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Me desperté cuando el sol empezaba a despertar, mi fiel instrumento y yo estábamos

apoyados en las inmensas raíces como si camas fuesen y el cielo no fuera más que un
techo universal que protegía a miles de viajantes como yo.
Recogí mis cosas junto con los restos que anunciaban mi paso por ese refugio de raíces
y ramas verdes, mis zapatos desgastados ya se conocían el camino, pero todos los días
prometen nuevos encuentros con la música y es algo que yo no pienso desperdiciar.
Recorrí caminos rodeados de frondosos árboles que impedían el paso de la luz cual
protectores fueran, encontré aldeas en las que conectaba con sus habitantes mediante mi
voz y el rasgar de las cuerdas de mi laúd que contaba durante los instantes que duraba
las canciones las nuevas noticias, relatos de amores perdidos y grandes hazañas. En esos
momentos sentí la razón por la que me convertí en trovador itinerante. Una conexión
que une a personas aun sin conocerse y que cuando acaba la actuación cada uno sigue
con su vida después de haber compartido esos pequeños instantes que para mí eran
mágicos siendo la vida de un trovador itinerante un constante vaivén entre la soledad y
la conexión, entre la melodía y el silencio que nadie que no esté dispuesto a vivirlo no
podrá llegar a disfrutar jamás.
Al terminar mi actuación me llevaron a la casa del jefe de la aldea y me dieron un techo
y una comida humilde que con tal de llevarse algo caliente al estómago ya estoy más
que satisfecho. En ocasiones los grandes señores me contratan para sus fiestas ya sean
públicas o privadas, incluso a veces me llevaban a grandes campañas en tierras
enemigas y debía animar a las huestes después de una gran victoria o una dolorosa
derrota, nunca entendí como con solo una palabra de su general todos hacían lo que éste
quisiera cual guía en el canto gregoriano.
La jornada llegó a su fin encontrándome campo a través en la labor de encontrar un
buen refugio en el que descansar después de un agotador viaje que tendría como
recompensa los recuerdos de risas y anécdotas vividas en la aldea donde dejé la semilla
de la música, de la preocupación por las nuevas noticias y la esperanza de los valientes
héroes que nos protegen.
Finalmente me sumergí en un cálido sueño bajo la protección del manto estrellado
sabiendo que al día siguiente encontraría nuevos caminos, nuevas anécdotas y nuevos
oyentes que escucharan mis actuaciones. Como ya dije la vida de un trovador itinerante
es un vaivén entre la soledad y la actuación, sin tiempo de nada más, para nosotros es la
mejor opción ya sea porque es nuestra vocación o por que no queda más remedio que
poner tierra de por medio entre nuestro pasado y avanzar lo más rápido posible a
nuestro futuro.

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