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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA.

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA.

UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL POLITÉCNICO DE LA FUERZA


ARMADA NACIONAL.

SEDE ARAGUA, NUCLEO MARACAY.

Informe.

Docente: Estudiante:

Jorge Scott Salinas Ackerley A. Navas.

C.I: 31.209.807

Maracay, 30 de enero de 2024.


Introducción.

Atentados contra el Libertador, Simón Bolívar.


La oposición al Libertador, Simón Bolívar, había aumentado entre los liberales
neogranadinos, especialmente tras haber declarado él mismo la dictadura el 27 de
agosto de 1828, quienes se habían reunido en sociedades secretas que llamaron
«SSP» (Sociedad Socrata Parlamental), como las de la Revolución francesa. En su
mayoría eran estudiantes e intelectuales, se reunían a discutir temas políticos, en una
de esas reuniones, Luis Vargas Tejada, pronunció su famosa estrofa:

Si de Bolívar la letra con que empieza

y aquélla con la que acaba le quitamos,

«oliva» de la paz símbolo hallamos.

Esto quiere decir que la cabeza

al tirano y los pies cortar debemos

si es que una paz durable apetecemos.

De una de esas reuniones a principios de septiembre de ese año salió la idea de


matar a Bolívar. Para ello buscaron conseguir adeptos en las Fuerzas Armadas,
reclutando veteranos, reservistas y sargentos, pero también expulsados o a punto de
serlo por su mala conducta.

La medianoche del 25 de septiembre unos doce civiles y veinticinco soldados


comandados por Pedro Carujo forzaron la puerta del Palacio Presidencial (Palacio de
San Carlos) y asesinaron a los guardias, tras lo cual buscaron la habitación de Bolívar.
Manuela Sáenz quien estaba esa noche con Bolívar lo despertó. Al enterarse de lo que
sucedía, Bolívar agarró su pistola y su sable y trató de abrir la puerta pero Manuela lo
convenció de que escapara por la ventana.

Bolívar, mandó a averiguar la situación en los cuarteles mientras estuvo toda la


noche bajo un puente. Bolívar, logró saltar y evadirse por la ventana mientras,
Manuela, entretenía y enfrentaba a los conspiradores. El resultado de esta conspiración
fue la muerte del coronel, William Ferguson, un edecán inglés, la herida del joven,
Andrés Ibarra, y una contusión por un golpe en la frente que recibió la salvadora del
ilustre caraqueño. El esclavo, Liiberto José Palacios, llevó al recién salvado de la
muerte a un lugar seguro. El batallón de Vargas dirigido por el coronel Whittle
contribuyó al fracaso de la conspiración. Finalmente, le correspondió a los generales
Rafael Urdaneta y José María Córdova poner fin al complot, controlar la situación en la
capital y llevar a prisión a los cómplices de ese siniestro atentado.

Durante los días que siguieron fueron arrestados los sospechosos, se les abrió
juicio a muchos de ellos, así como a militares de alto rango sobre los que se tuviera
sospecha alguna de participación en el atentado, sea planificando, colaborando con
sus ejecutores o simplemente callando. Fueron acusados, Santander, y el almirante,
Padilla, a quien doce artilleros y un oficial intentaron liberarlo de prisión en el cuartel de
milicias de caballería para que fijara postura, Padilla, se rehusó, manifestándoles que
se hallaba preso y no debía mezclarse en tal negocio; que consiguieron hacerlo bajar
hasta la puerta del cuartel, de donde a favor del bullicio militar y volvió a subir a su
alojamiento, en donde encontró al sargento y un soldado de la guardia que le
custodiaban y se habían refugiado en aquella pieza en unión de su asistente; que luego
que se retiró la tropa que había entrado a aquel cuartel, reunió las armas de la guardia
e hizo a su asistente cerrase la puerta del cuartel con llave, receloso intentasen volver
a entrar a obligarle a tomar las armas, como lo habían intentado al principio, o matarle
si a ello no accedía; que así permaneció hasta que advirtió había cesado la bulla, en
cuyo acto mandó a su asistente a que diese aviso al general, Urdaneta, u otro jefe.

Vicente Azuero, y otros opositores no participaron, pero fueron cómplices de la


conspiración también como, Luis Vargas Tejada, Florentino González, capitán, Emigdio
Briceño Guzmán ( 1800, Carache, Venezuela; 6, Bogotá, Colombia; de enero de 1874),
llamado en Venezuela «El septembrista» y hasta, Pedro Carujo, el enconado enemigo
de Bolívar, que fueron juzgados por el Consejo de Ministros y hallados culpables. Se
les conmutó la pena por el destierro y algunos fueron indultados como, Carujo.
Santander, fue hallado culpable y fue degradado, expulsado deshonrosamente y
condenado a la pena de muerte, pero su pena fue conmutada por el exilio por decisión
de, Bolívar. Igualmente, a Vicente Azuero, y, Florentino González, se les conmutó la
pena por el exilio. Vargas Tejada, murió ahogado en un río durante su huida en los
Llanos colombianos.

Los acontecimientos de la Conspiración Septembrina y los posteriores juicios


fueron realizados por medio de un recién creado tribunal ex post facto al surgir un
tribunal de conjurados. Para el 29 de septiembre, Bolívar, decidió disolver el tribunal y
encarar a, Rafael Urdaneta, como Juez Único con el apoyo de, Tomás Barriga, de los
casos faltantes y la revisión de los absueltos o condenas que no le dejaron satisfacción.
Amores del libertador.
María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio:
Simón Bolívar huérfano, llega a los 16 años arriba al puerto de Veracruz el 2 de
febrero de 1799. Es en esta ciudad donde a fuerza de protocolo, con rapidez, por
intermedio del soltero Oidor de la Real Audiencia, Don Guillermo de Aguirre y Viana,
pariente del obispo de Caracas, entra en relación con doña María Ignacia Rodríguez de
Velasco y Osorio, a quien llamaban “la güera Rodríguez”, significando así el rubio color
de la piel y el cabello de esta bella mujer.

Muy joven la “güera”, resplandeciente, de un armonioso cuerpo, de hoyuelos


graciosos en las mejillas, cara un tanto redonda, atractivos pechos y caminar que
“alzaba incitaciones”; ojos azules como el cielo, rasgados, cabellos largos y sedosos,
aunque algo rizados, boca pequeña, nariz perfilada y el talle elegante, con facilidad
gracia y popularidad se movía a sus anchas en la sociedad mexicana de la época, por
sus dotes personales que llegaban a compensarle los “pecadillos" reiterados, y,
además, por ser hija de Don Antonio Rodríguez de Velasco y Osorio y de Doña María
Ignacia Osorio y Bello, gente de valimiento en aquella corte asentada sobre las aguas
lustrales y el poder reprimido de Tenochtitlán.

La encontró Bolívar en la casa de su hermana María Josefa, la Marquesa de


Uluapa, en cuya señorial y apropiada mansión del bosque de Chapultepec se
hospedara el joven caraqueño. Entonces el flirteo emocional a escondidas del marido
celoso y gruñón ya herido el corazón del otro, fue de tal importancia como para
constituir el primer amor efímero del Libertador –y cuidado si el primer descalabro de la
“güera”.

María Teresa del Toro y Alaiza:


El salto grande y su mujer sin duda alguna ahora se llamaría María Teresa del
Toro y Alaiza, emparentada por sangres muy cercanas a la burguesía provinciana
criolla de Caracas y el centro del país, a través del Marqués del Toro y los Rodríguez
del Toro.
María Teresa, joven aunque dos años mayor que Bolívar, ya que él tenía 17
años, y sin ser bella, la anhelada compañera del futuro Libertador le ataría por su
carácter y educación. Mujer frágil, tímida, de ojos claros, profundos y tristes, pálida de
tez, amable, inspiradora de honda ternura, casta, tejedora de sueños, avasallante y
femenina. La visita luego Bolívar en el norteño puerto de Bilbao, tierra de ancestros,
donde con su familia reside temporalmente en el otoño de 1801.

Luego de obtener el permiso o dispensa real que como militar le permita contraer
nupcias, el miércoles 26 de mayo del año 1802, sin más espera se cansan en la
parroquia de San Sebastián.

Una vez realizado tan importante paso vital, cumpliendo vínculos hereditarios de
inmediato la pareja prepara viaje rumbo al puerto americano de La Guaira,
desembarcadero natural de Caracas.

Poco duró el idilio de los enamorados ya que la joven María Teresa fue presa de
la fiebre amarilla, y luego de muchas dolencias, delirios y aferramientos, muere el
sábado 22 de enero de 1803.

Tanto amó Simón Bolívar a esta mujer, que todavía escribe 25 años después:
“Quise mucho a mi mujer y su muerte me hizo jurar no volver a casarme. He cumplido
mi palabra”.

Fanny Dervieux Du Villard:


Simón bolívar regresó a España luego de la muerte de su esposa y de ahí viajó
a París en la primavera de 1804. Allí en el “Hotel de los Extranjeros” permanecerá
rodeado de amigos, derrochando infinitas ilusiones y aprendiendo cada día más de la
vida.

Al cabo de poco tiempo aparece ante él, ella, de cuerpo entero, entre bautismos
y enlaces connubiales llamada “Fanny” Louise Denisse Dervieux du Villard, casada con
el cincuentón coronel realista y conde a la vez, Bartolomé Dervieux, mujer de mundo,
hija del barón de Trobiand de Kenreden, su pariente lejano por la sangre Aristiguieta.

Fanny, blanquísima mujer de cabellos tirando a rubio oscuro, como lo señalan


sus biógrafos, frívola por demás, coqueta, de refinamiento y gracia elegante pese a ser
un tanto gruesa, la boca fina, los ojos azules aunque el color a veces era variable,
sonrosada la piel, de senos rellenos y brazos torneados, el andar lento y sinuoso, por
otra parte hábil y encantadora.

Para el momento del encuentro Fanny frisaba las 28 primaveras, y a pesar de


los múltiples compromisos sociales empezó a intimar con aquel solitario viudo de 20
años.
Maestra ideal, fue la mujer que verdaderamente lo despertó en las lides
ardientes del amor, en los largos seis meses que acariciaron estos encuentros
continuos, aunque por los viajes de conocimiento que debía realizar el futuro
Libertador, llegó finalmente el6+ de mayo de 1805, día en que el caraqueño se despidió
con ternura de la francesa, obsequiándole en esa oportunidad una sortija, marcada en
esta fecha con el grabado imperecedero del recuerdo.

Teresa Lesnais:
Antes de partir de aquel París sensual e inmiscuido en los diversos escenarios
de la sociedad sibarita. Bolívar habría de acariciar otros sentimientos y de apurar el
cáliz juvenil en otros corazones. Así, preparado para una larga caminata europea de
instrucción, que lo llevara por el centro del viejo continente, acompañado esta vez del
Robinson filósofo, es decir, de su maestro Simón Rodríguez y del cuñado Fernando
toro, mientras se recibe el francmasón del culto escocés conoció de verás e intimó en
esa Lutecia eternal –calle de Vaugirard-, del rococó y Chautebriand, con su amiga
Teresa Lesnais (Lesnays o Laisnay, para otros), dulce, bella, reservada y enigmática
mujer, a quien llegó a amar sin alardes hasta allá, por los días imborrables de 1806.
(De esta relación según este autor le nació una hija).

Ana Lenoit:
En su carrera hacia la gloria Bolívar sigue al Estado Soberano de Cartagena, y
en conjunción como coronel efectivo de los ejércitos neogranadinos con doscientos
hombres y la bandera cuadrilonga desde Barranca invade la cuenca caliente del bajo
Magdalena para perseguir sin pausa a los soldados realistas. A finales de 1.812 y
cargando con veintinueve años en los meandros y visiones de sus aguas revueltas, de
frente al majestuoso rio, Cupido hace las suyas y así conoce a la francesa Anne Lenoit,
entonces de diecisiete años bien formados, tímida, joven de pareceres y rubia bella de
Paris, “la mayor atracción del pueblo”; establecida familiarmente en aquel lugar junto
con su padre, un emigrado europeo que se desempeñaba como comerciante en la
tórrida zona de Mompox.

Así que enhebrado en las horas del tiempo en aquella naturaleza salvaje se
cultivo entonces un apasionado aunque corto romance de intimidad, debido lo ultimo a
la vasta campaña militar que se iniciaba por aquellas fechas, y al decir del biógrafo
Indalecio Lievano Aguirre, en esos cinco días permanecido en Salamina ( antes, Punta
Gorda), Bolívar gustoso de las deliciosas aventuras galas se entrevista en varias
oportunidades con esta beldad llena de encantos y alegría juvenil, tratada ella como “
La madamita”, eso sí, lejos de la prisión o angustia de los seres humanos; pero
acosado por la guerra itinerante, el héroe marcial o Don Juan festinado embarca en las
naos del destino rumbo a Heredia, cuando entonces las lagrimas de Anita fluyen por los
ojos y mojan sus mejillas. Luego, en la campaña el Libertador continua hasta Tenerife,
donde otra vez se encuentra Anita, y sus brazos se aferran a ella, que le ha seguido
con tesón.

Josefina Machado:
El 4 de agosto de 1.813 conoció de veras el Libertador a Josefina Machado, “la
señorita Pepa”, como la llamaban en la intimidad, al entrar aquel triunfante a Caracas,
luego de Campaña Admirable. Bolívar regresaba entonces a la ciudad natal con todas
las loas imaginables y en las ofrendas que se le tributaron encontró, de improviso, con
que una de las doce bellas caraqueñas vestidas de blanco que frente al cabildo citadino
le colmaron de laureles a la manera clásica de la antigüedad romana y que además lo
arrastraron en el carro triunfal, como hombre y conquistador le interesaba aquella ninfa
o vestal. Josefina, la escogida por el corazón, en aquel momento frisaba en los veinte
años y quienes la conocieron cuentan que además era morena, de cabellos negros,
estatura regular y transmitía un ardor delicioso apenas con su presencia destacada, de
ojos grandes y vivos, la boca carnosa y de una alegría natural que en momentos de
solaz llegaba a contagiar a cualquier mortal. Tampoco provenía de la pequeña
sociedad mantuana colonial, detalle este que movido en cierto medio agresivo o
petulante y de acuerdo con los acontecimientos vividos, le conformaba en la mezcla un
carácter inestable y soberbio aunque reservado y frio, según la posición con que ella en
ocasiones considerada comportarse. Hija de criollos terratenientes de los valles
cacaoteros de rio Tuy y prima del general Carlos Soublette Jerez, la vanidad
consecuente que la entornaba por momentos le permitió acercarse a Bolívar sin alguna
dificultad y penetrar en el, para así resarcir los vejámenes y recelos que le hizo la
sociedad de entonces ente tantos días turbulentos, lo que fuerza de la verdad debió
haber influido en el ego de aquella familia Machado.

Isabel Soublette:
Isabel Soublette, oriunda de la sociedad mantuana emergente de la época, la del
reencuentro romántico en esa costa con el Libertador Simón Bolívar, también fue su
amante; una mujer descrita como esbelta, rubia y blanca, de ojos azules y bellos.

Era una distinguida hermana del General Carlos Soublette, quien fuera más
tarde Presidente de Venezuela, y prima a su vez de su rival Josefina Machado, con la
que en un equilibrio amoroso entre la rubia y la morena debió compartir a ratos y no sin
ciertos celos, este amor imposible.
Julia Cobier:
La perla antillana de Bolívar fue Julia Cobier o Gober; criolla dominicana,
morena pálida, de buena presencia, tierna, excitante y rica. Pernoctaba con Bolívar ella
en Kingston cuando sus enemigos fueron a otra casa y asesinaron al pobre Félix
Amestoy, quien lo esperaba para platicar, y por breve reposo ocupó su hamaca.

Bernardina Ibáñez:
Bernardina Ibáñez es la perla del Libertador que procede de Ocaña. Estuvo
entre las quinceañeras que lo coronaron en Bogotá después de la batalla de Boyacá.
Esa «Melindrosa» para Bolívar, pretende ser un ángel. Estaba prometida en matrimonio
con el pavo del ejército, el coronel Ambrosio Plaza.

Paulina Garcia:
Paulina García, una esbelta trigueña de negra y larga cabellera, esbelta y
trigueña, llena de atributos físicos y espirituales, conmovedora, de 20 años, palmireña
genial sacó a Simón Bolívar de casa de Becerra y con argucia suma y en actitud
suprema se lo llevó a la suya por dar “seguridad”.

Manuela Sáenz:
El 1 de diciembre de 1827 salió para Bogotá, ante la solicitud de Bolívar de
reanimar «una vida que está expirando». En esta ciudad debió enfrentar un grupo
grande de detractores, entre los que se encontraban Francisco de Paula Santander y
José María Córdova, enemigos declarados de la Sáenz. «Tendría 29 a 30 años cuando
la conocí en toda su belleza. Algo gruesa, ojos negros, mirada indecisa, tez sonrosada
sobre fondo blanco, cabellos negros, artísticamente peinados y los más bellos dedos
del mundo […] era alegre, conversaba poco; Fumaba con gracia. Poseía un secreto
encanto para hacerse amar», así la describió Jean-Baptiste Boussingault, un profesor
de ciencias francés que Santander trajo a Colombia en 1824, y con quien Manuela
compartió muchos momentos políticos y sociales. Durante los primeros meses de vida
en Bogotá, Manuela vivió en la Quinta de Bolívar, una casa situada «a la sombra de los
cerros de Monserrate», construida por José Antonio Portocarrero a principios de siglo y
que, por motivos de las guerras de independencia, pasó a manos de Bolívar en 1820.

El 24 de julio de 1828, no obstante encontrarse Bolívar en el Palacio de San


Carlos, ejerciendo sus poderes dictatoriales sobre la república (luego de la disolución
de la Convención de Ocaña, el 11 de junio, y, consecuentemente, del Congreso),
Manuela celebró el cumpleaños de Bolívar en la Quinta. En el transcurso de la fiesta,
ella realizó un fusilamiento simbólico de Santander, «ejecutado por traición», según
rezaba el letrero colgado del muñeco. Parece que la descarga se escuchó
perfectamente en todo Bogotá. Con este acto, la política de reestructuración de la
República que adelantaba Bolívar, estuvo a punto de derrumbarse. En la primera
semana de agosto de ese mismo año, y a pesar de la orden de Bolívar de que
permaneciera alejada del público, Manuela Sáenz puso treinta y dos pesos de plata en
manos de don Pedro Lasso de la Vega por la casa marcada con el número 6-18 de la
calle 10, para así estar más cerca al Palacio de San Carlos, es decir, de Bolívar.

Esta cercanía y la conjugación de sus talentos físicos con sus habilidades


políticas le permitieron a Manuela saber de la conspiración para matar al general,
conspiración que tomó fuerza por el descontento en casi todos los estratos. Los
soldados se quejaban por el atraso en los pagos, las mujeres, de la carestía, la
aristocracia, de la pérdida de privilegios, los comerciantes, por el detrimento en sus
negocios, y los intelectuales, por la falta de libertad. En la conspiración, se rumoraba,
estaba implicado Santander. El primer intento fue en el mes de agosto, en la fiesta de
máscaras en el teatro El Coliseo (Colón), del que se salvó gracias a la acción
involuntaria de Manuela. El segundo intento fue el 25 de «setiembre», en el Palacio de
San Carlos. Esta vez fue la acción premeditada de Manuela la que hizo que saliera
ileso, y por ello fue llamada por Bolívar «la libertadora del Libertador». El 20 de enero
de 1830, Bolívar presentó renuncia a la presidencia. El 8 de mayo emprendió el viaje
hacia la muerte, ocurrida el 17 de diciembre en

Santa Marta. Desde su partida, los ataques contra Manuela tomaron forma y nombre:
Vicente Azuero se encargó de incitar a la gente a manifestar su descontento con La
Sáenz, mediante carteles, «papeluchas» y actos como la quema de dos muñecos en la
fiesta del Corpus Christi, en los que personificaron a Manuela y a Bolívar bajo los
nombres de Tiranía y Despotismo. La reacción de Manuela fue obvia: destruyó las
figuras y todo el andamiaje que las sostenía. El resentimiento santafereño cedió a las
acciones de Azuero; sin embargo, Manuela recibió el apoyo del sector que menos
esperaba, las mujeres: «Nosotras, las mujeres de Bogotá, protestamos de esos
provocativos libelos contra esta señora que aparecen en los muros de todas las calles
[…] La señora Sáenz, a la que nos referimos, no es sin duda una delincuente». El
gobierno estuvo a punto de considerar éste y otros llamados de «las mujeres liberales»,
como ellas mismas se llamaron, pero un folleto, «La Torre de Babel», escrito por
Manuela Sáenz, en el que no sólo ponía de manifiesto la ineficacia e ineptitud de los
rectores del gobierno, sino que revelaba secretos de gobierno; hizo que se le acusara
de actos «provocativos y sediciosos», y se procediera a encarcelarla, por lo menos
virtualmente.

En los últimos días de 1830, Manuela emprendió el viaje hacia Santa Marta para
cuidar la salud de Bolívar, pero sólo llegó hasta Honda. Allí recibió una carta de Louis
Perú de Lacroix, un joven veterano de los ejércitos de Napoleón, edecán del general
hasta hacía poco, que decía: «Permítame usted, mi respetada señora, llorar con usted
la pérdida inmensa que ya habremos hecho, y que habrá sufrido toda la república, y
prepárese usted a recibir la última fatal noticia» (18 de diciembre de 1830). Desde este
momento, Manuela perdió su objetivo en la vida. Con la muerte de Bolívar, el desprecio
por ella se desbordó, por lo que decidió partir hacia Guanacas del Arroyo; sin embargo,
la persecución no cedió. El 1 de enero de 1834 Santander firmó el decreto que la
desterró definitivamente de Colombia. Fue a Jamaica, y de allí a Guayaquil, a donde
llegó en octubre de 1835. También tuvo que partir de Guayaquil, pues el gobierno de
Ecuador no la quería allí. Viajó, entonces, a Paita, un puerto en el desierto peruano sin
agua y sin árboles, y formado por una sola calle y un muelle al que sólo llegaban
balleneros de Estados Unidos. Allí, en un desvencijado edificio, se leía: «Tobbaco.
English spoken. Manuela Sáenz». La pobreza la acompañó durante los últimos años, y
finalmente también la invalidez.

El 11 de agosto de 1847 se enteró de la muerte de su marido, James Thorne,


asesinado el 19 de junio de ese año. En su testamento, Thorne devolvía a Manuela los
ocho mil pesos de la dote de los intereses; sin embargo, ese dinero nunca Llegó a sus
manos. Así, inválida, acompañada por Simón Rodríguez (el Maestro del Libertador),
quien también terminó su vida en Paita (1854), y las cartas del General O’Leary, acabó
la vida de Manuela Sáenz, víctima de una extraña epidemia que llegó al puerto en
algún ballenero, el 23 de noviembre de 1856.

JOAQUINA GARAICOA:

Simón Bolívar la llamaba “La Gloriosa” ella lo admiraba demasiado y él le mantuvo


sentimientos puros y sinceros, Bolívar llegó al extremo de autorizarle el uso de su
nombre y apellido, que ella puso al lado del suyo y desde entonces firmó «Gloriosa
Simona Joaquina Trinidad y Bolívar».

MANUELITA MADROÑO:

La joven Manuela Madroño, acompañó al Libertador en su paso por la Sierra, entre


Guayaquil y Perú; el tiempo fue corto, aproximadamente tres meses, mientras se
preparaba la campaña de liberación del Perú. Dados los acontecimientos de la guerra,
el Libertador tuvo que separarse de la joven Manuela Madroño, quien nunca le olvidó.
Al extremo que ya viejecita la gente le recordaba sus amoríos con él, y ella feliz
contestaba, ante la pregunta: ¿Cómo está la vieja de Bolívar?. «Como cuando estaba
moza».

PAULA PRADO:

En el baile que le ofrecieron el 2 de junio de 1825 inicia su idilio con la joven y


agraciada arequipeña Paula Prado. Será un mes de apasionamiento y allí mismo
quedará su enamorada.

FRANCISCA ZUBIAGA BERNALES DE GAMARRA (LA MARISCALA):

Francisca Zubiaga y Bernales “la Mariscala” fue esposa y principal asesora presidencial
de Agustín Gamarra. Cuzqueña de nacimiento, de carácter indomable, debeló
conspiraciones y dirigió asuntos de estado. La Mariscala fue una mujer que rompió
esquemas, quebrantó paradigmas, odiada por muchos y muchas, querida y amada por
otros y otras, Doña Pancha se convertiría así en la primera mujer peruana en tener
activa participación política. Como bien decía Clorinda Matto de Turner “esa mujer fue
mucho hombre” y agregaba además en uno de sus escritos “…Tócame, en fin,
ocuparme del Perú, mi amada patria, cuyo pabellón blanco y rojo, hecho con la sangre
de los héroes de la independencia y el velo de las vírgenes del sol, fue glorificado por
mujeres de la talla de Francisca Zubiaga, esposa del generalísimo Agustín Gamarra”. O
cómo se refería de ella la escritora parisina Flora Tristan, quien tuvo la oportunidad de
conocerla antes de su temprano deceso “su rostro, según las reglas con que se
pretende medir la belleza, no era ciertamente hermoso. Pero, a juzgar por el efecto que
producía sobre todo el mundo, sobrepasaba a la más bella. Como Napoleón, todo el
imperio de su hermosura estaba en su mirada…”

En el Cuzco le tributa un amor decidido Francisca Zuniaga de Gamarra, esposa del


general Agustín Gamarra, quien llegaría a ser dos veces Presidente de Perú, y
enemigo, comprensible, de Bolívar y, por extensión, de la independencia de Bolivia,
nación a la que invadió, perdiendo la vida frente al ejército patriota boliviano. Cuando a
este general le criticaban su odio hacia el hombre que lo había colmado de honores,
respondía: «…Me concedió honores, es cierto, pero me quitó la mujer…». Y siguiendo
la tradición iniciada con las hermanas Ibañez, dos hermosas ofrendan sin disputas sus
favores: Juana de Dios y Bárbara Lemus; y luego, las Patiño, María de Jesús y
Salustiana…
BENEDICTA NADAL:

Benedicta era una joven mujer bella y tímida a la vez, buena bailarina de valses, de
escasa bolsa, distinta a cuantas le rodeaban, quién sabe en qué oportunidad, en que
reunión, o de qué forma estratégica se encontraron estos dos seres ansiosos de amar,
uno frente al otro. Los amores de Benedicta con Bolívar, si bien livianos en lo por venir,
fueron “in tensos de alto vuelo, íntimos e hirvientes”.

Desde el primer momento la boliviana, ya abierta de ideas, constituyóse en otro paraíso


dentro de la vida nueva de Bolívar, y si bien no fue sujeta por varias circunstancias a la
inmediatez de los negocios y el compartir intimista del caraqueño allá presente, no
puede decirse que mientras anduvo por aquellos contornos y paisajes dejara de contar
con su presencia animosa o el calor de su desprendimiento. Por ello, como respuesta a
un sentir verdadero Bolívar se autoproclama “tu amante”, al escribirle a poco desde la
sensual Lima, y todavía cuando piensa volver de visita a la ciudad tranquila de La Paz.
Y continúa empeñoso: “espérame a todo trance…si no eres una ingrata, pérfida…”; y
ella, a pesar de los problemas familiares que a diario le arrebataban el sentimiento,
supo responder al llamado del corazón y guardar la llama de la esperanza, mientras
pendió de las palabras y los suspiros el imposible regreso del héroe aclamado.

MARÍA JOAQUINA COSTAS:

El 5 de octubre de 1825 llega Bolívar a Potosí y una dama le susurra al oído: «Cuidado,
quieren asesinarlo». La dama se llama María Joaquina Costas y es la esposa del
general boliviano Hilarión de la Quintana. Esa noche mientras los asesinos desesperan
al no encontrar a Bolívar, éste recibe amor y cobijo en los brazos enamorados de María
Joaquina, que en el ínterin le revela toda la conspiración que incluye a su pariente León
Gandiarias.

JEANETTE HART:

Jeannette Hart se llama la novia estadounidense que conoció en 1825 en el puerto de


El Callao, Perú, durante una recepción a bordo de la goleta insignia «United States», y
por la que estuvo a punto de batirse a duelo con un gringo celoso, Jack Percival,
asistente del Comodoro Hull, cuñado de la joven que consentía la relación y la
estimulaba. Jeannette murió soltera, en 1861, en Nueva York. Se cuenta que cuando
se enteró de la enfermedad de Bolívar partió rumbo a Colombia, pero informada de su
deceso suspendió el viaje.

Y «casi una niña», el escándalo oculto:

Y en la primera semana de enero de 1830 viniendo de Cartago por el camino del


Quindío, el libertador de tres repúblicas y supremo presidente de Colombia, con parte
de su estado mayor y al mando de 282 hombres a caballo y 644 a pie, se encontraba a
las puertas de la ciudad de Ibagué, donde con las primeras oscuridades una
jovencísima doncella se desliza en su habitación con un núbil temblor, «casi una niña»
dirán las murmuradoras, que acompañan al padre ultrajado a la mañana siguiente a
casa del juez a consignar la denuncia de su honor mancillado en su hija seducida por
aquel asombroso portento. Ya Bolívar había marchado al alba en pos de su destino,
pero el implacable juez lo persiguió hasta darle alcance y luego de vencer el obstáculo
del estado mayor, le informa: – «General Bolívar debe usted regresar a enfrentar un
juicio por seducción de menor que se ha introducido en mi tribunal». -¡Vaya usted al
carajo!, fue la abofeteante respuesta que dejó clavado en la llanura, ante la burla de la
soldadesca, la dolorida figura de la justicia. Pero el documento con la denuncia quedó
para posteridad asentado en el libro diario del juzgado.

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