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LA REALIDAD Y

ANTONIO MACHADO
Por Charles ROSARIO

T A obra poética de Antonio Machado declara una marcada in-


-1-J consistencia en su desarrollo, una desarticulación que el propio
Machado no pocas veces sugiere y que ha sido problema para sus
comentaristas. Aunque algunos creen encontrar una unidad en su
poesía, otros, me parece que con sobrada justificación, le acreditan
épocas sin que entre ellas perciban una común visión poética. A
pesar de que la crítica se ha adentrado mucho en este problema,
siempre ha quedado sin cxplicitar un aspecto de él que creo deseable
señalar. Quizás mediante su discusión se pueda despejar un poco
más la espesa maleza que esconde la obra de Machado.
Antes de referirnos a su poesía, es aconsejable que el poeta
mismo nos diga algo sobre su trayectoria poética. En 1917 nos deja
saber que su poesía temprana intentaba un marcado subjetivismo.
Pensaba yo que el elemento poético... era... una honda palpita­
ción del espíritu; lo que pone el alma. .. o lo que dice. . . con voz
propia, en respuesta al contacto con el mundo. Y aun pensaba que
el hombre puede sorprender algunas palabras de un íntimo monó-
°go.. . que puede, también, mirando hacia adentro, vislumbrar las
ideas cordiales, los universales del sentimiento”.
Esto es lo único que acerca de su poesía nos dice con alguna
C..ay* y sencillez. Sigue a esta cita un pasaje en extremo confuso;
ina incluso imposible de entender. En primer lugar, señala que
apartir de Campos de Castilla, su poesía toma otro rumbo. “Cinco
nos en la tierra de Soria.. . orientaron mis ojos y mi corazón hacia
L A T O R R E

lo esencial castellano. Ya era, además, muy otra mi ideología”. Nos


anuncia una nueva orientación, pero no nos dice cuál pudiera ser
y se interrumpe para hacer intervenir en nuestra atención la diso­
nante palabra “ideología”. Habla luego del carácter desvaneciente,
tanto de la intimidad como de la realidad externa al poeta, en un
pasaje en el que contrapone interioridad y exterioridad. Niega y
acepta a la vez la razón analizante. Nos habla, además, de sus ro­
mances; por último, refiriéndose a otro tema, nos informa lo si­
guiente: “Muchas composiciones encontraréis ajenas a estos propó­
sitos que os declaro. A una preocupación patriótica responden muchas
de ellas; otras al simple amor a la Naturaleza, que en mí supera infi­
nitamente al del Arte. Por último, algunas rimas revelan las muchas
horas gastadas... en meditar sobre los enigmas del hombre y del
mundo”.
Se trasluce en todo esto una gran complicación y oscuridad —o
una gran confusión. En 1919 reafirma esta actitud. Nos dice: “Sólo
1q eterno, lo que nunca dejó de ser, será otra vez revelado, y la fuente
homérica volverá a fluir. Deméter, de la hoz de oro, tomará en sus
brazos... el vastago tardío de la agotada burguesía y, tras criarle
en sus pechos, lo envolverá otra vez en la llama divina”. Hablar así
en una poética es laberintar la clara inteligencia.

externo pierde solidez y acaba ñor „


* . . Por disipársenos cuando llejmmrw n
i A REALIDAD Y ANTONIO MACHADO

Hay dos modos de conciencia:


una es luz, y otra paciencia.
Una estriba en alumbrar
un poquito el hondo mar;
otra en hacer penitencia
con caña o red, y esperar
El pez, como pescador.
Dime tú: ¿cuál es mejor?
¿Conciencia de visionario
que mira en el hondo acuario
peces vivos,
fugitivos,
que no se pueden pescar;
o esta maldita faena
de ir arrojando a la arena,
muertos, los peces del mar?
Evidentemente no busca ni el “pescador” ni el “pescado , es
decir, ni lo subjetivo ni lo objetivo, sino que más bien la posibilidad
de captar (ni siquiera de capturar) el pez, el pez en su realidad, y de
poderlo mostrar tal como es. En Juan de Maireña nos dice. a
Poesía es —decía Maircna— el diálogo del hombre, de un hombre
c°n su tiempo. Eso es lo que el poeta pretende eternizar, sacándolo
fuera del tiempo, labor difícil y que requiere mucho tiempo, casi
todo el tiempo de que el poeta dispone. El poeta es un pescador, no
de peces, sino de pescados vivos; entendámonos: de peces que pue­
dan vivir después de pescados”.
Machado quiere mostrarnos las cosas, pero no ya alteradas por
el poeta—transformadas, por así decirlo, en “pescados”—sino en su
realidad, en lo que ellas mismas son. La capacidad de hacer esto
es, me parece, lo que Machado sintió que había perdido. Pero, ¿cual
era este “pez vivo” a que se refería? Ya que sobre ello no nos puede
^formar Machado mediante su poética, posiblemente podamos dar
con la contestación en su poesía.

II
Desde el comienzo mismo de su obra poética Machado ofrece trn
género de poesía que habría de ir perdiendo después de Campos e
la T o r r k
Castilla. El primerísimo poema de Soledades, “El viajero”, nos ofrece
algo que no es poesía ni es subjetiva, que no es ni pescador ni pes­
cado, sino “pez”, una visión que Machado, con su maravilloso arte
nos deja compartir.

Está en la sala familiar, sombría,


y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.. .

No hay necesidad de reproducir aquí en su totalidad el poema.


Lo que nos importa es destacar la impresión inmediata que nos da
de una “distancia” entre la escena descrita y nosotros, distancia que
también parece compartir el poeta. Machado nos presenta algo así
como un cuadro, o quizás una ‘fotografía” clarísima de un momento.
Parece ser una descripción y nada más”; la “pura” descripción
de un instante. El propio Machado nada nos dice de esta escena. Al
comienzo y al final usa la palabra “nosotros”, pero no para expresar
lo que él siente ni lo que sintió en el momento descrito. Él está en
escena, pero sólo como si, desde cierta distancia física, estuviera vién­
dose a sí mismo.
El viajero no es la única poesía de este género en Soledades.
“Recuerdo infantil es otro ejemplo perfecto de esta poesía “foto­
gráfica” que evoca en nosotros una escena como si fuera real y la
estuviéramos presenciando. (A falta de mejor nombre, denominaré
este género de poesía, poesía realista. Esto implica usurparle el
nombre a un género literario muy distinto. Más adelante daré al­
gunas de las razones que justifican este “coup-de-nom”. Valga esta
advertencia para evitar confusiones en lo que sigue). No hay en
ella presencia alguna de Machado. Sólo hay un “recuerdo”, el re­
cuerdo prístino de un lugar y Un momento determinados, todo cap-
tado, o si se quiere, revelado, por la magia de la palabra:

Una tarde parda y fría


de invierno. LoS colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
í- A REALIDAD Y ANTONIO MACHADO

Cito estas líneas no ya para ilustrar lo antedicho, sino a fin


de poderlas contrastar con otros versos de Machado, de muy distinto
género. La segunda poesía de Soledades dice:

He andado muchos caminos,


he abierto muchas veredas,
he navegado en cien mares
y atracado en cien riberas.

En todas partes he visto


caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra

Mala gente que camina


y va apestando la tierra...

Basta con estas líneas para ilustrar la diferencia que desee


apuntar. Aquí Machado no nos ofrece un momento real. Por el
contrario, lo único que nos brinda es Machado; aún más. Machado
pontificando. Cierto es que nos dice algo acerba de la realidad, pero
en eso precisamente estriba la diferencia. Es algo acerca, de la rea­
lidad; lo que de ella Machado nos tiene que decir. No es pez lo que
nos ofrece, sino pescado; pez capturado por él, y por lo mismo,
transformado. Nos ofrece una “realidad” interpretada, idcologizada,
objelivizada.
Estos versos son resumen de experiencias. Ni siquiera son las
experiencias sino éstas generalizadas, exprimidas, digeridas y repre­
sentadas. Machado no nos deja ni un instante solos con lo que
describe.
Por otra parte “El viajero” y “Recuerdo infantil” nos ofrece
realidades” desnudas de lo que no sea propio de ellas, nos ofrecen
descripciones “puras”. ¿0 será que esta “ausencia” del poeta es ilu­
soria y que Machado está presente en estas poesías también, aunque
subrepticiamente? Sin embargo, no es esa la sensación que nos dan
estas poesías. Por el contrario, crean en nosotros un sentido radical
e realismo, como si en efecto viéramos la escena que ellas re­
presentan.
¿Cómo es posible esto? ¿Qué nos acontece frente a estas poe­
sías? A fin de contestar estas preguntas tendremos que referirnos no
ya a las poesías mismas, sino más bien a lo que nos sucede a nosotros,
como lectores, al momento de leerlas.

III

La segunda poesía de Soledades (“He andado muchos cami­


nos. ..”) evoca en nosotros—si nos “gusta”—cierta simpatía con lo
que nos dice el poeta. Concordamos con él acerca de las gentes malas y
las gentes buenas. La poesía logra intensificar cierto sentimiento que
ya existe en nosotros; lo “purifica”, por así decirlo, y lo “afirma”.
Además, este sentimiento se evoca en nosotros con relativa facilidad.
Basta con leer la poesía una sola vez y ya nos parece captar su sentido-
Por otra parte “El viajero” ofrece ciertas dificultades. No es
difícil entender lo que formalmente nos dice el poeta. Lo difícil está
en lograr una reacción afectiva a ello. Todo parece prosaico. Senti­
mos en primer término una como distancia afectiva que nos crea
cierta perplejidad. No “entendemos” esta poesía tan “fría”, tan poco
conmovedora. No nos “dice” nada que no sea el significado formal
de lo que expresa.
Sin embargo, para el que persiste y se dispone a encontrar en
ella una dimensión poética, al momento de lograr traspasar esta ba­
rrera inicial, la poesía se transforma totalmente. De pronto, nos pa­
rece estar viendo la escena descrita, en su plena realidad. Este es
el momento decisivo que requiere muy cuidadoso examen. ¿Qué
nos sucede en este instante en que se transforma la “realidad” mera­
mente descrita en una “realidad” mucho más real, como si fuera una
experiencia real nuestra?
La poesía termina con los siguientes versos:

Serio retrato en la pared clarea


todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar, golpea
el tic tac del reloj. Todos callamos.
Las últimas dos palabras son el cierre perfecto de la poesía. Al
leerlas lo primero que nos ocurre es que recordamos. Pero no es un
LA REALIDAD Y A A’ T 0 N 10 M A CU -1 D O

recordar corriente, sino que jmjt el contrario os más bien un rccor


dar con plenitud afectiva, es el revivir de una experiencia.
revivimos una experiencia determinada; una experiencia. Quizas
no recordemos cuándo ocurrió ni dónde, y ni siquiera quién esta >a
presente. Quizás no recordemos más que vagamente algunos t e os
detalles de la realidad circundante, y seguramente no recordare-
mos lo que íbamos pensando y sintiendo antes y después de la
experiencia. Pero, desnudarla la experiencia de todas oslas <oor <
nadas, la evocamos de nuevo con toda su fuerza afectiva. . Por
último, es importante destacar que la experiencia os una experiencia
real en nuestras vidas. No la podremos evocar en la plenitud de
todas sus dimensiones, pero si nos esforzamos por reconstruirla, inme­
diatamente caemos en cuenta de que el sentimiento fuerte que la
poesía nos trac se dio en un momento determinado de nuestras vidas
y en un lugar idenlificablc.
El problema es, pues, doble. En primer lugar, ¿cómo logra
Machado evocar en nosotros una experiencia real nuestra? En se­
gundo lugar, ¿cómo logra que, por vía de la evocación de nuestra
experiencia, evoquemos lo descrito por él como si fuera experiencia
nuestra? Veamos.
¿Será que evocamos nuestra experiencia porque nos resulta
idéntica a la experiencia descrita por Machado? Al leer “Todos ca­
llamos”, de repente evoco el sentimiento claro y real que sentí en un
momento determinado, pero al hacerme la pregunta acerca de la
identidad de mi experiencia y la descrita, inmediatamente caigo
en la cuenta de que se trata de experiencias distintas o, al menos, de
situaciones distintas. Machado nos describe algo de la escena. La
sala es familiar, sombría, con húmedos cristales (en las ventanas),
un espejo, un serio retrato en la pared, y un reloj que deja oír su
tic-tac. Hay, además, los “nosotros”. Al tratar de precisar lo que
aquí nos dice resulta que en verdad nos ha dicho muy poco. Nada
hay descrito con lujo de detalles. Y nada hay que particularice la
sala y la escena; es una sala entre muchas. O al menos, al examinar
de este modo la poesía así nos parece. Y, sin embargo, al momento de
leer la poesía nos parecía ver la sala en todo su detalle. La impresión
la logra Machado con cabal acierto.
Es, por supuesto, una descripción impresionista, exactamente,
equivalente al impresionismo pictórico. Al igual que en la pintura
puede pintarse con rápidos trazos una escena que al vidente le parece
ser representación perfectamente clara y precisa de lo pintado, en
esta poesía, mediante trazos impresionistas, Machado logra represen­
tar una escena. Y al igual que en la pintura nosotros somos los que
“llenamos” los detalles que en la pintura no aparecen, así en la
poesía realista de Machado “llenamos” los detalles que no están
dichos en la poesía.
Por otra parte, la poesía evoca en mí el recuerdo de un senti­
miento, el sentimiento de una súbita “distancia” afectiva entre una
persona familiar y yo. Y, sin embargo, este sentimiento no se men­
ciona en la poesía, ni se describe. Sólo se sugiere. La frase “.. .el
querido hermano...” es quizá la más directamente expresiva del
poema. Nos refiere a un sentimiento familiar, cotidiano (el amor
hacia un hermano), pero a ese amor antecede un artículo, “el”, que,
contra puesto a “querido” nos deja “ver”, súbitamente, la “distan­
cia” afectiva existente entre los “nosotros” y el hermano. Nada más
se dice acerca de este sentimiento. Pero con esto tampoco basta
para evocar en mí el recuerdo fuerte de un sentimiento mío. La
frase “...el querido hermano...” está al comienzo de la poesía,
pero el sentimiento que en mí se evoca, sólo se evoca al finalizar el
poema con las des palabras precipitantes: “Todos callamos”.
Lo que es más; al rememorar el momento en que sentí el sen­
timiento que en mí evoca la poesía, las diferencias entre lo dicho
en la poesía y la experiencia real mía se me ofrecen marcadas. Así,
por ejemplo, en mi caso el hermano” no era tal hermano, ni partió
para país lejano alguno, ni tenía .. .las sienes plateadas...”, ni en
“mi” sala había cristales en las ventanas ni un espejo ni un reloj
que tuviera un tic-tac audible. En resumen, a pesar del carácter
sugestivo del poema, la escena descrita resulta ser demasiado parti­
cular para poder ser, en lo dicho, idéntica a la escena en que ocurrió
mi experiencia, mientras que por otra parte, la poesía no dice casi
nada que evoque en mí el sentimiento que de hecho evoca. ¿Cómo,
pues, se da este evocar?
Sin duda que hay unos elementos sugestivos que no he comen-
todo. De éstos se han hecho varios análisis dirigidos a precisar las
técnicas poéticas utilizadas por Machado. Pero en última instancia
estos análisis no explican lo que aquí ahora nos ocupa; la evocación
en mí de una experiencia real mía, y sobre todo del sentimiento que
LA R E A L 1 D A /) V .4 .V T O N I O M A C H A D O
yo sentí en un momento determinado de mi vida. La única salida
quizás sea la de preguntar qué hay en común entre lo descrito por
Machado y mi experiencia real.
En mi caso hay una sala y un “nosotros”, mis padres y yo. ay
también la persona “querida” y a la vez “extraña”, correspondiente
al hermano, que también ha sufrido ciertos cambios en su apariencia,
hay el sentido un lapso de tiempo considerable sin haber visto a esta
persona, y hay, por último, el divagar de la conversación y el ines­
perado, incómodo silencio cuando todos callamos. Hay, pues, bas
tantes puntos de encuentro aun cuando los mismos no sean idénticos
en todos sus aspectos. Me sospecho que bastarían menos elementos en
común. Hay quien le bastaría quizás el recuerdo de un amigo a
quien ve después de mucho tiempo, y el inesperado, repentino si­
lencio en la conversación. Las posibles variaciones entre la experien­
cia real del lector y la descrita en el poema pueden ser, pues, nu­
merosas.
Aun así, todavía no se explica por qué esta coincidencia de
elementos en común suscitan en mí la memoria fuerte de una expe­
riencia real. Pero quizás lo podamos entender si reconocemos no
ya que lo común son los elementos —algunos, muchos— distintos que
hay en mi experiencia y en lo descrito en la poesía, sino que es el
conjunto que estos elementos forman en mi experiencia y en la poesía.
Hay una identidad, pero no es de mi experiencia y la descrita, sino
de la estructura básica de una y otra.
Quiero insistir sobre este particular porque es, me parece, el
punto decisivo en la poesía realista de Machado. La experiencia real
que evocamos con tanta fuerza nunca constituye una serie de ele­
mentos discretos que recordemos, sino que, por el contrario, es evo­
cación fuerte, un revivir de la experiencia por lo que analíticamente
pudiéramos llamar sus “partes” que se nos dan de pronto. La evoca­
ción no es de esto o aquello sino de un momento, un instante vivido
por nosotros, y ese instante evocado incluye los varios elementos que
lo “constituyen” pero no como elementos o partes, sino en su simul­
taneidad, como un todo. Dicho de otro modo, la experiencia real
evocada se da como un acoplamiento único de diversos componentes.
Lo que Machado logra es precisamente la captación de los
elementos de la experiencia, pero no como elementos sino como con­
junto. Cuando leemos “Todos callamos”, este elemento decisivo final
precipita la conjunción de todos los elementos distintos que la poesía
ha ido identificando, y es la identidad —parcial o total, no tiene
importancia para nosotros ahora—del conjunto cristalizado en la
poesía, con el conjunto que en la realidad de nuestra experiencia
se dio, lo que hace posible evocar con gran fuerza nuestra expe­
riencia.
El conjunto no es, claro está, la totalidad de cada experiencia,
la descrita por el poeta y la vivida por el lector, sino el conjunto
de los elementos comunes que tienen una y otra. Y dado que la
experiencia descrita por el poeta y la experiencia real del lector
necesariamente tienen que ser dispares en tantas cosas, es ineludible
entender que el conjunto de elementos que el poeta capta en su poesía
es el conjunto que define lo más esencial de la experiencia, lo que
otro, el lector, encontrará como esencial en su propia experiencia.
Es claro que semejante requisito exige de parte del poeta la cap­
tación de la experiencia en toda su realidad como experiencia y que
esta captación es inevitablemente algo muy frágil y huidizo, como
lo es la intuición que hace posible esta captación.
La explicación antecedente se refiere a lo que en un instante
determinado le acontece al lector, es decir, la evocación fuerte de
una experiencia real vivida por él, y a lo que hace posible que esto
ocurra. Pero todavía no hemos dicho cómo ocurre que la experiencia
descrita en la poesía se nos haga tan “real”, como si la estuviésemos
presenciando o viviendo. La pregunta exige contestación porque
hemos dicho que las experiencias del poeta y del lector no son idén­
ticas, salvo en su dimensión esencial, pero nuestra impresión como
lectores es )a de ver lo descrito por el poeta como si fuera realidad
para nosotros. ¿Cómo es posible que ocurra esto?
La lectura de una poesía realista requ¡cre qIK d
paso a paso tmagtnnndo lo que el poeta le dice de y
otro, bon detalles loque el poeta nfvAo» „ i
. - r. ; eta otrece, Pero como tales, no nos
son extraños. Cuando Machado usa la nalab™ “Mln” •
Es *tan fácil
sala. v ia Palabra sala »imagino
t' -i esto que no necesito & una
n necesito hacerlo conscientemente. Lo
propio me ocurre con una sala sombría y familiar, pero estas adíe
tivaciones obligan a una imperceptible alterae!ón ¿
Asi, a cada paso, al anad.rsele a la descripción de la sala el «suelo
el cuadro, los cristales, el reloj, voy modificando la imagen primarii
para que «encuerde con lo que ]a pocs¡a dic(¡ gCn !>nmana
LA REALIDAD Y ANTONIO MACHADO

Pero mi imaginación no basta. El momento de leer el poema,


es “inora” imaginación que de por sí no me lleva a irme sintiendo en
la escena descrita y a sentirla como si la estuviese viendo. Por el
contrario, me acontece lo que me acontecería al leer cualquier des­
cripción prosaica; reconozco su posible realidad, pero no la siento
como realidad. En esto está la dificultad de aceptar esta poesía de
Machado en una primera lectura. Si no nos encontramos en plena
disposición de evocar la experiencia real nuestra que corresponde
en su esencia con la descrita por el poeta, la poesía no evoca nada,
aun cuando nuestra imaginación vaya imaginando los detalles que
nos ofrece.
Sin embargo, este “mero” imaginar es condición necesaria de
la poesía realista, como veremos.
Al evocar una experiencia real, lo primero que se evoca es su
aspecto o su momento afectivo. Nos sobrecoge la experiencia, pero
no en su totalidad absoluta de experiencia sino primariamente en lo
que sentimos al tenerla. Esto es un fenómeno psicológico muy co­
rriente, y es lo que nos ocurre al revivir la experiencia real nuestra
correspondiente en su estructura esencial a la descrita por el poeta.

IV

Pero lo que evoco en este caso no es meramente un sentimiento, sino


el sentimiento particular, preciso que sentí en un momento deter­
minado, en una situación determinada. Y sin embargo el sitio y el
momento no quedan plenamente evocados, al menos en sentido inme­
diato. Por otra parte, son, como ya sugerimos, elementos constitutivos
de todo sentimiento así evocado, y al faltar el sitio y el momento
en que se dio el sentimiento, es como si fuera indispensable llenar el
vacío existente. El sentimiento real evocado se “completa”, llenando
el vacío con lo que, al ir leyendo la poesía, hemos ido imaginando.
Lo meramente” imaginado sustituye lo que falta en la evocación
plena de la experiencia.
Esta sustitución es instantánea y al “atarse” al sentimiento real
evocado, lo imaginado cobra la apariencia súbita de estar “presente”
ante nosotros, como lo está de hecho el sentimiento evocado. Esta
sustitución puede ser tan efectiva que a veces no cobramos plena
cuenta de que el sentimiento evocado es sentimiento de una expe­
riencia real vivida y sólo después, y mediante un esfuerzo más o
menos consciente es que podemos recordar el momento y el lugar
correspondiente a nuestra experiencia real y al sentimiento evocado.
Hasta aquí queda dicho lo siguiente: la poesía realista de
Machado (ejemplificada en nuestra discusión por “El Viajero”)
no comunica un sentimiento sino que hace algo más difícil; evoca el
recuerdo fuerte de un sentimiento sentido por el lector respecto de
una experiencia real suya. Machado logra esta evocación mediante
la presentación al lector, de un conjunto estructural de elementos
esenciales correspondientes a esa experiencia; conjunto que él lia
sabido captar poéticamente. En última instancia quedan unidos poeta
y lector por esa estructura esencial que se encuentra en las expe­
riencias individuales reales de uno y otro.
Aparte una serie de técnicas poéticas que no viene al caso discu­
tir, esta identidad esencial de las experiencias, y la evocación prima­
ria del sentimiento de la experiencia, es lo que hace posible y hasta
necesario que el lector identifique también las circunstancias descritas
por Machado con las circunstancias de su propia experiencia. De ahí
que para el lector el momento descrito por Machado le parezca tan
“real , tan presente.
El nombre de poesía realista no corresponde, sin emb al
hecho de que este modo de poetizar orea la ilusión de una “reali-
dad ^Este ver es s.empre ilusorio. ¿Qué es lo real en esta poesía?
En pnmer lugar, es real d sentimiento evocado en el lector,
no ya porque el realmente lo sienta-eso es virtud de toda buena
poesía—sino porque es el sentimiento correspondiente a una expe.
rienda real suya. En lo que aqui he venido llamando poesía sib-
jeuva u objetiva se logra comunicar un sentimiento sobre la base de
un sentimiento algo indefinido v va™ ..i , ,
, i . rl, t y g0 que al momento de leer la poe­
sía ya tiene el lector. El lector comienn .. ■ . • - .
; a in‘enza con una cierta simpatía con e
poeta, y esta simpatía afectiva es lo ,
n / lia que Slrve Para que el poeta vaya
llevando al lector a unas nuevas claridad^ „ r v, \ , y
. .• caridades y profundidades de ese
sentimiento. Todo esto tiene que ver ,
• . . i . 4 cr remotamente con alguna exne-
nencia común tanto del poeta como i . , 6
j. , , .. mo del lector, pero lo evocado no
“ directamente el sentimiento preciso, mst¡,„,áneo de una exnerien-
«a real, concreta, vivda en un momento dctermina(|o f
miento indefimdo, vago que al momento de leer tiene el lector. Por
LA REALIDAD Y A N T O N I O MACHADO

su parte, la poesía realista evoca en el lector el recuerdo de un


sentimiento vivido por él, y lo evoca en toda la riqueza y claridad
original de ese sentimiento tal como se dio realmente en él en un
momento determinado. Es, pues, y en primer término, una poesía
que se remite a la experiencia real del lector, y aún más, se remite
a la experiencia en tanto que real. (Lo que hoy día comúnmente
se llama poesía “realista” es, las más de las veces, algo muy distinto).
También se refiere a unas realidades, pero no para verlas en su
realidad sino para hablar acerca de ellas. De ahí que hablando de
la poesía contemporánea es perfectamente factible una crítica de lo
que ideológicamente expresa.
En segundo lugar, puede considerarse poesía realista en otro
sentido. En tanto que evoca una experiencia real y lo hace por vía
de una dimensión real que tienen en común la experiencia del poeta
y la del lector, la estructura elemental de la experiencia, lo que he
llamado aquí lo esencial de la experiencia. En hecho de que esta
estructura idéntica en la experiencia del lector y la del poeta sugiere
que detras de la inevitable singularidad de toda experiencia vital hay
una, o unas, estructuras radicales que fundamentan la configuración
d». las experiencias particulares y que estas estructuras son, por
supuesto, reales. (Esto en nada quiere decir que, de haber estas es­
tructuras, sólo nos percatamos de ellas por vía de la poesía aquí
llamada realista. Por el contrario, es claro que estas estructuras apa­
recen también en la poesía subjetiva y objetiva, pero queda escon­
dida su realidad porque el poeta las “dice” y no las “revela”).
Ambos de estos sentidos se refieren, por supuesto, al carácter
rea de las experiencias y no, en sentido estricto, a la realidad. Por lo
p nto a poesía que aquí hemos llamado realista merece el nombre
SO o en tanto que se fundamenta en la captación intuitiva, por parte
del poeta, de las experiencias en su realidad y en su dimensión esen-
reniu ir%C0Sa idcntificar la experiencia y la
• 31 -11' °ntrar en d deta^e del asunto, cabe sugerir que Machado
oscuTdqd1ZaS nUnCa tUV° Clata eSta distinción Y q«e mucha de la
dad reinante en su poética y en sus escritos filosóficos respecto
poesía, provienen de confundir uno y otro problema.
V

En las poesías anteriores a Campos de Castilla, y aparte de “El


Viajero” y de “Recuerdo Infantil”, hay varios poemas de este género
realista. Sin embargo, su aparición es esporádica y lus dos mencio­
nadas son sin duda las mejores. Por otra parte, en muchas de las
poesías restantes hay trozos de poesía realista que no dejan de evocar
en nosotros experiencias propias a la vez de lograr la impresión de
estar “viendo” lo que Machado nos describe. Las más de las veces
estos trozos sirven de introducción a un poema de otro género.
No pocas veces estas mezclas resultan algo ineficaces y el poema
no logra la altura ni de la poesía realista “pura” ni de la poesía
subjetiva u objetiva.
Pero en Campos de Castilla Machado supera la difícil trabazón
entre los dos géneros de poesía y logra una feliz integración. Dos
poemas en particular se destacan como ejemplos de esta unidad:
“A Orillas del Duero” (XCVIII) y “Campos de Soria” (CXIII).
Bastará comentar brevemente “A Orillas del Duero” para hacer
clara esta unidad.
Comienza el poema con uno de esos pasajes totalmente “des­
criptivos”, inmediatos, de poesía realista.

Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.


Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente..

El pasaje nos coloca plenamente en el momento que nos describe el


poeta.
Lo siguen unos versos de transición en los que, sin perder su
apariencia de poesía realista, comienza Machado a sugerimos sutil­
mente lo que sigue.

Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo


cruzaba solitario el puro azul del cielo.
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra
—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra ,
las serrezuclas calvas por donde tuerce el Duero
para formar la corva ballesta de un arquero
en torno a Soria ...
No hay necesidad de precisar aquí el casi invisible sugerir que desde
Ortega viene comentándose.
De pronto surge una voz distinta, henchida de la escena, de su
pasado y de la pobreza de su presente.

El Duero cruza el corazón de roble


de Iberia y de Castilla.
¡Oh, tierra triste y noble ... 1

Esta parte de la poesía cierra con la reiteración de una terrible ex­


clamación de dolor.

Castilla miserable, ayer dominadora,


envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.

Le sigue, súbitamente, otro pasaje puramente realista con el


que termina la poesía.

El sol va declinando. De la ciudad lejana


me llega un armonioso tañido de campana
—ya irán a su rosario las enlutadas viejas—.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
de nuevo ¡tan curiosas! ... Los campos se obscurecen
Hacia el camino blanco está el mesón abierto
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.

¿Qué nos sucede ante el poema?


El primer trozo logra nuestra plena identificación con el poeta
en la ilusión de realidad que evoca en nosotros este pasaje descrip­
tivo. Después, por vía de la sutil sugestión nos prepara el poeta para
dar el próximo paso: “ver” con su sentimiento no ya el momento
real vivido por él, sino lo que en el poeta precipita ese momento.
Vemos brotar en él lo que siempre sigue a toda experiencia plena­
mente vivida, es decir, su transformación en algo de significación
vital para él; el sentido que cobra para él en su mundo. Es decir.
Machado logra que revivamos con él la experiencia y, además, logra
mostramos lo que esa experiencia llega a ser cuando se transforma
en mundo.
Tan poderosa es esta revelación de su mundo que al llegar a la
última parte—realista en su apariencia; descripción “fotográfica”
de un instante— ya no sólo se nos ofrece como experiencia sino que,
pese a su “descriptividad”, la vemos como parte de un mundo, el de
Machado, en parte al menos, mundo nuestro.
El logro aquí no es meramente el de la comunicación de un
sentimiento. Esto también se da, pero se trasciende. Ya tenemos más
que el sentimiento y más que la experiencia; tenemos todo un nuevo
modo de “entender” lo que en tomo a nosotros se da.

~~ VI

La estructura de “Campos de Soria” es muy parecida a la de


“A Orillas del Duero” y tiene un efecto similar sobre nosotros.
No hay necesidad de comentarla. Son, por supuesto, las dos poesías
máximas de Campos de Castilla y quizás de toda la obra machadiana.
Trascienden su poesía realista, pero en ambos casos dependen de
ella; la poesía realista las inicia y fundamenta. Por otra parte, en el
mismo libro, y hasta llegar a “La Tierra de Alvargonzález”, pre­
valece por mucho la poesía realista “pura”.
Después, sin embargo, comienza a notarse un descenso en el
uso que Machado hace de ella. Persiste su uso, sin duda, pero va
menguando, y, además, en tanto que se evidencia, por lo general
pierde la claridad y la certeza que logró en sus primeros escritos
y que culminó en Campos de Castilla.
¿Será la capacidad de hacer poesía realista lo que Machado sin­
tió perder; lo que ya para 1917, cinco años después de publicarse
Campos de Castilla, lo llevaba a la expresión de una poética nada
clara? Por supuesto que es imposible tener plena certeza del asunto,
LA REALIDAD Y ANTONIO MACHADO

pero la idea está sostenida al menos en lo que hasta ahora hemos


dicho. _ , .
También he querido dejar ver que en su dimensión mas ra ica
la poesía realista depende de una captación difícil del momento
una experiencia real, captación que es necesario sea profunda y c ara
porque sobre ella el poeta habrá de construir su poesía, una poesía
que permitirá al lector la evocación de su propia experiencia y a
identificación esencial con la experiencia del poeta.
La captación original es, sin duda, intuitiva, pero también
requiere del poeta una poderosa disposición a aceptar las experien­
cias de su vida, pese al dolor que pudieran causarles, y, mas que
nada, a aceptarlas en su realidad. De la disposición a acoplar las
experiencias en su realidad depende todo lo demás. Esta fue la dis­
posición de Machado hasta Campos de Castilla. No nos ofrece expe­
riencias fáciles. Pero siempre —o casi siempre tras el dolor que en
su poesía en general se transparenta, machado se mantiene dentro de
una básica serenidad que supera su angustia. Después de Campos
de Castilla, y tras un breve titubeo, su poesía va haciéndose cada
vez más cargada, molesta, irritada y hasta desesperada. Y me parece
que la poesía realista no es posible desde la desesperanza y la des­
esperación.
Es de suponer que la muerte de Leonor y también el derrotero
histórico de España, añadidas a su natural inclinación hacia una
perspectiva angustiada, colmaran la copa y trascendieran su dispo­
sición a captar intuitivamente y en su propia realidad las experiencias
que vivía. Nunca la perdió del todo, pero el resto de su obra sena
el esfuerzo por recobrar en su original plenitud esta sutil virtud per­
dida. Y sería una poesía distinta, en el fondo inconsistente con su
poesía anterior.

VII

Quedan sin aclarar un número considerable de problemas, pero


su discusión requeriría un ensayo mucho más extenso de lo permisi­
ble aquí. Así, por ejemplo, la justificación del nombre “poesía rea­
lista” para el género que aquí he examinado no ha sido ni por mucho
satisfactoria. Cabe sugerir que si bien quizás no sea factible identifi-
car la realidad con la experiencia, nuestro conocimiento de la realidad
siempre se da en virtud de nuestras experiencias y que un genuino
realismo exige referirnos en primera instancia a las experiencias,
y más que nada, a las experiencias en su realidad. Pero el examen
de esta cuestión conllevaría un estudio que sobrepasaría los límites
de este artículo.
Sin embargo, hay un asunto que si bien no puede discutirse en
detalle, merece una mención breve. ¿Qué importancia tiene la
poesía realista de Machado?
En primer lugar, es claro que no se trata de una exclusiva de
Machado. En casi toda obra poética hay trozos de poesía realista
según aquí la hemos definido. Pero por lo general no es más que
un modo auxiliar para lograr otro género de poesía. En Machado
se llega a dar como género propio y, además, al menos en ciertas
poesías (por ejemplo, “A Orillas del Duero”) ocupa un lugar deci­
sivo.
En segundo lugar, también es claro que si bien hay trozos de
poesía realista en casi toda obra poética, es, por lo general, de carác­
ter limitado. Se evoca, más que una experiencia, una sensación o
un sentimiento, pero sin lograr que esta evocación sea del todo plena;
es decir, sensación o sentimiento de una experiencia real, evocada
como correspondiendo a esa experiencia. Lo característico de la
poesía realista machadiana es que evoca un sentimiento de una ex­
periencia real como parte de tal experiencia. Es ese recuerdo fuerte
el que, al momento de darse, nos lleva a “ver” la escena descrita
como si fuera real, con su espacialidad y temporalidad definitivas
y patentes para nosotros.
Por último, al lograr la evocación de una experiencia real, esta
poesía capta y “eterniza” lo huidizo, lo fugitivo de la realidad más
cercana a nosotros; nuestras propias vidas
Estas tres características de la poesía realista de Machado no
serán, quizás, absolutamente exclusivas suyas, pero en Machado se
dan en forma excelente y por la fuerza de su conjunción hacen que
este género sea una de las máximas contribuciones de Machado
a la poesía.

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