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Patrimonio histórico y biocultural en los códices mayas


Manuel Alberto Morales Damián[1]
Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo

Los documentos elaborados dentro de la tradición indígena de México sobre amate, piel
de venado, papel o tela, coloreados con pigmentos minerales o vegetales, que conservan
una variada información histórica y a los que llamamos códices son, por derecho propio,
un patrimonio histórico de México. En ellos, siguiendo las convenciones pictóricas y
escriturarias de las sociedades mesoamericanas, se reconocen relatos, prácticas
religiosas, actividades económicas, linajes gobernantes, espacios geográficos y, en fin, se
pueden considerar testimonio de diversos aspectos de la vida social indígena.

En este trabajo pretendo realizar algunas reflexiones generales sobre los códices mayas,
mi objetivo es destacar que la existencia misma de los códices mayas prehispánicos
implica un patrimonio histórico en sí, pero que a la vez remiten a otros patrimonios; cada
uno de los códices tiene en sí su propio valor patrimonial, pero también resguarda el
testimonio de otras herencias que es nuestro deber valorar y conservar.

Hacer un códice

Al revisar las imágenes procedentes de la cerámica o de los propios códices, sabemos que
los pintores-escribas eran miembros de la corte, privilegiados que podían conocer la
escritura y las convenciones pictóricas para representar el mundo y los dioses, sacerdotes
que podían reproducir las formas de los dioses, registrar los destinos y contar la historia.
Al momento del contacto europeo, Landa (1978: 15) atestigua que la escritura es actividad
sacerdotal y es utilizada por algunos nobles.
Figura 1. Itzamná con el cuenco de pintura y el pincel. Codex Tro-Cortesianus (1967: vol.
VIII, p. 22, banda d). Imágenes disponibles en:
http://www.famsi.org/spanish/research/graz/madrid/index.html

Los códices, como producto de la élite, remiten a otras actividades económicas que la
sostienen. El cuidado del kopo’ (Ficus cotinifolia), para poder aprovechar el líber de su
corteza; la artesanía especializada que sabría remojar la corteza, mezclarla con alguna
sustancia adhesiva vegetal, aporrearla para extenderla y producir finas hojas sobre las
que se podría escribir (Christensen y Martí, 1971; Lenz, 1973; Vander 1997). El
aprovechamiento de yacimientos de piedra caliza por trabajadores que cortaron piedras y
también cavaron, arrastraron leña y encendieron hornos para calcinarla y así obtener la
materia prima que luego el escriba utilizaría para recubrir las hojas de corteza, generando
una superficie lisa, blanca y brillante (Gallegos, 1994). No podemos dejar de considerar la
obtención y producción de pasta de achiote para obtener el pigmento vegetal con el que
se colorea de rojo o la de raíz de kante’ que se mezclaría con hidróxido de calcio para
obtener el pigmento laca que colorearía de amarillo (Sotelo, 2000: 35; Magaloni, 1998: 69),
o la más compleja tarea de generar el azul maya, otro pigmento laca que requiere utilizar
hojas de añil (Indigófera suffructicosa) generalmente producidas en regiones del centro
de México o Oaxaca, para luego procesarla con paligorskita que debió ser extraída de
yacimientos de la península de Yucatán (Reyes, 1993; Chiari et al., 2008; López, 2020).
Teniendo el papel preparado, las hojas de amate cubiertas de estuco, disponiendo de los
pigmentos del negro de humo, del azul maya, el amarillo, el rojo y el blanco, también se
requería elaborar un pincel con mango de madera o de hueso terminado con delgados
pelos de conejo (Sotelo, 2002: 26).

Cuando se toman en cuenta todos esos procesos de producción del papel vegetal, de los
pigmentos e instrumentos, se presenta ante nuestros ojos la complejidad de la sociedad
maya postclásica, una sociedad estratificada con silvicultores, mineros, campesinos,
cazadores, artesanos y comerciantes; también descubrimos que la producción de un
códice no era una tarea fácil, sino el resultado de una gran cantidad de horas de trabajo,
eran un producto de lujo, generado por una sociedad estratificada con una añeja historia
tecnológica.

La función de los códices mayas

Los recursos empleados y la cantidad de esfuerzo invertido para elaborar los códices
manifiestan que la sociedad maya les daba una gran importancia, de hecho, juegan un
papel clave en el ejercicio del poder político y religioso.

Los códices registran las “ciencias”, esto es conocimientos calendáricos, médicos,


genealógicos, históricos y literarios (Landa, 1978: 15). Infortunadamente no podemos
considerar los códices prehispánicos que guardaban información administrativa, política
o histórica, ya que el tiempo y la destrucción intencionada ha hecho que hasta el
momento no contemos con ellos; pero sí podemos referir a la función normativa y
práctica que tenían los cuatro códices que se conservan, clasificados como calendárico-
rituales.

Su contenido está anclado en el tiempo, en un tiempo cíclico, el marcado por el


movimiento anual del sol, el de las recurrencias de los eclipses, el de las apariciones de
Venus como estrella de la mañana o de la tarde, el tiempo engarzado de los ciclos solar y
ritual. El Códice México (Martínez, 2018) conserva fragmentos del registro de los
movimientos de Venus. El Códice París (Severin, 1981; Love, 1994) nos muestra periodos
anuales y de veinte años. El Códice Dresde (Thompson, 1988; Velázquez, 2016, 2017)
además de los movimientos de Venus y las recurrencias de los eclipses, incluye el registro
del fin y el comienzo de cuatro ciclos solares, así como de 75 almanaques. El Códice
Madrid (Vail y Aveni, 2004), nos muestra el diagrama del cosmos que explica el origen del
espacio y de los veinte días del calendario, también presenta las ceremonias anuales de
un ciclo de cuatro años y las fechas clave de 250 almanaques con asociaciones a fechas
del año solar.

El registro del tiempo entre los mayas se realiza respondiendo a la idea de que existen
recurrencias y es indispensable guardar la memoria del presente, el cual se transforma en
pasado, pero permite tener una clara expectativa del futuro (Bracamonte, 2010).

Las fechas marcadas por cada almanaque sirven para que el sacerdote lector pueda
indicar las fechas adecuadas para llevar a cabo las actividades de la vida cotidiana,
económica y política, con sus consecuentes ceremonias rituales. El especialista en la
lectura conocía el funcionamiento de los calendarios, pero también conocía la realidad
concreta que le rodeaba y por ello podía pronosticar y establecer las fechas propicias o
aciagas. De esta suerte, la comunidad consultaba a los sacerdotes para llevar a cabo cada
paso del proceso agrícola lo mismo que para establecer la fecha de cambio de
autoridades, el momento adecuado para emprender un viaje comercial o militar, el
tiempo para cosechar la miel, hilar o tejer… en fin, toda la vida social está determinada
por los tiempos prescritos en los códices. Los códices tienen una importancia
fundamental, norman la vida social (Morales, 2017).

Patrimonio histórico y biocultural

El dominio técnico sobre materiales vegetales y minerales que permitieron crear


pigmentos o producir un papel de corteza, les dan a los códices un valor intrínseco; de la
misma forma su registro tanto de la escritura maya como del conocimiento matemático y
astronómico hacen de los códices un testimonio del refinado conocimiento alcanzado por
los mayas.

Ahora bien, es dentro de los códices, en su contenido, explorando su escritura y las


representaciones visuales, que conocemos la sociedad maya e identificamos otras
herencias: aspectos de su vida social, de su historia y aspectos de sus relaciones con la
naturaleza.

No abundaré en el valor histórico de los códices mayas, están fuera de toda duda,
insistiré en el testimonio que los códices ofrecen del patrimonio biocultural. Me refiero
con ello a ese patrimonio natural que ha sido incorporado a la cultura maya y que con
precisión debe considerarse biocultural.

La oposición, propia de la sociedad occidental contemporánea, entre naturaleza y cultura;


trasladada al ámbito de la patrimonialización, se expresa en el reconocimiento de la
UNESCO (1972) a un patrimonio natural y otro cultural; sin embargo, las voces de
investigadores recientes han hecho notar que no podemos hablar de uno sin el otro. En
realidad, la cultura es parte del proceso de transformación biológica del ser humano y la
naturaleza prístina no existe, ya está trastocada por la cultura, naturaleza y cultura no
pueden concebirse como separadas tal y como lo expresa el título de la obra editada por
Olwig y Lowenthal (2015).

En Mesoamérica, considerando lo anterior, es importante que se protejan diversas


prácticas culturales, así como elementos propios de la naturaleza, ambos en interacción
dinámica e histórica. Aunque algunas ya se hayan perdido como resultado del proceso
histórico y la imposición de patrones capitalistas de explotación del medio, aún se
conservan especies biológicas que tienen un tratamiento cultural específico, cuyo valor
patrimonial se arraiga en el pasado y de ello dan cuenta los códices. Sólo podemos dar
algunos ejemplos que valdría la pena declarar patrimonio biocultural y establecer
mecanismos de protección.

Diversos tipos de perros aparecen en los códices mayas, algunos pelones y otros con
pelo, de tallas medianas o pequeñas, quizá porque corresponden a diversos tipos de
perro mesoamericano (Espinosa, 2022). Los reconocemos como compañeros cotidianos
del campesino en escenas de Madrid; así se representa a Chaak realizando las tareas de
la siembra mientras un perro camina junto a él. Claro está que también desempeña
funciones simbólicas propias del pensamiento religioso maya. Aparece como consorte de
la diosa Ix Kab en Dresde 21b, o se asocia con el dios de la lluvia en diversas situaciones:
se le somete en lo alto del árbol cósmico en Dresde 29b; brinca frente a él y sobre un
basamento piramidal en Dresde 30a. En ocasiones porta las antorchas características del
dios de la lluvia como patrono del rayo (Dresde. 39a, 40b; M 13a, 24-25b). En las escenas
de año nuevo, en M36b, se identifica claramente con la fecundidad en tres distintas
posiciones: portando a sus espaldas el conjunto glífico (T501: 506) que se ha leído como
alimento; sentado sobre los brotes del maíz, llevando en su cabeza el glifo T501 (ha, agua,
imix, seno) y sosteniendo el glifo 506 (wah, semilla) que está floreciendo; finalmente,
aparece con la cola incendiada, identificado con el Chaak del relámpago o como anuncio
de la sequía.
Figura 2. a) Perro e Ix Kab, Dr. 21b; b) Perro y Chaak, Dr. 29b; c) Perro y Chaak, Dr. 30-31a;
d) Perro con antorchas, Dr. 39a; e) Perro con antorcha, Dr. 40b; f) Perro con antorcha, M.
13a; g) Perros con antorchas, M. 24b. Reprografía del autor. Codex Dresdensis (1975);
Codex Tro-Cortesianus (1967). Imágenes disponibles en
http://www.famsi.org/spanish/research/graz/

La presencia de los perros en los códices mayas, remiten al milenario proceso de


domesticación de este animal, así como a la incorporación del perro como símbolo dentro
de la cosmovisión y por ello lo reencontramos en mitos conservados por la tradición oral
en las comunidades indígenas, así como en prácticas sociales que incorporan al perro
mestizo a la vida cotidiana de los mayas contemporáneos. De la misma manera ocurre
con otras especies animales, como el pecarí, el venado, el mono o las abejas sin aguijón.

En otro trabajo me he detenido a analizar la relación humano-naturaleza a través de la


meliponicultura consignada en el Códice Madrid (Morales, 2016). Observamos en las
imágenes diversos momentos del proceso técnico junto a rituales específicos (M 103-112);
las abejas meliponas se muestran como un animal sacralizado al que se le presentan
ofrendas, su colmena es modelo del cosmos y su miel es sustancia sagrada. Más allá del
códice postclásico, los fragmentos míticos conservados en los documentos mayas
coloniales y las narraciones contemporáneas en donde la abeja participa en la creación o
representa la identidad maya, hacen de las abejas, del medio ambiente en el que crecen y
de la meliponicultura misma un legado de excepcional importancia. Hoy en día, que el
entorno ecológico es sistemáticamente destruido por el capitalismo salvaje, no puede
más que lucharse, como lo ha hecho la propia comunidad maya, por la protección de este
patrimonio bicultural.
Figura 3. Fragmento del meliponario del Códice Madrid. Codex Tro-Cortesianus (1967: vol.
VIII: 104). Imágenes disponibles en:
<http://www.famsi.org/spanish/research/graz/madrid/index.html>.

El espacio nos ha limitado a mencionar sólo dos casos, pero hay otros animales o plantas
que se representan en los códices los cuales manifiestan un papel cultural específico,
expresan la manera concreta en que la cultura maya se apropió de su medio ambiente.
Perros, venados, monos, pecaríes, jaguares, aves, insectos, gusanos y plantas como el
frijol, el cacao o el maíz, poseen aún en comunidades mayas contemporáneas un papel
importante dentro de su cosmovisión y, por tanto, son parte del patrimonio biocultural
que quedó consignado en los códices mayas.

En los códices, la imagen y la escritura ─woh, signo gráfico─, son trazos coloreados que
permiten conocer el pensamiento maya. Los códices son, en fin, registro de la manera en
que los mayas concebían el tiempo, organizaban su sociedad, normaban su vida cotidiana
y se relacionaban con el entorno. Son testimonio histórico que contiene el registro de un
legado que aún vive en las sociedades mayas contemporáneas.

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