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El Corazón de Jesús-Oct 03 2016
El Corazón de Jesús-Oct 03 2016
1
OBRAS DE SAN JUAN EUDES
EL CORAZÓN
DE JESÚS
2
Versión preparada y modificada por
UNIDAD DE ESPIRITUALIDAD EUDISTA
CJM VIRTUAL
Versión Original de Editorial San Juan Eudes (Usaquén, Bogotá, 1997)
3
INTRODUCCIÓN
En el año de 1641 San Juan Eudes proyectó fundar la Orden de Nuestra Señora de la
Caridad y desde el principio pensó en dedicarla al Corazón Santísimo de María.
En 1643 instituyó la Congregación de Jesús y María, dándole por Patronos a los Sagrados
Corazones e imponiéndole el rezo cotidiano de oraciones especiales en su honor,
principalmente el «Ave Cor Sanctisisimum» y el «Benedictum sit».
Ya quizá desde este año, y seguramente desde el siguiente, se empezó a celebrar la fiesta
del Corazón de María en la Congregación con misa y oficio propios, en los cuales ocupaba
una parte importante el divino Corazón de Jesús.
El 8 de Febrero de 1648, con lo autorización del obispo de Autun, se celebró allí esta
fiesta de manera solemnísima. Así entró oficialmente en la liturgia católica.
Antes de 1663 comenzó San Juan Eudes su obra maestra como teólogo de los Sagrados
Corazones, «El Corazón Admirable de la Madre de Dios», obra que sólo logró llevar a
cabo tres semanas antes de su muerte, el 25 de julio de 1680, y en la cual trata no sólo
del Corazón de María sino también del divino Corazón de Jesús, al cual dedica todo el
libro XII.
Entre 1668 y 1670 san Juan Eudes compuso un oficio y una misa propios para la fiesta
del divino Corazón, fiesta que con la aprobación de muchos obispos, se celebró con la
mayor solemnidad en la Congregación todos los años, el 20 de Octubre, desde 1672.
Aquí tenemos en resumen lo que san Juan Eudes hizo para promover el culto público a
los Sagrados Corazones.
Sin embargo, a pesar de los hechos históricos, hace sesenta años san Juan Eudes era
prácticamente un desconocido en lo que atañe a sus relaciones con la devoción a los
Sagrados Corazones y particularmente al divino Corazón de Jesús.
Pero Dios, que ensalza a los humildes, se encargó de glorificar a su siervo y con la gracia
de la canonización quiso darle los títulos que le eran debidos, por intermedio de la voz
autorizada de los Romanos Pontífices.
Así Su Santidad León XIII en el Decreto de la heroicidad de las virtudes lo llama «Autor
del culto litúrgico a los Sagrados Corazones de Jesús y María». San Pío X lo proclama,
en el Decreto de beatificación, «Padre, Doctor y Apóstol del culto litúrgico a los
4
Santísimos corazones de Jesús y de María», palabras repetidas a la letra por Su Santidad
Pío XI en la bula de canonización. El mismo Pío XI en las lecciones del segundo nocturno
para la fiesta del divino Corazón dice que san Juan Eudes es llamado con toda justicia
«autor del culto litúrgico de los Sagrados corazones de Jesús y de María».
Roma ha colocado, pues, a san Juan Eudes en el puesto de honor que le corresponde
entre los apóstoles de los Sagrados Corazones, particularmente del Corazón divino de
Jesús, y lo ha llamado «Doctor» de esta devoción. A sus obras, pues, hemos de ir a beber
la enseñanza teológica acerca del Corazón divino de Jesús.
A pesar de todo no ha faltado quien asegure que la devoción al Divino Corazón, enseñada
por san Juan Eudes, no es la legítima devoción enseñada y aprobada por la Iglesia.
Era necesario que Su Santidad el Papa Pío XII viniera con su Encíclica «Haurietis» a
mostrar que es precisamente la devoción teológica eudista la verdadera devoción católica
al divino Corazón y no ninguna otra basada en revelaciones privadas y cuya parte principal
consista en prácticas externas de piedad con miras a obtener el cumplimiento de
promesas que la fe católica no obliga a creer como hechas por Cristo, precisamente por
salir del dominio de la Revelación pública.
Como no basta afirmarlo para que sea cierto, nos vamos a proponer, de la manera más
breve posible, dar una hojeada de conjunto sobre la doctrina de la Encíclica
confrontándola con la que, acerca del divino Corazón, nos trae san Juan Eudes,
principalmente en el libro XII de su obra «El Corazón Admirable de la Madre de Dios»,
que es el que aquí presentamos.
5
CONTENIDO
INTRODUCCIÓN ..............................................................................................................................4
EL CORAZÓN DE JESÚS .................................................................................................................11
LA ESPIRITUALIDAD EUDISTA DEL CUERPO DE CRISTO: LAS INTUICIONES TEOLÓGICAS
QUE LA SUBYACEN Y SU PERTINENCIA PARA EL PRESENTE Y PARA EL FUTURO .............12
1. ESBOZO DE LA ESPIRITUALIDAD EUDISTA DEL CORAZÓN DE CRISTO .................12
2. INTUICIONES TEOLÓGICAS SUBYACENTES A LA ESPIRITUALIDAD EUDISTA DEL
CORAZÓN ...............................................................................................................................18
3. EL “GRAN CORAZÓN DE CRISTO” “UNIVERSAL REPARADOR” ...............................23
4. LA ESPIRITUALIDAD DEL CORAZÓN EUDISTA: PERTINENCIA PARA EL PRESENTE
Y EL FUTURO ..........................................................................................................................25
4.1. LAS FINALIDADES DEL CULTO EUDISTA DEL CORAZÓN DE JESÚS .....................25
4.2. FINALIDADES ACTUALES DEL CULTO EUDISTA DEL CORAZÓN DE JESÚS .........26
CAPÍTULO 1 .................................................................................................................................34
EL DON DEL CORAZÓN DE JESÚS.............................................................................................34
CAPÍTULO 2 .................................................................................................................................35
CUALIDADES DEL AMOR DEL CORAZÓN DE JESÚS ..............................................................35
CAPÍTULO 3 .................................................................................................................................37
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, CORONA Y GLORIA DEL SANTÍSIMO CORAZÓN DE
MARÍA ........................................................................................................................................37
CAPITULO 4 .................................................................................................................................38
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, HOGUERA DE AMOR ARDIENTE A SU ETERNO PADRE 38
CAPITULO 5 .................................................................................................................................41
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, HOGUERA ARDIENTE DE AMOR A SU SANTÍSIMA
MADRE........................................................................................................................................41
CAPITULO 6 .................................................................................................................................46
OTRO PRIVILEGIO CON QUE NUESTRO SALVADOR HONRA A SU SANTÍSIMA MADRE ..46
CAPITULO 7 .................................................................................................................................48
CÓMO SUFRIÓ EL CORAZÓN DE JESÚS EN SU PASIÓN A LA VISTA DEL CORAZÓN
AFLIGIDO DE SU MADRE ..........................................................................................................48
CAPITULO 8 .................................................................................................................................54
EJERCICIO DE AMOR Y PIEDAD SOBRE LOS DOLORES DEL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS
Y DEL SAGRADO CORAZÓN DE MARÍA ..................................................................................54
6
CAPÍTULO 9 .................................................................................................................................58
EL CORAZÓN DE JESÚS: HOGUERA ARDIENTE DE AMOR ....................................................58
CAPÍTULO 10 ...............................................................................................................................60
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, HOGUERA DE AMOR A LA IGLESIA TRIUNFANTE,
MILITANTE Y PURGANTE .........................................................................................................60
CAPÍTULO 11 ...............................................................................................................................63
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, HOGUERA DE AMOR A CADA UNO DE NOSOTROS ......63
CAPITULO 12 ...............................................................................................................................67
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, HOGUERA DE AMOR A NOSOTROS EN EL SANTÍSIMO
SACRAMENTO ............................................................................................................................67
CAPITULO 13 ...............................................................................................................................71
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, HOGUERA DE AMOR A NOSOTROS EN SU SANTA
PASIÓN ........................................................................................................................................71
CAPÍTULO 14 ...............................................................................................................................73
EL CORAZÓN DE JESÚS, UNA MISMA COSA CON EL CORAZÓN DEL PADRE Y DEL
ESPÍRITU SANTO. EL CORAZÓN ADORABLE DE ESTAS TRES DIVINAS PERSONAS,
HOGUERA DE AMOR A NOSOTROS .........................................................................................73
CAPITULO 15 ...............................................................................................................................77
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, TESORO INMENSO, TODO NUESTRO ...............................77
CAPÍTULO 16 ...............................................................................................................................81
NUESTRO AMABLE JESÚS NOS AMA COMO SU PADRE LE AMA. QUÉ DEBEMOS HACER
PARA AMARLE ...........................................................................................................................81
CAPITULO 17 ...............................................................................................................................86
HERMOSAS PALABRAS DEL SANTO DOCTOR LANSPERGIO, CARTUJO, SOBRE EL DIVINO
CORAZÓN DE NUESTRO SALVADOR .......................................................................................86
CAPITULO 18 ...............................................................................................................................88
PALABRAS DEL SERÁFICO SAN BUENAVENTURA SOBRE EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS
.....................................................................................................................................................88
CAPÍTULO 19 ...............................................................................................................................90
EJERCICIOS DE AMOR Y DE PIEDAD AL CORAZÓN AMABLE DE JESÚS, SACADOS DE «LA
ALJABA DEL DIVINO AMOR», DE LANSPERGIO EL CARTUJO ..............................................90
CAPITULO 20 ...............................................................................................................................92
OTRO EJERCICIO DE AMOR AL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS .............................................92
CAPITULO 21 ...............................................................................................................................93
COLOQUIO DE UN ALMA SANTA CON EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS .............................93
7
CAPITULO 22 ...............................................................................................................................94
OTRAS MUCHAS COSAS MARAVILLOSAS DEL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS .....................94
CAPITULO 23 ...............................................................................................................................97
CUARENTA LLAMAS O ASPIRACIONES DE AMOR AL AMABLE CORAZÓN DE JESÚS .......97
MEDITACIONES SOBRE EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS ........................................................104
DISPOSICIONES PARA MEDITAR CON EL CORAZÓN DE JESÚS ..........................................105
EL CORAZÓN DE JESÚS FORMADO EN NOSOTROS ..............................................................106
ACTITUDES GENERALES ............................................................................................................108
PRIMERA MEDITACIÓN......................................................................................................108
(Para la víspera de la fiesta) .........................................................................................................108
SEGUNDA MEDITACIÓN .....................................................................................................109
(Para el día de la fiesta) ..............................................................................................................109
TERCERA MEDITACIÓN ......................................................................................................111
Inmenso favor que Nuestro Señor nos hizo al darnos esta fiesta ........................................111
CUARTA MEDITACIÓN .......................................................................................................113
El Santísimo Corazón de Jesús, refugio, oráculo y tesoro nuestro .....................................113
QUINTA MEDITACIÓN ........................................................................................................115
El Divino Corazón de Jesús, modelo y regla de nuestra vida .............................................115
SEXTA MEDITACIÓN ...........................................................................................................117
Jesús nos da su Corazón para que sea nuestro corazón ......................................................117
SÉPTIMA MEDITACIÓN .......................................................................................................119
Humildad profundísima del divino Corazón de Jesús ........................................................119
OCTAVA MEDITACIÓN .......................................................................................................122
El Corazón de Jesús es el Rey de los Mártires ......................................................................122
NOVENA MEDITACIÓN .......................................................................................................124
El Corazón de Jesús es el Corazón de María ........................................................................124
OTRAS ACTITUDES GENERALES................................................................................................126
PRIMERA MEDITACIÓN......................................................................................................126
La Santísima Trinidad vive y reina en el Corazón de Jesús .................................................126
SEGUNDA MEDITACIÓN .....................................................................................................128
El Corazón de Jesús es el Santuario y la imagen de las perfecciones divinas .....................128
TERCERA MEDITACIÓN ......................................................................................................129
8
El Corazón de Jesús es el Templo, el Altar y el Incensario de Amor Divino ......................129
CUARTA MEDITACIÓN .......................................................................................................131
Con amor inmenso y eterno nos ama el Corazón de Jesús ..................................................131
QUINTA MEDITACIÓN ........................................................................................................133
El Corazón de Jesús es el principio de la vida del Hombre-Dios, de la vida de la Madre de
Dios y de la de los hijos de Dios ...........................................................................................133
SEXTA MEDITACIÓN ...........................................................................................................134
Tres son los corazones de Jesús, que sin embargo no forman sino uno solo .....................134
SÉPTIMA MEDITACIÓN .......................................................................................................137
Los milagros del Corazón de Jesús .......................................................................................137
OCTAVA MEDITACIÓN .......................................................................................................139
El Corazón de Jesús es una hoguera de amor que purifica, transforma y deifica los
corazones...............................................................................................................................139
MISA Y OFICIO DEL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS ...................................................................142
MISA DE FUEGO EN HONOR AL AMOROSÍSIMO CORAZÓN DE JESÚS (San Juan Eudes) .....143
OFICIO DEL DIVINO CORAZÓN (20 de octubre) ...................................................................146
PRIMERAS VÍSPERAS ...........................................................................................................146
MAITINES..............................................................................................................................148
LAUDES .................................................................................................................................155
SEGUNDAS VÍSPERAS...........................................................................................................159
ORACIONES AL DIVINO CORAZÓN ...........................................................................................161
UNA ESPIRITUALIDAD DE FUEGO – SAN JUAN EUDES ...........................................................168
LA INTERPRETACIÓN DE JUAN EUDES..................................................................................172
LOS HISTORIADORES EUDISTAS ...........................................................................................175
DESARROLLOS MÁS RECIENTES.............................................................................................184
OTRA ORIGINALIDAD ............................................................................................................185
EL CENTENARIO DE LA LLEGADA DE LOS EUDISTAS A CANADÁ, OCASIÓN DE
CREATIVIDAD ..........................................................................................................................186
DEVOCIÓN AL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS SEGÚN S.S. PIO XII y SAN JUAN EUDES .........188
¡UNA DEVOCIÓN SIEMPRE VÁLIDA QUE NOS REVELA LA MISERICORDIA DE DIOS! .........195
1. ANTES DE LA ENCÍCLICA HAURIETIS AQUAS ...................................................................195
2. EL APORTE DE HAURIETIS AQUAS .....................................................................................196
9
3. EL FONDO DE ESTA DEVOCIÓN ES EL AMOR DE DIOS MANIFESTADO A LOS
HOMBRES… .............................................................................................................................200
4. EL CORAZÓN DE JESÚS Y LA BIBLIA EN SAN JUAN EUDES..............................................202
CUADRO COMPARATIVO DEL APOSTOLADO RESPECTIVO DE SAN JUAN EUDES Y DE
SANTA MARGARITA MARIA ALACOQUE .................................................................................213
10
EL CORAZÓN DE JESÚS
11
LA ESPIRITUALIDAD EUDISTA DEL CUERPO DE CRISTO: LAS
INTUICIONES TEOLÓGICAS QUE LA SUBYACEN Y SU PERTINENCIA
PARA EL PRESENTE Y PARA EL FUTURO
El primero: las grandes líneas de la espiritualidad eudista del Corazón de Cristo, las he
presentado aquí mismo en 1990, con ocasión del congreso del tricentenario de Santa
Margarita María Alacoque. Esta exposición fue editada cuidadosamente en las Actas de
este Congreso (pp.133-171). Además de las consideraciones doctrinales, desarrollé
algunas precisiones históricas, importantes en si mismas, pero que yo considero inútiles
aquí, y me contentaré con esbozar las grandes líneas del culto eudista del Corazón de
Cristo. El segundo punto, las grandes intuiciones teológicas que fundamentan esta
espiritualidad, me exigió mucha reflexión que me ha sido facilitada por los dos volúmenes
de la reciente Historia doctrinal del Culto al (o hacia) el Corazón de Jesús, del P. de
Margerie. En cuanto al tercer punto: la pertinencia de esta espiritualidad eudista del
Corazón de Cristo para el mundo futuro, me pareció plantear un interrogante sobre las
ventajas que se pueden sacar de esta espiritualidad para la vida de los cristianos de hoy.
Es una pregunta a la que no es fácil responder. Me pareció útil, primero, recordar las
finalidades de este culto tales como las veía san Juan Eudes mismo, o tales como las ven
todavía ciertas autoridades que han tratado el problema en su espíritu. Después de lo
cual propondré modestamente mi opinión.
12
Corazón de Cristo que él desarrolló en sus textos litúrgicos y doctrinales, presentaremos
una síntesis de las líneas maestras de la espiritualidad eudista del Corazón de Cristo.
Juan Eudes nació en 1601 en Ri, cerca de Argentan (Orne), hizo sus estudios en el colegio
de los Padres Jesuitas de Caen. En la universidad de esta ciudad, después de obtener el
permiso de su padre para hacerse sacerdote, comenzó su teología. Después de recibir la
tonsura y las órdenes menores en la diócesis de Seez, a la edad de veintidós años fue
recibido en el Oratorio de Paris, por el Cardenal de Berulle, fundador de esta sociedad
de sacerdotes, doce años antes. Ordenado sacerdote en Paris, en 1625, obtuvo el
permiso de ir a asistir a los apestados de Argentan y de Caen, en 1627.
En 1642, nombrado jefe de las misiones de Normandía por el Arzobispo de Rouen, Juan
Eudes es convocado a Paris por el cardenal Richelieu, el cual le dio las cartas patentes
para tres fundaciones en Caen: un refugio para mujeres arrepentidas, un seminario para
ordenandos y una comunidad de sacerdotes para dirigirlo. Este seminario de Caen es
rechazado por la Congregación del Oratorio a la cual el P. Eudes pertenecía desde hacía
veinte años. Él debe dejarla y fundar a su vez la Congregación de Jesús y María, llamada
de los Eudistas, en 1643, luego el seminario de Caen y, más tarde, los de Coutances,
Lisieux, Rouen, Évreux y Rennes. El refugio para mujeres arrepentidas, fundado en
Caen por el P. Eudes en 1641, es aprobado en 1666 por el papa Alejandro VII, como
Orden religiosa de N.S. de la Caridad, que dará nacimiento en 1835 al Buen Pastor de
Angers, difundido en el mundo entero. En 1674, obtiene del papa Clemente XII
indulgencias para su Cofradía del Corazón de Jesús y de María, que agrupaba personas
convertidas en sus misiones, de la cual saldrá, poco después de su muerte, la Sociedad
del Corazón admirable. En julio de 1680, termina su último libro, el Corazón
Admirable, y muere el 19 de agosto de 1680.
Los escritos del santo han sido publicados en Vannes entre 1905 y 1911, en 12
volúmenes, bajo el título de Obras Completas (que citaremos: OC, seguido de un
número romano, que indica el volumen y de un número arábigo, el de la página). El
13
Corazón Admirable, citado más arriba, ocupa tres volúmenes (del VI al VIII) de las Obras
Completas. Comprende 12 libros, de los cuales los once primeros tratan del Corazón de
María, y el duodécimo (un tercio de la obra) del Corazón de Jesús, al cual principalmente
haremos referencia.
El año 1643, decisivo para las fundaciones del Padre Eudes, lo fue también para la
orientación de su espiritualidad que, en dos etapas, lo va a llevar del cristocentrismo
beruliano al culto del Corazón de Cristo.
Este texto es muy importante ya que define de una vez por todas y de una manera clara
lo que san Juan Eudes entiende por el Corazón de una persona y su culto: es su amor y
caridad.
14
Hacia principios de 1663, al comienzo del Corazón Admirable, estos nueve corazones
son agrupados en tres corazones: corporal, espiritual y divino convirtiéndose en uno
sólo: en Jesús como en María (OC VI, 37). Esta distinción fue retomada por Pío XII para
el Sagrado Corazón, en la encíclica Haurietis Aquas, bajo el nombre de “triple amor”. De
todas maneras, el p. Eudes, misionero en el alma, ve enseguida cuál sería la gracia para
el pueblo cristiano el poder celebrar todo esto en una fiesta litúrgica de este Corazón
admirable. Empieza a redactar los textos y a hacerlos aprobar por los obispos que
conoce. Y así obtiene del obispo de Autun que el oficio y la misa del Corazón de María
sean celebrados en su diócesis, y por primera vez en la catedral el día de clausura de la
misión, el 8 de febrero de 1648. Pío XII reconoció este hecho histórico en una carta del
15.01.1948 al obispo de Autun (Ex officiosis litteris, AAS 90 (1948) 106-109), con
ocasión del tricentenario de este acontecimiento.
En esta fiesta del Corazón de María, se encontraba también a Jesús que ama, y
consecuentemente su Corazón. Desde el invitatorio de Maitines, se cantaba: “Jesús que
reina en el Corazón de María, vengan, adorémosle: ya que es él nuestro amor y nuestra
vida”. El primer culto eudista del Corazón es por lo tanto el del Corazón conjunto de
Jesús y María. ¿Por qué? Porque San Francisco de Sales y Bérulle habían convencido el
p. Eudes de no separar estos dos Corazones “que Dios había unido tan íntimamente” (OC
VII, 405 y 398). Sin embargo, hacia 1668, él comprendió que era indispensable instituir
también una fiesta del Corazón mismo de Jesús. El 29 de julio de 1672, envió los textos
del oficio y de la misa del Divino Corazón de Jesús, compuestos por él y aprobados por
siete obispos, en una carta a sus compañeros, ordenándoles celebrar cada año la fiesta
con octava, el 20 de octubre.
Esta fiesta del Corazón real, escribía él, será el principio de todo lo que hay de grande,
de santo, de venerable en todas las demás solemnidades… El Salvador honra nuestra
Congregación dándole su muy adorable Corazón, junto con el Corazón muy amable de
su santa Madre. Estos son dos tesoros inestimables que encierran una inmensidad de
bienes celestiales (OC X, 961-462).
La misa y el oficio del día y de la octava de la fiesta del Corazón de Jesús (OC XI, 966-
611) fueron editados en 1672 y en 1676 sin cambios. En estos textos, en prosa o en
15
verso, el Corazón de Jesús nos revela el amor del Verbo encarnado y redentor, como
objeto de contemplación, término de nuestro culto, poderoso medio de santificación.
Los beneficiarios del amor de Cristo son primero el Padre y el Espíritu: “Salve, Corazón
único del Padre y del Hijo, origen del Espíritu Santo, lazo de la tierra con el cielo” (Him.
Mat. 2ª estrofa). Jesús dio su Corazón a María y de un mismo Corazón la Madre y el Hijo
han cooperado en la salvación del mundo (las 2 antífonas del Magnificat). En cuanto a
nosotros, el Padre nos amó primero, dándonos a su Hijo (3ª resp. De Mat.). Jesús, nos
da todo lo que su Padre le ha dado, pero sobretodo nos da su propio Corazón (4º resp.
De Mat.); nos da la Eucaristía (4ta Ant. Laudes), para permitirnos amar; finalmente el
Espíritu para enseñarnos a orar (Grad.). Esta contemplación engendra todos los actos
del culto: la Adoración: “Adoremos el Corazón bien amado de Jesús” (Invit.); la acción
de gracias: (por el inefable don de su Corazón” (Vers. Del Magn.): la alabanza “inmensa,
perenne, etc.” (Seq., estrofas 1-6); la petición de perdón: “Ay de mí, ¡cuántas heridas a
su Corazón!” /Him. Ld.); la reparación: “Que al ofrecer en un solo corazón con Jesús,
una sola y misma víctima, merezcamos inmolarnos nosotros mismos y todos nuestros
bienes” (Secreta); etc. El culto del Corazón de Jesús nos santifica. Teniendo un solo
Corazón con Jesús, podremos amar al Padre como Jesús lo ama, y al Hijo como el Padre
lo ama, si permanecemos en su amor, haciendo como él la voluntad del Padre, amando
a nuestros hermanos como él nos amó. El tema del Corazón Único atraviesa la misa y el
oficio en su totalidad. ¿Existe acaso una expresión más profunda y más eficaz de la
influencia 16mnibus16a?
Se sabe que los once primeros libros del Corazón Admirable (OC VI, VII y VIII, p. 1 a
206) están consagrados al Corazón de María, pero el duodécimo libro trata únicamente
del Corazón de Jesús. Sin embargo la lectura del primer libro (OC VI, p. 17-116) es
indispensable ya que allí dice lo que son los tres corazones de Jesús (corporal, espiritual
y divino) comparados con los tres corazones de María. Entonces, uniendo lo esencial de
este primer libro con el duodécimo, se tiene un excelente tratado del Corazón de Jesús.
En este duodécimo libro el p. Eudes enumera los beneficiarios del amor de Jesús: el
Padre, María, la Iglesia en todas sus dimensiones; cada uno en particular, especialmente
en el sacramento de la Eucaristía, luego en el drama de la pasión de Jesús y de la
compasión de Nuestra Señora. Analiza también de una manera sutil la naturaleza del
Corazón de Jesús (cf. La magnífica meditación: “Tres Corazones de Jesús que no son sino
un solo Corazón” (OC. VIII, 349). Describe el tesoro que es el Corazón de Jesús; la
acción de las personas divinas en el misterio de amor que es la redención del mundo.
Cita y comenta textos, acerca del Corazón de Cristo, de autores, aún contemporáneos
que lo han impactado. En fin, el autor deja que su piedad se derrame y guíe la nuestra en
“Cuarenta llamas de amor al Corazón de Jesús”, en diecisiete notables meditaciones que
16
traducen en oración la doctrina teológica del Corazón del Señor; y finalmente, en las
letanías de este Corazón que son el resumen de toda su doctrina y de su piedad hacia él.
Algunos extractos del duodécimo libro del Corazón Admirable han sido aprobados por
el dicasterio romano para el culto divino como segunda lectura del oficio eudista del
Corazón de Jesús de san Juan Eudes, revisado según Vaticano II. Ellos resumen
perfectamente los rasgos de la espiritualidad eudista del Corazón de Cristo. Es el santo
mismo que responde a las tres preguntas esenciales que se puede proponer en este tema:
Tenemos tres corazones para adorar en nuestro Salvador, los cuales sin embargo no son
sino un solo corazón, debido a la unión estrecha que tienen entre sí. El primero es su
Corazón divino, es decir su amor increado que no es otro que Dios mismo. Es el amor
que él tiene desde toda eternidad en el seno de su adorable Padre y que, con el amor de
su Padre, es el Principio del Espíritu Santo. El segundo es su Corazón espiritual, es decir
la parte superior de su alma santa donde vive y reina el Espíritu Santo de una manera
inefable y donde él encierra todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios; es
también su voluntad humana, facultad espiritual, de la cual lo propio es amar y que
sacrificó para obrar nuestra salvación por la sola voluntad de su Padre. El tercer Corazón
de Jesús es el muy santo Corazón de su cuerpo unido hipostáticamente a la persona del
Verbo, Corazón que el Espíritu Santo formó de la sangre virginal de la Madre del amor
y que en la cruz fue traspasado por la lanza.
Este muy amable Corazón es una hoguera de amor. Él ama a su divino Padre con un
amor eterno, inmenso e infinito. Ama a su Madre, y las gracias inauditas con las cuales
la colmó nuestro Salvador muestran manifiestamente que este amor es sin medida y sin
límite. Ama a la Iglesia triunfante, sufriente y militante, cuyos sacramentos –
especialmente la Eucaristía-, resumen de todas las maravillas de la bondad de Dios. Son
otras tantas fuentes inagotables de gracia y de santidad, que tienen su fuente en el océano
inmenso del sagrado Corazón de nuestro Salvador. Él nos ama a todos y a cada uno,
como su Padre lo ama. Por esto hizo todo y sufrió todo para librarnos del abismo de
males en el cual el pecado nos había arrojado, y para hacer de nosotros unos hijos de
Dios, miembros de Cristo, herederos de Dios, coherederos con el Hijo, poseyendo el
mismo reino que el Padre dio a Jesús, su Hijo.
17
¿CUÁLES SON NUESTROS PRINCIPALES ACTOS DE CULTO HACIA EL
CORAZÓN DE CRISTO?
Nuestros deberes hacia este adorable Corazón son adorarlo, alabarlo, bendecirlo,
glorificarlo y darle gracias; pedirle perdón por todo lo que ha sufrido por culpa de
nuestros pecados, ofrecerle en reparación todas las alegrías que le han sido dadas por
aquellos que lo aman y todas nuestras aflicciones aceptadas por amor a él, y finalmente
amarlo con fervor. Debemos hacer también uso de este Corazón ya que es nuestro: el
Padre eterno, María y Jesús mismo nos lo han dado para que sea nuestra hoguera de amor
que purifica, que ilumina, que deifica; para ser nuestro refugio en nuestras necesidades,
nuestro oráculo en nuestras dudas y dificultades. Ellos nos lo han dado no solamente para
ser el modelo y la regla de nuestra vida, sino para que sea nuestro propio corazón, a fin
de que, con este gran Corazón, podamos rendir a Dios y al prójimo todos nuestros
deberes.
La primera intuición teológica sobre la que reposa la espiritualidad eudista del Corazón
de Cristo es el lazo estrecho de este Corazón con la Trinidad. Esto fue puesto en relieve
por autores de diversos escritos importantes: M. Cognet, la encíclica “Haurietis Aquas”
del Papa Pío XII, el P. Peyrous y los dos volúmenes de la reciente Historia doctrinal del
culto al Corazón de Jesús.
M. Louis Cognet, profesor del Instituto Católico de Paris, en el Corazón del Señor,
pequeña obra editada en 1955, recomendada por el P. Peyrous, como “importante”,
había hecho un profundo estudio, bastante difícil de leer: “El Corazón de Jesús y de la
Trinidad según san Juan Eudes”. Allí se encuentran dos afirmaciones que quiero destacar.
La primera es que después de haber afirmado que san Juan Eudes ve en Jesús tres
18
corazones: el corazón divino, el corazón espiritual y el corazón corporal, que sin
embargo son un solo Corazón por la estrecha unión que tienen en común, el autor del
artículo se limitó al estudio del Corazón divino del cual da al comienzo una excelente
definición que va a profundizar y desarrollar: “El Corazón divino es el Corazón del Verbo
independientemente de su Encarnación”. La otra afirmación es: la irrefutable y magnífica
conclusión de su artículo:
Se mide toda la importancia de las ideas trinitarias en la devoción de san Juan Eudes al
Corazón de Jesús. No se trata para nada de un detalle secundario o de un elemento
accesorio sino de una articulación esencial que compromete toda esta espiritualidad, ya
que, como lo hemos visto, arranca de la Trinidad para regresar a ella. Nada podría
iluminar mejor la riqueza y la profundidad dogmática de la piedad de san Juan Eudes tan
sólidamente enraizada en el corazón mismo de las tradiciones de nuestra Escuela Francesa
(p.119).
El P. Bernard Peyrous, durante sus estudios de teología en Roma, estudió mucho a san
Juan Eudes. Escribió un notable artículo, publicado en la revista “Divus Thomas” (1985
19
n.1-3). Él no estudia directamente el Corazón de Jesús según san Juan Eudes, sino lo que
es el fundamento: la Cristología de san Juan Eudes. En algunas páginas (p.42-57), él
demuestra que la cristología del santo se basa en su visión de la Trinidad y de Cristo
glorificador. He aquí un extracto de su conclusión:
Todo parte de la unidad trinitaria (…) de las personas (…) del amor eterno que se tienen
(…) que engendra en el interior de la Trinidad una alabanza inefable… La creación (…)
asocia a las criaturas a esta glorificación (…). (A causa del) pecado original (…) Cristo
se encarna y se ofrece al Padre como un glorificador digno de él… por su obediencia
amorosa de Hijo… en la humillación de su nacimiento y en su Pasión sobre la Cruz. A
partir de allí, Jesús nos toma en su Corazón, nos da su Corazón (…) su Eucaristía… Ya
en esta tierra estamos, junto con María y los ángeles, como en el Paraíso (p. 57).
20
En el vol. I (p. 157) el P. de Margerie había citado a san Juan Eudes:
El Corazón divino que Jesús tiene de toda eternidad en el seno de su Padre no es sino un
Corazón y un amor con el Corazón y el amor de su Padre; y con el Corazón y el amor
de su Padre, él es el principio de su Santo Espíritu. Razón por la cual, cuando nos dio su
Corazón, él nos dio también el Corazón de su Padre y de su adorable Espíritu (OC. VIII,
344).
El autor agrega (p. 159): “Es muy probable que, sin esta visión profunda, en san Juan
Eudes, del objeto del culto, jamás los redactores de la encíclica Haurietis Aquas hubieran
hablado como lo hicieron”. El Padre de Margerie indica con claridad y profundidad la
razón teológica que fundamenta la doctrina del Corazón divino de Jesús tanto para san
Juan Eudes como para Pío XII en Haurietis Aquas (I, 160):
SENTIDO DE LA CUESTIÓN
Para san Juan Eudes, lo sabemos, el Corazón, es el amor; y el amor es el Corazón. Pero
qué es el amor verdadero sino el don de sí a la persona amada. Y entonces, puesto que
el corazón es el amor, el corazón debe darse. Y dar su amor es dar su Corazón. Todas
las personas que se aman realmente entregan su Corazón. Si este Corazón es realmente
entregado, en realidad y no solamente en palabras, pertenece como suyo a la persona
que recibió este don. Y puede usar y disponer, como lo entiende, de todas las riquezas
y virtualidades de este Corazón. De esto, san Juan Eudes, que es un perfecto lógico, saca
todas las consecuencias posibles para el Corazón de Cristo. En la Trinidad misma, el
Verbo, siendo amado por el Padre, recibe su Corazón; y el Espíritu Santo, procediendo
del amor del Padre y del Verbo, recibe su Corazón. Como la Trinidad confió al Verbo la
misión de encarnarse para salvar la humanidad, ella hizo de este Verbo, convertido en
Jesús Hijo de María, el depositario en su Corazón de todo el amor que las personas divinas
tienen hacia nosotros. Y él, que nos amó tanto hasta dar su vida por nosotros, nos da
junto con su Corazón todo el amor del cual está lleno: o sea el de las personas divinas, el
21
del Corazón de su santa Madre, el de todos aquellos que él ama y nos pide amar: el
corazón de los ángeles y de los santos, y de todos los hombres, aun de nuestros enemigos.
Se ve con esto la inmensidad del Corazón de Jesús, en la cual no tenemos sino que beber
ya que nos da a cada uno su Corazón para que sea nuestro corazón. Todos estos puntos
podrían ser probados por un sin número de citas de san Juan Eudes. Presentemos algunas
de ellas:
El Padre eterno hace nacer a su Hijo bienamado… e imprime una imagen de su divina
paternidad (…). El Verbo eterno está en este Corazón real y se une a él por la unión
hipostática, haciéndolo adorable (…) en él reina sobre todas las pasiones humanas (…).
El Espíritu Santo vive en el Corazón de Jesús, lo llena de todos sus dones (…), vive y
reina y en él obra milagros de amor (OC. VIII, 333).
El Corazón de las personas divinas es una hoguera de amor hacia nosotros (OC. VIII,
262)
Como las tres personas no tienen sino una misma divinidad (…) nuestro Salvador, como
Dios, no tiene sino uno (corazón) con el Padre y el Espíritu Santo; y en cuanto hombre,
su Corazón humanamente divino y divinamente humano es uno solo con el Corazón del
Padre y del Espíritu Santo (…) por eso, adorar el Corazón de Jesús, es adorar el Corazón
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y estos tres corazones son una hoguera de amor
para nosotros (…). El Padre entregó a su propio Hijo (…) para sufrir por nosotros una
infinidad de ultrajes y morir de la forma más infame (…) todo esto a causa del amor
incomprensible de su Corazón paternal para nosotros (…). El Hijo dijo: “Yo los he
amado como el Padre me ama”, Él se entregó por nosotros al poder de las tinieblas. El
Espíritu Santo (…) al formar el Hombre-Dios en las entrañas de la bienaventurada
Virgen, sabía muy bien lo que haríamos y sin embargo lo hizo nacer al mundo para
nosotros y sacrificarse en la cruz para nuestra redención. ¡Oh, Amor que no tiene
comparación! (…) ¿Qué debemos hacer para reconocer tanta bondad? No oyen su voz
que grita: “Hijo mío, dame tu corazón”.
El Corazón de Jesús es de ustedes porque el Padre eterno, al darles a su Hijo, les ha dado
el Corazón de su Hijo; porque este mismo Hijo se los ha dado al entregarse a ustedes y
porque ha querido ser su cabeza (…). El Corazón de María es de ustedes porque Jesús
22
se la ha dado para ser su Madre y lo que es de la madre es de los hijos (…). Los corazones
de los Ángeles y de los Santos son de ustedes porque (…) el Padre eterno al darles a su
Hijo, les ha dado todas las cosas con él (…) y tienen derecho de apropiárselas como cosa
de ustedes (…). ¡Oh, cristiano, qué rico eres! Si supieras hacer uso de esto… ¡Si scires
donum Dei! (OC VI, 261-262)
EL GRAN CORAZÓN
Precisamente porque el Corazón de Jesús es nuestro, debemos usarlo. San Juan Eudes
da algunas pistas: por ejemplo, considerarlo como nuestro modelo y la regla de nuestra
vida, lo que quiere decir “no odiar sino lo que él odia y solamente amar lo que él ama
(…), ahora bien, los sentimientos del Corazón de Cristo son: hacer la voluntad del
Padre, odiar el monstruo infernal del pecado, alegrarse de la cruz y de los sufrimientos
(“día de la alegría de su Corazón Ct.2,11), amar a su madre, despreciar el mundo, tener
una plena caridad para el prójimo (OC VIII, 318, passim). Esto es en efecto lo que
debemos hacer para complacer a Dios, como lo realizó él mismo tan bien para nosotros.
Hacer todo esto es amar a Dios con todo nuestro corazón. Pero ¿nuestro propio corazón
es capaz de hacerlo? No, responde san Juan Eudes, pero esto no es lo importante y
agrega: “No se contenten con amar a Dios infinitamente amable con toda la capacidad de
este pequeño corazón humano que está en su cuerpo y en su alma; esto es demasiado
poco, esto no es nada. Pero ámenlo con todo su gran Corazón”.
En efecto,
Renuncien a su propio corazón, es decir a su amor propio, y dense a Jesús para entrar en
la inmensidad de su gran Corazón, que contiene el Corazón de su santa Madre y de todos
sus santos, los cuales todos juntos no forman sino un solo Corazón y para que se pierdan
en este abismo de amor y de caridad, de misericordia y de humildad, de pureza, de
paciencia, de sumisión y de santidad. No solamente pueden, sino que deben hacer uso
de él para amar y alabar a Dios (OC. VI, 263-264)
Este texto le pareció notable no solamente al P. de Margerie quien lo cita dos veces (I,
165 y 174 y II,59), sino también al papa Juan Pablo II que lo cita en una carta que envió
al P. Pedro Drouin, superior general de los Eudistas el 27 de febrero de 1993, en la
ocasión del 350º aniversario de la fundación de la Congregación de Jesús y María (cf.
Cahiers Eudistes de 1993, pp.5-8). No es solamente para amar a Dios y rendirle nuestros
homenajes que debemos recurrir a este “Gran Corazón”, sino también para cumplir
nuestros deberes hacia nuestro prójimo (OC. VIII, 273).
23
EL CORAZÓN DEL REPARADOR UNIVERSAL
¿Cómo vamos a realizar el acto clásico del culto hacia el Corazón de Cristo: nuestro
deber de reparación? San Juan Eudes aconseja dos maneras bastante clásicas.
Es un deber pedir perdón a este tan buen Corazón por todos los dolores, tristezas,
angustias muy sangrientas que ha sufrido por nuestros pecados y, en reparación, ofrecerle
todas las alegrías que le han sido dadas por el Padre eterno, por su Madre, y por todos
los corazones que lo aman ardientemente; y aceptar todos las contrariedades, tristezas y
aflicciones que nos suceden (OC VIII, 315).
Padre santo, yo te debo (…) satisfacciones infinitas por mis pecados (…). Yo no tengo
por mí mismo manera de pagar todas estas deudas (…), al no tener nada y no ser nada.
Pero aquí está el divino Corazón de su Hijo bienamado que tú me has dado y que yo te
ofrezco para satisfacer mis obligaciones. Después de esto, digan lo mismo al Hijo de
Dios al ofrecerle este mismo tesoro, es decir, su propio Corazón y el de su santa Madre
que no es sino uno con el suyo (…). Hagan lo mismo con respecto al Espíritu Santo (…),
a su ángel de la guarda, a todos los ángeles y todos los santos (…) como reparación de
sus faltas hacia ellos (…). Piensen que ustedes también son deudores de su prójimo.
Ustedes deben dar caridad a todos, aun a sus enemigos; la ayuda a los pobres, según su
capacidad, el respecto y la obediencia a sus superiores, etc. Para satisfacer todos estos
deberes, ofrezcan a nuestro Salvador su divino Corazón en reparación de las faltas que
han cometido; ruéguenle que las repare a nombre de ustedes y denle todas las gracias
que necesitan para satisfacer de ahora en adelante todas sus obligaciones con el prójimo
(OC VIII, 272-273).
Como conclusión de esta parte, yo pienso que este texto del P. de Margerie conviene
perfectamente: “Se ve que, en el pensamiento eudista, el Corazón de Jesús se convierte
en el reparador universal, reparando para todos, no eliminando nuestra tarea propia de
reparación, pero regalándonos su acción de Reparador, y permitiendo que participemos
de ella” (I, 164-165).
24
4. LA ESPIRITUALIDAD DEL CORAZÓN EUDISTA: PERTINENCIA
PARA EL PRESENTE Y EL FUTURO
Hay que comenzar por precisar la realidad a la que se refieren los adjetivos “presente” y
“futuro”: ¿presente y futuro de qué? Tratándose de la espiritualidad eudista del culto al
Corazón de Cristo, este presente y este futuro son los de la vida espiritual de los
bautizados, en la Iglesia de Cristo, romana o no. Su bautismo está en el origen de las
relaciones especiales con el Dios de Jesucristo, en función de las promesas que se hacen
allí. Estas promesas se refieren a lo que se debe creer y a lo que se debe hacer para ser
salvados, entonces, fundamentalmente, sobre la fe y la caridad que fundamentan y
alimentan la esperanza. Se trata entonces de buscar cuáles son las ventajas que el culto
eudista al Corazón de Cristo pueda aportar, en el presente y en el futuro, a la vida
espiritual de los cristianos para permitirles practicar de la manera más auténtica posible
las virtudes que lo llevarán a la santidad. Pero esta búsqueda no puede hacer abstracción
de los objetivos que los promotores de este culto le han dado y de las ventajas que le han
reconocido hasta ahora. Por esto, antes de presentar nuestra modesta opinión acerca de
este difícil problema, vamos a leer un breve recordatorio de las finalidades reconocidas
al culto eudista del Corazón del Señor por el “Padre” de este culto y por algunos recientes
promotores de este culto.
Que este Corazón nos ayude a practicar todos los actos de la virtud de religión (344),
que este Corazón nos guíe en la ascensión de los tres grados de la vida purgativa,
iluminativa y unitiva (350), que nos socorra en nuestras necesidades, nuestras dudas y
nuestras dificultades (315), que sea la regla y el modelo de nuestra vida moral (318).
Pero sobre todo Juan Eudes espera que Jesús, quien posee los corazones de todos los que
él ama, en la inmensidad de su Corazón, nos lo de, para ser nuestro Gran Corazón que
permite amar al Padre y al Espíritu como ellos se aman y como nos aman, con María, y
nos permitan también, y quizás sobre todo, amarnos los unos a los otros como él nos ha
amado (321).
25
Pío XII, en Haurietis Aquas, espera en 1956 que el culto al Corazón de Jesús será un
excelente remedio para los males actuales: endurecimiento de los pecadores, tibieza de
la fe de los buenos, planes de los impíos (66), odio hacia Dios y sus representantes (67),
materialismo invasor, búsqueda desenfrenada del placer (68). Por el contrario, piensa
que este culto debe favorecer el cumplimiento de la ley evangélica (69), que debemos
poner nuestra esperanza en él (70); a fin de que sea fuente de unidad, de salvación y de
paz, que favorezca la devoción a la cruz y a la eucaristía (71); en fin, que sea escuela de
caridad, fundamento del Reino de Dios, en los individuos, en las famillas y en las naciones
(72).
En cuanto al P. de Margerie, sin negar nada de lo que se acaba de decir, le da una forma
más moderna a su pensamiento. Para él, el culto del Corazón de Jesús es nuestro médico
que sana los espíritus del ateísmo por la consideración del amor salvífico de Cristo que
conmueve los corazones. La contemplación del Corazón de Cristo sacerdote, que por
su sacrificio venció el nihilismo y el permisivismo moral, recordó su ley del amor, amor
del Verbo de Dios, convertido en corazón humano: todo esto trae la curación de nuestros
corazones manchados por el pecado (cf. Histoire Doctrinale II, 183-192). También para
el P. de Margerie, el Corazón de Jesús purifica, ilumina y unifica (Ibid. 192-196), Luego
espera que del culto al Corazón de Jesús salga una especie de remedio psíquico que él
llama “psico-síntesis” (Ibid II 196-200): uniendo en la persona el psiquismo superior
(inteligencia y voluntad), y el inferior (imaginación, sensibilidad, pasiones) así como
también las dimensiones sociales y aun cósmicas de este psiquismo. En fin, el autor
discierne algunas luces de esperanza de un equivalente ecuménico del culto del Corazón,
especialmente en los Orientales, quienes, sin recurrir al símbolo del Corazón, exaltan
mucho la “filantropía” (misericordia y dulzura) de Cristo (Ibid II, 41-59; 142-151).
Opinión propuesta: yo también admito perfectamente las finalidades del culto hacia el
Corazón de Jesús que acaban de ser expresadas, como eficaces también hoy y aún
mañana, pero yo las vería brotar, ellas y otras, de tres fuentes o deseos divinos: primero
que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo es nuestro amigo; luego, que Él puede y quiere
sanarnos, y finalmente que El puede y quiere unirnos a Él y entre nosotros en un Corazón
único. Hay que notar que estas tres realidades están reconocidas y son objeto de la
oración del P. Eudes desde 1645, en una “salutación” a los Corazones de Jesús y María,
unidos entre sí en un solo Corazón: el Ave Cor sanctissimum. Esta salutación está
inspirada por los escritos de las santas Matilde (1241-1298), Gertrudis (1254-1302) y
Brígida (1303-1373); el P. Eudes la hizo aprobar en 1645. Vamos a citar algunos
extractos en latín.
26
EL CULTO DEL CORAZÓN DE JESÚS NOS ENSEÑA QUE DIOS ES NUESTRO
AMIGO
Ave Cor amantissimun! Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, por amor, nos sacó de la nada,
nos hizo a su imagen, destinados a participar de su gloria. Al rebelarnos contra él, hemos
caído en la nada del pecado “nada mucho peor que la primera que no se oponía al poder
de Dios, en cuanto que la nada del pecado le resiste infinitamente por su malicia infinita”
(OC II, 178). “En lugar de abismarnos en esta nada, Dios envía a su Hijo único, que se
anonada a sí mismo, para sacarnos de ella” OC VII,226), haciéndose, por amor él
también, semejante a nosotros para poder “amarnos con un corazón de hombre” (GS.
22,1)) y para poder, “Cordero inocente, por su sangre libremente derramada,
reconciliarnos con Dios, abriéndonos un camino nuevo donde la vida y la muerte se hacen
santas” (Ibid. 3). Es muy importante que el Corazón de Jesús no sea separado de su
dimensión trinitaria, la cual es, hoy más que nunca, la base teológica indiscutible y cada
vez más indispensable para este culto. Esto es lo que había comprendido bien las monjas
contemplativas del s. XIII. (Cf. De Margerie I, p. 80 y 101); es también lo esencial de la
espiritualidad eudista: el precioso “Corazón divino de Jesús”: amor eterno del Verbo para
su Padre, amor que, con el amor de este Padre, es el origen del Espíritu Santo, amor que
el Verbo encarnado viene a expresarnos con su Corazón de hombre. Parece necesario
insistir que está allí, según nosotros, la más grande “pertinencia” de la doctrina eudista
del Corazón de Jesús para hoy (cf. OC VIII 262-266; 340-342; 344, etc.).
Reconocer esto implica y facilita, por nuestra parte, hoy y mañana, como ayer, una
respuesta, primero de fe y luego una respuesta de amor. La respuesta de fe es la práctica
de la virtud de religión hacia este Corazón de Jesús: “Te adoramus, te laudamus, tibi
gratias agimus” (te adoramos, te alabamos, te damos gracias). Adoración ya que se trata
27
del Corazón de una persona divina. Alabanza por lo que es este Corazón y por lo que
hace como Verbo para las otras personas divinas, en su nombre y en nuestro nombre.
Nuestra alabanza apunta también a todo lo que él es y hace, como Verbo encarnado, en
cuanto nuestro mediador y salvador. En fin, acción de gracias por todos los homenajes
que el Corazón de Jesús rinde a la Trinidad en nuestro nombre, por todos los bienes que
nos transmite de su parte y, sobre todo, por todo lo que ha hecho y sufrido como precio
de nuestro rescate y de las gracias para nuestra perseverancia en su servicio.
28
EL CORAZÓN DE JESÚS PUEDE Y QUIERE SANARNOS
Nuestra sanación espiritual comprende dos fases: la renuncia al pecado por una parte y
la práctica de una vida de unión a Dios por otra parte. La sanación de nuestras almas
pecadoras se hará por el intermedio del Corazón de Jesús. Él vino para esto y solamente
pide, ayer, hoy y mañana, llenarnos de los frutos de sus sufrimientos. San Juan Eudes no
teme poner en la boca de Jesús hablando a los pecadores esta palabra de Isaías: “Regresen,
pecadores, a su Corazón” (Is.46.8), y el santo comenta: “es decir a mi Corazón, que es
todo de ustedes porque se los he dado todo (…) pero regresen pronto y enteramente…
Bienaventurados los que se rendirán a esta voz; desgracia para los que endurecen su
corazón” (OC VIII, 261). En otra parte (Ibid. 281), Juan Eudes pone en boca de Jesús
esta palabra, del Salmo 4, 3 “Ustedes los hombres, ¿hasta cuándo estos corazones
endurecidos?” En efecto, para ser perdonados por Jesús, basta pedirle un corazón
contrito y arrepentido. Entonces hay que pedir al Corazón muy amante de Jesús que
purifique nuestro corazón: Cor Jesus Amantissimum, purifica cor nostrum. Una vez
perdonados, hay que caminar por la vía de la santidad.
¿Qué hacer para esto? Tomar el Corazón de Jesús, él que es “el santuario y la imagen de
las divinas perfecciones” (OC VIII, 335-337), como “modelo y regla de nuestra vida”
(OC VIII, 318). Seguirle en sus estados y misterios, en relación con las circunstancias
de nuestra vida, y adherirnos a él. San Juan Eudes aconseja para esto contemplar el
Corazón de Jesús en sus virtudes. No tuvo problemas en proponer una docena, en su
salutación “Ave Cor”, poniendo de relieve la mansedumbre y la humildad del corazón,
que Jesús enseñó a sus apóstoles (Mt.11, 29). Pero propone también: pureza, devoción,
sabiduría, paciencia, obediencia, vigilancia, fidelidad, bienaventuranza y también
(agregada en 1653), la misericordia. Para llegar fácilmente a que estas virtudes sean
nuestras, el P. Eudes aconseja lanzarnos en la “hoguera de amor purificador, iluminador,
transformador y divinizante” (OC VIII,3 50) que es el Corazón de Jesús. Es así que
pasamos por los tres grados de la vida espiritual de los cuales nos habló el P. de Margerie
(II, 193-196 cf. Supra p. 11). Cor Jesu, cor nostrum purifica, illumina, sanctifica. Pero
en nuestro corazón hay que hacer sitio, renunciando al pecado, al “mundo”, es decir a la
vida corrompida y desordenada que se tiene en él, y a nosotros mismos en cuanto
despreciamos los proyectos de Dios, su gloria y su amor. Somos incapaces, solos, de
practicar esta renuncia. Entonces hay que pedirla al Corazón de Jesús: “Destruye
totalmente, por favor, Dios todo poderoso y misericordioso, todo lo que en nosotros,
se opone a ti, y según la grandeza de tu poder, posee nuestros corazones y nuestros
cuerpos para establecer perfectamente el reino de tu amor” (OC III, 287, oración eudista
traducida del latín). Otra súplica: “Utiliza, oh mi Salvador, el poder de tu brazo (…)
para arrancar mi miserable corazón y para poner el tuyo en su lugar” (OC VIII, 323). Era
ya el oráculo de Ezequiel: “Yo quitaré su corazón de piedra y yo les daré un corazón de
29
carne… Yo haré que caminen según mis leyes y que sigan mis preceptos” (Ez.36, 26).
Esta conversión fue materializada por el intercambio de corazones otorgado a Sta.
Catalina de Siena (OC VII, 125-126).
Hacer la unidad es, parece, la vocación principal del Corazón de Jesús: “El corazón,
decíamos, es el amor”. Y el amor tiende a la unión, hace la unión y esto es verdad del
Corazón de Jesús hoy, y lo será mañana. Parece en efecto que el Corazón de Jesús, según
la doctrina eudista, es factor de una triple unidad:
Tal es el sentido de la elección del P. Eudes, del texto de san Juan para el evangelio de
su misa del Corazón de Jesús: Jn. 15,9-17:
Por medio de su Corazón, Jesús nos revela la unidad del amor de Dios. ¿Puede uno acaso
soñar con un factor más poderoso de unificación que el Corazón de Jesús, para
presentarnos y hacernos comprender, a pesar de su complejidad, los amores de los cuales
Dios es la fuente en su esencia y, en relación con el hombre, en su acción creadora y
redentora? De hecho, regresamos aquí también al “Corazón Divino” de Jesús: Él nos une
en sí mismo y nos manifiesta el amor recíproco del Padre y del Verbo, así como su amor
común, origen del Espíritu Santo. Él nos expresa el gran amor que la Trinidad tiene a la
comunidad humana toda entera, ya que es el autor de la creación. Y es también quien
además de este amor trinitario, nos manifiesta su propio amor de Verbo: quien,
aceptando la voluntad de Dios, toma una naturaleza humana en el seno de la Virgen
María; quien luego, debiendo ser nuestro redentor, se inmola por nosotros y por la
Iglesia entera, su esposa, y que finalmente nos expresa todos estos amores por medio de
su corazón de hombre. Parece inútil insistir más sobre este tema, ya desarrollado varias
veces. Es muy familiar al P. Eudes y la encíclica Haurietis Aquas lo retoma en muchos
párrafos, especialmente en el S.43, donde aconseja adorar el Corazón de Jesús como “la
síntesis de todo el misterio de la Redención” (cf. También entre otros, SS 27, 28, 46,
30
58, 60). Una vez más hay que hablar de la importancia muy actual de este Corazón
divino, tan valorado por san Juan Eudes, que da a nuestro culto del Corazón de Jesús
toda su dimensión, no solamente brindándole una base teológica, sino también
permitiéndonos hacer de él el objeto de nuestra oración contemplativa y nuestra
enseñanza catequética.
El culto del Corazón de Jesús hace nuestra unidad personal: Jesús nos pide permanecer
en su amor y se muestra como modelo, indicando la manera que usó él mismo para amar
a su Padre. Esta manera es observando sus mandamientos, como él mismo observó los
preceptos de su Padre. Él los observó perfectamente y así él nos amó a nosotros también,
perfectamente. Obedeciendo al Padre dio su vida por nosotros, “Ya, dice él, que no hay
amor más grande que dar su vida por aquellos a quien se ama” (Jn.15, 13). El culto del
Corazón de Jesús responde entonces a este amor, obedeciendo nosotros también a los
preceptos de Dios. Pero en lo que nos concierne, estos preceptos de Dios sumergen
toda nuestra existencia cristiana en la caridad. Esta es la unificación de nuestra vida de
la cual el Corazón de Jesús nos da el secreto. Y, de esta unificación, san Juan Eudes nos
describe la realización en María de una manera pintoresca: el divino amor poseía de tal
manera el Corazón de esta Virgen, que él era el Corazón de su Corazón. De manera que
el amor lo era todo y hacía todo en ella y por ella. Si ella oraba, era el amor que hablaba
en ella; si ella adoraba y alababa a Dios, era el amor que lo adoraba y lo alababa en ella y
por ella; si ella hablaba, era el amor que hablaba en ella y por ella, si ella callaba, era el
amor que la tenía en silencio, si ella trabajaba era el amor que la aplicaba al trabajo, si
ella descansaba era el amor que la ponía a descansar, si ella comía o bebía era para
obedecer a estas palabras del Espíritu Santo, que es el amor esencial: “Ya sea que coman,
sea que beban, sea que hagan cualquier cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1
Cor.10,31). Si ella se sacrificaba en alguna cosa, era bajo la guía de este mismo amor que
la tenía en una mortificación continua… En fin, este Corazón virginal era transformado
de tal manera en amor que los actos y efectos de este amor son innombrables” (OC VII,
455-456). Lo que hacía María es, para nosotros, un modelo y una razón para pedirle que
nos obtenga imitarla para unificar nuestra vida en torno al amor.
El culto del Corazón de Jesús une a sus discípulos unos con otros. En el pasaje de san
Juan 15, citado más arriba, Jesús “manda” dos veces (v. 12 y 17) a sus discípulos de
amarse los unos a los otros. Para obedecer hoy a esta orden del Corazón de Jesús,
debemos considerar primero a “los otros”: nuestros hermanos humanos: amarlos como
nos amamos a nosotros mismos (Mc.12, 31); amarlos con el mismo amor con que
amamos a Dios, ya que la virtud de caridad hacia el prójimo es la misma que hacia Dios
(Mc.12, 32); amarlos sin acepción de personas: amigos y enemigos (Mt.5,43); sabiendo
que todo hombre necesitado es Jesús mismo que debemos socorrer (Mt.25,95), sabiendo
también que no hay mayor amor que dar su vida por aquellos a quienes amamos, como
31
lo hizo, por nosotros, nuestro Redentor. Poner en práctica este deseo y este ejemplo
del Corazón de Cristo, ¡qué fuente de unidad entre nosotros! Pero el Corazón del
Salvador quiere que sobre todo estemos unidos entre hermanos cristianos, en la Iglesia,
todos juntos, por habernos convertidos, por nuestro bautismo, en miembros de su
Cuerpo místico. Aquí hay que distinguir dos situaciones, la de nuestros hermanos de la
confesión católica romana y la de las otras confesiones cristianas. Por lo que respecta a
nuestros hermanos romanos, el culto del Corazón del Señor, escuela de caridad,
solamente puede convencernos del necesario apego a la doctrina de Cristo, por la
docilidad hacia los que nos la enseñan y a las consignas que nos dan; que se trate del
vicario de Cristo o de sus hermanos en el episcopado, en todos los grados. En efecto no
puede haber amor sin obediencia y sumisión a los que Jesús designó y colocó para
conducirnos.
La preparación del jubileo del año 2000 nos invita a un saludable examen de nuestras
responsabilidades en este tema; han sido bien detalladas en el nº 36 de la Carta pontifical
Tertio millennio adviente del 10 de noviembre de 1994. Notemos entre otros: la
indiferencia religiosa, la pérdida del sentido de la trascendencia y, en el dominio ético,
de la estima de los valores fundamentales del respeto de la vida y de la familia; una
incertidumbre sobre el sentido de la oración y de la rectitud de la fe; la
corresponsabilidad en cuanto cristianos en las graves formas de injusticia y de
marginalización social, a pesar de las directivas de la Iglesia, etc. Este examen hará
aparecen sin duda muchas negligencias y habrá que obtener el perdón. Es lo que
recomienda esa carta; la cual, por otra parte, subraya la importancia de los mártires que
dan su vida como la más grande prueba de amor hacia Dios. “Numerosos al principio del
primer Milenio, han regresado en nuestro siglo, y hay que hacer todo lo posible para que
no se pierda su memoria” (Ibid. 37).
En lo que respecta nuestros hermanos separados, el culto del Corazón de Cristo debe
ayudarnos a entrar en las intenciones de la reciente carta pontifical Ut unum sint, del 25
de mayo de 1995 (43 – 76), queda por proseguir los esfuerzos, sea en la puesta en obra
del Concilio Vaticano II, sea en la búsqueda de condiciones del ejercicio plenario del
ministerio de unidad del Obispo de Roma. Pero esto sólo es posible por el amor y para
el amor, que nos enseña y suscita en nosotros el culto al Corazón del Señor. Ya que “del
amor nace el deseo de la unidad (…) este amor encuentra su expresión más completa en
la oración común (…), la cual está al servicio de la misión cristiana y de su credibilidad”
(Encíclica Sobre el compromiso ecuménico, 23) y se junta con la del Corazón de Jesús
mismo: “Ut unin sint” (para que sean uno) (Jn.17, 22).
Estas son algunas consideraciones que apuntan a mostrar que el culto al Corazón de Jesús,
según la tradición eudista, ¿no tiene la pretensión de “hacer nacer un mundo nuevo?” sino
32
de recordar y de hacer descubrir a los miembros de la Iglesia de hoy, unas intuiciones y
reflexiones que tienen más de tres siglos, para que se pongan en práctica. Estas
intuiciones son la herencia recibida y guardada celosamente –demasiado quizás- por los
hijos e hijas de las fundaciones religiosas y apostólicas de un santo sacerdote normando,
Juan Eudes, que el papa san Pío X, quien lo beatificó en 1908, y el papa Pío XI, quien lo
canonizó en 1925, han llamado, en los documentos oficiales de su causa de canonización:
“el Padre, el Doctor y el Apóstol del culto litúrgico de los Santos Corazones de Jesús y
de María”. Hemos tratado de escrudiñar la doctrina de este santo, a la luz de la encíclica
Haurietis Aquas y de estudios espirituales recientes. Nos ha parecido que estas
intuiciones podían prepararnos con provecho a la entrada en el tercer milenio de la
Iglesia. A ustedes, a quienes agradezco haber tenido la paciencia de escucharme y a todos
los que tendrán la oportunidad de leerme, les deseo vivamente que puedan apoyarse en
esta experiencia de santidad, de hacerle dar frutos abundantes, a fin de que el culto hacia
el Corazón de Jesús tome un nuevo y poderoso desarrollo.
33
CAPÍTULO 1
EL DON DEL CORAZÓN DE JESÚS
Pero, además de todo esto, nos da su amabilísimo Corazón que es principio y origen de
todos los demás dones. Porque su Corazón divino es el que le ha hecho salir del seno
adorable de su Padre y venir a la tierra para darnos todas sus gracias; su Corazón
humanamente divino y divinamente humano las mereció y conquistó con todos los
dolores y agonías que soportó mientras estuvo en este mundo.
¿Qué daremos en pago de ello a nuestro bendito Redentor? Paguémosle amor con amor
y corazón por corazón. A este efecto, ofrezcámosle y entreguémosle nuestro corazón,
como Él nos ha dado el suyo. Él nos dio el suyo enteramente y sin reserva. Nos lo dio
para siempre. Démosle los nuestros enteramente y sin reserva, irrevocablemente y para
siempre. Él nos dio el suyo con un amor infinito: démosle los nuestros en unión de ese
mismo infinito amor. No se contenta Él con darnos solamente su propio Corazón, nos
da además el Corazón de su Padre Eterno, el corazón de su santísima Madre, los
corazones de todos sus ángeles y santos y hasta los corazones de todos los hombres que
existen en el universo, puesto que les manda bajo pena de condenación eterna que nos
amen como a ellos mismos; que nos amen como Él nos ha amado: “El precepto mío es: que
34
se amen los unos a los otros, como yo los he amado a ustedes”1. Ofrezcámosle también nosotros
y entreguémosle en acción de gracias al Corazón de su Eterno Padre, el corazón de su
santísima Madre, los corazones de todos los ángeles, santos y hombres. Porque tenemos
derecho a hacer uso de ellos como de los nuestros propios, puesto que su apóstol nos
asegura que “el Padre Eterno nos ha dado con su Hijo todas las cosas”2 y que “todas las cosas son
nuestras”3. Pero, sobre todo, ofrezcámosle su Propio Corazón; porque, puesto que nos lo
ha dado, es nuestro por completo, y nosotros nada más grato podríamos ofrecerle.
Porque ofrecerle su Corazón, es ofrecerle el Corazón de su Padre Eterno con quien no
tiene sino un mismo Corazón en la unidad de su esencia; es ofrecerle también el corazón
de su santísima Madre con quien tampoco tiene sino un solo corazón por unidad de
voluntad y de afectos.
CAPÍTULO 2
CUALIDADES DEL AMOR DEL CORAZÓN DE JESÚS
El Corazón divino de nuestro Salvador está henchido de un amor eterno hacia nosotros.
Para entender bien esto, hay que saber que la eternidad abarca dos ideas distintas. La
primera, que no tiene ni comienzo ni fin. La segunda, que comprende en sí todos los
tiempos pasados, presentes y futuros, es decir, todos los años, meses, semanas, días,
horas y momentos pasados, presentes y futuros porque comprende todas estas cosas
unidas como en un punto indivisible. En esto se diferencia del tiempo que corre sin cesar,
de suerte que al llegar un nuevo momento se desliza y pierde el anterior, y así jamás se
ven dos momentos de tiempo juntos, pero, en la eternidad todo es permanente; lo que
es eterno queda siempre en la misma consistencia.
Por eso el amor eterno del Corazón de Jesús a nosotros comprende dos cosas. La
primera, que este Corazón incomparable nos amó desde toda la eternidad; antes de que
nosotros existiéramos, antes de que le hubiéramos conocido y amado, y a pesar de la
vista y conocimiento que tenía de todas las ofensas que contra Él habíamos de cometer,
1
Jn. 15, 12.
2
Rm. 8, 32.
3
1Cor. 3, 22.
35
ofensas que le estaban tan presentes como lo están ahora. La segunda cosa es que nos ama
en cada momento con todo el amor con que nos amó y nos amará en todos los momentos
imaginables de toda la eternidad. Porque aquí podemos ver la diferencia que hay entre
el amor de Dios y el nuestro: nuestro amor es una acción pasajera; no así el de Dios,
porque el amor que por nosotros desplegó hace cien mil años, está aún ahora en su
Corazón juntamente con el que ejercitará a cien mil años de aquí. La eternidad hace que
no haya en Dios nada de pasado ni de futuro, todo es en ella presente. De suerte que
Dios nos ama ahora con todo el amor con que nos amó desde toda la eternidad y con el
que nos amará por toda la eternidad.
El Corazón admirable de nuestro Jesús nos ama con un amor inmenso. Porque como
quiera que el amor divino e increado que posee a este Corazón adorable no es otra cosa
que Dios mismo, y Dios es inmenso, este amor es igualmente inmenso. Al estar Dios en
todas partes, en todo lugar y en todas las cosas, este amor está también en todas partes,
en todo lugar y en todas las cosas. De suerte que el Corazón de Jesús no nos ama
solamente en el cielo o en cualquier otro lugar; sino que nos ama en el cielo y en la tierra,
en el sol, en las estrellas y en todas las cosas creadas. Nos ama en todos los corazones de
todos los habitantes del cielo, y en los corazones de todas las personas que tienen por
nosotros alguna caridad en la tierra; porque toda caridad que existe por nosotros en todos
los corazones del cielo y de la tierra, es una participación del amor que el Corazón de
Jesús tiene por nosotros. Digo aún mucho más: y es que nos ama hasta en los corazones
de nuestros enemigos, a pesar del odio que estos nos tienen. Todavía me atrevo a afirmar
más: que nos ama en los infiernos, en los corazones de los demonios y condenados, a
pesar de toda la rabia que tienen contra nosotros, porque este divino amor está en todas
partes y llena, como Dios, los cielos y la tierra.
¡Amor inmenso! Me pierdo y abismo en tus llamas que se extienden a todo ser creado,
para amar a mi Dios y Salvador en todo lugar y en todas las cosas. ¡Jesús! Yo te ofrezco
todo el amor inmenso de tu Corazón, el del Corazón adorable de tu divino Padre, el del
36
Corazón amable de tu santa Madre, el de todos los corazones que te aman en el cielo y
en la tierra; y deseo ardientemente que todas las criaturas del Universo se conviertan en
llamas e incendios de amor a Ti.
CAPÍTULO 3
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, CORONA Y GLORIA DEL SANTÍSIMO
CORAZÓN DE MARÍA
No es justo separar dos cosas que Dios ha unido tan íntimamente por los vínculos más
fuertes y por los nudos más estrechos de la naturaleza, de la gracia y de la gloria: quiero
decir el divino Corazón de Jesús, Hijo único de María, y el Corazón virginal de María,
Madre de Jesús; el Corazón del mejor Padre que pueda existir y de la mejor Hija que
haya existido o existirá; el Corazón del más divino de todos los Esposos, y de la más santa
de todas las Esposas; el Corazón del más amante de todos los Hijos y de la más amante
de todas las Madres; dos corazones que están reunidos por el mismo espíritu y por el
mismo amor que une al Padre de Jesús con su Hijo muy amado, para no formar sino un
solo corazón, no en unidad de esencia, como es la Unidad del Padre y del Hijo, sino en
unidad de sentimiento, de afecto y de voluntad.
Estos dos corazones de Jesús y de María están unidos tan íntimamente, que el Corazón
de Jesús es el principio del Corazón de María, como el Creador es el principio de su
criatura; y que el Corazón de María es el origen del Corazón de Jesús, como la madre es
el origen del corazón de su hijo.
4
Corona Sanctorum omnium.
37
De la misma manera el Corazón de María es la gloria y la Corona del Corazón de Jesús
porque le da más honor y más gloria que todos los corazones del paraíso reunidos.
Por esto, después de haber hablado tan extensamente del Corazón augusto de María, es
muy razonable no terminar esta obra5 sin decir algo del Corazón admirable de Jesús.
Pero ¿qué se puede decir acerca de un tema que es inefable, inmenso, incomprensible e
infinitamente elevado por encima de todas las luces de los Querubines? Ciertamente
todas las lenguas de los Serafines serían demasiado débiles para hablar dignamente de la
menor chispa de ese horno abrasado del divino amor. ¿Cómo, pues, un miserable
pecador, lleno de tinieblas y de iniquidades, osará acercarse a este abismo de santidad?
¿Cómo se atreverá a mirar este temible santuario, oyendo resonar en sus oídos aquellas
tremendas palabras6: «Tiemblen a la vista de mi santuario7»?
Mi Señor Jesús, «borrad en mi todas mis iniquidades, a fin de que merezca entrar en el
Santo de los santos, con un espíritu puros, con pensamientos santos, y con palabras
inflamadas por aquel fuego del cielo que Tú has traído a la tierra, que inflamen los
corazones de los que las han del leer»8.
CAPITULO 4
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, HOGUERA DE AMOR ARDIENTE A SU
ETERNO PADRE
Infinitas razones nos obligan a tributar al divino Corazón de Jesús nuestras adoraciones y
nuestros homenajes, con devoción y respeto extraordinarios. Todas estas razones están
incluidas en tres palabras de san Bernardino: «Horno de ardentísima caridad para inflamar
e incendiar todo el universo»9.
38
Pero consideremos antes que todo las ardientes llamas de esta hoguera de amor al Padre
celestial.
Mas, ¿qué inteligencia podría concebir y qué lengua podría expresar la menor centellita
de este amor infinito en que se abrasa el Corazón del Hijo de Dios para con su Padre?
¡Es un amor digno de tal Padre y de tal Hijo! Es un amor que iguala maravillosamente las
perfecciones inefables de su objeto amado. Es un Hijo infinitamente amante que ama a
un Padre infinitamente amable. ¡Es un Dios que ama a otro Dios! ¡Amor esencial, que
ama al amor eterno; amor inmenso, incomprensible, infinitas veces infinito, que ama a
un amor inmenso, incomprensible, infinitas veces infinito!
Si como hombre o como Dios lo miramos, el Corazón de Jesús arde en ardor a su Padre
y lo ama infinitamente más en cada momento que los Ángeles y los santos todos juntos,
en toda la eternidad.
Y, como no hay mayor amor que dar la vida por el amado el Hijo de Dios ama tanto a su
Padre que por Él sacrificaría aún la suya, como lo hizo en la cruz, y con los mismos
tormentos, por amor a su Padre, (si tal fuera el divino beneplácito). Y siendo tan inmenso
este amor, entregaría su vida entre dolores, por el mundo, como ya la entregó desde el
Calvario; y siendo eterno, la sacrificaría eternamente y con eternos dolores; y siendo
infinito, estaría dispuesto a hacer este sacrificio infinitas veces, si posible fuera, y con
infinitos sufrimientos.
¡Padre divino, Creador y conservador del universo, nada hay tan amable como Tú!
Porque tus infinitas perfecciones y las bondades que abrigas en tu Corazón, imponen a
todas las cosas que creaste, la obligación de servirte, honrarte y amarte con todas las
fuerzas.
Y sin embargo nadie en el mundo tan poco amado, como Tú, nadie tan ultrajado y
despreciado de gran parte de tus criaturas: «Me han odiado a mí y a mi Padre», dijo tu Hijo
Jesús, «y me odian sin motivo», a mí que nunca les he hecho mal alguno, sino al contrario
los he colmado de bienes10. Porque veo el infierno con innumerables demonios y
condenados que te lanzan sin cesar millones de blasfemias, y veo la tierra repleta de
infieles, herejes, y falsos cristianos que te tratan como a su mayor enemigo.
10
Oderunt me et Patrem meum - odio habuerunt me gratis. Juan 15, 24.25.
39
Mas sin embargo, dos cosas me llenan de consuelo y alegría. La primera, que tus
perfecciones y grandezas, Dios mío, sean tan admirables y que te sea de complacencia
infinita el amor eterno de tu Hijo y todas las obras que con este amor hizo y sufrió, para
reparar las ofensas de tus enemigos, todas las cuales no son capaces, ni lo serán nunca,
de menoscabarte ni una centellita de tu gloria y felicidad.
La segunda cosa que me regocija es que, queriendo este Hijo eterno, muy amado, en un
exceso de su incomparable bondad, ser nuestra cabeza y nosotros sus miembros, nos ha
asociado a Él en el amor que te profesa, y por consiguiente nos ha dado el poder de
amarte con este mismo amor, es decir con un amor, en cierto modo, eterno, inmenso,
infinito.
Para entender esto, mi querido lector, advierte tres cosas: la primera, que siendo eterno
este amor de Jesús por su Padre, no pasa, sino que eternamente subsiste y es siempre
estable y permanente. La segunda, que, como este amor llena todas las cosas por su
inmensidad, está en nosotros y en nuestro corazón dice san Agustín11. La tercera, que,
habiéndonos dado el Padre de Jesús todas las cosas el darnos a su Hijo12, este amor del
Hijo de Dios hacia su Padre es nuestro, y podemos y debemos usarlo como cosa propia.
Esto supuesto, puedo con mi Salvador, amar a su divino Padre y Padre mío, con el mismo
amor con que él lo ama, es decir con un amor eterno, inmenso e infinito.
Mi Salvador, me doy a Ti para unirme al amor eterno, inmenso e infinito que a tu Padre
tienes. Padre adorable, te ofrezco todo este amor eterno, infinito, inmenso de tu Hijo
Jesús, como un amor que es mío. Y así como este Salvador nos dijo: Los amo como mi Padre
me ama13, puedo yo también decirte: «Padre Divino, te amo como tu Hijo te ama.»
Y, como el amor del Padre a su Hijo no es menos mío que el amor del Hijo a su Padre,
puedo usar de este amor del Padre al Hijo, como de algo que es propio, en este modo:
«Padre de Jesús, me doy a Ti, para unirme, al amor eterno, inmenso e infinito
que tienes a tu amado Hijo. Jesús mío, te ofrezco todo este amor eterno,
inmenso e infinito que tu Padre te tiene y te lo ofrezco como un amor que es
mío».
11
Íntimo meo intimior.
12
Cum ipso omnia nobis donavit (Rom. 7,32).
13
Sicut dilexit me Pater, et ego dilexi vos (Jn. 15,9).
40
De esta manera, como Jesús nos dijo: te amo como mi Padre me ama, puedo
recíprocamente decirle: Salvador mío, yo te amo como tu Padre te ama.
¡Bondad inefable, amor admirable! ¡Dicha indecible! Que el Padre eterno nos dé su Hijo,
y con Él todas las cosas, y nos lo dé, no sólo para que sea nuestro Redentor, nuestro
Hermano, nuestro Padre, sino también para que sea nuestra Cabeza. ¡Qué ganancia ser
miembros del Hijo de Dios y no ser sino una cosa con Él, como los miembros son una
sola cosa con la cabeza; y por consiguiente no tener sino un espíritu, un corazón y un
amor con Él y poder amar a su Divino Padre y Padre nuestro con un mismo corazón y
un mismo amor con Él!
No hay que extrañarse, pues, si hablando de nosotros a este Padre Celestial, le dice: «Los
amaste como a mí mismo»14; y si le ruega que nos ame siempre así15. Ahora bien, si amamos
a este Padre tan amable como le ama su Hijo, no debemos sorprendernos si nos ama con
el mismo amor con que ama a su Hijo, ya que mirándonos en El a nosotros, como
miembros suyos, que no formamos sino una cosa con El, encuentra que le amamos con
un mismo corazón y un mismo amor con su Hijo.
Que el Cielo, la tierra y todo lo creado se transforme en puro amor a este Padre de
bondades y al Unigénito de su divino Amor, al decir de San Pablo16.
CAPITULO 5
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, HOGUERA ARDIENTE DE AMOR A SU
SANTÍSIMA MADRE
Verdad evidente ésta. Las maravillosas e inconcebibles gracias con que nuestro Salvador
colmó a su Bienaventurada Madre, ponen de manifiesto su amor sin límites ni medida.
Ella constituye el primero y más digno objeto, después de su divino Padre, de su amor,
puesto que la ama infinitamente más que a todos sus Ángeles, Santos y criaturas juntas.
Los extraordinarios favores con que la honró y los maravillosos privilegios con que la
distinguió de todas las criaturas, son pruebas de esta verdad.
El primero es la elección que de ella hizo el Hijo de Dios, desde toda la eternidad,
para elevarla sobre toda criatura, para establecerla en el más alto trono de gloria
14
Dilexisti eos sicut et me dilexisti (Jn. 15,23).
15
Dilectio, qua dilexisti me, in ipsis sit (Jn. 17,23).
16
Transtulit nos in regnum Filii dilectionis suae (Col. 1,13).
41
y de grandeza y para darle la más admirable de todas las dignidades cual es la de
ser Madre de Dios.
El amor del Hijo de Dios a su dignísima Madre, no sólo la preservó del pecado
original, sino que la colmó desde su Concepción, de gracia tan eminente, que
según muchos teólogos, sobrepasó a la gracia del primero de los Serafines y a la
del mayor de los, Santos. Entre todos los hijos de Adán, sólo ella disfruta de este
privilegio. También es ella la única privilegiada desde el primer momento de su
vida, con la luz de la razón y de la fe, por la cual comenzó a conocer desde
entonces a Dios, a adorarle y a entregarse a Él.
Por otro privilegio, comenzó desde el primer momento de su vida a amar a Dios
y más ardientemente que los misma Serafines.
Sólo ella lo amó sin interrupción alguna durante todo el tiempo de su vida. Razón
por la cual dícese que no hizo sino un sólo acto de amor desde el primero hasta el
último momento de su vida. Acto que jamás fue interrumpido.
17
Dt 6,5.
42
así iba creciendo su amor, duplicándose cada momento o por lo menos cada hora
durante toda su vida. Juzguen por esto, ¡qué incendio de amor divino abrasaría a
este corazón virginal los últimos días de su vida en la tierra!
Pero sigamos considerando los privilegios singulares con que el Unigénito enriqueció a
su divina Madre: Solamente ella pudo merecer con sus oraciones y lágrimas, según
algunos doctores, el anticipar la Encarnación de su Hijo.
Nada más que ella hizo nacer de su propia substancia, al Nacido desde toda la
eternidad en el seno de Dios. En efecto, dio parte de su substancia virginal y de
su purísima sangre para formar la Humanidad santa del Hijo de Dios. Y no sólo
esto, sino que cooperé con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo a la unión que se
hizo de su substancia con la persona del Hijo de Dios; cooperando así a la
realización del misterio de la Encarnación, el mayor milagro que Dios hizo, hará
y pueda hacer.
Aún más. Esta Madre admirable dio también la carne y sangre de que fue formado
el corazón admirable del Niño Jesús; y este corazón recibió alimento y
crecimiento de esa sangre durante los nueve meses que vivió en las purísimas
entrañas de la bienaventurada Virgen y después, durante unos tres años, de su
leche virginal.
43
Únicamente ella es a la vez Madre y Virgen, y según algunos doctores, hizo voto
de virginidad desde el momento de su Inmaculada Concepción. Sólo ella llevó en
sus benditas entrañas durante nueve meses al que el Padre eterno lleva en su seno
durante toda la eternidad.
Sólo ella alimentó y dio vida al que es la Vida eterna y da vida a todo viviente.
Solamente ella, en compañía de San José, vivió de continuo por espacio de treinta
y cuatro años con el adorable Salvador, ¡Cosa admirable! El divino Redentor vino
a la tierra para salvar a los hombres y sin embargo, no les concedió sino tres años
y tres meses de su vida para instruirles y predicarles y en cambio empleó más de
treinta años con su santa Madre, para santificarla más y más. ¡Qué torrentes de
gracias y bendiciones derramaría incesantemente, durante aquel tiempo, en el
alma de su bienaventurada Madre!, que tan bien dispuesta estaba a recibirlas. ¡Con
qué incendios y celestiales llamaradas el divino Corazón de Jesús, horno de amor
ardentísimo, abrasaría el corazón virginal de su dignísima Madre!
¿Quién, pues, sería capaz de explicar el amor a Dios en que estaría abrasado el
corazón de la Madre del Salvador? En verdad, suficiente motivo hay para creer
que si su Hijo no la hubiera conservado milagrosamente hasta el momento en que
fue trasladada al cielo, hubiera muerto de amor mil y mil veces. Su amor era casi
infinitamente más ardiente que el de santa Teresa y ya desde su infancia tenía lo
bastante para morir de la muerte mediante la cual su Hijo la llevó a vivir con Él la
más dichosa y feliz vida que pueda haber después de la suya.
44
Digamos también de esta maravillosa Virgen, que sólo ella, fuera de su Hijo, fue
subida en cuerpo y alma al cielo, conforme a la Tradición y al sentir de la Iglesia
que celebra esta festividad por todo el mundo.
Sólo ella ha sido elevada por encima de todos los coros de Ángeles y Santos,
colocada a la diestra de su Hijo, coronada como Reina de cielos y tierra.
Sólo ella tiene todo poder en la Iglesia triunfante, militante y purgante18. Tiene ella más
poder ante su Hijo Jesús, que todos los moradores del cielo juntos. Dice de ella el
Cardenal Pedro Damiano: Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra19.
San Anselmo señala otro privilegio particular, cuando dice: Señora mía, si tú no pides, nadie
lo hará, pero cuando pides, todos los Santos oran contigo20.
¿No resulta de lo dicho que es inmenso el número de privilegios con que nuestro Salvador
honró a su Santísima Madre? ¿Quién lo obligó a ello? El amor ardentísimo que abrasaba
su corazón filial. ¿Por qué tanto amor?
En efecto, le dio un cuerpo mortal y pasible para que soportara todos los sufrimientos de
su Pasión; le proveyó de la sangre preciosa que derramó por nosotros; le dio la vida que
inmoló por nuestra salvación y ofreció ella misma su sangre y su vida.
Siendo esto así, ¿no estaremos nosotros obligados a amarla, servirla y honrarla de todas
las maneras posibles? Amémosla, pues, juntamente con su Hijo Jesús; y si les amamos,
odiemos lo que odian y amemos lo que aman. Tengamos con ellos un sólo corazón que
deteste lo que ellos detestan, esto es, el pecado, en particular contra la caridad, la
humildad y la pureza; que ame lo que ellos aman, en especial a los pobres, las cruces y
las virtudes cristianas. Madre de bondad, obtenme de tu Hijo estas gracias.
18
In Jerusalem potestas mea (Ecle. 24,15).
19
Data est mihi omnis potestas in coelo et in terra. Mt 28,18.
20
Te, Domina, tacente, nullus orabit, nullis adjuvanbit; te autem orante, omnes (nempe Sancti) orabunt, omnes
adjuvabunt.
45
CAPITULO 6
OTRO PRIVILEGIO CON QUE NUESTRO SALVADOR HONRA A SU
SANTÍSIMA MADRE
Agreguemos otro privilegio con que el Hijo de Dios glorifica a su Santísima Madre;
privilegio superior a todos los precedentes. Y es el de, no sólo ser asociada eternamente
a la paternidad adorable del Eterno Padre, sino, además, el conservar en el cielo la
autoridad de Madre que poseía en la tierra21.
Le da más gloria este privilegio que el imperio de cien millones de mundos. Porque,
aunque su Hijo la supera infinitamente en gloria, poder y majestad, sin embargo la mirará
y honrará eternamente como a su verdadera Madre. El ser Hijo de Dios, dice San
Ambrosio, no le eximía en la tierra, de la obligación divina y natural de la obediencia a
su Madre22; sujeción de ninguna manera vergonzosa, sino honorable y gloriosa, puesto
que era voluntaria y piadosa23.
En fin, muchos santos Doctores afirman que la Madre del Salvador tenía sobre la persona
de su Hijo verdadero dominio, sea por derecho natural, sea por bondad y humildad de
su Hijo. El mayor de todos los nombres de esta divina Virgen, dice Gerson, es el de
Madre de Dios, porque esta cualidad le da autoridad y dominio natural sobre el Señor de
todo el mundo24: No cabe imaginar que su Hijo le haya dado este poder en la tierra y se
lo haya quitado en el cielo, pues la respeta y ama en el cielo tanto como en la tierra.
Siendo eso así, ¿no hay que creer que es tan poderosa en el cielo como en la tierra y que
conserva cierta autoridad sobre su Hijo?25
Teniendo Hijo y Madre una misma carne, un mismo corazón y una misma voluntad,
tienen en cierta manera el mismo poder.
«Nada resiste a tu poder, dice a la Virgen, Jorge, Arzobispo de Nicomedia, todo cede a
tu fuerza y a tus mandatos, todo obedece a tu imperio; el que de ti nació, te elevó sobre
todas las cosas; tu Creador hace su gloria de la tuya y se considera honrado de los mismos
21
«Et erat subditus illis» (Lc 2, 51).
22
«Et erat subditus illis».
23
«non utique infirmitatis, dice este santo Padre, est ista subjectio, sed pietatis».
24
«Quoniam per hoc habet veluti auctoritatem et naturale dominium ad totius mundi Dominum (Serm. De
Assumpt).
25
«Eadem potestas est Matris et Filii», dice Arnoldo de Chartres; y Ricardo de San Lorenzo, «Quae ab
Omnipotente Filio omnipotens facta est».
46
que a ti te honran; alégrese tu Hijo al ver el honor que te damos y como si cumpliera
deberes contigo, te concede gustoso cuanto le pides26.
Ciertamente sabemos, agrega San Anselmo, que la Virgen bendita está tan llena de gracia
y de méritos, que obtiene siempre el efecto de todos sus deseos27.
«Utrinque stupor, dice San Bernardo, utrinque miraculorum: milagros por todas partes:
en efecto, «quod Deus faeminae obtemperet, humilitas absque exemplo; et quod Deo
faemina principetur, sublimitas sino socio»: «que Dios obedezca a una Mujer, es una
humildad sin ejemplo y que una Mujer mande a Dios, ¡es una autoridad sin igual!» De
aquí que no teme decir el Cardenal Pedro Damiano que esta bondadosísima Virgen se
presenta en el cielo, no sólo29 como una esclava, sino como una madre que Ordena.
Canta la Iglesia de París en una secuencia: cuando tengas algo que pedir al eterno Padre,
la Divina Virgen, ora y suplica, pero si es al Hijo, la autoridad de Madre te da derecho
de servirte del mandato30.
Esto es poner a la criatura por encima del Creador, dirán. Más yo responderé
preguntando si la divina Escritura eleva a Josué por encima de Dios al decir que se detuvo
el sol y que Dios obedeció a la voz de un hombre31 No. No es poner a la criatura por
encima de su Creador, sino que el Hijo de Dios tiene tanto amor y respeto a su divina
Madre que su oración es para Él un mandato.
La Virgen, apunta Alberto Magno32, puede, no sólo suplicar a su Hijo la salvación de sus
siervos, sino hasta mandarle con autoridad de Madre; esto es, añade, lo que le pedimos
por estas palabras: «monstra Te esse Matrem». Es una oración muy frecuente en la Iglesia,
muy grata a ella y muy útil a nuestras almas. Es como si le dijéramos: Santa Madre de
Dios, haz que experimentemos la bondad incomparable de que está repleto tu corazón
26
«Nihil, oh Virgo, tuæ resistit potentiæ; tuam gloriam Filius putat ese propiam et quasi exsolvens debitum,
implet petitiones tuas» (Orat. de Oblat. Deiparae).
27
«Scimus beatam virginem tanti ese meriti et gratiae apud Deum, ut nihil eorum, quae vellit efficere, possit
aliquatenus effectu carere» (de Excel. Virg. Cap. XII).
28
«Non potest non exaudiri cum Deus ut veræ Matris suae, quoad omnia, et per omnia, et in omnibus
morem gerat» (Serm. 2 in B. Mar. dormit).
29
«Non solum rogans sed imperans» (Serm. 1 de Nat. B.M).
30
«Roga patrem, jube Nato, jure Matris impera».
31
Jos 10, 14.
32
De laud. Virg. Libro II.
47
maternal; que veamos el inmenso poder que él tiene sobre el Corazón
misericordiosísimo de tu amado Hijo33.
CAPITULO 7
CÓMO SUFRIÓ EL CORAZÓN DE JESÚS EN SU PASIÓN A LA VISTA DEL
CORAZÓN AFLIGIDO DE SU MADRE
Los dolores que el Corazón adorable de nuestro Salvador soportó al ver a su santísima
Madre sumergida en un mar de tribulaciones en el tiempo de su Pasión, son inexplicables
e inconcebibles. Una vez que la bienaventurada Virgen fue Madre de nuestro Redentor,
soportó incesantemente un combate de amor en su Corazón. Porque conociendo que era
la voluntad de Dios que su amado Hijo sufriera y muriera por la salvación de las almas,
el amor muy ardiente que tenía para con esta divina voluntad y para con las almas la ponía
en una entera sumisión a las órdenes de Dios; y el amor inconcebible de Madre a su
queridísimo Hijo, le causaba dolores indecibles a vista de los tormentos que había de
sufrir para rescatar el mundo.
Llegado el día de su Pasión, creen los Santos, que a juzgar por el amor y obediencia con
que siempre se conducía con su santísima Madre y conforme a la bondad que tiene de
consolar a sus amigas en las aflicciones, antes de dar comienzo a sus sufrimientos, se
despidió de esta Madre queridísima. A fin de hacerlo por obediencia tanto a la voluntad
de su Padre como a la de su Madre, que era la misma, pidió licencia a ella para ejecutar
la orden de su Padre. Le dijo que era voluntad de su Padre que le acompañase al pie de
la cruz y envolviese su cuerpo, cuando muriera, en un lienzo para ponerle en el sepulcro;
le dio orden de lo que tenía qué hacer y dónde había de estar hasta su Resurrección.
Es igualmente creíble que le dio a conocer lo que Él iba a sufrir para prepararla y
disponerla a que le acompañara espiritual y corporalmente en sus sufrimientos. Y como
los dolores interiores de ambos eran indecibles, no se los declararon con palabra: sus ojos
y sus corazones se comprendían y comunicaban recíprocamente. Pero el perfectísimo
amor reciproco y la entera conformidad que tenían a la voluntad divina, no permitían
que hubiese imperfección alguna en sus sentimientos naturales. Siendo el Salvador el Hijo
único de María, sentía mucho sus dolores, pero como era su Dios, la fortificaba en la
mayor desolación que jamás ha habido, la consolaba con divinas palabras que ella
escuchaba y conservaba cuidadosamente en su Corazón, con nuevas gracias que
continuamente derramaba en su alma, a fin de que pudiese soportar y vencer los
violentísimos dolores que le estaban preparados. Eran tan grandes estos dolores, que si
le hubiera sido posible y conveniente sufrir en lugar de su Hijo, le hubiera sido más
33
«Monstra te esse Matrem, sumat per te preces, qui pro nobis natus tulit esse tuus».
48
soportable que el verlo padecer y le hubiera sido más dulce dar su vida por El, que verle
soportar suplicios tan atroces. Pero, no habiendo dispuesto Dios de otra manera, ofreció
ella su Corazón y dio a Jesús su Cuerpo, a fin de que cada uno sufriese lo que Dios había
ordenado. María había de sufrir todos los tormentos de su Hijo en la parte más sensible
que es su Corazón y Jesús había de soportar en su Cuerpo sufrimientos inexplicables y
en su Corazón los de su santa Madre que eran inconcebibles.
La noche en que los judíos prendieron a nuestro Redentor en el Huerto de los Olivos, le
condujeron atado a casa de Anás y luego a la de Caifás, donde se hartaron de burlarse y
ultrajarle de mil maneras. Hasta el amanecer quedó Jesús en aquella prisión, después de
que todos se hubieron ido a casa. También San Juan Evangelista marchó de allí sea por
orden de Nuestro Señor, sea por divina inspiración y fue a dar cuenta a la Santísima
Virgen de lo ocurrido. Dios mío, ¡qué lamentos, tristezas y dolores se cruzaron entre la
Madre de Jesús y el discípulo amado, mientras éste contaba y ella escuchaba los
acontecimientos! En verdad, los sentimientos y angustias de ambos fueron tales, que
cuanto se diga es nada en comparación de la realidad. Más decían con el corazón que con
los labios, más con sus lágrimas que con discursos, en especial la bendita Virgen, puesto
que su grandísima modestia, impidiéndole palabra alguna desconcertada, hacía sufrir su
Corazón lo que nadie puede imaginar.
49
debía afligir, era no obstante, lo que deseaba por encima de todo: el amor tiene estos
extremos, soporta menos la ausencia del amado que el dolor, por grande que sea, que su
presencia le hace sufrir.
Entre tales amarguras e inimaginables angustias, esta santa Oveja suspira por la vista del
divino Cordero. Al fin le vio todo desgarrado por los azotes, su cabeza atravesada por
crueles espinas, su adorable rostro amoratado, hinchado, cubierto de sangre y de
salivazos, con una cuerda al cuello, las manos atadas, un cetro de caña en la mano y
vestido con túnica de burla. Sabe Él que allí está su Madre dolorosa; conoce ella que su
divina Majestad ve los sentimientos de su Corazón traspasado por dolores no menores a
los soportados por Él en su Cuerpo. Oye los falsos testimonios contra Él y cómo es
pospuesto a Barrabás, ladrón y homicida. Oye miles de voces clamar llenas de furor36.
De nuevo bañada por ríos de lágrimas, sufre martirios de dolores a la vista de su Hijo y
su Dios pendiente de la cruz. Sin embargo, en su alma, hace ante Dios oficio de
medianera por los pecadores, coopera con el Redentor a su salvación y ofrece por ellos
al Eterno Padre, su sangre, sufrimientos y muerte, con deseo ardentísimo de su eterna
felicidad. El indecible amor que tiene a su querido Hijo, le hace temer verle expirar y
morir, pero a la vez le llena de dolor el que sus tormentos duren tanto que sólo con la
36
« ¡Tolle, tolle, crucifige, crucifige!» (Jn 19, 15).
37
El hecho de que habla aquí san Juan Eudes, lo refieren varios autores, pero los teólogos más autorizados lo
rechazan, porque lo encuentran en oposición con el perfecto dominio sobre todos los movimientos de la
sensibilidad que unánimemente reconocen en María y con el papel de cuasi-sacerdote que tuvo que
desempeñar durante la pasión de su divino Hijo. Cfr. Terrien, La Mère des hommes I, p. 200, nota 5.
50
muerte van a terminar. Desea que el Eterno Padre mitigue el rigor de sus tormentos,
pero quiere conformarse enteramente a todas sus órdenes. Y así, el amor divino hace
nacer en su Corazón contrarios deseos y sentimientos, que le hacen sufrir inexplicables
dolores.
Qué dolor, al oírle decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»38 ¡Qué dolor
al ver que le dan hiel y vinagre en su ardiente sed! Sobre todo, ¡qué dolor al verle morir
en un patíbulo entre dos malhechores! ¡Qué dolor al ver traspasar su Corazón con una
lanza! ¡Qué dolor, cuando le recibe en sus brazos! ¡Con qué dolor se retira a su casa a
esperar su resurrección! ¡De cuán buena gana hubiera sufrido esta divina Virgen todos
los dolores de su Hijo, antes que vérselos sufrir a Él!
Efecto de la perfecta caridad, al obrar en los corazones de quienes se esfuerzan por imitar
a su divino Padre y a su bondadosísima, Madre, es hacerles soportar con gusto sus propias
aflicciones y sentir vivamente las de los demás, de suerte que les es más fácil soportarlas
ellos mismos que verlas padecer por los demás.
De igual manera, a las mujeres que lloraban en pos de Él camino del Calvario, les hizo
ver cuánto más sensibles le eran las tribulaciones de ellas y las de la ciudad de Jerusalén,
que lo que estaba padeciendo con la cruz a cuestas. «Hijas de Jerusalén, les dice, no lloren
por mí, lloren más bien ustedes y por sus hijos; porque tiempo vendrá en que se diga: dichosas las
que son estériles y dichosos los senos que no han dado a luz y los pechos que no han alimentado».
38
Mt 27, 46.
51
Clavado en la cruz, olvidándose de sus propios tormentos, hace ver que las necesidades
de los pecadores le son más sensibles que sus dolores, al decir a su Padre que les perdone.
Es que el amor a sus criaturas le hace sentir más los males de ellas que los propios.
De aquí que uno de los mayores tormentos de nuestro Salvador en la cruz, más sensible
que los dolores corporales, es ver a su Madre sumergida en un mar de sufrimientos. A la
que amaba más que a todas las criaturas juntas: la mejor de todas las madres, compañera,
fidelísima de sus correrías y trabajos y la que, inocentísima como era, no merecía sufrir
en absoluto lo que padecía, por falta alguna que hubiese cometido. Madre tan amante de
su Hijo como no han sido ni serán jamás los corazones todos de los Ángeles y Santos,
sufre tormentos sin igual. ¡Qué aflicción para tal Madre ver a tal Hijo tan injustamente
atormentado y abismado en un océano de dolores, sin poderlo aliviar lo más mínimo!
Ciertamente, tan grande y tan pesada es esta cruz, que no hay inteligencia capaz de
comprenderla. Cruz que estaba reservada a la gracia, al amor y virtudes heroicas de la
Madre de Dios.
De nada le valía ser inocentísima y Madre de Dios para librarse de tan terrible tormento.
Al contrario, deseando su Hijo asemejarla a Él, quiso que el amor causa primera y
principal de sus sufrimientos y de su muerte que como a su Madre le tenía, y el que ella
le profesaba como a su Hijo, fuese la causa del martirio de su Corazón al fin de su vida,
como había sido al principio el origen de sus gozos y satisfacciones.
Desde la cruz vela el Hijo de Dios las angustias y desolaciones del sagrado Corazón de su
santísima Madre, oía sus suspiros y veía las lágrimas y el abandono en que estaba y en el
que había de quedar después de su muerte: todo esto era un nuevo tormento y martirio
para el divino Corazón de Jesús. No faltaba, pues, nada de cuanto podía afligir y crucificar
los amabilísimos corazones del Hijo y de la Madre.
Piensan algunos que la causa por la que el Salvador no quiso darle este nombre cuando
habló desde la cruz a su dolorosa Madre fue precisamente el no querer afligirla; y
desolarla más. Solo le dice palabras que le muestran que no la había olvidado y que,
cumpliendo la voluntad de su Padre, la socorría en su abandono dándole por hijo al
discípulo amado39. En consecuencia, San Juan quedó obligado al servicio de la Reina del
Cielo, la honró como a Madre suya y la sirvió como a su Señora, juzgando el servicio que
le hacía como el mayor favor que podía recibir en este mundo de su amabilísimo Maestro.
39
«Mulier, ecce filius tuus» (Lc 19, 26.27).
52
Todos los pecadores tienen parte en esta gracia de San Juan: a todos los representa al pie
de la cruz y nuestro Salvador a todos los mira en su persona, a todos y cada uno dice: He
aquí a tu Madre40: te doy mi Madre por Madre tuya y te doy a ella para que seas tu hijo.
¡Precioso don! ¡Tesoro inestimable! ¡Gracia incomparable! ¡Cuán obligados estamos a la
bondad inefable de nuestro Salvador! ¡Qué acciones de gracias debemos tributarle! Nos
ha dado su divino Padre por Padre nuestro y su santísima Madre por Madre nuestra, a fin
de que no tengamos más que un Padre y una misma Madre con Él. No somos dignos de
ser esclavos de esta gran Reina y nos hace hijos suyos.
¡Qué respeto y sumisión debemos tener a tal Madre, qué celo e interés por su servicio y
qué cuidado en imitar sus santas virtudes, a fin de que haya alguna semejanza entre la
Madre y los hijos!
Esta bondadosísima Madre recibió gran consuelo al oír la voz de su querido Hijo: en la
última hora, una palabra cualquiera de los hijos y verdaderos amigos conforta y es singular
consuelo. Como los Sagrados Corazones de tal Hijo y de tal Madre se entendían tan bien
entre sí, la bendita Virgen aceptó gustosa a San Juan por hijo suyo y en él a todos los
pecadores, sabiendo que tal era la voluntad de su Jesús.
En efecto, muriendo Jesús por los pecadores y sabiendo que sus culpas eran la causa de
su muerte, quiso, en la última hora, quitarles toda desconfianza que pudieran tener al
ver los grandes tormentos, fruto de sus pecados, y por esto les dio lo que más estimaba
y lo que más poder tenía sobre Él, a saber su santísima Madre, a fin de que por su
protección y mediación, confiáramos ser acogidos y bien recibidos por su divina
Majestad. No cabe dudar del amor inconcebible de esta bondadosa Madre a los
pecadores, ya que en el alumbramiento espiritual junto a la cruz, sufrió increíbles dolores
los que no tuvo en el alumbramiento virginal de su Hijo y Dios.
De aquí se ve claramente que los dolores de la Madre y los tormentos del Hijo terminaron
en gracias y bendiciones e inmensos favores a los pecadores. ¡Qué obligados estamos,
pues, a honrar, amar y alabar los amabilísimos Corazones de Jesús y María; a emplear
toda nuestra vida y más si tuviéramos, en servirles y glorificarles; a esforzarnos por
imprimir en nuestros corazones una imagen perfecta de sus eminentísimas virtudes! Es
imposible agradarles andando por caminos diferentes a los suyos.
40
«Ecce Mater tua»
53
CAPITULO 8
EJERCICIO DE AMOR Y PIEDAD SOBRE LOS DOLORES DEL DIVINO
CORAZÓN DE JESÚS Y DEL SAGRADO CORAZÓN DE MARÍA
Jesús, bueno e inocentísimo Cordero, que sufriste tantos tormentos en la cruz, que viste
el Corazón virginal de tu querida Madre abismado en un océano de dolores, dígnate
enseñarme a acompañarte en tus sufrimientos y a sentir tus aflicciones.
¡Qué doloroso espectáculo ver estos dos Corazones de Jesús y María, tan santos, tan
inocentes y tan llenos de gracias y perfecciones, tan colmados del divino amor, tan
estrechamente unidos y afligidos el uno por el otro! El Corazón sagrado de la Madre de
Jesús sentía vivamente los inmensos tormentos de su Hijo y el Hijo único de María estaba
plenamente penetrado de los dolores incomparables de su Madre. La hermosa Oveja y
el inocentísimo Cordero se llaman uno a otro. El uno llora por el otro, sufre y siente las
angustias del otro sin alivio alguno y cuanto más puro y ardiente es el amor mutuo más
sensibles y agudos son los dolores.
¡Corazón endurecido, cómo no te derrites en dolores y lágrimas al ver que eres la causa
de los inenarrables dolores de esta santa Oveja y del dulcísimo Cordero! ¿Qué han hecho
para sufrir tantas aflicciones? Tú, miserable pecador, tus abominables pecados son los
verdugos de estos inocentísimos y santísimos Corazones. Perdónenme, Corazones
benignísimos, tomen sobre mí la venganza que merezco; ordenen a las criaturas
obedientes que descarguen sobre mí los castigos de que soy digno. Envíenme sus dolores
y sufrimientos, a fin de que, como he sido su causa, les ayude a llorar y sentir lo que les
he hecho sufrir. ¡Jesús, amor de mi corazón; María, consuelo de mi alma, tan semejante
a tu Hijo, impriman en mi corazón un gran desprecio y aversión a los placeres de esta
vida que ustedes pasaron entre tormentos! Puesto que soy de ustedes, de su casa y su
indignísimo siervo, no permitan que acepte placer alguno en este mundo, sino en las
cosas en que ustedes lo toman y hacen que lleve siempre sus dolores en mi alma, que
ponga mi gloria y mis delicias en estar crucificado con Jesús y María.
¡Virgen santísima!, ¿cómo tus goces se han cambiado en dolores? Si hubieran sido
semejantes a los del mundo, justo hubiera sido este cambio; pero, Reina de los Ángeles
jamás te gozaste sino en las cosas divinas. Sólo Dios poseía tu Corazón y nada te
contentaba fuera de lo que procedía de Él y a Él te guiaba. Tuviste el gozo de verte Madre
de Dios, de llevarle en tus benditas entrañas, de verle nacido y adorado por los Ángeles,
pastores y reyes, de verle descansar en tu sagrado pecho y de sustentarle con tu leche
virginal; de servirle con tus purísimas manos, de ofrecerle en el templo a su eterno Padre,
de verle conocido y adorado por el justo Simeón y por la profetisa Ana. Todos tus gozos
54
durante los treinta años que con Él tuviste eran divinos interiores y espirituales, de Él
mismo los recibías. Eran júbilos, elevaciones de espíritu y arrobamientos del alma, que
inflamada en el amor de este amabilísimo Jesús se elevaba y transportaba en su divina
Majestad. Y así unida y transformada siempre en Él, recibías mayores favores que todas
las jerarquías del cielo, puesto que tu amor sobrepasaba al de los Serafines.
Señora y Reina de los Ángeles, ¿qué puede haber en goces tan puros y santos, en tan
espirituales y celestiales satisfacciones, capaz de convertirlos en dolores? ¿Tuvo que llegar
hasta ti la miseria y tributo de los pobres hijos de Eva, desterrados del paraíso, en cuyo
pecado no tuviste la menor parte? ¿No fue posible que este destierro dejara de ser para
ti tierra de aflicciones y valle de lágrimas?
Pobre pecador, que, crees encontrar placer en esta vida, que no los tiene sino engañosos
y falsos, mira los sufrimientos del Rey y de la Reina del cielo. Muere de confusión a la
vista de los desórdenes de tu vida y de la aversión que tienes a la cruz. Toda la vida de
Jesús, la inocencia mima, es un continuo sufrimiento. Toda la vida de María, santa e
inmaculada, es una perpetua cruz. Y tú, miserable pecador, que has merecido mil veces
el infierno, ¡tú ambicionas placeres y consuelos!
Reina de los Ángeles, durante todo el tiempo que viviste con tu Hijo Jesús, te viste
oprimida por los dolores que ciertamente te habían de sobrevenir, puesto que habían
sido profetizados por el anciano Simeón: dolores sin igual, porque la medida de ellos era
la grandeza de tu amor.
Cuando fue crucificado escuchaste los martillazos que partían tu Corazón. Sufriste
indecibles tormentos aguardando la hora dolorosa en la que le habías de ver crucificado.
Le contemplaste levantado en alto, entre los gritos y blasfemias que vomitaban contra El
las bocas infernales de los judíos y que helaban tu sangre. Estuviste aquellas dolorosas
41
Tolle, tolle, crucifige, crucifige (Jn 19,15).
55
horas junto a la cruz oyendo las atroces injurias que aquellos pérfidos proferían contra tu
Cordero, contemplando los terribles tormentos que le hicieron sufrir hasta que expiró
entre tantos oprobios y suplicios.
Después te lo pusieron muerto en tus brazos para que envolvieras su cuerpo en un lienzo
y le dieras sepultura, de manera que como en su nacimiento le prestaste los primeros
servicios, le ofrendaras también los últimos obsequios, en tan apremiantes dolores y
crueles angustias. Tan penetrante era la desolación de tu corazón maternal, que para
comprenderla en alguna manera, sería preciso entender el exceso de tu casi infinito amor
a tu Hijo. Todo te afligía. En todo no veías sino motivo de desolación y de lágrimas, tu
maternal Corazón tan lleno estaba de sangrantes llagas, como tu querido Jesús padecía
en su cuerpo y en su Corazón. Aunque en nada disminuía tu fe y la obediencia mantenía
tu Corazón perfectamente resignado a la voluntad divina, no por eso dejabas de sufrir
inconcebibles dolores, como los que experimentaba tu Hijo a pesar de su perfectísima
sumisión a todas las órdenes de su divino Padre. No hay, en fin, corazón capaz de
comprender lo que entonces sufriste.
Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, ¿qué Corazones son los que así
tienes crucificados? ¿Cómo no prestas tu asistencia a tu único Hijo y a tu amable Hija y
humildísima Sierva? ¿Cómo quebrantas con ellos la ley que estableciste de que sobre tu
altar no se sacrifique el mismo día al cordero y a su madre? Porque en el mismo día, a la
misma hora, en la misma cruz y con los mismos clavos tienes clavado al único Hijo de la
desolada María y su Corazón virginal de inocentísima Madre. ¿Es que te cuidas más de
las ovejas, bestias brutas, no queriendo que aun sacrificadas cuando se encuentran
afligidas por la pérdida de sus corderos que de esta purísima Virgen afligida por los
dolores y muerte de su divino Cordero? ¿Es que no quieres que tenga otro verdugo de
su martirio, sino el amor que a tu Unigénito tiene; ni que, en tan crueles tormentos, falte
a este bondadosísimo Hijo, la vista de los sufrimientos de esta dignísima Madre para más
afligirle y atormentarle?
56
¡Alabanzas y bendiciones inmortales sean dadas, Dios mío, al amor incomprensible que
tienes a los pecadores! ¡Gracias infinitas y eternas por todas las obras de este divino amor!
Jesús, Unigénito de Dios, Hijo único de María, luz de mi alma, te suplico, por el infinito
amor que me tienes, que ilumines mi mente con tus santas verdades, que arrojes de mi
corazón el deseo de los consuelos de esta, vida y que pongas en él deseos de sufrir por tu
amor, causa de tus tormentos y fuente de las tribulaciones de tu santa Madre. ¡Qué ciego
soy cuando creo poder agradarte por camino distinto del señalado! ¿Hasta cuándo, Amor,
seré tan ciego y viviré tan engañado? ¿Hasta cuándo huiré de Ti? ¿Hasta cuándo este
hombre de tierra se negara a tener tus divinos sentimientos? ¿Para qué quiero la vida si
no la empleo en dártela como Tú y tu santísima Madre la dieron por mí en la cruz? ¿Qué
mayor esclarecimiento de mis faltas quiero yo que este? ¡Divina Sabiduría!, que tu luz
celestial me guíe por todas partes, que la fuerza de tu amor me posea totalmente y que
obre en mi alma los cambios que produce en los corazones dóciles. Me ofrezco y me doy
del todo a Ti; haz, Señor que lo haga con puro y completo corazón. Quítame el placer
de todas las cosas y que únicamente lo tenga en amarte y en sufrir contigo.
Dios de mi corazón, te adoro y te doy infinitas gracias porque haces que redunden en mi
provecho los dolores que sufrías al ver los de tu santa Madre, dándomela por Señora y
Madre. Gracias por amarme hasta desear que ella me ame en tu lugar como a su Hijo y
como tal tenga compasión de mí y de mis necesidades, que me asista, favorezca, proteja,
guarde y gobierne como a hijo suyo. Quizá, Redentor mío, no has encontrado mayor
consuelo para tu Santísima Madre, que el darle hijos perversos y pecadores para que
emplee su poder y caridad en procurar su conversión y salvación. Bendito y alabado seas
eternamente, porque has querido que nada se pierda, sino que todo se emplee en
remedio de mis males y para colmarme de verdaderos bienes. No permitas, pues, mi
caritativo Médico, que muera entre tantos remedios. Recíbeme y hazme digno siervo y
verdadero hijo de esta gran Reina y buenísima Madre.
Santísima Madre de Dios, recuerda que los dolores que no sufriste en el alumbramiento
virginal de tu único Hijo se multiplicaron al pie de la cruz, en el alumbramiento espiritual
de los pecadores cuando los recibiste a todos por hijos tuyos. Ya que tanto te ha costado,
recíbeme, aunque indignísimo en calidad de tal. Haz conmigo, santísima Virgen, el oficio
de Madre, protegiéndome, asistiéndome, guiándome en todas las cosas y obteniéndome
de tu Hijo la gracia de mi salvación. Moradores del Cielo, benditos y sagrados frutos de
las entrañas espirituales del maternal Corazón de esta purísima Virgen, pídanle que sea
siempre para mí una Madre benignísima y que me alcance de su querido Hijo Jesús el
servirlos y amarlos fielmente en este mundo para ser del número de los que le bendecirán
y amarán eternamente en el otro. ¡Amén!
57
CAPÍTULO 9
EL CORAZÓN DE JESÚS: HOGUERA ARDIENTE DE AMOR
El amabilísimo Corazón de nuestro bendito Salvador es una hoguera ardiente del más
puro amor hacia nosotros: hoguera de amor que purifica, de amor que ilumina, de amor
que santifica, de amor que transforma, de amor que diviniza.
De amor que purifica, en el que los corazones de los santos son purificados más
perfectamente que el oro en el crisol.
De amor que ilumina, que disipa las tinieblas del infierno de que está cubierta la tierra y
que nos hace participar de las luces celestiales: “nos sacó de las tinieblas a la luz admirable”42.
De amor que santifica, que destruye el pecado en nuestras almas para establecer en ellas
el reino de la gracia. De amor que transforma las serpientes en palomas, los lobos en
corderos, las bestias en ángeles, los hijos del diablo en hijos de Dios, los hijos de ira y de
maldición en hijos de gracia y de bendición.
De amor que deifica, que hace a los hombres dioses: “Yo lo he dicho, son dioses”, haciéndoles
participantes de la santidad de Dios, de su misericordia, de su paciencia, de su bondad,
de su amor, de su caridad y demás divinas perfecciones: “participemos de la divina
naturaleza”43.
El Corazón augusto de Jesús es una hoguera de amor que esparce sus fuegos y llamas por
todos lados, por el cielo, por la tierra y por el universo entero; fuegos y llamas que
abrasan los corazones de los serafines y que abrasarían todos los corazones de la tierra, si
no se opusieran a ello los hielos espantosos del pecado. Este divino incendio transforma
42
1 Pe. 11,9.
43
2 Pe. 1, 4.
58
a todos los corazones en otras tantas hogueras de amor hacia Él, que es todo amor hacia
ellos.
Todas las criaturas que existen en la tierra, hasta las insensibles, inanimadas e
irracionales, sienten los efectos de las bondades increíbles de este Corazón magnánimo,
puesto que ama todas las cosas que son y nada odia de cuanto ha hecho, siendo el pecado,
que Él no ha hecho, el único objeto de su odio: “Tú amas todo cuanto tiene ser, y nada
aborreces de todo lo que has hecho”44.
Pero tiene por los hombres un amor extraordinario, tanto por los buenos y amigos suyos
como por los malos y enemigos, por todos los cuales tiene una caridad tan ardiente que
todos los torrentes y diluvios de los innumerables pecados de las almas no son capaces de
apagar: “Las muchas aguas no han podido extinguir el amor”45. Porque no transcurre momento
alguno en que no les conceda toda clase de bienes naturales y sobrenaturales, corporales
y espirituales, hasta cuando le ofenden y deshonran con sus crímenes.
Este divino incendio del buenísimo Corazón del Hijo de Dios tiene su campo hasta en el
infierno, sobre los condenados y sobre los demonios, conservándoles el ser, la vida y las
perfecciones naturales que les dio en su creación, y no castigándolos tanto como
merecieron por sus pecados, por los que su divina justicia podría muy justamente
castigarles con mucha severidad de lo que lo hace: “No hay quien pueda esconderse de su
calor”46.
44
Sab. 11, 25.
45
Cant. 8, 7.
46
Sal. 18, 7.
59
Hoguera infinitamente deseable: ¡Quién me concediera poder abismarme en sus
ardientes llamas! ¡Madre de Jesús, ángeles y santos todos de Jesús, a todos ustedes y a
cada uno en particular me entrego y les entrego a la vez todos los habitantes de la tierra
para que nos arrojen en lo más profundo de esta hoguera! ¡Escucha, escucha, escucha,
gran hoguera de amor!: es una pajita que reclama con toda instancia y humildad ser
sumergida, abismada, perdida, devorada y consumida enteramente por sus sagradas
llamas para siempre jamás.
Jaculatoria: ¡Fuego que siempre ardes y nunca te extingues, amor que siempre te
enciendes y nunca te entibias, enciéndeme por completo para que todo entero te ame!
CAPÍTULO 10
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, HOGUERA DE AMOR A LA IGLESIA
TRIUNFANTE, MILITANTE Y PURGANTE
Cierto es que este adorable Corazón es horno ardiente de amor divino, que esparce sus
fuegos y llamas por todas partes: en la Iglesia triunfante en el Cielo, en la militante en la
tierra, en la purgante en el purgatorio y hasta en cierta manera en los infiernos.
Si elevamos los ojos y el corazón al cielo, a la Iglesia triunfante, ¿qué vemos? Un ejército
innumerable de Santos, Patriarcas, Profetas, Apóstoles, Mártires, Confesores, Vírgenes
y Bienaventurados. ¿Qué son todos estos Santos? Llamas del inmenso horno del Corazón
divino del Santo de los santos. La bondad y el amor de este Corazón amabilísimo fue lo
que les hizo nacer en la tierra, los iluminó con la luz de la fe, los hizo cristianos,
vencedores del diablo, mundo y carne, los adornó de todas las virtudes, los santificó en
el mundo y los glorificó en el cielo, encendió en sus corazones el amor a Dios, puso en
sus labios las divinas alabanzas, y es fuente de lo grande, santo y admirable que hay en
ellos. De aquí que si durante el año se celebran tantas fiestas en honor de los Santos, ¿qué
Solemnidad no merecerá el divino Corazón, principio de lo noble y glorioso de los
santos?
60
sacerdotales del divino Sacerdote y así cooperar con El en la salvación del mundo, la gran
obra. De ahí que lleven el nombre y la condición de salvadores47. El Sacramento de la
Extrema Unción, finalmente, nos fortifica a la salida de este mundo contra los enemigos
de nuestra salvación que luchen con gran esfuerzo en aquel último momento.
Así que, si tan gran fiesta celebra la Iglesia en honor de este divino Sacramento, ¿con qué
solemnidad deberá celebrar la fiesta del sacratísimo Corazón, origen de todo lo grande,
raro y precioso que hay en el augusto Sacramento?
47
«Ascendent salvatores in montem Sion» (Abd. 1, 21).
48
«Minima poena purgatorii excedit omnes poenas hujus mundi» (3ª. Q. 46. a. 6, ad3.)
49
Sup. Psalm. 37. - «Ille purgatorius ignis durior erit, quam quidquid potest in hoc saeculo poenarum videri,
aut cogitari, aut sentiri». Serm. 4 pro profunctis.
50
«Nihil coinquinatum intrabit in regnum caelorum» (Apoc. 21, 27).
51
Lc. 16,28.
52
Mt 18,9.
53
Mt 25, 46.
61
eterno, en una palabra es el lugar de las venganzas y de la cólera de Dios Nuestro Señor.
Sin embargo, ¿cabe aquí la infinita bondad del misericordiosísimo Corazón de nuestro
amable Redentor? ¿Qué hace aquí tal bondad?
En primer lugar hace que los miserables condenados no sean castigados tanto como lo
merecen; porque siendo el pecado ofensa contra Dios, que merece infinitamente ser
servido y obedecido y a quien estamos infinitamente obligados, merece castigos infinitos
no sólo extensivamente y en cuanto a la cantidad, sino también intensivamente y en grado
y calidad de la pena. Ahora bien, aunque las penas de los réprobos sean infinitas
extensivamente y en su duración, son limitadas intensivamente y en su grado, puesto que
Nuestro Señor podría muy justamente aumentarlas más y más, lo que no hace por la
bondad inefable de su benignísimo Corazón.
En segundo lugar, aunque la justicia hizo el infierno para castigar a los malvados que
mueren en pecado, lo hizo también la misericordia, dice San Crisóstomo, para infundir
el temor de Dios en los corazones de los buenos, e inducirlos a obrar su salvación con
temor y temblor54.
En tercer lugar, la bondad sin par de Nuestro Señor se sirve del fuego del infierno para
encender en nuestros corazones el divino amor. ¿Cómo? De esta manera. Merecedores
del fuego del infierno, ¡cómo hemos de amar al que nos libró de tal suplicio! ¡Cuán pocas
son las personas en el mundo que no hayan cometido algún pecado mortal! Cuantas
ofendieron a Dios mortalmente, siquiera sea una sola vez en la vida, merecieron el
infierno. Mas sólo irán a él los que no se libraron del pecado; pero los que lograron el
perdón ¿a qué no estarán obligados para con la inmensa caridad del Corazón benignísimo
de nuestro Redentor? Estarán infinitamente obligados a servirle y amarle. Reconoce
pues, que las bondades del amable Corazón del divino Salvador son tan admirables, que
echa mano hasta del fuego del infierno para obligarnos a amarle y por lo tanto a ser del
número de los que le poseerán eternamente.
Así es como el divino horno del adorable Corazón de Jesús esparce sus llamas y fuegos
en el cielo, en la tierra y hasta en el infierno. ¡Bondad inefable! ¡Amor admirable! ¡Dios
de mi corazón! ¿Quién tuviera los corazones todos que ha habido, hay y habrá en el cielo,
en la tierra y en el infierno para con ellos amarte, alabarte y glorificarte incesantemente?
Jesús, Unigénito de Dios, Hijo único de María, te ofrezco el amabilísimo Corazón de tu
divina Madre, que vale más y te es más grato que todos ellos. ¡María, Madre de Jesús, te
ofrezco el Corazón adorabilísimo de tu Hijo amadísimo, que es la vida, el amor y el gozo
de vuestro Corazón!
54
«cum timore et tremore» (Ef. 6,5).
62
CAPÍTULO 11
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, HOGUERA DE AMOR A CADA UNO DE
NOSOTROS
El primero es habernos librado del abismo de males en que el pecado nos había
sumergido.
Los enumerados son males infinitamente espantosos. Mas hay uno que los supera a todos,
mal de males, causa única de todos los males de la tierra y del infierno, ¡el pecado! ¡Qué
mal es el pecado! Para entender algo acerca de él, imaginémonos que están en la tierra
todos los hombres que ha habido, hay y habrá y que cada uno de ellos es tan santo como
San Juan Bautista que unidos a ellos están todos los Ángeles del cielo en carne humana,
hechos pasibles y mortales.
Si un pecado venial es un mal tan grande, ¿qué será el pecado mortal, que es constituirse
uno en esclavo del monstruo infernal, más abominable y espantoso que todos los
monstruos y dragones de la tierra y del infierno?
63
Es el abismo de males en que hubiéramos sido precipitados sin esperanza alguna de poder
salir de él. Pues todas las fuerzas humanas y todos los poderes de tierra y cielo no hubieran
sido capaces de sacarnos de él. Con todo, para dicha nuestra, hemos sido librados de él.
¿A quién se lo debemos? Al Corazón amabilísimo de nuestro adorable Redentor. La
inmensa bondad, la infinita misericordia y el incomprensible amor de este divino
Corazón, nos libró de tantos males. ¿Qué servicio le hemos prestado? ¿Qué le hemos
hecho que a cosa tal le obligue? Nada, nada, absolutamente nada. Su amor purísimo fue
el que nos honró con semejante favor. ¿Qué ha hecho Él para procurarnos un bien tan
grande? Ha hecho y sufrido cuanto se puede hacer y sufrir. Bien caro le hemos costado:
su sangre, su vida, mil tormentos y una muerte cruelísima e ignominiosísima. Luego,
¡cuán obligados estamos a honrar, alabar y amar este benignísimo Corazón!
He aquí los efectos infinitos e innumerables del amor inmenso que el divino Corazón de
nuestro Redentor nos patentizó al librarnos de una infinidad de males. Más no le bastó
librarnos de esos males, quiere además hacernos bienes inconcebibles. ¿Qué bienes?
Escucha. ¡Qué bien y qué dicha no sólo ser librado del infierno, sino ser elevado al cielo,
ser ciudadano del Paraíso, donde hay una extensión de todo mal y una posesión plena,
entera, invariable y eterna de toda clase de bienes! ¡Qué dicha y qué bien ser asociado a
los Ángeles, ser su compañero, estar sentado en su trono, vivir de su vida, ser revestido
de su gloria, gozar de su felicidad, en una palabra, ser semejante a los Ángeles!55
55
«Erunt aequales Angelis» Dei (Lc. 20,86)
64
¡Qué bien y dicha es estar en el rango de los hijos de Dios, ser sus herederos y
coherederos de su Hijo!56 Qué bien y qué dicha ser reyes de un reino eterno y poseer el
mismo reino que el Padre dio a su Hijo Jesús57.
Qué dicha y qué bien comer en la mesa del Rey del cielo58. Ser revestidos de la vestidura
real y gloriosa del de Rey, de los reyes59. Sentarse con el soberano Monarca del
Universo60. ¡Qué bien y qué dicha morar y reposar con nuestro Salvador en el seno y en
el Corazón adorable de su divino Padre!61: ¡Quiero que los que me has dado, Padre,
estén conmigo donde Yo estoy! ¿Dónde estás Tú, Salvador mío?62
¡Qué bien y qué dicha poseer todos los bienes que Dios posee! Porque el que tenga a
Dios gozará de toda la gloria, felicidad y riqueza que Dios posee63. Finalmente, qué bien
ser totalmente transformados en Dios, esto es revestidos, henchidos y penetrados de
todas las perfecciones de Dios y más perfectamente que el hierro de las cualidades del
fuego. Ser una misma cosa con Dios64 ¡Ser por gracia y por participación lo que Dios es
por naturaleza y por esencia!
Dime ¿qué bienes son éstos? ¿Qué inteligencia creada los puede comprender? Todas las
lenguas de los hombres y de los Ángeles ¿pueden acaso expresar una partecita de ellos?
Cierto es lo que dice San Pablo, que son tan grandes todos estos bienes, que65 : «Jamás
ha visto el ojo, ni oído el oído, ni puede el corazón humano comprender los bienes inexplicables y
los inestimables tesoros que Dios tiene preparados a los que le aman».
¿A quién debemos todos estos bienes? A la liberalidad inmensa y al amor infinito del
Corazón buenísimo de nuestro amable Salvador. Por lo tanto, ¡qué honores, qué
alabanzas, qué acciones de gracias, debemos darle, y con qué devoción debemos celebrar
la solemnidad de este augustísimo Corazón! Si el mercader que fue robado, no sólo
librara a su asaltador de las manos del verdugo y de la vergonzosa muerte que estaba a
punto de sufrir, sino que le diese además la mitad de sus bienes ¿podría este criminal
agradecer jamás lo bastante semejante bondad?
56
« ¡Videte qualem charitatem dedit nobis Pater, ut fiIii Dei nominemur et simus!» (Jn 3,1).
57
«¡Sicut disposuit mihi Pater et ego dispono vobis regnum!» (Lc 22, 29).
58
«Ut edatis et bibatis super mensam meam» Ibid. 30.
59
«Claritatem quam dedisti mihi, dedi» (Jn 17, 22).
60
«Qui vicerit, dabo ei sedere meum in throno meo» (Apc. 3, 21).
61
«¡Pater, quos dedisti mihi, volo ut ubi sum Ego et illi sint mecum!» (Jn 17, 24).
62
«In sinu Patris» (Id. 1,18).
63
«Amen dico vobis, super omnia bona sua constítuet eum» (Mat 24, 48).
64
«Sicut tu Pater in Me, et Ego in Te, ita et ipsi in nobis unum sint» (Jn 17, 21). 2Pe 1, 4 : «Divinae consortes,
naturae»
65
Nec oculus vidit, nec auris audivit nec in cor hominis ascendit quae praeparavit Deus diligentibus se (1Co
2,9).
65
Pues bien, en nuestro caso hay más que todo eso. Nuestro Salvador, no sólo nos ha
librado de la muerte eterna con todos los tormentos que la acompañan, sino que además
nos ha colmado de una inmensidad de bienes inenarrables, nos ha dado todos sus bienes.
¿Cómo se lo pagaremos?66 ¿No es cierto que aunque tuviéramos tantos corazones de
serafines como estrellas hay en el cielo, átomos en el aire, granos de arena y gotas de
agua en el mar, y no los empleáramos sino en amarle y glorificarle, nada sería todo esto
en comparación del amor que nos tiene y de la obligación que tenemos de consagrarle
nuestros corazones?
Sin embargo, ¿qué hacemos y qué hace la mayor parte de los hombres? ¿No es cierto que
tratan a este adorable Salvador con tanta ingratitud corno si nunca hubieran recibido de
él bien alguno? ¿No es cierto que le tratan como si les hubiera hecho todos los males del
mundo? ¿No es cierto que él nada ha omitido de cuanto podía hacer para testimoniarles
su amor, y que, aun cuando se tratara de toda su gloria y de su propia salvación, no
hubiera podido hacer más que lo que hizo por amor a ellos?67
Si fuera posible, dijo Jesús a Santa Brígida, que volviera a sufrir tantas veces los
tormentos de mi Pasión como almas hay en el infierno, los sufriría de buena gana; porque
la caridad de mi Corazón es hoy tan ardiente como entonces.
Después de todo esto ¿no es asimismo cierto que la mayor parte de los hombres que hay
en la tierra tratan diariamente a este amable Salvador cómo a su mayor enemigo? ¿Qué
injurias, qué crímenes, qué ultrajes, qué crueldades pueden desplegar contra él, que no
lo hagan? En una palabra, ¿qué cosa más execrable pueden hacer que crucificarle todos
los días? Sí, crucificarle, porque el que peca mortalmente le crucifica 68; comete un
crimen mayor que el de los Judíos, porque ellos no le conocían.
66
¿Quid retribuam Domino pro omnibus quae retribuit mihi? (Sal 115, 12).
67
¿Quid potui facere et non feci?
68
Rursus Christum crucifigentes (Hb 6,6).
69
Sic Deus dilexit nos
66
nuestro Rey, nuestro Amigo fidelísimo, nuestro buenísimo Hermano, nuestro Padre
amabilísimo nuestro Tesoro, nuestra Gloria, nuestro soberano bien, nuestra Vida,
nuestro Corazón, nuestro Todo, y que es todo corazón y amor a nosotros?
¡Salvador mío, no sé si aún he comenzado a amarte como debo!70 Quiero amarte con
todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas. Renuncio para siempre a
todo lo que es contrario a tu santo amor. Haz que muera mil muertes antes que
ofenderte. Te doy mi corazón: toma de él plena y entera posesión; aniquila cuanto en él
te desagrade, aniquila el mismo corazón antes que consienta que no te ame71. ¿Pero acaso
es darte algo, darte el corazón de una nada? Señor mío, si tuviera tantos corazones de
serafines como tu omnipotencia podría crear, con qué gozo te los consagraría todos a tu
amor. Te ofrezco el de tu dignísima Madre, que te ama más que todos los corazones que
han sido, son y serán y pueden ser. ¡Madre de Jesús, ama por mí, a tu adorable Hijo!
¡Buen Jesús, ama por mí a tu amable Madre! ¡Ciudadanos todos de la Jerusalén celestial:
amen por mí a Jesús y a María y asócienme a ustedes en el amor que le tienen y
eternamente le tendrán!
CAPITULO 12
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, HOGUERA DE AMOR A NOSOTROS EN
EL SANTÍSIMO SACRAMENTO
Con razón San Bernardo llama al divino Sacramento de la Sagrada Eucaristía, el Amor de
los amores72. Porque si abrimos los ojos de la fe para contemplar los prodigiosos efectos
de la bondad inefable de nuestro Salvador para con nosotros en este adorable misterio,
veremos ocho llamas de amor que de continuo salen de este admirable horno.
La primera llama consiste en que el amor inconcebible del divino Corazón de Jesús, que
le llevó a encerrarse en este sacramento, le obliga a morar en él continuamente, día y
noche, sin salir jamás de él, para estar siempre con nosotros, a fin de realizar la promesa
que nos hizo por estas palabras73: «He aquí que estoy todos los días con ustedes hasta la
consumación de los siglos». «Es el buen pastor que quiere estar siempre con sus ovejas.
Es el médico divino que quiere estar siempre a la cabecera de sus enfermos. Es el padre
70
Dixi nunc caepi.
71
Aut amare Jesum meum, aut mori.
72
Amor amorum.
73
Ecce ego vobiscum sum ómnibus diebus usque ad consumationem saeculi (Mt 24,14).
67
lleno de ternura que jamás abandona a sus hijos. Es el amigo fidelísimo y afectuosísimo
que cifra sus delicias en estar con sus amigos74.
La segunda llama de este ardiente horno es el amor del Corazón adorable de Nuestro
Salvador que en este sacramento le pone en muchas, muy grandes e importantes
ocupaciones por nosotros. Porque aquí está adorando, alabando y glorificando
incesantemente a su Padre por nosotros, es decir para dar cumplimiento a las infinitas
obligaciones que nosotros tenemos de adorarle, alabarle y glorificarle.
Y está ahí dando gracias continuas a su Padre, por todos los bienes corporales y
espirituales, naturales y sobrenaturales temporales y eternos que nos ha hecho, a cada
momento nos hace, y seguirá haciéndonos, si nosotros no se lo estorbamos.
Está ahí amando por nosotros a su Padre, el decir, cumpliendo nuestros deberes por las
infinitas obligaciones que tenemos de amarle. Está ahí ofreciendo sus méritos a la justicia
de su Padre, para pagarle por nosotros lo que nosotros le debemos por nuestros pecados.
Está ahí rogando continuamente a su Padre por nosotros, y por todas nuestras
necesidades75.
La tercera llama de nuestro horno, es el amor infinito de nuestro amable Redentor que
impulsa a su omnipotencia a hacer por nosotros muchos prodigios en este adorable
Sacramento, convirtiendo el pan en su cuerpo y el vino en su sangre, y obrando muchos
otros milagros que sobrepasan incomparablemente a todos los que hicieron Moisés, los
Profetas, los Apóstoles y hasta nuestro Salvador mientras estaba en la tierra. Porque
todos estos milagros se hicieron únicamente en Judea y éstos se realizan en todo el
universo. Aquéllos fueron pasajeros y de poca duración; y éstos son continuos y durarán
hasta el fin del mundo. Aquellos se hicieron en cuerpos separados de sus almas, que
resucitaron, en enfermos que fueron curados, y en otras criaturas parecidas; pero éstos
se obran en el cuerpo adorable de un Dios, en su preciosa sangre y hasta en la gloria y
grandezas de su divinidad, que está en este Sacramento como aniquilada, sin que por
ningún lado aparezca, como si en realidad no existiese.
La cuarta llama está señalada en estas divinas palabras del Príncipe de los Apóstoles, o
mejor del Espíritu Santo que habla por su boca76: «Dios envió a su Hijo para bendecirlos»;
y vino este Hijo adorable todo lleno de amor a nosotros, y con un deseo ardentísimo de
derramar incesantemente sus santas bendiciones sobre los que le honran y le aman como
74
Deliciae meae ese cum filiis hominum (Prov. 7,31).
75
Semper vivens ad interpellandum pro nobis (Hb 7, 25).
76
Misit Deus Filium suum benedicentem vobis (Hch. 3,26).
68
a Padre suyo. Principalmente por este divino Sacramento colma de bendiciones a los que
no se lo estorban.
La quinta llama es su amor inmenso a nosotros, que le obliga a tener con él todos los
tesoros de gracia y de santidad que adquirió en la tierra para dárnoslos. Y, en efecto, en
la santa Eucaristía nos da bienes inmensos e infinitos, y gracias abundantísimas y muy
particulares, si aportamos las disposiciones requeridas para recibirlas.
La sexta llama es el amor ardentísimo que le pone todos los días en disposición, no sólo
de enriquecernos con los dones y gracias que con su sangre nos adquirió, sino también
de dársenos a sí mismo enteramente por la santa comunión; es decir, de darnos su
divinidad, su humanidad, su persona divina, su cuerpo adorable, su sangre preciosa, su
santa alma, en una palabra todo lo que tiene y es, en cuanto Dios y en cuanto hombre; y
consiguientemente de darnos su eterno Padre y su Santo Espíritu, que son inseparables
de Él; como también de inspirarnos la devoción a su santísima Madre, que sigue por
doquier a su divino Cordero, mucho más que las santas Vírgenes, de las que se ha dicho:
Quiero seguir al Cordero por donde quiera que vaya77.
La séptima llama, es el amor increíble que lleva a este buenísimo Salvador a sacrificarse
aquí continuamente por nosotros; amor que en cierta manera supera al amor con que se
inmoló en el altar de la cruz. Porque allá se inmoló sólo en el Calvario, y aquí se sacrifica
en todos los lugares en que está presente por la santa Eucaristía. Allá se inmoló sólo una
vez; aquí se sacrifica miles de veces todos los días. Es cierto que el sacrificio de la cruz se
realizó en un mar de dolores, y que aquí se hace en un océano de gozo y de felicidad;
pero estando el Corazón de nuestro Salvador tan abrasado en amor a nosotros ahora
como entonces, si fuera posible y necesario para nuestra salvación, estaría dispuesto a
sufrir los mismos dolores que soportó al inmolarse en el Calvario, tantas veces como a
diario se sacrifica en todos los altares del mundo; y ello por el amor infinito e inmenso
que nos tiene.
La octava llama de nuestro amable horno consiste en el amor que nuestro benignísimo
Redentor nos demuestra cuando da a los hombres todos estos testimonios de su bondad,
en un tiempo en que no recibe de parte de ellos sino demostraciones del más furioso odio
que pueda imaginarse.
¿En qué tiempo nos hace patente tanto amor? El último de sus días y la víspera de su
muerte, es cuando instituye este divino Sacramento, cuando los hombres despliegan
77
Sequuntur Agnum quo qumque ierit (Apc. 14,4).
69
contra Él más rabia y furor que los mismos demonios, según éstas sus palabras: Esta es su
hora, la hora del poder de las tinieblas78.
¡Salvador mío, no tienes sino pensamientos de paz, de caridad y de bondad para con los
Hombres! Y ellos no tienen sino pensamientos de malicia y de crueldad contra Ti. Tú no
piensas sino en encontrar medios de salvarlos; y ellos no piensan sino en encontrar
medios de perderte.
Todo tu Corazón y todo tu Espíritu se dedican a romper las cadenas que les tienen
cautivos y esclavos de los demonios; y ellos te venden, te traicionan y te entregan en
manos de tus crueles enemigos. Tú te ocupas en instituir un Sacramento admirable, para
estar siempre con ellos; pero ellos no quieren nada de Ti, se esfuerzan por arrojarte del
mundo, en desterrarte de la tierra, y, si pudieran, hasta en aniquilarte. Tú les prepararías
una infinidad de gracias, de dones y de favores para la tierra, y tronos magníficos y
coronas gloriosas para el cielo, si no quieren hacerse indignos de ellas; y ellos te preparan
cordeles, azotes, espinas, clavos, lanzas, cruces, salivazos, oprobios, blasfemias, y toda
suerte de ignominias, de ultrajes y de crueldades. Tú les haces un festín deliciosísimo con
tu propia carne y tu propia sangre; y ellos te abrevan con hiel y vinagre. Tú les das tu
cuerpo santísimo, inocentísimo e inmaculado; y ellos lo magullan a golpes, le desgarran
a fuerza de azotes, le traspasan con clavos y con espinas, le cubren las llagas desde los
pies hasta la cabeza, le descoyuntan en la cruz, y le hacen sufrir los más atroces suplicios.
En fin, Señor mío, Tú los amas más que a tu sangre y tu vida, puesto que por ellos los
sacrificaste, y ellos te arrancan el alma del cuerpo a fuerza de tormentos.
¡Qué bondad! ¡Qué caridad! ¡Qué amor el de tu Corazón adorable! ¡Salvador mío! ¡Qué
ingratitud, qué impiedad, qué crueldad la del corazón humano para contigo!
Lo que entonces pasó, pasa también ahora. Porque tu amabilísimo Corazón, Jesús mío,
está en este Sacramento del todo abrasado en amor a nosotros; y está obrando para
nuestro bien mil y mil efectos de su bondad Pero ¿qué es lo que te devolvemos, Señor
mío? Ingratitudes y ofensas de mil modos y maneras, de pensamiento, palabra y obra,
pisoteando tus divinos mandamientos y los de tu Iglesia. ¡Qué ingratos somos! Nuestro
benignísimo Salvador nos ha amado tanto que hubiera muerto de amor a nosotros mil
veces mientras estuvo en la tierra, si no hubiera conservado Él mismo su vida
milagrosamente, y a ser posible, y si necesario fuera para nuestra salvación, estaría aún
dispuesto a morir mil veces por nosotros. Muramos, de dolor a vista de nuestros pecados;
muramos de vergüenza, al ver que tan poco amor le tenemos; muramos con mil muertes
78
Hace est hora vestra et potestas tenebrarum (Lc. 22, 53).
70
antes que ofenderle en lo venidero. ¡Salvador mío, concédenos esta gracia! ¡Madre de
Jesús, obtennos de tu amado Hijo este favor!
CAPITULO 13
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, HOGUERA DE AMOR A NOSOTROS EN
SU SANTA PASIÓN
Toda la vida pasible y mortal de nuestro adorabilísimo Salvador sobre la tierra fue un
continuo ejercicio de caridad y de bondad para con nosotros. Pero fue en su Pasión donde
nos dio los mayores testimonios de su amor. Porque, en este tiempo, en un exceso de su
bondad, sufre tormentos espantosos para librarnos de los suplicios terribles del infierno,
y para adquirirnos la felicidad inmortal del cielo. Entonces se ve su cuerpo adorable
cubierto de llagas y bañado en su sangre. Entonces su cabeza sagrada es taladrada por
agudas espinas y sus pies y manos traspasados por gruesos clavos, sus oídos llenos de
blasfemias y maldiciones, su boca abrevada con hiel y vinagre, y la crueldad de los judíos
le arranca el alma a fuerza de tormentos. Entonces principalmente su divino Corazón se
ve afligido con una infinidad de llagas sangrientas y dolorosas cuyo número es casi
infinito.
Se pueden contar, sí, las llagas de su cuerpo, pero las de su Corazón son innumerables.
¿Qué llagas son éstas del Corazón adorable de Jesús? Las hay de dos clases que proceden
de dos diferentes causas:
La primera causa de las llagas dolorosísimas del divino Corazón de nuestro Redentor,
son todos nuestros pecados. Leo en la vida de santa Catalina de Génova que un día le hizo
Dios ver el horror del menor pecado venial; y asegura ella que, por más que esta visión
no duró más que un momento, lo vio sin embargo tan espantoso, que se le heló la sangre
en las venas, se puso en agonía y hubiera muerto si Dios milagrosamente no la hubiera
conservado para contar a los demás lo que ella había visto. Añadió que si se hallara en lo
más profundo de un mar de fuego y de llamas, y estuviera en su poder salir de él a
condición de volver a ver cosa tan espantosa, preferiría seguir en él a salir con esta
condición. Pues si la vista del menor pecado venial puso a esta santa en tal estado ¿qué
hemos de pensar del estado a que N. Salvador se vio reducido a la vista de todos los
pecados del universo? Porque todos los tenía de continuo delante de sus ojos, y siendo
su luz infinitamente mayor que la de esta santa, vela en el pecado infinitamente más
horror que el que ella podía ver.
71
Veía la injuria y el infinito deshonor que todos los pecados dan a su Padre; veía la condena
por tales pecados; y como tenía un amor de una cantidad innumerable de almas, caufinito
a su Padre y a sus criaturas, todos estos pecados y su vista inundaban su Corazón de
infinitas llagas.
De suerte que, cuenta si puedes todos los pecados de los hombres que son más que las
gotas del mar, y habrás contado las llagas de] Corazón amable de Jesús.
La segunda causa de estas llagas; es el amor infinito a todos sus hijos en que se abrazaba
este Corazón, y la visión que tenía de todas las penas y aflicciones que habían de
sobrevenirles, especialmente de los tormentos que todos sus santos Mártires habían de
sufrir. Cuando una madre que ama mucho a su hijo, le ve sufrir, es cierto que sus dolores
le son más sensibles que al propio hijo. N. Salvador nos ama tanto, que si se reuniese en
un solo corazón el amor de todos los padres y todas las madres, todo ello no sería sino
una centellita del que arde en el suyo para con nosotros. Por eso, como todas nuestras
penas y dolores estaban siempre presentes a sus ojos, y las veía clarísima y distintamente,
eran para su Corazón paternal otras tantas sangrientas llagas: ciertamente llevó nuestras
dolencias y cargó nuestras enfermedades79; Llagas tan dolorosas y penetrantes, que le hubieran
causado mil veces la muerte, durante el curso de su vida, y hasta apenas nacido, si no se
hubiera conservado por milagro, puesto que desde su nacimiento hasta la muerte su
Corazón estuvo continuamente traspasado con llagas mortales.
Siendo esto así, ¡cuán obligados estamos a este buenísimo Corazón!, ¡Que tantas llagas
soportó por nuestro amor! ¿Qué motivo tenemos para temer cometer nuevos pecados,
que le dan sobrado motivo para quejarse de nosotros?80 «Me han añadido llagas sobre
llagas y dolores sobre dolores». Cuánto debemos temer ser del número de los que San
Pablo dice que le crucifican de nuevo: crucificar a Cristo de nuevo81. ¡Con qué afecto
debemos abrazar y sufrir todas las aflicciones que nos sobrevengan por amor a N. Señor,
puesto que Él las soportó primero por nuestro amor! ¿No deben parecernos muy dulces,
puesto que pasaron por su dulcísimo y amabilísimo Corazón? Y ¡qué horror hemos de
tener a nuestros pecados que tantas llagas hicieron y tantos dolores causaron al Corazón
divino de nuestro Redentor!
79
Vere languores nostros ipse tulit, et aegrotationes nostras portavit.
80
Super dolorem vulnerum meorum addiderunt (Sal. 68, 27).
81
Rursus Christum crucifigentes.
72
decía; y al mismo tiempo salió sangre de sus llagas, dándole a entender con esto nuestro
bondadosísimo Salvador que estaba dispuesto a derramar de nuevo su sangre y a morir
por su salvación, si fuera necesario. Pero, a pesar de esta indecible bondad, este miserable
permaneció en su endurecimiento, y salió una onda de sangre de la llaga del costado, que
lanzada sobre él le dio allí mismo la muerte. ¿Qué fue de su alma? ¡Lo dejo a tu
consideración! ¡Dios mío, qué espantoso espectáculo!
Aprendamos de aquí que si no nos salvamos no es por nuestro Redentor. Pero hay
corazones tan duros, que, aun cuando bajara Él mismo del cielo para predicarles, y aun
cuando lo vieran cubierto de llagas y bañado en su sangre, no se convertirían. Dios mío,
no permitas que seamos de este número, sino concédenos la gracia de abrir los oídos a la
voz de las sagradas llagas de tu Cuerpo y de tu Corazón, que son otras tantas bocas por
las que clamas sin cesar82: « Vuelvan, pecadores, vuelvan a su corazón», es decir a mi
Corazón, que es todo suyo, puesto que todo él se lo he dado. Vuelvan a este benignísimo,
Corazón de su Padre, lleno de amor y misericordia para con ustedes, que los recibirá y
os alojará en sus entrañas, y los colmará de toda clase de bienes. Pero vuelvan pronto y
enteramente y con todas sus afecciones.
Dejen el pecado, renuncien al partido del infierno, Huyan de todas las ocasiones del mal,
y abracen la práctica de todas las santas virtudes. Bienaventurados los que a esta voz se
rindan; desgraciados los que le cierren los oídos y endurezcan sus corazones como este
infortunado de que acabamos de hablar.
¡Ay del corazón duro, porque su fin será el del réprobo!83 ¡Ay del corazón duro, porque
perecerá eternamente, rabiará eternamente, y sufrirá eternamente tormentos indecibles
e incomprensibles! ¡Salvador mío, te doy mi corazón: guárdalo de semejante desgracia!
¡Madre de misericordia, te doy este mismo corazón: dalo a tu Hijo, y suplícale que lo
ponga en el lugar de los corazones santos que amarán a Hijo y Madre por toda la
eternidad!
CAPÍTULO 14
EL CORAZÓN DE JESÚS, UNA MISMA COSA CON EL CORAZÓN DEL
PADRE Y DEL ESPÍRITU SANTO. EL CORAZÓN ADORABLE DE ESTAS
TRES DIVINAS PERSONAS, HOGUERA DE AMOR A NOSOTROS
82
Redite, prævaricatores ad cor (Is. 46,8).
83
Cor durum male habebit in novissimo (Eccl. 3, 27).
73
Todo el mundo sabe que la fe cristiana nos enseña que en el misterio adorable de la
santísima Trinidad hay tres Personas: tres Personas que no son sino una misma divinidad,
un mismo poder, una misma sabiduría, una misma bondad, una misma inteligencia, una
misma voluntad y un mismo corazón. Por eso, nuestro Salvador, en cuanto Dios, no
tiene sino un mismo Corazón con el Padre y el Espíritu Santo; y en cuanto hombre, su
Corazón humanamente divino y divinamente humano no es más que una misma cosa con
el Corazón del Padre y del Espíritu Santo, en unidad de espíritu, de amor y de voluntad.
De aquí que adorar al Corazón de Jesús, sea adorar al Corazón del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, adorar a un Corazón que es un horno de amor ardentísimo a nosotros.
En este horno es preciso ahora que nos abismemos, a fin de arder en él eternamente.
Desgraciados los que han de ser arrojados en el horrible horno del fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles; pero ¡felices los que serán arrojados en el horno
eterno del divino amor que abrasa el adorable Corazón del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo!
Para animarnos a sumergirnos en él de todo corazón, veamos un poco qué fuego y qué
amor es éste.
¿Quieres ver cómo es el amor del Corazón paternal de nuestro divino Padre, que es el
Padre de Jesús? Escucha a San Pablo84: «No perdonó a su propio Hijo, sino que le entregó
por todos nosotros». Le envió a este mundo y nos lo dio para testimoniarnos su amor de
una manera admirable. Porque, antes de enviarle, sabía muy bien de qué manera le
habíamos de tratar. Sabía que al nacer en la tierra para hacer nacer a los hombres en el
cielo, su divina Madre buscaría un lugar donde dárnoslo nacido, y que no lo encontraría:
No había sitio en la posada85; que así que hubiera nacido, los hombres le buscarían para
matarle, y que se vería obligado a huir y a ocultarse en un país extranjero y de bárbaros;
que cuando comenzara a predicarles e instruirles, le tratarían como a un insensato,
queriendo atarle como si hubiera perdido el juicio; que cuando predicara la palabra de su
Padre, muchas veces cogerían piedras para apedrearle, y que le llevarían a lo alto de un
monte para precipitarle y matarle; que le atarían y le agarrotarían como a un ladrón; que
le arrastrarían por las calles de Jerusalén como a un criminal; que la harían sufrir una
infinidad de ultrajes y de tormentos; que le harían morir con la más infame y cruel de
todas las muertes; que una vez resucitado, ahogarían la creencia de su resurrección, a fin
de aniquilarla por completo; que establecida la Iglesia y los sacramentos para aplicar a las
almas los frutos de su Pasión y de su muerte, la mayor parte de los cristianos abusarían
de ellos, los profanarían, y les harían servir para su mejor condenación; que en fin,
después de todos sus trabajos, sus sufrimientos y su muerte, la mayor parte de los
84
Proprio Filio non pepercit, sed pro nobis ómnibus tradidit illum (Rm. 8,32).
85
Non erat locus in diversorio (Lc. 2,7).
74
hombres pisotearían su preciosa sangre y harían vano e inútil todo lo que por su salvación
hubiera hecho y se perderían miserablemente.
Miraste, Padre adorable, todas estas cosas y sin embargo, no dejaste de enviarnos a tu
amado Hijo. ¿Qué es lo que a esto te ha obligado? El amor incomprensible de tu Corazón
paternal para con nosotros: parecería, Padre de las misericordias, que nos amaste más
que a tu Rijo y más que a Ti mismo, puesto que tu Hijo no es sino una cosa contigo.
Pareciera que, por amor a nosotros odias a tu Hijo, y por consiguiente a Ti mismo, no
siendo sino una cosa con Él. ¡Exceso! ¡Bondad inconcebible! ¡Amor admirable! He aquí
algo del infinito amor del Corazón amable del Padre eterno hacia nosotros.
¿Quieres ver ahora el amor incomprensible del divino Corazón del Hijo de Dios a
nosotros? Óyele hablar86: « Te he amado como mi Padre me ha amado». Mi Padre te ama
tanto que, por amor tuyo, me entregó a la muerte, y a la muerte de cruz; y yo te amo
tanto que, por amor a ti, me abandoné al poder de las tinieblas y a la rabia de los judíos,
mis mortales enemigos: esta es la hora del poder de las tinieblas87. ¡Salvador mío!, puedo en
verdad decirte con tu fiel siervo San Buenaventura que: me amaste tanto, que parece que
por mí te odias88.
Vengamos al amor del Espíritu Santo, que es el Corazón del Padre y del Hijo. Cuando
este divino Espíritu formó al Hombre-Dios en las sagradas entrañas de la bienaventurada
Virgen, para dárnoslo, ¿sabía lo que habíamos de hacer de él? ¿Sabía todas las indignidades
y crueldades que los hombres habían de cometer contra él? ¿Sabía que harían todos sus
esfuerzos para destruir su admirable obra maestra, que es el Hombre-Dios? Sí, lo sabía
perfectísimamente; y sin embargo no dejó de formarle en el seno virginal; de hacerle
nacer en el mundo para nosotros; de mostrarse en figura de paloma sobre su cabeza, en
el río Jordán, a fin de dárnoslo a conocer; de guiarle al desierto para que allí hiciera
penitencia por nuestros pecados; de animarle a predicarnos su santo Evangelio y
anunciarnos las verdades del cielo: El Espíritu del Señor está sobre mí89 etc.; y de llevarle a
sacrificarse a sí mismo en la cruz, por nuestra Redención. Por el Espíritu Santo se ofreció90.
¡Amor sin igual! ¡Espíritu de amor y de caridad, permíteme que te diga que ames más al
hombre pecador y criminal que al Hombre-Dios que es el Santo de los santos, a un
esclavo de Satanás que al Hijo único de Dios, a un tizón del infierno que al Rey del cielo!
¡Prodigio sin par! ¿Qué es lo que así te ha encantado? Perdóname, Espíritu adorable, si
así hablo; pero ¿no es cierto que parece que el amor excesivo que nos tienes te ha
86
Sicut dilexir me Pater, et ego dilexi vos (Jn. 15,9).
87
Haec est hora vestra et potestas tenebrarum.
88
Domine, in tatum dilexisti me, ut te pro me odisse videaris. In stimulo amoris, parte 1
89
Spiritus Domini super me (Lc. 4, 18).
90
Per Spiritum Sanctum semetipsum obtulit (Hb. 9, 14).
75
encantado a Ti, al divino Padre y a su Hijo único? ¡Cuán cierto es lo que se dice que:
Amare et sapere vix Deo conceditur!
Así es como nos aman el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: Tanto amó Dios al mundo91;
así es como el divino Corazón es un horno de amor a nosotros.
Después de esto, ¿qué haremos para ser reconocidos a tanta bondad? ¿Qué pides, Dios
mío, de nosotros? ¿No oíste su voz que hace mucho tiempo nos dice92: «Hijo mío, dame tu
corazón»?
Un gran prelado llamado Juan de Zumárraga, primer arzobispo de Méjico, en una carta
que escribió a los Padres de su Orden reunidos en Tolosa el año 1532, según nos lo
refiere Drexelius, de la Compañía de Jesús, atestigua que antes de que los habitantes de
dicha ciudad de Méjico se convirtiesen a la fe, el diablo, a quien adoraban en sus ídolos,
ejercía sobre ellos una tiranía tan cruel, que les obligaba a degollar todos los años más de
veinte mil niños de ambos sexos, y a abrirles las entrañas para extraerles el corazón, a fin
de hacer con ellos un sacrificio, quemándolos sobre carbones encendidos a guisa de
incienso. Si sólo en la ciudad de Méjico se inmolaban todos los años a Satanás más de
veinte mil corazones de niños, dejo a su consideración cuántos se le sacrificarían cada año
en todo el reino de Méjico.
Adoramos a un Dios que no exige cosas tan extrañas. Pide ciertamente nuestro corazón;
pero no quiere que lo saquemos del pecho para ofrecérselo, se contenta con que le demos
sus afectos, especialmente los de amor y de odio: el amor para amarle con todas nuestras
fuerzas y sobre todas las cosas; el odio, para no odiar más que el pecado. ¿Hay nada más
dulce que amar a una bondad infinita, de la que no hemos recibido jamás sino toda clase
de bienes? ¿Hay nada más fácil que odiar la cosa más horrible del mundo, la que es la
única causa de todos los males? Ciertamente si negamos nuestro corazón al que hace tanto
tiempo nos lo pide de manera tan dulce y encantadora, y un corazón que por infinidad
de títulos le pertenece, todos esos paganos que sacrificaron al diablo los corazones de sus
hijos se levantarán contra nosotros y nos condenarán el día del juicio. ¡Qué confusión
para nosotros, cuando el verdadero y legítimo Rey de nuestros corazones nos muestre a
estos pobres idólatras, y nos diga: «Miren, ha habido gentes que arrancaron el corazón
del pecho de sus propios hijos para inmolarlos a Satanás y ustedes me han negado los
afectos del vuestro!». No consintamos que se nos eche en cara tan vergonzoso reproche;
demos de una vez entera e irrevocablemente nuestro corazón al que lo creó, lo rescató,
y que tantas veces nos dio el suyo.
91
Sic Deus dilexit mundum (Jn. 3, 16).
92
Fili, præbe cor tuum mihi (Prov. 23, 26).
76
La historia de las Cruzadas, escrita por un Padre de la Compañía de Jesús, refiere que el
año 1098 Godofredo de la Tour, natural de Limoges, Francia, que era uno de los más
valientes militantes del ejército cristiano, habiendo oído el rugido de un león que parecía
quejarse de algún gran mal que padecía, entró en el bosque próximo, y corriendo hacia
el lugar donde se oía el rugido, vio que una horrible serpiente de descomunal tamaño,
enroscada en las patas y el cuerpo del león, le había dejado indefenso, y le lanzaba
redobladas porciones de su veneno para matarle. Conmovido Godofredo ante el Peligro
del león, dio con su sable contra la serpiente sin herir al león. Al verse libre este pobre
animal reconociendo al autor de su libertad, le daba las gracias de la mejor manera posible
halagándole y lamiéndole los pies; apegándose y aficionándose después a él como a quien
debía la vida, no quiso abandonarle jamás y le siguió por todas partes como un perro fiel
a su dueño, sin hacer nunca mal a nadie sino a los que ofendían a su señor, con él iba
siempre al combate y a la caza, proveyéndole siempre de abundantes piezas. Pero lo más
admirable es, que, al volver a Francia, después de las Cruzadas, no queriendo consentir
el patrón de la embarcación que entrase en ella el león que le acompañaba, esta pobre
bestia, desesperada al verse alejada de su bienhechor, se lanzó al mar, hasta que,
faltándole las fuerzas pereció ahogada, prefiriendo morir a verse separada de su amo.
Después de esto ¿no es cierto que debemos morir de confusión, viendo que una bestia
tan feroz como un león, nos dé esta lección en materia de agradecimiento a nuestro
soberano Bienhechor? ¿Habrá que enviar a los cristianos a la escuela de las fieras para
aprender lo que deben a Dios? ¡Salvador mío, Tú me arrancaste de las garras del dragón
infernal, me diste tu vida para librarme de la muerte eterna del infierno y hacerme vivir
de una vida inmortal y bienaventurada en el cielo. ¡Sea yo todo tuyo!; no viva sino para
Ti. Sigue a todas partes; y que las facultades de mi alma se adhieran inviolablemente a tu
divina voluntad; que no tenga otros sentimientos que los tuyos; que no odie jamás sino a
tu enemigo, que es el pecado; que sólo a Ti ame en todas las cosas; y muera antes mil
veces que separarme de mi amabilísimo Jesús.
CAPITULO 15
EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS, TESORO INMENSO, TODO NUESTRO
Sí, el divino Corazón de Jesús es un tesoro inestimable, que encierra en sí todas las
riquezas maravillosas del cielo y de la tierra, de la naturaleza, de la gracia y de la gloria;
todas las riquezas que hay en todos los Ángeles y Santos, en la Virgen bienaventurada, en
77
la Divinidad, en la santísima Trinidad, en todas las perfecciones divinas. Porque, si San
Crisóstomo dice que la santísima Virgen es un abismo de las inmensas perfecciones de la
Divinidad: Abysus immensarum Dei perfectionum93, ¡cuánto más cierto es esto tratándose del
Corazón adorable de Jesús!
Además, este Corazón es un tesoro preciosísimo que contiene todos los méritos de la
vida del Salvador, todos los frutos de sus divinos misterios, todas las gracias que con sus
trabajos y sufrimientos nos adquirió, todos las virtudes que en un grado infinitamente
elevado practicó, todos los dones del Espíritu Santo de que fue colmado.
Ahora bien, ¿para quién es tan maravilloso tesoro? Para nosotros, para cada uno de
nosotros en particular, porque sólo a nosotros interesa tomar posesión de él. ¿Por qué
títulos, y con qué derecho es nuestro este tesoro? Nos lo dio el Padre de Jesús al darnos
a su Hijo; y nos lo da continuamente, porque su donación no es pasajera: los dones y la
llamada de Dios son para siempre94. El Hijo de Dios nos lo da además infinitas veces dándose
a nosotros y nos lo da continuamente en la sagrada Eucaristía. El Espíritu Santo nos lo da
también continuamente. La Virgen bienaventurada de igual manera, porque no teniendo
sino un Corazón y una voluntad con su Hijo, quiere todo lo que Él quiere, y nos da con
Él todo lo que Él nos da.
Queda, pues, asentado que el Corazón amable de Jesús es todo nuestro, y que es nuestro
Corazón. Cada uno de nosotros puede decir con San Bernardo: «El Corazón de Jesús es
mi corazón y lo diré con atrevimiento, porque si Jesús es mi cabeza ¿lo que es de mi
cabeza, no es mío? Como los ojos de mi cabeza corporal son verdaderamente míos, así
el Corazón de mi cabeza espiritual es verdaderamente mi Corazón. ¡Qué dicha, pues que
es cierto que no tengo con Jesús sino un solo Corazón!»95.
Pero ¿de qué serviría a un hombre poseer un rico tesoro, si se dejase morir de hambre,
de sed y de frío junto a su tesoro; y si, por no pagar sus deudas se dejase llevar a una
cárcel y podrirse en ella? Así, ¿de qué nos servirá este gran tesoro si no hacemos uso de
él? Porque Dios para este fin nos lo ha dado, para que sirviéndonos de él, cumplamos
todas nuestras obligaciones y paguemos todas nuestras deudas.
¿Qué deudas son éstas? Infinitas, porque debemos a Dios y a los hombres, al Creador y a
todas las criaturas. Al Creador debemos cinco cosas: 1) Adoración, honor, gloria y
93
In. Hor. Ani.
94
Sine pœnitentia sunt dona Dei (Rm. 11, 29).
95
Cor Jesu meum est, audacter dicam ; si enim caput meum Christus est, quomodo quod capitis mei est non
meum est? Sicut ergo oculi capitis me¡ corporalis mei oculi sunt, ita et spiritualis Cor, Cor meum est. Bene
ergo mihi, ego vere cum Jesu Cor unum habeo D. Bern. Tract. de Pasa. Dom. cap. 8 . (Esta cita se atribuye
hoy a San Buenaventura).
78
alabanza; 2) amor; 3) acción de gracias; 4) satisfacción por nuestros pecados; 5) donación
de nosotros mismos pues le pertenecemos por infinidad de títulos. Añadamos a esto la
oración, cuya obligación se funda en dos principios: en nuestra pobreza e indigencia
infinitas, no siendo nada, ni teniendo nada de nosotros mismos; y en que Dios es el
soberano bien y la fuente de todo bien, y su bondad infinita pone en Él una infinita
inclinación a colmarnos de sus bienes; pero quiere, y es justo, que se lo pidamos en
nuestras oraciones.
En primer lugar, es necesario estar en gracia de Dios. Después, al celebrar la santa Misa,
si eres sacerdote, o al asistir a ella, si no lo eres, y principalmente después de haber
comulgado, acuérdate de que tienes al Corazón divino de Jesús en tu pecho, donde están
también las tres Personas divinas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y dirigiéndote en
primer lugar al Padre, háblale así, poco más o menos, pero con todo el respeto y la
humildad posibles:
«Padre santo, te rindo honor, gloria, amor, alabanzas, adoraciones, acciones de gracias
y satisfacciones infinitas; y me doy a Ti por una infinidad de razones. No tengo de mí
mismo con qué pagar todas estas deudas, no teniendo ni siendo nada. Pero te ofrezco el
Corazón divino de tu muy amado Hijo, que Tú me has dado para satisfacer la obligación
que tengo de adorarte, honrarte, alabarte, glorificarte, amarte, darte gracias, satisfacerte
por mis pecados, darme a Ti y rogarte por este mismo Corazón que me concedas todas
las gracias que necesito. He aquí mi tesoro que me diste en una exceso de bondad; dígnate
recibirlo, Padre de las misericordias, tomando de este sagrado tesoro con qué dar plena
satisfacción a todas mis deudas».
Después di otro tanto al Hijo de Dios, ofreciéndole este tesoro, es decir su propio
Corazón, como también el de su santísima Madre, que en cierta manera es una misma
cosa con el suyo, y que le es más grato que todos los corazones del paraíso.
A continuación, ten presentes las infinitas obligaciones para con la Madre de Dios, que
te dio un Salvador, con todos los infinitos dones que de este maravilloso don proceden.
Ofrécele el amable Corazón de su amado Hijo, en acción de gracias por todos los favores
que de esta divina Madre has recibido. Ofrécele también este Corazón, en reparación y
suplemento de todas tus negligencias, ingratitudes e infidelidades para con ella. Es ésta
una instrucción que ella misma dio a Santa Matilde, cuando apenada ésta por las
negligencias cometidas en su servicio, la Santísima Virgen le advirtió que le ofreciera el
79
santísimo Corazón de su queridísimo Hijo, asegurándole que le sería esto más grato que
todas las devociones y ejercicios de piedad que para con ella pudiera practicar96.
Considerando además que eres también deudor al Ángel de tu Guarda, a todos los demás
Ángeles, a tus patronos y demás Santos, por las oraciones que por ti hacen, y por la
mucha asistencia que te han prodigado, ofréceles a todos en general, y a cada uno en
particular, tu gran tesoro, en acción de gracias, en suplemento de tus faltas para con
ellos, y para aumento de su gloria accidental.
Piensa que aún eres deudor a tu prójimo. A todos debes caridad, hasta a tus enemigos; a
los pobres, tu asistencia según tus posibilidades; a tus superiores, respeto y obediencia.
Para dar satisfacción a todos estos deberes, ofrece a Nuestro Salvador su divino Corazón,
en reparación de las faltas que en esto has podido cometer; pídele que las repare en tu
lugar y que te dé todas las gracias que necesitas para en adelante cumplir perfectamente
todas tus obligaciones con el prójimo.
Encuentro en las obras de Santa Matilde, que habiéndole suplicado cierta persona rogara
por ella a Nuestro Señor le diese un corazón humilde, puro y caritativo, y habiéndolo así
hecho, Nuestro Señor dio a la santa esta respuesta: «Que busque en mi Corazón todas las
cosas que desea y de que tiene necesidad; y que me pida ella que se las dé, como un niño
pide confiadamente a su Padre todo lo que desea. Cuando desee la pureza de corazón,
que recurra a mi inocencia; cuando desee la humildad, que la saque de mi humildísimo
Corazón; que tome también de aquí mi amor con toda mi santa vida, apropiándose
confiadamente de todo lo bueno y santo que hay en este Corazón, puesto que todo lo he dado a
mis hijos»97.
He aquí el tesoro inmenso e inagotable que nuestro buenísimo Jesús nos ha dado, del que
podemos tomar con confianza todo lo que nos falta, mientras lo poseemos. Pero ¡ay si
llegamos a perderlo por el pecado! ¡Dios mío, qué espantosa pérdida! Estoy seguro de
96
San Juan Eudes no indica de dónde ha tomado este hecho. Quizás del pasaje del Libro de la Gracia Especial,
P. 1, e. 46: «Incidit aliquando menti ejus ut judicaret se Dominae nostrae, omnibus diebus vitae suae, munus
devote quam debuisset, deservisse... Quam Dominus mira blanditate suscipiens, os ejus Cordi suo divino
applicuit, dicens: Hinc inde «hauries quidquid Matri meae impendere copia»... Altera vice eum similem
negligentiam alterius personas gloriosae Virgini Mariae conquerendo exposuisset, illa dabat sibi Cor Christi in
similitudinem lampadis ardentis, dicens ad eam: «Ecce hoc dignissimum... dilecti Filii mei tibi do, ut ipsum...
pro his quae in obsequio meo neglexerit mihi offerat, et satis gratanter supplebit».
97
Rogabat pro una persona Dominum ut purum, humile desiderans, emana et a spirituale cor sibi donaret.
Pro qua tale responsum audivit: «Omnia quae vult et quibus indiget, in Corde meo requirat, et a me sibi dare
postulet, more pueri qua a patre omnía quae desiderat petit. Cum enim puritatem meam recurrat
innocentiam; cum vult humilitatem, de meo eam accipiat. Desiderium etiam suum de meo suppleat, et
amorem meum cum religlosa et toda divina conversatione mea sibi fidenter usurpet». Liber gratiae specialis.
p.4. c.28.
80
que si lo conociésemos bien, aun cuando viviéramos hasta el día del juicio, y no dejáramos
de llorar hasta formar un mar de lágrimas, y lágrimas de sangre, nada sería para deplorar
dignamente tan inmensa desgracia. Y aun cuando todos los Ángeles y Santos descendieran
del cielo para consolarnos, jamás podrían enjugar nuestras lágrimas Heu! Quid perdidit,
qui Deum amisit, clama San Agustín: Ay ¿qué es lo que ha perdido el que ha perdido a su
Dios? Heu! Quid perdidit, qui Cor Jesu amisit! Ay ¿qué es lo que ha perdido el que perdió el
Corazón de su Jesús? ¿Quién será capaz de comprender la inmensidad de esta pérdida?
¿Quién la podría expresar? ¿Quién podría deplorarla dignamente?
Y sin embargo, después de haber perdido este tesoro infinito tantas y tantas veces te ves,
hombre insensato, ¡tan poco conmovido, como si nada hubieras perdido! ¡Qué dolor
debiera ser el tuyo! ¡Qué lágrimas de sangre debieras derramar! ¡Qué horror debieras
concebir de tus pecados, que tan espantoso desastre te han causado! ¡Qué temor de venir
a caer en él! ¡Qué necesidad de dar con todos los medios posibles para guardarte de él!
¿Qué no habrá que perder antes que perder el Corazón amabilísimo de nuestro
Redentor? Perdido Él, todo está perdido. ¡Perdámoslo todo, todos los bienes de la tierra,
Perdamos los amigos, nuestra salud, todos los bienes imaginables, perdamos antes cien
mil millones de mundos. ¡Salvador mío, concédeme, esta gracia! ¡Madre de Jesús obtenla
de tu amadísimo Hijo!
CAPÍTULO 16
NUESTRO AMABLE JESÚS NOS AMA COMO SU PADRE LE AMA. QUÉ
DEBEMOS HACER PARA AMARLE
Hemos visto muy numerosos y admirables efectos del ardentísimo amor a nosotros del
Corazón sagrado de nuestro Salvador. Pero hay uno que aventaja a todos los demás, y
que está contenido en estas maravillosas palabras salidas de su divino Corazón que
pasaron por sus adorables labios98: «Te amo como mi Padre me ama».
Detengámonos aquí un momento. Ponderemos bien estas palabras: «Te amo». ¡Dulce
palabra salida de labios del soberano Monarca del universo! ¡Encantadora palabra!
¡Ventajosa y consoladora palabra! «Te amo», dice nuestro buen Jesús. Si un príncipe o
un rey de la tierra se tomase la pena de trasladarse a la casa del último de sus súbditos
para decirle: «Vengo aquí expresamente para darte la seguridad de que te amo, y para
hacerte sentir los efectos de mi afecto», ¡qué alegría para este pobre hombre! Y si un
Ángel del cielo, o un Santo, o la Reina de los Santos se apareciesen en medio de una
iglesia llena de numerosos cristianos, para decir pública y claramente a alguno de ellos:
98
Sicut dilexit me Pater, et ego dilexi vos (Jn. 15, 9).
81
«Te amo, mi corazón es tuyo» este tal ¡qué transportes, qué arrobamientos
experimentaría! ¿No moriría de gozo? Pues es infinitamente más que el Rey de los reyes,
el Santo de los santos, el Hijo único de María baje de los cielos y venga expresamente acá
abajo para decirte: Yo te amo99. Yo, yo que soy el Creador de todas las cosas, yo que
gobierno el universo entero; Yo que poseo todos los tesoros del cielo y de la tierra, Yo
que hago cuanto quiero, a cuya voluntad nadie puede resistirse, Yo te digo que « te amo».
¡Salvador mío, qué gloriosa es esta palabra para mí! ¿No sería bastante favor si me dijeras:
pienso algunas veces en ti; una vez al año pongo mis ojos en ti; tengo buenos designios
sobre ti? Pero no te basta esto: quieres asegurarme que me amas, y que tu Corazón está
lleno de ternura para conmigo; para conmigo, digo, que no soy nada; para conmigo,
miserable pecador, gusano de la tierra que tanto os ofendió; para conmigo que tantas
veces merecí el infierno: Yo te amo100.
Pero ¿de qué manera nos ama este adorable Salvador? Escucha101«Te amo como mi Padre me
ama» te amo con el mismo Corazón y el mismo amor con que soy amado por mi Padre.
¿Qué amor es éste con que el divino Padre ama a su Hijo? Es un amor que tiene cuatro
cualidades, que, por consiguiente, se encuentran en el amor del Corazón de Jesús a
nosotros.
En primer lugar, el amor del Padre a su Hijo, es un amor infinito, es decir sin límites y
sin medida; amor incomprensible e inexplicable; amor tan grande como la esencia misma
del Padre eterno. Mide, si puedes, la extensión y grandeza de esta divina esencia y habrás
medido la grandeza del amor de este Padre a su Hijo; y, al mismo tiempo, habrás medido
la grandeza y la extensión del amor del Hijo de Dios a nosotros, puesto que nos ama con
el mismo amor con que es amado de su Padre.
En segundo lugar, el amor del Padre a su Hijo es un amor eterno, que llena todos los
espacios de la eternidad. Este divino Padre ama a su Hijo desde toda la eternidad y nunca
ha estado sin amarle; le ama continuamente y sin intermisión, y le amará eternamente.
¡Salvador mío, qué gozo al verte amado como lo mereces! Los pérfidos judíos, los infieles
demonios y los condenados te odian; pero no por eso eres menos amable; y tu adorable
Padre te ama en cada momento más que todos esos pérfidos pueden odiarte en mil
eternidades.
Pues bien, como el Padre ama a su Hijo con un amor eterno, el Hijo de Dios nos ama
también con un amor eterno, es decir que todos los espacios de la eternidad están llenos
99
Ego dilexi vos.
100
Ego dilexi vos.
101
Sicut dilexit me Pater.
82
del amor que nos tiene. ¿No es cierto, después de esto, que si hubiéramos existido desde
toda la eternidad, desde, toda la eternidad hubiéramos debido amar a este buenísimo
Salvador? Si tuviéramos que vivir en la tierra mil años, diez mil, cien mil, una eternidad
¿no deberíamos emplearlos en amar al que nos ama con un amor eterno? Sin embargo,
no contamos más que con dos días en este mundo, y los empleamos en amar la tierra, la
suciedad, las bagatelas. ¡Cuán condenable es nuestra ingratitud!
En tercer lugar, el amor del divino Padre a su Hijo, es un amor inmenso, que llena el
cielo y la tierra, y hasta el infierno. El cielo, porque le ama con el corazón de todos los
Ángeles y Santos. La tierra, porque le ama con todos los corazones que en el tierra son
suyos. El infierno, porque le ama dondequiera que está; y las tres divinas Personas están
presentes en el infierno como en la tierra y en el cielo, y hacen allí las mismas cosas que
en el cielo.
De igual manera, Nuestro Salvador nos ama con un amor inmenso, que llena el cielo, la
tierra y el infierno. El cielo, porque excita a todos sus ciudadanos a amarnos como a ellos
mismos; les hace participantes del amor que él nos tiene, y nos ama por ellos. La tierra,
de tres maneras:
20) Porque nos ama dondequiera que está en la tierra; 2) Porque creó, conserva y
gobierna todas las cosas que hay en el universo, por amor a nosotros. Lo que hace
decir a San Agustín estas hermosas palabras: «El cielo y la tierra, y todas las cosas que
hay en el cielo y en la tierra no dejan de decirme que ame a mi Dios»102. 3) Porque
prohíbe a todos los moradores de la tierra, bajo pena de eterna condenación, que
no hagan mal alguno, ni en nuestra reputación, ni en nuestras personas, ni en cosa
alguna que nos pertenezca, y les manda que nos amen como a ellos mismos.
Este amor inmenso de nuestro Redentor llena no sólo el cielo y la tierra, sino también el
infierno; porque él ha encendido los fuegos devoradores del infierno, de la manera que
se dijo, es decir a fin de que, considerando que con nuestros pecados hemos merecido
estos fuegos eternos, y que nuestro Salvador nos libró de ellos sufriendo por nosotros los
tormentos de la cruz, nos veamos obligados a amarle. ¡Dios mío me amas en todas partes,
e ingrato como soy, en todas partes te ofendo! No lo permitas ya más, sino has que en
todas partes te amemos y bendigamos: En todos los lugares donde el Señor gobierna, bendice
alma mía al Señor.103.
En cuarto lugar, podría hacerte ver que, como el amor del Padre eterno a su Hijo es un
amor esencial, porque le ama con todo lo que es, siendo así que es todo corazón y todo
102
Coelum et terra, et omnia quae in eis sunt, non cessant mihi dicere ut amem Deum meum.
103
In omni loco domitationis ejus benedic anima mea Domino (Sal. 102, 22).
83
amor a Él, de igual manera el del Hijo de Dios a nosotros es un amor esencial, porque es
todo corazón y todo amor a nosotros, y nos ama con todo lo que es, es decir con todo lo
que en Él hay, con su divinidad, su humanidad, su alma, su cuerpo, su sangre, todos sus
pensamientos, palabras, acciones, privaciones, humillaciones, sufrimientos, en fin, con
todo lo que es y tiene, con todo lo que puede emplear en amarnos.
Pero hay otro efecto de su amor que excede a todos los demás. Nos lo refiere Luis Bail,
doctor en teología, en el docto y piadoso libro que sobre la Teología Afectiva compuso104.
Se ve también en cuatro lugares de los libros de Santa Brígida, aprobados por tres Papas
y dos Concilios generales. Revelaron el divino Salvador y su santísima Madre a este Santa,
que estando en la cruz sufrió por amor a nosotros dolores tan vivos, tan penetrantes, tan
violentos y terribles, que su Corazón adorable se, rompió, se desgarró y estalló: Mi
corazón se reventó a causa de la violencia de los dolores105« Mi Corazón, dijo este adorable
Salvador a Santa Brígida106 estaba lleno de dolor y tanto más cuanto que era de una
naturaleza excelentísima y delicadísima; mi dolor iba del Corazón a los nervios, y de los
nervios volvía al Corazón y de esta manera aumentaba el dolor y se prolongaba la muerte.
Estando tan sumergido en dolores, abrí los ojos y vi a mi queridísima Madre abismada en
un mar de angustias y lágrimas, lo que me afligió más que mis propios sufrimientos; vi
también a mis amigos agotados de aflicción. Estando en tal suplicio, mi Corazón estalló,
por la violencia y fuerza del dolor; y entonces fue cuando salió mi alma y se separó de mi
cuerpo».
He aquí las palabras de Nuestro Divino Salvador a Santa Brígida, a la que en otra ocasión,
hablé de la siguiente manera:
«Hay pocas personas, que piensen con cuánto dolor fui clavado y estuve en la cruz,
cuando estalló mi Corazón por la violencia de los dolores: cuando107)108.
104
Parte 3, meditación 45.
105
Cor meum crepuit prae violentia passionis.
106
Cor meum plenum erat dolore, quod quia recentissimae naturae erat et optimae, ideo olor quandoque de
nervis exibat ad cor, et iterum de corde ad nervos, et sic augmentabatur dolor y prolongabatur mors. Cumque
sic dolorosus starem, aperui oculos meos, et vidi Matrem meam flentem adstare, cujus Cor plenum erat
amaritudine.. cujusve amaritudo plus me cruciabat quam meum proprium. Vid¡ etiam, amicos meos in
maxima anxietate esse... Me autem in tali dolore stante, et in tanto vae perseverante, tandem Cor crepuit
prae violentia, passionis et anima agrediebatur». Revel. extrav., cap. 51.
107
Cor meum crepuit (Pauci enim cogitant quam dolorosus stabam in illo ligno, quando Cor meum crepuit,
et nervi mei a juncturisrecesserunt)
108
Ibid. Cap. 10.
84
Oigamos a la bienaventurada Virgen que dijo a la misma Santa que al acercarse la muerte
de su Hijo, su Corazón se rompió por la violencia de los dolores: xxxx109. Y en otro lugar
le dijo lo mismo:sdsds110.
Gran Dios, ¿quién ha oído jamás cosa semejante? Hombre, pecador, ¿no abrirás los ojos
para ver el amor que tu Salvador te tiene? Corazón humano ¿no te conmoverá un amor
tan ardiente? ¿No te convertirás? ¿No acabarás de amar a quien tanto te ama? 112
«Te he dicho estas cosas, a fin de que esté en tu gozo, y tu gozo sea cumplido y
perfecto»115.
¿Quieres por lo tanto dar un gran gozo a tu Salvador y hacer que tu corazón esté siempre
alegre y contento, y que comiences tu paraíso en la tierra? Ama a tu amabilísimo Salvador
sobre todas las cosas, y ama a tu prójimo como a ti mismo. He aquí todo. ¡Jesús, te doy
todo mi corazón! Madre de Jesús a Ti también te lo doy enteramente con los corazones
de todos mis hermanos: dígnate ofrecerlos a tu Hijo y pedirle que tome de ellos plena,
entera y eterna posesión.
109
Cum Cor prae violentia dolorum rumperetur. Rev. Libro I, cap. 106.
110
«Appropinquante autem morte, cum prae intolerabili dolore rumperetur Cor» (Ibid. Cap. 26).
111
Deificatum Cor tuum in morte pro me rupit amor». - In exercitio, laudis et gratiarum actionis.
112
¿Filii hominum usquequo gravi corde? (Sal. 4,3).
113
Manete in dilectione mea.
114
Sicut dilexit me Pater, et ego dilexi vos. Manete in dilectione mea. Si praecepta mea servaveritis, manebitis
in dilectione mea, sicut et ego Patris mei praecepta servavi, et maneo in ejus dilectione». Jn. 15,10.
115
Haec locutus sum vobis, ut gaudium meum in vobis sit, et gaudium vestrum impleatur. Ibid. 11.
85
diera cada hora millones de veces, nada sería. Pero puesto que estoy tan obligado que
con nada puedo pagarte, ven Tú mismo a tomar de mí todo lo que tengo. Te ofrezco las
potencias de mi alma los sentidos de mi cuerpo, todos mis miembros, mi corazón y mis
entrañas, sacrificándolo todo a tu adorable voluntad, a fin de que haga de mi cuanto le
agrade. No quiero ojos sino para mirar lo que Tú quieres que mire; ni oídos, sino para
oír tu divina palabra y para obedecerte. Que mi lengua sea arrancada de mi boca si no
me sirvo de ella para bendecirte; que mi corazón se haga pedazos en mi pecho, si no te
ama; si no es para acordarme de Ti, que pierda la memoria; y que me falte para todo la
razón, si no es para conocerte y admirarte. Que se me corten las manos, si no las empleo
en tu servicio. No quiero pies sino para buscarte y seguirte. No quiero querer ni no
querer sino de la manera como Tú quieres que quiera o no quiera. Lo que en todo deseo
es tu divino beneplácito. Has de mí lo que quieras, puesto que por mí has hecho de Ti
más de lo que yo me hubiera atrevido a querer ni podido desear. Me pongo enteramente
en las manos de mi Dios, que más que yo mismo quiere mi bien, el único que sabe
conocerlo y puede procurarlo.
CAPITULO 17
HERMOSAS PALABRAS DEL SANTO DOCTOR LANSPERGIO, CARTUJO,
SOBRE EL DIVINO CORAZÓN DE NUESTRO SALVADOR116
«Los que han escrito sobre la devoción al Verbo Encarnado, que vive y muere por la
salvación de los hombres, colocan esta devoción sobre todas las demás, y no sin razón.
Porque, por mucho que se haya dicho o pueda decirse para hacer ver la excelencia y la
santidad de esta devoción, jamás se dirá lo bastante en alabanza suya. Por eso, si quieren
verse perfectamente lavados de sus pecados, libres de todos los vicios y llenos de toda
clase de virtudes, sean devotos de la persona de este adorable Salvador. Además con toda
la frecuencia posible, eleven su corazón y su espíritu, y sumérjanlos en el Corazón amable
de Jesús, en ese Corazón verdaderamente divino, puesto que, según el Apóstol, habita
en él corporalmente la plenitud de la Divinidad117, y por él podemos todos tener acceso
al Padre celestial».
116
Este texto no es de Lanspergio sino de Dom Domingo, cartujo de Tréveris. San Juan Eudes lo tomó de Dom
de Roignac, Cartujo que lo insertó en su traducción de la Milicia Cristiana. París, 1671. Cf. Bainvel, en Etudes,
5 junio, 1911, P. 606.
117
Col. 2,9.
118
Mt. 11, 28.
86
«En efecto, en el Corazón de Jesús se encuentran en su más alto grado todas las virtudes:
la misericordia, la justicia, la paz, la gracia, la salvación eterna, la fuente de la vida, el
perfecto consuelo y la verdadera luz, que ilumina a todos los hombres, particularmente
al que, en sus necesidades y aflicciones, acude allí en busca de ayuda».
«En fin, de este Corazón se saca todo lo que se puede desear, y jamás recibimos nada que
tenga razón de gracia y de salvación, sino de Él. Es un horno del divino amor, del todo,
ardiente por el fuego del Espíritu Santo que purifica, abrasa y transforma en él a todos
los que desean unirse a este amabilísimo Corazón. Y para decirlo todo en una palabra, en
este Corazón adorable están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia divina119.
Por eso, manténganse adheridos a él, sin que ni los lugares, ni las compañías, ni las
ocasiones puedan estorbarlos para acudir a Él como a lugar de refugio, donde no
encontrarán sino amor y fidelidad; siendo cosa cierta que aun cuando todos los hombres
los engañen, aun cuando los abandonen y no entiendan de correspondencia, el buenísimo
Corazón de Jesús jamás los engañará ni abandonará. Es demasiado fiel para realizar un
acto de cobardía; los ama demasiado para echar en olvido su recuerdo; y los dolores que
por ustedes sufrió no le permiten olvidarse de nada en orden a llevar a cabo su salvación».
«Si quieren andar con seguridad por el camino del cielo y entrar por la verdadera puerta,
nada busquen fuera de este amable Salvador; y estén seguros de que jamás llegarán al
conocimiento de su Divinidad, sino por el camino de su santa humanidad, sirviéndose de
su cruz como de báculo para sostener sus pasos y apoyarse en su flaqueza».
«Si además quieren adquirir mayores bienes, sin que les cueste mucho, dense
enteramente a Él, y Él se dará enteramente a ustedes. Ofrézcanle todas sus obras, y
únanlas a las suyas. Entren en sociedad con él mediante una amorosa confianza, y lo
regocijarán; y, poniendo sus méritos junto a los suyos, todo entre los dos será común, y
los hará Él participantes de sus inmensos tesoros. ¡Ventajoso cambio! ¡Comercio sin
igual! ¿Quién no daría gustoso un trocito de cobre por una montaña de oro? ¿Quién no
cambiaría un guijarro por una piedra preciosa? Ustedes pueden realizar este cambio
espiritual, si unen todas sus palabras, sus acciones, pensamientos y sufrimientos a los de
Jesús. Pueden, por ejemplo, decirle: ¡Adorable Salvador mío, te ofrezco este sueño a
que voy a entregarme en unión del que tuviste cuando estabas en la tierra! O, cuando se
te diga alguna injuria, di: ¡Adorable Salvador mío, te ofrezco este sufrimiento y desprecio
que acabo de recibir, y lo uno de todo corazón, a todas las injurias que Tú por mí
sufriste!».
119
Col. 2,3.
87
«De esta suerte sus méritos, aunque en sí pequeños, unidos a los infinitos de tu
Redentor, serán ennoblecidos más de cuanto te pudieras imaginar, y se encontrarán
absorbidos en los suyos, y como cambiados en ellos, como se cambia una gota de agua
vertida en el vino».
CAPITULO 18
PALABRAS DEL SERÁFICO SAN BUENAVENTURA SOBRE EL DIVINO
CORAZÓN DE JESÚS
120
«An ignoratis quod Christus est gaudium beatorum?... beatitudo Angelorum?... Ecce aperta est janua
paradisi... Ecce apertus est thesaurus divinae Sapientiae et charitatis aeternae... Num prae nimio amore
aperuit sibi latus, ni tibi tribuat Cor suum... ut sibi incomparabiliter conjungaris... O si fuissem loco illius lanceae
exire de Christi latere noluissem, sed dixissem: Haec requies mea in saeculum saeculi; hic habitabo quoniam
elegi eam». D. Bonav., Stimulus amor. Part. 1, cap. 1.
121
«Certe, Domino Jesu, etiamsi me odires, ex quo Deus meus es... te diligere deberem; quanto magia cum
me tantum diligas, ut me sequaris tuis beneficiis fugientem? Nam tantum me diligis, ut te pro me odire
videaris.
«Nonne tu, Judex omnium, voluisti pro me judicarí, et mortem turpissimam et gravissimam sustinere? 0 Deus
meus, quid mihi amplius facere debuisti?... Certe me totura voluisti, qui mihi hi te totum tribuisti. Et quis
requirabat hoc de manu tua, Domine m¡! Cur tibi curae fuit de tam vilissima creatura? Certe nihil aliud nisi tua
maxima bonitas et immensa dilectio hoc exegit... ut nos tuo amplius inflammares amore. 0 amor et desiderium
cordis, o dulcedo, o suavitas mentis, o inflammatio pectoris, o lux et claritas oculorum... o anima mea, o vita
mea, o viscera cordis me¡, et exultatio mea! Cur ego non sum conversus totus in tuum amorem? Quare aliquid
est in me nisi amor?... undique circumdat me amor tuus et nescio quid sit amor.. . .
«0 quam mirabilis est tua dilectio, dulcissime Domine Jesu, cum non possis ab hominíbus separar¡. Nonne,
qui ascensurus eras ad dexteram Patris tu¡, potestatem homini dimisisti ut te, cum velit, habeat in altar¡? et
hanc potestatem antequam mor¡ inciperes dimisisti, ne amittere te timeret... Sed cur hoc facere voluisti, cum
missurus esses Spiritum Sanctum? Cur semper cum homina vis morari? Sed tuo corpori incorporara nos
totaliter voluisti, et tuo nos potare sanguine, ut sic tuo inebriati amore, tecum unum cor et unam animam
haberemus. Quid enim aliud est tuum sanguinem bibere, qui sedes est animae, quam nostram animam tuae
animae inseparabiliter colligari?. Ibid. par.l cap. 2.
«0 mira et inestimabilis virtus amoris! Deum inclinat ad terram, mentem elevat ad patriam, et Deum facit
hominem et hominem facit Deum, temporalem facit aeternum, immortalem occidit, mortalem immortalem,
facit, et imum excelsum constituit; inimicum facit amicum, servum facit Filium.
88
aun cuando me odies, debería amarte, porque eres mi Dios. ¿Cuánto más obligado estaré
a hacerlo, amándome tanto y corriendo como corres tras de mí para colmarme de tus
beneficios? Porque me amas tanto, que parece que, en consideración a mí, te odias».
« ¿No has querido Tú, Juez universal, ser juzgado y sufrir una muerte infame y cruelísima
por amor, a mí? Dios mío, ¿qué más pudiste hacer por mí? Ciertamente quieres que sea
todo tuyo, puesto que te has dado todo a mí. Y ¿qué es, Señor mío, lo que a esto te ha
obligado? Ninguna otra cosa sino tu inmensa bondad y tu inmensa caridad, a fin de
inflamarnos en tu divino amor. ¡Único deseo de mi corazón! ¡Dulzura y suavidad de mi
espíritu! ¡Brasero y llama de mi pecho! ¡Luz y claridad de mis ojos! ¡Alma mía, Vida mía!
¡Entrañas de mi Corazón! ¡Gozo y júbilo mío! ¿Por qué no me transformo todo en amor?
¿Por qué hay en mí otra cosa que amor? Tu amor, Salvador mío, me rodea por todas
partes y no sé lo que es amor».
« ¡Maravillosa e inestimable fuerza del amor, que hace bajar a Dios a la tierra y eleva al
hombre al cielo; une a Dios y al hombre tan estrechamente, que hace que Dios sea
hombre y el hombre sea Dios, que lo temporal venga a ser eterno, y que el inmortal
venga a ser mortal y el mortal inmortal, hace que el enemigo de Dios venga a ser su
amigo, y de su esclavo hace un hijo suyo! »
«Amor, ¿qué te daré pues me haces todo divino? Vivo, Pero no ya, vive en mí Cristo.
Amor, tu virtud es inenarrable, transfigura el barro en Dios. ¿Hay nada más poderoso
que Tú? ¿Hay nada más dulce, más agradable, más noble? ¡Amor excelente, que cambias
la tierra en cielo, y que haces que no sea yo sino una cosa con mi Amado! ¡Codiciable
amor que a los amantes celestiales los embriagas de soberanas delicias! Alma mía, si la
«O amor, quid tibi tribuam, qui me fecisti divinum? Vivo ego, jam non ego, vivit autem in me Christus.
Inenarrabilis est virtus tua, o amor. qui lutum in Deum transfiguras. Quid ergo te potentius, quid dulcius, quid
jacundius, quid et nobilius obsecro?. Bone amor, qui terrena ponis in coelum, et summis deliciis egentes! Sed
si liquefacta es ad verbum ejus, anima mea ..., quomodo non es consumpta... cum intras per vulnera et per
venas ad Cor ejus? Ibid. part. 2, cap. 8.
89
voz de tu amado hace que te derritas en su amor ¿cómo no estás del todo abrasada y
consumida, cuando, por la llaga sagrada de su costado, entras en el horno ardiente de su
amable Corazón?»
CAPÍTULO 19
EJERCICIOS DE AMOR Y DE PIEDAD AL CORAZÓN AMABLE DE JESÚS,
SACADOS DE «LA ALJABA DEL DIVINO AMOR», DE LANSPERGIO EL
CARTUJO
«Pidan por Él, a Dios cuanto tienen que pedirle; y ofrézcanle por Él a su divina majestad
todos los ejercicios de piedad que hacen, porque en Él están encerradas, todas las gracias
y todos los dones del cielo. Él es la puerta por donde vamos a Dios, y por la que Dios
viene a nosotros. Por eso, a fin de acordarse de este ejercicio, y de, por este medio,
excitarse al amor de Dios, pongan en algún lugar de su casa, por el que hayan de pasar
muchas veces, alguna imagen o cuadro de este divino Corazón de Jesús; y al mirarla,
acuérdense de su destierro, de su miseria y de sus pecados.»
«Eleven su corazón a Dios con una ardiente devoción, suspirando y gimiendo junto a Él.
Clamen a Él interiormente, sin proferir palabras, o hasta con palabras, si les ayuda,
deseando que su corazón sea purificado y que su voluntad sea perfectamente unida al
divino Corazón de Jesús y al divino beneplácito. Pueden asimismo, en el fervor de su
devoción, tomar la imagen del Corazón de Jesús y besarla tiernamente, poniendo su
pensamiento y su intención en el verdadero Corazón; y, como si lo tuvieran en sus
manos, deseen ardientemente imprimirlo sobre su corazón, y que su espíritu se pierda
y se abisme en Él, y que su corazón atraiga a sí el espíritu, la gracia, las virtudes y en
general todo lo que de santo y de saludable hay en este amable Corazón, que es un abismo
de virtud y santidad. Es cosa muy buena y muy grata a Dios, que honren a este Corazón
adorable con una devoción particular.»
90
ORACIÓN
« Señor, Salvador y Redentor mío, quítame todos mis pecados, y destruye en mí cuanto
te desagrade. Vuelca tu Corazón al mío, toma todo lo que te sea grato. Conviérteme
perfectamente, y toma plena posesión de cuanto en mí hay para hacer de ello lo que sea
más grato a tu amor. Une mi corazón al tuyo, mi voluntad a la tuya, a fin de que jamás
quiera otra cosa, ni pueda nunca querer otra cosa sino lo que Tú quieres, y como Tú lo
quieres. Dulce Jesús, Dios mío, has que te ame con todo mi corazón, en todas las cosas
y sobre todas ellas».
«Amabilísimo y dulcísimo Jesús, deseo, con todo el afecto de mi corazón, que todos los
seres creados e increados te alaben, te honren y te glorifiquen eternamente, por la
sagrada llaga que se abrió en tu divino costado. Deposito, encierro, oculto en esta llaga
y en esta abertura de tu Corazón, mi corazón con todos sus afectos, mis pensamientos,
mis deseos, mis intenciones, y todas las potencias de mi alma, suplicándote, por la
preciosa sangre y el agua santa que corrió de tu amabilísimo Corazón, que tomes entera
posesión de mí, que me guíes en todas las cosas, y me consumas en el fuego ardentísimo
91
de tu santo amor, para que quede de tal suerte absorto y transformado en Ti, que no sea
sino una misma cosa contigo».
CAPITULO 20
OTRO EJERCICIO DE AMOR AL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS
«Querido Amor, cómo ansío que ofrezcas por mí este divino Corazón, este dulce
perfume, este incienso de excelente olor, este augusto sacrificio, sobre el altar de oro
donde se realiza el misterio de la reconciliación del género humano, y que lo ofrezcas en
pago de todos los días de mi vida que he dejado pasar sin haber hecho por Ti lo que debía.
«Amor, sumerge mi espíritu en este sagrado Corazón, como en un río, sepultando todas
mis negligencias y pecados en el abismo de tus divinas misericordias. Has que en el
Corazón de Jesús encuentre un entendimiento lleno de claridad, y muy purificados
afectos, y que por tu medio posea un corazón libre, desprendido y exento de toda
imperfección; a fin de que, a la hora de mi muerte, cuando el amor separe al alma de mi
cuerpo, pueda encontrarla, sin mancha en las manos de Dios.
122
Lanspergio, In Pharetra divini amoris, libro 1, parte 5.
92
«Corazón amabilísimo, que te ame sobre todas las cosas; he aquí lo que con todos sus
afectos implora mi pobre corazón. Dígnate acordarte de mí, y que la dulzura de tu
caridad reanime y fortifique las debilidades de mi corazón»123.
«Dulzura eterna de mi alma, único amado de mi corazón, cuya santa faz está llena de
atractivos y de encantos, y cuyo Corazón está lleno de dulzuras que te hacen
infinitamente amable: ¡ay, ay, ay!, ¡Cuán lejos está de Ti mi pensamiento! ¡Dios de mi
corazón, recoge en Ti todos los extravíos de mi espíritu. ¡Amadísimo mío, lava y purifica
por la pureza y santidad de tus divinos afectos, y por el amor ardentísimo de tu traspasado
Corazón, todas las manchas de mi criminal corazón, y todos los desarreglos de mi
imaginación, a fin de que tu amarguísima Pasión me sirva de sombra a la hora de la
muerte, y este dulce Corazón, rasgado de amor a mí, sea mi eterna morada, puesto que
te amo a Ti solo, más que todas las criaturas que hay en el mundo»124.
CAPITULO 21
COLOQUIO DE UN ALMA SANTA CON EL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS
¡Señor, cuán grato es el olor de tus perfumes! Espero que en adelante la dulce satisfacción
que de ellos recibo me hará olvidar enteramente los falsos placeres y las vanas delicias
del mundo, y que su suavidad me atraerá junto a Ti, de suerte que abandonado todo lo
que me ata a la tierra, marche junto a Ti, corra hacia Ti, a Ti dirija el vuelo de mi alma y
haga mi morada en tu amable Corazón.
Este divino Corazón es un puerto seguro, donde se encuentra uno a cubierto y a salvo de
los vientos y tempestades del mar de este mundo do. En este Corazón hay una calma que
no teme los rayos ni las tempestades. En este Corazón se gustan las delicias sin amargura
alguna. En este Corazón hay una paz que no sufre jamás la menor turbación ni división
alguna. En este Corazón se encuentra un gozo que no sabe lo que es tristeza. En este
Corazón se posee una felicidad perfecta una dulzura suavísima, una serenidad sin nubes
y una beatitud inconcebible. Este Corazón es el primer principio de todo bien y la fuente
primigenia de todos los goces y delicias del paraíso.
123
Santa Gertrudis, Exert. VII.
124
Ibid.
93
cómo una cosa podría ser buena, que no procediera de Ti, Jesús mío, que eres el bien
por esencia, el verdadero bien, el soberano bien, el bien único?
¡Qué ventaja sacar de esta divina fuente toda clase de bienes! Qué dicha beber y ser
embriagado de las aguas celestiales de esta fuente de santidad, que lanza fuera de él como
un torrente de dulzuras y de dichas? ¡Mil y mil veces afortunado el perfume embalsamado
de tus divinas acciones, es decir, de tus celestiales virtudes, cuyo olor es tan grato, que
invita a los que lo sienten a acercarse a tu amable Corazón! No sólo les invita, sino que
les atrae fuertemente y les conduce hasta el santuario de este divino Corazón, y no
permite que queden frustrados en sus esperanzas, antes, por el contrario, les fortifica y
consolida de tal suerte que jamás se apartan de él una vez que han encontrado en este
benignísimo Corazón, como en un lecho de reposo, el fin de todos sus trabajos.
Haz, pues, correr en abundancia, Dios de amor, el buen olor de tus divinos perfumes,
que son las virtudes admirables de tu santísimo Corazón. ¡Haz que penetre las potencias
de mi alma, a fin de que engolosinada por las dulzuras que Tú le harás sentir, fuente única
de toda dicha y de todo consentimiento, se desprenda de sí misma y se una a Ti,
establezca su morada en tu amable Corazón, muera a sí misma y no viva sino en Ti y para
Ti!
CAPITULO 22
OTRAS MUCHAS COSAS MARAVILLOSAS DEL DIVINO CORAZÓN DE
JESÚS125
«Si el Hijo de Dios nos enseña que sus miembros moran en Él, y que Él mora en ellos, y
si es el verdadero Aarón que no sólo lleva a su pueblo grabado en piedras preciosas en su
seno, sino que le lleva en el fondo de su Corazón por la abundancia de su amor: no
debemos encontrar extraño que haya manifestado a Sor Margarita que la había alojado en
su santuario, donde recibe universalmente a todos sus elegidos; y que, para elevarla más
y más en su gracia, la retirara al lugar donde incesantemente han de morar todos los que
le aman. El descanso del discípulo amado sobre su Corazón en la última cena, y el de los
justos en el seno de Abraham, no eran sino un cuadro de la caridad infinita que con las
almas ejerce. Es, dice el Profeta, un pastor, que lleva a sus corderos en sus brazos y en
su propio seno. De suerte que nadie debe sorprenderse del favor que hizo a Sor
Margarita, de introducirla en su Corazón, cuando, arrebatándola en espíritu por encima
de sus sentidos, quiso hacerla participante de sus celestiales delicias.
125
Se refieren en la Vida de Sor Margarita del Santísimo Sacramento, Religiosa Carmelita del Monasterio de
Beaune. El autor de la obra, aparecida el año 1655, es el Padre Amelotte, Sacerdote del Oratorio.
94
«Hemos visto que Dios la hizo entrar en trato con los Ángeles y con los Santos y que
luego la elevó hasta su trono en el cielo. Vamos a ver ahora cómo la hizo subir a un grado
más sublime, y cómo uniéndola a Él más estrechamente, le abrió su propio Corazón, y
la ocultó en el Santo de los santos.
«Le hizo contemplar su Corazón como un vasto e inmenso horno de amor, en el que la
encerró los días y las noches, durante el espacio de tres semanas o un mes. Sacó de él,
como de fuente, muchas gracias y llegó a tal santidad, que sus progresos pacieron más
grandes en un solo día, que lo habían sido antes en años enteros. Ora este divino Corazón,
quemándola como un fuego vivísimo, consumía sus imperfecciones; ora se hallaba
sumergido como en un abismo de caridad que la abrasaba de tal suerte, que el calor
pasaba y se dejaba sentir fuera; ora el amor de Jesús la arrastraba con tanta impetuosidad,
que se la veía levantada del suelo, hermosa e inflamada como un Serafín; ora era lavada
como en una fuente de santidad; ora se encontraba como teñida en la misma inocencia;
ora, en fin, se veía embalsamada en pureza.
«Notaba ella esta doble moción de elevación y de compresión del Corazón de Jesús que
ha sido reconocida de otros Santos126. Y comprendió que el Sagrado Corazón se
estrechaba como para llenarse del divino espíritu, para amar a su divino Padre en su
propio nombre, para ofrecerse a Él en sacrificio, para anonadarse ante su Majestad, para
entrar en su vida divina, para unirse a todas sus adorables perfecciones, para darle todos
sus propios deberes; y que se dilataba afín de derramar su Espíritu en todos sus
miembros, y de comunicar a su Iglesia, que es su Cuerpo, el calor vital que en sí mismo
tenía.
«Contempló en este amable Corazón un océano sin fondo ni ribera de amor a Dios su
Padre, una posesión y un gozo de su divina bondad, un descanso en su infinita beatitud,
una calma y paz que superaba toda inteligencia, un tesoro incomprensible de todas las
virtudes que brillaban con una beatitud, una profundidad, una extensión y un esplendor
tan grandes, y tan inexplicables, que habría sobrado con qué llenar una infinidad de
mundos más vastos que éste.
«Sin embargo, entre tanta riqueza y tanta dicha, vio que este divino Corazón estaba como
ahogado en profundos abismos de dolores y amarguras; que se encontraba abatido y
languideciendo de tristeza, a causa de los pecados de los hombres, cuya hiel y veneno se
veía obligado a digerir; y que de no ser sostenido por el Verbo Increado, hubiera
sucumbido bajo el peso de nuestros crímenes.
126
Sobre los latidos del Corazón de Jesús véase santa Gertrudis, El Heraldo del divino amor. 1 III, cap. 51,52;
1. IV, cap. 4,24; Santa Matilde, El Libro de la gracia especial p. 1a, cap. 5; p. 2a, cap.20; p. Va, cap. 82.
95
«Pero no obstante las palpitaciones a que el horror de nuestros pecados le había reducido
todos los días de su vida, con todos los combates que había sostenido contra los dolores
de la muerte, echó de ver en este Corazón benignísimo un transporte de amor tan
admirable por los que tanto mal le habían causado, que no admite explicación. La fuerza
y la generosidad de este amor fue lo que dio impulsos a los espíritus y humores que se
habían retirado hacia el centro, cuando luchó contra la aprensión de la muerte,
causándole el sudor de sangre por todo el cuerpo.
«Vio a este Corazón admirable como un palacio sagrado donde habían nacido y habían
sido alimentados todos los afectos del Salvador, todos sus deseos, todos sus sacrificios,
todos sus gozos, todas sus tristezas. Pero entre estos inagotables tesoros de virtud y
santidad, fue hecha partícipe, sobre todo, del amor, de la pureza y de la inocencia.
«La posesión que de día en día tomaba Dios de ella de tal manera había consumido sus
facultades animales que casi apenas tomaba alimento. Pero en este Corazón sagrado de
Jesús encontraba un suplemento sobrenatural que la sostenía sin comer, y que, más
notablemente que lo hubiera, hecho el fruto de la vida, restablecía todas sus fuerzas.
Parecía a veces que de este Corazón divino corría a todo su cuerpo un sagrado licor ora
en forma de aceite dulcísimo, ora como una leche purísima, ora como un baño lleno de
un perfume celestial, ora como un maná agradable que no solo fortificaba su cuerpo, sino
que producía también en su alma efectos maravillosos.
«Las gentes del mundo, cuyo espíritu está sumergido en la vida de los sentidos, están
muy lejos de comprender como una joven, viviendo en la tierra, podía estar oculta en el
Corazón del Salvador.
«Pero los hijos de la luz, que se alimentan de la vida del espíritu, atinan a concebir que
no se trata aquí de un transporte del cuerpo, sino solamente del alma; y que esta entrada
que él le dio en su Corazón era una amorosa invención para asociarla más estrechamente
a su inocencia y demás disposiciones suyas.
«Por más que el Hijo de Dios no hace gracias tan particulares a todas los almas, es sin
embargo creíble que hay muchos que, en la oscuridad de la fe, entran en el Corazón de
Jesús y en todos sus afectos con tanta verdad como muchos Santos a quienes se ha dado
la entrada luminosa y sensible en su espíritu. Cada uno de nosotros debe elevarse
humildemente por este camino común de la Iglesia, que es el camino de la fe; y cuando
queremos amar o adorar a Dios, concebir un verdadero dolor de nuestros pecados,
sacrificarnos al Padre Eterno, no tenemos mejor medio que entrar en espíritu en el
Corazón del Hijo de Dios, y revestirnos de sus santas disposiciones, amando a Dios en Él
96
y con Él detestando el pecado como Él lo detesta, y uniéndonos por la fe al sacrificio que
El de sí mismo ofrece».
El autor que escribió la vida de esta santa Religiosa, y que refiere todas las cosas
precedentes, añade muchas otras que yo omito, contentándome con haber puesto las que
miran principalmente al Corazón adorable de Nuestro Salvador, al que sean dados honor,
alabanza y gloria infinitos por los siglos de los siglos, por todas las gracias, favores, y
bendiciones que este Corazón tan bueno y tan generoso ha derramado y derramará en la
tierra y en el cielo, en todos los corazones que le aman y le amarán eternamente.
CAPITULO 23
CUARENTA LLAMAS O ASPIRACIONES DE AMOR AL AMABLE
CORAZÓN DE JESÚS
2. ¡Divino Corazón, que eres el primer objeto del amor del Padre eterno, y a la
vez el primer objeto de tu amor, me doy a Ti para ser abismado para siempre
en este amor!
3. Corazón adorable del Hijo único de María, mi corazón está lleno de gozo al
ver que tienes más amor a esta amable Virgen que a todas las cosas creadas, y
que ella te ama más que todas las criaturas juntas. ¡Entregue yo todo mi
corazón a este amor mutuo del Hijo y de la Madre!
97
5. ¡Jesús, Rey legítimo y soberano de todos los corazones, sé el Rey de mi
corazón, y sea yo todo corazón y amor a Ti, como Tú eres todo corazón y
amor hacia mí!
10. ¡Corazón benignísimo, que jamás has estado sin amarme: que mi corazón no
respire sino para amarte!
11. ¡Corazón lleno de caridad, que moriste por darme la vida, viva yo de tu vida,
y muera con tu muerte, y por tu amor!
98
12. ¡Jesús, tu Corazón está totalmente abrasado en un purísimo amor a mí: que
yo te ame, no por interés alguno, ni temporal, ni eterno, sino pura y
únicamente por tu amor!
13. ¡Jesús mío, tu divino Padre ha puesto todas las cosas en tus manos, y tu amor
las tiene siempre abiertas para dármelas: que todo lo que tengo y todo lo que
soy sea enteramente tuyo y para siempre!
14. ¡Dios de mi corazón, que tu amor, que te hizo morir por mí, me haga a mí
morir por Ti!
15. ¡Corazón inmenso!, ¿hay nada más grande que Tú? ¿Puede alguien decirme
que en la tierra o en el cielo hay cosa alguna mayor que ésta a lo que he dado
mi corazón?
16. ¡Corazón de Jesús, Tú me has dado a mi Jesús para que sea mi tesoro, mi
gloria, mi vida y mi todo, haz que sea yo todo de El!
17. ¡Hijo único de Dios, ¿cómo es posible que siendo Hijo de un Padre tan bueno
hayas querido tener un hermano tan malo como yo, y que tanto ofendió a este
adorable Padre?
99
19. ¡Corazón poderosísimo, emplea tu divino poder en destruir en mi corazón
todo lo que te desagrade!
20. ¡Corazón inmenso, que en todas partes me amas, que yo te ame en todas
partes y en todas las cosas!
21. ¡Corazón fidelísimo en tu amor, que amas más a tus amigos en la adversidad
que en la prosperidad, haz que te ame más en los aflicciones que en los
consuelos!
22. ¡Corazón del Rey de los humildes, abismo de humildad, destruye en mí todo
lo que sea contrario a esta santa virtud, y haz que reine perfectamente en mi
corazón!
23. ¡Corazón obedientísimo, que preferiste antes perder la vida que la obediencia,
haz que ame tiernamente esta santa virtud, sin la cual es imposible agradar a
mi Dios!
24. ¡Corazón infinitamente más puro que todos los coros angélicos y que eres la
fuente de toda pureza, imprime en mi corazón un amor muy particular a la
pureza, y un horror infinito a todo lo que le sea contrario!
100
26. ¡Divino Corazón!, ¿quién podrá comprender el odio infinito que tienes al
pecado? Imprímelo en nuestros corazones y haz que nada odiemos en el
mundo sino a este monstruo infernal, que es el único objeto de tu odio.
27. ¡Padre de Jesús, ama por mí a tu Hijo Jesús, y hazme participante del amor
que le tienes!
28. ¡Jesús, ama a tu divino Padre por mí y abrasa mi corazón en el amor que le
tienes!
29. ¡Adorable Espíritu, que eres todo amor y todo caridad, ama a mi benignísimo
Padre y a mi amabilísimo Jesús por mí, y transforma mi corazón en amor a
ellos!
30. ¡Jesús, Hijo único de Dios, Hijo único de María, ama por mí a tu divina Madre
e inflama mi corazón en el amor que le tienes!
31. ¡Madre de amor, ama a tu Hijo por mí, y hazme participante del amor que le
tienes!
32. ¡Bienaventurado San José, San Gabriel, San Joaquín, Santa Ana, San Juan
Bautista, San Juan Evangelista, San Lázaro, Santa Magdalena, Santa Marta,
santos Apóstoles y Discípulos de Jesús, santos Mártires, santos Sacerdotes y
Levitas, santas Vírgenes y todos los santos y santas, especialmente los más
amados del Corazón de Jesús y de María, amen a Jesús y a María por mí y
101
pídanle que me hagan según su corazón, que me pongan en el número de los
hijos de su Corazón, y me asocien al amor que eternamente les tendrán!
33. ¡Jesús mío, puesto que tu Padre me lo dio todo al darte a mí, los corazones
todos del universo me pertenecen: tomo, pues, todos esos corazones, y quiero
amarte con todo el amor de que eran capaces cuando los creaste para amarte!
34. ¡Jesús mío!, ¿no dijiste que viniste a la tierra para poner en ella fuego y que no
tienes otro deseo sino que ardan en él todos los corazones? ¿En qué consiste
entonces que toda la tierra esté llena de corazones helados respecto de Ti? La
única causa de esto es el pecado. ¡Execrable pecado! De buena gana
consentiría ser reducido a la nada, a fin de que fueses destruido en todas las
almas.
35. ¡Corazón de mi Jesús, horno inmenso de amor, envía tus llamas sagradas a
todos los corazones del universo, para alumbrarlas con tus divinas luces y para
abrasarlas en tus celestiales ardores!
36. ¡Buen Jesús, que por mi amor has amado tanto la cruz, y que llamaste por
boca del Espíritu Santo: «día de la alegría de tu Corazón», al día de tu
sufrimientos, haz que yo, ame y abrace con toda voluntad y por amor de mi
amable Crucificado, todas las cruces que me quieras enviar!
37. ¡Amabilísimo Corazón de Jesús y de María, que no eres sino uno solo, en
unidad de espíritu, de voluntad y de afecto, haz que este indignísimo hijo no
tenga sino un solo corazón contigo y con todos los corazones que te
pertenecen!
102
38. ¡Corazón de Jesús, ya que el Padre de las misericordias y Dios de todo
consuelo te ha dado a mí al darme a mi Jesús y que por esto eres mi corazón,
ama por mí todo cuanto yo debo amar y en la forma y medida que Dios exige
de mí!
40. ¡Escucha, escucha, gran hoguera de amor! ¡Una pajita te suplica con humildad
e insistencia que la sumerjas, la absorbas, la consumas en tus sagradas llamas
por toda la eternidad!
103
MEDITACIONES SOBRE EL
DIVINO CORAZÓN DE
JESÚS
104
DISPOSICIONES PARA MEDITAR CON EL CORAZÓN DE JESÚS
“Como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. Sino que uno de los soldados
con la lanza le abrió el costado y al instante salió sangre (Jn. 19, 33-34)
Fervoroso deseo
Muerto el Salvador, un soldado romano llamado Longinos, levantando en alto su lanza,
la enrista sobre el desnudo costado del Señor, abriendo y atravesando su deífico Corazón.
Acércate a Él con un gran deseo. Y para suscitarlo piensa en que el Corazón adorable de
Jesús es el principio y manantial de su Encarnación, de su nacimiento, de su circuncisión,
de su presentación en el templo, de todos los demás misterios y estados de su vida, de
todo lo que pensó, dijo, hizo y soportó en la tierra por nuestra salvación. Su Corazón
abrasado de amor ha sido el que le ha llevado a realizarlo todo por nosotros. Razón por
la cual, nos vemos infinitamente obligados a honrar y amar a este amabilísimo Corazón.
Humildad
1. Porque pertenece más bien al cielo que a la tierra, debiendo ser esta, meditación
de Serafines, más que de hombres pecadores.
2. Porque no hemos hecho el debido uso ni sacado el fruto que debiéramos de tantas
bendiciones como Dios nos ha dado hasta el presente, en la consideración de todos
y cada uno de los misterios de su santísima vida, pasión y muerte. Si tantas gracias
recibidas del cielo durante el curso de nuestra vida nos han sido, por nuestra
ingratitud e infidelidad, vanas e inútiles, ¿cómo atrevernos a penetrar en ese
divino Corazón que es fuente y manantial de todas las gracias?
105
Unirnos a los ángeles, a los santos y a las tres Personas divinas
Jaculatoria: ¡Gracias te doy, Señor mío, Jesucristo, por el don inenarrable de tu Corazón!
¡Qué obra tan sobrehumana! ¡Qué pura y gloriosa concepción! ¡Qué alto y sublime
destino! Sí, cristianos, debemos formar y llevar en nosotros el Corazón del Dios de toda
santidad. Es deber nuestro desearlo con ardor y trabajar por ello con toda pasión. El
Corazón de Jesús debe ser nuestro mismo corazón, es decir, debemos formarnos a su
medida. Sublime verdad por tantos ignorada, pero que Jesús se complace en revelarla Él
mismo en el secreto de sus íntimas y amorosas visitas a sus más fieles y amados hijos.
¡Dios, todo amor, seas mil veces bendito, porque te has dignado poner los ojos en nuestra
bajeza para enseñarnos la manera de unirnos estrechamente a Ti! Haz que sepamos
responder a semejante exceso de ternura y trasforma nuestros corazones en tu divino
Corazón.
127
Jn. 4, 16.
106
Formar al Corazón de Jesús en nosotros, es amar lo que Él ama
En el lenguaje ordinario, el corazón es el símbolo no sólo del amor, sino también de los
más nobles sentimientos, y decir de uno: “es un hombre de corazón”, equivale a
prodigarle el más perfecto elogio. Se entiende con esta frase que ese hombre es capaz de
grandes cosas, y que las más ásperas dificultades, los más heroicos no harían más que
encender más y más su ánimo. Hay un hombre de quien con toda verdad puede decirse:
“es un hombre de corazón”. Este hombre es Jesús. Sí, Jesús es el hombre de corazón por
excelencia, es todo corazón. Ahora bien, este hombre de corazón, este Jesús todo
corazón y todo amor, este Corazón inflamado y sediento de sacrificios, es el mismo que
debemos formar en nosotros. ¿Cómo realizar esta prodigiosa y divina formación?
Amando lo que Jesús amó. Efectivamente, puesto que el corazón es el amor, temer los
mismos amores que Jesús, es tener un mismo corazón con Él. ¿Qué es lo que Tú has
amado, mi adorable Jesús? A tu Padre Eterno, al Espíritu de amor que a Él te une, a tu
Madre admirable, a tus ángeles y santos, a las almas criadas a tu imagen y semejanza, es
decir, a todo lo que es bueno y hermoso, grande y santo, amable y admirable.
¡He aquí lo que amas y buscas con pasión al precio de tu vida y de toda tu sangre! ¡He
aquí lo que yo debo únicamente amar! Escucha mi ardiente súplica y, según tu promesa,
“danos un corazón nuevo, quita de mi cuerpo este corazón de piedra”, en el que no puede
penetrar tu amor, y “dame un corazón de carne”128, como el que tomaste en el seno de mi
dulce Madre María.
Si queremos formar el Corazón de Jesús en nosotros, no basta que nuestro amor tenga
el mismo objeto que el suyo, es preciso además que tenga, si no el mismo ardor y la
misma intensidad, al menos un ardor y una intensidad que se acerquen cada día más a la
suya. Es indudable, que, siendo Él Dios, ama con un amor infinito y, en este sentido,
jampas podríamos amar como Él. Indudable también que nosotros nunca podremos
igualar al amor inmenso con que Él ama, como hombre, a su Padre, a su Santo Espíritu,
a su Madre, a sus ángeles y santos y a nosotros mismos. No obstante, es mucha verdad
que podemos amar como Él amó, que podemos imitarle, y con una imitación cada vez
más verdadera, amando esos mismos objetos que Él ama y con todas las fuerzas de nuestra
naturaleza finita y limitada.
Él agotó sus fuerzas en su vida mortal y en su dolorosa pasión: agotemos, pues, también,
en nuestra vida de cada día y en la pasión de la cruz y de la muerte a nosotros mismos,
128
Ez. 36, 26.
107
todas las fuerzas vivas de nuestra energía y de nuestro amor. Amemos a Dios como
Jesucristo le amó, es decir, prácticamente e inmolándonos para procurar su gloria por el
rescate de los hombres, y su conversión a la verdad y a la santidad. Así, habremos
formado su Corazón en nosotros y llenado nuestra cristiana vocación.
Compromiso: Examinar nuestros afectos para ver si son todos dignos del Corazón de
Jesús.
ACTITUDES GENERALES
PRIMERA MEDITACIÓN
(Para la víspera de la fiesta)
Disposiciones necesarias para preparamos a celebrar bien esta fiesta
Ofrezcamos, pues, nuestro corazón al Espíritu Santo pidiéndole con grande instancia que
encienda en nosotros un gran deseo de solemnizar esta fiesta con tanta devoción como si
sólo esta vez hubiéramos de celebrarla en la tierra. Este gran deseo es la primera
disposición requerida para preparamos a la fiesta.
108
y que tienen su fuente en ese divino Corazón, por nuestra ingratitud e infidelidad han
sido para nosotros vanas e inútiles.
Humillémonos profundamente por todo esto y entremos por fin en un espíritu de sincera
penitencia que nos inspirará horror de nuestros pecados y un profundo dolor, y nos
incitará a hacer una buena confesión para purificar nuestra alma y nuestro corazón y nos
preparará para recibir las luces y las gracias necesarias para celebrar santamente esta
fiesta.
Tercera disposición: Unirnos a los ángeles, a los santos y a las Tres Divinas Personas.
SEGUNDA MEDITACIÓN
(Para el día de la fiesta)
Cómo Jesús nos ha dado su Corazón
¿Cuáles son esos dones? Son: El ser y la vida con todos los bienes inherentes; este
espacioso mundo lleno de tantas y tan variadas cosas todas para nuestra utilidad y recreo.
Todos sus ángeles que son nuestros protectores; todos sus santos que son nuestros
defensores e interceden por nosotros delante de Él. Su Madre Santísima que es nuestra
bondadosísima Madre; todos los sacramentos y misterios de la Iglesia que nos salvan y
santifican. Su Eterno Padre que es nuestro verdadero Padre; su Espíritu Santo, nuestra
luz y nuestro guía.
129
«Gratias, tibi, Domine Jésu, super innenarrabili dono Cordis tui».
109
Todos sus pensamientos, sus palabras, sus acciones, sus misterios; todos sus
padecimientos y toda su vida, dedicada toda a nuestro bien e inmolada hasta la última
gota de su sangre. También, nos da también Jesús su amabilísimo Corazón, principio y
fuente de todos sus demás favores. Porque es su divino Corazón el que lo hizo salir del
seno adorable de su Padre y lo hizo venir a la tierra para concedernos todas aquellas
gracias; y es su Corazón humano-divino y divino-humano al que mereció y conquistó
para nosotros esos favores, mediante los muchos dolores y congojas que hubo de sufrir
cuando se hallaba en este mundo.
El suyo nos lo dio íntegramente; démosle el nuestro íntegramente y sin reservas. Él nos
dio el suyo para siempre; para siempre e irrevocablemente démosle el nuestro. Con amor
infinito nos dio el suyo; démosle el nuestro con ese mismo amor infinito.
Mas sobre todo ofrezcámosle su mismo Corazón, porque habiéndonoslo dado, nos
pertenece todo entero y nada más grato podríamos ofrecerle. En efecto, al ofrecerle su
Corazón le ofrecemos el de su Eterno Padre, con el cual no tiene sino un solo corazón
por unidad de esencia; y le ofrecemos también el Corazón de su santísima Madre con
quien no tiene sino un solo corazón por unidad de voluntad y afecto.
130
«Gratias infinitas super innenarrabilibus donis ejus».
110
TERCERA MEDITACIÓN
Inmenso favor que Nuestro Señor nos hizo al darnos esta fiesta
Pero esta fiesta es un mar de gracias y de santidad porque es la fiesta del santísimo
Corazón de Jesús, océano inmenso de incontables gracias. Esta es, en cierto modo, la
fiesta de las fiestas, porque es la fiesta del amable Corazón de Jesús, principio, como lo
hemos visto en las dos meditaciones precedentes, de todos los demás misterios
contenidos en las demás fiestas que se celebran en la Iglesia, y fuente de todo lo grande,
santo y venerable que hay en las demás fiestas.
Debemos, pues, dar gracias a ese bondadosísimo, Salvador, e invitar a todos los santos y
a todos los ángeles, a la santísima Virgen y a todas las criaturas, para que lo alaben,
bendigan y glorifiquen con nosotros por ese favor inconcebible. También hemos de
prepararnos para recibir las gracias que nos quiere comunicar en esta admirable
solemnidad formando una firme resolución de no omitir nada de cuanto podamos hacer
y de dedicar todo nuestro cuidado y todo nuestro afecto y todos los medios que estén a
nuestro alcance para celebrarla digna y santamente durante los días de su Octava.
¿Para qué nos ha dado el Rey de los corazones esta fiesta de su admirable Corazón? Para
que cumplamos los deberes que para con ese corazón tenemos.
El primero es adorarlo. Adorémosle pues con todo nuestro corazón, con todas nuestras
fuerzas, porque siendo el Corazón de un Dios, del Unigénito de Dios, del Hombre-Dios,
es infinitamente digno de adoración. Adorémosle en nombre y de parte de todas las
criaturas que deberían adorarle. Adorémosle y ofrezcámosle todas las adoraciones que le
han sido dadas y le serán eternamente en la tierra y en el cielo.
111
¡Salvador mío! Que el Universo se trueque en adoración a tu divino Corazón. ¡Con qué
gusto consentiría yo, mediante tu gracia, en ser aniquilado ahora y para siempre, a fin de
que el Corazón de mi Jesús fuera adorado sin cesar por todo el Universo!
El tercer deber es el de pedir a Dios perdón por todos los dolores, tristezas, congojas y
martirios cruelísimos que hubo de sufrir por nuestros pecados; y en desagravio ofrecerle
todo el gozo y la alegría que le han proporcionado su Eterno Padre, su santa Madre y
todos los corazones que lo aman con ardor y fidelidad. Por amor a Él hay que aceptar
también todas las amarguras, tristezas y aflicciones que en cualquier tiempo nos
sobrevengan.
El cuarto deber es amar cordial y fervorosamente a este Corazón todo amor, y amarlo
por todos los que no lo aman y ofrecerle todo el amor de los corazones que le pertenecen.
Por favor, haz que yo empiece ya a amarte, Quita de mi corazón todo lo que te desagrada
y establece en él perfectamente el reino de tu santo amor.
131
«Deus cordis mei, pars mea in æternum».
112
CUARTA MEDITACIÓN
El Santísimo Corazón de Jesús, refugio, oráculo y tesoro nuestro
Nuestro bondadosísimo Salvador nos dio su Corazón no sólo para que fuera objeto de
nuestro culto y adoración, en la fiesta que le celebramos, sino también como refugio y
asilo en todas nuestras necesidades.
Retirémonos a ese asilo de bondad y de misericordia para estar a cubierto de los peligros
y miserias de que está llena la presente vida. Salvémonos en esa ciudad de refugio para
librarnos de la venganza de la justicia divina provocada por nuestros pecados, que
mataron al autor de la vida. En fin, que ese Corazón benignísimo y generosísimo sea
nuestro asilo y nuestro refugio en todas nuestras necesidades.
Nuestro amabilísimo Jesús nos dio también su Corazón para que fuera nuestro divino
Oráculo, mucho más excelente que el que había sido puesto en el tabernáculo de la
Alianza de Moisés y después en el templo de Salomón.
Un ángel hablaba en aquél; en éste, eres Tú mismo, Jesús mío, el que nos hablas, y nos
hablas cara a cara, corazón a corazón y nos haces conocer tus voluntades, aclaras nuestras
dudas, resuelves nuestras dificultades cuando recurrimos a tu amable Corazón con fe,
humildad y confianza.
Cuando deseemos, pues, conocer lo que Dios nos pide en las diversas circunstancias,
cuando emprendamos alguna obra para su servicio o cuando estemos en alguna duda o
perplejidad, recurramos a este bondadosísimo Corazón, diciendo la Misa en su honor, si
somos sacerdotes, o comulgando si no lo somos; y experimentaremos los efectos de su
bondad.
113
El Corazón de Jesús, nuestro Tesoro.
Nuestro amabilísimo Salvador nos ha dado otrosí su amabilísimo Corazón para que sea
nuestro tesoro. Es un tesoro inmenso e inagotable que enriquece el cielo y a la tierra con
infinidad de bienes.
Saquemos de ese tesoro con qué pagar a la justicia divina lo que le debemos por todas
nuestras faltas, ofreciéndole ese Sacratísimo Corazón en satisfacción por nuestros
innumerables pecados, ofensas y negligencias. Si tenemos necesidad de alguna virtud,
saquémosla de nuestro tesoro que contiene en grado eminente todas las virtudes, y
supliquemos a nuestro Señor, que por la profundísima humildad de su Corazón, nos dé
humildad verdadera; que por la ardentísima caridad de su Corazón, nos dé caridad
perfecta; y así en cuanto a las demás virtudes.
Cuando en las diversas coyunturas haya necesidad de alguna gracia particular saquémosla
de nuestro tesoro pidiéndole a nuestro Señor que por su benignísimo Corazón nos la
conceda. Si deseamos ayudar a las almas del Purgatorio para que paguen sus deudas a la
justicia divina ofrezcamos a éstas nuestro precioso tesoro para que saque de él con qué
pagarse.
Cuando los pobres nos pidan limosna saquemos de nuestro tesoro con qué socorrerlos,
diciendo ésta o semejante oración: «Benignísimo y liberalísimo Corazón de Jesús, ten
piedad de todos los miserables».
Cuando alguien se encomiende a nuestras oraciones o nos pida alguna cosa, levantemos
nuestro Corazón hacia nuestro tesoro y digamos con humildad y confianza: «Corazón
amable de mi Salvador, haz sentir los efectos de tu caridad a todos los que recurran a
mí».
Finalmente, ya que nuestro corazón está unido a su tesoro, procuremos que los afectos
y la ternura de nuestro corazón, estén unidos al amabilísimo Corazón de Jesús.
132
«Deus cordis mei, amor meus, Jesús in aeternum».
114
QUINTA MEDITACIÓN
El Divino Corazón de Jesús, modelo y regla de nuestra vida
Sí, este admirable Corazón es mío; y por varios títulos: Es mío, porque su Padre Eterno
me lo dio; es mío, porque la santísima Virgen me lo dio; es mío, porque el Espíritu Santo
me lo dio; es mío, porque mi Salvador me lo dio mil y mil veces .
Me lo dio no solamente para que fuera mi refugio y mi asilo en todas mis necesidades,
para que fuera mi oráculo y mi tesoro; me lo dio también para que fuera el modelo y la
regla de mi vida y de mis acciones.
Esta regla es la que quiero mirar y estudiar continuamente para seguirla con fidelidad.
Quiero estudiar cuidadosamente lo que el Corazón de mi Jesús aborrece y lo que ama;
para no odiar yo sino lo que Él odia, y no amar sino lo que Él ama. Y encuentro que Él
no ha odiado ni odiará jamás sino una cosa: el pecado. ¿Por ventura tuvo Él algún odio
contra los miserables judíos que lo persiguieron tanto, o contra los verdugos que lo
trataron con tanta crueldad? De ninguna manera; antes por el contrario, disculpó en la
presencia de su Padre el más horrible de los crímenes y pidió que fuera perdonado. He
aquí la regla que quiero seguir por amor a Ti, ¡Salvador mío! No quiero odiar sino el
pecado y quiero amar todo lo que Tú amas aún a los que me aborrezcan y con tu gracia
quiero hacer el bien que pueda a los que me hagan mal.
Oigo también a mi Regla que dice: «Tengan en sus corazones los mismos sentimientos
que tuvo Jesucristo en el suyo» (Fil.2, 5).
115
¿Cuáles son esos sentimientos? Encuentro que son seis:
- Los sentimientos de amor que Jesús tiene para con su Padre y para con la
amabilísima voluntad de este Padre. Ama tanto a su Padre que se sacrificó por su
gloria y está listo todavía a sacrificarse, millares de veces.
Tiene tanto amor para con su divina Voluntad que durante su vida no hizo nunca
la propia, ni siquiera una sola vez, sino cifró la dicha en cumplir la de su Padre.
«Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado». (Jn. 4,34).
- Los sentimientos de repulsión y de odio para con el pecado, al que aborrece tanto
que se abandonó a la rabia de sus enemigos y al suplicio de la cruz para aplastar a
este monstruo infernal.
- Los sentimientos de aprecio y de afecto a la cruz y a los sufrimientos, que ama tan
apasionadamente, que el Espíritu Santo hablando del día de su pasión, lo llama el
día de la alegría de su Corazón. (Cant. 8,11).
- Los sentimientos de amor a su queridísima Madre, a quien ama más que a todos
sus ángeles y a todos sus santos juntos.
- Los sentimientos de caridad que tiene para con nosotros, a quienes ama tan
tiernamente que parece, dice San Buenaventura, que se odiara a si mismo por
nosotros : In tantum me diligis, dice este santo Doctor, ut te pro me odisse
videaris.
116
Estas son las reglas divinas que quiero guardar por amor a Ti, Salvador mío.
Quiero amar a mi Dios con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas,
y quiero cifrar toda mi dicha en seguir siempre y en todo su adorabilísima Voluntad.
Quiero odiar y abominar en tal grado toda clase de iniquidades, que con la ayuda de tu
santa gracia moriré antes que consentir alguna vez en ellas.
Concédeme, Jesús mío, que yo ame tanto las cruces y aflicciones, que por amor a Ti,
encuentre en ellas toda mi dicha, y pueda decir con tu santo Apóstol: «Estoy inundado
de consuelo, reboso de gozo en todas mis tribulaciones» (2 Cor. 7, 4).
Hazme compartir el grandísimo amor que tienes por tu divina Madre, para que, después
de Ti, ella sea el primer objeto de mi culto y de mi devoción ferviente.
Graba en mi corazón el odio que tienes contra el mundo, al que quiero detestar como a
un verdadero anticristo, que siempre es tu enemigo y te ha crucificado cruelmente.
¡Dios de mi corazón!, concédeme que conserve siempre en mi alma, por amor a Ti, una
íntegra caridad para con mi prójimo. Esta es la regla de las reglas: «Venga la paz sobre
todos cuantos sigan esta norma» (Gal. 6, 16).
SEXTA MEDITACIÓN
Jesús nos da su Corazón para que sea nuestro corazón
El Hijo de Dios nos ha dado su Corazón no solamente para que sea el modelo y la regla
de nuestra vida, sino también el corazón nuestro, para que con este Corazón, inmenso
infinito y eterno podamos tributar a Dios todos los homenajes que le debemos, y cumplir
todas las obligaciones que tenemos para con su divina Majestad, de una manera digna a
sus infinitas perfecciones.
A cinco cosas muy grandes estamos obligados para con Dios: 1) a adorarlo en su grandeza
divina; 2) a darle gracias por sus inenarrables dones que de su inefable bondad hemos
133
¡Oh Cor Jesu, lex et regula cordis nostri!
117
recibido y recibimos siempre; 3) a satisfacer a su divina justicia por nuestros
innumerables pecados y negligencias; 4) a amarlo por su incomprensible bondad; 5) a
pedirle, a fin de alcanzar de su divina liberalidad todo lo que es necesario, así para el alma
como para el cuerpo.
Ahora bien, ¿cómo cumplir todos estos deberes de la manera digna de Dios?
Es imposible. Pues aunque fuesen nuestros todos los espíritus, todos los corazones y todo
el poder de los ángeles y de todos los hombres, y los empleásemos en adorar a Dios, en
darle gracias, en amarlo dignamente y en satisfacer con perfección a su divina Justicia,
esto nada sería al lado de nuestras infinitas deudas.
Mas, he aquí, una infinitamente infinita que tenemos para con nuestro bondadosísimo
Salvador. Es el habernos dado Él un medio admirable de cumplir íntegra y perfectamente
todas estas deudas. Nos dio su adorable Corazón, para que dispusiésemos de Él como de
un corazón nuestro; para adorar a Dios cuanto es adorable, para amarlo cuanto merece
ser amado, y para cumplir todas nuestras obligaciones de una manera digna de la majestad
suprema.
¡Qué dicha y qué gloria para nosotros tener tal Corazón! ¡Qué ricos somos! ¡Qué tesoro
poseemos!, ¡Qué deudas para con tu incomprensible bondad! ¡Salvador mío! Pide a tu
Padre que no seamos sino una sola cosa con Él y contigo, como Él y Tú no son sino un
solo Dios y así quieres que tengamos con tu Padre adorable y contigo un solo corazón.
Quieres ser nuestra cabeza y que seamos tus miembros y que no tengamos contigo sino
un solo corazón y un solo espíritu. Nos hiciste hijos de un mismo Padre cuyo hijo eres,
por eso nos has dado tu Corazón, para que en tu compañía amemos a tu Padre con un
solo Corazón. Nos dices que este mismo Padre nos ama con el mismo amor que te tiene
(Jn.17, 23), y que Tú nos amas con el mismo Corazón con que te ama tu Padre (Jn. 15,
9). Por eso nos das tu Corazón, para que amemos a tu Padre y a Ti con el mismo Corazón
y el mismo amor con que nos aman, y para que nos sirvamos de ese gran Corazón, con
118
el fin de darte nuestras adoraciones, nuestras alabanzas, nuestras acciones de gracias y los
demás homenajes que te debemos, de una manera digna de tu grandeza divina.
Y ¿qué hemos de hacer para servirnos de este gran Corazón que Dios nos ha dado, y
cumplir así todas nuestras obligaciones?
Dos cosas:
Cuando se trata de adorar a Dios, de alabarlo, de darle gracias, de amarlo, de practicar
alguna virtud o de hacer alguna obra para el divino servicio, primeramente hay que
renunciar a nosotros mismos, a nuestro propio Corazón todo envenenado por el pecado
y el amor propio. En Segundo lugar tenemos que darnos, a Jesús para que nos una en lo
que vamos a hacer, a su divino Corazón, al amor, a la caridad, a la humildad y todas las
santas disposiciones de ese mismo Corazón, para adorar, para amar, para glorificar y
servir a Dios con el Corazón de un Dios.
¡Salvador mío! Válete del poder de tu brazo para separarme de mí mismo y unirme a Ti;
para arrancarme este miserable corazón y poner en su lugar el tuyo a fin de que yo pueda
decir: « Señor mío, te alabaré y amaré con todo mi corazón» (Sal. 110, 1), esto es, con
todo el gran Corazón de Jesús, que es mi propio Corazón.
SÉPTIMA MEDITACIÓN
Humildad profundísima del divino Corazón de Jesús
Tener una gran estima y bajo aprecio de sí mismo, menospreciar y odiar el honor y la
gloria del mundo y amar la abyección y la humillación, son los tres efectos de la verdadera
134
«O Cor meum, Cor unicum, in te mihi sunt omnía».
119
humildad. Es ésta una virtud en la que hay infinidad de grados, porque tenemos infinitos
motivos para humillarnos; entre los cuales he aquí tres principales:
El tercer motivo de humillación son los pecados, el menor de los cuales es un abismo
infinito de rebajamiento, puesto que Dios nos puede convertir justamente en la nada por
el más pequeño de todos los pecados.
Noten bien el primer efecto que la humillación debe obrar en nuestro corazón y que obró
de manera prodigiosa en el Corazón de nuestro Salvador: la baja estima de sí mismo.
Porque en primer lugar su humanidad santa veía con toda claridad que habiendo salido
de la nada, nada era y no tenía de sí misma sino nada.
En tercer lugar, sabía muy bien que era hija de Adán, y que el pecado original es un
océano inmenso de pecados, toda vez que es el primer manantial de todos los pecados
que han sido, serán y podrían ser cometidos en todo el mundo, aunque duraran más de
cien mil años. No ignoraba tampoco la humanidad santa de Jesús que de haber nacido de
otro seno que no fuera el de la santísima e Inmaculada Virgen, y si no hubiera estado
personalmente unida al Verbo eterno, o si no hubiera sido preservada por algún otro
milagro del pecado original en el momento de su Concepción, hubiera sido ella capaz,
como los demás hijos de Adán, de todos los crímenes imaginables; lo que la mantenía en
una indecible humillación. Además de esto, se veía cargada con todos los pecados del
mundo, como si hubieran sido sus propios pecados; «hizo suyos todos nuestros pecados»,
nos dice San Agustín, y por consiguiente se veía obligada a soportar ante Dios la confusión
de un número de crímenes mayor que las gotas de agua y los granos de arena en el mar.
¡Jesús!, ¿quién me daría a conocer las humillaciones que has soportado para destruir mi
orgullo? ¿Cómo es posible después de esto, que mi corazón puede soportar un solo
momento este espantoso monstruo?
120
Para conocer el segundo efecto de la humidad en el Corazón de nuestro Redentor veamos
el gran menosprecio que hizo de la estima, y de la gloria del mundo durante todo el curso
de su vida sobre la tierra. Es el Hijo único de Dios, Dios como su Padre, es el rey de la
gloria, es el monarca soberano de los cielos y la tierra que merece los homenajes y
adoraciones de todas las criaturas. Si quisiera Él hacer brillar el menor rayo de su
Majestad, se prosternaría a sus pies todo el universo para adorarle. Mas apenas hace
manifestación de sus grandezas, ni en su nacimiento, ni en todo el curso de su vida, ni
siquiera después de su Resurrección, ni en el santísimo Sacramento donde se encuentra
glorioso e inmortal. Cuando los judíos quisieron aclamarle por rey, huye y se esconde y
declara que su reino no es de este mundo. Hasta tal punto desprecia cuanto la tierra tiene
de glorioso y deslumbrador!
¡Jesús, imprime estos sentimientos en mi corazón y haz que juzgue la estimación y las
alabanzas humanas como un veneno del infierno!
Pon ante tus ojos todas las humillaciones, desprecios, anonadamientos, oprobios e
ignominias que nuestro adorabilísimo Salvador soportó en su Encarnación, en su
nacimiento, en su circuncisión, en su huida a Egipto y en todos los misterios de su pasión.
Has de saber que todo ello es un festín magnífico que su divino amor le ha preparado,
que todas estas ignominias son exquisitos platos con que ha saciado y satisfecho el hambre
que le devoraba. Porque, ¿de dónde procedía esa hambre insaciable sino del infinito amor
que por su Padre y por nosotros tenía? Amor que encendía en Él un deseo increíble de
ser humillado y anonadado para reparar la infinita injuria y el deshonor inconcebible que
el pecador hace a Dios, a quien, en cuanto está de su parte, arranca de su trono y le pone
bajo sus pies y le anonada, para ponerse él en su lugar, prefiriendo sus intereses a los
intereses de Dios, sus satisfacciones a las satisfacciones de Dios, su honor a su gloria, sus
voluntades a la suya; injuria infinitamente enorme y ultrajante que no puede ser reparada
sino por los abatimientos de un Dios anonadado. He aquí por qué el amor incomprensible
del Hijo de Dios a su Padre no sólo le obligó a sufrir tantas humillaciones, sino que
además le llevó a abismarse en las ignominias, y a poner en ellas su gozo y sus delicias,
para reparar con la mayor perfección el deshonor hecho a su Padre; así como también
para librarnos a nosotros de las confusiones eternas del infierno, para adquirirnos las
glorias inmortales del cielo, para destruir en nosotros el orgullo que es la fuente de todo
pecado y para fundarnos en la humildad que es el fundamento de todas las virtudes.
121
para adorar y glorificar a mi Jesús y confiesen todas las lenguas que mi Salvador está
gozando de la gloria inmensa y eterna de su Padre!
OCTAVA MEDITACIÓN
El Corazón de Jesús es el Rey de los Mártires
Todos los sufrimientos de los santos mártires son poca cosa, o mejor, no son nada en
comparación con los dolores infinitos del adorable Corazón del Rey de los mártires.
Cuenten si pueden todos los pecados del universo, cuyo número es incalculable y habrás
contado las agudísimas saetas que afligieron al divino Corazón del Salvador con infinidad
de heridas, tanto más dolorosas cuanto más amor tenía ese corazón sacratísimo para con
su eterno Padre, a quien veía infinitamente e infinitas veces ultrajado y deshonrado por
ese ejército incontable de crímenes.
¡Salvador mío, cuánto detesto y aborrezco todos mis pecados, que se cuentan entre los
detestables verdugos que martirizaron tu benignísimo Corazón!
Además, coloquen ante sus ojos el número casi infinito de miserables almas para quienes
nuestro bondadosísimo Salvador tenía un amor increíble y cuya pérdida desgraciada, por
mera culpa de ellas preveía, no obstante lo que sufría por salvarlas. Esto causaba dolores
increíbles a su Corazón infinitamente caritativo.
¡Almas desventuradas! ¿Por qué no tuvieron corazón para amar al que en cierto modo
las amó más que a sí mismo, pues dio su vida y su sangre por su salvación?
¡Queridísimo Jesús mío!, ¿quién me diera todos los corazones de esas almas infortunadas
para amarte y alabarte con ellas eternamente?
Dolores causados al Corazón de Jesús por los sufrimientos reservados a los mártires y a
los cristianos.
135
«Jesu, mitis et humilis corde, miserere nobis».
122
sobre la tierra, y sepan que todos esos males han sido otras tantas heridas muy sangrientas
para el Corazón de Jesús. Porque este benignísimo, Salvador, cuyo Corazón es tan
sensible al dolor como los corazones más tiernos que se puedan imaginar, estuvo lleno
de infinito amor hacia sus queridos hijos y vio todas sus cruces y aflicciones.
Como todas esas penas venían a dar en el bondadosísimo Corazón de Jesús como en su
centro no hay mente que pueda comprender los dolorosísimos, martirios que por este
motivo hubo de padecer este paternal Corazón. Esto fue lo que expresó el profeta Isaías:
«En verdad que Él mismo tomó sobre sí nuestras dolencias» (Is. 53,4), y lo dijo San
Mateo: «El mismo ha cargado con nuestras dolencias y ha tomado sobre sí nuestras
enfermedades» (Mt. 8,17).
¡Con cuánta razón se puede llamar a este Corazón el Rey de los Mártires y el centro de
la cruz! ¡Qué consuelo para los afligidos saber que todas sus penas pasaron por el
benignísimo Corazón de Jesús y que éste fue el primero que por amor a ellos las soportó!
Démonos también a Él para sufrir todos nuestros contratiempos en unión del amor con
que Cristo los sufrió primero.
Todos estos sufrimientos del Corazón de Jesús no son nada al lado de los que el divino
Corazón del Señor padeció en la Cruz.
Fueron éstos tan violentos que su Corazón se rompió de dolor y fue entonces cuando
Jesús entregó su alma en las manos de su Padre. ¡Salvador mío! ¿Quién te hizo sufrir
tantos tormentos que por ellos tu Corazón se rompió de dolor, sino el amor infinito que
tienes a tu Padre y a nosotros? Luego se puede decir que moriste de amor y de dolor y
que tu Corazón se rompió, y que fue magullado y despedazado por el dolor y el amor de
la gloria de tu Padre y el de nuestra Redención.
¡Adorable Corazón de mi Jesús! ¿Con qué pagaré todos esos excesos de tu bondad?
¡No tener yo todos los corazones del cielo y de la tierra para sacrificarlos en las llamas de
tu amor!
¡Padre Santo! No puedes negar nada de cuanto se te pide por el amable Corazón de tu
Hijo muerto de amor y de dolor por amor a nosotros y hacia Ti.
123
Es imposible. Antes se acabarían los cielos y la tierra. Así, pues, Padre adorable, por ese
divino Corazón muerto de amor y de dolor por mí, te suplico que tomes de mi corazón
plena y absoluta posesión y que establezcas en él perfectamente y para siempre el reino
del santísimo amor de Jesús y de María.
ORACIÓN JACULATORIA: ¡Víctima angosta del Calvario santo, Salve, Rey de los
Mártires y centro de la sagrada Cruz; que la Cruz sea amor y triunfo eterno!136
NOVENA MEDITACIÓN
El Corazón de Jesús es el Corazón de María
Así como el Corazón virginal de la santísima Virgen Madre de Jesús tiene más amor que
todos los ángeles y todos los santos juntos a su queridísimo Hijo, así también el Corazón
divino del Hijo único de María está tan abrasado de amor a su amabilísima Madre que la
ama más a ella que a todas las criaturas juntas.
Ofrezcamos a Jesús el Corazón de su Santa Madre en reparación de todas las faltas que
en su amor y servicio hemos cometido; y ofrezcamos a su dignísima Madre, que es
también nuestra el Corazón y el amor de su Hijo en reparación de todas nuestras
ingratitudes e infidelidades para con ella.
Las tres divinas Personas han dado el Corazón de Jesús a María y por intercesión de ésta
nos lo han dado a nosotros.
Después de Dios, la sacratísima Virgen es el primer objeto del ardentísimo amor del
Corazón de Jesús. Pero también el Corazón de Jesús es el Corazón de María por cinco
razones principales:
Alabanzas infinitas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por el don infinitamente precioso
que hicieron a nuestra divina Madre, y por ella a nosotros.
136
Ave dolorum víctima, Centrum crucis, Rex Martyrum, Fac nostra sit Crux gloria, Amor, corona, gaudium.
124
¡Santísima Trinidad, te ofrezco y te doy el Corazón de mi Jesús y el Corazón de la
Santísima Madre de Jesús como acción de gracias por tu infinita bondad para conmigo!
Te ofrezco también en unión de esos dos amables corazones, el muy indigno corazón mío
y todos los corazones de mis hermanos y de mis hermanas con la súplica humildísima de
que tomes de ellos plena y absoluta y eterna posesión.
La quinta razón por la cual el Corazón de Jesús es el Corazón de María; es porque ella,
en él momento de la Encarnación, cooperó con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en
la formación del Corazón humano de ese mismo Jesús.
Jesús fue formado de la sangre purísima de María, de esa sangre que pasó por el corazón
virginal de Nuestra Señora. Allí esa sangre recibió la perfección requerida para formar el
corazón de un Hombre Dios. Y ese corazón humano-divino y divino-humano permaneció
nueve meses en las entrañas sagradas de esa Virgen incomparable, a la manera de un
horno de amor divino.
Ese horno sagrado encendió otro de amor a Jesús en el Corazón de su santísima Madre
pero tan ardiente que transformó el Corazón de María en el Corazón de Jesús e hizo de
esos dos corazones uno solo, por unidad de espíritu, de afecto y de voluntad. De suerte
que el Corazón, de la Madre siempre estuvo íntimamente unido al Corazón del Hijo,
125
para querer todo lo que Él quiso, Para dar su asentimiento a todo lo que Él hizo y a todo
lo que Él sufrió para salvarnos. Por eso dicen los santos Padres que la Madre del Salvador
cooperó con Él en una forma particularísima a la gran obra de nuestra Redención.
Por eso también el adorable Redentor hablando a Santa Brígida, cuyas revelaciones están
aprobadas por la Iglesia, le dijo que Ël y su Santísima Madre habían trabajado
unánimemente con un solo corazón, en la salvación del género humano.
Es así como el Corazón de Jesús es el corazón de María, y ambos corazones no son sino
uno solo, y por donación que nos hicieron el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y nuestra
divina Madre, ese único Corazón también es nuestro para que los hijos de Jesús y de
María tengan el mismo Corazón que su Padre y, su Madre, y para que amen y glorifiquen
a Dios con ellos, con un mismo Corazón, con un Corazón digno de la grandeza infinita
de la Majestad divina.
PRIMERA MEDITACIÓN
La Santísima Trinidad vive y reina en el Corazón de Jesús
Considera que el Padre Eterno está en este Corazón admirable, haciendo nacer en él a su
Hijo amadísimo y haciéndolo en él vivir de la mima vida santísima y divina de que goza
en el cielo en su seno adorable por toda la eternidad; y que va imprimiendo en él sin
cesar una imagen cada día más exacta de su divina paternidad para que este Corazón
humanamente divino y divinamente humano sea el Padre de todos los corazones de los
hijos de Dios. Y por esta razón, nuestros corazones lo han de mirar, honrar y amar como
a Padre amabilísimo y esforzarse por grabar en ellos una perfecta semejanza de su vida y
de sus virtudes.
137
«O Cor Jesús te Mariæ, Cor meum amantíssimum!».
126
¡Buen Jesús!, graba Tú mismo en nuestros corazones la imagen del tuyo, y haz que no
vivan sino por amor a tu Padre y que nosotros muramos de amor a Ti, así como Tú has
muerto por amor a tu Padre celestial.
Considera que el Verbo Eterno está en este corazón real; uniéndolo a sí mismo con el
vínculo más íntimo que imaginar podamos, esto es, el de la unión hipostática, que hace
a este mismo Corazón adorable con el mismo género de adoración que a Dios se debe; y
que está en él, si se nos permite la palabra, de un modo casi más ventajoso que el que
tiene en el seno y en el Corazón de su Padre, porque en el Corazón y en el seno del Padre
Eterno está vivo, mas no reina, y en cambio vive y reina en el Corazón del Hombre-
Dios, en el que ejerce su reinado absoluto sobre todas las pasiones humanas, (que tienen
su sede en dicho órgano), y tan absoluto sobre ellas es su dominio, que sin su licencia o
mandato, no pueden ejercer actividad alguna.
¡Jesús!, Rey de mi corazón, vive y reina así sobre mis pasiones, uniéndolas a las tuyas, y
no permitiendo haga de ellas uso alguno sino de acuerdo con tus mandatos y deseos y por
los intereses de tu gloria.
Considera que el Espíritu Santo también vive y reina de una manera inefable en el
Corazón de Jesús; que en ese Corazón guarda los tesoros infinitos de la ciencia y de la
sabiduría de Dios; y que lo colma en grado sumo con todos los dones de su munificencia,
según estas divinas palabras: «Et requiéscet súper éum Spíritus Dómini, Spíritus
sapiéntiae et intelléctus, Spíritus timórís Dómini»: «Y sobre Él descansó el Espíritu del
Señor, Espíritu de sabiduría e inteligencia, de consejo y fortaleza, de ciencia y piedad, y
lo llenó el Espíritu del temor de Dios» (Is.,11, 2-3).
Considera, en fin, que estas tres Divinas Personas viven y reinan en el Corazón del
Salvador, como en el más sublime trono de su amor, en el primer cielo de su gloria, en
el paraíso de sus gratas delicias; y que derraman en Él, con profusión y abundancia
inexplicable, claridades admirables, océanos vastísimos del gracia, torrentes de fuego y
hogueras inextinguibles de su eterno amor.
¡Santísima Trinidad, alabanzas infinitas te sean dadas eternamente por todos los milagros
de amor que operas en el Corazón de mi Jesús! Te ofrezco el mío, con el de todos mis
hermanos, suplicándote, muy rendidamente que tomes de ellos entera posesión y que
127
aniquiles en los mismos cuanto te desagrade, para establecer en todos el reino de tu amor
soberano.
SEGUNDA MEDITACIÓN
El Corazón de Jesús es el Santuario y la imagen de las perfecciones divinas
Adoremos las divinas perfecciones en los efectos admirables de toda índole que operan
en este Corazón maravilloso; de corazón démosle gracias, ofreciéndole todas las
adoraciones, la gloria y el amor que le han sido y que le serán dados por este mismo
corazón por toda la eternidad.
138
«¡Oh sacrosáncta Trínitas!, æterna víta cordium, in córdes ómnium».
128
¡Corazón admirable de Jesús!, te ofrecemos nuestros corazones: imprime en ellos, si tal
es tu voluntad, alguna participación de esta divina semejanza, a fin de que se cumpla en
nosotros esta orden del divino Maestro: «Sean perfectos, como lo es su Padre
Celestial»139 (Mt. 5, 48).
Entre las divinas perfecciones cuya semejanza lleva en sí el divino Corazón de nuestro
Salvador, debemos sentir especial devoción hacia la Misericordia divina y esforzarnos
por grabar su imagen en nuestro corazón. Para lograrlo hay que hacer tres cosas:
TERCERA MEDITACIÓN
El Corazón de Jesús es el Templo, el Altar y el Incensario de Amor Divino
Fue el Amor increado y eterno, esto es, el Espíritu Santo, quien fabricó este templo
magnífico, construyéndolo con la sangre virginal de María, la Madre del amor. Fue
consagrado y santificado por el soberano Pontífice y por la unción de la Divinidad; está
dedicado al Amor eterno; es infinitamente más santo que todos los templos materiales y
espirituales habidos y por haber en el cielo y en la tierra, y es también mil veces más
139
«Estóte perfecti, sícut Páter véster coeléstis perféctus est».
140
«Estóte misericórdes, sicut Páter véster coeléstis miséricors est».
141
« ¡Sánctus Déus, Sánctus fórtis, Sánctus immortális, miserére nóbis!».
129
digno y venerable que ellos. Es en este templo en el que Dios recibe adoraciones,
alabanzas y glorificación dignas de su grandeza infinita. Es en este templo en el que el
soberano Predicador nos anuncia la verdad sin cesar. Es un templo eterno, que nunca se
acabará. Es éste el centro de la santidad, que no puede ser profanado; está adornado de
todas las virtudes cristianas en el más perfecto grado y de todas las perfecciones divinas.
Regocijémonos a la vista de todas las bellezas de este templo maravilloso y de todas las
alabanzas que en él se tributan a la divina Majestad.
El Corazón de Jesús no es sólo el templo sino también el altar del amor divino. Sobre
este altar, noche y día brilla el fuego sagrado de este mismo amor; sobre este altar el
Soberano Sacerdote Jesús ofrece sin cesar varias clases de sacrificios a la Santísima
Trinidad.
Segundo, sacrifica cuanto su Padre le ha dado, es decir todas las criaturas racionales e
irracionales, sensibles e insensibles, animadas e inanimadas, inmolándolas en sacrificio de
alabanzas a su Padre; mas sacrifica también a los hombres, tanto buenos como malos, así
réprobos como predestinados. A los buenos los sacrifica, como víctimas de amor a la
divina Bondad; sacrifica a los perversos, como víctimas de la ira de Dios a su terrible
justicia. Es así como este soberano Sacerdote sacrifica a la gloria de su Padre todo cuanto
existe en el altar de su Corazón. Por esto con toda verdad puede decir: «Laétus óbtuli
univérsa» «Alegre sacrifiqué toda cosa». (1 Cro. 19, 17).
El divino Corazón de Jesús no es sólo el templo y el altar, sino también el Incensario del
divino amor. De este incensario de oro sé habla en el capítulo octavo del Apocalipsis,
130
que San Agustín aplica al amable Corazón de Jesús. Es en este incensario en donde todas
las adoraciones, alabanzas, oraciones, deseos y afectos de todos los santos son puestos
para ser ofrecidos a Dios en el Corazón de su amadísimo Hijo, como un perfume de grato
olor a su divina Majestad. Procuremos depositar también todos nuestros ruegos, todos
nuestros deseos, todas nuestras devociones y los piadosos afectos del corazón, nuestros
corazones mismos con todo cuanto hacemos y somos, suplicando al Rey de los corazones
que purifique y santifique todo esto, y que como incienso de suave olor lo ofrezca a su
Padre.
CUARTA MEDITACIÓN
Con amor inmenso y eterno nos ama el Corazón de Jesús
El divino Corazón de Jesús está lleno de amor eterno hacia nosotros. Para comprender
bien esto, hay que saber que hay dos elementos constitutivos de la eternidad. En primer
término, no tiene principio ni tendrá fin y en segundo lugar, comprende todo tiempo
pasado, presente y futuro, y esto en forma estable y permanente, juntando todos estos
tiempos en un solo espacio y punto indivisible e inmóvil.
Y precisamente en esto radica su diferencia con el tiempo, que corre sin descanso, de
suerte que el momento que llega empuja al que le precedió y así sucesivamente, sin que
jamás puedan dos instantes fundirse por decirlo así en uno solo. Por el contrario, en la
eternidad todo es permanente, estable, inmóvil, inmutable.
142
«Ave Sacerdos cordium, Ave Deo par víctima, Templum Deo digníssimum, Et ara sacratíssima».
131
He aquí por qué el amor eterno del Corazón de Jesús comprende dos cosas. Una primera
consiste en que este Corazón incomparable nos ha amado desde toda la eternidad, antes
de que existiéramos, y de que hubiéramos podido conocerlo y amarlo; no obstante, y
aun sabiendo que lo habríamos de ofender, ya que nuestros pecados los tenía presentes
aún antes de cometidos, su ciencia infinita, nos amó con eterno amor: «Charitáte
perpétua diléxit me»: «Me amó con amor eterno». La segunda es que, en cada instante
nos ama con todo el amor con que nos ha amado y nos amará en todos los instantes que
pudiéramos suponer en la eternidad. Y en ello estriba la gran diferencia que existe entre
nuestro amor y el divino. En efecto, el amor nuestro es una acción pasajera, en cambio,
el de Dios no es de la misma naturaleza, ya que el amor que nos ha tenido, supongamos
desde hace cien mil años, permanece aún en su Corazón acrecentado con el que nos
profesará dentro de otros cien mil años, pues la eternidad hace que en Dios no haya ni
pasado ni porvenir, sino que todo sea presente y actual. De tal suerte, Dios nos ama ahora
con todo el amor que nos ha tenido desde toda su eternidad y con el que por toda la
eternidad nos ha de seguir amando.
El amable Corazón de nuestro Jesús nos ama inmensamente, pues el amor divino e
increado que tiene, no siendo otra cosa que Dios mismo, y Dios siendo inmenso, tal
amor ha de ser por lo mismo inmenso a su vez. Dios está en todas partes, en todo lugar
y en toda cosa y su amor, por consiguiente, participa de los mismos caracteres; de suerte
que, el Corazón de Jesús no nos ama sólo en el cielo o en cualquier otro lugar, sino que
nos ama en el cielo y en la tierra, en el sol, en las estrellas y en todo lo creado. Nos ama
en todos los corazones de todos los habitantes del cielo y en los de cuantos sientan por
nosotros algo de caridad sobre la tierra; porque toda caridad que hay en los corazones
del cielo y de la tierra no es sino una participación del amor del Corazón de Jesús hacia
nosotros. Y voy más lejos, no temiendo afirmar que nos ama aún en el corazón de
nuestros enemigos, a pesar del odio que por nosotros puedan experimentar; más aún,
me atrevería a asegurar que nos ama en el infierno mismo con el corazón de los demonios
y de los réprobos, no obstante la rabia que abriguen contra nosotros, pues este divino
132
amor está donde quiera y llena, por lo mismo, como el mismo Dios, la tierra y los cielos
y hasta los infiernos.
¡Amor inmenso!, me pierdo y me abismo en las llamas y ardores que llenan todo ser
creado, para amar a mi Dios y a mi Salvador en todo lugar y en toda cosa. ¡Jesús!, te
ofrezco todo el amor inmenso de tu Corazón adorable, y el del Corazón de tu Padre
junto con el del Corazón de tu amantísima Madre y con el de todos los corazones que te
aman en el cielo y en la tierra; y deseo ardientemente que todas las criaturas del universo
se conviertan en una sola hoguera gigantesca de amor hacia Ti.
ORACIÓN JACULATORIA: «Sero te amavi, bonitas tam antíqua et tam nova, sero te
amávi». « ¡Tarde te amé, bondad tan antigua y tan reciente, tarde te amé!»
QUINTA MEDITACIÓN
El Corazón de Jesús es el principio de la vida del Hombre-Dios, de la vida
de la Madre de Dios y de la de los hijos de Dios
¡Salvador mío!, que todo esto se convierta en un himno de alabanza inmortal a tu divino
Corazón. ¡Jesús!, puesto que me has dado este mismo corazón para ser el principio de
mi vida, haz, te lo ruego que sea también el principio único de todos mis sentimientos y
afectos, de todas las funciones de las facultades de mi alma, de mi espíritu, y el corazón
de mi corazón!
SEXTA MEDITACIÓN
Tres son los corazones de Jesús, que sin embargo no forman sino uno solo
Debemos adorar tres corazones en nuestro Salvador, los cuales, con todo, no
constituyen sino uno solo, por la estrecha unión que los liga.
143
«O Cor Jesu, princípium ómnium bonórum, tibi láus, tibi glória in ætérnum».
134
maravillosas: «Te amo con el mismo amor y con el mismo Corazón con que mi Padre
me ama a mismo»144 (Jn.l5, 9).
Mi Padre me ama con un amor eterno, inmenso e infinito, y del mismo modo te amo yo;
mi Padre me hace ser lo que soy, es decir, Dios, como Él, e Hijo de Dios y así yo te hago
a ti, por gracia y participación, ser lo mismo que yo, por naturaleza y esencia, es decir,
Dioses e hijos de Dios, y que, por consiguiente, no tengas sino el mismo Padre que tengo
yo, y un Padre que te ama con el mismo amor y con el mismo Corazón con que a mí me
ama145. «Mi Padre me ha constituido heredero universal de todos sus bienes»146: y yo te
constituyo, a mi vez, en coheredero mío147: yo te prometo hacerte entrar en posesión de
todos mis tesoros148: mi Padre finca en mí todas sus delicias y complacencias, y yo en
ustedes pongo mis delicias y mi cabal felicidad149. (Jn. 17, 23; Hb., 1, 2; Rm. 8, 17; Mt.
24,47 y Pv. 8, 31).
¡Bondad!, ¡Amor!, ¡Dios de amor!, ¿Cómo será posible que los corazones de los hombres
permanezcan fríos y helados para contigo, todo amor y fuego hacia ellos?
¡Que todo mi gozo y mis delicias todas consistan en pensar en Ti, en hablar de Ti, en
servirte a Ti, en amarte a Ti! ¡Mi todo!, que yo sea enteramente para Ti y que Tú seas el
único dueño de todo cuanto hay en mí o fuera de mí que es de mi propiedad.
Ahora bien, precisamente por amor a nosotros este amable Jesús renunció a su voluntad
propia, para llevar a cabo la obra de nuestra salvación , de acuerdo con la voluntad de su
144
«Sícut diléxit me Páter, et ego diléxi vos».
145
«Dilexísti éos sicut et me dilexísti».
146
«Constítuit haerédem universórum.
147
«Hærédes Dei et cohærédes Chrísti».
148
«Súper ómnia bóna súa constítuet éum».
149
«Delíciae méae ésse cum fíliis hóminum».
135
Padre, especialmente cuando habló con Él en el Monte de las Olivas en esta forma: «
¡Padre mío!, que no se haga mi voluntad, sino la tuya»150.
¡Dios de mi corazón!, si por mi amor sacrificaste una voluntad tan santa y divina, cuánto
más he de renunciar yo a la mía tan depravada y corrompida. ¡Haz que de todo corazón
y para siempre renuncie a ella; te suplico muy humildemente, mi adorable Redentor!,
que aplastes en mí esa serpiente llena de veneno que es mi propio querer, para que la
reemplaces con tu Voluntad santa y adorable.
¡Qué excesos de amor estos de Jesús por hombres tan ingratos y pérfidos como nosotros!
¡Jesús! Amor de mi corazón, o que no viva yo más, o que viva tan sólo para amarte, para
alabarte y para glorificarte sin descanso, muera yo mil veces antes que hacer algo que te
disguste.
Tú tienes tres corazones que no forman sino uno, el cual lo empleas en amarme sin
cesar. ¡Ojalá tuviera yo todos los corazones del mundo para consumirlos en tu santo
amor!
150
«Páter, non méa volúntas, sed túa, fíat».
136
ORACIÓN JACULATORIA: « ¡Yo te amo, amantísimo Jesús!, ¡te amo, bondad infinita,
te amo con todo mi corazón y más y más te quiero amar!» 151.
SÉPTIMA MEDITACIÓN
Los milagros del Corazón de Jesús
Contemplen el mundo natural, es decir, este gran universo que encierra tantas maravillas
a saber: los cielos, el sol, la luna, los astros en general; los cuatro elementos de los que
el aire está poblado de tan gran variedad de aves; la tierra cubierta de tantas especies de
animales, de árboles, de plantas, de flores, de frutos de metales y de piedras preciosas; y
el mar repleto de una multitud tan prodigiosa de peces. A esto añadamos las criaturas
racionales, los hombres y los Ángeles; considerémoslos en el estado natural de su
creación. ¡Qué milagro tan maravillo haber hecho todo esto de la nada!; no es solamente
un milagro sino un mundo infinito de milagros: cuenten todas las criaturas que Dios ha
hecho, y enumerarán otros tantos milagros realizados por la divinidad al sacarlas del
abismo de la nada; cuenten todos los momentos transcurridos desde la creación del
mundo, en cada uno de los cuales han sido creados, puesto que la conservación es una
creación prolongada y contarán también otros tantos milagros sin hablar de otra infinidad
de maravillas que han sido, son y serán constantemente realizadas en el gobierno del
universo. Ahora bien, ¿quién es el autor de tan incontables prodigios? Es la bondad
inconcebible y el amor inefable del divino Corazón de este Verbo adorado, de quien San
Juan Evangelista nos habla en estas primeras palabras de su evangelio: «En el principio
era el Verbo, y el Verbo era Dios, y todas las cosas fueron hechas por Él»152. Porque, fue
por amor al hombre por lo que hizo todos los seres, a pesar de haber previsto todas las
ingratitudes, ofensas y ultrajes infinitos que de él habría de recibir.
Y por esto, todas las cosas creadas son otras tantas lenguas y voces que nos predican sin
cesar la caridad inefable de su benignísimo Corazón, y que nos exhortan a adorar, a amar
y a glorificar según nuestra capacidad a tan insigne Bienhechor.
El cielo y la tierra dice San Agustín, y todo cuanto encierran, no se cansan de gritarme
que ame a Dios. 153
Milagros del Corazón de Jesús en el mundo de la gracia.
151
«Amo te, amantíssime Jésu, ámo te, bónitas infiníta, ámo te ex tóto córde méo, et mágis átque mágis
amáre vólo».
152
«Omnia per ípsum facta sunt».
153
«Coélum et térra et ómnia quae in éis sunt, non céssant míhi dícere ut ámem Déum méum».
137
Figuren el mundo de la gracia que encierra infinidad de maravillas que sobrepujan
incomparablemente las del mundo de la naturaleza, pues contiene todos los portentos de
santidad que han sido operados en la tierra por el Santo de los santos; todas las maravillas
realizadas en la Madre de la Gracia, en María Santísima; toda la santa Iglesia militante;
todos los Sacramentos, tesoros de gracia inefable con todos los efectos maravillosos que
de ellos se derivan; todos los prodigios de la divina gracia realizados y por realizar en la
existencia de todos los Santos que han sido y que serán hasta el fin de los tiempos. Ahora
bien, ¿cuál es la fuente de todas estas maravillas? ¿No es acaso la caridad inenarrable del
bondadosísimo Corazón de Jesús, que ha establecido y que conserva este mundo
prodigioso de la gracia en la tierra por amor a los hombres?
¡Mi buen Jesús!, que todos estos portentos de tu Corazón amabilísimo, y que todas las
potencias de tu divinidad y de tu humanidad no se cansen de bendecirte por siempre154.
(Dn. 3, 61).
Consideren los goces inefables que les esperan en la Jerusalén celestial, pues el Espíritu
Santo nos declara que jamás ojo humano vio, ni oído alguno oyó, ni corazón de hombre
comprendió, ni comprender podrá jamás, los tesoros infinitos que Dios reserva a los que
lo aman. Ahora bien, ¿quién ha hecho el cielo, y quién es el autor de cuantas maravillas
encierra, sino el amor ardentísimo del amable Corazón del Hijo de Dios, que lo creó con
su potencia infinita, que nos lo mereció con su sangre y que lo colmó de un océano
inmenso de delicias inenarrables, para dárnoslo por toda la eternidad como morada
segura e imperecedera?
¡Mi Salvador!, acepta, te lo suplico, que te ofrezca en acción de gracias todas las
glorias, todas las grandezas y todas las maravillas del paraíso. ¡Si yo poseyera cien mil
paraísos, gustosísimo, mediante tu gracia, me despojaría de ellos, para sacrificártelos en
eterno holocausto de adoración y alabanza!
154
«Benedícite ómnes virtútes Dómini Dóminos».
155
«Quam némo dinumeráre póterat».
138
ORACIÓN JACULATORIA: «Celebren al Señor sus misericordias y sus maravillas para
con los hombres»156.
OCTAVA MEDITACIÓN
El Corazón de Jesús es una hoguera de amor que purifica, transforma y
deifica los corazones
El Corazón de Jesús es una hoguera de amor que derrama sus llamas y fulgores hacia
todas partes y en todas direcciones, en el cielo, en la tierra y por todo el universo; fuegos
156
«Confiteántur Dómino misericórdiæ ejus, et mirabilla ejus filiis hóminum».
157
«De ilumina, santifica, ténebris nos vocávit in admirábile lúmen súum».
158
«Ego díxi, dii éstis».
159
«Divinae consórtes natúrae».
139
y llamas que abrasan los corazones de los Serafines y que derretirían todos los corazones
de la tierra si el hielo pavoroso del todo no lo impidiera.
Estos fuegos divinos transforman todos los corazones de los que aman en el cielo, en
otros tantos hornos de amor hacia Aquél que es todo amor hacia ellos.
Todas las criaturas que existen en la tierra, aún las insensibles, las inanimadas y las
irracionales, resienten los efectos de las bondades inefables de este Corazón magnánimo
y magnífico, puesto que Él ama todo lo que existe y no aborrece nada de cuanto ha hecho
y por lo mismo no odia sino el pecado que ciertamente no es obra suya160. (Sb. 11, 25).
Profesa, con todo, un amor especial y extraordinario a los hombres, tanto buenos como
malos, amigos como enemigos. Precisamente por los malos, por los perversos, por los
pecadores abriga una caridad tan ardiente que todos los torrentes y diluvios de las aguas
de sus pecados sin cuento no pueden extinguir161 (Ct. 8, 7). Efectivamente, prueba de
ello es que no pasa un momento sin que deje de hacerles toda clase de favores y de
beneficios, naturales y sobrenaturales, corporales y espirituales, aún en el punto y hora
en que éstos no piensan sino en ofenderle y ultrajarle con nuevos y más graves pecados.
Estas divinas llamas del bondadosísimo Corazón de Jesús alcanzan aún las tenebrosas
profundidades del infierno, derramándose sobre los mismos demonios y los réprobos, al
conservarles su ser, la vida y las perfecciones naturales con que los adornó en el momento
de su creación, absteniéndose de castigarlos según la gravedad de las ofensas que le
irrogaron con sus pecados por los que ciertamente la divina Justicia bien pudiera
castigarlos con un rigor mayor del que con ellos emplea: «Y no hay quién pueda escapar
al influjo de sus ardores»162 (Sal. 18, 7).
Imagina que toda la caridad, que todos los afectos, que todas las ternuras y delicadezas
que han sido, son y serán y que pudieran existir en todos los corazones que la
omnipotente mano de Dios pudiera formar, llegaran a fundirse en un solo corazón
suficientemente grande como para poderlos contener, ¿todo ello no sería capaz de
160
«Díligis ómnia quæ sunt, et níhil odísti eórum quæ fecísti».
161
«Aquæ múltæ non potuérunt exitínguere charitátem».
162
«Non est qui se abscóndat a calóre ejus».
140
constituir una hoguera inimaginable? Pues bien, has de saber que todos los fuegos y llamas
de esta hoguera no alcanzarían a ser sino una chispita insignificante del amor inmenso que
devora al amabilísimo Corazón de Jesús hacia nosotros.
ORACIÓN JACULATORIA: « ¡Fuego que siempre ardes sin nunca extinguirte; amor
que siempre hierves y nunca te enfrías, enciéndeme enteramente para que enteramente
te ame!»163.
163
«O ígnis qui sémper árdens et núnquam extíngueris; o ámor qui sémper férves et núnquam tepéscis,
accénde me tótum, ut tótus díligam, te».
141
MISA Y OFICIO DEL
DIVINO CORAZÓN
DE JESÚS
142
MISA DE FUEGO EN HONOR AL AMOROSÍSIMO CORAZÓN DE JESÚS
(San Juan Eudes)
ANTÍFONA DE ENTRADA
Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor del amorosísimo
Corazón de nuestro Redentor Jesucristo cuyo amor adoran los Serafines cantando: He
aquí Aquel cuyo imperio permanece eternamente.
(Salmo 110): Te alabaré, Señor, de todo corazón, en medio de los justos. Gloria al Padre
y al Hijo y al Espíritu Santo.
ORACIÓN COLECTA
Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo que por el excesivo amor con que nos
has amado, nos has dado el amantísimo Corazón de tu Hijo para que no teniendo sino un
solo corazón con Él te pudiéramos amar perfectamente; concédenos, te lo suplicamos,
que nuestros corazones fundidos en uno solo entre sí con el Corazón de Jesús, lo hagan
todo en la humildad y caridad de Cristo y que, gracias a su mediación, se cumplan los
justos anhelos de nuestro corazón, Por el mismo, Jesucristo nuestro Señor, tu Hijo, que
siendo Dios, vive y reina Contigo en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los
siglos. Amén.
LECTURA
He aquí lo que dice el Señor Dios: Glorificaré Mi nombre a fin de que el mundo sepa
que yo soy el Señor, dice el Señor de los ejércitos. Yo los escogeré entre las naciones y
los llamaré de todos los pueblos y los llevaré a su patria. Derramaré sobre ustedes agua
purísima y quedarán purificados de todas sus manchas; y yo los purificaré de todas sus
idolatrías.
Yo les daré un espíritu nuevo y un corazón nuevo; les quitaré el corazón de piedra que
tienen y en cambio les daré un corazón de carne. Y derramaré en medio de ustedes mi
Espíritu.
Palabra de Dios
143
SALMO
Porque ustedes son los hijos de Dios, Dios ha enviado a sus corazones el Espíritu y el
Corazón de su Hijo que clama: ¡Padre! Lleven en sus corazones los sentimientos del suyo
y ámenlo como Él los ha amado. Como, mi Padre me ha amado así yo los amo y éste es
mi mandamiento que se amen como yo los he amado. Permanezcan siempre en mi amor.
Aleluya, aleluya.
V/. Mi corazón preparado está, Dios de mi corazón, para hacer siempre lo que sea de tu
agrado.
SECUENCIA
144
17. ¡Paraíso de los Santos, consuelo de los que lloran, salud de los pecadores, y Todo
para todos!
18. ¡Jesús, robador de corazones, consumido de amor a las almas, conquisten las
nuestras todas y todos los corazones!
19. ¡Corazón, soberana benignidad, liberalidad sin límites, incomprensible, felicidad
verdadera que te invocan!
20. ¡Haz Jesús, que por una santa vida imitemos la caridad ardiente, la ternura y
sublime santidad de tu Corazón!
21. Trinidad beatísima, caridad del divino Corazón, a tu misericordia infinita
gratitud, y a Ti la eterna gloria, y digan todas las cosas: ¡Amén! ¡Aleluya!
EVANGELIO
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: como mi Padre me ha amado, así yo los he
amado; permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos permanecerán en mi
amor así como yo he observado los mandatos de mi Padre y he permanecido en su amor.
Esto lo he dicho a fin de que mi alegría esté en ustedes y su felicidad sea perfecta. He
aquí mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como Yo los he amado. La mayor
muestra que, uno puede dar de amor es entregar su vida por el amado. Ustedes son mis
amigos si hacen lo que les he mandado. Ya no los llamaré siervos porque el servidor
ignora lo que hace su señor. Los llamaré ahora, «amigos» porque les he hecho conocer
todo lo que mi Padre me ha comunicado.
No son ustedes los que me han escogido; soy yo quien los he escogido y enviado para que
vayan y recojan frutos y esos frutos perduren.
Todo lo que pidas a mi Padre en mi nombre se los concederá. Lo que els mando es que
se amen los unos a los otros.
OFERTORIO
145
inmolando una misma hostia merezcamos inmolarnos nosotros también e inmolar cuanto
somos y tenemos. Por el mismo Jesucristo.
ANTÍFONA DE COMUNIÓN
Amoroso Jesús, por tu Corazón abierto por la violencia del dolor y del amor en tu agonía,
oye las plegarias que te elevamos, ten piedad de nosotros y toma posesión de nuestro
corazón ahora y para siempre.
POSCOMUNIÓN
PRIMERAS VÍSPERAS
Ant. 1. Jesús, entrando en el mundo dice: En el volumen del Libro está escrito de Mí:
que haga tu voluntad: lo he querido, Dios mío, y tu Ley está en medio de mi Corazón.
Aleluya.
Ant. 2. Venid a Mí, hijitos míos: Con amor eterno te he amado. Por eso te he atraído a
mi Corazón, fuente de todos los bienes. Aleluya.
Ant. 3: A los que me aman, los amo Yo, y mis delicias son estar con los hijos de los
hombres. Aleluya.
146
Lectura Breve (3 Reyes, 9,3.)
He consagrado a mi servicio esta casa a fin de poner en ella mi nombre para siempre; mis
ojos y mi corazón estarán fijos en este lugar.
Himno164
Corazón de Jesús, hijo del Padre
Y de la Virgen Madre único centro,
Canten todos los hombres las loanzas
De tu fulgor eterno.
147
Que ya veo las sagradas puertas
Del horno del amor a ellas me llego,
Morir quiero en sus llamas abrasado,
Morir quiero en su fuego.
Ant. Magnificat: ¡Alégrate, María, Madre del Redentor! He aquí que heriste y
arrebataste su Corazón que vino a ser corazón tuyo; y nos lo diste a fin de que tengamos
un mismo corazón con el Padre y con la Madre. Aleluya.
Oración
Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que por el inmenso amor con que
nos amaste y para que con Él te amáramos en perfección en tú inefable bondad nos diste
el Corazón amantísimo de tu muy amado Hijo: concédenos, te lo pedimos, que,
unificados nuestros corazones entre sí y con el de Jesús, realicemos nuestras obras en la
humildad y caridad de Cristo según lo anhelan nuestros corazones confiados en su auxilio.
Por el mismo Jesucristo Señor Nuestro.
MAITINES
Himno
Rey de los corazones Verbo-Carne,
Canten tus maravillas los acentos
Del cielo y de la tierra en armonía
Con los coros angélicos.
148
Divinamente uniendo.
149
Primer Nocturno
Ant. Cristo Jesús, dejado el seno del Padre en un exceso de amor, se lanzó cual
gigante a recorrer su vía y nadie habrá que se oculte al calor de su dilección.
Ant. Con vivas ansias he deseado darme a ustedes como víctima y en alimento; y
es el Padre el autor de tal deseo, deseo del corazón mío.
Lección primera
Glorificaré mi grande nombre para que sepan las naciones que soy el Señor cuando a su
vista haga patente en ustedes mi santidad, dice el Señor de los ejércitos. Porque yo los
sacaré de entre las naciones y los recogeré de todos los países y los conduciré a su tierra.
Y derramaré sobre ustedes agua pura y quedarán purificados de toda inmundicia y los
limpiaré de toda idolatría. Y les daré un Corazón nuevo y pondré en medio de ustedes
un nuevo espíritu y quitaré de su cuerpo el corazón de piedra y te daré un corazón de
carne y en medio de ustedes pondré mi Espíritu.
Responsorio. Elegí y llamé al Hijo mío Jesús, el hombre según mi querer, Según mi
Corazón. – Cuanto me agrada lo hace con ánimo generoso y corazón magnánimo.
Pronto está mi corazón, Padre Santo, pronto está el Corazón mío a cumplir tus quereres
todos. – Cuanto me agrada….
Lección segunda
De maderas del Líbano se ha hecho el Rey Salomón su trono; las columnas, de plata; de
oro el respaldo; las gradas, de púrpura y el centro con esmalte que inspira amor, don de
las hijas de Jerusalén. Salgan fuera, hijas de Sión y verán al Rey Salomón con la corona
con que le coronó su madre en el día de sus desposorios, día de júbilo para su corazón.
150
Responsorio. He de darte un espíritu y un corazón nuevos. Mi Espíritu y mi Corazón
morarán dentro de ustedes. – Para que ames al Señor con ánimo generoso y corazón
magnánimo.
Lección tercera
Ven del Líbano, esposa mía, vente del Líbano; ven y serás coronada; ven de la cima del
monte Amana, de las cumbres del Sanir y del Hermón, de las guaridas de leones, de los
montes, moradas de leopardos. Heriste mi corazón, hermana mía, esposa, heriste mi
corazón con una de tus miradas, con una de tus trenzas. He venido a mi huerto, hermana
mía, esposa; cogido el panal con la miel y bebido mi vino y mi leche. Coman, mis amigos,
beban hasta saciarse, dilectos míos.
Segundo Nocturno
Ant. Una cosa he pedido al Señor, ésta le reclamaré: que en el día de su cólera me oculte
y me resguarde en lo íntimo de su Corazón.
Ant. En el principio del libro se halla escrito de mí que cumpla tu voluntad, Dios mío;
la he abrazado y tu ley mora en mi corazón.
Ant. Dispuesto está mi corazón, Padre santo, dispuesto está mi corazón; por eternidades
te alabaré en esta cítara del corazón mío.
151
Lección cuarta
Los judíos horadaron y traspasaron no sólo las manos, sino también los pies y el costado
de Jesús; y la lanza de su furor perforó las interioridades de aquel Corazón sagrado que
de tiempo atrás el dardo del amor había herido. «Heriste mi corazón, dice el Esposo en
el Canto del amor, hermana mía, esposa mía, heriste mi corazón». ¡Hiere tu Corazón,
Señor Jesús, tu esposa, tu amiga, tu hermana! Y ¿por qué fue necesario que también tus
enemigos lo hirieran? ¿Qué hacen verdugos? Si anda herido ya el Corazón del buen Jesús,
¿a qué herirlo, de nuevo? ¿Ignoran acaso que el corazón alcanzado por la más leve herida
muere y queda insensible? Muerto está el Corazón del Señor Jesús, puesto que está
herido. Una herida de amor, una muerte de amor se ha apoderado del Corazón de Cristo,
nuestro Esposo; ¿Cómo, pues, otra muerte podrá entrar allí?
R. Todo me ha sido dado por el Padre. Y de tal manera amó Dios al mundo, que le dio
a su Unigénito: y así todas mis cosas son de ustedes y las de ustedes son mías. – Denme
su corazón, hijitos míos, y yo les daré el mío. – En sus manos, Señor Jesús, está nuestro
corazón; poséelo para siempre según tu poder.
Lección quinta
Miren y vean cuánta fuerza del amor cuando se apodera del santuario del corazón, y
cómo con dulce herida causa la muerte no sólo en Cristo Jesús, sino también en sus
servidores. Veámoslo en los Mártires: los hieren y se regocijan, ¡les dan muerte y así
triunfan! ¿Por qué? Porque muertos con la muerte del amor, muertos de tiempo atrás en
lo íntimo de su ser al mundo y al pecado, como insensibles a todo, ni amenazas ni
tormentos pueden ya, sentir. Llegados pues al dulcísimo Corazón de Jesús, y estando
bien allí, por nada permitamos ser alejados de Aquel de quien se ha escrito: ¡cuantos de
Ti se retiran, sólo en la tierra están inscritos! Vengamos, pues, a Él y al recuerdo de su
Corazón, saltaremos de júbilo y nos regocijaremos en Él.
R. ¡Corazón de Jesús, verdadero Altar de los holocaustos, en el que él fuego divino arde
sin cesar! – Ofrezcan, hijos de Dios, ofrezcan sus corazones a fin de que en este Altar
sean de continuo inmolados al Señor! – Rompe, Señor, mis ataduras y te inmolaré una
hostia de amor y de alabanza.
152
Lección sexta
¡Qué bueno y deleitoso morar en el Corazón de Jesús! Rico tesoro, ¡perla inapreciable
es tu Corazón, buen Jesús! ¡Perla encontrada en el campo de tu cuerpo perforado!
¿Quién la despreciara? Todo lo daría en cambio, pensamientos, afectos hasta lograrla!
Puestas en ese Corazón mis preocupaciones, ciertamente el Señor Jesús cuidará de mí.
En este templo, santo de los santos, arca del testamento, adoraré y ensalzaré el nombre
del Señor, diciendo con David: ¡He hallado mi corazón para invocar a mi Dios! Yo a mi
vez, he hallado el Corazón de mi Rey, de mi hermano y de mi amigo, ¡el buen Jesús! ¿Y
no adoraré? Cierto que sí, porque su Corazón es mío, y audazmente lo digo, pues al
Cristo es mi Cabeza, ¿cómo lo que es de mi cabeza, no ha de ser mío? Como los ojos de
mi cuerpo son mis ojos, ¡así el Corazón de mi Jefe espiritual, es mi Corazón! ¡Qué
inefable, pues, decir: No tengo más que un Corazón con mi Jesús! Y qué de raro en ello,
si la multitud de los creyentes eran un solo corazón?
¡Un horno de amor es tu Corazón, amantísimo Jesús! Traigan a este horno sus corazones
a fin de que en los fuegos de este amor divino y en las llamas de la eterna Caridad sean
consumidos. – ¡Bienaventurados los que han sido arrojados en los eternos fuegos de esta
Hoguera!
Tercer Nocturno
Ant. Quien se adhiere al Señor Jesús, tiene con Él un Corazón y un espíritu; y del tesoro
inmenso de ese Corazón obtendrá bienes sin cuento.
Ant. Turbado anda mi corazón y entre angustias. Mi vida se agotó en el dolor y entre
gemidos mis días, a causa del exceso de amor con que os amé!
Lección séptima
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me amó, yo también los he
amado. Permanezcan en mi amor, etc.
153
(Homilía de San Juan Crisóstomo)
Como el Padre me amó, yo también los he amado; les habla aquí, y más y más cada
vez, a la manera humana; porque Aquel que quiso morir por nosotros y tener en tan alto
honor a esclavos, enemigos y perseguidores abriéndoles los cielos, ¿cómo habrá de
mostrar la medida de su amor? Si yo te amo, ¡ten confianza! Pero para no tornarlos
negligentes, vean cómo los excita: ¡Permanezcan en mi amor! Ello está en sus manos. ¿Y
cómo? Si guardan mis preceptos, como yo guardé los preceptos de mi Padre. Y mirad la
autoridad con que les habla, pues no les dice: permanezcan en el amor de mi Padre, sino,
en el mío, a fin de que no le objeten: después de hacernos odiosos a todos, nos dejas, te
alejas de nosotros. Esto lo niega, y se declara tan unido a ellos, con tal que lo quieran,
como el sarmiento a la vid.
R. Mi trono, una llama ardiente. Un río de fuego, rápido, parte de mi rostro; y fuego
consumidor, como soy, he venido a poner fuego en la tierra, y qué he de querer sino que
arda. – Fuego que siempre ardes y nunca te extingues; ¡amor que siempre, hierves y
nunca te entibias, enciéndeme todo para que todo yo te ame!
Lección octava
En mí, les dice, debes poner tus miradas. Mi Padre me ama, y sin embargo la muerte
más cruel se me propone. Así yo no te dejo porque no te ame, pues si yo muero, no
deduzco de allí que mi Padre no me ame; y así tampoco ustedes deben turbarse por mi
partida. Si permanecen en mi amor, nada podrá dañarlos. Nada tan grande e
indestructible como el amor, que no sólo de palabra sino con hechos debe manifestarse.
Así pues, ya que Él nos reconcilió con Dios, permanezcamos en su amor. ¡Si Él nos amó
primero, al menos correspondámosle! Ya que no nos amó por interés, pues de nada
necesita, amémoslo al menos por utilidad nuestra. Ya que nos amó siendo sus enemigos,
amémoslo a Él que es nuestro amigo!
R. ¡Caridad inefable del Corazón de Jesús! Que ore por quienes le crucificaban diciendo:
Padre, perdónales porque no saben lo que hacen. ¡Hijitos míos, implanten en sus
corazones el amor del mío, a fin de que ames a tus enemigos y ores por los que te
persiguen!
154
Lección novena
(De la Homilía 76)
Esto lo digo para que yo me goce en ustedes y su gozo sea cumplido, es decir, para que
no se alejen de mí ni cesen en su empeño. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les
mando. Ya no los llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero
les digo amigos porque todo lo que oí de mi Padre se los he dado a conocer. No otra cosa
expresa con tales palabras que un intenso amor, y lo prueba con habernos comunicado
los secretos de su Padre. Y cuando dice todo, ha de entenderse de cuanto les importa
saber. He aquí de cuantas maneras les prueba su amor: les comunica los secretos de su
Padre, les advierte de su grande amor, sufre por ellos males sin cuento, y por fin , les
asegura que con ellos morará perpetuamente.
LAUDES
Ant. 1. ¡Sublimes tesoros de la caridad de Jesús! ¡Qué incomprensibles con sus obras,
qué admirables sus senderos!
Ant. 2. Admirable Amor, Tú, por nosotros, arrancaste al Hijo de Dios del seno de su
Padre, le hiciste niño en las entrañas de una Madre, compañero de los hombres en el
destierro y víctima inmolada con acerbo padecer. ¡Aleluya!
Ant. 4. ¡Amor de los amores! Nos ha dado su carne en alimento, su sangre por bebida,
en rescate y baño regenerador, y a Sí propio como Padre, esposo, jefe, corazón y premio
eterno. ¡Gracias infinitas por los dones sin medida de su amante Corazón!
Ant. 5. Bendito Corazón el tuyo, mi buen Jesús, reclinado en el cual tu discípulo amado
bebió a raudales el Evangelio de tu amor para nutrirnos después, con él. Aleluya.
He consagrado a mi servicio esta casa a fin de poner en ella mi Nombre para siempre;
mis ojos y mi corazón estarán fijos en este lugar.
155
Himno
156
Será el único anhelo.
Ant. ¡Corazón de Jesús, que lo eres de María, Corazón amantísimo, bendito seas! Fuente
viva de bendiciones, horno de amor, trono de la divina voluntad, santuario de la
divinidad. Aleluya.
Oración
Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que por el inmenso amor con que
nos amaste y para que con Él te amáramos en perfección, en tu inefable bondad nos diste
el Corazón amantísimo de tu muy amado Hijo: concédenos, te lo pedimos, que,
unificados nuestros corazones entre sí y con el de Jesús, realicemos nuestras obras en la
humildad y caridad de Cristo Según lo anhelan nuestros corazones confiados en su
auxilio. Por el mismo Jesucristo Señor Nuestro.
Prima
Ant. ¡Sublimes tesoros de la caridad de Jesús! ¡Qué incomprensibles son sus obras!,
¡Qué admirables sus senderos!
Tercia
Ant. ¡Admirable amor!, Tú, por nosotros arrancaste al Hijo de Dios del seno de su
Padre, le hiciste niño en las entrañas de una Madre, compañero de los hombres en el
destierro y víctima inmolada con acerbo padecer. Aleluya.
He consagrado a mi servicio esta casa a fin de poner en ella mi Nombre para siempre;
mis ojos y mi corazón estarán fijos en este lugar.
157
R. breve V/. Tanto nos amó Jesús * Que nos dio su Corazón. Tanto nos amó. V/.
Gracias le sean dadas por su don inefable. Qué nos dio su Corazón. Gloria al Padre.
Tanto nos amó.
Sexta
Ant. ¡Inefable dilección! ¡El Corazón de Jesús, a su muerte, es destrozado en bien
nuestro a los golpes del amor y del dolor! ¡Gracias le sean dadas por caridad tan inefable!
He sido para Efraím como ayo, lo traje en mis brazos y ellos desconocieron que soy su
salud. Los atraeré con vínculos humanos, vínculos de caridad.
R/. Como mi Padre me amó, * así los amé a ustedes. Como mi Padre. V/. Permanezcan
en mi amor. Gloria al Padre. Como mi Padre.
Nona
Ant. Bendito Corazón el tuyo, buen Jesús, reclinado en el cual tu discípulo amado bebió
a raudales el Evangelio de tu amor para nutrirnos después con él. Aleluya.
Ant. Heriste mi corazón, hermana mía, esposa, heriste mi corazón con una de tus
miradas, con una de tus trenzas.
R. breve: Viva el Corazón de Jesús * Rey de los corazones. V/. Y reine sobre todos
los corazones para siempre. Rey de los corazones. Viva el Corazón. Gloria al Padre.
Viva el Corazón.
158
SEGUNDAS VÍSPERAS
Ant. 2. ¡Caridad incomparable! Éramos aún sus enemigos y con todo nos amó y lavó
nuestros pecados en su sangre. Aleluya.
Ant. 3. No tengan miedo, mis hijos. Podrá la mujer olvidar el fruto de sus entrañas;
pero yo no los olvidaré. En mis manos y en mi corazón los llevo escritos. Aleluya.
Ant. 4. Padre, donde yo esté quiero que estén los que me diste y que sean uno por el
amor entre al y con nosotros, como somos nosotros Uno. Aleluya.
Ant. 5. ¡Colmen mi gozo, hijitos míos, haciéndolo todo al impulso de mi amor! Pronto
está, Dios de nuestro amor, pronto está nuestro Corazón.
He consagrado a mi servicio esta casa a fin de poner en ella mi nombre para siempre; mis
ojos y mi corazón estarán fijos en este lugar.
Himno
159
Los divinos misterios que se encierran
En el sagrado Corazón cantemos; ¡Amor, Amor, Padre de clemencia!
Postrados adoremos las grandezas ¡Amor que redimiste al orbe entero!
De su inflamado pecho. ¡Amor, Dios, fuente de la gracia!
¡Reina siglos eternos! Así sea.
Jesús, horno de las almas fieles,
Nuestras almas sumerge en ese fuego. V. Alabe toda mente a los corazones de
Amor, Amor que hambreas corazones, Jesús y de María.
Tus mártires seremos. R. Y ámenlos todos los corazones.
Ant. A Ti alabanza, honor y gloria, amantísimo Jesús, que diste a tu Madre muy amada
tu mismo corazón a fin de que, cooperando a la obra redentora en unidad de
sentimientos, mereciera ser digna Madre del Salvador. Aleluya.
Oración
Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que por el inmenso amor con que
nos amaste y para que con Él te amáramos en perfección, en tu inefable bondad nos diste
el Corazón amantísimo de tu muy amado Hijo: concédenos, te lo pedimos, que,
unificados nuestros corazones entre sí y con el de Jesús, realicemos nuestras obras en la
humildad y caridad de Cristo según lo anhelan nuestros corazones confiados en su auxilio.
Por el mismo Jesucristo Señor Nuestro.
160
ORACIONES AL
DIVINO CORAZÓN
161
LETANÍAS DEL CORAZÓN DE JESÚS
Pater de cœlis Deus, miserere nobis. Dios Padre Celestial, ten piedad de
nosotros.
Filii, Redemptor mundi, Deus, miserere Dios Hijo Redentor del mundo, ten
nobis. piedad de nosotros.
Spiritus sancte Deus, miserere nobis. Dios Espíritu Santo, ten piedad de
nosotros.
Sancta Trinitas, unus Deus, miserere Santísima Trinidad, un solo Dios, ten
nobis. piedad de nosotros.
Cor Jesu divinissimum, miserere nobis. Corazón divino de Jesús, ten piedad de
nosotros.
Cor Jesu amantissimum, Corazón amante de Jesús, ten piedad de
nosotros.
Cor Jesu, mitissimum, Corazón manso de Jesús, ten piedad de
nosotros.
Cor Jesu humillimum, Corazón humilde de Jesús, ten piedad de
nosotros.
Cor Jesu misericordissimum, Corazón misericordioso de Jesús, ten
piedad de nosotros.
Cor Jesu fidelissimum, Corazón fiel de Jesús, ten piedad de
nosotros.
Cor Jesu, Cor Patris æterni, Corazón de Jesús, Corazón del Padre
Eterno, ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, origo Spiritus sancti, Corazón de Jesús, origen del Espíritu
Santo, ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, plenitudo Divinitatis, Corazón de Jesús, plenitud de la
divinidad, ten piedad de nosotros.
162
Cor Jesu, sanctuarium Trinitatis, Corazón de Jesús, Santuario de la
Trinidad, ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, thronus divinæ Voluntatis, Corazón de Jesús, Trono de la Divina
Voluntad, ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, Cor Virginis Matris, Corazón de Jesús, Corazón de la Virgen
Madre, ten piedad de nosotros.
Cor Jesu adorabile, Corazón adorable de Jesús, ten piedad de
nosotros.
Cor Jesu amabile, Corazón amable de Jesús, ten piedad de
nosotros.
Cor Jesu admirabile, Corazón admirable de Jesús, ten piedad
de nosotros.
Cor Jesu incomparabile, Corazón incomparable de Jesús, ten
piedad de nosotros.
Cor Jesu, fornax amoris, Corazón de Jesús, hoguera de amor, ten
piedad de nosotros.
Cor Jesu, miraculum caritatis, Corazón de Jesús, milagro de amor, ten
piedad de nosotros.
Cor Jesu, norma patientiæ, Corazón norma de paciencia de Jesús,
ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, speculum obedientiæ, Corazón espejo de obediencia de Jesús,
ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, exemplar virtutum, Corazón de Jesús, modelo de virtud, ten
piedad de nosotros.
Cor Jesu, fons omnium gratiarum, Corazón de Jesús, Fuente de toda gracia,
ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, lances, transfixum, Corazón de Jesús, traspasado por una
lanza, ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, amore vulneratum, Corazón de Jesús, herido de amor, ten
piedad de nosotros.
Cor Jesu, templum sanctitatis, Corazón de Jesús, templo de santidad,
ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, altare caritatis, Corazón de Jesús, altar de caridad, ten
piedad de nosotros.
Cor Jesu, sacerdos amoris Corazón de Jesús, sacerdote del amor,
ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, hostia dilectionis, Corazón de Jesús, víctima del amor, ten
piedad de nosotros.
Cor Jesu, holocaustum æternum, Corazón de Jesús, sacrificio eterno, ten
piedad de nosotros.
163
Cor Jesu, thuribulum aureum, Corazón de Jesús, incensario de oro, ten
piedad de nosotros.
Cor Jesu, calix inebrians, Corazón de Jesús, cáliz que embriaga,
ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, 164mnibu deificans, Corazón de Jesús, néctar que deifica, ten
piedad de nosotros.
Cor Jesu consolator afflictorum, Corazón de Jesús, consuelo de los
afligidos, ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, refugium peccatorum Corazón de Jesús, refugio de los
pecadores, ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, zelator animarum Corazón de Jesús, celoso por las almas,
ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, raptor cordium, Corazón de Jesús, ladrón de corazones,
ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, pars nostra charissima, Corazón de Jesús, queridísima herencia
nuestra, ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, spes nostra dulcissima, Corazón de Jesús, nuestra dulce
esperanza, ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, cordis nostri gaudium, Corazón de Jesús, alegría de nuestro
corazón, ten piedad de nosotros.
Cor Jesu, cordis nostri Cor Corazón de Jesús, gozo de nuestro
dilectissimum, corazón, ten piedad de nosotros.
164
A 165mnib perpetua, De la muerte eterna, líbranos, Jesús.
Per Cor tuum amantissimum, exaudi Por tu corazón amantísimo, escúchanos,
nos, Jesu. Jesús.
Per 165mnibus ejus in peccatum odium, Por tu gran odio al pecado, escúchanos,
exaudi nos, Jesu. Jesús.
Per infinitum ejus in Patrem æternum Por tu infinito amor al Padre,
amorem, escúchanos, Jesús.
Per dulcissimam ejus in sanctissimam Por tu dulcísimo amor a tu Santísima
Matrem dilectionem, Madre, escúchanos, Jesús.
Per ardentissimam illius erga sibi devotos Por tu ardiente caridad a tus devotos,
charitatem, escúchanos, Jesús.
Per summum ejus ergs crucem affectum, Por tu amor a la cruz, escúchanos, Jesús.
Per acerbissimos dolores ipsius, Por tus inmensos dolores, escúchanos,
Jesús.
Per ipsum amoris et doloris impetu pro Por tu exceso de amor y por tus grandes
nobis in morte disruptum, dolores sufridos en la muerte,
escúchanos, Jesús.
Per æterna ejus gaudia, Por tus gozos eternos, escúchanos, Jesús.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, Cordero de Dios que quitas el pecado
exaudi nos, Jesu. del mundo, perdónanos Jesús.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, Cordero de Dios que quitas el pecado del
miserere nobis, Jesu. mundo, escúchanos, Jesús.
Jesu, audi nos. Jesu, exaudi nos. Jesús, óyenos. Jesús, escúchanos.
OREMUS
Deus, qui propter nimiam caritatem tuam nos Unigeniti tui membra et filios tuos
efficiens, Cor unum, cum Capite et Patre nostro habere voluisti: praesta, quaesumus, ut
igne tui amoris et flamma caritatis Cordis amantissimi Jean accensi tuam in 165mnibus
voluntatem corde magno adimpleamus, et quœ recta sunt desiderantes, desiderata
percipere mereamur. Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen.
¡Oh Dios!, que por tu gran caridad nos haces miembros de tu Hijo único e hijos tuyos y
que quisiste tener un solo corazón con nuestro Padre; te pedimos que encendidos en el
fuego de tu amor y en la llama de caridad del Corazón amantísimo de Jesús, cumplamos
en todo tu voluntad con el gran corazón y, deseando lo que es correcto, merezcamos
cumplir estos deseos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
165
SALUTACIÓN A LOS SAGRADOS CORAZONES165
Ave, Cor sanctissimum, Alégrate, Corazón santo
Ave, Cor mitissimum, Alégrate, Corazón manso
Ave, Cor humillimum, Alégrate, Corazón humilde
Ave, Cor purissimum, Alégrate, Corazón puro
Ave, Cor devotissimum, Alégrate, Corazón ferviente
Ave, Cor sapientissimum, Alégrate, Corazón sabio
Ave, Cor patientissimum, Alégrate, Corazón paciente
Ave, Cor obedientissimum, Alégrate, Corazón obediente
Ave, Cor vigilantissimum, Alégrate, Corazón solícito
Ave, Cor fidelissimum, Alégrate, Corazón fiel
Ave, Cor beatissimum, Alégrate,Corazón fuente de toda
felicidad
Ave, Cor misericordissimum, Alégrate, Corazón misericordioso
Ave, Cor amantissimum, Jesu et Mariæ ; Alégrate, Corazón, lleno de amor, de
Jesús y de María.
Te adoramus166, Te adoramos,
Te laudamus, te alabamos,
Te glorificamus, te glorificamos,
Tibi gratias agimus ; te damos gracias.
Te amamus, ex toto corde nostro, ex Te amamos con todo nuestro corazón,
tota anima nostra, et ex totis viribus con toda nuestra alma,
nostris ; con todas nuestras fuerzas.
Tibi cor nostrum offerimus, Te ofrecemos nuestro corazón,
165
«Esta salutación se dirige en conjunto al santísimo Corazón de Jesús y de María. Porque, aunque el Corazón
del Hijo sea diferente del de la Madre y aunque lo sobrepase infinitamente en excelencia y en santidad, Dios
ha unido tan estrechamente estos dos corazones, que con verdad se puede decir que no son sino un corazón,
porque siempre han estado animados de un mismo espíritu y llenos de los mismos sentimientos y afectos.
Añadamos a esto que Jesús vive y reina en María hasta el punto de ser verdaderamente el alma de su alma,
el espíritu de su espíritu, el corazón de su corazón. Tanto que, en propiedad de términos, el Corazón de María,
es Jesús; y así saludar y adorar al Corazón de María m saludar y adorar a Jesús en cuanto es el espíritu, el alma.
la vida y el Corazón de su santísima Madre» Obras completas, tomo VIII, pp. 363-364.
166
«Por lo demás, mi querido lector, cuando en esta salutación que se dirige el Corazón adorable del Salvador
y al Corazón venerable de su Madre, encuentres estas palabras: Adoramus te, «te adoramos», no te
sorprendas. Porque tú muy bien sabes que hay tres clases de adoración: la adoración de latría, es decir un
honor supremo que a solo Dios es debido; la adoración de hiperdulia, es decir una veneración singular que
corresponde a la Madre de Dios, como a aquella que sobre sí tiene a Dios y bajo la cual está todo lo que no es
Dios; y la adoración de dulía, es decir el honor y el respeto que se debe dar a los servidores de Dios. Ahora
bien no vayas a creer que al decir estas palabras Adoramus te, se quiera adorar el Corazón del Hijo de Dios y
el de su santa Madre con una misma adoración.
Oh por Dios, mi querido hermano, de ninguna manera; pero sí se quiere dar al Corazón divino de Hijo de María
una adoración suprema, y al Corazón sagrado de la Madre de Jesús una veneración singular.» Obras
completas, tomo VIII, pp. 491-492.
166
donámus, te lo entregarnos,
consecramus, te lo consagramos,
immolamus ; te lo inmolamos.
Accipe et posside illud totum, Acéptalo y poséelo plenamente,
et purifica, purifícalo,
et illumina, ilumínalo
et sanctifica ; y santifícalo,
Ut in ipso vivas et regnes para que en él vivas y reines,
et nunc et semper, et in saecula ahora y siempre y por los siglos de los
saeculorum. Amen. siglos. Amén.
167
UNA ESPIRITUALIDAD DE FUEGO – SAN JUAN EUDES
Gilles Ouellet
El Padre Ouellet es consejero general y ecónomo provincial de la provincia de América del Norte y
de Filipinas. Durante muchos años participó en la realización de los Congresos de diversas
comunidades canadienses, que pertenecen a la Escuela Francesa de Espiritualidad.
En la época de la madurez de san Juan Eudes, un pintor llamado Jean Leblond (1635-
1709) nos dejó un retrato del fundador de la Congregación de Jesús y María, llamada “los
Eudistas”. Este retrato está hoy en los Archivos de la Congregación en Paris.
Descubrimos en la esquina superior izquierda Aetatis 1673, lo que indica la edad del
personaje. El sacerdote misionero está representado con un crucifijo en una mano y en
la otra la imagen simbólica de un corazón en llamas, coronado por una cruz, que lleva la
inscripción: “Cor Jesu et Mariae fornax amoris”, “Corazón de Jesús y María, hoguera de
amor”, el objeto central de su predicación.
El año anterior, el 20 de octubre de 1672, Juan Eudes había hecho celebrar por primera
vez, una fiesta litúrgica dedicada al Corazón de Jesús, para la cual había compuesto una
misa y un oficio. “Al parecer, Hacia 1668-1669 Juan Eudes tomó la decisión de crear una
fiesta del Corazón de Jesús contemplado en sí mismo, como el hogar primero del Amor
nuevo, como el centro y la fuente de donde los otros corazones, por tanto también el de
María, recibes el amor y la vida”167. Los textos propuestos a sus hermanos y a la
Congregación de las Hijas de Nuestra Señora de la Caridad para la celebración de la fiesta
están llenos de imágenes de hogueras, brasas, llamas devoradoras. “Qué lirismo… en
toda la Misa, la “Misa de fuego” como se la llamaba en el s. XVII…”168. La expresión que
utilizó M. Gastoué, y que se le atribuye a menudo, es del P. Curley, jesuita. En un
estudio sobre la Madre de Saumaise, hizo un bello elogio de la misa del beato en honor
del Sagrado Corazón de Jesús, cuya composición atribuía, por error, a la Madre Joly. “Si
tuviéramos que darle un nombre, la llamaríamos la “Misa de fuego”. Es el eterno amor
estallando en notas suplicante y enternecidas”169. En un libro reciente del Padre Eduard
Glorin, jesuita, que tiene como título La Biblia del Corazón de Jesús, podemos leer: “Desde
167
Paul Milcent, Un artesano de la renovación cristiana en el s.XVII, San Juan Eudes, Cerf, 1985, p.455
168
G. Gastoué, El culto litúrgico del Sagrado Corazón desde la Edad Media, Revista de los Sagrados Corazones, 1913, pp.465-476
169
Charles Lebrun,,Diccionario de teología católica, 1915, t.V, coll.1466-1482. Estos datos son retomados en J.Dauphin- C. Lebrun, El
Beato Juan Eudes, su Apostolado, su Doctrina, sus Institutos, 1909, Paris, Lethielleux. El número especial de la revista Vida Espiritual, n°
69, junio de 1925, pp.229-328. (porL. Poisson, L Levesque, J. Guaderon, D. Boulay, Fr. Hulin)
168
el final del s. XVII se han
contado más de una docena
de formularios distintos de
misas al Corazón de Jesús.
La elección del Evangelio
era significativa cada vez.
Para su “misa de fuego”, la
primera en fecha (1670), san
Juan Eudes había escogido el
conjunto de textos que se
abre a partir de la
declaración de amor de
Jesús a sus discípulos:
“Como el Padre me amó, yo
también los he amado”.
Celebrar el Corazón de
Jesús, era contemplar, en su
“Corazón de carne”, el amor
que baja de su fuente divina
hacia el corazón de los
hombres y se convertía para
ellos en el modelo del “más
grande amor”170.
Esta imagen lleva el nombre de Nuestra Señora de los Corazones, inscrito en una viñeta
muy arriba en su parte superior171. Arriba se puede leer: “Cor Jesu et Mariae Fornax amoris”,
la misma expresión que en el retrato de Le Blond, y abajo, en banderolas blancas, un
170
EduardGlotin, La Biblia del Corazón de Jesús, Presses de la Renaissance, 1997, p. 252
171
J. Simard, Una iconografía del clero francés en el s.XVII, PUL, 1976
169
poco como en las burbujas de los dibujos animados, dos frases pronunciados por los
eudistas: “Regina Cordis nostri”, y “Cor nostrum in manu tua”.
“Existen dos ediciones de esta imagen impresa por Huet “En la ciudad de Anvers”, Rue
Saint-Jacques, a Paris. Una está en el monasterio de Nuestra Señora de la Caridad,
en Caen, y lleva abajo la oración: “Ave Cor Jesus et Mariae”. La otra, en los Archivos
Nacionales, lleva dos invocaciones a los Sagrados Corazones. Por otra parte,
aprendemos por el P. Malebeuf (op.cit. II, 44) que el monasterio Nuestra Señora de
la Caridad, en Blois poseía una que le fue dada por un jesuita de nombre Fessard, que
él mismo había adquirido de las
carmelitas de Orleans. ¿Acaso se trata
del ejemplar de Caen o del de los
Archivos Nacionales? No lo sabemos”172.
172
Para el ejemplar de los Archivos Nacionales, ver el tomo VI de las Obras Completas de san Juan Eudes. El de los Archivos Nacionales,
ver: Cartones del Oratorio, M. 237 a 388 o el T.2 del P. AngeLeDoré, Los Sagrados Corazones de Jesús y María.
170
Juan Eudes (nota 2), el otro representa su congregación- reciben este fuego que
comunican a la tierra por medio de una antorcha (…). Es el tema de la doble mediación
jerárquica: la Virgen y el Niño transmiten el fuego del Espíritu Santo a los eudistas, y
éstos al universo, mientras que los eudistas ofrecen su propio corazón junto con el de
todos los cristianos, la Virgen los recibe y los transmite al Cristo niño. La imagen ilustra
muy bien este dualismo de la devoción.
Por otra parte un viejo lienzo que está en el monasterio de Caen ofrece también una
llamativa analogía con el grabado de Nuestra Señora de los Corazones, y por lo tanto con
el grabado de Vida y Reino de Jesús.
171
ofrecen sus corazones a los religiosos y religiosas arrodillados, mientras que cada uno de
ellos ofrece su propio corazón a Cristo y a la Virgen. Es realmente el tema del
intercambio de corazones, mucho más antiguo, por cierto, que la devoción del s. XVII,
que resaltaba el matrimonio místico. No se puede datar con precisión estas dos
composiciones, sin embargo se puede sospechar, que son cercanas a 1650, por su
similitud con el último grabado de Vida y Reino de Jesús, que sería del 1651. Por tanto, no
hay ninguna duda de que provienen de san Juan Eudes de una manera u otra. Además,
pertenecen mucho más a las “caridades” que a los eudistas, dado el tipo de representación
de Cristo y de la Virgen, que se ven en los escudos de las dos “órdenes”.
En su obra maestra el Corazón admirable de la Madre de Dios, Juan Eudes nos ofrece las
principales claves para la lectura de esta imagen, que encargó él mismo. Para describir el
Corazón de María, Juan Eudes pone ante los ojos doce pinturas concebidas partiendo de
símbolos bíblicos que se refieren por una parte a la Creación y por otra a la Primera
Alianza.
La primera serie de pinturas evoca imágenes sacadas del universo creado por Dios: el
cielo, el sol, la tierra, la fuente, los cuatro ríos de la primera Creación, el mar, el Paraíso
terrestre.
Vienen luego seis imágenes simbólicas sacadas de la historia bíblica: la zarza ardiente, el
arpa de David, el trono de Salomón en Jerusalén, el Templo, el horno de los tres jóvenes
en Daniel, y finalmente el monte del Calvario, que Juan Eudes cuidadosamente relaciona
con las tradiciones sacrificiales que se refieren a Abraham, David y Salomón.
Cuando describe el horno ardiente, en el que estuvieron los tres jóvenes acompañados
por el Ángel, Juan Eudes explicita algunos contenidos de la imagen de Nuestra Señora
de los Corazones173.
173
C. Lebrun, OC VI 336: El V.P. Eudes había traducido este pensamiento en la imagen simbólica de Nuestra Señora de los Corazones que
repartía al pueblo. Ver en el inicio del presente volumen una reproducción de esta imagen. Las dos estrofas siguientes, sacadas del Oficio
del Corazón de Jesús compuesto por el P. Eudes, podrían servirle de leyenda:
En illa fornax, punditur,
Affectae sucris, ignibus,
Afferte corda, pascitur,
Fornax amanda cordibus.
En corda quae mirabilis,
Fornacis ignes concrement:
Cordis facea amabilis,
Terram polumque devorent.
172
Solamente meten tres hijos de los Hebreos en el horno de Babilonia, pero todos los hijos
de la Madre de Dios forman su hogar en el horno de su Corazón, como en un paraíso de
delicias, donde ellos alaban y glorifican a Dios continuamente junto con su divina
Madre, con los corazones llenos de alegría y de consuelo: Sicut laetantium omnium
habitatio est in Corde tuo, sancta Dei Genitrix174. Aunque solamente se pusieron tres
hijos israelitas en el primer horno, se ven cuatro, y el cuarto es semejante al Hijo de Dios:
“Species ejus similis Filio Dei”. Sin embargo, es solamente un ángel, según el testimonio
de la Escritura, el cual representa al Hijo único de Dios. Pero este mismo Hijo de Dios
reside y permanece en el Corazón de su Santísima Madre. Como es todo fuego y llama de
amor y de caridad: “Deus ignis consumens est”, como tiene un trono de fuego, “thronus
ejus flammae ignis”, y un carro de fuego, “Currus igneus”, él quiere también tener una
casa de fuego y llamas, que es el Corazón de su muy digna Madre. Esta
casa está marcada con estas palabras: “Et erit domus Jacob ignis, et domus Joseph
flamma”:
“La casa de Jacob y de José, es decir la casa de Jesús, figurada por Jacob y José, será una
casa de fuego y llama”.
¿Quieres, querido hermano mío, evitar esta desgracia, que es la desgracia de las
desgracias? Entrégale tu corazón a la Reina de los corazones, y ruégale que se lo de a su
Hijo, y que encienda en él este fuego que vino a traer a la tierra, según el deseo infinito
que tiene. A fin de corresponder de tu parte, saca de tu corazón todo lo que sea obstáculo;
y si este fuego sagrado ya está prendido, esfuérzate por inflamarlo todavía más, mediante
la meditación de las verdades evangélicas, la práctica de las virtudes cristianas, y
especialmente por el ejercicio del divino amor y de la caridad.
Pero no te contentes con esto sino desea, junto con el Hijo de Dios, que todo el
mundo esté encendido este fuego celeste, y trabaja con él por extenderlo
en todas partes. Es lo que puedes hacer de más agradable a su divina Majestad. Es
lo que deben hacer todos los que desean complacerlo, pero, sobre todo, los que él escogió
particularmente para ser sus cooperadores en la obra de salvación de las almas. Toma
entonces una antorcha en tu mano a fin de utilizarla para poner el fuego divino por el
mundo entero, en la medida de lo posible.
Si me preguntas cuál será esta antorcha, te voy a responder que tú mismo debes ser esta
antorcha. ¿No escuchas al Espíritu Santo decir al profeta Elías, que se elevó como un
174
Nota del traductor : «La habitación de todos los que se alegran está en tu corazón, Santa madre de Dios». Salmo 86,7; OC VI 334.
173
fuego, y que su palabra era ardiente como un antorcha: Surrexit, quasi ignis, et verbum
ipsius, fácula, ardebat? (Eccli. XLVIII,1). ¿No escuchas al Hijo de Dios decir a san Juan
Bautista que era una hoguera ardiente y luminosa: Ille erat lucerna ardens et lucens? (Jn
V,35)? ¿Acaso no sabes que Dios, hablando por boca de un Profeta, y hablando del
tiempo en que promete hacer cosas maravillosas en su Iglesia y en todo el universo, dice
que los jefes de Judá, es decir los Apóstoles y todos los hombres apostólicos, que escogió
para cooperar con él en el cumplimiento de tan ardiente deseo, que él tiene de llevar el
fuego del cielo en toda la tierra, serán como una hoguera de fuego y como una antorcha
ardiente, que quemarán y devorarán todos los pueblos de derecha y de izquierda, así
como el fuego devora la madera y la paja; es decir, que pondrán el fuego por todas partes
y que cambiarán los terrestres y carnales en hombres celestes y espirituales, los cuales
estarán todos abrasados del amor de Dios y de la caridad por el prójimo: In die illa
ponam duces Juda sicut caminum ignis in lignis, et sicut facem ignis in foeno; et
devorabunt ad dextram et ad sinistram omnes populos in circuito (Zac. XII,6)
Esto es, querido hermano, lo que debes ser, especialmente si tienes una profesión que te
obliga particularmente a trabajar por la salvación de las almas. Tú debes ser todo fuego,
como Elías, y todo llama, como san Juan Bautista. Tú debes ser una hoguera encendida,
y una antorcha ardiente y brillante: ardiente interiormente, brillante exteriormente;
ardiente ante Dios, brillante ante los hombres; ardiente en la oración, brillante en la
acción; ardiente por el amor que tú debes tener para Dios, brillante por la caridad que
tú debes tener por el prójimo.
Pero ¿dónde vas a encender esta antorcha, y dónde tomarás el fuego que debes poner en
los corazones de los hombres? Es en la hoguera del divino Corazón de la Madre de amor.
Para esto, acércate frecuentemente, con respeto y veneración, a esta sagrada hoguera;
considera atentamente los divinos ardores con los que está encendida; imita el amor y la
caridad con que está ardiendo; suplica humildemente a esta muy caritativa Madre, que
envíe a tu corazón algunas chispas de este fuego celeste que arde en su Corazón.
¡Fuego divino, que abrasa el muy noble Corazón de nuestra gloriosa Madre, ven, ven al
corazón de todos los hombres; apaga enteramente todo otro fuego; consume todo lo que
174
te es contrario; quémalos, abrásalos, incéndialos, transfórmalos en ti mismo para que
sean todo fuego y todo llama de amor hacia quien los ha creada para que lo amen. Haz,
en fin, que podamos decir junto con San Agustín, con las disposiciones santas con que las
dijo: Ignis sancte, quam dulciter ardes! Quam secrete luces! Quam desideranter
aduris!175 “Fuego santo, ¡qué dulces y agradables son tus ardores! ¡qué íntimas y
penetrantes son tus claridades! ¡qué deseables y amables son tus brasas!” Vae iis qui non
illuminantur ex te! Va iis qui non ardent ex te! “¡Malditos los que no iluminas!
¡Malditos los que tú no quemas!” Al contrario ¡benditos los que son iluminados con tu
luz! ¡benditos los que son abrasados con tus llamas! Ven, ven fuego sagrado; vengan
llamas celestes; vengan santos braseros; vengan divinas hogueras; vengan torrentes;
vengan diluvios de fuego adorable del amor eterno, vengan y derrámense sobre nosotros
y sobre todas las criaturas razonables que están en el universo. Quemen todo, abrasen
todo, consuman todo, a fin de que todo sea cambiado en un fuego eterno de amor y de
caridad hacia aquel que es todo amor y toda caridad hacia nosotros. O ignis qui semper
ardes et nunquam extingueris! O amor qui Semper ferves et nunquam te pescis, accende
me totum, ut totus diligam te! Es san Agustín que habla: “¡Oh fuego que ardes siempre
sin extinguirte nunca! ¡Amor que está siempre ardiendo sin nunca disminuir, enciéndeme
todo para que yo sea todo fuego y toda llama para mi Dios”
Yo se lo entregué a ustedes como una hoguera ardiente de amor divino, en la que deben
lanzarse y perderse, para que sean consumidos y transformados en fuego y llamas de amor
hacia el que es todo fuego y todo llama de amor para ustedes”
Cada época recibe del Espíritu Santo el arte de transmitir lo esencial de la experiencia
cristiana y de renovar su expresión en las condiciones nuevas y específicas de cada
generación. Es importante estar consciente de los diferentes sentidos, que se pueden
presentar bajo formas aparentemente idénticas, si queremos percibir a la vez la novedad
y la permanencia del mensaje (…). El simbolismo del Corazón siempre tuvo un papel
muy importante en la espiritualidad cristiana, y no se puede pensar en dejarlo de lado.
“Pero no parece que se pueda decir que una devoción al Sagrado Corazón, en el sentido
exacto del término, haya existido antes de Margarita-María y su época176. Ciertamente,
175
Nota del Traductor: San Agustin, Soliloquios, cap. 34
176
AdrienDemoustier, sj. La devoción, lo sagrado y el corazón, en Christus n° 139, julio de 1988; artículo retomado en El Corazón de Jesús:
Un regreso a las fuentes en Christus n° 190, mayo de 2001, pp. 117-118. Nota n° 9: Juan Eudes emplea abundantemente el simbolismo
del Corazón, sin embargo no parece convertirlo en una “devoción”, sino en un medio privilegiado de expresión de una espiritualidad
175
desde siempre, la devoción cristiana, en el sentido fuerte del término, privilegió la
palabra “corazón”, pero no estaba prácticamente representada por una imagen propia,
indicando más bien la figura de un pecho y la de un costado abierto. En todo caso, no
había sido instituido como objeto de devoción destinado a una difusión popular, como lo
fueron el rosario y muchas otras prácticas. Solamente a finales del s. XVII empieza un
período de la historia de la Iglesia en el que esta devoción tiene un papel importante. El
grafismo del corazón que representa la persona del cristiano y de Cristo, vista desde el
interior, como centro capaz de relaciones con el otro, es utilizado entonces
abundantemente por la pastoral, especialmente la de las misiones177”
En la asamblea general de 1870, había sido evocado un pequeño opúsculo, obra del Padre
Le Doré, depositado en Roma, sobre el influjo de Juan Eudes en la propagación del culto
de los Sagrados Corazones. En su tercera edición, publicada veinte años después en 1891,
el P. Le Doré, en su introducción (p. XVIII) dice:178
“Sin embargo estamos felices de poder constatar en esta tercera edición que, desde la época
en la que apareció nuestro estudio histórico (1870), el influjo del Venerable Padre Eudes,
con relación a la institución y a la propagación del culto de los Sagrados Corazones, fue
mejor conocida y ahora es generalmente apreciada”179
Un poco más tarde, en 1917, el P. Lebrun, en su libro sobre El Beato Juan Eudes y el culto
público del Corazón de Jesús, propone todo un capítulo para recalcar “el apostolado del
Beato Eudes ante la opinión de 1870 y hasta hoy” y empieza su expediente de información
con el libro del P. Le Doré.
“Los hechos que acabamos de relatar eran poco conocidos antes de 1870 (…). Los hechos
presentados por el p. Le Doré eran de tal manera claros, las fechas tan indiscutibles que
177
Idem,, nota 10: también JulienMaunoir, siguiendo a LeNobletz y tantos otros
178
P. Ange Le Doré, Los Sagrados Corazones y el Venerable Juan Eudes, primer apóstol de su culto, Paris, Lamulle&Poisson, 1891, p. XVIII
179
Sin embargo anotaba en el párrafo anterior: “Solamente en nuestros días hemos observado que algunos historiadores de la devoción
al Sagrado Corazón han rehusado reconocer el papel importante que el V.P.Eudes tuvo, adelantándose aún a la Beata Margarita María y
el P. de la Colombière en su difusión”. También debemos notar en la RevistaLos Sagrados Corazones de Jesús y María una serie de artículos
todavía más sustanciales acerca de La Iconografía de los Sagrados Corazones (Febrero, pp.54-62, marzo, pp.102-110; abril, pp. 148-157;
junio, pp.244-253)
176
escritores universalmente reconocidos por su ciencia y su integridad, entre los cuales el P.
Nilles, s.j., el cardenal Pitra, o.s.b., y el Doctor Thomas, aceptaron sin dudar la tesis
del autor180
(…) Algunos escritores, sin embargo, creyeron poder refutar, no los hechos presentados
por el P. Le Doré, lo que era materialmente imposible, sino la conclusión que él sacaba.
Los principales fueron Mons. Bourgaud y los PP Hausserr y Letierce, de la Compañía de
Jesús.181
El venerable Padre Eudes no podía descuidar uno de los medios más poderosos para
propagar su devoción, y me refiero a las imágenes. En efecto, ellas no solamente ayudan
a conservar los rasgos de una persona venerada y amada, sino también a traer a la
memoria un recuerdo, un hecho importante; a simbolizar un pensamiento, un
sentimiento; a despertar sensaciones recibidas; son también el complemento de la
enseñanza cristiana; ellas tienen una gran eficacia para elevar las almas a las realidades
que representan; son el libro que está más al alcance del pueblo. Así, a pesar de la
oposición y de las burlas de los Jansenistas quienes, en este aspecto, parecían haber
heredado el odio y la rabia de los antiguos Iconoclastas, el V.P. Eudes recomendaba su
uso183, y él mismo repartía entre los fieles varias imágenes de los Sagrados Corazones. Él
sabía que la Iglesia las aprobaba como actos de piedad y que las favorecía cuando no tenían
nada de profano, de inconveniente o de contrario a sus tradiciones y a sus prácticas 184.
180
Paris, Lethielleux, p. 238-239
181
Id. p. 239
182
Id. p.248
183
C. Admirable, 1 XII, ch.XVI
184
Nilles, 1.1. p.II, cap.IV, Decisiones del Concilio de Trento. D´Urbano VIII y de Pío IX (12 de septiembre de 1857)
177
Consideramos que ahora debemos dar algunos detalles acerca del modo de apostolado
del V.P. Eudes.
(…) La imagen propiamente dicha del V.P. Eudes, la que él distribuía con más ganas
entre la gente, era designada por él con el título de Nuestra Señora de los Corazones.
“La coloca en todos los lugares donde él tiene algún crédito, y hace vender
públicamente las figuras y las pinturas de Nuestra Señora de los
185
Es recordando esta santa imagen que san Francisco de Sales escribió: “El tierno Jesús esté sentado en su corazón y juntamente con el
mío; que viva allí y reine por siempre… Que este Corazón viva siempre en nuestro corazón” dice en otra parte. P. de Gallifet, 1, III, ch. III
186
Thomas 1 III, ch. III, p.131 – Grimouard de Saint-Laurent, Imágenes del Sagrado Corazón, 2 Per., ch.IV. Esto parece ser también el
significado del Corazón que sirve de sello a las Hijas de San Vicente de Paúl.
187
Le Doré, Los Sagrados Corazones y el beato Juan Eudes, T.2, p. 370
178
Corazones, como él las llama”188. En el centro está un Corazón grande rodeado de
rayos de gloria, de donde surgen llamas que activa con su soplo el Espíritu Santo, bajo
la forma de Paloma. La Virgen está de pie, ángeles adoran a sus pies. María lleva en su
brazo izquierdo a su Hijo Jesús, y éste se inclina para alcanzar un Corazón que ella tiene
en su mano derecha. El Hijo y la Madre están coronados con un diadema real. Dos
sacerdotes arodillados presentan unos corazones encendidos. Uno de ellos prende una tea
con las llamas de fuego que surgen del Corazón central; el otro prende, con una antorcha
encendida, el globo terrestre. Ángeles, en las nubes, también ofrecen unos corazones; y
dos serafines, las alas extendidas, desplegan, arriba de la imagen, una banderola con
esta divisa: Cor Jesu et Mariae, fornax amoris. Arriba en la pintura sobre el escudo, está
escrito: Nuestra Señora de los Corazones. El grabado, conservado en el Monasterio de
Nuestra Señora de la Caridad de Caen, está impreso en Huot, en la ciudad de Anvers,
rue Saint-Jacques, Paris; tiene aproximadamente 0,30 m. de alto y 0,25 de ancho189
(…) Este doble retrato del Hijo y de la Madre en un mismo corazón, no nos permite
dudar del simbolismo de las imágenes del V.P. Eudes. Estamos claramente en presencia
del corazón de Jesús y de María190. Las figuras que están grabadas en ellas, así como los
monogramas, los nombres de Jesús y de María, u otros signos, que a veces acompañan
los Corazones, tienen como meta indicar que pertenecen al uno y al otro. Por otra parte,
siempre hay una inscripción neta y precisa para descartar cualquier posibilidad de duda
con respecto a ello. Es la exclamación del escudo, Viva Jesús y María, que, por su
incorrección gramatical, evidentemente hecha apropósito, se vuelve más expresiva aún;
todavía más clara es la fórmula de la imagen de Nuestra Señora de los Corazones: Cor
Jesus et Mariae, fornax amoris; por otra parte está la que se lee alrededor del Corazón en la
viñeta de Morlaix (1666): Honor al Corazón de Jesús y de María, su Madre. El V.P. Eudes
subraya también su pensamiento con “la salutación Ave Cor que está tan bien elaborada,
al pie de esta célebre imagen del Corazón de la Virgen, que hizo grabar, donde él se
hace representar con una antorcha encendida, poniendo el fuego al mundo191”
188
Arch.nat., cartons de l’Oratoire, 237 et 388. Libelo contra la devoción del P. Eudes a los Sagrados Corazones. Esta es la imagen que se
encuentra encabezando el segundo volumen.
189
Idem, p. 375-376
22
Idem, p. 384-385
23
Biblioth. Nat. Ms no 14562. Factum de M. Dufour. Arch. Cong., D. 23
24 Subtítulo: lo que es y cómo los santos la practicaron – Doctrina, Iconografía, Historia – Oficinas de la Acción Franciscana, Paris, 1914,
p. 9 – Este libro, que se vuelve a encontrar en los archivos de la Provincia de América del Norte, tiene la siguiente dedicatoria: “Al
reverendo Padre Lebrun – Homenaje y reconocimiento por los preciosos documentos entregados”.
179
Después de la beatificación en 1909, el Padre Lebrun continúa el trabajo de búsqueda y
de publicaciones, junto con los especialistas de la época. Nos referimos al libro de Hilaire
de Barenton, La Devoción al Sagrado Corazón192. Allí encontramos una indagción
iconográfica, que intenta demostrar las correspondencias entre las diversas evoluciones
del simbolismo del corazón.
193
Lebrun, OC VIII, 210 (en nota) Se sabe que en la imagen llamada Nuestra Señora de los Corazones, el Venerable P. Eudes representó
los sagrados corazones de Jesús y de María con el emblema de una hoguera ardiente, donde sus discípulos van a encender unas antorchas
para prender el universo. En el fondo, esto no es sino una bella aplicación de la palabra de Nuestro Señor en Lc 12, 49: Ignem veni mittere
in terram, et quid volo nisi ut accendatur (vine a traer fuego sobre la tierra y cómo quisiera que estuviera ardiendo).
194
Notre Vie, 1954, pp. 231-232
180
“Habiendo recibido el favor, en septiembre pasado, de visitar el fondo normando de la
Biblioteca municipal de Caen con su curador, M. d´Ymouville, noté en dos obras,
impresas en Caen a principios del s. XVII, el escudo de la Sra. De Budos. Buscando luego
en Paris un clisé que podría ilustrar el presente número, encontré el que está colocado
entre el prefacio general y la introducción a Vida y Reino en las Obras completas de san
Juan Eudes. Pronto vi el blasón de la célebre abadesa.
En este grabado, con fecha de 1648 y firmado por Balthasar Moncornet, reconocí
también, en primer plano, dos grupos de cristianos y de cristianas, unos personajes que
eran muy importantes en la Francia de 1648. La abadesa benedictina con su cayado no
podía ser sino la Sra. De Budos, a quien el Padre Eudes había dedicado Vida y Reino;
delante de ella es Ana de Austria, reina regente en aquella época. El niño mofletudo, con
la cruz del orden del Espíritu Santo, es Luis XIV. Detrás de este rey de 10 años, el primer
ministro, el cardenal Mazarin. En cuanto al obispo con su mitra ¿no es Jean-Pierre
Camus?
181
Bastaba ir a la Biblioteca nacional para estar convencido: el Cabinet des Estampes, en
tres gruesos volúmenes nos mostraría la mayor parte de las obras de Balthasar Moncornet,
grabador de Rouen”.
¿Acaso es necesario volver a decir a los amigos de san Juan Eudes cuál es el simbolismo
de este corazón, donde Jesús y María están representados con las insignas de la realeza,
el cetro y la corona ? Es el corazón del cristiano, que debe ser el reino de Jesús
y de María. Comparando los grabados de tres carátulas para tres ediciones, que el
editor en Caen Pierre Poisson había previsto para 1644, 1648 y 1651195, se descubriría
quizás un simbolismo más marcado. Si se admite que los tres grabados dependen los unos
de los otros y se refinan cada vez más, vemos un corazón cerrado que se abre en 1648, y
las dos figuras de Jesús y de María que se miran mutuamente196, colocadas arriba de este
corazón, son reemplazadas en 1651 por una paloma, imagen del Espíritu Santo. ¿Acaso
estas transformaciones no sugieren que el alma cristiana es « capaz » de gracias más
elevadas, como las de la vida sobreeminente o sobrehumana, como se decía entonces en
la Ermita de Caen, o mística, como se diría hoy ? Charles DU CHESNAY »
195
Este grabado de 1651 adorna el tomo II de las Obras Completas, con fecha de 1666; había sido realizado para una edición prevista en
1651, como se puede constatar en un ejemplar del Vida y Reino conservado en la Biblioteca Nacional (D.33 992). El grabado de 1644 fue
reproducido en 1948, en el primer número de Notre Vie (p. 3)
28 Podemos relacionar las miradas de Jesús y de María, grabadas en 1648, con las que el P. Eudes hizo grabar por Nicolas Cochin, el
Antiguo, y utilizó en 1648 también (ver Notre Vie, ene-feb. 1953, couv. pp. 3-4)
182
183
DESARROLLOS MÁS RECIENTES
Entre las fundaciones canadienses bajo la responsabilidad del Padre Blanche, debido al
éxodo de numerosos hermanos de Francia al Canadá, provocado por la ley Combes,
aparece la parroquia del Sagrado Corazón de Chicoutimi.
Antes de la llegada de los Padres no existía nada. Hacía falta construir la iglesia y el Padre
Padre Blanche no tenía dinero para entregarle al Padre Louis Le Doré, que había puesto
una buena parte de su fortuna personal en esta iglesia, que le debe mucho. Un muy bello
presbiterio fue construido. Allí donde en 1903 no había más que rocas y tierras baldías,
se construyó la iglesia, el presbiterio, la sala parroquial, una plazoleta y un jardín,
formando todo un bello conjunto.
La iglesia
gótica,
terminada en
1905, y el
gran
presbiterio, cuya construcción empezó en mayo de 1918, fueron los sitios privilegiados
de la vida parroquial. En el curso de estos años (1918-1925) que siguieron la
beatificación (1909), no nos extraña saber que la comunidad de los padres franceses había
hecho adornar las paredes de la capilla del presbiterio con tres grandes pinturas, que
recuerdan la devoción principal de Juan Eudes al Corazón de Jesús y de María.
Si se presta atención a los detalles del grabado, nos damos cuenta de que el pintor, que
reprodujo la imagen, no sigue exactamente el primer modelo. En el grabado, el marco
tiene dos corazones encendidos en como parte de una guirlanda de rosas y lirios
entrelazados. El borde de la pintura de Chicoutimi fue simplificada por el artista.
184
También se puede ver que la palmera fue podada, que el globo terrestre es más pequeño,
que la cruz que tiene encima también es diferente, que las llamas del corazón son más
rectas y más distanciadas del corazón ofrecido y de la cinta donde está escrito: Reina de
nuestro Corazón.
OTRA ORIGINALIDAD
185
Pero la relación con los personajes identificados y representados en un mismo lienzo me
parece en primer lugar un error cronológico. Esta presentación de personajes unidos
por una “devoción” que se desarrolló durante el s. XVII, no hace de ellos unos
contemporáneos, y todavía menos unos promotores de la “misma devoción”, si se
recuerda las disputas que siguieron para marcar la diferencia entre la una y la otra.
Además es imposible hacer corresponder esta imagen con las fechas de producción de los
originales tales como fueron establecidas por M. Jean Simard, en su libro sobre Una
iconografía del clero francés en el s. XVII, PUL, 1976197.
Es todavía más evidente que el hábito religioso masculino, un hábito blanco con
escapulario, a la manera de los dominicos o de otra comunidad, no corresponde al de los
eudistas. Entonces ya no estamos en la corriente de la tradición eudista.
Parece que pocos eudistas hayan tenido conocimiento de esta publicación; por lo menos,
pocos comentarios críticos han llegado a nosotros. Así como lo fueron nuestros
predecesores, debemos permanecer vigilantes en la defensa de nuestro patrimonio
espiritual
Es interesante señalar que el emblema eudista diseñado con ocasión del centenario de la
llegada de los eudistas a Canadá por M. Ronald Young, diseñador de Quebec, se inspira
fuertemente de varias características de la primera imagen de Nuestra Señora de los
Corazones.
El eje de las líneas curvas de la Cruz evoca la curvatura de los meridianos de la tierra para
evocar la “misión universal de salvación” y el deseo expresado por san Juan Eudes, en sus
197
Jean Simard, Una iconografía del clero francés enel s. XVII. Las devociones de la Escuela francesa y las fuentes de la imaginaria
religiosa en Francia y en Quebec. Presses de l´Université Laval, Quebec, 1976, p.264
186
textos acerca del Corazón de Jesús y de María: “Vine para traer el fuego
sobre la tierra y como quisiera que estuviera ya ardiendo”
Las llamas, que forman el corazón, simbolizan el primado del Amor divino
que se hizo carne en el gran Corazón de Jesús y de María. Los diferentes
formatos de las llamas representan las Congregaciones, Institutos o grupos
comunitarios, nacidos de la experiencia espiritual de san Juan Eudes, y que
todavía hoy siguen extendiendo su mensaje.
Los colores azul y rojo que componen los bordes de la imagen nos
recuerdan los colores tradicionales que simbolizan a Jesús y María. Se
difuminan yendo al centro del Corazón y presentan la realización de esta
máxima que se encuentra en varios fundadores de la Escuela francesa de
espiritualidad: “Cor unum, anima una”
Esperamos que el esfuerzo, hecho por el mismo san Juan Eudes, para hacer comprender
los fundamentos y la dinámica de su devoción, y hacer arder el corazón de los fieles,
pueda hoy todavía producir frutos
187
DEVOCIÓN AL DIVINO CORAZÓN DE JESÚS SEGÚN S.S. PIO XII
y SAN JUAN EUDES
188
II- En el Corazón de Cristo se adora no sólo su amor a los hombres
sino también su Amor divino al Padre Eterno.
« La arcana caridad del Verbo Encarnado Cap. II: El divino Corazón de Jesús, horno
a su celestial Padre y a los hombres de amor ardentísimo a su Eterno Padre.
manchados con tantas culpas»
189
«Siendo esto así, fácilmente deducimos «Padre de las misericordias y Dios de todo
que el culto al Sacratísimo Corazón de consuelo, que por el inmenso amor con
Jesús es, por la naturaleza misma de las que nos amaste y para que con Él te
cosas, el culto al amor con que Dios nos amáramos en perfección, en tu inefable
amó por medio de Jesucristo y, al mismo bondad nos diste el Corazón amantísimo
tiempo, el ejercicio del amor que nos lleva de tu muy amado Hijo: concédenos, te lo
a Dios y a los otros hombres; o, dicho de pedimos, que, unificados nuestros
otra manera, este culto se dirige al amor corazones entre sí y con el de Jesús,
de Dios para con nosotros, proponiéndolo realicemos nuestros obras en la humildad
como objeto de adoración, de acción de y caridad de Cristo según lo anhelan
gracias y de imitación; y tiene por fin la nuestros corazones confiados en su
perfección de nuestro amor a Dios y a los auxilio. Por el mismo Jesucristo Nuestro
hombres mediante el cumplimiento cada Señor.»
vez más generoso del mandamiento nuevo
que el Divino Maestro legó como sagrada (Oración de la fiesta del Divino Corazón)
herencia a sus Apóstoles.»
IV- Las manifestaciones del amor del Corazón de Cristo a nosotros son
principalmente la Redención, la Eucaristía, la Santísima Virgen, la
Iglesia y los Sacramentos.
REDENCIÓN
«Al don incruento de sí mismo bajo las Cap. IX: El divino Corazón de Jesús,
especies del pan y del vino quiso Jesucristo horno de amor a nosotros en el Santísimo
Nuestro Salvador unir, como testimonio Sacramento.
de su caridad íntima e infinita, el sacrificio
cruento de la Cruz.
Haciendo esto dio ejemplo de aquella
sublime caridad que había mostrado a sus
discípulos como meta suprema de amor
con estas palabras: «Nadie tiene amor más
190
grande que el que da la vida por sus
amigos.»
EUCARISTÍA
«Con razón se puede afirmar que la divina Cap. X: El divino Corazón de Jesús,
Eucaristía, como sacramento que Él da a horno de amor a nosotros en su santa
los hombres y como sacrificio que Él Pasión.
mismo continuamente inmola «desde el
levante hasta el poniente», y también el
sacerdocio, son, sin duda, dones del
Sagrado Corazón de Jesús.»
191
Medit. (pp. 191-192). Cfr. Cap. VII (PP.
61-65).
« Los elementos esenciales de él (el culto «Los deberes que para con este Corazón
del Corazón Sacratísimo de Jesús) es tenemos… son cuatro principales:
decir, los actos de amor y de reparación El primero es adorarlo. Adorémosle,
dados al amor infinito de Dios para con los pues, con todo nuestro corazón, con
hombres, lejos de estar contaminados de todos nuestras fuerzas porque, siendo el
materialismo y de superstición, Corazón de un Dios, del Unigénito de
constituyen una forma de piedad en la que Dios, del Hombre-Dios, es infinitamente
se actúa plenamente aquella religión digno de adoración.»
espiritual y verdadera que anunció el
Salvador mismo a la samaritana. » «El segundo deber es el de alabar,
bendecir y glorificar a ese Corazón
«Este culto se dirige al amor de Dios para infinitamente generoso y darle gracias por
con nosotros, proponiéndolo como el amor que ha tenido y eternamente
objeto de adoración, de acción de gracias tendrá a su Eterno Padre, a su Santísima
y de imitación; y tiene por fin la Madre, a todos los ángeles y a todos los
perfección de nuestro amor a Dios y a los santos, a todas los criaturas y a nosotros
hombres.» especialmente.»
«Los cristianos que honran al Sacratísimo «El tercer deber es el de pedir a Dios
Corazón del Redentor… tienen… la perdón por todos los dolores, tristezas,
certeza de que a honrar a Dios no los congojas y martirios cruelísimos que hubo
mueve el provecho personal… sino la de sufrir por nuestros pecados; y en
bondad del mismo Dios, a quien procuran desagravio ofrecerle todo el gozo y la
obsequiar con correspondencia de amor, alegría que le han proporcionado su
con actos de adoración y con la debida Eterno Padre, su Santa Madre y todos los
acción de gracias.» corazones que lo aman con ardor y
fidelidad. Por amor a Él hay que aceptar
«Los principales deberes de la religión también todos las amarguras, tristezas y
católica, a saber, el deber del amor y el de aflicciones que en cualquier tiempo nos
la expiación. » sobrevengan.»
192
«El cuarto deber es amar cordial y
fervorosamente a este Corazón, todo
amor, y amarlo por todos los que no lo
aman y ofrecerle todo el amor de los
corazones que le pertenecen.»
«El culto al Sacratísimo Corazón de Jesús « ¿No quieres amar al que es para ti todo
tiene por fin la perfección de nuestro corazón y todo amor y que te promete
amor a Dios y a los hombres, mediante el darte un imperio eterno? –He aquí lo que
cumplimiento cada vez más generoso del de ti quiere: «Permanece en mi amor. Si
mandamiento “nuevo”, que el divino guardas mis mandamientos, permanecerás
Maestro legó como sagrada herencia a sus en mi amor, como yo he guardado los
Apóstoles.» mandamientos de mi Padre y permanezco
en su amor».
« ¿Qué homenaje religioso más noble,
más suave y más saludable que este culto Después de lo cual nos dice: «Les he dicho
que se dirige todo a la caridad misma de estas cosas, a fin de que esté con ustedes
Dios? Por último, ¿qué puede haber más mi gozo, y su gozo sea cumplido y
eficaz que la caridad de Cristo –que la perfecto.»
devoción al Sagrado Corazón promueve y
fomenta cada día más- para estimular a los « ¿Quieres por lo tanto dar un gran gozo a
cristianos a practicar en su vida la ley tu Salvador y hacer que tu corazón esté
evangélica sin la cual no es posible que siempre alegre y contento, y que
haya entre los hombres paz verdadera, comiences tu paraíso en la tierra? Ama a
como claramente enseñan aquellas tu amabilísimo Salvador sobre todas las
palabras del Espíritu Santo: «Obra de la cosas, Y ama a tu prójimo como a ti
justicia será la paz»? mismo. He aquí todo.»
«A fin de que la devoción al Corazón No es justo separar dos cosas que Dios ha
augustísimo de Jesús produzca más unido tan íntimamente por los vínculos
copiosos frutos en la familia cristiana y aún más fuertes y por los nudos más estrechos
en toda la humanidad, procuren los fieles de la naturaleza, de la gracia y de la gloria:
unir a ella estrechamente la devoción al quiero decir el divino Corazón de Jesús,
Corazón Inmaculado de la Madre de Dios. Hijo único de María, y el Corazón Virginal
193
de María, Madre de Jesús; el Corazón del
Ha sido voluntad de Dios que en la obra mejor Padre que pueda existir y de la
de la Redención humana la Santísima mejor Hija que haya existido o existirá, el
Virgen María estuviese inseparablemente Corazón del más divino de todos los
unida con Jesucristo; tanto que nuestra Esposos, y de la más santa de todas las
salvación es fruto de la caridad de Esposas; el Corazón del más amante de
Jesucristo y de sus padecimientos a los todos los Hijos y de la más amante de
cuales fueron consociados íntimamente el todas las Madres: dos corazones que están
amor y los dolores de su Madre. reunidos por el mismo espíritu y por el
mismo amor que une al Padre de Jesús con
Por eso conviene que el pueblo cristiano, su Hijo muy amado para no formar sino
que de Jesucristo por medio de María ha un solo Corazón, no en unidad de esencia,
recibido la vida divina, después de haber como es la unidad del Padre y del Hijo,
dado al Sagrado Corazón de Jesús el sino en unidad de sentimiento, de afecto y
debido culto, rinda también al amantísimo de voluntad.
Corazón de su Madre celestial los
correspondientes obsequios de piedad, de Estos dos corazones de Jesús y de María
amor, de agradecimiento y de están unidos tan íntimamente que el
reparación.» Corazón de Jesús es el principio del
Corazón de María como el Creador es el
principio de su criatura; y que el Corazón
de María es el origen del Corazón de
Jesús, como la madre es el origen del
corazón de su hijo.»
Es, pues, con legítima satisfacción y con hacimiento de gracias al Autor de todo bien
como la Congregación de Jesús y María presenta por primera vez en castellano al público
de Hispanoamérica el conjunto de las obras de San Juan Eudes acerca del divino Corazón.
Quiera este Corazón «fuente de todas las gracias»198 hacer que este librito sea para
muchos sacerdotes y fieles la ocasión de que se sirva la Divina Providencia para hacerlos
crecer en conocimiento y amor del que es todo amor y misericordia y llevarlos a la
verdadera devoción al Corazón divino de Jesús.
Carlos E. Acosta A.
C.J.M.
198
Letanías de san Juan Eudes al Corazón de Jesús.
194
¡UNA DEVOCIÓN SIEMPRE VÁLIDA QUE NOS REVELA LA
MISERICORDIA DE DIOS!
Pierre Drouin, cjm
Pierre Drouin, eudista, biblista. Trabajó muchos años en Venezuela donde fue superior
provincial. Luego, fue elegido superior general. A su regreso a Canadá, aceptó el servicio
de superior provincial. Hoy es pastor en Nueva Escocia, lugar de llegada de los eudistas,
hace 125 años.
Hemos sido invitados por el Papa Francisco a vivir el año de la Misericordia. Cuando me
puse a reflexionar, una cita de san Juan Pablo II me vino a la memoria:
“La Iglesia parece profesar y venerar de una manera particular la misericordia de Dios
cuando se dirige al Corazón de Cristo. En efecto, acercarnos a Cristo en el misterio de su
corazón nos permite detenernos en este punto -punto central en un cierto sentido, y al mismo
tiempo el más accesible en el plano humano- de la revelación del amor misericordioso del
Padre, que constituyó el mensaje central de la misión mesiánica del Hijo del hombre”199
Quiero releer con ustedes algunos textos de la encíclica Haurietis Aquas de Pío XII (15 de
mayo de 1956) acerca del culto al Corazón de Jesús. ¿Por qué?
Primero porque conmemoramos este año el 60° aniversario de esta Encíclica, que está
totalmente consagrada al estudio de los fundamentos del culto al Corazón de Jesús. Me
detendré exclusivamente en el aspecto bíblico que el Papa Pío XII invoca para mostrar la
legitimidad de la devoción al Corazón de Jesús, basándose en textos de la Sagrada
Escritura. Luego releeré algunos textos bíblicos que san Juan Eudes escogió para
introducirlos en la misa y en el oficio del Corazón de Jesús que compuso.
Para esto, recordaré lo que el P. Jacques Arragain, eudista, de grata memoria, trabajó
ardientemente por más de cuarenta años200 y que fue publicado en diversas revistas, a las
cuales no es siempre fácil acceder.
199
Juan Pablo II, en Dives in Misericordia n° 13
200
Jacques Arragain: La Encíclica HaurietisAquas, Nuestra Vida, T. VI, N° 53, p. 129ss;Aspectos del Culto al Sagrado Corazón, en El Amigo
del Clero (67° año) N° 20, 16 de mayo de 1957, pp. 304-310; La Espiritualidad eudista del Corazón de Cristo. Las intuiciones teológicas
subyacentes. Su pertinencia para el presente y el futuro. Conferencia dada en el Congreso de Paray-le-Monial, 1995. Yo retomo su texto
casi palabra por palabra
195
Los teólogos que han estudiado la devoción al Corazón de Jesús, antes de la publicación
de la Encíclica Haurietis Aquas, no han dado toda la importancia que le damos hoy a los
textos de la Escritura para establecer los fundamentos de tal devoción. Lo que les
interesaba, ante todo, era el tema de la adoración de la humanidad de Cristo, que forma
parte de la adoración única de Cristo a la cual estaba unida la devoción del Sagrado
Corazón. Ellos querían poner en evidencia la relación entre el Corazón, órgano físico,
con la persona de Cristo. Y esto gracias a la relación natural y simbólica del corazón
humano con la vida afectiva y especialmente la vida de amor del individuo. Esto llevó a
algunos de ellos a interrogar la Sagrada Escritura acerca del Sagrado Corazón. Lo hicieron
de dos maneras. La primera consistió en buscar el significado de la palabra “corazón” en
el diccionario, en el lenguaje corriente. Otros han concentrado el tema haciendo un
análisis de la palabra “corazón” en la Biblia. Descubrieron entonces que el significado de
esta palabra había evolucionado y que no representaba, como hoy, una referencia
universalmente reconocida como afecciones sensibles del hombre.
“Han constatado que el ´corazón´ es una realidad bíblica muy rica en sentido: es el
principio de la vida sensible, intelectual y moral del hombre; todas las acciones de las
facultades del alma se refieren al corazón como a su fuente. Han buscado los versículos
del Antiguo y del Nuevo Testamento donde se encuentra mencionada la palabra
´corazón´, pasajes susceptibles de ser aplicados al Corazón de Jesús profética o
inmediatamente, y que podrían haber servido a preparar el comienzo del culto al Sagrado
Corazón, desde los primeros siglos de la Iglesia”. En efecto no parece que la Sagrada
Escritura haya querido poner en relieve de una manera particular el Corazón del Señor
para representar su amor. Este silencio de la Sagrada Escritura explica sin duda el que
hubiera sido necesario esperar el s. XII para ver aparecer el principio de una devoción
indiscutible del Corazón de Jesús. En efecto, la historia de esta devoción no tiene ningún
testimonio preciso, en los primeros once siglos del cristianismo, que indicara, que el
simbolismo del Corazón de carne aplicado al Corazón de Jesús o de la herida de su
costado considerada como imagen de la herida de amor, pudiera aparecer como base de
esta devoción. Se puede entonces comprender que los teólogos no se detuvieron a
considerar los fundamentos escriturísticos de la devoción al Corazón de Jesús-
El papa Pío XII quien, con la encíclica Divino Afflante Spiritu (1943) había abierto en la
Iglesia la investigación bíblica, nos ofrece en la encíclica Haurietis Aquas una nueva manera
de utilizar la Sagrada Escritura. Exhorta a los pastores y a los fieles a estudiar los
196
fundamentos del culto del Sagrado Corazón en la Sagrada Escritura, y afirma varias veces
las raíces escriturísticas de este culto, lo detalla largamente, utilizando en forma
abundante el Antiguo y Nuevo Testamento. He aquí como se expresa el papa Pío XII201.
N° 10 “Por esta Encíclica, yo deseo comprometerlos, a ustedes y todos los hijos muy queridos
de la Iglesia, a considerar con más atención los principios sacados de la Biblia y de la
doctrina de los Padres y de los teólogos, sobre los cuales se apoya, como bases sólidas, el
culto del Sagrado Corazón de Jesús”.
N° 55 “Después de lo que acabo de decir, Hermanos, está bien claro que es a la Escritura,
a la Tradición, y a la Liturgia a donde los fieles deben remontar, como a la fuente límpida
y profunda de este culto, si quieren penetrar su naturaleza íntima y recibir por su mediación
un alimento que los nutre y aumenta su fervor”.
N° 64 “Invito, entonces, a abrazar con premura esta devoción a todos mis queridos hijos en
Cristo…, sea a los que tienen la costumbre de beber de las aguas salvadoras que brotan del
Corazón del Redentor, sea sobre todo a aquéllos que, como espectadores, miran desde lejos,
teniendo el alma dividida entre la curiosidad y la duda. Consideren atentamente que el
culto, del cual se trata, yo lo he dicho, está establecido desde tiempo en la Iglesia y
sólidamente fundado en los Evangelios”
En estas citas vemos que el Papa inaugura una nueva manera de consultar la Sagrada
Escritura en relación con el Corazón de Jesús. La diferencia con los teólogos de antaño
es que no busca absolutamente en la Biblia los significados de la palabra “Corazón”;
tampoco busca indicios del culto al Sagrado Corazón presentado como símbolo o
expresión de su amor. Busca solamente las pruebas del amor de Dios. Está muy bien
comprendido, parece pensar Pío XII, que el culto del Sagrado Corazón es el culto al amor
de Dios por parte nuestra, sobre todo del amor manifestado en la humanidad de Cristo
Redentor. Nada más obvio entonces, para fundar este culto en la Sagrada Escritura, que
"recorrer las páginas del Antiguo y del Nuevo Testamento que nos revelan y nos
exponen la infinita e insondable caridad de Dios hacia la humanidad” (N° 11).
201
Citamos la encíclica Haurietis Aquas en la traducción hecha por EduardGlotin. Los párrafos numerados de acuerdo al original en latín,
AAS 48 (1956) 309-353; (01-12-2005). (Volvemos a encontrar esta traducción en Internet Haurietis Aquas en francés)
197
“En fin, si se quisiera caracterizar de una forma cómoda este método, diríamos que el Papa
Pío XII distingue cuidadosamente “el fondo y la forma del culto del Sagrado Corazón”202.
El fondo, (lo dice el mismo: “el objeto principal de este culto” (N° 13), es el amor de
Dios, manifestado sobre todo por el Verbo encarnado y redentor:
“La forma, es el hecho de tomar el Corazón de Jesús como símbolo de este amor divino
extremadamente rico. El fondo solo debe ser buscado en la Sagrada Escritura y debe ser
afianzado en ella. Pero no es así para la forma de este culto. En efecto, de esta forma (de
esta simbolización del amor mediante el Corazón de Jesús), el Papa lo dijo varias veces
claramente que no hay que buscarla en la Escritura como tampoco en los escritos de los
Padres. Él se encuentra entonces plenamente de acuerdo con los teólogos y lo afirma con
total franqueza”:
N° 13. “Está evidentemente fuera de duda, que los Libros Sagrados nunca hicieron mención
de un culto especial de veneración y de amor hacia el Corazón físico del Verbo Encarnado
como símbolo de su ardiente caridad. Reconociendo plenamente este hecho, no debe extrañar
y menos todavía poner en duda que el Antiguo y el Nuevo Testamento desarrollan el tema
del amor de Dios hacia nosotros, objeto principal de este culto”.
Después de haber expuesto la prueba escriturística y patrística, agrega:
N° 26 “Sin embargo notemos que: aun cuando estas citas de las Sagradas Escrituras y de
los Padres -y de muchas otras que les son parecidas y que yo anexo aquí-, atestiguan
claramente que Jesucristo fue dotado de emociones, afectos sensibles y voluntad, y que
asumió una naturaleza humana para proveer nuestra salvación eterna, nunca han sido
unidos estos afectos a su corazón físico, ni han indicado abiertamente el corazón como
símbolo de su amor infinito”.
Pío XII reconoce también que el empleo del Corazón de Cristo como imagen del amor
de Dios nació progresivamente en la Iglesia a lo largo de los siglos:
N° 50 “Hay que confesar que sólo un paciente progreso debía permitir que un culto
particular sea finalmente rendido a este Corazón, en cuanto imagen del amor humano y
divino del Verbo Encarnado”
202
J. Arragain, Aspectos del Culto al Sagrado Corazón, en El Amigo del Clero (67° año) n° 20, 16 de mayo de 1957, p. 306. Retomo esta
parte tal que la presenta el autor
198
Y el primer personaje citado en la encíclica como “precursor de esta forma de piedad” es
San Buenaventura (+1274). (N° 51).
En otra parte, Pío XII subraya que el Corazón de Jesús es como el nuestro:
199
3. EL FONDO DE ESTA DEVOCIÓN ES EL AMOR DE DIOS MANIFESTADO
A LOS HOMBRES…
Y precisamente la expresión de este amor la Pío XII analiza largamente sirviéndose de las
Sagradas Escrituras.
Algunos se han asombrado que el Papa Pío XII buscara las pruebas de la devoción al
Sagrado Corazón en el Antiguo Testamento. Esto es muy normal cuando se entiende el
método empleado.
Repetimos, no se trata de buscar en la Biblia pruebas concernientes al empleo del
Corazón como emblema del amor, y menos todavía, una mención explícita o implícita
del culto al Sagrado Corazón. Se trata solamente de recordar que, desde siempre, la
Sagrada Escritura nos presenta a Dios como un Dios de amor. Sin lugar a duda, es Cristo
quien manifestó más y mejor esta “caridad infinitamente ardiente de Dios”, pero el
Antiguo Testamento nos da pruebas de este amor tierno y misericordioso. Debemos
agradecer a Pío XII haberlos evocado. Recordemos: el pacto entre Dios y su pueblo es
un pacto de amor (Ex.24,27; Dt.6,14). Moisés, los profetas y el Cantar comparan los
lazos de amor entre Dios y su pueblo con la solicitud del águila, que invita al vuelo a sus
hijitos (Dt.32,11), con el amor del padre que enseña a caminar a su hijo (Os.11,1), con
el cariño de madre que no abandona a sus hijos (Is.49,14) o con la ternura del novio para
su novia (Ct. 2,2s.). Pero, de una manera más precisa, Pío XII subraya que el Antiguo
Testamento anuncia la encarnación redentora de Cristo “este prodigio maravilloso que
sería la consecuencia del misericordioso y eterno amor de Dios”, y es el texto famoso de
Jeremías 31,3s (que constituye la 3° lectura del oficio actual del Sagrado Corazón de san
Juan Eudes), que el Santo Padre cita: “con amor eterno te he amado…”.
Pero son sobre todo los libros del Nuevo Testamento y especialmente el Evangelio los
que, según Pío XII, nos revelan toda la profundidad del amor de Dios hacia nosotros.
En lugar de recurrir a una enumeración de los textos, la encíclica prefiere recoger las
conclusiones de la enseñanza del Nuevo Testamento.
Dos consideraciones, sobre todo, hacen aparecer la naturaleza del amor de Dios. Por
una parte, la nueva Alianza, mucho más que la antigua, está fundada en la amistad, y nos
lleva enraizarnos y a fundamentarnos en el amor (Ef.3,17).
200
Por otra parte, el misterio de la Redención es un misterio de amor: amor de Cristo por
su Padre, que le proporciona una satisfacción sobreabundante por el deshonor que le han
causado nuestros pecados, y también el amor de la Trinidad y del Redentor para todos
los hombres: amor de justicia, por una parte, y amor de misericordia por la otra. Hay
que notar, sin embargo, a partir de la aparición del Verbo encarnado, el tipo de amor
que Dios nos manifiesta.
Después de haber hecho un estudio patrístico y teológico del Sagrado Corazón, el Papa
Pío XII retorna ampliamente al Nuevo Testamento, para contemplar y meditar las
acciones y los dones del Corazón de Jesús. Recordando los principales episodios de la
vida del Señor, el Papa Pío XII muestra que es el amor lo que explica todos los demás
sentimientos de Cristo, sus actos y sus palabras, así como los dones más preciosos que
entregó a la humanidad. Esta meditación, a la vez teológica y espiritual, de los escritos
del Nuevo Testamento es, según el Padre Arragain, una verdadera obra maestra (Nos.
30 a 47)
En conclusión, vemos por qué es nueva la manera con la cual Pío XII interroga las
Sagradas Escrituras, a propósito del Sagrado Corazón. El Sumo Pontífice busca
exclusivamente las expresiones del amor de Dios y del Redentor.
¿Será que excluye sistemáticamente los textos donde se encuentra la palabra “corazón”?
No, esta palabra se encuentra, por ejemplo, en el texto de Jeremías (31,3. 33-34) citado
en la encíclica (n° 17): “Pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón…”.
Asimismo, el Santo Padre medita ampliamente (n° 39) evocando el texto de Juan (19,34)
sobre la herida del costado, de donde nació la Iglesia y de la que el agua y la sangre, que
manaron, representan los sacramentos. Pero, de estos pasajes, no más que de otros, el
Papa Pío XII no saca ninguna prueba de la legitimidad de la simbolización del amor de
Dios en el Corazón de Jesús: solamente ve la revelación del amor de Dios y de Cristo a
la humanidad.
201
Se sabe que en este tema, la encíclica realizó una revolución. No se detiene, como se
hacía entonces, a buscar los textos donde se puede encontrar la palabra “corazón” o de
expresiones o imágenes que la sugieren. Al contrario, de una vez, da preferencia al
significado: el amor divino del cual, más tarde, el Sagrado Corazón será tomado como
símbolo, y se convertirá, con este título, en el objeto del culto. Pío XII se interesa por
la manifestación del amor de Dios hacia nosotros, anunciado por Moisés y los Profetas,
luego revelado en el Verbo Encarnado, subrayando que éste es capaz de afecto sensible
y de sufrimiento para nuestra redención. Así mismo, Pío XII conoce perfectamente los
episodios del agua viva (Jn.7,37) y de la herida del costado del Señor (Jn.19,37)
ampliamente comentados, y aún más, según la expresión del P. De Margerie
“glorificados” por los Padres203.
Veamos… Inmediatamente notamos, como lo enseñó el P. Hanimann 206, que san Juan
Eudes hace un cuidadoso inventario de los significados bíblicos de la palabra “corazón”.
Sin embargo, cuando él busca los textos escriturísticos para su oficio del Divino Corazón,
no se detiene preferencialmente en los que contienen la palabra “corazón”, sino en los
que expresan el amor de Dios o de Cristo. Para él, como para Pío XII, lo esencial del
culto al Sagrado Corazón es celebrar el amor de Dios y de Cristo; no es nada
sorprendente, por tanto, que encontremos en su obra litúrgica muchos textos que cita la
encíclica. Tanto en uno como en otro es citado el texto de Oseas (11,1ss): “Enseñaba a
caminar a Efraín…”, que es el texto sagrado de la hora de sexta; el de Isaías (49,14):
“¿Acaso una mujer olvida al hijo que amamanta?”, que es la tercera antífona de las
segundas vísperas; el de la Carta a los Hebreos (10,5-7): “Aquí vengo para hacer tu
voluntad…”, que abre en forma magnífica el oficio, como la primera antífona de las
203
Bertrand De Margerie, Historia doctrinal del culto del Corazón de Jesús, Paris, Mame, 1992, t.1, p.63; E. GlotinLa Biblia del Corazón de
Jesús, Presses de la Renaissance, Paris 2007, p. 269-273
204
Nos inspiramos del trabajo del P. J. Hannimann en El Corazón del Señor, La Colombe, Paris 1955, pp. 87-100
205
La reforma litúrgica, después de Vaticano II, nos hizo revisar este Oficio y la Misa
206
P. Hannimann en El Corazón del Señor, La Colombe, Paris, 1955, pp.87-100
202
primeras vísperas. La Epístola a los Efesios (3,17) 207 donde se menciona todas las
dimensiones “lo largo, lo ancho, lo alto y lo profundo” del amor de Cristo.
Dentro de este mismo espíritu, cuando san Juan Eudes escoge un texto para el Evangelio
de su Misa, deja de lado los textos donde la palabra “corazón” es mencionada o sugerida
(Mt.11,29; Jn.19,34) y prefiere el pasaje del Evangelio de san Juan (15,9-17) en el que
Jesús afirma su amor por su Padre y por los hombres, y les deja como testamento su
“mandamiento nuevo”, considerado por Pío XII como la meta principal del culto del
Sagrado Corazón. Lo volveremos a mencionar.
Permítanme retomar dos textos importantes para Juan Eudes, que volvemos a encontrar
en la misa del Corazón de Jesús celebrada por primera vez en 1672, y que fue conservada
después de la reforma litúrgica de Vaticano II. El antiguo misionero tiene 71 años y,
después de una larga contemplación, como fruto de la meditación de toda una vida, se
empeña en mostrarnos al Hijo, que recapitula toda la humanidad, y la une a sí mismo
frente al Padre; este Hijo se ofrece a sí mismo y la ofrece en su Corazón, totalmente
vuelto hacia el Padre, a quien presenta la humanidad redimida y llevada en todo por el
Amor.
Él quiere, como predicador-misionero, hacer de esta fiesta un llamado urgente a una vida
cristiana más perfecta. Este Corazón de Cristo es, para él, el Amor Redentor que se
entrega:
Quiere unirnos a Él como sus hijos et hijas (Rom.8)
Quiere hacernos vivir en la libertad de hijos e hijas, esto es darnos la vida en
abundancia
(Jn.10,10)
1. Ezequiel 36,23-27
1.1 ¿Qué nos dice este texto? Durante mis estudios bíblicos, tuve la oportunidad de
trabajar este texto con el Padre Stanislas Lyonnet. Me había interesado este texto, que
yo había orado –como todos los eudistas- en el seminario, en el “Oficio Parvo”208. San
Pablo y el Nuevo Testamento retoman este texto de Ezequiel, igual que el de Jeremías
31, para darnos a conocer la grandeza de la vida cristiana, del Amor de Dios por cada
uno, y cada una de nosotros, para hablarnos de la vida nueva que nos era dada.
203
La exégesis contemporánea reactualizaba toda esta riqueza. Yo me acuerdo, además, que
había podido descubrir que en el s. XVII, un exégeta jesuita, Benedetto Justiniani 209 había
publicado dos gruesos volúmenes acerca de las cartas de san Pablo, en donde hacía esta
relación tan auténtica con la Vida nueva que nos es dada por el gran Amor de Cristo.
Nos habla del cambio de corazón…
“Corazón de piedra, corazón de carne…” y cita a Ezequiel. Todavía ignoro si Juan Eudes
tuvo entre sus manos estos libros de Justiniani que no cita en sus obras.
(OC VI, 98) “Yo puedo decir que el Corazón divino de Jesús es el Espíritu Santo, ya que este divino
Espíritu fue dado por Dios a todos los cristianos para ser su espíritu y su corazón, siguiendo la
promesa que su divina Bondad les había hecho por boca del profeta Ezequiel”
(OC VI,261ss) “¡Oh Dios mío, qué excesiva es tu bondad, qué admirable es tu amor por nosotros!
Tú eres infinitamente digno de ser amado, alabado y glorificado… tú nos diste el Espíritu y el
Corazón de tu Hijo, que es tu propio Espíritu y tu propio Corazón, y nos los diste para que sea
nuestro propio espíritu y nuestro propio corazón, según la promesa que nos has hecho por boca de
tu profeta, con estas palabras: “yo les daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo en ustedes”
(Ez.36,26). Para que sepamos, como eran este corazón y este espíritu nuevo, que nos has prometido,
has agregado: “yo pondré mi Espíritu, que es mi Corazón, en medio de ustedes”. Sólo el Espíritu y
el Corazón de Dios son dignos de amar y de alabar a Dios, y son capaces de bendecirlo y amarlo
tanto como él se lo merece. Por esto, Señor mío, tú nos has dado tu Corazón, que es el Corazón de
tu Hijo Jesús… Ustedes, que leen estas cosas, pongan esto en su espíritu, que este Corazón les ha
sido dado para que sirvan y honren a Dios, y para que cumplan su voluntad con un gran corazón y
un gran amor (II Mac.1,3), es decir con un corazón y un amor digno de su grandeza infinita”.
(OC VII, 123) “Así como su amor incomprensible hacia nosotros había concebido el proyecto de
enriquecernos con el tesoro de los tesoros, que es su Corazón adorable,… él quiso prometerlo mucho
tiempo antes, por boca del profeta Ezequiel, con estas palabras: “Yo les daré un Corazón nuevo”,
“les quitaré su corazón de piedra”, es decir, este corazón duro e insensible a las cosas divinas y
eternas: “Yo les daré un corazón de carne”, es decir, un corazón dócil, tratable, flexible a mis
inspiraciones y a mis voluntades. Y queriendo darnos a conocer más claramente cuál es este corazón
209
Benedetto Justiniani (1550-19 de diciembre de 1622), teólogo jesuita y comentador de la Biblia. De Génova, Italia. Había escrito en
1612: In omnes B. Pauli Epistolas explanationes, 2 vols.
204
nuevo que quiere darnos, agrega: “Yo pondré mi Espíritu en medio de ustedes”; es decir yo pondré
mi Corazón en su pecho, ya que su espíritu y su corazón son una misma cosa”
He aquí la promesa, que nuestro Salvador nos hizo de darnos su divino Corazón. ¿Hace cuánto
tiempo que Nuestro Señor nos hizo esta promesa por boca de su profeta? La hizo más de seiscientos
años antes de su Encarnación. ¿Cuántas veces nos lo ha hecho? Cuenten todos los momentos que han
pasado durante todo este tiempo, y contarán otras tantas veces que nos ha reiterado estas palabras:
“Yo les daré un Corazón nuevo” ya que están escritas en los Libros sagrados, en los Libros de Dios; y
es el Hijo de Dios quien habla en estos libros, y quien habla siempre, porque estas palabras no son
pasajeras, como las de los hombres, sino estables y permanentes. De manera que el Hijo de Dios nos
ha hecho miles y miles de veces esta promesa.
¿Por qué, Dios mío, tantas veces? Era para preparar a los hombres a creer, a esperar y a desear el
cumplimiento de esta promesa. Porque el don que promete es tan prodigioso que, si lo hubiera
prometido solamente una o dos veces, siendo ellos tardos para creer, (Tardi corde ad credentum
Lc.24, 25), no lo hubieran creído. Díganme ¿quién hubiera podido esperar tal gracia? ¿Quién se
hubiera atrevido a pretender tal favor, de no tener sino un solo corazón con Dios? ¡Oh promesa
grande y admirable! ¡Oh bondad inefable! ¡Oh amor sin igual! ¿No es suficiente, oh Jesús mío, que
nos declares que tú nos amas como tu Padre te ama; que tú nos amas con el mismo corazón y con el
mismo amor con que él te ama: Sicut dilexit me Pater, et ego dilexi vos (Jn.15,9)? Es demasiado
para nosotros; pero no era suficiente para el exceso de tus bondades con nosotros. Tú deseas darnos
tu Corazón, y por lo tanto el Corazón de tu Padre, que no tiene sino un solo Corazón contigo…”
205
Antiguo Testamento: nos dice que “el Espíritu”, que “el Corazón de carne” es el Espíritu
de Dios (v.27) que vendrá no solamente sobre el Mesías (Is.11,1-5) sino también sobre
toda la comunidad mesiánica; que es un principio de acción, dado al ser humano (v.26).
Este Espíritu, que es un poder de renovación, capaz de hacer nuevas todas las cosas, va a
cambiar el corazón de todos los hombres, es decir, va a renovar en ellos toda su vida, no
solamente a traerles una restauración política sino también la purificación de su pecado
(v.25); que su corazón duro y obstinado será reemplazado por un corazón dócil a la
voluntad de Dios.
“En efecto, éstos son hijos de Dios, que son conducidos por el Espíritu de Dios: no han
recibido un espíritu que los hace esclavos… sino un Espíritu que los hace hijos
adoptivos”, “Hijos, lo son ustedes: Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo
que clama: ¡Abba, Padre!” (Rom.8,15 y Gal.4,6).
Esto es lo que lee para nosotros san Juan Eudes, permaneciendo muy fiel a la exégesis,
que de estos textos se hace. Como lo hemos visto, el Espíritu Santo es el Corazón divino
de Jesús y tenemos aquí la explicación de la elección que Juan Eudes hace del texto de
Ezequiel. Nos dice que el Corazón divino de Jesús es el que derrama en nosotros su
amor, como lo canta Rom.5,5-11, en donde ciertamente hace referencia al amor de
Dios, como se puede deducir del v.8: “En esto Dios prueba su amor por nosotros: Cristo
murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores”. En el v.5 “El amor de Dios fue
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”212.
206
prueba de que realmente son hijos: Dios envió en nuestros corazones el Espíritu de su
Hijo que grita: ¡Abba, Padre! Entonces ya no eres esclavo, sino hijo; y como hijo,
también heredero; es la obra de Dios” Jesús podía ciertamente orarle de esta manera, y
ahora nosotros podemos hacerlo también, porque hemos recibido el Espíritu de su Hijo.
Podemos comprender lo que decía san Pablo: “Este Espíritu es el que nos atestigua que
somos hijos de Dios” (Rom.8,16) y el v. 17 “Hijos y por lo tanto herederos: herederos
de Dios, coherederos con Cristo”. Y esto, en sentido propio y no metafórico. Es lo que
quiere decir, hijos, hijas de Dios. La acción del Espíritu dentro de nosotros nos hace
verdaderamente hijos, hijas y no esclavos, lo cual nos hace libres, libres en el amor.
El Espíritu, el Corazón que nos ha sido dado es nuestra Ley, nuestra Fuerza, y somos
libres porque actuamos de acuerdo con el Espíritu que nos habita… porque actuamos
con nuestro Gran Corazón (S. JuanEudes). El perfecciona interiormente la inteligencia
y la impulsa a pensar bien y así, por amor, actuamos como si lo pidiera la Ley del Espíritu,
el Corazón que nos habita (Rom.8). Somos libres porque esta fuerza que nos habita, nos
inclina a obrar según la Ley de Dios. Así podemos comprender por qué el cristiano puede
estar “sin ley”, sin estar obligado por una ley exterior, sin ser una persona “a-moral”, sino
viviendo una vida moral perfecta. Pensemos en los frutos del Espíritu (Gal.5,22).
2. Juan 15,9-17
La escogencia del texto del Evangelio que hace san Juan Eudes es notable. No tomó
Jn.19,34, que narra la herida del costado de Jesús, donde una parte de la tradición vio la
mención implícita del corazón, tampoco Mt.11,29, donde Jesús proclama que él es
“manso y humilde de corazón”, sino Jn.15,9-17. A este misionero, que es también
fundador de una comunidad “totalmente apostólica”, le gusta contemplar
particularmente a Jesús en el evangelio de Juan.
Para esta fiesta, sacó del “Evangelio de la comunidad” (Juan cap.13-17)213 el texto que
propone a nuestra meditación, y no duda en renunciar al símbolo cuando éste no le
parece evocar suficientemente el amor de Cristo que quería celebrar por encima de todo.
213
Preferimos el plan: 1. Prólogo (1,1-18); 2. El libro de los signos (1,19-12,50); 3. El libro de la comunidad (13-17); 4. El libro del
cumplimiento (18,1-20,31). 5. Epílogo (21,1-25). En la tercera parte se trata de retomar el mensaje final de Jesús a los suyos, esto es a sus
comunidades. Y este mensaje se entiende bien solamente en un dinamismo personal del don total por amor (Jn.13s.). Seguimos el plan
de distintos comentadores del Evangelio de Juan: X. Leon-Dufour, Lectura del Evangelio de Juan, Seuil, 4 vol. 1988-1996; F. Rubeaux,
Mostranos o Paiumaleitura do QuartoEvangelho, CEBI N° 20, 1989; A. Marchadour, El Evangelio de Juan, Comentario pastoral, Paris,
Centurion, 1992.
207
El texto es claro: la realidad que quería celebrar, ante todo, es el amor de Cristo enviado-
misionero de su Padre para los hombres, lo cual no impide que este amor sea simbolizado
por el Corazón. Queriendo permanecer fiel a quien escogió este texto, me parece que
debemos hacer una lectura “misionera” de este texto. Para Juan Eudes, la fiesta del
Corazón de Jesús, “corazón y vida” de nuestra comunidad, debe producir en nosotros los
frutos de vida y de gozo por la misión que nos es confiada como Iglesia.
Contemplamos el Verbo hecho carne, enviado del Padre (5,23.37; 6,38s.; 7,28; 17,3.
18. 21.25), que, en su Amor infinito, sale de sí mismo para habitar entre los hombres y
para hacer nacer el hombre nuevo, engendrar en el nobles sentimientos (Fil.4,8s) y una
nueva manera de vivir entre ellos. Es la manifestación del amor de Jesús por la
humanidad. “Los amo” dice Jesús (Jn.15,9) quien descendió del cielo voluntariamente y
que vino aquí abajo para decirnos “Los amo… y los amor como mi Padre ama” (SJE, OC,
VIII,275).
Jesús realiza la misión recibida del Padre manifestando al mundo el amor del
Padre214.¿Cómo lo hace? Buscando al otro, yendo a su encuentro en su vida cotidiana,
“viviendo con”, reconociéndolo en su realidad concreta y todo esto a fin de que el hombre
sea libre (Jn. 8,32.36) y viva en plenitud (Jn.10,10).
En este evangelio de la Comunidad (Jn.13-17)215 Jesús no habla a unos individuos, sino
más particularmente a las comunidades de origen diverso (judíos, griegos, samaritanos),
de contexto cultural diverso, que manifiestan ya una cierta posibilidad de un compartir
pacífico entre las diferentes culturas. Los llama a todos “sus amigos” (Jn.15,15); les
enseña que es posible vivir juntos (Jn.4,39-40); que hay mucho de bueno, de bello, de
positivo en el otro. Claro, esto no quiere decir que quedan eliminados los conflictos, los
problemas internos, pero que todo esto es un desafío al amor. Les dice que hay que amar
214
El amor del Padre, manifestado en Jesús, y que ahora debe ser el dinamismo propio de la comunidad, ya que el amor es el don de la
vida en función de un + de vida; es también la solidaridad que hace nacer lazos de comunión y lleva al compromiso de continuar lo que
hacía Jesús: “Así como yo los amo, ámense los unos a los otros” (Jn.15,12). El Hijo, movido por el amor del Padre, da la prueba por
excelencia de este amor “dando su vida por sus amigos”. La comunidad está en comunión con él en la medida que practica la misma cosa.
Es por esto que el autor de la Primera de Juan, meditando la inmensidad de este amor del Padre en Jesucristo llega a decir. “Dios es
amor”.
215
Jesús realizó la misión recibida del Padre. Ahora son las comunidades que asumen este compromiso (Jn.20,21). Juan conservó la
memoria de la persona de Jesús y de su misión para marcar bien el camino a seguir por las comunidades. Como lo hizo Jesús en su tiempo,
ahora, nosotros hoy… Estos capítulos guardan el testimonio espiritual de Jesús: son sus últimas voluntades. Fueron conservadas entre el
libro de los Signos y el de la glorificación o del cumplimiento, para mostrar que todas las comunidades deben vivir en tensión constante
el hecho de ser a la vez signo vivo que conduce a la plena realización. La comunidad es la que lleva adelante ahora el proyecto de Vida.
Es por eso que ella está confrontada a las mismas persecuciones y dificultades que vivió Jesús. He aquí el plan que hemos escogido: 1.
Seguir con la praxis de Jesús (Jn.13,2-38) 2. Como hijos, con la fuerza del Espíritu (Jn.14,1-31); 3. La nueva comunidad de Jesús (Jn.15,1-
17); 4. La persecución (Jn.15,18-16,33); 5. La oración de Jesús (Jn.17,1-26).
208
a los demás (Jn.15, 12.17) esto es escucharlos (Jn.4,7. 35; 12,20); que la relación con
el otro va hasta una amistad incondicional: dar la vida por sus amigos (Jn.15,13). Para
Jesús y por él, las comunidades tienen como fundamento principal de su misión, el
Amor, la práctica del Ágape.
2.2.1 Para Juan y también para Juan Eudes, Jesús, el Enviado del Padre, no es solamente
un testigo personal y único. Jesús y las comunidades son una misma cosa. Recordemos:
Las comunidades son enviadas y, si son enviadas, deben aceptar el desafío misionero de
Jesús.
Entonces las comunidades deben continuar a Jesús y por lo tanto, como él, salir de ellas
mismas, esto es, amar con un amor infinito; deben escuchar, acoger y “vivir con” el otro;
deben manifestar a Jesús que se hace presente en el otro, en su lenguaje, en sus gestos,
en su manera de ser diferente, y descubrir su novedad. Deben como Él, encarnarse para
dialogar, para ser solidario con los hombres.
Y Jesús, quien es la manifestación del amor del Padre, el Mediador entre el Padre que lo
envía y las comunidades humanas a las que fue enviado (Jn.17, 17s), no fue enviado para
condenar sino para anunciar la Buena Nueva, que hace del otro un amigo (Jn.15,14), lo
fortalece y lo rehace… Esto implica que, en la misión de Jesús que la comunidad
continúa, es preciso reinventar actos concretos de ágape continuamente y en cada
contexto histórico.
2.2.2 Pero para continuar a Jesús, las comunidades deben “permanecer en su amor”,
esto es, responder al amor de Jesús, que nos él manifiesta, “amar con su Gran Corazón”.
Él nos amó primero, él “permanece” en su Padre y debemos nosotros también
“permanecer” en su amor, dejarnos amar por él, ser fieles a lo que vivió, a su Palabra,
209
continuar su vida, revestirnos de sus sentimientos de misericordia, esto es, tener buenas
relaciones con las personas, querer su bien, hacerles bien. Esto nos permitirá crecer
lentamente por medio del compartir cotidiano, sencillo, paciente y fiel y “permanecer”
realmente en su amor.
¿De qué amor se trata, en el que debemos permanecer y que debemos practicar para
continuar a Jesús misionero, amar como él amó, amar con su Gran Corazón? ¡Hay que
amar con el mismo amor con el cual amó al mundo! Para esto es preciso contemplar el
amor de Jesús… El amor, que el Padre revela en el Corazón de su Hijo, es el don de la
nueva Alianza, que manifiesta y enseña a sus amigos (Jn.15,14-15), que son las
comunidades compuestas de sus discípulos para que ellas puedan vivir también el ágape,
como el proyecto del Padre en la misión (v.16).
El amor de Jesús es una actitud de vida, una mística que siempre hay que buscar. Este
amor rompe todas las cadenas de dominación o sumisión del otro (Jn.15,15). Engendra
nuevas relaciones entre las personas, la amistad, la que ya no tiene secretos (15,15); es
la fraternidad que informa y forma; es una amistad sin condición hasta la muerte (v.13);
es lo que empuja a actuar. Las comunidades deben, entonces, vivir de este amor, que es
en realidad el proyecto del Padre en la misión. “Este Corazón les ha sido dado a fin de
que sirvan y honren a Dios, y que hagan su voluntad con un Gran Corazón y un gran
Amor” (II Mac.1,3)… ámenlo con todo el amor de su Gran Corazón” (OC. VI,261s)
¿Qué pasará en esta comunidad, que contempla el Corazón de Jesús, su amor por la
comunidad y que continúa a misión? ¡Va a producir frutos!
En lo cotidiano de la comunidad, el amor debe ser vivido para dar VIDA y ALEGRÍA.
¡Pero hay que amar con el amor de Jesús! Este amor implica el don de sí mismo, que se
convierte en el principio que rige la vida del hombre nuevo… Nacen nuevas relaciones,
cuyo fruto es la vida en abundancia y la alegría plena. Ya no hay sitio para el cristiano
individual y solitario (los sarmientos). Ya no hay sitio para el mal, para el pecado que
destruye el amor. Nos hace vivir en función del otro.
210
pensada desde el otro… Trae una alianza nueva que hace nacer la comunidad que era
negada por el pecado. Provoca el encuentro, la solidaridad entre los que trabajan en
hacer nacer, como Jesús, un mundo nuevo y ella produce los frutos del amor: la VIDA y
la ALEGRÍA (Jn.10,10; 15,11).
Ahora entendemos mejor la elección que Juan Eudes hace de este texto para celebrar el
Amor de Dios cuyo objeto es la comunidad. La comunidad, que es la Iglesia, está llamada,
dondequiera se encuentre, a continuar la misión de Jesús. Tiene que “permanecer en su
amor”, esto es, vivir este amor entre nosotros, en el seno de nuestra comunidad. Ella
debe amar el mundo con su Gran Corazón, a fin de que haya vida en abundancia
(Jn.10,10) y que todos los hombres sean llenos de la verdadera alegría de Dios
(Jn.15,11).
¿Tenemos que leer esta página del evangelio en continuación de las palabras de Ezequiel?
Aparece entonces cómo, por el don del Corazón, el Señor está presente con los suyos,
“permanece en ellos”, y los hace participar de su vida de amor, amor del Padre y amor
de los hermanos. Estas páginas de la Escritura nos hacen entrar en la inteligencia de las
profundidades del Misterio. Jesús “que quiere ser el Corazón de su corazón, el Espíritu
de su espíritu. Él quiere establecer su vida en ustedes. Él quiere que todo lo que está en
él viva en ustedes, que su Alma viva en su alma, su Corazón en su corazón, su Espíritu
en su espíritu” (OC VI, 107). Es la “vida nueva” dada en el Bautismo (Rom.6,4) (OC I,
p.508-509; II, p.183).
Conclusión:
Sabemos que la Encíclica no tuvo el influjo, que hubiera debido tener y, a pesar de que
el culto al Corazón de Jesús es objeto de notables trabajos, hoy en día, de parte de ciertos
especialistas216, conoce también un descenso en el seno de la cristiandad217.
Hemos querido celebrar este año jubilar de la Misericordia, releyendo algunas partes de
la Encíclica Haurietis Aquas, y revisitar el acercamiento bíblico de san Juan Eudes cuando
instituye la fiesta del Corazón de Jesús. A nosotros nos toca meditar y dar a conocer los
textos bíblicos que escogió para la celebración de la fiesta del Corazón de Jesús y
colaborar así con lo que Pío XII afirmaba: “que sea tan estimado el culto del Sagrado
Corazón que se vea, en su práctica, la perfecta expresión de la religión cristiana”.
216
L. Legare La estructura semántica. El lexema corazón en la obra de Juan Eudes, Montreal, Les Presses de la Universidad de Quebec,
1976; E. Glotin, La Biblia del Corazón de Jesús, Presses de la Renaissance, Paris 2007; B. De Margerie, Historia doctrinal del culto del
Corazón de Jesús, Paris, Mame, 1992, t.1; t.2El amor convertido en luz, ed. Saint Paul, Paris, 1995.
217
Cf. Theo, Nueva Enciclopedia católica, 1989, p.748 20 HA 60
211
A nosotros toca hacer de nuevo la experiencia de la actualidad del culto del Corazón de
Jesús. ¿Cómo hacer?
Reflexionar todo esto, lentamente
Meditar y predicar estos textos bíblicos, y los de san Juan Eudes, para descubrir
mejor el valor vital de esta comprensión del Corazón y de su riqueza en la
sencillez. Es necesario que profundicemos constantemente nuestra
espiritualidad. Todo esto nos lleva a contemplar el Amor de Dios revelado en
Cristo. A servir al Señor con alegría, a descubrir la acción del Espíritu Santo en
nuestra vida de cada día. A continuar en nuestra vida a amar como Cristo ama…
a vivir todo en la caridad fraterna.
212
CUADRO COMPARATIVO DEL APOSTOLADO RESPECTIVO DE SAN
JUAN EUDES Y DE SANTA MARGARITA MARIA ALACOQUE218
San Juan Eudes, vivo, fue calumniado; muerto, fue perseguido; y, elevado a los altares
(caso tal vez único), fue envidiado hasta el punto de tratar, mutilando su Bula de
Canonización, de arrebatarle los gloriosos títulos que le reconocía el Papa Pío XI, de
Padre, Doctor y Apóstol de la devoción a los Sagrados corazones de Jesús y
de María.
Sin duda, son para muchos una sorpresa los documentos que se publican en este
opúsculo. Revelan éstos un HECHO HISTORICO, ignorado por muchos y por otros
callado intencionalmente, y una DOCTRINA que, atacada persistentemente por ciertos
autores, fue solemnemente confirmado por el Sumo Pontífice el Papa Pío XII, en su
Encíclica «Haurietis aquas». Por la que hace al hecho histórico, baste el siguiente cuadro
comparativo en el que hablarán solamente las fechas.
218
Teófilo Le Nézet, CJM.
213
Marzo 8: Autorización del Culto Público
en honor del Sagrado Corazón de Jesús
1670 dada por Monseñor de la Vieuville, Obispo
de Rennes.
215