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29/12/22, 20:54 La Rueda - El Simbolismo de la Rueda. indice de la obra.

Federico González

LA RUEDA
UNA IMAGEN SIMBOLICA DEL COSMOS

Federico González

EDICIONES
– Edit. Symbolos, Barcelona 1986. 262 págs. 8 diagrs.
– Buró Difusor ed. México 1987.
– Edit. Kier, Buenos Aires 2006. 222 págs. 50 ilust. ISBN 950-17-0961-2.
Esta edición del libro puede consultarse también en Google Books.
ISBN: 950-17-0961-2.
– Edit. Libros del Innombrable, Zaragoza 2016. 212 págs. 50 ilust.
ISBN 978-84-92759-81-1.

INDICE DE LA OBRA
(hacer clic en los títulos)
Nota
La Tabla de Esmeralda - Máxima de Basilio Valentín -
Himno a las Musas

PRIMERA PARTE

Capítulo I De los Símbolos y la Simbólica


Capítulo II El Simbolismo de la Rueda:
1) Algunos aspectos del Simbolismo de la Rueda
2) Otras modalidades del Símbolo de la Rueda

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Capítulo III Perspectivas desde el Arte


Cuaderno Iconográfico

SEGUNDA PARTE

Capítulo IV La Tradición Hermética (*)


Capítulo V Dos Modelos Simbólicos Herméticos:
1) El Tarot
2) El Arbol de la Vida Sefirótico
Capítulo VI La Rueda y sus Relaciones con otros Símbolos
Tradicionales

TERCERA PARTE

Capítulo VII Ciclos y Ritmos


Capítulo VIII Las Dos Mitades del Modelo Cósmico
Capítulo IX Conclusión
Bibliografía Básica

(*) En página del Centro de Estudios de Simbología de Barcelona.

*
* *

NOTA

Este libro se empezó a escribir en Kathmandú (Nepal), en abril de 1980


como una síntesis de lo expresado en varios años de conferencias y cursillos,
en especial los dictados en la Universidad Autónoma de México (Casa del
Lago) y la fundación Joan Miró de Barcelona, así como en el Centro de
Estudios de Simbología de esta ciudad. Lo que hoy constituye el capítulo II
fue publicado en forma fragmentaria y como dos artículos, a fines de ese
mismo año, en el suplemento literario del desaparecido diario "La Opinión" de
Buenos Aires. Los restantes capítulos del presente libro han sido escritos en
la India, España, Argentina y México, es decir en el transcurso de viajes en
los que no siempre pudo el autor contar con el aparato bibliográfico necesario
para su redacción, como hubiera querido. Sin embargo se ha verificado con
posterioridad la casi totalidad de las fuentes y las citas. Una segunda edición
de este libro apareció en México en 1987 (B.D.E.).

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1. "Es verdad, sin mentira, cierto y lo más verdadero: Lo que está abajo es
como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para
que se obren los milagros de una sola cosa."

2. "Así como todas las cosas proceden del Uno, por la contemplación del
Uno, así todas las cosas resultan de esta cosa única por adaptación."

3. "Su padre es el Sol, su madre es la Luna, el Viento lo llevó en su vientre,


su nodriza es la Tierra."

4. "Es el padre de toda maravilla en el mundo entero."

5. "Su poder es perfecto cuando se convierte en tierra."

6. "Separa la Tierra del Fuego, y lo fino de lo grueso, suavemente y con todo


cuidado."

7. "Asciende de la Tierra al Cielo, desciende de nuevo a la Tierra, y une los


poderes de las cosas de arriba y de las de abajo. De este modo poseerás la
gloria del mundo entero y toda oscuridad se alejará de ti."

8. "Esta es el poder de todo poder, pues vence todo lo que es sutil y penetra
todo lo que es sólido."

9. "De esta manera fue creado el mundo, el mundo pequeño a semejanza del
grande."

10. "Por ello, se obrarán así adaptaciones prodigiosas, cuyos medios se


hallan aquí establecidos."

11. "Por eso soy llamado Hermes Trismegisto, pues poseo las tres partes de
la Filosofía del mundo entero."

12. "Terminado y completo está lo que he dicho con respecto a la obra del
Sol."

Tabla de Esmeralda,
atribuida a Hermes Trismegisto.

"Cantemos la luz que lleva por el


camino del retorno a los hombres;
Glorifiquemos a las nueve hijas del
gran Zeus,
De luminosas voces;
"Visita las entrañas de la Tierra, y Cantemos a estas vírgenes que,
rectificando encontrarás la piedra Por la virtud de las puras
escondida." iniciaciones que
Provienen de los libros,
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Máxima de Basilio Valentino despertadores de inteligencia,


(Alquimista del siglo XV). Arrancan de los dolorosos
sufrimientos de la tierra,
A las almas que yerran en el fondo
de los pozos de la vida."

Proclo, Himno a las Musas

Indice

Reseñas

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29/12/22, 20:55 Federico González. I. De los Símbolos y la Simbólica.

CAPITULO I
DE LOS SIMBOLOS Y LA SIMBOLICA
Federico González
Todos los seres y las cosas expresan una realidad oculta en ellos
mismos, la cual pertenece a un orden superior, al que manifiestan, y son
el símbolo de un mundo más amplio, más realmente universal, que
cualquier enfoque particular o literal, por más rico que éste fuese. En
verdad la vida entera no es sino la manifestación de un gesto, la
solidificación de una Palabra, que contemporáneamente ha cristalizado
un código simbólico. Ese es el libro de la vida y del universo, en el que
está escrito nuestro nombre y el de todos los seres y las cosas, y los
distintos planos en que conviven y se expresan, comunicándose
perpetuamente, interrelacionándose entre sí a través de gestos y
símbolos. La trama entera del cosmos es en verdad un símbolo que cada
una de sus partes expresa a su manera.

Y si toda la manifestación es simbólica y el universo un lenguaje, un


código de signos, nosotros somos también símbolos y conocemos y nos
relacionamos a través de ellos. Todo pasa entonces a ser significativo y
cada cosa está representando otra de orden misterioso y superior a la que
debe la vida, su razón de ser.1 Entonces los símbolos están vivos y
emiten sus mensajes, e interactuando los unos con los otros también
reciben y retransmiten innumerables señales y constituyen grupos,
conjuntos, señales o estructuras de los que son parte. Los indefinidos
códigos simbólicos están manifestando un sólo modelo universal, la
arquitectura de la tierra y el cielo, encuadrada en los límites del espacio y
del tiempo.

Son pues inevitables, consubstancial es al ser humano. Y ellos, como los


gestos, generan el enmarque en que nos hallamos, promoviendo todas las
acciones, no sólo las que han pasado y las futuras, sino las del presente,
las del ahora mismo. Si con el lenguaje pueden nombrarse todas las
cosas, todas las cosas están implícitas en el lenguaje. Si lo numerable
tiene signo, en esos signos está toda la posibilidad de lo numerable.
Gracias al símbolo nos revelamos a nosotros mismos, pues merced a éste
se forma la inteligencia, se crea nuestro discernimiento y se ordena la
conducta. Pudiera decirse que él es la cristalización de una forma mental,
de una idea arquetípica, de una imagen. Y al mismo tiempo su límite; lo
que posibilita el retorno a lo ilimitado a través del cuerpo simbólico, que
permite así las correspondientes transposiciones analógicas entre un
plano de realidad y otro, facultando el conocimiento del ser universal en
los distintos campos o mundos de su manifestación. Ya que expresa lo
desconocido por su apariencia sensible y conocida.
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El símbolo conforma de continuo lo preexistente, establece una perpetua


conexión con nosotros mismos y una vinculación constante con el
cosmos, del que es solidario. El gesto simbólico, o el rito cósmico, es la
permanente posibilidad del reciclaje del ser y de la cadena de los
mundos. Es revelador, siempre da a conocer algo. Tiene también poderes
transformadores. Por su intermedio algo abstracto se concreta, e
inversamente algo concreto se abstrae. Es ambivalente, pues es aquello
que él expresa y simultáneamente lo expresado. Su función mediadora
constituye un punto de conexión donde se produce la transición entre dos
realidades, participando de ambas: como sujeto dinámico, o como objeto
estático.

A su función intermediaria como sujeto pudiera representársela


geométricamente con la vertical, que se recorre en dos direcciones:
ascendente-descendente-ascendente. Y a su función como objeto estático
se la podría ilustrar con la horizontal, que es un reflejo de la energía
vertical en el plano de la realidad sensible donde ésta se expresa. Y donde
también se da su ambivalencia, generando de esta forma las leyes de la
simetría, lo izquierdo y lo derecho en el cosmos.

Esta polarización está presente en todo lo signado por el espacio y el


tiempo, y se refiere al pasado y al futuro, a lo pasivo y a lo activo, a la
concentración y a la expansión, a la atracción y a la repulsión, y a toda
dualidad complementarla de opuestos que posibilitan el orden y el
equilibrio cósmico, y que el símbolo testimonia sin hacer exclusiones.

La simpatía, o la sintonización de una onda o vibración rítmica común,


hace que dos cosas se correspondan, pues lo similar atrae lo similar y se
une con él. La atracción produce la complementareidad y la fecundación,
la división prohija la ruptura y la expulsión. Para que dos cosas se
atraigan mutuamente es necesario que haya en una parte de la otra, y en
ésta algo de aquélla.

Estas situaciones se dan a distintos niveles de profundidad y planos de


relación. Y es necesario que exista afinidad para que la armonía rítmica
se produzca. Asimismo se requiere que la disposición o la forma de los
entes asociados se corresponda para que se dé la conjunción armónica.
Esto quiere decir que estén "diseñados" de tal o cual manera para que el
acoplamiento sea posible; que se hallen invertidos los unos con respecto
a los otros. Tal lo pasivo y lo activo (la copa y el líquido que la colma),
lo cóncavo y lo convexo (la matriz y aquello que se plasma en ella).

La analogía es la relación entre un objeto y otro objeto, entre un plano y


otro plano, que vibran a la misma frecuencia. Se ha dicho que la analogía
es correspondencia rítmica. Y el símbolo es la unidad analógica entre un
plano y otro plano, o un objeto y otro objeto. También pudiera decirse

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que él es el mensajero de una energía-fuerza, que lo conforma, y que


actúa mágicamente a su través.

De hecho, todas las formas se reducen a escasas estructuras primarias


que están en la base prototípica de cualquier manifestación. Este
conjunto de módulos e imágenes se halla también simbolizado
ordenadamente por las figuraciones geométricas en correlación con el
denario numeral, las que conjuntamente hacen posibles todas las
construcciones matemáticas.2 En el código del lenguaje alfabético-
fonético, las letras y las sílabas tienen esa misma función sintetizadora-
generadora, así se las mire desde el punto de vista de la manifestación
verbal hacia sus orígenes, o contrariamente, desde su fuente original
hacia su solidificación o concreción en palabras u oraciones. El símbolo,
al sintetizar en sí todas las posibilidades expresivas, está manifestando a
nuestro orden sensible y sucesivo la simultaneidad del conocimiento, que
se traduce en la pluralidad de sus significados. La analogía es una lógica
fundamentada en los mecanismos de asociación. El universo es un tejido
de estructuras interdependientes, incesantemente relacionadas las unas
con las otras. Estímulos y respuestas que a su vez han de generar nuevas
contestaciones.

También los pueblos en su historia realizan esta constante esquemática


comunicándose por el intercambio y por la guerra. Y este flujo y reflujo
forma parte de la estructura del mundo. Dos corrientes telúricas y
cósmicas que son la textura misma del universo, que al atraerse se unen
y al expelerse se rechazan, oponiéndose, para volver a juntarse en una
asociación que materializa la posibilidad y la continuidad de la vida,
asegurando su difusión; ya que estas corrientes se buscan
simultáneamente, pues cada una de ellas tiene en su constitución dos
partes, que al oponerse se complementan, e inversamente, un núcleo que
al reflejarse se polariza.

Es gracias a la cadencia inefable del lenguaje simbólico, y su reiteración


ritual, que se generan los códigos y se repite el modelo cósmico presente
en cada una de sus partes constitutivas, pues ellas pertenecen al cuerpo
simbólico y reiteran el arquetipo del que han de derivar todos los
modelos posibles. De la arquitectura del cosmos a las de las arquitecturas
particulares, y contrariamente, de las arquitecturas particulares a la
arquitectura cósmica. Esta es la manera viva y permanente de lo que
expresándose a sí mismo manifiesta la ley en que se crean, transforman
y conservan, los seres y las cosas. En una metamorfosis constante, que
no va ni viene, pues constituye un circuito perpetuo, un todo continuo,
que se regenera conjuntamente con el nacimiento diario del sol, y que se
revela coetáneamente con el tiempo.

Pero es necesario, para que este orden horizontal indefinido de


multiplicación, muerte y retorno, tenga sentido, que exista alguna
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interrelación en profundidad volumétrica, la que se representa en el plano


horizontal por la vertical, como símbolo de otro plano o mundo, lo que
llega a constituir un sistema de coordenadas que nos da cuenta de lo alto
y de lo bajo –para equilibrar de esta forma la imagen fugaz del devenir
haciéndola significativa y jerarquizándola–, completando así el encuadre
en donde las cosas se buscan a sí mismas, en sus distintos planos de
existencia y modos de realidad y donde se conjugan con otras que a su
vez imitan la misma estructura. Es esta interacción la que da lugar al
espacio tridimensional, que se presenta como un sólido, producto de las
tensiones y los ritmos internos, del entrecruzamiento multidimensional de
las coordenadas, que crean un sistema coherente, una red o un
cuadriculado, que es la base a partir de la cual se posibilitan las formas y
la sustancia en que ellas aparecen manifestadas. Este orden es un
delicado equilibrio permanentemente inestable, que se refiere una y otra
vez a sí mismo, siendo su identidad la afirmación de su ser en la temática
vida, muerte, resurrección, configurando un ciclo o rueda, que vuelve a
sus orígenes después de realizar un recorrido completo. Constituye pues
un entrecruzamiento vertical-horizontal de dos planos o energías
simultáneas, que se reciclan indefinidamente, como una rueda dentro de
otra rueda, o como el símbolo plano de la cruz de brazos iguales inscrita
en una circunferencia. Pero para que este proyecto quedara asegurado
era indispensable que una cosa fuese el símbolo y otra lo simbolizado.
Que el valor de lo uno y lo otro fuese determinado no sólo por su
correspondencia armónica, sino por la situación de primacía que hace
que uno simbolice a lo otro y no al contrario, a pesar de la analogía que
los hace solidarios, pero invertidos, en tanto que uno refleja la energía de
lo otro, re convirtiéndola, y la difunde haciéndola inteligible.

En el simbolismo, lo de orden menor está simbolizando a lo mayor, y no


a la inversa. La rueda simboliza el movimiento universal, y no este
movimiento se encuentra simbolizando a una rueda específica,
individualizada. Una imagen o un modelo del cosmos, simbolizan al
universo y no es este universo el símbolo de un modelo o imagen
particular; así se trate del modelo de la rueda, o el de la cruz
tridimensional, o el del árbol de la vida sefirótico. Lo mismo cuando se
dice que una persona nacida bajo el influjo zodiacal de Leo está
relacionada con el sol, no se dice que Leo, y menos el sol, son los
símbolos de tal o cual persona concreta. Sin esta salvedad, el símbolo
nada simbolizaría y no tendría razón de ser, y la simbólica sería una
mera constatación de formas parientes. Es la revelación de un alto
secreto cognoscitivo, manifestado por una forma inteligible, lo que
caracteriza a una transmisión de energías ordenadora, que hace posible,
por otra parte, el fluir de su discurso existencial.

La regeneración es la posibilidad de que todo sea siempre nuevo y ahora,


de que la existencia sea real y no un vago teatro de sombras
indeterminadas y fluctuantes. El símbolo es el punto de contacto entre la
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realidad que él cristaliza y el ropaje formal con el que se viste para


hacerlo. Este vestido ha de ser agradable y correlativo con la idea que
expresa, para que ésta pueda ser comprendida en verdad. Entonces
manifestará cabalmente la energía-fuerza que lo ha conformado y podrá
transmitirla en el contexto adecuado, que él mismo condicionará, por la
actualización de su potencia. Inversamente se puede decir que esta
energía inteligente trasciende al símbolo considerado como mero objeto
estático, o soporte de conocimiento. Y siendo esto así, él nos permite
pasar por su intermedio de un plano de conciencia a otro,
constituyéndonos en los protagonistas del conocimiento, vale decir, del
ser, ya que existe una identidad entre lo que se es y lo que se conoce. Se
actualizan entonces las potencias inmanentes del símbolo, y la idea-
fuerza de lo simbolizado se comprende en todo su esplendor, ya que ha
sido manifestada adecuadamente. A través de la identificación con el
símbolo y con el conocimiento paulatino nacido de la reiteración ritual y
revivificante de su energía, deviene lo simbolizado, que ha estado oculto
en la estructura simbólica, y que ésta no ha dejado nunca de expresar.
Todo lenguaje incluye un metalenguaje, y en verdad no habría lenguaje
sin metalenguaje o translenguaje. El trans-lenguaje metafísico se expresa
por el modelo del universo, o plano de la creación. Es decir, a niveles
inteligibles y sensibles, en razón de que el lenguaje y lo físico existen
para este fin, constituyendo códigos simbólicos de manifestación y
revelación.

Conocer, es aprehender aquello que se conoce. Es realizar una síntesis,


de tal suerte que, la unión del sujeto y el objeto del conocimiento, sean el
conocer. Que el que conoce, sea idéntico a la cosa conocida. Se trata
entonces de una conjunción de opuestos, merced a la cual se produce el
conocimiento. Esta unión complementaria es la misma que se obtiene en
y por el amor, producida también por la atracción de oposiciones que se
conjugan y que de esa forma re-crean la unidad originaria –a cualquier
nivel en que acontezca–, estabilizando el equilibrio general, además del
particular. Es por medio de la unidad y su irradiación que se actualiza
perennemente el acto creativo. Eso puede verse en cualquier código,
serie, agrupación o estructura. Se repite un esquema en el que están
implícitas sus modalidades de desarrollo y conservación, y también su
propio fin a través de la multiplicación de sus posibilidades. Hasta que
éstas deben sintetizarse nuevamente en lo esencial, para entonces volver
a difundirse, y pasar nuevo hálito al ritmo vital. La unidad es el símbolo
más alto de todos, el símbolo por excelencia, porque lleva en sí la
potencialidad de lo simbolizable. El principio ontológico es la razón de
ser del símbolo; y la unidad, su manifestación simbólica. El Ser, El
mismo, aún siendo increado es el origen de la emanación que dará lugar
a la concreción material.

Reiterando el acto creativo, que nace de la pureza indiferenciada, sin


mezcla, de lo que no es ni un polo ni otro, sino lo que es en sí mismo,
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nos regeneramos a nosotros y al universo, constituyéndose el hombre en


el símbolo central, de lo único, que es lo mismo que decir del ser, del
amor, o del conocimiento.

Comprendiendo la identidad entre el ser universal, el todo y el sí-mismo,


la entera manifestación de los principios se nos presenta como una
revelación. Se habrá llegado entonces a conocer la unidad del ser, que es
igual al sí-mismo, sin división ni extensión de ningún tipo, motivo por el
que no puede tener par. Sin embargo, esa realidad que a nivel cósmico es
la más alta, no es sino un punto afirmado en las posibilidades infinitas del
no ser. Por lo que el ser es un punto en la infinitud del no ser (o de lo
supracósmico, o del supra-ser o del hipertheos realmente
incondicionado) e inversamente el no ser es un punto presente en todo lo
que es. La unidad actúa como símbolo y conecta a la unidad aritmética
(que será generadora de la serie numérica) con la unidad metafísica, que
también pudiera signarse con el cero aritmético.

Esto, si se considera al símbolo como lo que realmente es, o sea aquello


que posibilita cualquier manifestación, aun llevándola a su instancia más
alta, es decir, la de considerar simbólica a la misma tri-unidad de
principios universales que constituyen el ser. Pues tanto el ser como el
símbolo, se expresan primero como principios, y sucesivamente a tres
niveles en el discurso de la manifestación. Lo mismo sucede con la
unidad, que puede ser conocida a tres grados, y también en su
principio.

Otra cosa es lo que sucede en la sociedad actual, que considera al


símbolo, en el mejor de los casos, a nivel de alegoría. Aunque a veces ni
siquiera lo toma en cuenta aun en su forma literal, sino que lo rechaza de
plano por el hecho mismo de ser "simbólico", ya que considera este
hecho como una estafa, como la sustitución de lo que realmente es, por
lo que no puede ser. Y por lo tanto ese signo o símbolo ha de ser una
falsificación y un supuesto arbitrario. O al menos una invención, cuando
no un cuento. Con el mito sucede lo mismo, hasta el extremo de que
llamar a alguien mitómano, es una forma educada de decirle mentiroso.

Es claro que esta confusión y esta ignorancia, por razones cíclicas, es


propia del hombre contemporáneo, que es el exponente más neto de la
estulticia generalizada, que viene incubándose desde antiguo. Valga un
ejemplo: en el universo todo es sexuado. Esta verdad evidente por sí
misma, sin embargo se le presenta al contemporáneo como una
extraordinaria novedad en el pensamiento humano, un gran
descubrimiento moderno, fruto de las investigaciones científicas de los
sexólogos, intérpretes y analistas, y una conquista de los movimientos
sexuales de distinto signo. El uso "correcto", o "libre", del sexo, parece
ser uno de los postulados axiomáticos de esta sociedad progresista. Se
visualiza al sexo como algo que el hombre no conocía de sí mismo o del
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mundo. Un tema en el que no había reparado del todo hasta nuestros


días. Como si no hubiéramos estado siempre desnudos debajo de
nuestros vestidos, o la naturaleza hubiera ocultado este hecho de alguna
forma. Lo más menguado del caso es que, además, este
"descubrimiento" no se refiere al cosmos en su totalidad, todo él sexuado
–o diferenciado en un par de opuestos que se atraen o se repelen– sino
que considera que sólo el ser humano posee este derecho "conquistado".
Pues supone que las mismas bestias hacen apenas un uso limitado de la
genitalidad, mientras que los vegetales prácticamente no la poseen y en el
reino mineral es nula. Todo esto referido sólo al plano más estrictamente
material, pues es obvio que se ignora la presencia real de los mundos
sutiles, y no se tiene ni idea de la existencia de los arquetipos. Esta visión
antropomórfica del sexo, como atributo personal del ser humano, que las
demás criaturas parecerían tener apenas por añadidura 3 se ve agravada
por el hecho de que lo sexuado, para la mentalidad progresista, no
excede lo erótico-genital. Y su desconocimiento al respecto es tal, que se
cree que la realización sexual es en sí misma un fin, tan avanzado y
moderno como la moda. Una panacea universal aprobada con
certificado, inventada recientemente por la ciencia, para la tranquilidad y
el confort psíquico de los ciudadanos.4

Por lo tanto, cuando decimos que el universo es sexuado, con seguridad


que nos estamos refiriendo a otra cosa de lo que vulgarmente se entiende
por esto. Estamos afirmando, como lo han hecho todas las tradiciones,
que en la creación, en la vida, hay siempre presentes dos corrientes
cósmicas de energía. Y que cada una de ellas representa un sexo, una
polaridad, que la genitalidad humana también manifiesta entre un
sinnúmero de seres y cosas. Unánimemente la antigüedad ha otorgado a
la sexualidad y sus misterios una importancia fundamental. A tal punto,
que se considera a la energía sexual no sólo como generadora, sino
también como re-generadora. Como el soporte y el impulso que permite
la realización y el conocimiento. Puesto que utilizando su polaridad –que
es la misma dualidad de todas las cosas– se pretende la unión (donde la
oposición no existe), encarándosela como un medio de realización, de
transmutación, que va de lo más grosero, a lo más sutil, empleándose
numerosísimas formas "prácticas" para obtener este objeto. Por otra
parte, y volviendo al tema, diremos que es imposible definir al símbolo,
pues él y la creación perenne no toleran límites conocidos en su
desarrollo lineal y cuantitativo. Siendo el símbolo el soporte del
Conocimiento, sus posibilidades son ilimitadas. El es en sí mismo su
propia definición, puesto que su función es su ser. Es siempre idéntico a
sí, y mutable con los cambios de los seres individualizados, las formas y
los estilos que lo reflejan. Se lo halla presente en todas las tradiciones,
porque se encuentra en la textura de la vida, de la manifestación y del
hombre. Este último es mucho más y mucho menos de lo que él
actualmente imagina. Mucho más en profundidad, en el sentido vertical
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de lo no formal, mucho menos en cuanto a sus indefinidas posibilidades


horizontales de mutación que él y las formas personalizan.5 Y lo mismo
sucede con su concepción de la vida, su visión del mundo, y su
comprensión del símbolo.

Ya hemos dicho que el símbolo es el punto de conexión entre una


energía vertical y otra horizontal, como lo figura la escuadra, o la letra
griega gamma, y que participa de ambas naturalezas. También hemos
afirmado que la energía vertical es descendente y ascendente a la vez,
pues va de lo simbolizado al símbolo, y de éste a lo simbolizado, como
un sin fin. Asimismo, que la energía horizontal se difunde e irradia
indefinidamente generando su propio plano, o campo de acción.
Debemos agregar que el sentido ascendente o descendente que le
otorgamos a esta energía, no sólo se manifiesta en función del camino de
ida y vuelta vertical que recorre, sino igualmente en cuanto es "benéfica"
o "maléfica" –por decirlo así; benéfica en cuanto el símbolo es tal, y
como tal es comprendido, vale decir cuando cumple normalmente su
mediación; maléfica, si él es considerado apenas una convención
arbitraria, o una mera invención humana, y así es tomado, motivo por el
cual no es revelador de ningún otro nivel que no sea el psiquismo del
hombre. En este último caso, la degradación del símbolo sería un acto
sumamente perturbador, que sólo la comprensión, la vivificación del
simbolismo, pudiera equilibrar. Esto también estaría representado por la
figura de la cruz, en la cual los brazos horizontales conforman el campo
o plano de manifestación del símbolo, y los brazos superior e inferior,
estarían expresando su energía ascendente-descendente o benéfica-
maléfica, respectivamente.

En el símbolo específico de la rueda cósmica, imagen y modelo de la


creación, un eje fijo constituye un centro que irradia su energía hacia el
exterior, difundiéndose en proporción directa al cuadrado de las
distancias. En la concentración, o retorno al centro interior desde la
periferia, la energía recorre inversamente ese cuadrado de las distancias.
Una y otra energía son exactamente proporcionales entre sí y ambas
coexisten permanentemente. La primera expresa la voluntad de la
expansión indefinida, y la otra, la contracción necesaria a toda
manifestación. Si la primera fuese el fluir de las emanaciones hasta su
propio límite, ese límite estaría impuesto por la contracción de la segunda
y su atracción hacia el centro arquetípico.6 Estas dos energías se
figurarían geométricamente por dos espirales, una evolutiva y la otra
involutiva. Teniendo en cuenta que son simultáneas, y que constituyen la
estructura del huevo del mundo, siendo ellas la expresión simbólica de
los principios de los que este huevo primigenio deriva.

Conviene asimismo hacer una distinción entre los símbolos naturales y


los símbolos específicos de la Ciencia Sagrada, o Ciencia a secas. Estos
últimos son los portadores sintéticos, conscientes y didácticos, de un
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conocimiento o verdad, y nos han sido transmitidos a través del hombre


mismo.7

Ahora bien, hemos estado viendo que toda expresión o manifestación es


de por sí simbólica. Sin que esto deje de ser cierto en ningún momento,
conviene aclarar que hay determinados juegos de símbolos, mitos y ritos
–que por otra parte se dan en distintas formas en todas las tradiciones–
que han sido específicamente acuñados, como vehículos del
conocimiento, por los sabios y los inspirados de los innumerables
pueblos. Estos gestos rituales, revelados por los dioses a los mortales,
incluyen la enseñanza de una cosmogonía y la posibilidad de comprender
nuevos mundos, o nuevos estados del ser, que constituyen la verdadera
realidad de lo que es el hombre y el universo. Esta posibilidad siempre es
enseñada; el ser humano en su estado ordinario no la conoce, ni puede
realizarla por sí solo, mal que le pese, y necesita siempre un espejo
donde mirarse y reconocerse, y la palabra que lo rescate del mundo de
los muertos, o de los ignorantes, y le insufle la posibilidad de una nueva
vida, de encarnar el hombre nuevo. Ese espejo es, en primera instancia,
el juego de las simbólicas, que han de ser aprendidas y enseñadas, para
obtener así un imprescindible estado de virginidad. Posteriormente, esas
mismas simbólicas son ordenadoras, y quienes las transmiten las conocen
porque a su vez se las han enseñado. Esta cadena iniciática tradicional
nos remonta hasta el origen, tanto histórico como atemporal, al fin del
cual nos encontramos siempre con la misma pregunta: ¿quién? 8¿Quién
se los ha revelado a los sabios y a los hombres? Según la tradición, su
origen es no humano, por ser supracósmico. De hecho, todos los pueblos
coinciden en la fuente mítica, producida en la noche de la historia, más
allá del tiempo. Además es unánime la idea de un dios civilizador y
ordenador, o la de un héroe liberador e instructor. Los símbolos
necesitan ser enseñados, para que haya una comprensión real de las
fuerzas que concentran. La energía que permanece oculta en el símbolo
en estado potencial, requiere ser activada. Mediante el rito del
aprendizaje, el estudio y la meditación, se despierta al símbolo y éste
actúa. La relación es mutua. La energía-fuerza que éste expresa viene a
nosotros, y nosotros a nuestra vez la proyectamos sobre él, estimulando
su propia esencia. Se evoca entonces, además, la energía de todos los
que han conocido, comprendido y transmitido el símbolo. Y esa misma
entidad, o estructura arquetípica, actualiza los principios universales,
haciendo que estos devengan a nosotros y nosotros participemos de
ellos, gracias a la identificación con el símbolo y la mediación simbólica,
reactivada por una exégesis ritual, que es aquélla que a lo largo del hilo
de la historia ha mantenido viva la posibilidad de la regeneración, o lo
que es lo mismo, la que hace factible que todo siempre sea nuevo y
verdadero.

https://www.simbolismoyalquimia.com/simbolica/los-simbolos-y-la-simbolica.htm 9/13
29/12/22, 20:55 Federico González. I. De los Símbolos y la Simbólica.

Nos toca ahora ver las relaciones entre símbolo, mito y rito, y debemos
entonces afirmar que esos vocablos designan de distinta manera a una
misma cosa en tres formas operativas. Nos dice Mircea Eliade que: "El
mito es la explicación y la justificación de la irrealidad de la existencia".
El constituye un eje fijo que articula lo que constantemente deviene, lo
perecedero, lo ilusorio. Es una verdad tangible, un "modelo ejemplar",
periódicamente encarnado por la comunidad, o algunos de sus miembros,
y posibilita la regeneración colectiva estabilizando el orden necesario para
el desarrollo. El expresa los orígenes y la renovación de la vida,
armonizando y asegurando la continuidad de los pueblos. Los mitos de la
creación del universo y los trabajos de los héroes son el testimonio
revelado de una posibilidad diferente, de la realidad del más allá, al nivel
de la comprensión del hombre. Son ellos los que, al transmitir este
conocimiento, otorgan a la vida un sentido coherente y la enriquecen con
la opción salvadora de la realización espiritual. El mito es necesario. Es
un motor vivo y constante en la vida de las sociedades. El nuclea las
tradiciones orales y consagra los valores de lo colectivo y lo individual.
Promueve las acciones y educa a los hombres al enseñarles lo que no
podrían saber si no fuera por su intermedio. Los mitos son para esos
hombres toda la realidad y la verdad, y la dura existencia cotidiana ocupa
frente a ellos un lugar secundario o derivado, como las sombras con
respecto a la luz.

Se debe también subrayar la carga emotiva del mito y la resonancia


inmediata que encuentra en el hombre. Asimismo, no ha de pasarse por
alto su función mnemotécnica, pues el "recuerdo" es una fuerza
constitutiva de la vida y siempre la antigüedad ha considerado a la
memoria como una deidad. En una concepción donde el universo es un
conjunto de partes solidarias, indisolubles e interrelacionadas, el cosmos
también tiene mente y memoria. Los períodos de "sueño" en el universo,
corresponden a los momentos de olvido de los pueblos, a su
desintegración. El mito hace que éstos despierten y se produzca la
reintegración y el "recuerdo". En el hombre sucede lo mismo, y gracias al
mito, nos liberamos del tiempo relativo y ordinario, y regresamos a un
tiempo otro, en donde todo es verdad, a un momento sin duración
cronológica, a un estado "mítico" original, perfectamente experimentable,
en el que las cosas y las concepciones cotidianas pasan a ser
completamente otras cosas y otras concepciones, pues el ángulo de
visión ha sido alterado por el conocimiento de lo suprahistórico y lo
sobrehumano.

Es importante destacar que la forma normal de transmitir un mito es a


través de la poesía 9 y su recitado rítmico reiterativo, la que junto con el
gesto y el movimiento conforma y escenifica la estructura del rito. Se
trata de dar expresión a los grandes ritmos cósmicos y naturales que se
transfieren a los acontecimientos y a los personajes en el tiempo de una
historia, en un estado particular. Esta cosmogonía repite mágicamente la
https://www.simbolismoyalquimia.com/simbolica/los-simbolos-y-la-simbolica.htm 10/13
29/12/22, 20:55 Federico González. I. De los Símbolos y la Simbólica.

situación original, haciendo al presente efectivo, actual y renovador, por


obra del poder concentrado de la energía del mito y su ritualización.

La etimología de la palabra "rito" proviene del latín ritus, que significa


ceremonia religiosa. Deriva de la raíz sánscrita rt, que conforma el
nombre ritli: ida, marcha, encaminarse, adelantar o progresar, uso, etc.,
y también la voz rita: orden. Se trataría pues de un uso o andar
ordenado, tal cual la marcha de los días, y especialmente las ceremonias
en el tiempo circular del calendario ritual, y su cristalización o
actualización en el espacio del templo, o casa cultual.

Debemos dejar bien establecido que cuando nos referimos aquí a las
ceremonias religiosas, lo hacemos en el sentido más amplio del término.
Por un lado, estas ceremonias jamás han sido "religiosas" en el sentido
que se atribuye hoy en día al término, y tampoco "ceremonias", como las
que vulgarmente conocemos. Los ritos de fecundación, de regeneración
y de iniciación, no tienen nada que ver con lo devoto-ortodoxo, piadoso-
sentimental, moral-justo, o con la solemnidad engolada, características
que son propias de la sociedad contemporánea y que constituyen un
derivado deforme de las virtudes de lo sagrado, lo heroico y lo
metafísico. Por otra parte insistimos en que la comprensión moderna de
lo que es una ceremonia, se halla vinculada a ideas asépticas relativas al
laicismo, la conmemoración, o la pompa exterior, cuando no son
actividades presuntamente mágico-fenoménicas, que no exceden el nivel
literal. Se toma la forma ceremonial como un fin en sí misma, o como
una comedia anticuada, o un hecho mecánico-institucional de corte
digno.

Si el cosmos es la fijación de un gesto, o la solidificación de la inflexión


de un sonido, o la danza de un bailarín supracósmico, es por lo tanto un
rito primigenio que se halla implícito en todo lo manifestado. La
reiteración de este rito es una perenne actualización de ese hecho
efectuada a nivel sensible. Exige por eso el conocimiento del evento
cosmogónico original para que sea "verdadera", en el sentido de que
obtenga adecuadamente sus propósitos. O se precisa para esto, al menos,
una disposición tal de ánimo, que haga posible paulatinamente ese
conocimiento y su complementarla realización efectiva. El rito es
liberador; al imitar conscientemente y con la debida disposición armónica
el ritmo de la estructura cósmica, nos permite salir de ella por su
intermedio, encontrando así la posibilidad de trascenderla al vivenciarla,
y comprenderla en el corazón. Esta liberación no es ningún "milagro",
pues verdaderamente la estructura cósmica es nada más –y nada menos–
un soporte de lo increado, y el hombre un simple extranjero, como
exiliado en esta tierra. Este es un hecho normal, tal cual el retorno a
nuestra auténtica casa, o a nuestros orígenes no humanos. Y el rito
iniciático, una vía ordenada para efectuarlo.10

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29/12/22, 20:55 Federico González. I. De los Símbolos y la Simbólica.

En realidad, la vida misma es el mayor de los ritos. Una ceremonia


permanente, el rito por excelencia, donde la perfección finita de cada
símbolo o gesto esconde e implica una perfección infinita. En este
encuadre, la vida es una simbólica, y su conocimiento constituye la
ciencia de los ritmos y de los símbolos. Y es a través de la ciencia de los
símbolos, es decir, por medio del conocimiento de la simbólica, que se
realiza el pasaje de lo cósmico a lo supracósmico, de lo creado a lo
increado, de lo humano a lo no humano.

II.1. Algunos aspectos del simbolismo de la rueda

NOTAS
1 Debe haber por lo tanto un parentesco, una relación mutua entre estas dos cosas
para que una pueda simbolizar a la otra. Sobre todo cuando se tiene en cuenta que la
de orden menor debe su forma a la de orden secreto, a la que expresa.

2 En las civilizaciones que utilizaban al 5, 10 o 20 como base de su numerología.

3 La sociedad moderna no sólo tiene una visión antropomórfica respecto a este


tema, sino que lo vuelca sobre todas las cosas. Comenzando por su concepción de
Dios. Todo lo "humaniza", y proyecta en todo su psicología, suponiendo además que el
hombre universal, es como él un progresista occidental del siglo XX, un hipotético
hombre "científico". La concepción del mundo contemporánea es antropomórfica y
psicologista y, para colmo, presume de ser objetiva.

4 La sobrevaloración de lo erótico-genital impide ver en el comportamiento humano


las innumerables formas de penetración y recepción.

5 A las que la tradición brahmánica y la budista designan con el nombre de rueda de


las reencarnaciones.

6 En el mundo del hombre, que depende de la atmósfera, ese papel le corresponde a


la gravitación –gracias a la cual la sangre no se escapa por los poros– que comprime y
solidifica lo creado.

7 Haciendo la salvedad de que éste no los ha inventado, y que no se trata de una


simple convención, como sería el caso de las modernas técnicas de la comunicación,
notación o señalización, o el uso que hace de ellas la publicidad, la ciencia, y también su
utilización por las políticas a cualquier nivel de sugestión que sea o con el fin que fuese.

8 Esta es también la última pregunta de la cábala hebrea: ¿mi?

9 Hoy mismo en día, los mitos profanos se propagan a través de la canción.

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29/12/22, 20:55 Federico González. I. De los Símbolos y la Simbólica.
10 Para dar sólo un ejemplo de los indefinidos posibles, diremos que el rito de la
danza –en el que las coreografías cosmogónicas circulares son unánimes– asegura un
medio de transformación y transfiguración espiritual, para aquél que ha comprendido su
significado y su naturaleza, en relación con el conocimiento de sí mismo y del universo.

La Rueda, Una Imagen Simbólica del Cosmos

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29/12/22, 20:55 Federico González. II. Algunos aspectos del Simbolismo de la Rueda

CAPITULO II
EL SIMBOLISMO DE LA RUEDA
Federico González
1
ALGUNOS ASPECTOS DEL SIMBOLISMO DE LA
RUEDA
De los numerosos símbolos que aparecen en una u otra tradición o
civilización, alejadas en el espacio (geográfico) o en el tiempo (histórico)
y que son idénticos, merece especial atención el símbolo de la rueda. No
sólo porque éste se da en todas las culturas de las que tenemos noticia,
sino también por las innumerables posibilidades que brinda, la diversidad
de campos que abarca, y la acción concentradora que ejerce en el
estudio y el ordenamiento indispensable en cualquier investigación seria.

Por otra parte, las relaciones de todo tipo a que se presta este símbolo
parecen indefinidas, así como sus conexiones con otros pantáculos
igualmente tradicionales.1 En efecto, siendo el símbolo de la rueda la
expresión del movimiento y la multiplicidad, también lo es de la
inmovilidad original y de la síntesis. Es, asimismo, la expresión simbólica
de la expansión y la concentración. De la energía centrífuga, que parte
del centro a la periferia, y de la energía centrípeta, que retorna a su
centro, eje o fuente. Para volver a extenderse una vez más, siguiendo
una ley universal a la que obedecen las mareas de los mares (flujo y
reflujo) y la tierra (condensación, dilatación). Así como la diástole y la
sístole, la aspiración y la expiración del hombre o del universo, es decir,
tanto de lo microcósmico como de lo macrocósmico.

Es este símbolo también la manifestación de lo que siendo apenas virtual


(el punto) genera un espacio o plano (que delimita la circunferencia).2 Y
está obviamente ligado, por lo tanto, con el espacio y el tiempo, y
asociado o unido a cualquier idea de cosmogonía y creación. En este
mismo sentido, el movimiento superficial de la rueda, o externo, estaría
vinculado con la manifestación, mientras la virtualidad, la inmovilidad del
punto central o eje, se hallaría conectada con lo inmanifestado.3 Las
modalidades especiales del símbolo de la rueda surgen por la irradiación,
o por la "actualización", de las "potencialidades" del punto central, que se
hace "presente" en el tiempo, creando un campo espacial. Se ha visto
que un punto genera un plano, es decir, un espacio. Ese punto central es
un eje en la tridimensionalidad. Por lo tanto el símbolo de la rueda está
estrechamente ligado con todo símbolo axial y vertical. Y asimismo con
todas las proyecciones de la vertical, es decir, con la creación de planos o
espacios horizontales, articulados a través de un eje al cual reflejan,
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29/12/22, 20:55 Federico González. II. Algunos aspectos del Simbolismo de la Rueda

siendo uno de ellos el perímetro limitado de nuestro mundo, ciclo, o


cualquier campo definido en relación con las coordenadas
espaciotemporales.

Entre los símbolos que manifiestan la verticalidad, o el eje, deben


destacarse el árbol (asociado por cierto a la vida y a la generación
cíclica), la montaña (o la piedra como "Miniatura" de aquélla) y
asimismo el hombre. Por lo que concierne a este último –tal cual hoy lo
encontramos–, ha extraído sus conocimientos, toda su cultura, de un
modelo simbólico revelado, que es la proyección de la energía vertical al
crear un plano horizontal (una civilización, por ejemplo), que en su
movimiento cíclico, rotativo, es reintegrada a su no ser primigenio. La
ciudad, el sistema social, el templo, el hogar, los objetos de uso
cotidiano, las costumbres, el arte, las leyendas, mitos, artesanía,
agricultura, labores domésticas, así como los ritos religiosos, civiles o
personales, o las normas de ordenamiento, leyes y pautas de
comportamiento actuales, han sido aprendidas de civilizaciones
tradicionales anteriores en pleno proceso de degradación. Esas
estructuras, que constituyeron por siglos la forma del ordenamiento
social y personal (hoy completamente desvirtuadas), reconocían por
antecedentes al mito, a lo supracósmico, supraindividual y divino,
destacando sus orígenes sagrados.

En cuanto a otras modalidades de este pantáculo (pequeño todo), al que


nos estamos refiriendo, señalaremos su identificación con la idea de ciclo
o de espacio cerrado sobre sí mismo; ya se trate del ciclo del sol en un
año, o su movimiento aparente en un día, o represente la vida entera de
un ser humano (desde su nacimiento hasta su muerte), o un período
histórico en esa existencia, o en la existencia del mundo en general (vgr.
un siglo). Es interesante en este sentido asociarlo al estudio del
movimiento, los calendarios, los períodos vinculados con la agricultura,
el conocimiento de la armonía de los cielos y la tierra, y todo lo
concerniente a la ciencia de los ritmos.

Es, pues, el símbolo de la rueda, un prototipo o modelo de la idea


arquetípica que el cosmos íntegro no hace sino manifestar. Y al ser un
modelo del cosmos bien pudiera ser calificado como universal en la
acepción más amplia de este término. Por eso llama poderosamente la
atención, que siendo de tan singular importancia, no se le preste la
dedicación debida, aun apareciendo como un legado fundamental, en
unánimes formas tradicionales.

Esto se debe, en gran parte, al hecho de que la simbología aparece, a los


ojos de nuestros contemporáneos, como una ciencia nueva, en el sentido
historicista de este término. Siendo que tanto los antecedentes de esta
ciencia, como su razón de ser, se remontan precisamente al símbolo, o
sea, a la posibilidad de toda manifestación –actual o pretérita–,
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29/12/22, 20:55 Federico González. II. Algunos aspectos del Simbolismo de la Rueda

entroncando con los orígenes no-históricos o atemporales de cualquier


expresión. Ya que esta expresión no hace sino plasmar la energía esencial
a través de una forma sustancial. Sin embargo, nunca más citados que
hoy en día los autores que se han ocupado, en el pasado o en el
presente, acerca de los temas de la simbólica, que apasionan al
investigador actual, y en los que éste ve una posibilidad nueva, o una
manera de acceder al conocimiento (no a la suma de información o al
enciclopedismo estéril) auténtico.

De todas maneras, no está de más subrayar el hecho de que aún entre


estos autores no se haya tratado específicamente el tema, sino incluido
entre otros estudios y enseñanzas simbólicas.4 Tampoco está de más
recalcar cierta dificultad en la comprensión del lenguaje' simbólico por
parte del lector corriente, no familiarizado con el método analógico y la
utilización de la síntesis y no del análisis. Es importante, por otro lado,
destacar que muchas de estas dificultades se deben a las diversas
terminologías, o palabras, que se emplean con distintas acepciones, en tal
o cual contexto, en un mismo o en diferentes códigos. A veces con
sentidos o entonaciones completamente ajenos a los originales, cuando
no invertidos, como es el caso de la lectura "literal", o "sentimental", de
cualquier texto, símbolo, rito, mito o leyenda. O de la propia existencia,
sin ir más lejos.

En todo caso, diremos que el símbolo es la expresión de una energía


oculta, que se manifiesta a través de la propia estructura simbólica. A esa
energía el símbolo debe su razón de ser, pues sin ella nada estaría
simbolizando. Es por lo tanto el recipiente en el que se plasma su propia
forma y el transmisor de una energía que al conformarlo se expresa a sí
misma. En ese sentido hemos dicho que, en términos generales,
cualquier expresión es simbólica. Y la manifestación entera es un símbolo
de algo que está por detrás, o más allá de ella. O mejor, de algo que es
inmanente en ella, o de aquello que se halla ocultó, o que es virtual o
potencial en su ser. Debe haber, pues, una correlación muy definida y
analogías muy precisas (aunque fueran invertidas) entre lo simbolizado y
el símbolo. Así éstas se tomaran desde el punto de vista de lo
simbolizado, como energía actuante que plasma al símbolo y se
manifiesta a través de él, o desde el punto de vista del símbolo, como
mediador de una energía-fuerza que lo trasciende y que él no hace más
que manifestar. Sin esta correlación sería imposible que cualquier
símbolo, palabra o gesto, expresase cualquier cosa. O se llegaría a la
confusión de lenguas, donde las palabras, los gestos o los símbolos,
carecieran de todo sentido. El caos, la negación del orden, la torre de
Babel.

En este desorden, los símbolos 5 habrían perdido su energía y no


actuarían como transmisores de la idea-fuerza, pues habría sido rota su
conexión con lo simbolizado, al ser aislados de su fuente de vida y
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29/12/22, 20:55 Federico González. II. Algunos aspectos del Simbolismo de la Rueda

tratados analíticamente o de manera literal. Sin embargo, en forma


potencial, estos símbolos conservan la vibración que los ha plasmado, y
basta con que sean actualizados para que recobren su vivificante labor
mediadora, y se conviertan en el vehículo, o la estructura necesaria, que
nos va a llevar más allá de sí misma, a un plano o nivel diferente de
comprensión. En este punto hay que disipar rápidamente algunos
equívocos. El primero es el de confundir alegoría con símbolo, y dar a
éste un valor como de algo probable o posible, en la "esfera" del "como
si fuera". Es decir, haciéndolo "simbólico", en la versión degradada que
hoy en día tenemos de este término. Por lo tanto negándole toda
posibilidad real, didáctica o actuante. O lo que es lo mismo, negándolo
lisa y llanamente.6 El segundo es tratarlo como algo del pasado. Algo ya
muerto y que nada significa. O tomar lo que éste dice como una cosa
"superada". Todo día de la creación es el primero y todo símbolo expresa
hoy, a su manera, una idea arquetípica, universal, simultánea y eterna. El
tercero es el grueso error de confundir al símbolo con lo simbolizado, de
lo cual la idolatría y la literalidad dan buenos ejemplos.

Asimismo, debe recalcarse que todas las tradiciones han atribuido a sus
símbolos y códigos simbólicos el carácter de revelados, o de origen
suprahumano; a lo que se debe agregar la coincidencia de que los
símbolos fundamentales están presentes en todas las tradiciones de
manera manifiestamente idéntica, aun en sus aplicaciones secundarias, o
en sus formas derivadas y folklóricas. Y así estos dos simples hechos: a)
la observación de la identidad asombrosa entre las simbólicas de todas las
tradiciones (vivas o muertas); y b) el que todas ellas les asignaran a esas
simbólicas un carácter no humano y revelado, debe ser para nosotros
tanto un tema de meditación, como un incentivo para el estudio y la
comprensión de estas simbologías y tradiciones. A las que podremos
acceder gracias al vehículo simbólico, tomado como la estructura de una
idea. Desde esta perspectiva, habría que visualizar al símbolo como un
gesto por el cual se expresa una idea-fuerza: o sea, el arquetipo en
acción. De "el fuego" a los fuegos", de lo sintético a lo múltiple.
Asimismo, inversamente cambiando el punto de vista, de lo múltiple a lo
sintético. De los innumerables fuegos, al fuego arquetípico.

En lo que se refiere específicamente al símbolo tratado en estas páginas,


nos interesa quede en claro su relación con dos energías
complementarlas, que hemos llamado vertical y horizontal, y que
también pueden ser designadas –haciendo una transposición analógica–
como esencial y sustancial. El eje central (vertical) enlaza una cadena de
mundos, o de planos de manifestación (horizontales), uno de los cuales
es nuestro mundo o nuestra vida, en la variedad indefinida de mundos y
vidas. De ciclos dentro de ciclos. Va de suyo, que el punto que genera al
plano es invisible, como cualquier punto en el espacio. Y que el axis, que
es la razón de ser de cualquier espacio tridimensional (en la arquitectura
por ejemplo), permanece oculto e imperceptible, expresándose sólo en
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29/12/22, 20:55 Federico González. II. Algunos aspectos del Simbolismo de la Rueda

forma refleja, en las innumerables manifestaciones a las que él da lugar.


Tal como el espacio vacío, con respecto a las paredes, las columnas,
estructuras u ornamentos, que constituyen su ropaje sustancial. Lo
mismo podría ser aplicado a la arquitectura universal. También debe
decirse que este eje central, que vincula dos o más planos entre sí, lleva
implícita la idea de movimiento, como en el caso de las ruedas de un
carro, vehículo simbólico (como el caballo), que expresa la posibilidad de
un viaje, el traslado de un punto a otro punto, o la conexión de un plano
con otro plano. La asociación obvia de este símbolo con el movimiento,
se expresa en distintas tradiciones por la idea de un carro solar, o por la
rueda calendárica de un tiempo cíclico, reiterado por sus propias
limitaciones (en el caso del sol por sus dos solsticios y dos equinoccios).
Que no son sino las mismas limitaciones (encuadre, orden) de todo lo
manifestado.

Es así, entonces, que el punto central en un plano horizontal (o lo que es


lo mismo, el eje vertical, en lo volumétrico), se debe emparentar con la
potencia esencial de lo ilimitado, mientras que su expresión manifiesta, es
decir la circunferencia, debe vincularse con la limitación del acto, que
conforma las superficies periféricas o sustanciales de la figura. Por otra
parte, esta inversión que hace de lo horizontal un reflejo de lo vertical, y
de toda manifestación sustancial una proyección de la inmanifestación
esencial, nos dice mucho acerca de la ilusión de todo lo que se mueve, lo
relativo. Lo que tiene principio y fin, o está sujeto a causa-efecto. Por
eso mismo nos habla también de la realidad de lo que siendo uno (el
centro como proyección de la vertical), no tiene par. De aquello que
permaneciendo inmóvil (lo absoluto), no está subordinado a ningún
proceso dialéctico.7 Por otra parte, este esquema de la rueda es el
modelo del ciclo. En la vida que nos rodea, de la que formamos parte
constitutiva, todo son ciclos que existiendo simultáneamente se
interrelacionan entre sí, como pueden ser el del átomo incluido en el
mayor de la molécula, y éste en el de la célula, y la célula en el del
organismo humano; o como el ciclo del día, incluido en el mayor de la
semana, y éste en el del mes, y el mensual en el año, etc. Todo lo que
reconoce principio y fin, causa y efecto, nace y muere en forma
indefinida, mientras lo increado, lo no dual, es infinito y eterno.

Hay en el plano manifestado una energía (centrífuga) que parte del


origen virtual hasta el límite de sus posibilidades, y que retorna al mismo
punto original (centrípeta), para continuar perennemente este recorrido.
Estos dos aspectos son también los de dilatación o expansión, y
contracción o concentración, simbolizados respectivamente por el círculo
y el cuadrado. Ambas figuras –como símbolos de un espacio o campo
limitado– son equivalentes. Y tanto el círculo como el cuadrado han
representado para la antigüedad idéntica perspectiva simbólica. A veces
una misma tradición ha utilizado con preferencia una de esas formas, en

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29/12/22, 20:55 Federico González. II. Algunos aspectos del Simbolismo de la Rueda

tal o cual período, o las dos de manera conjunta.8 Las tradiciones del
extremo Oriente simbolizan estos dos aspectos 9 con el Yin y el Yang,
que actúan como fuerzas permanentes y equilibradoras de todo ciclo o
proceso cualquiera. En el caso del ciclo del hombre, habría también una
energía ascendente relacionada con la niñez y la juventud, y otra
descendente equiparada con la madurez y la vejez. En rigor, esta división
binaria del ciclo es importantísima y parte en dos nuestro modelo de la
rueda. Si fuese la porción oriental la ascendente, y la occidental la
descendente, correspondería, desde este punto de vista, la primera al
símbolo del círculo (energía centrífuga), y la segunda al del cuadrado
(energía centrípeta).

Pero, antes de seguir, debemos aclarar que el modelo simbólico de la


rueda, es válido no sólo para un ciclo en particular, cualquiera que éste
sea, sino que es el prototipo de una idea arquetípica, y puede ser
aplicado a cualquier ciclo, así se trate de un ciclo de ciclos, etc., en
sucesión indeterminada. En este sentido no está de más recordar, que
para la antigüedad la idea de cosmos es una sola. No hay varios mundos
o cosmos, sino que la suma de todos esos mundos o cosmos, galaxias o
estrellas indefinidas, es la que constituye la idea de cosmos o mundo, en
su acepción más amplia. No hay, por lo tanto, nada: "fuera" del cosmos.
Ni tampoco ninguna cosa que no esté sujeta a las leyes de ese cosmos, ni
a su ordenamiento cíclico.10 Esto lo han sabido todos los pueblos
civilizados del mundo, y de su concepción del cosmos han extraído toda
su cultura. Al fijar sus propios límites espaciales y temporales han dado
lugar a su ciudad. Al crearla, es decir, al solidificarla o cristalizarla, y al
establecer las marcas reincidentes de los períodos agrícolas, han
conseguido alimento necesario para la satisfacción de sus necesidades
básicas. En el plano horizontal del mundo, todo está aquí y ahora. Y
todas las evasiones de las evasiones, son también ilusiones.

Sin embargo –y según la feliz frase de Paul Eluard, "hay otros mundos,
pero están en éste"– se nos ofrece a través del modelo tradicional, la
posibilidad de escapar del movimiento reiterativo, siempre constante, de
la "rueda cósmica" o "rueda de las encarnaciones". Pues la solución, o
salvación, está presente en forma inmanente, en esa misma rueda, de
manera oculta, como se encuentra en la semilla toda la potencialidad del
nuevo árbol, y en el huevo el origen del ser".11 Por lo tanto, el
ordenamiento cultural, todas las estructuras de una civilización, no son
sino el reflejo de. un centro invisible, que se manifiesta, o revela, a través
de las mismas. Pues ellas no son sino soportes, o símbolos, de una
realidad mucho más vasta, no sujeta al cambio. Y todo esto que se acaba
de decir, referido a la cultura y a sus estructuras, podría ser aplicado a
cualquier orden. A tal o cual organismo vivo. Pues así como cualquier
objeto visible tiene una estructura interna fundamental, gracias a la cual
éste se hace reconocible como tal, también los símbolos, por los que se
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29/12/22, 20:55 Federico González. II. Algunos aspectos del Simbolismo de la Rueda

manifiestan externamente las cosas –que no son sino simbólicas–, han de


tener alguna estructura interna. Estas estructuras de los símbolos
tradicionales,12 no son sino ideas, o juegos de ideas, que ellos mismos
plasman con sus formas. Lo que llevaría a pensar que el universo tiene
una estructura precisa, y leyes, y juegos de módulos prototípicos. Es
decir, un modelo que se expresa simbólicamente, a través de números y
formas geométricas, dando lugar a las ciencias correspondientes.

En realidad, toda estructura tiene una forma. En el caso de la urdimbre y


trama de los tejidos, de la red de pesca o caza, se advierte el
entrelazamiento de lo vertical con lo horizontal, por medio de ligamentos
o ensambles, formando un reticulado. Este diseño simbólico de orden,
dado por el cuadriculado de cualquier plano, bien pudiera expresar
también la idea misma de estructura. Así ésta fuese la de la casa-templo,
la ciudad, la agricultura, o la cultura. Y los límites mismos de ese
cuadriculado (el encuadre final bajo la misma forma), la idea prototípica
de un ciclo de ciclos, o lo que es lo mismo, de la unidad y la
multiplicidad coexistiendo de manera simultánea. El hecho de que un
número limitado de formas (el cuadriculado), sea enmarcado en una
forma prototípica (el cuadrado o tablero de ajedrez), permite a las
definidas piezas del juego (así sean reyes o peones), una cantidad
indefinida de movimientos y jugadas múltiples. Si el total del tablero
simbolizara al cosmos,13 el cuadriculado expresaría un orden dentro de
ese plano o campo, perfectamente delimitado, gracias al cual existen las
leyes (del juego), que permiten a las diferentes piezas protagonizar sus
propias jugadas, o conjuntos de jugadas.14 Esta estructura es la expresión
de un orden o de una inteligencia universal, que permaneciendo secreta e
invisible, es el prototipo de todo lo que puede ser llamado orden o
inteligencia. Por otro lado, esas mismas leyes expresadas en medidas y
pesos cuantitativos, y definidas a nivel espacio-temporal, nos refieren
también a una estructura invisible del cosmos. O a un equilibrio y
armonía universal, que conforman un lenguaje articulado, relacionado
con otra "visión" del espacio y el tiempo.

II.2. Otras modalidades del símbolo de la Rueda

NOTAS
1 La esfera es en la tridimensionalidad lo que el círculo es en el plano. Sabido es que
el símbolo de la rueda se representa gráficamente como un punto y la circunferencia a
que da lugar por la irradiación de sus posibilidades. Mientras el punto central (o eje de
la rueda) permanece fijo e inmutable, la periferia se mueve y gira alrededor de él.

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29/12/22, 20:55 Federico González. II. Algunos aspectos del Simbolismo de la Rueda
2 Es curioso observar que el punto central y la circunferencia, "que juntos conforman
la figura del círculo", constituyen el emblema astrológico del sol, que es el padre de la
vida, la que produce por irradiación de su energía hasta sus propios límites.

3 En la nomenclatura alquímica, el punto y la circunferencia y a veces sólo un círculo


(simbolizado por Uroboros, la serpiente que se muerde la cola), son imágenes de la
vida y su origen, de la sucesión y la simultaneidad. Y también del oro entendido como
rey de los metales o símbolo de la perfección mineral. Hay que recordar que la alquimia
sostiene que la energía de los astros en los cielos, se cristaliza en la de los minerales,
siendo ambas análogas entre sí. Esto es lo mismo que decir que existe una reciprocidad
entre cielo y tierra y viceversa. Es innecesario agregar que estas relaciones están
invertidas la una con respecto a la otra y que la perspectiva o visión varía según se tome
un punto de vista o el opuesto. Lo mismo sucede con el punto central y la circunferencia
a que da lugar. Siendo estos términos complementarios, están sin embargo
jerarquizados. Lo más alto es el cielo, lo más bajo la tierra. El hombre acata las leyes de
la tierra, la tierra acata las leyes del cielo" (Tao Te King 25). Es imprescindible un punto
central o eje para que la circunferencia o la rueda existan, no así a la inversa. Hay una
interrelación, pero también una preeminencia con respecto a la mitad superior (cielo) y a
la mitad inferior (tierra) de una esfera.

4 Después de haberse publicado estos artículos el autor ha conocido el excelente


trabajo de Maryvonne Perrot, Le Symbolisme de la Roue que trata extensamente el
tema, aunque desde una perspectiva distinta –y convergente– a estos textos.

5 Cuando se habla aquí de símbolos léase también mitos y ritos, leyendas y textos
sagrados.

6 Lo mismo sucede con el mito o la leyenda. En el lenguaje corriente han pasado a


ser sinónimo de "cuentos".

7 La expresión natural del concepto que el punto geométrico manifiesta en el plano,


es la unidad aritmética, generadora de toda la serie o código o campo o mundo
numérico. Hay que aclarar también que la unidad aritmética es sólo una imagen de la no
dualidad metafisica. Al ser el primer número es también la primera determinación. Lo
mismo ocurre con el ser, con referencia al no-ser, y ambos con respecto a la no
dualidad. En ese sentido, el punto central "creador" del espacio, o lo que es lo mismo, el
"ser" de ese espacio horizontal, es a su vez el reflejo del no-ser, o de la inmanifestación
vertical, y ambas de la "no dualidad".

8 Se puede hacer notar que el círculo tiene 360º y que la suma de los 4 ángulos
rectos del cuadrángulo (90 x 4 = 360) es la misma. Además, 360 = 3 + 6 + 0 = 9. El 9
(número cuyos múltiplos siempre se reducen a él mismo), es el número del ciclo.
También lo es de la circunferencia, que sumada a la unidad central (9 + 1 = 10), nos da
la totalidad de las posibilidades del ciclo numérico y de la tetraktys pitagórica.
También, la del retorno al origen (10 = 1 + 0 = l).

9 El movimiento centrífugo o el que va del centro a la periferia, tiene que ver, como
se ha dicho, con la expansión. Este movimiento debe transponerse en el plano circular
del ciclo, situándolo al norte, originando la circunferencia y correspondiendo esta
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29/12/22, 20:55 Federico González. II. Algunos aspectos del Simbolismo de la Rueda

energía a la mitad ascendente de la rueda del día, es decir a la que partiendo del norte,
identificada con las cero horas, llega hasta el sur o mediodía. La porción descendente
del ciclo (que va de sur a norte, es decir, que retorna a su punto original) está entonces
relacionada con la contracción o concentración centrípeta o atardecer y noche. Algunas
culturas, en distintos lugares y épocas, han dividido al ciclo de forma aparentemente
diferente, lo que está en relación directa con la razón de ser de esas civilizaciones. Así,
no se ubica el norte siempre arriba ni el sur obligatoriamente abajo. Tampoco el
movimiento es visto, necesariamente, de izquierda a derecha –es decir, en el sentido de
las agujas del reloj–, sino que se lo considera en forma retrógrada. Estos dos ejemplos
pueden encontrarse en las culturas precolombinas y extremo orientales.

10 Uno de los errores contemporáneos más comunes es el de concebir un infinito


finito. La suma indefinida de finitos (o ciclos) no puede constituir el infinito. Este, por
definición, es lo que no es finito. O sea, lo que no está sujeto a finitud. Es lo mismo que
hacer de un relativo, o de la suma de innumerables relativos (o anécdotas), algo
absoluto.

11 La traducción de la palabra sánscrita chakra es precisamente rueda o disco. La


"apertura" de los chakras o su expansión generativa, estaría vinculada con la ampliación
del plano de la conciencia, simbolizada por la flor de loto (que se abre a la mañana y se
cierra a la noche). En Occidente, esta flor sería la rosa. En particular la ROSA MUNDI,
idéntica a la ROTA MUNDI.

12 Tal vez fuese oportuno establecer aquí, una diferencia entre significado y signo. El
significado es la esencia o idea universal que el signo plasma (o encarna), que viene a
ser como la forma o el ropaje del significado, adecuado a la relatividad espacio-
temporal. El significado de un signo es lo que éste significa no su rol significante. Lo
simbolizado es lo que el símbolo expresa verdaderamente, su razón de ser, no su
capacidad transmisora. El mito es realmente la idea expresada en y por el personaje
mítico, no las andanzas y aventuras computables de los héroes y los dioses. El rito no es
sólo una ceremonia conmemorativa de sentido social, sino la correspondencia de
energías entre un plano de realidad –o de conciencia– y otro desconocido. Al
otorgárseles a estos términos una lectura lineal, se los degrada haciéndolos
incomprensibles. Las acepciones dadas a las palabras y a las cosas en ciertos lugares o
durante determinadas épocas, no sólo nos ilustran sobre la mentalidad de esas
sociedades, sino que muchas veces constituyen ejemplos evidentes de inversión.
Desgraciadamente en la actualidad se toma el significado del símbolo como si este
significado fuese su función significante. El significado de los antiguos signa (o milagros)
era el de la revelación sobrenatural; jamás el efecto que esos signa producían en la
población. Por otra parte, habría una distinción entre símbolos naturales y símbolos
tradicionales (iniciáticos) precisos, diseñados especialmente para producir una
comunicación directa con el principio. Estos últimos tendrían una función "didáctica",
obviamente relacionada con la enseñanza y el conocimiento.

13 Conocido es que el juego de ajedrez tiene orígenes astrológicos.

14 La idea de desenrollar los cielos, es decir, la de crear el cosmos, o lo que es lo


mismo, el plano o tablero en donde éste se manifiesta, está en estrecha relación con el
símbolo del telón, que se abre en la caja (cubo) escénica y donde se comienza a
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29/12/22, 20:55 Federico González. II. Algunos aspectos del Simbolismo de la Rueda

representar una obra ilusoria, con papeles y roles. Especialmente el teatro de títeres. Y
también el cinematógrafo, que mediante una inversión de la visión óptica, proyecta en la
pantalla o plano, indefinidas imágenes, anécdotas o "historias".

La Rueda, Una Imagen Simbólica del Cosmos

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29/12/22, 20:55 Federico González. El Símbolo. III. Perspectivas desde el Arte. I.

CAPITULO III
PERSPECTIVAS DESDE EL ARTE
Federico González
1
Generalmente al hablar de arte hoy en día, nos referimos vagamente a la
historia del mismo, o imprecisamente a un hecho cultural de cierto
"status" intelectual y socioeconómico, que la pintura (la más injustamente
afortunada de las artesanías) ejemplifica. También solemos referirnos a
él como a un inventario musicológico de obras acabadas y fechadas en
tal o cual tiempo y localizadas en este o aquel sitio. Desde el punto de
vista en que nos situamos no nos interesan tanto estas perspectivas, que
por cierto no negamos, sino que preferimos ver al arte como una actitud
específicamente humana, no ubicada en ningún esquema clasificatorio o
histórico-geográfico, sino perfectamente viva, actualizada por el hombre
de todos los tiempos y reflejada en sus símbolos culturales y sagrados,
que si bien reconocen un origen preexistente, son la materia a partir de la
cual se produce la re-generación cíclica de las civilizaciones, del mismo
modo que en el firmamento la actividad solar recrea permanentemente
las diversas condiciones o formas de vida de su sistema. En ese sentido
siempre nos ha interesado el arte como forma de conocimiento, o mejor,
la actitud del artista como una manera de adentrarse en determinadas
dimensiones del mundo lineal de su entorno –aunque él mismo sea poco
consciente de ello–, mediante una concentración de sus posibilidades, ya
fuese a través de un trabajo ordenado y paciente o de la síntesis catártica
totalizadora. O de ambas, puesto que por cierto la una no tiene por qué
excluir a la otra, sino que más bien se complementan allí donde el
hallazgo o contemplación de la belleza produce una especie de emoción
relacionada con un sentimiento de plenitud, ausencia o vacío, donde
todos los seres y las cosas no son sino ellos mismos, en su pura realidad
despojada, lo que equivale a vivenciar la idea arquetípica de armonía,
aun en la desarmonía, y de equilibrio y justicia, aun en los conceptos que
dialécticamente se les oponen.

Esta emoción intelectiva es un modo de conocer. Una manera, una


actitud por cierto imprecisa, no lógica, de aproximarse al objeto del
conocimiento por el sujeto que conoce y que llegada a su clímax, funde
al sujeto que conoce con el objeto conocido, produciendo el
conocimiento, que deja entonces de ser sucesivo, inclusive espacial, para
pasar a ser algo diferente al producirse una transformación –cualquiera
que ésta sea–, siempre aprehendida a través de la experiencia directa,
aunque el soporte simbólico utilizado fuese cualquier cosa o ser
manifestado. Puede verse aquí una estrecha vinculación con el amor, en

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29/12/22, 20:55 Federico González. El Símbolo. III. Perspectivas desde el Arte. I.

cuanto ambas posibilidades emotivas unen o religan, o actúan como


prolongaciones de la identidad del sí mismo en todas las cosas. Nos
interesa además rescatar un elemento de incertidumbre, o de aventura,
inherente a los riesgos del arte y del amor, dos maneras de encarar por lo
más alto el proceso del conocimiento, que se halla en el origen y en la
identidad del ser mismo. Y ese riesgo, esa pasión, ese fuego, está siempre
presente en todo lo que implique la búsqueda y la realización de la
belleza y la sabiduría, es decir la unidad en amor, lo que constituye el
arte en la vida.

Así pues, nos referimos al arte como una "poética" comprometida con el
conocer del hombre, al que consideramos parte imprescindible de este
proceso perenne de interrelación y expresión, donde la inteligencia
universal que él mismo refleja, manifestándose como un arte de
indefinidas posibilidades, le brinda la opción de ser todo lo que él conoce.
Esta "poética" incluye a todas las artes: 1 arquitectura y construcción,
artesanías, técnicas y ciencias, oficios (cerámica, vidrio, jardinería,
herrería, ropa y calzado, joyería, carpintería, etc.), las artes llamadas
marciales y la danza, escultura, música, teatro y poesía, geometría,
gramática, alquimia, etc., es decir a las artes liberales y al hombre
integral.

Y como nada deja de ser simbólico en el orden microcósmico, esta


"poética", referida al hombre y su actividad creadora, puede transponerse
al orden macrocósmico, donde la naturaleza, la vida y el universo, no
son sino un conjunto análogo de seres y funciones, unido en el amor. Y
entonces la tierra y el hombre pueden ser considerados como obras de
arte, u objetos de diseño, frutos de una poética general, cuyo origen es
un sonido llamado verbo o logos, que no es sino la manifestación surgida
del mayor grado de concentración posible.2

2
Es obvio afirmar que sin hombre no hay arte, aunque no está de más
efectuar esta aclaración en una sociedad que por una especie de manía
empírica, separa a las cosas de su contexto, y les otorga una categoría
diferente, como si tuvieran vida o realidad por sí mismas, clasificándolas
en el casillero imaginario correspondiente, en este caso bajo el nombre de
"arte", otorgándole una serie de características perfectamente arbitrarias o
ilusorias, tendientes a hacernos creer –de manera casi publicitaria–, que
aquello es una verdad objetiva, para colmo casi científica, siempre algo
concreto, tangible, dispuesto a ser analizado y catalogado. El hombre es
el sujeto-objeto del verdadero arte, y a través de él se materializa la
posibilidad de la obra creativa, reflejo de una obra más vasta, en la que el
hombre está incluido. El mago –que saca cosas de la sustancia informe, y
al realizarlas actualiza las posibilidades que ésta tiene en sí, al igual que

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las que porta él mismo interiormente–, ubicado en el centro de su círculo


ritual, es el creador del espacio donde se dan todas sus posibilidades y las
de su obra. Este es su cosmos, simbolizado por el círculo, que cumple
también funciones limitativas, además de protectoras. Y su imagen
vertical, ubicada espacialmente en el centro o eje de la figura, es la
mediación entre cielo y tierra; es decir la de un vehículo entre el mundo
invisible de las ideas y la manifestación horizontal y material de las
mismas, a través de una gestación o encarnación de las potencialidades
del ser que han de reflejarse en el acto creativo.

Este hombre es el artista,3 individuo de oficio o de conocimiento, que


recrea el mundo a través de su actividad redentora, al vivificar las
potencialidades que todo hombre lleva en sí mismo en forma latente, y
toda substancia de manera inmanente. Se conecta así con el ritmo de
todas las cosas, el ritmo universal,4 y su obra constituye el pasaje entre lo
increado y lo creado, como una síntesis que manifestara a la unidad, para
inmediatamente plasmarla en la multiplicidad de las formas. Lo que
equivale a asimilarlas análogamente a un doble movimiento de
concentración-expansión, de expresión energética centrípeta-centrífuga,
yin-yang, solve-coagula, siempre presente en todas las cosas, y que hace
vibrar al artista como un diapasón armónico en su conexión vertical, que
necesariamente debe irradiar en el plano horizontal.

Y esta conversión de energía estática en dinámica, que va de lo uno a lo


múltiple, tiene su réplica instantánea en la acción inversa, la del reciclaje
de lo múltiple a lo uno, ya que la obra de arte concebida y ejecutada se
transforma a su vez en objeto estático, y es contemplada por otro
hombre, que a partir de ella, como cosa creada, se remonta al acto
creativo y a la revelación de la idea –o arquetipo– inspiradora, que
originó todo el proceso. En esa labor transmisora, donde el ser humano
como sujeto dinámico –en este caso el artista– recibe, emite y da lugar al
objeto o símbolo revelador, que a su vez retransmite la energía originaria,
convirtiéndose así en un soporte, en un vehículo apto para la
comprensión, reside el misterio del arte. En suma, el misterio del hombre,
o de toda la creación –ya que este proceso es válido para cualquier
manifestación–, la que se expresa siempre en forma rotativa o cíclica.

Queremos recordar aquí la idea de la fecundación por la palabra, y la ya


mencionada del verbo o logos como origen de la manifestación. Y
también la de Purusha como principio activo y Prakriti como principio
pasivo o sustancial de la creación universal. El artista, mago, chamán o
demiurgo, es también el rey o emperador de un espacio donde él es el eje
o centro.5 Y estando todo concatenado en la vida universal, habiendo
siempre algo preexistente, y de manera análoga algo que ha de ser
preexistente para otros –que abrirán los ojos después de nosotros–, cada
gesto o actitud moverá energías indefinidas, algunas de ellas visibles o de

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29/12/22, 20:55 Federico González. El Símbolo. III. Perspectivas desde el Arte. I.

un historicismo evidente, pero la mayor parte serán invisibles, ni siquiera


conocidas por aquellos mismos que participan en ellas.

La ley de correspondencia siempre actúa, como no podría dejar de ser,


ya que se trata de una ley universal; y la voluntad de ser crea un nuevo
espacio donde la obra creativa o el reino florecen, pues donde no había
sino un amorfo, o un vacío, la substancia universal virgen para ser
fecundada por la energía positiva, ahora se ha engendrado un mundo,
que ya estaba contenido en esa substancia de un modo pasivo. Y así lo
que era pasivo será ahora activo, y la energía activa, que funcionó como
un detonador, se convertirá en un símbolo, u objeto estático creado, que
llevará implícito en él mismo la energía activa original, sintetizada en
forma pasiva o potencial, dispuesta a ser vivificada, para poder adquirir
así una nueva configuración espacio-temporal, entre la bipolaridad del eje
de una esfera, o el punto original y la circunferencia de un círculo, o el
centro y la periferia móvil de una rueda. El hombre sería entonces un
mediador, un intermediario, el creador de un plano de expansión entre la
idea arquetípica y su cristalización final en el mundo, entre la unidad
original primigenia y la individualidad de la obra creada en la diversidad
de un género, ya que cualquier punto de la circunferencia es un reflejo -y
como tal invertido- del punto original, y lleva dentro de sí mismo, como
él, la posibilidad de engendrar un campo, o cosmos, es decir una obra o
creación. Esta es la razón de ser del arte, y por cierto de la magia, y
también del símbolo y el rito.

De este modo, el hombre, al identificarse por el arte con el punto virtual,


o unidad sintética, escapa de la relación espacio-temporal, pues lo
inmóvil, absoluto o infinito, no tiene fin ni fines. Y así es como extrae de
la idea arquetípica la manifestación creativa, que siempre nació y siempre
nace. Esto se debe a que la unidad, desdoblándose en el ritmo de la
dualidad, mediante sus emanaciones o intermediaciones, genera la
multiplicidad de los seres -o los estados del ser universal-, o las cosas
creadas, puntos individuales en la circunferencia espacio-temporal,
simientes que portando en sí mismas la posibilidad de crear, o sea de
imitar 6 la unidad arquetípica, hacen que ésta refluya incesantemente con
el movimiento de una rueda, imagen y modelo del cosmos. Así, la
inspiración artística, su expresión, y el retorno a la idea original a través
de la síntesis que hizo posible la concreción de la obra u objeto artístico,
es lo que constituye un esquema simbólico siempre presente en cualquier
manifestación.

Perspectivas desde el Arte (continuación)

NOTAS

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29/12/22, 20:55 Federico González. El Símbolo. III. Perspectivas desde el Arte. I.
1 Una poética no es sólo una metafórica ni una confusa ensoñación o un vago
"sentimiento cósmico" –como el símbolo no es sólo alegoría–, sino más bien una forma
de ser, una manera de vivir, siempre relacionada con la búsqueda de la verdad –y en
este sentido es heroica–, la sed de conocimiento y por lo tanto la reintegración al sí
mismo.

2 Ver más adelante la teoría de la Tsim-Tsum cabalística.

3 Nombre con el que también gustaban autodenominarse los alquimistas.

4 La expresión ritmada o rima, es propia de la poética, así como de la música y la


danza.

5 El pontífice deriva su nombre del de puente. Lo que equivale a decir: de un


vehículo mediador entre dos orillas o puntos, que son el cielo y la tierra, los dos polos
de la creación.

6 En el sentido en que Platón, en el Timeo, dice que "el tiempo es una imagen móvil
de la eternidad; imita la eternidad".

La Rueda, Una Imagen Simbólica del Cosmos

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29/12/22, 20:55 la rueda capitulo IV

La Tradición Hermética
Federico González

(Capítulo IV de La Rueda, Una Imagen Simbólica del Cosmos, de Federico González. Ed.
Symbolos, Barcelona, 1986)

La tradición hermética deriva su nombre, nada menos que de Hermes, dios


griego, el Mercurio romano, y sobre todo del mítico Hermes Trismegisto, todos
ellos instructores y educadores de los hombres, mensajeros de los dioses,
personaje que aparece en casi todas las tradiciones bajo distintas formas, como
emisario o intermediario entre cielo y tierra, siempre vinculado con lo que vuela,
por lo que se lo suele representar con atributos alados. Asimismo se lo relaciona
con audiciones, recepciones y transmisiones de mensajes. Es decir, con doctrina
(1), ciencia, sabiduría y revelación. La palabra tradición viene a significar en
cierta forma lo mismo que lo anterior (2), por lo que la expresión tradición
hermética pudiera parecer una redundancia, si no se quisiera destacar, por el
aditamento de esta última palabra, un origen revelado neto -como también
señalar una circunstancia histórico cultural referida específicamente al Occidente
y a los orígenes de su civilización. Por otra parte, el término que nos ocupa es
también claro en cuanto indica una vía de conocimiento determinada, relacionada
con los misterios menores, llamados también mundo o plano intermedio, en el
camino iniciático, expresando además la idea de la obscuridad y silencio,
inherentes a este sendero, refiriéndose igualmente a su naturaleza misteriosa.

La tradición hermética es, pues, una forma de la tradición unánime, universal y


primigenia -adecuada al ropaje histórico y a la mentalidad de ciertos pueblos y
ciertos seres- que se ha manifestado aquí y allí, conformando y organizando la
cultura y la civilización. El dios Hermes es solidario con el Toth egipcio (3),
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puesto que, como él, representa sabiduría e interpretación hermenéutica, y


virtudes de profecía, atribuidas también a Enoch y a Elías artista -patrono de la
alquimia-, arrebatados ambos al cielo en un carro de fuego (vehículo
francamente solar) y de los que se dice no están muertos, sino vivos, como otros
personajes análogos de distintas tradiciones, de los que se aguarda su segunda
aparición al fin de los tiempos, así como los cristianos esperan la parusía del
maestro Jesús, rey de los judíos, Cristo Rey, que encarna en forma humana, para
revelarnos la verdadera vida: transmisión que lo convierte en salvador y redentor.
Históricamente no es demasiado difícil de advertir, que los mitos y símbolos
esotéricos egipcios, judíos, griegos romanos, cristianos, árabes y mediterráneos
en general conforman un conjunto que se puede relacionar directamente con los
pueblos occidentales; y que esta influencia espiritual, aunque no tome formas
religiosas, es indiscutiblemente válida por la pureza de su origen, y por el
desarrollo concatenado de transmisión, protagonizado por sabios, profetas,
guerreros y "artistas". Esto no excluye que el conjunto de enseñanzas al que nos
referimos sea perfectamente solidario con otros de distintas épocas y latitudes, y
hasta idéntico a ellos, más allá de los disfraces formales. En el caso particular que
nos ocupa -el del emisario divino que reúne en sí la posibilidad unificada de lo
que repta y lo que vuela, de la tierra y el aire, que han debido ser separados para
complementarse adecuadamente a través de la pasión y el amor-, este hecho es
claro y probatorio de la unidad arquetípica de todas las tradiciones, ya que esta
oposición-conjunción, se halla manifestada por doquier. Lo que sí nos interesa
ahora es destacar que las ciencias y artes que se han dado en llamar la tradición
hermética tienen un origen común, que se manifiesta históricamente a lo largo de
la vida de Occidente, y que se expresa por intermedio de una serie de disciplinas
y trabajos, mitos y símbolos, que constituyen un código coherente, susceptible
de ser transpuesto a todos los códigos y sistemas tradicionales, pues en verdad
ellos expresan y se proponen lo mismo: revelar un conocimiento oculto,
permitiendo de esta manera la conquista del verdadero estado humano, el ser
original, que todo hombre ha perdido por la caída, y que lo coloca en una
situación infrahumana con respecto a sí mismo, motivo por el que ha de
restaurar su verdadero Yo, que se halla oculto en su interior, tan sólo vivo en
forma potencial, y que debe actualizar, por la memoria de sí y el recuerdo del
arquetipo original, con fe y amor, gracias a la doctrina tradicional, conocida en
este caso con el nombre de hermetismo. Que le permite re-nacer (4) al estado
auténticamente humano, de cara al cual los estados inferiores (5) aparecen como
sueños, o ensayos, o proyectos ilusorios, o mera tontería, por no decir estúpida
vanidad.

Estas disciplinas, o vehículos, llevan al aprendiz -a través del mundo intermedio-


y lo colocan frente al tabernáculo, en el corazón del templo, en el eje, que
igualmente comunica con la cripta o caverna, el país subterráneo de los muertos,
o mejor, en el interior del sagrario, desde donde podrá iniciar su ascensión
vertical, hacia la cúpula o la sumidad, que simbolizan la salida del templo o del
cuerpo, lo supracósmico o lo suprahumano. Hace tiempo que ha recibido las

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aguas bautismales. Incluso ya se ha liberado de las pruebas del laberinto de las


formaciones. Convertido ahora, por la comunión solar, en el Rey del Mundo, el
aspirante podrá entonces ser absorbido enteramente en la función sacerdotal y
escapar de la cosmogonía, que se le ha revelado, utilizando su identificación con
ella como un soporte vivo de transmutación inefable. Oficio de guerreros y
caballeros, lo es también de sabios y artistas, es decir, de astrólogos y
alquimistas, e incluye la maestría en el conocimiento. No poco es este
conocimiento, en el caso de la astrología y la alquimia, disciplinas que conforman
el hermetismo o la tradición hermética -los misterios menores de la antiguedad-,
pues se refieren respectivamente al conocimiento del cielo y de la tierra,
constituyendo ambas el saber de la cosmogonía completa, la ciencia de los ciclos
y la ciencia de las transmutaciones: la "arquitectura" experimentada en forma
directa (6).

Históricamente se puede detectar en numerosos puntos de la cultura occidental la


aparición de corrientes de ideas, creencias, sistemas y puntos de vista
herméticos, es decir, esotéricos, dentro del exoterismo de tal o cual período
determinado. Si nos atenemos a la cronología cristiana, estos acontecimientos
ideológicos aparecen no sólo en determinados momentos históricos -
conformando períodos enteros, como en la Edad Media europea-, sino que
también constituyen los antecedentes de ciertos personajes y hechos científicos,
filosóficos, históricos, literarios, y aun el origen de todo un código, como en el
caso de la astronomía y la matemática. Conviene, pues, situarse en algún
segmento más o menos claro y computado del devenir temporal y evaluar un
muestreo de acontecimientos culturales-históricos, a fin de ilustrar esta
exposición, que no pretende ser un estudio histórico o sociológico.

Podemos ubicarnos entonces en la Alejandría del siglo III de nuestra era y


observar la multitud de ideas, concepciones y personajes, tradiciones y culturas -
incluso la hindú y la budista-, que confluyen allí, constituyendo una verdadera
encrucijada de caminos, un punto de concentración de una serie de energías
análogas, venidas de varias y diferentes direcciones, las cuales han de conformar
posteriormente las diversas facetas de nuestra cultura. En aquellas fechas y lugar
podemos encontrar al cristianismo de los primeros padres conviviendo con el
gnosticismo, ambos de origen oriental. Al pensamiento griego, en particular el
neo-platonismo -que ha de aparecer como una constante a lo largo de la historia
de Occidente- mezclado con la tradición hebrea, y con los fragmentos de
civilizaciones como la caldea, la egipcia, las del Irán, y otras, algunas de ellas
perdidas u olvidadas por nosotros. No intentaremos tampoco en este ensayo, dar
una visión más o menos clara de estos hechos, ni siquiera de brindar un
panorama. Remitimos al lector a la numerosa bibliografía al respecto, obra de
auténticos especialistas. Desde nuestro punto de vista, destacamos estas
coordenadas espacio-temporales, como lugar de reunión y posterior expansión de
las ideas de la Tradición Unánime, de la filosofía perenne y universal, de la

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doctrina, que han llegado a nosotros con el nombre de tradición hermética. Es


también muy interesante subrayar que estas ideas, a través de los siglos, se han
mantenido vivas hasta nuestros días. Y no sólo han sobrevivido simplemente,
sino que han constituido, y aún constituyen, la trama invisible de ciertos
acontecimientos revivificadores de la historia del hombre occidental, sin la cual
esta historia, y este hombre, hubieran desaparecido ya hace largo tiempo.

El andamiaje de ideas a que nos estamos refiriendo, ha de permanecer más o


menos incólume y ser considerado como la sabiduría siempre oculta y esquiva,
pero presente en la vida pública de la ciudad y el pueblo -como una herencia
cultural imperecedera-, hasta aproximadamente el siglo XVII. Y seguirá
constituyendo la médula cultural de Europa. Pero, a partir de entonces los
valores más profundos, puestos en crisis por el mal llamado "humanismo", se
degradarán hasta la negación de toda posibilidad de tradición y doctrina, el
desconocimiento de cualquier esoterismo, y la ignorancia total referida a lo que
se entiende por iniciación (7). Se ha pasado entonces a la profanación de lo
sagrado y a la desacralización de la vida y la realidad, por lo que todo comienza a
ser empírico e insignificante (8).

No es que esto no hubiese ocurrido anteriormente -o, inversamente, que en la


obscuridad actual no exista la luz-, pero nos estamos refiriendo ahora al tono
particular de un determinado ciclo. Este ciclo que tratamos, es, en términos
generales, el de la cultura llamada occidental. Y está, como todo ciclo,
encadenado a otro, que a su vez lo está a un tercero, y así sucesivamente. Pero
esto no es todo: cada ciclo es un fragmento de otro mayor y cada una de sus
partes puede ser un ciclo completo en sí, con sus sistemas de subciclos, y de este
modo indefinidamente. Todo son ciclos dentro de ciclos, y la historia ejemplifica
-de manera alarmante a veces- esta complejidad tan sutil como enmarañada.
Pero la doctrina aparece en cada uno de ellos, de una u otra manera, por
momentos brillando intensamente, en otros declinando, o escondida en la
obscuridad, en el corazón de unos pocos. La tradición hermética ha estado
presente en Occidente desde sus orígenes históricos e ideológicos,
manifestándose a través de distintos grupos, personas o instituciones. No nos
referimos exclusivamente a la filosofía griega, Pitágoras y Platón (9), Plotino y
Porfirio, Proclo, ni a la soteriología de los romanos (Virgilio, Apuleyo) tampoco a
los verdaderos gnósticos, ni a los primeros padres de la Iglesia, sino que
queremos destacar el enorme cúmulo de hermetistas occidentales cristianos y
esoteristas judíos e islámicos, que tanta influencia tuvieron sobre los
constructores de la Edad Media y entre alquimistas, rosacruces y algunas órdenes
caballerescas de diferentes tipos, de las cuales deriva la Masonería, organización
iniciática nacida históricamente en el siglo XVIII, aunque de orígenes mucho más
antiguos -inclusive míticos-, que afortunadamente ha permanecido hasta la fecha,
aunque desgraciadamente es casi desconocida, aun para los propios integrantes
de sus cuadros, en razón de la degradación cultural cíclica, que se da en todos los

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órdenes y lugares, cada vez más progresiva y veloz, y que ha hecho a la verdad
tanto más misteriosa y secreta, como si se hubiera retirado realmente al interior
de sí misma y hubiese que buscarla, o sacarnos los velos psicológicos que nos la
ocultan de nosotros mismos. Sin embargo, la Masonería sigue otorgando la
iniciación en sus logias y ésta es perfectamente válida, dado que se trata de la
transmisión regular de una influencia espiritual. Son muchas las logias que en
Europa y América están trabajando muy seriamente y son bastantes los adeptos
que revitalizan los valores originarios.

Con respecto al Occidente moderno, podemos aceptar que las tradiciones


religiosas que actualmente lo conforman y que están presentes en mayor grado
en su cultura, son la judía, la cristiana y la islámica, o sea, las denominadas "del
Libro". El judaísmo tiene en su religión su propia tradición y ciertos rabinos se
dedican a la cábala, a las relaciones entre letras, palabras y números, al estudio,
al rito y la meditación. En cuanto al Islam, su parte exotérica y su esoterismo
están muy poco diferenciados. Religión del desierto, se la vivencia en forma
individual, y sus prácticas, totalmente interiores, no precisan de imaginerías ni
ritos complicados. El sufismo, es conocido, es la expresión del esoterismo
islámico. En cuanto al cristianismo, y más específicamente al catolicismo,
diremos que muchos de sus miembros han pertenecido en diferentes épocas a
órdenes herméticas de esoterismo cristiano. Papas, arzobispos, obispos,
cardenales, sencillos abades, o párrocos, o humildes monjes, han encarnado el
conocimiento. Y no sólo entre los doctores y los sabios de la Iglesia, sino también
entre sus santos y sus mártires, comenzando por los apóstoles. Sólo nos bastará
con mencionar algunos nombres, dentro del esoterismo cristiano, que prueban la
continuidad y la importancia de éste, no sólo en cuanto a la Iglesia como
institución y al catolicismo como religión se refiere, sino en cuanto representa
históricamente las raíces mismas del pensamiento occidental. Así, por ejemplo,
deberíamos comenzar por Orígenes y los primeros padres de la Iglesia, para
continuar con el cristianismo ortodoxo de Oriente (10), hablar del monaquismo
en Irlanda, de San Benito y la constitución de las diversas órdenes de monjes
religiosos, para pasar a San Bernardo, al Císter y la caballería, mencionando
nada menos que a Dionisio Areopagita en el siglo V, y también a San Agustín,
para llegar a Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, y al Maestro Eckhart. En
este punto, es importante la aparición de un ambiente iniciático, el de los místicos
de Munich, que fue para Eckhart lo mismo que la orden de los Fedeli d'Amore
para Dante. Asimismo, deberíamos recordar a los artistas medioevales (Nicolás
Flamel, Basilio Valentino, Bernardo Trevisano) y al hermetismo cabalístico
cristiano: Raimundo Llull, Nicolás de Cusa, Marsilio Ficino y Pico de la
Mirándola. También a Jacobo Boehme, Cornelio Agripa, Francesco Zorzi; y los
magos isabelinos, hasta Robert Fludd y los mencionados rosacruces.

De esta manera podríamos recorrer los ciclos de las historias particulares -


inscritos dentro de otros más amplios- y establecer las legítimas vinculaciones y

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las relaciones insospechadas de todo tipo, entre diversos acontecimientos sin


conexión aparente, que nos harían ver y conocer otra historia. Y ese es el valor
que en verdad tiene la historia de los personajes y los pueblos, el de poder ser
tomada como un código de señales significativas o significantes, como un
discurso salpicado aquí y allá de detalles reveladores. Un lenguaje criptográfico,
que pudiera irnos dando una especie de espectro o panorama -de encuadre en el
tiempo-, en el que leyésemos como en un libro abierto, el libro de la vida, cuya
lectura ha de llevarnos a la inmortalidad a través del conocimiento de los ciclos
universales, análogos a los ciclos de los hombres.

El conocimiento de "otro tiempo" en verdad está incluido en la ordenación o


iniciación hermética, que supone la vivencia directa de una cosmogonía y la
iniciación en sus misterios. Y sólo se lo ha querido traer aquí para mostrar el
influjo espiritual de la tradición hermética, bajo distintas formas, hasta nuestros
días, en Occidente. Incluso el cristianismo ofrece una iniciación virtual por
intermedio del sacramento del bautismo, o regeneración por las aguas, motivo
por el cual las personas interesadas en este tipo de temas a los que nos estamos
refiriendo, no tienen necesidad de acudir a tradiciones extrañas a la suya, aunque
de ninguna manera debieran desecharlas, pese a la dificultad que algunas veces
se tiene de identificarse con ellas (11).

El alquimista y el astrólogo trabajan solos. Así se los puede ver en numerosos


grabados de la iconografía hermética. O bien estudiando, meditando u orando,
cuando no absortos en la contemplación de sus hallazgos (12). La obra hermética
se produce en la interioridad del athanor (analógicamente, del templo del
hombre). Lo cierto es que esta tradición propone el conocimiento mediante el
estudio de la cosmogonía. Estudiar las leyes cosmogónicas no supone la
erudición literal, o el cómputo de detalles banales, que para estas disciplinas son
cosas secundarias, si no a veces entorpecedoras. Conocer la cosmogonía supone
ser uno con ella. Estar vivo o haber nacido al verdadero estado humano. Este
hecho asombroso incluye una pérdida y un hallazgo de identidad, una muerte y
una resurrección, que se realizan innumerables veces en varios años, en el
athanor del alquimista, su interioridad. Y le da también la materia con qué seguir
trabajando en este proceso alquímico, llamado también de iniciación en la senda
del conocimiento y de la vida real.

Conocer una cosmogonía significa vivir el mandala tridimensional del cosmos.


Comprender la revelación de un universo y sus leyes, absolutamente diferente
del que nos fue enseñado. Donde los valores son tan otros, que únicamente
pueden ser percibidos por medio de una total conversión psicológica. Este
proceso necesita de un orden y de un trabajo. No sólo tiene enormes riesgos de
desviación de muchos tipos (los cuales, generalmente, son parte del proceso),
sino que puede resultar casi imposible de realizar, por indefinidos motivos. Se
dice que es difícil, pero no imposible. En el camino pueden quedar, entre otras
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cosas, la salud, la fama y la honra, es decir, toda seguridad. Pero la recompensa


es la identidad, el conocimiento, el ser. El aprendiz de alquimista está dispuesto a
la realización espiritual, que incluye el conocimiento vivo de las leyes del cosmos,
en definitiva, el conocimiento de sí mismo, y de la realidad, del orden, de la vida.
Recibirá, pues, lo que ha deseado, siempre que su trabajo sea paciente y
sacrificado (13) y pase las pruebas de los héroes mitológicos. Debe llevar su
trabajo hermético a todo nivel en su vida y su cotidianidad, pues se trata de la
recuperación de la luz -la lucidez-, utilizando el emotivo fuego de la sangre. El
estudio de las disciplinas herméticas y de los textos mágicos, se alternará con la
constante meditación y el trabajo interno, sagrado, y se sorprenderá entonces de
verse cada vez más extranjero en el mundo de las causas y efectos (14). Ese
espacio interno podrá albergar las estructuras con las cuales construir un nuevo
cosmos, o mejor, las descubrirá en sí mismo y manifestándose por doquier.
Podrá entonces vivir de la mañana hasta la noche -y en sus mismas horas de
reposo- un nuevo mundo, cada vez más asombroso, cuya característica es la
riqueza y también el esplendor. Siendo tanto lo que tiene en las manos, ha de
tomar conciencia entonces de su responsabilidad con respecto a sí, y advertir que
no ha sido por su mérito, ni un descubrimiento propio, lo obtenido, sino que
simplemente eso es así, y que, además, a él no le pertenece. Y es más aún,
reconocerá que su personalidad, tal cual la imaginaba, no existe. Debe entonces
procurar manejarse con las estrategias propias de las artes marciales y equilibrar
constantemente el recorrido de su camino, el manejo de su vehículo. Este arte
requiere una manipulación delicada y es probable que se aprenda a golpes; al
menos se trata de una ciencia de fuertes contrastes. Pero, perseverando hasta el
fin, logrará vivir en un mandala vivo, espejo del cosmos, donde toda cosa tiene
significado, en las tensiones y matices propios de la armonía y el orden de lo
creado, y de su sustento invisible y arquetípico. Habrá conocido la cosmogonía,
y luego del bautismo lunar de Juan, de agua (de la ciencia de la escuadra), y de
haber recibido el bautismo solar de Jesús, de fuego (de la ciencia del compás), y
cuando haya culminado este último proceso, entonces podrá decirse que ha
comprendido la esencia de la tierra y el cielo, lo que es simultáneo con su llegada
al centro y equivale a estar ya listo para empezar su ascenso vertical, pues
ha finalizado con los misterios menores.

Se trata pues de una senda mágica, donde los mismos vehículos son reveladores
(15). Y cuando nos referimos al término magia, va de suyo que no estamos
hablando de ninguna cosa de tono menor, donde los siempre mezquinos intereses
personales están en juego y la mera individualización fenoménica es valorizada
de acuerdo a patrones modernos y materializados. Nos referimos a algo
muchísimo más sutil y poderoso: la auténtica estructura invisible del espacio y el
tiempo, intuida directamente, que no es ya algo exterior o ajeno a uno mismo y al
todo. Entre otras razones, se dice que el pensamiento analógico es mágico,
porque las asociaciones y correspondencias que él provoca nos enseñan a pensar,
nos hacen saber de qué se trata el oscuro recuerdo del conocimiento. Y nos
transforma en verdaderos seres inteligentes, al hacernos partícipes de la

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naturaleza de nuestra identidad. Esta transformación psicológica, y la


fenomenología que le corresponde, es mágico-teúrgica. Por otra parte, existen
sistemas iniciáticos especialmente diseñados para transmitir estas verdades del
pensamiento analógico. Estos métodos están cargados con el influjo espiritual de
quienes los han dado a luz y con la energía de todos aquellos que han meditado
en ellos. Para eso han sido construidos -así como cualquier texto revelador o
sagrado, que sin este fin no hubiera sido escrito- y se confía en su poder
simbólico y sintético, que nos manifiesta la cosmogonía a través de un mandala -
o juego de estructuras- para hacernos partícipes de ella, utilizando códigos y
símbolos como el árbol de la vida sefirótico o el juego del Tarot.

De esta manera se transmite la energía espiritual de la revelación y la persona


que está en condiciones de comprender podrá oír las voces y el llamado de la
Tradición y efectivizar su iniciación, es decir, comenzar el camino del
conocimiento. Para ese entonces seguramente la mayoría de los candidatos han
conocido bastante el mundo que los rodea, y de una u otra manera, se han
desilusionado de él; han tocado fondo con respecto a lo que la sociedad actual
puede ofrecerles como atractivo, sobre todo en lo que toca al plano de la
realización del auténtico ser. Es decir, que han efectuado un trabajo de
depuración y selección con respecto a sí mismos, y esa búsqueda los ha traído a
los temas de la tradición hermética, que casi nunca se encuentran de forma
casual. A partir de un momento determinado -para el que hay que estar
preparado internamente- se produce el comienzo efectivo del proceso de
conocimiento. Las pruebas iniciáticas son posteriores a ese punto y se las asimila
al paso por el laberinto. Las dificultades que cada aspirante haya encontrado
hasta el momento de la iniciación, deben tomarse sólo como circunstancias
preparatorias, por graves o significativas que fuesen.

De aquí en más se va articulando un proceso que, transpuesto al plano de lo


temporal, ha de verse necesariamente como sucesivo y gradual, y que
comprende el conocimiento de siete, nueve, o más estadios (16), según las
diferentes tradiciones, y que se simbolizan en forma de pirámide en el espacio, o
bien, en el plano, con la espiral -o la doble espiral- o con un juego de círculos
concéntricos (los unos dentro de los otros), que pueden sintetizarse en tres
grandes círculos o niveles, correspondientes a los grados de aprendiz, compañero
y maestro, y a los subgrados que hubiese entre uno y otro de estos estadios.

Estas cosas son bien sencillas de comprender, aunque no tanto de experimentar


honestamente, motivo por el cual cantidad de personas no han hecho sino
confundirse y confundir al respecto, amparándose en la ignorancia de los demás,
constituyéndose en verdaderos impedimentos de la iniciación de los puros (17),
haciéndose de esta manera cómplices de fuerzas muy oscuras, que no nos
atrevemos a calificar, pero que pueden formar parte de este proceso y también
troncharlo definitivamente. Nos referimos expresamente a aquellos que niegan la
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posibilidad de la encarnación del conocimiento, a través de un desarrollo, y


repudian de ese modo la divinidad del Cristo interno, contra la unánime opinión
de las tradiciones. Son esas mismas personas las que, al no sentirse cualificadas
para esa empresa, se permiten juzgar a los demás de acuerdo a la chatura y
mediocridad de sus patrones, motivo por el cual se condenan a sus propias
limitaciones, sin que por eso su deseo de dañar, y de hacer el mal, sea menos
notorio. Cosa curiosa, este tipo de seres son moralistas y ciertas veces pretenden
conocer algo del proceso iniciático. Son enemigos tan embozados como pueriles,
que piensan que la iniciación es una ceremonia física, donde un extraterrestre
impone las manos sobre un pobre ignorante y éste se transforma inmediatamente
en superman. La iniciación sería, para estas personas, un diploma debidamente
certificado y garantizado por una religión oficialista, un premio por buena
conducta y puntualidad, una gratificación otorgada al mérito. Tengamos mucho
cuidado con los que "saben" acerca de la doctrina, el misterio y la iniciación,
falsos doctores de la ley que condenan el proceso de amor y pasión cristiana.
Esta gente suele ser la misma que aquellos otros oscuros sacristanes de vocación,
que pretenden ser "buenos" y "piadosos", por la bondad y la piedad misma (18),
haciendo verdaderas competencias para medir quién es el mejor y el mayor entre
ellos, llenándose todos de una satisfacción soberbia, húmeda y pringosa. Estos
personajes, insignificantes en sí, pueden hacer grave daño, repitámoslo,
legalizándose tras una ortodoxia mentida y una ubicación y un conocimiento
falsos; y el aspirante debe saber que son enemigos de su evolución espiritual, a
los que tiene necesariamente que vencer, en el plano de las ideas, porque es
probable que sean parte de las pruebas de su recorrido y no sólo personas
inocentes y equivocadas.

Asimismo, hay otra especie que puede encontrarse a lo largo del proceso y que,
junto con la anterior, constituye un bloque muy marcado, que tiene de común
con ella el fingimiento, aunque el aprendiz ha de saber que innumerables peligros
le aguardan en forma de muchos personajes, que no son sino la proyección
externa y social de sus egos internos. Se trata, en este caso, de aquellos que
entienden que dominar las pasiones es ocultarlas (19). Además, siempre con
segunda intención, íntimamente asociada con el poder. Y no se permiten la
menor demostración de sus emociones, procediendo con la "habilidad" de los
jugadores de poker, de gentes con "agallas", que actúan con "sangre fría. (20)

Con muchos conceptos acontece lo mismo que con estos personajes, o egos, y
son auténticos riesgos. Sin ir más lejos, con toda la terminología actualmente en
uso, que corresponde a una lectura literal y materializada de las palabras y los
términos, con respecto al sentido con que fueron concebidos. Esta confusión,
este impedimento, no es un hecho aislado, sino que, por el contrario, constituye
una muestra de la degradación cultural general de la sociedad moderna, cuyo
jefe, es necesario nombrarlo, es el príncipe de este mundo, que, como tan bien
se ha dicho, no sólo es un monstruo del mal y la falsedad, sino que, por sobre

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todas las cosas, es un auténtico estúpido y un mentiroso. Personaje que todos


llevamos dentro y que nos hace vendernos constantemente por un plato de
lentejas.

Por lo tanto, nada tiene de irregular un proceso iniciático que se realiza por
medio de las enseñanzas, instructores y maestros de la tradición hermética -como
tampoco otro que se efectúe por la judía, cristiana, o islámica- y que se
desenvuelve en forma normal, pese a las dificultades, sinsabores y paradojas de
todo tipo, propias de esta vía mágico-teúrgica -en la que se trabaja casi siempre
en forma solitaria-, aunque su realización se produzca en un medio tan irregular
como el mundo moderno. Y es necesario advertir, a las personas a quienes
comienzan a sucederles ciertos hechos referidos a la apertura de su conciencia y
les nace compartirlos, que deben tener cuidado, porque estas cosas son
peligrosas. Pero, también pudieran sentirse lo suficientemente seguras como para
vivirlos con otros, u otro, entre los cuales se encontrará el Espíritu, según se dice
en los evangelios. Igualmente, se afirma que: "buscad y encontraréis", y,
asimismo, un adagio hermético asegura que: "cuando el discípulo está, aparece el
maestro". Este último, si la actitud es adecuada, surgirá de todas maneras. Es
conveniente aclarar, por un lado, que nadie puede agregar un sólo codo a su
estatura, motivo por el cual ha de llegar hasta donde puede y debe, en el
recorrido de la vida y el conocimiento. Por otro, que al aspirante, a pesar de sus
múltiples méritos, todo le ha sido o le será enseñado. Que ningún hombre puede
ni podrá conocer estos secretos, ni descubrirlos por sí mismo, si no es por
revelación y por su participación en una cadena iniciática, con la que se enlaza.
La vía que aquí se propone es la simbólica de la tradición hermética y su relación
con la simbólica y la mitología universal. Donde un símbolo o mito no resulta
claro, en tal o cual contexto, se busca la analogía correspondiente en esta o
aquella tradición. Las transposiciones y relaciones que se efectúan con los
símbolos constituyen gran parte del trabajo hermético. Un símbolo chino, o
precolombino, puede iluminar inmediatamente un símbolo europeo y de esta
manera constituirse en parte integrante de un juego de relaciones, de ideas, que si
no fuese por su participación, no pudieran efectuarse. Debe recordarse, una vez
más, la energía-fuerza atribuida a los símbolos en general y a los de la tradición
hermética -en este caso particular- y a su irradiación mágico-teúrgica. También
debe prestarse atención completa a los textos de los sabios, hierofantes y magos,
que actúan de una manera especial, entre quienes son capaces de recibirlos, y los
conducen al jardín del paraíso, o estado adámico, restituyéndolos al andrógino
original. En todo caso, debemos señalar, para finalizar, que seguramente es muy
beneficioso el transitar específicamente una tradición religiosa determinada, y
practicar el rito exotérico correspondiente. Pero de ninguna manera es
imprescindible, pues los misterios de la tradición hermética -que no es religiosa- y
la iniciación en los mismos, no sólo constituyen el patrimonio vivo de Occidente,
sino también, acaso, su razón de ser, como un gesto, o un color, en el espectro
de la historia humana.

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NOTAS

1. No confundir con la estrechez y el fanatismo de lo dogmático. (Retorno)

2. Del latín tradere: transmitir. (R)

3. Al que míticamente se le suele atribuir la paternidad del código del Tarot. El


ave Ibis es uno de sus símbolos. (R)

4. Co-nocer = co-nacer. En francés es más evidente: co-naitre. (R)

5. Infer-nus. (R)

6. Pensamos que no debe asociarse los misterios menores con el budismo


hinayana y los mayores con el mahayana. El hinayana designa el pequeño
vehículo y significa la vía que el adepto, o el monje, efectúa por sí y para sí. El
mahayana o gran sendero, es la realización que no se produce "hasta que la
última yerba sea redimida", es decir, la que se alcanzaría conjuntamente con
todos los seres sintientes. Esta diferencia no cabe entre los misterios menores y
los mayores. Tampoco que los misterios menores correspondan a lo que ha dado
en llamarse la vía húmeda y los mayores a la vía seca. Ni que los primeros sean
lunares y los segundos solares. Los misterios menores corresponden a la totalidad
de la obra alquímica y a la astrología y, por lo tanto, a la vía lunar y a la solar, la
obra al blanco y la obra al rojo, los pequeños y los grandes viajes. En los
misterios mayores, la idea de viaje, y aún la de movimiento, carecen de sentido.
(R)

7. Algunos toman específicamente el año 1492 como encrucijada de este


fenómeno histórico. Efectivamente, en esa época se unifica la España católica, se
descubre América y son expulsados los moros y los judíos (e incluso los gitanos)
de la península Ibérica. Este tema exigiría un largo desarrollo, que alguna vez
intentaremos. (R)

8. De más está decir, que esta degradación también afecta a la Tradición


Hermética, que en muchos casos ha degenerado en parodias e instituciones
pseudoespiritualistas, ocultistas, teosóficas y en toda suerte de fraternidades y
cofradías que han usurpado determinados conocimientos, rebajándolos a la
trivialidad de su lectura literal. Lo mismo acontece con los nombres y
terminologías de la auténtica tradición, con los que se comercia en forma
descarada, cuando no "filantrópica". (R)

9. ¿Quién es Platón?, nos hemos preguntado varias generaciones de lectores. (R)

10. Todavía existe el esoterismo dentro de esta forma tradicional, y no


exclusivamente localizado en el monte Athos. (R)

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11. Actualmente no es difícil conectarse con miembros o representantes de


tradiciones orientales, ya sea viajando hacia ellos o asistiendo a cursos y ritos en
distintas ciudades europeas o americanas. Especialmente maestros taoístas y zen
budistas, así como lamas del budismo mahayana. Igualmente existen en
Occidente tarîqahs islámicas, entre las que podemos citar, en ciudades de lengua
castellana, la de Granada (España) y Buenos Aires (Argentina). La tradición
hindú es, desgraciadamente, la víctima más notoria de todo tipo de fraudes.
Donde esto es más evidente, es en la propia India, y aun en ciudades sagradas
como Varanasi, Rischikesh y Harivard. Estos mismos peligros existen dentro de
la Tradición Precolombina, o mejor, entre algunos que pretenden conocerla o aun
representarla, lo cual no es el caso, por supuesto, de sus auténticos jefes,
maestros, o de sus medicine men. (R)

12. A la contemplación se la puede vincular, en mayor grado, con la energía


celeste, mientras que a la acción se la puede conectar, más directamente, con lo
terrestre. (R)

13. En el sentido de sacrum-facere. (R)

14. Interesa destacar la fuerza energética de la oración, su poder de


concentración inmediato, la necesidad de la invocación incesante de los nombres
divinos, su repetido recuerdo, su memoria traída constantemente al siempre
Presente. (R)

15. Recordar los numerosos caballos mágicos, o que hablan, de las distintas
tradiciones y folklores. (R)

16. En la tradición hermética suelen tomarse a veces como diez a estos grados,
siendo los siete primeros los de construcción del ser o templo interno, el octavo
de pasaje, el noveno de conclusión de la Obra, y el décimo, el de coronación de
la misma o virtual salida del cosmos o de la perspectiva espacio-temporal
simplemente humana, que se ha ido modificando poco a poco a lo largo del
proceso. (R)

17. Los puros, los no compuestos ni dobles. Los valientes y generosos aspirantes
al conocimiento. Nada que ver con las piadosas "hijas de María". (R)

18. Como los que desean ser ascéticos o estoicos, por la ascética y el estoicismo
como fines, y no como simples vehículos o medios, que aparecen en el camino.
Una vez más se hace de un relativo un absoluto. (R)

19. En lugar de utilizar ese fuego y domesticarlo, de tal suerte que facilite la
transmutación. (R)

20. Son los chicos malos del paseo, o aquellos que ya "lo saben" o que
confunden su megalomanía con la verdad. Su deporte es la constante
manipulación. (R)

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29/12/22, 20:55 la rueda capitulo IV

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29/12/22, 20:56 Federico González. Dos Modelos Simbólicos Herméticos. I. El Tarot.

CAPITULO V
DOS MODELOS SIMBOLICOS HERMETICOS:
El Tarot y El Arbol de la Vida Sefirótico
Federico González
1
EL TAROT
La relación del simbolismo de la rueda con el Tarot resulta obvia.
Efectivamente; la palabra "taro" está invertida silábicamente, y este
nombre criptogramático no quiere decir sino rota, es decir, rueda.1 Como
se sabe, el código simbólico del Tarot tiene orígenes medioevales
(alquímicos, numerológicos, cabalísticos, astrológicos), aunque no es
sino la forma actualizada –en su espacio y en su tiempo– que toma la
tradición primordial para expresarse; como es también el caso de la
cábala histórica, que nace en España en el siglo XIII con la aparición de
las escuelas que dan nacimiento al Zohar, el libro fundamental en el
trabajo cabalístico.2 El Tarot es también un libro que en lugar de tener
páginas impresas con palabras, se expresa a través de símbolos
estampados en una serie de planchas o cartulinas. En él se ordena una
cosmología completa, y constituye un modelo del universo, análogo al
mismo, construido con su misma estructura, de donde el poder mágico e
iniciático que se les atribuye tradicionalmente. De todas formas, se trata
de un lenguaje relacionado con el conocimiento, que se manifiesta a
distinto nivel y de diversas maneras. El Tarot es ese lenguaje al
manifestarlo y por lo tanto el vehículo que expresa una sabiduría que él
mismo lleva implícita. Es un compendio de ciencia actuante, al ser el
mensajero de una energía que le da su razón de ser, y que por cierto lo
trasciende. Esto, sin tomar en cuenta su acción como promotor de
imágenes y fecundador de visiones.

No es el caso de hablar en este trabajo sobre el Tarot en el sentido de dar


una explicación sucesiva y una a una de sus partes, sino más bien sugerir,
aclarar y ordenar su estrechísima relación con el simbolismo de la rueda
cósmica. Lo mismo se pretende con la Cábala; en efecto, ésta también, a
través del modelo universal llamado –como en otras tradiciones– árbol de
la vida, nos da la visión de una estructura del cosmos válida para todo
tiempo y lugar, así para lo más pequeño como para lo más grande. Este
árbol, este diagrama, está compuesto por diez números, o
"numeraciones", llamadas sefiroth, que son otros tantos estados de un
ser Uno o el desarrollo de la multiplicidad manifestada del cosmos entero
a partir de la unidad original.

https://www.simbolismoyalquimia.com/simbolica/modelo-tarot.htm 1/8
29/12/22, 20:56 Federico González. Dos Modelos Simbólicos Herméticos. I. El Tarot.

Cada cosa tiene nueve reflejos de sí, dice la tradición cabalística, y esos
reflejos o aspectos de la unidad original, sumados a ella misma (1 + 9 =
10), conforman un todo, o un ciclo completo, que es tanto el del
universo entero como el ciclo particularizado de cada una de sus partes.
El código simbólico de la aritmética de Pitágoras no dice otra cosa, y
llama a este ciclo de los nueve primeros números, el de los números
naturales, al cual pueden reducirse todos los números posibles. Este
código básico numérico es fundamental, pues sintetiza todas las
posibilidades de la serie y crea un sistema con el que es posible numerar
todas las cosas. Numerar todas las cosas es darles vida, es nombrarlas. Y
va de suyo que la aritmética a la que nos referimos dista mucho de su
aplicación exclusivamente cuantitativa, que es casi la única que
conocemos los nacidos en la sociedad moderna. Bien por el contrario, el
código numérico expresa principios o ideas universales, que cada dígito
manifiesta a su manera; y la misma diferencia que existe entre ellos (vgr.
la unidad con respecto al binario, el binario referido a la tríada) no está
sino señalando esta variedad conceptual, o las distintas modalidades de
una misma energía, que es precisamente la descrita en la serie numérica.

Este modelo simbólico aritmético, que por otra parte es análogo y


complementarlo con el código geométrico, nos brinda la indefinitud de
las posibilidades numéricas, a través de todas las combinaciones posibles
de los dígitos naturales entre sí, es decir, el universo numerable de lo
innumerable o una serie de finitudes indefinidas. Este espacio cerrado y
ordenado, aparentemente homogéneo, creado por el propio sistema
aritmético o geométrico, sería la representación o la manera de
aprehender y fijar al cosmos a través de una visión que tuviera o
reflejara iguales características que el cosmos mismo, vale decir, que
fuera su modelo. Lo que equivaldría a afirmar que los números
originalmente son sagrados y de allí su carácter "mágico" recogido aún
hoy por diversos folklores y, sobre todo, que son otra cosa distinta de la
lectura que de ellos hacemos actualmente.

No es necesario insistir sobre el hecho de que la idea de número está


asociada a la de módulo y a la de "medida"; asimismo a la de equilibrio y
sobre todo a la de armonía, estrechamente ligadas a las ideas o conceptos
universales que expresa la escala musical. Por otra parte, agregaremos
que en la cábala hebrea cada letra del alfabeto –como en el esoterismo
islámico y griego– tiene una correspondencia numeral. Y que juntos,
letras y números, constituyen la ciencia de los nombres.3 Y así como en
las relaciones mutuas y recíprocas entre los nueve primeros números se
puede numerar todo lo numerable, así también con las veintidós letras o
claves del alfabeto hebreo, combinadas entre sí, se puede nombrar todo
lo nombrable. O lo que es lo mismo, el mundo entero, pues todo lo
manifestado tiene nombre –el mismo hecho de su manifestación es una
señal o nombre–, menos, claro está, lo que no puede nombrarse, lo que
no tiene nombre, lo inmanifestado, lo que está más allá del propio código
https://www.simbolismoyalquimia.com/simbolica/modelo-tarot.htm 2/8
29/12/22, 20:56 Federico González. Dos Modelos Simbólicos Herméticos. I. El Tarot.

o lenguaje, y sin embargo lo que todo código, o lenguaje, o mundo, o


sistema, en forma implícita no hace sino expresar, puesto que toda
manifestación es una concreción, o una materialización, de la
inmanifestación original. Tal el acto con respecto a la potencia.4

La traducción de la palabra hebrea kabalah es "tradición"; más


especialmente usada en el sentido de "recibir algo", aceptar" (un mensaje
o legado). Esa herencia no está referida a un depósito de letra muerta, ni
a moralinas grupales, o a ritos vacíos de contenido, ni siquiera a usos y
costumbres determinados, o a normas de conducta y formas de vida. No
es la preservación de un folklore, ni tampoco la de una religión, y mucho
menos la propiedad de un pueblo o cenáculo determinado, por más
fanatismo que se ponga en ello. El verdadero eje tradicional y el
auténtico legado, el tesoro que nos han dejado nuestros padres, los
fundadores de los pueblos, es su concepción del mundo; el conocimiento
de otras realidades que hoy no podemos ver los hijos de esta época, por
estar como dormidos, muy confusos y enfadados, y completamente
ignorantes. Y aunque la cadena iniciática se ha mantenido ininterrumpida
hasta nuestros días, estos conocimientos parecen casi definitivamente
perdidos, o preservados en forma muy oculta en pequeños grupos.
Obviamente este legado –expresado por todos aquéllos que los pueblos
han llamado sabios en todos los tiempos– no podría tener nada que ver
con una versión literal de las cosas, como la que nos ha inculcado la
pretendida ciencia contemporánea. Tampoco con una concepción
empedernidamente materializada, lo que hace pensar en actitudes
infantiloides. Menos aún con encuadres socio-políticos, económicos,
sentimentales o competitivos, de cualquier género. Sólo podemos decir
que la educación occidental contemporánea está diseñada para exaltar el
ego. Y por la vía de creer que el sueño que es nuestra existencia, que
suponemos una realidad única e imprescindible en el universo –así como
que nuestros trajes, máscaras, disfraces, circunstancias, somos
nosotros–, nos identificamos con eso y no advertimos que estamos
condicionados, o solidificados, entre las cuatro paredes de un encierro,
de una confusión, de un amorfo al que no se le encuentra salida. A poner
fin a esa cárcel de la mente viene la tradición como un mensajero o
intermediario (dios, arcángel, ángel, fuerza activa de la tradición misma),
en este caso bajo la forma del código aritmético y geométrico, del
sistema alfabético, del Tarot, del diagrama del árbol de la vida sefirótico,
o del modelo de la rueda cósmica.

Es importante insistir en que todos estos sistemas5 son modelos


universales, y por lo tanto análogos a lo que representan; y que todos
ellos han sido diseñados como vehículos para salir del cosmos mismo. O
dicho de otra manera: que el conocimiento de una cosmogonía –no en
forma "racional", sino asumiendo que la vida y nosotros somos eso–,6 la
encarnación de ese conocimiento, la identificación con el universo –en el

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29/12/22, 20:56 Federico González. Dos Modelos Simbólicos Herméticos. I. El Tarot.

sentido de ser un sólo mundo o lograr un estado de virginidad


primordial– son los pasos previos para arribar a lo que está más allá del
cosmos, lo supracósmico. Eso es precisamente lo que afirman
unánimemente las tradiciones: que su legado les ha sido revelado y que
ellas lo transmiten; que su modelo cósmico les ha sido inspirado; y que el
conocimiento de ese modelo –o sea, de todas las cosas–, no es propio,
sino que por el contrario tiene orígenes no humanos, y los dioses nos lo
han dado como un medio ordenado, una escala, para que la
comunicación entre ellos y nosotros pueda ser posible. Esa escala, ese
puente, ese eje, sería la tradición misma, que a través de sus estructuras,
sistemas, modelos, ritos, símbolos, pudiera operar una labor de escisión
o fractura y unir o ligar un espacio profano u ordinario con otro sagrado
o significativo. Este es precisamente el objeto que se propone toda
tradición particular y su razón misma de ser: el de establecer el contacto
entre cielo y tierra, necesidad imperiosa que todos los pueblos han
experimentado y realizado parejamente con el conocimiento de los
secretos reveladores de la cosmogonía.

Esta realidad por cierto que nos toca, pues siendo todo aprendido, y
además siendo nosotros lo que sabemos, los modelos culturales en los
que nos hemos educado –y que han pasado a ser nuestra personalidad
por identificación con los mismos– son un límite y un condicionamiento,
por un lado, y una salida por otro, pues constituyeron originalmente una
escala para trascender el espacio profano y arribar al conocimiento de
otro espacio distinto. Tan diferente de él como lo que está "más acá" con
referencia a lo que está "más allá". De allí también que se haya afirmado
siempre y unánimemente que los orígenes culturales, es decir, la
civilización de los pueblos (incluidos usos y costumbres, artes plásticas,
danza y arquitectura, artesanía, poesía, agricultura, ritos, vestimenta,
morales, normas de comportamiento, tabúes, etc.) reconoce filiación
directa con el "más allá", con lo no humano, con los misteriosos dioses
que pueblan y recrean el universo, como si fueran una tropa divina.

Esa milicia de energías invisibles lleva sin embargo nombres; la


indagación de esos nombres nos conduce a su conocimiento, es decir, a
la identificación con las energías que ellos representan. La ciencia de los
nombres sería entonces el conocimiento de esas energías invisibles y
específicas que conforman el mundo. Y a través de este conocimiento
llegaríamos a la sublimación de estas energías, hasta su identificación con
lo que no tiene nombre (de lo audible a lo inaudible), aquello que nadie
ha visto jamás, ni jamás podrá ver –pues su aprehensión no tiene nada
que ver con los sentidos– y de lo que no se podrá nunca tener una
imagen posible. Y no porque no pueda expresarse por dificultad del que
lo enuncia, o incomprensión del que lo escucha, sino por su propia
naturaleza (si así pudiera decirse) no humana, que hace que cualquier
traducción llevada al plano humano, sea apenas un reflejo y por lo tanto
también una inversión, cuando no una proyección más o menos
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29/12/22, 20:56 Federico González. Dos Modelos Simbólicos Herméticos. I. El Tarot.

distorsionada. En realidad esos dioses o nombres divinos no son otra


cosa que la expresión de principios universales. Y su conocimiento sería
simultáneo a la identificación con las energías que ellos simbolizan, o,
expresado de otra manera: con la encarnación de las emanaciones que
ellos nombran o enumeran.

Este proceso de conocimiento, o la iniciación en la ciencia, o en el arte,


transforma a quien lo realiza. Y por la vía de esa transmutación de
energías, va ascendiendo peldaños en la escala cognoscitiva,
ordenadamente, haciendo estaciones en su ascenso, que simbolizan
determinadas energías cósmicas cada vez más amplias en el largo camino
hacia la propia evolución por medio de un nuevo aprendizaje. Puesto que
si todo es aprendido debemos demoler lo que ha constituido nuestra
ilusión acerca de la "personalidad" que poseemos –sacada de aquí y allá,
fruto de] azar y absolutamente condicionada por situaciones geográficas,
históricas, políticas, religiosas, raciales, económicas, sociales, culturales,
físicas, nacionales, provinciales, familiares, etc.– y construir una nueva
estructura (dejar el hombre viejo y aceptar el hombre nuevo) a través de
la cual se pueda aprehender el conocimiento. Destruir para construir.
Aunque en verdad este proceso doble es simultáneo, pues al
desprendernos de ciertas cosas damos lugar al espacio mental necesario
para aprender otras nuevas, o dicho de otro modo: se asume el hecho de
que a una acción sigue una reacción, y que éste es el rito fundamental de
la vida. Este gradual proceso de d esa condicionamiento de una cultura, o
mejor, de la forma de ver esa cultura, para aprender otra lectura de la
misma –en todo caso mucho más ligada a su prototipo original, reflejo de
un arquetipo eterno–, es equiparado a la búsqueda y a la obtención de la
libertad. Y esto es lo que pretenden todas las tradiciones a través de sus
modelos esotéricos. No otra cosa es lo que simbolizan el Tarot, la cábala
y el modelo cósmico de la rueda.

En el caso del Tarot, éste consta de setenta y ocho láminas o cartas


simbólicas, módulos que combinados y barajados entre sí crean un plano
o enfoque de la realidad. Este punto de vista es variable pues es
indefinido, ya que las distintas tiradas de cartas configuran , en cada una
de ellas, una situación particularizada, análoga a la de cada punto de la
periferia de nuestro modelo de la rueda en relación con la inmovilidad
central. Estas imágenes que se crean simultáneamente con el plano de
una tirada, conforman diversas situaciones o articulan un lenguaje en el
que ellas se expresan y que todo aquél que esté dispuesto a oír
escuchará. Para eso es previamente necesario el aprendizaje paciente y
fatigoso de este código; pero él mismo se va revelando a medida que
profundizamos en su interior.

Con respecto al árbol sefirótico de la cábala sucede lo mismo: las


relaciones y transposiciones, las combinaciones y articulaciones de las
sefiroth7que constituyen el diagrama del árbol de la vida, producen un
https://www.simbolismoyalquimia.com/simbolica/modelo-tarot.htm 5/8
29/12/22, 20:56 Federico González. Dos Modelos Simbólicos Herméticos. I. El Tarot.

campo o espacio horizontal, apto para que las energías verticales


trascendentes, existentes en forma inmanente en cualquier código o
manifestación, sean despertadas y produzcan una reacción que reviene
sobre aquél que realiza un trabajo o se dedica al estudio, aprendizaje y
conocimiento de estas energías prototípicas o ideas universales,
expresadas por los números, las letras del alfabeto y las sefiroth.

El sistema simbólico-cósmico del Tarot, sus setenta y ocho cartas, se


subdivide en tres paquetes llamados arcanos mayores, arcanos menores
y cartas de la corte (a los que podríamos llamar grupo a, grupo b, y
grupo c); y el número respectivo de estas láminas es de veintidós,
cuarenta y dieciséis. Los arcanos mayores de por sí constituyen una
introducción y una síntesis de este sistema. Sus veintidós figuras están
numeradas en forma sucesiva de uno a veintiuno,8 quedando una carta
final sin numerar (llamada "El Loco"), que tanto puede colocarse al
principio como al final de la serie y que juega para algunos el papel de
cero y en todo caso el de principio y fin: el alfa y el omega de todo
esquema circular, cerrado en sí mismo, como es el modelo de la rueda
cósmica. Estas cartas tienen nombre diferente y un símbolo gráfico
distinto para cada una de ellas.

Están luego los arcanos menores, que constituyen también un todo


separado, pese a su ensamble con los otros dos paquetes de cartas. Su
número es de cuarenta naipes, en una serie que va de uno a diez, y que
admite cuatro colores o señales en su clasificación, llamados bastos,
espadas, copas y oros. Esta serie de uno a diez debe relacionarse con el
sistema de Pitágoras y con las diez sefiroth o emanaciones divinas de la
cábala.9 En cuanto a los cuatro "colores", están estrechamente
vinculados con cualquier visión cuaternaria del ciclo, así sea ésta la del
movimiento aparente del sol a lo largo del día, o del año, o el recorrido
entero de un manvántara o ciclo de una humanidad. Asimismo se los
debe ligar con los cuatro elementos y con los tres grados iniciáticos
(aprendiz, compañero y maestro) en el proceso del conocimiento, que
sumados al estado ordinario o profano, constituirán un circuito
escalonado, análogo, como seguidamente veremos, a la división
cuaternaria (en planos o mundos) que se aplica al diagrama sefirótico.
Por último queda un paquete de dieciséis láminas, que se dividen en los
mismos cuatro colores que los arcanos menores: bastos, espadas, copas
y oros, pero que también está diferenciado por una jerarquía cuaternaria,
simbolizada por el rey, la reina, el caballo o caballero, y la sota o valet.
Los cuatro colores y las cuatro jerarquías deben relacionarse con los
mundos o planos cabalísticos, así como con toda referencia al número
cuatro, a la cruz y al cuadrado, que son los que enmarcan y limitan un
plano o mundo al fijarlo, manifestándolo, creándolo de esa manera. A
continuación veremos otras relaciones mutuas entre el Tarot y la cábala.

https://www.simbolismoyalquimia.com/simbolica/modelo-tarot.htm 6/8
29/12/22, 20:56 Federico González. Dos Modelos Simbólicos Herméticos. I. El Tarot.

V.2. El Arbol de la Vida Sefirótico

NOTAS
1 El agregado de una T final viene a sumarse a este nombre, para afirmar la idea de
circularidad y retorno al principio.
2 Es muy importante señalar, que si bien la cábala es la expresión esotérica del
judaísmo y en este sentido nada tiene que ver con la tradición hermética, el
hermetismo, por el contrario, "utiliza", si así pudiera decirse, numerosos elementos
cabalísticos, lo que ha dado lugar a la denominada cábala cristiana. Por otra
parte, se encuentran antecedentes sobre la cábala desde el siglo III y asimismo, se
piensa que el Zohar comenzó a redactarse en aquella época. Los pitagóricos y
otras escuelas griegas realizaban con su lengua transposiciones de letras y cálculos
numéricos, y se los ha considerado como antecesores de los cabalistas. Este
modo de trabajo ha pasado desde la antigüedad hasta hoy y es efectuado por
distintos grupos gnósticos. Debe decirse también que la "iniciación hermética"
corresponde a los misterios menores, etapa donde es verdaderamente necesaria
la idea de una instrucción u orden, y que ha de completarse con el coronamiento
de los misterios mayores, coincidentes con la aparición efectiva del maestro
interno, y el regreso al estado primordial, equivalente al "paraíso terrestre" o sea,
al retorno al centro y la efectivización de las posibilidades que encierra el estado
humano.
3 La que según Platón, en el Cratilo, "no es un trabajo ligero".
4 El cosmos y la manifestación entera constituyen un lenguaje, y por lo tanto una
poética. También un código a ser descifrado, lo que equivale a decir: una
aventura. Un gesto en el que todo está incluido. La danza que Shiva baila
perennemente.
5 Que nada tienen que ver con la clasificación racional filosófica, la que por su
mismo origen y estructura es antimetafísica.
6 No hay nada más cierto que la sentencia que dice: "uno es lo que conoce".
7 La traducción de sefirah, de la que sefiroth es plural, es la de número o
determinación; la de ofan es rueda, como arquetipo de los mundos. Hay que
recordar que esta última es también la designación del ángel Metatrón, como
mediador universal y mensajero de la plenitud de Dios o de las energías divinas,
símbolo asimismo del alma universal.
8 Se dice también que cada una de ellas corresponde a un siglo de nuestra era
9 El Sepher Yetsirah (Libro de las Formaciones), que junto con el Zohar (Libro
del Esplendor) constituye el libro sagrado fundamental de la cábala, dice
expresamente al respecto: "No son once, son diez, no son nueve, son diez".

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29/12/22, 20:56 Federico González. Dos Modelos Simbólicos Herméticos. I. El Tarot.

La Rueda, Una Imagen Simbólica del Cosmos

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29/12/22, 20:56 Federico González. VI. La Rueda y sus Relaciones con otros Símbolos Tradicionales.

CAPITULO VI
LA RUEDA Y SUS RELACIONES CON OTROS
SIMBOLOS TRADICIONALES
Federico González
La mayor parte de los autodenominados "astrólogos" de hoy día ignoran
todo lo referido a la ciencia a la que pretenden dedicarse y entre otras
cosas, parece que no saben que la palabra "zodíaco" significa "rueda de
la vida". Estos astrólogos de consumo, con una formación intelectual
que, en el mejor de los casos, araña la media de una sociedad
cientificista-positivista, pretenden sobresalir de la mediocridad del grupo
al que pertenecen, mediante la posesión de ciertos conocimientos
adquiridos a costa de penosos esfuerzos, en tristes academias o en
sospechosas organizaciones ambiguamente humanitarias.

Este personal (que se inmiscuye en la vida privada de la gente sencilla,


que recurre a ellos para que se la oriente a través de un horóscopo –o
alguna otra mancia– o se le brinde alguna oportunidad de salida en la
horrible situación planteada por el medio socio-cultural en el que han
tenido que vivir) no tiene ningún nivel de conocimiento de ningún tipo, al
punto de que ignora totalmente la existencia de otros planos que no sean
los de la mínima realidad existencial psico-física, fenoménico-material, a
la que ellos se adscriben, y que "espiritualizan" mediante la superstición,
el engaño y la fantasía, en la tarea de agregar ilusión a la ilusión, de
presumir de poderes y conocimientos, y de manipular en su provecho
determinadas terminologías robadas y fuerzas nacidas de la sugestión
más grosera. Que la ilusión engendre la ilusión es algo que no debe ni
puede sorprender a nadie.

La astronomía, ciencia oficial, no deja sin embargo de reconocer en sus


orígenes una herencia astrológica más o menos vergonzosa, algo ya
superado pero que al mismo tiempo le da cierto status jerárquico. Otro
tanto acontece con la química en relación con la alquimia. La verdad es
que tanto química como astronomía son degradaciones de alquimia y
astrología. Las tradiciones antiguas incluían en la alquimia y la astrología
a la química y la astronomía, como partes de estas ciencias, en el aspecto
vinculado con la experiencia cuantitativa y el análisis empírico. Sólo esa
lectura parcial ha subsistido, aislada de sus principios y del contexto,
conformando las ciencias oficiales. Y esa misma degeneración de
pensamiento –en cuanto al nivel de lectura actual de las auténticas
ciencias tradicionales– existe también entre los entusiastas de la
"astrología", denominando de esta manera a ocultistas, espiritistas-
espiritualistas, teosofistas, parapsicólogos, hipnotistas, naturistas y brujos
y "magos" de distinto pelo.

https://www.simbolismoyalquimia.com/simbolica/simbolos-tradicionales.htm 1/12
29/12/22, 20:56 Federico González. VI. La Rueda y sus Relaciones con otros Símbolos Tradicionales.

La alquimia es la ciencia de la transmutación integral, simbolizada por las


propiedades de los minerales, y la astrología es el conocimiento de los
verdaderos cielos, ritualizado por las estrellas y expresado por el código
del firmamento. En el caso particular del zodíaco, la división en doce de
la circunferencia, correspondiente a las estaciones que hace el sol en un
recorrido anual alrededor de la tierra, y que la fragmentan en porciones
de treinta grados, es representada por una rueda de doce rayos, siendo
cada uno de ellos un mes del año, y treinta los días o unidades que lo
componen. Esta es la rueda de la vida o el límite espacio-temporal que
cohesiona y hace que gire la máquina del mundo. Y la simbolización de
esta rueda cíclica, en el plano, es el círculo, con el punto central
claramente marcado o a veces supuesto. Este símbolo, como ya se ha
dicho, vale para cualquier ciclo, así sea el anual, el de los días de un mes,
el de los años de la vida de una persona o el de los siglos en una
civilización, que vienen y vuelven y retornan.1 Todos los pueblos han
conocido este supuesto, este principio filosófico del tiempo cíclico. Ese ir
y venir, morir y renacer del año –para hablar sólo del ciclo anual–, es el
devenir que los calendarios simbolizan.

En el caso de las civilizaciones azteca y maya, la circunferencia está


dividida en dieciocho partes de veinte grados –y en trece de igual número
de grados para el calendario esotérico-ritual–, pero el significado es el
mismo: el de la perennidad de la regeneración y la sincronización o
medida rítmica del movimiento, "del dios tiempo que penetra todas las
cosas". Resulta inconcebible que los "científico? de hoy en día puedan
seguir afirmando que los precolombinos no conocían la rueda. No sólo
los calendarios azteca y maya son ruedas, sino que ésta puede verse en
su forma práctica aplicada en "juguetes" (o miniaturas) prehispánicos,
incluso exhibidos en uno de los principales museos antropológicos. Por
otra parte son innumerables los diseños de formas circulares, espirales, y
sus interrelaciones, realizados en todos los materiales posibles por los
pueblos de América del Norte, Centro y Sur, elaborados como
expresiones de su conocimiento metafísico, cosmogónico y del principio
que la rueda representa. El que la rueda "técnica" fuese un tabú para
estas civilizaciones y que su aplicación práctica estuviese censurada –por
ejemplo en el transporte–, es un hecho que está referido a la repugnancia
de utilizar algo sagrado a niveles profanos. Ruedas y engranajes son los
que han traído la mecanicidad, la deshumanización y la desintegración
del mundo contemporáneo.

Ahora bien, si transponemos lo macrocósmico a lo microcósmico, y


atendemos a ese permanente retorno del ciclo sobre "sí mismo",
trayéndolo del plano cosmológico al psicológico, podremos observar con
nitidez la sucesión de anécdotas de nuestra vida, el juego teatral de
sombras y luces de su historia, el escenario donde se monta su
espectáculo, los personajes que entran y salen y que cambian
constantemente de nombres, de disfraces, de máscaras, de situaciones y
https://www.simbolismoyalquimia.com/simbolica/simbolos-tradicionales.htm 2/12
29/12/22, 20:56 Federico González. VI. La Rueda y sus Relaciones con otros Símbolos Tradicionales.

roles, y la increíble ilusión del conjunto, en cuanto que en él cualquier


cosa es posible e insignificante, y por lo tanto un fantasma, un amorfo
relativo, sujeto al desgaste del tiempo y la memoria. La superficie de la
rueda de la vida gira una y otra vez; y así vemos pasar las etapas del día,
los años, los seres que amamos y por los que fuimos amados, y todo
aquello que ha de morir, lo sujeto a causa y efecto, a principio y fin. Esa
es la ley de la vida, y no la de la vida eterna, sino la de la existencia
perecedera, reencarnándose permanentemente en innumerables
formaciones, a las que se dedican trabajosa y activamente los astrólogos
y pseudo-espiritualistas, tomándolas por la metafísica, cuando en realidad
no son sino fenómenos y situaciones, por los que estamos
condicionados; comenzando por el signo de nuestro nacimiento, al que
debemos trascender.

A la periferia móvil y substancial, asociada con el tiempo, se opone la


inmutabilidad esencial del centro o eje de la rueda. Situándose ambas a
los extremos de un radio o rayo, que los conecta, comunicándolos. Esta
superficie cambiante, inestable y sinuosa, está' asociada con la serpiente
y la forma serpentina y también con su equivalente: el dragón de las
tradiciones orientales y occidentales. En el centro de la rueda se halla un
personaje que la tradición hindú denomina Çakra-Varti, el servidor de la
rueda, idéntico al mítico Taranis druídico, al "sabio perfecto" de los
chinos, al Ometéotl náhuatl (y otras parejas de deidades), que tendido e
inmóvil da la vida a través de Tonatiuh, representados siempre en la
actitud impasible del principio, de donde emana toda la manifestación y
los cambios y retornos de las formas existenciales.

Ya hemos dicho que la rueda de la que estamos hablando es la figura de


un círculo en el plano. También hemos visto la relación de esta figura
con el cuadrado, y que ambas son en el espacio la esfera y el cubo
respectivamente. Lo mismo sucede con la espiral plana y la hélice. Al
agregar volumen a la figura se le añaden nuevas posibilidades
significativas, al ser visualizada ésta a otro nivel. El plano nos sirve como
soporte para la visión en profundidad, para la comprensión espacial.2

La figura del círculo es más perfecta que la del cuadrado, pues en esta
última no todos los puntos de los lados son igualmente equidistantes del
centro. Esta "primacía" del círculo sobre el cuadrado, es la misma que
existe entre el cielo y la tierra, el punto y la circunferencia, el hilo y la
trama, pues sin aquél ésta no sería. La complementariedad de estas dos
figuraciones, su valorización y su utilización conjunta en numerosas
asociaciones, es una de las claves del lenguaje simbólico. Ya que se
necesitan juegos de símbolos, conjuntos, para que el símbolo adquiera su
propia significación. Unos nos llevan a otros, y éstos a unos terceros y es
en estas mutuas relaciones, y en las posibilidades a que dan lugar, donde
se comprende la naturaleza de la simbólica y la función mediadora del
símbolo. Pues a pesar de que el conocimiento posibilitado por su medio,
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29/12/22, 20:56 Federico González. VI. La Rueda y sus Relaciones con otros Símbolos Tradicionales.

y lo que nosotros pensábamos acerca de él antes de haberlo obtenido,


son cosas distintas, se puede sin embargo advertir que fue a través de la
actuación del símbolo, y del conjunto de la simbólica y sus relaciones,
que se lo ha conseguido. Por otro lado se comprueba que estas
simbólicas constituyen la manera más fiel y clara, exacta y despojada, en
la que pudiera sintetizarse un pensamiento, un estado especial de la
conciencia o una visión del cosmos; al extremo de que la unidad entre
ambos parece evidente.

La cruz de brazos iguales es la estructura interna del círculo, la


representación de las tensiones que lo equilibran y conforman. Y también
lo es del cuadrado. Asimismo, la cruz tridimensional cumple esa función
con respecto a la esfera y el cubo. La cruz plana simboliza al número
cinco. En este caso se toma al punto central como un elemento
independiente. El éter de los antiguos, que al emanar su irradiación
genera el cuaternario de los brazos cruciformes, opuestos dos a dos, los
que alcanzando su propio límite necesariamente retornan al punto
original, a su quinta esencia. Este es el corazón del símbolo y el reflejo
de la potencia que él está manifestando y que incansablemente
reabsorbe. Es el centro del plano horizontal, desde donde se irradia la
energía del plano vertical, del axis mundi, que él difunde hasta enmarcar
un espacio; como un oscuro vórtex, que pese a su inmutabilidad generará
todos los gestos mutables, siendo de esta manera simultáneamente todas
las cosas, el punto original y cualquier otro punto de la circunferencia, la
esencia y la substancia, Purusha y Prakriti, y todos los grados posibles
de la manifestación de los principios en la creación, o ser universal.3

El número cinco tradicionalmente simboliza al hombre y su


representación geométrica también es una estrella de cinco puntas. Esta
estrella tiene la particularidad de ser un continuo, y se la puede dibujar de
un sólo trazo, sin levantar el lápiz del papel, y volver al punto que la
generó, completando la figura. Por otro lado, su diseño corresponde a la
representación de un hombre con los brazos Y piernas en cruz (en forma
de equis) y su tronco y su cabeza como eje vertical. La cabeza está
simbolizando la sumidad, la posibilidad de evadirse de los propios límites,
o sea, de conocer lo ilimitado a través de la salida del cosmos, y alcanzar
la entera libertad de lo que no está condicionado por el espacio y el
tiempo. Lo que es en sí mismo eterno, pues no tiene nacimiento ni fin, ni
se halla dimensionado por ninguna extensión. El corazón o el ombligo del
mundo, como imágenes del centro, reflejan en el plano creacional la
posibilidad de lo que no tiene discurso por no ser sucesivo, y de aquello
que no podrá ser comprendido a menos que se preste urgente y
minuciosa atención a los símbolos que lo expresan, o mejor, a lo que está
oculto en sus diseños.

Por otra parte, la proyección de un cubo en el plano, nos da una cruz de


seis brazos o rueda de seis radios. Al agregársele al eje norte-sur una
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29/12/22, 20:56 Federico González. VI. La Rueda y sus Relaciones con otros Símbolos Tradicionales.

semicircunferencia en el extremo de su brazo norte, para designar el


polo, la sumidad, y también la tridimensionalidad de lo alto-bajo,
expandida en las cuatro direcciones cardinales, obtenemos el símbolo
llamado crismón, muy difundido en la cristiandad y asimilado al "ojo de
la aguja". Y muy semejante en su forma, y exacto en su significado a la
cruz denominada ansata, que puede verse abundantemente representada
en la tradición egipcia.

Asimismo, hemos visto ya que, en la simbólica del templo de base


cuadrada y cúpula semiesférica, los valores numéricos asignados a esas
formas geométricas, eran de cuatro y nueve, respectivamente. En
numerosos casos el domo, de valor nueve, como el de la circunferencia,
es reemplazado por el triángulo, que corona la estructura cuadrangular de
la base. Tal es el caso de muchos edificios griegos y romanos y también
el de las pirámides egipcias y precolombinas. Igualmente el de los
obeliscos, el de muchísimos portales que no rematan en arco, y el de los
altares cristianos, que repiten el cosmograma simbólico del templo en su
estructura vertical.

La iniciación en la tetraktys pitagórica suponía el conocimiento más alto,


mientras que la del cuadrado de cuatro, se refería al conocimiento de la
tierra y constituía un paso para obtener la primera, estando simbolizadas
ambas por el triángulo y el cuadrado. El número nueve está implícito en
el tres ya que es su potencia cuadrada y significa la expresión de la
trinidad como principio universal, y su manifestación en un plano
delimitado, cerrado, cíclico, que junto con la unidad con la que se
complementa, configura la imagen del todo. Lo mismo sucede con el
triángulo y su punto central (3 + 1 = 4), los que generan la forma
cuadrangular. El número cuatro ha sido tomado siempre como el número
del despliegue de lo manifestado o la expresión de los principios en el
plano de la creación.4 Respecto a las relaciones entre el tres y el nueve –
o entre el triángulo y el círculo– recordaremos que la suma de los
ángulos de un triángulo siempre es igual a dos ángulos rectos. Es decir a
ciento ochenta grados, que es el valor de una semicircunferencia, cúpula
o domo, el que por otra parte es un número circular o cíclico, ya que es
sabido que así se denomina a aquellos números en los que, al sumarse
los dígitos componentes entre sí, se obtiene el nueve.

La asociación entre el simbolismo de la rueda y el del fuego es muy


frecuente en las tradiciones antiguas y los pueblos "primitivos". Para
enumerar algunos ejemplos bíblicos citaremos a Daniel (VII, 9) que nos
dice que: "Su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente": o a
Ezequiel (X,6): "Toma fuego de en medio de las ruedas, de entre los
querubines"; o la Epístola de Santiago (III, 6): "Y la lengua es fuego...
prende fuego a la rueda de la vida". Esta misma relación está implícita en
el llamado fuego de rota, imprescindible para la transmutación según
algunos alquimistas medioevales. Refiriéndonos a esta mutua
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29/12/22, 20:56 Federico González. VI. La Rueda y sus Relaciones con otros Símbolos Tradicionales.

vinculación, debemos decir que en ocasiones se ubica al fuego en el


centro de la rueda, como es en el caso de los círculos mágicos. También
como eje o centro del templo, piedra o altar de sacrificio, sagrario, ara,
residencia oculta de Agni, el fuego, el principio radiante. Inversamente,
en algunas simbólicas se lo transfiere del medio a la periferia, y se ven
así ruedas de innumerables fuegos, como se puede observar en
diferentes ritos y danzas, y en la pirotecnia de las fiestas de varias
tradiciones.5 En verdad el simbolismo es el mismo, aunque tomado desde
dos puntos de vista. En una perspectiva, el fuego se ha multiplicado en
innumerables fuegos; desde otra, el fuego central absorbe la división de
la pluralidad de los fuegos, para significar el fuego original o arquetípico.
Por una parte, la unidad del ser en sí mismo, por otra, su presencia
perenne en la manifestación.

Una antigua sentencia de la filosofía griega, expresada posteriormente


por Nicolás de Cusa, y en general por todos los neoplatónicos y
hermetistas, nos dice que: "Dios es un círculo cuyo centro está en todas
partes y su circunferencia en ninguna". Por lo mismo, los contrarios de
periferia y centro se hacen intercambiables. Todo punto periférico es el
centro de un sistema. "Dios está en el mundo y el mundo está en Dios".
"El rostro de los rostros, está velado en todos los rostros". "Dios está en
el círculo de sus bailarines y es al mismo tiempo el centro de la danza".
Se trata de la permanente paradoja de una ausencia siempre presente, de
una inmanencia trascendente. Cualquier punto de la circunferencia, al
transformarse en centro, todo lo abarca. Y cualquier punto de este
círculo, o sistema, lleva en forma inherente, constitutiva, esa misma
posibilidad. La unión de contrarios ha dado lugar a la simultaneidad de lo
que ya no se diferencia: "Trascendencia e inmanencia coinciden en Dios,
al que se le conoce como el Uno invisible e indivisible y se lo reconoce
en lo múltiple visible y divisible".6 Todo está en todo, y todo en uno.

Es por Dios, que nos ha dado el nacimiento físico y espiritual, que a El


mismo lo conocemos. La unidad no puede conocerse sino por si misma,
pues si hubiera algo fuera de ella, que pudiera comprenderla, dejaría
entonces de ser la unidad. Si visualizamos este hecho utilizando el
símbolo de la rueda en el plano y situamos el principio de la vida en el
extremo norte del círculo, a las cero horas del día, y el mediodía (o mitad
de la vida), en el extremo sur, el fin coincidirá con su comienzo –a las
cero horas–, conformando el alfa y el omega de toda manifestación. El
sentido de la creación es este perpetuo reconocimiento del sí mismo en
todas las cosas. Lo invisible, haciéndose visible, es que se manifiesta al
mundo y los sentidos.

Esto sucede todos los días en todos los lugares y el hombre lo ha


simbolizado siempre llevándolo a las múltiples áreas de su pensamiento o
de su actividad cotidiana. En una sociedad tradicional la vida entera es un
rito colectivo, y el trabajo, el placer, o cualquier acción diaria, es la
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29/12/22, 20:56 Federico González. VI. La Rueda y sus Relaciones con otros Símbolos Tradicionales.

ritualización, o la puesta a ritmo, de acuerdo a las energías cósmicas-


telúricas, siempre presentes. En ese sentido, toda construcción, utensilio,
ceremonia, lenguaje, gesto o imagen de una sociedad tradicional, es un
símbolo o una señal de conocimiento (o reconocimiento) de la
cosmogonía,7 que se imita y repite de acuerdo al modelo creacional, que
por cierto está vivo en este momento.

Así, el símbolo constituye y forma parte de la vida normal de un pueblo


tradicional y se lo encuentra diseminado por doquier, en cada una de las
expresiones de la cotidianidad de esa comunidad. La palabra latina orbs
(mundo) deriva de orbis, el círculo. Por extensión, el orbe sería
(etimológicamente) un plano circular o su equivalente cuadrado.

Es frecuente encontrar en el centro de patios cuadrangulares, a cielo


descubierto, una fuente (redonda), símbolo del eje y de las aguas
originales (también capaces de saciar la sed espiritual o de conocimiento),
que se escalona a tres niveles que van de menor a mayor y de alto a bajo
y que fluyen y se vuelcan sucesivamente el uno en el otro. Los juegos y
las diversiones –como todo hecho cultural– reconocen por cierto un
origen sagrado y han constituido siempre formas rituales de expansión y
recreación. Sin ir más lejos, el Tarot es un juego de naipes, y el mismo
bridge (puente), refleja valores de orden cosmológico, así como el
ajedrez, aunque sus simpatizantes lo ignoren. El juego de pelota de los
mesoamericanos es un cosmograma en movimiento, donde los
participantes juegan conscientemente su vida, al igual que en otras
expresiones lúdicas y castrenses, como la "guerra florida" o los torneos
medioevales europeos y todas las competencias marciales de los
innumerables pueblos, incluidas sus fiestas "olímpicas". Estas
manifestaciones culturales tenían como objeto recrear la cosmogonía,
como se ha dicho, y al mismo tiempo revelarla. Cumplían, pues, también
una función didáctica –aún a nivel de enseñanza subliminal–, pues es
bueno recordar aquí que el hombre debe aprenderlo todo y vivenciarlo
permanentemente, pues sin la idea de un orden repetido de manera
invariable, aunque de mil formas diferentes, corre el riesgo seguro de
precipitarse en la desintegración y la confusión de lo amorfo.

La transmisión del conocimiento adquiere los modos de expresión más


variados, tantos como tal o cual cultura haya desarrollado en cualquier
dirección, refiriéndose todas a un plano arquetípico común. Y mismo hoy
día, en la sociedad occidental, son muy numerosos los fragmentos que se
encuentran presentes en la cultura media (y que son los que la justifican),
que no son en el fondo sino los restos dilapidados de nuestra herencia
tradicional.

El circo podría tomarse como una ilustración de lo que estamos


exponiendo. Desde la etimología de esta palabra, relacionada con el
círculo (circus) y con el límite, hasta la diversidad de atracciones y
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espectáculos que ofrece, es todo él un muestrario de retazos simbólicos.


La carpa redonda se articula a través de un eje central, creando un
espacio significativo, donde ha de realizarse la función. Cuatro aberturas
de la carpa marcan la orientación cardinal y corresponden a los lugares
donde han sido sujetados a tierra los cuatro primeros cordeles, a los que
se agregan otros cuatro en los puntos intermedios. El juego de las
tensiones de estas cuerdas y su ubicación direccional, equilibran y
estructuran la carpa del circo. Y la función ya puede comenzar. Payasos
que se golpean y realizan cosas imposibles despertando la risa, el aplauso
e igualmente el llanto; enanos y gigantes y todo tipo de desproporciones
y fenómenos de la naturaleza, actores, ilusionistas que extraen de sus
sombreros mundos de fantasía, caballos y animales amaestrados,
personas que vuelan en el espacio, luces y sonidos cambiantes,
configuran un todo mágico donde se recrea la ilusión, para subrayarla, y
se imita el espectáculo del mundo y de sus indefinidas, secretas, y aún
monstruosas posibilidades. Durante siglos este arte de fascinación
ancestral, con estrechísimas vinculaciones con el teatro ambulante y el de
títeres, y los trovadores y juglares medioevales, ha despertado el
entusiasmo, la emoción (a veces teñida de nostalgia o de filosofía) y ha
enseñado a numerosas generaciones. Como hoy lo hace también el
tiovivo y el parque de diversiones, cuyas atracciones, sobre todo desde el
comienzo de la sociedad industrial y mecánica, están basadas todas en
ruedas, generadoras de movimiento y sensaciones.

Hay que recordar, además, el carácter errático del circo, su peregrinaje a


través de los países, su nomadismo. En ese sentido nos gustaría decir
unas palabras referidas a la asociación de la rueda con la psicología de la
marcha, el viaje, la búsqueda, la idea de superación de obstáculos,
desafío, progreso, desarrollo, evolución. Conceptos todos que siendo
muy loables desde un punto de vista –tomados como movimientos del
alma–, sin embargo llevan implícito su propio fin. A no ser que puedan
ser transferidos del plano horizontal, donde comúnmente se los
encuentra, al vertical. De la necesidad psicológica, o de la simple
ansiedad de ir más lejos, por curiosidad, o por querer experimentar algo
novedoso, al hallazgo y la realización espiritual. O sea, siempre que esa
aspiración encuentre un orden ascendente y no nos precipite en un
desorden descendente, originado por la propia dinámica del deseo, que
jamás puede ser satisfecho, pues al obtenerse lo pretendido, éste sigue
subsistiendo y origina nuevamente su proceso reincidente, que por
agotamiento comienza a decrecer. Vale decir, cada vez que se ha
considerado como un medio que posibilite un fin superior y desconocido,
y no como un fin en si mismo, en el cual lo desconocido sería suplantado
por el simple cambio de formas y su perpetua reincidencia. O por las
distancias cuantitativas atribuidas a ese más allá, o la suma de las
posibles experiencias sensibles.

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Esas aspiraciones horizontales, bien entendidas, son la memoria


inconsciente de lo vertical. La atracción hacia el centro, la fuerza que
posibilita el retorno a los orígenes. Por ello el hombre es un privilegiado,
pues en cualquier momento puede recuperar la memoria de sí, intentar
reconstruir su pasado glorioso, volver a sus fuentes perdidas. El hilo del
tiempo teje permanentemente en su rueca esta urdimbre y trama, que es
un soporte para conocer lo atemporal, lo eterno, presentido oscuramente
en nuestro interior, y que es, en definitiva, el motor secreto que nos
impele a realizar todos los actos, aunque no sepamos este hecho o lo
traduzcamos de mil maneras tan superficiales como anecdóticas.
Minucias de corto alcance que nos distraen, nos encandilan y supeditan a
ellas al someternos a su yugo. En ese sentido el símbolo es una
valiosísima ayuda, pues concentra nuestra atención y nos permite
orientarnos y ordenarnos, con respecto a nuestro eje. Así, nos facilita la
realización de todo tipo de correspondencias y transposiciones, ya sea a
nivel psicológico, filosófico, u ontológico.

En cuanto a ciertas formas como la espiral, que es la prolongación del


círculo –y la rueda–, o más bien la salida de ambas hacia otros planos ya
no horizontales sino verticales –significando la verdadera evolución o el
progreso espiritual sucesivo–, es un símbolo que se encuentra en todas
las tradiciones y tiempos, desde el extremo oriente a las culturas
americanas y que, asimismo hoy en día, no deja de representarse una y
otra vez como parte integrante del acervo y patrimonio humano. En
efecto, la espiral, que es el signo de la evolución y la salida del cosmos,
es asimismo el de la involución o la reiteración sucesiva de un
enrulamiento paulatino. De hecho, la espiral evolutiva y la espiral
involutiva se representan como dobles espirales, o serpientes, en
numerosas tradiciones; y son los símbolos de los dos principios o
corrientes de energía cósmica simultáneas, que se hallan en todas las
cosas. Una ascendente y otra descendente, como las dos mitades del día,
permitiendo ambas, en su equilibrio, la estabilidad y la armonía, como se
las puede ver en el caduceo de Mercurio o rodeando el calendario azteca.
También las formas sinuosas del yin y el yang expresan esta idea en el
plano, conformando un círculo (o una esfera en lo volumétrico), figura
perfecta que no tiene principio ni fin: el Tao. Esta espiral (que en la
tridimensión es una hélice), funcionando conjunta y simultáneamente con
su opuesta, configura el huevo del mundo o el alma de una esfera,
articulada entre dos polos invisibles, opuestos y gravitacionales.8 Siendo
que estas dos hélices están unidas en un punto estático de equilibrio, que
genera un plano horizontal, el plano ecuatorial, formando en verdad el
conjunto una sola figura. La que podría ponerse en relación con los tres
gunas hindúes: sattwa, energía ascendente; rajas, energía expansiva, y
tamas, energía descendente.

Esta idea también pudiera representarse en lo espacial por dos conos


unidos por la base –la superficie de las aguas–, o en el plano, por dos
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triángulos equiláteros invertidos y unidos en un punto, o muchas veces


entrelazados, mostrando bien claramente la unión de los contrarios y su
coexistencia e interdependencia, lo que en verdad constituye la estrella de
seis puntas, o sello salomónico, verdadero símbolo de la analogía en el
espejearse y el corresponderse de un plano superior con otro inferior,
que es su complemento. Señalando asimismo lo alto y lo bajo y los
cuatro límites del mundo horizontal, que sus energías generan, al
relacionarse, lo que suele simbolizarse por una circunferencia que
circunda y toca en seis puntos a la estrella, completando la imagen.

También a la espiral y a la doble espiral se las suele figurar de manera


cuadriforme, lo que ha dado lugar a numerosas guardas simbólicas –
enmarques de un todo continuo–, hoy ordinariamente percibidas como
simplemente decorativas. La misma cruz svástica, símbolo tan
expandido y graficado como el de la espiral –a la que la une un
estrechísimo parentesco–, es una hélice a la que se representa con una
direccionalidad de giro hacia un lado y su inverso y es sabido que en
numerosas tradiciones se la encuentra representada por el
entrecruzamiento de dos formas helicoidales.9

Pero nada de esto podría ser percibido, si no fuera por ese cubo interior,
que todo hombre tiene dentro de sí, su espacio propio, que le permite
orientarse en el plano y le indica qué es adelante y qué atrás, qué la
derecha y qué la izquierda y, sobre todo, lo que le dice qué es lo alto y
qué lo bajo, gracias a lo cual disfruta de su verticalidad y su equilibrio, ya
que sin ello nada tendría sentido. Esa estructura invisible está
íntimamente relacionada con el medio del hombre, puesto que también
es la estructura del cosmos, al que el hombre pertenece. Y constituye el
lenguaje que le permite la comunicación entre él y el mundo. Pues
participando ambos de un mismo modelo, se hace posible la cohesión del
sistema, la coherencia del discurso en las seis direcciones del espacio, a
saber, en todas las posibilidades de lo creado. Espacio compuesto por
coordenadas y tensiones, que abarcan todos los rumbos del compás, en
el centro del cual hay un punto de reposo y descanso –el "ojo" del
huracán– que es igualmente en otras transposiciones analíticas el fin y el
principio de la semana en el tiempo: el sabath; siendo las seis restantes
los días de la creación, o de la manifestación, o construcción sefirótica
del mundo; y también las caras de un cubo.

Hemos visto hasta ahora ruedas de cuatro y seis rayos y sus


vinculaciones con otros símbolos. Podríamos mencionar la de ocho e
ilustrarla con la rosa de los vientos o el timón de las naves; o la de doce,
y volver a decir que corresponde al zodíaco y al horóscopo.10 Pues tanto
el plano zodiacal, modelo con el que fueron construidas las ciudades de
la antigüedad (la ciudad de la tierra era un reflejo de la ciudad celeste),
como el horóscopo, pueden ser cosas muy diferentes a las que
sospechan los modernos astrólogos. Los cuales no se detienen a pensar
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que la astrología es nada menos que la ciencia del cielo, y que ésta,
juntamente con la alquimia –ciencia de la tierra–, constituyen el
conocimiento de una cosmogonía, y configuran la ciencia de los ritmos y
los ciclos.

Creemos, sin embargo, que el esfuerzo de estos investigadores pudiera


verse recompensado (y validaría la enseñanza de la astrología, tal cual
hoy se la expone) por el hecho de que sus trabajos les hicieran ejercitarse
en el lenguaje analógico y les brindaran la posibilidad de concebir en
forma espacial, tridimensional. Y sobre todo, si les permitieran
comprender la idea de ciclo, repetición y circularidad del tiempo. Nunca
si se ocupasen hasta la obsesión de problemas personales, materiales o
psicológicos, que pueden parecerles a ellos grandes acontecimientos
mágicos o universales sólo en razón de su miopía y falta de comprensión
del símbolo. Pues la comprensión del símbolo, tal cual la concebimos y
aquí la exponemos, es la condición sine qua non del conocimiento de la
astrología, que por cierto es una simbólica.

VII. Ciclos y Ritmos

NOTAS
1 Es además, como todo "astrólogo" y "ocultista" sabe, el que corresponde al sol y al
oro filosofal.

2 Esta comprensión "espacial" del mundo o de su "tridimensionalidad", sería análoga a


la imagen de una cuarta dimensión espacial, equivalente a un más allá no visible, por
supuesto, en la visibilidad. Todo lenguaje incluye un metalenguaje. Con la realidad que
perciben los sentidos no pasa otra cosa.

3
Quiere destacarse especialmente la importancia capital que toma esta concepción –
y su relación con el número cinco– en las tradiciones precolombinas, como igualmente
en las extremo orientales.

4
En la serie numeral, si se hace a un lado la unidad y se suman por tríadas los demás
números sucesivos, estos suman siempre nueve; ejemplo: (2 + 3 + 4 = 9), (5 + 6 + 7 =
18 = 1 + 8 = 9). Esto es también válido en el orden de las decenas, las centenas y los
miles, en forma indefinida, o sea en los múltiplos de nueve, que al reducirse vuelven
indefectiblemente al nueve, pues están repitiendo la misma operación en otro orden.
Vgr.: si tomamos la tríada sucesiva de (35 + 36 + 37 = 108 = 1 + 0 + 8 = 9)
obtenemos el mismo resultado que si sumáramos (35 = 3 + 5 = 8) más (36 = 3 + 6 =
9) más (37 = 3 + 7 = 10 = 1 + 0 = l); a saber: (8 + 9 + 1 = 18 = 1 + 8 = 9), es decir
que la serie se repite demostrando que es un ciclo indefinido, que se produce "fuera" de
la unidad, que ha sido sin embargo su origen, y en la que radica todo su sentido
aritmético.

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5
En la India, al dios Shiva se lo suele representar bailando dentro de una rueda de
fuego.

6 Las citas son de E. Wind: Los Misterios Paganos del Renacimiento. Barral
Editores. Barcelona 1972.

7
La palabra símbolo es de raíz griega, y significa el reconocimiento de dos personas
o sujetos mediante una marca o signo.

8
Geométricamente hablando, una hélice es una curva de longitud indefinida que da
vueltas en la superficie de un cilindro, formando ángulos iguales con todas las
generatrices.

9 En el símbolo del huracán, o cicló-n, torna-do, representado también por espirales


o dobles espirales, es necesario advertir igualmente esta dualidad e interrelación de lo
centrípeto con lo centrífugo (y su vinculación con los movimientos de rotación y
translación del fenómeno). Además es interesantísimo constatar que estos ciclones en el
hemisferio norte se producen de izquierda a derecha (como las manecillas del reloj), o
sea, que son dextrógiros. Mientras que en el hemisferio sur presentan el giro de derecha
a izquierda (al revés de las manecillas del reloj), vale decir, como levógiros o
retrógrados.

10
Se podrían extender indefinidamente estas asociaciones de la rueda con otros
símbolos tradicionales. Sólo se ha querido dar una muestra de la posibilidad del trabajo
simbólico, que es un juego prácticamente inagotable. Y no por ello menos preciso,
riguroso, exacto y verdadero. Siempre referido a un centro y a un orden, que nada
tienen de arbitrarios, aunque hay que advertir que los frutos de este trabajo no son la
obtención de la lógica de las relaciones en sí mismas, o su grado de probabilidad, sino
el estado de conciencia que éstas actualizan en nosotros.

La Rueda, Una Imagen Simbólica del Cosmos

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29/12/22, 20:56 Federico González. VII. Ciclos y Ritmos.

CAPITULO VII
CICLOS Y RITMOS
Federico González
En un capítulo anterior veíamos a la historia como un código de señales
significativas, como una simbólica del alma de los hombres –análoga al
alma del mundo–, que bajo distintas formas se va manifestando en la
vida de los pueblos. Y si bien esa historia no se repite exactamente –ni
jamás podría hacerlo, pues es imposible para el ser manifestarse dos o
más veces en el mismo estado de existencia, por las mismas leyes del
espacio, el tiempo, y el movimiento, que los números y las figuras
geométricas simbolizan– es evidente que ella abunda en reiteraciones y
analogías. Ello se debe, sin duda, a la circularidad del tiempo y a la teoría
de los ciclos –inscriptos los unos dentro de los otros–, así se trate de los
más pequeños, como los del día o el año, o los mayores, aquéllos del
manvántara y del kalpa, que se refieren respectivamente al ciclo de
nacimiento-desarrollo-fin de una humanidad, en correspondencia con el
cielo y la tierra de ese período, y de un mundo, y su condición temporal.

Es importante señalar también que los acontecimientos históricos se dan


siempre en un lugar geográfico determinado, tomando a veces ciertas
regiones primacía sobre las otras, por muy distintos factores, entre ellos
los referidos a lo tocante a la propia naturaleza de la tierra y sus
variaciones en el desarrollo temporal, que van desde el cambio
climatológico, hasta la desaparición de continentes enteros. En general se
tiende a pensar en una geografía fija y en un espacio estelar solidificado,
cuando la propia tierra es un punto de referencia móvil –como todos los
planetas– y el espacio no es propiamente sino el juego de la tensión
dinámica de distintas fuerzas, o el permanente desequilibro y equilibrio
de los elementos que lo componen.

La relación espacio-tiempo, y su mutua correspondencia, está claramente


expresada en la historia y la geografía sagrada de los distintos pueblos,
así como en sus mitos, ritos y símbolos, y por lo tanto, en la leyenda y el
folklore de las sociedades actuales. En el cristianismo, la historia de Jesús
comienza en un lugar pequeño, humilde, apartado, un pesebre o caverna,
y velan por el niño y le dan su aliento dos animales instalados a su lado
como dos columnas, que simbolizan el rigor y la justicia (el asno) y la
gracia y la misericordia (el buey); la tozudez y la mansedumbre que se
han de ver posteriormente homologadas por el mal y el buen delincuente,
al final de la historia, en otra situación geográfica, o en otra posición
sobre el mismo eje, esta vez en la sumidad de un monte llamado
Gólgota, que significa cráneo –símbolo de la cúpula axial, caput o
cabeza–, la cúspide donde se produce la exaltación gloriosa, la absorción
en el regazo del Padre, lugar elevado, especialmente señalado en todas

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29/12/22, 20:56 Federico González. VII. Ciclos y Ritmos.

las tradiciones como sitio de contacto con otras realidades que están más
allá del cosmos. No abundaremos dando numerosos ejemplos ilustrativos
de tradiciones y civilizaciones en donde la correspondencia y la
complementariedad entre los símbolos de tiempo y espacio resultan
obviamente significativas, pues no conviene a la naturaleza de este
estudio, que en cierto sentido pretende ser una síntesis, y no una
demostración. Sólo diremos que a un tiempo mítico corresponde un
espacio diferenciado, propio, y que determinados espacios (como el
paraíso terrenal y la Jerusalén celeste), se relacionan con tiempos
distintos. El alma humana entra al mundo por una puerta y sale por otra,
y en el ínterin –signado por el espacio y el tiempo– tiene la oportunidad
de reconocerse y escapar de esa condición por la identificación con otros
estados del ser universal, que puede vivenciar por medio de la conciencia
individual –semejante a la conciencia universal– y que constituyen la
posibilidad de la regeneración particular –y también de la universal–,
siempre, claro está, tomando como soporte a la generación y la creación
en el espacio y el tiempo. Lo que nos indica que la vida del hombre –y
del mundo– no sólo constituye una gran oportunidad para la integración
con el ser universal y sus numerosos estados, absolutamente
desconocidos para el grueso de la población, sino que nos señala
igualmente que ese ser universal se manifiesta, o existe, gracias a estas
coordenadas espacio-temporales, que vienen a ser como su corpus
sensible –los "sentidos" del mundo, análogos a los sentidos de los
hombres–, en los que tanto él como nosotros nos reflejamos, tomando
conciencia así de la unidad original; o dicho de otro modo: que el espíritu
se reconoce a sí mismo por sí mismo. Por otra parte, toda la historia y la
geografía sagradas no son sino la ejemplificación de estas mutuas
correspondencias entre espacio y tiempo y, como acabamos de ver, la
manera en que el ser universal se expresa o manifiesta, reflejándose en
estas cualidades sensibles, en este código simbólico. O en otros términos:
que el cosmos y sus coordenadas constitutivas vienen a ser la
manifestación sensible del ser u hombre universal.

Agregaremos que el tiempo es mensurable en la medida en que se


expresa en una variable divisible, es decir, el espacio. Por lo que siempre
el tiempo está en relación con el espacio y lo supone necesariamente. Lo
mismo sucede con el movimiento, que también se manifiesta en el
espacio y que tiene del tiempo el orden sucesivo, razón por la que se lo
suele identificar con él, al punto de quese lo puede considerar como una
representación espacial del tiempo. En verdad, el movimiento –que no es
sino la actualización de las potencialidades espacio-temporales– hace
coexistir en sí mismo al espacio,1 que es simultáneo, con el tiempo, que
es sucesivo, equilibrando de esta manera el orden universal. Tiempo y
espacio se complementan e interactúan. El tiempo signa, da color, y
modifica el espacio, como bien puede observarse en la simbólica del
paisaje y sus cambios y variaciones a través de las cuatro estaciones del

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29/12/22, 20:56 Federico González. VII. Ciclos y Ritmos.

año, que no son en definitiva sino el reflejo directo de símbolos cíclicos


más amplios, que encuentran su sentido en la idea del ciclo arquetípico.
Y es de esta manera cíclica que conviene leer a la historia y la geografía
–y a las artes y las culturas que en ellas se producen–, pues conforman
una simbólica –una poética– del tiempo y el espacio. El modelo
simbólico de la rueda expresa y reúne de la manera más clara y sencilla
la coexistencia del espacio (o plano de irradiación, donde todo está
comprendido) y el tiempo, significado por el movimiento (en el que las
cosas se manifiestan en forma sucesiva). Y si nos atenemos a este
modelo cósmico, comprenderemos que el punto virtual, siempre central
–reflejo de un eje vertical–, organiza el espacio, que en definitiva es la
actualización de la potencia de ese punto rebatida en el plano horizontal,
la cual es recorrida sucesivamente, temporalmente, por la línea recta, o
rayo, que establece la relación bipolar entre el punto original y el punto
límite de la circunferencia, los que coexisten como sucesivos y
simultáneos, temporales y atemporales, cuantitativos y cualitativos; y
también como móviles e inmóviles, y que plasmados en el principio
substancial, determinarán la forma (modo, color o signo) de la vida del
modelo.

Y repitámoslo, la coexistencia de estas dos coordenadas, que condicionan


todo el mundo "físico", se hace posible merced al movimiento de la
rueda –que desde un punto de vista puede ser tomada como la
conjunción espaciotemporal–, que ha de generar la vida y también la
forma en que esos principios se expresan'. Pero para poder comprender
claramente estas ideas debemos ubicarnos necesariamente en alguna
escala y verter estos conceptos en términos de magnitudes, o sea,
traducirlos a nuestra existencia o forma de conocer sensible, en estricta
correspondencia con la naturaleza de las cosas y el plano arquitectónico
de la creación. De allí el papel fundamental de la cantidad –y el de la
manifestación–, lo que, sin embargo, aislada de su principio y sin relación
con su contexto, tomada de forma literal, y hasta endiosada por sus
características fenoménicas aparentes, se convierte en el principal
obstáculo del conocimiento, al considerársela como una deidad idolátrica
a la cual se rinde todo tributo, lo que desemboca en el fanatismo ciego de
sus adeptos.

En la economía divina, lo indefinidamente grande y lo indefinidamente


pequeño se sitúan en una escala, o enmarque, que está en
correspondencia con el hombre y el mundo, sin lo cual todo carecería de
sentido y por lo tanto no podría ser aprehendido, ni existir de ninguna
manera. Lo que nos reconduce a la idea de que el cosmos (macro y
micro) constituye una sola "cosa", y una sola "materia", y por lo mismo
un conjunto análogo, compuesto por leyes semejantes, aunque tomen
formas diferentes, como lo ejemplifican el cuerpo humano, la cultura de
las civilizaciones y el discurso musical. Esta escala se expresa en y por el
movimiento pendular de los ritmos y los ciclos, y se computa y
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29/12/22, 20:56 Federico González. VII. Ciclos y Ritmos.

comprende en términos dimensionales. Desde este punto de vista el


espacio y el tiempo pueden ser visualizados como indefinidos,
precisamente al situarnos a nosotros, y al mundo, en un orden de
magnitudes variables y finitas.

Conocidos son los ejemplos modernos que sitúan a la nave de la tierra (y


a su tripulante el hombre) en la inmensidad del espacio. Así, debemos
decir que esta "nave" se mueve en el cielo a muchos miles de kilómetros
por hora2 y pertenece al sistema del sol, por ser el "astro rey" su centro,
como el corazón lo es del mundo celular. Este sistema, a su vez se
inscribe dentro de la Vía Láctea, una nebulosa espiral, que es obviamente
un mundo mayor que el solar y del cual éste depende. Habría pues en la
Vía Láctea un sol de nuestro sol, como la célula lo es con respecto a la
molécula, y ésta con referencia al electrón. Asimismo ese papel le
corresponde a la naturaleza en relación con el hombre, y también a la
tierra con respecto a la naturaleza, y al sol con referencia a la tierra, la
cual le debe su causa, así como la naturaleza debe su existencia a la
tierra, el hombre a la naturaleza, la célula al hombre, la molécula a la
célula y el electrón a la molécula. En cierto sentido puede decirse que
cada mundo más amplio es el origen, o un padre, para el más restringido,
y que éste juega ese mismo papel con respecto al que le sigue. Esta
concatenación, que resulta perfectamente normal, tiene la característica
de sorprendernos en cuanto reflexionamos en las magnitudes con las que
topamos en nuestro intento de ubicación en la escala de lo
indefinidamente grande y lo indefinidamente pequeño. Efectivamente, se
supone que el sol gira alrededor de su centro galáctico empleando
doscientos millones de años en recorrerlo, lo cual constituiría un "día"
solar. A su vez, la Vía Láctea giraría en torno a un centro desconocido y
tardaría en recorrerlo veinte millones de millones de años, lo que
conformaría un "día" galáctico.3 En cuanto a las magnitudes de lo
pequeño, diremos que el "día" de una célula sanguínea es de dieciocho
segundos, y el de la molécula, apenas un poco más de un segundo. Nada
agregaremos respecto al electrón y a mundos mucho mas pequeños
(aunque señalaremos que la microelectrónica produce en la actualidad
computadoras que operan con señales de trescientos mil millones de
ciclos por segundo). Por otra parte, son de todos conocidos aquellos
datos que nos sitúan a tanta distancia de determinadas estrellas, que
algunas de las más cercanas se hallan a magnitudes medidas en años luz,
lo que equivale a decir que el tiempo que se tardaría en recorrer la
distancia que nos separa de ellas, de acuerdo con la velocidad con que la
luz se propaga en el universo, es tan grande, que una estrella visible en
una noche cualquiera, es contemplada desde la tierra como seria hace
cientos de millones de años y no como es en la actualidad. Lo mismo
vale en forma inversa y si un observador se hallase hoy en alguna de
aquellas estrellas más cercanas, mirando hacia la tierra con algún aparato,
artefacto, o método, lo que vería sería, por ejemplo, el comienzo del
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presente kalpa, por decir algo. Esto, sin duda, es una manera de
expresarse, pues las magnitudes espaciales a que nos referimos, medidas
en tiempo cronológico, no son verdaderamente mensurables, y no
guardan la debida proporción, que quizás deba buscarse sólo en la escala
del sol y su sistema, teniendo en cuenta que la antigüedad y la tradición
hacen unánimemente referencia a esta "medida".

Si una célula sanguínea, cuyo ciclo dura dieciocho segundos con relación
a su centro, el corazón, pretendiera ubicarse a sí misma respecto al gran
ciclo o "día" solar, que es el período de precesión de los equinoccios
(veinticinco mil novecientos veinte años), o sin ir tan lejos, con el año
solar de trescientos sesenta y cinco días, o aún mejor, con un simple día
de veinticuatro horas, observaría que este último tiempo cronológico, en
el que cabe la vida de cuatro mil ochocientas generaciones de su especie
(lo que equivaldría en el plano humano a un espacio de ciento veinte mil
años, considerando la duración actual de una generación en veinticinco
años), no sólo no le sirve para sus cálculos, sino que además ella se
encuentra condicionada intrínsecamente por los acontecimientos propios
de su medio, en este caso el organismo humano y su centro, el corazón,
que en veinticuatro horas vive toda suerte de traslados y cambios
espacio-temporales. El tiempo, con el que se mide el espacio, no es en
ningún modo uniforme. Está vivo ahora, como una cualidad sensible del
cosmos; y su computación cronológica, con la que solemos, dimensionar
el espacio, es uno sólo de sus aspectos o cualidades. El tiempo es una
categoría del alma, que nace del interior del corazón y que
constantemente se regenera a sí misma4. Por otra parte, el espacio
geométrico es uniforme, el físico no lo es. Se puede hablar de un espacio
cuantitativo o mensurable, que se supone homogéneo, pero el espacio no
es sólo la cantidad, sino también la cualidad de los elementos que lo
componen.5

Asimismo, queremos destacar que los ciclos y nuestra ubicación respecto


a ellos, nos dan una proporción entre las cosas, idea muy cercana a la de
armonía –y justicia–, conceptos que están muy estrechamente ligados a
aquél de "rnedida" a que nos hemos referido, y que expresarían las
cualidades inherentes a la cantidad, y no sólo su magnitud continua y
sucesiva. Además, hemos dicho que cada ciclo o mundo es un símbolo
de otro mundo mayor o superior; una imagen de un encadenamiento,
que va más allá del tiempo específico del ciclo, o mundo, que se toma
como punto de referencia, y que pudiera ser entonces considerado como
extratemporal, con respecto al ciclo o mundo menor, o no sujeto a las
mismas "medidas", por referirse ambos a distintas cualidades vivas del
tiempo y el espacio, que conforman las diferentes partes del ser u
hombre universal. Y esta proporción, o ritmo, "magnitud", o "medida",
constituye el orden del mundo, su ley, en el que cada una de sus partes
se articula en proporción con todas las otras, pero guardando una

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relación que no siempre puede medir la serie numeral discontinua, puesto


que en primer lugar el cosmos no es un espacio absolutamente continuo,
y en segundo término, no es un modelo geométrico o mecánico,6 sino un
organismo vivo, o las posibilidades que el germen o embrión porta en sí
mismo.7

Para la tradición hindú, el kalpa es la medida o módulo del tiempo,


equiparable en otro orden al módulo espacial del sistema solar. Este
kalpa supone todo nuestro mundo, y es donde se da propiamente el
estado humano –expresado en los distintos manvántaras por las formas
correspondientes a las diferentes posiciones de los planetas y estrellas, y
sus correlativas mudanzas en la fisonomía de la tierra–, que es un estado
del ser universal, signado por el tiempo y el orden sucesivo, que
caracterizan precisamente a nuestro mundo y su desarrollo. Como se
sabe, un kalpa contiene una serie de catorce manvántaras. De estos, seis
han pasado y siete son los futuros, pues nos encontramos actualmente en
el final del séptimo de la serie. La duración de un manvántara es de
cuatro millones tres cientos veinte mil años. La duración del kalpa sería
entonces cuatro millones trescientos veinte mil por catorce, lo que daría
un total de sesenta millones cuatrocientos ochenta mil años, o un "día"
de Brahma. El año de Brahma se obtiene multiplicando esta cifra por
trescientos sesenta, o sea, veintiún mil setecientos setenta y dos millones
ocho cientos mil años. Y la vida de Brahma dura cien años, por lo que se
debe multiplicar la cantidad anterior por ésta y obtendremos así lo que ,
los hindúes llaman un Para. Se trata de expresar de esta manera lo
indefinido, saliendo de toda proporción computable. Esta cronología,
debe ser tomada en su expresión numérica y cuantitativa, como
constituyendo un símbolo-magnitud.8 Sobre todo si se tiene en cuenta
que "a un Brahma le sigue otro Brahma; uno se acuesta, el otro se
levanta. No se pueden contar. El número de estos Brahmas no tiene fin
.... más allá de la visión más lejana, allende todo espacio imaginable,
nacen los universos y se desvanecen indefinidamente. Como barcos
ligeros estos universos flotan sobre el agua pura y sin fondo que forma el
cuerpo de Vishnú. De cada poro de este cuerpo sale un universo a cada
instante y estalla. ¿Tendrás la presunción de contarlos?".9

Evidentemente, se trata de un tiempo indefinido que progrede ad


infinitum. Y que sin embargo constantemente se regenera, en forma
cíclica, lo que lo actualiza perennemente y lo pone a nuestra disposición
de manera virginal, por la repetición del ritmo fundamental del cosmos:
su destrucción y su recreación periódicas, experimentadas
constantemente por el hombre. Debe destacarse que esto sucede siempre
en el microcosmos con la función respiratoria, la que está íntimamente
asociada con los ciclos y con los ritmos. Cada vez que es oxigenada una
célula sanguínea, mueren y renacen sus moléculas. Podría decirse, en
este sentido, que cada vez que aspiramos nacemos, y cada vez que
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espiramos morimos. Y lo mismo sucede con el aspir y el expir


universal.10

En verdad, todo el trabajo para librarse de lo que en términos budistas es


el samsara –o dar vueltas a la rueda de las existencias–, es decir,
trascender el espacio cósmico y el tiempo cíclico, se realiza por medio
del tiempo, o mejor, con el tiempo y en el espacio. O sea, con los
elementos vivos de la creación física, que posibilitan este pasaje, o
transmutación, la que se efectúa de numerosas maneras. Así, sobre el
fondo prototípico de un proceso iniciático, se teje una historia
personalizada, en la que el recuerdo de los orígenes y la memoria de sí
mismo son traducidas en el tiempo, como una evocación de la infancia
en la que ésta tenía de más puro, o como la rememoración de vivencias
pasadas que fueron significativas y a las que se les descubre un sentido
que muchas veces yacía oculto por la maraña de la psique. Este recuerdo
del sí mismo, aunque sea frágil y fragmentario, por una parte no se
refiere a la personalidad tal como estamos acostumbrados corrientemente
a considerarla, y por otra, se relaciona con el hecho de ir vislumbrando
poco a poco otra dimensión del tiempo; el tiempo mítico (o la anamnesis
tal cual la consideraba Platón), mucho más real y efectivo que aquel
cómputo parcializado del devenir, el cual se nos aparece bajo esta nueva
luz como un amorfo más o menos ilusorio. La audición de estas voces
internas, es lo mismo que escuchar al hombre interior fuera de sus
circunstancias externas; vivenciar el ser, el hombre universal,
afortunadamente separado ahora de sus máscaras o roles y también de
sus variadas conductas y formas de existencia. Se pasa así a vivir una
experiencia mucho más cercana a uno mismo, que nos va haciendo
comprender una presencia que siempre ha estado allí, como un invisible
componente de toda individualidad. Este conocimiento de la unidad del
ser, a cualquier nivel que se produzca, se puede considerar como una
ruptura del espacio profano en el que habitualmente estamos encerrados,
y el acceso a otro plano, área o mundo, de mucha más sutileza y calidad,
y por lo tanto de mayor riqueza cualitativa. Se opera, por eso mismo,
una ruptura de nivel espacial, a partir del tiempo tomado como un
soporte de la eternidad, ya que él mismo constituye una manifestación
refleja, o invertida, del no tiempo –o de otro tiempo–, que en la línea de
nuestra horizontalidad histórica se comprende como algo anterior,
cuando en verdad este tiempo mítico vertical coexiste con la sucesión,
razón por la cual de él puede decirse que: "es una imagen móvil de la
eternidad". Y ese mismo tiempo corriente, y el espacio donde se
produce, han de tener algo de la cualidad de lo que expresan o
simbolizan, pues como ya hemos dicho, si no fuera así, de ningún modo
podrían manifestarlo.

Si fuera lícito hablar de "historia" a determinadas magnitudes, el mundo


entero ha sido un "huevo", luego un embrión, que posteriormente se ha
manifestado en y con todas sus especies –las que comienzan a
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desarrollarse en forma independiente y armónica, en relación con su


medio, su contexto–, o partes, tal cual un hombre, un animal o un árbol;
y tal como ellas se regenera y reproduce cíclicamente a los niveles en
que se manifiesta. De hecho, ésta es una manera de decir,11 pues en
realidad lo que se expresa como sucesivo, es simultáneo en otro orden, y
aún dentro del mismo orden espacio-temporal es perenne, sucede
constantemente –y por lo tanto en este preciso instante–, y se expresa a
través de leyes prototípicas.

Estamos acostumbrados a ver la creación como algo absolutamente


histórico, cuando en verdad éste es sólo un punto de vista, ya que el
hecho creativo no es únicamente horizontal, sino que fundamentalmente
es vertical, en cuanto a que el origen presente en cada forma substancial
es extratemporal y no signado por el tiempo y el espacio. Ese origen de
todos los ciclos es el ciclo prototípico, que en su dimensión increada está
siendo siempre. Es preciso advertir que lo que muta son las indefinidas
formas, nunca las estructuras primarias prototípicas, y jamás los
arquetipos, bien llamados eternos. Todo el tiempo está sucediendo ahora
en el corazón del hombre. El creador genera todo el cosmos y lo asegura
mediante la polarización en un dios conservador y otro destructor y
transformador.

Nos interesa seguir considerando la rueda como espacio, como tiempo, y


asimismo como movimiento, es decir en cuanto a su actuación generada
por el espacio y el tiempo. Ya nos hemos referido a las cuatro edades de
la humanidad, o a las cuatro etapas de la vida de un ser humano. Sería
interesante también reflexionar sobre el ciclo de la función respiratoria,
que se divide en forma binaria: aspiración-expiración –y que tanto es
válido para el hombre como para el universo–, el que puede subdividirse
en cuatro tiempos –o movimientos espaciales–, de los cuales el primero
es una toma de aire, el segundo su retención, seguido de un tercero de
expulsión completa –equiparado a una muerte–, al que continúa un
cuarto de total vacío. Inevitablemente en este punto ha de producirse una
nueva aspiración, indispensable para la regeneración cíclica. En cuanto a
la rueda como espacio, ya nos hemos referido a ella cuando la
consideramos como mandala 12 vale decir, como espacio significativo y
sagrado, en oposición a cualquier lugar indeterminado, caótico o profano.
O sea: la rueda estática asociada al espacio, en contraposición con la
rueda dinámica vinculada al tiempo. El espacio genera tiempo, El tiempo
crea espacio. Y entrambos producen el movimiento de la rueda, que
constituye la ritualización del mandala cósmico, o la puesta en acto, o en
función, de las potencialidades ocultas en lo inmóvil, que posteriormente
han de tomar vida y forma substancial. Y esa vida y esa forma
producidas por el movimiento, han de estudiarse en relación con otro
ciclo cuaternario. Nos referimos al reciclaje perenne de los elementos, o
los componentes de la vida que conforman la "materia", y que, como es

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sabido, se denominaban fuego-agua, aire-tierra, para la antigüedad. En


verdad, como tal, esta "materia" no existe, sino que podemos hablar de
ciertos estados de la misma en relación con el mayor o menor grado de
intervención del principio o elemento que la conforman. Suponiendo un
estado relativamente estable de esta materia de que se trata, ella se nos
aparece de tres modos básicos: como sólida, líquida y gaseosa, los que
corresponden a los elementos tierra, agua y aire. El cuarto elemento o
principio, el fuego, es también llamado el principio radiante de la materia.
Es por intermedio del calor, o fuego, que se transforman los restantes
elementos o estados, los unos en los otros, al derretir éste a los sólidos,
evaporar a los líquidos, y por su ausencia, condensar a estos últimos,
solidificándolos. En este sentido, la liberación o absorción del calor
determina en realidad el estado de la materia. Por lo tanto, un estado
relativamente estable de materia, sólo se diferenciará de otro, de acuerdo
a la proporción del calor, que hace que las moléculas de un cuerpo se
hallen a tal o cual distancia entre sí, lo que permite la libertad de
movimiento que es posible entre ellas. De todos modos, y volviendo a
nuestro tema de la proporción y la medida, y teniendo en cuenta que el
sol es el elemento ígneo, o radiante, en cuanto a los estados de la materia
de nuestro planeta, es lógico pensar que este astro esté en perfecta
armonía, coincidencia y equilibrio, con la vida de este mundo, con su
estructura misma –al igual que la del hombre– ubicados ambos en una
onda de energía afín, en la cual al existir los elementos en forma
individualizada, por acción del sol mismo, pueden constantemente mutar
y combinarse y proseguir a su nivel la obra creacional. Si se alterasen las
proporciones, las magnitudes, las medidas de este equilibrio armónico, si
la tierra se alejara o se acercara al sol desmesuradamente, se acabaría la
vida por congelamiento o por evaporación, por el excesivo
apretujamiento molecular de lo compacto o por la dispersión molecular
de lo gaseoso. Lo que nos expresa bien a las claras la relatividad de
aquello que tomamos como algo fijo, real e inamovible, cuando es
evidente que se trata de todo lo contrario. Sobre todo si consideramos
que este permanente reciclaje de los elementos se produce igualmente, y
con las mismas características, en el hombre, y que, más allá de ser
sucesivo se da en forma simultánea. Ya que en cada uno de estos estados
de la "materia" se encuentran presentes todos los elementos,
interactuando en distintas proporciones entre sí; lo que asimismo
equivale a decir que la "materia" del universo es una sola.

Siguiendo con la relatividad de los fenómenos y la mutabilidad de las


cosas, indicaremos que algunas de las imágenes que se nos aparecen
como firmes y nos convencen de nuestra propia individualidad –y de la
segura garantía que nos ofrece la historia–, son extremadamente banales
y jamás hemos meditado sobre ellas. Como curiosidad, y con respecto a
la historia, haremos hincapié en que un individuo cualquiera sólo puede
recordar fehacientemente a sus abuelos y su época, a lo sumo tres

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generaciones, que son las que constituyen "su mundo" –aunque él mismo
suponga lo contrario–, que no se remonta a más de un siglo,
permaneciendo todo lo demás en un estado de difusa confusión, tal cual
si hubiese perdido la memoria y tuviera que referirse a circunstancias
externas contingentes –"histórico-científicas"–, a las que tiene que
otorgar una categoría real, objetiva, verdadera; pues al identificarse con
ellas, adquiere inmediatamente la seguridad de la posesión de un
hipotético "yo", que pasa a ser nada menos que su identidad, su presunto
ser en el mundo y la razón de su existencia. Esta módica perspectiva,
jamas confesada interiormente por temor a la desintegración, hace sin
embargo a los contemporáneos sentirse partícipes de la historia mundial,
como si esta fuera una institución oficial y universalmente objetiva para
todos los pueblos y seres, algo sustancial y garantizado que avanza hacia
el progreso y que dicta una ley inmutable y científica, de la que ellos son
los depositarlos y árbitros. No nos atrevemos a calificar estas actitudes,
de las que algunos se carcajean sin disimulo, y que otros enjuician con,
una seriedad que no admite descargos. En cuanto a la idea humorística
de la posesión individualizada de la personalidad "a ultranza" –que nos
hace sentirnos únicos y exclusivos en el mundo–, ella constituye una
paradoja en la comprobación estadística, ya que en poco mas o menos
cuatro siglos se han tenido más de un millón de antepasados (cuatro
abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, etc.), lo que equivale por
ejemplo a decir, que en el siglo XV –fecha del descubrimiento y
comienzo de la conquista de América–, es casi seguro que han existido
aquí y allí más de un millón de nuestros antecesores directos, tan
propietarios de su ego como nosotros mismos.13 Lo cual nos conduce
nuevamente al tema de la proporción y la medida, o sea el de la
ubicación, íntimamente vinculado al equilibrio y la armonía de los ritmos
y los ciclos y la necesidad de un encuadre y una orientación.

Coincidamos en que la época histórica en que nos ha tocado vivir es dura


y difícil en razón de su situación en el tiempo cíclico.14 Es más, se
advierte que estamos en el ocaso de una cultura y al final de un período
que se produce en el mundo entero. Diversas voces, desde distintas
tradiciones, vienen advirtiendo este hecho –cada vez más expresamente–
desde hace ya años. Esto ha dado pie asimismo a la aparición de
pseudoprofetas y especuladores, que aprovechan de esta circunstancia
para profitar con artes y engaños a nuestras expensas. Se dice en varios
libros sagrados que estos personajes se han de multiplicar en nuestra
época. Sin embargo, ellos mismos no son sino un símbolo del fin. Y este
fin, no es sino el segundo advenimiento, la liberación. Por cierto algo
más difícil de imaginar, y que guarda poca relación, proporción, o
medida, con los parámetros con que estamos acostumbrados a ver las
cosas. Hay, sin embargo, una promesa vertida en forma clara en todas
las tradiciones, y que los cristianos llaman parusía. El mismo evangelio
nos dice que de ese día y hora nadie sabrá nada, y que andaremos
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trajinando y afanándonos por lo de siempre, en forma normal. Hay


quienes estudian estos temas en detalle, de acuerdo a fuentes y datos
tradicionales, y muchos de ellos destacan al "milenio" –décadas más o
menos– como fecha promedio de los límites del actual manvántara.
Pero, lo que sí puede con seguridad afirmarse, es que a los efectos del
ser individualizado, el fin de una civilización es perfectamente
equiparable al fin de sus días, ya que todos los ciclos son análogos.15
Quien ha pasado por la muerte ya no puede morir. Y nada de esto será
más o menos doloroso de lo que ha sido siempre y por cierto es también
ahora mismo.16 Por otro lado, el fin de los tiempos se refiere a la
abolición de nuestro condicionamiento espacio-temporal y a un retorno a
la frescura virginal de los orígenes no determinados, que por cierto
incluyen la posibilidad de un renacimiento. En este contexto, las palabras
libertad, igualdad y fraternidad adquieren su último sentido y también nos
marcan una tarea a realizar o un destino que cumplir.

VIII. Las Dos Mitades del Huevo Cósmico

NOTAS
1
Las civilizaciones son ciclos que tienen principio, desarrollo y fin; que poseen vida,
como los hombres y los continentes geográficos. Se generan al igual que los organismos
vivos y corren su misma suerte.

2
Es interesante destacar como curiosidad que el hombre apoya sólo las plantas de
los pies, u otra pequeña superficie de su cuerpo, sobre la tierra. La mayor parte de su
volumen vive y transita en el espacio a esa enorme velocidad y es aéreo. Sin duda, los
habitantes modernos de las grandes ciudades no nos enteramos de este hecho –como
casi de ningún otro–, pues fijamos nuestros propios límites al identificarnos con nuestras
concepciones, y nos sentimos bien anclados en una hipotética tierra material,
absolutamente sólida, cuando en verdad es una superficie porosa en la que el aire
circula libremente, penetrándola y conformándola, como es además notorio en el
cuerpo humano. Por otro lado, la parte que no es aérea es líquida, como lo atestiguan
claramente también el propio conjunto de fluidos del cuerpo y la constitución geográfica
y sustancial de la tierra. Tomando además debida cuenta de que estos elementos tan
inestables están constantemente en movimiento, e interactúan entre sí.

3 Estos cálculos aquí citados se consignan sólo a título de ejemplo ilustrativo y sin
pretensiones cientificistas.

4
Es obvio que las épocas cronológicas de igual duración no responden
necesariamente a tiempos equivalentes. El tiempo no transcurre uniformemente.

5
Para Alan Watts: "El espacio y mi conocimiento del Universo son lo mismo".

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6
La simbólica y la geometría son vehículos, enseñanzas didácticas para comprender
el cosmos, pero no el cosmos en sí.

7 Debemos, por lo tanto, referimos a un orden, a un encuadre correlativo y


proporcional entre el hombre y el cosmos, dejando de lado los ciclos muy mayores, que
son exclusivamente cósmicos, y los muy menores, que ya no poseen una relación
significativa con respecto al ser humano.

8
Lo mismo sucede con el número diez mil en la tradición china, con el cuatrocientos
en las mesoamericanas, y también con el milenio, u otros símbolos-magnitud, en
diferentes civilizaciones.

9
Si se lleva un poco más lejos este ejemplo, pudiera decirse que cada vez que
encendemos un fósforo se produce un mundo, un sistema completo; o que cada vez que
parpadeamos asistimos inconscientemente a la creación de un campo, que tendrá
dentro de sí la posibilidad de generar otro, y así en una serie ilimitada. Por otro lado, un
milenio no es ni la fracción de un segundo en la vida de un dios.

10 Según Platón, desde el norte al sur se desarrolla un movimiento ascendente, a partir


de allí retorna nuevamente hacia el norte (impulsado por sí mismo, abandonado a su
suerte), recorriendo en sentido inverso su ruta circular. También es interesante poner a
lo anterior en relación con la vida existencial e histórica del ser humano, así como con
los ciclos de las distintas civilizaciones.

11
Como lo sería el referirnos a nuestro propio ciclo existencial humano tomado
como independiente del resto. O sea, considerarlo como un circuito cerrado y
autónomo, uniforme y autosuficiente, cuando bien por el contrario la realidad nos indica
la interdependencia, que es posible gracias a lo que todo ciclo tiene de individual,
aunque esta individualidad adquiera su sentido en la vida del conjunto, como está
claramente ejemplificado en el caso del ciclo de una célula sanguínea.

12 Recordemos que la traducción de mandala es círculo.

13 Este sencillo ejemplo no lo es tal, en cuanto comprobamos que el hombre en sí,


sintetiza a todos sus antepasados y proyecta todos sus descendientes. Si esto se
simbolizara gráficamente, se haría mediante dos triángulos invertidos, o dos conos, o
espirales, unidas por un punto o vértice común, que representaría al hombre en su
función mediadora.

14
Aunque este hecho no justifica las responsabilidades individuales. Ha sido el
hombre, en facultad de su libre albedrío, el que ha llevado al mundo a la situación en
que se encuentra. El ser humano es tanto el mediador de la construcción como el de la
destrucción.

15
En virtud de su aceleración, el tiempo se contrae en el espacio y acorta las
distancias de tal suerte, que en verdad se contrae en sí mismo. Hasta que ese exceso de
velocidad en que reitera sus ciclos, lo lleva al grado de devorarse y ser absorbido por la
simultaneidad del espacio. Ese sería el fin de los tiempos, el retorno al origen, en el cual
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la rueda dejará de girar, cesará el movimiento. Y en esa indiferenciación virginal se


generará entonces un nuevo espacio, un cielo y una tierra nuevos, y también un nuevo
hombre o humanidad, otro ciclo –en este caso un manvántara–, con un tiempo
regenerado, como sucede analógicamente con cada año nuevo.

16
"Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y
vuestro Padre celestial las alimenta". (Mateo VI, 26).

La Rueda, Una Imagen Simbólica del Cosmos

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29/12/22, 20:56 Federico González. VIII. Las Dos Mitades del Modelo Cósmico.

CAPITULO VIII
LAS DOS MITADES DEL MODELO COSMICO
Federico González
Tal vez la energía de la gravedad y sus leyes no son sólo principios
aplicables a la "materia", sino algo más universal, arquetípico, vinculado
con cualquier forma de la atracción en diferentes niveles expresivos. Esto
si es que contamos con la similitud de dos entes que se atraen al
complementarse, los que deben oponerse siempre para que esta
conjunción se realice. El rito y la magia conocen este principio que
constituye su razón misma de existir como tales.1 Las leyes de la
analogía suponen diversos planos, donde las transposiciones puedan
efectuarse e incluyen la atracción y el rechazo, el reconocimiento de lo
que verdaderamente significa lo mutuo, dando por sentado que esta
similitud entre plano y plano –que coexisten simultáneamente– es una
condición previa a todo rito o analogía. Por otra parte, este tipo de
energía se encuentra explícita en la tradición hindú, cuando ésta se
refiere a los tres gunas: sattwa, rajas y tamas. En efecto, si sattwa se
vincula a una energía vertical ascendente, tamas se encuentra en el
extremo opuesto de esa verticalidad y manifiesta a la energía
descendente. Va de suyo que entre ambas hay una complementación, ya
que no podrían ser la una sin la otra y que ellas coexisten simbolizando la
evolución y la involución y generando a una tercera, llamada rajas, que
permite la expansión y el desarrollo del plano horizontal y sucesivo. Por
lógica, en cada una de estas "fuerzas" han de estar presentes las otras
dos, como parte constitutiva de las mismas. Por lo que conforman un
conjunto interdependiente, donde una sola y misma energía, al
desdoblarse, se polariza, constituyendo un eje vertical por el que
ascienden y descienden fuerzas, equilibrándose en un punto medio o
centro, que genera un plano horizontal de desplazamiento de esa energía
hasta sus propios límites, es decir, directamente proporcional al juego de
sattwa y tamas, al de la evolución y la involución de un ser cualquiera,
así fuese un hombre, una civilización o un mundo. Si graficamos esto en
el plano, obtenemos un eje vertical y otro horizontal –en donde la
energía de sattwa y de tamas se reflejan–, que lo cruza en su centro,
conformando la figura de la cruz, universalmente tradicional. Esta
representación que en muchas ocasiones aparece circunscrita por una
circunferencia que la complementa y aclara,2 no es sino la simbolización
del cuaternario y el ciclo –con todo lo que ello involucra, como hemos
visto a lo largo de estos textos– y conforma una síntesis perfecta de
pensamiento,3 donde la idea de totalidad y simultaneidad en el espacio,
en el tiempo, y con respecto a los "elementos" constitutivos de la
creación, se manifiesta de una sola vez y se percibe con un sólo golpe de
vista, gracias al equilibrio del juego armónico de tensiones involucradas
en ella –y asimismo en todas las cosas–; lo que equivale a decir: a la
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coexistencia de sattwa, rajas y tamas, que también la cruz simboliza.4


Sin caída no hay redención y es obvio que sin tamas, sattwa no tendría
lugar en la conciencia, es decir, en nuestro mundo. Y en vez de
adjudicarle un valor a estas energías referido a su bondad o maldad –
excluyendo ilusoriamente a una en beneficio de la otra–, bien haríamos
en tratar de comprenderlas bajo la luz recíproca que ellas
simultáneamente emiten, merced a la cual podemos diferenciarlas, como
posteriormente distinguiremos a ambas de rajas, su expansivo reflejo
generador. También tamas es una forma de la deidad y por lo tanto su
energía es sagrada. Conociendo esta realidad como componente del ser
universal presente en toda la creación –a la que da precisamente lugar–,
es que el individuo puede saber de su contrapartida, de la posibilidad de
su opuesto, o sea: de la realidad igualmente válida de sattwa, que por
otra parte es también energía inmanente en tamas, así como esta última
está comprendida en sattwa y las dos conjuntamente en igual proporción
en rajas, fundamentando el cosmos en su expansión horizontal. Habría
que agregar que el constante y precario equilibrio de estas alternativas en
determinados períodos del tiempo histórico, hace que predomine
sucesivamente una sobre las, otras en aras de la proporción del conjunto.
En el momento actual del ciclo, la energía gravitacional, es decir, la
atracción hacia lo descendente –seguida de un paulatino opacamiento y
densificación–, es la que prima sobre las otras. Por ese motivo esta
energía es fuerte y dominante, y por lo mismo tiene particular interés,
puesto que también –en forma velada– hace explícitas a las demás: en
particular a su opuesta y complementaria sattwa, la cual puede entonces
aparecer como "salvadora" gracias a tamas, con la que se enlaza
naturalmente, ya que ambas son una sola y misma energía polarizada,
con signo opuesto, invertida la una con respecto a la otra y viceversa.

Esto también es válido para las dos mitades de un círculo, rueda o


esfera. La superior simboliza el cielo, la inferior significa la tierra. En
medio de las dos, como un eje vertical, se halla el hombre,5 al que cabe
un papel de mediador, de intermediario en la creación, que va mucho
más allá de lo que vulgarmente éste se imagina, ya que su rol o función –
si así se le pudiera llamar– es el punto imprescindible de la obra de la
creación, que él mismo acaba y corona al "redondea? su sentido unitario
y establecer un foco de unión –el equilibrio de un eje estático en un
mundo en constante movimiento y fuga– en el perpetuo devenir de las
cosas y las formas, cumpliendo un papel re-unificador en distintos planos
o mundos.

Esta característica esencial del hombre es hoy negada bárbaramente, no


sólo por el cientificismo, sino también por numerosas pseudo-religiones.
En verdad, las mismas religiones tal cual aparecen hoy día en su ocaso, o
la niegan, o no la conocen.6 Ello se debe a que hacen de normas
relativas, absolutos, de medios, fines, y sobre todo, a que han

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prescindido o eliminado al "mal" de sus cosmologías. Por lo que nos


ofrecen una lectura mutilada de la realidad y por lo tanto de nosotros
mismos. Esta tremenda limitación, que pudiera resultar infantil si no
hubiera sido marcada a sangre y fuego por el odio del fanatismo sectario,
no constituye sino pura y simple ignorancia, tanto más evidente y extraña
cuando se encuentra en gente que se supone culta, mismo entre ministros
y sacerdotes de esas religiones, de los que se piensa son especialistas en
estas cuestiones, cuyo conocimiento de lo sagrado se establecería así con
ciertas reservas.

Es lamentable, entonces, que no se pueda revelar en estas personas –que


acaso lo desean sinceramente– la verdad y la vida, por el simple hecho
de que no se lo permiten, por sus condicionamientos y prejuicios, o
porque andan ocupados –en el mejor de los casos– con su imaginación
omnipotente, en sus ensoñaciones "místicas", o trajinando secamente
presuntas ortodoxias dogmáticas, cuando no sintiéndose piadosos o
gratificados por su "bondad". Lo grave es que estos profesionales se ven
en la obligación de imponernos una idea "verdadera" de la deidad
(generalmente ligada a la "sensiblería" o al "humanitarismo"), ciertamente
antropomorfa, que constituye una limitación evidente del conocimiento
de aquello que no es humano y que tampoco posee forma. Pensamos
entonces que su percepción del conocimiento es tan distorsionada y
confusa que, desde el punto de vista de la majestad de ese conocimiento,
equivale a una negación. Con el doble agravante de querer a la fuerza esa
profusa ignorancia, utilizándola además como factor de poder, aplicada
siempre a fines menores, casi siempre personales. Estas "autoridades"
nos han dado una imagen erronea de lo que la tradición, unánimemente,
describe como algo más parecido al no-ser, que al ser. Experiencia ésta
que excluye toda posibilidad de conocimiento computable y que nada
tiene que ver (al menos directamente) con la piedad, la salud, la suerte, la
felicidad y la realización personal. Y sí con la aceptación, el
reconocimiento de lo que ha sido siempre, la palpable realidad del
misterio, la frescura inocente del deambular y fluir interno, o la
"ingenuidad" virginal del niño, o del loco, que bien comprendidas y
vivenciadas constituyen los frutos del árbol de vida –siempre presente–,
ante los cuales cualquier promesa o descubrimiento fenoménico, "dogma
ortodoxo" o "conocimiento secreto", resultan absurdos y risibles, pues la
pura realidad –que algunos han tratado de expresar como un vacío o una
nada, aclarando que no se trata exactamente de eso– se impone por sí,
como unidad, vivencia en la cual estamos incluidos los humanos,
constituyendo nosotros sus posibilidades más perfectas de ex presión y
revelación. Se nos dirá que este opacamiento de la diafanidad original,
perceptible en la ciencia y en las religiones –y que precisamente da lugar
al cientificismo y a las pseudoreligiones–, es "tamásico" o gravitacional y
que se debe a la naturaleza del ciclo. A lo que responderemos
afirmativamente. Agregando además que gracias a esta característica, es

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que acaso podamos vivenciar la energía de sattwa, pues, como hemos


visto, la deidad también se manifiesta en términos negativos: 1 como
asimismo, desde un punto de vista inverso y análogo, lo hace la teología
llamada "negativa".

En lo que respecta a lo personal, cada hombre y cada institución tienen


con seguridad un fin y un destino, es decir, una función y una misión,
aunque ellos mismos no las conozcan, o éstas sean lo contrario de lo que
pretenden. Creemos que juzgar es un error perfectamente señalado en
varias tradiciones. Por otra parte, el refrán popular que dice "nadie sabe
para quien trabaja", es definitivamente aplicable también a uno mismo.
La frase in omnia caritate, expresa claramente lo que muchos pensamos
al respecto. La enseñanza evangélica de "amad a vuestros enemigos",
debe ser destacada en forma particular, pues, entre otras cosas, es acaso
posible que merced a ellos podamos reconocer a la verdad en lo que
resta del ciclo. O expresado de otro modo: podemos disponernos a
conocer a fondo la energía pesada de la densidad, para permitirnos la
levedad de lo sutil, de lo que siempre ha sido sin esfuerzo.

Ahora bien, si se nos pregunta si hay alguna diferencia entre esas dos
porciones en que el círculo o la esfera se dividen –o el movimiento
ascendente de ida (norte-sur, medianoche-mediodía), o descendente o de
retorno (sur-norte, mediodía-medianoche), de la rueda cósmica–,
contestaremos de igual modo afirmativo, recordando que de la
polarización, o del binario, es que nace toda diferencia, que se sintetiza
en la primera distinción; la que hace a las cosas activas o pasivas tomar
el nombre de cielo o tierra. Esta dualidad, que se expresa a través de las
energías llamadas sattwa y tamas, las que simultáneamente generan a
rajas a perpetuidad, conforman una triunidad de principios
(homologables a ciclo, tierra, hombre), que al manifestarse en el plano
horizontal o creacional, conforman y limitan el cosmos, es decir, todas
las cosas. El cuaternario, simbolizado por la cruz, nos dice que la misma
oposición entre la energía ascendente-descendente, se ha transferido al
plano de conjunción, horizontal o creacional, donde también se oponen
análogamente –pues han pasado a ser componentes del mismo– en esta
figura que simboliza la totalidad de lo creado o limitado, donde ahora se
enfrentan dos a dos, generando y equilibrando la manifestación entera,
que queda marcada con su sello, reproduciéndolo indefinidamente. Si a
la representación plana la llevamos a lo espacial, el cuaternario,
simbolizado por una cruz, se convertirá en una cruz volumétrica. Y el
simbolizado por un cuadrado se transformará en un cubo. En ambos
casos no hemos hecho sino añadir una dimensión al modelo que
simboliza el cosmos, completándolo y dando lugar a las indefinidas
variables que pueden constituirlo, las que siempre se refieren a una
triunidad de principios –en este caso espaciales: largo, ancho y
profundidad– que conforman el universo entero, al manifestarse.7 Lo que
nos interesa de momento, es señalar que una vez creado y definido de
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modo cuaternario el plano horizontal, por la acción de una triunidad de


principios, se suma con ellos, conformando un septenario, que –como ya
hemos indicado en estos textos– es el concepto numeral que se refiere a
la totalidad de la creación, simbolizado por el cubo en el espacio y por el
sello de Salomón en el plano, que como se sabe, está compuesto por dos
triángulos invertidos.

Volviendo a aquella primera diferenciación o polarización –que hace que


las cosas progredan y tengan nombre–, diremos que en el caso de la
división horizontal en dos mitades, de la esfera, la rueda o el círculo, una
de ellas es elevada o ascendente y corresponde a la medianoche y al
cielo, mientras que la otra, siendo su opuesta, denotara lo contrario: lo
bajo, lo descendente, el mediodía, la tierra. Se ve en esta concepción que
el cielo, como lugar más elevado, como summum de la verticalidad, está
más bien asociado a ideas de obscuridad, mientras que las de plena luz
corresponden a la tierra.8 Esta obscuridad está más de acuerdo con lo
inmanifestado que con lo manifestado, con lo invisible que con lo visible,
con lo desconocido que con lo conocido, con el secreto, más que con la
divulgación. ¿Pero no sería lícito preguntarse en nombre de qué se puede
afirmar la primacía del cielo sobre la tierra, de lo alto sobre lo bajo, de lo
evolutivo sobre lo involutivo, si vemos que esas energías son
complementarias? Sólo diremos que varias tradiciones han señalado a la
estrella polar –situada en el norte– como la puerta de salida simbólica a lo
supracósmico. Esta idea incluye no solamente la posibilidad de
diferenciación entre lo alto y lo bajo –otorgando a lo elevado la
primacía–, sino que esa misma jerarquía está dada por la existencia de
otros planos, mundos o niveles, respecto a los cuales se crean y
consideran los criterios comparativos, las calificaciones mismas de alto y
bajo. Tradicionalmente, siempre se le ha atribuido al cielo la energía
activa y a la tierra la pasiva. Si consideramos que en la manifestación las
energías se oponen dos a dos, nos es sencillo advertir que en toda
energía positiva se halla comprendida su contraria negativa, así como que
toda energía pasiva tiene un componente activo, al que se opone, para
ser lo que es, es decir: ella misma. Y como todo yin tiene su yang, y este
modelo se manifiesta indefinidamente, debemos concluir que esta
helicoide, esta espiral evolutiva-involutiva de energías, que configura el
símbolo chino –y que se extiende en la síntesis de la cruz a los brazos
horizontales, que se expresan en forma simultánea con el eje–, es
absolutamente inaprehensible. Al menos, de la manera en que estamos
acostumbrados –aunque sea mentalmente a posesionarnos de los
conocimientos y las cosas.9 Ante tal comprobación no queda sino
abandonarse y reconocer nuestra ignorancia, pues no podría haber nada
más estúpido que tratar de inventar o imponer un orden cualquiera,
cuando ya está todo ordenado. Que pretender "crear" algo, cuando la
maravilla es advertir que ya todo está creado. Y uno con ello.

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La contemplación es pasiva, y, como energía de la tierra, debe ser


trabajada y preparada para que las energías activas del cielo la lleguen a
fecundar. Debemos promover el yin para obtener, por atracción
gravitacional, el descenso del yang y producir la cópula entre ambos,
para trascender así al propio yang, y ascender evolutivamente a su través
al conocimiento de la unidad, en otro plano, claro está, donde ya no
existe la oposición y al que "no conociendo su nombre llamo Tao". No
nos debe extrañar, pues, que se trabaje con y en el reflejo llamado
microcosmos, utilizando las leyes análogas de la inversión, que bien
empleadas producen la ruptura de nivel. Asimismo, y retornando a
nuestro modelo plano de la rueda, pudiéramos hacer en él una doble
transposición. Por un lado, podríamos tomar al eje inmóvil como al cielo,
a un punto cualquiera de la periferia como a la tierra, y al rayo que los
conecta como el intermediario, merced al cual éstos se unen, generando
el plano o artefacto de que se trata. Por el otro, se pudiera considerar, en
el mismo sentido, al punto interior, al exterior, y a la serie que los une,
como correspondientes a Atma, Jivatma y el rayo Buddhi, de la tradición
hindú, con todo lo que estas transposiciones llevan implícito. Debemos
dejar aclarado, además, que el cielo al que nos estamos refiriendo
conforma parte del cosmos manifestado, así como Brahmâ tampoco es
Atma –salvo en cuanto éste último es Prajapati– y menos aún, Brahma
incondicionado o Para-Brahma, aunque a veces se los suele identificar
por analogía. Estas aseveraciones nos obligan a reflexionar sobre la idea
de distintos planos –o de jerarquías dentro de un mismo plano– que ellas
incluyen y expresan. Pero primero hemos de decir unas palabras
respecto a que, de hecho, cualquier punto manifestado es el centro de un
sistema. O dicho de otra manera, que este centro no se halla en ninguna
parte, por encontrarse en todas. Efectivamente, si eso es así, y ese
centro se identifica por otra parte con el "cielo", éste se halla también en
la tierra. Y la tierra misma ha de tener dos polos, o dos tendencias, o
energías, llamadas sattwa y tamas, una activa y la otra pasiva,
equiparables a cielo y tierra, que conforman una tercera con la que son
simultáneas: rajas. Todas ellas, emanadas de la unidad, de la que son
copartícipes, la que al expresarse crea un encuadre donde éstas se
manifiestan, mediante el cual pueden ser aprehendidas. Este proceso
arquetípico impondrá también su estructura a las cosas que constituyen
la totalidad del cosmos. Es entonces lógico pensar que ese mismo
cosmos puede tener varios planos, o mundos, implícitos, que se conectan
constantemente con los principios ontológicos, ya que son éstos los que
en verdad los conforman. En el caso del cuerpo del hombre, se obtendría
una división ternaria que correspondería a extremidades, tronco y
cabeza, que serían el símbolo visible de tres mundos internos, que se
asimilarían asimismo a cuerpo (o tierra), alma (psique, mundo intermedio
y hombre) y espíritu (o cielo). La mayor parte de las tradiciones
considera estos tres grados o niveles, que no son sólo válidos para el
hombre, sino también para el universo.10 Al nivel intermedio se lo suele
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subdividir en lo que está por encima de las aguas o por debajo de ellas,
las aguas superiores y las inferiores,11 la psique superior y la inferior. Y
estos grados o mundos son visualizados como jerarquizados o colocados
sucesivamente a lo largo de un camino.12 Se trata, como tantas veces se
ha explicado, de distintos estados de la conciencia, puesto que cada
símbolo produce siempre una impresión psicológica que hace válidas, o
mejor, obligatorias, las transposiciones a ese plano. Estados vinculados
con la transformación del pensamiento, y aun de las percepciones, que se
van efectuando en este camino o recorrido, lo que lógicamente ha de
alterar nuestro esquema de vida. Se debe advertir que esta jerarquización
sucesiva es fundamentalmente una didáctica, pues en la vida misma se
expresa de manera simultánea, como un todo orgánico, al igual que en el
hombre o en el huevo gigantesco que produce el universo. Esta división
jerárquica es tan válida como aquella otra del cuaternario, que limita al
espacio, al tiempo y al reciclaje de los estados de la materia, y acaba por
definir al cosmos como algo claro y coherente entre sus partes. La idea
de planos o de lecturas de la realidad no es arbitraria, sino que
corresponde efectivamente a la naturaleza de las cosas que se pretende
simbolizar y transcribir, según las enseñanzas recibidas y experimentadas
por todos aquéllos que han identificado su ser con su conocimiento.

En ese sentido, y pidiendo disculpas por las numerosas reiteraciones que


posiblemente pudieran haber sido obviadas en estos textos reincidentes,
queremos referirnos nuevamente al tiempo, tomándolo como ejemplo,
ahora, de la "jerarquización" en planos, o lecturas, de la realidad, a que
nos estamos refiriendo. Se trata de una división cualitativa del mismo, en
profundidad, según se lo perciba a distintos niveles de comprensión, que
corresponden entonces a categorías intrínsecas del tiempo mismo.
Podríamos así distinguir una concepción lineal y en fuga del tiempo –ya
fuera individual o colectiva–, la cual es propia de la literalidad del hombre
contemporáneo; una concepción cíclica, que es la que vivía el habitante
medio de una civilización tradicional (y que por cierto puede recuperar
para sí cualquiera de los hijos de este siglo)13 y una concepción
atemporal –un tiempo atemporal–, lo que configura una contradicción, o
al menos una paradoja, con respecto al tiempo horario de los relojes. A
estas tres habría que agregar una cuarta concepción –si en lugar de tres
planos consideramos cuatro, como ya lo hemos advertido con respecto al
diagrama sefirótico de la cábala–, y esta última idea sería la de vivenciar
el no-tiempo, la simultaneidad, la unidad, la eternidad, la realidad sin
ningún tipo de mixturas o adherencias anecdóticas y existenciales. Pues
ya se sabe que al trascender el tiempo sucesivo no hay pasado ni futuro
y, por lo tanto, queda abolida cualquier historia. Esta mención de tiempos
conceptuales diferentes, que se producen simultáneamente, tiene por
objeto, en este momento, ubicarnos en la "tridimensionalidad" de nuestra
caja o espacio mental, que también podríamos denominar campo de la
conciencia.14 En ese sentido, contamos con una potencialidad que no
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conocemos, pero que sí presentimos, y que está dada, precisamente, por


la posibilidad que nos ofrecen esos planos de ampliar nuestras vivencias:
en este caso concreto, de alcanzar, mediante una penetración y una
ruptura de nivel, una comprensión no sólo lineal y sucesiva de un tiempo
horario o cuantitativo, siempre angustioso, sino la "experiencia" de otras
modalidades del mismo. Esta idea de planos o mundos coexistentes es,
por otra parte, la que fundamenta todo simbolismo y hace del símbolo el
vehículo que los conecta entre sí.

Hay todavía que poner en claro que sería un vano error suponer con
orgullo mental omnipotente que la lectura de otras realidades –y la
consiguiente adaptación a las mismas– suprimiría de una vez, y para
siempre, planos o estados de conciencia inferiores, siendo que éstos
también son parte constitutiva del cosmos, y sería imposible
abandonarlos definitivamente mientras no se abandone, a su vez, a éste.
La iniciación en los misterios cosmogónicos, es decir, el morir y renacer
a otros planos de la realidad mediante la regeneración psíquica, no es aún
la salida verdadera del cosmos, sino que se trata de un aprendizaje
imprescindible sobre su constitución, sobre el "espíritu" de las cosas y su
aprehensión. Un andamiaje que nos permite concebir la posibilidad de lo
supracósmico, del no ser y de la no dualidad, realidades que exceden la
mera individualidad que signa nuestras experiencias sensoriales o
mentales, en tanto que las particulariza. Aunque es útil señalar que –
lógicamente– cuando se empieza apenas a atisbar la posibilidad de lo
supraindividual, todo lo referido a lo personal cae tan estruendosamente
como una torre que es destruida por un rayo, dejando así de ser la
protagonista del paisaje.

Esta visión en profundidad –si así se la pudiera llamar–, corresponde,


como hemos visto, al propio esquema interno del hombre, que encuentra
dentro de sí a esta variedad seriada de planos o mundos, que debe
comenzar a conocer, pues son parte integrante de su propio campo de
conciencia, o sea, de su vida. Por otro lado, por medio del símbolo se
efectivizan las posibilidades de ese conocimiento y las características
auténticamente humanas, que todo hombre ordinario lleva en sí, y que
no conoce, a menos que ellas se encuentren estimuladas por el fuego del
amor y convenientemente ordenadas por la tradición, para que puedan
ser reconocidas por él mismo. Este es el tipo de instrucción que ofrece
una verdadera enseñanza y una iniciación en los misterios menores, cuya
primera parte pudiera asimilarse a un viaje infracósmico, o a una estancia
en el interior de la tierra, una visita al país de los difuntos o a un
descenso a los infiernos de lo caótico.

Resulta evidente que esta involución a la que nos acabamos de referir –


así como la posterior evolución que completa el proceso de
palingénesis–, se halla simbólica e íntimamente relacionada con la
gravitacionalidad. Si recordamos, por otra parte, que la tierra es pasiva
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con respecto al cielo, es decir, que otorga la forma a los efluvios divinos,
lo que equivale a equipararla a la gran generadora, o diosa madre –y
asimismo a todas las vírgenes–, colegiremos que para todo nacimiento –
de cualquier tipo que éste sea– es imprescindible la presencia pasiva,
formativa y generativa de la tierra, o sea, de la energía gravitacional
ubicada espacialmente en el Sur, es decir, en el sitio más bajo y denso,
en oposición a lo alto y sutil.15 En términos del budismo mahayana: sin el
samsara es imposible el nirvana, vale decir, que el conocimiento real del
samsara es lo que nos lleva al conocimiento verdadero del nirvana, que
al ser obtenido –y sólo en ese momento–, nos dice que samsara y
nirvana eran y son una sola cosa, que la diferenciación es únicamente
una forma de decir, una simple manera fenoménica de la mente,
emparentada con la ilusión y la ignorancia. Por otra parte, creemos que
bajo esa misma luz deben leerse las palabras evangélicas: "Si al deciros
cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del
cielo?",16 ya que en ellas puede verse que toda enseñanza comienza
siendo un aprendizaje sobre lo cosmogónico, que permitirá el posterior
pasaje a lo metafísico. Así lo es, al menos, para esta época del ciclo, en
donde Occidente tiene precisamente una fuerza gravitacional tan
importante y de la cual Cristo es el avatar. Aunque se debe llamar
particularmente la atención sobre el posible equívoco de interpretación
literal, en donde un trabajo de realización interna debería comenzar por
el "cuerpo" (dietas alimenticias, sexuales, ejercicios corporales,
respiratorios, etc.) o por logros profanos, personales (estima, auto-
respeto, éxitos profesionales, ascenso en la escala cultural y social,
superación y dominio del carácter, poder sobre los otros, etc.), de
autosuficiencia o pretendido valor; error que se comete pensando, tal
vez, en que ha de irse de lo particular a lo universal, cuando en verdad
las ciencias tradicionales nos dicen lo contrario: que de los principios se
deducen todas las posibilidades.

En verdad, se podrían desarrollar estas ideas una y otra vez, viéndolas


desde innumerables ángulos de visión y relacionándolas entre sí, y
también con otras, que nos aclara rían ciertos aspectos del mundo, que
intuimos, y que sin embargo permanecen velados para nosotros. Estas
relaciones, que no son ni arbitrarias ni casuales, son las bases o
fundamentos de la labor analógica y simbólica. E igual mente de la obra
alquímica y cabalística. El resultado que se obtiene con estas
investigaciones es difícilmente evaluable en términos cuantitativos y
traducible a patrones actuales –derivados de ideas filosóficas erróneas,
que circulan desde hace varios siglos en Occidente y que han tenido que
parir, finalmente, a la mecánica industrial, a la técnica electrónico-
atómica y al consumo–, los cuales nada tienen que ver ni en sus
principios ni en sus métodos y fines, con la auténtica ciencia. Desde otra
perspectiva, un capítulo denominado, un poco ampulosamente, las dos
mitades del modelo cósmico", ha de tratar, indefectiblemente, sobre el
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binarlo. La dualidad, como se ha expresado a lo largo de estos escritos,


es el motor dialéctico que impulsa cualquier acto o pensamiento, por lo
que jamás ningún discurso podría agotar el tema. Sólo nos queda agregar
que este texto, en general, ha tenido únicamente en cuenta la partición
horizontal de nuestro modelo de la rueda, efectuada por la línea del
horizonte o plano ecuatorial, que lo divide en dos secciones iguales: una
arriba y al norte, otra abajo y al sur. El modelo también puede dividirse
en otras dos mitades, situadas a ambos lados del eje vertical: una a la
derecha y al oriente, otra a la izquierda y al occidente. Este nuevo
binario, que está, obviamente, en correspondencia con los brazos
horizontales de la cruz que todo lo abarca, diferencia claramente dos
mitades análogas y complementarias del cosmos, llamadas derecha e
izquierda, perceptibles en todas las cosas y merced a las cuales las
mismas cosas son perceptibles. Esta particularidad es lo que se ha dado
en llamar la simetría, y sus leyes especulares y simpáticas, y configura
todo un tema que rebasa nuestras intenciones actuales. La izquierda y la
derecha se complementan, son formas parientes y análogas. Pero no se
simbolizan entre sí, sino que ambas son símbolos de la realidad vertical
que es su origen y al que las dos representan. El auténtico valor de los
símbolos no radica tampoco en sus efectos transmisores, que son
secundarios, sino en la (o las) causa(s) de su propia existencia. Es decir,
en lo que ellos simbolizan en su esencia, lo que por otra parte justifica su
intermediación. Y esta causa (o causas) bien comprendida y vivenciada,
se resuelve siempre en su unidad, que no es sino afirmación o
manifestación de sus posibilidades no-causales, valga la expresión. Nos
resta decir que lo que hemos expuesto respecto a la oposición cielo-
tierra, norte-sur, es igualmente válido en la de derecha-izquierda, oriente-
occidente, dado que esta partición horizontal es un reflejo de la primera.
Así, si transcribimos algunos de los conceptos vertidos hasta aquí, con
respecto a la complementariedad que estamos destacando ahora, se
obtendrán resultados provechosos en nuestros estudios, pero teniendo
siempre en cuenta las modalidades especiales de esta oposición o
inversión.17 Finalmente, ya que nos estamos refiriendo a nuestros
trabajos y estudios, queremos traer nuevamente a la memoria otra
enseñanza cristiana: la que señala que los frutos del conocimiento sólo
podrán ser obtenidos por aquellos "que perseveren hasta el fin".
Nota: Apenas habiendo puesto punto final al presente capítulo, hemos leído un artículo
titulado "Nueve hipótesis sobre la génesis del Universo", que ha sido escrito por el
físico-matemático ruso Igor Novikov y otros.

En él se dice: a) que el universo se expande; b) que esta expansión es comparable a


una inmensa explosión cósmica (irradiación) y que esa explosión sucede por inercia; c)
que el universo es homogéneo; d) que esta homogeneidad permite la "heterogeneidad"
(concentraciones, enrarecimientos) y es la que ha posibilitado, precisamente, el
nacimiento de nuestro complejo universo; e) que estas "heterogeneidades" son ondas

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sonoras (de sonido relicto, el que es igual y continuo en todo el universo)18. Queremos
transcribir textualmente el final del artículo:

"Nosotros estamos acostumbrados a considerar la gravitación y las fuerzas


electromagnéticas como si fueran fuerzas de naturaleza distinta. ¿Pero ha sido siempre
así? Es muy posible que la gran explosión haya sido un proceso de división de un
supercampo único, en el cual todos los tipos de interacción estaban unificados". Según
se dice en el referido artículo, estas son las últimas novedades con que se halla
confrontada la ciencia.19 Un comentario jocoso lo constituye el hecho de que se aclara
que estas investigaciones han comenzado hace menos de cincuenta años. Sin embargo,
no deja de llamarnos la atención algo que ya hemos observado anteriormente; nos
referimos a los hallazgos y aproximaciones seguramente intuitivas que lo mejor de la
ciencia y los científicos modernos logran en sus búsquedas20. De todas maneras, el
sentido que tiene la inserción de esta nota, no es precisamente el de "legitimar" una
"teoría", otorgándole un status científico, sino mas bien mostrar cómo, aún desde un
punto de vista que no es el que aquí se expone, igualmente se puede vislumbrar el
conocimiento. Pues éste se halla en la trama misma del hombre que, en su
heterogeneidad, es solidario y homogéneo con el cosmos.

Anexo: Queremos hacer notar la analogía entre el sonido relicto, que se propaga
uniformemente en el universo, y la forma en que la luz –tradicionalmente otra forma del
sonido– lo hace, de acuerdo a la más moderna ciencia. Efectivamente, desde la teoría
de la relatividad de la actual física-matemática, el papel del observador es decisivo.
Pues la teoría de la relatividad, se construyó a partir de un único axioma, que establece
que, para cualquier observador, la velocidad de la luz de cualquier origen, que se
mueva o no, con respecto al observador, es siempre la misma. Siendo esto así, el
propio observador, recibiendo en cualquier punto o dirección del espacio, una emisión
cuantitativa de luz idéntica –la cual no es alterada por ninguna circunstancia–, es la
"causa" de la velocidad de la luz que recibe. Y ya sabemos que lo que es válido para el
microcosmos, asimismo ha de ser válido para el macrocosmos, salvando, otra vez, los
problemas necesarios a cualquier transposición. Lo que sí resulta claro es que en un
universo dividido –en este caso entre el emisor y el receptor–, pero único en su esencia,
algo de lo que se recibe estará implícito en lo que se emite y lo mismo a la inversa. Y
esta correspondencia y analogía es la que determina incluso la estructura y la forma de
lo creado, a saber, de la manifestación y los símbolos en que ésta se expresa. De igual
modo, es interesante destacar que, en estos ejemplos que estamos tratando, relativos al
sonido y a la luz, el "centro", de donde se expande la energía, no puede ser localizado
en ningún lugar específico, lo que equivale a decir que no tiene "realidad" espacial. Ya
que siendo el espacio homogéneo –o un "caldo de cultivo" que permite las condiciones
heterogéneas de la manifestación–, cualquier punto del mismo bien pudiera ser el
centro.

IX. Conclusión

NOTAS

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1 ¿No será esta energía expresión, a su nivel, de lo que los griegos entendían por el
pneuma?

2 Como en las numerosas "ruedas" esparcidas en el arte de todas las civilizaciones.

3 En el sentido que le damos a este término, y que siempre tuvo, conocido con el
nombre de nous en la filosofía griega, totalmente ajeno a la conjeturación racionalista, y
por el contrario, utilizado aquí como sinónimo de intuición directa, en la que tanto se
conjugan la inteligencia, hoy llamada creadora, como la experiencia y la emoción.

4 Si de la representación plana llevamos esta figura a lo volumétrico, obtenemos una


cruz tridimensional o sólida. O sea, un sistema completo, un conjunto de coordenadas,
que como el cubo, constituye un modelo del cosmos.

5 Que a su vez en su cuerpo físico representa esta dualidad superior-inferior,


teniendo como centro el ombligo, o el corazón –en un sentido más elevado–, órganos
que están íntimamente relacionados con la generación y la expansión.

6 Haciendo notar, por otra parte, que las grandes religiones ofrecen no sólo la
transmisión espiritual necesaria, sino también la norma, y el rito exotérico, como
vehículos de la realización.

7 La triunidad de los principios temporales conocida como pasado, presente y


futuro, se manifiesta en el ciclo cuaternario de las estaciones de un año.

8 Ya hemos indicado que el cielo es representado por un círculo, mientras que la


tierra lo es por un cuadrado. Otra simbolización cambia al círculo por un triángulo,
sintetizándolo. En el símbolo del templo, la cúpula, que corona un edificio de base
cuadrada, es suplantada por un prisma triangular. Tal es el caso de la pirámide.
Haciendo notar que siempre la tríada se ha considerado como más elevada o superior
al cuadrángulo.

9 La cruz se subdivide otra vez simétricamente en el plano horizontal, oponiéndose


nuevamente dos a dos y formando el octógono que simboliza al polígono de mayor
número de lados, es decir, el de lados indefinidos, el cual, sumado a su centro, configura
numéricamente la circunferencia y el ciclo completo. Esto se ve claramente en el
diagrama chino llamado de Fu-Shin, donde los ocho trigramas fundamentales se
subdividen en otros ocho, generando los sesenta y cuatro hexagramas del I-Ching o
libro de las mutaciones.

10 Habría pues un cuerpo, un alma y un espíritu universales.

11 En este caso, el nivel más bajo correspondería a las aguas "abismales» o caos.

12 En la simbólica constructiva, el templo en su división vertical tiene tres niveles: el


subterráneo donde se halla la cripta o pozo, el de la superficie y el de la bóveda o
cúpula, homologables a los tres planos o mundos que bajo distintas formas llevamos
vistos en este trabajo.

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13 Resulta muy difícil, desde nuestras concepciones actuales, entender la parusía, o
segundo advenimiento, presente en forma universal en la casi totalidad de las
tradiciones. Esta idea es perfectamente clara y luminosa desde la concepción íntima, o
vivencia, de un tiempo rotativo, cíclico, circular.

14 El punto, la línea, el plano y el sólido simbolizan también cuatro "dimensiones" de


la conciencia y de la percepción espacio-temporal.

15 Resulta natural que el símbolo alquímico del elemento tierra sea un triángulo con el
vértice hacia abajo. Asimismo es lógico que su opuesto sea el de un triángulo con su
vértice hacia arriba.

16 Juan, III, 12.

17 A la derecha asimismo corresponde lo vertical, lo alto y lo activo. A la izquierda lo


horizontal, lo bajo y lo pasivo. Los números impares son positivos y los pares
negativos.

18 Ver anexo a esta nota.

19 Lo cual no deja de guardar relación con aquello de que los extremos se tocan (lo
que es obvio cuando se acaba un recorrido circular). O dicho de otra manera, que el
punto más alto de la circunferencia, y el más bajo, se hallan sobre el mismo eje.

20 Este es igualmente el caso el poeta Edgar Allan Poe, que en su fascinante libro
"Eureka", su testamento intelectual, que escribiera poco antes de morir, nos plantea toda
una cosmogonía muy próxima a las concepciones tradicionales, que siempre han sido
consideradas como reveladas.

La Rueda, Una Imagen Simbólica del Cosmos

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LA RUEDA
Una Imagen Simbólica del Cosmos
CAPITULO IX
CONCLUSION
Federico González
Llegamos al final de estos textos, que se han ido entretejiendo a si
mismos en una especie de cadencia circular, dada por la propia
naturaleza del tema que hemos pretendido describir. De más está decir
que hemos realizado este trabajo sin intentar agotar un modelo simbólico,
que, como el cosmos, es inagotable. Nos hubiera gustado tratar en
extensión ciertos temas –siempre vinculados con el símbolo de la rueda–
que aquí apenas se sugieren. Así, hubiéramos querido referirnos a la
rueda en relación a la música y la danza de los pueblos y destacar en
primer lugar la idea de ritmo que implícitamente estas artes acarrean. Del
mismo modo, subrayar la circularidad de las estructuras musicales, del
canto y del recitado, como igualmente las coreografías de rondas y
reiteraciones, presentes en la totalidad de las tradiciones. Esto puede
verse claramente, aún hoy en día, en el folklore universal, en la danza y
el canto de los "primitivos" y los niños, cuya base rítmica y circular
puede verificarse fácilmente. Si aceptamos que nuestra cultura aún
recuerda ciertos fragmentos de su pasado tradicional –que constituyen su
propia textura inconsciente–, podemos comprender estas manifestaciones
unánimes. Ya hemos señalado los orígenes sagrados y míticos de todo
arte o creación.

También hemos dicho que el modelo de la ciudad, el de la cultura de las


civilizaciones, ha sido estructurado de manera análoga al modelo del cielo
y al conocimiento interno y directo de la cosmogonía, dentro de la cual el
estado humano tiene un papel primordial. Y que estas estructuras
culturales y simbólicas, como sus manifestaciones míticas y rituales,
constituyen los principios a partir de los cuales estas civilizaciones
progreden, hasta llegar posteriormente a olvidarlos en razón de su
multiplicación, o caída, no obstante que éstos sigan conformando
ocultamente el corazón de esa sociedad que los niega. Si por otro lado
reflexionamos en que cada gesto o expresión es en última instancia
simbólico, descubriremos por esa vía que, igualmente, todo acto es ritual.
Y que en definitiva los ritos, los mitos y los símbolos, forman parte de la
vida misma –o mejor, son la vida misma– y su reiteración cíclica y
rítmica es la memoria arquetípica de un hecho original, no signado por el
espacio y el tiempo ordinario y lineal, sino ubicado en otra dimensión que
es la propia de lo sagrado. En este sentido, el símbolo de la rueda es
extremadamente dual: por una parte significa la increíble generosidad de
la vida manifestada, por la otra, el encadenamiento, la esclavitud de
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nuestras reiteraciones y hábitos, ejemplificados por los engranajes de la


sociedad industrial y de consumo, que ha terminado de mecanizarnos; y
peor aún –desde una dimensión más perturbadora: la posibilidad de
permanecer prisioneros indefinidamente en la rueda de las
encarnaciones.

La reiteración cíclica y circular en las ceremonias culturales, recrea y


regenera a quien participa de ellas –a cualquier grado que sea esta
participación–, pues imitan consciente y deliberadamente un gesto
original revelado, que estas personas, grupos o sociedades, han llegado a
conocer a través de su manifestación simbólica. En esta nueva vida, o
estado regenerado, se hallan las posibilidades del hombre verdadero, y en
realidad, de toda la cultura –en el sentido más amplio del término–, ya
que habiendo ella sido articulada de acuerdo al modelo simbólico de una
cosmogonía, constituye un mensajero, o vehículo, para llevar a los
hombres que la conforman al encuentro de esas realidades ocultas, de lo
que es lo específicamente humano. La civilización –en la verdadera
acepción de esta palabra– es un puente y una escala, una guía y un mapa
de ruta en el viaje hacia el sí mismo. Y sus estructuras y sus expresiones
constituyen no sólo un orden donde las cosas pueden ser posibles, sino
también una didáctica, una enseñanza siempre viva y actual, que tanto se
patentiza en sus deidades como en sus refranes "populares". Y por cierto
que en todo esto participan la música, los cantos y recitados, las danzas y
ceremonias de las naciones. De los estribillos a los rondeau, al canto
gregoriano, o a las ceremonias de la iglesia ortodoxa; desde las
composiciones modernas de esquema espiral, como el "Bolero" de
Ravel, hasta los mantrams hindús y budistas, y los recitados hebreos e
islámicos; de los bailes folklóricos, o los de los pueblos "primitivos", a las
danzas derviches o al tai-chi, todas estas expresiones derivan de un
mismo origen y están siempre presentes en las entrañas del hombre y sus
sociedades.

Además hubiéramos deseado hacer mayor referencia al símbolo de la


rueda en su asociación con la simbólica del carro y el viaje. Sabidas son
las virtudes renovadoras de un cambio de situación o rol y las de estar en
un medio completamente extranjero, por cierto no siempre exento de
peligros. En esta perspectiva debe incluirse al símbolo del peregrinaje
(análogo al del cambio de la piel, que caracteriza a ciertos animales), que
el sol igualmente ritualiza diaria y anualmente. El mismo carro es un
símbolo solar, y se lo vincula también con el fuego –por ejemplo en la
visión de Ezequiel– y como vehículo del ascenso a los cielos del profeta
Elías. En este caso, el carro –cúbico y en movimiento, como ya hemos
visto–, impulsado por la energía generativa de sus ruedas, recorre la vía
láctea en el viaje iniciático, o ascensión al cielo de otras realidades, lo que
incluye una lectura completamente diferente del mundo manifestado. No
insistiremos en la iniciación como ciclo; sólo diremos que las ideas de
hombre nuevo, nacimiento a la vida (y a la realidad), muerte y
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resurrección, fin y comienzo, y palingénesis, aparecen en las culturas de


cualquier tipo de las que se tenga memoria. Agregaremos que el viaje
iniciático o del conocimiento, es el comienzo de la vida del que emprende
este camino. Es entonces perfectamente análogo a cualquier generación y
sobre todo a la creación arquetípica del cosmos, que a pesar de los
esfuerzos de nuestros contemporáneos sigue innegablemente vivo. El
viaje iniciático –o recorrido de ultratumba– también describe una
parábola circular, lo que se puede ver no sólo en los mitos de
resurrección, vida-muerte-vida, y en los ritos de fecundación y
vegetación, sino asimismo en algunos símbolos tan claros como la
parusía cristiana, que era, y es, común a todas las tradiciones: el regreso
del héroe civilizador y educador, la vuelta del salvador –portador del
conocimiento y la verdadera vida– que ha de restaurar aquel tiempo
mítico, aquella época y estado original donde la belleza y la sabiduría
realmente existían sobre la tierra. Esto igualmente se advierte en el viaje
extático del chamán, que sale de sí para recorrer los infiernos –el país de
los difuntos–1 y los cielos y finalmente vuelve a sí mismo, a su ubicación
tangible y concreta, luego de haber efectuado una circunvalación, una
vuelta sobre sí mismo, que se ha realizado en su psique. Al finalizar esta
revolución, la psique, se halla totalmente regenerada. Después de haber
transcurrido todo un mundo o ciclo, se ha dado lugar a un nuevo ser. A
saber: el conocimiento de ese ser por sí mismo, aunque ahora a otro
nivel, lo que se advierte por la misma caducidad o muerte del estado
"anterior", que se experimenta como algo pasado, como un sueño.

Esta renovación consciente de la vida es más una integración que un


descubrimiento. El hombre verdadero ha estado siempre presente aunque
permaneciera desconocido para quien ocupaba su lugar. Desde otro
punto de vista, éste es el conocimiento o constatación del supra-ser, o
no-ser, por el ser. De lo supracósmico, a través del cosmos y su modelo
ejemplar, o sea, de lo suprahumano, por la intermediación del hombre,
en un proceso circular. Aquí debemos aclarar que si bien el ser es la
afirmación del supra-ser, o no-ser, este último de ninguna manera es la
negación –ni pudiera serlo– del primero. No se da esta oposición entre el
ser y el no-ser, puesto que éstos no son equiparables. El no-ser, o supra-
ser, por su propia condición no puede oponerse jamás a nada, porque
realmente no es. El ser, que es su afirmación,2 manifiesta puntualmente
la unidad, razón por la que podrá así polarizarse, y engendrar con ello su
propia negación, en su reflejo, posibilitando, en la sucesión de su
desarrollo y límite, el retorno a sí mismo, es decir: a su origen y al origen
de toda manifestación. El no-ser no es pues la negación del ser, como el
concepto hermético del vaciamiento o de la nada (el Ain de la cábala
hebrea, por ejemplo) tampoco expresa lo que el nihilismo entiende por
tal; ni lo invisible es aquello que está fuera de nuestro campo visual y
menos aún ciertas vagas y nutridas ensoñaciones. Por otra parte, se dice
que el pulimento de la piedra bruta exige herramientas cada vez más
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precisas y sutiles. Si al principio del viaje iniciático, o proceso de


conocimiento, hay que eliminar lo más basto, es decir: advertir el engaño
de la personalidad y correlativamente negarla, así como comprender la
ilusión de nuestra vida y concepciones, y la relatividad de todas las
cosas, posteriormente –se nos dice– se va encontrando mayor sentido en
la totalidad de lo manifestado, tanto en lo individual o microcósmico,
como en lo universal o macrocósmico, ya que esos estados son modos, o
grados, de la conciencia del ser universal, transparentes emanaciones y
opacamientos de la suprema identidad, que desembocarán en el cosmos
y en el hombre, y que constituyen no sólo la huella digital de la deidad,
sino que son, además, la forma en que ella se percibe a sí misma.

La conexión del símbolo de la rueda con el del carro, el viaje y el


movimiento, nos transmite también una sensación de avance, de
evolución, que transpuesta al proceso cognoscitivo es el desarrollo de la
conciencia del individuo que participa de él, y su proyección en la
sucesión temporal. Es un hecho que cuanto más una persona se
concentra en la búsqueda de la verdad, la obtención de la unidad y la
realización de sí mismo, más se amplía su capacidad de percibir lo
universal.3 Sin embargo, es necesario advertir que en un viaje de este
tipo es imposible mirar hacia atrás, pues recordar el pasado es desatar a
las Furias. También se debe dar noticia de que la personalidad puede
extraviarse en los recovecos laberínticos de la psique –del alma– y que
son necesarios los instrumentos y el vehículo que nos ofrecen la tradición
y la doctrina, pues ellas nos ubican y orientan. Haciendo la salvedad, de
que esta doctrina es la expresión del conocimiento interno de la
cosmogonía y que debe diferenciarse claramente del dogma, que es la
imposición autoritaria de pretendidos axiomas elegidos arbitraria o
interesadamente. Así pues, esta promoción al conocimiento, que se
verifica por sí misma, es un ingreso –por medio del enlace con la
intimidad de la doctrina– al mandala vivo de la cosmogonía: lo que
supone una ordenación en lo interno y un conocimiento directo de lo
sagrado.

También hubiéramos querido escribir sobre la rueda como símbolo de


refugio, como protección mágica, y en ese sentido emparentarla con
cualquier recinto sagrado, vinculado siempre con la salvación, ya sea éste
el círculo mágico o el arca de Noé. Asimismo como defensa contra las
tinieblas exteriores y como talismán. E igualmente recalcar sus cualidades
terapéuticas y curativas, que coinciden con las que se atribuyen a los
símbolos y a los conjuntos de simbólicas tradicionales, en general. Por
otro lado, la rueda es el instrumento principal de la ciencia de los ritmos,
cuyo fin es ritmar, conectarse con el ritmo del ser universal. La palabra
"rosario" deriva de rotarium y con ella se designan los recordatorios
religiosos del cristiano, islámico y budista. Es interesante observar que
ciertas ruedas utilizadas en esta última tradición, para la reiteración ritual,
se hayan conocido en Occidente como "máquinas de orar". La oración
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misma puede verse como un circuito de comunicación tierra-cielo-tierra,


y el rito rítmico de la plegaria un volver al sí mismo. Ciertos símbolos
clásicos y renacentistas, como el de las tres Gracias, están dispuestos en
forma encadenada y relacionados de tal modo los unos con los otros, que
nos transmiten por sus gestos y las expresiones de sus rostros, la idea de
dar-aceptar-devolver. Asimismo se corresponden con las tres Parcas, que
tejen el destino del cosmos y de los hombres: una hila, la otra mide, la
tercera corta; también asimiladas al pasado, al presente y al futuro.4

Si nos acordamos de que el símbolo manifiesta verdaderamente la


realidad, y que el rito imita conscientemente el ritmo de la estructura
cósmica –así como el mito la ejemplifica–, podemos comprender la
importancia fundamental que éstos tienen, ya sea como factores de
poder regenerativo o de protección y defensa psico-física. Por cierto que
estas funciones no se efectúan en desmedro de su capacidad transmisora,
pues antes que nada, el símbolo es un vehículo cognoscitivo. Pero estas
características son propias de los símbolos, mitos y ritos, en general, y,
en este caso particular, atributos que se le suelen adjudicar a la rueda.

También hay una constante tradicional en la que se suelen asociar el acto


creativo, el sonido, la luz y el nombre, con el símbolo de la rueda. En la
tradición hindú se dice: "Mediante el nombre de los cuatro, él ha hecho
girar la rueda redonda."5 Con respecto al sonido, el monosílabo AUM
(OM) con el que se evoca y repite el acto creativo, "pasa de la vocal más
abierta a la consonante más cerrada cercando las posibilidades
indefinidas del sonido", como nos dice Lanza del Vasto.6 En lo que se
refiere a la luz, la simple enunciación del Fiat Lux hace que la luz sea y
con ella todas las cosas. En este último caso, el sonido es anterior a la luz
y ésta es su manifestación, en cuanto se identifica con el rayo creacional,
que une el centro con la periferia, conformando un orden inteligible.

Con respecto a nuestra individualidad o a la manifestación de la


personalidad, podríamos hacer notar que no sólo estamos condicionados
por nuestro pasado, madre o matriz, lo cual resulta casi obvio, sino
igualmente por nuestro futuro –puesto que estos extremos se conjugan
siempre en la actualidad del presente– que como otro polo nos atrae
hacia sí.7 Esta es la idea de destino, en cuanto éste es la efectivización de
nuestro ser. Pero esto únicamente es posible si se ha desencadenado la
potencia dramática del sí mismo, actitud que revela la búsqueda del
origen, o la memoria de un pasado arquetípico. Lo que es idéntico a
viajar en el sentido –aparentemente inverso–, del encuentro del destino,
ya que este destino es el origen, y este origen el destino.

Ya hemos dicho que el símbolo sagrado y tradicional, como expresión


directa y revelada de la manifestación cosmogónica, su resonancia y
comprensión, promueve una transmutación lenta, sutil y verdadera, que
conforma un camino o vía simbólica, mientras que la insignia, la divisa y
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los códigos convencionales, producen estímulos de superficie,


sumamente estadísticos, que actúan casi como movimientos reflejos de
nuestro condicionamiento. Si el símbolo nos da la libertad, la insignia y la
convención nos atan a la unilateralidad de un punto de vista juzgado
como "bueno" y, por extensión, "natural" y "universal". En realidad, el
grado de comprensión del signo, hace que éste sea tomado como un
verdadero símbolo, una insignia o una convención, cuando no una
alegoría: "la insignia uniforma, el símbolo unifica". También hemos
explicado que la unidad, desdoblándose en el ritmo de la dualidad,
engendra, mediante sus emanaciones, la multiplicidad de los seres o los
estados del ser universal, que se focalizan en puntos individuales, cosas o
seres creados, simientes que portan en ellas mismas la posibilidad de
engendrar. O sea, la de imitar la unidad arquetípica: lo que hace que ésta
refluya incesantemente como el movimiento de una rueda, imagen y
modelo del cosmos.

Igualmente queremos destacar –aunque parezca hoy extraño– las buenas


maneras y las leyes de la cortesía y el mutuo respeto, como formas
rituales cotidianas, que producen un movimiento completo de ida-vuelta
y retorno, que facilita constantemente la posibilidad de ser. Esta actitud
se encuentra, mismo hoy en día, en algunas comunidades donde llega a
tomar la forma del amor y de la armoniosa y equilibrada convivencia. Ha
sido parte de todas las culturas e incluye un compromiso con la vida y
una aceptación del orden, favoreciendo la creación en un ambiente
adecuado para la gestación-nacimiento-realización de sus integrantes.
Permitiendo además una interpenetración de energías entre ellos y una
comunicación de todo tipo a través de parámetros simbólicos
especialmente diseñados con ese fin, pero que, como todas las cosas,
una vez que se transforman en algo institucional, oficial, pierden su
sentido y pasan sólo a ser formas huecas y convencionales, que terminan
muriendo por la rigidez de su solidificación.

Es como si cada gesto tuviera su réplica opuesta, que formara parte del
todo. Y todo origen-desarrollo y fin, volviese sobre sí mismo –como bien
lo demuestra el ciclo de la vida humana: generación-duración-entrega (o
retorno)– y este apagarse y prenderse, nacer y morir, de los ciclos,
constituye la armonía universal; pues aquel rotar conforma un conjunto
visible e invisible de causas y efectos que garantiza la coherencia y
solidaridad del mismo y que "en sí" es su propia explicación o conforma
su dialéctica. Todo esto en forma simultánea, por mediación de una serie
de planos horizontales, que al llegar a su límite, término o muerte,
desencadenan la creación de otros nuevos, que han de correr igual suerte
que sus predecesores, como asimismo la de sus sucesores. De tal modo,
este conjunto carece de principio y de fin en el tiempo y no puede ni
podría tenerlo. La ley causa-efecto funciona hasta cierto nivel, humano o
cósmico. Más allá están –valga la paradoja– las posibilidades supra-
humanas del hombre y las supra-cósmicas del cosmos, lo que equivale a
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decir: el conocimiento de otros niveles del ser universal. Hay un sentido


interno en el concierto cósmico, unido por la energía que simbolizan los
nombres de amor arquetípico, amor divino (o sea la atracción que siente
el creador por sus criaturas y que éstas devuelven haciéndolo mutuo) o
amor a secas.8 Y el juego de sus tensiones internas (derecha-izquierda,
adelante-atrás, arriba-abajo), confluyen y se atraen y repelen,
produciendo la aparente solidez del conjunto. Estas oposiciones,
necesariamente suponen un espacio, en el que la simultaneidad debe
manifestarse en forma sucesiva. Toda posibilidad humana está contenida
en este esquema. Por lo tanto, la idea de lo supra-humano y de lo supra-
cósmico, es inmanente al hombre y al cosmos y necesariamente los
trasciende. La rueda no dejará de girar y volver conforme un plan
perfecto e invariable, que en su propio diseño contiene al mismo tiempo
su ley y además su clave –o llave–, es decir: la posibilidad de lo que está
más allá de ella.

Otros temas de mucho interés son el del símbolo de la rueda como


ombligo y ojo cósmico y sobre todo el de la corona como una modalidad
del de la rueda. En efecto, la corona, como ciertos objetos de uso diario
(alianzas, collares, pulseras, aros), participa de este simbolismo central y
axial, aunque ésta nos interesa ahora en particular porque significa ciertos
atributos propios de la autoridad y el poder, y no es casual que su
ubicación en el cuerpo humano –en su sumidad– corresponda a ideas de
realización y grandeza. El rey figura la encarnación de las energías de la
deidad, de la cual es intermediario en la tierra. Gobierna y ordena, y de
ahí su vinculación unánime con el sol, al que también se denomina astro-
rey. En ese sentido, es también el centro crístico,9 la posibilidad divina, y
representa al hombre adámico, al hombre verdadero, regenerado. En la
simbólica cristiana se le atribuye a Jesús un doble papel; uno el de
sacerdote y el otro el de rey. Este último es también un símbolo axial
(como bien lo expresa en la iconografía el cetro con que se le
representa), que psicológicamente se traduce como un estado obtenido al
llegar precisamente al centro: reintegración que determina el que
podamos ser los emperadores –ni autoritarios ni pretenciosos– de
nosotros mismos, acaso reyes con corona de espinas, tal como la
describe el Evangelio. La tonsura de los frailes representa esto y es
importante insistir en que el símbolo se halla ubicado en la cúspide del
microcosmos, señalando su punto de salida, como lo hace la estrella
polar en el macrocosmos. El sombrero de paja –y todo sombrero–,
construido a partir del centro y en forma circular, por el
entrecruzamiento de la urdimbre y trama, no sólo es protección contra el
sol, o abrigo, sino que como el paraguas, o parasol –que tiene forma de
domo–, es un adminículo mágico y celeste de importancia capital, para
quienes no toman a broma estas cosas.

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Se habrá notado que a lo largo de estos escritos no se ha puesto el índice


sobre los aspectos prácticos y artesanales de la rueda sino en forma
secundaria. Muchos han querido ver en la rueda el primer instrumento
técnico de la humanidad, ya sea como productor de fuego, es decir,
como un transformador y generador de energía o también como medio
de transporte y sobre todo como factor de reproducción indefinida. Es
probable que desde su punto de vista estén en lo cierto. Pero esas
características son derivadas de las significaciones principales del
símbolo.

En la sociedad moderna, las ruedas y los engranajes juegan tal papel, que
bien podría decirse que estas sociedades en realidad no existirían si no
fuese por tales artefactos. Y pudiera seguirse en esa misma línea
afirmando que la rueda es la entraña de las naciones contemporáneas.
Así lo es, en efecto, y aquí podemos ver nítidamente otra muestra de la
ambivalencia del símbolo; ya que lo que significa la perfección celeste
puede también significar la esclavitud infernal, según sea el contenido
que le atribuyamos o asignemos, el cual está en proporción directa con la
comprensión y el respeto que tengamos por el símbolo en general. Lo
cierto es que en la sociedad mecánica y técnica en que vivimos, las
mismas máquinas y sus funciones son simbólicas y hablan a todos
aquéllos que están dispuestos a escucharlas, a pensar en ellas, pues bien
pueden constituir soportes para la meditación y la reflexión, como todas
las cosas. En primer lugar, ellas están basadas en la dualidad macho-
hembra; y en segundo, se articulan de acuerdo a las leyes de la simetría,
que son otras formas de lo anterior. Se suele pensar que estas
características –y otras– que poseen las máquinas, están inspiradas en el
cuerpo humano, al que copian y al que acabarán finalmente por
reemplazar. La verdad es que tanto la máquina como el cuerpo humano
no pueden evadirse de las estructuras y leyes cósmicas y su modelo
inmutable, en los que están comprendidos. Sin embargo, nos es bastante
difícil entender estas sencilleces, porque es tan grande el
condicionamiento que las máquinas nos han producido en pocos siglos
que han terminado por dominarnos, ya que no podemos salir de los
esquemas mentales que su uso nos ha impuesto. Pues actuando
directamente sobre nuestra psique, han modificado no sólo nuestros
hábitos, costumbres y conductas, sino que han determinado nuestras
emociones y gustos y, lo que es aún peor, han mecanizado nuestra
inteligencia rebajándola sólo a niveles cuantitativos de producción y
eficacia, que pretenderían excluir a todos los otros. Nuestras
concepciones mentales están signadas por el medio en que vivimos y en
éste domina lo mecánico y técnico. Tal vez no nos damos cuenta de este
hecho porque soñamos que somos artistas o filósofos, o muy originales,
pero nuestra imagen íntima del cosmos es más parecida a un ingenio
mecánico, a una fábrica –o a un hormiguero–, que a cualquier otra cosa.

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Sin embargo muchísimos de los inventos del mundo moderno son casi
modelos herméticos a escala. Tal es el caso del cinematógrafo: en un
plano cuadrangular –equivalente al espacio cúbico de la sala de
proyección– irrumpe un rayo de luz en la oscuridad y se suceden
entonces acciones de posibilidades y duración indefinidas, pero siempre
limitadas. Todo sucede allí. Esa película es la totalidad de sí misma.
Como ella pueden haber millones, pero siempre el hecho es el mismo.
Por otra parte, la imagen que vemos es proyectada por un aparato
movido por una rueda que nos va presentando sucesivamente las
secuencias. Pero para que esto sea posible, es necesario que otra rueda
rebobine la cinta, pues la imagen de la proyección está invertida con
respecto a la imagen de la filmación. Lo curioso es que cuando se hace la
"toma", sucede lo mismo con respecto a lo que se filma y la máquina
debe invertir ópticamente la imagen, tal cual, por otra parte, lo hace el
ojo humano. Se podría extender mucho este interesante tema pero no es
el caso de hacerlo en este lugar. Otro invento evidente es el del
fonógrafo. Gira en un plato un disco –esta vez la rueda produce sonido–
y todo lo que es ese disco, su ciclo de duración completo, su espacio
musical, está allí presente. Su desarrollo va desde su principio a su fin.
Hay muchísimos discos y cada uno de nosotros somos artistas que
grabamos nuestro propio disco. Jamás nadie podrá contar todos esos
discos –o mundos– y aunque pudiese, no le valdría absolutamente para
nada. Eso nos lleva a la idea de un disco que contuviera todos los discos.
El universo en que vivimos bien pudiera ser ese disco, cassette o rollo de
pianola tridimensional y "quíntuple-sensorio". Pero entonces, sería lícito
preguntarse: ¿cuándo empezó y cuándo acaba?, y además ¿quién lo
puso? Creemos haber dado algunas ideas al respecto. Podríamos
responder que del organismo vivo del cosmos los hombres derivan todas
las mecánicas, y que no de nuestras concepciones mecánicas, derivan el
cosmos y el hombre. Podríamos también decir que esas concepciones, a
su vez, son secuelas de ideas filosóficas erróneas, que han dado lugar
precisamente a la sociedad industrial, caracterizada por el racionalismo,
el materialismo y lo cuantitativo. La cual nos lleva a formular las
susodichas preguntas equivocadamente y a concebir al hombre, la
naturaleza y el cosmos, como máquinas; en este caso máquinas de
responder. Y podríamos además dar un montón de explicaciones y tal
vez escribir una vez más este libro. A veces no conviene dar demasiadas
explicaciones, y otras no hay nada más que explicar. Hemos visto al
cosmos como una vibración que se propaga en todas direcciones
alrededor de sí misma, por ondas concéntricas, en forma isótropa, como
un vortex espiral o una helicoide indefinida o una esfera que no se cierra
jamás. Este fenómeno no tiene ni principio ni fin, se regenera ad
infinitum, y sólo es la proyección, la huella o manifestación, de un
misterio invisible e inaudible que se encuentra oculto en sí mismo. Pero
esto es sólo una forma de decírnoslo, de comprenderlo. En realidad todo

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es mucho más sencillo, presente, intangible, e indeterminado; y siempre,


con respecto a los ojos de los sentidos, completamente otra cosa.

Por otra parte, no hay nadie en el desván de los fantasmas de la mente.


Los dioses benéficos y los maléficos son exactamente los mismos, pero
invertidos. Y ambos son ilusorios. Los horrores y los éxtasis por los que
atravesamos son igualmente vanos. Mientras no podamos salir de la idea
de causa y efecto, seremos atormentados por nuestro karma. Pero si
bien la ignorancia es dolor y sufrimiento, el saber que somos víctimas de
las imágenes y los trucos mentales –aún los más sofisticados y
autojustificados–, que nosotros mismos proyectamos o emitimos, es
curativo e iluminador y puede liberarnos del compromiso de nuevas
acciones o identificaciones con lo relativo. Puesto que no realizándolas, o
no esperando nada de ellas, se convierten en simples hechos que ya no
causan efecto alguno. Y este es el caso de lo que puede acontecer con
nuestros egos, disfraces, máscaras, personalidades, estados anímicos,
gustos, conductas y formas de vida, que no dejan de ser cosas
secundarias o aleatorias.

El pensamiento analógico es mágico e igualmente es mágico el viaje del


conocimiento. En éste, debemos tomar determinados vehículos
apropiados para ciertos tramos que debemos cumplir. Posteriormente, y
en diferentes terrenos y momentos, debemos dejarlos –a veces
definitivamente– y coger otros nuevos. Para algunas personalidades, son
unos los vehículos y no otros. Lo mismo con la época en que deben ser
utilizados. Algunos seres tiene ciertas facilidades particulares y simpatías
por determinadas cosas y rechazo por otras. Las formas del despertar y
del trabajo de desarrollo, son tan distintas como hombres existen en el
mundo, aunque todo el proceso bien pudiera calificarse de prototípico.
Es muy útil –y desde nuestro punto de vista casi necesario– el estudio en
profundidad de varias formas tradicionales, pero el enlace íntimo con la
tradición, que actúa en nosotros, es imprescindible. El concepto de la
deidad en la filosofía y la tradición hermética no es religioso, ni su
criterio de la moral responde a los tabúes, requisitos y aspiraciones de la
mediocre convención burguesa contemporánea. Otra cosa que es casi
imprescindible a los occidentales, es el conocimiento preciso de las ideas
que hacen a la doctrina, aunque no se las comprenda con la lógica
racional, o el interesado no las sepa enunciar en forma consciente. El rito
del estudio, de la meditación, de la atención concentrada, del dejarse
fluir, y la encarnación de la enseñanza, son necesarios. La casi totalidad
de las tradiciones han apoyado estos ritos y viajes simbólicos con la
ingestión de determinadas yerbas, plantas o substancias psicodélicas,
consideradas específicamente como sagradas o mágicas y utilizadas
durante determinados períodos del proceso iniciático. Por cierto que
estos vehículos no son imprescindibles, y ni siquiera necesarios, pero es
importante hacer hincapié en ellos, ya que no sólo nos hacen vivenciar
en profundidad estados internos, ideas y realidades del hombre y del
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cosmos, sino que contribuyen activamente, por ellos mismos, en este


recorrido de ordenación e integración, donde el amor –a cualquier nivel
que se presente, aun como pasión– es una energía que funciona como un
motor fundamental, como un medio especialmente adecuado para la
realización; siempre y cuando no se lo tome como algo estrictamente
personalizado de lo que somos propietarios, que sólo existe –y que se
agota– en su propia esterilidad. Al amor como intermediario le caben las
generales de la ley simbólica, que claramente expresan que no se debe
tomar al símbolo por lo simbolizado; que no se puede confundir al
vehículo con el nuevo espacio al que nos transporta; que mal haríamos
con hacer un absoluto de algo relativo, por más satisfactorio o útil que
esto nos resulte o haya resultado. Pues corremos el peligro de cambiar
un plano ordinario o literal, por otro de mayor calidad –el cual sólo
constituye un preámbulo para ir escalando otros mundos–, que tiene casi
las mismas características, aunque más ricas y ampliadas del primero,
pero que también se acaba en sí mismo y por lo tanto puede igualmente
consumirse. Repetimos: el amor, de cualquier naturaleza que fuere, ha
sido unánimemente considerado una vía de acceso al conocimiento.
Especialmente cuando esa emoción se transfiere a la sabiduría, la que
suele ejemplificarse con la mujer como imagen del intelecto trascendente.
Esto es especialmente neto en el Cantar de los Cantares y en el Libro de
la Sabiduría atribuidos a Salomón: "Me robaste el corazón, hermana
mía, novia, me robaste el corazón con una mirada tuya, con una vuelta
de tu collar". "¡Qué hermosos tus amores, hermana mía, novia! ¡Qué
sabrosos tus amores! ¡Más que el vino! ¡Y la fragancia de tus perfumes,
más que todos los bálsamos!" (Cantar de los Cantares IV, 9, 10).

Y el rey cuenta su historia: "La amé más que la salud y la hermosura, y


preferí tenerla a ella más que la luz, porque la claridad que de ella sale no
conoce noche. Con ella me vinieron a la vez todos los bienes, y riquezas
incalculables en sus manos. Y yo me regocijé con todos estos bienes
porque la Sabiduría los trae, aunque ignoraba que ella fuese su madre".
(Sabiduría VII, 10-12). Y sigue: "Pues hay en ella un espíritu inteligente,
santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible,
amante del bien, agudo, incoercible, bienhechor, amigo del hombre,
firme, seguro, que todo lo puede, todo lo observa, penetra todos los
espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles. Porque a todo
movimiento supera en movilidad la Sabiduría, todo lo atraviesa y penetra
en virtud de su pureza. Es un hálito del poder de Dios, una emanación
pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a
alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la
actividad de Dios, una imagen de su bondad. Aun siendo sola, lo puede
todo; sin salir de sí misma, renueva el universo; en todas las edades,
entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas,
porque Dios no ama sino a quien vive con la Sabiduría. Es ella, en
efecto, más bella que el sol, supera todas las constelaciones; comparada

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con la luz, sale vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero contra
la Sabiduría no prevalece la maldad" (Sabiduría VII, 22-30).
Continuando: "Se despliega vigorosamente de un confín a otro del
mundo y gobierna de excelente manera el universo. Yo la amé y la
pretendí desde mi juventud; me esforcé por hacerla esposa mía y llegué
a ser un apasionado de su belleza. Realza su nobleza por su convivencia
con Dios, pues el Señor de todas las cosas la amó. Pues está iniciada en
la ciencia de Dios y es la que elige sus obras. Si en la vida la riqueza es
una posesión deseable, ¿qué cosa más rica que la Sabiduría que todo lo
hace? Si la inteligencia es creadora, ¿quién si no la Sabiduría es el artífice
de cuanto existe? (Sabiduría VIII, 1-6).

Se ve claramente aquí que esta hembra es una deidad: una diosa. Y para
ser exactos: la Diosa, que va cambiando sus nombres y quitando sus
ropajes antes de entregarse definitivamente. Ella es madre y esposa,
hermana y novia, hija y concubina, su sexualidad se expande en forma
esférica en todas direcciones. La promesa que exhala su fragancia es la
misma que nuestra necesidad de copular místicamente con ella. Nos
llama con el fuego de su ardiente amor, amor divino, y se nos revela
virgen y vacía, oscura, sutil y misteriosa, perfectamente invisible, pero
también pura, limpia y clara como el esplendor desnudo de la idea. La
tierra, la naturaleza y la vida han heredado estos atributos que reflejan
generosamente y nos los ofrecen como medios de realización. Por el
amor a la vida y a las criaturas –amor que de ninguna manera es "ideal"–
y a través de ellas, y conjuntamente con ellas, se reitera el rito cósmico
permanente. Las asociaciónes de la mujer con el amor, la generación y la
vida son conocidas por todo el mundo (Afrodita nace de una concha,
símbolo de la concepción, Deméter preside las bodas, Hera dirige la vida
de los héroes). Ella simboliza la recepción, en cuanto es la contraparte
femenina del cielo, y genera el dulce y delicioso vino de la vida, la
comunión en la sangre del cosmos, en los efluvios secretos y nutritivos
de la savia de la tierra, y nos transmite el vértigo y el éxtasis de la
belleza.

Llegamos ya al final de estos textos, que tal vez hayan dejado traslucir la
posibilidad de una vía simbólica como forma y método de acceder al
conocimiento. En verdad, la simbólica es una ciencia de estructuras, una
ciencia arquetípica, una ciencia de ciencias.10 Existe desde siempre, y
todos los pueblos y dioses se han expresado a través de ella. Asimismo
puede plantearse –y de hecho actualmente así se la plantea– como una
ciencia nueva: la simbología11 que cumplirá sus funciones y propósitos en
cuanto restituya al símbolo su sentido original y haga de esta manera que
las energías potenciales que yacen en él, resuciten, vivificando a su vez
todo su entorno.

Y por último nos toca ahora a nosotros formular una pregunta: si


aceptamos que más allá del tiempo no hay causalidad y por lo tanto no
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hay historia, ni personalidad. Y si consideramos que la eternidad no


ocupa lugar, entonces, con toda franqueza, ¿adónde es que vamos?

Indice del libro

NOTAS
1
El viaje iniciático se equipara al recorrido del alma post-mortem.

2 Lo determinado es el ser de lo indeterminado.

3
Esto se debe a dos energías que coexisten simultáneamente en él y que se figuran
con el símbolo de la doble espiral. No es el momento de hablar de este tema, puesto
que ya se ha hecho en otras partes de este trabajo.

4 La mitología griega tiene igualmente una estructura circular. Las aventuras y


andanzas de los dioses y héroes son análogas y se remiten las unas a las otras, se
encadenan entre sí. Las historias de los personajes están todas relacionadas; y ésta
deriva de aquélla, la cual a su vez está íntimamente vinculada con esta otra. Los mismos
personajes aparecen en distintas historias, las cuales reiteran idénticos mitos en otras
circunstancias espacio-temporales, con otras anécdotas y nombres. También la Biblia es
un claro ejemplo de cómo y en qué diversas épocas y formas, en un mismo pueblo, se
repiten los mitos ejemplares encarnados de distintos modos, por diferentes
protagonistas, lo que constituye ciclos de repetición arquetípica, en los que se expresa
tanto el orden interno de una cosmogonía, como el proceso iniciático.

5 Rig-Veda, 1,155,6.

6 Algo similar ocurre con la construcción de la palabra AZOTH, criptograma de la


búsqueda y el hallazgo alquímico. Ella está formada por la primera letra de los alfabetos
griegos, latino, hebreo y árabe. La Z es la letra final del latín, así como la O (omega) lo
es del griego y la TH corona los alfabetos hebreo y árabe. Está aquí clara la imagen de
la reabsorción del fin en el principio.

7
Es muy interesante pensar que estamos signados por nuestro futuro y adoptar
frecuentemente ese punto de vista: reconocer que esa persona que hoy vemos por
primera vez y que nos resulta tan familiar, ya la conocemos de nuestro futuro. Si nos
fijamos bien, es probable que a casi toda la gente uno la haya conocido del futuro.

8 Al final de La Divina Comedia, Dante nos dice que el amor es el que hace girar
armónicamente la rueda que mueve el sol y a las demás estrellas.

9
Ubicado ahora espacialmente en el corazón como reflejo de lo suprahumano y
supra-cósmico.

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10
Que no está sujeta a la sistematización, ni a la manía clasificatoria de la
epistemología.

11 O la simbólica, como prefieren llamarla la mayor parte de sus investigadores y


estudiosos.

La Rueda, Una Imagen Simbólica del Cosmos

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