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Simón le escribe a Simón:

Bicentenario de la carta escrita por el Libertador Simón Bolívar


a su maestro Simón Rodríguez
desde Pativilca en el Perú el 19 de enero de 1824

Gobierno
Bolivariano Dirección General de Recursos
de Venezuela para el Aprendizaje
“¡Oh mi Maestro! ¡Oh mi amigo! ¡Oh mi Robinson, Ud. en Colombia!
Ud. En Bogotá, y nada me ha dicho, nada me ha escrito.
Sin duda es Ud. el hombre más extraordinario del mundo...”.

“Ud. formó mi corazón para la libertad,


para la justicia, para lo grande, para lo hermoso.
Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló”.

Carta del Libertador Simón Bolívar a su maestro Simón Rodríguez,


enviada desde Pativilca, Perú, el 19 de enero de enero de 1824

“El magisterio es una profesión.


El que reemplaza a los padres de familia
ejerce las funciones de padre común;
por consiguiente, debe ser elegido por sus aptitudes,
ser dueño de la materia que promete enseñar, captar y fijar la atención.
Estas aptitudes no bastarán si no tiene genio para instruirse
e ingenio para crearse medios de conseguir los dones
que propone en cada ramo de enseñanza”.

Consideraciones del maestro Simón Rodríguez


sobre algunas virtudes de toda maestra y todo maestro

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Índice

4 Una carta inmortal


5 ¿Quién fue el maestro Simón Rodríguez?
7 El maestro y su discípulo
9 Encuentro en Europa
11 El reencuentro
13 Anexo: Carta bicentenaria de Pativilca
15 Referencias documentales

Créditos

Ministerio de Poder Popular para la Educación de la República Bolivariana de Venezuela


Dirección General de Recursos para el Aprendizaje

MINISTRA DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN


Yelitze de Jesús Santaella Hernández
VICEMINISTRO DE EDUCACIÓN
Edwin Vicente Carvajal Franco
DIRECTORA GENERAL DE RECURSOS PARA EL APRENDIZAJE
Graeldi Jiménez Sacarias
REDACCIÓN
Luis Aparicio Hernández Sánchez
(Centro de Investigación y Documentación Educativa)
INVESTIGACIÓN DOCUMENTAL
Nuria Membrado González
Luis Aparicio Hernández Sánchez
(Centro de Investigación y Documentación Educativa)
DISEÑO, ILUSTRACIÓN Y DIAGRAMACIÓN
William Adrian Martinez Garcia
CORRECCIÓN
Miguel Raúl Gómez Gómez

Publicado el 15 de enero del año 2024

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Una carta inmortal

Con infinito entusiasmo celebramos el bicentenario de la maravillosa car-


ta que el Libertador Simón Bolívar escribió a su maestro Simón Rodrí-
guez desde Pativilca, en el Perú, el 19 de enero del año 1824. Es uno de
los escritos más importantes que, en nuestra historia, simbolizan la amis-
tad, el respeto, el amor y el agradecimiento de un discípulo a su maestro.

En este aniversario, aunado a la especial ocasión de festejar los dos si-


glos de esta histórica carta, se presenta ante nosotros la hermosa oportu-
nidad de reflexionar y fortalecer los valores y principios que unen a toda
maestra y todo maestro con sus estudiantes. También, de apreciar y otor-
gar mayor atención a la manera trascendental como la vocación, el servi-
cio y el amor de una maestra o un maestro pueden orientar en la actualidad,
como hace siglos lo hizo don Simón Rodríguez con su discípulo Bolívar.

Es una genial celebración para resaltar que quienes conformamos el sistema edu-
cativo venezolano tenemos la responsabilidad de resguardar, con celo y honor,
las llaves que abren y cierran las conciencias y corazones de nuestros estudiantes.

Este breve folleto tiene como propósito compartir algunos momentos que,
en el tiempo, forjaron la amistad que permitió la redacción de una car-
ta que, en esta oportunidad, cumple doscientos años. Una misiva que
posee la magia de valores y principios dentro de un sobre de historia.
Una carta que cada vez que es leída, ratifica que su mensaje es inmortal.

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¿Quién fue el maestro
Simón Rodríguez?
El nombre del maestro
fue Simón Narciso de Jesús
Carreño Rodríguez. Nació en
Caracas el 28 de octubre de
1769. También se le conoce en
la historia como Samuel Robin-
son. Fue un gran emprendedor
y un invencible educador en la
búsqueda de nuevos métodos
para la enseñanza. Además de
maestro, se desempeñó como
filósofo, escritor, político, quí-
mico industrial y tipógrafo, en-
tre otras actividades y oficios.
El joven Simón se destacó por su inteligencia y amor por
En su juventud, Simón Rodrí- la lectura, la escritura y el contacto con la naturaleza.
Ilustración: Carlos Cruz Diez
guez encontró dos libros que
serían fundamentales para su formación intelectual: Robinson Crusoe, de
Daniel Defoe, y Emilio o la educación, de Juan Jacobo Rousseau; este últi-
mo autor fue uno de los exponentes de la corriente de pensamiento conocida
como la Ilustración, que tuvo determinante influencia en la vida del maestro
Rodríguez.

Rodríguez fue un joven que se destacó por su inteligencia. Aunado a ello,


fue un gran amante de la lectura, la escritura y el contacto con la naturaleza.

El maestro Simón Rodríguez tuvo un hermano de nombre Cayetano, quien


fue un músico reconocido. A Simón y Cayetano se les conocía, en la Caracas
de finales del siglo XVIII, como “los hermanos Carreño”, que era su primer
apellido. Sin embargo, Simón optó por el apellido materno de Rodríguez
como el principal.

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Simón y Cayetano fueron familia del clé- significa que don Simón Rodríguez
rigo Alejandro Carreño y también parien- fue tío abuelo de Teresa Carreño.
tes del ilustre y valiente prócer de nues-
tra Independencia, José María Carreño. Para el doctor Arturo Uslar Pietri,
uno de los intelectuales venezolanos
Cayetano fue el padre de Manuel An- que más han estudiado a don Simón
tonio Carreño, autor del histórico li- Rodríguez, el gran maestro repre-
bro Manual de urbanidad y buenas senta “uno de los hombres más cul-
costumbres, uno de los textos más tos, capaces y brillantes de su tiem-
conocidos en Venezuela durante los
po. No hubo un hombre durante el
siglos XIX y XX. Manuel Antonio, a
siglo XIX que tuviera una visión
su vez, fue el padre de nuestra insig-
ne pianista Teresa Carreño, lo que más adelantada del problema social
y educacional hispanoamericano”.

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El maestro y su discípulo
La lectura y la escritura se convirtieron en
aspectos vitales para el futuro educador
Simón Rodríguez. Su capacidad intelec-
tual sobresalió. El maestro principal de la
Escuela Pública de Caracas, don Guiller-
mo Pelgrón, quien le había dado clases, lo
admitió como su ayudante. En 1791, Ro-
dríguez recibió el nombramiento como
maestro de la Escuela de Primeras Letras.

La actividad docente le otorgó prestigio


por su estilo al enseñar. Era un joven con
ideas innovadoras, que se ganó el respeto
y el cariño de sus estudiantes. Bien lo di-
ría el Libertador Simón Bolívar muchos
años después: “enseña divirtiendo”.
LaamistadentreSimónRodríguezyelniñoSimónBolívares
unejemplodelarelaciónentreunmaestroysuestudiante.
Apasionado, con su nuevo cargo, el maes- Ilustración: Carlos Cruz Diez.

tro Simón Rodríguez se entregó a la ex-


periencia de compartir sus conocimientos. Observaba, reflexionaba y, siempre
impulsado por su gran capacidad de pensamiento, presentó en 1794 Reflexio-
nes sobre los defectos que vician la Escuela de Primeras Letras de Caracas y
medio de lograr su reforma por un nuevo establecimiento. Era una crítica a los
métodos de enseñanza coloniales, que en esos tiempos no se tomó en cuenta.

Una de las propuestas presentadas a las autoridades durante aquellos años


fue la creación de una escuela para niñas, lo que constituyó, por prime-
ra vez en Venezuela, la defensa por la inclusión de la mujer en el sistema
educativo. Para las autoridades de la época, lo expuesto no tenía lógica.

El maestro Rodríguez creía firmemente en que era necesario estimular en


el estudiante su capacidad para superar retos, consolidar la autoconfian-
za, fortalecer la creatividad y cimentar una actitud valiente y dinámica.

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Que no fuera solo un receptor de ideas y lecciones que repitie-
ra al caletre, sino que desarrollara la habilidad de preguntar y pro-
poner. Enfatizaba en la importancia de que las niñas y los niños
supieran que no debían ser hipócritas, e insistió en la necesidad de acos-
tumbrarlos a que expusieran con claridad lo que pensaban y sentían.

Uno de sus planteamientos más importantes consiste en la diferencia en-


tre instrucción y educación. Sostenía que una persona podía ser instrui-
da y acumular gran cantidad de conocimiento. En cambio, cuando se
educa, además del conocimiento, se tiene la capacidad de actuar moral-
mente con equidad y respeto en la sociedad para su aporte y construcción.

La familia Bolívar conocía a Simón Carreño —como lo llamaban— ha-


cía varios años. En 1792, debido al prestigio como nuevo maestro en
la Escuela de Primeras Letras, don Feliciano Palacio Sojo, alférez real
de Caracas, le solicitó que impartiera clases a su nieto Simón Bolívar.

Al principio, las clases fueron privadas. Más adelante, el peque-


ño se integró a la Escuela de Primeras Letras de Caracas. Tiempo des-
pués, a razón de un conflicto familiar, el niño Simón vivió en el ho-
gar del maestro Rodríguez y su esposa María de los Santos Ronco.

Más que una relación de maestro y estudiante, el vínculo entre Simón Rodrí-
guez, su esposa y el futuro Libertador fue un lazo de amistad incondicional,
familiaridad, sabiduría y lealtad que se mantuvo con empinado cariño y respe-
to. El Libertador Simón Bolívar, ya en la cumbre de su gloria militar y política,
le escribía a María de los Santos Ronco —primera esposa del maestro Rodrí-
guez— con la confianza y el aprecio que solo se le otorga a un familiar cercano.

La relación del niño Simón con su maestro la ilustra el general Daniel Floren-
cio O’Leary en sus memorias:

A pesar de la poca aplicación de Bolívar y del poco adelanto en


sus estudios, Rodríguez tenía alta opinión del talentoso niño, cuya
imaginación era viva, por no decir poética, y sorprendíale la
originalidad de sus observaciones.

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Encuentro en Europa
Don Simón Rodríguez salió de Vene-
zuela y cambió su nombre a Samuel
Robinson. Vivió temporalmente en
Jamaica y Estados Unidos. Finalmen-
te, se residenció en Europa.

En el Viejo Continente se encontró


de nuevo con su estudiante Simón
Bolívar, quien había quedado viudo.
El joven Bolívar estaba confundido
y entregado a las fiestas. Robinson
asumió el papel de maestro e incluso
el de padre y con su ingenio, cariño y El maestro Rodríguez y el joven Simón en el Monte Sacro.
vocación, transformó aquel muchacho Ilustración: Carlos Cruz Diez
deprimido y sin rumbo en un guerrero comprometido con la libertad de la
llamada América española.

Aquellas semanas de conversaciones y reflexiones entre ambos fue-


ron muy importantes para la Independencia de nuestro continen-
te. El 15 de agosto de 1805, el maestro acompañó al futuro Liberta-
dor en el Monte Sacro de Italia, cuando realizó su juramento de no
descansar hasta romper las cadenas que oprimían a nuestros pueblos.

Pero aquel día de 1805 hubo dos juramentos, pues el gran maestro Si-
món Rodríguez también juró. Este compromiso lo ratificaría en silencio en
1825, cuando él y el Libertador llegaron a la cumbre del Potosí en Bolivia.

El ensayista merideño don Mariano Picón Salas, en un escri-


to dedicado a jóvenes, que tituló Simón Rodríguez, cita al maestro:

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En Roma —dice¬— nos detuvimos bastante tiempo. Un día después de haber comido y
cuando el sol se inclinaba por el Occidente, emprendimos paseo hacía la parte del Monte
Sacro. Aunque esos llamados montes no sean otras cosas que rebajadas colinas, el ca-
lor era tan intenso, que nos agitamos en la marcha lo suficiente para llegar jadeantes y
cubiertos de copiosa transpiración a la parte culminante. Llegamos a ella, nos sentamos
sobre un trozo de mármol blanco, resto de una columna destrozada por el tiempo. Yo tenía
fijos mis ojos sobre la fisonomía del adolescente, porque percibía en ella cierto aire de
notable preocupación y concentrado pensamiento.

Después de descansar un poco y con la respiración más libre, Bolívar con cierta solem-
nidad, que no olvidaré jamás, se puso de pie y como si estuviese solo, miró a todos los
puntos del horizonte, y a través de los amarillos rayos del sol poniente, paseó su mirada
escrutadora, fija y brillante, por sobre los puntos principales que alcanzamos a dominar.
Y luego, volviéndose hacia mí, húmedos los ojos, palpitante el pecho, enrojecido el rostro,
con una animación febril me dijo:

-Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor
y por la Patria que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que no haya
roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español.

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El reencuentro
En 1823, el maestro Simón Rodríguez
retornó a tierras americanas. Llegó a
Bogotá y allí emprendió un nuevo cen-
tro de enseñanza, que llamó Casa de
Industria Pública, donde se impartía a
los estudiantes oficios mecánicos y co-
nocimientos elementales como contar,
escribir, gramática, entre otros.

Don Simón Rodríguez llegó a Bogotá


en búsqueda de su amigo, el presidente
Bolívar, pero este se encontraba co-
El maestro Simón Rodríguez

mandando la llamada Campaña del Sur para liberar el Perú. No obstante, el


Libertador se enteró de la presencia de su maestro y el 19 de enero de 1924
escribió la hermosa carta bicentenaria que hoy festejamos.
En la parte final de la carta el Libertador escribió: “Presente Usted esta carta
¡Oh mi Maestro! ¡Oh mi amigo! ¡Oh mi Robinson! ¡Ud. en Co-
lombia! Ud. en Bogotá, y nada me ha dicho, nada me ha escrito.
Sin duda es Ud. el hombre más extraordinario del mundo […].
Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo
grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me
señaló.
al Vicepresidente, pídale Ud. dinero de mi parte, y venga Ud. a encontrar-
me”. Frente a las reiteradas peticiones del presidente Simón Bolívar, el Vi-
cepresidente Santander prestó al maestro Rodríguez doscientos pesos, que
eran insuficientes para realizar el viaje. Fue el jurista venezolano Miguel
Peña quien facilitó mil pesos adicionales a don Simón, para que fuese al
encuentro de su discípulo.

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El maestro Rodríguez había llegado a nuestras tierras junto a una compa-
ñera de vida: una hermosa francesa [desconocemos su nombre], que lo
atendía con especial cariño. Pero el viaje que iniciaba para reunirse con
Bolívar se tornó fatal: la francesa se enfermó repentinamente y murió. Ade-
más, el maestro en el barco donde viajaba, fue víctima del robo de sus per-
tenencias. Al llegar a Guayaquil, fue auxiliado por el general Juan Flores.

Finalmente, el recuentro entre Simón Bolívar y Simón Rodríguez se produce


a principios del año de 1825 en el Palacio de la Magdalena, en Lima, Perú.
Apenas habían pasado unos días de la gran victoria de Ayacucho. El Liberta-
dor Simón Bolívar se encontraba en lo más alto de su gloria militar y política.

La llegada de su querido maestro fue como un regalo especial de la vida. El


momento del encuentro fue reseñado para la historia por el general Daniel
Florencio O`Leary:

Yo vi al humilde pedagogo desmontarse a las puertas del Palacio


[de la Magdalena, en la capital peruana], y en vez del brusco re-
chazo que acaso temía del centinela, halló la afectuosa recepción
del amigo, con el debido respeto a sus canas y a su antigua amistad.
Bolívar le abrazó con filial cariño y le trató con una amabilidad que
revelaba la bondad de un corazón que la prosperidad no había lo-
grado corromper. Rodríguez era hombre de carácter excéntrico, no
solamente instruido sino sabio; tenía el conocimiento perfecto del
mundo, que sólo se adquiere con el constante trato de los hombres.

Simón y Simón no se veían desde el año 1805, cuando ambos realizaron el


juramento en el Monte Sacro en Roma. Habían pasado veinte años. Aho-
ra, tenían mucho de qué hablar, muchas experiencias que compartir, mu-
chas reflexiones que hacer, mucha amistad, afecto y agradecimiento… Fue
el encuentro de dos genios amigos vocacionales en el servicio y enamora-
dos de su tierra, quienes sabían que aún restaba mucha patria por construir.

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Anexo
Carta bicentenaria de Pativilca
Pativilca, enero 19 de 1824.

Al señor don Simón Rodríguez.

¡Oh mi Maestro! Oh mi amigo! Oh mi Robinson!, Vd. en Colombia! Vd. en Bo-


gotá, y nada me ha dicho, nada me ha escrito. Sin duda es Vd. el hombre más ex-
traordinario del mundo; podría Vd. merecer otros epítetos pero no quiero darlos
por no ser descortés al saludar un huésped que viene del Viejo Mundo á visitar
el nuevo; sí, á visitar su patria que ya no conoce, que tenía olvidada, no en su
corazón sino en su memoria. Nadie más que yo sabe lo que Vd. quiere á nuestra
adorada Colombia. ¿Se acuerda Vd. cuando fuimos juntos al Monte Sacro en
Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente no
habrá Vd. olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros; día que anticipó, por
decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener.

Vd., maestro mío, cuánto debe haberme contemplado de cerca aunque colocado
a tan remota distancia. Con qué avidez habrá seguido Vd. mis pasos; estos pasos
dirigidos muy anticipadamente por Vd. mismo. Vd. formó mi corazón para la li-
bertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero
que Vd. me señaló. Vd. fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de
Europa. No puede Vd. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón
las lecciones que Vd. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma
de las grandes sentencias que Vd. me ha regalado. Siempre presentes á mis ojos
intelectuales las he seguido como guías infalibles. En fin, Vd. ha visto mi con-
ducta; Vd. ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel, y
Vd. no habrá dejado de decirse: todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la
regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera, he sus frutos; ellos
son míos, yo voy á saborearlos en el jardín que planté; voy á gozar de la sombra
de sus brazos amigos, porque mi derecho es imprescriptible, privativo á todo.

Sí, mi amigo querido, Vd. está con nosotros; mil veces dichoso el día en que
Vd. pisó las playas de Colombia. Un sabio, un justo más, corona la frente de la
erguida cabeza de Colombia. Yo desespero por saber qué designios, qué destino
tiene Vd.; sobre todo mi impaciencia es mortal no pudiendo estrecharle en mis
brazos: ya que no puedo yo volar hacia Vd. hágalo Vd. hacia mí; no perderá Vd.
nada. Contemplará Vd. con encanto la inmensa patria que tiene, labrada en la

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roca del despotismo por el buril victorioso de los libertadores, de los hermanos
de Vd. No, no se saciará la vista de Vd. delante de los cuadros, de los colosos,
de los tesoros, de los secretos, de los prodigios que encierra y abarca esta so-
berbia Colombia. Venga Vd. al Chimborazo; profane Vd. con su planta atrevida
la escala de los Titanes, la corona de la tierra, la almena inexpugnable del Uni-
verso Nuevo. Desde tan alto tenderá Vd. la vista; y al observar el cielo y la tie-
rra, admirando el pasmo de la creación terrena, podrá decir: Dos eternidades me
contemplan: la pasada y la que viene; y este trono de la naturaleza, idéntico á
su Autor, será tan duradero, indestructible y eterno como el Padre del Universo.

¿Desde dónde, pues, podrá decir Vd. otro tanto tan erguidamente? Amigo de la
naturaleza, venga Vd. a preguntarle su edad, su vida y su esencia primitivas; Vd.
no ha visto en ese mundo caduco más que las reliquias y los desechos de la próvi-
da Madre: allá está encorvada con el peso de los años, de las enfermedades y del
hálito pestífero de los hombres; aquí está doncella, inmaculada, hermosa, adornada
por la mano misma del Creador. No, el tacto profano del hombre todavía no ha
marchitado sus divinos atractivos, sus gracias maravillosas, sus virtudes intactas.

Amigo, si tan irresistibles atractivos no impulsan a Vd. a un vuelo rápido hacia


mí, ocurriré á un apetito más fuerte: La amistad invoco.

Presente Vd. esta carta al Vicepresidente, pídale Vd. dinero de mi parte, y venga
Vd. a encontrarme. BOLÍVAR

(Tomado de Simón Bolívar, Obras completas. Ministerio de Educación Nacional,


1947. vol. I. p. 881)

El Libertador Simón Bolívar


escribe la carta a su maestro y
amigo Simón Rodríguez.

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Referencias documentales
Hernández Sánchez, Luis Aparicio. El inmortal Robinson. Edición digital. Caracas,
2019.

Hernández Sánchez, Luis Aparicio. “El maestro Simón Rodríguez está de cumpleaños”.
Revista Tricolor del MPPE. Octubre 2023. N.º 472, pp. 2 y 3. Edición digital.

Picón Salas, Mariano. Simón Rodríguez. Grijalbo S.A., 1995.

Pérez Esclarín, Antonio. Se llamaba Simón Rodríguez. Corporación Marca S.A., Vene-
zuela, 2006.

Rodríguez, Simón. Sociedades americanas. Biblioteca Ayacucho. Talleres Anauco Edi-


ciones C.A., 1990.

Rumazo González, Alfonso. Simón Rodríguez: Maestro de América. Biografía Breve.


Edición digital, 2006.

Uslar Pietri, Arturo. Valores humanos. “Simón Rodríguez, su tiempo en Azángaro y la


vigencia de su pensamiento”. Canal YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=QyY-
BAHbSWKs

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