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SOCIOLOGÍA ELECTORAL

5 º CURSO DE SOCIOLOGÍA

“Partidos políticos y Sistemas de partidos”

ALAN WARE

1996

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TEMA 0

INTRODUCCIÓN

1. ¿QUÉ SON LOS PARTIDOS Y SISTEMAS DE PARTIDOS?

Actualmente, es difícil concebir un Estado sin partidos políticos, dándose sólo en dos casos: en sociedades
tradicionales, pocas y pequeñas (Golfo Pérsico); y en los regímenes autoritarios que los prohíben. La expe-
riencia muestra que su supresión sólo es factible como medida temporal, pues al menor resquicio afloran des -
de la clandestinidad o retornan desde el exilio. Pero, pese a su centralidad en los Estados modernos, ello no
implica que se les reverencie como institución: el antipartidismo suele aflorar periódicamente, buscando li-
mitar su ámbito de actividad, a menudo como muestra de insatisfacción pública por la política; por ello, a
principios del s. XX los reformadores progresistas de EEUU intentaron prohibir su participación en las elec-
ciones locales, y algunos partidos pretenden que no se les reconozca como tales omitiendo en su nombre la
palabra partido.

Intentar definir un partido es una tarea controvertida, debido a la dificultad en identificar los vínculos que
existen entre ellos y otras instituciones, dado que ciertas características de los partidos también lo son de enti -
dades que no lo son. Quizá lo más adecuado es analizar los rasgos clave de los partidos políticos, que son:

1. Los partidos agrupan a gente con el fin de ejercer el poder en el seno del Estado . Un partido im-
plica a más de una persona, y su objetivo a largo plazo es hacerse con el control del Estado, en soli-
tario o en coalición. Circunstancias: (i) el objetivo de algunos partidos es la disolución de un Estado
y no ejercer el poder (partidos comunistas del s. XIX, Congreso Nacional Indio, Bloque Quebequés);
(ii) algunos partidos deciden no participar en el poder, buscando derrocar a un régimen (partidos anti-
sistema); (iii) el objetivo de ciertos partidos es ridiculizar la política (Partido Rinoceronte de Canadá,
Partido de los Monstruos Lunáticos de GB).

2. Los partidos pretenden emplear medios legítimos para lograr sus objetivos . Un partido político se
ciñe a la legalidad y un grupo terrorista no. Circunstancias: (i) hay partidos que empiezan como tales
y acaban vinculados a conflictos armados (Partido Comunista Chino frente al régimen nacionalista en
1930); (ii) hay partidos que son brazos políticos de organizaciones terroristas (Sinn Fein-IRA, Herri
Batasuna-ETA).

3. Los partidos pretenden participar en las elecciones que organice el Estado . Los partidos presentan
candidatos que compitan en las elecciones por los cargos públicos, pues las elecciones les permiten
desplegar su fuerza política (subvenciones, publicidad, sensibilizar); sólo partidos minoritarios o gru-
pos de presión suelen renunciar a ello. Circunstancias: (i) algunos partidos se niegan a presentar can-
didatos para no contribuir a legitimar un régimen que no reconocen (Partido Comunista de Irlanda,
1931-1941); (ii) un partido puede negarse a participar en unas elecciones concretas como protesta
contra las políticas gubernamentales, o para minar la legitimidad del vencedor (Partido Nacional Popu-
lar de Jamaica, 1983).

4. Los partidos pretenden representar a más de un único y limitado interés social . En general, los
partidos representan un amplio abanico de intereses, y los grupos de presión sólo a un único ámbito
social. Circunstancias: (i) algunos partidos surgen con la defensa de un único interés y van adoptando
nuevos intereses; (ii) hay partidos que sólo defienden un único interés (Partido de los Refugiados,
Alemania).

5. Los partidos agrupan personas con creencias, actitudes y valores similares . Fue el teórico E. Bu-
rke (1729-1797) quien señaló que los partidos agrupan personas con ideas parecidas, configurando
una opinión organizada (un partido es un cuerpo de hombres unidos para promocionar por medio de
la unión de sus esfuerzos el interés nacional sobre la base de un principio concreto respecto del cual
todos se muestran de acuerdo). Circunstancias: (i) en los partidos siempre hay facciones, camarillas y
élites enfrentadas que mantienen serias disensiones internas, aunque siempre habrá áreas de consen-
so suficientes para mantener la unidad; y (ii) existen partidos con una banda de opinión tan amplia
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que resulta difícil considerarlos una opinión organizada (partidos surgidos en torno a un líder carismá-
tico, Partido Peronista).

Por tanto, una definición de partido político sería la que los considera como una institución que busca in-
fluencia en el seno de un Estado, a menudo intentando ocupar posiciones en el gobierno y, puesto que nor-
malmente defiende más de un único interés social, intenta, hasta cierto punto, agregar intereses. Esta defi-
nición no resuelve todas las salvedades, pero presenta ciertas ventajas: (i) asume la centralidad del Estado
como objetivo para los partidos; (ii) asume que para muchos partidos estar en el gobierno es el medio para
desplegar sus medios de influencia; (iii) se puede aplicar a partidos en regímenes no democráticos; (iv) di-
ferencia entre partidos y grupos de presión; y (v) no asume que los partidos se aglutinen necesariamente
por compartir principios u opiniones.

Por tanto, los partidos políticos son instituciones, lo que implica tanto una organización formal como re-
glas formales y procedimientos que rigen las conductas. Sin embargo, ante ello A. King (1969) señala que
en los partidos cabe distinguir tres elementos diferentes: (i) partido en el electorado, (ii) organización de
partido y (iii) partido en el gobierno, lo que supone diferenciar entre la institución y las actividades y pro-
cesos sobre los que ejerce alguna influencia. En esta obra sólo nos interesa el partido como institución y su
conducta electoral, así como la formación y disolución de gobiernos.

Los sistemas de partidos pueden analizarse desde una vertiente institucional, así como desde los modelos
de competición y cooperación entre partidos, es decir, analizando su interacción. Por ello, analizar el siste-
ma de partidos de un país implica estudiar tanto sus partidos concretos como la interacción entre ellos.

2. EL ESTUDIO DE PARTIDOS Y SISTEMAS DE PARTIDOS

Vamos a analizar el punto de vista de los diversos autores y a situarlos en el contexto de las ideas principales.
Así, existen dos dimensiones básicas de los enfoques:

a) Dimensión A: factores que son determinantes últimos de los partidos, y que son:

— Factor sociológico: explica los fenómenos políticos a partir de los fenómenos sociales. Así, la
presencia de un partido social-demócrata en un país se explica por la existencia de grupos con in-
tereses que son los defendidos por tales partidos. Según este enfoque, las instituciones políticas
son meros intermediarios, y las explicaciones causales se centran en los modelos de conflicto so -
cial del país.

— Factor institucional: explica los fenómenos políticos a partir del escenario institucional. Según
este enfoque, si se cambian ciertos aspectos de las reglas que rigen la política, ello afectará tanto a
la naturaleza de los partidos como a la forma de interactuar entre ellos y de ejercer la acción polí -
tica.

— Factor competitivo: es una variante restringida del modelo institucional, pues mientras aquel se
centra en una amplia gama de instituciones que influyen en los partidos, éste se centra sólo en la
competición. Se concibe a los partidos como actores con intereses propios que responden a la ló-
gica de su situación: la competición por el voto. Este enfoque comparte con el sociológico la idea
de que las creencias, valores y actitudes de los actores se asumen como dadas en un contexto ins -
titucional concreto, idea rechazada por los institucionalistas, quienes creen que el modo que tienen
los actores de entender el mundo de la política y lo que buscan en él cobra forma a partir de las
instituciones.

b) Dimensión B: comprende un continuum basado en la capacidad de adaptación de los partidos políti-


cos a los cambios en las fuerzas que les dieron forma originariamente. (i) Para el enfoque sociológico,
los cambios en las fuerzas sociales tendrán repercusión en los partidos, aunque para algunos teóricos los
partidos son producto de las fuerzas sociales existentes en un momento crítico de un Estado, y sólo
cambiarán por grandes levantamientos sociales. (ii) Para el enfoque institucionalista, los partidos
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muestran gran capacidad de adaptación a los cambios en las reglas que rigen el juego político, aunque
también podrían ser muy poco maleables tras el momento crítico de su nacimiento. (iii) Para el enfoque
competitivo, los partidos muestran una alta capacidad de adaptación, aunque también podría reflejar su
nula capacidad de respuesta si ésta se ve inhibida por los oligopolios económicos, pues cuando hay po -
cos productores, el mercado suele ser estable, sin competencia en precios; por tanto, un sistema de parti -
dos puede reflejar el estado de tregua alcanzado tras un periodo de intensa e inestable competición entre
partidos.

El viejo institucionalismo. La ciencia política surge en los años 20-30 a partir de la Historia contemporánea
y el Derecho constitucional, cuyo enfoque legal-constitucional ponía el énfasis en la acción de las élites po-
líticas y en el enfoque naturalista de los constitucionalistas; aquello originó una disciplina con un fuerte enfo-
que institucionalista, según el cual las comunidades políticas funcionaban de forma diferente porque conta-
ban con instituciones diferentes. Ejemplo: en la descolonización de África, GB creó en cada país institucio-
nes representativas inspiradas en Westminster, dado que tales instituciones habían funcionado bien en otro
contexto, pero el resultado fue un rotundo fracaso.

La revolución conductista. Desde los años 40, la disciplina se vio influida por teóricos de la sociología, cu-
yo enfoque sociológico suponía intentar explicar la política examinando la conducta política; las institu-
ciones políticas sólo eran detalles relevantes que debían acomodarse a una explicación total del comporta -
miento político, una vez deducidas las causas subyacentes. Pero los sociólogos se irían percatando de lo limi -
tado de un acercamiento a la política desde un punto de vista exclusivamente sociológico, dando mayor cabi -
da en sus trabajos a las instituciones.

El nuevo institucionalismo. En los años 50-60, el nuevo institucionalismo suponía acentuar el papel del
Estado y sus instituciones en los resultados políticos, aunque fue ampliando su alcance incluyendo el estu-
dio de instituciones de carácter económico y social. No obstante, en estas décadas prosigue el enfoque socio -
lógico, y el análisis basado en la teoría de la elección racional empieza a ganar terreno, cuyos teóricos extra -
jeron de la economía la idea de que los actores recurrirían a los medios más eficaces para lograr sus objeti-
vos, sirviendo de herramienta analítica para los que explicaban la conducta de los partidos en términos de
competición.

Enfoques teóricos alternativos. En los años 90 persiste la competencia entre varios enfoques teóricos alter-
nativos en el estudio de los partidos, reflejando la carencia de un paradigma dominante.

3. ESTUDIAR PARTIDOS Y SISTEMAS DE PARTIDOS EN LOS AÑOS 90

El estudio de partidos y sistemas de partidos muestra una gran variedad de enfoques. Para entender su evo-
lución, debemos retrotraernos al surgimiento de los partidos a partir de sus dos fuentes originarias: (i) en el
interior de un sistema legal (conservadores británicos), o (ii) a través de la movilización de grupos o clases
sociales que no se veían representados en el sistema y querían defender sus intereses (laboristas británicos).
Posteriormente, la extensión de la afiliación y el surgimiento de los electorados de masas tuvieron gran im-
pacto en la evolución de los partidos, que, obligados a competir, tuvieron que adaptar sus organizaciones y se
vieron obligados a asumir los intereses de los nuevos afiliados.

En los años 70, los partidos y sistemas políticos diferían muy poco de los existentes en los años 20, confor -
mando el núcleo de las actividades del Estado. Pero en los años 90 se observa cierta crisis en la política de
partidos, debido al colapso en el apoyo a partidos en el gobierno en algunos países como Canadá, Francia,
Italia y Japón. Por primera vez, aparecía la posibilidad de cambios radicales en el sistema de partidos, se
afirmaba que los canales de movilización política alternativos estaban minando el papel de los partidos y la
opinión pública se mostraba escéptica sobre su valor y actividades, desconfiando de los políticos; además,
el colapso del Este de Europa provocó una reconsideración sobre la habilidad de los partidos para controlar el
Estado. Sin embargo, la debacle de los partidos en los años 70 sólo afectó a unos pocos países, y su impacto a
largo plazo tampoco ha sido tan considerable. La perdurabilidad de los partidos y sistemas es uno de sus
rasgos principales, y bien podría seguir siéndolo en el futuro.

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TEMA 1

PARTIDOS E IDEOLOGÍA

0. INTRODUCCIÓN

La tesis de que los partidos son vehículos que unen a quienes comparten opciones políticas similares sugiere
que se diferencian entre sí según las ideologías a las que se adhieren; así, cada partido tiene sus propias ideas
sobre la relación sociedad-Estado y sobre el papel de éste. Desde ese prisma, los partidos representan diferen -
tes ideologías, lo que obliga a analizar tal dimensión ideológica de los partidos.

Sin embargo, en Europa han existido desde finales del s. XIX muchos partidos cuya única razón de ser con-
sistía en obtener clientelas mediante el control de los cargos políticos; la competencia por los votos en un
electorado de masas pudo haberlos hecho optar por una ideología, pero los aspectos no ideológicos siguieron
afectando a muchos partidos hasta bien entrado el XX. Pero, puesto que no podemos negar el carácter central
de la ideología en la política de partidos, ¿cómo explicar la adopción de una ideología concreta y su manteni -
miento o modificación? Para ello se plantean dos enfoques, en función del grado de receptividad de los parti-
dos ante las opiniones y los cambios de opinión de los votantes: (i) un enfoque competitivo, que considera a
los partidos actores que adaptan su ideología a las opiniones y valores de sus simpatizantes potenciales entre
el electorado; y (ii) un enfoque institucional, que considera a los partidos con cierta capacidad de adapta-
ción, pero también como prisioneros de su propia historia, por lo cual los aspectos propios de la ideología
que adoptó en su fundación tienden a mantenerse.

1. ENFOQUE COMPETITIVO

El principal teórico del enfoque competitivo es Anthony Downs (1957), quien relaciona la ideología de los
partidos con la competición espacial entre partidos; para ello, recurre a la idea de espectro político, según la
cual los temas políticos se situarían en un punto dado del contínuum entre la derecha y la izquierda. Downs
vincula estas ideas a un análisis económico realizado por H. Hotelling sobre la ubicación de tiendas en
competencia en una misma calle; según ésta, los clientes acudirán a la tienda más cercana,
pero las tiendas no se ubicarán en el lugar óptimo para los clientes ( ──┼──────┼──),
pues su competencia les llevará a situarse lo más próximas posibles entre sí con el fin de
atraerse los clientes intermedios (─────┼┼─────). Así, Downs afirma que los puntos de
vista políticos se sitúan en torno a un único espectro (izquierda-derecha), y que votamos al
partido que defiende la posición ideológica que nos resulte más cercana.

Actualmente, los teóricos espaciales analizan la medida en que los partidos difieren entre sí,
y si hay un solo espectro ideológico (izquierda-derecha) o varios (economía, estilo de vida, valores, educa-
ción, religión…). En esa línea, I. Budge, D. Robertson y D. Hearl (1987) analizaron los programas electo-
rales de los partidos en las democracias liberales desde 1945, y situaron la posición oficial de cada partido en
torno a un tema en espacios ideológicos; así, hallaron que los programas tendían a reflejar una única dimen-
sión espacial izquierda-derecha, e identificaron cuatro grandes familias de partidos: comunistas, socialistas,
centristas y conservadores. La deficiencia de este análisis está en que los programas electorales sólo reflejan
ciertos aspectos de la ideología de los partidos, pues son su cara pública y están pensados para atraer votan-
tes, existiendo otros aspectos de sus creencias, valores y principios éticos que pueden no aparecer en un ma-
nifiesto, bien por no estar suficientemente articulados, bien por no creer necesario recalcarlos; estos aspectos
pueden cobrar gran importancia, al punto que una vez en el gobierno muchos partidos pueden verse obliga -
dos a abandonar los compromisos asumidos en el programa.

En su investigación del Partido Laborista británico, H. M. Drucker (1991) propone diferenciar en los parti-
dos entre: (i) sus principios éticos, que refieren al espíritu del partido, sus tradiciones, hábitos y sentimientos;
y (ii) sus doctrinas, que son argumentos coherentes en defensa de posturas, y pueden generar políticas públi -
cas. Las doctrinas no se corresponden con programas o manifiestos, aunque es normal que éstos sean una
guía para comprenderlas, ni son el único componente de la ideología de un partido, pues ésta engloba tanto
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principios éticos como doctrinas. Por tanto, los programas solo ofrecen una comprensión limitada de la con-
ducta de los partidos.

Las limitaciones inherentes a reducir la ideología de un partido a sus programas resultan evidentes donde ta -
les ideologías consisten en una mezcla entre la dimensión izquierda-derecha y otras dimensiones. Ejemplo de
ello son ciertos partidos latinoamericanos, que pueden ser populistas, nacionalistas y de izquierdas al mismo
tiempo; estos casos reflejan dos problemas: (i) los partidos pueden hacer llamamientos contradictorios a dis-
tintos grupos de simpatizantes (p. e., el Partido Peronista tenía un ala derecha y un ala izquierda); y (ii) el
populismo y el nacionalismo son dimensiones que se hacen más evidentes en las reacciones de los partidos
ante ciertos eventos que en cualquier programa. En resumen, el análisis de los programas de los partidos y el
enfoque espacial tienden a descubrir la dimensión izquierda-derecha antes que otras, pero tienen claras limi-
taciones.

2. ENFOQUE INSTITUCIONAL

El enfoque institucional no niega que las ideologías de los partidos muchas veces se basen en la referencia
izquierda-derecha, pero no considera que reaccionen ante las opiniones de los votantes, sino como institucio -
nes cuya conducta puede estar muy influida por creencias y valores establecidos en el momento de su fun-
dación. Por tanto, la definición de sus posiciones en la dimensión espacial debe tener en cuenta sus orígenes.

Según Klaus von Beyme (1985), en las democracias liberales europeas existen nueve gran-
des grupos de partidos o familias espirituales: (1) liberales y radicales, (2) conservadores, (3)
socialistas y demócratas, ( 4) demócrata-cristianos, (5) comunistas, (6) agrarios, (7) étnicos y
regionales, (8) extremas izquierda y derecha y ( 9) ecologistas. Según von Beyme, muchos
países han creado partidos de cada familia porque cuando fueron fundados reflejaban la de-
fensa de ciertos intereses, los cuales se dan en otros países. Sin embargo, este esquema mues-
tra cinco limitaciones:

i. Algunos partidos no tenían cabida en el esquema, ni tampoco ciertos partidos nuevos; no obstante,
la mayoría de los partidos políticos tienen un lugar en su marco analítico.

ii. Existe la tentación de incluir el mayor número de partidos posible en el esquema.

iii. La política clientelar en algunos partidos puede influir sobre los objetivos que se fija, y que pueden
ser muy distintos a los que se asocian a su familia. De la interacción entre políticas clientelares y polí-
ticas ideológicas puede surgir un miembro atípico de la familia (p. e., el MSPH griego de A. Papan-
dreu, social-demócrata).

iv. Tras un largo periodo de gobierno autoritario, es posible que algunos partidos que resurjan al estable-
cerse la democracia guarden vínculos débiles con la familia espiritual a la que pertenecen, mostrándo-
se como híbridos, mientras que los que han permanecido en el exilio o en la clandestinidad suelen
adoptar la forma de los partidos de la misma familia de otros países.

v. Algunos partidos se ven obligados a modificar su ideología debido a presiones electorales o de otro
tipo, y esto puede hacer que apenas se parezcan a los partidos de la misma familia de otros países.

En realidad, las líneas de división ideológica entre partidos europeos se difuminan, pues las familias espiri-
tuales no son categorías rígidas en las que debe caber cualquier partido, sino un marco para dar sentido a un
amplio número de partidos liberal-democráticos.

A)APLICACIÓN DEL ANÁLISIS DE VON BEYME A OTRAS REGIONES

Von Beyme afirma que su modelo sólo es aplicable a los partidos políticos de Europa, Australia y Nueva
Zelanda. ¿Qué ocurre con el resto de países? Pues bien, hay países como la India, cuyos partidos no tiene
sentido intentar encuadrarlos en dicho modelo, pues sólo encontraríamos casos especiales; existen partidos
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que sencillamente no pueden encuadrarse en el marco europeo, como el Partido Komeito de Japón, que es el
brazo político del movimiento religioso Soka Gakkai; y en América Latina existen partidos que son una fu -
sión de diferentes elementos ideológicos, como el populista Partido Peronista. Pero también existen partidos
con grandes similitudes a alguna de las familias espirituales, como el NPD de Canadá (demócrata-cristiano),
el PSJ de Japón (social-demócrata) y el Partido Laborista de Israel (socialista); en estos casos, sería de utili -
dad analizar su evolución ideológica con la de los partidos incluidos en dicha familia.

El caso de EEUU es peculiar. Tanto el Partido Demócrata como el Partido Republicano son ejemplos de
partidos liberales, pero al tener que competir entre sí han creado variantes diferentes de liberalismo, y el
término conservador ha adoptado un sentido diferente al europeo. En los años 30, el demócrata F. D. Roose-
velt empleó el término liberal para describir el New Deal, basado en el intervencionismo estatal en la eco-
nomía, en franca ruptura con los valores liberales tradicionales del laissez-faire; y, en los años 60, el republi-
cano B. Goldwater se autodenominó conservador en el sentido de opuesto a la intervención estatal. Así, los
conservadores americanos defendían una filosofía económica similar a la de los liberales europeos decimo-
nónicos, basada en un mercado libre sin restricción alguna, aunque sí eran partidarios de la intervención esta -
tal en el ámbito social.

B) ¿CABE HABLAR HOY DE LAS FAMILIAS ESPIRITUALES?

Las familias ideológicas de von Beyme guardan relación con los orígenes de los partidos, pero, ante la de -
manda del electorado, los partidos han ido adoptando ideas y políticas que los han ido alejando de las fami-
lias. Para conocer si los partidos siguen perteneciendo o no a sus familias de origen, M. Laver y B. Hunt
(1992) analizaron las posturas de los líderes de partidos en dos dimensiones: (i) el papel del Estado en la
economía, y en concreto sobre la propiedad pública de los medios de producción; (ii) y los derechos del in-
dividuo frente al Estado, en concreto los temas de política social. Este estudio, que valora cada dimensión en
una escala de 0 ↔ 20 de izquierda ↔ derecha, permite comparar las ideologías de partidos en países diferen-
tes, y su principal ventaja es que permite comparar familias de partidos enteras. La aplicaremos en el siguien -
te epígrafe.

3. FAMILIAS ESPIRITUALES DE VON BEYME

a) LIBERALES Y RADICALES (15,3 / 7,9). Los partidos liberales surgen en el s. XIX creados por la
burguesía, buscando una organización política que respaldara sus intereses frente a los de los terrate -
nientes, que controlaban el Estado. Defendían la eliminación de las restricciones impuestas desde el Es -
tado, la separación sociedad y Estado, y la obtención de derechos políticos y legales para los ciuda-
danos; pero mientras que los liberales eran contrarios a la extensión del voto a los que no tenían propie-
dades (propiedad = un lugar en la sociedad), los radicales eran demócratas que defendían la exten-
sión del sufragio, incluyendo a los que no tenían propiedades. Por tanto, los radicales se caracterizaron
por dar más valor a la participación de las masas y a la democracia, por su tradición republicana
opuesta al poder monárquico y la extensión de derechos políticos, aunque no fueron precursores del so -
cialismo. Además, el elemento antirreligioso de los liberales era poco explícito, mientras que los radi-
cales eran abiertamente anticlericales y opuestos a la iglesia establecida. En la actualidad, el compro-
miso de los liberales con los derechos políticos y ciudadanos se refleja en su apoyo a las políticas so-
ciales permisivas, pues casi todos se sitúan en el centro o a la izquierda en la dimensión de políticas pú-
blicas (7,9). Pero en el intervencionismo económico su evolución ha sido algo más compleja: algunos
liberales han optado por un intervencionismo limitado, situándose en la mitad del espectro (británicos,
canadienses, daneses), pero la gran mayoría se sitúan más a la derecha (15,3). Por tanto, la mayoría de
partidos liberales siguen vinculados a sus raíces ideológicas, lo que se manifiesta en su oposición a la
propiedad pública. Respecto al anticlericalismo, la creciente secularización ha hecho que este tema pier-
da fuerza, y en la mayoría de países el liberalismo tiende a aceptar los intereses legítimos de la reli-
gión organizada más que a oponerse a ellos, aunque el legado del anticlericalismo persiste en Francia,
sobre todo en el papel del Estado en la educación. Por último, en el s. XX el problema electoral que han
tenido que afrontar los liberales ha sido la necesidad de adaptar su ideología para poder seguir atrayen-
do a votantes de clase media, pues a principios de siglo perdieron gran parte del voto obrero por el as-
censo de los partidos socialistas, por el incremento del tamaño de las firmas comerciales e industriales,

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y por el declive de los temas religiosos, que habrían erosionado la base de la clase media original de li -
berales y radicales.

b) CONSERVADORES (15,8 / 12,2). Puesto que se habían opuesto a la democracia y a la extensión


del sufragio, los conservadores debieron adaptarse a las nuevas demandas electorales, pues, una vez
ampliado el derecho de voto a todos los varones adultos, ¿por qué habrían éstos de votarles? En princi -
pio, los partidos conservadores surgieron en oposición a los liberales, y se oponían al cambio para
proteger sus intereses políticos y económicos; pero los terratenientes, el clero y los propietarios cons-
tituían una base electoral limitada, lo que les obligó a adaptar sus ideologías y programas. Tras la II GM
no sobrevivieron grandes partidos conservadores ni en Alemania ni en Italia, y en Francia se refundaron
en torno a De Gaulle, de tradición bonapartista. En general, los conservadores se habían acercado a
otros partidos del centro y derecha, obligándoles a mantener muchas de sus posturas políticas dentro de
límites aceptables para ellos, y allí donde siguieron siendo independientes defendieron políticas basadas
en su oposición a las teorías sociales generales y al cambio radical; para ello, intentaron captar el voto
de la clase media adinerada, pero con llamamientos a favor del honor nacional, los símbolos y la unidad
que pretendían atraer también a otro tipo de votantes, como la clase obrera. Así, hasta los años 70 los
conservadores fueron menos opuestos a la propiedad estatal que los liberales, pero más a la derecha que
éstos en lo referente a políticas sociales; pero desde los años 70 dos factores han alterado esta situación:
(i) en sociedades secularizadas, los conservadores han tenido que dar prioridad a su política económi-
ca, girando hacia el centro en temas de política social para mantener su base electoral de clase media,
permaneciendo a la derecha de los liberales y a la izquierda de los demócrata-cristianos (12,2); y (ii) la
influencia de la Nueva Derecha, por la cual algunos partidos conservadores se adhirieron a una teoría
general de la sociedad en la línea del liberalismo decimonónico, y respecto a la propiedad pública les ha
llevado a eliminar justificaciones basadas en el interés nacional a favor del intervencionismo estatal
(15,8).

c) SOCIALISTAS Y SOCIAL-DEMÓCRATAS (8,2 / 6,3). Los partidos socialistas se movilizaron en


torno a la clase trabajadora, entrando en conflicto con la autoridad política; por ello, en América el
populismo era un serio rival, pues también se oponía a quien ostentase el poder y buscaban movilizar
mayorías al margen de las divisiones de clase. Su objetivo era asegurar a los trabajadores sus dere-
chos políticos, lo que los convertía en aliados de los radicales y de algunos liberales, pero también que-
rían el control de los medios de producción, lo que les alejaba de ambos. Hasta la I GM los partidos
socialistas eran internacionalistas (a diferencia de liberales y conservadores), pero durante la guerra los
socialistas apoyaron a sus respectivos gobiernos, lo que anuló la ilusión del socialismo como movimien-
to internacional, y tras ella cada partido se centró en los intereses de los trabajadores en su propio país.
Con la Revolución Rusa, los comunistas se escindieron del ala izquierda socialista, abandonando a
unos socialistas que en su opinión traicionaban los ideales de la revolución social. Los socialistas de
entreguerras seguían defendiendo una transformación a largo plazo de las sociedades capitalistas, y
querían lograrlo a través de las instituciones políticas liberal-democráticas; pero en esos años alcanzaron
el poder en pocos países, y su capacidad para transformar sus sociedades se vio muy reducida. Tras la
II GM, los socialistas dieron un nuevo giro ideológico: afianzaron su apoyo a las estructuras liberal-de-
mocráticas, intentaron ampliar su base electoral más allá de la clase obrera y la socialización de la eco -
nomía se sustituyó por una economía mixta, donde el Estado asumiría las responsabilidades del manejo
económico (keynesianismo). Algunos autores ven ahí el origen de la social-democracia, como socialis-
tas que rechazaron sus objetivos sociales radicales, aunque otros utilizan ese término para describir a
partidos con fuertes vínculos con los sindicatos. No obstante, ambos aspectos están conexionados, pues
los partidos que han mantenido fuertes vínculos con los sindicatos suelen ser más receptivos con el re -
formismo (quizás para mantener la clientela del sindicato), y la presión sindical suele frustrar los inten-
tos de revisar la ideología del partido (Partido Laborista británico). La crisis de los 70, junto a la cre-
ciente popularidad de la Nueva Derecha, impulsaron nuevas revisiones de los programas socialistas en
los años 80-90, alejándose del compromiso con la propiedad pública y promoviendo el control de los
excesos del poder económico privado para proteger a los afectados por los desajustes económicos, es-
tando a favor de las políticas públicas sociales. Así, respecto a la propiedad pública de medios de pro-
ducción no se alejan mucho del centro (8,2), y en lo referente a políticas sociales se dividieron entre los
que adoptaron una postura liberal y los que se inclinaban por valores sociales tradicionales, pero a medi-
da que buscaban presentarse más atractivos a la clase media han tendido a adoptar posturas liberales, si-
tuándose a la izquierda del centro (6,3).

d) DEMÓCRATA-CRISTIANOS (13,9 / 15,5). Aparecen en el s. XIX, cuando la Iglesia Católica se


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mostró suspicaz ante el ascenso del Estado secularizado, al que consideraba como una amenaza a su au-
toridad; sin embargo, la Iglesia Católica siguió considerando a los partidos fascistas como el bastión pa -
ra la defensa de sus intereses, y sólo su descrédito en los años 30 hizo que prestara su apoyo a movi -
mientos políticos democrático-liberales, que aprovecharon los recursos de la iglesia para movilizar al
electorado, tanto a trabajadores católicos como a las clases medias. Por ello, los demócrata-cristianos
mezclaron valores católicos con pragmatismo electoral: por un lado, eran de los más conservadores
respecto a valores sociales permisivos, y sólo la extrema derecha es menos liberal (15,5); por otro, la
teología católica nunca ha aceptado el capitalismo sin restricciones, adoptando un enfoque centrista en
lo referente a la propiedad pública de los medios de producción y la participación del Estado en la eco-
nomía (13,9). No obstante, tras la II GM esta postura de centro-derecha mostró un giro a la derecha, y
a medida que la Nueva Derecha cogía impulso en los años 70, los demócrata-cristianos se mostraron
dispuestos a alterar su postura en lo relativo a la intervención estatal. En esta familia hay dos partidos
híbridos: el PDC alemán y el LDC holandés, que agrupan católicos y protestantes, apoyados por votan-
tes burgueses, y defienden programas económicos y sociales más a la derecha que los demócrata-cristia-
nos, lo que refleja que son partidos más exclusivamente religiosos; por tanto, estos partidos híbridos
existen para promover valores religiosos, mientras la razón de ser de la democracia cristiana es defen-
der los intereses de los votantes cristianos y promover los valores cristianos en política.

e) COMUNISTAS (3,1 / 4,8). A través del Comintern (1919-1943), el PCUS controló la ideología y pro-
gramas de los PC del resto de países, como un guardián de la ortodoxia marxista desarrollada por
Lenin. Tras la II GM, la lealtad de los PC fue debilitándose (Revolución húngara, 1956; Primavera de
Praga, 1968), y algunos buscaron una ideología más adecuada a su contexto doméstico; así, el PCI fue
uno de los primeros en optar por el eurocomunismo (1975) y en reconocer la legitimidad del Estado li-
beral-democrático italiano, aceptando la regulación parlamentaria de los sectores no competitivos de la
economía en vez de la propiedad estatal. No obstante, la propiedad pública siguió siendo uno de los
valores comunistas (3,1), situándose a la izquierda en política social (4,8); pero esto induce a engaño,
pues el comunismo se ha visto desgarrado entre la tradición libertaria en relación a la conducta social y
una tradición conformista. Ya en los años 90, el colapso del comunismo soviético ha tenido un efecto
directo sobre los comunistas de otros países, y muchos han cambiado de nombre e ideología: el PCI
se convirtió en PSD, con un programa socialdemócrata; y el PC de la RDA se convirtió en el PSD ale-
mán, con una ideología mixta que combina socialismo, ecologismo y populismo.

f) AGRARIOS. Son partidos de pequeños granjeros y campesinos, que surgieron cuando la industriali-
zación y la depresión generaron descontento en el campo a fines del s. XIX, especialmente en países pe-
queños cuyo proceso de construcción nacional no concluyó hasta muy tarde o con ciudades muy peque -
ñas (Escandinavia, Europa del Este). Otro tipo de partido agrario surgió en EEUU y Australia como
reacción a los intereses financieros que minaban la agricultura, en general a la derecha del espectro
político, pero con alas liberales. Los que aún subsisten han cambiado sus nombres y su orientación; así,
en Australia el Partido Agrario es hoy el Partido Nacional, y en Escandinavia se definen de centro, bus -
cando captar votos de la clase media.

g) REGIONALES Y ÉTNICOS (15,0 / 8,0). En las democracias liberales existen minorías significativas
con lengua, cultura, tradición o intereses económicos diferentes a los del grupo dominante (GB-
Gales, Bélgica-Flandes, España-Cataluña); pero hasta los años 60-70 no surgieron partidos regionales y
étnicos comprometidos en su protección que intentasen obtener escaños de forma regular, y allí donde
surgieron a mediados del s. XX en realidad fueron fagocitados por movimientos políticos de gran alcan-
ce. En general, se asocia el nacionalismo con la derecha, pues suelen apoyar los valores tradicionales y
los intereses de la burguesía más que los de la clase trabajadora, pero existen algunos con orientación
centrista o de centro-izquierda (Bloque Quebequés, nacionalistas galeses y escoceses), formando un
bloque bastante heterogéneo.

h) EXTREMA DERECHA (18,5 / 19,0). Los partidos de esta familia son un haz disperso, vinculados
porque sus políticas se sitúan muy a la derecha del centro político. Su origen está en los partidos fascis-
tas, que se desarrollaron en casi todos los países europeos en entreguerras, de ideología antidemocráti-
ca, antiliberal y racista, defensores de un Estado autoritario protector de los valores tradicionales; sin
embargo, su actitud era ambivalente respecto a la intervención estatal en economía, pues por un lado
apoyaban al pequeño empresario y se oponían a las disrupciones sociales que podrían acarrear las gran-
des corporaciones, y por otro se oponían al marxismo y a la movilización de la clase trabajadora;
por ello, intentaron más contentar al gran capital que favorecer la intervención estatal directa. Pero el
10
fascismo y el neofascismo se vieron minados por la guerra, y en la posguerra resulta difícil identificar
una ideología de extrema derecha o un modelo de partido dominante. Desde entonces, sólo el racismo
explica el crecimiento de partidos de extrema derecha, como el Frente Nacional francés o el Partido Re -
publicano alemán, intentando vincular la penuria económica de los grupos raciales dominantes a la pre -
sencia de inmigrantes en el país; pero, debido al apoyo del que goza la liberal-democracia, estos parti-
dos no han podido convertirse abiertamente en antisistema, como lo eran los fascistas. Aún así, existen
ejemplos de movimientos antisistema de derecha, como el peronismo en argentina en los años 40 y el
poujadismo francés en los años 50. Desde los años 70, se configuran partidos antigubernamentales y
antifiscalidad de derecha, como el Partido Progresista en Dinamarca, una forma extrema de liberalismo
anterior a la Nueva Derecha, que han cobrado auge inspirándose en la publicidad en contra del gobierno
lanzada por las principales corrientes conservadoras. En resumen, en lo referente al tema de la propie -
dad pública de los medios de producción los partidos de extrema derecha actuales muestran hostilidad
a la intervención estatal (18,5), mientras que en las políticas sociales son extremadamente conservado-
res (19,0).

i) ECOLOGISTAS (8,0 / 4,2). Es la familia más nueva, y se trata de un movimiento caracterizado por
ideas tanto de izquierda como de derecha o de centro, lo que da a los partidos ecologistas gran liber-
tad para desarrollar sus programas sin verse constreñidos por ideologías concretas. No obstante, el me-
dioambientalismo se ha convertido en un nuevo tipo de política de izquierda, pues en lo referente a la
intervención estatal su postura media se acerca a la media de socialistas y socialdemócratas (4,2), y en
permisividad social son algo más liberales (8,0). Dos razones explican que el ecologismo de izquierda
haya superado al conservador: la primera refiere a la lógica de la acción estatal en las áreas centrales pa-
ra el ecologismo, pues muchos objetivos ecologistas sólo pueden lograrse mediante la intervención es-
tatal coordinada con intervenciones internacionales; la segunda refiere a la permisividad en política
social, pues el prototipo de votante de clase media atraído por el ecologismo no estaría dispuesto acep -
tar políticas sociales conservadoras, y al adoptar políticas liberales los ecologistas se arriesgan a perder
pocos votantes potenciales.

4. IDEOLOGÍA DE PARTIDO EN EL MUNDO POLÍTICO LIBERAL-DEMOCRÁTICO

Teniendo en cuenta la clasificación de familias de von Beyme y los datos de los resultados electorales de 25
países democrático-liberales durante los años 80 (Ware, 1996), podemos extraer las siguientes cinco conclu-
siones:

― En todos los países hay partidos que pertenecen a más de una familia (excepto EEUU), lo que refle-
ja grandes variaciones en el modelo de política de partidos entre países. Sin duda, los partidos se ven
presionados por adecuarse a los procesos electorales, por lo que partidos de distinta familias se pueden
acabar pareciendo.

― En ningún país obtiene una única familia más del 50 % de votos (excepto EEUU). No obstante,
existen en ciertos países pequeños partidos independientes que de haberse añadido a un partido mayori-
tario sí habría superado dicha familia el 50 %.

― Las familias que más votos obtuvieron fueron los liberales/radicales, conservadores, socialistas/so -
cialdemócratas, cristiano-demócratas y comunistas; en general, las demás familias simplemente par-
ticipaban. No obstante, los partidos regionalistas, extremistas de derecha y ecologistas han crecido en
los 90, y los comunistas cayeron en picado desde 1991 con la caída de la URSS.

― Por los datos, deberíamos esperar que las políticas de los partidos se encontrasen entre el centro-
derecha y el centro-izquierda. Las familias con puntos de vistas más extremos no parecen atraer mu -
chos votos; pero recordemos que antes del colapso de la República de Weimar, nazis y comunistas obtu-
vieron el 50 % de los votos (1932).

― Socialistas y socialdemócratas son las familias más extendidas , existiendo en todos los países estu-
diados (excepto EEUU) y habiendo obtenido al menos el 12 % de los votos. Es en los modelos de opo -
sición frente a ellos desde el centro-derecha y derecha donde cabe encontrar las mayores diferencias en-

11
tre democracias liberales. Tengamos en cuenta que el modelo británico es inusual (un Partido Laborista
enfrentándose a un gran Partido Conservador capaz de formar gobiernos mayoritarios).

5. CAMBIOS EN LA IDEOLOGÍA DE PARTIDO

Sin duda, existe la tendencia a permanecer de las ideologías de partido, pues los valores y puntos de vista
de la fundación de los partidos parecen haber sobrevivido a lo largo del tiempo, pero las ideologías no son
algo fijo, y los partidos han de adaptarse a las demandas del electorado (competición espacial), por lo que
éstos han modificado sus ideologías tradicionales en la contienda para la captación de votos. Esta necesidad
de competir puede llevar a partidos de distinto origen a parecerse; así, en los años 90 se detectan similitudes
entre las políticas del PDC alemán, los conservadores británicos y los republicanos de EEUU. Ello se debe a
que los patrones de división social en los países generan un espacio ideológico que es necesario cubrir, y los
partidos se mueven ideológicamente para intentar cubrirlo, adoptando posiciones políticas que sean electoral-
mente populares.

Como sabemos, Budge, Robertson y Hearl (1987) constataron que existe una dimensión izquierda-dere-
cha entre partidos; Laver y Hunt (1992) lo confirmaron, pero además encontraron una segunda dimensión
en algunos países (Bélgica, Grecia, España) basada en la centralización y descentralización de la toma de
decisiones, e independiente de la dimensión I-D. Es útil concebir los partidos como grupos que compiten por
los votos desde su posición en el espectro ideológico: el PSA alemán, el laborista británico y el demócrata de
EEUU serían de izquierda, y el PDC alemán, el conservador británico y el republicano EEUU de derecha.
Que no todos vayan por la misma ruta significa que han surgido divisiones de intereses similares en el seno
de las sociedades, y que ha habido una transmisión internacional de ideas políticas. Por ello, podemos ha-
cer comparaciones transnacionales basándonos en la necesidad de los partidos de competir por los votos si -
tuándose en un lugar óptimo del espectro ideológico, pero sin olvidar que los orígenes de los partidos y la
historia específica de sus países afectan a sus políticas. No podemos analizar el partido republicano de
EEUU como si fuera una versión más extrema del PDC, pues aquél parte de una tradición de oposición al Es-
tado intervencionista y de liberalismo económico, mientras que éste se ha mostrado favorable a cierto tipo de
intervención estatal en economía, habiendo surgido del corporativismo de la democracia cristiana. Por tanto,
el PR y el PDC son tipos concretos de partido de centro-derecha que surgen y se mueven en contextos con-
cretos, resultando muy complejo hacer comparaciones transnacionales de ideologías de partido debido a que
muchos de los partidos de familias tradicionales han comenzado a adaptarse a condiciones electorales cam-
biantes.

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TEMA 2

SIMPATIZANTES, AFILIADOS Y ACTIVISTAS

0. INTRODUCCIÓN

Hoy los partidos engloban simpatizantes (cercanos ideológicamente), afiliados (abonan una cuota, con car-
né) y activistas (afiliados que participan en actividades); sin embargo, muchos de los objetivos de los parti-
dos pueden alcanzarse sin movilizarlos. Veamos seis de las razones de porqué los partidos podrían necesi-
tar movilizar a simpatizantes:

i. Creación de un forum: además de ayudar a que los simpatizantes de una ideología interactúen con
otros, mantiene el entusiasmo de los convencidos, es la base para el proselitismo en una comunidad y
ayuda a dar publicidad a su ideología.

ii. Participación política: algunos fundadores de partidos incluyen en su ideología la necesidad de que la
gente se implique en la vida política, y el partido debe promover esa participación (partido ≈ religión).

iii. Realizar tareas: todo partido precisa realizar ciertas tareas, tanto en campaña como fuera de ellas; po -
drían contratar a trabajadores, pero hay razones que lo limitan, como carecer de fondos, restricciones
legales sobre las actividades políticas que pueden llevar a cabo los afiliados o presentar con ello una
imagen desfavorable.

iv. Legitimación: contar con activistas puede ayudar al partido a autolegitimarse, pues un partido que
atrae simpatizantes es considerado más serio y respetable; además, un candidato elegido por los sim-
patizantes democráticamente suele ser considerado de forma más positiva que el elegido por los líde-
res del partido.

v. Contrarrestar influencias externas: algunos partidos mantienen fuertes vínculos con otras organiza-
ciones (sindicatos, iglesia, empresas), cuyos líderes pueden dominar con sus recursos a los líderes po -
líticos; por ello, tener simpatizantes vinculados internamente al partido puede ayudar a contrarrestar el
poder de líderes externos.

vi. Aportar recursos: los simpatizantes también pueden aportar otros tipos de recursos al partido, como
por ejemplo dinero (cuotas, colectas).

1. CÓMO RECLUTAR SIMPATIZANTES, AFILIADOS Y ACTIVISTAS

Por tanto, parece que los partidos necesitan simpatizantes, pero ¿cuál es la relación que debe existir entre los
líderes y los seguidores, de jerarquía o de participación? Optar por una relación u otra da lugar a diferentes
modelos para reclutar simpatizantes, a grupos incluidos y excluidos de las actividades de los partidos y a ca-
nales alternativos en sus actividades políticas. Veamos la diferencia entre simpatizantes, afiliados y activistas
en la distinción de M. Duverger (1959) entre partidos de cuadros, de masas e híbridos.

a) Partidos de cuadros: son agrupaciones de notables para preparar las elecciones, llevar las campañas y
mantener el contacto con los candidatos. Se trata de élites políticas cuyo objetivo es asegurar la elec-
ción de sus candidatos, por lo que su necesidad de reclutar simpatizantes es instrumental, buscando la
ayuda de personas que no pretendan influir en los asuntos del partido. El acceso a la élite es restringi-
do, y depende de una selección rígida y exclusiva, basada en las aptitudes y las cualidades concretas de
la persona. En general, los partidos de cuadros no cuentan con afiliados, y suelen tener pocos simpati-
zantes que ayuden de forma regular, pues el partido suele ser capaz de pagar a empleados para las ta -
reas rutinarias.

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b) Partidos de masas: intentan reclutar el máximo número de afiliados posible, pues son la fuente de in-
gresos, la reserva de trabajo para las campañas y la base para difundir la ideología. A cambio de sus
contribuciones, los afiliados esperan ejercer cierto control sobre los objetivos y actividades del partido.
Los primeros partidos de masas fueron ciertos partidos religiosos del s. XIX, y los partidos socialistas
fueron sus impulsores. En estos partidos, los activistas refieren a miembros implicados en las tareas del
partido, y los afiliados son los que sólo pagan sus cuotas. Duverger creía que los partidos de cuadros es-
taban destinados a desaparecer o a modificar su reclutamiento, pues al ser sólo capaces de movilizar
electorados muy pequeños no podrían competir con los partidos de masas; sin embargo, este tipo de par-
tido ha sobrevivido (UDF francés, PDC alemán), adoptando formas híbridas.

c) Partidos híbridos: modelo asumido por los partidos de cuadros para adaptarse a la contienda electoral
frente a los partidos de masas. En GB, el Partido conservador es un buen ejemplo: a finales del s. XIX
no contaba con afiliados y hoy tiene un número alto, pero carecen de las potestades de los afiliados a
partidos socialistas, y los vínculos entre las asociaciones de base y el nivel nacional son poco claros, al
punto que los representantes de éstas tienen derecho a ser oídos en la conferencia anual, pero no a deci-
dir. Pero en EEUU la transformación de los partidos de cuadros ha sido distinta: en el s. XIX, el poder
en los partidos se concentraba en unos pocos individuos que reclutaban gente en las campañas para las
tareas rutinarias, y al no tener que enfrentarse a un gran partido socialista, no tuvieron la necesidad de
cambiar su estructura de cuadros; pero a principios del s. XX algunas reformas permitieron que los aje-
nos a la élite lograran influir en la política del partido y en la nominación de candidatos (elecciones pri -
marias directas), y el poder pasó a candidatos capaces de organizar sus propias campañas, que se con-
virtieron en la nueva élite. Sin embargo, en EEUU los partidos siguen sin tener afiliados; allí, se consi-
dera activista a quién participa en las campañas a favor de candidatos, y simpatizante a quien se limita a
votarlos.

EL PROBLEMA DE LA ACCIÓN COLECTIVA

Pero reclutar participantes constituye un problema, porque cuando hay un gran número de personas cada una
de ellas calcula si le merece la pena colaborar. Supongamos que cierta política pública beneficiaría a todos, y
para ponerla en marcha es necesaria la participación de cierto número de miembros en cierta actividad, pero
el coste de participar (tiempo, esfuerzo) es superior al beneficio obtenido, y no participar no cuesta nada,
pues si hay muchos participantes la probabilidad de que la ayuda de un miembro sea crucial es pequeña; si
todos hacen estos cálculos, nadie participará: es el problema del gorrón o del free-rider (M. Olson, “La ló-
gica de la acción colectiva”, 1965). Así, los partidos se enfrentan al problema de conseguir que los que de-
sean que el partido logre sus objetivos participen realmente para alcanzarlos. Para ello, los partidos disponen
de tres tipos de incentivos: materiales, solidarios y teleológicos; los dos primeros sirven para afrontar el
problema de la acción colectiva, ofreciendo incentivos selectivos al individuo que superen los costes de su
participación; y los teleológicos son eficaces para aquellos participantes potenciales que no calculan el coste
de participación o que lo ignoran.

i. Incentivos materiales. Suponen un intercambio explícito: pagar a quienes realizan tareas en las cam-
pañas, ofrecer puestos en el gobierno a los colaboradores habituales, ofrecer contratos públicos a cam-
bio de aportaciones económicas… Los partidos de masas los emplean de forma selectiva, pues en los
partidos para los que la ideología es importante la idea de que las actividades del partido se realicen so -
bre la base del intercambio puede generar oposición; sin embargo, los partidos de cuadros los emplean
extensamente: (i) porque su política de afiliación restrictiva les ofrece pocas alternativas para la realiza-
ción de las tareas necesarias, (ii) porque a menudo los notables que los lideran también son élites socia-
les o económicas con gente que depende de ellos, y (iii) porque si intentan reclutar afiliados y activistas
pueden tener que enfrentarse a la resistencia de otros activistas.

ii. Incentivos solidarios. El beneficio solidario es algo más intangible, como unirse a un grupo para dis -
frutar de la compañía de otros y colaborar en sus actividades; en un partido, alguien puede disfrutar
de hablar a la gente de política durante las campañas, o bien el partido puede contar con instalaciones
recreativas atractivas, donde los afiliados más activos pueden acabar engatusando a los menos activos
para que colaboren. El problema de los incentivos solidarios es lograr que lleven a cabo tareas de corte
político aquellos que se muestran más interesados en las actividades recreativas. A finales del s. XIX y
principios del s. XX, los partidos conseguían crear oportunidades recreativas que no estaban al alcance
14
de la mayoría de la clase obrera y clase media baja; no sólo los partidos de masas emplearon este siste-
ma de movilización, sino también los partidos de cuadros que deseaban disponer de un grupo de trabaja-
dores para las tareas sin tener que cederles poder.

iii. Incentivos teleológicos. Los activistas reclutados por incentivos teleológicos se sienten atraídos por las
ideologías y programas de los partidos, buscando colaborar en la obtención de los beneficios colec-
tivos que proponen (seguridad económica para la clase trabajadora, asegurar la posición de cierta igle-
sia, imponer ciertos valores en la comunidad). Dos observaciones sobre la conexión entre activistas te -
leológicos y la estructura del partido: (i) la socialización en una organización externa (iglesia, sindi-
cato) conduce a que se adquiera un conjunto de creencias políticas; las ideas políticas se trasmiten en las
familias pero se ven reforzadas en estas organizaciones, y los partidos que mantienen relaciones con
ellas tienen más posibilidades de reclutar afiliados o activistas ofreciendo incentivos teleológicos; ade -
más, un partido debe ser capaz de incentivar teleológicamente a aquellos que han sido movilizados por
otro tipo de incentivos, lo que llevan a cabo mediante la creación de organizaciones subsidiarias en las
que se dan interacciones regulares entre los leales al partido y los reclutas. (ii) El activismo teleológico
puede generar tensiones internas en los partidos, pues los nuevos activistas pueden desarrollar su
propia visión de lo que deberían ser las metas del partido, sobre cómo perseguirlas o mostrar resenti -
miento por la ausencia de control sobre la dirección. Pero los partidos de masas pueden resultar vulnera -
bles a lo contrario: la existencia de mecanismos de control entre los afiliados puede intensificar los con-
flictos, dado el menor margen de maniobra de la dirección para modificar el programa o la ideología del
partido. Por tanto, el activismo teleológico premia a los partidos que cuentan con una estructura que
puede responder a las demandas de los activistas sin poner el partido en sus manos.

INTERACCIÓN ENTRE DIFERENTES INCENTIVOS

Por tanto, los métodos para que un partido supere el problema de la acción colectiva son cuatro: (i) usar
incentivos materiales o solidarios atractivos para que los seguidores acepten el coste de participar en sus ac-
tividades; (ii) usar incentivos teleológicos a través de la propaganda sobre su ideología y sus políticas públi-
cas lo bastante convincente para que los cooperantes no sopesen los costes de participar; (iii) una combina-
ción de incentivos, en función de los recursos disponibles por el partido, sus orígenes y la ideología de los lí-
deres; (iv) a veces, el uso de un tipo de incentivo facilita el uso de otro tipo: una persona puede aceptar una
ideología fuerte al identificarse con otros compañeros y valorar la participación conjunta, facilitándose así en
ella el recurso a incentivos solidarios.

Las estrategias de los partidos al desarrollar sus paquetes de incentivos pueden ser complejas. Ejemplo:
supongamos que la meta de un partido es mejorar las condiciones de vida de la clase obrera; para ello, debe
hacerse con cargos públicos adecuados, y como es una meta a largo plazo es esencial mantener el control de
estos cargos, de modo que tal control puede derivar en un objetivo en sí mismo. Hay cooperantes que siguen
en activo porque quieren que su partido siga en el gobierno; cuando un partido incentiva este tipo de partici -
pación recurre a incentivos de carácter teleológico, pero de un tipo diferente a aquel cuya base es una ideolo-
gía que promueve los intereses de la clase trabajadora. Por tanto, existen dos tipos de incentivos teleológicos:
uno en torno a la ideología y la política, y otro en torno a las actividades de un partido que busca el poder.

2. CAMBIOS EN LOS MODELOS DE RECLUTAMIENTO

No es fácil saber cómo han reclutado los partidos a sus miembros o si han cambiado sus métodos, pues es di-
fícil obtener datos de los partidos de cuadros y los de masas pueden inducir a error, dado que a veces es difí -
cil determinar quién está dentro y fuera del partido, y muchos han cambiado sus estructuras organizativas de
un modo confuso. Uno de los estudios sobre las nuevas formas de vinculación de las personas a los parti-
dos es el de Katz y Mair (1992) sobre 11 democracias europeas en los años 60 y 80. Sus datos sobre la pro-
porción del electorado afiliada a algún partido (densidad) apuntan a tres conclusiones: (i) hay una gran varia-
ción en la densidad de los partidos en los países entre ambas décadas, y la densidad varía mucho entre paí-
ses; (ii) la densidad de los partidos ha disminuido en la mayoría de países, aunque esta variación difiere en-
tre ellos; y (iii) no se registró en ningún país un incremento de los niveles de afiliación comparable a los des -
censos en Dinamarca o GB. Estos datos refieren sólo a afiliaciones, y no indican de cuantos miembros acti -
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vos disponen los partidos, aunque ciertos estudios indican que la proporción de miembros activos es muy ba -
ja. Por tanto, la afiliación a los partidos tiende a disminuir, pero ¿por qué se dan tales variaciones entre
países y por qué se da este descenso en la participación en la mayoría de partidos? Para encontrar una res -
puesta, volvemos sobre los tres tipos de incentivos de Clark y Wilson.

i. Incentivos materiales. Durante el s. XX, el cambio social limitó o eliminó muchas de las formas tra-
dicionales en que se ofrecían incentivos materiales; en Europa, la relación terrateniente-campesino se
debilitó como base para la organización política, por la reducción de la población rural; y en EEUU,
la relación patrono-cliente entre los partidos y los inmigrantes se deterioró por el descenso de la inmi -
gración desde 1920 y la extensión del derecho al voto. Tras 1945, los empleos manuales de baja cuali-
ficación disponibles por los políticos resultaban mucho menos atractivos en un mundo próspero de
pleno empleo, y a partir de 1960 los incentivos materiales casi habían desaparecido. Sin embargo, co -
bró auge un nuevo estilo de política materialista, propiciado por el Estado, cuyos casos extremos
fueron Austria, Bélgica e Italia, donde los políticos podían ocupar ciertos puestos clave en los que se
decidía quienes serían los beneficiarios. Así, en Austria el sistema proporz implicaba que los cargos
en un amplio espectro de organismos públicos se repartiesen de forma proporcional entre los partidos;
en Bélgica, los políticos desempañaron un papel mayor como intermediarios entre el público y las em-
presas; y en Italia la lucha por los puestos de los organismos públicos dio lugar a una creciente políti-
ca de patronazgo entre los cristiano-demócratas y sus socios. En otros países, el aumento del inter-
vencionismo estatal y el surgimiento del Estado de Bienestar dejaron menos oportunidades a los parti-
dos para que pudieran desempeñar un papel mediador, por lo que encontramos grandes variaciones
entre ellos en los incentivos materiales al alcance de los partidos en los años de posguerra.

ii. Incentivos solidarios. En el s. XX asistimos al declive de los incentivos solidarios como fuente de
reclutamiento. A principios de s. XX, los partidos contaban con tres grandes ventajas para emplear-
los: (i) los vínculos comunitarios suponían que cada miembro estaría conectado a un gran número de
personas, que podrían ser persuadidas de unirse al partido; (ii) los partidos contaban con economías de
escala que les permitían ofrecer actividades de ocio (bares, equipos deportivos), y había pocos compe-
tidores en ese área; y (iii) los partidos solían ajustarse a los valores sociales y religiosos de la época,
asumiendo el criterio de respetabilidad. Con el tiempo, estas ventajas se fueron socavando: (i) el de-
sarrollo urbanístico y la desindustrialización llevaron a la sustitución de comunidades con fuertes vín-
culos internos por modelos de interacción más laxos; (ii) la disponibilidad de formas individuales de
transporte alteró la demanda de formas recreativas, pues la gente tenía a su alcance una amplia gama
de actividades a las que podía acceder individualmente; y (iii) el declive de los valores religiosos y so-
ciales decimonónicos hizo que la gente se desinhibiese al elegir sus actividades recreativas. En los
años 50 se vive el punto de inflexión en el declive del uso por los partidos de los incentivos solidarios.

iii. Incentivos teleológicos. Los partidos de base ideológica estaban más capacitados para el encapsula-
miento organizacional (involucrarse en aspectos de la vida de sus afiliados), por lo que sus valores y
su forma de ver el mundo eran aceptadas por el afiliado casi como parte del orden natural de las cosas.
Cuanto más unida estuviera la comunidad, más factible era controlar la información que llegaba al afi-
liado, y más probable resultaba que la ideología del partido se trasmitiera ente generaciones. Pero este
tipo de comunidad tradicional entró en decadencia, dificultando a los partidos reforzar el compromiso
ideológico con sus afiliados. Tras la II GM, muchos partidos empezaron a modificar sus estrategias
electorales, asumiendo una estrategia atrapalotodo (cath all). Así, los partidos de masas abandona-
ron su interés por encuadrar intelectual y moralmente a las masas para volcarse en la escena electoral,
cambiando la eficacia en la profundidad por una mayor audiencia de activistas y simpatizantes; en vez
de recurrir a una ideología cerrada, apelaban a temas más generales que superasen las escisiones so -
ciales, haciéndose con un electorado más de clase media. Este proceso amplió la banda de gente que
podía verse atraída por motivos teleológicos, y más activistas se sintieron atraídos por las posturas que
adoptaba el partido respecto a ciertas políticas concretas; pero todo ello magnificó dos problemas in-
ternos de los partidos: (i) al decrecer la importancia de un tema en torno al cual se había movilizado
la gente, muchos renunciaban a su afiliación o desplegaban menos actividad en el partido; y (ii) los
nuevos activistas tendían a considerar que sus relaciones con el partido se basaban en el intercambio,
y que a cambio de su trabajo y sus cuotas el partido debía imponer su programa. Esto tenía un coste
para el partido, pues los líderes se veían cada vez más constreñidos por las estrategias atrapalotodo:
hacerse con más votos suponía cambiar los programas, pero ello podía suponer el enfrentamiento con
los afiliados antiguos, y el hacerse eco de una política pública específica podía generar relaciones
complejas ente el partido y los grupos centrados sólo en defensa de un tema, e incluso a veces el parti -
16
do y un grupo podían ser rivales al dedicar tiempo y dinero a los activistas; por otro lado, el partido
podía verse comprometido por las actividades de un grupo sobre el que puede ejercer una limitada in -
fluencia. Estas complicaciones explican que hoy los partidos se muestren muy cautos a la hora de
ofrecer incentivos teleológicos para movilizar activistas; la mayoría de partidos tienen menos incenti-
vos materiales y solidarios a su disposición de los que tenían antes, por lo que los incentivos teleológi-
cos han ganado en importancia relativa, pero pueden generar graves problemas en la gestión interna
de los partidos.

En resumen, el descenso de afiliados a los partidos se explicaría porque el incentivo solidario les es hoy po-
co útil, en muchos países se puede recurrir a pocos incentivos materiales, y los incentivos teleológicos exigen
cautela a los partidos. Sin embargo, la trasformación de las campañas electorales parece haber reducido la de -
manda de activistas, y hoy el descenso del número de afiliados importa menos que a principios del s. XX.

3. QUIÉN ESTÁ INCLUIDO Y EXCLUIDO DEL ACTIVISMO EN LOS PARTIDOS

Es posible que en un mundo ideal quienes forman parte de la vida de los partidos fueran un grupo representa-
tivo de la sociedad; pero no es así, y en general miembros y activistas suelen ser un grupo bastante atípi-
co de personas. Por ello, veamos en qué medida la clase social, la identidad étnica y el género afectan a la
participación.

i. Clase social. En las primeras fases de un partido revolucionario es posible utilizar incentivos teleológi-
cos para movilizar a trabajadores o campesinos oprimidos; pero, a medida que un partido participa en la
arena electoral, el impacto de clase generado por los incentivos teleológicos es diferente, y cuanto más
eficaces resulten ser estos incentivos para estimular el activismo más probable es encontrar la clase me-
dia sobrerrepresentada y la clase trabajadora infrarrepresentada, pues implicarse en debates ideo-
lógicos y sobre políticas públicas es más probable entre quienes tienen niveles de educación altos, y su
presencia hace de inhibidor para los activistas potenciales de la clase trabajadora. Además, el descenso
en la disponibilidad de incentivos materiales y solidarios y la creciente importancia de los teleológicos
en los partidos ha supuesto el incremento del control ejercido por las clases medias sobre las formas de
activismo. Ello es evidente en los partidos socialistas y socialdemócratas, creados para promover los
intereses de la clase trabajadora, que se han visto controlados por secciones de clase media. Los par-
tidos comunistas han resultado menos atractivos para la participación teleológica de la clase media, de-
bido a su estructura jerárquica y a que las políticas se decidían de forma centralizada, lo que mantuvo en
ellos una afiliación más alta de la clase trabajadora; pero el colapso de la URSS generó el colapso de
los partidos comunistas y su marginación en los sistemas de partidos. Por tanto, el resultado global ha
sido el incremento de sobrerrepresentación de las clase medias ente los activistas de los partidos polí-
ticos.

ii. Grupos étnicos. Los nuevos grupos étnicos entre el electorado son una fuente de votos potenciales que
los partidos pueden movilizar, pero también querrán para sí los beneficios que comporta la afiliación y
el activismo. El empleo de incentivos solidarios no plantea problemas (apertura de más clubes), pero los
incentivos materiales y teleológicos pueden suponer costes que desincentiven la captación de afiliados
entre estos grupos. Puesto que ofrecer empleos y otros beneficios a los nuevos implica disminuirlos al
resto, admitir nuevos grupos puede suponer una desbandada entre los más veteranos, que ven disminuir
sus oportunidades de recompensa. Lo más probable es que el partido se resista a dar mucho a los nuevos
grupos hasta que éstos no se conviertan en fuerza electoral importante (p. e., en EEUU la llegada de
grupos de inmigrantes en la segunda mitad del s. XIX, o en el s. XX cuando mucha población de color
emigró desde el sur al norte y al oeste). Por tanto, en la medida que un grupo étnico recién llegado pu -
diera tener sus propios puntos de vista sobre las políticas públicas, podría ser difícil conciliarlo con los
programas del partido, lo que limitaría su entusiasmo por favorecer el activismo de tales grupos.

iii. Género. En su historia, la mayoría de los partidos han estado dominados por hombres, y sólo reciente-
mente se observa algún cambio. En casi todas las democracias liberales, el derecho al voto se extendió a
los varones mucho antes que a las mujeres, por lo que los partidos sólo estaban interesados en reclutar a
los hombres. Obtenido el derecho al voto, la posición de la mujer cambió poco, por tres razones: ( i) los

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partidos conocían la influencia ejercida por las familias sobre el voto de una persona, y confiaban en
que las redes creadas por los hombres incrementarían el apoyo de las mujeres; (ii) puesto que las posi-
ciones de influencia en los partidos no abundaban, éstos no querían problemas internos facilitando el ac-
ceso de las mujeres a tales puestos, lo que habría supuesto conflictos con las jerarquías masculinas; y
(iii) puesto que raramente se las admitía en puestos de responsabilidad, las mujeres no tenían muchos
incentivos para implicarse en la vida de los partidos. Como resultado, décadas después de conseguir el
derecho al voto las mujeres siguen infrarrepresentadas como afiliadas y como activistas. Práctica-
mente no existe ningún partido en el que las mujeres sean clara mayoría, y pese a los esfuerzos de algu-
nos partidos en los años 70 y 80 (verdes alemanes), que intentaron igualar la representación de la mujer
en todos los niveles del partido, el control masculino de los puestos de los partidos sigue vigente, in-
cluso en los partidos comprometidos con la igualdad de oportunidades.

¿Un problema de representatividad? Los afiliados y activistas de un partido tienden a no representar co-
rrectamente a los votantes en conjunto; lo más probable es que sean varones de clase media y que no proce-
dan de grupos étnicos que han inmigrado recientemente. Pero, puesto que han sido movilizados por la ideolo-
gía o los programas de los partidos, es probable que tampoco resulten representativos en sentido ideológi-
co, pues la mayoría de votantes no tiene un nivel de información política tan alto. Ello no significa que se tra-
te de extremistas políticos, ni de perros ideológicos locos a los que los líderes intentan mantener bajo control,
y hay muy pocos partidos no extremistas que tengan base de afiliación extremista; afiliados y activistas sue-
len estar menos dispuestos que sus líderes a establecer compromisos que afecten al orden de las políticas para
ganar influencia política. Sólo cuando disminuye el número de afiliados hasta niveles muy bajos los partidos
se hacen vulnerables a la influencia de los extremistas.

4. ALTERNATIVAS A LA PARTICIPACIÓN EN LOS PARTIDOS

Tras lo expuesto, ¿que alternativas tienen los partidos para promocionar sus políticas? Los partidos nunca han
sido la única vía para promocionar una política específica, pues las causas concretas casi siempre han lleva-
do a la creación de grupos de presión que las promovieran; por ello, quizás esté cambiando el equilibrio en-
tre partidos y grupos creados por una causa. Lo cierto es que cuanto más tienden los partidos a optar por es -
trategias atrapalotodo, menos probable resulta que aquellos que promueven una causa concreta puedan con-
siderar a un partido un aliado fiable, lo que podría contribuir a explicar el descenso de los niveles de afilia -
ción a los partidos. En algunos aspectos, partidos y grupos pueden convertirse en rivales, pues hay un lí-
mite para la cantidad de tiempo y dinero que una persona puede dedicar a una actividad política, y existe la
posibilidad de que algunos afiliados abandonen el activismo del partido para hacer causa común con al-
gún grupo; incluso es posible que algunos afiliados abandonen el partido y se unan al grupo, pensando que
los objetivos y estrategias de ambos son incompatibles. En la mayoría de casos, el afiliado cuenta con incen-
tivos para permanecer en el partido, pues a medida que cambia la importancia pública del tema en cues-
tión, el activismo en el seno de un partido puede ser una buena forma de mantener viva la causa en los perio -
dos en los que se le presta poca atención pública o política.

Cuando las causas tienen amplio alcance, los grupos pueden recurrir a la estrategia alternativa de presentar a
sus propios candidatos a las elecciones, fundando su propio partido. De ese modo han surgido muchos parti-
dos ecologistas, dado el fracaso de los grupos preocupados por el medio ambiente para obtener el compromi -
so de apoyo a su agenda política de los partidos existentes. Pero la entrada en la arena electoral de un grupo
de presión no supone alejamiento del modelo político liberal-democrático, sino que refuerza los argumentos
sobre la importancia de los partidos como solución para los que, preocupados por un tema, intentan ganar
influencia.

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TEMA 3

LAS ORGANIZACIONES DE LOS PARTIDOS

1. CÓMO Y POR QUÉ CONVERGEN Y DIFIEREN LA ORGANIZACIONES DE LOS PARTIDOS

Todo partido requiere de una organización para gestionar sus recursos de forma eficaz e intentar alcanzar sus
objetivos; sin embargo, difieren en la forma de organizarse, pudiendo distinguirse tres modelos básicos de
organización de los partidos:

1. Modelos de competición electoral. Sus teóricos son Duverger (1951) y Epstein (1967), quienes de-
fienden que es la competición con otros partidos lo que les que empuja a adoptar un tipo concreto de
organización.

2. Modelos institucionales. Sus teóricos son Weber (1919) y Panebianco (1988), quienes defienden
que es la dinámica que creó el partido y las relaciones existentes entre sus diferentes elementos lo
que configura el tipo concreto de organización.

3. Modelos sociológicos. Este enfoque defiende que es el tipo concreto de recursos y su flujo lo que
configura el tipo concreto de organización.

a) MODELO DE COMPETICIÓN ELECTORAL DE DUVERGER . Según el politólogo


francés MAURICE DUVERGER (n. 1917), la tipología de las organizaciones de los parti-
dos presenta dos dimensiones:

i. Dimensión horizontal: se diferencia entre partidos directos (estructura unitaria) y


partidos indirectos (confederaciones). Los partidos indirectos son menos comunes y
solían darse entre los partidos socialistas, católicos y agrarios, que se fundaban por la unión de sindica-
tos, sociedades cooperativas y pequeñas sociedades socialistas (Partido Laborista británico).

ii. Dimensión vertical: los elementos básicos de los partidos son las “unidades de las que surge el par-
tido”, y Duverger identifica cuatro:

― Camarillas. Las camarillas son el elemento más antiguo de los partidos, y se formaban por
unos pocos miembros que no buscaban su expansión, cuya pertenencia era por coopción tácita o
por nominación formal (no por reclutamiento); en la actualidad, están compuestas por las élites
políticas locales que controlan los asuntos del partido. Los partidos organizados en camarillas
suelen formarse desde dentro del sistema, organizan a sus afiliados en cuadros, están descentra-
lizados y mantienen vínculos laxos.

― Secciones. Las secciones se diferencian de las camarillas en que intentan reclutar afiliados para
aumentar los recursos del partido y en que no están formadas por las élites políticas locales. Los
partidos organizados por secciones suelen crearse desde fuera del sistema (por los excluidos del
poder político) y suelen ser de carácter centralizado (partidos socialistas).

― Células. Las células las inventaron los partidos comunistas, y aunque su objetivo es el recluta-
miento, los requisitos son fijados desde el centro, estando más preocupados por la calidad que
por la cantidad. Las células no se organizaban geográficamente, sino al nivel de los centros de
trabajo, pues se pensaba que así se movilizaba mejor al proletariado.

― Milicias. Las milicias eran típicas de partidos fascistas y extrema derecha, y constituían una es-
pecie de ejército privado cuyos miembros se enrolaban con parámetros militares; su estructura
se basaba en grupos pequeños que se integraban en pirámides para formar unidades más am-
plias.
19
Para Duverger, el partido de afiliación de masas es superior al partido de notables, pues la competición po-
lítica acaba obligando a los partidos de notables-camarillas a adoptar muchos rasgos de los partidos por sec-
ciones, y la célula y la milicia son apropiadas para partidos con objetivos políticos especiales, pero inapropia-
das para la mayoría de partidos. Para Duverger, la sección es la estructura más adecuada para adquirir gran
cantidad de recursos políticos; puesto que la competición electoral impulsa a los partidos a adoptar la organi-
zación que los haga más competitivos, Duverger pronosticó un “contagio desde la izquierda”, dado que la
forma organizacional de los partidos socialistas era superior a la del resto de partidos.

b) MODELO DE COMPETICIÓN ELECTORAL DE EPSTEIN . El politólogo LEON D. EPSTEIN


(1919-2006, EEUU) coincide con Duverger en que la organización de los partidos no es más que la res-
puesta a la competición por los votos, pero mientras que éste afirma que los partidos norteamericanos son
fósiles organizacionales que no habían abandonado su modelo de camarillas al no haberse tenido que enfren-
tar al reto electoral de los partidos socialistas europeos, Epstein afirma lo contrario: que son los más aptos pa -
ra afrontar campañas electorales modernas, basadas más en la imagen (televisión, publicidad, internet) que
en el reclutamiento masivo de afiliados; en su opinión, lo que más necesitan los partidos modernos es dinero,
y éste se obtiene más fácilmente de grupos de interés y de donantes individuales que de la movilización de
votantes. Además, un gran número de afiliados podría limitar la libertad de decisión de los líderes, lo que
exige un modelo de vinculación más laxo entre líderes y activistas. Por tanto, Epstein defiende un “contagio
desde la derecha” en los modelos organizativos de los partidos políticos modernos.

Comparativa Duverger-Epstein. Respecto a Duverger, la evidencia demuestra que no se ha dado un con-


tagio desde la izquierda; frente a los partidos de masas (PSD alemán), ciertos partidos han mantenido su es -
tructura de camarillas y son electoralmente competitivos (FPD alemán). Respecto a Epstein, la evidencia de-
muestra que no se ha dado un contagio desde la derecha, y que el modelo norteamericano no ha sido emu-
lado por los partidos europeos (salvo Forza Italia de Berlusconi); incluso, en contra de lo pronosticado por
Epstein, ciertos partidos de masas han intentado reforzar su afiliación y su estructura en secciones (PDC ale-
mán). Por tanto, tanto Duverger como Epstein se equivocaron al pronosticar que en el futuro predomi-
naría un modelo concreto de partido, pues no vieron que los partidos requieren una gran variedad de recur-
sos para ser electoralmente competitivos, y que las variaciones en las formas organizativas sólo son posibles
en la medida en que esos recursos sean sustituibles, lo que explica la existencia de tantos tipos de organiza -
ciones híbridas que combinan camarillas y secciones. Además, los recursos no son perfectamente intercam-
biables, lo que genera que no exista una direccionalidad única en el cambio. En cualquier caso, Duverger
y Epstein se equivocaron en sus pronósticos, pero no en su tesis principal: que las formas de organización de
los partidos cambian en respuesta a las demandas de la competición electoral.

20
c) MODELO INSTITUCIONAL DE PANEBIANCO. Los análisis del politólogo italiano
ANGELO PANEBIANCO (n. 1948) son restrictivos, pues sus hipótesis se refieren sólo a
partidos de Italia, Francia, Alemania y GB, y excluye a los que operan fuera de Europa Occi-
dental (EEUU). Sus hipótesis ponen en relación dos tipos de variables básicas en los parti -
dos:

i. Modelo genético: cómo llegó a formarse un partido. Panebianco identifica tres factores determinantes
en los orígenes de un partido:

— Penetración-Difusión territorial. La penetración territorial refiere al proceso por el que un


partido crea organizaciones locales y regionales; la difusión territorial refiere a la reunión a ni-
vel nacional de grupos independientes de élites políticas locales. Por tanto, es necesario conocer
si el partido se construyó sobre la base de la penetración o de la difusión territorial.

— Organización patrocinadora externa. La presencia o no de una organización externa que pa-


trocine al partido afecta a la fuente de legitimación de la dirección, pues en los partidos de legi -
timación externa la autoridad la constituye la institución patrocinadora.

— Líder carismático. Es necesario saber si algún líder carismático estuvo involucrado en la for-
mación del partido, y qué papel jugo.

ii. Grado de institucionalización: grado en que un cuerpo deja de ser un medio para lograr ciertos fines
y se convierte en “algo valioso por sí mismo, siendo así que sus metas no se diferencian de él, ambos
son inseparables”. Panebianco propone dos grados de institucionalización:

— Grado de autonomía del que disfruta un partido respecto a su entorno, es decir, la medida en
que es capaz de controlar la relación que mantiene con sus simpatizantes, organizaciones exter -
nas… Un partido altamente institucionalizado es aquel que ejerce un control intenso y es capaz
de transformar su entorno, mientras que un partido débilmente institucionalizado es aquel que
debe reaccionar ante su entorno y adaptarse a él.

— Grado de sistematicidad. La sistematicidad es alta cuando existe un alto grado de interdepen-


dencia entre los subgrupos, lo que es posible debido al control del centro sobre los recursos.

Según Panebianco, los vínculos entre el modelo genético y la institucionalización de los partidos son los
siguientes:

— Los partidos que han evolucionado a partir de la penetración territorial tienden a ser institucional-
mente fuertes, porque las élites fundadoras están en situación de controlar la forma que adoptará la
organización.

— Los partidos que han evolucionado a partir de la difusión territorial tienden a ser institucionalmente
débiles, porque las élites fundadoras entran en competición para controlar los recursos del partido.

— Los partidos de legitimación externa intranacional tienden a desarrollar una institucionalización


débil, porque los sponsors mantienen el control; si además se ha usado la difusión territorial, la institu-
cionalización será muy limitada (Partido Laborista GB).

— Los partidos de legitimación externa extranacional tienden a desarrollar una institucionalización


fuerte, porque así se reduce la posibilidad de que otras organizaciones nacionales ejerzan control so -
bre el partido; si además se ha usado la penetración territorial, la institucionalización será muy fuerte
(partidos comunistas).

— Los partidos de legitimación interna carecen de constricciones para evolucionar hacia una institucio-
nalización fuerte; si además se ha empleado penetración territorial, el resultado será una instituciona-
lización muy fuerte (Partido Conservador GB).

21
— Los líderes carismáticos se resisten a la institucionalización de sus partidos, pero cuando ésta se pro-
duce genera una institucionalización fuerte.

Panebianco no niega que los partidos puedan cambiar su modelo organizativo, pero difiere de Duverger y Ep-
stein al afirmar que el cambio organizacional tiene lugar principalmente en el contexto del modelo de rela-
ciones internas que puso en marcha el acto fundacional del partido; por ello, mientras Duverger y Epstein
creen en la posibilidad de encontrar una vía común de cambio en los partidos, Panebianco afirma que el estu -
dio de los partidos debe centrarse en la historia organizacional concreta de cada uno.

Análisis de Panebianco. El análisis de Panebianco acierta al ligar los modelos genéticos a la institucionali-
zación, lo que arroja luz sobre aspectos importantes de la vida interna de los partidos; sin embargo, peca de
ser excesivamente teórico y de recurrir a case-studies cuidadosamente elegidos para encajar en su modelo
teórico. Ejemplo de ello es el caso de los conservadores británicos. Según Panebianco, se trata de un parti-
do de legitimación interna surgido de entre la élite parlamentaria, que se organizó a través de la penetra-
ción territorial, dando como resultado un partido altamente institucionalizado con un elevado control del
centro sobre las organizaciones locales, quien reclutaba los agentes locales y controlaba la selección de can -
didatos para las elecciones. Sin embargo, este análisis de Panebianco es inexacto, pues la penetración terri-
torial fue muy limitada y los conservadores deseaban preservar todo el poder posible para las élites conserva -
doras locales, por lo que no intentaron imponer candidatos, e incluso hasta 1974 el control de muchos conda -
dos estaba en manos de consejeros independientes; para el centro, casi todos los candidatos eran aceptables,
pues se defendía que “cualquiera que se considere a sí mismo conservador es un conservador”. Bajo ese fo-
ro no partidista de baja organización formal, los terratenientes retenían un elevado control de influencia
frente a elementos menores (comerciantes). Por tanto, si bien en muchos aspectos el Partido Conservador es
un partido centralizado e institucionalizado, no se ajusta al análisis presentado por Panebianco, quien ejerce
de sobreteorización para hacer encajar la evolución organizativa del partido a la estructura de su marco analí-
tico.

Panebianco también plantea el problema de los niveles de análisis. Duverger, Epstein y Panebianco pecan
de explicar el desarrollo organizativo de los partidos a un nivel demasiado general. En efecto, cabe asumir
que la estructura de creación de un partido y la competición electoral ejercerán presión para que adopte un
modelo organizativo determinado, pero sin duda la fuerza de estas influencias depende de las circunstancias
concretas, lo que introduce un factor de complejidad mucho mayor del pronosticado por Panebianco. La po-
lítica canadiense es un buen ejemplo. Durante el s. XIX se caracterizó por la concentración de poder en el
primer ministro, gracias al uso extensivo del patronazgo; el clientelismo garantizaba el control de las élites
locales, y el partido era un mero esqueleto, sin apenas actividad política en periodo no electoral, y con orga-
nizaciones locales que existían sólo para nominar candidatos y gestionar las campañas electorales. Con este
esquema, tanto el Partido Liberal como el Partido Conservador-Progresista han sido capaces de movilizar
electorados de masas, manteniendo en Canadá más de un tipo de organización de partidos, en contra de lo
pronosticado por Duverger y Epstein.

d) MODELO SOCIOLÓGICO. Según este modelo, el tipo de recursos de los que disponen los partidos li-
mita y posibilita la creación de modelos organizacionales diferentes. Los partidos se embarcan en toda
una serie de actividades (campañas electorales, mantener contacto líder-activistas, movilizar la opinión públi-
ca) que requieren recursos: dinero, trabajo, líder… A menudo los recursos no son intercambiables: se pue-
de disponer de dinero pero no de líder, o disponer de muchos afiliados pero escasos fondos; por tanto, el reto
del desarrollo organizacional de un partido para hacer frente a la competición electoral depende de dónde se
encuentren los recursos potenciales. Un ejemplo de ello es el Partido Laborista británico. Entre los años 60-
90 prestó escasa atención al reclutamiento individual, cayendo de 1 millón a 300.000 afiliados; sin embargo,
durante esa época mantuvo un alto grado de competitividad electoral, permaneciendo en el gobierno durante
11 años. La clave de esta aparente paradoja está en que se trataba de un partido indirecto, cuya mayor parte
de los fondos procedía de sus sindicatos vinculados, quienes también participaban en las campañas electora-
les pidiendo el voto de puerta en puerta. Por tanto, el partido no se vio tan afectado como otros por la caída
de la afiliación, e hizo muy poco por invertir su tendencia bajista. Además, aquello le permitió evitar que
nuevos donantes o afiliados planteasen demandas que presionasen al partido en formas incompatibles con
sus patrocinadores tradicionales. Por tanto, el modelo sociológico explica bien la experiencia de los partidos
políticos occidentales, pero no explica qué modelo organizacional surgirá de entre todos los congruentes
con un tipo concreto de recursos.

22
Frente a este modelo sociológico, según el cual el nivel de recursos de los partidos condiciona el resultado
electoral, Katz y Mair (1995) postulan que en las democracias occidentales ha surgido un nuevo tipo de par-
tido: el partido cartel, caracterizado por dos factores: (i) la interpenetración de partido y Estado, por dos
circunstancias: el aumento de partidos fundados por el Estado, y el auge de los medios electrónicos en las
campañas electorales (en general, controlados por el Estado); y (ii) la connivencia entre partidos, que se
evidencia en que desde los años 60 sólo dos partidos electoralmente significativos no han estado en el poder
(comunistas italianos y liberales británicos); esta accesibilidad de la mayoría de partidos al gobierno limita la
competitividad entre ellos, lo que reduce la presión interna en la búsqueda de un modelo organizacional ópti -
mo; además, los partidos emplean su control sobre los recursos tanto para mantenerse como para evitar que
surjan partidos nuevos, y el hecho de que el Estado esté en situación de proporcionarles recursos que pueden
sustituir a los aportados por afiliados y activistas los desincentiva para expandir su base de afiliados.

2. ORGANIZACIÓN Y CONTROL DE LOS PARTIDOS

El sociólogo alemán R. MICHELS (1876-1936) estudió el desarrollo del PSD alemán, y en


base a ello formuló su Ley de hierro de la oligarquía (1911), cuyo postulado es que toda
gran organización tiende a desarrollar una estructura burocrática que impide la democracia
interna y conduce a la oligarquía (“Quien dice organización, dice oligarquía”). Inicialmen-
te, el PSD se creó con una base de afiliados que controlaban el partido, sus objetivos y estra -
tegias, funcionando internamente de un modo democrático. Michels afirmaba que una vez
que un partido iba más allá de la democracia directa y establecía una organización para reali-
zar las diferentes tareas, los que ocupaban puestos en ella acababan asumiendo el control efectivo; por ello,
un partido puede ser internamente democrático, pero en la práctica la toma de decisiones suelen adoptarse en
otros ámbitos. Sin embargo, que las élites lleguen a controlar un partido no implica que exista un control
unificado. Así, en los partidos de base afiliativa suelen existir dos fuentes de dirección: los líderes y los par-
lamentarios, y si bien en Europa Central y del Este el control lo solían tener los líderes, tras la II Guerra Mun-
dial el equilibrio de poder en la mayoría de partidos tendió a inclinarse hacia los parlamentarios; igualmente,
si un partido engloba facciones o tendencias, lo normal es que la organización sea un campo de batalla por el
dominio. Por tanto, nada induce a creer que pueda existir un grupo de élite unido frente a un gran número de
afiliados carentes de poder, sino más bien que en general la dirección del partido no suele estar unida y
que su control se asemeja a una competición entre élites.

Pero, ¿qué sucedería en un partido sin élites? Un buen ejemplo de ello es el Partido Verde alemán, que en
sus inicios manifestó su deseo de evitar el surgimiento de una clase política profesional. Para ello, decidieron
elegir cada pocos años a políticos rotantes, sometidos al mandato imperativo de las decisiones adoptadas en
las asambleas, y no se pagaba a funcionarios del partido, sino que se recurría a organizadores a su aire. Pero
todo ello no funcionó, porque quienes asistían a las asambleas sucesivas eran personas distintas, y por tanto
las decisiones que surgían de ellas y vinculaban a sus políticos eran distintas. Este ejemplo evidencia lo difí-
cil de practicar la democracia interna, salvo que existiera una base de afiliados importante y estable, que
acudieran regularmente a las asambleas y se implicaran en la búsqueda de soluciones a los problemas de su
interés.

Por otra parte, ¿en qué medida cubre una organización los intereses y demandas de sus miembros? Se-
gún Michels, los encargados de una organización trabajan a favor de sus propios intereses, que resultan
ser diferentes de los demás miembros; así, los liberados de un partido socialista (con sueldo) acaban convir-
tiéndose en clase media y adquiriendo unos intereses opuestos a los de la militancia trabajadora. Sin embar-
go, no hay razones para creer que la movilidad ascendente atente contra los intereses del partido, o que los in-
tereses vengan determinados sólo por el tipo de empleo. Sin duda, la organización canaliza las demandas que
vienen de abajo; pero incluso en este aspecto, Michels afirma que la organización no es neutral, pues cabe
identificar dos fuerzas: (i) la propia organización, que adquiere vida propia y aspira a su propia preserva-
ción, lo cual constituye un objetivo diferente del de los miembros, y si alguien plantea estrategias que la pon -
gan en riesgo, quienes trabajan para ella se resistirán a su aplicación; y (ii) el hecho de que los recursos or-
ganizativos estén más al alcance de los que trabajan para el partido y sus líderes que del resto de los miem -
bros, lo que propicia que las estrategias y políticas tiendan a surgir antes entre ellos. No obstante, la organiza -
ción no destruye necesariamente toda la influencia que puedan ejercer sus miembros, y muchos partidos man-
tienen cierta democracia interna, aunque resulte complejo diseñar procedimientos para maximizarla. Recor -
23
demos que descentralización no equivale a democracia, y que a veces el proceso de descentralización de la
toma de decisiones hacia las unidades locales acaba creando feudos locales que difícilmente pueden ser des-
truidos por los miembros de base.

3. LO QUE HACEN LAS ORGANIZACIONES DE LOS PARTIDOS

Se pueden distinguir tres tipos de actividades en las organizaciones de los partidos:

1. Preparar las campañas electorales. Algunas de estas actividades se realizan sólo durante las campa-
ñas y otras requieren un esfuerzo continuo (recaudación de fondos, relaciones públicas), bien por
parte de la organización, de parlamentarios individuales o incluso de firmas comerciales especializa-
das.

2. Mantener la organización, la militancia y los recursos . Los recursos del partido requieren manteni-
miento y subsidios: periódicos y revistas, clubs sociales, locales, abono de conferenciantes…

3. Diseñar nuevas políticas públicas y estrategias que lleven a cabo los representantes electos del par-
tido que ocupan cargos públicos. El partido debe dedicar ciertos recursos a preparar a sus líderes para
las tareas de gobierno.

Sin embargo, los partidos muestran un grado de organización muy variado, desde los partidos de base afi-
liativa (en general, partidos socialistas y comunistas) hasta los partidos de cuadros (en general, partidos libe-
rales y conservadores). Al respecto, cabe concluir dos aspectos muy generales: (i) el diseño de nuevas políti-
cas públicas no es un área fundamental de la actividad organizacional, e incluso en algunos partidos es
casi inexistente; además, la complejidad de muchas áreas de políticas públicas es tan grande, que éstas sólo
pueden ser formuladas por los partidos en el gobierno o por aquellos que pueden disponer de los recursos del
Estado; y (ii) los crecientes costes del despliegue de las actividades electorales han supuesto un reto para la
habilidad o capacidad de los partidos para organizarse, pudiendo afirmarse que desde la época de entregue-
rras se ha producido un declive de las actividades pensadas a favor de la creciente dificultad para mante-
ner la organización y conseguir los recursos necesarios; en la mayoría de los partidos, esto ha supuesto la
ruptura del equilibrio en las tareas realizadas.

24
.

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TEMA 4

LOS PARTIDOS EN REGÍMENES DEMOCRÁTICOS NO LIBERALES

0. INTRODUCCIÓN

Las similitudes entre los partidos de las democracias liberales son tan notables como para buscar explicacio-
nes generales de por qué han evolucionado como lo han hecho; pero también hay muchos tipos de democra-
cias no liberales con pocas cosas en común, salvo que cuentan con un Estado y un número reducido de parti-
dos políticos. Hay dos razones para analizar los partidos de las democracias no liberales: (i) hay muchos paí-
ses con partidos políticos sin ser democracias liberales; y (ii) los límites entre las democracias liberales y
otros tipos de régimen son muy difusos (populismos, presidencialismos).

1. LAS DEMOCRACIAS LIBERALES

Las democracias liberales obligan a los partidos a competir entre sí regularmente para obtener el voto
de un electorado de masas, lo que afecta a la forma en que evolucionan sus ideologías, sus incentivos en bus-
ca de simpatizantes o afiliados y su organización interna. La mayoría de estos sistemas políticos competitivos
han surgido a través de un modelo específico de conflicto social en ciertas sociedades comerciales avanza-
das o en sociedades industrializadas, o bien en algunos estados de inmigrantes como Australia o EEUU, don -
de los inmigrantes llevaron sus valores culturales, instituciones sociales, políticas y económicas, generando
una evolución política paralela a la europea.

Con la descolonización, algunos Estados europeos impusieron instituciones liberales democráticas en países
donde aún no se habían desarrollado las tendencias sociales adecuadas; así, GB impuso estructuras liberal-de-
mocráticas en los territorios que había controlado, pero éstas no sobrevivieron en gran parte de África y sólo
se mantuvieron en la India o el Caribe. Sin embargo, algunos teóricos dudan que la India sea una democracia
liberal auténtica, pues lo que caracteriza a la democracia liberal no es sólo que haya elecciones competitivas,
sino toda una serie de instituciones sociales mediadoras y ciertos valores políticos; esta diferencia en los
contextos podría explicar algunas de las variaciones en la evolución de los partidos en las democracias no li-
berales.

2. LOS PARTIDOS Y EL MUNDO NO LIBERAL-DEMOCRÁTICO

Algunos de los principales regímenes democráticos no liberales son los siguientes:

i. Regímenes donde los partidos compiten, con constricciones escasas sobre lo que pueden hacer
quienes son elegidos para cargos públicos (Argentina, 1946-1955).

ii. Regímenes donde los partidos compiten, pero hay sectores de población a los que se les impide par-
ticipar (Sudáfrica, 1948-1995; estados sur EEUU, 1890-1960).

iii. Regímenes donde los partidos compiten, pero los resultados pueden ser manipulados por el partido
en el poder (México).

iv. Regímenes donde los periodos de competición electoral se mezclan con periodos de gobierno civil
autoritario o régimen militar (Turquía) o con periodos de competición electoral limitada bajo go-
biernos autoritarios (Argentina, 1957-1966).

v. Regímenes autoritarios donde se permiten algunos partidos, pero no se celebran elecciones y se


restringen sus actividades (Irak).
26
vi. Regímenes autoritarios de partido único (Siria).

vii. Regímenes comunistas de partido único (URSS) o en los que sólo se permite a un partido que con-
trole el gobierno (Polonia hasta 1989).

Algunas de las fuerzas más importantes que conforman los partidos en las democracias liberales también
pueden estar actuando en otro tipo de regímenes, pero su impacto variará según el contexto de cada régimen
concreto. Así, sería de esperar que la necesidad de competir haya influido sobre los partidos blancos de Su -
dáfrica, especialmente en sus estrategias para reclutar miembros y crear organizaciones, pero el concepto de
partido cambia cuando varía el contexto cultural, y las prácticas de los partidos de masas africanos confi-
guran un contexto distinto al de otros países. Por ello, para comparar partidos es aconsejable descartar la ca-
tegoría partidos en las democracias liberales y apelar a una más amplia de partidos en competición electoral.

Pero que alguien se autodenomine partido no significa que lo sea, pues para serlo debe mostrar cierta coor-
dinación entre sus miembros dirigida a influir en la política estatal y a intentar hacerse con el control del
Estado. A diferencia de los grupos de presión, la esencia del partido radica en la coordinación de recursos
individuales con el fin común de ejercer el poder en el seno del Estado ; los partidos Baas de Siria e Irak
cumplen tal criterio, lo que los asemeja a partidos como el conservador y el laborista británicos, coincidiendo
con ellos en el objetivo de reunirse para conseguir objetivos políticos y en la necesidad de resolver dilemas
sobre afiliación, organización e ideología: incrementar el número de simpatizantes quizás eleve el número
de recursos del partido, pero también implicará costes, pues los miembros pueden hacer demandas de difícil
acceso y pueden crearse foros donde los líderes de facciones generen batallas internas, y la ideología puede
ser lo que uniera a los individuos al crear el partido, pero la dirección puede tener que enfrentarse a decisio -
nes difíciles respecto de ella, pues puede resultar inapropiada en circunstancias políticas difíciles o entrar en
conflicto con las metas del partido. En efecto, se podría comparar el partido conservador británico y el Baas
sirio centrándose en alguna de estas variables, pero los resultados no nos dirían mucho más que estudiándolos
por separado; por contra, si comparamos al Baas iraquí con el Baas sirio, o a los conservadores británicos con
otros conservadores occidentales, obtendremos importantes resultados.

Por tanto, hemos analizado los partidos de regímenes democráticos liberales, pero los de regímenes democrá-
ticos no liberales también exigen nuestra tención, pues cuentan con una base de tendencias y factores cau-
sales que permiten buscar conexiones entre ellos: papel de la ideología, modelo de reclutamiento, tipo de or-
ganización… No obstante, teniendo en cuenta la banda de contextos en la que se han desarrollado estos par-
tidos deberíamos esperar hallar una gran variedad de respuestas.

3. PARTIDOS E IDEOLOGÍA

Vamos a analizar dos cuestiones: (i) si la democracia liberal contribuye a una política de partidos más o me-
nos ideologizada que otros regímenes; y (ii) si las ideologías de los partidos fuera del mundo liberal-demo-
crático difieren de las familias espirituales.

A) LA CUESTIÓN GENERAL DE LA IDEOLOGÍA

Hay dos razones que nos indican que la conexión entre el surgimiento de la democracia liberal y el de los
partidos de base ideológica es débil. (i) En las primeras fases de democratización, en algunos países se esta-
bleció un modelo de política competitiva que dependía de los contactos familiares y personales, como en los
nuevos regímenes del sureste europeo tras el Tratado de Versalles en 1919 (Rumania), donde muchos parti -
dos eran maquinarias políticas de familias concretas, lo que sugiere que el desarrollo económico en las de-
mocracias liberales crea un vínculo entre la democracia liberal y la evolución de los partidos de base ideoló -
gica, y que no es la competición per se la que genera tal desarrollo. (ii) La ruptura de comunidades muy uni-
das forzó a los partidos a ampliar sus bases electorales mediante estrategias atrapalotodo, pero bajo la pre-
sión de la competición electoral se vieron obligados a diluir su ideología para incrementar su atractivo elec-
toral (partidos socialistas); por tanto, la competición entre partidos supone un incentivo para que éstos hagan
llamamientos de base ideológica, pero las presiones de la competencia les obligan a diluir sus ideologías.

Sin duda, existe una conexión entre ideología de partido y democracia liberal, pues las democracias libe-
27
rales son partidarias de una sociedad abierta, donde las gentes puedan desarrollar y difundir sus ideas, lo
que incentiva las ideologías de partido. Observaciones: (i) en algunas democracias liberales se han prohibi-
do partidos cuya existencia se consideraba incompatible con la democracia liberal (RFA prohibió el PCA,
1956), o bien se han restringido sus actividades (GB limitó las apariciones en televisión del Sinn Fein, 1988-
1994); (ii) fuera de las democracias liberales hay una enorme variedad en la voluntad de los regímenes de im-
poner o erradicar ideologías concretas (en Albania sólo se admitía la versión del comunismo del régimen),
aunque ninguno ha conseguido aislar por completo a sus ciudadanos. En general, el grado de apertura de
las sociedades liberal-democráticas contribuye a ensanchar la banda de ideologías de los partidos.

Un rasgo de los regímenes liberal-democráticos es la separación Estado-sociedad. En teoría, el control de


los partidos sobre el Estado les aporta recursos para difundir su ideología, pero el Estado no es un vehículo
para la conversión ideológica, y en la práctica rara vez ha favorecido en las democracias liberales a los par-
tidos que gobiernen ideológicamente; por el contrario, fuera del mundo liberal-democrático hay regímenes
donde el control del Estado ha servido para fomentar la ideología de partido. Ejemplo de ello son los regíme-
nes comunistas, donde el Estado implementaba y difundía las políticas propugnadas por el partido,
buscando cambiar los valores sociales y generar la transformación social deseada. Pero los regímenes comu -
nistas (URSS, China) se han diferenciado de otros Estados de partido único en dos aspectos: (i) la extensión y
eficacia de las estructuras del partido comunista y su ideología ofrecían al Estado un input mayor que los par-
tidos únicos de otros regímenes, como el nazi o el fascista (Alemania, Italia); y (ii) los regímenes comunistas
también muestran un grado de impermeabilidad y coherencia en la ideología de partido mucho mayor el de
otros regímenes (en México, el PRI mantuvo un eclecticismo ideológico que iba de la derecha neoliberal a la
izquierda marxista). Pero, al margen los Estados comunistas, el uso del Estado para difundir la ideología
de partido ha sido bastante limitado, incluso en regímenes de partido único.

B) IDEOLOGÍAS CONCRETAS

En Europa, los primeros partidos fueron liberales que pedían derechos políticos y más poder para secciones
de la burguesía en las sociedades comerciales avanzadas; por el contrario, en África, Caribe, Oriente Medio y
sur y sureste de Asia los partidos surgieron como reacción al colonialismo, formados por grupos de personas
con estudios que negaban la legitimidad de los poderes coloniales, con grandes diferencias entre ellos. Por
tanto, el anticolonialismo fue un punto de partida diferente para la evolución de las ideologías de partidos de
lo que fue el liberalismo en Europa, y además el desarrollo socioeconómico de estos países ha sido muy dis-
par, dando lugar a modelos muy diferentes de divisiones políticas y de partidos.

De las familias espirituales, el comunismo ha sido la más universal; aunque ha fracasado al intentar imple-
mentarse en algunas regiones (África), ha sido un éxito en la medida en que se ha reformulado teniendo en
cuenta las circunstancias locales. Así, el marxismo-leninista, con su énfasis sobre el papel revolucionario
del proletariado urbano, triunfó en la URSS pero no podía triunfar en China, constituida por campesinos y
granjeros, donde Mao Zedong lo reescribió en un marxismo-maoísta apropiado a las circunstancias.

Los regímenes hispanoamericanos son los más cercanos a los europeos respecto a la evolución de los parti-
dos. En el s. XIX se independizan de España, y en Chile y Argentina se da un desarrollo de los partidos so -
cialistas similar al europeo; sin embargo, su historia refleja el sucesivo hundimiento de regímenes civiles y de
golpes militares, y el sistema presidencialista fomenta fuertes tendencias populistas y el culto a un líder
carismático, todo lo cual complica la posibilidad de encajar las ideologías de los partidos de América del Sur
y Central en el marco europeo.

4. ACTIVISTAS, SIMPATIZANTES Y MIEMBROS

Para reclutar activistas, los partidos en regímenes no liberal-democráticos pueden tener que enfrentarse a
tres tipos de situaciones: (A) como partidos en regímenes de política electoral competitiva o semicompetiti-
va, (B) como partidos que gobiernan en Estados de partido único o donde los demás partidos no tienen opor-
tunidad de gobernar, y (C) como partidos de oposición en regímenes de partido único o regímenes autorita-
rios.

28
A) PARTIDOS QUE SE ENFRENTAN A ALGÚN TIPO DE COMPETICIÓN ELECTORAL

En estos casos, los incentivos al alcance de los partidos son similares a los de las democracias liberales (ma-
teriales, solidarios, teleológicos), pero hay dos casos en que se diferencian. El primero es el de regímenes
que impiden participar a muchos ciudadanos. Lo más probable es que la inestabilidad potencial del grupo
étnico gobernante lleve a los votantes a alinearse tras un partido, neutralizando así la amenaza de los par-
tidos de oposición. En el caso de Sudáfrica, entre 1914-1948 hubo competición electoral, pero sólo para la
población blanca; en 1948 el Partido Nacionalista alcanzó el poder frente al Partido Único, reforzando des-
de entonces su control por mecanismos como la falsificación de los resultados electorales; los nacionalistas
retuvieron el poder hasta 1990 porque una mayoría de votantes los consideraba capaces de preservar una so -
ciedad que garantizara los privilegios de los blancos; así, los nacionalistas extendieron su influencia sobre la
mayoría de la población afrikaner, y el Partido Único dejó de ser competitivo. Aunque el éxito electoral estu-
viera asegurado, la estrategia para proteger los intereses de los afrikaners requería del apoyo y expansión de
la base de afiliados del partido.

El segundo es el de regímenes donde la competición electoral es sustituida periódicamente por gobier-


nos autoritarios (Sudamérica, Turquía). Una de las consideraciones en torno a la afiliación es si los recursos
utilizados para reclutar miembros pueden ser destruidos o confiscados tras el hundimiento del régimen de-
mocrático, o si los miembros ordinarios del partido pueden llegar a ser víctimas de la represión. Ambos fac-
tores pueden modificar los modelos de reclutamiento, lo que dependerá de las expectativas sobre las reaccio-
nes probables por parte de un gobierno autoritario. La conducta desplegada por gobiernos militares varía en-
tre países, e incluso pueden variar con el tiempo en un país. En el caso de Turquía, la tradición militar era de
supervisión de los gobiernos civiles, victimizando a los líderes de los partidos y no a sus seguidores, pues lo
que preocupaba a los militares era preparar la vuelta al gobierno civil; pero la intervención militar en 1980
dio lugar a una política más radical de despolitización de la sociedad, con mayor esfuerzo por debilitar el po-
der de los activistas y restringir sus actividades políticas legales.

B) PARTIDOS GOBERNANTES EN ESTADOS DE PARTIDO ÚNICO

Contar con amplia base de afiliados es importante para consolidar el control de un partido sobre el poder,
pues si un 10-30 % de votantes es afiliado al partido éste poseerá una comunicación clave con la sociedad. El
control del Estado da al partido acceso a muchos tipos de recursos para fomentar la afiliación, especialmen-
te materiales; pero lo que atrae a los miembros no es sólo los puestos que el partido puede ofrecer, sino aque -
llos puestos que faciliten de forma directa o indirecta una mejora social o económica. Así, en los regímenes
comunistas todo avance en la carrera solía estar vinculado a la pertenencia al partido y entre un 4-12 % de la
población estaba afiliada (≈ 30 % de los adultos), y ello siguiendo la clásica política restrictiva comunista en
las filiaciones. Sin duda, pertenecer al partido ofrece ventajas para los ciudadanos, y éste puede así difundir
su mensaje y ejercer un control informal sobre la población, pero tener muchos afiliados también implica
costes, pues sin un compromiso ideológico fuerte muchos miembros sólo serán leales mientras disfruten de
beneficios, y la corrupción puede llegar a ser endémica; además, los miembros que reaccionan con intensi-
dad a los incentivos teleológicos tienden a ser potencialmente desestabilizadores.

Pero, además de su base de afiliados, la consolidación de un partido en el poder también puede depender de
sus vínculos con otras organizaciones, pues para que mantenga su dominio sobre el Estado debe hacerse
con quienes le apoyen para contrarrestar el apoyo brindado por las comunidades a los movimientos de oposi-
ción; además, el control del partido debe ser firme y notorio para no verse reemplazado por el ejercido por in-
dividuos o camarillas. Por ello, un partido puede interesarse menos por las tasas de afiliación que por la bús-
queda de apoyos institucionales al régimen.

C) PARTIDOS EN LA OPOSICIÓN A REGÍMENES AUTORITARIOS

Algunos gobiernos autoritarios pueden intentar eliminar a ciertos partidos o a todos ellos; al ser reprimidos,
los partidos tienen dificultad para reclutar miembros, y si sobreviven puede ser en el exilio o en la clandesti-
nidad. Pero puede que los regímenes observen que les es más fácil gobernar y adquirir legitimidad tole-
rando la existencia de ciertos partidos; para ello existen dos argumentos: (i) el régimen puede pensar que
reconociendo a ciertos partidos de oposición y dotándoles de canales de expresión podrá difuminar formas
29
de oposición más extremas (Polonia); así, el régimen puede intentar asegurar su supervivencia a largo plazo
permitiendo que los partidos de oposición ganen alguna influencia; y (ii) el régimen puede pensar que la fal-
ta de oposición debilita sus esfuerzos por legitimarse; así, en México en los años 60 el sistema del PRI es-
taba más preocupado por mantener la oposición que por su derrota electoral, ante la creciente tendencia a la
abstención, e incluso se aprobó una reforma electoral (1963) que garantizaba a la oposición una representa-
ción limitada en el Congreso.

En estos casos, el papel de los partidos de oposición es estar ahí, pues no están pensados para articular inte-
reses, ni para convencer a nadie para afiliarse; privados de beneficios materiales y sin recursos para ofrecer
incentivos solidarios, la mayoría deben confiar en los incentivos teleológicos para atraer simpatizantes, como
ideologías que ofrecen la esperanza de ofrecer un sistema mejor una vez derrocado el régimen, pero cuanto
más radical es la ideología mayor probabilidad de represión por el régimen. Por ello, existe un punto crítico
en el proceso de atraer simpatizantes, por debajo del cual será muy difícil hacerse con apoyo, y por encima de
él puede verse incapaz de procesar el reclutamiento de todos los que quieren ser miembros.

5. ORGANIZACIÓN DEL PARTIDO

Los partidos que operan en regímenes que no son democracias liberales también requieren de una organiza -
ción y de recursos para operar con eficacia. En este análisis también debemos distinguir tres tipos de situa-
ciones: (A) partidos en regímenes de política electoral competitiva, (B) partidos que gobiernan en Estados de
partido único o donde los demás partidos no tienen oportunidad de gobernar, y (C) partidos de oposición en
regímenes de partido único o autoritarios.

A) PARTIDOS QUE SE ENFRENTAN A ALGÚN TIPO DE COMPETICIÓN ELECTORAL

Allí donde los gobiernos civiles se suelen ver interrumpidos por golpes militares, las presiones de la competi -
ción electoral son similares a las de las democracias liberales, pues hay que movilizar periódicamente a los
votantes potenciales. Las diferencias organizacionales entre partidos de Turquía o Argentina y los de las
democracias liberales surgen de que los primeros cuentan con una gran población rural o ciudades peque-
ñas relativamente numerosas, mientras que en las segundas el porcentaje de población que habita en zonas
urbanas es mucho mayor. Esto incide en la organización de partido, pues es más fácil crear un partido de ma -
sas basado en la afiliación individual en las ciudades que en las áreas rurales, y en éstas suelen subsistir par-
tidos de notables en torno a las élites locales.

Pero la represión afecta al desarrollo organizacional, pues los partidos en estos regímenes también se ven
en la necesidad adoptar una forma organizativa flexible; siempre existe la posibilidad de que el régimen se
hunda, y en ese caso el partido tendría que utilizar sus recursos de forma diferente, y si se prohíbe el partido
puede que haya que transferirlos para fundar uno nuevo. En un país con un modelo de represión periódica,
los partidos pueden optar por no crear una organización altamente burocratizada y sí susceptible de ser modi -
ficada para afrontar nuevas circunstancias. Además, en gran parte de Suramérica la organización de los parti -
dos también se ha visto influida por gobiernos presidencialistas que apelan a lealtades personales para obte-
ner votos; este populismo débilmente institucionalizado tiende a debilitar el desarrollo organizacional de los
partidos.

B) PARTIDOS GOBERNANTES EN ESTADOS DE PARTIDO ÚNICO

Entre los Estados de partido único destacan los gobiernos comunistas, por la extensión de la organización
del partido y su papel clave desempeñado en el Estado. En la URSS, la pieza central de la organización co-
munista eran los Congresos del Partido, y entre ellos los portadores del poder eran el Politburó y el Secre-
tariado, elegido por el Comité Central del PCUS; su principio operativo era el centralismo democrático, se-
gún el cual el deber de los cuadros del partido consistía en implementar sin preguntas la política del partido.
Además, la URSS influyó en las organizaciones de los partidos comunistas de Europa del Este, pues había ju-
gado un gran papel en el establecimiento de sus regímenes, hasta que en 1952 se introdujo un sistema de de -
cisión más descentralizado.

30
Al contrario que en las democracias liberales, los Estados comunistas no preveían ningún papel movilizador
para la organización del partido, cuyo propósito era satisfacer su papel director en el seno del Estado: el
partido supervisa las actividades del Estado y facilita su implementación, lo que exigía una organización ex-
tensa y disciplinada. Sin embargo, en otros regímenes como el de Zambia, la voz del partido no resultaba
crucial a la hora de fijar las políticas centralizadas y la implementación de las instrucciones recibidas era me -
nos pronunciada que en el modelo comunista, aunque mantenía un partido relativamente centralizado; por su
parte, en la Italia fascista el poder del partido estaba descentralizado, por lo que desempeñó un papel menor
en el régimen, y la cooperación con otras instituciones (Iglesia Católica) aportaba la salvaguarda del partido.

C) PARTIDOS EN LA OPOSICIÓN A REGÍMENES AUTORITARIOS

La forma organizativa que adopte un partido depende de las circunstancias concretas: bajo represión severa,
un partido clandestino suele operar sobre una base de afiliación altamente selectiva de pequeñas células; en
otros casos, el Estado puede ser capaz de salirse con la suya dejando a los partidos libertad relativa (Méxi-
co). Pero, en ausencia de la necesidad de organizarse para elecciones periódicas como de las demandas que
plantea ostentar el poder, se desarrollan cuerpos que reúnen características organizativas de partidos políti-
cos pero con rasgos de movimientos políticos, pues el vínculo entre la organización y los simpatizantes es
mucho más laxo, con dificultades para controlar a quienes dicen actuar en su nombre (Partido del Congreso
en India, CNA en Sudáfrica).

Una vez establecido un gobierno civil electo, la organización laxa ha de ceder paso a estructuras más for-
males, debido a la coordinación requerida en elecciones competitivas, y ello dependerá del grado de institu-
cionalización que haya alcanzado el partido durante el régimen: en Alemania, el PSA retomó sus prácticas
tras doce años de gobierno nazi; en Grecia surgieron partidos nuevos tras siete años de régimen militar; y en
Argentina el Partido Peronista sobrevivió a las sucesivas transformaciones del régimen, incluso tras la muerte
de Perón y de su esposa.

No todos los movimientos civiles de oposición que llegan al poder son partidos, ni pretenden establecer regí -
menes en los que puedan operar partidos, pues todos los partidos quieren crear una sociedad holista, donde
todos vivan con referencia a los mismos valores. El fundamentalismo islámico es de ese tipo; la forma en
que reclutan y se organizan se asemeja al modelo de partidos, pero sus facciones no son partidos con otro
nombre. Sin embargo, desaparecido el líder carismático hay tendencia a que el gobierno caiga antes en manos
de tecnócratas que en los partidarios de la línea religiosa dura, y a largo plazo suelen conducir a la vuelta a
una forma de organización política que se parece más a un partido que a un movimiento.

6. OBSERVACIONES FINALES

La distinción entre partidos y otros actores políticos es difícil. Algunos problemas para identificar a los
partidos políticos se dan en las democracias liberales, pero fuera de ellas la dificultad se incrementa, debido
a que existen diferencias muy significativas. Por eso, la comparación sistemática entre partidos resulta di-
fícil en regímenes en los que no hay competición electoral, aunque los estudios comparados no son imposi -
bles.

31
.

32
TEMA 5

LA CLASIFICACIÓN DE LOS SISTEMAS DE PARTIDOS

0. PRIMEROS PASOS A LA HORA DE DISEÑAR UNA CLASIFICACIÓN

Hay dos razones que explican porqué la clasificación de los sistemas de partidos es algo importante: (i) du-
rante los años 50-70, los politólogos creían que había un número limitado de tipos de sistemas de partidos
en las democracias liberales. Las primeras clasificaciones distinguían entre sistemas bi y multipartidistas, y
las posteriores serían más complejas (Sartori), pero todas pretendían explicar los comportamientos entre
los partidos en función del sistema de partidos. Pero en el mundo real hay gran número de variables que
afectan a cada sistema concreto, y los resultados han sido desalentadores. (ii) La clasificación de sistemas de
partidos es una forma muy útil de simplificar una realidad muy compleja; por ello, la clasificación es una
guía muy útil hasta que el novicio adquiere los conocimientos suficientes de los sistemas de partidos como
para olvidarse de ellos.

Lo primero para formular una clasificación de los sistemas de partidos es determinar que partidos debemos
incluir y cuales excluir. Así, se considera a GB como un sistema bipartidista (conservadores, laboristas), pe-
ro también se presentan candidatos liberales, comunistas y de otros partidos; ¿por qué no se valora a tales
partidos al describir el sistema de partidos GB? Fue G. Sartori (1976) quien diseñó un sistema de irrelevan-
cia para determinar que partidos debían incluirse, con dos premisas: (i) potencial de coalición: el partido de-
be haber sido necesario, al menos en una ocasión, para crear una coalición capaz de hacerse con el gobierno;
y (ii) potencial de chantaje: la existencia del partido ha de afectar a las tácticas de competición de los parti -
dos con potencial de coalición. En los años 50 en GB, sólo laboristas y conservadores cumplían el primer re -
quisito, y ningún otro partido disponía de un porcentaje significativo de votos o controlaba áreas de la vida
social que presionara sobre las tácticas de laboristas y conservadores. El potencial de coalición permite dis-
tinguir los partidos que nunca son necesarios para formar un gobierno de coalición de los que sí lo son; así,
en Francia e Italia en los años 50 existían grandes partidos comunistas con potencial de coalición pero no de
chantaje, porque desde 1947 los demás partidos nunca los invitaron a formar parte de un gobierno de coali-
ción, y ellos nunca dispusieron de los votos suficientes para formar un gobierno propio.

Lo segundo para formular una clasificación de los sistemas de partidos es determinar los temas centrales en
que los sistemas clasificatorios difieren entre sí, y que son básicamente cuatro: ( 1) la medida en que los
partidos están implantados en la sociedad, ( 2) la ideología de los partidos, (3) la postura adoptada por los par-
tidos ante la legitimidad del régimen, y (4) el número de partidos del sistema.

1. LA IMPLANTACIÓN SOCIAL DE LOS PARTIDOS

Sobre la implantación social de los partidos existe una gran variación, desde modelos con vínculos muy la-
xos entre partidos y votantes (la actividad de los partidos no afecta a la mayoría de gente, pocos ciudadanos
se identifican con el partido o realizan alguna tarea política, y pocos votantes son capaces de reconocer a los
líderes políticos), hasta modelos con vínculos intensos entre partidos y votantes (partidos muy implicados
en la vida social, la mayoría de gente se identifica con partidos y realizan actividades sociales a través de or -
ganizaciones relacionadas con el partido).

La implantación social de un partido afecta a la competición electoral de las siguientes formas: (i) cuanto
menos penetración social exista, más fácil será a partidos nuevos ver la luz y competir con los existen-
tes (esto hizo posible que surgieran nuevos partidos en Europa del este y central en los años 90, mientras que
los que ya existían luchaban por recuperar la lealtad de sus propios votantes); (ii) cuanta mayor penetración
social exista, más concentrados estarán los partidos en retener el apoyo de quienes les son leales, con
pocos incentivos para actuar como partido atrapalotodo, buscando votos a través de incentivos sociales (sis-
tema coasociacional de los Países Bajos, 1917-1960, penetración extensa de todos los partidos mayoritarios,
sistema muy estable).

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La conexión entre penetración social de los partidos y estabilidad del sistema de partidos plantea tres as-
pectos. (i) Algunos sistemas de partidos muy inestables contaban con partidos muy implantados en co-
munidades concretas, aunque en general los partidos tuviesen implantación débil; un ejemplo son los PC de
la Alemania de Weimar y de la IV República francesa, cuya situación se debía a su tamaño y a su actitud
frente al régimen, pues su importancia limitaba la competición por el voto de la izquierda y asustaba a los vo-
tantes de la derecha, que se volcaban en partidos antirrojos, lo que generaba inestabilidad al sistema. (ii) La
configuración de los partidos puede prevenir una inestabilidad excesiva en un sistema de partidos, in-
cluso en los que la penetración social es débil; un ejemplo es la III República francesa, cuyo sistema no era
tan inestable como el de la IV, lo que se puede explicar por el papel del partido radical en la II, un partido
grande que ocupaba el centro del espectro, siendo mucho más débil durante la IV; además, los partidos esta -
ban tan descentralizados (eran alianzas nacionales de partidos locales) que el sistema pudo encajar la mayor
parte de los giros de los votantes entre los partidos existentes; los partidos eran porosos (también en EEUU),
y hacían difícil que se formaran organizaciones nuevas que pudieran aprovecharse de la falta de penetración
social de los partidos. (iii) Existen factores institucionales que pueden inhibir el desarrollo de nuevos
partidos, incluso en países donde la penetración social de los partidos es baja; así, el presidencialismo ha li -
mitado las oportunidades para nuevos participantes en el sistema de partidos en Argentina o Brasil, y es en
ese sentido limitado en el que es posible decir que algunos países suramericanos tienen sistemas de partidos
bastante estables.

2. LAS IDEOLOGÍAS DE LOS PARTIDOS

La forma de actuar de un partido depende de la combinación de ideologías en el sistema de partidos.


Von Beyme identificó 9 familias espirituales de ideologías: algunos sistemas de partidos engloban sólo unas
pocas familias, mientras otros abarcan una banda más ancha, y también una familia puede estar representa-
da en un sistema por más de un partido, lo que es probable: (i) durante las primeras fases de democratiza-
ción de un país, (ii) donde hay gran diversidad étnica, (iii) donde las divisiones étnicas tienen una base terri-
torial, y (iv) donde las leyes electorales facilitan que los partidos se escindan.

Además, las ideologías representadas en un sistema afectan a la dinámica del sistema. Vemos un ejem-
plo. Consideremos dos sistemas de partidos con dos partidos grandes y otros más pequeños: Italia en los
50-60 e Israel desde los 70. En Italia, el PC era uno de los partidos grandes, lo que condicionaba la competi-
ción, pues los gobiernos caían y se formaban de nuevo, conscientes de que la Democracia Cristiana siempre
estaría en ellos. En Israel, un partido socialdemócrata grande se enfrentaba a un partido conservador grande,
y los gobiernos podían formarse sobre la base de uno u otro, según los resultados electorales y las negocia-
ciones con otros partidos, de modo que las elecciones determinaban la naturaleza ideológica del gobierno; las
elecciones daban paso a largas negociaciones, pero los gobiernos eran estables. En Italia, la inestabilidad la
generaba la ausencia de alternativa a la DC, debido a que el otro gran partido era el PC; así, la distancia ideo -
lógica entre DC y PC hacía que el sistema funcionara distinto al israelí. Otro ejemplo es cuando algún parti-
do tiene una identidad basada en la clase o en lo económico, y a la vez representa un grupo social con -
creto. Ocurrió en Bélgica en los años 70, cuando la tensión flamenco-valona generó un cambio en el sistema
que pasó de tener dos grandes partidos y uno pequeño a otro con más partidos (los grandes se escindieron si -
guiendo una línea lingüística, y surgieron nuevos). Esto alteró la competición electoral, intensificándola en
cada comunidad y haciendo crónico el colapso del gobierno; en estos sistemas existe una fragmentación ma-
yor, y las estrategias entre partidos son más complejas que en sistemas que giran en torno a conflictos de cla -
se.

3. LA POSTURA DE LOS PARTIDOS RESPECTO A LA LEGITIMIDAD DEL RÉGIMEN

Veamos un ejemplo. En Italia, el problema del PCI entre 1947-1975 no era sólo su distancia ideológica con
la DC, sino también que era un partido antisistema, que no acababa de aceptar las reglas del juego político
liberal-democrático; no se puede permitir a estos partidos participar en los gobiernos por miedo a que minen
el régimen, lo que incide en la competición entre partidos. Así, es posible que gobiernos impopulares generen
apoyo a partidos antisistema por la ausencia de alternativas entre los partidos constitucionales, incrementando
el inmovilismo del sistema. Pero aceptar la legitimidad de un régimen y la legitimidad de las demandas de
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otros grupos dota al sistema de estabilidad, aunque la distancia ideológica siga siendo amplia. Así, la adop-
ción del eurocomunismo por el PCI en 1976 incluyó el reconocimiento del carácter liberal-democrático del
Estado italiano, y a raíz de ello el PCI ayudaría a la DC a mantenerse en el poder cuando no hubiera gobierno
alternativo viable. Por el contrario, cuando no se logra la aceptación de los otros se genera gran inestabilidad,
aunque los principales partidos estén cerca en el espectro ideológico; Austria y Argentina en ciertos períodos
del s. XX son ejemplos de ello.

4. EL NÚMERO DE PARTIDOS DEL SISTEMA

Hasta la obra de Sartori (Partidos y Sistemas de Partidos, 1976), las clasificaciones basadas en el número de
partidos dominaban los análisis políticos, y aunque él señaló sus limitaciones, siguen ocupando un lugar cen-
tral en ellos. En ese modelo predomina la distinción entre sistemas bi y multipartidistas, y en opinión de mu -
chos teóricos el bipartidismo es superior, pues se da en regímenes democráticos estables, mientras el multi -
partidismo se asocia a regímenes inestables (Alemania de Weimar, IV República francesa).

A) BIPARTIDISMO

Existen muy pocos países bipartidistas: GB, Colombia, Malta, Costa Rica, Nueva Zelanda, EEUU y Vene-
zuela, y con ciertas dudas; GB lo fue entre 1935-1970, pero desde entonces la fuerza electoral del tercer par-
tido ha hecho que algunos hablen de un sistema de dos partidos y medio; y en EEUU las conexiones entre los
diferentes elementos de los partidos Republicano y Demócrata y la virtual autonomía de los candidatos frente
a sus partidos lo asemejan a un sistema multipartidista muy complejo. A nivel teórico, el bipartidismo es un
caso límite, pues es un sistema en el que el único incentivo de un partido es competir con su oponente, sin
posibilidad de cooperación electoral formal o informal, como un juego de suma cero, en que cada voto
perdido por un partido beneficia al contrario, y al diseñar las estrategias electorales el partido puede calcular
de forma sencilla las ganancias y pérdidas que le puede reportar adoptar una determinada postura.

B) MÁS DE DOS PARTIDOS

Cuando en un sistema hay más de dos partidos, hay dos factores que podrían limitar la competición entre
ellos. (i) Cuantos más partidos, más difícil será calcular el impacto de una iniciativa de políticas públi -
cas sobre quién votará a favor de quién; así, un partido que quiera evitar riesgos se ve incentivado a evitar
los cambios radicales en las políticas públicas. (ii) Es posible que un partido no compita contra todos los
demás partidos (a menos que sean unas elecciones donde el ganador lo gane todo, como unas presidenciales
a una sola vuelta); se puede estar compitiendo principalmente contra aquellos partidos que resulten más cer-
canos, pues la mayoría de votantes de otros partidos ni siquiera considerarán el votarte, por lo que tiene poco
sentido intentar atraerles.

Veamos un ejemplo teórico. En un sistema de 7 partidos (ABCDEFG), las estrategias de A se dirigen a sus
votantes potenciales y a los de B y C, sin esforzarse por los demás. Suponemos que compiten por 100 esca-
ños, que es previsible que A gane 30, B unos 10 y C unos 20, y que es probable que los tres formen una coa -
lición de gobierno. D menciona un tema (n) durante la campaña que hará que algunos votantes de C se pasen
a D, reduciendo sus escaños potenciales; si la viabilidad del gobierno de coalición no se ve afectada, A podría
no tomar partido respecto de (n), pues prefiere un C débil a un C fuerte ante las negociaciones de gobierno.
Este objetivo podría afectar a la voluntad de A de competir con B, pues podría decidir no tomar postura res-
pecto de (n) aunque si lo hiciera ganaría votos a costa de B, pues prefiere un C más débil antes que fortalecer-
se ante B, lo que supone una cooperación implícita de A con D. ¿Existen en el mundo político casos simila-
res? Veamos tres casos reales. (i) Un partido con base en una subcultura puede no querer hacerse atrac-
tivo a los votantes de otra subcultura (lo opuesto a la estrategia atrapalotodo); así, los partidos religiosos
de Israel no hacen ningún esfuerzo por atraer a los judíos seculares. (ii) Los partidos pueden dedicar un es-
fuerzo especial a atraer votantes de un partido rival; así, los partidos que surgen de una escisión dirigen
gran parte de su esfuerzo inicial a ganar votos del partido nodriza, como los partidos de izquierda que se han
escindido de los socialdemócratas en Escandinavia. (iii) La información imperfecta sobre el probable
trasvase de votos inhibe la conducta del ejemplo teórico anterior, aunque sí existen ejemplos en el mundo
35
real de conducta cooperativa entre partidos en sistema multipartidistas; según Panebianco, fue esta conducta
cooperativa la que permitió el surgimiento del Partido Radical en Italia en los años 60.

C) LA COOPERACIÓN Y LA COMPETICIÓN EN LOS SISTEMAS DE PARTIDOS

En general, se afirma que la competición multipartidista puede brindar oportunidades para la coopera-
ción entre partidos que no existen en la bipartidista; pero conviene hacer dos precisiones al respecto. (i)
En sistemas multipartidistas cuyos partidos tienen gran penetración en ciertos sectores sociales, éstos pue-
den recurrir a un estilo de campaña exagerado para apelar de forma explícita a los leales del partido, generan -
do una competición tan intensa y agresiva como en el bipartidismo (política consociacional en Países Bajos,
1917-1965). (ii) En sistemas bipartidistas, los contendientes pueden no perseguir los votos de una forma tan
agresiva como cabría esperar en una competición de suma cero, debido a que: las nuevas iniciativas políticas
resultan muy costosas; la mayoría de los votantes no están tan informados sobre los partidos o tan interesados
en política como para mostrarse sensibles a los cambios de políticas de los partidos; o para los nuevos parti -
dos, porque entrar en escena es muy costoso.

En tales circunstancias, parece haber pocos incentivos en los partidos para mostrarse receptivos a las deman-
das de los votantes, ganando tantos votos de votantes desilusionados de otros partidos como perdiéndolos de
sus propios votantes; así, en vez de competir ferozmente unos contra otros por temas relacionados con los
partidos políticos, pueden decidir competir en torno a temas como la imagen de sus líderes o a contenidos no
estrictamente políticos. A. Hirschman (1973) desarrolló una teoría para explicar por qué disminuye la calidad
de los bienes suministrados en régimen de oligopolio, que puede extenderse a la competición entre partidos.
Esta conducta como partidos oligopolísticos podría darse en sistemas multipartidistas y bipartidistas, lo que
reduce la probabilidad de que la competición sea mayor en el bipartidismo que en el multipartidismo.

Para clasificar los sistemas de partidos atendiendo al número disponemos de dos enfoques alternativos:
uno que toma en cuenta sólo el número de partidos, y otro que añade como elemento adicional el tamaño re -
lativo entre ellos.

a) ENFOQUE A: considera el número de partidos, pero no su tamaño relativo (Sartori). Este modelo
plantea cuatro tipos de sistemas de partidos:

i. Bipartidismo. Analizado en Epígrafe 4-A. Países: GB, EEUU, Nueva Zelanda, Francia, Alemania,
Islandia, Irlanda, Luxemburgo, Países Bajos, Noruega, Suecia.

ii. Partido predominante. Un solo partido gana regularmente los escaños suficientes para controlar el
gobierno, como Japón 1945-1993 (PLD) e India 1947-1977 (Partido del Congreso), con partidos que
mantuvieron su situación de predominio con menos del 50 % de voto (no confundir este sistema con
casos como Italia, donde un partido es mucho más grande que los demás, siendo un miembro domi-
nante de cualquier gobierno de coalición). El partido predominante se enfrenta a una oposición divi-
dida, por lo que no tiene porqué intentar innovar en la forma de obtener votos, y confía en que se le
identifique como partido de la nación, limitándose a vigilar la defección de demasiados líderes de
facciones que pudiera poner en peligro su afirmación de partido nacional. Pero hay pocos ejemplos
de este sistema, siendo más escaso que el bipartidista. Países: Japón, India.

iii. Sistemas de entre tres y cinco partidos . Sistema de partidos moderadamente fragmentado, con me-
cánicas diferentes que la interacción de más de cinco partidos, y con tendencias similares a las del
sistema bipartidista; en este sistema, los partidos tratan de ofrecer un gran atractivo electoral (lo con -
trario a los sistemas de partidos predominante, donde los partidos sin poder cuentan pocos incenti -
vos para mejorar su atractivo electoral), y tiende a favorecer la formación de coaliciones electorales
amplias. Países: Australia, Austria, Canadá, Israel, Italia, Suiza.

iv. Sistemas con más de 5 partidos. Sistema con una dinámica de competición electoral distinta, en el
que los grandes partidos ven limitado el número de votos que pueden esperar obtener; su temor resi -
de en la pérdida de votos ante partidos más pequeños que están próximos en sus políticas; los parti -
dos tienden más a querer ganar votos de segmentos concretos del electorado que de diversos seg-
mentos (localización de la competición). Países: Bélgica, Dinamarca, Finlandia.
36
Este enfoque ofrece la ventaja de la simpleza de sus categorías, pero la desventaja de que dos de ellas (3-5
y +5) generan tipos de sistemas bien distintos, y no es evidente que puedan ser utilizados para analizar el
comportamiento de los partidos.

b) ENFOQUE B: considera el número de partidos y su tamaño relativo, y asume que el comportamiento


en un sistema de partidos se ve influido por el tamaño de éstos. En un sistema de 4 partidos pueden darse
múltiples combinaciones de escaños: 25-25-25-25 %, 35-35-15-15 %, 46-18-18-18 %, 40-30-15-15 %...
Es obvio que la forma en la que los partidos compiten y cooperan será muy distinta en cada caso. Este en -
foque recurre a la idea de medio partido para describir los partidos más pequeños, y distingue seis tipos
de sistemas de partidos:

i. Bipartidismo. Analizado en Epígrafe 4-A. Países: GB, EEUU, Nueva Zelanda.

ii. Partido predominante. Analizado en Epígrafe 4-C-b. Países: Japón.

iii. Sistemas de dos partidos y medio . Estos sistemas despliegan modelos de relaciones muy diferentes
entre los partidos en la forma de cooperar y competir entre sí. Uno de ellos es el de Alemania 1950-
1990, donde ninguno de los grandes partidos (PSA, PSC, PDC) podía ganar la mayoría, y el más pe-
queño (PLD) solía formar coalición con el más grande, el cual se presenta a las elecciones con la
idea de que se mantendrá en la coalición siempre que los dos grandes se sigan repartiendo la mayo -
ría de escaños. Otro modelo es el de Irlanda 1950-1990, donde parecía un sistema de partido predo-
minante o de un partido grande y varios pequeños por la fuerza del partido mayor, Fianna Fáil; pues-
to que este partido no accedió a formar coaliciones hasta 1989, tras algunas elecciones anteriores go -
bernaron Fine Gael y los laboristas; así, en ocasiones la competición electoral era de verdad triparti-
ta, mientras que en otros casos era una variante del bipartidismo del tipo alemán. Otro modelo es el
de Canadá 1945-1984, donde el segundo de los partidos (Conservadores Progresistas) ganaban so-
los mayorías parlamentarias; en general, no se formaban gobiernos de coalición, y el mayor partido
acababa formando gobierno minoritario y convocaba elecciones en dos o tres años; por tanto, este
modelo se parece al bipartidista, donde se da una competición sin restricciones entre los tres partitos.
Por último, en el modelo de Australia el partido más pequeño (Partido Nacional) mantiene una
identidad electoral y organizacional independiente de la del Partido Liberal en algunos Estados, pero
no en todos; mientras que en algunos Estados los candidatos nacionales compiten con los liberales,
en otros no, pero siempre ha formado gobiernos de coalición con los liberales, nunca con los laboris-
tas. Países: Australia, Austria, Canadá, Alemania, Irlanda.

iv. Sistemas de un partido grande y varios pequeños . En estos sistemas, el partido grande suele obte-
ner entre 45-59 % de escaños, como en Noruega, Suecia y Dinamarca a mediados del s. XX, donde
solían gobernar los socialdemócratas. Hay similitudes entre este sistema y el de partido predominan -
te en la disponibilidad de recursos al alcance del partido mayor para mantenerse, pero la situación a
la que se enfrentan éstos en ambos sistemas es diferente; así, en Escandinavia la continuidad en el
gobierno no siempre dependía de ganar mayorías, pues en Suecia hubo largos periodos socialdemó -
cratas minoritarios, en Dinamarca los socialdemócratas formaron gobiernos de coalición en los 50, y
en Noruega los partidos no socialistas gobernaron en coalición en los 60. Mantener el domino so -
cialdemócrata suponía encontrar nuevas formas de atraer a la clase media, y ello requería innovar la
estrategia electoral, algo que un partido predominante no tiene necesidad de hacer. Los partidos de
la oposición mantenían identidades separadas para competir entre sí, pero eran conscientes de que
tenían que cooperar si en las elecciones se producía un declive del partido grande. Aunque se habla
de un sistema de partidos escandinavo (exceptuando a Finlandia e Islandia), éstos no son los únicos
ejemplos de este sistema, pues también surge en España en 1982 cuando los partidos de centro y de-
recha se fragmentaron tras la victoria socialista, y se desarrolla en Irlanda entre 1940-1990. Países:
Noruega, Suecia.

v. Sistemas de dos partidos grandes y varios más pequeños. En esta categoría se incluyen algunos
de los sistemas de más de cinco partidos; los dos mayores son más grandes que cualquiera de los
otros, pero ninguno puede esperar obtener mayorías por sí mismos y la coalición postelectoral impli-
cará a varios de los partidos más pequeños, lo que les ofrece una gran influencia para obtener conce-
siones durante la formación de gobiernos de coalición. Los dos mejores ejemplos son Italia 1950-
37
1990 e Israel desde 1970, donde la distancia ideológica entre los dos partidos grandes ponía en ma -
nos de los partidos pequeños una considerable cuota de poder. Esta distancia imposibilitaba gobier-
nos de coalición entre los partidos principales, o bien los convertía en una solución de último extre-
mo. En Israel, la competición es distinta a la de Italia antes de 1994, debido una dinámica distinta en
la formación de gobierno: allí los laboristas y el Likud son aceptables como líderes de gobiernos de
coalición, y los pequeños partidos religiosos equilibran el poder y utilizan su posición para obtener
ventajas en las políticas y carteras en el gobierno. Pero en Italia el PCI no era aceptable como miem -
bro de gobierno tras 1947, y la DC no podía esperar gobernar en solitario; siendo el mayor partido
un partido de centro, las negociaciones para formar gobierno tendían a estar más centradas en la
consecución de carteras que en la agenda política. Partidos: Italia, Israel.

vi. Sistemas multipartidistas equilibrados. En este sistema existen más de dos partidos, pero ninguno
es un único gran partido, ni existen dos de tamaño más o menos equivalente, y la fuerza electoral se
distribuye de forma equilibrada en un sistema de al menos cuatro partidos. El número de partidos de
estos sistemas es tal, que el ámbito de la competición se ve restringido, y generalmente los partidos
compiten por los votantes que se parecen más a ellos mismos. Países: Bélgica, Dinamarca, Francia,
Islandia, Luxemburgo, Países Bajos, Suiza. La gama de sistemas que se pueden incluir en esta cate-
goría es muy amplia:

― Cooperación sin competición. Caso de Suiza, donde cuatro partidos crean un gobierno de coa-
lición que no varía tras las elecciones.

― Cooperación con retórica electoral competitiva . Caso de los Países Bajos (democracia conso-
ciacional, 1917-1967); los gobiernos son grandes coaliciones de los principales partidos y el
gobierno responde a la acomodación de élites; pero, a diferencia del caso anterior, las eleccio-
nes conllevan un llamamiento intenso a las lealtades de grupo y un estilo electoral más comba -
tivo.

― Competición de cierto número de partidos. Caso de Finlandia y Países Bajos (tras 1967), don-
de hay 3-4 partidos más grandes que los demás, y es probable que la composición del gobierno
cambie según los giros de los votantes, o cuando los partidos del gobierno retiran su apoyo; la
formación de gobierno puede ser compleja, pero la estabilidad está asegurada.

― Competición electoral polarizada y volátil . Caso de Weimar y la IV República francesa, don-


de hay implicados dos grandes partidos y varios pequeños, con tendencias hacia la polarización
del sistema, exacerbadas por la volatibilidad electoral. Mientras que en Italia e Israel los parti -
dos tenían gran penetración social, lo que dotaba de estabilidad al sistema, ni en Weimar ni en
la IV República se daba gran penetración social de los partidos, y la fuerza más equilibrada de
los partidos contribuyó a la volatilidad de esos sistemas.

― Sistemas muy fragmentados, sin partidos grandes, pocos de tamaño medio y muchos peque-
ños. Caso de Checoslovaquia en entreguerras y en los estadios iniciales en muchas de las nue -
vas democracias de Europa del este y central.

De lo anterior debiera deducirse que sólo considerar el número de partidos de un sistema, aún consideran-
do su tamaño relativo, es inadecuado para clasificar los sistemas de partidos. Para obtener una clasifica-
ción más adecuada habría que englobar los cuatro elementos que hemos identificado, pero esto sería en
extremo complicado; para clasificar hay que simplificar, y fue lo que hizo Sartori.

5. ESQUEMA CLASIFICATORIO DE SARTORI

El modelo simplificado de Sartori pivota en torno a dos variables:

i. La fragmentación de los partidos (Alta-Baja), teniendo en cuenta su número y tamaño relativo. Sar-
tori no considera otros factores en la división entre partidos (religión, idioma, valores), ni el grado de
penetración social o la postura ante el régimen, a los que considera reacciones a otras variables que su
38
análisis ya contempla. Así, afirma que en sociedades segmentadas (Holanda) los partidos han de lograr
una penetración profunda como respuesta organizativa ineludible ante la segmentación; sin embargo, no
todas las sociedades segmentadas tienen un nivel tan alto de penetración (Canadá), y la penetración de
los partidos puede ser amplia en sociedades no segmentadas (Italia). Sin duda, eliminar variables es el
precio de la simplificación.

ii. La distancia ideológica entre los partidos (Grande-Pequeña), basada en el espectro izquierda-dere-
cha, que incluye las ideologías y la actitud de los partidos hacia el régimen y hacia los demás partidos;
así, para Sartori los partidos que se mueven en los extremos ideológicos tienden a ser antisistema, no así
los de centro; sin embargo, no podemos ignorar casos de intolerancia ante los oponentes no vinculada a
demandas políticas extremistas (Argentina o Austria en entreguerras). Para Sartori, el rasgo más crucial
de un sistema de partidos no es el grado de competición, sino la dirección de la competición, que puede
ser centrífuga (el apoyo electoral se desplaza hacia uno de los extremos, y los partidos se ven incenti -
vados a adoptar posturas políticas extremas) o centrípeta (impulso al desplazamiento del sistema hacia
el centro del espectro político, donde los partidos no pueden ganar adoptando posturas asociadas con los
extremos.

El modelo simplificado de Sartori contempla los siguientes sistemas de partidos:

a) Bipartidismo: fragmentación alta de los partidos y distancia ideológica pequeña entre ellos, preser-
vada por las fuerzas centrípetas del sistema. En este sistema, un partido extremista se vería obligado a
acercarse al centro para ser competitivo.

b) Multipartidismo polarizado: fragmentación alta de los partidos y distancia ideológica grande entre
ellos, debido a las fuerzas centrífugas del sistema. El centro se debilita por la huida de votos hacia los
partidos de los extremos, y la falta de alternativas a los partidos que gobiernan debilita a los partidos de
centro cuando el gobierno se vuelve impopular. En Alemania, la IV República francesa y Chile a princi-
pios de los 70, estas tendencias llevaron al colapso del régimen.

c) Multipartidismo moderado: fragmentación baja de los partidos y distancia ideológica pequeña en-
tre ellos, preservada por las fuerzas centrípetas del sistema; es un modelo típico de sistemas de parti-
dos con entre 3-5 partidos (Canadá, Australia), pero Sartori lo reserva para países que han tenido ge-
nuinos gobiernos de coalición, lo que incluiría a Japón, en contradicción con el esquema introducido
con anterioridad en este capítulo (Epígrafe 4-C-b, sistemas de partido predominante).

d) Multipartidismo segmentado: fragmentación alta de los partidos y distancia ideológica pequeña


entre ellos, preservada por las fuerzas centrípetas del sistema. Los partidos no compiten por posturas
extremas, y en sociedades con al menos dos subculturas los partidos apelan a las solidaridades de grupo
y a la cooperación para la formación de gobiernos, evitando la tendencia al extremismo que se daría de
otra forma en una competición fragmentada.

Sartori omite en su modelo simplificado el multipartidismo atomizado, pues lo considera un fenómeno pro-
pio de los primeros estadios de la democratización, cuando podían estar implicados en la competición de 15 a
20 partidos. Pero, ¿cuáles son las limitaciones del marco de Sartori? Él mismo reconoce que medir de mo-
do mecánico la fragmentación puede dar como resultado que los países de partido predominante acaben
siendo clasificados en la categoría de multipartidismo moderado; pero existe un problema más serio, y es que
Sartori considera al multipartidismo segmentado más estable que el pluralismo polarizado. Escribiendo
en los años 70, ésta podía ser una postura defendible, pero la reciente experiencia de Bélgica nos puede llevar
a otra conclusión: que la segmentación puede generar inmovilismo en un sistema, siempre que haya un in-
cremento moderado del apoyo prestado a los partidos más extremistas; así, el sistema belga parece mostrar
algunos rasgos que Sartori habría asociado con Italia, aunque allí los partidos extremistas eran mucho más
pequeños de lo que fue el PCI, que llegó a contar con el 25 % de voto popular.

6. EVALUACIÓN DEL ESQUEMA DE SARTORI

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Para evaluar este esquema, A. Ware confecciona una tabla de dos ejes: en el horizontal muestra la distancia
ideológica entre los líderes del ala más de izquierda y del ala más de derecha de los partidos de cada país (0-
20), basándose en el estudio de Laver y Hunt (1992) sobre la postura de los líderes en propiedad privada ver-
sus propiedad pública; y en el vertical muestra el número medio de partidos por legislatura del país, pres-
cindiendo de los más pequeños (―3 % escaños 1960-1990).

Como resultado, parece existir un nexo entre la fragmentación del sistema y la distancia ideológica (ex-
cepto en GB). En general, existe una distancia mayor entre los partidos más grandes cuando el sistema englo -
ba 6-7 que cuando sólo engloba 2-3; esto parece confirmar el modelo de Sartori, cuyo pluralismo polarizado
se considera un sistema de alta fragmentación donde los partidos se ven empujados hacia los extremos. Pero
hay dos consideraciones: (i) en no todos los países con pluralismo polarizado la competición está arrastrando
a los partidos lejos del centro político (Dinamarca, ejemplo de política consensuada); (ii) si bien Sartori con-
sideró a Italia un ejemplo de pluralismo polarizado, desde su estudio han ocurrido cambios en el PCI, y las
tendencias centrífugas aún estaban presenten en la Italia de los 90 (surgimiento Liga del Norte, tensiones re-
gionales, corrupción en el Estado), cuyo resultado fue la transformación radical del sistema de partidos. Estos
ejemplos revelan las limitaciones del enfoque de Sartori, que subsume la actitud de un partido ante el régi -
men en la noción de distancia ideológica.

Además, ¿cómo interpretar la excepción británica, con su gran brecha ideológica laboristas-conservadores?
Si los líderes mantuvieran sus puntos de vista durante el tiempo suficiente, lo previsible sería un giro hacia la
división social extrema en un sistema bipartidista (Austria en anteguerras); pero las presiones electorales so -
bre los dos partidos para acercarse han sido extremas, sobre todo para el partido laborista, que quería hacerse
con el poder. Así, una repetición del análisis de Laver y Hunt realizado a finales de los 90 refleja un estrecha-
miento considerable de la brecha existente; por ello, se podría decir que la experiencia británica de los 80 no
mina la viabilidad general del marco de Sartori, y que este ejemplo ilustra como el bipartidismo modera las
presiones centrífugas. Pero el caso de Austria en entreguerras sí plantea serios problemas al marco de Sarto-
ri, pues su bipartidismo se asocia a un estilo de política amarga y tendente a la división, que conduciría al co -
lapso del régimen, algo que según Sartori no debe de ocurrir en un sistema bipartidista; por tanto, el ejemplo
austriaco muestra que el bipartidismo no necesariamente empuja a los partidos hacia el centro.

¿Qué valor tiene entonces el marco de Sartori?: nos brinda un punto de partida a la hora de examinar los
sistemas de partidos; ayuda a simplificar el mundo real de los sistemas de partidos, ofreciendo un número
limitado de tipos de sistemas y vinculando estos tipos a modelos de conducta de los partidos. Es un mecanis-
mo heurístico de gran utilidad para la aproximación al estudio de los partidos, pero podemos dudar de que
ofrezca algo más, pues el nexo entre fragmentación de partidos y competición electoral donde predomina el
extremismo no es tan evidente como parece sugerir Sartori, y nos lleva a un punto muerto a la hora de inten -
tar explicar por qué se diferencian entre sí los sistemas.

40
TEMA 6

POR QUÉ DIFIEREN ENTRE SÍ LOS SISTEMAS DE PARTIDOS

1. ENFOQUE SOCIOLÓGICO

Se han utilizado tres enfoques para analizar los sistemas de partidos (sociológico, institucional y competiti-
vo), y los tres difieren en la cuestión de por qué difieren; así, para el institucional la causa radica en los siste-
mas electorales, y para el sociológico en las divisiones en el seno de la sociedad, especialmente las divisiones
de clase.

A nivel sociológico, la obsesión con la clase social surge de dos fuentes de la sociología política en los años
50: (i) la clase social era un tema primario en las sociedades industrializadas, tanto para sociólogos mar-
xistas como no marxistas; y (ii) en la politología angloamericana se sabía poco de la política europea, ordena-
da de acuerdo a temas políticos no basados en la clase. Por ello, G. Almond (1956) distinguió entre una cul-
tura política angloamericana estable, tendente al bipartidismo, y una europea continental inestable, ten-
dente al multipartidismo; Países Bajos y escandinavos se consideraban casos intermedios, pues combinaban
la estabilidad política con el multipartidismo.

En los años 60, los politólogos empezaron a comprender que la política de unos países se organizaba en
torno a parámetros muy diferentes a los de otros (étnicos, lingüísticos, religiosos), lo que parecía explicar
sus diferentes sistemas políticos; pero, si bien estos parámetros podían explicar las diferencias, se seguía sin
explicar por qué los sistemas de partidos difieren entre sociedades homogéneas. Así, GB e Italia en los años
50 eran naciones industrializadas, étnica y lingüísticamente homogéneas y con bastante homogeneidad reli-
giosa, pero tenían y siguen teniendo sistemas de partidos muy diferentes, e introducir el conflicto de clases
como factor explicativo hubiera generado aún mayor similitud entre ambas. Los politólogos empezaban a
comprender que la combinación entre anglocentrismo y clase social generaban análisis que podían inducir a
error.

Finalmente, Lipset y Rokkhan (1967) publicaron “Party System and Voter Alignements”, que partía de un
enfoque sociológico pero considerando factores institucionales; la política de partidos no tenía que ver sólo
con la clase social, sino también con otros temas políticos, sociales e institucionales. En su opinión, los siste-
mas de partidos modernos son resultado de conflictos sociales de los últimos siglos, y señalaron cuatro líneas
de conflicto en la evolución de las sociedades industriales modernas, que habrían gestado distintos siste-
mas de partidos en la era de las democracias de masas durante el s. XX.

i. Conflicto centro-periferia. Fue la primera escisión en las sociedades europeas durante el s. XVI-
XVII en torno a la Reforma, la Contrarreforma y la creación del Estado moderno, con dos problemas
básicos: el religioso (si la religión debía ser internacional o nacional) y el lingüístico (el conflicto en-
tre el latín como lengua internacional y las lenguas nacionales). Se dieron variantes nacionales: en el
norte hubo ruptura con la Iglesia católica; en el centro (Alemania, Suiza, Países Bajos) hubo territo-
rios donde convivían católicos y protestantes; y en el sur las élites tuvieron que enfrentarse a la Iglesia
Católica. La creación del Estado-nación también generó conflictos entre los grupos lingüísticos y el
Estado; en los reinos medievales coexistían muchas comunidades lingüísticas y las élites se comuni-
caban en latín como lengua internacional, pero construir un Estado implicaba recabar lealtades, con el
problema de tratar con aquellos de lengua diferente; en GB sólo se hablaba una lengua, y el centro se
impuso a la periferia; pero en España se hablaban varias lenguas, y las comunidades lingüísticas so -
brevivieron al proceso de creación del Estado.

ii. Conflicto Iglesia-Estado. La segunda fase de la revolución nacional surge con la Revolución Fran-
cesa (1789-1799), que impulsa la relación Estado-ciudadanos, y la exigencia del primero de lealtad a
los segundos; para ello, el Estado intenta iniciar a la gente en la sociedad a través del control de la
educación, lo que intensificó el conflicto con la Iglesia, que lo asumía como un campo de su respon -
sabilidad.

iii. Conflicto campo-industria. Este conflicto se desarrolla en el s. XIX tras la Revolución Francesa, y
41
su raíz está en la industrialización y la divergencia entre intereses agrícolas e industriales, centrán-
dose en el tema de los aranceles, la libertad de empresa y el libre comercio entre Estados. Las solu-
ciones diferían entre Estados; en GB, el conflicto sobre los aranceles del trigo supuso una crisis para
el gobierno, pero a largo plazo se alcanzaron acuerdos entre las élites industriales y los terratenientes.

iv. Conflicto propietario-trabajador. La coyuntura crítica para el desarrollo de este conflicto fue la Re-
volución Soviética (1917), pues aunque el conflicto ya existía, ésta suscitó un conflicto de lealtades
entre la lealtad a un movimiento revolucionario internacional y el apego a la política nacional.

Ya conocemos los conflictos, pero ¿cómo se vinculan estos conflictos a los sistemas de partidos? Lipset y
Rokkhan desarrollan su análisis partiendo de tres puntos básicos:

i. Lo que divide a los partidos a finales del s. XIX y principios del s. XX fueron conflictos sociales an-
teriores a la extensión del derecho de voto; esto vincula un sistema de partidos emergente a divisio-
nes sociales más antiguas.

ii. Al politizarse las masas, las reglas del juego político hacían difícil que las organizaciones políticas so-
brevivieran a largo plazo, salvo que tuvieran vínculos con sectores sociales concretos; así, los parti-
dos que sobrevivieron eran los que ponían el acento sobre identidades e intereses fuertes en tales so -
ciedades.

iii. El éxito de ciertos movimientos que facilitaban que los grupos contaran con representación no fue de -
bido a una reacción de los movimientos políticos, sino a divisiones en el seno de los partidos; por
ello, el sistema de representación proporcional no produjo una mayor fragmentación del sistema de
partidos.

Así, Lipset y Rokkhan plantean un modelo sociológico, pues liga los sistemas de partidos de cada país a
modelos de enfrentamiento social que surgían del modo en que se resolvían los conflictos sociales anterio-
res, y afirma que la supervivencia de los partidos está vinculada a la fuerza de los grupos sociales más que a
las instituciones sociales; por ello, que GB haya optado por un sistema mayoritario e Italia por uno proporcio-
nal no explica las diferencias en sus sistemas de partidos. Las explicaciones sociológicas niegan que las es -
tructuras de las instituciones tengan mucho peso en los resultados políticos o en la evolución de otras institu -
ciones políticas, y consideran a estas instituciones como variables dependientes, al ser resultado de la interac -
ción entre fuerzas sociales.

En esa línea, G. Luebbert (1991) analizó por qué en los países de entreguerras triunfó la socialdemocracia,
el liberalismo o el fascismo; en su opinión, “ni el liderazgo ni la elección con sentido desempeñaron papel
alguno respecto de los resultados… los líderes tomaron decisiones que mediaban entre los contextos sociales
y políticos heredados y los regímenes resultantes... tales decisiones siempre casaban con […] la optimiza-
ción del apoyo de las masas. No hubo régimen de entreguerras que no contara con el apoyo de las masas” ;
por tanto, para Luebbert las instituciones no tienen mucha importancia. Estas conclusiones de Luebbert
sirven a los sociologistas para rechazar los dos puntos básicos del institucionalismo: (i) el rechazo a la idea
de que el cambio en una institución (reglas y procedimientos que existen en el Estado) fuera a alterar mucho
el modelo de resultados políticos, (un sistema electoral concreto no genera un sistema de partidos); y ( ii) el
rechazo de que las decisiones de los líderes (políticas, alianzas, estrategias) supongan una gran diferencia res-
pecto de los resultados electorales. En resumen, para los sociologistas ni las instituciones ni los líderes deter -
minan la naturaleza de los sistemas de partidos.

Respecto al enfoque competitivo, su contribución básica ha sido el análisis de la conducta de partidos y vo-
tantes asumiendo que se trata de actores racionales; la aplicación de este enfoque de elección racional a la
competición entre partidos es de A. Downs (1957). Existe un vínculo entre el análisis competitivo y el socio-
lógico, en contra del institucionalista: ambos aceptan que ideologías, creencias y valores de los votantes es-
tán determinados por factores internos a la sociedad y que no se forman a partir de instituciones políticas.
Lo distintivo de Downs son sus predicciones acerca de los partidos según el contexto sociológico en el que
operan, según la cual la lógica del mercado electoral lleva a los partidos a situarse en un lugar apropiado del
espectro ideológico según la distribución de los votantes y el comportamiento de los demás partidos. Si todos
los partidos se comportan racionalmente, el sistema de partidos de cada país reflejará el modelo de creen-
cias e ideologías de la sociedad, que es producto exclusivo de la interacción entre fuerzas sociales; en ese
42
aspecto, el enfoque sociológico y el de Downs son muy similares.

2. ENFOQUE INSTITUCIONAL

A) LA LEY DE DUVERGER

M. Duverger (1954, Political Parties) es uno de los teóricos que más ha subrayado la capa-
cidad de los sistemas electorales para influir en los sistemas de partidos. En su opinión,
existe una conexión directa entre el sistema electoral británico (mayoría simple a una sola
vuelta) y el bipartidismo; en base a ello, formuló la Ley de Duverger, según la cual en los
países dualistas se recurre a la mayoría simple y los países con mayoría simple son dua-
listas. Con esta tesis, Duverger plantea dos argumentos: (a) un sistema electoral plural de
mayoría simple con circunscripciones electorales únicas tiende a generar bipartidismo; ello se
debe a dos factores: (i) efecto mecánico: los terceros y demás partidos obtendrán un porcentaje de escaños
mucho menor al de votos, pues sólo el primer candidato de la lista obtiene el escaño; y (ii) efecto psicológi-
co: los votantes de terceros y demás partidos tendrán la sensación de que están desperdiciando su voto y lo
usarán para apoyar a uno de los partidos mayores. (b) Con representación proporcional (RP) y en sistemas a
dos vueltas existe la tendencia a que se afiance el multipartidismo y a prevenir el bipartidismo; así, con RP el
número de partidos tiende a aumentar, si bien son partidos pequeños y muchos no conseguirán representación
o estarán infrarrepresentados (Método D’Hondt).

A la Ley de Duverger se le pueden plantear varia objeciones:

― Voto plural y bipartidismo no casan a la perfección; de los seis países bipartidistas, sólo tres recu-
rren al voto plural (GB, Nueva Zelanda y EEUU), mientras que el resto usan algún tipo de RP (Co-
lombia, Malta y Venezuela).

― El efecto mecánico sólo funciona cuando los terceros partidos tienen una base regional limitada, pues
cuanto más concentrada es la base regional, mayor probabilidad de representación. Así, en Ca-
nadá el Nuevo Partido Democrático tiene su apoyo concentrado en 4 provincias, obteniendo 16-20 %
del voto y 6-14 % de escaños; sin embargo, en GB al Partido Liberal Democrático le ha ido mucho
peor, pues su voto está disperso por el país, con un 17-20 % de votos y un 3,5 % de escaños.

― Duverger asume que los países dualistas recurren al sistema plural, pero ¿no podría ser que la direc-
ción de la causalidad vaya del modelo de temas sociales conflictivos al sistema electoral plural? Pa-
rece más fácil que se aproximen aquellas sociedades con una única línea de conflicto, y son éstas las
que siguen usando el voto plural. No sería improbable que en muchos casos de sistema de partidos
fragmentados fuera el cambio al voto plural el que les acercara al bipartidismo.

Pero hay algo cierto en la tesis de Duverger. El voto plural tiende a reducir el número de partidos de un sis-
tema, en tanto los votantes están vinculados a un sistema político nacional y no local. Allí donde la competi-
ción política está localizada, los efectos mecánico y psicológico apenas se desplegarían; donde existen identi-
dades regionales o líneas de conflicto fuertes, pueden surgir terceros y cuartos partidos, sin llegar al biparti-
dismo puro (Canadá); en EEUU hubo una línea regional fuerte entre 1850-1950, pero no llegó a quebrar el
bipartidismo por el impacto del sistema presidencialista. Allí donde existe una orientación política nacional,
la disciplina del voto plural tenderá a reducir el número de partidos. No obstante, recurrir a las lealtades loca -
les y regionales es como si viéramos los conflictos sociales como la causa de los sistemas de partidos (socio -
logismo).

B) FACTORES INSTITUCIONALES

El voto plural influye sobre un sistema de partidos, pero también pueden modelarlo ciertas normas, como el
umbral electoral en sistemas de listas; en Alemania, el sistema de miembro adicional fija el umbral en un 5
% de votos, y los partidos por debajo de esa cifra no obtienen miembros adicionales y deben contentarse con
los elegidos por el sistema de voto plural de la parte constituyente del proceso electoral; sin embargo, en Paí-
43
ses Bajos e Israel los partidos con menos del 1 % aún pueden asegurar su representación. Ese alto umbral
contribuye a mantener en Alemania un sistema de dos partidos y medio.

Otro factor que influye en un sistema es la estructura de las instituciones estatales, que principalmente se
basan en un sistema parlamentario, semipresidencial o presidencial. Así, en un sistema presidencialista
sólo puede haber un presidente, y el partido ganador se lo lleva todo; por ello, para maximizar sus posibilida-
des, un partido que no pueda esperar ganar por sí mismo ha de establecer alianzas para asegurarse la elección
de un candidato sobre el que tengan algún ascendente. Por tanto, cabe esperar que introducir un sistema pre -
sidencialista en un régimen pluripartidista genere una cooperación mucho mayor entre algunos partidos. En
Colombia, Venezuela y Costa Rica, lo que inhibe la proliferación de nuevos partidos es que en las presiden -
ciales el ganador lo gana todo; y en EEUU, la elección directa del jefe del ejecutivo contribuyó a generar un
resultado sorprendente: un sistema bipartidista en una sociedad altamente heterogénea. Pero los efectos del
presidencialismo no siempre superan las fuerzas que empujan hacia el multipartidismo; ejemplo de ello es
Francia, donde se desarrolla un sistema semipresidencial con la V República (1958) y se adopta una presi-
dencia elegida directamente en 1962, lo que generó cuatro efectos sobre su sistema de partidos:

i. El semipresidencialismo ha generado fuertes tendencias dualistas . En la primera vuelta de las pre-


sidenciales, los partidos presentan sus candidatos, pero como sólo dos participarán en la segunda, ya
existen acuerdos previos sobre los candidatos que apoyarán en ella; por ello, en todas las elecciones
(salvo 1969) han estado implicados un candidato socialista y uno de la derecha o centro-derecha.

ii. El semipresidencialismo ha alterado el poder de la izquierda . El fracaso de los candidatos comu-


nistas para llegar a la segunda vuelta convirtió a los socialistas en el principal partido de la izquierda;
el declive del PC ayudó a que Francia pasase del multipartidismo polarizado (IV República) al multi -
partidismo moderado actual.

iii. El semipresidencialismo ha generado que los partidos actúen mucho más que en la IV República
por la reducción de los poderes de la Asamblea, bien como apoyos incondicionales del gobierno o co -
mo oposición a él; ello fomentó el desarrollo de alianzas electorales, que adquirían su carácter en la
segunda vuelta.

iv. El semipresidencialismo ha propiciado la consolidación de los partidos . Los socialistas se reorga-


nizan en 1971 y los de centro-derecha gestaron el UDF en 1978.

El semipresidencialismo contribuyó a generar importantes tendencias dualistas, pero no llegó a desembocar


en bipartidismo. Nunca se planteó la posibilidad de que llegaran a unirse socialistas y comunistas, o gaullistas
y el UDF, pues sus ideologías y estilos organizativos eran tan diferentes como para imposibilitar las fusiones,
y además el FN se convirtió en fuerza electoral a mediados de los años 80.

Otro factor que influye en un sistema de partidos es la estructura del Estado: si es unitario, federal o con-
federal, y el tipo de federalismo. Cuando los gobiernos provinciales o estatales tienen amplias responsabili-
dades políticas, crecen las tensiones en los partidos a nivel federal, manteniéndose un multipartidismo mode -
rado o bipartidismo, y es más probable que se den tensiones entre las alas estatal y provincial de un partido.
El federalismo modela la dinámica de los sistemas de partidos, por ejemplo vinculando la financiación es-
tatal a los escaños obtenidos, o estableciendo umbrales elevados de acceso al parlamento, todo lo cual contri -
buye a reducir el número de partidos del sistema.

Otro factor de carácter informal que también influye en los sistemas de partidos es la posibilidad de ejercer el
control a través de patronazgo. El clientelismo extenso puede afianzar un partido en el gobierno, pues la po-
sibilidad de competir de los demás partidos se ve severamente limitada por el control del éste sobre la élite
política: esta situación se observa con claridad en Canadá (Partido Conservador 1878-1896, Partido Liberal
1896-1911), donde el sistema meritocrático no se introdujo hasta 1918, y aún así la mayoría de los puestos
seguían estando a disposición del primer ministro, quien ejercía un notable control personal de las élites loca -
les. Japón es un magnífico ejemplo de un fenómeno similar.

3. RECONSIDERACIÓN DE LA EXPLICACIÓN INSTITUCIONAL


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Los primeros institucionalistas cometieron tres errores al analizar por qué difieren los sistemas de partidos:
(i) centrarse demasiado en los sistemas electorales y muy poco en otras instituciones del Estado; (ii) exage-
rar el impacto ejercido por los sistemas electorales, desestimando otros problemas sociales; y (iii) centrarse
en las reglas y procedimientos concretos, desinteresándose por el papel desempeñado por los políticos en la
construcción de élites y coaliciones de masas, o en las líneas divisorias en la sociedad.

Según E. Schattschneider (1960, The Semiovereign People), que en una sociedad existan ciertos temas con-
flictivos no implica que los partidos que surjan vayan a reflejarlos, y algunas de las múltiples divisiones
existentes en el seno de una sociedad se convierten en dominantes porque la división entre partidos se centra
en ellas; en su opinión, los líderes intentan explotar aquellos temas que facilitan el acceso al gobierno de
los partidos, omitiendo los que generan coaliciones que no se consideran suficientes para llegar al poder. En
su opinión, los partidos no crean los conflictos sociales, pero los líderes políticos a través de los partidos im-
ponen su orden mediático a través de sus esfuerzos por ganar y mantener el poder (“El partido que sea ca-
paz de definir los temas conflictivos tendrá todas las posibilidades de hacerse con el gobierno”). El autor no
describe aquí lo que ocurre en una sola campaña, sino en la construcción de coaliciones políticas a largo
plazo.

Las sociedades difieren entre sí en el tipo de intereses e identidades de sus ciudadanos, pero los líderes cuen -
tan con grandes posibilidades en el desarrollo de algunos temas de conflicto. Suecia es un buen ejemplo. En
1932, los socialdemócratas acceden al poder con el apoyo de la clase trabajadora, manteniendo el gobierno
hasta 1976 mediante dos estrategias básicas. (i) Una mediación de intereses liberal-corporativa, por la cual
el Estado y los intereses organizados llegaban a acuerdos políticos mediante organizaciones que representa-
ban tales intereses; así, se vinculaba a los sindicatos al proceso de decisión política, y se difuminaba la oposi -
ción de las organizaciones empresariales; sacando de la política ciertas áreas clave, se limitaba la capacidad
de otros partidos de movilizar coaliciones ganadoras contra los socialdemócratas. (ii) Ajustes administrati-
vos para contrarrestar el declive de su base electoral; la prosperidad de la posguerra y la terciarización econó -
mica erosionaron su base electoral de la clase trabajadora, pero en los años 50 se gestó el EB sueco ofrecien -
do pensiones más proporcionales a los salarios, lo que era atractivo para trabajadores de cuello blanco. Así,
extendiendo y cambiando sus alianzas sociales, el partido del gobierno pudo retener el poder otros 20 años
más, preservando el dominio de un partido único en un sistema de pluralismo moderado (≈ Italia).

4. INTEGRACIÓN DE ENFOQUES SOCIOLÓGICOS E INSTITUCIONALES

Tenemos dos soluciones contrapuestas de porqué los sistemas de partidos difieren entre sí: (i) un modelo
sociológico (Lipset y Rokkhan), que vincula los conflictos sociales de la historia europea y el tipo de
partidos y los sistemas de partidos que evolucionaron en las democracias de masas; (ii) un modelo institu-
cional (Schattschneider), según el cual las estructuras institucionales afectan al tamaño relativo de los
partidos y a las líneas de escisión que intentan explotar. ¿Cómo resolvemos estas diferencias de concepción?
Veamos tres puntos que pueden aclarar el problema:

i. La gestación de los temas conflictivos siempre tiene lugar en un contexto específico ; aún aceptan-
do el argumento de Schattschneider, algunos de los partidos representados en el sistema de partidos A
no tiene por qué estarlo en el sistema B, porque los habitantes de ambos no se vieron socialmente divi -
didos de la misma forma (GB no sufre un problema lingüístico como Bélgica).

ii. En las primeras fases de democratización, las instituciones reflejan el reparto de poder entre parti-
dos y éste refleja las divisiones sociales; las instituciones políticas no son una variable independiente
al configurar el desarrollo de los partidos; las instituciones suponen mayores diferencias tras los pri-
meros años de democratización.

iii. Para observar la influencia de las instituciones, debemos distinguir tres formas por las que los ciuda-
danos pueden vincularse a un partido. (1) Vínculo material/individual: la persona vota a un parti-
do porque está vinculada en una jerarquía social a otra persona que está comprometida a favor de ese
partido (aparcero-terrateniente); se trata de una obligación material contraída con otra persona, pues
oponerse al partido supone el riesgo de sufrir daños materiales; en la cumbre de estos partidos tenemos
una élite social que sí puede actuar más libremente a la hora de elegir el partido por el que votará; se

45
trata de un vínculo propio de sociedades preindustriales. ( 2) Vínculo basado en la solidaridad social:
el apoyo al partido refleja una identificación con los miembros de un grupo social concreto; el apoyo
no es condicional (no depende de lo que hagan los demás); es un vínculo propio de sociedades indus -
triales o vías de industrialización. ( 3) Vínculo gestión política / personalidad / imagen: el votante da
su apoyo a uno u otro partido según lo que ofrezcan (gestión política, personalidad de los líderes, ima-
gen del partido); el nexo entre simpatizante y partido es condicional, pero sin intermediarios o influen -
cias que controlen el cambio de apoyo; es un vínculo propio de sociedades industriales avanzadas,
donde la solidaridad social se ha mermado y las jerarquías sociales no suelen presionar a miembros in -
feriores para que se unan a un partido.

La habilidad de los líderes para desarrollar diferentes temas conflictivos difiere atendiendo a los tres tipos de
vínculos, siendo más fácil hacerlo cuando la mayoría de votantes mantiene un vínculo de tipo 3 y más difícil
si es de tipo 2 (el tipo 1 es intermedio). El tipo 1 presenta un doble problema: las élites pueden estar tan loca -
lizadas que sea imposible favorecer el desarrollo de temas de conflicto, y el vínculo entre las subélites y los
subordinados puede dificultar la conducta política de éstos. Por tanto, el enfoque sociológico explica mejor
las variaciones entre sistemas de partidos en periodos concretos y en regímenes donde la mayoría de vo-
tantes están vinculados a un partido porque se identifican con un grupo social al que está unido ese partido.
De hecho, al análisis de Lipset y Rokkhan trata de explicar las formas concretas de un sistema de partidos
desarrollado en los años posteriores a la extensión del voto a las masas (Europa finales XIX-principios
XX), donde la solidaridad llegó a ser el nexo de unión más importante entre masas y líderes políticos.

Pero el marco que ofrecen Lipset y Rokkhan es de menor utilidad al margen de ese contexto. Así, Canadá a
finales del s. XIX posee un contexto diferente, con una economía centrada en el sector primario y una socie -
dad extremadamente jerárquica y clientelar; el resultado fue que las instituciones estatales, sobre todo el pa-
tronazgo, desempañaron un papel básico en la configuración del sistema de partidos. En la mayoría de países
occidentales el vínculo basado en la solidaridad fue más importante durante los procesos de democratización,
pero esta solidaridad ha ido declinando en las sociedades industriales avanzadas, y las posibilidades de que
los líderes se comporten de la forma descrita por Schattschneider se han incrementado; esto casa con el mo-
delo de EEUU, donde la solidaridad como vínculo votantes-partidos disminuía a finales del XIX, por ello no
nos debe sorprender que Schattschneider haga hincapié en la habilidad de los partidos para alterar los temas
de conflicto dominante y las alianzas sociales.

Así, en la misma década en la que Schattschneider se ocupaba de la dinámica del sistema de EEUU, Lipset
y Rokkhan daban una explicación completamente diferente centrándose en la política europea, donde afir-
maban que las líneas de conflicto se habían congelado, y los sistemas de partidos reflejarían en los años 60 lí-
neas de división propias de los años 20. Pero, si los vínculos de solidaridad social que habían contribuido a
tal congelación se están debilitando, ¿cabe esperar un cambio futuro en los sistemas de partidos europeos?

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.

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TEMA 7

ESTABILIDAD Y CAMBIO EN LOS SISTEMAS DE PARTIDOS

0. INTRODUCCIÓN

Uno de los aspectos importantes es la duración de los sistemas de partidos. De las 23 democracias liberales
a finales de los años 50, sólo 4 tenían un sistema de partidos radicalmente diferente a finales de los 80:
Bélgica (sistema de dos partidos y medio → multipartidismo fragmentado), Francia (multipartidismo polari -
zado → multipartidismo moderado), India (Partido del Congreso pierde su posición de partido dominante) e
Israel (consolidación de los partidos de derecha en el Likud, sistema multipartidista); y otros 3 tuvieron cam -
bios menores (Noruega, Islandia y Dinamarca). Por tanto, se observa una clara continuidad en la mayoría
de sistemas de partidos.

Aunque existe una gran variación entre los países en la propensión de los partidos a escindirse y en la gesta-
ción de nuevos, son los cambios en las relaciones entre partidos los que resultan fundamentales en la diná-
mica del sistema. Además, desde 1970 los analistas observan un electorado más volátil, lo que plantea dos
dudas: ¿es cierto que los electorados se han vuelto más volátiles?; y de ser así, ¿suelen los votantes volcarse
en nuevos partidos, votan partidos parecidos a los que han dejado o votan a partidos distintos?

1. VOLATILIDAD Y REALINEACIONES

A) VOLATILIDAD ELECTORAL

Durante los años 70 cobró fuerza el argumento de que los electorados eran más volátiles por la coinciden-
cia de varios eventos: el ascenso de los liberales en GB (1974), el ascenso del Partido del Progreso en Dina-
marca (1973) y la victoria republicana en las presidenciales de EEUU (1972), pero con mayorías demócratas
en el Congreso. M. Pedersen (1979) analizó las elecciones europeas desde la II GM y no fue capaz de en -
contrar un modelo general de cambio en los sistemas de partidos: unos habían experimentado alta volatilidad
(Francia, Alemania), otros baja (Dinamarca, Noruega) y la gran mayoría leves oscilaciones al alza o a la baja,
lo que reflejaba la ausencia de una tendencia general.

Veamos qué sucede a principios de los 90: Suecia (1991), desciende el voto a los socialdemócratas en el go-
bierno (5,5 %); Bélgica (1991), aumenta el apoyo al derechista bloque flamenco y se fragmentan los partidos,
gestándose cierto multipartidismo polarizado; Italia (1992), la Liga del Norte obtiene ganancias significati-
vas, y el colapso de DC y los socialistas genera una revolución en el sistema de partidos (1994), cuando éstos
se reorganizan en tres grandes alianzas; Francia (1993), el apoyo a los socialistas en el poder se esfuma; Ja-
pón (1993), termina el dominio del PLD, y las reformas electorales del nuevo gobierno del PLD indican la
imposibilidad de restaurar el dominio de un solo partido; Canadá (1993), el Partido Conservador en el poder
sólo retuvo dos escaños, ante el crecimiento de dos nuevos partidos, el Bloque Quebequés y Reforma; Aus-
tria (1994), el partido de derecha Libertad obtiene un 22 % del voto, algo sin precedentes. Sin embargo, en
otros países las elecciones muestran los resultados habituales (GB, Dinamarca, Noruega y Grecia), y ni si-
quiera la reunificación alemana mostraba un cambio inminente en el sistema de partidos de la RFA. Por tan-
to, no hay evidencia de que la volatilidad de los años 90 sea un fenómeno universal.

B) ¿REALINEACIÓN POLÍTICA?

Aunque no parece existir una tendencia universal hacia la volatilidad electoral, sí ha habido elecciones en de -
mocracias liberales estables con cambios en el voto relevantes; así, en 1973 el 40 % de los votantes daneses
votó un partido diferente a 1971. Esto parece apuntar la posibilidad de una transformación en el sistema de
partidos cuando los votantes se ven desilusionados con el partido al que habían votado, pero la evidencia su -
giere que la conexión entre volatilidad electoral y los cambios a largo plazo en el sistema de partidos no
es directa. En Dinamarca, en 1973 sólo un 3 % del 40 % de los electores que cambiaron su voto lo hicieron a
favor de un partido viejo muy distinto al que dejaban, el 9 % votó un partido similar y el 27 % votó partidos
48
nuevos y pequeños. Según P. Mair (1993), no son sólo los viejos partidos los que reciben un porcentaje rela -
tivamente alto del voto, sino que en la actualidad se vota más que antes, lo que supone una fuente de esta-
bilidad en los sistemas de partidos.

La conducta de los daneses en 1973 sugiere que las revoluciones electorales existen y pueden transformar
un sistema de partidos; en Dinamarca existen pocas barreras a la creación de partidos nuevos y las escisiones
y refusiones son frecuentes, a diferencia de GB, donde el sistema electoral limita la creación de nuevos parti -
dos. En Dinamarca, la diferencia entre las elecciones de 1971 y de 1990 radica en el drástico descenso del
Partido Liberal Radical y en el surgimiento del Partido Progresista y de los Demócratas de Centro; sin embar-
go, el sistema de partidos danés no ha cambiado mucho a largo plazo y sus cambios han sido modestos (4
de los 5 grandes partidos conservan casi el mismo porcentaje de voto en 1990 que en 1971); el ejemplo danés
sugiere que los sistemas de partidos tienden a perdurar, incluso cuando se da gran volatilidad electoral en
un momento concreto, y que los grandes cambios no son corrientes.

2. INSTITUCIONES POLÍTICAS

Las estructuras institucionales relacionadas con los partidos políticos cambian lentamente. La mayor proba-
bilidad de cambios se genera cuando se hunde un Estado liberal democrático, pues ello suele conducir a al-
gún tipo de ingeniería institucional para impedir el colapso del nuevo régimen (Austria, RFA, Italia, Fran-
cia, Grecia, Portugal, España). Así, en Austria y RFA las estructuras políticas concedieron un papel central
a los partidos en el poder, y en otros países fortalecieron a los partidos que se habían convertido en vínculo
entre el gobierno y los electorados de masas, lo que supuso un incremento del poder de los partidos gran-
des y limitó la fragmentación: Francia estableció un pluralismo moderado, en Portugal sólo se han presenta-
do 4 grandes partidos en cada elección, Austria (Proporzsysthem) y RFA gestaron sistemas de dos partidos y
medio, Grecia evolucionó hacia el bipartidismo y España hacia un multipartidismo de un único gran partido.

La ingeniería institucional a gran escala es poco común, excepto cuando se establece un nuevo régimen,
pues los cambios frecuentes de las reglas de juego acabarían minando el compromiso de las masas y las élites
con el régimen democrático. No obstante, hay algunos ejemplos recientes: en Canadá (1950), la provincia
British Columbia introdujo el sistema de voto alternativo para evitar la victoria del PSD en las elecciones
provinciales; en Francia, el gobierno (1951) modificó el sistema de representación proporcional para reducir
los escaños que pudieran ganar los partidos antirrégimen (comunistas y gaullistas), y el gobierno socialista
(1986) sustituyó el sistema de voto por listas por un sistema electoral a dos vueltas, lo que no impidió su de -
rrota, y una vez en el poder los gaullistas reintrodujeron el sistema antiguo; en Grecia (1989), el gobierno del
MSPH adoptó un sistema de representación proporcional que evitó su derrota parlamentaria.

En general, las modificaciones en los sistemas de representación proporcional tienden a ser consecuencia
de una alteración en el número de los partidos, y la adopción de reglas electorales más proporcionales sólo
tiene lugar después de que el número de partidos ha empezado a crecer. Esto nos sugiere dos ideas: ( i) los
cambios radicales en la normativa electoral son poco frecuentes, y (ii) que los cambios menos drásticos no
parecen ser la causa de cambios en el sistema de partidos, sino sólo factores que tienden a favorecer cambios
que ya están teniendo lugar.

Además del sistema electoral, existe una amplia gama de técnicas para debilitar a los partidos de oposi-
ción, como acabar con las relaciones clientelares del gobierno, o reducir los poderes de los gobiernos locales;
pero los partidos afectados también podrían recurrir a estrategias para neutralizar los efectos de las reformas.
Así, en los años 80 en GB el gobierno conservador retiró los poderes a los gobiernos locales y reformó las le -
yes reguladoras de los sindicatos, con el fin de debilitar las fuentes de poder de los laboristas; pero éstos
acentuaron con rapidez la necesidad de tender hacia un partido basado en la colaboración de afiliados, redu -
ciendo la posibilidad de que GB se convirtiera en un sistema de partido dominante. En resumen, la perma -
nencia de las instituciones y la habilidad de los partidos para contrarrestar reformas institucionales limita los
cambios en los sistemas de partidos; una vez formados, los sistemas de partidos tienden a verse preserva-
dos por el contexto institucional en el que surgieron.

49
3. LA COMPOSICIÓN DEL ELECTORADO

Existen tres vías por las que el electorado de un país puede variar de unas elecciones a otras: la migración,
los cambios territoriales y el cambio generacional.

a) Migración. Una de las formas de medir la fuerza de los partidos es por su habilidad para incorporar al
proceso político a los nuevos ciudadanos, de modo que no tengan que crear nuevos partidos que defien-
dan sus intereses. A veces la inmigración ha tenido un impacto escaso sobre el sistema de partidos, pero
debemos considerar dos hechos. (i) La inmigración a gran escala puede transformar un sistema de
partidos, sobre todo si la cultura de los inmigrantes es muy diferente a la de los residentes; un ejemplo
es Israel, fundada en los 40 por inmigrantes judíos europeos, muchos antiguos participantes en partidos
socialistas, lo que facilitó al laborismo el control del gobierno; pero los inmigrantes empezaron a proce -
der cada vez más del norte de África y de Oriente medio, con poca experiencia en la social-democracia;
los partidos de derecha consiguieron movilizar a estos grupos, y a mediados de los 70 el Likud obtuvo
más del 30 % del voto, lo que le dio acceso al gobierno. (ii) La inmigración puede facilitar los conflic-
tos en el seno de las sociedades, sobre todo en épocas con tasas de desempleo elevadas; los residentes
pueden creer que los inmigrantes les roban los empleos, lo que genera una fuerte división social si los re-
cién llegados se diferencian por el color de la piel, religión, lengua y costumbres; si los partidos no ofre -
cen respuesta a esta reacción en contra de los inmigrantes, es posible que surjan partidos nuevos que la
acentúen, como el FN (1972) en Francia o el NPD (1964) en Alemania.

b) Cambios territoriales. La incorporación o separación de pequeños territorios en los Estados liberal-de-


mocráticos tiene escaso efecto en sus sistemas de partidos, pero los grandes cambios territoriales si pue-
den tenerlo. En GB, la independencia de Irlanda (1921) propició la ausencia del Partido Unificado Irlan-
dés en el Parlamento de Westminster, donde había llegado a tener 80 diputados, lo que alteró el equili-
brio del sistema de partidos y facilitó el bipartidismo. En Alemania, las fronteras de la RFA (1949) en-
globó una comunidad católica que pasó a ser una minoría importante, lo que sentó las bases para la crea-
ción de un partido cristiano que uniera a católicos y protestantes; en 1990, la reunificación vuelve a abrir
la posibilidad de un cambio en el sistema de partidos, pues los nuevos votantes de la RDA tienen valores
muy distintos a los de la RFA. El fin del dominio comunista en el Este ha llevado a la creación de algu-
nos Estados con poblaciones pequeñas y étnicamente diferenciadas (República Checa, Eslovaquia). Pero
el Estado con mayor peligro de ruptura es Canadá; el partido de gobierno ha contado con fuerte apoyo
en las dos grandes provincias, Québec y Ontario, pero en 1993 el Bloque Quebequés consiguió la mayo -
ría en el Parlamento federal, y si Quebec obtuviera la independencia alteraría la dinámica del sistema de
partidos en el resto del país, suponiendo que éste permaneciera unido.

c) Cambio generacional. La población con derecho a voto cambia de elección a elección por muerte de
unos y por mayoría de edad de otros. Pero entre los años 50-80 cambiaron muy pocos sistemas de parti-
dos, y algunos son muy parecidos a los de los años 20; ¿cómo es que los viejos partidos sobrevivieron a
la pérdida de sus votantes originales? Una respuesta es que en algunos países hay barreras para crear
partidos, pues la normativa electoral sitúa un umbral de entrada muy alto; este argumento es válido en
GB o EEUU, pero no tanto para países con sistemas electorales muy proporcionales (Países Bajos), aun -
que en éstos también sobreviven los partidos grandes. También es significativa la conexión dual entre
partidos y votantes y entre éstos y sus hijos. Por otra parte, a lo largo de la era de la democratización
se asiste a un debilitamiento de los vínculos materiales en el seno de las jerarquías sociales, y cada vez
más los partidos han tendido a explotar la solidaridad social o los vínculos emocionales hacia ellos, in-
cluso la mayoría de partidos católicos y socialistas surgieron de un movimiento social, organización o
conjunto de lealtades más amplio (p. e., mostrar solidaridad con la clase obrera uniéndose a un sindicato
y votando socialismo, o votar al Partido Conservador como expresión de orgullo por ser británico); en
estos casos, el votante no busca tanto apoyar políticas concretas como su identificación con una institu-
ción social; por ello, los partidos no tenían que convencer a estos votantes respecto de sus políticas, pues
aquellos les brindaban su apoyo porque representaban las identidades que creían tener. En muchos casos,
estas identidades vinculadas a partidos concretos pasaban de generación en generación, y el apoyo a los
partidos se mantenía solo mediante la socialización política a través de la familia, incluso el apoyo fa-
miliar a un partido se solía mantener cuando ésta experimentaba movilidad social (una familia obrera
que experimentaba movilidad ascendente podía seguir votando socialismo). La movilidad social tendía a
debilitar estos vínculos, en la medida en que los hijos entraban en contacto con otras identidades por las
que no habían pasado sus padres. La ruptura de comunidades homogéneas también erosionaba la iden-
tificación de la gente con un partido agregado a tales identidades; además, a principios del s. XX las acti-
50
vidades recreativas de los partidos reunían a votantes y promovían el sentimiento de comunidad, pero la
nueva disponibilidad y accesibilidad de entretenimientos que podían disfrutarse individualmente reduje-
ron el atractivo de los partidos como centros de la vida social. Así, la solidaridad social como vínculo
votante-partido se debilitó, y se sustituyó por la imagen, la personalidad y los temas conflictivos. Así el
apoyo a los partidos se convirtió en algo relativo a la actuación, es decir, condicionado a que la imagen,
personalidad o tema conflictivo del partido se ajustaran a lo que quisiera el votante. Lo que alguien
quiere depende de lo que se aprende de generaciones anteriores (socialización familiar), pero es probable
que las influencias externas alteren la transmisión de identidades.

Así, hoy los partidos tienen un vínculo mucho más laxo que antes con sus simpatizantes; ¿significa esto que
hoy es más probable que cambien los sistemas de partidos?, y ¿cómo se explica su aparente estabilidad desde
los años 50?

4. DIVISIONES SOCIALES, VALORES POLÍTICOS Y TEMAS CONFLICTIVOS

Según Lipset y Rokkhan (1967), los conflictos y alienaciones entre votantes y partidos se habían conge-
lado, pues se mantenía el equilibrio entre partidos fijado en los años 20, la identificación se trasmitía de ge -
neración en generación y los sistemas de partidos reflejaban divisiones sociales de 50 años atrás, con las
mismas familias de partidos, sin que hubiesen surgido nuevos tipos de partidos. Por tanto, cabía preguntarse
qué ocurriría con los sistemas de partidos en el futuro, con tres respuestas: (a) partidos como buscadores de
cargos, (b) nuevos conflictos y nuevos partidos, y (c) mantenimiento de los partidos.

a) Partidos como cazadores de cargos

Esta predicción afirma que se producirá una transformación gradual de los partidos, que pasarían de ser
representantes de los grupos enfrentados en la sociedad a ser equipos que compiten por el poder para sí
mismos, con electorados que ya no estarán firmemente divididos en grupos sociales distintivos. Según O.
Kirchheimer (1966) y L. Epstein (1967), en el futuro los partidos ya no conectarán con electorados leales
recurriendo a la ideología y a las organizaciones asociadas al partido, sino a través de métodos diferentes y
ampliando considerablemente sus objetivos, buscando atraer votantes recurriendo a todos los medios a su al -
cance, sin importar su grupo social (partidos atrapalotodo). Este cambio organizacional de los partidos im-
plicaría cambios en el sistema de partidos.

Esta explicación casaba con la tesis de que la ideología de posguerra estaba en declive. Los cambios en la
estructura socioeconómica habían reducido los trabajadores manuales, y los partidos de izquierda ya no po -
dían requerir a los obreros apelando a su lealtad a la ideología socialista. Si los electorados no estaban tan di -
vididos como antes, los partidos podrían intentar hacerse con el mayor número de votos diluyendo cualquier
compromiso ideológico anterior; además, a medida que las sociedades se secularizaban, las divisiones étni-
cas y regionales disminuirían. Así, el poder en el seno de los partidos pasaría a la dirección, y sus miembros
llegarían a ser algo irrelevante; los partidos serían equipos de líderes que buscarían el poder para sí mis-
mos, creando las imágenes y haciendo las promesas políticas que maximicen sus posibilidades de alcanzar el
poder. Esta conexión laxa entre votante y partido generaría en un cambio en los sistemas de partidos. Se-
gún Epstein (no para Kirchheimer), los partidos en Europa se acabarían pareciendo a los norteamericanos: se
reduciría la necesidad de partidos diferentes, pues su gran capacidad de adaptación les permitiría cambiar su
imagen, su mensaje y sus políticas, y esta habilidad de los partidos existentes para reaccionar ante los deseos
del electorado haría muy difícil que pudieran surgir partidos nuevos.

Esta explicación se basa en cuatro hipótesis: (i) debilitamiento de los conflictos sociales en las sociedades
occidentales; (ii) ausencia de nuevos conflictos sociales en torno a los que movilizarse los partidos; (iii) re-
ducción del poder de las ideologías a la hora de movilizar a los partidos; (iv) habilidad de los partidos pa-
ra transformar su organización, implementado estrategias atrapalotodo. Pero lo ocurrido desde 1960 nos
hace discrepar de estas afirmaciones. (i) Sobre los conflictos sociales, el declive de los antagonismos de cla-
se es evidente, pero han resurgido conflictos más antiguos (étnicos, regionales) y focos de descontento an-
te el declive económico; sin duda, no existe un movimiento general hacia sociedades homogéneas. (ii) Sobre
los nuevos conflictos sociales, en los 60 surge la idea de si los temas relacionados con los estilos de vida

51
postmaterialistas de la clase media (medio ambiente, ecologismo) podían configurar nuevos conflictos, en-
frentando a estos grupos con los que propugnaban la maximización del crecimiento económico; este nuevo
eje de conflicto pone en duda que los sistemas de partidos evolucionaran hasta convertirse en partidos a la
caza del poder. (iii) Sobre la ideología, el surgimiento de las ideas de la Nueva Derecha (libre mercado) en
las democracias angloamericanas en los 80 niega que los partidos estuvieran abandonando el llamamiento
ideológico; el campo de batalla ideológico era distinto al de los años 30, pero sin duda no se había llegado al
fin de las ideologías. (iv) Sobre la transformación organizacional de los partidos, hoy muchos sistemas cuen-
tan con partidos atrapalotodo (excepto Bélgica), con organizaciones de alta centralización y escaso control
sobre los miembros; pero también sobreviven otro tipo de partidos, porque ciertas tradiciones como la im-
plicación de los miembros o los faccionalismos pueden evitar que se adopten sus estructuras; sin duda, el
gran cambio que suponía la conversión de todos los partidos en atrapalotodo no ha tenido lugar.

b) Nuevos conflictos y nuevos partidos

Esta predicción afirma que surgirán nuevas líneas de división social que supondrán la aparición de nuevos
partidos que representarán los nuevos intereses. Según R. Inglehart (1977), en los años 70 se detecta un
nuevo tipo de valores en las sociedades industriales avanzadas, en los que distingue entre valores materialis-
tas (seguridad física, prioridad de la economía) y valores postmaterialistas (participación, libertad de expre-
sión); pero esta distinción no abarcaba todas las fuentes de conflicto que habían ido surgiendo desde los años
60, y que parecían estar al margen de los conflictos tradicionales (clase social, religión, lingüísticos, territo-
riales), como el conflicto sobre el papel del Estado para promover el bienestar económico y social, o la apa-
rición de nuevos movimientos sociales en torno a temas que ni eran de los materialistas tradicionales, ni en-
cajaban entre los postmaterialistas, como el ecologismo, que plantea una noción de seguridad física ausente
de los debates políticos anteriores, y el feminismo, que hacía hincapié en derechos económicos y seguridad
física; estos movimientos dividían a sectores sociales, pero no estaba claro si representaban una línea nueva
de conflicto social, si se trataba de escisiones de las anteriores, o si sólo eran la expresión política de una pe -
queña minoría de la clase media.

Respecto al apoyo a la intervención estatal, las encuestas muestran que las actitudes públicas son de simpa-
tía hacia la provisión dirigida por el Estado, y ni aún en GB o EEUU ha disminuido el apoyo popular al papel
positivo del Estado. Además, muchos activistas de los movimientos sociales reflejaban su rechazo hacia las
formas de organización política tradicionales, y recelaban de los partidos que habían surgido como reac-
ción a los conflictos de clase, pues adoptaban compromisos de participación que parecían incompatibles con
las jerarquías de los partidos; en su opinión, la participación debía ser directa y los líderes debían atener-
se a los dictados de los seguidores; ejemplo de esta polémica son Los Verdes en Alemania, cuya participa-
ción en política suscitó gran controversia en el seno del movimiento; por ello, se sigue especulando sobre la
medida que estos movimientos hubieran podido alcanzar en la competición electoral. Como respuesta, los
partidos han intentado capitalizar los puntos de conflicto haciéndose eco de políticas medioambientales y
de igualdad de oportunidades, preservando así los sistemas de partidos existentes. El problema de los movi-
mientos es cómo mantener el activismo cuando un tema conflictivo se enfría en la opinión pública; pero, aun-
que las formas de organización de tales movimientos no han podido sustituir al tipo de organización de los
partidos, hay poca evidencia de que representen sólo políticas de pequeñas minorías, sino al contrario, pues
los valores defendidos por tales movimientos son algo cada vez más atractivo para capas cada vez más am -
plias de la población.

c) La pervivencia de los partidos

Esta predicción afirma que los conflictos existentes disminuirán sin llegar a desaparecer, aunque surjan
nuevas líneas de conflicto; los antiguos partidos sobrevivirán y sus líderes intentarán promover conflictos
para obtener el poder; las divisiones de intereses e identidades persistirán, y los líderes deberán adaptarse y
movilizar nuevas identidades. Por tanto, este enfoque supone que se mantendrán tanto los conflictos como
el estilo de política tradicional; lo que divide a la gente cambiará, pero las sociedades siempre estarán dividi-
das. Algunos partidos retendrán su posición, otros no, surgirán partidos nuevos y se transformarán algunos
sistemas de partidos, pero los partidos no se verán superados por nuevos tipos de organizaciones más laxas
que fomenten una participación más directa.

Según E. Schattschneider (1960), las sociedades se fragmentan de forma distinta, unos conflictos desapare-
cen y surgen otros, pero la principal tarea de los líderes sigue siendo hacer prevalecer su definición de la for -
52
ma de división más aceptada por los votantes como vía hacia el poder. El problema de los partidos atrapalo-
todo es que no dividen a la gente en torno a ejes de las divisiones sociales; a corto plazo pueden tener éxito
para movilizar votantes, pero a largo plazo muchos de éstos pueden pasarse a partidos que exploten los ejes
de conflicto. Las divisiones de larga duración pueden intensificarse (étnicas en Bélgica y Canadá), pero los
cambios en la estructura social también pueden ofrecer oportunidades que los partidos pueden explotar, co-
mo el conflicto en el seno de la clase media entre los que dependen del Estado y aquellos cuyo medio de vida
es independiente.

Este enfoque explica que ciertas políticas concretas ayuden a fijar los temas de conflicto. La Guerra Fría
(1945-1991) es buen ejemplo, pues tuvo fuerte impacto en los sistemas de partidos de las democracias libera -
les, generando divisiones en la izquierda europea que restringían el potencial de cooperación entre socialistas
y comunistas, lo que creó oportunidades para que fueran otro tipo de partidos los que definieran las líneas de
división política. Así, la DC italiana obtuvo su fuerza electoral por su anticomunismo y por definirse como
partido de centro; aunque el apoyo electoral se reducía desde los años 70, mantuvo su posición como partido
dominante porque tenía que estar presente en cualquier gobierno, pero con el fin de la Guerra Fría (1991, di-
solución URSS) se desvanece la amenaza comunista, y el PCI se convierte en PDI (1991, Partido Demócrata
de Izquierda), un partido social-demócrata ortodoxo; el eje de conflicto comunista-anticomunista perdió im-
portancia, y el apoyo electoral a la DC bajó, perdiendo votos y elecciones frente a otros partidos de centro-
derecha (Liga Norte), lo que le llevó a cambiarse el nombre por el de Partido Popular Italiano (PPI, 1994).

En algunos sistemas de partidos se registra un cambio debido a la transformación de la estructura de temas


conflictivos, la estructura institucional y la base de las políticas. Pero donde estos cambios son menos acusa-
dos es en los partidos existentes, pues tienden a intentar adaptarse a las nuevas circunstancias, intentando re-
definir las líneas de división política para mantenerse en el poder.

53
.

54
TEMA 8

SISTEMAS DE PARTIDOS EN REGÍMENES NO LIBERAL-DEMOCRÁTICOS

0. INTRODUCCIÓN

Como sabemos, los partidos de los regímenes no liberal-democráticos no reflejan una misma categoría insti-
tucional, pues son demasiado diferentes. Pero se plantea un problema: la definición de sistema de partidos.
La sistematicidad en un área concreta implica interacción entre distintos elementos, tanto de competición
como de cooperación, así como límites y reglas que la regulen. La forma en que se constriñe a los diversos
elementos determina la naturaleza de los incentivos que tengan para competir o cooperar; participantes y ob -
servadores pueden interpretar de forma diferente tales interacciones.

Bajo elecciones libres y competitivas, un sistema de partidos evoluciona en torno a reglas que ofrecen re-
compensas a los partidos (control del gobierno, incentivos para la cooperación). Pero, ¿podemos hablar de
sistema de partidos cuando no hay elecciones, cuando son la fachada de un gobierno autoritario, o cuado es-
tán muy sesgadas a favor de un partido? En los regímenes de partido único, un partido controla el Estado y
prohíbe los demás, lo que niega el sistema de partidos (URSS). Pero hay que hacer dos observaciones: (i) la
inexistencia de un sistema de partidos no implica una ausencia absoluta de oposición al régimen (los grupos
religiosos pueden ser un foro en el que desarrollar acciones antirrégimen); y (ii) en la política del partido pue-
den verse algunos rasgos de las políticas entre partidos (las facciones pueden competir para obtener influen-
cias). No obstante, entre los sistemas de partidos del mundo liberal-democrático y los regímenes de partido
único existe una amplia gama de regímenes con sistemas de partidos que se rigen por una serie de límites
y reglas muy distintos a los de las democracias liberales. Veamos cuatro casos: África del Sur (bajo el go -
bierno blanco), Corea del Sur, México y Polonia.

1. ÁFRICA DEL SUR

África del Sur es un ejemplo inusual, pues allí se observaban dos ámbitos distintos en los que existían sis-
temas de partidos.

i. La política blanca. Hasta 1948, todos los blancos tenían derecho a voto y competían varios partidos
en las elecciones; pero el fraude electoral y el uso de las fuerzas de seguridad contra los oponentes
debilitó a los rivales del Partido Nacionalista; así, desde 1948 el PN se basó en la identidad étnica
del grupo mayoritario entre los blancos (afrikaners), reflejando un sistema de partidos al que le falta-
ba un elemento clave en la competición electoral: la habilidad de los partidos que compiten de captar
el interés de algunos de los simpatizantes del partido del poder, para hacerse con ese poder. Por ello,
ese sistema no resultaba competitivo.

ii. Las relaciones entre el gobierno y las organizaciones de raza negra . El Congreso Nacional Afri-
cano fue prohibido en 1960, por lo que se estableció en el extranjero y recurrió a medios clandestinos
para movilizar a la comunidad negra. En este sistema, una de las partes intenta mantener despolitizada
a la mayoría de la población, mientras que la otra tenía que recurrir a métodos clandestinos para hacer
sólidos sus apoyos; sólo había competición y no cooperación entre ambos partidos, con reglas y pro-
cedimientos laxos para regir la conducta de las partes.

2. COREA DEL SUR

Corea del Sur tenía un sistema de partidos, pero según Y. W. Kihl (1980) era semicompetitivo, autoritario,
lleno de facciones y basado en el liderazgo personal antes que en los programas y políticas (1945-1979).
Allí la competición electoral se veía severamente limitada por dos factores básicos: ( i) por un lado, las élites
del partido en el poder nunca permitirían que las élites de otros partidos les arrebataran el poder por
55
medio del voto, y las reglas de competición electoral estaban pensadas para preservar el poder del partido do-
minante; (ii) por otro lado, los partidos eran vehículos para las ambiciones políticas de los grupos de élite
de la sociedad, y no vehículos para movilizar a los electorados de masas en base a programas y símbolos; por
ello, cuando los partidos de oposición tuvieron posibilidad de llegar al poder no cooperaron entre sí, y el par -
tido dominante se mantuvo en el poder fundando un nuevo partido aliándose con uno de sus oponentes.

3. MÉXICO

México es un ejemplo de partido hegemónico (Sartori), que no permite una competición normal por el po-
der, sino una competición limitada; se autorizan otros partidos, pero sin que puedan competir en igualdad
con el hegemónico, que controla el poder. Por ello, la mayoría de personas con ambiciones políticas se incli -
nan por él, lo que refuerza su posición; pero el partido hegemónico también necesita de oponentes con los
que mantener la imagen de competición. Así, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha monopoliza-
do los principales cargos públicos y gobernado el país entre 1929-1997 (≈ 80 % voto), sin dudar en recurrir al
fraude electoral para mantenerse en el poder; su problema no era ganar, sino mantener partidos de segunda
fila como rivales potenciales, favoreciendo la creación de fuerzas de oposición de derechas para demostrar lo
indispensable que era el PRI para la estabilidad política.

4. POLONIA

Polonia fue otro ejemplo de partido hegemónico bajo el régimen comunista (1945-1989); el Partido Unifi-
cado Obrero Polaco (POUP), de carácter marxista-leninista y en la esfera de influencia soviética, no prohi-
bió todos los demás partidos, permitiendo algunas organizaciones de campesinos y de la iglesia, pero con un
papel limitado y sin permitirle competir por los cargos o actuar como partidos de oposición. La oposición pú-
blica al régimen se movilizó a través de un movimiento sindical, Solidaridad (1980), y no a través de los
partidos; ello se explica porque el POUP pretendía gobernar un país donde un elevado porcentaje de la pobla-
ción tenía intereses contrarios al partido gobernante, y por ello los partidos secundarios actuaron como válvu-
la de escape; en México los partidos secundarios también fueron una válvula de escape para el partido de go -
bierno, pero el PRI gozaba de una legitimación social mucho mayor que el POUP.

5. CONCLUSIÓN

Los cuatro regímenes analizados tenían un sistema de partidos, pero que no siempre tenían como base la
competición por los votos, y los vínculos entre los partidos suelen cerrarse en otros ámbitos donde los políti-
cos y grupos de interés buscan influencia política; por ello, intentar clasificar los sistemas de partidos de regí-
menes no liberal-democráticos resulta más difícil que intentarlo en los liberal-democráticos.

Inicialmente, Sartori recurrió a la competitividad como elemento diferenciador entre los sistemas de parti-
do: sistemas competitivos y no competitivos; pero esta distinción plantea muchos problemas, pues entre los
competitivos deberíamos incluir regímenes donde compite más de un partido (África del Sur), y entre los no
competitivos deberíamos hacer diferenciaciones (el propio Sartori distingue entre sistemas de partido único y
hegemónicos, dejando fuera un numero considerable de países, por ejemplo casi toda África).

Posteriormente, Sartori recurrió a la ideología como elemento diferenciador, diferenciando entre sistemas
de partidos ideológicos y pragmáticos; pero este marco de análisis resulta insatisfactorio, porque no se puede
establecer un vínculo entre ideología y competición entre partidos de la forma que propone. Un ejemplo de
ello es Nicaragua durante el régimen Sandinista (1979-1990), un sistema que se podría catalogar de partido
único (Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN), con censura de prensa, pero que mantuvo las
elecciones liberal-democráticas y la actividad de otros partidos políticos y agrupaciones; el FSLN, de carácter
socialdemócrata y antiimperialista, tenía como principal objetivo proteger el país de la hostilidad de EEUU y
sus intereses económicos (que protegió primero la dictadura de Somoza 1934-1979 y después armó a la
Contra 1979-1990), por lo que no le interesaba combatir a otros partidos. Este ejemplo muestra que son las li-
56
mitaciones internas y externas a las que se enfrenta un partido dominante las que determinan el trato que
debe dispensar a otras agrupaciones políticas.

Por tanto, más que intentar construir un esquema clasificatorio, parece más apropiado delinear las variables
que debe incluir un análisis de sistemas de partidos en regímenes no liberal-democráticos:

i. Ámbito y extensión de la competición electoral entre partidos , que oscilará entre una competición
inexistente y formas de cuasi-competición con elecciones parcialmente manipuladas (México) y la
competición plena que sólo implica a una minoría de la población (Sudáfrica).

ii. Número de partidos implicados en la movilización y en actividades no electorales.

iii. Ámbito, extensión y forma de las actividades no electorales (p. e., milicias).

iv. Si existe un partido dominante o líder con capacidad para restringir las actividades de todos los par-
tidos.

v. Composición ideológica de los partidos que operan en el seno del sistema.

Este tipo de análisis nos permite empezar a analizar las interacciones entre partidos, y nos libera de la ca-
misa de fuerza que supone considerar a los sistemas de partidos como una manifestación de la competición
electoral, aunque en las democracias liberales sea este tipo de competición la que esté en el corazón del siste -
ma. Aunque no seamos capaces de diseñar una tipología de sistemas de partidos en regímenes no liberal-de -
mocráticos, sí podremos analizar los cambios en los sistemas de partidos en el seno de regímenes concre-
tos, especialmente en lo relacionado con el proceso de democratización, es decir, señalando el papel que
desempeña el sistema de partidos para facilitar o impedir el crecimiento de la democracia en el seno de un ré -
gimen.

Hay estudios (Luebbert, 1991) que muestran que el sistema de partidos en sí no es un agente de cambio,
y que no es la competición electoral la que cataliza la democratización; para ello, los sistemas de partidos per
se no son relevantes para la democratización, y lo que determina que un régimen se democratice o no es el ti -
po de relaciones existentes entre las distintas clases sociales de la sociedad (explicación sociológica).

Pero otros estudios (Rueschemeyer, Stephens y Stephens, 1992) reflejan lo contrario: admiten que la de-
mocratización se explica por el equilibrio de poder entre las clases sociales, pero sin ignorar el contexto
institucional, especialmente el papel de los partidos para movilizar las presiones a favor de la democratiza-
ción de las clases subordinadas. Así, para que la democratización fuese exitosa en Suramérica, el sistema de
partidos tenía que englobar a partidos grandes de base clientelar, de manera que las élites económicas no bus-
caran alianzas con los militares para derrocar a los gobiernos democráticos (Argentina, Uruguay). ¿Por qué el
sistema de partidos era una variable clave para explicar el proceso de democratización en Sudamérica y no en
las sociedades capitalistas avanzadas?: porque las relaciones de clase entre ambas sociedades eran muy dife-
rentes; la base agrícola de las sociedades sudamericanas mantenían una clase obrera mucho más débil, inca -
paz de jugar un papel protagonista en el proceso democratizador como hizo en Europa occidental; por ello,
los procesos en Suramérica tendían a ser inevitablemente precarios e inestables. Por tanto, el análisis de
Rueschemeyer confirma el papel de los partidos y de los sistemas de partidos en la transformación de los re -
gímenes políticos, aunque el grado de influencia de éstos difiera según los contextos y las instituciones con-
cretas.

57
TEMA 9

SELECCIÓN DE CANDIDATOS Y LÍDERES

0. INTRODUCCIÓN

Vamos a analizar cómo son elegidos los líderes de los partidos y cómo se desarrolla la nominación de can-
didatos a los escaños parlamentarios; por tanto, nos interesa un grupo de gente a la que la dirección del parti -
do situará al frente de cargos oficiales. Lo que determina la conducta del partido que participa en el proceso
legislativo es lo que ocurre en la fase de selección, y durante la legislatura la conducta de un partido depende
de quién sea el líder del partido.

Sobre el vínculo entre los líderes de los partidos y los parlamentarios y otros cargos públicos electos cabe
distinguir dos casos: (i) partidos que surgieron en el Parlamento y sólo después crearon organizaciones pa-
ra movilizar los electorados de masas, en los que el liderazgo de la organización solía subordinarse al lideraz-
go parlamentario, carecían de una base de poder independiente y cualquier movimiento de los líderes de la
organización para adquirirla desataba acciones por parte de los líderes parlamentarios para evitarlo; y ( ii)
partidos con origen externo al Parlamento (católicos, socialistas, comunistas), con relaciones diferentes
entre los bloques de líderes, en algunos casos con dominio del partido Parlamentario (Partido Laborista GB),
y en otros casos los actores clave siguieron siendo los líderes de la organización, cuya base de poder seguía
siendo la posición que ocupaban en la estructura del partido y no el cargo público que desempeñaban. Tras la
II GM, la relación entre líderes de la organización y líderes parlamentarios empezó a cambiar a favor de éstos
últimos, que gracias a la TV vieron incrementarse su visibilidad y aumentar su nivel de influencia en las or -
ganizaciones; además, los que aspiraban a lo más alto del liderazgo del partido debían desempeñar tanto altos
cargos oficiales de elección directa como en el seno del partido, pues sin esa experiencia no podrían conven -
cer a los electores de que tenía credenciales suficientes para reclamar su voto.

Además del origen del partido, había otros factores que podían alterar el locus de poder. En EEUU, los
primeros partidos tuvieron su origen en las facciones del Congreso y en los parlamentos estatales, a modo de
alianzas parlamentarias de élites políticas locales, creados externamente; estos partidos fueron desarrollando
sus maquinarias durante el s. XIX hasta que llegaron a controlar a los electorados de sus condados, de modo
que los líderes de los partidos pudieron fijar los términos de sus relaciones con los legisladores, congresistas
y otros cargos públicos. Sin embargo, a principios del s. XX el equilibrio del poder se ha vuelto a escorar ha -
cia los cargos públicos electos, minando el poder de los líderes de los partidos, aunque persisten vestigios de
su influencia hasta los años 60, cuando un jefe de partido aún era capaz de hacer que un congresista de su
ciudad votara de una forma determinada en una votación de la cámara.

La selección de los candidatos para los cargos públicos electos se ha convertido en uno de los factores bá-
sicos de la naturaleza de un partido; los principales tipos de procedimientos de selección de candidatos se di -
ferencian según cinco variables:

1. Reglas públicas o privadas: si las reglas las determina el partido o el Estado.

2. Selección centralizada o descentralizadas: si la selección la lleva a cabo un órgano central del parti-
do o las unidades locales.

3. Control de las élites o democrático : si la unidad con el poder de selección está compuesta por acto-
res clave o está distribuida entre los miembros o activistas.

4. El número de cargos seleccionados a la vez por la unidad de selección.

5. Las ventajas de estar en el poder: la facilidad con la que los que ostentan un cargo público pueden
ver cuestionada su reselección.

58
1. REGLAS PÚBLICAS Y PRIVADAS

En general, la relación entre regulación pública y elecciones primarias es contingente. Así, en Bélgica
puede haber elecciones primarias celebradas por partidos sin estar reguladas por la ley estatal; y en Alemania
la ley exige a los partidos que se rijan por principios democráticos, lo que en la selección de candidatos im-
plica emplear ciertos recursos (recurrir a una convención, que el voto sea secreto), pero los procedimientos de
nominación se regulan en los estatutos de los partidos, que pueden cambiarlos si lo desean.

En EEUU, la ley estatal controla la nominación de los candidatos, que se lleva a cabo bajo los auspicios
del Estado (Congreso, Senado, gobernadores de los Estados, parlamentos estatales, cargos locales). Las leyes
de los Estados exigen a los partidos Demócrata y Republicano que nominen a los candidatos según sus pro-
pios procedimientos, que suelen suponer una elección primaria directa en la que los simpatizantes votan pa-
ra elegir a sus candidatos; las leyes estatales especifican la forma en que los candidatos pueden acceder a las
primarias y tiene la consideración de simpatizante o miembro. Las elecciones primarias las dirigen los go-
biernos estatales (son elecciones públicas y presididas por el Estado, como unas elecciones generales), y los
partidos sólo pueden alterar los procedimientos de nominación de candidatos cambiando la ley estatal (la se-
lección de candidatos tiene consideración de utilidad pública); esto, junto con que las leyes estatales también
regulan la organización de los partidos, es lo que ha hecho que los partidos norteamericanos hayan dejado
de ser asociaciones privadas. A raíz de las reformas del Partido Demócrata (1969-1972), los Estados y los
partidos nacionales comparten el control en la selección de los candidatos presidenciales, pues los partidos
nacionales han adquirido poderes formales que cubren los procedimientos a seguir por los partidos estatales;
pero muchos aspectos, incluido el de la elegibilidad para votar en una primarias o en una convención, siguen
siendo regulados por las leyes de los Estados.

Sin duda, en EEUU la regulación pública de los partidos es más amplia que en otros países, pero ello no
implica que haya diferencias en el proceso de nominación; que la ley controle los procedimientos de selec-
ción no asegura que los que seleccionan consideren por igual a los candidatos de todos los grupos sociales.
No se puede legislar en contra de las preferencias de quienes seleccionan; de hecho, la introducción de
las primarias no transformó el tipo de persona nominada. Las élites de los partidos a menudo encontraron la
forma de adaptarse a las nuevas reglas del juego, pero que las reglas se vean respaldadas por la ley elimina
algunos mecanismos de las élites para impedir que los más nuevos del partido influyan sobre la selección. A
veces, quienes deben velar por el cumplimiento de las reglas de selección suelen ser las mismas élites a las
que se pretende frenar (nominación presidencial demócratas 1968, cuyos líderes hacían caso omiso de los ac-
tivistas y apoyaban a H. Humphrey); los líderes se suelen encontrar en una posición que les permitía ignorar
las peticiones de inclusión de quienes no tenían capacidad de influir sobre el proceso. Pero cuando los que
han sido excluidos pueden acudir a la justicia, especialmente si el Estado es el responsable de supervisar cier-
tos aspectos del proceso, se reduce la capacidad de las élites para excluir a los recién llegados no deseados.

2. SELECCIÓN CENTRALIZADA O DESCENTRALIZADA

Como en un continuum, en un extremo tenemos el control local, en el que los candidatos son nominados
por los órganos locales sin interferencia del exterior; y en el otro extremo está el control central, en el que el
órgano central toma las decisiones o el líder del partido en solitario. En Francia, la III República es un ejem-
plo de lo primero, y llevó mucho tiempo a los parlamentarios generar recursos y relaciones que pudieran ser
utilizados contra las élites locales. En GB, el centro nunca ha ejercido un poder muy fuerte, y fue a finales
del s. XIX cuando los partidos dejaron de ser autónomos para combinar la interacción entre el centro y lo lo-
cal, habitual en los partidos de casi todas las democracias liberales actuales. Hoy es raro tanto la ausencia
completa de influencia central, como un sistema de nominación completamente centralizado. En los regíme-
nes comunistas imperaba el centralismo, pero incluso allí las demandas de participación en la gestión del
partido en los años de la posguerra obligaron a prestar atención a la opinión local. El control del partido des -
de el centro se ha mantenido más en aquellos partidos creados o gestionados por una familia; así, en la India
Indira Gandhi y su hijo Sanjay asumieron personalmente el control de las nominaciones del partido al Con-
greso. Grecia es una excepción en las democracias europeas por el poder del líder del MSPH en la nomina -
ción de candidatos; lo extraño es que no se trata de un partido antiguo, con procedimientos establecidos desde
hace mucho, sino de un partido nuevo que se creó tras la dictadura militar (1974). Existe una larga tradición
en el sureste de Europa de partidos que son el vehículo organizado de familias políticas concretas; Grecia es
59
el único país que no tuvo un gobierno comunista tras 1945, de modo que el modelo de partido anterior a la
guerra, basado en familias que competían por el poder, pudo resurgir allí y no en otros lugares.

En muchos países, la influencia del centro se limita a la formulación de las reglas de procedimiento con las
que los entes locales deben nominar sus candidatos, pero que pueden incluir el veto si un partido local elige
un candidato que pudiera ser embarazoso para el partido. En algunos países, los niveles medios de la organi-
zación de los partidos pueden desempeñar un papel en la selección de los candidatos junto a los partidos loca-
les; ejemplo de ello son los Länder en Alemania. En muchos países, la influencia del centro en la selección
de candidatos suele ser insignificante (Bélgica, GB, RDA, Noruega, EEUU, Australia, Canadá, Finlandia); en
algunos países, el papel del centro es importante, pero sólo en algunos partidos y para la selección de una mi-
noría de candidatos (Irlanda, Italia, Países Bajos, Israel, Nueva Zelanda, India); en muy pocos países, el cen-
tro es el principal seleccionador de candidatos (Francia, Grecia, Japón, Venezuela). Sin embargo, incluso en
los partidos donde el papel del órgano central para seleccionar a los candidatos resulta insignificante, éste
puede establecer reglas o procedimientos sobre qué tipo de candidatos deben ser seleccionados. Así, No-
ruega es uno de los países más avanzados en la elección de candidatos femeninos, debido a la decisión de los
partidos de centro-izquierda de establecer cuotas para las candidatas (1985). Según la ley noruega, los parti-
dos no pueden pasar por alto las decisiones de las organizaciones locales, y en 1985 un partido no alcanzó la
cuota de circunscripción, de modo que la organización central no pudo revocar esa decisión; pero que exista
una política de los partidos referente a las cuotas femeninas o de otros grupos sociales es importante para fi -
jar la agenda de los partidos locales al emprender la selección de candidatos.

Otro factor importante para determinar la importancia relativa del centro frente a los partidos locales es la ex-
tensión de la democracia en el proceso de selección. En un partido democrático, cuanto más fuerte sea el
centro más fácil será que los nuevos participantes hagan oír sus llamamientos de representación; y si las nor -
mas de selección se pueden cambiar desde el centro, más fácil será que los distintos grupos obtengan repre-
sentación. Por el contrario, los partidos descentralizados tienden a ir en contra de los intereses de estos gru-
pos, porque habrá áreas en las que no encuentren asidero.

Si la centralización ofrece autonomía a los líderes parlamentarios y de las organizaciones, también crea
oportunidades para que los grupos de interés nacionales jueguen su papel en la selección de candidatos. Si
un partido centralizado no tiene democracia interna, la centralización dificulta aún más que los excluidos
puedan hacerse oír (p. e., el PLD japonés mantuvo la exclusión de las mujeres por la influencia de los órga -
nos centrales sobre el proceso de selección de candidatos); sin democracia interna, es probable que los ele -
mentos centralizadores del partido contribuyan a mantener el dominio de los grupos e intereses representados
por él.

3. CONTROL DE LAS ÉLITES O DEMOCRÁTICO

Uno de los mayores debates sobre los partidos políticos es si el control de las élites es inevitable, especial -
mente en la selección de candidatos. En principio, el grado de control del proceso de nominación por las
élites dependerá de si la elección es local o centralizada: (i) en una elección local (descentralizada), los
miembros pueden ser convocados a mítines donde discutir y votar la selección de candidatos, incluso con de-
mocracia directa; pero las élites locales pueden tener tal capacidad de influencia sobre sus miembros que les
impida hacer poco más que ratificar sus decisiones. (ii) En una elección centralizada es menos probable que
a un partido le baste con un mitin para controlar democráticamente la selección de candidatos; un partido
puede recurrir a dos métodos: la celebración de mítines locales en los que se seleccionan los representantes
que pasarán al mitin de siguiente nivel, hasta llegar a un mitin final; o hacer votar a todos los miembros.

En definitiva, tanto el sistema de elección local como el centralizado están abiertos a la dominación de las
élites. El problema de los sistemas descentralizados es que es a nivel local donde las élites suelen desple-
gar su mayor influencia, pues los recursos con que cuentan para coaccionar y manipular a los miembros y ac-
tivistas se ven amplificados por la ausencia de aliados exteriores a los que puedan recurrir los miembros ig -
norados o rebeldes. El problema de los sistemas centralizados es que los participantes pueden tener dificul-
tades para hacer valer sus opiniones. (i) Por un lado, la necesidad de mantener una organización permanente
crea posiciones de influencia, de modo que los que controlan la maquinaria del partido pueden ser los que eli-
jen a los candidatos y no los demás miembros; así, para contrarrestar el poder de las élites locales quizá se es -

60
tá alentando la formación de élites a otros niveles del partido. (ii) Por otro lado, muchos votantes pueden te-
ner un conocimiento muy limitado de la mayoría de los candidatos, y si hay que filtrar a los candidatos surge
el problema de cómo hacerlo sin dotar de excesivo poder a los cargos más importantes del partido; pero en
ausencia de filtros cabe la posibilidad de que los candidatos se conviertan en los principales actores del pro -
ceso, invirtiendo la relación entre candidatos y miembros que buscan los demócratas; ejemplo de ello es
EEUU, donde existe una amplia participación en el proceso de nominación (puede votar cualquiera que se
inscriba previamente), pero todo el proceso es dirigido por los candidatos y no por los activistas y votantes.
En Israel, uno de los temores de algunos miembros del Likud (1992) para elegir el líder del partido por medio
de primarias se centraba en que el proceso se vería controlado por los candidatos; puesto que el electorado
sólo se componía de miembros del partido (no como en EEUU), no se podría ejercer desde fuera ningún tipo
de influencia, lo que constituía la base de la aprensión sobre el procedimiento.

En general, los seleccionadores provienen de una banda más ancha que antes, pero existen excepciones, y es-
tamos lejos de que los partidos ejerzan la democracia interna pura en los procesos de selección de sus
candidatos. Como ejemplo, Bélgica es uno de los países cuyos partidos se han hecho menos democráticos en
estos últimos años, pues si bien anteriormente se celebraban cierto tipo de primarias, desde finales de los 70
los procedimientos se han vuelto más oligárquicos.

a) La necesidad de atraer miembros . Los partidos de élite con origen en los parlamentos tuvieron que
adoptar algunos rasgos de los partidos de masas para intentar mantener la fuerza electoral necesaria
para ganar campañas electorales; esto suponía ceder algunos poderes a los miembros, aunque las élites
locales siempre diseñaban mecanismos que les permitieran manejar a los partidos locales sin caer en
la democracia de los partidos socialistas. Algunos partidos de élite sobrevivieron, como la UDF en
Francia, que ha mantenido el dominio de los notables a nivel local, pero cediendo mucho poder en la
elección de candidatos al nivel central.

b) El declive de las jerarquías sociales . Otro factor que ha favorecido la devolución de poderes a los
miembros de los partidos es el declive de las jerarquías sociales y la elevación de los niveles educa-
tivos, haciendo que los miembros de los partidos se muestren menos dispuestos a aceptar las decisio -
nes que se les imponen. En GB, los conservadores se mostraban ya en 1980 poco dispuestos a ser fun-
cionarios o simpatizantes del partido y más dispuestos a participar en la política de su partido, espe-
cialmente en la selección de los candidatos, centrándose en los más interesados en las políticas públi-
cas; así, ceder a los miembros mayores cotas de control sobre la elección de candidatos es un modo de
reducir los conflictos internos. En Bélgica, la pilarización de la vida social supone que los partidos
deben ofrecer una amplia gama de servicios a sus miembros; por ello, los partidos belgas se mostraron
menos receptivos a las presiones que en otros lugares en la dirección de un tipo de afiliación cada vez
más política, y generaron una reducción de su democracia interna.

c) El interés de movilizar intereses infrarrepresentados . Otro factor que ha favorecido el peso de los
miembros de los partidos es la movilización en torno a intereses sociales nuevos o infrarrepresen-
tados; si los partidos adoptan una estrategia atrapalotodo, intentarán apelar a esos nuevos intereses
adaptando sus políticas a ellos y seleccionando candidatos viables para esos votantes. Así, muchos
partidos han intentado atraer a las votantes femeninas aumentando el número de candidatas y situando
a más mujeres en posiciones de liderazgo; y otros han intentado hacerse más atractivos implicando a
la gente que comparte un interés concreto en la toma de decisiones del partido, especialmente en la se-
lección de los candidatos. Sin embargo, en Bélgica los partidos se han movido en dirección opuesta,
porque las divisiones lingüísticas de la sociedad hacían que las estrategias atrapalotodo fuesen mucho
menos útiles, y la base local de toma de decisiones respecto de los candidatos tendía a sobredimensio -
nar las tensiones internas de los partidos y a excluir a candidatos nuevos y electoralmente atractivos.

d) La necesidad de legitimación. Otro factor es el relacionado con las demandas de legitimación. En


muchos países, los candidatos deben proceder de procesos políticos que no sean ilegítimos (cuar-
tos llenos de humo). Ese fue uno de los factores que impulsó a los partidos comunistas europeos a una
mayor participación local en la selección de candidatos durante la posguerra; y en 1968, en EEUU se
consideró que Hubert Humphrey había sido impuesto al partido demócrata, lo que dañó sus perspecti-
vas electorales y suscitó demandas de mayor participación en los procesos de nominación. En general,
se han incrementado los niveles internos de democracia en el seno de los partidos, aunque con gran
61
variación entre países.

Existen tres dimensiones en la medición del grado de democracia interna en los partidos, que son: (i) el
grado de implicación de los miembros; según Gallagher, “la implicación de los miembros abarca un tercio
en Francia y en Irlanda, pero se mantiene por debajo del 1 % en GB, Italia y Japón, y en ninguno de los
nueve países estudiados habría mas del 3 %”. (ii) Si las élites del partido pueden modificar una decisión
de sus miembros; en ello, los procedimientos en los dos grandes partidos de GB parecen más democráticos
que los franceses. (iii) Lo abierto del proceso de selección para los candidatos potenciales; un proceso
puede resultar relativamente cerrado por dos razones: por las cualificaciones formales exigidas para ser can-
didato (como los años de servicio), o por favorecer a los candidatos que tienen un acceso personal a los re-
cursos que permiten movilizar a los electores. En EEUU, este proceso puede llevar a la inversión de la rela-
ción entre el candidato y quienes le seleccionan, siendo el candidato el que gestiona su nominación; así, en
las dos primeras dimensiones el sistema norteamericano de elecciones primarias puntuaría como altamente
democrático, pero no en la tercera, cuyo aspecto no democrático radica en el papel que se concede al candi -
dato individual. Sin duda, medir el grado de democracia en la selección de candidatos es complejo, porque no
existen partidos que puntúen como altamente democráticos en las tres dimensiones, y existen algunos parti-
dos cuyos procesos de selección son muy poco democráticos (MSPH en Grecia, PLD en Japón, PG, UDF y
FN en Francia, PP en España), aunque la mayor parte de los partidos oscila en algún lugar entre estas dos po-
siciones extremas.

4. EL NÚMERO DE CARGOS SELECCIONADOS A LA VEZ

En las democracias del modelo Westminster, el selectorado sólo elige a un candidato cada vez que toma
una decisión; esto se debe a que tanto el sistema de voto plural (GB, Canadá, Nueva Zelanda) como el siste -
ma de voto alternativo tienden a usarse en conjunción con circunscripciones uninominales. Por contra, en
los sistemas de listas y en los de voto singular transferible de los sistemas de representación proporcional, el
selectorado elige una lista de candidatos (dos o más); cuando hay muchos cargos de diferentes niveles por
elegir (EEUU), hay que encontrar candidatos que los cubran todos.

El número de candidatos seleccionados altera el modelo de selección. Veamos un ejemplo. El partido A


en el país X y el partido B en el país Y desean incrementar su atractivo a las votantes femeninas, y ambos
quieren incrementar el porcentaje de candidatas, que no suele superar el 5 %. X recurre a un sistema de voto
plural con 100 circunscripciones uninominales; para incrementar el número de candidatas, A debe contar
con que haya más circunscripciones en las que salgan elegidas candidatas, o bien ser capaz de imponer una
candidata o una pequeña lista de candidatas en varias circunscripciones, lo que puede generar conflictos en el
partido. Pero depender de los partidos de las circunscripciones puede implicar muy pocos cambios, pues si
éstos siempre han concedido gran importancia a la experiencia, y el 95 % de los candidatos con experiencia
son hombres, cabría esperar que de los elegidos en las circunscripciones sólo el 5 % sean mujeres. Respecto
al partido B, el país Y divide el territorio en 20 circunscripciones como unidades de voto y establece en
ellas un sistema de listas, cada una con 5 candidatos; como los partidos regionales del partido B deben ele-
gir 5 candidatos a la vez, pueden establecer una cuota femenina, incluso al margen de su experiencia políti-
ca. Ni el sistema de cuotas, ni prescindir del criterio de la experiencia, están al alcance de los partidos regio-
nales del partido A, debido a que sólo deben elegir a un candidato. El partido B puede lograr sus objetivos
porque la toma de decisiones respecto de los candidatos no depende de que cada unidad tome una decisión
aislada. Esto es lo que explica la conexión entre los avances en candidatas femeninas y el tipo de sistema
electoral.

Pero existen otros factores que afectan al impacto de la variable institucional:

i. El recurso a las elecciones para seleccionar a los candidatos . La elección de candidatos puede difi-
cultar que grupos previamente excluidos puedan asegurarse una representación. En EEUU, a finales
del XIX y principios del XX, los partidos controlaban el proceso de nominación buscando el equili-
brio (p. e., eligiendo un irlandés-americano para el Congreso, a un judío-americano para el parlamen-
to estatal, a un italiano-americano como fiscal…); si un grupo étnico era capaz de demostrar que tenía
masa electoral podía forzar su cabida en el sistema. Cuando los líderes perdieron su poder de nomina-
ción y el proceso se centró en los candidatos individuales, no hubo forma de garantizar el equilibrio
62
con las decisiones de los votantes. Algo similar ocurriría si el partido B permitiera el voto secreto a
sus miembros: sería más difícil incrementar el porcentaje de mujeres, a no ser que se introdujera explí-
citamente una cuota para candidatas femeninas.

ii. El hecho de que puede haber cargos que valgan mucho más que otros , lo que puede hacer que la
inclusión de grupos sociales emergentes pueda ser algo simbólico. En EEUU, un escaño en el Congre -
so era mucho más importante que en los parlamentos estatales; en un sistema de listas, las posiciones
más bajas valen menos, pues los candidatos de esos lugares quizás no lleguen nunca a los cargos.

iii. Los partidos pueden creer que se está dando un peso excesivo a uno de los polos del equilibrio ,
haciendo difícil incluir nuevos intereses en la selección de los candidatos. En Irlanda, los partidos in-
tentaban equilibrar sus cuotas incluyendo a candidatos de zonas muy distintas de la circunscripción,
pero este voto territorial hacía que excluyesen otros elementos del equilibrio; así, hasta 1992 las mu-
jeres estuvieron peor representadas en el parlamento irlandés que en el británico, pese a las circuns-
cripciones multinominales; pese a todo, la elección de Mary Robinson a la presidencia en 1990 de -
mostró el potencial de las candidatas femeninas, y como resultado la presencia de mujeres en el parla -
mento creció un 7-12 % (1992).

iv. Las desventajas de las circunscripciones uninominales se pueden compensar con una amplia ta -
sa de renovación entre los legisladores. Al contrario que en GB y EEUU, en Canadá se da un im-
portante vuelco en los escaños tras cada elecciones generales, lo que favorece a los grupos previa-
mente excluidos de dos formas: al haber más espacio, se acelera el proceso de incorporación de nue-
vos grupos; y escaños poco prometedores por los que los políticos muestran escaso interés pueden ser
para candidatos con menos experiencia. En estas circunstancias, los grupos previamente infrarrepre-
sentados pueden incrementar su representatividad.

5. LAS VENTAJAS DE ESTAR EN EL PODER

Otra forma en que los procedimientos de selección pueden diferir es según la facilidad con la que quienes
ostentan el poder pueden resultar reelegidos. En Canadá es probable que cambien mucho los candidatos,
pues los candidatos derrotados se sienten menos inclinados a volver a participar. La alta volatilidad del elec-
torado hace más fácil que los partidos se autotransformen. Sin embargo, en las democracias liberales existe
un alto porcentaje de legisladores blindados contra la derrota, porque cuentan con circunscripciones seguras
o porque ocupan una posición elevada en las listas del partido. En algunos partidos de izquierda se lleva a ca -
bo una rotación de miembros, intentando evitar que se desarrolle algún tipo de carrerismo político (Los
Verdes en RFA). En EEUU hay restricciones legales al número de legislaturas que puede ocupar una per-
sona en ciertos cargos (el presidente dos mandatos); los límites en la legislatura fueron un arma popular para
los reformistas políticos en los años 90, buscando abrir las puertas a la competición por ciertas candidaturas
que hasta entonces eran copadas por quienes ostentaban el poder.

En la mayoría de los partidos, quienes ostentan el poder no se enfrentan a la rotación ni a restricciones legales
sobre el número de legislaturas. No obstante, existen diferencias entre los partidos en lo referente a la necesi -
dad o no de presentarse a una reselección. Las competiciones automáticas facilitan que los disidentes se
movilicen contra quienes están en el poder, pero siguen estando en desventaja; en GB, el Partido Laborista
introdujo la reselección obligatoria en 1980, pero las destituciones siguieron siendo poco usuales; en EEUU,
quienes están en el poder deben enfrentarse a competidores en las primarias, pero sus derrotas en ellas tam -
bién son algo raro (en 1992, sólo 19 de 368 congresistas).

Uno de los recursos de quienes están en el poder y que es utilizado contra los enemigos internos del partido
son las organizaciones personales creadas para las campañas electorales, que pueden reactivarse en futu-
ras elecciones. Los candidatos en EEUU son ejemplos de estas organizaciones, que se crean en el contexto de
unas elecciones para movilizar gente y recaudar fondos, pero también puede recurrirse a ellas para frustrar
los intentos internos de deponer a quienes están en el poder.

63
6. DE CANDIDATOS CON ÉXITO A LÍDERES DE PARTIDO

Sin duda, lo que distingue a un partido de otro es el liderazgo; pero, ¿de dónde salen los líderes, y quienes
los seleccionan? El modelo de reclutamiento usual es el de un líder que ha pasado por un periodo de apren-
dizaje largo como legislador, escalando posiciones en el partido; en GB no hay otra vía de acceso al lideraz-
go que no pase por la representación parlamentaria. Pero la estructura de las instituciones de un Estado pue-
den brindar vías alternativas, y el federalismo y el presidencialismo aportan caminos distintos hacia la meta.
Ejemplo de federalismo es Alemania, donde el PSA suele nombrar candidato a canciller a un primer minis-
tro de un Länder donde ellos gobiernan (aunque no sea el líder del partido), más que a parlamentarios del
Bundestag, tanto por su visibilidad ante el electorado como por su experiencia ejecutiva. Pero las vías al lide-
razgo también dependen de la relación entre el Estado central y los entes estatales; así, en Canadá las carre-
ras políticas federales y provinciales son irreductibles, y muchos premieres provinciales no desean renunciar
a su cargo para pasar al nivel nacional. El presidencialismo también abre rutas alternativas hacia el lideraz-
go. Así, en Francia ser miembro de la Asamblea Nacional solía ser clave en las etapas iniciales de una carre-
ra política, pero hoy existen otras vías para convertirse en candidato a la presidencia, como la presidencia de
la Comisión Europea o la alcaldía de París (Chirac). En EEUU, el candidato a presidente se convierte en el
líder (aunque el presidente en vigor sigue siendo informalmente el líder del partido); allí, la combinación de
federalismo y presidencialismo reduce la importancia del Congreso como escalón previo en la carrera hacia
la nominación presidencial.

El otro aspecto de reclutamiento de líderes es el de la importancia relativa de los actores involucrados en


el proceso: líderes potenciales, miembros del partido en el Parlamento, miembros del partido, facciones orga-
nizadas a nivel nacional, partidos provinciales, estatales o regionales y los votantes de los partidos. Algunos
de estos actores podrían ser responsables de elegir a un líder por su cuenta, o bien ejercer su influencia de
modo compartido. La importancia relativa de estos actores depende de diversos factores:

― La forma en la que se creó el partido . Los partidos surgidos sobre la base de la afiliación y fuera de
los Parlamentos tienden mucho más a conceder un papel formal a los miembros del partido que los
creados por élites políticas.

― Las tradiciones parlamentarias. Algunas tradiciones apoyan los procesos democráticos dentro de
los partidos en la selección de líderes, como la idea de Westminster de soberanía parlamentaria.

― La actitud tradicional del partido ante la democracia . Los partidos que cuenten con una tradición
de valorar los procesos democráticos, sufrirán presiones cada vez que se intente disminuir el ámbito
de los actores implicados.

― La necesidad de aceptación pública o legitimación . En la medida en que el público que vota evalúa
de forma negativa decisiones adoptadas por las élites, puede resultar de importancia para el partido
implicar a más personas en el proceso.

― El faccionalismo y las divisiones en el partido . Pueden funcionar en direcciones diferentes según el


contexto. Facciones cerradas y disciplinadas (Japón) pueden incentivar que la selección de líderes se
mantenga en el restringido ámbito de política faccional; pero cuando hay menos disciplina y más lu-
cha pública, el partido puede encontrarse con que se reducen las desavenencias porque la batalla por el
liderazgo se resuelve por los miembros del partido o por los votantes.

― Las estructuras estatales. El presidencialismo y el federalismo incentivan la implicación de más


actores en el proceso, el primero por la importancia de postular un candidato aceptable para el cargo, y
el segundo porque puede estar en juego el interés de partidos autónomos en la selección de un líder
nacional.

Respecto a los modelos de influencia, cabe considerar tres ideas. (i) En el pasado existían prácticas muy di-
versas, desde las antidemocráticas (conservadores GB) a las que admitían una participación amplia de sus
miembros (socialdemócratas). (ii) Muchos partidos han avanzado hacia una mayor participación en la se-
lección de líderes; en el caso del líder es donde el partido necesita a alguien que pueda utilizar la TV de for-
ma eficaz para apelar a los electorados de masas; un partido puede sobrevivir con parlamentarios de valía gri-
ses y laboriosos, pero un líder gris y trabajador sería un lastre para la popularidad del partido. (iii) Predomina
64
la adopción de procedimientos que hacen más probable que se elija a candidatos televisivos; en EEUU,
una vez destruido el poder de organizaciones locales y estatales para la nominación presidencial tras las re -
formas Fraser-McGovern (1972), el atractivo de las primarias a la presidencia se convirtió en algo obvio para
los partidos estatales; el nuevo sistema de elección presidencial estaba bien adaptado a la era de la TV y los
candidatos tuvieron que hacerse adeptos a este medio.

7. CONCLUSIONES

Todo lo expuesto refleja una imagen compleja de cómo los partidos seleccionan a sus candidatos y líderes, y
que las dos ideas iniciales sobre el proceso de selección no son reales: los partidos no tienen gran capaci-
dad de maniobra al afrontar la necesidad de tener cierto tipo de candidatos, y las nominaciones no las con-
trolan élites concretas.

Además, los partidos no se parecen en el modo de seleccionar candidatos. (i) Entre los partidos más reacti-
vos están los noruegos, por su capacidad de producir candidatos cercanos a las demandas e intereses de las
políticas internas; las nominaciones allí están regladas por leyes estatales, y siguen un procedimiento demo -
crático, si bien sólo están implicados en el proceso de nominación el 5 % de miembros del partido; el sistema
electoral de listas permite que los partidos intenten equilibrar, y quienes están en el poder tienen las mismas
ventajas que en la mayoría de sistemas. (ii) Entre los partidos menos reactivos están los japoneses, en espe-
cial el PLD, cuyas nominaciones no se controlan con leyes públicas y la normativa del partido importa menos
que las negociaciones entre facciones; el procedimiento no es muy democrático y la búsqueda de equilibrio
es para satisfacer a las facciones; quienes están en el poder gozan de ventaja considerable por su capacidad de
movilizar a los votantes. (iii) Entre los partidos intermedios están la mayoría de países del mundo liberal
democrático; pero, como vimos en el caso de Bélgica, intentar hacer más reactivos a los partidos conlleva la
posibilidad de desmantelar algunos aspectos de su democracia interna. La presión de la competición electoral
puede modificar los procedimientos de nominación del partido, pero los contextos a los que se enfrentan son
tan distintos que pueden optar por enfoques divergentes.

Sobre la selección del líder, las élites han ejercido una influencia mayor que en la selección de candidatos,
pero las presiones son mayores que en ésta por la importancia de la popularidad potencial del líder ante el
público. En muchos casos, los miembros del Parlamento expresan su voluntad de que se les vea consultar con
las organizaciones locales, pero nunca han dejado que éstas desempeñaran papel formal alguno en el proceso.
Cuando se asigna formalmente el poder (Israel, EEUU), los actores clave pueden seguir siendo las facciones
de los partidos o los candidatos mismos.

65
TEMA 10

LA CAMPAÑA ELECTORAL

0. INTRODUCCIÓN

El vínculo entre la selección de candidatos y la campaña electoral. Hace 40 años, las campañas electorales
casi siempre tenían lugar tras la selección de los candidatos, pero hoy en muchos países empiezan mucho an -
tes de la convocatoria de elecciones, y en algunos casos incluso antes de la selección de candidatos. Las cam -
pañas electorales ya no se ven confinadas a un periodo determinado previo a las elecciones, e incluso en
EEUU se habla de una campaña continua: tras unas elecciones, los candidatos potenciales empiezan a movi-
lizar a la gente para la siguiente. El principal factor responsable de este cambio ha sido el desarrollo de los
medios de comunicación electrónicos, especialmente la TV, que permite a los políticos comunicarse con
sus electorados de muchas formas. Desde los años 50, los políticos empezaron a darse cuenta de la importan -
cia de generar credibilidad entre sus electores antes del inicio formal de la campaña; las opiniones sobre la
competencia de una administración se iban formando a lo largo de un cierto periodo de tiempo, y el partido
que hacía llamamientos a sus votantes sólo cuando se acercaban las elecciones se veía en una gran desventa-
ja.

La TV supuso una gran diferencia por dos razones: (i) permitía a los políticos establecer un contacto más
directo con los votantes que la prensa escrita, pues el hecho de que se les pudiera ver explicando sus accio-
nes o puntos de vista influiría más sobre la opinión de los votantes; y (ii) hacía competir a los políticos en-
tre sí por la atención de los votantes, pues en la mayoría de países las estaciones de TV ni eran propiedad
de partidos ni se veían influidas por éstos, algo muy diferente a lo que ocurría con los periódicos, gran parte
de los cuales mantenían estrechos vínculos con partidos concretos; además, aunque los partidos estuviesen en
situación de ejercer su influencia sobre la TV, no podrían controlar la conducta de sus votantes, que podían
cambiar a otro canal y escuchar otros puntos de vista. Para contrarrestar la influencia de sus oponentes en la
TV, los líderes de los partidos debían mostrarse mucho más activos como comunicadores, y una consecuen-
cia de ello fue el alargamiento del periodo de campaña electoral.

Sin embargo, el advenimiento de la TV no ha llevado a estilos de campaña convergentes en los países liberal-
democráticos, sino a una considerable diversidad. Para comprender esta situación, conviene analizar tres as-
pectos: (i) el equilibrio entre las campañas emprendidas por candidatos individuales y las de los partidos; ( ii)
el peso relativo concedido por los partidos (o candidatos) a los dos principales tipos de recursos: dinero y tra -
bajo humano; (iii) el peso específico que se da a las formas de comunicarse con los votantes: TV, buzoneo,
puerta a puerta, periódicos, intermediarios (sindicatos, iglesias)…

1. ORGANIZACIÓN DE LOS PARTIDOS Y DE LOS CANDIDATOS

Una forma en que las campañas electorales difieren entre países es si son los partidos los que organizan
campañas para elegir a los candidatos o si son los candidatos quienes organizan sus campañas para intentar
ser elegidos, lo que depende del sistema electoral del país. Así, en aquellos países (Israel, Portugal, España)
con una representación proporcional basada en listas elaboradas por el partido, donde los votantes no tie-
nen forma de mostrar sus preferencias entre los candidatos de la lista, no tiene sentido que los candidatos in -
tenten hacer campañas individuales; en estos casos, hay dos razones básicas que explican por qué los parti-
dos deben hacerse cargo de la campaña de un modo centralizado: (i) por un problema de acción colectiva:
si la campaña se dejara en manos de los candidatos, éstos intentarían ir por su cuenta, dejando que toda la
carga recaiga sobre sus compañeros, pues todos creerían que su aportación parcial era poca cosa e intentarían
evitarla (problema del free-rider o gorrón); y (ii) sólo los que ocupan puestos con posibilidades de ser ele-
gidos se verán motivados a esforzarse durante la campaña, mientras que quienes ocupan los últimos lugares
tendrán pocos incentivos para colaborar. Además, es muy probable que la escala de la campaña se viera algo
reducida si se la dejara en manos de los candidatos individuales.

Cuanto más nos alejamos del sistema de listas cerradas, más crecen los incentivos para que el candidato se
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esfuerce. Que los individuos se movilicen depende de tres consideraciones: (i) el porcentaje de votantes que
podrían cambiar su voto con un llamamiento más personalizado; (ii) el incentivo de los candidatos para hacer
quedar mal a sus compañeros del partido; y (iii) el tipo de recursos a disposición de los candidatos.

A) APOYO DE LOS VOTANTES A LOS INDIVIDUOS

El apoyo de los votantes dependerá de lo visible que resulte un candidato a sus ojos, lo que depende de los
recursos que sea capaz de movilizar: espacios televisivos, campañas publicitarias, activistas que colabo-
ren… Pero también constituye un problema saber lo que espera un votante. Supongamos que en unas eleccio-
nes hay que cubrir 500 escaños a un Parlamento, se presentan 4 partidos, cada uno con una lista de 500 can -
didatos (4 x 500 = 2.000 candidatos), y que los votantes pueden cambiar el orden de las listas al votar; por
tanto, cada candidato compite con los otros 499 candidatos de su partido y contra los 1.500 candidatos de los
otros partidos, por lo que su campaña debe orientarse tanto a los votantes de su partido como a los votantes
de los demás partidos. Pero cuanto mayor sea el número de candidatos que puedan hacer una campaña
personal, menos se verán incentivados a intentarlo; en esas condiciones de listas tan numerosas, los incen-
tivos para hacer campaña al margen de los partidos son bajos, debido a que los candidatos no son capaces de
captar la atención de muchos votantes por sus propios medios. Además, también influye lo apegados que es -
tén los votantes a sus partidos: si la mayoría de la gente es fiel a su partido, tiene poco sentido afrontar una
campaña individual.

B) INCENTIVOS PARA HACER QUEDAR MAL A LOS DEMÁS CANDIDATOS DEL PARTIDO

En algunos sistemas electorales, cuanto más éxito tengan los compañeros del partido, menos probable es
que salgas elegido; los tres que producen este efecto son:

i. Sistema de listas preparadas por el partido con voto preferencial . Cuantos más votos logren tus
compañeros de partido, más abajo te colocan en las listas y menos probable es que salgas elegido. En
este sistema, la organización central del partido se ve incentivada a llevar las campañas para asegurar -
se que los candidatos del partido pasan la línea, haciendo menos probable que gestionen por sí mis-
mos las campañas. En algunos países los votantes pueden cambiar el orden de los candidatos en las
listas del partido, pero la posibilidad de alterar ese orden es reducida.

ii. Sistema de representación proporcional con voto singular transferible . Este sistema se puede usar
en circunscripciones pequeñas (3-5 escaños); puesto que ningún partido aspira a obtener todos los es -
caños, cada candidato quiere estar lo más alto posible en la lista de su partido, lo que los incentiva a
asumir la conducción de sus campañas. A menudo, los principales rivales para obtener escaño son los
candidatos del mismo partido; por ello, los candidatos se ven incentivados a crear sus propias organi-
zaciones de campaña, complementando la del partido (Irlanda).

iii. Sistema de un solo voto (Japón hasta 1994). Cada votante tiene un solo voto, pero de cada circuns-
cripción salían elegidos cinco escaños; por tanto, cada voto arrebatado por los oponentes era un voto
perdido, haciendo que los votantes por cuyo voto había que luchar fuese por el de los votantes de tu
partido, lo que sitúa al candidato en competencia directa con los demás candidatos de su partido; por
ello, los incentivos para llevar una campaña independiente son muy fuertes, creando para ello una or -
ganización para la campaña propia (koenkai).

C) RECURSOS A DISPOSICIÓN DE LOS CANDIDATOS INDIVIDUALES

Los recursos de los partidos pueden ser inalcanzables para los individuos, o tener un coste prohibitivo, como
los espacios televisivos. En la mayoría de los países se prohíbe a los partidos y candidatos comprar espacios
de TV, y o se les adjudica un tiempo o se organizan debates entre los lideres; la gran excepción es EEUU,
donde los candidatos pueden comprar espacios televisivos. Durante la primera mitad del s. XX, en muchos
Estados los candidatos a cargos menores podían confiar en los esfuerzos de los partidos para salir elegidos;
pero a medida que empezó a declinar el voto a favor de los partidos y sus campañas se degradaron los candi -
datos se fueron separando de éstas y empezaron a optar por organizar campañas propias. Así, la liberalización
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del mercado de publicidad política en TV fue uno de los factores para inclinar la balanza hacia los candida-
tos.

Otro recurso para crear desventajas a los candidatos individuales frente a sus partidos son las restricciones a
los gastos de los candidatos; en GB existen desde 1983 con la Corrupt Practices Act, y por eso las eleccio-
nes británicas se realizan a un costo bajo comparado a otras democracias liberales, y las organizaciones de
partido a nivel nacional se fortalecieron frente a los parlamentarios individuales, que se convirtieron en un
elemento menor de la campaña (con una leve reversión de esta tendencia en los años 70).

Otro factor que ha echado a los candidatos en brazos de sus partidos políticos en EEUU es la tendencia a
acaparar todos los votos, lo que supone un problema para la acción colectiva cuando hay que cubrir más de
un cargo en unas elecciones, pues cada candidato puede verse tentado a ir a su aire en su contribución a ini-
ciativas que beneficien a todos los candidatos. Puesto que una de las principales actividades de las campañas
de los partidos locales de EEUU consiste en acaparar todos los votos, se trata de una actividad que todos
los candidatos se complacen de delegar en sus partidos.

Un factor que fortalece a los partidos frente a los candidatos es que algunas actividades pueden generar eco-
nomías de escala al realizarlas los partidos de forma centralizada, como las encuestas de opinión; es muy
caro realizar una encuesta, y si cada candidato realizara la suya se solaparía información y se desperdiciarían
recursos. No obstante, en EEUU este factor no ha restringido la tendencia a que las campañas se centren en
los candidatos, donde el acceso a la TV fue un incentivo a que se lanzaran a reunir información sobre cómo
les perciben los votantes sin considerar las economías de escala.

D) DIFERENCIAS ENTRE PAÍSES

La interacción de los tres factores (porcentaje de votantes que podrían cambiar su voto con un llamamiento
más personalizado, el incentivo de los candidatos para hacer quedar mal a sus compañeros del partido, y el ti-
po de recursos a disposición de los candidatos) explica las diferencias entre las democracias liberales so-
bre el papel de los candidatos en las campañas. Las campañas más individualistas están en EEUU y Japón,
pero mientras que en EEUU se debe a la disponibilidad de recursos para los candidatos, en Japón se debe al
incentivo a competir contra los demás candidatos del partido. En principio, la extensión del voto en el s. XIX
y las economías de escala facilitaron las campañas de los partidos; recientemente, la revolución tecnológica
ha revertido esta tendencia, aunque en la mayoría de países se ha regulado legalmente su empleo.

2. RECURSOS DEL PARTIDO: DINERO Y TRABAJO

El dinero y el trabajo son los dos tipos de recursos más generalizados en las campañas electorales, pero
son poco intercambiables. En general, las cuotas de los afiliados sólo aportan una pequeña parte del volu-
men de fondos, pues la mayor parte se obtiene de grupos de interés, individuos pudientes o contribuciones
por correo. Un partido puede utilizar gran parte de su fuerza de trabajo en conseguir fondos para la campaña,
pero el valor del mercado de trabajo voluntario es alto y muchos países han restringido los tipos de actividad
electoral por las que se puede pagar a la gente. Así, el dinero se usa para pagar espacios en TV, propaganda,
buzoneo y encuestas, y el trabajo para campañas puerta a puerta, iglesias, centros de trabajo y otros lugares.
Partidos y candidatos necesitan de dinero y trabajo, pero con variaciones considerables entre épocas, paí-
ses y partidos. La revolución democrática europea entre el s. XIX-XX estuvo asociada a dos hechos que
transformaron las campañas: (i) muchos países aprobaron leyes para evitar la compra de elecciones por las
élites; y (ii) el reto electoral planteado por los socialistas y partidos religiosos con organizaciones extraparla-
mentarias extensas, que forzó a otros partidos a admitir la necesidad de una gran fuerza de trabajo para las
tareas electorales.

En EEUU el voto universal se introdujo en 1830, pero el control de la corrupción no se inició hasta más ade -
lante. Para movilizar electorados de masas, los partidos intentaron crear una fuerza de trabajo que estuviera
imbricada con las comunidades y se mantuviera fiel a través del patronazgo; lo que permitía a los partidos
mantener el control sobre la fuerza de trabajo era su acceso al dinero, por su control de contratos públicos,
favores a firmas comerciales y a veces actividades criminales. Ésta última fuente fue desapareciendo en
68
las últimas décadas del s. XIX, pero las dos primeras continuaron. Al contrario que en Europa, en EEUU el
dinero revestía más importancia que el trabajo, que se obtenía del clientelismo, y los partidos no tuvieron que
enfrentarse a partidos con muchos miembros que contribuían con sus cuotas, como tuvieron que hacer los
partidos burgueses europeos, lo que tuvo un impacto significativo en la evolución de la organización electo -
ral.

Desde principios del s. XX, las novedades en las campañas electorales han girado en torno a la invención de
técnicas que permiten escuchar la opinión de los votantes e influir sobre ellas: encuestas de opinión públi-
cas, propaganda directa computerizada y la TV. Recientemente, el descenso de precios de ordenadores y pro-
gramas los han puesto más al alcance de partidos y candidatos, incrementando la importancia relativa del di -
nero frente al trabajo como recurso electoral.

A) DINERO POLÍTICO

Hay siete fuentes de ingresos para los partidos en las democracias liberales, que son:

a) Cuotas y tasas de los afiliados. Un partido subirá sus ingresos incrementando las cuotas o aumentan-
do sus miembros. Las políticas sobre cuotas varían mucho entre países y partidos: en Alemania las
cuotas son mucho más altas que en GB, y en algunos partidos dependen del nivel de ingresos del afi-
liado; en 1990, el PSA tenía 920.000 miembros cuyas cuotas (40 £) aportaban el 43 % de los ingresos
del partido, mientras que el Partido Laborista tenía 294.000 miembros cuyas cuotas (3 £) aportaban el
17 %. Sin embargo, a medida que se ha incrementado el coste de las campañas no ha sido posible
compensarlo con un incremento de afiliados, e incluso en muchos partidos se ha reducido el número
de afiliados desde la posguerra.

b) Cargos públicos. Si quienes ostentan cargos gubernamentales deben su nombramiento al partido, éste
les pueden exigir que cedan un porcentaje de su salario. Esto sólo se ha practicado de forma exten-
sa en EEUU, pero la generalización del sistema de funcionariado civil en el s. XX casi lo ha elimina-
do.

c) Candidatos. Los partidos pueden pedir a sus candidatos que contribuyan con parte de los fondos de
sus campañas a los fondos del partido. En EEUU, cuando la potestad de nombrar candidatos estaba
en manos de los partidos era frecuente que éstos les pidieran contribuciones, lo que cesó cuando los
candidatos dejaron de depender del partido. Esta fuente de recursos exigía de los partidos que recluta-
ran gente relativamente pudiente o con posibilidad de conseguir fondos; pero los votantes podían no
decantarse por un partido dominado por ricos, y si los candidatos estaban en situación de recibir fon-
dos se hacían menos dependientes del partido, todo lo cual contribuye a explicar el declive de los par -
tidos en EEUU.

d) Patronos. Un partido puede tener patronos que aporten fondos, pero no es corriente en las democra-
cias liberales actuales. En primer lugar, porque para un partido puede ser difícil convencer a sus vo-
tantes de que es algo más que un vehículo para conseguir los intereses de sus patronos ; esto no
fue así con el magnate Silvio Berlusconi, que fundó Forza Italia en 1993 y ese año obtuvo más esca-
ños que sus aliados (Liga Norte y ANF), convirtiéndose en primer ministro; este ejemplo refleja la im-
portancia de los factores culturales o sociológicos, pues en Escandinavia o GB los votantes serían mu-
cho más suspicaces ante partidos de base clientelar, mientras que en Europa del sur y América Latina
la aceptación por los votantes del valor del liderazgo hace más fácil el patronazgo. Por otra parte, los
ricos suelen recurrir a otros medios antes que pagar a los partidos, como utilizar su poder para mi-
nar las bases económicas de los rivales de su partido. Pero, aunque los patronos fueron importantes en
las primeras fases de democratización, hoy sólo tienden a emerger si se ven excluidos de los circuitos
de influencia; en África del Sur, el multimillonario Harry Oppenheimer fundó el Partido de la Refor-
ma Progresista porque el Partido Nacionalista en el gobierno era un partido afrikáner en el que los
blancos ricos angloparlantes estaban excluidos del ámbito de influencia.

e) Inversiones y ventas. Un partido puede generar ingresos por sí mismo, por ejemplo a través de ventas
(periódicos, revistas, clubes sociales). Pero los partidos no son negocios (en los clubs se vende cer-
veza, buscando habilitar un lugar donde congeniar y atraer miembros potenciales del partido, pero no
69
como objetivo primario de ingresos), incluso en algunos países existen barreras legales para comer-
ciar con productos no relacionados con su actividad política.

f) Grupos de interés. En el s. XIX, los grupos de interés recurrían a todos los medios disponibles para
asegurarse la aprobación de las leyes que querían, y en el s. XX ese interés persiste, pues la diver-
sificación de las compañías industriales avanzadas y el papel de los gobiernos en la dirección de la
economía ha contribuido a generar un universo de grupos de interés. Al reemplazarse las firmas fami-
liares por firmas comerciales extensas se elevó el interés de éstas por buscar influencia política, por
ejemplo financiando a partidos y candidatos. Esta fuente de ingresos sí muestra un potencial de expan-
sión ante la subida del coste de las campañas.

g) Estado. Hasta 1950, la financiación de los partidos había sido por patrocinio privado, pero desde en-
tonces los subsidios públicos a los partidos son una necesidad, pues no hay otra forma de financiar
las funciones asignadas a ellos. A finales de los 80, dos de cada tres democracias habían introducido la
financiación estatal; en los años 50 surgen tres presiones para ello: (i) el descenso generalizado de
ingresos recaudados por las vías tradicionales; (ii) la introducción de nuevas tecnologías en las cam-
pañas electorales, más costosas que las campañas basadas en el trabajo intensivo; y (iii) proteger a los
partidos de la corrupción y otras influencias negativas, como los grupos de presión. En EEUU, el
primer factor fue insignificante, pues allí no se pagaban cuotas, pero sí la combinación de los crecien -
tes costes de las campañas y los escándalos políticos. Fuera de EEUU, el incremento de costes de la
tecnología electoral era un problema para los partidos, pero también la debilitación del vínculo votan-
tes-políticos. Los subsidios revisten formas diversas, como la financiación de gastos electorales (Ita-
lia, Alemania) o la financiación de las organizaciones del partido y grupos parlamentarios (Aus-
tria, Suecia). Pero incluso con un sistema de financiación amplio, a menudo no se han alcanzado los
objetivos (erradicar la corrupción y los escándalos financieros), pues hasta los años 90 la financiación
pública complementaba más que reemplaza los fondos de los grupos de interés (Alemania); para lo -
grar tal objetivo, habría que imponer severas restricciones a la capacidad de los grupos para donar di-
nero a los partidos, o invertir en campañas políticas que podrían beneficiar a un partido concreto. Pue -
de ser difícil conciliar las restricciones con la libertad de expresión, pues restringir la capacidad de
un grupo (sindicato, patronal, industria, colectivo) para hacer campaña en torno a un tema que le afec-
ta puede parecer una violación de la libertad de expresión; no está claro dónde debería situarse el lími -
te entre libertad de expresión y protección de la política democrática frente a intereses específicos.

B) TRABAJO VOLUNTARIO

El trabajo voluntario es un recurso electoral en declive, si bien sigue siendo esencial. La necesidad de di-
nero y la dificultad creciente de reclutar activistas han alterado el equilibrio entre los dos recursos; así, en los
partidos con base de afiliados éstos constituyen su fuerza de trabajo en las campañas, pero en la mayoría de
países son las propias campañas las que motivan a los activistas no vinculados al partido (en Canadá, la inac -
tividad de los partidos entre elecciones no genera escasez de trabajadores en las campañas). En las democra -
cias asentadas, la gente desarrolla el hábito de participar en las campañas (deber cívico, tradición familiar,
diversión), aunque con variaciones entre países. En definitiva, los partidos han pasado de campañas basadas
en el trabajo intensivo a basadas en el capital, pero ello no fue a consecuencia de que los partidos estuvieran
en declive o se colapsaran, sino a la introducción de nuevas modalidades de campaña basadas en los nuevos
medios tecnológicos, los cuales requieren más dinero que trabajo.

3. DIFERENTES FORMAS DE COMUNICACIÓN

Las campañas no son iguales en todas las democracias liberales. Además del equilibrio dinero-trabajo, hay
otros factores que determinan el tipo de campaña de un país:

a) Restricciones legales. Excepto en EEUU, en la mayoría de los países se raciona el tiempo de anun-
cios de TV adjudicado a los partidos para que no haya ventajas injustas, lo que limita las opciones de
los partidos para elegir la estrategia electoral. Otra restricción es la prohibición de sobornos, es decir,

70
de usar el dinero para comprar votos. Y en Japón existe la prohibición de captar votos puerta a puer-
ta, algo permitido en otros países, lo que ha contribuido allí a aumentar el poder de quienes ostentan
cargos.

b) Rasgos de una sociedad. Los rasgos de una sociedad influyen sobre los tipos de campaña de los parti-
dos; así, India tiene unos niveles de alfabetización muy bajos, por lo que una campaña con pasquines
tiene menos sentido que una campaña basada en contactos personales; por contra, la captación de vo-
tos puerta a puerta es difícil en los aislados fiordos noruegos o en los apartamentos de New York, don-
de los porteros impiden el paso a desconocidos, por lo que allí es más corriente el buzoneo. Pero no só-
lo hay diferencias entre países, sino también dentro de un mismo país.

c) Respeto a las tradiciones. Algunos tipos de campaña son importantes en un país y menos en otros, co-
mo la captación de voto puerta a puerta en GB y la pega de carteles en Francia. Los partidos adaptan los
estilos de campaña a las circunstancias cambiantes, y la implantación de la TV fue el mayor de tales
cambios. El pasado influye en el tipo de campaña de dos formas básicas: (i) primero, en las transicio-
nes a la democracia pueden desarrollarse formas de organizar la política relacionadas con formas
más antiguas de estructuración social; en Japón, la campaña se centra en el político individual que
crea su propia organización de campaña, pero la similitud con EEUU no es tal, pues en Japón la organi -
zación vincula al parlamentario a toda una serie de políticos con simpatizantes y aliados que les están
obligados, dando como resultado una jerarquía de conexiones entre ellos. (ii) Segundo, las formas an-
teriores de hacer campaña creaban expectativas entre los votantes respecto de la forma en la que
los partidos debían interactuar con ellos; en GB, la expectativa de que quienes piden el voto por un can-
didato puede aparecer en la puerta afecta a la opinión sobre la marcha de la campaña, pues el partido
que no haya pasado crea una opinión adversa; por ello, la adopción de nuevas formas de hacer campaña
no convierte en redundantes a las antiguas, que sólo pueden convertirse en menos importantes.

Existen cuatro métodos básicos para comunicarse con los votantes a los que pueden recurrir los partidos:
(i) contacto personal intensivo, mediante amigos, vecinos y conocidos con los que los votantes pueden tener
alguna obligación para inducirles a que les brinden su apoyo; (ii) contacto personal no intensivo, como ejer-
cer presión sobre el votante dándole más margen para elegir al votar (reclamar el voto puerta a puerta, míti-
nes, discursos); (iii) contacto impersonal por escrito, mediante argumentos, eslóganes o imágenes sobre el
papel (buzoneo, carteles, folletos, pasquines, literatura electoral por correo); (iv) contacto impersonal por
medios electrónicos, como propaganda por radio y TV, donde la comunicación es unidireccional y no direc -
ta. Los dos primeros métodos son intensivos en trabajo, en general fuerza de trabajo pagada; el tercero com-
bina trabajo y dinero, pero con variaciones, pues la distribución de folletos requiere mucho personal, mientras
que la petición del voto por correo exige poco trabajo pero mucho dinero; el cuarto es intensivo en capital.
Según han evolucionado las democracias liberales, ha tendido a declinar el primero de los métodos (contacto
personal intensivo) y relativamente el segundo (contacto personal no intensivo), se ha dado un pequeño giro
en el tercero hacia técnicas más intensivas en capital, y se observa un gran incremento del cuarto, recurriendo
a técnicas que no han estado disponibles hasta los años 50. No obstante, las tendencias varían de país a país:
una importante fuerza de trabajo sigue siendo la base de la actividad electoral en muchos países, y en algunos
regímenes que se democratizan en los años 90 los partidos carecen del capital necesario para un uso intensivo
de las tecnologías, por lo que deben confiar en el trabajo de sus voluntarios.

Es poco probable que en las campañas desaparezcan las formas personales; las interacciones personales
ayudan a formar actitudes frente a la política y pueden contribuir a fortalecer preferencias débiles de los vo -
tantes, y los partidos deben contar con voces en el seno de la comunidad que expresen su punto de vista, al-
go que los medios electrónicos sólo consiguen de forma imperfecta. Aunque quepa esperar que ulteriores de-
sarrollos de la tecnología en las campañas incrementen la presión entre los partidos para recaudar fondos, no
es muy probable que vaya a haber un declive uniforme en el valor de la fuerza de trabajo a disposición del
partido. En este aspecto, la experiencia de los EEUU probablemente no sea un heraldo de futuro.

71
TEMA 11

PREFERENCIAS DE LOS VOTANTES Y FORMACIÓN DE GOBIERNO

0. INTRODUCCIÓN

Se supone que en una democracia representativa debería existir una relación entre los deseos de los vo-
tantes y las políticas que ejecuta el gobierno; dicha relación se produce mediante un proceso de tres fases:
(i) en las elecciones, la gente elige entre partidos que compiten por su voto mediante ofertas sobre las políti-
cas que implantarán al llegar al poder; (ii) se procede a la formación del gobierno con el partido ganador o
con una coalición de partidos, cuya composición reflejará las preferencias más importantes de los votantes; y
(iii) el gobierno ejecuta el programa político con el que se identifican los partidos que forman parte de él, y
su incentivo para hacerlo radica en la necesidad de retener el apoyo de sus electores en otras elecciones.

1. MODELOS DE PREFERENCIAS DE VOTANTES Y COMPETICIÓN ELECTORAL

A) HIPÓTESIS DE DOWNS RESPECTO DE LOS VOTANTES

El teórico A. DOWNS (1957, EEUU) es el padre del enfoque competitivo, y planteó tres hipó-
tesis respecto de los votantes:

i. Los votantes tienen sus preferencias sobre las políticas que quieren que el gobierno im -
plemente, y las determinan de forma exógena (los partidos no pueden determinar lo que
quieren los votantes). Según Downs, las preferencias de un votante individual están vin-
culadas a su interés, que a su vez depende de su posición social.

ii. Las preferencias de los votantes se pueden representar con un único espectro izquierda-derecha
(modelo espacial). Según Downs, un votante no puede tener dos puntos de vista totalmente distintos,
y aún así se podría sacar una media que nos diera su postura global en el espectro.

iii. Los votantes actúan de forma racional, pero no siempre están bien informados sobre la conexión
entre sus preferencias y las políticas de los partidos. Según Downs, las preferencias de los votantes
se entienden dadas; asume que los votantes son racionales (≈ racionalidad económica), y que un vo-
tante racional es el que vota por el partido más cercano a sus preferencias.

B) HIPÓTESIS DE DOWNS RESPECTO DE LOS PARTIDOS

Downs planteó cuatro hipótesis respecto de los partidos:

i. Los partidos intentan maximizar su porcentaje de voto popular . Para ello, deben actuar como igle-
sias abiertas que adaptan sus programas políticos a las demandas de los votantes, y no como parti-
dos cultos que se limiten a propagar sus ideas.

ii. Los partidos se mueven arriba y abajo a lo largo del espectro , adaptando sus programas políticos
según su percepción de lo que quieren los votantes, pero están sujetos a una limitación: no pueden
saltar por encima de otros partidos; los partidos se ven constreñidos por su pasado y por la necesi-
dad de parecer coherentes ante el electorado, por lo que no pueden llevar a cabo cambios radicales.

iii. Los partidos recurren a la ideología para movilizar los electorados de masas . En general, los vo-
tantes disponen de pocos recursos para adquirir información sobre temas y políticas; por ello, las
ideologías ofrecen una guía que permite a los votantes decidir su voto. Los partidos se ven así in-
centivados a desarrollar su ideología, pues ofrecerá una comprensión simplificada del mundo político
72
que ayudará a los votantes a tomar sus decisiones. Pero las ideologías no definen los intereses de la
gente, pues éstos existen ajenos a la actividad de los partidos. Así, la ideología es un mecanismo que
facilita a los votantes la comprensión de cómo sus deseos e intereses se verán afectados por el éxito
electoral de los partidos.

iv. El número de partidos que forman parte de un sistema viene determinado por la distribución de
votantes a lo largo del espectro ideológico. Que haya un partido en un punto del espectro no depen-
derá sólo del porcentaje de voto total que sea capaz de atraer, sino también de la distribución de los
votantes en el espectro, lo cual determinará el número de partidos del sistema; si los votantes son
básicamente moderados, tanto de izquierda como de derechas, lo más probable es que el sistema sea
bipartidista y que ambos partidos tiendan a converger en el centro del espectro.

C) EL ANÁLISIS ESPACIAL DE DOWNS Y LA ACTIVIDAD DE LOS PARTIDOS EN EL GO -


BIERNO

Siguiendo las hipótesis anteriores, Downs deduce cómo actuarán los partidos, destacando su demostración
de cómo en un modelo bipartidista los partidos tenderán a desplazarse sucesivamente hacia el centro del es-
pectro político y a defender políticas similares, mientras que en un modelo multipartidista los partidos ten-
derán a ubicarse a distancias uniformes en dicho espectro y a defender políticas diferenciadas. En base a estos
análisis, hay dos ideas-marco de los análisis de Downs que se mantienen en muchos estudios:

i. La competición por los votos puede entenderse en términos espaciales . Según Downs, las actitu-
des ante políticas públicas pueden ubicarse en un único espectro, pero en el mundo real quizás los vo -
tantes muestren actitudes que no se puedan ubicar en un único espectro y hagan necesario recurrir a
dos o más. Por ello, los politólogos intentan averiguar cuántos espectros son necesarios para enmarcar
las actitudes políticas de los electorados, pero mantienen cuatro ideas de Downs: ( i) las actitudes de
los votantes ante políticas diferenciadas están relacionadas unas con otras; no hay un único es-
pectro, pero su número es pequeño y todas las actitudes ante los diferentes temas casan con uno de
ellos; (ii) la mayoría de los espectros están presentes en muchas organizaciones políticas del mun-
do democrático, lo que permite emplear el análisis espacial en estudios comparados; (iii) cabe enten-
der las actitudes de forma espacial en el seno de un único espectro: entre dos posturas extremas siem-
pre hay un centro más cercano a ambos; (iv) las actitudes de los votantes se forman al margen de
los partidos, y son los partidos los que se acomodan a las preferencias de los votantes.

ii. Las políticas propugnadas por los partidos y las que implementan cuando están en el poder se
respetan por su necesidad de acaparar votos. Al margen de sus orígenes (tradición, ideología), los
partidos diseñan sus políticas según la probable reacción de los electorados de masas, ubicándose en
el punto del espectro que maximice su apoyo electoral: si cambian las preferencias de los votantes,
debe alterarse la postura del partido. Así, la campaña electoral tiene como trasfondo las maniobras de
los partidos en torno a políticas, bajo el marco de las campañas reales.

La crítica de los institucionalistas al enfoque competitivo para el estudio de las relaciones entre partidos y
votantes se basa en dos argumentos: (i) niegan que las preferencias de los votantes sea una variable exó-
gena, y afirman que los partidos construyen o moldean tanto las preferencias de los votantes como la forma
en que éstos perciben sus propios intereses (publicidad, marketing), e incluso se han planteado dudas sobre la
autonomía de la elección individual; y (ii) niegan que los partidos sean capaces de ajustar sus políticas a
una posición óptima en función de las preferencias de los votantes, pues se ven severamente limitados por
su propia historia y las relaciones que imperan en su seno; además, lo que un partido expone sobre políticas
públicas (manifiestos, programas electorales, debates) constituye una guía sobre qué actividades desarrollará
al llegar al gobierno. Junto a la obra de E. Schattschneider (1960), el tratamiento más amplio sobre el papel
de los partidos en el moldeado de preferencias el de P. Dunleavy (1979).

D) LA CRÍTICA DE DUNLEAVY

Según Patrick Dunleavy (1979), los partidos pueden dar forma a las preferencias de los
electorados de masas, con ventaja para los partidos en el gobierno al controlar los recursos
del Estado. Las estrategias de los partidos en el gobierno para moldear las preferencias de
73
los votantes son tres:

i. Ingeniería social partidista. Si los partidos están vinculados a la posición que ocupan en la estructura
social, las políticas que cambien la estructura social afectarán al resultado electoral de los parti -
dos. El crecimiento o declive de una clase social puede darse por dos causas: cambio generacional,
que produce cambios duraderos en la estructura social; o cambio en las preferencias de los votantes,
lo que puede originar una nueva alineación de éstos (carácter exógeno de las preferencias).

ii. Ajustes en las relatividades sociales. Al cambiar la posición relativa de los grupos en el orden
económico y social, los partidos en el gobierno pueden fortalecer el apoyo que reciben de grupos par -
ticulares, lo que también moldea las preferencias.

iii. Control del contexto. En algunas situaciones, el partido en el poder puede ser capaz de manipular la
situación objetiva de la comunidad política, de forma que sus partidarios adquieran ventajas, espe-
cialmente a través de la política exterior; así, una intervención militar breve y exitosa, con pocas
bajas, puede ser favorable para el gobierno en unas elecciones, desviando el descontento de los votan-
tes por su actuación en otros asuntos.

Según Dunleavy, las estrategias de los partidos en la oposición para moldear las preferencias de los vo -
tantes son básicamente dos:

i. Capitalizar tensiones sociales. Es una estrategia que consiste en alterar las preferencias a corto plazo,
a través de incidir en el antagonismo entre grupos sociales.

ii. Fijar la agenda. Consiste en centrar la atención de los votantes en ciertos temas y evitar otros,
afectando al modo en que los votantes perciben el mundo político.

Estas estrategias no son mecanismos circunstanciales, sino el núcleo de las actividades de todos los parti-
dos. Los partidos no son empresas comerciales en situación de competencia perfecta; su negocio consiste en
intentar dar forma a las preferencias de los votantes todo el tiempo. Los votantes pueden acceder a otras fuen-
tes de información y a otras formas de entender el mundo político, y sería un error creer que están a merced
de los partidos al desarrollar sus preferencias; pero creer que los partidos responden a las preferencias de los
votantes determinadas de forma exógena resulta poco razonable.

E) LAS LIMITACIONES DEL ANÁLISIS ESPACIAL

Una objeción al enfoque competitivo refiere a que los partidos no pueden moverse libremente por el es-
pectro ideológico. La capacidad de un partido para diseñar políticas que respondan a unos supuestos requeri-
mientos del mercado político se ve limitada por dos factores: su historia y sus relaciones internas. Si un
partido no puede cambiar su ideología fácilmente, se deduce que no podrá moverse libremente por el es-
pectro ideológico, como afirma Downs, quien no parece considerar el impacto de la ideología y la historia de
los partidos sobre la ideología y la política del presente.

Otra objeción es que un partido no es un actor unitario; Downs asume que existe el partido, que tiene obje-
tivos y estrategias para lograrlos, pero todos los partidos se componen de elementos diferentes que fijan sus
propios objetivos y estrategias, y que pueden entrar en conflicto con la estrategia del partido. G. Tsebelis
(1990) desarrolló la Teoría de juegos con el concepto de juegos ocultos para describir el conflicto entre ac-
tores que juegan a un juego como parte de otro juego; así, los activistas laboristas reemplazaron a sus re-
presentantes en el Parlamento contribuyendo a su derrota electoral, lo que para Downs sería una estrategia
irracional, pero Tsebelis muestra que fue una estrategia racional para los activistas, pues aquello les permiti -
ría hacerse con una reputación de duros para que se tomaran más en serio sus propuestas. Los defensores del
enfoque competitivo podrían aducir que este tipo de ejemplos sólo se dan en partidos con base afiliativa, pero
esto no es convincente, pues en todos los partidos hay miembros cuyos intereses pueden divergir de los
del partido como actor unitario; así, los intereses de parlamentarios de segunda fila sin esperanzas de hacer
carrera en el partido podrían salir mejor parados si se mantienen en la oposición, pues individualmente ejer-
cen más influencia y tienen más prestigio en sus localidades cuanto más pequeña sea la delegación parlamen-
taria.
74
Sin duda, la historia y el carácter no unitario influyen más en la conducta de un partido en política que en la
de las empresas en el mercado. Ello se debe a que hay dos diferencias clave entre empresas y partidos: (i)
los partidos no tienen una línea de meta como las empresas, en el sentido de que una empresa que no ob-
tiene beneficios debe abandonar los negocios, mientras que un partido puede seguir existiendo aunque no ex -
panda su base electoral y se mantenga en la oposición; y (ii) existe un mayor desistimiento de empresas en
el mercado que de partidos en la comunidad política. Las grandes empresas se ven minadas a largo plazo
por nuevos rivales en la industria doméstica e internacional, así como por la competencia de nuevos produc-
tos; por ello, actores y grupos en el seno de la empresa han de estar dispuestos a apoyar los intereses de la
empresa como actor unitario, pues su supervivencia requiere que los intereses de la empresa predominen so-
bre los de sus componentes, algo que es mucho menos probable en el seno de un partido.

Por tanto, el análisis espacial no permite comprender la competición entre partidos de la misma manera
que el análisis económico explica la conducta de las empresas. No obstante, el enfoque competitivo es útil
para entender los vínculos existentes ente votantes y partidos, pues los votantes tienen puntos de vista políti-
cos y demandas que funcionan independientemente de los partidos, y un partido no es sólo un conglomerado
de individuos y grupos, sino también una institución y es posible analizar sus intereses.

Pero sería un error creer que la competición entre partidos es esencialmente su posicionamiento estraté-
gico respecto a los programas políticos (estratégico ≈ en función de las preferencias de los votantes), y ello
por tres razones: (i) los partidos moldean las preferencias de los votantes más que simplemente reflejarlas;
(ii) tanto la historia de un partido como las relaciones entre sus elementos dan lugar a programas que no son
reflejos óptimos de las preferencias de los votantes; y (iii) los programas de los partidos sólo son una guía pa-
ra saber lo que harán los partidos cuando gobiernen, no son fiables (como lo son las guías o catálogos de las
empresas comerciales).

2. PARTIDOS Y FORMACIÓN DE GOBIERNO

Para analizar lo que hacen los partidos durante el proceso de formación de gobierno debemos identificar
tres variables: (a) la conexión entre el partido en el poder y la formación de gobierno; (b) las personas res-
ponsables en el seno del partido de la toma de decisiones sobre como formar o unirse a un gobierno; y ( c) los
objetivos de los que estén implicados en la decisión de formar gobierno.

a) El papel del partido en el poder. En las democracias liberales existen tres modelos básicos de relaciones
entre el partido del poder y la formación de gobierno:

i. Modelo presidencial (EEUU). La responsabilidad de formar gobierno es del presidente, elegido


directamente; los partidos en el poder no tienen un papel directo, pues los miembros del Parlamento
no pueden ser a la vez miembros de gobierno.

ii. Modelo de partido mayoritario (GB, NZ). Se trata de un modelo parlamentario en el que un único
partido tiene una mayoría funcional de los escaños del Parlamento, y el gobierno se forma con
miembros de ese partido.

iii. Modelo de partido minoritario. Es un modelo parlamentario en el que ningún partido tiene mayo-
ría funcional de los escaños, y los gobiernos sobreviven mientras puedan mantener la confianza del
Parlamento. Es el modelo común en las democracias europeas, y se pueden dar tres resultados:

― Gobierno minoritario que no controla la mayoría del Parlamento . Sobreviven hasta que
otros partidos ganen una moción de censura o haya elecciones.

― Gobierno de coalición basado en alianzas preexistentes . Se pacta la formación de gobierno


antes de la celebración de elecciones; casi siempre son acuerdos públicos, y suele trascender la
distribución de cargos.

― Gobierno de coalición tras las elecciones. La negociación entre partidos tiene lugar antes de
la formación de gobierno, y se negocia qué partidos formarán parte del gobierno, las carteras
ministeriales y la política gubernamental.
75
b) El responsable de las decisiones sobre la formación de gobierno . Hemos de diferenciar entre el proceso
formal (sobre el líder del partido mayoritario) y el proceso real. En las democracias europeas, antes de la II
GM la figura decisiva era el líder del partido y no el líder en el Parlamento, pero desde entonces el poder
ha recaído cada vez más en los líderes de las cámaras, pese a sus dificultades para convencer a sus colegas de
la conveniencia o no de unirse a un gobierno; en sistemas presidencialistas, los presidentes han mantenido su
autonomía respecto a la formación de gobierno.

c) Los objetivos de los implicados en la formación de gobierno. En principio, la formación de gobierno debe-
ría asegurar las preferencias de los votantes, pero las políticas públicas sólo son uno de los tres objetivos de
quienes forman un gobierno, junto a la carrera y el cargo. Uno de los objetivos de un político es mantener su
carrera política; pero, al contrario que otras carreras, los políticos deben ser reelegidos periódicamente para
poder mantenerla, en lo cual incide tanto su conducta individual como la de su partido. Otro objetivo de un
político puede ser ocupar un cargo en el gobierno o en organismos gubernamentales, porque estas posicio-
nes les aportan prestigio o facilitan el acceso a ciertos recursos, lo que permite ejercer el patronazgo. Así, los
objetivos de los políticos individuales pueden ser distintos de los objetivos del partido como actor unitario, lo
que complica el análisis de la formación de gobiernos, que necesariamente deberá incluir el análisis de quie-
nes son actores relevantes, cuyos objetivos han de tenerse en cuenta (teoría de la elección racional); además,
el grado de motivación de los políticos por cada uno de los objetivos (políticas públicas, carrera y cargos) es
variable, e incluso pueden ser incompatibles entre sí, lo que en ciertas circunstancias obligará al político a
elegir.

3. PARTIDO Y FORMACIÓN DE GOBIERNO EN SISTEMAS PRESIDENCIALISTAS

Los sistemas presidencialistas no son frecuentes en las democracias liberales, y sólo EEUU, Francia, Costa
Rica y Finlandia cuentan con presidentes elegidos con poderes ejecutivos, un sistema considerado como
una de las principales causas de la tensión e inestabilidad en una comunidad política donde el que gana se lo
lleva todo (Weimar).

En el sistema presidencialista de EEUU, un presidente directamente elegido controla el brazo ejecutivo,


los miembros del gobierno no pueden pertenecer al Parlamento y el ejecutivo no puede ser objeto de
censura por el legislativo. La influencia de los partidos del Parlamento para formar gobierno depende del
papel desempeñado por el partido parlamentario al elegir al presidente. El presidente puede solicitar el conse -
jo de los seniors de su partido en el Congreso, pero ese es el único papel que éstos desempeñan, y si bien la
elección de los funcionarios más importantes está sujeta al visto bueno del Senado, sólo ocasionalmente ha
rechazado al candidato del presidente. El nexo entre presidente y partido en el Congreso se ve debilitado por
otros factores, uno de los cuales es la tradición de que haga un llamamiento al país para cerrar filas en torno a
él; para ello, nombra para cargos en la administración a personas que no forman parte de su partido. Por otra
parte, las normas del Congreso discriminan positivamente a los congresistas que mantienen una carrera inin -
terrumpida en la cámara, por lo que pocos parlamentarios dejan el Congreso o el Senado para unirse a una
nueva administración. El hecho de que existan muchos cargos de elección directa genera que un gobernador
demócrata se encuentre con un tesorero mayor o un fiscal general republicano, lo que reduce el papel del par -
tido en los gobiernos estatales.

El sistema semipresidencialista francés es un término medio entre el presidencialista y el parlamentario. El


presidente es elegido directamente, pero el gobierno es elegido por los partidos con mayoría en la Asam-
blea Nacional. Cuando estos partidos son los mismos que aseguran la elección del presidente, el poder de no -
minación efectivo recae sobre el presidente; cuando no lo son, el líder del mayor partido o grupo de partidos
es el actor clave en el proceso. A diferencia de EEUU, los ministros que dejan el gobierno pueden reclamar
un escaño en la Asamblea Nacional, haciendo que los lazos entre el partido parlamentario y la formación de
gobierno sean más estrechos que en EEUU.

4. PARTIDOS Y FORMACIÓN DE GOBIERNO EN LOS SISTEMAS PARLAMENTARIOS


76
El sistema bipartidista establece una conexión directa entre resultados electorales y formación de gobierno a
través del modelo de partido mayoritario: el partido que obtiene la mayoría de los escaños es el que nom-
bra el gobierno, normalmente miembros experimentados del partido mayoritario en el Parlamento. En GB, el
líder se convierte en primer ministro y elige al resto de ministros, pero también pueden surgir rivales en
el seno del partido, y no interesa dejarles al margen de los cargos. En este sistema, cuando el partido pierde
una votación importante en el Parlamento es como si el gobierno se censurase a sí mismo, y lo normal es que
solicite al Jefe del Estado la convocatoria de elecciones.

El modelo de partido minoritario que más se parece al bipartidismo es el sistema de dos partidos y me-
dio, en el que dos partidos no esperan contar con mayoría parlamentaria propia y anuncian antes de las elec-
ciones que formarán gobierno de coalición si obtienen mayoría entre ambos; estas coaliciones son perdura -
bles, al punto que cuando se rompen lo más probable es que se celebren elecciones poco después (Australia,
Irlanda); en otros casos, las coaliciones no se anuncian hasta después de las elecciones y pueden cambiar,
aunque suelen ser duraderas (Alemania, Austria).

Así, el proceso para la formación de gobierno se puede desarrollar del siguiente modo: si la distribución de
escaños es la misma del Parlamento anterior, el gobierno previo se mantendrá en el poder; si no, los líderes
de los partidos negociarán sobre cómo formar un nuevo gobierno, con los siguientes rasgos: (i) tendrá un
número de partidos suficiente para formar mayoría en el Parlamento, pero no más; (ii) tendrá un acuerdo
sobre la distribución de cargos entre los partidos de la coalición; (iii) tendrá un acuerdo sobre las políticas
públicas entre los partidos de la coalición, que en alguna medida deberán ceder en sus políticas preferidas;
(iv) debido a estos compromisos, es más fácil que este tipo de gobierno fracase antes del término de la legis -
latura que en los sistemas bipartidistas, incluso que se forme un nuevo gobierno sin la convocatoria de elec -
ciones; y (v) cuantos más partidos haya, más probable es que los gobiernos se hundan y reformen. Pero este
modelo del proceso de formación de gobierno en sistemas multipartidistas no capta algunos aspectos im-
portantes del mundo real, donde hay ejemplos de gobiernos minoritarios, de coaliciones sobredimensiona-
das y de partidos mayoritarios que incluyen a otros partidos en el gobierno. Para entender por qué se produ -
cen estas discrepancias con el modelo, volvamos a los objetivos que pueden perseguir los políticos.

a) Objetivos relacionados con las carreras. En general, estar en el gobierno ayuda a preservar una carrera par-
lamentaria y a dotar de un perfil mejor al partido, a los líderes y a sus miembros en el Parlamento; pero exis -
ten algunas razones por las que un partido puede negarse a participar en un gobierno de coalición:

i. Los partidos antisistema y con agendas políticas extremas pueden negarse a entrar en gobiernos de
coalición para no comprometer sus principios y sus agendas; los parlamentarios temen que sus simpa -
tizantes organicen revueltas electorales.

ii. En sistemas multipartidistas con gobiernos que caen regularmente , estar fuera del gobierno hace
más fácil criticar las políticas del gobierno y preservar la carrera.

iii. Un partido que defiende una política concreta en un área específica , que es el pilar de sus llama-
mientos electorales, puede abstenerse de entrar en una coalición si no es aceptada por los socios, bus -
cando proteger su apoyo electoral y sus carreras.

b) Objetivos relacionados con el cargo . En el bipartidismo, se piensa que el ganador se lo lleva todo, y que si
tu partido no está en el poder no puedes aspirar a cargos en el gobierno u otras organizaciones; pero exis-
ten casos en las que esta idea no es válida:

i. Los partidos pueden negarse a entrar en una coalición si el gobierno va a durar poco y ello puede
dañar sus oportunidades de estar en un gobierno a largo plazo.

ii. Para partidos pequeños, los cargos que podrían obtener de una coalición pueden ser poco impor-
tantes como para jugar a favor de la entrada en el gobierno.

iii. Se puede ofrecer a un partido algunos beneficios que suelen ir asociados al ejercicio del poder, sin
que implique formar parte del gobierno. Si participar en el gobierno tiene desventajas, esta opción
puede resultar atractiva para el partido.
77
c) Objetivos relacionados con las políticas públicas. Se suele asumir que un partido que no forma parte del
gobierno no conseguirá implantar las políticas que defiende; sin embargo, esta regla no es universal, pues
puede ocurrir que un partido centrista sea excluido de un gobierno pero que los partidos de éste, que están
tanto a su izquierda como a su derecha, consensuen una agenda política similar a la suya; a la inversa, un
partido puede gobernar pero no poder emprender las políticas públicas que defiende, sobre todo cuando
las discusiones en el proceso de formación de la coalición están centradas en la distribución de cargos y no en
acuerdos políticos. Además, el grado de influencia de los políticos parlamentarios que no pertenecen al go-
bierno sobre las políticas públicas varía, lo que influirá en la decisión de si participar o no en el gobierno; uno
de los parlamentos que admiten un nivel de influencia considerable es el Riksdag (Suecia).

d) Formación de gobierno en el multipartidismo . La formación de gobierno es mucho más compleja en


sistemas multipartidistas que en bipartidistas. (i) Por un lado, los cálculos de un partido para decidir si en-
tra o no a formar parte de un gobierno son mucho más complicados; así, los objetivos centrados en los cargos
pueden acercar a los líderes de los partidos a la unión, pero otras consideraciones pueden empujarlos en di-
rección opuesta. (ii) Por otro lado, las coaliciones con los partidos mínimos para ganar no son la única for-
ma estable de gobierno; un gobierno minoritario puede ser estable, siempre que la oposición no actúe junta, e
incluso puede ser una solución más estable, pues puede que exista un conflicto de intereses menor en su seno
que en una gran coalición (Suecia).

Según Laver y Schofield (1991), los gobiernos minoritarios y las coaliciones sobredimensionadas tienden
a surgir en condiciones similares, siendo comunes en Finlandia e Italia. En su opinión, es probable que se lle-
gue a cualquiera de las dos fórmulas cuando existe un partido dominante que actúe como eje del sistema.
Así, un partido minoritario grande con partidos a su derecha e izquierda puede gobernar por sí mismo durante
largos periodos por la ausencia de temas conflictivos que pudieran unir a sus opositores contra él para derro-
tarle; pero cuando un partido de este tipo entra en un gobierno de coalición puede intentar pactar con más
partidos de los necesarios para la mayoría parlamentaria, con el fin de evitar el chantaje si el único socio
amenazara con marcharse.

Existen dos bases para la asignación de cargos en el gobierno: la fuerza negociadora y la proporcionalidad.
(i) Si el criterio es la fuerza negociadora, los partidos negocian los cargos en base a lo cruciales que pueden
ser en la coalición de gobierno; en teoría, un partido pequeño podría reclamar la mitad de los cargos si el so -
cio grande es incapaz de formar gobierno con otro partido o gobernar en minoría. (ii) Si es la proporcionali-
dad, los partidos obtienen la misma proporción de puestos en el gobierno que su porcentaje de escaños parla-
mentarios en el seno de la coalición. En su estudio, Laver y Schofield hallaron una relación empírica entre
la estabilidad de los gabinetes y el recurso a la proporcionalidad para distribuir los cargos ministeriales:
los gobiernos que más perduran suelen recurrir a la proporcionalidad (Alemania, Austria, Irlanda, Luxembur-
go, Noruega), mientras que los gobiernos que duran poco suelen recurrir a la fuerza negociadora (Bélgica,
Dinamarca, Finlandia, Italia). Ello se debe a que cuando la composición del gobierno está abierta a renego -
ciaciones regulares, los partidos utilizan su fuerza negociadora con los demás partidos, entrando en competi-
ción y provocando la inestabilidad del gobierno; sin embargo, la proporcionalidad es un principio obvio de
equidad, por el que se reconoce que los partidos mayores tienen que recompensar a más gente que los más
pequeños, y en estas condiciones los gabinetes son más estables.

En resumen, podemos decir que la forma más común de gobernar es la coalición (de los 15 países euro-
peos que no han dejado de ser democracias liberales desde los años 50, el único que no ha contado con go -
biernos de colación ha sido GB); lo que hay que comprobar es si el proceso de formación de gobierno distor -
siona aún más el vínculo que existe entre preferencias de los votantes y resultados de los gobiernos. En
principio, el análisis apunta a que este vínculo se distorsiona en los sistemas multipartidistas; los objetivos
relacionados con las carreras y los cargos de los líderes de los partidos y los parlamentarios, y la forma en
que afectan a la formación de los gobiernos, podrían impedir la materialización de las preferencias de los vo-
tantes en políticas gubernamentales. Existen ejemplos de gobiernos multipartidistas en los que se evidencia
este tipo de distorsión:

― La exclusión sistemática del gobierno de los partidos comunistas de Italia y Francia a partir de
los años 40, pese a su notable apoyo electoral.

― La experiencia del Partido Laborista en Holanda, que fue parte del gobierno de coalición con el 27
% de votos en 1973 como partido mayoritario, pero no pudo serlo con el 34 % de votos en 1977, tam -
78
bién siendo partido mayoritario.

― La gran influencia de pequeños partidos en las políticas de los gobiernos de Israel, especialmente
partidos religiosos.

― En Suiza no existe conexión entre tendencias electorales y formación de gobierno. Desde finales
de los años 50, los cuatro mayores partidos que obtienen más del 80 % de los votos han sido miem-
bros de la coalición de gobierno.

No obstante, estos ejemplos no son prototípicos: la exclusión de partidos medianos o grandes no es frecuen-
te, los partidos pequeños no suelen ser capaces de escorar las políticas hacia posiciones extremas, y la expe -
riencia suiza es totalmente inusual con su ausencia de negociación y de gran coalición permanente, gestada
por tres factores: el uso frecuente de los referéndums, la descentralización del poder a favor de los cantones y
la inexistencia de mecanismos para derrocar a los gobiernos, que cumplen un plazo fijo de cuatro años.

En resumen, puede decirse que si bien la formación de gobierno en un modelo de partido minoritario implica
otros factores además de las políticas públicas, en general se mantienen los vínculos entre preferencias de
los votantes y resultados de los gobiernos. En este aspecto, el modelo de democracia representativa se man-
tiene razonablemente intacto.

79
.

80
TEMA 12

PARTIDOS EN EL GOBIERNO

0. INTRODUCCIÓN

Entrar a formar parte del gobierno ofrece una serie de oportunidades a los políticos, que persiguen sus
propias metas, pero también constituye un recurso para el partido, que le permite fortalecerse colocando a
sus simpatizantes en puestos administrativos gubernamentales. Pero lo importante que puede ser el gobierno
como recurso varía: que un partido forme parte de un gobierno no implica que pueda impulsar las políticas
públicas deseadas, ni que los que estén en el poder se comporten siempre como vencedores repartiéndose el
botín, incluso en algunos regímenes estar en el poder ofrece medios relativamente escasos para recompensar
a quienes dirigen el partido o a sus miembros. En EEUU, en la época de Jackson (1829-1837) y durante déca-
das después, los partidos utilizaron el control del gobierno para recompensar a quienes les apoyaban, en un
sistema cuya base era los objetivos relacionados con los cargos y no con las políticas públicas; en GB el go -
bierno laborista (1945-1951) se caracterizó por la gran cantidad de legislación que se implementó, pero sin
utilizar el gobierno para recompensar a quienes les apoyaban. Nuestro objetivo es comprender que las recom-
pensas por estar en el gobierno varían mucho entre los países liberal-democráticos, los tipos de recompen-
sas que pueden existir, y el tiempo en el poder de un partido.

1. LA DIMENSIÓN RELACIONADA CON LAS POLÍTICAS PÚBLICAS

Sin duda, el vínculo entre los votantes y las políticas públicas (PP) es crucial para la idea de democracia
representativa; sin embargo, sabemos que la noción de que las preferencias de los votantes sea una variable
exógena es cuestionable. Por ello, se pueden criticar los modelos espaciales de competición entre partidos
basados en esta idea, pero las investigaciones bajo ese enfoque pueden ayudarnos a aclarar si los partidos en
el gobierno implementan el programa que desean la mayoría de votantes. Así, comparando lo que dicen los
gobiernos que van a hacer (programas, manifestaciones) con lo que finalmente hacen podremos calibrar
si la relación entre votantes y PP está presente en las democracias liberales.

Según Laver y Budge (1992), las PP son un factor importante para la constitución de gobiernos en los
países analizados, pero con variaciones entre ellos; así, eran un factor fundamental en Escandinavia, pero no
tanto en Italia o Israel. Pero también descubren que “si un solo partido controla regularmente al legislador
situado en el punto medio de la dimensión izquierda-derecha [partido-eje], puede llegar a convertirse en
elemento fijo del poder”; así, cuando un partido es recurrentemente el eje, la composición del gobierno
tiene poca importancia para la implementación de las PP (DC en Italia hasta 1994). Sólo cuando el parti-
do-eje cambia con el tiempo (Escandinavia), la composición del gobierno sí afecta a las PP perseguidas. Pero
esta afirmación nos lleva a tres objeciones: (i) el tipo de países del estudio de Laver y Budge no incluye al-
gunos regímenes liberal democráticos donde la composición por partidos de un gobierno importaba menos;
(ii) cabe aducir que no son los partidos, sino otras instituciones las que dan forma a la agenda política de los
gobiernos; (iii) podemos pensar que no son los diferentes partidos, sino los distintos niveles de desarrollo so-
cioeconómico los que mejor explican las variaciones entre PP que se implementan en los sistemas políticos.
Analicemos estas tres cuestiones.

a) ¿La presencia de un partido en el gobierno siempre implica diferencia?

La habilidad de un partido para implementar sus PP depende de que su control en el gobierno sea algo
más que nominal. En la IV RF, la composición del gobierno cambiaba con tanta frecuencia que el impacto
de los partidos sobre las PP era leve, y la República la dirigían sus administradores. En EEUU, la separación
de poderes garantiza que el partido que gobierna no tenga bajo su control al legislativo (modelo de gobierno
dividido o de bloqueo mutuo); pero este modelo plantea disparidad de opiniones: por un lado están quienes
creen que los gobiernos divididos son incapaces de diseñar e implementar grandes PP, y por otro quienes
destacan que el Congreso y la presidencia han sido capaces de llegar a compromisos efectivos y de crear una
81
legislación aceptable. Pero bajo estos argumentos siempre subyace la idea de que con un gobierno dividido
no se pueden implementar las agendas de los partidos.

Ambos ejemplos muestran que el contexto institucional es importante. Que se ocupen los primeros cargos
del gobierno no garantiza que las PP reflejen los programas de los partidos; pero este argumento admite dos
respuestas: existen más democracias liberales que IV RF o EEUU, y se podría negar que estos dos ejemplos
demuestren lo que se supone que demuestran. Según Budge y Hofferbert (1990), el partido es importante
en EEUU, pues sea cual sea el partido que controla la presidencia, los programas de gasto siempre se aseme -
jan más a los propuestos por éste que a los propuestos por el contrario. Esto no altera la conclusión de que el
contexto institucional en el que se mueve un partido sí supone una diferencia.

b) ¿Los partidos son instituciones significativas a la hora de diseñar políticas públicas?

Si hace una diferencia la forma en que los partidos conectan con el gobierno, ¿podríamos decir que los vín-
culos de los partidos con otras instituciones son rasgos definitorios del diseño de PP? Veamos un argu-
mento: fue la organización de la clase trabajadora la que dio lugar al EB en Escandinavia, pues fueron los
sindicatos y otras organizaciones las que forzaron para que el EB pasara a formar parte de la agenda de los
partidos socialdemócratas. Este argumento parte de un enfoque institucional que no casa con el enfoque
competitivo de Laver y Budge, quienes creen que las políticas de los partidos son respuesta a lo que reclama
el electorado. El enfoque competitivo está limitado por la incapacidad de responder a dos cuestiones: (i) la
necesidad que tenga un partido de imponer políticas concretas puede deberse tanto a sus vínculos con otras
organizaciones como al intento de satisfacer a sus votantes; y (ii) estas organizaciones pueden ser un recurso
más para que el partido consiga la aceptación de su programa.

Aceptada la posibilidad de que el contexto organizacional sea un factor que influya en los partidos, surge un
problema: si los partidos en el gobierno deciden establecer vínculos con otros grupos, y estos grupos bus-
can la influencia que les brindan los partidos en el gobierno, ¿cómo se puede determinar quien influye so-
bre quién? En Japón, el PLD promovía los intereses de los grandes industriales, pero no es fácil determinar
si las PP eran realmente políticas de partido o el resultado de la asociación entre partido e industriales; otro
ejemplo de ello es la asociación entre el PSD, los sindicatos y las empresas en Suecia. El enfoque corporati-
vista (Tema 6) podría ser parte de la estrategia de un partido social-demócrata para crear arenas en las que
ejercer la toma de decisiones los sindicatos y en las que debilitar la capacidad de crear coaliciones de los opo-
nentes; pero también podría ser una estrategia de las empresas pequeñas, sujetas a los impactos de fuerzas
externas, pues les ofrecería un grado de influencia sobre las políticas. Diferenciar entre los intereses de los
partidos y de otras organizaciones es más sencillo en comunidades con gran alternancia de los partidos en el
gobierno; pero el bipartidismo es poco frecuente, y ofrece pocos ejemplos para comprobar si las alianzas de
un partido influyen sobre la implementación de su programa político.

c) ¿Importa la política?

Esta cuestión enfrenta el enfoque sociológico y el competitivo. Para los sociologistas, que usaban datos a ni-
vel macro, las PP eran producto de fuerzas sociales, y venían determinadas por el nivel de desarrollo eco-
nómico: los Estados ricos tenían amplios programas de gasto y los más pobres no; por tanto, poco importa-
ba que un país estuviera gobernado por la izquierda o la derecha. Mientras los sociologistas buscan da-
tos sobre PP implementadas y las relacionan hacia atrás con partidos que habían ejercido el poder, los compe-
titivos (Laver y Budge) buscan las manifestaciones de los gobiernos sobre sus programas políticos y las rela -
cionan con partidos concretos. ¿Prueba la evidencia aportada por los sociologistas que da igual qué tipo de
partido esté gobernando?

Una limitación de la hipótesis sociologista es que no siempre permite diferenciar las áreas en las que los par-
tidos pueden suponer una diferencia y en las que no. Hoy la internacionalización de la economía dificulta que
los países puedan seguir sus propias políticas económicas, las alianzas internacionales limitan la posibilidad
de llevar a cabo políticas propias en defensa de las relaciones internacionales, y la pertenencia a la UE limita
a los partidos en el diseño de políticas exteriores novedosas. Por tanto, las áreas en las que los partidos
pueden actuar con eficacia y suponer diferencia son restringidas, y es importante conocerlas para distin-
guirlas de las que no.

Otra limitación de la hipótesis sociologista es que los países se encuentran en distintas etapas de desarro-
82
llo económico, por lo que se enfrentan a limitaciones diferentes en relación a los servicios que pueden ofre -
cer: una sociedad rica puede permitirse más servicios que una pobre. Pero, ¿acaso diferentes países adoptan
en contextos similares políticas parecidas, aunque estén en el poder distintos tipos de gobiernos? Hay estu-
dios en los que se comparan Estados de EEUU en la provisión de programas sociales pensados para demos-
trar que el control de los partidos no es una variable significativa, pero llegaron a esa conclusión porque no
tuvieron en cuenta el nivel de desarrollo económico de los Estados (para luego averiguar si en ciertas bandas
de desarrollo la adopción de programas sociales se priorizó más por los demócratas o por los republicanos).
Puesto que los ingresos de los Estados más pobres eran un tercio de los Estados ricos, no sorprende que el
control de los partidos resultara irrelevante en relación con las variables económicas.

Otra limitación de los sociologistas es que en estudios transnacionales se comparaban programas únicos
con puntos de partida diferentes y un impacto muy diverso sobre los afectados. Cuando se intenta explicar
estos sesgos recurriendo a datos agregados, el argumento de que los partidos no importan parece más débil,
aunque esto no significa que gocen de completa libertad para proponer PP. El hecho de que existen limitacio-
nes se ilustra apelando a un área importante en las democracias liberales desde los años 80: la privatización,
una de cuyas justificaciones era ayudar a las empresas a competir en mercados extranjeros. Las diferencias
en los procesos de privatización reflejan el papel que puede desempeñar un partido. En ese sentido, las
aseveraciones de Laver y Budge sobre el papel de los partidos al implementar las PP en el marco de un enfo -
que competitivo parecen correctas en términos generales. Sí hay una diferencia según los partidos, pero pro -
bablemente ejerzan una influencia mayor en relación a la dirección general que se adopte en las PP (desarro -
llo de políticas concretas); la razón es simple: los partidos carecen de los recursos necesarios (información,
investigadores, dinero) para desarrollar PP por su cuenta, y sólo estar en el gobierno les brinda la oportunidad
para ello.

En EEUU, la agenda política de un candidato presidencial sólo se parece parcialmente a las PP con las que se
le suele relacionar como presidente (excepto Reagan, desde 1945 ningún presidente ha implementado en su
primer año de mandato las PP que más le representarían después); en GB, los partidos suelen hacer política
sobre la marcha mientras están en el poder (los conservadores accedieron al poder con una modesta política
de privatizaciones, y fueron los años en el poder los que les permitieron radicalizarla e implementarla). Esto
indica que el vínculo entre PP y partidos tiene algo del vaso medio lleno o medio vacío: quienes lo ven me-
dio lleno se basan en el nexo entre los programas de los partidos y lo que posteriormente hacen en el go -
bierno al intentar sacar adelante sus promesas electorales; quienes lo ven medio vacío argumentan que en las
elecciones se juzga a los partidos de gobierno según sus resultados, lo que implica que deben utilizar los re -
cursos del gobierno para sacar adelante PP concretas, quizás en una dirección no prevista durante las eleccio-
nes, pero en el marco de los compromisos adquiridos.

Volviendo al modelo de tres etapas de vinculación entre votantes y partido (Tema 11, Introducción), se
puede decir que los votantes ejercen cierto control sobre los resultados de los gobiernos por mediación de los
partidos. Pero en las tres etapas, sobre todo en la primera y en la tercera, los vínculos son más complejos de
lo que el modelo refleja, pues hablar de que los votantes tienen preferencias y de la forma en que éstas se
trasladan a las políticas del gobierno puede inducir a error; se basa en una analogía con la conducta de los
consumidores en el mercado que no se puede llevar hasta el extremo sin que se genere una representación
errónea del proceso político.

2. LA DIMENSIÓN RELACIONADA CON LOS CARGOS

La dimensión de los cargos plantea dos posibles frentes: por un lado, los cargos representan recursos para
los partidos, los cuales facilitan el desarrollo de sus PP; por otro, los cargos ofrecen recompensas a los polí-
ticos. En general, el salario de un ministro no suele ser muy alto (en comparación con los gerentes de grandes
firmas comerciales); por ello, el grado en que un político se aferre a su cargo dependerá de sus circunstancias
concretas; lo arduo del empleo y los modestos salarios deben compensarse con una futura carrera política y el
status que confiere un cargo público.

Los objetivos de los partidos de implementación de PP y de obtener cargos pueden coincidir, pero tam-
bién entrar en conflicto; por ello, los politólogos intentan estimar el grado en que la participación está moti -
vada por el deseo de incidir en las PP o de obtener cargos. En un estudio de Laver y Hunt (1992) se obser-

83
van variaciones entre países (1-10); así, Noruega (2,75) y Suecia (2,84) muestran una fuerte orientación ha-
cia el deseo de implementar PP, mientras que en Grecia (8,00) e Italia (7,75) se valora más el desempeño del
cargo (España 4,75).

Para un partido, ocupar cargos puede permitirle administrar las PP de forma favorable a los grupos que
le apoyan; así, un partido agrario valorará más la cartera de agricultura que el resto de ministerios. Pero estar
en el gobierno también supone otros recursos para los partidos, como montar una organización de partido o
recompensar con cargos menores a quienes le apoyan en organismos semigubernamentales o en organiza-
ciones de carácter privado que pueden estar a disposición de los líderes del partido en el poder. Pero los Esta -
dos difieren enormemente en el grado en que permiten a los partidos penetrar el Estado y recompensar a sus
miembros con estos cargos.

a) Tradición británica. En el modelo británico hay una estricta diferenciación entre los políticos y los
funcionarios, que ejercen su cargo de forma permanente y deben ser imparciales sea cual fuere el parti-
do en el poder. La existencia de un funcionariado restringe severamente el número de nombramientos a
disposición de los partidos de gobierno. Hasta 1854, los cargos públicos se nombraban bajo patronazgo,
y el cargo se convertía en propiedad personal, pudiendo pagar a alguien para que lo desempañara por él.
Las reformas Northcote-Trevelyan de 1854 inician los cambios hacia un sistema de funcionariado ba-
sado en el nombramiento y promoción atendiendo al principio del mérito. En 1979, los gobiernos con-
servadores implantaron una política de nombramientos bastante politizados, buscando altos funcionarios
que simpatizaran con el gobierno, y Thatcher y Major hicieron uso de esos nombramientos con fines
partidistas; pero, pese a esta reciente modificación, la principal preocupación de la tradición británica ha
sido siempre la de limitar la capacidad de los partidos en el poder para consolidar su posición por
medio de la colonización del gobierno.

b) Tradición de algunas excolonias británicas . Tras su independencia (1776), EEUU asumió el sistema
de patronazgo y lo transformó en un sistema de cesantías, según el cual todos los cargos del Estado es-
tán a disposición del partido del poder (presidente, gobernador, alcalde); a partir de 1880 se fue adop-
tando gradualmente el sistema meritocrático, aunque el sistema político de EEUU cuenta con más car-
gos políticos en las altas esferas del gobierno federal que otras democracias, y un presidente entrante de-
be cubrir miles de puestos. Pero al debilitarse las organizaciones de los partidos e incrementarse las ha -
bilidades necesarias para desempeñar muchos puestos, se ha tendido a abandonar el sistema de nombra-
miento y volver al sistema de cesantías. Al cubrir los cargos, los presidentes buscan a funcionarios con
experiencia política y administrativa para hacer realidad sus objetivos, aunque la tendencia ha sido la de
apartarse de las lealtades de partido; ello no significa que hoy los cargos clave los ocupen apolíticos: se
elige a expertos, pero expertos que compartan los puntos de vista de la administración. Canadá también
utilizó la capacidad de nombramiento para crear el Partido Conservador y el Partido Liberal. Incluso
tras la introducción de un funcionariado meritocrático federal en 1918, los primeros ministros retuvie-
ron la potestad de nombrar un gran número de cargos, recompensando así a las élites de sus parti-
dos. Tanto en EEUU como en Canadá, la centralización del poder en manos de los líderes de los parti -
dos políticos posee un grado mayor que en otros sistemas parlamentarios del modelo de Westminster, lo
que contribuye a consolidar la posición del líder.

c) Tradición estatal continental. A finales del s. XVIII y principios del XIX, muchos de los regímenes de
Europa continental (Francia, Suecia, Alemania) desarrollaron burocracias estatales muy distintas de
GB, basadas en la idea de servicio al Estado y el ethos de la competencia profesional; por ello, tras el
establecimiento de la democracia liberal los políticos electos debían enfrentarse a burócratas profesio-
nales que creían que su lealtad era con el Estado y no hacia amos políticos (antítesis del sistema de ce -
santías). Aquello tuvo efectos variables sobre la estabilidad: en la III-IV RF generó continuidad en la
implementación de PP, pese a los continuos cambios de gobierno; en Weimar, el conservadurismo del
funcionariado fue uno de los factores que debilitó el régimen. Tras la I GM, la inestabilidad en los Esta -
dos cuyos partidos no se sentían vinculados al régimen hizo que se revisara la estricta separación entre
partidos y Estado; así, en Austria se implantó el sistema proporz, por el cual los nombramientos a car-
gos públicos se repartían proporcionalmente entre los partidos; en Alemania, la relación entre políticos
y funcionarios es flexible y no se ha tendido a un sistema de cesantías; en Francia, los partidos han per-
meado poco las burocracias, pero mantienen oportunidades en los organismos semigubernamentales.

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d) Tradición pilarizada. Son Estados donde las tradiciones de burocracia estatal se han visto modificadas
por la aparición de instituciones sociales pilarizadas, y la penetración de la sociedad por los partidos
fomenta la penetración del Estado por los partidos. En Bélgica y Países Bajos existen sociedades
fragmentadas, donde toda una serie de instituciones interconectadas han organizado la vida social en
torno a los segmentos (consociacionalismo), y los partidos usan su control sobre los cargos para servir
mejor al segmento al que representan. Aunque existen regulaciones para evitar interferencias partidarias
por clientelismo en el proceso de reclutamiento, los partidos han desarrollado técnicas para evitarlas.
En los Países Bajos, una serie de factores han limitado la influencia de los partidos en la administración,
pero mantienen su influencia en el reclutamiento de los gobiernos y en nombramientos de funcionarios
civiles que aseguren la fidelidad a sus ministros; se considera que los nombramientos deben seguir la
distribución proporcional ente los grandes partidos (democracia consociacional). Hay cierta similitud
entre los Países Bajos y Alemania en la influencia de los partidos, pero sus orígenes son distintos: en
Alemania prevalece la idea de que los errores en Weimar no debían repetirse, lo que implicaba el diseño
de un sistema político donde el nexo partidos-Estado fuera firme; en Holanda se parte de instituciones
sociales pilarizadas y de sus presiones sobre los partidos para usar el Estado como un recurso que ayude
a gestionar las relaciones entre segmentos.

e) Tradición no burocrática. Son Estados que no han heredado la tradición británica ni cuentan con
una larga tradición de burocracia estatal profesionalizada. Hasta 1945, Italia carecía de tradición
burocrática profesionalizada y de partidos políticos en un marco liberal-democrático; los partidos, en es-
pecial la DC, aprovechaban sus turnos en el poder para nombrar a sus simpatizantes en cargos públicos
y semipúblicos, disponiendo de una cantidad formidable de recursos (sistema bancario, industria manu-
facturera, agencias). Mediante el clientelismo, la mayoría de partidos tenían algún tipo de participación
en el Estado; la DC era la principal beneficiaria, pero el control de los niveles inferiores de gobierno ge-
neraba oportunidades para otros partidos, incluido el PCI. La corrupción que implicaba este alto nivel
de penetración del Estado por los partidos acabaría por desestabilizar el sistema de partidos, dando
paso a un realineación a mediados de los años 90.

Se puede afirmar que la afirmación de J. Schumpeter (1943) de que la responsabilidad del gobierno en los
estados liberal-democráticos acabaría recayendo sobre gerentes apolíticos (expertos) y que los partidos se li-
mitarían a desarrollar actividades políticas no ha tenido lugar. En la mayoría de países no se ha dado una pe-
netración tan profunda de la administración por los partidos como en Italia y Bélgica, pero en muchos de
ellos los partidos han desarrollado mecanismos para asegurar que sus objetivos no se verían frustrados
por administradores poco colaboradores, generando un área de penumbra entre los partidos y la adminis-
tración que les ha permitido ejercer cierto tipo de patronazgo. Pero, si el modelo Schumpeteriano no ha te-
nido lugar, tampoco se observa una reversión hacia el sistema de cesantías.

Por otra parte, la coopción de intereses organizados en la sociedad podría funcionar como estrategia para
consolidar un partido en el gobierno, pero a menudo es difícil saber quién ha cooptado a quién, y a la larga
estos arreglos también tienen sus costes. De hecho, quizás en Italia los partidos que optaron por una intensa
penetración en el Estado plantaron las semillas de su futura destrucción, pues la debacle de la DC y la frag-
mentación del PLD muestran el potencial de revueltas electorales contra regímenes políticos que parecen tra-
bajar a favor de los intereses de quienes están dentro; no obstante, en el otro extremo cabe recordar el éxito
en Austria de la interpenetración de partidos, administración del Estado e intereses organizados (modelo
neocorporativo), lo que ha generado altas tasas de afiliación a partidos políticos y sindicatos.

3. ¿CUANTO TIEMPO PERMANECEN LOS PARTIDOS EN EL PODER?

Es obvio que la duración de un partido en el gobierno afecta a su capacidad para influir sobre las políticas
y recursos: cuanto más tiempo permanezca en el poder, más controlará las políticas y los recursos. Sobre ello
surgen dos cuestiones:

i. La duración de los gobiernos concretos. Los sistemas multipartidistas son muy variables en cuanto a
estabilidad de gobiernos, habiendo ejemplos de gobiernos breves (Italia hasta 1994, IV RF) y muy lar -
gos; pero, aunque existen vínculos entre el tipo de sistema de partidos de un país y la duración de

85
sus gobiernos, lo importante es que incluso en los países donde los gobiernos suelen durar poco los
nuevos gobiernos suelen formarse con los mismos partidos que formaban el anterior, y si hay cambios,
los partidos más importantes suelen seguir estando representados en el nuevo gobierno (Italia).

ii. Cuánto tiempo permanecen los gobiernos en el poder . En el caso de gobiernos de un único partido:
en el modelo de Westminster (1945-1992), las medias de años en el poder han sido de 9 años en Aus-
tralia, 8 en Canadá, 7 en EEUU y GB y 6 en NZ; respecto al modelo continental europeo, en Alema-
nia el protagonismo PDC/PSC duró 20+12 años y 13 el del PSA, en Francia los partidos de centro-de -
recha estuvieron 23 años sucesivos tras 1958, y en España el PSOE gobernó 14 años consecutivos.

Sin duda, las limitaciones a las que se enfrentan los aliados de una coalición (no poder controlar los mi-
nisterios, la incertidumbre por la inestabilidad de los gobiernos) pueden reducir las oportunidades para ejer-
cer el poder durante largos periodos de tiempo. Pero la mayoría de los partidos grandes de las democracias
liberales han permanecido en el gobierno el tiempo suficiente como para lograr sus objetivos. Así, cuando
nos preguntamos por qué no siempre se implementan los programas de los partidos, o por qué los partidos
pierden la oportunidad de adquirir recursos, debemos buscar factores que operan al margen de los partidos
mismos, como la estructura de las instituciones gubernamentales, la cultura política y muchos otros.

86
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87
SOCIOLOGÍA ELECTORAL

0 INTRODUCCIÓN 3

1 PARTIDOS E IDEOLOGÍA 7

2 SIMPATIZANTES, AFILIADOS Y ACTIVISTAS 15

3 ORGANIZACIONES DE LOS PARTIDOS 23

4 LOS PARTIDOS EN LOS REGÍMENES DEMOCRÁTICOS NO LIBERALES 31

5 LA CLASIFICACIÓN DE LOS SISTEMAS DE PARTIDOS 39

6 POR QUÉ DIFIEREN ENTRE SÍ LOS SISTEMAS DE PARTIDOS 49

7 ESTABILIDAD Y CAMBIO EN LOS SISTEMAS DE PARTIDOS 57

SISTEMAS DE PARTIDOS EN REGÍMENES NO LIBERAL-DEMOCRÁTI-


8 65
COS

9 SELECCIÓN DE CANDIDATOS Y LÍDERES 69

10 LA CAMPAÑA ELECTORAL 79

11 PREFERENCIAS DE LOS VOTANTES Y FORMACIÓN DE GOBIERNO 87

12 PARTIDOS EN EL GOBIERNO 97

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