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Informe.
Docente: Estudiante:
C.I: 31.209.807
Durante los días que siguieron fueron arrestados los sospechosos, se les abrió
juicio a muchos de ellos, así como a militares de alto rango sobre los que se tuviera
sospecha alguna de participación en el atentado, sea planificando, colaborando con
sus ejecutores o simplemente callando. Fueron acusados, Santander, y el almirante,
Padilla, a quien doce artilleros y un oficial intentaron liberarlo de prisión en el cuartel de
milicias de caballería para que fijara postura, Padilla, se rehusó, manifestándoles que
se hallaba preso y no debía mezclarse en tal negocio; que consiguieron hacerlo bajar
hasta la puerta del cuartel, de donde a favor del bullicio militar y volvió a subir a su
alojamiento, en donde encontró al sargento y un soldado de la guardia que le
custodiaban y se habían refugiado en aquella pieza en unión de su asistente; que luego
que se retiró la tropa que había entrado a aquel cuartel, reunió las armas de la guardia
e hizo a su asistente cerrase la puerta del cuartel con llave, receloso intentasen volver
a entrar a obligarle a tomar las armas, como lo habían intentado al principio, o matarle
si a ello no accedía; que así permaneció hasta que advirtió había cesado la bulla, en
cuyo acto mandó a su asistente a que diese aviso al general, Urdaneta, u otro jefe.
Luego de obtener el permiso o dispensa real que como militar le permita contraer
nupcias, el miércoles 26 de mayo del año 1802, sin más espera se cansan en la
parroquia de San Sebastián.
Una vez realizado tan importante paso vital, cumpliendo vínculos hereditarios de
inmediato la pareja prepara viaje rumbo al puerto americano de La Guaira,
desembarcadero natural de Caracas.
Poco duró el idilio de los enamorados ya que la joven María Teresa fue presa de
la fiebre amarilla, y luego de muchas dolencias, delirios y aferramientos, muere el
sábado 22 de enero de 1803.
Tanto amó Simón Bolívar a esta mujer, que todavía escribe 25 años después:
“Quise mucho a mi mujer y su muerte me hizo jurar no volver a casarme. He cumplido
mi palabra”.
Al cabo de poco tiempo aparece ante él, ella, de cuerpo entero, entre bautismos
y enlaces connubiales llamada “Fanny” Louise Denisse Dervieux du Villard, casada con
el cincuentón coronel realista y conde a la vez, Bartolomé Dervieux, mujer de mundo,
hija del barón de Trobiand de Kenreden, su pariente lejano por la sangre Aristiguieta.
Teresa Lesnais:
Antes de partir de aquel París sensual e inmiscuido en los diversos escenarios
de la sociedad sibarita. Bolívar habría de acariciar otros sentimientos y de apurar el
cáliz juvenil en otros corazones. Así, preparado para una larga caminata europea de
instrucción, que lo llevara por el centro del viejo continente, acompañado esta vez del
Robinson filósofo, es decir, de su maestro Simón Rodríguez y del cuñado Fernando
toro, mientras se recibe el francmasón del culto escocés conoció de verás e intimó en
esa Lutecia eternal –calle de Vaugirard-, del rococó y Chautebriand, con su amiga
Teresa Lesnais (Lesnays o Laisnay, para otros), dulce, bella, reservada y enigmática
mujer, a quien llegó a amar sin alardes hasta allá, por los días imborrables de 1806.
(De esta relación según este autor le nació una hija).
Ana Lenoit:
En su carrera hacia la gloria Bolívar sigue al Estado Soberano de Cartagena, y
en conjunción como coronel efectivo de los ejércitos neogranadinos con doscientos
hombres y la bandera cuadrilonga desde Barranca invade la cuenca caliente del bajo
Magdalena para perseguir sin pausa a los soldados realistas. A finales de 1.812 y
cargando con veintinueve años en los meandros y visiones de sus aguas revueltas, de
frente al majestuoso rio, Cupido hace las suyas y así conoce a la francesa Anne Lenoit,
entonces de diecisiete años bien formados, tímida, joven de pareceres y rubia bella de
Paris, “la mayor atracción del pueblo”; establecida familiarmente en aquel lugar junto
con su padre, un emigrado europeo que se desempeñaba como comerciante en la
tórrida zona de Mompox.
Así que enhebrado en las horas del tiempo en aquella naturaleza salvaje se
cultivo entonces un apasionado aunque corto romance de intimidad, debido lo ultimo a
la vasta campaña militar que se iniciaba por aquellas fechas, y al decir del biógrafo
Indalecio Lievano Aguirre, en esos cinco días permanecido en Salamina ( antes, Punta
Gorda), Bolívar gustoso de las deliciosas aventuras galas se entrevista en varias
oportunidades con esta beldad llena de encantos y alegría juvenil, tratada ella como “
La madamita”, eso sí, lejos de la prisión o angustia de los seres humanos; pero
acosado por la guerra itinerante, el héroe marcial o Don Juan festinado embarca en las
naos del destino rumbo a Heredia, cuando entonces las lagrimas de Anita fluyen por los
ojos y mojan sus mejillas. Luego, en la campaña el Libertador continua hasta Tenerife,
donde otra vez se encuentra Anita, y sus brazos se aferran a ella, que le ha seguido
con tesón.
Josefina Machado:
El 4 de agosto de 1.813 conoció de veras el Libertador a Josefina Machado, “la
señorita Pepa”, como la llamaban en la intimidad, al entrar aquel triunfante a Caracas,
luego de Campaña Admirable. Bolívar regresaba entonces a la ciudad natal con todas
las loas imaginables y en las ofrendas que se le tributaron encontró, de improviso, con
que una de las doce bellas caraqueñas vestidas de blanco que frente al cabildo citadino
le colmaron de laureles a la manera clásica de la antigüedad romana y que además lo
arrastraron en el carro triunfal, como hombre y conquistador le interesaba aquella ninfa
o vestal. Josefina, la escogida por el corazón, en aquel momento frisaba en los veinte
años y quienes la conocieron cuentan que además era morena, de cabellos negros,
estatura regular y transmitía un ardor delicioso apenas con su presencia destacada, de
ojos grandes y vivos, la boca carnosa y de una alegría natural que en momentos de
solaz llegaba a contagiar a cualquier mortal. Tampoco provenía de la pequeña
sociedad mantuana colonial, detalle este que movido en cierto medio agresivo o
petulante y de acuerdo con los acontecimientos vividos, le conformaba en la mezcla un
carácter inestable y soberbio aunque reservado y frio, según la posición con que ella en
ocasiones considerada comportarse. Hija de criollos terratenientes de los valles
cacaoteros de rio Tuy y prima del general Carlos Soublette Jerez, la vanidad
consecuente que la entornaba por momentos le permitió acercarse a Bolívar sin alguna
dificultad y penetrar en el, para así resarcir los vejámenes y recelos que le hizo la
sociedad de entonces ente tantos días turbulentos, lo que fuerza de la verdad debió
haber influido en el ego de aquella familia Machado.
Isabel Soublette:
Isabel Soublette, oriunda de la sociedad mantuana emergente de la época, la del
reencuentro romántico en esa costa con el Libertador Simón Bolívar, también fue su
amante; una mujer descrita como esbelta, rubia y blanca, de ojos azules y bellos.
Era una distinguida hermana del General Carlos Soublette, quien fuera más
tarde Presidente de Venezuela, y prima a su vez de su rival Josefina Machado, con la
que en un equilibrio amoroso entre la rubia y la morena debió compartir a ratos y no sin
ciertos celos, este amor imposible.
Julia Cobier:
La perla antillana de Bolívar fue Julia Cobier o Gober; criolla dominicana,
morena pálida, de buena presencia, tierna, excitante y rica. Pernoctaba con Bolívar ella
en Kingston cuando sus enemigos fueron a otra casa y asesinaron al pobre Félix
Amestoy, quien lo esperaba para platicar, y por breve reposo ocupó su hamaca.
Bernardina Ibáñez:
Bernardina Ibáñez es la perla del Libertador que procede de Ocaña. Estuvo
entre las quinceañeras que lo coronaron en Bogotá después de la batalla de Boyacá.
Esa «Melindrosa» para Bolívar, pretende ser un ángel. Estaba prometida en matrimonio
con el pavo del ejército, el coronel Ambrosio Plaza.
Paulina Garcia:
Paulina García, una esbelta trigueña de negra y larga cabellera, esbelta y
trigueña, llena de atributos físicos y espirituales, conmovedora, de 20 años, palmireña
genial sacó a Simón Bolívar de casa de Becerra y con argucia suma y en actitud
suprema se lo llevó a la suya por dar “seguridad”.
Manuela Sáenz:
El 1 de diciembre de 1827 salió para Bogotá, ante la solicitud de Bolívar de
reanimar «una vida que está expirando». En esta ciudad debió enfrentar un grupo
grande de detractores, entre los que se encontraban Francisco de Paula Santander y
José María Córdova, enemigos declarados de la Sáenz. «Tendría 29 a 30 años cuando
la conocí en toda su belleza. Algo gruesa, ojos negros, mirada indecisa, tez sonrosada
sobre fondo blanco, cabellos negros, artísticamente peinados y los más bellos dedos
del mundo […] era alegre, conversaba poco; Fumaba con gracia. Poseía un secreto
encanto para hacerse amar», así la describió Jean-Baptiste Boussingault, un profesor
de ciencias francés que Santander trajo a Colombia en 1824, y con quien Manuela
compartió muchos momentos políticos y sociales. Durante los primeros meses de vida
en Bogotá, Manuela vivió en la Quinta de Bolívar, una casa situada «a la sombra de los
cerros de Monserrate», construida por José Antonio Portocarrero a principios de siglo y
que, por motivos de las guerras de independencia, pasó a manos de Bolívar en 1820.
Santa Marta. Desde su partida, los ataques contra Manuela tomaron forma y nombre:
Vicente Azuero se encargó de incitar a la gente a manifestar su descontento con La
Sáenz, mediante carteles, «papeluchas» y actos como la quema de dos muñecos en la
fiesta del Corpus Christi, en los que personificaron a Manuela y a Bolívar bajo los
nombres de Tiranía y Despotismo. La reacción de Manuela fue obvia: destruyó las
figuras y todo el andamiaje que las sostenía. El resentimiento santafereño cedió a las
acciones de Azuero; sin embargo, Manuela recibió el apoyo del sector que menos
esperaba, las mujeres: «Nosotras, las mujeres de Bogotá, protestamos de esos
provocativos libelos contra esta señora que aparecen en los muros de todas las calles
[…] La señora Sáenz, a la que nos referimos, no es sin duda una delincuente». El
gobierno estuvo a punto de considerar éste y otros llamados de «las mujeres liberales»,
como ellas mismas se llamaron, pero un folleto, «La Torre de Babel», escrito por
Manuela Sáenz, en el que no sólo ponía de manifiesto la ineficacia e ineptitud de los
rectores del gobierno, sino que revelaba secretos de gobierno; hizo que se le acusara
de actos «provocativos y sediciosos», y se procediera a encarcelarla, por lo menos
virtualmente.
En los últimos días de 1830, Manuela emprendió el viaje hacia Santa Marta para
cuidar la salud de Bolívar, pero sólo llegó hasta Honda. Allí recibió una carta de Louis
Perú de Lacroix, un joven veterano de los ejércitos de Napoleón, edecán del general
hasta hacía poco, que decía: «Permítame usted, mi respetada señora, llorar con usted
la pérdida inmensa que ya habremos hecho, y que habrá sufrido toda la república, y
prepárese usted a recibir la última fatal noticia» (18 de diciembre de 1830). Desde este
momento, Manuela perdió su objetivo en la vida. Con la muerte de Bolívar, el desprecio
por ella se desbordó, por lo que decidió partir hacia Guanacas del Arroyo; sin embargo,
la persecución no cedió. El 1 de enero de 1834 Santander firmó el decreto que la
desterró definitivamente de Colombia. Fue a Jamaica, y de allí a Guayaquil, a donde
llegó en octubre de 1835. También tuvo que partir de Guayaquil, pues el gobierno de
Ecuador no la quería allí. Viajó, entonces, a Paita, un puerto en el desierto peruano sin
agua y sin árboles, y formado por una sola calle y un muelle al que sólo llegaban
balleneros de Estados Unidos. Allí, en un desvencijado edificio, se leía: «Tobbaco.
English spoken. Manuela Sáenz». La pobreza la acompañó durante los últimos años, y
finalmente también la invalidez.
JOAQUINA GARAICOA:
MANUELITA MADROÑO:
PAULA PRADO:
Francisca Zubiaga y Bernales “la Mariscala” fue esposa y principal asesora presidencial
de Agustín Gamarra. Cuzqueña de nacimiento, de carácter indomable, debeló
conspiraciones y dirigió asuntos de estado. La Mariscala fue una mujer que rompió
esquemas, quebrantó paradigmas, odiada por muchos y muchas, querida y amada por
otros y otras, Doña Pancha se convertiría así en la primera mujer peruana en tener
activa participación política. Como bien decía Clorinda Matto de Turner “esa mujer fue
mucho hombre” y agregaba además en uno de sus escritos “…Tócame, en fin,
ocuparme del Perú, mi amada patria, cuyo pabellón blanco y rojo, hecho con la sangre
de los héroes de la independencia y el velo de las vírgenes del sol, fue glorificado por
mujeres de la talla de Francisca Zubiaga, esposa del generalísimo Agustín Gamarra”. O
cómo se refería de ella la escritora parisina Flora Tristan, quien tuvo la oportunidad de
conocerla antes de su temprano deceso “su rostro, según las reglas con que se
pretende medir la belleza, no era ciertamente hermoso. Pero, a juzgar por el efecto que
producía sobre todo el mundo, sobrepasaba a la más bella. Como Napoleón, todo el
imperio de su hermosura estaba en su mirada…”
Benedicta era una joven mujer bella y tímida a la vez, buena bailarina de valses, de
escasa bolsa, distinta a cuantas le rodeaban, quién sabe en qué oportunidad, en que
reunión, o de qué forma estratégica se encontraron estos dos seres ansiosos de amar,
uno frente al otro. Los amores de Benedicta con Bolívar, si bien livianos en lo por venir,
fueron “in tensos de alto vuelo, íntimos e hirvientes”.
El 5 de octubre de 1825 llega Bolívar a Potosí y una dama le susurra al oído: «Cuidado,
quieren asesinarlo». La dama se llama María Joaquina Costas y es la esposa del
general boliviano Hilarión de la Quintana. Esa noche mientras los asesinos desesperan
al no encontrar a Bolívar, éste recibe amor y cobijo en los brazos enamorados de María
Joaquina, que en el ínterin le revela toda la conspiración que incluye a su pariente León
Gandiarias.
JEANETTE HART: