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Salvación - Enciclopedia Católica

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(En griego soteria; en hebreo yeshu'ah).

La Salvación tiene en el lenguaje de las Escrituras el significado general


de liberación de las necesidades o de otros males, y de su cambio a un
estado de libertad y seguridad (I Reyes, 11,13; 14, 45; II Reyes, 23, 10; IV
Reyes, 13, 17). A veces expresa la ayuda de Dios contra los enemigos de
Israel; en otras ocasiones, la bendición divina otorgada al producto del
suelo (Is., 45, 8). Como el pecado es el máximo mal, al ser raíz y fuente de
todo mal, las Sagradas Escrituras usan la palabra “salvación”
principalmente en el sentido de liberación de la raza humana o del
hombre individual del pecado y sus consecuencias. Consideraremos
primero la salvación de la raza humana, y luego la salvación tal como se
verifica en el hombre individual.

• 1 Salvación de la Raza Humana


• 1.1 Cristo como maestro
• 1.2 Cristo como Rey
• 1.3 Cristo como sacerdote

• 2 Salvación Individual

Salvación de la Raza Humana

No necesitamos extendernos sobre la necesidad de la salvación de la


humanidad ni sobre su conveniencia. Ni necesitamos recordar al lector
que después de que Dios hubo determinado libremente salvar a la raza
humana, podía haberlo hecho perdonando los pecados del hombre sin
tener que recurrir a la Encarnación de la Segunda Persona de la
Santísima Trinidad. Aun así, la Encarnación de la Palabra fue el medio
más adecuado para la salvación del hombre, y era incluso necesaria, en
caso de que Dios reclamara una plena satisfacción de la ofensa hecha a Él
por el pecado (ver ENCARNACIÓN). Aunque la función del Salvador es
realmente una, es virtualmente múltiple: ha de haber una expiación por
el pecado y la condena, un establecimiento de la verdad de forma que

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venza la ignorancia y el error humanos, una fuente perenne de fortaleza


espiritual que ayude al hombre en su lucha contra la oscuridad y la
concupiscencia. No puede haber duda de que Jesucristo cumplió
efectivamente con estas tres funciones, que por tanto Él salvó realmente
a la humanidad del pecado y sus consecuencias. Como maestro estableció
el reino de la verdad; como rey aportó fuerza a sus súbditos; como
sacerdote se colocó entre el cielo y la tierra, reconciliando al hombre
pecador con su airado Dios.

Cristo como maestro

Los profetas habían predicho a Cristo como maestro de la verdad divina:


“Mira que por testigo de las naciones te he puesto, caudillo y legislador
de las naciones” (Is., 55, 4). El mismo Cristo afirma el título de maestro
repetidamente en el curso de su vida pública: “Vosotros me llamáis
Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy” (Juan, 13, 13; cf. Mt., 23, 10;
Juan, 3, 31). Los Evangelios nos informan de que casi toda la vida pública
de Cristo se dedicó a la enseñanza (ver JESUCRISTO). No puede haber
duda de la eminencia suprema de la enseñanza de Cristo; incluso como
hombre, es un testigo ocular de todo lo que revela; su veracidad es la
veracidad propia de Dios; su autoridad es divina; sus palabras son las
declaraciones de una persona divina; puede iluminar internamente y
mover las mentes de sus oyentes; es la sabiduría eterna e infinita de Dios
encarnado que no puede engañar ni engañarse.

Cristo como Rey

El carácter real de Cristo fue predicho por los profetas, anunciado por los
ángeles, proclamado por el mismo Cristo (Sal., 2, 6; Is., 9, 6-7; Ezeq., 34,
23; Jer., 23, 3-5; Lucas, 1, 32-33; Juan, 18, 37). Sus funciones reales son la
fundación, la expansión y la consumación final del reino de Dios entre
los hombres. La primera y la última de estas acciones son acciones
visibles y personales del rey, pero la función intermedia se lleva a cabo o
bien de manera invisible o por agentes visibles de Cristo. El
funcionamiento práctico de la misión real de Cristo se describe en los
tratados sobre las fuentes de la revelación, sobre la gracia, sobre la
Iglesia, sobre los sacramentos, y sobre las postrimerías.

Cristo como sacerdote

El sacerdote ordinario, es hecho de Dios por unción accidental, Cristo se


constituye Hijo de Dios por unción sustancial con la naturaleza divina; el
sacerdote ordinario se hace santo, aunque no impecable, por su
consagración, mientras que Cristo está separado de todo pecado y de los

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pecadores por la unión hipostática; el sacerdote ordinario se acerca a


Dios de una manera muy imperfecta, pero Cristo está sentado a la
derecha del poder de Dios. El sacerdocio levítico era temporal, terrenal, y
carnal en su origen, en sus relaciones con Dios, en su funcionamiento, en
su poder; el sacerdocio de Cristo es eterno, celestial, y espiritual. Las
víctimas ofrecidas por los sacerdotes antiguos eran o cosas inanimadas o,
en el mejor de los casos, animales irracionales distintos de la persona del
oferente; Cristo ofrece una víctima incluida en la persona del oferente.
Su carne humana viva, animada por su alma racional, un sustituto digno
y real de la humanidad, en cuyo nombre Cristo ofrece el sacrificio. El
sacerdote de Aarón infligía una muerte irreparable en la víctima que su
intención sacrificial convertía en rito o símbolo religioso; en el sacrificio
de Cristo, la transmutación de la víctima se lleva a cabo por un acto
interno de su voluntad (Juan, 10, 17), y la muerte de la víctima es el
origen de una nueva vida para sí misma y par la humanidad. Aparte de
eso, el sacrificio de Cristo, al ser de una persona divina, lleva consigo su
propia aceptación; es más un don de Dios al hombre que un sacrificio del
hombre a Dios.

De ahí se deduce la perfección de la salvación operada por Cristo para la


humanidad. Por su parte Cristo ofreció a Dios una satisfacción por el
pecado del hombre no sólo suficiente sino sobreabundante (Rom., 5,
15-20); por parte de Dios suponiendo, lo que se contenía en la misma idea
de la redención del hombre a través de Cristo, que al convenir Dios en
aceptar la obra del Redentor por los pecados del hombre, estaba obligado
por su promesa y su justicia a conceder la remisión del pecado en la
extensión y la forma pretendida por Cristo. De esta manera nuestra
salvación ha vuelto a ganar para nosotros la prerrogativa esencial del
estado de justicia original, esto es, la gracia santificante que restaurará
las prerrogativas menores de la Resurrección. Al mismo tiempo, no hace
desaparecer en seguida el pecado individual, sino sólo procura los
medios para ello, y estos medios no se limitan sólo a los predestinados o a
los fieles, sino que se extienden a todos los hombres (I Jn., 2, 2; I Tim., 2,
1-4). Además, la salvación nos hace coherederos de Cristo (Rom., 8, 14-17),
un sacerdocio real (I Pe., 2, 9; cf. Ex., 19, 6), hijos de Dios, templos del
espíritu Santo (I Cor., 3, 16), y otros Cristos – christianus alter Christus;
perfecciona los órdenes de los ángeles, eleva la dignidad del mundo
material, y restaura todas las cosas en Cristo (Ef., 1, 9-10). Por nuestra
salvación todas las cosas son nuestras, somos de Cristo, y Cristo es de
Dios (I Cor., 3, 22-23).

Salvación Individual

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El Concilio de Trento describe con gran minuciosidad el proceso de


salvación del pecado en el caso de un adulto (Sesión VI, v-vi).

Comienza con la gracia de Dios que toca el corazón de un pecador, y le


llama al arrepentimiento. Esta gracia no puede merecerse; procede
únicamente del amor y la misericordia de Dios. El hombre puede recibir
o rechazar esta inspiración de Dios, puede volverse a Dios o continuar en
pecado. La gracia no constriñe la libre voluntad del hombre.

Así ayudado el pecador se dispone para la salvación del pecado; cree en


la revelación y las promesas de Dios, teme la justicia de Dios, espera en
su misericordia, confía en que Dios será misericordioso con él por
consideración a Cristo, empieza a amar a Dios como fuente de toda
justicia, odia y detesta sus pecados.

Esta disposición es seguida por la justificación misma, que no consiste en


la mera remisión de los pecados, sino en la santificación y renovación del
hombre interior por la recepción voluntaria de la gracia y dones de Dios,
por la que un hombre se convierte en justo en vez de injusto, amigo en
vez de enemigo y así un heredero en orden a esperar la vida eterna. Este
cambio ocurre, bien por razón de un acto de caridad perfecta logrado por
un pecador bien dispuesto o por virtud del Sacramento, bien del
Bautismo o bien de la Penitencia, según la condición del sujeto respectivo
oprimido por el pecado. El Concilio indica más adelante las causas de
este cambio. Por el mérito de la Santísima Pasión a través del Espíritu
Santo, la caridad de Dios se derrama en los corazones de los que están
justificados.

Contra los dogmas heréticos de diversas épocas y sectas debemos


sostener: - que la gracia inicial es verdaderamente gratuita y
sobrenatural; - que la voluntad humana continuará siendo libre bajo la
influencia de esta gracia; - que el hombre realmente coopera en su
salvación personal del pecado; - que por la justificación el hombre se
hace realmente justo, y no meramente declarado o reputado de tal; - que
la justificación y la santificación son sólo dos aspectos de la misma cosa, y
no realidades ontológica y cronológicamente distintas; - que la
justificación excluye todo pecado mortal del alma, de forma que el
hombre justo no es en manera alguna susceptible de la sentencia de
muerte en el tribunal de Dios

Otros puntos implicados en el proceso precedente de salvación personal


del pecado son cuestiones discutidas entre los teólogos católicos; tales
son, por ejemplo: - la naturaleza precisa de la gracia inicial, - la manera

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en que la gracia y la voluntad libre obran conjuntamente, - la naturaleza


precisa del temor y del amor que disponen al pecador a la justificación -
la manera en que los sacramentos dan origen a la gracia santificante.

Pero estas cuestiones se tratan en otros artículos que se refieren ex


professo a los asuntos respectivos. Lo mismo se puede decir de la
perseverancia final sin la cual la salvación personal del pecado no está
permanentemente garantizada.

Lo que se ha dicho es aplicable a la salvación de los adultos; los niños y


los privados de manera permanente de su uso de razón se salvan por el
Sacramento del Bautismo.

A. J. MAAS Transcrito por Donald J. Boon Traducido por Francisco


Vázquez

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