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Bolivariano Dirección General de Recursos
de Venezuela para el Aprendizaje
“¡Oh mi Maestro! ¡Oh mi amigo! ¡Oh mi Robinson, Ud. en Colombia!
Ud. En Bogotá, y nada me ha dicho, nada me ha escrito.
Sin duda es Ud. el hombre más extraordinario del mundo...”.
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Índice
Créditos
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Una carta inmortal
Es una genial celebración para resaltar que quienes conformamos el sistema edu-
cativo venezolano tenemos la responsabilidad de resguardar, con celo y honor,
las llaves que abren y cierran las conciencias y corazones de nuestros estudiantes.
Este breve folleto tiene como propósito compartir algunos momentos que,
en el tiempo, forjaron la amistad que permitió la redacción de una car-
ta que, en esta oportunidad, cumple doscientos años. Una misiva que
posee la magia de valores y principios dentro de un sobre de historia.
Una carta que cada vez que es leída, ratifica que su mensaje es inmortal.
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¿Quién fue el maestro
Simón Rodríguez?
El nombre del maestro
fue Simón Narciso de Jesús
Carreño Rodríguez. Nació en
Caracas el 28 de octubre de
1769. También se le conoce en
la historia como Samuel Robin-
son. Fue un gran emprendedor
y un invencible educador en la
búsqueda de nuevos métodos
para la enseñanza. Además de
maestro, se desempeñó como
filósofo, escritor, político, quí-
mico industrial y tipógrafo, en-
tre otras actividades y oficios.
El joven Simón se destacó por su inteligencia y amor por
En su juventud, Simón Rodrí- la lectura, la escritura y el contacto con la naturaleza.
Ilustración: Carlos Cruz Diez
guez encontró dos libros que
serían fundamentales para su formación intelectual: Robinson Crusoe, de
Daniel Defoe, y Emilio o la educación, de Juan Jacobo Rousseau; este últi-
mo autor fue uno de los exponentes de la corriente de pensamiento conocida
como la Ilustración, que tuvo determinante influencia en la vida del maestro
Rodríguez.
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Simón y Cayetano fueron familia del clé- significa que don Simón Rodríguez
rigo Alejandro Carreño y también parien- fue tío abuelo de Teresa Carreño.
tes del ilustre y valiente prócer de nues-
tra Independencia, José María Carreño. Para el doctor Arturo Uslar Pietri,
uno de los intelectuales venezolanos
Cayetano fue el padre de Manuel An- que más han estudiado a don Simón
tonio Carreño, autor del histórico li- Rodríguez, el gran maestro repre-
bro Manual de urbanidad y buenas senta “uno de los hombres más cul-
costumbres, uno de los textos más tos, capaces y brillantes de su tiem-
conocidos en Venezuela durante los
po. No hubo un hombre durante el
siglos XIX y XX. Manuel Antonio, a
siglo XIX que tuviera una visión
su vez, fue el padre de nuestra insig-
ne pianista Teresa Carreño, lo que más adelantada del problema social
y educacional hispanoamericano”.
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El maestro y su discípulo
La lectura y la escritura se convirtieron en
aspectos vitales para el futuro educador
Simón Rodríguez. Su capacidad intelec-
tual sobresalió. El maestro principal de la
Escuela Pública de Caracas, don Guiller-
mo Pelgrón, quien le había dado clases, lo
admitió como su ayudante. En 1791, Ro-
dríguez recibió el nombramiento como
maestro de la Escuela de Primeras Letras.
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Que no fuera solo un receptor de ideas y lecciones que repitie-
ra al caletre, sino que desarrollara la habilidad de preguntar y pro-
poner. Enfatizaba en la importancia de que las niñas y los niños
supieran que no debían ser hipócritas, e insistió en la necesidad de acos-
tumbrarlos a que expusieran con claridad lo que pensaban y sentían.
Más que una relación de maestro y estudiante, el vínculo entre Simón Rodrí-
guez, su esposa y el futuro Libertador fue un lazo de amistad incondicional,
familiaridad, sabiduría y lealtad que se mantuvo con empinado cariño y respe-
to. El Libertador Simón Bolívar, ya en la cumbre de su gloria militar y política,
le escribía a María de los Santos Ronco —primera esposa del maestro Rodrí-
guez— con la confianza y el aprecio que solo se le otorga a un familiar cercano.
La relación del niño Simón con su maestro la ilustra el general Daniel Floren-
cio O’Leary en sus memorias:
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Encuentro en Europa
Don Simón Rodríguez salió de Vene-
zuela y cambió su nombre a Samuel
Robinson. Vivió temporalmente en
Jamaica y Estados Unidos. Finalmen-
te, se residenció en Europa.
Pero aquel día de 1805 hubo dos juramentos, pues el gran maestro Si-
món Rodríguez también juró. Este compromiso lo ratificaría en silencio en
1825, cuando él y el Libertador llegaron a la cumbre del Potosí en Bolivia.
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En Roma —dice¬— nos detuvimos bastante tiempo. Un día después de haber comido y
cuando el sol se inclinaba por el Occidente, emprendimos paseo hacía la parte del Monte
Sacro. Aunque esos llamados montes no sean otras cosas que rebajadas colinas, el ca-
lor era tan intenso, que nos agitamos en la marcha lo suficiente para llegar jadeantes y
cubiertos de copiosa transpiración a la parte culminante. Llegamos a ella, nos sentamos
sobre un trozo de mármol blanco, resto de una columna destrozada por el tiempo. Yo tenía
fijos mis ojos sobre la fisonomía del adolescente, porque percibía en ella cierto aire de
notable preocupación y concentrado pensamiento.
Después de descansar un poco y con la respiración más libre, Bolívar con cierta solem-
nidad, que no olvidaré jamás, se puso de pie y como si estuviese solo, miró a todos los
puntos del horizonte, y a través de los amarillos rayos del sol poniente, paseó su mirada
escrutadora, fija y brillante, por sobre los puntos principales que alcanzamos a dominar.
Y luego, volviéndose hacia mí, húmedos los ojos, palpitante el pecho, enrojecido el rostro,
con una animación febril me dijo:
-Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor
y por la Patria que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que no haya
roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español.
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El reencuentro
En 1823, el maestro Simón Rodríguez
retornó a tierras americanas. Llegó a
Bogotá y allí emprendió un nuevo cen-
tro de enseñanza, que llamó Casa de
Industria Pública, donde se impartía a
los estudiantes oficios mecánicos y co-
nocimientos elementales como contar,
escribir, gramática, entre otros.
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El maestro Rodríguez había llegado a nuestras tierras junto a una compa-
ñera de vida: una hermosa francesa [desconocemos su nombre], que lo
atendía con especial cariño. Pero el viaje que iniciaba para reunirse con
Bolívar se tornó fatal: la francesa se enfermó repentinamente y murió. Ade-
más, el maestro en el barco donde viajaba, fue víctima del robo de sus per-
tenencias. Al llegar a Guayaquil, fue auxiliado por el general Juan Flores.
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Anexo
Carta bicentenaria de Pativilca
Pativilca, enero 19 de 1824.
Vd., maestro mío, cuánto debe haberme contemplado de cerca aunque colocado
a tan remota distancia. Con qué avidez habrá seguido Vd. mis pasos; estos pasos
dirigidos muy anticipadamente por Vd. mismo. Vd. formó mi corazón para la li-
bertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero
que Vd. me señaló. Vd. fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de
Europa. No puede Vd. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón
las lecciones que Vd. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma
de las grandes sentencias que Vd. me ha regalado. Siempre presentes á mis ojos
intelectuales las he seguido como guías infalibles. En fin, Vd. ha visto mi con-
ducta; Vd. ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel, y
Vd. no habrá dejado de decirse: todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la
regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera, he sus frutos; ellos
son míos, yo voy á saborearlos en el jardín que planté; voy á gozar de la sombra
de sus brazos amigos, porque mi derecho es imprescriptible, privativo á todo.
Sí, mi amigo querido, Vd. está con nosotros; mil veces dichoso el día en que
Vd. pisó las playas de Colombia. Un sabio, un justo más, corona la frente de la
erguida cabeza de Colombia. Yo desespero por saber qué designios, qué destino
tiene Vd.; sobre todo mi impaciencia es mortal no pudiendo estrecharle en mis
brazos: ya que no puedo yo volar hacia Vd. hágalo Vd. hacia mí; no perderá Vd.
nada. Contemplará Vd. con encanto la inmensa patria que tiene, labrada en la
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roca del despotismo por el buril victorioso de los libertadores, de los hermanos
de Vd. No, no se saciará la vista de Vd. delante de los cuadros, de los colosos,
de los tesoros, de los secretos, de los prodigios que encierra y abarca esta so-
berbia Colombia. Venga Vd. al Chimborazo; profane Vd. con su planta atrevida
la escala de los Titanes, la corona de la tierra, la almena inexpugnable del Uni-
verso Nuevo. Desde tan alto tenderá Vd. la vista; y al observar el cielo y la tie-
rra, admirando el pasmo de la creación terrena, podrá decir: Dos eternidades me
contemplan: la pasada y la que viene; y este trono de la naturaleza, idéntico á
su Autor, será tan duradero, indestructible y eterno como el Padre del Universo.
¿Desde dónde, pues, podrá decir Vd. otro tanto tan erguidamente? Amigo de la
naturaleza, venga Vd. a preguntarle su edad, su vida y su esencia primitivas; Vd.
no ha visto en ese mundo caduco más que las reliquias y los desechos de la próvi-
da Madre: allá está encorvada con el peso de los años, de las enfermedades y del
hálito pestífero de los hombres; aquí está doncella, inmaculada, hermosa, adornada
por la mano misma del Creador. No, el tacto profano del hombre todavía no ha
marchitado sus divinos atractivos, sus gracias maravillosas, sus virtudes intactas.
Presente Vd. esta carta al Vicepresidente, pídale Vd. dinero de mi parte, y venga
Vd. a encontrarme. BOLÍVAR
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Referencias documentales
Hernández Sánchez, Luis Aparicio. El inmortal Robinson. Edición digital. Caracas,
2019.
Hernández Sánchez, Luis Aparicio. “El maestro Simón Rodríguez está de cumpleaños”.
Revista Tricolor del MPPE. Octubre 2023. N.º 472, pp. 2 y 3. Edición digital.
Pérez Esclarín, Antonio. Se llamaba Simón Rodríguez. Corporación Marca S.A., Vene-
zuela, 2006.
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