las mías el suyo. Nuestras
caricias eran febriles y las prolongamos hasta que el calor que
sentíamos volvió a aumentar. Cuando cambió el peso del
cuerpo, lo sentí contra mí. Ya no había nada salvo él y yo
cuando se deslizó lentamente en mí y ambos gemimos de
placer.
Adam no nos dio tregua, se retiró despacio y volvió a
embestirme antes de que sus labios encontraran mi cuello.
—Rosie —dijo en mi piel, y aunque solo susurró mi
nombre, era mucho lo que transmitía esa única palabra—. Mi
Rosie.
Lo rodeé con las dos piernas y levanté ligeramente la pelvis
para que pudiera penetrarme más. Cuando lo hizo, jadeé.
Empezamos a movernos a un ritmo regular y ya no pudimos
parar.
Yo no era capaz de hablar, y eso que habría querido decirle
lo mucho que me estaba gustando. Lo alucinantemente bueno
que estaba. Cuánto había deseado lo que estábamos haciendo.
Y lo maravilloso que me parecía él. Era la persona más
increíble que había conocido en mi vida. Y lo que estábamos
haciendo… era más que solo sexo. Lo sentía en cada
movimiento, en cada embestida de sus caderas, en cada
respiración entrecortada. Era muchísimo más. ÉL era
muchísimo más para mí.
Nuestras almas estaban en sintonía, al igual que nuestros
cuerpos. Lo habían estado desde el principio. Aunque eran
muchas las cosas que se habían interpuesto en nuestro camino,
aunque éramos muy distintos en muchos sentidos. Mientras
estábamos en brazos del otro fui consciente de algo.
Amaba a Adam Sinclair.
Lo amaba locamente.
Lo terrorífico era que la idea ya ni siquiera me daba miedo.
Mi amor por él no se podía describir con palabras. Lo rodeé
con los brazos, lo sentí contra mí, dentro de mí, y dejé que mi
boca se fundiera con la suya; puse toda mi alma en ese beso
mientras él se retiraba y me penetraba de nuevo, esta vez con
más dureza. Nuestros movimientos se tornaron impetuosos y
también un tanto caóticos mientras la ola arrolladora volvía a
alzarse dentro de mí.
—Adam —musité desesperada.
—Sí —repuso besándome—. Sí.
Una mano subió por mi muslo y me sostuvo con firmeza.
Con la siguiente embestida alcanzó un punto increíble de mi
cuerpo y lancé un gemido que no pude contener. Adam me
penetró una y otra vez y yo me abandoné a sus arremetidas, no
me cansaba de hacerlo, hasta que el deseo acabó
desbordándose y los dos gritamos. Él clavó sus dedos en mi
piel y yo los míos en sus hombros mientras ambos
temblábamos, seguíamos moviéndonos acompasadamente,
incluso cuando bajamos el ritmo.
Adam hundió su cara en mi cuello cuando por fin paró.
Nuestras manos se distendieron. Los hombros le temblaban y
le acaricié la espalda con suavidad. Lo acaricié, lo tranquilicé.
Y lo abracé con fuerza cuando empezó a temblar más y noté la
humedad de sus lágrimas en mi cuello.
32

Adam
En cualquier otro caso posiblemente me hubiese resultado de
lo más violento, pero ahora ya no había vergüenza que valiese.
Podía mostrar mis sentimientos. De manera que rompí a llorar.
Lloré por lo que me habían arrebatado en su día y lloré por lo
que había logrado reconquistar a base de mucho trabajo. Lloré
por esa parte de mí que había perdido y recuperado, aunque
hubo un tiempo en el que no creí que pudiera conseguirlo. Y
lloré porque esa mujer fantástica me abrazaba, veía todas las
cosas que incluso a mí me horrorizaban y, a pesar de todo, me
deseaba y me aceptaba incondicionalmente.
Tardé bastante en calmarme, pero por lo visto a Rosie no le
suponía ningún problema. Tenía la cabeza apoyada en su
regazo y me acariciaba el pelo mientras me miraba rebosante
de amor. Me pasaba los dedos delicadamente por las sienes,
por la frente, por el pelo. Cerré los ojos y me abandoné a esas
caricias. Era bonito. Con ella todo era bonito.
—Gracias —dije.
Rosie se detuvo un instante y siguió con los mimos.
—¿Por qué?
Abrí los ojos y la miré. En los suyos no había otra cosa que
no fuese afecto. En su día eso me había dado miedo, pero
ahora ya no. Lo único que sentía era que al verla mi corazón se
ensanchaba.
—Por todo, creo.
Ladeó la cabeza y sonrió.
—Bueno, yo también te doy las gracias por todo. —Acto
seguido se inclinó sobre mí y me besó con ternura. En cada
uno de sus gestos había tanto amor y tanta entrega que yo no
sabía si alguna vez podría devolvérselo. Pero haría todo lo
posible por hacerlo.
Busqué su mano y entrelacé nuestros dedos. Después me
los llevé a la boca y le besé los nudillos.
—Me recuerdas a cómo era la vida antes —dije, pues no
era capaz de expresarlo de otra manera.
—¿Y cómo era?
Le pasé el pulgar por el dorso de la mano.
—Alegre y fácil.
Rosie continuaba acariciándome la cabeza.
—Creo que algunas cosas siguen siendo alegres y fáciles.
Lo nuestro, por ejemplo: cuando solo estamos nosotros dos
siempre es así. Otras, en cambio, son difíciles.
—Ahora mismo esas otras cosas ya no parecen tan
importantes y amenazadoras —aseguré, y ella sonrió de
nuevo.
Me senté para besarla otra vez en los labios, la atraje hacia
mí y abracé su cuerpo caliente. Ella enmarcó mi cara con sus
manos y su mirada me llegó al alma. La besaría siempre así,
querría que siempre estuviera a mi lado. Cuando la
temperatura volvió a aumentar y nuestras caricias se tornaron
más exigentes, mis manos fueron a sus caderas. La coloqué
sobre mí y la penetré. Ella exhaló un suspiro, me pasó los
dedos por la mandíbula y nuestras bocas se fundieron una vez
más. Y cuando empezó a moverse encima de mí, supe que
para mí no había nadie más. Solo Rosie.
Rosie y solo Rosie. Siempre.

Rosie
Estuvimos en la cama horas. Hablando, durmiendo y
conociéndonos más y más. Yo había perdido la noción del
tiempo y del espacio y solo fui consciente de que debían de
haber pasado bastantes horas cuando, al despertarme la
siguiente vez, vi que el sol ya estaba alto en el cielo. Como
Adam seguía durmiendo, me puse una de sus camisetas con un
pantalón corto de pijama mío y fui a la cocina. Preparé unas
tostadas y café. Mientras lo hacía, se me pasaron por la cabeza
fugazmente las palabras de Hunt. Cómo se había reído de mí
cuando le había dado a entender que tenía intención de estar
con Adam mucho tiempo. No quería continuar dándole vueltas
—y menos después de la noche que acabábamos de vivir—,
pero no podía evitar rumiar sus palabras. Me pregunté si Adam
me contaría más cosas de su pasado, si volvería a verse en una
situación que le afectara profundamente, como había
insinuado Hunt. Sin embargo, cuando empecé a imaginar el
escenario, me conminé a dejar de hacerlo.
En su día yo había deseado pasar una mañana justo como la
de hoy. Quería estar con Adam y no habría podido imaginar
nada mejor que desayunar con él en la cama. No pensaba
permitir que Hunt me estropeara el plan, así que hice a un lado
esos pensamientos con resolución y me centré en buscar una
bandeja en la cocina. Cuando la encontré, puse en ella las
tostadas y el café y subí.
Adam se estaba incorporando en ese preciso instante y
estiraba los brazos. Me detuve en el umbral y me quedé
mirándolo un rato. Sus hombros, por los que tenía debilidad
desde hacía siglos; su pecho, sobre el que se podía dormir tan
a gusto; sus brazos fuertes, que adoraba sentir alrededor de mi
cuerpo.
—Buenos días —saludó, y el hecho de que su voz aún
sonara tan áspera por estar recién despierto hizo que sintiera
cosquillas en el estómago.
—Buenos días —dije yo, también con voz áspera, si bien
por otros motivos.
Carraspeé y fui de nuevo a la cama mientras Adam se
volvía hacia la mesilla de noche y sacaba las gafas del primer
cajón. Cuando se las puso, a punto estuve de lanzar un suspiro.
Ya lo había visto una vez recién levantado, con el pelo
alborotado y gafas. Había sido por videollamada, cuando
estaba de gira, y lo único que pensé fue que era injusto que
estuviese tan guapo por la mañana.
—He hecho unas tostadas. Y café. —Dejé la bandeja con
cuidado en el regazo de Adam.
Su expresión de asombro no me pudo gustar más.
—Es la primera vez que me traen el desayuno a la cama. —
Arrugó la frente—. Sin contar el servicio de habitaciones de
un hotel, vamos.
Me acomodé a su lado y cogí una de las dos tazas de café.
—En ese caso, espero que te guste.
—Claro que me va a gustar. —Se giró hacia mí y me besó
en la sien—. Gracias.
En mi vientre se extendió un agradable calor y bebí un
sorbo de café. Desayunamos juntos, y cuanto más despiertos
estábamos más animadas se volvían nuestras conversaciones.
—Este es Chubby —decía Adam en ese momento, y me
pasó su móvil.
En la foto se veía al gato de sus padres, el mismo que
estaba en un marco enorme en una de las estanterías del salón.
—Qué mono. Y parece enorme.
—Tiene el tamaño perfecto para mí.
Reí al oír eso e intenté imaginarme al enorme gato sentado
encima de él. Me habría gustado verlo de verdad, porque la
idea era de lo más tierna. Pasó a la siguiente imagen: Adam
con su padre, que le rodeaba el hombro con un brazo, en un
taller, delante de un coche herrumbroso.
—Os parecéis mucho —comenté.
En la siguiente fotografía estaba con su madre, cuya sonrisa
era prácticamente igual que la de Adam.
—Vale, retiro lo dicho: te pareces más a tu madre.
Él rio con suavidad.
—Mi tía siempre dice que es la mezcla perfecta. En algunas
cosas soy como mi padre y en otras como mi madre. —De
repente lo vi pensativo—. Me gustaría ir a ver a mis padres
pronto.
—Seguro que se alegrarían.
Tragó saliva a duras penas y tardó un instante en seguir
hablando.
—Los primeros reencuentros después de la rehabilitación
siempre son los más difíciles. Volver a ver a mi padre será
raro, sin duda. Por lo menos al principio.
—Normal. Pero es como tú has dicho: la mayoría de las
veces solo es raro al principio. Podrás con ello. Y fijo que tu
padre se alegra un montón de que vayas.
—Yo también me alegraría.
En la siguiente foto se veía a Adam con los demás
integrantes de Scarlet Luck. Era de hacía tiempo, los cuatro
debían de tener unos diecisiete años. Estaban en un garaje, con
muchos instrumentos detrás de ellos y a su lado, y se rodeaban
con el brazo los unos a los otros.
—Me encanta —musité, y amplié la imagen para ver mejor
a Adam. Llevaba el pelo cardado por todas partes con laca,
igual que Logan, y sacaba la lengua mientras hacía el símbolo
del rock con la mano.
—Creo que fue el día que ensayamos por primera vez
«Sweet Girl», y pensé: «Esto podría ser algo. Estamos ante
algo muy grande».
Volví la cabeza hacia él y la sonrisa de satisfacción de su
rostro me dijo lo mucho que le gustaba recordar esa época.
—Mira lo lejos que habéis llegado —le dije—. Podéis estar
muy orgullosos de vosotros.
Adam siguió contemplando un instante la foto antes de
mirarme a mí. Abrió ligeramente la boca y la cerró, negó con
la cabeza y se inclinó hacia delante para darme un beso suave,
con sabor a café. Cuando se separó de mí, dejó a un lado el
teléfono y dijo, señalándome con un gesto:
—Te toca. Yo también quiero ver fotos.
Accedí y, tras coger el móvil, elegí uno de los álbumes en
los que guardaba mis favoritas. Cogí aire con fuerza cuando
abrí la primera foto.
Debía de tener trece años y se me veía con espinillas, un
corte de pelo espantoso y ropa de dudoso gusto. Pero mi
madre me abrazaba mientras mi padre nos sonreía. Mi madre
todavía estaba sana y sonreía de oreja a oreja.
—Parecéis muy felices —dijo en voz baja Adam.
Noté la presión que se acumulaba detrás de mis ojos, pero
luché contra ella.
—Lo éramos. —Pasé deprisa a la siguiente imagen: yo
delante del gran letrero luminoso del programa—. Esta fue la
primera foto que saqué en el estudio. Estaba muy orgullosa de
haberlo conseguido por fin.
Ahora fue Adam quien amplió la instantánea.
—Estás pletórica. Qué mona. ¿Y sabes qué?
—¿Qué?
—Creo que si tu madre estuviera aquí también se sentiría
muy orgullosa de ti.
Se me alegró el corazón y lo miré de soslayo.
—Como me sigas diciendo esas cosas, lo más probable es
que me eche a llorar.
—Bueno, entonces mejor me callo. Pero que sepas que creo
que tu madre estaría muy orgullosa. Y seguro que tu padre
también lo está.
Me limité a resoplar.
—Por lo general mi padre y yo evitamos por sistema tocar
el tema del programa. Le gusta juzgar. No lo hace con mala
intención, pero lo hace, y a mí me duele siempre.
—¿Has hablado con él desde que apareció el artículo? —
quiso saber Adam.
Negué con la cabeza.
—Solo le mandé un mensaje corto para decirle que no
pasaba nada y que lo llamaría cuando las aguas se hubieran
calmado un poco. Eden y él me han llamado unas cuantas
veces, pero no me he atrevido a cogérselo. Tenía miedo de que
mi padre me dijera algo que me doliese y termináramos
discutiendo, que es lo que suele pasar. Ahora mismo no estoy
de humor para eso.
Adam me escuchó y estuvo pensando un rato en lo que
acababa de contarle.
—No me gusta que te haga sentir siempre que no eres lo
bastante buena, porque eres más que buena. Pero al mismo
tiempo creo que muchas veces te pones en lo peor y luego las
cosas resultan muy distintas. También es posible que tu padre
llamara únicamente porque se preocupa por ti y quería saber si
estás bien.
Me mordisqueé el labio inferior.
—Es que una cosa no quita la otra. Puede que se preocupe
por mí, pero a veces también es muy criticón y me impone
cosas que no quiero hacer porque siempre cree saber qué es lo
mejor.
—Eso también es verdad. —Adam me pasó un brazo por
los hombros y me atrajo hacia él—. Yo solo quiero lo mejor
para ti. Me da que tu padre es importante para ti, así que
seguro que no estaría de más que lo llamaras pronto. Aunque
te cueste.
Me limité a gruñir.
—Sé que tienes razón, es solo que estoy cagada de miedo
de que haya leído el artículo y… se forme una idea falsa de ti.
Y de mí, y de mi trabajo. Y también de nosotros.
Adam guardó silencio un rato, por lo que me dio la
sensación de que debía explicarme un poco más.
—Me dolería mucho, porque tú y el programa sois las cosas
más importantes de mi vida.
Él me abrazó con más fuerza y me dio un beso en el pelo.
Los dos permanecimos callados un instante hasta que Adam
señaló de nuevo mi móvil.
—Enséñame la siguiente foto.
Deslicé el dedo por la pantalla… y me quedé helada.
—Vaya —dijo Adam.
Exacto, «vaya».
La siguiente imagen era un selfie de Adam a la batería. Me
la había enviado cuando estaba de gira y yo le había pedido
indirectamente una foto. Cuando me la mandó, casi me dio
algo, porque en ella estaba muy sexy. Sudoroso, con las
mejillas rojas, el pelo azul alborotado y las baquetas en las
manos mientras sonreía a la cámara.
—Haré como si ahora mismo no hubiera pasado nada —
afirmé poniendo cara de circunstancias, y pasé deprisa a la
siguiente foto, pero él me apretó la mano. Al mirarlo, sus ojos
rebosaban amor.
—No tienes por qué sentirte incómoda. Yo también
guardaba siempre tus fotos.
Lo miré sin dar crédito.
—¿En serio?
Él asintió. Significaba mucho para mí, porque me
demostraba que ni en la clínica ni durante el tiempo que había
pasado después había roto de verdad conmigo, al igual que yo
tampoco con él.
—Creo que va siendo hora de que nos hagamos una foto
juntos —propuse, y levanté el teléfono.
—Vale —musitó él pasándose las manos por el pelo.
Cuando iba a quitarse las gafas, lo agarré por la muñeca y
negué con la cabeza.
—Déjatelas puestas —ordené con resolución.
Bajó la mano.
—Veo que puedes ser muy autoritaria.
Asentí y abrí la cámara. Después sostuve en alto el móvil
hasta que ambos aparecimos en la pantalla y sonreí. Adam
acercó la boca a mi oreja.
—Luego me gustaría ver si puedes ser igual de autoritaria
en la cama —susurró justo cuando yo hice la foto.
Por su culpa, salí roja como un tomate y, aunque sonreía, la
expresión de sorpresa en mis ojos permitía suponer que Adam
me había dicho al oído algo subido de tono. Pese a todo, era
mi nueva foto favorita y la puse en el acto de fondo de
pantalla.
33

Rosie
Por desgracia Adam y yo teníamos que volver a la realidad en
algún momento. No nos hacía gracia a ninguno de los dos,
pero yo debía ir al estudio y él quería ensayar más con el
grupo cuanto antes. La vida real no esperaba a que los dos
estuviésemos preparados, así que, con todo el dolor de nuestro
corazón, dejamos la placentera burbuja de nuestra
reencontrada unión.
Ese lunes, cuando llegué al estudio, fue como si me echaran
un jarro de agua fría. Aunque me había preparado
mentalmente para encontrarme con los paparazzi, me asustó
tanto como la primera vez ver lo insistentes que eran.
Hablaban todos a la vez, haciéndome preguntas agresivas y
descaradas a gritos, y avanzaban hacia mí a empujones, tanto
que posiblemente habría salido herida de nuevo de no ser por
Caleb. Me alegré de que Adam lo hubiese llamado para que
me llevara al trabajo, pero no estaba segura de que me fuera a
acostumbrar a su presencia.
—¡Rosie! —La voz hizo que me detuviera un momento a la
entrada del estudio. Volví la cabeza y vi a un grupo de chicas
cerca de la puerta, en medio de los paparazzi—. Rosie, ¿nos
firmas un autógrafo? —pidió una de las adolescentes.
Me quedé tan perpleja que durante un momento no pude
moverme. ¿De verdad quería un autógrafo mío? ¿Porque
estaba con Adam? Me resultaba de lo más extraño. Al mismo
tiempo me miraban todas tan esperanzadas que hice ademán
de acercarme a ellas. Pero al hacerlo, la presión del brazo
protector con el que me rodeaba Caleb aumentó.
—No, señorita Hart —dijo en voz baja pero enfática—. Así
solo conseguirá que la histeria vaya a más.
Me volví hacia las chicas y me apresuré a musitar un «lo
siento» antes de que Caleb me metiera en el edificio.
Una vez dentro, me despedí del guardaespaldas de Adam y,
mientras subía al estudio, respiré hondo, intentando
concentrarme en el trabajo. En Bodhi, en el estudio, en las
numerosas solicitudes que estábamos estudiando, en los
patrocinadores del programa para los que ese día grabaríamos
espacios publicitarios. Ese era mi trabajo, y ningún fiasco
mediático podría acabar con él: eso era lo que me había
enseñado ese año; por mucho que la tomaran con Adam y
conmigo los paparazzi, saldría adelante. A lo largo de los
últimos meses el programa ya se había resentido bastante, y no
podía permitir que eso fuera a más, de ninguna manera. Como
le había dicho a Adam: el programa era el centro de mi vida y
debía seguir luchando por él.
Bodhi se levantó de su mesa al verme entrar y fue directo a
mí. Me abrazó con fuerza, gesto que yo devolví, para lo cual,
debido a su estatura, tuve que ponerme de puntillas.
—¿Todo bien, boss? —preguntó con las manos en mis
hombros.
Asentí.
—Sí, creo que sí. ¿Qué tal tú?
—Genial todo. Solo que hay mucho que hacer y las
Navidades están a la vuelta de la esquina.
Como si esa fuese mi entrada, sostuve en alto la bolsa que
llevaba.
—He pensado que podíamos adornar esto un poco antes de
subir la entrevista de Menace.
Bodhi se inclinó hacia delante para ver lo que había en la
bolsa.
—¿Para crear un ambiente agradable cuando subamos ese
horror de entrevista?
—Bueno, también me apetecía mucho poner algunos
adornos, pero sí. —Hice una mueca y Bodhi me cogió la
bolsa.
Nos pusimos los dos a decorar el estudio mientras de fondo
sonaba música navideña. Al sitio que yo ocupaba delante de
las cámaras le dedicamos más empeño y tiempo. Después nos
sentamos a nuestras respectivas mesas y subimos la entrevista,
que habíamos aplazado lo que parecía una eternidad. Bodhi se
ocupó de las publicaciones en redes sociales y yo de la página
web. Cuando terminamos con la entrevista, nos enfocamos en
el plan de grabaciones para las Navidades, ya que no había
nada peor que esperar delante del ordenador a ver cómo
reaccionaban los fans. Durante las dos horas que siguieron
grabamos seis anuncios publicitarios previstos para la
temporada navideña.
En el descanso me tomé un café y eché una ojeada al móvil.
No pude evitar sonreír al ver la foto en la que estaba con
Adam. Además, tenía un mensaje suyo.
Adam: estoy pensando en ti

El corazón se me derritió al leer sus palabras. Yo le había


escrito exactamente eso en su día, cuando él estaba en Francia.
Entonces ya no me respondió, pero que ahora me mandara eso
al menos cerraba el círculo en cierto modo. Le contesté
deprisa:
Rosie: Yo también estoy pensando en ti. :)

Estimulada, seguí con los últimos preparativos para las


vacaciones navideñas.
—Ya he respondido todos los correos. A algunas personas
les he dado largas hasta el año que viene, no era nada que no
pudiese esperar hasta Nochevieja —contaba en ese instante
Bodhi.
—Genial. Yo tampoco tenía ya nada importante en la
bandeja de entrada. —A excepción de centenares de preguntas
sobre el puñetero artículo y el punto en el que se encontraba la
relación que manteníamos Adam y yo, que seguíamos dejando
de lado en la medida de lo posible.
—¿Quieres que me ocupe de los comentarios de la
entrevista a Menace? —preguntó Bodhi titubeante.
Negué con la cabeza en el acto.
—Yo me encargo. Si quieres, puedes irte tranquilamente.
Su rostro se iluminó.
—¿Seguro?
Asentí, pero levanté la mano para que esperase un
momento. Después fui al armario, donde había dejado la
segunda bolsa con la que había llegado ese día. Saqué su
regalo de Navidad y lo llevé a su mesa. Era una cestita con
bombones y galletas navideños, un detalle nada más, pero
cuando Bodhi lo vio fue como si lo hubiera hecho el hombre
más feliz del mundo.
—¿Y esto?
—Es un regalito para las fiestas. No estaba segura de si
celebrabas la Navidad, pero algo dulce nunca está de más —
empecé, y luego me puse seria y lo miré a los ojos—: Ni el
programa ni yo habríamos superado estos últimos meses sin ti.
Gracias por todo.
Bodhi miró primero el regalo y después a mí y de nuevo el
regalo.
—Creo que voy a echarme a llorar.
—¡Nooo! ¡La idea era hacerte feliz!
—Y lo estoy. Muchas gracias, Rosie. —Me abrazó de
nuevo—. Yo también estoy muy contento de trabajar aquí.
Tras permanecer un instante abrazados, nos separamos, a lo
cual siguió un breve silencio incómodo durante el que ninguno
de los dos sabía qué decir. Poco después Bodhi se puso el
abrigo y se marchó del estudio, y aunque la situación fue un
tanto rara, me alegré de haberle dicho lo que le había dicho,
porque no podía ser más cierto: sin él no habría podido
mantener con vida el programa, al menos no de esa manera, y
ya iba siendo hora de que expresara abiertamente el cariño que
le tenía.
Cuando se hubo ido, me serví otro café y me senté de
nuevo a la mesa, donde lo primero que hice fue actualizar
nuestra página web para dar a conocer cuáles serían las
siguientes entrevistas. Proporcioné la información pertinente,
añadí los correspondientes textos y realicé una actualización
de software que estaba pendiente desde lo que me parecía una
eternidad. Después me dispuse a responder a los comentarios
que pudiera haber del programa de ese día.
El corazón me latía con fuerza en el pecho, como siempre
esos últimos meses, cuando veía los comentarios; tenía que
hacer un esfuerzo para leerlos todos, pero podría con ello, a
pesar de Menace. De manera que eché atrás los hombros,
enderecé la espalda y empecé a bajar por la pantalla.
¿¿¿Es que ahora nadie va a decir nada de que Rosie Hart esté saliendo con
Beast???

¿No eras tan superamiga de Ash? No me puedo creer que de verdad le


ofrezcas un altavoz a ese capullo. Tanto hablar de lealtad y mira…

Menace representa todo lo que va mal en este sector. No me puedo creer que
lo hayas invitado a tu programa, Rosie.

¡Pero si justo a eso ha hecho alusión Rosie con sus preguntas! Me ha


parecido genial que le preguntase cuál es la imagen que pretende dar de la
mujer. No todo el mundo se habría atrevido a hacer eso.

Yo me habría atrevido a hacer bastante más. Y creo que el mero hecho de


que se digne a hablar con él dice de ella todo lo que hay que saber.

Asquerosa su forma de arrimarse a Menace en la foto. ¿Le está poniendo los


cuernos a Beast?

Si alguien como Beast me abrazara, yo, desde luego, no haría eso. Si


parecen dos lapas…

Pero ¿habéis visto cómo la abraza Beast en la foto? #envidia


¿Envidia? Muy poca. A mí todo ese asunto lo que me parece es raro de
narices. Seguro que tenía planeado desde hace mucho tirarle los tejos. Me
preocupan seriamente él y su bienestar.

¿Por qué?

Es evidente. Beast sigue luchando contra su adicción. La gente no sale de


una clínica para meterse en una relación de cabeza.

Pero al parecer ellos ya estaban saliendo antes.

No oficialmente. Y seguro que eso también es por algo. No creo que Adam
quisiera esa relación… pero bueno, eso es otra historia.

El corazón me latía cada vez más deprisa y no se debía al


café. Todos esos comentarios se habían publicado bajo la
fotografía del programa que habíamos hecho ese día. Mi
programa suscitaba discusiones desde hacía meses, pero nunca
habían degenerado tanto como esa.
Releí los comentarios. Luego cargué los que habían escrito
después y contuve la respiración. Cada vez iba a peor. Desde
que se había publicado el artículo se habían entablado
infinidad de conversaciones así bajo nuestras fotos y ni Bodhi
ni yo habíamos borrado o restringido de alguna manera los
comentarios, porque temíamos que hacerlo solo sirviese para
azuzar a la gente. Ahora me preguntaba si no habría sido un
error, porque los insultos y las discusiones eran golpes tan
bajos que me dejaban sin aire, tal era el rechazo que provocaba
yo y todo lo que tenía que ver conmigo. No podía respirar. Y
eso que a esas alturas creía tener ya una coraza bastante
gruesa, pero, por desgracia, con cada comentario esa coraza
protectora se iba volviendo más fina, hasta que al final no
quedó nada de ella.
Para colmo, uno de los paparazzi había subido un vídeo en
el que se me veía llegando al estudio ese día y me había
etiquetado. En él Caleb aparecía muy serio, con el ceño
fruncido, mientras me rodeaba con un brazo y mantenía el otro
extendido para tener a raya a los paparazzi. El que había
hecho el vídeo ahora grababa mi interacción con las chicas que
esperaban a la puerta. En el vídeo yo estaba de espaldas, así
que no se veía que me había disculpado con ellas, de modo
que parecía que no les había hecho el menor caso. Lo cierto es
que no quería leer los comentarios de debajo. No quería, pero
mi dedo tembloroso se movió como por su cuenta y fue
bajando por la pantalla.
Vaya. Creo que ahí nos enseña cuál es su verdadera cara…

¡¿Cómo puede ser tan creída esta tía?! Qué fuerte. Que ahora esté saliendo
con una estrella no es una excusa para pasar de nosotras.

Siempre pensé que Rosie era una de las nuestras, pero se ve que me
equivocaba.

Desde luego que no es una de las nuestras. Aparte de que es una mierda de
amiga, y si no mirad a la que era su asistente, Kayla, que ha tenido que poner en
marcha su propio programa porque Rosie no quería compartir protagonismo con
ella. O a Ashley, a cuyo exnovio promociona ahora en su programa.

Esto es ya lo último. Menuda rata asquerosa.

¿Y con semejante persona sale Beast? Con lo fea que es. Y encima se cree la
más guay solo porque se tiñe el pelo de colores.

A mí él más bien me preocupa. Parece que ella lo tiene completamente


dominado. Zorra asquerosa. ¿Empezaría a beber por su culpa?
Menuda gilipollez. Bebía desde hace años, se veía perfectamente. Yo más
bien pienso que deberíamos preocuparnos por lo que hará cuando su relación se
vaya a la mierda.

Uf, sí. Imaginaos que recae por su culpa. Eso sí que sería una putada.

Cosas más raras se han visto. Mi madre empezó una relación nueva justo
después de salir de rehabilitación y recayó la primera vez que se peleó con su
nuevo novio… La más mínima cosa puede hacer que uno recaiga. No se lo
desearía a ninguno de los dos. Y menos a él. Desde luego no por culpa de una
tía como esa…

A mí me pasó lo mismo. Estuve sobrio una temporada, pero me metí en una


relación antes de tiempo. Que bebiera o no dependía de mi estado de ánimo, y
eso era algo en lo que influía a diario mi ex. No quería cargarla con esa presión
y ahora es algo de lo que me arrepiento, pero por desgracia yo era así. No pude
hacer nada para evitarlo. Cuando cortamos, acabé en la clínica otra vez porque
tuve que empezar prácticamente de cero.

Las palabras comenzaron a desdibujarse ante mis ojos. Sin


darme cuenta se me habían saltado las lágrimas y pestañeaba
deprisa para evitar llorar, pero no sirvió de nada.
Y yo que pensaba que después de los insultos la cosa no
podía ser peor… Por lo visto me equivocaba.
Leí otra vez los comentarios que había bajo el clip. Cuánta
rabia dirigida hacia mí. Cuánto odio. En su día ya había sido
malo, pero esto superaba con creces a lo de antaño. Cada una
de esas palabras se abrió paso por mi cuerpo, me hincó los
colmillos y me mordió con tanta fuerza que tuve la sensación
de desgarrarme de dolor. El pánico se apoderó de mí, haciendo
que no pudiera respirar, y busqué, en vano, algún asidero. Para
entonces mi respiración era tan acelerada que mis jadeos se
oían en todo el estudio. Todo lo que había intentado dejar atrás
subía de nuevo a la superficie.
De pronto lo oí todo. Todas las palabras que me habían
escupido a lo largo de ese año, que habían aprisionado mi
corazón como si fuesen garras y me hacían sangrar
continuamente.
«Pedazo de cerda.»
«No sabes llevar un programa.»
«Zorra fea.»
«Eso no se arregla ni operándose.»
«Menuda inútil. A ver, ¿qué sabe hacer en realidad?»
«Mala amiga.»
«¿Qué pinta Beast con ella?»
«Le pone los cuernos.»
«Qué calculadora es.»
«Menuda trepa.»
«Ese era su plan desde el principio.»
«Deberíamos preocuparnos por Beast.»
«Si él recae, la culpable será ella.»
«Inepta.»
«Trepa.»
«Idiota.»
«Fea.»
«Calculadora.»
«Inútil.»
Me tapé los oídos con las manos mientras lloraba a lágrima
viva. No sirvió de nada. Las voces no se iban. Tenía que
marcharme, salir de ese estudio, donde las cosas no hacían
sino empeorar. Por primera vez desde hacía semanas eché de
menos mi casa. Quería ir a mi piso, taparme la cabeza con el
edredón y acallar las voces.
Me levanté de la silla, aturdida, mientras sentía que todo en
mí se contraía. Un sudor frío se me formó en la nuca y la
palma de las manos cuando apagué el ordenador, cogí el bolso
y di un paso tembloroso tras otro. Conseguí alcanzar el
ascensor y bajar. Necesitaba aire fresco urgentemente, pero
cuando llegué a la puerta, a través del murmullo atronador que
tenía en los oídos se abrieron paso otros ruidos… y me vi
arrastrada de vuelta a la realidad.
En lugar de aire fresco me recibieron un gentío y un
aluvión de flashes. Llorando sin parar, me puse una mano
delante de la cara para protegerme cuando a las voces que se
burlaban en mi cabeza se sumaron otras justo delante de mí.
—Lo de la broma que les gastó a los Scarlet Luck en su día
¿fue para ligarse a Beast? —inquirió uno de los paparazzi
mientras yo intentaba atravesar el grupo de personas.
—¿Lo tenía planeado todo desde hace tiempo? —quiso
saber otro.
—No me puedo creer que de verdad haya subido una foto
abrazada a Menace —dijo una voz de mujer.
Vi desdibujado el grupito de chicas que estaba por la
mañana.
—¿Cree usted que su relación pondrá en peligro la salud de
Beast? —preguntó otro paparazzi.
Cuando casi había llegado al final, alguien me agarró el
brazo. Con el corazón desbocado, miré a un hombre que
sostenía en la otra mano una cámara de gran tamaño.
—Las visualizaciones que recibe su programa se dispararon
desde que entrevistó a Scarlet Luck. ¿Ve su relación con Beast
como una posibilidad de hacer carrera?
Al ver que no contestaba, que tan solo me quedaba parada,
el hombre levantó la cámara y me la puso delante de la cara.
El flashazo me cegó y la parte del brazo por la que me había
cogido me dolía. Después ya no supe decir con certeza cómo
pasó, pero fue como si se me cruzaran los cables. Aquello me
superaba. Los comentarios, los ataques verbales, la
situación…, todo me superaba. En ese momento perdí los
nervios.
Estaba harta. Estaba completamente harta. De todo: del
pánico, del odio, de la sensación de no ser nunca lo bastante
buena, del peso de, según ellos, poner en peligro la salud de
Adam, de la curiosidad de esos desconocidos que analizaban
cada uno de mis pasos y lo interpretaban todo de manera
arbitraria. Me di cuenta de que no pararía nunca. Toda esa
mierda me salpicaría una y otra vez, hiciera lo que hiciese,
esperara lo que esperase. Pensábamos que la atención
terminaría decayendo antes o después, pero no sería así. De
todas formas, daba igual lo que yo dijera o hiciera. Y en ese
momento la paciencia se me acabó definitivamente.
—¡Déjame en paz de una puñetera vez, puto gilipollas! —
espeté.
—Sonría a la cámara —repuso el paparazzi.
Cuando me plantó la cámara en la cara esta vez, mi cuerpo
reaccionó por sí solo: le quité de la mano el puñetero trasto,
cogí impulso y lo estrellé contra el suelo. Cuando se hizo
pedazos, pasé como pude entre la gente y salí corriendo. Pero
el pánico no cesó ni siquiera después de dejar atrás el gentío,
ni tampoco las voces que me decían que no había nada que
hacer, por mucho que lo intentara.
34

Adam
Algo iba mal. Lo presentía. Por una parte, porque Rosie
llevaba horas sin contestar a los mensajes que le había
enviado; por otra, porque no estaba en el estudio a la hora a la
que había quedado con Caleb para que fuese a buscarla.
Daba vueltas por el salón mientras esperaba a que Caleb
contestase. En lugar de un mensaje recibí una llamada suya,
que cogí en el acto.
—Los paparazzi la pillaron cuando salía del edificio —
informó en vez de saludar.
Solté un taco entre dientes.
—Gracias por avisar.
Caleb vaciló un instante.
—Si hay algo más que pueda hacer, dímelo.
—Claro.
Después de colgar llamé de inmediato a Rosie. El teléfono
sonó unas cuantas veces, pero no lo cogió. Colgué. Si los
paparazzi la habían pillado, seguro que ya había algo en
internet. Antes había entrado en su página web para ver si ya
había subido la entrevista que le había hecho a Menace. Sin
embargo, después pensé que se me estaba yendo un poco la
olla, porque apenas había aguantado tres horas sin ver qué
estaba haciendo Rosie, así que volví a meterme en el estudio
de casa para tocar la batería. Eso me sirvió de ayuda, pero
ahora se me habían disparado todas las alarmas, así que entré
en internet… y no tardé en encontrar lo que buscaba.
Entre los primeros puestos de lo más buscado estaba el
nombre de Rosie. Hice clic y me quedé de piedra.
Se veían fotos. De Rosie, con el pánico escrito en los ojos y
las lágrimas corriéndole por la cara. De ella gritando algo y
con pinta de estar muy enfadada. Debajo había distintos
titulares:
La novia de Adam Sinclair pierde los estribos por completo

Rosie Hart ataca a un paparazzi y rompe una cámara

Agresiva y furiosa: aún no conocíamos esta faceta de Rosie, la novia de


Adam Sinclair. ¿Es esta su verdadera cara?

Casi no me podía creer lo que estaba leyendo. No me cabía


en la cabeza que de verdad hubiese pasado eso. Me puse
furioso en el acto. Rosie nunca atacaría a nadie, sencillamente
no me lo podía creer. Esos desgraciados la seguían desde hacía
semanas y no aflojaban, ni siquiera cuando no había nadie que
la protegiese. Pero ¿por qué había desaparecido sin decirnos
nada a Caleb o a mí?
Continué buscando y después entré en Instagram para
averiguar si el motivo de que Rosie hubiera salido corriendo
había sido la respuesta de la gente a la entrevista de Menace.
Sin embargo, nada habría podido prepararme para lo que leí
allí: dudaba que esos comentarios los hubiesen escrito
personas que estuvieran en su sano juicio. Seguí investigando
y revisé las publicaciones en las que la habían etiquetado ese
día. En ellas aparecían algunas instantáneas delante del
estudio. Al ver al paparazzi que había cogido a Rosie del
brazo y le había plantado una cámara en la cara, apreté el
puño. La rabia fue a más cuando leí los comentarios. Eran
cientos, la mayoría negativos. Hacían referencia al físico de
Rosie, a su falta de lealtad, a que probablemente me hubiese
puesto los cuernos con Menace, a lo mala amiga que era con
Ashley y a lo despreciable que era en general. Eso sin contar el
montón de comentarios que había también sobre mí y mi salud
mental, de la que responsabilizaban a Rosie y solo a Rosie. Lo
leí todo sin dar crédito.
—Joder —se me escapó.
Lo que ponía era horrible. Toda esa gente que no me
conocía aseguraba que mi novia era un peligro, que por su
culpa yo podía volver a recaer. La insultaban, incluso después
del tiempo que había pasado, cuando yo creía que la situación
había mejorado. Me habría gustado responder a cada uno de
los comentarios. Me habría gustado poder colocarme delante
de Rosie como si fuese un escudo para protegerla de todo.
Pero antes había algo mucho más importante.
Tenía que verla.
Salí deprisa y corriendo de casa y fui directo a la de Rosie. La
cabeza me iba a mil. Podía hacerme una idea de por qué se
había defendido del paparazzi: posiblemente yo hubiese hecho
lo mismo. Me vino a la memoria la imagen de Rosie en el
almacén. Las demás veces que la había visto llorando. Siempre
salía de los atolladeros ella sola, pero ya no tenía por qué
seguir haciéndolo. Quizá pudiera hacérselo entender.
Aparqué en el garaje, donde había plazas para visitas, y
subí en el ascensor a su piso para llamar directamente a su
puerta. Aguanté un minuto que se me hizo eterno y llamé de
nuevo. Al cabo, oí ruidos en el piso. Alguien se acercaba a la
puerta arrastrando los pies. La llave giró y poco después la
puerta se abrió una rendija.
Solo me hizo falta verle la parte de la cara que me permitía
la abertura para que la rabia que sentía por dentro se
convirtiese en un infierno llameante. Tenía el rostro rojo e
hinchado, debía de haber pasado horas llorando.
—Ahora mismo no es buen momento —adujo con voz
rasposa.
La miré angustiado.
—Por favor, déjame entrar.
Ella vaciló un instante y después abrió del todo.
Suspiré aliviado y pasé dentro. Cerré con suavidad y me
volví hacia Rosie. La abracé en el acto y al rodearle el cuerpo
con los brazos noté que toda ella temblaba como una hoja. La
estreché con fuerza, pero no respondió a mi abrazo. Iba a
cogerla para llevarla al sofá, pero, como si lo intuyese, se
separó de mí y dio media vuelta para ir al salón por sí sola.
Allí se dejó caer en el borde del sofá.
Su rostro era inexpresivo, estaba completamente hundida.
Esa situación había desencadenado algo en ella que parecía
haberla privado de toda vivacidad. Y eso me puso hecho una
fiera. Esas personas no tenían ni idea de lo que le estaban
haciendo. Y lo que más me enfadaba era no saber qué podía
hacer al respecto.
Me agaché delante de ella y la miré.
—Rosie.
No reaccionó. Su respiración seguía siendo entrecortada.
Estaba aterrada por completo. Y ya debía de llevar así un buen
rato. Tenía los dedos agarrotados en el regazo y su pecho subía
y bajaba con un ritmo acelerado e irregular. Le cogí las manos
con sumo cuidado: las tenía heladas. Le froté los dedos,
masajeándolos con delicadeza.
—Dime cinco cosas que veas —musité recordando la
situación de antaño.
Rosie cerró los ojos y profirió un sollozo que hizo que todo
en mí se contrajera.
—No puedo seguir con esto, Adam.
Dejé de hacer lo que estaba haciendo. De pronto sentía el
corazón en la garganta. No quería formular la siguiente
pregunta, pero hice de tripas corazón.
—¿Qué?
Ella hizo un esfuerzo para respirar hondo unas cuantas
veces, pero tardó un rato en abrir los ojos y mirarme, deshecha
en lágrimas.
—Ha sido un error que fuésemos tan lejos. No deberíamos
haberlo hecho.
Sacudí la cabeza en el acto.
—No digas eso. No por culpa de unos idiotas que escriben
cosas de las que no tienen ni la menor idea.
Ella guardó silencio. Las lágrimas caían en nuestros dedos
entrelazados. Nunca la había visto tan triste. Sentí un
desvalimiento que se apoderó de todo mi cuerpo y de mi
cabeza. Quería ayudarla; quería que supiera que podía contar
conmigo, pero el muro que ya había levantado al verla en la
gala por primera vez después de tantos meses volvía a estar en
pie. No lo entendía.
¿Cómo podía ocurrir eso de nuevo? ¿Después de todo lo
que había pasado los últimos días?
—¿Qué puedo hacer? —pregunté mientras seguía
masajeándole los fríos dedos—. ¿Qué puedo hacer para que
esto mejore?
Ella negó con la cabeza.
—Nada, eso es lo triste, que no puedes hacer nada. Esto no
va a parar nunca. Siempre aparecerá otra cosa que nos dejará
hechos polvo a ti o a mí, y entonces… —Apretó los labios, sin
terminar la frase.
—Y entonces ¿qué? —pregunté con suavidad.
Ella me miró a los ojos mientras las lágrimas le corrían por
las mejillas.
—Volveremos a vernos en esta situación. Cada vez que
pienso que puedo salir de este agujero pasa otra cosa que me
hunde de nuevo de tal modo que necesito semanas, si no
meses, para salir a flote.
—Yo te ayudaré —contesté en el acto—. Haré todo lo que
pueda para que las cosas mejoren. Juntos lo conseguiremos.
Rosie sacudió la cabeza.
—No podemos estar cayendo siempre y ayudándonos
mutuamente a salir de las crisis. Tus fans creen que es culpa
mía. Me culpan por todo, hagamos lo que hagamos. Tú mismo
has dicho que es posible que algo vuelva a desestabilizarte. Y
la culpa será mía. Yo seré la culpable de todo.
—Pero cuando dije eso no me refería a que dependiese de
ti. Solo quería que supieras dónde te metías. —Las lágrimas se
le saltaron de nuevo y, en las mías, sus manos temblaban cada
vez más—. Rosie… —empecé de nuevo, pero ella me
interrumpió con un cabeceo.
—Tus fans no son los únicos que piensan así. Tus
compañeros opinan lo mismo, por lo menos Hunt.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo?
—Tiene razón al decir que tu estado de ánimo no debería
depender de mí; que será él quien tendrá que volver a recoger
los pedazos. No sé cómo pude llegar a pensar que el mundo
exterior no existía, porque existe. Y se dejará oír cada vez más
cuanto más tiempo estemos juntos. Nos lo ha demostrado una
y otra vez.
Me costaba creer que de verdad Hunt hubiera dicho eso. La
próxima vez que lo viese se lo preguntaría, pero ahora debía
concentrarme en Rosie y en hacer que se sintiera mejor.
—Pero aquí lo importante no es el mundo, lo importante
somos solo nosotros dos. Dijiste que disfrutabas estando
conmigo. Yo también disfruto estando contigo. Más que
cualquier otra cosa. Con eso debería bastar, ¿no crees?
Ahora sus ojos parecían grandes y vacíos. Yo lo único que
quería era abrazarla, pero vi que en ese momento no sería
buena idea. Todo en Rosie decía que no estaba preparada para
eso, y si había alguien que supiera reconocer algo así era yo.
—No basta. No a este precio —repuso al cabo con voz
rasposa.
Me quedé helado. Pensaba que estaba aterrorizada y solo
necesitaba un poco de consuelo para que las cosas volvieran a
su cauce, pero ahora, por primera vez, tenía mis dudas.
Cuando iba a hablar de nuevo, Rosie continuó.
—Este año ha sido precioso para mí porque has entrado en
mi vida. Y no podría estar más agradecida por cada uno de los
segundos que he pasado contigo. Pero, al mismo tiempo, este
también ha sido uno de los años más espantosos de mi vida —
musitó con la voz quebrada—. Nunca me habían atacado con
tanta brutalidad como después de la entrevista que os hice.
Nunca había tenido que luchar como lo he hecho para
recuperar la reputación como en los últimos meses. Nunca
había sentido tanta desesperación ni tanta tristeza como ahora.
Y nunca había arremetido contra alguien hasta hoy. Ni… Ni
yo misma me reconozco, Adam. No sé si puedo seguir
contigo, o cómo podría hacerlo, sabiendo que ahí fuera hay
tanta gente que me desprecia por la relación que mantenemos.
Primero tenía que digerir esas palabras. En lo más profundo
de mi pecho todo se contrajo dolorosamente. Por un lado,
entendía lo que Rosie acababa de decirme; por otro, no veía
por qué teníamos que renunciar a lo nuestro solo porque al
parecer la gente tenía un problema con ello.
—Tú lo eres todo para mí —empecé de nuevo poco
después, y ahora fue Rosie la que se quedó de piedra—. Sé
que la intuición no es lo mío, pero creo que yo también soy
algo para ti.
Ella tragó saliva con dificultad.
—Pues claro. Y ese es uno de los motivos por los que no
puedo seguir con lo nuestro.
Fruncí más aún el ceño.
—Eso sí que no tiene ningún sentido.
Rosie se limpió las mejillas con el dorso de las manos.
—Quiero que sigas creciendo. Quiero que superes lo que te
sucedió en el pasado. No puedo ser la responsable de que te
enfrentes constantemente a nuevos problemas. No quiero ser la
razón de que recaigas.
—Y no lo haré. A diferencia de ti, me importa una mierda
lo que la gente escriba de mí o de nosotros.
—Bueno, pues a mí sí me importa. Leer esas cosas me hace
daño siempre. Y no va a parar. Nunca, hagamos lo que
hagamos.
—Somos nosotros quienes decidimos lo que hacemos,
Rosie. Nosotros quienes tenemos la capacidad de decidir cómo
nos sentimos y lo que haremos en el futuro. Nosotros, no los
demás. No son ellos los que deciden quién eres tú o quién soy
yo, aunque quizá ahora mismo lo parezca. —Le apreté las
manos—. Yo sé quién eres. Lo sé desde lo más profundo de mi
corazón. Y tú sabes quién soy yo. Solo tenemos que salir de
esta. Estoy seguro de que todo volverá a la normalidad si
peleamos con ganas.
—Pero yo ya no puedo pelear más. —Retiró las manos—.
No puedo más, Adam. Ya no tengo fuerzas. No quiero hacerte
daño, pero… no aguanto más esta mierda.
Seguía mirándola a los ojos mientras en la garganta se me
formaba un nudo.
—Déjame estar a tu lado.
Rosie negó con la cabeza. Una vez, enérgica y brevemente.
—No.
Intentaba entender, en vano, lo que estaba pasando.
—Lo nuestro estaba condenado a fracasar desde el
principio —dijo ella—. Deberíamos haberlo sabido.
Fue como si alguien me estrujara el corazón.
—Rosie, vamos. Sé cómo es estar así, pero también he
aprendido lo importante que es dejar que se acerquen otras
personas y confiar en que no estás solo. Por favor, no hagas
eso.
Ella me fulminó con la mirada.
—Cuando en su día me mandaste aquel mensaje para
decirme que lo nuestro no podía ser, yo lo acepté. ¿Por qué no
aceptas tú esto ahora? ¿Por qué lo único que importa una vez
más es lo que tú quieres?
Durante un breve instante el aire no llegó a mis pulmones.
—¿De verdad crees que esto es justo?
De nuevo se le saltaron las lágrimas.
—No voy a poder superar todo esto otra vez. Ya no tengo
fuerzas para que me lancen más a un mundo que me desprecia
así. Pensé que podía, pero he llegado al límite. Lo siento,
Adam.
Sus palabras se repetían en mi cabeza. En ellas había un
carácter definitivo que también reflejaba la profunda tristeza
de su mirada. Lo decía en serio. Estaba cortando conmigo;
después de todas las cosas por las que habíamos pasado,
después de todo lo que habíamos compartido esos últimos
días, después de todo lo que le había confiado.
Resoplé cuando a la preocupación y la pena se impuso la
rabia.
—Me cuesta mucho creerlo. No puedes hacerme daño,
decir que lo sientes y esperar que yo lo acepte sin decir nada.
Aunque no sé lo que es el amor, estoy bastante seguro de que
no funciona así.
Rosie contenía la respiración. Yo seguía agachado delante
de ella, mirándola, esperando que pasara algo, lo que fuese,
que pudiera hacer desaparecer todo eso. Pero me llevé un
chasco.
—A veces el amor no es suficiente. El amor no hace que
los problemas desaparezcan como por arte de magia, por
mucho que queramos.
Con esas palabras me abrió una herida profunda en el
pecho. O al menos eso sentí. De pronto casi no podía respirar.
Apreté los dientes con fuerza, luchando contra el dolor, pero
no sirvió de nada. Me levanté y ella me miró cuando
pronuncié las siguientes palabras.
—Me mentiste.
Rosie tragó saliva a duras penas.
—¿En qué?
—Cuando dijiste que mi corazón estaría en buenas manos
contigo. —Me froté el dolorido pecho, donde el corazón me
latía con desenfreno. Me dolía, y mucho, joder—. ¿Cómo pude
ser tan tonto como para creerte?
Algo en su mirada se quebró. Se levantó del sofá.
—Adam…
—¿Es una especie de venganza por lo que te hice? —
pregunté aferrándome con fuerza a la ira, ya que sin duda era
mejor que el dolor.
—Claro que no. ¿Cómo puedes decir algo así? —preguntó
furiosa.
—Porque es lo que siento. No me lo puedo creer —contesté
con voz bronca—. He confiado más en ti que en cualquier otra
persona de mi vida. Te lo he dado TODO.
—No quería hacerte daño. Nunca he querido hacerte daño
—dijo Rosie con voz quebradiza.
Lo triste era que incluso podía entenderlo. A mí me había
pasado lo mismo en su día. Pero ya no estábamos en ese
punto. Al menos yo hacía ya tiempo que no lo estaba.
Le tendí la mano una última vez con la esperanza de que de
alguna manera pudiésemos vencer juntos todo ese caos, pero
Rosie retrocedió y el pánico que vi reflejado en su mirada
agitó algo en lo más profundo de mi ser.
—No puedo —musitó con la voz entrecortada y tan baja
que casi no la entendí.
Conque eso era todo.
Se me iban a saltar las lágrimas, pero pestañeé para
impedirlo. No quería que Rosie me viera llorar. En realidad, no
quería que volviera a verme ninguna emoción.
Me quedé un rato donde estaba, humillado, mientras ella se
abrazaba el cuerpo tembloroso. Nada me habría gustado más
que estrecharla entre mis brazos y darle el amor que merecía.
Pero eso ya no era cosa mía, me lo había dejado bien claro.
La certeza de que lo nuestro había terminado hizo que las
manos me temblaran. Me las metí en los bolsillos del pantalón
para que ella no lo viese. Pero ¿qué cojones seguía haciendo
allí? En su piso no se me había perdido nada; Rosie no me
quería allí. Porque el amor por sí solo no era suficiente para
acabar con todo cuanto se interponía en nuestro camino.
Posiblemente tuviera razón.
Me di la vuelta y puse un pie delante del otro. Fue lo más
duro que había hecho en mi vida. El pasillo se me hizo
interminable. Me asaltaban imágenes de Rosie riendo; de sus
ojos, que eran cada vez más afectuosos cuando me miraban.
Sentía sus caricias en mi piel, su boca en la mía, escuchaba sus
palabras rebosantes de amor. Era como si las paredes me
diesen vueltas. Conseguí llegar a la puerta. Ya al final del
pasillo me volví de nuevo hacia ella. Era como si mi cuerpo
hubiese puesto el piloto automático, no pude evitarlo.
Su mirada reflejaba tanto dolor que todo en mí se contrajo.
Abrió la boca para decir algo, pero yo ya no podía escuchar
nada más. De lo contrario no sería capaz de irme sin perder del
todo la compostura. Así que no la dejé hablar.
—Da igual, Rosie.
Y me fui.
35

Rosie
Tenía el cuerpo como entumecido. Por dentro el dolor era tal
que apenas podía moverme, pero por fuera no sentía nada. Fui
consciente de ello cuando en el cuarto de baño me di contra el
lavabo y comprendí que debería dolerme la cadera, pero no
sentía absolutamente nada. Luego el camino de vuelta al salón
se me antojó tan largo que me tendí en el suelo del cuarto de
baño directamente. Estaba frío y era agradable. Cerré los ojos
y acabé quedándome dormida. Cuando desperté, la situación
había cambiado: de pronto me dolía todo. Sentarme me costó
como nunca; cada movimiento requería una energía que no
tenía. Nunca me había sentido así. Era espantoso. Tan horrible
que me habría gustado salir de mi cuerpo y huir a otro lugar.
Ya no quería ese envoltorio, esa vida que, a lo largo de los
últimos meses, me había dado tantos disgustos que tenía la
sensación de que ya no merecía ser feliz.
Los ojos me escocían de nuevo y no pude refrenar las
lágrimas que poco después me corrieron por las mejillas. No lo
soportaba. Yo sola no podría con esto; esta vez no. Durante
mucho tiempo había intentado solucionarlo siempre todo yo
sola, pero ya no podía, no después de haber apartado de mí a
Adam y haberlo perdido definitivamente. Me había quedado
sin nada. Todo cuanto había construido estaba condenado a
fracasar.
Qué ingenua había sido. Me había olvidado de que el
mundo exterior existía porque lo que teníamos Adam y yo
cuando estábamos a solas era increíblemente bueno. Una
conclusión errónea, ahora me daba cuenta.
En mi vida no había muchas personas importantes. Ese año
había perdido unas cuantas, pero ahora, por primera vez, había
llegado al punto en el que echaba de menos a alguien en
concreto. No quería que fuera así, pero sabía que necesitaba
ayuda urgentemente.
Me saqué el móvil del bolsillo del pantalón con manos
temblorosas y, tras marcar el número, me lo acerqué a la oreja.
Sonó unas cuantas veces antes de que lo cogieran.
—¿Diga? —respondió con fuerza mi padre en el otro
extremo de la línea.
Rompí a llorar.
—Papá —dije sollozando.
—¿Rosie? ¿Qué ha pasado?
Casi no pude pronunciar las siguientes palabras de lo
mucho que me temblaba el cuerpo.
—¿Puedes venir? Necesito ayuda.
Se oyó un golpeteo de fondo.
—Claro. Cogeré el primer vuelo.

Al cabo de unas horas alguien abrió la puerta de mi casa. Mi


padre debía de haber utilizado la llave de repuesto. Yo seguía
en el cuarto de baño, porque sencillamente no había podido
levantarme: el cuerpo no me obedecía. Lo intenté, pero era
como si mis extremidades estuviesen dormidas.
—¿Rosie? —preguntó una voz. Luego una segunda. Mi
padre y Eden. Habían venido juntos.
Abrí la boca, pero no logré articular ningún sonido. Mis
reservas estaban completamente agotadas. Aunque ya no tenía
el corazón acelerado, el prolongado ataque de pánico me había
pasado factura.
De pronto oí un grito de espanto y poco después el rostro de
mi padre entró en mi campo visual.
—Dios mío, Rosie, menudo susto me has dado. —Rodeó
mis mejillas con sus manos, me miró a los ojos y me volvió la
cara hacia un lado y hacia el otro, como si quisiera comprobar
si había ingerido algo. Al no descubrir ninguna herida ni
ningún indicio de que la hubiese, suspiró aliviado y me abrazó.
Enterré el rostro en su hombro y el olor de su aftershave,
que tanto me recordaba a casa, hizo que se me saltaran de
nuevo las lágrimas. Levanté los brazos despacio y me abracé a
él.
—No puedo más, papá —admití entre sollozos—. Ya no
puedo más.
—No pasa nada —dijo estrechándome con fuerza—.
Saldremos adelante.
Negué con la cabeza mientras un sollozo mudo me sacudía
el cuerpo. Ya nada volvería a ser como antes.
—Todo se ha ido a la mierda. Absolutamente todo —logré
decir con voz trémula.
—Da igual lo que haya pasado, saldremos adelante. Como
hemos hecho siempre. —Me levantó del suelo.
Mientras mi padre me llevaba por el pasillo, vi desdibujada
a Eden, que corría por mi piso e iba recogiendo cosas mías.
Solo entonces fui consciente de que una gran parte de ellas
seguía en casa de Adam. El dolor se abrió paso a través del
entumecimiento y me llegó a lo más hondo.
—Todas mis cosas siguen en su casa —dije con voz
rasposa.
Por lo visto no hacía falta que le explicara a mi padre a
quién me refería. Había intuido que había sufrido un
desengaño amoroso, pero ahora…, ahora se podía leer en
internet todo lo relativo a la presunta relación que
manteníamos Adam y yo, aunque no hubiese mucho de verdad
en ello. Mi padre me había llamado unas cuantas veces, pero
yo lo había evitado porque tenía miedo de que me juzgase. Sin
embargo, no lo hizo. Se limitó a pasarme un brazo por los
hombros, me estrechó contra él y me sostuvo mientras
salíamos del piso con Eden detrás.
—No te preocupes por eso —musitó.
Me apoyé en él y lo intenté. Por primera vez desde hacía
mucho tiempo dejé el timón en manos de otro y me abandoné
al dolor que me atravesaba.

Adam
Durante la primera hora estuve hablando por teléfono con
Johar, puesto que no soportaba estar a solas con mis
pensamientos. Él me escuchó y me dijo que debía aceptar mis
sentimientos y el dolor para poder seguir adelante. Como en
ese momento se hallaba en un congreso, me dio el número de
su sustituto y una cita con él en cuanto volviera. Por último,
me aseguró que estaba orgulloso de mí por haberlo llamado,
pero no lo entendí. Después estuve conduciendo durante horas;
concentrarme en algo me servía de ayuda. En casa
posiblemente me habría vuelto loco.
Sentía un sinfín de emociones. Al cabo tuve que ponerme
las gafas de sol, porque no pude contener las lágrimas.
Todavía no entendía muy bien lo que había pasado y no paraba
de darle vueltas. Me preguntaba si podría haber hecho algo de
otra manera. «A veces el amor no es suficiente. El amor no
hace que los problemas desaparezcan como por arte de magia,
por mucho que queramos», sus palabras resonaban en mi
cabeza.
La respuesta era «no». No había nada que pudiera haber
hecho; no podía imponer mis sentimientos a Rosie. Y si ella
opinaba que los sentimientos por sí solos no eran suficiente, yo
no quería ni podía convencerla de lo contrario. Probablemente
fuese tan doloroso porque yo lo veía justo al revés.
Además de tener la sensación de que me habían arrancado
el corazón del pecho con un objeto romo, estaba enfadado y
frustrado y, sobre todo, preocupado por ella. Sabía lo que se
sentía cuando te atenazaba el pánico y acababas hecho un
auténtico lío. Era la peor de las sensaciones. Quería a toda
costa estar a su lado, pero al mismo tiempo sabía que ya no
debía sentir eso; Rosie ya no me quería en su vida.
Recordé de nuevo la conversación que habíamos
mantenido. En ese momento me habría gustado tomar algo
para acallar el dolor, pero no bebería nada. No quería. Sabía
que no me sentaba bien y también tenía claro que el alcohol no
haría sino mantener a raya el dolor temporalmente. Pese a
todo, la tristeza me superaba. Luché para imponerme a esa
emoción e intenté aferrarme a otra cosa.
«Hunt tiene razón al decir que tu estado de ánimo no
debería depender de mí; que será él quien tendrá que volver a
recoger los pedazos.»
Eso era algo a lo que podía agarrarme.
Hunt.
Le había metido a Rosie en la cabeza cosas que habían
despertado las dudas en ella.
Eché un vistazo al sitio en el que estaba y después miré el
GPS. A continuación cambié de sentido, ya que de pronto
tenía un objetivo a la vista.
Media hora más tarde llegué a la casa de Hunt. El garaje
estaba abierto y vi que dentro estaba su coche, así que todo
apuntaba a que él se encontraba en casa. Bien.
Dejé mi coche atravesado delante, me bajé y fui hacia la
puerta, movido únicamente por la ira. Llamé al timbre como
un poseso.
La puerta no tardó mucho en abrirse. Me recibió un olor a
marihuana y alcohol. Hunt sonrió y abrió los brazos, tenía más
ojeras que de costumbre.
—Vaya, pero si es el hijo pródigo.
No sé de dónde saqué el impulso ni cómo no logré
contenerlo, pero le di un empujón en el pecho con las dos
manos, con tanta fuerza que él se tambaleó hacia atrás y la
sonrisa bobalicona se borró de sus labios. Me miró con cara de
susto.
—¿Se puede saber qué demonios le dijiste? —gruñí cuando
crucé el umbral—. ¿Qué le dijiste a Rosie?
Hunt tardó un momento en reaccionar.
—Ni idea.
Di un paso hacia él y lo cogí por el cuello de la camisa.
—Pues haz memoria.
Hunt me apartó las manos.
—No me agarres así y tranquilízate.
—No pienso tranquilizarme hasta que me digas qué le
dijiste a mi novia. —Me puse rígido al darme cuenta del error
que había cometido: Rosie ya no era mi novia. Me había
dejado. Como yo a ella en su día.
—Nada malo —respondió ahora Hunt con las manos en
alto.
Tenía los ojos enrojecidos, las pupilas enormes; estaba
colocado, y así no tenía ningún sentido hablar con él. Pero yo
estaba muy cabreado, me dolía todo y quería tener algo en lo
que poder descargar mi rabia y mi dolor. Hunt le había hecho
daño a Rosie con lo que le había dicho, por eso yo quería
hacerle daño a él, aunque en lo más profundo de mi ser sabía
que estaba mal.
—No me mientas —gruñí—. ¿Qué problema tienes con
Rosie y conmigo? ¿Me veías demasiado feliz? ¿Es ese el
problema? —Di un paso más hacia él, que reculó hasta darse
de espaldas contra la pared—. Es eso, ¿no? Quieres que siga
estando tan jodido como antes para que no seas tú el único.
Pues eso no va a pasar, Hunt, con o sin Rosie; no te haré el
favor de seguir hundido en la mierda.
—Eso ya lo veo. Estás tan por encima de todos nosotros…
—escupió—. Ni siquiera te das cuenta de que simplemente
estoy preocupado por ti. Sé lo feas que pueden ponerse las
cosas, aunque ahora mismo lo veas todo de color rosa. Solo
quería que esa novia tal cool que tienes supiera dónde se
metía.
—Mi relación no te incumbe una mierda. No tenías ningún
derecho a entrometerte y meterle cosas en la cabeza. Ya le
llegan bastantes comentarios del mundo exterior, lo último que
necesita es que también le vengan de uno de mis mejores
amigos.
Hunt sacudió la cabeza.
—Puede que el mundo exterior tenga parte de razón. Yo
también creo que tu felicidad no debería depender de otra
persona. No es sano.
Resoplé con desdén y me aparté para distanciarme un poco
de él.
—¿Sabes lo que no es sano? Lo que haces tú. Tu pasado fue
una mierda, vale, y sé que tienes que lidiar con ello, pero eso
no te da derecho a sabotear mi relación, joder.
Hunt apretó los dientes. Cuando me miró a los ojos, su
mirada era fría.
—Por lo visto no me equivocaba. Si por esa advertencia
que le hice se ha largado, probablemente sea mejor así.
Solo pude negar con la cabeza. Sus palabras me dejaron
desconcertado, me habría gustado darle un puñetazo. Mis
manos se cerraron en sendos puños.
—Solo quería lo mejor para ti, Adam.
Enarqué las cejas.
—¿Ah, sí? Que te den, Cillian. Gracias a ti una de las partes
más importantes de mi vida se ha ido a la mierda.
Dicho eso, di media vuelta y salí de su casa tan
impetuosamente como había entrado.
36

Rosie
Los días se sucedían de manera indistinta. Yo solo sabía que
estaba en casa de Eden y que mi padre no se separaba de mí ni
un segundo. A veces me obligaban a comer algo antes de que
volviera a quedarme dormida. Dormir me iba bien. Mientras
dormía, lo único que existía era una nada dichosa; sin
embargo, en cuanto abría los ojos, las voces volvían. Esas
voces que me decían lo horrible, estúpida e inepta que era; que
solo les daría disgustos a Adam y al resto de las personas que
me rodeaban. Después, todo lo que me había pasado ese año se
me echaba encima como una avalancha y entonces no podía
respirar y apenas era capaz de pensar con claridad. Solo había
un caos sin fondo que me afligía y hacía que me resultase
completamente imposible incluso moverme. Ya ni siquiera
tenía fuerzas para fustigarme por ello, de manera que me di
por vencida, que es lo que debería haber hecho hacía tiempo.
Sin embargo, no contaba con mi padre y con Eden. No
sabía cuántos días habían dejado que me abandonase a mi
sufrimiento, pero esa tarde mi padre encendió el televisor en la
habitación de invitados de Eden y se sentó a mi lado con un
plato enorme de fruta mientras en la pantalla se veían las
primeras escenas de Los miserables.
Arrugué la nariz.
—Odio esta película —farfullé con voz ronca.
—¿Por qué? —me preguntó él mientras masticaba un gajo
de naranja.
—Porque es deprimente y porque Russell Crowe me da
miedo.
—A mí me parece que hace muy bien su trabajo —comentó
mi padre con agudeza.
Volví la cabeza hacia él, pero miraba la pantalla como
embobado.
—No sabía que eras fan de Crowe. —Mi voz parecía
forzada, probablemente porque apenas había hablado desde
hacía días.
Si la vista no me engañaba, las mejillas se le acababan de
poner un poco rojas.
—Porque no lo soy.
—Mentira. Le encanta Russell —terció Eden, que había
entrado en ese momento en la habitación con una bandeja en la
que había tres cuencos de los que emanaba un olor delicioso.
Se acercó a la cama, me puso la bandeja delante y me dirigió
una sonrisa insegura.
El estómago me rugía. Prácticamente no había comido nada
desde hacía días, pero al ver lo que había preparado Eden
volví a tener un poco de apetito por primera vez. En los
cuencos había macarrones con queso, pero no unos cualquiera:
por encima llevaban un montón de jalapeños y por debajo,
brócoli.
—Se parecen a los que hacía mi madre —musité mientras
cogía uno de los cuencos.
—Tu padre me dio la receta. Espero que no te importe —
dijo Eden casi disculpándose, pero yo estaba tan conmovida
que durante un momento no supe reaccionar. Cuando probé un
primer bocado, con reserva, el corazón me dio un vuelco.
Sabían casi como los de mi madre, y cuando el picante se
extendió por mi boca, la sensación fue reconfortante.
—Gracias. —Señalé el cuenco—: Están buenísimos.
Eden profirió un suspiro de alivio.
—Me alegro.
También mi padre cogió un cuenco.
—Gracias, cariño.
—Seguro que no te ha contado que se ha metido en la
cocina y ha intentado hacerlos él, ¿a que no? —musitó a mi
lado Eden. Yo estaba segura de que mi padre la había oído,
pero seguía teniendo la vista clavada en la pantalla y en Javert.
Negué con la cabeza despacio y miré de nuevo a Eden.
—Casi quema media cocina —añadió ella.
Me llegó al alma que mi padre al menos lo hubiera
intentado. Ni él ni yo éramos muy buenos cocineros. A
algunas personas se les da bien cocinar; a nosotros dos, por
desgracia, no.
Seguimos comiendo en silencio mientras de fondo sonaban
canciones tristes. Cuando terminamos, apilamos los cuencos y
Eden los cogió y salió con ellos de la habitación. En cuanto
vio que la puerta estaba entornada, mi padre se volvió hacia
mí. Bajó el volumen de la película y me dirigió una mirada
inescrutable.
—Creo que va siendo hora de que tú y yo hablemos —dijo
al cabo.
Tragué el nudo que se me formó en la garganta de pronto.
Hablar de todas las cosas que me habían desestabilizado así
sin más era lo último que quería hacer. Por lo visto, mi padre
se dio cuenta, porque carraspeó y se recostó en su asiento con
los brazos cruzados.
—Hace unas semanas, cuando se publicó ese artículo, te
llamé porque quería saber qué estaba pasando. Recibí un
montón de llamadas en el despacho para preguntarme por la
vida amorosa de mi propia hija.
—Lo siento —me disculpé con voz rasposa.
—Probablemente sea yo quien deba pedirte perdón a ti.
Volví la cabeza hacia él, desconcertada.
—¿Qué?
—Después de recibir todas esas llamadas y correos
electrónicos, me puse a investigar. Leí el artículo del que me
pedían que opinase. Y vi más cosas.
Apreté los ojos, no quería que siguiera hablando. El
corazón se me empezó a acelerar, me latía cada vez más
deprisa. De pronto, mi padre me puso una mano en el brazo.
Solo entonces lo miré de nuevo.
—Me avergoncé de mí mismo por ser consciente de todas
las cosas por las que habías pasado este año, por enterarme así
de que mi propia hija se veía envuelta en escándalos
mediáticos sin que yo tuviese ni la más mínima idea.
Durante un instante no supe qué decir.
—Me… —No seguí hablando, no sabía si podía hacerlo. El
miedo de volver a verme en una situación en la que mi padre
me juzgase era demasiado grande.
—Por favor, seamos sinceros el uno con el otro. Creo que
es el momento de que lo hagamos. —Me apretó el brazo un
segundo.
Tenía razón. Si no nos sincerábamos ahora, cuando yo
estaba peor que nunca, probablemente no fuéramos capaces de
hacerlo nunca.
—Lo que pasa es que no me atrevía a contártelo —repuse
al cabo—. Siempre que hablamos de mi trabajo me da la
sensación de que no estás satisfecho conmigo. Y de que te
habría gustado que estudiase una carrera.
Mi padre rumiaba lo que acababa de decirle, la frente
surcada de arrugas profundas, y vi que se estaba devanando los
sesos.
—Pues claro que me habría gustado que fueras a la
universidad. No solo porque considero que un título
universitario es importante, sino también porque me habría
gustado que disfrutaras de la vida de estudiante. Es una época
en la que se viven experiencias nuevas, se hacen amigos para
toda la vida y no se tiene tanta responsabilidad como cuando
se es empresario.
Ahora era yo la que tenía que digerir sus palabras.
—No creía que me considerases una empresaria. Más bien
pensaba que te parecía una estupidez apostarlo todo a una
carta.
—Siempre pensé que el programa era una especie de
pasatiempo. Sé que ya no lo es, y siento haberte dado otra
impresión. Por otro lado, también me entristeció que quisieras
irte a vivir tan lejos de mí a toda costa.
Lo miré sin dar crédito.
—Pero si después de que muriera mamá apenas hablaste
conmigo durante años…
Él se puso rígido, el dolor aflorando a su rostro.
—Cuando murió tu madre, me resultó difícil seguir como
antes. Tenía que concentrarme en el trabajo y cuidar de ti y no
procesé bien mi dolor. Siento haber levantado el muro que
levanté. —Negó con la cabeza—. Si alguna vez te di la
impresión de que no podías acudir a mí cuando pasara algo tan
decisivo en tu vida, lo siento, Rosie. Porque siempre me
tendrás aquí; siempre podrás llamarme cuando no te sientas
bien. Me alegro mucho de que lo hayas hecho esta vez.
Los ojos me escocían y durante un momento no fui capaz
de decir nada, así que apoyé la cabeza en su hombro y di
rienda suelta a las lágrimas.
—Gracias, papá —dije con voz ronca—. Yo también lo
siento.
—Y ahora ¿por qué no me cuentas lo que ha pasado? —
preguntó al cabo de un rato.
—Es una larga historia. —Me enjugué los ojos.
—Bien, porque me he tomado la tarde libre.
Por primera vez desde que murió mi madre me dio la
impresión de que a mi padre le interesaba lo que yo tenía que
decir; como si quisiese intentar entenderme. Y eso era un gran
paso hacia delante; me demostraba que la decisión de llamarlo
cuando me encontraba en esa terrible situación había sido la
correcta, sin lugar a dudas. Aunque estaba completamente
hecha polvo, podía con esto. Quería abrirme a mi padre de una
vez por todas, pero para ello debía comenzar por el principio.
—Todo empezó poco después de que me mudara a Los
Ángeles —dije poco después.
Y se lo conté todo.

Adam
Rosie estaba en todas partes.
En el salón, donde había un par de sus suaves calcetines en
el sofá.
En la cocina, donde desde hacía días seguían estando los
platos y las tazas de cuando habíamos desayunado juntos.
En mi habitación, donde su olor aún impregnaba las
almohadas.
Cuando salí de la clínica busqué huellas de Rosie, en vano.
Ahora estaban por todas partes y cada una de ellas me daba un
nuevo golpe de gracia. Yo ya no funcionaba. No podía pensar
con claridad. Lo único que conseguía era llenarme el cuerpo
de agua cuando me estallaba de dolor de cabeza. Después me
quedaba en la habitación, como aturdido. Fue así hasta que
Leah, Buck y Thorn se pasaron por mi casa.
Leah entró en mi habitación como una locomotora de
vapor. Parecía tan furiosa que seguro que le saldría humo por
las orejas de un momento a otro, y Thorn estaba tan pálido,
casi como si temiese volver a encontrarme como una cuba. Al
ver que no era así, sus hombros se relajaron visiblemente.
Entretanto Logan me miraba con una sonrisa trémula.
—Nos has dado un susto de muerte —afirmó con suavidad.
—¿Te importaría coger alguna vez el teléfono? ¿O al
menos contestar a los mensajes? —inquirió Thorn furioso.
Cogí el móvil con el ceño fruncido y al ir a abrirlo vi que la
pantalla seguía negra: me había quedado sin batería. No sabía
desde hacía cuánto.
—¿Qué día es hoy? —No hablaba desde hacía siglos, se me
notaba en la voz.
—Navidad. —Leah empezó a recoger lo que había en el
suelo metódicamente.
Yo salí disparado de la cama y le quité de la mano la
sudadera de Rosie que acababa de recoger.
—Déjalo —rezongué.
—Eh, tranquilito. ¿Qué pasa? —quiso saber Thorn, y vino
hacia mí mientras Leah me miraba con la frente fruncida.
Apreté la sudadera con una mano y acto seguido también
hundí la otra en el suave tejido. Rosie la llevaba la tarde que
fui a por ella. Cuando aún pensaba que podría ayudarla. Lo
único que quería era protegerla.
—Rosie me ha dejado. —Mi voz sonaba hueca y ajena a
mí. Apenas fui capaz de decirlo, y eso que de nuestra ruptura
hacía ya cinco días. Cinco días sin hablar con ella. Sin tocarla.
Sin oír una sola palabra suya.
—Joder, Adam. Cuánto lo siento —dijo Leah, y antes de
que supiera lo que estaba pasando, me dio un abrazo. Ni
siquiera podía moverme. Me quedé allí plantado mientras ella
me abrazaba.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó a mi lado Logan.
Durante unos segundos no fui capaz de decir nada, pero
después ya no pude guardármelo. Tenía que hablar con
alguien. Aunque no quería, Leah, Logan y Thorn estaban
conmigo. No se apartarían de mi lado, de modo que también
podía intentar aprovechar la oportunidad. Así que les conté lo
que había sucedido. Lo bien que estábamos… hasta que Rosie
había sufrido un ataque de pánico y había estallado por lo que
había pasado delante de su estudio y por todo lo que había
soportado durante ese año.
—Joder, tío, menuda mierda —musitó Thorn. Se había
sentado en la butaca de mi habitación mientras Leah y Buck se
acomodaban a ambos lados en el borde de la cama.
—No es culpa tuya. Ni vuestra —empezó Logan—. Por lo
que dices, Rosie estaba hecha polvo por todo este asunto. Y no
me extraña, sinceramente, porque yo aún recuerdo lo que nos
pasó la primera vez que nos vimos arrollados por el público.
En ocasiones llegué a dudar de mí mismo y a preguntarme si
de verdad valía la pena tanto estrés.
—No me puedo creer que Hunt le soltara esa barbaridad —
comentó Thorn.
—Yo tampoco me lo podía creer, pero él mismo me lo
confirmó, y ni siquiera lo sentía. —Notaba la garganta seca
después de hablar tanto—. En su opinión… —No pude repetir
lo que había dicho; me dolía y al mismo tiempo me cabreaba
tanto que casi me nublaba la razón.
—Lo que le dijo a Rosie no tiene perdón. Y menos aún lo
que quería dar a entender con ello. No lo tiene —apuntó
Logan.
Thorn manifestó con un gruñido que estaba de acuerdo.
—No me explico qué mosca le picó.
A mí me sucedía otro tanto.
—Sé que la situación se salió de madre y también que los
paparazzi no se detienen ante nada, pero no era consciente de
que le estuviera afectando tanto. Pensé que si teníamos
cuidado todo se arreglaría. —Leah negó con la cabeza—. Pero
esto es una faena. Es una buena faena. Tendría que haberme
dado cuenta de que Rosie, al igual que vosotros, está sometida
a una gran sobrecarga psicológica, y primero ha de encontrar
la manera de lidiar con ella. De un modo sano.
Tragué saliva a duras penas. Por una parte, no me podía
creer que estuviese hablando en serio con ellos del fracaso de
mi relación. Por otra, me alegraba de que estuvieran conmigo.
—Dale tiempo, Adam. Si ahora mismo necesita un poco de
distancia, dásela. Si todo se le hace demasiado cuesta arriba,
deja que lidie con ello. Lo único que le hace falta saber es que
puede contar con alguien si necesita algo. Porque todos
nosotros estamos de su parte.
Thorn y Buck se mostraron conformes.
Me paré a pensar en lo que había dicho Leah y me vinieron
a la memoria los mensajes que Rosie me había escrito cuando
yo estaba en la clínica. Me decía que aceptaba mi decisión y,
pese a ello, me siguió asegurando que podía contar con ella.
Me hacía saber que creía en mí y que estaba orgullosa de mí.
De pronto fue como si toda la rabia se desvaneciera. Sentí
el deseo de apoyarla de la misma manera. Si Rosie había sido
capaz de dejar a un lado sus propios sentimientos, yo también
podría, por ella. Sí, tenía el corazón roto, pero seguro que en
su día a Rosie le pasó otro tanto. Y, aun así, me tendió la
mano; aun así, pude seguir contando con ella.
En mi interior nació un rayo de esperanza y me aferré a él
con todas mis fuerzas.
Tanto si seguía queriéndome como si no, con
independencia de que fuésemos pareja o solo amigos o nada
en absoluto, lo mínimo era que le hiciese saber que las cosas
que se interponían en su camino no superaban a todas las cosas
buenas. Le tendería la mano, como había hecho ella conmigo
en su día. Porque merecía que alguien creyese en ella, ya que
su fe en los demás siempre había sido inquebrantable. Era
importante que alguien le demostrara precisamente eso. Y yo
quería ser ese alguien.
37

Rosie
Al cabo de más de una semana volvía a ser más o menos
persona, lo cual probablemente se debiera a distintos factores.
Tal vez a las conversaciones que para entonces mi padre y yo
manteníamos a diario; al programa de cuidados de Eden, que
me abasteció de mascarillas para la cara y el pelo, pintaúñas y
películas no tan deprimentes como Los miserables; o tal vez al
hecho de que, por primera vez desde hacía una semana, me
animé a darme una ducha y a lavarme el pelo. Seguro que fue
una combinación de todas esas cosas.
Para entonces incluso me había atrevido a salir a la terraza
de Eden por primera vez. La casa tenía el tamaño perfecto para
una persona y desde la terraza se disfrutaba de una bonita vista
de Hollywood Hills. No era como contemplar el mar en casa
de Adam, pero aun así me encantaba. Sobre todo me sentaba
bien estar al aire libre. Pasé un rato concentrándome en mi
respiración, inhalando y exhalando de manera consciente. La
tristeza seguía ahí, pero por lo menos ahora ya no estaba tan
hecha un lío. Había pasado las Navidades aturdida y ahora que
habían terminado casi me habría gustado haberme sentido
mejor unos días atrás para poder disfrutar al menos un poco de
las fiestas.
La puerta de la terraza crujió y, al volver la cabeza, vi que
mi padre aparecía con un gran vaso de zumo de naranja en la
mano.
—Toma. —Me lo dio—. Acabo de hacerlo.
Sonreí.
—Gracias, papá.
Se sentó a mi lado, resollando. Solo ahora, cuando por
primera vez desde hacía más de tres años volvíamos a pasar
tiempo juntos e incluso dormíamos bajo el mismo techo, me
fijaba en esa clase de cosas. Mi madre llamaba a esa manera
de respirar «resuellos de abuelo», porque mi padre siempre se
sentaba como si cargase con todo el peso del mundo.
—Quería comentarte algo —dijo en ese momento.
Lo miré expectante mientras bebía sorbitos del zumo.
—He estado pensando en todas las cosas de las que hemos
hablado. Me he dado cuenta de que me he perdido mucho.
Demasiado, en realidad. Sé que no se puede dar marcha atrás
en el tiempo, pero en el futuro me gustaría hacerlo mejor. Por
eso… —Se detuvo un instante y carraspeó—. Por eso me
gustaría trasladarme aquí, a Los Ángeles.
Me quedé mirándolo con la boca abierta. Estaba de una
pieza. Cuando salí de mi estupor y comprendí lo que acababa
de decir, pregunté:
—¿Quieres mudarte aquí por mí?
Él asintió.
—Sí.
—Pero… Pero ¿qué pasa con el bufete? —Seguía
completamente alucinada con lo que acababa de oír.
—Seguro que podré encontrar trabajo de abogado aquí. O
abriré un bufete nuevo.
—Papá, tú odias el sol. Ni siquiera te gusta Los Ángeles.
No quiero que te vengas a vivir aquí y no seas feliz solo
porque ahora mismo no estoy demasiado bien —repuse
vacilante.
Él negó con la cabeza.
—Es cierto que no me gusta nada el estilo de vida que lleva
aquí la mayoría de la gente, pero para mí eso no es tan
significativo como las dos personas que son lo más importante
para mí. Y eso no tiene nada que ver con que ahora mismo
estés pasando por un momento complicado.
No quería ponerme a llorar otra vez, porque lo que menos
me apetecía era volver a estar triste, así que luché con todas
mis fuerzas contra la presión que sentía tras los ojos y sonreí.
—Bueno, si es así, no sabes cuánto me alegro.
—¿De qué te alegras? —preguntó Eden, que acababa de
salir a la terraza.
—De que papá quiera venir a vivir aquí.
Eden abrió los ojos como platos.
—¿Qué?
Miré desconcertada a mi padre, que había torcido el gesto.
—Eden no sabía nada aún —farfulló—. Primero quería
hablarlo contigo.
Vaya por Dios. Estaba convencida de que mi padre había
hablado con ella hacía tiempo de lo que se proponía.
—Lo siento, no tenía ni idea… En ese caso, no he dicho
nada.
—¿Es verdad, David? —Eden parecía tan alucinada como
yo hacía unos instantes.
—Me gustaría estar con vosotras, si queréis.
En el rostro de Eden se extendió una sonrisa más luminosa
que el propio sol.
—Pues claro que me gustaría. Me alegraría muchísimo.
Sabes que aquí siempre hay sitio para ti. Y para ti también,
desde luego, Rosie.
Mi padre nos miraba a su novia y a mí y su cara de
felicidad me recordó a mi infancia: la tenía a menudo antes de
que muriera mi madre. Con esa misma sonrisa que hacía que
se le formasen arruguitas por todo el rostro.
En su día me había afectado bastante el modo en que mi
padre se había comportado conmigo. Cuando por fin me había
hecho a la idea de que ahora tenía a alguien que lo hacía feliz
y le permitía abrirse de nuevo, me ponía triste que su cariño no
fuese dirigido a mí. Sin embargo, ahora me daba cuenta de que
sencillamente necesitábamos tiempo. A lo largo de los últimos
años algunas cosas se habían torcido, era cierto, y los dos
habíamos sido los causantes de que nuestra relación fuese
cuesta abajo, pero ahora daba la impresión de que ante
nosotros se abría un futuro nuevo. Que no era como el pasado
que habíamos compartido con mi madre, pero que parecía
esperanzador, y al que en ese momento, pese a todo lo demás,
yo miraba con verdadera ilusión.

Pasamos la tarde juntos en la terraza. Eden tenía un brasero de


leña que encendimos para ver la puesta de sol los tres mientras
cenábamos unos linguine al limone del restaurante preferido
de Eden. Daba la impresión de que mi padre y Eden estaban en
el séptimo cielo y envidié esa felicidad, pero no me atrevía a
regresar a mi casa aún. Por el momento, estar a solas con mis
pensamientos me seguía resultando difícil, ya que en cuanto se
hacía el silencio este se volvía insoportablemente ruidoso.
Además, me proponía hacer algo para lo que era mejor estar
acompañada.
Por primera vez desde hacía más de una semana eché mano
del móvil y lo encendí. Aunque me preparé mentalmente para
ello, cuando vi el fondo de pantalla algo en mi pecho se
contrajo. En él se nos apreciaba a Adam y a mí, yo ruborizada
porque él me decía algo íntimo al oído. Sin embargo, antes de
que pudiera seguir mirando, en la pantalla aparecieron
mensajes. Infinidad de ellos. No sabía por dónde empezar, así
que decidí ir poco a poco.
Primero leí los de Bodhi, en los que me informaba con
nerviosismo que, dentro de lo que cabía, la entrevista de
Menace había ido muy bien y por lo visto solo había recibido
comentarios negativos durante las dos primeras horas. Casi no
me lo podía creer, pero me había enviado una lista de invitados
que querían venir al programa ese nuevo año. Apenas daba
crédito, porque entre ellos había artistas increíbles, y contesté
de inmediato a Bodhi para decirle que me ocuparía de ello tras
las vacaciones.
Después leí los mensajes de Ashley, que me decía que
había oído lo que había pasado con el paparazzi y quería saber
cómo me encontraba. Además, me enviaba una foto en la que
ella también le daba un manotazo a una cámara para quitarla
de en medio, lo cual me hizo sonreír.
A continuación me centré en los mensajes de Leah Miller,
que también me había escrito, aunque de manera muy escueta.
Decía que la avisara si necesitaba algo y que estaba con la
«estrategia de reducción de daños», significara lo que
significase eso.
De Logan y Jasper también tenía mensajes cariñosos. Al
igual que Ashley, Jasper había añadido sus peores fotos con
paparazzi, además de muchos smileys; y Logan, con una
sensibilidad que me sorprendió, me decía que sabía por lo que
yo estaba pasando ahora mismo y que si quería hablar con
alguien, ahí estaba.
Después me centré en el nombre que más me llamó la
atención de todas las notificaciones.
Adam.
Me había escrito unas cuantas veces.
El corazón me latía desbocado mientras mi dedo se detenía
encima de los mensajes. Ni siquiera me paré a pensar, no pude
evitar abrirlos.
Adam, 25 de diciembre
Rosie:
Siento mucho cómo me comporté. No quería hacerte reproches, eso era lo
último que necesitabas, sobre todo teniendo en cuenta que toda esta mierda ha
sucedido por mi culpa y solo por mi culpa. Sé cuánto te ha afectado, le pasaría a
cualquiera. Por eso quería insistir de nuevo en que tienes derecho a sentir todo
eso que sientes. Sé que ahora mismo crees que lo nuestro fue un error, pero aun
así quiero que sepas una cosa: para mí no lo fue. Lo nuestro fue lo mejor que me
ha pasado en la vida. Si necesitas algo, lo que sea, dímelo, por favor.
Con cariño,
Adam
P. D.: Feliz Navidad.

Adam, 26 de diciembre
Rosie:
Sé que te afecta mucho cómo te trata, cómo nos trata, la gente. Sin embargo,
lo que dicen todas esas voces negativas no tiene nada que ver con la verdad. Por
eso hoy quiero decirte unas cuantas cosas que sí son verdad:
Para mí eres lo más bonito del mundo, tanto por dentro como por fuera.
Tu risa aún resuena en mis oídos.
Tienes un gran corazón y todo el que te conoce debe considerarse
afortunado.
Tu talento para tratar a las personas y hacer que se sientan a gusto contigo
nunca deja de impresionarme.
Eres sumamente fuerte. Después de todo lo que ha pasado este año, sigues
en pie y nunca te has rendido. Por favor, no lo hagas ahora.
Se me ocurren muchísimas cosas más, pero no quiero agobiarte.
Con cariño,
Adam

Adam, 27 de diciembre
Rosie:
Sé lo que se siente cuando estás a punto de rendirte, y no es eso lo que me
gustaría que hicieras. Por eso es preciso que sepas que el mundo no te odia,
aunque sigas pensando que es así. El mundo nunca podría odiar a alguien como
tú, porque haces que sea un lugar mucho mejor.
Con cariño,
Adam

Adam, 28 de diciembre
joder, lo de poner mayúsculas y minúsculas es agotador cuando se hace
manualmente, pero por ti seguiría haciéndolo toda la vida
Me debatía entre la risa y el llanto cuando leí el último
mensaje. Sus palabras me llegaban al alma. Las leí de nuevo,
las asimilé y dejé que me tocaran el corazón.
No me podía creer que me hubiese dicho tantas cosas
bonitas aun estando tan sumamente enfadado como lo estaba
conmigo; a pesar de las cosas que yo le había echado en cara.
Después me di cuenta de que había sido demasiado dura, pero
en ese momento se me habían cruzado los cables. Ahora me
daba la impresión de que Adam me entendía, de que estaba
dispuesto a perdonarme por el daño que le había hecho. Me
decía que yo hacía que el mundo fuese un lugar mejor, que yo
lo impresionaba, que para él era lo más bonito y que lo único
que quería era que fuese feliz. Cada uno de sus mensajes
rebosaba amor. Tanto que la ternura y el cariño me inundaron.
Me pasé la mano por las mejillas para quitarme las lágrimas
que al final había derramado. Sentí el impulso de contestarle y
no pude hacer nada para impedirlo, mis dedos cobraron vida
propia. Pulsé su nombre, me llevé el móvil a la oreja y
permanecí a la espera. Cuando él lo cogió, me quedé pasmada.
—¿Sí? —Su voz era grave y familiar, y al mismo tiempo
hizo que la opresión que sentía en el pecho se volviese casi
insoportable. No estaba preparada para esto. No era capaz de
decir nada, y eso que quería hacerlo a toda costa.
«Gracias», por ejemplo, habría sido una buena forma de
empezar.
«Gracias por escribirme todas esas cosas, aunque yo te
hiciera daño.»
«Gracias por seguir luchando por mí, aunque yo misma
haya dejado de hacerlo.»
Quería decir eso y muchas cosas más, pero de mi boca no
salía nada.
—¿Rosie? —preguntó en el otro extremo de la línea.
Sencillamente no conseguí abrir la boca. Si lo hacía, me
vendría abajo, como aquella vez después de la gala, y no sería
justo para Adam porque le había hecho daño, lo había
abandonado y ya no era responsabilidad suya consolarme. De
manera que hice lo único que se me ocurrió: colgar.
Todavía no podía hablar con él, pero confié en que
entendiera que me habría gustado poder hacerlo.

Adam
Los días pasan despacio cuando tienes el corazón roto. Si en
un primer momento había albergado mis dudas en cuanto a
volver a tocar la batería, ahora no podía parar de hacerlo. Me
sentaba bien golpear con las baquetas. Hice lo que Rosie me
había aconsejado en su día: tocar mis canciones favoritas.
Toqué canciones que me parecían una auténtica basura; toqué
canciones nuevas, que componía a diario. La música me servía
de ayuda, como lo había hecho siempre.
Ese día me senté a la batería nada más desayunar. Cuando
el teléfono, que tenía al lado en un taburete, se iluminó, el
corazón me dio un vuelco. Tal vez fuera Rosie, llamándome o
escribiéndome un mensaje. Pero no era ella, sino la
notificación de que había sonado el timbre. Alguien estaba a la
puerta de casa. Cuando abrí la notificación, vi la imagen que
me mostraba la cámara.
Era Hunt.
Durante un segundo me planteé hacer como si no lo hubiera
oído, pero en ese preciso instante él volvió la cabeza hacia la
cámara y me dio la impresión de que me miraba directamente
a los ojos. Apreté los dientes, dejé las baquetas y me aparté el
pelo de la frente mientras iba por el pasillo. Poco después
llegué a la puerta y la abrí.
—¿Qué quieres? —espeté en lugar de saludarlo.
—¿Podemos hablar un momento? —preguntó él a su vez.
No tenía ganas de hablar con él, pero también me parecía
infantil darle con la puerta en las narices, de manera que me
hice a un lado para que entrase, aunque era lo último que me
apetecía.
Hunt avanzó hasta el final de la entrada y se detuvo
exactamente donde nos habíamos vuelto a ver cuando había
salido de la clínica. Que entonces nos abrazásemos mientras
llorábamos ahora se me antojaba bastante lejano; en ese
momento lo único que me hacía sentir Hunt era rabia.
—Quería pedirte perdón —dijo al cabo. Su mirada era
oscura, pero yo no sabía qué le ocurría. Las ojeras que tenía
apuntaban a que o bien dormía mal o bien pasaba las noches
con Dios sabía qué y seguía colocándose. Durante mucho
tiempo habíamos sido muy parecidos en muchos sentidos, pero
era como si mi rehabilitación nos hubiese separado, aunque
debería ser lo contrario—. No tendría que haberle dicho a
Rosie lo que le dije —prosiguió—. Y si tuve algo que ver en
que te dejara, lo siento.
En mi pecho volvió a revolverse el dolor, que clavó en mí
sus zarpas y me desgarró. Me pregunté si siempre me dolería
tanto.
—No sé qué quieres que te diga —contesté con debilidad.
Si hacía unos instantes estaba tocando la batería como un loco,
para mantener esa conversación era como si me faltaran las
fuerzas.
—Nada. Solo quería que supieras que siento lo que le dije
—aseguró.
Lo miré con escepticismo.
—¿Te ha obligado a decírmelo Leah?
Él negó con la cabeza.
—No, me he dado cuenta de que lo que hice estuvo mal. No
sé… —Encogió los hombros con aire vacilante—. He estado
pensando en lo que me dijiste sobre que disfruté mucho los
últimos años contigo porque al menos no era el único que
estaba jodido, y tenías razón. Ahora mismo tengo la sensación
de que estoy estancado mientras todos vosotros seguís
adelante y me dejáis atrás. Es una sensación desagradable que
me corroe desde hace algún tiempo, pero desde luego no
debería haberla pagado contigo ni con Rosie. Lo siento mucho,
de verdad.
Pensé en lo que acababa de decirme, y aunque el dolor
seguía ahí (en ese sentido no cambiaba nada) al menos aplacó
un tanto la ira. Sabía lo mucho que costaba admitir algo así y
enfrentarse a uno mismo y a sus sentimientos. No quería
machacarlo, por lo que me contuve y asentí despacio.
—Vale.
Él pestañeó, sin duda sorprendido con mi reacción.
—¿Vale?
—Vale, acepto tus disculpas.
Se quedó boquiabierto y tardó unos segundos en asimilarlo.
—No contaba con eso.
Encogí un hombro.
—Nunca podré olvidarlo, porque me has hecho mucho
daño, pero tampoco quiero estar enfadado contigo toda la vida.
—Hace unos días no lo parecía.
Recordé la impetuosidad con la que me había marchado de
su casa.
—Está claro que buscaba un chivo expiatorio y te tocó a ti.
Pero también deberías pedirle perdón a Rosie, porque al fin y
al cabo fue a ella a quien le dijiste toda esa mierda.
Asintió en el acto.
—Lo haré.
—En este momento todavía hay más cosas que le dan
quebraderos de cabeza.
—¿Lo de los paparazzi y las fans? ¿Y lo del artículo? —
quiso saber.
Por lo visto había hablado con Leah, Logan o Thorn. Hice
un gesto afirmativo.
—Quiero hacer algo para mostrar mi rechazo y se me ha
ocurrido una cosa. Pero para ello tendría que llamar al resto.
Hunt esbozó una sonrisilla.
—Sea lo que sea, quiero ayudar. Para enmendar mi error.
Traté de dedicarle un amago de sonrisa, pero por lo pronto
no pude. Quizá con el tiempo volvería a ser capaz de hacerlo.
La llamada muda de Rosie me había demostrado que aún no
había llegado el momento de rendirse. Más bien al contrario.
38

Rosie
Era Nochevieja y yo seguía viviendo con mi padre y con Eden.
Incluso durante las fiestas, mi padre había estado muy
ocupado con los preparativos de su mudanza, de manera que
ese día llegaron a casa de Eden montones de cajas que fuimos
revisando poco a poco. Había contratado a una empresa de
mudanzas para que metiera todas sus cosas en cajas. Quería
alquilar su casa en el futuro, así que una gran parte de los
muebles se había quedado allí y solo habría que realizar
alguna que otra reforma.
Ahora yo estaba vaciando algunas cajas en las que había
cosas de mi habitación de la infancia. Era una buena
distracción y me daba algo que hacer. Había cuadernos del
colegio, álbumes de fotos y libretas, a los que eché un vistazo.
Resultaba un poco extraño verme catapultada de pronto a
mi infancia, pero también era bonito en cierto modo. Encontré
entradas de cine de películas que había ido a ver con mis
padres, y nada más verlas recordé escenas concretas durante
las cuales no habíamos podido evitar reírnos los tres. Me
invadió una sensación de felicidad y seguí rebuscando en las
cajas.
Había entradas del primer concierto al que había ido,
servilletas de papel en las que había escrito las respuestas a
entrevistas porque me había quedado corta con las notas y
muchas más cosas. Entre otras, fotos mías de distintos
programas, entonces aún con el pelo corto y muchas espinillas
en la cara. Al verlas experimenté una grata sensación de
calidez. Si la Rosie de quince años pudiera verme ahora,
probablemente fliparía. Bueno, quizá no en ese preciso
momento, puesto que llevaba días sumida en la tristeza, pero
vería lo lejos que había llegado. Seguro que alucinaría al ver
los artistas con los que hablaba y cómo era ahora el programa.
Cuando pensé eso, fue como si se me encendiese la bombilla.
Miré las instantáneas en las que yo aún era una adolescente,
una niña, e intenté imaginar qué pensaría esa chica de lo que
opinaba la gente; cómo habría reaccionado a todas las cosas
con las que yo había tenido que bregar ese año.
Cuando mi madre murió, yo, que era un alma en pena,
empecé a aferrarme al programa como si fuese mi tabla de
salvación, pero tampoco me iba lo que se dice viento en popa.
Durante mucho tiempo estuve triste a más no poder, y
tampoco entonces me trató especialmente bien una parte de las
personas que me rodeaban. Siempre había habido alguien que
se burlaba de mí y de mis intentos de empezar un programa, y
también tuvo lugar alguna que otra estupidez que ni siquiera a
día de hoy puedo olvidar. Sin embargo, ninguna de esas
personas tenía ahora nada que ver conmigo, y me daba lo
mismo lo que pensaran de mí. Porque creía en mí firmemente.
Al ver ahora esa foto deseé volver a sentir eso, esa fe
inquebrantable en mí misma.
Sentí un leve cosquilleo en lo más profundo de mi
estómago: aún estaba ahí. En algún lugar seguía estando esa fe
en mí misma; aunque esos últimos meses no se había dejado
ver y había desfallecido un poco, no había desaparecido. Al
darme cuenta, esbocé una leve sonrisa.
Era como me había escrito Adam: todavía estaba en pie.
Después de todo lo que había pasado, había seguido adelante.
Quizá sencillamente hubiese llegado el momento de dejarlo
todo atrás. No todo el mundo podía trabajar sin parar mientras
se enfrentaba una y otra vez a críticas personales. Lo sabía por
un sinfín de entrevistas que había realizado a lo largo de los
años a numerosos artistas: todos ellos habían encontrado la
forma de lidiar con el revuelo que levantaba su persona y
todos ellos pasaban por fases en las que las críticas les
afectaban hasta tal punto que, en parte, perdían de vista lo que
de verdad importaba. Posiblemente también para mí hubiese
un modo de llevar todo aquello de manera permanente. Solo
tenía que encontrarlo. Y para ello necesitaba tiempo y fuerzas.
Pero ahora, al ver todas esas cosas de mi antigua habitación,
comprendí que no estaba lista para darme por vencida. Ni de
lejos.
Recordé lo que me había dicho Adam cuando puse fin a lo
nuestro.
«Pero aquí lo importante no es el mundo, lo importante
somos solo nosotros dos. Dijiste que disfrutabas estando
conmigo. Yo también disfruto estando contigo. Más que
cualquier otra cosa. Con eso debería bastar, ¿no crees?»
En ese momento era tal el pánico que sentía que solo veía
lo malo. Mi miedo era mayor que todo lo demás y casi no fui
capaz de levantarme; hasta ese punto me aturdía. Todavía no
me encontraba demasiado bien. Debía seguir rumiando todo lo
que había sucedido y temía tener que enfrentarme de nuevo a
paparazzi, fans u otras personas que manifestaran su aversión
hacia mí. Pero… ¿acaso no habría siempre algo a lo que
tendría que hacer frente? ¿No había en la vida experiencias
decisivas constantemente? Me lo había demostrado la
enfermedad de mi madre, que sufrimos juntos, como la familia
que éramos. No hubo ningún «Me iré para trabajarlo hasta que
las cosas mejoren». Lo superamos unidos. Sin embargo, no
creía poder superar lo de Adam, y eso que juntos ya habíamos
pasado por muchas cosas.
Estuve rumiando un rato todos estos pensamientos y miré
de nuevo las cosas que tenía esparcidas por el suelo, las fotos y
las notas. Una página doble entera de mi libreta estaba
completamente llena de tréboles. Y había escrito algo:
Algún día entrevistaré a Scarlet Luck y será el día más alucinante de mi vida.

Al leer esas palabras y ver los recortes de una revista en los


que se veía a los cuatro integrantes del grupo, me eché a reír.
La Rosie adolescente tenía razón… al menos en una cosa:
había entrevistado al grupo, aunque había sido uno de los
peores días de mi vida. Pero, visto desde la distancia, el caos
de entonces había tenido su razón de ser, porque de no haber
ocurrido lo que ocurrió, probablemente Adam y yo no nos
habríamos encontrado nunca.
Pasé los dedos con cuidado por algunos de los tréboles que
adornaban las hojas mientras me preguntaba si llegaría el día
en el que también pudiese ver con perspectiva mi situación
actual. Con el corazón afligido, pero con la certeza de que todo
había sido como tenía que ser.
Cogí mecánicamente el móvil. Mi primer impulso fue
fotografiar la página de la libreta para mandársela a Adam,
pero todavía no había contestado a ninguno de sus mensajes y
no sabía si podía hacerlo ahora sin más y, para colmo, con una
simple foto. Probablemente no fuese buena idea.
Iba a dejar el móvil a un lado otra vez cuando vi que Adam
me había escrito. Seguía escribiéndome a diario. Con el
corazón latiéndome con fuerza, abrí el mensaje que me había
enviado ese día.
Adam: Si tienes tiempo, pásate por aquí
esta tarde. Será nuestra primera actuación desde
hace siglos y significaría mucho para mí que
estuvieras.

Debajo había un enlace. Hice clic en él con aire vacilante y


en el buscador se abrió otra ventana. En ella se veía un cartel
con una fotografía que debía de ser nueva: estaban los cuatro
chicos del grupo, todos vestidos principalmente de negro,
aunque con estilos distintos. Thorn con un pantalón de cuero
ceñido y una camisa con volantes que bien podría haber
pertenecido al pirata de una película; Hunt con un abrigo de
cuero largo y un estilismo propio de la dama de la guadaña;
Logan con unos pantalones ajustados de cuadros y una
sudadera agujereada; y, por último…, Adam.
Adam, que se había cortado el pelo y se lo había
engominado hacia atrás, como cuando lo conocí.
Adam, que llevaba un pantalón de traje y una camisa
violeta oscuro con varios botones abiertos, que dejaban a la
vista los tatuajes del pecho hasta el cuello.
Adam, que sonreía ligeramente a la cámara, pero cuya
mirada sombría y cuyas ojeras permitían entrever que estaba
sufriendo.
En la garganta se me formó un nudo al verlo y durante unos
segundos no pude apartar la vista de la imagen. Al final lo
logré y leí lo que ponía en el cartel digital.
Esta Nochevieja venid al concierto que Scarlet Luck dará en directo y
celebrad con ellos la llegada del nuevo año. La recaudación irá destinada
íntegramente a la Fundación Alexis Nevin.

Bajo ese texto había unas líneas en letra de menor tamaño


en las que se daba a conocer el lugar y la hora exacta y
también se incluía un enlace a través del cual se podía ver el
concierto en streaming. Me quedé mirando la imagen un poco
más. Tenía claro lo que quería hacer. Probablemente ya lo
sabía cuando había leído los primeros mensajes de Adam y
acto seguido lo había llamado. Entonces no había sido capaz
de decir nada, pero ahora tenía la sensación de haber
recuperado la voz.

Adam
—Me va a dar un infarto —dije a nadie en particular.
Logan vino a mi lado en el acto. Aunque no me tendió la
mano, me dirigió una mirada compasiva.
—Solo son los nervios.
—Pero qué dices, ¿en serio? No se me había ocurrido —
mascullé.
—Creo que lo que quería decir con eso es solo que a tu
corazón no le pasa nada —precisó Thorn, que se encontraba al
fondo de la sala de ensayos, afinando su guitarra.
—Bueno, nada salvo que está roto —observó ahora Logan.
Lamenté haber dicho nada.
—Yo también estoy nervioso —admitió en ese momento
Hunt—. Es el primer concierto que damos desde hace más de
seis meses. Y encima con canciones nuevas.
A eso había que añadir que era mi primer concierto sobrio
desde hacía unos tres años y medio, pero no lo dije en voz alta.
Tenía la sensación de que se trataba de mi primer concierto, el
primero de todos, así de nervioso estaba. Tenía miedo de que
se me hubiese olvidado tocar, pero sabía que mis manos no me
dejarían en la estacada, por muy nervioso que estuviera.
—¿Todo bien? ¿Puedo ayudaros en algo? —preguntó Leah,
que acababa de entrar en la sala. Tenía las mejillas encendidas,
parecía estar tan electrizada como todos nosotros.
Leah había dicho que estaba loco cuando le propuse dar ese
espontáneo concierto benéfico, pero al cabo de unos minutos
ya estaba poniéndolo todo en marcha para hacerlo posible. Y
lo había conseguido. Leah siempre hacía que todo fuera
posible para nosotros.
Crucé la habitación e hice algo que no había hecho nunca
voluntariamente: le di un fuerte abrazo a nuestra mánager. Al
oír el ruido de sorpresa que profirió, la solté deprisa y la miré a
los ojos.
—Gracias, Leah. Por todo. —Confié en que notara que lo
decía de corazón.
Ella me regaló una de sus poco habituales sonrisas.
—Somos una familia, Adam. Haría cualquier cosa por
vosotros. —Fue mirando al resto uno por uno—. Espero que lo
sepáis. Todos vosotros.
Los demás se acercaron y nos abrazamos de nuevo todos.
—Y ahora salid ahí fuera y demostradle a la gente que a
Scarlet Luck no los doblega nada —exclamó Leah, y todos
asentimos.
Entonces se desató la locura.
Desde cierta distancia ya se oían los gritos del público. Pese
a que lo habíamos anunciado con tan poca antelación, había
acudido mucha gente. Eso era bueno: cuanta más gente, más
dinero recibiría la fundación y más personas se enterarían de
lo que yo tenía que decir.
Oía que fuera las pantallas ofrecían las primeras imágenes
mientras nosotros salíamos al escenario y tomábamos nuestras
posiciones detrás del telón. El corazón se me subió a la
garganta cuando se oyó el griterío de la multitud. Nada más
percibir ese familiar sonido fue como si mi cuerpo tomara el
timón por iniciativa propia. Me senté a la batería, cogí las
baquetas y las hice girar entre mis dedos. Thorn me miró y yo
asentí, empecé a contar, el telón cayó y… comenzamos a
tocar.
Los primeros compases de «Hollow» inundaron el teatro al
aire libre y me dejé llevar por el ritmo mientras la multitud se
volvía loca. Era un concierto pequeño, pero los fans hacían el
mismo ruido que si nos encontrásemos en un estadio enorme
con diez mil personas. La voz de Thorn resonaba en mis oídos
mientras se volcaba por completo en la canción, plasmando en
ella todo el dolor que también él había sentido esos últimos
meses. Todo lo que compartíamos juntos. Todo lo que sin duda
también sentía el público.
El tiempo pasaba a una velocidad de vértigo y a la vez
increíblemente despacio. Me empapé de cada segundo, dejé
que el ritmo me corriese por las venas y me entregué por
completo a la sensación. «Hollow» dio paso a «Golden Circle»
y la multitud enloqueció de nuevo. Cantamos una tercera
canción mientras rompíamos a sudar profusamente. Yo los
veía a todos: el público delante de nosotros. Mis amigos, mis
hermanos, que habían vivido conmigo toda la mierda que me
había pasado y seguían a mi lado. Leah, que se hallaba en un
lateral del escenario y nos miraba henchida de orgullo.
Cuando la tercera canción tocaba a su fin, llegó el
momento. Esta vez me encargué yo de hacer lo que siempre
hacía Thorn: hablar.
Enderecé el micrófono que tenía delante y me armé de
valor.
—Hola, amigos —saludé, y los gritos se volvieron más
estridentes aún, si es que era posible. Sonreí—. Hacía mucho
que no nos veíamos. Gracias por estar hoy con nosotros.
Más gritos. Alguien exclamó:
—¡Os echábamos de menos!
Reí con suavidad.
—Y nosotros a vosotros, mucho. Siento que hubiera que
suspender la gira. Fue culpa mía.
Más griterío. De nuevo exclamaron algo y algunas personas
levantaron letreros en los que ponía: «¡Beast, estamos muy
orgullosos de ti!». Sentí que la garganta se me atenazaba, pero
conseguí sobreponerme a la emoción.
—Había algo que tenía que hacer. Seguro que os enteraríais
por la prensa. En realidad no me gusta hablar de mi vida
privada. Bueno, no me gusta hablar en general. —Risas de la
multitud—. Pero estos últimos seis meses me he dado cuenta
de que puede ser bueno hablar con otras personas de las cosas
que nos preocupan y nos agobian. De lo que nos da
quebraderos de cabeza. —Gritos de alegría de nuevo. Me
pregunté si entendían lo que quería decirles. Esperaba de
corazón que así fuera—. Por eso hoy quiero hablar con
vosotros de algo que me preocupa mucho últimamente. Si me
conectara a internet ahora mismo, seguro que encontraría un
montón de comentarios y mensajes agradables. Y eso es algo
que me conmueve, porque os quiero y me encanta saber cosas
de vosotros. Sin embargo, también hay quien no tiene nada
mejor que hacer que decirle barbaridades a las personas a las
que queremos, dejarlas en evidencia y ponerlas contra las
cuerdas, insultarlas hasta que, poco a poco pero
inevitablemente, dejan de creer en ellas mismas. —Se
escucharon abucheos. Así que me entendían—. Y eso no está
bien, amigos. Nada bien. Esa clase de cosas puede abrumar, y
mucho, a las personas y destrozarlas hasta el punto de que les
acabe afectando psicológicamente. Eso es algo que no le
desearía a nadie. Y menos a alguien a quien quiero.
De pronto los gritos fueron a más de nuevo, sobre todo
cuando los otros tres miembros del grupo se volvieron hacia
mí. La melodía que tocaba a la guitarra Logan se interrumpió
un instante, pero no dejé que me desconcentrara.
—Deberíamos apoyarnos mutuamente y ser amables con
los demás. Ese es mi deseo para el año que viene. ¿El vuestro
no? —pregunté, y me tomé los gritos como un sí—. Bien, me
alegro de que lo veáis igual que yo. Y me alegro de que
estemos juntos esta noche para dar la bienvenida a este año. La
siguiente canción es nueva y es la primera vez que se toca en
directo. Está dedicada a alguien muy especial. —No estaba
seguro de si Rosie me estaba viendo, pero esperaba de verdad
que supiese que me refería a ella—. Con todos vosotros:
«Only Lover».
Di la entrada y canté la primera estrofa de nuestro nuevo
single, que había compuesto a lo largo de las dos últimas
semanas. Hablaba de un corazón roto y era la réplica a «Sweet
Girl», solo que esta canción abordaba cómo te sentías cuando,
después de una larga búsqueda, encontrabas el amor
verdadero. Había algunas alusiones a la otra canción que Rosie
sin duda entendería y puse toda mi alma en ella. Toda la
frustración, todo el dolor, toda la añoranza que ni siquiera
sabía que podía sentir. La gente alucinó, y nosotros también.
La canción nos sumió en una suerte de éxtasis mientras nos
desgañitábamos.
En los últimos compases percibí un movimiento con el
rabillo del ojo que llamó mi atención. Volví la cabeza hacia el
lateral del escenario… y me quedé de piedra.
Rosie. Con el pelo completamente alborotado, las mejillas
rojas y los ojos brillantes. Tenía a un lado a Leah y al otro a
Caleb. Cuando nuestra mánager se inclinó hacia ella y le dijo
algo al oído, Rosie echó a andar. Primero despacio, después
cada vez más deprisa, hasta terminar corriendo hacia mí.
Aturdido, me levanté del taburete, me volví hacia ella y di
unos pasos hacia el borde del escenario, donde ella se chocó
contra mí con fuerza. El impacto hizo que me quedara sin aire
en los pulmones y tardé unos segundos en ser consciente de
que, de verdad, Rosie había venido. Estaba allí y me había
echado los brazos por el cuello. Mi cuerpo tardó demasiado en
devolverle el gesto, pero al final la agarré por la cintura y la
estreché con la misma fuerza que ella a mí. Al percibir su
familiar olor y notar que le temblaba el cuerpo entero, las
rodillas me flaquearon de pronto.
—Lo siento —sollozó—. Lo siento mucho. Tenía tanto
miedo… Todo este asunto me afectó tanto que no vi otra
salida.
Me separé de ella lo justo para poder verle la cara.
—Lo entiendo. —Rodeé sus mejillas con ambas manos y
retiré con los pulgares las lágrimas que le caían—. A mí me
pasó lo mismo en su día.
—Pensé que no podía con esto y perdí la fe en mí misma.
En nosotros. Pero fue un error, ahora lo veo. Es solo que no
sabía cómo íbamos a seguir adelante cuando no paraban de
ponernos obstáculos en el camino… —admitió, y yo asentí.
—Yo tampoco quiero que tengas problemas por mi culpa y
que te enfrentes constantemente al odio. Haré todo lo que esté
en mi mano para que eso mejore.
Rosie negó con la cabeza.
—Soy yo la que debe encontrar la manera de lidiar con ello
en el futuro. No quiero ser una carga para ti.
—No lo eres. En aquel momento yo tampoco quería ser un
lastre para otro, pero he aprendido que las personas que
significan algo para mí están ahí a pesar de todo. Porque es lo
que haces por las personas a las que quieres: ayudarlas.
Apoyarlas. Y juntos conseguimos salir adelante. —Seguía
pasándole los pulgares por las mejillas—. Si todavía me
quieres, aquí estoy. —Después me armé de valor. Si podía
decirlo delante de más de tres mil personas, también podría
decírselo a ella—: Te quiero, Rosie. Sé que este amor no lo
cura todo como por arte de magia ni hace que nuestros
problemas desaparezcan, pero está ahí y te pertenece a ti y
solo a ti. Yo te pertenezco a ti, si me aceptas.
Rosie abrió la boca ligeramente y sorbió por la nariz. Sus
siguientes palabras me dejaron fuera de combate.
—Yo también te quiero. Con toda mi alma. No ha habido
un solo día estos últimos meses que dejara de sentir ese amor,
que no ha hecho más que crecer. Y me temo que seguirá
creciendo en el futuro.
La sangre me corría veloz por las venas, era como si el
corazón se me fuese a salir del pecho de la felicidad. Me
incliné hacia delante y le rocé la nariz con la mía.
—No es algo que tengas que temer.
Me puso una mano en la nuca para atraerme más hacia ella
y acto seguido afirmó despacio con la cabeza.
—Está bien. Intentaré trabajar en ese miedo y en todo lo
demás.
—Yo también seguiré trabajando en todo —musité. Estaba
tan cerca de mí que me costaba pensar con claridad. Apenas
era consciente de algo que no fuese ella. Casi no oía los gritos
de la multitud y percibí como lejano que Thorn había
empezado a tocar una versión acústica de «Echoes».
—¿Adam? —susurró Rosie.
—¿Sí? —contesté.
—¿Te puedo besar?
Por toda respuesta me incliné hacia ella y acerqué mi boca
a la suya.
—Siempre.
Rosie dio el último paso y me besó tierna y
apasionadamente al mismo tiempo. Y era tanto lo que había en
ese beso… Todas las cosas que en su día me daban miedo,
cosas que no creía querer o incluso merecer. Pero ahora sabía
que no era así.
Me merecía tener a alguien en mi vida que me diera amor,
porque era digno de ser amado. Igual que Rosie se merecía
todas las cosas buenas que hacían que la vida valiese la pena.
Enriquecía la vida de todo aquel que tenía el placer de
conocerla y confiaba de verdad en que pudiera darle aunque
fuese una mínima parte de lo que ella me regalaba. En
cualquier caso, haría todo lo posible.
Para entonces sabía que no era capaz de imaginar nada
mejor que pasar la vida con esa mujer. Trabajaríamos duro en
nosotros, y con nuestras respectivas carreras no sería fácil, eso
seguro. Pero tenía una cosa más que clara.
Valdría la pena, desde luego que sí.
Epílogo

Rosie

Seis meses después

—Me distraes —le dije a Adam, que me abrazó por detrás


mientras yo intentaba preparar el set para mi próximo invitado.
—Ahora sabes cómo me siento yo cuando nos miras
mientras ensayamos —repuso, y me besó en el cuello.
Un agradable escalofrío me recorrió la piel y sonreí.
—Yo solo miro, no me cuelgo de ti como un perezoso
enamorado.
Me quedé parado un instante.
—¿Acabas de llamarme «perezoso enamorado»?
—Creo que sí.
Antes de saber lo que estaba pasando, me volvió hacia él y
empezó a hacerme cosquillas. Le sujeté los brazos con fuerza
mientras me reía a carcajadas y después lo estreché contra mí
de tal forma que ya no podía llegar a mis puntos débiles.
—No puedo evitar estar enamorado de ti. Te echo de menos
sin parar.
Enarqué una ceja. Lo que acababa de decir era un poco
absurdo, teniendo en cuenta que acompañaba a Scarlet Luck y
a él en su gira y me dedicaba a entrevistar a artistas de toda
Europa. Un «Rosie Hart Show on Tour», por así decirlo. Para
ello había contratado a dos personas más que ayudaban a
Bodhi con la producción. La gira era una oportunidad increíble
y Leah, que ahora también era mi mánager, me había ayudado
a ponerlo todo en marcha. Había llevado algún tiempo, pero
poco a poco el programa había vuelto a arrancar en
condiciones y yo no podía estar más contenta.
—Yo también estoy locamente enamorada de ti, pero tengo
que arreglar este estudio y prepararme.
—Pero si ya hemos repasado la entrevista varias veces.
En eso tenía razón. Desde hacía ya seis meses, Adam
practicaba conmigo todas mis entrevistas y no se había
quejado ni una sola vez. Como tampoco me quejaba yo cuando
lo veía ensayar, sobre todo cuando lo hacía medio desnudo,
aunque probablemente la comparación no fuese muy justa.
—También quería hablar por videollamada con mi padre y
con Eden —dije, y Adam hizo una mueca de amargura, algo
que no le podía reprochar, sinceramente.
Y es que, si bien sus padres me habían recibido con los
brazos abiertos, el mío seguía odiando a Adam con toda su
alma. Por un lado, por el estado en el que me encontraba en
diciembre, del que lo responsabilizaba a él. Por otro, porque
mi padre quería recuperar el tiempo perdido y desde que se
había mudado a Los Ángeles hacía gala de un instinto
protector especialmente fuerte. Pero Eden y yo estábamos
seguras de que antes o después acabarían cayéndose bien.
—Podemos llamarlos juntos —propuse.
Adam asintió, aunque su expresión seguía siendo
atormentada.
—Claro.
—Al final os haréis amigos, lo presiento.
—Creo que podría tardar unos veinte años…
Adam había estado a mi lado en todo momento durante los
últimos meses, me había apoyado y animado siempre que
había tenido dudas. Las cosas habían mejorado. El mundo era
unas veces ruidoso y otras callado, unas veces me agobiaba y
otras yo tenía la sensación de poder dominar el miedo; era una
montaña rusa, pero probablemente así fuese la vida siempre, y
ahora mismo no podía ser mejor, la verdad, porque Adam y yo
nos teníamos el uno al otro; porque tenía una familia y ahora
también amigos que me apoyaban y me tendían la mano
cuando tropezaba.
—No pasa nada —repliqué, y me puse de puntillas para
besar a Adam. Cuando nuestros labios se tocaron, me recorrió
el familiar calor electrizante que seguían transmitiéndome sus
caricias incluso después de tanto tiempo. Estaba segura de que
siempre sería así.
—¿Ah, no? —inquirió él.
Asentí.
—Tenemos todo el tiempo del mundo.
—Lo dices como si no quisieras volver a soltarme, Hart —
susurró contra mi boca.
—Nunca más, Sinclair —contesté, y lo decía con el
corazón en la mano.
Sí, teníamos todo el tiempo del mundo.
Adam y yo, el mundo y todo cuanto hubiese de por medio.
Fragile Heart. Conecta con tu corazón
Mona Kasten

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Título original: Fragile Heart

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Jeannine Schmelzer, Bastei Lübbe AG
Imagen de la portada: © Martha Kraft y © KatarzynaZa / Shutterstock
Ilustraciones del interior: ©Martha Kraft y © KatarzynaZa / Shutterstock, y ©
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© de la traducción, María José Díez Pérez, 2024

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Primera edición en libro electrónico (epub): febrero de 2024

ISBN: 978-84-08-28548-9 (epub)


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