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Universidad Autónoma de Zacatecas

“Francisco García Salinas”


Unidad Académica de Ciencia Política
“Dr. Víctor Manuel Figueroa Sepúlveda”
Doctorado en Ciencia Política

Teoría Política
Karen Victoria González Llamas

Título
TRANSFORMACIONES DEL ESTADO Y LA IDEOLOGÍA EN LA ETAPA DE
GLOBALIZACIÓN

Para algunos autores la globalización ha emergido como un proceso económico de


intercambio donde los medios de producción se han convertido en fábricas fugitivas que se
establecen territorialmente en economías determinadas. Si bien en un primer momento, este
proceso se entiende como económico, en realidad permea todos los aspectos de la sociedad
contemporánea. En este sentido, en el aspecto político, los Estados se ven sometidos a
transformaciones profundas que afectan tanto su estructura, funcionamiento y alcances,
como sus fundamentos ideológicos para legitimar estos procesos. En un aspecto social y
cultural, ha establecido discursos dominantes que permean en la concepción subjetiva de
los individuos sobre este fenómeno mundial como un impacto significativo y deseable para
el progreso y desarrollo mundial.

Cuando hablamos de globalización es imposible desligarlo de su naturaleza


capitalista, es decir, nos referimos a la etapa actual de acumulación en este sistema. Es por
eso que en este ensayo, se propone explorar la interrelación entre los cambios en la
naturaleza del Estado y las transformaciones ideológicas que caracterizan la etapa actual de
globalización. Así, se analizará cómo la globalización (que diluye barreras geográficas y
económicas) impacta en la práctica del Estado y las ideologías políticas que utiliza para su
accionar. Para ello, empezaremos por establecer a qué nos referimos por globalización,
después especificaremos qué entendemos por Estado y a qué etapa del mismo nos referimos
cuando abordamos la idea de transformaciones de este ente y, por último, analizaremos los
procesos ideológicos que legitiman esta dinámica.

Sabemos que, por un lado, la globalización se ha establecido como un fenómeno


deseable (desde una visión dominante) por la supuesta expansión de los flujos financieros o
comerciales y los supuestos beneficios que esto conlleva. Y que, por otro, esto ha desafiado
y permeado en la autonomía tradicional de los Estados debido a que la emergencia de
actores no estatales (como las empresas trasnacionales e iniciativa privada) ha cuestionado
la soberanía y dominio del Estado-nación y, en otro sentido, ha permitido que los Estados,
de una manera cada vez más activa, desprotejan a los sujetos de sus derechos elementales
bajo la lógica del acaparamiento de la privatización de los servicios como naturaleza del
capitalismo global.

La globalización puede entenderse como el resultado inminente de un proceso


histórico que se ha desarrollado a lo largo de los siglos, durante el cual la expansión de la
producción capitalista ha abarcado a todo el mundo, reconfigurando las relaciones en este
sistema y estableciendo una nueva red de conexiones entre los diversos actores a distintos
niveles. Este fenómeno no representa per se una ruptura o discontinuidad del sistema, sino
más bien cambios que se alinean con la estructura social existente y, al mismo tiempo,
transforman el funcionamiento mismo del sistema en el que participamos (Robinson, W.,
2007: 20).

Para Robinson, “la dinámica del sistema capitalista lo obliga a entenderse al


exterior” y el fenómeno de globalización debe ser comprendido como “la cercana
culminación de un largo proceso de siglos de expansión de la producción capitalista
alrededor del mundo y el desplazamiento de las relaciones precapitalistas” (p.22). Dentro
de la dinámica globalizadora, las instituciones culturales y políticas que encadenaron al
capitalismo, preparan el camino fértil para la total mercantilización de la vida social. Así,
“esferas no comerciales de la actividad humana –esferas públicas manejadas por Estados, y
esferas privadas vinculadas a la comunidad y la familia– se acaban, se mercantilizan, y son
transferidas al capital” (p.23). Otro proceso de mercantilización social importante, que
marca la esencia de la producción del capitalismo global, es una progresiva transferencia de
fases de trabajo intensivo de producción internacional a los países pobres (que Robinson
denomina como fábrica fugitiva) (p. 24). La globalización, en su aspecto esencial, impulsa
la expansión de la producción a nivel mundial, lo que resulta en la apropiación de recursos
y la privatización de tierras (que son formas de acumulación por desposesión).

Para este autor, el capitalismo global no es sólo una colección de economías


nacionales, sino que apunta a una supersesión a través de la integración transnacional de las
economías nacionales. Así, se produce un desmantelamiento progresivo de sistemas de
producción nacional y se reactivan como elementos constituyentes de un sistema de
producción mundial integrado (p. 33).

En cuanto al Estado, es necesario señalar que lo entendemos como una entidad


dinámica que contiene relaciones sociales que constituyen subjetividades atravesadas por
diferentes dimensiones o factores, tales como los procesos ideológicos dentro de la
globalización y que, este ente, se enmarca en momentos históricos, económicos y políticos
determinados que influyen en la construcción del mismo. Así, es necesario enfatizar que
existe un Estado determinado que se teje dentro del proceso de globalización y que es, a
saber, el Estado capitalista.

El Estado-nación se configura como eje político central del capitalismo. Surge


ideológicamente como el desarrollo de la identidad cultural, territorial y simbólica entre
sujetos que tejen ese espacio determinado, sin embargo, “lo que se encuentra en el origen
del Estado nacional no es la comunidad cultural y la identidad, sino sobre todo poder,
violencia y dominio” (Hirsch, 1996: 51). En el sentido político-social, cuando hablamos de
Estado nacional referimos al proceso en el que los aparatos de dominación se centralizaron
y burocratizaron concentrando el monopolio de la violencia. Asimismo, entendemos el
hecho de que el Estado nacional internaliza y expresa una relación de fuerza y violencia
sobre las poblaciones sometidas a la dominación (p.51).

Existen discusiones sobre la completa superación del Estado-nación en la hiper-


globalización actual, donde se debería hablar de un Estado conformado por componentes
diferentes. Sin embargo, creemos que no es su forma como tal, sino su contenido el que se
transforma, y que esto no se entiende así por la suposición de que, dentro del capital global,
“los estados se desintegran y sus partes constitutivas intentan a la vez integrase en nuevos
contextos de cooperación y dependencia” (Hirsch, 1996:53). Se vuelve necesario señalar
que, independientemente de las transformaciones históricas que el Estado ha sufrido, la
desigualdad y marginalización social siguen siendo ejes fundamentales que se imponen en
las relaciones sociales y, así, el proceso de globalización sigue ésta naturaleza y se
encuentra estructuralmente ligada con la marginación, la discriminación y la violencia (p.
60).

En este sentido, el discurso dominante sobre la globalización, ha establecido la


necesidad de una gobernanza global donde el Estado-nación sería superado por un Estado
global. Para Hirsch (1996), en el capitalismo global, la participación o existencia del Estado
nacional no se ve suplantado por la emergencia de un Estado global, sino que el Estado-
nación no puede desaparecer puesto que está firmemente ligado a la relación capitalista de
producción y constituye la forma esencial de su reproducción política y social; para él,
cuando se deriva la conclusión de que se avanzaría decididamente hacia la edificación de
un Estado mundial, se desconoce el verdadero significado del capitalismo puesto que
principalmente representa una relación de explotación y dominación, donde su estructura
política sigue estando fundamentalmente marcada por la competencia y la división social, y
esto se manifiesta político-institucionalmente en el sistema de
Estados nacionales que compiten entre sí (p.60).

Es decir, el Estado-nación refiere a la forma de organización política en la que un


territorio está asociado con un gobierno determinado y este ejerce su autoridad sobre esa
población determinada; así, cuando hablamos de la etapa, que es o no superada, referimos
al modelo (político y económico) que se contiene y busca insertarse en la implementación y
mantenimiento de ciertas políticas al interior de ese Estado. Mencionamos que las etapas
del Estado se contextualizan histórica, social, económica y políticamente, así, sabemos que
el Estado ha sufrido transformaciones profundas a lo largo de su desarrollo.

Para Fraser (2020), la división constitutiva del capitalismo entre lo económico y lo


político está sujeta a contradicciones y cambios, así, la dimensión económica obliga a los
Estados a reestructurarse y delimitarse muy particularmente según la conformación
económica que se viva. La autora distingue cuatro regímenes de acumulación en la historia
del capitalismo donde, en algún momento, ha influido en un tipo de Estado determinado:
Un régimen de capitalismo mercantil al principio, un régimen de capitalismo
competitivo en el siglo XIX, un régimen de capitalismo monopolista administrado
por el Estado durante el siglo XX, y el régimen actual del capitalismo globalizador
y financiarizado. En cada caso, las condiciones políticas para la economía
capitalista adoptaron formas institucionales diferentes tanto a escala estatal-
territorial como geopolítica (p.125).

Así, el régimen actual del capitalismo globalizador y financiarizado genera que las
condiciones políticas para la economía capitalista adopten formas institucionales muy
particulares y, a rehecho una vez más la relación economía/política (p. 128). La
financiarización autoriza al capital para disciplinar a los Estados en favor de los intereses
inmediatos de la iniciativa privada. De esta manera, “las instituciones estatales que antes
respondían (en cierta medida) a los ciudadanos son cada vez menos capaces de resolver los
problemas de estos últimos o de satisfacer sus necesidades […] el resultado general es una
incapacidad creciente de los poderes públicos para controlar a los poderes privados”
(p.129). En este sentido, la naturaleza de un Estado capitalista y financiarizado,
estableció el terreno para optimizar las condiciones de aprovechamiento para el capitalismo
global, es decir, la flexibilización del trabajo asalariado, la privatización y desregulación, la
minimización de los estándares ecológicos, y más factores que influyeron en que el Estado
pierda, cada vez de una manera más activa, su capacidad intervencionista en términos de la
época del bienestar; en su dimensión social, los aparatos ideológicos crearon un discurso
dominante que cultiva el individualismo y la diferencia que legitima, desde lo subjetivo e
imaginario, la socialización simbólica del capitalismo global.

Creemos que el Estado-nación como forma sigue siendo un actor central en el


contexto del capitalismo globalizado porque genera la competencia por recursos naturales,
mercados y rutas comerciales, asimismo, la regulación y el control sobre los territorios
siguen siendo esenciales para mantener el orden y la estabilidad económica de las
economías centrales, donde estas acaparan el acceso tanto a los medios de producción como
a recursos, lo que lleva a dinámicas extractivistas y de explotación en las economías
periféricas. La relación entre el Estado nacional y el capitalismo global revela una dinámica
donde el Estado actúa como un instrumento fundamental para perpetuar y proteger las
relaciones capitalistas de producción, los intereses de las economías centrales y procesos
económicos, políticos y sociales que perpetúan la desigualdad sistemática y estructural de
las económicas periféricas y los sujetos que viven y se desarrollan dentro de ellas.

La transformación más fundamental entre el Estado del Bienestar y el Estado


financiarizado consiste en que las instituciones financieras mundiales son las reguladoras
de una economía cada vez más globalizada. Así, “son ellos, no los Estados, quienes ahora
establecen las reglas que gobiernan las relaciones primordiales de la sociedad capitalista:
entre trabajo y capital, entre ciudadanos y Estados, entre centro y periferia, y algo que es
crucial para todo lo anterior, entre deudores y acreedores” (Fraser, 2020: 128). Es decir, la
influencia del capital en la dinámica económica y política se manifiesta de manera
significativa a través del mecanismo de la deuda. El capital ejerce su poder al canibalizar la
fuerza laboral, imponer disciplina a los Estados, transferir riqueza desde la periferia hacia el
centro y absorber valor tanto de la sociedad como de la naturaleza; así, con la deuda
fluyendo a través de todas las relaciones sociales y políticas en todas sus dimensiones, se
produce una transformación dramática en la relación entre la economía y la política. Ahora,
el capital financiero globalizado ostenta la autoridad para disciplinar a los Estados y a los
sujetos (p.128).

Es necesario recordar que partimos de entender que el Estado, el capitalismo y la


globalización, como fenómenos de la producción, se encuentran sumamente entrelazados.
Así, si evaluamos la magnitud de la dominación en función del valor de cambio, resulta
evidente que la política y el Estado no sólo representan etapas avanzadas del valor de
cambio, sino que también desempeñan roles fundamentales como intermediarios en las
relaciones de dominación, pues “el capital es una relación de dominio entre seres humanos
que no se presenta como tal sino como su contrario, es decir, como un proceso de
unificación, conciliación y homogeineización de los individuos” (Ávalos, G. y Hirsch, J.,
2007: 14).

El capital, al igual que el Estado, se manifiesta como una relación de poder que
impregna varias instituciones y comportamientos humanos. Cuando hablamos de capital,
entendemos que no es una entidad tangible, pero que (dentro de sus múltiples dimensiones)
podemos utilizar el concepto como una herramienta que nos ayuda a discernir y entender la
lógica subyacente que guía los eventos que experimentamos de diversas maneras en nuestro
día a día. El capital se erige como el punto de referencia primordial para desentrañar el
significado subyacente a la variedad de comportamientos, acciones e instituciones que
caracterizan la vida moderna. Este significado no se origina en una esencia innata de
naturaleza humana sino más bien en un fundamento basado en una relación social de
dominio. La complejidad de esta relación radica en que no se establece de manera directa,
sino que se manifiesta a través de una abstracción general y universal denominada valor de
cambio; en este contexto, los sujetos deben validarse en el mundo de las abstracciones
demostrando ser poseedoras de un valor de intercambio (Ávalos, G. y Hirsch, J., 2007, pp.
12-13).

Es necesario entender al Estado no sólo como un instrumento de opresión de clases,


sino también como una entidad ideológica y un componente que integra relaciones
hegemónicas de mayor alcance. Hirsch, concibe que entender al Estado contemporáneo
como materialista, nos permite pensar que el Estado se convierte en un actor al servicio del
capital. Es decir, las etapas del Estado cumplen la función trascendental de establecer un
terreno apropiado para la conformación del capitalismo, por ello, pensar que existen
Estados incapacitados o fallidos, es no tener en cuenta el hecho de que el Estado se
convierte en una herramienta fundamental para el capitalismo y que, desde los procesos
ideológicos que hacen pensarlos como Estados fallidos, no se encuentra más que la sola
naturaleza del Estado-nación: servir al capitalismo. Asimismo, plantea que la etapa actual
del Estado se trata de un aparato centralizado de coerción que logra con éxito el monopolio
de la violencia legítima en un territorio sobre la población residente (Ávalos, G. y Hirsch,
J., 2007: 132).

BIBLIOGRAFÍA

Robinson, W. (2007). Una teoría sobre el capitalismo global. Ediciones desde abajo.

Hirsch, J. (2007). La política del capital. Universidad Autónoma Metropolitana.

Ávalos, G. y Hirsch, J. (1996). Globalización, capital y Estado. Universidad Autónoma


Metropolitana.

Fraser, N. (2020). Los talleres ocultos del capital. Traficantes de sueños

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