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Civil, Derecho de Familia


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Los derechos a fundar una familia y a


contraer matrimonio, con independencia
de la orientación sexual

11 febrero, 2021 Por PÓLEMOS  4 10.061

MAYEÚTICA

Alex F. Plácido V.
Abogado, Consultor, Docente, Investigador. Profesor de
Derecho Civil en las Facultades de Derecho de la
Universidad del Pacífico, Universidad Peruana de Ciencias
Aplicadas y Universidad San Ignacio de Loyola. AUSPICIOS
//II MOOT
https://orcid.org/0000-0002-1145-584X
WHITE

aplacidov@gmail.com COLLAR
Introducción

En nuestro sistema jurídico, ya se ha reconocido que la


orientación sexual constituye una categoría protegida contra
los tratos discriminatorios, el delito y la violencia. Ello
ocurrió, en primer lugar, con el Código Procesal
Constitucional aprobado por Ley 28237 del 28 de mayo de II MOOT
2004. En el inciso 1 del artículo 37 se dispone: “El amparo
procede en defensa de los siguientes derechos: 1) De WHITE
igualdad y de no ser discriminado por razón de origen, sexo, COLLAR &
raza, orientación sexual, religión, opinión, condición CRIMINAL
económica, social, idioma, o de cualquier otra índole” (el
subrayado es nuestro). COMPLIANCE
Luego, con ocasión de la Ley 30364 del 22 de noviembre de
2015, denominada Ley para prevenir, sancionar y erradicar la
violencia contra las mujeres y los integrantes del grupo
familiar, en la definición de personas en situación de
vulnerabilidad, contemplada en el artículo 4 del Reglamento
de la Ley 30364, aprobado por Decreto Supremo 009-2016-
MIMP del 26 de julio de 2016, se reconoce a la orientación
sexual como una causa de vulnerabilidad: “2. Personas en
situación de vulnerabilidad. Son las personas que, por razón
de su edad, género, estado físico o mental, o por
circunstancias sociales, económicas, étnicas o culturales, se
encuentren con especiales dificultades para ejercer con
plenitud sus derechos reconocidos por el ordenamiento
jurídico. Pueden constituir causas de vulnerabilidad, entre
otras, las siguientes: la edad, la discapacidad, la pertenencia
a comunidades indígenas o a minorías, la migración y el
desplazamiento interno, la pobreza, el género, la orientación
sexual y la privación de libertad” (el subrayado es nuestro).

Finalmente, con el Decreto Legislativo 1323 del 5 de enero


de 2017 se modificó, dentro del marco de lucha contra el
feminicidio, la violencia familiar y la violencia de género, el
artículo 46 y 323 del Código Penal para considerar a la
orientación sexual como un supuesto agravante del delito y
para la configuración del delito de discriminación e
incitación a la discriminación. Así, en el inciso 2 del artículo
46 se establece: “Constituyen circunstancias agravantes,
siempre que no estén previstas específicamente para
sancionar el delito y no sean elementos constitutivos del
hecho punible, las siguientes: d) Ejecutar el delito bajo
móviles de intolerancia o discriminación, tales como el
origen, raza, religión, sexo, orientación sexual, identidad de
género, factor genético, filiación, edad, discapacidad,
idioma, identidad étnica y cultural, indumentaria, opinión,
condición económica, o de cualquier otra índole” (el
subrayado es nuestro). En el artículo 323 se precisa: “El que,
por sí o mediante terceros, realiza actos de distinción,
exclusión, restricción o preferencia que anulan o 
menoscaban el reconocimiento, goce o ejercicio de cualquier
derecho de una persona o grupo de personas reconocido en
la ley, la Constitución o en los tratados de derechos humanos
de los cuales el Perú es parte, basados en motivos raciales,
religiosos, nacionalidad, edad, sexo, orientación sexual,
identidad de género, idioma, identidad étnica o cultural,
opinión, nivel socio económico, condición migratoria,
discapacidad, condición de salud, factor genético, filiación,
o cualquier otro motivo, será reprimido con pena privativa
de libertad no menor de dos ni mayor de tres años, o con
prestación de servicios a la comunidad de sesenta a ciento
veinte jornadas. Si el agente actúa en su calidad de servidor
civil, o se realiza el hecho mediante actos de violencia física
o mental, a través de internet u otro medio análogo, la pena
privativa de libertad será no menor de dos ni mayor de
cuatro años e inhabilitación conforme a los numerales 1 y 2
del artículo 36” (el subrayado es nuestro).

Estas disposiciones citadas de ninguna manera configuran un


marco integral de protección de las personas LGBTI, que se
justifica precisamente en la condición de vulnerabilidad que
se encuentran; sin embargo, sirven para el propósito
promover sus derechos fundamentales y, en particular, los
derechos de toda persona a fundar una familia y a contraer
matrimonio, con independencia de su orientación sexual.

I. El derecho a fundar una familia, con independencia de


la orientación sexual: la convivencia homoafectiva como
un tipo de familia constitucionalmente protegida.

El actual modelo de familia constitucionalmente garantizado


es producto de un proceso en el que inicialmente se lo
presentaba como una realidad convivencial fundada en el
matrimonio, indisoluble y heterosexual, encerrado en la
seriedad de la finalidad reproductora; condenando al exilio
legal a cualquier otra forma de constitución de una familia.

Los hechos desbordaron esa hermética actitud de


desconsiderar una realidad que ha ido in crecendo. Así, se
abrió paso a la equiparación de los hijos matrimoniales y
extramatrimoniales; se acudió a principios del derecho de
obligaciones para evitar el enriquecimiento indebido entre
convivientes por los bienes adquiridos durante la unión more
uxorio hasta llegar a reconocer, con la Constitución de 1979,
en las parejas heterosexuales estables, libres de impedimento
matrimonial, una comunidad de bienes a la que se aplican las
disposiciones de la sociedad de gananciales, en lo que fuere
pertinente.

Ahora, se aprecia que la Constitución de 1993 extendió su


manto de protección a la familia que nace de una unión
estable y esa consagración se ha trasladado en la legislación
ordinaria que regula no sólo los efectos patrimoniales sino
también personales.

Este proceso evidencia que la estructura familiar se revuelve


sobre sus más sólidos cimientos con la aparición de nuevas 
fórmulas convivenciales. La sexualidad y la afectividad
fluyen y se sobreponen a aquellos esquemas ordenados con
una interesada racionalidad y reclaman su espacio de libertad
jurídicamente reconocido. No quieren insertarse en un
esquema organizado. Se niegan a admitir como única
finalidad del sexo la procreación, a que el matrimonio y la
unión de hecho heterosexual sean las relaciones exclusivas
para su práctica, a la predeterminación de roles en la
conducta sexual y, aún más allá, se atreven a negar que la
unión del hombre y la mujer, necesaria para la fecundación
lo sea también para ordenar la sociedad en familias. Se aboga
por la salida de la homosexualidad de lo patológico para
ingresar en la normalidad. Una normalidad que requiere la
entrada de su relación en el derecho, su protección jurídica.

Hoy, se comprueba que el aludido proceso continúa, no ha


parado. El matrimonio y la convivencia more uxorio
heterosexual ya no identifican la familia, sino un tipo
concreto de familia en cuanto significa una opción entre otras
posibles. El fin esencial de las uniones que constituyen el
modelo constitucional de familia ya no se identifica con la
procreación; y, que la heterosexualidad no es exigencia para
la convivencia familiar. El principio de interpretación
dinámica de los derechos humanos advierte de la evolución a
la que asistimos: de considerar que sólo por el matrimonio y
la unión estable entre parejas heterosexuales se funda una
familia, se pasa a apreciar que ésta puede ser fundada,
además, por la convivencia de parejas del mismo sexo.

La recepción de tales criterios no es ajena a nuestro


ordenamiento jurídico si se recuerda que en el artículo 15 del
Protocolo Adicional a la Convención Americana en materia
de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, “Protocolo
de San Salvador”, se reconoce que “toda persona tiene
derecho a constituir familia, el que ejercerá de acuerdo con
las disposiciones de la correspondiente legislación interna“;
así como, la aludida previsión del numeral 1 del artículo 37
del Código Procesal Constitucional que, refiriéndose a la
protección por el amparo del derecho a la igualdad y no
discriminación, expresamente admite a la orientación sexual
como un supuesto de no diferenciación. Por tanto, el derecho
a constituir familia puede y debe ser ejercido sin
discriminación por orientación sexual.

No cabe duda, pues, de la recepción constitucional de la


convivencia homoafectiva como un tipo de familia que
merece la protección dispensada. Ello se ve corroborado con
la interpretación realizada por la Corte Interamericana de
Derechos Humanos sobre la protección de la vida familiar
frente a la imposición de un concepto único de familia no
sólo como una injerencia arbitraria contra la vida privada,
según el artículo 11.2 de la Convención Americana, sino
también, como una afectación al núcleo familiar, a la luz del
artículo 17.1 de dicha Convención. Así, en el caso Atala
Riffo e hijas vs Chile, expresamente reconoce a la
convivencia homoafectiva como un tipo de familia protegida
por la Convención Americana: 

Es visible que se había constituido un núcleo familiar que, al


serlo, estaba protegido por los artículos 11.2 y 17.1 de la
Convención Americana, pues existía una convivencia, un
contacto frecuente, y una cercanía personal y afectiva entre
la señora Atala, su pareja, su hijo mayor y las tres niñas. Lo
anterior, sin perjuicio de que las niñas compartían otro
entorno familiar con su padre (Corte Interamericana de
Derechos Humanos. Caso Atala Riffo e hijas vs Chile, 2012).

Siguiendo esta línea interpretativa, la Corte Interamericana


de Derecho Humanos ha reconocido la producción de efectos
jurídicos a la familia surgida de una convivencia
homoafectiva, referido al derecho a una pensión de
sobrevivencia al que puede acceder todo compañero
permanente, sin importar el sexo. Así, en el caso Duque vs
Colombia encontró que la existencia de una normatividad
interna que no permitía el pago de pensiones a parejas del
mismo sexo:

Era una diferencia de trato que vulneraba el derecho a la


igualdad y no discriminación, por lo que constituyó
efectivamente un hecho ilícito internacional. Adicionalmente
a lo anterior, ese hecho ilícito internacional afectó al señor
Duque, en la medida que esas normas internas le fueron
aplicadas por medio de la respuesta del COLFONDOS a su
gestión al respecto y por la sentencia de tutela del Juzgado
Décimo Civil Municipal de Bogotá y la sentencia del
Juzgado Doce Civil del Circuito de Bogotá (Corte
Interamericana de Derechos Humanos. Caso Duque vs
Colombia, 2016.

A este respecto, debe recordase que de conformidad con el


artículo V del Título Preliminar del Código Procesal
Constitucional, el contenido y alcances de los derechos
constitucionales deben interpretarse de conformidad con los
tratados sobre derechos humanos, así como con las
decisiones adoptadas por los tribunales internacionales sobre
derechos humanos constituidos según tratados de los que el
Perú es parte. Debe recordarse, además, que los Estados
están obligados al cumplimiento de lo establecido en las
sentencias dictadas por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, entendiendo que la parte dispositiva de las mismas
no sólo incluye el fallo, sino también los fundamentos
jurídicos, ya que en ellos no sólo se explica, motivan y
justifican las medidas finalmente adoptadas, sino que en
muchos casos se señalan los criterios a seguir para el
cumplimiento de la sentencia. En ese sentido, el valor
vinculante de la sentencia no sólo se limita al fallo, sino que
se extiende a los fundamentos jurídicos. Asimismo, las
sentencias dictadas por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos respecto a unos casos concretos proyectan un
efecto irradiador sobre los demás Estados, los cuales, sin
haber sido parte en el proceso, se ven obligados a cumplir
con lo establecido en dicha jurisprudencia, muy
especialmente en los fundamentos jurídicos. Ello se debe a
que en tales fundamentos jurídicos se expresan determinados 
principios y criterios a seguir que deben ser acatados por
todos los demás Estados partes de la Convención Americana
de Derechos Humanos. De esta manera, si la Corte
Interamericana de Derechos Humanos ha considerado en su
sentencia que una conducta es incompatible con las
previsiones del Convenio, ello deberá afectar, y ser aceptado
por todos los demás Estados. Igual sucede si se ha realizado
una interpretación de un derecho, sus formas de ejercicio, sus
mecanismos de garantía, o se ha referido sobre el contenido y
alcances de alguno de sus límites; todo lo cual, implica que
los Estados deberán modificar las leyes internas, sus
resoluciones judiciales, sus prácticas administrativas, y todo
ello aun cuando no hayan sido condenados, permitiendo con
ello armonizar un estándar mínimo de protección y garantía
de los derechos humanos en el ámbito interamericano.

Adicionalmente, debe destacarse la Opinión Consultiva OC


24/17 de 24 de noviembre de 2017, sobre identidad de
género, e igualdad y no discriminación a parejas del mismo
sexo. La Corte Interamericana de Derechos Humanos
concluyó que:

Los Estados deben garantizar el acceso a todas las figuras ya


existentes en los ordenamientos jurídicos internos, para
asegurar la protección de los todos los derechos de las
familias conformadas por parejas del mismo sexo, sin
discriminación con respecto a las que están constituidas por
parejas heterosexuales. Para ello, podría ser necesario que los
Estados modifiquen las figuras existentes, a través de
medidas legislativas, judiciales o administrativas, para
ampliarlas a las parejas constituidas por personas del mismo
sexo. Los Estados que tuviesen dificultades institucionales
para adecuar las figuras existentes, transitoriamente, y en
tanto de buena fe impulsen esas reformas, tienen de la misma
manera el deber de garantizar a las parejas constituidas por
personas del mismo sexo, igualdad y paridad de derechos
respecto de las de distinto sexo, sin discriminación alguna
(Corte Interamericana de Derechos Humanos. Opinión
Consultiva OC 24/17, 2017).

De esto se concluye que las parejas del mismo sexo pueden


optar por contraer matrimonio o por convivir de manera
estable sin contraerlo, como pueden hacerlo las parejas
heterosexuales.

Por tanto, no se requiere de ninguna reforma a la Carta


Magna para la recepción constitucional de la convivencia
homoafectiva como un tipo de familia, al lado de las que
pueden ser constituidas por parejas heterosexuales; la que
puede fundarse en matrimonio o uniones estables.

Realizado este necesario deslinde, los elementos del modelo


constitucional de familia quedan referidos a un tipo de
convivencia duradera, exclusiva y excluyente, en la que sea
indiferente el sexo de los convivientes y que se sustente en
una comunidad de vida, de afectos, de responsabilidades.

II. El derecho a contraer matrimonio, con independencia
de la orientación sexual: el matrimonio igualitario.
Previamente, debe quedar precisado que la institución del
matrimonio es y debe ser única, es decir, la regulación por la
cual se permite casarse a personas del mismo sexo no
produce ni debe producir modificación alguna en la
institución jurídica del matrimonio, ni en su forma ni en su
contenido. Por ello, el término “matrimonio igualitario”
resulta apropiado pues contribuye a suprimir, de alguna
manera, la discriminación por razón de orientación sexual.

Hablar de matrimonio homosexual y heterosexual es admitir,


a priori diferencias que no existen en aquellas legislaciones
en las que se ha reconocido este derecho a las parejas del
mismo sexo, ni deberían existir en aquellas en las que en un
futuro se les reconozca esta posibilidad.

La igualdad en esta materia, no pasa por la regulación de dos


matrimonios distintos. Lo importante es que se comprenda,
desde inicio, que existe una sola institución, a la que se ha de
permitir el acceso a todas las personas cualquiera que sea su
orientación sexual. No es posible alcanzar la plena y real
igualdad jurídica si se configura un matrimonio para
homosexuales, distinto al existente y dándole un contenido
diferente, posición que podría representarse con la
adjetivación diferenciada del matrimonio según el sexo de
los contrayentes.

Ahora, contra la posibilidad del matrimonio igualitario se


sostiene que el matrimonio heterosexual es un concepto
antropológico, un dato de la realidad, por lo que sería
contrario a la naturaleza el matrimonio de parejas del mismo
sexo.

Pero a ello cabe contestar que el matrimonio es una creación


del hombre, un producto de la cultura, no de la naturaleza, y
que la finalidad esencial del matrimonio es hacer vida
común, no la procreación.

Tras siglos de endogamia y luego de exogamia, la familia


evolucionó hacia la monogamia por razones de diversa
índole: lograr un orden en las relaciones sexuales, el cuidado
de los hijos y los ancianos, necesidades económicas (el culto
de los dioses del hogar), y así se afirmaron los lazos
espirituales de la pareja. Con el correr del tiempo, la pareja
se institucionalizó en el matrimonio.

El carácter de creación cultural del hombre que corresponde


al matrimonio determina, por ejemplo, que si bien en la
mayor parte del mundo una de las notas del matrimonio es la
singularidad, excluyente de otra relación simultánea de la
pareja; en los países islámicos no es posible invocar este
concepto, ya que un hombre puede sostener hasta cuatro
matrimonios simultáneamente.

Esto tiende a demostrar que los conceptos culturales y las 


definiciones consiguientes pueden variar, no son inmutables,
porque son creaciones del hombre, no de la naturaleza, y
como tales se pueden adecuar a las necesidades y variaciones
que la realidad impone a través del tiempo y las diferentes
culturas.

Además, se sostiene que el matrimonio igualitario es


contrario a la finalidad esencial del matrimonio como es la
procreación, o como también se ha dicho, contrario a la
naturaleza humana, dado que obsta al uso natural de los
órganos sexuales, porque impide el cumplimiento de su
finalidad natural –la procreación- necesaria para la
supervivencia de la especie humana.

Ante tal afirmación se debe recordar que, si bien el Código


de Derecho Canónico de 1917 establecía entre los fines
primarios del matrimonio a la procreación y el Código de
1983 que lo modificó, no lo contradice, con sus
consecuencias respecto a causales de nulidad del
matrimonio; éste no es el criterio jurídico admitido en las
legislaciones de Occidente, incluido nuestro país.

Concretamente, a diferencia de lo que sucede en el derecho


canónico, no es posible demandar la nulidad del matrimonio
por la infertilidad o impotencia generandi de un cónyuge,
pero sí en caso de impotencia coendi de uno de los cónyuges
que impida absolutamente las relaciones sexuales entre ellos
(artículo 277, inciso 7, del Código Civil). En nuestro sistema
jurídico, lo reprochable es no poder tener relaciones
sexuales; descartándose la imposibilidad de procrear.

Si el hecho de no poder procrear la pareja del mismo sexo


fuera razón suficiente para impedir su matrimonio, también
podría sostenerse la prohibición del matrimonio de quienes
por razones físicas o de avanzada edad no pueden procrear,
no obstante ser de distinto sexo.

Por cierto, los órganos sexuales son instrumentos de la


procreación, pero además, cumplen la función de dar
satisfacción al natural impulso sexual. Y esto también forma
parte de los derechos atinentes a la condición humana.

En el caso de las parejas del mismo sexo que sienten el deseo


y la necesidad de dar estabilidad a su vida mediante la
constitución de una pareja permanente, el matrimonio es para
ellos el modo de dar singularidad, regularidad y orden a su
vida espiritual, conforme a la muy humana necesidad que
todo individuo siente de no vivir en soledad, y también al
natural impulso amoroso y sexual que, en su caso, es hacia
personas del mismo sexo, por más que no puedan procrear.
Ello sin perjuicio de que la pareja homoafectiva pueda optar
por convivir de manera estable sin contraer matrimonio,
como puede hacerlo la pareja heterosexual.

Se agrega como argumento contra la admisión del


matrimonio igualitario la vulneración de diversos tratados de
derechos humanos. En tal sentido se señala, por ejemplo, que 
el artículo 16 de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, de 1948, establece “los hombres y las mujeres, a
partir de la edad núbil, tienen derecho sin restricción alguna
por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y
fundar una familia”.

También se cita el artículo 23 del Pacto Internacional de


Derechos Civiles y Políticos y el artículo 17 de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos que
contienen expresiones similares al antes transcripto y los
diversos tratados internacionales que aseguran al “hombre y
a la mujer” el derecho a casarse. Y de ello se deduce que
dichos tratados, con jerarquía constitucional, establecen sin
lugar para la duda que el matrimonio debe ser celebrado
entre un hombre y una mujer.

Pero respecto al texto, se advierte que los tratados no


establecen el derecho de casarse a “un hombre con una
mujer”, redacción que habría excluido de su esfera de
protección al matrimonio igualitario, sino que garantizan
tanto a los hombres como a las mujeres su derecho a contraer
matrimonio, y ello puede ocurrir entre personas de distinto o
del mismo sexo.

Además, cabe señalar que los tratados incorporados por el


artículo 55 de nuestra Constitución son anteriores a la
primera ley dictada en el mundo (Holanda, 2000)
autorizando el matrimonio igualitario y, también, son
anteriores al planteo y desarrollo del debate sobre la
admisibilidad del matrimonio de personas del mismo sexo.

Ello conduce a advertir que no es acertado descartar dicha


admisibilidad sobre la base de expresiones de determinadas
convenciones que no establecen prohibiciones expresas
respecto del entonces inexistente matrimonio igualitario, sino
que simplemente aluden a la igualdad de derechos del
“hombre y la mujer”.

No parece de adecuada hermenéutica extraer de afirmaciones


sobre la igualdad de derechos en el matrimonio, una
conclusión contraria a la posibilidad de legislar sobre el
matrimonio igualitario, inexistente en el mundo al tiempo de
instrumentarse dichas convenciones.

También se afirma que la inadmisión del matrimonio por


personas del mismo sexo viene dada por la previsión del
primer párrafo del artículo 234 del Código Civil que señala:
“El matrimonio es la unión voluntariamente concertada por
un varón y una mujer legalmente aptos para ella y
formalizada con sujeción a las disposiciones de este Código,
a fin de hacer vida común”. A partir de ella, al referir
explícitamente que el matrimonio es una unión
voluntariamente concertada por un varón y una mujer, se
concluye que la diversidad de sexos es un elemento de la
estructura del acto jurídico matrimonial; y, por tanto, está
proscrito el matrimonio igualitario.

Sin embargo, como el mencionado artículo 234 del Código
Civil es una norma de desarrollo del derecho a contraer
matrimonio, cualquier limitación o restricción al mismo debe
constar expresamente en la ley; pues, ésta es la garantía de
los derechos fundamentales. Por eso, la interpretación
conforme a la Constitución determina que, al no existir
prohibición expresa en la ley, las personas del mismo sexo
pueden ejercer el derecho a contraer matrimonio y, por tanto,
celebrar un matrimonio civil válido y eficaz en el Perú; más
aún, cuando no existe causal específica que se refiera a ello,
en el régimen especial de invalidez del matrimonio. Ello se
ve reforzado por el principio de igualdad y no discriminación
que establece el ejercicio del derecho a contraer matrimonio
sin discriminación por orientación sexual.

La comprensión de la interpretación conforme a la


Constitución contribuye, más aún, al reconocimiento de la
convivencia homoafectiva como un tipo de familia protegida
en nuestro ordenamiento jurídico. Ello sin perjuicio de que la
pareja homoafectiva pueda optar por convivir de manera
estable sin contraer matrimonio, como puede hacerlo la
pareja heterosexual.

Ahora, cabe preguntarse si la Constitución y los Tratados de


Derechos Humanos admiten el matrimonio igualitario, por
qué en la realidad social imperante ninguna pareja del mismo
sexo ha contraído matrimonio o al menos lo intentan.

La respuesta la encontramos en la discriminación y violencia


estructural que sufren las personas LGBTI en nuestro País,
situación de desprotección que les causa temor a expresar su
identidad de género y orientación sexual, a visibilizarse por
miedo a ser agredidas. Lamentablemente, esta situación nos
ha sido encarada por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos en el caso Azul Rojas Marín. Así, ha señalado que:

La violencia contra la población LGBTI en el Perú no estaba


siendo visibilizada”; violencia que se caracteriza por ser
estructural y continua, que se sustenta en prejuicios
significativos contra la población LGBTI. “En suma, la Corte
concluye que en la sociedad peruana existían y continúan
existiendo fuertes prejuicios en contra de la población
LGBTI, que en algunos casos llevan a la violencia. En efecto
se advierte que el 62.7% de las personas LGBTI encuestadas
señalaron haber sido víctima de violencia o discriminación,
siendo un 17.7% víctima de violencia sexual. La violencia en
algunas ocasiones es cometida por agentes estatales,
incluyendo efectivos de la policía nacional y del serenazgo
(Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Azul
Rojas Marín y otra vs Perú, 2020).

Se refiere a la Encuesta Virtual para Personas LGBTI que en


abril de 2018 publicó el Instituto Nacional de Estadística e
Informática (INEI), la primera en su tipo realizada por el
Estado peruano.

Conclusiones 

Lo que llamamos “familia” ha experimentado una


transformación profunda a través de la historia que la hace
irreconocible y la muestra en toda su realidad relativa y
precaria, impotente para el cumplimiento de muchas de las
funciones que tradicionalmente se le asignaron.

Sin embargo, sobre la base expuesta y a la luz de los


derechos humanos reconocidos en el ámbito interno y en el
contexto internacional, se puede señalar que una familia
resulta digna de protección y promoción por parte del Estado
cuando es posible verificar la existencia de un vínculo
afectivo perdurable que diseña un proyecto biográfico
conjunto en los aspectos personales y materiales.

Ello no significa que necesariamente todas las formas de


vivir en familia vayan a gozar del mismo grado de cobertura
legal. Pero sí debe traducirse en la existencia de un piso
mínimo de protección signado por el reconocimiento de los
derechos humanos, piso que no puede ser desconocido por
ningún orden jurídico infraconstitucional.

De esto se concluye que las parejas del mismo sexo pueden


optar por contraer matrimonio o por convivir de manera
estable sin contraerlo, como pueden hacerlo las parejas
heterosexuales.

Los lazos afectivos y los proyectos de vida se basan en la


tolerancia y el pluralismo. Desde esta plataforma normativa,
es de esperar que los operadores del derecho de familia
insuflen vida a una dimensión sociológica que coloca al
hombre, a la mujer y a los niños en el centro de protección y
desarrollo generando soluciones jurídicas que no cierren los
ojos ante la realidad social.

Referencias

Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Atala


Riffo e hijas vs Chile (Corte Interamericana de Derechos
Humanos 24 de febrero de 2012).

Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Azul


Rojas Marín y otra vs Perú (Corte Interamericana de
Derechos Humanos 12 de marzo de 2020).

Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Duque vs


Colombia (Corte Interamericana de Derechos Humanos 26
de febrero de 2016).

Corte Interamericana de Derechos Humanos. Opinión


Consultiva OC 24/17, Opinión Consultiva OC 24/17 (Corte
Interamericana de Derechos Humanos 24 de noviembre de 
2017).
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