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Baraka: El ritmo de la vida a través del tiempo humano.

Por: Andrés Leonardo Palomar Aya

La película Baraka se cataloga como “Documental”, lo cual, si bien es acertado, podría ser
debatible y parece no ser suficiente a la hora de pensar en un género para esta pieza; es
un viaje audiovisual que prescinde de las palabras para contar su historia desde el poder
de las imágenes y la fotografía, mientras nos atrapa con su música y sonidos ambientales,
supongo que esto pensado para hacer de esta obra el impacto más natural posible. Podría
proponer algo así como “Documental poético-visual-sonoro”.

Este viaje comienza con imágenes del cielo y la tierra, paisajes de los que frecuentemente
nos da este maravilloso hogar que llamamos Planeta Tierra; en esto nos presentan a un
primate babuino en una pequeña laguna, en medio de heladas montañas. Este pequeño
amigo se encuentra bastante apacible tomando su baño, se le ve reflexivo (¿Cómo será el
pensamiento de los animales? Pregunta para otra ocasión), nos recuerda nuestra
familiaridad con su especie y a ese ancestro de la humanidad que un día quiso encontrarle
sentido a las cosas que le rodeaban, que observó la vida y dio cuenta de algunos de sus
patrones, los imitó y aprendió de ellos. La naciente humanidad, sobrepasado su
entendimiento en estas observaciones por la vastedad de la naturaleza y su inclemencia,
piensa en entidades con poderes suficientes para dominar los elementos, el clima, las
siembras, las aguas, los astros, la vida y la muerte, hasta las propias acciones inherentes al
hombre, como la guerra, la agricultura o las artes. A veces un único dios o a veces muchos.
Este pensar parece coincidir bastante bien con las imágenes siguientes en la película,
donde lo primero en aparecer es un templo hindú, algunas imágenes del lugar y se enfoca
en un hombre de unos 40 años, con drelos (cabello rasta) bastante largos, leyendo un
libro en medio del humo del incienso, lo que nos sirve de paso a judíos leyendo la Torá,
Derviches preparándose para iniciar su ritual, monjes chinos, santuarios cristianos,
templos islámicos y varias prácticas rituales más.
Estas imágenes nos recuerdan la importancia de los rituales para el ser humano; rituales
que dependen enormemente de la creatividad artística de los participantes. La música y la
danza parecen ser los primeros pilares creativos por su estrecha relación ritmo-
movimiento, esencial para la conexión onírica que aspira lograr cada ritual. Aquí la película
nos presenta un grupo numeroso de hombres indígenas que juntos, sentados en el suelo,
realizan una danza con sus brazos al ritmo de cánticos. Bajo la dirección de uno de ellos
realizaban los cambios de movimiento. Sus brazos se agitan enérgicamente, se dividen en
dos grupos enfrentados con el propósito de lanzarse y compartir su energía, para volver a
ser uno. En algún punto, logran tal coordinación que, a la vista de un espectador,
parecieron células de un órgano vivo. Luego se presentan otra serie de imágenes que nos
llevan a las tribus africanas y otro grupo indígena, de ellos nos muestran un poco de su
vivir, su preparación ritual para la danza. Bailan, vibran. Los africanos agitan su cabeza
para sonar un cascabel atado a su cabeza, ojos cerrados, cantos; las madres y los niños
indígenas bailan, sujetos de los hombros del compañero del frente, formando dos
“trencitos”. Bailan mostrando bravura los hombres, unión las mujeres. El canto siempre
está presente.
Cuando los humanos empezaron a cantar descubrieron la resonancia acústica, lo que hoy
conocemos como Octavas en música y con ella, gracias a la serie armónica (porque no
inventamos la música, la descubrimos) una gama de sonoridades que evocaron las más
profundas emociones humanas. Para lograr esto se necesitó que el individuo cantase
acompañado de otros, con quienes la diferencia de color y altura de las voces permitían
formar intervalos que en algún momento coincidirían en alguna frecuencia y sus cuerpos
sentirían dichas vibraciones, como sucede hoy en día con los coros y se siente
especialmente en las primeras veces que se logra un acorde o intervalo perfecto. A esto se
suma el tiempo que dura cada sonido, se imita la naturaleza, se imita el movimiento
propio, los ritmos naturales como el latir del corazón, los pasos al caminar, el canto de las
aves, etc. Se hace cíclico y el cuerpo, como por instinto, quiere seguirlo y moverse con él.
Aquí entra la danza como complemento perfecto a la expresión artística que se quiere
lograr, pues el movimiento del cuerpo, por la producción de endorfinas, ayuda a lograr el
éxtasis esperado en dichos rituales.

De vuelta a la película, se nos presentan diferentes paisajes naturales, mezclándolos con


imágenes de deforestación, la máquina humana dejando su huella imborrable en la
naturaleza. Se presentan imágenes de una ciudad en Sur América (de fondo suena música
Andina) y de otros lugares donde la pobreza y la sobrepoblación abundan. Se nos
muestran sus cementerios, representación de la fragilidad y fugacidad de la vida humana.
Empieza aquí una especie de “Capítulo 2”, La Modernidad. Las personas convertidas en
pequeñas partículas de una maquinaria llamada ciudad, la maquinaria, todo se contrasta
con imágenes de la tribu indígena que danzaba antes. El hambre y la deforestación; lo
ostentoso y lo tormentoso; las desapariciones, las desesperaciones… Una terrible sucesión
de imágenes, con una composición estupenda, nos trasladan por muchos de estos lugares
donde la misma mano del hombre ha logrado progresos demasiado destructivos, donde
algunos hombres se sintieron superiores y esclavizaron a otros; minas, latifundios,
comunidades enteras buscando comida entre la basura, esclavitud sexual, producción en
masa, mendicidad, insalubridad, desapariciones, huesos, cráneos… ¡FUEGO!... Militares,
terribles ejércitos han habitado la historia. Las siguientes imágenes muestran las ruinas
egipcias que luego dan paso a otras de la India, en sus paredes hay muchas esculturas de
danzantes. Luego, nos enseñan una comunidad en un puerto, tal vez es la India, donde
todos usan el agua de la playa para sus diferentes necesidades, sea bañarse, sea orar, sea
prepararse para el día o para la vida; todo en espléndida tranquilidad.

Llegando al final, los Derviches ya están preparados, giran y giran en tremenda


concentración y sintonía, ojos cerrados. La espiritualidad, los lugares sagrados. El beso a la
roca, el beso a la tierra. La Meca, donde se forma una espléndida espiral humana que
intenta llegar al centro para tocar el sagrado monumento; una bella metáfora visual que
hace pensar en el movimiento galáctico. Lo sagrado vuelve a tener importancia, aunque a
veces lo sagrado es lo más ostentoso, en las cosas pequeñas, como poner una vela
encendida en una flor y dejarla flotar en las aguas, es donde vuelve a tener lugar. Esa
búsqueda con lo interno, con lo eterno, con Dios o el Tao, nos lleva a lugares profundos
donde el arte cumple como guía y medio; nos permite explorarnos y ver la realidad de
formas más diversas. El arte es un medio para encontrar nuestro lugar en el mundo.

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