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De la modernidad de la novela Don Quijote

Se ha declarado muchas veces y por diferentes estudiosos el carácter fundante de la modernidad en narrativa
que posee la novela Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes. Sea desde estudios con énfasis
filosóficos, como en el caso de José Luis Aranguren, que en sus Estudios literarios formula a Cervantes como
iniciador de la novela moderna. Sea en tratados más bien epistemológicos, como en Las palabras y las cosas de
Michel Foucault, donde afirma a Don Quijote como la primera de las obras modernas. O en trabajos de
naturaleza propiamente literaria, por ejemplo, el libro Estudios sobre el Barroco de Helmut Hatzfeld, quien sitúa
a la novela de Cervantes como “el prototipo de la narración moderna”.

La fisonomía moderna de Don Quijote ha sido analizada, pues, desde diferentes ópticas y tomando en
consideración variados aspectos. En un ensayo de la escritora y profesora venezolana (lamentablemente
fallecida recientemente) Victoria de Stefano se aborda este sentido moderno expresado como
“quebrantamiento de las formas”:

Valiéndose de la estructura épica y de una desmesurada libertad en el agregado de sus componentes,


destruye la forma épica para recrear el género novelesco de la modernidad.

A partir de una materia preexistente y de una evolución del género —plantea Stefano—, se despliega un caudal
narrativo que transfigura y metamorfosea las formas conclusas de la que se originaba.

Paradójicamente de un exceso de infinitud nacerá la nueva forma o, glosando la paradoja, de muchas


finitudes una nueva infinitud: la novela.

1. Don Quijote o el juego barroco de los espejos

Este nuevo carácter inaugurado por Cervantes en su magna obra se comporta, en la fusión de forma y
contenido, como “inestabilidad transmutante de la realidad”, en palabras de Aranguren, que, desde el nivel de la
visualidad, puede caracterizarse como un juego de espejos.

Se constituye el Quijote sobre una constante intercomunicación de planos estructurales, anecdóticos, formales,
simbólicos. Su composición, su trama (en el sentido de tejido) está dada por reenvíos, proyecciones, dobleces,
reflejos de elementos reales e ideales y viceversa.

En suma, actúa en la novela una mecánica especular, y como tal inestable y mudable. Lo que permite establecer
la vinculación estrecha entre la obra de Cervantes y la concepción barroca.

Como refiere Hatzfeld, estudioso del Barroco, esté posee una naturaleza prismática, reflectora y proyectadora
de cada cosa sobre otra diferente, y precisa que:

(…) en las obras narrativas del Renacimiento todo aparece claro como el cristal, tanto en la forma como
en el contenido; en la novela de Cervantes (…) todo es oscuro, indeciso, borroso (…).

La consideración de la presencia del Barroco en el Quijote ha llevado a Hatzfeld, Aranguren y al mismo Foucault
a reconocer la analogía existente entre la novela de Cervantes y las pinturas de Velásquez, en específico Las
Meninas. Según este análisis, estarían presentes en ambas una técnica del espejo por la cual se juega entre
interior y exterior del texto (de la novela, de la pintura) con perspectivas que reduplican la realidad, que
desdoblan la historia y la visión de esta, lo que establecerá una realidad opaca y borrosa como resultado. Y he
ahí su gran valor.

Lo especular barroco vehiculará, entonces, un carácter lúdico en el Quijote en distintos niveles de su


configuración como obra. Estará presente en la movilidad de personajes reales convertidos en ficticios y
viceversa, en la labilidad de realidad y realidad “encantada”, en el redoblamiento de la novela misma en partes
que se reenvían mutuamente, en el mecanismo de caja china o de muñeca rusa que hace contener una historia
en otra, etc.

Todo ello llevará a Hatzfeld a sostener:

No hay perspectiva, técnica de espejos, ni laberinto intrincado más barroco que el Don Quijote.

2. Autor / Narrador / Lector o el laberinto de la mirada

La configuración paradójica del Don Quijote lo ha acompañado desde su aparición. Pareciera que dicha obra ha
convocado, por su misma naturaleza, al desconcierto. Esto se ha evidenciado en el asunto de la autoría de la
novela, cuestión que ya aparecerá como problema en la segunda parte con el Quijote apócrifo de Avellaneda.
Así también, refiere Lisa Block, que después de publicada la traducción inglesa, apoco tiempo de su aparición en
España, la gente atribuyó su redacción a Francis Bacon. Siglos después, Unamuno en Vida de Don Quijote y
Sancho atribuirá a Don Quijote mismo (el personaje) la creación de la novela que lleva su nombre, en un juego
típicamente unamuniano. O Borges, posteriormente, en un agudo ensayo narrativo de su libro Ficciones: “Pierre
Menard, autor de El Quijote”, verá —borgeanamente— la creación de la novela realizada por un lector.

Si bien este rasgo de la autoría está plenamente clarificado en la historia literaria, el surgimiento de tan disímiles
acontecimientos perceptivos acerca del autor de Don Quijote está condicionado por el modo como tal asunto es
introducido en la obra.

Efectivamente, la cuestión del autor forma uno de los nudos capitales del estatuto del Quijote. No me refiero al
autor empírico o físico, que todos sabemos es Cervantes, sino a la manifestación de este aspecto en la novela,
que es uno de los modos de presentarse el carácter moderno del Quijote. Al respeto el crítico Marthe Robert
expone:

(…) la ‘modernidad’ que ha sido proclamada con razón como el mayor mérito de Cervantes no se debe en primer
lugar al realismo de su novela, si con eso se comprende solamente la descripción cruda de las costumbres de la
época, sino a la presencia disfrazada del autor en su propia obra, quien, por primera vez, afirma y desarrolla un
desdoblamiento significativo, imagen del conflicto propio de la conciencia moderna del arte.

La cuestión del autor introduce un todo de opacidad y especularidad con las dimensiones de narrador y lector.
Con ellas se amplifica y complejiza, generando un juego de identidades interpenetradas y desplazamientos.

Del cap. I al VIII de la primera parte del Quijote asistimos como lectores empíricos a la lectura de una historia
presentada por un narrador que no se identifica. Creemos leer la ‘voz’ primera y única del narrador. Pero al final
del cap. VIII la historia se detendrá, y entonces sabemos que la voz que nos hablaba es una segunda voz, que a
ella preexiste una primera voz: la del primer autor:
(…) en este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más
escrito destas hazañas de Don Quijote, de las que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor de esta
obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviera entregada a las leyes del olvido (…)

De modo que nos encontramos aquí con un primer nivel de la complejidad estructural de la novela. Nuestro
narrador resulta ser un lector de textos anteriores, donde estaría contenida la historia documentada por el
verdadero autor. Confrontamos un primer desdoblamiento, un primer simulacro: un autor implícito de primer
grado, constituido por la ‘voz’ que se inscribe en el texto (el sujeto de la enunciación, le dicen en la teoría) y un
autor implícito de segundo grado, del cual sabemos por el registro del primero.

Su condición de lector quedará explícita al comienzo del cap. IX:

(…) y quedó destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia su <u>autor</u> dónde se podría hallar
lo que de ella faltaba. Causome esto mucha pesadumbre, porque el gusto de haber <u>leído</u> tan poco se
volvía en disgusto de pensar el mal camino que se ofrecía para hallar lo mucho que a mi parecer faltaba de tan
sabroso cuento.

Se puede decir que estamos ante una realidad narrativa tricéfala o trifronte: un narrador que es autor (implícito)
y lector (implícito), es decir, lector de la historia “original”, narrador en cuanto que su voz regula la información y
autor –auto llamado así– porque reescribe la historia recibida o encontrada.

Además, es un “lector leído”. Este lector / narrador / autor es leído por nosotros. Su instancia es intratextual,
puesto que aparece inscrito en el relato o texto, pero, a su vez, aparece fuera del universo espacio-temporal de
la historia.

En el cap. IX se nos presentará un nuevo nivel de desplazamiento y complejidad. La autoría primaria –una nueva
o la misma anterior, esto queda ambiguo– es identificada en los manuscritos encontrados por el autor-narrador.
El nombre del autor es ”Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo”. Tales manuscritos serán “vueltos en
lengua castellana” por un “morisco aljamiado”, quien servirá de traductor. En adelante, conocemos la historia
escrita por Cide Hamete Benengeli reescrita (traducida) por el morisco. O mejor, leemos la narración de un
lector que lee a su vez la narración de otros: del traductor (el morisco) y del autor (Cide Hamete).

En resumen, tendremos tres niveles autoriales narrativos. Se ha consumado un desdoblamiento complejo en el


palo del relato (el texto), pero que se expresará por la voz del narrador, el cual arropa toda esta interioridad con
su narración, manteniendo siempre, hasta el final, las referencias a la voz de los autores implícitos primarios:
“Cuenta Cide Hamete Benengeli…”, “Cuenta la historia…”, “Y el prudentísimo Cide hamete, dijo a su pluma…”,
entre otros ejemplos.

Todo esto se refiere al plano textual. En el plano diegético (la historia contada), hallaremos una multiplicidad de
voces narrativas asumidas por diferentes personajes protagonistas o testigos (homo o heterodiegéticos), entre
las cuales destacan las voces de Don Quijote y Sancho. Este estado narrativo profundizará con la inclusión de las
referencias al Don Quijote apócrifo y con el dialogismo entre la primera parte de Don Quijote, que pasará a ser
un libro aparte que tendrá carácter de texto de referencia en la segunda parte, y ésta.

3. Un destinatario implícito explicitado

Se manifiesta también en Don Quijote la presencia explícita de un destinatario; esta representación es vaga a
veces: otras, más determinada. Son las apelaciones a un lector que juega el rol de narratario (denominación
teórica), ya que se le evidencia a través de la exhortación, se le supone leyendo, se le provoca a una
participación dirigida, como vemos en expresiones tales como: “como se verá adelante”, “todo lo que el
prudente ha leído”. O en ejemplos más nítidos, como el del cap. XLIV:

Deja, lector mable, ir en paz y enhorabuena al buen Sancho, y espera dos fanegas de risa que te ha de causar el
saber cómo se portó en su cargo.
Y en tanto, atiende a saber lo que le pasó a su amo aquella noche; que si con ello no vieres, por lo menos
desplegarás los labios con risa de jimia (…)

La incorporación del narratario, tan usado por nuestra literatura moderna y contemporánea, se corresponde con
toda la dialéctica autor / narrador / lector que hemos intentado precisar en la novela. Si estamos ante un
narrador que se nos desdobla en su condición primaria de lector, entregará su lectura / narración a un cómplice
textual que reciba su discurso, que lo amplifique y permita, además, la pertinencia del juego especular que
impregna toda la obra.

4. Cervantes: lector del Quijote

Si identificamos al narrador de la historia, el que reescribe los manuscritos y las historias primeras, la voz que
escribe – inscribe, entones, tenemos una sugestiva conclusión: Cervantes sería, pues, lector de Don Quijote, y
como lector su autor, por aquello del lector creador de la obra. Un autor que se des-autoriza y se convierte en
lector para, a su vez, ser leído. El creador creado.

Esto nos permite retomar la propuesta de Jorge Luis Borges. Así como el narrador Cervantes se constituye como
lector, el lector Pierre Menard lo hace en autor., por el efecto de su capacidad receptora que transtextualiza el
texto anterior. Por ello Pierre Menard será autor del Quijote, produciendo una interesante inversión, también
especular, en esa dialéctica autor / lector. Declara el narrador del texto borgiano:

>No quería componer otro Quijote (…) sino el *Quijote (…) Su admirable ambición era producir unas páginas que
coincidieran –palabra a palabra– con las de Miguel de Cervantes.

Referencias:
Aranguren, José Luis (1976). *Estudios literarios*. España: Editorial Gredos.
Block de Behar, Lisa (1984). Una retórica del silencio. México: Siglo XXI Editores.
Borges, Jorge Luis (1980). *Prosa completa* (vol. I). España: Edit. Bruguera.
Cervantes, Miguel de. (1952). *El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha*. España: Ediciones Castilla.
Foucault, Miche (1978). *Las palabras y las cosas*. México: Siglo XXI Editores.
Hatzfeld, Helmut (1966). *Estudios sobre el Barroco*. España: Editorial Gredos.
Robert, Marthe (1975). *Lo viejo y lo nuevo*. Caracas: Monte Ávila Editores.
Stefano, Victoria de (1980). “El *Quijote* o el quebrantamiento de las formas”, en *Analítica* nº 2. Caracas.

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