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Luis Camnitzer2
No sé si es producto de hacer
arte durante tantos años, con el
consiguiente aburrimiento, o
pura concientización social y
política. Pero es un hecho que
cada vez me interesa menos la
autoría. Quizás sea por su
parentesco con la palabra
autoridad. Sea lo que sea, cada
vez me parece más importante
concentrarme en el efecto que
tienen las cosas que en las cosas
mismas.
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Artículo publicado en [esferapública]. 2015/05/17 Disponible en: http://esferapublica.org/nfblog/arte-y-
pedagogia/ Retomado: 30/07/2018
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Artista uruguayo que reside en Nueva York desde 1964. Es una figura líder del conceptualismo
latinoamericano. Desde 1969 es profesor emérito de la Universidad del Estado de Nueva York. A partir de la
década de los setenta realiza obras cercanas al arte conceptual con un marcado contenido ético y político y
en las que se abordan temas como la libertad, la identidad o el exilio. Representó a su país en la Bienal de
Venecia en 1988 y ha participado en varias exposiciones internacionales, entre ellas Documenta XI.
importancia. De acuerdo a ese orden se abre la posibilidad para que uno incluya el
otro y tengamos que elegir cual queremos que absorba a cual.
Como artista estoy en contra de esta ideología, y siendo un artista imperialista creo,
más extremadamente, que la educación tiene que ser absorbida por el arte y
condicionada por él. Considero que el arte es una forma de pensar. Y creo que la
educación como se la utiliza hoy es una forma de entrenar. Durante la discusión de
estos temas voy a tratar de utilizar el sentido común, dado que no se trata de
expresar mis opiniones, sino de convencer.
Siempre supuse que el sentido común es una cosa buena. Sin embargo, al decir esto
ya me estoy metiendo en un lío. “Sentido común” es un concepto enrevesado,
especialmente en el arte, porque es un término ambiguo. En una de sus
interpretaciones queremos asegurarnos que haya transparencia y elegancia.
Queremos evitar digresiones que puedan complicar u obscurecer los temas que
estamos discutiendo. En otra interpretación entendemos al sentido común
precisamente como aquello que algunos de nosotros queremos demoler con
nuestro arte. En este caso se trata de todo aquello que es convencional y aprisiona
nuestro pensamiento. Queremos romper esa prisión para ser libres. Estamos, por
lo tanto, enfrentados a un término que es un homónimo, uno en donde una misma
palabra se refiere a dos significados distintos.
Los homónimos no tienen nada de malo. Con tanta verborrea por ahí, ofrecen un
poco de economía bienvenida. Pero la situación es menos satisfactoria cuando el
significado cambia de acuerdo a quien utiliza la frase y hace que sirva a intereses
determinados. Esa multiplicidad de significados entonces conduce al mal uso y al
engaño.
Mal utilizado, el arte como objeto puede ser comparado con el rai. A veces pierdo el
tiempo hurgando en trivialidades y así me enteré que el rai es la moneda que la
población de la isla Yap en la Micronesia utilizaba durante el siglo XIX.
Los rais son piedras circulares que pueden llegar a tener hasta tres metros de
diámetro y pesar cuatro toneladas. Tienen un agujero en el centro para meter un
eje y facilitar un poco el transporte. De acuerdo al terminado artesanal y a la
historia de la piedra—como por ejemplo cuanta gente murió tratando de
transportarla—la moneda adquiere mayor o menor valor para las transacciones
comerciales.
Las proyecciones y atribuciones que los yap le daban a esas piedras son muy
similares a las que normalmente nosotros le damos a las obras de arte y a otros
objetos. Me acuerdo que hace algunas décadas uno podía comprar piedras
recogidas en la playa que bordeaba la propiedad de Jacqueline Kennedy en Cape
Cod, en Estados Unidos, por un dólar. Más recientemente, el estado de California
trató de decretar que las basuras abandonadas en la luna por la misión Apolo 11 son
“recursos históricos”. Entre otras muchas cosas esa basura incluye cuatro bolsas
llenas de orina.
No creo que uno necesite oscurantismo para admirar la magia. Esto puede sonar
como que acá estoy negando la fantasía, la habilidad de maravillarse, y la poesía.
Pero no estoy tan seguro de eso. Creo que lo único que estoy sugiriendo es una
aplicación de criterios más exigentes. El pensamiento lógico no es el único modo de
pensar. Pensar es una actividad mucho más compleja en la cual el mal uso y abuso
de la lógica oculta o entorpece las posibilidades de especulación. Aquí se trata de
utilizar el pensamiento racional para aprovechar todas las posibilidades al máximo,
incluso las irracionales. Y para eso no se necesita el obscurantismo.
Con esto aclarado tenemos entonces el tema del papel que el arte juega en el cuadro
de la educación. Deliberadamente no estoy enfatizando aquí la educación artística,
sino que me estoy dirigiendo a la educación en general. Últimamente muchas
escuelas de arte ya entienden que hoy en día el arte es más de lo que era antes, que
es un campo más amplio. Pero el sistema educacional general todavía no lo ha
entendido.
La conjunción de arte y educación—la noción que el arte tiene que ser una parte del
proceso educacional—siempre fue considerada como una posición iluminada y
progresista. Cualquiera con un centímetro de frente lamenta el papel secundario
que se le asigna a las artes en las escuelas. Las artes son las primeras víctimas
cuando se efectúan cortes presupuestales, y son las últimas que se reinstituyen en
los momentos de prosperidad. Pero a pesar de compartir las quejas por los
problemas presupuestales, me gustaría proponer que la frase “arte en la
educación”—como también su pariente popularizado por Herbert Read a mediados
del siglo veinte, “educación a través del arte”—no son progresistas sino
reaccionarias.
Al mantener al arte como una sub-categoría, ambas frases representan una forma
de pensar esquemática y compartimentalizada. Son frases que se utilizan como una
coartada para aparentar la promoción de unas cualidades humanistas que en
realidad no están ahí. Pedagógicamente hablando, estas frases no solucionan nada
y mantienen la situación en el mismo basurero en el cual ya está puesto.
La razón para esta miopía proviene de algo que está detrás de la educación y del
arte. Proviene parcialmente de la mala utilización de las ideas que tenemos con
respecto a la democracia y también de las ideas que asociamos con ella. Esto se
manifiesta en las afirmaciones siguientes que son falsas, o por lo menos muy
discutibles:
Estas creencias y muchas más, son consecuencia de la separación que existe entre
arte y educación y su mantenimiento como dos actividades independientes. La
pedagogía progresista trató de poner una al lado de la otra y con ello declaró un
matrimonio forzado. Sin una verdadera integración, el matrimonio no tuvo otra
posibilidad que fallar y terminar en una formalidad sin consumación. Incluso el
Papa permitiría su anulación.
Es quizás en este punto en donde habría que reintroducir la fantasía y la poesía que
aparentemente están ausentes en el proceso educacional. No hace mucho me di
cuenta que mi educación personal fracasó desde el momento en que empezaron a
enseñarme el nombre de las cosas conocidas. Este proceso seguramente comenzó
mucho antes de yo entrar en el jardín de infantes. Acepto que toda mi educación
fue hecha con la mejor de las intenciones. Pero siento que habría sido mucho más
importante si me hubieran enseñado a buscar cosas sin nombre para que yo las
pudiera bautizar. Viajaría entonces por una aventura, exploraría territorios
desconocidos, y me embarcaría en una búsqueda de tesoros y de verdaderos
descubrimientos.
En su lugar aprendí a leer y a escribir como si éstas fueran actividades distintas a
mirar y dibujar. Me llenaron con respuestas para preguntas que ya habían sido
preguntadas por otros en lugar de permitirme preguntar mis propias preguntas. Así
aprendí que las cosas están organizadas dentro de un orden. Pero nadie me supo o
quiso explicar por qué las cosas estaban ordenadas, o quienes fabricaron ese orden,
o quien les dio el derecho de hacerlo.
No quiero discutir aquí cual es la edad apropiada para que los niños aprendan a
conceptualizar, si es que no lo hacen por sus propios medios. No soy un especialista
en estas cosas y no quiero serlo. Dentro de mis limitaciones entiendo que para
calcular la estática de un rascacielos uno necesita saber más de lo que se aprende
en la escuela primaria. Pero apilar un montón de basura para hacer una torre lo
más alta posible es algo que cualquier criatura puede hacer. Haciendo esa pila
ayuda a entender que cosa es un centro de gravedad, cómo funciona el equilibrio, y
por qué uno no se cae cuando camina. Como sub-producto, también sirve para
entender por qué en la escultura clásica el mentón del señor que está ahí parado
desnudo se alinea en una vertical con el interior del tobillo del pie que aguanta su
peso. Pero lo que se resuelve aquí no es un problema artístico sino uno de
equilibrio y de estabilidad. Es un problema que se presenta en una gran cantidad
de situaciones, artísticas y no artísticas.
En caso de estar de acuerdo con que la educación tiene que formar parte del arte en
su interpretación más amplia, las preguntas siguientes serían:
1. ¿Cómo, partiendo del arte, podemos lograr una educación liberadora que
empodere al estudiante desde el comienzo mismo del proceso educacional?
2. ¿Cómo podemos lograr la asunción y desarrollo de la creatividad del
estudiante sin encerrarlo en disciplinas opresivas?
3. ¿Cómo podemos integrar inseparablemente el pensamiento crítico en el
proceso pedagógico?
Creo que aquí hay varios pasos que nos pueden ayudar en esto. Aunque pueda
parecer una contradicción, me gustaría empezar por eliminar la palabra “arte”,
aunque sea por un ratito. No me refiero realmente a la palabra estrictamente, pero
a la interpretación que ve al arte no solamente como una forma de producción sino,
más concretamente, como una actividad separada de otras formas de producción.
Esta eliminación de la palabra arte la haremos durar hasta que encontremos un
acuerdo colectivo con respecto a que cosa es el arte. Hasta ese momento bastante
utópico, creo que es más útil considerar ese objeto que nos presentan como
artístico nada más que como una posible solución a un problema. Con esto
liberamos al arte de sus fronteras físicas para entender mejor como funciona con la
educación. Y tendremos como otro beneficio el que ya no nos importará si ese
objeto nos gusta o no.
Aunque es el instrumento que usamos más frecuentemente en la apreciación del
arte, el gusto es uno de los obstáculos más grandes para lograr un verdadero
contacto con el proceso artístico. Al eliminarlo, lo que va a importar de ahí en
adelante es si la obra se refiere o no a un problema interesante, y si la solución
presentada es la mejor posible.
La ventaja de esta forma de ver el asunto es que, primero, esta “cosa” que hasta este
momento habíamos llamado arte, ahora queda fuera del mundo del fetichismo y de
los caprichos del mercado. En su lugar la estamos reubicando dentro del campo de
las indagaciones intelectuales y por lo tanto podemos someterla a un examen
riguroso.
Segundo, con esto estamos destruyendo el pérfido monopolio que las Musas
estuvieron controlando durante tantos siglos. Podemos afirmar que no es la
voluntad divina la que determina si somos o no somos artistas. Y por las dudas
quiero advertir, además, que las Musas no existen.
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“[…] it allows the observation of new facts, hitherto either unsuspected, or not yet well defined; and it
determines whether a working hypothesis fits the world of observable facts.” Citado por W.I.B Beveridge en
The Art of Scientific Investigation, Vintage Books, NY, 1950, p. 19
junto con los estudiantes? ¿Qué es lo que compartimos con ellos, conocimientos o
ignorancia?
La parte más negativa de esto es que luego también tratamos de mantener esa
autoridad distorsionada dentro del salón de clase. Por lo tanto sugiero que
tratemos de compartir nuestra ignorancia y no nuestro conocimiento. No digo esto
de la ignorancia de manera frívola ni tampoco para citar a Ranciere, que no tiene
nada que ver aquí. Y, definitivamente, tampoco se trata de crear generaciones de
gente ignorante. Ya otros lo están haciendo y lo están haciendo muy bien. Nuestra
misión es otra. Se trata de ayudar a pensar y no de adoctrinar.
El estudiante tiene que llegar a ser capaz de alcanzar la información sin ayuda
ajena. Esto, por supuesto, es una exigencia imposible cuando estamos al comienzo
del proceso educativo. Esta imposibilidad tiene la ventaja de garantizar los empleos
para los maestros, pero esto no significa que haya que afirmarla. La posición
mental, la actitud frente a todo esto, tiene que ser la otra. El motivo para la
existencia del maestro no debe ser la falta de información que tiene el estudiante
sino la falta de acceso a esa información.
Se podría decir que en el fondo de todo esto lo que hay realmente es una discusión
ética sobre el poder. Los artistas y los educadores ¿debieran acumular poder o
debieran empoderar? Los artistas y educadores ¿funcionan desde un trono o
deberían unirse a equipos formados por sus audiencias para investigar y crear?
Tradicionalmente tanto las audiencias como los estudiantes son vistos como
recipientes pasivos y vacíos que están allí para ser llenados. Se los llena con
conocimientos pre digeridos o con lo que yo llamo arte-valium, una especie de opio
cultural. En la realidad, sin embargo, tanto los estudiantes como el público son
colegas y no recipientes. Son colegas preparados mal o incompletamente, lo cual
requiere una pedagogía muy distinta a la transferencia de datos. Significa
compartir el poder y equipar a los colegas para poder usarlo correctamente.
En otras palabras, tanto en arte como en educación estamos viviendo una situación
autoritaria basada en el consumo pasivo de los productos artísticos y pedagógicos.
Es una situación disfuncional que pretende mantener órdenes preestablecidos y
caducos en lugar de facilitar su cuestionamiento y la búsqueda de órdenes nuevos
que sirvan para lidiar con un mundo cada vez más complejo.
Durante el siglo pasado, la administración del orden cotidiano se basaba
fundamentalmente en ideologías. Crudamente, uno puede decir que había una
forma derechista y un forma izquierdista de administrar el orden. Es una
descripción simplista ya que todo aparece en blanco y negro, y de hecho el color del
progresismo era el gris. La salud mental política no estaba representada por los
Estados Unidos o por la Unión Soviética, sino por los países no-alineados que
luchaban por una equidistancia. Hoy esa simplicidad presentada por las tres
posiciones ha desaparecido. Estamos viviendo un caos ideológico con híper-
fundamentalismos regresivos que están en guerra, y con un híper-capitalismo
saturando a todo el mundo y evolucionando hacia un neo-feudalismo.