Está en la página 1de 3

LA MUJER QUE NO FUE O MI MADRE EN UN DESIERTO

–¿Cómo se llama usted, señorita?


–¿Y a usted qué le importa, señor?
–Es un decir, por decir algo, no crea.
–Pues mejor cierre el pico, por cerrar algo –contesté airada.
Después de aquella intromisión continué atravesando el desierto montada en aquella cria-
tura maloliente y tempestuosa que avanzaba por las dunas con la parsimonia de una ser-
piente recién comida. Hacía un calor de justicia, asfixiante. Cabalgaba, como digo, a lomos de
un camello. No sé ni de dónde venía ni a qué lugar me dirigía; sin embargo, parecía feliz a pe-
sar del bochorno y de que no se divisaba nada excepto la inmensidad del desierto. Alguien
gritó mi nombre, después cayó fulminado sobre la arena. No le presté atención porque en
realidad no estaba segura de que ese señor formara parte de mi sueño. Es peligroso soñar de
madrugada, es la hora menos indicada para trotar por un desierto a lomos de un camello y
sufrir un calor de espanto. Puede ocurrir que un señor bajito y molesto se cuele en tus sueños
y aparezca por arte de birlibirloque preguntando con insistencia cuál es tu gracia.
–Es un decir, por decir algo, no crea –repitió el señor.
–Cierre el pico, oiga –volví a decir fustigando a mi camello.
Escuché una música moruna que me llevó a danzar sobre el camello como si fuera una de
esas bailarinas de streeptease que contratan por horas. Lástima que no me pudiera despojar
de mi ropa. Con semejante calor no tardaría en achicharrarme y quedarme frita igual que si
acabaran de arrojarme a una sartén embadurnada de harina.
Miré hacia detrás y lo vi.
El señor bajito y molesto caminaba a escasos pasos de mí. Sonreía coqueto y se atusaba el
mostacho como si tal cosa. Parecía que en vez de encontrarse en un desierto estuviera atra-
vesando la Gran Vía. Saludaba a uno y otro lado, lo mismo que si conociera a las criaturas con
las que nos topábamos: serpientes, tarántulas, alacranes y otras beldades mortíferas. Quise
apearme del camello y cantarle las cuarenta, pero en mitad de un sueño no puedes bajarte
del camello porque te descalabras y a la que quieres volverte a subir, el camello se ha dado el
piro y tienes que seguir el trayecto a pie, aún a riesgo de que las plantas se te llenen de llagas.
Hay mucho listillo que está deseando que una se baje del camello en sueños para birlárselo.
Los camellos escasean en los sueños, por eso hay que continuar montados en ellos.
Me detuve un momento y escudriñé el horizonte. Nada, no aparecía ningún oasis. Com-
probé el mapa de mi pensamiento. Siempre que llegaba a ese punto me daba de bruces con-
tra algún oasis, un paraíso de agua potable y palmeras gigantescas. Repasé mentalmente la
ruta. «¡Aja!», me dije, «todo recto, dos pasitos a la derecha, tres hacia la izquierda, retrocedo
un kilómetro y aquí, justo aquí debería estar el paraíso».
El señor bajito y molesto pasó junto a mí, saludándome cortésmente con su sombrero de
copa.
–Buenos días, señorita –me dijo–, ¿en qué puedo servirle? Es un decir, por decir algo –re-
pitió.
Cogí el látigo y comencé a azotarlo, golpeando a aquel señor bajito y molesto hasta que la
muñeca se resintió y tuve que volver a llamar la atención del camello que se había detenido y
conversaba con el señor bajito amigablemente.
–¿Cómo se llama usted, señor camello? –preguntó el señor bajito y molesto.
–¿Y a usted qué le importa? –respondió el camello.
–Es un decir, por decir algo, no crea.
–Pues cierre el pico, por cerrar algo –contestó el ca–mello ofendido.
Desconcertada y ciertamente molesta, el camello y yo continuamos nuestro viaje hacia
ninguna parte, con el señor bajito y molesto pisándonos la huella.
Dejamos atrás el desierto y nos adentramos en un bosque. El camello me pidió permiso
para hacer un alto y yo aproveché la ocasión para darme un baño en un riachuelo cercano.
Todo esto sin descender del camello. Porque ya se sabe que en sueños, los camellos son ob-
jeto de oscuros deseos.
Chapoteamos el camello y yo un buen rato, disfrutando de la temperatura del agua, que
estaba tan helada que al salir a la superficie inmediatamente comenzaban a formarse estalac-
titas en la nariz, orejas y demás orificios. Como el camello no estaba acostumbrado al frío,
agarró un constipado fenomenal. El señor bajito se ofreció a ayudarnos. Nos relató que él en
otros sueños habla ejercido como médico de cabecera y que había recetado un sinfín de su-
positorios y caramelos para la tos.
El camello estornudó con estruendo llenando el rostro del señor bajito y molesto con gran
cantidad de babas que en un periquete empezaron a cristalizarse.
El señor bajito y molesto estuvo un buen rato sin poder decir esta boca helada es mía. Yo
me vi en el penoso deber de tener que trasladarlo a un lugar soleado para que pudiera
derretirse como era debido. Sin apearme del camello, naturalmente, porque en los sueños ya
se sabe...
Mientras el señor bajito y molesto se derretía, el camello y yo despachamos unos pasteli-
tos de nata que había adquirido en una tienda de beduinos a nuestro paso por el desierto.
–Póngame cuarto y mitad –le dije al beduino.
Y me puso tres kilos exactos que me cobró a precio de oro.
Al camello aquellos pastelitos de nata que sabían a arena del desierto le parecieron muy
sabrosos; sin embargo a mí se me hacían una bola en la garganta que rebotaba contra mis
dientes, y aunque yo me afanaba en masticarlos, no había manera de reducirlos a pedacitos
por lo que tenía que regurgitarlos y volver a depositarlos en la bandeja para que el camello les
diera buena cuenta. Los camellos de los sueños no le hacen ascos a nada, ya se sabe...
Después de que el señor bajito y molesto regresara a su estado normal, es decir, a volver a
ser un señor bajito y molesto, acordamos que cada cual seguirla su camino y en consecuencia
su sueño.
El señor bajito y molesto estuvo de acuerdo y levantando su sombrero de copa nos despi-
dió con mucha cortesía.
–¿Cómo se llama usted, señorita?
–¿Y a usted qué le importa, señor?
–Es un decir, por decir algo, no crea.
–Pues cierre el pico, por cerrar algo –respondí airada.
Cuando me desperté tenía la boca seca, como si hubiera estado tragando arena. A mi lado
un señor bajito y molesto me saludó levantando el sombrero.
–¿Cómo se llama usted, señorita?
Recordé que en el último momento descendí del camello. Intenté volver a conciliar el
sueño, pero ya no quedaba ningún camello libre, sólo señores bajitos y molestos que pregun-
taban insistentemente cuál era tu gracia.
–Es un decir, por decir algo, no crea.
–Cierre el pico, oiga.
Después de darle muchas vueltas al asunto y discutir acaloradamente con el señor bajito y
molesto al que hice pedazos el sombrero de copa con mucha cortesía, sin dejar de sonreír y
atusándome el mostacho que comenzó a salirme de madrugada, he decidido dejar de soñar.
Es un decir, por decir algo, no crea.

También podría gustarte