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En Andalucía se dice que cerca de la ciudad de Ronda, allá por el 810, el pensador Abbas Quasim Ibn Firnas –

inventor de objetos extraños- cuando tenía ya 65 años de edad diseñó y construyó un aparato volador, con
plumas pegadas a una estructura de madera que se ajustaba a los hombros, algo que fue definido como un
paracaídas o planeador primitivo.

Un historiador marroquí narró que “la gente observaba desde una montaña cercana cómo pudo volar una
cierta distancia, pero el planeador cayó en picada hacia el suelo, lo que le produjo daños en la espalda”. Según
los también pretéritos expertos, el moro Ibn Firnas, que logró sobrevivir, descubrió que se había olvidado que
los pájaros tenían cola y que con ella también lograban mejores vuelos y sobre todo aterrizajes pertinentes.
Otros intentos posteriores terminaron igual, con el piloto estrellándose contra las barrancas de la región.

El hombre lanzó o intentó lanzar desde entonces a los cielos globos aerostáticos, el tornillo aéreo (ancestro del
helicóptero) de Leonardo Da Vinci, hizo transitar a niños por el cielo en viajes literarios asidos al cuello de
gansos doméstico. El arte se llenó de personajes aéreos como Mary Poppins y Peter Pan, de aviones
rudimentarios que saltaban algunos metros como langostas y luego se precipitaban y después vinieron las
décadas de los silenciosos zeppelines, los acrobáticos Focke Wulf de dos alas y la aviación hecha y derecha, con
motores y turbinas potentes, los jets, la cohetería que invadió espacios estelares, la última oleada de los drones
que vigilan desde arriba y preanuncian, según los conocedores, las máquinas voladoras personales.

“El avión sólo concede sus favores a los espíritus nuevos, y los cobija bajo sus alas”

Los escritores se rindieron frente a la aviación. Un artículo de Alfredo Valenzuela en el diario español La
Vanguardia recuerda la fascinación que le causó a los intelectuales la aparición de las máquinas voladoras. El
imaginativo Ramón Gómez de la Serna sostenía allá por 1925 que “la hélice es el trébol de la velocidad”. De
pronto los hombres podían viajar en horas desde Alaska hasta Tierra del Fuego.

En esas primeras décadas del siglo pasado las editoriales hispánicas publicaron “La vuelta a Europa en avión”
(de Chaves Nogales” o “Al Senagal en avión” de Luis de Oteyza. Y además, una antología con el premonitorio
título de “Nuestro futuro está en el aire”.

En su artículo de Valenzuela, titulado “Literatura de altos vuelos”, cita al escritor Ernesto Caballero, cuando
dijo: “que “el avión es el caballo de alas de los poetas” y más adelante que “el avión sólo concede sus favores a
los espíritus nuevos, y los cobija bajo sus alas como polluelos del aire”. Claro que de la mano de tantas
metáforas, la actividad económica internacional registró un notable crecimiento global a partir de la presencia
del avión

SU PROPIO AVIÓN

“¿Cuál es mi sueño? Terminar este avión y salir a volar por el país, despegar o aterrizar en cualquier lado, ver la
belleza de los paisajes, saber que me esperan amigos en distintos lugares. Por eso es que estoy construyendo
este avión desde el año 2006”, dice el piloto civil Raúl Marcelo Miglio (1858), propietario de un taller mecánico
ubicado sobre el camino general Belgrano, en Villa Elisa.

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