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resulta ridículamente insignificante? O debemos encajar el trillado cliché de que el futuro
ya nos alcanzó. O, cruel y desalentadora noticia, ¿estamos en idéntico punto de partida de
donde «despegó» el mítico Continente Perdido?
Como quiera que sea, hoy todo es del conocimiento universal ipso facto de cualquier
suceso gracias a los modernos medios de comunicación. Lo cierto es que dos cosas
convergieron o tal vez hayan estado convergiendo de manera cíclica durante millones de
años y el ser humano no le había dado la dimensión correcta: la comunicación y la
digitalización, ambas, igual que la filosofía y el pensamiento, caras de una misma moneda.
Si bien como se sabe, todo lo que tiene vida sobre el planeta, posee múltiples recursos
para comunicarse, ya sea entre sí o hacia otros focos —el perro ladra, la oveja bala, el
elefante barrita, el grillo vivaquea, la abeja poliniza las flores—, la del ser humano es la
forma más sofisticada de hacerlo, aunque sus buenos millones de años le ha costado llegar a
lo de hoy. También para nadie es desconocido que en sus etapas pre-homínidas, el hombre
siempre buscó la manera de conocer su hacienda —don Quijote dixit— basándose en un
primigenio mecanismo: sus dedos. Y a partir de ahí jamás nada lo ha podido detener,
divergiendo el instrumento inicial que dio lugar a diferentes sistemas de numeración, hasta
llegar al elemento fundamental de la comunicación de hoy, que seguirá en vigor hasta que
logre establecer la comunicación telepática y alcance el nivel de Raza Cósmica que predice
Vasconcelos y que, en todo caso, no sería privativa para el mexicano, sino, utilizando la
lingüística moderna, un fenómeno global.
Y entonces sí, el „extraterrestre ideal‟ en la tierra estará completamente terminado: un
ente de famélica figura —¿o fractálica tal vez?—, carente de boca, ojos y nariz, porque los
oídos y orejas serán innecesarios, ya que la comunicación será ausente de todo signo y/o
símbolo de aquellos que tantos millones de años de evolución invirtió.
Si regresamos a la época de la revista en cuestión, de entre los múltiples adeptos que
tenía, los escépticos soltaban la carcajada, mientras que los visionarios recibían las notas
con agrado.
Un poco de tiempo más atrás, dando la nota jocoseria, algún guionista escribió para una
película en la que el protagonista inventaba el «temirófono», (El campeón ciclista, 1956)
aparato que, conectando un teléfono —de los de dial por supuesto—, y un televisor, logró
establecer contacto audiovisual con una amiga suya. Chiste o no, el zoom, el skype y otras
aplicaciones para videollamadas y conferencias vía internet, tienen su antecesor en el
temirófono, inventado por obra y gracia del hombre, en México hace sesenta y cinco años.
¿Cómo fue? Pues aquel aparato que ideó Graham Bell y que transportaba imágenes del
sonido —la señal analógica—, emigró a la señal digital —unos y ceros—, que es el
elemento fundamental de la comunicación actual, sin entrar en polémica de si fue éste o el
italiano Meucci el creador de ese nuevo apéndice del ser humano, y que, ojo, esta misma
señal no tarde en transmutarse a biomagnética, viajando a lomos o de la mano de las ondas
electromagnéticas generadas por las neuronas en el cerebro.
Tristemente sin embargo, mientras el hombre, este portento de la creación, “descubre”
los códigos para la comunicación mental, seguiremos dependiendo del uso racional que les
demos a los gigas o megas y hasta teras de bytes que se compran cada cierto tiempo, para
establecer contacto con quién necesitemos hacerlo.
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Y si el tiempo se curva y se pega con el espacio según San Einstein, San Hawking y
todos esos amantes de esas teorías, entonces tiene su propia y unívoca bóveda celestial, es
decir, es redondo.