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LA ENSEÑANZA DE LA FILOSOFIA
EN PERSPECTIVA
Alejandro Cerletti
Compilador
La enseñanza de la filosofía en perspectiva / compilado por Alejandro Cerletti. - 1a ed. -
Buenos Aires : Eudeba, 2009.
488 p. ; 25x18 cm. – (Temas filosofía)
ISBN 978-950-23-1654-3
1. Filosofía. I. Cerletti, Alejandro, comp.
CDD 107
Eudeba
Universidad de Buenos Aires
© 2009
Editorial Universitaria de Buenos Aires
Sociedad de Economía Mixta
Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos Aires
Tel: 4383-8025 / Fax: 4383-2202
www.eudeba.com.ar
Impreso en Argentina
Hecho el depósito que establece la ley 11.723
Presentación ..................................................................................................................................... 13
Alejandro Cerletti
Prólogos ........................................................................................................................................... 13
Laura Agratti y Ana Claudia Couló
Perspectivas históricas
¿Para qué aún maestros? Enseñanza universitaria pública de la filosofía y construcción política .... 71
Sebastián Abad
“Formar” profesores, “formar” filósofos ........................................................................................... 79
Alejandro Cerletti
Enseñanza de la Filosofía y contextos “difíciles”: límites, posibilidades, desafíos
(y una aproximación desde El maestro ignorante, de Jacques Rancière) ........................................... 89
Juan M. Nesprías
Variaciones en torno al maestro y el discípulo ................................................................................ 99
Vera Waksman
Perspectivas de género
Perspectivas estéticas
Homenajes
Presentación
En las últimas décadas, los estudios sobre la enseñanza de la filosofía han exhibido
un gran desarrollo. A la par del aumento notable de encuentros y publicaciones vincula-
dos con esta temática, se ha ido transformando, sensiblemente, la forma de abordarla. De
manera progresiva, la tarea de enseñar filosofía fue dejándose de ver como una actividad
cuyos problemas se reducían sólo a cuestiones didácticas o quedaban librados a la espon-
taneidad docente de especialistas puestos a dar clases, para comenzar a ser considerada
como un espacio propio de la filosofía. Este cambio de perspectiva tiene consecuencias
teóricas significativas, ya que el “enseñar filosofía” no es más encarado, de manera exclu-
siva o dominante, desde el punto de vista práctico de los recursos o técnicas “para dar
clases” sino que se lo vincula estrechamente con el significado que pueda atribuirse a la
filosofía y al filosofar, en cuanto “enseñables” o transmisibles. Esto lleva a situar, como
punto de partida de la reflexión docente, cuestiones filosóficas, que atañen tanto al
“contenido” a enseñar (¿qué lo hace filosófico?) hasta el modo de hacerlo (¿es posible
una enseñanza filosófica?), y cuál sería el vínculo (filosófico) entre ambos. Cualquier
didáctica de la filosofía se apoya sobre decisiones filosóficas tomadas de antemano,
sean explícitas o no, conscientes o no. La recreación actual del campo de la enseñanza
de la filosofía ha echado luz sobre los supuestos que la recorren en cada una de sus
facetas, sean éstos filosóficos, pedagógicos, culturales, sociales, de género, institucionales
o ideológicos; y también ha permitido reconsiderar y enriquecer la significación de la
filosofía en la educación.
En este contexto, las “Jornadas sobre la Enseñanza de la Filosofía” que organiza
anualmente el proyecto UBACyT “Programa para el Mejoramiento de la Enseñanza de
la Filosofía” de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, han
hecho su contribución. Desde 1993, año de su primera edición, las “Jornadas” han
procurado crear un ámbito plural de comunicación, discusión e intercambio de ideas y
experiencias entre profesores de filosofía de los distintos niveles del sistema educativo,
investigadores y estudiantes, del país y del exterior. Ellas han sido el marco de presentación
10 La enseñanza de la filosofía en perspectiva
Alejandro Cerletti
Director del “Programa para el
Mejoramiento de la Enseñanza de la Filosofía”
Facultad de Filosofía y Letras-UBA
Presentación 11
Prólogos
ñanza de la filosofía sin dudas, puede parecer ambicioso pero, de ser fecunda la explora-
ción de las cuestiones de fundamento, resultaría ser condición de posibilidad para su
misma configuración. Es desde esta orientación que, creo, se podría construir una disci-
plina filosófica con temas y desarrollos propios.
De modo que, el conjunto de los trabajos que integran este volumen, son la expre-
sión de un nosotros que venimos construyendo año tras año en el espacio de nuestras
Jornadas sobre Enseñanza de la filosofía en la convicción de que la novedad sólo será
posible a partir del entramado de voces que integran la diversidad de las prácticas y los
distintos puntos de vista que les dan lugar.
Laura Agratti
Como señala Alejandro Cerletti en la Presentación de este libro, hace ya tiempo que
parte de la comunidad filosófica ha abordado la consideración de un conjunto de cues-
tiones planteadas por la enseñanza y el aprendizaje de la filosofía entendidos como pro-
blemas filosóficos. Entre los muy diversos temas incluidos en esta discusión podríamos
mencionar la reflexión acerca de las cuestiones que Guillermo Obiols llamaba “de funda-
mento” en la enseñanza de la filosofía (¿qué relación existe o debería existir entre la
posición asumida en relación con la noción misma de filosofía y su enseñanza?, ¿debemos/
podemos enseñar filosofía o a filosofar?, ¿se aprende filosofía o a filosofar?) o a las cuestio-
nes que Eduardo Rabossi discute en relación con los enfoques posibles para la enseñanza
de la filosofía, con la profesionalización de la filosofía, o el de la peculiar relación entre la
filosofía, su historia y su enseñanza. Algunas de estas cuestiones son abordadas en este
volumen, junto a otras tales como la pregunta por los destinatarios de esa formación: ¿la
filosofía juega un papel (o debería jugarlo) en la formación de profesionales, trabajadores,
ciudadanos, espíritus libres, nuevos interlocutores en la conversación filosófica? O bien,
¿cómo han abordado el tema de la enseñanza de la filosofía, filósofos y filósofas a lo largo
de su historia? Y también aquéllas orientadas a las prácticas: ¿qué temas, autores, proble-
mas filosóficos incluir en los diversos niveles de enseñanza? ¿Cómo abordarlos? ¿De qué
manera? ¿Con qué recursos? Y en todos los casos, ¿qué es lo específicamente filosófico
que subyace, implícita o explícitamente a cada una de estas cuestiones?
La vigencia y fertilidad de este campo de reflexión filosófica se expresa de diversas
maneras. Por ejemplo, en el cuerpo de revistas especializadas destinadas al tema, desde
L’enseignement philosophique (editada por la Asociación de Profesores de filosofía de la Edu-
cación Pública, en Francia desde hace más de cincuenta años); hasta otras más recientes
como Teaching Philosophy (desde 1975), Paideia (revista de la SEPFi, Sociedad de Profesores
de filosofía de España, fundada en 1979), y revistas virtuales o sitios de Internet orientados
a la enseñanza de la filosofía como Il Giardino dei pensieri (desde 1997), Diotime L’Agora
14 La enseñanza de la filosofía en perspectiva
Diana Cohen*
En tiempos signados por una cultura cientificista en cuyo marco sólo lo expresable
cuantitativamente es valorado, parece casi anodino ocuparse de la filosofía. Como se
responde a un desafío, intentaré esbozar por qué este tinte de prescindencia con el que,
a menudo, se suele descalificar a la filosofía, no responde sino a una mirada parcial y
necesariamente errónea que pasa por alto su relevancia creciente en el complejo mundo
que nos toca vivir.
Quien más, quien menos, todos hemos escuchamos alguna vez ciertas palabras que ya
resuenan como una especie de adagio: “La ciencia no piensa”. Y es verdad. Ilustrándolo
con un conocido ejemplo, toda vez que el físico se pregunta por ciertos términos básicos a
los cuales la física toma como un punto de partida axiomático en la formulación de sus
hipótesis o en la elaboración de sus teorías, pongamos por caso, por el concepto de tiempo o
de espacio, y se interroga qué es el tiempo, qué es el espacio, va más allá de su labor como
físico y realiza, en el mismo gesto, un ejercicio de filosofía. Asimismo, toda vez que el
genetista, confrontado a la oportunidad de dar a conocer el diagnóstico de una enferme-
dad genética para la cual no existe cura alguna, se interroga sobre las fronteras entre
aquello que se puede hacer y aquello que se debe hacer, o cuando reflexiona sobre los usos
imprevisibles a los que puede dar lugar un descubrimiento, deja de comportarse como un
científico y se interroga como lo hace un filósofo. Si el pensamiento humano, por antonoma-
sia, es reflexión ideativa, la ciencia no piensa, pues la ciencia opera, calcula, pero no reflexiona
¿Cuál es el “sentido” de abordar preguntas y respuestas del ayer, cuando son retomadas
hoy en matrices contemporáneas con tanta lucidez y penetración? ¿Acaso no se ha llega-
do a afirmar que las clásicas discusiones de la historia de la filosofía a menudo contenían
errores fundamentales, y que muchos de esos problemas con los que lidiaban estos filóso-
fos no eran sino seudo problemas, que se resolvían con una apropiada clarificación lin-
güística o conceptual?
Hay más de una respuesta. En primer lugar, poder apreciar estos “errores fundamen-
tales” supone una profunda comprensión de las problemáticas filosóficas tematizadas o de
los supuestos metodológicos que las sustentan.
En segundo lugar, gran parte de las discusiones filosóficas actuales giran en torno de
los mismos interrogantes que los filósofos se hicieron a lo largo de la historia, y estas
discusiones clásicas constituyen el marco de referencia en el que dichas discusiones
tienen hoy lugar. Es muy difícil comprender qué discuten muchos filósofos actuales, si no
se conoce adecuadamente el fundamento de sus discusiones.
Y por último, tal vez la más importante de las razones mencionadas: en las ciencias
naturales y sociales, las discusiones suelen volverse rápidamente inadecuadas por la acu-
mulación de datos y el refinamiento de técnicas matemáticas o experimentales. En cam-
bio, en lo que concierne a los problemas filosóficos, la mayoría de los datos importantes
con los que contamos hoy, son los mismos con los que contaban un Aristóteles, un Kant o
un Hegel, y para analizar esos mismos datos tenemos que arreglarnos con las mismas
herramientas básicas con las que ellos contaban: nuestro poder de reflexión.
Por cierto, las condiciones históricas son otras y los abordajes de los mismos proble-
mas son diferentes. Sin embargo, una discusión filosófica mantenida tiempo atrás no es
una pieza de anticuario, ni es irrelevante para nuestro mundo, el de hoy: en última
instancia, si una de las más elevadas aspiraciones de la filosofía es comprendernos a
nosotros mismos y al mundo en que vivimos, esta tarea, al fin de cuentas, será profunda-
mente enriquecida si nos volvemos y atendemos a todo lo que nos pueden enseñar toda-
vía los filósofos clásicos.
Spinoza: tan distante, tan cercano 21
3.1. Psicoanálisis
1. Baruj Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico, Atilano Domínguez, Madrid, Editorial Trotta, 2000.
22 Diana Cohen
2. Yovel Yirmiyahu, “Spinoza and Freud: Self Knowledge as Emancipation”, en Spinoza and Other Heretics. The
Adventures of Immanence, Nueva Jersey, Princeton University Press, 1989, p. 139.
Spinoza: tan distante, tan cercano 23
personal. Eso hace que, en tanto sometido a esos mecanismos imaginarios, el individuo
proyecte los motivos de sus conflictos a los objetos externos y permanezca como una
personalidad empobrecida, escindida en pasiones de las cuales no es causa y que, por lo
tanto, se hallan fuera de su dominio.
¿Existe, acaso, una posibilidad de que el hombre se sustraiga a esta asociación pasiva
de ideas? ¿Acaso ello no se lograría volviendo conscientes todas aquellas ideas que caen
aparentemente fuera de nuestro campo? Tanto Freud como Spinoza responderían que, en
principio, la condición natural del hombre es la de hallarse sometido a esa cadena asociativa
inconsciente. Sin embargo, ambos aspiran a un ordenamiento y encadenamiento del ma-
yor número posible de ideas de modo tal que los mecanismos proyectivos, la imaginación
spinociana, dejen su lugar a una adecuada comprensión de la realidad. Cuando el indi-
viduo reconoce que los valores son proyecciones de nuestra mente sobre los objetos en
medida que éstos satisfacen o frustran nuestros deseos, entonces puede relativizar sus
pasiones y transformarlas en acciones al servicio del yo.
La comprensión de la complejidad de la vida psíquica posibilita entonces el descubri-
miento del origen de la perturbación, a partir del cual ésta tiende a desaparecer. Es notorio,
por lo dicho, que el programa de Spinoza no es un conjunto de vetustas categorías concep-
tuales, sino un modelo explicativo rico y actual de las conductas y los deseos humanos.
3.2. Neurobiología
3. Director del Departamento de Neurología del Centro Médico de la Universidad de Iowa, Antonio R.
Damasio publicó su audaz teoría en Looking for Spinoza. Joy, Sorrow, and the Feeling Brain, Florida, Hartcourt, 2003.
24 Diana Cohen
[Hay traducción castellana: En busca de Spinoza: neurobiología de la emoción y los sentimientos, Barcelona, Crítica,
2005, reed. 2006], precedida por El error de Descartes: la razón de las emociones, México, Andrés Bello, 1994, donde
el mismo autor critica el modelo dualista cartesiano.
4. Baruj Spinoza, Ética 3, P6 y cf. P7.
Spinoza: tan distante, tan cercano 25
Desde el punto de vista de una ontología comprometida con la ética, importa señalar
que a partir de 1968, año en que se publica Spinoza y el problema de la expresión, de
Deleuze5 , y de 1969, en que ve la luz Individuo y comunidad en Spinoza, de Alexandre
Matheron6 , se multiplicaron las obras y estudios espinosistas en Francia, Italia, España,
Estados Unidos y en toda América Latina.
En la primera de estas revisiones de la interpretación tradicional de Spinoza, Deleuze
y Matheron proponen una nueva ontología de la inmanencia que rechaza todo trascen-
dentalismo y todo fenomenismo en aras de una genealogía que devuelve la responsabili-
dad cognitiva y ética al hacer humano. Spinoza reniega de la existencia de un Dios
trascendente, concebido como una potencia ordenadora exterior, así como rechaza toda
concepción teleológica de la realidad (tradicionalmente asociada, precisamente, a la
noción de un Dios creador): en el campo de la inmanencia materialista, la materia es
divina y la creación es un proceso necesario interno a dicha materia. Con este giro, el
incipiente mecanicismo moderno se transformaría en un materialismo fundado en una
noción de materia con cuyo movimiento se autoproduce el mundo. Deleuze, en particu-
lar, funda su relectura en el trazado spinoziano del campo de la física, en cuyo modelo los
5. Gilles Deleuze, Spinoza et le problème de l’expression, París, Les Éditions de Minuit, 1968. Versión castella-
na: Spinoza y el problema de la expresión, Barcelona, Muchnik Editores, 1996. Hay otras ediciones recientes.
6. Alexandre Matheron, Individu el communauté chez Spinoza, Paris, Minuit, 1969.
26 Diana Cohen
7. Gilles Deleuze, Spinoza: Philosophie Pratique, París, Presses Universitaires de France, 1970 (ahora en
Éditions de Minuit, modificada y aumentada, 1981; versión castellana: Spinoza: Filosofía práctica, Barcelona, Tusquets,
1984).
Spinoza: tan distante, tan cercano 27
4. Aquí y ahora
Podríamos decir con Deleuze que: “Uno encuentra que es spinozista antes de haber
comprendido por qué”. O con Bergson: “Todo filósofo tiene dos filosofías: la suya y la de
8. Antonio Negri, Del retorno, abecedario biopolítico, Buenos Aires, Debate, 2003, p. 108. En el campo de lo
político, el Tratado Político, la última obra de Spinoza, pese a su carácter imperfecto e inacabado por la prematura
muerte del filósofo, representa, a juicio de Negri, la expresión más excelsa de la metafísica materialista-constitutiva
spinoziana.
9. G. Giorgi y F. Rodríguez (comp.), “El monstruo político. Vida desnuda y potencia”, en Ensayos sobre
Biopolítica. Excesos de vida, p. 124.
28 Diana Cohen
Bibliografía
personal por medios desleales, como del diálogo cooperativo, en el que los participantes
unen esfuerzos para el descubrimiento de la verdad.5
5. Para una clara exposición del estado de la cuestión acerca del valor de la dialéctica aristotélica puede
consultarse Cristina Rossitto, Studi sulla dialettica in Aristotele, Nápoles, Bibliopolis, 2000, pp.13-33. Para un
análisis de la relación entre dialéctica y filosofía, véase Sim, May (ed.): From puzzles to principles?, Maryland,
Lexington Books, 1999, pp. 9-25, quien reúne una serie de ensayos que ilustran las diferentes posibilidades
interpretativas entre dos extremos: el de considerar a la dialéctica como una completa antítesis de la filosofía y el de
sostener que es el camino privilegiado hacia los primeros principios.
6. Tóp. I, 100ª, 18-21. Las referencias a Tópicos y Refutaciones Sofísticas, siguen el texto establecido por Ross
y la traducción castellana de Miguel Candel Sanmartín en Aristóteles: Tratados de Lógica (Organon), Madrid,
Gredos, 1984, vol. I.
7. Tóp. I, 100a 25-27.
Los ejercicios dialécticos como entrenamiento argumentativo... 31
8. Cfr. Tóp. I, 100a 30-b 23. Un lúcido comentario de Alejandro de Afrodisia (In Aristotelis Topicorum
Comentarla 19, 22-27 en Maximilianus Wallies ed.: Commentaria in Aristotelem Graeca, Berlín, 1891, vol. II)
podría ayudar a entender mejor la noción de plausibilidad: “La plausibilidad difiere de la verdad pero no por ser falsa
–algunas opiniones plausibles son en realidad verdaderas– sino por los criterios en los que el juicio se basa. En el caso
de la verdad, el juicio se hace con referencia a la cosa con la cual la opinión tiene que ver: Cuando la opinión coincide
es verdadera. En el caso de la plausibilidad, el juicio no se hace con referencia a las cosas mismas, sino con referencia
a los oyentes y a sus creencias acerca de las cosas”. Para un tratamiento de la semántica del término griego éndoxon,
cfr. Graciela Chichi, “El concepto aristotélico de éndoxon según la técnica de discusión de los Tópicos”, en Actas del
Congreso Aristóteles 1997, Instituto de Filosofía, Universidad Nacional de Cuyo, pp. 180-187 y también Luis Vega
Renon, “Aristotle’s endoxa and plausible argumentation” en Argumentation, vol. 12, 1998, pp. 95-113.
9. Ref. Sof. 2, 165b 4.
10. Tóp. I, 2.
32 Silvana Gabriela Di Camillo
determinada tesis, que puede consistir en una afirmación paradójica de un filósofo singu-
lar o en una creencia sostenida comúnmente. Se trata de defender opiniones ajenas
como si fueran propias. El que pregunta debe refutarlo, esto es, hacerlo caer en falsedad
evidente o en un absurdo.
La segunda función está íntimamente relacionada con la primera en cuanto a su
procedimiento pero las tesis a defender no son ajenas sino propias. Se trata de discutir
partiendo de las opiniones del propio interlocutor para establecer cuáles son sus premisas
y hasta qué punto pueden mantenerse sin caer en contradicción. La función crítica de la
dialéctica permite probar la inconsistencia de una afirmación con el conjunto de creen-
cias de un interlocutor; es, por tanto, una función puramente negativa que no permite
alcanzar ningún progreso filosófico.11
Por último, la dialéctica será muy útil para la filosofía y la investigación científica
pues permite ver las dificultades que presentan ambos puntos de vista opuestos y así
separar más fácilmente lo verdadero de lo falso. Asimismo, sirve para alcanzar los princi-
pios, ya que, al no poder ser demostrados, la mejor manera de acercarse a ellos es a través
de un estudio de los éndoxa. Vale la pena recordar aquí que en sus propios tratados
filosóficos, Aristóteles suele confrontar las opiniones de sus predecesores. Su método de
investigación se apoya en los conocimientos preexistentes, señala las dificultades aún no
resueltas y somete a crítica las distintas opiniones para despejar los errores y liberar el
contenido de verdad que ellas pudieran contener.
En lo que sigue nos concentraremos en la primera utilidad: la de gimnasia o entrena-
miento argumentativo.
11. Resulta muy fácil asociar esta función crítica de la dialéctica aristotélica con la práctica socrática de la
refutación, i. e., de la argumentación que intenta inducir a contradicción al propio adversario partiendo de las
premisas por él mismo concedidas.
12. La descripción del desarrollo de los ejercicios dialécticos sigue muy de cerca el excelente artículo de Paul
Moraux, “La joute dialectique d’après le huitième livre des Topiques”, en G. E. L. Owen, Aristotle on Dialectic,
Oxford, Clarendon Press, 1968, pp. 277-311, esp. 307-311. Puede consultarse también con provecho R. Smith,
Aristotle’s Topics: Books I and VIII, With excerpts from related texts, Translated with commentary by R. S., Oxford,
Oxford University Press, 1997.
13. D. L., Vita philosophorum V, 3.
Los ejercicios dialécticos como entrenamiento argumentativo... 33
antiguas mencionan entre las obras de Aristóteles muchas théseis que podrían haber cons-
tituido modelos propuestos para los alumnos. 14 Pero es el libro VIII de los Tópicos la
principal fuente para determinar el carácter de los ejercicios dialécticos en el interior del
Liceo. Si bien Aristóteles no describe explícitamente esta clase de discusiones, la manera
en que se expresa y las prescripciones que ofrece permiten forjar una imagen bastante
precisa.
Como ya hemos señalado, los ejercicios dialécticos se desarrollan mediante pregun-
tas y respuestas entre dos participantes. El objetivo del que responde es defender una
determinada tesis,15 mientras que la misión de quien pregunta consiste en refutarlo. El
público, pues no hay dudas de que maestros y discípulos asistían a estos torneos, funcio-
naba como juez que sabía apreciar la buena defensa del perdedor y reprobar, si fuera el
caso, los procedimientos poco honestos por los cuales el que gana se asegura la victoria.
En efecto, si tenemos en cuenta el carácter dialéctico de estos ejercicios, es importante
advertir que los medios que se utilicen en la discusión deben ser formalmente válidos. En
tal sentido, la discusión dialéctica se distingue de una disputa erística, pues no es una
lucha en la que se busca únicamente vencer sobre un adversario sino un intercambio
conforme a ciertas reglas de juego limpio.
En primer lugar, hay que atender a la elección del tema. El tema propuesto no puede
ser una verdad evidente, sino una cuestión de interés práctico o teórico en la que haya
desacuerdo, esto es, una cuestión a la que sea posible responder por sí o por no dado que
es posible encontrar argumentos a favor y en contra. Aristóteles llama “problema” a la
interrogación disyuntiva sobre la cual gira la discusión, por ejemplo: ¿El mundo es eterno
o no? Es difícil saber si el problema a discutir es elegido de común acuerdo por los parti-
cipantes, o por uno de ellos solamente, o si les es propuesto por el maestro.
La elección del problema es sólo el primer paso: inmediatamente después el que
responde asume uno de los dos miembros de la disyunción. Una afirmación de Aristóteles
parece indicar que el que responde no se considera responsable de la posición que de-
fiende: si se ve obligado a admitir proposiciones imposibles o paradójicas, puede decir que
no es por su mala defensa, sino por la tesis que él debe sostener.16 La excusa no valdría
nada si él hubiera elegido su tesis libremente. Es importante subrayar, pues, que los parti-
cipantes no defienden posiciones que representan sus convicciones internas. El que res-
ponde puede tener que sostener la opinión de un tercero, por ej., la tesis de Heráclito.
14. Cfr. Paul Moraux, Les listes anciennes des ouvrages d’Aristote, Louvain, Éditions Universitaires de Louvain,
1951, pp. 24, 69-70, 94-95, 199.
15. En un sentido amplio, Aristóteles llama “tesis” a la proposición elegida por quien responde; en un sentido
más restringido, “tesis” es una opinión contraria a la de la mayoría pero que ha sido sostenida por algún sabio.
16. Tóp. VIII, 159a 20-24.
34 Silvana Gabriela Di Camillo
Deberá meterse en la piel de su personaje y reaccionar como si fuera él. Así, como defen-
sor de la tesis heraclítea, no dudará en sostener que los contrarios pueden coexistir en un
mismo sujeto, aunque no lo crea realmente. Los participantes deben comportarse como si
de veras sostuvieran tales tesis.17
Una vez formulado el problema que será discutido, el que pregunta deberá tender a
probar lo que Aristóteles llama “la cuestión inicial”, es decir, la proposición contradicto-
ria de la tesis defendida por el que responde. Así, quien pregunta tiene dos modos para
alcanzar la refutación de la tesis, una deductiva y otra inductiva. En el primer caso,
tratará de hacerle admitir al adversario las premisas universales necesarias de un razona-
miento (sullogismós) que le permitirán concluir la cuestión inicial. En el segundo caso,
deberá proporcionar ejemplos y comparaciones claras que le permitirán establecer la cues-
tión inicial, como una proposición general resultado de la inducción, que el adversario
no podrá negarse a admitir. Conociendo el objetivo último de su adversario, el que res-
ponde se esforzará por impedírselo, negándose a conceder alguna proposición de la que
pudiera desprenderse lo contradictorio de lo que sostiene.
Para prepararse y poder pensar su estrategia, los competidores disponen de un cierto
tiempo. El papel más activo le toca al que pregunta, pues debe esforzarse para concebir en
todos sus detalles la estrategia ofensiva para refutar al adversario. A este último, en
cambio, le basta con prever las consecuencias que se sigan de sus propias respuestas, para
evitar el verse refutado.
Hay dos etapas para determinar las preguntas para hacer a un oponente. La primera
es el descubrimiento de las premisas mismas, fundándose en la lista de premisas común-
mente aceptadas. La segunda consiste en establecer mentalmente el orden de las pre-
guntas. La elección de los argumentos y el orden de presentación de las premisas son en
parte establecidos por razones tácticas.
Mientras el que pregunta prepara sus armas, el oponente no queda inactivo: ensaya-
rá construir mentalmente una argumentación dirigida contra su propia posición, de ma-
nera de imaginar a qué cuestiones tendrá que hacer frente. Para defender su propia
posición, él puede responder por sí o por no a la pregunta planteada. Si responde por no o
hace un gesto de negación, el que pregunta debe recomenzar la argumentación por otra
vía. Si responde por sí, la proposición se toma como admitida y le permite al que pregunta
avanzar. Evidentemente, el que responde no puede rechazar sistemáticamente todas las
preguntas, pues esto equivaldría a actuar de mala fe, a obstaculizar el carácter común
que debe tener la discusión. En tal caso, afirma Aristóteles enfáticamente, “las conversa-
ciones se tornan contenciosas (agonistikaí) y no dialécticas”.18
Ahora bien, ¿con qué criterio el que responde debe rechazar tal proposición o admi-
tir tal otra? Para respetar las reglas, él debe decir sí a las proposiciones que todo el mundo
o la mayoría, o los sabios, o algunos sabios admitirían, es decir, debe limitarse a las propo-
siciones generalmente reconocidas.19 Pero su misión no se reduce a asentir o disentir
ante las preguntas del otro. Supóngase que la pregunta sea la negación pura y simple de
la tesis que él debe defender o que él se da cuenta de que lleva directamente a su
negación. Es legítimo en ese caso subrayar que acordar con esta proposición será arruinar
su propia tesis.20 Si la pregunta es ambigua, podrá decir que no la comprende, o que está
de acuerdo en un sentido, pero no en otro, con el que pregunta.21 Si el razonamiento
conduce a una conclusión falsa, puede denunciar la causa del error.22 Si se trata de una
prueba inductiva en la que ya se han aceptado los casos particulares, quien responde sólo
podrá rechazar el universal avanzando una excepción que cuestione la validez de esa
proposición universal.23 También podrá formular objeciones que compliquen de tal ma-
nera al que pregunta que éste no pueda continuar la discusión. Aunque no sea un proce-
dimiento recomendable, es posible elevar una objeción tal que, para refutarla, el que
pregunta deba perder más tiempo del que dispone en una discusión.24
¿Cuándo concluye el torneo? Todas las preguntas que plantea el primer participante
tienen como propósito hacer admitir al otro las premisas de las que se deducirá necesaria-
mente como conclusión la que llamamos “cuestión inicial”. El que pregunta no debe
cometer la imprudencia de poner una junto a otra las premisas del silogismo final. Se
trata de que el oponente acepte todas las premisas necesarias sin revelar la propia estra-
tegia argumentativa y luego trabajar rápidamente a través de los pasos del argumento
hasta la última conclusión en un solo ataque final. Aristóteles explicita ciertas estrate-
gias para disimular, entre las que cabe mencionar: confundir al oponente ocultando la
premisa buscada entre un montón de preguntas inútiles, hacer que la premisa que se
necesita parezca una mera ilustración, no exponer directamente lo que se quiere que se
acepte sino aquello que lo acompaña necesariamente, entre otras.25
Es preciso tener en cuenta que todo el proceso de preguntas y respuestas opera sobre
un argumento ya descubierto. Un argumento simple y obvio no es la mejor manera de
19. Como sostiene G. Chichi, en su artículo ya citado, p. 182, “Lo imposible y lo paradójico nombran los
límites que las respuestas del defensor del diálogo no deben traspasar si éstas no quieren valer como descalificadas o
refutadas”.
20. Tóp. VIII, 160a 3-14.
21. Tóp. VIII, 160a 17-34.
22. Tóp. VIII, 160b 23-39.
23. Tóp. VIII, 160a 35-b 6.
24. Sobre la fijación de un tiempo de duración cfr. Tóp. VIII, 158a 25-30 y 161a 9-12.
25. Tóp. VIII, 155b 29-156a 26.
36 Silvana Gabriela Di Camillo
propuesto, aun sin conocimiento. Como tal, la dialéctica aristotélica se encuentra en las
antípodas de la platónica, que tiene como propósito el descubrimiento de la verdad.
Pero este uso de la dialéctica como entrenamiento intelectual, claramente com-
petitivo, no es el único. Al inicio de nuestro trabajo, habíamos distinguido tres utilida-
des: para el ejercicio, para las conversaciones, para el conocimiento.27 A la hora de explicitar
la utilidad que presenta la dialéctica para la ciencia, Aristóteles afirma que la primera, al
desarrollar ambos lados de una aporía, permite reconocer la verdad y la falsedad allí
donde ellas se encuentren. Si la dialéctica también permite detectar la verdad, el apa-
rente contraste entre dialéctica y ciencia es en realidad el contraste entre sus diferentes
usos.28 Mientras que el “uso competitivo” –claramente refutatorio– corresponde a las dos
primeras funciones, existe también un “uso científico”, que corresponde a la tercera fun-
ción, cuyo objeto es la verdad.29 Juicios como los de Ross o Guthrie, que desvalorizan la
dialéctica oponiéndola a la ciencia, se fundan en una reducción de las diferentes funcio-
nes de la dialéctica a lo que denominamos “uso competitivo”, con exclusión del uso
cognoscitivo. Aun aceptando tal reducción, resulta evidente, contra lo que opina Grote,
que no puede caracterizarse la dialéctica aristotélica como una práctica erística, cuyo
único propósito sea la victoria personal por medios deshonestos e inválidos, desde el
momento que es Aristóteles mismo quien distingue entre silogismo dialéctico y erístico y,
además, quien reprueba la práctica de obstaculizar el carácter cooperativo que debe
tener la discusión.
En consecuencia, puede decirse que Platón y Aristóteles comparten la condena al
uso puramente erístico del arte de la discusión. Pero mientras que Platón asignó como
propósito último de la dialéctica el descubrimiento de la verdad, Aristóteles amplía sus
competencias poniendo el acento en la capacidad intelectual que ella permite adquirir.
Sin duda, desarrollar la capacidad de argumentar es uno de los objetivos básicos de la
enseñanza de la filosofía y a Aristóteles cabe el mérito de haber concebido estos ejercicios
como una útil gimnasia intelectual, de haber establecido sus reglas y fines específicos.
27. En los límites de este trabajo, no es posible ampliar este uso cognoscitivo de la dialéctica. Para ello me
permito remitir a Silvana Di Camillo, “El carácter dialéctico de la historiografía aristotélica” en Santa Cruz et al.:
Diálogo con los griegos, Bs. As., Colihue, 2004, pp. 205-207 y 212-214.
28. May Sim (op. cit., pp. XXII-XXIII) sostiene con razón que las dificultades en la interpretación de la
relación entre dialéctica y ciencia surgen cuando se trata de limitar el uso que hace Aristóteles de la dialéctica a solo
uno de ellos, con la exclusión de los otros.
29. En este punto sigo la propuesta de Berti, con ligeras modificaciones (Cf. Enrico Berti, “Does Aristotle’s
Conception of Dialectic Develop?” en Wians, William (ed.): Aristotle’s Philosophical Development, Londres, Rowman
& Littlefield Publishers, 1996, pp. 105-130, esp. 107-108). Berti distingue entre un “uso público”, que identifica
con el segundo señalado por Aristóteles, y un “uso científico” que relaciona con el tercero. A su vez, subdivide este
último en un momento de indagación, que conduce a la obtención de la ciencia, y otro de enseñanza y aprendizaje que
produce su transmisión.
38 Silvana Gabriela Di Camillo
Bibliografía
Silvia Magnavacca*
“Si aconteciere que alguno ataca a un estudiante, a menos que se trate de defensa propia, sobre
todo, si lo hace con armas, palo o piedra, todos los legos que lo vieren, de buena fe apresarán al
malhechor y lo entregarán a nuestro oficial de justicia. [Si un escolar cometiera un delito,]
nuestro preboste o nuestros oficiales de justicia no alzarán la mano contra él ni lo enviarán a
nuestra prisión, a no ser que se trate de delito grave, en cuyo caso lo detendrán en el lugar sin
violencia alguna, salvo que se resista, y lo remitirán a la justicia eclesiástica, que debe custodiarlo
para darnos satisfacción a nosotros y a quien haya padecido la afrenta...”.2
la Colección Cultura Institucional de la UNSAM, 2007. Si bien la presente contribución reproduce momentos de
ese relato, en este caso, he optado por indicar puntualmente reflexiones sobre paralelismos, convergencias y diver-
gencias de nuestra universidad de hoy con la de París en el siglo XIII.
2. Chartularium Universitatis Parisiensis Paris, ed. Denifle-Chatelain, 1899, 4 vols. I, Nº1.
Resonancia medieval en la enseñanza universitaria de la filosofía 41
“...sin esfuerzo y dedicado estudio no se llega a la excelsitud del conocimiento. Por eso, verás
también que muchos son indicados indiscriminadamente con el nombre de ‘clérigos’, pero muy
pocos se instruyen con un aprovechamiento acorde. Y aun éstos, ante cualquier dificultad, o
permanecen en su ignorancia, o bien [...] quieren aparecer súbitamente como poetas [...] Virtuo-
so no es haber ido a París, sino haber adquirido en ella un conocimiento virtuoso.”3
No nos extenderemos en la división que existía en la París del siglo XIII en faculta-
des, con un consejo directivo cada una, y con un consejo superior, presidido por el rector,
primus inter pares, porque es similar a la nuestra: la hemos heredado de la universidad
originaria de la Edad Media.
Sí, en cambio, hay que señalar que en la universidad parisina del siglo XIII, los
estudiantes –al igual que los profesores– se agrupaban según “nación”, o sea, lugar de
procedencia y, sobre todo, tradiciones, costumbres y lengua vernácula. Los había nor-
mandos, picardos, anglo-alemanes, pero también franceses, junto a italianos y españoles.
Esta convivencia favorecía el desarrollo de la mentalidad filosófica, ya que obligaba a
confrontar las propias perspectivas con otras, diferentes. En este sentido, damos por sen-
tado que en nuestra Universidad de Buenos Aires, la convivencia entre alumnos prove-
nientes de la capital o de las provincias, entre los que se han educado en escuelas públi-
cas y los que lo hicieron en escuelas privadas, entre los que pertenecen a distintas clases
sociales y económicas, favorece no poco la apertura de perspectivas en los estudiantes.
Quizá valdría la pena hacer tomar una mayor conciencia de este costado no desdeñable
de la vida universitaria.
Desde luego, en una reflexión sobre cualquiera de nuestras universidades públicas,
ronda siempre el problema económico. Hay que decir que, en la originaria, en la de París
del siglo XIII, únicamente una situación económica muy estrecha podía constituir un
obstáculo serio para seguir con los estudios. No obstante, aun para quienes se encontra-
ban en ese caso existían algunas alternativas, raras, pero posibles, por ejemplo, obtener
una de las bursae volantes que a veces se daban, es decir, becas que, sin estar vinculadas
con ninguna institución en particular, eran promovidas por el mecenazgo de miembros
del alto clero a los que se unieron después comerciantes prósperos, viudas acaudaladas y
aun maestros de fama, la cantidad de cuyos discípulos les habían procurado cierto bien-
estar económico. A diferencia de la nuestra actual, la universidad medieval estaba
arancelada, pero existían, como vemos, becas, cuyo sistema entre nosotros hoy debiéra-
mos apuntalar, sobre todo, en su flanco más débil, la vinculación entre el ciclo secundario
y el universitario, precisamente aquel al que París apuntaba.
Los estudiantes que ingresaban en la novel universidad parisina de la segunda mi-
tad del siglo XIII y cuyo latín era deficiente tenían la posibilidad de frecuentar el
pedagogium, donde se daban clases particulares de refuerzo para que pudieran comenzar
con las lecciones universitarias. En este sentido, y considerando la dispar calidad de
formación previa con la que los futuros alumnos llegan a nuestra universidad actual, ella
les debe a los ingresantes una oportunidad similar en ortografía, gramática y técnicas de
estudio. Esto les evitaría eventuales frustraciones posteriores.
La universidad medieval, al menos aquella que hemos tomado como caso paradig-
mático, establecía claramente en su estatuto: “No haya estudiante en París que no tenga
un maestro determinado”. Desde luego, esto apuntaba a algo que la superpoblación de la
Resonancia medieval en la enseñanza universitaria de la filosofía 43
vida universitaria en la Edad Media los inauguró mediante las quaestiones disputatae, que
eran públicas y a las que asistían fervorosos estudiantes. La palabra misma “quaestio”
viene de “quaerere”, buscar o pedir, y específicamente del frecuentativo “quaeso”, cuyo
significado es buscar con insistencia. Cuando esa búsqueda es conceptual, se traduce en
un preguntarse sobre diversas posibilidades.
Al contrario de lo que es frecuente suponer, los debates propios de las cuestiones
disputadas en el Medioevo rezumaban no sólo una prolija capacidad argumentativa; es-
taban también animados de entusiasmo. Baste citar un artículo del Estatuto de la Uni-
versidad de París que terminó por amenazar con la suspensión a los estudiantes más
facciosos en el apoyo de las posiciones doctrinales debatidas, a “estudiantes que mani-
fiesten gritando, silbando, haciendo ruido, arrojando piedras personalmente, por medio
de acompañantes, o de cualquier otra manera”. Por cierto, no se pretende con esto inci-
tar a un regreso a tales desmanes. Pero quienes nos hemos formado en otras épocas aún
añoramos el fervor en la discusión filosófica que nos animaba a seguir profundizando en
nuestras posiciones, a abrirnos a la perspectiva del eventual interlocutor, a examinar la
solidez o la falta de ella en las argumentaciones, a descubrir las consecuencias posibles de
una tesis.
Todo eso nos ha hecho amar la Universidad, nos ha hecho nutrir gratitud por una
institución que, más allá de sus imperfecciones y de sus –inevitables y augurables– exi-
gencias, nos ha nutrido. De manera que aún hoy podemos hacer nuestro lo que fue el
himno de esos estudiantes medievales, el himno que todavía se canta en los cierres de
congresos en las universidades europeas y algunas de las nuestras, el Gaudeamus igitur:
“Gocemos, pues”. Entre otras cosas, dice:
Bibliografía*
* A mero título ilustrativo, se consignan a continuación algunos pocos títulos que conciernen a la universidad
medieval.
46 Silvia Manzo
Sobre antiguos y modernos en el siglo XXI: Apuntes sobre... 47
Silvia Manzo*
La pregunta
Hay una pregunta que se impone una y otra vez en mis reflexiones filosóficas desde
hace un tiempo. Acaso es una de las más recurrentes por su doble incidencia en mi
actividad como profesora de filosofía y en mis investigaciones como historiadora de las
ideas. A la hora de diseñar un programa de historia de la filosofía moderna surgen en mí
dudas con respecto a cómo y por qué incluir y/o excluir de él determinados problemas y
determinados autores. Con el correr de los años, esta inquietud me ayudó a reconocer
que en mi paso por la universidad argentina me transmitieron, no solamente pero funda-
mentalmente, una reconstrucción de la historia de la filosofía moderna y de la filosofía en
general según la cual la historia de la filosofía tuvo su gran hito en Kant. Desde esa
perspectiva toda la historia de la filosofía se puede interpretar sea como un prefacio o sea
como un epílogo del idealismo trascendental kantiano. Las figuras filosóficas más
destacables son las que más se acercaron a Kant con sus ideas, en la medida en que se lo
permitió el momento histórico en el que les tocó vivir. Las otras figuras, desplazadas a un
segundo plano, son aquéllas en las que apenas se pueden reconocer los “precursores”1 de
la cumbre kantiana en el fluir de esta evolución teleológica de las ideas. El problema del
conocimiento es el eje que vertebró toda esta historia y las categorías de racionalismo,
empirismo e idealismo (acuñadas por el propio Kant) se constituyeron como la clave para
interpretar las diferentes posiciones filosóficas en todo tiempo y lugar (al menos en todo
lugar que el eurocentrismo de sus autores reconociera).
Esta imagen de los grandes relatos filosóficos comenzó a ser delineada por la
historiografía alemana decimonónica. Fue como una marca de nacimiento para la ense-
ñanza de la filosofía en la universidad, pues se gestó precisamente en el momento en que
la filosofía se institucionalizaba tal como la conocemos hoy en día: como una disciplina
humanística independiente, con sus propios cánones y sus métodos. En el siglo XX, fue
Ernst Cassirer quien la modeló mediante una sistematización enciclopédica y la popula-
rizó en los cuatro volúmenes de su célebre obra El problema del conocimiento en la filosofía
y la ciencia modernas (1906-1957).2 Por cierto que esta lectura, otrora hegemónica en los
centros universitarios europeos en donde abreva la academia filosófica argentina, en las
últimas décadas ha sido cuestionada, sometida a duras críticas y a veces reemplazada por
nuevas lecturas más o menos abarcativas de la historia. Los juicios alternativos son mu-
chos y diversos. Entre otras han surgido estas posiciones: las clasificaciones de empirismo
y racionalismo no son siempre válidas y apenas si tienen valor heurístico, la reconstruc-
ción de la historia de la filosofía se debe subsumir a claves de interpretación más genera-
les, es mejor otra periodización en torno de otros ejes problemáticos, el problema del
conocimiento no fue el único importante y tiene un peso relativo, etc.3
Ignoro si por una tendencia natural o por un vicio profesional, aquella pregunta que
había surgido en una vacilante profesora que trataba de definir un programa de historia
de la filosofía para sus futuros alumnos, se fue deslizando y generalizando como una pre-
gunta dirigida al pasado: ¿Cómo se han constituido los cánones de la historia de la filoso-
fía? ¿Qué consecuencias tuvieron sobre la enseñanza de la filosofía? Como era de esperar,
empecé a buscar la respuesta dirigiendo mi mirada a esa breve porción de la historia que
me he dedicado a estudiar desde que comencé mis investigaciones: los comienzos de la
Modernidad. Si, como dicen, las marcas de nacimiento permanecen para toda la vida,
sin duda mi formación en el kantismo me condicionará en esta búsqueda pero creo que
no me impedirá mirar cuáles fueron sus propias “condiciones de posibilidad”. En este
ensayo quisiera compartir con ustedes una primera respuesta a la que pude llegar.
2. Ernst Cassirer, El problema del conocimiento en la filosofía y en la ciencia modernas, México, Fondo de
Cultura Económica, 1956, 4 vols.
3. La bibliografía es extensa. Me remito a alguno de los estudios más significativos: Richard H. Popkin (1983),
“The third force in seventeenth century philosophy: skepticism, science and biblical prophecy”, Nouvelles de la
République des Lettres; Michael Ayers, “Theories of knowledge and belief” en D. Garber and M. Ayers (eds.) The
Cambridge History of Seventeenth Century Philosophy, vol. II, pp. 1003-106, Cambridge, CUP, 1998; Karl Löwith,
Meaning in History. The teological implications of the filosophy of histoty, Chicago/Londres, The University of Chicago
Press, 1949; Hans Blumenberg, Die Legitimität der Neuzeit, erneuerte Ausgabe, Francfort, Surkhamp, 1966; Foucault,
Michel, Las palabras y las cosas, traducción Elsa Cecilia Frost, México, Siglo XXI, 1991. Primera edición París, 1966.
Sobre antiguos y modernos en el siglo XXI: Apuntes sobre... 49
Hagamos historia
Hacia fines del siglo XVII el ambiente literario de la Francia de Luis XIV estuvo
signado por debate que llegó a ser conocido como “querella entre antiguos y modernos”.
Uno de sus principales promotores fue Charles Perrault que en 1688 publicó Paralelo de los
antiguos y los modernos en lo que concierne a las artes y las ciencias, un texto donde dejaba
sentado como algo indudable que los modernos estaban por encima de los antiguos.4 Para
Perrault las obras de autores encumbrados de la Antigüedad como Platón y Homero
tenían sus momentos de tedio y de mala calidad. Creía, en cambio, que los “modernos”
superaban en mucho a los más altos exponentes de las letras y las ciencias de los “anti-
guos”.5 Estas declaraciones provocaron reacciones adversas y suscitaron largas discusio-
nes entre los hombres de letras. Si bien el espacio donde surgió la disputa era el ambiente
literario sus alcances se extendieron a los campos de la ciencia y la filosofía en general.
Las palabras de Perrault tuvieron tanto eco porque recogían un conjunto de ideas sobre
la historia, el conocimiento y el arte que se encontraba en germen ya en algunos pensa-
dores del siglo XV y alcanzaron su vigor en el siglo XVII, alimentadas por el proceso
4. Sobre Perrault y el contexto de la polémica vd. Dejean, Joan, Ancient against Moderns. Culture wars and the
making of a Fin de Siècle, Chicago University Press, 1997, cap. 1.
5. Butterfield, H., The Origins of Modern Science, New York, Toronto, The Free Press, (revised edition 1965),
1997, pp. 222 -231.
50 Silvia Manzo
6. Para un ensayo general sobre este tema vd. Jürgen Habermas, “Cap. 1: La Modernidad: su conciencia del
tiempo y su necesidad de autocercioramiento” en El discurso filosófico de la modernidad. Doce lecciones, trad. Manuel
Jiménez Redondo, Taurus, 1982.
7. Granada, M. A.,“Introducción” en El Umbral de la Modernidad, Barcelona, Herder, 2000.
Sobre antiguos y modernos en el siglo XXI: Apuntes sobre... 51
hombre. Por eso, las obras de filosofía que el canon típicamente humanista privilegia son
aquellas centradas en temas morales, las que enseñan los caminos para alcanzar la sabi-
duría e indican cómo actuar virtuosamente. A esto se agregan las obras sobre retórica, la
historia y la literatura.8
Las reformas del humanismo se pusieron en práctica sin mayor demora y a comienzo
del siglo XVII ya se contaban generaciones de filósofos formados en los studia humanitatis
en distintas instituciones europeas. Sin embargo, las críticas negativas hacia la educa-
ción humanista no se hicieron esperar. Para muchos autores de la nueva generación
poshumanista, el producto típico al que había conducido la formación humanista, tal
como se había puesto en práctica, era el pedante: una persona dotada de un gran dominio
del griego y del latín, con un conocimiento exclusivamente memorístico de las obras
clásicas, absolutamente incapaz de emitir un razonamiento original e independiente y sin
ningún otro contacto con el mundo exterior, que aquel al que accedió a través de los
libros. La educación llenaba la mente de los estudiantes de palabras sin significado, de
palabras muertas en los libros, de palabras desconectadas de las cosas. Los nuevos filóso-
fos clamaban por una salida de los claustros universitarios hacia “el mundo” de la natura-
leza y de los hombres en sus sociedades, para repetir las palabras de Michel de Montaigne.
La crítica no se dirige a las prácticas del humanismo en su totalidad. Sigue el respeto por
los autores y sus enseñanzas en lo concerniente a la ética y a la valoración de la dignidad
humana.
El cambio fundamental que demandan las nuevas generaciones se dirige al excesivo
lugar conferido a la enseñanza de la lengua y de las técnicas mnemotécnicas. La repeti-
ción vacía de fórmulas clásicas daba cuenta para ellas de un estancamiento del conoci-
miento, una paralización del descubrimiento de nuevas verdades. He aquí la nueva con-
cepción de la historia que subyace a esta crítica de la educación humanista: los ojos de
los intelectuales modernos miran hacia adelante con la convicción de que hay mucho
más para saber y que el desafío del presente es superar el pasado. La idea del progreso
ineludible se va instalando en los filósofos y alcanzará su cumbre en el Siglo de las Luces.
La imagen de la historia cambia así de forma radical. No se trata ya de una rueda que gira
sobre sí misma repitiendo ciclos, sino de una flecha que tiende inexorablemente hacia
delante, un mejoramiento de las artes y las ciencias, de las sociedades y de la humanidad
como un todo. La etapa de los antiguos es asimilada con la infancia en la que los hombres
son inexpertos, dan los primeros pasos, balbucean. El presente de los modernos significa
8. Garín, E. La educación en Europa 1400-1600, trad. Ma. Elena Méndez Lloret, Barcelona, Crítica, 1987.
Para un panorama general de la presencia del aristotelismo en la universidad renacentista vd. el clásico Schmitt, Ch.
Aristóteles y el Renacimiento, León, Universidad de León - Secretariado de publicaciones, 2004 (primera ed.,
Harvard, 1986).
52 Silvia Manzo
una edad de madurez, que alberga la experiencia del pasado y se encuentra en mejores
condiciones para la vida y el conocimiento. No hace falta volver a los antiguos para
superar el pasado, como pretendían los autores del Renacimiento. No se trata del nacer
de nuevo de la Edad de Oro primigenia, sino de seguir creciendo, de madurar, de “salir
de la minoría de edad” como diría Kant en el siglo XVIII. La humanidad madura, pero no
envejece, no va hacia la muerte y la enfermedad, al decir de Fontenelle. Precisamente
en la Francia de Fontenelle donde se da la disputa entre antiguos y modernos, hay un
gran optimismo y una profunda veneración por los avances de la ciencia que surgen de
las sociedades científicas como la Academia de París y la Royal Society de donde salen
los geniales aportes de Newton. En ese clima serán los promotores de la Enciclopedia
como Voltaire, Diderot, D’Alembert y muchos otros los principales difusores del
newtonianismo como abanderado del progreso humano.
Esta nueva idea de la historia y de la filosofía implica para sus defensores una ruptura
radical con el criterio de autoridad inaugurado en la Edad Media y sostenido por el
humanismo renacentista. La nueva autoridad para la filosofía reside ahora en la mente
de cada hombre y es independiente de cualquier determinación externa. La libertad que
tanto veneraban los humanistas sigue siendo central y es interpretada, entre otras, en
clave de libertad de pensamiento. En consecuencia una nueva reforma de la enseñanza
es promovida.
Los lamentos de los filósofos respecto de la formación recibida en los claustros uni-
versitarios son muy conocidos. Quizá las más célebres son las quejas de Descartes, quien
recuerda con cierta amargura su paso por el colegio jesuita de La Fleche (aunque quizás
es menos sabido que en una de sus cartas reconoce haber estudiado en una de las mejores
instituciones de Europa). En el ámbito británico, Hobbes afirmaba con ironía que en la
universidad no se enseñaba filosofía sino más bien “aristotelia”. El genio de Newton poco
atendió a las teorías vetustas y amarillentas que debió memorizar en las aulas de la Uni-
versidad de Cambridge y dedicó sus más preciadas horas a leer en soledad precisamente
lo que no que le enseñaba el currículo universitario.
Otros filósofos propusieron directamente reformas concretas en la educación a tra-
vés de narraciones utópicas. Tommaso Campanella en la Ciudad del Sol (1623) imagina
una sociedad basada en una educación científica articulada con las artes mecánicas,
para formar a los gobernantes. Una formación enciclopédica donde cada parte del mun-
do, desde lo minúsculo hasta lo más grande, estuviera representada en imágenes lógica-
mente encadenadas. Francis Bacon diseñó un programa de reforma del saber en el cual
dedica especial atención a los cambios requeridos en la educación. Tomó en cuenta
todos los componentes involucrados: los recursos que proveen las instituciones (bibliote-
cas, laboratorios, jardines botánicos), el personal (selección de profesores, salarios, con-
diciones laborales) y la enseñanza propiamente dicha (contenidos, articulación de las
asignaturas, métodos de transmisión del conocimiento). Para Bacon, las universidades,
Sobre antiguos y modernos en el siglo XXI: Apuntes sobre... 53
colegios y conventos son adversos al progreso de las ciencias porque en ellos las lecciones
y los ejercicios están dispuestos de tal manera que a nadie se le ocurra pensar o estudiar
algo diferente de lo acostumbrado, son como cárceles que encierran a los alumnos en los
escritos de unos pocos autores.
Bacon encuentra una suerte de explicación psicológica del estancamiento de las
ciencias, al hacer una crítica de los métodos de transmisión del conocimiento. Este es un
elemento clave de la actividad científica, ya que de él depende el curso a seguir por las
distintas generaciones. En cuanto al método de transmisión del conocimiento, que retoma
una categoría iniciada por el humanismo, su diagnóstico general es negativo. Cree que
un método de enseñanza que no sea meramente magistral, es decir, que no sólo repita lo
ya conocido sino que incite al progreso en el conocimiento no se ha puesto verdadera-
mente en práctica. Así, dice que en las universidades de su época “hay una especie de
contrato de error entre el transmisor y el receptor: pues el que transmite el conocimiento
desea hacerlo de la manera en que sea mejor creído, y no mejor examinado; y el que lo
recibe, más desea satisfacción inmediata que indagación expectante, y así antes no du-
dar que errar, haciendo el afán de gloria que el autor no descubra su debilidad, y la
desidia que el alumno no conozca su fuerza”.9 Pero las cosas deberían ser muy distintas:
las doctrinas “deben ser tales que nos hagan enamorarnos de la lección y no del maestro,
y estar dirigidas al beneficio del oyente y no a la gloria del autor”.10
El método ideal de transmisión es aquel que reproduce el método mediante el cual
se obtuvo el conocimiento que se intenta transmitir: “Pues sucede con los conocimientos
como con las plantas: si se quiere utilizar la planta no hay que preocuparse por las raíces;
mas si se quiere trasladarla para que crezca, entonces es más seguro confiar en raíces que
en esquejes. De modo que la transmisión de conocimientos tal como ahora se efectúa, es
como de hermosos troncos de árboles sin las raíces, que son buenos para el carpintero
pero malos para el criador”.11 En esta propuesta de Bacon hay una fuerte crítica de la
autoridad. Dada la tradición en las instituciones educativas, si algún alumno quiere
valerse de la libertad de juzgar se encontrará completamente solo y sentirá obstáculos
constantes para su bienestar. Incluso los que se atrevieron a esto, no llegaron a separarse
completamente de las opiniones recibidas y buscar las fuentes mismas de las cosas, cre-
yendo de esta manera que pueden mantener su modestia asintiendo a la tradición y su
libertad añadiendo alguna cosa. Pero Bacon sostiene que esta posición intermedia “que
conjuga asentimiento y libertad no conduce al progreso de las ciencias, pues es difícil
9. Francis Bacon, El Avance del Saber (ADV), versión castellana de Elena, A., Madrid: Alianza, 1988, p. 145.
10. Idem, p. 160.
11. Idem, p. 146.
54 Silvia Manzo
“Ante todo el profesor debe interrogar a menudo al alumno, hacerle hablar, hacerle opinar sobre
todo lo que se le presenta. Esto es todo lo contrario a la costumbre según la cual sólo habla el
maestro y educa al alumno con autoritarismo y vierte en su mente como en un vaso todo lo que
él quiere, de manera que los niños –y es un pésimo método– son únicamente oyentes [...] Hay
que enseñar, encender el espíritu de los jóvenes con preguntas; hacerles opinar los primeros,
dejarles libres para preguntar, informarse, abrirse el camino cuando quieran. Si el maestro sólo
habla sin incitarles a hablar, pierde su tiempo; el niño no aprovecha porque cree no estar incluido
en el desarrollo de la clase; quizás atienda, pero fríamente; no se excita como cuando él mismo
está en el juego. Ni basta dejarles decir su propio parecer, es necesario que lo sostengan, que den
razones, que no hablen como papagayos, sino que estén atentos y solícitos a lo que dicen; y para
darles fuerza será necesario contar con lo que digan en su intervención [...] Estas preguntas
deben ser, no tanto sobre asuntos de ciencia y cosas memorísticas como sobre cosas de juicio [...]
Después se deberá acostumbrar al niño a una honesta curiosidad por todo, con lo que sabrá
12. Christopher Hill, Los orígenes intelectuales de la Revolución Inglesa, traducción Alberto Nicolás. Barcelo-
na, Crítica, 1980, pp. 121-131. Primera edición, Oxford, 1965.
13. John Locke, Some thoughts concerning education, Londres, 1695 (tercera edición).
Sobre antiguos y modernos en el siglo XXI: Apuntes sobre... 55
considerar todo lo que se diga, se haga o se mueva en torno a él [...] Finalmente, el maestro debe
enseñar al alumno a no aceptar cualquier cosa sólo por la autoridad de quien la dice, que sería
dejarse llevar como el ganado, sino a examinar todo con la razón, proponiéndole todo para que
escoja, y si no sabe escoger, ¡que al menos dude!”14
Nosotros y ellos
Estas líneas de Charron son, a mi entender, claramente elocuentes del vínculo que
aún nos une con la Modernidad, con aquel proyecto tan cuestionado que, para algunos
intelectuales de hoy, merece ocupar el banquillo de los acusados por los males que pade-
ce y ha padecido la humanidad de nuestro tiempo. A pesar de muchas de estas conse-
cuencias no deseadas pienso que todavía seguimos moldeados por esa imagen moderna
de la historia. Creo que las palabras de Charron y las de los otros filósofos nos invitan a
repensar nuestra idea de la filosofía y de la historia, y con ello los modos de su enseñanza.
En particular se me ocurren para destacar tres puntos.
Uno. Tanto los humanistas como los filósofos y educadores modernos que hemos
considerado, no reflexionan sobre la enseñanza de la filosofía como un ámbito indepen-
diente y separado del resto de las disciplinas, excepto por algunas muy específicas como
la gramática o la música que solían considerarse como saberes independientes. No se
planteaban una especificidad de lo filosófico que los moviera a desarrollar una forma
especial de su enseñanza. Con el correr de los siglos, lo que antes estaba abarcado bajo el
rótulo de la filosofía fue paulatinamente desarrollándose y constituyéndose como una
rama separada del conocimiento con sus propios objetos de estudio y sus métodos. Éstas,
las divisiones disciplinares, nos llevan hoy en día a un planteo más problemático, en la
medida en que nos ponen frente a la necesidad de definir qué es lo propio de la filosofía
y de su enseñanza.
Dos. Me detengo a pensar en la oposición entre lo nuevo y lo viejo supuesta en la
querella de antiguos y modernos. En la Modernidad el planteo explícito es de ruptura.
Pero en verdad la ruptura nunca llegó a concretarse. En los hechos, en el desarrollo de las
nuevas filosofías tal ruptura con el pasado no es reconocible y lo que encontramos es más
una tensión dialéctica de los modernos con el pasado filosófico con el que quieren (pero
no pueden) romper. La filosofía misma no puede ser a-histórica ni empezar de cero. El
concepto mismo de progreso que los modernos suponían en su búsqueda de superación
del pasado es incompatible con la idea de un nuevo comienzo radical. Si el progreso se
14. Pierre Charron, De la Sagesse (1601) III, 14 (Lyon 1695, pp. 518-620) apud Garín, E. (1987), p. 195.
56 Silvia Manzo
realiza es porque hay un pasado con el que se carga en el presente y permanecerá bajo
una forma diferente y con elementos adicionales novedosos en el futuro.15
Tres. La Modernidad es hoy objeto de distintas críticas. Con todo, me parece que es
innegable que muchos de sus detractores filósofos (tanto enseñantes como alumnos) pa-
recen estar animados por el espíritu de la Modernidad. Siguen buscando decir algo nue-
vo. Salir de lo dado, buscar el espacio de la “transgresión”. Las palabras que se usan tal
vez son otras, pero creo que en el fondo se busca lo mismo que los modernos: decir
algo nuevo y original, ser distintos, no volver a la Antigüedad como querían los
humanistas. Creo, una vez más, que este objetivo es imposible de cumplir si se consi-
dera que las ideas “nuevas” pueden nacer de la nada, pueden ignorar completamen-
te el pasado. La historicidad nos encierra, forma parte de nuestra condición humana.
Si queremos cambiar el discurso que nos envuelve no podemos más que derribarlo
atacando sus presupuestos. Y, como dice Charles Taylor,16 esto sólo se logra estudian-
do sus orígenes en la historia.
15. Jürgen Habermas, El discurso filosófico de la modernidad. Doce lecciones, trad. Manuel Jiménez Redondo,
Taurus, 1982.
16. Charles Taylor, “La filosofía y su historia” en R. Rorty, S. B. Schneewind y Q. Skinner, La filosofía y la
historia. Ensayos de historiografía de la filosofía, Barcelona, Paidós, 1990.
Sobre antiguos y modernos en el siglo XXI: Apuntes sobre... 57
Claudia T. Mársico*
2. Sobre la categoría de “líquido”, véase Bauman, Z., Modernidad líquida, México, FCE, esp. “Prólogo”.
Zonas de tensión dialógica: rutas para ingresar a la filosofía clásica 59
posiciones teóricas en pugna. Al mismo tiempo, esta tensión se manifiesta como “dialógica”,
puesto que da lugar a un intercambio crítico entre las distintas posiciones, que puede ir
desde la divergencia superficial hasta la más abierta polémica. Dentro del marco de una
zona de tensión dialógica todas las posiciones son afectadas por las demás, ya que cada
una debe no sólo esbozar su propia perspectiva, sino también construir un cinturón pro-
tector que la haga inmune frente a las críticas derivadas de las demás posiciones. Cuan-
do las posturas se multiplican, se produce una red de tesis en conflicto que determinan la
tónica del entorno teórico en general. Si tenemos el propósito de recuperar los rasgos de
un imaginario determinado, en este caso el de la antigüedad griega, no podemos limitar-
nos a aislar planteos de algunos autores determinados, sino que esa red tiene que ser el
punto buscado, y la conciencia de la existencia de esa red es lo que debe ser transmitido
en primer lugar.
En rigor, la perspectiva tradicional opta casi por lo contrario. Propone, consecuente
con la tradición que se entronca con los primeros intentos de sistematizar la historia de las
ideas en la época helenística un esquema de sucesiones, de tipo evolutivo, donde los pen-
sadores se suceden ligándose con vínculos de influencia de unos sobre otros. En este marco,
a aquellos considerados dignos de integrar el catálogo de filósofos se les atribuye un aura de
superioridad que contrastaría con el resto. El problema de este enfoque es que, más allá de
los méritos efectivos que pueden caber a un autor, se desdibuja el hecho de que los sistemas
filosóficos, mucho más que el resultado de una serie limitada de influencias, son el produc-
to emergente de una zona de tensión dialógica en la que toma parte el ambiente intelec-
tual en su conjunto. En rigor, aquello que le da significatividad a una propuesta teórica es
precisamente que constituya una respuesta a un interrogante que agita la vida cultural del
momento, esto es su posición en el marco de una zona de tensión dialógica.
El contraste entre ambos modos de encarar el estudio de la filosofía se manifiesta de
modo claro en el ámbito de la filosofía griega, que, como punto al que se retorna perma-
nentemente, configura un ámbito de especial relevancia. Tomemos el ejemplo de Platón,
cuya enseñanza, de acuerdo con lo que llevamos dicho, se concentra habitualmente en
el texto de los diálogos, desde la perspectiva de lo que podríamos llamar una “lectura
interna”, que no presta atención a la zona de tensión dialógica en la que se integra. En
este marco, nos concentraremos en dos ejemplos al pasar, que pueden servir como ejem-
plo del cambio de perspectiva que supone abandonar esta “lectura interna”. En ambos
casos los interlocutores teóricos de Platón, aquellos con los que las obras entran en direc-
ta tensión, son personajes silenciados por la tradición, que apenas si son mencionados en
las historias del período. Nos referimos a los filósofos socráticos, usualmente colocados
bajo la rúbrica de “socráticos menores”, para diferenciarlos de los discípulos más brillan-
tes de Sócrates: en primer lugar Platón, y, a buena distancia, Jenofonte.
En la historiografía tradicional este segundo plano basta para que sean prácticamen-
te eliminados de la consideración general del período, de modo que la presentación
60 Claudia T. Mársico
En lo que sigue nos referiremos brevemente a una zona teórica relevante en el con-
texto de la obra platónica, ligada con la relación entre alma –o mente– y cuerpo y los
riesgos del hedonismo, a través de dos pasajes en los que las alusiones a posiciones de sus
contemporáneos son decisivas. Comencemos por un caso que puede parecer anecdótico,
pero que encarna bien el modo en que tramas mucho más complejas que la mera literalidad
pueden condicionar la comprensión de una obra. En el Fedón, diálogo fundamental para
la tradición, Platón narra la conversación de Sócrates con sus discípulos que precede a su
ejecución. En la primera parte encontramos la distinción entre alma y cuerpo, y la idea
de que el cuerpo es un obstáculo que hay que superar para permitir el desarrollo de la
afinidad entre el alma y el plano inteligible. Esta diferenciación es capital y ha tenido un
efecto enorme en la tradición posterior en lo que respecta a la instauración conceptual
de la oposición cuerpo-alma.3
En ese marco, el personaje de Fedón parece anecdótico. Una lectura poco atenta
de la obra puede limitarse a notar que se trata de uno de los discípulos más jóvenes,
extranjero, que relata a otro extranjero el último día de Sócrates, sin tener en la discu-
sión un papel relevante, tal como el que les cabe a Simias y Cebes, dúctiles interlocutores
del maestro ante el resto de testigos silenciosos. La elección de los personajes por parte
de Platón no suele ser inocente, de manera que vale la pena preguntarse en qué radica
que esta función recaiga en Fedón. ¿Por qué se lo elige como portavoz? Si vamos más
3. Este aspecto se desarrolla entre los pasajes 59 y 84b. Véase Eggers Lan, C., El concepto del alma en Homero,
Buenos Aires, FFyL, 1967.
Zonas de tensión dialógica: rutas para ingresar a la filosofía clásica 61
allá de esta primera lectura y avanzamos en el contexto al que el comienzo del diálo-
go alude directamente, dado que se hace una lista minuciosa de los asistentes, ve-
mos que Fedón, como indica su presencia ese día y los previos mencionada en 59d,
formaba parte del grupo dilecto de Sócrates y fue uno de los discípulos que no sólo
continuaron en la práctica de la filosofía sino que iniciaron escuelas, en este caso la
de Elis, su tierra natal. 4
Más allá de la evolución posterior de Fedón en las lides filosóficas, interesa a esta
cuestión una serie de datos relacionados con su vida antes de encontrarse con Sócrates,
y que parecen haber sido ampliamente conocidos en la antigüedad. En este sentido, se
dice que fue apresado y vendido como esclavo, en situación tal que terminó trabajando
en un prostíbulo de efebos, del que habría sido rescatado por Sócrates.5 En este planteo
se ponen en juego varios problemas ligados con la plausibilidad histórica del relato, que
ha sido objeto de dudas en las interpretaciones tradicionales. Para un análisis de estos
datos es preciso recurrir al contexto de numerosos enfrentamientos bélicos que atraviesa
el final del s. V a.C. con el objeto de enmarcar la referencia al hecho de que el cautiverio
de Fedón estuvo ligado con una derrota de su patria, Elis.
En rigor, la atribulada situación de Grecia para esta época ofrece varias oportunida-
des en que esto puede haber sucedido. El choque en cuestión se produjo con Esparta,
luego de la guerra del Peloponeso, concluida en el 404 a.C., en circunstancias en las que
esta ciudad ampliaba sus pretensiones imperiales y castigaba acciones de sus aliados. Las
fuentes para establecer su efectiva datación cronológica son dudosas y contradictorias
entre sí,6 de modo que la duración y la fecha de los enfrentamientos han sido tradicional-
mente muy debatidos. Actualmente se considera que la serie de campañas que nos inte-
resan debe de haber acaecido entre el 402 y el 400 a.C.7 Esto haría posible, al menos
desde el punto de vista cronológico, la historia del cautiverio de Fedón en relación con la
caída en batalla de Elis.
Estos acontecimientos habrían estado ligados con su llegada a Atenas y su estancia
en un burdel, que se repite en otras fuentes. Quienes siembran dudas sobre este punto
4. La ligazón de Fedón con la escuela Elíaca se menciona, por ejemplo, en Diógenes Laercio, I.13-19; Suda, s.v.
Sócrates, etc.
5. Así, Diógenes Laercio comenta a propósito de este socrático: “Fedón de Elis, de la familia de los Eupátridas,
fue tomado prisionero junto con su patria y forzado a permanecer en un burdel, pero tras cerrar las puertas se reunía
con Sócrates, hasta que éste incitó a los del grupo de Alcibíades o Critón a que lo liberaran. Desde entonces
filosofaba libremente”. (II.105). Algo similar afirma Diógenes también en II.31: “Sócrates ordenó a Critón que
liberara a Fedón del cautiverio, porque estaba preso en un burdel, y lo volvió un filósofo”.
6. Se trata de los pasajes de Jenofonte, Helénica, III.2.21-31, Diodoro, XIV.17.4-12 y 34.1 y Pausanias,
III.8.3-5.
7. Así, por ejemplo, en la reconstrucción de Moqueen, E. y Rowe, J., “Phaedo, Socrates and the Chronology
of the Spartan War with Elis”, Méthexis, II (1989), pp. 1-18.
62 Claudia T. Mársico
subrayan el hecho de que estas fuentes son todas tardías y poco confiables.8 Sin embargo,
también es cierto que este rasgo atañe a numerosas áreas de la antigüedad, afectadas por
la falta de datos o las exageraciones de las biografías helenísticas. En estos casos, hay
otros indicios que ayudan a sopesar los indicios ofrecidos por las fuentes. Así, por ejemplo,
en el caso que nos ocupa, es relevante notar que varios autores antiguos citan la historia
del cautiverio de Fedón no sólo como un hecho cierto, sino también como un aspecto
utilizado tradicionalmente para subrayar la posibilidad de una conversión hacia la filoso-
fía y hacia la vida honrada en general. En esta línea Orígenes coloca a Fedón entre “los
más arruinados de los hombres”, alguien que “acepta someterse a un amo que lo coloca
en un burdel, para que todo el que quiera deshonrarlo pueda hacerlo”. Esta mención se
une a la de otros hombres que llevaban vidas descarriadas, pero que cambiaron de acti-
tud, ya que “la razón fue fuerte como para lograr, transformándolos, que se volcaran con
tanto empeño a la filosofía”. Lo que nos interesa puntualmente del testimonio de Oríge-
nes es que proyecta este juicio sobre Platón mismo, cuando cierra esta mención diciendo
que Fedón “fue considerado digno por Platón para contar el relato de Sócrates sobre la
inmortalidad”.9
De manera coincidente, el testimonio de Juliano sugiere que Fedón habría desarro-
llado una posición teórica que incluía reflexiones sobre este punto:
“Él consideraba que nada era incorregible para la filosofía y que son purificados por ellas todos los
aspectos de todas las vidas, las ocupaciones, los deseos, absolutamente todas las cosas por el estilo.
Pues si asistiese sólo a los que tienen buena naturaleza y están bien educados, no habría nada
sorprendente en ella, pero si conduce a la luz también a los así dispuestos <sic los descarriados>,
me parece que es realmente algo admirable.”10
8. Tanto es así que en la Suda, s.v. Fedón leemos que “le sucedió primero que fue tomado cautivo por los
Indios” (!), dato que constituye claramente un ejemplo de corrupción textual que sólo podemos corregir apelando
a la imaginación.
9. Orígenes, Contra Celso, III.67 (SSR, III.A.2).
10. Juliano, Cartas, 59 Hertlein [= 82 Bidez Cumont] p. 445a (SSR, III.A.2).
Zonas de tensión dialógica: rutas para ingresar a la filosofía clásica 63
11. Una interpretación en esta clave puede encontrarse en el trabajo de Eggers Lan, C., “El mito de la muerte
de Sócrates en el Fedón”, Méthexis, II (1989), pp. 19-28. La iniciación en los misterios como correlato de la
separación de alma y cuerpo se menciona explícitamente en 81a.
12. La bipartición del hombre en Fedón, donde se oponen cuerpo y alma, restringiendo esta última al ejercicio
de la razón y relegando al cuerpo los deseos disruptores, contrasta con la tripartición del alma en República, IV, donde
lo que en Fedón radica en el cuerpo se atribuye a la parte apetitiva e inferior. Sobre este punto, véase XXX.
64 Claudia T. Mársico
13. Véase Diógenes Laercio, II.86-93 (FS, 589; SSR, IV. A.172).
14. Aun cuando las posiciones cirenaicas han sido arduamente discutidas y existen autores para los cuales las
posiciones tradicionalmente asociadas con la escuela no corresponden a tesis que haya sostenido Aristipo el Socrá-
tico, sino su nieto Aristipo, llamado Metrodidacta, el educado por su madre Arete, creemos que la obra de Platón
contiene alusiones que inclinan a creer en un origen temprano de estas ideas. Sobre este punto, véase Irwin, T.
“Aristippus against Happiness”, Monist, 74.1, 1991, p. 55 ss. y nuestra Introducción a los testimonios sobre los
cirenaicos en Filósofos socráticos, Testimonios y fragmentos. I. Megáricos y cirenaicos, Buenos Aires, Losada, 2008.
15. Véase Diógenes Laercio, II.69 (FS, 477; SSR, IV.A.87).
16. Sobre este punto, véase Tsouna, V., The epistemology of the Cyrenaic School, Cambridge, CUP, 1998, p. 124 ss.
17. Plutarco, Contra Colotes, 24.1120c-d (FS, 632; SSR, IV.A.211).
Zonas de tensión dialógica: rutas para ingresar a la filosofía clásica 65
“decían que cuando eran quemados o cortados, sabían que sufrían algo, pero si lo que quemaba
era fuego, o lo que cortaba era metal, no lo podían decir.”18
Las fuentes señalan que este subjetivismo los llevó a crear neologismos para evitar
inferencias sobre el mundo exterior. En este sentido, los cirenaicos denunciaban una
disrupción básica entre el lenguaje y lo real que debía ser corregida mediante expresiones
que escaparan a la referencia respecto de objetos. El procedimiento consistía, entonces, en
privilegiar aquellas expresiones que subrayaban los aspectos subjetivos del acto de percep-
ción: en lugar de hablar de lo dulce, lo amargo, lo frío, lo caliente, lo luminoso o lo oscuro,
hablaban de “endulzarse”, “amargarse”, “enfriarse”, “calentarse”, “iluminarse” y “oscure-
cerse”.19 Este recurso léxico les permitía indicar que, más allá de la costumbre impuesta por
la lengua, no es correcto referirse a objetos o sus rasgos, sino a las sensaciones que de ellos
tenemos. Deberíamos decir, en consecuencia, que sentimos dulzura, frialdad, etc.
Para Aristipo, entonces, el conocimiento es limitado, pero revela a su vez un núcleo
que supone las raíces de una ética: si existe certeza sobre las afecciones subjetivas, debe
profundizarse esta veta determinando sus aspectos prevalentes, placer y dolor, orientando
la acción a perseguir el primero y evitar el segundo. De este modo placer, entendido como
movimiento, esto es como actividad en aras de un objetivo, y bien se identifican.20 Por eso
mismo, el filósofo es aquel que combina placer y autodominio, lo cual le asegura acceder
a todos los placeres sin quedar preso de sus efectos adictivos. Es quien puede entrar y
luego salir en toda circunstancia, potenciando su inclinación natural al goce.
Es claro que el subjetivismo cirenaico renunciaba al conocimiento del mundo exterior,
sobre el que sólo pueden tentarse conjeturas, de un modo inaceptable para la perspectiva
platónica, que, precisamente al contrario, busca elementos objetivos y estables que garanti-
cen la plausibilidad del conocimiento de lo real, como punto de partida para establecer
taxativamente lo bueno y lo malo. Frente a una misma zona de problemas, Platón y Aristipo, a
pesar de sus orígenes compartidos, adoptan puntos incompatibles. Es claro que la limitación a
las propias afecciones no es aceptable para Platón, que, por lo tanto, debe objetar la supuesta
imposibilidad de colegir el origen de las afecciones. Para ello, en el marco de la discusión con
Polo, que toma la palabra luego de la refutación de Gorgias, se enfrenta el problema del
castigo, que Platón utiliza para manifestar su posición respecto de la relación entre la afección
18.Aristocles, Sobre la filosofía, frag. 3, FPhG, III.213 (según Eusebio, Preparación evangélica, XIV.19.1, p.
764 b-d) (= SSR, IV.A.218).
19. Plutarco, Contra Colotes, 24.1120 b – 1121 c (FS, 632; SSR, IV.A.211).
20. La idea de que el sumo bien o fin se identifica con el placer se explicita en Diógenes Laercio, II.86-93 (FS,
589; SSR, IV.A.172), Aristocles, Sobre la filosofía, frag. 3 (según Eusebio, Preparación evangélica, XIV.18.31, p. 763d
32-764a (FS, 59o; SSR, IV.A.173), Ateneo, XII.544 a-b (FS, 591; SSR, IV.A.174), etc.
66 Claudia T. Mársico
y su causa. “¿No es cierto –pregunta Sócrates a Polo en 476b– que si alguien hace algo es
necesario que exista algo que reciba la acción del que obra?”, por ejemplo “si alguien da
golpes, ¿no es preciso que algo los reciba?”. Más aún “si alguien da golpes violenta o rápida-
mente, ¿no es preciso que los reciba también del mismo modo lo que es golpeado?”. El corola-
rio de esto en 476c es: “el efecto en lo golpeado es tal como lo produce el que golpea”.
De esto se deduce la falsedad del postulado cirenaico según el cual no es posible
colegir el origen de las afecciones, de modo que el sujeto que percibe no está de ningún
modo “sitiado” en su interior, sino que cuenta con elementos que fundan su conocimien-
to del mundo externo. De esto se deduce también que no es justificable la deducción de
su ética orientada exclusivamente al placer. Por el contrario, la noción de un autodominio
subsidiario del hedonismo resulta a juicio platónico ilegítimo. El autodominio no facilita
el acceso al placer, sino que es precisamente lo que permite escapar a las tendencias que
en Fedón se aliaban al cuerpo y eran vistas como elementos esclavizantes.
Para presentar este punto de manera gráfica se presenta en Gorgias el símil de los
toneles, donde se opone al hombre con toneles sanos, que tiene sus placeres estables y a
resguardo, al hombre con toneles podridos, que necesita dedicar su vida a perseguir
placeres para evitar el dolor del vacío: “teniendo sus recipientes agujereados y podridos,
se vería obligado a estarlos llenando constantemente de día y de noche, o soportaría los
más graves sufrimientos” (493e-494a). Todas las advertencias sobre la confianza en el
cuerpo esbozadas en Fedón cobran aquí máxima aplicabilidad. Así, el rechazo de la pers-
pectiva de un filósofo al que su sabiduría lo lleva a potenciar la obtención y el goce de
placeres queda ridiculizada en Fedón, 84a, donde se dice que el alma del filósofo “no
creería que por un lado era preciso que la filosofía la liberara, y, al liberarla, ella debía
entregarse a los placeres y, a la vez, a los dolores, encadenándose a sí misma de nuevo, y
así ejecutar una labor de Penélope al manipular el telar en sentido contrario”.
La asociación cirenaica entre subjetivismo, autodominio y hedonismo queda clara-
mente en entredicho, pero no como resultado de una especulación solipsista, sino como
corolario de un efectivo enfrentamiento en el seno de una zona de tensión dialógica.
sucesorio, en el que sólo se buscan emergentes notables para luego explicitar sus siste-
mas, conlleva una inevitable fragmentación, que termina por convertir la enseñanza de
la filosofía en una especie de sucesión de diapositivas inconexas que a lo sumo deben ser
unidas por la imaginación activa y dinámica del receptor. Frente a esto, es posible apoyar
la transmisión en la reconstrucción de la zona de tensión dialógica que subyace a estos
sistemas, de manera que se los comprenda de manera integrada con su contexto y su
época. Esta tarea va mucho más allá de una mera ubicación histórica y de la identifica-
ción de influencias de una posición, e implica pensar la tarea filosófica íntegra como un
factor inescindible de su marco de producción.
Este enfoque no sólo está en condiciones de paliar la sensación de fragmentación
de la enseñanza tradicional, basada en la mera sucesión, sino que, al mismo tiempo,
ofrece una visión de la práctica disciplinar que contrasta notablemente con las previas.
Hacer hincapié en el marco de una zona de tensión dialógica pone en primer plano la
necesidad de pensar la práctica filosófica como el producto de la inserción de un pen-
sador en un plexo mayor en el que la presencia de otros pensadores es determinante.
Este enfoque en términos de zonas de tensión dialógica apunta, mucho más que a la
asociación entre filosofía y diálogo, a esta altura vaciada por la excesiva simplificación,
a estudiar la filosofía desde el punto de vista de la construcción colectiva, y por ende
pretende subrayar que esta construcción colectiva es igualmente determinante en la
práctica contemporánea.
De un modo creciente, nos enfrentamos a un contexto donde las tendencias a un
academicismo en extremo limitante ponen en riesgo la dimensión dialógica, sometiendo
todo quehacer a la lógica de una producción indiscriminada, donde los espacios de inter-
cambio no dan lugar a un efectivo contacto, sino que terminan convirtiéndose en vidrie-
ras de resultados atomizados. El corolario más preocupante resulta sin duda que esta
compartimentación impide la construcción de un marco compartido que pueda consti-
tuirse en una mirada local a nuestras propias condiciones y problemas, que no sea un
mero eco de las propuestas de los países centrales.
Con estos inconvenientes conspira también el modo tradicional de entender la prác-
tica filosófica fijada en autores aislados. Si no es posible modificar de plano las condicio-
nes adversas de la investigación en nuestro ámbito, sí parece estar más a la mano la
posibilidad de producir un cambio en el modo en que se vivencia la práctica filosófica,
instalando desde la enseñanza un modo de pensarla que coloque la construcción colec-
tiva en primer plano. Sólo cuando ponemos las obras en su zona de problemas originarios
estamos en condiciones de evitar el riesgo del acceso abstracto y se puede intentar el
acercamiento al páthos que llevó a los filósofos a erigir los cimientos conceptuales de la
tradición. Al mismo tiempo, sólo un acceso de este tipo constituye a la historia de la
filosofía en un reservorio de temas vigentes para los problemas de la actualidad, propi-
ciando al mismo tiempo la percepción de la disciplina como un espacio colectivo.
68 Claudia T. Mársico
Zonas de tensión dialógica: rutas para ingresar a la filosofía clásica 69
Sebastián Abad*
Para Elina
A partir de estos puntos intentaremos una breve problematización del estatuto político
actual de la enseñanza filosófica.
Nuestro problema es: ¿qué figura puede ser la del docente de filosofía cuando ha
llegado a su fin la noción de maestro? O dicho de otro modo: ¿hay alguna forma de
docencia filosófica que no sea la del maestro? El punto de vista para ingresar en este
problema implica, por la naturaleza misma de lo pensado, arrojar por la borda cualquier
clase de aproximación experta o erudita.
Sin embargo, tampoco podemos partir de algún modelo o deber ser del magisterio. No
corresponde que envolvamos el presente que tenemos que pensar con alguna mistificación
2. El maestro kantiano
1. Nos permitimos remitir a nuestro texto, “Ética y ocupación del Estado”, producido durante 2005 en el
marco del Instituto Nacional de Capacitación Política (INCaP). El ensayo se constituyó en punto de partida para
una serie de desarrollos que hemos dado en llamar pensamiento estatal.
¿Para qué aún maestros? Enseñanza universitaria pública de la filosofía... 73
2. Immanuel Kant, Kritik der reinen Vernunft, en Werke in zehn Bänden, Herausgegeben von Wilhelm Weischedel,
Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschatf, 1960, tomo II, A839/B867.
3. Immanuel Kant, Kritik der reinen Vernunft, A850-851.
74 Sebastián Abad
4. Immanuel Kant, Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung, en Werke, tomo VI, A484-485.
¿Para qué aún maestros? Enseñanza universitaria pública de la filosofía... 75
e. Esta relación de magisterio es, desde el punto de vista del Estado, objeto de una
garantía y una legitimación. El Estado garantiza la continuidad del proyecto
filosófico –racional– al designar al profesor como funcionario (Beamte). La pre-
sencia estatal no es, pues, del orden del planeamiento curricular, sino de la legi-
timación de maestros.
5. Es un dato significativo del habla popular urbana la reiterada aparición de apelativos como “maestro”, “jefe”,
“capo”, “campeón”, que denotan a nivel del enunciado cierta forma de superioridad jerárquica, la cual, no obstante,
queda desmentida en la enunciación.
76 Sebastián Abad
6. Este argumento es tributario de la discusión de un colectivo que produjo Adef. Revista de Filosofía, Nº 2
(2000). En este número, el dossier y los artículos versaron sobre la “seriedad” filosófica.
“Formar” profesores, “formar” filósofos 79
Alejandro Cerletti*
Si nos dispusiéramos a analizar con detenimiento aquello que queda sintetizado bajo
la usual expresión “Formación docente en filosofía” o “Formación de profesores de filoso-
fía”, encontraríamos no pocas dificultades, y de diferentes niveles. Más allá de las quere-
llas ideológicas o pedagógicas que podrían suscitarse alrededor del término “formar”
–que en este trabajo no vamos a abordar en detalle–, la actividad de “enseñar a enseñar
filosofía” asume, en su implementación, un conjunto de supuestos y prescripciones que
convendría revisar. Es evidente que esta revisión nos confrontará, de inmediato, con el
problema medular del magisterio filosófico: la tarea de “enseñar filosofía”, que ya de por
sí nos abre un panorama de enorme complejidad y que deberíamos saldar de alguna forma
para encarar la actividad correlacionada de “enseñar a enseñar filosofía”.
Uno de los modos habituales de encarar la enseñanza de la filosofía ha sido tratarla
como un problema principalmente didáctico. Es decir, se admite –por lo general, de ma-
nera acrítica– la existencia de un cuerpo de conocimientos llamado por la tradición
“filosofía” y se procede a idear diversas “formas” de enseñarlo, como se lo haría con cual-
quier disciplina. Desde este punto de vista, el “objeto” a enseñar o el qué enseñar (la
filosofía) no se considera que influya de manera sustancial en el cómo hacerlo y la tarea
se reduciría a encontrar las formas más adecuadas y eficaces para lograr una buena trans-
misión.
Habría una suerte de sentido común constituido alrededor de la enseñanza de la
filosofía que tiene un supuesto pedagógico trivial, frecuente por cierto en la transmisión
de cualquier conocimiento: hay alguien que “sabe” algo y alguien que no; de alguna
forma el que sabe “traspasa” (básicamente, le “explica”) al que no sabe ciertos “conteni-
dos” de su saber y luego corrobora que ese pasaje haya sido efectivizado, es decir, constata
que el que no sabía haya “aprendido” lo que se supone tenía que aprender. Y así, por
etapas graduales y sucesivas, un alumno pasaría del no saber al saber, con la imprescindi-
ble ayuda de un maestro o un profesor.1 El “qué” se enseña se colma con contenidos
programáticos usuales y el “cómo” queda librado al buen sentido pedagógico del profesor,
que será más o menos fundamentado de acuerdo a la formación docente que haya recibi-
do y/o a las diversas experiencias que haya recogido en su trabajo de enseñante y, en
especial, a las que haya acumulado en su etapa de estudiante.2
Los estudiantes de profesorados que llegan a los cursos más específicamente orienta-
dos a la enseñanza –ubicados, por lo general, en los últimos años de esas carreras–, han
recorrido ya un importante trayecto como estudiantes de filosofía. Es decir, han conocido
y vivido, en su propia experiencia, lo que todos sus profesores de filosofía han considerado
que es la filosofía, y también lo que han supuesto que es enseñar –y aprender– filosofía.
Han ido construyendo entonces, a través de su experiencia como estudiantes, una idea
de lo que es un “buen” o un “mal” profesor de filosofía. En el proceso de su aprendizaje, se
han constituido como estudiantes pero también como futuros docentes, ya que, cons-
ciente o inconscientemente, han asimilado no sólo algunas concepciones de la filosofía
sino, además, diversas formas de enseñarla. Que las concepciones de la filosofía y de la
enseñanza que se fueron conociendo sean matizadas o poco variadas, hará que la expe-
riencia de formación haya tenido una mayor o menor riqueza. Se desprende de esto que
la formación de un profesor de filosofía no es consecuencia de algunas materias pedagó-
gicas o didácticas que se juntarían con otras más específicamente filosóficas sino que
corresponde a la carrera en su conjunto. Pese a que parezca una obviedad, no está de más
remarcar que todos los docentes “forman” a los futuros profesores y profesoras, y no sólo los
1. Jacques Rancière se ha encargado de desnaturalizar esta concepción de la enseñanza, mostrando los supues-
tos que ella presenta y explicitando sus derivaciones pedagógicas, filosóficas y políticas. Véase Rancière, J.: El maestro
ignorante, Barcelona, Laertes, 2003. Cf. asimismo A. Cerletti, “La política del Maestro ignorante: la lección de
Rancière”, en Cuaderno de Pedagogía de Rosario, VI, 11, noviembre 2003, pp. 137-143. Paulo Freire ha puesto de
manifiesto una cuestión similar, desde un punto de vista diferente, en su célebre caracterización de la concepción
“bancaria” de la educación (P. Freire, Pedagogía del oprimido, 47ª edición, México, Siglo XXI, 1996).
2. Se ha constatado la gran influencia que tiene en la formación de un profesor su pasado como alumno, y que,
en relación con ella, la formación específica del profesorado constituye una empresa de “bajo impacto” (Terhart, E.:
“Formas de saber pedagógico y acción educativa o, ¿qué es lo que forma en la formación del profesorado?”, en Revista
de educación, 284, 1987, pp. 133-158). Se termina enseñando, en gran medida, como uno “fue enseñado”. Esta
suerte de “sentido común” pedagógico que se va construyendo no es inocente ni neutral. Se genera a partir de la
superposición de experiencias personales, tradiciones institucionales, diferentes concepciones –muchas de ellas
ingenuas– de la enseñanza, fragmentos de teorías didácticas, etc., que son internalizados eclécticamente a lo largo de
la práctica rutinaria.
“Formar” profesores, “formar” filósofos 81
de asignaturas “pedagógicas”. Esto, más allá de que muchos profesores especialistas con-
sideren que sólo enseñan su especialidad filosófica. En el acto de enseñar algún tema
filosófico se enseña ese tema pero también, aunque no se lo evidencie, se enseña a
enseñarlo. Lo que ocurre es que esto último no suele ser un propósito explícito de
muchos profesores, porque asumen que sólo “forman” en contenidos filosóficos –y, por
lo tanto, no es de su interés tematizar cómo ellos enseñan– o porque están constituidos,
y a su vez constituyen, en el sentido común pedagógico del que habláramos más arriba,
o ambas cosas.
Lo que se deriva de posiciones como las descriptas es que no se observa ninguna
relación fundamental entre lo que es enseñado y la forma de hacerlo, cuya distinción es
ya de por sí una posición frente al enseñar. El “cómo” se visualiza por lo general separado
de aquello que se enseña, y la enseñanza quedaría suficientemente garantizada, para
algunos, por el dominio de los conocimientos filosóficos del profesor. Para otros, por el
dominio de ciertos recursos didácticos. La mayor o menor incidencia de una u otra op-
ción puede definir el perfil institucional de un profesorado (más “filosófico” o más “peda-
gógico”), pero en ambos casos el presupuesto es el mismo: la filosofía y la didáctica tran-
sitan caminos separados que se yuxtaponen ocasionalmente, en virtud de la circunstan-
cia de tener que enseñar filosofía.3
De esto se podría seguir también que sería factible enseñar prácticamente cualquier
disciplina filosófica, o el pensamiento de los distintos filósofos, de formas similares. Se
podría “explicar”, por caso, de una manera semejante (metodológicamente hablando) las
filosofías de Platón, Descartes, Marx, Nietzsche, Wittgenstein o Popper, ya que lo signifi-
cativo desde el punto de vista filosófico estaría en el contenido enseñado y no en la forma
en que se lo presentaría. Y esto, con independencia de lo que esos mismos filósofos “en-
señados” supusieran, explícita o implícitamente, que es la filosofía o el filosofar, y de la
incidencia que ello podría tener en un acto de transmisión. Se presupondría que todos
son contenidos filosóficos y, en tanto tales, habría maneras comunes de enseñarlos.
Cuando nos referimos a maneras comunes de enseñar no afirmamos que no haya
actividades, estrategias o métodos diferentes para enseñar filosofía. De hecho, pueden
reconocerse diversas formas de encarar la enseñanza de la filosofía.4 Nos referimos más
3. Ha sido, y es, un tema de largo debate en la estructuración de los profesorados, el peso relativo que deberían
tener en su currículum, la formación filosófica y la formación pedagógica. Por cierto, esta tensión supone el recono-
cimiento de ámbitos separados en la formación (filosóficos y pedagógicos) que, en última instancia, deben pujar por
su incidencia en el conjunto y “negociar” estados de equilibrio. La alternativa maniquea a que queda generalmente
reducida la cuestión es: o un filósofo (o un investigador) que enseña o un profesor que da clases de filosofía.
4. Por ejemplo, las “modalidades de la enseñanza de la filosofía” planteadas por G. Obiols: problemática,
histórica, doctrinal o basada en textos (G. Obiols, “Las grandes modalidades de la enseñanza filosófica”, en Paideia,
X, 4, 1989); los “modelos” referidos por E. Rabossi, C. González y N. Stigol: dogmático, ecléctico o crítico (Rabossi,
82 Alejandro Cerletti
E. et al.: “Un modelo de enseñanza-aprendizaje para un enfoque crítico de la filosofía”, en Revista de Filosofía y Teoría
Política, 26-27, 1986, pp. 158-163); las clasificaciones metodológicas del conocido libro de A. Salazar Bondy,
Didáctica de la Filosofía: Exposición, interrogación, lectura y comentarios de texto, análisis lingüístico, estudio
dirigido, y más específicamente, método socrático o dialogado, método fenomenológico, etc. (Salazar Bondy, A.:
Didáctica de la filosofía, Lima, Universo, 1967).
5. Una cuestión interesante que de esto se deriva, pero que aquí no abordaremos, es evaluar qué relación puede
existir entre métodos o procedimientos filosóficos y métodos o procedimientos pedagógicos (y si, por caso, éstos
podrían subsumirse en aquéllos).
“Formar” profesores, “formar” filósofos 83
6. El dominio de un “contenido” (de un saber) filosófico y la pretensión de “trasladarlo” a otro como un cuerpo
de conocimientos que puede ser reproducido, más que promover clausuraría el filosofar, ya que supondría que el
movimiento del deseo de saber del profesor se ha detenido o consumado en un objeto (en este caso, en un
conocimiento específico de la filosofía). Lo que estaría haciendo ese docente, en sentido estricto, sería transmitir los
resultados de filosofar, más que mostrar un filosofar en acto (el suyo o el de un filósofo). Cf. J.-F. Lyotard, ¿Por qué
filosofar?, Barcelona, Paidós/ICE-UAB, 1989.
84 Alejandro Cerletti
nunca del hacer filosofía. Filosofía y filosofar se encuentran unidas, entonces, en el mismo
movimiento, tanto de la práctica filosófica como de la enseñanza de la filosofía. Por lo
tanto, enseñar filosofía y enseñar a filosofar conforman una misma tarea de despliegue
filosófico, en la que profesores y alumnos conforman un espacio común de pensamiento.
Es en este sentido que estimamos que toda enseñanza de la filosofía debería ser una
“enseñanza filosófica”.
En virtud de lo señalado, el profesor será, en alguna medida, filósofo, ya que mostra-
rá y se mostrará en una actividad donde expresa su filosofar. No quiere decir esto que
deba necesariamente enseñar una filosofía propia, sino que desde una posición filosófica
–la suya o la que elija– filosofará junto a sus alumnos. En última instancia, toda enseñan-
za filosófica consiste esencialmente en una forma de intervención filosófica, ya sea sobre
textos filosóficos, sobre problemáticas filosóficas tradicionales o incluso sobre temáticas
no habituales de la filosofía, enfocadas desde una perspectiva filosófica.
Se podrá abordar, y de manera consecuente, enseñar, a Nietzsche desde la filosofía
de Heidegger, a Hegel desde Marx, a Aristóteles desde Tomás de Aquino, o a Hegel
“desde Hegel”, o a tal o cual autor desde la concepción de filosofía que tenga el profesor,
o del modo que el docente considere más pertinente, de acuerdo con sus conocimientos,
sus preferencias y su capacidad. Esto exhibe que no se puede enseñar filosofía “desde
ningún lado”, en una aparente asepsia o neutralidad filosófica. Siempre se asume y se
parte, explícita o implícitamente, de ciertos contextos o condiciones, que conviene dejar
en claro, porque es esto lo que en última instancia –y fundamentalmente– se aprenderá.
Este “dejar en claro” no se transforma en una consecuencia didáctica directa, ya que
como anticipamos, el modo en que un profesor expresa sus compromisos filosóficos corres-
ponde a una decisión pedagógica: podrá optar, si lo considera didáctica y filosóficamente
conveniente, por declarar sus supuestos, o bien mostrarlos implícitamente en su práctica
de enseñante que piensa, o como le parezca mejor.
El filosofar se sostiene en la inquietud de formular/se preguntas y buscar respuestas
(el deseo de saber). Esto se puede sostener en el interrogarse del profesor o de los alum-
nos y los intentos de respuestas que se den ambos, como en el de un filósofo y sus respues-
tas. Esas respuestas que se han dado los filósofos son, paradigmáticamente, sus obras
filosóficas. Pero es muy diferente “explicar” las respuestas que un filósofo se dio, en un
contexto histórico y cultural determinado, sin establecer un nexo esencial con el sentido
de sus interrogantes, que intentar hacer propios los cuestionamientos de ese filósofo, de
modo que esas respuestas vayan a ser, también, respuestas a problemas propios.
La enseñanza de la filosofía reconoce, entonces, ciertas condiciones que la puedan
hacer posible, y esas condiciones están sustentadas, en primer lugar, en decisiones filosó-
ficas. Se diseñarán luego –y de manera coherente con ellas– las estrategias didácticas
que se consideren más atinentes, es decir, adecuadas a la filosofía puesta en juego, al
profesor y a los estudiantes. Como hay diversas formas de entender la filosofía como práctica,
“Formar” profesores, “formar” filósofos 85
Juan M. Nesprías*
autopercepción sobre su vida y su mundo cotidiano, todo esto llega muchas veces a ser
absolutamente desconocido para quienes se encuentran en la tarea de enseñar, divulgar o
presentar la filosofía, lo que hace que el docente deba vérselas con dificultades para las
cuales el profesorado o la universidad no lo prepararon. Podría pensarse que tras el descuido
formativo se esconde una triste suposición: la filosofía no tiene mucho que hacer en esos
lugares.
Esta comunicación tiene la intención de situarse en medio de esos problemas, com-
binar el análisis descriptivo de lo que ocurre en determinadas escuelas con propuestas y
alternativas que ayuden a vislumbrar lo que podría ser de otro modo, y proponer estas
reflexiones aquí, en un ámbito académico, destinado a pensar el mejoramiento de la
enseñanza de la filosofía. Es frecuente, entre los diversos integrantes del sistema educa-
tivo, una cuota importante de resignación frente a las posibilidades de la filosofía en
escuelas de “bajos recursos”. Aquí se tratará de pensar esas situaciones a partir de algu-
nas ideas provocativas de Jacques Rancière que pueden servir como desafíos para pensar
la tarea de enseñar filosofía en las condiciones adversas que señalé antes. La alusión a
este filósofo francés puede parecer una búsqueda de soluciones exóticas a problemas
locales. No sería la primera vez que se tratan de adaptar recetas elaboradas en otras
latitudes desconociendo las condiciones locales de los problemas. Pero no se trata de eso.
Se trata de ver si algo de lo que dice el autor ayuda a pensar nuestra situación, o si nos
moviliza lo suficiente como para ver las cosas de un modo diferente.
Existen escuelas que a causa de su ubicación (y de otros factores), reciben alumnos de los
sectores más desprotegidos, con graves problemas económicos y sociales. En estos casos, por lo
general, el nivel de desarrollo alcanzado de habilidades cognitivas básicas, tales como la
lectura comprensiva, la escritura, la capacidad de argumentar, o de detectar supuestos, o
simplemente el nivel de desarrollo de ciertos hábitos como el de la disposición para el diálogo,
la escucha, etc., es muy bajo o en algunos casos inexistente. Frente a este panorama, las
expectativas de que los alumnos puedan discutir críticamente, por ejemplo, diferentes postu-
ras antropológicas, o de que entablen un “diálogo filosófico” a partir de la atenta lectura de las
fuentes, o incluso de sus mismas opiniones espontáneas, quedan desdibujadas. Aristóteles
sostuvo que la filosofía requiere de ciertas condiciones y necesidades materiales satisfechas, y
Platón se encargó de establecer el camino que debía recorrer quien se dignase seguir una vida
filosófica. Los alumnos no tienen, en muchos casos, esas necesidades cubiertas, y en otros
casos están muy lejos de sentir deseos de una vida filosófica: ¿pueden hacer o aprender filoso-
fía? De un modo más general: ¿se puede filosofar, aprender o practicar la filosofía, si no están
asegurados los más básicos procedimientos cognitivos?
Enseñanza de la filosofía y contextos “difíciles”: límites, posibilidades... 91
Frente a las condiciones descritas más arriba, que podríamos llamar “objetivas” –y
que pueden resultar conocidas para algunos– es muy común escuchar que lo que hay que
hacer es “adaptar” los contenidos filosóficos al nivel de desarrollo intelectual,
“procedimental” o “actitudinal” de los alumnos. Y de hecho, lo que se hace habitual-
mente es simplificar al máximo los conocimientos filosóficos eliminando todo aquello que
dificulte la comprensión de los alumnos. Se tratará de enseñar razonamientos sencillos, o
fórmulas contundentes, claras, que reflejen la posición de tal o cual filósofo o problema,
sorteando la lectura directa de los textos y reemplazándola por alguna versión más acce-
sible al nivel de comprensión del grupo. Lamentablemente, aun así, el resultado no siem-
pre es el esperado. Es muy probable que al final, los alumnos sólo puedan recordar, a veces
con mucho esfuerzo, saberes esqueléticos, desconectados entre sí, ridículos, tal vez, para
nuestros oídos, y a los que difícilmente les convenga el status de “filosóficos”. Sin embar-
go, dadas las condiciones adversas, desfavorables, dado el nivel de comprensión de los
alumnos, son conocimientos considerados “aceptables”. La conclusión está justificada,
en última instancia, porque se hizo todo lo que se pudo.
Lo que quiero señalar es que efectivamente, si hacemos esta elección que consiste
en llevar a los alumnos por un camino que nosotros ya conocemos, en el que reconocemos
las herramientas y hasta el resultado al que deben llegar, seguramente nuestras expecta-
tivas se verán defraudadas. En alumnos que tienen mal, o poco desarrollados procedi-
mientos y disposiciones básicas para el estudio, la distancia entre esos conocimientos
mínimos adquiridos y lo que se considera un “saber filosófico”, digamos así, producto de
una “experiencia filosófica” –aceptemos una cierta vaguedad en los términos–, se ensan-
cha hasta el punto de preguntarnos por el sentido último de lo que hacemos. Y esto
ocurre, en general, en las escuelas periféricas, las zonas más difíciles de acceder, los
barrios con mayores problemas socioeconómicos. No hay que ser investigador social para
constatarlo.
Eso nos permite pensar en algo evidente por sí mismo: la tarea de pensar la enseñanza
de la filosofía en contextos “desfavorables” obliga a ampliar la mirada sobre las condicio-
nes en las que se enseña filosofía, y a vincular lo que ocurre en el aula con lo que ocurre
fuera de ella.1
1. Esto no quiere decir que en otros lugares no haya que hacerlo; ocurre que cuando las condiciones son
homogéneas para alumnos y profesores el contexto del alumno pierde peso explicativo: las dificultades son las
esperadas, las maneras de encararlas son conocidas, etc.
92 Juan M. Nesprías
2. Podríamos decir, de modo muy general, la versión liberal, o desde otros presupuestos, el enfoque funcionalista.
Enseñanza de la filosofía y contextos “difíciles”: límites, posibilidades... 93
Todas estas preguntas tocan el nervio de la cuestión y nos envían al lugar donde
alguna vez estuvimos: ¿Filosofía? ¿Para qué? ¿Por qué? Aquí me gustaría, por el momento,
volver sobre las corrientes socioeducativas que se han ocupado del papel que cumple la
escuela en el todo social, y que presentan, de algún modo, propuestas para enfrentar esa
desigualdad social. Para eso, se pueden poner entre paréntesis las diferencias que se
advierten entre ellas y hacer un ejercicio violento de reducción encerrándolas a todas de
acuerdo a un rasgo común: desde las corrientes educativas más tradicionales hasta las
más progresistas, desde las más conservadoras hasta las más críticas, todas se preocupan
por acortar la desigualdad, y ponen como objetivo último a lograr, la igualdad. Y en mayor
o menor medida, con diversas disposiciones, con diferentes enfoques y presupuestos de
todo cuño, todas ellas adjudican a la escuela un papel central en esta tarea. Éste es el
planteo del problema que propone Jacques Rancière en un libro que se llama El maestro
ignorante, que quisiera retomar acá.3 El problema central, para Rancière, es lugar de la
igualdad. Y dice lo siguiente: quien coloca la igualdad como un fin a lograr, en realidad,
está partiendo de la desigualdad y coloca a aquélla –la igualdad– en el infinito, en un
lugar al que nunca se llega. Partir de la desigualdad, para Rancière, significa partir de
donde parten todas las pedagogías que pretenden lograr una mayor igualdad a través de
la escuela. Es decir, significa partir de un hecho aparentemente evidente: la desigualdad
de las inteligencias. (En el conurbano bonaerense esto es “muy evidente”, es más, no se
escucha otra cosa: a ciertos chicos “no les da” la capacidad intelectual para comprender
determinados temas.) Por lo tanto, es necesaria una instancia que medie entre los alum-
nos y lo que se pretende que ellos sepan: la explicación. Se explica para hacer comprender
cosas que de otro modo no se comprenderían. Mencionamos antes que esa explicación
puede estar en función de pseudosaberes, de repeticiones sin sentido, pero su existencia
misma viene dada por la poca capacidad de los alumnos. Sin embargo, dice Rancière, el
problema de toda la educación –no solamente la de algunos sectores– es justamente la
explicación. Quien explica, embrutece. Quien explica debe presuponer que hay cierta
gente que no puede comprender y que sólo podrá hacerlo con la ayuda de otro. Más aún,
la explicación supone un mundo dividido entre superiores e inferiores, y en este mundo la
escuela misma encuentra su razón de ser: la de acortar la brecha entre desiguales. La
explicación, es decir, los profesores y la escuela y todo paradigma pedagógico que se
3. Rancière, J., El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, Barcelona, Laertes,
2003. Rancière narra la vida de un profesor muy particular de literatura francesa de principios del siglo XIX, Joseph
Jacotot, quien decía que se puede enseñar aquello que no se sabe (más aun, sólo así se puede ser un maestro
emancipador), y que cada uno por sí solo puede aprender todo lo que quiera.
94 Juan M. Nesprías
“La potencia de la inteligencia [...] está en toda manifestación humana. La misma inteligencia
crea los nombres y crea los razonamientos. No existen dos tipos de espíritu. Existen distintas
manifestaciones de la inteligencia, según sea mayor o menor la energía que la voluntad comuni-
que a la inteligencia para descubrir y combinar relaciones nuevas, pero no existen jerarquías en
la capacidad intelectual. Es la toma de conciencia de esta igualdad de naturaleza la que se llama
emancipación y la que abre la posibilidad a todo tipo de aventura en el país del conocimiento.”
Resulta raro escuchar, en medio de estudiosos preocupados por múltiples tipos de inteli-
gencias, una voz sosteniendo que todas las inteligencias son iguales y que lo único que
hace falta, para estar emancipado, es ser conciente de la potencia de su inteligencia.
Parece raro para quien supone que hay chicos que no tienen, naturalmente, ciertas capaci-
dades, y a quien está habituado a escuchar de los mismos chicos esa confirmación. Cier-
tamente, los reparos para encubrir esta dura sentencia son muchos: no están todavía
preparados, no se alimentaron “de chiquitos”, sus problemas familiares, su mala forma-
ción previa, etc. Seguramente, dificultades muy ciertas, que convierten a la filosofía en
el arte inútil de unos pocos que pueden vivir sin pensar en ellas. Y después de todo,
¿cómo enseñar filosofía a un auditorio que parece adormecido, que maneja otras vías de
comunicación, que no tiene, aparentemente, la capacidad de abstracción sostenida para
“pensar filosóficamente”, que se comporta de modo inexplicable para nuestros parámetros
culturales, que llega a ser un “otro” muy alejado del alumno estándar de nuestros profe-
sorados? Rancière no pretende establecer ningún método novedoso que nos salve de
situaciones desagradables a las que no estamos acostumbrados. Tampoco una serie de
principios para una pedagogía universal más progresista que lograra lo que no pudieron
las anteriores. Contra toda evidencia en contrario, como si la incapacidad intelectual
fuera sólo una ficción creada por aquellos que la necesitan para ser explicadores profesio-
nales, como si el mundo de la pedagogía y de los docentes, preocupado por la compren-
sión y por encontrar siempre mejores técnicas para explicar, no existiese en absoluto,
Rancière cuestiona una premisa básica del acto educativo: en rigor, es posible enseñar sin
“transmitir” ningún conocimiento. Del mismo modo la igualdad, al igual que la libertad,
no se “da” ni se reivindica. En todo caso, éstas se practican.6
La forma de pensar, los hábitos lingüísticos, la voluntad y los deseos de los alumnos,
como los de cualquier persona, se ven afectados sensiblemente por las condiciones en las
que se encuentran y por el modo en que viven. Eso ha llevado a suponer que ciertos
sujetos corren con desventaja atendiendo a las durísimas condiciones en las que deben
sobrevivir, lo cual es evidentemente cierto. De allí que muchos se preocupen por atenuar
la distancia que los separa de aquellos que no poseen esas ventajas económicas, sociales
o culturales. Pero esta desventaja es considerada, a veces, como una disminución en la
capacidad intelectual. Es cierto que la urgencia de las necesidades, lo duro de la situa-
ción, las carencias de condiciones materiales influyen en la capacidad intelectual. Sin
embargo, esto se traduce muchas veces en confirmación de la desigualdad de las inteli-
gencias: en última instancia, se dice, ¿qué más se puede hacer con estos chicos?
Rancière, como vimos, considera que educar para la emancipación intelectual no puede
tener efectos en el orden social, porque nunca podría institucionalizarse ni establecerse
7. Rancière, J., op. cit., pág. III-IV del prólogo a la edición española.
Enseñanza de la filosofía y contextos “difíciles”: límites, posibilidades... 97
una pedagogía así. Sin embargo, podemos distanciarnos de un escepticismo radical. En una
realidad como la nuestra, con tantas desigualdades, decir que todos tenemos la misma
inteligencia y que nadie es más inteligente que nadie, y actuar a partir de eso, puede traer
consecuencias insospechadas. Más todavía cuando aquellos sobre los que recae con mayor
fuerza el prejuicio de la desigualdad de las inteligencias, los pobres,8 son quienes tienen
internalizado su fracaso porque nunca han oído otra cosa. Pero asumir esto significa romper
con la lógica de la necesidad, y en eso algo de razón tenía Aristóteles, por más duro que eso
suene. No se puede hacer filosofía con “carenciados”, con gente que simplemente necesita
y se (la) define a partir de eso.
Una forma de hundir más en la necesidad a ciertos sujetos es insistir en que además
de no tener posibilidades económicas, tampoco pueden pensar por su cuenta. Y esto no
significa desatender las necesidades básicas –muy por el contrario–, sino forzar a recono-
cer que lo único que no se le puede quitar a nadie es su pensamiento. El desafío más
estimulante de Rancière es el llamamiento a trabajar a partir de la confianza en sí mismo,
de la voluntad, de la poca o mucha libertad que se tenga para construir el propio camino.
El que no tiene nada, puede pensar, y en eso es igual a todos. Qué hacer después con eso;
si eso logra transformarse en filosofía o no; si eso sirve para modificar su situación o su
vida; si ese pensamiento logra encuentros más amplios, sistemáticos o novedosos depen-
de, en parte, de la tarea del profesor, pero principalmente de la voluntad y de la potencia
de la inteligencia de quien emprende la tarea de pensar. La tarea más difícil de la filoso-
fía en barrios desangelados, hoy por hoy, es lograr la confianza en las fuerzas propias.
Bibliografía
Rancière, J., El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, Barce-
lona, Laertes, 2003.
Kohan, W., Infancia. Entre educación y filosofía, Barcelona, Laertes, 2004.
8. Rancière, J., op. cit., pág. 137. Una posición que no descarta las repercusiones de este principio de igualdad
en el orden social la encontramos en el libro de Walter Kohan, Infancia. Entre educación y filosofía, Barcelona,
Laertes, 2004, en el capítulo dedicado a Rancière, págs. 203-229.
98 Vera Waksman
Variaciones en torno al maestro y el discípulo 99
Vera Waksman*
comienzo de uno nuevo. Rousseau ve venir el siglo de las revoluciones, Nietzsche apela a
un nuevo tipo de hombre, en el ocaso de los ídolos. Pero sobre todo, ambos otorgan a la
educación un lugar destacado en su filosofía: la reflexión sobre el maestro y el discípulo está
presente en la obra de ambos y en ambos, también, podemos leer las consecuencias políticas
de esta relación. Más aún, ambas reflexiones configuran casi dos modos distintos y contra-
puestos de entender esta relación. Son las disidencias entre ambos las que nos permitirán ir
echando algo de luz al problema planteado.
1. Rousseau, Émile, Oeuvres complètes, París, Gallimard, t. IV, pp. 468-9, [en adelante O.C. seguido del tomo
en números romanos].
Variaciones en torno al maestro y el discípulo 101
en la idea de una revolución una salida venturosa. Para construir un orden político que
permita a los hombres vivir tal como son y no los aleje de su verdadero modo de ser dado
por la naturaleza, dice Rousseau que debe “sacarse del mal mismo el remedio que debe
curarlo”. 2 La sociedad mal entendida ya ha degradado a los hombres y producido su
degeneramiento, la refundación de un orden político es lo único que puede revertir esta
tendencia. El lugar que ocupa la educación en este programa es central. La reflexión
política de Rousseau y la educativa van de la mano, tanto que la figura cuasi-mítica del
legislador en el ámbito político parece paralela a la figura del maestro en lo educativo. En
algún sentido, ambos contribuyen a la posibilidad de que la voluntad general se constitu-
ya. Vamos a tomar dos textos de Rousseau en los que aparecen visiones aparentemente
antagónicas de la educación: Emilio, texto que Rousseau publica al mismo tiempo que el
Contrato social y por el cual es perseguido incluso en su amada república de Ginebra, y las
Consideraciones sobre el gobierno de Polonia, texto escrito entre 1771 y 1772 y que se
refiere ya no a principios abstractos sino al análisis de la situación concreta de la nación
polaca. Concentrémonos, entonces, en las ideas educativas que surgen de ambos textos y
en las imágenes del maestro que ambos presentan.
Como se sabe, el programa educativo de Rousseau parte de un supuesto antropológico
fundamental: la bondad natural del hombre. Bondad que la vida en sociedad destruye y
que una educación acorde a la naturaleza debería preservar. En este sentido, la educa-
ción debe desarrollar las disposiciones naturales de los hombres, que sólo pueden perfec-
cionarse en sociedad, sin pervertir lo dado por la naturaleza. Esta educación es aquella
que tanto en Emilio como en las Consideraciones Rousseau denomina “negativa”. Así en
la carta que envía al arzobispo de París, luego de la censura del Emilio, el autor establece:
“Si el hombre es bueno por su naturaleza... se sigue que permanece así mientras nada
ajeno a él lo altere; y si los hombres son malos, tal como se han tomado el trabajo de
enseñármelo, se sigue que su maldad les viene de fuera. Cerrad entonces la puerta al
vicio y el corazón humano será siempre bueno. Sobre este principio establezco la educa-
ción negativa como la mejor o, más aún, la única buena”.3 La educación negativa conser-
va las tendencias que poseen primitivamente los individuos, preservándolos de sus pro-
pios desvíos. Porque si hay algo que está claro es que los hombres librados a su suerte en
estado natural terminan corrompiéndose, testimonio de ello es el Discurso sobre el origen
de la desigualdad entre los hombres. La educación es entonces necesaria, porque es el
único camino para la institución de un orden político justo, que garantice la libertad. La
gran diferencia entre Emilio y las Consideraciones reside en que en el primer caso se trata
2. Rousseau, Manuscrit de Genève [primera versión del Contrato Social], O.C. III, p. 288.
3. Lettre à Christophe de Beaumont, O.C. IV, p. 945.
102 Vera Waksman
cargo: “Señor, el puesto que usted ocupa es para mí el más grande y más noble que existe
sobre la tierra. Que el vil pueblo piense lo que quiera, en cuanto a mí, lo veo en el lugar
de Dios, usted hace un hombre”.6 Así como el legislador que instituye un pueblo debe
estar en condiciones de alterar la naturaleza humana, así el maestro hace un hombre, y en
ese hacer lo conduce, lo gobierna, hacia lo que debe ser. El maestro (como el legislador)
es el mediador necesario para acceder a la libertad, posible sólo dentro del orden justo y
la obediencia a la ley.
Las Consideraciones sobre el gobierno de Polonia parten desde un lugar distinto: de lo
que se trata aquí es de la institución de un gobierno legítimo. Después de tratar el
“Estado de la cuestión”, Rousseau se refiere al “Espíritu de las instituciones antiguas” y a
la “aplicación” al caso presente. Llega así al capítulo cuarto, dedicado a la “Educación”,
en este caso, pública. Contrariamente a la situación en la que se inscribe Emilio, ahora se
trata de la institución legítima, por lo tanto la educación pública no sólo existe sino que
es el “artículo importante”, como dice el autor, la piedra fundamental sobre la que se
asienta la conformación de la ciudadanía. “La educación nacional sólo pertenece a los
hombres libres; sólo ellos tienen una existencia común y están verdaderamente unidos
por la ley”. 7 En este texto, Rousseau establece que la educación es una cuestión de
Estado y no de religión: ya no son los curas los que deben ocuparse de educar a los niños,
y de formar niños iguales más allá de su nacionalidad francesa o rusa. Ahora la ley debe
prescribir en esta materia: los maestros serán los ciudadanos, “polacos, casados, dentro de
lo posible, todos distinguidos por sus costumbres, por su probidad, por su buen sentido”.8
Se trata de formar hijos del Estado y de fomentar, por medio de una educación nacional,
un claro sentido de la virtud pública: “de estos establecimientos depende la esperanza de
la República, la gloria y la suerte de la nación”.9 Si la figura del maestro no aparece en
este caso como distintiva, es porque la mediación está dada aquí de la mano del legisla-
dor: desde la institución misma de la república, la educación queda al servicio de la
voluntad general: se es ciudadano, lo que no quiere decir que no se es hombre, sino que
se es más que hombre: ciudadano es el que puede ser soberano, y por tanto libre, partici-
pando con su voluntad de la voluntad general.
Así es que se presentan en Rousseau dos modos de entender la educación: el Estado
corrompido no permite la auténtica sociabilidad, por lo que la educación permanece en
el ámbito privado. Emilio, ciudadano en potencia, preserva su naturaleza y conquista su
6. Carta al abate Maydieu, 9/2/1770, en H. Gouhier (comp.), Jean-Jacques Rousseau. Lettres philosophiques,
Paris, Vrin, 1974, p. 192.
7. Considérations sur le gouvernement de Pologne, O.C. III, p. 966.
8. Ibid., p. 967.
9. Ibid., p. 969.
104 Vera Waksman
libertad de acuerdo con ésta, gracias al camino trazado por el maestro, mediador entre el
individuo y la libertad. En el Estado legítimo, la educación opera también como mediadora,
ahora regida por la ley, que busca ciudadanos virtuosos capaces de obedecerla. La virtud
cívica rige la formación del ciudadano, que será antes que hombre, polaco. Rousseau per-
cibe que la brecha abierta en la modernidad entre la moral y la política, conspira para el
establecimiento de un orden estatal. La voluntad general es la respuesta que permitirá
conjugar los dos planos: el querer legítimo ya no es el del individuo sino el del cuerpo
político, único capaz de querer el bien común.10 Frente al riesgo de disolución que la visión
de su tiempo le presenta, Rousseau opta por la estatalidad: la alienación total de la libertad
natural es la condición de la libertad moral. La educación es el camino, una educación
negativa, que evite la conducta viciosa y que preserve la condición natural del hombre.
Poco más de un siglo después, Nietzsche echa un manto de sospecha sobre la moderni-
dad toda. Su crítica a los conceptos que fundamentan la realidad: la verdad, la razón, Dios,
la democracia, la moral no pueden dejar de repercutir sobre el sentido mismo de la educa-
ción. Consciente de la magnitud del tema, me propongo solamente volver sobre algunas de
las críticas del filósofo alemán a las instituciones educativas y examinar en qué sentido
puede pensarse desde Nietzsche la relación maestro-discípulo, o más modestamente, el rol
del maestro. Partamos de un texto de la primera época, la tercera de las Consideraciones
intempestivas, Schopenhauer como educador, de 1874. Allí declara Nietzsche la intención de
rendir homenaje a su propio maestro, Schopenhauer, maestro en espíritu, en la lectura,
maestro elegido por el discípulo, amo de la relación entre ambos. Todavía preso de un
lenguaje que predica la conciencia y el sí mismo, Nietzsche le atribuye a la educación una
función liberadora: “la educación no es sino liberación, arranca la cizaña, retira los escom-
bros, aleja el gusano que destruye los tiernos gérmenes...”11 Liberación que debería con-
cluir con un encuentro consigo mismo. La formación “no proporciona prótesis, narices de
cera, ni ojos de cristal. Lo que estos dones pueden dar es más bien la mera caricatura de la
educación”.12 Nietzsche duda de la posibilidad de hallar algo así como “el que se es verda-
10. Rousseau sabe, en el fondo, que la tensión permanece: la voluntad particular conspira siempre contra la
voluntad general, el fuero íntimo lucha permanentemente por imponerse, y en Rousseau termina primando un cierto
pesimismo cuando advierte sobre la “tendencia a degenerar” de todo gobierno (Du contrat social, L. III, cap. IX) y
el carácter mortal del cuerpo político: “El cuerpo político, del mismo modo que el cuerpo del hombre, comienza a
morir desde su nacimiento y lleva en sí mismo las causas de su destrucción” ( Du contrat social, L. III, cap. X).
11. Schopenhauer como educador, §1, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, p. 29.
12. Ibid.
Variaciones en torno al maestro y el discípulo 105
deramente”, algo que esté por debajo de los múltiples envoltorios o las múltiples máscaras
con que nos presentamos ante los otros (y ante nosotros). Por lo tanto, la conciencia
rousseauniana, el hombre natural, no constituyen ya más un fundamento posible para la
educación. La liberación de la que habla Nietzsche no revelará un fondo originario al que
haya que mantenerse fiel, sino que detrás de una máscara habrá otra y otra. Pero hay más en
este texto intempestivo. El educador que reclama Nietzsche, el genio filosófico necesita
para su surgimiento ciertas condiciones: “ausencia de educación sabia o erudita, ninguna
estrechez patriótica, ninguna coacción a ganarse el pan, ninguna relación con el Estado. En
una palabra: libertad y siempre libertad”.13 La libertad está a la base del sentido de la
educación, pero esta libertad nada tiene que ver con la obediencia a la ley de Rousseau,
sino con la falta de ataduras de las fuerzas propias, con la capacidad creadora del individuo.
En este sentido, se comprende que Nietzsche vea en el filósofo-profesor-funcionario una
contradicción. El que trabaja para el Estado renuncia a la búsqueda de la verdad, el filósofo
auténtico es un enemigo temido por el Estado, porque no reconoce límites en su capacidad
de crítica. Nietzsche distingue entonces al profesor del filósofo: el primero se caracteriza por
su capacidad de acumular saber, la cantidad es lo que importa y tener siempre algo que
enseñar, y hacerlo ante quienes quieran oírlo. Pero la del maestro entendido como filósofo
no tiene que ver con la erudición, con el “egipticismo” de los doctos y sus conceptos trans-
formados en momias.14 Como se ve, la crítica de Nietzsche se dirige a la institución en
general y a la educativa en particular. La relación maestro-discípulo es un subproducto de
la institución en la que se inscribe; allí, el filósofo puesto al servicio de la institución deja de
ser un maestro para convertirse en un funcionario. Frente a la educación que pretende
domar a un joven para convertirlo en un sabio, Nietzsche cuestiona la supuesta “perenni-
dad” de la cultura y el conocimiento: “la creencia en un significado metafísico de la cultura
no sería en definitiva tan terrible, pero sí quizás algunas consecuencias que de él podrían
sacarse para la educación y el sistema escolar”.15 Si la filosofía debe ser intempestiva e
inactual, la institución, llámese cultura o escuela, está irremediablemente opuesta a la
tarea liberadora de la educación filosófica: la institución conserva, acumula, transmite; la
filosofía destruye y crea. La institución educativa es un obstáculo para la educación, la
relación entre el maestro y el discípulo está allí atrapada, en el absurdo del anonimato que
la rige: “¿Qué? ¿Tú buscas? ¿Te querrías multiplicar por diez, por cien? ¿Buscas discípulos?
¡Busca ceros!”.16 Ceros o seres, da lo mismo, la relación está cuantitativamente determina-
da. El cero es también la nada, la chatura, la repetición de lo igual. Tal el desprecio de
Nietzsche por la educación masiva, que iguala lo desigual, tal el desprecio por Rousseau y
la “moralidad rousseauniana, las así llamadas ‘verdades’ de la revolución, con las cuales
todavía se maneja transformando todo lo que toca en chato y mediocre”.17 La igualdad es
una farsa, una ficción empequeñecedora y canalla. En Así habló Zaratustra es posible ras-
trear una respuesta afirmativa a la pregunta acerca de la relación maestro-discípulo. Por
supuesto buscar esa respuesta significa efectuar un recorte, considerar sólo una visión par-
cial de una obra misteriosa y monumental, que ocupa, según su propio autor, “un lugar
aparte”.18 No entraremos entonces en los temas centrales de la obra, aun a sabiendas de
que tanto el superhombre como el eterno retorno de lo mismo, las dos enseñanzas centrales
de Zaratustra, son indiscernibles del modo de relación propuesto por Nietzsche.19 Si en
Schopenhauer como educador el discípulo Nietzsche rinde homenaje a su maestro
Schopenhauer, en su obra cumbre Nietzsche-Zaratustra va en busca de sus discípulos. El
“Prólogo de Zaratustra” narra el momento en que éste decide abandonar su caverna y
descender hacia los hombres, pero antes de hacerlo se dirige al sol: “¡Oh gran astro! ¡Qué
sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!”.20 Así, análogamente, la
sabiduría de Zaratustra, sabiduría que ya lo tiene hastiado, colmado, necesita “de manos
que se extiendan”,21 discípulos sobre los que derramarse. Zaratustra va entonces a buscar-
los, baja de su montaña y encuentra a los hombres del mercado, a quienes intenta enseñar
el superhombre, a quienes pretende hablarles del hombre como algo que debe ser superado.
Con desazón, comprende por fin que no es “la boca para estos oídos”,22 que estos hombres
del mercado no serán sus discípulos, demasiado aferrados están a sí mismos, a su felicidad,
a su igualdad, a sus posesiones. Una primera indicación surge de aquí. La enseñanza de
Zaratustra no es para todos: ésta será un encuentro entre quien habla y quien escucha,
encuentro que no se puede forzar ni anticipar. Hay un tiempo para esta relación, una
maduración. El maestro Zaratustra busca a los espíritus libres, que el propio Nietzsche dice
haberse “inventado” una vez en que tuvo necesidad de su compañía.23 Son esos mismos
espíritus libres los que reclama Zaratustra en Prólogo. Ese espíritu libre es el que ha experi-
mentado un “gran desasimiento”, surgen en él “una voluntad y un ansia de irse, a cualquier
parte, a toda costa”, “una erupción de fuerza y voluntad de autodeterminación, de
autovaloración”.24 Nietzsche no explica cómo se llega a ser un espíritu libre, menciona ese
terremoto que acontece y sacude todas las ataduras previas. Ese es el discípulo amado y
requerido.La relación de Zaratustra con quienes lo siguen propone una concepción del dar
y el recibir, concepción novedosa, diferente. “Yo amo a aquel cuya alma se prodiga, y no
quiere recibir agradecimiento ni devuelve nada: pues él regala siempre y no quiere conser-
varse a sí mismo”.25 Zaratustra-maestro es el que se da, el que se prodiga sin controlar lo
que el otro recibe ni pedirle nada a cambio, ama a “aquel cuya alma está tan llena que se
olvida de sí mismo”. 26 No hay un sí mismo que mantener, sino en todo caso, uno a construir,
“un llegar a ser lo que se es”, no un encontrarse a sí mismo en la introspección. El creador,
el que rebosa de sabiduría para regalar, busca discípulos, que son otros tantos amigos, com-
pañeros de viaje, ni rebaños ni creyentes, sino creadores con quienes crear. Entre los discur-
sos de Zaratustra, se encuentra aquel llamado “De la virtud que hace regalos”. Allí el
maestro insta a sus discípulos a renegar de él: Zaratustra no quiere ser venerado, ni quiere
tampoco ser creído: “qué me importan todos los creyentes”.27 Zaratustra enseña, pero lo
hace en movimiento, en camino, un camino que es tránsito más que meta. El discípulo, por
su parte, toma lo que puede, hace de su maestro una piedra de toque que será abandonada
en el tránsito hacia lo que se es. En esta enseñanza no hay transmisión ni formación, no hay
deudas ni pruebas que pasar, hay encuentro, que puede no ser más que fortuito o azaroso. El
itinerario lo traza quien aprende, quien enseña derrama sin pedir nada a cambio, la ense-
ñanza es derroche, la sabiduría es risa, el camino es creación. No hay entonces metas
seguras, porque no hay verdades, ni conciencias que indiquen un punto de llegada. La
subjetividad estallada hace también estallar toda formación.
Perplejidades y responsabilidades
Hasta aquí los autores: dos modelos de maestro, uno que conduce hacia donde se
debe ser; otro que deja ser, que está abierto al azar del encuentro. Uno que cree en la
institución como marco necesario para ser lo que se es, o lo que se deber ser, ciudadano
y hombre; otro que reniega de toda pertenencia institucional para entregarse a la compa-
ñía de los espíritus libres, aquellos que hayan atravesado la experiencia, fortuita o al
menos no programable, del gran desasimiento. En un caso, la inestabilidad de la vida
moderna es aferrada en parte por el Estado y la pertenencia a la voluntad general; en el
Perspectivas institucionales I:
La filosofía en la educación superior
110 Alcira B. Bonilla
La enseñanza de la Ética en la formación de los profesionales universitarios 111
Alcira B. Bonilla*
A Guillermo A. Obiols y
Eduardo A. Rabossi, in memoriam
Este artículo tiene como base la ponencia “La enseñanza de la Ética en la formación
profesional” presentada por mí en las “VII Jornadas sobre la Enseñanza de la Filosofía”
(Buenos Aires, 19 al 21 de octubre, 2000). Su reelaboración actualizada para esta publi-
cación conjunta de trabajos en torno a la enseñanza de la Filosofía resulta pertinente por
diversos motivos. En primer lugar, porque la mayor parte de los trabajos sobre la enseñan-
za de la Filosofía toman en consideración los otros niveles, fundamentalmente el nivel
medio, y éste se refiere de modo amplio al nivel superior. En segundo lugar, porque,
además de dedicarme a la enseñanza de la Filosofía en el nivel superior universitario y no
universitario desde 1969, tuve un papel protagónico en la gestación, organización e
implementación de la “Maestría en Ética Aplicada” de la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos Aires. En último término, y no menor, porque fueron
Guillermo Obiols y Eduardo Rabossi, iniciadores del Programa para el Mejoramiento de
la Enseñanza de la Filosofía, quienes me invitaron a formar parte del mismo justamente
porque conocían mi interés en el tema específico del título.
El contexto teórico y práctico de este artículo no proviene exclusivamente de la inves-
tigación filosófica académica, sino que está dado por la difusión de la “ética aplicada” en
los últimos treinta años. En conjunción con otros factores, esto produjo un verdadero “giro
ético” en la investigación, la docencia y numerosas prácticas sociales1 cuyo rasgo más notorio
es que a todas ellas subyace una noción de ética particular. En efecto, si bien la Ética Aplicada
muestra una fuerte impronta filosófica, se constituye primariamente en saber interdisciplinario
y, en un afán de crítica y de renovación normativa y axiológica, instituye actores (el eticista
como experto en ética aplicada) y prácticas sociales (comités de ética, asesoramiento a cuer-
pos legislativos y colegios profesionales, etc.) poco habituales hasta ahora.
Tal impulso novedoso se ha traducido igualmente en una modificación de los planes
y programas de estudio de las carreras profesionales, tanto en el nivel del pregrado como
en los del posgrado, generándose así la presencia en ellos de asignaturas y seminarios que
incluyen entre sus contenidos los de la ética aplicada en general (cuestiones metodológicas,
teorías éticas contemporáneas, teoría y práctica de la argumentación, etc.) o de algún
sector de la misma (bioética en sentido estricto, ética ambiental, ética de los negocios,
ética de la educación, entre otras posibilidades). También hay que hacer referencia a
programas completos de posgrado de Ética Aplicada, Bioética, etc.2
Este trabajo fue motivado originariamente por la proliferación, si bien reciente en
nuestro medio, de cursos de diversa índole que tienen como objetivo principal la forma-
ción ética de los profesionales en las áreas de salud, derecho, ingeniería y empresarial.
Muchos de estos cursos carecen de perspectivas críticas para abordar los problemas espe-
cíficos, perfilándose mejor como mera aplicación de posiciones dogmáticas o de moda a
casos particulares de la profesión, cuando no como simple refuerzo de los códigos y prác-
ticas profesionales existentes y, en este sentido, actúan simplemente como salvaguarda
contra eventuales acusaciones de mala praxis.
A entender de S. Toulmin, tal vez haya sido la impronta de la medicina –fuertemen-
te “profesionalizada”– sobre la ética, un factor decisivo a la hora de guiar la atención de
los filósofos prácticos hacia cuestiones relevantes de la ética de las profesiones.3 Toulmin
remonta a los Ethical Studies de Francis Herbert Bradley (1876) la renovación del interés
de la ética por la ubicación (station), posición o estatuto del agente. Poco comprendido
en su época, el intento de Bradley significó, sin embargo, un llamado de atención acerca
del tema del profesionalismo, si bien la discusión posterior acerca de la ética médica ha
sido la decisiva en este campo. En efecto:
Los textos de origen anglosajón hablan de una professional Ethics (“Ética profesional”) en
sentido amplio. Como señalara en mi presentación a las VI Jornadas Nacionales sobre la
Enseñanza de la Filosofía (“La ética aplicada y la profesionalización de la filosofía”),
prefiero reservar empero la frase “ética profesional” para la específica de una determina-
da profesión, conforme al uso corriente en nuestro medio, y, en sentido más estricto aún,
para el conjunto normativo expresado por el código de cada profesión o por las normas
compartidas y aceptadas por la comunidad profesional de un determinado lugar y mo-
mento que tienen la validez del código escrito. Para conservar la distinción aludida, en lo
que sigue no voy a ocuparme de “ética profesional” sino de algo previo a ésta y de otro
nivel: la “ética de las profesiones”.5
Antes de entrar en el análisis del aspecto ético de las profesiones para luego pasar al
de la enseñanza de la ética a los profesionales, es conveniente establecer otra distinción
que igualmente disipa malentendidos. Se trata de la distinción entre simples deontologías
(o códigos deontológicos) y ética aplicada a las profesiones, o, como señalaba antes, ética
de las profesiones. Tal distinción ha sido precisada acertadamente por Evandro Agazzi.
Según éste, con la expresión “simples deontologías” formulada en primer término “[...] se
denotan ciertos códigos de comportamiento que regulan la actividad de varias profesio-
nes (el juramento hipocrático es, quizá, el ejemplo más antiguo de código deontológico
de la profesión médica)”.6 La función que éstos cumplen, entonces, sería la de prescribir.
“[...] el comportamiento correcto que quien practica una profesión debe adoptar en atención a
quien demanda sus servicios o, de modo un poco más general, con respecto a ciertas instituciones
externas (por ejemplo, una regla deontológica puede ser el respeto del secreto bancario o, en
general, del secreto profesional o la obligación de no participar en comisiones para concursos en
los cuales están presentes entre los candidatos parientes directos).”7
¿Por qué, entonces, la crítica del código o, para ser más exactos, la posibilidad de inter-
pretarlo desde otra perspectiva? Los alcances de tales códigos se ven limitados a causa de
4. Ibidem, p. 128.
5. Con posterioridad a la lectura de esa ponencia, encontré empleada la misma expresión en el libro de A.
Cortina y J. Conill, 10 palabras clave en ética de las profesiones, Estella, Verbo Divino, 2000.
6. E. Agazzi, Il bene, il male e la scienza. Le dimensioni etiche dell’impresa scientifico-tecnologica, Rusconi,
Milano, 1992, p. 295.
7. Ibidem. Traducción de la autora.
114 Alcira B. Bonilla
dos factores: por un lado, “[...] se limitan a prescribir un número de reglas reducido”
y, por otro, tienen un carácter puramente ‘legal’, heterónomo. Desde el punto de
vista de la ética, la consecuencia de tales prácticas resulta evidente: respetar los
códigos “[...] significa aplicar ciertas reglas pero no implica una verdadera adhesión
moral, del mismo modo como sucede con el resto de las leyes”. En definitiva, atener-
se a la pura deontología “[...] no asegura de hecho la asunción real de responsabili-
dades morales en el ejercicio de una actividad y, por el contrario, puede inspirar la
tendencia a evitarlas”.8 A este esfuerzo de Agazzi podría añadirse el menos conocido
de Pierre Fortin, quien propone un estudio, revisión e inclusive redacción de nuevos
códigos a partir de la triple distinción entre “moral”, “ética” y “eticología”. Esta últi-
ma disciplina se constituye en una herramienta útil para el campo de estas investiga-
ciones, en tanto auxiliada por el análisis del discurso hace la crítica de las raíces
ideológicas de todo código y de sus falencias y permite así la realización de revisiones
periódicas de los mismos.9
No es posible hablar de “Ética de las profesiones” sin tomar en cuenta algunas
definiciones vigentes de “profesión” en los trabajos contemporáneos. La distinción de
Ruth Chadwick entre un sentido amplio de profesión, equivalente a “ocupación”, y
otro más restringido es compartida por los especialistas.10 Este sentido restringido remi-
te a un cierto tipo de actividad, relacionada con un estatuto social específico y que se
asocia con una ética particular. La posesión de un corpus determinado de conocimien-
tos regula el ingreso al rango profesional y cada profesión está igualmente marcada por
un ideal de servicio o beneficio a la comunidad. Las denominadas “liberales” (o “eru-
ditas”), tales como la medicina, la teología o el derecho, cuya organización actual
conserva los rasgos que adquirieron en el momento del auge de la sociedad burguesa
moderna, se han caracterizado en su ejercicio por un grado considerable de autoridad
y autonomía (puesta de manifiesto de modo particular en el control de pares tanto para
el acceso a tal o cual profesión como para el control de la conducta profesional propia-
mente dicha).
Haciendo referencia a otros autores contemporáneos, Chadwick matiza esta carac-
terización al señalar dos hechos: 1) en los países angloamericanos la “profesión” alude
más al nivel socioeconómico alcanzado que al grado de educación recibido y 2) la apari-
ción de profesiones nuevas, la enfermería, por ejemplo, que a veces traen aparejada una
8. Ibidem.
9. P. Fortin, La morale. L’éthique. L’éthicologie. Une triple façon d’aborder les questions d’ordre moral, Sainte-Foy
(Québec), Presses de l’Université du Québec, 1995.
10. R. Chadwick, “Professional ethics”, en E. Craig (Gen.Ed.), Routledge Encyclopedia of Philosophy CD-
ROM, Londres, Routledge, 1998.
La enseñanza de la Ética en la formación de los profesionales universitarios 115
revisión del concepto mismo de profesión en tanto se las ejerce de modo menos autóno-
mo.11 También subraya un rasgo presente ya en la caracterización aristotélica de la tékhne
y del tekhnítes: para ser profesional, no sólo se requiere la realización competente del
trabajo sino un conocimiento de las razones para ejecutarlo de determinada manera.
E. Rabossi describe las profesiones del modo siguiente:
“[...] una profesión es una ocupación paga de carácter permanente a la que se otorga relevancia
social. Toda profesión exige aptitudes y conocimiento especiales que requieren, a su vez, un período
de entrenamiento que culmina con la obtención de un título o certificación habilitante. Los requi-
sitos básicos para llegar a ejercer una profesión son fijados en muchos casos por el Estado. Normal-
mente, el control del ejercicio profesional es efectuado por los propios pares profesionales”.12
11. F. Altarejos, en “La docencia como profesión asistencial”, destaca en este sentido el carácter “dinámico” de
la noción de profesión, evidenciado por la tendencia creciente a la profesionalización de trabajos que hasta ahora eran
considerados como oficios u ocupaciones y los problemas asociados a su valoración e inserción socioeconómica
(Altarejos, F.; Ibáñez-Martín, J.A.; Jordán, J.A.; Jover, G., Ética docente, Barcelona, Ariel, 1998, pp. 21-50).
12. E. Rabossi, “Enseñar filosofía y aprender a filosofar. Nuevas reflexiones”, en G. A. Obiols y E. Rabossi, La
Filosofía y el filosofar. Problemas en su enseñanza, Buenos Aires, CEAL, 1993, pp. 18-19.
13. A. Goldman, “Professionnelle, éthique”, en Canto-Sperber, M., Dictionnaire d’Éthique et de Philosophie
Morale, Paris, PUF, 1996, pp. 1192.
14. D. Carr, “Professional Education and Professional Ethics”, en Journal of Applied Philosophy, vol. 16, Nº 1, 1999.
116 Alcira B. Bonilla
por lo que hace en el marco de una ocupación cualquiera, distinguiéndose así del mero
aficionado; b) se califica de “profesional” todo trabajo de buena factura (en esta acep-
ción, un trabajo no profesional es una chapuza, pero no basta un trabajo bien realizado
para considerar miembro de una profesión a la persona que lo hizo); c) por consiguiente,
en sentido estricto, se denomina con propiedad “profesional” a quien realiza actividades
que se distinguen de las restantes por la profesionalidad requerida para su ejecución; así,
las actividades de los médicos y de los abogados, pero también las llevadas a cabo por
docentes, sacerdotes y otros miembros de las a veces denominadas “vocaciones”.
Descartado el punto de vista sociológico más estrecho y vulgar, que asocia “profe-
sión” con una cierta posición socioeconómica ventajosa –mencionado también por
Chadwick–, Carr centra el análisis conceptual de la idea de profesión en cinco criterios
principales de profesionalidad: 1) las profesiones proporcionan un servicio público impor-
tante; 2) las profesiones implican una expertía fundada tanto teórica como prácticamen-
te; 3) las profesiones tienen una dimensión ética distintiva que se expresa en un código
de prácticas; 4) las profesiones están organizadas y reguladas con referencia al recluta-
miento de sus miembros y a la disciplina en el ejercicio de sus actividades específicas; 5)
los miembros de una profesión exigen que se les respete un alto grado de autonomía
individual –autonomía de juicio para la práctica efectiva de la profesión.
Con respecto a estos criterios, Carr, al igual que Chadwick, plantea algunas observa-
ciones para tomar en cuenta en el momento de tener que decidir si alguna nueva activi-
dad ha de ser calificada como “profesional”: a) si algunas actividades satisfacen en su
ejercicio los cinco criterios y pueden ser consideradas como profesiones en sentido pleno;
las otras, que no los satisfacen en el mismo grado, deberían ser consideradas
semiprofesiones; b) así se plantea la duda acerca de si los criterios enunciados son efecti-
vamente descriptivos o encierran un matiz prescriptivo; c) si bien la dimensión ética de
las profesiones queda asentada de modo explícito con el tercer criterio, a través del
análisis de las conexiones conceptuales entre los criterios fijados, Carr intentará mostrar
que en todos ellos aparecen implicaciones éticas.
En definitiva, según Carr, toda actividad que merezca el calificativo de profesión es
un proyecto moral y por esta razón aparece el término “vocación” en el pasaje del artículo
aludido. En este punto puede observarse una coincidencia de Carr con M. Weber15 y E.
Husserl,16 salvando la diferencia problemática y compleja que se establece si se piensa
que Carr no trata sistemáticamente la “profesión” filosófica ni la “ética” del filósofo, como
fuera la intención de Husserl.17 Pero, además, hay coincidencias notables con Toulmin18
15. M. Weber, Política y ciencia. Trad. C. Correas, Buenos Aires, Leviatán, 1987.
16. E. Husserl, Hua VI. Den Haag, M. Nijhoff, 1954, par. 7 y 15.
17. A. Bonilla, “Die Ethik des Philosophen”, en R. Fornet-Betancourt; C. Lértora Mendoza, Ethik in Deutschland
und Lateinamerika heute, Lang, Frankfurt a.M., 1987.
La enseñanza de la Ética en la formación de los profesionales universitarios 117
y, muy especialmente, con Goldman, quien, a través de la indicación del “valor preferido
y determinante” en cada caso, subraya la impronta vocacional –entiéndase, el compromi-
so moral– de ciertas profesiones y, por consiguiente, la oportunidad de una consideración
de las mismas desde el punto de vista de la ética.
Soslayando la cuestión del posible cariz prescriptivo de estas descripciones, parece
que todas ellas apuntan hacia una convergencia canónica en los siguientes rubros: 1) la
expertía otorgada por el conocimiento adquirido a través de un número fijo y relativa-
mente extenso de años de estudio y formación profesional; 2) la significación social de los
sujetos que han adquirido tal expertía, a veces reconocida por la adjudicación de un
estatuto social más elevado, otras a través de un reconocimiento económico especial; 3)
la dimensión ética, evidenciada bien por la referencia a un valor casi definitorio, bien por
la posesión explícita de un código regulador, bien por la asunción de responsabilidades
particulares con respecto al saber y a las prácticas específicas; 4) la autorregulación res-
pecto del reclutamiento de miembros y de la disciplina interna del grupo o corporación
profesional.
La parte central de este trabajo se articula como una asunción crítica de la posición
de David Carr, que comienza su artículo con la constatación del hecho de que, en la
actualidad, los programas de formación profesional en áreas tales como medicina, enfer-
mería, educación y estudios empresariales incluyen algún tipo de introducción formal a
la indagación ética.19 Esta situación, a su juicio, plantearía “preguntas interesantes” so-
bre las dimensiones éticas de la vida profesional, la naturaleza, objetivos y contenidos de
los cursos de ética profesional y el carácter general de la educación profesional.
En cuanto a las dimensiones éticas específicas del compromiso profesional, éstas sur-
gen a partir de un análisis comparativo de lo implicado en los criterios de profesionalismo
mencionados anteriormente. En primer término, aparece con claridad un nexo entre el
criterio 2 y el 5, es decir, entre el sesgo teórico de la expertía profesional y la autonomía
de juicio a partir de la doble consideración de que las teorías, con grados de especulación
y provisionalidad variables, sirven para guiar pero no para determinar la práctica profe-
sional y de que, ante casos sin precedentes que pueden ser igualmente bien explicados
recurriendo a teorías rivales, los profesionales necesitan una enorme independencia de
juicio para vincular generalidades teóricas con contingencias particulares. En este senti-
do, puede sostenerse que la teoría no desempeña una función realmente prescriptiva sino
una función orientadora de la acción profesional, y que la toma de decisión responsable
depende en último término de la calidad de la deliberación y de la reflexión personal.
“[...] toda iniciación profesional debe requerir, junto con el entrenamiento en el conocimiento
teórico y técnico, una instrucción explícita en las presuposiciones morales del compromiso
profesional, posiblemente extendida a una iniciación sistemática en las teorías deónticas de uso
habitual”.21
Para una mirada superficial, las diversas formas de enseñanza de la ética brindadas actual-
mente a los estudiantes de carreras profesionales parecen haberse hecho cargo de la nece-
sidad antedicha. Entre las más habituales, Carr menciona cursos sobre teoría ética añadi-
dos a los programas de preparación profesional para médicos y enfermeras, por ejemplo, e
impartidos por eticistas profesionales (aquí entendidos como filósofos prácticos), que por
lo general carecen de conocimientos acerca de los problemas morales específicos vincu-
lados a la profesión en cuestión, pero también módulos de entrenamiento para la prepara-
ción de profesionales. Estos últimos, sobre todo en los ámbitos de la educación y del
trabajo social, intentan combinar la instrucción en habilidades técnicas con el cultivo de
un conjunto de actitudes y valores a emplear en la toma de decisiones acerca de lo que
es o no aceptable con referencia a la conducta profesional, vinculada, por otra parte, a la
idea de una “competencia cruda”.
Con respecto al tipo de formación impartida en ambas alternativas, Carr manifiesta
reservas atendibles:
“Si se concibe una ética profesional como un componente extracurricular en cursos de educa-
ción profesional o los aspectos éticos del profesionalismo se reducen a ciertas competencias extra
prácticas, se trata de aspectos adquiridos casi técnicamente a través de entrenamiento”.22
Con referencia a nuestro país, la situación es algo más compleja. Si por un lado existen
cursos parecidos a los mencionados por Carr y, en este sentido, adolecen de la primera
falencia señalada por éste, en numerosos casos otros cursos de ética profesional están
impartidos por los propios profesionales del área en cuestión, a quienes, por lo general,
falta una formación adecuada para fijar los criterios desde los cuales han de discutirse los
problemas específicos de la Ética y, además, carecen de entrenamiento en disciplinas
básicas, tales como teoría del lenguaje y de la argumentación morales y teorías éticas
contemporáneas. Por otro lado, la implementación de contenidos de formación moral y
cívica y de Derechos Humanos en diversos programas de enseñanza instaló de modo
dramático la demanda de una enseñanza adecuada de la ética en general y de la ética
profesional como parte de la formación de los maestros y de los profesores de enseñanza
media. Con la creación de diversos posgrados en ética aplicada en universidades nacio-
nales y privadas, a partir de la puesta en marcha en 1993 de la Maestría en Ética Aplica-
da de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, se ha intenta-
do dar satisfacción a las necesidades de esta formación en los diversos ámbitos (bioética,
ética de la investigación, ética de la educación, ética empresarial, etc.). Los defectos
aludidos, empero, persisten en los cursos de formación en ética para profesionales que
proliferan por fuera del radio de acción de tales posgrados.
Volviendo a Carr, frente a los modelos de formación en ética de los futuros profesio-
nales, que han tomado su punto de partida en una atención a las características y fines
de las organizaciones profesionales mismas23 , parecería útil pensar otros modelos a través
de la consideración del criterio según el cual las profesiones proporcionan un servicio públi-
co importante. Es más, el tipo de servicios que los profesionales ofrecen, en tanto se relacio-
na con lo necesario para la calidad de la vida y la plenitud humanas, puede ser considerado
desde el punto de vista de los Derechos Humanos. Los servicios que están bajo el control y
la dirección de las profesiones tradicionalmente establecidas –el cuidado de la salud, la
asistencia legal, la educación, etc.– parecen aptos para ser caracterizados como asistencia
a los derechos al bienestar (welfare rights), los cuales, por otra parte, pueden ser entendidos
como lo que es necesario o indispensable para conducir a cierta plenitud humana, más allá
de lo que se piense acerca de lo que ella es (ideal de buena vida).
Ahora bien, puesto que los servicios profesionales tienen como propósito el conducir a la
plenitud humana a través de la promoción de la salud, la justicia, la educación, la seguridad
social, el acceso a un trabajo digno, o lo que fuere, se convierten ipso facto en filosóficamente
problemáticos desde el punto de vista moral, precisamente porque son proyectos morales. En
consecuencia, los profesionales en su práctica pueden verse envueltos en compromisos y fines
que sean objeto de auténticas controversias éticas. Desde el punto de vista que aquí interesa,
esto no sólo modifica el tipo de enseñanza de la ética que ha de impartirse, sino el currículum
íntegro de la formación profesional y la orientación de la misma.
Uno de los problemas mayores con referencia a los cursos de ética que funcionan de
modo ancilar con respecto a la formación orientada hacia la teoría o la técnica es que se
restringen a la consideración de los aspectos más contractuales del desarrollo profesional,
en los cuales, por otra parte, siempre han puesto énfasis los códigos de ética profesional,
con lo cual queda eliminada de principio toda visión crítica de la práctica en un contex-
to dado. Dejando un momento a Carr, tal vez deba ser revisada atentamente la imagen
idílica que Toulmin brinda del funcionamiento de los Colegios y Asociaciones profesio-
nales en tanto, de manera acrítica, lo considera un modelo válido para la revitalización
de las comunidades y de las instituciones que les son características.24 Con respecto a las
exigencias de una formación adecuada para los profesionales, por consiguiente, de poco
valdría el tipo de enseñanza de la ética que Carr ha tenido la virtud de objetar, que es,
parcialmente, el modelo que Toulmin parece recomendar.
23. Éste no es el lugar para tratarlo, porque se ampliaría mucho el problema planteado al inicio, pero también
parece atendible una investigación sobre los aspectos éticos de la educación de posgrado misma, es decir, no
contenidos de ética referidos a las bases y fundamentos de los usos profesionales, sino problemas morales que se
derivan de cada una de las etapas de la formación de posgrado, desde la oferta de tales programas y las razones que
mueven a los graduados a inscribirse en ellos al cuestionamiento de las prácticas y formación que se brinda en
diversos posgrados (Gorovitz, S.: “Ethical Issues in Graduate Education”, en Science and Engineering Ethics, 4,
1998, pp. 235-250).
24. Toulmin, op. cit., pp. 129-130.
La enseñanza de la Ética en la formación de los profesionales universitarios 121
La apelación a los Derechos Humanos para una caracterización de los objetivos de las
profesiones y las consecuencias derivadas de esto con respecto a la formación en ética de los
futuros profesionales, junto con la crítica de los modelos vigentes y la reivindicación del
valor de la formación del juicio moral correcto del profesional (así convertido en una nueva
especie de phronimos), son, a mi entender, las contribuciones mayores del trabajo de Carr.
Como críticas menores a esta propuesta se estima en primer término que debe ser
cuidadosamente ponderada con sentido crítico y ayuda de la ya citada “Eticología” su
posición última acerca del valor de las tradiciones en ética, no sólo filosóficas. Y aún
compartiendo el rechazo por formas procedimentales de aplicación automatizada, que
Carr denomina irónicamente “moral algorithm”, que, incluso, convierten los procesos de
tomas de decisión en juegos de lógica vacíos de sentido y contenido, y, sobre todo de
responsabilidad, parece poco consistente su propuesta de un diálogo sin contornos ni
método definidos y una apuesta demasiado “positivista” a la instancia reguladora de los
Derechos Humanos.
Frente al hecho de la variedad de programas de formación profesional que se están
llevando a cabo actualmente en nuestro país que en general incluyen algún curso de ética en
su currícula, esta contribución propone una revisión de los mismos que parta de la necesidad
de brindar a los futuros profesionales de las diversas carreras una formación en ética seria,
crítica, actualizada y dinámica, que tome en cuenta los problemas específicos del área en
cuestión y que proporcione modelos de deliberación y de toma de decisiones adecuados, no
meras recetas técnicas. Esta formación no ha de estar encaminada a la obtención de “eticistas”
o de especialistas en ética aplicada, sino que debe proporcionar a los futuros profesionales una
adecuada preparación –que los programas actuales no brindan– para enfrentar como ciuda-
danos responsables las demandas contemporáneas de su profesión, muchas de ellas no previs-
tas ni en la normativa vigente ni en las tradiciones profesionales.
En este sentido, parece conveniente proponer un número mínimo de asignaturas que
habrán de integrarse al currículum de las respectivas carreras, con el mismo grado de
exigencias que el asignado a las restantes materias, a saber:
25. Respecto de esta “Introducción a los Derechos Humanos” se proponen los desarrollos más fecundos de la
temática en los últimos años, a partir de las discusiones originadas en la interpretación de los derechos mencionados
en los Pactos de Derechos Civiles y Políticos y de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966. Resulta de
interés particular la argumentación desarrollada por la filosofía intercultural sobre la necesidad de apoyar no sólo la
defensa sino la realización de los Derechos Humanos frente a situaciones como la emergencia de minorías silenciadas
u olvidadas, la continuidad e incremento del fenómeno migratorio, la convivencia en las metrópolis de seres
humanos de diversa proveniencia, la brecha social y económica cada vez más amplia, el deterioro ambiental, etc. (R.
Fornet-Betancourt, Interculturalidad y filosofía en América Latina, Aachen, Wissenschaftverlag Mainz in Aachen,
2003, y Migration und Interkulturalität, Aachen, Wissenschaftverlag Mainz in Aachen, 2004).
122 Alcira B. Bonilla
26. Prefiero la denominación aquí empleada a la más usual de ética aplicada. Si bien no comparto la posición
de base habermasiana de N. Hastedt, asumo algunas de las razones que éste aduce para no descuidar la investigación
filosófica propiamente dicha (H. Hastedt, Aufklärung und Technik, Frankfurt a.M., Suhrkamp, 1991).
27. M. J. Bertomeu, “El eticista como ‘anthropos megalophychos’. De la tiranía de los principios a la tiranía de
los expertos”, en Análisis Filosófico, XVII, Nº 2, 1997, pp. 137-144; F. D’Agostino, “Expertise, Democracy and
Applied Ethics”, en Journal of Applied Philosophy, vol. 15, Nº 1, 1998, pp. 49-55.
La enseñanza de la Ética en la formación de los profesionales universitarios 123
del caso 28 sea la idea regulativa adecuada para esta nueva modalidad de trabajo del
filósofo práctico, pero esto ya es motivo para otro artículo.
Bibliografía
28. S. Funtowicz, J. Ravetz, Epistemología política. Ciencia con la gente, Buenos Aires, CEAL, 1993. Con
ayuda de la más actual metodología cualitativa y participativa de las ciencias sociales se interpreta a los autores
mencionados estableciéndose como condición del diálogo necesario para la toma de decisiones la necesidad de una
“devolución hermenéutica del otro” (R. Fornet-Betancourt, R., Interculturalidad y filosofía en América Latina, op.
cit.) que implica la descalificación de la figura elitista del “interlocutor válido”. Esta última fue introducida por
algunos modelos de la ética discursiva y restringe fuertemente el juicio sobre las capacidades comunicativas de
personas y grupos a rasgos de racionalidad y comunicación lingüística sobre todo de los portadores de rasgos étnicos
o culturales fuertes, que divergen de los de la sociedad mayoritaria o pretendidamente hegemónica. Aquí se defiende
la idea de que todo ser humano implicado en una toma de decisiones es un interlocutor válido en tanto tiene alguna
capacidad real de transmitir necesidades, preferencias y valoraciones.
124 Alcira B. Bonilla
Cortina, A.; Conill J.: 10 palabras clave en ética de las profesiones, Estella, Verbo Divino,
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Weber, M.: Política y ciencia, trad. C. Correas, Buenos Aires, Leviatán, 1987.
La enseñanza de la Ética en la formación de los profesionales universitarios 125
hacerse cargo de una etapa en la que habrían de producirse cambios en los planes de
estudio. Los múltiples requerimientos que traían aparejadas ambas leyes posibilitaron, en
simultaneidad con contradicciones ideológicas y mercantilización del conocimiento, el
inicio de una larga y no siempre sostenida preocupación por la enseñanza de la filosofía.
Preguntas tales como ¿en qué consiste enseñar filosofía?; ¿qué efectos e impacto cognitivo
supone su transmisión?; ¿cuál es la articulación/correlación entre cultura de expertos,
trayectos de formación académica superior y enseñanza de ese saber?, ¿cuál es la función de
la filosofía como “disciplina”2 en relación con el conocimiento en general, con la cultura
política y social, con los sujetos involucrados?, son preguntas inseparables de los problemas
ligados a cuestiones metodológicas de la enseñanza de la filosofía. Todos estos interrogantes
remiten al análisis de las relaciones que el docente, en tanto “sujeto”, establece con el
conocimiento filosófico; los modos, estrategias y medios a través de los cuales organiza ese
conocimiento en relación con el otro “sujeto”, el alumno, y las formas de articular esta
“actividad cognitiva” con otras prácticas institucionales. Entendemos que una
problematización de la enseñanza de la filosofía ha de hacerse cargo, básicamente, de tres
cuestiones: el estatuto de ese conocimiento; la relación de ese conocimiento con la “ver-
dad”, con los sujetos involucrados en esa práctica educativa, con la cultura en general; y
las estrategias metodológicas que permiten y promueven, u obstaculizan y retrasan las posi-
bilidades teórico-prácticas de los sujetos en tanto elementos y actores a la vez.
En el debate actual en torno al estatuto de la actividad filosófica se reconoce que los
procesos de legitimación del conocimiento filosófico –característicos de la comunidad de
expertos y de cada una de las distintas “tradiciones filosóficas”– fijan pautas para la
elaboración de conceptos y teorías que se difunden, a su vez, en particularizaciones “lo-
cales” a través de medios institucionales en los que aquel conocimiento es objeto de
transmisión. Dar cuenta de las posibilidades teórico-prácticas de articulación entre la
actividad filosófica de los expertos y sus formas particularizadas de expresión en las prác-
ticas de la enseñanza de la filosofía en sus distintos niveles requiere considerar
2. Con relación a la cuestión (identitaria) disciplinar habría que tener en cuenta si la filosofía cumple con las
funciones características de uno de los sentidos posibles de “disciplina”, esto es, la delimitación de la verdad y la
falsedad de los enunciados, la definición de un ámbito de objetos, la elaboración de un conjunto de métodos, un
corpus de proposiciones consideradas verdaderas, un juego de reglas y definiciones, de técnicas e instrumentos. Es
decir, una especie de sistema anónimo a disposición de quien quiera o de quien pueda servirse de él, sin que su sentido
o su validez estén ligados a aquél que ha dado en ser el inventor. “En una disciplina –dice Foucault– lo que se supone
al comienzo no es un sentido que debe ser descubierto de nuevo, ni una identidad que debe ser repetida; es lo que se
requiere para la construcción de nuevos enunciados. Para que haya disciplina es necesario que haya posibilidad de
formular indefinidamente nuevas proposiciones [...] Una disciplina no es la suma de todo lo que puede ser dicho de
cierto a propósito de alguna cosa y no es siquiera el conjunto de todo lo que puede ser, a propósito de un mismo tema,
aceptado en virtud de un principio de coherencia o sistematicidad”. Cfr. Foucault, Michel: El orden del discurso,
Barcelona, Tusquets, pp. 32-33.
La enseñanza de la filosofía en medios académicos y extra-académicos 127
3. Cf. Alejandro Cerletti, “La enseñanza filosófica y la reflexión sobre el presente”, en Filosofía para niños,
Discusiones y propuestas, Novedades Educativas, Buenos Aires, 2000.
4. D. J. O´Connor, Introducción a la Filosofía de la Educación, Buenos Aires, Paidós, 1971.
128 Cristina Solange Donda
un objetivo común. Por otra parte, esas actividades tienen sustento en alguna teoría
científica. En este aspecto, preguntas tales como: ¿Cómo se construye el “objeto” acerca
del cual se habla? ¿Qué se valida en nombre del conocimiento verdadero? ¿Cuáles son sus
efectos de verdad en orden a clasificaciones y jerarquías? ¿Qué conjunto de normas
instaura?, adquieren relevancia y requieren su tratamiento.
Así, la práctica educativa como institución social controla el acceso de los indivi-
duos a los diversos tipos de discursos. Como dice Foucault, “todo sistema educativo cons-
tituye un medio político de mantener o modificar la adecuación de los discursos al saber
y al poder que llevan consigo”.5 Esto es, hay un “régimen político de la verdad” que
compromete la precisión y delimitación de contenidos y sus orientaciones epistemológicas;
la relación del contenido filosófico y el entramado de problemas histórico-políticos, cul-
turales, sociales, morales; la determinación de la perspectiva “legítima” del conocimiento
filosófico y la construcción misma del objeto de conocimiento. Desde esta perspectiva, se
trata de mostrar que la verdad-poder tiene un rol estratégico en la producción de reali-
dad y en la articulación de los mecanismos de producción de realidad –como construc-
ción social, como cualidad existencial y como proceso social–. Conviene recordar que
Foucault no entiende por verdad “el conjunto de cosas verdaderas que están por descu-
brir o que hay que hacer aceptar” sino “el conjunto de reglas según las cuales se distin-
gue lo verdadero de lo falso y se aplica a lo verdadero efectos específicos de poder”.6 Hay
una lucha, un combate, “alrededor de la verdad” no “a favor de la verdad”; se combate
por su estatuto y su papel económico y político.
Y, en el orden de las relaciones de los sujetos involucrados en la práctica de la
enseñanza de la filosofía, no podemos desplazar aquellos elementos que en esa red de
relaciones configuran y transmiten identidades a través de formas sistematizadas de in-
tervención. Problematización que, como dijimos, se pregunta por la correlación, en so-
ciedades como las nuestras, entre la práctica de la enseñanza de la filosofía y los sistemas
de saber que sostiene, los tipos de normatividad que genera y auspicia y las formas con-
cretas de transmisión. Se trata de ver los procesos a través de los cuales la actividad
filosófica reflexiona acerca de sí misma, da cuenta del modo plural en que se califica a la
racionalidad y posibilita un diagnóstico plausible sobre la trama institucional en la que se
correlacionan prácticas educativas y formas de racionalidad, a fin de describir y explicar
cómo los sujetos implicados en aquellas prácticas reproducen, continúan, reaccionan o
rompen aquella relación según su praxis concreta.
La complejidad del estatuto del conocimiento filosófico, la variedad de sus métodos
y perspectivas suele ser un obstáculo que frecuentemente desalienta la problematización
7. Extracto de la fundamentación del primer Seminario sobre el Programa Universidad en la Cárcel. Facultad
de Filosofía y Humanidades, Córdoba, 2002.
8. Cabe destacar que el PUC no cuenta con ningún financiamiento específico para su desarrollo y su concreción
es posible por el compromiso sólido de la Facultad de Filosofía y Humanidades y los docentes que asumen la tarea
como carga anexa (ad-honorem) a sus tareas habituales. Las actividades que desarrollan son las de dictado de
tutorías, entendiéndose como tal a una forma particular de atención educativa tendiente a apoyar el estudio
autónomo de los alumnos internos a través de una planificación orientada, y toma de exámenes sumadas a otras
acciones demandadas por la modalidad y régimen de cursado. Por otra parte, el personal no-docente del Área
Enseñanza de la Facultad y colaboradores del Área de Educación del SPC brindan un apoyo de gran valor para su
desarrollo. Las actividades de docencia se desarrollan en el Establecimiento Penitenciario Nº 2. Actualmente cursan
en el PUC estudiantes alojados en 5 establecimientos penitenciarios: Penal de Barrio San Martín, Ex-CROM
(Régimen de semilibertad), Villa María, Villa Dolores y Bouwer. Puede consultarse al respecto: www.ffyh.unc.edu.ar
130 Cristina Solange Donda
9. Patricia Mercado y María Isabel Yury, “De las estrategias de intervención pedagógica a la construcción de un
problema de investigación. Aportes en el marco del Programa Universitario en la Cárcel”, Ponencia presentada en
el II Foro de Investigación e Intervención Social, UNC, Córdoba, 2007.
La enseñanza de la filosofía en medios académicos y extra-académicos 131
tades para el estudio y la expresión de ideas similares a las que se observan en grupos de
ingresantes regulares. Los que denominamos “sobresalientes” son alumnos destacados,
con altas calificaciones, con excelente nivel conceptual, adecuada comprensión de los
problemas filosóficos y capacidad crítica.
Un elemento común a todos los estudiantes de filosofía privados de su libertad es el
interés que manifiestan por la relación entre la filosofía académica y los problemas socia-
les y políticos; interrogan de modo crítico y apasionado por aquellas cuestiones que ha-
cen referencia a derechos de los individuos, sus libertades y cuestiones de justicia; y
también asumen con entusiasmo crítico problemas metafísicos y antropológicos. Aun aque-
llos que manifiestan dificultades de comprensión y expresión (tanto escrita como oral)
mantienen una actitud de curiosidad por la mayoría de los temas y contenidos que se
desarrollan en las distintas asignaturas. En nueve años de participar de esta experiencia
no recordamos un solo caso en el que algún estudiante haya puesto en tela de juicio el
valor de la filosofía en términos de práctica teórica.
Sin embargo, pueden observarse algunas dificultades que obstaculizan los procesos
de enseñanza-aprendizaje y que giran alrededor de inconvenientes en la comunicación
entre los compañeros que participan del programa –escasa o nula posibilidad de inter-
cambios entre ellos–; problemas en su relación con el conocimiento por las condiciones
cotidianas de la vida en la institución carcelaria; la devaluación del conocimiento en
la institución carcelaria; la posición particular que se autoadjudican los estudiantes
como “sujetos de aprendizaje que no saben cómo es ser estudiantes universitarios”;
pérdida de motivación para continuar con los estudios; los inconvenientes cotidianos
en la administración del tiempo y del espacio; la necesidad de consultar textos que
podrían contribuir a una mejor apropiación de los conocimientos (y que se relacionan
con el material bibliográfico que se les entrega) a los cuales pocas veces tienen acceso,
entre las más recurrentes.
Como afirman Mercado y Acín, docentes que participan en el PUC, “la particulari-
dad de la permanencia y constancia en el estudio es quizá uno de los puntos más sensibles
del trabajo con los sujetos privados de libertad. Ya que tal como sucede en el ámbito
natural de la Facultad, la relación cara a cara entre docentes y alumnos y alumnos entre
sí, actúa como mediador potente que facilita los vínculos como elemento articulador
fundamental, lo que en el contexto de la cárcel está reducido a su mínima expresión. La
distancia obstaculiza en muchos casos la posibilidad de generar una relación con el obje-
to de estudio, con los materiales y con la propuesta metodológica”.10
10. Patricia Mercado y Alicia Acín, “La educación en el contexto carcelario: una respuesta a las múltiples
pobrezas, violencias y procesos de deshumanización”, ponencia presentada en Jornadas de Investigación “Educación y
Pobreza”, Universidad Católica de Córdoba, Córdoba, 2006.
132 Cristina Solange Donda
Los docentes que participamos del Seminario sobre el Programa Universidad en la Cár-
cel, entendimos, como se afirma en su fundamentación, que el PUC se encuentra en la
encrucijada de procesos y gestiones institucionales marcadamente diferentes, que re-
mueve escombros epistemológicos y metodológicos anclados en las prácticas educativas y
nos incita a pensar la negatividad (acumulada) siempre presente en la positividad de
ambas instituciones. Es decir, allí donde la universidad cree encontrar respuestas a pro-
blemas mediante el conocimiento, debería también pensar los problemas de la distribu-
ción del conocimiento atento a la desigualdad de oportunidades y allí donde la cárcel
cree responder al delito, buscar soluciones para la degradación humana que produce y
11. Pierre Bourdieu, Capital Cultural, Escuela y Espacio Social, Buenos Aires, Siglo XXI, 1997.
La enseñanza de la filosofía en medios académicos y extra-académicos 133
12. Cf. Primer Seminario sobre el Programa Universidad en la Cárcel. Facultad de Filosofía y Humanidades,
Córdoba, 2002.
13. Alcira Daroqui, “Violencia carcelaria y universidad”, en Inés Izaguirre (comp.), Violencia Social y Derechos
Humanos, Buenos Aires, Eudeba, 1998, p. 110.
14. Alcira Daroqui y Victoria Rangugni, “Universidad en la Cárcel: génesis y desarrollo de resistencias posibles”,
ponencia presentada en el “Tercer Congreso Nacional de Ejecución Penal” organizado por la cátedra de Criminología
de la Facultad de Derecho de la Universidad de Córdoba y la Asociación de Protección y Asistencia a los Condena-
dos (APAC), 1998, p. 7.
134 Cristina Solange Donda
Por otra parte, la constancia de “la tecnología penitenciaria pugna por inscribir la
lógica carcelaria a todas aquellas relaciones sociales que se construyan en la cárcel,
reafirmando por tanto su hegemonía y con ella la exigencia de reconocimiento y acata-
miento no sólo de los presos/as, sino de todos aquellos que ingresen a la misma con
objetivos diferentes a los que se sostienen desde el castigo, el disciplinamiento y el con-
trol. Si el objetivo es ‘fundar un espacio de libertad al interior de la cárcel’, es de suponer
que ello será fuertemente resistido por una institución y una política penal que a través
de dos siglos ha fundado su existencia en la ‘privación de la libertad’, en la producción
sistemática de sufrimiento en la que pendular y simultáneamente, el preso y la presa
transitan el castigo y la recompensa humillante que lejos de ‘resocializarlos o reformar-
los’, los arrojan hacia la degradación y la impotencia”.15
Creemos que una asunción responsable de la enseñanza de la filosofía en sociedades
como las nuestras ha de enfrentar la tarea inacabada de analizar las prácticas concretas
desde el interior de las mismas a fin de legitimar o deslegitimar los modos de hacer las
cosas y las formas de institucionalización del ejercicio reflexivo de la libertad; de com-
prendernos a partir de lo que hacemos y de analizar la forma en que interactuamos,
poniendo en tensión nuestros modos de pensar y de actuar; de estudiar los procesos y las
técnicas que se utilizan en diferentes contextos institucionales para operar sobre las con-
ductas de los individuos, tomados en forma individual o como grupo, para dar forma,
dirigir, modificar sus maneras de actuar, imponer fines a su inacción o inscribirla en estra-
tegias globales. 16 Es decir, analizar la manera en que nos gobernamos entre sí en esa
relación que instaura la tarea de enseñar; se trata, además, de analizar las prácticas
sociales (pedagógicas) que median la relación entre el objeto de conocimiento, el sujeto
y la verdad; los procesos a través de los cuales estas prácticas condicionan lo que se
puede decir o no, el que tiene autoridad para decirlo y el que no, y los juegos de
complementariedades y exclusiones a que se da lugar en una configuración histórica
general y local. Se trata, en definitiva, de ubicarnos en el orden de un diagnóstico que
permita percibir que aquello que se ha vuelto natural y obvio puede ser modificado.
15. Alcira Daroqui, “La cárcel en la universidad. El discurso penitenciario en la normativa y prácticas
interinstitucionales”, en www.ffyh.unc.edu.ar , abril de 1999, p. 40.
16. Cfr. Michel Foucault, Autorretrato, Buenos Aires, La Letra A, año 2, Nº 3, 1991.
La enseñanza de la filosofía en medios académicos y extra-académicos 135
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Izaguirre, Inés (comp.): Violencia social y Derechos Humanos, Buenos Aires, Eudeba,
1998.
Documentos
En este trabajo se procura identificar algunas de las actividades que realiza un pro-
fesional de filosofía en el marco de una institución educativa. Se hará referencia a algu-
nas prácticas filosóficas tales como: docencia, producción filosófica (investigación y pu-
blicación), tareas extrafilosóficas (de gestión, de gobierno, de generación de eventos).
De acuerdo con esto, se abrirán interrogantes respecto de si las instituciones juegan un
papel favorable o desfavorable para el desarrollo de la actividad filosófica.
Dice Parain:
“Una filosofía se mide también por su manera de comunicarse, la nuestra (la occidental) se
enseña. O, más bien, ha llegado a creer que su vocación es la de ser enseñada. Una larga tradición
la ha venido preparando para ello: la academia, el liceo, las universidades de la Edad Media. Sin
embargo Sócrates prefería la conversación y la discusión. Descartes y Leibniz no fueron profeso-
res. Sólo a partir de Kant lo han sido casi todos los grandes filósofos de Occidente. Y, en un cierto
sentido, con toda razón. La enseñanza es una actitud democrática.”2
“Cuando tuve que hacer el papel de Sócrates, y me soltaron frente a una clase como a un cristiano
de las catacumbas frente a los leones [...] mi pregunta era: ¿cómo debo estar frente a ellos?”3
“Sócrates vende su saber en un liceo donde lo han contratado por la menor cantidad de dracmas
posible y la mayor docilidad pensable.”5
Onfray muestra una faceta muy dura de la actividad filosófica, el destino de Sócrates
en circunstancias como las que narra, es el matadero, el filósofo sucumbe ante el designio
institucional. Esto que se describe puede ser así, o a veces es así. La pregunta que se
impone es ¿necesariamente es así? ¿La enseñanza de la filosofía en el marco de la institu-
ción está condenada a eso?
El título del libro de Onfray El deseo de ser un volcán es sugestivo. ¿Qué es lo que
quiere alguien que desea ser un volcán? Seguramente que no debe ser poca cosa, pero
veamos de qué se trata. A Sócrates le gustaría decir a los funcionarios del Ministerio que:
“él ama la filosofía, y que sus alumnos se entusiasmarían más si eventualmente la materia estuvie-
ra pensada para ellos y no para los pedagogos que discuten hasta el cansancio en las comisiones ad
hoc. Le gustaría explicarles que lo que le importa es la realidad [...] que la filosofía no es solamente
enseñanza de doctrinas y lectura de grandes autores; que puede ser una propuesta y una actitud
con respecto al mundo, a los demás, a la realidad. Sócrates aspira a la reconciliación de su arte con
la vida.”6
4. Idem, p. 51.
5. Idem, p. 48.
6. Idem, p. 52.
La praxis filosófica en el marco institucional 141
Considera que “[...] la incurable melancolía en la que se mueven los alumnos tiene
su raíz en la complacencia casi generalizada de los pensadores o educadores en dirección
a la negatividad y la sospecha, en el silencio que ofrecen como única respuesta a la
pregunta que los estudiantes hacen y se hacen sobre el sentido de la vida, en la falta de
alternativa que encuentran frente al nihilismo de la época, en la incapacidad de captar
la naturaleza de la realidad que es la suya, en el pesimismo que los rodea cuando expre-
san entusiasmo, pasión, deseos. Cuando desbordan de vida, les quieren imponer la cas-
tración, la sumisión, la obediencia. Se supone que deben formar hombres libres pero
fabrican esclavos.”7
Hay que terminar con la posición de quienes tienen “[...] la ilusión de ser parientes
de los filósofos que enseñan, ya que no están hechos del mismo material. Se equivocan al
suponer que el trabajo de los profesores de filosofía consiste en fabricar sus propios clones,
que a su vez enseñarán a los que están destinados a engrosar las filas de los funcionarios
de la materia. La filosofía es arte de vivir, o no merece ni una hora de esfuerzo. Es por una
desviación que se ve confinada a cuestiones ociosas, que sólo constituyen un desafío para
los especialistas felices de haberla arrojado completamente, o casi, en un ghetto”.8
El comentario del texto de Onfray pone de relieve muchos de los aspectos problemáti-
cos de la enseñanza de la filosofía en el marco de una institución: la apatía de docentes y
alumnos, los aspectos formales o externos que un docente debe respetar, los programas
oficiales, los contenidos mínimos, los objetivos institucionales, los plazos de entrega de los
informes, las evaluaciones –entre otras cosas. Sin embargo, la imagen del volcán puede ser
una buena figura para hacer referencia a la educación y también para la filosofía, ya que en
ambas hay algo de volcánico que cada tanto se aviva. No es un problema menor insertar a
los volcanes en las instituciones y lo que hay que procurar es que no se apaguen.
Asimismo en el ejercicio de la docencia algunas cuestiones se realizan mecánica-
mente, de modo tal que se termina por no advertirlas, se tornan invisibles. En nuestras
representaciones y objetivos, hablamos puntualmente de la intrínseca relación entre filo-
sofía y logos, razón, pensamiento, crítica y esto se puede convertir más en “lugares comu-
nes” que en afirmaciones razonadas, conscientes y factibles.
Por ejemplo, en La declaración de París por la filosofía se encuentran frases tales
como:
· “Consideramos que la práctica de la filosofía, la cual no excluye idea alguna de la
libre discusión e intenta establecer la exacta definición de los conceptos usados para
verificar la validez de los razonamientos y examinar detalladamente los argumentos
de otros, capacita a los individuos para aprender a pensar independientemente.
7. Idem, p. 53.
8. Idem, p. 56.
142 Elena Teresa José y Roxana Eleonora Ortín
· sabilidad
Enfatizamos que la enseñanza de la filosofía promueve la apertura mental, la respon-
cívica, la comprensión y la tolerancia entre los individuos y los grupos.
· Reafirmamos que la educación filosófica, al formar gente pensante y mentalmente
independiente capaz de resistir diversas formas de propaganda, fanatismo, exclusión
e intolerancia, contribuye a la paz y prepara a las personas para asumir sus respon-
sabilidades en relación a los grandes temas del mundo contemporáneo, particular-
mente en el campo de la ética.
· Consideramos que el desarrollo de la reflexión filosófica, en la educación y la
vida cultural, realiza una gran contribución a la formación de ciudadanos, median-
te el ejercicio de la capacidad del juicio, la cual es fundamental en cualquier demo-
cracia.” 9
Afirmaciones como las anteriores son habituales en los programas de las asignaturas
filosóficas y es una cuestión a la que, en general, no se le presta demasiada atención.
Planteadas las cosas de este modo parecería que “la Filosofía es la disciplina que enseña
a pensar”, lo que podría implicar que si uno quiere pensar debe estudiar filosofía. Decir
que la filosofía enseña a pensar suena ambicioso. En todo caso se tendría que aclarar
cómo se piensa en filosofía y qué es lo que se piensa.
De tanto decirlo y escribirlo como objetivos se deja de tenerlos en cuenta y se proce-
de de forma mecánica. En el ejercicio de la enseñanza de la filosofía media una gran
distancia entre estas representaciones y lo que efectivamente sucede en las clases. Los
docentes proponen a sus alumnos consignas tales como: que analice, critique, compare,
justifique, argumente, problematice, formule hipótesis, ejemplifique, identifique supues-
tos, etc. Es decir se plantea una serie de actividades relacionadas con el pensar pero que
–salvo algunos casos– no pueden ser resueltas por los estudiantes en cuanto no cuentan
con elementos teóricos para identificar, de modo preciso, el tipo de tarea que solicitamos.
Habría que observar también en qué medida los mismos docentes ponen en práctica,
durante las clases, consignas como las mencionadas.
Es interesante también observar qué se hace al evaluar y qué es lo que se evalúa.
El segundo punto se vincula con la importancia que le concedemos a la educación y
nuestra actitud respecto de esto. ¿Cuán convencidos estamos como docentes del valor de
nuestra tarea? ¿Qué creemos que hacemos cuando damos clases? ¿Qué es lo que pensa-
mos o esperamos que produzca nuestra tarea? Son preguntas muy delicadas. Un aspecto
que tal vez habría que profundizar es el impacto que reciben los alumnos cuando perci-
ben que el docente a cargo de la asignatura es un pesimista o una persona vencida.
9. Pol Droit-Roger, Filosofía y democracia en el mundo, Buenos Aires, Colihue - UNESCO, 1995, pp. 19-20.
La praxis filosófica en el marco institucional 143
11. Nicolás Zavadivker, “¿Es la filosofía un comentario de autores?”, Suplemento “Agenda Cultural”, Diario El
Tribuno, Salta, 8 de octubre del 2000.
12. Walter Kohan, “Sócrates, o educao o a filosofía. De herói a anti-herói” en Gallo, S. y otros (org.), Ensino
de Filosofía. Teoria e Prática, Brasil, Ed. INIJUI, 2004, p. 113.
La praxis filosófica en el marco institucional 145
de soporte más débiles. Las dos formas tendrían también sus lenguas específicas: griego, ale-
mán, francés o inglés para la primera; portugués, español y otras lenguas menores para la
segunda. Si la filosofía adulta, para iniciados, tiene nombres propios indiscutibles (como
Aristóteles, Descartes o Kant) la filosofía para niños, para principiantes o la producida por
personas poco conocidas como Antifonte, Jacotot o un Silva brasilero, pertenecen a la segun-
da categoría. La Filosofía mayor, claro está, también tiene sus instituciones propias, sobre todo
circula en universidades como Oxford, Heidelberg o Princeton.
Sin duda, en lo que respecta a investigaciones, los que se dedican a investigar sobre
la enseñanza de la filosofía, estarían haciendo, según el mito, una filosofía menor, como si
un cuerpo de conocimientos fuese más novedoso, riguroso o talentoso por el tema que
trate, que por el discurso que se elabore en el tratamiento del tema.
se queja de los inadecuados árbitros que saben poco de su disciplina; visita al matadero
local, donde se discute la posibilidad de decapitar las ovejas de modo que se dañe menos
el hipotálamo; reunión curricular en la universidad, donde el jefe propone un nuevo plan
de estudios que exija más conocimientos de biología molecular y ciencia de la computa-
ción; discusión con un científico sueco sobre los instrumentos para detectar péptidos que
ha ideado recientemente y las posibles estrategias para su desarrollo; y una solicitud de
fondos a la Asociación de Diabéticos.
Sigamos luego a Latour prestando nuestra atención al trabajo que desarrolla la cien-
tífica en el laboratorio, poco tiempo después. Vemos que ha conseguido emplear un nue-
vo técnico gracias a la ayuda de la Sociedad de Diabéticos, y tiene dos nuevos estudian-
tes de licenciatura, que han entrado en su campo gracias a los nuevos cursos ideados por
el jefe. Su investigación se ha visto beneficiada por las muestras más limpias de hipotálamos
que recibe del matadero y por el nuevo instrumental, sumamente sensible, adquirido
recientemente en Suecia, que aumenta su capacidad para detectar al minuto huellas de
pandorina en el cerebro. Sus resultados preliminares se publican en la nueva sección de
Endocrinology. Contempla la posibilidad de aceptar un puesto para montar un nuevo
laboratorio en Francia que le ha ofrecido el gobierno francés.
En la medida en que la científica de la muy creíble historia de Latour se considera
dedicada a la ciencia pura, sin preocuparse de cuestiones políticas o sociales más amplias, está
equivocada. La satisfacción de las condiciones materiales, que constituye una precondición
de que se efectúe su investigación, sólo se consigue como resultado de la actividad política
que implica una serie de intereses sociales, como ilustran las actividades del jefe.”13
Si, cambiando de ámbito se pasa al campo filosófico: ¿qué hace un filósofo cuando
trabaja? En este caso se está usando el término “filósofo” como equivalente a profesional
de la filosofía, a alguien que acredita competencia académica en un campo del conoci-
miento. ¿Cómo responder a esta cuestión?
De modo similar al caso que plantea Bruno Latour el quehacer filosófico en el marco
de una institución implica una serie de prácticas que exceden y no parecieran guardar
relación con lo que el Ministerio de Educación acredita como las incumbencias de un
profesor o licenciado en Filosofía.
Efectivamente, quienes trabajan en instituciones como las universitarias, tienen que
aprender que su tarea no se limita a la enseñanza y a la investigación, sino que hay que
manejar y también generar condiciones de posibilidad para el trabajo filosófico. Para que
esto sea más claro:
13. Chalmers, A., La ciencia y cómo se elabora, Madrid, Siglo XXI editores, 1992, pp. 154-156.
La praxis filosófica en el marco institucional 147
Y hay mucho más. Para no abundar en detalles, cabe simplemente señalar que hay tareas
de índole “extrafilosófica” que son insoslayables y que demandan mucho tiempo. Y como
se sugería al principio, no se trata de la pura docencia o investigación, sino también de
148 Elena Teresa José y Roxana Eleonora Ortín
Para terminar:
· En nuestro medio, gran parte de la actividad filosófica se realiza en el marco de la
institución.
· Se corre un riesgo: que la actividad filosófica se convierta en algo que solamente
tiene significación o relevancia dentro de los límites institucionales.
· La institución coarta, limita, pero los grandes filósofos provienen y generalmente
trabajan en instituciones.
· La institución permite muchas cosas, permite incluso críticas acerbas a la institu-
ción misma.
· A menudo se tiende a institucionalizar nuestra actividad propiciando la creación
de centros, sociedades, institutos, academias, etc.
· No renegamos de las instituciones, pero quisiéramos que estuvieran organizadas de
tal manera, que nos permitieran liberarnos en mayor medida de las cuestiones buro-
cráticas y administrativas, a fin de tener más tiempo y tranquilidad para desarrollar
actividad filosófica en la docencia y en la investigación, es decir para filosofar.
Bibliografía
Alejandro Ranovsky*
1. Introducción
Nuestra reflexión parte del hecho constatable de que la filosofía como disciplina ha
debido adecuarse históricamente a formas de enseñanza e investigación pensadas para
los programas de fomento de la ciencia y de la técnica. Para mostrarse útil socialmente y
garantizar el sustento de los filósofos debió encuadrarse en formas no sólo extrañas sino
muchas veces incompatibles con sus ansias de reflexión profunda y amplia, fundamentación,
autonomía, crítica radical. Los filósofos debieron resignar su estatus específico para con-
vertirse en investigadores a la manera de la ciencia. Y los docentes pasaron a concebir su
tarea como la enseñanza de una disciplina científica, con métodos, objetos,
subespecialidades y cánones de rigor que en gran medida esterilizan el espíritu propia-
mente filosófico –no por desviarse de una definición filosófica determinada sino por no
hacer el intento de transmitir ni plantearse lo específicamente filosófico.
Creo que también es un hecho constatable que el precio pagado por el sustento de
los académicos ha sido muy alto para la filosofía y que reina un malestar en la propia
comunidad académica por la metamorfosis que, operada acríticamente y afín tan solo a
ciertas concepciones filosóficas, ha derivado en la pérdida del ideal filosófico que jus-
tificó la decisión vital de acercarse a este estilo de pensamiento y esa pérdida del ideal
se trasunta en un cruel escepticismo, que es volcado explícita o implícitamente, diaria-
mente, insensiblemente, en aulas pobladas de jóvenes aún impulsados por la búsqueda
de la verdad.
1. Julio Castello Dubra y Alejandro Ranovsky, “La incorporación de la filosofía al paradigma científico”, en
Artefacto Nº 2, Bs. As., Of. Publicaciones C.B.C. U.B.A., diciembre de 1997, pp. 29-33.
La definición de un criterio de rigor propio de la filosofía como requisito... 151
legal de un aval que cubre la responsabilidad ante las conclusiones. La ciencia alcanza la
validez del a priori de la razón comunicativa, como el ideal máximo al que puede aspirar el
saber secularizado: definir un ámbito de derecho, de legitimidad, de conclusiones
provisorias pero sujetas a los procedimientos más allá de lo cual no puede avanzarse sobre
seguro. Al mismo tiempo, esa seguridad significa la otra cara del límite impuesto de
fuera, donde mora la verdad a la que ese ámbito declara inalcanzable. Bajo el techo de lo
científicamente garantizado vive lo hipotético, lo que puede ser falso. A su vez, afuera,
meta-físicamente, en la inseguridad total frente a las conclusiones y la esterilidad en
cuanto a los resultados, se ejerce el riguroso oficio de medirse con lo definitivo.
La filosofía encuentra en la ciencia, a la vez, la precariedad y el dogma, rasgos que la
omnipotencia de la ciencia pretendía adjudicarle a ella; y se autotransforma en el terri-
torio autorizado de lo absoluto y la apertura.
Porque el criterio de rigor filosófico se ha situado en un doble carácter de abierto:
apertura hacia los primeros principios, por un lado, con su consecuencia de apertura, por
el otro, a un movimiento continuo, irrefrenable, del filosofar y a la peculiar intersubjetividad
que estas dos características determinan: la coexistencia en una contemporaneidad de
múltiples planteos en principio excluyentes y la consecuente necesidad de encarar el
diálogo, cada vez, desde un absoluto recomienzo.
4. Conclusión
Veamos qué quiere decir que el estudio universitario de la filosofía deba guiarse con
parámetros de seriedad claros. Al arrancar este ensayo, quería decir, parámetros científi-
cos. Ahora, parámetros de seriedad filosóficamente claros quiere decir, primero, que tra-
bajos enmascarados de científicos serán precisamente poco rigurosos, a saber, dogmáticos
en sus supuestos acríticamente asumidos, contingentes en su impune desconexión con la
totalidad de las cuestiones y en su azaroso imponerse como relevantes desde sus
hiperacotados ámbitos.
En el sentido de rigor filosófico que hemos delineado, un trabajo serio será un trabajo
filosófico, que exige el pensamiento indelegablemente personal, el esfuerzo totalizador y
el compromiso con la verdad a través de la exposición pública en un debate de igual a
igual con la tradición filosófica. Este sentido es fiel a un impulso que vive en las aulas y
que, enseñado en ellas, no se habría extraviado en los institutos. Eso sí, no estimularemos
a nuestros alumnos a producir mucho sino sólo lo importante, porque deberemos recupe-
rar la capacidad de ponderar cualidades; no habrá, frente a obras rigurosas, ningún árbi-
tro posible para corroborarlas; no habremos de ofrecerles una carrera, pues sólo ha de
arribar a algo el que vaya más lento; y no podremos prometerles la corona de doctores
porque cuanto más crean saber más lejos estarán de la sabiduría.
156 Alejandro Ranovsky
La definición de un criterio de rigor propio de la filosofía como requisito... 157
Marisa Berttolini*
normas, valores, métodos, técnicas, usos, costumbres, roles, etc.” O sea, “los procesos
educativos constituyen procesos de producción, distribución y apropiación de sentidos y
significados, que constituyen la red semántica y lógica de lo público”.2
Por lo tanto las preguntas que deben orientar la reflexión son: ¿Qué saberes deben
circular en el nivel de Bachillerato? ¿Cuáles son los criterios para seleccionar esos saberes?
¿Cuáles son los caminos por los cuales se logra legitimación social de los saberes?
¿Qué saberes circulan en las instituciones educativas? ¿Cómo circulan los saberes,
con qué formato se les presenta? Cambiar el conocimiento que alguien tiene sobre algo
no es tan complicado. El desafío es cambiar el posicionamiento subjetivo que alguien
tiene frente al conocimiento. En este sentido visualizamos al menos dos problemas:
2. Loc. cit.
La educación filosófica en el marco de la Educación Media Superior... 161
recuperar los atributos del saber sabio, su contexto de producción, revivir el problema
que orientó la investigación, la dialéctica ignorancia-indagación, el vacío sentido a par-
tir del cual se instala la búsqueda, reconocer y deconstruir los supuestos de esos saberes,
visualizar sus articulaciones más allá de la segmentación. La actitud filosófica impide la
puesta en texto del saber con el estatuto ficcional de totalidad plena. Y esto porque parte
de la dialéctica saber/no saber, dialéctica necesaria para que se produzca saber epistémico,
saber provisorio, saber en falta, para que se produzca el deseo de saber. La problematización
filosófica instala la incertidumbre, permite reconocer la contingencia, la insuficiencia.
Pero esta posibilidad desestabiliza el sistema. Y al comienzo provoca rechazo en los
estudiantes y paradójicamente en muchos docentes: La ficción del saber pleno gratifica,
da seguridad. Y no se quiere saber nada de correrse de lugar.
Sin embargo, los jóvenes pronto reconocen que está aconteciendo algo diferente,
que vale la pena, que se habilita el pensamiento creador. Recuperan el deseo de saber y
explicitan su disfrute.
2. Pero el problema más relevante en relación a los saberes es que la institución
educativa no admite la circulación de los saberes propios de las subculturas de las que
provienen y a las que pertenecen los jóvenes (contextos familiares, barriales, tribus urba-
nas, etc.). Por lo tanto nunca se ponen en común y nunca se confrontan, nunca se discu-
ten públicamente. Se los ignora, se los expulsa, se los margina en la categoría de ilegíti-
mos. El mundo virtual, los massmedia, los valores y los códigos simbólicos de los grupos
juveniles, la música que escuchan, sus sistemas de creencias, todo eso queda fuera del
aula. Y permanecen en un mundo paralelo, el “mundo de la vida”, sin diálogo con el
sistema educativo.
¿Por qué creemos necesario integrar esos saberes? No se trata de responder a los
intereses inmediatos de los alumnos, no es una actitud demagógica ni se reduce a una
cuestión de motivación pedagógica. Cuando aspiramos a que las subculturas a las perte-
necen los jóvenes circulen en el aula, la finalidad no es adaptar la escuela a las culturas
juveniles. La propuesta pretende tener un objetivo político. Pretende hacer lazo entre las
razones pedagógicas y las razones políticas. Porque si esos contenidos son excluidos, se
clausuran en el ámbito privado, quedan fuera de la intención crítica de la educación y
entonces se consolidan como evidencias, se sacralizan como inmutables. Siguiendo a
Fornet-Bentancourt 3 entendemos que cada cultura tiene el derecho de ver el mundo
desde sí, pero no a reducirlo a su visión. Es deseable facilitar las condiciones para que
cada uno haga de su cultura una opción, evitando que lo determine con carácter
prescriptivo en cuanto a qué hacer y qué pensar.
La reformulación programática
“La justificada preocupación por los contenidos, marca definitoria de las propuestas curriculares,
lleva en muchos casos a olvidar que la forma es también contenido y que las vías o modos propues-
tos para la circulación o construcción del conocimiento permiten ciertos desarrollos y no otros...
Esto implica reconocer al docente como sujeto que asume la tarea de elaborar una propuesta de
enseñanza en la cual la construcción metodológica deviene fruto de un acto creativo de articu-
lación entre la lógica disciplina y las posibilidades de apropiación de ésta por parte de los sujetos, en
los contextos particulares que constituyen los ámbitos donde ambas lógicas se entrecruzan.”6
6. Gloria Edelstein y Adela Coria, Imágenes e Imaginación. Iniciación a la docencia, Buenos Aires, Kapelusz, 2006.
La educación filosófica en el marco de la Educación Media Superior... 165
El espacio propone un doble giro, que consiste en poner en cuestión los saberes asimi-
lados y una vez resignificados promover su integración y articulación.
La problematización que se pretende realizar no queda reducida al plano gnoseológico,
sino que implica también el plano axiológico y práctico, concebidos en interacción. La
crítica se desplaza así del plano exclusivamente epistemológico para recaer sobre prácti-
cas y discursos de todo tipo.
Se parte de los saberes que el alumno (y también el docente) trae, para producir
una ruptura en el modo en el que éste se relaciona con ellos, para poder vincularse
libremente; para generar las condiciones de transformarlos y transformarse, y de cons-
tituirse en subjetividad autónoma capaz de apropiarse críticamente de los saberes ense-
ñados.
Este aprendizaje no tiene tanto que ver con los conocimientos como con las personas
y los modos en que éstas se relacionan con otras personas, con el mundo, con los saberes
y consigo mismo. Es decir, pone en juego la construcción y la transformación de la experien-
cia de sí.
En su función articuladora, Crítica se piensa como:
En Crítica II:
· Se trabaja sobre la relación entre los saberes y la construcción de la identidad
individual y colectiva.
· Se aplica el análisis crítico a algunos productos culturales (discursos, institucio-
nes) para reconocer los supuestos que los atraviesan, buscando remover lo que se
nos presenta como obvio o natural.
“Generar un pensamiento crítico sobre la vida cotidiana supone interrogar lo obvio, producir una
particular distancia sobre la experiencia inmediata que permite desplegar las múltiples facetas, la
diversidad de sentidos que se juegan en la vida cotidiana. Esta crítica permite abrir visibilidad
sobre las condiciones concretas de existencia que por estar tan próximas se nos vuelven invisibles,
“naturales”. Des-naturalizar, interrogarnos sobre las condiciones de producción de las prácticas
cotidianas supone poder generar fisuras en un discurso hegemónico, unificador; supone interpe-
lar la cotidianidad de la vida institucional; y conlleva un trabajo deconstructivo y genealógico.” 7
7. Ana Protesoni, “La vida cotidiana: un campo de problemáticas”, en Fernández y Protesoni (comp.),
Psicología social: subjetividad y procesos sociales, Montevideo, Ed. Trapiche, 2001.
La educación filosófica en el marco de la Educación Media Superior... 167
su propia identidad. Y lo que más importa, la frontera tal como la concebimos puede ser
más o menos porosa, más o menos lábil.
Estos grupos de frontera constituyen ámbitos culturales alternativos, con una sensi-
bilidad propia, con estrategias de supervivencia, con marcos axiológicos más o menos
explícitos, con formas propias de resolver conflictos. Visualizamos procesos de cons-
trucción de nuevas formas de sociabilidad, de nuevas subjetividades irreductibles a
categorías tradicionales como las de “pobres”, “clase”, “oprimidos”, “lumpenproletariado”,
“pueblo”, etc.
Hoy esa diversidad opera fundamentalmente como generadora de violencia, o de prác-
ticas de encapsulamiento fragmentado. La consigna parece ser: el otro es mi enemigo... Y
las alternativas son: o lo destruyo (lo mato, lo encarcelo, lo violo, lo torturo...), o levanto
muros suficientemente altos para defenderme e invisibilizarlo.
Por este camino lo que aparece claro es un profundo quiebre de la Comunidad, es
decir la imposibilidad de compartir lo común.
¿Cómo reconstruir la Comunidad? O al menos, ¿cómo generar deseo de comunidad?
Apostamos a la Educación y específicamente a la educación filosófica como estrategia
eficaz (aunque relativa y no autosuficiente) para ese fin, en tanto pueda constituirse en
un dispositivo de las luchas de deseo, relativas a las libertades que Guattari ubica en el
registro de la revolución molecular.8
Esta apuesta debe emprenderse evitando: la resignación (no confundir lo fáctico con lo
necesario), la compasión (ver en los otros carenciados que hay que compensar para que lle-
guen a ser como nosotros), la mitificación apologética (el otro como el lugar de lo auténtico, lo
no contaminado que sólo cabe preservar) y sobretodo evitando la omnipotencia ilustrada.
Es necesario que los “diversos” confluyan en un tiempo y en un espacio compartido. Y
uno de esos espacios puede ser el espacio educativo. El sistema educativo concebido
como “espacio público” para procesar el conflicto, descartando la posibilidad del consen-
so o la armonía artificial porque creemos que ya no hay lugar para la utopía vareliana.
La condición de posibilidad para que esto ocurra es alcanzar cierto grado de
disciplinamiento, el ejercicio de cierto grado de violencia simbólica, sobre unos y otros,
para lograr su permanencia en lo común.
¿Para qué es deseable esta permanencia de los diversos en un ámbito común?
Para habilitar en cada uno la capacidad de narrarse, de auto-representarse.
Para implementar un trabajo esencialmente filosófico posibilitante de la re-construc-
ción y transformación de las subjetividades. Para visibilizar la contingencia y la historicidad
cultural de la propia identidad.
8. Félix Guattari, Cartografías del deseo, Buenos Aires, La marca, 1995, p. 27.
168 Marisa Berttolini
Es tarea del sistema educativo generar condiciones para que cada uno pueda relatar
su propia historia, objetivar su propia cultura y descubrir su contingencia. Para confron-
tarse, para verbalizar el conflicto, para repensarse desde la relación con los otros.
Para esto es necesario desarrollar prácticas pedagógicas donde no sólo circulen saberes
sino que provoquen en los educandos (docentes, etc.) cambios en la experiencia de sí.
Especialmente la educación filosófica puede ayudar a los sujetos a reconocer cómo han
entrado a formar parte de una determinada interpretación, representación de la verdad,9
cuáles son las reglas de juego de los dispositivos que han construido su subjetividad. Y así
percibir también la articulación saber-poder, en tanto el saber se organiza en determinadas
instituciones donde circula el poder.
El diálogo y el trabajo sobre sí permiten modificar las relaciones de poder, y
libera de la dominación (relaciones de poder fijas, perpetuamente disimétricas y donde el
margen de libertad es extremadamente limitado).10
Es en ese sentido que se aspira a que la educación filosófica habilite el diálogo.
¿Qué tipo de diálogo?
Un diálogo para la circulación de los diversos relatos, para su traducción, su confron-
tación, su eventual hibridación.
Reconocemos con Fornet-Betancourt “el derecho de cada individuo a ver en su
cultura un universo transitable y modificable. Es decir: toda cultura tiene derecho a su
visión del mundo, pero no a reducir el mundo a su visión.”11 No debería imponerse a sus
miembros como la única posibilidad que pueden y deben compartir. Es deseable que cada
sujeto pueda ejercer la crítica cultural y pueda hacer de su cultura una opción. Y para esto
es necesario transitar por experiencias que posibiliten la articulación del sentido de per-
tenencia con una dosis de extrañamiento que permita ampliar la conciencia crítica sobre
el propio universo cultural. Sin duda esta posibilidad aumenta a través del diálogo y la
praxis compartida.
Pensamos en un diálogo contaminado y contaminante. Contaminado porque no hay trans-
parencia absoluta. El intercambio se da desde el horizonte de inteligibilidad de cada parti-
cipante, lo que hace que el grado de comprensión que habilita la comunicación, implique
siempre un margen de distorsión y opacidad. No hay un horizonte más abarcativo que
trascienda a los interlocutores y que subsuma sus discursos en un logos único. Contaminante
porque los participantes se modifican, se impregnan de los otros discursos, de las otras
prácticas. Este diálogo contaminante es posible desde el reconocimiento de la precariedad
9. Cfr. Michel Foucault, “La ética del cuidado de uno mismo como práctica de libertad”, en Hermenéutica del
sujeto, Madrid, Ediciones de la Piqueta, 1994, pp. 93-125.
10. Cfr. Loc. cit.
11. Raúl Fornet-Betancourt, Interculturalidad y globalización, Costa Rica, DEI, 2000, p. 18.
La educación filosófica en el marco de la Educación Media Superior... 169
de los interlocutores. Y esto posiciona distinto el problema del “otro”. Ya no hay “alteridad
absoluta” en la medida que no hay “mismidad absoluta”. El problema del “otro” se desenfatiza,
la alteridad se consume en la contaminación, en la hibridación.
Este diálogo profundo de intercambio en la contaminación, exige ciertas condicio-
nes de posibilidad. No se llega a él en cualquier circunstancia. Las condiciones hay que
pensarlas y crearlas desde el reconocimiento de las relaciones de poder (frecuentemente
de dominación) que atraviesan los vínculos entre los interlocutores. Es necesario promo-
ver la desarticulación de esas relaciones haciéndolas móviles, reversibles, inestables, como
condición de posibilidad de prácticas de libertad.
Es indispensable un ámbito espacio-temporal que posibilite que las aspiraciones de
centralidad se debiliten, donde las diferentes interpretaciones puedan interactuar, sin
anularse por la dominación, sin subsumirse en supuestas síntesis que a menudo resultan
imposiciones hegemónicas.
En este sentido puede resignificarse el espacio público que jerarquiza Kant. Pero, en
otra proyección. Ya no para alcanzar un consenso totalizador, fundado en la estructura
racional única del sujeto trascendental. Es necesario un espacio público para el interjuego
de las diversas visiones del mundo. Público como lo manifiesto, lo común. Lo público como
distinto a lo oculto, a lo secreto. Lo público contraponiéndose a los intereses de grupos
restringidos de la sociedad, como distinto a los espacios esotéricos exclusivos para inicia-
dos. Lo público como lugar del conflicto y del acuerdo.
La Educación puede convertirse en un intersticio social privilegiado (aunque no
autosuficiente), generador de las condiciones para el diálogo auténtico sin exclusiones.
La tarea de repensar la Educación y remover las prácticas pedagógicas se vuelve
urgente. Deben abandonarse las intenciones de aculturación sobre los educandos, a par-
tir de modelos hegemónicos, que escamotean intencionalmente la pluralidad y el carác-
ter estructural de la exclusión. La Escuela debe recuperarse como espacio donde los
diferentes relatos “privados” con que llegan a ella los diversos agentes, (educadores y
educandos heterogéneos) se “publiciten”, se puedan comparar en la contrastación y se
confronten con el relato legitimado como “oficial”.
Sin intenciones de homogeneizar, sin prácticas de marginación, haciendo circular
críticamente los distintos logos, la Educación puede aportar a la construcción de proyec-
tos de convivencia auténticamente democratizadores.
170 Isabel González Briz
La enseñanza de la filosofía en Uruguay 171
7. “Viva” en sentido vazferreiriano: pensar la manera cómo trabajamos en nuestras clases, cómo acertamos,
cómo nos equivocamos, cómo buscamos; pero de hecho. Tratando de capturar la experiencia, verla y sentirla para
poder pensarla. Aunque desde la perspectiva siempre necesaria del aula “imaginada” (como horizonte teóricamente
construido y prácticamente reconstruido) guiada por preguntas que ayudan a pensar los sentidos: ¿Por qué y para qué
hacemos?
174 Isabel González Briz
Aun a pesar de estos riesgos y de estas dificultades se han ido generando movimien-
tos, espacios de reflexión y de intercambio entre colegas, cierta incertidumbre comparti-
da y fermental que promete algo de novedad.
Pero esta línea de transformación en el enfoque de la Asignatura Filosofía avanza
aún algunos pasos más para pensar su papel en el currículo (entendido de modo amplio
como todo lo que pasa en las instituciones educativas) y en la educación media en gene-
ral. En tal sentido en el Documento de AFU sobre Educación Media Superior y Educa-
ción Filosófica (2002),8 se afirma que:
8. Documento de AFU “Sobre la Enseñanza Media Superior y la Educación Filosófica”, 2002. Disponible en
www.afu.uy.nu.
La enseñanza de la filosofía en Uruguay 175
La idea de función filosófica, en segundo lugar, propone otro modo de concebir esa
transmisión y la relación de los hombres con los saberes: un modo “filosófico”.
Que “apunta a producir un cambio, una ruptura en el sujeto, que ponga en movimiento
un proceso de constitución de una subjetividad autónoma”. Que a través de los saberes ense-
ñados “permite la constitución de éste como sujeto y la construcción de sus saberes”. Que
no parte del supuesto de que los alumnos no saben y que hay que iniciarlos en las reglas de
un saber ya constituido. Sino que, al partir de lo que ya saben los alumnos, busca producir
una ruptura en el modo de relacionarse con sus saberes. Ruptura que pueda ser comienzo de
otro tipo de relación, que dé poder para vincularse libremente con los saberes (los viejos y los
nuevos) y no para continuarlos, para transformarlos y transformarse, para ser capaz de apro-
piarse críticamente de los saberes enseñados, para poder distanciarse de ellos, de recrearlos
y de desarrollarlos creativamente. El profesor al enseñar no puede seguir el movimiento propio
del alumno, no puede garantizar su aprendizaje. Así lo que aprenden está más allá del saber
que el profesor enseña; no es tanto objetivo, como subjetivo; no tiene tanto que ver con los
conocimientos sino con las personas y con los modos de éstas de relacionarse con otras, con
el mundo, consigo mismas. “Hay discontinuidad entre “enseñanza” y “aprendizaje”: el estu-
diante aprende, a través de lo que el maestro enseña, otras cosas que las que éste señala. Se
trata de enseñar a ser libre enseñando tal o cual saber.
Hasta aquí el modo en que se plantea el alcance y sentido de la función filosófica en el
documento de AFU (2002) que concluye diciendo:
“Podríamos caracterizar la ‘función filosófica’ en general como un aprender a pensar
en el sentido más amplio: con (y a través de) los instrumentos, métodos y objetos de cada
saber, de cada actividad, de cada disciplina, de cada asignatura; aprender a articularlos
desde su específica perspectiva, aprender a cuestionar desde ellos, aprender a cuestionar-
los desde otros, a no darlos por definitivos, a buscar superarlos, a ‘tomarlos en cuenta’, a
relacionarlos, a someterlos a análisis crítico.
Una educación que dé importancia a la función filosófica posibilitaría una transfor-
mación filosófica de la educación.
Es una transformación de algunos modos tradicionales de enseñanza de las distintas
disciplinas o asignaturas. Incluso de la ‘filosofía’, que como vimos fue plasmada en los
programas actuales aunque su desarrollo en plenitud no se haya alcanzado.”
La presentación de este documento de AFU se inscribe en el marco de la reforma de
bachillerato 2002-2003.
Los procesos de discusión que se generaron, políticamente tormentosos, culminaron
con la propuesta (por parte de AFU y de la Inspección de Filosofía) de un nuevo espacio
curricular que se llamó “Crítica de los Saberes” que se propuso posibilitar y desplegar la
función filosófica más allá de la asignatura filosofía. Pensado como espacio articulador y
problematizador que permita pensar críticamente qué, cómo y para qué conocemos al
tiempo que buscar conexiones interdisciplinarias.
176 Isabel González Briz
9. Edith Litwin, “La evaluación: campo de controversias o un nuevo lugar” en Camilloni, A., Celman, S. et al.,
La evaluación de los aprendizajes en el debate didáctico contemporáneo, Buenos Aires, Paidós, 1998.
La enseñanza de la filosofía en Uruguay 177
10. Carlos Vaz Ferreira, Sobre la enseñanza en nuestro país, Montevideo. Homenaje de la Cámara de Represen-
tantes, 1963.
178 Isabel González Briz
prescripciones institucionales, y siempre los más tediosos. Donde se manifiestan todas las
tensiones y contradicciones que atraviesan las prácticas educativas.
Siguiendo este camino de pensamiento quizá resulte preciso pensar filosóficamente
las prácticas de evaluación en la enseñanza y pensarlas desde una perspectiva didáctica.
O más específicamente desde una didáctica del filosofar, en tanto ponen en juego y com-
prometen nuestros propósitos de desarrollar una enseñanza filosófica.
Repensar nuestras prácticas de evaluación en filosofía, desde esta perspectiva, exigi-
ría revisar algunas cosas:
En primer lugar, revisar los instrumentos por los cuales recogemos información sobre
los procesos de enseñanza y aprendizaje. Y en particular la búsqueda de instrumentos
apropiados para evaluar el filosofar (que tengan en cuenta la función filosófica, en el
sentido de buscar para cada contenido la forma de evaluar apropiada). En este sentido el
“ensayo” como forma de producción y con pretensiones adecuadas al nivel secundario
podría ser un buen instrumento. En tanto podría permitir al alumno desde las informacio-
nes y los procesos de clase poner en movimiento sus ideas, seguirlas, cuestionarlas, cam-
biarlas, intentar posicionamientos provisionales, generar nuevas posibilidades de sentido.
Mas que reproducir información acabada podría dar cuenta de ese efecto fermental de la
enseñanza (del que habla Vaz Ferreira) incorporando sus experiencias y explorando su
estilo de pensamiento.
En segundo lugar, preguntarnos cómo juzgamos esa información, con qué criterios. Y
avanzar en la búsqueda de criterios apropiados al objeto que estamos juzgando. Al tiem-
po que avanzar en una “pedagogía del criterio” (aprender a usarlos y usarlos
educativamente) en la medida que no alcanzaría con enunciarlos sino trabajar en su
significación, apropiarlos, ponerlos a prueba, ver su rendimiento, traducirlos a aspectos
identificables.
Sabiendo que los criterios son siempre orientadores, que no son absolutos, ni
universalizables y no deben ser cristalizados. En tal sentido no “instrumentalizarlos” sino
tomarlos como “herramienta crítica” y compleja siempre abierta a la reformulación. Y en
la medida que se involucre a los alumnos en ese proceso permitiría formas un poco más
transparentes de evaluación y podría contribuir a disminuir el “efecto poder” de la eva-
luación, o al menos a ponerlo sobre la mesa, habilitando también procesos de autoevaluación.
En tercer lugar, preguntarnos para qué necesitamos esa información. Tomando en
cuenta el sentido y la finalidad educativa de la evaluación, desde la perspectiva de la
finalidad de la una educación filosófica.
Tal vez de este modo sea posible resignificar positivamente ese efecto recursivo de la
evaluación sobre la enseñanza, exigiéndonos revisar nuestra tarea docente, interrogán-
donos acerca de los modos de trabajar que posibilitaran que los alumnos produjeran su
propio pensamiento y renunciando a buscar nuestro propio pensamiento reflejado en el
de ellos. Repensar nuestra relación con el conocimiento cuestionando la ilusión de ser
La enseñanza de la filosofía en Uruguay 179
huellas, espejos o señales, en el sentido que lo plantea Cullen,11 buscando una actitud
más crítica y más esperanzada. Y revisando el lugar que le damos a los alumnos para no
pensarlos desde lo que no pueden, no saben, no quieren o no les interesa. Tratando de no
pensar por ellos, sino con ellos y con lo que nos dan a pensar.
11. Carlos Cullen, “Las relaciones del docente con el conocimiento” en Crítica de las razones de educar, Buenos
Aires, Paidós, 1997. “Creemos que: enseñamos el único camino posible hacia la verdad, somos huella que el alumno
debe seguir (dogmáticos); enseñamos la única superficie donde la verdad puede reflejarse, somos espejo donde tiene
que mirarse (iluministas); nos mantenemos indiferentes frente a las posibilidades de verdad y certeza, da lo mismo;
cualquier educación, todo permitido y sálvese quien pueda (escépticos).”
180 Esteban Speyer
Algunas reflexiones sobre la enseñanza de la filosofía y la filosofía en la enseñanza 181
Esteban Speyer*
Un desafío no menor al que aludí más arriba, se vincula con la situación de interacción
propia del aula en la enseñanza secundaria de tipo taller de pensamiento, donde lograr la
situación pertinente, reconocer las contribuciones positivas en la expresión coloquial grupal,
superar el rechazo hacia la propuesta de una conversación sincera, atenta, superando la
confrontación, propia de esa etapa etaria, con lo que proviene de “la institución” y lograr la
colaboración por parte de los alumnos son objetivos en los cuales gravitarían más de lo
recomendable factores imprevisibles, muy propios de la personalidad, del profesor. Entre
estos últimos menciono: el carisma y la empatía circunstancial, pero el éxito en el aula
dependería también de la presencia preeminente de alumnos movilizadores en lugar de
obstaculizadores de este trabajo. Frente a estas circunstancias, los requerimientos del pro-
grama basados en la lectura y transmisión de conocimientos producen una notable deflación
de la cantidad de variables más difíciles de ligar que el profesor deba satisfacer en el aula.
Por último quisiera señalar un impedimento práctico del impulsar al filosofar: la visión
filosófica del mundo, la actitud filosófica, es compartida por una minoría muy reducida de la
población mundial. ¿Cuál es límite ético del profesor de filosofía a la hora de desarmar (para
no usar la palabra “deconstruir”) las creencias, por ejemplo religiosas, de los alumnos? Este
último domingo, un preeminente defensor del programa de la Aufklärung, Habermas, se ex-
presó, al recibir un importante premio de la paz, en favor de conservar las religiones, Islam
incluido, en las sociedades contemporáneas como una importante fuente de sentido. Si fuera
este humilde expositor el profesor que buscara en el aula llevar a los jóvenes a su cargo al
filosofar, necesitaría que este programa le señalara claros límites respecto de hasta dónde
intentar llevar el cuestionamiento y la racionalización de las creencias de los alumnos.
La pérdida de creencias religiosas como resultado de un examen filosófico de las
creencias podría llevar a conflictos personales, familiares o sociales, que desbordarían el
marco de la educación en esta época, aunque pudieran haber encajado funcionalmente,
en otros momentos de la historia con amplios movimientos de transformación ideológica,
que paradojalmente, no existen en la actualidad cuando las bibliotecas, digitalizadas,
circulan por centavos. En cambio, mostrar y seguir críticamente estos caminos del pensa-
miento en terceros autores (utilizo este término jurídico porque se trata precisamente de
una externalización de la responsabilidad) se presenta como un excipiente más inocuo y
práctico, puesto que se están abriendo nuevos horizontes de creencias, sin que sea el
docente mismo quien dé el puntapié inicial a procesos que no podrá luego controlar.
La opción primera de la alternativa inicial, es decir, enseñar determinados temas
filosóficos, resuelve muchos de los problemas anteriores, pero a la hora de no querer una
vida sencilla, el docente comprometido con la filosofía se exige criterios convincentes
para fijar cuáles serán los contenidos curriculares que ofrecerá a sus alumnos.
Durante muchos años los programas oficiales del bachillerato obligaban a una ver-
sión esquelética del programa tradicional de la filosofía, que reformas educativas
sanamente han desestructurado.
184 Esteban Speyer
La Filosofía en la enseñanza
una implicación, cuándo se está llegando a una conclusión o cuándo se quiere caminar
sobre el vacío que separa el “ser” del “deber ser” o cuándo, para no quedar mal con algunos
de ustedes, se transita por el adecuado puente colgante que los uniría.
Sería útil porque nos reconfortaría el ánimo, que el expositor ampliara y precisara
esta lista, lo propongo como tarea comunitaria, añadiendo por ahora: la tendencia a la
categorización ontológica de las entidades de las que en cada ocasión se está hablando,
bajo la modalidad de un sano escepticismo, las diferencias gnoseológicas y epistemológicas
entre lo fáctico y lo teórico. Uno de los debates más importantes en educación son los
valores, y sólo los estudiosos de la filosofía concurren a las conferencias y cursos sobre los
valores en la educación, sabiendo resignadamente, que no existen, o que, en el mejor de
los casos, son los padres.
En resumen, la producción escrita de la filosofía ha perfeccionado en grado sumo la
utilización del lenguaje ordinario y la capacidad de síntesis y exactitud resultantes per-
miten extender esta virtud a las demás producciones textuales que la necesiten, claro
está, para no menoscabar la importancia de las bellas letras.
Un párrafo aparte merece, y aquí nos alejamos del campo epistémico y abordamos el
práctico, la capacidad para la acción que surge de la lectura, estudio y discusión de los
maestros de la buena vida y sus críticos. Ya no pondero al filósofo en la enseñanza en una
actividad intelectual, de escritorio sino su praxis institucional. Una versión irónica de la
filosofía podría argumentar, lo contrario de lo que pretende el expositor, y dejar al filósofo
parado impertérrito en la puerta vecina a la escuela (saben qué famoso pasaje me inspi-
ra). Pero aceptando la premisa de la existencia fáctica de un complejo mundo institucional
en el cual se quiere intervenir (aunque sea por la necesidad de ganar honradamente el
pan de cada día) el filósofo se puede dar un banquete de ejemplos para demostrar cómo
se está actuando arbitrariamente, dónde se está contradiciendo quien para un respecto
es un consecuencialista a ultranza pero cae en el otro respecto en el más rígido
deontologismo.
Sería absurdo reservar esta capacidad a quien esté versado de manera acabada en
filosofía, porque sentido común tenemos todos y quien fue atrapado por ella está inmerso
en una milenaria corriente que ha tratado de perfeccionar el sentido común con pasión
y obsesión.
Algunas reflexiones sobre la enseñanza de la filosofía y la filosofía en la enseñanza 187
Pablo Vicari**
* Este trabajo presentado en las XIV Jornadas de Enseñanza de la Filosofía constituye una continuación y
actualización de la comunicación leída en el Congreso FEPAI 2007.
** Instituto Superior del Profesorado “Dr. Joaquín V. González”-ISFD Nº 113 “EE.UU. de América” de San
Martín.
188 Pablo Vicari
de fijar las funciones de la educación polimodal para nuestro país. Allí se sostiene que “la
educación polimodal deberá cumplir en forma integrada y equivalente las siguientes
funciones: función ética y ciudadana, función propedéutica1 y función de preparación
para la vida productiva”.2 Es interesante notar que a diferencia de la posterior declara-
ción de la provincia de Buenos Aires a fines de 2003, el Consejo Federal piensa los fines
como equivalentes entre sí y explicita como parte de los mismos la necesidad de ofrecer
“a los estudiantes una orientación hacia amplios campos del mundo del trabajo, fortale-
ciendo las competencias que les permitan adaptarse flexiblemente a sus cambios y apro-
vechar sus posibilidades”.3 La necesidad de una adaptación flexible por parte de los suje-
tos sociales ha sido desde los comienzos una de las banderas constantes del neoliberalismo.
A partir de ello, las reformas educativas presididas por el afán de adaptación han
intentando transformar a la escuela en una institución supuestamente moderna y afín a
los “tiempos que corren”; de esa manera, una vez más, “el ser y el debe ser” vuelven a
confundirse falazmente en una argumentación no del todo lógica. Al hacer referencia a
tales procesos C. Cullen sostiene que la discusión ya no se centra en torno a las problemá-
ticas de las políticas educativas racionales y razonables, sino que ahora la discusión apun-
ta a la obtención de sistemas educativos “eficientes y eficaces”, se habla en términos de
“mercados educativos”, se aplican directivas de los organismos de crédito internacional,
se habla eufemísticamente de “descentralización” encubriendo con ello una clara retira-
da por parte del Estado y una paulatina reducción (cuantitativa y cualitativa) de la
educación pública.
Naturalmente aplicar tales cambios conlleva una modificación del curriculum esco-
lar, conduce a modificar formal y/o sustancialmente programas y materias. Surge enton-
ces una discusión en torno a la necesidad de ciertas competencias básicas cuya adquisi-
ción permitiría una inserción laboral competitiva y el ejercicio de una ciudadanía ade-
cuada a los “códigos de la actualidad”. Se busca adquirir competencias cognitivas para
sobrevivir en la competencia social, se busca promover la construcción de un modelo de
inteligencia que logre –con la mayor economía de recursos materiales e intelectuales–
resolver operativamente problemas concretos de forma pragmática, rápida y flexible.
Flexibilización, adaptación y buena convivencia son explícitos ideales de la reforma
educativa argentina. Aparecen entonces múltiples y obligatorios contenidos de “Forma-
ción ética y ciudadana” que no son concebidos desde una perspectiva crítico-filosófica
sino que son abordados desde una poco clara interdisciplina entre ciencias jurídicas,
4. El nuevo diseño curricular de formación docente (para el nivel inicial y primario) que rige a partir de 2008
en la provincia de Buenos Aires recupera el espacio específico de “Filosofía” en 1º año del Nivel Superior. Anterior-
mente el espacio afín era “Perspectiva Filosófico Pedagógica” que aún sigue vigente en todos los demás profesorados
(nivel secundario, artística, educación física, etc.).
Enseñanza de la filosofía y curriculum provincial... 191
dado cuenta de sus propias épocas y contextos, y cuyas teorías aún nos sirven para dispa-
rar reflexiones sobre nuestra propia realidad social y nuestro propio contexto.
Más allá de las posibles discusiones, la oportunidad pedagógica de una renovación
curricular era un hecho. Sin embargo, la provincia de Buenos Aires no pudo disimular
que tras la reforma se encontraba el sustrato neoliberal. La implementación de los men-
cionados cambios fue traumática, violenta, rápida y fundamentalmente improvisada. Se
trataba de un cambio radical e histórico en los paradigmas didácticos de la filosofía y la
educación cívica pero, a pesar de ello, el Estado que propuso el cambio estuvo totalmente
ausente en el acompañamiento del proceso efectivo. Para explicar cuáles serían las nue-
vas expectativas y los nuevos contenidos llegó a las escuelas un único documento oficial
con una extensión de dos carillas y con generoso interlineado en donde sólo daba indica-
ciones vagas y muy generales que no alcanzaban para orientar a las comunidades educa-
tivas, ni tampoco lograban aplacar la incertidumbre de miles de docentes que –según
manifestaban– se veían obligados a abordar temáticas que no consideraban propias de sus
disciplinas.5 No hubo una capacitación específica, tampoco había cantidad suficiente de
docentes, no había aun profesores específicamente formados para dar significación a este
espacio, pero la reforma se concretó igual y la desorientación, la fragmentación y la anomia
se instalaron como factores comunes. El espacio curricular de “Filosofía y formación ética
y ciudadana” quedó en su mayor parte a cargo de abogados y profesores de historia o
ciencias jurídicas que no siempre estaban dispuestos a problematizar filosóficamente sus
planteos, así como tampoco era de agrado para los filósofos dejar de enseñar el canon para
plantear filosóficamente las cuestiones sociopolíticas.
En los comienzos de la implementación (1999) la confusión era mayúscula, pero en
tal marco de ausencia estatal una figura heroica vino a tranquilizar las aguas y a pautar
claramente qué y cómo enseñar las novedades. El mercado editorial, vio el negocio y se
hizo plenamente presente ocupando de facto el lugar que había quedado vacante por la
ausencia del Estado. ¿Qué temas tocar concretamente? ¿Qué recorte curricular? ¿Qué
actividades? Todo estaba resuelto al comprar los manuales que se multiplicaron en las
librerías en aquel momento, Aique, Longseller, Santillana, AZ, Kapelusz, Estrada y otras
pautaron los contenidos a enseñar. Muchas de las editoriales nacionales ya habían sido
compradas por multinacionales extranjeras y fueron ellas quienes realmente tuvieron la
voz cantante a la hora de guiar a los docentes en la formación filosófico-ciudadana de los
jóvenes. Las producciones editoriales no generaron textos que realmente tratasen filosó-
ficamente los problemas sociopolíticos; en su mayoría –vale destacar la excepción de AZ–
lanzaron a la venta una serie de manuales que yuxtaponían los primeros capítulos de
5. El espacio “Filosofía y formación ética y ciudadana” fue tomado por los profesores de filosofía pero también
por los profesores de ciencias jurídicas y de historia.
Enseñanza de la filosofía y curriculum provincial... 193
filosofía con los posteriores capítulos de instrucción cívica. Así, la materia dictada por
algunos docentes en tal marco de desorientación quedaba como una mezcla exótica, en
donde primero se resolvían tablas de verdad y al mes siguiente se estudiaban los artículos
de la Constitución Nacional o los procedimientos técnicos para reformar la Constitución
provincial. Esto fue para muchos la solución fácil y rápida pero desde ya no deseada, esto
no constituía una innovación ni una mejora.
El malestar continuaba y el Estado siguió sin hacer efectivo el acompañamiento pe-
dagógico. Finalmente a fines del 2003, una nueva resolución provincial modificó el esce-
nario. Por la resolución Nº 6247/03 la materia “Filosofía y formación ética y ciudadana”
desaparecía6 y se dividía nuevamente. Por un lado, para primer año de la educación
polimodal se crea un espacio llamado “Derechos Humanos y Ciudadanía” y por otro lado,
en segundo de polimodal reaparece la materia: “Filosofía”, sólo filosofía. Para este enton-
ces, a través de la resolución citada, la provincia ya había explicitado que no todos los
fines de la educación polimodal eran equivalentes y que la formación ciudadana de
sujetos autónomos se encontraba por sobre la empleabilidad o por sobre la preparación
para la universidad. Los documentos curriculares que acompañaron esta nueva etapa
fueron más detallados y la filosofía no volvió a restringirse a las escuelas de orientación en
humanidades, continuó siendo materia común para todas las orientaciones (ciencias,
economía, arte y humanidades). Desde la didáctica y la teoría curricular se corría el
peligro de volver a concebir la enseñanza de la filosofía de manera enciclopédica y aisla-
da de la realidad concreta, se corría el riesgo de no seguir buscando la significatividad de
los aprendizajes filosóficos para los adolescentes. En la última formulación de la materia
se propone la inclusión de temáticas clásicas pero también de planteos filosóficamente
abordables pero no típicos como lo son: “La globalización. La pobreza mundial. La deter-
minación acerca de la vida. Guerra y carrera armamentista. Violencia social e inseguri-
dad. Problemáticas ambientales: violación del equilibrio ecológico. Corrupción. Discri-
minación”.7
En esta nueva etapa que comenzó a concretarse a partir del 2004 –y que hasta la fecha
está vigente– también se evidenciaron dificultades para la inserción de la filosofía y sus
especialistas. Ya desde la primera implementación del 99 los profesores en filosofía estaban
excluidos del nomenclador de títulos para dictar la materia llamada “Culturas y estéticas
contemporáneas”, ahora, tras la separación de “Filosofía, ética y formación ciudadana” no
6. Esta modificación no afectaba a los diseños curriculares del Polimodal de bienes y servicios pero sí a las otras
cuatro modalidades: humanidades y ciencias sociales; arte, diseño y comunicación; ciencias naturales; economía y
gestión de las instituciones.
7. Dirección Gral. de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires, Programa de definición curricular para el nivel
Polimodal, La Plata, 2003.
194 Pablo Vicari
Bibliografía
Perspectivas de género
198 María Luisa Femenías
Propuestas para una enseñanza no sexista de la filosofía 199
¿Qué puede hacerse en un aula durante la clase de filosofía? Desde luego, actividades
de diverso nivel y carácter: no sistemáticas y sistemáticas, que contribuyan a generar con-
ciencia de los niveles de discriminación de sexo en la vida cotidiana y en los textos filosó-
ficos en términos de fundamentación de la inferioridad de las mujeres. Esto tiende a pasar
desapercibido por diversas razones que van desde el sexismo del sentido común a la crecien-
te promoción y logro de la igualdad formal de derechos de las mujeres. Sea como fuere, aún
es preciso reforzar la igualdad en dos sentidos: a) la irracionalización de los marcos teóricos
de la discriminación (exclusión, inferiorización) se trate de cuestiones de sexo-género o de
etnia; y b) el desarrollo de análisis críticos de los textos filosóficos canónicos que directa o
indirectamente convergen en discriminación (exclusión, inferiorización) de género, de et-
nia, etc. En lo que sigue, proponemos, a modo de ejemplo, un conjunto de actividades de
diversa naturaleza que contribuyen a los objetivos antes mencionados.
A) No sistemáticas
1. Judith Butler, Excitable Speech, Nueva York, Routledge, 1997. [Hay traducción castellana]. Cf. Judith
Butler: una introducción a su lectura, Buenos Aires, Catálogos, 2003, pp. 131-134. También, E. Fox Keller, Lenguaje
y vida, Buenos Aires, Manantial, 2000.
Propuestas para una enseñanza no sexista de la filosofía 201
2. Existe importante bibliografía sobre el tema, cf. por ejemplo de T. Lauretis, “Repensando el cine de mujeres:
teoría estética y teoría feminista” en M. Navarro y C. Stimpson, Nuevas direcciones, Buenos Aires, FCE, 2001, pp.
203-232; de la misma autora, Alicia ya no, Madrid, Cátedra, 1984.
202 María Luisa Femenías
B) Sistemáticas
3. C. Amorós, Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona, Anthropos, 1985, p. 23.
4. María Luisa Femenías, Inferioridad y exclusión, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1996.
5. Se suele denominar “forclusión” la estrategia de invisibilizar teórica y sistemátimente de la exclusión de
grupos debida a sus marcas sexuales, étnicas, etc.
Propuestas para una enseñanza no sexista de la filosofía 203
posibilidad es que remita a la todos los “seres humanos”; si esto fuera así, la igualdad
debería incluir a varones y mujeres. Otra posibilidad es que “hombre” se refiera sólo
a “varón”. En el primer caso, se apela a un “universal”, en el segundo a sólo una de sus
“partes” ya que el universal “ser humano” se atraviesa materialmente por los sexos,
las etnias, las clases, etc. Si recordamos que en la sociedad civil hobbesiana las
mujeres carecen de los derechos que gozan en el estado de naturaleza, parece claro
que “hombre” remite sólo a los varones de la especie. Y si esto fuera así, entonces no
hay apelación al universal.6 Simone de Beauvoir denunció como falacia nominal el
desplazamiento de un significado del término “hombre” al otro.7 Incluso, según la
lógica clásica si armáramos a partir de ahí una suerte de razonamiento silogístico,
éste sería inválido por contar con cuatro términos y no tres. Precisamente, por este
tipo de apelaciones a un orden natural supuestamente jerarquizado es que Beauvoir
afirma que nada en la naturaleza justificaba un orden social discriminatorio.
c. Ahora bien, toda scala naturae supone órdenes jerárquicos. En virtud de ello, la
apelación a la naturaleza suele remitir a un conjunto de argumentos basados en
la inferiorización, tal como sucede con la noción de “etnia”. Suelen ser también
los argumentos inferiorizantes (conjeturalmente basados en la mayor parte de los
casos en las marcas materiales de los cuerpos) los que se constituyen en excluyentes
materiales de la igualdad. Ese tipo de exclusión (resuelta por naturalización) os-
curece u opaca su propia fuerza inferiorizante. En efecto, por naturaleza históri-
camente se ha considerado inferiores a las poblaciones “negras” u “originarias”
tanto como a las “mujeres”. Recordemos, que incluso la ciencia ha contribuido a
conjeturar “causas naturales” de la inferioridad –van desde la capacidad craneana
a la influencia hormonal– que eximen a sus portadores de responsabilidad en el
asunto pero que también lo tornan en buena medida irreversible.8 Su contrapar-
tida es que, sólo por excepción, tales individuos ostentan la igualdad. Si bien no
podemos extendernos en ello ahora, alertamos también sobre los argumentos que
atribuyen a “la época y sus costumbres” ciertas exclusiones o discriminaciones.
Podemos afirmar que en toda época ha habido voces discordantes que han de-
nunciado la exclusión, la inferiorización, o la naturalización de rasgos funcionales
necesarios para sostener un sistema económico-político determinado.
6. Hay numerosa bibliografía al respecto, cf. a modo de ejemplo, C. Pateman, El contrato sexual, Barcelona,
Anthropos, 1996; M. Spadaro, “La Ilustración: un triste canto de promesas olvidadas” Actas de las Vº Jornadas de
Investigación en Filosofía, Departamento de Filosofía, FAHCE, Universidad Nacional de La Plata, 2005. CD-Rom.
A. Puleo, La Ilustración olvidada, Barcelona, Anthropos, 1993; C. MacKinnon, Hacia una teoría feminista del Estado,
Madrid, Cátedra, 1995.
7. S. Beauvoir, El segundo sexo, Buenos Aires, Siglo XX, 1977. Introducción.
8. C. Merchant, The death of nature, San Francisco, Harpers, 1983. Amorós, op.cit. pp. 31-40.
204 María Luisa Femenías
d. Un rápido rastreo por el habla cotidiana ratifica lo dicho.9 Más aún, permite
elaborar complejas tramas de redes analógicas que designan el lugar de las muje-
res (o de los “negros”) con características, por lo general, vinculadas a la tierra y
a la nutrición; es decir, a un estadio más alejado de los logros de la “cultura” y la
“civilización”.
b. Recuperación de filósofas. Una estrategia de aula que alentamos es la de poner en
conocimiento de las/os estudiantes que también hubo y hay filósofas. Esta estra-
tegia, que puede considerarse “de mínima”, opera positivamente sobre el imagi-
nario del alumnado para que comience a incorporar la idea de que la filosofía
también es cosa de mujeres y por algo más que un mero elemento ornamental de
las buenas maneras sociales.10 En 1987, Mary Waithe en la “Introducción” de su
History of Women Philosophers se preguntaba si habían existido “filósofas” y en
todo caso sobre qué habían escrito.11 Convencida de la necesaria existencia de
mujeres que históricamente filosofaron, llevó a cabo con su equipo un notable
rastreo de fuentes primarias y secundarias para poner a disposición de la Acade-
mia una obra de cinco volúmenes, que ella misma reconoce como inicial. De su
extensa introducción, en buena parte metodológica, podemos ahora recordar
(dada la notable exclusión de filósofas del canon) algunas de las preguntas que
guiaron su investigación: Si el canon filosófico hubiera incluido las obras de las
mujeres, ¿en qué habría cambiado la historia de la filosofía, la formulación de los
problemas filosóficos y nuestra percepción y recepción de ella? En todo caso, ¿en
qué habría cambiado la vida de las mujeres en general, si hubieran sabido que el
trabajo intelectual también les era reconocido? En nuestros días, algunas filósofas
han alcanzado amplio reconocimiento y difusión; paradigmáticamente Hannah
Arendt en tiempos recientes. Parece una tarea pendiente incorporar a otras. En
nuestro medio, por ejemplo, sería oportuno releer los argumentos de Elvira López,
primera “doctor” en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires (1901), en pro
de la democratización de la enseñanza, que entendió como un paso fundamental
para la democratización de la sociedad en su conjunto.12
Conclusiones preliminares
La enseñanza de la filosofía
19. y cuestiones de género
Abordaré el tema desde una pregunta: ¿Qué señas nos da la enseñanza de la filoso-
fía? ¿Qué en-seña esa enseñanza? Es decir, ¿cuál es el movimiento que ella recorre y hace
recorrer, a través de qué caminos, de qué voces y gestos, a través de cuáles figuras y
formas del pensamiento?
Podríamos considerar, para responder a esa pregunta, los textos que se utilizan, los
autores que se tratan, los problemas que se tocan, los estilos y formas con que se comuni-
ca el pensamiento de otros y la propia aproximación que tienen quienes enseñan a ésos.
Cada uno de esos aspectos y el conjunto de ellos constituyen las señas peculiares
reconocibles en la praxis de la enseñanza de la filosofía ejercida cotidianamente.
Atendamos, en un primer momento, a los textos recurrentes en la enseñanza de la
filosofía. En la educación media es frecuente, por parte de los docentes, la utilización de
textos de historia de la filosofía a partir de los cuales ingresan al tratamiento de diversos
pensadores de acuerdo a los programas de estudio, poniendo énfasis en los que les son
más queridos a ellos mismos o con más posibilidades de atraer a sus estudiantes. Si obser-
vamos esos textos, se pone de manifiesto que éstos han sido escritos principalmente por
hombres: historiadores de la filosofía, filósofos, profesores de filosofía. Si los observamos
detenidamente, percibiremos allí la ausencia total o demasiado parcial de las filósofas y
pensadoras que han desarrollado obras de carácter filosófico, como asimismo las referen-
cias bibliográficas de obras escritas por mujeres.
Habría que leer este hecho como un síntoma de un fenómeno más general que
atraviesa los diversos campos de producción y transmisión del saber, relativo al
* Universidad de Chile
208 Olga Grau Duhart
“Conversar con [Nietzsche] es muy agradable, aunque esto lo sabrás tú mejor que yo. Y existe un
encanto especial en la coincidencia de los mismos pensamientos, impresiones e ideas. Casi nos
comprendemos con medias palabras. Una vez, sorprendido por esto me dijo: ‘Creo que la única
diferencia entre usted y yo es la edad. Hemos pensado y vivido de la misma manera’.”1
La emergencia del feminismo de la década de los 70 como teoría crítica, que tiene sus
antecedentes en otros momentos de la historia occidental, siendo el de los 50 el más
reciente a dicha emergencia con la obra El segundo sexo de Simone de Beauvoir, funda
una nueva epistemología que fragiliza gradualmente la arquitectónica endogamia mas-
culina, el juego de los reconocimientos exclusivos entre hombres. En el campo filosófico
se han producido obras contemporáneas de extraordinario valor y de carácter provocati-
vo por parte de algunas mujeres, como también una mirada sobre la historia del pensa-
miento que gradualmente rescata y valora el pensamiento filosófico de las mujeres a
través del tiempo. Es relevante considerar, asimismo, un planteamiento que hiciera Josefina
Ludmer en su hermoso ensayo “Las tretas del débil” en el que afirma:
“Ante la pregunta de por qué no ha habido mujeres filósofas puede responderse, entonces, que no
han hecho filosofía desde el espacio delimitado por la filosofía clásica, sino desde otras zonas y, si
se lee o escucha su discurso como discurso filosófico, puede operarse una transformación de la
reflexión.”2
1. Friedrich Nietzsche; Lou V. Salomé; Paul Rée, Documentos de un encuentro, Selección, prólogo y notas de
Ernst Pfeiffer, Barcelona, Laertes ediciones, 1982, p.124.
2. Josefina Ludmer, “Tretas del débil”, en Patricia González y Eliana Ortega, La sartén por el mango. Puerto
Rico, Huracán, 1985, p.53.
La enseñanza de la filosofía y cuestiones de género 209
Un filósofo chileno, Patricio Marchant, consideraba que la filosofía chilena, salvo excep-
ciones muy contadas, estaba más en su poesía que en los textos propiamente de carácter
filosófico. Refería de modo persistente a la obra poética de Gabriela Mistral y Pablo Neruda
como escrituras que piensan la lengua en que se piensa Latinoamérica, como lo hicieran
también Jorge Luis Borges y César Vallejo.
La ruptura epistemológica introducida por el feminismo en distintos planos y en dis-
tintos campos disciplinares introduce la alteridad en la filosofía, introduce a la otra con
plena presencia como sujeto pensante que perturba el saber instituido, el lenguaje, los
conceptos, los enfoques y las representaciones habituales en torno a múltiples problemas
epistemológicos. La inclusión de la otra se advierte en los textos de mujeres filósofas que
han hecho un trabajo de descubrimiento y exposición de su pensamiento poniendo en
cuestión los paradigmas falocéntricos y pretendidamente universales. Este gesto ha lleva-
do a una reconstrucción y deconstrucción significativa de la tradición filosófica. En mu-
chos escritos se dialoga con los textos de los filósofos para rebatirlos, confrontarlos en
encuentros y desencuentros, yendo más allá de la exposición de sus “perlas misóginas”,3
que correspondió a un período de la producción filosófica de mujeres que mostraba la
existencia de afirmaciones de carácter sexista presentes en las obras de los filósofos.
En nuestra lengua española, Celia Amorós,4 filósofa del feminismo ilustrado, ha ela-
borado una crítica de la razón patriarcal constituyendo el Instituto de Estudios Feminis-
tas en la Universidad Complutense para la investigación y enseñanza de la filosofía desde
esta perspectiva. Los nombres de Amelia Valcárcel, Luisa Posada, Rosa Cobo, Alicia
Puleo, entre otras, siguen una línea trazada por Amorós reelaborada a partir de sus pro-
pias reflexiones.
Para Amorós ha existido una pretensión de los filósofos de pensar la genericidad de lo
humano universalmente, pero lo han hecho pensándola desde su particular posición de
dominio, desde su propia generidad, olvidando o no tomando conciencia de esta particula-
ridad. La filósofa afirma que, cuando los distintos componentes de la especie humana pue-
dan tomar posiciones de sujeto, será posible reconocer la universalidad. En ese sentido,
podríamos decir que el androcentrismo tiene correspondencia con otras formas de puntos
de vista particulares que adoptan la forma de punto de vista universal, como son el
eurocentrismo, el etnocentrismo o la perspectiva centrada desde la clase social a la que se
pertenece. Estas formas, además de ser excluyentes, han impedido un horizonte de mayor
amplitud en la consideración de los problemas relativos a la condición humana, en su
variación y multiformidad.
filosofía contemporánea desde diversas vertientes, siendo una de ellas la relativa al enfo-
que crítico de género que pone en la mira la cuestión de la identidad sexual, de lo
femenino y lo masculino. Michel Foucault, para quien no existe el sexo verdadero, des-
cubre en la Biblioteca Nacional de Francia un manuscrito de Herculine Barbin llamada
Alexina B. Se trata de un texto escrito por esta joven antes del suicidio, poco tiempo
después de que por sus características fuera a ser definida por la institucionalidad jurídi-
ca y médica como hombre, y, por lo tanto, cambiada su identidad, su nombre, su profe-
sión, su ciudad. La joven escribe:
“No ignoro que soy un sujeto que provoca un asombro singular en todos los que me rodean [...]
¿Cómo definir esta impresión extraña que provoca mi presencia? No sabría decirlo, pero para mí
resulta visible e indiscutible. Ellos mismos la sufren y no pueden explicarla.”
Pedro Lemebel, conocido escritor de nuestro país, en un relato crónica llamado Berenice,
da cuenta de la experiencia de un muchacho que adopta la identidad de una temporera
muerta en la cosecha de la uva:
“Él nunca pensó llamarse Berenice, y menos ponerse ropa de mujer. Solamente huir lejos, escapar
de todos esos huasos molestándolo, diciéndole cochinadas. Porque él era un chiquillo raro, feito,
pero con un cuerpo de ninfa que sauseaba entre los cañaverales. [...] Por detrás era una verdade-
ra chiquilla, una tentación para tanto gañán temporero que no veía mujer hacía meses. [...] Se
vio reflejado en esa identidad como en un espejo. Y con un poco de imaginación, quizá depilándose
las cejas... Podría ser, por qué no. Y no lo pensó dos veces, bautizándose de nuevo con la identidad
de la muerta, que agradeció con un beso en la frente aún tibia del cadáver.” 6
La rareza queda fuera del campo de la intelección, de la explicación, porque asoma allí lo
inadscribible a una u otra identidad sexual. Ello tiene efectos en el comportamiento
social que puede revestir la forma de la aversión, el rechazo, la expulsión y el homicidio
en su grado máximo o del distanciamiento en su forma más leve. Tenemos pues una
incomprensión en un doble sentido, lo que no puede ser comprendido en el nivel cognitivo
y lo que no puede ser comprendido en nuestra experiencia. Es indudable que la lógica de
la identidad que la piensa como idéntica a sí misma, congruente en todos sus puntos con
las adjetivaciones que le son esenciales no se lleva bien con las figuras descentradas,
ambivalentes, confusas. Pensándolo mejor, ¿existe la mujer verdadera, el hombre verda-
dero? Tanto una como otro podrían llegar a ser patéticos en la afirmación rigurosa de su
identidad sexual.
6. Pedro Lemebel, “Berenice”, en Loco afán. Crónicas de Sidario, Santiago de Chile, LOM, 1996, p. 165.
212 Olga Grau Duhart
Con relación a esto último, nos parecen pertinentes las agudas consideraciones de Celia
Amorós sobre cómo las mujeres constituimos en el universo masculino el continente de
las idénticas y, por ello, podemos ser fácilmente intercambiables, sustituibles unas por
otras. Como dicen Marisol Loyola y Pilar Jarpa, en las conclusiones de su estudio sobre el
programa de Filosofía, se producen y reproducen a través de sus contenidos y el lenguaje
mismo los “modelos de valoración y comportamientos arraigados en la cultura, que no
permiten la presencia ni la posibilidad de identificación en las mujeres”. De este modo,
“...el programa es incoherente con sus propios principios y pretensiones de incorporar las
múltiples visiones de la totalidad de la experiencia humana y de propiciar valores como la
igualdad, la tolerancia, la no discriminación”.
En la enseñanza de la Filosofía en el nivel universitario son pocos los cambios
introducidos desde una perspectiva de género. La disciplina, en el nivel de pregrado,
incluye escasamente a filósofas y más raramente a filósofas feministas. Pareciera ser que
sólo Hannah Arendt ha ganado los títulos de legitimidad desde la filosofía política. A
7. Marisol Loyola y Pilar Jarpa, “Las brechas del sexismo”, trabajo presentado para el Diploma en Estudios de
Género, del Centro de Estudios de Género y Cultura en América Latina, Facultad de Filosofía y Humanidades de la
Universidad de Chile, Curso “Disciplinamientos y rupturas en los discursos, prácticas e instituciones de la educa-
ción”, coordinado por Olga Grau D.
214 Olga Grau Duhart
través del currículo de los estudios de género (Diploma y Magíster) son abordadas y los
nombres de Luce Irigaray, Rosi Braidotti, Hélène Cixous, Luisa Muraro, Judith Butler,
entre otras, se van haciendo familiares junto a los de las feministas ilustradas anterior-
mente mencionadas.
Estas inclusiones son operadas por académicas mujeres que pertenecen al campo de
los estudios de género desde sus distintas disciplinas, y aluden a las filósofas del mismo
modo en que los filósofos han sido habitualmente referidos en los análisis propios a su
particular ámbito del saber. Existe actualmente una copiosa bibliografía que se encuentra
en otros idiomas, pero también ha ido creciendo en lengua española, que va desde las
antologías de pensadoras feministas a obras de filósofas, que podrían incorporarse a los
programas de enseñanza de la Filosofía. La alusión y el tratamiento de ellas contribui-
ría, desde luego, a un proceso de cambio del imaginario sociocultural, del saber insti-
tuido, que tendría efectos para la constitución de realidades psíquicas y procesos de
producción de identidades liberados de los códigos estereotipados de nuestra cultura
excluyente y de discriminación simbólica de sesgo androcentrista y sexista. Entende-
mos como sexista la ideología que supone arbitrariamente la inferioridad de las mujeres
respecto de los hombres en cualquier plano de la experiencia y, como androcentrista, la
parcialidad masculina del punto de vista sobre diversos objetos de la realidad con pre-
tensión de universalidad.
La continuidad y permanencia de esos códigos produce la tendencia a una suerte de
perspectiva naturalizante y esencialista de los comportamientos sociales e institucionales
que se repone persistentemente desde los aparatos ideológicos de la sociedad. A juicio de
Pierre Bourdieu, uno de los teóricos de la discriminación sexual desde el campo de la
sociología y conocido por su concepto de la “violencia simbólica”: “Hay que preguntarse
[...] cuáles son los mecanismos históricos responsables de la deshistorización y de la
eternización relativas de las estructuras de la división sexual y de los principios de divi-
sión correspondientes”. Para él es necesario recordar “que lo que, en la historia, aparece
como eterno sólo es el producto de un trabajo de eternización que incumbe a unas insti-
tuciones (interconectadas) tales como la familia, el Estado, la escuela, así como en otro
orden el deporte y el periodismo...”8
La violencia simbólica se viabiliza en el conocimiento, en el lenguaje, en las diversas
exclusiones, olvidos, invisibilizaciones que sufren los distintos sujetos que no han accedi-
do al lugar de influencia cultural y que siguen siendo el Otro de las construcciones
dominantes. Esta violencia simbólica de género no sólo está presente en la enseñanza de
la Filosofía en la exclusión del pensamiento de las filósofas a nivel del currículo explícito,
sino también en lo que constituye el currículo oculto de género, presente en los gestos,
las valoraciones, los tonos, el lenguaje utilizado.
Otro movimiento de este recorrido por distintos planos de la enseñanza de la filoso-
fía, hace referencia a lo que podríamos llamar la performance y el estilo en la institución
escolar. Las palabras y los gestos, las entonaciones emotivas, los ritmos, el ánimo, la direc-
ción de la mirada, la escucha, son, en definitiva, las materialidades del estilo que im-
pregna la transmisión del pensar, que se ponen en juego en la escena pedagógica en la
relación entre un sujeto que moviliza la enseñanza de la filosofía, para bien o para mal, y
quienes son afectados por ella o permanecen en la indiferencia. Los contenidos de la
enseñanza se eligen por quien los transmite y se corporeizan al mismo tiempo que se
humedecen con el flujo de los propios pensamientos.
Quisiera insistir en esta idea de la escena pedagógica, que pongo en diálogo con
Ricardo Sassone,9 quien establece relaciones teóricas y prácticas muy ricas entre la acti-
vidad pedagógica y la actividad teatral. La escena de la clase traza una dinámica de
posiciones, de configuraciones en un espacio, de realización de personajes, de actores, de
autorías. Se ponen en escena cuerpos, voces, textos, pensamientos, imágenes (presentes
y evocadas por las diversas interacciones), que tienen efectos de resonancia en los conte-
nidos que se consideran.
En esta escena no es indiferente el cuerpo sexuado. Para apoyar de manera clara
esta afirmación, traigo a la memoria una experiencia que relataba una profesora en
un taller sobre educación y género: entraba a una sala de varones adolescentes que
reaccionaron al verla de manera muy entusiasta, silbando y con expresiones que ha-
cían saber de su contento al verla. Ella fue lapidaria: “A esta clase no ha entrado una
mujer. Ha entrado una profesora”. Esta frase se ajusta con la pretensión de neutrali-
dad y carácter asexuado de la producción y transmisión del conocimiento y olvida la
dimensión erótica que tiene la escena pedagógica en sus múltiples sentidos y parti-
cularidades.
Para calar más en esto: un profesor de filosofía tenía un código de entendimiento con
alumnas osadas por el que, si ponían el lápiz en el medio del cuaderno y lo cerraban
dejando asomar la punta del lápiz, le daban señas de acudir a la cita solicitada por él (no
sé con qué recurso). Pueden ustedes imaginar los oídos sordos de aquellas alumnas para
la filosofía, ante la excitante espera de las señas del posible encuentro que, en algún
momento, el profesor hacía visibles. Su situación privilegiada, de quien tiene el dominio
de la escena, le permite a él articular su propia habla filosófica junto a la expectativa de
la respuesta.
Poniendo fin a estas reflexiones, otra pregunta podríamos hacernos respecto de las
propias señales que podemos encontrar tras la elección de esta forma de estar en la vida,
enseñando filosofía, relacionándonos con la filosofía de manera particular y proponiéndo-
nos participar con otros en este propósito. Puede ser asumida la enseñanza en su dimen-
sión ética y política, es decir, favorecer la constitución de sujetos políticos que ejercen
sus derechos de pensar por sí mismos y expresar sus pensamientos y establecen pactos en
orden a determinados deberes con la comunidad próxima en que se insertan, y con la
sociedad como horizonte donde los actos individuales son concebidos en sus efectos so-
ciales. También puede ser asumida en su dimensión estética, tanto como estética verbal
o como lo que permite la percepción de los matices, disonancias y armonías, relieves y
planicies en todo lo que existe.
Dejo para otro momento el desarrollo de estos últimos aspectos.
La enseñanza de la filosofía y cuestiones de género 217
Graciela Morgade*
Introducción
del otro sexo en esas áreas. No aparecieron tendencias favorables hacia uno u otro sexo
en forma significativa. No obstante, mientras que las mujeres tendían a atribuirse las
dificultades en matemática predominantemente a factores personales (“me cuesta”), los
varones, mayoritariamente, las atribuían a estudiar lo suficiente o bien –menos frecuen-
temente– a la forma deficiente de enseñanza, siempre sin poner en duda su capacidad o
habilidad. Al argumentar acerca de las diferencias, uno de los chicos agregaba: “los
varones tienen más instinto para pensar que para aprender”. Estas afirmaciones contie-
nen dos nudos de significación: por una parte, en la evocación al instinto, la “facilidad”
en la apropiación y construcción de saberes es concebida como capacidad “natural” en
los varones; por otra parte, el aprender aparece fuertemente teñido de una carga
institucional: sólo acontece en las escuelas, en la organización de la sociedad (no natu-
ral) establecida para enseñar. Sin embargo, está ampliamente demostrado que la inteli-
gencia se construye con estímulo, con ejercicio, con desafíos. La inteligencia entonces
también “se aprende”, es producto de un “trabajo” en el sentido filosófico más elemental
del concepto: la modificación de la naturaleza, del orden natural.
La bipolaridad escolar de género que suelen encontrar las investigaciones en la rela-
ción con el conocimiento escolar y que sin duda marca las subjetividades de chicos y
chicas se fundamenta por naturalización: los varones, por naturaleza, “son más inteligen-
tes”, “saben más”, “les gusta más”, “les resulta más fácil”, “son superiores”, etc. A las
chicas la naturaleza no las acompaña, de modo que para tener éxito en la escuela tienen
que quebrar el “orden natural”.
Estos sesgos de género tienden a reforzarse también a través de otras dimensiones.
Por otra parte, es sabido que en el sistema educativo el campo de la educación artística se
caracteriza por un bajo status curricular, institucional y presupuestario. A lo largo de la
historia del conocimiento, ciertas áreas del currículum han sido más valorizadas que
otras: durante siglos por ejemplo el latín o la retórica tuvieron una posición jerarquizada.
Hoy en día son las disciplinas instrumentales las que ocupan un lugar privilegiado entre
los planificadores de políticas educativas del mismo modo que en la opinión pública. Lo
interesante es remarcar que las áreas más valorizadas suelen ser connotadas como “lo
masculino”. En general, pareciera que el arte sigue considerándose un campo “femeni-
no”, si bien en ciertas disciplinas más que en otras (en la plástica, la escultura es conside-
rada más masculina, en especial la de gran escala, mientras que el grabado se ve como
femenino. Mientras que en música hay más varones aprendiendo batería o guitarra eléc-
trica, la danza aparece, predominantemente, como un arte “de mujeres”).
Es más, se dice que el cuerpo (de todas/os) es uno de los “silenciados” en la educa-
ción formal. Sin embargo, antes que silenciado por el sesgo racionalista de nuestra edu-
cación formal, es posible “encontrar” al cuerpo en crudos estereotipos de género que
permean la forma de estar en el aula y en el patio y, sobre todo, la educación física por un
lado (el cuerpo “militarizado”) y la educación artística (el cuerpo “sentimentalizado”)
220 Graciela Morgade
5. Wellesley College for research on Women: How Schools shortchange girls, Massachusetts, AAUW, 1992.
6. Marina Subirats y Cristina Brullet, op. cit.
Relaciones de género, cuerpos sexuados y deudas de justicia en la escuela 221
“currículum evadido” (u “omitido”) que nombra a aquellos contenidos que son relevantes para
la vida de las personas, en particular de las mujeres, y que la escuela no toma: en particular las
cuestiones de la sexualidad.
La investigación de mayor envergadura realizada últimamente en América Latina
fue llevada a cabo en Colombia;7 como síntesis, los/as investigadores/as encuentran que:
· “A los chicos se les motiva más que a las chicas en áreas del conocimiento como
la ciencia y la tecnología.
· Se espera que las mujeres sean más honestas y responsables, mientras se piensa
que los hombres tienden a ser más corruptos.
· Se continúa legitimando la idea de que las mujeres son las únicas responsables
de la maternidad y del hogar, y los hombres los que generan el capital.
· Se otorgan mayores tiempos de participación a los hombres y éstos son intelec-
tualmente más exigentes.
· Se promueven, a través de los formatos de clase, roles de participación protagónicos
para los hombres y subordinados para las mujeres.
· Se toma con naturalidad el hecho de que los hombres sean más asertivos al
comunicarse y que las mujeres sean más pasivas y sumisas.”
7. Carlos García Suárez, Hacerse mujeres, hacerse hombres, Bogotá, Universidad Central-DIUC, 2004.
222 Graciela Morgade
No son “iguales”, ni todos los varones ni todas las mujeres. En esta última década y de la
mano de los Men´s Studies, o Estudios de la Masculinidad, comenzaron y se encuentran en
plena expansión las investigaciones sobre las significaciones hegemónicas de la masculini-
dad en la escuela. Robert Connell, uno de los principales investigadores en la tradición de
los Men´s Studies y la educación muestra, en 19958 y en el contexto anglosajón, que en las
aulas se refuerzan los sentidos tradicionales de lo masculino, soslayando o condenando la
existencia de masculinidades subordinadas y, básicamente, la homosexualidad. En coinci-
dencia con Connell, otros y otras colegas mostraron cómo el arquetipo dominante de la
virilidad alimenta una mística de la masculinidad caracterizada por el vigor y la fuerza, el
control sobre el dolor físico y el ocultamiento de las emociones, el colocarse en riesgo, la
tendencia a la competencia y a la conquista; en síntesis, una idea de cierta “superioridad”
que haría inevitable a “la dominación masculina”. Complementariamente, los estudios tien-
den también a indagar los modos de sufrimiento y, en ocasiones, resistencia de los varones
que no se adecuan completamente al arquetipo viril.9
Es más recientemente, y a la luz de los desarrollos de la teoría “queer”10 o “de la rareza”
(que sostiene que las diversidades son múltiples y no hay una “más importante” que otra), que
desafiante “bandera” de lucha y nombrar con ella a una teoría, en plena construcción, que sostiene, de alguna
manera, que “todos/as somos un poco raros/as”, que en cada contexto o momento histórico o personal las desigual-
dades pesan de modo diferente y que no existe ninguna desigualdad “peor” que otra, sino que se articulan en un
sistema que tiende a sostenerse como discriminatorio por sexo/género, clase social, orientación sexual, edad, nacio-
nalidad, religión, “capacidad”, etc., etc. Si desea profundizar en estos desarrollos, consultar Rafael Mérida, (comp.),
Sexualidades transgresoras. Una antología de estudios queer, Barcelona, Icaria, 2002; Judith Butler, Cuerpos que
importan, Buenos Aires, Paidós, 2003; Javier Sáez, Teoría queer y psicoanálisis, Madrid, Ed. Síntesis, 2004; Susan
Talburt y Shirley Steinberg, Pensando queer. Sexualidad, cultura y educación, Barcelona, Ed. Grao, 2005.
11. Epstein, D. y Johnson, R., Sexualidades e institución escolar, Madrid, Ediciones Morata, 2000.
224 Graciela Morgade
podrían hacer explícitas estas cuestiones y, por qué no, transformarlas. No obstante, pro-
bablemente estemos llegando al momento en que su consideración resulta insoslayable:
el fenómeno de las “madres niñas” (violadas por familiares en su gran mayoría) o el
incremento del SIDA entre mujeres, conducen en la base docente a enfrentar los proble-
mas con toda su crudeza. Ese “currículum omitido” sigue siendo una deuda de la escuela
que solo recientemente ha comenzado a ser pensada.
Sin embargo, cuando es “pensada” en la escuela media suele, nuevamente, reprodu-
cir los valores tradicionales. En una investigación en curso acerca de los discursos me-
diante los que se tematiza a la sexualidad, hemos detectado que domina fuertemente
una visión biologista y medicalizada, centrada en la “prevención” del embarazo y de las
infecciones de transmisión sexual, en general dirigida a las niñas y, en todo caso, a varo-
nes heterosexuales, y caracterizada por un escaso involucramiento docente (que, por
tratarse de una cuestión “experta”, delegan su tratamiento en profesionales que visitan
ocasionalmente las escuelas). Así, “en la vida cotidiana de la escuela, si bien representan
un avance en la dirección de desocultar cuestiones silenciadas, los contenidos del dis-
curso de “la prevención” en educación sexual tienden a reiterar una norma corporal
biologicista, sexista y heteronormativa, que censura sistemáticamente desde los/as adul-
tos/as, y también entre los/as mismos/as jóvenes, a la comprensión de la sexualidad como
espacio de subjetivación y de placer”.12
Otra línea de trabajo en esta dirección son las investigaciones de Guacira Lopes
Louro en Brasil. Particularmente en su libro Un corpo estranho13 Lopes Louro se inspira
explícitamente en la teoría queer: “La irreverencia y la disposición antinormalizadora de
la teoría queer me incitan a jugar con sus ideas, sugestiones, enunciados, y a probarlos en
el campo (usualmente normalizador) de la educación. Quiero apostar a sus articulacio-
nes, poner en movimiento lo subversivo, arriesgar lo impensable, sacudir estabilidades y
certezas – procesos generalmente extraños o incómodos para los currícula–, las prácticas
y las teorías pedagógicas”. En este marco, la autora se anima a plantearse la posibilidad
de una política posidentitaria para la educación. Una pedagogía queer supera la instan-
cia en que la multiculturalidad, la homosexualidad o el género son toleradas o incluidas
meramente como creaciones “exóticas”, como menciones necesarias en un currículum
con corrección política. “Una pedagogía y un currículum queer estarían dedicados al
proceso de producción de las diferencias y trabajarían, centralmente, con la inestabilidad y
12. Graciela Morgade, “Sexualidad y prevención: discursos sexistas y heteronormativos en la escuela media”,
Revista del Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de
Buenos Aires, 2006.
13. Guacira Lopes Louro, Un corpo estranho - ensaios sobre sexualidade e teoria queer, Belo Horizonte, Autêntica,
2004.
Relaciones de género, cuerpos sexuados y deudas de justicia en la escuela 225
la precariedad de todas las identidades. Al colocar en discusión las formas cómo lo ‘otro’
es constituido, llegarían a cuestionar las estrechas relaciones del yo con lo otro. La dife-
rencia dejaría de estar allá afuera, del otro lado, ajena al sujeto, y sería comprendida
como indispensable para la existencia del propio sujeto.”
Según Lopes Louro, esta revuelta epistemológica trasciende la cuestión de la sexua-
lidad. Retomando a Deborah Britzman,14 reafirma la hipótesis de que la ignorancia no es
neutra sino un efecto de un determinado conocimiento y, por lo tanto, la pedagogía queer
“sugiere el cuestionamiento, la desnaturalización y la incertidumbre como estrategias
fértiles y creativas para cualquier dimensión de la existencia”. Se trata de albergar las
preguntas más incómodas, las cuestiones que perturban. Se trata, en síntesis, de erotizar
los procesos de conocer, de aprender y de enseñar, dando lugar al placer y a las curiosida-
des impertinentes.
El cuerpo sexuado se construye y se usa durante toda la vida; la autonomía y la
autoestima se cultivan desde la primera infancia. Por ello, la sexualidad debe ser tema
escolar desde el nivel inicial. La escuela puede y debe construir espacios donde se trabaje
sobre la sexualidad de manera sistemática, científica y cuidadosa: las características del
propio cuerpo y del cuerpo de los otros y las otras; los modos de disfrutarlo y cuidarlo; los
estereotipos de género (el “macho viril”, la “chica que ama”); las diversidades sexuales;
los afectos; los derechos que nos asisten y la responsabilidad personal y social que implica
ejercerlos. Sabemos que hoy en día, el cuidado, aún en los momentos más íntimos, se
vincula con la autonomía y la autoestima más que con la información o disponibilidad de
métodos anticonceptivos.
Estos contenidos y enfoques no han tenido plena presencia en la formación inicial
y muy poco en la formación continua de quienes hoy están en las aulas. Pero también
desde las aulas maestras/os y profesoras/es son los profesionales más adecuados para
hacer de la escuela un espacio relevante en cuestiones de género y sexualidades. Con
otros profesionales y servicios, sin duda, en un movimiento de opinión y de participa-
ción más amplio, obviamente, pero en un papel protagónico. En este proyecto de edu-
cación sexual con enfoque de género se requieren recursos y programas específicos de
capacitación y acompañamiento para que los y las docentes trabajen de manera
institucional, apoyados/as también por los servicios de salud y de asistencia jurídica de
otras áreas de gobierno. Y es central también, aun con sus dificultades en acompañar e
inclusive en informar a sus hijos e hijas, que las familias no renuncien ni a sus obliga-
ciones ni a sus valores en el tema.
14. Deborah Britzman, en Guacira Lopes Louro (comp.), O Corpo educado. Pedagogias da sexualidade, Belo
Horizonte, Ed. Autentica, 1999.
226 Graciela Morgade
15. Nancy Fraser, Justicia Interrupta. Reflexiones críticas desde la posición “postsocialista”, Universidad de Los
Andes, Colombia, Ed. Siglo del Hombre, 1997.
Relaciones de género, cuerpos sexuados y deudas de justicia en la escuela 227
María Spadaro*
1. Consideraciones preliminares
2. Charo Altable, Educación sentimental y erótica para adolescentes, Madrid, Miño y Dávila, 2000, p. 102.
La coeducación en la enseñanza de la filosofía: una deuda de género 229
Uno de los inconvenientes más grandes para llegar al cambio buscado, en el ámbito
educativo, se encuentra en la fuerza de lo que se conoce como el currículo oculto. Como
señala Altable, funciona con una dinámica parecida a la del inconsciente, en tanto
posee una gran fuerza invisible. Esta fuerza ha de hacerse manifiesta en el proceso
coeducativo si éste quiere ser eficaz.
Michael Appel define al currículo oculto como a las normas y valores que son implí-
citos pero eficazmente enseñados en el ámbito de la escuela y de las que no suele hablar-
se en las declaraciones de fines u objetivos del profesorado.4 En esta invisibilidad la que
debe hacerse manifiesta en este proceso de coeducación y no puede dejarse intacta si el
cambio que se busca ha de hacerse real.
Considerado desde la perspectiva de la coeducación, se lo puede definir como el
conjunto de normas y valores inconscientes de conducta, aprendidas en la primera infancia
3. Pilar Ballarín, Identidad y género en la práctica educativa, Portugal, Alto-Comissário para a Igualdade e la
Familia, 1999.
4. Michael Apple, Ideology and Currículo, España, Siglo XXI, 1986.
230 María Spadaro
A este respecto, resulta importante señalar que no todo “se cuece en las aulas”. Que estos
modelos de mujeres y varones están siendo difundidos en el seno de la sociedad y especialmen-
te a través de los medios de comunicación. A qué se atribuye valor, qué se espera de un varón
o de una mujer, es un mensaje que invariablemente se nos hace llegar por muy diversas vías y
todo el tiempo. Las expectativas que estos modelos generan son fundamentales en la confor-
mación de actitudes y respuestas, en tanto operan inconscientemente sobre las elecciones de
cualquier tipo que hagamos en la vida: la elección de nuestro proyecto amoroso, profesional,
de vida, teniendo incluso su repercusión tanto a nivel corporal como simbólico.
A la revisión de las dificultades “más invisibles” agregamos la revisión de las más
sistemáticas, que enfrentan un cúmulo de dificultades de diverso orden y naturaleza.
Para que este proceso de enseñanza de la filosofía con una perspectiva que contem-
ple el género sea posible, es necesario que se dé este cambio previamente en la formación
de los y las docentes que enseñan filosofía: así la cuestión deviene en cómo actualizar la
formación docente.
La formación del profesorado resulta un elemento fundamental a la vez que de gran
resistencia. El aporte feminista es desestimado en muchos casos. Se lo considera en el
seno del profesorado como exagerado, ridículo, sectario, y en todo caso innecesario.
A pesar de lo difícil que nos resulte reconocerlo, la mayor parte del profesorado
permanece insensible a la cuestión de género, rechazando las denuncias por exageracio-
nes por parte del feminismo, reproduciendo en sus prácticas cotidianas el modelo sexista
en la educación. Y cualquier proyecto de coeducación no puede tener éxito si el cambio
no se da previamente en la formación de los y las docentes que enseñan filosofía: así la
cuestión deviene en cómo actualizar la formación docente.
En el presente contexto pedagógico, gran parte del profesorado todavía permanece
insensible al sexismo porque, a pesar de conocer la existencia de las denuncias que se
realizan en casi todos los foros pertinentes, y en muchos casos, siendo víctimas de situa-
ciones sexistas los propios docentes, las rechaza por “feministas”. Las minimiza por consi-
derarlas fruto de una perspectiva parcial y sectaria y desde una creencia de neutralidad
de sus prácticas cotidianas reproduce, generalmente, los mayores anacronismos.
La actitud más común es así resistir con lo que se conoce como “venda de la igual-
dad”. El análisis de este fenómeno aparece claramente analizado en el relato de la histo-
ria del proyecto antes citado.5 Allí se realizaron encuestas después de haber repartido el
5. Carmen Alario, María Teresa Alario y María Teresa Colmenares, “Llevar la coeducación de la teoría a la
práctica. La pequeña historia de un proyecto europeo”, en Tananque. Revista Pedagógica, N° 15, Escuela Universi-
taria de Educación de Palencia, Universidad de Valladolid, Valladolid, 2000, pp. 9-17.
232 María Spadaro
material coeducativo a los y las docentes participantes. Citaré algunas respuestas que
dieron frente a dicho material, considerando que similares respuestas obtendríamos en
nuestro medio:
“Quitaría el tono cáustico que he creído detectar, aunque por otro lado a lo mejor es necesario.
Hay que enfrentarse al machismo pero sin caer en el feminismo.
Es buscar tres pies al gato [...], no creo que lo planteado se corresponda demasiado, al menos de
manera generalizada, lo que no quiere decir que no pueda estar ocurriendo en algunos lugares...
Más bien me parece todo lo contrario, precisamente esa actitud más madura y más trabajadora de
las niñas hace que sean valoradas más positivamente que a los niños, [...] la actitud de los
profesores hacia ellas es bastante positiva e incluso se han promovido estudios en los que se
comparan las capacidades intelectuales de ambos sexos con una gran inclinación a destacar estas
capacidades en el género femenino frente al masculino.”
“La situación es patentemente la misma en los otros casos de gobierno y obediencia, de suerte que
estas relaciones son en su mayor parte impuestas por naturaleza. El libre manda al esclavo, el
macho a la hembra y el varón al niño, aunque de diferente manera; y todos ellos poseen las
mismas partes del alma, aunque su posesión sea de diferente manera. El esclavo no tiene en
absoluto la facultad deliberativa; la hembra la tiene pero ineficaz y el niño la tiene pero imperfec-
ta. [...] Hemos de pensar, por tanto, que a cada cual se aplica su virtud, tal como de la mujer dijo
el poeta (aludiendo a Sófocles): ‘el silencio es el ornato de la mujer’.”6
Cada cultura tiende a naturalizar sus opciones, considerando que son las únicas
posibles y que se corresponden con normas universales, y por ese motivo, inmodificables.
Esto resulta particularmente evidente en el caso de las construcciones de género, que
determinan qué lugar ocupamos varones y mujeres en la sociedad y mientras que asignan
a la naturaleza o la voluntad divina el motivo último de las discriminaciones o del lugar
subordinado que se asigna. Estas legitimaciones están muy extendidas y forman parte del
6. Aristóteles, Política, México, Porrúa, 1999, libro primero, capítulo V, pp. 169-171.
La coeducación en la enseñanza de la filosofía: una deuda de género 235
“sentido común”, como aquellas ideas que parecen autoevidentes y que se aceptan sin
necesidad de comprobación ni discusión. De allí que resulte importante introducir en el
análisis filosófico los aportes de la historia, de la antropología. Estas disciplinas nos mues-
tran cómo en distintas sociedades esas construcciones son diferentes y pueden llegar a
ser opuestas (suponiendo que esa comparación pudiese tener sentido), y que por consi-
guiente no son consecuencia de determinismos biológicos ni históricos, sino el resultado
de construcciones sociales dinámicas y mutables.
La imagen de ausencia sociocultural o presencia sesgada de las mujeres y su marca
en la elaboración e interpretación tradicional de la historia, ha llevada a ignorar su
actual realidad de género-social. Así como la historia tradicional parece ignorar a las
mujeres, sus actividades y sus obras, tanto de épocas pasadas como presentes, en el mismo
sentido, lo hace la historia de la filosofía, y en consecuencia, su enseñanza.
Las mujeres han sido reconocidas sólo en papeles secundarios en el seno de las dis-
tintas sociedades. Se les ha asignado otros ámbitos específicos. Sin duda, la filosofía no ha
sido uno de esos ámbitos. Pero podemos enriquecer la mirada de los estudios tradiciona-
les, incorporando al análisis las variables que ha señalado como relevante la filosofía de
género y también incluir en el currículo proyectos no canónicos llevados adelante por
mujeres. La aplicación práctica sólo puede ser el fruto de revisiones teóricas que, no por
invisibles dejan de constituir el fundamento de esta acción.
No es suficiente reconocer el problema, ni la sola voluntad de cambio. Son impres-
cindibles todos los instrumentos idóneos para una práctica coeducativa que aportan las
reflexiones en el campo de los estudios de género, no para disminuir los conflictos crea-
dos por la discriminación por género, sino para develarlos y resignificarlos en el marco de
una política igualitaria y democrática. Así la filosofía tiene la oportunidad de convertirse
en la arena del debate en lugar de ser su sanción canónica, ayudando a la vez, en el
armado de identidades más libres e igualitarias.
236 Claudio M. Arca
La enseñanza de la Lógica: dificultades y propuestas innovadoras 237
Perspectivas de la lógica
238 Claudio M. Arca
La enseñanza de la Lógica: dificultades y propuestas innovadoras 239
La enseñanza de la Lógica:
22. dificultades y propuestas innovadoras
Claudio M. Arca*
Introducción
Desde finales del siglo XIX, la Lógica es una disciplina con entidad propia, pero su
inclusión en la currícula de los establecimientos de enseñanza media (e incluso en el
ciclo superior) nunca se pensó con el objeto de ser enseñada por sí misma, al modo de
la Historia o de la Biología, sino que siempre tuvo un carácter instrumental, es decir,
que ha sido concebida como la herramienta más pertinente para que los alumnos ad-
quieran las habilidades del pensamiento ligadas a lo que podríamos denominar el “buen
pensar”.
Cualquiera de los textos introductorios de Lógica se ocupa desde sus primeras líneas
de justificar esta utilidad; así, por ejemplo, Irving Copi en su clásica y conocida Introduc-
ción a la Lógica afirma:
“El estudio de la Lógica ofrece obvios beneficios: mayor capacidad para expresar ideas con
claridad y concisión; aumento en la habilidad para definir los propios términos; enriquecimiento
de la capacidad para formular razonamientos con rigor y examinarlos críticamente. Pero su mayor
provecho, a mi juicio, reside en el reconocimiento de que la razón puede ser aplicada a todo
aspecto de los asuntos humanos.
[...] Para contribuir a alcanzar esos objetivos, un texto de Lógica debe contener ejemplos y
ejercicios que no sólo revistan interés humano, científico y filosófico, sino también que hayan sido
publicados por autores serios como intentos significativos de resolver problemas reales. Idealmen-
te han de incluir tanto falacias como paradigmas de demostración.
[...] el estudio de la Lógica suministrará al estudiante ciertas técnicas y ciertos métodos de fácil
aplicación para determinar la corrección o incorrección de muchos tipos diferentes de razona-
mientos, incluso los propios. Y cuando es posible localizar fácilmente los errores, es menor la
posibilidad de que se cometan.”1
“La lógica simbólica o matemática forma parte del bagaje cultural del hombre del siglo XX y es
instrumento imprescindible para el ejercicio de una tarea seria en ciencia o filosofía. Su estudio
proporciona una cierta satisfacción intelectual, pero también es de utilidad, porque el radio de sus
aplicaciones comprende esferas tan diversas del saber como la matemática, la lingüística, las
ciencias naturales y sociales, la jurisprudencia y la filosofía.”2
“1) Se ofrecen nociones de la disciplina formal, por vía expositiva, predominantemente, acom-
pañados de elementos de Lingüística y de Psicología de la Comunicación, con el objeto de
acostumbrar al alumno a pensar en armonía con ciertas normas básicas de rigor intelectual
y de prevenirlo contra los vicios del pensamiento y de la comunicación. De allí que se
dedique buena parte del tiempo a la presentación y tratamiento de las falacias, los prejuicios
y otros obstáculos de la reflexión y del lenguaje y las formas cuasi lógicas de la argumenta-
ción. En buena cuenta éstos son cursos de Lógica aplicada o práctica, o de lo que en inglés
se denomina ‘Clear thinking’ [...]
2) Se enseña la lógica como disciplina formal [...] de tal manera que los alumnos adquieran el
conocimiento de uno o más sistemas lógicos. En principio, la enseñanza trabaja aquí con un
modelo o con varios modelos de lenguaje ideal cuya estructura formal debe llegar a dominar
el alumno de acuerdo a los estándares didácticos aplicados.
3) Cabe, por último, tratar de la Lógica misma como asunto de análisis y concentrar la atención
en la problemática y los principios de esta disciplina. Así organizado, el curso toma el carác-
ter de una asignatura de epistemología de la lógica o de meta-lógica.”3
Esta tercera alternativa está absolutamente descartada, ya que al tomar a la Lógica como
objeto de estudio, corresponde a otros niveles de enseñanza. Por lo que nos resta conside-
rar las otras dos; y si admitimos que el objetivo no es tanto saber lógica (a la que se ajusta
la segunda de las modalidades) sino más bien aprender a razonar, la primera modalidad es
la más cercana a ese objetivo. Sin embargo, los ejemplos con los que hemos contado para
guiar la enseñanza según esa primera modalidad (el más conocido, por supuesto, es el
libro de Copi) no terminan de colmar nuestras expectativas por razones que luego habre-
mos de exponer.
Se impone, por tanto, buscar nuevos rumbos que permitan articular contenidos,
metodologías y objetivos. De ello nos ocuparemos en el presente trabajo.
El marco de la experiencia
3. Augusto Salazar Bondy, Didáctica de la filosofía, Lima, Universo, 1968, p. 219 (citado en Guillermo Obiols
y Martha Frassinetti de Gallo, La enseñanza filosófica en la escuela secundaria, AZ editora, Buenos Aires, 1991).
242 Claudio M. Arca
cualquier conocimiento específico; pero para eso su enseñanza debería contar con espacios
de integración, particularmente con las ciencias sociales y las naturales.
Esta caracterización, con la que no podemos disentir, asume que no sólo es nece-
sario, sino además factible, enseñar a pensar. Sin embargo, en la práctica, sufre un
desajuste, debido a que los programas de Lógica de corte tradicional se han centrado
en el eje razonamiento deductivo-no deductivo (el estudio de las falacias se inserta
en función de este eje), haciendo hincapié en el desarrollo de contenidos de Lógica
formal. Lo cual está suponiendo que esta factibilidad está relacionada con la incor-
poración, por parte de los alumnos, de ciertas reglas formales que –supuestamente–
enhebran nuestro pensamiento y a través de cuyo conocimiento y ejercitación, se
estaría en mejores condiciones de solucionar problemas, distinguir buenos de malos
razonamientos, y actividades por el estilo, todas ellas englobadas bajo el rótulo de
“buen pensar”. Finalmente, y en estrecha relación con lo anterior, este tratamiento
de la lógica también da por supuesto que enseñar a pensar puede tener lugar sin que
ese pensamiento se ejercite sobre “material” alguno, y por ello sería posible en un
espacio curricular específico.
Las consecuencias de esta falta de articulación entre las aspiraciones y los contenidos
finalmente enseñados, están a la vista: dentro de la currícula general de la escuela secunda-
ria (o incluso de otra institución de nivel superior), no es habitual que este espacio articule
con algún otro. Los contenidos que allí se imparten quedan, por tanto, encapsulados y con
escasa o ninguna posibilidad de ser transferidos o aplicados por los alumnos a otros contextos
disciplinares o situaciones cotidianas. Y por supuesto, el sólo dictado e incorporación de los
contenidos tradicionales de Lógica formal no garantizan mejoras sustanciales en lo que hace
al “buen pensar”; y así nuestros intentos por establecer algún tipo de relación entre aquellos
esquemas y la “vida diaria” resultan ser, la mayoría de las veces, rotundos fracasos.
Estas cuestiones nos obligan a repensar nuestro espacio curricular en aras de otorgar-
le otra significatividad. En principio, como dijimos, nos parecen insuficientes (no vamos
a decir innecesarios) los instrumentos propios de la Lógica formal para dar cuenta de las
numerosas formas de inferencia que no fueran estrictamente deductivas, y que resultan
relevantes al momento de argumentar. Si bien esto no equivale a desestimar la importan-
cia de trabajar sobre las deducciones, sí implica reconocer la necesidad de incorporar
otras formas de inferencia a nuestros análisis.
De este modo ingresamos tímidamente en el terreno de la denominada Lógica Infor-
mal,4 terreno regido ya no por la noción de “razonamiento” sino por la noción mucho más
4. Si bien el comienzo histórico de la lógica informal nos retrotrae a los textos aristotélicos, esta disciplina
adquirió un importante desarrollo a fines de la década del 50 y principios de los 60 con las obras de Stephen Toulmin,
Los usos de la argumentación (1958), y de Perelman y Olbrechts, La Nouvelle Rethorique (1958)
La enseñanza de la Lógica: dificultades y propuestas innovadoras 243
lábil –sobre todo para quienes vienen de trabajar dentro de los tranquilos márgenes de la
deductibilidad– de “argumento”.5
Y en consecuencia, estructurar los contenidos de la Lógica alrededor de este con-
cepto abre, a nuestro criterio, nuevas perspectivas en su enseñanza por dos razones. Pri-
mero la noción de argumento es más inclusiva porque: a) no nos limita el análisis a los
discursos informativos (ya que un argumento puede ser también predominantemente
directivo o emotivo); b) nos permite incorporar al análisis los contextos de enunciación,
los términos emotivos, la intencionalidad y la persuasión, así como a emisores y recepto-
res; c) se resignifican los criterios de corrección que dejan de depender exclusivamente
de la validez deductiva y/o de la fuerza inductiva. Pensar en términos de argumentos
fuertes o débiles introduce al análisis valorativo dimensiones que quedaban completa-
mente al margen de aquellos criterios, tales como la pertinencia material, la razonabilidad,
y en general, de aquellos factores que hacen al contexto argumentativo; y d) podemos
trabajar con él dos conceptos que no significan necesariamente lo mismo: “dar razones”
(aplicable en las explicaciones, que para Copi y otros no son razonamientos, o en la
defensa de un punto de vista o un curso de acción) y “derivar” o “inferir” (más relaciona-
dos con el concepto clásico de razonamiento en el que la verdad de la conclusión depen-
de de la verdad de las premisas, ya sean éstas inferencias necesarias o probables).
En segundo lugar, y creemos que esto es central, a diferencia de los razonamientos,
que requieren sólo de la Lógica (deductiva o inductiva) y de algunas nociones semióticas
(en general se priorizan las dimensiones sintáctica y semántica), el estudio de los argu-
mentos supone incorporar otras dimensiones de análisis, debido a que hay ámbitos de la
argumentación que son irreducibles a los patrones lógicos (más especializados en resolver
problemas teóricos), y que tienen que ver con cuestiones prácticas (políticas, morales o
jurídicas, por ejemplo). De este modo, el marco teórico necesario no lo aportaría sólo la
Lógica estándar sino también estas otras disciplinas que hasta ahora, o bien han estado
supuestas, o bien sólo han jugado un papel secundario, como la retórica y la lingüística.
En relación con esto, algunos autores incluyen dentro de los discursos argumentativos los
discursos retóricos, que aunque no presentan las marcas de un argumento, ya que los
componentes de éste no están debidamente explicitados, poseen gran fuerza persuasiva y
pueden ser reconstruidos en esos términos para su análisis (el lenguaje figurado, la metá-
fora, los enunciados valorativos son recursos propios de este tipo de discursos).
De todos modos, estas observaciones no nos deben llevar a sostener falsas oposiciones
como demostración/argumentación o Lógica formal versus Lógica informal. Es cierto que
la argumentación está inserta en todos los debates de la vida social e institucional y que
un aspecto definitorio es su carácter persuasivo; sin embargo, eso no significa relegar a un
5. Cabe aclarar que este término es usado en muchos textos como sinónimo de razonamiento, no es obviamen-
te nuestro caso.
244 Claudio M. Arca
segundo plano los recursos lógicos que hacen a la estructuración de un discurso. Pues no
se trata sólo de que los argumentos tengan fuerza persuasiva, sino también de construir
argumentos sólidos.
Aclaremos, entonces. Las innovaciones que proponemos no implican ni una ruptura
con la Lógica formal, ni una aceptación exclusiva de la Lógica informal. Se trata más
bien de encontrar un espacio donde se articulen contenidos de ambas disciplinas. En este
sentido, acordamos con las siguientes afirmaciones de Juan Manuel Comesaña:
“[...] parece que un conocimiento mínimo de la Lógica formal es una herramienta muy valiosa
(quizás indispensable) en el análisis de razonamientos en contextos no formales. Saber qué
quiere decir que un razonamiento es válido o que una oración es una verdad lógica, o que un
conjunto de oraciones es satisfacible por ejemplo, es de gran ayuda a la hora de evaluar razona-
mientos ofrecidos en distintos contextos [...] Esto no significa que esas nociones tengan una
aplicación directa en esos contextos, pero sí significa que la familiaridad con algún tipo de sistema
de Lógica formal ‘aceita’ la intuiciones de corrección de razonamientos, incluso fuera de contex-
tos estrictamente formales.”6
“Es cierto que la Lógica informal [...] no puede ir más allá, en última instancia y en el mejor de los
casos, de la explicitación y el análisis detallado de ciertos criterios que implícitamente adoptamos
(antes de saber nada de la Lógica informal) en nuestro trato cotidiano con esos razonamientos
[...] (pero) Dado que la corrección de un razonamiento a menudo depende del contenido de las
afirmaciones que lo componen en relación con el contexto en el cual se emite, una disciplina
cuyo objetivo explícito es el de estudiar los razonamientos tomando en cuenta sólo su forma
excluye de su campo temas como los mencionados. En otras palabras, creemos que la Lógica
informal tiene derecho a existir.”7
Desde esta nueva perspectiva, se resignifican temas clásicos ya incluidos en los pro-
gramas tradicionales de la asignatura, y se incluyen además temas o contenidos nuevos.
A continuación, brindaremos ejemplos que nos permitan ilustrar cada uno de estos dos
casos. En primer lugar, daremos cuenta de otro modo de abordar un tema clásico (las
6. Comesaña, Juan Manuel, Lógica informal, falacias y argumentos filosóficos, Buenos Aires, Eudeba, 1998, p. 19.
7. Idem, pp. 19-20.
La enseñanza de la Lógica: dificultades y propuestas innovadoras 245
de un problema eran verdaderos argumentos. Él respondía que sí, pero en el mismo sen-
tido que una rueda colgada de adorno en una pared. Que no deja de ser rueda, pero no
se puede aprender completamente el concepto de rueda si sólo nos enfrentamos a ruedas
colgadas en la pared.10 Esto mismo sucede con las falacias; es decir, para aprender correc-
tamente el concepto de falacia no son suficientes los ejemplos fuera de contexto. En este
sentido, los ejemplos sueltos nos pueden servir para efectuar una primera aproximación
conceptual, pero luego debe ser completada ubicándola dentro de una situación, de un
debate, en relación a una audiencia. Que incluso juegan un papel en su evaluación,
puesto que, en ciertos contextos un argumento que corrientemente se clasificaría como
falaz puede no serlo. Por ejemplo, un argumento “ad hominem” que en forma aislada
consideraríamos falaz, puede convertirse en un recurso argumentativo aceptable según
cómo se use en una circunstancia concreta.11
Y en segundo lugar, atendiendo a la dimensión más propiamente lógica de su estu-
dio, en los programas de la asignatura suelen presentarse los distintos tipos de falacia
desconectados de los criterios o reglas de corrección generales o específicos de cada tipo
de argumento. Si bien no siempre es fácil establecer una correspondencia entre una regla
o criterio y la falacia como su violación, se deberá propender, cuando fuera posible, a
establecer esa relación. De ese modo, se le otorgará mayor continuidad a los contenidos,
se facilitará la comprensión del fundamento lógico de su incorrección, y podrá evitarse
además que el tema sea percibido como un salto a otra cosa.
10. Ver Carlos Pereda, “¿Qué es una falacia?”, en C. Pereda y otros, Argumentación y Filosofía, México, UAM
-Iztapalapa, 1986.
11. Ver J. M. Comesaña, op. cit., pp. 52-58.
La enseñanza de la Lógica: dificultades y propuestas innovadoras 247
Gamut aplica luego las nociones de Grice a las restantes conectivas, pero en el
presente trabajo nos basta el ejemplo dado para ilustrar este enfoque, que no es opuesto
sino complementario del análisis proposicional clásico.
Palabras finales
Para finalizar, queremos señalar que a pesar de lo provisorio de estas “notas” e incluso
de las serias dificultades con las que nos enfrentamos, creemos que esta experiencia
puede indicar una posible alternativa desde la cual la Lógica resulte significativa en la
escuela.
Bibliografía
Comesaña, Juan Manuel: Lógica informal, falacias y argumentos filosóficos, Buenos Aires,
Eudeba, 1998.
Copi, Irving: Introducción a Lógica, Buenos Aires, Eudeba, 1997.
L.T.F. Gamut: Introducción a la Lógica, Buenos Aires, Eudeba, 2002.
Palau, Gladys: Introducción filosófica a las lógicas no clásicas, Buenos Aires, UBA-Gedisa,
2002.
Palau, Gladys y colaboradores: Lógicas condicionales y razonamiento del sentido común,
Buenos Aires, UBA-Gedisa, 2004.
Pereda, Carlos y otros: Argumentación y Filosofía, México, UAM-Iztapalapa, 1986.
Obiols, Guillermo y Frassineti de Gallo, Martha: La enseñanza filosófica en la escuela
secundaria, Buenos Aires, A Z Editora, 1991.
Obiols, Guillermo: Una introducción a la enseñanza de la Filosofía, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica, 2002.
Toulmin, Stephen: Los usos de la argumentación, Barcelona, Península, 2007.
Van Esmeren, Franz y otros: Argumentación: análisis, evaluación, presentación, Buenos
Aires, Biblos, 2006.
Vignaux, Georges: La Argumentación. Ensayo de lógica discursiva, Buenos Aires, Hachette,
1986.
La enseñanza de la Lógica: dificultades y propuestas innovadoras 251
Federico E. López**
I. Introducción
* Este escrito es una reelaboración del comentario al trabajo del profesor Claudio Arca,“La enseñanza de la
Lógica: dificultades y propuestas innovadoras” realizado en el año 2004 en las XI Jornadas sobre la Enseñanza de la
Filosofía - Coloquio Internacional organizadas por el Programa para el Mejoramiento de la Enseñanza de la Filosofía
(SCyT-UBA), el Departamento de Filosofía y el Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
** Universidad Nacional de La Plata-Conicet.
252 Federico E. López
1. Siguiendo a Palau llamamos lógica clásica a todo sistema de lógica equivalente al formulado en los Principia
Mathematica de Whitehead y Russell. (cfr. Gladys Palau, Introducción filosófica a las lógicas no clásicas, Barcelona,
Gedisa, 2002, p. 23).
Aportes teóricos para la enseñanza de la lógica... 253
que se espera que ella satisfaga. Por el contrario, la teoría de la argumentación contem-
poránea, pero también la lógica formal misma, han intentado desarrollar herramientas
teóricas que permitieran ampliar su campo de aplicación.
En efecto, gran parte de la teoría de la argumentación contemporánea puede ser
entendida como un intento por consolidar una nueva concepción de la razón, que no
reduzca los cánones de la argumentación correcta a la mera validez deductiva. En este
sentido, por ejemplo, Perelman y Olbrechts-Tyteca inician su ya clásico tratado de la
argumentación afirmando que su libro supone “una ruptura con la concepción de la
razón y del razonamiento que tuvo su origen en Descartes”.2 Por otro lado esta reducción
de la lógica como ciencia del razonamiento a la lógica formal clásica centrada en el
razonamiento matemático ha sido cuestionada desde el interior de la lógica formal mis-
ma. En efecto, la lógica de la relevancia, las lógicas paraconsistentes, la lógica de los
condicionales contrafácticos, y las lógicas no monótonas han surgido todas ellas a partir
de diferentes críticas a diversos aspectos de la lógica clásica y en algunos casos bajo el
intento incorporar en el estudio de la lógica ciertos tipos de argumentación que queda-
ban excluidos de ella.3
Ahora bien, todas estas críticas provenientes de diversas fuentes y realizadas con
diversas motivaciones han permitido, en virtud de la toma de distancia crítica respecto
de la lógica clásica, sacar a la luz algunos aspectos importantes de la argumentación. En
lo que sigue comentaremos algunos aportes teóricos de diversos campos en relación con
uno de los aspectos de la argumentación sobre los que han echado luz las críticas men-
cionadas, a saber, el problema de la relevancia.
2. Ch. Perelman, Olbrechts-Tyteca, Tratado de la Argumentación: la nueva retórica, Madrid, Gredos, 1989, p. 30.
3. Puede encontrarse en Gladys Palau, Introducción filosófica a las lógicas no clásicas, Barcelona, Gedisa, 2002
y Palau, G.., et al., Lógicas condicionales y razonamiento de sentido común, Barcelona, Gedisa, 2004 una presentación
breve pero completa de estos desarrollos.
254 Federico E. López
Latinoamérica, es desde el punto de vista de la lógica clásica válido, por cuanto constitu-
ye un ejemplo de sustitución del siguiente esquema (válido) de razonamiento: A BÆA.
Sin embargo, desde el punto de vista de la argumentación este razonamiento resulta
inaceptable por cuanto viola el requisito de Relevancia. Pues bien, la así llamada Lógica
de la Relevancia, ha cuestionado este aspecto de la lógica clásica, criticando en última
instancia su noción de consecuencia.4 Estas críticas se han traducido, entre otras cosas,
en la formulación de un sistema de Deducción Natural. Este sistema está construido
sobre la idea de que una formula A implica relevantemente a B, si y sólo si A es usada en la
deducción de B. De este modo, los supuestos en una deducción no pueden ser cancela-
dos a menos que hayan sido efectivamente utilizados en ella.
Sin embargo, este enfoque de la lógica formal para tratar con la relevancia no resuel-
ve todo el problema. Volviendo al ejemplo antes mencionado podemos estar de acuerdo
en que la afirmación condicional Si hay vida en otros planetas, Argentina queda en
Latinoamérica no puede inferirse relevantemente de la afirmación Argentina queda en
Latinoamérica. Con todo, aún resta resolver el problema de la falta de relevancia misma
del enunciado condicional. En efecto, la cuestión de la existencia de vida en otros pla-
netas es completamente irrelevante respecto de la ubicación de Argentina. La lógica
proposicional relevante no puede dar cuenta de este requisito de conexión relevante o
significativa entre antecedente y consecuente. Aunque la lógica de predicados da un
paso más en esa dirección, resulta insuficiente por cuanto no logra reconstruir principios
lógico-formales de relevancia, sino que recurre a la formalización de información prag-
mática y la noción misma de relevancia permanece inanalizada.5 Sin embargo, el contar
con una estrategia formal que nos permita mostrar la irrelevancia de ciertas inferencias,
incorporando así en el centro mismo de la noción de deducción, el requisito de relevan-
cia es un avance nada despreciable.
De todos modos, no sólo desde la lógica formal se ha abordado el problema de la
relevancia. En su libro A practical study of argument, Trudy Govier ofrece algunas ideas
interesantes y presenta un tratamiento informal del análisis, la reconstrucción y la eva-
luación de argumentos. De acuerdo con Govier un argumento para resultar bueno o
convincente debe satisfacer las condiciones ARS: un argumento convincente es uno en
el que las premisas son aceptables (A), relevantes para la conclusión (R), y consideradas
en conjunto proveen buenos fundamentos para la conclusión, esto es son suficientes (S).
4. En verdad, las críticas de la Lógica de la Relevancia se han dirigido directamente contra el condicional
material por cuanto éste refleja en el lenguaje objeto las propiedades de la noción de consecuencia lógica clásica, y ha
propuesto sustituirlo por el condicional relevante. Así sus críticas se han dirigido fundamentalmente contra los
siguientes teoremas, conocidos respectivamente como Paradoja Positiva y Paradoja Negativa: AÆ(BÆA) y
¬AÆ(AÆB). Para una presentación breve de la Lógica de la Relevancia véase Palau (2002), Cap. 4.
5. Cfr. Gladys Palau, Introducción filosófica a las lógicas no clásicas, Barcelona, Gedisa, 2002, pp. 132-134.
Aportes teóricos para la enseñanza de la lógica... 255
De este modo, hemos presentado tres aportes teóricos provenientes tanto desde la
lógica formal como de la teoría de la argumentación respecto de un mismo problema. Esto
refuerza la idea de Arca de que no se trata de formular una oposición tajante entre lógica
formal y lógica informal o teoría de la argumentación, como si fuera necesario optar por
una u otra. Aunque el enfoque informal parezca más prometedor en algunos aspectos, no
se trata de desalentar el estudio de la lógica formal, habida cuenta de que, como sostiene
Arca al citar a Manuel Comesaña, su estudio es una herramienta valiosa y hasta indis-
pensable para el análisis de razonamientos en contextos no formales.
El modo en que estos aportes puedan articularse en propuestas y actividades para la
enseñanza de la lógica es algo que requerirá un trabajo ulterior. Aquí sólo podemos rea-
lizar algunas sugerencias al respecto. Suponiendo que en curso de lógica se trabaje con el
sistema de deducción natural de la lógica clásica, una actividad podría ser la de detectar
en la ejercitación ya realizada los casos de implicaciones lógicas no relevantes, teniendo
en cuenta la modificación a las reglas operada por la lógica de la relevancia y habida
cuenta de su relativa sencillez. Por lo demás esto sería de utilidad para poner en conoci-
miento de los alumnos esas otras lógicas no-clásicas, muchas veces mencionadas en los
cursos de lógica pero pocas veces trabajadas. Por otro lado, siguiendo a Govier, el propo-
ner la irrelevancia de un argumento concreto como tópico a ser justificado puede ofrecer
una buena oportunidad para que los alumnos reflexionen sobre los temas abordados en el
argumento y desarrollen su capacidad de argumentación a partir de la práctica de la
argumentación. Por último, los perfiles de diálogos propuestos por Walton, ofrecen una
buena oportunidad para reflexionar sobre los distintos propósitos que los seres humanos
persiguen cuando argumentan y la necesidad de juzgar la relevancia, y también la co-
rrección de los argumentos teniendo en cuenta el contexto dialógico en el que los argu-
mentos son utilizados.
Para finalizar, realizaremos dos observaciones. Junto con el problema de la relevan-
cia, podemos citar otro aspecto fundamental de la argumentación, descuidado por la
Aportes teóricos para la enseñanza de la lógica... 257
lógica clásica y abordado por otras lógicas tanto formales como informales. Se trata de lo
que en la literatura actual se designa como razonamientos derrotables o no-monótonos. A
diferencia de lo que ocurre con la deducción matemática, en muchos contextos de argu-
mentación, como es el caso del jurídico y también del así llamado razonamiento de sen-
tido común,6 una conclusión que se infiere a partir de un conjunto de premisas, puede ser
“derrotada” mediante el agregado de nueva información sin que sea necesario rechazar
ninguna de esas premisas.7
Por último, creemos que la propuesta de Walton apenas esbozada en este trabajo
ofrece algunas herramientas conceptuales de sumo interés que podrían incorporarse en
los programas de lógica. Como sugerimos antes, la idea de que no necesariamente se
argumenta para persuadir a otros, sino que por ejemplo, a veces se argumenta en la
esperanza de comprender mejor un asunto, y otras sólo para derrotar al oponente, no sólo
ofrece una comprensión de la argumentación más ajustada a los hechos, sino que tam-
bién es útil para descubrir ciertas movidas incorrectas en un diálogo, y por ejemplo de-
nunciarlas como falacias por cuanto cambian subrepticiamente el tipo mismo de diálogo
en que se suponía que estaban inmersos los participantes.
Bibliografía
Natalia M. Buacar*
Para comenzar, querría hacer una aclaración con relación al título que he elegido
para este trabajo. Su carácter general se encuentra en absoluta consonancia con el ca-
rácter mismo de las reflexiones y comentarios que aquí presento. La intención y motiva-
ción de este trabajo es tan solo sugerir algunas cuestiones e inquietudes que resultan de
mi práctica como docente en la enseñanza de la lógica, especialmente en cursos del
Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires y dentro de la carrera de Filoso-
fía de la misma universidad.
Comienzo explicitando algunas convicciones que guían mis reflexiones. Éstas son:
Ahora bien, ¿qué efectos habrían de tener las consideraciones recién mencionadas sobre
la enseñanza de la lógica?
1. En primer lugar, considero que este tipo de reflexión sobre la filosofía en general y
sobre la lógica en particular condicionan, o deberían condicionar de algún modo,
nuestra práctica como docentes. Tanto en lo que respecta a nuestra selección de la
La enseñanza de la lógica 261
metodología, así como también de los objetivos, hasta el punto tal de conducirnos
a obviar en nuestros programas de filosofía el dictado de la unidad o unidades
destinadas a lógica o, por el contrario, a tomarla como punto de partida inevitable
de toda reflexión o problematización filosófica.
2. Por otra parte, es la falta de atención al tipo de consideración sugerida, lo que
conduce a ciertos malos entendidos entre los alumnos, e incluso entre los docen-
tes, sobre la naturaleza y la práctica de la lógica.
2. La didáctica de la lógica
Nos detenemos poco a pensar qué es la lógica y cómo debe ser enseñada. Parecen
haber ciertos acuerdos tácitos, e incluso a veces explícitos, que se hacen evidentes en la
enorme coincidencia que existe entre los distintos manuales de lógica.
Cabe observar que la producción en torno a la didáctica de la lógica no resulta tan
abundante como sí ocurre con otras áreas. En Latinoamérica, quien tal vez ha prestado
mayor atención al tema es la comunidad filosófica mexicana. En la Universidad Autóno-
ma de México se ha organizado un taller sobre enseñanza de la lógica y cristalizado sus
resultados en publicaciones y en una página de internet digna de ser mencionada pues allí
se reúnen y ordenan los distintos recursos sobre el tema.2
Más aun, en la mayoría de los casos, la producción en torno a la enseñanza de la
lógica resulta estrechamente ligada a la enseñanza de la matemática. Al punto tal de
presentar a la lógica emparentada con la matemática, adjudicándole por analogía el
carácter de ciencia exacta.
Pero cuando enseñamos o practicamos lógica en el ámbito la filosofía hacemos y
decimos algo diferente de quienes enseñan y practican la disciplina en el ámbito de las
ciencias exactas. Por ejemplo decimos que la lógica tiene que ver con la argumentación,
consideramos que es diferente de la matemática. Según creo ello impone un tipo de
consideración diversa.
Retomando lo que mencionaba anteriormente, en el caso de la lógica, ya sea crítica o
acríticamente, parece existir un corpus establecido y una metodología acordada. En cuanto
a esta última, son características la ejercitación, la resolución ejemplar de ejercicios. En lo
que a contenidos concierne, existen notables puntos de contacto. Más allá de si se trata de
un curso de lógica exclusivamente o de un curso de filosofía con una parte destinada a la
lógica, más allá incluso del nivel de enseñanza del curso, las diferencias son de grado y
tienen que ver con la mayor o menor profundidad con que se abordan los temas.
2. http://www.filosoficas.unam.mx/~Tdl/TDL.htm
262 Natalia M. Buacar
El recorrido que uno encuentra en manuales de lógica tales como el de Copi, Lemmon,
Garrido, Gamut, Falguera López y Martínez Vidal3 y que suele ser reproducido en el
aula, puede ser reconstruido del siguiente modo:
De allí en más, dependiendo del nivel del curso, se abordan temas de semántica formal y/
o se repite el mismo recorrido llevado adelante para lógica proposicional, ahora respecto
de la lógica de predicados.
No tengo objeciones contra este esquema en sí mismo, pero quiero advertir acerca
de ciertos riesgos que dicho esquema conlleva cuando se lo expone así sin más.
Uno comienza en una primera clase –dado que somos filósofos y, esto lo supongo,
estamos enseñando lógica en el marco de un curso o carrera de filosofía–, insistiendo en
que la lógica no es matemática (contra los infaltables intentos de llamar “menos” a la
negación y de distribuir negaciones en conjunciones y disyunciones). Obviamente si se
tratase de un curso, por ejemplo en matemática, las cosas serían muy diferentes. Nosotros
aclaramos que el objeto de la lógica es la argumentación, que el lenguaje formal que
usamos no es arbitrario, que tiene un sentido.
3. L. T. F. Gamut, Introducción a la lógica, Buenos Aires, Eudeba, 2002; Garrido, Manuel (1974): Lógica
simbólica, Madrid, Tecnos, 2004; José L. Falguera López y Concepción Martínez Vidal, Lógica clásica de primer
orden: Estrategias de Deducción, Formalización y Evaluación Semántica, Madrid, Trotta, 1999; Lemmon, Edward
John (1965): Beginning Logic: Indianápolis, Hackett, 1978; Irving M. Copi, (1953): Introducción a la lógica, Buenos
Aires, Eudeba, 1999.
La enseñanza de la lógica 263
Pero a medida que avanza el curso los formalismos adquieren vida propia. De hecho,
esto que en mi opinión sucede en las aulas, ha sido motivo de acusación a los lógicos y a
la lógica al interior de la propia disciplina. En un artículo titulado “What Is Logic About?”
Ermanno Bencivenga formula una advertencia en este sentido.4
Tal vez sea éste el origen de ciertos “malos entendidos” que suelen proliferar en los
cursos de lógica. En lo que sigue intentaré destacar algunos de ellos.
3. Malos entendidos
Finalmente, es posible ahora rescatar algunos de los malos entendidos que pueden
detectarse como producto de lo anteriormente mencionado. Dichos malos entendidos no
siempre resultan coherentes entre sí y la lista que presento a continuación no pretende
ser exhaustiva. Entre ellos:
4. Concepciones de la lógica
4. Ermanno Bencivenga, “What Is Logic About?” en Varzi, Achille (ed.), The Nature of Logic, European
Review of Philosophy, vol. 4, Stanford, CSLI Publications, 1999, pp. 5-19.
264 Natalia M. Buacar
a diferenciar modos alternativos de hacer y pensar la lógica. Cabe advertir que en ellos
no se sugiere los posibles efectos o consecuencias que esto podría tener en su enseñanza.
Y es esta la advertencia que creo que es interesante aquí formular.
Considero que estos modos diferentes, las distintas opciones a los que uno suscribe
respecto de qué es la lógica imprimen un tinte particular al modo cómo enseñamos y a
qué contenidos enseñamos en particular. Además, es importante subrayar que el esfuerzo
por la toma de posicionamiento que aquí sostenemos como necesaria, posibilitaría el
encuentro con múltiples problemas de importancia filosófica, así como también facilitará
el surgimiento de dichos problemas en el interior del aula misma.
Destaco a continuación algunos modos diferentes de entender la lógica. Estos modos
sólo pretenden ejemplificar y sugerir posibles preguntas que podrían ser tomadas como
puntos de partida para el ejercicio que propongo. Muy brevemente:
5. Carlos E. Alchourrón, “Concepciones de la lógica”, en C.E. Alchourrón, J.M. Méndez, y R. Orayen (eds.),
Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, tomo 7: Lógica, Madrid, Trotta, 1995, pp.11-47.
6. Susan Haack (1978), Filosofía de las lógicas, traducción: Amador Antón, Madrid, Cátedra, 1991.
7. Gladys Palau, Introducción filosófica a las lógicas no-clásicas, Barcelona, Gedisa, 2002.
8. Paul Boghossian y Christopher Peacocke (eds.), New Essays on the A Priori, Oxford, Clarendon Press, 2000.
La enseñanza de la lógica 265
Éstos son sólo algunos posibles puntos de partida para el ejercicio que propongo, desde ya
que existen muchos otros, por ejemplo la discusión en torno a si la lógica es analítica, si
toda verdad lógica es una verdad analítica y a la inversa, en cuyo caso, por ejemplo,
presentar en el aula los tableaux semánticos como método de prueba podría resultar per-
tinente. Y sobre todo subsiste también la pregunta más general, respecto del lugar que la
lógica ocupa en la filosofía.
Lo que quiero señalar en resumen es que, si bien no se trata de respuestas fáciles de
encontrar, vale al menos el momento mismo de la pregunta. Estoy convencida, y espero
haberlos al menos tentado con la idea, de que este tipo de tarea enriquece nuestra labor
como docentes. Porque en nuestro esfuerzo por llevar adelante el ejercicio nada sencillo
de transposición didáctica; en nuestro intento por clarificar nociones, conceptos a veces
difíciles de asir, corremos el riesgo de privar a la lógica de sus aspectos más interesantes,
de su dimensión extremadamente problemática, tal vez también de su sentido y motiva-
ciones históricas, en fin, de su dimensión filosófica.
9. Jean van Heijenoort, “Logic as Language and Logic as Calculus” en Synthese, vol. 17, 1967, pp. 324-30.
266 Carlos A. Oller
Filosofía, lógica y argumentación 267
Carlos A. Oller*
En los años setenta surge, sobre todo en los Estados Unidos y Canadá, un movimiento
académico –el de la lógica informal– que cuestiona la relevancia de la lógica formal
deductiva para la evaluación crítica de la argumentación. La lógica informal rechaza la
tesis según la cual la aceptabilidad de un argumento formulado en un lenguaje natural
depende fundamentalmente de la forma lógica de ese argumento en un lenguaje lógico.
Una caracterización de la lógica informal, la ofrecida por R. H. Johnson y J. A. Blair,1 la
1. R. H. Johnson y J. A. Blair, “Informal logic and the reconfiguration of logic” en D. Gabbay, R. Johnson, H.
Ohlbach, y J. Woods (eds.), Handbook of the Logic of Inference and Argument: The Turn Toward the Practical,
Amsterdam, Elsevier, 2002, pp. 339-396.
Filosofía, lógica y argumentación 269
define como la rama de la lógica que se ocupa del desarrollar procedimientos y de crite-
rios no formales para el análisis, la interpretación, la evaluación, la crítica y la construc-
ción de la argumentación en el discurso cotidiano y en disciplinas especiales.
Una de las críticas que la lógica informal dirigió contra la lógica formal deductiva, la
así llamada crítica interna, cuestiona precisamente el formalismo y el deductivismo de ésta.
Por una parte, los lógicos informales cuestionan la tesis según la cual todo argumento es o
bien deductivo o bien defectuoso, y admiten otros criterios de corrección además de la
validez deductiva. También los fundadores de la teoría de la argumentación contemporá-
nea –Chaïm Perelman, Lucie Olbrechts-Tyteca,2 y Stephen Toulmin3 – criticaron acerba-
mente el imperialismo deductivista que condenó al ostracismo, durante mucho tiempo, a
las formas no deductivas de argumentación. Por otra parte, se cuestiona la tesis según la
cual la forma lógica es el elemento esencial para evaluar la corrección de un argumento.
Sin embargo, es otro tipo de crítica la que resulta particularmente interesante si nos
concentramos en la enseñanza de la argumentación: la crítica pedagógica que fue uti-
lizada por los lógicos informales contra la lógica formal deductiva como teoría adecuada
para el análisis y evaluación de argumentos del lenguaje natural y de las disciplinas
especiales. En efecto, la utilización de los métodos de la lógica formal deductiva para
analizar y evaluar argumentos del lenguaje natural involucra, por lo menos, tres etapas
problemáticas:
1) La eliminación de elementos (supuestamente) accesorios del argumento en len-
guaje natural como paso previo a su traducción al lenguaje de la lógica.
2) La traducción del argumento a un lenguaje formal y la determinación de su forma
lógica.
3) La reposición de premisas tácitas (principio de caridad), si la traducción del argu-
mento original resultase formalmente inválido.
Por una parte, este método de análisis de los argumentos comprende procesos infor-
males que presuponen la madurez lógica que se está tratando que los/las estudiantes
adquieran. Por otra parte, la aplicación de la lógica formal al análisis de argumentos
exige el dominio de complejas teorías y técnicas que sólo con gran dificultad pueden
aplicarse a los argumentos del lenguaje natural: el esfuerzo que se exige a los/las estu-
diantes es desproporcionado respecto de los resultados que es posible obtener.
La crítica pedagógica a las pretensiones de la lógica formal deductiva como teoría de
la argumentación se aplica todavía con más fuerza a las nuevas lógicas no deductivas
3. Argumentación y filosofía
La argumentación es, como ya se dijo, un tema filosófico por derecho propio que
merece un tratamiento independiente. Pero, además, la relación entre filosofía y argu-
mentación ocupa algunas de las discusiones recientes de la filosofía contemporánea. Sólo
señalaré aquí dos de esas cuestiones que plantean la íntima relación entre argumentación
4. G. Massey, “The fallacy behind fallacies”, Midwest Studies in Philosophy, 6, 1981, pp. 489-500.
5. J. Woods, “Standard Logics as Theories of Argument and Inference: Deduction”, en D. Gabbay, R. Johnson,
H. Ohlbach y J. Woods (eds.), Handbook of the Logic of Inference and Argument: The Turn Toward the Practical,
Amsterdam, Elsevier, 2002, pp. 41-103.
6. J. Woods, “Fearful Symmetry”, en H. Hansen y R. Pinto (eds.), Fallacies. Classical and Contemporary
Readings, Pennsylvania, Pennsylvania State University Press, 1995, pp. 181-193.
Filosofía, lógica y argumentación 271
y filosofía: por una parte, la cuestión de la argumentación como criterio para clasificar las
principales corrientes de la filosofía contemporánea y, por otra parte, el tema de la des-
confianza en la argumentación filosófica como instrumento para fundamentar las preten-
siones de verdad y racionalidad de otros discursos.
La importancia concedida a la argumentación por las distintas corrientes de la filo-
sofía contemporánea ha sido usada como criterio para diferenciar estilos filosóficos. En
efecto, es común en la literatura filosófica anglosajona distinguir entre el estilo analítico
y el estilo continental (europeo) de hacer filosofía. Los hechos geográficos a los que apela
esta clasificación –la tradición continental sería propia de los países de la Europa conti-
nental y la analítica sería propia de los países anglosajones– resultan insuficientes, y a
veces inadecuados, para caracterizar a esos estilos filosóficos. Por ello, autores como Dagfinn
Føllesdal7 sostienen que la filosofía analítica no se distingue de la filosofía continental
por sus orígenes geográficos, ni por los temas de los que se ocupa: su rasgo distintivo es la
gran importancia que tienen para ella el argumento claro y la justificación, frente a la
confianza en la retórica que le atribuyen como característica a la filosofía continental.
La filosofía analítica, entendida como aquella que se desarrolla utilizando la argu-
mentación y el análisis conceptual riguroso, suele verse como solidaria de una concep-
ción determinada de la filosofía. De acuerdo a esta concepción, la filosofía es una inves-
tigación objetiva y acumulativa que busca encontrar respuestas verdaderas a determina-
dos problemas. La actividad filosófica sería, pues, más cercana a las ciencias naturales
que a las humanidades.
La filosofía continental, por su parte, presenta corrientes que se caracterizan por la
desconfianza en el poder del discurso filosófico para fundamentar argumentativamente
las pretensiones de verdad, objetividad y racionalidad de otros discursos, tales como el
discurso científico, moral o político. El posmodernismo filosófico es una de las corrientes
de la filosofía continental que sostiene esta posición escéptica en relación con el papel de
la argumentación en el discurso filosófico. La condición posmoderna puede caracteriza-
se, según la conocida definición de Jean-François Lyotard,8 por la incredulidad con res-
pecto a los grandes metarrelatos de la modernidad: la dialéctica del Espíritu, la herme-
néutica del sentido, la emancipación del sujeto razonante o trabajador. El posmodernismo
filosófico, por su parte, puede resumirse en la afirmación de que la filosofía ha muerto, si
por filosofía se entiende un discurso legitimatorio que pretende proporcionar los funda-
mentos de otros discursos –del discurso científico, del discurso moral, del político.
7. D. Føllesdal, “Analytic Philosophy: What is it and why should one engage in it?” en H.-J. Glock (ed.), The
Rise of Analytic Philosophy, Oxford, Blackwell, 1997, pp. 1-16.
8. J.-F. Lyotard, (1984), La condición posmoderna. Madrid, Cátedra. Traducción castellana de La condition
postmoderne: rapport sur le savoir, París, Les Editions de Minuit, 1979.
272 Carlos A. Oller
9. R. Rorty, La filosofía y el espejo de la naturaleza, Madrid, Cátedra, 1989. Traducción castellana de Philosophy
and the Mirror of Nature, Princeton, Princeton University Press, 1979. R. Rorty, Contingencia, ironía y solidaridad.
Barcelona, Paidós, 1991. Traducción castellana de Contingency, Irony, Solidarity, Cambridge, Cambridge University
Press, 1989 y W. Welsch, “Richard Rorty: Philosophy beyond Argument and Truth?” en W. Egginton y M. Sandbothe
(eds.), The Pragmatic Turn in Philosophy. Albany, State University of New York Press, 2004, pp. 163-185.
Filosofía, lógica y argumentación 273
Perspectivas estéticas
274 Laura M. Galazzi
De imágenes y conceptos: el cine en la enseñanza de la filosofía 275
De imágenes y conceptos:
26. el cine en la enseñanza de la filosofía
Laura M. Galazzi*
Imágenes, conceptos, cine, filosofía, ¿cómo se relacionan? La primera idea para esta
ponencia fue realizar un repaso general, una especie de sistematización, de los encuen-
tros entre cine y filosofía para la enseñanza de esta última. Esta meta se presentó, apenas
planteada, como una aspiración imposible: tanto el cine como la filosofía se dicen de
muchas maneras y en ambos casos se esconde bajo la denominación genérica una diver-
sidad imposible de apresar. Además, entiendo que toda clasificación, aun con contrain-
dicaciones a la vista, tiene una vocación de verdad y universalidad que escapa al autor
deslizándose hacia el ámbito abstracto del “deber ser”. Es por ello que elegí partir de unas
coordenadas espacio-temporales y enfocar la mirada en cuatro relaciones que se enta-
blan en una planificación precisa. Tomé como objeto de análisis una unidad del programa
que armamos, con Guadalupe Lucero,1 para trabajar con los alumnos de la carrera de
Artes Audiovisuales del Instituto Universitario Nacional de Artes (IUNA) en el marco de
la materia “Filosofía”.
Antes de comenzar describo brevemente el programa: la materia se estructura ac-
tualmente en tres unidades. En la primera se construye una fundamentación filosófica de
la futura práctica de los cineastas (ya sean directores, guionistas, montajistas, etc.) Allí
se relevan las convicciones personales de cada alumno respecto del ser del cine, su fun-
ción y el sentido de la práctica artística. Durante el transcurso de esta unidad cada uno
confecciona un pequeño ensayo que continúa en revisión y modificación durante dos
niveles más de la materia “Estética” correlativa a “Filosofía”. La segunda unidad, que
En este caso la película no es más que una excusa para pensar algunas caracterís-
ticas del cine clásico que pueden servir para trabajar en clase. La consideración de
este cine es especialmente pertinente al analizar la imagen moderna del mundo y su
correlativa concepción de la sociedad, la historia y la subjetividad. En efecto, el cine
clásico tiene algunos rasgos formales que facilitan esta correlación, a saber: en él fun-
ciona siempre la ley de causalidad que da coherencia completa al relato, además es
muy común que sea un personaje –el héroe– el que encarna las operaciones de acción
y reacción. Éste es un cine que propone al espectador la construcción de pocas hipóte-
sis interpretativas, que se verificarán además con un alto grado de probabilidad duran-
te la película. Los personajes viven su vida en tramas que pueden ser comprendidas y
explicadas, en las que hay un muy bajo nivel de incertidumbre o azar. Bordwell afirma
De imágenes y conceptos: el cine en la enseñanza de la filosofía 277
que en el cine clásico: “Al principio de la película no sabemos nada. Durante el trans-
curso de la película vamos acumulando información hasta que al final lo sabemos todo”.2
La omnisciencia final del espectador refleja la que posee desde el inicio el sujeto de
la enunciación y, en la mayoría de los casos, también la del héroe. Estas obras construyen
un tipo de subjetividad que podemos llamar clásica o moderna, si por ello entendemos
fuertemente centrada en lo racional y con una experiencia del mundo y de sí misma que
se considera coherente.
La película que vamos a considerar pertenece, entonces, al cine clásico. Fue dirigida
por King Vidor en 1928. Se llamó aquí Y el mundo marcha... y su nombre original es,
llamativamente, The crowd (la multitud, la muchedumbre, la masa). Llamativamente
porque la película parece en principio la biografía de un hombre común “desde la cuna
hasta la muerte”, sin embargo trabaja centralmente sobre una temática más amplia: la
oposición y duelo entre el sujeto y el medio, lo privado y lo público, el individuo y la
multitud, etc.
Desde el comienzo encontramos indicios de esta oposición cuando observamos que
John Sims, el héroe de la historia, nace un 4 de Julio, día en que se festeja la independen-
cia de Estados Unidos. Se plantea que el nacimiento “opaca” la festividad aunque la
fecha augura que “John Sims es un sujeto del que se oirá hablar”. Los padres piensan que
ha aparecido un Washington o un Lincoln. Sin embargo, prontamente las cosas se ponen
difíciles para Johnny, quien queda huérfano y debe enfrentarse solo al mundo (es intere-
santísimo como el cine clásico se precipita a realizar la operación cartesiana de ruptura
de lazo con el entorno, dejando al héroe despojado de cualquier vínculo que coopere con
él en su enfrentamiento con el medio).
Ustedes podrán imaginar bastante certeramente lo que sigue: se traslada a la gran
ciudad, intenta hacerse un lugar en la vida, consigue un trabajo de oficinista, se siente
distinto a sus compañeros de trabajo, los desprecia, pero no puede lograr que eso se
traduzca en un verdadero ascenso social. Sin embargo se casa, se muda con su esposa a
un departamento muy pequeñito en el que afirman “el cielo está en casa y el infierno
afuera” y tienen un golpe de suerte cuando ganan la lotería que se ve opacado por la
muerte de su hija pequeña. Este evento sume a Sims en una fuerte depresión que lo pone
al borde del suicidio, hasta que finalmente logra sobreponerse, culminando la película
con la imagen de una gran sala de cine en la que, desde el punto de vista de la pantalla,
vemos primero a John Sims y luego al público unidos por una gran carcajada final.
Durante el recorrido del film en ningún momento tenemos dificultades para enten-
der a Sims, sus anhelos, sus pensamientos, sus deseos, sus comportamientos. Es único pero
2. David Bordwell, “La narración clásica”, en El cine clásico de Hollywood, Barcelona, Paidós, 1997, p. 26.
278 Laura M. Galazzi
siendo necesario un discurso teórico extranjero que arroje luz sobre su significado. En
una misma operación podemos sobrevalorar la importancia de la filosofía dentro de la
cultura, menospreciar la obra cinematográfica y excusar a los cineastas de la considera-
ción teórica (ideológica, política, ética) de sus creaciones. Con ello alimentamos una
imagen del artista muy común entre los estudiantes que lo presenta como un inspirado
que trabaja únicamente con su intuición y sentimientos, sin manejo intelectual sobre los
temas que trata ni, por ello, responsabilidad ética por sus obras.
Es evidente que todo esto no se genera automáticamente cuando se pone en prácti-
ca esta modalidad de análisis. Simplemente quiero señalar que es necesario tener en
cuenta también estos efectos no deseados y proponer en el aula otras relaciones posibles
entre ambas disciplinas que permitan relativizar la predominancia del discurso filosófico
sobre el cinematográfico considerándola una más entre otras posibles. Veremos diferentes
opciones en los apartados siguientes.
El segundo ejemplo con el que quiero trabajar es la película Persona (1966) de Ingmar
Bergman. Es ésta una película que relatada en su anécdota más superficial puede parecer
una historia banal: una actriz se enferma psíquicamente y se encomienda a una enferme-
ra que la cuida. Las dos se trasladan a una casa solitaria en la playa y la película relata los
conflictos de ambas mujeres durante la convivencia. Sin embargo, aquello que se cuenta
en la película tiene más relación con su título que con su sinopsis. Aristarco comienza un
interesante trabajo sobre este film del siguiente modo:
3. En esta unidad también se trabaja con Los Rubios (Carri, Albertina, 2003). Dejamos de lado su considera-
ción en este caso para restringir la extensión de la ponencia y porque esta película será objeto de otro trabajo.
280 Laura M. Galazzi
“¿Se puede ser otra persona al mismo tiempo? Es decir, ¿puedes ser dos personas? Ésta es la
pregunta que la enfermera, Alma, le hace a Elizabeth Vogler, la enferma a la que cuida.”4
Tenemos aquí una película que tematiza el problema de la identidad. Elizabeth, la actriz,
decide entrar en un mutismo enigmático. Alma, la enfermera, se enfrenta a este silencio
viéndose forzada a analizar su propia personalidad, transformándola. Bergman plantea en
el transcurso del film todo el problema que la palabra “persona” encierra. Efectivamente,
es también Aristarco quien nos hace notar que el diccionario define “persona” como:
“Del latín persona, la máscara que cubría todo el rostro del actor y variaba según el personaje
representado; y añade: por extensión carácter, papel, individuo humano, hombre o mujer.”5
“¿Crees que no lo entiendo? El sueño imposible de ser. No de parecer, sino de ser. Consciente en
cada momento. Vigilante. Al mismo tiempo, el abismo entre lo que eres para los otros y para ti
misma, el sentimiento de vértigo y el deseo constante de, al menos, estar expuesta, de ser anali-
zada, diseccionada, quizás incluso aniquilada. Cada palabra una mentira, cada gesto una false-
dad, cada sonrisa una mueca. ¿Suicidarse? ¡Oh, no! Eso es horrible. Tú no harías eso. Pero puedes
quedarte inmóvil y en silencio. Por lo menos así no mientes. Puedes encerrarte en ti misma,
aislarte. Así no tendrás que desempeñar roles, ni poner caras ni falsos gestos. Piensas. Pero, ¿ves?
La realidad es atravesada, tu escondite no es hermético. La vida se cuela por todas partes. Estás
obligada a reaccionar. Nadie pregunta si es real o irreal, si tú eres verdadera o falsa. La pregunta
sólo importa en el teatro. Y casi ni siquiera allí. Te entiendo, Elizabeth. Entiendo que estés en
silencio, que estés inmóvil, que hayas situado esta falta de voluntad en un sistema fantástico. Te
entiendo y te admiro. Creo que debes mantener este papel hasta que se agote, hasta que deje de
ser interesante. Entonces podrás dejarlo. Igual que poco a poco fuiste dejando los demás papeles.”
4. Guido Aristarco, Los gritos y los susurros. Diez lecturas críticas de películas, Valladolid, Ed. Univ. de
Valladolid, 1996, p. 93.
5. Guido Aristarco, op. cit., p. 95.
De imágenes y conceptos: el cine en la enseñanza de la filosofía 281
con Bergman que no hay ser, que sólo hay apariencia? Se ejemplifica aquí, a mi enten-
der, un encuentro en el que cine y filosofía se presentan cara a cara. Éste es un cine en
el que un filósofo se siente cómodo, reflejado, porque su lenguaje adopta, traduce,
recrea los modos propios de la filosofía. Podríamos pensar que se trata de un cine filosó-
fico o de una filosofía cinematográfica. Esto puede parecer muy abarcativo, sin embar-
go resulta una definición bastante restrictiva: hay películas que plantean un tema filo-
sófico pero lo desarrollan con otras herramientas (poéticas, históricas, etc.). En este
caso no sólo el problema es filosófico sino también, y lo que resulta fundamental, los
modos de abordarlo, desarrollarlo, darle respuestas. Por supuesto que con estas afirma-
ciones no quiero decir que la película carece de valor cinematográfico, más bien me
gustaría ejemplificar con ella un tipo de cine que se identifica con el discurso de la
filosofía y construye, poniendo en juego los modos propios de la cinematografía, obras
de un gran valor teórico y emocional.
Sin embargo, la obra de Bergman no sería tan valiosa en el aula si se limitara a
plantear el problema con los mismos recursos de la filosofía. En efecto, escuchar el monó-
logo o leer un texto de Nietzsche pueden constituir una experiencia parecida. El recuer-
do de Persona, aun después que uno la ha visto varias veces, no es el recuerdo de un
discurso, de palabras, sino sobre todo el recuerdo de una imagen, que Aristarco describe
del siguiente modo:
“Los cuerpos de ambas mujeres, casi estatuas, se convierten el uno en parte del otro: los rostros se
aproximan, se entrecruzan, como dos flores sobre un solo tallo.”6
Así de sencillo y así de complejo. El centro visual de Persona pasa por esta imagen en la
que los perfiles de Bibi Andersson y Liv Ullmann –Elizabeth y Alma– se fusionan para
formar dos partes de un solo rostro. La persona nunca es una, siempre es al menos dos,
parece responder Bergman a las preguntas iniciales, pero lo hace mediante una imagen,
utilizando además un recurso de superposición que sólo el cine o la fotografía permiten.
Bergman plantea un problema teórico, desarrolla un razonamiento, presenta una alegoría
y lo hace comprometiéndose profundamente con el lenguaje cinematográfico, encon-
trando los recursos específicos de ese idioma que permiten poner en juego la cuestión a
trabajar. Es así como la filosofía encuentra en esta película un decir distinto que la acom-
paña y ayuda a plantear sus problemas. Encuentra, si lo queremos pensar así, el espacio
donde intuir, donde objetivar en una percepción sus afirmaciones teóricas. ¿Se trata de la
materialización sensible de la idea, como le gustaría decir a Hegel?
2.2 “El espejo” que refleja todas las dimensiones del ser
La última película a considerar aquí será El espejo (Tarkovski, Andrei, 1975). En este
caso, para analizar la película lo mejor es no hablar de ella. Es decir, intentaré recoger
una serie de comentarios que el mismo director hace o reproduce en su bello libro Escul-
pir en el tiempo7 y el modo de citar será algo azaroso, casi cualquier página del libro nos
invita a pensar sobre esta película. Tomaré unas palabras que el mismo director cita de
Ivanov, un teórico ruso de fin de siglo XIX:
“El símbolo sólo es verdadero como tal cuando en su significado es inagotable e ilimitado, cuando
en su lenguaje secreto –hierático y mágico– expresa alusiones y sugerencias de algo inefable, que
no se puede expresar con palabras. Tiene muchas caras, muchos significados y en su última
profundidad es siempre oscuro.”8
Podríamos decir entonces que El espejo es un símbolo o está plagada de símbolos. El lengua-
je es esquivo cuando queremos hablar de ella o describirla por ese medio. ¿Es una biografía?
¿Reconstruye la búsqueda de una identidad? ¿Presenta la imposibilidad de dar coherencia
a la propia historia? Es y no es, a la vez, todo eso. Es menos que todo eso porque no lo plantea
explícitamente y es más que todo eso porque lo desborda. Algunos de estos caminos
interpretativos parecen sugerirse al escuchar las poesías del padre del director leídas en voz
en off, al saber de la literalidad de las conversaciones con su madre, o al notar la multipli-
cación de los personajes que se le asignan a cada actor: la actriz que interpreta a la madre
del narrador en las escenas del pasado es también su mujer en las escenas del presente; el
niño que representa el narrador en su infancia, representa también a su hijo.
Sin embargo, otros datos nos conectan con un más allá de la lectura intelectual: Tarkovski
y su equipo reconstruyen ellos mismos la casa real de la infancia del narrador para filmar la
película. No sólo eso, siembran un campo de algodón que se divisaba por la ventana de la casa
y esperan que florezca. Tarkovski dice: “No sé que hubiera sido de la película si el campo de
algodón no hubiera florecido... Fue para mí tremendamente importante que floreciera.”9 Cuenta
el descubrimiento del guión de la película como un proceso de creación azaroso, plagado de
intentos fallidos, como un camino de constante reelaboración poética. Pocos elementos resca-
ta como centrales: esencialmente un recuerdo de la infancia que lo atormenta y unas tomas
documentales de la marcha del ejército soviético que encontró en un archivo.
7. Andrei Tarkovski, Esculpir en el tiempo. Reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del cine, Madrid,
Rialp, 1984.
8. Andrei Tarkovski, op. cit., pp. 128-129.
9. Andrei Tarkovski, op. cit., p. 160.
De imágenes y conceptos: el cine en la enseñanza de la filosofía 283
“Cuando comencé a trabajar en El espejo, me venía una y otra vez esta reflexión a la cabeza: una
película de verdad, en la que uno se entrega en serio a su tarea –por no hablar de misión– no es
un trabajo más, sino que es en cualquier caso un acto humano, que condiciona tu destino. En
esta película, por primera vez, me había decidido a hablar de forma inmediata y sin reserva alguna
de lo que para mí es lo más importante, lo más querido, lo más íntimo. Cuando los espectadores
hubieron visto El espejo, resultó dificilísimo dejar claro que detrás de la película no había otra
intención; una intención escondida, cifrada. [...] No estaban acostumbrados a la poesía fílmica,
en imágenes, lo que a su vez me decepcionó mucho.”10
3. Consideraciones finales
categoría: sobre todo habría que diferenciar los casos en que la filosofía ejerce una fun-
ción crítico-sancionadora (el caso que analizamos y lo que hacemos en general cuando
consideramos los presupuestos políticos, de género, racistas, etc. que encontramos en
una película) y los casos en que se ejerce por el contrario una función crítico-aprobatoria,
cuando se encuentra que la película presenta, aunque sin profundizarlos o ser totalmente
consciente de ello, problemas filosóficos. Esto puede ser el caso de Matrix o The Truman
Show. El análisis de estas obras quedará para otro momento.
Como segundo encuentro entre cine y filosofía propuse uno en el que el cine adopta
los modos de pensar y plantear problemas de la filosofía. Se trataba de un cine filosófico o
de una filosofía cinematográfica. Claramente, hay aquí mucho que discutir: deberíamos
seguir pensando qué es lo propio de la filosofía y el cine, si la filosofía cinematográfica
sigue siendo –aun así– filosofía o si el único modo posible de abordar problemas filosóficos
es la forma escrita. También desde el ámbito del cine se puede preguntar si la forma
“ensayo filosófico” en el cine es efectivamente cine o si es un uso de los medios cinema-
tográficos para hacer otra cosa. Quedará también para otra ocasión el análisis de estos
aspectos del problema, aunque espero que se haya traslucido alguna posición en el mismo
planteo del trabajo.
En tercer lugar encontramos en Persona de Bergman que además del aspecto inte-
lectual/filosófico se utilizan modos exclusivamente cinematográficos para plantear el pro-
blema. Una sola imagen, en el contexto emocional y temático adecuado, introducida y
enmarcada por una serie de experiencias y conceptos, pensada y construida bellamente,
sí puede decir al menos tanto como mil palabras.
Por último hablamos en torno a El espejo de Tarkovski. Allí, plantee que se hace
necesario callar, pero no cancelando nuestro pensamiento, sino callar para dejar que
ocurra la experiencia, para volver a envidiarle a la poesía la posibilidad de hablar donde
nosotros reconocemos nuestro límite, la capacidad de inspirarnos e inspirar a nuestros
alumnos, justo en el punto donde pensábamos que quizá ya todo estaba dicho.
Bibliografía
Aristarco, Guido: Los gritos y los susurros. Diez lecturas críticas de películas, Valladolid, Ed.
Universidad de Valladolid, 1996.
Bordwell, David: La narración en el cine de ficción, Barcelona, Paidós, 1996.
—: El cine clásico de Hollywood, Barcelona, Paidós, 1997.
Deleuze, Gilles: La imagen-movimiento. Estudios sobre cine 1, Barcelona, Paidós, 1983.
—: La imagen-tiempo. Estudios sobre cine 2, Barcelona, Paidós, 1985.
Tarkovski, Andrei: Esculpir en el tiempo. Reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del
cine, Madrid, Rialp, 1984.
De imágenes y conceptos: el cine en la enseñanza de la filosofía 285
Silvia Solas*
Ante la pregunta sobre qué temáticas abordar y cómo introducir cuestiones de orden
estético en el marco de la problemática filosófica general, aparecieron ciertos interrogantes
apropiados para la filosofía del arte que, considero, resultan susceptibles de ser enfocados
desde el propio plano de la problemática de la educación, más particularmente, de la
enseñanza filosófica. En ella, la polarización entre lo teórico y lo práctico parece alcanzar
un punto más alto que en otras experiencias educativas, lo que redobla la dificultad de
transmisión de contenidos o, aún, de interpretación y elaboración crítica. Así, el recurso
a la mostración o ejemplificación con casos concretos, pareciera, a la vez, más necesaria
y más dificultosa.
La propia historia de la filosofía da cuenta de cómo los pensadores de diferentes
épocas han recurrido a la imagen para comunicar sus concepciones filosóficas, como lo
muestra Elena Oliveras en el último capítulo de su libro La metáfora en el arte. Retórica y
filosofía de la imagen, titulado “La metáfora en el discurso filosófico”. En él, la autora
remite al río de Heráclito, a la caverna de Platón, al lobo de Hobbes, al puercoespín de
Schopenhauer, al caminante de Nietzsche, al collar de perlas de Bergson, al ángel de
Benjamin, a la luz negra de Derrida, el rizoma de Deleuze y Guattari, al juego, el símbolo
y la fiesta, de Gadamer. Demuestra con ello cómo los filósofos de todos los tiempos han
pensado con imágenes o metáforas, ya que éstas son “no sólo un medio de expresión, sino
también un modo de intelección”.1
Estimo, entonces, que cuestiones tales como la representación de la realidad, la
experiencia, la recepción, la distinción entre lo sensible y lo pensable, lo real y lo ilusorio,
la imagen y el lenguaje, presentes en distintas épocas y posiciones filosóficas, permiten
transitar tanto por el camino de las preguntas sobre el arte como por el de las que se
enfocan hacia la enseñanza. Este escrito nace a partir de esa observación.
En la primera parte presentaré los cuestionamientos referidos al arte, o mejor, a las
obras de arte, que pretendo más pertinentes. En un segundo momento intentaré mostrar
cuáles son los cruces entre esas preguntas y las que pueden surgir con referencia al
proceso educativo de la enseñanza filosófica.
1. E. Oliveras, La metáfora en el arte. Retórica y filosofía de la imagen, Buenos Aires, Emecé, 2007, p. 201.
Filosofía del arte y enseñanza de la filosofía. Problemáticas comunes 287
2. Cf. W. Benjamin, “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” en Discursos Interrumpidos
I, Madrid, Taurus, 1973.
3. Cf. M. Horkheimer y T. Adorno, “La industria cultural” en Dialéctica del iluminismo, Buenos Aires,
Sudamericana, 1987.
288 Silvia Solas
8. Cf. A. Danto, Después del fin del arte, Barcelona, Paidós, 1999, así como La transfiguración del lugar común,
Barcelona, Paidós, 2002.
290 Silvia Solas
Por último, cabe dudar que sea posible establecer sin dificultad la diferencia entre
una experiencia educativa de una que no sea; es decir, que haya límites claros para lo
que llamamos enseñanza/aprendizaje. En apoyo de tal afirmación podemos remitirnos a
las cuantiosas ocasiones en que reconocemos que hubo aprendizaje aun cuando no se
esperaba o ni siquiera se pretendía.
Para realizar un seguimiento ordenado de nuestra propuesta, retomemos el primer
núcleo de preguntas propuestas para el arte que, para simplificar, rotularemos como “la
relación entre la teoría y la práctica”.
Señalemos, a modo de posible objeción ante el paralelo sugerido, que a diferen-
cia de la manifestación artística, la “obra” producto de la enseñanza, carece de los
aspectos tangibles de la obra de arte. Nos referimos con el término “obra”, en un
sentido metafórico, a los resultados de aprendizaje obtenidos. No obstante, y como
refuerzo de la justificación del paralelo, quisiera apuntar que es posible pensar que la
brecha entre ese aspecto de uno y otro proceso que confrontamos, se ve moderada
cuando se consideran ciertas manifestaciones del arte de nuestros días, como las
construcciones virtuales, las instalaciones, las presentaciones efímeras y el ya no tan
reciente arte conceptual, en las cuales la tangibilidad o materialidad sensible se
presenta sustantivamente reducida.
Hecha esta aclaración, continuemos con la confrontación esbozada:
Si la intención del artista en la conformación de la obra de arte es una cuestión de
suyo estética, es decir filosófica, estimamos que la de quien enseña, lo es (quiero decir, es
una cuestión filosófica), en el plano de la enseñanza.
Por otra parte, si es cuestionable considerar los productos derivados de procesos tec-
nológicos como artísticos, también cabe la pregunta por la incidencia de los mismos en el
proceso educativo: ¿son complementarias o nocivas las experiencias mediáticas o electró-
nicas para la consecución de objetivos ligados con el aprendizaje? Pongamos por caso, el
uso de Internet para la información y la investigación en la escuela. Seguramente nos
encontraremos con los “apocalípticos” e “integrados” que Eco describía con relación a los
medios masivos de comunicación y su incidencia en la valoración y producción del arte.
Respecto del segundo principio, la dificultad de considerar bajo una misma de-
nominación las prácticas del pasado y del presente, ¿no se comprueba en la actuali-
dad la propensión a que el estudiante se integre al proceso educativo con un rol más
activo y a desechar la mera contemplación, tal como ocurre con la experiencia del
receptor de arte? El receptor de la enseñanza, el alumno, ¿es el verdadero gestor de
su aprendizaje? Así como se ha cuestionado en las últimas décadas del siglo pasado el
papel del autor literario o artístico, ¿no ocurre algo paralelo en el plano de la educa-
ción con el que educa? ¿Sería lícito revertir al plano de la enseñanza la pregunta de
Roland Barthes o de Michel Foucault sobre la “muerte del autor”9 pero con referen-
cia al maestro o al profesor?
Filosofía del arte y enseñanza de la filosofía. Problemáticas comunes 291
De igual modo, estimo una posibilidad, quizás algo provocativa, pensar la relación
que se da en la enseñanza filosófica en los términos en que Gadamer describe el arte:
como juego, símbolo y fiesta. Es decir, como espacios o momentos en los que, por un lado,
se establecen reglas, hay movimiento, repetición, participación, todas características del
juego; por otro, se manejan representaciones, imágenes, mensajes, o sea, se articulan y
constituyen símbolos; por último, como en toda fiesta, la enseñanza-aprendizaje, también
implica intercambio, comunicación, cierta ritualidad o celebración.
Finalmente, como tercer estadio de la comparación veremos que todas estas cuestio-
nes se sintetizan en las preguntas paralelas por la definición. Qué es el arte, qué es la
enseñanza, indagaciones elementales que a su vez pueden desplegarse en múltiples
interrogantes.
Como la esfera del arte, también la de la enseñanza invita a preguntarnos por su
especificidad. Ámbitos alternativos inciden de manera directa, o no tanto, sobre el pro-
ceso de educación y muy particularmente las experiencias sustentadas en las nuevas
tecnologías; hoy todo parece tender a la interactividad; la Web se presenta no sólo como
una inagotable fuente de datos, sino también como una oferta a la participación y adqui-
sición de habilidades: ¿son éstas experiencias de aprendizaje?
Por otro lado, si el valor del arte, sobre todo el de nuestro tiempo, se relaciona ínti-
mamente con el valor que le otorga el mercado, ¿qué puede decirse al respecto sobre la
enseñanza?; ¿es un signo de haber aprendido más o mejor, el ser más solicitado en virtud
de ese aprendizaje para su aplicación?, ¿se aprende más o mejor con quien tiene adquiri-
da una fama de excelente educador? Así como nos preguntamos si el valor de un cuadro
de Picasso responde al talento del pintor o más bien a la firma que lo acompaña, ¿debe-
mos preguntarnos si lo que aprendemos vale porque lo hemos hecho con una personali-
dad reconocida de la educación?
Danto, como hemos visto, señala el fin de la historia del arte y estima, con un opti-
mismo a mi juicio un tanto infundado, que, en lo que al arte se refiere, la nuestra es una
época de plena convivencia, es decir, democrática, de perspectivas artísticas distintas y
alternativas. Las reflexiones de José Fernández respecto de la autonomía de la obra artís-
tica que aparenta ser hoy incuestionable, me parecen muy significativas y creo que dejan
huellas para revertir sobre el problema de la enseñanza:
“Hoy resulta simplemente imposible cualquier intento por retrotraer al arte a alguna servidumbre
religiosa o política. Pero no resulta plausible, como parece entender Danto, que en la fase que él
denomina poshistórica, una primera respuesta a la pregunta eminente de la crítica –¿qué es el
9. Cf. R. Barthes, “La muerte del autor”, en el Susurro del lenguaje, Buenos Aires, Paidós, 1987. Asimismo, M.
Foucault, “¿Qué es un autor?”, en Dits et écrits 1954-1988, París, Gallimard, 1994.
292 Silvia Solas
arte?– pueda comenzar diciendo: algo totalmente libre, algo emancipado del poder y del dinero.
Es por eso que su liberalismo estético, que festeja el fin de la historia y la emergencia de un arte
en el que todo vale, no trae necesariamente buenas noticias para la creación.”10
3. Conclusiones
De ningún modo me propongo responder las preguntas que aquí he formulado. Qui-
se presentarlas a modo de exposición de problemas. Sabemos, o al menos lo hemos escu-
chado y repetido muchas veces, que el preguntar es el tono filosófico más adecuado, ya
que difícilmente podamos cerrar esos cuestionamientos con respuestas concisas o acaba-
das. Pero, como cada pregunta es susceptible de abrirse a otras, este encadenamiento de
cuestiones tal vez nos permita acercarnos al nudo de los problemas o reformular estos
problemas de manera de hacerlos más manejables o al menos más manifiestos.
Como sostiene Merleau-Ponty en referencia a la imposibilidad de dar un cierre defi-
nitivo a la crítica política –que debe siempre re-criticarse para no perder su carácter
revolucionario, es decir, transformador–, lo que nos impide postular un final feliz y defini-
tivo –esa necesaria revisión constante– también nos libra de una clausura indeseable,
pero ineludible. La misma característica es extensible a toda interrogación filosófica, ya
que la filosofía es por definición, para Merleau, reflexión crítica.
Creo, entonces, que cuanto más preguntas podamos establecer, cuanto más
diversificado sea nuestro recorrido, más perspectivas podremos trazar. ¿Nos aleja este
deambular de una solución concluyente? Tal vez. Pero, al mismo tiempo, nos protege del
error insuperable.
Posiblemente, desde esta perspectiva filosófica, tanto en el campo de la estética
como en el de la enseñanza, no podamos aspirar más que a eso. Como sostiene Elena
Oliveras, al concluir su estudio sobre la estética: “Lo más importante es sentir que aún no
se ha dicho la última palabra, que cada uno de nosotros puede avanzar, aun con peque-
ños pasos, para encontrar su ‘verdad’. Que el arte –yo quisiera añadir aquí, la enseñanza
de la filosofía– sigue siendo una cuestión.”11
10. J. Fernández Vega, Lo contrario de la infelicidad. Promesas estéticas y mutaciones políticas en el arte actual,
Buenos Aires, Prometeo, 2007, p. 31.
11. E. Oliveras, Estética. La cuestión del arte, Buenos Aires, Ariel, 2005, p. 380.
Filosofía del arte y enseñanza de la filosofía. Problemáticas comunes 293
o la imposibilidad de una transmisión del saber, y al perfil o el papel que, según ello, le
pueda caber al protagonista de esta actividad que es la enseñanza.
Casi la totalidad de la producción escrita de Agustín de Hipona que nos ha llegado es
posterior a su conversión al cristianismo. Agustín tuvo, tal como él mismo lo relata en sus
Confesiones, una conversión religiosa como resultado de una profunda crisis moral personal,
pero precedida, al mismo tiempo, por un largo camino de búsqueda de la verdad y del
reposo del alma, una exploración interior que fue tanto un itinerario intelectual como una
trayectoria vital. Agustín tiene una vastísima obra, la que corresponde a un escritor apasio-
nado, que está íntima y personalmente presente en sus obras. Sus primeros escritos son
comúnmente denominados “diálogos filosóficos”, ciertamente, por su forma dialógica, y por
el hecho de que en ellos Agustín entabla diversas polémicas con las corrientes de la filosofía
griega que le son contemporáneas –estoicismo, escepticismo, platonismo, etcétera–. Entre
ellas, se destaca un diálogo que precisamente lleva el título de Acerca del maestro (De
magistro). En verdad, se trata de una obra en la que Agustín expone su doctrina de la
significación. En el marco de esta exposición, Agustín sostiene una tesis extrema: no existe
ningún maestro externo, es decir, es imposible que alguien pueda transferir un conocimiento
a otro, como para que pueda atribuírsele el haber enseñado algo.
El fin del lenguaje es, para Agustín, enseñar o suscitar los recuerdos. El lenguaje se
compone de palabras, que son ciertos signos. Pero todo signo es signo de algo. En cual-
quier caso, el conocimiento de la cosa será siempre preferible al signo mismo. Ahora bien,
ocurre que es imposible aprender mediante signos: ellos no nos permiten rememorar nada,
si desconocemos las cosas a las cuales se refieren. De modo que nada podemos aprender
de las palabras. No es en la significación de las palabras que tomamos conocimiento de
las cosas, sino más bien aprendemos la significación de las palabras por las cosas que
aquéllas significan. El dilema que Agustín plantea es sencillo, pero contundente. Si oigo
una palabra que es proferida, o bien conozco a qué refiere, o bien lo ignoro. Si lo conozco,
en rigor, no aprendo nada de ella; si lo desconozco, no puede rememorarme nada, sino a
lo sumo, inducirme a la búsqueda.1
Como buen neoplatónico que es, Agustín distingue entre lo sensible, percibido con
el cuerpo, y lo inteligible, percibido con el alma. Más allá del conocimiento de las cosas
corporales a través de los sentidos, aún más allá de la conservación de ellas en las imáge-
nes confiadas a la memoria, está el conocimiento de verdades eternas e inmutables,
conforme a las cuales la mente juzga con certitud. Aquellas rationes o esencias de las
cosas, que Platón llamó “Ideas” están, para Agustín, contenidas en la mente divina.2 Si
el hombre puede llegar a conocerlas es en cuanto se le presentan bajo una cierta luz
interior a la mente, pero, en última instancia, proveniente de Dios. Tal la célebre doctri-
na agustiniana de la iluminación.
¿Qué es, entonces, aquello que el maestro dice enseñar? Si se trata de una cosa corpo-
ral visible, la palabra en nada puede sustituir a la experiencia directa de la cosa; si se trata
no ya de una cosa existente, sino de la imagen o el recuerdo de ella en el alma, a lo sumo la
palabra puede remitir a ella, si quien la oye ha tenido una experiencia similar. Si se trata, en
fin, de aquello que sólo es percibido interiormente por la mente, más que nunca se revelará
la impotencia de la palabra del maestro para enseñar algo. Pues la verdad que presume
enseñar no la obtiene el discípulo del maestro, sino que la recoge interiormente. Puede
que, presentada una verdad a través de ciertas palabras, el discípulo no pueda aún discer-
nirla. En tal caso será posible conducir la cuestión, de tal forma que vaya viendo progresiva-
mente, y por partes, aquello que no ha podido en primera instancia ver en su totalidad. Pero
el reconocimiento de la verdad, y la certeza consecuente sólo se dan al interior. Allí dentro,
el maestro externo nada puede obrar. No queda, pues, sino un único y verdadero maestro
interior, Cristo, que alumbra en lo más íntimo del alma.
Con Tomás de Aquino nos trasladamos a un contexto histórico ciertamente muy
diferente. Tomás pertenece a aquel ambiente intelectual de estructura corporativa y con
todas las características de una fuerte institucionalización del saber y la enseñanza que
es la Universidad medieval, de la cual, sin duda alguna, nuestra moderna Universidad es
heredera. Tomás es un hombre formado en el mundo universitario, y que ha desenvuelto
todas sus actividades en él, un hombre que ha desempeñado la mayor parte de su vida el
oficio de magister. En conformidad con ese perfil, ha desarrollado una abundante produc-
ción escrita, que no se limita a sus célebres Sumas de teología, sino que se extiende a
comentarios a obras filosóficas y teológicas, “opúsculos” o pequeños tratados sobre temas
diversos, y un tipo peculiar de textos conocido como “cuestiones disputadas”. Se trata de
un género de escritos que es el producto típico de las prácticas escolares forjadas en el
ambiente de la Universidad. En ciertas sesiones celebradas ordinariamente, un maestro
expone acerca de un determinado asunto; con posterioridad el auditorio, integrado tanto
por alumnos como por colegas, le formulan preguntas o presentan objeciones. Allí se
verifica en su mayor grado de expresión una metodología propia de la escolástica: la
contraposición de argumentos en pro y en contra respecto de la solución de la cuestión.
Pues bien, Tomás de Aquino escribe una cuestión disputada sobre un tema no me-
nor: la verdad (Quaestio disputata de veritate). Como no podía ser de otra manera, el
desarrollo de la cuestión exige en determinado momento considerar la posibilidad de la
transmisión del conocimiento de la verdad. De allí que Tomás se ocupe de si el hombre
puede enseñar o ser llamado maestro, o solamente Dios.3 Tomás tiene ante sí el polémico
antecedente del De magistro. Para colmo, no se trata de una autoridad menor, sino ni más
ni menos que de Agustín. Fiel al estilo de muchos filósofos medievales, Tomás hará una
cuidadosa manipulación de las fuentes, como para introducir su doctrina propia sin con-
tradecir las autoridades.
La concepción de la ciencia que Tomás de Aquino tiene está basada en los Analíticos
segundos de Aristóteles. La ciencia es, esencialmente, demostración. Demostrar es dedu-
cir la verdad de ciertas proposiciones a partir de otras proposiciones no demostradas.
Debe haber, pues, principios primeros de la ciencia, esto es, proposiciones por sí eviden-
tes, que no se demuestran, ya sean principios comunes, o principios propios o específicos
de cada una de las ciencias particulares. Tomás de Aquino considera que los principios
primeros y más comunes del conocimiento están “naturalmente” en nuestro entendi-
miento: todos disponemos de ellos, y adherimos con necesidad a su verdad. En tal senti-
do, ellos son como “la semilla” de todo nuestro conocimiento posterior. Pero que posea-
mos los principios de la ciencia no significa, obviamente, que poseamos efectivamente
la totalidad de la ciencia: es preciso hacer el esfuerzo o el trabajo de hallar todos y cada
uno de los conocimientos que se derivan de aquellos principios. Quien hace esta tarea
por sí solo y por primera vez, es quien “halla” el conocimiento, su inventor, en una
palabra, el que investiga. Es perfectamente posible que alguien pueda coadyuvar a que
otro pueda recorrer este mismo camino, facilitándole la tarea de derivar, a partir de
principios que le son conocidos, ciertas conclusiones que aún no conoce. Y en esto
consiste precisamente enseñar.
Tomás lo ilustra con la siguiente analogía. En la naturaleza, una enfermedad puede,
a veces, curarse por la acción de las solas potencias naturales del organismo, que resta-
blece por sí solo el equilibrio perdido. Pero el arte humano puede también colaborar con
este proceso, tal como lo hace el médico, proporcionando los cuidados necesarios, pres-
cribiendo medicinas, etc. Del mismo modo, el maestro no infunde en el discípulo el
conocimiento de los principios comunes del entendimiento, ni mucho menos le confiere
la capacidad de la razón para proceder de los principios hacia las consecuencias, sino que
se limita a asistir al discípulo en una tarea que él está en condiciones de realizar. Y lo
hace aportando ejemplos, comparaciones o nociones menos universales que estén más al
alcance del alumno, o bien presentado un adecuado orden en la derivación de las conse-
cuencias que quizá el alumno no podría hallar por sí solo.4
Tomás puede así hacer concordar su planteo de orientación aristotélica con los ele-
mentos de la iluminación agustiniana. En cuanto aquella “luz de la razón”, por la cual los
principios nos son manifiestos, procede de Dios, en tal medida puede decirse que es Dios
el que “enseña” y opera interiormente. Con lenguaje engañosamente agustiniano quiere
decir Tomás simplemente que la facultad intelectual que es condición del desarrollo del
conocimiento remite, en última instancia, a Dios como a su causa. Y así como, por más
que actúe el médico como agente externo, en verdad, opera la naturaleza, de la misma
manera, por más que actúe el maestro, el protagonista del aprendizaje, tanto como de la
investigación, es la razón humana que le pertenece a cada individuo.
Más allá de las diferencias de doctrina, de inspiración y de orientación filosófica en
nuestros dos autores hay coincidencias sobre puntos fundamentales. Para ambos, hay una
verdad objetiva, que es el parámetro del conocimiento humano; esa verdad es objeto de
una búsqueda; el conocimiento de la verdad, en parte se tiene, y en parte se adquiere; y
el protagonista principal del proceso de aprendizaje es el individuo mismo en la búsqueda
de la verdad.
Hasta aquí hemos presentado dos diversas concepciones del maestro y la enseñanza.
Pero nada hemos dicho específicamente sobre la enseñanza de la filosofía. Podríamos,
quizá, aplicar las respectivas conclusiones de ambos autores al caso particular de aquel
saber o aquella praxis que recibe dicho nombre. Para ello, deberíamos remitirnos a las
respectivas concepciones que cada uno tiene de la filosofía. Para Agustín, la filosofía es
amor o aspiración a la sabiduría. Pero la sabiduría es búsqueda de la verdad. En la medida
en que Agustín no admite la separación entre lo contemplativo, lo práctico y lo existencial,
esa búsqueda de la verdad se identifica, también con la búsqueda de la felicidad, y, en
última instancia, con la búsqueda de Dios. No puede sorprender, por tanto, que Agustín
considere que la verdadera filosofía es la verdadera religión. Por su parte, Tomás de Aquino
no concibe del mismo modo que Agustín las relaciones entre razón y fe. En lugar del
“creo para entender” agustiniano, Tomás distingue cuidadosamente entre ciertas verda-
des que son accesibles a la razón natural, esto es, la razón librada a sus propias fuerzas, y
las verdades que sólo pueden conocerse por fe mediante el auxilio de la Revelación. Hay
muchas verdades que la razón humana ha podido alcanzar por sí misma, y que son com-
patibles con la enseñanza de la fe, como lo es el caso, para Tomás de Aquino, de la
existencia de Dios. Hay, pues, una “filosofía primera”, tal como la concibió el filósofo, un
discurso de la razón natural acerca del ente en tanto ente, y del ente primero del que
todo depende. Pero no es ésta la ciencia más alta. Hay todavía una superior, la sacra
doctrina o teología, que toma sus principios de una fuente superior e infalible –la ciencia
de Dios y la Revelación– y que se ocupa del fin más alto al cual se subordinan todos, la
beatitud eterna. Y esta ciencia es sabiduría, porque se ocupa de la causa suprema de todo
lo que hay.
Parecería, entonces, que es poco o nada lo que podemos aprender para nuestro pre-
sente, de un mundo tan distante como aquel del cual acabamos de hablar; sobre todo en
relación con nuestro ambiente universitario fuertemente laicizado y, en general, en un
mundo filosófico desgarrado por la fragmentación, la diversidad, como casi claudicante
en la búsqueda de la verdad. Sin embargo, es posible extraer alguna enseñanza, si nos
300 Julio Castello Dubra
remitimos a los respectivos contextos históricos de nuestros dos autores, tal como se ha
insinuado. Agustín vive la filosofía en un mundo cultural que es todavía la continuación
de las corrientes de la filosofía antigua tardía. En tal sentido, su búsqueda de la sabidu-
ría, la verdad, la felicidad, no distan mucho de la clave general en que se mueven las
escuelas de la filosofía helenística y el neoplatonismo, si no toda la filosofía antigua. En
ese horizonte histórico, la filosofía no es meramente una actividad intelectual abstracta,
promovida por una vana curiosidad –en el sentido degradado de la palabra–, sino que
exige un compromiso vital. Adherir a una determinada filosofía es adherir a un determi-
nado modo de vida. Participar de la filosofía implica estar en condiciones de fundamen-
tar una cierta concepción del universo y del hombre e, igualmente, llevar a la práctica su
ejercicio, defenderla, en la teoría y en los hechos. Tomás de Aquino no es una figura a la
que uno pueda imputar una falta de compromiso personal con la verdad. Pero no es
menos cierto que representa la figura de aquel que ha hecho del conocimiento y la
enseñanza, en una palabra, del estudio, su trabajo, su “modo de vida” en el sentido más
llano en que la expresión significa una ocupación. El universitario medieval es precisa-
mente aquel personaje que tiene conciencia de su oficio, y, en tal medida, de pertenecer
a una corporación, pues la universidad medieval es la corporación o el gremio que agrupa
a los trabajadores del conocimiento y la enseñanza, es decir, a maestros y estudiantes.
El desenvolvimiento de la filosofía en la actualidad se debate en medio de la tensión
entre la exigencia del compromiso vital, y la inevitabilidad del desempeño profesional.
Hace ya rato que se echa de menos en la filosofía aquel compromiso personal por el cual
los antiguos podían seguir apasionadamente a un maestro a donde éste fuera, convivir en
un círculo íntimo, y compartir una norma de vida y una práctica cotidiana. Ser “profesor”
de filosofía no significa hoy en día profesar nada. Más bien es posible profesar exactamen-
te lo contrario de lo que se enseña. Se puede ser profesor de ética, y ser un canalla; se
puede ser profesora de metafísica y autoconfesarse escéptica; se puede ser profesor de
pensamiento argentino y latinoamericano y sostener que no existe el pensamiento argen-
tino y latinoamericano; se puede dictar cátedra sobre Nietzsche desde el lugar de la
erudición y de la palabra académica autorizada; se puede enseñar Foucault reproducien-
do mecanismos de control al amparo del aparato del Estado. El espectáculo que ofrece el
desenvolvimiento institucional de la filosofía parece a veces el reino de la contradicción
pragmática.
Éstas y otras falencias suelen plantear serias dudas acerca de la validez de la omni-
presente profesionalización de la filosofía, tal como se evidencia en los ambientes acadé-
micos e institucionales. El extremo de la crítica puede conducir, a veces, a la tentación
de abandonar esos ámbitos en beneficio de otros, crear espacios paralelos –como si la
creación de una contrainstitución pudiera superar los problemas de la institucionalidad–, o
sencillamente proponer la disolución de las estructuras institucionales. No es ése el sen-
tido de nuestra propuesta, mucho menos en una ocasión como ésta, de reflexión interna al
El maestro y el filósofo. Dos diversas consideraciones sobre el maestro... 301
La filosofía nace con Sócrates. Mejor, nace una filosofía, relacionada a cierta circu-
lación del pensamiento y la palabra. Y nacen también algunos desafíos. Porque el naci-
miento de la filosofía gestado por Sócrates excede su tiempo y nos dice relacionado a
nuestro presente; si el lector es un profesor de filosofía, diríamos también que con Sócrates
la filosofía nace envuelta en una serie de paradojas que ayudan a pensar sus condiciones
y límites. En este texto nos proponemos pensar algunos de esos desafíos, sin la pretensión
de dar cuenta de una figura histórica sino a la busca de un interlocutor primero, un inicio
para pensar nuestro presente.
Si la filosofía nace con Sócrates, su transmisión, nace con el relato que termina en su
condena a muerte en la Apología de Sócrates.1 Allí, Sócrates afirma para sí un lugar de
exterioridad frente a los modos de poder y saber propios de los tribunales. No sólo Sócrates
es atópico, la filosofía y su enseñanza también: no tienen lugar en la polis. Su condena a
muerte es una consecuencia del lugar que Sócrates atribuye a sí y a la filosofía. Veámoslo
con algún detalle.
Su no lugar en la polis comienza desde el terreno que Sócrates prepara para defen-
derse. En el inicio de su defensa, después que Meleto ha presentado la acusación, no sólo
no quiere que lo asimilen a los que son hábiles en retórica ante el tribunal, sino que no
hablará como ellos, su lengua será otra. Así, como acude por primera vez a los tribunales
a los setenta años, pide permiso para hablar la lengua con la que fue educado, una lengua
infantil. De este modo, Sócrates hablará en su defensa como un niño, improvisando,
tanteando como un extranjero fuera de su tierra. La verdad en los tribunales, dice Sócrates,
vendrá de un extranjero infantil, una figura doblemente exterior a la polis.
Esto enseña Sócrates al definir el lugar de su palabra: que el profesor de filosofía no
habla la lengua oficial de la polis. ¿En dónde se legitima esa verdad también infantil y
extranjera? En el oráculo de Delfos, institución sagrada de los griegos. Si se trata de una
anécdota verídica o de una invención de Platón poco afecta el dispositivo que ella permite
nacer. El caso es que la narración dice que un amigo de Sócrates, Querefonte, fue a pre-
guntarle al oráculo si había alguien más sabio que Sócrates en Atenas. El oráculo contesta
que no. Sócrates se muestra perplejo: sostiene que si por un lado el oráculo no puede
mentir, por otro no está claro lo que quiere decir, ya que no se considera portador de
cualquier saber digno de tal juicio. Es interesante que Sócrates se muestra sorprendido de
la respuesta del oráculo pero no de la pregunta de su amigo. Es verdad que no hacerlo
contribuye ya a pintarlo un poco por encima de todos los otros, pero también es cierto que
le quita verosimilitud a su sorpresa ante la respuesta de la pitonisa. En todo caso, Sócrates
decide emprender una búsqueda que dé algún sentido a lo dicho por el oráculo.
En ese gesto comienza la tarea no sólo de un filósofo, sino de un profesor de filosofía.
Lo que Sócrates emprende es una búsqueda de sentido y el modo de realizarla es la
interrogación de sí y de los otros. Más allá del carácter ficcional de la anécdota, ella
muestra algo interesante: Sócrates no es un profesor de filosofía que va a enseñar a los
otros algo que no saben; en verdad es la propia búsqueda que da forma a una práctica
que hace de Sócrates –y cuando sus encuentros son más interesantes, también de los
otros– algo que no era al inicio.
Veamos con algún detalle cómo es la búsqueda de Sócrates en la forma que él la
presenta, por los ecos que puede tener para pensar la filosofía y su enseñanza. Sócrates se
encuentra con distintos interlocutores. Primero, los políticos (ibid., 21b-e), luego los poe-
tas (ibid., 21e-22c) y finalmente los trabajadores manuales (ibid., 22c-e).
El lugar sobre el que Sócrates sostiene su condición de hombre más sabio no carece
de riesgos: es cierto que quienes lo situaron en contexto religioso son los acusadores pero
el hecho es que Sócrates acepta ese terreno y lo refuerza buscando que juegue a su favor.
En todo caso, Sócrates deja ver una cierta actitud irreverente no sólo por el contenido de
la sentencia oracular, sino por la actitud con la que emprende la búsqueda: en efecto,
comienza por un hombre de los que tienen más fama de sabio, para “en cierto modo,
confutar al oráculo”( ibid., 21c).
De modo que Sócrates, aun frente al oráculo, marca una las dimensiones principales
de su práctica: confutar los dichos que no pueden ser aceptados tal como son enuncia-
dos. En cierto modo, Sócrates repara el apoyo del que se sirve con el oráculo: también a
Sócrates, la filosofía y su enseñanza. Actualidad de una invención 305
él descargará sus palabras. Con los hombres será igual. El primer interlocutor es un polí-
tico que parece sabio para los otros y sobre todo para sí mismo, pero no lo es, según
concluye Sócrates después de dialogar con él. Y afirma que, al intentar demostrarle que
no lo es, se gana su odio y el de los presentes. Por eso, dice Sócrates:
“Es probable que ninguno de nosotros sepa algo de valor, pero éste cree saber y no sabe, en cambio
yo, en tanto, efectivamente, no sé, tampoco creo [saber]. Parece, pues, que soy más sabio que éste
en esta misma pequeñez: que lo que no sé tampoco creo saber.”(ibid., 21d)
Lo que diferencia a Sócrates del político examinado es una negatividad: no creer saber.
A continuación sigue interrogando a más políticos y el resultado es siempre el mismo.
Cuanto más reputados, menos dotados, en cuanto que los menos favorecidos están más
cerca de ser sensatos. Después llega el turno de los poetas quienes no pueden dar cuenta
de sus propias obras. Sus obras no se deben a su saber sino a dotes naturales e inspiración.
Dicen muchas cosas bonitas pero sin saber por qué las dicen. Como poetas creen ser los
más sabios de todos, pero no lo son, por lo que Sócrates cree ser más sabio que ellos.
Finalmente, es el turno de los trabajadores manuales. A medida que Sócrates va descen-
diendo en la escala social, los saberes que encuentra se muestran más sólidos. A diferen-
cia de los anteriores, los trabajadores manuales saben algo que Sócrates realmente no
sabe. Pero su problema es que quieren aplicar ese saber a las cosas más importantes y allí
lo estropean, no reconociendo los límites. Así, Sócrates también considera preferible su
relación con el saber que la relación con el saber y la ignorancia que mantienen los
trabajadores manuales.
De este modo, la investigación emprendida por Sócrates confirma al oráculo: él es
efectivamente el ateniense más sabio porque es el único que sabe de su propia ignoran-
cia. Sócrates interpreta el oráculo así: al decir que él es el más sabio, lo señala como un
ejemplo, modelo o paradigma de que, entre los seres humanos, el más sabio es aquel
que, como Sócrates, reconoce que nadie es valioso, verdaderamente, en relación con
el saber. (ibid., 23b)
Puede ser interesante pensar en esos tres rivales que Sócrates y Platón han elegido
para confrontar a la filosofía, la política, la poesía y la técnica, más allá de las razones
episódicas que los justificarían por tratarse de tres grupos sociales enfrentados con Sócrates.
Podemos pensar específicamente en la enseñanza de la filosofía. Son tres rivales del
profesor de filosofía. Están en la escuela y también fuera de ella. Pero, y tal vez este
aspecto sea aún más interesante, también son tres posibilidades de dentro, del camino
que el propio profesor de filosofía puede estar tentado a seguir. La política es la posibili-
dad de ver en la enseñanza de la filosofía una proyección social concreta y acabada, una
productividad comprometida con la transformación del estado de cosas; es la extensión
de un sentido, utilidad o producto tangible en sociedades plagadas de injusticias como
306 Walter Omar Kohan
Un modo de vida
En la Apología están las primeras apariciones de esta palabra con un sentido técnico en
la lengua griega, ausente en los testimonios conservados anteriores al siglo IV a. C.2 En ese
texto, hay cuatro apariciones de formas verbales ligadas a filosofar. Vamos a analizarlas.
La primera es la ya mencionada, el participio plural que indica “los que filosofan”.
En Apología 28e, vuelve a aparecer una forma del participio, en este caso singular, y
también relacionada al mandato divino. Sócrates está analizando si no resultaría vergon-
zoso dedicarse a algo que lo llevaría a la muerte. Responde que, en las acciones huma-
nas, lo que interesa es si son o no justas y no los riesgos que implican. Cita ejemplos
homéricos que respaldan esta afirmación y sostiene que un hombre debe mantenerse en
el puesto que considera mejor o en el que ha sido mandado por un superior sin medir sus
riesgos. Si así lo hizo Sócrates al ponerse bajo las órdenes de los jefes militares elegidos por
quienes son sus jueces en las batallas de Potidea, Anfípolis y Delio, concluye que sería
muy injusto que abandonara su puesto (ibid., 29a) por temor a la muerte ahora ante el
mandato del dios de que “es necesario vivir filosofando, esto es, examinándome a mí
mismo y a los otros” (ibid., 28e).
2. Según apunta Gionnantoni (“Les perspectives de la recherche sur Socrate”. In: G. Romeyer Dherbery; J.-B.
Gourinat [eds.], Socrate et les socratiques, 2000, pp. 14-15), la tradición que atribuye la invención de este término
a Pitágoras no es confiable y el término aparece con un significado diferente en un fragmento de Heráclito (DK 22
B 50), en Herodoto, quien llama a Pitágoras de sophistés pero a Solón de philósophos (Historias I, 30) y en un célebre
epitafio en honor a los muertos en la guerra del Peloponeso, que Tucídides (II, 40, 1) atribuye a Pericles. Pero no
conservamos de la cultura griega ningún registro de un sentido semejante a lo que hoy llamamos de filosofía anterior
a éste de la Apología.
Sócrates, la filosofía y su enseñanza. Actualidad de una invención 309
Entonces, el filosofar aparece como un mandato que dicta una manera de vivir. Es
llamativo que el origen del filosofar no esté en el propio Sócrates. Sócrates lo dice explí-
citamente: tiene una relación involuntaria (ibid., 26a) con su arte. No ha decidido, de-
seado, ni querido filosofar. Se trata de un mandato, un estilo de vida que no acepta
condiciones, que vale en sí mismo como un principio incondicional a partir del cual se
abren ciertos sentidos, pero que no puede ser negociado, regateado, restringido, siquiera
dominado. En ese modo de vida, filosofar consiste en examinar, someter a examen, a sí
mismo y a los otros. Primer llamado para un profesor de filosofía ejercer su práctica a la
Sócrates: examinándose a sí mismo y a los otros.
Las otras dos apariciones están en un mismo pasaje de la Apología, una del infinitivo,
en 29c, y otra del participio en 29d. Allí, Sócrates juega con sus acusadores. Dice que, si
le propusieran absolverlo, con la condición de que deje esa búsqueda y ese filosofar, no
aceptaría, sino que insistiría en exhortar a sus conciudadanos para que dejen de cuidar
las riquezas, la fama y el honor, como lo vienen haciendo, para que cuiden y se preocupen
por el pensamiento, la verdad y que el alma sea lo mejor posible. Entonces, el segundo
llamado de Sócrates a un profesor de filosofía es un llamado a invertir los valores domi-
nantes, a exhortar a dejar de cuidar lo que se cuida y a cuidar lo que está abandonado.
A continuación especifica cuatro acciones en que se desdobla ese filosofar frente a
cada ateniense:
Interrogar, examinar, confutar (la misma palabra que había utilizado en relación con el
oráculo), echar en cara valorar lo menos importante, desvalorizar lo más valioso, eso es lo
que hace una vida filosófica que Sócrates inventa en nombre de un mandato divino. Esa
vida no se conforma con mirar para sí y mira también a los otros; esa vida también busca
interferir en lo que los otros cuidan, atienden, se interesan. El tercer llamado de Sócrates
a un profesor de filosofía ofrece caminos para su práctica.
En ese contexto, Sócrates se compara a sí mismo con un tábano que busca despertar
a ese caballo, grande y de bella raza, que es su pólis, Atenas (ibid., 30e-31c). Al fin, en esa
ciudad, llena de figuras reputadas y excelsas, Sócrates se presenta a sí mismo como el
único despierto. La figura no es nueva. La contraposición entre uno que está despierto y
muchos que duermen ya era un leit motiv del pensamiento, al menos desde Heráclito. El
filósofo se percibe despierto a sí mismo y dormido a los otros.
Lo que tal vez caracteriza más específicamente a Sócrates es que otorga, a una cierta
relación con la ignorancia, la potencia de iluminar la vigilia. Y que, por alguna razón
misteriosa que Platón llamó de un mandato divino, decidió proyectar esa relación sobre
los otros. Esta pretensión hace de Sócrates un problema y un peligro, pero también un
310 Walter Omar Kohan
misterio y un inicio: su vida no puede ser vivida sin que los otros sean afectados por ella
de determinada manera, y su relación con la ignorancia no puede ser mantenida sin que
los otros pongan en cuestión su relación con el saber.
Esta es una cuestión que debe interesar profundamente a un profesor de filosofía, sin
importar su tiempo y su lugar: la filosofía, al menos a la Sócrates, no puede no ser educativa;
vivir una vida filosófica exige vérselas con el pensamiento de los otros e intervenir sobre él.
No hay como vivir la filosofía de Sócrates sin que otros la vivan de cierta forma, sin preten-
der educar su pensamiento. También vale la pena destacar lo que Sócrates no enseña: nada
que esté fuera de su vida y de su forma de vivirla; no hay una doctrina externa, ni propia ni
mucho menos de un tercero; no hay una instancia ajena al propio pensamiento que sería
“bajada” didácticamente. La propia vida es la filosofía y su didáctica.
Estamos ante una razón importante por la cual un profesor de filosofía no puede dejar
de mirar a Sócrates: porque afirma que hacer filosofía no está disociado de enseñarla y,
de forma envolvente pero no circular, enseñar filosofía exige también hacerla, practicar-
la, vivirla.
La cuestión es, entonces, que vivir la filosofía exige hacer partícipe de ellas a otros.
Y Sócrates es también acusado de corromper a los jóvenes. De modo que Sócrates debe
responder sobre el impacto de su vida en la vida de los jóvenes. Casi como un profesor de
filosofía de nuestro tiempo.
En la Apología lo hace negando haber ejercido el papel de maestro. Dice, literalmen-
te, “nunca fui maestro de nadie” (Apología 33a). Y justifica esta negación con tres argu-
mentos: a) no recibe dinero de quien desea escucharlo ni discrimina a sus eventuales
interlocutores por su edad o por sus riquezas; b) no prometió ni jamás enseñó a nadie
conocimiento alguno (ibid., 33b); c) si alguien dice que aprendió de él algo diferente en
privado de lo que afirma ante todos los otros no dice la verdad, ya que se comporta de la
misma manera –dice lo mismo– en particular y en público.
Las tres razones son importantes y a través de ellas Sócrates busca diferenciarse de
actores socialmente relevantes en su tiempo, justamente, en el terreno educacional don-
de tiene lugar la segunda parte de la acusación en su contra. Son tres razones que instauran
también un tipo de relación diferente de la imperante en su tiempo para el enseñar y el
aprender, entre quien ocupa la posición de enseñante y quien ocupa la posición de apren-
diz. Por eso vamos a darles alguna atención.
La primera razón deslegitima la profesionalización de la enseñanza; cuestiona a los
que viven –económicamente– de enseñar, los que ponen un precio a transmitir lo que
saben; la segunda apunta contra los que consideran que enseñar tiene que ver con transmitir
Sócrates, la filosofía y su enseñanza. Actualidad de una invención 311
3. Søren Kierkegaard, Sobre el concepto de ironía en constante referencia a Sócrates, trad. Cast. Darío González
y Begonya Saez Tajafuerce. Madrid: Trotta, 2000.
312 Walter Omar Kohan
La acusación debe ser tomada en serio por los profesores de filosofía de nuestro
tiempo. Por un lado, es cierto que la filosofía no ha dejado de ser colocada en el
banquillo de los acusados. Cambian las acusaciones, o mejor dicho, el sentido otor-
gado a la corrupción por la que la filosofía debería responder. Actualmente son for-
mas diversas: la filosofía llevaría a los jóvenes a distraerse de lo que realmente impor-
ta en una sociedad capitalista como la que vivimos; afirmaría valores que no ayudan
a insertarse con “competencia” en el mercado laboral; iría a contramano de la lógica
tecnológicamente voraz que dictaría los modos exitosos; en fin, la lista podría conti-
nuar; con todo, tal vez los riesgos mayores justamente no estén de parte de quienes
atacan a la filosofía sino de quiénes la defienden argumentando, al contrario de
Sócrates, que ella puede perfectamente preparar para ese mundo de la competencia
y el mercado; que en vez de profesor de filosofía habría que dedicarse a la gerencia o
formación de recursos humanos en las grandes empresas; o que la filosofía enseñada
en la escuela debería promover, antes que otra cosa, mentes lúcidas y hábiles para
darse bien en el mercado laboral. Sócrates sería un buen aliado para argumentar
contra una u otra posibilidad.
Por un lado, Sócrates, no está dispuesto a condicionar el valor y el sentido a ninguna
instancia externa, sólo atiende a una legalidad que viene del propio ejercicio del filosofar
y el mandato sobre el cual éste se afirma. Por otro, es justamente al enfrentar los valores
imperantes en su tiempo, contra el modo de vida que “todo el mundo” dice que hay que
seguir que su práctica adquiere su sentido principal.
Finalmente, vale la pena notar que la relación que Sócrates exhorta a los otros a
mantener con sí mismos es aquella en la que él mismo ya está instalado. En este senti-
do, en quien enseña ya estaría contenido en cierto modo lo que el otro debe aprender.
Con todo ya no se trata de un saber de contenidos sino de un saber de relación con el
propio saber. En un pasaje del Teeteto, Sócrates reafirma esa relación: “... que de mí
nada jamás han aprendido” (Teeteto 150d). Sócrates deja claro allí que: a) él no da a
luz el saber que sus alumnos aprenden, y b) él sí es la piedra de toque que determina si
lo que los jóvenes dan a luz es una imagen y una mentira o algo auténtico y verdadero.
De modo que la función del profesor de filosofía, antes que la de un transmisor sería la
de ser una piedra de toque, un catalizador, para el examen que una vida otorga a sí
misma. Esto es, al fin, lo que Sócrates y la filosofía saben cuando afirman que no saben
y que no dan a luz ningún saber: el no valor de lo que los otros saben, o en otras
palabras, de la relación que los otros tienen con el saber y con el modo en que viven. Es
eso lo que la filosofía “enseña”, o permite aprender, antes y ahora, el valor de una cierta
relación con el saber que da lugar a un modo de vida, marcada por el examen y el
cuidado de sí.
Sócrates, la filosofía y su enseñanza. Actualidad de una invención 313
Nosotros mismos
En todo caso, Sócrates y sus interlocutores coinciden: el trabajo del cuidado, del
pensamiento, de la filosofía, comienza siempre por uno mismo; no hay cómo provocar un
cierto efecto en el otro si antes no se ha hecho ese trabajo consigo mismo: ¿cómo enseñar
filosofía desde fuera de la filosofía? ¿Cómo enseñar a filosofar si no se filosofa? ¿Cómo
aprender filosofía con quien está fuera de la filosofía?
En un pasaje del Menón Sócrates lo dice con todas las letras, de manera muy diáfa-
na. Recordamos el contexto del diálogo, su pregunta primera: ¿es posible enseñar la areté?
En todo caso, antes hay que saber qué es la areté, y Menón, un experto que ha pronuncia-
do mil discursos sobre la areté ante plateas numerosísimas, delante de Sócrates no sabe
que decir. Menón se siente completamente encantado, drogado y embrujado por Sócrates,
“verdaderamente entorpecido, en el alma y en la boca” (Menón 80a-b). Está como quien
4. M. Foucault. “Clases del 15, 22 y 29 de febrero”, Paris: Collège de France, 1984, mimeo, p. 48.
Sócrates, la filosofía y su enseñanza. Actualidad de una invención 315
“Pues no es por estar yo mismo en el buen camino (euporôn) que dejo a los otros sin salida
(aporêin); sino, por estar yo mismo más que nadie sin salida (aporôn), así también dejo a los otros
sin salida (aporêin).” (Menón 80c-d)
La frase tiene una estructura sintáctica en la que dos sentencias están unidas por una partícu-
la adversativa (allà, sino). En ambas frases –explicativo-causales–, se repite la parte final:
producir la aporía en los otros; lo que cambia es la explicación o causa de esa actividad; la
primera parte de la primera oración niega una posible causa; la segunda parte, afirma otra
posible causa. Sócrates niega que él provoque la aporía en los otros desde una situación
confortable, tranquila, de saber por dónde ir y qué camino tomar (euporôn). Nótese que la
contraposición es entre una posición de Sócrates, dada por los prefijos eu (bien, bueno) y a
(ausencia, carencia, negatividad) frente a la misma raíz temática póros, que indica movi-
miento, camino, desplazamiento. De modo que Sócrates afirma que sólo aturde a los otros
porque él está más aturdido que nadie, porque su saber nada vale, igual que nada valen los
saberes de los otros. Como el oráculo lo ha dicho, es el más sabio por saberse el más sabedor de
su no saber o, mejor dicho, del valor de una relación de no saber con el saber.
Si pensamos en una relación educacional, lo que Sócrates dice es que sólo desde la
interioridad de la relación que se quiere propiciar en el otro, es posible compartir el
camino de quien aprende. Sócrates sólo puede producir el aturdimiento propio de la
filosofía porque nadie está tan aturdido cuanto él mismo. El punto paradójico es que
Sócrates se ocupa de sí ocupándose de los otros. De modo que, en cierto sentido, Sócrates
no se ocupa de sí como espera que todos los otros se ocupen de sí, ocupándose de sí ipsis
literis, de lo que valora y no valora. Con todo, en otro sentido, Sócrates se ocupa de sí más
que nadie, porque es el único que entiende esa tarea como una tarea que se proyecta
sobre los otros. La paradoja radica en que Sócrates no puede ocuparse de sí sino ocupán-
dose de los otros. Ese es el puesto paradójico, único, de quien filosofa. La paradoja se
torna trágica cuando los impactos políticos de esa proyección provocan la propia muerte.
En todo caso, Sócrates pone en cuestión una lógica de la formación profundamente
arraigada en su tiempo y mucho más en el nuestro. Al final, ¿qué significa enseñar? ¿Qué
relación es necesaria, conveniente, deseable, propiciar entre quien enseña y quien apren-
de? ¿Qué relación con el saber es interesante estimular en quien ocupa la posición de
aprendiz? ¿Y entre los que ocupan la posición de maestros? ¿Qué movimientos provoca en
quiénes aprenden? ¿Es posible, deseable, necesario, aprender sin un maestro que enseñe?
316 Walter Omar Kohan
Es interesante el modo en que Sócrates presenta ante sus jueces la anécdota del
oráculo que consagra su relación con el saber. Literalmente, dice: “voy a enseñarles a
ustedes de dónde surgió la acusación contra mí” (21b). Es una de las contadas ocurren-
cias en que Sócrates reconoce enseñar algo y lo que enseña es lo que al fin será el origen
de su muerte. Sócrates sabe el principio de su fin y sabe que es un principio que, indirec-
tamente, remite a él mismo. Sócrates sabe, al fin, que él mismo ha sido el iniciador del
proceso que acabará en su muerte. Sócrates sabe los riesgos de instaurar otra política en
la educación del pensamiento. Sócrates sabe bastante más de lo que dice saber y enseña
también muchas más verdades de lo que está dispuesto a reconocer.
Al decir de Foucault,5 Sócrates introduce un nuevo modo de decir verdad frente a
los consagrados en la pólis. En efecto, Sócrates allí no dice la verdad del político, de
Solón, por ejemplo, quien va a la asamblea a decir la verdad públicamente. Sócrates dice
que ese ámbito sería demasiado peligroso y por eso no ha hecho la política de los políticos.
Sócrates da dos ejemplos para ilustrar la oposición de “algo demoníaco” para actuar en
política, oposición que Sócrates acepta y evalúa acertada porque si no “hubiera muerto
mucho antes” (ibid., 31d).
Por cierto, como señala Foucault, los dos ejemplos son ambiguos, ya que se trata de
dos situaciones en las que Sócrates se enfrentó públicamente a la política instituida:
afrontó a un régimen democrático (cuando, miembro del Consejo, fue el único en opo-
nerse a tomar la acción ilegal de juzgar en bloque y no individualmente a los diez estrategas
vencedores en Arginusas, ibid., 32b) pero también a un oligárquico (cuando se negó a
cumplir la orden de los Treinta Tiranos de traer a León de Salamina, ibid., 32c-d). Son
ambiguos porque justamente Sócrates salió ileso de ambas situaciones y sin embargo las
cita para ilustrar y justificar su no participación política por el riesgo de muerte. Esto es,
dice que no participó en la política porque habría muerto antes y da dos ejemplos en los
que participó sin dejar por eso la vida. Tal vez sean ejemplos que muestren un riesgo y
una proximidad de la muerte que una militancia más constante no habría podido evitar.
En todo caso, Sócrates los presenta como apoyo a una admonición demoníaca, semidivina,
que aceptó de buen grado.
Aquí aparece una nueva tensión, en la medida en que Sócrates no explica por qué
acepta el riesgo de muerte de la filosofía y no el de la política. ¿Por qué no dejaría de
filosofar aunque tuviera que morir mil veces para ello y participar en política ni siquiera
merece una muerte? En todo caso, Sócrates dedicó su vida a filosofar y los ecos educacionales
de ese ejercicio son notorios: algunos jóvenes –en general, los que tienen más tiempo
libre, los más ricos– se dedican a imitarlo por propia voluntad y examinan también a
otros. Como es lógico, esos jóvenes también encuentran muchos hombres que creen saber
algo pero saben poco o nada. Los examinados se irritan con Sócrates más que con los
jóvenes y consigo mismos, y de allí nacen las calumnias de que corrompería a los jóvenes.
Esas razones dan cuenta, para Sócrates, del origen de las calumnias y acusaciones que
circulan sobre él. Son los boatos de los resentidos, las voces de quienes no aceptan haber
sido desnudados en su ignorancia.
Sócrates es, a su manera, un maestro ignorante.6 No lo es porque ignore lo que
enseña, en ninguno de los dos sentidos que esta expresión podría tener: porque no cree
que sepa contenidos que alguien deba aprender y porque sabe su posición de ignorancia
que quiere que los otros aprendan. También lo es porque ignora los dispositivos económi-
cos y políticos de transmisión imperantes en su época en la relación pedagógica, y el
juego político que se establece entre quien enseña y quien aprende. Su ignorancia se
traduce en una invención: la de un nuevo juego político que llama filosofía. Abre, a
través de ese juego, nuevas maneras de intervención en la polis, nuevas formas de rela-
ción con uno mismo; da, a quienes lo encuentran y aceptan el juego, nuevas vibraciones
para el pensamiento. Justamente, en esa potencia para ayudar a pensarnos aún hoy bajo
el nombre de la filosofía y su enseñanza, radica la vitalidad de su invención.
6. Aludimos a la crítica que J. Rancière hace de Sócrates en El maestro ignorante, que hemos tratado con más
detalle en otros trabajos.
318 Walter Omar Kohan
Sócrates, la filosofía y su enseñanza. Actualidad de una invención 319
Introducción
se viesen a sí mismas como formando parte de la naturaleza, y por tanto como seres
temporales y contingentes, sin sentirse por eso en una posición inferior. En Verdad y pro-
greso afirma que de esa manera podemos pensarnos como un animal dúctil y proteico que
se moldea a sí mismo, y no como el animal racional o el animal cruel, que vieron los
filósofos en el ser humano. La racionalidad no es más que la búsqueda de la coherencia
de la propia red de creencias.
Afirma Rorty en Verdad y progreso, que entre la idea de que el hombre es solamente
un animal que busca perpetuar sus genes, y la otra que sostiene que es un ser espiritual,
no biológico, existe una región intermedia en la que se ubica la cultura, la que, a pesar
de ser una creación humana, puede cambiar a los humanos para bien.
Propone dejar de lado la pregunta kantiana “¿qué es el hombre?” para sustituirla por
“¿qué clase de mundo podemos prepararle para nuestros bisnietos?”. Esta concepción trae
consecuencias para la idea de moral dado que solamente aspectos histórica y culturalmente
configurados, nos separan en este aspecto de los animales.
Para Rorty, la expresión “ser humano” surgió como sinónimo de “miembro de nuestra
tribu” y con ella también la idea del “nosotros” como los “verdaderos humanos” frente a
los cuales se encuentran, según sus propias palabras, los “otros” como “ejemplares rudi-
mentarios, o perversos, o deformes, de la humanidad”.
Las concepciones esencialistas acerca del ser humano llevaron según Rorty entre
otras cosas, a considerarnos a nosotros mismos y a los que son como nosotros, como cons-
tituyendo casos paradigmáticos de humanidad, y a aquellos que difieren demasiado de
nosotros en comportamientos o costumbres, a considerarlos a lo sumo como casos fronte-
rizos. En esta forma de pensamiento, los “otros” se diferencian de “nosotros” entonces,
porque pertenecen a la categoría de animalidad.
“Ahora bien, la distinción humano-animal es sólo una de las tres maneras principales en que los
humanos paradigmáticos se diferencian de los casos fronterizos. La segunda es invocando la
distinción entre adultos y niños. Sobre las personas ignorantes y supersticiosas, decimos que son
como niños; aquéllos sólo alcanzan la verdadera humanidad si se las eleva mediante la adecuada
educación. Si parecen incapaces de tal educación, ello demuestra que no son realmente seres del
mismo tipo que ‘nosotros’, la gente educable [...] Según Catherine MacKinnon, para la mayoría
de los hombres, ser mujer no cuenta como una manera de ser humano. La tercera forma principal
[entonces] de ser no humano es ser no varón.”3
Para Rorty una manera de superar este fundamentalismo es implementar lo que él denomi-
na educación sentimental la cual al guiar a los sentimientos, sensibilizará a las personas a
aceptar a aquellos que consideran no sólo como diferentes, sino como “cuasihumanos”.
Afirma que al manipular los sentimientos en este sentido se expandirá la referencia de las
expresiones “personas como nosotros” o “gente como uno”, permitiendo de esa manera que
se concretice la idea de la justicia como una lealtad ampliada. Justamente en un artículo
de Filosofía y futuro, titulado “La justicia como lealtad ampliada”, Rorty expresa que el
progreso moral consiste en el cambio en la identidad moral que posibilita ver al otro distinto
como miembro de nuestra comunidad moral, esto es, como iguales a nosotros en aspectos
moralmente relevantes.
La concepción de filosofía
Richard Rorty sostiene en Verdad y progreso que todo intento por determinar cuál es
la naturaleza o la misión de la filosofía no sería más que el intento de establecer una
definición de filosofía basada en las propias preferencias filosóficas. A continuación trata-
remos de explicitar qué concepción acerca de la filosofía tienen los pensadores que hoy
nos ocupan.
Comencemos con algunas consideraciones del filósofo italiano Antonio Gramsci,
cuyas ideas tuvieron amplia repercusión e influencia en varios sectores intelectuales del
pensamiento contemporáneo. En sus breves escritos podemos encontrar interesantes re-
ferencias a la filosofía y a la cuestión educativa, las que se concentran en la obra La
alternativa pedagógica.
Para Gramsci no es válida una concepción elitista de la filosofía dado que todos los
hombres son filósofos, aunque no todos vivan una filosofía crítica y autoconsciente. El
elemento fundamental en la vida del ser humano es el lenguaje y por él toda persona
tiene una concepción del mundo.
Según Gramsci todos los hombres son intelectuales aunque es dable distinguir gra-
dos en la actividad intelectual: en el escalón superior se encuentran los creadores de las
más altas manifestaciones de la cultura: de la ciencia, de la filosofía y del arte, entre
otras, y en los más bajos, los divulgadores de esa riqueza intelectual. Considera este autor
que es erróneo concebir a la cultura como un saber enciclopédico, dado que la cultura es
ante todo organización y disciplina de la propia personalidad por la cual se llega a tener
conciencia del propio valor histórico.
Gramsci expresa que se entiende por historia de la filosofía a la historia de las tenta-
tivas ideológicas de una determinada clase de personas por modificar, perfeccionar o
corregir las concepciones del mundo ya existentes en una época determinada. La filosofía
de una época histórica es la “historia” de esa época; la filosofía como pensamiento creativo
es aquel que modifica el modo de sentir del mayor número de personas y el que enseña
que no existe una “realidad” de por sí, en sí y para sí, sino en relación histórica con los
Enseñar filosofía, los aportes de Dewey, Gramsci y Rorty 323
hombres que la modifican. El valor histórico de una filosofía puede dimensionarse por las
implicancias prácticas que haya alcanzado.
Comparemos estas afirmaciones de Gramsci con las de Rorty, quien vimos que se
define como ironista y a la “ironía” como el saber acerca de la contingencia del propio
“vocabulario concluyente”. Para él, el progreso filosófico consiste en encontrar la manera
de integrar las visiones del mundo y las intuiciones morales que heredamos del pasado,
con nuevas teorías científicas, instituciones sociopolíticas, o con otras novedades que
surgen en la sociedad. Ese paso sólo lo realizan pensadores privilegiados como Frege y
Mill, Russell y Heidegger, Dewey y Habermas, Davidson y Derrida, quienes llevan a cabo
lo que Rorty denomina un salto guestáltico, esto es, gestas filosóficas auténticamente
heroicas, desde el momento que logran que las cosas se vean desde otro ángulo todavía
no explorado.
Para Rorty la filosofía seguirá progresando mientras sigan apareciendo genios, y afir-
ma que la historia de la filosofía es la historia de los saltos guestálticos dados por esos
genios. Al historiador de la filosofía le compete discernir los auténticos problemas filosó-
ficos de los pseudo problemas, de la misma manera que el historiador de la ciencia debe
discernir sobre cuáles preguntas de Aristóteles o Paracelso eran buenas, y cuáles malas en
ese contexto.
Volviendo a Gramsci, éste revaloriza la importancia del folklore en la vida de los
pueblos, entendiendo por él un sistema en el que coexisten creencias, supersticiones,
maneras de concebir y actuar, y que forman parte del llamado “sentido común”; pero al
mismo tiempo sostiene que es tarea de la filosofía lograr la superación de ese modo de
pensar, hasta que se convierta en un nuevo sentido común apoyado en la coherencia de
las filosofías individuales.
Considera a la ideología como una concepción del mundo que se manifiesta implíci-
tamente tanto en el arte como en el derecho y en fin, en toda expresión de la cultura
tanto individual como colectiva; es en suma un sistema de valores culturales. Desconfía
de ese concepto cuando se presenta como la sobreestructura orgánica y necesaria de una
estructura social, ejercida por un bloque histórico (entendido éste como una amalgama
de estructura económica, jurídica-política e ideológica).
John Dewey por su parte, le otorga a la filosofía un papel fundamental en la vida de
los individuos y los pueblos, de allí su idea de que este quehacer humano tiene que
cambiar, que reconstruirse, y en esa reconstrucción debe fundamentar las razones por las
cuales es necesario superar la antigua separación entre teoría y práctica, y la división
tajante entre el obrar y el conocer.
A la filosofía le corresponde la fundamental tarea de esclarecer “las ideas de los
hombres en lo referente a las pugnas sociales y morales de su propio tiempo. Su finalidad
será la de ser, dentro de lo humanamente posible, un órgano que trate esos conflictos [...]
La filosofía que renuncie a su monopolio algo estéril de las cuestiones de la Realidad
324 Sara del Valle Paz de Vargiu
Última y Absoluta, hallará su compensación iluminando las fuerzas morales que mueven
al género humano, contribuyendo a la aspiración humana de llegar a conseguir una feli-
cidad más ordenada e inteligente.”4
Afirma que la nueva filosofía debe constituirse en una práctica iluminadora de las
necesidades y problemas de la vida cotidiana; ella tiene que involucrarse en el tema de
las consecuencias de los avances científicos y tecnológicos y reflexionar sobre la eventual
incidencia que éstos puedan tener para los fines y valores de la vida.
En Democracia y educación, Dewey sostiene que el papel de la filosofía es ayudar a
comprender, es decir abarcar en un todo comprensivo los detalles del mundo y de la vida,
ya sea en una unidad o en sistemas dualistas que reduzcan al mínimo el número de
principios últimos. La filosofía tomada “en serio” implica la adquisición de una sabiduría
que influirá en la conducta en la vida.
Lo que le corresponde al filósofo social no es limitarse a hacer evidente la relación de
las ideas, puesto que de esa manera se quedaría en un estéril plano de conceptos, sino
que tiene que ayudar a resolver problemas concretos, proporcionando a los hombres hipó-
tesis plausibles para ser puestas a prueba en proyectos concretos de intentos de reformas.
Sin esa ayuda, los hombres caen muchas veces en lo que Dewey llama el más “burdo
empirismo”, “el oportunismo miope”, o en “la lucha de las fuerzas brutas”.
Por otra parte, es tanta la importancia que John Dewey le da a la educación que en
su obra Democracia y educación, la concibe como un proceso mediante el cual se forman
las disposiciones fundamentales, intelectuales y emocionales de los hombres y en este
sentido afirma que la filosofía puede, e incluso debe definirse, como la teoría general de
la educación.
También en el libro citado, Dewey expresa que para llevar a buen puerto lo que él
llama el “mayor experimento de la humanidad”, en el que todos estamos comprometidos:
el vivir juntos, son absolutamente imprescindibles la tolerancia, el respeto mutuo, y la
reunión de experiencias. Sólo así la vida de cada uno será provechosa para uno mismo y
para los demás. Por ello para Dewey, es tarea de la filosofía futura clarificar las ideas en
relación con las batallas sociales y morales de su propio tiempo.
Retomemos ahora las ideas de Rorty con respecto a la filosofía y su papel. En Filosofía
y futuro manifiesta que la sociedad necesita al filósofo como necesita al ingeniero o al
abogado; aquél debe resolver problemas que surgen, especialmente cuando el lenguaje
del pasado entra en conflicto con las necesidades del futuro.
“El punto de partida de la filosofía fue el intento de refugiarse en un mundo en el que nunca
cambiaría nada... Sólo cuando [los filósofos] comenzaron a tomar en serio el tiempo, sus esperanzas
dirigidas al futuro de este mundo ocuparon poco a poco el lugar de su aspiración al conocimiento de
otro mundo [...] Sólo fue en el siglo XIX cuando los filósofos tomaron realmente conciencia de la
desaparición del interés en lo eterno. Fue en la época en que la filosofía occidental bajo la égida de
Hegel comenzó a expresar dudas precisas y explícitas no sólo frente a los intentos platónicos de
sustraerse a la temporalidad, sino también frente a la pretensión kantiana de descubrir condiciones
ahistóricas de la posibilidad de fenómenos temporales.”5
“¿Hacen estos filósofos algo que nos resulta útil? ¿Realmente son de ayuda? ¿Logran algo en pro
de nuestra imagen de nosotros mismos? ¿O acaso sus sistemas fantásticos son más dañinos que
útiles? Cuando Thomas Reid apeló al ‘common sense’ contra Hume o cuando J. L. Austin lo hizo
contra A. J. Ayer, de hecho sólo preguntaron: ¿quién necesita a esta gente? [...] El ‘common
sense’ no alberga en sí problemas filosóficos, aunque suministra la materia con la que un Sócrates
o un Descartes podría construir dichos problemas.”6
Para Rorty, según Ramón Cota Meza, “la filosofía es una empresa abierta al futuro que
empieza en el aquí y el ahora. La historia no es peso muerto, pero tampoco ‘maestra de la
vida’, sino una caja de herramientas que nos ayuda a imaginar horizontes para una vida
mejor”.7 La tarea de Rorty, expresa este autor, es continuar la tarea de John Dewey para
reconstruir la filosofía, involucrándola en la vida diaria y en este sentido, la tarea de la
filosofía no es superior a la de la buena literatura, el buen periodismo, el buen cine y la
buena jurisprudencia.
Ante la cuestión de qué impediría o disminuiría en la sociedad, el dolor y la humilla-
ción, Rorty asevera que sólo se conseguiría eso a través de las descripciones detalladas de
tales sufrimientos y humillaciones; de esa manera se lograría que se hiciera patente e
innegable la diferencia entre débiles y privilegiados posibilitando en los primeros la revo-
lución, y en los segundos la toma de conciencia de la necesidad de un cambio o reforma.
Esas descripciones pueden realizarlas tanto periodistas como antropólogos, sociólogos,
novelistas, autores dramáticos, directores de cine y pintores, entre otros.
Una de las ideas que pone en práctica Dewey en su tarea educativa, es la que
sostiene que el niño no es una tabula rasa en la que el maestro tiene como tarea escribir
contenidos, sino que aquél llega ya con un bagaje de experiencias que el maestro tiene la
obligación de tener en cuenta, para ayudarlo a que logre un auténtico aprendizaje.
La educación tradicional para Dewey se basaba en la idea de que el esfuerzo del
alumno se limitaba a la absorción pasiva y a la reproducción, a esto ingeniosamente lo
llama “educación de cañería” en la que el maestro y el libro volcaban la información en
el alumno, éste acumulaba los conocimientos como un depósito, para soltarlos en ocasio-
nes apropiadas como en las épocas de exámenes. Otra metáfora que utiliza es llamarla
“educación fonográfica”, pues se consideraba a la mente del alumno como un disco
fonográfico en el que el maestro hacía ciertas grabaciones de manera que cuando se
volvía a poner el disco, y se le daba cuerda al mecanismo el alumno reproducía lo que
había quedado grabado.
Tanto el niño como el adulto son seres activos que aprenden cuando se enfrentan a
situaciones problemáticas, las que a su vez tienen sentido cuando se relacionan con
situaciones cotidianas. Afirma Dewey que si la curiosidad del niño y su gusto natural por
la acción son orientados a tratar problemas útiles, el maestro descubre que el alumno
aprende a dominar y dar utilidad a las energías que en otro caso sólo perturban el aprendizaje.
7. Ramón Cota Meza, julio 3, 2007, Revista Per Se. Fuente: www.eluniversal.com.mx /editoriales/37990.html
Enseñar filosofía, los aportes de Dewey, Gramsci y Rorty 327
Sostiene también que la libertad es condición necesaria no sólo para el bienestar físico de
los alumnos, sino también para prepararlos para ser independientes.
En este planteo, el pensamiento no es un agregado a la condición humana sino,
como dijimos, es una herramienta más que le permite al hombre resolver problemas de la
experiencia, mientras que el conocimiento es la acumulación de sabiduría que genera la
resolución de esos problemas.
La responsabilidad del maestro es fundamental entonces en el planteo de Dewey, y
es interesante destacar aquí la importancia que le dio a la tarea de fomentar una estre-
cha relación y colaboración entre docentes de enseñanza media y superior, idea que llevó
a la práctica como miembro fundador del Club de Doctores de Michigan. En su obra La
educación de hoy, Dewey se pregunta:
“¿Qué ocurriría si los maestros se hicieran lo bastante valientes y emancipados para insistir en que
educar es crear una mente discriminativa, una mente que prefiera no engañarse ni engañar a los
demás? Evidentemente tendrían que cultivar los hábitos de suspensión de juicio, de escepticis-
mo, de deseo de pruebas concluyentes, de la discusión antes que el prejuicio, de la observación
antes que el sentimiento, de la investigación antes que las idealizaciones convencionales. Cuan-
do esto ocurra, las escuelas serán las avanzadas peligrosas de la civilización humana. Pero al
mismo tiempo serán lugares supremamente interesantes. Porque entonces resultará que la edu-
cación y la política se habrán convertido en una y la misma cosa, ya que la política tendrá que ser
en realidad lo que ahora pretende ser: la dirección inteligente de los asuntos sociales.”8
El papel tanto del padre como del maestro debe ser, de acuerdo a Dewey, proporcionar las
condiciones que estimulen el pensamiento del niño y adoptar una actitud de aprobación
hacia las actividades que éste realiza en una experiencia común y conjunta. Es lo más
que se puede hacer para que alguien aprenda; el resto le pertenece exclusivamente al
alumno. A propósito, también para Gramsci el estudio es un oficio, un proceso personal
de adaptación, un hábito adquirido con esfuerzo, en algunos casos con aburrimiento y
hasta con sufrimiento.
A pesar de las críticas en el sentido de que Dewey puso demasiado el acento en el
niño, en realidad, podemos afirmar que en la educación les dio un papel preponderante
a los maestros. A ellos les corresponde la no fácil tarea de integrar la psicología en los
programas de estudio y crear día a día, las condiciones favorables en el aula para un
auténtico aprendizaje.
Volviendo a Gramsci, la conciencia del niño es resultado en gran parte de la influen-
cia de la sociedad civil en la que nace y crece, con las intrincadas relaciones familiares y
sociales que se dan en ella. La relación entre maestro y alumno es de mutua implicación
por la que todo maestro continúa siendo alumno y todo alumno es también maestro. Esa
relación se extiende a toda la sociedad abarcando a individuos, intelectuales, gobernan-
tes, gobernados, dirigentes y dirigidos.
Sostiene Gramsci que las ciencias constituyen también una ideología, esto es una
categoría histórica, una sobreestructura dependiente del devenir histórico y sin capaci-
dad para afirmar verdades definitivas. Toda la ciencia está referida a las necesidades y
actividades del ser humano; si no existiese el hombre no se podría imaginar la lengua y el
pensamiento. La objetividad de la ciencia está históricamente ligada a la presencia del
hombre y a su producción gnoseológica. En la concepción gramsciana el ser no se distin-
gue del pensar, el hombre de la naturaleza, la actividad de la materia, el sujeto del
objeto; hacer estas separaciones significa caer en una abstracción sin sentido. Rechaza al
positivismo como el intento de extender los cánones y métodos de las ciencias naturales,
a todas las demás ciencias.
A su vez, uno de los conceptos más difundidos de Dewey, y adoptados por las nuevas
teorías con respecto a la educación y la enseñanza es el que, como ya dijimos, sostiene la
unidad entre teoría y práctica, unidad que concretizó en su propia vida al conjugar su
tarea intelectual con la militancia política. La línea que une ideas como libertad, demo-
cracia y educación, fue ampliamente tratada y transitada por el pensamiento de este
prolífico autor norteamericano.
“Los estudios más teóricos no llegan a su más alto desarrollo hasta que encuentran aplicación en
la vida humana contribuyendo por lo menos indirectamente a la libertad y bienestar humanos,
mientras que los estudios más prácticos no pueden llegar a su máxima practicidad si no están
animados por un espíritu desinteresado de investigación.” 9
Por otra parte, el autor italiano que nos ocupa, estableció una clara relación entre peda-
gogía y política, entre intelectuales y productores, entre cultura y trabajo. En su concep-
ción, los intelectuales desarrollan un papel fundamental para el Estado (entendido éste
como la suma de la sociedad política y la sociedad civil), desde el momento que son el
instrumento de la clase dominante para imponer su hegemonía sobre las clases dominadas;
es en la sociedad civil en la que operan de un modo especial los intelectuales.
“La escuela debe ser creativa [...] ello no significa escuela de ‘inventores y descubridores’; indica
una fase y un método de investigación y de conocimiento [...]. Indica que el aprendizaje se
realiza especialmente por un esfuerzo espontáneo y autónomo del discente, donde el maestro
ejerce tan solo una función de guía amistosa como ocurre o debería ocurrir en la universidad.
Descubrir por sí mismo, sin sugerencias y ayudas externas, una verdad es creación, aunque se
trate de una verdad vieja.”10
Afirma Gramsci que para que los educadores cumplan con su misión, es necesario que a
su vez ellos sean educados, porque los métodos más fascinantes se convierten en inertes
si no existen enseñantes capaces de vivificarlos.
La escuela como institución básica para la transmisión del conocimiento fue también
seriamente cuestionada por Dewey, desde el momento que consideraba que ésta en lugar
de contribuir a transformar a la sociedad, fue concebida para reproducirla, y que el siste-
ma escolar siempre ha estado en función del tipo de organización de la vida social domi-
nante. Pero para que las escuelas se convirtieran en agentes de reforma social y no de
reproducción social, consideraba que era preciso reconstruirlas por completo. De allí su
compromiso de llevar adelante escuelas experimentales en las que ponía a prueba sus
ideas acerca de la educación y la enseñanza.
Para Dewey la tarea de la escuela pública es enseñar al niño a vivir en su mundo, a
comprenderlo y adaptarse a él. La enseñanza de la ciudadanía es más que teoría; la
escuela debe proporcionar a los niños hechos y condiciones reales que les permitan ver lo
que está mal y cómo puede repararse o rectificarse.
En un artículo del periódico Avanti, de la ciudad de Turín, Gramsci asegura que en
la Italia de su tiempo la cultura y la escuela son un privilegio, afirma que todos los
jóvenes deberían ser iguales ante la cultura, al tiempo que propone que la enseñanza
media y superior sea impartida sólo a los que demuestren ser dignos de ellas, porque para
él la verdad es fecunda sólo cuando se ha hecho el esfuerzo de conquistarla.
En contraposición a lo que ocurría en su época en Italia –donde existía la división
tradicional de escuela clásica (reservada para los intelectuales y la clase dominante) y
escuela profesional (correspondiente a las clases instrumentales)–, la escuela unitaria
que propone Gramsci debe formar al alumno como persona capaz de pensar, de estudiar,
de dirigir, o de controlar a quien dirige, al tiempo que lo guía hacia la elección profesio-
nal. Aconseja tratar a los niños como seres ya razonables y con los que se puede hablar
seriamente sobre cosas serias, dado que esto les refuerza el carácter.
La etapa final de la escuela unitaria propuesta por Gramsci debe procurar formar a
los alumnos en los valores fundamentales del humanismo, desarrollar en ellos la autono-
mía moral y la autodisciplina intelectual. Ésa será la base sólida sobre la que podrán
ulteriormente especializarse en lo científico a través de los estudios universitarios, o en lo
práctico productivo en el campo de la industria y la burocracia entre otros.
Las ideas sobre el papel de los docentes en las universidades se plasman en otro
escrito de Gramsci en el periódico Avanti:
“Los enseñantes que son maestros dan en la enseñanza una gran importancia a la historia de su
materia en cuestión. Esta representación activa en sus oyentes de la serie de esfuerzos, errores y
victorias a través de los cuales los hombres han pasado para alcanzar el actual conocimiento, es
mucho más educativa que la exposición esquemática de este mismo conocimiento. Forma al
estudioso, da a su espíritu la elasticidad de la duda metódica que convierte al diletante en un
hombre serio, que purifica la curiosidad, vulgarmente entendida, y la convierte en estímulo sano
y fecundo de un conocimiento cada vez más perfecto y fecundo [...] La enseñanza, impartida de
ese modo, se convierte en liberación. Posee la fascinación de todas las cosas vitales [...] Muestra
cómo se llega del error a la certeza científica. Es el camino que todos deben recorrer. Mostrar
cómo lo han recorrido los demás, es la enseñanza más fecunda en resultados.”11
La enseñanza de la filosofía
“El estudio de la filosofía ‘en sí misma’ está siempre en peligro de tomarla como un ejercicio
intelectual ligero o severo, como algo dicho por los filósofos y que sólo concierne a ellos... Por otra
parte, la tarea de la educación escolar tiende a convertirse en una tarea empírica rutinaria a
menos que sus fines y sus métodos estén animados por una visión tan amplia y simpática de su
lugar en la vida contemporánea como la que debe proporcionar la filosofía.”13
Rorty por su parte, apela en muchos pasajes de su obra a la ya clásica distinción entre
analíticos y continentales en la filosofía contemporánea, distinción que abarca lo disci-
plinar y que se prolonga en la manera de formar a los futuros profesores de filosofía; es así
que considera que si predomina la formación “continental” se privilegia el estudio de la
historia de la filosofía y los conceptos que ofrecen Hegel o Heidegger por ejemplo, mien-
tras que si se recibe una formación “analítica”, como la que se imparte en los países
anglosajones, se procurará que el alumno se ocupe de los problemas analíticos, postergan-
do las cuestiones históricas de la disciplina. En su libro Filosofía y futuro, Rorty se declara
enemigo de la formación analítica para los estudiantes de la carrera de filosofía porque
de esa manera se margina no sólo a la historia de la filosofía, sino también a la ética y a la
filosofía política, con el consiguiente empobrecimiento de esa formación. Sostiene tam-
bién que la formación que se reciba, influirá en el tipo de libros que se elija leer y en el
tipo de filósofo que se vaya a admirar.
Expresa Rorty que en la enseñanza de la filosofía los profesores debemos evitar los
que él considera tres tentaciones: 1) ver en la filosofía una herramienta revolucionaria
para producir cambios y no una forma de reconciliación de lo viejo con lo nuevo; 2) el
impulso de retraerse (como ocurría en los claustros escolásticos) dentro de los límites de
la propia disciplina y 3) caer en una posición chauvinista de exaltar lo propio como supe-
rior a lo demás. Una forma de sustraerse a estas tentaciones es considerarnos nosotros,
profesores de filosofía como, y empleando sus expresiones, “honestos intermediarios entre
las generaciones, entre diferentes ámbitos del acontecer cultural y entre tradiciones”.
Dado que los problemas filosóficos son perecederos, lo mismo que los vocabularios
con que se formulan, para Rorty los grandes filósofos occidentales deberían ser leídos de
una manera terapéutica y superadora, es decir teniendo en cuenta que lo que nos dicen
son problemas sobre los que ya no hay que discutir, porque justamente han sido superados
por otro “genio”, que a su vez realizó el salto guestáltico que le consintió registrarse en la
historia de la filosofía. Así, Descartes superó los problemas escolásticos, Kant los proble-
mas cartesianos, Hegel los problemas kantianos y Nietzsche, James y Dewey los problemas
metafísicos. Rorty se considera a sí mismo y a los profesores de filosofía en general, como
un subalterno a quien en calidad de tal, le corresponde eliminar lo superfluo, para prepa-
rar el advenimiento de nuevos genios que pueden aparecer en cualquier momento y en
cualquier lugar. Sostiene también que los docentes llevamos a cabo una apreciable tarea
a favor de la divulgación de las ideas, y por lo tanto una labor propagandística y pedagó-
gica. Para Rorty el hecho de que alguien considere que realiza su tarea docente de
manera rigurosa y profesional, implica que cree que lo hace según los parámetros de la
comunidad de profesores de filosofía a la que pertenece.
En Filosofía y futuro, Rorty expresa que sería conveniente que los jóvenes estudian-
tes leyesen la mayor cantidad de pensadores tanto clásicos como actuales, dado que de
esa manera se volverán más prudentes. La intención no es que los lean con la esperanza
de encontrar verdades absolutas sino, tal como él lo expresa, “para aprender de qué
conviene cuidarse”.
Rorty realiza una aguda crítica a lo que él llama, tomando un concepto de Eduardo
Rabossi, “la cultura de los derechos humanos”. Ambos sostienen que es equivocado pen-
sar que los derechos humanos no dependen de hechos históricos. Cita a Rabossi y a su
artículo “La teoría de los derechos humanos naturalizada” publicado en la Revista del
Centro de Estudios Constitucionales Nº 5, en el que hace referencia al fundamentalismo
de los derechos humanos. Al respecto considera que la tarea del filósofo consiste en
hacer la cultura de los derechos humanos, que es nuestra cultura, más autoconsciente y
más poderosa, y no en demostrarle a las otras culturas su superioridad apelando a algo
transcultural.
Para Rorty la expansión de la cultura de los derechos humanos es apostar al progreso
de los sentimientos, es decir el aumento de la capacidad de ver las similitudes relevantes
334 Sara del Valle Paz de Vargiu
entre nosotros, que para él nada tienen que ver con un núcleo yoico profundo esencial de
la humanidad, sino con coincidencias mucho más modestas (que por otro lado comparti-
mos con algunos animales), como sentir cariño por nuestros padres e hijos. Pero sin duda
que ello no basta; para este pensador norteamericano se deben dar también cambios
importantes en las disposiciones sociales que abarquen tanto a leyes, procedimientos
administrativos y prácticas educativas, entre otros sectores de la vida en sociedad.
Según Rorty, la virtud social principal es la tolerancia y la flexibilidad la principal
virtud privada. La tolerancia nos lleva a aceptar a las personas que son diferentes de uno
mismo, mientras que la flexibilidad nos permite modificar la imagen de uno mismo.
“La libertad que más apreciamos es aquella de ser francos frente a los demás sin ser castigados por
ello. En un mundo intelectual plenamente secularizado, en el que han desaparecido por comple-
to las esperanzas en la certeza y la invariabilidad, los filósofos nos entenderíamos como servidores
de esta clase de libertad, como servidores de la democracia.”14
Ensayando conclusiones
14. Richard Rorty, Filosofía y futuro, Barcelona, Gedisa Editorial, 2002, p. 25.
Enseñar filosofía, los aportes de Dewey, Gramsci y Rorty 335
tolerancia y respeto por el otro, habrá cumplido con creces su cometido y nosotros, profe-
sores de filosofía, podremos sentirnos satisfechos al haber intentado, al menos, anular la
mala prensa como actividad estéril, difícil y aburrida, de la que lamentablemente padece
en muchos casos nuestra disciplina.
Bibliografía
Cota Meza, Ramón. Julio 3, 2007, Revista Per Se. Fuente: http://www.eluniversal.com.mx
/editoriales/37990.html
Dewey, John: Las escuelas de mañana, Buenos Aires, Losada, 1950.
—: La educación de hoy, Buenos Aires, Estrada, 1960.
—: La reconstrucción de la filosofía, Barcelona, Planeta, 1986.
Gramsci, Antonio: La alternativa pedagógica, México, Coyoacán, 1998.
Rorty, Richard: Verdad y progreso, Barcelona, Paidós, 2000.
—: Filosofía y futuro, Barcelona, Gedisa Editorial, 2002.
Westbrook, Robert B.:“John Dewey”, en Perspectivas: revista trimestral, 1993, volumen
XXIII, Nº 1-2, París, UNESCO: Oficina Internacional de Educación, pp. 289-305.
336 Laura Agratti
Experiencia y enseñanza de la filosofía: la disyuntiva entre enseñar... 337
Laura Agratti*
En medio de este tembladeral, un texto de Guillermo Obiols1 trajo una pregunta que
vino a colaborar en la organización de la tarea: ¿dónde mora/habita lo filosófico?
En su momento comprendí que era una pregunta de respuestas múltiples pero finitas.
Lo filosófico estaba o bien en la historia de la filosofía o en sus problemas o en sus textos
o en una determinada concepción desde la que se podía leer el conjunto de las cosas.
Entonces según argumentáramos a favor de una de estas posibilidades, la enseñanza de la
filosofía podía adoptar una modalidad histórica, problemática, histórico-problemática, de
lectura y comentario de textos o doctrinaria.
A su vez, de cada una de ellas podíamos consignar alcances y límites. Entonces se
me hizo visible la organización del conjunto de materias con las que se configuró el
mapa de mi formación: Así se organizaban conforme a estas modalidades las historias,
las sistemáticas, los seminarios de lectura y comentarios y las que se estructuraban
desde una determinada orientación filosófica. De modo que, las respuestas para dise-
ñar la enseñanza de la filosofía estaban allí, sólo el buen sentido o un buen criterio me
inclinarían por una u otra.
Transité gran parte de mi carrera docente en esta comprensión hasta que en una
clase desarrollando las grandes modalidades de la enseñanza de la filosofía, un gesto de
interrogación inesperado, irrumpió en el territorio de esa comprensión: ¿Y en cuál de ellas
dirías que pasa filosofía?
Si bien es cierto que en su momento opté con buenas razones por el modelo histórico
problemático y que, a la hora de pensar un curso de filosofía, aún sostengo esta opción,
subsiste el interrogante: ¿pasa en mis clases filosofía?
Como vemos, la primera pregunta quedó resuelta en la comprensión de que la filosofía
está en sus problemas pero la segunda aún no encuentra su respuesta y, desde entonces,
habita en mí. Así otra pregunta, otro tipo de pregunta interpela el conjunto de mis saberes, pero
esta vez con un resultado diferente. Lejos de ordenar, inquieta, me coloca en un lugar de
vulnerabilidad y el efecto de esta inquietud y de esa debilidad estructura esta presentación.
1. Obiols, G., “Las grandes modalidades de la enseñanza filosófica”, en Obiols, G.. y Frassineti, M., La
enseñanza filosófica en la escuela secundaria, Buenos Aires, AZ, 1993.
Experiencia y enseñanza de la filosofía: la disyuntiva entre enseñar... 341
¿Qué es la experiencia?
Larrosa sostiene que frente a la palabra experiencia hay que hacer dos cosas: reivindicar-
la y hacer que suene de otra manera. Reivindicarla puesto que desde su tratamiento en la
filosofía clásica ha sido considerada como una forma de conocimiento inferior cuyo lenguaje
no debía confundirse nunca con el lenguaje de la teoría. En tiempos de la ciencia moderna la
experiencia es objetivada, controlada, calculada, producida, convertida en experimento. La
experiencia bajo el tamiz de la ciencia aspira a la universalidad. En este derrotero, la expe-
riencia, la pura imposibilidad de objetivación y universalidad, se vuelve otra.
2. Cf. Larrosa, Jorge, en Entre las lenguas. Lenguaje y educación después de Babel, Barcelona, Laertes, 2003.
Larrosa, Jorge, La experiencia de la lectura. Estudios sobre literatura y formación, Barcelona, Laertes, 1996.
342 Laura Agratti
3. Larrosa, Jorge, Entre las lenguas. Lenguaje y educación después de Babel, op. cit., p. 168.
4. De allí que Benjamin denunciara que hechos traumáticos, como los de la 1ra. Guerra Mundial, lejos de
transformarse en experiencia, provocaron el más absoluto silencio en quienes fueran sus protagonistas; los que
Experiencia y enseñanza de la filosofía: la disyuntiva entre enseñar... 343
volvieron, quedaron mudos, sin la posibilidad de la narrar lo acontecido y con ello, toda posibilidad de ser incorpo-
rados a su (nuestra) vida, al relato que hacemos de ella en el intento de otorgarle sentido, fue coartada. Cf. Benjamin,
W.: “El narrador”.
5. Larrosa, op. cit., p. 175.
344 Laura Agratti
gesto en esta relación con el saber que es la filosofía. Sin embargo, hacer conciente esto
que me pasa, este saberme habitada por esta pregunta, provoca una suspensión, un corte
que vuelve más difícil el enseñar a enseñar.
Porque dejar aprender, dejar que el otro se transforme personalmente, no a fuerza de
la repetición de una práctica que homogeneiza, requiere de un gesto, de un silencio, de
una distancia para que sea posible la experiencia de la pregunta y ésta irrumpa con su
curiosidad atravesando y poniendo en cuestión ese modelo de clase de filosofía que se
cierra sobre sí misma hasta desfigurarse en un saber que estabiliza sentidos y se nos impo-
ne como un sistema de seguridades.
Experiencia y enseñanza de la filosofía: la disyuntiva entre enseñar... 345
Verónica Bethencourt*
A modo de introducción
¿Qué es leer?
Apelando a una rápida y poco meditada definición podemos decir que “leer” es
relacionarse con un texto por medio de la vista. Pero a poco de andar con esta definición
se vuelve evidente la necesidad de realizar rectificaciones varias.
Como suele suceder, nuestras formas de decir muestran mucho más de lo que esta-
ríamos dispuestos a aceptar: decimos que leer es relacionarse con un texto. Sin embargo,
esto no es exacto: no nos relacionamos con un texto. Los textos son inmateriales. Platón
escribió una sola vez Teeteto, el texto, todo lo demás, son sucesivas instanciaciones que a
lo largo del tiempo fueron cobrando formas diversas: en papiro, en papel, ediciones bara-
tas, ediciones para un público culto, libros de texto, etc. Leer, leemos libros, un objeto
con una historia apasionante, sometido, entre otras cosas, a los avatares y las reglas del
mercado. No hay forma de que nuestras lecturas no cuenten con esta primera mediación
“[...] hay que sostener que las formas producen sentido y que un texto, estable en su
letra, está investido de una significación y de una categoría inéditas cuando cambian los
dispositivos que lo proponen a la interpretación”1 . El encuentro del mundo del texto con
el mundo del lector, mal que le pese a la hermenéutica, no tiene lugar en el espacio
fenomenológico –que no existe fuera de los textos– sino en un contexto de materialidades.
En segundo lugar, en la definición aparece que leer lee cada uno de nosotros con la
vista y no hubo necesidad de agregar que en silencio porque, para nosotros miembros de
la cultura occidental post Gutemberg, se cae de maduro que esa es la forma de leer. Pero
nuevamente aquí hay omisiones o ignorancias peligrosas. La lectura es una práctica en-
carnada en gestos, espacios, hábitos. No más de 400 años tiene esta práctica tal y como la
conocemos hoy y que, lamentablemente, puso fin a las lecturas colectivas y a un valor
prioritario de la oralidad. La lectura tampoco tiene lugar en el mundo fenomenológico.
Hay distintas formas, calidades, intereses, que la modifican.
Llegados aquí resta indagar por el tipo de “relación” que establecemos con el texto a
través de la lectura. Como en lo anterior, nuestra primera respuesta parece portar carácter
de necesidad: se trata de una relación de comprensión; leemos y damos a leer para que
nuestros alumnos comprendan lo que otros han manifestado, reflexionado o sentido sobre
alguna cuestión en particular. “Lea atentamente y comente” es un clásico de nuestras
clases a través de cuya enunciación mostramos la confianza que depositamos en que el
pensamiento que tratamos de enseñar se encuentra allí, traducido a caracteres arábigos y
que su lectura es el medio para que con posterioridad, el alumno pueda comentar por sí
mismo, con sus palabras, y en el mejor de los casos, utilizar posteriormente para reflexionar
sobre alguna cuestión que lo inquiete o incomode. Para ello es que le proponemos una serie
de actividades tales como analizar sus argumentos, detectar sus supuestos, reconstruir su
sistema de ideas para que puedan, eventual y posteriormente, apropiarse de parte de ellas o
criticarlas y, en el peor de los casos, guardarlas en algún recóndito lugar de su memoria.
“Leer y comentar” un texto –libro– es la condición necesaria y quizá suficiente, para com-
prender lo que el texto-libro dice.
¿Pero es esto lo único que podemos hacer con un texto? ¿Es ésta la única relación
posible entre nosotros o nuestros alumnos y un libro? Finalmente, ¿es ésta una relación
tan sencilla como suponemos?
En la base de este trabajo se encuentran todas estas disonancias, todos estos ruidos
sobre la lectura, y la intuición de que es necesario modificar las formas de dar a leer
cuando propiciamos otras formas de pensar y enseñar la filosofía.
Huelga decir que estas preguntas y sospechas son posibles por haber leído varios
libros. Y por supuesto que nos hemos procurado de su compañía para la ocasión.
Específicamente, nos acompañan algunos textos de Jorge Larrosa y Roger Chartier en sus
reflexiones alrededor de la lectura y el libro, así como algunas ideas de Michel Foucault.
Por si hiciera falta dejarlo sentado, no es nuestra intención restarle valor a leer, lo que
intentamos llevar adelante es un ejercicio que ponga en tensión a la lectura como dispo-
sitivo de la enseñanza de la filosofía.
Para ver esto de qué hacemos cuando damos a leer un texto, analizaré un par de
ejemplos ideales, casi “canónicos” que muchos de nosotros hemos utilizado y seguramen-
te utilizamos en nuestras aulas.
Supongamos, a manera de ejemplo, que estuviéramos trabajando el tema del conoci-
miento en la Modernidad. Seguramente, autores más o menos, la propuesta no podría obviar
a Descartes, Hume y Kant, en ese preciso orden, y esto por la razón de que el sistema de uno
va replicando al del otro hasta llegar, en la interpretación más fuerte, a la síntesis que propone
Kant. Asumimos, las más de las veces, que resultaría imposible tener una cabal comprensión
del pensamiento kantiano sin haber pasado por las propuestas de Descartes y Hume.
348 Verónica Bethencourt
Y aquí la primera observación. Suele suceder que ni pensamos en los muchísimos pen-
sadores que hay entre ellos, a los que frecuentemente ni siquiera en nuestras carreras de
filosofía solemos estudiar, y hacemos como si cada uno de ellos pensara casi exclusivamente
sobre la propuesta del otro, haciendo a un lado detalles tales como que entre Hume y
Descartes median casi cien años, lo que ni siquiera en la historia del pensamiento es poco
tiempo. Opera aquí una hipótesis de lectura que vuelve invisibles a los autores y científicos
que nuestros mismos filósofos ponderaban a la hora de componer su pensamiento.
En segundo lugar, cuando planteamos esta tríada, también asumimos que propuestas
como la de Leibnitz, que dista de ser un pensador menor, son menos importantes o, al menos,
que por una serie de razones que, por lo general, nosotros no razonamos, no merece ser ense-
ñado. Muchas otras podrían ser las observaciones de este tenor, sin embargo, sólo me interesa
señalar que cuando damos a leer “textos” como en este caso, hacemos en principio, mucho
más que eso: damos a leer toda una interpretación de la Historia de la Filosofía y de sus modos
de comprensión que, las más de las veces, a nosotros mismos se nos escurre.
Pasemos ahora al tratamiento que de estos pensadores y sus respectivos sistemas
hacemos. Por lo general, brindamos a los alumnos una serie de fragmentos de extensiones
variable: de Descartes podemos dar las dos primeras Meditaciones Metafísicas, de Hume
algunos extractos de Sobre la naturaleza del conocimiento humano y con Kant, con quien
es más arduo batallar, recurrimos a pequeños aforismos o comentarios extraídos en gene-
ral de la Crítica de la Razón Pura.
En lo que sigue analizaré algunos ejemplos de propuestas y actividades de lectura
con las que solemos abordar los textos en nuestras clases. Son tan clásicos que podrían
aparecer en cualquier manual, libro de texto y/o guía de trabajos prácticos. No es mi
intención desconocer, por supuesto, que hay casos diferentes a los que presentaré ni
afirmo que estas propuestas sean de por sí desechables, o criticables. Sólo pretendo seña-
lar que contienen no solo una cantidad importante de supuestos del orden filosófico sino
también sobre qué cosa es comprender.
En general, y después de una introducción al tema del conocimiento, ya adentrándonos
en el pensamiento de Descartes proponemos como lectura las dos primeras Meditaciones y
realizamos sobre ellas una guía que contiene distintos tipos de actividades, más o menos
como la que sigue:
Punto más o menos es éste un análisis clásico del texto en cuestión de Descartes. Ahora
bien, si hacemos con él un ejercicio de lectura un poco menos benévolo que el que
frecuentemente hacemos, aparecen algunas curiosidades.
Sin dudas, lo primero que salta a la luz es que la guía de lectura, como toda guía que se
precie, traza un recorrido determinado en el texto: el objetivo, el método y los argumentos
que ponen en duda los sentidos y la razón, el yo pensante y el ejemplo de la cera para abordar
la cuestión de la relación entre las categorías del pensar y el mundo. Descartes en cinco
afirmaciones. De este modo, nuestra guía reduce el texto a una serie de “paquetes de signifi-
cado” que, por supuesto, se ordenan en función de una lectura dominante de la historia del
pensamiento desde la que se ha establecido que el conocimiento es el eje del pensamiento de
la Modernidad, etc. Como contraparte, propiciamos lugares “desinteresantes” por llamarlos
de alguna manera, o poco importantes: en Descartes, no es importante el sueño como tema de
reflexión... ni debemos permitir que los alumnos se distraigan con cuestiones tales como qué
pasa con alguien que piensa todas estas cosas frente a una estufa asumiendo una actitud, al
menos, extraña para la intención de refundar el edificio de la ciencia...
Del mismo modo, parece que la lectura que guiamos gozara del privilegio de posarse
sobre un texto prístino del cual brota el sentido como de un manantial de montaña del
que emana el agua para ser recogida por cualquier bien predispuesto paseante: ¿la rela-
ción entre la verdad y la duda es tan palmaria como nosotros pretendemos a través de
nuestra pregunta? ¿Es tan evidente el “solipsismo” al que nos lleva el autor al final de la
primera meditación? ¿La intuición como operación de la razón, funciona tan
automáticamente como supone nuestro cuestionario?
Podríamos, incluso, ser más incisivos con nosotros mismos y preguntarnos si son muy
claras y distintas las características del yo pensante, o si resulta tan incuestionable el
hecho de que alguien tan importante para el pensamiento occidental apele a la existen-
cia de un Genio Maligno como protección para su espíritu del error.
Más que promover una interesante relación con el texto, parece que nuestra guía
pretende desbaratar toda legítima defensa que ejerce el pensamiento de quien no está en
contacto con la Historia de la Filosofía, frente a sus fastuosas violencias.
Pasando ahora a otro nivel de análisis de nuestra herramienta de lectura, podemos
ver a través del tipo de preguntas, toda una idea de qué es “entender” o “comprender”
en general y en este caso a Descartes, en particular: se trata evidentemente, de poder
350 Verónica Bethencourt
componer su idea del conocimiento del mismo modo y en los mismos términos que el
autor la presenta sin olvidarnos de reproducir las argumentaciones que brinda el autor. Si
hacemos cuentas, la guía de Descartes nos deja a las Meditaciones enteras salvo por los
pasajes argumentativos y los lugares como los del sueño, que no son muy caros a la filoso-
fía... Comprender el pensamiento cartesiano se reduce, entonces, a reproducir la recons-
trucción de ese mismo pensamiento tal y como aparece en la Historia de la Filosofía.
Como sabemos, la obra de Kant, tiene sus peculiaridades debido precisamente a lo
árido de su lectura. En estos casos, solemos apelar a los comentarios o a algunos fragmen-
tos del prefacio a la segunda edición de la Crítica de la Razón Pura, otro clásico. Sobre
este último las preguntas suelen ser pocas, dada la complejidad de los escritos, pero en
general solemos hacer cosas de este tenor:
Sólo dos cuestiones alrededor de estas actividades. La primera, señalar cómo se-
guimos dando a leer toda una historia del pensamiento a través de nuestras, aparente-
mente neutras, actividades: posicionar a Kant entre Descartes y Hume amerita más
fundamentaciones de las que estamos dispuestos o en condiciones de dar. La segunda:
¿qué podemos pretender con una actividad de este tipo sino que el alumno retraduzca
lo que dice el texto a algo que podemos llamar “lenguaje alumno”? Incluso, podemos
pensar que lo haría con serias dificultades, habida cuenta precisamente de la comple-
jidad de cambiar categorías de pensamiento de un autor a otras diferentes. Nuevamen-
te, hay aquí toda una idea de la comprensión que promovemos con nuestra lectura:
comprender, entender a un autor es poder “traducirlo”, decir con sus palabras y, en el
mejor de los casos, en las nuestras, lo que “pensaba” y no nos importa las consideracio-
nes de orden histórico, la posibilidad o no de esta traducción, y etcétera de cuestiones.
Después de realizada la guía, nosotros, profesores, podremos evaluar una mayor o me-
nor comprensión del texto-pensamiento en cuestión. Tenemos, por si quedasen dudas,
una jerarquía de las preguntas: las preguntas de fundamentación son más complejas,
más filosóficas, más profundas que las otras. En última instancia, comprender consiste
en poder reproducir sus argumentos, establecer sus ideas centrales y todo con “sus
propias palabras” que tan bien ofician de traducción de lo que el autor pensó o quedó
en el texto.
Se trata, finalmente, de afirmar la posibilidad de la mediación, de la comunica-
ción, de la traducción, entre lo diverso, lo pasado y lo actual, lo otro y lo mismo.
Como señala Larrosa, “el sujeto de la comprensión es un sujeto que habita la lengua
desde el punto de vista de la comprensión, un sujeto que quiere comprender, que
La experiencia de la lectura en la enseñanza de la Filosofía 351
2. Jorge Larrosa, Entre las lenguas. Lenguaje y educación después de Babel, Barcelona, Laertes, 2003, p. 84.
3. Idem, p. 86.
4. Loc. cit.
5. Idem, p. 96.
352 Verónica Bethencourt
que negar la radical imposibilidad que instala. Nada hay que no pueda ser transmitido
por este canal comunicacional que es el lenguaje.
Sin embargo, nosotros bien podemos poner en cuestión este conjunto de ideas. Segu-
ramente en todo acto de lectura, o de interpretación y finalmente de comprensión, hay
en la base una “traducción”: de una lengua a otra, de una época a otra, de un sistema de
ideas a otro, pero que esa traducción mantenga indemnes tanto la lengua de quien
traduce como la lengua que es traducida es algo ciertamente discutible. Traducir es
resignificar. Leer es resignificar. Comprender es resignificar. E indudablemente las lectu-
ras que más resignifican son las que más sentido producen.
Nos toca ahora avanzar en otras posibles lecturas. ¿Qué lectura o lecturas llevar en
adelante para una enseñanza de la filosofía que no aspire a la apropiación, la reiteración
y ahora y tímidamente diríamos, a la comprensión? ¿Cómo leer desde y para una enseñan-
za que asume a la filosofía como una actividad transformadora de quien la lleva adelante,
como una ascesis, como ese ejercicio del pensamiento que como dijera tan bellamente
Foucault, nos permita dejar de ser lo que somos para poder ser otra cosa? ¿De qué se
trataría una lectura desde la experiencia?
¿Qué puede querer de la lectura quien intenta promover una experiencia? Sin du-
das que esa lectura habilite la experiencia, la transformación. Se trataría de propiciar
una lectura que no replique el gesto canónico de la reiteración de lo mismo, sino que
aspire, asumiendo lo infinito del cabrilleo del lenguaje, a la proliferación de los sentidos
y de las lecturas. Una lectura que permita el ingreso de lo otro, de lo ajeno, o como se
dice ahora, de lo extranjero. Una lectura que no luche contra la condición babélica del
lenguaje, ni la niegue sino que por el contrario “se haga responsable de ella”, diría Larrosa.
Una lectura como las lecturas que nos regala Borges, o mejor dicho, sus textos que una y
otra vez nos sacan de nuestros escondites y nos hacen volver a mirar lo que resultaba
obvio, como el imposible orden de los seres de la enciclopedia china. Una lectura que
haga sonar distinto nuestros clásicos, que los tensione, los desnude, los castigue sin pie-
dad ni comprensión. Una lectura que también los altere a ellos. Foucault decía que se
puede clasificar los textos en textos verdad, que eran escritos para transmitir verdades, y
textos “experiencia”, que eran escritos para provocar una transformación. Una lectura
desde la experiencia, podríamos pensar que transforma a los textos en “textos experien-
cia”: sería una lectura que no persigue comunicar o asimilar lo que de alguna forma ya
está en algún lado, sino que promueve e intenta establecer una relación distinta con eso.
Quizá sea una lectura que, continuando con la metáfora musical, más que interpretar la
partitura desde nuestro carácter personal, prefiera escuchar cómo suena la pieza, pero sin
asumir que tiene una única armonía o un único sonido posible.
Una lectura desde la experiencia debería tratarse, finalmente, de una lectura hecha
no para comprender cada vez más y mejor en un movimiento imposible, sino para ser y
pensar cada vez o cada cuanto se pueda, de otra manera.
Jóvenes del siglo XXI aprendiendo filosofía. Una reflexión desde la psicología 353
Quiero comenzar estas reflexiones dejando en claro que conozco poco de filosofía de
manera que cabe preguntarse por qué he aceptado ocupar un lugar en estas prestigiosas
jornadas de enseñanza de esa disciplina. Las respuestas que puedo dar son, por un lado,
que tengo especial afecto por ellas ya que he seguido su desarrollo desde sus comienzos y,
por otro, que mi desempeño como jefa del Departamento de Filosofía y Psicología del
Colegio Nacional de Buenos Aires me motiva constantemente a pensar sobre el tema.
Comencemos con la primera. Adolescere, decían los latinos y este término significaba para
ellos “ir creciendo”, convertirse en adulto. Creo que esa etimología de “adolescencia”
sigue siendo representativa de lo que sucede aún hoy en día aunque el contexto donde
ésta se desarrolla haya cambiado totalmente. Llevó muchos siglos a Occidente otorgar un
espacio de tiempo a los jóvenes que les permitiera crecer, formarse antes de hacerse cargo
de grandes responsabilidades y obligaciones, antes de responsabilizarse totalmente por sí
mismos y por otros. La adolescencia fue definida como una “moratoria” de la vida en los
sectores medios urbanos, un período de gracia antes de exigir a los jóvenes que pagaran
la deuda que habían contraído con sus padres. Con la madre, por haber arriesgado su
vida para tenerlos y haberlos criado; con el padre, por haberlos mantenido hasta la edad
en que podían trabajar. Esa moratoria permitiría que los jóvenes lograran una mejor edu-
cación y que, con ella, consiguieran mejores trabajos para devolver con creces lo recibi-
do. De todos modos está claro que no sólo serviría para educarse formalmente sino tam-
bién, como desde la Edad Media lo mostraron los goliardos, para divertirse y adquirir
experiencia en diferentes áreas de la vida.
En lo que se refería a la educación formal, se propuso a los adolescentes convivir con
sus pares mientras eran orientados en esa etapa de crecimiento por adultos. Naturalmen-
te si se trata de que los jóvenes sean iniciados en los secretos de la cultura que compar-
timos, debemos ser nosotros, los adultos que hayamos reunido saberes y experiencia en
alguna disciplina, quienes actuemos acompañándolos en ese proceso. Nuestro papel como
docentes, desde este punto de vista, es el de dar herramientas: abrir interrogantes, expli-
car contenidos, desarrollar habilidades, promover actitudes positivas sobre los saberes
complejos que constituyen su herencia cultural. Tan importante es este papel que a me-
nudo se intentó desvirtuarlo: durante las dictaduras en nuestro país sólo se enseñaba
Historia hasta las primeras décadas del siglo XX; se podaban los programas de Psicología
y Filosofía y aún la Matemática de conjuntos llegó a ser vista como una herramienta
subversiva que no se podía poner en manos de jóvenes, es decir, de seres poco confiables,
potencialmente subversivos. Cuando recuperamos y logramos, con dificultad, sostener
la democracia festejamos entre otras cosas ganar la libertad de transmitir a nuestros
jóvenes conocimientos sin censuras. Más allá de que la situación real no haya sido
nunca idílica en este sentido y que la censura abierta o encubierta sobreviviera, tam-
bién nos enfrentamos con otro problema: a los adolescentes ya no les interesaba dema-
siado lo que teníamos para decirles. ¿Qué pasó? Queríamos transmitirles las llaves de lo
que considerábamos esencial para acceder a un lugar adulto dentro de la cultura y nos
encontramos que estaban muy ocupados en otros intereses, manejando otros códigos,
hablando casi otro idioma.
Lo que había ocurrido era que había cambiado el mundo occidental en la segunda
mitad del siglo XX, alterando particularmente el lugar social del joven y del adulto. Este
proceso comenzó en la década del 50 y, luego de algunas interrupciones, en nuestro país
nos inundó en los años 80. Si hasta los años 50 el adulto y la cultura que lo rodeaba
habían sido ubicados en el centro de atención e idealizados, a partir de ese momento en
ese lugar se ubicaría al joven y todo cambiaría. Creo que un buen ejemplo para visualizar
esto es el mencionado antes cuando hablaba de la adolescencia como moratoria. Hoy en
día los jóvenes no sólo no se sienten deudores de los mayores sino que ocupan el lugar de
quienes merecen o a quienes se les debe un crédito. Creo que cualquiera de los dos
extremos es negativo y creo también que no hemos logrado un equilibrio saludable entre
ellos todavía.
Jóvenes del siglo XXI aprendiendo filosofía. Una reflexión desde la psicología 355
Si el adulto había sido durante siglos el modelo social, el ideal a imitar desde niño,
entonces adolescere era un movimiento natural y valioso hacia convertirse en adulto y la
adolescencia un momento de la vida, si breve mejor, porque lo bueno era crecer. Y el
papel del adulto era facilitar ese camino, ayudar a llegar a convertirse en un par. Cuando
en el lugar del adulto pusimos al joven este proceso se inhibió: al llegar a la juventud lo
mejor era quedarse allí, convivir casi exclusivamente con pares que, en algunos casos,
ocuparan el lugar de ideal mientras el adulto pasaba a ser identificado con lo viejo. Es
claro que la identificación, basada en la idealización previa, continúa siendo un meca-
nismo inconsciente válido, pero apenas detectada por la conciencia, lejos de ser sosteni-
do arriesga ser descalificada. Es interesante notar que esa idealización fue durante mu-
cho tiempo uno de los beneficios secundarios que recibíamos los docentes en nuestra
tarea mientras hoy se manifiesta muy escasamente. Esa idealización, mantenida dentro
de límites razonables, no hipertrofiada, era saludable tanto para los estudiantes como
para los docentes. Su ausencia afecta fuertemente el proceso de enseñanza aprendizaje.
Este es mucho menos fructífero y mucho más trabajoso en la medida en que se valora
poco al adulto y a su saber.
Otro aspecto no poco importante de lo ocurrido en nuestra cultura es la
horizontalización. Vivíamos en una verticalidad abusiva en la cual la figura de autoridad
era indiscutible y el trato esencialmente formal. Pasamos de esa verticalidad abusiva en
las relaciones a no establecer casi ninguna diferencia sea entre personas como entre
saberes y seudosaberes. Una cosa es pensar que el proceso de enseñanza-aprendizaje es
esencialmente dinámico, un intercambio entre docentes y estudiantes y otra muy dife-
rente pensar que ambos son exactamente iguales en ese proceso borrando toda la forma-
ción del docente, descalificándola. Por otra parte, en relación a la horizontalización de
los saberes así como hoy en día es muy difícil para nuestros estudiantes diferenciar
Parapsicología de Psicología dado que nosotros, los adultos, podemos darles el mismo
lugar en los medios masivos y en nuestra vida cotidiana, del mismo modo pueden igualar-
se para ellos autores como Santo Tomás y algunos personajes que enseñan algo que lla-
man Metafísica y que se publicita por la calle, en igualdad de condiciones.
Como resultado de estos cambios, gestados por adultos, ocurre que nosotros mismos
hemos contribuido a diluir nuestro lugar como tales. Las respuestas que damos a esta
situación son diversas. Para algunos esto puede ser visto como un alivio ya que les permite
evitar responsabilidades tanto en la familia como en la docencia; estos adultos van más
allá de los mismos adolescentes en la descalificación de nuestro rol. Otros adultos se
atrincheran construyendo un rol muy rígido y produciendo actitudes autoritarias para
hacerse valer. Otros, finalmente tratamos de buscar un difícil equilibrio que nos obliga a
transitar con angustia la improvisación casi permanente.
Todo esto tiene un fuerte impacto sobre los jóvenes. Si analizamos qué influencias
educativas reciben en esta época, vemos que son educados predominantemente por la
356 Silvia Di Segni Obiols
nosotros es fuente de riqueza y debe respetarse, pero creo también que si se considera que
el lugar adulto es inútil o que debe ejercerse de manera autoritaria, esos dos extremos
deberían ser criticados por la escuela ya que la niegan en sus fundamentos. En la escuela
es necesario que los docentes estemos convencidos de la necesidad de nuestro lugar, de
la importancia de nuestra actividad y que la ejerzamos con las mejores herramientas para
lograr una buena comunicación con una generación que, por momentos, nos produce la
sensación de convivir con extranjeros. Esto se puede lograr aún manteniendo las inevita-
bles y ricas diferencias que nos separan, pero requiere algunos acuerdos sobre la base de
uno fundamental: la necesidad de ocupar claramente el rol que nos toca.
La enseñanza de la Filosofía ocupa un lugar importante en este punto. Tiene herra-
mientas para promover el pensamiento crítico en los jóvenes y ayudarlos a ubicarse ante
la realidad que les toca vivir pero puede también optar por argumentar positivamente
sobre lo que estoy criticando, relativizando todo conocimiento, guiando hacia un fuerte
escepticismo o un nihilismo que algunas tribus urbanas toman como bandera. Cuando un
adolescente se encuentra con un docente que cuestiona la educación en su conjunto,
que relativiza todo valor, que se ubica en un lugar mucho más rebelde que el que él ha
sido capaz de inventar, probablemente se sienta atraído a esa posición aunque acentúe su
angustia ya que no le permite aferrarse a nada. No creo que el papel de la Filosofía en la
escuela deba ser ansiolítico, es decir el de dar respuestas y calmar la angustia existencial,
pero tampoco diría que tenga que tener por objetivo el aumentar la angustia propia de la
etapa. Esto durante la adolescencia puede ser sumamente peligroso por eso creo que
algunas posturas de relativismo extremo sostenidas por adultos en el marco de la crisis
económica y ética que vivimos me parecen francamente riesgosas.
Consideremos ahora el segundo punto: ¿se plantean los jóvenes las mismas preguntas
acerca de la existencia del mismo modo en que lo hicieron generaciones anteriores o éstas
pasaron irremediablemente de moda? Hace diez años, me preguntaba si los adolescentes
seguían viviendo los duelos que se supone corresponden a su edad o ya no lo hacían. Mi
respuesta era que éstos seguían vigentes pero en un entorno en que era mucho más difícil
detectarlos para los demás y elaborarlos para los jóvenes. Hoy diría respecto a las grandes
preguntas que ocurre lo mismo. Nuestros estudiantes se las hacen pero:
1. Les cuesta mucho más que antes encontrar las palabras para expresarlas;
2. les cuesta ordenar su razonamiento para pensar las respuestas;
3. aparecen mezcladas con otras preocupaciones, algunas de ellas francamente frí-
volas o superficiales;
4. les cuesta expresarlas porque casi no encuentran lugar donde otros también lo
hagan; los adultos nos hemos alejado de ellas;
5. esperan una respuesta rápida, una receta más que un largo proceso que les per-
mita llegar a decidir cuál es la respuesta más satisfactoria.
358 Silvia Di Segni Obiols
Todas estas observaciones no harían más que comprobar el importante lugar que puede
jugar la enseñanza de la Filosofía a los jóvenes, no sólo por su capacidad de proponer
respuestas y abrir más preguntas sino porque proporciona herramientas para analizarlas.
Pero todas estas dificultades también hacen que, cuando los jóvenes llegan a quinto año
y se enfrentan a la Filosofía puedan aprovecharla poco. Está claro que para contrarrestar
todas las falencias enumeradas no basta con una única disciplina sino que es imprescin-
dible contar con todas ellas a favor del desarrollo de las habilidades básicas para lograr
que los jóvenes estén en condiciones de tomar su lugar dentro de la cultura que nosotros
nos ocupamos de transmitir sin dejar de lado su lugar dentro de la cultura adolescente
que les toca vivir. Quiero señalar que la Filosofía cuenta también con algunos puntos a su
favor para motivar a los estudiantes a acercarse a ella. Cuenta con el sabor de un saber
exótico, poco conocido; se la ve como una disciplina rara a la que poca gente se dedica,
de manera que la mayor parte de nuestros jóvenes no conocen casi a nadie dentro de
ella; está ubicada en el lugar de saber de saberes, por encima de los demás, lo que en un
mundo bastante narcisista la hace más atractiva. Que un adolescente diga que piensa
estudiar Filosofía suele darle una aureola de originalidad bastante particular.
Para cerrar lo dicho quiero subrayar que creo imprescindible ocupar el rol adulto
como acompañante del crecimiento de los jóvenes. Y creo también que esto se logra
solamente cuando nos ubicamos lejos tanto de los moldes autoritarios como de la dema-
gogia compinchista. En ese camino la enseñanza de la Filosofía se ubicaría entre dos
extremos riesgosos: el dogmatismo que ubica al estudiante en el lugar del niño incapaz de
pensar por sí mismo y el relativismo extremo que se ubica a su lado como otro adolescente
en crisis dejándolo más solo.
Jóvenes del siglo XXI aprendiendo filosofía. Una reflexión desde la psicología 359
Javier Freixas*
Imaginemos una situación cotidiana en un aula del secundario, durante una clase
de Filosofía. El profesor quiere presentarles a Platón a sus alumnos, introducirlos en cier-
tos elementos mínimos de su filosofía. Comenzarán a trabajarlo la semana próxima. Se
supone que cada filósofo con el que hayan de encontrarse en el transcurso del año podrá
darles una pista, quizás una clave, para construir la respuesta a una pregunta que el
profesor les planteó en la primera clase. Se supone, digo, que puede haber cierto interés,
cierta inquietud, ante el encuentro con un nuevo filósofo. Con este supuesto en mano, el
profesor le pregunta a un grupo de cinco alumnas si desean participar, de algún modo, en
la presentación de Platón. Aceptan. ¿Qué hacer? ¿Qué pedirles? ¿Por dónde comenzar y
cómo? Como les decía, una situación cotidiana en una clase cualquiera de Filosofía.
Volveremos a esta situación al final del trabajo.
1. El planteo de la situación
En el campo educativo nos las vemos casi siempre con el mandato de la Ilustración:
educar para la mayoría de edad. Parece inevitable. Y según muchos, además, parecería
indeseable pretender evitarlo. Sin prisa pero sin pausa, vienen asomando, sin embargo,
resquicios, vienen abriéndose grietas y tiempos para un pensar diferente. Tras el extenso
siglo XX de la filosofía crítica del sujeto, nos encontramos ante una posibilidad muy
interesante para pensar de nuevo la educación: un descubrimiento que es quizás un des-
encubrimiento; una invención que significa, seguramente también, un des-olvido: la
1. Eduardo Bustelo, El recreo de la infancia, Buenos Aires, Siglo XXI, pp. 15-16.
2. Tomo la traducción que propone Walter Kohan. Sigo con él, también, la distinción entre el tiempo como
chrónos y el tiempo como aión (cf. Walter Kohan, Infancia, política y pensamiento, Buenos Aires, Del Estante
Editorial, p. 93).
La enseñanza filosófica: hacia la infancia por el camino de la hospitalidad 361
do la novedad queda, antes o después, denegada, oculta, ajustada al molde del ingresante
previsto y al perfil del egresado. Qué ha de hacerse y quiénes serán los actores es cosa
definida de antemano, previo al encuentro de las subjetividades singulares. Encuentro
que, por otra parte, o bien no se produce o bien es ignorado. Esta relación ha sido propi-
cia, incluso, para ser traducida en términos de tecnología educativa, esto es, en términos
de materia prima, técnicas de elaboración, producto final acabado. Así planteada, el
discurso sólo da cuenta de la materia prima que ingresa y ya se sabe de antemano qué es
y del producto que egresa con la forma anticipada. Esta estructura del pensamiento pe-
dagógico (que hemos recién radicalizado esquemáticamente) fue y sigue siendo clara-
mente funcional a la lógica institucional de elaboración de objetivos, planificación de
actividades, evaluación de resultados. Siguiendo a Hannah Arendt, podemos decir que
en esta lógica se promueven conductas esperables, deseables, predecibles.3 Se deja en un
margen y a menudo se castiga el más allá de la conducta: la acción que rompe el molde
de lo previsto, la palabra inesperada, aquellas en la que el agente revela cierta singulari-
dad. Según Pablo Pineau, la escuela moderna “nació como una ‘máquina de educar’: una
tecnología replicable y masiva para aculturar grandes capas de la población, similar a las
máquinas tejedoras que empezaban a producir textiles en masa. Aunque no todas las
pedagogías del siglo XIX coincidieron en la metáfora industrial o tecnológica para hablar
de escuela [...], sin embargo todas compartieron el hecho de concebirla como un artefac-
to o invención humana para dominar y encauzar la naturaleza infantil”.4
Si el pensamiento de la educación es heredero del proyecto moderno ilustrado, ¿qué
sucede cuando aparece impugnado su fundamento, esto es, las filosofías del sujeto? Si
nuestro punto de partida toma distancia o se opone a dichas filosofías, no deberíamos
sostener, al menos no sin ciertos reparos, el mismo proyecto educativo que tiene en su raíz
la idea de un sujeto como fundamento del conocimiento, “punto arquimédico” de la
filosofía moderna.5 Ahora bien, ¿cómo pensar la educación cuando los objetivos y el perfil
del egresado son puestos entre paréntesis y cuando en el horizonte de la acción aparece,
en cambio, el tiempo de los inicios? ¿Cómo justificar una acción educativa, que pueda
asumir, responsablemente, la formación de personas autónomas, teniendo a la infancia
como horizonte continuo y ya no como pasado definitivamente transitado?
Este es nuestro punto de partida: la pregunta por la posibilidad de repensar la educa-
ción teniendo en el horizonte ya no el producto esperable del proceso educativo (hombre,
adulto, ciudadano, profesional) sino a la infancia. Pregunta que extendemos a toda edu-
cación, no sólo a aquella que se vincula directamente con la niñez. Es claro que con este
giro cambiará radicalmente la perspectiva del pensamiento y de la acción: cuando el
tiempo de los inicios más que el de la mayoría de edad es el horizonte de la acción
educativa, entonces todos sus sentidos filosóficamente consagrados se retuercen, se con-
funden y, finalmente, estallan. ¿Y qué es lo que queda, si es que acaso queda algo que
merezca la pena pensar e intentar? Se me ocurre que toda respuesta que podamos dar
ofrecerá siempre tantos flancos para embates y golpes que no podremos ir nunca mucho
más allá de la fragilidad. Tomo las palabras de una maestra brasileña que Walter Kohan
cita a propósito de la misma pregunta: “Lo único que queda es la imposibilidad de conti-
nuar siendo del mismo modo”.6
Tal vez, de pensar esta imposibilidad se trate. Y de hacerla posible en la acción
educativa. Dejar que sea posible la imposibilidad, quizás este sea el desafío paradójico
con el que aquí nos encontramos. Parece extraño y sin embargo, conjeturo, este otro
modo de pensar la educación no sólo no es “loco” sino que quizás es el único que puede
dar cuenta, filosófica y políticamente, de un sentido que, callado, escondido, inasible,
mueve a maestras y maestros cada vez que preguntan dispuestos a escuchar; cada vez que
toman de la mano al que está solo o, sencillamente, despistado; cada vez que se pierden
en el tiempo acompañando; cada vez que se emocionan porque ha aparecido, ante ellos,
una voz, una mirada o apenas un gesto que no hubieran podido jamás prever ni predecir.
Hay aquí, en estas acciones, que son cotidianas y casi infinitas, un más allá del imperati-
vo ilustrado que me ordena respetar la “humanidad” mía o la de otro como un fin que, en
tanto tal, nos preexiste. Se trata de acciones que no son cabalmente comprendidas por el
discurso filosófico-educativo y son invisibles para la política educativa dominantes. Casi
infinitas acciones filosóficamente impensables y políticamente invisibles. En el mejor de
los casos, es decir, cuando no son rechazadas o ignoradas, son mentadas como marginales
(por ejemplo: “además de enseñar, tratamos con personas y es necesario entonces tener
en cuenta ‘lo que les pasa’”) o bien como un paso instrumental necesario para arribar al
fin que se quiere conseguir (que es siempre un resultado exitoso, observable y, preferen-
temente, mensurable).
Tiene sentido pensar la acción de educar como un dejar que sea posible la imposibi-
lidad es factible cuando se juega, ante todo, por una activa recepción de quien llega y
nos interpela. Cuando esto acontece, no podemos ya buscar la raíz de la acción en el
nivel universal de una razón pura sino en la impureza de una razón contaminada por el
encuentro con la experiencia sensible del otro. La razón universal, la conciencia que se
piensa transparente, son impugnadas cuando nos jugamos por el encuentro cara a cara
con un “rostro”.7 Escribe Derrida, a propósito de ello: “El rostro no es sólo la cara que
puede ser superficie de las cosas [...]. No es solamente, como quiere el origen de la
palabra, lo que es visto, visto porque desnudo. Es también lo que ve. No tanto lo que ve
las cosas –relación teórica– sino lo que intercambia su mirada. La cara no es rostro más
que en el cara a cara. Como decía Scheler [...]: ‘Yo no veo sólo los ojos de otro, veo
también que me mira’”.8
Es posible pensar, en este horizonte del encuentro con la infancia, además de una
educación y junto con ella, una ética enraizada en la impureza de la razón. No se trata de
una ética de la Razón Pura Práctica, ni tampoco de una ética fundada en el cálculo
utilitario. Se trata, en cambio, de una “ética de la hospitalidad”. Así se titula un libro de
Daniel Innenarity que comienza exponiendo el “carácter patético” de nuestra condición:
“Una larga tradición plantea la excelencia humana como si fuéramos de hecho seres invulnerables
o como si el ideal ético consistiera en conquistar esa invulnerabilidad. Al héroe, propiamente, no
le pasan cosas, como el sabio platónico, al que no le ocurre absolutamente nada (Banquete 211b);
el hombre de bien es quien menos necesidad tiene de los demás (388a), sostiene Platón. La profunda
influencia de esta manera de pensar nos ha acostumbrado a concebir el valor como una dimen-
sión incondicional, inafectable por el mundo exterior, un reducto de intención pura, por lo que
nos sorprende que la ética pueda tener algo que decir a nuestras dimensiones más vulnerables al
cambio y la mudanza: el amor y la actividad política, los sentimientos y las pasiones que nos
empujan hacia el mundo de los objetos perecederos y nos ligan a él, colocándonos ante el riesgo
de la pérdida y del conflicto.”9
será el que resulte de la tensión del encuentro. Hay una experiencia humana radical y
profunda que se juega en la acción del hospedaje. Se trata, además, de un tema antiguo
que se enraíza, incluso, en diversas tradiciones míticas. Vuelvo aquí al texto de Innenarity:
“El hospedaje de los dioses es un tema que aparece muchas veces en la mitología griega, en la Biblia
y en la tradición de muy diversas culturas. Los dioses toman frecuentemente formas irreconocibles,
que piden ayuda. En casi todas las culturas, el derecho de hospitalidad está sancionado religiosa-
mente [...]. La figura del huésped está cubierta de una ambigüedad que la presenta como un lugar
incierto pero en el que algo importante para nosotros se pone en juego, lugar de temor y deseo al
mismo tiempo. El huésped se convierte en símbolo de la mediación entre dos esferas distintas. En la
recepción del huésped tiene lugar un encuentro entre seres de órdenes distintos: lo divino, lo lejano,
lo ilimitado e inconcebible, es acogido en un ámbito humano. Este encuentro tiene en ocasiones el
carácter de una irrupción violenta que destruye el orden acostumbrado y desequilibra el espacio de
lo familiar; en cualquier caso, siempre resulta algo imponderable y desconcertante.”11
Según me parece, tres son los verbos con los que es posible una educación hospitala-
ria. Al primero de ellos me gusta llamarlo “bienvenir”. Acción de apertura y acogida al
mismo tiempo. Acción expectante, también: activamente, inquietos, nos preparamos y
quedamos a la espera de quienes habrán de llegar. Sin esta acción en el inicio, todo lo
que haya de acontecer luego no será más que adaptación a lo dado, reproducción de lo
instituido. La singularidad de quienes se encuentran quedará oculta, bajo la mismidad
del alumno y del docente. A quien “bienviene” y a quien recién llega y es bienvenido
sólo los iguala una condición en común, preguntas compartidas acerca de un misterio: “Y
vos, ¿quién sos?”, “¿cuál es tu nombre?”, “¿cómo querés que te llame?”, “¿en dónde está tu
casa?”, “¿qué esperás de mí?”.13 El recién llegado se presenta, entonces, como un extran-
jero. O quizá se trate de un encuentro entre extranjeros. Y quizá pueda haber, a modo de
mediación, una invitación.
Alguien que “bienviene”, alguien que recién está llegando, una invitación. Hay
además una segunda acción en toda educación hospitalaria: “bienvenir” la novedad no
basta, no es suficiente, si no le sigue la decisión de cuidar. Ahora bien, ¿qué es lo que
debe cuidar el educador? En un libro que alcanzó una difusión bastante masiva en los ‘90
se da cuenta claramente de cierto modo moderno ilustrado de pensar el cuidado. Se
sostiene que el objetivo de la educación es “la custodia de los rasgos definitorios de lo
humano [...]. (A)yudar a nuestros niños a alcanzar su máximo potencial, no sólo como
seres económicos sino, fundamentalmente, como seres humanos”.14 Lejano, late en su
fondo el imperativo categórico: cada niño oculta en sí el tesoro de la misma “Humani-
dad” y el deber del educador es custodiarlo y “ayudar” a que cada uno pueda extraer de
allí toda la riqueza que sea posible. Aquí, el educador ya sabe, antes incluso del encuen-
tro, qué es lo que trae consigo el niño, pues todos llevan consigo el mismo tesoro (la
Humanidad; es decir, la forma Hombre). Sabe, asimismo, más sobre el niño que el propio
niño; lo sabe antes, incluso, del encuentro: qué es, qué atesora y qué puede llegar a ser.
Por otra parte, se entiende, el educador en tanto que es el que sabe es quien debe “ayu-
dar”; hay, claramente, una asimetría en la relación15 . Se conoce de antemano quiénes
son uno y otro; de hecho, el “quién” de cada uno queda encubierto por el “qué”, función
o rol: educador-alumno.
La educación hospitalaria supone un modo de cuidado diferente, un modo que si
bien no contradice el mandato moderno, al menos lo tensa y se despliega en otros senti-
dos. En un texto de Hannah Arendt podemos encontrar alguna huella que nos conduzca
13. Estas preguntas siguen en parte las formuladas por Derrida (cf. Jacques Derrida, La hospitalidad, Buenos
Aires, De la Flor, 2000, p. 33).
14. Guillermo Jaime Etcheverry, La tragedia educativa, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1992, pp.
12 y 152-153.
15. El proceso educativo inscripto en el ideario moderno-ilustrado vendría, justamente, a suprimir esta
asimetría. Daniel Feldman lo planteó de modo claro al decir que “la enseñanza supone [...] una situación inicial
asimétrica con respecto al conocimiento y el establecimiento de una relación que permita un cambio en esa
situación” (Daniel Feldman, Ayudar a enseñar, Buenos Aires, Aique, 1999, p. 17).
366 Javier Freixas
al sentido que adquiere este otro modo del cuidar: “por el bien de lo que hay de nuevo y
revolucionario en cada niño, la educación ha de ser conservadora: tiene que preservar
ese elemento nuevo e introducirlo como novedad en un mundo viejo”16 . Para que sea
posible renovar el mundo y defender la posibilidad de la novedad, la educación debe
conservar, es decir, “mimar y proteger”. Ahora bien, aun cuando Arendt circunscribe en
los niños esta tarea de cuidado y aun cuando piensa la educación como una relación
claramente asimétrica (“personas formadas y niños”, escribe), aun así, podemos pensar
con ella que la novedad que debe ser cuidada es la que trae consigo cada ser humano. En
efecto, expresa que “el carácter de único que distingue a cada ser humano de todos los
demás [es la cualidad de] que no es un mero extraño en el mundo sino alguien que
nunca antes estuvo en él”.17
En el tiempo de una educación hospitalaria hay encuentros, cara a cara, entre
seres extranjeros, quienes se reconocen como extraños y se aceptan como recién llega-
dos. Una vez bienvenidos, la hospitalidad exige el cuidado de esos extranjeros que,
más que esconder un tesoro (el mismo tesoro de la misma “Humanidad”), tienen con-
sigo las claves de historias que aún no han sido narradas porque no han sido escritas ni
vividas. Y no han sido vividas, escritas ni narradas, de hecho no han sido historias aún,
porque sólo a partir del interreconocimiento pueden llegar a serlo. Cuidar la potencia
de nuevas historias. Cuidar la potencia de nuevos mundos. De esto también se trata en
una educación hospitalaria.
El tercer verbo en este movimiento del educar como apertura a la novedad es el de
la acción que señala la tarea futura, aunque no la dirección, pues, si la educación
tiene como razón la bienvenida y el cuidado de las infancias, sus sentidos son ahora
impredecibles y sus tiempos inesperados. La acción de un educar hospitalario dirigido
hacia el futuro es el acompañar. Quien da albergue puede incluso acompañar al recién
venido hacia el desierto y puede también dejarlo en soledad. Pero anda con el recién
llegado y también él, quien hospeda, padece la soledad. “Seguime”, “mirame”, “hacelo
como yo”, “repetilo”, dice el tutor, quien conoce los pasos a dar y cómo darlos; su deber
es, entonces, conducir al neófito a un destino previamente definido. Es el maestro del
método, comprometido con el proyecto de formar para la mayoría de edad. “Hacelo con-
migo”, dice en cambio el maestro que acompaña, quien sabe que cada vez que se em-
prende la marcha hay un comienzo, una primera vez y que, lo mismo que el recién llega-
do, no conoce aún el destino (ni tampoco si lo habrá). Quienes saben acompañar y saben
que acompañar es el modo más precioso del cuidado son, entonces, educadores que se
saben caminantes dando siempre los primeros pasos; “en vez de proponernos gestos para
16. Hannah Arendt, Entre el pasado y el futuro, Barcelona, Editorial Península, 1996, pp. 204-205.
17. Ibid., p. 201.
La enseñanza filosófica: hacia la infancia por el camino de la hospitalidad 367
reproducir, saben emitir signos desplegables en lo heterogéneo”.18 Con las palabras que
aquí estoy trazando, podríamos llamarlos “educadores que devienen infantes”.
Y aquí se abre un curioso cruce que merece ser tomado con seriedad: si el maestro es
un educador que deviene infante, entonces podemos abrirnos a reconocer y comprender
que el niño, mientras transcurre también su devenir infante, pueda ser, también, educa-
dor. Institucionalmente podrán establecerse las diferencias del caso, aquellas que se juz-
guen imprescindibles, pero en la acción educativa, el “infanciar” de estos seres que se
encuentran es un puente en común. ¿Importa acaso quién educa a quién cuando no se
trata tanto de un contenido a transmitir sino de una búsqueda en común a experimentar?
Ahora bien, bienvenir, cuidar, acompañar, significan no sólo andar junto con quienes
acogemos sino también aguardarlos. A veces sucede que es necesario aguardar para escu-
charlos; también para escucharnos. A veces, también, sucede que la escucha nos enfrenta
con “una experiencia muda, en el sentido literal del término, una in-fancia del hombre”.19
cuando en la educación nos abrimos a un encuentro hospitalario con quien llega, cuando
nos disponemos a encontrarnos con su “rostro”, descubrimos también que su experiencia se
le escurre, y se nos escurre, cada vez que pretendemos atraparlas en palabras. Encaminar la
educación hacia la infancia implica, entonces, acercarse a la experiencia muda. Límite de
la acción que es, a la vez, su condición de posibilidad. Quisiera detenerme algunas líneas
en este nudo en el camino del pensar que intentamos desplegar.
Escribe Agamben:
18. Gilles Deleuze, Diferencia y Repetición, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2002, p. 52.
19. Giorgio Agamben, op. cit., p. 64.
20. Ibid., pp. 66 y 70.
368 Javier Freixas
La infancia, seguramente, puede ser también una aporía, tanto para el educar como
para el filosofar. Si la filosofía, desde sus orígenes, ha sido “logos”, razón como palabra y
palabra en tanto razón, si, consistentemente con ello, sólo ha adquirido sentido en el
horizonte de la lengua, podemos preguntarnos si es posible una filosofía de la in-fancia.
Ella implicaría animarnos con el “rostro”, en un más allá de la lengua que es, al mismo
tiempo, origen de la misma. De hecho, podemos conjeturar que al menos ciertas formas
de la filosofía fracasan, puestas a pensar la exigencia del reconocimiento del otro. Tomo
un texto breve de Derrida: “Lo que escapa al concepto como poder no es, pues, la
existencia en general, sino la existencia del otro. Y en primer término porque no hay, a
pesar de las apariencias, concepto del otro”21 . El otro, extraño, extranjero, “rostro”,
escapa al poder del concepto. Y más aún se escurre de sus redes en la medida en que el
otro es, desde siempre, un in-fante. Por otro lado, si la tarea de la educación ha sido,
también desde sus orígenes, preparar el tránsito del infante hacia el “logos”, ¿es posible
una educación que tenga como horizonte un devenir infante, es decir, el reconocimiento
de perpetuos no-hablantes? Es cierto que la infancia no es tan sólo límite, sino también
potencia. Pero cierto es también que las potencialidades del infanciar emergen de un
fondo que escapa a la totalización logocéntrica que han pretendido desde siempre la
filosofía y la educación.
Ahora bien, incluso en el horizonte de la palabra, es posible pensar la acción de un
modo diferente del consagrado: la educación puede ser un espacio y un tiempo singu-
larmente propicios para el encuentro de voces; para el reconocimiento de que hay otros,
de que nosotros somos otros; para la re-configuración del quién de unos y otros en estos
cruces. La hospitalidad nos conduce también a la palabra. Sólo se trata de no olvidar que
ésta tiene un límite. O, si se prefiere, un revés. Y cuando nos animamos a pensar de este
otro modo “desilustrado”, si se quiere, el educar como un movimiento de encuentro y
bienvenida, nos vemos enfrentados, también, con este revés de la palabra: la “infancia”
como experiencia de una inquieta y cierta mudez. La infancia, también, tiempo del niño
que juega: en su tiempo, se decide el sentido (humano) del mundo. Y en el juego, los
signos se liberan del peso de las cosas, de la gravedad de la referencia, se desatan. Se
comprende que, desde el punto de vista de la Razón logocéntrica, se piense que, en este
retorno del juego, los signos han enloquecido.
En todo caso, así como es necesario pensar de un modo radicalmente distinto la
acción educativa cuando ésta se abre al horizonte de la infancia, así también, para dar
cuenta filosófica de ella, habremos de desplazar las aspiraciones totalitarias de una razón
que sólo se piensa como palabra y de una palabra que sólo se reconoce como razón: la
palabra del infanciar, como el enigma heraclíteo, cada vez que muestra, oculta. Quizá se
trate de reconocer signos que “evocan experimentaciones del vivir”; quizá su sentido se
deje “entrever en la caída, en el recoger-se [hacia] antes de la voz”, escribió bellamente
Sérgio Sardi. A partir de este reconocimiento, podemos intentar una huella distinta para
el filosofar: “una hermenéutica de los silencios que impregnan el campo que se abre
alrededor de los enunciados”.22
22. Sérgio Sardi, “El filosofar como camino de vuelta al silencio del lenguaje”, en Kohan, Walter (comp.),
Teoría y práctica en filosofía con niños y jóvenes, Buenos Aires, Novedades Educativas, 2006, 161-162.
23. Paul Ricoeur, Sí mismo como otro, Madrid, Siglo XXI, 1996, pp. XVI-XXII.
24. Nietzsche denunció en diversas ocasiones este supuesto como un error, un engaño, una fábula. Por ejemplo,
en el parágrafo 13 del Tratado primero de La genealogía de la moral (Friedrich Nietzsche; La genealogía de la moral,
Madrid, Alianza Editorial, 1978).
370 Javier Freixas
produjo: desde entonces, y por largo rato, la filosofía clausuró la posibilidad de pensar la
singularidad de la experiencia):
“El sofista Hippias no era un niño que se contentaba con responder ‘quién’ cuando le pregunta-
ban ‘qué’. Pensaba que la pregunta ¿Quién?, como pregunta, era la mejor, la más apta para
determinar la esencia. Porque no remitía, como Sócrates creía, a ejemplos discretos, sino a la
continuidad de los objetos concretos tomados en su devenir, al devenir-bello de todos los objetos
citables o citados en ejemplos.”25
Planteamos que la hospitalidad es la tarea del educador que está dispuesto a abrirse,
refugiar y acompañar a las infancias con las que se encuentra (las de los otros y la suya
propia). Pero no se trata aquí, quisiera ser claro, de proponer otro ideal educativo regula-
dor, hacia cuya realización deberían ordenarse las prácticas actuales. No se trata aquí de
un deber ser, así como tampoco de una propuesta que requiera de una “Polis” ideal para
su actualización. La conjetura de este trabajo es que el albergue hospitalario al devenir
infante se da, en efecto, en acciones cotidianas de educadores (incluso a veces, en la
propia Universidad). Acciones políticamente invisibles, “ninguneadas” filosóficamente,
institucionalmente “locas”, a menudo mudas. La pregunta que comenzamos a delinear
hasta aquí es cómo pensarlas filosóficamente. Esbozamos una respuesta en los conceptos
de “educación hospitalaria” e “infancia”.
Vuelvo a la situación que había planteado en el inicio. ¿De qué modo pedirles a
aquellas jóvenes, que nada sabían sobre Platón, que introdujeran algún elemento de su
filosofía en la clase de la semana siguiente? El profesor decide solicitarles que lean un
fragmento de una obra: el comienzo del libro séptimo de La República, donde Platón narra
la alegoría de la caverna. Les dice, arriesgado, que pueden presentarlo como mejor les
parezca. Que incluso, si quieren, pueden crear una coreografía y bailar. De todos modos,
en seguida se ataja y vuelve a un lugar seguro, les propone la lectura de algún manual
introductorio para complementar su nuda y fragmentaria lectura de Platón. Ellas aceptan
el envite: “¿En serio podemos bailar? ¿Actuar también? Vamos a hacer algo...”, y aún no
han conocido a Platón. Una semana después, le piden postergar la presentación. Tiempos
escolares, tareas, apuros, otros intereses: nada habían podido preparar aún. Le aseguran,
de todos modos, que harán algo bueno. Dos días antes de la clase siguiente, le piden al
profesor que solicite en el colegio el aula de teatro. Llega el día indicado; antes de que
arribe el profesor ellas ya ocuparon el aula. Hay luces, hay música, ensayos, corridas,
revuelo; otras compañeras colaboran, una custodia que nadie entre hasta que todo esté
listo. De pronto los ruidos cesan, la puerta se abre, los compañeros y el profesor son
invitados a ingresar. En el escenario, algunos elementos mínimos y cinco jóvenes produci-
das con sus vestuarios. Las luces se apagan, apenas un foco rojo sobre el escenario, silen-
cio inquieto, comienza la música y la voz de una de ellas inicia un relato. Lenta, suave,
temblorosa, comienza la danza... Son quince minutos, no más. Quince minutos de una
experiencia extraordinaria. Ninguna de las alumnas ha leído el manual. Afortunada-
mente. Apenas el texto de Platón. Apenas la alegoría. Y la caverna fue cálido útero. El
ascenso y la salida fueron nacimiento. El mundo exterior, aún luminoso y cierto, fue hostil
y amenazante. Y hubo muerte y retorno al útero para convocar, entonces, a un nuevo
nacimiento. El profesor, conmovido por ellas y por este Platón otro que el que conocía, les
propone repetir la obra y unos meses más tarde invita a un conjunto de colegas, muchos
de ellos profesores universitarios, para que la presencien. Otra vez la obra, tan bella como
la primera vez pero aún más perfecta: más asumida como propia. Termina, hay emoción,
se forma una ronda y tras el diálogo con las creadoras y actrices, se inicia otro diálogo
entre los profesores acerca de la alegoría, la potencia de los textos platónicos y la propia
filosofía de Platón. Cinco chicas, “ignorantes” de Platón, se marcharon y dejaron a los
profesores universitarios pensándolo de nuevo a Platón.
¿Estuvo el texto platónico presente en la obra? Seguramente. Sin guías, en la puesta
que crearon lo que aconteció fue una verdadera experiencia de lectura de un texto
filosófico. Y surgió otro texto, el que habían recreado con su propia lectura. En este
nuevo texto emergieron sentidos diversos, insospechados, claro está, en la exposición que
el manual les hubiera ofrecido. Por otro lado, apareció también un más allá del texto:
música, cuerpos, danza, silencio. Y la puesta en obra del texto de su propia lectura generó
entonces otras experiencias: la de sus compañeros primero, la de los otros profesores de
filosofía después.
Tuve la suerte de ser aquel profesor y de que Malena, Camila, Andrea, Julia y Rocío
fuesen estudiantes de aquel quinto año del vespertino en el Colegio Nacional de Buenos
Aires. Además de haber reaprendido en cierto modo a Platón, aprendí también a tener
372 Javier Freixas
26. Cecilia Caputo, “Algunas consideraciones acerca de la filosofía como invitación a pensar”, en Kohan,
Walter (comp.), Teoría y práctica en filosofía con niños y jóvenes, Buenos Aires, Novedades Educativas, 2006, p. 35.
La enseñanza filosófica: hacia la infancia por el camino de la hospitalidad 373
Bibliografía
27. Enrique Lynch, Filosofía y/o literatura. Identidad y/o diferencia. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económi-
ca, 2007, pp. 44-45.
374 Javier Freixas
Gustavo Loza*
parte por el todo, en este caso suponer que Vigotsky era un autor preocupado fundamen-
talmente por el tema educativo, un teórico de la educación. El otro peligro, el
aplicacionismo, radica en buscar en su obra un conjunto de recetas para ser aplicadas
directa y acríticamente en el ámbito educativo, a modo de fórmulas mágicas, para resol-
ver así problemas propios de la pedagogía. Mi propósito pues, es no incurrir en ninguno de
estos dos peligros y ser respetuoso del espíritu de la obra del autor.
Para ello, voy a dividir mi exposición en dos partes, en la primera intentaré detener-
me en aquellos aspectos de la obra de Vigotsky que me parecen relevantes a los fines de
este trabajo, y posteriormente procuraré hacer algunas consideraciones acerca de la en-
señanza de la filosofía a partir de los mismos.
Comenzaré señalando que Vigotsky distingue en el desarrollo de un individuo la
adquisición de unos Procesos Psicológicos que clasifica en Elementales y Superiores.2 Los
Procesos Psicológicos Elementales son aquellos que compartimos con las especies anima-
les superiores y que nos posibilitan realizar funciones tales como las formas elementales
de memorización, actividad senso-perceptiva, motivación, etc. Para el desarrollo de estas
funciones no es necesaria la interacción social y basta con nuestra constitución biológica,
lo que se denomina la línea natural de desarrollo. La adquisición de los Procesos Psicoló-
gicos Superiores, que nos hacen más plenamente humanos, es más compleja y requiere
del contacto social, de lo que denomina la línea cultural de desarrollo. Para Vigotsky, el
desarrollo de estos procesos es contingente, no hay una continuidad necesaria en el
despliegue de nuestra naturaleza, sino que ésta proporciona una base necesaria pero no
suficiente. La señalada necesidad del contacto social es muy consistente con la base
filosófica marxista de Vigotsky, pensador que tuvo su actuación en pleno período de la
revolución rusa y que intentó proporcionar los conceptos y categorías propios de una
psicología científica. Esta preponderancia del contexto cultural en el desarrollo de un
individuo es lo que explica que la educación tenga dentro de su pensamiento un rol
central y no solamente accesorio.
Para Vigotsky, por tanto, el desarrollo de las funciones superiores de la psicología del
individuo, aquellas que le permiten actuar con autonomía del entorno y control sobre sus
acciones, está caracterizado por su origen social, es decir por su participación en activi-
dades culturales. Esto lo lleva a sostener que todo proceso psicológico atraviesa primero
una fase social, que surge de la actividad exterior con los objetos o con otros individuos,
tras lo cual se produce un proceso de interiorización de tales prácticas. O sea que se
reorganiza en el plano intrapsicológico una operación realizada previamente en el plano
interpsicológico. Es importante aclarar que se habla de una reconstrucción en el plano
interno (y no de una mera copia) de procedimientos que se dan originalmente en el
2. Ricardo Baquero, Vigotsky y el aprendizaje escolar, Buenos Aires, Aique, 1996, pp. 31-62.
Pensar la enseñanza de la filosofía a partir de Vigotsky 377
3. Ricardo Baquero, “La categoría de trabajo en la teoría del desarrollo de Vigotsky”, en Psykhe, vol. 7, N° 1,
Santiago de Chile, 1998, pp. 45-54.
4. James Wersch, Voces de la mente. Un enfoque socio-cultural para el estudio de la acción mediada, Madrid,
Visor, 1993, pp. 65-80.
378 Gustavo Loza
5. Bárbara Rogoff, “Los tres planos de la actividad sociocultural: apropiación participativa, participación
guiada y aprendizaje” en Wersch, J.; del Río, P. y Álvarez, A. (Eds.), La mente sociocultural. Aproximaciones teóricas
y aplicadas, Madrid, Fundación Infancia y Aprendizaje, 1997, pp. 112-121.
Pensar la enseñanza de la filosofía a partir de Vigotsky 379
Bibliografía
Pablo Plaza*
¿Por qué sugerimos que las Olimpíadas de Filosofía de la República Argentina pue-
den ser una experiencia de lectura y escritura crítica? Porque quieren generar espacios
que nos posibiliten un diálogo con los textos en búsqueda de problemas filosóficos, de
diversas perspectivas para su abordaje y fundamentalmente de herramientas teóricas para
pensar la problemática de los Derechos Humanos.
Para lograr estos objetivos no alcanza con la diversidad de ejes temáticos o la plura-
lidad de miradas filosóficas que la bibliografía de esta olimpíada manifiesta, sino cuestionarse
los modos de trabajo de los textos filosóficos propuestos. No cualquier metodología es
apta para lograr lo que esta olimpíada pretende: que la pregunta filosófica, el diálogo, la
pluralidad, la argumentación, la interpretación, la abstracción nos ayuden en la reflexión
en torno a las problemáticas del propio contexto. Se considera que ciertos modos de
acceder a esos textos clausura la posibilidad del pensamiento crítico y genera que los
mismos queden en “silencio” y sean objetos de una reproducción vacía de sentido.
Nos parece importante la reflexión en torno a las preguntas: ¿Qué se enseña? ¿Cuáles
serán las temáticas en discusión? Pero también y es el asunto central de esta ponencia los
análisis acerca de cómo enseñar. Se señalaron ejes temáticos y autores pero la propuesta
metodológica de olimpíada también sugiere estrategias alternativas para acercarse a los
mismos buscando generar el espíritu crítico, la posibilidad de que los jóvenes rastreen
ideas en las fuentes, argumenten, debatan sus ideas, escriban sus propios textos y ensayen
de esta manera, la construcción de su subjetividad.
Esto implicará un trabajo que supone, desde el inicio, una actitud de apertura al
diálogo, a debatir y exponer ideas con los jóvenes, no a suponer que el otro no tiene nada
para decir o descubrir por su temprana edad. Ese diálogo filosófico es el andamiaje en el
cual se sostiene la propuesta metodológica, está presente en el laboratorio de reflexión
cotidiana cuando el alumno elige un tema y un problema a investigar, cuando construye
una pregunta filosófica, y también cuando en un trabajo cooperativo su docente le propo-
ne diversas lecturas en las que puede encontrar las reflexiones de aquellos filósofos que
ya pensaron ese problema o algún aspecto del mismo, esta etapa del proceso de investiga-
ción es la que nos conduce a nuestra próxima pregunta.
¿Cómo encontrarse con las fuentes, y que las palabras de los filósofos, inclusive hasta
cuando “la palabra duele” sean motivo para ensayar la interpretación, para vivir ese
proceso que lleva a buscar “detrás” lo que ellas contienen y que posibilita destruir textos
para construir otros nuevos?
Consideramos que el hombre solamente puede pensar en palabras y otros símbolos
externos, y que todo aumento de información en un hombre supone y es posible por el
incremento de información de una palabra, podríamos decir que las palabras y los hom-
bres se educan recíprocamente. Los hombres construimos textos, cadenas de enunciados
ligados mediante vínculos de coherencia, que expresan significados directos e indirec-
tos, la significación pasa sólo a través de ellos, son los lugares donde los sentidos se
producen, y es precisamente el proceso de interpretación el que permite a los sujetos
develarlos, el que posibilita activar el contenido de toda expresión.1
Proponemos cuatro fragmentos breves de filósofos analizando cuestiones diferentes,
los mismos nos parecen sumamente significativos y nos permitirán entrever esa necesidad
de trabajar no tan solo con lo que la expresión “dice” sino con lo que “alguien” quiere
decir con ella.
En distintas clases de filosofía el docente se propone analizar las características de la
actitud filosófica, la problemática de la verdad, el debate en torno al vínculo entre liber-
tad e igualdad y sugiere las siguientes actividades:
“... El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía va por la vida prisionero de los prejuicios que
derivan del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en su país, y de las que se
han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón...”2
1. Cf. Umberto Eco, Semiótica y filosofía del lenguaje, Barcelona, Lumen, 2000, p. 245.
2. B. Russell, Los problemas de la filosofía; Barcelona, Labor, 1970, pp.131-132.
La destrucción y construcción de textos filosóficos:una experiencia de lectura... 385
“Es deber de la filosofía el disipar los efectos producidos por la mala inteligencia, aunque para ello
sea imprescindible derribar las más encantadoras ilusiones...”3
“La verdad es la modalidad de error sin la cual una especie determinada de seres vivientes no
podría existir. El valor para la vida es lo que decide en última instancia [...] El conocimiento
funciona como instrumento del poder. De lo cual se infiere que aumenta a la par del poder...”4
III. Debatir acerca del vínculo entre libertad e igualdad a través de la sugerente
afirmación de Noam Chomsky:
Cualquiera de estas actividades nos pone ante un desafío, poder decir de otros modos y
en ese proceso no sólo intentar sacar los sentidos de estos textos, sino poder crear otros
nuevos. Traducir una expresión en otra permitirá el proceso de interpretación, encontrar
lo ausente, aquello que está representado. No se puede establecer el significado de una
expresión sin traducirla a otras, y estas últimas están a su vez, sujetas a otra interpreta-
ción, suscitando una cadena sino infinita al menos indefinida.6
Trabajaremos algunas imágenes y metáforas que siguen explicitando el modo en que enten-
demos este proceso de interpretación, este proceso de desatar los textos, desmontarlos, escom-
brar en ellos sin que nuestro objetivo sea arruinarlos o aniquilarlos sino desarticularlos y abrir
nuestros oídos a lo que puedan decirnos, para escribir nuestros propios textos.8
3. I. Kant, Crítica de la razón pura en Obras Selectas, Buenos Aires, El Ateneo, 1961, p. 23.
4. Arturo García Astrada, Introducción a la filosofía, Córdoba, Multi Editora, 1986, p. 290.
5. N. Chomsky, La (des)educación, Barcelona, Editorial Crítica, 2003, p. 159.
6. Cf. Umberto Eco, op. cit., pp. 130-132.
7. Umberto Eco, op. cit., p. 262.
8. Cf. Enrique Dussell, Para una de-strucción de la historia de la ética, Universidad Nacional de Cuyo, Facultad
de Filosofía y Letras, Cátedra de Ética, p. 3.
386 Pablo Plaza
I. “Imaginemos un niño que entra a su habitación y encuentra como regalo del día
del niño distintas fortalezas armadas con bloques de juguete, todas con formas y tamaños
diferentes. En un primer momento le fascina ver todas esas construcciones, pero luego
comienza a desarmarlas, su habitación queda llena de bloques sueltos. Cuando la des-
trucción termina, la nueva empresa comienza, el niño quiere crear sus propias obras,
experimentar y probar formas hasta construir su nueva obra.”
II. “Imaginas a un niño de diez meses aprendiendo a caminar, a sus padres acompa-
ñándolo de la mano, sus hermanos motivándolo, muchos lugares de su casa convirtiéndo-
se en sostén para los difíciles primeros pasos, caídas y riesgos permanentes, y en el mo-
mento menos esperado y casi sin darte cuenta ese niño aparece caminando.”
Si tomamos la tarea de investigación como un juego de destrucción y construcción
de perspectivas se puede comprender cómo imaginamos el contacto de nuestros alumnos
con las fuentes:
momento que se la considera una manera de aprender, cuando se acepta que lo que
genera la apropiación de ideas en los sujetos no es la reproducción de textos propuestos
donde no hay preguntas, sino el surgimiento de planteos desde la propia realidad, y la
búsqueda de respuestas, desde la confrontación con elaboraciones ajenas. Estas últimas
pueden ser huellas fundamentales, pero en la creación de las propias respuestas.
El ensayo filosófico posibilita, como fruto de este trabajo, llegar a la defensa de una
tesis a partir de argumentos. El alumno, en un proceso argumentativo, busca dar razo-
nes de sus afirmaciones. Pero su construcción entrará en el juego del debate, de los
argumentos y los contraargumentos, de los diálogos apasionados, de los acuerdos y
disensos, en el marco de jornadas que permiten que estos jóvenes protagonistas arries-
guen sus perspectivas.
El alumno partió de un problema, encontró en las fuentes herramientas teóricas y
seguramente se encuentra enriquecido para la construcción de su propio texto, podrá ha-
cer concesiones, desmentir o refutar, dar ejemplos, realizar citas, metáforas argumentativas,
pero en búsqueda de explicitar su posición crítica ante el asunto elegido.
La tarea de destruir los textos supone manejar diversas estrategias de apropiación
que faciliten al alumno el ingreso a los mismos. Y como esta propuesta nace no sólo como
reflexión teórica sino con el desafío de generar alternativas metodológicas que hagan
posible el proceso de interpretación, decidimos proponer algunas experiencias didácticas,
que surgen de nuestras prácticas en el aula.
Nos ocuparemos de dos de estas técnicas en particular: la explicación de citas con otras
palabras y la creación de metáforas o imágenes que ilustren los textos, por considerarlas
de fundamental importancia en el proceso de interpretación.
388 Pablo Plaza
- Seleccione y registre con rigor formal citas que considere significativas, de los
textos de Bertrand Russell, Eduardo Rabossi y Eugenio Pucciarelli, a partir de los
cuales se analizó en clase el concepto de: “Actitud Filosófica”.
- De los fragmentos propuestos de: Aristóteles, Descartes, Kant; Hegel, Russell,
Jaspers, Waisman, elija dos y realice la misma operación propuesta en el punto 1.
- Explique con otras palabras el cuerpo de citas obtenido de los textos.
- Busque relaciones y conexiones entre las diversas ideas.
- Construya un texto en el cual muestre su interpretación del concepto: “Actitud
Filosófica” fundamentándose en su investigación previa y su creatividad. Usted
debe inventar el título. No debe procurar desarrollar todas las ideas ni utilizar
todos los autores sino precisar una temática y seguirla en profundidad.
Los temas y autores propuestos podrían ser otros, pero la dinámica seguramente nos
aleja de la reproducción, y pone en entrenamiento la posibilidad de ver un tema a
través de distintas voces filosóficas, establecer vínculos entre las ideas y encontrarse en
el desafío de poner en palabras lo que se encontró en el proceso de reflexión de los
distintos textos.
Seleccionamos la metáfora también como un procedimiento poderoso que nos permi-
te llegar a las entrañas de la realidad, a aquellos lugares donde no alcanzan otros recur-
sos para penetrar, además de considerar su potencia para sugerir y seducir. La metáfora no
es un adorno del discurso sino que añade información nueva, nos dice algo nuevo sobre
la realidad, hace posible que se amplíen los espacios de significación, es objeto de re-
flexión y nos permite expresar nuestros pensamientos, es por esto que la hemos utilizado
para explicar cómo entendemos el proceso de la escritura.9
“Las metáforas pueden decirse con palabras, pero no sólo se limitan a éstas. Se escapan y en su
huida abren otros espacios posibles, son imágenes y las evocan, son en sí mismas un ejercicio de
cierta resistencia a lo conceptualizado, a lo dicho, a lo enunciado, porque pasan a ser necesarias
cuando todas las palabras antes usadas nos resultan estrechas, pobres, inapropiadas.”10
9. Cf. C. Cullen; N. Graciano et al.: Filosofía, cultura y racionalidad crítica. Nuevos caminos para pensar la
educación, Buenos Aires, Ed. Stella, 2004, pp. 134-135.
10. Idem, p. 135.
La destrucción y construcción de textos filosóficos:una experiencia de lectura... 389
Todas las estrategias propuestas buscan generar lo mismo ante los textos, la posición del
intérprete activo y no la del depositario pasivo, la de aquél que formula problemas y se pone
en búsqueda de herramientas teóricas para la construcción de los propios textos, que reco-
noce que ese proceso lleva tiempo, el que ocupa la paráfrasis, la búsqueda de relaciones, los
esquemas de escritura y el intento de comunicar lo que se va descubriendo.
Los textos de los filósofos no quedarán en silencio, hablarán a partir de nuevas voces,
la voz de aquellos que abrieron los oídos, que buscaron lo que algunos textos filosóficos
les querían sugerir, y son capaces de seguir pensando sus problemas, aquéllos que los
acucian. Ellos no pretenden generar respuestas universales sino nuevos ensayos para pen-
sar su realidad.
Bibliografía
ciencia, y a veces lo hacemos de modo más o menos mecánico, recurriendo sin suficiente
reflexión a aquellos ejemplos que con más frecuencia se reproducen en manuales o libros
de texto. De modo que en este artículo intentaremos plantear y revisar algunas cuestio-
nes vinculadas con esta relación entre Ciencias, Historia y Filosofía de las Ciencias.
2. Podemos citar, a modo de ejemplo, en español Enseñanza de las Ciencias, publicada por el Institut de
Ciències de l’Educació de la Universitat Autònoma de Barcelona (http://ensciencias.uab.es). En inglés, Science &
Education. Revista del International History, Philosophy and Science Teaching Group. (http://www.ihpst.org)
3. Por ejemplo, en el caso de la Biología, en ponencias presentadas en las Jornadas de Enseñanza de la Biología
que organiza ADBiA (Asociación de Docentes de Ciencias Biológicas de la Argentina), http://www.adbia.com.ar/
index.htm En estas Jornadas a menudo se encuentran también ponencias relativas a la Bioética, otro punto de
contacto para docentes de Filosofía y Biología. El IHPST mencionado en la nota anterior organiza cada dos años una
Conferencia Internacional. En 2007 tuvo lugar en la Universidad de Calgary, Ontario, Canadá, y en 2009 será en la
Universidad de Notre Dame, Indiana, EE.UU. Las ponencias de la Conferencia de Leeds (Gran Bretaña), en 2005
pueden consultarse on-line en http://www.ihpst2005.leeds.ac.uk/papers.htm
4. Por ejemplo, ver Science in the New Zeeland Curriculum, http://www.tki.org.nz/r/science/curriculum/
toc_e.php. O podemos citar, que en Argentina, en los CBC de la Formación Docente en Biología, el Bloque 1
corresponde a “Epistemología e historia de las ciencias”, cuya síntesis dice: “Este bloque contiene los conceptos
básicos para el análisis epistemológico de las disciplinas que conforman las Ciencias Naturales. Los mismos permiti-
rán al futuro docente, reflexionar sobre las características del conocimiento científico, las diferencias entre ciencias
formales y fácticas y la interpretación que hacen las principales corrientes del pensamiento epistemológico acerca del
proceso de construcción de conocimientos científicos. Asimismo, se analizan los principales cambios en las ciencias
a través de su historia, particularmente de las ciencias naturales, y los complejos vínculos existentes entre la ciencia,
la tecnología y la sociedad”. En Francia, cf. en el sitio del Ministerio de Educación, Lecourt D. L’Enseignement de la
Philosophie des Sciences, http://media.education.gouv.fr/file/94/7/5947.pdf. En Finlandia, puede consultarse en in-
glés el documento correspondiente del Currículo Básico Nacional (capítulo 7.8. Biología y Geografía; capítulo 7.9.
Física y Química) en http://www.oph.fi/ops/english/POPS_net_new_3.pdf
Explorando el concepto de herencia en Gregor Mendel: enseñanza de la Filosofía... 395
5. Por ejemplo, Lederman et al. (2002) señalan “[...] la carga teórica de la observación, [...el rechazo de]
posiciones absolutistas o deterministas, [...] la noción de que el conocimiento científico es tentativo, empírico, pero
a la vez cargado de teoría; que al menos en parte es consecuencia de las inferencias, la creatividad y la imaginación
humanas, y se encuentra insertado (embedded) social y culturalmente. Otros tres aspectos importantes son la
distinción entre inferencia y observación, la inexistencia de un método universal, tipo receta, para hacer ciencia, y las
relaciones y funciones entre leyes y teorías científicas” (p. 2).
Explorando el concepto de herencia en Gregor Mendel: enseñanza de la Filosofía... 397
de las leyes de la herencia por Gregor Mendel. ¿Por qué es éste un caso interesante?
Podemos enumerar diversos motivos: Mendel formula por primera vez una teoría de la
herencia, rigurosa y precisa, que permite explicar diversos fenómenos; su empleo de teo-
rías matemáticas estadísticas para la enunciación de los resultados supone una innova-
ción metodológica importante. Es además un episodio de la historia de la ciencia en el
que es relevante la función de la experimentación, y las condiciones de rigor con que se
lleva a cabo. Asimismo, es posible ilustrar la ruptura con teorías anteriores, que da inicio
a los cambios revolucionarios de la genética que cristalizan con el descubrimiento de la
estructura del ADN, por las investigaciones de Crick, Franklin, Watson y Wilkins. Tam-
bién permite mostrar el impacto tecnológico, económico y social de estos cambios en la
Biología; y, desde otro punto de vista, la misma figura de Mendel, con su condición
monacal, sus prolongados y pacientes cultivos de guisantes, el relato del “olvido” de sus
aportes y su redescubrimiento treinta y cinco años más tarde, cuando Mendel ya había
muerto, realizado a la vez por tres científicos distintos, en tres países diferentes; la con-
troversia acerca de la “excesiva precisión” de sus datos (Hartl y Orel, 1992), constituyen
las bases de un relato narrativamente atractivo. Al mismo tiempo, Mendel ha sido objeto
de disputa por parte de corrientes historiográficas encontradas, que lo han presentado
tanto como el caso paradigmático de una investigación inductivista, como, por el contra-
rio, lo describen en términos hipotético-deductivos de cuño popperiano (Lombardi, 2001);
ha sido objeto de múltiples controversias epistemológicas6 , a tal punto que se podría
hablar de un “caso Mendel”, como se habla de un “caso Galileo”. Por último, y probable-
mente por varios de los motivos anteriores, es un relato que aparece de una u otra mane-
ra, en la mayoría de los textos de Biología que abordan el tema de la herencia. En un
sentido más general, los ejemplos abordados en relación con la filosofía de la ciencia o la
epistemología en los textos de Filosofía en uso en la escuela secundaria, con los que
estamos más familiarizados, suelen provenir más bien de los campos de la Física o la
Astronomía. Esto no hace justicia a la relevancia de la Biología en el ámbito de la inves-
tigación contemporánea. Por otra parte, la genética mendeliana es un elemento central
en el desarrollo de la Teoría de la Evolución, que puede ser considerada un tema funda-
mental para la alfabetización científica del alumnado, tanto por su relevancia dentro de la
Biología, como para las implicaciones que puede tener en debates filosóficos tan dispares
6. Por razones de tiempo, es imposible abordar aquí las numerosas controversias históricas y epistemológicas
que rodean el descubrimiento de Mendel. Se lo ha presentado como un “adelantado a su tiempo”, como el fundador
de la genética moderna, como un botánico aficionado interesado sólo en la hibridación, como favorecido por su
condición religiosa, como atacado por el mismo motivo, como buscando descartar la descendencia con modificacio-
nes, como pro-darwinista, como anti-darwinista, se lo ha denigrado por razones políticas (caso Lysenko), se lo ha
reivindicado por las mismas razones, (Sapp, 1990), se lo ha acusado de manipular sus datos descartando las instancias
negativas, incluso de no haber realizado efectivamente los experimentos que describe, etc. (Hartl y Orel, 1993)
Explorando el concepto de herencia en Gregor Mendel: enseñanza de la Filosofía... 399
7. Cf. J. Dupré, El legado de Darwin. Recomendamos este libro escrito por un especialista en filosofía de la
Biología para aquellos colegas que deseen tener en cuenta en sus propuestas los problemas filosóficos vinculados con
la teoría de la Evolución ya que aborda de manera accesible y argumentativa la teoría de la evolución en relación con
cuestiones tales como los conceptos de raza y género, la determinación biológica de la conducta humana, las
semejanzas y diferencias entre humanos y animales, etc.
400 Ana Claudia Couló
éticas (como la eugenesia, y a largo plazo la descripción del genoma humano). Uno de los
libros menciona que la difusión de Mendel tras el redescubrimiento se debió a la necesi-
dad de reconocer la prioridad de su descubrimiento, pero ninguno menciona la rivalidad
entre De Vries y Correns, a la que algunos autores atribuyen la difusión de Mendel (es
decir, se enfatiza sobre las buenas prácticas científicas).
En relación con el descubrimiento, cuatro libros lo vinculan con la observación, que a
su vez, en tres casos, responde a problemas anteriores, y en uno no (es observación “pura” o
“ingenua”). Este mismo libro presenta una posición más cercana al inductivismo, ya que
formula un esquema que parte de la observación y el registro de datos, a partir de allí
genera leyes, y las pone a prueba. Este mismo libro es el único que señala expresamente que
un caso negativo o refutatorio (codominancia, alelos múltiples), no bastaría para descartar
la ley, aunque otro de ellos menciona que Mendel tuvo “un poco de suerte” al elegir las
arvejillas para su experimento. Un solo libro de los revisados emplea el término “hipótesis”,
pero cuatro hacen hincapié en la necesidad de un diseño cuidadoso del experimento, que
tome en cuenta el método y la selección del material. Tres de esos cuatro mencionan que
los experimentos apuntan a confirmar o disconfirmar las soluciones propuestas a un proble-
ma, y cuatro indican que las leyes obtenidas permiten predecir nuevos hechos.
Una afirmación preocupante para nosotros, que aparece en dos libros, es la de que
las leyes o enunciados generales se deducen (sic) de los experimentos/observaciones: “de
este resultado Mendel dedujo que el carácter textura lisa dominaba sobre el rugoso”;
mientras que otros dos afirman que los resultados de la experimentación de Mendel
“permiten formular” o “hacen surgir” las leyes. En ningún caso se presentan las leyes de
Mendel como definitivas, y tres libros señalan expresamente las carencias o excepciones
posibles para estas leyes. Otro punto significativo es que cuatro de los seis plantean la
importancia del uso del análisis matemático en las investigaciones de Mendel, y explican
con cierta extensión el significado de la expresión probabilística de la herencia. Final-
mente, sólo uno de los libros relevados incluye una cita directa del trabajo de Mendel,
aunque varios incluyen recuadros con citas de otros autores (desde Darwin hasta Bernal).
Ahora bien, resulta interesante vincular estos rasgos encontrados en nuestra explo-
ración con el cuerpo de información relevado por las investigaciones acerca de las ideas
previas o representaciones ingenuas de los alumnos, que ocupa un lugar de importancia
en muchas investigaciones recientes sobre Psicología educativa y sobre Didácticas espe-
ciales, aunque se encuentra poco trabajada aún dentro de la Enseñanza de la Filosofía.
La idea de ubicar a la consideración de las ideas previas o concepciones preteóricas
de los alumnos/as como un punto nodal para una reformulación de las estrategias de
Explorando el concepto de herencia en Gregor Mendel: enseñanza de la Filosofía... 401
enseñanza en sala de clases se encuentra cada vez más difundida entre los especialistas
en didáctica, tanto como entre los docentes. Sin embargo, a menudo se ha banalizado el
tratamiento de las representaciones en un esquema que supone que debe haber un pri-
mer paso que haga “emerger” las concepciones preteóricas, y luego es preciso “tenerlas
en cuenta”, sin mayores precisiones en relación con tales actividades. Múltiples investi-
gaciones señalan la resistencia de estas representaciones, que se mantienen a lo largo de
la escolaridad (incluso de los estudios universitarios). Astolfi (1999) distingue dos gran-
des perspectivas didácticas en el tratamiento del error: una perspectiva “orientada al
pasado”, y una perspectiva “orientada al tratamiento estratégico” del error que abandona
el análisis de las “condiciones requeridas”, para centrarse más bien en las condiciones de
posibilidad: no dónde deberíamos haber llegado, sino hasta dónde podemos llegar desde
el punto en el que estamos. Esto supone un equilibrio entre el estímulo ofrecido a los
alumnos (el apoyo y el reconocimiento por el trabajo realizado), y la sinceridad (provisión
de información atinente y adecuada sobre el valor de lo producido). Asimismo implica
alcanzar un balance entre la tolerancia (entendida como la asignación de un tiempo
razonable para el análisis de la relevancia, origen y significado de cada error) y el trata-
miento didáctico (diagnóstico preciso y trabajo de reconstrucción). Esta perspectiva no
supone una actitud complaciente ante el error sino, por el contrario, una actividad exi-
gente y esforzada, pero más relevante para una buena enseñanza.
En relación con el tema que nos ocupa, una investigación realizada en Canadá hace
casi veinte años (Aikenhead, 1986), señalaba ya algunas concepciones de sentido común
acerca de la actividad científica y sus productos, que luego volvieron a describirse y com-
pletarse en otras investigaciones. Por ejemplo, en España, Vázquez Alonso y Manassero Mas
(1999) replicaron la investigación de Aikenhead, adaptándola al contexto español, y to-
mando en consideración los resultados de otros trabajos posteriores que enuncian diversas
concepciones erróneas, caracterizadas a menudo por exagerar o convertir en rasgo exclusi-
vo alguna característica efectiva de la práctica científica. Por ejemplo, mencionan la difu-
sión de: a) la concepción inductivista8 , sostenida por científicos y epistemólogos, con diversos
matices, hasta las primeras décadas del siglo XX, pero abandonada, en buena medida a
partir de las críticas de K. Popper; b) la visión algorítmica de la metodología científica, que
implica concebir el método científico como una sucesión invariable de pasos, que si son
respetados, garantizan, o al menos aseguran parcialmente el éxito de la empresa científica;
y que ignora el papel de la creatividad y la imaginación, y no contempla la posibilidad de la
influencia de los colegas, el entorno académico, político, social, etc. en la actividad del
investigador; c) la concepción dogmática de la ciencia como un sistema de leyes verdaderas,
8. La concepción de que la ciencia parte del registro objetivo, neutro e incontaminado de los datos de
observación, los clasifica, y genera a partir de ellos, por medio de razonamientos inductivos, leyes generales y
verdaderas que constituyen el conocimiento científico.
402 Ana Claudia Couló
exacto e inmutable, que ignora la provisionalidad de las hipótesis, la falibilidad de las leyes
y modelos, la existencia de errores y preguntas sin respuesta, la coexistencia temporal de
teorías rivales, etc.; d) la concepción acrítica de la ciencia, como un saber absoluto e indiscu-
tible, que se opone al escepticismo metódico propio de la tarea científica; e) la concepción
exclusivamente acumulativa de la ciencia como una construcción progresiva de un cuerpo
de conocimientos (lo que es parcialmente correcto), pero entendido como una evolución
lineal, creciente, sin crisis ni revisiones; f) la concepción individualista de la tarea científica,
como una actividad de individuos geniales y aislados, sin conexión con el trabajo colectivo
y con el fuerte peso en la comunicación y la interacción de la empresa científica; la concep-
ción neutralista de una actividad científica descontextualizada, aséptica y abstraída de
toda influencia personal, afectiva, religiosa, económica o política de la sociedad en la que
se desarrolla; g) la concepción formalista de la ciencia, como un saber centrado en la forma,
difícil, elitista, inaccesible para quienes no formen parte de un grupo privilegiado y refrac-
tario a toda difusión de sus logros, contra la búsqueda de simplicidad, unificación y cohe-
rencia, propia del campo científico.
Vázquez y Manassero realizaron un trabajo empírico, que incluyó una encuesta aplicada
sobre 2.675 estudiantes de diversos niveles y modalidades del sistema educativo en Mallorca
(España), sobre seis cuestiones relativas a creencias y actitudes de los alumnos acerca de las
características de la ciencia: “la naturaleza de los modelos y esquemas de clasificación de la
ciencia, el carácter provisional del conocimiento, la naturaleza del método científico, las influencias
sociales sobre los científicos y las causas de las discrepancias entre científicos con relación a valores
y motivaciones” (op. cit. p. 381) que reforzó y matizó las concepciones descritas más arriba. En
las conclusiones, Vázquez Alonso y Manassero Mas apuntan que de los datos obtenidos podría
esbozarse una “concepción superficial” de la naturaleza constructiva, evolutiva, cambiante y
provisional del conocimiento científico que es consecuencia de una exposición parcial e in-
completa de la naturaleza de la ciencia en la enseñanza escolar y en los medios de comunica-
ción, que hace hincapié en los grandes cambios tecnológicos y en los acontecimientos excep-
cionales (por lo espectaculares o lo catastróficos) que inducen la consideración del cambio
como una característica de la actividad científica, pero no como una condición intrínseca a la
investigación y la producción de conocimiento científico. Por último, señalan la relevancia de
la variable “exposición a la ciencia” (como cantidad de formación científica recibida) (op.
cit.; pp. 390-1), como la única verdaderamente influyente en las respuestas, por encima de la
edad o la educación en sentido general.
Es importante señalar que si bien algunas de estas concepciones han sido abandona-
das por la comunidad filosófica,9 otras son objeto de discusión dentro de la misma comunidad;
9. Tenemos aquí una distinción importante entre la enseñanza de la Filosofía, y la enseñanza de las Ciencias. En
efecto, no existe un “paradigma” filosófico (en el sentido kuhniano del término), que permita distinguir a priori entre
Explorando el concepto de herencia en Gregor Mendel: enseñanza de la Filosofía... 403
es decir que no pueden ser consideradas “erróneas” en sí mismas, sino sólo en la medida
en que exageran o convierten en rasgo exclusivo alguna característica efectiva de la
práctica científica, pero sin señalar los matices adecuados, ni ofrecer justificaciones para
sostener estas tesis.
¿Cómo explicar la difusión y permanencia de estas concepciones? ¿Y qué tipo de
acciones docentes podríamos encarar para trabajar con ellas? Naturalmente, no puede
haber una explicación única que indique la causa y permita tomar acciones inmediatas.
Por el contrario habrá múltiples explicaciones en función de abordajes disciplinares dife-
rentes; pero sí es posible buscar algunos factores que puedan haber servido para reforzar
esta manera de concebir a la ciencia. En esta dirección, nos preguntamos si el modo de
presentación de algunos episodios históricos en los libros de texto de ciencias destinados
a alumnos de escuela media podría ofrecer elementos de interés tanto para formular
hipótesis acerca del origen de algunas de estas concepciones en el modo de presentación
de la ciencia en la escuela, como para considerar estrategias de enseñanza que permitan
tenerlas en consideración.
¿Podemos vincular la presencia frecuente de estas concepciones con las perspectivas
encontradas en los manuales de Biología sobre Mendel? Evidentemente, no es posible deri-
var conclusiones de ningún tipo dado el carácter meramente exploratorio de la muestra.
Sin embargo, puede ofrecer una ilustración de algunas de las cuestiones anteriores. En
ningún caso encontramos en estado “puro” aquella concepción dogmática, algorítmica,
inductivista, acrítica, acumulativa, individualista y formalista, sino más bien una serie de
matices que van desde un caso bastante cercano a este polo, hasta otro que formula la
investigación explícitamente en términos de “hipótesis”, y vincula la investigación científi-
ca con la comunidad científica, y el contexto político y económico. Como elementos favo-
rables cabe destacar, a modo de ejemplos, el hecho mismo de la inclusión de aspectos
históricos que permiten situar los contenidos “estrictamente” biológicos (la noción de he-
rencia, la introducción del concepto de “gen”, etc.) en lugar de presentarlos como constructos
acabados y definitivos. Del mismo modo, al menos dos de los libros analizados presentan una
imagen matizada, no dogmática ni acrítica de la empresa científica, e incluyen citas direc-
tas de textos originales, aunque muy breves. En una mirada ampliada a los materiales, más
allá del tratamiento específico de las investigaciones de Mendel, varios libros avanzan en
las relaciones entre la investigación biológica, en particular la genética, las tecnologías
asociadas y el impacto social, económico o ecológico consiguiente (Proyecto Genoma Hu-
mano, clonación, alimentos transgénicos, terapias génicas, etc.). En algunos casos, se plantean
las representaciones “adecuadas” y “erróneas”; más bien se impone aquí una distinción a partir de representaciones
“ingenuas” o “simples”, faltas de coherencia y de justificación, por oposición a conceptos “complejos”, autocríticos
y reflexivos, propios del pensamiento filosófico.
404 Ana Claudia Couló
también los problemas éticos y políticos vinculados con este impacto, lo que podría dar
lugar a intercambios fructíferos entre los espacios disciplinares correspondientes de Biolo-
gía y Filosofía. Al menos en dos libros encontramos un espacio dedicado a la inserción
laboral de los biólogos, con información acerca de dónde estudiar Biología y carreras afines
en Argentina, y con entrevistas a biólogos en ejercicio, algunas de las cuales, además, son
mujeres, lo que resulta interesante en términos de los estereotipos de género que suelen ir
asociados a la investigación científica en general.
Como ejemplos preocupantes podemos señalar el énfasis puesto en el esquema observa-
ción-generalización en alguno de los libros, sin matices ni consideraciones que permitan dis-
cutir los límites de la perspectiva inductivista ingenua. También cierta presentación de la
experimentación como “abstraída” de un proceso más complejo de interacción entre elemen-
tos teóricos y empíricos en la actividad científica. Otro punto a revisar lo constituiría la
imagen del científico y su actividad presentada a la manera de un paso necesario en el camino
correcto hacia la verdad (contemporánea), sin ofrecer al menos algunos elementos que per-
mitan ubicar mejor el contexto, en particular en un caso que por sí mismo plantea la cuestión
de la comunicación científica y la difusión de los resultados en la comunidad de referencia.
4. A modo de conclusión
Bibliografía
En 1973, Ronald Giere escribió una nota crítica que tituló “History and Philosophy of
Science: Intimate Relationship or Marriage of convenience?”. En esa ocasión, el filósofo, a
propósito de su comentario de los trabajos compilados por R. H. Stuewer, manifestó sus
dudas respecto de la posible unión entre la historia de la ciencia y la filosofía de la ciencia.
El vínculo entre ambas es un hecho reciente, que se manifiesta de distintas maneras. Según
Giere, tiene padres, la historia y la filosofía, respectivamente, y parientes ricos, las ciencias.
Esta metáfora le permite a Giere explorar la relación entre historia de la ciencia y filosofía
de la ciencia, en términos de otra metáfora, pues se pregunta si la relación entre ambas es
una relación íntima o un matrimonio de conveniencia. Precisamente este último tropo me
servirá a mí, en este caso, para manifestar mis propias dudas acerca de las posibles relacio-
nes entre la historia de la ciencia, la filosofía de la ciencia y la enseñanza de las ciencias.
En “Explorando el concepto de herencia en Gregor Mendel: enseñanza de la Filoso-
fía y enseñanza de la Ciencia”, Ana Claudia Couló invita a los lectores a una reflexión
acerca de algunas de las relaciones entre las ciencias, la historia de la ciencia y la filoso-
fía de las ciencias.
Como es sabido, la cuestión trasciende el escenario empírico rastreado por la autora
–materiales escritos destinados a la EGB (3) o Polimodal (3)– y ella se hace cargo de la
amplitud del tema en su presentación de las preocupaciones de quienes están interesa-
dos en la enseñanza de la ciencia.
En este trabajo argumentaré a favor de la hipótesis según la cual es difícil, sino impo-
sible, al menos por ahora, sugerir criterios o pautas a tener en cuenta para incorporar con-
tenidos históricos y filosóficos en la enseñanza de las ciencias, en los niveles de enseñanza
“esa parte primordial del campo que se refiere a la evolución de las ideas científicas, sus métodos
y técnicas, no a esa parte cada vez más importante que hace hincapié en el status social de la
ciencia, en especial los cambiantes patrones de educación científica, la institucionalización y el
apoyo, tanto moral como económic” (cf. p. 12).
Y esta distinción se vincula a su vez con su distinción entre historia interna e historia
externa.1
Precisamente el significado filosófico de esta última le parece mucho más problemá-
tico. Además, para Kuhn, los factores externos pierden importancia, en el sentido de
perder fuerza en la historia intelectual, a partir del momento en que la ciencia se vuelve
más técnica, aunque advierte que la relativa autonomía del enfoque interno ha oscure-
cido problemas importantes.
También señaló –al menos en la época en la que la formula (la ocasión original fue
en 1968)– que existía una brecha entre la historia de la ciencia y la historia de las ideas.
Precisamente éste es el guante que recoge Laudan, pues en el capítulo de El progreso y
sus problemas, destinado a la Historia de las ideas, analiza el estado de la historia intelec-
1. Kuhn consideró que la historia interna es aquella que se interesa por la sustancia de la ciencia como
conocimiento. En la historia interna las máximas que operan en el historiador son: debe: (1) deshacerse de la ciencia
que sabe; (2) dominar los textos y publicaciones de los períodos que estudia y sus tradiciones intrínsecas; (3)
esforzarse por pensar como los innovadores lo hicieron; (4) reconocer que la fama a veces es por resultados que se
pretendieron obtener; (5) preguntarse por los problemas en los que el sujeto trabaja y de qué manera se volvieron
problemas para él; (6) preguntarse qué es lo que el sujeto pensaba haber descubierto y en qué se basó; (7) atender a
los aparentes errores de su sujeto, porque revelarán la mentalidad activa de su personaje. La historia externa está
interesada en las actividades de los científicos como un grupo social dentro de una cultura más amplia.
410 María Cristina González
tual para explicar el descrédito en la que había caído. Laudan considera que gran parte
de la historia de las ideas tiene una orientación demasiado disciplinar, demasiada insen-
sibilidad a la dinámica de los problemas intelectuales, más preocupación por la cronolo-
gía y la exégesis; le falta carácter integrador. Pero también cree que hay modos de elabo-
rar la historia de las ideas que no sólo están bien fundados intelectualmente sino que son
altamente relevantes.
Laudan, además, destaca el error persistente de los historiadores pues han ignorado los
problemas que han motivado la construcción de los grandes sistemas intelectuales del pasado.
Pero, prestemos atención al hecho de que en su análisis Laudan introdujo lo que para él es la
categoría básica de su modelo de cambio conceptual. Se trata de la categoría de problema
científico. Pero, como ha sido señalado por sus críticos, esta noción dista de ser clara.
Laudan introduce otra distinción que resulta ser importante para determinar cuál es
la historia de la ciencia que suscribe. Se trata de su distinción entre historia exegética, en
la que la historia de las ideas consiste en elaboradas paráfrasis y sinopsis y cuyo objetivo es
proporcionar una historia natural de la mente según la cual ésta evoluciona en el tiempo;
y la historia explicativa, que busca revelar las razones y las causas que subyacen y explican
las secuencias temporales. Para ésta, sus preguntas o problemas son: ¿por qué X abrazó la
creencia Y? ¿Por qué fue modificado un sistema de creencia Z en t?
Así, su tesis fundamental es que no se puede hacer una evaluación racional cohe-
rente de doctrina científica alguna sin un rico conocimiento de su desarrollo histórico y
de la historia de sus rivales.
Finalmente, no puedo dejar de mencionar las consideraciones de Lakatos acerca de
la historia de ciencia y de la filosofía de la ciencia. Si bien este autor hace suya una
paráfrasis de Kant según la cual la historia de la ciencia sin filosofía de la ciencia es ciega
y la filosofía de la ciencia sin historia de la ciencia es vacía, es precisamente por su
manera de entender la historia interna y la historia externa –en los sentidos ya aludidos–
que pone de manifiesto la prioridad de sus intereses filosóficos, pues para este autor el
objetivo del historiador internista –el único historiador que le interesa– es el de propor-
cionar reconstrucciones racionales que salven la racionalidad del cambio conceptual,
aun a riesgo de modificar la historia real.
Los dos últimos autores que acabamos de mencionar comparten una problemática: la
de buscar la racionalidad del cambio conceptual en el devenir de las ideas, teorías y
métodos científicos. En tanto filósofos, la historia de la ciencia tiene un papel secundario
–quizás en mayor medida sea así en el caso de Lakatos (es más lo que parece haber
ganado la filosofía de la ciencia que lo que ganó la historia de la ciencia, pues ésta ahora
no es ciega sino mentirosa) que en el de Laudan– y ambos propusieron sendas teorías del
cambio de creencias científicas; acuñaron categorías nuevas o al menos dieron nuevos
roles a categorías ya conocidas, para analizar el cambio. Y en este punto cabe al filósofo
analizar la coherencia y completitud de las propuestas y al historiador determinar su
¿Relaciones íntimas o matrimonios de conveniencia?... 411
fertilidad y utilidad. Tendrán que ser los historiadores los que evalúen si las narraciones
de eventos históricos de acuerdo con los marcos conceptuales proporcionados por estos
autores son mejores o peores que otras.
¿Qué lección podemos extraer de este breve, y seguramente superficial, recorrido
por algunas de las tesis de los filósofos del Giro Historicista? Me parece que al menos
debería quedar claro que estamos bastante lejos de tener una idea precisa y consensuada
de qué cosa es la historia de la ciencia y cómo vincularla con la filosofía de la ciencia.
Si el análisis de las relaciones entre historia de la ciencia y filosofía de la ciencia
aspirara a ser completo, debería tener en cuenta, además, qué ha ocurrido entre los
historiadores de la ciencia como consecuencia de las propuestas de las teorías del cambio
conceptual formuladas por los filósofos de la ciencia. La cuestión va mucho más allá de lo
que puedo realizar, sólo me limitaré a mencionar el esfuerzo de Bernard Cohen en su
intento de reescribir algunos de los episodios más destacados de la historia de la ciencia
en términos de la idea kuhniana de revolución científica.
En conclusión, si acudimos a los filósofos –incluso a quienes adhirieron a la pertinen-
cia de la historia de la ciencia para la filosofía de la ciencia– parece difícil tener una idea
de la historia de la ciencia que nos permita pensar su relación con la filosofía de la
ciencia que no esté ligada a una concepción filosófica determinada, pues lo que se ha
visto es que el filósofo ha buscado en la historia los materiales que tornen más adecuado
su esquema conceptual en términos del cual trata de dar una interpretación del cambio
científico.
II
Ana Couló menciona la existencia de “un consenso mínimo acerca de ciertas afir-
maciones que podrían ser objeto de enseñanza en el ámbito de las ciencias naturales” y
cita las afirmaciones de Lederman et al (2002). Sin embargo, el panorama actual ya refe-
rido permite poner en tela de juicio la existencia siquiera de un tal consenso mínimo
Veamos cuál es el estatus que tienen tales propuestas. En una primera lectura ellas
parecen absolutamente aceptables. Sin embargo, es preciso remarcar que cuando se afir-
ma, por ejemplo, que “La observación está cargada de teoría”, ésta es ya de una tesis
filosófica que sólo puede presentarse para ser problematizada.
Esto significa:
1) Que surgió en el contexto de un debate. En este caso se trata del debate acerca
de la supuesta neutralidad de la observación, tesis suscripta por filósofos empiristas
clásicos.
2) Que es imprescindible analizar qué es lo que se entiende por “observación”, a
saber: ¿es una experiencia subjetiva? ¿Es un proceso o estado neurofisiológico? Si
lo es, ¿cómo se diferencia de un proceso o estado psicológico? ¿Cómo se vincula
esa experiencia del observador con lo que éste informa en su enunciado
observacional? ¿Se trata de un proceso interpretativo? Si lo es, ¿en qué consiste?
Como puede vislumbrarse, la tesis rápidamente deriva hacia la formulación de
un conjunto de preguntas vinculadas de las que también hay que dar cuenta, si
se la va a asumir como un supuesto que, al menos transitoriamente, no sea cues-
tionado
3) Que es necesario precisar qué se entiende por “teoría”. También en este punto
surgen nuevos problemas, ya que respecto de la noción misma de teoría no se ha
producido una elucidación ampliamente aceptada. Precisamente el escenario
filosófico actual ofrece varias alternativas no compatibles.
Espero que el caso mencionado sirva para mostrar que es ilusorio creer que haya una
suerte de consenso acerca de tesis filosóficas; por el contrario, un recorrido por investiga-
ciones actuales muestra que ciertas tesis filosóficas, más o menos ingenuas, simples o
problemáticas, han sido sustituidas por otras que, a su vez, son objeto de problematización.
De allí que presentar un conjunto cualquiera de tesis sin advertir los problemas que
plantean, puede transformar el supuesto consenso en una suerte de catecismo o cuadro
dogmático, haciendo que la reflexión filosófica se convierta en una suerte de tribunal de
la razón. La filosofía acerca de la ciencia y, en particular, acerca del conocimiento cien-
tífico, no culmina en dichas tesis. Si ellas son un resultado valioso de la evolución del
pensamiento filosófico acerca de la ciencia, no son más que un resultado provisional, que
requiere análisis para advertir sus limitaciones. Por consiguiente, la introducción de tesis
filosóficas en el contexto de la enseñanza de las ciencias exige una formación filosófica
previa que permita conducir el análisis de los problemas que se siguen de cualquier
¿Relaciones íntimas o matrimonios de conveniencia?... 413
III
teorías del cambio conceptual en ciencia. Así, están disponibles como ya señalamos, por
ejemplo, la perspectiva kuhniana, según la cual el cambio se produce mediante revolu-
ciones en los contextos de ciencia normal en los que reina un paradigma, o la perspectiva
lakatosiana, que presenta los cambios conceptuales en ciencia en términos de la supervi-
vencia o abandono de los programas de investigación científica, o la perspectiva de Laudan
que desarrolla la idea de tradiciones de investigación como marco para dar cuenta de los
cambios en las prácticas científica.
Si además tenemos en cuenta que las reconstrucciones que atienden a los factores
externos, esto es, que pretenden dar cuenta de la adopción de teorías, conceptos, méto-
dos y técnicas científicas en términos de los factores externos –sean éstos políticos, socia-
les o económicos– pueden dar lugar a un relato completamente distinto respecto del
valor de un descubrimiento, el alcance de una nueva teoría, los mecanismos que se
dieron para que ella se impusiera, etc., entonces el docente o autor de un manual de
texto para la enseñanza de las ciencias que pretenda incorporar contenidos históricos, no
ha de encontrar la historia de una disciplina sino historias. Véanse por ejemplo las polémi-
cas acerca de quién descubrió el oxígeno; polémica que por lo demás implica una cierta
concepción acerca de qué cosa es un descubrimiento científico.
De este modo, un historiador actual de la ciencia podrá. en el mejor de los casos. no
suscribir ninguna de las teorías del cambio propuesta por los filósofos e inclusive prestar
escasa atención a los factores externos, pero difícilmente pueda afirmar que no tiene
alguna teoría o al menos alguna perspectiva o conjunto de criterios. De hecho, los puso
en juego en su selección tanto de los hechos que registra como de los que omite. Y lo
mismo ha hecho el autor del manual al incorporar algunos datos y no otros.
El docente que ofrece a sus alumnos el texto de su disciplina como material apropia-
do enfrenta pues un dilema de difícil resolución, ya que, si se atiene al contenido sin
ninguna intervención, trasmite algo así como la imagen de la ciencia y si, por el contra-
rio, se detiene a realizar un análisis crítico y reflexivo del contenido, proponiendo otra/s
lectura/s alternativa/s del mismo episodio o circunstancia histórica, corre el riesgo de
desviarse fuertemente de su objetivo fundamental –los contenidos conceptuales de la
disciplina que enseña– dando lugar a un curso de otra naturaleza, por ejemplo el que
estuviera organizado desde una perspectiva exclusivamente histórica. Campanario (1988,
pp. 9-10) recoge con agudeza los aportes de distintos autores para mostrar que “la Histo-
ria de la Ciencia puede ser un arma de doble filo”.
Respecto de la filosofía de la ciencia la situación puede ser tanto o más seria; en
ese caso, es más claro que el autor del texto y los docentes que suscriben sus dichos han
interpretado la práctica científica y sus resultados acorde con algún marco conceptual,
pero difícilmente realicen un teorizar de segundo orden (como lo entienden Diez y
Moulines, p. 19), es decir, tematicen la índole de las tesis epistemológicas y gnoseológicas
que han asumido y desarrollen en sus clases los problemas a que dan lugar. Es allí
¿Relaciones íntimas o matrimonios de conveniencia?... 415
entonces donde surge el peligro, pues en lugar de la adopción lisa y llana de cualquiera
de las concepciones relevadas por, por ejemplo, Vázquez Alonso y Manassero Mass
(citado por Couló en su trabajo) el docente puede inducir la aceptación de alguna
concepción más o menos superficial de la ciencia que incluya elementos heterogéneos,
con la idea de que de este modo el alumno tendrá una imagen más rica de la ciencia y,
en consecuencia, más apropiada. El eclecticismo epistemológico y gnoseológico es tan-
to o más peligroso que el dogmatismo si aparece como una mera actitud conciliadora
de posiciones opuestas. Esta actitud oculta el carácter problemático de las posiciones
que pretende reunir en un todo coherente o la dificultad de asumir y defender una en
particular y, en lugar de invitar al análisis reflexivo de las consecuencias que se siguen
de diferentes tesis, promueve un cierre ficticio del debate.
Nuevamente el docente que hace uso de esos materiales enfrenta un desafío pues
difícilmente pueda evadir el análisis crítico y reflexivo –si está suficientemente prepara-
do para ello– e intervenir en las tesis epistemológicas y gnoseológicas presupuestas por el
autor del texto, a menos que el propio docente tenga asumidas tales tesis, también de
una “manera natural” o ingenua.
Para sintetizar, la situación que sugiere el trabajo de Ana parece ser la siguiente: los
libros de texto de una disciplina (en su caso los de biología del nivel medio) han incorpo-
rado información histórica y presuponen posiciones epistemológicas y gnoseológicas, más
o menos ingenuas o a lo sumo con cierto grado de reflexión, pero dicha incorporación no
permite anticipar que la información histórica o filosófica que allí se brinde pueda contri-
buir exitosamente a modificar las creencias ordinarias sobre el conocimiento científico y
la práctica científica. Por el contrario, se corre el riesgo de que afiance aún más dichas
creencias, impidiéndole al alumno acceder a una visión más rica, más matizada de la
complejidad de tales fenómenos. En suma, parece más bien un simple maquillaje que un
cambio profundo. Por ello me parece que el vínculo entre historia de la ciencia, filosofía
de la ciencia y enseñanza de la ciencia, se parece más a un matrimonio de compromiso
que a una relación genuina, al menos en el ámbito investigado por Ana Couló.
Referencias
¿Por qué evaluar? ¿Qué evaluar? 1 Estas son algunas de las preguntas que suelen
plantearse quienes buscan reflexionar sobre su práctica docente, ya que la evaluación
constituye una de las etapas de los procesos de enseñanza y aprendizaje, etapa que, a
veces, para los estudiantes, se convierte en la más importante.
En primer término, un profesor reflexivo y autocrítico tendrá que empezar por eva-
luar su propia tarea. Así como al evaluar a sus alumnos se propone determinar hasta qué
punto éstos han realizado aprendizajes significativos, en caso de advertir que, por ejem-
plo, las expectativas de logro que explícita o implícitamente habían guiado su enseñanza
no se han cumplido respecto de un gran número de alumnos, tendrá que analizar qué
ocurrió a lo largo de ese proceso de enseñanza. Aquí se podrá formular distintas pregun-
tas, de las cuales se enunciarán algunas que luego serán consideradas en forma separada.
1) ¿Qué ocurrió con el nivel de dificultad de los contenidos? Si fue excesivo para
ese grupo de alumnos, imposibilitando la construcción de un puente cognitivo
con los conocimientos de que disponían, ¿a qué se debió esa dificultad: al nivel
de abstracción de los contenidos mismos, al vocabulario que se utilizó al presen-
tarlos, a la secuencia establecida entre contenidos conceptuales?
2) ¿Fue adecuada la selección de contenidos en relación con los intereses del grupo
de clase? (Esto podría plantearse, por ejemplo, en el caso de orientaciones diferen-
tes en la escuela secundaria y también, en forma extensiva, en el dictado de la
asignatura Filosofía en diferentes terciarios no especializados en esa disciplina).
3) Los instrumentos de evaluación ¿fueron coherentes con las técnicas de conduc-
ción de clase utilizadas?
El proceso de evaluación en la enseñanza filosófica 419
2. Ascensión Millán, “Materiales de ética” en Luis Cifuentes et al., Enseñar y aprender filosofía en la escuela
secundaria, Barcelona, ICE-HORSORI, 1979, p. 134.
420 Martha Frassineti de Gallo
Por otra parte ¿por qué no proponer, además de la evaluación del profesor, una
autoevaluación y una evaluación entre pares que, sin sustituir a aquélla, puedan, una
vez convertidas en hábito, complementarla? Tanto la hetero como la autoevaluación
permiten desarrollar en los alumnos el espíritu crítico, lo que en una asignatura como
Filosofía resulta fundamental; también permiten detectar los progresos realizados y/o
algunos de los inconvenientes que dificultan los procesos de aprendizaje. Estas evalua-
ciones resultan muy significativas en el caso de trabajos grupales ya que surgen a partir
de la discusión entre los miembros de cada grupo permitiendo el intercambio de puntos
de vista diferentes y dando lugar a que los alumnos analicen aspectos que a veces
conocen mejor que sus docentes, tales como el esfuerzo de cada uno y la colaboración
prestada al grupo.
Finalmente quedaría por analizar la más conocida de las funciones de la evaluación:
la acreditación, que corresponde a lo que algunos autores –por ejemplo, Gimeno Sacris-
tán y Pérez Gómez– denominan “evaluación sumativa”. Ésta resulta ineludible dentro de
un marco institucional pero, respecto de ella, en la práctica docente se plantean algunos
interrogantes: 1) ¿Es justo que el profesor decida acerca de la acreditación de sus alum-
nos? 2) ¿Hasta qué punto la evaluación así entendida puede acarrear en ellos los efectos
de una profecía autocumplida? 3) ¿Qué se debería considerar en primer término: los
resultados obtenidos o el esfuerzo realizado por el alumno? 4) ¿Cómo asegurar que la
acreditación se relaciona con un aprendizaje significativo y no meramente memorístico?
1) Ningún docente hubiera dudado hace cincuenta años de que no sólo tenía el
derecho de decidir la acreditación de sus alumnos, puesto que ésta era una de
sus obligaciones formales, sino que además era justo hacerlo. En la actualidad
muchos docentes lo cuestionan y sienten que la evaluación así entendida pone
una distancia con sus alumnos que no desearían establecer; esto sin duda se
debe a los cambios que en la posmodernidad han sufrido los roles de los adoles-
centes y de los adultos. Al respecto dice Di Segni Obiols:
“Si una parte de la cultura ha abolido el rol adulto, cabe preguntarse si tiene buenas razones para
hacerlo. Pero [...] esta postura que parece tan avanzada no sería más que un anacronismo.
Cuando surgió como reacción contra el adulto clásico de nuestra infancia fue de vanguardia.
Entonces era necesario romper el corsé asfixiante de una educación rígida, aplastante. Ahora
representa algo así como un estado de ‘rebelión permanente’, un monumento vivo a los años 60
que para colmo ha sido perfectamente integrado como objeto de consumo por la industria. Si bien
es cierto que subsisten adultos tradicionales que caen en el autoritarismo [...], también es cierto
que hoy conocemos los conflictos que apareja el renunciar a asumir responsabilidades ante niños
y adolescentes. [...] Seguir pensando al adulto como si todos los problemas derivaran solamente
de sus excesos autoritarios no nos deja ver con claridad los que derivan de la demagogia y
El proceso de evaluación en la enseñanza filosófica 421
también de la inseguridad. [...] Se ha atacado con razón una escuela momificada en la que no
sólo se almidonaba el guardapolvo sino también las ideas de los niños, en la cual no se los escucha-
ba. Una escuela esencialmente verticalista, represora en términos de límites. Y se pasó a otra
escuela que en defensa de la creatividad y los derechos del niño perdió la posibilidad de transmi-
tir alguna noción de límite y no ganó el amor de los niños hacia el conocimiento.”3
2) La evaluación como acreditación tiene, por otra parte, efectos psicológicos que
en muchas ocasiones al profesor le pasan desapercibidos y sobre los cuales sería
deseable llamar la atención:
2.1.) Contribuye a formar la imagen de sí mismo que tiene el adolescente, a
menudo a partir de la imagen que cree que el profesor tiene de él. Es muy
común que el alumno extrapole la calificación de un trabajo (o de una
prueba) a una presunta calificación de él mismo. (El “cuatro” recibido a
menudo se transforma en “Ud. considera que yo valgo cuatro”).
2.2.) Crea expectativas en el profesor respecto del rendimiento futuro de sus
alumnos y de este modo también, en parte, condiciona y refuerza la
autoimagen de la que se habló antes. Las investigaciones realizadas por
Rosenthal y Jacobson en 1980 mostraron que los alumnos mejoran si los
docentes esperan algo positivo de ellos y que no progresan si los docentes
no confían en que lo hagan.
Con referencia a los puntos anteriores, es casi imposible pretender que el profesor no se
forme expectativas sobre el grupo de clase pero, cuanto más tome conciencia de las posibi-
lidades de una profecía autocumplida, menores serán los efectos negativos que ejercerá
sobre los alumnos, tanto los de alto rendimiento que podrán sentirse excesivamente presio-
nados, como los de bajo rendimiento que podrán sentir que todos sus esfuerzos son inútiles.
Por otra parte, instancias de evaluación variadas proporcionarán a los alumnos con
dificultades en determinados temas o para determinadas formas de expresión, la posibilidad
3. Silvia Di Segni Obiols, Adultos en crisis, jóvenes a la deriva, Buenos Aires, Novedades Educativas, 2002, pp.
170; 44.
422 Martha Frassineti de Gallo
“No utilizar exclusivamente pruebas escritas –ya fueran éstas estructuradas, semiestructuradas, o
de ensayo– sino recurrir periódicamente a otros instrumentos que podían ser individuales o
grupales, tales como: el portafolios o ‘procesofolios’ en la versión de Gardner, que es una carpeta
(individual) donde el alumno va guardando sus producciones, [...] la dramatización, en sus
distintas variantes (siempre grupales), [...] y la representación visual, en sus distintas variantes
(individuales o grupales), [...] todas ellas formas de evaluación que requieren habilidades rela-
cionadas con la inteligencia cinético- corporal y/o la inteligencia espacial (y no exclusivamente
con la lógico-matemática o la lingüística).”4
Parecería que si lo que interesa para la acreditación es que el alumno tenga los conoci-
mientos y las habilidades necesarias para acceder a un nivel superior, lo más importante
es el rendimiento, que se relaciona directamente con los resultados obtenidos, siendo
totalmente accesorio a ese efecto el esfuerzo realizado. Sin embargo, en la medida en que
el profesor formule contenidos actitudinales tales como “desarrollar una actitud favora-
ble hacia el trabajo sistemático”, estará apuntando a una valoración positiva del esfuerzo
que tendrá que concretarse en determinadas conductas. También en este caso, si la
evaluación no es meramente puntual sino continua y si no se reduce a pruebas escritas y/
o lecciones orales y abarca una variedad mayor de instrumentos, es posible incluir en la
ponderación realizada, el trabajo sistemático, tanto en las tareas individuales cuanto en
las grupales, así como las actitudes de cooperación en estas últimas.
“El punto central de esta teoría reside en la distinción entre aprendizaje memorístico y aprendi-
zaje significativo. El segundo es el proceso por el que se relaciona nueva información con algún
elemento ya existente en la estructura cognitiva del sujeto y relevante para el material que se
intenta aprender. Este proceso tiene [...] un aspecto psicológico (que consiste en la) asimilación
de una nueva información a una estructura cognitiva presente en el sujeto. En el primero, en
cambio, la nueva información queda aislada y se la almacena en forma arbitraria. A su vez, cada
uno de esos aprendizajes está relacionado con un tipo diferente de memoria: el primero con la de
corto plazo [...] y el segundo, con la de largo plazo. Así, lo que se aprende memorísticamente debe
fijarse sin alteraciones y repetirse para que no se olvide; lo que se aprende significativamente, en
4. Martha Frassineti, Las inteligencias múltiples y el aprendizaje filosófico, inédito, 2001, pp. 13-15.
El proceso de evaluación en la enseñanza filosófica 423
“Las reglas metodológicas que deben guiar la elaboración de una disertación [...] (ejercicio
filosófico de gran difusión en el sistema educativo francés), se basan en la claridad del plantea-
miento con todas las definiciones e implicaciones de los términos utilizados, en la exposición de
las teorías que abordan el problema y en la conclusión de las posibles soluciones al tema tratado.”6
2. ¿Qué evaluar?
5. Ana Claudia Couló y Martha Frassineti, Psicología cognitiva y enseñanza de la filosofía, inédito, 1996, p. 7.
6. Luis Cifuentes, “Un problema metafilosófico previo: ¿Es posible enseñar y aprender filosofía?”, en Luis
Cifuentes et al., Enseñar y aprender filosofía en la escuela secundaria, Barcelona, ICE- HORSORI, 1979, p. 99.
424 Martha Frassineti de Gallo
En Filosofía éstos serán, por ejemplo, nociones básicas de lógica informal, el vocabu-
lario y las reglas de algunos cálculos de la lógica formal, problemas filosóficos con algunas
de las respuestas que se pueden dar a ellos, sistemas filosóficos o partes de esos sistemas
ordenados en una secuencia histórica, contextualizaciones históricas y/o geográficas de
sus autores y biografías de filósofos.
Parecería que la preocupación central del profesor que evalúa tendría que recaer
sobre el aprendizaje de estos contenidos; de hecho muchos profesores tratan de constatar
si los alumnos efectivamente saben qué es el empirismo o en qué consiste la felicidad
para Aristóteles o en qué época vivió Sócrates o qué obras escribió Nietzsche o cuáles son
las categorías del entendimiento que propone Kant o cuáles son las falacias no formales
más comunes. Para ello recurren a pruebas escritas o lecciones orales o exámenes donde
esperan poder establecer, a partir de las respuestas que los alumnos den a las preguntas
formuladas por ellos, si efectivamente “dominan” esos contenidos. Ahora bien, ¿qué tipo
de aprendizaje revelan los alumnos en estos casos? Si las preguntas del profesor son direc-
tas y permiten dar respuestas en las que se repiten los apuntes de clase, partes del manual
de filosofía o de los textos filosóficos leídos –que es lo que ocurre a menudo– el alumno
sólo estará mostrando haber realizado un aprendizaje memorístico que desaparecerá poco
después de terminar el curso sin que pueda ser recuperado para relacionarlo posterior-
mente con algún otro conocimiento y así usarlo en forma efectiva. Tapia señala que no es
adecuado establecer una equivalencia entre recuerdo (generalmente cercano) y saber,
cuando lo que desea el docente es que los alumnos puedan hacer algo con esos conteni-
dos recordados. Esto plantea un problema: ¿pueden evaluarse los contenidos conceptua-
les por sí solos en un aprendizaje significativo? La respuesta parecería ser negativa ya que
éste supone el desarrollo de ciertos procedimientos que implican habilidades intelectua-
les que tendrán que ser evaluadas en forma simultánea con los contenidos conceptuales.
De allí la importancia de que en la propuesta de un programa, el profesor no se limite a
enunciar estos últimos, lo que es también bastante frecuente, sino que se plantee, desde
el inicio, qué habilidades deberá tener el alumno y con qué actitudes tendrá que enfren-
tar el material que se le ofrece para que pueda efectivamente lograr la asimilación de
una nueva información a una estructura cognitiva ya presente en él.
A diferencia de los dos tipos de contenidos anteriores sobre los cuales hay cierto
acuerdo en que deberían ser evaluables (por lo menos en alguno de los sentidos en que se
puede utilizar el término), los actitudinales plantean un interrogante inicial: ¿se los pue-
de evaluar de alguna manera? y aun aceptando una respuesta afirmativa, ¿son todos ellos
evaluables? ¿O sólo algunos lo son? ¿Se los puede evaluar en forma independiente de los
conceptuales y/o de los procedimentales? ¿Pueden y/o deben incidir en la acreditación?
Cifuentes dice, respecto de la evaluación de las actitudes, como parte integrante del
proceso educativo que:
En principio las actitudes se van formando a lo largo de muchos años de modo tal que
parecería utópico poder determinar qué se ha logrado al respecto en un bimestre o
aun en los tres bimestres de un año escolar; tampoco su aprendizaje parece depender,
del mismo modo que los contenidos conceptuales, de la enseñanza llevada a cabo por
un profesor. Y si los contenidos procedimentales requieren en general una tarea con-
sistente en el equipo de profesores, en el caso de los actitudinales, la necesidad de
un consenso básico es mayor, ya que no es tan fácil ponerse de acuerdo en todos los
casos respecto de cuáles son las actitudes deseables en los alumnos. Por otra parte, la
influencia de la familia y del medio social en general será todavía más fuerte que en
el caso de las ideas previas (que a veces bloquean el aprendizaje de ciertos conteni-
dos conceptuales), ya que en lo que respecta a las actitudes, el tono fuertemente
emotivo que se asocia con ellas hace que su arraigo sea todavía más firme que el de
las ideas previas y mucho más difícil de cuestionar. ¿Qué hacer entonces frente a
estas dificultades? En principio, considerar que estos contenidos son lo suficiente-
mente importantes como para no ser dejados de lado y menos aún en una materia
como Filosofía. Si se recuerdan las funciones de la evaluación analizadas en la pri-
mera parte del capítulo y se hace referencia a la señalada en primer término, el
profesor podrá reconsiderar en todos los casos en qué medida lo que ocurre en el aula
–desde los temas que se desarrollan y la metodología adoptada hasta el modo de
vinculación de los miembros del grupo– contribuye al desarrollo de actitudes positi-
vas o por el contrario obstaculiza su aparición; también los alumnos, individualmente
o en grupo, y aquí se estaría aludiendo a la segunda función señalada para la evalua-
ción, podrán evaluar sus propias actitudes y formular sugerencias al respecto. Pero la
que se presenta como más cuestionable respecto de los contenidos actitudinales es la
función de acreditación.
Parecería que contenidos tales como por ejemplo, desarrollar una actitud positiva
hacia el trabajo sistemático y continuo, que se relaciona con el esfuerzo realizado por el
alumno más allá de los resultados obtenidos en pruebas y exámenes, o desarrollar actitu-
des de cooperación con los otros miembros del grupo, que se pondrán de manifiesto en la
realización de los trabajos grupales, pueden ser evaluados de modo que incidan en la
acreditación, a partir de la utilización de listas de cotejo. Pero no se puede recurrir a
nada similar en el caso del desarrollo de actitudes tan significativas como la de respeto
hacia el otro o la de curiosidad intelectual, por ejemplo. ¿Puede decidirse que un alumno
no apruebe el curso de Filosofía porque tuvo actitudes discriminatorias hacia alguno de
sus compañeros o que otro sea reprobado porque no revela curiosidad intelectual y sólo
parece estudiar para cumplir con lo que considera su obligación? Sin duda el profesor
podrá intervenir en estos casos, y parecería deseable que lo hiciera, tratando de hacer
reflexionar a los alumnos respecto de las implicancias de sus actitudes, pero esto será
ajeno a la acreditación de la materia.
El proceso de evaluación en la enseñanza filosófica 427
Conclusiones
“La total autoevaluación por parte del alumnado de su aprendizaje filosófico no nos parece
aconsejable a la vista de la experiencia docente y de su incompatibilidad con el funcionamiento
de la sociedad actual que se basa en una evaluación externa de la calidad del trabajo elaborado
y del agente productivo. En cambio, el proceso de evaluación continua y formativa puede y debe
garantizar una aproximación al concepto de coevaluación entre profesorado y alumnado, ya que
el diálogo interpersonal razonado y argumentado es una de las herramientas básicas del trabajo
filosófico que debe ser también empleado en la explicación de las calificaciones del alumnado.
En caso de conflicto y de desacuerdo acerca de las calificaciones, se hace inviable un proceso
auténtico de coevaluación, pero siempre es posible argumentar acerca de las causas que han
llevado a cometer determinados errores conceptuales a fin de corregirlos en el futuro.” 8
Bibliografía
El planteo de problemas
Los estudios pedagógicos de los últimos tiempos han focalizado el abordaje de los
temas desde la perspectiva social, inducidos por las dificultades de los contextos educa-
tivos, generalmente de pobreza, que deben adecuar sus procedimientos a tales
condicionamientos. Ello conduce a reconocer la estrecha correlación que existe entre el
rendimiento escolar y el ambiente en que se producen los aprendizajes, y los modos en
que cuando tales relaciones son positivas, muchos de los factores desfavorables terminan
neutralizándose. Como afirma Pérez Lindo:
“[...] Si un individuo posee motivaciones intelectuales (la pulsión epistemofílica de los psicoana-
listas) y adopta una actitud activa para aprender y resolver sus problemas, seguramente tendrá
muchas más posibilidades de éxito que aquellos que no tienen motivaciones ni creatividad.
Ahora sabemos que los individuos ‘resilientes’, o sea, capaces de superar las frustraciones, son los
que tienen fuertes intereses y actitudes activas frente a la vida...”1
En la sociedad desencantada que vivimos, la actitud del sujeto es decisiva para la solu-
ción efectiva de los problemas que se le van planteando, en la que se recortan dos facto-
res: la actitud activa (o creatividad) y el interés (la motivación). Pero también se puede
quedar atrapado en la inercia social, en la pasividad, con un sistema educativo que sin
distinción de niveles, permanece al menos indiferente a la responsabilidad de formar
dichas actitudes proactivas.
“[...] Las soluciones nuevas, los nuevos paradigmas, no brotan por generación espontánea, pero
tampoco son exclusivamente fruto del esfuerzo o de la experimentación; en ocasiones unas
cuantas preguntas pueden acabar con siglos de tanteo...”3
2. Torrance (1976) citado en Corbalán Berná et al., CREA. Inteligencia creativa. Una medida cognitiva de la
creatividad, Madrid, TEA Ediciones, 2003, p. 43.
3. Corbalán Berná et al., op. cit., p. 44.
4. Santiago Kovadloff, La nueva ignorancia, Buenos Aires, Ed. REI, 2001, p. 188.
Acerca de la pregunta 431
adquirir lo hecho. Dice el autor que en el “[...] auténtico preguntar zozobra la certeza, el
mundo pierde pie, su orden se tambalea y la intensidad de lo polémico y conflictivo
vuelve a cobrar preponderancia sobre la armonía de toda síntesis alcanzada y el manso
equilibrio de lo ya configurado”.5
El problema del preguntar puede ser visto desde dos puntos de vista: el lógico y el
existencial. En el primer caso, la pregunta es objeto de la “lógica erotética” y forma parte
de la “lógica cuantificacional superior” o “lógica funcional superior”. Las expresiones de
la lógica de las preguntas son introducidas por medio de un metalenguaje, formalizado en
un metasistema. El carácter existencial del pensar interrogativo ha dado lugar a posicio-
nes como la de Jeanne Delhomme (La pensèe interrogative, obra de 1954 citada por Ferrater
Mora en su Diccionario de Filosofía), que afirma que la vida humana está enteramente
abierta a lo que se presenta, que es a la vez ausencia de sí misma. La vida no es mucho
más que preguntarse acerca de sí misma y no hay un término último del interrogar que no
sea el completo silencio.
Estas preguntas radicales pueden desencadenar respuestas, pero también se caracte-
rizan por remitir a otra interrogación. Y el pensamiento se detiene en el umbral de ese
abismo, porque su preguntar es siempre acuciante pero se lo reconoce como irrenuncia-
ble de la condición humana, que no sería nada sin ello.
No se trata de un preguntar por preguntar, sino que se entiende como abrir un hori-
zonte por medio de la pregunta.
5. Idem, p. 274.
6. Augusto Pérez Lindo (ed.), Creatividad, actitudes y educación, Buenos Aires, Biblos, 2004, p. 19.
432 Beatriz Guerci de Siufi
“[...] diversas capacidades, funciones, competencias, entre las cuales se deben destacar, por ser
las facultades más comprometidas en la creación y el descubrimiento de los productos científicos,
la intuición y la imaginación.”8
7. Citado por González Oliver en Augusto Pérez Lindo, (ed.), op. cit., 2004, p. 21.
8. Idem, p. 33.
Acerca de la pregunta 433
Que la imaginación es un factor fundamental para las actividades científicas, ha sido reco-
nocido por varios autores modernos. Se la entiende como la facultad o actividad mental
adonde se genera el interrogante científico, porque sienta las condiciones para que pueda
desarrollarse el pensamiento reflexivo... “fluir representativo ingobernable, desenfrenado, ili-
mitado y disfuncionalizado, es decir, desvinculado de la pura satisfacción biológica.”9
Conviven un pensamiento productivo que posibilita una organización diferente, la
creación de una nueva solución; y un pensamiento reproductivo, como aplicación de solu-
ciones ya sabidas y logradas a partir del planteo de un problema En el nivel del pensa-
miento convergente, donde la solución de un problema transitará un camino conocido,
se espera que el pensamiento opere produciendo la respuesta determinada. Es la correcta
o esperada para la solución de un problema que admite sólo esa respuesta.
El pensamiento divergente, caracterizado por fluidez, flexibilidad y elaboración, per-
mite dar diferentes respuestas a un problema poco estructurado o “mal definido”. Al no
identificarse con una situación con alguna estructura anterior, tiene lugar el reconoci-
miento de sus aspectos novedosos, y este pensamiento (coincidente con el creativo) ac-
túa. La mala definición de un problema es un auténtico problema porque dispara distin-
tas líneas de posibles soluciones, aunque no existen problemas totalmente mal definidos
porque esto haría imposible su solución.
El pensamiento convergente da lugar a una sola posibilidad de respuesta, en tanto el
divergente se dirige hacia el problema desde muchas direcciones posibles. Ambos tipos
de pensamiento son necesarios en el proceso de producción de conocimiento, uno aporta
la innovación, la alteridad; el otro, la sistematicidad y el recorrido según una secuencia
lógica en la conquista de la solución.
La pregunta en filosofía
“[...] una filosofía se diferencia de otra no tanto ni primariamente por lo que nos dice del Ser, sino
por su decir mismo, por su lenguaje intelectual; esto es, por su ‘modo de pensar’.”10
Y pensar en Leibniz equivalía a probar. Con ello se estaría, según el español, abandonan-
do el esquema tesis-prueba y con ello, la actividad de un pensar calculador.
9. De Castoriadis, citado por González Oliver en Augusto Pérez Lindo, (ed.), op. cit., 2004, p. 40.
10. Citado por Tejedor Campomanes en César Tejedor Campomanes, Didáctica de la Filosofía. Perspectivas y
materiales, Madrid, SM Ediciones, 1984, p. 13.
434 Beatriz Guerci de Siufi
“[...] satisface menos la pregunta que la respuesta, y existe siempre la tentación de pasar sobre las
preguntas como sobre ascuas, para contentarse con cualquier respuesta. Si a toda pregunta sigue
una respuesta es, muchas veces, no porque se responda realmente, sino porque la pregunta
provoca una huida hacia una presunta respuesta.”12
“[...] el tema del yo no sólo es intrigante sino también complejo y difícil. Cada uno de los
individuos humanos nos sentimos identificados con nuestro yo de una manera consistente. Cuando
no ocurre aparecen los miedos a la autodestrucción, o la multiplicidad de personalidades...”16
14. Corbalán Berná et al., CREA. Inteligencia creativa. Una medida cognitiva de la creatividad, Madrid, TEA
Ediciones, 2003, p. 18.
15. Citado en Corbalán Berná et al., CREA. Inteligencia creativa. Una medida cognitiva de la creatividad,
Madrid, TEA Ediciones, 2003.
16. Carlos Monreal, Qué es la creatividad, Madrid, Ed. Biblioteca Nueva, 2000, p. 198.
17. Sostenido por Barrón y citado por Carlos Monreal, op. cit, p. 202.
436 Beatriz Guerci de Siufi
Thurstone cuando afirma que hay que asociarla con la falta de negativismo y con
el entusiasmo positivo más que con actitudes críticas; son personas genuinamen-
te serias y reflexivas pero menos graves y reflexivas.
c. Identidad sexual. Se reconoce mayor tendencia a seguir modelos femeninos,
aunque los psicoanalistas hablan de bisexualidad de los creativos.
d. Sociabilidad. En este orden aparecen datos que muestran bajos niveles de socia-
bilidad junto a seguridad y valentía ante el grupo. Lo que algunos entienden
como poca amistosidad, hostilidad y agresividad; Guilford18 califica de introvertidos.
e. Disposiciones para el cambio. Los creativos tienen un alto nivel de intereses,
queriendo siempre mejorar la realidad en la que se desenvuelven.
f. Autoconfianza. Su autoevaluación es alta, con superiores niveles de aspiración
para sí mismos.
g. Autosuficiencia. A Guilford acuden Corbalán y otros19 cuando ven al sujeto
“con un alto nivel de autosuficiencia pero con fuerte necesidad de autonomía y
autodirección”.
h. Independencia de juicio. Este rasgo es fuerte, por cuanto los sujetos valoran su
independencia, muestran inconformismo social en el libre juego de sus propios
principios y prejuicios, con alto nivel de implicación personal y escasa valoración
de espacio social en el que se desenvuelven.
i. Salud mental. Se muestra en posiciones diametralmente opuestas: en positivo, la
excentricidad es señal de salud por su autonomía e independencia; la posición
contraria sostiene que los sujetos son fuertemente conflictivos y que en casos de
genialidad –según Lombroso20 – aparece como “una psicosis degenerativa del
grupo epileptoide”
Un sujeto creativo estaría especialmente preparado para resolver problemas a los que no
cabría una solución única, pero su alcance supone la intervención de algunos elementos
convergentes.
“[...] El papel de la inteligencia consiste en reconocer cuál de las nuevas ideas es también una
idea buena para asignar recursos efectivamente y realizar otros fundamentos de la resolución de
problemas...”21
Alcance pedagógico
Bibliografía
Páginas web
www.neuronilla.com
www.sardis.upeu.edu.pe/alfpa/creatividad1.htm (estrategias para desarrollar la creatividad)
www.gestiopolis.com/dirgp/emp/innovacion.htm (innovación y creatividad)
www.educared.edu.pe/docentes/index
440 Mauricio Langon
Función filosófica y enseñanza de la filosofía 441
Mauricio Langon*
1. Función filosófica
1.3. La función filosófica tiene que ver con el modo filosófico de concebir las relaciones
de los hombres con sus saberes (dimensión gnoseológica, epistemológica y cognitiva), y las
relaciones que los hombres construyen entre sí respecto a dichos saberes (dimensión
educativa, pedagógica, que incluye centralmente cuestiones de enseñanza y aprendizaje).
Ambos tipos de relaciones están estrechamente vinculados.
1.3.2. Este modo de relacionarse con los saberes está íntimamente ligado a la expe-
riencia de educar filosóficamente, que comporta prácticas filosóficas de enseñar y de apren-
der. Porque no podría intentar transmitirse este tipo de relaciones mediante prácticas
que de hecho enseñaran “que imponerle algo al otro es legítimo si a alguna autoridad le
parece necesario”,4 sin transmutar aquello que se transmite en su contrario.
No es posible escindir la relación filosófica con los saberes de la relación filosófica
educativa. La relación entre la filosofía y su enseñanza es intrínseca.
La noción de función filosófica parte del reconocimiento del desfasaje entre enseñan-
za y aprendizaje,5 que se funda en la libertad y responsabilidad de los actores intervinientes
en el acto educativo. Pero subraya la responsabilidad docente en la preparación de ámbi-
tos, contenidos y actividades de enseñantes que habiliten aprendizajes autónomos.
Esta propuesta debería tocar: los niveles macro (de las instituciones y políticas edu-
cativas, del currículo, etc.); los niveles medios (centros educativos, supervisiones, direc-
ciones, programas, formación docente, asociaciones, etc.); los niveles micro (el aula; cada
disciplina; cada docente).
Lo que AFU planteó a nivel de Bachillerato incluía:
2.1. La función filosófica como transversalidad en el seno de cada una de las asignaturas
curriculares, solicitándose que cada una de ellas (incluida, por cierto, “filosofía”) desti-
nara un “diezmo” (Morin) de su tiempo a: a) La necesaria reflexión sobre las connotacio-
nes filosóficas y sobre los problemas filosóficos que cada disciplina suscita; b) La
2.3. Espacios regulares y sistemáticos de diálogo entre los profesores, en forma de talleres
y seminarios interdisciplinares en comunidad de indagación, que podrían preverse en un
marco de formación y perfeccionamiento permanente del profesorado.
La idea indicada más arriba (#2.2) fue trabajada en un proyecto que finalmente fue
aprobado con nombre de espacio de “Crítica de los saberes”.
Fue un “recorte” de nuestra propuesta, fuera del contexto en que tendría más fuerza
y sustento, con una carga horaria reducida y con una extensión en el tiempo inferior a la
prevista. Pese a estas limitaciones la experiencia resultó muy valiosa y el espacio se viene
consolidando bien. Aunque todavía demasiado ligada a la asignatura “filosofía” (muchos
la ven como una mera “ampliación” de la misma) las ideas de fondo están calando en
muchos de los colegas de nuestra asignatura y en no pocos de otras.
La Inspección viene trabajando intensamente en esta experiencia que ha impulsado
y seguido de cerca. Fue aplicada prudentemente, siguiendo un plan graduado de
implementación acompañado de la realización sistemática y descentralizada de activida-
des de perfeccionamiento específicas, incluyendo apoyo en bibliografía y materiales, lo
que dio a los docentes la posibilidad de intercambiar experiencias y de contar con recur-
sos sólidos que les proporcionaran seguridad ante las nuevas exigencias curriculares.
“Crítica de los saberes” es una innovación importante que debe ser profundizada.
De ella se deben extraer consecuencias que serán valiosas no sólo para nuestro país.
Función filosófica y enseñanza de la filosofía 445
Se trata de filosofar con la filosofía; lograr hacer del aula de filosofía (de la enseñan-
za y del aprendizaje de la filosofía) experiencias filosóficas.
Se trata de restituir a la filosofía su poder removedor de prácticas y teorías; de ense-
ñanzas y aprendizajes.
Ricardo Sassone*
escena pedagógica.3 Una tercera cuestión es la que se refiere a las articulaciones y media-
ciones disponibles para el tratamiento de las hipótesis de conflicto que surgen entre los
distintos actores sociales, sean estos: individuales o colectivos –o sea: inherentes a las
distintas configuraciones grupales–, que enmarcan sus acciones en dicha escena. Y es de
nuestro especial interés considerar los aspectos de esta relación conflictiva que han que-
dado apresados en el deterioro del vínculo educativo debido la contrastación que se da
frente a una cierta “lógica de la masificación”, con respecto a una necesaria democratiza-
ción de los saberes.
Nos preguntamos al respecto, en qué sentido se trata esto de un problema filosófico
que requiere la confrontación de principios, conceptos y modos de problematización. En
especial, deseamos colocar en el centro del debate las articulaciones que tienen que ver
con el ejercicio de autoridad en correlación con los conceptos de norma, disciplina y
sanción. Estas cuestiones se resumen, posiblemente en última instancia, en la pregunta
acerca de cuáles son las condiciones de posibilidad de la educación y cómo se define
–siguiendo a Freire en su Pedagogía de la Autonomía–, la relación docente-discente4 [ref.:
R(D;d)].
Más allá del intento de abrir la relación que articula los polos entre los que se desa-
rrolla el proceso enseñanza-aprendizaje, con respecto al encuadre específico de la inter-
vención, a saber:
Los términos en que se expresa Freire nos permite señalar conceptualmente un des-
plazamiento interesante, en comparación con la dada en términos de: educador-educando
[ref.: R(E;e)]; impregnada de una fuerte asimetría, al inscribirse en un espacio atravesa-
do por relaciones de poder. Resultado de esto último es el hecho de que el lugar “educa-
dor” –como lugar de enunciación del discurso, monopolizando forma y contenido– se
encuentre “sobre-codificado” jerárquicamente con respecto al lugar “educando” –lugar
de acumulación de los contenidos del discurso, lugar de las “adquisiciones”–. Esta nueva
perspectiva, permite señalar que en esta relación [R(D;d] ninguna de las partes, entidades
3. Sassone, R., “Hacia la configuración del philodrama. Una estrategia orientada hacia la ‘puesta en escena del
concepto’ y su elucidación desde el pensamiento-acción en tanto: ‘ser en el cuerpo’. Proyección de la intervención
estético-poiética en la dimensión pedagógica”, en Kohan, W. (comp.), Teoría y práctica en filosofía con niños y jóvenes.
Experimentar el pensar, pensar la experiencia, Buenos Aires: NEFI/Núcleo de Estudos Filosóficos da Infancia [UERJ]-
Ediciones Novedades Educativas, 2006, p. 131 ss.
4. Freire, P., Pedagogía de la autonomía, Buenos Aires, Siglo XXI, 1997. Cf. especialmente, p. 25 ss.
La comprensión de la escena pedagógica desde la estructura de la acción... 451
5. S/v: discente, v. entrada léxica en: Diccionario RAE: [www.rae.es]: 1. adj. Dicho de una persona: Que recibe
enseñanza.
6. San Isidoro de Sevilla, Etimologías, Madrid, BAC, 1551. Cf. Libro I, De gramática, Cap. I, “De la Disciplina
(Ciencia) y del Arte”. Según nota: el capítulo es tomado de Casiodoro (S. V a. D.). Se refiere a Institutiones: escrita,
expresamente, para los monjes de Vivarium, un centro de primordial importancia para la transmisión/traducción de
numerosos textos antiguos, tanto bíblicos o litúrgicos como paganos. Se trata de Introducción a las Escrituras y a las
artes liberales. El segundo libro de las Institutiones se subtitula Institutiones saecularium litterarum. Estos textos
formaron parte, más tarde, del codex archetypus.
7. Ibídem, p. 6
8. Cabe recordar que Aristóteles en su Rethorica, plantea las condiciones para “persuadir” haciendo uso del
discurso. Para ello, se debe apelar a tres dimensiones distintas. Receptor, a saber: el logos, el ethos y el pathos. Dicho
en otras palabras, un argumento tiene poder de convicción cuando sus premisas nos parecen racionales y convenien-
tes (logos); cuando quien lo enuncia merece la debida confianza (ethos) y cuando el argumento apela eficazmente a
nuestras emociones (pathos). Aristóteles: Retórica. Edición bilingüe (Gr.-Esp.), trad., Antonio Tovar, Madrid, Insti-
tuto de Estudios Políticos, 1971.
452 Ricardo Sassone
potencialmente afectado por algo o alguien. Desde el punto de vista valorativo, esta afec-
ción podrá ser tanto de sesgo “positivo” o “negativo” partiendo de cierto estado inicial o
condiciones iniciales dadas en el contexto de recepción.
ANÁLISIS:
P2 RE –ACCIÓN (ri)
A2 NIVEL 2
[t2]
9. Apel ha impulsado una suerte de “rehabilitación de la filosofía práctica” aludiendo a la renovación de los
intentos de fundamentación la ética que constituye un modo de buscar respuestas frente a los grandes desafíos de la
realidad histórica y de la tecnología y la ciencia contemporánea. Se nos presenta la idea de una “transformación de
la filosofía”, a través de la cual se reformulen las “condiciones de posibilidad”, pero la estrategia utilizada no se refiere,
como en Kant, a la experiencia sino a la argumentación. Es decir, se trata de una reelaboración la filosofía trascenden-
tal desde la perspectiva semiótica. En cierta forma, esta propuesta pretende constituir una mediación entre los tipos
de ética que Max Weber había considerado incompatibles o inconciliables, a saber: “ética de la convicción” y “ética
de la responsabilidad”. La ética del discurso incorpora en su proyecto el desafío interno de mostrar que es realmente
posible una fundamentación –mediante reflexión pragmático-trascendental– racional y “última” de la misma. A la
vez, debe asumir también el desafío externo, mostrando una línea de acción razonable, incluso para los casos en los que
la aplicación directa del principio instrumentado no fuera posible. Una nueva y actualizada exploración al tema se
presenta en: Apel, Karl Otto, La globalización y una ética de la responsabilidad, Buenos Aires, Prometeo, 2007.
La comprensión de la escena pedagógica desde la estructura de la acción... 453
una persona individual o de un grupo social, étnico, etc.–,10 si tal intervención se realiza
bajo un encuadre pedagógico.
Ahora bien, esta inscripción de la acción en el contexto social y reconociendo las
condiciones de borde que dicho contexto le imprime, presenta a su vez varias dimensio-
nes. Un abordaje tradicional para comprender los tipos de orientación del “proceder
social” contempla, por ejemplo, desde un abordaje weberiano11cuatro posibilidades:
10. Maliandi, R., Ética: conceptos y problemas, Buenos Aires, Biblos, 1994. Para pespectivar esta cuestión, cf.
El concepto de “ethos”, p. 19 ss. Un buen enfoque etimológico puede seguirse en Aranguren, J. L., Ética, Madrid,
Revista de Occidente, 1965. Cf. Cap. II.
11. Weber, M., Economía y Sociedad, México, Fondo de Cultura Económica, 1994. Cf. parte I.
12. Con respecto al concepto del continuum, cabe considerar el aporte de las ideas de Jean Liedloff con
referencia al curso de acción a seguir para alcanzar un óptimo desarrollo físico, mental y emocional. Según plantea,
es necesario transitar el conjunto de experiencias adaptativas que han sido básicas para la consolidación de nuestra
especie en su proceso evolutivo. Cf. Liedloff, J., The Continuum Concept, Boulder, Perseus Book, 1986.
454 Ricardo Sassone
13. Sassone, R., “Hacia la configuración…”, op. cit., p. 137. Sobre aspectos dados en el cruce interdisciplinar
entre: teatro-performance: pedagogía y filosofía, inherentes a la categorización del pensamiento-acción.
14. Sassone, R., “A intervenção ‘estetico-pedagógica’ e sua fundamentação no marco de uma ‘estética aplicada’
no contexto ‘institucional-curricular’”, en Kohan, W. (org.), Políticas do ensino de filosofia, Rio de Janeiro: DP&A
Editora, 2004. Cf. p. 110.
15. Sassone, R., “Hacia la configuración…”, p. 142. El logoanálisis resulta de la tematización de problemas
inherentes al campo de la filosofía práctica, en dimensión; ético-política; estético-poiética; filosofía del lenguaje,
antropología filosófica; bioética; etc., presentes en cierta textualidad generada en cierto proceso generación-estructuración
escénica. El análisis no sólo atiende a la dimensión discursiva sino también al desarrollo del mundo y estructura de
acción.
La comprensión de la escena pedagógica desde la estructura de la acción... 455
TIEMPO TIEMPO
[t] [t]
Semanifiesta
Se manifiesta
“ i ibl
visiblemente t ” ACCION
en el espacio
UNIDAD
[a] CORPORAL
Se
Seconcreta
concretaen en
ESPACIO determinado tiempo y lugar
determinado AL
“ ESPACIO
[e] [e]
Se Se visualiza
visualiza donde
donde
la acción la acción
tiene lugar.
Se efectúa con unaSe
tiene “lugar”.
efectúa con una
determinada duración
d t i d Fig. 2
16. El concepto de transicionalidad, remite a una modalidad de funcionamiento psíquico que constituye los
llamados fenómenos, espacio y objetos transicionales. Básicamente, a través de la constitución de un tercer espacio
virtual se origina un área intermedia de experiencia, en la que concurren, en forma participativa, participativamente
tanto la realidad interna como la externa. En tanto espacio ilusorio, el espacio transicional, según Winnicott, es una
“zona intermedia entre la realidad interna del individuo y la realidad compartida del mundo que es exterior a los
individuos”. Cf. Winnicott, D., “Objetos transicionales y fenómenos transicionales”, en Realidad y juego, Buenos
Aires, Galerna, 1972, p. 19 ss. y 197.
17. Pavis, P., El análisis de los espectáculos, Barcelona: Paidós, 2000. Cf. p. 158.
456 Ricardo Sassone
AGENTE
ESCENA ACTO
Fig. 3
A través de este modelo se intenta dar cuenta de la retoricidad de todas las acciones
humanas. Al aplicarlo a las diversas situaciones podremos comprender la índole retórica
de las mismas. Dado que ninguna acción humana remite a una forma necesaria que la
defina, sólo acontece en virtud de condiciones contingentes, históricas, particulares y
cambiantes. El poder de este modelo, después de identificar los vectores en una acción,
queda a la vista intentando proyectar cada dimensión sobre la otra. De este modo, ten-
dríamos una tabla con veinticinco estados distinguibles (eliminando la diagonal):
Por ejemplo: 2.1: abre la indagación acerca de lo que revela el ACTO sobre la ESCE-
NA y viceversa.
22. Jacqard, A., Manent, P. & Renaut, A., Une education sans autorité ni sanction? Paris, B. Grasset, 2003.
23. Ref.: Albert Jacquard es un especialista en genética de poblaciones, que ha divulgado sus ideas sobre
diversos problemas sociales, entre ellos: los problemas de la mala educación; Pierre Manent es una notoria autoridad
en historia de las ideas políticas; Alain Renaut es un profesor de filosofía una de cuyas obras es un libro dedicado a
las paradojas y contrasentidos de la “liberación de los niños”.
24. Una expresión que se encuentra en varias cartas del poeta, v. gr.: “Porque Yo es otro. ¿Qué culpa tiene el
cobre si un día se despierta convertido en corneta? Para mí es algo evidente: asisto a la apertura, a la expansión de
La comprensión de la escena pedagógica desde la estructura de la acción... 459
tión: más allá de la importancia del “existir” mismo, lo relevante resultaría “saber que se
existe”. Y tal cosa ha de ser enseñada. Se enseña entre “nos-otros” en tanto nos re-
ligamos en un acto comunitario. Podemos entonces afirmar que el sistema educativo,
finalmente, no tendría otro objetivo más que enseñar a cada niño a relacionarse con los
otros, sus semejantes, para construirse a sí mismo en y desde la apertura hacia ese otro.
Tal sería el fundamento de una “pedagogía del encuentro”.26
En segunda instancia, aparece la consideración de entender que si bien la educa-
ción consiste en conducir al niño fuera de sí mismo, debe ser capaz de hacerlo decir otra
cosa más que “yo”. O sea: ayudarlo en el proceso de reconocer que algo distinto que el
yo”. Este proceso se inscribe en la doble perspectiva implícita en la metaforización platónica
de la Alegoría de la caverna: la educación ha de permitirnos al mismo tiempo un doble
movimiento. Por un lado, enseñarnos a “habitar la caverna” –es decir: brindamos una
educación en y para la civilidad–; por otro lado, enseñarnos a salir de la caverna –es decir:
sostenemos, en cierto modo, una educación que procura el acceso a un cierto lugar de
“la verdad”–. Pero estas dos perspectivas se encuentran en tensión y de tal tensión emergen
ciertos conflictos que se evidencian en el marco institucional escolar, en tanto que las
expectativas de los actores sociales involucrados –padres, docentes, alumnos– deben
posicionarse frente a estas posibilidades. La tarea de la educación consistiría entonces en
conducir al educando hacia un mundo en común, o mejor, sartreanamente hablando:27
hacia un mundo común –grupalmente compartido e Intersubjetivamente válido– soste-
niendo fundamentalmente una estrategia que posibilite superar el marco de una cultura
“regional”, cerrada, en tránsito hacia la comprensión de la diversidad. Pero al tematizar
ese “mundo común” nos introducimos en la complejidad de las mediaciones que se esta-
blecen en la configuración del ethos, condición de posibilidad de toda articulación so-
cial. Entre moral y praxis se establece entonces una solución de compromiso que podrá
ser elucidada desde distintas perspectivas, a saber: ética, metaética, moral y metamoral.
En este contexto es que aparece el debate alrededor de la tensión entre: moral, obligación
y sanción, en el contexto institucional, resultante de la confrontación dinámica dada
mi propio pensamiento: lo miro, lo escucho: lanzo un golpe de arco: la sinfonía se remueve en las profundidades, o
entra de un salto en escena”, Carta de Arthur Rimbaud a Paul Demeny, Charleville, 15 mayo 1871. En Rimbaud, A.,
Iluminaciones. Seguidas de cartas del vidente, Madrid, Hiperion, 1985.
25. Texto bíblico (versión Reina Valera, 1960), ref.: Éxodo 3:14; “Y respondió Dios a Moisés: yo soy el que
soy. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: yo soy me envió a vosotros”.
26. Esta pedagogía se rige por el paradigma conversacional. Más allá de las restricciones de la razón proposicional,
se presta atención a la dimensión pragmática del lenguaje que, fundamentalmente, se constituye como diálogo. Para
el desarrollo de esta idea, cf.: Godenzzi, J., “Pedagogía del encuentro. El sujeto, la convivencia y el conocimiento”,
en Bulletin de l’Institut français d’études andines, Transformar o reflejar las realidades andinas: la educación en el siglo
XX, Lima, 1999, pp. 323-328.
27. “Mundo”, en tanto haz de significaciones proyectado por el hombre.
460 Ricardo Sassone
entre espacio constituyente y espacio constituido. Discusión esta de larga data, ya que
remite a la obra clásica de Jean-Marie Guyau de 1885: Esquisse d’une moral sans obligation
ni santion,28 cuyo contenido se ha actualizado en elaboraciones actuales, tales como la
presentada por Gilles Lipovetsky: El crepúsculo del deber.29 Esta problemática entra de
lleno en el campo de reflexión educativa al estar atravesando la sociedad una fase impor-
tante en lo que se refiere a la dinámica de la igualación de condiciones. Esta dinámica
conduce a pensar al otro, en el sentido de “otro ser humano”, bajo el “régimen de lo
mismo”, convirtiéndolo en semejante y en correspondencia con una cultura de la digni-
dad igualitaria para todos los seres humanos. Es dable esperar, siguiendo a Lévinas,30 que,
finalmente, “lo humano sólo se nos ofrezca en una relación que no sea la de poder”. O sea
que lo humano sólo se ofrece, sólo acontece, sólo viene como tal, al margen de toda
relación de poder. Pero no por ello se trata de una relación impotente, sino una que,
simplemente, está exenta, que está eximida del poder.31
Será ésta una relación de generosidad fundamento de una ética de la solidaridad que
alberga, implícita, la relación Yo-Otro. En estos términos, la mentada relación docente-
discente no debería expresarse sino como posible reescritura ese “Yo-otro”.
Bibliografía
28. Guyau, Jean-M., Esbozo de una moral sin obligación ni sanción, Gijón, Júcar, 1978.
29. Lipovetsky, G., El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, Barcelona,
Anagrama, 1994. Cf. p. 230 ss. Se contrasta aquí, lo que Lipovetsky denomina “ética prudente” en substitución de
la “ética maximalista”.
30 .Lévinas, E., “¿Es fundamental la ontología?”, Texto publicado en la Revue de métaphisique et de morale,
número 1, enero-marzo de 1951. Traducción de José Luis Pardo en Entre Nosotros. Ensayos para pensar en otro,
Valencia, Pre-Textos, 2001. Cf. p. 23.
31. Oyarzún, P., “Orden y Anarquia (1): un apunte sobre Lévinas”, Revista de Filosofía, enero, 2005, en
www.accessmylibrary.com.
La comprensión de la escena pedagógica desde la estructura de la acción... 461
Homenajes
464 Martha Frassineti de Gallo
Recordando a Guillermo en las Jornadas 465
Personalidad
“Nuestra época nos ofrece una cantidad de ocupaciones y distracciones capaces de llenar mi
vida y olvidar mi existencia. La acción es más estimada que el pensamiento. La exterioridad vale
más que la interioridad. Tener importa más que ser. Se hallan al alcance de mi mano multitud de
artefactos con los que puedo aturdirme y olvidar mi existencia. De hecho la mayor parte de la
gente lo hace, llevando una vida sin valor.
Si, en cambio, quiero vivir mi existencia, nada hay dado, nada es simple, no hay caminos prefija-
dos por los cuales transitar cómodamente. Más bien, debo pensar y actuar, actuar y pensar con la
mayor lucidez, sin hacer ni hacerme trampas, con la mayor conciencia posible, asumiendo mis
actos y haciéndome responsable de ellos.”1
Guillermo mostró a lo largo de su vida que la lucidez humaniza la acción, que la interio-
ridad vale más que la exterioridad y que en la vida importa mucho más ser que tener. Fue
fiel a sí mismo en medio del tembladeral de un país en crisis, iluminista en un mundo
posmoderno, profundo y de una integridad sin fisuras en una época que tiende a glorifi-
car lo superficial y el éxito fácil ganado a cualquier precio.
Si al elegir, como decía Sartre, nos hacemos responsables no sólo de nuestros actos
sino también de la imagen de ser humano que estamos delineando al realizarlos, Guillermo
asumió esa responsabilidad sin claudicaciones.
Nacido en La Plata en 1950, realizó sus estudios primarios, secundarios y universita-
rios en esa ciudad y se graduó como profesor de Filosofía en la Facultad de Humanidades
y Ciencias de la Educación de la Universidad de La Plata, facultad en la que años más
tarde llegaría a ser profesor de Planificación didáctica y prácticas de la enseñanza en
Filosofía y a desempeñarse como Decano en el período 1998-2001. A partir de 1985 ocu-
paría el cargo de profesor adjunto de Didáctica especial y prácticas de la enseñanza en
Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Su elección en lo académico había sido desde temprano la enseñanza de la filosofía,
área que junto con el campo de la educación en general concentraría sus mayores esfuer-
zos. Quizá se puedan encontrar las razones de esa elección en el siguiente fragmento del
libro Las preguntas de la vida de Fernando Savater:
“¿Enseñar a filosofar aún a finales del siglo XX cuando todo el mundo parece que no quiere más
que soluciones inmediatas y prefabricadas, cuando las preguntas que se aventuran hacia lo
insoluble resultan tan incómodas? Planteemos de otro modo la cuestión: ¿acaso no es humanizar
de forma plena la principal tarea de la educación?, ¿hay otra dimensión más propiamente huma-
na, más necesariamente humana que la inquietud que desde hace siglos lleva a filosofar?,
¿puede la educación prescindir de ella y seguir siendo humanizadora en el sentido libre y
antidogmático que necesita la sociedad democrática en la queremos vivir?”2
Retomando ahora Aprender a ser, dice Guillermo en otro pasaje: “Mi existencia reconoce
en los otros a personas capaces de construir su propia existencia. Esto significa que los
otros no pueden ser considerados por mí como meros medios, sino como fines en sí mismos
y que, naturalmente exigiré a los otros el mismo reconocimiento de mi persona. Mis
relaciones con los otros deberían, en principio, establecerse sobre la base del reconoci-
miento mutuo y de la igualdad como existencias que constituyen fines en sí mismas. Este
reconocimiento mutuo implica, por una parte, considerar las distintas orientaciones que
podemos querer para nuestras vidas, las diversas maneras en que queremos realizarnos,
los diferentes proyectos vitales que acariciamos y por otra parte una solidaridad básica al
reconocernos todos como seres finitos arrojados a la existencia y que deben construir sus
vidas. Sobre este principio de la igualdad y el reconocimiento mutuo mi existencia se
abre a múltiples relaciones de distinto tipo con los otros, sus iguales.”3
Y más adelante añade: “Mi existencia sólo puede realizarse en muchos aspectos fun-
damentales en relación con otras existencias. Hay dos formas básicas de relación: la coope-
ración y la dominación. En la primera, las personas que entran en relación son consideradas
fines en sí mismos y la relación implica el crecimiento de las personas involucradas. En la
segunda, algunas personas son sólo consideradas como medios y no importa su desarrollo
sino los fines que se han trazado los que tienen un papel dominante.”4
Estos fragmentos de ecos kantianos reflejan de manera fidedigna cómo fueron los
vínculos que Guillermo estableció a lo largo de su vida con los otros: familiares, amigos,
colegas, alumnos. Nunca se dieron sino a partir del respeto y la escucha atenta que hacía
sentir a los otros que eran comprendidos y valorados en tanto personas irrepetibles. En el
caso de sus alumnos no sólo no coartaba su producción intelectual imponiendo ideas o
posturas sino que los incitaba a la elaboración personal, hacía oportunas correcciones en
sus trabajos y un seguimiento cuidadoso de su desempeño; muchos de esos alumnos si-
guieron en relación con él, a través del estudio y/o del trabajo a lo largo de los años; lo
buscaron como guía y como interlocutor, como maestro y como amigo. Con sus colegas
entablaba diálogos fructíferos muchas veces matizados por discusiones que revelaban en
todos los casos el tiempo destinado a leer minuciosamente las propuestas de los otros, a
analizar sus argumentos y a flexibilizar su propia posición si esos argumentos le resultaban
convincentes. Y tanto sus alumnos y sus ex-alumnos como sus colegas y aun sus meros
conocidos, encontraban siempre en él una disposición generosa para brindar sus conoci-
mientos y su tiempo en los momentos de calma y a menudo recurrían a él en los de
conflicto por su serenidad y su capacidad de mediación.
Si cotejamos nuevamente esas conductas con sus palabras encontraremos qué con-
vicciones lo guiaban y hallaremos una total armonía entre conductas, ideas y palabras:
“Mi existencia reclama un acuerdo en torno a un piso básico de valores compartidos por la
inmensa mayoría, valores que se han desarrollado a lo largo de muchos siglos, procedentes de la
filosofía y del núcleo común a las grandes religiones y que se han plasmado en las doctrinas de los
derechos humanos y del gobierno democrático. No se trata de un cuerpo de valores absolutos ni
definitivos; no podría serlo si consideramos que procede de un largo desarrollo histórico. Así, es
preferible llamar a este cuerpo con la denominación de ‘valores universales’ en el entendimiento
de que se trata de valores objetivos, pero provisionales. Estos valores constituyen los cimientos de
una moral pública o intersubjetiva, necesaria para que las personas puedan desarrollar distintas
vidas de acuerdo con diferentes ideales o modelos. Son valores que tienden a darle a una
sociedad un mínimo de homogeneidad como para permitir el diálogo, el enriquecimiento mutuo
y el desarrollo de distintas morales [...] Así, valores como la defensa de la autonomía moral, el
respeto mutuo y la tolerancia de las diferentes maneras de vivir, la consideración racional de las
diferencias y el proceder por medio del diálogo y la vía pacífica, constituyen ejemplos de tales
valores básicos compartidos por la inmensa mayoría que, además deben ser sostenidos por las
instituciones educativas.”5
“Ni bien se instala el gobierno del Dr. Alfonsín se ordena el juicio a los militares responsables de la
represión y la CONADEP comienza a investigar las desapariciones forzadas y las torturas produ-
cidas desde 1976. En ese momento reaparece en la vida de Guillermo el soldado Parada como un
dilema moral. Por un lado estaba la responsabilidad ética de denunciar el secuestro y desaparición
de una persona. Pero había algunos ‘atenuantes’ como para no comprometerse: Parada no era su
pariente ni su amigo y el secuestro era muy probable que pasara desapercibido porque en nuestro
país siempre tuvo poca repercusión el atropello a los derechos de un pobre. Por otra parte estaba la
conveniencia personal de no meterse en problemas en los inciertos inicios de un proceso político
para el cual los militares seguían siendo un peligro latente. En otras palabras, había que decidir
entre defender los principios o dejarse vencer por el miedo. Obiols optó sin alharaca por lo primero
y lo mantuvo en todas las circunstancias, aun cuando el gobierno democrático retrocedía en su
política de derechos humanos, los militares se cernían como una amenaza sobre el orden consti-
tucional y el oficial involucrado en su denuncia ascendía paso a paso en el escalafón del Ejército.”
Trayectoria
6. Idem, p. 72.
7. Idem, p. 178.
470 Martha Frassineti de Gallo
Desde el comienzo en los cursos de Didáctica especial de la filosofía que dictaba como
profesor adjunto en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires –
cátedra que compartimos durante quince años– ponía el acento en el carácter filosófico de
la enseñanza de la filosofía presentándola como problemática: ¿Se puede enseñar a enseñar
filosofía? ¿Nos proponemos enseñar filosofía? ¿O a filosofar? ¿Se puede aprender filosofía? ¿O
más bien se aprende a filosofar? ¿Es compatible el ejercicio de la filosofía con su enseñanza?
¿Es imprescindible que la enseñanza de la filosofía vaya acompañada de su ejercicio? Para
estas preguntas sugería empezar por rastrear en los textos filosóficos mismos respuestas que
abrieran el debate. Por otra parte estaba convencido de que los alumnos que cursaban la
materia tenían ya, como consecuencias de las influencias recibidas a lo largo de su proceso
de educación formal, algún proyecto, muchas veces fragmentario o poco fundamentado, de
cómo enseñar filosofía y que por ello la “labor de la asignatura consistía”, tal como consta en
el planteo general del programa, en “someter a la crítica las ideas que servían de base a ese
proyecto y ayudar a enriquecerlo, aportar información y bibliografía, analizar observaciones
de situaciones de enseñanza y analizar las prácticas realizadas por los practicantes al frente
del aula, entendiendo que, sobre la base de algunos puntos básicos compartidos, era posible
y deseable que se desarrollaran múltiples proyectos.”
La problematización de la enseñanza de la filosofía y la aceptación de una variedad
de proyectos tenían que ver sin duda con el desarrollo del espíritu crítico y el respeto de
la autonomía de los alumnos tan consonantes con las convicciones de Guillermo. Al
hacer referencia a la modalidad de trabajo decía:
“Naturalmente, si es de desear que toda práctica docente se apoye en algún fundamento de tipo
teórico o, al menos, en una reflexión sobre cuestiones de sentido, con mayor razón, debería
fundamentarse la práctica de la enseñanza filosófica. De manera tal que en su proyecto pedagó-
gico para la enseñanza de la filosofía el estudiante deberá exhibir la coherencia entre los funda-
mentos y la propuesta misma. Así sería de desear que la reflexión sobre las cuestiones de funda-
mento enriqueciera la formulación de la propuesta pedagógica y que la elaboración de los instru-
mentos prácticos sirviera para acotar las discusiones sobre las cuestiones de sentido.”
Entre los que consideraba logros de la materia incluía los siguientes: “Luego de superar
algunas resistencias iniciales que suelen manifestarse en una actitud ambivalente hacia
el rol docente, los contenidos planteados son asimilados por los alumnos en distinto gra-
do. Por una parte, comprenden distintas concepciones del proceso de enseñanza en ma-
teria filosófica y reflexionan críticamente sobre dicho proceso. Por otra parte, desarrollan
habilidades para planificar, conducir y evaluar en el nivel secundario de enseñanza y una
actitud crítica y constructiva hacia la tarea docente y el propio perfeccionamiento”.
Esta preocupación por el perfeccionamiento docente llevó a Guillermo a pensar más
allá de la cátedra, por un lado en un proyecto de investigación que se diera en el marco
Recordando a Guillermo en las Jornadas 471
8. Guillermo Obiols, Eduardo Rabossi (comps.), La enseñanza de la filosofía en debate, Buenos Aires, Noveda-
des Educativas, 2000.
472 Martha Frassineti de Gallo
Conclusión
Para muchos de los que estamos aquí Guillermo fue un amigo entrañable; con él
compartíamos el trabajo en un clima de armonía intercambiando ideas; con él era un
placer hablar sobre la actualidad por la agudeza de sus análisis y la sutil ironía de sus
aseveraciones, con él disfrutábamos de su hospitalidad en esos asados donde no sólo
abundaba la buena comida sino también la conversación interesante. Todo eso se con-
vierte ahora en un recuerdo y en un vacío doloroso pero para que la muerte vuelva para
botar una y otra vez sobre la vida tenemos la obligación de difundir sus ideas y, en la
medida de lo posible, llevar adelante sus proyectos.
Aprender a ser concluye con las siguientes reflexiones: “Una concepción de la vida,
ampliamente difundida ente los sectores privilegiados de la sociedad y admirada por otros,
que la entiende como consumo y gratificación constantes para la que se necesita siempre
más, debe dar paso a un planteo en el que ser sea más importante que tener. Un colegio
vacío de contenidos significativos en el que casi no se aprende nada debe ser transformado
en una institución socialmente útil para la inmensa mayoría de los estudiantes. [...] Quizá,
bien mirado, estudiantes y profesores deberíamos comenzar por modificar los colegios o, tal
vez, más modestamente, lo que pasa en el aula o entre nosotros...”.12
12. Guillermo Obiols, Aprender a ser, Buenos Aires, Kapelusz, 2002, p. 188.
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Eduardo A. Rabossi, un recuerdo 475
Nora Stigol**
* Estas líneas –similares a las publicadas en Análisis Filosófico, vol. XXVII, Nº 1– fueron leídas en las XIII
Jornadas sobre Enseñanza de la Filosofía en octubre de 2006.
** Universidad de Buenos Aires.
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Eduardo fue para mí en todas estas ocasiones y lugares un estímulo y un motor indis-
cutible e incansable de mi actividad intelectual. Y nunca dejó de serlo.
Cuando fui convocada a que escribiera unas líneas en homenaje a Eduardo Rabossi,
muchos recuerdos e ideas me vinieron a la mente: clases, seminarios, encuentros acadé-
micos, conferencias, discusiones filosóficas, reuniones de amigos, asados en el campo,
picnics en la playa. Pero, creí que la mejor manera de rendirle homenaje en estas Jorna-
das sobre Enseñanza de la Filosofía no era ni destacando su tarea como miembro de la
Conadep, ni como funcionario de la democracia, ni como director del Departamento y
del Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, ni como presi-
dente de SADAF, ni como cofundador de AFRA. Ámbitos todos estos en los que Eduar-
do se destacó por su lucidez, su solvencia y su empeño.
Me pareció que el modo más apropiado para recordarlo aquí era como inspirador,
junto con Guillermo Obiols, del Proyecto de Investigación que hoy convoca a estas XIII
Jornadas.
Con el retorno de la democracia Eduardo reanudó su docencia en la Universidad.
Se hizo cargo (1984) de la cátedra de Antropología Filosófica en el departamento de
Filosofía de la UBA. Tuve la suerte de que me convocara, junto a María Cristina González
y a otros docentes auxiliares, para colaborar con él en el dictado de la materia. La idea
que impulsó a Eduardo en ese momento y que constituyó para él –y también para noso-
tras– un verdadero desafío fue implementar un nuevo modelo de eseñanza/aprendizaje
de la filosofía que se contrapusiera al modelo vigente en esos años. Este nuevo modelo –
el enfoque crítico– debía apoyarse en una concepción de la filosofía que viera a ésta
como una actividad creativa, argumentativa y crítica. Así es como pensaba Eduardo que
debía concebirse la actividad del filósofo. La concibió de este modo y la ejerció, también,
de este modo. Y tuvo, además, la capacidad de estimular en sus muchos discípulos esta
misma manera de hacer filosofía.
El modelo dominante en ese momento tanto en la UBA como en otras universidades
argentinas y latinoamericanas (sin duda había excepciones) fue visto por Eduardo como
un modo de enseñar y de hacer filosofía que alentaba una actitud de pasividad acrítica,
glosando y parafraseando a los grandes filósofos de la historia y recurriendo a ellos como
sucedáneos de una actividad filosófica auténticamente creativa. Este modelo se susten-
taba, a los ojos de Eduardo, en una “concepción ecléctica” de la filosofía a la que siempre
se opuso. Este modelo había llevado, creía Eduardo, a una situación crítica que debía ser
revertida. Haciéndose eco de Kant, Eduardo repetía “no debemos enseñar filosofía sino
enseñar a filosofar”.
Esa rica experiencia que significó para nosotros el dictado de Antropología Filosófica
en aquel año constituyó el tema de un trabajo que presentamos Eduardo, María Cristina
y yo en el Vº Congreso Nacional de Filosofía en el año 1986. El enfrentamiento entre
ambos modelos de enseñanza/aprendizaje de la filosofía –el modelo vigente y el enfoque
Eduardo A. Rabossi, un recuerdo 477
crítico– fue el eje sobre el que giró dicha ponencia. Este fue el primero de una serie de
trabajos en los que abordamos la preocupación por el mejoramiento de la enseñanza de la
filosofía y resultó ser así, en gran medida, el germen del Proyecto de Investigación cen-
trado en el mejoramiento de la enseñanza de la Filosofía. Nuevamente tuve la suerte de
ser convocada por Eduardo para participar en dicho proyecto.
El encuentro de Eduardo con Guillermo permitió concretar y realizar estas ideas. Se
“unieron –como dijo el año pasado Eduardo desde este mismo lugar– para plantear el
programa y desarrollarlo”. Ambos estaban fuertemente convencidos de que –en sus pala-
bras– “la enseñanza de la filosofía en los distintos niveles educativos atraviesa una situa-
ción crítica en algunos casos lindantes con la extinción...”.1 Esta situación crítica, cuyo
problema más serio a los ojos de Rabossi estaba enraizado en la falta de un reconocimien-
to de la dimensión profesional del quehacer filosófico, debía ser revertida. El proyecto,
creado y dirigido por Rabossi y Obiols e integrado en un principio por Laura Agratti,
Margarita Costa, Ana Claudia Couló, Martha Frassineti, María Cristina González, Fran-
cisco Olivieri, María Isabel Santa Cruz y yo misma, se propuso desde sus inicios, precisa-
mente, ese objetivo.
Diagnosticar el estado crítico en que se encontraba la enseñanza de la Filosofía y a
partir de allí proponer nuevos caminos y metodologías, efectuar recomendaciones y reali-
zar acciones concretas fue la línea directriz del Proyecto.
Quiero por último recordar unas palabras que Eduardo escribiera el año pasado para
la apertura de las Jornadas sobre Enseñanza del 2005 a las que no pude asistir:
“En un país que se caracteriza por la falta de constancia en las cosas importantes, la realización de
estas Jornadas a lo largo de los años del programa es una muestra de perseverancia en la consecu-
ción de los fines que nos propusimos desde el comienzo. Es también el testimonio de la formación
de un grupo que está dispuesto periódicamente a elaborar trabajos, discutirlos públicamente, y a
mostrar que el tema de la enseñanza de la filosofía no es menor.”
Me parece que la mejor manera de homenajear a Eduardo Rabossi, aquí, en estas Jorna-
das es hacer de ellas un lugar auténtico de discusión crítica y argumentativa con miras a
mejorar la enseñanza de la filosofía en todos los niveles educativos e impulsar la idea de
la filosofía como una práctica profesional. Éste, creo, habría sido el deseo de mi maestro y
amigo Eduardo Rabossi.
1. E. Rabossi y G. Obiols, (eds.) (1993), La filosofía y el filosofar: Problemas en su enseñanza, Centro Editor
de América Latina. Buenos Aires, p. 8.
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