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De la educación informal a los consumos culturales

Las tres categorías para definir a la educación, (formal, no formal e informal) comparten una
misma dificultad: como su referente es la escuela, toda comparación es con ella y allí es dónde
las nuevas formas de abordar, hacer y consumir la cultura contemporánea quedan excluidas o,
en el mejor de lo casos, seriamente perimidas.

Si miramos los hechos sociales, mediáticos, económicos, comunicacionales y tecnológicos


desde una perspectiva escolarizada, nos resultarán tan ajenos como peligrosos. Basta consultar
los proyectos institucionales, los programas y las rutinas para advertir que no hay posibilidades
de un contacto intenso, problematizador y creativo con los hábitos que suscitan los ámbitos
digitales. La escuela busca recuperar un orden que ya no existe, se asemeja más a los últimos
monasterios medievales que a las universidades de la modernidad: hay más interés por
conservar que por comprender.

La educación informal parece ofrecer más oportunidades para salir del aula, pero para eso es
necesario aceptar que no tratar de regresar a ella de ningún modo, toda acción innovadora
cuando se vuelve una clase desaparece como tal y se cosifica. Seguro que nos resulta más un
juego de palabras que una posibilidad, al igual que a los trovadores la posibilidad del Autotune.
Y, sin embargo, es usado a diario por millones de personas. Nuestra perplejidad, por lo tanto,
habla más de nosotros que de las transformaciones que podrán suceder en el futuro y que nos
somos capaces de prever.

No se debería insistir en los cambios metodológicos ni en la incorporación de la tecnología para


adecuar la educación a las nuevas generaciones, porque el sistema que los acoge no los
representa y entonces, cada intento se volverá esporádico y acabará cediendo a la rutina.
Incorporar STEAM o inteligencia artificial no es, vale aclararlo, un desplazamiento hacia la
innovación es un modo de postergar la decadencia de la escuela (en tanto modelo educativo
de la Modernidad). ¿O acaso no precisan ajustarse a un plazo, temas, evaluaciones y formas de
exposición que en nada envidian a las lecciones habituales?

La transición epistemológica necesaria, aceptando que es una apertura insuficiente, pero que
agota nuestros esfuerzos hermenéuticos, es el paso de la educación informal a los consumos
culturales. El desafío es cerrar el aula e iniciar cesión. Aproximarnos a los consumos culturales
resultará esclarecedor para comprender que no se agotan en una mera actualización de
músicas, personajes, modas y preocupaciones, pues constituyen una condición disruptiva.

El afán por estirar la línea de tiempo del siglo XX para tratar de contener, de asimilar y de
disminuir las incertidumbres resulta una acción que sólo se admite como lamento. Pero es
bueno recordar que las elegías no son aconsejables más que para la melancolía.

Ninguno de los referentes, de las plataformas, de los dispositivos, de las expectativas y de los
lenguajes que atraviesan la subjetividad de los estudiantes tiene alguna deuda significativa con
la cultura escolar. Y lo que es aún peor, no la necesitan ni pretenden simularla. La cultura no
presta atención a la escuela y la escuela no sabe cómo convocarla.

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