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ESCENA SEGUNDA

PALESTRIÓN, LURCIÓN

PA.— (Solo.) ¡Qué líos tan grandes que organizo, menudas las armas que manejo! Verás cómo dejo hoy
al militar sin su amiga. Voy a llamar al otro: ¡eh, tú, Escéledro, sal aquí a la puerta, si no tienes otra cosa
que hacer, soy yo, Palestrión!

LU.— (Saliendo de casa del militar.) Escéledro no puede salir ahora.

PA.— ¿Por qué?

LU.— Está dormido

PA.— ¡Eh, tú, Sinvergüenza, tú, su vicebodeguero!

LU.— ¿Qué hay?

PA.— ¿Cómo se ha permitido quedarse dormido?

LU.— ¿Cómo? Pues cerrando los ojos, digo yo.

PA.— No es eso lo que te pregunto, ladrón.¿Le has dado tú el vino?

LU.— No.

PA.— ¿Lo niegas? [830]

LU.— Y tanto que lo niego, como que me ha prohibido él que lo diga.

PA.— Ni tú has bebido junto con él, ¿verdad?

LU.— Mal rayo me parta si es que he bebido o pude beber.

PA.— Pero ¿por qué?

LU.— Porque me lo tomé a sorbos; estaba demasiado caliente, me quemaba la garganta.

PA.— No está mal la cosa: unos hartos de vino, y otros... a beber agua con vinagre. ¡Bonito par estáis
hechos de jefe y ayudante al frente de nuestra bodega!

LU.— Pues lo mismo harías tú si fueras el que estuviera al frente de ella. Como no nos puedes imitar,
por eso nos lo tomas a mal a nosotros.

PA.— ¿Acaso no he sido yo nunca bodeguero en mi vida? Contéstame, bribón

LU.— ¿Ah, sí? Para que tú te chives de que lo he dicho y luego cojan y me priven de poder forrarme en la
bodega, y tú, si te ponen allí de encargado, te busques otro ayudante.

PA.— En serio que no. Hale, háblame con tranquilidad.

LU.— De verdad que yo no he visto sacar el vino, sino sólo que él me decía que lo sacara y yo entonces
iba y lo sacaba.

PA.— Por eso estaban las ánforas tantas veces boca abajo
LU.— No, no, no era por eso, sino que había en la bodega una esquinilla así un poco resbaladiza y allí
mismo había junto a las ánforas una jarra de a litro, que solía llenarse hasta diez veces al día.

PA.— Menudas bacanales os organizáis ahí en la bodega. Te juro que ahora mismo voy y traigo al amo
del foro.

LU.— ¡Muerto soy! El amo me mandará a la horca cuando vuelva y se entere de lo ocurrido, por no
habérselo dicho.

PA.— ¿Adónde vas?

LU.— Tengo que hacer un mandado; ahora mismo estoy de vuelta.

PA.— ¿Un mandado?, ¿a quién?

LU.— A Filocomasio

PA.— Venga, vuelve en seguida.

LU.— Por favor, si se reparten los palos, quédate con mi parte en mi ausencia.

PA.— Ahora caigo en la cuenta de lo que trama Filocomasio: como Escéledro está durmiendo, ha
mandado a su sustituto fuera, mientras que ella se pasaba a la otra casa. Me parece muy bien. Pero ahí
viene Periplectómeno con la joven que le encargué, y es guapísima. Los dioses están con nosotros.
Menudo atuendo trae

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