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Alonso de Alvarado
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Distinciones
Alonso de Alvarado Montaya González de Cevallos y Miranda (Secadura, Voto, Cantabria, 1500
- Lima, 1556) fue un explorador y conquistador español.
Hijo de García López de Alvarado el Bueno, señor de la casa de Voz y Rayz en Secadura y en
heredamiento de las villas de Talamanca y Vilamor, y de María de Miranda, hija de Francisco
de Montaya. De pequeño, fue criado por su tía Teresa de Alvarado, en Hontoria de la Cantera.
Luego de servir una temporada en Guatemala bajo las órdenes de su tío el adelantado Pedro
de Alvarado, acompañó a este al Perú en 1534. Tras el retorno de Pedro a Guatemala, se
incorporó a las fuerzas de Francisco Pizarro. En poco tiempo se convirtió en su hombre de
confianza y se le encargaron diversas campañas de exploración, conquista y fundación de
ciudades.
Alonso de Alvarado fue el precursor de las expediciones que se internaron en la Amazonía: con
20 hombres partió del Perú y, remontando los Andes, llegó en 1535 a la tierra de los
Chachapoyas. Cuentan los cronistas que los indígenas de la zona de Cochabamba, encabezados
por el curaca Huamán descendiente de los Pocras por el animal simbólico "halcón", que venían
huyendo desde hacía años de la conquista incaica, recibieron jubilosamente a los españoles,
pues los veían como liberadores de la opresión inca, y les obsequiaron un cajón repleto de oro
y dos de plata. Contento, Alvarado regresó al Perú en busca de más hombres; pasó luego a
Lima, para pedir al marqués Pizarro autorización para iniciar una entrada y fundar un pueblo
en Chachapoyas. Pizarro no solo le concedió dicha autorización, sino que le permitió también
quedarse con el oro y la plata que le habían cedido los indios, para que solventara la
expedición. Alvarado retornó con más soldados a Cochabamba y tras reunirse con el resto de
españoles, se adentraron todos en el país de los Chachapoyas. Les acompañaba como aliado el
curaca Huamán, quien fue nombrado Curaca principal de lo Chachapoyas. En el trayecto los
indios le presentaron lucha, pero Alvarado logró la amistad de algunos pueblos mientras que
otros persistieron en resistir. Sintiéndose ya lo suficientemente fuerte, Alvarado creyó llegado
el momento de fundar un poblado de españoles en la región.
A principios de 1536 Alvarado fundó la ciudad de Chachapoyas que hoy es la capital del
Departamento de Amazonas.
Su campaña pacificadora
Alvarado abandonó Chachapoyas con 140 soldados españoles y miles de indios chachapoyas,
fuerzas con las que fue a ayudar a los españoles acosados por las huestes de Manco Inca. Bajó
por Huamachuco a Trujillo, donde evitó que los vecinos, temerosos de los incas rebeldes,
abandonaran la ciudad. Partió luego a Lima que se hallaba sitiada por las fuerzas de Quizu
Yupanqui; al llegar allí ya las tropas incaicas se habían retirado tras la muerte de su caudillo en
combate. Pizarro recibió con alegría a Alvarado, que a la sazón ya tenía fama de aguerrido, y le
encomendó la expedición que iría al Cuzco en socorro de Hernando y Gonzalo Pizarro, sitiados
por las tropas de Manco Inca.
Alvarado salió de Lima al frente de 300 españoles, además de sus auxiliares indios y negros. En
el trayecto por Pachacámac tuvo rudos enfrentamientos o guazábaras con las fuerzas de Illa
Túpac, caudillo inca que continuaba la guerra de liberación y que dominaba aún gran parte de
la sierra central del Perú. Con grandes esfuerzos Alvarado llegó a Huarochirí, donde se les
sumaron refuerzos dirigidos por Gómez de Tordoya y Rodrigo Nieto. Repuesto de las pérdidas,
y con 500 hombres a su mando, continuó su marcha subiendo los Andes. En el trayecto su
crueldad se hizo tristemente célebre; se cuenta que cortó manos y narices a muchos indios
como escarmiento por su apoyo a los incas. A las mujeres les cortaba los senos. A los
prisioneros los marcaba en el rostro con hierro ardiente. A otros los ataba y les disparaba con
cañón para aniquilarlos en masa. Los temibles perros de guerra iban también
complementando su horrible labor de “pacificación”.
Llegó a Jauja, donde desalojó tras breve combate a una pequeña guarnición rebelde. Allí se
detuvo algunos meses continuando su labor desalmada de “castigo”. Contaba con el apoyo de
los curacas Huancas “pro-españoles”, que al igual que los Chachapoyas, fueron valiosos aliados
de los españoles durante la conquista (1537).
En 1537 empezaron las guerras civiles que enfrentaron a los almagristas y a los pizarristas.
El Cuzco, tras el final del cerco de Manco Inca, había sido ocupado por Diego de Almagro,
quien apresó a los hermanos Hernando y Gonzalo Pizarro. Ignorando estos sucesos, Alvarado
salió de Jauja y continuó su marcha hacia la ciudad imperial. Llegó a las cercanías de Abancay e
instaló su campamento cerca del puente sobre el río Abancay. Enterado de lo ocurrido en el
Cuzco, no quiso negociar con los almagristas y se preparó para la lucha, confiando en su
ejército de 500 soldados. Pero las tropas almagristas al mando de Rodrigo Orgóñez le
sorprendieron y derrotaron en la batalla del Puente de Abancay (12 de julio de 1537). Todo su
ejército se plegó al de Almagro.
Alvarado fue conducido prisionero al Cuzco pero logró huir poco después. Nuevamente al lado
de los Pizarro, comandó un ala de la caballería pizarrista durante la batalla de las Salinas,
donde fueron derrotados los almagristas (6 de abril de 1538). Luego de la batalla capturó al
fugitivo Diego de Almagro, quien poco después sería ejecutado.
Hastiado de luchar contra españoles, Alvarado pidió volver a Lima a fin de conseguir gente
para proseguir la conquista de los Chachapoyas. En Jauja se encontró con Francisco Pizarro,
quien ordenó a uno de sus subordinados que fuera a Lima a conseguirle soldados, y una vez
llegados estos, Alvarado marchó hacia Chachapoyas por el país de los chupachos, luchando en
el camino contra el tenaz caudillo inca Illa Túpac, quien mantenía sublevada la región.
Finalmente llegó a su destino, fundando por segunda vez la ciudad de San Juan de la Frontera
de los Chachapoyas (1538). Cuenta el cronista Pedro Cieza de León sobre esta segunda
fundación (aunque erróneamente lo llama “primera”) lo siguiente:
"En cinco días del mes de septiembre año del nacimiento de nuestro señor Ihsu Christo de mil
quinientos treinta y ocho años, cerca de sesenta españoles bajo el mando del capitán Alonso
de Alvarado se reunieron en [...] "Xalca" y realizaron la primera fundación de Chachapoyas".
En dicha fundación estuvo presente el capitán Luis Valera, padre del jesuita chachapoyano Blas
Valera, de cuyas crónicas se nutrió el Inca Garcilaso de la Vega para la descripción del
Tawantinsuyo en sus "Comentarios reales de los incas".
En Chachapoyas, Alvarado tuvo conocimiento de los fabulosos tesoros que una legendaria
ciudad guardaba en la espesura de la selva, el mítico El Dorado y desde allí organizó nuevas
expediciones que remontaron el Alto Marañón y que llegaron hasta las tierras de los
motilones, descubriendo el caudaloso Río Huallaga. Su lugarteniente Juan Pérez de Guevara
fue el primero que arribó a la región de Moyobamba, donde se fundó después Santiago de los
Ocho Valles de Moyobamba por mandato de Alvarado el 25 de julio de 1540. Una vez fundada
esta ciudad, se convirtió en el centro de la expediciones hacia la selva de Perú, desde donde
partían misioneros, soldados, comerciantes, fundando ciudades en la Amazonía peruana,
llevando la civilización hispana y construyendo la usanza europea.
En 1539 Alvarado volvió a Lima para conseguir más refuerzos y dar cuenta a Pizarro de su
descubrimiento del Huallaga y la tierra de los motilones. Durante su estadía en la capital tuvo
peleas con dos conquistadores, Gómez de Alvarado y Contreras, tío suyo, y Francisco de
Chaves, pero Pizarro les hizo amistar. Alvarado retornó a Chachapoyas con más gente, no sin
antes tener en el trayecto encuentros bélicos con las fuerzas de Illa Túpac, el incansable
caudillo inca, quien no sería sometido sino hasta 1543.
Nuevamente tuvo Alvarado que dejar Chachapoyas al ocurrir sucesos graves en Lima (aunque
esta vez no dejó totalmente despoblada la villa, a la que nunca más volvería).
Vengando la muerte de Almagro el Viejo, los partidarios de Diego de Almagro el Mozo dieron
muerte a Francisco Pizarro en 1541. Alvarado, fiel a la corona española, en febrero del año
siguiente marchó con sus tropas hacia el poblado de Yungay donde esperó hasta el 8 de junio
al gobernador Cristóbal Vaca de Castro, junto con el cual marchó tres días después hacia el sur
en busca de las fuerzas de Almagro El Mozo. El encuentro se dio en la batalla de Chupas (16 de
septiembre de 1542), cerca de Huamanga, que significó la derrota total de los almagristas.
Alvarado comandó el ala derecha del ejército realista y le tocó la parte más dura de la pelea,
por lo que fue felicitado por Vaca de Castro.
Luego Alvarado pasó a España, donde permaneció tres años. Su fidelidad a la Corona y sus
méritos fueron justamente honrados por Carlos I de España (conocido también como Carlos V
de Alemania), quien desde Flandes lo nombró caballero de la Orden de Santiago y Mariscal del
Perú. Por esos días se casó con Ana de Velasco, de la Casa de los Condestables de Castilla,
mujer de genio fuerte con quien vivió en Burgos hasta que las noticias de nuevas turbulencias
ocurridas en el Perú, lo sacaron de su retiro.
En 1546, Alvarado tuvo que probar nuevamente su lealtad a la Corona frente a la rebelión de
Gonzalo Pizarro, hermano menor de Francisco. La autoridad española le ordenó embarcarse
junto con Pedro de la Gasca para que lo acompañara al Perú en su misión de debelar la
rebelión. Zarparon de Sanlúcar, y en el trayecto al Perú reunieron un ejército leal a la Corona,
con el que vencieron a los gonzalistas en la batalla de Jaquijahuana, que más que batalla fue
un vergonzoso desbande de las fuerzas rebeldes que se pasaron al bando del Rey (9 de abril de
1548). Pero este triunfo no aquietó los ánimos de muchos españoles descontentos por el
creciente control de los enviados de la metrópoli, y las sublevaciones continuaron perturbando
la paz de reino.
Ello no significó el fin de la rebelión pues muchos de los descontentos se fueron a la provincia
de Charcas (actual Bolivia), encabezados por Sebastián de Castilla. En la villa de La Plata
asesinaron al corregidor Pedro de Hinojosa; luego el mismo Castilla fue asesinado por sus
propios seguidores, encabezados por Vasco de Godínez. Enterada de estos hechos, la
Audiencia invistió a Alvarado como Capitán General y Juez de Comisión (12 de abril de 1553), y
lo envió a pacificar Charcas. Se hallaba allí castigando a los últimos revoltosos cuando le llegó
la noticia de que en el Cuzco se había sublevado Francisco Hernández Girón el día 12 de
noviembre de 1553.
El mismo Alvarado fue herido en el cuello y lloró amargamente su derrota. Pudo huir a Lima,
donde vivió sus últimos días sumido en la más profunda melancolía, sin decir apenas palabras.
Solo dos nombres parecía aflorar en sus recuerdos: el Puente de Abancay y el campo de
Chuquinga, las dos batallas que las había perdido ignominiosamente. Muchos creyeron que se
había vuelto loco. En tal situación penosa murió en 1556.
Descedencia
De su matrimonio con Ana de Velasco y Avendaño, hija de Martín Ruiz de Avendaño y Gamboa
e Isabel de Velasco, tuvo un hijo:
Predecesor:
Referencias y notas
Notas
Bibliografía
Hemming, John (1982). La Conquista de los Incas. México: FCE. ISBN 968-16-1110-1.
Diccionario Histórico Biográfico de los Conquistadores del Perú. Tomo I. Lima, Editorial Arica
S.A., 1973.
Inca Garcilaso de la Vega: Historia general del Perú. Tres tomos. Lima, Editorial Universo S.A.,
1972.
Vargas Ugarte, Rubén: Historia General del Perú. Tomo I. Editor: Carlos Milla Batres. Lima,
Perú, 1981. ISBN 84-499-4813-4
Vega, Juan José: La guerra de los viracochas. Lima, Ediciones Nuevo Mundo, 1966. Segunda
edición.
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Esta página se editó por última vez el 24 dic 2023 a las 21:06.
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Distinciones
Alonso de Alvarado Montaya González de Cevallos y Miranda (Secadura, Voto, Cantabria, 1500
- Lima, 1556) fue un explorador y conquistador español.
Hijo de García López de Alvarado el Bueno, señor de la casa de Voz y Rayz en Secadura y en
heredamiento de las villas de Talamanca y Vilamor, y de María de Miranda, hija de Francisco
de Montaya. De pequeño, fue criado por su tía Teresa de Alvarado, en Hontoria de la Cantera.
Luego de servir una temporada en Guatemala bajo las órdenes de su tío el adelantado Pedro
de Alvarado, acompañó a este al Perú en 1534. Tras el retorno de Pedro a Guatemala, se
incorporó a las fuerzas de Francisco Pizarro. En poco tiempo se convirtió en su hombre de
confianza y se le encargaron diversas campañas de exploración, conquista y fundación de
ciudades.
Alonso de Alvarado fue el precursor de las expediciones que se internaron en la Amazonía: con
20 hombres partió del Perú y, remontando los Andes, llegó en 1535 a la tierra de los
Chachapoyas. Cuentan los cronistas que los indígenas de la zona de Cochabamba, encabezados
por el curaca Huamán descendiente de los Pocras por el animal simbólico "halcón", que venían
huyendo desde hacía años de la conquista incaica, recibieron jubilosamente a los españoles,
pues los veían como liberadores de la opresión inca, y les obsequiaron un cajón repleto de oro
y dos de plata. Contento, Alvarado regresó al Perú en busca de más hombres; pasó luego a
Lima, para pedir al marqués Pizarro autorización para iniciar una entrada y fundar un pueblo
en Chachapoyas. Pizarro no solo le concedió dicha autorización, sino que le permitió también
quedarse con el oro y la plata que le habían cedido los indios, para que solventara la
expedición. Alvarado retornó con más soldados a Cochabamba y tras reunirse con el resto de
españoles, se adentraron todos en el país de los Chachapoyas. Les acompañaba como aliado el
curaca Huamán, quien fue nombrado Curaca principal de lo Chachapoyas. En el trayecto los
indios le presentaron lucha, pero Alvarado logró la amistad de algunos pueblos mientras que
otros persistieron en resistir. Sintiéndose ya lo suficientemente fuerte, Alvarado creyó llegado
el momento de fundar un poblado de españoles en la región.
A principios de 1536 Alvarado fundó la ciudad de Chachapoyas que hoy es la capital del
Departamento de Amazonas.
El Dorado, descrito desde el imaginario del conquistador, es una ciudad cuyas calles y templos
están cubiertos de oro y guarda en sus construcciones y plazas, piezas hechas de oro macizo.
Algunas veces se le buscó al norte, desde Chachapoyas; otras, desde Quillabamba; en otras
ocasiones, algunos exploradores más recientes ubicaron su rastro (que posteriormente
"perdieron") en la selva central e inclusive en Colombia. Sin embargo, esta leyenda dorada
abrió las puertas a la inicial colonización y evangelización de algunas de las regiones más
extensas y remotas de Sudamérica.
Su campaña pacificadora
Alvarado abandonó Chachapoyas con 140 soldados españoles y miles de indios chachapoyas,
fuerzas con las que fue a ayudar a los españoles acosados por las huestes de Manco Inca. Bajó
por Huamachuco a Trujillo, donde evitó que los vecinos, temerosos de los incas rebeldes,
abandonaran la ciudad. Partió luego a Lima que se hallaba sitiada por las fuerzas de Quizu
Yupanqui; al llegar allí ya las tropas incaicas se habían retirado tras la muerte de su caudillo en
combate. Pizarro recibió con alegría a Alvarado, que a la sazón ya tenía fama de aguerrido, y le
encomendó la expedición que iría al Cuzco en socorro de Hernando y Gonzalo Pizarro, sitiados
por las tropas de Manco Inca.
Alvarado salió de Lima al frente de 300 españoles, además de sus auxiliares indios y negros. En
el trayecto por Pachacámac tuvo rudos enfrentamientos o guazábaras con las fuerzas de Illa
Túpac, caudillo inca que continuaba la guerra de liberación y que dominaba aún gran parte de
la sierra central del Perú. Con grandes esfuerzos Alvarado llegó a Huarochirí, donde se les
sumaron refuerzos dirigidos por Gómez de Tordoya y Rodrigo Nieto. Repuesto de las pérdidas,
y con 500 hombres a su mando, continuó su marcha subiendo los Andes. En el trayecto su
crueldad se hizo tristemente célebre; se cuenta que cortó manos y narices a muchos indios
como escarmiento por su apoyo a los incas. A las mujeres les cortaba los senos. A los
prisioneros los marcaba en el rostro con hierro ardiente. A otros los ataba y les disparaba con
cañón para aniquilarlos en masa. Los temibles perros de guerra iban también
complementando su horrible labor de “pacificación”.
Llegó a Jauja, donde desalojó tras breve combate a una pequeña guarnición rebelde. Allí se
detuvo algunos meses continuando su labor desalmada de “castigo”. Contaba con el apoyo de
los curacas Huancas “pro-españoles”, que al igual que los Chachapoyas, fueron valiosos aliados
de los españoles durante la conquista (1537).
En 1537 empezaron las guerras civiles que enfrentaron a los almagristas y a los pizarristas.
El Cuzco, tras el final del cerco de Manco Inca, había sido ocupado por Diego de Almagro,
quien apresó a los hermanos Hernando y Gonzalo Pizarro. Ignorando estos sucesos, Alvarado
salió de Jauja y continuó su marcha hacia la ciudad imperial. Llegó a las cercanías de Abancay e
instaló su campamento cerca del puente sobre el río Abancay. Enterado de lo ocurrido en el
Cuzco, no quiso negociar con los almagristas y se preparó para la lucha, confiando en su
ejército de 500 soldados. Pero las tropas almagristas al mando de Rodrigo Orgóñez le
sorprendieron y derrotaron en la batalla del Puente de Abancay (12 de julio de 1537). Todo su
ejército se plegó al de Almagro.
Alvarado fue conducido prisionero al Cuzco pero logró huir poco después. Nuevamente al lado
de los Pizarro, comandó un ala de la caballería pizarrista durante la batalla de las Salinas,
donde fueron derrotados los almagristas (6 de abril de 1538). Luego de la batalla capturó al
fugitivo Diego de Almagro, quien poco después sería ejecutado.
Hastiado de luchar contra españoles, Alvarado pidió volver a Lima a fin de conseguir gente
para proseguir la conquista de los Chachapoyas. En Jauja se encontró con Francisco Pizarro,
quien ordenó a uno de sus subordinados que fuera a Lima a conseguirle soldados, y una vez
llegados estos, Alvarado marchó hacia Chachapoyas por el país de los chupachos, luchando en
el camino contra el tenaz caudillo inca Illa Túpac, quien mantenía sublevada la región.
Finalmente llegó a su destino, fundando por segunda vez la ciudad de San Juan de la Frontera
de los Chachapoyas (1538). Cuenta el cronista Pedro Cieza de León sobre esta segunda
fundación (aunque erróneamente lo llama “primera”) lo siguiente:
"En cinco días del mes de septiembre año del nacimiento de nuestro señor Ihsu Christo de mil
quinientos treinta y ocho años, cerca de sesenta españoles bajo el mando del capitán Alonso
de Alvarado se reunieron en [...] "Xalca" y realizaron la primera fundación de Chachapoyas".
En dicha fundación estuvo presente el capitán Luis Valera, padre del jesuita chachapoyano Blas
Valera, de cuyas crónicas se nutrió el Inca Garcilaso de la Vega para la descripción del
Tawantinsuyo en sus "Comentarios reales de los incas".
En Chachapoyas, Alvarado tuvo conocimiento de los fabulosos tesoros que una legendaria
ciudad guardaba en la espesura de la selva, el mítico El Dorado y desde allí organizó nuevas
expediciones que remontaron el Alto Marañón y que llegaron hasta las tierras de los
motilones, descubriendo el caudaloso Río Huallaga. Su lugarteniente Juan Pérez de Guevara
fue el primero que arribó a la región de Moyobamba, donde se fundó después Santiago de los
Ocho Valles de Moyobamba por mandato de Alvarado el 25 de julio de 1540. Una vez fundada
esta ciudad, se convirtió en el centro de la expediciones hacia la selva de Perú, desde donde
partían misioneros, soldados, comerciantes, fundando ciudades en la Amazonía peruana,
llevando la civilización hispana y construyendo la usanza europea.
En 1539 Alvarado volvió a Lima para conseguir más refuerzos y dar cuenta a Pizarro de su
descubrimiento del Huallaga y la tierra de los motilones. Durante su estadía en la capital tuvo
peleas con dos conquistadores, Gómez de Alvarado y Contreras, tío suyo, y Francisco de
Chaves, pero Pizarro les hizo amistar. Alvarado retornó a Chachapoyas con más gente, no sin
antes tener en el trayecto encuentros bélicos con las fuerzas de Illa Túpac, el incansable
caudillo inca, quien no sería sometido sino hasta 1543.
Nuevamente tuvo Alvarado que dejar Chachapoyas al ocurrir sucesos graves en Lima (aunque
esta vez no dejó totalmente despoblada la villa, a la que nunca más volvería).
Vengando la muerte de Almagro el Viejo, los partidarios de Diego de Almagro el Mozo dieron
muerte a Francisco Pizarro en 1541. Alvarado, fiel a la corona española, en febrero del año
siguiente marchó con sus tropas hacia el poblado de Yungay donde esperó hasta el 8 de junio
al gobernador Cristóbal Vaca de Castro, junto con el cual marchó tres días después hacia el sur
en busca de las fuerzas de Almagro El Mozo. El encuentro se dio en la batalla de Chupas (16 de
septiembre de 1542), cerca de Huamanga, que significó la derrota total de los almagristas.
Alvarado comandó el ala derecha del ejército realista y le tocó la parte más dura de la pelea,
por lo que fue felicitado por Vaca de Castro.
Luego Alvarado pasó a España, donde permaneció tres años. Su fidelidad a la Corona y sus
méritos fueron justamente honrados por Carlos I de España (conocido también como Carlos V
de Alemania), quien desde Flandes lo nombró caballero de la Orden de Santiago y Mariscal del
Perú. Por esos días se casó con Ana de Velasco, de la Casa de los Condestables de Castilla,
mujer de genio fuerte con quien vivió en Burgos hasta que las noticias de nuevas turbulencias
ocurridas en el Perú, lo sacaron de su retiro.
En 1546, Alvarado tuvo que probar nuevamente su lealtad a la Corona frente a la rebelión de
Gonzalo Pizarro, hermano menor de Francisco. La autoridad española le ordenó embarcarse
junto con Pedro de la Gasca para que lo acompañara al Perú en su misión de debelar la
rebelión. Zarparon de Sanlúcar, y en el trayecto al Perú reunieron un ejército leal a la Corona,
con el que vencieron a los gonzalistas en la batalla de Jaquijahuana, que más que batalla fue
un vergonzoso desbande de las fuerzas rebeldes que se pasaron al bando del Rey (9 de abril de
1548). Pero este triunfo no aquietó los ánimos de muchos españoles descontentos por el
creciente control de los enviados de la metrópoli, y las sublevaciones continuaron perturbando
la paz de reino.
El pretexto para los nuevos revoltosos fue la supresión del servicio personal de los indios. En
1551 se sublevaron en el Cuzco Francisco de Miranda, Alonso de Barrionuevo y Alonso
Hernández Melgarejo. La Real Audiencia envió entonces a Alvarado al Cuzco con los cargos de
Corregidor y Justicia Mayor. Alvarado entró en la ciudad imperial el 3 de diciembre de 1551,
ocasionando la fuga de la mayor parte de los revoltosos. No obstante, ajustició a los tres
nombrados cabecillas y desterró a otros.
Ello no significó el fin de la rebelión pues muchos de los descontentos se fueron a la provincia
de Charcas (actual Bolivia), encabezados por Sebastián de Castilla. En la villa de La Plata
asesinaron al corregidor Pedro de Hinojosa; luego el mismo Castilla fue asesinado por sus
propios seguidores, encabezados por Vasco de Godínez. Enterada de estos hechos, la
Audiencia invistió a Alvarado como Capitán General y Juez de Comisión (12 de abril de 1553), y
lo envió a pacificar Charcas. Se hallaba allí castigando a los últimos revoltosos cuando le llegó
la noticia de que en el Cuzco se había sublevado Francisco Hernández Girón el día 12 de
noviembre de 1553.
El mismo Alvarado fue herido en el cuello y lloró amargamente su derrota. Pudo huir a Lima,
donde vivió sus últimos días sumido en la más profunda melancolía, sin decir apenas palabras.
Solo dos nombres parecía aflorar en sus recuerdos: el Puente de Abancay y el campo de
Chuquinga, las dos batallas que las había perdido ignominiosamente. Muchos creyeron que se
había vuelto loco. En tal situación penosa murió en 1556.
Descedencia
De su matrimonio con Ana de Velasco y Avendaño, hija de Martín Ruiz de Avendaño y Gamboa
e Isabel de Velasco, tuvo un hijo:
Corregidor
Referencias y notas
Notas
Bibliografía
Hemming, John (1982). La Conquista de los Incas. México: FCE. ISBN 968-16-1110-1.
Diccionario Histórico Biográfico de los Conquistadores del Perú. Tomo I. Lima, Editorial Arica
S.A., 1973.
Inca Garcilaso de la Vega: Historia general del Perú. Tres tomos. Lima, Editorial Universo S.A.,
1972.
Vargas Ugarte, Rubén: Historia General del Perú. Tomo I. Editor: Carlos Milla Batres. Lima,
Perú, 1981. ISBN 84-499-4813-4
Vega, Juan José: La guerra de los viracochas. Lima, Ediciones Nuevo Mundo, 1966. Segunda
edición.
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Distinciones
Hijo de García López de Alvarado el Bueno, señor de la casa de Voz y Rayz en Secadura y en
heredamiento de las villas de Talamanca y Vilamor, y de María de Miranda, hija de Francisco
de Montaya. De pequeño, fue criado por su tía Teresa de Alvarado, en Hontoria de la Cantera.
Luego de servir una temporada en Guatemala bajo las órdenes de su tío el adelantado Pedro
de Alvarado, acompañó a este al Perú en 1534. Tras el retorno de Pedro a Guatemala, se
incorporó a las fuerzas de Francisco Pizarro. En poco tiempo se convirtió en su hombre de
confianza y se le encargaron diversas campañas de exploración, conquista y fundación de
ciudades.
Alonso de Alvarado fue el precursor de las expediciones que se internaron en la Amazonía: con
20 hombres partió del Perú y, remontando los Andes, llegó en 1535 a la tierra de los
Chachapoyas. Cuentan los cronistas que los indígenas de la zona de Cochabamba, encabezados
por el curaca Huamán descendiente de los Pocras por el animal simbólico "halcón", que venían
huyendo desde hacía años de la conquista incaica, recibieron jubilosamente a los españoles,
pues los veían como liberadores de la opresión inca, y les obsequiaron un cajón repleto de oro
y dos de plata. Contento, Alvarado regresó al Perú en busca de más hombres; pasó luego a
Lima, para pedir al marqués Pizarro autorización para iniciar una entrada y fundar un pueblo
en Chachapoyas. Pizarro no solo le concedió dicha autorización, sino que le permitió también
quedarse con el oro y la plata que le habían cedido los indios, para que solventara la
expedición. Alvarado retornó con más soldados a Cochabamba y tras reunirse con el resto de
españoles, se adentraron todos en el país de los Chachapoyas. Les acompañaba como aliado el
curaca Huamán, quien fue nombrado Curaca principal de lo Chachapoyas. En el trayecto los
indios le presentaron lucha, pero Alvarado logró la amistad de algunos pueblos mientras que
otros persistieron en resistir. Sintiéndose ya lo suficientemente fuerte, Alvarado creyó llegado
el momento de fundar un poblado de españoles en la región.
A principios de 1536 Alvarado fundó la ciudad de Chachapoyas que hoy es la capital del
Departamento de Amazonas.
El Dorado, descrito desde el imaginario del conquistador, es una ciudad cuyas calles y templos
están cubiertos de oro y guarda en sus construcciones y plazas, piezas hechas de oro macizo.
Algunas veces se le buscó al norte, desde Chachapoyas; otras, desde Quillabamba; en otras
ocasiones, algunos exploradores más recientes ubicaron su rastro (que posteriormente
"perdieron") en la selva central e inclusive en Colombia. Sin embargo, esta leyenda dorada
abrió las puertas a la inicial colonización y evangelización de algunas de las regiones más
extensas y remotas de Sudamérica.
Su campaña pacificadora
Alvarado abandonó Chachapoyas con 140 soldados españoles y miles de indios chachapoyas,
fuerzas con las que fue a ayudar a los españoles acosados por las huestes de Manco Inca. Bajó
por Huamachuco a Trujillo, donde evitó que los vecinos, temerosos de los incas rebeldes,
abandonaran la ciudad. Partió luego a Lima que se hallaba sitiada por las fuerzas de Quizu
Yupanqui; al llegar allí ya las tropas incaicas se habían retirado tras la muerte de su caudillo en
combate. Pizarro recibió con alegría a Alvarado, que a la sazón ya tenía fama de aguerrido, y le
encomendó la expedición que iría al Cuzco en socorro de Hernando y Gonzalo Pizarro, sitiados
por las tropas de Manco Inca.
Alvarado salió de Lima al frente de 300 españoles, además de sus auxiliares indios y negros. En
el trayecto por Pachacámac tuvo rudos enfrentamientos o guazábaras con las fuerzas de Illa
Túpac, caudillo inca que continuaba la guerra de liberación y que dominaba aún gran parte de
la sierra central del Perú. Con grandes esfuerzos Alvarado llegó a Huarochirí, donde se les
sumaron refuerzos dirigidos por Gómez de Tordoya y Rodrigo Nieto. Repuesto de las pérdidas,
y con 500 hombres a su mando, continuó su marcha subiendo los Andes. En el trayecto su
crueldad se hizo tristemente célebre; se cuenta que cortó manos y narices a muchos indios
como escarmiento por su apoyo a los incas. A las mujeres les cortaba los senos. A los
prisioneros los marcaba en el rostro con hierro ardiente. A otros los ataba y les disparaba con
cañón para aniquilarlos en masa. Los temibles perros de guerra iban también
complementando su horrible labor de “pacificación”.
Llegó a Jauja, donde desalojó tras breve combate a una pequeña guarnición rebelde. Allí se
detuvo algunos meses continuando su labor desalmada de “castigo”. Contaba con el apoyo de
los curacas Huancas “pro-españoles”, que al igual que los Chachapoyas, fueron valiosos aliados
de los españoles durante la conquista (1537).
En la guerra entre Pizarro y Almagro
En 1537 empezaron las guerras civiles que enfrentaron a los almagristas y a los pizarristas.
El Cuzco, tras el final del cerco de Manco Inca, había sido ocupado por Diego de Almagro,
quien apresó a los hermanos Hernando y Gonzalo Pizarro. Ignorando estos sucesos, Alvarado
salió de Jauja y continuó su marcha hacia la ciudad imperial. Llegó a las cercanías de Abancay e
instaló su campamento cerca del puente sobre el río Abancay. Enterado de lo ocurrido en el
Cuzco, no quiso negociar con los almagristas y se preparó para la lucha, confiando en su
ejército de 500 soldados. Pero las tropas almagristas al mando de Rodrigo Orgóñez le
sorprendieron y derrotaron en la batalla del Puente de Abancay (12 de julio de 1537). Todo su
ejército se plegó al de Almagro.
Alvarado fue conducido prisionero al Cuzco pero logró huir poco después. Nuevamente al lado
de los Pizarro, comandó un ala de la caballería pizarrista durante la batalla de las Salinas,
donde fueron derrotados los almagristas (6 de abril de 1538). Luego de la batalla capturó al
fugitivo Diego de Almagro, quien poco después sería ejecutado.
Hastiado de luchar contra españoles, Alvarado pidió volver a Lima a fin de conseguir gente
para proseguir la conquista de los Chachapoyas. En Jauja se encontró con Francisco Pizarro,
quien ordenó a uno de sus subordinados que fuera a Lima a conseguirle soldados, y una vez
llegados estos, Alvarado marchó hacia Chachapoyas por el país de los chupachos, luchando en
el camino contra el tenaz caudillo inca Illa Túpac, quien mantenía sublevada la región.
Finalmente llegó a su destino, fundando por segunda vez la ciudad de San Juan de la Frontera
de los Chachapoyas (1538). Cuenta el cronista Pedro Cieza de León sobre esta segunda
fundación (aunque erróneamente lo llama “primera”) lo siguiente:
"En cinco días del mes de septiembre año del nacimiento de nuestro señor Ihsu Christo de mil
quinientos treinta y ocho años, cerca de sesenta españoles bajo el mando del capitán Alonso
de Alvarado se reunieron en [...] "Xalca" y realizaron la primera fundación de Chachapoyas".
En dicha fundación estuvo presente el capitán Luis Valera, padre del jesuita chachapoyano Blas
Valera, de cuyas crónicas se nutrió el Inca Garcilaso de la Vega para la descripción del
Tawantinsuyo en sus "Comentarios reales de los incas".
En Chachapoyas, Alvarado tuvo conocimiento de los fabulosos tesoros que una legendaria
ciudad guardaba en la espesura de la selva, el mítico El Dorado y desde allí organizó nuevas
expediciones que remontaron el Alto Marañón y que llegaron hasta las tierras de los
motilones, descubriendo el caudaloso Río Huallaga. Su lugarteniente Juan Pérez de Guevara
fue el primero que arribó a la región de Moyobamba, donde se fundó después Santiago de los
Ocho Valles de Moyobamba por mandato de Alvarado el 25 de julio de 1540. Una vez fundada
esta ciudad, se convirtió en el centro de la expediciones hacia la selva de Perú, desde donde
partían misioneros, soldados, comerciantes, fundando ciudades en la Amazonía peruana,
llevando la civilización hispana y construyendo la usanza europea.
En 1539 Alvarado volvió a Lima para conseguir más refuerzos y dar cuenta a Pizarro de su
descubrimiento del Huallaga y la tierra de los motilones. Durante su estadía en la capital tuvo
peleas con dos conquistadores, Gómez de Alvarado y Contreras, tío suyo, y Francisco de
Chaves, pero Pizarro les hizo amistar. Alvarado retornó a Chachapoyas con más gente, no sin
antes tener en el trayecto encuentros bélicos con las fuerzas de Illa Túpac, el incansable
caudillo inca, quien no sería sometido sino hasta 1543.
Nuevamente tuvo Alvarado que dejar Chachapoyas al ocurrir sucesos graves en Lima (aunque
esta vez no dejó totalmente despoblada la villa, a la que nunca más volvería).
Vengando la muerte de Almagro el Viejo, los partidarios de Diego de Almagro el Mozo dieron
muerte a Francisco Pizarro en 1541. Alvarado, fiel a la corona española, en febrero del año
siguiente marchó con sus tropas hacia el poblado de Yungay donde esperó hasta el 8 de junio
al gobernador Cristóbal Vaca de Castro, junto con el cual marchó tres días después hacia el sur
en busca de las fuerzas de Almagro El Mozo. El encuentro se dio en la batalla de Chupas (16 de
septiembre de 1542), cerca de Huamanga, que significó la derrota total de los almagristas.
Alvarado comandó el ala derecha del ejército realista y le tocó la parte más dura de la pelea,
por lo que fue felicitado por Vaca de Castro.
Luego Alvarado pasó a España, donde permaneció tres años. Su fidelidad a la Corona y sus
méritos fueron justamente honrados por Carlos I de España (conocido también como Carlos V
de Alemania), quien desde Flandes lo nombró caballero de la Orden de Santiago y Mariscal del
Perú. Por esos días se casó con Ana de Velasco, de la Casa de los Condestables de Castilla,
mujer de genio fuerte con quien vivió en Burgos hasta que las noticias de nuevas turbulencias
ocurridas en el Perú, lo sacaron de su retiro.
En 1546, Alvarado tuvo que probar nuevamente su lealtad a la Corona frente a la rebelión de
Gonzalo Pizarro, hermano menor de Francisco. La autoridad española le ordenó embarcarse
junto con Pedro de la Gasca para que lo acompañara al Perú en su misión de debelar la
rebelión. Zarparon de Sanlúcar, y en el trayecto al Perú reunieron un ejército leal a la Corona,
con el que vencieron a los gonzalistas en la batalla de Jaquijahuana, que más que batalla fue
un vergonzoso desbande de las fuerzas rebeldes que se pasaron al bando del Rey (9 de abril de
1548). Pero este triunfo no aquietó los ánimos de muchos españoles descontentos por el
creciente control de los enviados de la metrópoli, y las sublevaciones continuaron perturbando
la paz de reino.
El pretexto para los nuevos revoltosos fue la supresión del servicio personal de los indios. En
1551 se sublevaron en el Cuzco Francisco de Miranda, Alonso de Barrionuevo y Alonso
Hernández Melgarejo. La Real Audiencia envió entonces a Alvarado al Cuzco con los cargos de
Corregidor y Justicia Mayor. Alvarado entró en la ciudad imperial el 3 de diciembre de 1551,
ocasionando la fuga de la mayor parte de los revoltosos. No obstante, ajustició a los tres
nombrados cabecillas y desterró a otros.
Ello no significó el fin de la rebelión pues muchos de los descontentos se fueron a la provincia
de Charcas (actual Bolivia), encabezados por Sebastián de Castilla. En la villa de La Plata
asesinaron al corregidor Pedro de Hinojosa; luego el mismo Castilla fue asesinado por sus
propios seguidores, encabezados por Vasco de Godínez. Enterada de estos hechos, la
Audiencia invistió a Alvarado como Capitán General y Juez de Comisión (12 de abril de 1553), y
lo envió a pacificar Charcas. Se hallaba allí castigando a los últimos revoltosos cuando le llegó
la noticia de que en el Cuzco se había sublevado Francisco Hernández Girón el día 12 de
noviembre de 1553.
El mismo Alvarado fue herido en el cuello y lloró amargamente su derrota. Pudo huir a Lima,
donde vivió sus últimos días sumido en la más profunda melancolía, sin decir apenas palabras.
Solo dos nombres parecía aflorar en sus recuerdos: el Puente de Abancay y el campo de
Chuquinga, las dos batallas que las había perdido ignominiosamente. Muchos creyeron que se
había vuelto loco. En tal situación penosa murió en 1556.
Descedencia
De su matrimonio con Ana de Velasco y Avendaño, hija de Martín Ruiz de Avendaño y Gamboa
e Isabel de Velasco, tuvo un hijo:
García López de Alvarado y Velasco, primer conde de Villamor.
Predecesor:
Corregidor
Referencias y notas
Notas
Bibliografía
Hemming, John (1982). La Conquista de los Incas. México: FCE. ISBN 968-16-1110-1.
Diccionario Histórico Biográfico de los Conquistadores del Perú. Tomo I. Lima, Editorial Arica
S.A., 1973.
Inca Garcilaso de la Vega: Historia general del Perú. Tres tomos. Lima, Editorial Universo S.A.,
1972.
Vargas Ugarte, Rubén: Historia General del Perú. Tomo I. Editor: Carlos Milla Batres. Lima,
Perú, 1981. ISBN 84-499-4813-4
Vega, Juan José: La guerra de los viracochas. Lima, Ediciones Nuevo Mundo, 1966. Segunda
edición.
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Alonso de Alvarado
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Alonso de Alvarado
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Cargos ocupados Corregidor del Cuzco Ver y modificar los datos en Wikidata
Distinciones
Alonso de Alvarado Montaya González de Cevallos y Miranda (Secadura, Voto, Cantabria, 1500
- Lima, 1556) fue un explorador y conquistador español.
Hijo de García López de Alvarado el Bueno, señor de la casa de Voz y Rayz en Secadura y en
heredamiento de las villas de Talamanca y Vilamor, y de María de Miranda, hija de Francisco
de Montaya. De pequeño, fue criado por su tía Teresa de Alvarado, en Hontoria de la Cantera.
Luego de servir una temporada en Guatemala bajo las órdenes de su tío el adelantado Pedro
de Alvarado, acompañó a este al Perú en 1534. Tras el retorno de Pedro a Guatemala, se
incorporó a las fuerzas de Francisco Pizarro. En poco tiempo se convirtió en su hombre de
confianza y se le encargaron diversas campañas de exploración, conquista y fundación de
ciudades.
Alonso de Alvarado fue el precursor de las expediciones que se internaron en la Amazonía: con
20 hombres partió del Perú y, remontando los Andes, llegó en 1535 a la tierra de los
Chachapoyas. Cuentan los cronistas que los indígenas de la zona de Cochabamba, encabezados
por el curaca Huamán descendiente de los Pocras por el animal simbólico "halcón", que venían
huyendo desde hacía años de la conquista incaica, recibieron jubilosamente a los españoles,
pues los veían como liberadores de la opresión inca, y les obsequiaron un cajón repleto de oro
y dos de plata. Contento, Alvarado regresó al Perú en busca de más hombres; pasó luego a
Lima, para pedir al marqués Pizarro autorización para iniciar una entrada y fundar un pueblo
en Chachapoyas. Pizarro no solo le concedió dicha autorización, sino que le permitió también
quedarse con el oro y la plata que le habían cedido los indios, para que solventara la
expedición. Alvarado retornó con más soldados a Cochabamba y tras reunirse con el resto de
españoles, se adentraron todos en el país de los Chachapoyas. Les acompañaba como aliado el
curaca Huamán, quien fue nombrado Curaca principal de lo Chachapoyas. En el trayecto los
indios le presentaron lucha, pero Alvarado logró la amistad de algunos pueblos mientras que
otros persistieron en resistir. Sintiéndose ya lo suficientemente fuerte, Alvarado creyó llegado
el momento de fundar un poblado de españoles en la región.
A principios de 1536 Alvarado fundó la ciudad de Chachapoyas que hoy es la capital del
Departamento de Amazonas.
El Dorado, descrito desde el imaginario del conquistador, es una ciudad cuyas calles y templos
están cubiertos de oro y guarda en sus construcciones y plazas, piezas hechas de oro macizo.
Algunas veces se le buscó al norte, desde Chachapoyas; otras, desde Quillabamba; en otras
ocasiones, algunos exploradores más recientes ubicaron su rastro (que posteriormente
"perdieron") en la selva central e inclusive en Colombia. Sin embargo, esta leyenda dorada
abrió las puertas a la inicial colonización y evangelización de algunas de las regiones más
extensas y remotas de Sudamérica.
Su campaña pacificadora
Alvarado abandonó Chachapoyas con 140 soldados españoles y miles de indios chachapoyas,
fuerzas con las que fue a ayudar a los españoles acosados por las huestes de Manco Inca. Bajó
por Huamachuco a Trujillo, donde evitó que los vecinos, temerosos de los incas rebeldes,
abandonaran la ciudad. Partió luego a Lima que se hallaba sitiada por las fuerzas de Quizu
Yupanqui; al llegar allí ya las tropas incaicas se habían retirado tras la muerte de su caudillo en
combate. Pizarro recibió con alegría a Alvarado, que a la sazón ya tenía fama de aguerrido, y le
encomendó la expedición que iría al Cuzco en socorro de Hernando y Gonzalo Pizarro, sitiados
por las tropas de Manco Inca.
Alvarado salió de Lima al frente de 300 españoles, además de sus auxiliares indios y negros. En
el trayecto por Pachacámac tuvo rudos enfrentamientos o guazábaras con las fuerzas de Illa
Túpac, caudillo inca que continuaba la guerra de liberación y que dominaba aún gran parte de
la sierra central del Perú. Con grandes esfuerzos Alvarado llegó a Huarochirí, donde se les
sumaron refuerzos dirigidos por Gómez de Tordoya y Rodrigo Nieto. Repuesto de las pérdidas,
y con 500 hombres a su mando, continuó su marcha subiendo los Andes. En el trayecto su
crueldad se hizo tristemente célebre; se cuenta que cortó manos y narices a muchos indios
como escarmiento por su apoyo a los incas. A las mujeres les cortaba los senos. A los
prisioneros los marcaba en el rostro con hierro ardiente. A otros los ataba y les disparaba con
cañón para aniquilarlos en masa. Los temibles perros de guerra iban también
complementando su horrible labor de “pacificación”.
Llegó a Jauja, donde desalojó tras breve combate a una pequeña guarnición rebelde. Allí se
detuvo algunos meses continuando su labor desalmada de “castigo”. Contaba con el apoyo de
los curacas Huancas “pro-españoles”, que al igual que los Chachapoyas, fueron valiosos aliados
de los españoles durante la conquista (1537).
En 1537 empezaron las guerras civiles que enfrentaron a los almagristas y a los pizarristas.
El Cuzco, tras el final del cerco de Manco Inca, había sido ocupado por Diego de Almagro,
quien apresó a los hermanos Hernando y Gonzalo Pizarro. Ignorando estos sucesos, Alvarado
salió de Jauja y continuó su marcha hacia la ciudad imperial. Llegó a las cercanías de Abancay e
instaló su campamento cerca del puente sobre el río Abancay. Enterado de lo ocurrido en el
Cuzco, no quiso negociar con los almagristas y se preparó para la lucha, confiando en su
ejército de 500 soldados. Pero las tropas almagristas al mando de Rodrigo Orgóñez le
sorprendieron y derrotaron en la batalla del Puente de Abancay (12 de julio de 1537). Todo su
ejército se plegó al de Almagro.
Alvarado fue conducido prisionero al Cuzco pero logró huir poco después. Nuevamente al lado
de los Pizarro, comandó un ala de la caballería pizarrista durante la batalla de las Salinas,
donde fueron derrotados los almagristas (6 de abril de 1538). Luego de la batalla capturó al
fugitivo Diego de Almagro, quien poco después sería ejecutado.
Hastiado de luchar contra españoles, Alvarado pidió volver a Lima a fin de conseguir gente
para proseguir la conquista de los Chachapoyas. En Jauja se encontró con Francisco Pizarro,
quien ordenó a uno de sus subordinados que fuera a Lima a conseguirle soldados, y una vez
llegados estos, Alvarado marchó hacia Chachapoyas por el país de los chupachos, luchando en
el camino contra el tenaz caudillo inca Illa Túpac, quien mantenía sublevada la región.
Finalmente llegó a su destino, fundando por segunda vez la ciudad de San Juan de la Frontera
de los Chachapoyas (1538). Cuenta el cronista Pedro Cieza de León sobre esta segunda
fundación (aunque erróneamente lo llama “primera”) lo siguiente:
"En cinco días del mes de septiembre año del nacimiento de nuestro señor Ihsu Christo de mil
quinientos treinta y ocho años, cerca de sesenta españoles bajo el mando del capitán Alonso
de Alvarado se reunieron en [...] "Xalca" y realizaron la primera fundación de Chachapoyas".
En dicha fundación estuvo presente el capitán Luis Valera, padre del jesuita chachapoyano Blas
Valera, de cuyas crónicas se nutrió el Inca Garcilaso de la Vega para la descripción del
Tawantinsuyo en sus "Comentarios reales de los incas".
En Chachapoyas, Alvarado tuvo conocimiento de los fabulosos tesoros que una legendaria
ciudad guardaba en la espesura de la selva, el mítico El Dorado y desde allí organizó nuevas
expediciones que remontaron el Alto Marañón y que llegaron hasta las tierras de los
motilones, descubriendo el caudaloso Río Huallaga. Su lugarteniente Juan Pérez de Guevara
fue el primero que arribó a la región de Moyobamba, donde se fundó después Santiago de los
Ocho Valles de Moyobamba por mandato de Alvarado el 25 de julio de 1540. Una vez fundada
esta ciudad, se convirtió en el centro de la expediciones hacia la selva de Perú, desde donde
partían misioneros, soldados, comerciantes, fundando ciudades en la Amazonía peruana,
llevando la civilización hispana y construyendo la usanza europea.
En 1539 Alvarado volvió a Lima para conseguir más refuerzos y dar cuenta a Pizarro de su
descubrimiento del Huallaga y la tierra de los motilones. Durante su estadía en la capital tuvo
peleas con dos conquistadores, Gómez de Alvarado y Contreras, tío suyo, y Francisco de
Chaves, pero Pizarro les hizo amistar. Alvarado retornó a Chachapoyas con más gente, no sin
antes tener en el trayecto encuentros bélicos con las fuerzas de Illa Túpac, el incansable
caudillo inca, quien no sería sometido sino hasta 1543.
Nuevamente tuvo Alvarado que dejar Chachapoyas al ocurrir sucesos graves en Lima (aunque
esta vez no dejó totalmente despoblada la villa, a la que nunca más volvería).
Vengando la muerte de Almagro el Viejo, los partidarios de Diego de Almagro el Mozo dieron
muerte a Francisco Pizarro en 1541. Alvarado, fiel a la corona española, en febrero del año
siguiente marchó con sus tropas hacia el poblado de Yungay donde esperó hasta el 8 de junio
al gobernador Cristóbal Vaca de Castro, junto con el cual marchó tres días después hacia el sur
en busca de las fuerzas de Almagro El Mozo. El encuentro se dio en la batalla de Chupas (16 de
septiembre de 1542), cerca de Huamanga, que significó la derrota total de los almagristas.
Alvarado comandó el ala derecha del ejército realista y le tocó la parte más dura de la pelea,
por lo que fue felicitado por Vaca de Castro.
Luego Alvarado pasó a España, donde permaneció tres años. Su fidelidad a la Corona y sus
méritos fueron justamente honrados por Carlos I de España (conocido también como Carlos V
de Alemania), quien desde Flandes lo nombró caballero de la Orden de Santiago y Mariscal del
Perú. Por esos días se casó con Ana de Velasco, de la Casa de los Condestables de Castilla,
mujer de genio fuerte con quien vivió en Burgos hasta que las noticias de nuevas turbulencias
ocurridas en el Perú, lo sacaron de su retiro.
En 1546, Alvarado tuvo que probar nuevamente su lealtad a la Corona frente a la rebelión de
Gonzalo Pizarro, hermano menor de Francisco. La autoridad española le ordenó embarcarse
junto con Pedro de la Gasca para que lo acompañara al Perú en su misión de debelar la
rebelión. Zarparon de Sanlúcar, y en el trayecto al Perú reunieron un ejército leal a la Corona,
con el que vencieron a los gonzalistas en la batalla de Jaquijahuana, que más que batalla fue
un vergonzoso desbande de las fuerzas rebeldes que se pasaron al bando del Rey (9 de abril de
1548). Pero este triunfo no aquietó los ánimos de muchos españoles descontentos por el
creciente control de los enviados de la metrópoli, y las sublevaciones continuaron perturbando
la paz de reino.
El pretexto para los nuevos revoltosos fue la supresión del servicio personal de los indios. En
1551 se sublevaron en el Cuzco Francisco de Miranda, Alonso de Barrionuevo y Alonso
Hernández Melgarejo. La Real Audiencia envió entonces a Alvarado al Cuzco con los cargos de
Corregidor y Justicia Mayor. Alvarado entró en la ciudad imperial el 3 de diciembre de 1551,
ocasionando la fuga de la mayor parte de los revoltosos. No obstante, ajustició a los tres
nombrados cabecillas y desterró a otros.
Ello no significó el fin de la rebelión pues muchos de los descontentos se fueron a la provincia
de Charcas (actual Bolivia), encabezados por Sebastián de Castilla. En la villa de La Plata
asesinaron al corregidor Pedro de Hinojosa; luego el mismo Castilla fue asesinado por sus
propios seguidores, encabezados por Vasco de Godínez. Enterada de estos hechos, la
Audiencia invistió a Alvarado como Capitán General y Juez de Comisión (12 de abril de 1553), y
lo envió a pacificar Charcas. Se hallaba allí castigando a los últimos revoltosos cuando le llegó
la noticia de que en el Cuzco se había sublevado Francisco Hernández Girón el día 12 de
noviembre de 1553.
El mismo Alvarado fue herido en el cuello y lloró amargamente su derrota. Pudo huir a Lima,
donde vivió sus últimos días sumido en la más profunda melancolía, sin decir apenas palabras.
Solo dos nombres parecía aflorar en sus recuerdos: el Puente de Abancay y el campo de
Chuquinga, las dos batallas que las había perdido ignominiosamente. Muchos creyeron que se
había vuelto loco. En tal situación penosa murió en 1556.
Descedencia
De su matrimonio con Ana de Velasco y Avendaño, hija de Martín Ruiz de Avendaño y Gamboa
e Isabel de Velasco, tuvo un hijo:
Predecesor:
Corregidor
Referencias y notas
Notas
Bibliografía
Hemming, John (1982). La Conquista de los Incas. México: FCE. ISBN 968-16-1110-1.
Diccionario Histórico Biográfico de los Conquistadores del Perú. Tomo I. Lima, Editorial Arica
S.A., 1973.
Inca Garcilaso de la Vega: Historia general del Perú. Tres tomos. Lima, Editorial Universo S.A.,
1972.
Vargas Ugarte, Rubén: Historia General del Perú. Tomo I. Editor: Carlos Milla Batres. Lima,
Perú, 1981. ISBN 84-499-4813-4
Vega, Juan José: La guerra de los viracochas. Lima, Ediciones Nuevo Mundo, 1966. Segunda
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Orden de Santiago Ver y modificar los datos en Wikidata
Alonso de Alvarado Montaya González de Cevallos y Miranda (Secadura, Voto, Cantabria, 1500
- Lima, 1556) fue un explorador y conquistador español.
Hijo de García López de Alvarado el Bueno, señor de la casa de Voz y Rayz en Secadura y en
heredamiento de las villas de Talamanca y Vilamor, y de María de Miranda, hija de Francisco
de Montaya. De pequeño, fue criado por su tía Teresa de Alvarado, en Hontoria de la Cantera.
Luego de servir una temporada en Guatemala bajo las órdenes de su tío el adelantado Pedro
de Alvarado, acompañó a este al Perú en 1534. Tras el retorno de Pedro a Guatemala, se
incorporó a las fuerzas de Francisco Pizarro. En poco tiempo se convirtió en su hombre de
confianza y se le encargaron diversas campañas de exploración, conquista y fundación de
ciudades.
Alonso de Alvarado fue el precursor de las expediciones que se internaron en la Amazonía: con
20 hombres partió del Perú y, remontando los Andes, llegó en 1535 a la tierra de los
Chachapoyas. Cuentan los cronistas que los indígenas de la zona de Cochabamba, encabezados
por el curaca Huamán descendiente de los Pocras por el animal simbólico "halcón", que venían
huyendo desde hacía años de la conquista incaica, recibieron jubilosamente a los españoles,
pues los veían como liberadores de la opresión inca, y les obsequiaron un cajón repleto de oro
y dos de plata. Contento, Alvarado regresó al Perú en busca de más hombres; pasó luego a
Lima, para pedir al marqués Pizarro autorización para iniciar una entrada y fundar un pueblo
en Chachapoyas. Pizarro no solo le concedió dicha autorización, sino que le permitió también
quedarse con el oro y la plata que le habían cedido los indios, para que solventara la
expedición. Alvarado retornó con más soldados a Cochabamba y tras reunirse con el resto de
españoles, se adentraron todos en el país de los Chachapoyas. Les acompañaba como aliado el
curaca Huamán, quien fue nombrado Curaca principal de lo Chachapoyas. En el trayecto los
indios le presentaron lucha, pero Alvarado logró la amistad de algunos pueblos mientras que
otros persistieron en resistir. Sintiéndose ya lo suficientemente fuerte, Alvarado creyó llegado
el momento de fundar un poblado de españoles en la región.
A principios de 1536 Alvarado fundó la ciudad de Chachapoyas que hoy es la capital del
Departamento de Amazonas.
El Dorado, descrito desde el imaginario del conquistador, es una ciudad cuyas calles y templos
están cubiertos de oro y guarda en sus construcciones y plazas, piezas hechas de oro macizo.
Algunas veces se le buscó al norte, desde Chachapoyas; otras, desde Quillabamba; en otras
ocasiones, algunos exploradores más recientes ubicaron su rastro (que posteriormente
"perdieron") en la selva central e inclusive en Colombia. Sin embargo, esta leyenda dorada
abrió las puertas a la inicial colonización y evangelización de algunas de las regiones más
extensas y remotas de Sudamérica.
Su campaña pacificadora
Alvarado abandonó Chachapoyas con 140 soldados españoles y miles de indios chachapoyas,
fuerzas con las que fue a ayudar a los españoles acosados por las huestes de Manco Inca. Bajó
por Huamachuco a Trujillo, donde evitó que los vecinos, temerosos de los incas rebeldes,
abandonaran la ciudad. Partió luego a Lima que se hallaba sitiada por las fuerzas de Quizu
Yupanqui; al llegar allí ya las tropas incaicas se habían retirado tras la muerte de su caudillo en
combate. Pizarro recibió con alegría a Alvarado, que a la sazón ya tenía fama de aguerrido, y le
encomendó la expedición que iría al Cuzco en socorro de Hernando y Gonzalo Pizarro, sitiados
por las tropas de Manco Inca.
Alvarado salió de Lima al frente de 300 españoles, además de sus auxiliares indios y negros. En
el trayecto por Pachacámac tuvo rudos enfrentamientos o guazábaras con las fuerzas de Illa
Túpac, caudillo inca que continuaba la guerra de liberación y que dominaba aún gran parte de
la sierra central del Perú. Con grandes esfuerzos Alvarado llegó a Huarochirí, donde se les
sumaron refuerzos dirigidos por Gómez de Tordoya y Rodrigo Nieto. Repuesto de las pérdidas,
y con 500 hombres a su mando, continuó su marcha subiendo los Andes. En el trayecto su
crueldad se hizo tristemente célebre; se cuenta que cortó manos y narices a muchos indios
como escarmiento por su apoyo a los incas. A las mujeres les cortaba los senos. A los
prisioneros los marcaba en el rostro con hierro ardiente. A otros los ataba y les disparaba con
cañón para aniquilarlos en masa. Los temibles perros de guerra iban también
complementando su horrible labor de “pacificación”.
Llegó a Jauja, donde desalojó tras breve combate a una pequeña guarnición rebelde. Allí se
detuvo algunos meses continuando su labor desalmada de “castigo”. Contaba con el apoyo de
los curacas Huancas “pro-españoles”, que al igual que los Chachapoyas, fueron valiosos aliados
de los españoles durante la conquista (1537).
En 1537 empezaron las guerras civiles que enfrentaron a los almagristas y a los pizarristas.
El Cuzco, tras el final del cerco de Manco Inca, había sido ocupado por Diego de Almagro,
quien apresó a los hermanos Hernando y Gonzalo Pizarro. Ignorando estos sucesos, Alvarado
salió de Jauja y continuó su marcha hacia la ciudad imperial. Llegó a las cercanías de Abancay e
instaló su campamento cerca del puente sobre el río Abancay. Enterado de lo ocurrido en el
Cuzco, no quiso negociar con los almagristas y se preparó para la lucha, confiando en su
ejército de 500 soldados. Pero las tropas almagristas al mando de Rodrigo Orgóñez le
sorprendieron y derrotaron en la batalla del Puente de Abancay (12 de julio de 1537). Todo su
ejército se plegó al de Almagro.
Alvarado fue conducido prisionero al Cuzco pero logró huir poco después. Nuevamente al lado
de los Pizarro, comandó un ala de la caballería pizarrista durante la batalla de las Salinas,
donde fueron derrotados los almagristas (6 de abril de 1538). Luego de la batalla capturó al
fugitivo Diego de Almagro, quien poco después sería ejecutado.
Hastiado de luchar contra españoles, Alvarado pidió volver a Lima a fin de conseguir gente
para proseguir la conquista de los Chachapoyas. En Jauja se encontró con Francisco Pizarro,
quien ordenó a uno de sus subordinados que fuera a Lima a conseguirle soldados, y una vez
llegados estos, Alvarado marchó hacia Chachapoyas por el país de los chupachos, luchando en
el camino contra el tenaz caudillo inca Illa Túpac, quien mantenía sublevada la región.
Finalmente llegó a su destino, fundando por segunda vez la ciudad de San Juan de la Frontera
de los Chachapoyas (1538). Cuenta el cronista Pedro Cieza de León sobre esta segunda
fundación (aunque erróneamente lo llama “primera”) lo siguiente:
"En cinco días del mes de septiembre año del nacimiento de nuestro señor Ihsu Christo de mil
quinientos treinta y ocho años, cerca de sesenta españoles bajo el mando del capitán Alonso
de Alvarado se reunieron en [...] "Xalca" y realizaron la primera fundación de Chachapoyas".
En dicha fundación estuvo presente el capitán Luis Valera, padre del jesuita chachapoyano Blas
Valera, de cuyas crónicas se nutrió el Inca Garcilaso de la Vega para la descripción del
Tawantinsuyo en sus "Comentarios reales de los incas".
En Chachapoyas, Alvarado tuvo conocimiento de los fabulosos tesoros que una legendaria
ciudad guardaba en la espesura de la selva, el mítico El Dorado y desde allí organizó nuevas
expediciones que remontaron el Alto Marañón y que llegaron hasta las tierras de los
motilones, descubriendo el caudaloso Río Huallaga. Su lugarteniente Juan Pérez de Guevara
fue el primero que arribó a la región de Moyobamba, donde se fundó después Santiago de los
Ocho Valles de Moyobamba por mandato de Alvarado el 25 de julio de 1540. Una vez fundada
esta ciudad, se convirtió en el centro de la expediciones hacia la selva de Perú, desde donde
partían misioneros, soldados, comerciantes, fundando ciudades en la Amazonía peruana,
llevando la civilización hispana y construyendo la usanza europea.
En 1539 Alvarado volvió a Lima para conseguir más refuerzos y dar cuenta a Pizarro de su
descubrimiento del Huallaga y la tierra de los motilones. Durante su estadía en la capital tuvo
peleas con dos conquistadores, Gómez de Alvarado y Contreras, tío suyo, y Francisco de
Chaves, pero Pizarro les hizo amistar. Alvarado retornó a Chachapoyas con más gente, no sin
antes tener en el trayecto encuentros bélicos con las fuerzas de Illa Túpac, el incansable
caudillo inca, quien no sería sometido sino hasta 1543.
Nuevamente tuvo Alvarado que dejar Chachapoyas al ocurrir sucesos graves en Lima (aunque
esta vez no dejó totalmente despoblada la villa, a la que nunca más volvería).
Vengando la muerte de Almagro el Viejo, los partidarios de Diego de Almagro el Mozo dieron
muerte a Francisco Pizarro en 1541. Alvarado, fiel a la corona española, en febrero del año
siguiente marchó con sus tropas hacia el poblado de Yungay donde esperó hasta el 8 de junio
al gobernador Cristóbal Vaca de Castro, junto con el cual marchó tres días después hacia el sur
en busca de las fuerzas de Almagro El Mozo. El encuentro se dio en la batalla de Chupas (16 de
septiembre de 1542), cerca de Huamanga, que significó la derrota total de los almagristas.
Alvarado comandó el ala derecha del ejército realista y le tocó la parte más dura de la pelea,
por lo que fue felicitado por Vaca de Castro.
Luego Alvarado pasó a España, donde permaneció tres años. Su fidelidad a la Corona y sus
méritos fueron justamente honrados por Carlos I de España (conocido también como Carlos V
de Alemania), quien desde Flandes lo nombró caballero de la Orden de Santiago y Mariscal del
Perú. Por esos días se casó con Ana de Velasco, de la Casa de los Condestables de Castilla,
mujer de genio fuerte con quien vivió en Burgos hasta que las noticias de nuevas turbulencias
ocurridas en el Perú, lo sacaron de su retiro.
En 1546, Alvarado tuvo que probar nuevamente su lealtad a la Corona frente a la rebelión de
Gonzalo Pizarro, hermano menor de Francisco. La autoridad española le ordenó embarcarse
junto con Pedro de la Gasca para que lo acompañara al Perú en su misión de debelar la
rebelión. Zarparon de Sanlúcar, y en el trayecto al Perú reunieron un ejército leal a la Corona,
con el que vencieron a los gonzalistas en la batalla de Jaquijahuana, que más que batalla fue
un vergonzoso desbande de las fuerzas rebeldes que se pasaron al bando del Rey (9 de abril de
1548). Pero este triunfo no aquietó los ánimos de muchos españoles descontentos por el
creciente control de los enviados de la metrópoli, y las sublevaciones continuaron perturbando
la paz de reino.
El pretexto para los nuevos revoltosos fue la supresión del servicio personal de los indios. En
1551 se sublevaron en el Cuzco Francisco de Miranda, Alonso de Barrionuevo y Alonso
Hernández Melgarejo. La Real Audiencia envió entonces a Alvarado al Cuzco con los cargos de
Corregidor y Justicia Mayor. Alvarado entró en la ciudad imperial el 3 de diciembre de 1551,
ocasionando la fuga de la mayor parte de los revoltosos. No obstante, ajustició a los tres
nombrados cabecillas y desterró a otros.
Ello no significó el fin de la rebelión pues muchos de los descontentos se fueron a la provincia
de Charcas (actual Bolivia), encabezados por Sebastián de Castilla. En la villa de La Plata
asesinaron al corregidor Pedro de Hinojosa; luego el mismo Castilla fue asesinado por sus
propios seguidores, encabezados por Vasco de Godínez. Enterada de estos hechos, la
Audiencia invistió a Alvarado como Capitán General y Juez de Comisión (12 de abril de 1553), y
lo envió a pacificar Charcas. Se hallaba allí castigando a los últimos revoltosos cuando le llegó
la noticia de que en el Cuzco se había sublevado Francisco Hernández Girón el día 12 de
noviembre de 1553.
El mismo Alvarado fue herido en el cuello y lloró amargamente su derrota. Pudo huir a Lima,
donde vivió sus últimos días sumido en la más profunda melancolía, sin decir apenas palabras.
Solo dos nombres parecía aflorar en sus recuerdos: el Puente de Abancay y el campo de
Chuquinga, las dos batallas que las había perdido ignominiosamente. Muchos creyeron que se
había vuelto loco. En tal situación penosa murió en 1556.
Descedencia
De su matrimonio con Ana de Velasco y Avendaño, hija de Martín Ruiz de Avendaño y Gamboa
e Isabel de Velasco, tuvo un hijo:
Predecesor:
Corregidor
Referencias y notas
Notas
Bibliografía
Hemming, John (1982). La Conquista de los Incas. México: FCE. ISBN 968-16-1110-1.
Diccionario Histórico Biográfico de los Conquistadores del Perú. Tomo I. Lima, Editorial Arica
S.A., 1973.
Inca Garcilaso de la Vega: Historia general del Perú. Tres tomos. Lima, Editorial Universo S.A.,
1972.
Vargas Ugarte, Rubén: Historia General del Perú. Tomo I. Editor: Carlos Milla Batres. Lima,
Perú, 1981. ISBN 84-499-4813-4
Vega, Juan José: La guerra de los viracochas. Lima, Ediciones Nuevo Mundo, 1966. Segunda
edición.
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