Está en la página 1de 20

“Aquí siempre estamos en un presente

que se prolonga, donde no pasa nada.


Los grandes descubrimientos no pasarán
aquí, porque no se estimula la investigación.
Por eso la Ciencia Ficción está al servicio del
ser humano, es una proyección del hombre
hacia el futuro, a formar conciencia de un
tiempo
que no viviremos…”

Hugo Correa
FUERA DE LAS LÍNEAS DEL TIEMPO:
La CF en Chile, una puerta tapiada…

por Marcelo Novoa

“Y sin embargo, la ficción especulativa (¿observan cómo evito astutamente


utilizar el erróneo apelativo de “ciencia ficción”?) es el campo más fértil
para el desarrollo del talento de un escritor sin lazos ni fronteras,
con horizontes que nunca parecen estar demasiado cerca.”
Harlan Ellison (“Visiones Peligrosas”, 1967)

1.
Soñar el futuro no es exclusivo de la Ciencia Ficción (CF), esos visionarios
aterrados con el presente. Todos alguna vez hemos vuelto los ojos hacia esa
puerta infranqueable, abierta a medias por la imaginación. Pero ¿cuándo
dejamos de pensar que el Futuro serían sendos robots domésticos, tanta
nave voladora y su familia, por qué no, vacacionando en alguna colonia
marciana? ¡Qué anticuado suena todo eso frente al temido desastre
ecológico en tiempo real! Hoy resulta decepcionante y a la vez,
tranquilizador, sabernos superados con creces por la actualidad. ¿O me va a
decir que la manipulación genética de alimentos, el dominio bélico del
espacio o la centralización total de la información, no son sino apenas los
síntomas más notorios del nuevo orden mundial? ¡A mí que me registren
las pesadillas! Pues me he puesto a sudar frío por fantasmas de un tiempo
que nunca será pasado.
¿No sería más tolerable, digo, seguir cerrando los ojos y soñar un
mundo blando, preciosos trajes plateados, melodías sintetizadas, alimentos
en pastillas, grandes colmenas humanas y la narcótica percepción del futuro
como progreso, bienestar y desarrollo igualitario para todos los habitantes
de este sobrecalentado planeta? Pero no, tercermundistas de fin de siglo,
insomnes y tiritando contra los muros de fábricas abandonadas, esperamos
la noche como una bendición de sombra sobre nuestras existencias
miserables. Sin más horizontes que los ladridos de mascotas artificiales
hasta el amanecer, lúcidamente trastornados por drogas de realidad.
Aunque ya no leamos, o siquiera, ojeamos sorprendentes novelas. Atrévase
con esta antología de CF a la chilena. Un puñado de autores -hoy visitados
con años luz de retraso- nos traen cabales informes desde universos
paralelos: allí, donde un mañana posible de enmendar, aguarda por nuestra
lectura curiosa.

2.
En su “Historia Verdadera”, Luciano de Samosata, escritor griego satírico
que vivió en el siglo segundo de nuestra era, presenta la primera narración
científica de otros planetas de que se tiene noticia. También, a él debemos
una versión escrita de la leyenda de Ícaro. Pero, sólo hasta 1634, serán
retomados estos vuelos espaciales, cuando Johann Kepler, astrónomo y
matemático alemán, publique “Somnium”. Este serio autor enuncia leyes
universales (?) poderosamente poéticas, pues dice que los planetas emiten
una música maravillosa, inaudible para oídos humanos, compuesta para el
regodeo de una divinidad que mora en el Sol. Cyrano de Bergerac, otro
poeta, esta vez dramático (célebre gracias al retrato que hace de él, Edmond
Rostand), vuelve a encumbrarse hacia el éter, en su obra “Viajes a la luna y
al sol” (1645). Más tarde, “Un hombre en la luna” (1706) del monje inglés
Godwin, repite mitos y supersticiones sobre los selenitas y su aún extraño
satélite. Hasta que en 1752, Voltaire publica “Micromegas”, en el que nos
visita por vez primera un ser procedente del espacio exterior. Sola, entre
bestias sueltas, la romántica Mary W. Shelley da vida a “Frankenstein. El
moderno Prometeo” (1818), engendro iniciático de toda CF, que siempre
será híbrida, aberrante, un espejo donde aun no nos atrevemos a mirar de
frente.

3.
Casi al finalizar 1865, “De la Tierra a la luna” de Julio Verne, inicia la
CF, tal como la reconocemos hoy. A su pluma corresponden “Viaje al
centro de la tierra” (1864), “20.000 leguas de viaje submarino” (1870), y
hasta su póstumo: “La jornada de un periodista americano en el año
2889”, entre muchos otros títulos ya clásicos de este pionero moderno del
género. Pues, dichas obras serán claves para desmarcar la fantasía pura de
esta suerte de ficción científica. Ya sea, por su amor al detalle, su
insistencia en la verosimilitud de los datos y un sentido del humor crítico,
rasgos que lo distanciarán de utopistas soñadores o simples charlatanes.
Aunque se suele comparar a H. G. Wells, con el autor francés, la
influencia y peso literario de Wells es categórico. Desde “La máquina del
tiempo” (1895), “La isla del Doctor Moreau” (1896), “El hombre
invisible” (1897), y hasta “Los primeros hombres en la luna” (1901) por
citar sólo obras señeras, sus novelas ponen al servicio de una trama
absorbente, ideas poderosamente inquietantes, y no por ello, menos
plausibles. Todos los críticos concuerdan que casi no existe tema de ficción
científica que no haya sido anticipado por la mente de Wells. Su obra
cumbre es “La guerra de los mundos” (1898), donde introdujo el tema de
la amenaza cósmica que fue, durante la primera mitad del s. XX, un
argumento reiterativo de la Sci-Fi cinematográfica.

4.
Se ha insistido (en círculos académicos y otros, aún menos enterados) que
la CF es el equivalente contemporáneo de los cuentos de hadas y las
leyendas folclóricas y que, por ello, el género responde básicamente a un
deseo de racionalizar dichos mitos pretéritos, dotándoles de una
explicación, más o menos, científica. Lo cual sería cierto, sólo a medias,
pues esta definición es también válida para toda la literatura moderna.
Porque, tal como señalara el estudioso peruano, Juan Rivera Saavedra, “el
mito es básicamente conservador, en cambio la ciencia-ficción, por el
contrario, es básicamente progresista, pues al plantear innumerables
alternativas, al subrayar errores, taras y posibilidades, muestra la
contingencia y la arbitrariedad de ese orden establecido. Al estimular la
imaginación y la actitud especulativa, se convierte en una importante arma
contra la rutina y el conformismo”.
Por otra parte, está totalmente generalizada la idea –entre aquellos
que, inclusive, dicen no importarle nada este tema- que la CF es un género
literario que sólo se ocupa del porvenir. Esto induce a error y más de una
incorrección; pues, primero, presupone que el tema de la CF sólo sería
imaginar posibles mañanas. Y luego, por la misma lógica consecuencia,
esta condición de prospección futurista, desconectaría a dicha literatura de
nuestra realidad actual.
Tales disquisiciones erradas, que someten a un sinfín de autores y
temas -que llevan casi dos siglos de práctica escritural- a una
convivencia forzada en tal territorio reiterativo, además de resultar pobres y
mezquinas, nos alertan sobre la escasa información que se maneja (pues
alguien así lo quiere) sobre el mundo moderno y su implicación (in)directa
en la calidad de nuestra supervivencia.
Toda literatura comporta una novedad, resuelve o trama un secreto y
por ello, contiene vida. Sólo la CF, además, anuncia aquello que las demás
letras callan por obviedad o desconocimiento: el paso siguiente, ése que
nos introduce de cabeza al misterio. Anunciando así, las ideas que harán
posible nuestra existencia futura. Sólo la CF -tal vez, la poesía de
vanguardia- se toma tantas libertades. Pues ninguna otra escritura abunda
tan prolijamente en lo imposible, lo inverosímil y lo improbable. Se cuece
en su propia paradoja. Pues, precisamente, este desborde de otredad es el
que resulta fatalmente ajeno a las vidas de tanto lector presente.

5.
He aquí, algunos datos duros de la CF latina, desde la óptica extranjera y
particularmente anglosajona: en 1979, la primera edición de “The
Encyclopedia of Science Fiction” de Peter Nicholls, le dedicó a la CF
latinoamericana una brevísima entrada junto a la, de por sí breve, de
España y Portugal. De sus 599 palabras, el 88.9% fueron para españoles y
portugueses, y apenas un 11.1% (66 palabras) para Sudamérica, ignorando
sin justificación al resto de América Latina. Esta deficiencia se corrigió, en
parte, en la segunda edición de la obra de Nicholls, ahora publicada en
colaboración con John Clute (1993), donde, bajo el acápite: Latin America,
el brasileño Braulio Tavares y el mexicano Mauricio-José Schwarz
ofrecieron un panorama general y apartados especiales para Argentina,
Cuba, México y Brasil, junto a una lista de títulos y autores de Chile,
Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Perú, Santo Domingo,
Uruguay y Venezuela.
Luego, en 1998, un grupo de estudiosos de esta corriente literaria
(Andrea Bell, Yolanda Molina Gavilán y Juan Carlos Toledano de Estados
Unidos, Luis Pestarini de Argentina y Miguel Ángel Fernández Delgado de
México) elaboran la cronología más completa, hasta la fecha, cuya primera
versión se publicó en “Chasqui: Revista de Literatura Latinoamericana”,
vol. 29, núm. 2, noviembre de 2000, pp. 43 - 72.
Para finalmente, publicarse “Cosmos Latinos” (An Anthology of
Science Fiction from Latin America and Spain) a cargo de Andrea Bell y
Yolanda Molina-Gavilan, por Wesleyan University Press, en Julio del
2003. Allí aparecen 27 autores de Argentina, Brasil, Cuba, Chile, El
Salvador, España y México. Los tres cuentos chilenos son: “La estrella
muerta” de Ernesto Silva Román (1929), “Cuando Pilato se opuso” (1971)
de Hugo Correa y “Exerión” (2000) de Pablo Castro. En su prólogo, estas
gringas sentencian: "La ciencia ficción de América Latina y España
comparte muchos elementos temáticos y estilísticos con la ciencia ficción
anglófona, pero existen importantes diferencias: muchas carecen de
plausibilidad científica, y otras muestran la influencia de celebrada
literatura fantástica de la región." Hasta hoy…

6.
Un científico loco, a solas en un sótano, urde su plan cósmico, intenta dar
con el nombre perfecto: “¡fantaciencia, no, cientificción, menos, ah, ya lo
tengo…!” Hugo Gernsback, migrante europeo de la diáspora económica
pos primera guerra, publica la revista “Amazing Stories” (1926) y da forma,
contenido y maldición a los primeros 50 años de la CF mundial. De su
delirio nacen miríadas de cohetes, ejércitos de robots e insaciables
monstruos de ojos facetados. Luego, una plana mayor de naves nodrizas
llamadas Asimov, Bradbury, Sturgeon, Simak, Smith, Clarke, Stapleton o
Bester, no trepidarán en alterar, una y otra vez, la fórmula inicial. Entonces,
por implosión generacional, aparece un puñado de autores locos como
planetoides en órbita de colisión. Voces rutilantes pero todavía secretas,
quizás, debido a sus densísimas narrativas antimatéricas: Aldiss, Delany,
Dick, Zelazny, Ballard, Disch, Moorcook, Spinrad o Ellison, seguidos de
toda clase de portentos aislados. Hasta que Sterling, Gibson, Rucker,
Cadigan, Bear y Stephenson, entre muchos otros, recuperen las calles,
peleando su sitio bajo los puentes geodésicos. Y había que leerlos a todos,
revueltos, sin distingos ni remilgos estéticos. Pues, a través de estos autores
fluyen noticias frescas desde misteriosas regiones. Hasta mi desván, a
solas, con un solo nombre en mente: Años Luz. Inútil. Me he indigestado de
tanto sueño recalentado en los calderos de la imaginación. Y ahora tengo
acidez espiritual…

7.
Rewind: ya en plena Colonia, siglo XVIII, un bando del monarca español
prohibió la circulación del libro francés, “impío” y anónimo, titulado. “El
año 2440”. Actitud que preanunciaba la velada sentencia que intentaría
acallar cualquier literatura que se alejase del verismo y la crónica de
costumbres, y así, hasta nuestros días.
Por ello, Valparaíso, puerto principal, no sólo bursátil y naviero, sino
pionero de la CF criolla, ve publicado en 1875: “¡Una Visión del Porvenir!
O el Espejo del Mundo en el año 1975” por un inglés avecindado en estas
costas, Benjamín Tallman. Y al revés, en pleno periodo republicano, Juan
Egaña edita en Londres, sus “Ocios Filosóficos y Poéticos en la Quinta de
las Delicias” (1829) donde vaticina descubrimientos y adelantos no tan
lejanos de nuestra presente, su entonces, futuro imaginado. En 1842, José
Victorino Lastarria entra a prensas con “Don Guillermo”, que permite
atisbar en mundos paralelos intercomunicados por la hoy célebre, entre
porteños claro, Cueva del Chivato. Esta novela que ha sido leída
exclusivamente en clave de alegoría política (pelucones y pipiolos
enfrentados a muerte) ha debido esperar más de un siglo, para que algún
crítico lúcido la reclame en su real derecho a ser considerada una perfecta
obra inaugural de nuestra literatura fantástica. Así, cerramos este período
de paliociencia-ficción chilena, como tan acertadamente la tildara, Roberto
Pliscoff, estudioso y gran coleccionista.

8.
La CF chilena dio sus “indiscutibles” primeros pasos con la obra “Desde
Júpiter” (1878) de Francisco Miralles, de estilo recargado, aunque
ingenioso sueño de la visita a otros mundos “por un santiaguino
magnetizado”. Este autor chileno emula la naciente obra de Verne, pues lo
ha leído, en medio de la bohemia parisina. No podemos pasar por alto, a un
poeta interesantísimo, pero que no continúo su veta fantástica, como fue
Pedro Prado y su elogiado “Alsino” (1920). Luego, tenemos “La caverna
de los murciélagos” (1924) novela en clave imaginaria, algo pobre de
recursos, del actor, dramaturgo y padre del cine chileno, Pedro Sienna.
Hasta que aparece “El Dueño de los Astros” (1929) de Ernesto Silva
Román, con una recopilación de relatos, donde ¡al fin! comparecen los
peligros de la tecnología, envueltos en una fantasiosa trama novelesca.
Compitiendo por los mismos lectores, Silva Román es desafiado semana a
semana por Alberto Edwards y su “James Bond chilensis”, Julio Téllez, el
que mucho después de muerto su autor, revive en la compilación de
Manuel Rojas, “Cuentos Fantásticos” (1951). Luego, nos topamos con
“Tierra Firme” (1927), de R.O. Land, seudónimo de Julio Assman, un
claro ejemplo de novela utópica escrita para calmar los miedos de una
época enfrentada a las mutaciones fruto de la Gran Guerra. Otra novela
ambientada en una sociedad ideal del mañana: “Ovalle, el 21 de Abril del
año 2031” de David Perry fue escrita, esta vez, en 1933. En cambio, una
trama fantasiosa y algo cientificista, “El secreto del Doctor Baloux” (1936)
es obra del viajero incansable, Juan Marín. También podemos mencionar,
“Mundo y supermundo” (1937) del viñamarino Antonio Villanelo. Incluso,
el poeta creacionista, Vicente Huidobro, aporta dos novelas inclasificables
a este género siempre en expansión, “La próxima (historia de guerra
futura)” de 1934, y “Cagliostro (novela-film)” de 1942.
Sin saberlo, la novela marinera “Thimor” (1932) de Manuel Astica
Fuentes, inauguró en nuestras letras, el mito de La Atlántida. Continuado
por la saga mediocre de Luis Thayer Ojeda, “En la Atlántida pervertida”
(1934) y finaliza, con “Kronios, la rebelión de los atlantes” (1954) del
oficial de marina, Diego Barrios Ortiz. Tópico que se bifurcará hacia la
mítica Ciudad Áurea, El Dorado perseguido incansablemente por los
conquistadores, como se puede leer en “Pacha Pulai” (1935) de Hugo
Silva, un verdadero clásico juvenil de las aventuras del Teniente Bello.
Mito que vuelve a reaparecer en “La Ciudad de los Césares” (1936) obra
primeriza del gran Manuel Rojas, seguida de otra vuelta de tuerca utópica,
“En la ciudad de los Césares” de Luis Enrique Délano, escrita en 1939.
“La taberna del perro que llora” (1945) reúne historias
fantasmagóricas y suprarreales del poeta y novelista porteño, Jacobo
Danke. Luego de su colección de relatos, hoy clásicos del space opera
chileno, Ernesto Silva Román publicaría otra colección de cuentos: “El
Holandés Volador” (1948) y su novela “Jristos” (1949) que prefigura los
años ignorados de la adolescencia del Mesías, en un texto curioso y
notable. “Visión de un sueño milenario” (1950) de Michael Doezis, fustiga
nuestros vicios endémicos a través de un burlesco viaje a Marte. Un libro
divertido y sorprendente, “El caracol y la diosa” (1950) de Enrique Araya,
sí, el mismo autor cómico de “La luna era mi tierra”, nos propone un
desafío de inteligente humor y ácida lucidez, al situar sus peripecias
veintitantos siglos en el futuro… en pleno Santiago de Chile. Este mismo
autor, volverá sobre temas afines al género, en sus cuentos: “La tarjeta de
Dios” (1974) y “Luz Negra” (1978). Y terminamos esta somera revisión,
con una verdadera joya de fantasía y CF poéticas, la colección de
narraciones “La noche de enfrente” (1952) de Hernán del Solar. Aunque,
no debiéramos dejar de mencionar “Un ángel para Chile” (1959) del
cronista Enrique Bunster, que es una sátira irregular de ficción-
sociopolítica. Este período –cuna de clásicos en la CF anglosajona- también
se cierra de manera magistral, con la publicación de “Los Altísimos” de
Hugo Correa, en 1959. Año de la fundación de la CF en nuestro país.
9.
Aquí, cabe hacer una digresión elocuente, acerca de este inveterado odio a
todo lo que huela a fantástico, suprarreal o misterioso en nuestros rígidos
cánones literarios. Sirva un solo caso, como patrón fractal. Nos referiremos
a los conocidos escritores “imaginistas” (Salvador Reyes, Hernán del Solar,
Juan Marín, Luis Enrique Délano, et al) encasillados así, por el crítico
Alone que, a falta de una visión más amplia y generosa, los confinó a tal
vaguedad de tópicos reiterativos, donde solían pulular oscuros marineros,
en puertos brumosos, rodeados de mujeres de dudosa reputación. Cuando la
verdad, como sucedía con Hernán del Solar y su colección infanto-juvenil
Rapa Nui, atesoró notables historias de corte fantástico, humor ágil, con
leves coqueteos hacia una CF lírica, en ediciones gráficas impecables.
Textos que necesariamente deben citarse como puntales del rescate
historiográfico de una tradición no-realista, tan profunda y fecunda como
desconocida entre los lectores patrios. Voces fantasmales que atraviesan, al
menos, un siglo de escrituras como “corriente sumergida” que sólo hoy
salen a la superficie, reiteramos, con años luz de retraso…

10.
En la misma colección donde asomó un joven Lafourcade, Hugo Correa
publica “Los Altísimos” (1959) que se adelanta a clásicos como Larry
Niven (“Mundo Anillo”, 1963) y Arthur C. Clarke (“Encuentro con
Rama”,1973) al describir estética y exhaustivamente un mundo artificial en
conflicto, sin soluciones facilistas y con acabadas descripciones
sicológicas. Es uno de los auténticos clásicos modernos de CF
Latinoamericana, junto a Bioy Casares, Gorodischer y Arango. Pues es el
único escritor chileno de género que tiene publicaciones en España, con
traducciones al alemán, inglés, francés, portugués y sueco. Luego vendrá
“El que merodea en la lluvia” (1962), donde enrarece un ambiente rural
con la presencia del monstruo extraterrestre de rigor; “Los títeres” (1969)
que reúne cuatro relatos acerca de robots y sus amos humanos. Para llegar a
“Alguien mora en el viento”, incluido al final de la colección “Cuando
Pilato se opuso” (1971). Bella y terrible historia de astronautas varados en
una isla vegetal que flota en medio de apremiantes corrientes aéreas. Aquí
brillan las virtudes literarias de la prosa de Correa, tanto para crear
atmósferas opresivas, como para sugerir a través de diálogos breves todo el
dramatismo de unos personajes enfrentados a conflictos universales, dignos
de toda buena literatura a secas.
En “Los ojos del diablo” (1972) vuelve a incursionar en una
variedad del realismo mágico de terror ambientado en el campo chileno,
fórmula que repite en “Donde acecha la serpiente” (1988). Sólo las
reediciones de “Los Altísimos” (73/83) asaltan solitarios el paisaje desolado
y apolítico de esa década dictatorial. Más tarde, publicará “El Nido de las
Furias” (1981) que es su aporte a las distopías autoritarias tan queridas por
el género a partir de los 70. Y llegamos a “La corriente sumergida” (1993)
que contradictoriamente, cierra su ciclo novelesco con un retorno a su
infancia y adolescencia, a través de la narrativa realista de cierta picaresca
santiaguina de los años cincuenta.

11.
Aunque no debe hablarse de una época de oro de la CF en Chile, casi todos
los entendidos coinciden que el momento de mayor relevancia va desde
1959 a 1979. Revisemos, pues, los principales nombres que acompañan a
Hugo Correa en este solitario viaje hacia los lectores futuros.
Armando Menedín, argentino que vivió en Chile hasta 1973.
Dramaturgo, novelista y editor de bellas colecciones como El Viento en la
Llama y su colección del género fantástico Fabiola, publica “La
Crucifíxión de los magos” (1966), novela situada en Phobos, satélite
marciano convertido en penitenciaria. Y su colección de logrados cuentos
CF y fantásticos: “Collage” (1971).
Elena Aldunate es la escritora feminista del género en nuestro país.
“Juana y la cibernética” (1963) y “El señor de las mariposas” (1967)
reúnen historias sensuales y críticas de la modernidad. Sus relatos CF más
bellos aparecen en “Angélica y el delfín” (1976). También, debemos
nombrar la novela hippie-futurista que ejemplifica su filosofía pacifista:
“Del cosmos las quieren vírgenes” (1977).
Por último, esta tríada se completa con Antoine Montagne
(seudónimo de Antonio Montero) quien publica sus novelas: “Los
Súperhomos” (1967) y “Acá del tiempo” (1969) sin recepción de crítica ni
valoración alguna, en Chile. No así en España, donde Domingo Santos, y
su famosísima revista Nueva Dimensión, lo saludan como digno
continuador de Hugo Correa. Se despide del género con un perfecto libro
de cuentos: “No morir” (1971), en la misma colección de Menedín.
También hallaremos otras novelas, menores, pero siempre
interesantes de visitar críticamente. “Regreso al Edén” (1960) de Luis
Meléndez, es la historia de sobrevivientes a una tercera guerra mundial.
“Uranidas, Go Home” (1966) de Rene Peri Fagerstrom, una antología
demasiado variada, donde se revisan algunos aspectos divertidos y otros
terribles del futuro. “Hominun Terra” (1966) es una rarísima novela coral,
con alienígenas, ángeles y terrícolas, escrita por María Donoso. Otra
escritora destacada es Ilda Cadiz y sus relatos fantasmagóricos de “La
tierra dormida” (1969). “El ángel torpe” de Raimundo Chaigneau, exhibe
al extraterrestre mejor descrito de nuestras letras. También, el poeta y
premio nacional, Miguel Arteche, incursiona en la CF esotérica, publicando
“El Cristo Hueco” (1969). “Aquel tiempo, esas enajenaciones” (1969)
narraciones del profesor porteño Sergio Escobar, resaltan por su frescura e
inventiva sin límites. “Extraña invasión” (1970) de Robert Von Benewitz
equivoca su trama de alimañas radioactivas. Una sátira con poco vuelo es
“La luna para el que la trabaja” (1973) de Carlos Ruiz-Tagle. En cambio,
“Mañana hacia el ayer” (1975) del cineasta y compositor, José Bohr, crea
una extraña fábula del viejo que se va volviendo joven. Gustavo Frías,
interesante novelista devenido en libretista televisivo, publicó: “Pasaje al
fondo de la tierra” (1974) donde reescribe el diario de Saknussem, el
personaje de Verne, y luego, “El mundo de Maxo” (1979) que intenta un
juego onírico no resuelto. Otra autora digna de ser mencionada entre las
plumas notables de la década, Myriam Phillips, con sus colecciones de
relatos leves y finísimos: “Designios” (1974) y “Pedro, Maestro y
Aprendiz” (1978).

12.
Las novelas infantiles y juveniles han sostenido un mercado increíblemente
afecto a tópicos recurrentes de la CF, como fueron los extraterrestres
amistosos, los viajes temporales y las fábulas de míticas ciudades. Por
ejemplo, Marcela Paz y su “Papelucho y el Marciano”, o bien, Elena
Aldunate y su alienígena “Ur e Isidora”. Otro autor muy leído, pero
claramente menor, es Enrique Barrios y su saga “Ami, el niño de las
estrellas” (1987). También hizo lo suyo, Darío Oses, con “Los rockeros
celestes” (1994). Más interesante, resultó Juan Ricardo Muñoz, quien ha
publicado: “Fuegana: La verdadera historia de la Ciudad de los Césares”
(1985), “Los Tanga Manus, o los hombres pájaros de Isla de Pascua”
(1993), y “El Trauco, la Pincoya y las ciudades submarinas” (1997).

13.
Debido al exilio, autores hoy ampliamente reconocidos como políticos o
contestatarios también publicaron obras de anticipación, pero alejados de
sus lectores más enterados, cómplices, en suma, que aún vivían en el ghetto
del género. Así, Ariel Dorfman trae “La última canción de Miguel
Sendero” (1982), una novela futurista-experimental que describe una
dictadura total. Y Patricio Manns con “De repente los lugares
desaparecen” (1991) cierra su ciclo sobre dictadores con un claro trasfondo
poscapocalíptico.
Otro notable adelantado en política-ficción, pero desde dentro, es
Francisco Simón Rivas y “El informe Mancini” (1983), además de la
divertida distopía: “La historia extraviada” (1997). Eduardo Barredo, que
aún vive en Cuba, publica: “El valle de los relámpagos” (1985),
“Encuentros paralelos” y “Los Muros del Silencio”. El estudioso Omar
Vega, nos informa de Alberto Baeza Flores, quien publicó en Costa Rica, el
intento dramatúrgico de CF chilena: “Tres piezas de teatro hacia el
mañana” (1974).
También, Héctor Pinochet, con sus cuentos fantásticos: “El
Hipódromo de Alicante” (1986) publicados en España y luego a su retorno
a Chile, “La casa de Abadatti” (1989). Un autor interesantísimo, aunque
actualmente obviado, es Claudio Jaque, quien publica dos textos
primordiales del período, su novela “El ruido del tiempo” (1987) perfecta
cruza de CF de tema clásico con recursos del comic underground. Y su
colección de cuentos, que vuelven a visitar escenarios y personajes de su
obra anterior: “Puerta de Escape” (1991).

14.
Aunque dentro del país –durante la Dictadura- se publicó poco, sí existen
autores dignos de mención. Sobre todo, desde el naciente fandom local. Las
novelas “El dios de los hielos” (1987) y “Vagamundos” (2001) de Carlos
Raúl Sepúlveda, son aún apropiadamente CF secreta.
Al volver la Democracia, no se dejó de imaginar mundos posibles o
realidades alternas, como “El mercenario ad honorem” (1989) de Gregory
Cohen, que es fantasía esperpéntica, con gran desparpajo verbal. “La
secreta guerra santa de Santiago de Chile” (1989) de Marco Antonio de la
Parra dispara sobre las democracias protegidas por intereses malignos.
Luego, Diego Muñoz y sus “Flores para un cyborg” (1997) uno de los
mejores ejemplos de CF “dura”, muy bien escrita, por lo demás. Otro autor,
altamente recomendable, es el magallánico Oscar Barrientos y sus cuentos:
“La ira y la Abundancia” (1997) y “El diccionario de las veletas” (2002).
Darío Oses con “2010: Chile en llamas” (1998) se muestra obvio, al
profetizar el triunfo del modelo post-neoliberal. Al retornar a Chile,
Alejandro Jodorowsky, ícono del comic y esotérico mundano, publica
“Albina y los hombres-perro” (1999). Un auténtico autodidacta del género
es Raúl Zenén Martínez, con su “Psicoficción” (1999). Y cerramos este
recuento, con tres obras jóvenes, que avizoran un futuro promisorio –valga
la redundancia, tratándose de un género preocupado per se del mañana-
como son “Ygdrasil” (2005), “Synco” (2009) de Jorge Baradit, quien
mezcla cyber-chamanismo y lecturas heterodoxas, “Bajo un sol negro”
(2005) relatos hechos y derechos de un miembro del fándom local,
Teobaldo Mercado Pomar y “La Segunda Enciclopedia de Tlön” (2005) de
Sergio Meier, primera novela steampunk chilena, además de confirmar al
más talentoso de los autores actuales, en el incierto campo visual de la CF
chilena. Aquí debiéramos sumar la veintena de títulos publicados por la
Editorial Puerto de Escape, la única en Chile, especializada en el género.
Su página es: www.puerto-de-escape.cl
14.
Existe una raza de ingenieros, académicos de ciencias, astrónomos,
periodistas de actualidad, que por contigüidad laboral y/o espiritual,
terminan publicando sus inclinaciones y temores, en formato de novelas
CF. Ejemplos de esta tecno-ficción, con color local y tragedia ad hoc,
pueden ser: “El veredicto” (1980) de Bernardo Weber; “El sobreviviente”
(1989) de Edward Grove; “Lorenzo y el edificio inteligente” (1990) de
Manfredo Mayol; “Colmo” (1994) de Juan Antonio Bley; “Crónica de la
guerra que viene” (1997) de Julio Velasco; “Los pilares del Imperio”
(1998) de Miguel Lagos Infante; “Millenium” (1999) de Gerardo Larraín
Valdés; “Herencia” (2002) de Edgar Unger y “Maremagnum” (2002) de
Alberto Vásquez.
También, la ufología se topa tangencialmente con cierta CF más
propiamente esotérica. Veamos. Una rareza de anticuarios es el ensayo “De
los virus a los discos voladores” (1956) del dr. J. Aliro Sandoval. Seguido
de la olvidada precuela de J.J.Benítez: “¿Fue Jehová un cosmonauta?”
(1976) del escultor Ricardo Santander Batalla, o a propósito de viajes
astrales, los “Diarios de Ganímedes” (1988) de James Krator, hasta
concluir en la reciente novela de abducción: “Tiempos Perdidos” (2005) de
Oscar Castro.

15.
En nuestro país, las revistas literarias han acompañado la existencia, a
veces, fugaz, otras, trascendental, de movimientos, escuelas y tendencias,
desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. Sólo nombrar títulos como
Claridad, En viaje o Mampato resultan evidentes. En cambio, las
publicaciones exclusivas de CF han sido escasas y efímeras. A mediados de
los 60 se publicaron dos números de la revista Espacio-Tiempo.
Influenciado por la revista española Nueva Dimensión, un aficionado
nacional, Julio Bravo Eichkoff publica el primer fanzine CF chileno:
Sagitario (1972).  Al año siguiente, lo vuelve a intentar con Aleph del que
apareció sólo un número. Otro número único, es la revista Año 2000,
dirigida por Hugo Correa. En 1986, aparece el fanzine de aficionados
Nadir, editado por Moisés Hassón. Esto ayudó a la consolidación del
Fándom local (comunidad de fanáticos del género), compuesta por
nombres cifrados como El Club de CF de Chile, la Sociedad Chilena de
Fantasía y Ciencia Ficción (SOCHIF) con su revista Quantor, el Club de
Literatura Fantástica (UTOPIKA), las agrupaciones independientes:
Ficcionautas y Freaks. Desde los 90, Luis Saavedra, veterano líder secreto,
continuaba la publicación de su fanzine –el más longevo- Fobos,
descontinuado recién el 2004. El único e-zine chileno que persistió hasta
fines del 2009 es: www.tauzero.org.

16.
Aquí detenemos nuestra travesía por títulos y autores de todo tiempo y
lugar, para fijar nuestra atención en los escasos estudiosos que han
suministrado visión académica a la CF y la Fantasía patrias. Nos referimos
a Moisés Hassón, quien se ha especializado en la historia del género desde
sus orígenes hasta la aparición de Hugo Correa, con seriedad y dedicación
encomiables. Siguiendo este derrotero, el investigador francés Remi-Maure
completa esta valiosísima información –muy escasa, por cierto- hasta los
años 70, incluyendo mujeres cultoras de CF y señalando la aparición de
revistas especializadas (fanzines) como vehículos naturales de los autores
de esas décadas. Luego, un lector de ambos, Omar Vega, suma nombres y
datos, desde su exilio y al volver a nuestro país, como un verdadero devoto
del pasado historiográfico del género. Por último, Fernando Sánchez
Durán, dada su extravagante calificación de “narrativa ultrarrealista” al
hablar de la misma y única CF, dilapida así sus importantes hallazgos y una
meritoria investigación, en un debate estéril por clavar su banderita de
adelantado en un planeta mucho antes conquistado por célebres plumas del
siglo XX. Sin contar las miríadas de teoréticos hermeneutas (financiados
por san Fondart-Fondecit) del presente/ausente que desmenuzan este
género marginal, auténtico generador de mitologías industriales, siempre en
crecimiento exponencial, sobrepasando así, una y otra vez, sus propios
confines.

17.
¿Qué otras antologías guían mis pasos? Sólo tres, a mi excluyente y
riguroso entender, dadas sus propuestas y alcances. Primero, “Antología del
verdadero cuento en Chile” (1938) seleccionado por Miguel Serrano,
donde surgen nombres tan certeros para el género como Juan Emar y
Héctor Barreto. Segundo, “Antología de cuentos chilenos de Ciencia
Ficción y Fantasía” (1988) a cargo de Andrés Rojas-Murphy, aún con la
notoria ausencia de Hugo Correa, se valida al rescatar tres pioneras
visionarias, como son Elena Aldunate, Ilda Cádiz y Myriam Phillips. Y
tercero, “Pulsares. Relatos Chilenos de Ciencia Ficción” (2002) obra
silenciosa del eje articulador del fándom local, Luis Saavedra, quien me
precede, en esta tarea de aglutinar a tanto autor presente. Y pare de contar,
pues ya es hora de leer… ¡AÑOS LUZ!

18.
“Y la última rareza de nuestra generación de ciencia ficción es que,
para nosotros, la literatura del futuro tiene un largo y honorable pasado.
Como escritores tenemos una deuda con todos los que nos precedieron,
con esos escritores de ciencia ficción cuya convicción, compromiso
y talento nos fascinó, y realmente cambió nuestras vidas.”
Bruce Sterling (“Mirrorshades”, 1986)

El aumento de conexiones a Internet, la mejora de las bandas anchas,


el acceso a “tarros” con tecnología más poderosa es la resultante que casi
toda la CF actual pase por páginas, sitios, blogs y foros varios de este
alcantarillado virtual que va siendo la red de redes mundial. Así, nadie se
asombre, si los mejores de los novísimos quedan fuera de esta Antología.
Pues allí –en la esfera virtual- caben todos diciendo nada y, claro, para no
parecer más retrógrados aún, también circulan las ideas más descabelladas,
se ventilan ocultas problemáticas del presente, y queriéndolo o no,
atisbaremos una pizca de ese horizonte amenazador.

Y como despedida (con la secreta esperanza que sí volveremos a


vernos) les encargo unas tareas para la casa. ¿Si nos arrogáramos, por fin,
la condición tercermundista como enseña y no afrenta? ¿Podríamos
bañarnos, dos mil veces seguidas, en un agua de certezas profundas?
Pienso, por ejemplo, que la CF en Chile ojeó primero el podrido revés de
nuestra trama finisecular; o bien, esta literatura, por siempre marginal, se
torna provocativamente “intocable”, en un país de castas poéticas y clases
funcionarias; o aún más, desde su condición autoasumida de “loca de la
casa (tapiada)”, la CF chilena otorga –a todos, lectores sin distinción ni
rango y cada vez y para siempre- una mirada más despejada que nos
permita vislumbrar, al fin, la página por venir…

Valparaíso, 2006 - 2013.

También podría gustarte