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Castigo divino

Para un agnóstico es difícil entender el devenir histórico como diseño divino; aunque
sueños hacen realidades, lo bueno o malo resulta de lo que se hace aquí no de lo que se
dicta arriba.

México ha sido rehén de sus fijaciones históricas. La generación más lúcida, la de la


República Restaurada, tuvo los arrestos para trascender el pensamiento mágico de
origen. No hay otro destino deseable que el que las personas en dignidad y las
instituciones en libertad tracen.

México nunca ha podido recuperar ese coraje liberal, se perdió en el tiempo. Después de
siglo y medio pensadores e intelectuales lo han arropado, pero nunca ha vuelto ser un
proyecto político sustantivo.

Ahora quien más invoca a Juárez es la propuesta más acabada de pensamiento mágico,
de destino y protección por voluntad sagrada, tesis que cala profundo de las creencias
del cuerpo nacional.

El infortunio no es resultado de una pandemia y de sus efectos en la economía. El


desastre le antecede. El dramático deterioro del entorno ha acentuado y revelado las
evidentes limitaciones del proyecto mágico en curso.

La sinrazón en el poder.

Es evidente que en el primer año y medio de este gobierno la sociedad mexicana se ha


mostrado indefensa ante el proyecto autoritario con inclinación totalitaria. El profundo
agravio nacional por la corrupción y la connivencia de las élites se está pagando en exceso.

Lo mejor que se ha hecho en el último medio siglo —democracia representativa,


libertades, economía moderna y precaria legalidad— se ha visto comprometido antes por
la corrupción, ahora por el pensamiento mágico blindado con la legitimidad del
mandato popular de lucha contra la venalidad.

El daño es profundo, pero los que gobiernan se van y el país permanece. Muchas cosas
han ocurrido que anticipan un deterioro en muchos aspectos de la vida pública. Quizá
algunos irreversibles; otros, llevará años reparar; algunos serán real y auténticamente
transitorios. El problema no es el saldo, sino la actitud colectiva para superarlo. Lo peor
es la pérdida de horizonte y sentido de destino.

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La corrupción en el gobierno pasado a eso remitió al país; la capacidad destructiva del
proyecto actual también conduce a ello, pero de una forma mucho más gravosa,
generalizada y profunda. Castigo divino, maldición por la venalidad y más que ello por la
complacencia compartida.

Para algunos el país debía tocar fondo y nada mejor que un proyecto populista sin
inhibición ni complejo por lo avieso de sus intenciones y lo negativo de sus resultados.

Andrés Manuel López Obrador como castigo por haber tolerado, aplaudido y aceptado a
Enrique Peña Nieto.

Morena como respuesta al Partido Revolucionario Institucional. Tocar fondo, un fracaso


colectivo que hiciera al país resurgir de las cenizas a las que llevaría la destrucción, la
polarización y el enfrentamiento en proceso.

Difícil tener idea del país en dos o cuatro años. Sin duda muy distinto. Cúmulo de
derrotas por una sociedad incapaz de defenderse de sus enemigos y de las peores
causas.

Algo de lo que hay podría rescatarse, lo más importante trascender la venalidad, no por
lo que hubiera logrado el proyecto actual, sino por el costo de que se hubiera instalado
en el poder. Se combate a la corrupción con la ley en la mano, no con arengas
interesadas, selectivas y en el fondo complaciente.

Para superar la derrota bien podrá recuperarse mucho del legado liberal del siglo XIX:

 el aprecio a las libertades y su pleno ejercicio;


 el valor de la dignidad personal;
 el sentido de legalidad y
 el destierro del pensamiento mágico como vía para la realización nacional.

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