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Ponencia para la Escuela Feminista del Sur, FEMSUR

Feminismos populares, comunales y descoloniales


Caracas, 22 de enero 2024

Aunque la violencia contra las mujeres ha sido cíclica, constante y


permanente en la historia de la humanidad, su origen se remonta al
surgimiento del patriarcado. Al respecto la doctora Iraida Vargas sostiene:
“… las condiciones sociales para que surgiera el patriarcado se van
formando mucho antes de las relaciones sociales capitalista de
explotación, el patriarcado institucionalizado solo existe cuando surgen los
rangos y las clases sociales, y sabemos que estas aparecen antes de que
el capitalismo”.1
La ideología patriarcal se fundamenta en la falsa premisa de la
superioridad biológica de los hombres sobre las mujeres. Se instaura con
el surgimiento de la propiedad privada, la familia (nuclear) y el Estado,
imponiéndose la figura social el paters familias romano, dueño de la
propiedad y con capacidad de participación política, rezagando a la mujer
a la esfera de lo doméstico.
Existen indicios de que las mujeres no aceptaron de forma sumisa la
condición de subordinación; por el contrario, implicó una tensión
permanente en el seno de la sociedad occidental. Prueba de ello fue la
urgencia de recurrir, por parte del Estado y de las Iglesias católica y
protestante, a la “caza de brujas”. Para imponer la cristiandad como
modelo civilizatorio a los pueblos sajones de la Europa central, fueron
necesarios dos siglos, desde mediados del siglo XV hasta mediados del
siglo XVII. Bajo supuestos preceptos del Antiguo Testamento y la excusa
de haber causado la peste negra, las brujas fueron declaradas enemigas
de la cristiandad. Constituyéndose tribunales ad hoc, decenas de miles de
mujeres fueron juzgadas por delitos de lesa majestad y ejecutadas
cruelmente. En su mayoría eran pobres, solteras o viudas, sabias,
curanderas, receptoras de la sabiduría de sus pueblos originarios.
Según Silvia Federici, profesora emérita de la Universidad
Hofstra en Nueva York, la caza de brujas está relacionada con el
desarrollo de una nueva división sexual del trabajo que, confinó a las
mujeres al trabajo reproductivo, doméstico y de cuidados. En concreto con
los inicios del capitalismo que requería acabar con las prácticas feudales
del trabajo servil, eliminando la agricultura de subsistencia y cualquier otra
práctica de supervivencia autónoma ligada a tareas agrícolas en terrenos
comunales.
Señala Federeci que, la irrupción del incipiente capitalismo fue "uno de los
periodos más sangrientos de la historia de Europa" 2, al coincidir la caza de
brujas, el inicio del comercio de esclavos y la colonización del Nuevo
Mundo. Los tres procesos estaban relacionados: se trataba de aumentar a
cualquier costo la reserva de mano de obra. Así se explica el uso de la
extrema violencia ejercida contra las mujeres como un método sistemático
de subordinación, base del Estado moderno.
Por su parte, a la doctora Iraida Vargas sostiene que en Nuestra América,
si bien las sociedades estamentales y jerárquicas como las Mayas,
Aztecas e Incas, con la aparición de la agricultura, habían gestado una
división sexual en la producción económica; las sociedades recolectoras y
cazadoras no habían establecido en su mayoría la división sexual del
trabajo, mostrando un comportamiento sociocultural donde ambos géneros
se complementaban para garantizar la reproducción material, social y
biológica de la comunidad, nuestras sociedades eran en su mayoría
matrilineales. La violencia misógina europea fue exportada a América
durante el proceso de colonización, institucionalizando el patriarcado.
Si bien la Europa medieval pudo superar su crisis civilizatoria a finales de
la Edad Media, con la expansión del nuevo sistema económico mundial
por parte de las potencias europeas, como España, Inglaterra y Francia
durante el siglo XVI, con la expoliación de los recursos extraídos con el
trabajo forzado de los pueblos esclavizados en las tierras que
conquistaban y colonizaban. Fueron estas relaciones comerciales
desequilibradas las que condujeron a una acumulación de capital que se
reinvertía en la ampliación del sistema, instaurando un orden mundial
donde las naciones “centro”, tecnológicamente más desarrolladas,
explotan tanto la mano de obra como los recursos naturales de aquellas
naciones empobrecidas consideradas “periferia”, dificultando su desarrollo
científico-tecnológico y garantizando la instauración del modelo colonial,
donde los países ricos son los principales beneficiarios de las cadenas
globales.
La actual crisis civilizatoria por la que atraviesa la humanidad está
marcada por el dilema de la hegemonía entre las potencias mundiales, la
crisis climática y la decadencia del capitalismo global, colocando a nuestra
generación ante el peligro real del uso de armas de destrucción masiva.
La crisis de hegemonía de los Estados Unidos ha hecho de Latinoamérica,
un territorio en disputa y ha identificado a las mujeres como la primera
línea de resistencia en la lucha por la vida. En esta fase decadente del
capitalismo mundial, enfrentando a una élite global que intenta
desesperadamente mantener su dominio, posicionando como principales
formas de acumulación la especulación financiera, la producción y venta
de armas y el narcotráfico, conjuntamente con negocios que se hacen
cada vez más lucrativos como la trata de mujeres, la esclavitud sexual y la
pornografía, instaurando así la necropolítica misógina, que somete a
millones de familias en el mundo a deudas impagables, desahucios y
desempleo.
Feminismos Populares, comunales y descoloniales
En las narrativas hegemónicas, la visión sobre la mujer indígena que se ha
impuesto es occidentalizadora, cristiana y machista, dejándola en una
condición social doblemente marginada, como mujer y como india. bajo la
visión patriarcal, la mujer indígena ocupa un lugar en la sociedad no solo
por debajo del hombre, por su condición de mujer; también por debajo de
la mujer blanca, que por ser "racialmente superior y cristiana" no estaba
expuesta de igual modo a la violencia sexual y a la indefensión material y
cultural.
En su visión dicotómica civilización-barbarie, el colonizador construye una
narrativa que intenta justificar el acceso masivo, carnal y violento contra las
mujeres indígenas como un impulso provocado por la actitud
"incitadoramente pecaminosa" de las mismas. Para la doctora Carmen
Bohórquez, la romántica narrativa sobre el mestizaje como resultado de
formas extremas de violencia física y cultural intenta "exculpar al macho
conquistador de los actos de violación, individual o colectiva, perpetrados
contra la mujer indígena". Así se dio nacimiento al mito de la Malinche, con
el que la autora concluye, explicando cómo la mujer de los pueblos
colonizados se expone a la visión del otro "desde el ego conquistador, que
es, al mismo tiempo, un ego fálico; la india se constituye como mujer solo
cuando opta por el varón español"3.
El feminismo descolonial señala las asimetrías de poder y la desigual
distribución de recursos entre el Norte y el Sur globales, del mismo modo
que los efectos de las asimetrías de poder sobre los diferentes grupos
sociales en nuestros países como prácticas neocoloniales de marginación
cultural. Critica el feminismo hegemónico, por tratar a las mujeres como
una categoría homogénea, sin reconocer sus diferencias basadas en la
cultura, la clase, la raza y la ubicación geográfica. Considera fundamental
que los movimientos de mujeres indígenas participen en el proceso de la
elaboración de políticas para que estas reflejen sus necesidades y
contribuyan de manera significativa a las políticas de desarrollo.
Los feminismos descoloniales parten desde la crítica a la modernidad y su
impronta colonial, deconstruyendo el pensamiento feminista clásico
hegemónico y proponen una diversidad de planteamientos que abarcan
desde los aportes de los estudios sobre las opresiones que cruzan a las
mujeres indígenas mayas, el abordaje del tema de los patriarcados de las
feministas comunitarias bolivianas, hasta las pensadoras que invitan al
análisis de las distintas formas de dominación masculina, que no
necesariamente parten de la lógica del patriarcado de la cristiandad, que
surge de una realidad histórica específica en Occidente.
Señala la socióloga mexicana Karina Ochoa que se trata de un debate
abierto, no resuelto que intenta explicar cómo operan las opresiones sobre
las poblaciones racializadas femeninas de Nuestra América, donde
conviven las mujeres indígenas, las afrodescendientes, las mestizas, las
mestizas populares. Haciendo imposible una generalización. El
pensamiento que llamamos feminismos descoloniales busca explicar las
opresiones que genera la colonialidad.
En América Latina las políticas neoliberales que han impulsado la
Inversión Extranjera Directa (IED) afectan el modo de vida de nuestras
mujeres indígenas y campesinas, dedicadas a la agricultura y la pesca.
Las empresas extractivistas transnacionales degradan los ecosistemas, lo
cual obstaculiza el acceso de las mujeres al agua y las desplaza de sus
territorios. La globalización ha reforzado el vínculo entre la pobreza y el
sector informal, profundizado la brecha de género en los ingresos,
ofreciendo flexibilización laboral con bajos salarios y contratos inseguros.
“A las mujeres del sector informal se les niega asimismo su derecho a la
representación, sindicalización e indemnización, así como a las normas de
salud y seguridad”4. Todo ello profundiza la feminización de la pobreza y
de la migración forzada.
Las mujeres encarnan la posibilidad de la reproducción de la vida y de las
comunidades, por eso, se enfrentan hoy a los procesos de
neoextractivismo en América Latina, pero no desde ahora, sino desde la
colonización. En los últimos años, con la implementación de políticas
neoliberales, se ha intensificado el extractivismo, ejerciendo presión sobre
las comunidades indígenas y los recursos de sus territorios.
Las mujeres hondureñas han sido víctimas de esta guerra sin sentido,
entre ellas, la referente de las luchas de las mujeres latinoamericanas,
Berta Cáceres. Las feministas comunitarias en Guatemala plantean que la
defensa de los territorios pasa también por la defensa de los cuerpos de
las mujeres.
En Venezuela, una nación agredida por las formas de guerra
multidimensional, los enemigos internos y externos, también han
identificado a las mujeres como la principal base social de apoyo de la
revolución. Volcando sobre ellas las máximas formas de agresión
económica, psicológica, física, laboral y patrimonial. Rebeca Madriz,
investigadora venezolana advierte que las sanciones unilaterales
constituyen simultáneamente a la guerra emprendida por los factores
económicos locales y los ataques a la moneada, formas directas de
someter a las mujeres venezolanas a grandes sufrimientos, que van desde
la imposibilidad de acceder a los tratamientos contra el cáncer de mama o
de útero, la inseguridad alimentaria, la migración forzada por razones
económicas, los embarazos no deseados y en adolescentes por falta de
anticonceptivos, la suma de múltiples faenas afianzando la división sexual
del trabajo en la medida que se precarizan los servicios públicos, la
violencia sexual ejercida por bandas criminales y grupos extremistas, hasta
el aumento de los femicidios.4
Ante esta situación de vulnerabilidad que atraviesan nuestras mujeres en
el contexto de guerra híbrida que, refuerza la violencia estructural al
profundizar las desigualdades, se convierte en una necesidad urgente para
los poderes locales, regionales y nacionales transversalizar el diseño,
planificación y ejecución de las políticas públicas para la protección y
prevención de toda forma de violencia contra las mujeres. Es aquí donde
se hace imprescindible sentar a la lideresa comunal, con la indígena, la
afrovenezolana, la trabajadora, para que de sus necesidades y
aspiraciones reales surjan los feminismos populares, decoloniales y
comunales.

Fuentes consultadas:
1. Vargas Arenas, Iraida. (2019). Historia, mujer, mujeres: origen y
desarrollo histórico de la exclusión social en Venezuela, el caso de los
colectivos femeninos. Caracas: Fundación para la Cultura y las Artes
(Fundarte).

2. Federici, Silvia (2004). Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y


acumulación originaria. Nueva York. Automedia. Disponible en:
https://traficantes.net/sites/default/files/pdfs/Caliban%20y%20la
%20bruja-TdS.pdf

3. Bohórquez, Carmen. (2022). La mujer indígena y la colonización de la


erótica en América Latina. Caracas: Monte Ávila Editores
Latinoamericana. https://monteavilaeditores.com/download/la-mujer-
indigena-y-la-colonizacion-de-la-erotica/

4. Butale, Cheludo. (2017, septiembre-octubre). “Género y globalización.


Una mirada desde el Sur global”. Revista Nueva Sociedad. N.° 271,
versión digital. Disponible en: https://nuso.org/articulo/genero-y-
globalizacion/

5. Ochoa, Karina. (2018). Feminismos De (s) coloniales. Escuela de


Formación Política. Ciudad de México. Disponible en:
http://www.escuelaformacionpolitica.com/uploads/6/6/7/0/66702859/femi
nismos_descoloniales_conceptos_clave_2.pdf
6. Madriz, Rebeca. Desbloqueen Nuestros Derechos. Ponencia dictada
para el Conversatorio “El bloqueo como forma de violencia contra las
mujeres”, organizado por el Instituto Simón Bolívar, en fecha 22 de
noviembre de 2021. Disponible en: https://youtu.be/mgccFNO8iU

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