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CARACTERES.
El concepto de derecho subjetivo es un concepto general, de extrema
generalidad. Comprende situaciones muy diferentes, en las que sin embargo se
detectan notas comunes.
Es un concepto de la doctrina o de la ciencia jurídica, pero también de las
leyes.
Es un concepto normativo, no descriptivo. Hace referencia a las normas. Es un
concepto no definido en las leyes, pero no es exactamente un concepto
indeterminado. Lo determina la tradición jurídica, la opinión común de la
doctrina.
El o. j. construye y configura ámbitos específicos de poder jurídico, que
distingue y destaca de la libertad general y del simple poder jurídico de la
persona. Hablamos de derechos subjetivos (y de potestades).
Se dice que alguien tiene derecho a algo, de manera análoga a como otras
veces se dice que alguien puede hacer o no hacer algo. La expresión ‘tener
derecho a algo’ se utiliza como equivalente de ‘poder hacer’. Pero tiene
también un sentido específico según el cual no todo tener derecho a algo es
tener (ser titular de) un derecho subjetivo. (También el verbo poder se
sustantiva y se habla del poder de hacer algo: poder de disposición, poder de
representación…)
El derecho subjetivo es un ámbito definido de poder (la definición implica la
existencia de límites intrínsecos), comprensivo de un haz de facultades, que la
norma pone a disposición del sujeto titular, para que éste decida si lo ejercita o
no, si lo defiende o no, e incluso si lo conserva o dispone de él, aun
renunciando. Es un poder que no debe ejercitarse. Se confiere en interés del
titular. Para la protección y satisfacción de un interés suyo. En último término
tan conforme a derecho es el ejercicio como el no ejercicio.
Además del derecho subjetivo, existen otras categorías que expresan formas
diferentes del poder jurídico: facultades, potestades, acciones… Sin embargo,
de todos estos conceptos el que mejor describe y caracteriza el Derecho civil o
el Derecho privado es el de derecho subjetivo. Las definiciones doctrinales
ponen de relieve los siguientes aspectos:
- Se distingue y destaca (separa/independiza) de la mera libertad. Es una
situación de poder concreto (CASTRO), mientras que la libertad es
genérica, difusa, indeterminada. Es poder especificado, definido,
configurado (“tipificado”) normativamente. Esta determinación se opera
respecto de su contenido y de su objeto. Implica límites intrínsecos,
connaturales.
- Son conjuntos unitarios de posibilidades (haces de facultades). Las
leyes caracterizan los derechos por las facultades que comprenden.
(¿Qué significa unitario? Que componen una unidad. Pero, ¿en qué
sentido componen una unidad? Albaladejo dice que las facultades son
repercusiones aspectuales del mismo poder global).
- Los derechos recaen sobre entidades objetivas.
- Por esa concreción, los derechos funcionan como límites a la libertad
(de los demás). La propiedad (y en general los derechos) limitan la
libertad.
- Se apoya en el ordenamiento jurídico. Lo asigna una norma. Vale
conforme a una norma, existe dentro del o. j.
- Se atribuye a un sujeto o persona.
- Sirve al interés de su titular, se atribuye para servir y proteger sus
intereses, es un poder jurídico “egoísta”.
- En el ejercicio de su derecho, el sujeto es el árbitro de su interés. Lo
ejercitará si le interesa, si le conviene. Puede ejercitarlo o no ejercitarlo.
Tan lícito es lo uno como lo otro (por lo menos en principio). Igualmente,
en caso de lesión o ataque de otra persona, es libre de defenderlo o no
defenderlo.
- Tan es así, que puede disponer de él. Puede abandonarlo o renunciar a
él.
- Sobre el contenido o haz de facultades, el o. j. organiza su tutela o
protección. La lesión del derecho desencadena la posibilidad de poner
en funcionamiento remedios específicos que el propio o. j. tipifica.
Por lo tanto, es un PODER JURÍDICO CONFERIDO PARA LA TUTELA DE
UN INTERÉS DE SU TITULAR, Y CONFIADO A LA LIBRE VOLUNTAD
(ARBITRIO) DE ÉSTE, QUE PUEDE EJERCITARLO O NO EJERCITARLO,
DEFENDERLO O NO DEFENDERLO, Y AUN RENUNCIAR A ÉL, SEGÚN
CONSIDERE QUE LE CONVIENE.
Normalmente, los derechos subjetivos se manifiestan en el proceso en la
subordinación de la actuación judicial (de la tutela o protección del interés) a la
iniciativa del sujeto, conforme al principio dispositivo o de instancia de parte. (A
es propietario de la finca x; su vecino B ocupa una parte del terreno de A, al
sembrar su huerta; A puede reclamar en juicio que se le restituya lo que es
suyo, pero el Juez no actuará si A no se lo pide presentando una demanda;
además, el demandante puede luego desistir del juicio retirando su demanda,
llegar a un arreglo pactado con el demandado, renunciar a sus derechos…). La
satisfacción del interés protegido depende de la voluntad del sujeto, mientras
que en otros supuestos se produce por el mero efecto reflejo de la aplicación
de una norma, que debe aplicarse incluso de oficio (el vecino se apodera del
terreno expulsando violentamente a los jornaleros y destruyendo las
instalaciones del dueño; habrá una denuncia de la policía, se abrirá una
investigación judicial y se llegará a un juicio para la imposición de unas penas
aunque los ofendidos no interpongan denuncia ni formulen petición alguna en
el procedimiento).
Construcción dogmática del d. s.
La larga y densa elaboración teórica del d. s. se suele sintetizar haciendo
referencia ante todo a la teoría del señorío de la voluntad de Friedrich Karl von
Savigny (1769-1861). El d. s. es señorío de la voluntad, hasta los límites de la
regla jurídica. Señorío quiere decir arbitrio, decisión libérrima no determinada
por nada ni por nadie (salvo, claro está, la dura realidad). Frente a esta
construcción, se alzó la crítica de Rudolf von Ihering (1818-1892). La voluntad
no actúa nunca “en abstracto”, porque sí, por capricho, por el gusto de verse
evolucionar “dentro de los límites de la regla jurídica”, sino en razón de
intereses, para satisfacer necesidades o conveniencias. El d. s. es un interés
jurídicamente protegido, si bien se debe añadir que la protección jurídica se
pone por la norma a disposición del interesado.
Sin embargo, sin perjuicio de la significación funcional de los intereses y de
los fines en la estructura de las normas jurídicas, el d. s. no es un interés. El
interés más bien lo decide el sujeto en uso de su derecho. Por eso, parece
verdad que lo único que define correctamente el d. s. es la idea de poder
jurídico (atribuido normativamente y puesto a disposición del sujeto).
Muchos artículos del CC hablan de facultades: arts. 154, 237, 237 bis,
facultades de la tutela; arts. 384, 416, etc.
De la patria potestad dice el Código que comprende deberes y
facultades: “Esta potestad comprende los siguientes deberes y
facultades (…) Los padres podrán, en el ejercicio de su potestad…” (art.
154)
Los arts. 237 y 237 bis hablan de las “facultades de la tutela”
La propiedad, definida en el art. 348 como “derecho de gozar y disponer
de una cosa”, puede llevar consigo diversas posibilidades que cabe
llamar y se llaman normalmente facultades (poseer, usar, disfrutar,
cambiar el destino económico de la cosa, cerrar la finca, consumir,
alterar, destruir, disponer…).
En el texto refundido de la Ley de propiedad Intelectual (texto refundido
aprobado por el Real Decreto Legislativo 1/1996, de 12 de abril) se dice,
del contenido de la propiedad intelectual: “La propiedad intelectual está
integrada por derechos de carácter personal y patrimonial, que atribuyen
al autor la plena disposición y el derecho exclusivo a la explotación de la
obra, sin más limitaciones que las establecidas en la Ley” (art. 2).
Potestad.
La noción de potestad (potestas) alude primordialmente al poder público. En el
Derecho civil se ha hablado durante siglos de la patria potestad, es decir, de la
potestad de gobierno y de dirección familiar, especialmente de la potestad del
padre sobre los hijos (menores de edad no emancipados). En la Parte general
del Derecho civil se construyó sobre esa base el concepto general de potestad,
distinguiéndola del d. s. En esta caracterización “modernizada” de la potestad
se reúnen el poder y los deberes que se imponen legalmente a su titular. El d.
s. es un poder jurídico “egoísta”; la potestad se caracteriza porque no se
confiere por el o. j. en interés de su titular, sino de otra persona. Por eso
mismo, se añade, es un poder cuyo ejercicio no es libre, arbitrario o
discrecional, sino que es debido. Es un derecho-deber. La omisión del ejercicio,
o el ejercicio negligente o inadecuado, puede generar responsabilidad, o que el
titular sea privado de la potestad. Por lo demás, sería también una situación de
poder concreto, es decir, tipificada, caracterizada y definida por el o. j. Es una
situación unitaria tipificada con poderes y deberes.
El prototipo de la “potestad” jurídico-civil es la “patria potestad”. “Esta
potestad comprende los siguientes deberes y facultades…” (art. 154). El
artículo 156 dice que pueden distribuirse entre los progenitores las
funciones inherentes al ejercicio de la patria potestad. Para cumplir el
deber de desempeñar una función, se otorga un poder, un haz de
facultades.
El sujeto ha de actuar en la forma más adecuada para alcanzar la
satisfacción o la protección de ese interés. (No obstante, en principio, se
le autoriza para valorar cuál sea esa forma más adecuada, sin perjuicio
de que si causa daños fraudulenta, dolosa o negligentemente deba
indemnizar).
La potestad es personal. Recae sobre personas. La patria potestad es
potestad sobre los hijos. Los hijos (menores de edad no emancipados)
tienen un deber de obediencia (art. 155.1.º). Este deber de obediencia
se ha debilitado, pero no se ha eliminado. La esencia de la potestad es
el deber de obediencia. La potestad es poder de mando. Junto a este
poder, se establecen unos deberes (velar por los hijos, tenerlos en su
compañía, alimentarlos, educarlos). Pero, además, en general, la
potestad se ejercerá siempre en interés de los hijos. Y se señalan
límites: la integridad “física y mental (psíquica)” y la “personalidad” (art.
154). Así pues, la potestad recae sobre la persona del hijo y es poder de
mando, en cuya virtud debe éste obedecer, pero debe ejercitarse en
interés del hijo, respetando sus derechos y sin dejar de cumplir los
deberes o, aun más, para el cumplimiento de los deberes, especialmente
los de vigilancia, alimentación y educación.
La tutela no se califica como potestad. El Código habla de “funciones
tuitivas”, lo que incluye la patria potestad (cfr. art. 111) y de cargos
tutelares: los de tutor, curador, defensor (art. 217). También se habla a
veces de oficios de derecho privado.
Se utiliza también el término función. Una función es un poder para la
actuación de una norma, a la que el sujeto actuante está vinculado sin
verdadera libertad de elección.
Se habla también de potestades públicas. En cuanto al Derecho
administrativo GALLEGO ANABITARTE dice que es una forma de hablar
casi puramente retórica y que en rigor lo que hay es ejercicio de poder
público según competencias. Es decir, lo retórico es la división del poder
en potestades. Potestad es lo mismo que poder (público). Por el
contrario, para el Derecho procesal, VALLINES (La preclusión)
encuentra que la ley atribuye al órgano jurisdiccional múltiples y variados
poderes-deberes (potestades) para proteger intereses de las partes,
intereses de terceros o intereses que cabe considerar generales.
Pretensión
Se distinguen diversos tipos de facultades. Dentro de las facultades, como un
tipo de ellas, hay que distinguir las pretensiones o facultades de pretensión
(exigencia), que consisten en poder exigir un comportamiento a otro sujeto.
Pretensión, en principio, significa petición, exigencia, reclamación. Aquí
hablamos de la pretensión como facultad de pedir algo a otro (poder de
pretensión). La pretensión del Derecho civil es la pretensión como
facultad material; la pretensión del Derecho procesal es la petición que
se formula en la demanda en orden al pronunciamiento que ha de
contenerse en la sentencia (vid. arts. 5.2, 20.1, 21, 22, 78, 209, 215, 217,
218, 222 LEC)
Las pretensiones aparecen normalmente como el contenido secundario de un
derecho. Se clasifican en personales y reales.
En su estructura, son semejantes a las obligaciones (poder exigir/deber hacer,
sujeto activo/sujeto pasivo). Son relativamente independientes. Pueden
separarse del derecho y circular con una cierta independencia. Su reflejo
procesal es la acción de condena.
Por ejemplo, la propiedad, derecho subjetivo por antonomasia, genera la
pretensión reivindicatoria, que presupone una lesión del derecho. La
pretensión surge de la lesión: la pretensión reivindicatoria, de la
posesión o tenencia ilegítima; la pretensión posesoria, del despojo; la
pretensión negatoria de cualquier perturbación ilegítima en el ámbito de
poder del dueño o titular; la pretensión de cumplimiento, del
incumplimiento de la obligación… Por poner otros ejemplos, constituye
una pretensión poder exigir la entrega de una cosa, poder exigir el cese
de un comportamiento, la demolición de una obra, la prestación de un
servicio, la rectificación de una información, la cesación de una
intromisión…
Lo opuesto a la pretensión es la facultad de actuación directa de un señorío
objetivo.
Así, poder utilizar, sembrar, plantar, recoger las cosechas, construir,
edificar, “servirse de las cosas” (art. 394), “hacer alteraciones en la cosa”
(art. 397), poseer, “aprovechar por sí mismo la cosa usufructuada” (art.
480). En el art. 592, se habla por una parte del “derecho a reclamar que
se corten las ramas de algunos árboles” y, por otra, de la facultad de
“cortar las raíces por sí mismo dentro de su heredad”.
Acción.
Con este nombre se alude a la facultad de pretender en juicio (proceso) una
concreta tutela jurisdiccional de un interés, especialmente (aunque no sólo) en
caso de lesión de un d. s. Es un derecho a una determinada decisión
jurisdiccional.
La acción se corresponde con la pretensión. Viene a ser el correlato procesal
de la pretensión. El Código español, muy vinculado a la tradición romanista
anterior al derecho alemán de Pandectas del siglo XIX, no distingue entre
acción y pretensión. Habla solamente de acciones. Contempla las pretensiones
únicamente en su reflejo procesal.
La acción y la pretensión deben distinguirse (WINDSCHEID). No toda acción es
actuación procesal de una pretensión. También hay acciones meramente
declarativas y acciones constitutivas (art. 5 LEC). La pretensión fundamenta
acción de condena. La pretensión es el derecho a la prestación o al
comportamiento del otro sujeto (por ej., a que pague la deuda, a que devuelva
la cosa a su dueño) y la acción es el derecho a que el tribunal condene al otro
sujeto a esa prestación o comportamiento (por ej., a que condene al pago de la
deuda o a la restitución de la cosa). La pretensión se puede satisfacer
extrajudicialmente. El acreedor exige el pago al deudor y el deudor paga la
deuda. La satisfacción de la acción, mediante la condena, no basta para que
quede satisfecha la pretensión, mientras el condenado no ejecute aquello a lo
que se le condena (para lo que se dispone de una nueva acción, que es la de
ejecución forzosa). Legalmente, prescriben las acciones, no los derechos ni las
pretensiones (art. 1930 CC). Puede ser que se tenga acción (ejecutiva) y no se
tenga la correspondiente pretensión. Cabe disponer de la acción sin renunciar
a la pretensión.
La acción es distinta también del d. s. Hay acciones que no se derivan de un d.
s., sino v. gr., de un estado civil. Respecto de los derechos, las acciones, como
las pretensiones, son poderes jurídicos secundarios. En caso de lesión del
derecho (intromisión en el ámbito protegido, incumplimiento de la obligación)
surge la pretensión (y la correlativa acción) para reintegrar al titular en el
contenido de su derecho o para el cumplimiento de la obligación.
El CC las clasifica en reales y personales (derivadas de d. r. o de d. de crédito).
También contempla las acciones divisorias, antes llamadas mixtas, por mezclar
un doble contenido real y obligatorio. Estas acciones son imprescriptibles (art.
1965).
También hay acciones que más bien escapan a esa distinción: constitutivas, de
estado, filiación, incapacitación, divorcio, nulidad de nacionalidad…
Por lo tanto, la acción se puede considerar como un poder procesal que
consiste en el derecho a determinada sentencia (estimatoria), de condena, de
constitución de una situación, de mera declaración (art. 5 LEC). El derecho a la
sentencia está supeditado a cargas procesales, especialmente la de prueba de
los hechos. La acción es distinta del poder jurídico de promover el proceso.
Una cosa es el derecho a litigar, aun para perder el pleito, aunque no se tenga
acción, y otra el derecho a una sentencia sobre el fondo del asunto en la que
se decida a favor del demandante y de una determinada manera (v. gr.,
condenando al otro a pagar tanto dinero).
Acciones constitutivas.
Son un tipo de facultades de configuración jurídica, pero de ejercicio judicial (en
proceso contencioso). Lo que produce directamente la mutación jurídica es la
sentencia (firme). El ejercicio de la facultad la provoca indirectamente (por
medio de la sentencia). Acción constitutiva quiere decir acción para obtener
una sentencia constitutiva.
Es constitutiva la acción de divorcio (art. 86 CC). El matrimonio no se disuelve
hasta que se dicta la sentencia y su pronunciamiento sobre el divorcio queda
firme (art. 774.5 LEC). El matrimonio también puede disolverse por divorcio
pactado en escritura pública (notarial), siempre que no haya hijos menores o
incapacitados (art. 87 CC).
Puede ser que una determinada mutación jurídica sólo pueda conseguirse de
común acuerdo entre los interesados o a través de sentencia firme ganada en
el correspondiente proceso entablado entre ellos. Pero también puede ser que
ésta sea la única vía posible, sin admitirse siquiera el acuerdo de las partes. El
divorcio sólo podía obtenerse mediante sentencia, rigurosamente constitutiva;
actualmente, tan solo en cierto supuesto, puede también obtenerse de común
acuerdo, en determinada forma.
También es constitutiva la acción de incapacitación o modificación de la
capacidad de obrar (art. 199 CC). El estado civil no se modifica hasta que hay
sentencia firme.
En ciertos supuestos un determinado efecto jurídico tan solo puede obtenerse a
través de un procedimiento judicial, aunque no exista contienda alguna entre
partes. Se precisa un acto de jurisdicción voluntaria (Ley 15/2015). La facultad
de obtener la decisión judicial que ha de producir la mutación jurídica es, en
estos casos, análoga a una acción constitutiva, con la diferencia de que en el
proceso no se interpone demanda contra una determinada persona (art. 176.2
CC).
Los derechos (acciones) para exigir la constitución de una servidumbre, la
división de una cosa común, la partición de una sociedad, el deslinde de unas
fincas… no son derechos potestativos ni acciones constitutivas, sino
pretensiones.
Legitimación.
Se puede definir como la posibilidad legítima de ejercitar un derecho (por la
relación o conexión en que se está con los intereses protegidos). Se ha
construido este concepto, que puede parecer a primera vista una duplicación
innecesaria., porque a veces el ejercicio no corresponde al titular sino a otra
persona. Se distingue:
Legitimación activa: para el ejercicio del derecho, por ej., legitimación activa
para reivindicar una cosa, para exigir el pago de la deuda, para exigir la
división…
Legitimación pasiva. Designa el sujeto frente al que debe ejercerse un derecho,
acción, facultad… especialmente el sujeto frente al que debe ejercitarse una
acción, o sea, contra el que debe presentarse la demanda, por ej., el que tiene
la cosa o la posee (cfr. art. 348 CC). A veces es necesario demandar
conjuntamente a más de una persona: litisconsorcio pasivo necesario.
(Litisconsorcio quiere decir consorcio procesal o en la litis o litigio; consorcio es
en principio como decir sociedad, asociación o grupo; necesario frente a
voluntario significa que, si falta alguno de los litisconsortes, o sea, si no se le
llama al proceso, demandándolo, la relación procesal queda mal establecida y
no se puede condenar).
Legitimación directa. La del titular del derecho. Para reivindicar está legitimado
el propietario. Para reclamar el pago, el acreedor, etc.
Legitimación indirecta. La de un no titular. Esto es a veces posible. En algunos
supuestos, puede ejercitar el derecho alguien que no es el titular. Puede ser:
- Representativa. La del mandatario o apoderado, y también la de padres,
tutores, defensores judiciales, representantes de los ausentes,
albaceas… No actúan intereses propios, gestionan intereses ajenos;
obsérvese que ejercen funciones o potestades.
- Sustitutoria. Es la posibilidad legítima de ejercitar un derecho ajeno en
interés propio. Cfr. arts. 1111, 1512, 1001…
Legitimación extraordinaria. Se habla a veces de una legitimación
extraordinaria. Son más bien supuestos, en que excepcionalmente, a falta de
los presupuestos normales de una disposición, y con requisitos más o menos
exigentes, una actuación de quien no está legitimado produce los efectos que
en principio tan solo podría producir un sujeto legitimado.
Se piensa en tres posibles causas o razones de legitimación extraordinaria: la
normalidad estadística, la inercia del titular (que deja hacer), la confianza del
tercero que de buena fe negocia con el titular aparente (ROGEL).
En realidad, inercia del titular y confianza del tercero integran una misma
causa: protección de la confianza legítima en una situación objetiva de
apariencia cuya creación es imputable al titular al que perjudica. Presupone
una apariencia imputable en la que legítimamente se puede confiar. Pero no es
solamente apariencia, ni buena fe o confianza en la apariencia lo que produce
los efectos: no se protege la apariencia, ni se protege la mera buena fe. Se
protege la confianza legítima en una apariencia que ha sido creada
imputablemente por el sujeto al que perjudica. Se ha de valorar la conducta de
ambas partes.
Son las adquisiciones llamadas a non domino (= “de un no dueño”; a veces se
habla de mera irreivindicabilidad, pero parece que hay verdadera adquisición
de la propiedad o derecho); por ej., art. 1527 CC, art. 34 Ley Hipotecaria).
También puede tratarse de otro tipo de efectos jurídicos, como por ej. la
extinción de una obligación (arts. 1164 y 1527).
En estos supuestos realmente falta el poder de disposición: el sujeto que actúa
no está legitimado. La disposición debería ser nula. El efecto jurídico de
adquisición se produce a pesar de esa falta, en razón de la fe pública registral
(art. 34 LH), de la protección de la seguridad del tráfico (art. 85 Código de
Comercio) o de la protección de una confianza legítima en una situación
objetiva de apariencia (art. 7.1 CC). Más admisible podría ser decir que está
legitimado el sujeto que adquiere o que hace el pago: legitimado
extraordinariamente para adquirir de quien no es dueño, o para liberarse
pagando a quien es el acreedor.
La protección en razón de la confianza legítima puede darse
independientemente del Registro. pero no bastan meras situaciones de buena
fe, ni meras situaciones de apariencia, ni meras situaciones posesorias.
- Si A presta 100 a B y luego A cede el crédito a C, pero B ignorando la
cesión paga a A, B queda liberado o más exactamente puede liberarse
(ex art. 1527, que concede un beneficio que el deudor puede utilizar o no
utilizar).
- A y B contratan una venta simulada, ficticia, para engañar a los
acreedores de A sobre la propiedad del bien vendido. B, valiéndose de
esa situación, vende el bien a C, que tiene buena fe (ignora la
simulación)
Se puede hablar de legitimación también desde el otro punto de vista: ex art.
1527 o ex art. 1164, el deudor está legitimado extraordinariamente para pagar
a ese no deudor. Más bien, el deudor queda liberado en virtud de ese pago, a
pesar de haber pagado (de buena fe) a quien no era el acreedor. El adquirente
está extraordinariamente legitimado para adquirir la cosa.
Las prohibiciones de adquirir, por ej., art. 1459 CC, se refieren a veces al
concepto de (falta de) legitimación. El tutor no puede adquirir los bienes del
pupilo, ni por sí ni por persona intermedia, ni siquiera en subasta pública. Estas
prohibiciones producen la nulidad del contrato, según la regulación del art.
1259. El contrato es susceptible de ratificación, por el propio pupilo –si llega a
salir de la tutela– o por otro representante legal, con autorización judicial o sin
ella según los casos.
Competencia (orgánica, de un órgano)
Son las esferas de atribuciones en que se divide el poder jurídico de una
organización, estatal o privada. El gestor del órgano debe actuar en interés de
la organización, no en su propio interés.
Poder de disposición.
Hemos hablado de la legitimación para disponer, que presupone la facultad de
disponer, que depende del derecho de que se dispone. Así pues, como vemos,
una facultad singularmente importante es la de disponer del derecho.
Lo normal es que el titular de un derecho pueda disponer de él, o sea, que el
derecho lleve consigo la facultad de disponer de él. Los derechos subjetivos
son poderes jurídicos susceptibles de disposición. Es un principio básico del
tráfico o intercambio de bienes en el mercado.
La facultad de disposición es un presupuesto de eficacia del acto de
disposición. El negocio de disposición tan solo puede ser eficaz –al menos
como principio general– si el disponente está facultado para disponer. En los
negocios de disposición es lógico distinguir el acto mismo y ese presupuesto
habilitante. Aunque el acto sea en sí mismo perfectamente regular y válido, no
puede producir el efecto dispositivo si falta el poder de disposición (si el
disponente no está facultado para disponer).
No obstante, aunque hayamos dicho que en principio el derecho subjetivo lleva
consigo la facultad de disposición, existen – más bien excepcionalmente–
algunos derechos subjetivos de los que no se puede disponer (derechos
indisponibles o intransmisibles). Véanse, por ej., aunque adviértase que a
veces esa indisponibilidad es relativa, los arts. 151, 525, 1000, 1112 CC, art.1.3
de la Ley Orgánica 1/1982 (”El derecho al honor, a la intimidad personal y
familiar y a la propia imagen es irrenunciable, inalienable…”). Los derechos de
la personalidad son en general o globalmente indisponibles, aunque el
individuo pueda tener algunas facultades de disposición, respecto de esos
bienes, dentro de límites y para ciertos fines.
Conviene definir previamente el concepto de disposición. La disposición es una
forma de modificación o extinción de un derecho subjetivo o en general de una
situación jurídica subjetiva, pero no podemos adentrarnos en el estudio de la
facultad o poder de disposición sin examinar conjuntamente esta clase de
vicisitudes (este aspecto de la dinámica) de los derechos.
Se entiende por negocio de disposición la declaración de voluntad dirigida
directa e inmediatamente a la modificación o extinción de un derecho
preexistente (transmitirlo, gravarlo, extinguirlo, limitarlo). La exigencia de la
facultad de disposición implica que para que tal negocio sea válido y eficaz, es
necesario que el disponente tenga la facultad de llevar a cabo la disposición de
que se trate. No basta querer, se requiere poder. El que no puede transmitir, o
gravar, o renunciar, no transmite, o no grava, o no renuncia, aunque quiera. (Si,
por ej., A dona a B una cosa que no le pertenece, B no adquirirá la propiedad:
estamos ante un acto o negocio de disposición que no transmite la propiedad
porque el sujeto que lo realiza como transmitente no está facultado para
disponer de la propiedad de la cosa, porque no es titular de ella; el acto mismo
puede ser válido si cumple todos los requisitos estructurales, voluntad,
capacidad, forma…, pero al faltar el presupuesto que facilita la posibilidad de
hacer la transmisión, ésta no puede ocurrir, véase art. 635, que se suele aducir
en esta cuestión).
Hemos hablado de negocio de disposición. En nuestro Derecho, debe tenerse
en cuenta que rige el principio de la tradición, que impone una sistemática
separación, en el iter (camino) traslativo de las adquisiciones derivativas por
contrato, entre constitución de la obligación y transmisión de la propiedad de la
cosa (o del derecho real). Quiere decirse que, por ejemplo, el contrato de
compraventa crea la obligación de transmitir y lo que directamente opera la
transmisión es la entrega (transmisión de la posesión de la cosa), por lo que la
facultad de disponer es realmente un requisito de eficacia de la entrega o de la
transmisión, pero no del contrato. El contrato se integra por una declaración de
voluntad dirigida directa e inmediatamente a constituir las obligaciones, y la
entrega es lo que depende de la concurrencia de la facultad de disposición.
Esto supone, en el fondo, distinguir entre un negocio de obligación y un
negocio de disposición. Exigir la entrega de la cosa supone que se exige una
voluntad concorde de transmitir la propiedad, distinta de la voluntad concorde
de constituir la relación obligatoria.
Llamemos acto de disposición a la entrega, o al conjunto contrato + entrega. El
efecto jurídico transmisión de la propiedad no se produce –al menos como
principio general– si falta en el transmitente la facultad de transmitir (la
propiedad de) la cosa.
Se discutió mucho sobre la relación de la facultad dispositiva con el derecho
objeto de la disposición y con el sujeto disponente: si es una facultad del
contenido del derecho de que se dispone o una facultad externa, genérica y
única, identificable en último término acaso con la autonomía de la voluntad o
con la capacidad, o externa pero no única sino tantas como derechos
disponibles tenga el sujeto.
Se plantean estas cuestiones porque a veces el dueño o titular no puede
disponer (prohibiciones de enajenar) o puede disponer quien no es titular
(donación con reserva de la facultad de disponer, conforme al art. 639, o
donación de usufructo con facultad de disponer de la propiedad);
representación legal (arts. 162, 267…).
Parece que debemos pensar que el poder de disposición va unido al derecho.
Tan solo puede tenerlo el titular del derecho, o el titular de otro derecho que
incluya esa posibilidad. Reservarse el poder de disposición es reservarse un
derecho de disposición. Pero un no-titular puede estar legitimado para
disponer, o sea, para el ejercicio de la facultad de disposición (para el ejercicio
del derecho).
No existe una proclamación expresa y directa de la regla de que la disposición
presupone para ser eficaz la facultad de disposición. Sin embargo, es un
principio que presuponen lógicamente multitud de normas:
- Art. 348: la propiedad es el derecho de gozar y disponer de una cosa,
sin más limitaciones que las establecidas en las leyes. (La disposición
de cada cosa concreta es un derecho de su propietario, no de los que no
lo son). ¿En dónde habla el Código de la facultad de disposición? Pues
está claro que precisamente en el art 348 que define la propiedad:
derecho de… disponer de una cosa…
- Art. 618: la donación se define como acto de disposición.
- Art. 635: la donación no puede comprender los bienes de que el donante
no puede disponer al tiempo de la donación. Ver art. 618, 635… Al
regular la donación aparece claramente la exigencia de poder de
disposición. La donación sí es un negocio dispositivo. La donación es
título y modo, no se requiere tradición.
- Art. 639; el donante puede reservarse la facultad de disponer de alguno
de los bienes donados.
- Art. 480: el usufructuario puede enajenar su derecho de usufructo. (Este
derecho lo puede enajenar el usufructuario, no los demás).
- Art. 489: el propietario de bienes en que otro tenga el usufructo podrá
enajenarlos.
- Art. 594: todo propietario de una finca puede establecer en ella las
servidumbres que tenga por conveniente, de lo que se deduce que quien
puede establecer servidumbres en una finca es su propietario.
- Art. 595: el que tenga la propiedad de una finca en que otro tenga el
usufructo, podrá imponer sobre ella, sin el consentimiento del
usufructuario, las servidumbres que no perjudiquen al derecho del
usufructo, luego no podrá imponer las que le perjudiquen.
- También son aplicaciones del principio los arts. 596 y 597.
- Art. 399: todo condueño puede enajenar, ceder o hipotecar su parte, tan
solo su parte: no la de los demás; para enajenar o hipotecar el todo se
requerirán el consentimiento de todos ellos.
- Art. 609: la propiedad y los demás derechos sobre los bienes se
adquieren y se transmiten por donación, por consecuencia de ciertos
contratos mediante la tradición… también pueden adquirirse por medio
de la prescripción
- Art. 610, del que resulta que si la cosa tiene dueño no se puede adquirir
por ocupación
- El testamento se define como acto por el cual una persona dispone de
sus bienes para después de su muerte (art. 667). El testador puede
disponer de sus bienes (art. 668, 763)
- El art. 785 contempla la posibilidad de una prohibición de enajenar,
impuesta al heredero o al legatario en el testamento
- “Los administradores tendrán los mismos derechos y obligaciones que
los que lo son de los bienes de un ausente” (art. 804)
- La Ley Concursal, texto refundido de 2020, dice en su art. 106 que el
deudor declarado en concurso “conservará las facultades de
administración y disposición sobre su patrimonio” o “tendrá suspendido
el ejercicio de las facultades” (dependiendo del carácter voluntario o
necesario del concurso, y de los riesgos existentes y las ventajas que se
quieran obtener, apreciados en la resolución judicial).
- Cfr. también el art. 334 CC (apartados 4.º, 5.º y 6.º).
- No es lo mismo facultad de disponer que capacidad de obrar. Ver art.
1160.
Como regla general, por lo tanto, se requiere poder disponer. Nadie puede
transmitir lo que no le pertenece. Nadie da lo que no tiene (en su patrimonio).
Nemo dat quod non habet.
Es una regla con valor de principio general del Derecho: un aspecto del
principio mismo de autonomía privada. La autonomía privada implica no
sólo que yo pueda disponer de mis cosas, sino también que no puedan
los demás disponer de lo mío: no solo que cada uno pueda disponer de
lo suyo, sino que nadie pueda disponer de lo ajeno. La facultad de
disponer es así un requisito del supuesto de hecho de la disposición.
(Así, en el art. 609 CC, a los contratos y la tradición hay que añadir el
poder de disposición, que se puede ver como un requisito de la tradición
o como un tercer presupuesto separado).
No es una mera regla lógica. En todo caso, envuelve dos aspectos. Como regla
lógica, nadie puede transmitir (desde su patrimonio) lo que no es suyo, lo que
no impide que con su conducta provoque que transmita otro, aunque falte la
voluntad de éste (adquisiciones a non domino). Pero lo importante no es esto,
sino precisamente que esa posibilidad de las adquisiciones a non domino es
excepcional. Que A cause una transmisión B→C es contrario al principio sólo A
puede disponer de lo suyo (B no puede dar lo de A), aunque a veces, bajo
ciertos presupuestos, pueda estar justificado y lo admitan las leyes.
Facultad de disposición y legitimación para disponer. La facultad de disposición
corresponde al titular del derecho. Puede a veces disponer otra persona (no
titular), pero no en virtud de un poder de disposición suyo, sino ejercitando con
legitimación indirecta un poder de disposición ajeno, el poder de disposición del
titular del derecho. No obstante, parece posible conceder –o reservarse– un
derecho que consista esencialmente nada más que en la facultad de disponer
de una cosa (ajena). Es lo que se ve en el mencionado art. 639 CC.
El representante no ejercita un poder de disponer propio, sino que ejercita
legítimamente el derecho del representado. La legitimación puede referirse a
cualquier acto de ejercicio de un derecho subjetivo, no solamente a los actos
de disposición.
Limitaciones a la facultad de disposición. El poder de disposición puede faltar
porque el sujeto carezca de la titularidad (cosa ajena), o porque aun siendo
suya la cosa (aun siendo titular) tenga prohibido disponer: una norma le
prohíba disponer de tal manera que la disposición sea ineficaz, y no
meramente implique un incumplimiento de una obligación (obligación de no
enajenar versus prohibición de enajenar).
En materia de cesión de créditos, se admiten los pactos de no ceder (arg. art.
1112): A se obliga a devolver a B 1000, porque B se los presta, y pactan que B
no cederá su derecho a esa suma de dinero a nadie. La ley admite este pacto,
que será válido y efectivamente privará de la facultad de ceder, que por regla
general tiene todo acreedor: la cesión que B hiciera a C sería nula.
En la propiedad, la cuestión se presenta diversamente. El art. 348 I dice sin
más limitaciones que las establecidas en las leyes. Una prohibición de enajenar
es una limitación de la propiedad, del derecho de disponer que la propiedad de
una cosa lleva consigo, limitación excepcional que no se admite sino en el
ámbito en que las leyes la permiten expresamente. Concretamente se ha de
estar al art. 781, siendo incluso dudoso que en donaciones pueda establecerse
algo semejante. No es lo mismo una prohibición de ceder un crédito, que una
prohibición de transmitir la propiedad de las cosas.
Deber jurídico.
Necesidad de un comportamiento para el mantenimiento del orden jurídico. El
sujeto queda vinculado jurídicamente a hacer o no hacer algo. La vinculación la
impone el ordenamiento jurídico. Es heterónoma, independiente de que el
sujeto sienta el deber como tal en su conciencia. El deber se detecta y se
identifica por la antijuridicidad del comportamiento contrario: A debe x porque
no x imputable a A es antijurídico (ilícito, por lo menos en un amplio sentido).
Normalmente, la infracción del deber jurídico desencadena consecuencias
ulteriores, con las que se trata de restablecer el orden jurídico.
Los deberes pueden ser de hacer o de no hacer (omitir algo determinado).
El deber puede ser la otra cara de un derecho subjetivo, pero también existen
deberes que se derivan de normas que no confieren correlativamente un
derecho.
La obligación es un tipo específico, típico, de deber. Es deber de prestación
(entregar una cosa, transmitir un derecho, hacer algo, prestar un servicio,
conseguir un resultado, dejar hacer algo, abstenerse de algo). La prestación es
una conducta en que otro sujeto tiene interés, o sea, un comportamiento que
satisface un interés del acreedor, que tiene derecho a ese comportamiento e
incluso puede exigir su realización. Lo que importa es más la satisfacción del
interés que la ejecución de la prestación, que importa en cuanto lo satisface o
realiza. El deudor está vinculado a satisfacer el interés del acreedor.
A veces, no obstante, se habla de obligación en un sentido más comprensivo,
casi como sinónimo de deber jurídico, así como se habla de derecho en el
sentido de poder jurídico. Sobre distintos supuestos de “obligaciones”, y la
distinción entre obligaciones en sentido estricto y en sentido amplio, que son
más bien deberes, cfr. arts. 328, 329, 356, 389, 390, 395, 467, 491, 493, 499,
500, 690, 712…
Las cargas son de alguna manera deberes, pero que llevan asociada la
pérdida de facultades, derechos, oportunidades. Es tener que hacer algo para
conseguir alguna ventaja o para no perderla. Por ej., en la venta con pacto de
retroventa la “obligación” de que habla el art. 1507 parece más bien una carga,
porque no es exigible: devolviendo el precio, en tiempo y forma, recupera la
propiedad que enajenó.
Cargas procesales. Las cargas son especialmente importantes en el proceso.
Así, por ejemplo, el demandado tiene la posibilidad –la facultad procesal– de
contestar a la demanda, oponiéndose a las peticiones contenidas en ella, pero
ha de hacerlo dentro del plazo que la ley establece, y en la forma que la ley
exige; en otro caso, pierde esa posibilidad (lo que no quiere decir que vaya a
perder el pleito). El demandante ha de probar los hechos constitutivos de su
derecho; el demandado los hechos obstativos o extintivos. El demandado ha de
alegar ciertos hechos para que la demanda sea desestimada.
Sanción. Los deberes desencadenan consecuencias ulteriores en caso de
incumplimiento, de muy diversa índole. Así, por ejemplo, el incumplimiento de
un contrato puede producir: la pretensión de cumplimiento con sujeción a la
correspondiente acción de condena; la pretensión de indemnización (también
con acción de condena); la facultad de resolver el contrato; la facultad de
reclamar el enriquecimiento injustificado…
Pero las sanciones propiamente dichas son las privaciones de bienes jurídicos
ordenadas por la ley con función preventivo-punitiva: penas en sentido propio,
sanciones administrativas, acaso incluso las llamadas penalidades civiles
consistentes en la pérdida de derechos, por ejemplo, privación de la patria
potestad, privación del derecho a heredar a determinada persona (arts. 170,
648, 756, 852 CC.
La obligación de indemnizar los daños no es una sanción. Tampoco la sujeción
a las acciones de tipo negatorio.
Ejercicio
Se entiende por ejercicio del derecho subjetivo la realización de cualesquiera
posibilidades de actuación contenidas o comprendidas en él: la ejecución de
cualquiera de sus facultades.
Ejercer o ejercitar un derecho es actuar a su amparo, realizar cualquier acto
para el que ese derecho subjetivo faculte.
Los actos de ejercicio de un derecho son –por lo menos en principio– lícitos y
justos, no antijurídicos, conformes a derecho, incluso si de ellos se siguen o por
ellos se causan perjuicios (daños) a otras personas, por lo menos cuando se
trate de perjuicios connaturales o inherentes a su ejercicio.
El C. P. contempla el obrar en el ejercicio de un derecho como causa de
exención de responsabilidad criminal, y por ende de responsabilidad civil (art.
20.7.º CP).
No obstante, interviene aquí –como debe verse más adelante– la doctrina que
prohíbe el abuso de los derechos subjetivos, provocando que actos
formalmente amparados en un derecho subjetivo sean antijurídicos por exceder
de los límites de un ejercicio normal. No obliga a indemnizar, los perjuicios
connaturales, el ejercicio no abusivo de un derecho por quien está legitimado
para ejercitarlo.
Se dice que el ejercicio es, de alguna manera, un signo –un indicio al menos–
de la existencia y de la titularidad del derecho. Es obvio, con todo, que es
posible de hecho que alguien ejercite un derecho de que no sea titular,
pretendiendo serlo (de buena o de mala fe).
También se dice que es un signo de la vitalidad del derecho. Un derecho que
no se ejerce es un derecho que camina hacia la prescripción. El ejercicio es
necesario para que el derecho no prescriba.
Debe matizarse que, tratándose de derechos reales, parece que el ejercicio no
es estrictamente necesario para impedir la prescripción, pues el derecho no
puede prescribir, aunque su titular no lo ejercite, mientras no haya en la cosa
un poseedor que esté lesionando el derecho. No obstante, las servidumbres se
extinguen por el no uso (art. 546.2.º).
Se distinguen el ejercicio consuntivo que agota el derecho (derechos de
crédito, que por su satisfacción se extinguen) y el ejercicio consolidante o
consolidador que perpetúa el derecho (derechos reales, que por su ejercicio se
conservan, pudiendo extinguirse por el transcurso del tiempo fijado como límite,
o por la destrucción de la cosa, o por su abandono). Por lo tanto, hay un
ejercicio que extingue, pero por implicar la plena satisfacción del interés
protegido. Lo extintivo es más bien la satisfacción del derecho que su ejercicio.
Clases.
Ejercicio judicial y extrajudicial. El ejercicio judicial consiste en instar del órgano
judicial competente medidas de protección o de satisfacción. Es un ejercicio
que se realiza a través de un procedimiento estatal jurisdiccional. El ejercicio
judicial propiamente dicho es el que se efectúa en proceso contencioso, frente
a otro sujeto que se opone. No obstante, cabe también un ejercicio judicial en
procedimiento de jurisdicción voluntaria, sin contienda, sin contraposición de
pretensiones (Ley 15/2015).
El ejercicio extrajudicial puede consistir en deducir reclamaciones o
pretensiones, recibir prestaciones, o actuar directamente en el objeto o sobre el
objeto. El ejercicio directo –uso, recogida de frutos…– es característico de los
derechos inmediatos, o sea, de los derechos reales. Los actos de pretensión
pueden basarse en derechos reales o de crédito. Las pretensiones pueden ser
de satisfacción (pretensión de pago de deudas, de realización de prestaciones)
o de exclusión o cesación (pretensión de restitución de una cosa que otro
posee, de cese de una obra o de una actividad).
Requisitos de los actos de ejercicio.
Subjetivos. Legitimación. Que el sujeto que realiza el acto esté legitimado para
realizarlo, pueda legítimamente realizarlo. Posibilidad legítima de ejercitar el
derecho.
Objetivos. Se dice que son requisitos objetivos de los actos de ejercicio la plena
y definitiva adquisición del derecho y el carácter tempestivo (no intempestivo)
del acto de ejercicio.
Ejercicio defensivo. Defensa.
Defensa procesal.
Proceso.
RENUNCIA
Es una forma especial de ejercicio de los derechos y es también una causa
específica de extinción que conviene tratar separadamente.
Art. 6 CC: al señalar algunos límites supone la posibilidad de renunciar a los
derechos, aun a los reconocidos en las leyes.
La renuncia es la declaración de voluntad por la que el titular de un derecho se
desprende de él sin atribuirlo a nadie, de tal manera que lo extingue. Se
distingue: renuncia abdicativa, traslativa, liberatoria, preventiva…
La renuncia propiamente dicha es la abdicativa, que corresponde a esa
definición. Una renuncia traslativa (cfr. art. 1000 CC) no es renuncia, sino
transmisión: causa adquisición derivativa, aunque se formule en términos de
renuncia. El art. 395 CC contempla una renuncia con la que el renunciante, a
la vez que pierde su derecho, se libera de obligaciones (“renuncia liberatoria”);
se trata de una verdadera renuncia, que produce además el efecto liberatorio.
Se libera de la deuda porque renuncia a su parte alícuota de la cosa. Se habla
a veces de renuncias “preventivas”. Se alude a la renuncia a la herencia. El art.
766 habla del que renuncia a la herencia. También el art. 833. Otras veces se
habla de repudiación. No es verdaderamente una renuncia. El que repudia no
llega a adquirir la herencia: no se desprende de algo que ya tiene, sino que
rechaza la adquisición. En todo caso, a lo que renuncia es a la facultad de
adquirir.
Se distingue de la condonación o perdón de las deudas (art. 1187). La renuncia
es unilateral, una decisión individual del titular del derecho; la condonación es
un acuerdo entre el acreedor y el deudor. Parece que el deudor puede pagar
aunque el acreedor le perdone la deuda.
Se distingue del abandono: desprenderse de la posesión de la cosa con
intención de dejar de ser propietario.
Se distingue del desistimiento. Desistir del juicio es apartarse el demandante
del proceso, retirar la demanda. Se archiva el procedimiento, pero no le impide
volver a demandar. Es distinto de renunciar al derecho, lo que provoca una
sentencia absolutoria: cfr. art. 20 LEC. Allanarse – el demandado a la demanda
– es aceptar la pretensión del actor o demandante. Puede implicar una
renuncia, incluso al derecho material o cuestión de fondo. Es renuncia a las
oportunidades procesales pero no implica necesariamente una renuncia a un
derecho material, por ej., se allana porque sabe que debe lo que se le reclama.
No todo es renunciable. Hay situaciones jurídicas renunciables e
irrenunciables. Hay derechos irrenunciables (cfr. supra). No se puede renunciar
a las potestades. Se puede renunciar a los derechos, no a los deberes.
La nacionalidad española es renunciable: art. 24.2 CC.
Requiere capacidad y legitimación.
Art. 271: para renunciar derechos el tutor necesita autorización judicial. Este
apartado se refiere simultáneamente a la transacción. También para repudiar la
herencia o las liberalidades.
“Los padres no podrán renunciar a los derechos de que los hijos sean
titulares…” (art. 166 CC)
El art. 6.2 CC pone algunos límites: contrariar el orden público, o el interés
público, perjudicar a tercero. Cfr. art. 107.1.º LH, art. 1937 CC.
BUENA FE
STS 3-4-68, arrendamientos urbanos, art. 9. “[E]l artículo 9.º de la vigente Ley
de Arrendamientos Urbanos… agrupa tres instituciones jurídicas…
perfectamente diferenciadas por la doctrina (…) [L]a del abuso de derecho…
introducida por nuestra jurisprudencia al amparo del artículo 1902… como una
manifestación de culpa extracontractual tiende a impedir que en el ejercicio de
un derecho se produzcan daños o perjuicios a un tercero, bien deliberadamente
utilizando aquellos derechos con una finalidad antijurídica, o por ejercitarse de
una forma incivil y desconsiderada despreocupándose de un resultado dañoso
que pudo y debió evitarse (…) [L]a de la buena fe… principio general en
nuestro sistema jurídico recogido en varios artículos del Código Civil, y
especialmente para el campo contractual en el articulo 1258, consiste en el
respeto a las normas de conducta colectiva que son propias de toda conciencia
honrada y leal y van implícitamente exigidas en cada caso como necesarias
para el normal y feliz término de todo negocio jurídico (…) [L]a del respeto a las
normas imperativas que deben prevalecer contra cualquier conducta o
maniobra encaminada a eludirlas produciendo un fraude de ley y que llevan en
esa finalidad fraudulenta su propia nulidad conforme a lo dispuesto en el
articulo 4.º del Código Civil…”
Propone esta aproximación: “el ejercicio del derecho contra la buena fe ataca la
confianza suscitada en la otra parte, o bien [infringe] una regla de coherencia
de la propia conducta por motivos éticos; la buena fe también condena el
ejercicio de un derecho obtenido de forma desleal… [E]n el marco de una
relación especial… impone un deber de mutua consideración o lealtad… [E]n el
abuso del derecho hay una violación, dentro de los límites formales de un
derecho o de una norma, de los valores contenidos en ellos o de la idea
axiológica ínsita… [E]l problema se ha visto… inicialmente… como… del
ámbito de libertad reconocido por el derecho o la norma… [H]asta que punto un
acto que formalmente cae dentro de ese ámbito… puede ser antijurídico y
desencadenar responsabilidad extracontractual o una acción negatoria,
especialmente en las relaciones de vecindad, pero también… en el ámbito de
la competencia desleal… [P]arece haber surgido del conflicto entre los
derechos absolutos definidos de modo individualista y criterios finalistas
moralizadores y socializadores. La buena fe se desarrolla para resolver los
conflictos entre los valores de la honestidad, fidelidad, confianza legítima, con
las reglas del ius strictum” (MIQUEL 1991 46).
“[E]n el derecho alemán… [la] concepción legal del abuso [fue] inicialmente
muy estrecha… [L]a inadmisibilidad del abuso se refugia bajo el principio de la
buena fe, considerándose como un corolario de éste (…) [A]l desarrollar la
doctrina… los supuestos típicos no lo hace bajo la preocupación de la
distinción… [Esto ha motivado que] las tipificaciones… entre nosotros… no
recogen exhaustivamente todos los tipos o bien se limitan a los que parecen
referirse más directamente a una contradicción con la buena fe” (MIQUEL 1991
46).
Finalmente, se distingue también “un abuso del derecho como conflicto que se
produce en un plano social más elevado donde chocan diversos sistemas
sociales de carácter parcial y sus respectivos valores (derechos fundamentales,
libertad de expresión, derecho a la huelga, libertad de conciencia)… Estos
conflictos [“colisión de los derechos subjetivos con exigencias procedentes de
otros sistemas sociales de ámbito parcial”] (…) pueden ser adscritos [también]
al abuso del derecho… Abuso del derecho a nivel social se produce en el caso
de un ejercicio del derecho en sí institucionalmente correcto que, sin embargo,
tropieza con principios funcionales fundamentales de otros sistema social
parcial; por ejemplo, inexigibilidad de una prestación a causa de objeción de
conciencia” (MIQUEL 1991 46-47).
“No existe diferencia alguna de significado jurídico entre las dos reglas del art.
7 CC. Por eso, los tribunales utilizan indistintamente descripciones que o
destacan la parte “institucional” del abuso de un determinado derecho o
destacan la faceta subjetiva, refiriéndose a la mala fe con la que el derecho es
ejercitado. Porque la buena fe a que se refiere la norma es la exigencia de una
corrección en la conducta, y no una simple falta de reproche legal por la
ignorancia sufrida por una persona… [E]n una concepción objetiva… como una
regla de conducta debida… siempre que se actúe contra la buena fe se está
incurriendo en un abuso objetivo del derecho. Si la mala fe es la voluntad
torcida o dañina, estaremos ante un abuso de derecho subjetivamente
considerado. Si el derecho es ejercitado de modo anormal o excesivo (abuso
objetivo), habrá mala de objetiva. Las definiciones son siempre circulares… [E]l
resultado interpretativo de la referencia circular que se contiene en el art. 7…
[es] que la buena fe no es sólo un estado de ignorancia, sino una situación de
corrección y equidad en la conducta, y que existe mala fe cuando se ejercita el
derecho de forma desproporcionada, aunque no exista una especial malicia de
ánimo” (Comentarios BERCOVITZ).