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Un adelanto del segundo libro de El rey pastor
Un adelanto de cosas salvajes y malvadas
A las chicas tranquilas con historias en la cabeza.
A sus sueños... y a sus pesadillas.
Explore obsequios de libros, adelantos, ofertas y más.
Esa mañ ana caminé por el camino forestal para encontrarme con Ione
en la ciudad.
Nubes grises oscurecieron mi camino y el camino estaba resbaladizo y
cubierto de musgo. La madera retenı́a el agua, pesada y hú meda, como
desa iando el inevitable cambio de estació n. Só lo algú n que otro
cornejo contrastaba con el brillo esmeralda, sus tonos rojo anaranjado
brillaban contra la niebla, ardientes y orgullosos.
Los pá jaros revoloteaban bajo un boj, sobresaltados por mi andar torpe,
y volaban hacia arriba en una rá faga, la niebla era tan espesa que sus
alas parecı́an agitarla. Me puse la capucha sobre la frente y silbé una
melodı́a. Era una de sus canciones, una de las muchas que tarareaba en
los rincones oscuros de mi mente. Viejo, lú gubre, suave en el silencioso
ruido. Sonó agradablemente en mis oı́dos, y cuando las notas inales
salieron de mis labios hacia el camino, lamenté oı́rlas irse.
Empujé la parte de atrá s de mi cabeza, sintié ndome en la oscuridad.
Cuando nada respondió , seguı́ caminando por el camino.
Cuando mi ruta se volvió demasiado embarrada, entré en el bosque y
me retrasó una zarza de bayas, negras y jugosas. Antes de comé rmelos,
saqué mi amuleto, una pata de gallo, de mi bolsillo y lo retorcı́, la niebla
que permanecı́a al borde del camino se adhirió a mı́.
Las hormigas quedaron atrapadas en el jugo pegajoso a lo largo de mis
dedos. Los aparté , el fuerte sabor del á cido quemó mi lengua donde
accidentalmente habı́a ingerido algunos. Me limpié los dedos en el
vestido; la lana oscura era tan negra que se tragó las manchas enteras.
Ione me estaba esperando al inal del camino, má s allá de los á rboles.
Nos abrazamos y ella me tomó del brazo, buscando mi rostro bajo la
sombra de mi capucha.
"No te saliste del camino, ¿verdad, Bess?"
"Só lo por un momento", dije, mirando hacia las calles má s allá .
Está bamos en el borde de Blunder, la red de calles adoquinadas y
tiendas que me resultaba má s temible que cualquier bosque oscuro. La
gente bullı́a, ruidos humanos y animales resonaban en mis oı́dos
despué s de tantas semanas en casa en el bosque. Delante de nosotros,
un carruaje pasó apresuradamente, el sonido de los cascos golpeando
contra las antiguas piedras de la calle. Un hombre tres pisos má s arriba
arrojó agua sucia por la ventana y una parte roció el dobladillo de mi
vestido negro. Los niñ os lloraron. Las mujeres gritaron y se
preocuparon. Los comerciantes gritaban sus acciones y en algú n lugar
sonó una campana; el pregonero de Blunder narraba el arresto de tres
bandoleros.
Respiré hondo y seguı́ a Ione calle arriba. Redujimos el paso para mirar
los puestos de los comerciantes y pasar los dedos por telas nuevas
sacadas de detrá s de los escaparates. Ione pagó una moneda de cobre
por un manojo de cinta rosa y le sonrió . el empleado, revelando el
pequeñ o espacio entre sus dientes frontales. Verla me calentó . Sentı́ un
gran cariñ o por Ione, mi prima peliamarilla.
Eramos muy diferentes, mi prima y yo. Ella era honesta, real. Sus
emociones estaban plasmadas en su rostro mientras las mı́as se
escondı́an detrá s de una compostura cuidadosamente practicada.
Estaba viva en todos los sentidos, proclamando en voz alta sus deseos,
sus miedos y todo lo demá s, como un hechizo de gratitud. Llevaba
consigo una tranquilidad dondequiera que fuera, atrayendo a personas
y animales. Incluso los á rboles parecı́an balancearse segú n sus pasos.
Todos la amaban. Y ella tambié n los amaba. Incluso en detrimento de
ella misma.
Ella no ingió , Ione. Ella simplemente lo era .
Le envidiaba eso. Yo era un animal asustado, por lo que rara vez estaba
tranquilo. Necesitaba a Ione, su escudo de calidez y tranquilidad,
especialmente en dı́as como este, el dı́a de mi onomá stica, cuando
visitaba la casa de mi padre.
A lo lejos, en lo má s recó ndito de mi mente, resonó el sonido de un
chasquido de dientes, que tardó en moverse. Apreté mis propios
dientes y apreté los puñ os, pero fue inú til: no habı́a forma de controlar
sus idas y venidas. Un chico pasó junto a mı́ y sus ojos se detuvieron
demasiado tiempo en mi cara. Le di una sonrisa falsa y me di la vuelta,
pasando mi mano por los mú sculos tensos de mi frente hasta que sentı́
que mi expresió n se quedaba en blanco. Era un truco que habı́a pasado
añ os perfeccionando frente al espejo: moldeando mi rostro como arcilla
hasta que tuviera la mirada vaga y recatada de alguien que no tenı́a
nada que ocultar.
Lo sentı́ mirando a Ione a travé s de mis ojos. Cuando habló , su voz
estaba resbaladiza por el aceite. Chica amarilla, suave y limpia. Chica
amarilla, sencilla, invisible. Chica amarilla, pasada por alto. Chica
amarilla, no será Reina.
Silencio , dije, dá ndole la espalda a mi prima.
Ione no sabı́a lo que me habı́a hecho la infecció n. Al menos, no en su
magnitud. Nadie lo hizo. Ni siquiera mi tı́a Opal, que me habı́a acogido
cuando deliraba por la iebre. Por la noche, cuando me ardı́a la iebre,
ella tapaba el marco de la puerta con lana y mantuve las ventanas
cerradas para no despertar a los otros niñ os con mis llantos. Me habı́a
dado somnı́feros y cubierto mis venas urticantes con una cataplasma.
Ella me leı́a los libros que una vez compartió con mi madre. Ella me
amaba, a pesar de lo que signi icaba albergar a un niñ o que habı́a
cogido iebre.
Cuando inalmente salı́ de mi habitació n, mi tı́o y mis primos me
miraron, buscá ndome en busca de cualquier señ al de magia, cualquier
cosa que pudiera traicionarme.
Pero mi tı́a habı́a sido irme. De hecho, habı́a contraı́do la iebre tan
temida en Blunder, pero eso fue el inal: la infecció n no me habı́a
otorgado magia. Ni los Hawthorn ni la nueva familia de mi padre serı́an
declarados culpables de asociarse conmigo mientras mi infecció n
siguiera siendo un secreto.
Y mantendrı́a mi vida.
Ası́ es como se cuentan las mejores mentiras: con la verdad su iciente
para resultar convincentes. Por un tiempo, incluso me encontré
creyendo la mentira, creyendo que no tenı́a magia. Despué s de todo, no
padecı́a ninguno de los sı́ntomas má gicos obvios que tan a menudo
acompañ aban a la infecció n: ni nuevas habilidades, ni sensaciones
extrañ as. Me sentı́ mareado por la ilusió n, pensando que era el ú nico
niñ o que sobrevivió a la infecció n ileso por la magia.
Pero esa fue una é poca que intenté no recordar: una é poca de
inocencia, antes de Providence Cards.
Antes de la pesadilla.
Su voz se desvaneció en la nada, la silenciosa sombra de su presencia
volvió a deslizarse hacia la oscuridad. Mi mente volvió a ser mı́a y el
clamor de la ciudad volvió a crecer en mis oı́dos mientras seguı́a a Ione
pasando por las tiendas de comerciantes hacia Market Street.
En la siguiente curva nos recibieron ecos agudos. Alguien estaba
gritando. Mi cuello se levantó bruscamente. Ione se acercó a mı́.
"Corceles de caza", dijo.
"O Orithe Willow y sus mé dicos", dije, acelerando el paso, escaneando
la calle en busca de tú nicas blancas.
Sonó otro grito, sus notas estridentes se pegaron a los pelos de la nuca.
Volvı́ la cabeza hacia la concurrida plaza adoquinada, pero Ione me
apartó . Lo ú nico que vi antes de doblar otra esquina fue una mujer, con
la boca abierta en un gemido sin palabras, la manga de su capa
levantada para revelar sus venas, oscuras como la tinta.
Un momento despué s desapareció detrá s de cuatro hombres con capas
negras: Destriers, los soldados de é lite del Rey. Los gritos nos siguieron
mientras apresurá bamos las sinuosas calles de Blunder. Cuando
llegamos a la puerta de Spindle House, Ione y yo está bamos sin aliento.
La casa de mi padre era la má s alta de la calle. Me quedé en la puerta,
los gritos todavı́a resonaban en mi mente. Ione, con las mejillas
sonrojadas por el empinado camino, sonrió al guardia.
La gran puerta de madera se abrió , revelando un amplio patio de
ladrillo.
Entramos, Ione delante de mı́. En el centro del patio, lleno de arenisca,
crecı́a un antiguo á rbol huso plantado por el abuelo de mi abuelo. A
diferencia de nuestro estandarte carmesı́ del Huso, el á rbol del patio
todavı́a conservaba su color verde intenso y sus ramas estrechas
estaban cargadas de hojas cerosas. Extendı́ la mano para tocar una hoja,
teniendo cuidado con la hilera de pequeñ os dientes alrededor de sus
bordes. No era un á rbol alto y majestuoso, pero sı́ viejo y galante.
Junto al á rbol del huso, todavı́a pequeñ o y sin madurar, habı́a un serbal
blanco.
En el lado norte del patio se encontraban las caballerizas y, al sur, la
armerı́a. No nos aventuramos a ninguno de los dos, nuestro camino era
recto. Cuando llegamos a los escalones de piedra de la parte delantera
de la casa, respiré y ijé mi expresió n una vez má s, llamando tres veces
a la gran puerta de roble.
Nos saludó el mayordomo de mi padre. "Buenas tardes", dijo Balian,
entrecerrando sus ojos marrones cuando se cruzaron con los mı́os. Le
gusta Los demá s sirvientes de la casa de mi padre habı́an aprendido
hacı́a mucho a descon iar del hijo mayor de Spindle.
Habı́a pasado un añ o desde mi ú ltima visita. Aun ası́, los colores
apagados de la casa me resultaban familiares y los tapices y alfombras
no habı́an cambiado. Balian encendió una vela e Ione y yo lo seguimos
má s allá de la escalera de cerezo oscuro con una barandilla larga y
sinuosa. No re lexioné sobre có mo me encantaba deslizarme por esa
barandilla cuando era niñ a, ni sobre có mo la casa habı́a seguido igual
desde entonces.
No re lexioné mucho en absoluto.
Balian abrió la puerta redondeada del saló n. Podı́a oler el hogar antes
de sentirlo, el rico aroma del cedro me hacı́a cosquillas en la nariz. En el
interior, mi madrastra, Nerium, y mis medias hermanas gemelas, Nya y
Dimia, se levantaron de sillas acolchadas.
Los gemelos tuvieron la decencia de sonreı́r, con hoyuelos idé nticos
tallados en sus mejillas redondeadas. Pude ver a mi padre en sus
rostros, particularmente porque su madre, Nerium, no tenı́a un rostro
hecho para sonreı́r fá cilmente. Mi madrastra me miró con su delicada
nariz, retorciendo las puntas de su cabello blanco hasta la cintura
alrededor de sus dedos delgados y nudosos.
Tenı́a toda la apariencia de un hermoso buitre, posado en su silla
favorita. Ella se sentó , mirá ndome con sus penetrantes ojos azules,
midiendo si era lo su icientemente digno para consumir.
Ione entró primero en la habitació n, bloqueando la vista de Nerium
sobre mı́.
Abracé a Nya y Dimia, mis medias hermanas tuvieron cuidado de no
presionar sus cuerpos demasiado cerca del mı́o. Cuando Balian cerró la
puerta, Ione y yo nos sentamos en las sillas ricamente tapizadas cerca
del fuego, mi asiento má s cercano al hogar.
Era tan rutinario que parecı́a ensayado.
En la pequeñ a mesa junto a mi silla habı́a un jarró n con lirios de color
violeta intenso. Pasé los dedos por los pé talos, con cuidado de no
magullarlos. Siempre habı́a lirios en el saló n.
"Qué lor tan mediocre", dijo Nerium, mirá ndome, su Los ojos se
entrecerraron mientras se deslizaban sobre los iris. "No puedo
entender lo que tu padre ve en ellos".
Mis entrañ as se anudaron. Como la mayorı́a de las cosas que me dijo
Nerium, habı́a un trasfondo de malicia en sus palabras suaves y bien
elegidas. Mi padre tenı́a lirios en casa por una sencilla razó n.
Iris era el nombre de mi madre.
“Creo que son encantadores”, dijo Ione, ofrecié ndome una sonrisa y
luego lanzando a mi madrastra una mirada venenosa.
Dimia, que a menudo se reı́a cuando no tenı́a idea de lo que estaba
pasando, dejó escapar una risita nerviosa. "Tienes buen aspecto", dijo,
acercá ndose a Ione. “¿Es ese un vestido nuevo?”
Al otro lado de la chimenea, sentı́ los ojos de Nya sobre mı́, como si yo
fuera un libro que le habı́an ordenado que no leyera. Cuando desa ié su
mirada, ella se dio la vuelta, con expresió n cautelosa.
Mis medias hermanas no me amaban. O, si lo hicieron, hacı́a tiempo que
habı́an perdido la prá ctica. A los trece añ os, nacidas siete añ os menos
que yo, Dimia y Nya eran idé nticas en casi todos los sentidos,
indistinguibles excepto por la pá lida marca de nacimiento justo debajo
de la oreja izquierda de Nya. Me habı́an observado toda mi vida con
expresiones re lejadas de cautelosa curiosidad, reservando la
amabilidad só lo el uno para el otro.
Intercambié palabras vacı́as con Dimia, el calor del hogar apenas me
tocaba. Me dijo que los habı́an invitado a celebrar el Equinoccio en
Stone, el castillo del Rey.
“Me encanta Equinox”, dijo Dimia, su voz má s fuerte que la de su madre
o su hermana. Cogió una galleta con mantequilla de la mesa auxiliar,
con sus ojos azules soñ adores. Cuando hablaba, salı́an migajas de sus
labios. “¡La mú sica, el baile, los juegos!”
"No todos los juegos son divertidos", dijo Nya, limpiando una migaja de
la comisura del labio de su gemela. “¿Recuerdas lo que pasó el añ o
pasado?”
Las fosas nasales de Nerium se dilataron. Ione frunció el ceñ o. Dimia se
mordió el dobladillo de la manga.
Me quedé mirando sin comprender. No lo recordaba; no habı́a asistido.
“Al Prı́ncipe Hauth le gusta jugar juegos de la verdad con su Carta Cá liz”,
explicó Nerium, sin molestarse en mirarme. “Estalló una pelea entre é l
y uno de los otros Destriers: Jespyr Yew, creo. Aunque no puedo
entender por qué el rey tiene una mujer a su servicio...
Tu padre viene.
Salté tan abruptamente que la voz de Nightmare se deslizó desde la
oscuridad, movié ndose directamente detrá s de mis ojos: urgente. ¿No
puedes verlo?
Me quedé completamente quieto, dejando caer los pá rpados. Allı́, en la
oscuridad, cada vez má s brillante, una luz azul real: una Tarjeta de la
Providencia, la Tarjeta del Pozo. Parecı́a una baliza de za iro, lotando
sobre el suelo, sin duda guardada en el bolsillo de mi padre. Como otras
Cartas de Providencia, el Pozo era del tamañ o de cualquier naipe, no
má s grande que mi puñ o cerrado. Estaba bordeada con un terciopelo
antiguo.
Era el terciopelo el que despedı́a la luz, una luz que só lo yo podı́a ver. O
má s bien, una luz que só lo la criatura en mi mente podı́a ver.
La Well Card habı́a sido la dote de mi madre y valı́a tanto oro como todo
Spindle House. Era una de las doce Cartas de Providencia diferentes
que componı́an la baraja. Relatadas en nuestro antiguo texto, El Antiguo
Libro de los Alisos , las Cartas de la Providencia no só lo eran los mayores
tesoros de Blunder, sino tambié n la ú nica forma legal de realizar magia.
Cualquiera podı́a usarlos; todo lo que hacı́a falta era tacto e intenció n.
Despeja tu mente, sosté n una Tarjeta en tu mano, tó cala tres veces y la
Tarjeta será tuya para empuñ arla. Guarde la Tarjeta en el bolsillo o
coló quela en otro lugar, la magia aú n se mantendrá . Tres toques má s, o
el toque de otra persona, y el lujo de magia se detendrı́a.
Pero si se utiliza una Tarjeta durante demasiado tiempo, las
consecuencias será n nefastas.
Eran excepcionalmente raras, las Providence Cards, y su nú mero era
inito. Cuando era niñ o, só lo me habı́an permitido vislumbrarlos.
Y só lo habı́a tocado uno.
Me estremecı́, la sensació n del terciopelo haciendo cosquillas en mi
memoria. La luz azul de la Well Card de mi padre se hizo má s fuerte.
Cuando se abrió la puerta, la luz invadió el saló n, un faro brillando
desde el bolsillo superior de su jubó n.
Erik huso. Maestro de una de las casas má s antiguas de Blunder. Alto,
severo, temible. Lo má s grave de todo es que una vez habı́a sido el
capitá n de los mismos hombres llamados a cazar a aquellos que
portaban magia, como yo.
Destrier, hasta los huesos.
Pero para mı́ é l era má s que un soldado. El era mi padre. Al igual que
Spindles antes que é l, era un hombre de pocas palabras. Cuando decidió
hablar, su voz era profunda, aguda, como las piedras dentadas que
permanecı́an en la sombra debajo de un puente levadizo. Su cabello
estaba veteado de plata, sujeto al cuello con una tira de cuero. Al igual
que Nerium, su mandı́bula no permitı́a sonreı́r fá cilmente. Pero cuando
miró en mi direcció n, las a iladas esquinas de sus ojos azules se
suavizaron.
"Elspeth", dijo. Sacó su mano de detrá s de su espalda. Allı́,
dolorosamente delicado en su puñ o calloso, habı́a un ramo de lores
silvestres. Milenrama. "Feliz Dı́a del nombre."
Algo en mi pecho tiró . Incluso despué s de todos estos añ os (la muerte
de mi madre, mi infecció n), siempre me regalaba milenrama el dı́a de
mi onomá stica. “La milenrama má s bella de todas”, ası́ me llamaba
cuando era niñ o.
Me levanté del banco y me acerqué a é l, la luz azul en su bolsillo me
miraba ijamente. Cuando deslizó la milenrama en mi mano, el olor del
bosque tocó mi nariz. Debe haberlo recogido esta mañ ana.
Intenté no mirarlo a los ojos por mucho tiempo. Só lo nos harı́a sentir
incó modos a ambos. "Gracias."
“Ibamos a encontrarnos contigo en el pasillo”, le dijo mi madrastra a mi
padre con un tono pellizcado en la voz. “¿Pasa algo?”
La expresió n de mi padre no revelaba nada. “Vine a saludar a mi propia
hija en mi propia casa, Nerium. ¿Te parece bien?
La mandı́bula de Nerium se cerró de golpe. Ione se tapó la boca para
ocultar su risa.
Casi sonreı́. Me sentı́ mejor de lo que deberı́a escuchar a mi padre
defenderme. Pero má s fuerte que el tiró n en la comisura de mis labios
fue un dolor sordo y envejecido, anudado profundamente en mi pecho,
recordá ndome la verdad, siempre presente, entre nosotros.
El no siempre me habı́a defendido.
Balian asomó su calva cabeza por el saló n. “La cena está lista, mi señ or.
Pato asado."
Mi padre asintió bruscamente. “¿Vamos al pasillo?”
Mis medias hermanas abandonaron el saló n, seguidas por mi padre.
Ione fue la siguiente y yo un paso atrá s.
Nerium me atrapó en la puerta, sus delgados dedos se clavaron en mi
brazo. "Tu padre desea que asistas a Equinox con nosotros este añ o",
susurró , y su s salió como un silbido. "Lo cual, por supuesto, no hará s".
Mis ojos bajaron a su mano en mi brazo. "¿Por qué 'por supuesto',
Nerium?"
Sus ojos azules se entrecerraron. "La ú ltima vez que asististe, segú n
recuerdo, hiciste el ridı́culo con ese chico, cuya madre, para que sepas,
vino a llamarte má s de una vez, esperando conocerte".
Hice una mueca. Casi me habı́a olvidado de Alyx. Habı́an pasado añ os.
"Podrı́as haberle dicho dó nde vivı́a realmente".
“¿Y la gente te pregunta por qué tu padre te despidió ?” Las arrugas
alrededor de sus labios se hicieron má s profundas. “Tenemos un
acuerdo feliz, Elspeth. Te mantienes alejado de la corte, en silencio y
fuera de la vista, y tu padre les paga a los Hawthorn (bonosamente,
debo añ adir) para que te retengan.
Mantenerme. Como si fuera un caballo en el establo de mi tı́o. Saqué mi
brazo de su alcance. Todo el apetito que tenı́a se habı́a ido. Miré por
encima del hombro de mi madrastra en busca de Ione, pero ella ya
habı́a entrado al gran saló n.
"De repente ya no tengo estó mago para el pato", dije entre dientes. Me
alejé de mi madrastra y cerré la puerta del saló n al salir. "Me dará s mis
excusas, estoy seguro".
Prá cticamente podı́a escuchar la sonrisa en la voz suave y malvada de
Nerium. "Siempre hago."
Mantuve la compostura hasta que salı́ de Spindle House. Entonces, só lo
cuando las grandes puertas se cerraron detrá s de mı́ me permitı́ llorar.
Mantuve la cabeza gacha, con los ojos llorosos por las lá grimas, y
caminé a paso apresurado hasta la antigua iglesia en la cú spide de la
ciudad, dando un respiro a mis pulmones enfermos só lo una vez que
estuve solo en las calles vacı́as.
Doblada sobre mis rodillas, tosı́, la ira y el dolor golpeaban fuerte
discordia en mi pecho.
La Pesadilla se retorcı́a en la oscuridad, como un lobo pisoteando la
hierba antes de tumbarse sobre ella. Lástima que tuvimos que irnos ,
dijo. Estaba disfrutando mucho de la apasionante conversación del
amado Nerium.
Seguı́ caminando, pateando una piedra con la punta de mi bota hasta
que se perdió entre la hierba alta que crecı́a a lo largo de la cresta entre
el camino y el rı́o. La volverás a ver muy pronto.
¿Y volverás a escabullirte con la cola metida debajo de ti?
¿Quieres que me quede después de eso? Me mordı́.
Sí. Porque correr, querida, es exactamente lo que ella quiere de ti.
Es más fácil así: evitarlos. Respiré profundamente. Correr. Está en mi
naturaleza. Además , agregué con voz hueca, mi padre no me habría
abandonado hace once años si realmente hubiera deseado mi compañía.
Ya lo sabes, ¿por qué molestarse en burlarse de mí?
Su risa goteaba como agua por las paredes de una caverna, haciendo
eco, luego desapareciendo en un silencio hueco. Porque esa, querida
mía, es MI naturaleza.
Me senté junto al rı́o, deleitá ndome con el suave sonido del agua
corriendo. Cogı́ la milenrama, arrancando los diminutos pé talos
amarillos uno por uno. Compré una manzana y un trozo de queso
picante a un vendedor ambulante y me quedé junto al agua hasta que la
luz detrá s de la niebla desapareció en el cielo. Una pequeñ a esperanza
me dijo que Ione podrı́a salir temprano de la casa de mi padre para
seguirme, que podrı́amos caminar juntos por el camino forestal, pero la
campana sonó siete veces y ella no habı́a venido.
Me trencé el cabello en una gruesa trenza y me sacudı́ la suciedad del
trasero, echando una ú ltima mirada al camino hacia la ciudad antes de
agarrar la pata de gallo en mi bolsillo y entrar al bosque.
Capitulo dos
Nada es gratis.
Nada es seguro.
La magia es amor, pero tambié n es odio.
Tiene un costo.
Te encuentran y está s perdido.
La magia es amor, pero tambié n es odio.
Comenzó la noche de la gran tormenta. El viento abrió las
contraventanas de mi ventana y los agudos relá mpagos proyectaron
sombras grotescas en el suelo de mi dormitorio. Las escaleras
crujieron cuando mi padre subió de puntillas, los gritos de mi sirvienta
aú n resonaban por los pasillos mientras huı́a. Cuando llegó a mi puerta,
yo estaba inmó vil, delirando, con las venas oscuras como las raı́ces de
un á rbol. Me sacó del estrecho marco de la cama de mi infancia y me
arrojó a un carruaje.
Desperté dos dı́as despué s en el bosque, al cuidado de mi tı́a Opal.
Cuando bajó la iebre, me despertaba todos los dı́as al amanecer para
inspeccionar mi cuerpo en busca de nuevos signos de magia. Pero la
magia no llegó . I Dormı́ cada noche rezando para que todo hubiera sido
un grave error y que pronto mi padre viniera a llevarme a casa.
Sentı́ sus ojos sobre mı́, los sirvientes que se apresuraban a alejarse, mi
tı́o con la mirada entrecerrada, esperando. Incluso los caballos se
alejaron de mı́, de alguna manera capaces de sentir mi infecció n: la
persuasió n má gica que brotaba en mi sangre joven.
En mi cuarto mes en el bosque, mi tı́o y seis hombres cruzaron la puerta
a caballo, con los caballos empapados de sudor y la espada de mi tı́o
ensangrentada. Arrojé mi desgarbado cuerpo a la sombra del establo y
los observé , con curiosidad de ver a mi tı́o con una sonrisa triunfante en
la boca. Llamó a Jedha, el maestro de armas, y hablaron en voz baja y
rá pida antes de regresar a la casa.
Me quedé en las sombras y los seguı́ a travé s del pasillo hasta la
biblioteca de caoba, con las puertas de madera ligeramente
entreabiertas. No recuerdo lo que se dijeron el uno al otro (có mo mi tı́o
habı́a arrebatado la Tarjeta de la Providencia a los bandoleros), só lo
que estaban consumidos por la emoció n.
Esperé a que se fueran, mi tı́o fue lo su icientemente tonto como para
no guardar la Tarjeta bajo llave, y entré sigilosamente en el corazó n de
la habitació n.
En la parte superior de la tarjeta estaban escritas dos palabras: La
pesadilla . Mi boca se abrió , mis ojos infantiles se agrandaron. Sabı́a lo
su iciente sobre El Antiguo Libro de los Alisos para saber que esta Carta
de la Providencia en particular era una de las dos ú nicas de su tipo, y su
magia era formidable y temible. Uselo y uno tendrá el poder de hablar
en la mente de los demá s. Usala por mucho tiempo y la Carta reveları́a
los miedos má s oscuros.
Pero no fue la reputació n de la Carta lo que me atrapó : fue el monstruo.
Me paré sobre el escritorio, incapaz de apartar los ojos de la espantosa
criatura representada en el rostro de la Carta. Su pelaje era á spero y
recorrı́a sus extremidades y bajaba por su columna encorvada hasta la
parte superior de su cola erizada. Sus dedos eran inquietantemente
largos, sin pelo y gris, rematado por grandes y feroces garras. Su rostro
no era ni de hombre ni de bestia, sino algo intermedio. Me incliné má s
cerca de la Carta, atraı́do por el gruñ ido de la criatura, sus dientes
dentados bajo un labio curvado.
Sus ojos me capturaron. Amarillo, brillante como una antorcha, hendido
por largas pupilas felinas. La criatura me miró ijamente, inmó vil, sin
parpadear, y aunque estaba hecha de tinta y papel, no podı́a evitar la
sensació n de que me estaba observando con tanta atenció n como yo la
estaba observando.
Tratar de comprender lo que pasó despué s fue como reparar un espejo
roto. Incluso si pudiera realinear las piezas, aú n quedaban grietas en mi
memoria. De lo ú nico que estoy seguro es de la sensació n del terciopelo
color burdeos, la increı́ble suavidad a lo largo de los bordes de la
Tarjeta Nightmare cuando mi dedo se deslizó sobre ella.
Recuerdo el olor a sal y el dolor candente que siguió . Debı́ caerme o
desmayarme, porque afuera estaba oscuro cuando desperté en el piso
de la biblioteca. Se me erizó el pelo de la nuca y, cuando me incorporé ,
de alguna manera fui consciente de que ya no estaba sola en la
biblioteca.
Fue entonces cuando lo escuché por primera vez, el sonido de esas
largas y feroces garras golpeteando entre sı́.
Hacer clic. Hacer clic. Hacer clic.
Me puse de pie de un salto y busqué en la biblioteca a un intruso. Pero
estaba solo. No fue hasta que volvió a suceder ( clic, clic, clic ) que me di
cuenta de que la biblioteca estaba vacı́a.
El intruso estaba en mi mente.
"¿Hola?" Llamé , mi voz se quebró .
Su tono era masculino, un silbido y un ronroneo, aceite y bilis, siniestro
y dulce, que resonaban en la oscuridad de mi mente. Hola.
Grité y huı́ de la biblioteca. Pero no habı́a forma de huir de lo que habı́a
hecho.
De repente quedó amargamente claro: la infecció n no me habı́a salvado.
Tenı́a magia. Magia extrañ a y horrible. Todo lo que habı́a tomado Fue
un toque. Só lo un toque de mi dedo sobre el terciopelo y habı́a
absorbido algo del interior de la Tarjeta Pesadilla de mi tı́o. Un solo
toque y su poder acechó los rincones de mi mente, atrapado.
Al principio, pensé que habı́a absorbido la Carta misma, su magia. Pero
a pesar de todos mis esfuerzos, no podı́a hablarle a la mente de los
demá s. Só lo podı́a hablar con la voz: el monstruo, la Pesadilla. Estudié
minuciosamente El Antiguo Libro de los Alisos hasta que lo supe de
memoria, en busca de respuestas. En su descripció n de la Carta de
Pesadilla, el Rey Pastor escribió sobre los miedos má s profundos que
uno saca a la luz: apariciones y terror. Esperé tener miedo, sueñ os,
pesadillas. Pero no vinieron. Apreté la mandı́bula para no gritar cada
vez que entraba a una habitació n oscura, segura de que é l romperı́a el
silencio con un chillido aterrador, pero permaneció callado. El no me
persiguió .
No dijo nada hasta el dı́a en que llegaron los mé dicos y me salvó la vida.
Despué s de eso, los ruidos de sus idas y venidas se volvieron familiares.
Enigmá ticos, sus secretos eran vastos. Lo má s extrañ o aú n es que
Nightmare llevaba su propia magia. A sus ojos, las Tarjetas Providencia
eran tan brillantes como una antorcha y sus colores exclusivos del
borde de terciopelo que llevaban. Con é l atrapado en mi mente, yo
tambié n vi las Cartas. Y cuando le pedı́ ayuda, me hice má s fuerte: podı́a
correr má s rá pido, por má s tiempo, mis sentidos se agudizaron.
Por momentos permanecı́a aletargado, como dormido. En otras, parecı́a
apoderarse de mis pensamientos por completo. Cuando hablaba, su voz
suave y misteriosa planteaba acertijos rı́tmicos, a veces para citar El
viejo libro de los alisos , a veces simplemente para burlarse de mı́.
Pero no importa cuá ntas veces le pregunté , é l no me dijo quié n era ni
có mo habı́a llegado a existir en Nightmare Card.
Llevamos once añ os juntos.
Once añ os y nunca se lo he contado a nadie.
El viejo libro de los alisos que mi tı́a habı́a compartido con mi madre
yacı́a amontonado en el suelo de la sala de estar. Lo recogı́ con ambas
manos; su cubierta descolorida me resultaba familiar al tacto. El libro
olı́a a cuero viejo, la encuadernació n dé bil, agrietada por el uso y el
tiempo. En la portada interior estaba la inscripció n de mi tı́a, escrita en
el nombre que una vez habı́a compartido con mi madre, el nombre que
llevaba antes de que su padre irmara un contrato matrimonial con
Tyrn Hawthorn.
Rayo blanco de ópalo. Y al lado, escrito en las letras de mi madre, estaba
el nombre de mi madre. Iris Rayo Blanco.
Hojeé las pá ginas amarillentas. Al igual que mis primos, yo tambié n
habı́a sentido curiosidad por las Providence Cards cuando era niñ o, por
la magia. Mi madre me dejaba subirme a su regazo mientras me leı́a su
ejemplar de El viejo libro de los alisos . Habı́a hecho dibujos en los
má rgenes del libro con tinta verde, imá genes arremolinadas de á rboles,
doncellas y monstruos. Cuando me leı́a, su cabello negro caı́a sobre su
hombro y yo enroscaba las puntas alrededor de mi dedo meñ ique,
perdida en la calma del lenguaje extrañ o y espeluznante del libro.
Un equinoccio de primavera, mi madre y yo fuimos a visitar a tı́a Opal.
Acurrucadas sobre una alfombra de piel de oveja como gatitos, Ione y
yo nos sentamos, con los ojos muy abiertos, mientras mi madre y mi tı́a
respondı́an nuestras preguntas sobre el extrañ o libro del Rey Pastor.
“¿Por qué el Rey Pastor hizo Tarjetas de la Providencia?” Yo habı́a
preguntado. “¿Có mo los modeló ?”
Mi tı́a se habı́a bajado las gafas de lectura y me miraba con una
solemnidad que rara vez empleaba. "Para responder a eso", habı́a dicho,
"primero debemos mirar al Espı́ritu del Bosque".
Me estremecı́ a pesar del fuego crepitante. La descripció n que hizo el
Rey Pastor del Espı́ritu del Bosque fue el tipo de cosa que hizo que mi
imaginació n infantil se volviera loca de terror. Una deidad eterna, que
olı́a a magia, a sal, que acechaba, invisible, en la niebla.
“Hace mucho tiempo”, habı́a dicho mi tı́a, “antes de las Cartas de la
Providencia, el Espı́ritu del Bosque era nuestra divinidad. La gente de
Blunder la buscó , peinando el bosque en busca del olor a sal. Le
pidieron bendiciones y regalos. Honraron sus bosques y tomaron como
propios los nombres de los á rboles. Esto era magia antigua, religió n
antigua”. Su frente se habı́a oscurecido. “Por su reverencia, el Espı́ritu
del Bosque concedió al Rey Pastor una magia extrañ a y poderosa.
Querı́a compartir su magia con su reino, y por eso creó las doce Cartas
de la Providencia”. Su voz se habı́a vuelto solemne. “Pero todo tiene un
precio. Por cada Carta, el Rey Pastor le dio algo al Espı́ritu del Bosque”.
“¿Como su alma?” habı́a preguntado Ione, mordié ndose las uñ as.
Mi tı́a asintió . “Pero al inal fue el Espı́ritu del Bosque quien pagarı́a.
Con las Cartas de la Providencia del Rey Pastor, la gente tenı́a la magia
al alcance de la mano. No tenı́an que ir al bosque y rogarle sus
bendiciones. Ya no venerado, el Espı́ritu se volvió vengativo,
traicionero”. Ella hizo una pausa, con los labios fruncidos. "Ella creó la
niebla para atraer a la gente de regreso al bosque".
Era joven. Pero incluso entonces, sabı́a que debı́a descon iar de la
niebla. “Quienes lo encontraron perdieron el rumbo y, a menudo, la
cabeza”, habı́a dicho mi madre. “La niebla se extendió , aislá ndonos de
los reinos vecinos. Peor aú n, los niñ os que permanecı́an allı́
enfermaban de iebre y sus venas se oscurecı́an. Aquellos que
sobrevivieron a la iebre a menudo portaban dones má gicos como los
que solı́a otorgar el Espı́ritu, só lo que má s rebeldes y má s peligrosos.
Cuando su voz tembló , se llevó una mano a la garganta. “Pero estos
niñ os degeneraron con el tiempo. Algunos se retorcieron en sus
cuerpos, otros en sus mentes. Pocos sobrevivieron hasta la edad adulta”.
Ione y yo nos quedamos quietos, absortos en la historia, demasiado
jó venes para comprender plenamente los peligros del mundo que
ocupamos tan inocentemente. “Para disipar la niebla”, habı́a dicho mi
tı́a, “el Rey Pastor se adentró en el bosque para negociar una vez má s
con el Espı́ritu. Cuando regresó , escribió esto”, habı́a dicho, tocando El
viejo libro de los alisos en su regazo. "Escribió sobre los peligros de la
magia y có mo protegerse en la niebla con un amuleto". Mi tı́a habı́a
hecho una pausa para dar efecto. "En la ú ltima pá gina, el Rey Pastor
escribió có mo destruir la niebla".
"¡Lé elo!" Ione y yo habı́amos llamado al unı́sono.
Mi tı́a se habı́a aclarado la garganta y se llevó las gafas a los ojos.
Los doce se llaman unos a otros cuando las sombras se
alargan.
Cuando los días se acortan y el Espíritu es fuerte.
Llaman al Deck y el Deck los llama de vuelta.
Únenos, dicen, y expulsaremos a los negros.
En el árbol homónimo del Rey, con la sangre negra de la
sal,
Los doce, juntos, pondrán in a la enfermedad.
Aligerarán la niebla desde la montaña hasta el mar.
Nuevos comienzos, nuevos inales...
Pero nada sale gratis.
Chillé , el ritmo espeluznante como seda en mis oı́dos. Ione y yo nos
miramos el uno al otro, nuestros labios se curvaron mientras
disfrutá bamos de la deliciosa oscuridad que brotaba de las palabras del
Rey Pastor.
"Las cartas. La niebla. La sangre”, habı́a dicho mi madre, su voz tan
suave que parecı́a un susurro. “Está n todos entretejidos y su equilibrio
es delicado, como la seda de arañ a. Une las doce Cartas de la
Providencia con la sangre negra de la sal y la infecció n sanará . Los
errores quedará n libres de la niebla”.
“Pero el Rey Pastor no levantó la niebla ni curó la infecció n”, habı́a dicho
mi tı́a con voz pesada. “El Espı́ritu lo engañ ó , dicié ndole có mo levantar
la niebla só lo despué s de haber intercambiado su Tarjeta Twin Alders.
Sin su Carta inal, el Rey Pastor no podrı́a unir el Mazo. Y por eso nunca
levantó la niebla. Ningú n rey lo ha hecho jamá s”.
“Ningú n rey lo hará jamá s”, habı́a re lexionado mi madre. “No hasta que
alguien encuentre la carta Twin Alders y el mazo esté completo. Hasta
entonces…"
Ione y yo compartimos una mirada sombrı́a. "La niebla seguirá
extendié ndose".
Dejamos la mesa por separado. Cuando inalmente salı́ del gran saló n y
me encontré con Ravyn al inal del pasillo de servicio, hizo un mal
trabajo enmascarando su impaciencia. “¿Alguien te vio?”
"No lo creo", respondı́ con los labios apretados. "Mi madrastra, tal vez".
Tuve que levantarme la falda para seguir el ritmo, agradeciendo que mi
zapatero no me hubiera puesto tacones. Ravyn era rá pido en su paso,
maniobrando dentro y fuera de habitaciones que nunca habı́a visto
antes.
Uno de ellos, varios tramos por encima del gran saló n, estaba cerrado
con llave.
Ravyn metió la mano en el bolsillo y sacó una llave. Cuando se abrió la
puerta, entró corriendo y me hizo pasar con un movimiento de cabeza.
"¿Dó nde estamos?" Busqué a tientas en la oscuridad y me golpeé el
dedo del pie con algo endeble: un libro.
“Mi cá mara. Cierre la puerta."
La habitació n estaba a oscuras salvo por el hogar moribundo, que
brillaba con un color rojo á mbar contra la pared del fondo. Ravyn cruzó
la habitació n y maldijo. Un libro salió volando de debajo de su bota y se
estrelló a varios metros de distancia. Se arrodilló junto al fuego y lo
avivó con su aliento lo su iciente como para encender un solo
candelabro.
El olor a polvo y sutiles toques de clavo y cedro llenaron mi nariz
mientras miraba la cá mara. No era de extrañ ar que hubiera tropezado.
Habı́a libros esparcidos por el suelo, algunos apilados, otros boca abajo,
con las pá ginas extendidas como las alas de un pá jaro muerto. Tambié n
lo eran las ropas del Capitá n. Tú nicas, jubones y capas yacı́an
amontonados en el suelo. Otros estaban colocados sobre los respaldos
de las sillas y sobre el armazó n de su amplia cama, escasamente
cubierta por mantas.
Si hubiera sido una habitació n má s pequeñ a, se habrı́a sentido
abarrotada, con sus pertenencias amontonadas descuidadamente,
dejando espacios extrañ os y macabros. sombras sobre el suelo de
madera. Pero la habitació n del capitá n era espaciosa, aú n má s grande
por la falta de decoració n; sus ú nicos muebles eran una cama, unas
cuantas sillas, una pequeñ a mesa para lavar en un rincó n (un espejo
viejo apoyado precariamente sobre ella) y un armario.
No era lo que esperaba de alguien tan severo. Orden, pulcritud,
disciplina, como mi padre. Esas eran cualidades que atribuı́a al Capitá n
de los Destriers. O Ravyn Yew estaba reorganizando su habitació n, o lo
que empezaba a parecer má s evidente por momentos...
No era el hombre que me imaginaba.
El crujir de llaves me sacó de mis pensamientos. Al otro lado de la
habitació n, la vela de Ravyn parpadeaba hacia el armario. Detrá s
brillaba otra luz, de un intenso color burdeos, tan oscura que era difı́cil
distinguirla.
La segunda carta de pesadilla. Carta de la pesadilla de Ravyn.
Mantuve una mano en el pestillo de la puerta. "¿Qué está s haciendo?"
“Querı́as que convocara a mi consejo, ¿verdad? ¿Esperabas que lo
hiciera frente a toda la corte de mi tı́o?
Escuché que la cerradura se abrı́a. Ravyn abrió las puertas del armario,
revelando má s luz color burdeos. Tomó la Tarjeta Nightmare y la tocó
tres veces. Contuve el aliento y me estremecı́. Cuando no pasó nada, el
silencio fue ensordecedor.
"¿Como funciona?" Solté . "La carta de la pesadilla".
"Es mejor cuando puedo concentrarme".
“Sı́, pero ¿qué te impide escuchar a todos en el castillo? Toma-"
Ravyn me lanzó una mirada estrecha. “Concé ntrese, señ orita Spindle.
Mucha concentració n. Ası́ que, por favor, si no te importa, cá llate”.
Apreté la mandı́bula, rezando para que Ravyn no rompiera su palabra y
entrara en mi mente.
Tranquilizarse. Sea astuto. No puede escuchar tus pensamientos para no
concentrarse en ti.
¿Qué te hace estar tan seguro? exigı́.
Su risa retumbó en la oscuridad. Sé algunas cosas sobre Providence
Cards, querida.
Dudo que.
No dijo nada, un silencio ponderado. Incluso su silencio parecı́a un
juego.
Y, como la mayorı́a de los juegos que jugué con Nightmare, estaba
destinado a perder. ¿Conoces realmente las Tarjetas? Yo pregunté .
Su risa volvió a sonar, má s cruel. Final.
Negué con la cabeza. Inútil, como siempre. Ahora cállate, no sea que
escuche todo el ruido que sale de mi cabeza.
Tú eres la que grita, Elspeth.
Mis fosas nasales se dilataron. Simplemente estoy tratando de sortear
este desastre total sin alertar al Capitán de los Destriers del hecho de que
tengo un MONSTRUO de quinientos años viviendo en mi cabeza.
Creo que te re ieres a "traidor al señor y a la tierra", no a "Capitán".
Después de todo, querida, sólo se falsi icaron dos Cartas de Pesadilla. Los
Rowan llevan mucho tiempo buscando uno, sólo para que esté aquí,
cuidadosamente escondido en el castillo del Rey, ante sus mismas narices.
Miré a Ravyn, que estaba tan quieto que podrı́a haber sido otro mueble
má s en la habitació n en sombras. No sabemos por qué le ha ocultado su
Nightmare Card a su tío , dije. Podría haber una razón plausible.
Las razones plausibles no son más que una sombra en la horca. El
bandolero se encuentra con el verdugo, de una forma u otra.
Ravyn tocó la Tarjeta Nightmare tres veces má s y se la metió en el
bolsillo. Giró sobre sus talones y caminó hacia mı́, tan rá pido que salté .
“He hablado con mi familia”, dijo. "Nos reuniremos con ellos en el
só tano".
Abrı́ la boca mientras presionaba el pestillo de la puerta,
preguntá ndome cuá ntos miembros de la familia de Ravyn sabı́an de su
duplicidad: su Nightmare Card. Pero antes de que pudiera hablar, El
Capitá n estaba sobre mı́, su mano presionando la mı́a, deteniendo el
pestillo entre mis dedos.
"Qué vas a-"
"¡Tranquilo!" Instó , colocando un dedo en mis labios.
Me congelé , mis oı́dos se animaron al sonido de unas pisadas.
“Ultimamente tiene mal cará cter”, gritó una voz de hombre desde el
pasillo. “Violento, desigual”.
"Eso era de esperar", dijo otra voz justo afuera de la puerta de Ravyn.
"Sin una guadañ a, puede resultar difı́cil controlar al niñ o".
Podı́a sentir el pecho de Ravyn hincharse mientras tomaba aire, lı́neas
agudas de tensió n arrastrá ndose por su rostro. Me quedé congelada,
mirá ndolo, su dedo todavı́a presionado contra mis labios. Hacı́a calor, la
piel á spera. Intenté evitar que mi boca se moviera, para disminuir la
profunda inquietud que sentı́a al estar atrapado tan cerca del Capitá n
de los Destriers. Pero lo ú nico que logré hacer fue contener la
respiració n.
Y ni siquiera eso duró . Especialmente con mi corazó n acelerado. Inspiré
abruptamente, mis labios se separaron contra la piel de su dedo. Ravyn
bajó la mirada hasta mi boca. Su dedo se deslizó de mis labios, sus ojos
se encontraron con los mı́os para una mirada fugaz antes de volver a
mirar hacia la puerta. Y aunque estaba demasiado oscuro para estar
seguro, me pareció ver un rubor deslizarse por su cuello.
Los hombres en el pasillo continuaron hablando. “Puedo fortalecer sus
sedantes. Só lo que, con el Capitá n de los Destriers tan protector, me
temo que no se me permitirá administrarlos.
“No molestes al Capitá n con noticias de su hermano”, dijo el otro. “Si
Emory te causa má s problemas, ven a verme. Y hagas lo que hagas”,
advirtió , “no dejes que el chico te toque. Só lo te pondrá nervioso”.
Sus voces resonaron en el pasillo, hacié ndose má s pequeñ as. Un
momento despué s se habı́an ido, siendo el ú nico clamor que quedaba el
latido de mi corazó n.
Miré a Ravyn, buscando en su rostro respuestas que pudiera aú n no lo
entiendo. Emory. Habı́an estado hablando de Emory: su naturaleza
peligrosa e inconstante.
"¿Quié nes eran?" Susurré .
"Mé dicos", dijo Ravyn, con profundas arrugas en la frente. "El primo de
Filick".
“¿Orithe Sauce?” Lo logré .
"¿Lo conoces?"
Un hombre delgado con ojos pá lidos y lechosos cruzó por mi mente.
“Vino a la casa de mi tı́o y buscó en mi familia cualquier signo de
infecció n”.
Ravyn se puso tenso. “¿Nunca te analizó la sangre?”
"No." Dejé escapar un pequeñ o sonido, como si unos dedos hubieran
rodeado mi garganta y hubieran comenzado a apretar. “Mi tı́a me
escondió ”.
Ravyn me miró , algo de la tensió n desapareció de sus rasgos. Deslizó su
mano lejos de la mı́a sobre el pestillo, su pulgar cá lido y calloso se
enganchó sobre mis nudillos. Fue pensado como un gesto de consuelo,
un reconocimiento silencioso de mi miedo. Y eso fue.
Pero eso no explicaba por qué ambos miramos hacia otro lado
inmediatamente despué s.
Ravyn se dirigió al armario de caoba abierto en el rincó n má s alejado
de la habitació n. Escuché el ruido de la tela movié ndose mientras
apartaba su ropa, dejando al descubierto el irme tablero de madera del
armario.
Entrecerré los ojos. Estaba seguro de que habı́a una tarjeta en el
armario. Pero aú n no podı́a distinguir su color... só lo que era oscuro.
Ravyn golpeó el tablero. Entonces otra vez. Al cuarto golpe, oı́ un eco de
vacı́o. Gruñ endo, Ravyn sacó algo que no pude ver de un panel oculto en
su armario.
Só lo cuando la Tarjeta estuvo libre entendı́ su color. Pú rpura intenso y
real, como una piedra amatista que habı́a visto una vez en Market
Street. Una segunda Carta escondida, casi tan rara como la Pesadilla... e
igual de aterradora.
El espejo.
La Pesadilla arañ ó el interior de mi cabeza, como si presionara contra
los barrotes. Sentı́ que una sonrisa se extendı́a por su rostro y su cola se
movı́a. Aún más delicioso.
De todas las Cartas de la Providencia narradas en El viejo libro de los
alisos , el Espejo era el que má s me asustaba cuando era niñ a. Retrocedı́
hacia la puerta, temiendo incluso estar cerca de la Tarjeta Espejo.
"Cuánto miedo" , dijo la Pesadilla. Tanto poder. Ver más allá del velo: qué
deleite perverso.
No hay nada agradable en ser invisible , dije. O ver a los muertos.
Estuvo en silencio un momento. Algunos darían cualquier cosa por
hablar con sus seres queridos.
Ravyn cerró el armario y caminó hacia la puerta, detenié ndose só lo
cuando nuestras miradas se encontraron. "¿Qué pasa?"
Me quedé mirando la Tarjeta Espejo que tenı́a en la mano. "¿Vas a usar
eso?"
"Es para ti."
El aire salió de mi boca abierta y metı́ las manos en los bolsillos. "No
puedo", dije demasiado rá pido.
Ravyn arqueó una ceja. "Cré eme, quieres evitar a Orithe".
Ahora es tu oportunidad , dijo Nightmare, su voz llena de picardı́a.
Cuéntale tu verdadera magia. Seguir. Dile por qué te niegas a tocar
Providence Cards.
Esto no es un juego , dije. Si le digo que absorbo cualquier Carta que toco,
querrá saber el resto. Él descubrirá sobre TI.
¿Realmente sería eso tan horrible?
Lo ignoré , armá ndome de valor. “No tengo ningú n deseo de usar
Providence Cards”, le dije a Ravyn.
Los ojos grises del Capitá n se clavaron en mi rostro. “¿A qué se debe
eso, señ orita Spindle?”
"Nada viene gratis", dije, forzando la irmeza en mi voz. “No me
arriesgo. Ni siquiera con Tarjetas. Por favor, Capitá n. No puedo."
Despué s de una pausa severa, sus ojos se detuvieron por un momento
demasiado en mi cara, Ravyn se aclaró la garganta. "Muy bien. No te
importará si lo hago, ¿verdad?
La luz del pasillo inundó la habitació n oscura cuando abrı́ la puerta. Me
volvı́, esperando seguir el ejemplo de Ravyn, pero de repente ya no
estaba, desapareció .
Con los ojos muy abiertos, grité .
Una leve risa sonó desde el espacio en el que se encontraba el Capitá n
de los Destriers.
"¿Có mo... todavı́a está s..."
"Estoy aquı́", dijo Ravyn, hacié ndome saltar.
Extendı́ la mano, sin esperar nada. Pero mis dedos chocaron con la seda
de su tú nica, presionando los tensos mú sculos del estó mago de Ravyn.
Retiré mi mano inmediatamente. "Bien. Erm, lo siento”.
“Es mejor que no me vean”, explicó . “Se supone que debo estar
vigilando a la multitud esta noche. ¿Puedes ver la tarjeta?
La luz violeta lotaba aparentemente por sı́ sola, como un hada amatista
en el viento. "Sı́."
"Bien. Ahora levanta la mandı́bula del suelo y sı́gueme”.
Borrachos del vino del rey, mareados por el baile, los invitados del rey
se movı́an sin freno por el sendero del jardı́n. Ravyn murmuró en voz
baja mientras nos abrı́amos paso entre las masas. "Odio jodidamente a
Equinox".
La multitud se movió y chocó contra nosotros. Vislumbré dos Aguilas
Blancas, las Cartas del coraje. Parpadeaban como nieve al viento,
blancas y limpias, en el lado menos concurrido de los jardines, cerca del
bosque de serbales.
Saltando entre las luces blancas habı́a un niñ o, su cabello oscuro y sus
movimientos errá ticos, como si estuviera perdido en el mundo que lo
rodeaba.
Emory.
"¡Allá !" Dije, señ alando. "Lo veo."
Ravyn se abrió paso entre la multitud en una rá faga de negro, dejando
yo detrá s. Intenté observarlo, pero un grupo de hombres borrachos me
apartaron del camino.
Uno de los hombres se rió y me dio palmaditas en la cabeza como si
fuera un animal bajo sus pies. Cuando aparté su mano, la multitud se
movió . Los hombres volvieron a empujarme, esta vez con fuerza
su iciente para tirarme al suelo.
Golpeé con fuerza el sendero del jardı́n y el aire salió disparado de mis
pulmones. Un momento despué s, una mano se acercó a mı́ y se
enganchó debajo de mi hombro. Me movı́ para apartarlo de una
bofetada, pero me quedé inmó vil al reconocer al hombre que me
levantó .
Elm Rowan me miró a travé s de sus intensos iris verdes. Cuando estuve
de pie, me rodeó con un brazo irme, protegié ndome de la multitud.
“¿Todo bien, Spindle?”
"Vete", dije, la sensació n de abofetearme tan fresca que todavı́a me dolı́a
la mejilla.
“Creo que quieres decir 'gracias'”, dijo el Prı́ncipe, empujá ndome entre
la multitud, camino arriba.
"Dé jalo ir." Me retorcı́ en su brazo, la Pesadilla siseaba detrá s de mis
pestañ as.
“¿Y dejar que te pisoteen?” Dijo Olmo. "Nuestras aspiraciones habrá n
terminado antes de haber comenzado".
La multitud volvió a surgir. Me presioné contra Elm, los gritos de risas
de borrachos nos rodeaban.
“Por los malditos á rboles”, dijo el Prı́ncipe, con los dedos rojos mientras
sacaba la guadañ a de su bolsillo y la golpeaba tres veces. Por un breve
momento, sus ojos se pusieron vidriosos y estaba perdido, en lo
profundo de sı́ mismo, consumido por la magia.
Lo miré , el miedo y la fascinació n se hicieron un nudo en mi estó mago.
Los ojos de la multitud se volvieron hacia nosotros. Aú n ası́, se
movieron, comandados por la Tarjeta roja, hombres y mujeres que
soplaban como cenizas en el viento, separá ndose hasta que hubo un
camino distinto a travé s de el caos. Luego, só lo una vez que hubo un
camino despejado hacia el bosque de serbales, Elm tocó la guadañ a tres
veces má s, liberando a la multitud de su control.
Caminé vacilantemente por el nuevo camino improvisado.
Acaba de hacer que cincuenta personas sean tan dóciles como el papel.
Nightmare chasqueó su lengua contra sus dientes. Él no podía
controlarte, ¿verdad?
El camino se desvió , entretejido entre bojes bien cuidados. Elm nos
guió , presionando las palmas de sus manos contra su frente. "¿Bien?"
dijo, deslizando la guadañ a en el bolsillo de su tú nica.
"El está allı́", dije. Emory Yew y las luces de las White Eagle Cards
volvieron a aparecer.
La carcajada de Emory recorrió la arboleda. Se tambaleó , se empujó
como una cañ a de sauce entre dos hombres con Aguilas Blancas. Los
hombres eran má s altos que é l: mayores, má s anchos y mucho má s
enojados. No pude oı́r sus palabras, pero por su postura (la tensió n en
sus gruesos hombros) me di cuenta de que no estaban intercambiando
bromas con el sobrino má s joven del rey.
Un momento despué s, Emory estaba en el suelo, con sangre saliendo de
sus fosas nasales por el golpe que habı́a recibido.
"Aquı́ vamos de nuevo", dijo Elm, apresurá ndose por el sendero del
jardı́n.
Emory yacı́a en el cé sped y sus palabras salı́an en carcajadas. Elm y yo
todavı́a está bamos demasiado lejos para discernir sus palabras, pero lo
que sea que dijo Emory, fue su iciente para que uno de los hombres lo
arrancara del suelo por el cuello.
Pero antes de que el hombre pudiera atacar de nuevo, se tambaleó
hacia atrá s, con una manga negra enrollada alrededor de su garganta.
Habı́a llegado el capitá n de los corceles.
Un verdor oscuro pasó rá pidamente por mi periferia. El camino giraba y
nos llevó a Elm y a mı́ hasta una hilera de setos. Cuando miré por
encima del seto, vi a Ravyn, los tonos profundos de sus Cartas de
Pesadilla y Espejo contrastaban con los hombres y sus Aguilas Blancas.
El segundo hombre dio un paso adelante. "¡Ese enano me robó el
bolsillo!"
Ravyn soltó la garganta del primer hombre. "Es un chico tonto", dijo.
"Dejar. Ahora."
"¡No hasta que recupere mi moneda!"
Estimulado por el coraje que le brindó su Aguila Blanca, el primer
hombre atacó a Ravyn con fuerza bruta, con el puñ o cerrado como una
maza. Ravyn lo esquivó , girá ndose entre las sombras. Se interpuso
entre Emory y los hombres, alejando a su hermano del tumulto.
Emory se retiró a un á rbol cercano, con los labios torcidos por la risa.
Se subió a una rama baja y quedó colgando, con los ojos muy abiertos y
vidriosos.
Me acerqué al seto, pero Elm puso su mano en mi hombro para
detenerme.
“¿No vas a ayudarlo?” exigı́.
El Prı́ncipe se apoyó en el verdor y bostezó . "Ha sido un largo dı́a. Deja
que Ravyn se divierta un poco”.
La Pesadilla observó la pelea detrá s de mis ojos, su cola parpadeando.
Los hombres se movieron al unı́sono en un intento de tomar a Ravyn
con la guardia baja. Ravyn simplemente se giró , cruel en su precisió n, y
envió a uno de ellos al suelo con un rá pido golpe en la mandı́bula.
El hombre aterrizó desplomado debajo del serbal. Emory aulló desde su
posició n, su sonrisa era tan amplia que podı́a ver sus dientes.
“Disculpas por los dedos pegajosos”, gritó mientras dejaba caer
monedas de oro, una por una, sobre el pecho del hombre. "Me temo que
es un rasgo familiar".
Me quedé mirando al chico, paralizada. Lo habı́a sentido en las
escaleras. Habı́a algo extrañ o en Emory Yew. Ahora entendı́ lo que
realmente era. La infecció n... lo estaba carcomiendo, arrancá ndole la
cordura.
Está degenerando , dijo Nightmare. Poco a poco. La magia siempre tiene
un costo.
Torcı́ la pata de gallo en mi bolsillo. "¿Qué magia le otorgó la infecció n
de Emory?"
La mirada de Elm se dirigió a su joven prima. "El puede leer a la gente",
dijo. “Como si todos sus secretos hubieran sido transcritos en las
pá ginas de un libro. Todo lo que se necesita es un solo toque”.
El frı́o subió por mi columna. Veo una mirada amarilla entrecerrada por
el odio , me habı́a dicho el niñ o. Veo oscuridad y sombra. Y veo tus dedos,
largos y pálidos, cubiertos de sangre.
Elm, sin darse cuenta de mi angustia, continuó . “Pero la infecció n ha
pasado factura. En los ú ltimos dos añ os, se ha vuelto má s dé bil,
cambiante y violento. A veces ni siquiera puede recordar a su propia
familia. Cada solsticio y equinoccio parece empeorar”.
Ravyn y el segundo hombre continuaron peleá ndose. Ravyn detuvo su
golpe y respondió con un revé s brutal. Elm los observó , haciendo crujir
sus nudillos uno por uno.
"Emory me habló de ti anoche", dijo. "Dijo que habı́a una mujer en el
castillo con ojos negros y magia oscura". Su sonrisa no tocó sus ojos. “El
pobre niñ o estaba demasiado emocionado. Nunca antes habı́a conocido
a nadie má s infectado. Cualquiera ademá s de su hermano, claro está .
Sentı́ como si cien abejas hubieran inundado mis pulmones, sus alas
aleteando en un tó rrido pá nico. Luché por respirar, el calor salı́a de mi
pecho y envolvı́a mi garganta.
Ravyn tejo. Infectado.
¿Sabías? Jadeé ante la Pesadilla.
Ronroneó , la grati icació n goteando como cera caliente de su voz. Tenía
mis sospechas.
¿Y no pensaste en decírmelo?
Has tenido al hombre en tu mirada todo el día. Seguramente viste más
que una cara bonita.
Elm me miró y notó la sorpresa en mi rostro. Esta vez su sonrisa fue
plena. “¿El no te lo dijo?”
Parpadeé , mi lengua quedó atrapada en una trampa. “El—El es—”
"Infectado", dijo Elm. "Sı́. Terriblemente”.
¿Qué criatura es él, con máscara de piedra? dijo la Pesadilla una vez má s.
¿Capitán? ¿Salteador de caminos? ¿O una bestia aún desconocida?
La Pesadilla y yo miramos por encima del boj, la pelea ahora en su
clı́max. Los dos oponentes de Ravyn estaban de pie, con sus Aguilas
Blancas brillando en sus bolsillos. Emory les cantó desde su posició n en
el á rbol. Cuando el primer hombre se dispuso a atacar, Ravyn recibió un
golpe en el estó mago y lo abofeteó como si no fuera má s que un perro.
El segundo hombre, el que habı́a golpeado a Emory, atacó . Ravyn
respondió , atrapá ndolo por el codo. Un momento despué s, el hombre
dejó escapar un grito brutal y cayó al suelo, con el brazo torcido de
forma antinatural detrá s de é l.
Observé al Capitá n de los Destriers, solo y victorioso, inclinarse sobre
los hombres. No pude escuchar las palabras que pronunció . Aú n ası́, no
me perdı́ la forma en que los hombres se encogieron de miedo, sin
poder ni querer volver a levantarse.
Ravyn les tendió la palma abierta y esperó .
La Pesadilla se inclinó hacia adelante, aguzando mis ojos. Vimos a
ambos hombres, magullados y ensangrentados, colocar sus Cartas del
Aguila Blanca en la palma abierta de Ravyn.
En el momento en que las Cartas tocaron la mano del Capitá n, el color
blanco desapareció .
Capítulo Catorce
Para la ú ltima Providence Card, la querı́a cerca.
Para responder a mi llamada cuando má s la necesitaba.
Pero ella guardó sus secretos, como un dragó n su oro,
Sin decir nada sobre el precio, nuestro trato se mantendrı́a.
Pero durante mucho tiempo habı́a sufrido y mucho habı́a sangrado.
“Pagaré cualquier costo por una duodé cima Tarjeta”, dije.
La sal me picó la nariz y su despecho llenó el aire.
Me desperté en la cá mara, con la tarjeta Twin Alders allı́.
Y ası́, mi querido reino, mi error, mi tierra,
Las Cartas te tocan a ti, pagadas por mi mano.
Por su precio, era de initivo, nuestro trueque estaba hecho.
Creé doce Tarjetas...
Pero no puedo usar uno.
Mis pies se movı́an sin mı́, la confusió n, la ira y el desconcierto total
luchaban por el dominio entre mi cabeza y mi pecho. Cuando me
acerqué , los labios de Ravyn se curvaron en media sonrisa que
desapareció en el momento en que vio mi rostro.
"¿Qué pasa?" é l dijo.
“Sé lo que eres”, dije, señ alando con un dedo acusatorio la cara del
Capitá n.
La columna de Ravyn se enderezó . En su expresió n no vi ni ira ni miedo,
só lo un silencio inteligente. Se acercó , reduciendo el espacio entre
nosotros. Cuando habló , su voz era baja. "¿Tú ?"
"¿Quié n es la bella dama?" —Preguntó Emory, quitando una ramita del
serbal y arrancando sus hojas una por una. “Creo que ella es un espı́ritu
de á rbol. No, ¡un rey! No." Su sonrisa se torció . "Un villano."
“¡Emory!” espetó Ravyn, mirando a su hermano por encima del hombro.
“Ya te divertiste. Ahora cá llate."
"Dije que era bonita, ¿no?" Emory hizo girar la ramita salvajemente
entre sus dedos. Un momento despué s maldijo, habié ndose dado un
golpe en el ojo.
"Ahora, ahora", dijo Elm, acercá ndose desde detrá s del seto, con su
guadañ a encendida en su mano. "Hemos bebido mucho esta noche, ¿no,
muchacho?"
Emory golpeó a su primo con la ramita. “Fuera contigo y tu Tarjeta,
Rrrrrenelm. No soy un bebé que necesita que lo envuelvan”.
Cuando Elm nos miró a Ravyn y a mı́ (con la espalda erguida y la boca
dibujada), sus labios se curvaron en una sonrisa culpable. “Ustedes dos
tienen algunas cosas que discutir. Yo me encargaré del bruto.
"¿Bruto?" Emory empezó a trepar de nuevo al serbal. “Soy Emory Tydus
Yew, hijo de guerreros, ancestro de grandes hombres, presagio de todo
lo que está por venir”.
Cayó del á rbol con un ruido sordo y el jardı́n rugió con la risa de Elm.
"Ven conmigo", dijo Ravyn sin mirarme, con los mú sculos de su
mandı́bula tensos.
Lo seguı́ por el camino con pasos fuertes, las palabras salieron todas a
la vez. “Primero tu Tarjeta Nightmare, luego esto. Me estoy cansando de
sus mentiras por omisió n, Capitán .
Ravyn no dijo nada. El sonido de Equinox, de risas y mú sica, se hizo má s
fuerte. Pero antes de que pudié ramos volver a unirnos a la multitud,
Ravyn se salió del camino hacia la sombra de un sicomoro.
No tuve má s remedio que seguirlo.
“Lo que parece que no puedo entender”, dije, apartando ramas hasta
que estuvimos cara a cara, “es có mo has vivido tu vida de manera tan
pú blica. Eres el Capitá n de los malditos Destriers. Pensé Tú , entre todas
las personas, serı́as irreprochable”. Hice una pausa, calor en mis
palabras. “Pero no lo eres, ¿verdad? Está s infectado”.
"Baja la maldita voz", dijo, cernié ndose sobre mı́.
En algú n lugar de mi cabeza sonaron las alarmas. Habı́a pasado la
mayor parte de mi vida con cuidado de no llamar la atenció n, y mucho
menos la ira, de un Destrier. Pero por muy fuertes que fueran, las
campanas fueron ahogadas por un estruendo aú n má s fuerte.
Enojo.
"¿Bien?" Dije entre dientes. “¿Está s infectado o no?”
Ravyn miró hacia otro lado. Estuvo en silencio un largo rato, sus labios
formaban una ina lı́nea bajo la sombra de su nariz. Finalmente habló .
"Soy."
“¿Lo sabe el Rey?”
"Sı́." Cambió su peso y cruzó los brazos sobre el pecho. "Te sorprenderı́a
el consejo que sigue mi tı́o".
“¿Y tú eres… qué ? ¿Su mascota má gica? ¿Cambias el servicio por una
vida normal mientras el resto de nosotros, maldecidos por la infecció n,
nos vemos obligados a andar de puntillas por la vida, con la ejecució n
esperando en cada esquina?
Ravyn se estremeció y entrecerró sus ojos grises.
Pero seguı́ adelante, con la sangre en alto. “En el só tano parpadeaba la
luz de tus cartas. No lo entendı́ hasta ahora”. Mis ojos se posaron en su
mano. “Las Aguilas Blancas. Tan pronto como los tocaste, su luz se
apagó ”. Busqué su rostro y lo vi por primera vez. “¿Cuá l es tu magia?”
Ravyn no respondió con palabras. En cambio, extendió su mano
derecha entre nosotros. Lentamente, desplegó los dedos. Allı́,
acurrucadas en la palma de su mano, desprovistas de luz y color,
estaban las dos Aguilas Blancas.
Me dio una mirada fugaz. Luego giró la palma y dejó caer las cartas.
En el momento en que las Aguilas Blancas abandonaron la piel de
Ravyn, su color volvió . Hice una mueca, cegado por la luz. Las cartas
revolotearon hacia el suelo, cayendo como dos faros blancos.
Aterrizaron entre nuestros pies, su color y luz eran tan fuertes como
cualquier Carta de la Providencia.
Los miré ijamente, mi respiració n se aceleró .
La Pesadilla lo entendió antes que yo. Se aferró al primer plano de mi
mente, con los ojos ijos en Ravyn como si é l tambié n estuviera viendo
al Capitá n por primera vez. Doce Cartas de Caballo Negro, pero trece
Destriers , murmuró . ¿Lo has visto alguna vez con un Caballo Negro? No,
porque no puede usarlo. Soltó una carcajada repentina,
sobresaltá ndome. ¿No lo ves? No puede utilizar Tarjetas Providence. O al
menos, no todos.
Mi mirada se disparó hacia Ravyn, la luz blanca de las Cartas
proyectaba nuevas sombras en su rostro. “¿No puedes usarlos?”
El Capitá n estaba inmó vil como una estatua. "No. Pero tampoco pueden
usarse contra mı́. Esa es la naturaleza de mi magia. Cartas como el Cá liz
(la Guadañ a) no tienen ningú n efecto en mı́”.
Mis pensamientos daban vueltas, hojas en una tormenta de viento.
“Pero vi las Tarjetas en tu bolsillo. Cuando me vendaste los ojos, vi sus
luces. Y te he visto usar el Espejo y la Pesadilla”.
Se inclinó por la cintura, recogió las Aguilas Blancas del suelo y las
guardó en su bolsillo. “Las cartas pierden su magia en el momento en
que tocan mi piel. El Espejo y la Pesadilla, y tal vez los Alisos Gemelos,
son las ú nicas Cartas que todavı́a puedo usar”.
Todavı́a no entendı́. “¿Por qué só lo esos?”
Una frustració n discernible apareció en los bordes del rostro de Ravyn
Yew. Abrió la boca para responder, pero el sonido de unas risitas fuera
del sicomoro lo silenció .
Me di la vuelta. Só lo podı́a ver fragmentos a travé s de las ramas
cubiertas de hojas. Los cortesanos caminaban por el sendero del jardı́n,
ajenos a nosotros, sus voces fuertes y desinhibidas mientras
deambulaban por los jardines.
Ravyn esperó a que pasaran. Se inclinó má s cerca, su voz en mi oı́do.
"Este no es el momento ni el lugar para discutirlo, señ orita Spindle".
Con eso, pasó a mi lado, salió del refugio del á rbol y regresó al camino.
Su objetivo era silenciarme, tal vez extinguir los rumores sobre su
infecció n. Pero habı́a demasiadas preguntas, demasiadas verdades no
dichas. Apreté los puñ os y lo seguı́ hasta el centro de los jardines,
donde la celebració n aú n continuaba.
Desa iante, lo agarré por la tú nica y tiré . Se detuvo en seco y se volvió
hacia mı́ como un gran ave de presa. Pero antes de que pudiera hablar,
desatar toda esa frustració n cincelada en su rostro, alguien dijo mi
nombre.
"Elspeth!"
Miré por encima del hombro de Ravyn y reconocı́ la voz demasiado alta
y burbujeante de Dimia. Estaba parada entre un grupo de chicas a
varios pasos de distancia. Cuando me miró , saludó y derramó vino de su
copa. Se levantó la falda y saltó hacia nosotros. Detrá s de ella venı́a una
Nya reacia, con sus ojos azules, normalmente estrechos y astutos,
vidriosos.
Ravyn puso los ojos en blanco y maldijo en voz baja. "Toma mi mano."
Mis ojos volaron hacia su rostro. Un rostro que, en ese momento, quise
atravesar con los dedos. "¿Qué ?"
"Se supone que debemos cortejar", dijo, acercá ndose, su voz era un
gruñ ido. Ofreció su mano. “¿O lo has olvidado?”
Mis medias hermanas estaban a un paso de distancia. No hubo tiempo
para pensar. Deslicé mi mano en la palma vuelta hacia arriba de Ravyn,
mi garganta se contrajo cuando é l giró mi mano y entrelazó sus dedos
con los mı́os. Su piel era á spera, los callos tiraban de la suave piel entre
mis dedos.
Nos volvimos para mirar a mis medias hermanas. "Nya, Dimia", dije, con
aliento en mi voz. "¿Divirtié ndose?"
Las chicas sostenı́an vasos medio vacı́os y con las cintas sueltas. en el
pelo, las mejillas manchadas de rojo. Pero los gemelos simplemente
estaban borrachos, no ciegos. Sus miradas volaron de Ravyn y de mı́ a
nuestras manos, entrelazadas. Los ojos de Dimia se desorbitaron y un
chillido de alma en pena se deslizó entre sus labios.
Nya no hizo má s que mirar ijamente, con la boca abierta, como un pez.
"Parece que tú tambié n está s disfrutando de Equinox, Elspeth", dijo
Dimia, dá ndole un codazo obsceno al costado de su gemela.
Nya parpadeó , su mirada movié ndose entre Ravyn y yo. "Pero eres tu-"
"A punto de bailar, en realidad", dijo Ravyn, interrumpié ndola. "Es un
placer verlos a los dos", dijo sin ningú n placer, alejá ndome de mis
medias hermanas y adentrá ndome má s en la multitud.
El baile ya habı́a comenzado, los laú des y cı́mbalos marcaban un ritmo
constante. Ravyn y yo nos metimos en el cı́rculo de bailarines, con su
mano todavı́a entrelazada con la mı́a. No me perdı́ la forma en que má s
de un par de ojos nos seguı́an, susurros siguiendo nuestros pasos.
Apreté la mandı́bula y mi ira regresó cuando el Capitá n y yo nos
emparejamos. No querı́a bailar para apaciguar a mis hermanas y
ciertamente no tenı́a ningú n interé s en disfrutar de la frivolidad de
Equinox.
La ú nica razó n por la que tomó mi mano (estuvo frente a mı́ frente a la
mitad de Blunder) fue para evitar que le hiciera má s preguntas.
Los susurros resonaban a nuestro alrededor, su ritmo está tico competı́a
con los instrumentos. "¿Es esto realmente necesario?" Dije mientras
nos volvı́amos al ritmo de la mú sica, mi vestido se movı́a en las caderas
mientras giramos en semicı́rculos, en una direcció n y luego en la otra.
Ravyn me miró por encima del hombro. Sentı́ su mano presionar contra
la parte baja de mi espalda. “Confı́a en mı́”, dijo. "Fingir es la mitad del
trabajo".
Me encontré con su mirada. “Pero no confı́o en usted, Capitá n. ¿Có mo
podrı́a con iar en un hombre que no ha sido sincero conmigo?
El baile disminuyó , las notas inales se acercaban. La mano de Ravyn se
deslizó desde la parte baja de mi espalda hasta mi columna, má s lento
de lo que deberı́a. Cuando se inclinó , su mandı́bula rozó mi oreja. "Yo
dirı́a que una admisió n de traició n es excepcionalmente directa por un
dı́a, señ orita Spindle", susurró .
La canció n terminó con una rá faga triunfal, seguida por un estré pito de
aplausos de borrachos. La mano de Ravyn se deslizó de mi espalda.
Cuando nuestros dedos se separaron, se pasó una mano rı́gida por la
frente y por el pelo negro. Sus ojos grises recorrieron el rubor de mis
mejillas, el surco de mi frente, la lı́nea de mis labios.
Pero é l no dijo nada.
El aire era sofocante, avivado por la multitud y el silencio de Ravyn Yew.
Bajé la ceja y lo miré por un ú ltimo momento, luego regresé al castillo.
Encontré a Emory y Elm sentados cerca del gran saló n, sin duda de
camino a los aposentos de Emory. Se habı́an detenido para tomar un
descanso para beber.
Cuando Elm me vio, esbozó una sonrisa y levantó su copa en un
simulacro de brindis. “Al señ or y señ ora del baile. Parece que ustedes
dos se reconciliaron”.
Ignoré su mirada y me froté el cuello, como para borrar el rubor que se
habı́a instalado en mi piel. Mis ojos se volvieron hacia Emory, que se
habı́a levantado de su silla. Cuando el niñ o me vio, sus ojos grises se
abrieron como platos.
“La pesadilla”, dijo, citando El viejo libro de los alisos , mientras me
señ alaba con el dedo como si estuviera dirigiendo una orquesta
invisible. “Ten cuidado con la oscuridad. Ten cuidado con el susto. Ten
cuidado con la voz que llega en la noche”.
"Su iciente, Emory", gimió Elm.
Cuando la sonrisa de Emory se hizo má s profunda, los pelos de mi
cuello se erizaron. De repente tuve la certeza de que cuando tocó mi
mano en la escalera, Emory Yew y su extrañ a y oscura magia realmente
habı́an visto hasta el ú ltimo de mis secretos.
“Se retuerce y llama a travé s de pasillos sombrı́os. Ten cuidado con la
voz que llega en la noche”.
Antes de que pudiera decir algo, antes de que pudiera siquiera temblar,
Emory jadeó , encorvó la espalda y tosió sangre en el suelo de piedra.
Vergüenza , dijo la Pesadilla. Estaba empezando a gustarme.
Capítulo Quince
Los lazos de Blunder son fuertes. Familia, magia, reino. Nos mantienen
unidos, nos guı́an, como las cuerdas de sisal que dejamos en la niebla
para encontrar el camino a casa. Uno es sangre, el otro sal y la ú ltima
piedra. Manté n los tres y no los sueltes.
Los lazos de Blunders son fuertes.
Los caballos no redujeron la velocidad a un paso suave hasta que
estuvimos a una milla de Stone, justo má s allá de la primera colina. Só lo
entonces el eco espeluznante del Equinoccio desapareció bajo el
clamor del carruaje de los Yew.
No habı́a sido una despedida fá cil. Mi tı́a se habı́a aferrado a mı́, con
lá grimas frescas en los ojos, aunque le habı́a prometido que
volverı́amos a estar juntos pronto. Mi tı́o la habı́a apartado,
murmurando algo acerca de que era un milagro que los Yew supieran
que yo existı́a, y mucho menos quisieran facilitar un noviazgo con su
hijo mayor. Se fueron a buscar a Ione, pero no me demoré en
despedirme. No podı́a mentirle a mi prima, ni sobre los Tejos, ni sobre
el horrible sabor que me dejó en la boca su compromiso con Hauth
Rowan.
Y no podı́a afrontar su nueva apariencia bajo la luz de la Carta de
Doncella, tan diferente de la Ione con la que habı́a crecido.
A los tejos no les habı́a ido mejor. Emory escupió má s sangre y sollozó ,
inconsolable, cuando inalmente recordó por qué no podı́a venir con
nosotros. Elm se ofreció a quedarse y consolarlo; la guadañ a era la
mejor herramienta en su arsenal para ayudar a que el niñ o tuviera el
descanso que desesperadamente necesitaba.
Me senté en silencio, el camino rural de Stone a la ciudad estaba lleno
de baches, la hora entre la medianoche y el amanecer. Me sentı́ agotado,
cansado y solo, los empujones del carruaje me hacı́an imposible
descansar. Cuando me adentré en la oscuridad, sentı́ la Pesadilla,
buscando algo familiar.
El estaba allı́, acurrucado como un gato en un rincó n de mi mente, en
silencio.
Frente a mı́, Jespyr apoyó la cabeza en el hombro de su madre y cerró
los ojos. Fenir estaba sentado al otro lado, mirando la oscuridad fuera
de la ventana del carruaje.
Soporté la desgracia, orquestada sin duda por su hermana, de
compartir banco con Ravyn. Nos sentamos en un silencio gé lido, tan
lejos unos de otros como lo permitı́a el ancho del carruaje. No lo miré .
No lo habı́a mirado desde que salimos de los jardines del Rey.
Pero eso no hizo nada para borrar la ira que sentı́a, espontá nea e
inexplicable, hacia el Capitá n de los Destriers y sus secretos
fuertemente guardados. Tampoco pudo borrar el recuerdo de sus dedos
entrelazados con los mı́os, la forma en que el aire tibio del jardı́n se
atascó en mi garganta cuando me acercó .
Lancé un suspiro entrecortado para disipar el indeseado aleteo en mi
pecho. Morette me miró y confundió mi inquietud con preocupació n.
“Nuestra casa es vieja y extrañ a”, me dijo con voz cá lida. “Pero Castle
Yew está a salvo. Estará s có modo allı́”.
Nadie habló durante el resto del camino. Cuando las ruedas tocaron el
adoquı́n, me estaba pellizcando para mantenerme despierto.
El carruaje se detuvo bruscamente.
Miré ijamente a la oscuridad. Una valla de hierro forjado rodeaba un
castillo en la cima de la colina. Detrá s de ella habı́a una estatua, las
estatuas y el laberinto de setos ensombrecidos bajo la siniestra altura
de los antiguos tejos.
Fenir sacó una llave maestra de su cinturó n, abrió la puerta y mantuvo
la llave abierta el tiempo su iciente para que el carruaje se deslizara
dentro del terreno.
Angeles y gá rgolas me miraron desde sus lugares en las estatuas. Me
estremecı́ al recordar cuá ntas veces mi tı́a me habı́a dicho que Castle
Yew estaba embrujado.
Dejamos el carruaje. Cuando llegamos a la puerta alta y forti icada,
Fenir golpeó tres veces con la palma abierta el viejo roble.
Su mayordomo nos saludó , abrió la puerta de par en par y nos hizo
señ as para que entrá ramos. “Te esperaba antes”, dijo, mientras las
sombras bailaban en su rostro en el castillo poco iluminado.
“Tuvimos problemas con Emory”, dijo Morette con voz pesada.
El mayordomo se volvió hacia mı́. Era un hombre redondo, no má s alto
que yo, corpulento, con pobladas cejas grises que se cernı́an sobre unos
ojos muy abiertos y enfocados. Cuando sonrió , su bigote se movió .
“Bienvenida al Castillo Yew, señ ora. Mi nombre es Jon Thistle”.
Intenté devolverle la sonrisa, pero salió un bostezo. "Elspeth."
“Debes estar exhausto”, dijo Thistle. "Permı́teme mostrarte tu
habitació n".
La puerta del castillo se cerró de golpe. "Yo la llevaré ", dijo Ravyn. Cogió
un candelabro cercano y encendió las mechas, esperando un momento
a que la llama se prendiera, las sombras parpadearon en sus rasgos:
cejas, nariz y mandı́bula a iladas en la tenue luz. Ojos entrecerrados y
frı́os.
Atravesó el pasillo, pasó por la chimenea dormida y llegó a la larga y
sinuosa escalera, y una vez má s no me dejó má s remedio que seguirlo.
Lo seguı́ con pasos pesados, dispará ndole dagas en la espalda. Querı́a
gritar, romper el cristal de su control. Pero no pude encontrar las
palabras. El dı́a se los habı́a robado. Y la noche los habı́a enterrado.
El cansancio era rey, y yo su siervo.
Ravyn me llevó por un pasillo oscuro con linternas saltarinas y retratos
extrañ os e inquietantes hasta la ú ltima puerta de una larga ila.
Nightmare olfateó el aire, golpeando sus dientes mientras yo observaba
mi entorno. Sus pupilas brillaron, aliviando la oscuridad del castillo.
Nos detuvimos en medio de un largo pasillo de habitaciones. Ravyn
abrió una puerta y las bisagras chirriaron a modo de bienvenida. Entré
en la habitació n, la luz gris de la luna se iltraba a travé s de la ventana.
Me volvı́ para cerrar la puerta, pero el capitá n permaneció en el umbral
con el ceñ o fruncido.
Mi voz era aguda. "¿Algo má s?"
Se pasó una mano por la mandı́bula y sacudió la cabeza. "No era mi
intenció n ser insensible, señ orita Spindle", dijo, mordiendo sus
palabras. “He tenido que ingir durante tanto tiempo partes ocultas de
mı́ mismo, mi magia, tan profundas que he olvidado có mo hablar de
ellas”. Sus ojos se encontraron con los mı́os, buscá ndome algo que no
podı́a nombrar. "¿Puedes entender esto?"
Pude. Mejor que la mayorı́a. ¿No habı́a ocultado mi capacidad de
absorber Cartas de Providencia de Ravyn desde el principio? ¿No le
habı́a mentido a su familia y les habı́a dicho que podı́a ver Providence
Cards cuando, en realidad, el monstruo de quinientos añ os en mi
cabeza estaba haciendo eso por mı́? Cargué mis propias mentiras por
omisió n, guardé mis propios secretos. Secretos oscuros y peligrosos.
Quizá s por eso Ravyn Yew me enfureció tanto. El Era má s fá cil odiarlo
por ser reservado y deshonesto que admitir que me odiaba a mı́ mismo
por las mismas razones.
Pero no pude decirle eso. Difı́cilmente podrı́a decı́rmelo a mı́ mismo.
Di un paso adelante, obligando a Ravyn a salir de la habitació n,
ingiendo una cortesı́a que no sentı́a. “Tu casa parece muy privada,
ubicada en las afueras de la ciudad, muy cerca del bosque. Lejos de
mover la lengua”.
Con el ceñ o fruncido, los ojos de Ravyn recorrieron mi rostro, como si
yo fuera un libro escrito en un idioma que é l no podı́a descifrar. "¿Y?"
Se sintió bien verlo luchar por leerme. Habı́a herido mi orgullo. Y ahora,
mi orgullo pedı́a sangre. "Alivia la carga de un noviazgo ingido, que,
segú n tengo entendido, es aborrecible para ti". Mi sonrisa no tocó mis
ojos. “Aquı́, lejos de los chismes, no necesitamos pretender ser nada que
no somos”.
Los ojos de Ravyn no abandonaron mi rostro. Si mis palabras le habı́an
dolido, sus rasgos pé treos no lo revelaban. Se inclinó hacia delante. “¿Y
qué somos nosotros, señ orita Spindle?”
La intensidad de su mirada me hizo retroceder un paso. “Nada”, dije.
Luego, a pesar de todo, “¿No es eso lo que querı́as?”
Algo brilló en los ojos grises de Ravyn. No ira, pero igual de fuerte. Por
un momento, la tensió n atravesó su expresió n ija. Sus dedos se
lexionaron a lo largo del candelabro, sus hombros rı́gidos, su cuerpo
tenso y completamente concentrado en mı́.
Pero no dijo nada, no ofreció ninguna explicació n ni ninguna negació n.
Su silencio era tenso. Me cortó las entrañ as, un aguijó n amargo. En mi
intento de herirlo, só lo me habı́a lastimado a mı́ mismo. "Eso es lo que
pensé ", espeté , cerrando la puerta en la cara del Capitá n de los
Destriers.
Ravyn no sabı́a los nombres de las plantas ni de las lores. Los á rboles,
por supuesto, los conocı́a. Lo seguı́ de lejos, escuchando su voz
mientras recorrı́a el jardı́n. Las malas hierbas se aferraban al dobladillo
de mi falda y las ramas sin podar alcanzaban mi cabello mientras nos
adentrá bamos má s en la espesura, las zarzas no estaban
acostumbradas a los visitantes; el camino estaba casi oculto.
“¿A dó nde lleva esto?” Pregunté , desenredando mi cabello de una rama
baja.
"Las ruinas", respondió Ravyn. “El castillo original. O lo que queda de
ello”.
Picado, el interé s de Nightmare estimuló mis pasos y seguı́ al Capitá n de
los Destriers a travé s de un matorral particularmente denso hasta un
prado má s allá . Mis ojos se abrieron cuando observé el paisaje: la
hierba cubierta de rocı́o, los enormes á rboles y el cementerio de piedra:
los ú ltimos restos de un castillo en ruinas, enclavado en la niebla.
Las piedras se alzaban en extrañ o equilibrio en el prado.
Caminé de puntillas entre los desmoronados pilares de piedra caliza
dispuestos sobre la hierba, temiendo que incluso mis pasos pudieran
derribarlos. "No me di cuenta de que habı́a otro castillo aquı́",
murmuré .
Ravin asintió . “Es viejo, má s viejo que Stone. Nadie sabe exactamente
cuá ndo fue falsi icado. O cuando el fuego lo derribó ”. Señ aló hacia el
este, má s allá de las ruinas, una valla de hierro oxidado asomando entre
la niebla. "Só lo queda una habitació n".
La Pesadilla atravesó mi mente e inhalé profundamente, la sal en el aire
era fuerte. Me apoyé en uno de los pilares, pero me aparté un momento
despué s, temiendo derribarlo con mi peso.
Ravyn me miró . "Está bien", dijo. “Han estado aquı́ cientos de añ os. No
se caerá n”.
La arenisca estaba á spera bajo mi palma. Deslicé mi mano a lo largo del
perı́metro del pilar, examinando las ruinas con los ojos muy abiertos.
"¿Qué es eso?" Pregunté , señ alando una cá mara de piedra ubicada bajo
la sombra de un alto y antiguo tejo.
"La ú ltima habitació n que quedó en pie".
La cá mara de piedra, envuelta por musgo y enredaderas, se alzaba al
borde de la niebla. Qué extrañ o parecı́a, solo en las ruinas, sin ninguna
marca excepto por una ventana oscura situada en la pared má s al sur.
La cola de la Pesadilla pasó por mi mente, la cá mara ijada en nuestra
visió n compartida. Entra , dijo.
¿Entrar a dónde? Mis ojos se ijaron en la habitació n llena de hiedra.
¿Allá?
Sí.
¿Por qué?
Quiero verlo.
No hay puerta. Solo-
Una ventana. Su voz pululaba en mis oı́dos, cerca y lejos a la vez,
resbaladiza por el aceite. Eso es todo lo que ella siempre necesitó.
¿OMS?
El espíritu de la madera.
Se me erizó el vello de la columna. ¿Has estado aquí antes?
El rió . Pero no hubo alegrı́a en ello. Fue una risa vacı́a, Siniestro, como
caerse de un pozo. Como ser devorado por la oscuridad. Me robó algo,
dejá ndome aterrorizado por el lugar (la cá mara sin puertas) donde é l
tan desesperadamente querı́a que lo llevara.
Mis mú sculos se tensaron, cada parte de mi cuerpo rogaba prestarle
atenció n, ir a la cá mara. Apreté la mandı́bula y me alejé de la ventana
oscura en el borde de la lı́nea de á rboles, negá ndole a Nightmare su
pedido.
Un monstruoso silbido resonó en mi mente.
Ravyn siguió hablando, ajeno a mi lucha. “Los rumores son, en su
mayorı́a, folclore”, dijo. Sacó la tarjeta violeta de su bolsillo y la hizo
girar distraı́damente en su mano. “Si este lugar está verdaderamente
embrujado y los fantasmas persisten aquı́, no tienen muchas ganas de
mostrarse. Al menos no para mı́."
Lo miré , forzando mi atenció n a alejarme de la Pesadilla y la cá mara,
cambiando a la luz de la Tarjeta Espejo en la mano de Ravyn. "¿Qué se
siente", dije, mis ojos recorriendo el terciopelo amatista bordado a lo
largo de los bordes de la tarjeta, "ser invisible?"
Ravyn hizo girar el Espejo entre sus dedos, volteando la Tarjeta entre
cada dı́gito tan rá pido que se volvió borrosa.
Presumido , murmuró la Pesadilla.
El aire a nuestro alrededor cambió y, de repente, Ravyn quedó
absorbido por el paisaje, por la nada. Desaparecido. “Se siente frı́o”,
gritó su voz en el aire. "Pero no de manera insoportable".
“¿Puedes ver algú n… espı́ritu?”
“Todavı́a no”, dijo, y sus pasos invisibles marcaron un camino distinto
en la hierba. “Tendrı́a que permanecer invisible por má s tiempo.
Intento no usarlo con demasiada frecuencia”.
La luz violeta se acercó . Me volvı́, mirando la luz. Un momento despué s,
Ravyn reapareció , cerca de mı́, con una sonrisa traviesa en la boca.
"Eres el ú nico al que no puedo sorprenderme", dijo.
Mi corazó n se aceleró al ver su boca severa torcida por una sonrisa. Me
alejé , detenié ndome por el prado cubierto de maleza, con la mente
cargada de preguntas. “¿Y la Carta Pesadilla?” Yo dije. "Usas esa Tarjeta
con bastante frecuencia".
El no lo negó .
“¿Qué pasa con sus efectos nocivos?” Hice una pausa. Nunca antes habı́a
hablado con nadie que hubiera usado una Nightmare Card. Y aunque
estaba seguro de que el monstruo en mi cabeza era mucho má s que la
Carta que habı́a absorbido, todavı́a habı́a muchas cosas que no sabı́a.
“¿Ves una criatura? ¿Oyes una voz?”
Ravyn no respondió de inmediato. "Cada usuario de la Tarjeta
experimenta los efectos negativos de manera diferente".
"No es muy claro con sus respuestas, Capitá n".
Sus ojos grises se posaron en mi cara. “Cuando uso la Tarjeta Nightmare
por mucho tiempo, no veo ninguna criatura. Pero lo escucho. ¿Le
satisface esa respuesta, señ orita Spindle?
No a la mitad. “¿Qué te dice?”
“Es difı́cil de explicar”, dijo, pasá ndose una mano por la mandı́bula. “La
mayor parte del tiempo no dice nada. Pero cuando lo hace… es como si
supiera todo lo que alguna vez he pensado y temido. Se burla de mı́ y
me dice que voy a fracasar, que mis esfuerzos no tienen sentido”. Sus
ojos grises se encontraron con los mı́os. "Pero es só lo una voz, no una
criatura en absoluto".
"¿Có mo lo sabes?"
"Porque cuando habla, transmitiendo mis peores temores una y otra
vez en mi mente, no es la voz de un extrañ o", dijo en voz baja. "Es mio."
Una hora má s tarde nos encontramos con Ravyn y Jespyr al pie de la
escalera al inal del gran saló n. Mi pecho se hundió : no salı́a ninguna luz
azul de ninguno de ellos.
Jespyr estaba mordisqueando el dobladillo de su manga. Cuando nos
vio, su voz era tensa. "Por favor, dime que lo encontraste".
Negué con la cabeza. Jespyr maldijo en voz baja.
Elm se pasó una mano por la cara. "¿Qué hora es?"
Ravyn se volvió hacia el gran saló n, con los mú sculos tensos a lo largo
de su mandı́bula. "Acaban de tocar el noveno gong".
"Las festividades no terminará n hasta mañ ana por la noche; todavı́a
tenemos otro dı́a para buscar".
Podı́a sentir el pá nico entretejié ndose en mı́. Me dolı́a la mandı́bula de
tanto apretar, mis hombros estaban rı́gidos y mis manos cerradas en
puñ os. "Ustedes tres deberı́an entrar, dejar que el Rey y su corte los
vean". Ravyn abrió la boca para no estar de acuerdo, pero lo interrumpı́,
rozá ndolo. "Te encontraré una vez que haya visto el pozo".
Jespyr y Elm intercambiaron miradas. "¿Seguro?" Jespyr dijo.
"Sı́." Solté una carcajada. "Cré ame, nadie allı́ notará mi ausencia".
Algo cambió en mi periferia, acompañ ado por el sonido de una voz
suave, parecida a la de un pá jaro. "Vamos, Bess", llamó . "Me das tan
poco cré dito".
Cuando me volvı́, Ione estaba allı́, vestida con un vestido violeta intenso
que nunca habı́a visto antes. Su escote bordado era bajo, dejando al
descubierto su cuello de porcelana y la parte superior de sus pechos.
Llevaba el pelo recogido en una trenza suelta, sin adornos excepto por
una ú nica cinta dorada tejida en su trenza.
Parecı́a un rayo de luna, dueñ a de la noche, hermosa sin medida. La
miré ijamente, boquiabierto, cautivado por cada curva y borde de ella.
Todo menos sus ojos color avellana, que, incluso antes de la Carta de la
Doncella, habı́an brillado con su propia luz especial, como si estuvieran
iluminados desde dentro.
Só lo que ahora estaban nublados. Desenfocado. Perdido.
"Ven a sentarte conmigo", dijo, señ alando con la cabeza hacia el gran
saló n. Saludó a Ravyn, Jespyr y Elm. "Tú tambié n."
Cuando se giró , le lancé a Ravyn una mirada desesperada. El pozo ,
articulé .
Observó a Ione girar hacia el gran saló n. Cuando ella miró por encima
del hombro, é l me rodeó con el brazo y juntos la seguimos. "Diez
minutos", dijo en mi cabello, señ alando a Jespyr y Elm para que hicieran
lo mismo. "Entonces puedes continuar tu bú squeda".
Ione nos condujo por el pasillo de mesas, el gran saló n bullı́a, las risas y
la mú sica luchaban por el dominio mientras rebotaban en el imponente
techo del saló n. El Rey estaba sentado junto a mi padre en la mesa
principal, con la cabeza inclinada mientras conversaban. Má s adelante
estaba Nerium, con los labios apretados mientras observaba a sus
invitados, y junto a ella, los gemelos, con las mejillas sonrosadas por la
bebida.
Ione nos condujo má s allá de ellos hasta una mesa vacı́a junto a la pared
este. Allı́, esperando en una bandeja de plata, habı́a seis copas de vino.
"Por favor, sié ntate", dijo, señ alando la mesa. “¿Hacemos un brindis?”
Nos agachamos sobre la mesa, lentos y rı́gidos, como si todas nuestras
articulaciones se hubieran oxidado. Me senté entre Ravyn e Ione, Jespyr
y Elm frente a nosotros. Cada uno de nosotros tomó una copa de la
bandeja y la levantó . "Para Nya y Dimia", dijo Ione, tomando un trago
largo y profundo. “Muchas felicidades”.
“Muchas felicidades”, repetimos el resto de nosotros en voz baja. Bebı́
de mi copa e hice una mueca, el vino era má s amargo de lo que
esperaba.
Nadie habló . Le lancé una mirada a Jespyr y ella se encogió de hombros
con los ojos muy abiertos. Me volvı́ hacia Elm y contaba con que dijera
algo, cualquier cosa, para romper el insoportable silencio.
Pero Elm guardó silencio, incliná ndose hacia adelante en su asiento,
con la mirada perfeccionado completamente en Ione. Un momento
despué s, é l se acercó a la mesa y le agarró la cara, presionando sus
mejillas con los dedos.
“Olmo, ¿qué …”
"Callarse la boca." Buscó el rostro de mi prima. "Señ orita Hawthorn",
dijo, su voz inusualmente suave. "Iona."
Ella no respondió , no apartó su mano, no parpadeó , sus ojos seguı́an
tan desenfocados como antes.
Algo andaba mal. Me agarré a la mesa. "¿Qué está sucediendo?"
"Mı́rala a los ojos", murmuró Elm. "Alguien ha usado una guadañ a con
ella". Metió la mano en el bolsillo, sin dejar de mirar el rostro de Ione.
Golpeó su guadañ a tres veces, su voz suave. "Dime qué has hecho,
Hawthorn".
Ella parpadeó . Cuando habló , su voz sonó ahogada. “Só lo lo que é l me
dijo”, dijo.
Me quedé helado. Fue entonces cuando me di cuenta de que é ramos
cinco sentados a la mesa. Cinco de nosotros.
Y seis copas.
Me volvı́ hacia Ravyn. Pero el Capitá n de los Destriers se habı́a quedado
quieto, su mano tan apretada en la mı́a que parecı́a un tornillo de
banco.
Luego, con la boca torcida en una sonrisa cruel, envuelto en una
guadañ a roja y la luz turquesa de una Carta de Cá liz, Hauth Rowan tomó
asiento al inal de la mesa. Miró a travé s de la mesa y soltó una
carcajada. "Ven ahora", dijo. “Es una tradició n del onomá stico.
Seguramente no me envidiará s un poco de diversió n.
Sacó su guadañ a de su bolsillo y la golpeó tres veces. "Gracias cariñ o."
La luz en los ojos de Ione volvió . Su mirada pasó de Elm a Hauth y luego
a su copa vacı́a. Ni siquiera el glamour de la Doncella pudo ocultar la
palidez de sus mejillas.
Los dedos de Elm se deslizaron de su rostro, sus ojos ardı́an cuando se
volvió hacia su hermano. "No lo hiciste", espetó . Arrojó su copa vacı́a al
suelo, con la rabia ardiendo en las notas bajas de su voz.
"Hice." Hauth sonrió y apuró la sexta copa. “Ahora yo tambié n. ¿Te
parece justo, hermano?
La Pesadilla lo entendió antes que yo. Su ira me quemó , llenando mis
pensamientos de humo.
Lo llamé . ¿Lo que está sucediendo?
El vino se posó en mi lengua, amargo, agrio, diferente a cualquier
bebida que hubiera probado antes. La luz turquesa en su bolsillo. El
Cá liz.
Me quedé mirando mi copa con la boca abierta, mi rostro se re lejaba
grotescamente en los ú ltimos restos de vino en el fondo de la copa.
No. Me temblaron los dedos. Él no lo haría.
Pero estaba escrito en todo el rostro del Gran Prı́ncipe, una sonrisa
engreı́da y triunfante cosida en sus labios mientras deslizaba la Carta
del Cá liz sobre la mesa para que la vié ramos. "Só lo unos momentos
ahora", dijo, dirigiendo sus ojos hacia Ravyn. "¿Quié n quiere decir la
verdad primero?"
Capítulo treinta y uno
EL CALIZ
Ten cuidado con el mar,
Ten cuidado con la copa.
Ten cuidado con la comida y el vino que comes.
Puede que le agrie el estó mago.
Tu lengua puede torcerse con acritud.
Ten cuidado con la comida y el vino que comes.
Este era un juego al que ya habı́an jugado antes. Só lo entonces
todos eran má s jó venes y tenı́an mucho menos que ocultar. Miré a
Hauth y é l me devolvió la mirada, retorciendo el Cá liz entre sus brutales
dedos.
Si tienes un secreto , llamó la Pesadilla, el Cáliz lo revelará. El Gran
Príncipe busca la verdad. Y ahora lo robará.
"Bien, entonces", dijo Hauth, abriendo las manos, como para demostrar
que no tenı́a nada que ocultar. "Yo iré primero. Solo puedes hacer una
pregunta cada uno, ası́ que haz que cuente. Intenta mentir demasiado…”
Sus labios se curvaron. “Bueno, esperemos que no llegue a eso. Jespyr. Ir
primero."
Jespyr parecı́a como si estuviera enferma, sus labios estaban tan
apretados que parecieron desaparecer. "No preguntaste", dijo, su voz
bajo, temblando de ira. "No es un juego si nunca damos nuestro
consentimiento al Cá liz, Hauth".
Hauth se reclinó en su silla. "Só lo alguien que tiene algo que ocultar se
negarı́a a jugar". Su mirada recorrió la mesa, trazando nuestros rostros.
"No tienes nada que ocultar, ¿verdad?"
Los ojos de Jespyr se entrecerraron. Dejó caer su copa sobre la bandeja.
"Bien. Empezaré con una pregunta fá cil, prima ”, dijo, escupiendo la
palabra como si fuera veneno. "¿Está s celoso de Ravyn?"
La risa de Hauth no llegó a sus ojos. "Nnnn." Apretó la mandı́bula y
volvió a intentarlo. "Nnn." Pero el vino, el Cá liz, no lo dejó mentir. “Sı́”,
dijo.
Elm fue el siguiente. Pá lido como la muerte, logró mantener la cabeza
en alto. “¿Está s tratando de poner a los Destriers en su contra?”
Una vez má s, Hauth intentó mentir. Las venas se hincharon en su grueso
cuello, luchando contra la correa invisible atada a su lengua.
Finalmente, admitió , lanzando a Ravyn una mirada amarga. "Sı́."
Ravyn le sostuvo la mirada. “¿Me desa iará s por el mando?”
Esta vez, Hauth no intentó mentir. "Sı́."
El silencio se extendió sobre la mesa. Era mi turno.
Ten cuidado , susurró Nightmare. Sea inteligente.
“¿Has usado tu Tarjeta Scythe en Ione má s de una vez?” Dije, mi voz en
algú n lugar entre un silbido y un estrangulamiento.
Hauth sonrió , sin verse afectado por mi ira. "Sı́." Se volvió hacia Ione.
"Tu turno, prometido".
Los ojos de Ione, aunque má s brillantes que antes, no transmitı́an nada.
"No quiero jugar".
"Tienes que hacerlo", dijo Hauth, dá ndole unas palmaditas en el brazo,
un poco demasiado bruscas para ser afectuosas. "Todos lo hacemos. Si
no lo haces, pensaré que tienes algo que ocultar, querida.
Ione le dirigió una mirada vacı́a. "No me importa lo que pienses".
Algo brilló en los ojos de Hauth. "Hazme una pregunta, Ione".
Querı́a cruzar la mesa y abrirle la cara de nuevo. Ravyn, sintiendo mi
ira, apretó con má s fuerza mi mano.
Ione apoyó el codo en la mesa y apoyó la barbilla en ella, observando a
Hauth como si fuera un excremento pegado a la suela del zapato. "¿Has
estado con otras mujeres desde nuestro compromiso?"
Para alguien que habı́a montado semejante espectá culo, parecı́a que
Hauth tenı́a algunas cosas que ocultar. Su rostro se puso morado, como
si contener la respiració n pudiera sellar la mentira.
Pero la Carta del Cá liz era cierta.
“Sı́”, admitió .
Elm resopló . Pero Ione se sentó bajo el escudo de la belleza,
aparentemente intacta por la in idelidad de su futuro marido.
“Yo seré la siguiente”, dijo. Levantó sus ojos color avellana hacia la mesa.
“Pregú ntame cualquier cosa, Jespyr”.
La mirada de Jespyr era dura, pero su voz se suavizó . “¿Hauth te está
tratando bien, Ione?”
Una de las cejas perfectas de Ione se arqueó . "Ademá s de que un bruto
como é l sabe có mo hacerlo".
Elm se inclinó hacia adelante y permaneció en silencio durante un
momento demasiado largo, mientras sus ojos verdes examinaban a
Ione. "¿Está s enamorada de é l?"
Mi primo sostuvo su mirada intrusiva y lo midió a su vez. "No."
Jespyr dejó escapar un silbido bajo. Fue el turno de Ravyn. "¿Qué
quieres de tu conexió n con los Rowan?" preguntó .
“Quiero ser poderoso”, dijo Ione.
Sus palabras me asustaron, al igual que la falta de vida de su tono. A la
Ione que yo conocı́a le gustaba reı́r, sonreı́r, ponerse lores silvestres en
el pelo, montar descalza en el caballo de su padre por el camino
forestal. Sacó fuerza de su propia luz interior.
Una luz que habı́a sido alterada, oscurecida hasta convertirse en algo
frı́o y duro. Insensible.
La Doncella la habı́a rehecho.
Era mi turno de hacerle una pregunta. "¿Es esto lo que realmente
quieres, Ione?" Pregunté , con la boca baja mientras mi mirada se
desviaba hacia Hauth. "¿Casarse con é l?"
Su risa retumbó en su pecho, su rostro perfecto y suave, sus mejillas
sonrosadas. “Eres igual que mamá , Elspeth. La cabeza en las nubes. No
ves lo difı́cil que es para una mujer ser poderosa, no tener miedo, en
Blunder, porque nunca te importó ser má s que exactamente lo que eres.
Pero lo hago." Ella cruzó las manos frente a ella, sus ojos color avellana
irmes. “Y si se necesita un corazó n frı́o para no tener miedo, que ası́
sea”.
Estaba perdido en su cara. "Pero sı́ me importaba ser má s de lo que era,
Ione", dije, con los ojos escocidos. “Querı́a ser como tú ”.
Mis palabras no parecieron llegar a ella. "Ya no importa", dijo,
presionando un dedo contra sus labios. “Ahora ambos somos ovejas,
agradablemente acurrucadas en una guarida de lobos. ¿O es al revé s?"
Los labios de Nightmare se estiraron sobre sus dientes dentados. Me
gusta este Ione.
Pensé que podrı́a estar enfermo. Miré a mi alrededor, preguntá ndome si
podrı́a correr, buscando una excusa que pudiera liberarme de la mesa,
de mi prima cambiada, de la mirada brutal de Hauth Rowan.
No puedes irte , dijo Nightmare, golpeando sus garras con un ritmo
rá pido y discordante. Tienes que quedarte, como los demás, y ingir.
Como siempre lo has hecho.
"Mi turno", dijo Elm, desviando la atenció n de Ione y de mı́. "Hazme tus
malditas preguntas".
La Tarjeta de Pesadilla debajo de la mesa brilló en el rabillo del ojo.
Miré a Ravyn, pero é l estaba en otro lugar, su mirada centrada
completamente en Elm.
"¿Quié n crees que es el usuario de cartas má s talentoso de Blunder?"
Jespyr le preguntó a su prima.
Elm apoyó los codos sobre la mesa. "Soy."
“Esa es su verdad”, murmuró Hauth en voz baja.
Ione se inclinó hacia delante. "¿Por qué no vives en Stone con tu padre y
tu hermano?"
El poco color que quedaba en el rostro de Elm desapareció . Se le hizo
un nudo en la garganta y supe que estaba luchando por responder,
tratando de mentir. Pero no pudo engañ ar al Cá liz. “Odio estar allı́”, dijo,
en voz tan baja que casi temblaba. Si pudiera, lo derribarı́a y lo
prendirı́a todo en llamas. Mı́ralo arder hasta la nada”.
La Pesadilla se movió en la oscuridad, lexionando sus garras, mirando
a Elm.
Lo que Ione esperaba que dijera, no era eso. Su mirada se dirigió a
Hauth, que estaba sentado como una pared, insensible, impasible. Me
pregunté cuá nto sabı́a ella... si Hauth le habı́a dicho que habı́a
maltratado brutalmente a su hermano cuando eran niñ os en Stone.
Ravyn rompió el silencio. "Es mi turno." Miró a su prima. Lo que sea que
se dijera en el silencio de sus mentes, no lo podı́a decir. Sus rostros
estaban en blanco excepto por ligeros cambios en sus ojos. “¿Confı́as en
mı́, Elm?” -Preguntó Ravyn.
"¿Tengo otra opció n?" Despué s de una pausa, mientras el cristal de sus
ojos se desvanecı́a, Elm suspiró . "Sı́. Confı́o en ti. Te confı́o mi vida”.
Era mi turno. Querı́a preguntarle si é l tambié n con iaba en mı́, pero era
demasiado arriesgado. “¿Te duele usar la guadañ a por mucho tiempo?”
Elm me miró ijamente por un momento. La Guadañ a era una Carta de
poder: control. Mostrar dolor era perder ese control. El dolor era
debilidad. Y, para un Prı́ncipe del Error, la debilidad era un rasgo
imperdonable.
Pero a diferencia de su hermano, Elm no pretendı́a estar má s allá de su
debilidad. Esta vez no intentó mentir. "Sı́", dijo, enderezando la espalda
y con la mandı́bula irme. “Se siente como si un vidrio me atravesara la
cabeza”.
Hauth observó a su hermano menor. “¿Crees que eres má s apto para ser
Rey que yo?”
Elm se volvió hacia su hermano. "Sı́", dijo, la profundidad de sus ojos
verdes y el odio detrá s de ellos eran tan fuertes que me estremecı́.
"Pero tu ya lo sabı́as."
Sentı́ que la mesa podrı́a romperse por toda la tensió n que habı́a entre
nosotros. ¿Juegan a este juego por diversión? Hervı́ en la oscuridad. Se
han iniciado guerras por menos.
"Este juego es una guerra, cariño" , llamó Nightmare. Y el Cáliz –la
verdad– es el arma más poderosa de todas.
“Yo seré el siguiente”, dijo Ravyn.
Hauth se burló . "¿Para qué ? Ambos sabemos que dirá s lo que quieras,
como siempre lo haces.
Los rasgos de Ravyn se calmaron, controlados. No puede usar el Cáliz ,
recordé . Tampoco se puede utilizar el Cáliz contra él.
Entonces el Capitán de los Destriers hace lo que mejor sabe hacer , dijo
Nightmare. Mentir.
Hauth hizo como si fuera a objetar de nuevo, pero Ione ya se estaba
inclinando. "¿Te preocupas por Elspeth?" ella preguntó . "¿Realmente?"
Los dedos de Ravyn se lexionaron a lo largo de mi mano. “Desde el
momento en que la conocı́”. El pauso. "El segundo momento, tal vez".
Le lancé una mirada estrecha. Ione me miró desde su asiento, con una
sonrisa momentá nea pintada en su impecable rostro de porcelana. Elm
puso los ojos en blanco y Jespyr esbozó una sonrisa.
Hauth frunció el ceñ o. "¿Qué haces cuando no está s con los Destriers?"
le preguntó a Ravyn. "¿A donde vas?"
"Só lo una pregunta", espetó Elm.
Hauth golpeó la mesa con la mano. “Podrı́a hacerle cien preguntas y no
entender ni una pizca de verdad. Ese es su don . ¿No es ası́, Ravyn?
Nadie habló . El rostro de Ravyn permaneció tranquilo, intacto por la ira
de su prima, libre de mentir a voluntad. “He estado ocupado”, dijo, “con
las ó rdenes del Rey. ¿Qué má s estarı́a haciendo?
La frente de Hauth se oscureció mientras se hundı́a en su asiento.
La voz de Jespyr era tranquila. “¿Desearı́as no haberte convertido en un
Destrier y haber tenido una vida normal?”
Compartieron una larga mirada, las lı́neas a lo largo de la frente de
Ravyn se suavizaron. “Só lo los dı́as que no tengo a mi hermana ahı́ para
guiarme en la direcció n correcta”.
Fue el turno de Elm. "Arboles, Ravyn, no lo sé ". Se pasó la mano por la
frente. "¿Crees que soy má s guapo que tú ?"
La comisura del labio de Ravyn se torció . "Decididamente."
Era mi turno de hacer una pregunta. Miré a Ravyn y é l me correspondió
con una sonrisa, sus ojos grises tan claros como cuando me tomó de la
mano y me llevó a las profundidades subterrá neas del castillo, a un
mundo de secretos y traició n y propó sito. Un mundo de bandoleros y
sal.
"¿Sigues ingiendo?" Dije, deleitá ndome con su mirada.
Ravyn soltó una carcajada sorprendida y, delante de todos, se inclinó y
me besó . "Nunca lo fui", susurró en mis labios.
Cuando levanté la vista, los ojos de Hauth estaban puestos en mı́. Apoyó
sus manos sobre la mesa, entrelazando sus dedos, atrapando la luz
turquesa del Cá liz. “Y ahora el que estaba esperando. Es su turno de
responder a nuestras preguntas, señ orita Spindle.
El sudor se acumuló en mis palmas y mi respiració n salió en jadeos
cortos y entrecortados.
Tranquilo ahora , llamó Nightmare. El Cáliz es una Carta de la verdad.
Pero la verdad debe ser enmarcada, atrapada y atrapada. La pregunta es
tan importante como la respuesta.
Apenas habı́a tenido tiempo de ordenar mis pensamientos cuando Ione
comenzó , con sus ojos color avellana cautelosos, atrapada en algú n
lugar entre la curiosidad y el cá lculo. "¿Está s enamorada, Elspeth?"
Sentı́ como si fuera a morir. Por primera vez en mi vida, casi odié a mi
prima. Me preguntaba có mo le irı́a a una Maiden Card frente a un diente
roto.
Esto es bestial , gemı́. Ayúdame.
¿Ayudarte?
ME ESCUCHAS. ¡Ayuda!
El Cáliz afecta la sangre , dijo. Mi fuerza, mi magia, no te librará. Su risa
atravesó la oscuridad. A menos que quieras que le arranque la Carta de
la mano al Gran Príncipe... y le rompa todos los dedos por si acaso.
Eso es totalmente inútil.
Entonces deberás encontrar tu propio camino en torno a la magia del
Cáliz.
Tenı́a razó n: la magia del Cá liz era extrañ a. No lo sentı́ en mis venas, ni
pude discernir el familiar olor a sal en mi nariz. Estaba en algú n lugar
de mi cuerpo, atrapado, esperando que respondiera.
Cuando traté de mentir, tosı́, la sensació n de ser estrangulado era tan
aguda que mis ojos se llenaron de lá grimas.
"Dé jalo", dijo Jespyr. "Ella no necesita responder si no quiere".
“El resto de nosotros tuvimos que hacerlo”, dijo Hauth, guiñ á ndole un
ojo a Ravyn. "Deja que la chica termine".
Pero no pude. No estaba lista para decirlo, incluso si lo sentı́a. La verdad
era demasiado nueva, tan frá gil que podrı́a romperse. Luché por
encontrar una manera de eludir la verdad, pero la magia bloqueó mi
lengua en cada paso, estrangulá ndome hasta que me quedé sin aire.
Respira , llamó Nightmare, su voz era una vela en la oscuridad.
A mi lado, Ravyn se movió . "Elspeth." Me apretó la mano. “No tienes
que…”
"Sı́", dije, la palabra se me escapó sin resistencia, con tanta facilidad que
podrı́a confundirse con nada má s que la verdad.
Intenté apartar mi mano de la de Ravyn, pero é l no me dejó y su pulgar
rozó mis nudillos. Aú n ası́ no miré a é l. Le lancé a Ione una mirada
amarga, su pregunta fue una violació n, arrancá ndome algo que aú n no
estaba listo para decir.
Hauth trazó con avidez la incomodidad en mi rostro, concentrá ndose en
mı́. Cazarme. "Ahora, la pregunta que anhelaba hacer". Se inclinó .
“Dı́game, señ orita Spindle”, dijo, con la voz llena de falso encanto. "¿Qué
le pasó a tu brazo?"
No tuve que levantar la vista para saber que Ravyn, Jespyr y Elm se
habı́an puesto rı́gidos en sus asientos. Ravyn tiró de mi mano debajo de
la mesa, pero lo ignoré , congelada, buscando palabras que no me
traicionaran ante el verdugo.
El Cá liz torció mi lengua, bloqueando las mentiras antes de que llegaran
a mi lengua. Hauth habı́a sido inteligente. No podı́a robarle secretos a
Ravyn, un hombre inmune al Cá liz.
Pero é l podrı́a robar el mı́o. Y con ellos, condenarnos a todos.
“Yo…” dije, ahogá ndome con la palabra. "II fue-"
Ione puso una mano sobre el brazo de Hauth. "Te lo dije, ella se cayó ..."
"Cierra la boca, Ione", gruñ ó Hauth, apartando su mano.
"¿No ha soportado su iciente de tu rencor?" Elm dijo entre dientes.
“¿Qué te importa, hermano?”
"Llá mame anticuado, pero no creo que debas usar una guadañ a con la
mujer con la que te vas a casar".
Ellos discutieron. Jespyr se unió . Pero no escuché lo que dijeron. Sentı́
como si me estuviera ahogando con mi propia bilis.
Cálmate , llamó la voz de Nightmare, cercana y lejana al mismo tiempo.
Tarde o temprano la verdad saldrá a la luz , ronroneó . Tú mismo lo
dijiste.
¡No quise decir ESTO!
Miré a Ravyn. Debió haber visto el miedo en mis ojos, porque cuando
me miró , habı́a un dolor en su rostro que no habı́a visto antes: crudo,
protector. El tomó mi mano, y aunque sus labios apenas se movı́an,
distinguı́ cuatro palabras de su boca.
"Deja que te ayude."
Las lá grimas llenaron mis ojos. A mi lado, la Tarjeta Pesadilla de Ravyn
volvió a parpadear. La sal llenó mi nariz y me congelé , entendiendo
demasiado tarde lo que Ravyn habı́a querido decir.
Deja que te ayude.
“No lo hagas, Ravyn…” Jadeé .
Pero fue demasiado tarde. Ya habı́a roto su promesa.
La intrusió n en mi mente fue como si alguien me hubiera salpicado con
agua helada. Lo sentı́ en mis oı́dos, mis ojos, mis fosas nasales, en el
paladar. Tosı́, jadeando por aire.
Está bien, Elspeth , la voz de Ravyn resonó en mi cabeza. Puedes hacerlo:
elige tus palabras con cuidado. Te preguntó qué pasó, no cómo pasó.
Pero apenas lo escuché . Estaba demasiado ocupada gritando, mis dedos
clavá ndose en la palma del Capitá n de los Destriers. ¡No no no! ¡Te dije
que no, Ravyn!
Respira, Elspeth , dijo con voz tranquila por encima del estré pito. Todo
estará bien.
Te dije que NO, Ravyn , dije. Salir.
Ravyn se agitó , la confusió n y el dolor tocaron las comisuras de su
rostro. Lo siento , dijo, sólo quería...
La Pesadilla surgió de la oscuridad como una bestia de presa. La oíste ,
dijo, golpeando sus garras, un gruñ ido cruel le desgarró la garganta.
Fuera, Ravyn Yew. CONSEGUIR. AFUERA.
Ravyn cayó con toda fuerza de su asiento, toda la mesa tembló a su
paso.
"¡Fá cil!" Jespyr llamó , ponié ndose de pie de un salto. Los demá s
tambié n se pusieron de pie, y sus miradas pasaron de mı́ al capitá n de
los Destriers, que estaba sentado, aturdido en el suelo, con el hermoso
rostro contraı́do por el miedo.
Elm rodeó la mesa. "Parece que has visto un fantasma".
Los ojos grises de Ravyn, muy abiertos y vidriosos, estaban ijos en mi
rostro. "No... no visto".
"Sié ntate", ladró Hauth. Se adelantó , pasó junto a Ione y me agarró . Me
atrapó el brazo herido. "Está bien, señ orita Spindle, puede decirme la
verdad", dijo, presionando su pulgar contra mi manga, en mi muñ eca
rota. "Despué s de todo, es só lo un juego".
Jespyr se abalanzó sobre é l. "Quı́tate de encima", gritó ella, tirá ndolo
hacia atrá s, sus dedos raspando mi muñ eca mientras me soltaba.
Vi estrellas, enfermas de dolor. Hauth y Jespyr estaban peleando entre
sı́. Elm estaba levantando a Ravyn del suelo. Nadie má s que yo vio a
Ione alcanzar el Cá liz desechado sobre la mesa y, con la delicada punta
de su dedo, golpearlo, liberá ndome.
Compartimos una mirada. Abrı́ la boca para decir algo, pero ella ya
estaba levantada de su silla y alejá ndose por el gran saló n.
Ravyn estaba de pie, como un lobo mientras se volvı́a hacia su primo.
"Esto fue una emboscada, no un juego", gruñ ó . "Te hemos complacido
durante su iciente tiempo". Me ofreció su mano y la tomé , luego hice un
gesto con la cabeza hacia Jespyr y Elm. "Nos vamos."
Dejé escapar un suspiro de alivio y me puse de pie.
Pero el mundo a mi alrededor se dobló y mis rodillas, repentinamente
dé biles, se doblaron bajo el peso de mi cuerpo.
Caı́, estrellá ndome contra el suelo.
Las ná useas se apoderaron de mi estó mago y me ahogé , una bilis
espesa y rezumante subió por mi garganta y me estranguló . Cuando tosı́
y cayó al suelo, estaba oscuro y granulado, pesado como la tierra que
habı́a desenterrado esa mañ ana. Se deslizó por mis dedos, caliente y
viscoso, dejando largos y enojados rastros que se acumularon
oscuramente en mis palmas.
No fue hasta que tosı́ de nuevo que me di cuenta de que era sangre.
Como un tonto, intenté vencer al Cá liz. Intenté mentir demasiado.
En los breves momentos antes de vomitar un mar de sangre, recordé la
insignia de la Carta del Cá liz: Suero de la Verdad , la antigua escritura
tallada sobre la imagen de una copa llena de un lı́quido rojo oscuro. En
su lado opuesto, la taza giró sobre su cabeza y el lı́quido oscuro se
derramó , sin que nadie lo pidiera...
Veneno.
Capítulo treinta y dos
LA PESADILLA
Ten cuidado con la oscuridad,
Ten cuidado con el susto.
Ten cuidado con la voz que llega en la noche.
Se retuerce y llama,
A travé s de pasillos sombrı́os.
Ten cuidado con la voz que llega en la noche.
La habitació n estaba a oscuras cuando desperté , el amanecer aú n
asomaba tı́midamente en el horizonte. Me quedé mirando a la nada, un
dolor sordo palpitaba detrá s de mis ojos.
Primero reconocı́ el techo. Habı́a nudos en la madera que, si mis ojos
permanecı́an desenfocados, se transformaban en rostros extrañ os y
grotescos que me miraban ijamente. Antes de tener un concepto real
de los monstruos, solı́a imaginar que las formas en la madera eran
criaturas que me vigilaban, ni bené volas ni malvadas.
Pero eso fue hace mucho tiempo.
Me senté en la cama de mi infancia y examiné la habitació n, con el dolor
golpeando la parte posterior de mi crá neo. La habitació n era
exactamente como la recordaba: el baú l lleno de vestidos, el estante de
madera. casa de muñ ecas. La pila de mantas, cuyos colores ahora
estaban descoloridos y apolillados, estaba donde las habı́a dejado hacı́a
once añ os.
Nada se habı́a movido, la habitació n estaba en silencio, como congelada.
Lo ú nico fuera de lugar era la silla alta de madera y el hombre sentado
en ella, sacado de su lugar en la esquina y colocado al lado de mi cama.
Ravyn estaba dormido, con la cabeza inclinada, como si estuviera
rezando. Su rostro estaba tranquilo; toda la tensió n y la austeridad
habı́an desaparecido con el sueñ o. En su bolsillo brillaban las familiares
luces violeta y burdeos de sus Tarjetas, sin parpadear.
Lo observé durante un rato y la luz de mi ventana se hizo má s brillante.
Me pregunté có mo me habı́a llevado hasta aquı́, hasta lo alto de la casa.
Me preguntaba có mo me habı́an curado del veneno del Cá liz.
Sobre todo, me preguntaba, con el estó mago revuelto, si despué s de
anoche, Ravyn Yew habı́a cambiado irrevocablemente de opinió n sobre
mı́.
Una mano silenciosa llamó tres veces a mi puerta. Cerré los ojos,
ingiendo dormir.
Ravyn se despertó sobresaltado y se puso de pie de un salto. "¿Quié n
es?"
"Olmo."
Escuché que se soltó el pestillo y la puerta se abrió con un chirrido, los
pasos de Elm se apresuraron cuando entró en la habitació n y cerró la
puerta detrá s de é l. "¿Como es ella?"
"Aú n estoy dormido", murmuró Ravyn. "Filick se fue hace unas horas".
“¿Má s sangre?”
"No."
"Podrı́a matar a Hauth", dijo Elm furioso.
"Lo que es má s alarmante es por qué querı́a usar un Cá liz en primer
lugar", dijo Ravyn. “Tu hermano sospecha que fuimos nosotros los que
estuvimos en el bosque esa noche. No tiene pruebas, pero sospecha”.
"Tenemos que tener cuidado, Ravyn".
"Estoy muy consciente".
"¿Has dormido?"
El bostezo de Ravyn fue respuesta su iciente.
“Sié ntate antes de caerte”, dijo Elm.
La silla crujió bajo el peso de Ravyn. Mantuve los ojos cerrados, sin
saber si debı́a hablar o cuá ndo.
La voz de Ravyn bajó . "Usé Nightmare con ella anoche".
Mis mú sculos se tensaron.
Elm guardó silencio un momento. “Lo usaste para ayudarla, para guiarla
durante el juego. Tal como lo hiciste conmigo”.
“Le dije al principio que no lo usarı́a con ella. Le di mi palabra”.
Elm resopló . "Lo de anoche fue una circunstancia atenuante, dirı́a yo".
"Dudo que ella lo vea de esa manera".
"¿Por qué no?"
Ravyn hizo una pausa. Cuando habló , su voz era tranquila, dudosa. "No
sé có mo explicarlo", dijo. “No se parecı́a a la cabeza de nadie en la que
hubiera estado antes. Me sentı́ como si me hubieran sumergido bajo el
agua del mar. Estaba oscuro y cambiante: una tormenta. Cuando hablé
con ella pude escuchar su voz, pero estaba muy lejos”. Hizo una pausa,
el sonido de sus palmas á spero contra su rostro. “No sé qué pasó , Elm.
Debo estar perdiendo la cabeza."
¿Vas a dejar que sufra así? susurró la Pesadilla.
Cierro los ojos con má s fuerza. ¿Qué pensará de mí?
¿Importa?
Por supuesto que importa. Él importa.
Así que no le mientas.
Mi respiració n resonaba en mi pecho. Abrı́ los ojos y me volvı́ hacia
Ravyn y Elm.
"Elspeth", dijo Ravyn, acercando su silla a mi cama. El tomó mi mano.
"¿Có mo te sientes?"
"Terrible", admitı́. "¿Qué pasó ?"
“Despué s de que escupiste un lago de sangre”, dijo Elm, apoyá ndose en
el poste de mi cama, “Filick pudo conseguirte un antı́doto. Estará s dé bil
por algú n tiempo”.
Me froté la cabeza y mis ojos encontraron los de Ravyn. “Te pedı́ que no
usaras tu Tarjeta Nightmare conmigo”, dije, mi voz no era má s que un
susurro.
La vergü enza ensombreció el hermoso rostro del Capitá n. "Lo sé ", dijo.
"Lo lamento. Pensé que estaba ayudando”. Luego, como si luchara
contra las palabras, dejó escapar un profundo suspiro. “¿Qué diablos
pasó , Elspeth? ¿Qué era esa voz?
"¿Voz?" Dijo Olmo.
“Una voz me habló ”, dijo Ravyn. “Como si estuviera dentro de las
paredes de mi cabeza. Lo escuché claro como el dı́a”.
“¿Qué te dijo?”
Ravyn me miró con sus ojos grises penetrantes. "Me dijo que saliera de
su cabeza".
Las lá grimas cayeron de mis ojos, traicioná ndome mientras corrı́an por
mis mejillas. Ravyn alcanzó mi cara. "Elspeth", dijo, con mi nombre
como una rosa en su lengua. “Sea lo que sea, te ayudaré . Só lo dime."
Negué con la cabeza. "No puedes ayudarme, Ravyn".
"Puedo intentarlo, ¿no?"
Pero no habı́a dicho esas palabras... no en once añ os. Habı́a enterrado la
verdad tan profundamente y durante tanto tiempo que no sabı́a có mo
desenterrarla.
Señ alé la luz color burdeos en su bolsillo. "Mejor si te lo muestro".
Ravyn tocó su Tarjeta Pesadilla tres veces, sus ojos nunca abandonaron
mi rostro. La intrusió n en mi mente fue tan abrasiva como lo habı́a sido
la noche anterior, como si me hubieran sumergido en agua salada
helada. Detrá s de mis ojos, la Pesadilla esperaba.
Sé amable con él , le susurré .
Era extrañ o ver a Ravyn frente a mı́ y sentir su presencia en mi mente al
mismo tiempo. Ravyn , dije.
Elspeth.
La voz de Nightmare goteaba como aceite. Ravyn Yew , dijo. Al menos
esta vez vienes invitado .
Ravyn se echó hacia atrá s, con los ojos muy abiertos.
"¿Qué es?" Dijo Elm, poniendo una mano en el hombro de su primo.
"Hay algo ahı́", jadeó Ravyn. "Alguien má s."
"¿Otra persona?"
“No es una persona. Yo... no lo sé . Buscó mi rostro. "¿Qué es?"
Asentı́ hacia la tarjeta que tenı́a en la mano. En su cara, justo debajo del
terciopelo color burdeos, habı́a dibujada una criatura. Una bestia de la
oscuridad...
Una pesadilla.
Ravyn parpadeó . "Eso", dijo, extendiendo la tarjeta entre nosotros.
“¿Esa cosa está en tu cabeza?”
El rostro de Elm palideció , sus ojos verdes estaban vidriosos y sus
dedos apretaban el hombro de Ravyn.
¿Quién eres? Exigió Ravyn, gritando en la oscuridad.
La Pesadilla no se vio afectada por su angustia. El pastor de la sombra.
El fantasma del susto. El demonio en el sueño. La pesadilla de la noche.
¿Por qué estás en la cabeza de Elspeth?
Mis pensamientos se retorcieron ante mis ojos. De repente estaba de
vuelta en la biblioteca de mi tı́o, la Tarjeta de Pesadilla extendida sobre
el escritorio de madera de cerezo. Miré al monstruo de la Tarjeta. Ojos
amarillos, garras feroces, la pendiente de pelaje á spero subiendo por su
columna mientras estaba sentado encorvado, mirá ndome.
Vi mis pequeñ as manos alcanzá ndolo, la biblioteca de repente envuelta
en el olor a sal.
Todo se volvió negro.
Frente a mı́, el rostro de Ravyn se habı́a convertido en piedra, el terror
só lo era visible en sus ojos. “No entiendo”, dijo. “¿Có mo llegó a tu
mente?”
“Toqué la Tarjeta Pesadilla de mi tı́o”, dije. Miré a Elm. “Es mi habilidad,
mi magia. En el momento en que una Carta de la Providencia toca mi
piel, absorbo todo lo que el Rey Pastor pagó para crearla”.
Elm se atragantó con sus palabras. "¿Qué quieres decir con 'pagado'?"
Apreté los dientes. “Cuando el Rey Pastor hizo la baraja, el Espı́ritu
exigió el pago. Ası́ que hizo trueques por cada Tarjeta, pagando en
objetos, animales...
Elm negó con la cabeza. "No todo el cuento antes de dormir, Spindle, lo
esencial , por favor".
"Dé jala hablar", gruñ ó Ravyn.
Tragué , las palabras pegajosas en mi garganta. "Cuando el Rey Pastor
hizo la Carta Pesadilla, intercambió una parte de sı́ mismo". Cerré mis
ojos.
La voz de Ravyn era ina como el papel. "Su alma."
Asenti. "Eso es lo que absorbı́ cuando toqué la Tarjeta Pesadilla de mi
tı́o".
Ravyn y Elm me miraron ijamente, con los ojos muy abiertos, como si
nunca me hubieran visto realmente. "Pero si é l cambió su alma",
susurró Elm, bajando los ojos hacia la Carta de Pesadilla de Ravyn, "y tú
la absorbiste, entonces la voz en tu cabeza..."
La risa de Nightmare llenó mi mente, haciendo que Ravyn se
estremeciera.
Levanté la vista y la verdad inalmente me fue arrancada, pieza por
pieza. "El es el Rey Pastor".
No habı́a su iciente espacio en toda Spindle House para soportar el
peso del silencio que pesaba sobre nosotros. Elm parecı́a a punto de
gritar, con una mano en la boca, los ojos verdes muy abiertos y la frente
torcida por la sorpresa.
Pero la reacció n de Ravyn me asustó má s. Quietud—toda su Cara
congelada, como si estuviera hecha de piedra. “¿Qué pasa con otras
tarjetas Providence?” é l dijo. "¿Realmente puedes verlos por color?"
Miré hacia otro lado. "No puedo. Pero él puede”.
“¿Está s diciendo que esa criatura”, dijo Elm, señ alando la Tarjeta en la
mano de Ravyn, “¿es el Rey Pastor? ¿ Que ha sido él quien nos ha dicho
dó nde está n todas las Cartas?
"El no habla por mı́". Me mordı́ la mejilla. "No a menudo."
“Pero é l sı́ te ayuda”, dijo Elm. La voz del Prı́ncipe se hizo má s fuerte.
“Por eso puedes luchar, por eso eres fuerte y rá pido. ¿De qué otra
manera podrı́as haber sobrevivido al ataque de tu padre esa noche en la
carretera? Se volvió hacia Ravyn, con los hombros erguidos con
reivindicació n. “Ası́ es como hirió a Hauth, có mo mutiló a Linden. Él lo
hizo por ella”.
No me molesté en negarlo. "El no me da su fuerza a menos que yo se la
pida".
"Etico, ¿verdad?" Elm resopló . "Esto solo se pone mejor y mejor.
¿Supongo que esos son sus ojos amarillos que todos hemos estado
viendo estas ú ltimas semanas?
Apreté la mandı́bula, el dolor en mi cabeza de repente no fue nada
comparado con la abrumadora desesperació n acumulá ndose en mi
pecho. Querı́a llorar, dejarme caer sobre las almohadas y dormir
durante cien añ os; el dolor de su escrutinio y el miedo se grabaron en el
rostro de Ravyn má s de lo que podı́a soportar.
Ravyn deslizó su mano por mi brazo. "Danos un momento, Elm".
El Prı́ncipe se resistió . “Esto simplemente con irma todo lo que te dije
sobre ella. ¡Que nos ha estado mintiendo todo el tiempo!
Ravyn miró a su primo de reojo. "Por favor. Ir."
La frente de Elm se ensombreció . Se dio la vuelta, con los hombros
bajos pero la mandı́bula apretada. Debajo de la sombra de su ceñ o, vi
vidrio en sus ojos verdes entrecerrados.
Cuando la puerta se cerró , Ravyn se volvió hacia mı́, con el ceñ o
fruncido y la boca formando una lı́nea apretada. "¿Por qué no me lo
dijiste, Elspeth?"
Giré el cuello y miré hacia la ventana. "Sé lo que sé ", dije, golpeando mis
dientes. “Mis secretos son profundos. Pero los he guardado por mucho
tiempo, y ellos se mantendrá n por mucho tiempo”.
Ravyn me miró ijamente y frunció el ceñ o.
Lo viste, igual que ellos , ronroneó Nightmare. Viste el amarillo en sus
ojos la noche que la atacaste en el camino forestal. Lo has visto una
docena de veces desde entonces.
No me correspondía exigir respuestas , dijo Ravyn. ¿Cómo pude haber
sabido que éste era su secreto? Me apretó el brazo. "¿Ha estado en tu
cabeza once añ os?"
"Atrapado", dije. “Tal como soy yo. Y cada vez es má s fuerte. Esa es mi
degeneració n”. Parpadeé , mi mente pesaba, como si estuviera bajo
tierra. "Cada vez que le pido ayuda, se vuelve má s fuerte".
“¿Alguna vez te ha lastimado?”
La Pesadilla siseó . ¿Lastimarla? Yo la protejo.
Entonces, ¿por qué te estás volviendo más fuerte? —preguntó Ravyn.
Las garras de Nightmare golpeaban contra el oscuro suelo de mi mente
mientras é l caminaba inquieto. Cuando Rowan me robó la vida, mi alma
permaneció sellada en la Tarjeta Nightmare. Esperé cientos de años,
consumido por la furia y la sal. Su voz se pegó a mı́, como si estuviera
hecha de cera. Elspeth me sacó del Card, la oscuridad. Así que la protegí
de un mundo que la mataría. Hablé con ella desde The Old Book . Ella ya
era buena, inteligente. Pero le enseñé a tener cuidado. Le di mis regalos:
mi fuerza. Pero nada es gratis, Ravyn Yew. Especialmente no magia.
La voz de Ravyn apenas era un susurro. ¿Qué sucede cuando te vuelves
demasiado fuerte para la mente de Elspeth?
Pero la ú nica respuesta de Nightmare fue el chasquido de sus dientes,
en todas partes a la vez.
Mis pensamientos nadaban en la oscuridad. Casi podı́a sentir el pelaje
á spero a lo largo de la columna de Nightmare, como si estuviera bajo mi
mano. Su voz sonó como cien pá jaros azotando a travé s de mi mente.
“Era su castillo, el que estaba en ruinas. El primer rey Rowan lo quemó
y lo asesinó a é l y a su familia. Miré a Ravyn, con los ojos hú medos de
lá grimas saladas. "Está enterrado debajo de la piedra en la cá mara del
Castillo Yew".
La puerta volvió a llamar tres veces, esta vez con urgencia.
"Ahora no", espetó Ravyn.
“El Rey nos quiere abajo”, llamó la voz de Jespyr a travé s de la madera.
"Ahora."
"Dile que estoy ocupado".
"Parecerá sospechoso si no está s con nosotros, Ravyn".
Ravyn se pasó las manos por la cara, las sombras debajo de sus ojos se
hicieron má s pronunciadas a la luz de la mañ ana. "Estaré ahı́."
Los pasos de Jespyr se desvanecieron escaleras abajo.
“¿Qué quiere el Rey?” Yo dije. "Pensé que todos se quedarı́an aquı́ para
pasar otra noche de celebració n".
“Para hablar de patrullas, sin duda”, dijo el Capitá n. “Mi tı́o exigió má s
inspecciones mé dicas en la ciudad desde que el niñ o y sus padres
escaparon. Los escoltamos. Deberı́a volver antes de la noche”.
Apartó su mano de la mı́a y golpeó su Tarjeta Nightmare tres veces,
cortando nuestra conexió n. Sentı́ tensió n entre nosotros, vacilació n.
Pero cuando lo alcancé , ya estaba en la puerta.
"Podremos hablar má s cuando regrese", dijo Ravyn. "Descansa un poco,
Elspeth".
Me quedé en la cama cinco minutos, tan ansiosa que mis piernas
arrancaron las mantas por sı́ solas.
Necesitas descansar , dijo Nightmare. El veneno te ha debilitado.
Lo ignoré y balanceé mis piernas sobre el borde de mi cama.
Un golpe en mi puerta me detuvo y me quedé congelada, esperando.
"¿Hola?"
La puerta se abrió con un chirrido y entró mi padre, torpe con sus
tiernos pies, como si yo fuera un gigante dormido. "No estaba seguro de
si estabas despierto", dijo.
No respondı́. Estaba demasiado atrapada en la luz que salı́a de su
bolsillo, cegadora y de color azul za iro.
La tarjeta del pozo.
"¿Te sientes mejor?" preguntó .
Le lancé una rá pida sonrisa, obligá ndome a parecer tranquila. Cuando
mis manos empezaron a temblar, con todo mi cuerpo consciente de la
Tarjeta de Pozo, me senté sobre ellas. "Cansado, pero mejor".
Mi padre se detuvo a los pies de mi cama, con las piernas separadas a la
altura de los hombros y las manos entrelazadas detrá s de la espalda,
siempre el Destrier. “Cogı́ a Filick Willow cuando salı́a. ¿Me dijo que
habı́as estado usando un Cá liz?
"El Prı́ncipe Hauth, no yo", dije con voz frı́a. "Simplemente casualmente
estaba allı́".
"Mmm." Los ojos azules de mi padre recorrieron mi habitació n. “Yo
descon iarı́a del Prı́ncipe Hauth, Elspeth. El no es… é l es muy…”
“¿Hombre horrible?”
La comisura de su labio se torció . "Es el hijo de su padre".
No le pregunté qué querı́a decir. Dudaba que me lo dijera, incluso si lo
hiciera.
“¿Qué pasa con Ravyn Yew?”
Mi espalda se enderezó . “¿Qué hay de é l?”
Hizo una mueca, claramente incó modo. "Ustedes dos parecen estar
disfrutando de su noviazgo".
"Hasta que se dio cuenta de que un Rey, muerto quinientos años, ocupaba
su mente" , dijo la Pesadilla.
Intenté sonreı́r. "El me gusta mucho."
Mi padre metió la mano en el bolsillo, con los dedos rı́gidos, y Recuperó
la brillante luz azul. Dejó la Tarjeta de Bienestar a los pies de mi cama y
dio un paso atrá s. Sobre la tarjeta, sujeta con un solo trozo de cordel,
habı́a un tallo seco de milenrama. "Tu madre me regaló esta tarjeta
cuando nos casamos", dijo en voz baja. “Se lo habı́a regalado su padre,
pero ella querı́a que yo lo tuviera. '¿Qué necesidad tengo de un pozo?'
habı́a dicho en su habitual manera alegre. 'Só lo un hombre necesitarı́a
una Tarjeta para realizar un seguimiento de sus enemigos'”.
Nunca habló de mi madre. Algo se hizo añ icos en mı́, viendo có mo sus
ojos se ponı́an vidriosos.
"Querı́a que lo tuvieras", dijo, inhalando, pará ndose má s erguido que
antes. “No tienes que dá rselo a Ravyn Yew. No tienes que dá rselo a
nadie. Só lo pensé ... Apartó la mirada de mı́, la luz de las ventanas llamó
su atenció n y su voz apenas era un susurro. "Si pudiera volver atrá s y
hacerlo de otra manera, Elspeth, lo harı́a".
No me dio tiempo a responder. Y fue lo mejor, porque no tenı́a nada
para dar. Estaba demasiado sorprendida, demasiado conmovida,
demasiado picada para saber qué decir ademá s del silencioso "Gracias"
que murmuré cuando é l salió por mi puerta.
Capítulo uno
ravin
Capítulo uno
annie