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Derechos de autor
Dedicació n
PARTE I: Las cartas
Capı́tulo uno
Capitulo dos
Capı́tulo tres
Capı́tulo cuatro
Capı́tulo cinco
Capı́tulo Seis
Capı́tulo Siete
Capı́tulo Ocho
Capı́tulo Nueve
Capı́tulo Diez
Capı́tulo once
Capı́tulo Doce
Capı́tulo trece
Capı́tulo Catorce
PARTE II: La niebla
Capı́tulo Quince
Capı́tulo Diecisé is
Capı́tulo Diecisiete
Capı́tulo Dieciocho
Capı́tulo Diecinueve
Capı́tulo veinte
Capı́tulo veintiuno
Capı́tulo veintidó s
Capı́tulo veintitré s
Capı́tulo veinticuatro
Capı́tulo veinticinco
Capı́tulo veintisé is
Capı́tulo veintisiete
Capı́tulo veintiocho
PARTE III: La Sangre
Capı́tulo veintinueve
Capı́tulo treinta
Capı́tulo treinta y uno
Capı́tulo treinta y dos
Capı́tulo treinta y tres
Capı́tulo treinta y cuatro
Capı́tulo treinta y cinco
Expresiones de gratitud
Descubrir má s
Extras
Conozca al autor
Un adelanto del "Libro Segundo de El Rey Pastor"
Un adelanto de "Cosas salvajes y malvadas"
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incidentes son producto de la imaginació n del autor o se utilizan de
forma icticia. Cualquier parecido con eventos, lugares o personas
reales, vivas o muertas, es una coincidencia.
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Extracto del segundo libro de El Rey Pastor copyright © 2022 de Rachel
Gillig
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Derechos de autor
Dedicació n

PARTE I: Las cartas


Capı́tulo uno
Capitulo dos
Capı́tulo tres
Capı́tulo cuatro
Capı́tulo cinco
Capı́tulo Seis
Capı́tulo Siete
Capı́tulo Ocho
Capı́tulo Nueve
Capı́tulo Diez
Capı́tulo once
Capı́tulo Doce
Capı́tulo trece
Capı́tulo Catorce

PARTE II: La niebla


Capı́tulo Quince
Capı́tulo Diecisé is
Capı́tulo Diecisiete
Capı́tulo Dieciocho
Capı́tulo Diecinueve
Capı́tulo veinte
Capı́tulo veintiuno
Capı́tulo veintidó s
Capı́tulo veintitré s
Capı́tulo veinticuatro
Capı́tulo veinticinco
Capı́tulo veintisé is
Capı́tulo veintisiete
Capı́tulo veintiocho

PARTE III: La Sangre


Capı́tulo veintinueve
Capı́tulo treinta
Capı́tulo treinta y uno
Capı́tulo treinta y dos
Capı́tulo treinta y tres
Capı́tulo treinta y cuatro
Capı́tulo treinta y cinco

Expresiones de gratitud
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Extras
Conozca al autor
Un adelanto del segundo libro de El rey pastor
Un adelanto de cosas salvajes y malvadas
A las chicas tranquilas con historias en la cabeza.
A sus sueños... y a sus pesadillas.
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Capítulo uno
La infecció n se presenta en forma de iebre durante la noche. Si se
enferma, observe las venas, el a luente de la sangre que baja por los
brazos. Si siguen como siempre, no tienes nada que temer. Si la sangre
se oscurece hasta alcanzar un color negro como la tinta, la infecció n se
ha a ianzado.
La infecció n se presenta en forma de iebre durante la noche.
Yo tenı́a nueve añ os la primera vez que los mé dicos vinieron a casa.
Mi tı́o y sus hombres estaban ausentes. Mi prima Ione y sus hermanos
jugaban ruidosamente en la cocina, y mi tı́a no escuchó los golpes en la
puerta hasta que el primer hombre con tú nica blanca ya estuvo en el
saló n.
Ella no tuvo tiempo de esconderme. Yo estaba dormido, descansando
como un gato en la ventana. Cuando me sacudió para despertarme, su
voz estaba llena de miedo. "Ve al bosque", susurró , abriendo la ventana
y empujá ndome suavemente a travé s de la ventana hasta el suelo.
No caı́ sobre la cá lida hierba de verano. Mi cabeza chocó contra la
piedra y parpadeé , las ná useas mareadas proyectaron formas oscuras
en mi visió n, mi cabeza envuelta en un calor rojo y pegajoso.
Los oı́ en la casa, sus pasos pesados con intenciones siniestras.
Levántate , llamó la voz en mi cabeza. Levántate, Elspeth.
Me puse en una posició n desvencijada, desesperado por llegar a la lı́nea
de á rboles má s allá del jardı́n. La niebla me envolvió y, aunque no tenı́a
mi amuleto en el bolsillo, corrı́ hacia los á rboles.
Pero el dolor en mi cabeza era demasiado grande.
Caı́ de nuevo, la sangre corrı́a por mi cuello. Me van a atrapar , lloré ,
perdida la cabeza por el miedo. Me van a matar.
Nadie te va a hacer daño, niña , gruñ ó . ¡Ahora levántate!
Lo intenté . Lo intenté ferozmente. Pero el dañ o a mi cabeza fue
demasiado grande, y despué s de cinco pasos desesperados (el borde de
la madera estaba tan cerca que podı́a olerlo) caı́ al suelo en un desmayo
frı́o y sin vida.
Ahora sé que lo que pasó despué s no fue un sueñ o. No pudo haber sido.
La gente no sueñ a cuando se desmaya. No soñ é en absoluto. Pero no sé
có mo llamarlo de otra manera.
En el sueñ o, la niebla se iltraba dentro de mı́, espesa y oscura. Estaba
en el jardı́n de mi tı́a, tal como habı́a estado hace un momento. Podı́a
ver y oı́r, oler el aire, sentir la tierra debajo de mi cabeza, pero estaba
congelada, incapaz de moverme.
¡Ayuda !, grité con voz minú scula. Ayúdame.
Unos pasos sonaron en mi mente, pesados y urgentes. Las lá grimas se
deslizaron por mis mejillas. Hice una mueca pero no pude ver, mi visió n
estaba borrosa, como si intentara ver debajo del agua de mar.
Un dolor agudo y furioso recorrió mis brazos y mis venas de repente se
volvieron negras como la tinta.
Grité . Grité hasta que el mundo a mi alrededor desapareció ; mi visió n
se hizo un tú nel hasta que todo se volvió oscuro.
Me desperté bajo un aliso, protegido por la niebla y el profundo verdor
del bosque. El dolor en mis venas desapareció . De alguna manera, con la
cabeza abierta, logré llegar a la lı́nea de á rboles. Habı́a escapado de los
mé dicos.
iba a vivir.
Mis pulmones se hincharon y dejé escapar un sollozo de felicidad, mi
mente todavı́a luchando contra el pá nico que habı́a amenazado con
apoderarse de mı́.
No fue hasta que me senté que sentı́ el dolor en mis manos. Miré hacia
abajo. Mis palmas estaban arañ adas y hechas jirones, la sangre
empapaba mis dedos donde mis uñ as, ahora incrustadas en tierra, se
habı́an roto. A mi alrededor la tierra estaba removida y la hierba
revuelta. Algo o alguien lo habı́a aplastado.
Algo, o alguien, me habı́a ayudado a arrastrarme hasta un lugar seguro
a travé s de la niebla.
Nunca me dijo có mo habı́a movido mi cuerpo, có mo habı́a logrado
salvarme ese dı́a. Sigue siendo uno de sus muchos secretos, tá cito, que
descansa con indiferencia en la oscuridad que pastoreamos.
Aú n ası́, fue la primera vez que dejé de temer a la Pesadilla: la voz en mi
cabeza, la criatura con extrañ os ojos amarillos y una voz suave y
misteriosa. Once añ os despué s y ya no le temo en absoluto.
Incluso si deberı́a hacerlo.

Esa mañ ana caminé por el camino forestal para encontrarme con Ione
en la ciudad.
Nubes grises oscurecieron mi camino y el camino estaba resbaladizo y
cubierto de musgo. La madera retenı́a el agua, pesada y hú meda, como
desa iando el inevitable cambio de estació n. Só lo algú n que otro
cornejo contrastaba con el brillo esmeralda, sus tonos rojo anaranjado
brillaban contra la niebla, ardientes y orgullosos.
Los pá jaros revoloteaban bajo un boj, sobresaltados por mi andar torpe,
y volaban hacia arriba en una rá faga, la niebla era tan espesa que sus
alas parecı́an agitarla. Me puse la capucha sobre la frente y silbé una
melodı́a. Era una de sus canciones, una de las muchas que tarareaba en
los rincones oscuros de mi mente. Viejo, lú gubre, suave en el silencioso
ruido. Sonó agradablemente en mis oı́dos, y cuando las notas inales
salieron de mis labios hacia el camino, lamenté oı́rlas irse.
Empujé la parte de atrá s de mi cabeza, sintié ndome en la oscuridad.
Cuando nada respondió , seguı́ caminando por el camino.
Cuando mi ruta se volvió demasiado embarrada, entré en el bosque y
me retrasó una zarza de bayas, negras y jugosas. Antes de comé rmelos,
saqué mi amuleto, una pata de gallo, de mi bolsillo y lo retorcı́, la niebla
que permanecı́a al borde del camino se adhirió a mı́.
Las hormigas quedaron atrapadas en el jugo pegajoso a lo largo de mis
dedos. Los aparté , el fuerte sabor del á cido quemó mi lengua donde
accidentalmente habı́a ingerido algunos. Me limpié los dedos en el
vestido; la lana oscura era tan negra que se tragó las manchas enteras.
Ione me estaba esperando al inal del camino, má s allá de los á rboles.
Nos abrazamos y ella me tomó del brazo, buscando mi rostro bajo la
sombra de mi capucha.
"No te saliste del camino, ¿verdad, Bess?"
"Só lo por un momento", dije, mirando hacia las calles má s allá .
Está bamos en el borde de Blunder, la red de calles adoquinadas y
tiendas que me resultaba má s temible que cualquier bosque oscuro. La
gente bullı́a, ruidos humanos y animales resonaban en mis oı́dos
despué s de tantas semanas en casa en el bosque. Delante de nosotros,
un carruaje pasó apresuradamente, el sonido de los cascos golpeando
contra las antiguas piedras de la calle. Un hombre tres pisos má s arriba
arrojó agua sucia por la ventana y una parte roció el dobladillo de mi
vestido negro. Los niñ os lloraron. Las mujeres gritaron y se
preocuparon. Los comerciantes gritaban sus acciones y en algú n lugar
sonó una campana; el pregonero de Blunder narraba el arresto de tres
bandoleros.
Respiré hondo y seguı́ a Ione calle arriba. Redujimos el paso para mirar
los puestos de los comerciantes y pasar los dedos por telas nuevas
sacadas de detrá s de los escaparates. Ione pagó una moneda de cobre
por un manojo de cinta rosa y le sonrió . el empleado, revelando el
pequeñ o espacio entre sus dientes frontales. Verla me calentó . Sentı́ un
gran cariñ o por Ione, mi prima peliamarilla.
Eramos muy diferentes, mi prima y yo. Ella era honesta, real. Sus
emociones estaban plasmadas en su rostro mientras las mı́as se
escondı́an detrá s de una compostura cuidadosamente practicada.
Estaba viva en todos los sentidos, proclamando en voz alta sus deseos,
sus miedos y todo lo demá s, como un hechizo de gratitud. Llevaba
consigo una tranquilidad dondequiera que fuera, atrayendo a personas
y animales. Incluso los á rboles parecı́an balancearse segú n sus pasos.
Todos la amaban. Y ella tambié n los amaba. Incluso en detrimento de
ella misma.
Ella no ingió , Ione. Ella simplemente lo era .
Le envidiaba eso. Yo era un animal asustado, por lo que rara vez estaba
tranquilo. Necesitaba a Ione, su escudo de calidez y tranquilidad,
especialmente en dı́as como este, el dı́a de mi onomá stica, cuando
visitaba la casa de mi padre.
A lo lejos, en lo má s recó ndito de mi mente, resonó el sonido de un
chasquido de dientes, que tardó en moverse. Apreté mis propios
dientes y apreté los puñ os, pero fue inú til: no habı́a forma de controlar
sus idas y venidas. Un chico pasó junto a mı́ y sus ojos se detuvieron
demasiado tiempo en mi cara. Le di una sonrisa falsa y me di la vuelta,
pasando mi mano por los mú sculos tensos de mi frente hasta que sentı́
que mi expresió n se quedaba en blanco. Era un truco que habı́a pasado
añ os perfeccionando frente al espejo: moldeando mi rostro como arcilla
hasta que tuviera la mirada vaga y recatada de alguien que no tenı́a
nada que ocultar.
Lo sentı́ mirando a Ione a travé s de mis ojos. Cuando habló , su voz
estaba resbaladiza por el aceite. Chica amarilla, suave y limpia. Chica
amarilla, sencilla, invisible. Chica amarilla, pasada por alto. Chica
amarilla, no será Reina.
Silencio , dije, dá ndole la espalda a mi prima.
Ione no sabı́a lo que me habı́a hecho la infecció n. Al menos, no en su
magnitud. Nadie lo hizo. Ni siquiera mi tı́a Opal, que me habı́a acogido
cuando deliraba por la iebre. Por la noche, cuando me ardı́a la iebre,
ella tapaba el marco de la puerta con lana y mantuve las ventanas
cerradas para no despertar a los otros niñ os con mis llantos. Me habı́a
dado somnı́feros y cubierto mis venas urticantes con una cataplasma.
Ella me leı́a los libros que una vez compartió con mi madre. Ella me
amaba, a pesar de lo que signi icaba albergar a un niñ o que habı́a
cogido iebre.
Cuando inalmente salı́ de mi habitació n, mi tı́o y mis primos me
miraron, buscá ndome en busca de cualquier señ al de magia, cualquier
cosa que pudiera traicionarme.
Pero mi tı́a habı́a sido irme. De hecho, habı́a contraı́do la iebre tan
temida en Blunder, pero eso fue el inal: la infecció n no me habı́a
otorgado magia. Ni los Hawthorn ni la nueva familia de mi padre serı́an
declarados culpables de asociarse conmigo mientras mi infecció n
siguiera siendo un secreto.
Y mantendrı́a mi vida.
Ası́ es como se cuentan las mejores mentiras: con la verdad su iciente
para resultar convincentes. Por un tiempo, incluso me encontré
creyendo la mentira, creyendo que no tenı́a magia. Despué s de todo, no
padecı́a ninguno de los sı́ntomas má gicos obvios que tan a menudo
acompañ aban a la infecció n: ni nuevas habilidades, ni sensaciones
extrañ as. Me sentı́ mareado por la ilusió n, pensando que era el ú nico
niñ o que sobrevivió a la infecció n ileso por la magia.
Pero esa fue una é poca que intenté no recordar: una é poca de
inocencia, antes de Providence Cards.
Antes de la pesadilla.
Su voz se desvaneció en la nada, la silenciosa sombra de su presencia
volvió a deslizarse hacia la oscuridad. Mi mente volvió a ser mı́a y el
clamor de la ciudad volvió a crecer en mis oı́dos mientras seguı́a a Ione
pasando por las tiendas de comerciantes hacia Market Street.
En la siguiente curva nos recibieron ecos agudos. Alguien estaba
gritando. Mi cuello se levantó bruscamente. Ione se acercó a mı́.
"Corceles de caza", dijo.
"O Orithe Willow y sus mé dicos", dije, acelerando el paso, escaneando
la calle en busca de tú nicas blancas.
Sonó otro grito, sus notas estridentes se pegaron a los pelos de la nuca.
Volvı́ la cabeza hacia la concurrida plaza adoquinada, pero Ione me
apartó . Lo ú nico que vi antes de doblar otra esquina fue una mujer, con
la boca abierta en un gemido sin palabras, la manga de su capa
levantada para revelar sus venas, oscuras como la tinta.
Un momento despué s desapareció detrá s de cuatro hombres con capas
negras: Destriers, los soldados de é lite del Rey. Los gritos nos siguieron
mientras apresurá bamos las sinuosas calles de Blunder. Cuando
llegamos a la puerta de Spindle House, Ione y yo está bamos sin aliento.
La casa de mi padre era la má s alta de la calle. Me quedé en la puerta,
los gritos todavı́a resonaban en mi mente. Ione, con las mejillas
sonrojadas por el empinado camino, sonrió al guardia.
La gran puerta de madera se abrió , revelando un amplio patio de
ladrillo.
Entramos, Ione delante de mı́. En el centro del patio, lleno de arenisca,
crecı́a un antiguo á rbol huso plantado por el abuelo de mi abuelo. A
diferencia de nuestro estandarte carmesı́ del Huso, el á rbol del patio
todavı́a conservaba su color verde intenso y sus ramas estrechas
estaban cargadas de hojas cerosas. Extendı́ la mano para tocar una hoja,
teniendo cuidado con la hilera de pequeñ os dientes alrededor de sus
bordes. No era un á rbol alto y majestuoso, pero sı́ viejo y galante.
Junto al á rbol del huso, todavı́a pequeñ o y sin madurar, habı́a un serbal
blanco.
En el lado norte del patio se encontraban las caballerizas y, al sur, la
armerı́a. No nos aventuramos a ninguno de los dos, nuestro camino era
recto. Cuando llegamos a los escalones de piedra de la parte delantera
de la casa, respiré y ijé mi expresió n una vez má s, llamando tres veces
a la gran puerta de roble.
Nos saludó el mayordomo de mi padre. "Buenas tardes", dijo Balian,
entrecerrando sus ojos marrones cuando se cruzaron con los mı́os. Le
gusta Los demá s sirvientes de la casa de mi padre habı́an aprendido
hacı́a mucho a descon iar del hijo mayor de Spindle.
Habı́a pasado un añ o desde mi ú ltima visita. Aun ası́, los colores
apagados de la casa me resultaban familiares y los tapices y alfombras
no habı́an cambiado. Balian encendió una vela e Ione y yo lo seguimos
má s allá de la escalera de cerezo oscuro con una barandilla larga y
sinuosa. No re lexioné sobre có mo me encantaba deslizarme por esa
barandilla cuando era niñ a, ni sobre có mo la casa habı́a seguido igual
desde entonces.
No re lexioné mucho en absoluto.
Balian abrió la puerta redondeada del saló n. Podı́a oler el hogar antes
de sentirlo, el rico aroma del cedro me hacı́a cosquillas en la nariz. En el
interior, mi madrastra, Nerium, y mis medias hermanas gemelas, Nya y
Dimia, se levantaron de sillas acolchadas.
Los gemelos tuvieron la decencia de sonreı́r, con hoyuelos idé nticos
tallados en sus mejillas redondeadas. Pude ver a mi padre en sus
rostros, particularmente porque su madre, Nerium, no tenı́a un rostro
hecho para sonreı́r fá cilmente. Mi madrastra me miró con su delicada
nariz, retorciendo las puntas de su cabello blanco hasta la cintura
alrededor de sus dedos delgados y nudosos.
Tenı́a toda la apariencia de un hermoso buitre, posado en su silla
favorita. Ella se sentó , mirá ndome con sus penetrantes ojos azules,
midiendo si era lo su icientemente digno para consumir.
Ione entró primero en la habitació n, bloqueando la vista de Nerium
sobre mı́.
Abracé a Nya y Dimia, mis medias hermanas tuvieron cuidado de no
presionar sus cuerpos demasiado cerca del mı́o. Cuando Balian cerró la
puerta, Ione y yo nos sentamos en las sillas ricamente tapizadas cerca
del fuego, mi asiento má s cercano al hogar.
Era tan rutinario que parecı́a ensayado.
En la pequeñ a mesa junto a mi silla habı́a un jarró n con lirios de color
violeta intenso. Pasé los dedos por los pé talos, con cuidado de no
magullarlos. Siempre habı́a lirios en el saló n.
"Qué lor tan mediocre", dijo Nerium, mirá ndome, su Los ojos se
entrecerraron mientras se deslizaban sobre los iris. "No puedo
entender lo que tu padre ve en ellos".
Mis entrañ as se anudaron. Como la mayorı́a de las cosas que me dijo
Nerium, habı́a un trasfondo de malicia en sus palabras suaves y bien
elegidas. Mi padre tenı́a lirios en casa por una sencilla razó n.
Iris era el nombre de mi madre.
“Creo que son encantadores”, dijo Ione, ofrecié ndome una sonrisa y
luego lanzando a mi madrastra una mirada venenosa.
Dimia, que a menudo se reı́a cuando no tenı́a idea de lo que estaba
pasando, dejó escapar una risita nerviosa. "Tienes buen aspecto", dijo,
acercá ndose a Ione. “¿Es ese un vestido nuevo?”
Al otro lado de la chimenea, sentı́ los ojos de Nya sobre mı́, como si yo
fuera un libro que le habı́an ordenado que no leyera. Cuando desa ié su
mirada, ella se dio la vuelta, con expresió n cautelosa.
Mis medias hermanas no me amaban. O, si lo hicieron, hacı́a tiempo que
habı́an perdido la prá ctica. A los trece añ os, nacidas siete añ os menos
que yo, Dimia y Nya eran idé nticas en casi todos los sentidos,
indistinguibles excepto por la pá lida marca de nacimiento justo debajo
de la oreja izquierda de Nya. Me habı́an observado toda mi vida con
expresiones re lejadas de cautelosa curiosidad, reservando la
amabilidad só lo el uno para el otro.
Intercambié palabras vacı́as con Dimia, el calor del hogar apenas me
tocaba. Me dijo que los habı́an invitado a celebrar el Equinoccio en
Stone, el castillo del Rey.
“Me encanta Equinox”, dijo Dimia, su voz má s fuerte que la de su madre
o su hermana. Cogió una galleta con mantequilla de la mesa auxiliar,
con sus ojos azules soñ adores. Cuando hablaba, salı́an migajas de sus
labios. “¡La mú sica, el baile, los juegos!”
"No todos los juegos son divertidos", dijo Nya, limpiando una migaja de
la comisura del labio de su gemela. “¿Recuerdas lo que pasó el añ o
pasado?”
Las fosas nasales de Nerium se dilataron. Ione frunció el ceñ o. Dimia se
mordió el dobladillo de la manga.
Me quedé mirando sin comprender. No lo recordaba; no habı́a asistido.
“Al Prı́ncipe Hauth le gusta jugar juegos de la verdad con su Carta Cá liz”,
explicó Nerium, sin molestarse en mirarme. “Estalló una pelea entre é l
y uno de los otros Destriers: Jespyr Yew, creo. Aunque no puedo
entender por qué el rey tiene una mujer a su servicio...
Tu padre viene.
Salté tan abruptamente que la voz de Nightmare se deslizó desde la
oscuridad, movié ndose directamente detrá s de mis ojos: urgente. ¿No
puedes verlo?
Me quedé completamente quieto, dejando caer los pá rpados. Allı́, en la
oscuridad, cada vez má s brillante, una luz azul real: una Tarjeta de la
Providencia, la Tarjeta del Pozo. Parecı́a una baliza de za iro, lotando
sobre el suelo, sin duda guardada en el bolsillo de mi padre. Como otras
Cartas de Providencia, el Pozo era del tamañ o de cualquier naipe, no
má s grande que mi puñ o cerrado. Estaba bordeada con un terciopelo
antiguo.
Era el terciopelo el que despedı́a la luz, una luz que só lo yo podı́a ver. O
má s bien, una luz que só lo la criatura en mi mente podı́a ver.
La Well Card habı́a sido la dote de mi madre y valı́a tanto oro como todo
Spindle House. Era una de las doce Cartas de Providencia diferentes
que componı́an la baraja. Relatadas en nuestro antiguo texto, El Antiguo
Libro de los Alisos , las Cartas de la Providencia no só lo eran los mayores
tesoros de Blunder, sino tambié n la ú nica forma legal de realizar magia.
Cualquiera podı́a usarlos; todo lo que hacı́a falta era tacto e intenció n.
Despeja tu mente, sosté n una Tarjeta en tu mano, tó cala tres veces y la
Tarjeta será tuya para empuñ arla. Guarde la Tarjeta en el bolsillo o
coló quela en otro lugar, la magia aú n se mantendrá . Tres toques má s, o
el toque de otra persona, y el lujo de magia se detendrı́a.
Pero si se utiliza una Tarjeta durante demasiado tiempo, las
consecuencias será n nefastas.
Eran excepcionalmente raras, las Providence Cards, y su nú mero era
inito. Cuando era niñ o, só lo me habı́an permitido vislumbrarlos.
Y só lo habı́a tocado uno.
Me estremecı́, la sensació n del terciopelo haciendo cosquillas en mi
memoria. La luz azul de la Well Card de mi padre se hizo má s fuerte.
Cuando se abrió la puerta, la luz invadió el saló n, un faro brillando
desde el bolsillo superior de su jubó n.
Erik huso. Maestro de una de las casas má s antiguas de Blunder. Alto,
severo, temible. Lo má s grave de todo es que una vez habı́a sido el
capitá n de los mismos hombres llamados a cazar a aquellos que
portaban magia, como yo.
Destrier, hasta los huesos.
Pero para mı́ é l era má s que un soldado. El era mi padre. Al igual que
Spindles antes que é l, era un hombre de pocas palabras. Cuando decidió
hablar, su voz era profunda, aguda, como las piedras dentadas que
permanecı́an en la sombra debajo de un puente levadizo. Su cabello
estaba veteado de plata, sujeto al cuello con una tira de cuero. Al igual
que Nerium, su mandı́bula no permitı́a sonreı́r fá cilmente. Pero cuando
miró en mi direcció n, las a iladas esquinas de sus ojos azules se
suavizaron.
"Elspeth", dijo. Sacó su mano de detrá s de su espalda. Allı́,
dolorosamente delicado en su puñ o calloso, habı́a un ramo de lores
silvestres. Milenrama. "Feliz Dı́a del nombre."
Algo en mi pecho tiró . Incluso despué s de todos estos añ os (la muerte
de mi madre, mi infecció n), siempre me regalaba milenrama el dı́a de
mi onomá stica. “La milenrama má s bella de todas”, ası́ me llamaba
cuando era niñ o.
Me levanté del banco y me acerqué a é l, la luz azul en su bolsillo me
miraba ijamente. Cuando deslizó la milenrama en mi mano, el olor del
bosque tocó mi nariz. Debe haberlo recogido esta mañ ana.
Intenté no mirarlo a los ojos por mucho tiempo. Só lo nos harı́a sentir
incó modos a ambos. "Gracias."
“Ibamos a encontrarnos contigo en el pasillo”, le dijo mi madrastra a mi
padre con un tono pellizcado en la voz. “¿Pasa algo?”
La expresió n de mi padre no revelaba nada. “Vine a saludar a mi propia
hija en mi propia casa, Nerium. ¿Te parece bien?
La mandı́bula de Nerium se cerró de golpe. Ione se tapó la boca para
ocultar su risa.
Casi sonreı́. Me sentı́ mejor de lo que deberı́a escuchar a mi padre
defenderme. Pero má s fuerte que el tiró n en la comisura de mis labios
fue un dolor sordo y envejecido, anudado profundamente en mi pecho,
recordá ndome la verdad, siempre presente, entre nosotros.
El no siempre me habı́a defendido.
Balian asomó su calva cabeza por el saló n. “La cena está lista, mi señ or.
Pato asado."
Mi padre asintió bruscamente. “¿Vamos al pasillo?”
Mis medias hermanas abandonaron el saló n, seguidas por mi padre.
Ione fue la siguiente y yo un paso atrá s.
Nerium me atrapó en la puerta, sus delgados dedos se clavaron en mi
brazo. "Tu padre desea que asistas a Equinox con nosotros este añ o",
susurró , y su s salió como un silbido. "Lo cual, por supuesto, no hará s".
Mis ojos bajaron a su mano en mi brazo. "¿Por qué 'por supuesto',
Nerium?"
Sus ojos azules se entrecerraron. "La ú ltima vez que asististe, segú n
recuerdo, hiciste el ridı́culo con ese chico, cuya madre, para que sepas,
vino a llamarte má s de una vez, esperando conocerte".
Hice una mueca. Casi me habı́a olvidado de Alyx. Habı́an pasado añ os.
"Podrı́as haberle dicho dó nde vivı́a realmente".
“¿Y la gente te pregunta por qué tu padre te despidió ?” Las arrugas
alrededor de sus labios se hicieron má s profundas. “Tenemos un
acuerdo feliz, Elspeth. Te mantienes alejado de la corte, en silencio y
fuera de la vista, y tu padre les paga a los Hawthorn (bonosamente,
debo añ adir) para que te retengan.
Mantenerme. Como si fuera un caballo en el establo de mi tı́o. Saqué mi
brazo de su alcance. Todo el apetito que tenı́a se habı́a ido. Miré por
encima del hombro de mi madrastra en busca de Ione, pero ella ya
habı́a entrado al gran saló n.
"De repente ya no tengo estó mago para el pato", dije entre dientes. Me
alejé de mi madrastra y cerré la puerta del saló n al salir. "Me dará s mis
excusas, estoy seguro".
Prá cticamente podı́a escuchar la sonrisa en la voz suave y malvada de
Nerium. "Siempre hago."
Mantuve la compostura hasta que salı́ de Spindle House. Entonces, só lo
cuando las grandes puertas se cerraron detrá s de mı́ me permitı́ llorar.
Mantuve la cabeza gacha, con los ojos llorosos por las lá grimas, y
caminé a paso apresurado hasta la antigua iglesia en la cú spide de la
ciudad, dando un respiro a mis pulmones enfermos só lo una vez que
estuve solo en las calles vacı́as.
Doblada sobre mis rodillas, tosı́, la ira y el dolor golpeaban fuerte
discordia en mi pecho.
La Pesadilla se retorcı́a en la oscuridad, como un lobo pisoteando la
hierba antes de tumbarse sobre ella. Lástima que tuvimos que irnos ,
dijo. Estaba disfrutando mucho de la apasionante conversación del
amado Nerium.
Seguı́ caminando, pateando una piedra con la punta de mi bota hasta
que se perdió entre la hierba alta que crecı́a a lo largo de la cresta entre
el camino y el rı́o. La volverás a ver muy pronto.
¿Y volverás a escabullirte con la cola metida debajo de ti?
¿Quieres que me quede después de eso? Me mordı́.
Sí. Porque correr, querida, es exactamente lo que ella quiere de ti.
Es más fácil así: evitarlos. Respiré profundamente. Correr. Está en mi
naturaleza. Además , agregué con voz hueca, mi padre no me habría
abandonado hace once años si realmente hubiera deseado mi compañía.
Ya lo sabes, ¿por qué molestarse en burlarse de mí?
Su risa goteaba como agua por las paredes de una caverna, haciendo
eco, luego desapareciendo en un silencio hueco. Porque esa, querida
mía, es MI naturaleza.
Me senté junto al rı́o, deleitá ndome con el suave sonido del agua
corriendo. Cogı́ la milenrama, arrancando los diminutos pé talos
amarillos uno por uno. Compré una manzana y un trozo de queso
picante a un vendedor ambulante y me quedé junto al agua hasta que la
luz detrá s de la niebla desapareció en el cielo. Una pequeñ a esperanza
me dijo que Ione podrı́a salir temprano de la casa de mi padre para
seguirme, que podrı́amos caminar juntos por el camino forestal, pero la
campana sonó siete veces y ella no habı́a venido.
Me trencé el cabello en una gruesa trenza y me sacudı́ la suciedad del
trasero, echando una ú ltima mirada al camino hacia la ciudad antes de
agarrar la pata de gallo en mi bolsillo y entrar al bosque.
Capitulo dos
Nada es gratis.
Nada es seguro.
La magia es amor, pero tambié n es odio.
Tiene un costo.
Te encuentran y está s perdido.
La magia es amor, pero tambié n es odio.
Comenzó la noche de la gran tormenta. El viento abrió las
contraventanas de mi ventana y los agudos relá mpagos proyectaron
sombras grotescas en el suelo de mi dormitorio. Las escaleras
crujieron cuando mi padre subió de puntillas, los gritos de mi sirvienta
aú n resonaban por los pasillos mientras huı́a. Cuando llegó a mi puerta,
yo estaba inmó vil, delirando, con las venas oscuras como las raı́ces de
un á rbol. Me sacó del estrecho marco de la cama de mi infancia y me
arrojó a un carruaje.
Desperté dos dı́as despué s en el bosque, al cuidado de mi tı́a Opal.
Cuando bajó la iebre, me despertaba todos los dı́as al amanecer para
inspeccionar mi cuerpo en busca de nuevos signos de magia. Pero la
magia no llegó . I Dormı́ cada noche rezando para que todo hubiera sido
un grave error y que pronto mi padre viniera a llevarme a casa.
Sentı́ sus ojos sobre mı́, los sirvientes que se apresuraban a alejarse, mi
tı́o con la mirada entrecerrada, esperando. Incluso los caballos se
alejaron de mı́, de alguna manera capaces de sentir mi infecció n: la
persuasió n má gica que brotaba en mi sangre joven.
En mi cuarto mes en el bosque, mi tı́o y seis hombres cruzaron la puerta
a caballo, con los caballos empapados de sudor y la espada de mi tı́o
ensangrentada. Arrojé mi desgarbado cuerpo a la sombra del establo y
los observé , con curiosidad de ver a mi tı́o con una sonrisa triunfante en
la boca. Llamó a Jedha, el maestro de armas, y hablaron en voz baja y
rá pida antes de regresar a la casa.
Me quedé en las sombras y los seguı́ a travé s del pasillo hasta la
biblioteca de caoba, con las puertas de madera ligeramente
entreabiertas. No recuerdo lo que se dijeron el uno al otro (có mo mi tı́o
habı́a arrebatado la Tarjeta de la Providencia a los bandoleros), só lo
que estaban consumidos por la emoció n.
Esperé a que se fueran, mi tı́o fue lo su icientemente tonto como para
no guardar la Tarjeta bajo llave, y entré sigilosamente en el corazó n de
la habitació n.
En la parte superior de la tarjeta estaban escritas dos palabras: La
pesadilla . Mi boca se abrió , mis ojos infantiles se agrandaron. Sabı́a lo
su iciente sobre El Antiguo Libro de los Alisos para saber que esta Carta
de la Providencia en particular era una de las dos ú nicas de su tipo, y su
magia era formidable y temible. Uselo y uno tendrá el poder de hablar
en la mente de los demá s. Usala por mucho tiempo y la Carta reveları́a
los miedos má s oscuros.
Pero no fue la reputació n de la Carta lo que me atrapó : fue el monstruo.
Me paré sobre el escritorio, incapaz de apartar los ojos de la espantosa
criatura representada en el rostro de la Carta. Su pelaje era á spero y
recorrı́a sus extremidades y bajaba por su columna encorvada hasta la
parte superior de su cola erizada. Sus dedos eran inquietantemente
largos, sin pelo y gris, rematado por grandes y feroces garras. Su rostro
no era ni de hombre ni de bestia, sino algo intermedio. Me incliné má s
cerca de la Carta, atraı́do por el gruñ ido de la criatura, sus dientes
dentados bajo un labio curvado.
Sus ojos me capturaron. Amarillo, brillante como una antorcha, hendido
por largas pupilas felinas. La criatura me miró ijamente, inmó vil, sin
parpadear, y aunque estaba hecha de tinta y papel, no podı́a evitar la
sensació n de que me estaba observando con tanta atenció n como yo la
estaba observando.
Tratar de comprender lo que pasó despué s fue como reparar un espejo
roto. Incluso si pudiera realinear las piezas, aú n quedaban grietas en mi
memoria. De lo ú nico que estoy seguro es de la sensació n del terciopelo
color burdeos, la increı́ble suavidad a lo largo de los bordes de la
Tarjeta Nightmare cuando mi dedo se deslizó sobre ella.
Recuerdo el olor a sal y el dolor candente que siguió . Debı́ caerme o
desmayarme, porque afuera estaba oscuro cuando desperté en el piso
de la biblioteca. Se me erizó el pelo de la nuca y, cuando me incorporé ,
de alguna manera fui consciente de que ya no estaba sola en la
biblioteca.
Fue entonces cuando lo escuché por primera vez, el sonido de esas
largas y feroces garras golpeteando entre sı́.
Hacer clic. Hacer clic. Hacer clic.
Me puse de pie de un salto y busqué en la biblioteca a un intruso. Pero
estaba solo. No fue hasta que volvió a suceder ( clic, clic, clic ) que me di
cuenta de que la biblioteca estaba vacı́a.
El intruso estaba en mi mente.
"¿Hola?" Llamé , mi voz se quebró .
Su tono era masculino, un silbido y un ronroneo, aceite y bilis, siniestro
y dulce, que resonaban en la oscuridad de mi mente. Hola.
Grité y huı́ de la biblioteca. Pero no habı́a forma de huir de lo que habı́a
hecho.
De repente quedó amargamente claro: la infecció n no me habı́a salvado.
Tenı́a magia. Magia extrañ a y horrible. Todo lo que habı́a tomado Fue
un toque. Só lo un toque de mi dedo sobre el terciopelo y habı́a
absorbido algo del interior de la Tarjeta Pesadilla de mi tı́o. Un solo
toque y su poder acechó los rincones de mi mente, atrapado.
Al principio, pensé que habı́a absorbido la Carta misma, su magia. Pero
a pesar de todos mis esfuerzos, no podı́a hablarle a la mente de los
demá s. Só lo podı́a hablar con la voz: el monstruo, la Pesadilla. Estudié
minuciosamente El Antiguo Libro de los Alisos hasta que lo supe de
memoria, en busca de respuestas. En su descripció n de la Carta de
Pesadilla, el Rey Pastor escribió sobre los miedos má s profundos que
uno saca a la luz: apariciones y terror. Esperé tener miedo, sueñ os,
pesadillas. Pero no vinieron. Apreté la mandı́bula para no gritar cada
vez que entraba a una habitació n oscura, segura de que é l romperı́a el
silencio con un chillido aterrador, pero permaneció callado. El no me
persiguió .
No dijo nada hasta el dı́a en que llegaron los mé dicos y me salvó la vida.
Despué s de eso, los ruidos de sus idas y venidas se volvieron familiares.
Enigmá ticos, sus secretos eran vastos. Lo má s extrañ o aú n es que
Nightmare llevaba su propia magia. A sus ojos, las Tarjetas Providencia
eran tan brillantes como una antorcha y sus colores exclusivos del
borde de terciopelo que llevaban. Con é l atrapado en mi mente, yo
tambié n vi las Cartas. Y cuando le pedı́ ayuda, me hice má s fuerte: podı́a
correr má s rá pido, por má s tiempo, mis sentidos se agudizaron.
Por momentos permanecı́a aletargado, como dormido. En otras, parecı́a
apoderarse de mis pensamientos por completo. Cuando hablaba, su voz
suave y misteriosa planteaba acertijos rı́tmicos, a veces para citar El
viejo libro de los alisos , a veces simplemente para burlarse de mı́.
Pero no importa cuá ntas veces le pregunté , é l no me dijo quié n era ni
có mo habı́a llegado a existir en Nightmare Card.
Llevamos once añ os juntos.
Once añ os y nunca se lo he contado a nadie.

No solı́a caminar por el camino forestal de noche, y nunca solo. Miré


por encima del hombro, una vez má s esperando que alguien se acercara
detrá s de mı́, que pudié ramos desa iar la oscuridad juntos, del brazo.
Pero lo ú nico que se movı́a al borde del bosque era un bú ho blanco. Lo
vi elevarse desde la espesura, sorprendido por su rá pido descenso. La
noche se deslizó sobre los á rboles y con ella llegaron los ruidos de los
animales, criaturas envalentonadas por la oscuridad. La Pesadilla se
movió en el fondo de mi conciencia, provocando escalofrı́os por mi
columna a pesar del aire tibio.
Crucé los brazos sobre el pecho y aceleré el paso. Só lo unas cuantas
curvas má s en el camino y podrı́a ver las antorchas desde la puerta de
mi tı́o, hacié ndome señ as para volver a casa.
Pero no llegué a la segunda curva antes de que los bandoleros se me
echaran encima.
Salieron de la niebla como bestias de presa: dos de ellos, vestidos con
capas largas y oscuras y má scaras que oscurecı́an todo menos sus ojos.
El primero me agarró por la capucha y deslizó su otra mano sobre mi
boca, ahogando el grito que escapó de mis labios. El segundo sacó una
daga con una empuñ adura de mar il pá lido de su cinturó n y acercó la
punta a mi pecho.
"Qué date callado y no usaré esto", dijo con voz profunda. "¿Entender?"
No dije nada, ahogá ndome de miedo. Habı́a caminado por estos
bosques la mitad de mi vida. Ni siquiera un perro me habı́a hecho
dudar; ciertamente ni unos bandoleros, ni tan cerca de la propiedad de
mi tı́o. Fueron descarados o desesperados.
Busqué en la oscuridad de mi mente, buscando la Pesadilla. Se deslizó
hacia adelante con un silbido, agitado por mi miedo, despierto y
presente detrá s de mis ojos.
Asentı́ al bandolero, con cuidado de no mover su daga.
Dio un paso atrá s. "¿Có mo te llamas?"
Mentira , susurró la Pesadilla.
Respiré entrecortadamente, mi capucha todavı́a aprisionada en el
agarre del primer bandolero. “JJ-Jayne. Jayne Yarrow.
“¿A dó nde vas, Jayne?”
Dile que no tienes nada de valor.
¿Para que pudieran obtener su ganancia en la carne? No me parece.
La ira comenzó a hervir detrá s de mi miedo, la ira de la Pesadilla tenı́a
un sabor metá lico en mi lengua. "Yo... yo trabajo al servicio de Sir
Hawthorn", logré decir, rezando para que el peso del nombre de mi tı́o
los asustara.
Pero cuando el bandolero detrá s de mı́ soltó una risa breve, supe que
habı́a dicho algo equivocado.
“Entonces conoces sus Tarjetas”, dijo. "Dinos dó nde los guarda y te
dejaremos ir".
Mi columna se enderezó y mis dedos se cerraron en puñ os. El castigo
por robar Providence Cards fue una muerte lenta, espantosa y pú blica.
Lo que signi icaba que no se trataba de bandoleros comunes y
corrientes.
"Solo soy una criada", mentı́. "No sé nada".
"Claro que sı́", dijo, tirando de mi capucha hasta que el cierre estuvo
presionado contra mi garganta. "Dinos."
Déjame salir , volvió a decir Nightmare, su voz deslizá ndose detrá s de
sus dientes irregulares.
Cállate y déjame pensar , espeté , con los ojos todavı́a en la daga.
"¿Hola?" dijo el bandolero a mi espalda, tirando de mi capucha de
nuevo. "¿Puedes oı́rme? ¿Eres tonto?
“Espera”, advirtió el que tenı́a la daga. No podı́a ver su rostro detrá s de
la má scara, pero su mirada me mantuvo inmovilizada. Cuando se
acercó , me estremecı́, el olor a humo de cedro y clavo se adhirió a su
capa.
"Busca en sus bolsillos", dijo.
Los dedos invasores recorrieron mis costados, mi cintura y mi falda.
Apreté la mandı́bula y mantuve la nariz en alto. Nightmare permaneció
en silencio, sus garras golpeando un ritmo agudo.
Hacer clic. Hacer clic. Hacer clic.
“Nada”, dijo el bandolero.
Pero el otro no estaba convencido. Lo que sea que vio en mis ojos, lo
que sea que sospechara, fue su iciente para mantener su daga quieta
justo encima de mi corazó n. “Revise sus mangas”, dijo.
Ayúdame , grité en mi mente. ¡Ahora!
La Pesadilla se rió , un silbido cruel, parecido al de una serpiente.
Un calor candente me atravesó los brazos. Me encorvé , con las venas
ardiendo, y ahogué un grito mientras la fuerza de la Pesadilla recorrı́a
mi sangre.
El hombre detrá s de mı́ dio un paso atrá s. “¿Qué le pasa?”
El bandolero de la daga me miró con los ojos muy abiertos y bajó la
espada. Lo bajó só lo un momento, pero un momento fue todo el tiempo
que necesité .
Mis mú sculos ardieron con la fuerza de Nightmare. Golpeé el pecho del
bandolero con fuerza brutal, arrancá ndole la daga de la mano y
propulsá ndolo hacia atrá s sobre la carretera. Su cabeza golpeó
fuertemente el suelo justo cuando el bandolero detrá s de mı́ buscaba su
espada.
Pero los re lejos de Nightmare fueron má s rá pidos. Antes de que el
bandolero pudiera sacar su espada de su funda, lo agarré por la
muñ eca, lo agarré con tanta fuerza que mis uñ as se clavaron en su piel.
"No vuelvas aquı́ otra vez", dije, mi voz no era del todo mı́a.
Luego, con toda la fuerza de Nightmare, lo empujé fuera del camino
hacia la niebla.
Las ramas se rompieron cuando golpeó el suelo del bosque, una
maldició n resonó en el aire hú medo del verano. no esperé para verlo
vuelve a levantarte. Ya estaba corriendo, corriendo a toda velocidad
hacia la casa de mi tı́o.
Más rápido , llamé por encima del tamborileo de mi propio corazó n.
Mis piernas se tensaban por el esfuerzo, mis pasos eran tan rá pidos y
seguros que mis talones apenas tocaban el suelo. Cuando llegué a la luz
amarilla de las antorchas, me lancé contra la pared de ladrillos cerca de
la puerta de mi tı́o y me obligué a respirar profundamente y
ardientemente.
Miré por encima del hombro camino abajo, casi esperando verlos
persiguié ndome. Pero la oscuridad estaba atravesada ú nicamente por
á rboles y niebla.
La Pesadilla y yo está bamos solos una vez má s.
Mis brazos continuaron ardiendo, incluso cuando mis pulmones se
estabilizaron. Me arremangué , mirando el a luente de magia negro
como la tinta que corrı́a por mis venas, luyendo desde la curva de mi
codo hasta mi muñ eca. Estaba igual que aquella noche de hace once
añ os, cuando la iebre se apoderó de mı́.
Se veı́a igual cada vez que le pedı́ ayuda a Nightmare.
Esperé a que la tinta se quemara, rechinando los dientes contra el calor
punzante. ¿Crees que se dieron cuenta de que estoy infectado?
Son ladrones de tarjetas. Te denuncian y ellos mismos se denuncian.
Unos momentos má s tarde, el calor desapareció , su fantasma subı́a y
bajaba por mis brazos. Me apoyé contra la pared de ladrillos y lancé un
suspiro. ¿Por qué arde cada vez? Yo pregunté .
Pero la Pesadilla ya habı́a comenzado a desvanecerse en el oscuro
abismo de mi mente. Mis movimientos mágicos , dijo. Mi magia muerde.
Mi magia calma. Mis sustos mágicos. Eres joven y no tan atrevido. Soy
inquebrantable: tengo quinientos años.
Capítulo tres
Nacı́ con la iebre, mi sangre oscura como la noche,
Con magia inquebrantable, poder y poder.
Mis miras eran in initas, mi ambició n demasiado vasta.
Entonces pedı́ má s bendiciones, má s poder acumulado.
El Espı́ritu sı́ me advirtió que nada sale gratis,
Que todas las gangas y trueques conllevan una tarifa.
Aunque el pago era caro, pagué lo que costaba.
Con sangre y con huesos y partes de mı́ perdidas.
Ası́ que cuida có mo los usas y manté n la guardia alta.
Doce bendiciones, doce maldiciones.
Doce Tarjetas de Providencia.
El mensajero llegó mientras está bamos sentados a la mesa del
desayuno. Mis primos menores se peleaban por galletas calientes
mientras Ione y yo bebı́amos té . Cuando el mayordomo entró al saló n,
Ione saltó de la mesa, con sus ojos color avellana encendidos mientras
abrı́a el sobre.
"Sı́, sı́", cantó a travé s del espacio entre sus dientes.
Mi tı́a agitó su cuchillo de mantequilla en el aire. Ione le entregó la
carta, con las mejillas redondeadas y un salto en el paso. Mi tı́a leyó las
inas letras varios momentos antes de que mi tı́o, impaciente en el otro
extremo de la mesa, preguntara: "¿Y bien?"
"Nos han invitado a Stone para Equinox", dijo, arrugando la nariz.
Ione dejó escapar un chillido triunfante y los bigotes grises de mi tı́o se
torcieron y sus labios se curvaron en una sonrisa. Junté las manos sobre
mi regazo, ya redactando una excusa para no asistir a la celebració n del
Rey.
“No parezcas tan contenta”, dijo mi tı́a, entregá ndole la carta a su
marido. "Todavı́a estamos atrasados en los impuestos del añ o pasado y
el rey Rowan está reclamando cada centavo que se le debe". Se retorció
las manos en la falda. "En la ciudad se dice que esta fue la peor cosecha
que el reino ha visto en mucho tiempo".
Al otro lado de la mesa, mis primos peleaban por la ú ltima salchicha, y
sus cubiertos de hierro se convertı́an en instrumentos de guerra. “¿Por
qué fue mala la cosecha?” -Preguntó Lyn. “¿Por la niebla?”
“A quié n le importa la cosecha”, dijo Ione. "¡Es el equinoccio!" Se volvió
hacia su padre, entusiasmada. “¿Nos vamos, padre? Por favor, di que
iremos”.
Mi tı́o untó su pan con gelatina de fresa y gruñ ó mientras comı́a. "Sı́,
Ione", dijo. "Iban."
Ione soltó un grito jovial, interrumpido por mi tı́a, que tosı́a sobre su té .
"¿Somos?"
Mi tı́o tomó otro bocado de pan y se levantó de la mesa. Un momento
despué s regresó , con una luz de color burdeos intenso brillando en su
bolsillo. Metió la mano en su chaqueta y sacó una Tarjeta Providence de
su pliegue. Sus dedos recorrieron el ribete color burdeos por un
momento y luego lo dejó caer sobre la mesa, rompiendo mi calma
matutina.
Mi cuerpo se enfrió . Miré la Carta Pesadilla, la misma que habı́a tocado
hace once añ os.
“Ahı́ está tu impuesto”, dijo mi tı́o. “Vale má s de lo que debemos, y algo
má s”.
El ú nico ruido en la habitació n era el crujido de las sillas cuando mi tı́a
y mis primos se inclinaban hacia la mesa para ver mejor. "Es eso…?"
Ione susurró .
“La carta de la pesadilla”, dijo mi tı́a. Volvió a mirar a mi tı́o y el color de
sus mejillas habı́a desaparecido. “Los Reyes del Error han buscado esta
Carta desde que yo vivo, Tyrn. ¿Có mo diablos lo conseguiste?
“Se lo arrebaté hace algunos añ os a un bandolero en un camino
forestal”.
“¿Y no pensaste en decı́rmelo?”
Mi tı́o miró a su esposa con cansancio. "Lo he estado guardando". Sus
ojos se posaron en Ione. "Para un dia lluvioso."
Mi tı́o estaba sentado, redondo y gris, como siempre se sentaba a la
cabecera de la mesa. Pero habı́a algo extrañ o en sus ojos, algo en su
sonrisa que no habı́a visto antes. Algo falso.
A pesar de las preguntas de mi tı́a, no dio má s detalles de có mo obtuvo
la Tarjeta Nightmare; no mencionó la sangre que habı́a visto en su
espada el dı́a que la trajo a casa. Presioné mi espalda contra mi silla y lo
miré , helada por el pensamiento de que sabı́a mucho menos sobre el
hombre sentado a la cabecera de la mesa de lo que pensaba.
"¿Que es esa cosa?" dijo mi primo Aldrich, incliná ndose má s cerca, su
rostro contorsioná ndose mientras entrecerraba los ojos ante la criatura
en la Tarjeta.
"Es un monstruo", susurró Lyn, extendiendo la mano para tocarlo.
"¡No!" Gritó Aldrich, retirando la mano de su hermano. “Es demasiado
viejo. Lo romperá s”.
Mi tı́o resopló . “¿No te ha leı́do tu madre El Libro Viejo su icientes
veces?” Cuando mis primos permanecieron en silencio, mi tı́o tomó la
tarjeta y la pellizcó entre sus dedos pulgar e ı́ndice. Cuando movió sus
manos para partirlo por la mitad, me escuché jadear.
Pero la tarjeta no se rompió .
Mi tı́o lo volvió a dejar sobre la mesa, el pergamino envejecido. pero sin
arrugas. “Las Tarjetas de la Providencia no se pueden destruir”, les dijo
a sus hijos. "Está n tejidos con magia antigua".
Lyn se inclinó hacia adelante y le habló a la cara a su hermano. A Lyn,
que só lo tenı́a un añ o de edad, le gustaba hacer de tutora y Aldrich era
su reacio alumno. "Se re iere a la magia del Rey Pastor".
Aldrich lo apartó de un manotazo.
La voz de mi tı́a retumbó , como bien usada. "Magia que le regaló el
Espı́ritu de la Madera, que luego utilizó para crear Tarjetas de
Providencia".
" Superdotado ", murmuró mi tı́o. "Infectado con eso, má s bien".
El sonido de los dientes de Nightmare resonó en mi mente mientras
apretaba y a lojaba la mandı́bula. Un corazón de oro todavía puede
pudrirse. Lo que escribió, lo que hizo, fue en vano. Sus Cartas no son más
que armas, su reino ahora es cruel. Pastor de la locura, Rey de los necios.
Ione trazó el terciopelo burdeos en el borde de la Tarjeta Nightmare. Me
estremecı́, recordando la sensació n de ese mismo terciopelo debajo de
mi piel. "Debe valer mucho para el rey Rowan", dijo.
Mi tı́o volvió su mirada hacia su hija. "Lo es, niñ a", dijo, su sonrisa ya no
era falsa, sino igualmente desconcertante. "Cuento con ello."

El viejo libro de los alisos que mi tı́a habı́a compartido con mi madre
yacı́a amontonado en el suelo de la sala de estar. Lo recogı́ con ambas
manos; su cubierta descolorida me resultaba familiar al tacto. El libro
olı́a a cuero viejo, la encuadernació n dé bil, agrietada por el uso y el
tiempo. En la portada interior estaba la inscripció n de mi tı́a, escrita en
el nombre que una vez habı́a compartido con mi madre, el nombre que
llevaba antes de que su padre irmara un contrato matrimonial con
Tyrn Hawthorn.
Rayo blanco de ópalo. Y al lado, escrito en las letras de mi madre, estaba
el nombre de mi madre. Iris Rayo Blanco.
Hojeé las pá ginas amarillentas. Al igual que mis primos, yo tambié n
habı́a sentido curiosidad por las Providence Cards cuando era niñ o, por
la magia. Mi madre me dejaba subirme a su regazo mientras me leı́a su
ejemplar de El viejo libro de los alisos . Habı́a hecho dibujos en los
má rgenes del libro con tinta verde, imá genes arremolinadas de á rboles,
doncellas y monstruos. Cuando me leı́a, su cabello negro caı́a sobre su
hombro y yo enroscaba las puntas alrededor de mi dedo meñ ique,
perdida en la calma del lenguaje extrañ o y espeluznante del libro.
Un equinoccio de primavera, mi madre y yo fuimos a visitar a tı́a Opal.
Acurrucadas sobre una alfombra de piel de oveja como gatitos, Ione y
yo nos sentamos, con los ojos muy abiertos, mientras mi madre y mi tı́a
respondı́an nuestras preguntas sobre el extrañ o libro del Rey Pastor.
“¿Por qué el Rey Pastor hizo Tarjetas de la Providencia?” Yo habı́a
preguntado. “¿Có mo los modeló ?”
Mi tı́a se habı́a bajado las gafas de lectura y me miraba con una
solemnidad que rara vez empleaba. "Para responder a eso", habı́a dicho,
"primero debemos mirar al Espı́ritu del Bosque".
Me estremecı́ a pesar del fuego crepitante. La descripció n que hizo el
Rey Pastor del Espı́ritu del Bosque fue el tipo de cosa que hizo que mi
imaginació n infantil se volviera loca de terror. Una deidad eterna, que
olı́a a magia, a sal, que acechaba, invisible, en la niebla.
“Hace mucho tiempo”, habı́a dicho mi tı́a, “antes de las Cartas de la
Providencia, el Espı́ritu del Bosque era nuestra divinidad. La gente de
Blunder la buscó , peinando el bosque en busca del olor a sal. Le
pidieron bendiciones y regalos. Honraron sus bosques y tomaron como
propios los nombres de los á rboles. Esto era magia antigua, religió n
antigua”. Su frente se habı́a oscurecido. “Por su reverencia, el Espı́ritu
del Bosque concedió al Rey Pastor una magia extrañ a y poderosa.
Querı́a compartir su magia con su reino, y por eso creó las doce Cartas
de la Providencia”. Su voz se habı́a vuelto solemne. “Pero todo tiene un
precio. Por cada Carta, el Rey Pastor le dio algo al Espı́ritu del Bosque”.
“¿Como su alma?” habı́a preguntado Ione, mordié ndose las uñ as.
Mi tı́a asintió . “Pero al inal fue el Espı́ritu del Bosque quien pagarı́a.
Con las Cartas de la Providencia del Rey Pastor, la gente tenı́a la magia
al alcance de la mano. No tenı́an que ir al bosque y rogarle sus
bendiciones. Ya no venerado, el Espı́ritu se volvió vengativo,
traicionero”. Ella hizo una pausa, con los labios fruncidos. "Ella creó la
niebla para atraer a la gente de regreso al bosque".
Era joven. Pero incluso entonces, sabı́a que debı́a descon iar de la
niebla. “Quienes lo encontraron perdieron el rumbo y, a menudo, la
cabeza”, habı́a dicho mi madre. “La niebla se extendió , aislá ndonos de
los reinos vecinos. Peor aú n, los niñ os que permanecı́an allı́
enfermaban de iebre y sus venas se oscurecı́an. Aquellos que
sobrevivieron a la iebre a menudo portaban dones má gicos como los
que solı́a otorgar el Espı́ritu, só lo que má s rebeldes y má s peligrosos.
Cuando su voz tembló , se llevó una mano a la garganta. “Pero estos
niñ os degeneraron con el tiempo. Algunos se retorcieron en sus
cuerpos, otros en sus mentes. Pocos sobrevivieron hasta la edad adulta”.
Ione y yo nos quedamos quietos, absortos en la historia, demasiado
jó venes para comprender plenamente los peligros del mundo que
ocupamos tan inocentemente. “Para disipar la niebla”, habı́a dicho mi
tı́a, “el Rey Pastor se adentró en el bosque para negociar una vez má s
con el Espı́ritu. Cuando regresó , escribió esto”, habı́a dicho, tocando El
viejo libro de los alisos en su regazo. "Escribió sobre los peligros de la
magia y có mo protegerse en la niebla con un amuleto". Mi tı́a habı́a
hecho una pausa para dar efecto. "En la ú ltima pá gina, el Rey Pastor
escribió có mo destruir la niebla".
"¡Lé elo!" Ione y yo habı́amos llamado al unı́sono.
Mi tı́a se habı́a aclarado la garganta y se llevó las gafas a los ojos.
Los doce se llaman unos a otros cuando las sombras se
alargan.
Cuando los días se acortan y el Espíritu es fuerte.
Llaman al Deck y el Deck los llama de vuelta.
Únenos, dicen, y expulsaremos a los negros.
En el árbol homónimo del Rey, con la sangre negra de la
sal,
Los doce, juntos, pondrán in a la enfermedad.
Aligerarán la niebla desde la montaña hasta el mar.
Nuevos comienzos, nuevos inales...
Pero nada sale gratis.
Chillé , el ritmo espeluznante como seda en mis oı́dos. Ione y yo nos
miramos el uno al otro, nuestros labios se curvaron mientras
disfrutá bamos de la deliciosa oscuridad que brotaba de las palabras del
Rey Pastor.
"Las cartas. La niebla. La sangre”, habı́a dicho mi madre, su voz tan
suave que parecı́a un susurro. “Está n todos entretejidos y su equilibrio
es delicado, como la seda de arañ a. Une las doce Cartas de la
Providencia con la sangre negra de la sal y la infecció n sanará . Los
errores quedará n libres de la niebla”.
“Pero el Rey Pastor no levantó la niebla ni curó la infecció n”, habı́a dicho
mi tı́a con voz pesada. “El Espı́ritu lo engañ ó , dicié ndole có mo levantar
la niebla só lo despué s de haber intercambiado su Tarjeta Twin Alders.
Sin su Carta inal, el Rey Pastor no podrı́a unir el Mazo. Y por eso nunca
levantó la niebla. Ningú n rey lo ha hecho jamá s”.
“Ningú n rey lo hará jamá s”, habı́a re lexionado mi madre. “No hasta que
alguien encuentre la carta Twin Alders y el mazo esté completo. Hasta
entonces…"
Ione y yo compartimos una mirada sombrı́a. "La niebla seguirá
extendié ndose".

Encontré a mi tı́a en su jardı́n, donde su marido rara vez la visitaba,


cantando para ella misma. Lo preferı́a allı́, entre el verdor, lejos del
ruido de la casa. Su á spero cabello dorado caı́a sobre su espalda en
rizos salvajes. Suciedad bajo las uñ as, patas de gallo en las comisuras de
los ojos, Opal Hawthorn no era tan re inada ni tan delicada como las
otras damas de Blunder. Eso convirtió a ella y a mi tı́o (un hombre de
escrú pulos limitados, cuyo deseo de ser un gran hombre de Blunder le
hacı́a gastar má s dinero del que ganaba) en una pareja decididamente
pobre.
Me encantaba la belleza salvaje de mi tı́a. Lo vi en Ione. Algunos dı́as,
incluso podı́a ver la sombra del rostro de mi madre en sus rasgos
compartidos.
Cogı́ una hoja de menta y la aplasté entre mis molares. Los pá jaros del
jardı́n, al sentir mi aproximació n, se calmaron. Mi tı́a se volvió y sonrió ,
indicá ndome que fuera a su colecció n de hierbas. "Estoy haciendo una
tintura", dijo.
Miré la vegetació n cubierta de musgo que ella habı́a molido con una
sustancia calcá rea en el fondo de su mortero. Cuando me incliné , el olor
a matricaria llegó a mis fosas nasales. "¿Qué es esa otra parte?"
"Ladrido de un sauce blanco", respondió ella. "Para los dolores de
cabeza".
Me doblé sobre el cé sped junto a ella. "Acerca de Equinox, tı́a", dije. "No
creo que deba ir".
Ella resopló y se reclinó en su trabajo, mientras el mortero raspaba
hierbas, semillas y piedras. "¿Oh?"
Aldrich y Lyn volaron por el jardı́n, gritando y blandiendo espadas de
madera. Un momento despué s desaparecieron, atravesando el patio en
una feroz campañ a. Cuando desaparecieron, bajé la voz. “Ha pasado
mucho tiempo desde que fui a la corte. Ademá s”, murmuré , “Nerium lo
odiarı́a”.
"Razó n de má s para ir", refunfuñ ó , con los dedos apretados alrededor
del mortero. “Ese joven se alegrará de verte, el que te escribe cartas.
¿Cuá l es su nombre... Alyc?
Gruñ ı́. El segundo hijo de Lord Laburnum, el que tiene ojos del color de
las rocas de los rı́os. El chico que se sentó a mi lado en la mesa del Rey y
me hizo reı́r cuando tenı́a diecisiete añ os, la ú ltima vez que asistı́ a
Equinox.
El chico al que habı́a sido lo su icientemente tonto y aburrido como
para besarlo. “Alix. Alyx Laburnum.
Mi tı́a me miró con una sonrisa expectante en las comisuras de su boca.
"Y ya no nos agrada Alyx, ¿verdad?"
Agité mi mano en el aire, en señ al de despido. “Tal vez nunca me gustó .
Tal vez simplemente estaba... allı́.
Mi tı́a negó con la cabeza y su lengua chasqueó contra los dientes. Pero
la sonrisa en sus labios loreció . “No siempre será ası́. Vivir como un
ermitañ o en casa de tu tı́o no es la vida de una mujer joven.
La vieja bruja tiene razón.
Salté y accidentalmente decapité una lor cercana.
Mi tı́a no se dio cuenta. Sacó un sobre de su delantal. Cuando me lo
entregó , la suciedad de su mano dejó una huella.
Pero no importó . Conocı́a la letra. Era de mi padre. Y sabı́a lo que me
pedirı́a, tal como lo hacı́a cada añ o cuando el Rey abrı́a su castillo para
el Equinoccio.
"Lo está intentando, Elspeth", dijo mi tı́a, mirá ndome.
Hojeé la carta, el aceite en mi piel manchó el rostro de mi padre.
caligrafı́a descuidada. No eran só lo é l, mi madrastra y mis medias
hermanas a quienes deseaba evitar. Habı́a otra razó n por la que no me
gustaba ir a la corte ni a Equinox ni a la ciudad.
Degeneració n. Ası́ lo llamó el Rey Pastor en El Antiguo Libro de los Alisos
. La enfermedad mental o corporal que vino con la infecció n. Despué s
de la iebre, la infecció n le otorgó extrañ os poderes, dones má gicos.
Pero todo tenı́a un precio. Para algunos, ese precio era obvio: agotaba la
fuerza vital en un deterioro lento y agonizante.
Para otros, como yo, era algo desconocido: un yunque invisible y
pesado que podı́a caer en cualquier momento. Y me sentı́ imprudente al
estar rodeado de extrañ os, sabiendo que, en cualquier momento, la
degeneració n podrı́a encenderse en mi sangre. Podrı́a hacer algo
horrible delante del Rey y sus Mé dicos y Destriers, y me arrastrarı́an a
las mazmorras del Rey. O tal vez me enfermarı́a y, por mucho que
intentara ocultarlo, me consumirı́a hasta la nada.
Como lo habı́a hecho mi madre.
Aparté la mirada de mi tı́a y mis dedos trazaron los pé talos morados de
un iris. "Simplemente creo que serı́a má s fá cil para todos si me quedara
aquı́".
Mi tı́a suspiró , su voz delicada mientras alcanzaba mi mejilla para
acariciarla. “Nunca puedo entender có mo ha sido para ti”, dijo. “Sepa
que es amado y que siempre tendrá un lugar aquı́, conmigo. Pero no
dejes que una iebre de hace once añ os te impida vivir tu vida, Elspeth.
Eres joven. Todavı́a tienes mucho por delante”. Arrugó la nariz y bajó la
mirada hacia su trabajo. “Si no es para tu propio disfrute, ve por el mı́o.
Pagarı́a una buena cantidad de dinero por ver a Nerium Spindle
retorcerse”.

La noche antes de viajar al castillo del Rey para el equinoccio, tuve un


sueñ o.
No habı́a soñ ado desde que toqué la Nightmare Card. Cualesquiera que
fueran sus defectos, la Pesadilla no perturbó mis horas de vigilia.
No sabı́a qué hacı́a cuando dormı́a y no respondió cuando le pregunté .
Solı́a pensar que é l tambié n dormı́a, pero despué s de tantos añ os
juntos, me di cuenta de que no dormı́a nada. Simplemente desapareció
en una parte de mi mente a la que no podı́a llegar. Allı́ reinaba el
silencio y, cuando yo dormı́a, é l vagaba libremente, sin que la corriente
(el ruido absoluto) de mis pensamientos lo estorbara.
Era como si, por una vez, lo estuviera invadiendo.
En mi sueñ o, estaba en una habitació n antigua cubierta de enredaderas.
El viejo techo de madera se habı́a podrido, dejando al descubierto rayos
de luz bajo un dosel verde. Los pá jaros cantaban y susurraban sobre mı́;
el dı́a de verano era cá lido y puro a pesar de la piedra frı́a y erosionada
que me rodeaba.
No podı́a recordar có mo habı́a entrado en la habitació n. Como todos los
sueñ os, carecı́a de principio y in. En el centro de la habitació n habı́a
una piedra, ancha y alta como una mesa. Sentado sobre la piedra estaba
un hombre adornado con una armadura dorada que hacı́a tiempo que
habı́a perdido su brillo. Era anciano, mayor que mi padre, macabro y
severo. Soportó el peso de su armadura sin vacilar: su fuerza estaba
profundamente arraigada. En su cadera descansaba una espada antigua
y oxidada con ramas retorcidas formando un cayado tallado en la
empuñ adura.
Perdido en sus pensamientos, con la cabeza apoyada en los guanteletes,
no me vio.
Esperé a que levantara la vista y arrastré los pies sobre el suelo
cubierto de hojas.
Cuando inalmente me vio, jadeé al reconocer la aguda cualidad de sus
antinaturales y felinos ojos amarillos: los iris muy abiertos y las pupilas
estrechas.
Por un momento guardó silencio. Me di cuenta de que lo habı́a
sorprendido, invadido un momento, un lugar, que la Pesadilla no tenı́a
intenció n de mostrarme.
La habitació n desapareció , el ruido de los pá jaros se ahogó hasta
convertirse en silencio. Los á rboles habı́an desaparecido, reemplazados
por altos estantes repletos de libros, tomos y pergaminos. Un robusto
escritorio forjado en madera de cerezo reemplazó la piedra. Me
encontraba en la biblioteca de mi tı́o, con la respiració n entrecortada en
mis pulmones.
El hombre y su armadura habı́an desaparecido. En su lugar habı́a una
criatura, má s animal que hombre. Un pelaje negro y á spero crecı́a hasta
la cresta de su espalda. Se encorvó sobre el escritorio, la larga calidad
de sus dedos hacı́a imposible decir dó nde terminaba la carne y
comenzaba la garra. Su cola, larga y peluda, se azotaba
amenazadoramente, como la de un gato enojado, y sus orejas,
puntiagudas, se movı́an hacia mı́.
Lo miré , con la fascinació n y el miedo anudados en mi estó mago.
Sus ojos amarillos se entrecerraron. “¿Has venido a espiar?”
Tartamudeé , sin saber qué responder. Estaba enojado, lo noté . Aú n ası́,
no participé en la realizació n de mis sueñ os. Inspiré , buscando coraje.
“¿Quié n era ese hombre que llevaba armadura?”
Pasó una garra por el escritorio, arañ ando la madera. Sus labios,
oscuros y inos, se curvaron hacia arriba. "Me temo que alguien murió
hace mucho tiempo".
Me paré en el centro de la alfombra de piel de oveja de mi tı́o, la textura
familiar frı́a bajo mis pies descalzos. Qué extrañ o escuchar una voz y
casi nunca ver el rostro detrá s de ella. Escudriñ é sus rasgos, su boca
oscura y sus dientes cortos y dentados. Criatura, Pesadilla, hombre...
fuera lo que fuera, seguramente estaba hecho para ser embrujado, lo
su icientemente aterrador como para asustar a cualquier hombre.
Cuando los bordes de la biblioteca se desvanecieron, solté : "Tenı́a ojos
amarillos".
Nightmare chasqueó la lengua contra los dientes y sonrió . Estaba
sentado, encaramado en el escritorio de mi tı́o, mirá ndome con esos
mismos ojos amarillo dorado.
“¿Te gustarı́a escuchar la historia?” é l susurró .
Sus palabras resonaron, el sueñ o ya comenzaba a desvanecerse. Asentı́,
la biblioteca a mi alrededor se eclipsó en la oscuridad.
Todo lo que quedó fue la voz de Nightmare, sedosa e in inita.
“Habı́a una vez una muchacha”, murmuró , “inteligente y buena, que se
quedó en la sombra en las profundidades del bosque. Tambié n habı́a un
Rey, un pastor con su cayado, que reinaba sobre la magia y escribı́a el
libro antiguo. Los dos estaban juntos, por lo que los dos eran iguales:
“La niñ a, el Rey… y el monstruo en el que se convirtieron”.
Capítulo cuatro
La magia huele a sal. Al igual que las mareas oceá nicas, conlleva un gran
equilibrio. Se envuelve en torno al Espı́ritu del Bosque, el bien y el mal,
el amor y el odio, la vida y la muerte. ¿Puedes olerlo en la niebla, en los
Cards, en tu propia casa?
La magia huele a sal.
El rey Rowan vivı́a en Stone, el castillo que se encontraba má s allá de
la ciudad, rodeado de colinas sin á rboles ricas en agricultura. Si las
colinas eran hermosas, no lo sabı́a. No pude verlos. Nadie pudo.
La niebla era demasiado espesa.
Como hilada de lana de oveja, má gica y con olor a sal, la niebla cubrió
todo Blunder de gris. Fue má s pesado en el bosque. Cada añ o se
expandı́a, aislando a Blunder del mundo exterior, deslizá ndose sobre
nuestros campos y granjas. Si la Baraja de Cartas de la Providencia no
se recogiera durante mi vida, incluso las ciudades (incluso las
carreteras y los lugares de vivienda) seguramente quedarı́an atrapados
en su trampa.
Y el Espı́ritu del Bosque vagarı́a libremente.
Pero las familias de Blunder habı́an aprendido hacı́a mucho tiempo a
mantenerse alejadas de la niebla. Caminaron en masa por el camino a
travé s de grandes puertas de hierro hacia las tierras del Rey,
impulsados por la promesa del Equinoccio (una oportunidad de cenar
en la mesa del Rey). Algunos llegaban en carruaje, pero la mayorı́a
viajaba, por tradició n, a pie. Sostuve el brazo de Ione y mantuve la otra
mano en el cierre de mi capa.
A mi lado, Ione me llenaba los oı́dos con una charla excitada. “¿Qué
crees que le dará el rey Rowan a mi padre por la carta de Pesadilla?
¿Má s tarjetas? ¿Oro? ¿Tierra? ¿Un lugar de honor en su corte?
El Rey Pastor habı́a hecho setenta y ocho Cartas de la Providencia en
orden descendente. Habı́a doce Caballos Negros, controlados
exclusivamente por la guardia de é lite del Rey: los Destriers. Once
huevos de oro. Diez profetas. Nueve Aguilas Blancas. Ocho doncellas.
Siete Cá lices. Seis pozos. Cinco puertas de hierro. Cuatro guadañ as. Tres
espejos. Dos pesadillas.
Y un Aliso Gemelo.
Una de las dos ú nicas, la Tarjeta Nightmare era extremadamente rara.
Lo que signi icaba que, a pesar de que Kings of Blunder lo habı́a
buscado durante dé cadas, mi tı́o habı́a decidido conservarlo en secreto
durante once añ os.
Miré por encima del hombro a mi tı́o, que caminaba al paso de sus hijos.
Su expresió n era jovial, su boca abierta para conversar. Llevaba la barba
recortada y el cuello de seda era má s ino que los que llevaba
habitualmente. "Sospecho que tu padre tuvo mucho tiempo para decidir
qué intercambiará n é l y el Rey por la Tarjeta Nightmare", dije con voz
sombrı́a.
La voz en mi cabeza se deslizó por mi mente, como el viento silbando a
travé s de una ventana. El espino tiene pocas semillas. Sus ramas están
cansadas, ha perdido todas sus hojas. Tengan cuidado con el hombre que
regatea y roba. Él ofrecerá tu alma para conseguir lo que necesita.
Ione se recogió el pelo rubio detrá s de la oreja. "Mi padre me pidió ,
cuando le presentó la Carta de Pesadilla al Rey, que fuera con é l".
Mi concentració n en mi tı́o se rompió . "¿Qué ? ¿Por qué ?"
Ella frunció los labios de un lado a otro, algo que siempre hacı́a cuando
no habı́a decidido qué decir. "Quiere presentarme al Prı́ncipe Hauth".
Resoplé . "Suena como un castigo, no como una recompensa".
Ione siempre habı́a sido generosa con su risa, una de las muchas cosas
que amaba de ella. Ella me hizo sentir mucho má s divertida de lo que yo
era. Pero esta vez ella no se rió . Tenı́a el ceñ o fruncido y sus ojos color
avellana distantes.
Muy lentamente comencé a comprender. "Espera, ¿el tı́o está
intercambiando la Carta de Pesadilla... para que tú y el Gran Prı́ncipe
puedan conocerse?"
Ione se encogió de hombros y pateó una piedra suelta que tenı́a
delante. "¿Serı́a eso algo horrible?"
Parpadeé . "¿Có mo podrı́a no estarlo?" Bajé la voz y miré por encima del
hombro, recordando a qué castillo me dirigı́a. “Ese hombre es un bruto.
Ambos Prı́ncipes lo son”.
"¿Có mo lo sabes?" Ione respondió . “¿Los has conocido alguna vez?”
"Son Destriers", respondı́ con má s calidez en mi voz de lo que
pretendı́a. "Está n entrenados para ser hombres violentos y horribles".
"No todos esos. Tu padre fue capitá n no hace mucho”.
Los mú sculos de mi mandı́bula se contrajeron.
“Ademá s”, continuó Ione, “tal vez Hauth sea un tipo de Rey Rowan
diferente a los que le precedieron”.
La Pesadilla gruñ ó ante el nombre de Rowan, sus garras arañ aron mi
mente. Lo hice callar. "¿Có mo te imaginas?" Yo pregunté .
“Es tan magné tico, en sintonı́a. Un verdadero lı́der. Quizá s, bajo Para é l,
los Destriers será n un sı́mbolo de protecció n, no de opresió n. Quizá s
sea un Rey que no haga dañ o a quienes contraen la infecció n, sino que
los deje convalecer. Un Rey de la abundancia, no del miedo. Un mejor
Rey Rowan”.
Apreté los dientes. Cuando hablé , mi voz no era suave. “Ese Hauth
Rowan no existe, Ione. Lo has decidido en tu mente”.
El brazo de mi prima se soltó de mi agarre. "Si todos fueran tan
descon iados como tú , Bess, Blunder nunca cambiarı́a".
Mi risa fue hueca. “Má s vale descon iar que delirar”.
Habı́a enrojecimiento en las mejillas de Ione y rara vez se mostraba ira
en sus ojos color avellana. “Tener esperanza no me hace delirar,
Elspeth”, dijo.
Abrı́ la boca para decir algo má s, pero Ione se adelantaba, dejá ndome
caminar solo, sus palabras me picaban como avispas. Caminé el resto
del camino solo, anhelando que terminara mi tiempo en el castillo del
Rey.

Cruzamos el puente levadizo justo cuando el cielo se oscurecı́a. Aldrich


y Lyn arrojaron piedras al foso y rugieron de alegrı́a hasta que mi tı́a los
refrenó por las orejas y los llevó al castillo con el resto de nosotros.
Evité a Ione y me movı́ con los pies cansados para encontrarme con mi
padre y mis medias hermanas en un grupo de otras familias de Blunder.
La mayorı́a de los rostros no los habı́a visto en añ os, pero los reconocı́a
por las insignias de los á rboles cosidas en sus tú nicas y vestidos. Huso,
Espino, Enebro, Haya, Tojo, Fresno, etcé tera. Fue la historia de nuestro
reino, un antiguo homenaje al Espı́ritu del Bosque, tomar el nombre de
los á rboles.
Nya y Dimia, el á rbol del huso bordado en sus vestidos azules. vestidos
de seda, se paró junto a la chimenea y me saludó con la mano. Nerium
estaba con ellos. Cuando me vio, tenı́a los ojos desorbitados, rojos en
los bordes.
Mi tı́a tenı́a razó n. Se sentı́a bien verla retorcerse.
Cuando mi padre se acercó , me puse tensa. Caminaba como un roble,
rı́gido: una cabeza má s alto que los hombres que nos rodeaban. Su
tú nica era carmesı́, roja como el huso. Me miró a travé s de ojos azules,
sus emociones tan cautelosas que tal vez ni siquiera hubieran existido.
"No estaba seguro de que vendrı́as".
Busqué mi amuleto (la pata de gallo en mi bolsillo) y lo acaricié
distraı́damente, un há bito ansioso del que apenas era consciente. “Han
pasado tres añ os desde que estuve en Stone”, dije, levantando los ojos
hacia el techo abovedado del castillo. "Hace má s frı́o de lo que
recuerdo".
Mi padre hizo una pausa. Sus ojos bajaron a mi cara, só lo para
apartarlos un momento despué s. "Te ves bien."
No dije nada, miré sus ojos, esperando que volviera a mirarme,
sabiendo que no lo harı́a. Se pasó la palma de la mano por la mandı́bula
y los callos arañ aron los vellos de su barba sin recortar. "No será tan
jovial como los equinoccios pasados", dijo. "No fue una buena cosecha".
Asenti. "La niebla parece cada dı́a má s espesa".
Mi padre miró por encima de mı́ a la multitud mezclada. “El Rey está
inquieto por obtener las dos ú ltimas Cartas. Y está dispuesto a pagar
generosamente por ellos”.
Me estremecı́ al recordar mi conversació n con Ione.
La pesadilla pasó por mi mente. Tiempos desesperados , dijo.
No Card merece una presentación formal de Hauth Rowan.
Dice la chica que habla con el monstruo en su cabeza. No somos
exactamente material de princesa, ¿verdad, querida?
Lo ignoré .
“Dile al lacayo que envı́e tu baú l a las habitaciones de Spindle. Tendrá s
tu propia habitació n con nosotros”. El pauso. "Es decir, a menos que
desees quedarte con los Hawthorn".
Podrı́a haberlo hecho, si Ione y no lo hubiera sacado hace apenas una
hora. Ademá s, poco importaba dó nde dormı́a. La celebració n del
Equinoccio no se trataba de dormir. "Gracias", dije.
Mi padre llamó la atenció n de alguien entre la multitud y rá pidamente
puso su mano sobre mi hombro. "Me alegro de verte, Elspeth".
Un momento despué s desapareció , avanzando entre la multitud hacia la
gran escalera. Lo vi irse, lanzando una ú ltima mirada hacia la puerta
antes de que los guardias la cerraran: los ú ltimos restos de la luz gris
del dı́a desaparecı́an detrá s de las siniestras nubes de la noche.

Miré mi re lejo en una ventana oscurecida de camino al gran saló n. Me


veı́a pá lida, mis pó mulos bajos demasiado marcados, mis ojos oscuros
demasiado profundos... in initos. Arrugué la cara ante la mujer en el
re lejo y suspiré , decidida a mantener las conversaciones ligeras y
retirarme temprano a la cama.
No habı́a dado má s de tres pasos en el gran saló n cuando me di cuenta
de que un mejor plan hubiera sido esconderme en mi habitació n
inde inidamente. Alyx Laburnum, brillantemente vestido con el color
amarillo de su casa, se demoró en la entrada del gran saló n. Su cabello
castañ o estaba impecablemente peinado hacia un lado excepto por
unos pocos mechones salvajes en la coronilla, gobernados por un
mechó n indomable. Cuando sus ojos color marró n ceniza se
encontraron con los mı́os, sonrió tan ampliamente que pude ver cada
diente.
"Mierda", murmuré .
La Pesadilla gimió .
"Elspeth", dijo Alyx, corriendo hacia mı́. "Creı́ haberte visto antes, pero
temı́ haberte imaginado por desearlo demasiado".
Afortunadamente, Castle Laburnum estaba al otro lado de Blunder de
Hawthorn House. Las posibilidades de toparse con Alyx, incluso en la
ciudad, eran abismales. Tal vez por eso me enredé con é l en una zona
tranquila de los jardines del Rey cuando tenı́a diecisiete añ os: nunca
má s tendrı́a que enfrentarme a é l.
Pero só lo si evitaba Equinox.
Esquivé un abrazo y en su lugar le ofrecı́ la mano. "Hola, Alyx."
Sus ojos recorrieron mi rostro. Cuando sus labios rozaron mi mano, me
retiré , con el estó mago anudado por la culpa y la incomodidad, y só lo el
má s mı́nimo indicio de repulsió n. Pasé junto a é l hacia el gran saló n.
"Deberı́amos entrar".
Alyx, de pies ligeros, estaba a mi lado en un suspiro. "Considerarı́a un
gran honor que se sentara a mi lado, señ orita Spindle".
"Se supone que debo sentarme con mi padre", dije sin mirarlo.
“¿Deberı́a pedirle permiso para que te sientes conmigo?”
La Pesadilla maldijo en voz baja. Árboles, cómo lo odio.
Está pensativo. La culpa me picó , como una avispa. Y he sido terrible con
él.
No veo problema con eso.
La gran sala llena de ecos estaba llena de colores. Las mesas eran largas
y estaban dispuestas con relucientes bandejas de plata y una ila
interminable de velas. Detrá s de la mesa del Rey, justo fuera del alcance
de la luz de las velas, conté ocho Destriers, todos los cuales llevaban sus
Tarjetas de Caballo Negro en sus bolsillos.
Me tomó todos mis once añ os de prá ctica mantener mi expresió n en
blanco. Mis palmas se calentaban por el sudor. Nerium me pasó entre la
multitud. La seguı́, alejá ndome de Alyx, los colores (las luces de
Providence Cards guardadas en bolsillos y carteras) brillaban a mi
alrededor. Amarillo: el huevo de oro. Turquesa: el Cá liz. Blanco
penetrante: el Aguila Blanca. Gray: el Profeta. Rojo: la guadañ a. Negro:
el Caballo Negro.
La Pesadilla cambió , deslizá ndose por mi mente. El color no te hará
daño , murmuró . Los Destriers, y ese chico intolerable, por otro lado...
Me arrojé al asiento desocupado má s cercano. "En otra ocasió n", dije,
lanzando a Alyx una mirada apresurada por encima de mi hombro.
La decepció n debilitó su sonrisa. Me hizo una breve reverencia y luego
desapareció por la larga mesa.
Apreté la mandı́bula y me froté los ojos con las palmas de las manos. No
me di cuenta de que otros a mi alrededor se habı́an levantado para
brindar por el Rey hasta que una mano me tomó por el codo y me puso
de pie.
“¡Al equinoccio!” Gritó la multitud, el tintineo del cristal resonó por
todo el saló n.
Levanté mi propia copa y encontré el brindis del chico a mi lado, el que
me habı́a levantado. Noté un puñ ado de pecas juguetonas en su nariz
debajo de unos extrañ os ojos grises.
"Gracias", dije.
El chico terminó su vino y luego el mı́o. "¿Se encuentra bien, señ orita?"
Tomé un trago profundo de mi copa. Cuando volvı́ a mirar hacia arriba,
el chico me estaba mirando. “Nunca mejor dicho”, dije.
Me acompañ ó con un fuerte trago de vino. Cuando sonrió , me sorprendı́
queriendo devolverle la sonrisa, la vitalidad en sus inusuales ojos era
contagiosa.
“No te conozco”, dije.
Era má s alto que yo, aunque indudablemente má s joven. Cuando dijo su
nombre, encogió los hombros y se acercó , como si fuera un secreto.
"Soy Emory", dijo. "Emory Tejo".
Me atraganté con el vino que quedaba en el fondo de mi garganta. Al
otro lado de la mesa, mis medias hermanas me miraban con
expresiones re lejadas de curiosidad. Ellos, como yo, sin duda se
preguntaban có mo habı́a logrado sentarme junto al sobrino má s joven
del rey.
"Mi nombre es Elspeth", dije con los labios apretados.
Emory tomó otro sorbo de vino. “¿A qué familia perteneces?”
"Huso."
"Elspeth Spindle", dijo, sus ojos recorrieron la mesa y luego volvieron a
mı́. “Huso de Elllspeth. Todo un bocado”.
Los sirvientes entregaron el primer plato de sopa de verano y una
pausa se apoderó de la habitació n; las poderosas familias de Blunder
ansiaban comer en la mesa del Rey. Pero mi apetito se habı́a ido. Me
quedé mirando el plato y no me movı́ para tocarlo, el vino empezó a
girar desagradablemente en mi estó mago.
"Estoy de acuerdo", dijo Emory Yew, apartando su cuenco y tomando
otro trago profundo de su copa. “¿Por qué desperdiciar el ino espacio
del estó mago con sopa?”
Alguien al lado de Emory le dio un codazo y el chico se dio la vuelta,
escuchando palabras que venı́an en tonos bajos y breves. Vi un mechó n
de cabello castañ o rojizo, iluminado por el rayo rojo sangre de una
Carta Scythe.
No tuve que mirar mucho para saber quié n era. Solo habı́a cuatro
Cartas Scythe en Blunder y pertenecı́an exclusivamente a la familia
Rowan. El prı́ncipe Renelm Rowan, segundo heredero al trono, estaba
sentado al otro lado de Emory, susurrando algo que no pude oı́r al oı́do
de su primo.
Emory se alejó del Prı́ncipe y apuró su copa, con los labios torcidos en
una sonrisa torcida. “Mis disculpas”, dijo. “Normalmente soy má s
agradable. Equinoccio tiene un... efecto extrañ o en mı́. Me estabas
hablando de ti”.
¿Lo fui? Ya no podı́a concentrarme. El vino se revolvió en mi estó mago
vacı́o. Me sentı́ mareado, cansado, el alcohol trastornando mis
pensamientos. Una oleada de ná useas me recorrió , de alguna manera
empeorada por el aumento del clamor en el gran saló n. Tan ardiente
era la necesidad de huir de la habitació n que me encontré agarrá ndome
a la silla.
Me obligué a parpadear, el chico a mi lado casi olvidado. "Lo siento",
dije. "No me siento como yo mismo esta noche".
“¿No te encuentras bien?”
"No. Só lo necesito… só lo necesito un poco de aire”.
La silla de Emory chirrió contra el suelo de piedra. Cuando el sobrino
del rey me ofreció el brazo, me aparté .
"No hay necesidad."
Emory volvió a sonreı́r, con los labios y los dientes teñ idos de color
pú rpura. “Tranquilo, Spindle. Incluso yo puedo ver que no quieres estar
aquı́”.
Alcanzó mi brazo. Esta vez, le permitı́ que me pusiera en una postura
lenta y vacilante.
Emory y yo nadamos contra la corriente contra un mar de sirvientes
que llevaban el siguiente plato en bandejas de plata. Lo seguı́ fuera del
gran saló n hasta la gran escalera. No habı́a nadie a nuestro alrededor:
ni Providence Cards, ni Destriers. Me agarré a la barandilla al pie de las
escaleras y respiré profundamente, mientras mi cuerpo se relajaba
lentamente.
No me di cuenta de la jarra de vino que Emory habı́a robado hasta que
me la pasó . “¿Quieres má s?” é l dijo.
Lo despedı́ con la mano. Emory tomó un largo trago. El vino se deslizó
por su barbilla hasta llegar al terciopelo verde de su cuello inamente
bordado. Se secó la boca con la manga y me sonrió , con un toque de
ausencia en sus ojos grises.
"Te ves terriblemente pá lida", dijo, tendié ndome la jarra una vez má s.
Cuando lo aparté por segunda vez, mi mano rozó la suya. "Gracias por
tu ayuda", dije. "Puedo hacer el resto del camino por mi cuenta".
Por un momento Emory no dijo nada, sus ojos se posaron en el lugar
donde mis dedos habı́an tocado el dorso de su mano. Cuando habló , su
voz era desigual. “Te llevaré a donde necesites ir. Conozco este castillo
mejor que las ratas”.
Subı́ las escaleras. "Puedo encontrar mi camino".
Me atrapó a mitad de las escaleras, acortando la distancia. entre
nosotros, rá pido como una serpiente. Su aliento olı́a a vino. "Spindle",
dijo, la palabra se deslizó entre sus dientes como un silbido. Me alcanzó
y su mano se cerró alrededor de mi brazo.
Retrocedı́ hasta que mi columna presionó contra la barandilla. La gran
sala se alzaba debajo de mı́. Miré por encima del hombro y el pá nico
subió a mi garganta como bilis. Si me cayera, si el chico me empujara
por encima de la barandilla, ¿me matarı́a la caı́da?
No matar , dijo Nightmare. Simplemente mutilar. Romper.
¿Que esta haciendo? Lloré .
Miré ijamente el rostro de Emory, tratando de descubrir có mo
liberarme del chico extrañ o y cambiante. Cuando me estremecı́, é l soltó
una carcajada: risas cortantes que resonaron por la barandilla hacia la
habitació n de abajo. "Hay algo extrañ o en ti, Spindle".
Su agarre se apretó alrededor de mi brazo. Bajó la otra mano hasta mi
muñ eca, con la palma hú meda mientras descansaba contra mi piel
desnuda. "Te veo, Elspeth Spindle". Su voz sonaba cercana y lejana al
mismo tiempo, como si estuviera bajo el agua. “Veo una doncella bonita
con cabello largo y negro y ojos color carbó n. Veo una mirada amarilla
entrecerrada por el odio. Veo oscuridad y sombras”. Sus labios se
torcieron en una sonrisa espeluznante. “Y veo tus dedos, largos y
pá lidos, cubiertos de sangre”.
Me quedé paralizado, atrapado por el miedo y el agarre del chico en mi
brazo. Intenté quitá rselo de encima. Cuando no me soltó , levanté la otra
mano y un silbido escapó de mis labios.
Le di una bofetada fuerte.
La marca de mi mano oscureció la ya sonrojada mejilla de Emory. Me
movı́ para alejarme de é l, para huir, pero é l me agarró del brazo, con
tanta fuerza que grité de dolor.
Pero antes de que pudiera llamar a la oscuridad a la Pesadilla, escuché
pasos en el rellano. Un momento despué s, Emory me soltó el brazo y
alguien con una capa negra lo empujó con gran fuerza escaleras abajo.
Me tambaleé y subı́ corriendo las escaleras, só lo para tropezar con mi
vestido.
Cuando miré hacia abajo, Emory estaba amontonada en el rellano
inferior. Un hombre alto se inclinó sobre é l. No escuché las palabras que
intercambiaron; la voz de Emory estaba quebrada por ataques de risa
incontrolados. Pero el tono bajo y uniforme del hombre fue su iciente
para calmar al chico.
El hombre levantó a Emory del suelo y le indicó la direcció n de donde
habı́amos venido.
El niñ o caminó penosamente, repentinamente sin vida, regresando al
gran saló n. Me froté el brazo y lo vi irse, pero Emory no miró en mi
direcció n, como si ya me hubiera olvidado.
Estaba de pie cuando el hombre se acercó .
"Lo siento por mi hermano, señ orita", dijo, bajando los ojos. "Su
comportamiento es imperdonable".
Me quedé mirando al hombre alto, vestido con una capa oscura, y mi
espalda se puso rı́gida.
“Elm, mi prima, me dijo que Emory habı́a estado bebiendo. Vine para
asegurarme de que todo estaba bien”.
Ante mi silencio, el hombre levantó la mirada, observá ndome por
primera vez. Al igual que su hermano menor, sus ojos eran grises y
destacaban brillantemente contra la suave piel cobriza. Me observó con
una nariz larga y formidable, sus ojos escudriñ ando mi rostro.
Mi respiració n se entrecortó y un escalofrı́o recorrió mi columna.
Inconfundiblemente guapo, parecı́a una de las estatuas del jardı́n de su
tı́o: frı́o y liso como una piedra. No se presentó . No tenı́a por qué
hacerlo. Sabı́a quié n era é l.
Ravyn tejo. El sobrino mayor del Rey. El sucesor de mi padre: Capitá n
de los Destriers.
Me marchité bajo su mirada pero no rompı́ nuestra mirada, buscando
un coraje que no sentı́a. "No te vi en el pasillo", dije. "Eso es... lo que
quise decir..." Resoplé aire por la nariz. "Nunca te habı́a conocido antes".
“Ni yo a ti”, respondió . “¿Cuá l es tu casa?”
The Nightmare respondió con un silbido. Me puse rı́gido, el Arbol de
huso bordado en mis mangas que me traiciona. "Spindle", dije, dando
un paso atrá s. "Mi padre es-"
"Sé quié n es tu padre", dijo Ravyn, entrecerrando los ojos. “Tambié n sé
que Erik só lo tiene dos hijas que viven en Spindle House. ¿Por qué no
vive con su familia, señ orita Spindle?
Me puse un cabello suelto detrá s de la oreja. "No veo có mo eso es de tu
incumbencia".
Si mi descaro lo tomó por sorpresa, el Capitá n de los Destriers no lo
demostró . Aú n ası́, palidecı́ por mi descaro, recordando con una
punzada de dolor con quié n estaba hablando y lo peligroso que era.
"Disculpe", dije. "Estoy muy cansado."
"Por supuesto." Ravyn subió las escaleras, su capa negra olı́a
fuertemente al mundo fuera de los muros del castillo: cedro y clavo,
humo y lana hú meda. "Te mostraré tu habitació n".
Cogió una antorcha de la pared y me condujo por una larga hilera de
pasillos. De las paredes colgaban má s grandes tapices del rey Rowan,
homenaje a las Cartas de la Providencia tejidas en ricos colores. Pasé
mis dedos por el tapiz gris del Profeta, la imagen familiar de un anciano
envuelto en una capa larga con capucha tosca bajo mis dedos.
Nos detuvimos tres puertas má s allá del tapiz y la antorcha parpadeó
entre nosotros.
"Las habitaciones de Sir Spindle", dijo Ravyn, con voz suave.
Podrı́a haberle agradecido por cualquier valentı́a que hubiera
mostrado. Pero el vino se me habı́a vuelto amargo en el estó mago y el
incidente en la escalera me habı́a dejado exhausto. Busqué a tientas el
pestillo y me enganché la manga con el pomo.
"Aquı́", dijo, abriendo é l mismo la puerta.
Me estremecı́ y entré en la habitació n, ansiosa por cerrar los ojos y
olvidar todo el dı́a. "Gracias."
El asintió , la luz de las antorchas proyectaba sombras severas en su
rostro. “No me he presentado. Soy Ravyn Yew.
Incluso el sonido de su nombre hizo que se me apretara el estó mago.
"Lo sé ."
Con rasgos irmes, Ravyn no ofreció ni una sonrisa ni una reverencia.
Simplemente me lanzó una ú ltima mirada y se volvió con su linterna
hacia la oscuridad del pasillo, sus ú ltimas palabras: "Que duerma bien,
señ orita Spindle".
Mi cama me atrapó en unos momentos. Cerré los ojos y me quedé
sumido en la pesadez, desechando los pensamientos sobre los
hermanos Yew hacia la oscura dicha del sueñ o.
Aú n ası́, incluso mientras me tomaba el descanso, no pude evitar
preguntarme có mo habı́an advertido a Ravyn Yew de los malos modales
de Emory (habı́a venido a acorralar a su hermano) a pesar de no estar
cerca del gran saló n esa noche.
Capítulo cinco
LA DONCELLA
Ten cuidado con el rosa,
Ten cuidado con la rosa.
Ten cuidado con la belleza divina, sin oposició n.
Sus espinas se a ilará n,
Ella se comerá su propio corazó n.
Ten cuidado con la belleza divina, sin oposició n.
La luz del dı́a golpeó mis pá rpados. Cuando los abrı́, ahogué un grito
y cuatro ojos me miraron. Dimia y Nya se sentaron en lados opuestos
de mi cama, mirá ndome lascivamente como buitres.
Me senté , con la cabeza pesada. "¿Qué hora es?"
"Casi mediodı́a", dijo Nya.
Dimia, con mucha menos delicadeza que su hermana, se inclinó tan
cerca que pude ver las manchas en su barbilla. "Te vimos salir del
pasillo con Emory Yew".
Parpadeé hacia ella. “¿Hay alguna pregunta ahı́, Dimia?”
Mi puerta se abrió con estré pito. Me senté en la cama y entrecerré los
ojos cuando Nerium entró en la habitació n. "La princesa dormida
inalmente despierta", dijo con una sonrisa insensible, rastrillando sus
uñ as sobre el marco de la puerta. Cuando sus ojos viajaron hacia sus
hijas, atrevidas, a ambos lados de mi cama, su sonrisa se evaporó . "¿De
qué está s hablando?"
"Emory Yew", dijo Dimia. Ella agitó los pá rpados. "Es terriblemente
guapo".
Nerium se rió entre dientes. "El no es el tipo de compañ ı́a que tiene una
joven so isticada". Sus ojos se volvieron hacia mı́. "Incluso tú harı́as bien
en evitarlo, Elspeth".
Me abrı́ camino fuera de la cama. "Tu consejo siempre es apreciado,
Nerium". Me acerqué a la mesa de lavado y me lavé la cara con agua
fresca. Si habı́a hecho calor, eso fue hace muchas horas. El agua estaba
tan frı́a que le dolı́a. "Y si quieres saberlo, Emory Yew era un completo
cerdo".
Las cejas de mis medias hermanas se alzaron en expresiones gemelas
de curiosa satisfacció n. Incluso Nerium se inclinó , sediento de chismes.
"Hay algo terriblemente extrañ o en ese chico", dijo Nya, colocá ndose un
mechó n de cabello dorado detrá s de la oreja. "Si no está recluido en su
habitació n por alguna nueva enfermedad, está borracho como un
vagabundo y dice las cosas má s extrañ as". Ella se puso a mi lado, su voz
llena de emoció n mal disimulada. "¿Te dijo algo... extrañ o?"
La risa de Nightmare era aceitosa y se pegaba a los rincones de mis
pensamientos.
Me estremecı́, frı́a por algo má s que el agua. Mencionó ojos amarillos.
¿Cómo pudo haber sabido lo de tus ojos? ¿Crees que él...?
¿Sabes que hay un monstruo de quinientos años acechando los rincones
oscuros de tu mente?
Eso es imposible. Tiré del dobladillo de mi camisó n. Aún así… había algo
tan desconcertante en él.
Pude ver que la confusió n comenzaba a grabarse en los rostros de mis
medias hermanas, como ocurrı́a a menudo cuando la conversació n en
mi cabeza se demoró demasiado. Me pasé una mano distraı́da por el
pelo y me encogı́ de hombros, ofreciendo un desapasionamiento que no
sentı́a. “Estaba borracho”, dije. “Ni siquiera podı́a subir las escaleras”.
“Cuenta tus bendiciones”, dijo Nya. “Es una verdadera espina. No
recuerdo una cena en Spindle House en la que Emory no rompiera algo.
“Eso fue hace mucho tiempo”, corrigió su madre. "Ha estado viviendo
aquı́ al menos dos añ os".
Fruncı́ el ceñ o. “¿Los Yew enviaron a Emory a vivir aquı́, en Stone, con el
Rey? ¿Por qué ?"
Nerium me miró de la misma manera que miraba a su perro cuando
orinaba en la alfombra: in initamente molesta. "Para que el prı́ncipe
Renelm pueda controlar ese mal genio, por supuesto".
Recordé la luz roja que se derramaba desde el asiento junto a Emory
anoche. Carta de guadañ a del prı́ncipe Renelm. Una Tarjeta reservada
ú nicamente para la realeza. Con é l, el Prı́ncipe tenı́a el poder de
controlar a quien quisiera, del modo que quisiera.
Antes de que pudiera ocultar mi mueca, mi padre abrió la puerta de su
habitació n, sobresaltá ndonos a los cuatro. Se aclaró la garganta. “¿Te
sientes mejor, Elspeth?”
Se sentı́a como un estrangulamiento, tenerlos a todos en mi habitació n
a la vez. Estaba empezando a arrepentirme de no haber alquilado una
habitació n con los Hawthorn. "Mucho mejor", mentı́.
"Te has perdido la hora del desayuno, pero habrá un paseo por los
jardines despué s de que los hombres se vayan a cazar".
Sentı́ piedras en el estó mago ante la perspectiva de caminar
penosamente por el jardı́n con una manada de mujeres Blunder.
Cuando mi padre cerró la puerta, mis medias hermanas se apresuraron
a ir a la habitació n contigua, perdidas en la elecció n de vestidos.
Llevaba un vestido gris hecho de lino ino, ni demasiado tosco ni
demasiado pesado. Tejı́ una cinta gris a juego en mi cabello y la trencé
formando una corona alrededor de mi cabeza. Era el conjunto perfecto
para un Dı́a cá lido al inal del verano, su color era tan parecido a la
niebla que casi me sentı́a invisible.
Cuando descendimos al gran saló n, miré por encima de la barandilla
hacia la habitació n de abajo. Docenas de mujeres se mezclaban,
disfrutando de la compañ ı́a de las demá s, pero no vi ni a Ione ni a mi
tı́a.
Mi madrastra y mis medias hermanas me abandonaron al poco tiempo
y no me ofrecieron compañ ı́a ni presentació n. Má s adelante, alguien
abrió las puertas exteriores y atravesamos el castillo, guiados por
sirvientes vestidos de pú rpura hasta el jardı́n, mientras el calor del
verano lotaba en la niebla como vapor.
Caminé por fuera de la multitud. Mis zapatillas no llevaban tacones de
moda y disfruté del silencio de mis pasos. Extendı́ mi mano sobre el
verdor del jardı́n, mis dedos recorrieron los delicados pé talos y tallos
de las lores del Rey Rowan.
Escuché a las mujeres cercanas; el lujo y re lujo de la conversació n me
adormecı́a. A lo lejos, el gris de dos Cartas de Profeta brillaba entre la
multitud. Má s allá , distinguı́ la encantadora luz rosa de una Maiden
Card.
Ten cuidado con el rosa , dijo Nightmare mientras olfateaba el aire. Ten
cuidado con la rosa. Ten cuidado con la belleza divina, sin oposición.
Me encontré extrañ ando el sonido de la voz de Ione en mi oı́do.
Comencé a buscar su cabello amarillo entre la multitud, ansioso por
reparar la brecha entre nosotros. Quizá s ella tenı́a razó n y yo era
demasiado descon iado, demasiado cerrado, demasiado poco
familiarizado con la noció n de esperanza. Admiré la forma en que
aceptó tan fá cilmente el cambio: lo ansiosa que estaba por ver
desaparecer las viejas y crueles costumbres de Blunder. Si el mundo
cambiara alguna vez (si los infectados fueran cuidados y no cazados
como animales), serı́a gracias a las manos y el corazó n de alguien como
Ione.
Pero por mucho que busqué entre la multitud, no pude encontrarla.
En cambio, encontré a mi tı́a. La detuvieron al costado de la camino,
admirando el esplendor de las lores del Rey. Le puse una mano en la
espalda y ella me abrazó con fuerza.
Me quedé en sus brazos. Olı́a a romero y a tierra cá lida, suave y terrosa.
No le conté sobre mi pelea con Ione. En cambio, caminá bamos del
brazo, hablando en voz baja mientras nos movı́amos con la marea de
mujeres.
“¿Qué puedes decirme sobre Emory Yew, tı́a?”
Ella arqueó las cejas hacia mı́. "Un poco joven para ti, ¿no, querida?"
La Pesadilla soltó una risa aguda.
"No quise decir eso." Bajé la voz y nos guió a una parte má s tranquila
del camino. “¿Crees que alguien, aparte de mı́, sobrevivió a la iebre
cuando era niñ o?” Mi estó mago se revolvió . “¿Sin que te atrapen?”
Lo que sea que esperaba que le preguntara, no fue eso. Las arrugas de
su rostro se tensaron y, cuando habló , su voz era baja. “No lo sé , Elspeth.
Lo dudo."
“Seguramente alguien má s…”
“Los Destriers y los Mé dicos traen a todos los niñ os infectados aquı́, a
Stone. Al calabozo. Y sabemos lo que sucede en el calabozo”.
Me estremecı́.
"Es la ley, me temo".
"Sı́, pero estoy aquı́", susurré . “Mi padre era el corcel del rey y no me
delató cuando me atacó la iebre. Seguramente hay otros padres que
han hecho lo mismo”.
“Lo han intentado. Pero por muy horrible que haya sido para ti la
infecció n, Elspeth, no persistió . No tienes magia, no hay señ ales obvias
para que los Destriers te detecten. Otros no son tan suertudos."
Miré hacia otro lado. Pero antes de que pudiera decir algo má s, alguien
se acercó detrá s de nosotros. Cuando me volvı́, una luz rosada me dio
una palmada en los ojos. Tropecé con mi tı́a, lanzá ndonos a ambos
contra un seto alto.
Ione, coloreada por el rosa brillante de una Carta de Doncella, me miró
ijamente.
Mi tı́a salió del seto y se sacudió la falda. "Cielos, Elspeth". Ella me puso
de pie y comenzó a quitarme hojas del cabello, pero la despedı́. Lo ú nico
en lo que podı́a pensar era en la tarjeta rosa brillante en el bolsillo de
mi prima.
Y las implicaciones de la magia que contenı́a.
En la oscuridad, la Pesadilla merodeaba, alerta, consciente. Interesante ,
ronroneó . ¿Un regalo del rey Rowan a cambio de la tarjeta Nightmare de
tu tío?
No , logré , mi mente dando vueltas, presa del pá nico. La Maiden Card no
es tan valiosa como la Nightmare.
Entonces quizás la Maiden Card sea simplemente parte de una suma
mucho mayor.
Mis ojos recorrieron el rostro de Ione. Sus rasgos eran los de siempre:
su rostro no habı́a cambiado por la belleza que prometı́a la Tarjeta.
Sentı́ un pequeñ o alivio. Ella no lo está usando.
Sin embargo , respondió la Pesadilla.
La frente de Ione se arqueó . “¿Elspeth?”
La multitud nos rodeó . Podı́a escuchar las risitas de los espectadores,
las mujeres de Blunder lanzá ndome miradas estrechas cuando pasaban.
Miré a mi prima, mis ojos se posaron en la luz rosada de su bolsillo y
luego volvieron a su rostro. "¿Dó nde has estado?" Pregunté , mi voz
pesada. "Te busque."
El rosa que irradiaba la Tarjeta de Doncella de Ione casi hacı́a imposible
distinguir su rubor. Casi. “En ninguna parte”, dijo. "Simplemente
deambulando por el castillo".
Fue una pobre mentira. Pero eso no mitigó su golpe. Ione me estaba
ocultando algo. Cuando los ojos de mi prima se encontraron con los
mı́os, estaba segura de que podı́a ver el dolor en mi rostro.
Pero eso só lo pareció profundizar la expresió n de su frente.
Independientemente de lo que haya sucedido entre nuestra discusió n
de ayer y ahora, estaba claro que su enojo conmigo aú n no habı́a
desaparecido.
“Ven”, dijo mi tı́a, “sigamos caminando. Estamos bloqueando el camino”.
No dije nada. Luego, impulsado por mi propia ira, extendı́ la mano,
agarré a Ione de la manga y la saqué del camino conmigo.
“Bess, ¿qué …”
"Quiero hablar, Ione", dije, llevá ndonos por el camino de grava a travé s
del jardı́n de rosas. Le lancé a mi tı́a una mirada hacia atrá s.
"Regresaremos en un momento."
Doblé una esquina, los dos escondidos detrá s del seto. El aire olı́a a
rosas moribundas, tan fragantes que casi podı́an enmascarar el olor de
su propia descomposició n. Ione me arrancó la manga. Incluso bañ ada
por la luz rosada de la Maiden Card, pude distinguir el rojo en sus
mejillas. "¿Qué te pasa, Bess?"
“¿Yo, Ione? ¿Qué pasa contigo? ¿'Vagando por el castillo'?
"¿Lo que de ella?"
"Es mentira." Me mordı́ el labio. "Te reuniste con el Prı́ncipe Hauth,
¿no?"
Ella se estremeció . "Te dije que lo harı́a, ¿no?"
"Nunca me dijiste que habrı́a una Tarjeta de Doncella involucrada".
Ione se quedó helada y sus ojos color avellana se agrandaron, buscando
mi rostro. “¿Có mo sabes sobre la Tarjeta de Doncella?”
Apreté la mandı́bula. “¿ Te lo dio? ¿Hauth Rowan?
Ione frunció el ceñ o. “No puedo entender por qué odias tanto a los
Rowan, Elspeth. Hauth tiene quinientos añ os de legado sobre é l.
Necesita apoyo y comprensió n, no resentimiento ciego”. Su voz, tan
suave, se habı́a endurecido. “¿O só lo puedes pensar en ti mismo?”
La Pesadilla acechaba en las sombras de mi mente, susurrando. La baya
del serbal es roja, siempre roja. La tierra en su tronco está oscura por la
sangre derramada. Ni el agua ni el paño pueden frenar su propagación.
Preguntará por una doncella...
Entonces apaga su corazón.
Se me dio un vuelco el estó mago y mi enojo con mi prima se convirtió
en desesperació n. Extendı́ la mano para tomar su mano, ijando mis
ojos en los de ella. "No sé qué negoció el tı́o por la Tarjeta Nightmare,
pero te lo ruego, Ione, por favor no uses la Doncella". Se me hizo un
nudo en la garganta. "Y si Hauth Rowan te pide que te cases con é l, no
debes decir que sı́".
Vi la curvatura de sus labios, el destello de lá grimas en sus ojos color
avellana, el mapa de inas lı́neas caminando de puntillas alrededor de
sus ojos. “Me pides mucho, Elspeth. Y todo para ti”.
Sacudı́ la cabeza con vehemencia. “¿No puedes entender? Eres perfecta ,
Ione. Justo como tú eres. El espacio entre tus dientes, tu voz demasiado
fuerte por las mañ anas, las lı́neas junto a tus ojos cuando sonrı́es. La
Doncella te robará esas cosas”. Apreté la mandı́bula, luchando contra el
nudo que se formaba en mi garganta. “Los Rowan lo ofrecen como
regalo. Pero lo hacen para controlarte, Ione. Para distraerte. Para que
esté s en deuda con ellos. Por favor, no lo dejé is”.
Las lá grimas caı́an de los ojos de mi prima. Pero ella no los limpió . Dejó
que cayeran por sus mejillas y se deslizaran por las arrugas de su
rostro. Cuando habló , su voz se quebró . "¿Me amas, Elspeth?" ella dijo.
Algo en mi pecho se rompió . "Má s que nada."
Ella respiró entrecortadamente y luego otro. Luego, lentamente, como
impulsada por una fuerza invisible, la mirada de Ione se hizo má s
fuerte, má s dura. Aun ası́, su voz temblaba. "Entonces dé jame tomar mis
propias decisiones".
Apartó su mano de la mı́a, sus pasos eran tan ligeros que apenas los oı́,
luego desapareció sin mirar atrá s, dejá ndome solo, despojado, con las
rosas moribundas.

Completamente vacı́o, apenas noté las espinas que se clavaron en mis


palmas cuando salı́ del sendero del jardı́n. Me adentré má s en el jardı́n,
caminé hasta correr. No me importaba haberme desviado del camino
hacia la niebla. Corrı́ hasta que mi corazó n amenazó con estallar. Luego,
al pie de un viejo á lamo con las ramas caı́das en el borde del bosque,
lloré .
Me senté junto al á rbol y pasé el dedo por la tierra hú meda donde el
follaje habı́a comenzado a pudrirse. En mi otra mano, torcı́ mi encanto.
Me sequé los ojos con el dorso de la palma de la mano y las lá grimas me
picaron la piel donde las espinas la habı́an cortado. Ella es mejor de lo
que este miserable reino merece. Si usa a la Doncella con demasiada
frecuencia, ésta desaparecerá. Ella será fría, desalmada. Ella ya no estará
sola.
Tomé una ramita del follaje y la rompı́ varias veces hasta que los
fragmentos fueron lo su icientemente pequeñ os como para caber en mi
mano.
La Pesadilla tamborileó con sus garras. La Doncella no es sólo una
Tarjeta de vanidad. La magia no es para la vanidad.
Lo es si se usa simplemente para impresionar a un Príncipe , dije, con
veneno en mi voz.
El se rió . Una Carta profundamente incomprendida, la Doncella.
Me puse de pie y no dije nada, la vergü enza y la angustia me invadieron.
Al inal , continuó Nightmare, no importa cómo y por qué se usan las
Cartas. Nada es gratis, nada es seguro. La magia siempre tiene un costo.
Deja de decirme eso , dije, tirando trozos de ramita rota al suelo. Por una
vez, cállate y déjame al...
“¿Señ orita Spindle?”
Me giré y la profundidad de la voz detrá s de mı́ me golpeó como un
golpe en el estó mago.
Ravyn Yew me miró con ojos grises y la cabeza inclinada hacia un lado.
Se parecı́a a su tocayo, el cuervo: agudo, inteligente, llamativo.
Pero mi mirada no se detuvo en el rostro del Capitá n. Estaba demasiado
absorta en el color (la luz) que irradiaba el bolsillo de su pecho. Era má s
oscura que la Doncella, pero igual de fuerte. El miedo se apoderó de mi
pecho y me atraganté con el aire. Ya habı́a visto ese tono de terciopelo
antes.
Borgoñ a: rico y rojo sangre.
La segunda carta de pesadilla.
Capítulo Seis
El bandolero se encuentra con el verdugo. Detrá s de la má scara, el
bandolero lleva dos ojos para ver, dos oı́dos para oı́r y una lengua para
mentir. No hay una segunda oportunidad para el ratero.
El bandolero se encuentra con el verdugo.
Ravyn cambió su peso. Cuando se movió , noté una serie de
cuchillos enfundados en su cinturó n.
“¿Qué le hizo a sus manos, señ orita Spindle?” preguntó .
Cuando logré hablar, fue con los dientes apretados. “Estaba admirando
las rosas”.
Una cuerda invisible tiró de la comisura de los labios de Ravyn. El se
acercó . "¿Puedo?" dijo, señ alando mis manos.
Estaba arraigado, congelado. Tomó mi mano izquierda y la giró para
examinar mi palma. Su piel era á spera pero su tacto era suave, su mano
cubrió fá cilmente la mı́a. No tocó los cortes de las espinas de las rosas,
sino que simplemente los observó .
Hizo lo mismo con mi otra mano. Cuando terminó , sus ojos se movieron
hacia mi cara. “Perdó neme, señ orita Spindle. Pero debo preguntarte
algo”.
Solté mi mano de su alcance y mi garganta se cerró . "¿Sı́?"
—¿Por qué estabas sola en el camino forestal, al anochecer, hace quince
dı́as?
La conmoció n de ver la Tarjeta Nightmare en su bolsillo desapareció ,
reemplazada por un terror frı́o y nauseabundo. El sonido de los
insectos y el batir de las alas del bú ho volvieron con vı́vidos detalles.
Miré ijamente el rostro de Ravyn Yew, tal vez por primera vez
honestamente, y no pude reconocerlo.
Pero los bandoleros llevaban má scaras.
Mis ojos bajaron al cinturó n de Ravyn. Allı́ estaba, tan claro como el dı́a.
La empuñ adura de mar il, la daga que habı́a presionado contra mi
pecho.
Es él , jadeé . Asalté al maldito Capitán de los Destriers.
Las garras de Nightmare arañ aron la oscuridad y el vello de su columna
se erizó . Déjame salir , siseó .
Frente a mı́, Ravyn Yew estaba tranquilo, con una postura no agresiva y
los brazos cruzados sobre el pecho. No actuaba como el mismo hombre
peligroso que habı́a conocido en el camino forestal, pero lo era.
Y yo lo habı́a atacado. Habı́a atacado a un Destrier, un crimen castigado
con la muerte.
Merodeó por el camino forestal en busca de cartas , dijo la Pesadilla. Un
delito también castigado con la muerte.
Un crimen del que yo y sólo yo fuimos testigos. Retrocedı́ varios pasos.
“Debe haberme confundido con otra persona, Capitá n. Sé que no es
necesario caminar por el camino forestal despué s del anochecer.
Ravyn arqueó sus oscuras cejas. "La suya no es una cara que olvidarı́a
pronto, señ orita Spindle". Cuando hizo la pregunta por segunda vez,
habı́a un tono tenso en su voz. “¿Qué estabas haciendo en el camino
forestal?”
Miré de nuevo la daga que llevaba en el cinturó n, pero no la alcanzó .
para ello. Simplemente me sostuvo con su mirada austera,
aparentemente ajeno al pá nico que se apoderó de mi garganta con
fuerza.
Di otro paso atrá s. Me va a arrestar , dije. O peor aún, mátame para
mantener en secreto su pluriempleo.
A mi alrededor, la niebla era espesa y el olor a sal persistı́a en el aire
denso. Ya no podı́a oı́r a las mujeres en el jardı́n. Ni siquiera podı́a
discernir en qué direcció n estaba el castillo. Pero yo tenı́a mi encanto.
Podrı́a mantener a raya al Espı́ritu del Bosque. Podrı́a esconderme el
tiempo su iciente para hacer un plan.
Pero no podrı́a decir lo mismo de enfrentarme cara a cara con el
Capitá n de los Destriers por segunda vez.
“Lo siento mucho, Capitá n”, dije, retrocediendo hacia la niebla. "Mi
familia me está esperando". Ayúdame a escapar , llamé a la oscuridad de
mi mente. Ahora.
Me alejé del Capitá n de los Destriers y me adentré en la espesa e
impermeable niebla.
Fuimos tragados inmediatamente, Nightmare y yo, el Capitá n y el
bosque desapareciendo detrá s de nosotros. Mi corazó n se aceleró y mis
manos temblaron. Pero si podı́a perderme en la niebla, existı́a la
posibilidad de que tambié n pudiera perder a Ravyn Yew.
Ya viene , llamó Nightmare.
Me subı́ la falda y giré a la izquierda. Entré en un campo, el trigo estaba
cosechado y el resto de la cosecha se descompuso entre el suelo
endurecido. Los tallos estaban resbaladizos bajo mis pies, pero no
tropecé .
Atravesó la niebla como un ave de presa, y sus fuertes brazos se
extendieron hacia mı́. Vacilé , mis pasos se enredaron, pero los re lejos
de Nightmare estaban seguros. Antes de que Ravyn pudiera atraparme,
ya me habı́a escabullido, con el corazó n como un tambor de guerra en el
pecho.
"¡Detener!" su voz llamó a travé s de la niebla. "No voy a hacerte dañ o,
¡solo espera un momento!"
En algú n lugar a lo lejos oı́ el aullido de los perros. Me desvié , pero mi
tropiezo me habı́a desorientado, dejá ndome sin direcció n. Aú n ası́, fui
má s rá pido que el Capitá n. Iba a escaparme, a vivir. Só lo necesitaba—
El olor a sal me golpeó la nariz, como si alguien me hubiera arrojado
agua de mar helada a la cara. Lo sentı́ en mis oı́dos, mis ojos, mis fosas
nasales, en el paladar. Tosı́, jadeando frené ticamente por aire, mi mente
y mi cuerpo de repente se apoderaron de algo que no podı́a
comprender.
Espera, Elspeth Spindle , llamó una voz profunda en mi cabeza. No te voy
a lastimar.
Grité .
Mi pie se enredó en terrones de tierra y caı́, aplastado por la gravedad y
el sonido de la voz de Ravyn Yew en mi cabeza. Me tapé los oı́dos con
las manos y grité de nuevo, el terror me azotaba como las espinas de
una zarza.
Estaba sobre mı́ con una rá faga de color burdeos. Se deslizó hasta el
suelo junto a mı́ y su mano rá pidamente cubrió mi boca. "¡Cá llate!" dijo,
sin aliento. "Nos escuchará n".
Los ladridos de los perros se hicieron má s fuertes. Podı́a escuchar el
atronador ritmo de los hombres a caballo, y sus risas retumbantes
resonaban inquietantemente a travé s de la niebla. Eran el rey y sus
hombres que regresaban de la caza.
Mis dedos temblaron, el calor en mis brazos estaba al rojo vivo, la
fuerza de la Pesadilla ardı́a a travé s de mı́. Aparté la mano de Ravyn de
mi boca y me puse de pie, lista para huir de regreso a la niebla.
Pero el capitá n de los corceles me agarró por la pierna y caı́ de nuevo
sobre suelo duro.
"¡Bajar!" Lloré . La fuerza de Nightmare se lexionó a travé s de mis
mú sculos. Cuando Ravyn no soltó mi pierna, me retorcı́ y le lancé
patadas fuertes en el pecho y la cara.
El sonido de las voces resonó a travé s de la niebla, má s cerca que antes.
"¡Su iciente!" Ravyn estaba furioso, le sangraba la nariz y tenı́a la
mandı́bula roja. "Otro sonido y ambos estamos muertos".
Casi podı́a oı́r lo que decı́an: los hombres a caballo, los gruñ idos de sus
perros, los nerviosos relinchos de sus caballos. Si los llamara,
seguramente me escucharı́an.
Quédate quieto , siseó Nightmare, anticipá ndose a mı́. El Rey no es un
amigo.
Mis venas ardı́an, el olor a sal persistı́a en mi nariz. Me habı́an roto la
manga y el pelo, suelto por la pelea, se me caı́a de la trenza por la
espalda. Torcı́ la pata de gallo en mi bolsillo una y otra vez.
Ravyn me miró , con los ojos ijos en mi brazo. Miré hacia abajo y
contuve el aliento, tratando de cubrir mi piel desnuda con los jirones de
mi manga. Pero fue demasiado tarde; habı́a visto mis venas, oscuras y
retorcidas.
Cuando extendió la mano para tocar mi brazo, me aparté .
“No voy a hacerte dañ o”, repitió . "Tú , por otro lado..." Se secó las fosas
nasales ensangrentadas con la manga, haciendo una mueca. "Mierda."
Se pellizcó el puente de la nariz. "Ya son dos veces que me entregaste el
trasero y te escapaste".
Dudaba que fuera el primero en dispararle a la prominente nariz en
forma de pico del Capitá n. Era un objetivo demasiado fá cil. Y no sentı́
ningú n remordimiento. No vi a un joven apuesto con ojos desorbitados
y la nariz ensangrentada.
Todo lo que pude ver fue un Destrier.
"Usaste una Tarjeta Pesadilla conmigo", siseé . "Sal de mi cabeza."
Ravyn sacó la luz color burdeos de su bolsillo y sostuvo la Tarjeta en su
mano para que yo la viera. Su Pesadilla era idé ntica a la de mi tı́o, el
monstruo en su rostro era igual de temible. Ravyn me lanzó una mirada
estrecha y golpeó la tarjeta tres veces con su dedo ı́ndice, luego la
deslizó nuevamente en su bolsillo. "Allı́", dijo. "Ya no lo uso".
Estaba demasiado quieto... demasiado severo para leer. Y no podı́a
con iar en un hombre que no podı́a predecir. La atenció n de Ravyn
volvió a mi brazo. Cuando miré mi manga rota, ambos miramos mi
brazo, pá lido salvo por el a luente de tinta que corrı́a por mis venas.
La magia de la infecció n: negra como la noche.
Nightmare observó a Ravyn Yew a travé s de mis ojos, su voz há bil y
descon iada. ¿Qué criatura es él , preguntó , con máscara de piedra?
¿Capitán? ¿Salteador de caminos? ¿O una bestia aún desconocida?
Los ecos en la niebla se desvanecieron y el rey y sus hombres se
alejaron cada vez má s.
Al principio, el Capitá n no dijo nada, sus ojos grises perdidos en la
oscuridad recorrieron mi brazo. Esperé , inmó vil. Cuando Ravyn
inalmente habló , su voz estaba controlada.
“¿Por eso corriste?” é l dijo.
Nadie habló de la infecció n. Vivı́a como el perro oscuro de la muerte,
observando a Blunder, esperando justo má s allá de la lı́nea de á rboles.
Temido. Avivado por sus mé dicos y corceles, el rey Rowan alimentó ese
miedo. Los vecinos se volvı́an unos contra otros ante cualquier señ al de
iebre. Y a tanta inquietud, a tanto miedo, siempre le seguı́a el odio.
Lo vi en sus ojos, lo escuché en sus voces. La gente de Blunder odiaba a
quienes contraı́an la infecció n casi tanto como la infecció n misma. Los
atrapó en una vigilancia perpetua: sus ojos cansados y ansiosos, sus
labios tallados por lı́neas apretadas de aprensió n.
Pero mientras observaba el rostro de Ravyn Yew, sus ojos grises
recorriendo la oscuridad de mis venas, no habı́a miedo ni resentimiento
en su mirada. Só lo preocupació n. Preocupació n y asombro.
Esperaba que me pusieran grilletes, que me arrastraran por el campo y
me arrojaran al calabozo. Pero la quietud de su cuerpo, al lado del mı́o,
fue su iciente para acallar esos pensamientos, aunque só lo fuera por un
momento.
Incluso la Pesadilla esperó en silencio.
"¿Ahora que?" Yo dije.
Sus ojos parpadearon y regresaron a mi cara. “¿Qué cree que sucederá
despué s, señ orita Spindle?”
Tan pronto como se calmó , mi aprensió n regresó . Mis hombros se
pusieron rı́gidos. “No voy a ir al calabozo. Será mejor que me mates que
me lleves allı́”.
"No voy a matarte", dijo, ponié ndose en posició n. “Ni siquiera voy a
arrestarte. Pero tenemos que entrar”.
Cuando me ofreció su mano, la ignoré . Giré la pata de gallo que llevaba
en el bolsillo y miré al Capitá n de los Destriers, temerosa de una
trampa. "¿Qué escuchaste?" Dije, estudiando su rostro.
Ravyn se arregló la camisa y se sacudió la tierra de las rodillas.
"¿Escuchar?"
“Usaste una Tarjeta Pesadilla conmigo. ¿Qué escuchaste en mi mente?
El miró hacia arriba. Quizá s la pregunta habı́a sido demasiado directa.
Por el ceñ o fruncido me di cuenta de que no entendı́a.
Pero esa era la respuesta que necesitaba. No habı́a descubierto a la
criatura en mi mente.
“Nada”, dijo. “Só lo un ruido leve: un golpeteo o un clic. ¿Por qué lo
preguntas?"
La risa de Nightmare resonó , malvada, sus garras golpeando con un
ritmo interminable. Hacer clic. Hacer clic. Hacer clic.
"Mi mente es mı́a", dije frı́amente. "No te di permiso para entrar".
"No tuve tiempo de preguntar", respondió . "No contigo ardiendo de
cabeza hacia mi tı́o, media docena de Destriers y la totalidad de la
caballerı́a del Rey". Atravesó la niebla y se dirigió hacia el norte. Cuando
no me movı́ para seguirlo, se giró , sus ojos grises eran ilegibles.
"Te lo dije", le llamé . "No voy a ir al calabozo".
"Yo tampoco, Elspeth Spindle".
Cuando todavı́a no me movı́, se cruzó de brazos sobre el pecho y habló
con dureza. “No corres ningú n peligro, tienes mi palabra. Tu infecció n
no me preocupa. Simplemente deseo comprender el don que posees. Y
no tengo ninguna intenció n de discutirlo en campo abierto”.
Me desplegué del suelo lentamente, con la espalda arqueada como la de
un gato, sin apartar los ojos del Capitá n. "Te ahorraré el problema", le
dije. "No tengo magia".
No llamarı́a sonrisa al giro de sus labios. Pero tal vez fue lo mejor que
pudo hacer despué s de las patadas que le di en la cara. "Eres un
mentiroso decente", dijo, volvié ndose hacia la niebla. "Encajará s
perfectamente".
Bestia aún desconocida, entonces , murmuró la Pesadilla.
Apreté la mandı́bula, apenas capaz de comprender que yo, Elspeth
Spindle, estaba siguiendo voluntariamente al Capitá n de los Destriers al
castillo del Rey. “Iré ”, dije. "Siempre y cuando no atravesemos el jardı́n".
Mis pensamientos volaron hacia Ione. "Quiero evitar a las mujeres y sus
Tarjetas Providencia".
"Tomaremos una entrada este". Luego, como si acabara de oı́rme, Ravyn
giró la cabeza. “¿Có mo sabes que hay Tarjetas de la Providencia en el
jardı́n?”
Capítulo Siete
Un amuleto no está ni vivo ni muerto. Cuando un animal nacido de un
error fallezca, entié rrelo en tierra profunda. Cuando del suelo brote la
semilla, desentierrala. Toma del animal un trozo no mayor que la palma
de tu mano. Ya sea hueso, pelo o pluma, tu amuleto es una salvaguardia
en la niebla, ya que los animales de Blunder permanecen libres de la
trampa del Espı́ritu.
Un amuleto no está ni vivo ni muerto.
Encontramos una vieja cuerda dejada por los granjeros que
nos llevó a travé s de la niebla de regreso a Stone. Mis piernas saltaban
con espasmos fantasmales, listas para correr de nuevo ante cualquier
señ al de peligro. Pero el camino del Capitá n fue irme.
La maleza y el pasto crecido cubrı́an las paredes del lado este de Stone.
Me temblaron las manos cuando llegamos a una puerta redonda de
madera cubierta de telarañ as. Ravyn sacó una pequeñ a llave de lató n de
su cinturó n. Escuché el clic de la cerradura, y un momento despué s
abrió la puerta, el polvo y las enredaderas fueron desplazados; la
puerta dudaba en moverse.
Ravyn la sostuvo abierta para mı́, sus ojos grises ijos en mi cara.
"Despué s de ti", dijo.
Me quedé atrá s como un animal que teme una trampa.
"Será mejor que no nos demoremos". Hizo un gesto hacia el interior.
"Vas primero."
Miré hacia el oscuro pasillo que habı́a má s allá . “¿Adó nde lleva?”
El Capitá n de los Destriers se pasó la mano por la frente, la impaciencia
atravesó su voz baja. “Señ orita Husillo. No tienes nada que temer de
mı́”.
Qué extraño, viniendo del hombre que podría haberte traspasado el
corazón en el camino forestal.
Mi respiració n se entrecortó cuando entré al corredor en sombras, mis
ojos tardaron en adaptarse a la oscuridad.
"Por aquı́", dijo Ravyn, cerrando la puerta y guiá ndome por giros y
vueltas: un laberinto de pasillos altos y habitaciones sin marcar.
Llegamos a una escalera de piedra que descendı́a hacia la oscuridad. La
voz de Nightmare aguzó mis oı́dos. En el frío y la oscuridad la piedra no
envejece. La luz no puede llegar donde las sombras hacen furor. Al inal
de las escaleras, mediante cuerdas o cuchillas, llevan a los niños enfermos
para quemarlos en una jaula.
Me estremecı́. La mazmorra del Rey y los rumores de lo que allı́ ocurrió
hacı́a tiempo que me habı́an enganchado. Miré hacia la escalera y las
sombras, largas y retorcidas, me alcanzaron con dedos crueles y
nudosos.
No me di cuenta de que habı́a dejado de caminar hasta que Ravyn se
aclaró la garganta y se detuvo unos pasos má s adelante. Debió haber
visto el terror en mi rostro porque, por un momento, la irmeza
alrededor de sus ojos se suavizó . Miró hacia la escalera. “Nunca la
llevaré allı́, señ orita Spindle. Tienes mi palabra."
Con eso se giró , dejá ndome sin otra opció n que seguirlo. Me condujo
por otro pasillo, pasando por una larga galerı́a de retratos: Rowan
Kings del pasado. Giramos a la izquierda y entramos en un pasillo de
servicio mal iluminado. Allı́ dimos una corta serie de pasos que nos
dejaron en un puerta hecha de madera tan oscura que no podı́a decir su
origen. Su ú nica distinció n eran dos ciervos tallados en la madera, justo
debajo del marco.
Ravyn buscó a tientas otra llave, su capa tan oscura sobre su ancha
espalda que robaba la tenue luz que nos rodeaba. A diferencia de la
sombra helada del calabozo, podı́a sentir el calor que irradiaba de é l. De
repente fui muy consciente de lo cerca que está bamos, la forma de sus
omó platos, los callos de sus dedos mientras buscaba la clave correcta.
Su capa olı́a a niebla y clavo.
Se sentı́a demasiado ı́ntimo sentir su calidez. Intenté dar un paso atrá s,
pero no habı́a ningú n lugar adonde ir. Ravyn tomó otra llave, esta larga
y forjada en hierro, y la colocó en su lugar, abriendo la cerradura de la
puerta de ciervo. Cuando me miró por encima del hombro, tuve la cruda
impresió n de que sabı́a que lo habı́a estado observando.
Abrió la puerta y entré .
Un momento despué s me presionaron contra el muro de piedra, con el
clamor de los perros ladrando en mis oı́dos. Me gruñ eron: dos perros
de caza con dientes blancos y a ilados, sacados de su lecho de heno ante
el sonido de los intrusos.
En la oscuridad, Nightmare siseó y sus garras brillaron. Pero antes de
que los perros pudieran saltar, Ravyn los jaló hacia atrá s, tirando de sus
collares y dando ó rdenes severas.
Los perros se retiraron a su heno y sus ojos descon iados nunca me
abandonaron.
"No son crueles", dijo Ravyn. “Apenas ladran tan a menudo como
deberı́an, son unos vagos. No sé qué les ha pasado”.
Me despegué de la pared. “No les agrado a los animales”, murmuré , mi
corazó n latı́a con fuerza mientras observaba lo que me rodeaba.
La habitació n parecı́a un só tano abandonado. No habı́a ventanas, sin luz
natural. Un pequeñ o hogar situado en la pared del fondo iluminaba la
habitació n. Cerca del hogar habı́a una vieja mesa redonda, rodeada de
sillas que no hacı́an juego. En la pared sur habı́a un estante con tomos
antiguos, cuyo contenido quizá s fuera má s antiguo que la propia
habitació n.
Entonces no la mazmorra.
No estés tan seguro , dijo Nightmare. Hay muchos tipos diferentes de
jaulas.
Ignoré el mordisco de sus palabras y me acerqué a la mesa,
descon iando de los perros. "¿Ahora que?" Yo pregunté .
El Capitá n se pasó los dedos por el pelo oscuro y la tensió n arrugó sus
ojos. "Espera aquı́. Regreso en un momento."
Se apresuró a salir por la puerta. No me molesté en escuchar el clic del
cerrojo; sabı́a que me encerrarı́a. Me acerqué al estante, buscando algo,
cualquier cosa, que pudiera convertir en un arma. Los perros me
observaron, gruñ endo de descontento, pero no se movieron de sus
camas.
Ahora esperamos.
La Pesadilla rasgueó sus uñ as, una discordia aguda y fea. Él sabe que
estás infectado. Y sabe que, hasta cierto punto, estás al tanto de las Cartas
de la Providencia en el castillo.
Hice una mueca. No habı́a sido mi intenció n decirlo allı́, en la niebla, a
solas con el Capitá n de los Destriers. En el momento en que mencioné
Providence Cards, los oı́dos de Ravyn se animaron. Junté mis labios,
pero ya era demasiado tarde.
Golpeé el suelo con el pie, un ritmo ansioso y caó tico.
Pero Nightmare no se vio afectado por mi inquietud, su voz era casi
perezosa. Supongamos que simplemente le dices que puedes ver
Providence Cards. O mejor dicho, que los veo.
Dejé de buscar uno de los tomos llenos de polvo en el estante. No seas
estúpido.
Puede que te sorprenda.
Ya lo hizo , dije, mirando la puerta, escuchando pasos. No todas las
sorpresas son buenas.
Nightmare se rió , como si entendiera un chiste que yo no entendı́a.
Recuerda lo que te digo. Él va a probar tu magia. Golpeó sus garras. O,
más exactamente, prueba MI magia.
Gemı́ en mi manga, retirá ndome a una silla de madera. La habitació n
estaba vacı́a de armas. Si surgiera algú n peligro, tendrı́a que con iar en
el que tengo en mente.
Unos pasos sonaron una vez má s en los escalones de piedra, seguidos
por el clic de la llave. Los perros aguzaron las orejas y yo me preparé .
Tres personas entraron en ila en el só tano. Ravyn Yew, un extrañ o y
una mujer joven. Por la forma de su mandı́bula severa y el corte corto
de su cabello oscuro, su cuerpo delgado ceñ ido por una tú nica
ricamente doblada en lugar de un vestido sofocante, supe exactamente
quié n era.
Jespyr Yew, la hermana menor de Ravyn y la ú nica mujer Destrier.
Estaban de pie en una ila torcida frente a mı́, cada uno con una
expresió n ija de precaució n. El hombre entre los hermanos Yew era
mayor, llevaba una tú nica sencilla y la barba sin recortar. Lo miré
ijamente, incapaz de ubicarlo.
Entonces vi el pequeñ o sauce tejido con hilo blanco en el pecho de su
tú nica.
Salté de mi silla. “¿Trajiste a un mé dico?” Lloré . “¿Por qué no
simplemente atravesarme con tu daga?”
"Tranquilo", dijo Ravyn, su voz suave. “Só lo queremos hacerle
preguntas. El no te va a denunciar. ¿No es ası́, Filick?
"Estoy obligado a obedecer al Capitá n", dijo el hombre mayor. Le guiñ ó
un ojo a Ravyn y luego se acercó a la mesa con cautela, como si yo fuera
un caballo salvaje e inquieto. Tomando la silla a mi derecha, se sentó .
“Mi nombre es Filick Willow. ¿Lo que es tuyo?"
Le lancé a Ravyn una mirada de odio. Toda mi vida habı́a logrado evitar
a los mé dicos. Esta vez no habı́a ningú n lugar donde esconderse.
Me senté en la silla y enderecé la espalda con una audacia que no
sentı́a. "Elspeth Spindle", dije con voz frı́a.
"¿Cuá ntos añ os tienes, Elspeth?"
"Veinte."
Se inclinó y me observó . “¿Cuá ntos añ os tenı́a usted cuando contrajo la
infecció n?”
"Nueve."
"Veo. ¿Y qué habilidades má gicas te otorgó tu infecció n?
Intenté no retorcerme mientras sopesaba mis opciones. Si mentı́ y dije
que no tenı́a magia, difı́cilmente podrı́an dejarme ir. Todavı́a era testigo
del pluriempleo del Capitá n de los Destriers como bandolero.
¿Y qué buscaba, querida, vestido todo de negro, acechando por el camino
forestal?
Una chispa pasó por mi mente. Habı́a una manera de mentir y decir la
verdad al mismo tiempo.
Ası́ es como se cuentan las mejores mentiras: con só lo una pizca de
verdad.
Respiré hondo y luego otro. Lentamente, alivié los mú sculos de mi cara:
la tensió n en mi mandı́bula, el surco de mi frente. Al tercer aliento, mi
rostro estaba inexpresivo.
“Mi magia me muestra Tarjetas de la Providencia”, dije.
Las cejas de Filick se alzaron tanto que desaparecieron bajo la lı́nea del
cabello. La mandı́bula de Jespyr cayó . Junto a ella, Ravyn se inclinó
hacia adelante, la sorpresa rompió momentá neamente el control de
piedra que cubrı́a su rostro.
Filick volvió a mirarme. "¿Qué quieres decir con 'te muestra'?"
No es muy inteligente este médico.
“Cada Carta tiene un color, como una irma má gica”, dije. “El color
corresponde al terciopelo del borde de la Tarjeta. Un Caballo Negro es
negro. Un pozo es azul. Una Doncella es rosa, y ası́ sucesivamente”.
“¿Y puedes ver estos colores?” -Preguntó Ravyn. “¿Incluso a travé s de la
niebla?”
Exhalé . "Sı́."
Jespyr se rió , una carcajada rá pida y triunfante. "Brillante. Esto es justo
lo que necesitamos para encontrar el...
"Espera un momento", interrumpió Filick. "Si la señ orita Spindle dice la
verdad y ha vivido once añ os con esta magia, entonces seguramente ha
habido repercusiones". Su frente se endureció . “La magia de la infecció n
es degenerativa. Nada sale gratis”.
Mantuve mi cara tranquila. "Soy muy consciente de que la magia tiene
un costo, mé dico". Mi voz se calmó . “Pero todavı́a tengo que descubrir el
alcance de mi deuda. No sé nada de mi degeneració n”.
Hubo un golpe en la puerta. Tres golpes, seguidos de un cuarto y un
quinto un momento despué s. Ravyn se acercó a la puerta. No noté la
brillante luz roja que se derramaba por el ojo de la cerradura, ni
esperaba la vivacidad del color rojo rubı́ de la Scythe Card hasta que ya
estuvo en la habitació n.
El prı́ncipe Renelm Rowan entró en el só tano, con el barro todavı́a
pegado a sus botas debido a la caza. Cuando sus ojos me encontraron,
eran de un verde brillante. "¿Quié n diablos es é ste?"
"Elspeth Spindle", dijo Jespyr.
"La hija de Erik", dijo Ravyn, compartiendo una mirada mordaz con su
prima.
El Prı́ncipe me examinó . A mı́ me parecı́a un zorro, con su pelo castañ o
rojizo salvaje y sus ojos brillantes e inteligentes. "Soy Renelm", dijo,
estrechá ndolos. "Pero Elm servirá ".
Sabı́a quié n era é l. Siempre lo supe. Renelm y su hermano mayor, Hauth,
eran el tipo de prı́ncipes arrancados de las pá ginas de un libro de
cuentos. Guapo, inteligente, soltero. Só lo, en el En la versió n del libro de
cuentos de Nightmare, no eran simplemente los queridos Prı́ncipes del
reino.
Tambié n fueron sus villanos.
Gruñ ó detrá s de mis ojos, mirando a Elm con las garras rizadas. La baya
del serbal es roja, siempre roja. La tierra en su tronco está oscura por la
sangre derramada. Nunca con íes en el hombre que empuña la Carta roja.
Su voz salió de é l, una niebla venenosa llenó mi mente. No se conocerá
la paz hasta que el último Rowan esté muerto.
Luché contra un escalofrı́o, los mú sculos de mi cara se tensaron contra
el escalofrı́o que las palabras de la Pesadilla provocaron en mı́. Para los
Rowan, la Pesadilla conllevaba un odio vengativo sin fondo. Y supe por
qué . El rey Rowan, al igual que sus predecesores, utilizó la antigua
sabidurı́a del Antiguo Libro de los Alisos para infundir miedo, no
asombro, ante la magia. El corrompió nuestro texto antiguo. Lo profanó
para que se convirtiera en un arma para controlar a Blunder, al igual
que la Guadañ a.
La tarjeta roja. Só lo habı́a cuatro de ellos en todo el reino. Y los Rowan
siempre los habı́an reclamado todos. Con ello, tenı́an el má ximo poder
de persuasió n. Tres toques de la Guadañ a y harı́as lo que un Rowan te
pidiera. Si Elm me pidiera que saltara sobre una pierna desde un
acantilado, lo harı́a con mucho gusto, no porque la guadañ a hiciera que
mis piernas se movieran, sino porque me dio ganas de saltar .
Miré la luz roja que brillaba en el bolsillo de Elm, sin saber si era la
animosidad de Nightmare hirviendo en mı́ o la mı́a propia.
Elm era má s alto y má s delgado que Ravyn. Cuando me levanté , tuve
que levantar la barbilla para mirarlo a la cara. “Encantado de conocerlo,
señ or”, dije con los dientes apretados. "Soy Elspeth Spindle".
Una sonrisa tı́mida bailó en las comisuras de los labios de Elm. "Huso,
¿verdad?" é l dijo. “¿No es Jayne Yarrow?”
Miré a Ravyn y se me dio un vuelco el estó mago. Pero los ojos del
Capitá n de repente se ijaron en sus botas, un toque de color a lo largo
de su cuello y mandı́bula.
Di un paso atrá s, el recuerdo del segundo bandolero, de los dedos
tirando con fuerza de mi capucha, las notas hostiles de su voz,
cerrá ndose con fuerza a mi alrededor. Mi ira aumentó , atrapada en una
habitació n con hombres extrañ os y peligrosos que habı́an hecho todo lo
posible para lastimarme no hacı́a tres semanas.
Me dejé caer de golpe en mi silla y crucé los brazos sobre el pecho. Si
hubiera tenido má s coraje, podrı́a haber escupido a los pies del
Prı́ncipe. "Menuda familia tienes", le dije a Ravyn, disparando dagas.
“Un asalto de ustedes dos fue su iciente. Dile al Prı́ncipe que tome su
guadañ a y se vaya, o no diré ni una palabra má s.
Capítulo Ocho
Para la Black Horse Card, para potencia y velocidad,
El Espı́ritu querı́a sangre de mi caballo de guerra, mi corcel.
Para la Carta del Huevo de Oro, abundancia y riqueza,
Cambié dos añ os de la preciosa salud de mi vida.
Luego vino el Profeta, la Carta de la previsió n.
Ella querı́a mi miedo, ası́ que le di mi miedo.
Cuando le pedı́ coraje, la Carta del Aguila Blanca,
Cambié mi piel, lo que me dejó cicatrices en las manos.
Entonces rogué por la Doncella, oré por la belleza.
Me pidió el pelo, cortado con una cuchilla.
Metı́ una mano en mi bolsillo, rastreando mi amuleto. Filick, Elm y
Jespyr salieron del só tano uno por uno. Ravyn los siguió fuera de la
habitació n, intercambiando palabras que no pude entender.
Tal vez iban a dejar que me matara despué s de todo.
La Pesadilla se agitó detrá s de mis ojos, mirando la puerta.
Sin ventanas, no tenı́a idea de qué hora era. Me hundı́ má s en mi silla,
cansado. Momentos despué s, Ravyn volvió a entrar. Só lo que ahora su
bolsillo estaba lleno de luz.
Me senté , mi espalda se puso rı́gida y mis ojos se abrieron. En su
bolsillo habı́a Tarjetas de la Providencia. La Pesadilla habı́a tenido
razó n: iba a ponerme a prueba.
Ravyn tomó asiento a mi lado en la mesa, su rostro era una má scara de
austeridad. Su mano se metió tan rá pidamente en su bolsillo que no la
vi moverse. Golpeó una carta del Aguila Blanca sobre la mesa. Me froté
los ojos, má s cansada de lo que pensaba, porque, por una fracció n de
segundo, pareció como si la luz proveniente de las Cartas en el bolsillo
de Ravyn se hubiera apagado.
El Aguila Blanca representaba un pá jaro volando sobre un campo de
trigo, con sus ojos anaranjados y sus garras negras a iladas. Coraje , se
leı́a en un lado. Por el otro, la imagen invertida decı́a Miedo .
Miré la Tarjeta y luego otra vez a Ravyn. "¿Para qué es esto?"
"¿Que ves?" preguntó . "¿Qué color?"
Me crucé de brazos. “¿No probé hace un momento que podı́a ver la
guadañ a en el bolsillo de tu prima?”
"Mucha gente sabe que Elm lleva consigo su guadañ a", respondió
Ravyn. "Quizá s sea una suposició n afortunada".
"No considerarı́a afortunado nada de lo que sucedió hoy, Capitá n".
Allı́ estaba otra vez, la peculiaridad en la comisura de los labios de
Ravyn, esa pequeñ a sonrisa. Se aclaró la garganta y repitió : "¿De qué
color?"
"Blanco."
Metió la mano en el otro bolsillo y sacó un pañ o de seda negro.
"Dı́game, señ orita Spindle, ¿puede ver los colores con los ojos
cerrados?"
Los latidos de mi corazó n se aceleraron. "Sı́."
"Bien." Se envolvió los nudillos con la tela. “¿Te opondrı́as a que te
vendaran los ojos?”
Hice una pausa. Ravyn esperó , su rostro ilegible mientras me miraba.
Cuando asentı́, se puso de pie, seda en mano. Golpeé la mesa con las
uñ as y mis pá rpados se cerraron.
A pesar de la forma en que sus dedos á speros agarraron la tela, el toque
de Ravyn fue suave. Metió mechones sueltos de mi cabello detrá s de mi
orejas. Luego me envolvió los ojos dos veces con la venda antes de
hacer un verdadero nudo en la parte posterior de mi cabeza.
No vi nada, la tela lisa y opaca. Parpadeé e inhalé , sabiendo que no
habı́a ninguna venda en el mundo lo su icientemente fuerte como para
enmascarar el color de las Cartas de Providencia de la Pesadilla detrá s
de mis ojos.
Escuché a Ravyn regresar a su asiento. "¿Continú o?" preguntó .
No fue mi cansancio: los colores vibrantes en su bolsillo volvieron a
parpadear. No fue hasta que Ravyn colocó la siguiente carta sobre la
mesa que entendı́ su color.
Negro.
Incluso en la oscuridad de mi venda, el negro era claro. Negro como mis
ojos, negro como la magia. "El Caballo Negro".
Escrito como una historia de horror fragmentada, El antiguo libro de los
alisos narra la baraja de las Doce Cartas de la Providencia, la magia que
poseı́an, có mo usarlas y las consecuencias de su uso excesivo.
El Caballo Negro convertı́a a quien lo contemplaba en un maestro del
combate. El Huevo de Oro otorgaba una gran riqueza. El Profeta ofreció
vislumbres del futuro. El Aguila Blanca otorgó coraje. La Doncella legó
una gran belleza. El Cá liz convirtió el lı́quido en suero de la verdad. El
Pozo daba una visió n clara para reconocer a los enemigos. La Puerta de
Hierro ofrecı́a una serenidad maravillosa, sin importar la lucha. La
Guadañ a le dio a su espectador el poder de controlar a los demá s. El
Espejo concedió la invisibilidad. Nightmare permitió a su usuario
hablar en la mente de los demá s. Los Twin Alders tenı́an el poder de
comunicarse con la antigua entidad de Blunder, el Espı́ritu del Bosque.
Pero, ası́ como cada hoja tenı́a dos ilos, cada Carta de la Providencia
tenı́a dos lados. La magia tuvo un costo. Si se usa por mucho tiempo, el
Caballo Negro podrı́a debilitar a su poseedor. El Huevo de Oro condujo
a una codicia devoradora. El Aguila Blanca el coraje fue reemplazado
por el miedo. La previsió n del Profeta hizo que su usuario no pudiera
cambiar el futuro. El suero de la verdad del Cá liz se convirtió en veneno.
La belleza de la Doncella heló el corazó n de su usuario. El poseedor del
Pozo serı́a traicionado por un amigo. La Puerta de Hierro le robó añ os a
la vida. La Guadañ a causó un gran dolor fı́sico. El Espejo levantó el velo
entre los mundos, exponiendo un mundo de fantasmas. La Pesadilla
reveló los miedos má s profundos.
Y los Twin Alders... Nadie sabı́a qué pasaba si usabas los Twin Alders
por mucho tiempo. No habı́a constancia de que nadie lo hubiera hecho.
Un momento despué s, la oscuridad del Caballo Negro desapareció y
otra Carta golpeó la mesa.
Rosa. Piercing rosa lor de rosa.
Me retorcı́ en mi silla. "La Doncella", dije. "He visto algunos de estos
lotando alrededor de este equinoccio".
"¿Tiene?"
Exhalé . "Desafortunadamente."
"Suenas con desaprobació n".
Una punzada de dolor golpeó mi estó mago, el rostro de Ione grabado en
mi mente. "No importa lo que pienso".
La risa del Capitá n retumbó en su pecho. El tono rosado de la Doncella
desapareció , reemplazado por un suave turquesa, el color del mar. “El
Cá liz”.
Dibujó otro. Una luz gris, brumosa y nı́tida lotaba por la habitació n.
“El Profeta”, dije.
La luz gris del Profeta parpadeó un momento. “Dı́game, señ orita
Spindle, ¿guarda usted alguna tarjeta?”
Me mordı́ el labio inferior. "No."
“Pero vives con tu tı́o. Seguramente posee cartas.
Me movı́ en mi asiento. "Parecı́as pensar eso cuando me tendiste una
emboscada en el camino".
No sé si Ravyn Yew sintió remordimiento. Habı́a una calma practicada
en é l, su tono nunca se desvió mucho má s allá del interé s moderado.
Aú n ası́, se apresuró a cambiar de tema. “¿Cuá ntas personas conocen su
infecció n?” preguntó .
Me mordı́ la lengua y me tapé los ojos con la venda. Ravyn se sentó en
su silla, mirá ndome. Busqué hostilidad en su expresió n pero no
encontré nada má s que una cautelosa curiosidad.
"¿Có mo sé que no los arrestará s por albergarme?" Yo pregunté .
“Supongo que no”, dijo. "Pero, como ves, ni siquiera te he arrestado a ti,
una doncella fuertemente infectada con magia". Ante mi silencio,
inclinó la cabeza, como un pá jaro. "Simplemente estoy tratando de
comprender el alcance de su situació n".
Junté mis molares. "¿Por qué ? ¿Por qué no me has arrestado?
"Porque no has hecho nada malo". El pauso. "Y porque tu habilidad es
extremadamente ú til".
"¿No has hecho nada malo?" Levanté las cejas. "He violado la ley,
gravemente".
Pero Ravyn simplemente negó con la cabeza. "No todo el mundo lo ve
ası́".
"Tu tı́o sı́, y eso es todo lo que importa".
El Capitá n de los Destriers me miró y sus ojos grises bajaron
momentá neamente hasta mi boca. "Me gustarı́a continuar, señ orita
Spindle". Señ aló la venda que descansaba sobre mi frente. "Si no te
importa".
Me tapé los ojos con la tela con un suspiro elevado. La luz dorada llenó
la habitació n. "El huevo de oro". Cuando el sonido de la siguiente carta
golpeó la madera, parpadeé contra la oscuridad de la venda, esperando.
"Continú a, entonces", dije.
"Ya puse la Tarjeta sobre la mesa", respondió Ravyn suavemente.
“No veo ninguna tarjeta”.
“¿No ves ningú n color?”
La Pesadilla se agitó y su susurro me hizo cosquillas en el oı́do. No hay
tarjeta. Está jugando una mala pasada.
“No hay color”, dije. "No puede haber una Tarjeta".
"Te aseguro que sı́ lo hay".
Me quité la venda de los ojos y un pequeñ o jadeo se escapó de mis
labios mientras contemplaba la imagen de á rboles centenarios unidos
por terciopelo verde bosque. La tarjeta de los alisos gemelos.
The Nightmare y yo nos dimos cuenta de la verdad al mismo tiempo.
Una risa ondeó en mi garganta. “No hay magia”, dije. “Solo papel y
terciopelo. Es falso."
Ravyn sonrió y una sombra se deslizó a lo largo de su llamativa nariz.
"¿Está seguro?"
"Positivo, Capitá n".
Cuando guardó la tarjeta falsa en el bolsillo, los demá s se agitaron y se
empujaron. Vi la familiar luz burdeos en el grupo de colores y
entrecerré la mirada. “Se habla mucho sobre las dos Nightmare Cards”,
dije con tono agudo. “Pero nadie parece saber que el Rey ya tiene uno. O
que su Capitá n lo use con tanta libertad”.
Ravyn no dijo nada. Cuando el silencio entre nosotros se volvió
demasiado tenso, golpeé la mesa con las uñ as. "¿Entonces? ¿Paso tu
prueba?
El Capitá n se reclinó en su silla y sus ojos grises nunca abandonaron mi
rostro. “Ciertamente parece que puedes ver Providence Cards. Y que
has logrado ocultar tu infecció n tanto a los mé dicos como a los corceles,
a pesar de ser hija de uno. Volvió a inclinar la cabeza. "¿Quié n má s sabe
acerca de tu capacidad para ver las Cartas?"
Me puse tenso. "Nadie."
Ravyn arqueó las cejas. “¿Otra mentira, señ orita Spindle?”
"¡No!" Me incliné hacia adelante, buscando su rostro. "Lo juro. Mi
familia simplemente cree que cogı́ la iebre”.
Ravyn no dijo nada, poniendo a prueba mi fortaleza con su silencio. Su
mandı́bula era irme, como si estuviera hecha de piedra.
Cuanto má s callaba, má s me enojaba.
Cualesquiera que sean sus motivos , le dije a Nightmare, sigue siendo un
Destrier. Sigue siendo un bruto que caza niños infectados y envía a sus
familias a la tumba. Un movimiento en falso y seguramente él hará lo
mismo conmigo.
Entonces sé indispensable , ronroneó Nightmare, incitá ndome. Vamos,
hazle una oferta. Mira lo que te dará.
Me puse de pie tan abruptamente que mi silla cayó hacia atrá s.
Los perros en la esquina ladraron y la mano de Ravyn voló hacia su
cinturó n, con los ojos alerta. "¿Qué pasa?"
“Sé que quieres Providence Cards”, dije, las palabras salieron corriendo
de mi boca. “Tambié n sé que no quieres que el Rey se entere. De lo
contrario, no te habrı́as molestado en disfrazarte en el camino forestal”.
Estabilicé mi voz. “Te ayudaré a encontrar Tarjetas. No le diré a nadie
que usted y el Prı́ncipe luzcan como bandoleros, y usted, a su vez,
guardará mi secreto. Pero necesito algo má s”.
Ravyn cruzó los brazos sobre el pecho y me inspeccionó de nuevo. "Me
temo que la decisió n sobre có mo manejar tu magia no recae
ú nicamente en mı́".
Saqué la barbilla. Incluso recostado, tranquilo en su asiento, Ravyn Yew
me asustaba. Tomando con calma mi silencio, el Capitá n preguntó :
"¿Qué es exactamente lo que quiere, señ orita Spindle?"
Mis dedos temblaron. “Quiero que dejes en paz a mi familia. No los
castigues por ocultar mi infecció n”.
El asintió lentamente. "Si ese es tu deseo".
“Y no vuelvas a la casa de mi tı́o”, agregué . "No lleva ninguna tarjeta que
no me hayas mostrado hoy".
"Pensé que no sabı́as nada sobre las cartas de tu tı́o".
Parpadeé . "No iba a decirle a un hombre con un cuchillo en el pecho
có mo robarle a mi propia familia".
"Valiente de tu parte". Ravyn se movió en su silla. "¿Algo má s?"
Daría cualquier cosa por tener tu magia , arrulló Nightmare. Pide algo
extravagante.
¿Como un procedimiento mágico para eliminar el parásito de mi cabeza?
Mantuve mi cara neutral y mis ojos en el Capitá n de los Destriers. "Una
ú ltima cosa."
"¿Sı́?"
Puse mis manos sobre la mesa y me incliné hacia adelante sin romper
nuestra mirada. “Debe jurar, Capitá n, que no importa las circunstancias,
nunca volverá a usar esa Tarjeta Nightmare conmigo”.
Capítulo Nueve
Debe haber contacto, debe haber intenció n. Toca una Carta de
Providencia tres veces para controlar su magia. Tó calo tres veces má s y
su magia cesará . Guá rdalo en tu manto: tu casa. Pero tenga cuidado. La
magia no conoce lealtad. Si alguien má s toca la Carta, su magia quedará
bajo su control.
Debe haber contacto, debe haber intenció n.
Ravyn me vio hasta la escalera.
Era la tarde, la noche del equinoccio. Pronto comenzarı́a la segunda
iesta, seguida de las festividades de la corte: bailes, juegos y todo tipo
de libertinaje alimentado por el vino del Rey.
“Debo hablar con los demá s. Confı́o en que puedan encontrar el camino
de regreso a sus habitaciones”, dijo Ravyn, girá ndose para irse. Luego,
como si hubiera olvidado algo, me miró con la voz menos tensa. "La
veré en la cena, señ orita Spindle".
¿Una amenaza o una promesa? dijo la Pesadilla.
Observé al Capitá n de los Destriers cruzar el pasillo con pasos
apresurados. Él no con ía en mí.
Le dijiste que tu mente está fuera de los límites. Si antes no creía que
estuvieras ocultando nada, ahora ciertamente lo piensa.
ESTOY escondiendo algo , Dije, jugueteando con el dobladillo de mi
manga rota mientras subı́a las escaleras. Tú.
El pasillo estaba ocupado. Los sirvientes asistieron a las habitaciones
con bandejas de vino. Los hombres merodeaban delante de sus puertas
en grupos, riendo y fumando. Me mantuve alejado de ellos, rozando el
tapiz gris del Profeta. Tan repentino fue el dolor de estar de regreso en
Hawthorn House, lejos de todo y de todos, que me llevé una mano al
estó mago.
Cuando abrı́ la puerta de nuestras habitaciones, Nya estaba en el saló n.
"¡Por el amor de Dios!" ella gritó . Las manos de la doncella que la
atendı́a estaban blancas de tanto atarla en un corsé muy robusto.
"Cierre la puerta. ¿Quieres que todos me vean en ropa interior?
La ignoré y me dirigı́ a mi habitació n, dando un portazo. Me senté en la
cama, los ú ltimos restos de luz gris se desvanecieron en la oscuridad.
Habı́a estado encerrado durante horas en ese só tano debajo del castillo,
la mayor parte del dı́a perdido por Ravyn Yew. Era un hombre extrañ o,
el Capitá n de los Destriers. Esperaba que alguien en su posició n fuera
un poco menos callado, má s abrasivo, má s brutal.
Estaba feliz de estar equivocado.
Aú n ası́, habı́a oscuridad en el silencio de Ravyn. Pude verlo en su
expresió n: el frı́o control de sus rasgos. El, como yo, habı́a aprendido a
calmar su rostro, a oscurecer sus pensamientos bajo una má scara de
control y austeridad.
Lo que signi icaba que é l, como yo, tenı́a cosas que ocultar.
¿Por qué si no é l y su primo acecharı́an el camino forestal cuando
tenı́an a los poderosos Destriers a su disposició n? Si Nightmare tenı́a
razó n en algo, era que cualesquiera que fueran sus motivos, el Capitá n
querı́a mi magia.
Le intrigó .
El Capitán de los Destriers es oscuro y severo. Mirando desde los tejos, sus
ojos grises son claros. Su envergadura es amplia y su pico bastante
a ilado. Escóndete rápido o te encontrará... y te arrancará el corazón.
Dimia abrió mi puerta sin llamar, con el pelo todavı́a mojado del bañ o.
Cuando me vio, su labio superior se dibujó en una ina lı́nea. "¿Dó nde
has estado? Te ves hecho un desastre”.
"Estaba en el jardı́n".
"Está bamos todos en el jardı́n", dijo Nya, siguiendo a su gemela a mi
habitació n, su corsé le daba un aire aireado a su voz. "Eres el ú nico que
salió con tierra en el vestido y zarzas en el pelo".
"Date prisa", llamó la voz de Nerium desde la otra habitació n. "Nos
esperan abajo antes del octavo timbre".
Me saqué una ramita suelta del pelo. “¿Sabı́as que a Ione le dieron una
Tarjeta de Doncella?”
Mis medias hermanas sacudieron la cabeza hacia mı́. "¿Qué quieres
decir con que le han dado uno?" dijo Nya.
Dimia se arrojó sobre la cama, el colchó n gimió . “¿Quié n se lo dio?”
"¿Cuá nto costó ?"
“¿Se ve diferente?”
Fui al bañ o y me quité el vestido sucio. “Lo ú nico que sé ”, dije, “es que lo
tuvo esta mañ ana en el paseo del jardı́n. ¿Te dijo algo al respecto?
Dimia hizo un puchero. “Nadie me dice nada”. Nya abrió la puerta del
bañ o y arrastró mi bata verde oscuro. Me acercó el vestido y lo
examinó . "Muy buena marca", dijo. “Aunque el color es demasiado
oscuro para Equinox. ¿Te lo dio papá ?
"No", dije, deslizando la toalla mojada por mi piel antes de agarrar la
bata. "Tı́o."
Ella arqueó las cejas. "Es mucho má s generoso de lo que imaginaba si te
está probando vestidos nuevos y gastando la mitad de su fortuna en
una Tarjeta de Doncella. ¿Quié n dirı́a que vivir en el bosque pagarı́a tan
bien?
"No es ası́", dijo Nerium, entrando a mi habitació n, sin hacer ningú n
esfuerzo por ocultar el hecho de que habı́a estado escuchando a
escondidas. “Lo que signi ica que pidió prestado el dinero. O
comerciamos con algo de gran valor”.
La risa de Nightmare me sobresaltó .
"Toma", dijo Nya, entregá ndome un peine de dientes inos. "Toma esto.
Tu cabello está má s enredado que el nido de un pá jaro”.
Habı́a un alto espejo plateado en el á rea comú n. Cuando me vestı́, me
acerqué y parpadeé ante la mujer del espejo, sin apenas reconocerme
con el vestido verde vibrante. Dimia se acercó sigilosamente a mi lado y
puso sus mejillas en el espejo. "Alyx Laburnum me preguntó por ti
anoche".
Me llevé una mano a la cara. "No dijiste nada, ¿verdad?"
Nya frunció el ceñ o, su boca era una lı́nea apretada. “No puedo
entender por qué lo desprecias”, dijo. "Es amable y considerado,
demasiado bueno para ti".
"Ası́ es", dije sin remordimientos.
Nerium se acercó detrá s de nosotros, peleando con sus hijas,
pellizcando sus mejillas hasta que se pusieron rojas. "Ese es el timbre".
Ella me lanzó una breve mirada de arriba abajo. "Confı́o en que no
encontrará s ningú n motivo para avergonzarnos esta noche, Elspeth".
Se me ocurren unas cuantas cosas que podrı́an avergonzar a mi
madrastra. Ser perseguido a travé s de la niebla por el Capitá n de los
Destriers, por ejemplo.
Y dejándolo sin sentido , dijo la Pesadilla.
Mi labio se torció , pero no sonreı́.
Mi padre estaba esperando en el pasillo con los otros hombres para
escoltarnos, su tú nica de un rojo carmesı́ intenso. Le ofreció a Nerium
su mano. Los gemelos me siguieron, con los brazos entrelazados,
dejá ndome detrá s, una sombra junto a su brillante color rojo Huso.
Salimos al pasillo y nos dirigimos al gran saló n. Miré a mi alrededor
buscando a Ione y su luz rosada, pero vi pocas cartas. El color que
emanaba de tres Destriers centinelas, un Huevo de Oro, un Cá liz y una
Guadañ a llenaron la habitació n. Pero no hay Tarjetas de Doncella.
Cuando el orador anunció el nombre Spindle, mi padre y Nerium dieron
un paso adelante primero, seguidos por mis medias hermanas y, por
ú ltimo, yo. La multitud se volvió para mirarnos. El calor subió a mis
mejillas y apreté los puñ os a lo largo de mi vestido, decidida a no
sentirme como la idea de ú ltimo momento que me pintaron.
El prı́ncipe Elm Rowan estaba al pie de la gran escalera, el resplandor
rojo de su guadañ a iluminaba nuestro camino.
La sonrisa del Prı́ncipe no llegó a sus ojos. "Erik", dijo, extendiendo una
mano. “Lamento haberte extrañ ado en la caza. Bienvenidos a
Equinoccio”.
"Alteza." Mi padre hizo una profunda reverencia. "Gracias por tenernos."
"Siempre es un placer verte a ti y a tus hijas".
Dimia se rió y Nya le dio un codazo, con sus cuellos de cisne doblados.
Elm parpadeó y arrugó su nariz pecosa, como si hubiera olido algo
asqueroso. Sus ojos se dirigieron hacia mı́. "Esta debe ser la hija de tu
primera esposa".
Mi padre miró hacia atrá s, como si apenas me recordara. "Elspeth no ha
venido a Equinox en añ os", dijo, incitá ndome a avanzar. "Elspeth,
¿recuerdas al Prı́ncipe Renelm?"
Me incliné . Cuando Elm extendió su mano a modo de saludo, nuestros
dedos se encontraron, frı́os e insensibles. "Bienvenida de nuevo a Stone,
señ orita Spindle", dijo, con sus ojos verdes astutos. “¿Puedo
acompañ arte a cenar?”
No se puede con iar en los Rowan. Se aferran demasiado
desesperadamente a sus guadañas, hambrientos de poder, de control ,
llamó la Pesadilla en el ruido. Sé cauteloso.
Me tensé y mis ojos se posaron en la tarjeta roja en el bolsillo de Elm.
Pero de todos modos tomé su brazo, la tela a lo largo de nuestras
mangas se deslizó juntas. Só lo era dos añ os mayor que yo, la misma
edad que Ione. Sus ojos verdes resaltaban contra la piel aceitunada, y
cuando su cabello captaba la luz, espeso y descuidado, era del mismo
color que las coronas de Equinoccio que colgaban sobre los arcos del
gran saló n, brillantes con tonos otoñ ales.
Era innegablemente guapo. Pero la luz roja de su guadañ a arrojó
extrañ as sombras en sus rasgos. Miré hacia otro lado, nerviosa.
Nos deslizamos por la habitació n con la segunda familia de mi padre
detrá s de nosotros, el océ ano de gente separá ndose. Se habı́an
encendido velas y antorchas y el gran saló n estaba resplandeciente,
iluminando las inas telas de las casas de Blunder, los á rboles
homó nimos bordados en el pecho de vestidos y tú nicas por igual.
Busqué a Ione y los Hawthorns pero no los vi, la multitud era tan
espesa como la niebla.
Un criado pasó trotando con una bandeja de plata repleta de copas. Elm
tomó dos y me entregó uno bruscamente, derramando un poco de vino
en el suelo cerca de nuestros pies. Lo tomé con ambas manos, feliz de
no tocarlo má s.
Elm bebió profundamente de la copa y sus ojos verdes recorrieron la
habitació n. “Debes ser muy especial”, dijo con la comisura de la boca,
saludando y asintiendo mientras los miembros de la corte de su padre
pasaban junto a nosotros. "No es frecuente que Ravyn conceda su
con ianza a alguien".
"¿Con ianza?"
"Estuvisteis solos durante horas". Una sonrisa lacó nica se deslizó por su
boca. "Es má s, é l insiste en que tú o tu magia son de alguna manera
útiles ".
Me quedé mirando al segundo hijo del Rey, mientras la opresió n subı́a a
mi estó mago. Con qué facilidad llevaba la má scara de la cordialidad, del
encanto. Pero pude escuchar desaprobació n y duda en su voz. Lo olı́ en
é l como humo.
Di un paso atrá s, descon iando del Prı́ncipe tan fá cilmente como é l lo
hacı́a de mı́. Pero antes de que pudiera alejarme, un hombre, alto, guapo
y ancho, se acercó a nosotros y los ojos de la multitud lo siguieron.
“Hermano”, dijo el Gran Prı́ncipe Hauth Rowan a modo de saludo, su
mirada pasó de Elm a mı́. "¿Quié n es esta hermosa criatura?"
Si mis pensamientos sobre Prince Elm eran sombrı́os, mi opinió n sobre
Hauth era abismal. El Gran Prı́ncipe era un bruto. Bañ ado por la luz roja
de su Carta Guadañ a, Hauth no tuvo reparos en obligar a otros a
cumplir sus ó rdenes, especialmente a aquellos que desobedecı́an las
leyes de Blunder.
Habı́a oı́do que le gustaba ejecutar criminales con su guadañ a,
obligá ndolos a hacer cosas horribles en contra de su voluntad. El Gran
Prı́ncipe solı́a convocar a una gran multitud en las afueras de la ciudad.
Luego, con tres toques de su Carta Guadañ a, envió al acusado, sin
amuleto, a morir en la niebla, perdido en la sal y el hambre voraz del
Espı́ritu del Bosque.
Se me puso la piel de gallina só lo de estar junto a é l.
Hauth me miró . Era má s ancho que su hermano y sus mú sculos
resaltaban bajo su tú nica dorada. Su piel era oliva y sus ojos del mismo
verde Rowan, pero mientras que la mirada de Elm era estrecha y astuta,
la mirada de Hauth era audaz y agresiva. "¿Eres la hija mayor de Erik?"
"Encantado de conocerlo, señ or", dije, bajando la cabeza.
"¿No nos hemos visto antes?"
Elm exhaló entre dientes. "De ahı́ la presentació n, hermano".
Hauth se adelantó , tomó mi mano y la besó . "Mejor tarde que nunca."
Elm hizo un sonido de arcadas. "Ya es su iciente", dijo, alejá ndome de su
hermano antes de que el Gran Prı́ncipe pudiera decir otra palabra. Sentı́
los ojos de Hauth en mi espalda, pero no me volvı́ para mirarlos, mi piel
se erizó por su toque.
"Necesito otro trago", murmuró Elm, dejá ndome solo sin una segunda
mirada. "No vayas demasiado lejos, Spindle".
Encontré a mi tı́a demorá ndose en una bandeja de comida.
Ella saltó cuando toqué su hombro y luego me abrazó profundamente.
Cuando se apartó , me miró de arriba abajo, con los ojos muy abiertos.
"¡Te ves preciosa!"
Busqué entre la multitud que la rodeaba y reconocı́ las reveladoras
disputas de mis primos menores mientras corrı́an por la habitació n,
con migas volando de sus bocas abiertas. “¿Dó nde está Iona?” Yo
pregunté . "Nosotros discutimos. Quiero que las cosas vuelvan a sentirse
bien”.
Las arrugas alrededor de la frente de mi tı́a se hicieron má s profundas.
Las lá grimas brillaron en sus ojos y se frotó la nariz. “Ione está en algú n
lugar con tu padre y el rey. Ah, Elspeth. Se llevó una manga al ojo. "Tu
tı́o es un hombre testarudo".
Se me cayó el estó mago. “¿Qué quiere el Rey con ella?”
Cuando mi tı́a habló , su voz se entrecortó . "Tu tı́o le entregó su Tarjeta
de Pesadilla al Rey y llegó a un acuerdo, sin consultarme".
El sonido de la plata al estrellarse resonaba cerca. Mis primos pasaron
corriendo, riendo perversamente.
“¡Benditos los á rboles!” mi tı́a lloró . “¿Ninguno de mis hijos está bien de
la cabeza?” Se sacudió y luego corrió entre la multitud detrá s de sus
hijos.
La miré ijamente, mis entrañ as se retorcieron.
Sonó una campana en la cabecera de la mesa y la sala empezó a
llenarse. Me quedé donde estaba, con los brazos cruzados sobre el
pecho. Mi vestido me abrazó con fuerza y por un momento me quedé
perfectamente quieta, arrullada por la suave tela, perdida en mis
pensamientos.
Alguien me tocó el hombro. "Te ves hermosa, Elspeth".
Gemı́ al reconocer la voz. Alix.
Cuando me volvı́, é l estaba allı́ de pie con otra tú nica de color amarillo
brillante, una amplia sonrisa y ojos expectantes. "Acabo de preguntarle
a tu padre Si pudieras sentarte conmigo y con mis padres”, dijo. “El dio
su consentimiento”. El pauso. "Siempre y cuando esté s de acuerdo, claro
está ".
Sé que nadie me va a preguntar qué quiero , dijo Nightmare,
sarcá sticamente hasta los huesos, pero en caso de que te lo preguntes, la
respuesta es no. No, decididamente NO estoy de acuerdo.
No es una sorpresa para nadie , murmuré . "Mira, Alyx, yo soy..."
“Mi madre está ansiosa por conocerte. Le he contado tanto sobre ti…”
No escuché el resto. Mi mirada se desplazó por encima del hombro de
Alyx y vio a alguien entre la multitud. Ravyn Yew estaba a unos pasos
de distancia, hablando con otros dos Destriers, con las manos
entrelazadas a la espalda. Se habı́a cambiado de tú nica desde la ú ltima
vez que lo vi. El cinturó n de cuchillos alrededor de su cintura habı́a
desaparecido, reemplazado por la empuñ adura dorada de una larga
espada ceremonial. Su tú nica era azul oscuro con ribetes dorados, y
aunque busqué el color burdeos de la Nightmare Card, no emanaba luz
de sus bolsillos. No tenı́a tarjeta.
Só lo llevá bamos una hora separados. Aú n ası́, no pude evitar sentir que
cada vez que veı́a a Ravyn Yew, estaba mirando a un hombre diferente.
Atraı́do por mi mirada, Ravyn giró la cabeza. Sus ojos capturaron los
mı́os, cayendo un momento en mi vestido antes de pasar a Alyx. Por un
breve momento, me pareció ver la comisura de sus labios curvarse.
Alyx seguı́a hablando cuando Ravyn se acercó . "Y yo... Oh, discú lpeme,
Capitá n Yew", dijo, inclinando la cabeza. "No te vi."
Ravyn le devolvió la reverencia. “¿Disfrutando del equinoccio,
Laburnum?”
“Mucho es ası́. Estaba invitando a la señ orita Spindle a unirse a mi
familia y a mı́ para el banquete.
Los ojos de Ravyn volvieron a mı́. Allı́ estaba otra vez, esa sonrisa casi
invisible. "¿Y có mo está disfrutando Equinox, señ orita Spindle?" é l me
preguntó .
"Lo mejor que puedo", dije, mi voz má s dé bil de lo que me gustaba.
Luego, por despecho, “Aunque hay demasiados Destriers aquı́ para mi
gusto”.
Ravyn arqueó una ceja. “¿Tiene algo contra los Destriers, señ orita
Spindle?”
"No todos esos." Busqué su rostro. Cuando noté el hematoma a lo largo
de su pó mulo donde lo habı́a pateado antes, una pequeñ a sonrisa se
deslizó por mi boca. "Pero má s."
Los ojos de Alyx se movieron entre nosotros. "Sı́, bueno, deberı́amos
tomar asiento, Elspeth, mis padres..."
Puse una mano en el brazo de Alyx. “Has sido muy dulce, Alyx. Pero les
dije a los Yews que me sentarı́a con ellos esta noche. ¿No es ası́,
Capitá n?
Alyx se detuvo, a medio paso. Ravyn se pasó una mano por la
mandı́bula, ocultando su expresió n. "En efecto."
Alyx presionó su mano sobre la mı́a, atrapá ndola contra su brazo.
"Tengo el permiso de tu padre, Elspeth".
"Pero no el mı́o", dije, esta vez con má s fuerza. "Ahora, por favor..."
Alyx hizo como si fuera a protestar, con la boca abierta y el ceñ o
fruncido. Pero una mirada gé lida de Ravyn fue su iciente para sofocar
cualquier ira que ardiese dentro de é l. Me soltó la mano, me lanzó una
mirada entre enfadada y herida y se alejó rá pidamente entre la
multitud.
Ravyn lo vio irse, cruzando los brazos sobre el pecho. "No fue el
momento ganador que esperaba, pobre Laburnum".
"No lo hagas", dije, frotá ndome la mano, la culpa tirando de mı́. “Alyx es
demasiado amable para su propio bien. Ha recibido algo peor de lo que
se merece.
“Debes tener cuidado con los buenos”, dijo Ravyn.
Lo miré . “¿Qué hay de usted, Capitá n? ¿Eres demasiado amable para tu
propio bien?
Me miró y algo que no pude leer destelló en sus ojos grises. “No,
señ orita Spindle”, dijo. "No soy nada agradable."
La campana volvió a sonar, má s ansiosa en su repique. La multitud se
dirigió a las mesas iluminadas con velas en el centro de la sala,
apresurá ndose a reclamar sus asientos. Me demoré , sin saber cuá l era
mi lugar.
"Mi familia está allı́", dijo Ravyn, señ alando la mesa. "Si fueras serio en
sentarte conmigo".
Lo miré , mi voz era má s frı́a de lo que pretendı́a. "Supongo que no tengo
muchas opciones al respecto".
El se encogió de hombros. “Podrı́as sentarte con Jespyr. Es má s fá cil
hablar con ella. O, si lo pre ieres, Elm está justo allı́.
"Preferirı́a arriesgarme con Emory otra vez", respondı́. “¿O está
indispuesto?”
Un estremecimiento cruzó el rostro a ilado de Ravyn. Un momento
despué s desapareció , reemplazada por una familiar y frı́a austeridad.
"Mi hermano no estará presente esta noche". Me tendió el brazo.
"¿Debemos?"
Me llevó en silencio a nuestros asientos, colocá ndonos cerca de la
cabecera de la mesa donde está bamos con todos los demá s, esperando
que llegara el rey Rowan. Mi mano se calentó contra la manga de la
tú nica de Ravyn y me tensé , sin saber cuá ndo soltarme.
Los corceles se alineaban en la pared delante de nosotros, a la sombra
de sus Caballos Negros.
"Tantos Destriers", refunfuñ é .
"Me temo que ası́ son las cosas en la casa de mi tı́o".
"Tu casa tambié n, ¿no?"
“El deber requiere que permanezca aquı́, con el Rey”, dijo, con
expresió n inquebrantable. “Pero no es mi casa. La propiedad de mi
familia está en la ciudad. Los Destriers suelen entrenar allı́, como antes
lo hicieron en Spindle House.
Fruncı́ el ceñ o. “¿El castillo en la cima de la colina?”
"Lo mismı́simo."
Castle Yew era viejo, los terrenos histó ricos. La puerta de hierro forjado
y la oscura y trepadora hiedra residı́an bajo la sombra de centenarios
tejos, altos y amenazadores. Má s allá habı́a una estatua, un laberinto de
piedras y setos, y luego la imponente y ominosa casa. Habı́a pasado por
la puerta muchas veces cuando era niñ o, seguro de que habı́a algo que
temer bajo esos á rboles.
Nunca habı́a estado dentro.
La campana sonó por tercera vez. Nos volvimos hacia la cabecera de la
mesa. El barajar de vestidos y las conversaciones se acalló cuando el
orador se puso de pie para dar sus anuncios.
“Presentando a Su Alteza Real, el Rey Quercus Rowan, Gobernante de
los Errores, Guardiá n de las Leyes y Protector de las Cartas de la
Providencia”.
Nos inclinamos cuando entró . Recordaba poco de los rasgos del Rey de
mi infancia. A lo largo de los añ os só lo se me habı́an permitido breves
vislumbres de é l. Aú n ası́, era imposible confundir al Rey con algo má s
que la realeza. Ataviado con tú nicas doradas adornadas con rica piel y
con un serbal bordado en el pecho, el rey Rowan se mantenı́a alto y
audaz. Su cabello amarillo, canoso por la edad, enmarcaba su rostro
anguloso, su amplia nariz torcida donde se habı́a roto añ os atrá s.
No era un gobernante encantador y delicado. Formidable, despiadado,
encajaba mejor con su descripció n, y aunque Blunder habı́a estado sin
guerra durante cientos de añ os, el rey Rowan tenı́a toda la apariencia
de un gran guerrero estacionado ante su ejé rcito, no de un rey en la
corte.
"Su segundo realeza", continuó el orador, "Hauth Rowan, gran prı́ncipe,
heredero del error, corcel y guardiá n de las leyes".
Nos inclinamos por segunda vez. Aunque má s guapo que su padre,
Hauth seguı́a siendo inconfundiblemente un Rowan. Amplio, fuerte y
brutal. Luces rojas y negras emanaban del bolsillo del pecho de su
tú nica plateada.
Me movı́ para tomar asiento, pero Ravyn sacudió la cabeza y me pidió
que esperara.
"Nos hemos reunido en este equinoccio para reconocer nuestro gran
reino", llamó el Gran Prı́ncipe. “No ha sido una cosecha fá cil. El dominio
del Espı́ritu del Bosque sobre Blunder continú a. Aú n ası́, celebremos los
triunfos que hemos logrado en la familia, en la salud y, lo má s
importante, en el comercio y uso de las Tarjetas Providence”.
El gran saló n resonó en aplausos.
“Muchos de ustedes han compartido su riqueza con mi familia”,
continuó Hauth. "Te lo agradezco. Pero má s que la riqueza, está el
deber. Como Gran Prı́ncipe del Error, es mi deber compartir el legado de
mi padre: seguir su camino y el camino trazado para todos nosotros en
El Antiguo Libro de los Alisos .
La Pesadilla dejó escapar un silbido.
Hauth lanzó una breve mirada a su padre y el rey asintió . “Al igual que
Kings antes que é l, la misió n de mi padre ha sido recolectar las doce
Cartas de la Providencia”, dijo Hauth, en voz má s alta. “Con ellos,
levantaremos la niebla y desterraremos al Espı́ritu del Bosque, librando
a Blunder de la infecció n má gica”. El pauso. “Me complace decirles que
esta noche estamos má s cerca de lograr ese objetivo”.
Hauth se volvió hacia un lado y señ aló a alguien a quien no podı́a ver.
Dos luces lucharon por el dominio. Uno de color burdeos y el otro rosa,
llevados por una mujer de sorprendente belleza y cabello amarillo. Mi
corazó n se desplomó en mi estó mago cuando la voz de Hauth resonó
sobre el ruido. “Esta noche”, declaró , “gracias a su generosa
contribució n, mi padre ha nombrado caballero a Tyrn Hawthorn.
Estamos orgullosos de ofrecerle a su hija un lugar en nuestra familia
real”.
Los aplausos estallaron a mi alrededor, los vasos tintinearon y sonaron
vı́tores, el clamor enorme.
A mi lado, Ravyn Yew exhaló , como si todo el viento en sus pulmones se
hubiera congelado. Al otro lado de la mesa, Elm Rowan y Jespyr Yew se
habı́an puesto pá lidos como fantasmas, sus rostros detenidos por el
shock.
Hauth tomó la mano de la bella mujer. Ella le pasó la luz color burdeos,
con una sonrisa en sus labios carnosos. Hauth, incitado por el alboroto
de la multitud, levantó la Tarjeta Providence adornada con terciopelo
color burdeos oscuro. “Les presento”, llamó , “la esquiva Nightmare
Providence Card y a mi futura esposa, Ione Hawthorn”.
Capítulo Diez
Me preocupaba que hubiera crecido, ası́ que necesitaba el pozo.
Pidió una habitació n, un lugar donde pudiera vivir.
Para recuperar mi buen yo, forjé la Puerta de Hierro.
El costo fue mi armadura, mi coraza dorada.
Para Scythe querı́a poder y su precio era bastante elevado.
Le di mi descanso; ella reclamó todo mi sueñ o.
El Espejo era el siguiente, invisible, invisible.
Ella querı́a huesos viejos, ası́ que le di mis huesos de Reina.
Pero se sentı́a incompleta, mi colecció n aú n completa.
Y ası́, para la Pesadilla...
Cambié mi alma.
podı́a apartar los ojos. Vi a Ione claramente, a pesar de la mancha
de color que se elevaba a su alrededor como una columna de humo
rosa. Habı́a tocado la Tarjeta de la Doncella tres veces, accediendo a su
magia. A diferencia de esta mañ ana en el jardı́n, ella estaba
inequı́vocamente cambiada: era la mujer má s hermosa que jamá s habı́a
visto.
Verla me llenó de pavor.
Las lá grimas picaron en mis ojos, su nueva belleza era tan grande que
ya habı́a comenzado a erosionar mi recuerdo de su yo anterior: los
rasgos amables y suaves del rostro anterior de mi prima. Sus labios
estaban má s llenos y cuando sonreı́a, el espacio entre sus dientes habı́a
desaparecido. Su cabello, ricamente dorado, era má s largo, má s
brillante, y suelto, ingrá vido y pesado, como una cascada que le caı́a por
la espalda. sus pestañ as eran largas y su nariz se entrecerró
delicadamente. Sus ojos color avellana brillaban con una extrañ a y
eté rea vitalidad. Cuando miró hacia abajo en la mesa, me obligué a
mirar hacia otro lado.
Seguı́a siendo Ione, pero tambié n un extrañ o.
Las sillas rasparon el suelo cuando las familias de Blunder tomaron
asiento. Me quedé de pie, perdido para el mundo.
Los brazos de Ravyn estaban rı́gidos cuando sacó mi silla. Cuando
todavı́a no me movı́a, su amplia mano rozó mi espalda. "Por favor,
sié ntese, señ orita Spindle".
Cuando sirvieron el primer plato, mientras todavı́a se escuchaban
conversaciones excitadas en la sala, no lo toqué . Simplemente me quedé
mirando mi tenedor, los restos de mi vida anterior escapaban como
humo por una chimenea.
“¿Tu tı́o tenı́a la otra Tarjeta Nightmare?” Ravyn me susurró al oı́do.
Unas cuantas lá grimas traidoras escaparon de mis ojos. "Sı́."
“¿Y no pensaste en mencionarlo?”
Miré al Capitá n de los Destriers, captado por algo en su voz. Su piel
cobriza habı́a perdido su calidez, y cuando habló , pude ver los mú sculos
de su mandı́bula apretarse, como si estuvieran bajo gran tensió n.
Como si me hubieran liberado de la venda de los ojos, mis ojos se
abrieron. "Me mentiste", dije, con el gran peso del temor llenando mi
pecho. “¿Por qué querrı́a el Rey la Tarjeta Pesadilla de mi tı́o si su
propio Capitá n ya poseı́a una?” Me quedé sin aliento. "A menos que... é l
no lo sepa".
"Silencio", advirtió Ravyn. Miró hacia la mesa, hacia el Rey. Luego, como
si le hubiera arrancado las palabras, bajó la voz. “Nunca mentı́.
Simplemente asumiste que el Rey sabı́a que tenı́a una Carta de
Pesadilla”.
La Pesadilla golpeó sus garras, la risa rodando por su espalda como piel
de serpiente. Qué maravilloso , dijo. Absolutamente maravilloso.
Cállate y déjame pensar.
¿No es obvio? El Capitán de los Destriers es un traidor furtivo y
despreciable.
Tuve que sentarme sobre mis manos para evitar que me temblaran.
Sólo responde el acertijo , llamó . ¿Qué tiene dos ojos para ver, dos oídos
para oír y una lengua para mentir? Cuando no respondı́, é l se rió entre
dientes. Un bandolero, querida niña.
Pero Ravyn no ha actuado solo , respondı́, mis ojos se dirigieron a travé s
de la mesa hacia Elm.
Aún más curioso , ronroneó Nightmare. ¿Sabe el joven Príncipe que su
primo le oculta al Rey una Tarjeta de la Providencia tan valiosa? ¿O es
parte del plan?
Ravyn me miró , esperando. Cuando inalmente hablé , mi voz era
inestable.
“Dime qué está pasando”, dije. "No me arriesgaré a que me tachen de
traidor ademá s de portador de magia".
El Capitá n apoyó el codo sobre la mesa y apoyó la barbilla en la palma
de la mano. Habló a travé s de sus dedos, su voz era un gruñ ido ahogado.
“Te diré lo que necesitas saber. Pero no puedo hacerlo solo.
Mantenemos un consejo”.
Ten cuidado , dijo Nightmare, ensartando sus palabras como seda de
arañ a en mis oı́dos. El tejo es astuto y su sombra es desconocida. Se dobla
sin romperse, sus secretos son suyos. Mira más allá de las ramas
retorcidas, excava profundamente hasta sus huesos. ¿Lo que busca son
Cartas de la Providencia o es el trono?
Me volvı́ hacia Ravyn, envalentonada. “Debes contarme todo”.
Levantó una ceja, mirá ndome por encima de su larga nariz. "Hay cosas
que tengo que hacer..."
"¿Quieres mi magia?" Dije, interrumpiendo al Capitá n de los Destriers.
“Llame a su consejo. Quiero la verdad. Ahora."

Dejamos la mesa por separado. Cuando inalmente salı́ del gran saló n y
me encontré con Ravyn al inal del pasillo de servicio, hizo un mal
trabajo enmascarando su impaciencia. “¿Alguien te vio?”
"No lo creo", respondı́ con los labios apretados. "Mi madrastra, tal vez".
Tuve que levantarme la falda para seguir el ritmo, agradeciendo que mi
zapatero no me hubiera puesto tacones. Ravyn era rá pido en su paso,
maniobrando dentro y fuera de habitaciones que nunca habı́a visto
antes.
Uno de ellos, varios tramos por encima del gran saló n, estaba cerrado
con llave.
Ravyn metió la mano en el bolsillo y sacó una llave. Cuando se abrió la
puerta, entró corriendo y me hizo pasar con un movimiento de cabeza.
"¿Dó nde estamos?" Busqué a tientas en la oscuridad y me golpeé el
dedo del pie con algo endeble: un libro.
“Mi cá mara. Cierre la puerta."
La habitació n estaba a oscuras salvo por el hogar moribundo, que
brillaba con un color rojo á mbar contra la pared del fondo. Ravyn cruzó
la habitació n y maldijo. Un libro salió volando de debajo de su bota y se
estrelló a varios metros de distancia. Se arrodilló junto al fuego y lo
avivó con su aliento lo su iciente como para encender un solo
candelabro.
El olor a polvo y sutiles toques de clavo y cedro llenaron mi nariz
mientras miraba la cá mara. No era de extrañ ar que hubiera tropezado.
Habı́a libros esparcidos por el suelo, algunos apilados, otros boca abajo,
con las pá ginas extendidas como las alas de un pá jaro muerto. Tambié n
lo eran las ropas del Capitá n. Tú nicas, jubones y capas yacı́an
amontonados en el suelo. Otros estaban colocados sobre los respaldos
de las sillas y sobre el armazó n de su amplia cama, escasamente
cubierta por mantas.
Si hubiera sido una habitació n má s pequeñ a, se habrı́a sentido
abarrotada, con sus pertenencias amontonadas descuidadamente,
dejando espacios extrañ os y macabros. sombras sobre el suelo de
madera. Pero la habitació n del capitá n era espaciosa, aú n má s grande
por la falta de decoració n; sus ú nicos muebles eran una cama, unas
cuantas sillas, una pequeñ a mesa para lavar en un rincó n (un espejo
viejo apoyado precariamente sobre ella) y un armario.
No era lo que esperaba de alguien tan severo. Orden, pulcritud,
disciplina, como mi padre. Esas eran cualidades que atribuı́a al Capitá n
de los Destriers. O Ravyn Yew estaba reorganizando su habitació n, o lo
que empezaba a parecer má s evidente por momentos...
No era el hombre que me imaginaba.
El crujir de llaves me sacó de mis pensamientos. Al otro lado de la
habitació n, la vela de Ravyn parpadeaba hacia el armario. Detrá s
brillaba otra luz, de un intenso color burdeos, tan oscura que era difı́cil
distinguirla.
La segunda carta de pesadilla. Carta de la pesadilla de Ravyn.
Mantuve una mano en el pestillo de la puerta. "¿Qué está s haciendo?"
“Querı́as que convocara a mi consejo, ¿verdad? ¿Esperabas que lo
hiciera frente a toda la corte de mi tı́o?
Escuché que la cerradura se abrı́a. Ravyn abrió las puertas del armario,
revelando má s luz color burdeos. Tomó la Tarjeta Nightmare y la tocó
tres veces. Contuve el aliento y me estremecı́. Cuando no pasó nada, el
silencio fue ensordecedor.
"¿Como funciona?" Solté . "La carta de la pesadilla".
"Es mejor cuando puedo concentrarme".
“Sı́, pero ¿qué te impide escuchar a todos en el castillo? Toma-"
Ravyn me lanzó una mirada estrecha. “Concé ntrese, señ orita Spindle.
Mucha concentració n. Ası́ que, por favor, si no te importa, cá llate”.
Apreté la mandı́bula, rezando para que Ravyn no rompiera su palabra y
entrara en mi mente.
Tranquilizarse. Sea astuto. No puede escuchar tus pensamientos para no
concentrarse en ti.
¿Qué te hace estar tan seguro? exigı́.
Su risa retumbó en la oscuridad. Sé algunas cosas sobre Providence
Cards, querida.
Dudo que.
No dijo nada, un silencio ponderado. Incluso su silencio parecı́a un
juego.
Y, como la mayorı́a de los juegos que jugué con Nightmare, estaba
destinado a perder. ¿Conoces realmente las Tarjetas? Yo pregunté .
Su risa volvió a sonar, má s cruel. Final.
Negué con la cabeza. Inútil, como siempre. Ahora cállate, no sea que
escuche todo el ruido que sale de mi cabeza.
Tú eres la que grita, Elspeth.
Mis fosas nasales se dilataron. Simplemente estoy tratando de sortear
este desastre total sin alertar al Capitán de los Destriers del hecho de que
tengo un MONSTRUO de quinientos años viviendo en mi cabeza.
Creo que te re ieres a "traidor al señor y a la tierra", no a "Capitán".
Después de todo, querida, sólo se falsi icaron dos Cartas de Pesadilla. Los
Rowan llevan mucho tiempo buscando uno, sólo para que esté aquí,
cuidadosamente escondido en el castillo del Rey, ante sus mismas narices.
Miré a Ravyn, que estaba tan quieto que podrı́a haber sido otro mueble
má s en la habitació n en sombras. No sabemos por qué le ha ocultado su
Nightmare Card a su tío , dije. Podría haber una razón plausible.
Las razones plausibles no son más que una sombra en la horca. El
bandolero se encuentra con el verdugo, de una forma u otra.
Ravyn tocó la Tarjeta Nightmare tres veces má s y se la metió en el
bolsillo. Giró sobre sus talones y caminó hacia mı́, tan rá pido que salté .
“He hablado con mi familia”, dijo. "Nos reuniremos con ellos en el
só tano".
Abrı́ la boca mientras presionaba el pestillo de la puerta,
preguntá ndome cuá ntos miembros de la familia de Ravyn sabı́an de su
duplicidad: su Nightmare Card. Pero antes de que pudiera hablar, El
Capitá n estaba sobre mı́, su mano presionando la mı́a, deteniendo el
pestillo entre mis dedos.
"Qué vas a-"
"¡Tranquilo!" Instó , colocando un dedo en mis labios.
Me congelé , mis oı́dos se animaron al sonido de unas pisadas.
“Ultimamente tiene mal cará cter”, gritó una voz de hombre desde el
pasillo. “Violento, desigual”.
"Eso era de esperar", dijo otra voz justo afuera de la puerta de Ravyn.
"Sin una guadañ a, puede resultar difı́cil controlar al niñ o".
Podı́a sentir el pecho de Ravyn hincharse mientras tomaba aire, lı́neas
agudas de tensió n arrastrá ndose por su rostro. Me quedé congelada,
mirá ndolo, su dedo todavı́a presionado contra mis labios. Hacı́a calor, la
piel á spera. Intenté evitar que mi boca se moviera, para disminuir la
profunda inquietud que sentı́a al estar atrapado tan cerca del Capitá n
de los Destriers. Pero lo ú nico que logré hacer fue contener la
respiració n.
Y ni siquiera eso duró . Especialmente con mi corazó n acelerado. Inspiré
abruptamente, mis labios se separaron contra la piel de su dedo. Ravyn
bajó la mirada hasta mi boca. Su dedo se deslizó de mis labios, sus ojos
se encontraron con los mı́os para una mirada fugaz antes de volver a
mirar hacia la puerta. Y aunque estaba demasiado oscuro para estar
seguro, me pareció ver un rubor deslizarse por su cuello.
Los hombres en el pasillo continuaron hablando. “Puedo fortalecer sus
sedantes. Só lo que, con el Capitá n de los Destriers tan protector, me
temo que no se me permitirá administrarlos.
“No molestes al Capitá n con noticias de su hermano”, dijo el otro. “Si
Emory te causa má s problemas, ven a verme. Y hagas lo que hagas”,
advirtió , “no dejes que el chico te toque. Só lo te pondrá nervioso”.
Sus voces resonaron en el pasillo, hacié ndose má s pequeñ as. Un
momento despué s se habı́an ido, siendo el ú nico clamor que quedaba el
latido de mi corazó n.
Miré a Ravyn, buscando en su rostro respuestas que pudiera aú n no lo
entiendo. Emory. Habı́an estado hablando de Emory: su naturaleza
peligrosa e inconstante.
"¿Quié nes eran?" Susurré .
"Mé dicos", dijo Ravyn, con profundas arrugas en la frente. "El primo de
Filick".
“¿Orithe Sauce?” Lo logré .
"¿Lo conoces?"
Un hombre delgado con ojos pá lidos y lechosos cruzó por mi mente.
“Vino a la casa de mi tı́o y buscó en mi familia cualquier signo de
infecció n”.
Ravyn se puso tenso. “¿Nunca te analizó la sangre?”
"No." Dejé escapar un pequeñ o sonido, como si unos dedos hubieran
rodeado mi garganta y hubieran comenzado a apretar. “Mi tı́a me
escondió ”.
Ravyn me miró , algo de la tensió n desapareció de sus rasgos. Deslizó su
mano lejos de la mı́a sobre el pestillo, su pulgar cá lido y calloso se
enganchó sobre mis nudillos. Fue pensado como un gesto de consuelo,
un reconocimiento silencioso de mi miedo. Y eso fue.
Pero eso no explicaba por qué ambos miramos hacia otro lado
inmediatamente despué s.
Ravyn se dirigió al armario de caoba abierto en el rincó n má s alejado
de la habitació n. Escuché el ruido de la tela movié ndose mientras
apartaba su ropa, dejando al descubierto el irme tablero de madera del
armario.
Entrecerré los ojos. Estaba seguro de que habı́a una tarjeta en el
armario. Pero aú n no podı́a distinguir su color... só lo que era oscuro.
Ravyn golpeó el tablero. Entonces otra vez. Al cuarto golpe, oı́ un eco de
vacı́o. Gruñ endo, Ravyn sacó algo que no pude ver de un panel oculto en
su armario.
Só lo cuando la Tarjeta estuvo libre entendı́ su color. Pú rpura intenso y
real, como una piedra amatista que habı́a visto una vez en Market
Street. Una segunda Carta escondida, casi tan rara como la Pesadilla... e
igual de aterradora.
El espejo.
La Pesadilla arañ ó el interior de mi cabeza, como si presionara contra
los barrotes. Sentı́ que una sonrisa se extendı́a por su rostro y su cola se
movı́a. Aún más delicioso.
De todas las Cartas de la Providencia narradas en El viejo libro de los
alisos , el Espejo era el que má s me asustaba cuando era niñ a. Retrocedı́
hacia la puerta, temiendo incluso estar cerca de la Tarjeta Espejo.
"Cuánto miedo" , dijo la Pesadilla. Tanto poder. Ver más allá del velo: qué
deleite perverso.
No hay nada agradable en ser invisible , dije. O ver a los muertos.
Estuvo en silencio un momento. Algunos darían cualquier cosa por
hablar con sus seres queridos.
Ravyn cerró el armario y caminó hacia la puerta, detenié ndose só lo
cuando nuestras miradas se encontraron. "¿Qué pasa?"
Me quedé mirando la Tarjeta Espejo que tenı́a en la mano. "¿Vas a usar
eso?"
"Es para ti."
El aire salió de mi boca abierta y metı́ las manos en los bolsillos. "No
puedo", dije demasiado rá pido.
Ravyn arqueó una ceja. "Cré eme, quieres evitar a Orithe".
Ahora es tu oportunidad , dijo Nightmare, su voz llena de picardı́a.
Cuéntale tu verdadera magia. Seguir. Dile por qué te niegas a tocar
Providence Cards.
Esto no es un juego , dije. Si le digo que absorbo cualquier Carta que toco,
querrá saber el resto. Él descubrirá sobre TI.
¿Realmente sería eso tan horrible?
Lo ignoré , armá ndome de valor. “No tengo ningú n deseo de usar
Providence Cards”, le dije a Ravyn.
Los ojos grises del Capitá n se clavaron en mi rostro. “¿A qué se debe
eso, señ orita Spindle?”
"Nada viene gratis", dije, forzando la irmeza en mi voz. “No me
arriesgo. Ni siquiera con Tarjetas. Por favor, Capitá n. No puedo."
Despué s de una pausa severa, sus ojos se detuvieron por un momento
demasiado en mi cara, Ravyn se aclaró la garganta. "Muy bien. No te
importará si lo hago, ¿verdad?
La luz del pasillo inundó la habitació n oscura cuando abrı́ la puerta. Me
volvı́, esperando seguir el ejemplo de Ravyn, pero de repente ya no
estaba, desapareció .
Con los ojos muy abiertos, grité .
Una leve risa sonó desde el espacio en el que se encontraba el Capitá n
de los Destriers.
"¿Có mo... todavı́a está s..."
"Estoy aquı́", dijo Ravyn, hacié ndome saltar.
Extendı́ la mano, sin esperar nada. Pero mis dedos chocaron con la seda
de su tú nica, presionando los tensos mú sculos del estó mago de Ravyn.
Retiré mi mano inmediatamente. "Bien. Erm, lo siento”.
“Es mejor que no me vean”, explicó . “Se supone que debo estar
vigilando a la multitud esta noche. ¿Puedes ver la tarjeta?
La luz violeta lotaba aparentemente por sı́ sola, como un hada amatista
en el viento. "Sı́."
"Bien. Ahora levanta la mandı́bula del suelo y sı́gueme”.

“Tarjetas de la Providencia”, murmuré mientras seguı́a las luces violetas


y burdeos a travé s de Stone. Solo se necesitaron tres toques para que la
Tarjeta Espejo funcionara. Y aunque mi propia capacidad para absorber
Cartas de la Providencia hacı́a que esa proximidad a cualquier Carta me
revolviera el estó mago de pavor, no pude evitar sentir una punzada de
fascinació n por el poder que tenı́an.
Pero no alimenté esa fascinació n. Mejor dejarlo morir de hambre,
sabiendo que nunca tocarı́a otra Providence Card mientras viviera.
La voz de Nightmare resonó en mi mente. Nada es gratis , murmuró .
Nada es seguro. La magia es amor, pero también es odio. Tiene un costo.
Te encuentran y te pierdes. La magia es amor, pero también...
¿Quieres parar? Rompı́. Sólo por una noche, por una maldita noche,
¿podemos darle un descanso al Viejo Libro de los Alisos ?
Pero mi frustració n só lo pareció complacerlo, y durante los siguientes
minutos mientras seguı́a a Ravyn Yew a travé s del castillo, fue al son de
la risa de Nightmare.
Cuando llegamos al inal de la escalera principal, escuché el clamor del
gran saló n. La luz violeta se balanceó en el aire y luego se detuvo
abruptamente.
Choqué contra Ravyn y estrellé mi cara contra su omó plato. "Qué vas a-
"
"Elspeth", llamó una voz.
Conocı́a demasiado bien la voz: el tono frı́o y altivo de la voz de Nerium.
Mis entrañ as se sentı́an acuosas, cada golpe de sus zapatos era un clavo
en mi ataú d. "Nerium", dije, frotá ndome la nariz, consciente de que
estaba viendo a mi madrastra a travé s del cuerpo invisible de Ravyn.
“¿Có mo está s disfrutando de Equinox?”
"Bastante bien", dijo Nerium, acercá ndose tanto que Ravyn se vio
obligado a salir de entre nosotros, su Tarjeta ahora brillando a mi lado.
La voz de mi madrastra se volvió inquietantemente suave. "Hasta que te
vi salir de la mesa del Rey con Ravyn Yew".
“El solo me estaba escoltando…”
“Guá rdalo”, dijo, bajando la voz cuando Wayland Pine y sus tres hijas
pasaron junto a nosotros. "No me importa con quié n mancilles tu
reputació n, pequeñ o tonto", dijo. “Siempre y cuando no sea el Capitá n
de los Destriers. ¿Has considerado siquiera lo que podrı́a pasarnos si
é l”—miró a su alrededor, entrecerrando sus ojos azules—“descubrı́a
quié n eres realmente?”
Dejé escapar un suspiro lento. “¿Y qué soy yo, Nerium?”
Sus gé lidos ojos azules se entrecerraron. “Lo mismo que era tu madre.
Extrañ o, febril”. Ella susurró entre dientes. "Infectado."
Nunca antes la habı́a oı́do decir esa palabra. Ella no se habı́a atrevido,
no delante de mi padre. Pero el vino del Rey la habı́a envalentonado,
sacando a la luz el silencioso odio que sentı́a por mı́, mantenido durante
mucho tiempo a raya.
Su odio me dolió , pero no me asustó . En todo caso, sentı́ un pequeñ o
alivio, el velo entre nosotros inalmente cayó . Pero ella habı́a evocado a
mi madre. Y por eso no saldrı́a ilesa. Habı́a dejado que ella confundiera
mi silencio con debilidad durante demasiado tiempo.
“No importa lo que era mi madre, lo que soy yo. Siempre habrá alguien
que se preocupa por personas como nosotros, Nerium”.
"¿Como quié n? ¿Su padre?" Su risa fue aguda, destinada a herir. “Pero é l
te despidió , querida. Tu padre te despidió . ¿Có mo puedes estar seguro
de que se preocupa por ti?
Me mordı́ la mejilla y el calor subió por mi cuello hasta mi cara. “El
mantiene las habitaciones tal como ella las hizo, Nerium. Por eso se
niega a permitirte rehacer Spindle House. Los mantiene exactamente
como estaban cuando ella estaba viva. Pide lirios para el saló n. Apreté
la mandı́bula para mantener a raya las lá grimas de ira. “No puedo decir
si le importo o no. Pero estoy seguro de que, mucho despué s de que tú y
yo nos hayamos ido, cuando la casa se arruine, só lo quedará n dos cosas
en Spindle House. El huso que está en el centro del patio —dije, con la
mirada ija— y el á rbol de viga blanca que mi padre plantó junto a é l el
dı́a que murió mi madre.
Se formó un cristal sobre los ojos de Nerium. Labios fruncidos, manos
apretadas en puñ os. Por un momento pensé que podrı́a golpearme.
Pero ella no dijo nada, congelá ndome.
Se giró y se reincorporó a las festividades tan rá pido como se habı́a ido.
I La vio irse y trató de no mirar la luz violeta que lotaba cerca.
“¿Conoce a mi madrastra, Capitá n?” Susurré , los restos de mi ira
destilados en una sola lá grima que cayó por mi mejilla. "Mujer
encantadora."
El mismo pulgar calloso que se habı́a deslizado sobre mis nudillos en la
habitació n de Ravyn atrapó la lá grima en mi mejilla, la arrastró .
Desapareció en un momento. Su voz pasó por mi oı́do. "Venir."
Los pasillos debajo de las escaleras estaban mal iluminados. Só lo la luz
de Ravyn's Cards evitó que tropezara conmigo mismo. Có mo veı́a en la
oscuridad, no lo sabı́a. Quizá s se habı́a acostumbrado al camino.
Reconocı́ el camino justo antes de llegar a la puerta de los ciervos, la
misma habitació n en la que habı́amos estado apenas unas horas antes.
Un momento despué s salté , sobresaltado por la repentina reaparició n
del Capitá n de los Destriers a mi lado.
"Lo hiciste bien", dijo, mirá ndome. “Con tu madrastra”.
Pasé una mano por mi cara. "No nos llevamos bien, ella y yo".
“¿Ella siempre te habla de esa manera?”
“Si ella me habla en absoluto. Aunque imagino que podrı́a haber elegido
sus palabras con má s cuidado si hubiera sabido que no está bamos
solos.
Ravyn deslizó su Tarjeta Espejo en su bolsillo, su luz violeta se unió al
borgoñ a de Nightmare. "Debo advertirte", dijo, señ alando la puerta.
"Tampoco va a ser agradable estar allı́".
"¿Qué quieres decir?"
“Dijiste que querı́as saberlo todo. Es un arma de doble ilo, señ orita
Spindle. Llamó a la puerta tres veces, luego una cuarta, luego una
quinta.
La puerta se abrió desde el interior y el distintivo gruñ ido de los perros
nos recibió en el umbral. Entré detrá s de Ravyn, con las manos
entrelazadas en la falda y el corazó n en la garganta.
Se sentaron a la mesa redonda, cinco de ellos: Jespyr Yew, Elm Rowan,
Filick Willow y otros dos que no habı́a conocido pero que conocı́a por la
insignia de Yew en sus ropas: Fenir y Morette Yew. Los padres de Ravyn.
Una sola silla estaba situada en el medio de la habitació n, la luz del
hogar proyectaba sombras largas y siniestras sobre ella.
Ravyn hizo un gesto hacia é l, ofrecié ndome un asiento.
La Pesadilla se deslizó al frente de mi mente, agudamente consciente.
Que comience la investigación.
Capítulo once
LA GUADANA
Ten cuidado con el rojo,
Ten cuidado con la espada.
Tengan cuidado con el dolor, porque se pagará un precio.
Manda lo que puedas,
La muerte no espera a nadie.
Tengan cuidado con el dolor, porque se pagará un precio.
Habı́a otras tres Tarjetas de Providencia en la habitació n ademá s
de la de Ravyn. La guadañ a de Elm, un cá liz en el bolsillo de la tú nica de
Jespyr y la luz gris de un Profeta que emana de Morette Yew. Me agarré a
los bordes de mi silla, buscando suavidad en sus rostros.
Pero me encontré con el silencio: sus ojos enmascarados por la
moderació n.
La puerta del só tano se cerró con un portazo. Me estaba
acostumbrando al sonido de la cerradura detrá s de mı́. Cuando nadie
habló , Ravyn se aclaró la garganta. "Esta es Elspeth Spindle, la primera
hija de Erik, sobrina de Tyrn Hawthorn".
Hubo algunos murmullos ante el nombre de mi tı́o. Despué s de un
momento, Ravyn se dirigió a mı́ con expresió n ilegible. “Estos son mi
madre y mi padre, Morette y Fenir Yew. La mé dica Willow, mi prima y
mi hermana, ya lo saben”.
La tenue luz de la habitació n hacı́a difı́cil ver el parecido entre Ravyn y
sus padres. Morette era la hermana del rey; sus ojos eran de color verde
serbal. Fenir, al igual que Jespyr, tenı́a ricos ojos marrones, mucho má s
oscuros que los grises brumosos de Ravyn y Emory. La ú nica similitud
que pude distinguir fue una nariz larga y distinguida en el rostro severo
de Fenir Yew, igual que la de Ravyn.
“Entiendo, señ orita Spindle”, dijo Fenir con voz profunda, “que desea
saber la verdad sobre nosotros. Sobre por qué buscamos Providence
Cards”.
Asentı́, mis mú sculos se tensaron.
"Antes de desentrañ ar la verdad, primero debemos ver si te la mereces",
continuó Fenir. “¿Está s dispuesto a presentarte a nuestro foro para que
este consejo pueda poner a prueba tu con iabilidad?”
Ravyn se movió detrá s de mı́. Lo miré por encima del hombro.
"¿Entregar?"
Cruzó los brazos sobre el pecho. “Es lo que querı́as, ¿no? ¿Nuestra
con ianza?
“Querı́a respuestas”.
"Y querı́a una noche de libertinaje borracho", llamó Elm desde la mesa,
mientras la guadañ a entraba y salı́a de sus dedos largos y estrechos.
“Sin embargo, hoy estoy de vuelta en este armario de escobas por
segunda vez. Ası́ que, si no es mucha molestia, señ orita Spindle, tome
asiento para que podamos seguir adelante.
Ravyn le lanzó a su primo una mirada desagradable y se llevó una mano
a la frente. Parecı́a cansado. Cansado y profundamente molesto. “Ası́ es
como obtiene sus respuestas, señ orita Spindle”, dijo. “Nada viene
gratis”.
Nada sale gratis , murmuró Nightmare de acuerdo.
Suspiré . Iba a sentir irritació n, pero el tono quebrado de mi voz delató
la inquietud que persistı́a en lo má s profundo de mi pecho. "Está bien,
entonces", dije. "Me presento a tu foro".
Elm y Jespyr se levantaron de sus asientos y se acercaron a mı́. Ravyn se
unió a ellos a mi lado. "Esto es bastante simple, señ orita Spindle", dijo.
“Cada uno de nosotros presentamos una Tarjeta Providencia. Elige uno
y procederemos”.
Elm, Jespyr y Ravyn sacaron las Cartas de sus bolsillos: la Guadañ a, el
Cá liz y la Pesadilla. Rojo, turquesa o burdeos. Control, suero de la
verdad o la violació n de mi mente. El Espejo, lo guardaba Ravyn en su
capa.
Mi estó mago se hizo un nudo al instante.
"Son para medir tu honestidad", explicó Jespyr.
Para evitar que mientas, más bien , dijo Nightmare.
Ante mi silencio, Jespyr suavizó su voz. "Me temo que es una prueba
que todos debemos realizar".
La Pesadilla estaba sentada en la oscuridad, su mente sangrando en la
mı́a. Elige la guadaña, niña. Con ía en mí.
Miré a Elm. Incluso estando encorvado, el Prı́ncipe era fá cilmente el
má s alto de los tres. Su cabello castañ o rojizo caı́a sobre su frente,
rebelde. Cuando me sorprendió mirá ndolo, me guiñ ó un ojo y torció los
labios en una mueca de desprecio como la de un zorro. Un reto.
La ira subió a mi sangre. "La Guadañ a", dije, cruzando los brazos sobre
el pecho.
La sonrisa del Prı́ncipe se hizo má s amplia.
Jespyr se encogió de hombros y regresó con Filick y sus padres en la
mesa. Elm continuó volteando la carta Scythe, girá ndola entre el pulgar
y el ı́ndice mientras se acercaba al hogar, apoyando el codo sobre la
repisa de la chimenea.
Ravyn no se sentó . Se guardó su Nightmare Card y se acercó a la pared
frente a mı́. Los perros lo siguieron bostezando antes de postrarse a sus
pies. Só lo podı́a ver la mitad del rostro del Capitá n, la otra mitad
perdida en las sombras. Pero no pude confundir la franqueza de su
mirada. Dos ojos del color de las nubes de tormenta, apuntando hacia
mı́.
Mi corazó n se aceleró .
Elm tocó la tarjeta roja tres veces. “¿Alguna vez has estado en manos de
una guadañ a, Spindle?”
"No."
“Es menos abrasivo de lo que imagina. No puedo obligarte a decirme la
verdad, no como el Cá liz. Só lo puedo afectar tus emociones, tu
disposició n a decirme todo lo que necesito saber”.
"Suena horrible".
El Prı́ncipe sonrió . Pero no habı́a ningú n humor detrá s de sus ojos
verdes. “Algunos piensan que Scythe obliga a la mente a volverse contra
sı́ misma, a sentir emociones que no le pertenecen. Pero la verdad es
que la Tarjeta no obliga a nada. Te sentirá s un poco extrañ o y es posible
que tus ojos se pongan vidriosos. Pero al inal querrá s hacer todo lo que
te pido. Un poco menos aterrador, ¿no?
"No tengo miedo", dije entre dientes.
El calor se apoderó de mı́, una ligereza de ser. Atrá s quedó mi miedo, mi
tensió n. De repente la habitació n se sintió menos oscura. Los perros,
acurrucados a los pies de Ravyn, parecı́an una imagen adorable. Cuando
miré a los demá s, sentı́ alegrı́a, mi ceñ o se transformó en una sonrisa
mientras las lı́neas de risa surcaban mi rostro.
Cariño , dijo la Pesadilla. No puedes hacer que sea tan fácil para él
controlarte.
No pude evitarlo. Estaba feliz, eufó rico. Mi risa llenó la habitació n como
pan saliendo de una lata. Me sequé las lá grimas de los ojos y me tapé la
boca con la mano, tratando de controlar las risas que burbujeaban
dentro de mı́. Miré a Ravyn, deseando ver una señ al de su elusiva media
sonrisa. Me miró desde las sombras, su boca era una lı́nea apretada. Y
me hizo aú n má s feliz saber que sus ojos estaban ijos en mı́. Doblado,
con las manos en el estó mago, dejé ir toda una vida de tensió n y me reı́,
sin ninguna preocupació n en el mundo.
Mi alegrı́a se desvaneció , reemplazada por la desesperanza y la
repentina y violenta necesidad de lastimarme.
Me di una palmada en la mejilla. Duro.
La Pesadilla siseó , la ira atravesó mi mente. Miré a Elm con los ojos muy
abiertos.
Pero la necesidad de hacerme dañ o seguı́a siendo insaciable, y só lo se
alimentó cuando me abofeteé de nuevo. Grité , con la mejilla tierna,
abruptamente consciente de que no tenı́a control de mis propias
emociones, incapaz de detenerlas.
En la mesa, mi audiencia cambió .
“Olmo”, advirtió Morette Yew.
"Necesito estar seguro de que ella está bajo mi mano antes de
comenzar", dijo el Prı́ncipe, con su hermoso rostro tranquilo. "De lo
contrario, habrá lagunas en la in luencia".
Cuando me abofeteé por tercera vez, Ravyn se alejó de la pared tan
abruptamente que los perros se levantaron de un salto con un gruñ ido.
"Su iciente", dijo, con hielo en su voz.
"Está bien, está bien", dijo Elm, guiñ á ndome un ojo. "Lo siento. Tenı́a
que asegurarme de que hubiera una atadura”.
Mi mejilla estaba medio entumecida, medio en llamas. “¿No podrı́as
haberme hecho dar vueltas por la habitació n?” Siseé entre dientes.
“Cualquiera podrı́a dar vueltas. No todo el mundo está dispuesto a
golpearse a sı́ mismo”.
Debería haber elegido el Cáliz. Al menos Jespyr no es un imbécil furioso.
Tranquilo ahora , dijo Nightmare. Déjalo pensar que tiene el control.
Él TIENE el control.
Elm se apoyó una vez má s en la repisa de la chimenea y se inspeccionó
las uñ as, como si ya se hubiera aburrido. “Ella es toda tuya”, le dijo a su
tı́o.
Fenir Yew cruzó las manos sobre la mesa. "¿Por qué no empieza
hablá ndonos de usted, señ orita Spindle?"
Intenté ignorar el dolor en mi mejilla. Se fue el impulso hacerme dañ o.
En su lugar, sentı́ un deseo urgente de ser sincero, serio. Le lancé a Elm
una mirada estrecha y la guadañ a me impulsó a responder. "Nacı́ hace
veinte añ os en Spindle House en Blunder", dije. "Pero só lo vivı́ allı́ hasta
los nueve añ os".
“¿Cuando contrajiste la infecció n y te mudaste a Hawthorn House?”
Asenti.
“Tu padre era el Capitá n de los Destriers”, dijo Fenir, con el ceñ o
fruncido. "¿Por qué no informó tu iebre?"
Habı́a anticipado la pregunta. “Sintió que yo era un peligro para su
segunda esposa y sus hijos, ası́ que me despidió ”. Mi voz se endureció .
"Pero é l no deseaba verme morir".
Elm siguió mordié ndose las uñ as. “¿Quié n sabı́a que Erik Spindle tenı́a
corazó n?”
Fenir ignoró a su sobrino. “¿Por qué te colocó con los Hawthorns?”
“Mi madre y mi tı́a eran muy unidas”. Hice una pausa. “Aunque sospecho
que el hecho de que Hawthorn House esté en el bosque, fuera de la
vista, atrajo mucho a mi padre. Le ofreció monedas a mi tı́o”.
Jespyr se inclinó hacia delante. No me perdı́ la sorpresa en su voz.
“¿Erik les pagó para que te acogieran?”
Sonaba tan lamentable, dicho en voz alta ası́. Tenı́a poco estó mago para
la lá stima. "Le pagó a mi tı́o", respondı́. “Mi tı́a no tenı́a precio”.
"A icionado a las monedas, viejo Tyrn", murmuró Elm.
Fenir me miró , sopesando mis palabras en una balanza que aú n no
podı́a comprender. “Has vivido con los Hawthorn durante muchos añ os.
Debes saber có mo consiguió tu tı́o su Nightmare Card”.
Mi estó mago se revolvió . "No. Es decir, yo era un niñ o. Só lo recuerdo
que cuando regresó con ella, su espada estaba ensangrentada”.
Fenir parpadeó . "¿Un niñ o? ¿Cuá nto tiempo hace que Tyrn tiene la
Tarjeta?
Hice una mueca. "Once añ os."
Un grito ahogado colectivo llenó el só tano. “Esa tarjeta vale un fortuna”,
gritó Jespyr. “¿Por qué Tyrn Hawthorn lo conservarı́a tanto tiempo?”
“Estaba esperando el precio correcto”, dijo Morette Yew, con su largo y
oscuro cabello cayendo sobre su hombro. "Y ahora, con su hija
comprometida con Hauth, el linaje de Tyrn heredará el trono".
Se me cayó el estó mago. Tan frı́o... tan calculador. Y me di cuenta de que,
aunque habı́a pasado la mayor parte de mi vida en su casa, apenas
conocı́a a mi tı́o.
Profundo y á spero como grava, Ravyn habló desde las sombras. "Tengo
algunas preguntas."
Elm se enderezó frente al hogar. Atrá s quedó la expresió n de
aburrimiento, su rostro se alzó por una sonrisa de zorro. Sus ojos
verdes se movieron entre el Capitá n de los Destriers y yo. Cualquier
cosa que anticipara, parecı́a prometer un buen momento.
Ravyn salió de las sombras y se paró frente a mı́, con los ojos ijos en mi
rostro. Luché contra el impulso de retorcerme en mi asiento. “¿Confı́a
en nosotros, señ orita Spindle?” preguntó .
La in luencia de Scythe luchaba dentro de mı́. Todo lo que querı́a hacer
era responder con la sincera verdad. Pero lo que Ravyn Yew y su primo
no sabı́an era que yo tenı́a mucha prá ctica en estar en guerra con mi
propia mente. Once añ os de prá ctica.
Me agarré con má s fuerza al asiento de mi silla y el sudor se acumuló en
mis palmas. “Aú n no sé lo que creo”, dije.
“¿Qué pasa con Ravyn?” Elm llamó desde el hogar. “Pareces con iar en
é l”.
Miré al Capitá n de los Destriers, sus ojos grises llenos de mı́. Estaba de
pie con las manos entrelazadas detrá s de la espalda y los pies
separados a la altura de los hombros. Parecı́a un soldado: estoico y
severo.
Pero Ravyn Yew era má s que un soldado. El era la sombra en el camino
forestal. El guardiá n de llaves y secretos, invisible excepto por sus luces
violetas y burdeos. Un hombre con muchas má scaras.
Un traidor , dijo la Pesadilla.
Un bandolero , respondı́.
Tan pronto como nuestros ojos se encontraron, un destello gris, recordé
estar de pie contra la puerta en la habitació n de Ravyn, su cuerpo
elevá ndose sobre mı́, su dedo presionado contra mis labios.
Miré hacia otro lado. Rá pido. “¿Có mo puedo con iar en é l?” Le dije a
Elm. "Acabo de conocerlo".
La sonrisa de Elm no contenı́a ninguna hospitalidad. "¿Crees que es
guapo?"
El Prı́ncipe estaba jugando conmigo, como un gato con su presa. Mordı́,
decidido a no responder, pero la in luencia de la Guadañ a—el deseo de
responder—era abrumadora.
Mi cabeza empezó a latir con fuerza. El sudor me corrı́a en gotas por la
frente y la nuca. Cuando hablé , mi voz sonó estrangulada. "Sı́." Luego,
por despecho, "Por un corcel".
Elm se rió . Ravyn le lanzó una mirada estrecha. Aú n ası́, no me perdı́ la
forma en que los labios del Capitá n se estiraron en la comisura; la
elusiva media sonrisa, tirada por un hilo invisible.
“Cué ntanos má s sobre tu magia”, dijo Filick Willow desde la mesa. “¿Se
limita simplemente a ver las Tarjetas de la Providencia por colores? ¿O
posees otros dones?
Anda con cuidado , advirtió Nightmare. ¿Sientes la in luencia de Scythe?
Pude. Difı́cilmente habı́a conocido un impulso tan vital como el que me
imploraba que le dijera al consejo todo lo que querı́an saber sobre mı́.
Me sentı́ atrapado en el refugio desmoronado de mis pensamientos,
como si la Guadañ a estuviera golpeando contra un pilar que soportaba
peso, el techo de piedra de mi mente resquebrajá ndose.
Cuando dudé , la frente de Ravyn se animó . “Perdó neme, señ orita
Spindle, pero usted no tiene la apariencia de alguien entrenado en
combate. Podrı́a haber sido suerte derribar a Elm”, dijo, dedicá ndole a
su primo una sonrisa iró nica, “pero no yo. ¿Tienes otra magia?
Querı́a ser honesto. Má s bien, Elm Rowan y su guadañ a Querı́a que
fuera honesto. Miré a los demá s, muchos de los cuales se habı́an
inclinado hacia adelante en sus sillas, con los ojos penetrantes,
esperando mi respuesta. Mis palmas estaban resbaladizas por el sudor
helado. Una palabra equivocada y se darı́an cuenta de que no era mi
magia lo que necesitaban... sino que el monstruo está en mi cabeza.
Ayúdame , llamé al vacı́o.
La Pesadilla se deslizó a travé s de nuestra oscuridad compartida,
batié ndose contra la corriente de la in luencia de Elm. Será más fácil
conmigo aquí, querida. Después de todo, Scythe no tiene in luencia sobre
mí.
Parpadeé . ¿Qué? ¿Por qué no lo dijiste antes?
Usted no pidió.
Magia. Lo sentı́ como agua salada en mis fosas nasales. La Pesadilla se
agitó , a lojando la cuerda que Elm Rowan habı́a atado a mi mente. La
magia de la Guadañ a disminuyó , el deseo de ser honesto, maleable,
obediente, se desvaneció , lavado por una ola de sal.
Jadeé , como si buscara aire, mi mente de repente se calmó , los ú ltimos
restos del control de la Guadañ a se desvanecieron como ondas en el
agua tranquila. Cuando hablé , mi voz era fé rrea. "No", le dije a Ravyn.
“No tengo otra magia. Só lo puedo ver Providence Cards”.
Los ojos del Capitá n se entrecerraron mientras ladeaba la cabeza hacia
un lado. Sostuve su mirada, obligando a mis rasgos a permanecer
quietos. Si sospechaba que habı́a vencido el control de Scythe, no lo
dijo. Aú n ası́, no me perdı́ el agudo borde de duda que se deslizó en las
comisuras de sus ojos. “¿Quié n te entrenó en combate?” preguntó .
"Nadie", dije. "Me enseñ é a mı́ mismo có mo sobrevivir".
“¿Y nunca le contaste a nadie sobre tu magia?”
Lo fulminé con la mirada. “Como le dije, Capitá n, nadie má s lo sabe. Ni
mi padre, ni mi madrastra, ni mis medias hermanas, ni mi tı́o, mi tı́a ni
mis primos. Me enfrenté a los demá s, mi temperamento estalló . “Evito
la ciudad, los corceles y los mé dicos. Me quedo con el bosque, que,
hasta hace poco”, dije, lanzando a Ravyn una mirada frı́a, “era el lugar
má s seguro para mı́”. Crucé los brazos sobre mi pecho. “Hasta hoy, mi
vida ha sido de precaució n, no de magia y riesgo”.
Un silencio pesado llenó la habitació n, roto por la voz austera de
Morette Yew. "Entonces procedamos". Abrió las manos hacia la mesa.
"¿Alguien tiene algo nuevo que preguntarle a la señ orita Spindle?"
Nadie habló . Despué s de una pausa severa, la mirada de Morette volvió
a mı́. Má s profundo de lo que esperaba, casi podı́a escuchar el hierro en
su voz: la pura resolució n. “¿Juras que lo que te decimos no sale de esta
habitació n, Elspeth Spindle?” ella dijo. “¿Das tu palabra?”
Llegué a la oscuridad, pero Nightmare no habló . El, como los demá s,
estaba esperando mi respuesta.
La Guadañ a ya no me controlaba. Era libre de mentir a voluntad.
Pero no lo hice. "Sı́, he dicho. "Lo juro."
Ravyn se acercó y se arrodilló junto a mi silla. Apoyó los brazos sobre la
rodilla doblada. Si no hubiera estado vestido completamente de negro,
severo como un cuervo, podrı́a haberlo considerado un caballero
arrodillado ante una doncella, sacado de las pá ginas de un libro.
"Necesitamos que nos ayude a recoger la baraja de cartas, señ orita
Spindle", dijo.
De repente, era una niñ a pequeñ a y estaba sentada junto a Ione
mientras mi tı́a nos leı́a El viejo libro de los alisos . El ritmo sedoso del
texto antiguo me invadió , el poema en la ú ltima pá gina y el sonido de la
voz de mi madre grabado en mi alma.
¿Qué fue lo que ella habı́a dicho una vez? Las cartas. La niebla. La
sangre. Todos están entretejidos y su equilibrio es delicado, como la seda
de araña. Une las doce Cartas de la Providencia con la sangre negra de la
sal y la infección sanará. El error garrafal quedará libre de la niebla.
Miré los rostros a mi alrededor. "El Rey Rowan, y todos los Reyes Rowan
antes que é l, han querido recoger el Deck". Agarré el borde de mi silla
con tanta fuerza que me dolı́an los nudillos. “Pero no está s trabajando
con el rey Rowan. De lo contrario, lo harı́as Ya le has dado tu Nightmare
Card. Está s recogiendo el Deck por tu propia cuenta…” Mis ojos volaron
hacia la mesa. “¿Va a haber una rebelió n? ¿Vas a deponer al rey?
La voz de Fenir era aguda. "Nada de ese tipo. La rebelió n destruirı́a a
Blunder”.
Entonces, ¿por qué no trabajar junto al Rey para recoger el mazo? dijo la
Pesadilla, dando vueltas en mi mente. Están ocultando algo.
Esperé , la habitació n estaba tan silenciosa que podrı́a haber sido una
tumba. "Con la baraja de cartas", dijo Fenir, "el Rey levantará la niebla y
recuperará la propiedad de Blunder del Espı́ritu del Bosque". Tomó la
mano de su esposa, con el rostro demacrado. "Y podrá curar la
infecció n".
Esperé , con la respiració n acelerada.
“Pero como tanto le gusta recordarnos al Antiguo Libro de los Alisos ”,
dijo Elm desde el hogar, haciendo girar la guadaña, “nada es gratis.
Ahora que mi padre tiene la Carta Nightmare, solo necesita dos cosas
para unir el Deck: la Carta Twin Alders perdida y sangre. Sangre
infectada”. Miró hacia las llamas, con los hombros tensos. "Y va a matar
a Emory para conseguirlo".
El chico extrañ o: su naturaleza errá tica e irregular. Infectado. Lo que
signi icaba que Emory Yew no residı́a en el castillo del rey como
muestra de hospitalidad.
Era un cautivo.
Y iban a cometer traició n para salvarlo.
Incluso la Pesadilla quedó ató nita y en silencio.
Aparté la mirada, avergonzada de los pensamientos crueles que habı́a
tenido sobre Emory. El niñ o estaba enfermo, aturdido por la magia. Y su
tı́o iba a sacri icarlo por ello.
Con qué facilidad podrı́a haber sido yo.
“Hay má s que contar”, dijo Fenir, rompiendo el triste silencio, “pero no
aquı́. Es tarde y todavı́a estamos dentro los muros del Rey. Si aceptas
ayudarnos, te llevaremos al Castillo Yew”.
Esta vez, Jespyr habló . Habı́a un tono ronco en su voz, cá lido, como leñ a
quebrada. “Todo lo que necesitamos es el Pozo, la Puerta de Hierro y los
Alisos Gemelos”, dijo. "Despué s de eso, nuestra baraja estará completa".
Ella entrelazó sus dedos. “Encontrar a los Twin Alders no será fá cil.
Pero con tu habilidad para ver cartas, tenemos una ventaja que el Rey
no tiene. Ayú danos, Elspeth, y podremos curar la infecció n de Emory.
Sus ojos marrones buscaron mi rostro. “Ayú danos y podrá s curar el
tuyo”.
Su sú plica me atrajo. Miré a Ravyn para hablar, para discutir, no estaba
segura. Pero no pude encontrar las palabras. De repente parecı́a
bastante joven, arrodillado a mi lado. Só lo entonces recordé que, a
pesar de la gravedad de su puesto, el Capitá n de los Destriers no era
mucho mayor que yo.
Aú n ası́, tenı́a dudas a la hora de unirme a é l. No se habı́a convertido en
Capitá n de los hombres má s peligrosos de Blunder por su atractivo
rostro. "¿La sangre infectada de quié n usará s para unir el Deck, si no la
de Emory?" Pregunté , retorciendo mis manos en mi falda.
"Alguien cercano al Rey", dijo Ravyn, con los hombros tensos. "Alguien
que ha cometido grandes errores".
Calmé mis rasgos y busqué en mi mente.
Si el Deck se une, ¿realmente me curaré?
¿Quién dice que necesitas una cura?
¡Se Serio!
Su risa resonó en la cavernosa oscuridad. Sé lo que sé. Mis secretos son
profundos. Pero por mucho tiempo los he guardado y por mucho tiempo
se guardarán.
Cerré los ojos y suspiré . Ası́ como no podı́a imaginar Blunder sin la
niebla, no podı́a imaginar encontrar los Twin Alders, una carta que
habı́a estado perdida durante siglos. Peor aú n, la idea de sacri icar a
alguien, lo merezca o no, y derramar su sangre infectada para unir la
baraja de cartas me hizo sentir mal el estó mago. girar. Quizá s por eso la
ú ltima pá gina de El viejo libro de los alisos siempre me habı́a parecido
un cuento de hadas: oscuro, extrañ o. Imposible.
Lo sentı́ en sus ojos, en sus hombros, en el aire que compartı́amos:
tenso, pero de alguna manera esperanzado. Estaban desesperados por
mi ayuda, por mi magia.
Deslicé mis manos por mis brazos, sabiendo lo que me esperaba debajo
de las mangas. Lo sentı́ en mis venas en el momento en que le pedı́
ayuda a Nightmare, el momento en que rompı́ la in luencia de Scythe.
Siempre estuvo ahı́, como la criatura en mi mente, esperando.
Negrura. Oscuro como la tinta. Magia.
Magia lo su icientemente fuerte como para encontrar una Carta que se
habı́a perdido quinientos añ os.
“Lo haré ”, dije, con el corazó n palpitando en mi pecho. "Para la cura, te
ayudaré a encontrar los Twin Alders".
Capítulo Doce
EL PROFETA
Ten cuidado con el gris,
Tenga cuidado con la vista.
Tenga cuidado con las visiones que aparecen durante la noche.
Perderá s todo tu poder.
Llorará s, suplicará s y te acobardará s.
Tenga cuidado con las visiones que aparecen durante la noche.
Esperé fuera del só tano, en los escalones de piedra, con la cabeza
entre las manos. Habı́a pasado só lo una hora desde que me reunı́ con el
consejo, pero esa hora me pareció toda una vida. Por encima de mı́, oı́ el
gong dar las once. La iesta habı́a terminado; la celebració n se habı́a
trasladado afuera para bailar y tomar vino.
Dentro del só tano, discutieron mi destino.
Hice girar mi amuleto entre mis dedos. Detrá s de la puerta del só tano,
pude distinguir el tono de Lady Yew del de los demá s. Alguien tosió . Me
froté los ojos. ¿Por qué no me lo dijiste?
¿Le dirá qué?
Que la Guadaña no funciona contigo.
Un vil sonido chirriante resonó en mi mente. El Nightmare se mordı́a
los dientes. Ninguno de ellos funciona conmigo, querida.
Me quedé boquiabierto. ¿Algo que casualmente olvidaste mencionar?
¿Durante ONCE años?
Pero ya lo he mencionado, mi pequeño compañero despistado. Sus garras
chirriaron contra sus dientes. Sin embargo, no puedo ser responsable de
su débil comprensión.
Querı́a alcanzar la oscuridad y golpearlo en su monstruosa cara.
Realmente sabes cómo hacer que una chica se sienta especial.
El rió . Lo entenderás muy pronto. La verdad siempre sale a la luz.
Si no hubiera estado exhausto, podrı́a haber discutido, presionado para
que me diera má s, hambriento de los secretos que guardaba como un
dragó n codicioso. Todavı́a habı́a muchas cosas que no sabı́a sobre é l.
Pero habı́a elegido bien el momento: dejó caer una migaja de pan en la
cima de una montañ a. Si quisiera saber má s, tendrı́a que trabajar para
ello.
Y estaba demasiado cansado para eso.
La risa de Equinox bajó las escaleras. Bostecé , mis pá rpados se cerraron
mientras fruncı́a el ceñ o ante la puerta del só tano. ¿Por qué tardan
tanto?
La cola de Nightmare emitió un silbido. Descubrir.
¿Cómo se supone que voy a hacer eso?
Lo mejor es seguir con las viejas costumbres.
¿Cuales son?
Presionando una oreja ensangrentada contra la puerta, diría yo.
La madera era espesa y sus voces eran difı́ciles de distinguir. Me deslicé
hasta la puerta, rezando para que los perros del otro lado no me
traicionaran. Contuve la respiració n y tomé mi oreja, deslizá ndola
contra el pliegue entre la estructura de madera y piedra.
"Los Hawthorn necesitará n una razó n para dejarla ir a Castle Yew", dijo
alguien. “Al igual que Erik”.
“No confı́o en ella”, dijo otra voz. Olmo. "Sus modales son demasiado
practicados y sus palabras demasiado cuidadosas".
"Por supuesto que lo son", dijo Jespyr. "Ella no habrı́a evadido a los
corceles y a los mé dicos durante tanto tiempo si no hubiera sido
cautelosa".
"Se supone que ella deberı́a estar aquı́", dijo otra voz. Filick. “Morette lo
vio. Elspeth nos ayudará a encontrar el Deck. ¿Sobre qué hay que
discutir?
“La tı́a Morette vio una igura oscura en el camino forestal”, respondió
Elm. “Perdó name, tı́a, no dudo de ti ni de tu Carta de Profeta. Pero tu
descripció n fue vaga. Ravyn y yo podrı́amos habernos topado con
cualquiera esa noche”.
Fenir habló . "¿Sin embargo, encontraste a una mujer con la capacidad
de ver cartas cuando solo nos quedan tres para reclamar?"
“El Profeta me mostró una igura encapuchada con una sombra”, gritó la
voz de Morette Yew por encima del clamor, severa y segura. “La sombra
permaneció , incluso cuando la luz se apagó . La igura caminó hacia el
bosque, y detrá s de ella arrastraba Tarjetas de la Providencia, una por
una, seguidas por una decimotercera que nunca habı́a visto antes.
Detrá s de la igura vi a mi Emory, viva y bien. Eso fue lo que vi. Por eso
te pedı́ que vigilaras el camino forestal.
Permanecieron en silencio durante varios momentos. Mi corazó n
martilleaba en mi pecho, la pequeñ a pieza del rompecabezas tardaba
en ubicarse en una imagen que aú n no podı́a comprender.
Ravyn y Elm me estaban esperando en el camino forestal, aunque
todavı́a no lo sabı́an. Y yo... yo estaba inmerso en una profecı́a de
magnitud tan grande que me habı́a llevado a los Yew, una de las familias
má s antiguas de Blunder... y a las profundidades de la traició n.
Me mordı́ el labio y apreté la oreja con má s fuerza contra la puerta,
rezando por má s.
Fenir rompió el silencio. "No hay otra direcció n que seguir adelante",
dijo. "Traeremos a Elspeth a nuestra casa y aprende má s sobre su
magia. Cuando nos movamos para encontrar las Tarjetas, ella nos
acompañ ará para recuperarlas”.
Alguien se burló . Olmo. "No tenemos tiempo para hacer de guardianes
de una niñ a tı́mida".
"¿Tı́mido?" Jespyr se rió entre dientes. "Eso no es lo que dijiste cuando
regresaste cojeando del camino forestal".
La voz de Ravyn atravesó la habitació n. “Sea lo que sea, no es tı́mida.
Serı́amos tontos si la subestimaramos”.
"Spindle House está cerca", dijo Filick. “¿Por qué no dejarla con su
propia familia?”
"No", dijo Ravyn, apresuradamente.
"Si ella va a estar al tanto de nuestros planes, necesita mantenerla cerca
de nosotros", dijo Fenir. "No podemos permitir que los Spindles ni
nadie má s profundicen en nuestro negocio".
“Lo que nuevamente plantea la pregunta: ¿qué le vamos a decir a su
familia? Necesitará n una razó n para enviarla hacia nosotros.
Siguió un tenso silencio. Fue difı́cil mantener la respiració n tranquila.
Má s difı́cil aú n era que me mantuvieran fuera de la habitació n como un
niñ o petulante mientras hablaban de mi destino.
"Tengo una idea", dijo Jespyr, su voz lenta, suave, como para calmar a un
animal enojado. "Pero no te va a gustar".
"Porque todo hasta este momento ha sido muy divertido".
"No me re iero a ti , Elm", dijo Jespyr. "Me re iero a Ravyn."
Presioné con tanta fuerza contra el hueco de la puerta que me empezó a
doler la cabeza.
La voz de Ravyn era un gruñ ido. “¿Qué , Jess?”
"Simplemente no digas que no de inmediato".
"Jespir."
Ella hizo una pausa. "¿Qué pasa si le decimos a Erik Spindle y los
Hawthorn que hemos invitado a Elspeth a quedarse en Castle Yew...
para que puedas cortejarla?"
Dejé de respirar y mi fatiga desapareció de repente. Me sentı́
completamente despierto, mi pulso se aceleró y un rubor no deseado se
deslizó por mi cuello y mi cara.
Detrá s de la puerta, Elm soltó una carcajada.
Pero no habı́a risa en la voz de Ravyn. "No. Absolutamente no."
"¡Es una buena idea! Ya los habé is visto juntos hoy; nadie sospechará la
verdadera razó n por la que le hemos pedido que se quede con nosotros
en Castle Yew. Ante el mordaz silencio que siguió , Jespyr exhaló un
suspiro. “En realidad no tienes que cortejarla, simplemente dar la
impresió n de que está s cortejá ndola. Simplemente, no sé , sonreı́rle de
vez en cuando. Recuerdas có mo sonreı́r, ¿no?
Todos empezaron a hablar a la vez, sus voces eran un zumbido caó tico.
"No necesitamos dar mucho má s detalles", dijo Fenir. “Habrá chismes,
por supuesto. Ravyn nunca antes se habı́a tomado el tiempo para
cortejar adecuadamente a nadie”.
"Arboles", murmuró Ravyn, su voz destilando irritació n.
Habı́a emoció n en la voz de Morette. "Podrı́a funcionar. Si alguien
pregunta, puedo decirles que invité a la señ orita Spindle en nombre de
Ravyn”, dijo Morette. Su tono se volvió de regañ o. "No necesita
pretender iniciar el cortejo si la perspectiva le resulta tan repugnante".
"Supongo que no tengo mucho que decir en esto", dijo Ravyn con una
fuerte exhalació n.
“No”, dijo Jespyr, sonando demasiado encantado. "Ninguno en absoluto."
Fenir se aclaró la garganta. “¿A qué te opones exactamente, Ravyn? Es
inteligente y llamativa”.
Me preguntaba lo mismo. La irme negativa del Capitá n a cortejarme (ni
siquiera cortejarme, pretender cortejarme) se sintió como una docena
de picaduras de avispa, dejá ndome herido y ardiendo de ira.
“No se equivoquen, ella es hermosa. Só lo que yo... La voz de Ravyn se
cortó . Luego, como si las palabras fueran amargas en su boca, “Si la
artimañ a ayuda…” Exhaló un suspiro. "Voy a tratar de. Aunque dudo
que pueda ser un pretendiente convincente.
Resoplé aire caliente por la nariz. "No me hagas ningú n favor", dije en
medio del ruido. Como si alguna vez fuera a dignarme a cortejar a
alguien como é l. Ya tuve su icientes luchas como para agregar a mi lista
la tarea de arrancarle una sonrisa a Ravyn Yew.
En algú n lugar de la oscuridad, resonó un ronroneo malvado. ¿Cuál es el
viejo dicho, querida? ¿Algo sobre las mujeres y protestar demasiado?
Le siseé hasta que se callara. Pero justo cuando me estaba
convenciendo de que jugar al cortejo con Ravyn Yew era lo ú ltimo que
querı́a en el mundo, llegaron a la conclusió n opuesta al otro lado de la
puerta.
“Entonces está arreglado”, gritó Morette con irmeza. “Ella permanecerá
en Castle Yew bajo el supuesto de un noviazgo arreglado con Ravyn. Le
preguntaré a su padre y a los Hawthorn esta noche. No le negará n una
estadı́a prolongada si les aseguro que estaré allı́ como acompañ ante”.
Hubo un susurro, un ruido de acuerdo. "Deberı́amos llevarla allı́ esta
noche".
La risa disimulada de Elm se estaba volviendo fá cil de reconocer. “¿No
deberı́a verse al Capitá n en la celebració n con su nueva protagonista?”
No pude entender la respuesta de Ravyn. Pero sonó innegablemente
amenazador.
"Tomemos una hora para mostrar nuestras caras en Equinox", dijo
Fenir. "Entonces regresaremos al Castillo Yew". Una pausa. "¿Te
importarı́a informarla, Ravyn?"
Se oyeron pasos.
“¡No olvides sonreı́r!” Jespyr llamó mientras la manija giraba.
Me aparté de la puerta, tambaleá ndome sobre mis talones. Caı́ hacia
atrá s con un ruido sordo. Cuando Ravyn Yew abrió la puerta del só tano,
lo miré desde un montó n en el suelo, con las mejillas rojas, culpable
como el pecado.
El arqueó una ceja y me miró ijamente. —¿Su tı́a nunca le dijo que no
escuchara en las puertas, señ orita Spindle?
Me puse en posició n desa iante y me quité el polvo de la parte de atrá s
del vestido. "No estaba escuchando".
La Pesadilla se rió . Tendremos que trabajar en tus mentiras.
Ravyn cerró la puerta detrá s de é l. "¿Cuá nto escuchaste?"
Me acerqué al escaló n que estaba encima de é l, donde está bamos casi
cara a cara. Casi. "Su iciente."
Me miró por encima del hombro. "¿Y el plan es de tu agrado?"
El escozor que sentı́ en mi pecho regresó . Entrecerré los ojos. "Si el
truco ayuda, lo intentaré ".
No parecı́a dispuesto a que sus propias palabras fueran utilizadas en su
contra. Ravyn me devolvió la mirada, sus ojos grises severos mientras
recorrı́an mi rostro, aterrizando momentá neamente en mi boca antes
de apartarse. “¿Qué pasa con el laburnum?”
"¿Qué hay de é l?"
Ravyn ladeó la cabeza. "El está enamorado de ti".
Hice una mueca y estreché mis manos, como si quisiera deshacerme de
lo que é l habı́a dicho. “No estamos apegados. Un… —me esforcé por
decir la palabra— “ el noviazgo no tendrı́a ningú n peso. No le he
prometido nada.
Ravyn no dijo nada, mirá ndome. Se sentó y se frotó los ojos. Por un
momento pareció agotado, cansado hasta los huesos. Era la primera vez
que consideraba que el dı́a de otra persona habı́a sido tan agotador
como el mı́o.
Con los ojos rojos por frotarlos, Ravyn me miró . “Supongo que estar
bajo Scythe no es una sensació n agradable. ¿Está s bien?"
Pateé mi pie contra el suelo de piedra. "Tu prima es una completa..."
"Culo. Lo sé . Pero era la Guadañ a o el Cá liz, considerando que la
Pesadilla está fuera de la mesa”.
No me perdı́ el tono de su voz. Mis labios se sellaron en una lı́nea
apretada mientras el Capitá n de los Destriers me observaba. cuando me
ofrecı́ No hay explicació n, continuó . “Encontrar las Cartas será
peligroso, señ orita Spindle. Te das cuenta de eso”.
Intenté encogerme de hombros, pero no pude ocultar la aprensió n que
se acumulaba en mi estó mago.
“Afortunadamente, hemos estado siguiendo esta lı́nea de anarquı́a
desde hace algú n tiempo. Sabemos có mo mantenerte a salvo”.
“¿Y si me atrapan? ¿Si tu tı́o descubre que estoy infectado?
El se puso de pie. “Entonces está s de vuelta en la situació n en la que te
encontré esta mañ ana. La diferencia es que has ganado algunos aliados
considerables”.
Me quedé mirando al sobrino del Rey, buscando algo que no podı́a
encontrar. Miedo, aprensió n, cualquier cosa que pueda relacionar con
mi propia inquietud. Pero Ravyn Yew estaba quieto, suave como el
cristal, al margen del horrendo riesgo que me habı́a impuesto.
Mi voz vaciló . “¿Y si quisiera irme?”
El sostuvo mi mirada. "No eres un prisionero".
Hay muchos tipos diferentes de jaulas , dijo Nightmare.
Intenté ignorarlo. "Soy libre de regresar a la casa de mi tı́a, ¿deberı́a
hacerlo?"
"Por supuesto", dijo Ravyn. "Solo que pensé que querı́as encontrar una
cura".
"Sı́."
“Entonces ayú danos. Ayú danos, para que podamos ayudarte”.
Me adentré en la oscuridad, mi mente enganchó el pelo carnoso a lo
largo de la columna de Nightmare. No saldré ileso de esto sin tu ayuda.
Se giró y aguzó las orejas. ¿Me estás dando vía libre?
Apreté los dientes. Te pido que me mantengas con vida, Nightmare.
Aunque sólo sea el tiempo su iciente para inalmente poder deshacerme
de ti.
Su risa recorrió mi mente como un fantasma que recorrı́a un pasillo,
cerca y lejos al mismo tiempo.
Miré a Ravyn. Durante once añ os, la infecció n habı́a sido una correa
alrededor de mi garganta. Me habı́a acobardado bajo esa correa, la
esperanza de una cura má s allá del alcance de mi imaginació n.
Pero cuando miré los ojos grises del Capitá n, un hombre que, por ley,
deberı́a verme arrastrado al calabozo, la correa alrededor de mi
garganta se a lojó . Habı́a abierto una puerta, habı́a sacado una llave de
su cinturó n y habı́a abierto una parte de Error en la que no me habı́a
permitido creer. Volvı́a a ser un niñ o, envuelto en El Viejo Libro de los
Alisos . Habı́a magia en el mundo. Magia terrible y maravillosa. Magia lo
su icientemente grande como para deshacer la magia. Una cura para la
infecció n.
Y una forma de sacar la Pesadilla de mi cabeza.
"¿Cuá ndo comenzamos?" Yo pregunté .
El Capitá n de los Destriers dio un paso adelante. Nos quedamos cara a
cara y su sombra me tragó por completo. "Yo dirı́a que ya hemos
comenzado".
Dicho esto, subió los escalones de dos en dos, las cartas en su bolsillo
arrojaban una luz espeluznante a lo largo de las oscuras paredes de
piedra. Cuando no lo seguı́, se volvió y dijo: “Una hora, señ orita Spindle.
Só lo para que nos vean. Despué s de eso, podremos liberarnos de este
miserable castillo”.

La bebida y el baile se habı́an trasladado a los jardines. El clamor de


docenas de familias resonó en los terrenos del castillo, enclaustrados
por la niebla que se posaba justo má s allá de los setos.
Ravyn nos guió a travé s del gran saló n, de regreso a la escalera
principal.
“La celebració n es por ahı́”, dije señ alando la amplia puerta dorada que
daba a los jardines.
"Quiero que vea por qué hemos tomado este camino, señ orita Spindle",
dijo Ravyn. "Por qué estamos arriesgando todo para conseguir las
ú ltimas tres cartas". Me miró por encima del hombro. "Emory", dijo.
"Vamos a ver a Emory".
El miedo se enroscó con curiosidad en mi estó mago. Parecı́a demasiado
oscuro y cruel que el Rey sacri icara a su propio sobrino, incluso si el
resultado pudiera cambiar a Blunder para siempre.
El reinado de un Rey está plagado de cargas , susurró la Pesadilla, su voz
inusualmente pesada. Las decisiones importantes se transmiten a lo
largo de los siglos. Aun así, es necesario tomar decisiones.
“¿Por qué Emory?” Yo pregunté . “Sé que la infecció n es rara… pero
seguramente hay alguien má s…”
“Hay que derramar sangre”, dijo Ravyn, con la voz lejana. “¿Podrı́a
haber alguna vez una elecció n fá cil?”
Ya está bamos un vuelo má s alto que las habitaciones que compartı́a con
mi padre, mi madrastra y mis medias hermanas. Tan empinado que me
dolı́an las rodillas, Stone se sentı́a como una escalera larga e
interminable. Levanté mi vestido y traté de no jadear. Cualquier cosa
con tal de evitar otra mirada escrutadora a la estrecha nariz de Ravyn
Yew. Cuando llegamos al cuarto piso, apoyé una mano en la barandilla,
ingiendo admirar un tapiz de Huevos de Oro mientras aspiraba
bocanada tras bocada de aire.
Si Ravyn notó mi di icultad para respirar, fue lo su icientemente
decente como para no mencionarlo. “Esta es el ala real”, dijo. “Emory se
mantiene có moda. Tan có modo como puede estar”. Como no dije nada,
bajó la voz. "Pero se está muriendo".
Mi mirada se dirigió a su rostro, olvidando mi di icultad para respirar.
Ravyn continuó . “Es por eso que el Rey ha elegido la sangre de Emory
para unir el Deck. Cree que está salvando a mi hermano de una larga y
dolorosa degeneració n. Un asesinato por piedad”. Clavó sus botas en la
alfombra bajo nuestros pies. “Mi tı́o podrı́a haberlo enviado a los
mé dicos y haberlo matado tan pronto como se enteró de la infecció n de
Emory. Pero no lo hizo. El rompió las reglas: dejó vivir a Emory”. Se
pasó una mano por la frente. “Y le he pagado con mentiras”.
Sentı́ la repentina necesidad de extender la mano y tocar su brazo. Pero
el gesto parecı́a demasiado ı́ntimo. “No tendrı́as que mentir si el Rey
retirara a sus mé dicos y dejara que personas como Emory y yo
salié ramos libres”, dije.
“He tratado de resolverlo de cientos de maneras. Pero el Rey no tolerará
ninguna discusió n. Emory ha destacado por su magia; demasiada gente
ha adivinado su infecció n. Apretó los dientes. “Mi tı́o está ligado a su
linaje Rowan. Todos los infectados por magia deben morir”. Ravyn se
pasó la mano por la cara. “Y por eso no tenemos otra opció n. Si
queremos salvar a Emory, debemos recoger el Deck nosotros mismos.
Para el solsticio de invierno”.
“¿Por qué Solsticio?”
“La magia de Emory estalla con el cambio de estaciones. Y El Antiguo
Libro de los Alisos a irma que las Cartas deben unirse en la é poca má s
oscura del añ o . " Tomó un respiro profundo. “Es posible que Emory no
sobreviva otro cambio de añ o. Puede que sea un mentiroso y un
traidor”, dijo, “pero al menos puedo decir que no hay nada que no harı́a
para salvar a mi hermano”.
Seguimos caminando por un pasillo bien iluminado. La alfombra bajo
mis pies era de lana gruesa, ricamente bordada y teñ ida de rojo
carmesı́.
Dos guardias estaban de pie debajo de las antorchas a cada lado de una
puerta alta y estrecha. Estaban armados con espadas y una larga y
siniestra cuerda. Cuando vieron a Ravyn, volvieron a esconderse en las
sombras.
Ravyn los ignoró y abrió la puerta. Por su gemido, me di cuenta de que
era pesado, forti icado. Entré en la cá mara detrá s del Capitá n de los
Destriers, con los ojos muy abiertos mientras observaba lo que me
rodeaba.
Las velas de la habitació n no estaban encendidas. Habı́an sido
arrastrados por el fuerte viento que soplaba justo debajo de la ventana.
Ravyn cerró las contraventanas mientras yo me acercaba a la vieja mesa
de roble en el centro de la habitació n, con los ojos muy abiertos.
El hogar estaba encendido. El olor a vino y al mosto de los cientos de
libros encima de los estantes de caoba llenaron mi nariz. Frente a la
mesa, a lo largo de la pared del fondo, habı́a una cama grande, cubierta
con mantas y má s libros.
A no ser por su calidez y su rico mobiliario, la habitació n estaba
todavı́a... sin vida. Vacı́o.
Emory Yew, el cautivo del rey, habı́a desaparecido.
Capítulo trece
La degeneració n cae como hojas de una rama. Rá pido o lento y
constante. La infecció n otorga una gran magia. La degeneració n es el
costo de tal regalo. Para muchos, el pago es su propia cordura. Para
otros, sus vidas.
La degeneració n cae como hojas de una rama.
Corrimos por el pasillo, bajando las escaleras de caracol, hasta
llegar a la puerta que daba a los jardines. Ravyn tocó su Tarjeta
Pesadilla, con la mandı́bula tensa.
"Mis padres y mi hermana van a registrar el castillo", dijo, detenié ndose
justo antes de la puerta del jardı́n y el clamor má s allá . "Puedes
esperarlos aquı́, si quieres".
Luché por recuperar el aliento. “¿Qué pasa si no podemos encontrarlo?”
“Lo haremos”, dijo Ravyn. “Cuando es lo su icientemente inteligente
como para engañ ar a los guardias, Emory deambula. Pero preferirı́a que
fuera mi familia la que lo encontrara, no un mé dico o un corcel.
Miré hacia los jardines, la multitud densa. "Necesitará s Hay otro par de
ojos ahı́ fuera”, dije. "Iré contigo."
La mú sica se derramó a travé s de las puertas abiertas. Los invitados del
rey eran ruidosos, el velo del decoro se diluı́a y las risas resonaban
contra los muros de piedra del castillo. Los sirvientes se afanaban en
mantener llenas las copas de vino. Comenzó un baile, la luz de las
antorchas arrojaba un suave resplandor sobre el jardı́n mientras las
parejas se balanceaban en el aire hú medo de la tarde.
Pero antes de que Ravyn y yo pudié ramos unirnos a la multitud, justo
cuando el gong daba la medianoche, una voz retumbante llamó desde
atrá s, haciendo eco en el cavernoso saló n.
Cuando me volvı́, el pasillo se oscureció , envuelto en oscuridad. Tres
Destriers, armados con Caballos Negros, marcharon a travé s del castillo
hacia nosotros. Delante de ellos, bañ ado por la luz roja de su guadañ a,
amplia y feroz, caminaba Su Alteza Real, Gobernante de los errores,
Guardiá n de las leyes, Protector de las Cartas de la Providencia.
Rey Quercus Rowan.
Ravyn deslizó su Nightmare Card en su bolsillo. "Tı́o", dijo con frialdad.
“¿Disfrutando del banquete?” preguntó el Rey, detenié ndose frente a
nosotros.
"Mucho."
"Pareces sin aliento". Al igual que sus hijos, el rey tenı́a ojos verdes e
inteligentes. "¿Qué pasa?"
“Nada, señ or”, dijo Ravyn, con el rostro inexpresivo, como si estuviera
tallado en piedra. "Estaba escoltando a la señ orita Spindle a los
jardines".
Cuando los ojos del Rey se posaron en mı́, mis oı́dos se llenaron con el
sonido de los latidos de mi propio corazó n.
"Señ orita Spindle", dijo. "Por supuesto. La hija de Erik. No te he visto en
la corte”.
Necesité todas mis fuerzas para sonreı́r. La Pesadilla, provocada por mi
miedo, se agitó , con sus garras a iladas. Di un paso adelante y me
incliné , con las rodillas inestables. "No salgo a menudo de la
tranquilidad de casa, Su Majestad".
Podı́a sentir los ojos del Rey apretarse en mi cara. “Una lá stima”, dijo. Su
mirada se posó sobre mı́ y hacia Ravyn. "Parece que ya has causado una
buena impresió n".
Ravyn permaneció inmó vil como una estatua, con la mandı́bula
cerrada.
"Espero verla má s, señ orita Spindle", dijo el Rey. Le lanzó a Ravyn una
mirada penetrante. Un momento despué s, Ravyn y yo quedamos
envueltos en una pesada nube de oscuridad, y el Rey y sus Destriers
desaparecieron en el jardı́n.
Los vi irse, con cuidado de no mirar a Ravyn a los ojos. "Deberı́amos
encontrar a tu hermano antes de que el Rey descubra que se escapó de
su habitació n".
Lo sentı́ de nuevo, la vacilació n de Ravyn Yew, su incomodidad cuando
el Rey vio que está bamos juntos. ¿Era la mentira lo que le molestaba,
pretender cortejarme?
¿O era a mı́ a quien no podı́a soportar?

Borrachos del vino del rey, mareados por el baile, los invitados del rey
se movı́an sin freno por el sendero del jardı́n. Ravyn murmuró en voz
baja mientras nos abrı́amos paso entre las masas. "Odio jodidamente a
Equinox".
La multitud se movió y chocó contra nosotros. Vislumbré dos Aguilas
Blancas, las Cartas del coraje. Parpadeaban como nieve al viento,
blancas y limpias, en el lado menos concurrido de los jardines, cerca del
bosque de serbales.
Saltando entre las luces blancas habı́a un niñ o, su cabello oscuro y sus
movimientos errá ticos, como si estuviera perdido en el mundo que lo
rodeaba.
Emory.
"¡Allá !" Dije, señ alando. "Lo veo."
Ravyn se abrió paso entre la multitud en una rá faga de negro, dejando
yo detrá s. Intenté observarlo, pero un grupo de hombres borrachos me
apartaron del camino.
Uno de los hombres se rió y me dio palmaditas en la cabeza como si
fuera un animal bajo sus pies. Cuando aparté su mano, la multitud se
movió . Los hombres volvieron a empujarme, esta vez con fuerza
su iciente para tirarme al suelo.
Golpeé con fuerza el sendero del jardı́n y el aire salió disparado de mis
pulmones. Un momento despué s, una mano se acercó a mı́ y se
enganchó debajo de mi hombro. Me movı́ para apartarlo de una
bofetada, pero me quedé inmó vil al reconocer al hombre que me
levantó .
Elm Rowan me miró a travé s de sus intensos iris verdes. Cuando estuve
de pie, me rodeó con un brazo irme, protegié ndome de la multitud.
“¿Todo bien, Spindle?”
"Vete", dije, la sensació n de abofetearme tan fresca que todavı́a me dolı́a
la mejilla.
“Creo que quieres decir 'gracias'”, dijo el Prı́ncipe, empujá ndome entre
la multitud, camino arriba.
"Dé jalo ir." Me retorcı́ en su brazo, la Pesadilla siseaba detrá s de mis
pestañ as.
“¿Y dejar que te pisoteen?” Dijo Olmo. "Nuestras aspiraciones habrá n
terminado antes de haber comenzado".
La multitud volvió a surgir. Me presioné contra Elm, los gritos de risas
de borrachos nos rodeaban.
“Por los malditos á rboles”, dijo el Prı́ncipe, con los dedos rojos mientras
sacaba la guadañ a de su bolsillo y la golpeaba tres veces. Por un breve
momento, sus ojos se pusieron vidriosos y estaba perdido, en lo
profundo de sı́ mismo, consumido por la magia.
Lo miré , el miedo y la fascinació n se hicieron un nudo en mi estó mago.
Los ojos de la multitud se volvieron hacia nosotros. Aú n ası́, se
movieron, comandados por la Tarjeta roja, hombres y mujeres que
soplaban como cenizas en el viento, separá ndose hasta que hubo un
camino distinto a travé s de el caos. Luego, só lo una vez que hubo un
camino despejado hacia el bosque de serbales, Elm tocó la guadañ a tres
veces má s, liberando a la multitud de su control.
Caminé vacilantemente por el nuevo camino improvisado.
Acaba de hacer que cincuenta personas sean tan dóciles como el papel.
Nightmare chasqueó su lengua contra sus dientes. Él no podía
controlarte, ¿verdad?
El camino se desvió , entretejido entre bojes bien cuidados. Elm nos
guió , presionando las palmas de sus manos contra su frente. "¿Bien?"
dijo, deslizando la guadañ a en el bolsillo de su tú nica.
"El está allı́", dije. Emory Yew y las luces de las White Eagle Cards
volvieron a aparecer.
La carcajada de Emory recorrió la arboleda. Se tambaleó , se empujó
como una cañ a de sauce entre dos hombres con Aguilas Blancas. Los
hombres eran má s altos que é l: mayores, má s anchos y mucho má s
enojados. No pude oı́r sus palabras, pero por su postura (la tensió n en
sus gruesos hombros) me di cuenta de que no estaban intercambiando
bromas con el sobrino má s joven del rey.
Un momento despué s, Emory estaba en el suelo, con sangre saliendo de
sus fosas nasales por el golpe que habı́a recibido.
"Aquı́ vamos de nuevo", dijo Elm, apresurá ndose por el sendero del
jardı́n.
Emory yacı́a en el cé sped y sus palabras salı́an en carcajadas. Elm y yo
todavı́a está bamos demasiado lejos para discernir sus palabras, pero lo
que sea que dijo Emory, fue su iciente para que uno de los hombres lo
arrancara del suelo por el cuello.
Pero antes de que el hombre pudiera atacar de nuevo, se tambaleó
hacia atrá s, con una manga negra enrollada alrededor de su garganta.
Habı́a llegado el capitá n de los corceles.
Un verdor oscuro pasó rá pidamente por mi periferia. El camino giraba y
nos llevó a Elm y a mı́ hasta una hilera de setos. Cuando miré por
encima del seto, vi a Ravyn, los tonos profundos de sus Cartas de
Pesadilla y Espejo contrastaban con los hombres y sus Aguilas Blancas.
El segundo hombre dio un paso adelante. "¡Ese enano me robó el
bolsillo!"
Ravyn soltó la garganta del primer hombre. "Es un chico tonto", dijo.
"Dejar. Ahora."
"¡No hasta que recupere mi moneda!"
Estimulado por el coraje que le brindó su Aguila Blanca, el primer
hombre atacó a Ravyn con fuerza bruta, con el puñ o cerrado como una
maza. Ravyn lo esquivó , girá ndose entre las sombras. Se interpuso
entre Emory y los hombres, alejando a su hermano del tumulto.
Emory se retiró a un á rbol cercano, con los labios torcidos por la risa.
Se subió a una rama baja y quedó colgando, con los ojos muy abiertos y
vidriosos.
Me acerqué al seto, pero Elm puso su mano en mi hombro para
detenerme.
“¿No vas a ayudarlo?” exigı́.
El Prı́ncipe se apoyó en el verdor y bostezó . "Ha sido un largo dı́a. Deja
que Ravyn se divierta un poco”.
La Pesadilla observó la pelea detrá s de mis ojos, su cola parpadeando.
Los hombres se movieron al unı́sono en un intento de tomar a Ravyn
con la guardia baja. Ravyn simplemente se giró , cruel en su precisió n, y
envió a uno de ellos al suelo con un rá pido golpe en la mandı́bula.
El hombre aterrizó desplomado debajo del serbal. Emory aulló desde su
posició n, su sonrisa era tan amplia que podı́a ver sus dientes.
“Disculpas por los dedos pegajosos”, gritó mientras dejaba caer
monedas de oro, una por una, sobre el pecho del hombre. "Me temo que
es un rasgo familiar".
Me quedé mirando al chico, paralizada. Lo habı́a sentido en las
escaleras. Habı́a algo extrañ o en Emory Yew. Ahora entendı́ lo que
realmente era. La infecció n... lo estaba carcomiendo, arrancá ndole la
cordura.
Está degenerando , dijo Nightmare. Poco a poco. La magia siempre tiene
un costo.
Torcı́ la pata de gallo en mi bolsillo. "¿Qué magia le otorgó la infecció n
de Emory?"
La mirada de Elm se dirigió a su joven prima. "El puede leer a la gente",
dijo. “Como si todos sus secretos hubieran sido transcritos en las
pá ginas de un libro. Todo lo que se necesita es un solo toque”.
El frı́o subió por mi columna. Veo una mirada amarilla entrecerrada por
el odio , me habı́a dicho el niñ o. Veo oscuridad y sombra. Y veo tus dedos,
largos y pálidos, cubiertos de sangre.
Elm, sin darse cuenta de mi angustia, continuó . “Pero la infecció n ha
pasado factura. En los ú ltimos dos añ os, se ha vuelto má s dé bil,
cambiante y violento. A veces ni siquiera puede recordar a su propia
familia. Cada solsticio y equinoccio parece empeorar”.
Ravyn y el segundo hombre continuaron peleá ndose. Ravyn detuvo su
golpe y respondió con un revé s brutal. Elm los observó , haciendo crujir
sus nudillos uno por uno.
"Emory me habló de ti anoche", dijo. "Dijo que habı́a una mujer en el
castillo con ojos negros y magia oscura". Su sonrisa no tocó sus ojos. “El
pobre niñ o estaba demasiado emocionado. Nunca antes habı́a conocido
a nadie má s infectado. Cualquiera ademá s de su hermano, claro está .
Sentı́ como si cien abejas hubieran inundado mis pulmones, sus alas
aleteando en un tó rrido pá nico. Luché por respirar, el calor salı́a de mi
pecho y envolvı́a mi garganta.
Ravyn tejo. Infectado.
¿Sabías? Jadeé ante la Pesadilla.
Ronroneó , la grati icació n goteando como cera caliente de su voz. Tenía
mis sospechas.
¿Y no pensaste en decírmelo?
Has tenido al hombre en tu mirada todo el día. Seguramente viste más
que una cara bonita.
Elm me miró y notó la sorpresa en mi rostro. Esta vez su sonrisa fue
plena. “¿El no te lo dijo?”
Parpadeé , mi lengua quedó atrapada en una trampa. “El—El es—”
"Infectado", dijo Elm. "Sı́. Terriblemente”.
¿Qué criatura es él, con máscara de piedra? dijo la Pesadilla una vez má s.
¿Capitán? ¿Salteador de caminos? ¿O una bestia aún desconocida?
La Pesadilla y yo miramos por encima del boj, la pelea ahora en su
clı́max. Los dos oponentes de Ravyn estaban de pie, con sus Aguilas
Blancas brillando en sus bolsillos. Emory les cantó desde su posició n en
el á rbol. Cuando el primer hombre se dispuso a atacar, Ravyn recibió un
golpe en el estó mago y lo abofeteó como si no fuera má s que un perro.
El segundo hombre, el que habı́a golpeado a Emory, atacó . Ravyn
respondió , atrapá ndolo por el codo. Un momento despué s, el hombre
dejó escapar un grito brutal y cayó al suelo, con el brazo torcido de
forma antinatural detrá s de é l.
Observé al Capitá n de los Destriers, solo y victorioso, inclinarse sobre
los hombres. No pude escuchar las palabras que pronunció . Aú n ası́, no
me perdı́ la forma en que los hombres se encogieron de miedo, sin
poder ni querer volver a levantarse.
Ravyn les tendió la palma abierta y esperó .
La Pesadilla se inclinó hacia adelante, aguzando mis ojos. Vimos a
ambos hombres, magullados y ensangrentados, colocar sus Cartas del
Aguila Blanca en la palma abierta de Ravyn.
En el momento en que las Cartas tocaron la mano del Capitá n, el color
blanco desapareció .
Capítulo Catorce
Para la ú ltima Providence Card, la querı́a cerca.
Para responder a mi llamada cuando má s la necesitaba.
Pero ella guardó sus secretos, como un dragó n su oro,
Sin decir nada sobre el precio, nuestro trato se mantendrı́a.
Pero durante mucho tiempo habı́a sufrido y mucho habı́a sangrado.
“Pagaré cualquier costo por una duodé cima Tarjeta”, dije.
La sal me picó la nariz y su despecho llenó el aire.
Me desperté en la cá mara, con la tarjeta Twin Alders allı́.
Y ası́, mi querido reino, mi error, mi tierra,
Las Cartas te tocan a ti, pagadas por mi mano.
Por su precio, era de initivo, nuestro trueque estaba hecho.
Creé doce Tarjetas...
Pero no puedo usar uno.
Mis pies se movı́an sin mı́, la confusió n, la ira y el desconcierto total
luchaban por el dominio entre mi cabeza y mi pecho. Cuando me
acerqué , los labios de Ravyn se curvaron en media sonrisa que
desapareció en el momento en que vio mi rostro.
"¿Qué pasa?" é l dijo.
“Sé lo que eres”, dije, señ alando con un dedo acusatorio la cara del
Capitá n.
La columna de Ravyn se enderezó . En su expresió n no vi ni ira ni miedo,
só lo un silencio inteligente. Se acercó , reduciendo el espacio entre
nosotros. Cuando habló , su voz era baja. "¿Tú ?"
"¿Quié n es la bella dama?" —Preguntó Emory, quitando una ramita del
serbal y arrancando sus hojas una por una. “Creo que ella es un espı́ritu
de á rbol. No, ¡un rey! No." Su sonrisa se torció . "Un villano."
“¡Emory!” espetó Ravyn, mirando a su hermano por encima del hombro.
“Ya te divertiste. Ahora cá llate."
"Dije que era bonita, ¿no?" Emory hizo girar la ramita salvajemente
entre sus dedos. Un momento despué s maldijo, habié ndose dado un
golpe en el ojo.
"Ahora, ahora", dijo Elm, acercá ndose desde detrá s del seto, con su
guadañ a encendida en su mano. "Hemos bebido mucho esta noche, ¿no,
muchacho?"
Emory golpeó a su primo con la ramita. “Fuera contigo y tu Tarjeta,
Rrrrrenelm. No soy un bebé que necesita que lo envuelvan”.
Cuando Elm nos miró a Ravyn y a mı́ (con la espalda erguida y la boca
dibujada), sus labios se curvaron en una sonrisa culpable. “Ustedes dos
tienen algunas cosas que discutir. Yo me encargaré del bruto.
"¿Bruto?" Emory empezó a trepar de nuevo al serbal. “Soy Emory Tydus
Yew, hijo de guerreros, ancestro de grandes hombres, presagio de todo
lo que está por venir”.
Cayó del á rbol con un ruido sordo y el jardı́n rugió con la risa de Elm.
"Ven conmigo", dijo Ravyn sin mirarme, con los mú sculos de su
mandı́bula tensos.
Lo seguı́ por el camino con pasos fuertes, las palabras salieron todas a
la vez. “Primero tu Tarjeta Nightmare, luego esto. Me estoy cansando de
sus mentiras por omisió n, Capitán .
Ravyn no dijo nada. El sonido de Equinox, de risas y mú sica, se hizo má s
fuerte. Pero antes de que pudié ramos volver a unirnos a la multitud,
Ravyn se salió del camino hacia la sombra de un sicomoro.
No tuve má s remedio que seguirlo.
“Lo que parece que no puedo entender”, dije, apartando ramas hasta
que estuvimos cara a cara, “es có mo has vivido tu vida de manera tan
pú blica. Eres el Capitá n de los malditos Destriers. Pensé Tú , entre todas
las personas, serı́as irreprochable”. Hice una pausa, calor en mis
palabras. “Pero no lo eres, ¿verdad? Está s infectado”.
"Baja la maldita voz", dijo, cernié ndose sobre mı́.
En algú n lugar de mi cabeza sonaron las alarmas. Habı́a pasado la
mayor parte de mi vida con cuidado de no llamar la atenció n, y mucho
menos la ira, de un Destrier. Pero por muy fuertes que fueran, las
campanas fueron ahogadas por un estruendo aú n má s fuerte.
Enojo.
"¿Bien?" Dije entre dientes. “¿Está s infectado o no?”
Ravyn miró hacia otro lado. Estuvo en silencio un largo rato, sus labios
formaban una ina lı́nea bajo la sombra de su nariz. Finalmente habló .
"Soy."
“¿Lo sabe el Rey?”
"Sı́." Cambió su peso y cruzó los brazos sobre el pecho. "Te sorprenderı́a
el consejo que sigue mi tı́o".
“¿Y tú eres… qué ? ¿Su mascota má gica? ¿Cambias el servicio por una
vida normal mientras el resto de nosotros, maldecidos por la infecció n,
nos vemos obligados a andar de puntillas por la vida, con la ejecució n
esperando en cada esquina?
Ravyn se estremeció y entrecerró sus ojos grises.
Pero seguı́ adelante, con la sangre en alto. “En el só tano parpadeaba la
luz de tus cartas. No lo entendı́ hasta ahora”. Mis ojos se posaron en su
mano. “Las Aguilas Blancas. Tan pronto como los tocaste, su luz se
apagó ”. Busqué su rostro y lo vi por primera vez. “¿Cuá l es tu magia?”
Ravyn no respondió con palabras. En cambio, extendió su mano
derecha entre nosotros. Lentamente, desplegó los dedos. Allı́,
acurrucadas en la palma de su mano, desprovistas de luz y color,
estaban las dos Aguilas Blancas.
Me dio una mirada fugaz. Luego giró la palma y dejó caer las cartas.
En el momento en que las Aguilas Blancas abandonaron la piel de
Ravyn, su color volvió . Hice una mueca, cegado por la luz. Las cartas
revolotearon hacia el suelo, cayendo como dos faros blancos.
Aterrizaron entre nuestros pies, su color y luz eran tan fuertes como
cualquier Carta de la Providencia.
Los miré ijamente, mi respiració n se aceleró .
La Pesadilla lo entendió antes que yo. Se aferró al primer plano de mi
mente, con los ojos ijos en Ravyn como si é l tambié n estuviera viendo
al Capitá n por primera vez. Doce Cartas de Caballo Negro, pero trece
Destriers , murmuró . ¿Lo has visto alguna vez con un Caballo Negro? No,
porque no puede usarlo. Soltó una carcajada repentina,
sobresaltá ndome. ¿No lo ves? No puede utilizar Tarjetas Providence. O al
menos, no todos.
Mi mirada se disparó hacia Ravyn, la luz blanca de las Cartas
proyectaba nuevas sombras en su rostro. “¿No puedes usarlos?”
El Capitá n estaba inmó vil como una estatua. "No. Pero tampoco pueden
usarse contra mı́. Esa es la naturaleza de mi magia. Cartas como el Cá liz
(la Guadañ a) no tienen ningú n efecto en mı́”.
Mis pensamientos daban vueltas, hojas en una tormenta de viento.
“Pero vi las Tarjetas en tu bolsillo. Cuando me vendaste los ojos, vi sus
luces. Y te he visto usar el Espejo y la Pesadilla”.
Se inclinó por la cintura, recogió las Aguilas Blancas del suelo y las
guardó en su bolsillo. “Las cartas pierden su magia en el momento en
que tocan mi piel. El Espejo y la Pesadilla, y tal vez los Alisos Gemelos,
son las ú nicas Cartas que todavı́a puedo usar”.
Todavı́a no entendı́. “¿Por qué só lo esos?”
Una frustració n discernible apareció en los bordes del rostro de Ravyn
Yew. Abrió la boca para responder, pero el sonido de unas risitas fuera
del sicomoro lo silenció .
Me di la vuelta. Só lo podı́a ver fragmentos a travé s de las ramas
cubiertas de hojas. Los cortesanos caminaban por el sendero del jardı́n,
ajenos a nosotros, sus voces fuertes y desinhibidas mientras
deambulaban por los jardines.
Ravyn esperó a que pasaran. Se inclinó má s cerca, su voz en mi oı́do.
"Este no es el momento ni el lugar para discutirlo, señ orita Spindle".
Con eso, pasó a mi lado, salió del refugio del á rbol y regresó al camino.
Su objetivo era silenciarme, tal vez extinguir los rumores sobre su
infecció n. Pero habı́a demasiadas preguntas, demasiadas verdades no
dichas. Apreté los puñ os y lo seguı́ hasta el centro de los jardines,
donde la celebració n aú n continuaba.
Desa iante, lo agarré por la tú nica y tiré . Se detuvo en seco y se volvió
hacia mı́ como un gran ave de presa. Pero antes de que pudiera hablar,
desatar toda esa frustració n cincelada en su rostro, alguien dijo mi
nombre.
"Elspeth!"
Miré por encima del hombro de Ravyn y reconocı́ la voz demasiado alta
y burbujeante de Dimia. Estaba parada entre un grupo de chicas a
varios pasos de distancia. Cuando me miró , saludó y derramó vino de su
copa. Se levantó la falda y saltó hacia nosotros. Detrá s de ella venı́a una
Nya reacia, con sus ojos azules, normalmente estrechos y astutos,
vidriosos.
Ravyn puso los ojos en blanco y maldijo en voz baja. "Toma mi mano."
Mis ojos volaron hacia su rostro. Un rostro que, en ese momento, quise
atravesar con los dedos. "¿Qué ?"
"Se supone que debemos cortejar", dijo, acercá ndose, su voz era un
gruñ ido. Ofreció su mano. “¿O lo has olvidado?”
Mis medias hermanas estaban a un paso de distancia. No hubo tiempo
para pensar. Deslicé mi mano en la palma vuelta hacia arriba de Ravyn,
mi garganta se contrajo cuando é l giró mi mano y entrelazó sus dedos
con los mı́os. Su piel era á spera, los callos tiraban de la suave piel entre
mis dedos.
Nos volvimos para mirar a mis medias hermanas. "Nya, Dimia", dije, con
aliento en mi voz. "¿Divirtié ndose?"
Las chicas sostenı́an vasos medio vacı́os y con las cintas sueltas. en el
pelo, las mejillas manchadas de rojo. Pero los gemelos simplemente
estaban borrachos, no ciegos. Sus miradas volaron de Ravyn y de mı́ a
nuestras manos, entrelazadas. Los ojos de Dimia se desorbitaron y un
chillido de alma en pena se deslizó entre sus labios.
Nya no hizo má s que mirar ijamente, con la boca abierta, como un pez.
"Parece que tú tambié n está s disfrutando de Equinox, Elspeth", dijo
Dimia, dá ndole un codazo obsceno al costado de su gemela.
Nya parpadeó , su mirada movié ndose entre Ravyn y yo. "Pero eres tu-"
"A punto de bailar, en realidad", dijo Ravyn, interrumpié ndola. "Es un
placer verlos a los dos", dijo sin ningú n placer, alejá ndome de mis
medias hermanas y adentrá ndome má s en la multitud.
El baile ya habı́a comenzado, los laú des y cı́mbalos marcaban un ritmo
constante. Ravyn y yo nos metimos en el cı́rculo de bailarines, con su
mano todavı́a entrelazada con la mı́a. No me perdı́ la forma en que má s
de un par de ojos nos seguı́an, susurros siguiendo nuestros pasos.
Apreté la mandı́bula y mi ira regresó cuando el Capitá n y yo nos
emparejamos. No querı́a bailar para apaciguar a mis hermanas y
ciertamente no tenı́a ningú n interé s en disfrutar de la frivolidad de
Equinox.
La ú nica razó n por la que tomó mi mano (estuvo frente a mı́ frente a la
mitad de Blunder) fue para evitar que le hiciera má s preguntas.
Los susurros resonaban a nuestro alrededor, su ritmo está tico competı́a
con los instrumentos. "¿Es esto realmente necesario?" Dije mientras
nos volvı́amos al ritmo de la mú sica, mi vestido se movı́a en las caderas
mientras giramos en semicı́rculos, en una direcció n y luego en la otra.
Ravyn me miró por encima del hombro. Sentı́ su mano presionar contra
la parte baja de mi espalda. “Confı́a en mı́”, dijo. "Fingir es la mitad del
trabajo".
Me encontré con su mirada. “Pero no confı́o en usted, Capitá n. ¿Có mo
podrı́a con iar en un hombre que no ha sido sincero conmigo?
El baile disminuyó , las notas inales se acercaban. La mano de Ravyn se
deslizó desde la parte baja de mi espalda hasta mi columna, má s lento
de lo que deberı́a. Cuando se inclinó , su mandı́bula rozó mi oreja. "Yo
dirı́a que una admisió n de traició n es excepcionalmente directa por un
dı́a, señ orita Spindle", susurró .
La canció n terminó con una rá faga triunfal, seguida por un estré pito de
aplausos de borrachos. La mano de Ravyn se deslizó de mi espalda.
Cuando nuestros dedos se separaron, se pasó una mano rı́gida por la
frente y por el pelo negro. Sus ojos grises recorrieron el rubor de mis
mejillas, el surco de mi frente, la lı́nea de mis labios.
Pero é l no dijo nada.
El aire era sofocante, avivado por la multitud y el silencio de Ravyn Yew.
Bajé la ceja y lo miré por un ú ltimo momento, luego regresé al castillo.
Encontré a Emory y Elm sentados cerca del gran saló n, sin duda de
camino a los aposentos de Emory. Se habı́an detenido para tomar un
descanso para beber.
Cuando Elm me vio, esbozó una sonrisa y levantó su copa en un
simulacro de brindis. “Al señ or y señ ora del baile. Parece que ustedes
dos se reconciliaron”.
Ignoré su mirada y me froté el cuello, como para borrar el rubor que se
habı́a instalado en mi piel. Mis ojos se volvieron hacia Emory, que se
habı́a levantado de su silla. Cuando el niñ o me vio, sus ojos grises se
abrieron como platos.
“La pesadilla”, dijo, citando El viejo libro de los alisos , mientras me
señ alaba con el dedo como si estuviera dirigiendo una orquesta
invisible. “Ten cuidado con la oscuridad. Ten cuidado con el susto. Ten
cuidado con la voz que llega en la noche”.
"Su iciente, Emory", gimió Elm.
Cuando la sonrisa de Emory se hizo má s profunda, los pelos de mi
cuello se erizaron. De repente tuve la certeza de que cuando tocó mi
mano en la escalera, Emory Yew y su extrañ a y oscura magia realmente
habı́an visto hasta el ú ltimo de mis secretos.
“Se retuerce y llama a travé s de pasillos sombrı́os. Ten cuidado con la
voz que llega en la noche”.
Antes de que pudiera decir algo, antes de que pudiera siquiera temblar,
Emory jadeó , encorvó la espalda y tosió sangre en el suelo de piedra.
Vergüenza , dijo la Pesadilla. Estaba empezando a gustarme.
Capítulo Quince
Los lazos de Blunder son fuertes. Familia, magia, reino. Nos mantienen
unidos, nos guı́an, como las cuerdas de sisal que dejamos en la niebla
para encontrar el camino a casa. Uno es sangre, el otro sal y la ú ltima
piedra. Manté n los tres y no los sueltes.
Los lazos de Blunders son fuertes.
Los caballos no redujeron la velocidad a un paso suave hasta que
estuvimos a una milla de Stone, justo má s allá de la primera colina. Só lo
entonces el eco espeluznante del Equinoccio desapareció bajo el
clamor del carruaje de los Yew.
No habı́a sido una despedida fá cil. Mi tı́a se habı́a aferrado a mı́, con
lá grimas frescas en los ojos, aunque le habı́a prometido que
volverı́amos a estar juntos pronto. Mi tı́o la habı́a apartado,
murmurando algo acerca de que era un milagro que los Yew supieran
que yo existı́a, y mucho menos quisieran facilitar un noviazgo con su
hijo mayor. Se fueron a buscar a Ione, pero no me demoré en
despedirme. No podı́a mentirle a mi prima, ni sobre los Tejos, ni sobre
el horrible sabor que me dejó en la boca su compromiso con Hauth
Rowan.
Y no podı́a afrontar su nueva apariencia bajo la luz de la Carta de
Doncella, tan diferente de la Ione con la que habı́a crecido.
A los tejos no les habı́a ido mejor. Emory escupió má s sangre y sollozó ,
inconsolable, cuando inalmente recordó por qué no podı́a venir con
nosotros. Elm se ofreció a quedarse y consolarlo; la guadañ a era la
mejor herramienta en su arsenal para ayudar a que el niñ o tuviera el
descanso que desesperadamente necesitaba.
Me senté en silencio, el camino rural de Stone a la ciudad estaba lleno
de baches, la hora entre la medianoche y el amanecer. Me sentı́ agotado,
cansado y solo, los empujones del carruaje me hacı́an imposible
descansar. Cuando me adentré en la oscuridad, sentı́ la Pesadilla,
buscando algo familiar.
El estaba allı́, acurrucado como un gato en un rincó n de mi mente, en
silencio.
Frente a mı́, Jespyr apoyó la cabeza en el hombro de su madre y cerró
los ojos. Fenir estaba sentado al otro lado, mirando la oscuridad fuera
de la ventana del carruaje.
Soporté la desgracia, orquestada sin duda por su hermana, de
compartir banco con Ravyn. Nos sentamos en un silencio gé lido, tan
lejos unos de otros como lo permitı́a el ancho del carruaje. No lo miré .
No lo habı́a mirado desde que salimos de los jardines del Rey.
Pero eso no hizo nada para borrar la ira que sentı́a, espontá nea e
inexplicable, hacia el Capitá n de los Destriers y sus secretos
fuertemente guardados. Tampoco pudo borrar el recuerdo de sus dedos
entrelazados con los mı́os, la forma en que el aire tibio del jardı́n se
atascó en mi garganta cuando me acercó .
Lancé un suspiro entrecortado para disipar el indeseado aleteo en mi
pecho. Morette me miró y confundió mi inquietud con preocupació n.
“Nuestra casa es vieja y extrañ a”, me dijo con voz cá lida. “Pero Castle
Yew está a salvo. Estará s có modo allı́”.
Nadie habló durante el resto del camino. Cuando las ruedas tocaron el
adoquı́n, me estaba pellizcando para mantenerme despierto.
El carruaje se detuvo bruscamente.
Miré ijamente a la oscuridad. Una valla de hierro forjado rodeaba un
castillo en la cima de la colina. Detrá s de ella habı́a una estatua, las
estatuas y el laberinto de setos ensombrecidos bajo la siniestra altura
de los antiguos tejos.
Fenir sacó una llave maestra de su cinturó n, abrió la puerta y mantuvo
la llave abierta el tiempo su iciente para que el carruaje se deslizara
dentro del terreno.
Angeles y gá rgolas me miraron desde sus lugares en las estatuas. Me
estremecı́ al recordar cuá ntas veces mi tı́a me habı́a dicho que Castle
Yew estaba embrujado.
Dejamos el carruaje. Cuando llegamos a la puerta alta y forti icada,
Fenir golpeó tres veces con la palma abierta el viejo roble.
Su mayordomo nos saludó , abrió la puerta de par en par y nos hizo
señ as para que entrá ramos. “Te esperaba antes”, dijo, mientras las
sombras bailaban en su rostro en el castillo poco iluminado.
“Tuvimos problemas con Emory”, dijo Morette con voz pesada.
El mayordomo se volvió hacia mı́. Era un hombre redondo, no má s alto
que yo, corpulento, con pobladas cejas grises que se cernı́an sobre unos
ojos muy abiertos y enfocados. Cuando sonrió , su bigote se movió .
“Bienvenida al Castillo Yew, señ ora. Mi nombre es Jon Thistle”.
Intenté devolverle la sonrisa, pero salió un bostezo. "Elspeth."
“Debes estar exhausto”, dijo Thistle. "Permı́teme mostrarte tu
habitació n".
La puerta del castillo se cerró de golpe. "Yo la llevaré ", dijo Ravyn. Cogió
un candelabro cercano y encendió las mechas, esperando un momento
a que la llama se prendiera, las sombras parpadearon en sus rasgos:
cejas, nariz y mandı́bula a iladas en la tenue luz. Ojos entrecerrados y
frı́os.
Atravesó el pasillo, pasó por la chimenea dormida y llegó a la larga y
sinuosa escalera, y una vez má s no me dejó má s remedio que seguirlo.
Lo seguı́ con pasos pesados, dispará ndole dagas en la espalda. Querı́a
gritar, romper el cristal de su control. Pero no pude encontrar las
palabras. El dı́a se los habı́a robado. Y la noche los habı́a enterrado.
El cansancio era rey, y yo su siervo.
Ravyn me llevó por un pasillo oscuro con linternas saltarinas y retratos
extrañ os e inquietantes hasta la ú ltima puerta de una larga ila.
Nightmare olfateó el aire, golpeando sus dientes mientras yo observaba
mi entorno. Sus pupilas brillaron, aliviando la oscuridad del castillo.
Nos detuvimos en medio de un largo pasillo de habitaciones. Ravyn
abrió una puerta y las bisagras chirriaron a modo de bienvenida. Entré
en la habitació n, la luz gris de la luna se iltraba a travé s de la ventana.
Me volvı́ para cerrar la puerta, pero el capitá n permaneció en el umbral
con el ceñ o fruncido.
Mi voz era aguda. "¿Algo má s?"
Se pasó una mano por la mandı́bula y sacudió la cabeza. "No era mi
intenció n ser insensible, señ orita Spindle", dijo, mordiendo sus
palabras. “He tenido que ingir durante tanto tiempo partes ocultas de
mı́ mismo, mi magia, tan profundas que he olvidado có mo hablar de
ellas”. Sus ojos se encontraron con los mı́os, buscá ndome algo que no
podı́a nombrar. "¿Puedes entender esto?"
Pude. Mejor que la mayorı́a. ¿No habı́a ocultado mi capacidad de
absorber Cartas de Providencia de Ravyn desde el principio? ¿No le
habı́a mentido a su familia y les habı́a dicho que podı́a ver Providence
Cards cuando, en realidad, el monstruo de quinientos añ os en mi
cabeza estaba haciendo eso por mı́? Cargué mis propias mentiras por
omisió n, guardé mis propios secretos. Secretos oscuros y peligrosos.
Quizá s por eso Ravyn Yew me enfureció tanto. El Era má s fá cil odiarlo
por ser reservado y deshonesto que admitir que me odiaba a mı́ mismo
por las mismas razones.
Pero no pude decirle eso. Difı́cilmente podrı́a decı́rmelo a mı́ mismo.
Di un paso adelante, obligando a Ravyn a salir de la habitació n,
ingiendo una cortesı́a que no sentı́a. “Tu casa parece muy privada,
ubicada en las afueras de la ciudad, muy cerca del bosque. Lejos de
mover la lengua”.
Con el ceñ o fruncido, los ojos de Ravyn recorrieron mi rostro, como si
yo fuera un libro escrito en un idioma que é l no podı́a descifrar. "¿Y?"
Se sintió bien verlo luchar por leerme. Habı́a herido mi orgullo. Y ahora,
mi orgullo pedı́a sangre. "Alivia la carga de un noviazgo ingido, que,
segú n tengo entendido, es aborrecible para ti". Mi sonrisa no tocó mis
ojos. “Aquı́, lejos de los chismes, no necesitamos pretender ser nada que
no somos”.
Los ojos de Ravyn no abandonaron mi rostro. Si mis palabras le habı́an
dolido, sus rasgos pé treos no lo revelaban. Se inclinó hacia delante. “¿Y
qué somos nosotros, señ orita Spindle?”
La intensidad de su mirada me hizo retroceder un paso. “Nada”, dije.
Luego, a pesar de todo, “¿No es eso lo que querı́as?”
Algo brilló en los ojos grises de Ravyn. No ira, pero igual de fuerte. Por
un momento, la tensió n atravesó su expresió n ija. Sus dedos se
lexionaron a lo largo del candelabro, sus hombros rı́gidos, su cuerpo
tenso y completamente concentrado en mı́.
Pero no dijo nada, no ofreció ninguna explicació n ni ninguna negació n.
Su silencio era tenso. Me cortó las entrañ as, un aguijó n amargo. En mi
intento de herirlo, só lo me habı́a lastimado a mı́ mismo. "Eso es lo que
pensé ", espeté , cerrando la puerta en la cara del Capitá n de los
Destriers.

El sueñ o era un fantasma, y cuando desperté , se escapó , desapareció en


el aire frı́o que se habı́a instalado en mi habitació n durante la noche. Me
envolvı́ en mantas y traté de volver a dormir, pero no habı́a paz que
reclamar, y me quedé allı́ inquieto, frı́o y preocupado, temeroso de lo
que pudiera depararme el dı́a. Miedo, pero lleno de anticipació n.
Dormı́ con mi vestido Equinox. Cuando me senté , habı́a lı́neas en mis
brazos donde la tela se habı́a clavado en mi piel.
La habitació n estaba a oscuras y las cortinas corridas. Pero un ritmo
dentro de mı́ me dijo que ya hacı́a mucho que amanecı́a. Me senté y
miré a mi alrededor, con los ojos llorosos. "Un poco de ayuda", dije en
voz alta.
El no respondió al principio. ¿No puedes hacerlo tú mismo?
“¿Y negarte el placer de regodearte con mi impotencia?”
La Pesadilla resopló . Luego, como si accionara un interruptor en la
parte posterior de mi cabeza, mis pupilas se abrieron como las de un
gato, revelando la forma de la habitació n, los contornos de los muebles,
los má s tenues indicios de luz que se escapaban por debajo de las
cortinas.
No habı́a prestado mucha atenció n a la habitació n la noche anterior, me
desplomé en la cama y me resigné a dormir en el momento en que le
cerré la puerta en la cara a Ravyn Yew. Mi habitació n era pequeñ a pero
ornamentada, el mobiliario elegante: la estructura de la cama grabada
con un delicado diseñ o arremolinado. La silla del rincó n estaba
tapizada con un brocado verde y dorado. En la repisa de caoba habı́a un
á guila tallada, con el pico abierto y las garras curvadas. Las cortinas
eran de un intenso color carmesı́ y la alfombra habı́a sido tejida
formando un elaborado paisaje que representaba a un caballero dorado
sobre un caballo negro.
Me quedé mirando la alfombra, todavı́a medio dormido, siguiendo al
hombre a caballo. No pude verle la cara: la visera de su casco estaba
cerrada. Fue su armadura la que me atrapó .
Incluso tejido en lana, era brillante, dorado y hermoso.
Un golpe en mi puerta me sacó de mis pensamientos. Antes Pude
responder, la puerta se abrió y las pesadas botas avanzaban hacia mı́.
"Elspeth... Oh, mierda, lo siento... pensé que estarı́as despierta".
Jespyr.
Me aclaré la garganta. "Estoy despierto."
Ella hizo una pausa. “¿Y está s sentado aquı́? ¿En la oscuridad?"
No exactamente. “Me estaba levantando recié n”.
Jespyr entró en la habitació n, arrastrando algo detrá s de ella. Cuando
corrió las cortinas, la luz gris de la mañ ana inundó la habitació n, dejó
caer el objeto pesado cerca de los pies de la cama.
Mi baú l, lleno con toda la ropa que habı́a traı́do conmigo a Equinox.
"Gracias." Hice una mueca ante la luz de la mañ ana y colgué las piernas
sobre el costado de la cama. Señ alé la alfombra. "Jespyr, ¿quié n es ese?"
Sus ojos siguieron al hombre de la armadura. “Supuestamente, é l es el
Rey Pastor. Tenemos muchos retratos suyos en este castillo, recopilados
durante siglos por los tejos.
Fruncı́ el ceñ o, buscando la lana. Parecı́a un sueñ o olvidado mirar al
hombre de la armadura dorada. Un re lejo en el agua demasiado turbia
para distinguirlo.
La Pesadilla caminaba detrá s de mis ojos, protegié ndose con un silencio
pesado y decidido.
"Tengo algo má s para ti", dijo Jespyr, sin decir nada sobre el hecho de
que todavı́a estaba con la ropa de ayer. Sacó un sobre del bolsillo de su
tú nica. "Llegó esta mañ ana".
Por sus garabatos apresurados, la tinta salpicada sobre el pergamino
donde ella habı́a arrojado la pluma, reconocı́ la letra de inmediato.
La carta era de mi tı́a.
Rompı́ el sobre y de repente sentı́ una dolorosa nostalgia.
Querida Elspeth,

Estoy feliz, aunque un poco sorprendido, de que hayas encontrado


amistad con Ravyn Yew. Parece un hombre extraño y severo. Pero los tejos
gozan de buena reputación y su madre, Morette, es una buena mujer.
Ruego que se sienta como en casa en su compañía y que sea un cambio
cálido y bienvenido.
Contigo en Castle Yew e Ione y tu tío permaneciendo en la corte del Rey,
Hawthorn House se sentirá bastante solo. Me encuentro deseando poder
retrasar los relojes: habíamos decidido no asistir a Equinox y todo seguía
igual. Pero esas son sólo las divagaciones de una anciana, ijada en sus
costumbres. Si alguien merece un cambio de aires, Elspeth, eres tú.
Cuídate, mi amor. Y, si lo desea, siga la corriente de una anciana: tenga
cuidado en Castle Yew. Hay vieja magia ahí.

Firmó con un lema familiar de Blunder.


Sé cauteloso. Sea inteligente. Sé bueno.
Ópalo
Jugué con los extremos deshilachados del pergamino, con el corazó n
apesadumbrado.
Ella está preocupada.
Todos tenemos nuestros males , bostezó Nightmare.
Qué bueno que vine aquí , dije. Eso era lo correcto que hacer. Ayudarlos a
encontrar las Cartas... ayudar a Emory, ayudarme a mí mismo, después de
tantos años de esconderme con los Hawthorn... era lo correcto.
¿Estás intentando convencerme a mí o a ti mismo?
La cama se movió y Jespyr aterrizó con un golpe a los pies. “¿Son malas
noticias?”
Negué con la cabeza. “Una carta de mi tı́a. Debió haberlo escrito
despué s de que dejamos a Stone anoche.
"Te mantiene bajo control, ¿verdad?"
Sacudı́ la cabeza de nuevo. “No paso mucho tiempo lejos de ella. Ella se
preocupa." Luego, tras una pausa, “Todo está cambiando. Ione está
comprometida con un prı́ncipe. Estoy aquı́, conspirando con tu familia”.
Arrugué la nariz. “Me preocupa Ione, mi tı́a, que me atrapen. Sobre
todo."
Motas doradas en los ojos marrones de Jespyr brillaban a la luz de la
mañ ana, sus iris llenos de fuego, tan diferentes de la luz plateada de la
luna que brillaba en los ojos grises de Ravyn y Emory. Su cabello oscuro
era ondulado, salvo algunos rizos salvajes que enmarcaban su rostro.
Estaba cortado má s corto que la moda y atado detrá s de su cuello con
una tira de cuero. Su tú nica, de un verde intenso con ribetes blancos,
descansaba holgada a lo largo de su delgada igura.
Cuando ella me sonrió , desenfrenada, no pude evitar devolverle la
sonrisa.
"Yo tambié n me preocupo". Ella se reclinó . “Me preocupa Emory. Me
preocupa Elm, Ravyn y yo, que el Rey, Hauth o los demá s Destriers
descubran nuestra doble vida. Que nos atrapará n. Me preocupo todo el
tiempo”.
“¿Có mo lo logras?”
Ella se encogió de hombros y se cruzó una bota sucia sobre la rodilla.
“Me digo a mı́ mismo que soy má s fuerte que mis dudas, que soy bueno.
Incluso si no siempre se siente ası́”. Abrió la boca para decir algo má s,
pero pareció contener la lengua. Sus ojos se abrieron y me miró
ijamente, su mirada se ijó en mi rostro.
Me retorcı́. “¿Jespir?”
"Lo siento", dijo, parpadeando. “La luz de aquı́ me está jugando una
mala pasada. Por un momento tus ojos casi parecieron amarillos”.
Me tomó todos mis añ os de prá ctica mantener mi expresió n estable.
Parpadeé y una risita nerviosa subió a mi garganta. "Que extrañ o."
Pero Jespyr no pareció notar mi malestar. “Pero he olvidado mi
propó sito. Elspeth, vine a buscarte.
"¿Oh?"
“Sylvia Pine y sus hijas regresan temprano a casa desde Equinox. Mi
madre habló con Sylvia anoche y las invitó a tomar el té cuando
regresaban de Stone. Ella se puso de pie, con pasos ligeros, emocionada.
“Tú y yo nos uniremos a ellos”.
Árboles , murmuró Nightmare, raspá ndose las garras. ¿Ahora debemos
jugar al té con los devoradores de fondo de Blunder? Dijiste que unirte a
estos tontos sería peligroso. No dijiste nada de tortura.
Hice una mueca. “¿Eres cercano a los Pines?”
"De nada." Jespyr se apartó un rizo de los ojos. “Sylvia es una mujer
odiosa. Sus hijas será n má s tolerables si logramos encontrar algo que
merezca la pena discutir. Se señ aló a sı́ misma: su tú nica y sus calzas,
sus botas embarradas. "No tengo mucho en comú n con ellos".
“No veo de qué ayuda seré . Yo... eh... no soy muy hablador.
La Pesadilla resopló en mi oı́do.
"Ah, pero esta vez", dijo Jespyr, "tendremos algo de qué hablar". Ante mi
expresió n en blanco, ella se rió . "Sigo olvidando que no tienes idea de lo
que está pasando".
Crucé los brazos sobre mi pecho. “¿Y de quié n es la culpa?”
Ella sonrió iró nicamente. "Bien. Lo siento." Ella se aclaró la garganta.
“Mi madre invitó a Sylvia Pine porque creemos que es muy probable
que su marido, Wayland, tenga una tarjeta Iron Gate. Puede que Sylvia
sea una anciana de labios apretados, pero sus hijas, benditos sean sus
sencillos corazones, son encantadoras charlatanas.
Mi frente se animó . “¿Y si nos dicen dó nde guarda su padre su Puerta de
Hierro?”
Ella sonrió con esa sonrisa contagiosa. "Entonces estaremos un paso
má s cerca de robarlo".
Capítulo Dieciséis
Las Tarjetas Providencia son un regalo. Su magia se mide. Ni ellos ni
quienes los esgrimen corren el riesgo de degenerar. Aú n ası́, tenga
cuidado. Sea inteligente. Sé bueno. Nada es gratis, especialmente la
magia.
Las Tarjetas Providencia son un regalo.
Morette , Jespyr y yo esperá bamos en el saló n, sentados
estraté gicamente a una silla de distancia alrededor de una espaciosa
mesa ovalada. Llevaba un vestido gris oscuro combinado con un chal
blanco que mi tı́a habı́a tejido, con un espino bordado en el centro. Me
envolvı́ el chal alrededor del cuello y el pecho, deleitá ndome con su
calidez, necesitando consuelo.
Frente a mı́, Jespyr tiró de su cuello con volantes. Su madre habı́a
insistido, como no era posible llevar vestido, en que se pusiera algo má s
formal que su vestimenta habitual, que Morette habı́a considerado, con
la nariz respingona, "lana no apta para un mozo de cuadra".
Los ojos de Morette brillaron cuando miró a su hija. "¿Estas bebiendo?"
Jespyr metió una petaca debajo de la mesa. "No."
"¡Ni siquiera es mediodı́a!"
"Piense en ello como una medicina". Cuando su madre le lanzó una
mirada frı́a como un asesinato, Jespyr levantó las manos. "No puedes
esperar que aguante a Sylvia Pine sin una sola gota de alcohol".
"No la soportaremos mucho si piensa que mi hija es una borracha".
Jespyr me arrojó el matraz. Lo cogı́ y su contenido se agitó en el
pequeñ o estuche de cuero. Olı́ vino. "Toma un poco", dijo Jespyr.
"Cré ame, le ayudará ".
Miré la petaca y los ojos de Morette me taladraron desde el otro lado de
la mesa.
Continúa, entonces , dijo Nightmare. Cualquier cosa para sacarme de mi
miseria.
Cállate, gruñón.
Quité el tapó n y presioné la tapa contra mis labios. El vino era cá lido,
rico (demasiado fuerte para una hora tan temprana del dı́a), pero de
todos modos tenı́a un ardor agradable. “¿Alguien má s se unirá a
nosotros?”
Jespyr me miró desde el otro lado de la mesa. "¿Como quié n?" Sus
labios se curvaron, traviesos como los de un duende. “¿Como Ravyn?”
Tiré la petaca con fuerza. Jespyr lo atrapó con una mano, haciendo un
mal trabajo al ocultar su sonrisa. “Regresó a Stone esta mañ ana
temprano. No hay descanso para el Capitá n”.
El sonido de las ruedas del carruaje retumbó . Las tres cabezas se
volvieron hacia la puerta del saló n. Afuera, los cascos resonaban contra
la piedra. Las ruedas se detuvieron y los caballos relincharon, só lo para
ser ahogados por el sonido de un chirrido agudo, varias voces
compitiendo por el aire.
Las mujeres Pine habı́an llegado.
"Recuerda", dijo Morette en voz baja. “La ocultació n es clave. No dejes
que sea obvio que está s interesado en la Puerta de Hierro. Simplemente
haz que hablen ”.
Su mayordomo abrió la puerta del saló n con un golpe tan abrasivo que
vibró el juego de té de plata. No era un hombre delicado, Jon Thistle.
"Lady Sylvia Pine y sus hijas, señ ora".
“Gracias, Jon”, dijo Morette. Sus cejas se arquearon. Un movimiento de
cabeza, una sonrisa, un gesto suave hacia la mesa. La actuació n habı́a
comenzado. “Por favor, toma asiento, Sylvia. Farrah, Gerta, Maylene, por
favor pó nganse có modas”.
Está bamos lanqueados por las mujeres Pine. Estaba sentada entre
Lady Pine y su hija mediana, Gerta. Jespyr se sentó entre la mayor de las
Pine, Farrah, y la má s joven, Maylene, que no era mayor que mis medias
hermanas.
En el breve momento en que las sillas dejaron de chirriar, antes de que
alguien hablara, el silencio en la habitació n se sintió tan opresivo que
sentı́ que podrı́a estrangularme. Le lancé a Jespyr una mirada frené tica,
pero ella, la temible Jespyr Yew, la ú nica hembra de Destrier de Blunder,
parecı́a tan incó moda como yo, mordié ndose la uñ a, con los ojos como
los de un animal atrapado.
Jon se movı́a a nuestro alrededor, sirviendo el té . Para ser un hombre
con un aspecto tan inacabado, no derramó ni una sola gota. Morette se
aclaró la garganta. “¿Disfrutaron ustedes, señ oras, Equinox?”
Lady Pine abrió los labios fruncidos para responder, pero su voz fue
ahogada por sus hijas, que hablaban unas sobre otras como gatos
aullando, cada una contando una historia del Equinoccio mayor que la
anterior.
Gerta me inmovilizó , se inclinó hacia mı́ y me contó , con minuciosos
adornos, los detalles exactos de sus tres vestidos Equinox. No me habrı́a
importado tanto (hay cosas peores que discutir que la ropa) si
Nightmare no hubiera estado rechinando los dientes todo el tiempo.
Muerte por mil cortes , gimió . Pregúntale dónde está la maldita Puerta de
Hierro y termina con esto.
¿E invitar a un mundo de sospechas una vez robado? El hecho de que
hablen demasiado no los convierte en idiotas.
Eso es precisamente lo que los convierte.
Apoyé mi mejilla en mi mano, comprobando que mi rostro aú n
estuviera tranquilo, neutral.
"Hablando de vestidos hermosos", dijo Gerta, tomando un largo sorbo
de té , "tu prima Ione estaba má s que deslumbrante cuando anunciaron
su compromiso". Su frente se arrugó y el cabello amarillo pajizo le cayó
sobre los ojos. Ella lo barrió . "No recuerdo que tuviera un aspecto tan
atractivo... y la vi en la corte casi el añ o pasado".
Una piedra cayó en mi estó mago. No querı́a hablar de mucho, pero
especialmente no querı́a hablar de Ione.
¿Es por eso que querían mi ayuda: para utilizar mi relación con Ione para
provocar conversaciones sobre Cards? Miré a Morette. Parece un poco
insensible.
Quizás un rasgo familiar.
Me volvı́ hacia Gerta y cogı́ mi taza de té con voz tranquila. “Ione tiene
má s suerte que la mayorı́a. Le dieron una doncella en el momento de su
compromiso.
El rostro de Gerta loreció , sus ojos se abrieron, sus labios se curvaron,
los chismes eran tan dulces que era como si le hubiera entregado la
llave de la ciudad. “¿Ella tiene una Tarjeta de Doncella?”
"En efecto." Llegué a la fuente de mollejas en el centro de la mesa,
aunque tenı́a un nudo en el estó mago y no podı́a tomar un bocado. “Fue
parte del arreglo que hizo mi tı́o. Le regaló al Rey su Tarjeta Pesadilla. El
resto lo viste en Equinox”.
Gerta asintió . Ella miró alrededor de la habitació n. “¿Y tú , Elspeth? Tú
tambié n lo has hecho bastante bien: te invitaron a quedarte en un
castillo del que la mayorı́a de nosotros nunca hemos visto el interior.
Tomó un sorbo de té . “¿Tu padre hizo lo mismo y le ofreció al Capitá n
de los Destriers una tarjeta como dote?”
Tosı́. Al otro lado de la mesa, Jespyr me miró . El calor subió , no deseado,
a mis mejillas. "No estoy comprometido con nadie", logré decir.
"Especialmente no Ravyn Yew".
Gerta me dedicó una sonrisa de complicidad. "Por supuesto que no."
Se oyó un ruido alrededor de la mesa, pero traté de ignorar las voces de
los demá s. La Pesadilla arañ ó distraı́damente mi mente con sus garras.
Sigue adelante , dijo, con la voz empapada de aceite.
Tomé una respiració n profunda. “Por otra parte”, le dije a Gerta, “a mi
padre le dieron una Tarjeta como dote de mi madre. Supongo que algú n
dı́a será mı́o”. Sonreı́, rezando para parecer acogedor y no demasiado
ansioso. “¿Tu padre tiene cartas reservadas para tu dote?”
Gerta tomó un bocado de pan y se tapó la boca con la mano mientras
hablaba. "En teoria." Ella puso los ojos en blanco. Aunque sospecho que
papá les tiene demasiado cariñ o como para dejarlos ir. Siempre los lleva
consigo, dondequiera que vaya, como un niñ o con sus juguetes”.
Mi corazó n se aceleró . Pero el rostro de Gerta permaneció suave, su
tono coloquial y sus ojos tranquilos en las comisuras. Ella no mostró
signos de saber que habı́a revelado demasiado. Le lancé a Jespyr una
mirada ija. Sus ojos marrones se encontraron con los mı́os y su frente
se arqueó .
Está bamos cerca.
“¿Quié n podrı́a culparlo?” Dije, formando ondas en mi té debido a mi
mano temblorosa. Dejé la taza. “¿Son muy raras sus cartas?”
"No es su iciente para que é l haga tanto escá ndalo", dijo Gerta,
desolada. "Só lo un miserable Profeta". Tomó un sorbo de té . Contuve la
respiració n. “Eso y una Puerta de Hierro. Lá stima, ¿no? Me encantarı́a
una doncella como Ione.
Sonreı́. Só lo que esta vez no fue ingido. "Lá stima."

Saludamos al carruaje de Pine mientras pasaba entre las estatuas, y


só lo detuvimos nuestras manos cuando desapareció en la sombra del
atardecer, oscurecida por los imponentes tejos sobre el camino.
"Ven", dijo Morette, con su boca severa curvada por una sonrisa. "Fenir
querrá saberlo de inmediato".
Castle Yew era oscuro, viejo, rico y extrañ amente delicado. Sus techos
eran abovedados, tan altos que tuve que estirar el cuello para verlos. A
lo largo de todos los caminos colgaban tapices, algunos representaban
doncellas, paisajes y criaturas del bosque, otros, Tarjetas de la
Providencia.
Y algunos, siempre con la visera cerrada, el mismo caballero de
armadura dorada de la alfombra de mi habitació n.
Olı́ cuero, madera y clavo, cá lido, rico, viejo. Luché contra el impulso de
caminar de puntillas por los pasillos, mi eco era tan inusual contra los
muros del castillo que podrı́a haber sido un espectro escondido detrá s
de tapices, demorá ndose a lo largo de los largos pasillos.
La vigilia de Nightmare fue despertada por la extrañ a y envejecida
piedra. Podı́a sentir el aleteo de su conciencia, su curiosidad. Seguı́ a
Morette y Jespyr por una segunda escalera de caracol. Pasé la mano por
la mamposterı́a, oliendo las barandillas de madera de cerezo,
observando la luz del sol que se desvanecı́a proyectarse sobre miles de
diminutas partı́culas de polvo.
La escalera nos condujo a un balcó n repleto de libros y a un amplio
recibidor. Las puertas, de madera y grabadas con diseñ os que no
entendı́a, parecı́an extremadamente pesadas. Se quedaron
entreabiertos. Morette no se molestó en llamar y sus hombros se
lexionaron mientras los abrı́a.
La luz del atardecer entraba a la amplia habitació n a travé s de una
hilera de ventanas en arco. Estantes del techo al piso llenos de velas,
plantas (vivas o secas) y libros cubrı́an las cuatro paredes, excepto
frente a las ventanas. Un tabique, pintado con la insignia del tejo, me
impedı́a ver gran parte de la cama.
Fenir Yew estaba sentado en la larga mesa de castañ o en el centro de la
habitació n, estudiando minuciosamente el pergamino esparcido.
Cuando levantó la vista y nos vio, sus ojos marrones se abrieron como
platos. "¿Bien?"
Jespyr saltó hacia la mesa. Ella tomó una silla y giró sobre una sola pata
hasta que quedó mirando hacia la mesa hacia atrá s. Se sentó con un
plop y cruzó los brazos sobre el respaldo de la silla. “Wayland Pine tiene
una puerta de hierro. Sobre su persona. Ahora mismo."
Los ojos de Fenir se dirigieron a Morette. "¿Realmente?"
Ella asintió . “El todavı́a está en Stone, disfrutando de Equinox. Está listo
para viajar a casa mañ ana”.
Era extrañ o ver sonreı́r a Fenir Yew. No habrı́a imaginado que un rostro
tan severo pudiera presumir de ello. Pero le convenı́a. Por un momento
vi a Emory en su cara.
"Tendremos que avisar a Ravyn y Elm de inmediato".
“¿Deberı́an actuar antes de que Pine deje a Stone?”
Fenir negó con la cabeza. “Demasiadas oportunidades para que te
atrapen. Mejor al aire libre, donde puedan disfrazarse adecuadamente.
Se volvió hacia su hija. “Debes ir a decı́rselo”.
Jespyr se pasó una mano por la frente. "Parece que no hay descanso
para el Capitá n ni para su hermana". Ella se levantó de la silla con un
suspiro. Cuando pasó a mi lado, puso una mano en mi hombro. “Buen
trabajo hoy. Descansa. Lo vas a necesitar”.
Ella salió de la habitació n. La miré , una pregunta agitaba mis
pensamientos. Tomé la silla que ella habı́a abandonado y me acerqué a
la mesa. “Estos hombres cuyas cartas tomas”, le dije a Fenir, “hombres
como Pine. ¿Les haces dañ o?
Fenir arqueó las cejas. —¿Nos toma por matones brutos, señ orita
Spindle?
Le levanté las cejas. "Dos de tus hijos son Destriers, ¿no es ası́?"
Morette se aclaró la garganta. “Ahı́ es donde entra usted, señ orita
Spindle. Con su aguda vista, deberı́amos poder localizar y recuperar la
Tarjeta lo má s rá pido posible. La violencia es algo que evitamos”.
Me movı́ en mi silla, la daga con empuñ adura de mar il de Ravyn pasó
por mi mente.
"Mi mayordomo se unirá a nosotros en un momento". Fenir caminó
hasta un estante má s alejado y sacó un tomo viejo y lleno de hollı́n.
"Pero mientras esperamos, hay algo que me gustarı́a que viera, señ orita
Spindle".
La cubierta de cuero del tomo estaba bordada con dos alisos, altos y
estrechos, que estaban uno al lado del otro en perfecto unı́sono. Un
á rbol estaba cosido con tela negra, el otro, grisá ceo por el tiempo, con
tela blanca. Era má s antiguo que el ejemplar de mi tı́a y tenı́a la
encuadernació n má s deshilachada.
Lo reconocı́ de inmediato.
Fenir colocó el volumen sobre la mesa. “¿Ha estudiado El viejo libro de
los alisos , señ orita Spindle?”
Querı́a reı́rme. Si me lo hubiera pedido, podrı́a haber recitado el texto
de principio a in. "Un poco."
Fenir abrió la tapa y tosió , volteando el viejo pergamino hasta llegar a la
ú ltima pá gina. Lo leyó en voz alta.
Los doce se llaman unos a otros cuando las sombras se
alargan.
Cuando los días se acortan y el Espíritu es fuerte.
Llaman al Deck y el Deck los llama de vuelta.
Únenos, dicen, y expulsaremos a los negros.
En el árbol homónimo del Rey, con la sangre negra de la
sal,
Los doce, juntos, pondrán in a la enfermedad.
Aligerarán la niebla desde la montaña hasta el mar.
Nuevos comienzos, nuevos inales...
Pero nada sale gratis.
"Las cartas, la niebla, la sangre", dije en voz baja.
Morette se sentó a la mesa con nosotros. “Los Reyes del Error han
intentado durante mucho tiempo hacer lo que les ordenó el Rey Pastor.
Pero ninguno pudo unir la Baraja de los Doce. Nadie pudo encontrar a
los Alisos Gemelos.
Golpeé la mesa con los dedos. “¿Sabe el rey Rowan dó nde encontrarlo?”
"No", respondió Fenir. “Consulta con los mejores cartó grafos del reino.
Se reú nen sobre un viejo mapa de Blunder. A lo largo de los añ os, el
mapa se ha ido coloreando con todos los lugares que los hombres del
Rey han buscado. Aú n ası́, no hay Alisos Gemelos. No hay ningú n
registro de que haya sido comercializado, ni antecedentes de su uso.
Los ú nicos dos documentos que siquiera hablan de ello son El antiguo
libro de los alisos y la historia de Brutus Rowan, el primer rey Rowan.
La Pesadilla siseó entre dientes ante el nombre del Rey Rowan. Me
tomó todo el esfuerzo no reaccionar. “¿Y qué dice Brutus sobre los
Alisos Gemelos?” Yo pregunté .
“Lo mismo que dicen todos los demá s”, respondió Morette. "Que el Rey
Pastor lo llevó a la niebla un dı́a y regresó sin é l".
Fruncı́ el ceñ o. "Seguramente el Rey Pastor tiene su propia historia, sus
propios documentos".
La voz de Fenir era grave. “La mayor parte de lo que sabemos sobre el
Rey Pastor lo tomamos de la tradició n. Sus historias fueron destruidas y
ninguno de sus hijos sobrevivió para reclamar el trono. Brutus Rowan,
su Capitá n de la Guardia, se convirtió en el pró ximo Rey del Error.
La cola de Nightmare se movió , agitando la oscuridad en mi mente.
Hice una pausa. "Supongamos que logramos encontrar a los Twin
Alders". Miré a los tejos. “¿La sangre de quié n pretendes usar para unir
el Deck?”
Fenir se inclinó hacia adelante. “Es posible que lo hayas conocido. Es el
jefe de los Mé dicos del Rey.
El hombre alto y delgado con ojos inquietantemente pá lidos. “¿Orithe
Sauce?” Lloré . "¿Está infectado?"
Fenir tomó El Viejo Libro de los Alisos y lo volvió a colocar con cautela en
su estante. “Como usted”, dijo, “Orithe contrajo la infecció n cuando era
niñ a. Pero el Rey lo mantuvo con vida por una razó n. La magia de Orithe
le permite detectar la infecció n en otros. ¿Seguramente has visto el
aparato que lleva alrededor de la mano?
Tuve. Era una garra de metal, con pú as largas y furiosas que salı́an de
cada uno de sus pá lidos dedos. Sentı́ que la sangre se me escapaba de la
cara. “¿Orithe usa ese, ese dispositivo, para ver la infecció n en otros?”
La voz de Fenir era grave. "A irma que puede ver la infecció n en su
sangre". Su frente se frunció profundamente. “El caza y sangra a
cualquiera que sospecha que ha contraı́do la iebre. Por eso el Rey lo
nombró jefe de los Mé dicos”.
Coloqué mis dedos a lo largo de mis sienes para calmar mi cabeza que
daba vueltas. "Perdona la sangre de Emory, derrama la de Orithe",
murmuré . Un hombre responsable de la muerte de decenas de niños
infectados. Dos pájaros…
Una piedra , dijo la Pesadilla.
El mayordomo de Fenir abrió la puerta. Jon Thistle me miró asintiendo
y luego colocó una bolsa de cuero llena de colores brillantes sobre la
mesa delante de Fenir.
La luz llenó la habitació n cuando Fenir abrió la bolsa. "Nuestra
colecció n, señ orita Spindle", dijo.
Observé los Cards entrecerrando los ojos. "No está n todos aquı́".
“No”, dijo Morette. “Los Destriers mantienen cerca a sus Caballos
Negros. Y Elm, como ya sabrá s, se muestra reticente a ir a cualquier
parte sin la guadañ a. El Espejo y la Pesadilla suelen estar con Ravyn”.
Busqué los colores, parpadeé y luego volvı́ a buscar.
Gray, el Profeta.
Rosa, la Doncella.
Turquesa, el Cá liz.
Amarillo, el Huevo de Oro.
Blanco, el Aguila Blanca.
"Faltan tres cartas", dijo Fenir. "El pozo, la puerta de hierro y los alisos
gemelos".
Me quedé mirando la pila, la unidad de colores extrañ a y hermosa,
como una vidriera. "¿Tienes un plan para encontrar el pozo?"
“Será difı́cil reclamar el pozo”, dijo Jon Thistle, frotá ndose la barba.
"Dada la naturaleza de la Tarjeta, los hombres interesados en tenerla
suelen ser cautelosos al principio".
Los tejos estaban callados y con el ceñ o fruncido.
Me mordı́ el labio y chasqueé las uñ as contra la mesa. La Pesadilla se
deslizó detrá s de mis ojos, esperando que hablara. Cuando no lo hice, su
voz llenó mi mente como el vapor de una tetera. Continúe , dijo. Dígales.
Mis ojos volvieron al collage de colores que irradiaban las Tarjetas
Providencia. Las cartas. La niebla. La sangre.
Levanté la mirada hacia los tejos. “Conozco a alguien que posee una
Well Card”, dije. "Vive justo al inal de la calle".
Capítulo Diecisiete
EL ESPEJO
Ten cuidado con la violeta,
Tenga cuidado con el pavor.
Ten cuidado con el cristal y el mundo de los muertos.
Desaparecerá s rá pidamente.
Temblará s de miedo.
Ten cuidado con el cristal y el mundo de los muertos.
Ravyn regresó a Castle Yew a la mañ ana siguiente.
Escuché el ruido de los cascos. Cerré de golpe el tomo que estaba
leyendo y salı́ sigilosamente de la biblioteca en una nube de polvo,
navegando por los pasillos y pasillos traseros del castillo hasta que
encontré una pequeñ a puerta de madera que conducı́a directamente
desde el castillo a los jardines salvajes má s allá .
Agachá ndome debajo de un viejo sauce, dejé escapar un largo suspiro y
me tiré sobre la rama má s baja, mientras la picadura de la escarcha de
la mañ ana me picaba los dedos y las mejillas.
The Nightmare tarareó , sus palabras resbaladizas. El Capitán de los
Destriers es oscuro y severo. Encaramado sobre tejos, sus ojos grises son
claros. Ten cuidado con su magia, ten cuidado con su destino. Los tejos y
los serbanos no hacen amigos fácilmente.
Cállate , dije, golpeando la rama sobre mi cabeza, el rocı́o de la mañ ana
cayendo sobre mi frente. No quiero hablar de ello.
Pero no necesitaba hablar de eso. Desde la noche en que fui atacado en
el camino forestal, la lı́nea entre hablar y pensar habı́a comenzado a
desdibujarse. Cuanto má s le pedı́a ayuda, má s potente se volvı́a la
presencia de la Pesadilla en mi cabeza. Entendı́ sus emociones (sus
intereses y repugnancias) sin palabras, a veces con tanta fuerza que las
confundı́ con las mı́as. Sentı́ su vigilia, su concentració n. Vi má s
claramente y escuché má s profundamente con sus sentidos.
Pero no conocı́a completamente su opinió n. Todavı́a habı́a secretos
entre nosotros.
Las palomas huilotas arrullaban y los ruidos del amanecer animaban el
jardı́n. Arranqué inas cañ as del sauce, las tejı́ hasta formar una sencilla
corona y la coloqué sobre mi cabeza. Amuleto en mano, me deslicé de
mi asiento hacia la niebla, buscando en el jardı́n lores de zanahoria
silvestre.
Por lo que yo sabı́a, en Castle Yew no habı́a jardineros. Por muy
ordenado que mantuviera el castillo, las atenciones de Jon Thistle no se
extendieron má s allá de las estatuas. Los jardines eran salvajes. Eso me
gustó de ellos. A diferencia de los cuidados setos y lores de Stone, la
eclé ctica variedad de hierbas, maleza y lores de Castle Yew parecı́a
como si pudieran levantarse y tomar el castillo por asalto: salvajes,
fuertes y libres.
El camino empedrado habı́a sido absorbido por la vida vegetal. Me
resbalé sobre piedras cubiertas de musgo y me adentré má s en la
vegetació n en busca de lores.
Pero no era la é poca del añ o adecuada para las lores. Pronto el alma
salvaje del jardı́n se cansarı́a y se retirarı́a profundamente en sı́ mismo,
mientras el frı́o invernal se acercaba cada noche. Tuve que buscar lores
en lo profundo de las zarzas, solo las plantas má s protegidas todavı́a
estaban dispuestas a compartir sus lores conmigo. Agachada sobre mis
rodillas, vi un grupo de lox pú rpura y agregué varias lores al tejido de
mi corona de sauce.
Un dolor agudo me picó la mano. Me giré , sin darme cuenta de que lo
habı́a apoyado sobre una zarza rosada, cuyos capullos habı́an sido
cosechados por ciervos hambrientos. Só lo quedó una lor. Roja como la
sangre, tan fresca que casi podı́a sentir su olor, la rosa estaba sola entre
las espinas, como si esperara.
No lo arranqué . Habı́a recibido mi parte justa de castigo por ir tras
rosas sin guantes ni tijeras. Aú n ası́, me encontré pasando un dedo por
la base del tallo, probando su fortaleza, el ilo de sus espinas
presionadas precariamente en mi carne.
“Esas espinas son crueles”, gritó una voz profunda y familiar.
Me di vuelta, con el corazó n en la garganta.
Ravyn estaba a unos pasos de distancia, con sus botas, su capa y su
cabello oscurecidos por la lluvia de la mañ ana. En su bolsillo brillaban
los familiares tonos burdeos y morados, má s brillantes que cualquier
lor del jardı́n. En su cinturó n descansaba la empuñ adura de mar il de
su daga, y cuando la desenvainó , mis mú sculos se tensaron, el recuerdo
de la punta de la hoja en mi corazó n aú n vı́vido.
Pero la espada no me tocó . Acercá ndose a mi lado, Ravyn tomó la rosa
por la base y la levantó de la zarza de espinas, liberá ndola con un solo
corte. Lo sostuvo por un momento y no dijo nada, el silencio entre
nosotros era lo su icientemente fuerte como para ahogar incluso a los
pá jaros mañ aneros má s entusiastas.
Cuando inalmente habló , su voz era á spera, como si no fuera utilizada.
"¿Está s bien?"
Mi voz se entrecortó , todavı́a sacudida por su repentina llegada. "Sı́."
“¿Mi familia se ocupa de tus necesidades?”
"No he muerto de hambre, si a eso te re ieres". Saqué mi amuleto y lo
retorcı́ entre mis dedos. “Han sido amables. Me avergü enza pensar que
tenı́a miedo de pasar por tus puertas cuando era niñ a. Miré hacia el
jardı́n. "Es muy hermoso."
“¿Por qué tenı́as miedo?”
Me encogı́ de hombros. "Mi tı́a me dijo que el castillo está embrujado".
La comisura de la boca de Ravyn se tensó . "No me apresurarı́a a
refutarla". Sus ojos recorrieron mi rostro, parpadeando hacia la corona
de lores sobre mi cabeza. Ninguno de los dos habló , con un dı́a de
diferencia su iciente para convertirnos en extrañ os una vez má s.
Si alguna vez hubié ramos sido otra cosa.
Dio un paso adelante y me tendió la rosa roja sangre en la mano.
"¿Puedo?"
Miré la rosa y luego otra vez su rostro. Arboles, esa cara. Austeridad y
belleza. Una estatua imperfecta e impresionante. "Pensé que no
está bamos ingiendo", murmuré .
Quitó las espinas de la rosa con su espada. “Es só lo una lor. Las lores
no juegan”. Me lo ofreció de nuevo, pidié ndome una vez má s permiso.
"¿Puedo?"
Esta vez asentı́. Se acercó a mı́ y colocó la rosa sobre mi cabeza,
entrelazando su tallo en la corona de sauce con dedos fuertes y há biles.
Cuando se apartó , su mano rozó el pelo de mi mejilla.
Me quedé quieto. Podı́a oler la lana mojada de su capa: humo y clavo.
“¿Có mo supiste que estaba aquı́?”
"No estabas en tu habitació n". Señ aló alrededor del jardı́n. "Si estuviera
tratando de evitar a alguien, aquı́ es donde irı́a".
Abrı́ la boca, pero no salió nada. No tenı́a sentido mentir.
Ofreció una pequeñ a sonrisa. “¿Quieres un recorrido?”
Miré a mi alrededor, el jardı́n suave en la niebla. "No me di cuenta de
que habı́a un diseñ o asignado".
“Todo lo contrario”, dijo Ravyn. “Lo que la convierte en la parte má s
interesante de la inca. Só lo que no se lo digas a Thistle. Se sentirá
enormemente ofendido”.
Las comisuras de mis labios se torcieron.
"No necesitará s eso", dijo Ravyn mientras me guardaba la pata de gallo
en el bolsillo. "No lo has necesitado durante once añ os".
Lo miré ijamente. “Pero la niebla—El Espı́ritu del Bosque—”
“No atrapa a gente como nosotros”, a irmó .
“Pero el libro dice…”
“Tú y yo ya llevamos magia extrañ a. Somos precisamente las cosas
contra las que advierte el libro, señ orita Spindle. El sonrió y señ aló
hacia el jardı́n, alejá ndose de la casa. "No debemos temer que haya un
poco de sal en el aire".

Ravyn no sabı́a los nombres de las plantas ni de las lores. Los á rboles,
por supuesto, los conocı́a. Lo seguı́ de lejos, escuchando su voz
mientras recorrı́a el jardı́n. Las malas hierbas se aferraban al dobladillo
de mi falda y las ramas sin podar alcanzaban mi cabello mientras nos
adentrá bamos má s en la espesura, las zarzas no estaban
acostumbradas a los visitantes; el camino estaba casi oculto.
“¿A dó nde lleva esto?” Pregunté , desenredando mi cabello de una rama
baja.
"Las ruinas", respondió Ravyn. “El castillo original. O lo que queda de
ello”.
Picado, el interé s de Nightmare estimuló mis pasos y seguı́ al Capitá n de
los Destriers a travé s de un matorral particularmente denso hasta un
prado má s allá . Mis ojos se abrieron cuando observé el paisaje: la
hierba cubierta de rocı́o, los enormes á rboles y el cementerio de piedra:
los ú ltimos restos de un castillo en ruinas, enclavado en la niebla.
Las piedras se alzaban en extrañ o equilibrio en el prado.
Caminé de puntillas entre los desmoronados pilares de piedra caliza
dispuestos sobre la hierba, temiendo que incluso mis pasos pudieran
derribarlos. "No me di cuenta de que habı́a otro castillo aquı́",
murmuré .
Ravin asintió . “Es viejo, má s viejo que Stone. Nadie sabe exactamente
cuá ndo fue falsi icado. O cuando el fuego lo derribó ”. Señ aló hacia el
este, má s allá de las ruinas, una valla de hierro oxidado asomando entre
la niebla. "Só lo queda una habitació n".
La Pesadilla atravesó mi mente e inhalé profundamente, la sal en el aire
era fuerte. Me apoyé en uno de los pilares, pero me aparté un momento
despué s, temiendo derribarlo con mi peso.
Ravyn me miró . "Está bien", dijo. “Han estado aquı́ cientos de añ os. No
se caerá n”.
La arenisca estaba á spera bajo mi palma. Deslicé mi mano a lo largo del
perı́metro del pilar, examinando las ruinas con los ojos muy abiertos.
"¿Qué es eso?" Pregunté , señ alando una cá mara de piedra ubicada bajo
la sombra de un alto y antiguo tejo.
"La ú ltima habitació n que quedó en pie".
La cá mara de piedra, envuelta por musgo y enredaderas, se alzaba al
borde de la niebla. Qué extrañ o parecı́a, solo en las ruinas, sin ninguna
marca excepto por una ventana oscura situada en la pared má s al sur.
La cola de la Pesadilla pasó por mi mente, la cá mara ijada en nuestra
visió n compartida. Entra , dijo.
¿Entrar a dónde? Mis ojos se ijaron en la habitació n llena de hiedra.
¿Allá?
Sí.
¿Por qué?
Quiero verlo.
No hay puerta. Solo-
Una ventana. Su voz pululaba en mis oı́dos, cerca y lejos a la vez,
resbaladiza por el aceite. Eso es todo lo que ella siempre necesitó.
¿OMS?
El espíritu de la madera.
Se me erizó el vello de la columna. ¿Has estado aquí antes?
El rió . Pero no hubo alegrı́a en ello. Fue una risa vacı́a, Siniestro, como
caerse de un pozo. Como ser devorado por la oscuridad. Me robó algo,
dejá ndome aterrorizado por el lugar (la cá mara sin puertas) donde é l
tan desesperadamente querı́a que lo llevara.
Mis mú sculos se tensaron, cada parte de mi cuerpo rogaba prestarle
atenció n, ir a la cá mara. Apreté la mandı́bula y me alejé de la ventana
oscura en el borde de la lı́nea de á rboles, negá ndole a Nightmare su
pedido.
Un monstruoso silbido resonó en mi mente.
Ravyn siguió hablando, ajeno a mi lucha. “Los rumores son, en su
mayorı́a, folclore”, dijo. Sacó la tarjeta violeta de su bolsillo y la hizo
girar distraı́damente en su mano. “Si este lugar está verdaderamente
embrujado y los fantasmas persisten aquı́, no tienen muchas ganas de
mostrarse. Al menos no para mı́."
Lo miré , forzando mi atenció n a alejarme de la Pesadilla y la cá mara,
cambiando a la luz de la Tarjeta Espejo en la mano de Ravyn. "¿Qué se
siente", dije, mis ojos recorriendo el terciopelo amatista bordado a lo
largo de los bordes de la tarjeta, "ser invisible?"
Ravyn hizo girar el Espejo entre sus dedos, volteando la Tarjeta entre
cada dı́gito tan rá pido que se volvió borrosa.
Presumido , murmuró la Pesadilla.
El aire a nuestro alrededor cambió y, de repente, Ravyn quedó
absorbido por el paisaje, por la nada. Desaparecido. “Se siente frı́o”,
gritó su voz en el aire. "Pero no de manera insoportable".
“¿Puedes ver algú n… espı́ritu?”
“Todavı́a no”, dijo, y sus pasos invisibles marcaron un camino distinto
en la hierba. “Tendrı́a que permanecer invisible por má s tiempo.
Intento no usarlo con demasiada frecuencia”.
La luz violeta se acercó . Me volvı́, mirando la luz. Un momento despué s,
Ravyn reapareció , cerca de mı́, con una sonrisa traviesa en la boca.
"Eres el ú nico al que no puedo sorprenderme", dijo.
Mi corazó n se aceleró al ver su boca severa torcida por una sonrisa. Me
alejé , detenié ndome por el prado cubierto de maleza, con la mente
cargada de preguntas. “¿Y la Carta Pesadilla?” Yo dije. "Usas esa Tarjeta
con bastante frecuencia".
El no lo negó .
“¿Qué pasa con sus efectos nocivos?” Hice una pausa. Nunca antes habı́a
hablado con nadie que hubiera usado una Nightmare Card. Y aunque
estaba seguro de que el monstruo en mi cabeza era mucho má s que la
Carta que habı́a absorbido, todavı́a habı́a muchas cosas que no sabı́a.
“¿Ves una criatura? ¿Oyes una voz?”
Ravyn no respondió de inmediato. "Cada usuario de la Tarjeta
experimenta los efectos negativos de manera diferente".
"No es muy claro con sus respuestas, Capitá n".
Sus ojos grises se posaron en mi cara. “Cuando uso la Tarjeta Nightmare
por mucho tiempo, no veo ninguna criatura. Pero lo escucho. ¿Le
satisface esa respuesta, señ orita Spindle?
No a la mitad. “¿Qué te dice?”
“Es difı́cil de explicar”, dijo, pasá ndose una mano por la mandı́bula. “La
mayor parte del tiempo no dice nada. Pero cuando lo hace… es como si
supiera todo lo que alguna vez he pensado y temido. Se burla de mı́ y
me dice que voy a fracasar, que mis esfuerzos no tienen sentido”. Sus
ojos grises se encontraron con los mı́os. "Pero es só lo una voz, no una
criatura en absoluto".
"¿Có mo lo sabes?"
"Porque cuando habla, transmitiendo mis peores temores una y otra
vez en mi mente, no es la voz de un extrañ o", dijo en voz baja. "Es mio."

Ravyn habı́a regresado al Castillo Yew para robar la Tarjeta Puerta de


Hierro. Má s bien, para recuperarme, para que pueda señ alar la Puerta
de Hierro. Tarjeta para é l y sus compañ eros; no estaba seguro de có mo
llamarlos. Ladrones. Traidores. Salteadores de caminos.
Despué s de que Jespyr nos contó lo que habı́amos aprendido durante el
té con las mujeres Pine, Ravyn y Elm se dispusieron a mapear los
arreglos de viaje de Wayland Pine. El y algunos compañ eros de viaje
viajarı́an en caravana desde Stone a sus propiedades separadas, de las
cuales House Pine era la ú ltima. Interceptaremos el carruaje de Pine en
el camino forestal. Si salié ramos de Castle Yew poco despué s del
mediodı́a, tendrı́amos tiempo su iciente para llegar a la Selva Negra
antes del anochecer. Allı́, al borde de la carretera, justo má s allá de la
lı́nea de á rboles, esperarı́amos a Wayland Pine.
Y robar su Puerta de Hierro.
Ravyn y yo salimos de las ruinas a travé s de la niebla, las mismas zarzas
hambrientas de mi cabello. Tropecé con la falda y me habrı́a caı́do si no
hubiera habido un boj irme que me agarrara. Sin aliento, con el vestido
mojado y embarrado en el dobladillo, salı́ de la espesura pisando fuerte
como una ogresa, salvaje y cansada.
Ravyn, teniendo el buen sentido de no reı́rse, esperó mientras yo me
arrancaba las zarzas del pelo.
"Dı́game, señ orita Spindle", dijo, mirá ndome. "¿Alguna vez has usado
una espada antes?"
Maldije, una zarza vengativa se llevó algunos de mis pelos. “¿Cuentan
las tijeras de podar?”
Esta vez sı́ se rió . "Decididamente no."
Rodeamos el castillo. Los sirvientes pasaron rozando a Ravyn,
ofrecié ndole reverencias. Podı́a oı́r el ruido de los cascos sobre la
piedra y el aullido de los perros a lo lejos, la suave tranquilidad del
jardı́n se perdı́a cuando salı́amos de la niebla hacia el grupo de edi icios
anexos en el lado oeste de la inca.
“Tu padre dijo que no habrı́a violencia. ¿Se espera que pelee, capitá n?
"No", dijo por encima del hombro. "Pero imagino que te gustarı́a algo
con lo que protegerte".
El camino nos llevó al patio, el campo de tierra situado en el corazó n de
tres edi icios anexos. A la izquierda del patio se encontraba la armerı́a y
a la derecha las caballerizas. Se sentaron acurrucados bajo la sombra
del castillo; aú n no era mediodı́a.
Llegamos a la armerı́a. Espadas, cuchillos, aljabas y lechas cubrı́an las
paredes, y los estantes estaban equipados con todas las herramientas y
armas que un hombre de armas podrı́a empuñ ar. Jerkins, armaduras y
cotas de malla yacı́an en cajas a lo largo del suelo, y en el centro de la
habitació n habı́a una larga losa de roble sostenida por dos barriles.
Alrededor de la losa habı́a cuatro hombres y una mujer vestidos con
cuero ennegrecido. Al abrirse la puerta, se volvieron hacia mı́ con ojos
expectantes.
Los examiné , mi respiració n era rá pida y super icial. Jespyr y el Prı́ncipe
Renelm estaban juntos, Jespyr equipado con un arco y una aljaba llena
de lechas con plumas de ganso, Elm con su caracterı́stico brillo rojo.
Junto a ellos, dos hombres que no reconocı́ levantaron la vista de una
piedra de a ilar y me evaluaron con ojos mó viles.
El ú ltimo del grupo fue Jon Thistle, quien me saludó con una amplia
sonrisa. “Encantado de verla, señ ora. Bienvenido a nuestra excelente
colecció n de forajidos rubicundos.
Escuché a Ravyn cerrar la puerta detrá s de nosotros, las antorchas y el
hogar eran las ú nicas fuentes de luz en la armerı́a. Di un paso atrá s y
examiné la habitació n por segunda vez.
"Ese es Wik Ivy y su hermano Petyr", dijo Ravyn en mi oı́do. "Cardo, ya
sabes, y por supuesto, mi hermana y mi prima".
Ante mi silencio, el Capitá n de los Destriers sonrió . “Vamos, señ orita
Spindle. Seguramente habrá s visto antes un grupo de bandoleros.
Capítulo Dieciocho
Cuidado con la niebla.
No se levanta.
El Espı́ritu caza, siempre a la deriva.
Manté ngase alejado del bosque,
Ten cuidado, sé bueno.
El Espı́ritu caza, siempre a la deriva.
Cuidado con la niebla.
No se levanta.
El Espı́ritu atrapa, como el grano en el tamiz.
Afé rrate fuerte a tu encanto,
Y no sufrirá s ningú n dañ o.
El Espı́ritu atrapa, como el grano en el tamiz.
Habı́amos estado en la armerı́a poco tiempo antes de que
Thistle, por muy amable que fuera, dejara muy claro que no les servı́a
de nada con un vestido.
Elm se rió disimuladamente, sus ojos verdes recorrieron mi cuerpo,
descansando en la corona de lores en mi cabello. "Pero ella ha hecho
un gran esfuerzo para verse bonita hoy".
Jespyr le dio un codazo a su prima. "Cié rralo. Ya tenemos bastante que
hacer sin tus tripas.
Llegaron dos sirvientes llevando un bulto: tú nica, jubó n, capa, calzas y
botas. Lana, lino y cuero, todo negro. Uno por uno, los demá s salieron,
dejá ndonos a Ravyn y a mı́ solos.
Fruncı́ el ceñ o ante mi vestido gris, cuyo dobladillo estaba enlodado por
el trompo. por el jardı́n. "No era consciente de que me habı́a vestido
incorrectamente", dije, de repente profundamente consciente de mi
apariencia.
"No podemos exactamente usar nuestros sellos familiares, ¿verdad?"
Dijo Ravyn. Hizo una pausa, extrayendo suavemente la corona de lores
de mi cabello. “Haré que te envı́en la ropa a tu habitació n. Unase a
nosotros cuando esté listo”.
Si me miró mientras atravesaba las puertas de la armerı́a, no lo sabı́a.
Estaba intentando con todas mis fuerzas no mirarlo.
Cinco minutos má s tarde estaba apoyado contra la puerta, obligá ndome
a abrirla.
Nightmare disparó aire caliente por sus fosas nasales. Junto a los
árboles... Son sólo calzas, Elspeth.
Me sentı́ expuesta, desnuda sin mi falda de lana. Me trencé una trenza
larga y anudada en el cabello que comenzaba en la coronilla y viajaba
como una cuerda por mi espalda.
La niña tejo viste túnica y pantalones. ¿Porque no tu?
Jespyr es mucho más temible que yo. Miré mis piernas. Parezco un
maldito mozo de cuadra.
Tu apariencia es (y quizá siempre haya sido) completamente irrelevante.
Gemı́, deseando que se fuera. Aun ası́, tenı́a razó n. Esto no se trataba de
mı́. Se trataba de Cartas, niebla y sangre. ¿Qué importaba si vestı́a ropa
sospechosamente similar a la de un chico de la edad de Emory? Si iba a
relacionarme con bandoleros, tenı́a que lucir bien.
Despué s de un ú ltimo suspiro, me abrı́ paso a travé s de la puerta de la
armerı́a.
Esperaron, agrupados en la entrada del patio. Cuando me vieron, uno
de los hermanos Ivy silbó , só lo para ser silenciado por el fuerte codazo
de Jespyr.
No sabı́a dó nde buscar. "¿Bien?" Di un paso adelante, con las manos
entrelazadas en las mangas. "¿Soy má s adecuado para la tarea?"
No me perdı́ la forma en que los ojos de Ravyn saltaban de arriba abajo
por mi cuerpo. "Mucho mejor", dijo, mientras un rubor subı́a poco a
poco por su cuello hasta sus mejillas. Me entregó dos guantes inamente
cosidos. "Necesitará s estos".
Los miré ijamente. “¿Guantes de montar?”
“¿Pensaste que estarı́amos caminando?” dijo Olmo.
"Llegamos a la Selva Negra a caballo", explicó Jespyr. “El resto del
camino lo hacemos a pie, fuera de la vista en la niebla. Cuando pasa el
carruaje de Pine, lo detenemos. Dinos dó nde encontrar su Puerta de
Hierro y entraremos y saldremos en menos de cinco minutos.
Inspeccioné al grupo. Para ser un partido sin intenciones violentas,
estaban curiosamente bien armados. "¿Y que?"
“Entonces volveremos”, dijo Elm. "Y puedes contarnos todo sobre la
Well Card en la casa de tu padre".

Ravyn, Elm y yo permanecimos en el establo mientras los demá s se


retiraban en busca de suministros inales. "Necesitará s un caballo", dijo
Ravyn, sacando una yegua marró n de uno de los establos. Cuando
palidecı́ y me alejé , é l arqueó las cejas. “¿No me digas que nunca antes
has montado a caballo?”
La burla de Elm llenó el establo. "Dios mı́o, ¿qué estuviste haciendo
todos estos añ os en el bosque?"
Lo miré con los ojos entrecerrados. "No les agrado mucho a los
animales".
El Prı́ncipe tomó asiento en lo alto de un banco cercano. "Si eso no te
dice algo", dijo en voz baja.
Ravyn ignoró a su primo y me tendió las riendas. "Los caballos son
asustadizos", dijo. “Es necesario estar tranquilo, seguro. Una vez que se
sienta segura, con iará en ti”. Cuando no alcancé las riendas, é l se apoyó
contra el caballo. "¿Quieres que te ayude?"
Se sintió como un desafı́o. Y có mo querı́a negarlo—a Veo la impresió n
en su rostro cuando tomé las riendas y monté en la bestia sin é l. Pero
no pude. No sabı́a nada sobre caballos. "Si no es mucha molestia,
Capitá n".
Su expresió n pé trea se suavizó y la comisura de sus labios se tensó .
Habı́a ganado el desafı́o. Tomó mi mano y me acercó a é l. "Pon tu mano
aquı́", dijo, sosteniendo mi mirada mientras me quitaba el guante.
Colocó mi palma en el lanco del caballo, justo debajo de la silla. "Siente
su aliento, su energı́a".
Los ojos de la yegua se abrieron y sus fosas nasales se dilataron cuando
mi mano recorrió su costado. Mis dedos se movieron por su ancha
espalda y la á spera melena a lo largo de su cuello. Tranquilo , me dije.
Tranquilo, seguro.
No puede ser , ronroneó Nightmare. Ella sabe que no estás solo. Ella sabe
que no está a salvo.
El caballo se agitó y dio un paso atrá s, levantando la cabeza y agitando
la cola.
"Tranquila, niñ a", dijo Ravyn, dá ndole palmaditas irmemente. Cuando
se recuperó , su mirada volvió a mı́. “¿Te ayudo a levantarte?”
Arboles, estaba cansado de darle la satisfacció n. "Bien", dije.
Pero al inal la victoria fue mı́a. Cuando Ravyn se acercó a mı́, dudó , el
rubor de antes regresó a su mandı́bula. Nuestros ojos se encontraron
por un momento. Luego, como si se estuviera demostrando algo a sı́
mismo, me alcanzó . Sus manos, anchas y irmes, me encontraron en la
curva de mi cintura y descansaron un momento en mis caderas. Sus
manos estaban cá lidas. Y me sorprendı́ preguntá ndome có mo se
sentirı́an los callos de sus palmas contra mi piel desnuda.
Inhaló bruscamente, levantá ndome con facilidad y colocá ndome en la
silla. Me quedé allı́ sentado un momento, sin saber qué hacer con mis
piernas. Me pareció grosero mover una pierna para montar a
horcajadas, pero el instinto me decı́a que si no lo hacı́a, provocarı́a un
ridı́culo má s mordaz por parte de Elm, que permaneció en el banco, con
su rostro principesco ijo en una expresió n entre el humor y la
repulsió n.
Pero en el momento en que giré mi pierna, mis muslos se lexionaron.
Mientras montaba, sentı́ que habı́a cometido un terrible error. El olor a
heno y sudor lotaba en la yegua, su piel se estremecı́a bajo mi toque.
Me senté como una piedra en la silla, aferrá ndome con todas mis
fuerzas a la crin del caballo. "¿Dó nde aguanto?"
"Prueba las riendas", llamó Elm.
Ravyn puso su mano en mi tobillo. “Tome un respiro, señ orita Spindle.
Ella está nerviosa porque tú está s nervioso”.
"O porque ella no sabe lo que eres", ofreció Elm.
Créeme, ella sabe exactamente lo que eres , se rió Nightmare. Ver este.
Su silbido irradió a travé s de mı́, un ruido animal que se apoderó de mis
mú sculos, una llamada invisible al caballo debajo de mı́.
La yegua se encabritó , atacada por un repentino pá nico que la hizo
gritar desde el establo.
No recuerdo haberme caı́do. Só lo que dolı́a muchı́simo.
Cuando volvı́ en mı́, el caballo ya no estaba y la risa baja y sedosa de
Nightmare resonó en mi crá neo. Ravyn y Elm se arrodillaron a mis
costados, con los ojos muy abiertos mientras me miraban.
"Arboles." Ravyn metió su mano detrá s de mi cuello, acunando la parte
superior de mi columna. "¿Puedes oı́rme?"
Intenté sentarme. Me sentı́ mareado y respiré larga y dolorosamente,
mientras el aire regresaba a mis pulmones. "Yo... te lo dije", jadeé . "A los
animales no les agrado".
Ravyn y Elm intercambiaron una mirada. Una pequeñ a y traviesa
sonrisa cruzó los labios del Prı́ncipe. "Bueno", dijo. "Eso fue
inesperado."
Tosı́ y me puse en posició n vertical. "No parezcas tan contento."
La mano de Ravyn se deslizó desde mi nuca hasta mi hombro. “¿Algo se
siente roto?”
Sólo mi orgullo , enfurecı́ en la oscuridad. ¿Que demonios fue eso?
Sólo un poco de diversión.
¡Podría haber muerto!
No seas dramático , dijo Nightmare. La gente se cae de los caballos todos
los días.
Eso no la convierte en una experiencia particularmente placentera.
Al menos ahora te das cuenta de en qué te estás metiendo: de quién eres
realmente.
“¿Señ orita Spindle?”
Le espeté a Ravyn. "No hay nada roto", dije.
"Ella está bien", gritó Elm, con pasos corriendo hacia nosotros.
Jespyr y Thistle se detuvieron cerca. "Tendrá s algunos moretones, no te
equivoques", dijo Thistle.
Me sonrojé hasta las raı́ces. “¿Todos vieron?”
“No”, dijo Elm. "Só lo los sirvientes, el letcher, los padrinos de boda, el
herrero..."
"Su iciente", gruñ ó Ravyn. "Tenemos que ponernos en marcha".
"No podemos irnos ahora", dijo Jespyr, hacié ndome un gesto. "Ella caerá
y morirá ".
Elm bostezó . "Ella estará bien. Atala a la bestia y termina con esto”.
Las ná useas volvieron a golpear mi estó mago. “¿Atarme?”
"Nadie te va a atar", dijo Thistle. “¿Qué tal un carruaje?”
Elm negó con la cabeza. "Nos escuchará n a una milla de distancia".
Debatieron sobre el transporte. No dije nada, manteniendo los ojos al
frente mientras movı́a mis dedos arriba y abajo por mis costillas,
haciendo una mueca.
Seguramente habrı́a moretones.
"Sigo pensando que deberı́amos usar un carruaje", dijo Jespyr. "Si lo
escondemos a un kiló metro y medio en el bosque, no lo oirá n".
“¿Y si consideran oportuno perseguirnos?” Elm respondió . "La ú ltima
vez que lo comprobé , no podı́as dejar atrá s a un caballo de guerra,
primo".
Jespyr sacó su Tarjeta del Caballo Negro de su bolsillo. “¿Eso es una
apuesta?”
"Ustedes dos, cá llense", dijo Ravyn. “Recoge tus amuletos y ve a tus
caballos. Thistle, encuentra las Ivys. Saldremos en cinco minutos”.
Se alejaron, con unos ú ltimos ceñ os fruncidos entre Jespyr y Elm.
Ravyn se volvió hacia mı́ en voz baja. "¿Está s bien? ¿Realmente?"
Tosı́ y luego hice una mueca. "Sobreviviré ."
"¿Puedo?"
Allı́ estaba de nuevo, pidiendo tocarme. Asentı́, y cuando su mano
recorrió mi caja torá cica de arriba a abajo, casi olvidé el dolor,
demasiado preocupada de que sintiera los rá pidos latidos de mi
corazó n.
"Estará s bien", dijo, retirando la mano, casi demasiado rá pido. “Lo
siento, señ orita Spindle. No nos queda má s remedio que ir a caballo. Tu
mejor opció n es montar con nuestro jinete má s há bil, para que pueda
frustrar cualquier inquietud del animal”.
Lo miré de cerca. "¿Y quié n, por favor, dime, es tu jinete má s há bil?"

La forma de montar de Elm era muy parecida a su comportamiento


general. Despiadado y abrasivo.
Cuando entramos en la Selva Negra, me sentı́a tan maltratado y sin
aliento que podrı́a haberme caı́do del caballo una docena de veces má s.
Cuando desmontamos, el Prı́ncipe dejó escapar un suspiro.
"¡Arboles!" tosió . “¿Agarrar lo su icientemente fuerte? Me sentı́ como si
estuviera usando un corsé ”.
"¿Todos bien?" Jespyr llamó má s adelante.
"Maravilloso", dijo Elm entre dientes. “El mejor viaje de mi vida.”
"No estaba preguntando por ti."
"¿Quié n má s está ahı́?"
Ravyn desmontó en medio de una rá faga negra. “Sus disputas no
impresionan a nadie”, dijo. “Consigue tus encantos. Será mejor que nos
quedemos callados de ahora en adelante”.
La Selva Negra era una densa colecció n de á lamos y zarzas. Los caballos
estaban nerviosos por abandonar el camino, pero los engatusamos con
azú car y nos adentramos, temerosos, en la niebla.
Se sentı́a extrañ o no necesitar mi pata de gallo. Para los demá s, la
necesidad de un amuleto era má s apremiante. Podı́a oler la sal en el
aire. El Espı́ritu del Bosque permaneció en la niebla, invisible,
observando, mantenido a raya só lo por nuestra magia y nuestros
encantos.
Los hermanos Ivy portaban plumas de halcó n idé nticas. Jespyr arrojó
un pequeñ o hueso del fé mur entre sus palmas. Thistle hizo girar el
diente canino de un perro con una cuerda de cuero. Elm se enrolló una
apretada trenza de crin alrededor de sus nudillos.
Seguı́ detrá s de Ravyn, sus luces color burdeos y violeta decididas
mientras se movı́an a travé s de la niebla. Luego vino Jespyr, equipado
con un Caballo Negro. Thistle y los Ivy no tenı́an tarjetas. Elm, que
habı́a dejado atrá s al llamativo Scythe, equipado con un segundo
Caballo Negro, tomó la retaguardia.
Thistle pasó pan y queso a la ila y comı́amos mientras caminá bamos,
como los viajeros en uno de los viejos libros de mi tı́a. Al atardecer los
grillos cantaban, despertando a los bú hos y otras criaturas de la noche.
La niebla se hizo má s espesa, tan densa que se tragó la luz del dı́a que
se desvanecı́a, arrojá ndonos a la oscuridad.
Roca o zarza, colina o valle, no importaba: Ravyn avanzaba con pasos
seguros. Sus botas estaban en silencio y su paso era incesante. Só lo una
vez se detuvo, levantando una mano para detener al grupo, con los ojos
ijos en la niebla.
Me resbalé sobre hojas de á lamo desmoronadas, la visió n de la
Pesadilla fue lo ú nico que me impidió quedar ciego. "¿Có mo puedes
saber adó nde vamos?"
El se encogió de hombros. "Prá ctica."
Má s adelante se oyó el lejano susurro de las hojas. Un momento
despué s, una cierva y su cervatillo se cruzaron en nuestro camino.
Ravyn los observó , con los hombros tranquilos y el rostro
imperturbable. Só lo cuando despejaron el camino nos indicó que
siguié ramos adelante.
La temperatura en la madera bajó . Me estremecı́ y me froté la nariz
punzante, el aire denso a nuestro alrededor. “La sal es fuerte”, dije.
"Es el Espı́ritu del Bosque", respondió Ravyn.
Mi tı́a me habı́a contado muchas historias sobre el Espı́ritu del Bosque.
Ella habı́a dicho que el Espı́ritu podı́a tomar la forma de animales, pero
nunca una ré plica exacta. Siempre hubo algo diferente en los animales
que el Espı́ritu pretendı́a ser. Sus huesos eran demasiado largos y sus
dientes demasiado dentados.
Sus ojos tambié n lo saben.
Mi mirada recorrió la niebla. Pero la cierva y su cervatillo ya no estaban.
"¿Crees", le susurré a la espalda de Ravyn, "si logramos recoger la
baraja, levantar la niebla, que el Espı́ritu permanecerá en Blunder?"
El Capitá n re lexionó sobre esto. “ El Libro Antiguo dice que la magia se
balancea, como el agua salada en la marea. Creo que el Espı́ritu es la
luna, que domina la marea. Ella nos atrae, pero tambié n nos libera. Ella
no es ni buena ni mala. Ella es magia: equilibrio. Eterno."
La Pesadilla susurró detrá s de mis ojos, con sus garras a iladas. Pero el
Espíritu fue descuidado, sin importar su súplica. Los Rowan la borraron,
como una vez lo hicieron conmigo. Pero ella mantiene su propio tiempo y
yo llevo una cuenta larga. La marea que viene a continuación borrará la
costa.
Me estremecı́. Pero no tuvo nada que ver con el frı́o.
"Entonces, no", continuó Ravyn. “No creo que el Espı́ritu del Bosque
desaparezca con la niebla. Pero tal vez ya no sea un peligro. Quizá s
descanse”.
Unos momentos despué s, se detuvo. “Atad los caballos aquı́”, gritó a los
demá s. "Puedo ver el camino veinte pasos má s allá ".
Me hice a un lado, lejos de los caballos. Cuando Ravyn se unió a mı́,
sostenı́a un cuchillo.
“No es una tijera de jardı́n”, dijo, ofrecié ndome la hoja. Cuando dudé , é l
sonrió . “No lo necesitará s. Pero es un disfraz pobre sin un arma”.
Pasé la empuñ adura del cuchillo por mi cinturó n. "¿Ahora que?" Dije,
un ligero temblor tocando el borde de mi voz.
"Esperamos."

La aprensió n se acumulaba como tierra arrojada sobre una nueva


tumba.
Una hora má s tarde estaba luchando por quedarme quieto. Los demá s
se arremolinaban en silencio, dispersos en la niebla entre á rboles, rocas
y arbustos. Só lo Ravyn permaneció inmó vil, con la vista ija en el
camino.
Cuando una ramita se rompió bajo mi pie, rompió su quietud y me
lanzó una mirada penetrante.
"Lo siento", susurré .
Ravyn metió la mano en su bolsillo y sacó una tela oscura y sedosa: la
tela con la que me habı́a vendado los ojos en Equinox.
Me mordı́ el labio. "¿Para qué es eso?"
Ravyn sacó un segundo pañ o de su bolsillo y se lo aseguró a la cara,
justo debajo de los ojos, oscureciendo su nariz, boca y mandı́bula.
Una mascara.
El recuerdo de aquella noche en el camino forestal, los hombres
enmascarados (la violencia y el miedo), me regresó tan vı́vidamente
que retrocedı́ y tropecé con las zarzas.
Ravyn debió entenderlo porque un momento despué s se quitó la
má scara. "Lo siento", dijo, acercá ndose a mi lado, su voz no era má s que
un susurro. “¿Señ orita Spindle?”
Me pasé la mano por la cara y no lo miré . "Nunca pensé que estarı́a
vestido como un bandolero", logré decir. “Con los mismos hombres que
me atacaron, nada menos”.
Ravyn contuvo el aliento. "Si hubiera sabido quié n eras..."
“Habrı́as… ¿qué ? ¿Ha sido un poco má s amable? Mis fosas nasales se
dilataron. “Estaba solo en el camino. Estuvisteis horribles los dos.
El no lo negó . Despué s de una larga e incó moda pausa, suspiró .
“Regresé a la carretera, solo, la noche siguiente. Me quedé en el bosque
durante tres dı́as, con la esperanza de poder verte y hablar contigo si
podı́a. Miró a lo lejos. “La Carta del Profeta deja agujeros en nuestra
comprensió n. Sı́, mi madre predijo dó nde estarı́as: tu conexió n con los
Cards. Pero el resto fueron conjeturas. No tenı́amos idea de en qué nos
está bamos metiendo. Si hubiera sabido que llevabas magia... Hizo una
nueva pausa y frunció el ceñ o. “Somos muy pocos, señ orita Spindle.
Eres má s especial de lo que crees. Y me duele pensar que podrı́a
haberte lastimado. Lo lamento." El pauso. "Arboles, lo siento".
Escuché el viento a travé s del bosque, la calma mezclá ndose con la voz
de Ravyn Yew. Parecı́a diferente vestido como un bandolero... cambiado.
Atrá s quedó la personalidad austera y controlada que mostraba como
Capitá n de los Destriers. Aquı́, en el bosque, é l era só lo un hombre con
una capa negra que buscaba arrepentimiento.
Extendı́ mi mano. "Estas perdonado. Con una condició n."
La cuerda invisible tiró de la comisura de su boca. "¿Qué es eso?"
Cuando nuestras manos se tocaron, el calor subió a mis mejillas.
"Llá mame Elspeth", dije. "Despué s de todo, estamos a punto de cometer
traició n juntos".
La elusiva media sonrisa, por cautelosa que fuera, se apoderó de la boca
de Ravyn. Cuando me estrechó la mano, su piel callosa se enredó en mi
palma.
Un silbido estridente atravesó los á rboles, seguido por otro, luego otro.
La señ al.
Ravyn se congeló , su mano todavı́a en la mı́a, el ruido de los jinetes
acercá ndose retumbaba en la distancia. "Será mejor que te pongas esa
má scara, Elspeth", dijo. "Es la hora."
Capítulo Diecinueve
LA PUERTA DE HIERRO
Ten cuidado con el musgo,
Tenga cuidado con la valla.
Ten cuidado con la puerta y la niebla, oscura y densa.
Detendrá todas tus lá grimas.
Te robará todos tus añ os.
Ten cuidado con la puerta y la niebla, oscura y densa.
me tomó un momento darme cuenta de que algo andaba mal. El
tumulto era demasiado fuerte y el sonido de los caballos demasiado. Si
no hubiera sabido que venı́an, podrı́a haber confundido su clamor con
un trueno.
Miré a travé s de la niebla y vi dos carruajes doblar la esquina, sus
linternas proyectaban sombras fantasmales a travé s de la carretera. Las
llamas se mezclaron con otra luz, de un intenso color verde musgo, cuyo
origen se encontraba en algú n lugar dentro del primer vagó n. Una luz
que só lo yo podı́a ver.
La Puerta de Hierro.
Pero antes de que pudiera señ alá rselo a Ravyn, el clamor aumentó y
cuatro luces má s aparecieron a la vista, só lo que estas luces estaban No
habı́a un destello de llama, ni eran brillantes como la Puerta de Hierro.
Eran oscuros, tan profundos que sentı́ como si estuviera cayendo en
ellos.
Cuatro Caballos Negros, sus jinetes encima de caballos de guerra que
lanqueaban el carruaje. Cuatro caballos negros y una baliza roja
brillante.
Una carta de guadañ a. Alto Rowan.
Tiré de la manga de Ravyn, la Pesadilla arrastrá ndose detrá s de mis
ojos. “El Prı́ncipe está allı́, con un Caballo Negro y una Guadañ a. ¡No
dijiste nada sobre luchar contra Destriers!
Los mú sculos de la mandı́bula de Ravyn se lexionaron. Por el tamañ o
de sus ojos y la quietud de sus hombros, me di cuenta de que estaba tan
sorprendido como yo. Un momento despué s, metió la mano en su
bolsillo y tocó su Tarjeta Nightmare tres veces, comunicá ndose en
silencio con los demá s. Sus cejas se juntaron irmemente.
Los caballos en el camino relincharon, con las orejas alerta.
Ravyn se volvió hacia mı́. “¿Ves la Puerta de Hierro?”
Parpadeé hacia é l, con la boca abierta. "¿No está s todavı́a pensando en
atacar?"
La mirada de Ravyn se movı́a entre la carretera y yo. "Necesitamos esa
tarjeta".
“Pero los corceles…”
La voz de Ravyn era irme. Pero cuando me miró , vi una locura en sus
ojos que no habı́a visto antes. "Nosotros nos encargaremos de los
Destriers", dijo. “Si apuramos a Hauth, no tendrá su iciente
concentració n para empuñ ar la guadañ a. Cuanto má s rá pido
recuperemos la Puerta de Hierro, má s rá pido estaremos libres de
peligro. ¿Todavı́a deseas ayudarnos, Elspeth?
La Pesadilla no dijo nada. Aú n ası́, sentı́ su peso mientras estaba
sentado, agachado, esperando.
Respiré profundamente, con los pulmones apretados. "La Puerta de
Hierro está en el primer vagó n".
Má s allá , los jinetes se hicieron má s ruidosos y se acercaron. Incluso a
travé s de la niebla, pude ver el polvo de su fervor, sus caballos
resbaladizos con sudor. Los cuervos se agitaron tras ellos y se elevaron
al cielo, graznando de angustia mientras los jinetes avanzaban
atronadores.
Ravyn metió la mano en su bolsillo una vez má s, sacando la Tarjeta
Espejo. "¿Seguro que no usará s esto?"
Sacudı́ la cabeza con vehemencia.
"Haz lo que quieras." Lo golpeó tres veces y desapareció . "Tú y yo
iremos ú ltimos", dijo el aire donde estaba anteriormente. “Llé vame a la
Puerta de Hierro. Una vez que estemos cerca, vuelve corriendo aquı́ y
escó ndete en la niebla. ¿Entender?"
No tuve tiempo de responder. Sin previo aviso, varias lechas con
plumas de ganso atadas con cuerdas atravesaron la carretera,
bloqueando el camino a un paso de los carruajes. Los Caballos Negros
de Jespyr y Elm brillaban oscuros y amenazadores en la distancia
mientras ellos y los Ivys continuaban disparando lechas, obstruyendo
el camino, obligando a los carruajes y Destriers a detenerse
bruscamente.
Los caballos rebuznaron. Uno de ellos se encabritó y arrojó a su jinete,
que cayó al suelo. No podı́a ver a Ravyn, pero lo sentı́ a mi lado. Un
momento despué s me agarró la mano y corrimos a toda velocidad entre
los á rboles hacia la refriega.
Mi respiració n se convirtió en jadeos apresurados y desesperados. Todo
lo que podı́a ver era el camino má s adelante, justo má s allá de la lı́nea
de á rboles, y los hombres dispersos allı́, con la luz verde centrada entre
ellos.
"¡Tomar las armas!" gritó uno de los Destriers.
"¡Estamos bajo ataque!" Otro lloró .
Pero no tuvieron tiempo de reagruparse: habı́an llegado los bandoleros.
El agudo sonido del acero contra el acero me sacudió , el choque de las
espadas resonó con fuerza en mis oı́dos. Ravyn me empujó hacia el
camino, sin que su agarre en mi mano laqueara. Delante de nosotros,
los hombres salieron de los carruajes y los Destriers cayeron de sus
caballos en una rá faga, con las armas en la mano.
Vi a Elm en el camino. Un momento despué s, los Ivy se unieron a la
refriega. recibido por Hauth y otros dos hombres. Chocaron entre sı́,
poder contra poder, espadas y puñ os blandidos con una fuerza que
rompe huesos. Pero Ravyn me hundió má s en la lucha y rá pidamente
los perdı́ de vista.
La luz verde de la Puerta de Hierro ya no estaba en el primer vagó n.
Habı́a avanzado hacia la carretera, revoloteando en la capa de Wayland
Pine. La luz giró , Wayland lotando entre el tumulto, colocá ndose entre
Destriers y otro hombre de armas. "¡Está en la capa de Pine!" Llamé en
direcció n a Ravyn. "Lado derecho."
Ravyn apretó mi mano, tirá ndome hacia abajo mientras las lechas
perforaban el aire. "Ve", dijo, mi mano de repente se enfrió cuando la
soltó . "¡Ve ahora!"
No esperé a que me lo dijeran por tercera vez.
Giré mis talones y corrı́, corrı́ con todas mis fuerzas. La tierra se levantó
bajo mis pies y resbalé , evitando por poco el corte salvaje de la espada
de un Destrier.
Levántate , gruñ ó Nightmare, tan despierto que podı́a sentir sus garras
en mi cabeza. ¡Levántate, Elspeth!
El Destrier se giró , su espada atacada por Jon Thistle. Me lancé del
suelo, la lı́nea de á rboles y la niebla estaban a só lo quince pasos de
distancia. Corrı́, con los ojos hacia atrá s para echar un ú ltimo vistazo al
resplandor de la Puerta de Hierro...
Y chocó directamente contra mi padre.
Parecı́a má s alto, con el huso rojo sangre cosido en su capa de za iro.
Sostenı́a una daga en una mano y en la otra blandı́a la espada de mi
abuelo con gran fuerza, empleada en una violenta lucha con Elm. A mı́,
no me hizo caso, devolviendo mi golpe con un fuerte codazo en la
mejilla que me envió al suelo.
Probé la sangre y parpadeé , mi visió n daba vueltas. Só lo entonces me di
cuenta de la forma familiar grabada en la puerta del segundo vagó n.
Un á rbol de huso.
Te has mordido la lengua, eso es todo , gritó la Pesadilla por encima del
caos. Levantarse.
El ruido metá lico del acero se hizo má s cercano, como si estuviera
encima de mı́. Mantenié ndome sobre mis manos y rodillas, me arrastré ,
con el polvo adherido a las lá grimas en mis ojos. Cuando llegué al borde
del camino, me arrojé sobre un montó n de follaje debajo de un alto
á lamo.
Limpiá ndome la suciedad de los ojos, miré hacia el caos, buscando a mi
padre. Se quedó de pie, todavı́a en combate con Elm. Só lo que ahora, la
espada de Elm habı́a caı́do al suelo. El miedo subió por mi columna
mientras observaba al Prı́ncipe luchar, atrapado entre el carruaje y la
inminente espada de mi padre. Esquivó tres golpes, y el Prı́ncipe gastó
hasta el ú ltimo momento en evitar el siguiente golpe de mi padre.
Va a salir lastimado , dije, con el pá nico apretando mi garganta.
¡Él no es tu maldita preocupación!
Estaba en el suelo una vez má s, buscando algo, cualquier cosa. Mis
dedos se cerraron alrededor de una roca frı́a y densa. Cuando me puse
de pie, Elm ya estaba en pie y cayó al suelo.
Mi padre se alzaba sobre é l, espada en mano, el golpe decisivo a un
suspiro de distancia.
Regresé a la carretera y cerré los ojos, volviendo a la oscuridad de mi
mente. Cuando hablé , la voz de Nightmare se fusionó con la mı́a en una
fuerte y decidida disonancia.
"Hacer. No. Extrañar."
La piedra se estrelló contra la nuca de mi padre, hacié ndole perder el
equilibrio y negá ndole la muerte a su espada. Elm, rá pidamente en pie,
salió de la refriega y desapareció bajo la sombra de su Caballo Negro.
Mi padre se giró hacia mı́, con una violencia en sus ojos que nunca antes
habı́a visto.
¿Ahora que? siseó la Pesadilla.
Retrocedı́, mis extremidades de repente se congelaron. Saqué el
cuchillo de mi cinturó n y lo sostuve temblorosamente entre mi padre y
yo. Ayúdame , llamé a Nightmare, con las piernas dé biles por el pá nico.
Mi padre frunció el ceñ o. Giró y colocó su daga detrá s de é l. "Malditos
bandoleros", dijo, prepará ndose para lanzarlo. A mi.
Y supe que no falları́a. Habı́a venido hasta aquı́, só lo para ser asesinado
por el hombre que, hace once añ os, lo habı́a arriesgado todo para
mantenerme con vida.
Ayúdame ayúdame ayúdame ¡AYUDA! Lloré , cerrando los ojos, el sonido
cruel de la espada zumbando a travé s de mi cuerpo.
La sal me llenó la nariz. Sentı́ como si hubiera caı́do bajo una capa de
hielo. Jadeé , desesperada por aire que no podı́a saborear. El dolor
desgarró mis brazos: la magia oscura de la infecció n y la fuerza de la
Pesadilla nadando por mis venas. Cuando abrı́ los ojos, el mundo era
brillante y vı́vido detrá s de la mirada de Nightmare. Mi padre estaba
frente a mı́, temible, con un pequeñ o toque de sorpresa grabado en su
oscuro ceñ o...
… y su daga apretada en mi mano.
La Pesadilla fue má s rá pida que nunca. Mis ojos, mis brazos, mi mente
bailaron con intenció n violenta. En só lo unos pocos pasos rá pidos,
acorté la distancia entre mi padre y yo. Antes de que pudiera apuntar su
espada, le golpeé el diafragma con el pie y lo derribé .
Cayó al suelo hecho un montó n. Me paré sobre é l, una sonrisa maliciosa
torció mis labios mientras equilibraba la punta de su daga en su
garganta. “Ten cuidado con el azul”, dije, mi voz se fusionó con el tono
aceitoso de Nightmare. “Ten cuidado con la piedra. Ten cuidado con las
sombras que el agua ha mostrado. Tus enemigos esperan. Los lobos
acechan la puerta. Tengan cuidado con las sombras que el agua ha
mostrado”.
El miedo hizo añ icos la austeridad de mi padre. Me miró ijamente, con
sus ojos azules vidriosos y muy abiertos. Cuando vio mis ojos por
encima de mi má scara, supe que no me reconocı́a.
Nunca antes me habı́a visto con ojos amarillos.
Pero antes de que mi padre pudiera hablar, con la boca abierta y el
rostro blanco como un fantasma, un caballo asustado pasó corriendo y
me tiró al suelo.
Dejé caer su daga y mi cabeza chocó contra la piedra, el mundo de
repente se dobló , como si estuviera girado sobre su cabeza.
Manos se extendieron hacia mı́. Los golpeé pero no pude alejarlos. Mi
visió n se mareó , el calor en mis venas era tan grande que me quemaba.
Un momento despué s me arrancaron del suelo y me pusieron de pie.
Su rostro estaba oscurecido por su má scara. Pero conocı́a sus ojos, su
voz. Cuando Jespyr me ofreció la mano, la tomé ; el caos que nos
rodeaba era tan fuerte como tambores de guerra.
Jespyr y yo nos lanzamos de cabeza hacia la niebla.
Me perdı́ inmediatamente. Aun ası́, corrı́. La respiració n de Jespyr se
volvió entrecortada y podrı́a haber seguido adelante...
Si un Destrier no hubiera salido de la niebla y hubiera arrojado toda su
fuerza al suelo.
Ella cayó con estré pito al suelo del bosque, llevá ndome a mı́ con ella.
Ahogué un grito, la Pesadilla inundó mi mente. Silencio, niña , le
advirtió . Te escucharán.
Jespyr se puso de pie en un momento, bloqueá ndome con su cuerpo,
enfrentá ndose al Destrier. Cuando é l arremetió , ella lo detuvo,
igualando su fuerza, Caballo Negro contra Caballo Negro. Sus espadas
chocaron, un sonido penetrante que resonó a travé s de la niebla. El
codo de Jespyr chocó con la mandı́bula del Destrier y é ste vaciló , dando
un paso atrá s y atacando salvajemente.
El ilo de su espada atravesó su tú nica negra y le clavó el hombro.
Ella siseó pero no vaciló . Girando con una velocidad tan inmensa que
apenas podı́a medirla, Jespyr se acercó al Destrier. esquivando el
segundo corte de su espada. Maldijo, sacando una daga perversamente
curvada de su cinturó n.
Pero antes de que su daga pudiera encontrar su objetivo, Jespyr golpeó
el pomo de su empuñ adura en el costado de la cabeza del Destrier. Se
tambaleó un momento, con los ojos muy abiertos y desenfocados, antes
de estrellarse contra el suelo a mis pies. Se quedó quieto, con los ojos
cerrados.
Lo miré ijamente. "Es é l…?"
Jespyr se arrodilló a su lado, su hombro sangraba donde é l se lo habı́a
cortado. Puso dos dedos en el cuello del Destrier, justo debajo de su
mandı́bula. "Inconsciente", murmuró . Ella me miró y se detuvo en mis
ojos. "¿Está s bien?"
Me sentı́ como si me hubieran tallado en madera: rı́gido, astillado.
"Estoy bien", dije con los dientes apretados. "¿Donde está n los otros?"
"No sé ." Metió la mano en el bolsillo del pecho. “Me di la vuelta”. Su
rostro se puso demacrado y su mano má s urgente. Se abrió los bolsillos
y luego la capa, buscando algo. "Mierda", respiró ella.
"¿Qué ?"
“No está aquı́”, gritó . “Mi encanto. Debo haberlo dejado caer cuando me
chocó ”.
En algú n lugar detrá s de nosotros, se rompió una rama.
"¿Qué fue eso?" Jespyr dijo, con los ojos muy abiertos.
"No deberı́amos demorarnos", logré , con el cuello tenso mientras
miraba a mi alrededor. "Los otros Destriers no pueden estar lejos".
Pero Jespyr se limitó a negar con la cabeza, con los ojos vidriosos de
miedo. “Yo—yo…” Ella tosió , como si hubiera tragado demasiada agua.
"¿Puede usted olerlo?" ella dijo. “¿Puedes oler la sal?”
La miré ijamente y mi aliento se volvió frı́o. “¿Jespir?”
Con los dedos temblorosos, se frotó los ojos. “Yo—yo—yo—no—puedo
—ver”. Sus pá rpados se agitaron salvajemente. "¡No no no!" ella se
atragantó .
¿Qué le pasa a ella? Dije, un escalofrı́o subiendo por mi espalda.
¿No lo sabes? ¿No puedes olerlo?
La sal me llenó la nariz. Magia. Magia oscura e incontrolada. El Espı́ritu
de la Madera, llega al equilibrio exacto.
Ven a robar a Jespyr y llevarlo a la niebla.
Me sumergı́ en mi jubó n, mis dedos temblaban. Pero mis bolsillos
estaban vacı́os. Habı́a dejado mi amuleto cuidadosamente doblado en
mi vestido en Castle Yew.
Un zorro chilló a lo lejos, hacié ndonos saltar.
"Jespyr, tenemos que salir de la niebla".
"No puedo", logró decir. "El camino... no es seguro". Giró hacia el oeste,
llamada por algo que no pude oı́r. "Tenemos que profundizar má s en el
bosque".
"No yo dije. "Estas confundido. Tenemos que conseguir...
Ella no me escuchó . Estaba perdida, sus ojos castañ os vidriosos. Un
momento despué s ella estaba corriendo, sumergié ndose má s
profundamente entre los á rboles, tragada por la niebla.
Forcé mis miembros cansados tras ella, los latidos de mi corazó n eran
tan fuertes que me sacudieron. Extendı́ mis manos delante de mı́, el
camino era tan oscuro que envolvı́a mis ojos, pero la fuerza de la
Pesadilla me habı́a vaciado y no me atrevı́ a pedirla de nuevo. Las ramas
de los á rboles se engancharon en mi cabello y la tierra bajo mis pies
estaba enredada en raı́ces, cada paso era una trampa.
Má s adelante, un grito animal atravesó los á rboles. La Pesadilla se rió ,
su voz recorrió mi mente. El Espíritu no tiene perdón, no tiene perdón
que prestar. Ella grita nuestros nombres, ni parientes, enemigos ni
amigos. Ella observa la niebla como un pastor a sus ovejas...
El animal volvió a gritar, só lo que esta vez discernı́ dos palabras en las
notas frené ticas de su gemido.
"¡Ayú dame!"
No era un animal gritando. Era Jespyr.
Y paga a quienes atrapa con el gran y último sueño.
Sus gritos resonaron en la niebla, temerosos y miserables. me apresuré
Se dirigió hacia el estruendo y encontró a Jespyr enredada en
enredaderas debajo de un viejo á lamo, con el tobillo torcido por las
raı́ces.
Sus ojos estaban desenfocados, perdidos en algo lejano. “Miembros de
la tierra, venid a traerme a casa”, se rió con los dientes apretados. “No
tengas miedo, Elspeth. Las raı́ces y los animales del bosque son
servidores del Espı́ritu, como tú y yo”.
Las ná useas recorrieron mi estó mago mientras miraba su tobillo
anormalmente torcido. Tomé mi cuchillo y la liberé de las enredaderas.
"Jespyr", dije. “¿Tu hermano tiene encanto?”
Ella no pareció escucharme. “Me quedo, me quedo en la oscuridad,
nunca en la luz”.
“¡Jespyr!”
Ella parpadeó y hundió las manos en la tierra que la rodeaba. "Sı́", logró
decir. “Ravyn... encanto. Apurarse."
Atravesé el bosque, con los ojos muy abiertos, frené tico por vislumbrar
las reveladoras luces color borgoñ a y violeta del Capitá n de los
Destriers.
Pero inmediatamente me perdı́, tragado por la niebla.
Busqué en la oscuridad cualquier indicio de color, con los brazos
extendidos contra las feroces zarzas que se enganchaban en mi cara y
mi cabello. Los animales corrı́an tras de mı́ y apresuré el paso, seguro
de que algo horrible le sucederı́a a Jespyr si no encontraba su amuleto.
Tropecé por un barranco, las ramas cortaban la tela que aú n me cubrı́a
la cara.
¿Dónde está? Lloré . ¿Qué camino debo tomar?
Espera , advirtió Nightmare. Escuchar.
Acerqué el oı́do al viento. Al principio, lo ú nico que oı́ fue el latido de mi
propio corazó n. Pero entonces… pasos. Algo se acercaba hacia mı́. Algo
o alguien.
Miré desde detrá s de un boj en busca de color. Otro grito de animal
atravesó la madera y ahogué un grito. Querı́a gritar, pero Nightmare me
hizo callar y permanecı́ en silencio, esperando.
Sonaron má s pasos, las ramas se rompieron bajo fuertes pisadas. Má s
allá del boj, difı́cil de distinguir en la oscuridad, vi Caballos Negros y
una Guadañ a. Llegaron desde el otro lado del barranco, lentos,
cautelosos, con las espadas desenvainadas. Tres corceles, acercá ndose a
un cuarto Caballo Negro que yacı́a inmó vil en el suelo.
Perdida, habı́a regresado corriendo en la misma direcció n en la que
habı́amos huido.
No te muevas , dijo Nightmare.
Me temblaron las manos. Coloqué uno sobre mi boca y el otro en la
empuñ adura del cuchillo que me habı́a dado Ravyn. No podı́an verme
desde detrá s del boj; la niebla era demasiado espesa. Pero estaban lo
su icientemente cerca para oı́rme.
Contuve la respiració n.
Los hombres recogieron a su Destrier caı́do y le echaron los brazos
sobre los hombros. Uno de ellos maldijo cuando una lechuza atravesó
los á rboles y los demá s se retiraron detrá s de é l. Cualquiera que fuera
su resolució n, no tenı́an intenció n de quedarse fuera del camino por
mucho tiempo. Só lo uno de ellos vaciló , buscando en la niebla a un paso
de mi boj.
Su rostro estaba iluminado por las amenazantes luces negras y rojas de
sus Cartas. El Gran Prı́ncipe del Error, el prometido de Ione.
Alto Rowan.
Se acercó , con los oı́dos alerta en mi direcció n. "¿Quié n está ahı́?"
El era el cazador y yo la presa. Una lá grima frı́a se deslizó por mi
mejilla. Pero cuando miré por encima de mi hombro, el Gran Prı́ncipe ya
no estaba.
Parpadeé , probando mis ojos. No habı́a usado una Tarjeta Espejo;
habrı́a visto el color pú rpura. Despué s de un tenso momento de
silencio, Salı́ de detrá s de la maleza. Me temblaron las manos y el boj
tembló .
Pero Hauth Rowan, junto con los demá s Destriers, habı́an desaparecido.
Dejé escapar un suspiro tembloroso y volvı́ al barranco. Si pudiera
encontrar el camino de regreso a los caballos, podrı́a encontrar a los
demá s. Má s importante aú n, podrı́a encontrar a Ravyn y su amuleto
extra.
A Jespyr se le estaba acabando el tiempo.
Pero antes de que pudiera dar un paso, algo se movió detrá s de mı́,
oscuro y sobrenaturalmente rá pido. Me volvı́ y el pelo de mi nuca se
erizó .
Salió disparado de la niebla con una velocidad brutal y atrapó mi
muñ eca. Intenté huir, pero é l me hizo retroceder, su Caballo Negro y su
Guadañ a arrojaron un color siniestro en mi visió n.
"¿Quié n eres?" Dijo Hauth, sacudié ndome.
Me torció el brazo. Sentı́ un chasquido extrañ o y antinatural y, de
repente, mi muñ eca nadaba en una agonı́a cruel. Grité , el dolor visceral
cuando me desgarró el brazo.
El silbido de Nightmare se convirtió en un rugido. Inundó mi mente con
una repentina y venenosa furia. Príncipe de los brutos , gruñ ó .
Hauth me sacudió la muñ eca y entrecerró los ojos, como si intentara
mirar a travé s de mi má scara. "¿Quié n eres? ¿Qué está s haciendo aquı́?"
No respondı́. No tuve la oportunidad de hacerlo. Golpeé al Gran
Prı́ncipe, mi mano se volvió borrosa en la niebla. El sonido de la tela
desgarrá ndose resonó en el aire. Mis ojos se abrieron cuando miré
hacia abajo, mi mano estaba resbaladiza con sangre.
Y no era mı́o.
Los gritos de Hauth llenaron la madera. "¿Quié n eres?" Gritó de nuevo,
alejá ndose de mı́, con feroces laceraciones arañ ando su hombro hasta
su mandı́bula.
No contesté . Ya estaba corriendo, con toda mi fuerza, hacia la madera,
su sangre todavı́a en mis dedos.
¿Qué hiciste? Lloré , demasiado asustada para mirar atrá s.
La voz de Nightmare era como hierro candente. La baya del serbal es
roja, siempre roja. La tierra en su tronco está oscura por la sangre
derramada. Pero un Príncipe es un hombre, y un hombre puede ser
desangrado. Vino por la chica...
Y en su lugar consiguió al monstruo.
Los gritos de Hauth resonaron en el bosque, guturales como los gritos
del zorro. Atravesé los á rboles, con los mú sculos tensos, desesperada
por escapar. No sabı́a si iba hacia el norte o hacia el sur, só lo que tenı́a
que poner la mayor distancia posible entre el Gran Prı́ncipe y yo.
Las lá grimas picaron en mis ojos y mi muñ eca, caliente e hinchada,
chirriaba de dolor. Cuando oı́ el crujido de las hojas detrá s de mı́, giré a
la derecha y corté un arbusto de dafne. Las malas hierbas me atraparon
las piernas y caı́ con fuerza, incapaz de sostenerme.
Gemı́, mi visió n se volvió borrosa.
Levántate , llamó la Pesadilla. Levántate, Elspeth.
Rodé , escuchando la madera. Se oyeron pasos a travé s de la niebla, pero
esta vez, cuando miré hacia arriba, vi los má s dé biles indicios de color
en la distancia: burdeos, violeta y verde musgo. La pesadilla, el espejo y
la puerta de hierro.
Ravyn.
Debió haberme oı́do llegar, porque cuando atravesé la niebla, é l ya no
estaba, desapareció con tres toques de la Tarjeta Espejo.
Corrı́ hacia é l con fuerza, mis pulmones se hincharon de alivio. Lo
escuché exhalar y de repente el velo de magia se levantó . El Capitá n de
los Destriers reapareció frente a mı́. "Elspeth." Sus ojos se abrieron por
encima de su má scara mientras me observaba. "¿Qué ?"
"¡Shh!" Dije, empujá ndolo detrá s de un á rbol y tapá ndole la boca con mi
mano. "El Gran Prı́ncipe está detrá s de mı́".
El aliento de Ravyn quedó atrapado en su garganta. Se agachó para su
cinturó n y sacó una daga. Mis dedos se deslizaron de su boca. Pero
antes de que pudieran caer, los atrapó , entrelazando nuestros dedos.
Una lechuza cantó cerca y salté , con la cara frı́a por las lá grimas que no
me habı́a dado cuenta de que habı́a derramado.
Ravyn me miró , escuchando la niebla. Cuando el silencio se apoderó de
nosotros, miré alrededor del á rbol, buscando alguna señ al de las luces
negras y rojas de Hauth Rowan.
Pero no hubo nada. El Gran Prı́ncipe se habı́a ido; se retiró al camino
para lamerse las heridas.
“Ya no puedo ver sus Tarjetas”, susurré .
Ravyn deslizó su cuchillo nuevamente en su funda. “Pine y su grupo
huyeron en su carruaje en el momento en que nos retiramos. El
segundo carruaje lo siguió , pero los Destriers se quedaron, ası́ que nos
dispersamos. Dudo que se adentren demasiado en la niebla.
"Los vi regresar a la carretera".
“¿Te vio Hauth?”
Asenti. "Creo que me rompió la muñ eca".
Los ojos del Capitá n brillaron. Alcanzó mi brazo herido, pero me
estremecı́. “No tenemos tiempo. Jespyr... ha perdido su encanto. Mis
botas se clavaron en la tierra mientras lo alejaba del á rbol. "Tenemos
que regresar. Ahora."
Encontramos a Jon Thistle y nos adentramos má s en el bosque,
descon iando de los Destriers. Pero las luces rojas y negras no estaban a
la vista. Temı́a no poder reconocer el camino, pero mi frené tica huida
desde Hauth fue fá cil de seguir y desde allı́ encontramos el barranco
que nos llevó de regreso a Jespyr.
No habı́a llegado muy lejos, su tobillo estaba demasiado dé bil para
sostenerla. Ravyn se arrodilló junto a su hermana y sacó de su bolsillo
un amuleto envuelto en lino. Lo colocó en los dedos rı́gidos de Jespyr y
presionó su frente contra la de ella, susurrando algo que no pude oı́r.
Observé , mi corazó n se aceleró . Despué s de un tiempo, la vida volvió a
entrar. Los ojos vidriosos de Jespyr y ella dejó de moverse, sin
esforzarse má s por arrastrarse má s profundamente en la niebla.
Ella hizo una mueca y se sentó . “¿Qué diablos pasó ?”
"Perdiste tu encanto", dijo Ravyn, apartando el cabello de su hermana
de sus ojos. “Te lastimaste el tobillo. Pero todo está bien, Jes. Está s
seguro."
Exhalé , el alivio se fusionó con el dolor nauseabundo. Detrá s de
nosotros, los á rboles crujı́an y el ruido de las discusiones resonaba en el
bosque. Los Ivy habı́an regresado.
“¿Está bien, muchachos?” Cardo llamó .
Las malas palabras de Petyr llenaron el aire. "Royce Linden me rompió
la maldita nariz".
"Es tu culpa por no atacarlo", gritó Wik.
"El capitá n dijo que no los matá ramos, ¿no?"
“¿Alguien vio tu cara?” —preguntó Thistle. “¿Alguien te reconoció ?”
"Por supuesto que no."
"¿Seguro?"
"¿No me veo jodidamente seguro, Jon?"
Sonó el crujido de las hojas. Alguien corrı́a hacia nosotros, una sombra
oscura y sin fondo atravesando los á rboles. Agarré el brazo de Thistle
para advertirle, pero antes de que pudiera hablar, una cabeza de cabello
castañ o despeinado atravesó la oscuridad.
Olmo.
"¡Oye!" Petyr llamó . "Te tomo bastante tiempo."
El Prı́ncipe no estaba de buen humor. “Dijo el imbé cil que pensó que
podı́a enfrentarse a un Destrier sin un Caballo Negro. Te estarı́as
desangrando en el camino si yo no hubiera intervenido para salvar tu
trasero desprevenido. Sus ojos verdes se dirigieron a Ravyn y luego a
Jespyr, todavı́a sentado en el suelo del bosque. "¿Qué ocurre?"
"Perdió su encanto", dijo Thistle. “Fuerte como la sal, ese. Estará en lo
cierto en un minuto”.
La mirada de Elm volvió a Ravyn. "Será mejor que hayas conseguido esa
maldita tarjeta".
"El lo tiene". Wik se rió . "Mira esa cara engreı́da".
“Entonces, veá moslo”, exigió Petyr.
Ravyn sacó la luz verde de su bolsillo, la luz parpadeó hasta
desaparecer mientras la hacı́a girar entre sus dedos desnudos, las
comisuras de sus labios curvadas por una arrogancia diabó lica. Algo se
apretó en lo profundo de mi estó mago, al verlo regodearse.
El grupo pasó la Puerta de Hierro entre ellos, las voces liberando
tensió n, los respiros de alivio llenaron el aire como humo. Le
devolvieron la Tarjeta a Ravyn, quien la volvió a guardar en su bolsillo,
la luz verde, libre de su toque, vibrante una vez má s.
La tensió n disminuyó lentamente, la risa perforó nuestro pequeñ o
rincó n del bosque. Me alejé unos pasos, de repente consciente de lo
dolorido que estaba mi cuerpo. Encontré un tronco y me bajé sobre é l
con un ruido sordo y sin ceremonias.
Elm se acercó a mı́, con los ojos ijos en mi cara. “¿Todavı́a está s vivo,
entonces?”
Logré asentir antes de que otra ola de dolor golpeara mi muñ eca. Mi
piel se sentı́a caliente, hinchada y enojada.
“¿Te reconoció ?” –preguntó Elm.
"¿OMS?" Ravyn llamó , mirá ndonos.
"Su padre."
Las cejas de Thistle desaparecieron bajo la lı́nea del cabello. —¿Erik
Spindle estaba allı́?
"En el segundo vagó n", dijo Elm, limpiá ndose la sangre de las fosas
nasales. "Ese bastardo me tomó por sorpresa; prá cticamente me
atravesó ".
"¿Qué pasó ?" Dijo Jespyr, haciendo una mueca mientras se levantaba,
apoyá ndose en Petyr en busca de apoyo.
"Todavı́a estoy de una pieza, ¿no?" Elm me miró con el ceñ o fruncido.
"Ella luchó contra é l".
Los demá s se callaron y sus ojos se posaron en mı́. Acuné mi brazo y
mantuve los ojos bajos mientras dejaba escapar un largo y cansado
suspiro. “El no me reconoció ”.
"¿Estas seguro? Porque si lo hiciera, estarı́amos realmente jod...
"¿De verdad crees que intentarı́a matar a su propia hija?"
Ravyn se acercó y se arrodilló a mi lado. Tomó mi muñ eca herida y me
hizo una tosca envoltura con su má scara de tela, sosteniendo la
articulació n hasta que ya no pude moverla. Apreté los dientes pero no
aparté la mirada, algunas lá grimas perdidas cayeron por mis mejillas.
Elm nos observó . "¿Quien hizo eso?" é l dijo.
La voz de Ravyn era frı́a. "Hauth", dijo, atando el vendaje improvisado,
levantando los ojos hacia mi cara. "Nunca dijiste có mo te alejaste de é l".
Me puse rı́gido, la risa malvada de Nightmare resonó en el ruido.
Cuando hablé , las notas bajas de mi voz eran resbaladizas, como si
estuvieran sumergidas en aceite. "Quizá s fue é l quien se escapó de mı́".
Capítulo veinte
La magia es la paradoja má s antigua. Cuanto má s poder te da, má s dé bil
te vuelves. Sé cauteloso. Sea inteligente. Sé bueno.
La magia es la paradoja má s antigua.
Los demá s cabalgaron delante, impulsados por el triunfo. Só lo Elm
se quedó esperando junto a su caballo.
Apreté los dientes, temiendo otro viaje lleno de empujones con el
Prı́ncipe, con la muñ eca rı́gida y dolorida. Pero antes de que me
acercara, Ravyn se interpuso entre su primo y yo.
"Te ahorraré un jinete", le dijo a Elm. "Continú a con los demá s".
Elm arqueó una ceja y sus ojos verdes se movieron entre Ravyn y yo.
"¿Seguro?"
"Muy."
"Me conviene", dijo. "Ya estoy lo su icientemente magullado como para
tener un par de brazos alrededor de mis costillas". El Prı́ncipe montó y
espoleó su caballo sin mirar atrá s, desapareciendo detrá s de la sombra
de su Caballo Negro.
Me apoyé en un á rbol cercano, ahuecado. “¿Qué habı́a en el envoltorio?”
Yo pregunté .
“¿Qué envoltorio?”
“El amuleto que le diste a Jespyr”.
Ravyn abrochó su silla. “La cabeza de una vı́bora. Lo mantengo cubierto
para no lastimarme con los colmillos”.
Levanté las cejas. "No pensé que tuvieras un amuleto".
"Sı́." Me dio una sonrisa fugaz. "Simplemente no por la misma razó n que
todos los demá s".
Me estremecı́ y miré hacia otro lado. "Supongo que el veneno es una
muerte má s feliz que la tortura en el calabozo del Rey". Luego, despué s
de una pausa, “Só lo te quedan dos Tarjetas. Debes estar contento”.
"Lo soy", dijo Ravyn, ajustando la silla sobre su palafré n negro. "Aunque
fue má s difı́cil de conseguir de lo que inicialmente imaginaba".
"Robar", corregı́. "Es má s difı́cil de robar".
Se giró y se apoyó en su caballo. “Llá malo como quieras. Nunca
hubié ramos tenido é xito contra los Destriers si no supié ramos
exactamente dó nde tenı́a Pine su Puerta de Hierro”. Su voz se suavizó .
"No podrı́amos haberlo hecho sin ti".
Hice una reverencia burlona. "Arriesgo mi cuello por tener la
oportunidad de recibir su gratitud, Capitá n".
Ravyn exhaló , mitad suspiro, mitad algo má s. Pero no dijo nada, como si
yo no le hubiera devuelto el agradecimiento a la cara. En cambio, cruzó
los brazos sobre el pecho y la sombra de su nariz distintiva se proyectó
en su rostro. "Me asustaste antes".
"¿Qué quieres decir?"
"La forma en que saliste corriendo de entre los á rboles... no pensé que
fueras tú ". Ravyn hizo una pausa, mirá ndome. "Es di icil de explicar."
"Prué balo", dije.
El se encogió de hombros. "Me pensará s raro".
"Un poco tarde para eso, ¿no?"
Las comisuras de sus labios se curvaron. “Es só lo que, a veces, cuando
te miro, siento que te conozco, que te entiendo. Y otras veces…” Su ceñ o
se arrugó . “Tus ojos brillan de un extrañ o color amarillo. Siento una
quietud sobre ti que no reconozco. Una oscuridad”.
Cuando permanecı́ en silencio, frı́a hasta los huesos, la voz del Capitá n
permaneció suave. “La verdad es”, dijo Ravyn, acariciando a su caballo,
“hay oscuridad en todos nosotros. No necesitamos que El Antiguo Libro
de los Alisos nos diga eso. Tú y yo portamos la infecció n y, con ella, una
magia extrañ a y brillante. Pero siempre hay un precio. Nada viene
gratis”.
Cabalgamos en silencio, a paso lento. Me quedé dormido a pesar de que
me dolı́a la muñ eca y el sueñ o me cubrı́a la frente. Sobre el camino, la
luna brillaba a travé s de la niebla. El bosque, lleno hasta el borde de
ruidos de animales, resonaba a nuestro alrededor: bú hos, grillos y gatos
monteses no se dejaban intimidar por nuestra invasió n.
Ravyn y yo no hablamos, ni sobre magia, ni sobre mis extrañ os ojos
amarillos, ni sobre mi padre o Hauth. Silencioso y tranquilo, la paz se
instaló detrá s de mis pá rpados, y me incliné sobre la amplia espalda de
Ravyn, demasiado cansado para mantenerme erguido, el dé bil latido de
su corazó n apenas perceptible a travé s de su jubó n.
Dirigı́ mis pensamientos hacia adentro, buscando a Nightmare, quien,
desde el caos en el bosque, habı́a permanecido quieta. Era extrañ o lo
tranquilo que se sentı́a cuando estaba con Ravyn. Casi como si se
hubiera ido por completo.
Casi.
Lo sentı́ allı́ en la oscuridad. Cuando le di un codazo, se movió pero no
habló , estirando las garras como un gato bostezando antes de retirarse
aú n má s profundamente en la oscuridad.
Dormı́ hasta que el familiar ruido de los adoquines llegó a mis oı́dos. La
luna, ya no muy alta en el cielo, descansaba detrá s de la torre oriental.
Me senté con una sacudida, una lluvia ligera empañ ó mis pestañ as.
Habı́amos regresado al Castillo Yew.
"¿Qué hora es?"
"Unas horas antes del amanecer", dijo Ravyn, su voz reverberando en su
pecho.
Ravyn nos guió hasta las puertas de hierro del castillo. Desmontó y sacó
una llave maestra de la silla. Escuché el clic del cerrojo y bostecé ,
deseando nada má s que mi có moda cama y un largo sueñ o sin sueñ os.
Ravyn condujo el caballo hasta la puerta del castillo. Cuando me bajé de
la silla, me agarró por la cintura y me bajó sobre los adoquines,
lexionando sus dedos justo por encima de la curva de mis caderas.
Permanecieron allı́, incluso cuando mis pies estaban irmemente en el
suelo.
Miré hacia arriba, desesperada por dormir, completamente despierta.
“En los pró ximos dı́as habrá má s ojos puestos sobre nosotros ademá s
de mi familia”, dijo en voz baja, un susurro retumbante. “¿Todavı́a
deseas ingir?”
No dijo la palabra cortejando . Mis pulmones se retorcieron, como las
alas de un pá jaro frené tico enjaulado. Sabı́a lo que querı́a decir, pero
algo en mi pecho, pequeñ o, delicado, se resistió al sí que acechaba en la
punta de mi lengua. "¿Tú ?"
Sentı́ resistencia en su pausa, é l tambié n se perdió en el mundo de las
cosas no dichas. "De todas las cosas que pretendo", dijo, su pulgar
dibujando pequeñ os y suaves cı́rculos a lo largo de mi cintura,
"cortetearte ha resultado ser la má s fá cil".
Su elusividad me enfureció . Pero tan pronto como llegó , la furia
desapareció , dejando atrá s brasas calientes que ardı́an en mi estó mago.
Cuando me alejé de é l, todo mi cuerpo estaba caliente.
Me dirigı́ a la puerta del castillo. "Qué halagador".
Hizo una pausa. "¿Cual es tu respuesta?" me llamó .
Giré . Se sentı́a bien, provocá ndolo. Mejor de lo que deberı́a. “Es
exasperante, ¿no es ası́, Capitá n? ¿Respuestas dadas só lo a la mitad?
"Ravyn", dijo, sus ojos recorrieron mi rostro y pasaron un momento a
mi boca. "Si queremos ser convincentes, deberı́as llamarme Ravyn".
Una sonrisa tiró de mis labios. "Buenas noches, entonces, Ravyn".
El respondió con una sonrisa lenta y satisfecha. "Tomaré eso como tu
respuesta, Elspeth".
Caminé de puntillas por el oscuro castillo hasta mi habitació n y esperé
a Filick, con los pá rpados pesados. Cuando me senté en mi cama, algo
suave cedió bajo mi mano. La corona de lores que habı́a hecho esa
mañ ana estaba colocada encima de mi almohada. Cuando le di la vuelta,
un pé talo de rosa cayó en mi mano, rojo como la sangre.

Me paré en la antigua habitació n cubierta de enredaderas. El viejo


techo de madera se habı́a podrido, dejando al descubierto rayos de luz
bajo un dosel de color naranja y amarillo. Los pá jaros cantaban y
susurraban juguetonamente. Só lo que esta vez no era verano. El aire se
habı́a refrescado y el dı́a de otoñ o era fresco y puro.
Sentado sobre la piedra oscura en el centro de la habitació n descansaba
el mismo caballero que habı́a visto en mi ú ltimo sueñ o. Su armadura
dorada, que hacı́a tiempo que habı́a perdido su brillo, brillaba
apagadamente a la luz del otoñ o. En su cadera descansaba la misma
espada antigua con extrañ as ramas retorcidas talladas en la
empuñ adura.
Nublado por sus pensamientos, no me vio.
Esperé a que levantara la vista, una vez má s arrastrando los pies sobre
el suelo cubierto de hojas.
Cuando inalmente me vio, su mirada se amplió . "Elspeth Spindle", dijo,
sus ojos, tan extrañ os y amarillos, atrapá ndome. "Dé jame salir."
La habitació n estalló en llamas.
Me desperté sobresaltado, jadeando por aire. Miré a mi alrededor, pero
el fuego habı́a desaparecido. Estaba solo en mi habitació n en Castle
Yew, sin fuego, sin llamas lamiendo los costados de mi cara. La brillante
luz de la mañ ana entraba por mi ventana y parpadeé , sin saber cuá nto
tiempo habı́a dormido.
Filick Willow me habı́a vendado la muñ eca la noche anterior. Pero
cuando me levanté de la cama y me puse de pie, un dolor candente me
quemó el brazo. Siseé : me dolı́a tanto la muñ eca izquierda bajo la venda
de lino que la mano era completamente inú til. Me tomó diez minutos
completos quitarme la ropa de ayer, la tela negra hecha jirones y
polvorienta.
Mi doncella habı́a dejado una palangana con agua en mi mesa de noche.
Me acerqué sigilosamente, con todo el cuerpo lleno de dolores. Me miré
en mi pequeñ o espejo y me encogı́. Mi espalda estaba cubierta de feas
marcas moradas por haber sido arrojada del caballo. Un moretó n
oscuro habı́a brotado debajo de mi ojo por el golpe que me habı́a
asestado mi padre. Lo toqué y me estremecı́, la piel estaba enojada y
dolorida.
Incluso mis ojos estaban hinchados. Los froté , esperando devolverle un
poco de vida a mi cara. Pero cuando aparté las manos y volvı́ a mirarme
en el espejo, el corazó n se me congeló en el pecho. Me aparté del vaso,
ahogado por el grito que subió a mi garganta.
Una criatura, ni hombre ni animal, con pelo erizado a lo largo de sus
orejas altas y puntiagudas, me miró ijamente con los ojos amarillos
muy abiertos.
Pero cuando volvı́ a mirar, ya no estaba. El rostro en el espejo era mı́o
una vez má s. Só lo que ahora mis rasgos estaban contorsionados por el
miedo y mis ojos oscuros, muy abiertos por el terror, se habı́an vuelto
vidriosos.
Mi tı́a me habı́a dicho una vez que mis extrañ os ojos color carbó n eran
especiales, incluso hermosos: una ventana oscura al alma que habı́a
debajo. Pero cuando volvı́ a mirar al espejo, el re lejo de mis ojos negros
parpadeando hacia ese amarillo brillante y espeluznante, tuve que
preguntarme... ¿de quié n era el alma?
¿La pesadilla? ¿O mio?
Bajé las escaleras a tientas, con los muslos rı́gidos por haberme
sostenido tanto tiempo sobre un caballo. Mantuve la mirada baja, con
cuidado de no ver mi re lejo en ninguna de las armaduras decorativas
del castillo. Apenas noté el sonido de pasos en la escalera hasta que
Ravyn, vestido de negro como siempre, gritó mi nombre desde el tramo
de arriba.
Su voz me detuvo en seco. Lo esperé en el rellano. Cuando me alcanzó ,
sus ojos grises buscaron mi rostro.
—¿No está peor, entonces? preguntó , su mirada se dirigió al hematoma
en mi mejilla. "¿Có mo está tu muñ eca?"
"Hinchado."
"¿Puedo?" preguntó .
Asentı́, sus manos cá lidas contra las mı́as. Cuando Ravyn miró mi mano
herida, un mechó n de cabello negro cayó detrá s de su oreja sobre su
frente. Resistı́ la tentació n de volver a colocarlo en su lugar. Con cautela,
a lojó la tela blanca que Filick me habı́a atado alrededor de la muñ eca la
noche anterior. Hice una mueca cuando lo apartó , la piel caliente e
hinchada, moteada de moretones morados.
Los dedos de Ravyn trazaron la articulació n dañ ada. Volvió a atar el
envoltorio. "No es tan aterrador como parece", dijo. "Pero usted no se
asusta fá cilmente, ¿verdad, señ orita Spindle?"
"Elspeth", le recordé .
Su nariz se arrugó y las comisuras de su boca se levantaron. Mi pecho se
contrajo al verlo sonreı́r. “Algunas cosas me asustan”, dije. "El rey.
Mé dicos. Corceles.”
Ravyn ladeó la cabeza. “¿Todos los corceles?”
"Ya no sé si te cali ico como Destrier".
“¿Qué má s serı́a?”
Mis labios se curvaron. "Un bandolero".
Su sonrisa se amplió . Pero antes de que pudiera responder, se abrió la
puerta del saló n al pie de las escaleras. Salió Morette Yew y, detrá s de
ella, la mujer má s hermosa que jamá s habı́a visto. Cuando me vio, sus
labios se abrieron.
"Ahı́ está s, prima", llamó Ione, sus ojos color avellana movié ndose entre
Ravyn y yo. "Finalmente despierto".

Nos sentamos en el saló n junto al fuego. Ravyn y su madre estaban


sentados en sillas de respaldo alto. Enfrente, Ione y yo compartı́amos
un largo banco cubierto con una manta. Observé a mi prima por encima
de mi hombro, perdida en el brillo eté reo de su piel, su cabello, sus ojos,
sin saber si estaba má s hechizado u horrorizado por su nueva belleza.
Pero no habı́a ninguna luz rosa brillante. Sacó su belleza de la Carta de
Doncella, pero por alguna razó n que no pude entender, no la llevó
consigo, un riesgo horrible que casi nadie practicaba.
La magia de la Carta Providencia no estaba limitada por la distancia: se
podı́a tocar una Carta y dejarla en otro lugar. Pero, sin la Doncella a un
toque de distancia, Ione no podı́a liberar su magia a su antojo. Tampoco
pudo liberarse de sus efectos negativos cuando inevitablemente se
hicieron sentir.
Y para la Doncella, el efecto negativo fue uno que se sintió como una
traició n total a Ione Hawthorn que siempre habı́a conocido.
Falta de corazó n.
Cuando me sorprendió mirá ndola, Ione arqueó la ceja. “¿Qué pasa,
Bess? ¿Seguramente todavı́a me reconoces?
Casi no lo hice. Incluso su voz era diferente. "Te ves... encantadora".
“Estar comprometida me sienta bien”, dijo, con los ojos ijos en el
moretó n en mi mejilla. "Es una pena que tu nueva vida no haya hecho lo
mismo por ti".
Y ahí está , dijo Nightmare, su voz tan repentina que me sobresalté . Una
pizca de belleza, una pizca de ingenio y sólo un toque de descarada
frialdad.
"La señ orita Hawthorn viaja de Stone a su casa y tuvo la amabilidad de
hacernos una visita", dijo Morette con voz cá lida y hospitalaria. Pero,
como el resto de los tejos, yo estaba empezando a comprender cuá ndo
ella ingı́a.
Ella estaba tan sorprendida como yo al ver a Ione en Castle Yew.
Ione sonrió y la Doncella borró el espacio entre sus dientes. Y qué
amable eres al dejarme irrumpir en ti. No he estado en Castle Yew
desde mi niñ ez”.
A pesar del dolor en mi estó mago por lo mucho que la habı́a extrañ ado,
no podı́a quitarme la sensació n de que algo vital se habı́a alterado entre
nosotros, nuestro desacuerdo con Stone y la magia de Maiden Card nos
hacı́a extrañ os.
Pero Ione no dijo nada de nuestro argumento. Habló de Stone y de la
conclusió n del Equinoccio, de la corte y del Rey. Habló de los
preparativos de la boda, pero poco de Hauth, y nada de por qué habı́a
pasado por Castle Yew.
Frente a nosotros, Morette hizo bien el papel de an itriona, asintiendo y
haciendo pequeñ os sonidos para re lejar las in lexiones de Ione. Su hijo,
sin embargo, parecı́a como si lo condujeran por el cuello hacia el
verdugo. Ravyn se reclinó en su silla y observó a Ione hablar, con la
boca como una ina lı́nea y nada detrá s de los ojos. Apoyó la barbilla en
la garra de la mano y el pelo oscuro le cayó sobre la frente.
Parecı́a un niñ o petulante, obligado a soportar sutilezas, melancó lico
vestido todo de negro. Dolorosamente, injustamente guapo.
Debió haber sentido que lo miraba, porque cuando levantó su mirada
hacia la mı́a, la luz volvió a sus ojos, la elusiva media sonrisa tirando de
su boca.
Anoche llenó mi mente. El latido del corazó n de Ravyn contra mi oı́do
mientras me apoyaba en su espalda, su calidez empapá ndome. La
sensació n de sus manos en mi cintura.
Hubo una pausa en la conversació n. Todos los ojos se volvieron hacia
mı́. Parpadeé , desenfocada. "Lo siento, ¿qué ?"
"Pregunté qué pasó ", dijo Ione, su voz inusualmente uniforme. Sus ojos
se posaron en mis vendajes. "A tu brazo".
"Me caı́ de un caballo", respondı́, un poco demasiado rá pido.
Ione se llevó una mano a la boca, como para protegerse de la risa. Pero
no llegó ninguno. "Por supuesto que sı́." Ella hizo girar un mechó n de su
cabello amarillo. "Espero que no te hayan estado esforzando
demasiado, Bess", dijo, arqueando su ceja perfecta mientras su mirada
saltaba a Ravyn. "Los hombres de Blunder pueden ser muy obtusos
cuando se trata de mujeres".
Ravyn, demasiado sereno para parecer incó modo, hundió las manos en
los bolsillos y miró a Ione. “Usted lo sabrá mejor que la mayorı́a,
señ orita Hawthorn. Al in y al cabo, mi primo Hauth es un bruto
renombrado.
Como si lo hubieran convocado, otro Rowan, un bruto por derecho
propio, deambulaba por la puerta abierta. Cuando vislumbró a Ravyn,
Elm asomó su cabeza de cabello castañ o rojizo despeinado en el saló n.
"¿Bien?" é l dijo. “Está n aquı́, Capitán . Espero que hayas tenido tiempo
de limpiarte las estrellas de los ojos...
"Renelm", dijo Morette, mirando a Elm amenazadoramente. "Tenemos
una visita".
Elm se giró y vio a Ione por primera vez. Miró a mi prima con sus ojos
verdes muy abiertos y luego, inmediatamente, entrecerrados. Sus labios
formaron una lı́nea apretada. “¿Qué está s haciendo aquı́, Espino?”
Me volvı́ hacia mi prima, esperando su vergü enza y un sonrojo en sus
mejillas. Ası́ habrı́a reaccionado la vieja Ione ante una pregunta tan
directa de un Prı́ncipe. Pero este Ione era diferente. La Doncella la habı́a
rehecho. Y no só lo super icialmente. Ella le devolvió la mirada a Elm,
con ira combinada con ira, desa iante. De alguna manera, eso la hacı́a
aú n má s hermosa.
“Vine a hablar con tu hermano”, dijo con voz forjada en piedra. "Segú n
tengo entendido, é l y los Destriers vienen a entrenar hoy".
Mis ojos se dirigieron a Ravyn. Pero é l permaneció quieto, con sus ojos
grises ilegibles.
"Pensé que vendrı́as a verme, Ione", dije, forzando mi expresió n a una
aburrida neutralidad. Hauth Rowan, el hombre que habı́a intentado
arrancarme el brazo, aquı́. Ahora.
Ella se encogió de hombros y cruzó las manos sobre el regazo. “Dos
pá jaros de un tiro. Ademá s, no he estado en Castle Yew desde que era
niñ a... cuando estaba segura de que estaba encantado.
Elm me lanzó una mirada de reojo. "¿Quié n dice que no está
embrujado?"
Capítulo veintiuno
Un hombre no se mide só lo por la magia. Sus escrú pulos deben ir má s
allá de la infecció n, má s allá de Providence Cards. Má s bien, la forma en
que ejerza la magia determinará su cará cter. ¿Cumple nuestras
palabras? ¿Lleva su sello con intenció n leal? ¿O su corazó n está tan
crecido como las profundidades del bosque, lleno de oscuridad y
espinas?
Un hombre no se mide só lo por la magia.
de ellas rodeó su brazo con el mı́o mientras salı́amos a la luz del
mediodı́a, siguiendo a Ravyn y Elm en nuestro camino hacia el patio.
"¿Escuchaste?" ella dijo. "Anoche un grupo de bandoleros atacó a Hauth
en la carretera".
Intenté no retorcerme. “¿Có mo pude haber oı́do eso, Ione?”
"Supuse que tu nuevo pretendiente te lo dijo".
Allı́ estaba de nuevo: el tono de su voz suave como una canció n de cuna.
"¿Qué te pasa, Ione?"
Se mordió el interior de la mejilla y no me miró . "Nada. Simplemente
me sorprendı́ cuando mi padre me dijo que Morette Yew habı́a hecho
una unió n entre usted y su hijo, y que usted Me han invitado aquı́ para
cortejarlo. Una risa baja retumbó en su pecho. “Casi no lo creı́a”.
"No me sorprendió má s saber que estabas comprometida con Hauth
Rowan".
“Nosotros dos somos caballos oscuros”, dijo, mientras la luz del
mediodı́a iluminaba las manzanas de sus mejillas. “Ten cuidado,
Elspeth. No te dejes llevar por una cara bonita. Hay tantas cosas que no
sabes sobre el mundo. Sobre hombres poderosos. Me preocupo por ti.
De verdad que sı́.
Pero ella no parecı́a preocupada. Parecı́a frı́a.
Solté mi brazo fuera de su alcance. "No necesitas molestarte", le dije.
"Yo puedo apañ armelas solo."
La oscuridad se avecinaba. Atravesamos la amplia puerta que daba al
patio. Allı́ esperaban diez hombres de armas, sus Caballos Negros
oscureciendo el cielo y sus tú nicas sin insignias.
Cortines.
Mi prima se llevó un dedo al labio inferior. "Hablando de hombres
poderosos, Hauth se puso furioso cuando los bandoleros escaparon
anoche". Una sonrisa con la que no estaba familiarizado cruzó sus
labios. Casi malvado. "Los carteristas lo hirieron de manera bastante
grotesca, ¿sabes?"
Mis ojos se dirigieron al Gran Prı́ncipe. "Que terrible."
Hauth Rowan estaba de pie con los otros Destriers, con sus cartas
Scythe y Black Horse en el bolsillo. Cuatro lı́neas de carne roja y
costrosa bajaban por su cuello y desaparecı́an justo debajo del cuello de
su tú nica. Parecı́a como si un gato gigante lo hubiera golpeado, las
marcas de las garras eran claras.
Pero no habı́a sido un gato. Ni por asomo.
Me quedé mirando el cuello del Gran Prı́ncipe. ¿Yo… realmente hice eso?
La risa de la Pesadilla llenó mi cabeza, resonando inquietantemente en
la cavernosa oscuridad. Si tienes que preguntar, no estás preparado para
saberlo.
Ravyn y Elm esperaron al inal del patio. ione y yo vinimos junto a ellos.
Ravyn no dijo nada, manteniendo sus ojos en los Destriers. Pero bajó la
mano a su costado, sus nudillos rozando los mı́os, respondiendo a mi
pregunta no formulada. “Los llamé ”, dijo.
Miré hacia arriba. "¿Oh?"
“Entrenamos aquı́ cuando estamos lejos de Stone. Es evidente que
necesitamos formació n. Parece que cuatro de mis hombres, incluido el
Gran Prı́ncipe, desa iaron mis ó rdenes y, en lugar de regresar a la
ciudad, prolongaron su estancia en Stone. Les tendieron una
emboscada en la Selva Negra”. Sus labios se curvaron. "Hauth está
bastante... nervioso".
"Como deberı́a ser", dijo Elm, quitá ndose la tierra de debajo de las uñ as.
"Parece que algo le arrancó un pedazo en el bosque anoche".
Hauth cruzó el patio hacia nosotros. Con é l venı́a Royce Linden, un
Destrier ancho y musculoso con el pelo castañ o muy corto y una ceja
severa. Muchas veces los parecı́ juntos, Hauth y Linden, iguales en su
severidad y sus voces fuertes y crudas.
Los ojos verdes de Hauth saltaron entre Ravyn y Elm. “¿Dó nde está
Jespyr?”
Ravyn inclinó la cabeza, suave como una piedra. “Enfermo en cama”,
dijo. "Le di la mañ ana libre".
"Levá ntala", exigió Hauth. "Necesitamos a todos aquı́".
Ravyn no se movió . "Estamos bien tal como estamos".
Ione miró por encima de mi hombro, atraı́da por la tensió n entre el
Capitá n de los Destriers y su futuro marido. Cuando su mirada se posó
en Hauth, me pareció vislumbrar algo en sus ojos color avellana
entrecerrados: algo má s que frialdad.
Algo que se parecı́a mucho al odio.
Pero un momento despué s, desapareció , sus ojos tenı́an la forma de
lunas menguantes, eclipsados por sus pestañ as oscuras y espesas.
Hauth apenas la miró y bajó los ojos hacia mı́.
"Cariñ o", dijo Ione, su voz hinchá ndose como mú sica. “Recuerdas a mi
prima Elspeth. Está visitando a los Yew.
Mi corazó n tamborileaba en mis oı́dos. Deslicé mi muñ eca hinchada
dentro de mi capa y ijé mi rostro con una expresió n vaga y recatada. Yo
habı́a usado una má scara. Aú n ası́, habı́a agudeza detrá s de los ojos
verdes del Prı́ncipe: agudos, violentos, inteligentes.
Cuando Hauth habló , su voz era distante, frı́a, muy diferente de su
encanto Equinox. "Nos conocimos en Stone". Miró a Ravyn. "He oı́do
que ella es la razó n por la que has sido tan difı́cil de encontrar
ú ltimamente".
La compostura de Ravyn era inquebrantable. "No te debo una razó n,
prima".
Los mú sculos debajo de las costras de Hauth se lexionaron. "¿Has oı́do
lo que pasó ?"
“¿Que cuatro Destriers y un puñ ado de hombres no podrı́an resistir a
una jaurı́a de bandoleros rubicundos?” Elm le guiñ ó un ojo. “No lo
transmitirı́a demasiado alto, hermano. No parece exactamente
principesco.
“Fue una emboscada”, espetó Hauth. “Wayland Pine y Erik Spindle
viajaban desde Stone. Nos topamos con ellos camino a la ciudad. Eran
ellos los que buscaban los bandoleros. Tres hombres resultaron heridos
y la Puerta de Hierro de Pine fue robada”. Se pasó una mano por los
cortes de su mandı́bula. “Uno de ellos me hizo esto”, dijo.
La mandı́bula de Hauth estaba cubierta de barba incipiente y la piel
estaba demasiado en carne viva para afeitarse. Seguı́ la herida, el
recuerdo de é l agarrando mi brazo, mi grito, la furia de la Pesadilla
pasando por mi mente.
Habı́a palpado mi muñ eca, habı́a oı́do el grito de mi voz. Es extrañ o que
no les dijera que era una mujer la que lo habı́a atacado.
La risa de Nightmare fue como una cerilla encendida en la oscuridad,
casi hacié ndome saltar. Orgullo , dijo. Es un orgullo de tonto.
Ravyn y Elm observaron la herida de Hauth. "¿Echar un vistazo a quié n
lo hizo?" Dijo Olmo.
“Lo atrapé en el bosque”, dijo Hauth. "El resto se habı́a ido, pero estaba
perdido, estú pido bastardo”. In ló su pecho. “Le rompı́ la muñ eca”.
El aire se volvió caliente en mis pulmones, el odio de Nightmare se
fusionó con el mı́o.
A mi lado, Ravyn y Elm se habı́an quedado quietos. La ú nica que se
movió fue Ione. Su cabeza giró una fracció n, sus ojos color avellana
abandonaron a su prometido y cayeron hasta mi manga, justo encima
de mi muñ eca rota.
No hice nada. Ni siquiera respiré . “¿Lo arrestaste?” Preguntó Ravyn, su
voz cargada de escarcha.
"No", dijo Hauth. "Debı́a haber tenido cuchillas en sus guantes porque al
minuto siguiente estaba cortá ndome la cara".
Elm jugó con su tarjeta Scythe, girá ndola entre sus dedos. “Me
sorprende que hayas dejado que alguien se apodere de ti. Y arruinar tu
cara bonita, ademá s.
Ione se tapó la boca, pero no antes de que viera el borde de una sonrisa
bailando en sus labios. Elm tambié n lo notó y su propia sonrisa se hizo
má s amplia.
El cuello de Hauth enrojeció . Giró los hombros y estiró los brazos. “Me
divertiré cuando los atrapemos y los cuelguemos en la plaza. El
bandolero se encuentra con el verdugo. Si lo encuentran hecho pedazos,
que ası́ sea”.
Los Destriers murmuraron su acuerdo. Ravyn los miró , su rostro era
ilegible excepto por una lexió n de mú sculo a lo largo de su mandı́bula.
Por primera vez, consideré que a Ravyn Yew le desagradaba mucho
pretender defender las leyes del rey como capitá n de los corceles.
Lo detestaba.
"Comencemos el entrenamiento", dijo Ravyn, pasando junto a Hauth
hacia el patio. “¿Qué tal si tú y yo demostramos cuá l es la mejor manera
de frustrar a un bandolero, primo?” é l llamó . "A menos que esté s
preocupado, marcaré má s de esa cara bonita".
Hauth vaciló . "Linden se manifestará ".
Las fosas nasales de Linden se dilataron. "No voy a entrenarlo". Bajó la
voz. "Bastardo infectado".
La mano de Elm se cerró en un puñ o alrededor de su guadañ a. "¿Qué
dijiste?"
Linden dio un paso atrá s y sus ojos se posaron en la tarjeta roja en la
mano de Elm. "Nada."
El aire caliente salió disparado por la nariz de Elm. Cruzó los brazos
sobre el pecho y miró a su hermano. "No tienes miedo de entrenarlo,
¿verdad?"
Acorralado una vez má s por su propio orgullo, Hauth apretó los dientes,
le lanzó a su hermano menor una mirada asesina y salió corriendo al
patio tras Ravyn.
Los Corceles rodearon a su Capitá n y al Gran Prı́ncipe. Me paré entre
Elm e Ione, con la muñ eca ardiendo y los mú sculos tensos. Los
miembros de la familia Yew se reunieron, atraı́dos por los hombres del
rey y la promesa de violencia.
“Recuerden”, llamó Ravyn a los Destriers, “un bandolero no tiene en
cuenta la ley. El o ella puede incluso ser portador de la infecció n. Nunca
se puede ser demasiado cuidadoso”. Me miró brevemente por encima
del hombro de su prima. "Los bandoleros pueden ser mucho má s
formidables de lo que muestra la má scara".
"Sigue adelante", llamó Elm.
El Caballo Negro de Hauth oscureció el patio. Le dio tres golpecitos y
luego lo volvió a guardar en su bolsillo. La Guadañ a que no tocó . La
boca de Ravyn se torció en una sonrisa de complicidad. “Concé ntrate en
sus manos”, llamó . "Un bandolero puede tener un cuchillo en tu
garganta con una mano, pero puedes estar seguro de que te está
robando el bolsillo con la otra".
Le dio una palmada en la mano a Hauth. Elm rió por lo bajo. Antes de
que Hauth pudiera esquivarlo, Ravyn le dio otra bofetada en la cara,
rompiendo una de sus costras.
"Usa bien tu Caballo Negro", instruyó Hauth a los Destriers, limpiando
la sangre de sus costras en su manga. "La velocidad y la precisió n son tu
mayor ataque".
El Gran Prı́ncipe se movió con una rapidez sobrenatural, saltando por el
patio y golpeando a Ravyn en el estó mago con el puñ o.
"Pensé que la mayorı́a de las Tarjetas Providence no podı́an usarse
contra Ravyn", le susurré a Elm.
"Hauth todavı́a puede usar el Caballo Negro para mejorar su propia
velocidad", dijo Elm en voz baja. “¿Pero ves có mo no toca su guadañ a?
Sabe que no funcionará con Ravyn.
"Los bandoleros son má s letales en manadas, como los lobos", llamó
Ravyn a los Destriers. "Sepá ralos y no será n má s que perros rabiosos
que acechan el camino forestal". Cerró los ojos y esta vez, cuando Hauth
se movió con una velocidad sobrenatural, extendió la mano y atrapó la
capa de su primo, arrojando al Gran Prı́ncipe contra el frı́o suelo.
Hauth rodó antes de que la bota de Ravyn pudiera chocar con su
hombro. Un momento despué s estaba de pie, con un gruñ ido en los
labios.
"¿Como se veia?" Preguntó Ravyn, frustrando un golpe brutal. "El
hombre que te destrozó la cara".
"No podrı́a decirlo, ¿verdad?" Dijo Hauth, bloqueando la bofetada de
Ravyn. “Llevaba una má scara”.
"Anonimato", llamó Ravyn a los Destriers, golpeando la oreja de Hauth.
“El anonimato es la mayor ventaja del bandolero. Arrá ncalo y ya lo
habrá s matado”.
"O ella", susurró Ione, su voz era tan tranquila que podrı́a haberlo
imaginado.
Hauth sacó una daga de su cinturó n. Ravyn entrecerró los ojos y dobló
las rodillas, movié ndose en rotació n con los pasos del Gran Prı́ncipe.
Pisó pies ligeros, como si caminara sobre cristal, y cuando Hauth cortó
su daga, Ravyn la esquivó .
Se movı́an por el patio en un rı́o de pasos, esquivas y choques.
"Deja de jugar", interrumpió Elm desde la banca. "Vinimos a ver una
goleada adecuada".
Hauth escupió sangre y se cayó en un intento fallido de cortarle las
piernas a Ravyn. A mi lado, ni Ione ni Elm se molestaron en ocultar sus
sonrisas mientras observaban al Capitá n de los Destriers hacer un
espectá culo con el Gran Prı́ncipe.
Cuando Hauth falló otro golpe, maldijo, con las venas de su cuello
hinchadas.
“Te rompiste una muñ eca”, le dijo Ravyn a su prima. "Al menos deberı́as
poder hacerme sangrar".
Hauth lanzó la daga por el aire, cortando el jubó n de Ravyn apenas por
debajo del cuello. Me estremecı́, buscando sangre en la tú nica de Ravyn.
Pero el Capitá n de los Destriers giró , su pie hizo ruido cuando aterrizó
en las costillas de Hauth y envió al heredero al trono de regreso al
suelo.
Entonces Ravyn pisoteó con toda su fuerza la mano del Gran Prı́ncipe.
Un chasquido repugnante resonó en el patio, seguido por el grito brutal
de Hauth. Me estremecı́ y miré hacia otro lado. Elm se inclinó con los
ojos muy abiertos. La Pesadilla siseó de satisfacció n.
Ione se limitó a reı́r.
Se necesitaron tres Destriers para alejar a Ravyn del Gran Prı́ncipe.
"Quı́tate de encima", ladró Ravyn, abrié ndose camino fuera del patio, su
suave control quebrantado por la ira. "El entrenamiento concluyó ".
Vi a los Destriers escoltar al Gran Prı́ncipe fuera del patio. Hauth
maldijo sin piedad, acunando su mano ensangrentada mientras é l y los
Destriers desaparecı́an en el castillo bajo una nube de oscuridad.
"El vivirá ", dijo Ione, su voz plana. Giró sus talones y salió del patio, su
largo cabello amarillo re lejando la luz mortecina.
Los latidos de mi corazó n no disminuyeron hasta que el patio estuvo en
silencio una vez má s. Só lo quedamos Elm y yo. "¿Lo que acaba de
suceder?"
El Prı́ncipe se encogió de hombros y sus ojos verdes se detuvieron en la
forma de Ione en la distancia. “Hauth te rompió la muñ eca, Ravyn le
destrozó la mano. Balance."

Busqué a Ione, pero escuché los graves ruidos de la voz de Hauth


provenientes de su habitació n y rá pidamente me dirigı́ en la direcció n
opuesta. Su mirada a lo largo de mi brazo en el patio me habı́a sacudido.
Y aunque ella no tenı́a forma de saber qué habı́a pasado en el bosque la
noche anterior, la cautela me perseguı́a. Habı́a muchas cosas que no
entendı́a sobre esta nueva versió n de Ione.
Y me asustó no con iar en la persona que, hace casi quince dı́as, habı́a
conocido mejor en el mundo.
Ravyn, Jespyr y Elm cenaron con los otros Destriers. Está bamos solo
Fenir, Morette y yo sentados en el largo y torcido á rbol de una mesa
para cenar. Cuando decidieron acostarse temprano, no me quejé .
Caminé por el largo pasillo de regreso a mi habitació n, tarareando para
mı́ una de las melodı́as de Nightmare. Las cartas. La niebla. La sangre ,
llamó en la oscuridad. Te estás acercando. ¿Puedes oler la sal?
Se oyeron pasos má s adelante, seguidos de voces bajas. Habrı́a entrado
en mi habitació n, ansioso de que no me sorprendieran escuchando a
escondidas, si no hubiera oı́do una de las voces decir mi nombre.
Las palabras de Elm fueron medio susurradas, medio siseadas. "No
tenemos idea de lo que pasó en el bosque", dijo. “Spindle—sus
habilidades—”
“Son increı́bles. Ella te salvó la vida. Creo que se ha ganado un respiro
de tu habitual hostilidad, ¿no?
“No digo que no esté agradecido de vivir un dı́a má s en el ilo de una
espada, Ravyn. Só lo que debemos tener cuidado. Hauth parecı́a como si
hubiera sido atacado por un animal, no por una mujer. Hay muchas
cosas que no sabemos sobre ella”. Elm hizo una pausa por un momento.
"Tu Tarjeta Nightmare podrı́a ayudar con eso".
Sentı́ que me helaba.
La voz de Ravyn era á spera. "No. No voy a hacer eso”.
“No tienes ningú n problema en usarlo con el resto de nosotros. ¿Por
qué no ella?
“El resto de ustedes han dado su consentimiento. Ella no lo ha hecho”.
"¿Y no crees que tal vez sea porque tiene algo que ocultar?"
"Ella ha tenido cosas que ocultar la mayor parte de su vida". La voz de
Ravyn se cortó . “¿No puedes ver eso?”
"Parece que no tan bien como tú ".
"¿Qué signi ica eso?"
"Nada", dijo Elm. “Pero no podemos darnos el lujo de cometer errores,
no cuando estamos tan cerca. Romperle la mano a Hauth, por muy
divertido que fuera para mı́, fue una imprudencia”.
Ravyn guardó silencio un momento. "Lo sé ."
“No deberı́as bajar la guardia, Ravyn. Especialmente no para ella”.
“Debidamente anotado”, dijo el Capitá n, con frialdad en las notas bajas
de su voz. "Buenas noches, prima".
Sonaron pasos. Busqué a tientas el pestillo, haciendo demasiado ruido.
Apenas habı́a entrado en mi habitació n y cerrado la puerta detrá s de mı́
cuando tres golpes fuertes resonaron contra la madera.
La Pesadilla suspiró . Tú te lo pones di ícil, querida.
"¿Quié n es?" Llamé , mi voz aguda, demasiado alta y sin aliento.
“Ravyn”.
Cuando abrı́ la puerta, el nudo en mi estó mago se apretó , el Capitá n de
los Destriers sorprendentemente guapo en una tú nica de color verde
intenso. Se apoyó contra el marco de la puerta y sus dedos callosos
tamborilearon a un ritmo está tico sobre la vieja madera. Me miró ,
inclinando la cabeza como un ave de presa curiosa.
"Pensé que todavı́a estarı́as en la cena".
“Ninguno de nosotros tenı́a mucha hambre. Acabo de volver."
"Sı́. Te oı́."
No me preguntó si habı́a estado escuchando su conversació n. Sin duda
é l ya lo sabı́a. Exhaló un profundo suspiro. "Lamento lo de hoy", dijo.
"Estoy seguro de que no fue fá cil ver a Hauth despué s de lo de anoche".
Las garras de Nightmare hicieron clic en mi mente.
“No se trataba de ti”, dijo Ravyn, “cuando le rompı́ la mano. Quiero decir,
se trataba de ti, pero es má s que eso.
"¿Oh?"
"Tenemos una relació n notablemente hostil, mi prima y yo".
Resoplé . "Me he dado cuenta."
“Hauth odia la infecció n. Má s que la mayorı́a. Y odia que su padre me
haya nombrado Capitá n”. Ravyn se mordió el labio y su postura se puso
rı́gida. “El es quien le contó al Rey sobre mi infecció n. Diez añ os
despué s, hizo lo mismo cuando Emory tuvo iebre”.
Casi podı́a sentir la tensió n en sus hombros. Querı́a extender la mano y
tocar su mano, decirle que entendı́a, quizá s mejor que nadie. Pero no lo
hice.
"Pero no es por eso que vine a verte", dijo Ravyn.
"¿No?"
"Hay algo que querı́a mostrarles ayer, só lo que no hubo tiempo", dijo.
"Pero si está s cansado, puedes esperar".
Estaba cansado. Pero algo se removió en mi estó mago, algo sin nombre
que, si lo ignoraba, me carcomirı́a toda la noche. Me apoyé contra el
lado opuesto del marco de la puerta, con el ceñ o fruncido. "¿Qué es?"
La comisura de los labios de Ravyn se levantó . "Verá s."
Capítulo veintidós
La magia nacida de la infecció n es inconmensurable. Insondable. No
posee ninguna lealtad, no guarda reglas. Para algunos, conlleva un
poder enorme e inquebrantable. A otros les aguardan la oscuridad y la
degeneració n.
La magia nacida de la infecció n es inconmensurable.
tomamos la escalera principal para salir del castillo, sino el
sinuoso pasadizo de sirvientes, y nuestros pasos fueron apresurados
hasta llegar a la pequeñ a puerta de madera que daba a los jardines.
Afuera, la luna llena proyectaba sombras espeluznantes a travé s de la
niebla, y el jardı́n parecı́a fantasmal al recibir la brisa otoñ al.
Seguı́ a Ravyn por el mismo camino que habı́amos recorrido el dı́a
anterior, con cuidado con mis pasos. Cuando una lechuza sonó sobre mi
cabeza, salté y me acerqué a Ravyn mientras é l nos conducı́a a travé s de
las zarzas, el camino lleno de sombras.
Las ruinas del antiguo castillo parecı́an aú n má s extrañ as por la noche.
Se sentaron, acurrucados en la niebla, absorbiendo la luz de la luna.
Al borde del cementerio se encontraba la cá mara de piedra, con su
ventana oscura y siniestra.
La mirada de Nightmare alivió la oscuridad que nos rodeaba. Entra ,
murmuró .
"¿Vamos allı́?" Susurré , los pasos de Ravyn eran seguros mientras nos
conducı́a má s allá del imponente tejo.
"Sı́."
La cá mara no tenı́a puerta, só lo una ventana. Ravyn se balanceó sobre
el borde de la ventana, sus movimientos eran grá ciles y practicados,
como si los hubiera hecho cientos de veces antes. Un momento despué s
estaba dentro.
Se inclinó sobre el alfé izar y me tendió una mano.
Yo dudé . Habı́a algo má gico dentro de la cá mara; podı́a sentirlo, la
repentina punzada de sal en mi nariz era clara. Despertada desde lo
má s profundo de mi mente, la Pesadilla saltó hacia adelante, tan
abruptamente que casi perdı́ el equilibrio.
Entra , instó .
Tomé la mano de Ravyn y é l me guió sobre el alfé izar de piedra. Mis
pies tocaron el suelo y durante el medio segundo que mis ojos tardaron
en acostumbrarse, todo estuvo perfectamente negro.
La cá mara era un cuadrado. La luz de la luna parpadeaba desde arriba,
el techo de madera sobre la cá mara se pudrió , se fracturó . Podı́a ver la
sombra de las ramas arriba, el tejo mirá ndonos a travé s del techo de
madera roto.
En el centro de la habitació n habı́a una losa de piedra alta y ancha. Se
me cortó el aliento y miré a mi alrededor, esta vez en serio.
Reconocı́ la habitació n: las paredes cargadas de hiedra... el techo de
madera fracturado... la piedra en el centro de la habitació n.
Lo ú nico que faltaba era el caballero con armadura posado sobre é l.
Este es el lugar , jadeé . La habitación de mis sueños.
Sí , llamó Nightmare, su voz movié ndose como un fantasma en el viento.
¿Qué es? ¿Quién era el hombre sentado encima de la piedra?
Un lugar del tiempo: un hombre culpable. Ambos impulsados por la ira,
ambos enterrados en sal.
Ravyn y yo nos acercamos a la piedra en el centro de la habitació n.
“Cuando era niñ o”, explicó Ravyn, “me gustaba jugar aquı́”.
Me estremecı́. "Un lugar bastante aterrador para jugar, ¿no?"
Sus ojos encontraron los mı́os. "Tal vez."
Hurgué en mi mente, exigiendo una explicació n, una razó n por la que
me habı́a mostrado este lugar en mis sueñ os. Pero Nightmare
permaneció en silencio, esperando, observando.
"¿Por qué estamos aquı́?" Yo pregunté .
Ravyn retiró la mano de su capa. "Te mostrare."
Colocó su palma en posició n vertical en el centro de la losa de piedra, la
luz de la luna bailando a lo largo de su piel. No vi la pequeñ a hoja
plateada, sacada de su cinturó n con un movimiento repentino y luido.
No vi mucho en absoluto. Fue demasiado rá pido.
Antes de que pudiera siquiera parpadear, la mano de Ravyn estaba
cubierta de sangre.
"¿Qué está s haciendo?" Lloré .
Se guardó el cuchillo en el bolsillo y hizo un corte en la carne debajo del
pulgar. La sangre goteó por las lı́neas de su palma hasta la piedra
debajo. "No te preocupes", dijo, su voz sorprendente incluso para
alguien que acababa de herirse. "Mirar."
La respiració n quedó atrapada en mi pecho cuando Ravyn giró su
palma hacia la piedra, el mundo y la Pesadilla detrá s de mis ojos de
repente se detuvieron. Luego, de las profundidades de la piedra,
brillantes y verdaderos, surgieron varios rayos de luz inconfundibles.
Tarjetas de Providencia, escondidas en las profundidades de la piedra
antigua, desbloqueadas con sangre.
La sangre de Ravyn. Sangre infectada.
Sangre mágica.
El centro de la piedra, alguna vez oscuro e impenetrable, se volvió claro
como el agua. Podı́a ver a travé s de é l, como mirar a travé s de una
puerta. En lo profundo de su profundidad se encontraban las Cartas de
la Providencia, apiladas, escondidas y esperando.
Luché contra las palabras. "¿Có mo... có mo hiciste...?"
Ravyn sonrió , metió la mano en el centro hueco de la piedra y agarró la
pila de Cartas de la Providencia.
Sus colores desaparecieron, apagados por el toque de Ravyn. Observé ,
fascinada, có mo los colocaba sobre la piedra, el color y el brillo
regresaban uno por uno a medida que los soltaba.
Profeta, Doncella, Cá liz, Huevo de Oro, Aguila Blanca y la recié n
adquirida Puerta de Hierro.
"Tu colecció n", dije, mis ojos perdidos en los colores. “Tu padre me los
mostró ”.
"Y aquı́ es donde los escondemos", dijo Ravyn, acariciando la piedra.
“¿Có mo diablos descubriste este escondite?”
El se encogió de hombros. “Jugando de niñ o. Me corté el hombro con la
ventana y entré tropezando, con la mano manchada de sangre. Cuando
toqué la piedra… bueno, ya lo viste”.
“¿Pero por qué está aquı́?” Pregunté , el olor a sal persistı́a en la
habitació n. "¿Qué es este lugar?"
"No sé . Es viejo... tan viejo como las ruinas de afuera. Metió la mano en
su bolsillo y sacó las luces color burdeos y violeta: la Pesadilla, el
Espejo. "Encontré estos dentro del centro de la piedra".
Empujé la oscuridad, la Pesadilla. Cuando habló , sus palabras gotearon
como agua de lluvia. Una ofrenda, intercambiada con sangre. Así es como
negocia el Espíritu: siempre con sangre. Entonces el Rey Pastor le
construyó esta cámara al borde del bosque, este altar. Y aquí hicieron
trueque.
¿Cómo sabes tanto sobre esto?
El no respondió . Pasé la mano por la piedra, cuya super icie era frı́a y
á spera bajo la palma.
Ravyn se limpió la sangre con la manga de su tú nica. “Otros han
intentado abrir la piedra sin é xito. Si me pasa algo, eres el ú nico aquı́
que puede abrirlo. Só lo la sangre infectada revelará el abismo”.
Lo miré . “¿Te va a pasar algo?”
Su sonrisa no tocó sus ojos. "No si puedo evitarlo".
Recogió las Cartas una vez má s, cada una de las cuales perdió su color
con el toque de su mano. Mientras alcanzaba el Aguila Blanca, lo agarré
de la manga y la sostuve. Me quedé mirando las Cartas que tenı́a en la
mano, todas desprovistas de color, salvo la Pesadilla y el Espejo. "¿Por
qué puedes usar só lo estos dos?"
Ravyn no habló al principio, sus ojos estaban ijos en mi cara. Tal vez,
como otras cosas entre nosotros, deseaba que este secreto
permaneciera tá cito. Pero sostuve su mirada, esperando, envalentonada
por la quietud que nos rodeaba.
“Tenı́a trece añ os, má s que la mayorı́a, cuando cogı́ la iebre”, dijo,
rompiendo el silencio. “Pero no vi ningú n signo de magia, ni nuevas
habilidades. Evité a los mé dicos. Pensé que habı́a escapado de las
consecuencias de la infecció n. Un añ o despué s, estaba entrenando para
ser Destrier”. Su tono se oscureció . “Pero cuando me ofrecieron un
Caballo Negro, la Tarjeta no me la cedió . No pude hacerlo funcionar, no
importa cuá nto lo intenté ”. El pauso. "Hauth le contó a Orithe Willow,
quien me cortó con su garra y con irmó mi infecció n al Rey".
Nunca lo habı́a oı́do hablar tanto a la vez. Su voz transportaba las
profundidades del agua oscura, suave, inquebrantable. Me adormeció .
Seguı́ el rostro del Capitá n de los Destriers con mis ojos, perdido en su
pasado, hambriento de su historia.
Ravyn continuó . “Pero al igual que su mascota Orithe, el Rey vio el valor
de mi infecció n. Sin el Caballo Negro, me convertı́ en un mejor luchador
que los otros Destriers. El Cá liz no funcionó a mi favor, pero tampoco
funcionó en mi contra. nadie pudo verme en la Tarjeta de Pozo. La
Guadañ a no puede controlarme”. El pauso. “Por eso me nombró
capitá n”.
Se pasó la mano por el pelo. “Cada añ o pierdo la posibilidad de utilizar
otra Tarjeta. Só lo quedan el Espejo, la Pesadilla y, supongo, los Alisos
Gemelos. Ante mis ojos muy abiertos, se encogió de hombros. “La magia
tiene un costo. Si no recogemos el Deck y curamos mi infecció n, no
podré usar Providence Cards en absoluto”. Me miró con el rostro
ensombrecido. Sus ojos encontraron los mı́os. "Rara vez hablo de eso,
salvo con Elm".
Mi ceñ o se torció , las palabras tardaron en llegar. "Pero é l es... é l es..."
"Un serbal".
“¿No tienes miedo de que se lo cuente a su padre?”
Ravyn sonrió . “Si lo conocieras, te darı́as cuenta de lo imposible que es
eso. Elm es leal... hasta el extremo.
Pensé en Ione. O, con el estó mago revuelto, có mo solı́a ser Ione. "¿Y é l
es leal a ti, no a su propio padre y hermano?"
Ravyn hizo una pausa. “Elm era un niñ o inteligente. Pero odiaba
entrenar y preferı́a sus libros. Al Rey le disgustó su apacibilidad y lo
consideró dé bil, dejando su educació n a la Reina. Cuando murió , Elm
fue... maltratada en Stone. Luchó con las palabras. “Hauth lo brutalizó .
Ası́ que un dı́a simplemente… lo traje a casa. Mis padres se convirtieron
en sus padres, mis hermanos en sus hermanos. Es cauteloso y
descon iado, pero morirı́a antes de traicionarnos.
Habı́a algo nuevo, algo feroz y crudo en el Capitá n de los Destriers.
Quizá s, como a mı́, la sal en el aire lo habı́a puesto nervioso, lo habı́a
despertado. Atrá s quedó la expresió n inquebrantable, la austeridad
inquebrantable. En su lugar, una intenció n profundamente arraigada.
Ravyn se volvió hacia las Cartas que estaban encima de la piedra. Los
apiló , los colores desaparecieron tan pronto como tocaron su piel.
Luego metió la mano en la piedra y los dejó descansar. Cuando su mano
se retrajo, sus colores regresaron.
Sacó el mismo cuchillo de su cinturó n y se lo llevó a la mano.
"Espera", dije, agarrá ndolo del brazo. "Dé jame."
Su ceñ o se arrugó . "No, Elspeth."
"Lo digo en serio", dije. Cuando é l no se movió , saqué la mandı́bula. "Si
quiero saber có mo hacerlo correctamente, debes dejarme hacerlo".
El agarre de Ravyn sobre la espada no cedió . No dijo nada, algo en
guerra detrá s de sus ojos grises. Aun ası́, no me dio el cuchillo.
"Bien", dije, alejá ndome de é l.
Me agarró por mi muñ eca buena y me jaló hacia atrá s. Acercó mi mano
a su pecho. Por encima de é l, sostenı́a su cuchillo como un arco de
violı́n, su perverso ilo era un susurro en mi palma. "No se necesita
mucha sangre", dijo, su voz era un gruñ ido. “Só lo una pequeñ a cantidad.
Una ofrenda”.
Un trueque , susurró la Pesadilla. Nada sale gratis.
La piel de Ravyn era á spera, como la portada de un libro olvidado hace
mucho tiempo. Pero hacı́a calor. Mi respiració n se hinchó mientras
esperaba el dolor de la espada, mis ojos nunca dejaron los de é l.
Deslizó su cuchillo a lo largo de la palma de mi palma. Jadeé , viendo un
rastro de cuentas rojas escapar del corte casi invisible que Ravyn
acababa de hacer. Me pellizcó la carne, sacando má s sangre a la
super icie. "Só lo un pequeñ o corte", murmuró . “Nada demasiado
profundo. No hay necesidad de dejar cicatrices en estas hermosas
manos”.
Si habı́a dolor, apenas lo sentı́a. Algo má s se estaba agitando en mı́. No
del todo dolor; un dolor .
Ravyn guió mi mano hacia la piedra, presioná ndola contra la piedra
antigua y texturizada. Cuando lo retiró , quedaron gotas de sangre. Un
momento despué s, las Cartas desaparecieron, selladas nuevamente en
la piedra, y la cá mara volvió a estar a oscuras.
Tambié n desapareció mi sangre, mi trueque, perdido en la extrañ a
magia de la piedra.
"Nada es gratis", susurré .
Ravyn acercó mi mano a é l, solo quedaban unas pocas cuentas rojas.
Presionó dos dedos callosos en el corte, deteniendo la hemorragia. Un
mechó n de cabello cayó sobre su frente, sus ojos bajaron a mi palma.
Le aparté el pelo de la cara con la otra mano, mis dedos temblaban
mientras rozaban su frente.
Ravyn levantó la vista y su mirada se detuvo en mi boca antes de subir a
mis ojos. Sus dedos se deslizaron hasta mi muñ eca, lá nguidos en su
viaje. “Puedo sentir tu pulso. Tu corazó n se acelera”, dijo.
De repente me sentı́ agradecido por el amparo del anochecer: la cá mara
en sombras oscuras. Si hubiera sido de dı́a, el intenso calor en mis
mejillas habrı́a sido inconfundible.
Me sentı́ atado, envuelto en una cuerda invisible que me ataba al
Capitá n de los Destriers. Era dolorosamente consciente de lo cerca que
está bamos, la calidez de su amplio cuerpo, la curva de mis pechos sobre
mi escote mientras respiraba rá pida e inestablemente, la sensació n de
su mano callosa sobre la mı́a. "No sé por qué ", dije.
Sus labios se curvaron en el fantasma de una sonrisa. “¿No es ası́?”
Me quedé quieto, esperando algo que no tuve el valor de nombrar. Con
su mano libre, Ravyn tomó un lado de mi cara, su pulgar permaneció
peligrosamente cerca de mi boca.
La respiració n se atascó en mis pulmones y mis labios se abrieron, la
anticipació n se fusionó con una ligereza que no entendı́a. Ravyn dejó
escapar una abrupta exhalació n y su pulgar rozó la carne de mi labio
inferior, atrapá ndolo.
Cuando se acercó , cerré los ojos, su boca era un susurro de la mı́a. Su
voz se quedó atrapada en los bordes. "Este Eres tu ¿Fingiendo, Elspeth?
dijo, la punta de su nariz rozando la mı́a. “Porque si lo es…” Su aliento
agitó mis pestañ as. "Eres muy bueno en eso".
Sus palabras movieron algo en mı́. La misma llamada de antes, el mismo
dolor. Querı́a que volviera a pasar su mano por mi boca, que sintiera la
textura de su piel á spera y endurecida. Mi cuerpo gritaba, una llamada
impaciente y sin sentido por contacto.
Su toque.
"No mejor que usted, Capitá n".
La garganta de Ravyn se contrajo y sus pá rpados bajaron. Puso mi
mano irmemente sobre su pecho, sobre la insignia del Tejo, justo
encima de su corazó n. Su pecho latı́a con fuerza y los latidos de su
corazó n eran irregulares, como si acabara de correr. Cuando levanté la
vista, é l me estaba mirando, sus ojos má s suaves que antes. "¿Esto
parece ingido?" dijo, con la boca cerrada ahora, tan cerca que sus
labios tiraron de los mı́os.
Se sentı́a... crudo. Honesto. Algo con lo que no estaba profundamente
familiarizado. Fue necesario que Ravyn Yew, Capitá n de los Destriers,
mi supuesto enemigo natural, me hiciera darme cuenta de lo que
verdadera y profundamente deseaba.
Para dejar de ingir.
Nuestros labios chocaron, allı́, entre la sal. Ravyn gruñ ó en mi boca y
presioné todo mi ser contra é l, queriendo—necesitando—sentirlo
contra mi cuerpo. Su mano se deslizó desde mi mandı́bula hasta mi
nuca, sus dedos retorcié ndose en mi cabello, su boca abrié ndose hacia
la mı́a. Nuestras lenguas se tocaron, calientes y desconocidas, vacilantes
al principio, luego codiciosas.
Me sacó de mi mente infestada de pesadillas hacia mí mismo . El beso se
hizo má s profundo. Tomé la mandı́bula de Ravyn en mi mano y mis
dedos se clavaron en la barba que crecı́a allı́. No pensé en ser suave con
é l. Estaba tan cansada de ingir que no querı́a esto.
El endurecimiento de su cuerpo me dijo que é l sentı́a lo mismo. Ravyn
pasó su brazo alrededor de mi espalda, presioná ndome En su contra.
Pasó su boca por mi mejilla y sus dientes mordisquearon el ló bulo de
mi oreja antes de bajar hasta mi cuello. Escalofrı́os recorrieron mi
espalda. Sus dedos se curvaron en mi cabello, tirando de é l lo su iciente
para que mi cabeza se inclinara hacia atrá s y mi cuello quedara al
descubierto para é l. Me besó debajo de la oreja, debajo de la mandı́bula
y hasta la garganta.
Si hubiera mantenido los ojos cerrados, podrı́a haberme rendido por
completo al tacto de Ravyn. Pero los abrı́ un poco, y cuando lo hice, algo
sobre el hombro de Ravyn captó mi mirada. Una sombra se desplaza
por la cá mara oscura. Cuando lo seguı́, mis ojos regresaron a la piedra
en el centro de la habitació n, la que, hace só lo unos momentos, Ravyn
habı́a abierto y yo habı́a cerrado, con sangre.
Só lo que ahora, encaramado encima de é l, con su armadura dorada
brillando dé bilmente, estaba sentado el hombre de mis sueñ os.
Me miró mientras estaba junto al Capitá n de los Destriers. Cuando
habló , reconocı́ la calidad sedosa de su voz. "Elspeth Spindle", dijo, sus
ojos, tan extrañ os y amarillos, atrapá ndome. "Dé jame salir."
Me separé de Ravyn, luchando por reprimir un grito. Pero cuando volvı́
a mirar la piedra, el caballero ya no estaba. Lo ú nico que quedaba era el
olor a sal, invisible ya que persistı́a a nuestro alrededor.
Los ojos de Ravyn estaban muy abiertos, salvajes. Su cabello negro
desordenado, sus manos (manos que, hace un momento, habı́an estado
enredadas en mi cabello, mi cuerpo) cayendo a sus costados. Incluso en
la oscuridad, pude rastrear el rubor que subı́a por su cuello. Abrió la
boca para hablar, pero yo ya me estaba dando la vuelta, temiendo
quedarme un segundo má s en la extrañ a y má gica cá mara.
"Lo siento", dije mientras me acercaba a la ventana. "Tengo que ir."
"Elspeth", me llamó .
Pero no retrocedı́ y é l, amablemente, no me persiguió . Corrı́ hacia el
prado, libre de la sal, de la magia. Exhalé respiraciones cortas y
calientes que no hicieron nada para calmarme, y No dejé de correr
hasta que llegué a la pequeñ a puerta de madera en la base del castillo.
¿Que me esta pasando? Lloré , mis dedos se cerraron en puñ os. ¿Estoy
perdiendo la cabeza?
La Pesadilla se deslizó por mis pensamientos, como una serpiente
sobre la hierba. Sé lo que sé , murmuró .
Grité en el abismo de mi mente. ¡Basta, Pesadilla! Dime la verdad. ¿Quien
es ese hombre? ¿Por qué sigo viéndolo?
Es un vestigio del pasado que acecha en la cámara que construyó para el
Espíritu del Bosque, nada más que un recuerdo de un hombre que alguna
vez fue. Su voz se hizo má s dura. Un hombre que una vez fui.
Cerré de golpe la puerta de mi habitació n y me lancé dentro de la
habitació n. Pero mi pie se enganchó en la alfombra. Maldije, pateando la
lana antigua.
Mis ojos se congelaron. Allı́ estaba é l, tejido en la alfombra de mi
habitació n, con su armadura dorada brillando sobre su caballo negro. El
caballero de la cá mara. Só lo ahora, mientras examinaba la lana, noté un
objeto distante, tejido en el verde en el borde de la alfombra, ubicado en
el borde del bosque, justo antes de la lı́nea de á rboles.
Una cá mara sin puertas con una ventana oscura.
Mi juventud me golpeó . Me vi a mı́ misma como una niñ a pequeñ a,
estudiando minuciosamente la copia de El viejo libro de los alisos de mi
tía , ijada en la pá gina de Nightmare Card. Estaba tan seguro de que la
criatura en mi mente era una encarnació n de la Carta misma (el
monstruo en la portada coincidı́a completamente con é l) que no habı́a
podido entender lo que estaba escrito unas pocas pá ginas antes.
Pero se sentía incompleta, mi colección aún completa. Y
así, por la Pesadilla, cambié mi alma.
Me llevé una mano a la boca y me temblaron los dedos. Mi voz salió
hueca. “Pero eso signi icarı́a que absorbı́ tu alma cuando Toqué la
Tarjeta Pesadilla. Lo que te convierte... en el Rey Pastor.
Un gruñ ido, una mueca de desprecio: aceite, bilis. Su voz llamó , má s
fuerte que nunca, como si estuviera má s cerca. Má s fuerte. Por in, mi
querida Elspeth, nos entendemos.
Capítulo veintitrés
Practica la moderació n y conó cela al tacto.
Utilice Tarjetas cuando sea necesario y nunca en exceso.
Por mucho fuego, todas nuestras espadas se romperı́an.
Demasiado vino produce veneno.
El exceso es doloroso, ya sea bribó n, doncella o corona.
Demasiada agua, que fá cil nos ahogamos.
Extrañ ar ? ¿Señ orita Spindle?
Me desperté sobresaltado, con la muñ eca rı́gida y dolorida, y violentos
escalofrı́os recorrieron mi columna.
Palomas de luto gritaban sobre mi cabeza. Me senté aturdido,
sorprendido al ver el cielo fresco de la mañ ana, el techo y las paredes
de mi dormitorio desaparecieron. Me dolı́a la piel, se me erizaba la piel.
Estaba en camisó n, sucio y hú medo por la hierba aplastada debajo de
mı́. Miré a mi alrededor y reconocı́ los altos tejos y las zarzas de follaje
descuidado que crecı́an, espontá neamente, a mi alrededor.
A lo lejos se encontraba la cá mara de piedra que habı́a abandonado
hacı́a só lo unas horas, rodeada de niebla.
Filick Willow me miró ijamente, con la capucha hú meda y los ojos
ancho. “¿Se encuentra bien, señ orita Spindle?” preguntó .
Me levanté con el cuerpo rı́gido por el frı́o. Todavı́a descon iado de los
mé dicos, incluso uno en el bolsillo del Capitá n de los Destriers, di un
paso atrá s.
No recordaba haberme quedado dormido ni haber dado un paseo
improvisado de regreso al prado. Sondeando la oscuridad en mi cabeza,
encontré a Nightmare acurrucado, tranquilo en su respiro,
perfectamente contento de no ofrecer una explicació n.
“Yo… debo haber caminado en sueñ os”, dije.
Filick se desabrochó la capa y me la entregó . “Ven, te prepararé una taza
de té . Eres frı́o como la muerte”.
No dejé de temblar hasta que estuve sentado junto al hogar de Filick
durante diez minutos completos. Pidió té y lo bebı́ de tres tragos, sin
apenas darme cuenta cuando el agua me quemó la lengua. Filick se
sentó a mi lado y me quitó la muñ eca hinchada.
"¿Eso sucede a menudo?" preguntó despué s de que recuperé un poco
de color. “¿Caminando dormido?”
Negué con la cabeza. "No."
“¿Habı́as estado alguna vez en las ruinas antes?”
"Sı́." Me estremecı́. “¿Qué es esa cá mara? ¿El que tiene la piedra má gica?
Filick tomó un sorbo de té . “¿Ravyn te lo mostró , entonces?”
El recuerdo de anoche inundó mis sentidos. Me enfrenté al fuego y un
sonrojo se apoderó de mis mejillas.
Si el Mé dico lo vio, no lo mencionó . “No puedo decirlo con certeza.
Castle Yew es viejo y está lleno de artefactos”, dijo. “Hay una magia
antigua y extrañ a en esa cá mara. Camino allı́ a menudo, por las
mañ anas”.
Lo miré con una saludable dosis de descon ianza. "Parece que le das
mucho valor a la magia antigua", dije. “Para un mé dico”.
Filick sonrió y sacó ropa limpia de sus estantes. “Nosotros los Willows
hemos sido mé dicos durante cientos de añ os. Hace siglos," dijo,
“sabı́amos que la niebla estaba llena de sal, llena de magia. Pero no lo
temı́amos. Veneramos al Espı́ritu del Bosque y los regalos que ella nos
dio. Los que sufrieron la iebre y la degeneració n que siguió fueron
tratados, no perseguidos”.
"¿Qué cambió ?" Yo pregunté .
Envolvió el lino alrededor de mi muñ eca. “No hay registros
supervivientes. Pero las historias permanecen: una cadena de
acontecimientos”. Volvió a vendarme la muñ eca con la destreza de
alguien que conoce desde hace mucho tiempo las heridas. “Para su
propio perjuicio, el Espı́ritu del Bosque le otorgó al Rey Pastor una
magia tan grande que creó las Cartas de la Providencia. Los compartió
con su reino y la gente dejó de ir al bosque a pedirle regalos má gicos al
Espı́ritu. En cambio, compitieron por las Cartas, á vidos de magia que no
degenerara”.
Asenti. Mi tı́a me habı́a contado esta historia. “Y ası́, el Espı́ritu creó la
niebla para atraer a la gente a ella. Por la fuerza."
"Precisamente." El ceñ o de Filick se frunció . “Cuando la niebla aisló a
Blunder del resto del mundo, el Rey Pastor fue a negociar con el
Espı́ritu. Cuando regresó , escribió El antiguo libro de los alisos , para
que la gente de Blunder pudiera protegerse con hechizos. Pero todas las
gangas tienen un precio”.
"Los alisos gemelos".
"Los alisos gemelos". Filick negó con la cabeza. "Un trato de tontos".
"¿Por qué dices eso?"
“El Espı́ritu es astuto, 'ni pariente, enemigo ni amigo'”. Filick se reclinó
en su silla. “Se necesita toda la cubierta para levantar la niebla, ¿no?
Entonces, ¿por qué un Rey, que buscaba salvar su reino de la niebla,
renunciarı́a a los Alisos Gemelos, la ú nica Carta de este tipo?
Se levantó un pestillo en mi mente. “El Espı́ritu lo engañ ó ”, susurré ,
recordando lo que mi tı́a me habı́a dicho añ os atrá s. "No sabı́a que
necesitaba los Alisos Gemelos para levantar la niebla hasta que ya la
habı́a disipado".
Filick asintió . “Es una teorı́a comú n entre quienes nos gusta mirar hacia
el pasado. Y, para cré dito del Rey Pastor, no fue un trato completamente
vacı́o. Conseguimos El viejo libro de los alisos y aprendimos a descon iar
de la magia y a llevar amuletos en la niebla. Tomó un largo sorbo de té .
“¿Pregunta qué cambió , señ orita Spindle? Brutus Rowan, el primer rey
Rowan. Eso es lo que cambió . Tomó El Antiguo Libro de los Alisos y lo
convirtió en doctrina, torciendo las palabras hasta convertirlas en
armas contra cualquiera infectado”.
Cada vez má s cerca, estaba cada vez má s cerca de conocer, comprender,
algo que, durante añ os, habı́a vivido en los rincones oscuros de mi
mente, oscurecido pero siempre presente. Me incliné hacia adelante.
“¿Por qué Brutus Rowan deberı́a odiar la infecció n?”
Filick tamborileó con el dedo en su taza. "Tal vez temı́a a la vieja magia,
una magia que no podı́a controlar". Su frente se oscureció , sus ojos
distantes. “O tal vez en un reino donde el equilibrio es la ú nica
constante, simplemente buscó engañ ar a la balanza. Le robó el trono a
un rey infectado. Y ahora su linaje se esfuerza por matar a cualquiera
que tenga su iciente magia para recuperarlo”.
Un escalofrı́o se apoderó de mı́. “¿Es eso lo que pasó ? ¿Rowan le robó el
trono al Rey Pastor?
Los ojos de Filick me encontraron de nuevo y su surco se alivió . “Por
supuesto, todo esto es só lo teorı́a, señ orita Spindle. Una historia."
Pero no fue ası́. No para mı́. “¿Qué pasó con el Rey Pastor?”
"El murió . Có mo, no puedo decirlo”.
La oscuridad se apoderó de mis ojos. Por un momento, perdı́ la visió n,
el sonido de la risa de Nightmare, hueco y cruel, borrando todo ruido.
Un momento despué s desapareció , mi visió n volvió . Filick debió ver la
inquietud detrá s de mis ojos porque cuando me dio unas palmaditas en
la mano, con mi nuevo vendaje perfectamente anudado, su voz era
suave. “Es fá cil perderse en el pasado en un castillo antiguo y extrañ o
como este. No se preocupe, señ orita Spindle. Un mal cometido hace
quinientos añ os no tiene importancia hoy. Tú y Ravyn encontraré is la
carta Twin Alders y uniré is el Deck. De eso estoy seguro”.
Estaba tratando de tranquilizarme. Y aunque estaba seguro de que
Filick Willow era uno de los hombres má s inteligentes de Blunder,
habı́a una cosa en la que estaba terriblemente equivocado.
Lo que ocurrió hace quinientos añ os fue importante. Mucho má s de lo
que jamá s habı́a imaginado.
Me levanté de mi silla. "Gracias. Lo siento si interrumpı́ tu paseo
matutino”.
"En absoluto", dijo, acompañ á ndome hasta la puerta.
Podrı́a haber regresado a mi habitació n y haber atravesado el castillo a
toda prisa, con el dobladillo todavı́a empapado del rocı́o de la mañ ana.
Pero me demoré en el umbral del Mé dico.
"Hay algo que todavı́a no entiendo", dije.
"¿Qué es eso?"
"Degeneració n." Busqué las palabras. “La degeneració n de Ravyn no le
permite usar Cartas. Emory lo está matando lentamente, en cuerpo y
mente”. Hice una pausa. "Pero yo... parece que no puedo entender cuá l
es el mı́o".
La lá stima se apoderó del rostro envejecido de Filick. “No hay dos
infecciones iguales, señ orita Spindle. La degeneració n de Emory es
generalizada, mientras que la de Ravyn no parece afectar su salud en
absoluto. Lo que es seguro para los hermanos Yew puede ser só lo un
susurro de verdad para usted”. Sacudió la cabeza. “Me gustarı́a poder
ofrecer má s comodidad. Pero simplemente no lo sé ”.
Sin palabras, le hice un simple gesto al mé dico y salı́ al pasillo.
Esperé hasta doblar la esquina antes de ladrar en la oscuridad.
¿Somnambulismo? exigı́. ¿En realidad?
Se extendió perezosamente por mi mente. ¿Lo que de ella?
No puedes hacer eso, ni aquí, ni en ningún otro lugar, ¡pero especialmente
no aquí!
¿Quién dice que hice algo?
¡No me tomes por tonto, Nightmare! Mi voz era aguda. ¿O debería
llamarte Rey Pastor?
Se deslizó a travé s de la oscuridad, su voz rebotando en el ruido, como
si hubiera muchas voces, no só lo la suya. Llámame como quieras,
Elspeth. No cambia nada.
Apreté los dientes, once añ os de sus juegos, sus secretos, hirviendo en
mı́. Todo lo que sentı́ fue rabia, el deseo de desterrarlo de mi mente era
tan violento que podrı́a haber golpeado la pared si no hubiera sido de
piedra. Si es tu alma la que absorbí cuando toqué la Carta de Pesadilla de
mi tío , dije, luego absorbí un Rey. Pero tú... tú no eres un rey. Eres un
monstruo.
Se rió de mı́ otra vez. Soy ambos. Hubo una pausa. ¿No recuerdas la
historia, Elspeth? ¿Nuestra historia?
Se me cayó el estó mago. La historia. Susurros, cercanos y lejanos,
siempre mientras me quedaba dormido. La inquietante canció n de cuna
de la doncella, el Rey.
El monstruo.
Me apoyé en la pared, mis piernas repentinamente inestables. Presioné
la palma de mi mano contra mi frente. Pero eso só lo hizo que la
oscuridad detrá s de mis ojos fuera má s opresiva. ¿Por qué ahora veo tus
recuerdos?
No necesita que yo ni ese médico le digamos por qué. Tienes tu propia
teoría al respecto.
Negué con la cabeza. ¿Bien? exigı́. ¿Es verdad?
Dígame usted.
Te estoy pidiendo.
Pero ya lo sabes. En el fondo, siempre lo has sabido.
Sentı́ frı́o otra vez, una profunda y espontá nea escarcha que emanaba
del centro de mi pecho. Te estás volviendo más fuerte , susurré , mi voz
apenas audible en el oscuro estruendo. Por eso estoy viendo tus
recuerdos. Puede que no me esté debilitando como Emory, pero me estoy...
desvaneciendo. Un nudo se formó en mi garganta. Esa es mi
degeneración, ¿no?
No dijo nada, sus dientes dentados chasqueaban mientras apretaba y
a lojaba la mandı́bula. Hacer clic. Hacer clic. Hacer clic.
Es mi pago , dije, lleno de mordaz claridad. Cada vez que te pido ayuda,
te haces más fuerte. Y estoy... estoy perdiendo el control.
Te lo dije, niña , dijo, nada es gratis. Nada es seguro. La magia siempre
tiene un costo.
Sí, pero no me di cuenta de que eso signi icaba que estabas tomando el
control de mi cuerpo... ¡mi mente!
No voy a TOMAR nada, Elspeth Spindle. El siseó , sus garras brillaron,
repentinamente cruel. No lo puedo tomar. Sólo soy capaz de lo que me
dan voluntariamente. Se deslizó en la oscuridad, apresurá ndose a
alejarse de mı́. Recuerda eso, cuando inalmente tengas el coraje de
admitirlo. Al inal no tomé nada que no me hubieras dado ya.
No lamenté sentirlo irse. Volvı́ a sentir frı́o, miedo y vacı́o.
Pero ese vacı́o pronto dio paso a una ira abrasadora. No sucumbirı́a a
mi propia aniquilació n, vı́ctima de la degeneració n o de la Pesadilla. Me
liberarı́a, me curarı́a y volverı́a a la vida que habı́a abandonado once
añ os atrá s.
Só lo dos Tarjetas Providencia má s se interpusieron en mi camino.
Corrı́ por la cocina de camino a mi habitació n, pero me detuve cuando
oı́ el clamor abajo.
Docenas de voces se fusionaron en fuerte discordia desde el gran saló n
del Castillo Yew. Oı́ el ruido metá lico del acero: armaduras, espadas y
cotas de malla. Los Destriers se arremolinaban debajo, sus Caballos
Negros brillando siniestramente bajo sus capas. Algunos comı́an, otros
examinaban sus armas. Hauth Rowan estaba entre la refriega, con su
ancha espalda cubierta por una capa negra. Habló a los demá s con voz
seca, su comportamiento caracterı́sticamente dominante.
La comisura de mis labios se curvó cuando vi su mano izquierda herida
envuelta pesadamente en lino.
"¿Te gusta lo que ves?"
Salté tan violentamente que casi me caigo de la barandilla.
Elm me miró , con una pequeñ a sonrisa de satisfacció n en su rostro. "Lo
siento", dijo. "Pensé que me habı́as oı́do."
"Bueno, no lo hice". Cuando el Prı́ncipe me miró de arriba abajo, me
encogı́ de miedo, todavı́a envuelta en la capa de Filick Willow y el
dobladillo de mi camisó n empapado por el rocı́o de la mañ ana. "Me
perdı́", mentı́.
"¿Aú n no puedes orientarte?"
"Algo como eso."
El Prı́ncipe puso los ojos en blanco y señ aló con un dedo a ilado detrá s
de nosotros. “Ese corredor te llevará de regreso a travé s de la cocina y
al saló n de invitados. Tu habitació n deberı́a estar en algú n lugar a lo
largo de ese pasillo. ¿O deberı́a llamar a Ravyn para que te lleve? Estoy
seguro de que estará encantado...
"No", dije rá pidamente. "Lo encontraré ."
"Date prisa", dijo Elm, bajando las escaleras. "Saldremos pronto".
"¿Vas a dó nde?" Llamé .
Pero ya estaba a mitad de camino.
" Olmo ", siseé . "¿Qué está sucediendo?"
“Dı́a de mercado”, llamó sin parar. “Usa tus colores. Es decir, si tu padre
alguna vez se dignó darte algo.
Capítulo veinticuatro
Dı́gales. Diles la verdad. Cuando sus hijos le pregunten, no mienta, no
oculte el riesgo de la magia. Los niñ os son má s fuertes cuando sus ojos
está n claros. Só lo entonces podrá n tomar sus propias decisiones. Só lo
entonces son verdaderamente libres.
Dı́gales. Diles la verdad.
Me miré en el espejo brumoso, tratando de recordar el rostro de mi
madre. Su vestido era largo y ricamente confeccionado, de un intenso
color carmesı́, como la sangre del corazó n. Sobre su pecho llevaba
bordada una marañ a de ramas doradas que se entrelazaban formando
un largo y delicado á rbol de huso.
Heredé el vestido, junto con algunas otras baratijas, cuando ella murió .
Lo llevé a Equinox pero me fui demasiado pronto para usarlo. El estilo
era má s antiguo, pero no le escatimé al vestido sus mangas drapeadas.
Me ayudarı́an a ocultar mi muñ eca dolorida y vendada.
Cuando mi doncella tomó mi peine de madera, la detuve y señ alé la
corona de lores en mi mesita de noche. “La rosa —Dije, trenzá ndome el
cabello en una trenza larga y sencilla y sujetando la rosa justo encima
de mi nuca.
Por costumbre, coloqué mi amuleto en el bolsillo de mi falda. Sonreı́ al
espejo, buscando energı́a que no sentı́a.
La mujer re lejada en el cristal coincidı́a con mi sonrisa, sus felinos ojos
amarillos brillaban.
Jespyr esperaba al pie de las escaleras, con el pie herido metido en una
gruesa bota negra. Llevaba su tú nica negra de Destrier y su frente
cubierta con una intrincada má scara de ieltro del mismo color, una
tradició n del Dı́a de Mercado. Cuando miró en mi direcció n, sus cejas se
alzaron por encima de su má scara. "Está s preciosa", dijo, ofrecié ndole el
brazo. "Nunca antes te habı́a visto con el color de tu casa".
Como siempre, la sonrisa de Jespyr fue contagiosa. “No traje una
má scara”, dije. "Casi nunca voy al dı́a de mercado".
"Thistle te encontrará uno", dijo, ofrecié ndome su brazo. "¿Debemos?"

Atravesamos la antigua puerta hacia la luz del sol de la mañ ana. Mi


má scara era de un verde intenso excepto por el borde dorado pintado a
lo largo de los bordes de los ojos. Se ató con una cinta de seda detrá s de
mi cabeza, cubriendo mi rostro desde el hueso de la ceja hasta justo
debajo de las mejillas.
Vi a Ione má s adelante con una má scara color crema y su vestido
dorado con el dobladillo blanco espino. Fenir y Morette Yew estaban
juntos vestidos de verde a juego, con sus tejos bordados
ornamentadamente en el lomo de sus capas. Hauth, que no llevaba
má scara (con su rostro principesco a la vista), habı́a abandonado su
capa negra de corcel por una rica tú nica, con las ramas doradas de
varios á rboles prominentes entretejidas en un patró n extrañ o y
complejo a lo largo de su pecho, ensombrecido por la insignia de
Rowan.
Estuvo con Ione cerca de Elm y Ravyn, quienes, con má scaras a juego,
permanecieron adornados con Destrier negro.
Dejaron de hablar cuando Jespyr y yo nos acercamos y sus ojos se
volvieron hacia mı́.
El calor recorrió mi pecho y subió por mi cuello hasta mis mejillas.
Cuando nadie habló , Jespyr dejó escapar un bu ido. "Claramente nunca
antes habı́an visto a una mujer".
Intenté no mirar a Ravyn, el recuerdo de la noche anterior me envolvı́a,
la sensació n de su mano en mi cabello, su boca sobre la mı́a, todavı́a
una sombra en mi piel. Sentı́ sus ojos siguié ndome. Cuando inalmente
levanté la mirada, vi el rastro de una sonrisa en su boca, sus ojos
detenié ndose en la rosa de mi cabello.
Pero antes de que Ravyn pudiera saludarme, Hauth se interpuso en su
camino.
La voz del Gran Prı́ncipe era suave, encantadora una vez má s. "Señ orita
Spindle", dijo, ofrecié ndome su mano sana.
Lo tomé vacilantemente, haciendo una reverencia. "Su Alteza."
“Debes perdonar mis modales brutales. Ayer fue un dı́a difı́cil”.
El Gran Prı́ncipe no me soltó la mano y mantuvo la mirada ija en mi
rostro. "Eres muy llamativo, incluso bajo esa má scara", dijo. Me acercó
má s. "Me pregunto", dijo, lanzando a Ravyn una mirada mordaz por
encima del hombro, "qué es lo que ves en mi prima".
Por el tono astuto de la voz de Hauth me di cuenta de que yo tenı́a poco
interé s por é l; no era má s que un juguete para robarle a su primo. Aú n
ası́, mi mirada se volvió hacia el Capitá n de los Destriers. Noté la
sombra de la barba y la lexió n del mú sculo debajo de ella a lo largo de
la mandı́bula de Ravyn. Los contornos de inidos a lo largo de la cresta
de su distintiva nariz. La forma en que su cabello, ni largo ni corto,
enmarcaba su frente severa. Sus ojos grises, duros bajo su má scara
negra, tan agudos que me cortaron.
Eran todas esas cosas... y ninguna de ellas a la vez. Algo má s me atrajo
hacia el Capitá n de los Destriers. Algo que habı́a pasado por alto,
atrapado en nuestro juego de simulació n. Algo antiguo—nacido de la
sal. El y yo é ramos iguales. Dotados de una magia antigua y terrible.
Tejidas en secreto, escondidas en verdades a medias. Eramos la
oscuridad en Blunder, el recordatorio de que la magia, salvaje y sin
restricciones, prevalecı́a, sin importar cuá n desesperadamente los
Rowan intentaran acabar con ella. Eramos lo que habı́a que temer.
Nosotros é ramos el equilibrio.
Pero no podrı́a decir eso delante de Hauth Rowan. En lugar de eso, le
ofrecı́ a Ravyn una rara y desenfrenada sonrisa. "El es muy alto."
Los ojos de Ravyn brillaron. Captó mi sonrisa y la comparó con la suya,
dando un paso adelante. Cuando se enfrentó al Gran Prı́ncipe, noté que
Hauth se enderezaba, con la columna rı́gida y la barbilla en alto.
Pero fue en vano. Ravyn era má s alto que é l. Y, dado el giro
condescendiente de su boca, no era lo ú nico por lo que Ravyn se sentı́a
superior a su primo. Me ofreció su mano y la tomé , agradecida de estar
libre del toque de Hauth. “Si ya terminaste de pavonearte”, le dijo Ravyn
a su primo, entrelazando sus dedos con los mı́os, “te espera el dı́a de
mercado. Será mejor que pongas un guante sobre esa mano destrozada
antes de que tus sú bditos la vean, Prı́ncipe.
Las fosas nasales de Hauth se dilataron. Sin dudar en quedarse atrá s,
me agarró la otra muñ eca, la muñ eca herida. "Me ahorrará una vuelta
en la plaza, ¿verdad, señ orita Spindle?"
Tan agudo que vi estrellas, el dolor se disparó desde mi muñ eca hasta
mi brazo. Me costó todo mi esfuerzo no gritar de dolor. Y aunque la
manga ocultaba el vendaje, no habı́a forma de ocultar la tensió n en mi
rostro.
La expresió n de Hauth pasó de la bravuconerı́a a la sorpresa, sus ojos
verdes muy abiertos y bajaron hasta mi manga. “¿Le pasa algo en el
brazo, señ orita Spindle?”
A mi lado, Ravyn se quedó helado. Pero antes de que pudiera hablar,
alguien se movió en mi periferia, una rá faga de cabello largo y dorado
que captó la luz.
Iona.
"Cuidado, cariñ o", dijo, interponié ndose entre Hauth y yo, obligá ndolo a
soltar mi brazo. Su voz era má s aguda de lo normal: empalagosamente
dulce. “Elspeth y yo fuimos a montar a caballo ayer por la mañ ana. La
pobre se cayó de un caballo. Sus ojos color avellana se volvieron hacia
mı́, entrecerrados y penetrantes, en contraposició n a la dulzura de su
voz. "¿No es ası́, Bess?"
Por un momento creı́ vislumbrar a la vieja Ione, la que me bloquearı́a
de las miradas gé lidas de mi madrastra. Doncella escudo, Ione
Hawthorn, siempre mi protectora. Asentı́, mi muñ eca todavı́a palpitaba.
"En efecto."
La mirada de Hauth pasó de mı́ a Ione. Cuando aterrizó sobre su
prometida, algo frı́o se deslizó en sus ojos verdes.
Pero no tuve tiempo de entender qué signi icaba o por qué Ione le habı́a
mentido por mı́. Elm y Jespyr se abalanzaron sobre nosotros. Jespyr
deslizó su brazo en el de Ravyn, y Elm hizo lo mismo con el mı́o,
alejá ndonos a ambos de Hauth e Ione. “Ya sabes lo que dicen”, dijo Elm.
“No mezcles caballos y bebida. Ahora, si hemos terminado con las
bromas, vá monos. Es prá cticamente mediodı́a y, en lo que respecta a la
bebida, estoy atrasado en mi cociente diario.
Me llevó a travé s de las estatuas hacia la puerta. Sentı́ que Hauth e Ione
me observaban, pero no me volvı́. No podı́a dejar que vieran todo el
miedo que brotaba de mis ojos. Ravyn me lanzó una mirada fugaz, pero
su hermana lo mantuvo a un ritmo constante delante de nosotros, con
la cabeza cerca de la suya mientras conversaba.
"¿Crees que Hauth reconoció mi herida?" Le susurré a Elm.
Elm se pasó una mano por el pelo enredado y me guió hacia la calle
adoquinada. "Mi hermano no es ni la mitad de inteligente de lo que
cree", dijo. "Por los á rboles, Spindle, borra toda esa aprensió n de tu
cara".
Pero no estaba convencido. Habı́a algo sobre Hauth Rowan, eso me
puso profundamente nervioso. Al igual que en el bosque, no podı́a
evitar la sensació n de que me estaba persiguiendo. Con cada mirada,
cada toque, me estaba buscando para matar.
La calle era inclinada y se hacı́a má s transitada cuanto má s nos
acercá bamos a la plaza de Market Street. Está bamos cerca de Spindle
House. Pude ver la bandera roja en la puerta. Habı́a un guardia
centinela, alguien a quien nunca habı́a conocido antes.
Reduje el paso, con una idea aguda en mi mente. Pero cuando intenté
pasar má s allá de la multitud hacia la puerta, Elm me detuvo.
“Sigue caminando”, dijo.
“Só lo iba a…”
"Sé lo que estabas haciendo", espetó . "Ahora no es el momento".
"¿Por qué no?" Exigı́, salié ndome de su alcance. “Mi padre no estará en
casa. Podemos buscar su tarjeta de pozo”.
Elm miró calle arriba, pero Ravyn y Jespyr estaban demasiado adelante
para llamarlos. El gimió , murmurando en voz baja. "No me dejes con
este imbé cil".
Tiré de su manga, obligá ndolo a mirarme. "Es una buena idea", dije.
Me miró como si yo fuera un insecto al que le gustarı́a aplastar. “Y
piensas… ¿qué ? ¿Que Erik dejó su tarjeta de pozo sobre la mesa para
que la recuperemos? No es el momento”, volvió a decir.
“Eres un Prı́ncipe, ¡puedes hacer lo que desees! Llevas una de las cartas
má s fuertes del mazo”. Crucé mis manos sobre mi pecho. “¿O tienes
demasiado miedo de hacer algo sin que Ravyn esté ahı́ para ayudarte?”
Los ojos de Elm brillaron, su frente se torció con desdé n, y supe que
habı́a tocado un punto sensible. “No má s que tú , Spindle”, dijo en voz
peligrosamente baja.
"Estoy tratando de mantener las cosas en movimiento y no perder el
tiempo con pompa".
"Es un espectáculo lo que nos hace parecernos a todos los demá s",
a irmó . Dijo Prince, su mano apretando mi brazo mientras me alejaba
de la casa de mi padre. "Vamos."

La Pesadilla estaba sentada como un gato enjaulado detrá s de los


barrotes de mi cabeza, inquieta, despierta y consciente. Cuando
entramos en Market Street, el lomo largo y sinuoso de Blunder,
Providence Cards emanando coloridamente de algunos bolsillos, é l
arañ ó mi mente, su voz aceitosa tensa en mis oı́dos.
Tener cuidado. Hay más que Destriers aquí al servicio del Rey.
No pude ver a Ravyn. Cuando Jespyr se unió a nosotros de nuevo, con su
alegre sonrisa intacta, Elm puso los ojos en blanco y murmuró algo
acerca de que necesitaba un trago. Lo vi y su luz roja desaparecer entre
la multitud, feliz de verlo irse.
A nuestro alrededor, las familias de Blunder vestı́an los colores de sus
casas, algunas viejas y gastadas, otras recié n confeccionadas. Entraban
y salı́an de tiendas de campañ a y puestos de comerciantes, y sus voces
culminaban en una columna de ruido que resonaba contra los
adoquines y los ladrillos desde todas direcciones.
Un par de chicas con vestidos lilas pasaron junto a mı́, rié ndose
mientras devoraban rodajas de mollejas de limó n. Sentı́ un dolor en el
pecho al recordar có mo, antes de la infecció n, Ione y yo
deambulá bamos por las calles adoquinadas el dı́a de mercado.
Corrı́amos entre los puestos de los comerciantes y nos sentá bamos
junto a la fuente con crujientes manzanas otoñ ales, Ione vestida de
blanco Hawthorn y yo de rojo Spindle intenso.
Se sintió hace toda una vida.
A mi lado, Jespyr pagó cinco cobres por un nuevo par de guantes de piel
de oveja. “Me encanta el dı́a de mercado”, dijo. “Le da a la gente la
oportunidad de salir de sus rutinas y divertirse un poco. La vida no
siempre se trata de pelear con espadas y robar cartas, ¿sabes?
Miré hacia la calle, la bandera carmesı́ en la puerta de Spindle House
aú n era visible. Querı́a decirle que se me estaba acabando el tiempo,
que la Pesadilla en mi cabeza se hacı́a má s fuerte a cada momento. Pero
no lo hice.
Me alejé de Jespyr y deambulé por las calles adoquinadas. El clamor de
la multitud me envolvió : color y ruido. Dejo que me lleve de un lado a
otro, sin rumbo, el vestido de mi madre como una vela en un mar sin
direcció n.
Nadie me molestó . Seguı́ caminando, preguntá ndome có mo se sentirı́a
si la Pesadilla se apoderara de mi mente por completo. ¿Le dolerı́a o
serı́a suave, como deslizarse entre el bosque sin ser visto y desaparecer
en la niebla? Tal vez dejarı́a mi vestido atrá s como ú ltimo adió s al
mundo y me esconderı́a entre los á rboles como un fantasma, absorbido
por la oscuridad y el musgo.
Sentı́ una mano en mi hombro, y cuando me giré , Ravyn estaba allı́, con
la cabeza ladeada familiarmente hacia un lado.
“Pensé que estaba solo”, dije.
"¿Aquı́?" dijo, señ alando a la masa de personas que nos rodeaban.
Como no respondı́, el Capitá n se acercó y sus anchos hombros me
protegieron del vaivé n de la multitud. Mi pecho se apretó en los
con ines de mi vestido, el deseo de extender la mano y tocarlo era tan
fuerte como lo habı́a sido la noche anterior.
Cuando me ofreció su mano, la tomé . Sus dedos se lexionaron
alrededor de los mı́os y cuando lo miré , habı́a una tensió n que no habı́a
visto antes: cansancio y determinació n. Qué guapo era, má s allá de la
suave má scara de piedra. Me vi re lejada en su expresió n, el mundo
brutal de la infecció n incrustado en nuestras cejas por igual: todo el
miedo, todo el aislamiento. Vi el mundo a travé s de sus ojos grises, sentı́
el peso de sus responsabilidades y traiciones, como si fueran piedras
cosidas en la tela de mi vestido.
Me incliné hacia é l. "Quiero ayudar."
Sus dedos encontraron mi mandı́bula, su pulgar presionó justo encima
de mi barbilla. “Está s ayudando, Elspeth. Má s de lo que sabes."
“No des ilar ası́”, dije, señ alando a la multitud. “Me sentı́ menos
disfrazado de bandolero que con los colores de mi familia”.
“Es má s fá cil ser un bandolero. Las cartas, la infecció n... no importan. La
familia, el deber, todo está oscurecido por la má scara negra. Las cosas
son má s simples”.
Suspiré . "Pero las cosas nunca son sencillas para personas como
nosotros, ¿verdad?"
Los ojos de Ravyn viajaron hasta la rosa en mi cabello. No dijo nada, el
silencio tiraba entre nosotros como un alambre invisible, doloroso,
tenso.
Detrá s de mis ojos, la voz de Nightmare era tı́mida. Se te está acabando
el tiempo, querida , dijo, deslizá ndose junto a mis oı́dos. Dile cómo te
sientes. Si no lo dices en voz alta, ¿podrá ser real alguna vez?
Me estremecı́. Ravyn me miró , con los ojos ijos en mi cara. Intenté
darme la vuelta, pero su pulgar sobre mi barbilla no me dejó . "¿Qué es?"
é l dijo.
La culpa se apoderó de mı́ como una espesa niebla. Por mucho que
anhelara dejar de ingir, los secretos permanecı́an. El mı́o y el del
monstruo. Y no tenı́a idea de có mo incluir a Ravyn en ellos. “Acerca de
anoche…” dije. "Cuando me escapé ".
Inhaló . "Tal vez fue bueno que lo hicieras".
El rechazo le dolió . Intenté alejarme. "¿Oh?"
Nuevamente, la mano de Ravyn me mantuvo en mi lugar. Sus ojos
bajaron a mi boca, surcos gemelos dibujados entre sus cejas. "Cuando
mi hermana sugirió que te cortejara en Equinox, me resistı́".
Le fruncı́ el ceñ o. "In lexiblemente, segú n recuerdo."
Trazó la curva de mi barbilla. "Me resistı́, Elspeth, porque ya estaba
imaginando có mo podrı́a volver a presionar mi dedo contra tus labios
hú medos, como lo habı́a hecho en mi habitació n". Respiró hondo, Su
boca cae hasta mi oreja. "Y eso no fue nada comparado con las cosas
perversas que estaba imaginando despué s de que discutimos en el
jardı́n".
Dejé escapar un suspiro abrupto y el calor se retorció en lo profundo de
mi estó mago.
“Me resistı́”, dijo Ravyn, “porque no he dejado de pensar en ti desde
aquella primera noche en el camino forestal. Y en Equinox me di cuenta
de que cuanto má s me acercara a ti, menos querrı́a ser el Capitá n del
Rey, menos querrı́a ingir. Y es peligroso para mı́ y para mi familia dejar
de ingir”. Presionó sus labios contra el caparazó n de mi oreja, un
susurro bajo y raspante. “No es seguro acercarse demasiado a mı́. Soy
una mentirosa, Elspeth. Un traidor. Y algú n dı́a habrá un ajuste de
cuentas”. El se echó hacia atrá s, sus ojos grises apretados por la tensió n.
“El bandolero se encuentra con el verdugo. Siempre."
Su voz me sobresaltó . Rompió la piedra que durante tanto tiempo habı́a
imaginado a su alrededor: el rostro del severo e intocable Capitá n de
los Destriers desmoroná ndose. Este era é l, dejá ndome entrar,
mostrá ndome el verdadero Ravyn Yew.
Un hombre tan aterrorizado por el futuro como yo.
Me puse de puntillas y presioné mi frente contra la suya, mi voz era tan
tranquila que mis labios apenas se movı́an. “Entonces sé un mentiroso,
Ravyn. Traicionar. Levanta el reino que nos matarı́a a ti, a mı́ y a Emory.
El Rey te mantiene cerca para poder controlarte. Pero eres el ú nico que
puede resistir su Carta Scythe”.
Me aparté y lo miré a los ojos. “No son ellos quienes traen cuentas,
Ravyn. Eres tú . Somos nosotros."
Su pecho subı́a y bajaba, su mirada se cruzó con la mı́a. Por un
momento pensé que podrı́a estar enojado, mis palabras eran
demasiado directas, demasiado apasionadas. Todavı́a estaba
aprendiendo a descifrar las emociones detrá s de sus ojos bien vigilados.
Pero me rodeó con sus brazos, apretá ndome contra su pecho en un
abrazo tan profundo que borró por completo el dı́a de mercado. El Me
abrazó , apoyando su mejilla contra la coronilla de mi cabeza, su corazó n
tamborileando contra mi oreja. Lo inhalé , cuero, humo y cedro,
acomodá ndome en sus brazos como un conejo en su cá lida y segura
guarida.
No habı́a encajado ası́ en los brazos de nadie desde mi niñ ez. E incluso
entonces, nadie me habı́a abrazado con tanta fuerza, como si me
necesitaran en sus brazos tanto como yo necesitaba que me abrazaran.
Como si nada má s importara má s que abrazarnos el uno al otro.
Como si tuvié ramos todo el tiempo del mundo.
Una voz familiar me arrancó de mi comodidad. “Ahı́ está ”, gritó ,
demasiado fuerte, demasiado burbujeante. "Con el Capitá n, como te
dije".
Ravyn exhaló en mi cabello. Cuando se alejó de mı́, los cuatro se
pararon frente a nosotros, con los ojos muy abiertos, la curiosidad, la
conmoció n y la incredulidad, todos atrapados detrá s de sus iris azules
helados.
Mi padre, mi madrastra, mis medias hermanas.

Mi padre, ex capitá n de los Destriers, estrechó la mano de su sustituto,


cuyas palmas tenı́an callos a juego tras añ os de esgrima. El y Ravyn
estaban una cabeza por encima de mis medias hermanas, Nerium y yo,
con los hombros anchos. Cuando sus manos se separaron, los ojos de mi
padre se dirigieron a mı́.
Parpadeó y profundas lı́neas se marcaron en su surco. Me retorcı́ bajo
su mirada, nuestra lucha en el camino forestal (la fuerza de la Pesadilla,
la mirada de miedo en los ojos de mi padre) torció mis pensamientos.
Pero cuando reunı́ el valor su iciente para mirarlo a los ojos, me di
cuenta de que mi padre no me estaba mirando en absoluto.
Estaba mirando el vestido de mi madre.
Sus hombros cayeron un momento. Los mú sculos de su mandı́bula se
lexionaron, como si estuviera forzando todos sus dientes a juntarse. Y
su Los ojos, de un azul brillante, se habı́an vuelto vidriosos. Por in, su
mirada se encontró con la mı́a. "Hola, Elspeth", dijo. "Te pareces a tu
madre con ese vestido".
Nerium me lanzó una mirada gé lida, pero rá pidamente la corrigió con
una sonrisa reticente cuando notó que el Capitá n de los Destriers la
miraba con dagas. Me movı́ junto a Ravyn, nuestros dedos rozando.
Mis medias hermanas se miraron entre sı́ y hablaban un lenguaje
silencioso que só lo ellas conocı́an. No me perdı́ la forma en que
miraban a Ravyn, con los ojos muy abiertos y hacia arriba, los labios
rosados lojos.
Dimia se volvió hacia mı́, arrastrando a Nya con ella. Cuando los
gemelos entrelazaron sus brazos con los mı́os, rogando que les
permitiera dar una vuelta por la plaza, no tenı́a una excusa preparada.
Le lancé a Ravyn una mirada por encima del hombro, pero los gemelos
eran rá pidos en sus pasos, sus voces en mis oı́dos eran tan parecidas
que armonizaban.
Me hicieron marchar por Market Street, mientras la bulliciosa multitud
de Blunder se movı́a a nuestro alrededor como un rebañ o de ovejas de
colores. Sentı́ ira sin saber realmente por qué , prepará ndome contra las
preguntas que sabı́a que vendrı́an. Y aunque eran jó venes y estaban
regidas principalmente por la fantası́a, yo abrazaba mucho a mis
medias hermanas.
Seguı́an siendo las hijas de Nerium.
Dimia nos detuvo cerca de la fuente. "Elspeth", dijo, su voz rá pida y
fuerte. "Está s cortejando a Ravyn Yew".
Miré hacia otro lado. "¿Y?"
Nya me parpadeó . Ella no era tan suave como Dimia. Cruzó sus
delgados brazos sobre su pecho y sus palabras fueron agudas. “El es el
Capitá n de los Destriers. Podrı́a tener a sus hombres en nuestra puerta
en unos momentos si descubriera que tuviste iebre cuando eras niñ a.
Se parecı́a demasiado a su madre. Le di a Nya una mirada gé lida. "El no
va a hacer eso".
“¿Por qué no lo harı́a?”
Una luz roja familiar bailó a lo largo de mi periferia.
Dimia se mordió las uñ as, con los ojos brillantes y la voz soñ adora. "Tal
vez porque le gusta demasiado como para arrestarla". Se llevó una
mano al corazó n. "Qué romá ntico."
Esto es insoportable , murmuró Nightmare.
Má s allá , la luz roja se acercaba. "No todas las historias son cuentos de
hadas, Dimia", dije.
Los ojos de Nya se entrecerraron. “Entonces explica por qué te estaba
abrazando”.
Pero ya me estaba escapando. Cuando mis medias hermanas me
gritaron, simplemente saludé con la mano, siguiendo al hombre alto
vestido de negro y la luz roja que emanaba de su bolsillo.
Llegué a Elm dando varios pasos. Cuando me aferré a su brazo, saltó ,
derramando la mitad de su copa de vino en la calle.
El Prı́ncipe me miró con grandes ojos verdes. Me encontré casi
sonriendo. "Tengo que pedirte un favor", dije, mirando hacia atrá s.
"Necesitará s tu tarjeta".
Un momento despué s, Nya y Dimia se reı́an como manı́acas, con sus
ojos azules muy abiertos mientras dejaban escapar largas y cantarinas
risitas. "¡Que lindo dia!" Nya brillaba, su sonrisa era tan amplia que
podı́a contar cada diente.
“Vamos a buscar el carrito del vino”, tuiteó Dimia, ofrecié ndonos a Elm y
a mı́ un saludo antes de saltar con su gemela fuera de la plaza, las cintas
rojas de sus má scaras parpadeando a la luz del mediodı́a.
Me reı́, vié ndolos irse. "Pequeñ as cosas tontas".
Los corceles nos adelantaron y saludaron a Elm con la cabeza antes de
dispersarse por la plaza. El Prı́ncipe tocó su Carta Guadañ a, liberando a
mis medias hermanas de su compulsió n, y apuró los restos de su copa.
"Terriblemente molesto, tu clan".
"No podemos elegir la familia, ¿verdad?"
Se rió entre dientes y levantó una copa nueva de la mesa de un
comerciante cercano. "Tristemente no."
No lo presioné , no pregunté qué habı́a llevado al hijo menor del rey al
borde de la anarquı́a y la traició n, qué lo habı́a hecho traicionar a su
propio padre. Habı́a una desigualdad en el temperamento del Prı́ncipe
que me ponı́a nervioso, y no pensé que reaccionarı́a amablemente ante
la violació n de su privacidad.
"¿Vino?" dijo, recuperando una segunda copa.
"Es un poco pronto, ¿no?"
—¿Tiene intenció n de soportar el dı́a de mercado sobrio? Miró arriba y
abajo de los puestos, en voz baja. "No ves ninguna... ya sabes... Tarjetas
de Cá liz, ¿verdad?"
Miro a mi alrededor en busca del revelador color turquesa. "No. ¿Por
qué ?"
"No se puede ser demasiado cauteloso", dijo, tomando un trago
profundo. "El suero de la verdad es lo ú ltimo que necesito estos dı́as".
El vino era má s dulce de lo que habı́a imaginado. Lo bebı́ lentamente,
con los ojos ijos en la multitud en movimiento. "¿Que pasa ahora?"
“Algunas familias recibirá n algunas baratijas sin valor de parte de uno
de los comerciantes de mi padre. Mi hermano y algunos caballeros
hablará n sobre el comercio de cartas y la disminució n del crimen; tal
vez hagan des ilar a Ravyn y los Destriers para darle un buen
espectá culo. El mismo de siempre."
Golpeé mi copa con el dedo. "Podrı́amos estar en la casa de mi padre
ahora mismo, haciendo algo de utilidad real".
“Hauth y los Destriers notarı́an nuestra ausencia. Ademá s”, dijo Elm,
tomando otro trago profundo, “parece que te lo está s pasando genial
reconectá ndote con tus hermanas”.
Puse los ojos en blanco. "Medias hermanas."
“¿Qué querı́an?”
“Nada”, dije. Luego, despué s de una pausa, "Creen que Ravyn descubrirá
quié n soy y me arrestará ".
Elm sonrió en su copa. “Puede que no te arreste”, dijo, “pero
eventualmente descubrirá quié n eres. La verdad siempre sale a la luz”.
Algo en su voz me atrapó . "¿Qué quieres decir?"
Elm se volvió hacia mı́ y entrecerró los ojos verdes. "Es diferente para
Ravyn", dijo. “El no es escé ptico ante tu infecció n, tu magia. Cuando te
mira, siente que te conoce y quiere ayudarte. Le haces recordar por qué
ha hecho todo lo que ha hecho y por qué debe continuar hacié ndolo”.
El Prı́ncipe tomó pequeñ os y decididos sorbos de su copa, saboreando
el vino. "Pero cuando te miro, Spindle, veo algo má s", dijo. “Veo a
alguien reservado, cauteloso. Veo a alguien que no ha sido sincero con
nosotros”.
Para que el color desapareciera rá pidamente de mi rostro, é l
simplemente sonrió .
“¿Una mujer que ha pasado la mayor parte de su vida escondida en la
casa de su tı́o, tranquila y apartada, puede luchar contra hombres de
armas entrenados? ¿Puede atrapar cuchillos en el aire y mutilar a mi
hermano sin la ayuda de un Caballo Negro?
Me apartó el pelo de la frente y lo metió detrá s de la oreja. "Y tus ojos",
dijo Elm. “Negro como la tinta. Só lo que cuando la luz es la adecuada,
puedo ver el amarillo en ellos. El mismo amarillo que vi hace dos
noches en el bosque, cuando tiraste a tu padre al suelo.
Sentı́ como si me hubiera tragado la lengua.
En la oscuridad detrá s de mis ojos, Nightmare se deslizó , sus garras
raspando el hueso. Déjame salir.
Absolutamente no.
Ya ha visto mis ojos. ¿Por qué no me dejas hablar con él?
Son mis ojos , tartamudeé . ¡Mío, no tuyo! Deben ser negros, no amarillos.
¿Deberían ellos? é l ronroneó . Tú mismo lo dijiste. Me estoy volviendo más
fuerte.
Cuando permanecı́ en silencio, la Pesadilla envolvió mi mente en
oscuridad. Lo que es tuyo es mío cuando las sombras se acercan. Me
pediste ayuda y ahora estoy aquí. Con tus ojos veo, con tus oídos oigo. No
hay vuelta atrás: esto es el pago, querida.
Me sentı́ mal y el vino se convirtió en bilis en mi estó mago. ¿Qué le digo?
“¿Elspeth?”
Dile la verdad.
No puedo hacer eso.
"Elspeth."
Me aparté de la voz en mi cabeza y dejé mi copa, forzando mis manos
temblorosas a meterse en las mangas.
Elm me miró ijamente, algo de la ligereza desapareció de sus rasgos.
"¿Todavı́a está s ahı́?" preguntó .
Pero no tuve tiempo de responder. Apenas tuve un momento para
prepararme antes de que tres Destriers me empujaran hacia el centro
de la plaza, con las armas en la mano.
"¡Ceder el paso!" uno llamó , su voz arrasando entre la multitud. "¡Ceder
el paso!"
Elm estuvo sobre ellos en un momento, todo indicio de intoxicació n se
desvaneció de su voz. "¿Qué diablos está pasando?" el demando.
"Un niñ o infectado, señ or", respondió un Destrier, sin aliento. “Lo
recogió el mé dico Orithe y arrestaron a sus padres. El Alto Prı́ncipe
Hauth quiere que se dé ejemplo de ellos”.
De repente la plaza se llenó del color oscuro de los Caballos Negros.
Cinco Destriers má s dieron un paso adelante, un hombre y una mujer,
ensangrentados, llevados entre ellos. La multitud se abrió y los
envolvió .
Los gritos resonaron y me empujaron junto con el resto de los
espectadores hasta el borde de la plaza. Hauth Rowan y los Destriers
estaban ocupados atando a los prisioneros de las manos. Se hizo el
silencio entre la multitud, toda alegrı́a y camaraderı́a se evaporaron,
reemplazadas por un silencio repugnante. Envolvı́ mis brazos sobre mi
pecho, retirá ndome a mi mente, buscando coraje.
Pero só lo sentı́ oscuridad.
Capítulo veinticinco
Suavemente se mecen las hojas del hermoso sauce,
Sus cañ as son ası́ suaves, dobladas en oració n.
Ninguna vara se elaborará a partir de ramas, tallos o cortezas.
Su dosel espera, un respiro de la oscuridad.
Ası́ tambié n, exijo, debe ser el Mé dico.
Sus palabras susurran suavemente como la brisa a travé s de un á rbol.
Desde la lor blanca de primavera hasta lo má s profundo de su raı́z,
Su sabidurı́a es pura, su curació n absoluta.
Cuando cayó el primer latigazo, un grito acumulativo recorrió la
multitud. El hombre, despojado de su tú nica, gimió sin palabras,
mientras la sangre le caı́a por la espalda y se acumulaba en las piedras a
sus pies. La mujer, atada por separado, observaba con el resto de
nosotros, con los ojos muy abiertos y vidriosos.
Opresivo como el humo, el velo de la muerte cayó sobre la plaza. Se
colgó entre la multitud, arrastrá ndose por mis fosas nasales hasta mi
garganta, as ixiá ndome. Las lá grimas picaron en mis ojos, y cuando el
Destrier volvió a hacer restallar su lá tigo, el sonido me desgarró , tan
visceral que me doblé .
Elm puso su mano sobre mi codo y no se movió , como si fuera de
piedra. Só lo cuando Hauth se dirigió a la multitud su rostro cambió . sus
ojos verdes se entrecerraron y su boca se formó en una lı́nea apretada
al ver a su hermano.
Las luces rojas y negras de las Cartas de Hauth lo rodeaban como una
nube venenosa. "Este hombre y esta mujer traicionaron su con ianza".
El lá tigo volvió a azotar. La mujer lloró en silencio, con la derrota
estampada en su frente.
"No informaron de la infecció n", continuó Hauth. "Mantuvieron a su hijo
escondido, permitiendo que la infecció n se agravara, poniendo a todo
Blunder en riesgo". El lá tigo volvió a sonar y salté , un largo e impotente
gemido resonó por toda la plaza. “Y ahora pagan el precio má ximo”.
Estiré el cuello, buscando entre la multitud. “¿Dó nde está el niñ o?”
Susurré , mi voz se quebró .
Elm negó con la cabeza. Sus ojos verdes se habı́an vuelto frı́os.
A mi alrededor, los ciudadanos de Blunder estaban congelados sobre
los adoquines. Sus rostros estaban demacrados, incoloros. Algunos
tenı́an lá grimas en los ojos. Otros apenas parecieron parpadear.
Algunos tenı́an cejas pobladas y expresiones torcidas. No hubo gritos de
triunfo, ni apoyo para el Gran Prı́ncipe y los Destriers. No denunciaron
esta violencia.
Pero tenı́an demasiado miedo para detenerlo.
Cuando el Destrier con el lá tigo retrocedió , Hauth se paró frente a los
prisioneros y sacó la guadañ a de su bolsillo.
Lo golpeó tres veces. “Dame tus encantos”, ordenó .
Los prisioneros se rascaban la ropa, con los ojos apagados y
desenfocados. Hauth esperó con la palma extendida, como un
recaudador de impuestos esperando su moneda. La mujer sacó una
pata de conejo de su camisola. El hombre, con las manos
ensangrentadas, una pluma de bú ho.
Se los entregaron a Hauth, quien los aplastó con su bota. “La infecció n
es una plaga”, a irmó , y sus palabras atravesaron el cavernoso silencio.
“Es un veneno que se iltra la niebla, modelada por el Espı́ritu del
Bosque. Quienes no lo denuncien cometen traició n”. Se volvió hacia los
prisioneros. “Por la autoridad del Rey, yo, Hauth Rowan, Gran Prı́ncipe
de Blunder, te condeno a muerte”.
La repentina agudeza de los gritos de los Destriers golpeó mis oı́dos,
dolorosos despué s de todo ese terrible silencio. "¡Ir!" gritaron,
lanqueando a la multitud. “¡A las puertas!”
Empujados en todas direcciones, Elm y yo fuimos arrastrados por la
marea, con los cuerpos apretados a nuestro alrededor. El Prı́ncipe se
aferró a mı́, sus dedos apretaron mi brazo mientras nos empujá bamos.
Escuché los gemidos de los prisioneros detrá s de nosotros, pero no me
volvı́, obligado a avanzar por los Destriers a caballo y el vaivé n de la
multitud.
Salimos en masa de la plaza y regresamos a Market Street. Giré mi
cabeza buscando cualquier señ al de Ravyn o Jespyr, pero la multitud era
demasiado grande, los espectadores se unı́an a nosotros minuto a
minuto.
La sombra de Black Horses nos rodeó .
Los Destriers nos llevaron hasta las afueras de la ciudad. Atravesamos
las altas puertas forti icadas y seguimos la carretera unos cincuenta
pasos. No habı́a nada, só lo camino y un campo amplio y abierto. Hauth
estaba al borde del mismo, acompañ ado por Linden, otros dos Destriers
y los prisioneros ensangrentados.
Detrá s de ellos, a menos de cincuenta pasos, la niebla acechaba,
esperando.
La multitud se detuvo en seco. Me presionaron contra varios otros.
Escuché el estruendo de las voces de los Destrier, el relincho de sus
caballos de guerra. "¡Hacer espacio!"
La mitad de Blunder salió a la carretera. Parecı́amos grotescos con los
colores de nuestra casa, nuestra ropa era demasiado brillante,
demasiado vivaz, para lo que está bamos a punto de presenciar. Me
apreté má s al costado de Elm cuando la multitud se dividió , dejando
espacio para los Destriers, Hauth y los prisioneros.
Un carruaje atravesó las puertas y sus caballos resoplaban vapor. Se
detuvo abruptamente cerca de Hauth y los prisioneros. De é l salieron
dos hombres vestidos de blanco, entre ellos un niñ o de no má s de doce
añ os.
Apreté la mandı́bula, algo dentro de mı́ se desbordó , el silbido de la
Pesadilla atravesó mi mente.
Al igual que sus padres, el niñ o estaba atado por las muñ ecas. Esperaba
lá grimas, gemidos de desesperació n, pero el niñ o estaba en silencio,
con los hombros en alto y las manos apretadas en puñ os. Tenı́a la
camisa rasgada en el cuello y el pelo empapado de sudor. Pase lo que
pase, é l se habı́a opuesto.
Me incliné cerca de Elm. “¿Qué le hará n?”
¿No lo sabes? susurró la Pesadilla.
La voz de Elm estaba apagada. “Le obligará n a ver a sus padres
desaparecer en la niebla. Luego lo llevará n a Stone. Si mi padre
considera que su magia es inú til…”
Parpadeé para contener las lá grimas de rabia. “Será asesinado”.
Olmo no respondió . Sus ojos volvieron al carruaje. Me volvı́ justo a
tiempo para ver a un tercer mé dico entrar en la carretera. Era má s alto
que los demá s, su cuerpo má s delgado y sus ojos anormalmente
pá lidos.
Orithe Willow, jefa de los Mé dicos del Rey.
Elm se sobresaltó a mi lado. "Hauth no deberı́a estar haciendo esto, no
delante de todos". Su cabeza giró . "¿Dó nde diablos está Ravyn?"
Má s adelante, los mé dicos y el niñ o que habı́a entre ellos se unieron a
Hauth. Orithe dobló la longitud de su manga blanca hacia atrá s varios
centı́metros, revelando un artilugio con forma de garra con pú as largas
y furiosas que salı́an de cada uno de sus pá lidos dedos: un dispositivo
hecho para un solo propó sito.
Sangre.
Cuando el Mé dico lexionó los dedos, las pú as de metal hicieron un
ruido metá lico, un siniestro tañ ido que atravesó a la multitud. El niñ o
intentó acercarse a sus padres, pero Orithe le extendió un clavo en la
garganta, obligá ndolo a permanecer quieto.
Una sola gota de sangre cayó del cuello del niñ o. No es una herida
mortal, pero sı́ su iciente para que Orithe Willow lo sentenciara a
muerte.
La voz de Orithe retumbó en el desnudo silencio. “Este niñ o es portador
de la infecció n. Su magia no está autorizada: es peligrosa. Que su
muerte y la muerte de quienes lo albergaron sean una advertencia”,
gritó , con los ojos pá lidos muy abiertos. “No se puede ocultar la
infecció n. Ya sea hoy, mañ ana o en los añ os venideros, descubriremos
cada iebre, cada degeneració n, cada magia no autorizada”.
Hauth levantó su guadañ a sobre su cabeza. “La magia con cartas es la
ú nica magia verdadera. Todo lo demá s es enfermedad”. Golpeó la
Tarjeta tres veces y se volvió una vez má s hacia los prisioneros.
"Nosotros, los de Blunder, os entregamos a la niebla a vosotros que
habé is infringido nuestras leyes". Una sonrisa cruel curvó sus labios.
"Sé cauteloso. Sea inteligente. Sé bueno."
Los prisioneros se volvieron hacia la niebla, con movimientos
irregulares y piernas temblorosas. Por un segundo pareció como si no
quisieran salirse del camino.
Pero no habı́a forma de luchar contra la tarjeta roja.
La mujer avanzó con un grito espeluznante y dio pasos lentos y rı́gidos
hacia el campo. Su marido iba un paso atrá s, mirando hacia atrá s y
gritá ndole a su hijo algo que no pude oı́r.
Sus pies se arrastraban por la hierba muerta. En un minuto, la niebla los
tragarı́a por completo.
El sonido del silbido de Nightmare (el golpeteo de sus garras) vibró en
mis oı́dos, vaciando mi miedo hasta que todo lo que quedó fue rabia.
Cuando las sombras se alarguen, cuando nuestros nombres se conviertan
en polvo, lo que amamos, lo que odiamos, se oxidará. Todo será olvidado,
excepto una verdad, inquebrantable...
¿Qué hicimos cuando se llevaron a los niños?
Mi corazó n se aceleró , mis mejillas ardı́an con lá grimas. "Necesitamos
hacer algo, Elm".
Los ojos verdes del Prı́ncipe estaban ijos en los prisioneros, quienes Se
acercaba cada vez má s a la niebla. Sentı́ un temblor en su brazo, los
mú sculos de su mandı́bula rı́gidos. "No podemos arriesgarnos a que
Orithe te vea", dijo.
"Yo puedo apañ armelas solo." Miré mi vestido rojo, marcado por el
á rbol del huso. “Dame tu capa”.
Los hombros del Prı́ncipe se pusieron rı́gidos. "¿Por qué ?"
Tiré de su manga hasta que se deslizó por su hombro. "Cá mbiame
má scaras".
El Prı́ncipe maldijo en voz baja y se quitó la capa. Cuando me lo puse,
mi vestido rojo desapareció detrá s de los broches, la lana era tan densa
que se tragaba la luz. Tambié n lo era su má scara. Mis dedos temblaron
cuando me lo abroché detrá s de la cabeza.
Elm se volvió y volvió a buscar entre la multitud. Sabı́a a quié n estaba
buscando. Pero no hubo tiempo. Envolvı́ mi mano alrededor de su
brazo, buscando sus ojos verdes. "No necesitas a Ravyn", dije en voz
baja y urgente. “Ese chico es inocente, igual que Emory. Eres el usuario
de magia má s fuerte que he visto jamá s. Tienes una guadañ a”. Mi voz se
endureció . "Debes hacer algo".
Hauth y los Destriers se enfrentaron a la niebla, observando a los
prisioneros, hablando en voz baja. Hauth echó la cabeza hacia atrá s con
una risa aguda y fea.
El sonido de la risa de su hermano rompió algo en Elm. Sus ojos verdes
se entrecerraron, presa de un depredador. Metió la mano en el bolsillo,
sacó su tarjeta roja y murmuró algo en voz baja que no pude entender:
oració n o maldició n.
Un grito ahogado atravesó la multitud. Los Mé dicos se volvieron hacia
la niebla con los ojos muy abiertos; Las espaldas de los Destriers se
pusieron rı́gidas. La risa murió en la boca de Hauth Rowan.
Los prisioneros habı́an dejado de caminar. Se quedaron quietos,
congelados a medio paso, como si estuvieran grabados en piedra,
atrapados en la batalla de los Prı́ncipes: Rowan contra Rowan.
Guadañ a contra guadañ a.
Elm se alejó de mı́. “Manté nganse fuera de la vista”, dijo, con la vista al
frente. "No hagas nada estú pido". Hizo girar la guadañ a entre sus dedos
y avanzó entre la multitud como un actor en un bis, con todo Blunder
en su escenario.
Cuando Hauth vio a su hermano, el verde de sus ojos quedó eclipsado
por el rojo. Su cuello se hinchó y su mano sana estaba cerrada en un
puñ o. "Qué -"
Elm se chupó los dientes. “Demasiado lejos, hermano. Incluso para ti,
esto está demasiado lejos”.
Los mé dicos se acobardaron y ofrecieron a Elm un amplio margen. Me
abrı́ paso entre la multitud muy unida, la Pesadilla espoleaba mis pasos.
Mantuve mis ojos en el chico, que todavı́a estaba en la punta de la
brutal garra de Orithe.
Rojo contra rojo, los Prı́ncipes se enfrentaron frente a su reino. Elm
estaba una cabeza por encima de su hermano, delgado y astuto, su
comportamiento imperturbable contrastaba con el de Hauth, quien
ardı́a de ira lo su iciente por los dos. “Tengo derecho a condenar a los
criminales”, ladró Hauth. “Retira tu guadañ a. Ahora. "
Elm le lanzó una sonrisa a su hermano. Un reto. “No creo que lo haga”.
Linden estaba junto al hombro de Hauth, con la mano en la
empuñ adura. Se abalanzó sobre Elm. Pero antes de que pudiera asestar
un golpe, los ojos verdes de Elm se dispararon hacia é l, enfocados.
Extendió una mano entre é l y Linden, con los dedos extendidos,
murmurando palabras que no pude oı́r.
Linden se detuvo a medio paso y luego, con un grito espeluznante, cayó
al suelo a los pies de Elm. Elm lo miró , con los labios curvados y una
gota de sangre escapá ndose de sus fosas nasales.
La Guadañ a le estaba pasando factura.
La Pesadilla se rió , despiadada. Ten cuidado con el rojo, ten cuidado con
la espada. Tengan cuidado con el dolor, porque se pagará un precio.
Manda lo que puedas, la muerte no espera a nadie. Tengan cuidado con el
dolor, porque se pagará un precio.
Hauth miró ijamente a Linden y luego otra vez a los prisioneros.
Todavı́a estaban congelados, a pocos pasos de la niebla. Me acerqué
sigilosamente a los mé dicos: el niñ o. No tenı́a ningú n plan, só lo el latido
de la sangre en mis oı́dos cuando las garras de Nightmare me
impulsaron hacia adelante.
Hauth abrió la boca, todo su cuerpo en señ al de violencia. Pero antes de
que pudiera hablar, una onda se movió entre la multitud, la rá faga de
color dividida por dos iguras, ambas vestidas completamente de negro,
con las manos en las empuñ aduras de sus espadas.
Ravyn y Jespyr Tejo.
Y fue toda la distracció n que Hauth necesitaba. Golpeó con el codo la
cara de su hermano, haciendo retroceder a Elm y destrozando su
concentració n.
Un grito atravesó a los padres del niñ o, sus pies se movieron una vez
má s, impulsá ndolos hacia la niebla. El niñ o tiró de los mé dicos y un
grito desesperado escapó de sus labios. Me llevé una mano a la boca y
me ardieron los ojos mientras observaba al padre del niñ o desaparecer
de la vista, consumido por el manto gris, y su madre desapareciendo en
la niebla un momento despué s de é l.
Pero sus voces permanecieron, gritos sin palabras que se volvieron
cada vez má s frené ticos a medida que la sal en el aire retorcı́a sus
mentes.
Alguien estaba gritando ó rdenes: Ravyn. Los corceles descendieron de
sus caballos, la mayorı́a de ellos se unieron a Ravyn y Jespyr, y algunos
se reunieron detrá s de Hauth. Escuché el sonido del acero. Pero no me
volvı́ para enfrentarlo. Mi mirada estaba en el chico atrapado entre los
hombres con tú nicas blancas. Estaba cerca ahora, tan cerca que podı́a
ver el sudor en su frente, fusioná ndose con sus lá grimas.
Sentı́ un empujó n enorme. La multitud estalló en un caos. Como ya no
se les ordenaba dar testimonio, hombres y mujeres corrieron en todas
direcciones, desesperados por alejarse de los Destriers y sus luchas
internas. Una mujer me chocó y chocó con mi muñ eca rota. Vi estrellas,
el dolor candente. Pero mis piernas siguieron adelante. Corrı́, clamando
por el monstruo que tanto necesitaba.
¡Ayúdame!
Mis venas ardieron. La Pesadilla saltó hacia adelante, envolviendo mi
mente en oscuridad. Mis pasos se aceleraron y mis ojos se ijaron en
Orithe Willow, quien se giró como si la hubieran llamado.
Chocamos a toda velocidad. Era má s grande que yo: má s ancho, má s
pesado. Pero é l no era má s fuerte que Nightmare. Su cabeza golpeó el
suelo con un ruido sordo, sus ojos muy abiertos y su boca loja. Me
golpeó con su grotesca garra, pero los dedos de acero no me
encontraron; ya me estaba escabullendo.
Una mano me atrajo desde atrá s: un segundo mé dico. Le di un codazo
en el diafragma y cayó sobre la hierba muerta con una tos violenta,
derribando al niñ o con é l. El tercer Mé dico no se acercó , tenı́a los ojos
muy abiertos y las manos temblando. Giró sobre sus talones y echó a
correr, unié ndose al tó rrido caos de la multitud.
El niñ o yacı́a al borde del camino. Trató de levantarse, pero antes de
que pudiera encontrar sus pies, el metal brilló en el aire.
El niñ o gritó , la garra de Orithe Willow atrapó el dobladillo de su tú nica
y lo mantuvo en su lugar. No recuerdo haber saltado hacia adelante. La
oscuridad nubló mis ojos, y al momento siguiente, estaba de pie junto a
Orithe, el taló n de mi zapato chocó con la mandı́bula del Mé dico,
tirá ndolo al suelo.
La tú nica del niñ o se soltó . Tropezó unos cuantos pasos. Cuando su
mirada se posó en mı́, su columna se enderezó .
"Ven conmigo", jadeé , alcanzá ndolo.
Los ojos del chico se entrecerraron, esforzá ndose por ver mi rostro
debajo de mi má scara. Un momento despué s, su mirada se desvió por
encima de mi hombro. Cuando miré hacia atrá s, vi al tercer Mé dico.
Habı́a traı́do un Destrier con é l, su Caballo Negro una rá faga de
oscuridad, sus ojos ijos en mı́.
Tilo.
"Joder", dije justo cuando el chico tomó mi mano. No miré hacia atrá s,
ni hacia Orithe ni a Ravyn. No habı́a tiempo. Antes de que Linden
pudiera alcanzarnos, el niñ o y yo nos lanzamos de cabeza hacia la
niebla.
El calor subió y bajó por mis brazos, la presencia de la Pesadilla a mi
alrededor, como una segunda piel. Respiré hondo y tosı́, la sal en el aire
era espesa. Busqué frené ticamente en el bolsillo de mi falda, mis dedos
se engancharon en el amuleto que ya no necesitaba, y dupliqué el paso.
Linden entró en la niebla detrá s de nosotros, el aire denso
distorsionaba el sonido de su aproximació n, sus pasos cerca y lejos al
mismo tiempo.
Corrimos a travé s de un prado, la hierba humedeció el dobladillo de mi
vestido. Cuando el suelo se inclinaba, mis pies me agarraron, pero no
caı́, má s rá pido y má s seguro que nunca. Detrá s de mı́, el chico estaba
jadeando, con cada gramo de su fuerza reunida para mantener mi
ritmo.
La sal en el aire se pegó a mı́ y me picó los ojos. Mi visió n se volvió
borrosa por las lá grimas. Cuando los borré , el mundo que me rodeaba
desapareció . De repente, el cielo se oscureció y la luz del dı́a quedó
reducida a la nada. Ya no estaba en el prado entre la ciudad y el bosque,
sino en otro lugar. En algú n lugar lleno de sombras largas y
parpadeantes, una extrañ a luz naranja se re lejaba en mi armadura
dorada.
Giré la cabeza. Las llamas lamieron el cielo detrá s de mı́, los muros de
un enorme castillo envueltos en un in ierno. El chico todavı́a estaba
detrá s de mı́, solo que ahora no estaba solo. Má s niñ os corrieron detrá s
de nosotros, sus rostros asustados iluminados por las llamas.
Las palabras se formaron en mi lengua, pero no las pronuncié . Todo lo
que conocı́a era un miedo profundo y debilitante y un impulso de
continuar, de salvar a los niñ os del fuego y del peligro que nos esperaba
si no huı́amos. Fue entonces cuando lo noté : esperando al borde de las
llamas, descansando bajo la sombra de un antiguo tejo.
Una cá mara en el borde del prado, su ú nica ventana oscura, negra e
in inita, invitá ndome a avanzar.
"¡Extrañ ar!"
Tropecé con el dobladillo de mi vestido y caı́ al cé sped. Tosı́,
ahogá ndome con el aire. Cuando miré hacia arriba, el cielo volvı́a a
estar gris, oculto bajo las copas verdes del bosque. Atrá s quedó la
cá mara, el fuego, el humo en el aire. Todo lo que quedó fue el niñ o, con
los ojos muy abiertos mientras me miraba. "Puedo oı́rlos, señ orita".
Busqué dentro de mi mente la Pesadilla. Pero su mandı́bula estaba
sellada, sus orejas puntiagudas se animaban, escuchando. Allí , dijo. ¿Lo
oyes?
Hice. Gritando: la voz de un hombre y una mujer, en lo profundo de la
niebla. Pero no estaban solos. El paso de unas pesadas pisadas sonó de
donde habı́amos venido: el ruido metá lico, la oscuridad siniestra de una
tarjeta Providence del Caballo Negro.
Está cerca , advirtió Nightmare. No puedes dejarlo atrás. No con el chico.
Me puse de pie rá pidamente, presionando mi amuleto en la mano del
chico. “Toma este amuleto para tus padres”, le dije. "Tendrá n que
compartirlo, pero deberı́a despertarlos".
El niñ o parpadeó hacia la pata de gallo. "Pero no tendrá s uno".
"No lo necesito", dije. "El Espı́ritu no dañ a a personas como nosotros".
Veri iqué que mi má scara estuviera segura y los pasos de Linden se
acercaban. "Ve", dije, soltando al niñ o.
Sus pasos sonaban como alas de pá jaro mientras huı́a entre los á rboles.
No lo vi irse. Tenı́a la espalda encorvada y mis oı́dos atentos al sonido
del Destrier. El silbido de la Pesadilla recorrió mi columna,
aturdié ndome, el mundo a mi alrededor se volvió borroso.
Linden salió de la niebla, con su espada apuntando directamente a mi
cuello.
Lo esquivé . Cuando me puse derecho, mis dedos se curvaron, mi ojos
entrecerrados. Mis piernas saltaron hacia adelante, mis pasos eran
poderosos mientras acortaba la distancia entre yo y el soldado del Rey.
Vi el miedo en sus ojos: confusió n y pá nico. Pero no me importó . Estaba
perdida en la magia: la ira de la Pesadilla envolvié ndome.
Le golpeé en la mandı́bula y luego en las costillas. Cayó al suelo, su
espada imprudente mientras me atacaba. Pero bien podrı́a haber
estado atacando a un fantasma. La Pesadilla se movió como un rayo,
retorciendo mi cuerpo. Mi pie chocó con el hombro del Destrier,
inmovilizá ndolo contra el suelo y liberando su espada.
Me incliné sobre é l, con la mano suspendida como una garra. La sal me
picaba la nariz y me ardı́an los brazos. Por un momento, mi mente se
nubló . Olvidé dó nde estaba, por qué habı́a venido. Todo lo que pude ver
fue oscuridad.
Gritos espeluznantes me hicieron regresar. ¡Detener! Lloré , pero ya era
demasiado tarde. Linden yacı́a en el suelo, con las manos hasta el cuello
y la sangre manando entre sus dedos.
Me aparté , atrapado por una amarga rabia. Mis pensamientos
golpeaban contra la ira, la confusió n y el temor de la Pesadilla que se
iltraban en mi mente. ¿Qué hiciste? Lloré .
La Pesadilla no respondió . Pero no era necesario.
Un grito atrapado en mi garganta. Salı́ de la madera, con los pies
inestables, la sombra oscura del Caballo Negro del Destrier se hacı́a
cada vez má s pequeñ a a medida que avanzaba a travé s de la niebla.
No vi al segundo Destrier hasta que choqué contra é l.
Grité y empujé contra el pecho de su tú nica negra, pero é l me agarró
por los brazos. Dijo mi nombre, pero apenas lo escuché , mi mente
atrapada en una corriente revuelta, la presencia de la Pesadilla era tan
fuerte que me dejó estupefacto.
El Destrier me atrajo hacia é l. Cuando miré hacia arriba, vi ojos grises
detrá s de su má scara.
El pecho de Ravyn Yew chocó contra el mı́o. Cuando habló , su voz era
entrecortada. "Elspeth... Elspeth, ¿puedes oı́rme?"
Jadeé y mi respiració n se hizo rá pida y violenta. Las lá grimas cayeron
por mis mejillas, la sal en mis ojos y la magia en mis venas al rojo vivo.
"Respira", dijo Ravyn, alcanzando mi cara. “Está s a salvo ahora. Só lo
respira."
Parpadeé , las llamas de la ira de la Pesadilla todavı́a lamı́an mi mente.
Mi voz se entrecortó y mi respiració n fue super icial y desigual. “El
niñ o, el Destrier, mi magia. Yo… no sé qué pasó ”.
Ravyn se inclinó hacia mı́, su frente apoyada contra la mı́a, su aliento en
mi cara. "Tus ojos son amarillos".
Cerré los pá rpados de golpe. Por favor, vete , le rogué a Nightmare,
sabiendo muy bien que no tenı́a ningú n lugar adonde ir. Escuché el eco
de su risa, sus pasos lentos (sus garras dolorosas) mientras avanzaba a
travé s de mis pensamientos hacia la oscuridad.
Dejé escapar un suspiro y Ravyn me alcanzó . Pero tan pronto como sus
dedos tocaron los mı́os, el Capitá n retrocedió , su mirada congelada en
mis manos.
Cuando miré hacia abajo, mis manos estaban curvadas como garras.
Mis dedos, largos y pá lidos, estaban cubiertos de sangre.
Capítulo veintiséis
La Guardia del Rey no lleva sello. El Caballo Negro es su emblema, su
deber, su credo. Con ello, de ienden las leyes de Blunder. Son las
sombras en la habitació n, los ojos en tu espalda, los pasos en tus calles.
La Guardia del Rey no lleva sello.
Ravyn tomó mis manos y las pasó por su tú nica, la lana negra
absorbió la sangre de mis dedos. Cuando me soltó , escondı́ mis brazos
en mis mangas, apretando mis manos en puñ os para evitar que
temblaran.
La voz de Ravyn era frı́a: sus ojos ilegibles, su columna recta. El
bandolero se habı́a ido. En su lugar estaba el capitá n de los corceles,
una vez má s frı́o y austero. "¿Quié n fue?" dijo, manteniendo la voz baja.
Casi no lo sabı́a. Todo lo que realmente habı́a conocido era rabia, una
rabia que nunca antes habı́a sentido, tan fuerte que, incluso ahora,
dudaba en liberarme. "Otro Destrier", logré , señ alando con la cabeza
hacia el bosque. "Tilo."
Los mú sculos de la mandı́bula de Ravyn se lexionaron. "¿Muerto?"
Mi estó mago se revolvió . "Herir."
“¿Y el niñ o?”
"En algú n lugar del bosque".
El asintió brevemente, con las orejas alerta al viento. "Vienen má s
Destriers", dijo. "Qué date aquı́."
Un momento despué s desapareció , desapareciendo en la niebla.
Todavı́a podı́a oı́rlo, su voz aguda como un cuchillo mientras el sonido
de fuertes pisadas resonaba en el gris, la sombra de dos Caballos
Negros oscureciendo la niebla.
Me quedé quieto, escuchando.
"Mimbre", llamó Ravyn. “Consigue Gorse y Beech y reú ne a los mé dicos.
Ocú pate de que nadie resulte herido en el caos”. Su voz se endureció .
"Alerce. Dirı́gete hacia el oeste, hacia el bosque.
Mi estó mago se retorció , sabiendo lo que nos esperaba al oeste,
arrugado y sangrando bajo los á rboles.
¿Qué hiciste? Lloré en la oscuridad.
Retrajo sus garras, su voz era lenta, ociosa. Lo hicimos juntos. Como
siempre lo hacemos.
¡Yo no quería eso!
Me pediste ayuda. Y lo entregué.
Negué con la cabeza. Eres un monstruo.
Ravyn apareció de nuevo en una rá faga de negro, con sus ojos ijos en
mi rostro. “¿Elspeth?”
Me limpié viejas lá grimas de las mejillas y me estremecı́. El dolor en mi
muñ eca rota rebosaba de una nueva venganza. Me sentı́ mareado,
incapaz de equilibrar los acontecimientos de la ú ltima hora: Hauth y su
condena a los padres del niñ o; la brutal garra de Orithe; Elm y su
guadañ a; la extrañ a visió n mientras huı́a a travé s de la niebla; la mirada
de terror en los ojos de Linden cuando La ira de la Pesadilla se apoderó
de mi cuerpo.
“¿Qué pasó , Elspeth?” é l dijo.
Cerré los ojos y respiré profundamente. "No podı́a permitir que Orithe
llevara a ese chico de regreso a Stone".
Los ojos de Ravyn se dirigieron a mi má scara, mi capa. “¿Te
reconocieron?”
"No me parece. Todo sucedió tan rá pido. Elm... su guadañ a... Hice una
pausa, mi mente segmentada, dividida entre los pensamientos de
Nightmare y los mı́os. Miré al Capitá n de los Destriers. “Liberé al niñ o y
lo llevé a la niebla. Le di mi encanto para que pudiera salvar a sus
padres. Pero el corcel nos siguió . Yo… no tenı́a intenció n de…”
Ravyn esperó . “¿Qué pasa con el amarillo que parpadea en tus ojos?”
preguntó .
"No puedo decı́rtelo", dije, con má s fuerza que antes. "No querrá s tener
nada que ver conmigo si lo hago".
Ravyn exhaló . "Entonces tu estimació n sobre mı́ es menor de lo que
imaginaba". Metió la mano en su bolsillo y encendió la luz burdeos tres
veces.
"¿Qué está s haciendo?"
“Decirle a Jespyr que lleve a Orithe a Linden”. La Tarjeta de Pesadilla en
el bolsillo del Capitá n proyecta extrañ as sombras en su rostro. Despué s
de un momento, sus ojos se cerraron en concentració n y golpeó la
Tarjeta tres veces má s. "Vamos."
Nos apresuramos a subir la colina y atravesamos el prado, nuestro
silencio era tenso. Se oyeron voces en la niebla: dos Caballos Negros
má s movié ndose en la distancia. Los hombros de Ravyn se tensaron,
pero no disminuyó nuestro paso, simplemente se llevó un dedo a los
labios para indicar mi silencio.
No busqué la Pesadilla en la oscuridad. Aun ası́, é l estaba allı́, asomando
como una sombra en cada rincó n de mi mente.
Para cuando Ravyn y yo salimos sigilosamente de la niebla y volvimos a
la carretera principal, el caos habı́a cesado. La multitud habı́a Se fue, se
apresuró a cruzar las puertas de Blunder, la frivolidad del Dı́a de
Mercado muerta hace mucho tiempo.
“Quı́tate la má scara”, dijo Ravyn. Sus ojos recorrieron mi capa, la capa
de Elm. "Eso tambié n. Eres só lo una doncella que quedó atrapada en la
niebla, ¿no?
Asenti. Pero la mentira no borró nada. La sangre estaba en mis manos,
pero la sensació n permanecı́a. Una mancha oscura y amenazadora.
Nos encontramos con un mar negro y rojo: Destriers y Hauth Rowan
agrupados en el borde de la niebla. La voz del Gran Prı́ncipe resonó por
el camino, brutal y fuerte.
Elm se mantuvo apartado de los demá s, con las manos en los bolsillos y
los ojos verdes llorosos. Tenı́a los hombros encorvados y las mejillas
pá lidas. Una ina capa de sudor brillaba en su frente. Me movı́ a su lado,
buscando su rostro.
“Entonces todavı́a estoy vivo”, dijo sin mirarme.
Le deslicé su capa. "¿Y tú ?"
"En buen estado fı́sico." Se llevó la manga a la cara y se secó la nariz.
Cuando se lo quitó , su puñ o estaba oscuro de sangre. "¿El chico?"
“Escapado, por ahora. Linden me alcanzó . Nos peleamos." Apreté la
mandı́bula, temiendo enfermarme. "Es posible que lo haya matado".
Elm me miró y sus ojos tardaron en enfocarse. “¿No deberı́as saberlo?”
Los Destriers se separaron hacia Ravyn, con la cabeza bajada hacia su
Capitá n. Ravyn no les prestó atenció n, con la mirada ija en Hauth.
"¿Qué carajo crees que está s haciendo?" dijo, tan severo que me
estremecı́. —¿Pidiste una ejecució n pú blica el dı́a de mercado? Su voz
goteaba veneno. “¿Sin mi permiso?”
El Gran Prı́ncipe se volvió , con la amplia mandı́bula apretada y las
mejillas en llamas. "Tengo derecho a ejecutar a cualquier persona
culpable de albergar a un infectado..."
Ravyn acortó la distancia entre é l y su primo, su ira no tenı́a rival.
"Tienes derecho a respetar la ley del Rey". é l dijo. "Pero no sin mi
permiso". Bajó la voz, amenazante en los tonos bajos y á speros. “No me
creas sordo a la disidencia que siembras a mis espaldas, prima. Si lo que
quieres es mando” —extendió los brazos, una invitació n— “tó malo”.
Las fosas nasales de Hauth se dilataron. A mi lado, una sonrisa se dibujó
en el rostro cansado de Elm. Tanto é l como Ravyn, y tal vez el resto de
los Destriers, sabı́an que Hauth no se arriesgarı́a contra alguien inmune
a la Guadañ a.
Dado el destello de ira en sus ojos verdes, Hauth tambié n lo supo.
Ravyn se volvió hacia sus hombres. “¿Seguirı́as a un hombre tan poco
dispuesto a aceptar un desafı́o simple?”
Los Destriers no dijeron nada, inmó viles, como si estuvieran tallados en
madera.
Ravyn se burló . “Tu Prı́ncipe es solo eso: un Prı́ncipe. Y vosotros no sois
sus brutos. No perturbará s la paz de Blunder ni obligará s a sus
ciudadanos a presenciar la crueldad. Sois como sombras: silenciosas y
veloces. Bá sicamente, ustedes son guardianes de nuestras palabras.
Cauteloso. Inteligente. Bien. ¿Se entiende eso?
Los Destriers apretaron las empuñ aduras de sus espadas, con los ojos
ijos en Ravyn. “Sı́, Capitá n”, dijeron de acuerdo.
Só lo Hauth permaneció en silencio.
Ravyn se volvió hacia é l. "No te escuché , prima".
Los ojos verdes de Hauth se entrecerraron. "Ni yo tampoco, Capitán ".
Despué s de todo, cuando descubrieron al niñ o y convocaron a los
Destriers, no tenı́amos ó rdenes que obedecer... no aparecı́as por
ninguna parte. Miró por encima del hombro de Ravyn y sus ojos
encontraron los mı́os. "Incluso ahora, tu atenció n parece concentrada
en otra parte".
Ravyn se movió , bloqueá ndome de la vista de Hauth. Por un momento
estuve seguro de que atacarı́a y romperı́a la otra mano de su primo.
Pero el no lo hizo. Se limitó a mirar a Hauth, lixiviando hielo. El Gran
Prı́ncipe le devolvió la mirada hasta que el rojo de su rostro se movió
detrá s de sus ojos. Luego, desarmado ante el silencio inquebrantable de
Ravyn, con las manos apretadas en puñ os, Hauth bajó la mirada.
Ravyn se volvió . “Manté nganse alerta”, ordenó a los Destriers. “No dejen
pasar por las puertas a nadie que no lleve un Caballo Negro o un sello
mé dico sin ser inspeccionado. Continú e con las patrullas. Si encuentran
al niñ o o informan de otra infecció n, encué ntrame en Castle Yew”.
“¿Y si no encuentran al niñ o?” —llamó un corcel.
Ravyn se separó del grupo sin mirar atrá s. “Entonces deja que el
Espı́ritu lo tenga”, espetó .
Lo seguı́ por el camino, Elm siguié ndonos. El cielo se habı́a oscurecido y
las sombras de la puerta se prolongaban mientras cruzamos hacia la
ciudad. Nadie dijo una palabra, el ú nico sonido entre nosotros fue el
golpe de nuestros tacones sobre las calles adoquinadas.
Luego, como si leyera mis pensamientos, Ravyn habló . "Jespyr buscará
al niñ o y a sus padres", dijo, sacando la Tarjeta Nightmare de su bolsillo
y golpeá ndola tres veces. "Tenemos un lugar para niñ os como é l, si
tenemos la suerte de encontrarlos primero".
Me quedé mirando la parte de atrá s de su capa. “¿Has salvado a niñ os
infectados antes?”
“Ese es el objetivo de recoger el Deck”, murmuró Elm detrá s de mı́. “¿O
imaginaste que está bamos cometiendo traició n por reı́rnos?”
Ravyn se detuvo en seco, tan repentinamente que tuve que girar para
evitarlo.
Elm, no tan rá pido, se estrelló contra la espalda de Ravyn. "Arboles...
¿Qué pasa?"
Los ojos de Ravyn estaban cerrados. Un momento despué s, tocó su
Tarjeta Nightmare tres veces má s. “Acabo de hablar con mi padre”.
Abrió los ojos y su mirada se ijó en Elm. “Necesitamos regresar a Castle
Yew. Ahora."
Sin decir una palabra má s, el capitá n de los corceles corrió calle arriba.
Elm y yo compartimos una mirada desconcertada. Un momento Má s
tarde está bamos corriendo, abrié ndonos paso entre las multitudes
restantes del Dı́a de Mercado mientras luchá bamos por mantener el
ritmo vertiginoso de Ravyn.
Corrimos hasta que nos encontramos con Fenir Yew en la plaza. Habı́a
llamado a un carruaje.
“Date prisa”, dijo mientras subı́a. “Thistle dice que se coló por la puerta
despué s de que nos fuimos esta mañ ana, lo que signi ica que escapó
anoche. Si Orithe se entera, no será amable con é l.
"El no escuchará ", dijo Ravyn mientras cerraba la puerta de golpe.
"Estará ocupado durante horas".
Ravyn se acercó al cochero y hizo restallar las riendas. Los caballos
espolearon y el carruaje avanzó dando bandazos, con las cortinas
oscuras corridas sobre las ventanas.
A mi lado, Elm respiraba larga y entrecortadamente. Má s sangre se
habı́a acumulado bajo sus fosas nasales. Lo secó , con una fatiga sin vida
persistiendo en sus hombros, detrá s de sus ojos verdes, el pago por la
magia de la Tarjeta roja.
“¿Alguien va a decirme qué pasó ?” el demando. “¿Quié n se coló por la
puerta? ¿Por qué volvemos al castillo?
La voz de Fenir era grave. "Emory", dijo. "Emory se ha escapado de
Stone".
Capítulo veintisiete
Robar una Tarjeta Providence es un delito perverso. Nadie es
invulnerable a la investigació n del Rey. Nadie es inmune al Cá liz; la
verdad siempre saldrá a la luz. Los culpables pagará n con sangre.
Robar una Tarjeta Providence es un delito perverso.
La lluvia empezó mucho antes de que llegá ramos a las puertas.
Golpeó el techo del carruaje, obligá ndonos a reducir el paso, el cielo
oscuro a pesar de la hora de la tarde.
Cuando el carruaje se detuvo en el umbral de Castle Yew, Ravyn saltó de
su posició n y abrió la puerta. Intenté buscar en sus ojos grises pero se
dio la vuelta, sus pasos ansiosos mientras nos conducı́a al castillo.
Thistle nos recibió en la puerta. "Está en la biblioteca", dijo. "El pobre
chico tiene frı́o hasta los huesos".
Seguı́ a Elm y los Yews, nuestros pasos atronadores mientras subı́amos
corriendo las escaleras.
Las puertas de la biblioteca estaban abiertas. Sentı́ el calor del hogar En
el momento en que entramos en la habitació n, sus llamas altas y recié n
avivadas, convirtieron la lluvia en nuestras capas, cabello y piel en
vapor.
Morette Yew paseaba delante del hogar. Escuché a Fenir suspirar, sus
ojos marrones saltando entre su esposa y el largo banco de madera
cerca de ella, cerca de las llamas.
Un chico de pelo oscuro y algunas pecas en la nariz cobriza descansaba
en el banco. Tenı́a los ojos cerrados y los brazos cuidadosamente
cruzados sobre las mantas que le cubrı́an el pecho, como un cuerpo en
un entierro.
Me quedé mirá ndolo, Emory Yew era tan desconcertante en reposo
como lo habı́a sido la noche del equinoccio.
“Sus labios todavı́a está n azules”, se inquietó Morette, sentada en la
cabecera del banco. "Elm, ayú dame a calentarlo".
Elm buscó en su bolsillo la guadañ a y cerró los ojos, con la sombra del
cansancio prominente en su frente. Aun ası́, la tarjeta roja estaba a sus
ó rdenes. Le dio tres golpecitos y puso una mano sobre Emory. "Siente el
calor, Em", murmuró en voz baja. "Siente el fuego".
“Caminó toda la noche”, dijo Morette en voz baja. "No estoy seguro de si
el Rey sabe que está aquı́".
"Yo me ocuparé de eso", dijo Ravyn, arrodillá ndose al lado de su
hermano. “¿Cuá nto tiempo lleva dormido?”
"Una hora." Morette miró hacia la puerta. “¿Dó nde está Jespyr?”
Ravyn y yo intercambiamos una mirada. "Hubo un incidente", dijo. "Ella
está con los Destriers".
Lentamente, las delgadas mejillas de Emory se sonrojaron. Abrió sus
ojos grises y miró primero a su madre, luego a Ravyn y Elm. "No estoy
muerto", dijo, sonriendo con picardı́a. “Solo dormido. Por ahora."
Elm golpeó las mantas. "Esto no es una broma, Emory Yew", dijo. “No se
puede viajar solo. ¿Qué pasarı́a si te hubieras caı́do del camino o te
hubieras perdido en la niebla? ¿Entonces que?"
“Querı́a volver a casa”. Emory arrugó la nariz. “Pero nadie me aceptarı́a”.
"Eso es porque se supone que no debes irte", dijo Ravyn, con voz
á spera. Cuando Fenir puso una mano sobre su hombro, Ravyn se acercó
al hogar, con los ojos perdidos en las llamas. “Podrı́as haber muerto,
Emory. ¿Có mo pudiste ser tan descuidado?
"Ya me estoy muriendo", replicó Emory. "Al menos de esta manera, es en
mis té rminos".
Sus palabras, aunque dirigidas a Ravyn, me golpearon como un golpe en
el pecho. Emory volvió la cabeza. Se hundió má s profundamente en sus
mantas y me miró ijamente, con las comisuras de su boca hacia abajo.
"¿Quié n es ese?" murmuró .
Los demá s me miraron con el rostro demacrado.
“¿No la recuerdas?” –preguntó Elm.
"Nosotros... ¿Nos hemos conocido antes?"
"Sı́."
El chico entrecerró los ojos. "No puedo distinguir su cara."
Morette me invitó a acercarme con una pequeñ a y triste sonrisa. Ravyn
se hizo a un lado para darme espacio, nuestros cuerpos se tensaron
cuando pasé junto a é l.
Emory me miró . Recordé lo que Elm me habı́a dicho sobre la
degeneració n de Emory: su cará cter cambiante, su pé rdida de memoria.
Mis ojos se abrieron, Nightmare y yo observamos al chico con
fascinació n mó rbida.
"Hola", dije, mi voz parpadeaba. "Soy Elspeth Spindle".
"Huso", dijo Emory. Sus ojos grises saltaron entre Elm y su hermano.
"¿Ella es tu amiga?"
Elm abrió la boca, pero Ravyn respondió primero. "Sı́", dijo, su voz má s
suave que antes. "Elspeth es una amiga".
"Spindle", murmuró Emory. “Arbusto... no, á rbol. ¿Ambos, tal vez?
Sembrado por pá jaros y viento. Viejo, histó rico.” La claridad llenó sus
ojos y se sentó , con las clavı́culas prominentes bajo el cuello de su
tú nica. "Spindle", dijo de nuevo. “Pequeñ o, estacional. Oval, hojas
inamente dentadas que se vuelven amarillas en otoñ o o, en algunas
rarezas, se vuelven de un rojo sangre intenso”. Inclinó la cabeza
mientras me observaba, tan parecido a su hermano mayor en
apariencia y modales que podrı́a haber estado mirando a travé s del
tiempo a Ravyn, diez añ os má s joven.
“Una vez llegué a un patio con un antiguo á rbol tallado entre piedras”,
dijo Emory. “Vi a un hombre severo vestido de rojo y a una niñ a que
siempre llevaba consigo un espejo”. Parpadeó , como si intentara
recordar un sueñ o olvidado hace mucho tiempo. "¿Conoces este lugar?"
“Casa del huso. Solı́a vivir allı́”, dije, estudiando su rostro. “La niñ a no
sostenı́a un espejo: son gemelas. El hombre de rojo es mi padre”.
Se pasó una mano huesuda por la frente. "Huso." Sacó la palabra de su
boca como si estuviera desenrollando un hilo. "Lo siento", dijo. “Mi
memoria vive en una nube estos dı́as”.
"Por favor", dije, sin saber si estaba má s aliviado o desanimado de que
la degeneració n del niñ o me hubiera borrado de su memoria. "No te
molestes".
Emory sostuvo mi mirada. "Eres muy hermosa", re lexionó . “Tus ojos
son tan oscuros, tan in initos”. El pauso. “Como una doncella en un libro
de cuentos. Como si el Rey Pastor te hubiera encerrado é l mismo.
La Pesadilla se rió , provocando que un escalofrı́o recorriera mi
columna. Muerte a su puerta, y el chico todavía te entiende mejor que el
resto de estos tontos.
Apreté la mandı́bula, los horrores del dı́a de mercado aú n estaban
frescos sobre mı́. Callarse la boca. Si alguna vez te preocupaste por mí, te
callarás.
"Elspeth sabe todo sobre el Rey Pastor y el Antiguo Libro de los Alisos ",
dijo Morette, sonriendo a su hijo.
"Y sobre la infecció n", dijo Elm en voz baja.
Emory se inclinó hacia adelante. “¿Sabı́a tambié n, señ orita Spindle, que
los tejos somos descendientes del Rey Pastor?”
Ravyn y Elm suspiraron y pusieron los ojos en blanco. "Otra vez esto
no…"
"¡Es cierto!" Dijo Emory. “La historia del Rey Pastor ya no existe, pero
las historias de Rowan son fascinantes si se leen entre lı́neas. Stone fue
construida por el primer Rey Rowan, lo que signi ica que el Rey Pastor
vivió en otro lugar. No hay otros grandes castillos en Blunder”. Sus
labios se curvaron. "Salva el que está en ruinas aquı́ en Castle Yew".
Ravyn sonrió . “Las ruinas son antiguas, quizá s incluso lo má s antiguo
de Blunder. Aun ası́, lo ú nico que prueba es que, hace cientos de añ os,
aquı́ hubo otro castillo”.
Emory negó con la cabeza. "Pero las ruinas no son lo má s antiguo de
Blunder". El me miró , con un brillo en sus ojos grises. “Los á rboles lo
son. Si el Rey Pastor viviera aquı́, habrı́a tomado el nombre de los
á rboles, como hacı́an todos. ¿Y qué clase de á rboles hay plantados a lo
largo de toda la inca, incluso cerca de las ruinas? Su sonrisa se amplió .
"Sı́".
Me quedé helada. Las ruinas... la cá mara. El los habı́a construido, ası́ me
lo dijo. Pero nunca habı́a dicho su nombre y no quedó constancia de
ello. Nadie lo habı́a pronunciado en quinientos añ os.
Esta vez lo arañ é . Tu nombre nunca aparece en El Libro Antiguo,
susurré , mi voz peinando la oscuridad. ¿Cuál es... tu verdadero nombre?
Me espetó , cruelmente. Mi nombre es ceniza , siseó , perdido en el viento.
Elm soltó una risita. “Y ahora viene la parte de la historia en la que
Emory nos recuerda a todos que mis antepasados vinieron y
destruyeron el castillo del Rey Pastor”, dijo, despeinando el cabello de
su primo.
"Es una suposició n justa", respondió el niñ o. “El linaje Rowan está
impregnado de violencia. Despué s de todo, fueron los primeros en
exterminar a los infectados por arte de magia”.
"Sin embargo, unieron el reino con Providence Cards, ofreciendo a la
gente de Blunder una fuente de magia má s segura", argumentó Elm.
"Matando a todo y a todos los que no se sometieron a sus guadañ as".
"Ya es su iciente, ustedes dos", dijo Fenir. "Esto nunca termina bien".
Elm le guiñ ó un ojo a su joven prima.
Sonó un golpe en la puerta. Todos nos volvimos y vimos a Thistle
balanceando varios cuencos humeantes de comida. “¿Alguien tiene
hambre?”
Los inos olores de sopa, carne y pan llenaron la biblioteca. Morette y
Fenir invitan a Emory a sentarse en una mesa cercana. Cuando el niñ o
se puso de pie, todos dejamos escapar un grito ahogado colectivo, las
mantas cayeron para revelar carne tensa y huesos irregulares. Incluso
Nightmare siseó su descontento al ver al chico, que habı́a perdido peso
incluso en la ú ltima semana desde que lo vi.
¿No le dan de comer en Stone? Yo dije.
La lengua de Nightmare chasqueó contra sus dientes. La comida no es el
problema. Está degenerando. Primero su mente, luego su cuerpo. Su voz
se calmó . Más rápido de lo que imaginaba.
Ravyn se puso de pie y ayudó a su hermano a llegar a la mesa.
"Emory", dijo, con la mandı́bula apretada por la tensió n, "tengo que
llevarte de regreso con Stone".
Emory mantuvo la mirada baja. "¿Tú ?"
Los ojos de Morette estaban hú medos. "Necesita descansar". Su voz se
endureció . "Deja que mi hermano se preocupe".
Ravyn se pasó una mano por la frente. No fue Morette quien se
enfrentarı́a a la ira del rey cuando Emory Yew fue encontrada
desaparecida. Era Ravyn. Pero no dijo nada al respecto. “El puede
quedarse esta noche. Pero mañ ana debo devolvé rselo a Stone”.
"Primero, come", dijo Elm con irmeza, sentá ndose en la silla junto a
Emory. "A todos nos vendrı́a bien un poco de carne en los huesos".
La comida olı́a deliciosa. Pero mi apetito se habı́a ido.
"El jardı́n", dijo Emory, sus dedos temblando a lo largo de la cuchara
mientras tomaba pequeñ os sorbos del cuenco humeante. "Yo quiero ver
los á rboles en el jardı́n”. Su voz vaciló . "Entonces puedes llevarme de
regreso".
Nos sentamos a la mesa y vimos comer a Emory, mientras el resto de
nosotros nos olvidá bamos de alimentarnos. A mi lado, con una postura
rı́gida, Elm fulminó con la mirada a Ravyn al otro lado de la mesa.
Despué s de un minuto completo de silencio mordaz, Ravyn golpeó el
plato con el tenedor. “Arboles, olmo. ¿Qué ?"
"Necesito hablar contigo."
Ravyn señ aló la mesa con las palmas abiertas. "Tienes toda mi
atenció n".
Elm me lanzó una mirada estrecha. "Dudo que."
“Si tienes algo que decir”, gruñ ó Ravyn, “escú pelo. No tengo tiempo para
una de tus rabietas principescas.
La voz de Elm se hizo má s profunda, ardiendo de ira. "Bien. Creo que
eres un tonto, prima”.
Emory se llevó la manga a la boca y ahogó una risa.
La voz de Ravyn permaneció caracterı́sticamente suave. "¿Có mo te
imaginas?"
"Podrı́amos haber estado hoy en Spindle House, robando la Tarjeta del
Pozo", declaró el Prı́ncipe. "Pero insististe en que fué ramos a Market
Street porque querı́as estar cerca de ella ", dijo. "Quien, debo agregar,
estuvo tan cerca de arruinar todo nuestro plan al retorcerse frente a la
maldita Orithe Willow".
Tosı́ en mi vino. “¡Prá cticamente te rogué que fueras conmigo a Spindle
House y encontraras el pozo!”
Elm agitó una mano en mi cara. "No dije que fuera una mala idea, solo
que no era el momento adecuado". Arrugó la nariz. "Y no estaba
dispuesto a darte la satisfacció n de tener una idea semiinteligente,
Spindle".
Querı́a acercarme y retorcerle el largo cuello de Rowan.
Ravyn, al otro lado de la mesa, permaneció en silencio.
"Habrá un in ierno que pagar cuando regresemos a Stone", Elm dijo, su
ira regresando a su primo. “Ella mutiló a un corcel. A mi padre no le
agradarı́a que atacaran su guardia ni que arrestaran fallidamente a un
niñ o infectado. Hizo una pausa y me lanzó otra mirada insensible.
“Cualquiera que sea su magia, es má s que una inclinació n por detectar
Providence Cards. No confı́o en ella”.
"Sı́", dijo Ravyn, cruzando los brazos sobre el pecho. "Eso deberı́a ser
su iciente para ti".
"¿Deberia? ¿No se me permite mi propia opinió n? ¿O todo el mundo se
inclina ante el Capitá n de los Destriers?
"Puedes tener tu propia opinió n", dijo Ravyn. "Pero debes saber que, sin
todos los hechos, suenas como un idiota".
La voz de Elm se hizo má s fuerte. “¿Y qué datos, por favor, me faltan?”
"Querı́a que fué ramos todos al dı́a de mercado para que, si los Ivy
robaban la tarjeta Well Card de Spindle House esta mañ ana, todos
fué ramos contabilizados".
Parpadeé . Al otro lado de la mesa frente a mı́, los rostros de Fenir y
Morette se volvieron severos.
“¿Los Ivy estaban en la casa de mi padre?” Yo dije.
Fenir asintió .
“¿Y cuá ndo planeabas decirme esto?” Gritó Elm. "Cuando te convenı́a,
supongo."
"Me encanta cuando discuten", dijo Emory mientras tomaba la sopa.
"Mantiene latiendo mi pequeñ o y dé bil corazó n".
Fenir se pasó la mano por la barba. "Supongo que los Ivy no
encontraron la tarjeta de pozo".
Ravyn negó con la cabeza.
“Eso probablemente se debió a que no sabı́an dó nde buscar”, grité ,
levantá ndome de mi asiento. “¡Podrı́a haberlos ayudado! Intenté entrar,
pero Elm...
"Veinte personas te habrı́an visto atravesar esa puerta", me respondió
Elm. "Ademá s, el Capitán nos pidió que esperá ramos".
Ravyn miró sin disculparse. "Solo se lo dije a aquellos que eran
imprescindibles para la tarea".
“¿Entonces todos menos yo y la mujer má gicamente perturbada?”
" ¿ Perturbado? " La Pesadilla y yo llamamos a la vez.
"No podemos permitirnos errores, Elm", replicó Ravyn. “¿Y si nos
hubieran visto? Una cosa es robar una carta detrá s de una má scara de
bandolero. Pero entrar en la casa de un hombre (robar a la luz del dı́a)
es un riesgo que no podemos permitirnos. A menos que crea que tiene
el valor de resistir una investigació n.
El ceñ o de Elm se hizo má s profundo y su boca se apretó en una lı́nea
larga e infeliz.
De repente, el aire en la biblioteca se sintió enrarecido. “¿Realmente
habrı́a una investigació n?” Yo pregunté . “¿Incluso si no nos pillaran en
el acto?”
Los labios de Morette se arrugaron en una mueca. “El robo de tarjetas
es imperdonable. Mi hermano pone la retribució n total en manos del
propietario de la Tarjeta perjudicada. Cualquiera, sin importar su
posició n, podrı́a ser interrogado”. Ella hizo una pausa. “Se presenta una
Carta del Cá liz”.
Ravyn le lanzó a Elm una mirada penetrante. "Y es muy difı́cil engañ ar a
un Cá liz".

Jespyr regresó al anochecer. El niñ o infectado y sus padres no fueron


encontrados. Linden estaba vivo. Justo. Sus pasos eran lentos y se
notaba una cojera en su andar. Rodeó a Emory con sus brazos en un
abrazo largo y irme y nos dio las buenas noches a todos.
Emory fue el siguiente en pedir sueñ o, y Morette estaba sentada en una
silla grande junto a su cama, en vigilia nocturna. Fenir, Ravyn, Elm y yo
nos mudamos al saló n, y Thistle aparecı́a de vez en cuando para llenar
nuestras copas.
El vino me calentó el pecho y me quedé mirando el fuego. Luchando
contra el impulso de mirar a Ravyn, que estaba sentado frente a mı́ con
practicada suavidad. Cuando cedı́ y miré en su direcció n, é l me estaba
mirando, sus ojos grises ilegibles, su mano raspá ndose la barba
incipiente a lo largo de su mandı́bula.
No sabı́a dó nde está bamos el Capitá n y yo. La violencia del Dı́a de
Mercado habı́a tomado la cosa frá gil y silenciosa que nacı́a entre
nosotros y la habı́a arrojado nuevamente a las sombras. Sostuve su
mirada, buscando grietas en su inquebrantable suavidad. Añ orá ndolos.
Elm levantó la vista de su segundo vaso y sus ojos verdes pasaron de
Ravyn a mı́. "Malditos á rboles", murmuró , levantá ndose de su silla. Sin
darle las buenas noches, cogió la jarra de vino de la mesa y salió del
saló n.
Fenir no perdió la señ al. Se aclaró la garganta. "Bueno, eso es su iciente
para mı́", dijo, saliendo arrastrando los pies de la habitació n,
dejá ndonos solos al Capitá n de los Destriers y a mı́.
Los ojos de Ravyn no abandonaron mi rostro. Pero no pude leerlos. Y
me dolı́a, en algú n lugar entre mis pulmones y mi esternó n, saber que é l
estaba protegié ndose a mi alrededor una vez má s. Mis dedos temblaron
a lo largo del tallo de mi copa. “¿Quiso decir lo que dijiste?” Pregunté ,
coincidiendo con su mirada. "¿Confı́as en mı́? ¿O simplemente estabas
haciendo un espectá culo para tu prima?
Ravyn tocó el borde de su copa. "¿Qué te hace pensar que estaba
haciendo un espectá culo?"
“No, no hagas eso”, dije. Algo ardı́a detrá s de mis ojos. Lo aparté . “No
respondas una pregunta con una pregunta. Estoy cansado de eso”.
El arqueó una ceja, incliná ndose hacia adelante en su silla. “¿Có mo
quieres que hablemos, Elspeth?”
Aparté la mirada y se me hizo un nudo en la garganta. Los mú sculos
encima de mi frente se tensaron, manteniendo a raya todo lo que aú n
no le habı́a contado. "Quiero que seamos honestos", susurré . Presioné
mi mano para mi cara, pero ya era demasiado tarde; habı́a visto las
lá grimas en mis ojos, el levantamiento de mi frente. El miedo.
La Pesadilla surgió de la oscuridad y su voz acarició mi oı́do. No debes
tener miedo. Su voz estaba resbaladiza por el aceite. La magia viene
para todos nosotros.
¡Irse! Lloré .
No se puede deshacer lo que ya comienza. Hizo una pausa, su voz
serpenteante mientras pasaba por mis oı́dos. No se puede borrar la sal
del estruendo. Pero si no me dejas salir... debes dejarlo entrar.
Cerré mis ojos. "Estoy degenerando, Ravyn".
Escuché su fuerte inhalació n, luego el ruido metá lico de la plata cuando
su copa golpeó la bandeja. El estaba fuera de su asiento y se arrodilló a
mi lado en un suspiro, con una mano en el brazo del silló n y la otra en
mi rodilla. “Dime”, dijo.
“Es por eso que ataqué al Destrier, por eso Elm no confı́a en mı́. Estoy
cambiando. No como eres tú , ni como es Emory, pero igual de seguro.
Lo sentı́ por la Pesadilla, pero é l se habı́a quedado inquietantemente
silencioso. "Y se me está acabando el tiempo".
“¿Se lo has dicho a Filick?”
“No hay nada que pueda hacer, Ravyn. Nadie puede hacer nada”.
Su mano en mi rodilla se apretó . "¿Qué clase de degeneració n, Elspeth?"
Negué con la cabeza. “Nunca he hablado de eso”, dije. Cubrı́ mis ojos con
mi mano. "No puedo."
Una lá grima caliente se deslizó por mi mejilla y se sumergió en el
pliegue de mi boca. Ravyn se lo secó con el pulgar. Se acercó má s.
"Todos tenemos secretos que estamos obligados a guardar, Elspeth",
murmuró . Levantó mi barbilla. Cuando abrı́ los ojos, su mirada se posó
en la mı́a. "Confı́o en ti. Está s a salvo conmigo. La magia, o algo má s, nos
está uniendo. Só lo dos Tarjetas má s”, dijo, rozá ndonos las puntas de la
nariz. "Y entonces será s libre".
Querı́a creerle, sentirme segura, como si estuviera en sus brazos. antes
ese mismo dı́a. Querı́a que borrara el mundo entero, protegié ndome de
todo y de cualquiera que pudiera hacerme dañ o. Aun ası́, ni siquiera la
inmensidad de los brazos de Ravyn Yew, el calor de su piel, los
mú sculos bajo su ropa, podı́an mantenerme a salvo de mı́ mismo.
Pero estaba má s que dispuesta a perderme en su toque, só lo para estar
segura.
Lo alcancé , mi mano ahuecó su nuca, acercando su boca a la mı́a. Dejó
escapar un suspiro que se convirtió en un gruñ ido. La mano en mi
barbilla descendió hasta mi cuello, su pulgar presionó ligeramente
contra el hueco de mi garganta.
La silla crujió en señ al de queja cuando Ravyn empujó hacia mı́, nuestro
beso casi frené tico. Su otra mano subió por mi pierna y sus dedos se
clavaron en la tela de mi vestido. Cuando agarró la suave piel de mi
muslo, dejé escapar un grito ahogado.
Se echó hacia atrá s, con las pupilas muy abiertas y la boca hinchada.
“¿Es esto... quieres que pare?”
"No", dije reclamando su boca nuevamente. El vino, la luz del fuego y la
desesperada necesidad de escapar de mi propio destino se mezclaron
en una bebida embriagadora. Encendió en mı́ un fuego que nunca habı́a
atendido, salvaje, sin restricciones.
Querı́a que me quemara en pedazos, que él me quemara en pedazos.
Un fuerte ruido sonó en algú n lugar fuera de la puerta del saló n,
seguido por el eco de unas pisadas rá pidas, cercanas y luego lejanas.
Thistle, que sin duda venı́a a rellenar nuestro vino, se escabulló a toda
prisa.
Ravyn maldijo en voz baja. Agarró mis caderas y me sacó de la silla.
Cuando nos levantamos, se ajustó el jubó n y su voz fue un murmullo
bajo. "Ven conmigo."
Su habitació n estaba al inal del mismo pasillo que la mı́a, sin llave. La
abrió y me hizo pasar, su mano rozando la parte baja de mi espalda.
El olor a clavo, a cedro, a papel y a cuero llegó hasta para mı́. Su
habitació n era una avalancha de aromas: hierbas secas, estantes llenos
de libros, madera recié n cortada para la chimenea, madera de cedro en
diversas formas esparcidas por el suelo, algunas medio talladas, otras
talladas a la perfecció n. La ropa fue arrojada sin rumbo, arrugada en las
esquinas y arrojada sobre los lomos de los muebles. Su cama era grande
y estaba deshecha, con el pesado edredó n empujado hasta los pies del
colchó n, como si le hubieran dado una patada allı́. Desordenado, cá lido:
un caos suave. El tipo de caos que vivı́a en marcado contraste con el
pé treo y controlado Capitá n de los Destriers.
Y me lo estaba mostrando.
Ravyn cerró la puerta detrá s de nosotros y se apoyó contra ella, largas
sombras bailando en su rostro, la chimenea era la ú nica luz en la
habitació n. "Mentirı́a si dijera que no siempre fue tan desordenado".
"Me gusta", dije, mis ojos se detuvieron un momento demasiado en la
cama.
Fue discordante pasar de tener las manos llenas de é l a esto: é l contra la
puerta, yo en medio de la habitació n, sin saber qué decir o dó nde mirar.
Me puse una mano en la mejilla para estabilizarme, pero tuvo el efecto
contrario. El contacto de mi propia piel me hizo pensar en sus manos
á speras y callosas, tirando de mı́.
Ravyn me miró , el hilo invisible tiraba de la comisura de su boca. "¿Es
esto lo que quieres, Elspeth?"
Me apoyé en el poste del armazó n de su cama. "¿Qué crees que quiero,
Ravyn?"
Sus ojos se entrecerraron peligrosamente. Empujó la puerta y vino
hacia mı́. "Pensé que no está bamos respondiendo preguntas con
preguntas".
Me dolı́a decir lo que querı́a en voz alta, como lexionar un mú sculo
poco trabajado. Querı́a hacer una broma, ser tı́mida, burlarme de é l,
cualquier cosa que me impidiera sentirme vulnerable y expuesta, y que
la distancia entre nosotros se cerrara rá pidamente.
Pero ya le habı́a ocultado demasiado de mı́. Al menos en esto puedo ser
sincero. Me senté en la cama. Con mi mano buena, me retorcı́ la falda, la
tela se arrugó cuando la subı́ y la pasé por encima de mi rodilla, el
temblor en mi voz me traicionó . "Yo quiero estar aquı́. Contigo."
Fue difı́cil quitarse el jubó n con una sola mano. El me ayudó , se inclinó
sobre mı́, su boca sobre la mı́a. Despué s del jubó n vino su tú nica,
rasgada sobre su cabeza y arrojada sobre la pila de ropa desechada.
Pasé mi mano por los mú sculos tensos de su pecho, su estó mago,
detenié ndome justo debajo de su ombligo.
Se estremeció y se echó hacia atrá s, deslizando sus manos por mis
piernas, empujando mi vestido hasta que se sentó en el pliegue de mis
muslos. Sus dedos se engancharon en mis mallas de lana, bajá ndolas
desde mi cintura sobre mis curvas, tan lento que quise gritar, su boca
un paso atrá s. Su vello facial arañ aba la parte interna de mi muslo, mi
rodilla, mi pantorrilla. Cuando me quitó las mallas y las arrojó sobre la
pila de ropa en el suelo, sus manos regresaron a mis muslos.
Mi respiració n era rá pida, demasiado super icial. De repente me sentı́
con inada por mi vestido, mi corpiñ o me apretaba demasiado y me
inmovilizaba de la manera equivocada. Abrı́ los cordones, mis dedos
torpes y salvajes cuando el largo cordó n carmesı́ me soltó .
El vestido se abrió . Respiré profundamente, luego otro, mi pecho se
apresuró mientras subı́a y bajaba, cubierto ahora só lo por una ina
camisola.
Las manos de Ravyn se movieron hacia mis caderas, su mirada recorrió
la curva de mi cuerpo. Me miró a los ojos, me besó fuerte y tiró de mı́
hasta la cabecera de la cama. "¿Puedo besarte?"
Mi voz tembló . "Un poco tarde para preguntar, ¿no?"
"No en tu boca, Elspeth". Sus ojos se volvieron malvados mientras se
arrodillaba, besando el interior de mi pierna, las puntas de sus dientes
rozando mi piel. Con un aliento agudo Empujó mis muslos para
abrirlos, lo su iciente como para acomodar sus anchos hombros. "Aquı́."
Me tapé la boca con una mano y me dejé caer en la cama, sin aliento,
atrapada entre un suspiro y una maldició n. El dolor en mi estó mago
descendió , el color á mbar caliente mientras se enroscaba, sin tacto.
Cierro los ojos. "Sı́", dije, dejando caer mis dedos en su cabello.
Ravyn suspiró dentro de mı́, sus manos en mis caderas apretá ndose,
abrazá ndome a é l. Cuando me besó debajo de la falda, mi dolor
respondió , zarcillos de calor anudá ndose una y otra vez en lo má s
profundo de mi interior.
No tenı́a prá ctica en vivir fuera de mi mente. Pero aquı́, inmovilizada en
la cama de Ravyn Yew, con su toque abrasando mi piel, estaba viva só lo
en mi cuerpo, como si estuviera asomada a una ventana abierta en la
torre má s alta de Spindle House. Lo sentı́ en mi estó mago, en las palmas
de mis manos, en las plantas de mis pies. Y con cada beso, cada
movimiento de su lengua, Ravyn estaba desmoronando la ventana,
empujá ndome hacia una inevitable y ruinosa caı́da.
No me dejó caer de inmediato. Por sus suspiros, los gruñ idos ahogados
y satisfechos, se estaba tomando su tiempo conmigo. Destruyé ndome.
"No pares", dije, cerrando los ojos con fuerza.
Lo sentı́ gemir y luego caı́, liberada de la ventana, cayendo por la torre,
cada parte de mı́ atrapada en la caı́da. Grité , tirando de su cabello,
lexionando las piernas y curvando los dedos de los pies.
Se inclinó sobre mı́ y sonrió , como si supiera exactamente cuá n
profundamente me habı́a destrozado. Su mano se deslizó desde mi
estó mago hasta mi pecho, presionando sobre mi pecho, justo encima de
mi corazó n. Se inclinó y sus labios rozaron los mı́os. "Tu corazó n está
acelerado", dijo con una sonrisa.
De alguna manera terminamos en el suelo, amontonados entre sus
pertenencias, enredadas unas con otras. Con la ropa desechada hacı́a
mucho tiempo, atrapé a Ravyn con mi cuerpo, inmovilizá ndolo contra la
alfombra, tomá ndome mi tiempo con é l. Al principio me dejó , cediendo
el control, con las manos agarradas con fuerza a lo largo de mis caderas
y el ceñ o fruncido.
Pero ni siquiera é l, con su abundante moderació n, pudo contenerse por
mucho tiempo.
Me puso boca arriba con un movimiento luido, sin romper nunca
nuestro toque. Sus labios encontraron mi cuello, y cuando presionó má s
profundamente que antes, dejé escapar un suspiro abrupto.
Mi nombre era una señ al en sus labios, un trueque, como si se estuviera
entregando por completo a mı́ só lo por decirlo. "Elspeth." Presionó su
frente contra la mı́a y su respiració n se aceleró . "Joder, Elspeth."
Nos tumbamos en el suelo, deshechos, y contemplamos el fuego con
ojos pesados. Ravyn pasó un dedo por mi columna y tracé las lı́neas de
su garganta, su mandı́bula, su frente, su nariz aguileñ a. Cuando ya no
pude mantener los ojos abiertos, me levantó del suelo y me llevó a la
cama, envolvié ndonos a ambos en la gruesa colcha. Presioné mi cabeza
contra su pecho, perdida por el sonido de los latidos de su corazó n
contra mi oreja. Se prolongaba una y otra vez, un latido eterno, una
promesa falsa.
Como si todos mis males desaparecieran si permanecı́a allı́, desnuda,
junto a é l.
Como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Capítulo veintiocho
Las tarjetas Providence no tienen edad.
Su magia no se desvanece.
No se pudren con el tiempo.
No pueden ser destruidos.
Las tarjetas Providence no tienen edad.
Salı́ de la cama de Ravyn al amanecer, con cuidado de no
despertarlo. Busqué furiosamente entre la ropa del suelo mi vestido,
pero só lo encontré mi camisola. Podrı́a haber buscado má s si Ravyn no
se hubiera movido detrá s de mı́, murmurando algo en un gruñ ido bajo.
Me congelé , pero é l todavı́a estaba dormido, descansando boca abajo,
su ancha espalda subı́a y bajaba en respiraciones largas y tranquilas.
Deslicé mi camisola sobre mi cabeza y caminé de puntillas por el
laberinto laberı́ntico de su suelo.
La puerta de su habitació n era vieja y pesada. Del tipo poco con iable
que tan a menudo chirriaba sobre sus bisagras. Contuve la respiració n y
tiré suavemente, y la puerta me recompensó con só lo un gemido bajo.
Me deslicé hacia el pasillo y lo cerré detrá s de mı́, soltando una
exhalació n triunfante.
Espero que sea una velada agradable.
Me di vuelta, con el corazó n en la garganta.
Jespyr estaba unas puertas má s abajo, ya vestida para el dı́a con el color
negro Destrier. A pesar de la tenue luz y de que las antorchas del pasillo
aú n no estaban encendidas, no habı́a forma de confundir la amplia y
tortuosa sonrisa plasmada en su rostro.
Crucé los brazos sobre el pecho, mi camisola dolorosamente
transparente. "Me asustaste."
"Lo siento", dijo, sin parecer arrepentida en absoluto. Ella me miró de
arriba abajo y sus ojos se posaron en el desorden de mi cabello. "Te
ves... bien descansado".
"Gracias", dije, pasando junto a ella. Me detuve en mi puerta. "Tú ... no
escuchaste nada, ¿verdad?"
Ella apretó los labios. "¿Có mo qué ?"
"Nada. No importa. Nos vemos en el desayuno.
Entré en mi habitació n, el ruido sordo de su risa siguié ndome.
La chimenea del gran saló n estaba encendida y el desayuno sobre la
mesa. Morette y Fenir se sentaron con Emory, en voz baja mientras lo
engatusaban con mollejas y caldo de huesos. Me saludaron con su
amabilidad habitual y tomé asiento junto a Jespyr, las manzanas de sus
mejillas se curvaron cuando me senté .
"¿Qué ?" Dije entre dientes.
Ella sonrió a sus huevos. "Nada."
Elm se unió a nosotros a continuació n, su cabello castañ o rojizo
catastró ico, agitá ndose en todas direcciones como si hubiera dormido
en medio de una tormenta de viento. Aterrizó en su silla con un ruido
sordo y bostezó mientras miraba hacia la mesa. “¿No hay Ravyn?”
El tenedor de Jespyr raspó su plato. Le lancé una mirada asesina.
Thistle entró en la habitació n con una barra de pan recié n hecha. Detrá s
de é l, de nuevo con su ropa de Destrier, venı́a Ravyn.
El calor subió por mi cuello. De repente, estaba muy preocupado con mi
plato.
"Huele increı́ble", dijo Ravyn, acariciando la espalda de Thistle. Llegó
detrá s de sus padres y de Emory, robando una rebanada de pan del
plato de su padre. Pasó junto a Elm, despeinando el cabello revuelto de
su prima antes de tomar asiento.
Todos lo miraban con las cejas levantadas. Cuando levanté la vista, la
mirada de Ravyn estaba sobre mı́, con la boca hacia arriba y los dientes
tirando de su labio inferior. "Mañ ana."
Parecı́a estú pidamente guapo, engreı́do hasta las botas. Me escondı́
detrá s de mi taza de té . "Mañ ana."
A su lado, el rostro de Elm se contrajo en una mueca. "¿Qué diablos te
pasa?"
Ravyn tomó un bocado de pan y se reclinó en su silla. "¿Qué quieres
decir?"
"Está s sonriendo ". Elm miró por encima de la mesa. “¿A nadie má s le
parece increı́blemente desconcertante?”
Los hombros de Jespyr temblaron. Se llevó una servilleta a la boca y la
risa salió de ella. "Le dijimos que deberı́a sonreı́r má s, ¿no?"
Le di una patada debajo de la mesa, lo que só lo la hizo reı́r má s fuerte.
Frente a nosotros, los ojos de Elm se entrecerraron, saltando de Jespyr
a Ravyn y luego a mı́. Cuando notó el rojo ahogado en mi cuello, junto
con la sonrisa descarada en el rostro de Ravyn, hizo un sonido crudo y
dejó caer el tenedor en su plato. "Y ası́, perdı́ el apetito".
Al pie de la mesa, Emory tosió . Cuando se llevó un pañ o a la boca, é ste
volvió rojo. Sus toses resonaron por el pasillo, robá ndonos las sonrisas,
el ambiente inmediatamente se volvió sombrı́o, todos recordando a la
vez.
Emory tuvo que regresar con Stone hoy.

Jespyr fue a preparar el carruaje mientras el resto de nosotros


caminá bamos por el jardı́n con pasos pesados. La lluvia del amanecer
se habı́a convertido en una suave neblina, pero la hierba habı́a crecido
demasiado. No pasó mucho tiempo antes de que mis botas y el
dobladillo de mi vestido verde se oscurecieran por el agua.
Emory querı́a ver los á rboles del jardı́n antes de regresar a su jaula
dorada en el castillo del Rey. Caminó delante de nosotros, con sus ojos
grises muy abiertos mientras deambulaba a travé s de la niebla. Detrá s
de é l, Elm envolvió su amuleto de crin alrededor de sus nudillos, con la
mirada ija en su joven primo.
Ravyn y yo ı́bamos un paso atrá s, lo su icientemente separados como
para no tocarnos, pero lo su icientemente cerca como para sentir ese
cable invisible que nos unı́a. La sal me picó la nariz cuando el viento se
levantó , el aire frı́o rozó mis mejillas mientras varios mechones de
cabello oscuro volaban por mi cara.
El dorso de la mano de Ravyn rozó la mı́a. "Me alegro de que puedas
verlo como su verdadero yo", dijo, asintiendo con la cabeza hacia
Emory. "Ya no tiene muchos dı́as como este".
¿Alguien?
Salté , la voz de Nightmare me sobresaltó . No lo habı́a escuchado desde
el dı́a anterior. Tontamente, me habı́a permitido deleitarme con su
ausencia, ingiendo que mi mente me pertenecı́a só lo a mı́.
El agua de lluvia goteaba de los á rboles sobre nosotros, mojá ndome la
cabeza y los hombros. Podı́a oler el agua en la capa de lana de Ravyn.
Me rodeó con un brazo y me llevó debajo del mismo sauce bajo el que
me habı́a escondido. "¿Está s bien?" preguntó , apartá ndome el cabello
hú medo de la cara. "Ya no estabas cuando me desperté ".
Me incliné hacia é l. "Querı́a dejarte descansar".
Me besó y sus dedos se enredaron en el pelo de mi nuca. "No quiero
descansar, Elspeth", murmuró en mis labios. "Te deseo."
Estaba en su calidez, su cuerpo protegié ndome de la brisa otoñ al de
Blunder que atrapaba las cañ as del sauce. Mis brazos encajaron
perfectamente alrededor de su cintura y los envolvı́ allı́, contenta de ser
abrazada, besada y arrastrada por el viento.
Una tos pequeñ a y puntiaguda resonó cerca. Emory nos miró a travé s
de las ramas del sauce, con los labios curvados en una sonrisa traviesa.
"Los encontré ", llamó a Elm. “Se estaban besando”.
Me sonrojé hasta las raı́ces, escondiendo mi rostro en la capa de Ravyn.
El sonrió tı́midamente, tomó mi mano y nos llevó de regreso al jardı́n.
Elm y Emory nos esperaron en el camino, con los brazos cruzados
sobre el pecho. Elm puso los ojos en blanco. “Arboles, lo entendemos.
No hay necesidad de restregá rnoslo en la nariz”.
"Qué pena", suspiró Emory, siguié ndome con los ojos. “Aquı́ estaba yo,
pensando que ella vendrı́a a besarme. Ası́ es como va el cuento de
hadas, ¿no? Una hermosa doncella salva a un niñ o enfermo con un beso;
el niñ o sana milagrosamente y libera al reino de la magia oscura”.
"Casi", dijo Elm, sus ojos verdes parpadeando hacia mı́. "Excepto que,
en este cuento de hadas, la doncella tiene sangre en las manos".
Sabı́a lo que tenı́a que hacer. Dejando a Ravyn y Elm discutiendo detrá s
de mı́, me apresuré hacia adelante, con una zarza familiar
extendié ndose para engancharme el cabello. "Emory", llamé . "Esperar."
El chico de ojos grises se demoró bajo un gran tejo, pasando los dedos
por las ramas retorcidas. Cuando se volvió hacia mı́, la comisura de su
labio se curvó en una media sonrisa. "¿Sı́?"
Luché con las palabras. Hú medo, mi cabello se pegaba a los lados de mi
cara. Cuando lo aparté , mi nariz se llenó de sal. "Necesito preguntarte
algo", dije, mirando por encima de mi hombro.
"¿Algo que no deseas que mi hermano y mi prima escuchen?"
Mis ojos pasaron má s allá de é l. Má s allá de las ramas del tejo, yo Capté
las formas amenazantes de las ruinas de piedra. Allı́, enclavada en la
niebla debajo de un gran tejo, se encontraba la cá mara, y la oscuridad
ijada en su ventana me atrapaba.
"Necesito tu magia, Emory", dije, con la voz temblorosa. "Necesito que
me toques de nuevo".
La voz de Nightmare atravesó mi mente. ¿Así es como descubres mis
secretos, Elspeth Spindle? ¿Los robas?
"¿De nuevo?" Dijo Emory.
Ya sabes la verdad. Su gruñ ido inundó mi mente. Te he contado la
historia.
Me concentré en el rostro de Emory. “No lo recuerdas, pero tocaste mi
brazo en Equinox. Me dijiste cosas sobre mı́ que nunca le habı́a contado
a nadie. Viste dentro de mi mente”. Mis ojos ardieron por las lá grimas.
“Quiero que mires de nuevo, Emory. Por favor. Necesito saber quié n o
qué es realmente.
"¿El?" Preguntó Emory, extendiendo la mano para tomar mi mano.
"Verá s."
Cuando nuestras manos se entrelazaron, Emory cerró los ojos. Sus
dedos se lexionaron alrededor de los mı́os y, cuando habló , su voz era
extrañ a, como atrapada en un frasco: cercana y lejana al mismo tiempo.
"Te veo, Elspeth Spindle", dijo. “Veo a una mujer con cabello largo y
negro y ojos color carbó n. Veo una mirada amarilla entrecerrada por el
odio. Veo oscuridad y sombras”. Sus labios temblaron. “Y veo tus dedos,
largos y pá lidos, cubiertos de sangre”.
"¿Qué otra cosa?" supliqué . “¿Ves al Rey Pastor? ¿El hombre de la
armadura dorada?
Emory sacudió la cabeza y arrugó el ceñ o en señ al de concentració n.
“Veo una criatura, enroscada alrededor de tu columna vertebral, como
si estuviera entretejida en ti”.
Un escalofrı́o se envolvió alrededor de mi garganta. "¿Cuá nto tiempo
tengo hasta que é l se haga cargo de mı́ por completo?"
Los ojos de Emory se pusieron en blanco detrá s de sus pá rpados. “No
mucho, Elspeth Spindle. Está cerca”.
Intenté retirar mi mano, pero Emory se aferró a ella y su voz se
entrecortaba. “El tiene corazonadas, no de animal, no de hombre, sino
algo intermedio. Está de pie en la habitació n que construyó para el
Espı́ritu del Bosque, encaramado sobre una piedra alta y oscura”. El
rostro de Emory se contrajo, sus rasgos contorsionados por el miedo.
"El susurra algo."
"¿Que dijo?" Pregunté , con el corazó n en la garganta.
La mano de Emory tembló . Cuando habló , su voz era extrañ a,
resbaladiza. “Habı́a una vez una muchacha”, dijo, “inteligente y buena,
que se quedó en la sombra en las profundidades del bosque. Tambié n
hubo un rey, un pastor con su cayado, que reinó sobre la magia y
escribió el libro antiguo. Los dos estaban juntos, por lo que los dos eran
iguales…”
No hizo falta que dijera el resto. Lo sabı́a de memoria.
“La niñ a, el Rey…” respiré .
La voz de Nightmare atravesó mi mente. Y el monstruo en el que se
convirtieron.
Los ojos de Emory se abrieron de golpe, todo el color desapareció de su
rostro. "Tus ojos", jadeó , mientras las lá grimas corrı́an por sus mejillas.
"Son amarillos".
Aparté la mirada y parpadeé furiosamente.
"¿Qué fue eso?" Preguntó Emory, su voz todavı́a entrecortada. "Fue
como sacado de un sueñ o terrible".
"Oh, Emory", dije, de repente lleno de culpa. Era tan joven, tan agobiado
por su propia degeneració n. Poner mis propias preocupaciones en sus
manos habı́a sido má s que egoı́sta: habı́a estado mal.
"Lo siento mucho", dije. "No deberı́a haberte hecho eso".
Má s allá del tejo, oı́ crujir a los demá s. "Emory", llamó Ravyn. "Es la
hora."
Me volvı́ hacia Emory con una mirada suplicante. "No dirá s nada,
¿verdad?"
El chico intentó sonreı́r. "No te preocupes", dijo, secá ndose las lá grimas
de los ojos. “Lo olvidaré por la mañ ana. Ese es misericordia de mi
degeneració n. No recuerdo mis pesadillas”. Soltó mi mano, sus ojos
grises con tristeza. “Adió s, Elspeth Spindle. Sé cauteloso. Sea inteligente.
Sé bueno."
Cuando nuestros dedos se separaron, sentı́ la mano frı́a. Querı́a
alcanzarlo de nuevo, decirle que el cuento de hadas era cierto y que de
alguna manera podı́a curarlo. No con un beso, sino con las Cartas, las
doce recogidas, un medio para salvarlo... para salvarme a mı́ misma.
Pero me habı́a cansado de ingir. Ası́ que no dije nada, mi columna se
encogió cuando las garras de Nightmare se enroscaron a su alrededor.
Capítulo veintinueve
No hay escapatoria de la sal. La magia está en todas partes: eterna. Para
el Espı́ritu de la Madera, el exactor del equilibrio, nuestras vidas no son
má s que una mariposa: fugaz. La magia está en nuestro nacimiento. Ası́
tambié n será en nuestra muerte.
No hay escapatoria de la sal.
Los niñ os me siguieron con los ojos muy abiertos por el miedo.
Corrimos, perseguidos entre zarzas, con la ropa enredada en las ramas
bajas de los tejos sin podar. El cielo estaba negro y la luna creciente
estaba enmascarada por el humo. Cuando llegamos a la cá mara de
piedra al borde del bosque, saqué a los niñ os por la ventana uno por
uno.
Alguien ya me estaba esperando en la cá mara, iluminada por la luz roja
de su Guadañ a. El dolor quemó cada uno de mis huesos, y cuando tosı́,
la sangre salpicó mis largos y pá lidos dedos.
Caı́, envuelto por la tierra. El fuerte olor a sal me picó los ojos y la nariz
hasta que el mundo que me rodeaba desapareció por completo en una
oscuridad frı́a y aislante.
Grité , mis dedos de manos y pies se pusieron azules por el frı́o.
Me desperté del sueñ o, temblando en el suelo de la cá mara en ruinas.
La luz de la mañ ana se asomaba a travé s de las ramas de tejo que
atravesaban el techo podrido. Tosı́ con un grito, la sensació n de estar
atrapado en la oscuridad todavı́a nadaba en mi mente.
Habı́a vuelto a caminar dormido.
¿Qué es esto? —pregunté , con el rostro hú medo de viejas lá grimas. ¿Por
que me estas haciendo esto?
La Pesadilla resonó en mi cabeza, un espectro en el viento, sin palabras,
omnisciente.
Cuando me puse en posició n, sofoqué un grito, mis manos y brazos
estaban cubiertos de tierra oscura y pesada que se extendı́a desde las
uñ as hasta los codos. Mi camisó n estaba hecho jirones, la tela sucia y
rota. Alrededor de mis pies habı́a tierra suelta, levantada alrededor de
la base de la piedra má gica que Ravyn me habı́a mostrado.
"¿Qué pasó ?" dije en voz alta. “¿Por qué me has traı́do aquı́?”
Necesitaba ver algo , dijo, ajeno a mi horror.
Me estremecı́ y me castañ etearon los dientes mientras intentaba
quitarme un poco de suciedad de las manos. Por encima de mı́, los
á rboles crujieron cuando tres cuervos negros alzaron el vuelo. Un
viento helado atravesó la cá mara. La tierra se deslizó bajo mis pies y me
encontré mirando hacia la tierra removida al pie de la piedra má gica.
"¿Qué hay ahı́?" Dije, arrodillá ndome para ver mejor.
Estaba oscurecido por la suciedad. Tomé el borde de mi camisó n y lo
limpié . Incluso entonces, no pude entenderlo: las letras desgastadas por
el tiempo y la decadencia. “¿Por qué escribir una inscripció n al pie de
una piedra?”
Su aliento envió escalofrı́os por mi columna. ¿Eso es todo lo que ves?
Di un paso atrá s, examinando la tierra que habı́a removido. Sobresalı́a
de la piedra a travé s del suelo: una forma larga y rectangular de tierra y
hierba picadas. Parpadeé y luego volvı́ a mirar.
No es sólo una piedra mágica la que esconde Cartas de la Providencia ,
me di cuenta, mientras un terror espeso como el barro se deslizaba por
mi corazó n. La cá mara estaba al borde del cementerio. Y la piedra… la
piedra era un marcador.
Una lá pida.
Me miré las manos. ¿De quién es la tumba? Jadeé y mi respiració n se
volvió entrecortada y desesperada.
¿No lo sabes? é l susurró .
Su risa me rodeó . De repente la habitació n se oscureció , el ardor de la
sal era tan fuerte que tosı́ en mis manos, ahogá ndome con el aire. Lo
ú ltimo que vi antes de perder el equilibrio y caer en la oscuridad fueron
mis dedos cubiertos de tierra, largos y rı́gidos, cubiertos de sangre.

Aparté la manta y jadeé en busca de aire. La cá mara habı́a


desaparecido; la luz de la mañ ana habı́a sido sofocada por los gruesos
muros y el techo del Castillo Yew. Estaba de nuevo en mi habitació n, en
la cama, despierto y libre del terrible sueñ o.
Me escabullı́ hacia mi hogar, el fuego de anoche eran simples brasas.
Alcancé el brasero só lo para retroceder, con escalofrı́os subiendo por
mi columna.
“No, no, no”, grité , mirando mis brazos embarrados y mis uñ as rotas.
Miré mi camisó n, la tela blanca sucia y andrajosa. "¡Fue un sueñ o!"
Jadeé . “¿Có mo pude… no pude… Fue un sueñ o, seguramente!”
El no respondió .
" Su iciente ", grité , con los ojos picaditos. “El Rey Pastor está muerto.
Seas lo que seas, su alma atrapada en la Carta Pesadilla, atrapada en mı́,
te lo ruego, por favor, dé jame en paz.
No puedo hacer eso, querido.
“Esta tambié n es mi vida, Nightmare. Mi mente está s traspasando. Mi
alma."
Un alma que protegí , dijo, con un tono agudo en su voz. Cuando eras
niño y los médicos llamaron a la puerta de tu tío, ¿quién te llevó a un
refugio? Cuando el Gran Príncipe te acechaba como a un ciervo por el
bosque, ¿quién te protegía? Cuando el corcel vino a por tu garganta,
¿quién lo derribó al suelo? El rey Rowan te ha mantenido atado a una
soga desde el momento en que la infección tocó tu sangre, Elspeth
Spindle. La única razón por la que tu cuello no se rompió fue porque yo
estaba allí, sosteniéndote por las piernas.
Lá grimas de furia llenaron mis ojos. Si yo hubiera muerto, tú también lo
habrías hecho, Nightmare. No injas ni por un segundo que hiciste todo
esto porque te preocupas por mí. El Rey Pastor está muerto , dije una vez
má s. Y tú... eres un monstruo.
Eso lo soy , respondió .
Me tapé los oı́dos con las manos y siseé entre dientes. "No haré esto, no
hoy". Dije, mi miedo eclipsado por la rabia. Hay demasiado en juego.
Una buena tarjeta , dijo con voz burlona.
Es más que una Tarjeta de Bienestar. Tomé mi palangana y me froté la
suciedad de las manos. Es la undécima Carta. Lo necesitamos. Lo necesito
para poder deshacerme de TI.
Se sentó en la oscuridad, en silencio, mientras yo me limpiaba. Só lo
despué s de que terminé , cuando la doncella vino a atar mi vestido
negro, habló de nuevo, su voz muy lejana.
Tienes muy poco tiempo, Elspeth.
¿Qué demonios signi ica eso?
Pero é l se habı́a ido, se habı́a retirado profundamente a mi mente.

Elm y su luz roja me esperaban al pie de las escaleras. Cuando me vio,


sus ojos verdes se entrecerraron.
"¿Qué ocurre?"
"Nada", dije, tocando mi cabello. "¿Por qué ?"
"Pareces... inquieto."
"No he estado durmiendo bien".
“¿La separació n del Capitá n di iculta el descanso?”
Cuando lo ignoré , el Prı́ncipe sonrió , su rostro sorprendente cuando no
estaba empantanado por su habitual mal humor. “¿Listo para celebrar a
tus hermanas?” preguntó .
"Medias hermanas."
Habı́a pasado una semana completa desde que Ravyn, Jespyr y Elm
abandonaron Castle Yew con Emory. El rey, furioso al enterarse de la
ineptitud de los corceles el dı́a de mercado, habı́a mantenido a su
guardia secuestrada en Stone, para "apuntalar su divisió n", como lo
llamaba la carta de Jespyr.
Lo que simplemente signi icaba que el Rey les romperı́a el á nimo con
patrullas desde el amanecer hasta el anochecer y sesiones de
entrenamiento agotadoras.
Habı́a tratado de mantener una sonrisa en mi rostro para Morette y
Fenir, quienes habı́an estado deprimidos desde la partida de Emory,
pero rá pidamente aprendı́ que para ellos habı́a poca diferencia si yo
sonreı́a o no.
Al cuarto dı́a, Morette habı́a recibido una nota escrita a mano de mi
padre, invitá ndonos a mı́ y a la familia Yew a Spindle House para una
celebració n que, como tantos eventos en Spindle House, habı́a logrado
evitar durante los ú ltimos añ os.
El onomá stico de Nya y Dimia.
Pero esta vez era diferente. Esta vez asistirı́a a la reunió n con el Capitá n
de los Destriers, Jespyr Yew, y un Prı́ncipe. Esta vez, caminarı́a por los
pasillos de Spindle House con propó sito e intenció n. Esta vez no me
acobardarı́a ante la mirada de mi madrastra.
Esta vez robarı́a la Tarjeta de Bienestar de mi padre.
Morette y Fenir se unieron a nosotros en las puertas, sus manos cá lidas
mientras me abrazaban. “Estaremos allı́ en breve”, dijo Fenir. Le dio
unas palmaditas en la espalda a Elm. “¿Ravyn y Jespyr?”
“Terminar con los Destriers. Nos recibirá n en la puerta.
Me despedı́ y seguı́ a Elm hasta las puertas del Castillo Yew a travé s de
las estatuas. Sobre nosotros el cielo otoñ al se oscureció . Se avecinaba
una tormenta. Podı́a sentirlo en mi muñ eca rota, el envoltorio de lino
hinchá ndose debajo de mi manga negra.
Los cuervos graznaban desde los tejos, emitiendo una advertencia que
aú n no entendı́a.
“¿Có mo está Emory?” Pregunté cuando llegamos a la puerta.
"Dé bil", dijo Elm. "El rey no estaba contento con su viaje a casa". El dio
media sonrisa. “Tampoco le interesaba saber que un niñ o infectado
habı́a escapado y que un Destrier habı́a sido atacado. Linden lucirá
unas cicatrices espectaculares cuando se recupere”.
Me estremecı́ y mi estó mago se revolvió .
Elm bajó la voz cuando salimos a la calle. “Pero mi padre está distraı́do.
Está obsesionado con encontrar la tarjeta Twin Alders de Solstice. Só lo
que no tiene idea de dó nde buscar”.
"Ten cuidado con el verde, ten cuidado con los á rboles", dije, mi voz no
era la mı́a, delgada como un hilo. “Cuidado con el canto del bosque en
tus mangas. Te saldrá s del camino hacia la bendició n y la ira. Ten
cuidado con el canto del bosque en tus mangas”.
Elm me miró por encima del hombro. "¿Has estado leyendo El viejo
libro de los alisos ú ltimamente?"
No lo habı́a hecho. No habı́a querido decir nada en absoluto.
En la oscuridad, el chasquido de las garras de Nightmare marcaba un
ritmo lento y siniestro. Apreté la mandı́bula para no decir nada má s,
mis pensamientos regresaron a la cá mara oscura y a la tumba que habı́a
allı́.
Elm, que interpretó mi silencio como aprensió n, dijo: —Só lo dos cartas
má s, Spindle. Pronto tendrá s el placer de caminar por estas calles libre
y despejada”. El hizo una mueca. "Y pronto tendré el placer de librarme
del error de la mé dica Orithe Willow".
No fuimos los primeros invitados en llegar a Spindle House. El Se
habı́an encendido antorchas y una multitud se reunió en la puerta, sus
voces subı́an como humo por la calle.
Los guardias se alinearon para abrir la puerta, cada uno con una capa
roja. Al lado de uno estaba Jespyr, y al otro lado, apoyado contra la
pared de piedra como si fuera el dueñ o del lugar, estaba Ravyn Yew.
Mi corazó n latı́a con fuerza en mi pecho, como si latiera con alas
oscuras y poderosas. Tenı́a la mandı́bula recié n afeitada y el pelo negro
peinado hacia atrá s. Pero parecı́a cansado, má s cansado de lo que jamá s
lo habı́a visto. Los cı́rculos bajo sus ojos grises eran tan oscuros que
podrı́an haber sido moretones. Tenı́a costras a lo largo de los nudillos y
una grieta en el labio inferior.
Cuando captó mi atenció n, se apartó de la pared y se deslizó entre la
multitud con paso seguro. Sus labios se curvaron cuando me alcanzó ,
una mano encontró mi cintura y la otra mi mejilla. Cuando se inclinó
sobre mı́, unos mechones de cabello oscuro cayeron sobre su frente.
"Elspeth", dijo, besá ndome la boca.
Le aparté el pelo de la cara y lo miré de arriba abajo. “El negro le sienta
bien, Capitá n”, dije. "Lo ú nico que falta es la má scara".
Ravyn sonrió , casi infantil. "Lo mismo para usted, señ orita Spindle".
Pasé mi dedo por encima de la divisió n a medio curar en su labio
inferior. "¿Qué pasó ?"
"Entrenamiento", dijo encogié ndose de hombros. "No he tenido un
descanso desde el dı́a de mercado".
Jespyr se unió a nosotros con ojos cá lidos. "¿Todos listos?"
“Sı́, á rboles, sı́”, dijo Elm con un gemido. "Cualquier cosa para poner in
a sus susurros ".
Cuando los guardias abrieron las puertas, entramos al patio, con el
á rbol del huso en su centro rodeado de linternas doradas y cintas rojas
colgando de sus ramas. Ravyn pasó su brazo sobre mis hombros y los
cuatro esperamos con los demá s mientras má s invitados de mi padre
entraban al patio.
Cuando el gong dio las seis, todas las miradas se volvieron hacia las
grandes puertas de Spindle House, que ahora se abrı́an.
Los aplausos aumentaron. Balian, el mayordomo de mi padre, anunció a
mi padre, a mi madrastra y a mis medias hermanas por su nombre. Los
vi subir al rellano y abrir la casa a sus invitados. La mano de Nerium
estaba apretada en la de mi padre, quien no sonrió , ijo con su habitual
austeridad. No habı́a ninguna luz azul en su bolsillo. Dondequiera que
guardara su tarjeta de pozo, no la llevaba consigo.
Nya y Dimia hicieron una reverencia, disfrutando de los aplausos.
Llevaban vestidos rojos y estaban de pie a cada lado de sus padres, con
sonrisas idé nticas re lejadas en sus rostros.
Me incliné hacia Ravyn y no aplaudı́. Los sentı́a como extrañ os para mı́,
jó venes y llamativos extrañ os. Durante añ os, caminé por los mismos
pasillos que Nya y Dimia, comı́ la misma comida, disfruté de mis
propias celebraciones del onomá stico y miré el mismo á rbol. Pero la
infecció n lo habı́a cambiado todo. Mis medias hermanas y yo no é ramos
iguales. La vida las habı́a abrigado, como perlas guardadas en una bolsa
de terciopelo. Y yo—yo no estaba hecho de perlas.
Yo estaba hecho de sal.
"Los gemelos me dan escalofrı́os", murmuró Elm en voz baja. Su
columna se puso rı́gida. "Ellos estan aqui."
El gong sonó dos veces seguidas. La multitud en el patio se separó
cuando el rey atravesó la puerta de mi padre. El rey Rowan estaba
erguido vestido de seda dorada y su capa con cuello de piel de zorro
blanco. Junto a é l iba Hauth, y a su lado, Ione, quien, aunque no lo
llevaba, claramente todavı́a estaba en las garras de la Doncella. Mi tı́o la
seguı́a, su ropa era má s ina que la que habı́a usado en Equinox.
Mi tı́a y mis primos jó venes no estaban con ellos.
Mis ojos se entrecerraron mientras miraba a Ione, la mano de mi prima
envuelta en el agarre del Gran Prı́ncipe. Detrá s de mi mirada, la
Pesadilla cambió . Chica amarilla, entusiasta de la belleza. Chica amarilla,
vista... vista. Niña amarilla, corazón de piedra. Chica amarilla, reina cruel.
Mi padre hizo entrar al rey Rowan y a su corte en Spindle. Casa,
señ alando el inicio de la celebració n. El resto de los invitados lo
siguieron, con la voz alta por la emoció n. En algú n lugar dentro de la
casa, un violı́n y una lauta entonaban una armonı́a vertiginosa. Elm,
Jespyr, Ravyn y yo nos quedamos junto al á rbol del huso.
El Prı́ncipe dejó escapar un largo suspiro, apoyá ndose contra las ramas.
“Que comiencen las festividades”.
Capítulo treinta
EL POZO
Ten cuidado con el azul,
Ten cuidado con la piedra.
Ten cuidado con las sombras que el agua ha mostrado.
Tus enemigos esperan.
Los lobos acechan la puerta.
Ten cuidado con las sombras que el agua ha mostrado.
Todos estaban en el gran saló n. Nadie me vio subir las escaleras
con el Capitá n de los Destriers. O, si lo hicieron, yo era só lo una
doncella, adentrá ndose en las sombras con un hombre alto y apuesto.
No es el primero ni el ú ltimo de mi especie.
Un momento despué s, Jespyr y Elm se unieron a nosotros y subieron las
escaleras por turnos.
"Tenemos que separarnos", dijo Jespyr, con los ojos vueltos hacia la
larga y sinuosa escalera. “Cada uno de nosotros deberı́a tomar la
palabra”.
Ravyn negó con la cabeza. “Mejor vamos en parejas. Parecerá menos
sospechoso si alguien nos pilla husmeando.
“¿Lo hará ?” Elm tamborileó con el dedo en la barandilla. Sus ojos verdes
se posaron en mı́. "Bien. Huso. Estas conmigo."
Parpadeé . "No puedes hablar en serio".
"Oh, pero lo soy".
La voz de Ravyn era baja. "Ella deberı́a venir conmigo".
"Arboles, Ravyn, sobrevivirá s un momento sin ella". Ante la mirada de
su primo, Elm se cruzó de brazos. "A menos, por supuesto, que tus
prioridades esté n má s allá de encontrar la Tarjeta de Bienestar".
Ravyn no dijo nada, sus dedos se lexionaron contra los mı́os.
“Oh, no me mires ası́. Tienes un espejo y Jes es nuestra mejor ganzú a.
De nosotros dos, tú obtendrá s el trato”.
"No creo que fuera abrir cerraduras lo que le atraı́a", murmuró Jespyr
entre sus dedos. "O, tal vez, eso es exactamente lo que..."
"Todos ustedes, cá llense, estamos perdiendo el tiempo". Saqué mi mano
de la de Ravyn. “Elm y yo buscaremos en la biblioteca y luego nos
dirigiremos a las habitaciones de invitados en el tercer piso. Ustedes
dos empiecen por el dormitorio de mi padre (está en el cuarto rellano)
y luego vayan al quinto. Volvı́ a mirar a Ravyn. "Si no lo encontramos,
nos reuniremos en el gran saló n y buscaremos en el piso inferior".
Elm me saludó . "Sı́, capitá n."
“¿Y si alguien pregunta qué está is haciendo tú y el Prı́ncipe?” Ravyn dijo
intencionadamente.
Elm apuntó su guadañ a a la cara de su primo. “Los enviaré
alegremente”.
“¿Qué pasa con el sexto aterrizaje?” Dijo Jespyr, levantando los ojos una
vez má s hacia las altas escaleras de caracol.
Negué con la cabeza. "Mi padre ya no sube allı́".
"¿Có mo lo sabes?"
"Porque ahı́ es donde está mi habitació n".

No encontramos la Well Card en la biblioteca. Habrı́a visto la luz azul de


inmediato. Pero Elm insistió en hurgar en varios tomos viejos y abrir
todos los cajones del escritorio de mi padre. Lo seguı́, dominando su
caos, asegurá ndome de que todo regresara a su lugar.
Pasamos a la siguiente habitació n, luego a la siguiente. Cuando no hubo
má s habitaciones en el tercer piso, nos escondimos en las sombras,
esperando que la escalera estuviera despejada arriba y abajo de
nosotros.
La poca paciencia que tenı́a Elm la estaba perdiendo rá pidamente. Se
pasó una mano por el pelo rebelde. "¿Está s seguro de que no te lo has
perdido?"
Le lancé una mirada estrecha. "Si hubiera una tarjeta de pozo aquı́, la
habrı́a visto".
"Quizá s no esté aquı́ porque tu padre lo usó ". Bajó la voz. “Y nos vio en
é l”.
Me mordı́ el labio inferior y los nervios me retorcieron el estó mago.
Para ver a los enemigos , llamó la Pesadilla. Traicionado por un amigo. O
en este caso, su hija, su sucesora, un Destrier y un Príncipe.
“¿Puedo ayudarla en algo, señ orita Spindle?”
Ambos saltamos, lo que hizo que el mayordomo de mi padre saltara a
su vez. Balian dejó escapar una pequeñ a tos. “Mis disculpas”, dijo. “Tu
padre desea mostrarle al Rey uno de sus libros; me pidió que lo
recuperara. No pensé que alguien estarı́a aquı́ arriba”. Miró por encima
de mi hombro y sus ojos se abrieron cuando reconoció a Elm.
No solı́a disfrutar de la agitació n de otras personas. Pero en ese
momento, disfruté de la sorpresa total de Balian mientras me
observaba, el mayor de los Husos, sobre quien habı́a depositado tanta
indiferencia y descon ianza, de pie, con la barbilla alta, con un ino
vestido negro junto al hijo del Rey.
“¿Se unirá a nosotros abajo, Su Excelencia?” Preguntó Balian,
incliná ndose profundamente.
"En breve", dijo Elm, mordié ndose una uñ a, con un aspecto
decididamente poco principesco.
"Puedes irte, Balian", dije con una sonrisa falsa. "Estoy seguro de que
tienes mucho que atender".
Cuando hablé , los ojos de Balian se entrecerraron un momento y la
pretensió n de civilidad desapareció . Parecı́a que no importaba que
estuviera con un Prı́ncipe; no le gustaba recibir ó rdenes del hijo mayor:
el niñ o infectado.
"Muy bien", dijo, pasando a mi lado.
La mano de Elm bajó hasta su bolsillo, bañ ada en una luz roja. “¿Qué ,
ninguna reverencia para ella?”
Balian vaciló . Me miró , las arrugas de su rostro se fruncieron. De
repente se le nublaron los ojos e hizo una profunda reverencia. Un
momento despué s se enderezó de golpe, con los ojos má s claros, má s
abiertos. Le lanzó a Elm una mirada asustada y luego corrió por el
pasillo antes de desaparecer escaleras abajo.
A mi lado, Elm se rió entre dientes, golpeando la guadañ a tres veces y
girá ndola entre sus largos dedos.
"No tenı́as que hacer eso", dije, subiendo las escaleras. "Es só lo un
hombrecito pomposo".
Los pasos del Prı́ncipe resonaron detrá s de los mı́os. "¿Cuá l es el punto
de tener una Scythe si no puedes divertirte un poco de vez en cuando?"
Tuve que levantarme la parte delantera del vestido, las escaleras de
Spindle House eran traicioneramente empinadas. “No siempre parece
divertido. Parecı́a que ibas a caerte despué s del caos del dı́a de
mercado.
La voz de Elm era desapasionada. “Todo tiene un costo”.
"La carta Scythe es má s alta que la mayorı́a", dije. "He oı́do que si se usa
por mucho tiempo, el dolor es insoportable".
Elm ingió un grito ahogado. "Nadie me lo dijo. ¡Dejaré de usarlo de
inmediato!"
Fruncı́ el ceñ o. "Es un riesgo".
“Tambié n lo es la traició n”, replicó el Prı́ncipe. "Y sin embargo, aquı́
estamos."
Llegamos al cuarto rellano de la escalera principal y giramos
bruscamente a la derecha, siguiendo un pasillo largo y frı́o antes
llegando a una escalera de caracol, un pasillo de servicio a los
dormitorios del cuarto piso.
La mirada de Nightmare iluminó las escaleras poco iluminadas, y
aunque no habló , pude escuchar su respiració n en mis oı́dos.
"¿Qué te hizo hacerlo?" Le pregunté a Elm, sin aliento mientras subı́a
las escaleras. “Eres un Destrier, un Prı́ncipe, el segundo en la ila para la
corona. ¿Por qué arriesgarse?
“Emory se está muriendo. Hago lo que tengo que hacer para salvarlo.
Eso es lo que hace la familia”.
"¿No son los Rowan tu familia tambié n?"
"¿No son tuyos?" dijo, señ alando las paredes de Spindle House.
Reduje el paso. “Mi padre podrı́a haberme entregado cuando cogı́ la
iebre. Pero no lo hizo”. Arrugué la nariz. “Rompió las reglas por mı́. Y
eso es lo que ve cuando me mira: una regla incumplida”.
“¿Y si no lo hizo?” -replicó Elm-. “¿Supongamos que é l, o alguien má s,
arriesgara su tı́tulo, su vida, por la suya libremente? Alguien que vio
todos tus secretos y enfermedades y no te temió . ¿No los elegirı́as a
ellos sobre todos los demá s?
Intenté no pensar en Ione. Me imaginé a mi tı́a: sus fuertes y cá lidos
abrazos, su sabidurı́a. Pensé en có mo se habı́a quedado despierta hasta
tarde conmigo esas primeras semanas, cuando la iebre me dominaba.
Pensé en su carta y en có mo, si regresaba a casa, ella me abrazarı́a una
vez má s.
Pensé en los tejos, irmes y leales. Fenir, Morette, Jespyr, incluso Jon
Thistle, que me miraron sin miedo y no me ofrecieron nada má s que
amabilidad.
Y Ravyn.
Al igual que el pá jaro de su homó nimo, habı́a una inteligencia
pronunciada en los ojos grises de Ravyn Yew. Cuando me miró , me sentı́
vista, conocida. Habı́a una lı́nea entre nosotros, trazada por el destino y
la magia, que se extendı́a en el espacio y el tiempo. Ravyn y yo
habı́amos caminado por esa lı́nea toda nuestra vida, sin saber que
ı́bamos directamente el uno hacia el otro. Me vi en sus ojos cautelosos y
en la oscuridad que nadaba en mis venas, y aunque no me habı́a dado
cuenta hasta ese mismo momento, habı́a magia entre nosotros que no
tenı́a nada que ver con sangre o Cartas de la Providencia ni nada
intermedio.
"Creo que lo entiendo", dije cuando llegamos a lo alto de la escalera de
caracol. “Y sı́, creo que harı́a cualquier cosa por alguien ası́. Realmente
lo harı́a”.
“¿Y no harı́as nada para protegerlos?” Dijo Elm, sus palabras
siguié ndome como una sombra.
Me volvı́, captada por algo en su voz. Cuando nuestras miradas se
encontraron, Nightmare se agitó y miró a Elm a travé s de mis ojos.
“Está s preocupada por Ravyn”, dije, sabiendo ya la verdad. "Crees que,
porque tengo secretos, lo traicionaré , los traicionaré a todos ustedes".
Elm no lo negó . Si no me hubieran asegurado que solo llevaba su
guadañ a, podrı́a haber pensado que existı́a una Carta de Pesadilla entre
nosotros: un conocimiento, una lectura de mi mente. Al igual que en
Ravyn, habı́a una gran inteligencia detrá s de la mirada del joven
Prı́ncipe, y aunque brillaban en color verde Rowan, eran igual de vistos
y comprensivos.
Só lo que los ojos de Elm se llenaron de descon ianza.
"Nunca te traicionarı́a". Cuando la risa de Nightmare llenó mi mente
como humo, me estremecı́. "Al menos, sin saberlo".
Elm arqueó las cejas. "¿Qué signi ica eso?"
Me di la vuelta, una lá grima frı́a cayó desde mi barbilla hasta la escalera
superior debajo de mis pies. "El tiempo lo dirá ", dije, entrando al
primero de varios dormitorios. "De una forma u otra, la verdad saldrá a
la luz".

Una hora má s tarde nos encontramos con Ravyn y Jespyr al pie de la
escalera al inal del gran saló n. Mi pecho se hundió : no salı́a ninguna luz
azul de ninguno de ellos.
Jespyr estaba mordisqueando el dobladillo de su manga. Cuando nos
vio, su voz era tensa. "Por favor, dime que lo encontraste".
Negué con la cabeza. Jespyr maldijo en voz baja.
Elm se pasó una mano por la cara. "¿Qué hora es?"
Ravyn se volvió hacia el gran saló n, con los mú sculos tensos a lo largo
de su mandı́bula. "Acaban de tocar el noveno gong".
"Las festividades no terminará n hasta mañ ana por la noche; todavı́a
tenemos otro dı́a para buscar".
Podı́a sentir el pá nico entretejié ndose en mı́. Me dolı́a la mandı́bula de
tanto apretar, mis hombros estaban rı́gidos y mis manos cerradas en
puñ os. "Ustedes tres deberı́an entrar, dejar que el Rey y su corte los
vean". Ravyn abrió la boca para no estar de acuerdo, pero lo interrumpı́,
rozá ndolo. "Te encontraré una vez que haya visto el pozo".
Jespyr y Elm intercambiaron miradas. "¿Seguro?" Jespyr dijo.
"Sı́." Solté una carcajada. "Cré ame, nadie allı́ notará mi ausencia".
Algo cambió en mi periferia, acompañ ado por el sonido de una voz
suave, parecida a la de un pá jaro. "Vamos, Bess", llamó . "Me das tan
poco cré dito".
Cuando me volvı́, Ione estaba allı́, vestida con un vestido violeta intenso
que nunca habı́a visto antes. Su escote bordado era bajo, dejando al
descubierto su cuello de porcelana y la parte superior de sus pechos.
Llevaba el pelo recogido en una trenza suelta, sin adornos excepto por
una ú nica cinta dorada tejida en su trenza.
Parecı́a un rayo de luna, dueñ a de la noche, hermosa sin medida. La
miré ijamente, boquiabierto, cautivado por cada curva y borde de ella.
Todo menos sus ojos color avellana, que, incluso antes de la Carta de la
Doncella, habı́an brillado con su propia luz especial, como si estuvieran
iluminados desde dentro.
Só lo que ahora estaban nublados. Desenfocado. Perdido.
"Ven a sentarte conmigo", dijo, señ alando con la cabeza hacia el gran
saló n. Saludó a Ravyn, Jespyr y Elm. "Tú tambié n."
Cuando se giró , le lancé a Ravyn una mirada desesperada. El pozo ,
articulé .
Observó a Ione girar hacia el gran saló n. Cuando ella miró por encima
del hombro, é l me rodeó con el brazo y juntos la seguimos. "Diez
minutos", dijo en mi cabello, señ alando a Jespyr y Elm para que hicieran
lo mismo. "Entonces puedes continuar tu bú squeda".
Ione nos condujo por el pasillo de mesas, el gran saló n bullı́a, las risas y
la mú sica luchaban por el dominio mientras rebotaban en el imponente
techo del saló n. El Rey estaba sentado junto a mi padre en la mesa
principal, con la cabeza inclinada mientras conversaban. Má s adelante
estaba Nerium, con los labios apretados mientras observaba a sus
invitados, y junto a ella, los gemelos, con las mejillas sonrosadas por la
bebida.
Ione nos condujo má s allá de ellos hasta una mesa vacı́a junto a la pared
este. Allı́, esperando en una bandeja de plata, habı́a seis copas de vino.
"Por favor, sié ntate", dijo, señ alando la mesa. “¿Hacemos un brindis?”
Nos agachamos sobre la mesa, lentos y rı́gidos, como si todas nuestras
articulaciones se hubieran oxidado. Me senté entre Ravyn e Ione, Jespyr
y Elm frente a nosotros. Cada uno de nosotros tomó una copa de la
bandeja y la levantó . "Para Nya y Dimia", dijo Ione, tomando un trago
largo y profundo. “Muchas felicidades”.
“Muchas felicidades”, repetimos el resto de nosotros en voz baja. Bebı́
de mi copa e hice una mueca, el vino era má s amargo de lo que
esperaba.
Nadie habló . Le lancé una mirada a Jespyr y ella se encogió de hombros
con los ojos muy abiertos. Me volvı́ hacia Elm y contaba con que dijera
algo, cualquier cosa, para romper el insoportable silencio.
Pero Elm guardó silencio, incliná ndose hacia adelante en su asiento,
con la mirada perfeccionado completamente en Ione. Un momento
despué s, é l se acercó a la mesa y le agarró la cara, presionando sus
mejillas con los dedos.
“Olmo, ¿qué …”
"Callarse la boca." Buscó el rostro de mi prima. "Señ orita Hawthorn",
dijo, su voz inusualmente suave. "Iona."
Ella no respondió , no apartó su mano, no parpadeó , sus ojos seguı́an
tan desenfocados como antes.
Algo andaba mal. Me agarré a la mesa. "¿Qué está sucediendo?"
"Mı́rala a los ojos", murmuró Elm. "Alguien ha usado una guadañ a con
ella". Metió la mano en el bolsillo, sin dejar de mirar el rostro de Ione.
Golpeó su guadañ a tres veces, su voz suave. "Dime qué has hecho,
Hawthorn".
Ella parpadeó . Cuando habló , su voz sonó ahogada. “Só lo lo que é l me
dijo”, dijo.
Me quedé helado. Fue entonces cuando me di cuenta de que é ramos
cinco sentados a la mesa. Cinco de nosotros.
Y seis copas.
Me volvı́ hacia Ravyn. Pero el Capitá n de los Destriers se habı́a quedado
quieto, su mano tan apretada en la mı́a que parecı́a un tornillo de
banco.
Luego, con la boca torcida en una sonrisa cruel, envuelto en una
guadañ a roja y la luz turquesa de una Carta de Cá liz, Hauth Rowan tomó
asiento al inal de la mesa. Miró a travé s de la mesa y soltó una
carcajada. "Ven ahora", dijo. “Es una tradició n del onomá stico.
Seguramente no me envidiará s un poco de diversió n.
Sacó su guadañ a de su bolsillo y la golpeó tres veces. "Gracias cariñ o."
La luz en los ojos de Ione volvió . Su mirada pasó de Elm a Hauth y luego
a su copa vacı́a. Ni siquiera el glamour de la Doncella pudo ocultar la
palidez de sus mejillas.
Los dedos de Elm se deslizaron de su rostro, sus ojos ardı́an cuando se
volvió hacia su hermano. "No lo hiciste", espetó . Arrojó su copa vacı́a al
suelo, con la rabia ardiendo en las notas bajas de su voz.
"Hice." Hauth sonrió y apuró la sexta copa. “Ahora yo tambié n. ¿Te
parece justo, hermano?
La Pesadilla lo entendió antes que yo. Su ira me quemó , llenando mis
pensamientos de humo.
Lo llamé . ¿Lo que está sucediendo?
El vino se posó en mi lengua, amargo, agrio, diferente a cualquier
bebida que hubiera probado antes. La luz turquesa en su bolsillo. El
Cá liz.
Me quedé mirando mi copa con la boca abierta, mi rostro se re lejaba
grotescamente en los ú ltimos restos de vino en el fondo de la copa.
No. Me temblaron los dedos. Él no lo haría.
Pero estaba escrito en todo el rostro del Gran Prı́ncipe, una sonrisa
engreı́da y triunfante cosida en sus labios mientras deslizaba la Carta
del Cá liz sobre la mesa para que la vié ramos. "Só lo unos momentos
ahora", dijo, dirigiendo sus ojos hacia Ravyn. "¿Quié n quiere decir la
verdad primero?"
Capítulo treinta y uno
EL CALIZ
Ten cuidado con el mar,
Ten cuidado con la copa.
Ten cuidado con la comida y el vino que comes.
Puede que le agrie el estó mago.
Tu lengua puede torcerse con acritud.
Ten cuidado con la comida y el vino que comes.
Este era un juego al que ya habı́an jugado antes. Só lo entonces
todos eran má s jó venes y tenı́an mucho menos que ocultar. Miré a
Hauth y é l me devolvió la mirada, retorciendo el Cá liz entre sus brutales
dedos.
Si tienes un secreto , llamó la Pesadilla, el Cáliz lo revelará. El Gran
Príncipe busca la verdad. Y ahora lo robará.
"Bien, entonces", dijo Hauth, abriendo las manos, como para demostrar
que no tenı́a nada que ocultar. "Yo iré primero. Solo puedes hacer una
pregunta cada uno, ası́ que haz que cuente. Intenta mentir demasiado…”
Sus labios se curvaron. “Bueno, esperemos que no llegue a eso. Jespyr. Ir
primero."
Jespyr parecı́a como si estuviera enferma, sus labios estaban tan
apretados que parecieron desaparecer. "No preguntaste", dijo, su voz
bajo, temblando de ira. "No es un juego si nunca damos nuestro
consentimiento al Cá liz, Hauth".
Hauth se reclinó en su silla. "Só lo alguien que tiene algo que ocultar se
negarı́a a jugar". Su mirada recorrió la mesa, trazando nuestros rostros.
"No tienes nada que ocultar, ¿verdad?"
Los ojos de Jespyr se entrecerraron. Dejó caer su copa sobre la bandeja.
"Bien. Empezaré con una pregunta fá cil, prima ”, dijo, escupiendo la
palabra como si fuera veneno. "¿Está s celoso de Ravyn?"
La risa de Hauth no llegó a sus ojos. "Nnnn." Apretó la mandı́bula y
volvió a intentarlo. "Nnn." Pero el vino, el Cá liz, no lo dejó mentir. “Sı́”,
dijo.
Elm fue el siguiente. Pá lido como la muerte, logró mantener la cabeza
en alto. “¿Está s tratando de poner a los Destriers en su contra?”
Una vez má s, Hauth intentó mentir. Las venas se hincharon en su grueso
cuello, luchando contra la correa invisible atada a su lengua.
Finalmente, admitió , lanzando a Ravyn una mirada amarga. "Sı́."
Ravyn le sostuvo la mirada. “¿Me desa iará s por el mando?”
Esta vez, Hauth no intentó mentir. "Sı́."
El silencio se extendió sobre la mesa. Era mi turno.
Ten cuidado , susurró Nightmare. Sea inteligente.
“¿Has usado tu Tarjeta Scythe en Ione má s de una vez?” Dije, mi voz en
algú n lugar entre un silbido y un estrangulamiento.
Hauth sonrió , sin verse afectado por mi ira. "Sı́." Se volvió hacia Ione.
"Tu turno, prometido".
Los ojos de Ione, aunque má s brillantes que antes, no transmitı́an nada.
"No quiero jugar".
"Tienes que hacerlo", dijo Hauth, dá ndole unas palmaditas en el brazo,
un poco demasiado bruscas para ser afectuosas. "Todos lo hacemos. Si
no lo haces, pensaré que tienes algo que ocultar, querida.
Ione le dirigió una mirada vacı́a. "No me importa lo que pienses".
Algo brilló en los ojos de Hauth. "Hazme una pregunta, Ione".
Querı́a cruzar la mesa y abrirle la cara de nuevo. Ravyn, sintiendo mi
ira, apretó con má s fuerza mi mano.
Ione apoyó el codo en la mesa y apoyó la barbilla en ella, observando a
Hauth como si fuera un excremento pegado a la suela del zapato. "¿Has
estado con otras mujeres desde nuestro compromiso?"
Para alguien que habı́a montado semejante espectá culo, parecı́a que
Hauth tenı́a algunas cosas que ocultar. Su rostro se puso morado, como
si contener la respiració n pudiera sellar la mentira.
Pero la Carta del Cá liz era cierta.
“Sı́”, admitió .
Elm resopló . Pero Ione se sentó bajo el escudo de la belleza,
aparentemente intacta por la in idelidad de su futuro marido.
“Yo seré la siguiente”, dijo. Levantó sus ojos color avellana hacia la mesa.
“Pregú ntame cualquier cosa, Jespyr”.
La mirada de Jespyr era dura, pero su voz se suavizó . “¿Hauth te está
tratando bien, Ione?”
Una de las cejas perfectas de Ione se arqueó . "Ademá s de que un bruto
como é l sabe có mo hacerlo".
Elm se inclinó hacia adelante y permaneció en silencio durante un
momento demasiado largo, mientras sus ojos verdes examinaban a
Ione. "¿Está s enamorada de é l?"
Mi primo sostuvo su mirada intrusiva y lo midió a su vez. "No."
Jespyr dejó escapar un silbido bajo. Fue el turno de Ravyn. "¿Qué
quieres de tu conexió n con los Rowan?" preguntó .
“Quiero ser poderoso”, dijo Ione.
Sus palabras me asustaron, al igual que la falta de vida de su tono. A la
Ione que yo conocı́a le gustaba reı́r, sonreı́r, ponerse lores silvestres en
el pelo, montar descalza en el caballo de su padre por el camino
forestal. Sacó fuerza de su propia luz interior.
Una luz que habı́a sido alterada, oscurecida hasta convertirse en algo
frı́o y duro. Insensible.
La Doncella la habı́a rehecho.
Era mi turno de hacerle una pregunta. "¿Es esto lo que realmente
quieres, Ione?" Pregunté , con la boca baja mientras mi mirada se
desviaba hacia Hauth. "¿Casarse con é l?"
Su risa retumbó en su pecho, su rostro perfecto y suave, sus mejillas
sonrosadas. “Eres igual que mamá , Elspeth. La cabeza en las nubes. No
ves lo difı́cil que es para una mujer ser poderosa, no tener miedo, en
Blunder, porque nunca te importó ser má s que exactamente lo que eres.
Pero lo hago." Ella cruzó las manos frente a ella, sus ojos color avellana
irmes. “Y si se necesita un corazó n frı́o para no tener miedo, que ası́
sea”.
Estaba perdido en su cara. "Pero sı́ me importaba ser má s de lo que era,
Ione", dije, con los ojos escocidos. “Querı́a ser como tú ”.
Mis palabras no parecieron llegar a ella. "Ya no importa", dijo,
presionando un dedo contra sus labios. “Ahora ambos somos ovejas,
agradablemente acurrucadas en una guarida de lobos. ¿O es al revé s?"
Los labios de Nightmare se estiraron sobre sus dientes dentados. Me
gusta este Ione.
Pensé que podrı́a estar enfermo. Miré a mi alrededor, preguntá ndome si
podrı́a correr, buscando una excusa que pudiera liberarme de la mesa,
de mi prima cambiada, de la mirada brutal de Hauth Rowan.
No puedes irte , dijo Nightmare, golpeando sus garras con un ritmo
rá pido y discordante. Tienes que quedarte, como los demás, y ingir.
Como siempre lo has hecho.
"Mi turno", dijo Elm, desviando la atenció n de Ione y de mı́. "Hazme tus
malditas preguntas".
La Tarjeta de Pesadilla debajo de la mesa brilló en el rabillo del ojo.
Miré a Ravyn, pero é l estaba en otro lugar, su mirada centrada
completamente en Elm.
"¿Quié n crees que es el usuario de cartas má s talentoso de Blunder?"
Jespyr le preguntó a su prima.
Elm apoyó los codos sobre la mesa. "Soy."
“Esa es su verdad”, murmuró Hauth en voz baja.
Ione se inclinó hacia delante. "¿Por qué no vives en Stone con tu padre y
tu hermano?"
El poco color que quedaba en el rostro de Elm desapareció . Se le hizo
un nudo en la garganta y supe que estaba luchando por responder,
tratando de mentir. Pero no pudo engañ ar al Cá liz. “Odio estar allı́”, dijo,
en voz tan baja que casi temblaba. Si pudiera, lo derribarı́a y lo
prendirı́a todo en llamas. Mı́ralo arder hasta la nada”.
La Pesadilla se movió en la oscuridad, lexionando sus garras, mirando
a Elm.
Lo que Ione esperaba que dijera, no era eso. Su mirada se dirigió a
Hauth, que estaba sentado como una pared, insensible, impasible. Me
pregunté cuá nto sabı́a ella... si Hauth le habı́a dicho que habı́a
maltratado brutalmente a su hermano cuando eran niñ os en Stone.
Ravyn rompió el silencio. "Es mi turno." Miró a su prima. Lo que sea que
se dijera en el silencio de sus mentes, no lo podı́a decir. Sus rostros
estaban en blanco excepto por ligeros cambios en sus ojos. “¿Confı́as en
mı́, Elm?” -Preguntó Ravyn.
"¿Tengo otra opció n?" Despué s de una pausa, mientras el cristal de sus
ojos se desvanecı́a, Elm suspiró . "Sı́. Confı́o en ti. Te confı́o mi vida”.
Era mi turno. Querı́a preguntarle si é l tambié n con iaba en mı́, pero era
demasiado arriesgado. “¿Te duele usar la guadañ a por mucho tiempo?”
Elm me miró ijamente por un momento. La Guadañ a era una Carta de
poder: control. Mostrar dolor era perder ese control. El dolor era
debilidad. Y, para un Prı́ncipe del Error, la debilidad era un rasgo
imperdonable.
Pero a diferencia de su hermano, Elm no pretendı́a estar má s allá de su
debilidad. Esta vez no intentó mentir. "Sı́", dijo, enderezando la espalda
y con la mandı́bula irme. “Se siente como si un vidrio me atravesara la
cabeza”.
Hauth observó a su hermano menor. “¿Crees que eres má s apto para ser
Rey que yo?”
Elm se volvió hacia su hermano. "Sı́", dijo, la profundidad de sus ojos
verdes y el odio detrá s de ellos eran tan fuertes que me estremecı́.
"Pero tu ya lo sabı́as."
Sentı́ que la mesa podrı́a romperse por toda la tensió n que habı́a entre
nosotros. ¿Juegan a este juego por diversión? Hervı́ en la oscuridad. Se
han iniciado guerras por menos.
"Este juego es una guerra, cariño" , llamó Nightmare. Y el Cáliz –la
verdad– es el arma más poderosa de todas.
“Yo seré el siguiente”, dijo Ravyn.
Hauth se burló . "¿Para qué ? Ambos sabemos que dirá s lo que quieras,
como siempre lo haces.
Los rasgos de Ravyn se calmaron, controlados. No puede usar el Cáliz ,
recordé . Tampoco se puede utilizar el Cáliz contra él.
Entonces el Capitán de los Destriers hace lo que mejor sabe hacer , dijo
Nightmare. Mentir.
Hauth hizo como si fuera a objetar de nuevo, pero Ione ya se estaba
inclinando. "¿Te preocupas por Elspeth?" ella preguntó . "¿Realmente?"
Los dedos de Ravyn se lexionaron a lo largo de mi mano. “Desde el
momento en que la conocı́”. El pauso. "El segundo momento, tal vez".
Le lancé una mirada estrecha. Ione me miró desde su asiento, con una
sonrisa momentá nea pintada en su impecable rostro de porcelana. Elm
puso los ojos en blanco y Jespyr esbozó una sonrisa.
Hauth frunció el ceñ o. "¿Qué haces cuando no está s con los Destriers?"
le preguntó a Ravyn. "¿A donde vas?"
"Só lo una pregunta", espetó Elm.
Hauth golpeó la mesa con la mano. “Podrı́a hacerle cien preguntas y no
entender ni una pizca de verdad. Ese es su don . ¿No es ası́, Ravyn?
Nadie habló . El rostro de Ravyn permaneció tranquilo, intacto por la ira
de su prima, libre de mentir a voluntad. “He estado ocupado”, dijo, “con
las ó rdenes del Rey. ¿Qué má s estarı́a haciendo?
La frente de Hauth se oscureció mientras se hundı́a en su asiento.
La voz de Jespyr era tranquila. “¿Desearı́as no haberte convertido en un
Destrier y haber tenido una vida normal?”
Compartieron una larga mirada, las lı́neas a lo largo de la frente de
Ravyn se suavizaron. “Só lo los dı́as que no tengo a mi hermana ahı́ para
guiarme en la direcció n correcta”.
Fue el turno de Elm. "Arboles, Ravyn, no lo sé ". Se pasó la mano por la
frente. "¿Crees que soy má s guapo que tú ?"
La comisura del labio de Ravyn se torció . "Decididamente."
Era mi turno de hacer una pregunta. Miré a Ravyn y é l me correspondió
con una sonrisa, sus ojos grises tan claros como cuando me tomó de la
mano y me llevó a las profundidades subterrá neas del castillo, a un
mundo de secretos y traició n y propó sito. Un mundo de bandoleros y
sal.
"¿Sigues ingiendo?" Dije, deleitá ndome con su mirada.
Ravyn soltó una carcajada sorprendida y, delante de todos, se inclinó y
me besó . "Nunca lo fui", susurró en mis labios.
Cuando levanté la vista, los ojos de Hauth estaban puestos en mı́. Apoyó
sus manos sobre la mesa, entrelazando sus dedos, atrapando la luz
turquesa del Cá liz. “Y ahora el que estaba esperando. Es su turno de
responder a nuestras preguntas, señ orita Spindle.
El sudor se acumuló en mis palmas y mi respiració n salió en jadeos
cortos y entrecortados.
Tranquilo ahora , llamó Nightmare. El Cáliz es una Carta de la verdad.
Pero la verdad debe ser enmarcada, atrapada y atrapada. La pregunta es
tan importante como la respuesta.
Apenas habı́a tenido tiempo de ordenar mis pensamientos cuando Ione
comenzó , con sus ojos color avellana cautelosos, atrapada en algú n
lugar entre la curiosidad y el cá lculo. "¿Está s enamorada, Elspeth?"
Sentı́ como si fuera a morir. Por primera vez en mi vida, casi odié a mi
prima. Me preguntaba có mo le irı́a a una Maiden Card frente a un diente
roto.
Esto es bestial , gemı́. Ayúdame.
¿Ayudarte?
ME ESCUCHAS. ¡Ayuda!
El Cáliz afecta la sangre , dijo. Mi fuerza, mi magia, no te librará. Su risa
atravesó la oscuridad. A menos que quieras que le arranque la Carta de
la mano al Gran Príncipe... y le rompa todos los dedos por si acaso.
Eso es totalmente inútil.
Entonces deberás encontrar tu propio camino en torno a la magia del
Cáliz.
Tenı́a razó n: la magia del Cá liz era extrañ a. No lo sentı́ en mis venas, ni
pude discernir el familiar olor a sal en mi nariz. Estaba en algú n lugar
de mi cuerpo, atrapado, esperando que respondiera.
Cuando traté de mentir, tosı́, la sensació n de ser estrangulado era tan
aguda que mis ojos se llenaron de lá grimas.
"Dé jalo", dijo Jespyr. "Ella no necesita responder si no quiere".
“El resto de nosotros tuvimos que hacerlo”, dijo Hauth, guiñ á ndole un
ojo a Ravyn. "Deja que la chica termine".
Pero no pude. No estaba lista para decirlo, incluso si lo sentı́a. La verdad
era demasiado nueva, tan frá gil que podrı́a romperse. Luché por
encontrar una manera de eludir la verdad, pero la magia bloqueó mi
lengua en cada paso, estrangulá ndome hasta que me quedé sin aire.
Respira , llamó Nightmare, su voz era una vela en la oscuridad.
A mi lado, Ravyn se movió . "Elspeth." Me apretó la mano. “No tienes
que…”
"Sı́", dije, la palabra se me escapó sin resistencia, con tanta facilidad que
podrı́a confundirse con nada má s que la verdad.
Intenté apartar mi mano de la de Ravyn, pero é l no me dejó y su pulgar
rozó mis nudillos. Aú n ası́ no miré a é l. Le lancé a Ione una mirada
amarga, su pregunta fue una violació n, arrancá ndome algo que aú n no
estaba listo para decir.
Hauth trazó con avidez la incomodidad en mi rostro, concentrá ndose en
mı́. Cazarme. "Ahora, la pregunta que anhelaba hacer". Se inclinó .
“Dı́game, señ orita Spindle”, dijo, con la voz llena de falso encanto. "¿Qué
le pasó a tu brazo?"
No tuve que levantar la vista para saber que Ravyn, Jespyr y Elm se
habı́an puesto rı́gidos en sus asientos. Ravyn tiró de mi mano debajo de
la mesa, pero lo ignoré , congelada, buscando palabras que no me
traicionaran ante el verdugo.
El Cá liz torció mi lengua, bloqueando las mentiras antes de que llegaran
a mi lengua. Hauth habı́a sido inteligente. No podı́a robarle secretos a
Ravyn, un hombre inmune al Cá liz.
Pero é l podrı́a robar el mı́o. Y con ellos, condenarnos a todos.
“Yo…” dije, ahogá ndome con la palabra. "II fue-"
Ione puso una mano sobre el brazo de Hauth. "Te lo dije, ella se cayó ..."
"Cierra la boca, Ione", gruñ ó Hauth, apartando su mano.
"¿No ha soportado su iciente de tu rencor?" Elm dijo entre dientes.
“¿Qué te importa, hermano?”
"Llá mame anticuado, pero no creo que debas usar una guadañ a con la
mujer con la que te vas a casar".
Ellos discutieron. Jespyr se unió . Pero no escuché lo que dijeron. Sentı́
como si me estuviera ahogando con mi propia bilis.
Cálmate , llamó la voz de Nightmare, cercana y lejana al mismo tiempo.
Tarde o temprano la verdad saldrá a la luz , ronroneó . Tú mismo lo
dijiste.
¡No quise decir ESTO!
Miré a Ravyn. Debió haber visto el miedo en mis ojos, porque cuando
me miró , habı́a un dolor en su rostro que no habı́a visto antes: crudo,
protector. El tomó mi mano, y aunque sus labios apenas se movı́an,
distinguı́ cuatro palabras de su boca.
"Deja que te ayude."
Las lá grimas llenaron mis ojos. A mi lado, la Tarjeta Pesadilla de Ravyn
volvió a parpadear. La sal llenó mi nariz y me congelé , entendiendo
demasiado tarde lo que Ravyn habı́a querido decir.
Deja que te ayude.
“No lo hagas, Ravyn…” Jadeé .
Pero fue demasiado tarde. Ya habı́a roto su promesa.
La intrusió n en mi mente fue como si alguien me hubiera salpicado con
agua helada. Lo sentı́ en mis oı́dos, mis ojos, mis fosas nasales, en el
paladar. Tosı́, jadeando por aire.
Está bien, Elspeth , la voz de Ravyn resonó en mi cabeza. Puedes hacerlo:
elige tus palabras con cuidado. Te preguntó qué pasó, no cómo pasó.
Pero apenas lo escuché . Estaba demasiado ocupada gritando, mis dedos
clavá ndose en la palma del Capitá n de los Destriers. ¡No no no! ¡Te dije
que no, Ravyn!
Respira, Elspeth , dijo con voz tranquila por encima del estré pito. Todo
estará bien.
Te dije que NO, Ravyn , dije. Salir.
Ravyn se agitó , la confusió n y el dolor tocaron las comisuras de su
rostro. Lo siento , dijo, sólo quería...
La Pesadilla surgió de la oscuridad como una bestia de presa. La oíste ,
dijo, golpeando sus garras, un gruñ ido cruel le desgarró la garganta.
Fuera, Ravyn Yew. CONSEGUIR. AFUERA.
Ravyn cayó con toda fuerza de su asiento, toda la mesa tembló a su
paso.
"¡Fá cil!" Jespyr llamó , ponié ndose de pie de un salto. Los demá s
tambié n se pusieron de pie, y sus miradas pasaron de mı́ al capitá n de
los Destriers, que estaba sentado, aturdido en el suelo, con el hermoso
rostro contraı́do por el miedo.
Elm rodeó la mesa. "Parece que has visto un fantasma".
Los ojos grises de Ravyn, muy abiertos y vidriosos, estaban ijos en mi
rostro. "No... no visto".
"Sié ntate", ladró Hauth. Se adelantó , pasó junto a Ione y me agarró . Me
atrapó el brazo herido. "Está bien, señ orita Spindle, puede decirme la
verdad", dijo, presionando su pulgar contra mi manga, en mi muñ eca
rota. "Despué s de todo, es só lo un juego".
Jespyr se abalanzó sobre é l. "Quı́tate de encima", gritó ella, tirá ndolo
hacia atrá s, sus dedos raspando mi muñ eca mientras me soltaba.
Vi estrellas, enfermas de dolor. Hauth y Jespyr estaban peleando entre
sı́. Elm estaba levantando a Ravyn del suelo. Nadie má s que yo vio a
Ione alcanzar el Cá liz desechado sobre la mesa y, con la delicada punta
de su dedo, golpearlo, liberá ndome.
Compartimos una mirada. Abrı́ la boca para decir algo, pero ella ya
estaba levantada de su silla y alejá ndose por el gran saló n.
Ravyn estaba de pie, como un lobo mientras se volvı́a hacia su primo.
"Esto fue una emboscada, no un juego", gruñ ó . "Te hemos complacido
durante su iciente tiempo". Me ofreció su mano y la tomé , luego hice un
gesto con la cabeza hacia Jespyr y Elm. "Nos vamos."
Dejé escapar un suspiro de alivio y me puse de pie.
Pero el mundo a mi alrededor se dobló y mis rodillas, repentinamente
dé biles, se doblaron bajo el peso de mi cuerpo.
Caı́, estrellá ndome contra el suelo.
Las ná useas se apoderaron de mi estó mago y me ahogé , una bilis
espesa y rezumante subió por mi garganta y me estranguló . Cuando tosı́
y cayó al suelo, estaba oscuro y granulado, pesado como la tierra que
habı́a desenterrado esa mañ ana. Se deslizó por mis dedos, caliente y
viscoso, dejando largos y enojados rastros que se acumularon
oscuramente en mis palmas.
No fue hasta que tosı́ de nuevo que me di cuenta de que era sangre.
Como un tonto, intenté vencer al Cá liz. Intenté mentir demasiado.
En los breves momentos antes de vomitar un mar de sangre, recordé la
insignia de la Carta del Cá liz: Suero de la Verdad , la antigua escritura
tallada sobre la imagen de una copa llena de un lı́quido rojo oscuro. En
su lado opuesto, la taza giró sobre su cabeza y el lı́quido oscuro se
derramó , sin que nadie lo pidiera...
Veneno.
Capítulo treinta y dos
LA PESADILLA
Ten cuidado con la oscuridad,
Ten cuidado con el susto.
Ten cuidado con la voz que llega en la noche.
Se retuerce y llama,
A travé s de pasillos sombrı́os.
Ten cuidado con la voz que llega en la noche.
La habitació n estaba a oscuras cuando desperté , el amanecer aú n
asomaba tı́midamente en el horizonte. Me quedé mirando a la nada, un
dolor sordo palpitaba detrá s de mis ojos.
Primero reconocı́ el techo. Habı́a nudos en la madera que, si mis ojos
permanecı́an desenfocados, se transformaban en rostros extrañ os y
grotescos que me miraban ijamente. Antes de tener un concepto real
de los monstruos, solı́a imaginar que las formas en la madera eran
criaturas que me vigilaban, ni bené volas ni malvadas.
Pero eso fue hace mucho tiempo.
Me senté en la cama de mi infancia y examiné la habitació n, con el dolor
golpeando la parte posterior de mi crá neo. La habitació n era
exactamente como la recordaba: el baú l lleno de vestidos, el estante de
madera. casa de muñ ecas. La pila de mantas, cuyos colores ahora
estaban descoloridos y apolillados, estaba donde las habı́a dejado hacı́a
once añ os.
Nada se habı́a movido, la habitació n estaba en silencio, como congelada.
Lo ú nico fuera de lugar era la silla alta de madera y el hombre sentado
en ella, sacado de su lugar en la esquina y colocado al lado de mi cama.
Ravyn estaba dormido, con la cabeza inclinada, como si estuviera
rezando. Su rostro estaba tranquilo; toda la tensió n y la austeridad
habı́an desaparecido con el sueñ o. En su bolsillo brillaban las familiares
luces violeta y burdeos de sus Tarjetas, sin parpadear.
Lo observé durante un rato y la luz de mi ventana se hizo má s brillante.
Me pregunté có mo me habı́a llevado hasta aquı́, hasta lo alto de la casa.
Me preguntaba có mo me habı́an curado del veneno del Cá liz.
Sobre todo, me preguntaba, con el estó mago revuelto, si despué s de
anoche, Ravyn Yew habı́a cambiado irrevocablemente de opinió n sobre
mı́.
Una mano silenciosa llamó tres veces a mi puerta. Cerré los ojos,
ingiendo dormir.
Ravyn se despertó sobresaltado y se puso de pie de un salto. "¿Quié n
es?"
"Olmo."
Escuché que se soltó el pestillo y la puerta se abrió con un chirrido, los
pasos de Elm se apresuraron cuando entró en la habitació n y cerró la
puerta detrá s de é l. "¿Como es ella?"
"Aú n estoy dormido", murmuró Ravyn. "Filick se fue hace unas horas".
“¿Má s sangre?”
"No."
"Podrı́a matar a Hauth", dijo Elm furioso.
"Lo que es má s alarmante es por qué querı́a usar un Cá liz en primer
lugar", dijo Ravyn. “Tu hermano sospecha que fuimos nosotros los que
estuvimos en el bosque esa noche. No tiene pruebas, pero sospecha”.
"Tenemos que tener cuidado, Ravyn".
"Estoy muy consciente".
"¿Has dormido?"
El bostezo de Ravyn fue respuesta su iciente.
“Sié ntate antes de caerte”, dijo Elm.
La silla crujió bajo el peso de Ravyn. Mantuve los ojos cerrados, sin
saber si debı́a hablar o cuá ndo.
La voz de Ravyn bajó . "Usé Nightmare con ella anoche".
Mis mú sculos se tensaron.
Elm guardó silencio un momento. “Lo usaste para ayudarla, para guiarla
durante el juego. Tal como lo hiciste conmigo”.
“Le dije al principio que no lo usarı́a con ella. Le di mi palabra”.
Elm resopló . "Lo de anoche fue una circunstancia atenuante, dirı́a yo".
"Dudo que ella lo vea de esa manera".
"¿Por qué no?"
Ravyn hizo una pausa. Cuando habló , su voz era tranquila, dudosa. "No
sé có mo explicarlo", dijo. “No se parecı́a a la cabeza de nadie en la que
hubiera estado antes. Me sentı́ como si me hubieran sumergido bajo el
agua del mar. Estaba oscuro y cambiante: una tormenta. Cuando hablé
con ella pude escuchar su voz, pero estaba muy lejos”. Hizo una pausa,
el sonido de sus palmas á spero contra su rostro. “No sé qué pasó , Elm.
Debo estar perdiendo la cabeza."
¿Vas a dejar que sufra así? susurró la Pesadilla.
Cierro los ojos con má s fuerza. ¿Qué pensará de mí?
¿Importa?
Por supuesto que importa. Él importa.
Así que no le mientas.
Mi respiració n resonaba en mi pecho. Abrı́ los ojos y me volvı́ hacia
Ravyn y Elm.
"Elspeth", dijo Ravyn, acercando su silla a mi cama. El tomó mi mano.
"¿Có mo te sientes?"
"Terrible", admitı́. "¿Qué pasó ?"
“Despué s de que escupiste un lago de sangre”, dijo Elm, apoyá ndose en
el poste de mi cama, “Filick pudo conseguirte un antı́doto. Estará s dé bil
por algú n tiempo”.
Me froté la cabeza y mis ojos encontraron los de Ravyn. “Te pedı́ que no
usaras tu Tarjeta Nightmare conmigo”, dije, mi voz no era má s que un
susurro.
La vergü enza ensombreció el hermoso rostro del Capitá n. "Lo sé ", dijo.
"Lo lamento. Pensé que estaba ayudando”. Luego, como si luchara
contra las palabras, dejó escapar un profundo suspiro. “¿Qué diablos
pasó , Elspeth? ¿Qué era esa voz?
"¿Voz?" Dijo Olmo.
“Una voz me habló ”, dijo Ravyn. “Como si estuviera dentro de las
paredes de mi cabeza. Lo escuché claro como el dı́a”.
“¿Qué te dijo?”
Ravyn me miró con sus ojos grises penetrantes. "Me dijo que saliera de
su cabeza".
Las lá grimas cayeron de mis ojos, traicioná ndome mientras corrı́an por
mis mejillas. Ravyn alcanzó mi cara. "Elspeth", dijo, con mi nombre
como una rosa en su lengua. “Sea lo que sea, te ayudaré . Só lo dime."
Negué con la cabeza. "No puedes ayudarme, Ravyn".
"Puedo intentarlo, ¿no?"
Pero no habı́a dicho esas palabras... no en once añ os. Habı́a enterrado la
verdad tan profundamente y durante tanto tiempo que no sabı́a có mo
desenterrarla.
Señ alé la luz color burdeos en su bolsillo. "Mejor si te lo muestro".
Ravyn tocó su Tarjeta Pesadilla tres veces, sus ojos nunca abandonaron
mi rostro. La intrusió n en mi mente fue tan abrasiva como lo habı́a sido
la noche anterior, como si me hubieran sumergido en agua salada
helada. Detrá s de mis ojos, la Pesadilla esperaba.
Sé amable con él , le susurré .
Era extrañ o ver a Ravyn frente a mı́ y sentir su presencia en mi mente al
mismo tiempo. Ravyn , dije.
Elspeth.
La voz de Nightmare goteaba como aceite. Ravyn Yew , dijo. Al menos
esta vez vienes invitado .
Ravyn se echó hacia atrá s, con los ojos muy abiertos.
"¿Qué es?" Dijo Elm, poniendo una mano en el hombro de su primo.
"Hay algo ahı́", jadeó Ravyn. "Alguien má s."
"¿Otra persona?"
“No es una persona. Yo... no lo sé . Buscó mi rostro. "¿Qué es?"
Asentı́ hacia la tarjeta que tenı́a en la mano. En su cara, justo debajo del
terciopelo color burdeos, habı́a dibujada una criatura. Una bestia de la
oscuridad...
Una pesadilla.
Ravyn parpadeó . "Eso", dijo, extendiendo la tarjeta entre nosotros.
“¿Esa cosa está en tu cabeza?”
El rostro de Elm palideció , sus ojos verdes estaban vidriosos y sus
dedos apretaban el hombro de Ravyn.
¿Quién eres? Exigió Ravyn, gritando en la oscuridad.
La Pesadilla no se vio afectada por su angustia. El pastor de la sombra.
El fantasma del susto. El demonio en el sueño. La pesadilla de la noche.
¿Por qué estás en la cabeza de Elspeth?
Mis pensamientos se retorcieron ante mis ojos. De repente estaba de
vuelta en la biblioteca de mi tı́o, la Tarjeta de Pesadilla extendida sobre
el escritorio de madera de cerezo. Miré al monstruo de la Tarjeta. Ojos
amarillos, garras feroces, la pendiente de pelaje á spero subiendo por su
columna mientras estaba sentado encorvado, mirá ndome.
Vi mis pequeñ as manos alcanzá ndolo, la biblioteca de repente envuelta
en el olor a sal.
Todo se volvió negro.
Frente a mı́, el rostro de Ravyn se habı́a convertido en piedra, el terror
só lo era visible en sus ojos. “No entiendo”, dijo. “¿Có mo llegó a tu
mente?”
“Toqué la Tarjeta Pesadilla de mi tı́o”, dije. Miré a Elm. “Es mi habilidad,
mi magia. En el momento en que una Carta de la Providencia toca mi
piel, absorbo todo lo que el Rey Pastor pagó para crearla”.
Elm se atragantó con sus palabras. "¿Qué quieres decir con 'pagado'?"
Apreté los dientes. “Cuando el Rey Pastor hizo la baraja, el Espı́ritu
exigió el pago. Ası́ que hizo trueques por cada Tarjeta, pagando en
objetos, animales...
Elm negó con la cabeza. "No todo el cuento antes de dormir, Spindle, lo
esencial , por favor".
"Dé jala hablar", gruñ ó Ravyn.
Tragué , las palabras pegajosas en mi garganta. "Cuando el Rey Pastor
hizo la Carta Pesadilla, intercambió una parte de sı́ mismo". Cerré mis
ojos.
La voz de Ravyn era ina como el papel. "Su alma."
Asenti. "Eso es lo que absorbı́ cuando toqué la Tarjeta Pesadilla de mi
tı́o".
Ravyn y Elm me miraron ijamente, con los ojos muy abiertos, como si
nunca me hubieran visto realmente. "Pero si é l cambió su alma",
susurró Elm, bajando los ojos hacia la Carta de Pesadilla de Ravyn, "y tú
la absorbiste, entonces la voz en tu cabeza..."
La risa de Nightmare llenó mi mente, haciendo que Ravyn se
estremeciera.
Levanté la vista y la verdad inalmente me fue arrancada, pieza por
pieza. "El es el Rey Pastor".
No habı́a su iciente espacio en toda Spindle House para soportar el
peso del silencio que pesaba sobre nosotros. Elm parecı́a a punto de
gritar, con una mano en la boca, los ojos verdes muy abiertos y la frente
torcida por la sorpresa.
Pero la reacció n de Ravyn me asustó má s. Quietud—toda su Cara
congelada, como si estuviera hecha de piedra. “¿Qué pasa con otras
tarjetas Providence?” é l dijo. "¿Realmente puedes verlos por color?"
Miré hacia otro lado. "No puedo. Pero él puede”.
“¿Está s diciendo que esa criatura”, dijo Elm, señ alando la Tarjeta en la
mano de Ravyn, “¿es el Rey Pastor? ¿ Que ha sido él quien nos ha dicho
dó nde está n todas las Cartas?
"El no habla por mı́". Me mordı́ la mejilla. "No a menudo."
“Pero é l sı́ te ayuda”, dijo Elm. La voz del Prı́ncipe se hizo má s fuerte.
“Por eso puedes luchar, por eso eres fuerte y rá pido. ¿De qué otra
manera podrı́as haber sobrevivido al ataque de tu padre esa noche en la
carretera? Se volvió hacia Ravyn, con los hombros erguidos con
reivindicació n. “Ası́ es como hirió a Hauth, có mo mutiló a Linden. Él lo
hizo por ella”.
No me molesté en negarlo. "El no me da su fuerza a menos que yo se la
pida".
"Etico, ¿verdad?" Elm resopló . "Esto solo se pone mejor y mejor.
¿Supongo que esos son sus ojos amarillos que todos hemos estado
viendo estas ú ltimas semanas?
Apreté la mandı́bula, el dolor en mi cabeza de repente no fue nada
comparado con la abrumadora desesperació n acumulá ndose en mi
pecho. Querı́a llorar, dejarme caer sobre las almohadas y dormir
durante cien añ os; el dolor de su escrutinio y el miedo se grabaron en el
rostro de Ravyn má s de lo que podı́a soportar.
Ravyn deslizó su mano por mi brazo. "Danos un momento, Elm".
El Prı́ncipe se resistió . “Esto simplemente con irma todo lo que te dije
sobre ella. ¡Que nos ha estado mintiendo todo el tiempo!
Ravyn miró a su primo de reojo. "Por favor. Ir."
La frente de Elm se ensombreció . Se dio la vuelta, con los hombros
bajos pero la mandı́bula apretada. Debajo de la sombra de su ceñ o, vi
vidrio en sus ojos verdes entrecerrados.
Cuando la puerta se cerró , Ravyn se volvió hacia mı́, con el ceñ o
fruncido y la boca formando una lı́nea apretada. "¿Por qué no me lo
dijiste, Elspeth?"
Giré el cuello y miré hacia la ventana. "Sé lo que sé ", dije, golpeando mis
dientes. “Mis secretos son profundos. Pero los he guardado por mucho
tiempo, y ellos se mantendrá n por mucho tiempo”.
Ravyn me miró ijamente y frunció el ceñ o.
Lo viste, igual que ellos , ronroneó Nightmare. Viste el amarillo en sus
ojos la noche que la atacaste en el camino forestal. Lo has visto una
docena de veces desde entonces.
No me correspondía exigir respuestas , dijo Ravyn. ¿Cómo pude haber
sabido que éste era su secreto? Me apretó el brazo. "¿Ha estado en tu
cabeza once añ os?"
"Atrapado", dije. “Tal como soy yo. Y cada vez es má s fuerte. Esa es mi
degeneració n”. Parpadeé , mi mente pesaba, como si estuviera bajo
tierra. "Cada vez que le pido ayuda, se vuelve má s fuerte".
“¿Alguna vez te ha lastimado?”
La Pesadilla siseó . ¿Lastimarla? Yo la protejo.
Entonces, ¿por qué te estás volviendo más fuerte? —preguntó Ravyn.
Las garras de Nightmare golpeaban contra el oscuro suelo de mi mente
mientras é l caminaba inquieto. Cuando Rowan me robó la vida, mi alma
permaneció sellada en la Tarjeta Nightmare. Esperé cientos de años,
consumido por la furia y la sal. Su voz se pegó a mı́, como si estuviera
hecha de cera. Elspeth me sacó del Card, la oscuridad. Así que la protegí
de un mundo que la mataría. Hablé con ella desde The Old Book . Ella ya
era buena, inteligente. Pero le enseñé a tener cuidado. Le di mis regalos:
mi fuerza. Pero nada es gratis, Ravyn Yew. Especialmente no magia.
La voz de Ravyn apenas era un susurro. ¿Qué sucede cuando te vuelves
demasiado fuerte para la mente de Elspeth?
Pero la ú nica respuesta de Nightmare fue el chasquido de sus dientes,
en todas partes a la vez.
Mis pensamientos nadaban en la oscuridad. Casi podı́a sentir el pelaje
á spero a lo largo de la columna de Nightmare, como si estuviera bajo mi
mano. Su voz sonó como cien pá jaros azotando a travé s de mi mente.
“Era su castillo, el que estaba en ruinas. El primer rey Rowan lo quemó
y lo asesinó a é l y a su familia. Miré a Ravyn, con los ojos hú medos de
lá grimas saladas. "Está enterrado debajo de la piedra en la cá mara del
Castillo Yew".
La puerta volvió a llamar tres veces, esta vez con urgencia.
"Ahora no", espetó Ravyn.
“El Rey nos quiere abajo”, llamó la voz de Jespyr a travé s de la madera.
"Ahora."
"Dile que estoy ocupado".
"Parecerá sospechoso si no está s con nosotros, Ravyn".
Ravyn se pasó las manos por la cara, las sombras debajo de sus ojos se
hicieron má s pronunciadas a la luz de la mañ ana. "Estaré ahı́."
Los pasos de Jespyr se desvanecieron escaleras abajo.
“¿Qué quiere el Rey?” Yo dije. "Pensé que todos se quedarı́an aquı́ para
pasar otra noche de celebració n".
“Para hablar de patrullas, sin duda”, dijo el Capitá n. “Mi tı́o exigió má s
inspecciones mé dicas en la ciudad desde que el niñ o y sus padres
escaparon. Los escoltamos. Deberı́a volver antes de la noche”.
Apartó su mano de la mı́a y golpeó su Tarjeta Nightmare tres veces,
cortando nuestra conexió n. Sentı́ tensió n entre nosotros, vacilació n.
Pero cuando lo alcancé , ya estaba en la puerta.
"Podremos hablar má s cuando regrese", dijo Ravyn. "Descansa un poco,
Elspeth".
Me quedé en la cama cinco minutos, tan ansiosa que mis piernas
arrancaron las mantas por sı́ solas.
Necesitas descansar , dijo Nightmare. El veneno te ha debilitado.
Lo ignoré y balanceé mis piernas sobre el borde de mi cama.
Un golpe en mi puerta me detuvo y me quedé congelada, esperando.
"¿Hola?"
La puerta se abrió con un chirrido y entró mi padre, torpe con sus
tiernos pies, como si yo fuera un gigante dormido. "No estaba seguro de
si estabas despierto", dijo.
No respondı́. Estaba demasiado atrapada en la luz que salı́a de su
bolsillo, cegadora y de color azul za iro.
La tarjeta del pozo.
"¿Te sientes mejor?" preguntó .
Le lancé una rá pida sonrisa, obligá ndome a parecer tranquila. Cuando
mis manos empezaron a temblar, con todo mi cuerpo consciente de la
Tarjeta de Pozo, me senté sobre ellas. "Cansado, pero mejor".
Mi padre se detuvo a los pies de mi cama, con las piernas separadas a la
altura de los hombros y las manos entrelazadas detrá s de la espalda,
siempre el Destrier. “Cogı́ a Filick Willow cuando salı́a. ¿Me dijo que
habı́as estado usando un Cá liz?
"El Prı́ncipe Hauth, no yo", dije con voz frı́a. "Simplemente casualmente
estaba allı́".
"Mmm." Los ojos azules de mi padre recorrieron mi habitació n. “Yo
descon iarı́a del Prı́ncipe Hauth, Elspeth. El no es… é l es muy…”
“¿Hombre horrible?”
La comisura de su labio se torció . "Es el hijo de su padre".
No le pregunté qué querı́a decir. Dudaba que me lo dijera, incluso si lo
hiciera.
“¿Qué pasa con Ravyn Yew?”
Mi espalda se enderezó . “¿Qué hay de é l?”
Hizo una mueca, claramente incó modo. "Ustedes dos parecen estar
disfrutando de su noviazgo".
"Hasta que se dio cuenta de que un Rey, muerto quinientos años, ocupaba
su mente" , dijo la Pesadilla.
Intenté sonreı́r. "El me gusta mucho."
Mi padre metió la mano en el bolsillo, con los dedos rı́gidos, y Recuperó
la brillante luz azul. Dejó la Tarjeta de Bienestar a los pies de mi cama y
dio un paso atrá s. Sobre la tarjeta, sujeta con un solo trozo de cordel,
habı́a un tallo seco de milenrama. "Tu madre me regaló esta tarjeta
cuando nos casamos", dijo en voz baja. “Se lo habı́a regalado su padre,
pero ella querı́a que yo lo tuviera. '¿Qué necesidad tengo de un pozo?'
habı́a dicho en su habitual manera alegre. 'Só lo un hombre necesitarı́a
una Tarjeta para realizar un seguimiento de sus enemigos'”.
Nunca habló de mi madre. Algo se hizo añ icos en mı́, viendo có mo sus
ojos se ponı́an vidriosos.
"Querı́a que lo tuvieras", dijo, inhalando, pará ndose má s erguido que
antes. “No tienes que dá rselo a Ravyn Yew. No tienes que dá rselo a
nadie. Só lo pensé ... Apartó la mirada de mı́, la luz de las ventanas llamó
su atenció n y su voz apenas era un susurro. "Si pudiera volver atrá s y
hacerlo de otra manera, Elspeth, lo harı́a".
No me dio tiempo a responder. Y fue lo mejor, porque no tenı́a nada
para dar. Estaba demasiado sorprendida, demasiado conmovida,
demasiado picada para saber qué decir ademá s del silencioso "Gracias"
que murmuré cuando é l salió por mi puerta.

Mi vestido negro yacı́a hecho un montó n en el suelo. Si habı́a tosido


sangre, la tela oscura no mostraba evidencia alguna. Me vestı́ y bajé
sigilosamente las escaleras hasta la cocina; la voz del rey resonaba
fuerte por toda la casa y los invitados de mi padre aú n estaban en la
cama.
Una nube de oscuridad emanaba del piso inferior. Los Destriers aú n no
habı́an salido a patrullar. Me deslicé por la cocina y me senté cerca de lo
alto de la escalera. Cuando los Destriers pasaron, Ravyn y Elm fueron
los ú ltimos en irse. Los miré , rojo, violeta y burdeos, los ú nicos colores
en un mar de negro.
Atraı́do por mi mirada, Ravyn se giró y sus ojos grises se apresuraron a
encontrarme en el hueco de la escalera.
Su rostro era ilegible mientras se acercaba. Me incliné sobre la
barandilla, mi largo cabello cayendo entre nosotros. "La tarjeta de pozo
está en mi habitació n", susurré .
Los ojos de Ravyn se abrieron como platos. “¿Se lo robaste a Erik?”
"El me lo dio."
El arqueó una ceja. "¿Ası́?"
"Ası́."
Una pequeñ a risa sonó en su garganta. “Enviaré a Filick para que te
controle. Puede llevá rselo de regreso a Castle Yew”.
Sentı́ la misma tensió n entre nosotros de antes, la misma tensió n. Me
agaché entre los balaustres de madera de la escalera. Só lo pude
alcanzar su hombro. "Lo... lo siento, Ravyn", dije. “Lamento no haberte
dicho. No pensé que con iarı́as en mı́. Y necesitaba que con iaras en mı́
si querı́a recoger las Cartas y curarme.
Sacudió la cabeza y levantó la mano, las puntas de sus dedos rozaron mi
mejilla. “No me debes una explicació n, Elspeth. Soy yo quien rompió mi
palabra”.
"Deberı́a habé rtelo dicho antes", dije. “No sabı́a có mo”.
Ravyn esbozó una pequeñ a y triste sonrisa. "Lo sé ."
Elm tosió , esperando en la puerta.
Mis ojos se posaron en la boca de Ravyn. "¿Cuá ndo vas a estar de
vuelta?"
"Esta noche", dijo, su pulgar rozando mis labios mientras caı́a.
Su beso fue un fantasma en mi cabello negro. Un momento despué s
cruzó el umbral de Spindle House y entró en el patio, pisando con sus
botas las primeras hojas rojas que caı́an del antiguo á rbol.
Las garras de Nightmare acunaron mi mente.
“Cuı́date”, le susurré al viento mientras Ravyn Yew desaparecı́a má s allá
de la puerta.
Si hubiera sabido que serı́an las ú ltimas palabras que le dirı́a en voz
alta, podrı́a haberlas elegido de manera diferente.
Capítulo treinta y tres
Ser cauteloso es estar interesado.
Amante de aquellos que pueden usar la magia para hacer mal.
Ser inteligente es ser sabio.
Es aconsejable no utilizar las Tarjetas con demasiada frecuencia.
Ser bueno es ser reverente.
Reverente del equilibrio, de la sal en el aire, del Espı́ritu del Bosque.
Sé cauteloso. Sea inteligente. Sé bueno.
F ilick iba y venı́a, con la tarjeta de bienestar escondida en lo profundo
de su bata blanca de mé dico. Lo acompañ é hasta la puerta pero no tuve
fuerzas para subir hasta mi habitació n. Me quedé en el saló n, cerca del
fuego. Balian me trajo caldo caliente y lo bebı́ mientras la casa se
llenaba de ruido al despertar a los invitados.
No vi a Nerium ni a mis medias hermanas, y por eso me alegré . Pero sı́
esperaba ver a Ione tan pronto como pudiera reunir su iciente energı́a
para ponerme de pie.
No , dije cuando Nightmare se agitó . Quiero estar solo.
Lástima , llamó , deslizá ndose por mi mente. Alguien viene.
Me hundı́ en mi silla, rezando para pasar desapercibida. Pero cuando
Cuando se abrió la puerta del saló n, me quedé helado; mi tı́o era la
ú ltima persona que esperaba ver.
Estaba buscando algo, con la cabeza dando vueltas. Cuando lo llamé por
su nombre, saltó . "Elspeth." Tosió . "Ahı́ tienes."
Me esforcé por ponerme de pie. "Aquı́ estoy."
“Escuché que estabas enfermo. ¿Te sientes mejor?"
Asenti. “Una enfermedad pasajera.”
Mi tı́o no pareció escucharme, sus ojos distantes, enfocados en el hogar,
lejos de mı́. Luego, despué s de una pausa severa, dijo: “Tu tı́a está aquı́,
buscá ndote”.
El calor tocó mi pecho, una sonrisa, espontá nea, curvó mis labios.
"¿Donde esta ella?"
“Esperando en tu habitació n. Le dije que te traerı́a. Abrió la puerta, su
boca era una lı́nea ina y pá lida. "Si te queda."
Subimos las escaleras en silencio. Debilitado por los efectos del veneno,
mis mú sculos se tensaron y me vi obligado a tomar varios descansos.
Mi tı́o se quedó detrá s de mı́, sus pasos chirriaban mientras subı́amos
las escaleras.
Cuando llegamos al quinto rellano, mi habitació n a só lo un piso de
distancia, se estremeció .
Me volvı́, pero é l miró hacia otro lado, con una sonrisa forzada en sus
labios incoloros. "Estoy bien", dijo. "Simplemente frı́o".
Quizá s lo era. Siempre hacı́a má s frı́o en esta parte de la casa. Aú n ası́,
algo en su expresió n me atrapó , las lı́neas de su rostro dibujadas, su piel
fantasmalmente pá lida, como si hubiera sido é l quien habı́a ingerido el
veneno, no yo.
Y aun ası́, é l no me miró . La nuca me erizó . Incliné la cabeza. “¿Está todo
bien, tı́o?”
El asintió con rigidez y señ aló hacia las escaleras. "Opal está
esperando".
Está ocultando algo , murmuró Nightmare.
Continué subiendo las escaleras.
Cuando llegué a mi dormitorio, el viento silbaba a travé s de la ventana
abierta. La luz gris de la tarde proyectaba largas sombras sobre el
crujiente suelo de madera. Por encima de mı́, una telarañ a colgaba
entre las vigas, agitada por la corriente de aire. Si no hubiera estado allı́
esa misma mañ ana (con la cama todavı́a boca arriba), habrı́a pensado
que la habitació n estaba completamente abandonada, todo quieto,
rancio y frı́o.
Mi tı́a no estaba allı́.
Pero Hauth Rowan, escondido en la sombra del armario, sı́ lo estaba.
La Pesadilla siseó brutalmente, sus garras cortando la oscuridad. Correr.
Pero fue demasiado tarde. Mi tı́o ya se habı́a puesto detrá s de mı́,
obligá ndome a entrar en la habitació n.
“¿Se siente mejor, señ orita Spindle?” Preguntó Hauth con voz suave.
Retrocedı́ hacia mi tı́o, con el pá nico subiendo a mi garganta. "¿Qué
está s haciendo aquı́?"
El Gran Prı́ncipe sonrió . “Le pedı́ a tu tı́o que te trajera. Para que
podamos hablar”.
Miré por encima del hombro a mi tı́o. “¿Usaste tu guadañ a con é l?”
Hauth sonrió . “¿Te importarı́a responder eso, Tyrn?”
La cara de mi tı́o lo decı́a todo. Tenı́a los ojos color avellana bajos y la
frente arrugada por la culpa. Lo miré ijamente, esperando que hablara,
esperando que me dijera que no era real, que se habı́a visto obligado a
traicionarme y no me habı́a llevado, voluntariamente, ante el Gran
Prı́ncipe.
Pero é l no dijo nada.
"¿Qué deseas?" Pregunté de nuevo, mi voz temblaba cuando me volvı́
hacia Hauth.
“Quiero la verdad”, respondió el Gran Prı́ncipe. “Con Ravyn patrullando,
supe que inalmente te tendrı́a para mı́ solo. Ası́ que respó ndame,
señ orita Spindle. Sus ojos se posaron en mi manga. "¿Qué le pasó a tu
brazo?"
Estaba temblando, con los dientes en punta.
El Gran Prı́ncipe miró a mi tı́o con tono desdeñ oso. “Puedes irte ahora,
Tyrn. Si alguien pregunta, asegú rele que Elspeth desea permanecer
tranquila, segura y dormida. El me sonrió . "Si alguien se molesta en
preguntar".
"¡Tı́o!" Llamé , alcanzando su brazo. "¡No te vayas!"
No se atrevı́a a mirarme. Mi tı́o se liberó de un tiró n y me cerró la
puerta en la cara. Me lancé hacia la manija, pero é l ya habı́a deslizado la
llave en el pestillo, encerrá ndome con el Gran Prı́ncipe.
"¡Padre!" Grité , golpeando mis palmas contra la madera. "¡Alguien!
¡Iona! Balian! Ayuda-"
Hauth estuvo a mi lado en unos momentos, su gruesa mano á spera
mientras la empujaba sobre mi boca, sofocando mis gritos. "Silencio",
me dijo al oı́do. "Quiero hablar. Nadie tiene por qué salir lastimado”.
Me tambaleé , girá ndome lo su icientemente rá pido como para
abofetearlo en la cara, mis uñ as se arrastraron por su mejilla y
mandı́bula, desgarrando las viejas costras que habı́a dejado hace una
semana.
Hauth maldijo y metió la mano en su bolsillo, sacando su guadañ a.
"Qué date quieto", ordenó .
La sal me picaba la nariz, la magia era tan potente que mis mú sculos se
contrajeron. No podı́a moverme, mi mente en guerra con la in luencia
de Scythe. Rechiné los dientes y apreté los dedos en puñ os. Cuando
miré a Hauth, sus labios se curvaron en una sonrisa engreı́da.
“No luches contra eso”, dijo. "Só lo te hará s dañ o a ti mismo".
Cerré los ojos, me costaba respirar. No era el primer prı́ncipe que
intentaba hacerme acobardar con la tarjeta roja. No es real , me dije,
rechinando los dientes. Mi mente ha sido probada, fortalecida. La magia
de la Guadaña es simplemente una fuerte lluvia, una tormenta que me
acobarda.
Y Nightmare y yo no nos acobardamos.
Rompı́ el muro de control de Scythe con un grito gutural. Los ojos
verdes de Hauth se abrieron como platos y su mandı́bula se abrió .
Golpeé salvajemente, mi puñ o chocó con la mano del Gran Prı́ncipe, la
mano que Ravyn habı́a herido. Hauth siseó y dejó caer la guadañ a.
Golpeé de nuevo, la base de mi palma conectando con su barbilla. Su
cabeza echó hacia atrá s y su rostro se contrajo de dolor. Cuando abrió
sus ojos verdes, estaban desenfocados.
Pero só lo por un momento. El Gran Prı́ncipe todavı́a tenı́a una Tarjeta
má s en su bolsillo.
El Caballo Negro.
Una luz oscura brilló . No lo vi moverse, la Tarjeta le otorgaba una
velocidad repentina y notable. Lancé un golpe al aire, pero é l me agarró
por la muñ eca herida y me torció el brazo detrá s de mı́.
"¡Bajar!" Grité .
Me empujó a travé s de la habitació n. Cuando traté de alejarlo, me arrojó
contra la silla de madera en la que Ravyn se habı́a sentado esa mañ ana.
Presionó su ancha mano irmemente contra mi garganta. "Sé que eras
tú en el bosque", gruñ ó . “Grita de nuevo y esta vez no te romperé la
muñ eca. Te romperé el cuello”.
Arrancó tiras de ropa de cama y me ató a la silla, con las manos
entrelazadas detrá s de la espalda. Tiré de la atadura y mi muñ eca rota
gimió de dolor. "¿Qué deseas?" Me enfurecı́.
El Gran Prı́ncipe recogió su guadañ a del suelo y la golpeó tres veces.
“¿Crees que soy un tonto, que no me pregunté por tu muñ eca, rota y
vendada, ese dı́a en el patio?” Dobló su mano herida debajo de su
guante. “Pensé que habı́as tenido un arma en el bosque esa noche. La
forma en que me rascaste... Sus dedos trazaron sus costras. "Está
infectada, ¿no es ası́, señ orita Spindle?"
La vida se me fue, reemplazada por una forja de odio hirviente.
Hauth continuó . “¿Por qué si no Ravyn te protegerı́a tan
ardientemente?” El sonrió , cruel. “Tu tı́o lo con irmó ”.
Sentı́ como si me hubiera estrangulado. Cuando intenté hablar, mi voz
era desigual. "Mi tı́o... ¿te lo dijo?"
Hauth asintió , conmovido por un humor frı́o y despiadado. Se metió el
Caballo Negro en el bolsillo y sus ojos se detuvieron en la luz de la tarde
fuera de mi ventana. “Para ser justos, Tyrn intentó no abandonarte.
Pero albergar a un niñ o infectado es traició n y una muerte terrible,
terrible. Todo su arduo trabajo para encontrar esa Nightmare Card
(negociar un lugar en la corte real) desapareció . ¿Y para qué ?" Sus ojos
verdes se entrecerraron. “¿Una sobrina infectada que lo obligó hace
once añ os?” Sacudió la cabeza. “Tyrn puede conservar su tierra, su
tı́tulo... su vida. No busco su sustento. Pero necesitaba su ayuda. O
mejor dicho, el tuyo”.
No sabı́a qué me enfermaba má s, el hecho de que mi tı́o (mi propia
familia) me hubiera traicionado con gente como Hauth Rowan o que, en
algú n lugar en el fondo, no me sorprendiera. "¿Ayuda con eso?" Yo dije.
Hauth cruzó los brazos sobre el pecho. "Ravyn", dijo, curvando los
labios. "Quiero que me ayudes con Ravyn".
Permanecı́ en silencio, el gruñ ido de Nightmare irradiando a travé s de
mı́, quemá ndome la lengua.
"Ha estado ausente ú ltimamente", continuó Hauth. “El, Elm y Jespyr.
Desaparecen durante las patrullas y se mantienen reservados, como
ladrones”. Su mandı́bula se lexionó . “Y, por supuesto, mantuvieron su
infecció n en secreto. ¿Por qué harı́an eso, a menos que fuera parte de
un engañ o mayor?
Era una trampa, una trampa para Ravyn, Elm y Jespyr. Hauth habı́a
proporcionado la jaula, mi tı́o habı́a puesto el gatillo y yo era el cebo.
Sentı́ que iba a vomitar. “Ravyn no te va a decir nada”, dije, buscando
coraje que no sentı́a. "Está s perdiendo tu tiempo."
“¿Lo soy?” El Gran Prı́ncipe se inclinó para que nuestras caras quedaran
parejas. “He visto la forma en que te mira. ¿Estaba contigo en el bosque
la noche que me atacaste? El sonrió . “Si quiere que mantenga tu
infecció n lejos de los oı́dos de mi padre, Ravyn me contará todo lo que
ha estado haciendo. Dejará el cargo de Capitá n”. Me tomó por la cara y
ahuecó mi mandı́bula con brusquedad en su palma. "Despué s de eso",
dijo, con los dientes al borde, "si estoy satisfecho, puedo considerar
dejarlos a ambos vivir".
La oscuridad se acumuló en mi cabeza como el humo de un horno. Miré
ijamente a los ojos verdes de Hauth, la misma ira que habı́a sentido ese
dı́a que mutilé al Destrier hinchá ndose en mi pecho.
Escupı́ en la cara del Gran Prı́ncipe.
Mi visió n se rompió , los nudillos de Hauth parecı́an piedras cuando
chocaron contra mi mejilla. Dejé escapar un gemido bajo, mi cara ardı́a
donde la habı́a golpeado. Ayuda , grité en la oscuridad, mi muñ eca
herida ardı́a mientras me retorcı́a contra las sá banas que me ataban. No
puede terminar así.
La Pesadilla se arremolinaba en un rincó n de mi mente. No sé qué
pasará, Elspeth , dijo. Tu degeneración casi ha llegado a su in.
Podı́a ver el á rbol del huso en el patio desde la ventana de mi
dormitorio. Sus ramas carmesı́ se balanceaban, siempre galantes, con la
brisa otoñ al. Susurré un adió s que nadie escucharı́a y cerré los ojos,
dejando fuera el á rbol del huso y la habitació n de mi infancia hasta que
no quedó nada má s que sombras. Sombra y el Rey Pastor.
Estoy pidiendo tu ayuda , dije con la voz clara. Entiendo el precio.
La oscuridad se apoderó de mı́, sofocando mis sentidos. La Pesadilla
estaba sentada en el centro, esperando, observando. Cuando la puerta
sonó con un golpe amenazador, se deslizó sobre mis ojos, su voz tan
clara en mi cabeza que podrı́a haber sido la mı́a.
Necesitarás liberar tus manos.
Hauth se acercó a la puerta. "¿Quié n es?" ladró .
Una voz sonó al otro lado del bosque.
Tiré de mi muñ eca ilesa con todas mis fuerzas. Las sá banas se clavaron
en mis brazos, frotando la piel en carne viva. Escuché una llave
deslizarse en la cerradura y el pestillo hizo clic.
Concéntrate , gruñ ó Nightmare, enviando magia ardiente por mi brazo.
Apreté los dientes y cerré los ojos. La fuerza de Nightmare in lamaba
mis mú sculos mientras me concentraba en la atadura alrededor de mi
muñ eca derecha. Tiré con tanta fuerza que mi piel se desgarró . Cuando
abrı́ los ojos, docenas de pequeñ os puntos blancos aparecieron en mi
visió n.
El dolor quemó , caliente y hú medo, a travé s de mi brazo. Sangre fresca
se deslizó por mis dedos hasta el suelo, manchando la madera.
Pero mis manos estaban libres.
La puerta se abrió con un portazo. Escuché el ruido metá lico y cuando
levanté la vista lo vi: alto, pá lido, vestido de blanco. Sobre sus largos
dedos descansaba el artilugio parecido a un guante con imponentes y
brutales pú as que salı́an de cada dedo.
Una garra de metal.
"Hola", dijo Orithe Willow, mirá ndome con ojos insensibles. "Es un
placer conocerla inalmente, señ orita Spindle".
Capítulo treinta y cuatro
El Espı́ritu no tiene perdó n, no tiene perdó n que prestar. Ella grita
nuestros nombres, ni parientes, enemigos ni amigos. Ella observa la
niebla como un pastor a sus ovejas...
Y paga a quienes atrapa con el gran y ú ltimo sueñ o.
Observé el á rbol del huso desde mi asiento en el suelo. Su
sombra se alargaba contra la mamposterı́a y la luz del otoñ o se
desvanecı́a rá pidamente a medida que llegaba la noche.
"Volverán de patrullar en cualquier momento" , le susurré a la oscuridad.
Casi se nos acaba el tiempo.
Por encima de mı́, Hauth y Orithe hablaban en voz baja. De vez en
cuando, Orithe miraba en mi direcció n, con sus ojos anormalmente
claros nublados.
Le habı́a tomado só lo unos momentos con irmar mi magia, mi sangre
por todo el suelo. Despué s de eso, é l y Hauth me dejaron en paz.
Acurrucados, hablaron de Ravyn, Jespyr y Elm, de lo que podrı́a
implicar su duplicidad, su traició n. Por un tiempo casi me olvidé , mis
brazos goteaban sangre donde me habı́a liberado.
Las lá grimas corrı́an por mis mejillas, mis dientes apretaban contra lo
que tenı́a que hacer. Está todo arruinado , llamé en la oscuridad, con la
voz entrecortada. Incluso si Ravyn no admite haber robado Cartas ni
haber sido un bandolero, saben que ocultó mi infección. No importa cómo
lo compartas, está condenado. Lo matarán.
Ravyn no necesita morir , dijo Nightmare, su voz inquietantemente
suave. Luego, tan silencioso que podrı́a haber sido el viento silbando a
travé s de la ventana, dijo: ¿ Con ías en mí, Elspeth?
Parpadeé a travé s de la confusió n de lá grimas. ¿Tengo elección?
Querida, siempre has tenido una opción.
Abrı́ má s los ojos y el sonido de las puertas de Spindle House resonó
desde el patio hasta mi ventana abierta.
"Ravyn", suspiré .
Los Destriers estaban regresando.
Hauth y Orithe observaron desde mi ventana, una pequeñ a y
amenazadora sonrisa deslizá ndose en la boca del Gran Prı́ncipe. "Apaga
la linterna", le ordenó a Orithe. “Mantente cerca de la chica. Quiero
dejarle muy claro a Ravyn, si intenta salir de esto luchando, que con
mucho gusto enviará s una espada a travé s del bonito cuello de su
mascota.
Orithe me miró . “¿No deberı́amos alertar a los otros Destriers, señ or?”
"Todavı́a no", dijo Hauth. “Ravyn es inteligente. Para cuando mi padre lo
arreste por albergarla, habrá pensado en una docena de mentiras,
inmune a cualquier investigació n que se le imponga. Me lanzó una
mirada de reojo. “Pero no nos dará ningú n problema. No con su vida en
juego”.
Los pasos se hicieron cada vez má s fuertes en el patio de abajo. Vi la
nube oscura de Caballos Negros pasar debajo del á rbol del huso,
iluminada solo por un pequeñ o grupo de colores que, cuando se
juntaban, emitı́an el mismo tono rojo oscuro que las hojas que caı́an del
á rbol sobre ellos.
Rojo. Violeta. Borgoñ a.
Ya casi estaban aquı́.
La voz de Nightmare atravesó mis pensamientos. Es la hora.
Grité . Incluso a travé s de la mordaza, mi grito recorrió la habitació n: el
aullido de un animal atrapado en una trampa. Cerré los ojos y liberé el
fuego en mis pulmones, mis cuerdas vocales arañ aban en carne viva
mientras el grito continuaba en una llamada larga e incansable.
Orithe me alcanzó primero, pero le lancé un pie y le di en la rodilla.
Cayó al suelo con un fuerte golpe. Grité de nuevo, mis dientes
rompieron contra la mordaza.
“Su iciente”, dijo Hauth, abofeteá ndome mientras buscaba en su bolsillo
el Caballo Negro. “Te juro que te romperé la mandı́bula si no…”
Salté de mi silla y lo alcancé .
Hauth se hizo a un lado, sus re lejos rá pidos. Extendı́ la mano por
segunda vez, mis dedos estaban resbaladizos con mi propia sangre. Esta
vez, la palma de mi palma chocó con la barbilla de Hauth.
Cayó al suelo con estré pito.
A mi lado, Orithe se puso de pie, con los ojos muy abiertos mientras
corrı́a al lado de Hauth. "¡Padre!" é l dijo. "¿Está s bien?"
Mi cuerpo se sentı́a extrañ o—dé bil y fuerte al mismo tiempo—la fuerza
de la Pesadilla giraba dentro de mı́ como una rueda atrapada en el
barro. Salté hacia la puerta, pero Hauth estaba de pie nuevamente,
cargando todo su peso en su puñ o mientras chocaba con mi estó mago.
Tosı́ y me doblé , todo el aire salió violentamente de mis pulmones.
“Ayú dame a abrazarla”, llamó el Gran Prı́ncipe, enredando su mano en
mi cabello mientras me obligaba a levantarme.
Grité cuando las puntas de la garra de Orithe se clavaron en mi brazo,
mi vestido negro absorbió rá pidamente la sangre mientras las puntas
de sus espadas desgarraban mi piel.
"Ponla en un rincó n", llamó Hauth, "lejos de la puerta".
Me arrastraron por la habitació n y me arrojaron contra la pared. Me
quedé aturdido, mi cuerpo temblando mientras la magia lo atravesaba.
¡Levantarse! llamó la voz en la oscuridad. Levántate, Elspeth.
El Mé dico del Rey se agachó encima de mı́, con los ojos muy abiertos y
fantasmales mientras me subı́a la manga. “Tus venas se oscurecen, niñ a.
¿Cuá l es tu magia?
No respondı́, mi cuerpo temblaba.
“Al Rey no le agradará que te mate antes de presentarte a é l”, murmuró
Orithe. "Ası́ que por favor, por el bien de ambos, qué dense quietos".
Siseé , escupiendo sangre sobre su perfecta capa blanca.
Casi sonrió ... si las sonrisas pudieran ser amargas y estar llenas de
lá stima. “Esos ojos”, dijo. "Tan oscuro." Me miró ijamente sin pestañ ear.
"Los mismos ojos que vi detrá s de la má scara negra el dı́a de mercado,
antes de que el niñ o desapareciera en la niebla".
La cabeza de Hauth se levantó bruscamente. “¿Lo ayudaste a escapar?”
me escupió .
Apreté la mandı́bula y no dije nada, forzando todo el odio de mi corazó n
a mis ojos mientras miraba al heredero al trono.
Hauth me miró con el ceñ o fruncido. De repente, soltó una carcajada.
“Fuiste a ti con quien Linden se encontró en la niebla, ¿no? Tenı́a las
mismas marcas”, dijo, señ alando las costras rotas en su rostro. "Solo
que los suyos estaban prá cticamente hasta los huesos".
Cuando yo permanecı́ en silencio, miró hacia la ventana y se arregló la
tú nica. “Has desperdiciado tu energı́a, Spindle. Ası́ como te atrapé a ti,
atraparé a ese chico otra vez. Ya sea mañ ana, dentro de quince dı́as o
dentro de un añ o…” Sonrió para sı́. "El arderá de todos modos".
Un momento despué s, Hauth estaba en el suelo tosiendo, la fuerza de
todo mi cuerpo pesaba sobre su pecho mientras le lanzaba golpe tras
golpe a la cara, la fuerza de Nightmare era tan poderosa que Orithe ni
siquiera me habı́a visto moverme.
Hauth sacudió sus caderas, tirá ndome al suelo, aunque no antes de que
le partiera uno de los pá rpados. Me puse de pie rá pidamente, mis
re lejos eran má s agudos de lo que jamá s habı́a sentido. Hauth se secó
la cara con furia y la sangre le goteó en el ojo. Su guadañ a habı́a caı́do al
suelo entre nosotros.
Se lanzó hacia é l y lo golpeó tres veces.
"¡Quedarse quieto!" ordenó .
Una risa extrañ a y animal me atravesó , mis ojos se dirigieron a la Carta
en la mano del Gran Prı́ncipe. "No puede ayudarte, no contra mı́", dije,
con la voz goteando aceite. “¿Y qué eres tú sin é l?”
La garra de Orithe resonó en el aire, las puntas de su espada fueron un
susurro en mi cara. Vino hacia mı́ una y otra vez, y cada vez lo esquivé .
Los ojos pá lidos del Mé dico se agrandaron cuando me giré , mis
movimientos eran anormalmente rá pidos. “¿Cuá l es su magia?” Llamó a
Hauth, golpeando el aire, só lo para fallar de nuevo.
Pude ver el blanco de los ojos de Hauth. "Tyrn dijo que no tenı́a
ninguno".
Alcancé la puerta; mis dedos rozaron el pestillo y escapé a un simple
suspiro. Pero antes de que pudiera abrirla, el agua salada me llenó los
ojos y la nariz. Tosı́, ahogá ndome, aturdida.
La intrusió n de una Carta Pesadilla.
¿Elspeth? La voz de Ravyn llamó . ¿Está ahí?
Me quedé aturdido só lo por un momento. Pero un momento fue todo lo
que Orithe necesitó para envolver su brutal garra alrededor de mi
cuello y tirar.
Me congelé , una sola lexió n de su mú sculo marcó la diferencia entre la
vida y la muerte. "Su padre querrı́a saber sobre esto de inmediato,
señ or", jadeó el Mé dico. "Necesitamos llamar a los Destriers".
"Ella es una maldita niñ a abandonada", espetó Hauth, dando un paso
adelante. "Haré que se quede quieta".
¿Elspeth? Ravyn llamó en mi cabeza, la preocupació n tocando el borde
de su voz.
No tuve tiempo de responder. Un momento despué s estaba viendo
estrellas, la mano de Hauth brutal mientras me tomaba del pelo y, con
toda la fuerza de su fuerza, golpeaba mi cabeza contra la pared de
piedra.
Me desplomé y mi cuerpo se estrelló como tierra en una tumba.
Todo se volvió negro.
La humedad corrı́a por mi cuello y se acumulaba en el suelo alrededor
de mi cabello, caliente y pegajosa: un halo oscuro de sangre.
"Le rompiste la cabeza", escuché a Orithe decir encima de mı́.
"Ella vivirá ", dijo Hauth, incliná ndose sobre mı́. Sus manos á speras
sacudieron mis hombros. Cuando no me movı́, me abofeteó . "Spindle",
ladró . "¡Huso!"
Pero yo estaba lejos.
El pá nico invadió el borde de la voz de Ravyn. ¡Elspeth! ¿Puedes oírme?
El mundo se resbalaba y los dedos de mis pies se hundı́an cada vez má s
en el suelo oscuro.
Vi el rostro de mi tı́a mientras se agachaba sobre mı́ debajo del aliso,
con las manos sucias de tanto arañ ar mi camino hacia un lugar seguro.
Vi a Ione, la dulce y salvaje Ione, acercá ndose a mı́ mientras
caminá bamos por calles adoquinadas y llenas de gente. Vi un ramo de
milenrama en la mano de mi padre, luego amarillo en mis ojos en el
espejo, el monstruo en la oscuridad mirá ndome.
Vi a Ravyn Yew mirá ndome. Pero no habı́a miedo ni resentimiento en
sus claros ojos grises. Só lo preocupació n: preocupació n y asombro.
Ravyn , llamé , mi voz se alejaba de mı́, distante, cargada de resolució n.
No vengas por mí. Hauth y Orithe. Ellos saben lo que soy. Te están
esperando.
El control en la voz de Ravyn habı́a desaparecido, sus palabras llenas de
preocupació n. ¿Dónde estás, Elspeth?
Te verán colgado, Yew , dijo la Pesadilla. No puedes salvarla.
Todavía puedes encontrar los Alisos Gemelos, Ravyn , llamé en la
oscuridad. Aún puedes salvar a Emory. Me mordı́ el labio, mi voz
temblaba. Pero no si Hauth y Orithe te persiguen.
"Arboles." Hauth suspiró desde arriba, sacudiendo mi cabeza mientras
me agarraba por la barbilla. "¡Huso! ¡Despertar!"
Elspeth , arrulló Nightmare, mi nombre como miel en su lengua.
Levantarse.
Extendı́ la mano hacia é l en la oscuridad, y cuando mi mente rozó el
á spero pelaje de su espalda, é l no se inmutó . No puedo , dije. No puedo
levantarme. No esta vez. Me sentı́ pesado, enterrado. Pero puedes.
Elspeth.
Iba a suceder de todos modos, Nightmare. Eres fuerte. Y estoy… estoy tan
cansada. Mi cabeza…
Su voz no era má s que un susurro. Deja que te ayude.
Me hundı́ má s en la oscuridad. Nuevas visiones cruzaron por mi mente:
lugares y personas que no reconocı́a, extrañ os con ojos amarillos. Me
sonrieron y el mundo a mi alrededor se balanceó , como si estuviera en
la marea.
Pero tan pronto como llegó , la visió n se desvaneció . Vi a un hombre
correr a travé s de la niebla, seguido de niñ os con los rostros pá lidos de
terror. Huyeron del castillo en llamas en la cima de la colina y
desaparecieron en la cá mara bajo los altos tejos.
Un niñ o de ojos grises estaba al borde de la niebla, frente a la luz roja de
una guadañ a y a un hombre montañ oso cuya capa llevaba la insignia de
Rowan.
Vi el castillo en llamas, reducido a ruinas. De repente mi mente se llenó
de visiones de cientos de niñ os, con las venas oscuras como la tinta,
gritando mientras eran arrojados a un in ierno. Vi la niebla oscurecerse,
sus zarcillos alcanzando má s y má s profundidad, ahogando a Blunder
del resto del mundo.
Siglos de rabia hervı́an en mı́, un tiempo marcado sin sol ni luna. El odio
envenenó mi sangre y me perdı́ en la oscuridad, mi cuerpo se retorció ,
los huesos se rompieron, las garras rasparon, los ojos se entrecerraron,
hasta que mi cuerpo, monstruoso, re lejó el odio en mi corazó n.
Animalista, una criatura de la oscuridad: poderosa, vengativa y llena de
furia.
Lo ú ltimo que vi antes de abrir los ojos fue a una niñ a pequeñ a, tı́mida
mientras se miraba en un espejo, con sus ojos negros vidriosos de
miedo.
"¿Tienes un nombre?" Ella susurró .
Le sonreı́, el recuerdo tiraba de los rincones de mi antigua mente. La
extrañ a magia, la misma hermosa maravilla, de los niñ os que una vez
conocı́. Una vez me llamaron por el nombre de un rey , dije, moviendo la
cola. Pero eso fue hace mucho tiempo.
“¿Có mo te llamaré entonces?”
Nada, niña , dije, arrastrá ndome de nuevo hacia la oscuridad. Sólo soy el
viento entre los árboles, la sombra y el miedo. El eco en las hojas… la
pesadilla en la noche.
Me desperté tosiendo, mi mente se llenó con la voz de Ravyn.
¡Elspeth! é l gritó . Maldita sea, Elspeth, espera. Estamos en las escaleras.
Su voz temblaba. No tienes que hacer esto solo.
Hauth Rowan estaba encima de mı́, agarrá ndome la barbilla. “Ahı́ está s”,
dijo. "No estoy muerto despué s de todo". La confusió n cruzó su rostro.
Frunció el ceñ o y se acercó a mı́. “¿Qué les pasa a sus ojos, Orithe?”
“¿Sus ojos, señ or?”
“Se han puesto amarillos. Como una especie de gato”.
Orithe se acercó y su garra de metal recorrió mi mejilla. "Extrañ o", dijo.
"Estaban a oscuras hace só lo un momento".
Miramos a Orithe y las comisuras de nuestros labios se curvaron, como
si tiraran de una cuerda invisible. Cuando Ravyn intentó llamarnos,
apretamos los dientes, desterrandolo de nuestra mente. No intentes
salvarnos, Ravyn Yew , dijimos Nightmare y yo, nuestras voces se
fusionaron en una extrañ a y resonante disonancia. No podemos ser
salvos.
Atacamos sin miedo.
Los ojos de Orithe se desorbitaron y retrocedió . Pero fue demasiado
tarde. La Pesadilla usó toda nuestra fuerza para arrancar el guante
a ilado de la mano del Mé dico, rompiendo huesos y desprendié ndose la
piel.
Luego lo empujamos con toda su fuerza en su garganta.
Orithe dejó escapar un grito gorgoteante y la sangre salpicó su tú nica
blanca. Se desplomó en el suelo, la conmoció n y el miedo fueron las
ú ltimas cosas que pasaron por sus ojos lechosos antes de ser tomado
por la gran quietud, su sangre la ú ltima señ al de vida mientras goteaba,
espontá neamente, de sus venas: oscura, má gica y de initiva. .
Hauth retrocedió . "¡Detener!" ordenó .
Sonreı́mos y, cuando nos levantamos, el mundo que nos rodeaba se
desvaneció , el tiempo y el espacio, el Prı́ncipe y el Rey, el niñ o y el
espı́ritu. Todo lo que quedó fue magia, negra como la tinta.
Poderoso, vengativo y lleno de furia.
Nuestra voz goteaba aceite, Hauth ijo en nuestra mirada. Lo
acechamos, inmovilizá ndolo en un rincó n de la habitació n. “Llegaron de
noche”, dijimos, “la horda negra y roja. Quemaron mi castillo y pasaron
a espada a mis parientes. El usurpador fue coronado, aunque mi sangre
no se habı́a secado. Pero no tuvo en cuenta el cambio de rumbo. Porque
nada es seguro y nada es gratis. La deuda sigue a todos los hombres, sin
importar su petició n. Cuando el Pastor regrese, sonará un nuevo dı́a.
Muerte a los Rowan...
"Larga vida al rey."
El pó mulo de Hauth se hizo añ icos bajo nuestra mano. Chocó Cayó al
suelo y gimió , su rostro perdiendo color, la sangre derramá ndose por su
boca.
Lo miré sin piedad. Este es el inal, ¿no? Murmuré , la oscuridad
arrastrá ndose a travé s de mi visió n. Me voy ahora. Y tú… tú permaneces.
Era inevitable , dijo Nightmare, su voz cada vez má s fuerte. Ésta es tu
degeneración, Elspeth Spindle. Nada sale gratis.
El aire a mi alrededor se hizo má s tenue. Parpadeé , tratando de alejar la
oscuridad, como un niñ o que lucha contra el sueñ o. Prométeme que
ayudarás a Ravyn. Prométeme que salvarás a Emory.
Es hora, querida , ronroneó , arrullá ndome para que descanse.
¡Promesa!
El suspiró . Prometo ayudar a los tejos en todos sus esfuerzos.
Cerré los ojos y un ú ltimo susurro escapó de mis labios. La historia,
nuestra historia. La de Nightmare y la mı́a. “Habı́a una vez una
muchacha”, dije, “inteligente y buena, que habitaba en la sombra en lo
má s profundo del bosque. Tambié n habı́a un Rey, un pastor con su
cayado, que reinaba sobre la magia y escribı́a el libro antiguo. Los dos
estaban juntos, por lo que los dos eran iguales…”
Lo ú ltimo que escuché antes de quedar enterrado en la oscuridad fue la
risa sedosa de Nightmare, malvada y absoluta. La niña, el Rey… y el
monstruo en el que se convirtieron.
Capítulo treinta y cinco
LOS ALISOS GEMELOS
Ten cuidado con el verde,
Tengan cuidado con los á rboles.
Cuidado con el canto del bosque en tus mangas.
Te saldrá s del camino.
A la bendició n y la ira.
Cuidado con el canto del bosque en tus mangas.
La mazmorra era la parte má s frı́a del castillo.
El capitá n de los corceles y el prı́ncipe aguardaron juntos en silencio,
pues aú n no habı́a amanecido. Ravyn golpeó el suelo de piedra con sus
botas para evitar que los dedos de sus pies perdieran la sensibilidad.
"¿Has dormido?" —preguntó Elm, mientras el aliento le salı́a por la
nariz mientras caminaba por la antecá mara. En el suelo habı́a un trozo
de arenisca arrugado. Elm lo pateó de un lado a otro, con los pá rpados
pesados.
Ravyn apretó los dientes y el nudo en su estó mago se apretó . “Sigo
teniendo pesadillas”, dijo, frotá ndose los ojos con las palmas de las
manos.
Un momento despué s, apartó las manos y sus ojos amarillos
parpadearon. a travé s de su visió n. Incluso ahora, tres noches despué s,
estaban brillantes en sus pensamientos. No podı́a escapar de ellos, esa
noche en Spindle House quedó grabada a fuego en su mente con
dolorosa claridad.
Todo habı́a sucedido muy rá pido.
Las sombras los persiguieron como demonios por las sinuosas
escaleras de Spindle House. Ravyn siguió adelante, con el corazó n en
llamas en el pecho. Cuando llegaron a la pequeñ a puerta del sexto
rellano, golpeó la madera con las manos y llamó con su Tarjeta
Pesadilla.
Pero só lo se encontró con el silencio.
"Elspeth!" gritó , el miedo apretá ndose como una cuerda alrededor de
su cuello.
Los nudillos de Elm estaban blancos al apretar el pestillo. "Está
cerrada."
"Ró mpelo", espetó Ravyn, volvié ndose hacia Jespyr y el Caballo Negro
en su mano.
Fueron necesarias tres patadas para aplastar la madera, y las astillas
volaron como agujas de pino en una tormenta de viento. "Elspeth!"
Llamó Ravyn, entrando en la habitació n, sus botas resbalando sobre el
lı́quido oscuro que se acumulaba en el suelo de madera.
“Santo…” respiró Elm. "¿Que pasó aquı́?"
Los ojos de Ravyn escanearon la habitació n, pasando por el cuerpo sin
vida de Orithe hasta que vio a la doncella desplomada contra la pared
del fondo, con el viento de la ventana abierta soplando en su largo
cabello negro.
"Elspeth", la llamó , tambaleá ndose hacia ella. "Elspeth!"
Su piel estaba frı́a al tacto. Ravyn le pasó la mano por la mejilla y se le
revolvió el estó mago. Su rostro estaba golpeado y ensangrentado. Su
vestido estaba desgarrado en la manga y su brazo, rı́gido por la sangre
seca, estaba perforado por duras y distintas marcas de garras.
"Está muerto", llamó Elm, incliná ndose sobre Orithe. "Decididamente."
"Elspeth", llamó Ravyn, sus dedos deslizá ndose por la piel debajo de su
pá lida mandı́bula, buscando el latido del corazó n. Cuando ella se movió ,
tosiendo con un suspiro bajo y violento, é l se sintió ingrá vido.
"Elspeth." Sus manos temblaron contra su mandı́bula. "¿Está s bien?"
"Hauth todavı́a está vivo", llamó Jespyr desde el otro lado de la
habitació n. "Apenas. Sus piernas… algo anda mal con ellas”.
Pero Ravyn estaba demasiado absorto en Elspeth Spindle y sus largas y
profundas respiraciones como para prestar atenció n a otra cosa. El
pasó sus dedos temblorosos por su cabello, un alivio tan dulce que casi
podı́a saborearlo. "Pensé que estabas muerta", susurró .
"No estoy muerta", dijo, su voz extrañ amente tranquila. "Só lo estoy...
despertando".
"No te sientes demasiado rá pido", advirtió Ravyn, con el cabello en la
parte posterior de su cabeza lleno de sangre. "Tome su tiempo."
"He tenido su iciente tiempo", dijo. "Má s de lo que jamá s podrı́as
saber".
Mantuvo los ojos cerrados mientras Ravyn la colocaba en una postura
lenta y apoyada. "¿Qué pasó ?" dijo, observando el caos que lo rodeaba
por primera vez.
“Te iban a entregar”, dijo claramente. "Todo por lo que habı́as trabajado,
desapareció en un momento".
—¿Tú ... tú lo mataste? Jespyr parpadeó , con los ojos ijos en el cuerpo
sin vida de Orithe.
Elspeth se miró las manos, con las uñ as oscuras, incrustadas de sangre.
“Su garra inició la matanza de docenas de niñ os má gicos”, dijo,
lexionando los dedos como garras. "Merecı́a morir por eso".
La voz de Elm estaba apagada. “Ibamos a usar su sangre para salvar a
Emory. Y lo acabas de derramar por todo el suelo.
Elspeth actuó como si no lo hubiera oı́do. Cuando habló , su voz era
tranquila. “Deberı́as llamar a los Destriers. Es mejor que sepan que
é ramos yo y solo yo”.
Ravyn y su hermana intercambiaron miradas. "¿De qué está s
hablando?"
"Está sangrando", murmuró Elm. "Mira su cabeza".
Ravyn alcanzó a Elspeth, desesperado por acercarla, sentirla, apretada
y segura, en sus brazos, pero cuando sus dedos tocaron su hombro, ella
se apartó , con un gruñ ido en los labios.
"No me toques", dijo, con sus ojos amarillos llameando.
Amarillo.
Amarillo, como las llamas de una antorcha. Amarillo, como las monedas
que habı́a coleccionado cuando era niñ o.
Amarillo, no negro.
El alivio se convirtió en temor en la boca del estó mago de Ravyn.
Elspeth , llamó a la oscuridad. ¡Elspeth!
Pero todo fue silencio.
Entonces, como una serpiente deslizá ndose bajo las rocas, el Rey Pastor
habló . Ahora está tranquila, Ravyn Yew. Déjala descansar.
¿Qué diablos has hecho? Gritó Ravyn, sondeando má s profundamente en
la oscuridad.
Ella me liberó , dijo, y su voz llenó la mente de Ravyn como humo. Estoy
aqui para ayudarte.
Ravyn se alejó de la criatura que vestı́a la piel de Elspeth Spindle. Déjala
salir , gritó , con la voz cortada por el miedo y la rabia. Déjala salir ahora
mismo o te juro por Dios que...
¿Qué harás? Los labios de Elspeth se curvaron. ¿Cómo pudiste
lastimarme sin lastimarla?
Elm dio un paso adelante, con los ojos muy abiertos mientras
contemplaba el rostro de Elspeth, sus ojos amarillos, parecidos a los de
un gato. "¿Lo que está sucediendo?" dijo, mirando a Ravyn. "¿Qué ha
hecho ella?"
"No es Elspeth", dijo Ravyn, con las manos temblorosas. "Es él ."
Pero el monstruo detrá s de los ojos de Elspeth simplemente miró hacia
adelante, los dedos de Elspeth trinando un ritmo invisible mientras
colocaba sus manos (con las muñ ecas tocá ndose) frente a ella. “Maté al
mé dico del rey y mutilé al heredero al trono”, dijo. "Estoy infectado con
magia". Se pasó los dientes por el trasero. labio, su boca se curvó en una
sonrisa torcida. "Me entrego al Capitá n de los Destriers y espero una
investigació n por parte del Rey".

Elm pateó la piedra contra la puerta de la mazmorra, cuyo golpe


retumbó en el estré pito. Ravyn se estremeció , arrancado de sus
pensamientos. “Rey Pastor o no”, le dijo a su primo, con la voz oxidada
por el desuso, “dejó claro que querı́a ayudarnos”.
Elm levantó la vista. "No puedes considerar seriamente con iar en é l".
"No lo hago", replicó Ravyn. “Aun ası́, sin é l, podrı́amos estar nosotros
en esa celda”.
Se oyeron pasos desde la escalera de arriba, y la luz de las antorchas
amarillas trepó por las paredes a su alrededor. "Está n aquı́", dijo Elm,
enderezá ndose la columna.
El rey Rowan condujo a los Destriers al interior de la mazmorra, sus
pasos sonaban ruidosos sobre los escalones de piedra. Su frente estaba
baja, arrugada y resuelta. Aun ası́, no podı́a ocultar la evidencia de su
propio insomnio; Sombras oscuras se anidaban bajo sus ojos verdes.
La ira le quebró la voz. "¿Bien?" el demando.
"Listo cuando tú lo esté s, tı́o", dijo Ravyn.
Jespyr y un segundo Destrier sacaron llaves gemelas de sus capas.
Cuando giraron las cerraduras, primero una, luego la otra, resonó la
antecá mara. "Aquı́ vamos", dijo Jespyr, abriendo la puerta.
Estaba oscuro en el lado norte del calabozo. Peor aú n, todo estaba en
silencio. El Rey habı́a ordenado vaciar el resto de las celdas hacı́a tres
dı́as, temiendo que Elspeth Spindle pudiera envenenar las mentes de
los demá s prisioneros con su peligrosa y oscura magia.
Cuando llegaron a la ú ltima celda del bloque, se detuvieron y
encendieron las antorchas en la pared, una luz amarilla iluminó el
cuerpo, acurrucado en sueñ os, sobre el suelo helado.
Las manos de Ravyn eran puñ os a sus costados, el nudo en su estó mago
se movı́a hacia su garganta, as ixiá ndolo. Parecı́a tan pacı́ ica, tan
tranquila, tan parecida a la mujer que é l habı́a sostenido en sus brazos...
Pero ella no lo era. Ella era otra cosa ahora. Y le dolı́a má s de lo que
jamá s habı́a imaginado pensar que ella podrı́a haberse ido para
siempre.
Pero no podı́a demostrarlo... no lo pensarı́a. Ravyn estaba junto al resto
de los Destriers, forzando todo el miedo, el dolor y el anhelo detrá s del
muro de piedra agrietada que habı́a construido sobre su corazó n. Sus
rasgos se calmaron, como si estuvieran congelados, y la miró a travé s de
los barrotes de hierro con el resto de ellos, con la determinació n
apretando su mandı́bula.
Encontrarı́a la ú ltima carta. El levantarı́a la niebla. Salvarı́a la vida de
Emory.
Y liberarı́a a Elspeth Spindle de la oscuridad que la consumı́a.
“¿Por qué no está encadenada?” gruñ ó el Rey.
Los Destriers se agitaron. "No pudimos contenerla, señ or", dijo Gorse.
"El riesgo era demasiado grande".
"¿Riesgo? Ella no es má s que una niñ a”.
“Su magia…” gritó otro, el miedo en su voz era palpable. "Varios de
nuestros hombres fueron enviados a los mé dicos con profundas
laceraciones".
Los hombros del rey Rowan se tensaron. "Levá ntala".
La mazmorra resonó cuando dos Destriers desenvainaron sus espadas,
golpeando el acero contra las barras de hierro de la celda. El ruido
resonó por toda la mazmorra y su siniestro eco resonó por el pasillo.
Elspeth se movió y se sentó . Su largo cabello negro estaba rı́gido por la
sangre seca. El aliento brotaba como humo de sus fosas nasales, pero no
temblaba, aparentemente ajena al frı́o.
Ravyn observó có mo las largas pupilas negras de sus ojos amarillos se
ensanchaban, como las de un gato en la oscuridad.
“Mi Capitá n me dice que no hablará s con é l”, llamó el Rey. "Que
aceptaste hablar só lo conmigo".
Elspeth torció el cuello y estiró los brazos uno a la vez.
“Me dice que usted es portador de la infecció n”, continuó el Rey. “Que
puedas ver Tarjetas de Providencia”.
La comisura de su boca se torció mientras asentı́a rı́gidamente.
“Y que tienes una oferta para mı́, a cambio de tu miserable vida”.
Otro asentimiento, acompañ ado por el sonido de sus dientes
chasqueando mientras abrı́a y apretaba la mandı́bula. Hacer clic. Hacer
clic. Hacer clic.
“Pero mataste a mi mé dico”, dijo el rey, con la voz goteando veneno. “Y
mi hijo, si sobrevive, nunca volverá a ser el mismo. Eres un enemigo de
la má s vil cualidad”. Se apoyó en los barrotes. "No hay nada que puedas
ofrecerme que me brinde má s satisfacció n que verte sufrir una muerte
lenta y horrible".
Elspeth inclinó la cabeza hacia un lado y entrecerró los ojos amarillos.
“¿Has venido hasta aquı́, hasta tu helado inframundo, para decirme eso,
usurpador?”
El rey Rowan golpeó las barras con las palmas y sus anillos de oro
resonaron contra el hierro. "Vine a decirte que eres una abominació n".
Su control se convirtió en una furia ardiente y desenfrenada. "Una
enfermedad. Y te veré a ti y a todos los que alguna vez te albergaron
destripados como animales”.
Ravyn y Elm intercambiaron miradas desesperadas.
Pero Elspeth se limitó a sonreı́r. “¿Incluso sin escuchar mi oferta?”
La furia del rey se enredó en su boca. "No hay nada que tengas que yo
quiera".
Elspeth se desplegó desde el suelo del calabozo. Cuando se puso de pie,
su columna se curvaba, como si estuviera doblada. "Entonces má tame",
murmuró . “Eso no importa. Incluso muerto, no moriré . Soy el pastor de
la sombra. El fantasma del susto. El demonio en el ensueñ o”. Sus ojos
amarillos se dirigieron a Ravyn. "La pesadilla de la noche".
El rey Rowan hizo ademá n de hablar y de golpear los barrotes una vez
má s. Pero algo en los ojos de Elspeth lo detuvo, su ira congelada en su
garganta.
Se escabulló a travé s de la celda, sus movimientos eran tan rá pidos que
algunos de los Destriers retrocedieron.
Una larga e inquietante sonrisa apareció en sus labios. “Pero má tame,
usurpador, y nunca recuperará s el Deck, nunca sanará s la infecció n. La
niebla seguirá extendié ndose. El Espı́ritu del Bosque consumirá a
Blunder y a todos sus habitantes. Puede que me haya ido y mi cuerpo
esté morti icado por la violencia y el tiempo, pero dentro de cien añ os,
será s tú , Rowan, quien será olvidado. Tu castillo quedará reducido a
polvo. Los huesos de destrier resonará n con el viento, esparcidos por
los niñ os entre las ventanas para asustar a los cuervos. Tu nombre se
pudrirá , tus Tarjetas de Providencia se perderá n. Lo he visto todo antes,
Rowan. Y lo huelo sobre nosotros ahora. La sal de la magia en el aire... el
cambio de marea”.
El silencio atravesó la mazmorra. El rey Rowan miró ijamente a la
criatura escondida detrá s de la piel de Elspeth, y la criatura le devolvió
la mirada, con sus ojos amarillos astutos.
"¿Qué es lo que quieres?" susurró el Rey.
Elspeth pasó los dedos por los barrotes y la sangre seca se le pegó bajo
las uñ as. "Igual que tú ", dijo, acechando a lo largo de la celda. “Quiero
recoger el Deck. Pero primero debes entregar a Emory Yew a sus
padres.
Ravyn sintió que el aliento abandonaba su pecho. Junto a é l, Elm y
Jespyr se habı́an congelado, con sus rostros atrapados entre el miedo y
el asombro.
"¿Por qué habrı́a de hacer eso?" El Rey dio un paso atrá s. "Debes saber
que necesito su sangre".
"Descubrirá s que no es ası́", dijo Elspeth. "No cuando tienes el mı́o".
“¿Cambiarı́as tu vida por la del chico?”
“Esa es mi oferta”.
Ravyn golpeó su Carta de Pesadilla debajo de su capa, buscando en la
oscuridad cualquier indicio de Elspeth. Necesitaba oı́r su voz,
necesitaba saber que ella todavı́a estaba allı́...
Pero no hubo nada. El Rey Pastor lo habı́a bloqueado por completo.
“¿Y qué obtengo a cambio de prolongar tu miserable vida hasta el
solsticio?” —preguntó el Rey, con la incertidumbre oscureciendo las
comisuras de su voz.
Elspeth continuó paseando por la celda, detenié ndose só lo cuando se
paró directamente frente al Rey. "Obtienes los Twin Alders", dijo,
sacando las palabras de su boca como seda de arañ a. “La Tarjeta que
buscas pero no puedes encontrar. La ú ltima carta”.
El rey Rowan casi se ahoga con sus palabras. "Los Twin Alders se han
perdido durante cientos de añ os", dijo. “¿Qué te hace pensar que
puedes encontrarlo?”
Elspeth bajó la voz hasta convertirla en un susurro, su columna se
retorció mientras sus ojos amarillos se entrecerraban, malvados e
in initos. “The Twin Alders está escondido en un lugar sin tiempo. Un
lugar de gran dolor, derramamiento de sangre y crimen. Entre á rboles
centenarios, donde la niebla corta hasta los huesos, permanece la
ú ltima Carta, esperando, dormida. El bosque no conoce camino, no hay
camino a travé s de la trampa. Só lo yo puedo encontrar los Alisos
Gemelos...
“Porque fui yo quien lo dejó allı́”.
La historia continú a en…

Libro segundo de El rey pastor


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Expresiones de gratitud

Entré de puntillas en el mundo del libro. Y aunque mis pasos se han


vuelto má s seguros, mis huellas siguen siendo suaves, porque hay gente
conmigo, apoyá ndome.
A John, mi marido, que se jacta de mı́, me sostiene y me alimenta, que
siempre tiene la respuesta correcta: “¡Suena espeluznante!” Siempre
que dudo de mı́ mismo, gracias. Te amo. Este libro fue posible gracias a
tu estı́mulo y trabajo incansable como compañ ero y padre.
A Whitney Ross, mi agente, de quien nunca dejaré de hablar
efusivamente: usted es el sueñ o. Gracias por ver el corazó n de One Dark
Window a travé s de las zarzas y trabajar conmigo para convertirlo en la
historia que es hoy. ¡Nada de esto hubiera sido posible sin ti!
A mi familia, grande y pequeñ a. Para mamá , papá y Ben. Mi
imaginació n, mi amor por las historias, comenzó contigo. Gracias por
amarme y siempre comprarme libros. A Molly, cuya ayuda con Owen
hizo que mis revisiones y otras innumerables tareas del libro fueran
manejables: mi agradecimiento y mi cariñ o.
Para mis amigos. Los que siempre preguntan sobre mis escritos con
pura alegrı́a y siguen preguntando, incluso cuando soy demasiado
tı́mido para responder. Leah, Grace, Shannon, Lena, Laura, Katy.
Vosotros sois mis soles brillantes. Gracias por preguntar siempre.
A mi editora, Angeline Rodrı́guez, gracias por ayudarme a darles a estos
personajes la angustia adecuada que se merecen. Y al equipo de Orbit,
una montañ a de gratitud. Ha sido un placer trabajar con usted y un
honor ver có mo mi historia se transforma en un libro.
A todos los lectores y autores que han aplaudido One Dark Window con
entusiasmo salvaje: ¡gracias! Mis historias siempre fueron para mı́,
hasta que entré a la comunidad del libro. Ahora son para nosotros. No
puedo esperar para compartir historias futuras contigo; Gracias por
ayudarme a hacer de este el trabajo de mis sueñ os.
A Sarah Garcı́a: sé que este libro te dará demasiado miedo y sé que lo
leerá s de todos modos. Gracias. Para todo .
Finalmente, porque, aunque de puntillas, todavı́a caminaba, quisiera
reconocerme. Mi arduo trabajo. Mi espı́ritu extrañ o, sensible e
imaginativo. En algú n lugar tranquilo y profundo, sabı́a que llegarı́a
aquı́.
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Crédito de la foto: Rachel Gillig.

R ACHEL G ILLIG nació y creció en la costa de California. Es escritora y


docente, con una licenciatura en teorı́a y crı́tica literaria de UC Davis. Si
no está arropada entre mantas imaginando su pró xima novela, Rachel
está en su jardı́n o paseando con su marido, su hijo y su caniche, Wally.

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UNA VENTANA OSCURA
Tener cuidado de
LIBRO SEGUNDO DEL REY PASTOR
por
Raquel Gillig

Capítulo uno
ravin

Las manos de Ravyn estaban sangrando.


El no se habı́a dado cuenta. No podı́a verlos. Con tres golpecitos en el
borde aterciopelado del Espejo, la Tarjeta Providencia violeta, Ravyn se
habı́a borrado a sı́ mismo. Era completamente invisible. Lo que hacı́a
que fuera má s fá cil abusar de sus dedos, nudillos y palmas sobre el
suelo endurecido en el fondo de la antigua cá mara al borde del prado.
Pero todavı́a podı́a sentir el dolor, ver la sangre, cá lida y viscosa,
deslizarse por sus dedos y caer sobre la tierra que habı́a levantado.
Poco importó . ¿Qué fue otro corte, otra cicatriz? Las manos de Ravyn no
eran má s que herramientas desa iladas. No los instrumentos de un
caballero, sino los de un hombre de armas: el capitá n de los Destriers.
Salteador de caminos.
Traidor.
La niebla se iltró en la cá mara a travé s de la ventana. Se deslizó a travé s
de las grietas del techo podrido, la sal arañ ando los ojos de Ravyn. Una
advertencia, tal vez, de que lo que estaba buscando en la base de la
piedra alta y ancha no deseaba ser encontrado.
Ravyn no le prestó atenció n a la niebla. El tambié n era de sal. Sudor,
sangre y magia. Aun ası́, sus manos callosas no eran rival para la tierra
del fondo de la cá mara. Fue implacable, endurecido por la escarcha, la
sal y el tiempo, rasgando las uñ as de Ravyn y abriendo las grietas de
sus manos. Aú n ası́, cavó , envuelto en el frı́o de la Carta Espejo, y la
cá mara en la que tantas veces habı́a jugado cuando era niñ o se
transformaba ante sus ojos en algo grotesco: un lugar de tradició n, de
muerte.
De monstruos.
Se habı́a despertado hacı́a horas, con un sueñ o interrumpido por
ataques de agitació n y penetrantes ojos amarillos, y la voz de Elspeth
Spindle resonaba como una disonancia en su mente.
Era su castillo, el que estaba en ruinas , le habı́a dicho, con sus ojos color
carbó n hú medos de lá grimas mientras hablaba del Rey Pastor, la voz en
su cabeza. El primer rey Rowan lo quemó y lo asesinó a él y a su familia.
Está enterrado bajo la piedra en la cámara del Castillo Yew.
Ravyn se habı́a arrancado de su cama y se habı́a alejado de Stone como
un espectro en el viento para llegar a la cá mara. Estaba inquieto,
frené tico, por la verdad. Porque nada de eso parecı́a real. El Rey Pastor,
de ojos amarillos y voz há bil y siniestra, atrapado en la mente de una
doncella. El Rey Pastor, quien prometió ayudarlos a encontrar la tarjeta
Twin Alders perdida.
El Rey Pastor, quinientos añ os muerto.
Ravyn conocı́a la muerte; habı́a sido su exactor. Habı́a visto salir la luz
de los ojos de los hombres. Escuché respiraciones inales y jadeantes.
No habı́a nada al otro lado, no habı́a vida despué s de la muerte. No para
ningú n hombre, ladró n o bandolero, ni siquiera para el Rey Pastor.
Y todavı́a.
No toda la tierra en la base de la piedra era dura. Algunos estaban
sueltos, al revé s. Alguien habı́a estado allı́ antes que é l... recientemente.
Elspeth, tal vez, buscando respuestas, igual que é l. Habı́a cavado en la
base de la piedra. Allı́, escondida una mano debajo de la capa super icial
del suelo endurecida, habı́a una talla. Una sola palabra que el tiempo
hace indescifrable. Una lá pida.
Ravyn siguió cavando. Cuando se le rompió la uñ a y la punta del dedo
en carne viva chocó contra algo frı́o y a ilado, maldijo y retrocedió . Su
cuerpo era invisible, pero no su sangre que goteaba. Goteó , de un
llamativo rojo carmesı́, que apareció en el momento en que salió . su
mano y esparcié ndose sobre el hoyo que habı́a cavado en el suelo, la
tierra sedienta de ello.
El sonido que su sangre hacı́a sobre la tierra era amortiguado y
delicado. Ruido sordo. Ruido sordo. Ruido sordo. Luego, ¡un tintineo
agudo !
Ravyn miró hacia abajo.
¡Ting! ¡Ting! ¡Ting!
Algo estaba escondido en la tierra, esperando. Má s a ilada que la piedra,
má s frı́a que el suelo. Ravyn frotó la capa superior de tierra, adivinando
(temiendo) qué era.
Acero.
Con el corazó n en la garganta, excavó hasta desenterrar toda la
super icie de una espada. Yacı́a torcido en la tierra, con tierra
apelmazada. Pero no habı́a duda de su fabricació n: acero forjado en un
castillo, con una empuñ adura de diseñ o intrincado, demasiado
ornamentada para ser la espada de un soldado.
Lo alcanzó y la sal del aire le atravesó los pulmones mientras respiraba
entrecortadamente y con iebre. Pero antes de que Ravyn pudiera sacar
la espada de la tierra, vislumbró algo má s escondido en lo profundo del
suelo, debajo de la espada.
Descansó perfectamente, sin ser molestado durante siglos. Un objeto
pá lido y protuberante. Humano. Esquelé tico.
Una columna vertebral.
El cuerpo de Ravyn se tensó , cada mú sculo se trabó . Se le secó la boca y
las ná useas subieron desde el estó mago hasta la garganta y la bilis
cubrió su lengua. La sangre siguió goteando de su mano al suelo. Y con
cada gota que regalaba, ganaba una claridad fragmentada y mordaz:
Blunder estaba lleno de magia. Magia maravillosa y terrible. El Rey
Pastor estaba muerto.
Pero su alma continuó , enterrada profundamente en Elspeth Spindle, la
ú nica mujer que Ravyn habı́a amado alguna vez.
Salió de la cá mara.
Inclinado sobre sı́ mismo bajo el tejo afuera, Ravyn tosió , luchando
contra la necesidad de vomitar. El á rbol era viejo, sus ramas estaban
descuidadas y su copa era lo su icientemente amplia como para
proteger su frente de la lluvia de la mañ ana. Permaneció ası́ durante
algú n tiempo, inclinado sobre sı́ mismo, helado hasta los huesos y los
latidos de su corazó n reacios a estabilizarse.
“¿Qué te incumbe cavar, pá jaro cuervo?”
Ravyn se giró , con la empuñ adura de mar il de su daga en la mano. Pero
estaba solo. La pradera estaba vacı́a salvo por la hierba moribunda y el
estrecho camino de regreso al Castillo Yew no estaba vigilado.
La voz volvió a llamar, má s fuerte que antes. “¿Me escuchaste, pá jaro?”
Encaramada en el tejo sobre la cabeza de Ravyn, con las piernas
colgando sobre el borde de la vieja rama, estaba sentada una niñ a. Ella
era joven, má s joven que su hermano Emory, una niñ a que no tenı́a má s
de doce añ os. Su cabello caı́a en trenzas oscuras sobre sus hombros,
algunos rizos sueltos enmarcaban su rostro. Su capa era de lana gris sin
teñ ir y tenı́a un cuello con un dobladillo intrincado. Ravyn buscó una
insignia familiar, pero no habı́a ninguna.
El no la reconoció . Seguramente recordarı́a un rostro tan llamativo, una
nariz tan distinta. Ojos amarillos tan vivos.
Amarillo.
"¿Quié n eres?" Dijo Ravyn, con la voz raspando su garganta.
Ella lo miró con esos ojos amarillos, inclinando la cabeza hacia un lado
como un halcó n. "Soy Tilly", dijo.
“¿Qué está s haciendo aquı́, Tilly?”
“Lo que siempre he hecho”, dijo. Por un breve momento, se parecı́a a
Jespyr cuando era niñ a, con esos ojos muy abiertos y rizos rebeldes.
"Estoy esperando."
La lluvia caı́a con fuerza, impulsada por un viento rá pido. Las gotas
cayeron sobre el costado de la cara de Ravyn y el viento atrapó su
capucha, arrancá ndola de su frente. Levantó una mano, protegié ndose
los ojos del escozor.
Pero la niñ a en el á rbol permaneció inmó vil, aunque la rama debajo de
ella temblaba y las hojas del tejo silbaban con el viento. Su capa no se
movió , ni un solo mechó n de su cabello. El agua y el viento parecı́an
atravesarla enteramente, como si estuviera hecha de niebla, de humo.
De la nada.
Só lo entonces Ravyn recordó que todavı́a estaba usando el Espejo. Este
habı́a sido su propó sito: las respuestas que buscaba. Habı́a cavado con
dedos embotados, encontrado hueso con sangre, pero el Espejo era su
mejor herramienta. Una ventana al pasado: para ver má s allá del velo.
Ravyn se aclaró la garganta. El Espejo era una Carta de la Providencia
que usaba con moderació n; nunca antes se habı́a encontrado con un
espı́ritu. No sabı́a nada de sus temperamentos: si eran como eran
cuando murieron, o si la otra vida los habı́a… rehecho.
Levantó una voz temblorosa contra el viento. "¿A quié n esperas, Tilly?"
Los ojos de la niñ a se dirigieron a la ú nica ventana oscura de la cá mara.
“¿Conoce al hombre que está enterrado allı́?”
Ella se rió con voz aguda. —Conozco tan bien esta cañ ada, pá jaro. Tan
bien como conozco este á rbol y todos los rostros que se han quedado
bajo é l. Ella retorció su dedo en la cola de su trenza. Supongo que
habrá s oı́do hablar de é l. Sus labios se curvaron en una sonrisa. “Es un
hombre extrañ o, mi padre. Cauteloso. Inteligente. Bien."
La respiració n de Ravyn se entrecortó . “¿El Rey Pastor es tu padre?”
Su sonrisa se desvaneció , sus ojos amarillos distantes, desenfocados.
“No le dieron un entierro de rey. Quizá s es por eso que no…” Su mirada
volvió a Ravyn. “No lo has visto en el Mirror, ¿verdad? Prometió que nos
encontrarı́a. Pero no ha venido”.
"¿A nosotros?"
La niñ a se giró y sus ojos recorrieron el bosque al otro lado del prado.
“Madre está por ahı́, en alguna parte. Ella no viene tan a menudo como
antes. Ilyc y Afton permanecen cerca de las estatuas. Fenly y Lenor se
quedan en tu castillo. Su frente se arrugó . “Bennett está en otro lugar. El
no murió aquı́. No como el resto de nosotros”.
Morir. La garganta de Ravyn se apretó . “Ellos son… ¿tu familia? ¿La
familia del Rey Pastor?
"Estamos esperando, pá jaro", dijo, cruzando los brazos sobre el pecho.
“Para padre”.
“¿Por qué no regresa?”
La niñ a no respondió . Su mirada revoloteó a travé s del prado hacia las
ruinas. “Me pareció oı́r su voz”, murmuró . “Habı́a caı́do la noche. Estaba
sola, aquı́ en mi á rbol favorito”. Sus ojos se dirigieron a Ravyn. “Te vi,
pá jaro cuervo. Viniste como siempre, con tu capa negra, tus ojos grises
inteligentes y tu cara practicada. Só lo que esta vez no estabas solo. Una
mujer vino contigo. Una mujer extrañ a, con ojos que destellaban oro
amarillo, como los mı́os. Como el de mi padre.
Las entrañ as de Ravyn se retorcieron.
"Los vi a ambos irse, pero la doncella regresó ". Tilly extendió un dedo y
señ aló la ventana de la cá mara. “Ella entró . Fue entonces cuando lo
escuché : las canciones que mi padre solı́a tararear mientras escribı́a su
libro. Pero cuando entré , é l no estaba. Era la mujer que tarareaba
mientras rastrillaba con las manos la tierra sobre la tumba de mi padre.
"Elspeth", susurró Ravyn, el nombre le robaba algo. "Su nombre es
Elspeth".
Tilly no pareció escucharlo. “Dos veces la doncella visitó y excavó en su
lá pida. Deambuló por el prado, las ruinas, tarareando las canciones de
mi padre”. Sus labios formaron una lı́nea apretada. “Cuando llegó el
amanecer, sus ojos amarillos se tornaron de color carbó n. color. Mi
padre, si estaba con ella, desapareció . Entonces volvı́ aquı́, a su tumba.
Ver. Esperar."
Ravyn no dijo nada, su mente buscaba respuestas que no tenı́a. Recordó
esa noche que habı́a llevado a Elspeth a la cá mara. Fue grabado a fuego
en é l. Todavı́a podı́a oler su pelo, sentir su mejilla contra la palma de su
mano. El la habı́a besado profundamente y ella le habı́a devuelto el
beso. Cada parte de é l habı́a deseado cada parte de ella.
Pero ella se habı́a apartado, con los ojos muy abiertos y un temblor en
la voz. Habı́a tenido miedo de algo en la cá mara. En ese momento,
Ravyn habı́a estado seguro de que era a é l a quien temı́a. Pero ahora
sabı́a que era algo má s, algo mucho má s grande que é l, algo que ella
llevaba consigo, siempre.
Sus ojos volvieron a la chica del tejo. “¿Qué le pasó a tu padre?”
La niñ a no respondió .
Ravyn volvió a intentarlo: “¿Có mo murió ?”
Ella apartó la mirada, sus ojos amarillos perdidos. Sus dedos bailaron
una melodı́a silenciosa sobre la rama de tejo. "No lo sé . Ellos me
atraparon primero”. Su voz se calmó . “Pasé a travé s del velo delante de
mi padre, delante de mis hermanos”.
No era el frı́o del Espejo lo que se estaba iltrando en Ravyn. Era algo
má s. Una pregunta cuya respuesta, en el rincó n oscuro de su mente, ya
sabı́a. “¿Quié n te mató ?” é l dijo.
Esos ojos amarillos brillaron. Aterrizaron sobre Ravyn y lo midieron.
“Sabes su nombre”, dijo. Su voz se volvió baja, un susurro profundo y
á spero. "Serbal."
La insignia del Rey destelló en la mente de Ravyn. La bandera de su tı́o:
el inquebrantable serbal. Guadañ a Roja, ojos verdes. Brutos,
conquistadores.
Familia.
Las manos sangrantes de Ravyn temblaron.
“Hemos esperado mucho tiempo a papá ”, dijo Tilly, mirando hacia
arriba, como si ahora estuviera hablando só lo con el tejo. Su voz se
volvió irme y sus dedos se curvaron como garras en su regazo.
"Seguiremos esperando hasta que su tarea esté terminada".
Un escalofrı́o recorrió el cuello de Ravyn. Pensó en la criatura en el
cuerpo de Elspeth Spindle: en los ojos amarillos y en las palabras
retorcidas y sedosas pronunciadas en el calabozo. Una promesa de
ayudar a encontrar la tarjeta Twin Alders perdida.
Pero Ravyn lo sabı́a mejor. Ninguna promesa viene sin pago. Blunder
era un lugar de magia: trueques y gangas. Nada era gratis. "¿Qué quiere
el Rey Pastor?" le preguntó al espı́ritu femenino. “¿Qué busca?”
"Equilibrio", respondió ella, inclinando la cabeza como un ave de presa.
“Para corregir errores terribles. Para liberar a Blunder de los Rowan.
Sus ojos amarillos se entrecerraron, malvados y absolutos. “Para cobrar
lo que le corresponde”.
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UNA VENTANA OSCURA
Tener cuidado de
COSAS SALVAJES Y MALAS
por
francesca mayo

Tras la Primera Guerra Mundial, una mujer ingenua se ve


arrastrada a un mundo brillante lleno de magia oscura, romance y
asesinato en este debut exuberante y decadente.

En Crow Island, la gente susurra que la verdadera magia se esconde justo


debajo de la super icie.

La magia no le interesa a Annie Mason. No después de que le robara el


futuro. Ella está en la isla sólo para liquidar la herencia de su difunto
padre y, con suerte, volver a conectarse con su mejor amiga, Beatrice,
ausente durante mucho tiempo, quien huyó de sus vidas tristes por una
más glamorosa.

Sin embargo, Crow Island está llena de tentaciones, y la más fascinante


puede ser su enigmático nuevo vecino.

Misteriosa y seductora, Emmeline Delacroix es una igura ensombrecida


por rumores de brujería. Y cuando Annie es testigo de un enfrentamiento
entre Bea y Emmeline en una de las extravagantes iestas de Crow Island,
se ve atraída a un mundo brillante y embrujado. Un mundo donde se
ponen a prueba los límites de la maldad y el costo de la magia ilícita
podría ser la muerte.

Capítulo uno
annie

Se rumoreaba que Crow Island estaba perseguida por brujas.


Cuando lo vi por primera vez, entendı́ por qué . La gente decı́a que las
brujas que habı́an descubierto la isla por primera vez vivı́an en los
cuerpos de los cuervos que acudı́an en bandadas en cada esquina y en
cada á rbol de ramas desnudas. Volaron muy alto mientras el barco se
acercaba a la orilla, una constelació n de estrellas negras contra el
brillante cielo de verano.
Escondida má s allá de las aguas turbias frente a la costa este, la forma
de luna creciente de la isla le daba la apariencia de una columna curva,
un cuerpo acurrucado secretamente lejos del continente. Sin embargo,
de cerca las propiedades, construidas para parecerse a casas de
plantaciones estadounidenses y mansiones georgianas en ruinas,
disiparon esta ilusió n de secreto. Se alzaban grandes, como espectrales
centinelas grises que custodiaban su tierra.
En Crow Island, la gente me habı́a susurrado en casa, la verdadera
magia acechaba justo debajo de la super icie. La riqueza brotaba del
lugar como miel. Decı́an que tenı́a fama, que aquı́ la ley hacı́a la vista
gorda.
Mi madre no querı́a que viniera, pero yo le supliqué , sorprendié ndonos
a ambos. Fue la petició n inal de mi padre, que de alguna manera me
pareció vital, y me sentı́ obligado de una manera que nunca antes me
habı́a sentido. El habı́a querido que yo hiciera esto, que viajara a un
lugar en el que nunca habı́a estado, para clasi icar y vender sus
pertenencias, aunque apenas lo conocı́a. Y habı́a pensado que podı́a
hacerlo. Pensé que al menos deberı́a intentarlo.
Ya no estaba seguro. Nunca habı́a estado fuera de casa, nunca habı́a
dormido en ningú n otro lugar que no fuera el dormitorio trasero
achaparrado de la pequeñ a casa adosada de piedra que compartı́a con
mi madre. La idea era a la vez ligera y aguda. Inspiré una bocanada del
aire salado del océ ano, que sabı́a diferente aquı́ que en casa, y me
aseguré de que podı́a ser valiente. Puede que Crow Island estuviera
encantada, pero no podı́a ser muy diferente de lo que habı́a sido el resto
de Inglaterra desde la guerra, donde la vida avanzaba penosamente a
pesar de los fantasmas. Estarı́a bien.
En el puerto se borraron las ú ltimas huellas de Whitby: no habı́a
ninguna mamá que me guiara; no habı́a esquinas familiares que me
recordaran las tardes soleadas con Sam y Bea; Ni siquiera debı́a existir
la rutina de la tienda, de las agradables veladas junto al fuego o de las
tardes de domingo visitando la galerı́a de la ciudad. Era una historia no
escrita. Nunca habı́a tenido tanta libertad ni me habı́a sentido tan
tı́mido.
Habı́a un coche esperá ndome junto a la o icina del puerto, un elegante
quemador de heno diferente a todo lo que jamá s habı́a soñ ado conducir,
con un papel con mi nombre atado al volante. Me acerqué vacilante,
colocando mi palma contra el metal calentado por el sol. Por un
segundo sentı́ como si pudiera sentir la los latidos del corazó n de la isla,
el mismo trueno bajo mi piel que a veces juraba que podı́a sentir
cuando buscaba piedras brillantes y pulidas en la playa de mi casa.
Retiré mi palma sudorosa y miré a mi alrededor con nerviosismo.
El puerto hacı́a tiempo que se habı́a vaciado y no podı́a ver ni un alma
má s. La o icina se alzaba delante, y el sol re lejaba sus ventanas. En la
carta que recibı́ antes de irme me dijeron que tendrı́a que entrar para
recoger las llaves del auto de mi padre, pero alguna fuerza me mantuvo
encerrado en mi lugar. No fue la o icina en sı́ lo que me asustó , sino má s
bien la idea de que una vez que tuviera la llave, ¿entonces qué ?
Me quedé un minuto observando las nubes ocasionales que cruzaban el
cristal oscuro de las ventanas de la o icina. Dos minutos. Cinco. Mis
pensamientos se dirigieron hacia mi padre. Deberı́a estar má s molesto
por su muerte, pero me sentı́ casi indiferente. Tal vez estaba siendo
dura, tal vez é l había amado a mamá una vez, pero ella nunca lo habı́a
dicho. Se habı́a despojado de su apellido como si incluso la insinuació n
de su amor fuera dolorosa para ella. Casi preferı́a pensar que é l nunca
la habı́a amado. Despué s de todo, ¿qué clase de hombre abandonarı́a a
su esposa y a su hija recié n nacida por una isla ? Aú n ası́, é sta era mi
herencia: dinero que podrı́a signi icarlo todo para mamá y para mı́.
El sol caı́a sobre mis hombros y estaba acalorado e impaciente conmigo
mismo. Sam habrı́a pensado que era tonta. Bea se reirı́a si me viera.
Pero Sam no estaba aquı́ y Bea probablemente todavı́a estaba enojada
conmigo. Mi irritació n creció . Un rugido comenzó dentro de mis oı́dos,
el mismo sonido que siempre escuchaba cuando llegaba el pá nico,
como las olas del océ ano. Como ahogarse. Cerré los ojos, apretá ndolos
con fuerza, bloqueando la sensació n de agua arremoliná ndose que
obstruı́a mi mente.
“¿Está usted… bueno, señ orita? ¿Necesitas un mé dico? Papá dice que
parece que te vas a desmayar.
Habı́a aparecido una niñ a de no má s de diez añ os, pelirroja y pecosa,
vestida con una bata gris. La preocupació n le grabó la frente. Debo
haber estado aquı́ por má s tiempo del que pensaba.
"Estoy... un poco perdido", dije, buscando a tientas una excusa. “¿Creo
que este es mi auto pero no tengo la llave…?”
El rostro de la niñ a se hundió aliviado y agarró la hoja escrita a mano
atada a la rueda má s el papel que le entregué , mi propio garabato
desordenado en los má rgenes de la nota que el abogado de mi padre
me habı́a enviado. Cuando me los devolvió , lo hizo con un pequeñ o
llavero que me entregó .
"Gracias", logré , inalmente capaz de respirar.
La niñ a desapareció tan rá pido como habı́a llegado. Miré el auto por un
momento má s, recordando los vehı́culos ilı́citos en el cacharro del
padre de Sam. Los odié en ese momento, pero ahora me alegraba,
aunque me preocupaba que fuera má s difı́cil aquı́ que rugir por los
sinuosos y vacı́os caminos rurales de casa.
No querı́a pensar en Sam ni en casa, y eso me impulsó a actuar. Tiré mis
escasas pertenencias en el auto y una vez que estuve en la carretera
volvieron a mı́ poco a poco. Fue má s fá cil de lo que recordaba, o quizá s
el auto simplemente era mejor. El aire sabı́a a savia de á rbol, el futuro
brillaba como un espejismo en el calor.
La realidad de Crow Island se extendı́a y crecı́a a mi alrededor mientras
conducı́a, casas lujosas dando paso a viviendas má s pequeñ as mientras
me alejaba del puerto, y calles tranquilas y tortuosas que se
desprendı́an de la carretera principal a travé s de la ciudad conocida
como Crow Trap. Observé las tiendas recié n encaladas y los escaparates
brillantes y relucientes. No habı́a visto un aire tan exuberante de
festividad desde las iestas que organizamos despué s del armisticio. Los
banderines estaban frescos y limpios, ondeando entre las farolas, y los
niñ os que corrı́an en cı́rculos afuera de la pequeñ a panaderı́a llevaban
delantales y zapatos limpios.
Era hermoso y, sin embargo, no pude evitar la forma nerviosa en que
me picaban las palmas de las manos al ver las tablas de madera afuera
de las tiendas que vendı́an lecturas de palma genuinas y amuletos para
turistas para la buena fortuna , y las ventanas que ofrecı́an un atisbo de
vegetació n. enmarcando pequeñ os carteles que proclamaban la licencia
de los vendedores para anunciar magia falsa.
Ası́ habı́a sido desde que comenzó la prohibició n despué s de la guerra.
Licencias, carteles y condiciones, juegos tontos que bailaban en el ilo
de la navaja en lo que a la ley se referı́a. En casa apenas pensaba en la
magia excepto para evitar los anuncios al inal del perió dico donde
falsos mé diums transmitı́an mensajes pú blicos al má s allá . En Whitby
no habı́a muchos motivos para entrometerse en la magia, real o no; la
mayorı́a de la gente apenas tenı́a su iciente dinero para llevarse comida
al estó mago, y mucho menos para gastarlo en nimiedades.
Y no valı́a la pena correr el riesgo.
Mamá siempre decı́a que la verdadera magia era astuta y que era mejor
mantenerse alejado. La magia falsa era una broma, un truco de iesta
para gente rica que no tenı́a nada mejor que hacer, ası́ que era mejor
mantenerse alejado de eso tambié n. Su advertencia má s trillada a la
hora de dormir en los ú ltimos dos añ os y medio fue la historia de una
niñ a de York, Bessie Higgins, que habı́a sido ahorcada por vender
muñ ecos que resultaron tener acó nito seco, aunque habı́a jurado
simplemente habı́a arrancado las malas hierbas cerca del rı́o.
Debe haber má s en la historia de Bessie, pero hablar de magia siempre
habı́a hecho que Bea actuara como una tonta, ası́ que nunca lo hicimos.
La magia parecı́a diferente aquı́. Las licencias y los anuncios eran
ligeros y divertidos. Estas señ ales ofrecı́an una visió n del futuro en
lugar del pasado. Quizá s los ricos podrı́an disfrutar mejor de los suaves
sustos de la adivinació n, ya que no habı́an perdido tanto como el resto
de nosotros.
Conté siete de los famosos cuervos de la isla mientras me dirigı́a de
regreso hacia la costa. Estaban encaramados en tejados y á rboles, uno
má s en lo alto de un poste de luz, sus ojos brillantes y su pequeñ o pico
a ilado brillando bajo el sol de la mañ ana de mayo. Reconocı́ cada uno
en voz baja como una oració n, las palabras confusas de un poema
medio recordado en el fondo de mi mente.
Uno por malicia,
Dos para la alegría...
El tramo de costa donde habı́a alquilado una casa para el verano era
una jungla de casas grandiosas y propiedades en expansió n, alguna que
otra cabañ a como la mı́a anexada a tierras ricas hace mucho tiempo.
Conduje por caminos sombreados por setos que crecı́an verdes,
salvajes y salpicados de espinas oscuras. Fue un alivio encontrar
fá cilmente la cabañ a, situada a menos de cinco minutos en coche.
Se asentaba sobre un cé sped inclinado, rodeado por tres lados por
tantos á rboles que apenas se podı́a ver el cielo, o el océ ano, o cualquier
otra cosa que no fuera una marañ a de verde. En la parte trasera de la
cabañ a, el cé sped descendı́a hasta convertirse en una extensió n de
arena que daba al Mar del Norte. Habı́a usado parte de mi nueva
herencia para tener el privilegio de poder ver el agua. Despué s de todo,
esa era la razó n por la que los forasteros venı́an a la Isla Cuervo, ¿no?
Cuando llegué , habı́a un hombre esperá ndome afuera de la cabañ a. Era
alto y de hombros anchos, con el pelo canoso de color ó xido y un rostro
alegre y rubicundo. Se alisó la chaqueta de su inmaculado traje de
espiga y sonrió .
"Usted debe ser la señ orita Mason", dijo, estrechá ndome cá lidamente la
mano mientras salı́a del auto. “Tu padre habló muy bien de ti. Mi
nombre es Jonas Anderson. Es un placer conocerte inalmente. Lo
siento mucho por tu padre. Es una pena haberlo perdido tan
inesperadamente”.
Este era el abogado de mi padre. El hombre que habı́a dejado a cargo su
patrimonio. El fue quien me escribió despué s del infarto de mi padre y
me rogó que fuera. Es lo que quería tu padre. Lo único que pidió. El fue
quien me dio un anticipo del dinero de mi padre... para la cabañ a. No
esperaba que é l estuviera aquı́, y su presencia hizo que mis mú sculos se
tensaran nerviosamente.
"Señ or. "Anderson", dije, alisá ndome el cabello bajo el pañ uelo. No me
gustaba la idea de que mi padre hubiera hablado de mı́ en absoluto
cuando apenas parecı́a que hubiera recordado mi existencia, pero traté
de ocultar eso en mi voz. “Qué bueno verte en persona, pero llego tan
temprano. Pensé que no está bamos programados para reunirnos hasta
la pró xima semana”.
“No, pero querı́a, ah, darte la bienvenida a la isla”, dijo, todavı́a
sonriendo. "Realmente querı́a asegurarme de que encontraras el auto
sin problemas y la cabañ a..." Señ aló vagamente. “Me sorprendió que
eligiera uno de aquı́, pero puedo entender por qué . Es precioso, ¿no? De
todos modos, sé que puede resultar abrumador encontrar un lugar en
un lugar nuevo. Especialmente uno como este”. Señ aló a un cuervo que
se habı́a posado có modamente en el capó de mi coche. “Entonces, si
necesitas algo, no dudes en hacé rmelo saber. Especialmente si se trata
de tu padre o sus cosas. Eramos buenos amigos, ya ves. Estoy seguro de
que debes tener preguntas, aunque entiendo si está s demasiado
abrumado hoy. Pensé que quizá s por eso llegaste temprano. Puedo
intentar acelerar el papeleo necesario, pero estaré má s que feliz de
darte esta semana para que lo arregles si ası́ lo pre ieres.
Parpadeé para disipar la inesperada opresió n en mi garganta ante su
amabilidad y asentı́ mientras hablaba, permitié ndome instalarme en
este nuevo mundo y acepté con gratitud mantenerme en contacto. Una
vez que se fue, entré en la cabañ a, bloqueando el calor del sol para
comenzar a desempacar mis pocas pertenencias.
Ahora que estaba sola, la cabañ a me parecı́a grande y laberı́ntica.
Frı́volo. Ni siquiera era mi dinero lo que estaba gastando todavı́a.
Tambié n reinaba un extrañ o silencio, el sonido de mis pasos
amortiguado por el lejano rumor del océ ano y el graznido de un cuervo.
Y habı́a una cualidad diferente en el silencio; Se sentı́a como la parte
má s negra de una sombra, enroscada y esperando.
Nunca antes habı́a estado sola ası́. Habı́a pasado todos mis primeros
añ os con un grupo de otros niñ os del vecindario, Sam y Bea y una niñ a
engreı́da llamada Margot pisá ndome los talones mientras corrı́amos y
jugá bamos en las calles detrá s de la chocolaterı́a de mi madre. Má s
tarde, cuando Sam se fue, tuve a mamá y a Bea, y luego a mamá . ¿Qué
harı́a con todo este espacio? Podı́a caminar de un lado a otro de la
cabañ a sin tropezarme con la cesta de tejer de mamá ni tener que
frenar para ver a Tabs y sus gatitos. Podrı́a mover los brazos y no
golpear nada si quisiera. No querı́a.
No estaba seguro de querer estar aquı́.
Hasta que enviaron a Sam, nunca habı́a pensado en dejar Whitby.
Despué s de que se fue, pensé en ello constantemente. Todavı́a estaba
tratando de convencer a mi madre para que me dejara inscribirme
como enfermera cuando descubrimos que habı́a muerto. Acaba de
morir. Desaparecido.
Se sintió como una advertencia. Esto es lo que sucede cuando sueñas.
Esto es lo que sucede cuando te adelantas a ti mismo. Durante dos añ os
Bea y yo apenas hablamos de é l, y cuando lo hacı́amos ingı́amos que
todavı́a estaba lejos, viajando por el mundo y recopilando experiencias
que traerı́a a casa para compartir con nosotros. Nunca volvió a casa. Y
cuando Bea se fue la primavera pasada, cuando llegó a esta misma isla,
sin despedirse de mı́, sentı́ como si estuviera condenada a perderlo
todo, cada parte de mı́ se fue desmoronando lentamente hasta que no
quedó nada.
Me quedé con mamá , ingiendo que estaba contenta. Hice lo que sentı́
que debı́a hacer, siguiendo los movimientos como si nunca hubiera
ocurrido una guerra. ¿En qué se diferencia mi pé rdida de la de
cualquier otra persona? ¿los demá s? Mi vida se convirtió en una pauta
de salones de baile los ines de semana, má s por obligació n que otra
cosa, y de compras entre semana. Viajes a la galerı́a y la aburrida
emoció n de un nuevo patró n de costura. Mamá nunca lo dijo, pero al
inal esperaba que me casara. Habı́an pasado cuatro añ os desde la
muerte de Sam y mi futuro inevitable se acercaba cada mes. No pude
posponerlo mucho má s.
Y luego…?
Esa fue la parte que me asustó . La imagen de una vida ya vivida, tan
predecible que podrı́a escribirla punto por punto en mi diario y
tacharla. Matrimonio, bebé s, trabajo duro y nunca su iciente dinero
para estirar... El problema era que, por mucho que la muerte de mi
padre pareciera casi una ganancia inesperada, venir a la isla tambié n
me asustaba.
De pie aquı́, en esta cabañ a que no era mı́a, me dije a mı́ mismo que no
importaba ( no podía importar) que tuviera miedo. Esta parecı́a mi
ú ltima oportunidad de cambiar mi camino; Necesitaba agarrarlo con
ambas manos, arrancar la oportunidad desde las raı́ces y llevarlo
conmigo, listo para plantar, o de lo contrario la vida en casa era todo lo
que me esperaba.
Parecı́a cosa del destino que Bea estuviera aquı́. Habı́a estado pensando
mucho en ella desde que subı́ al ferry, preguntá ndome si realmente me
habı́a extrañ ado como decı́an sus cartas. Si todavı́a estaba enojada
conmigo. El agujero que habı́a dejado en mi pecho dolı́a. Si pudié ramos
volver a ser amigos, verdaderos amigos, tal vez no me sentirı́a tan solo.
Bea y yo habı́amos sido muy unidos una vez. Ambos habı́amos crecido
sin padres, aunque el de ella habı́a muerto cuando era só lo un bebé , y a
menudo bromeá bamos diciendo que é ramos lo su icientemente feroces
como para no necesitarlos. Se sentı́a extrañ o, despué s de todas nuestras
bromas, todo el anhelo secreto que habı́amos escondido detrá s de
nuestras fanfarronadas, que yo estuviera aquı́ hoy por mi padre.
Quizá s habı́a esperado que venir a la isla fuera bueno. para mı́. Tal vez
habı́a esperado que la isla sacudiera mi alma y me despertara de un
sueñ o que é l reconocı́a, que liberarı́a esta parte atro iada de mı́. Quizá s
no habı́a pensado en có mo me afectarı́a en absoluto. No estaba seguro
de cuá l posibilidad me gustaba menos.
El aire del inal de la tarde en la cabañ a estaba cargado de mis
preguntas. Querı́a saber sobre su vida, sobre sus amigos, su trabajo y
sus pasatiempos. Querı́a saber por qué este lugar lo habı́a cautivado
tanto que nos habı́a dejado sin pensarlo dos veces. Y, sobre todo, no
podı́a detener la pequeñ a voz en mi cabeza que preguntaba lo mismo a
lo que habı́a estado regresando durante semanas: en casa, en el barco,
viendo ese auto brillante por primera vez...
¿Porqué ahora? ¿Por qué mi padre só lo habı́a querido que viniera a
Crow Island una vez que é l estuviera muerto?

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