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que, sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y corregir los capítulos
del libro.

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de leer esta maravillosa historia lo más pronto posible, sin que el idioma sea una barrera.

Como ya se ha mencionado, hemos realizado la traducción sin ningún motivo de lucro, es


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Créditos
Traducciónes Independientes
Moderación

Reshi

Traductores Corrección
Kasis Noeliapf
DeniMD Alter
Cindylu~ Camm
Andrea Yue Tsukino
Julia Disidente Crisvel R
Astrid dL Clouritgh
Irais
Majo
Diseño

Niktos
Cass
Sinópsis
La guerra crece. La sangre se derrama. Y los dioses no están contentos.

Casia ha sobrevivido a los intentos de su hermano de derrotarla a ella y a su creciente ejército,


pero la batalla por su imperio no ha hecho más que empezar. Resentida y herida, portadora de la
maldición de un dios superior oscuro y peligroso, y desesperada por conseguir más aliados, se
dirige hacia el norte en busca de los elfos que una vez caminaron junto a los seres divinos.

La Corte de los elfos de Moreth encierra conocimiento. Secretos. Y poder. El tipo de poder que
podría cambiar todas las guerras de Casia a su favor. Si puede sobrevivir a la peligrosa política y
a la traicionera magia de los elfos.

Mientras estas batallas externas se desatan, también lo hacen las internas. Elander está per-
diendo lo que quedaba de su divinidad. Su corte. Sus poderes. Su control sobre lo que una vez fue
y lo que una vez supo. Pero está decidido a seguir luchando, reuniendo a sus antiguos aliados y
trabajando para ayudar a Casia en sus guerras. La perdió una vez. No volverá a hacerlo.

Pero su devoción por ella puede ser lo que lo destruya.

Y cuando esa destrucción llegue, lo hará con un giro que podría cambiar todo su mundo.
The Call
of the

Void
Por todas las luces rotas, pero aún brillantes;
Capítulo Uno

Traducido por Kasis


Corregido por Noeliapf

SE FUE.
La puerta del refugio de la Diosa de la Luna estaba oscura. Vacía. Cerrada. Casia había pa-
sado por ella
Ella se fue.
Ella estaba a salvo.
Y era la única cosa, la única cosa, que le importaba a Elander. Era todo en lo que quería pensar.
Pero cuando se alejó de la hilera de puertas que conducían a los otros paraísos divinos, se
encontró cara a cara con la bestia divina a la que una vez había servido: Malaphar. El Dios Oscuro.
El Dios de la Torre. Caminante del Caos, Portador de la Noche...
Existían cien nombres diferentes para este ser imponente.
Ninguno reflejaba por completo su aterradora realidad. Ese dios superior avanzó hacia Elander,
ajustando su agarre en la brillante espada blanca que llevaba, y Elander ya no pudo pensar en lo
que había sido de Casia.
La rabia transformo la expresión de Malaphar en algo monstruoso. Algo mucho menos humano
que la máscara que se había puesto al comienzo de esta reunión. Y el resto de su cuerpo también
estaba cambiando, mientras se movía. Las alas negras sobre su espalda se desplegaron; la punta
de una rozó la pared a su derecha, tirando un candelabro ornamental al suelo y extinguiendo la
llama que contenía. Una oscuridad más profunda se hundió en la habitación, y sus ojos parecieron
brillar dentro de esa oscuridad, ardiendo tan brillantes y terribles como su espada.

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Levantó la mano.
Un remolino de plumas negras rodeó su arma con el movimiento.
Cuando esas plumas cayeron, la espada que sostenía se había transformado en dos hojas
separadas, cada una pulsando con energía negra plateada.
Las blandía a ambas.
Elander se zambulló hacia adelante, deslizándose por debajo de las espadas y bordeando por
poco la pierna del dios superior. Él rodó por el suelo de mármol de la Torre del Olvido que una vez
había sido su refugio. Luchó por volver a ponerse de pie...
Justo a tiempo para girar salvajemente y evitar un segundo golpe.
Pedazos de esa energía negra plateada se liberaron de las espadas del Dios de la Torre cuando
las balanceó, llenando el espacio con remolinos de hilos de magia que quemaban la piel de Elander
cada vez que no fue lo suficientemente rápido para evitarlos.
Elander corrió al otro lado de la habitación en busca de un aire más limpio.
No había mucho que recorrer en el espacio circular antes de encontrarse con una pared. Apoyó
una mano contra él y trató de recuperar el aliento. Intentó pensar con calma. Su mirada volvió al
último lugar donde había visto a Casia; sus ojos siempre parecían buscarla cada vez que buscaba
calma aquí últimamente.
Pero ella ya no estaba allí para encontrarla, por supuesto.
Sólo estaba el portal por el que había desaparecido. Vio un punto de luz en el centro de ese
portal. Concentró sus sentidos. Sintió la energía distintiva que todavía irradiaba de él... y con ella
vino una sensación progresiva de pavor.
La entrada no estaba tan completamente cerrada como había pensado.Y así, su próximo mo-
vimiento quedó claro de inmediato: si él no podía hacer nada más, necesitaba cerrar completamente
esa puerta. Destruyéndola, si eso era lo que hacía falta para darle a Casia una mayor ventaja, para
que le resultara más difícil seguirla.
El único problema era que el Dios de la Torre ahora se interponía entre él y esa puerta.
Sabía lo que tenía que hacer. Pero la pregunta era cómo abrirse camino a través de ese dios
monstruoso, y era uno con el que había estado luchando durante semanas. Porque esta lucha iba
en contra de las leyes de su mundo. Contra la jerarquía que había construido este mundo y lo había
llenado de vida y muerte y todo lo demás.
Él había accedido a servir a este dios superior, no a desafiarlo.
Él no dominaría la magia del dios superior; su propia magia derivaba de Malaphar, y por
lo tanto estaba más limitado por diseño. Esta era una batalla que Elander no estaba destinado a
ganar. Honestamente, sería un tonto incluso si luchara contra eso.
Sin embargo, escaneó tontamente la habitación en busca de un arma.
Había una espada en el suelo a poca distancia. Era la de Caden. Había sido arrancada de la
mano del espíritu menor cuando Malaphar lo había atacado, justo antes...
No.
Elander no podía pensar en las cosas que habían sucedido antes. Sólo el presente. Sólo la espada.
Corrió hacia ella, la agarró y deslizó hacia arriba justo cuando el Dios de la Torre descendía
con sus espadas dobles cayendo en furiosos arcos.

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Chispas de magia volaron en todas direcciones cuando las tres espadas chocaron.
La fuerza del ataque de Malaphar habría enviado a un humano normal por el suelo. Pero aún
quedaba algo de la fuerza divina de Elander, y esta espada en particular de Caden fue hecha por los
elfos, lo que lo ayudaba a resistir la energía oscura de las espadas de Malaphar mejor que la mayoría
de las armas lo haría, así que Elander se las arregló para mantenerse en pie y empujar hacia atrás.
Agarró la espada de Caden con más fuerza. Empujó hasta que la espada quedó trabada contra
las hojas cruzadas del Dios Torre. Durante varios momentos dolorosamente largos permanecieron
en este punto muerto, hasta que los brazos de Elander comenzaron a temblar y su equilibrio ame-
nazó con resbalarse contra el resbaladizo suelo de mármol.
Se alejó rodando bruscamente, desequilibrando al dios superior, y luego retrocedió, recupe-
rando el aliento y agarrando mejor su arma a medida que avanzaba.
El dios superior caminó tras él con movimientos tranquilos y sin prisas.
Se rodearon mutuamente, con las espadas listas, y Elander trató de detectar cualquier punto
débil que pudiera atacar.
Había visto a Malaphar adoptar esta forma antes, pero no a menudo. La armadura del dios
superior era negra como la noche. Su rostro era vagamente humano, pero tenía bordes demasiado
afilados envueltos en una piel gris moteada inquietantemente delgada. Todo él estaba rodeado de
las sombras arremolinadas de su magia, lo que dificultaba saber dónde terminaba la armadura y
empezaba el cuerpo físico.
Pero al menos estaba actualmente en una forma física... lo que significaba que podía ser gol-
peado, si tan solo Elander pudiera averiguar dónde hacerlo.
Malaphar clavó una de sus espadas en el pecho de Elander.
Elander la apartó, la esquivó, y se lanzó hacia adelante con un movimiento fluido, solo para
que su hoja se desviara con la misma rapidez.
Una y otra vez chocaron de esta manera, los gritos metálicos del acero resonaban a su alrede-
dor, el aire se volvía cada vez más denso con la magia del Dios de la Torre. Cintas furiosas de poder
oscuro se desprendían de la enorme figura del dios después de cada golpe contra el que Elander
lograba defenderse. Cada éxito sólo enfurecía aún más a ese dios y su magia, y pronto el mismo
pensamiento desesperado de antes se abrió paso en la mente de Elander: No puedes ganar esta batalla.
Ambos lo sabían.
Parecía que el Dios de la Torre estaba jugando con él.
Pero Elander siguió adelante, girando y balanceándose hasta que finalmente notó un destello
de piel pálida entre las sombras oscuras y la armadura...
Se agachó para evitar un golpe feroz, se levantó con su propio golpe y la punta de su espada
rozó la piel expuesta de la muñeca de Malaphar. Causó un silbido de dolor escapando del dios
superior. El ruido de dolor se convirtió rápidamente en risa, pero no importaba.
Ya había revelado una debilidad.
Elander volvió a lanzarse hacia adelante sin vacilar, apuntando esta vez a la muñeca opuesta.
Su hoja se clavó profundamente en esa muñeca. Lo que parecían sombras se derramaron
en lugar de sangre, y la primera espada cayó de las manos de Malaphar cuando el dios superior
apartó la mano del ataque.

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El sonido de la espada chocando con el suelo fue una pequeña victoria. Una que renovaba su
fuerza y determinación a través de la sangre de Elander. Consideró brevemente quitar la segunda
hoja de la otra mano de Malaphar, pero se conformó con patear la primera espada.
El Dios Torre mostró sus dientes mientras lo miraba alejarse. Avanzó hacia él con el mismo
paso poderoso, pausado, casi burlón como antes.
Distraído.
Al instante siguiente, Elander corría hacia la puerta por la que Casia había desaparecido.
Todas estas puertas se construyeron de manera similar. Ellas estaban enmarcadas en madera
de jobas: un material que podía resistir la magia que creaba los caminos entre los paraísos de los
dioses. Diferentes símbolos fueron tallados en la madera, anunciando las diferentes deidades a las
que conducía cada puerta, y una joya que servía como una fuente siempre renovada de la magia
del camino fue tallada en el punto más alto de ese marco de madera.
Al igual que el portal bajo ella, la joya rodeada por los símbolos de la Diosa de la Luna se
había oscurecido casi por completo, excepto por un pequeño punto de luz en su centro.
Con varios golpes rápidos y expertos de su espada, Elander cortó el marco de la puerta en
pedazos. La joya se soltó y cayó. Mientras rebotaba por el suelo, alcanzó el pequeño cuchillo en su bota.
Atrapó la gema y apuñaló su centro.
Las grietas formaron lentamente una telaraña en su cara. Volutas fantasmales de magia verde
pálido y blanco plateado surgieron de esas grietas, sorprendentemente brillantes en la habitación
empapada de sombras.
Una poderosa puñalada destrozó la gema por completo.
Cuando los últimos fragmentos se dispersaron lejos de él, los ojos de Elander los siguieron
durante un instante demasiado largo; sintió que una espada caía hacia él, pero se movió con de-
masiada lentitud para evitarla.
El acero perforó su hombro.
Él se retorció instintivamente y se encontró con las garras que se clavaron en su estómago.
El Dios de la Torre sonrió mientras levantaba a su antiguo sirviente en el aire y lo arrojaba contra
la pared más cercana.
El dolor era vertiginoso. Paralizante. Elander se dejó caer contra la pared. Su visión se atenuó.
La habitación se retorció y se movió a su alrededor.
Pero no le importaba.
Porque la puerta estaba destruida.
El Dios de la Torre fijó su mirada en las piezas de esa puerta. Sobre los pedacitos diminutos
de la joya destrozada. Más de su risa oscura y sin humor resonó en la habitación. Su voz era tran-
quila, fría y calmada como una mañana cubierta de nieve, cuando se giró hacia Elander y le dijo:
—Has resultado ser increíblemente molesto.
Elander no respondió. Intentó moverse, pero el suelo debajo de él estaba demasiado resbala-
dizo para poder agarrarse. Resbaladizo por sangre, él se dio cuenta, débilmente. No era exactamente
mortal, pero tampoco era un verdadero dios. Él era algo intermedio.
Algo que estaba perdiendo demasiada sangre.

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Así que era más fácil quedarse quieto. Cerró sus ojos y se recostó contra la pared. Podía sentir
el espacio cada vez más frío. Más pesado. Era la ira del Dios de la Torre hecha cada vez más tangible:
más de esos hilos de magia extendiéndose, apretándose alrededor del cuerpo de Elander. Ahora,
Elander apenas podía respirar dentro de su oscuro abrazo.
Entonces, tal vez esto sería más rápido de lo que podría haber esperado, al menos.
—Imagino que será una autentica agonía, —dijo Malaphar—. Ser verdaderamente humano
de nuevo, es decir, después de haber probado la divinidad, no es que vayas a durar más de unos
pocos minutos en esa forma mortal. Los humanos son así... cosas frágiles, después de todo.
Elander mantuvo los ojos cerrados, concentrándose en respirar a través del dolor, pero podía
sentir que el dios se acercaba. Apretó una mano contra su estómago. En cuestión de segundos, la
sangre caliente había cubierto todos sus dedos. Los hilos de la magia del Dios Torre se apretaron a
su alrededor, y ahora causaban algo más que dolor; se sentía como si estuvieran tirando, arañando
todas las partes más vitales de él.
Como si lo estuvieran drenando.
Una extraña combinación de horror y alivio palpable se apoderó de él. Porque estaba siendo
drenado de más de su poder divino, pero ahora podía además sentir la conexión entre él y el dios
superior cortándose aún más, deshilachándose como una cuerda demasiado estirada sobre una
vela encendida.Y había al menos un pequeño consuelo, pensó, en el hecho de que moriría más
libremente de lo que había estado viviendo.
Abrió los ojos. No miró al dios que se cernía sobre él. Algo más había captado su atención,
lo había atraído como por arte de magia: un pequeño y discreto medallón con un rostro enjoyado
descansaba entre los escombros de la entrada.
Por un momento el pánico se apoderó de él, porque su mente cansada pensó que era la joya
que estaba conectada a ese portal que él había destruido. Que realmente no había logrado romperlo.
Pero no... Este era un tipo diferente de objeto mágico.
El Corazón del Sol.
Casia debió dejarlo caer cuando Caden la llevó a un lugar seguro.
Mientras Elander lo miraba, todos los recuerdos de los días pasados se precipitaron en su
mente: la comprensión de quién era Casia; la batalla que habían librado contra su hermano y su
ejército; la traición que habían enfrentado cuando habían llegado aquí a Oblivion; el miedo que se
había apoderado de él cuando vio la marca del Dios Torre en su rostro, y el miedo de perderla de
nuevo, y ahora se daba cuenta de otra cosa.
Ella no estaba a salvo.
Él exhaló un suspiro lento y doloroso.
No importa cuántas puertas destruyera, aún podían encontrarla. El trato que tontamente había
comenzado a hacer con el Dios Torre le aseguraba esto, y el dios superior no era el único enemigo
que la perseguía, además. Sus batallas aún no habían terminado. Ni siquiera cerca.
Lo que significaba que las suyas tampoco lo estaban.
El dios superior se estaba moviendo de nuevo, una tormenta de sombras y plumas descendía,
y luego una hoja brillante se extendió desde la oscuridad, empujando hacia él...

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Elander de alguna manera encontró la fuerza para rodar a un lado.La espada golpeó la pared
detrás de él, atravesándola más limpiamente de lo que podría haberlo hecho cualquier hoja hecha
por un mortal. Cuando la hoja se retiró, causó una serie de grietas que se extendieron violentamente
desde el punto de impacto. Pedazos de yeso y madera cayeron al suelo.
Elander se levantó del polvo y la destrucción, a través del peso opresivo de la magia oscura que
había acompañado el acercamiento del Dios de la Torre. La espada de Caden todavía estaba en su
mano. La misma advertencia todavía serpenteaba en sus pensamientos: No estás destinado a ganar esto.
E incluso si sobrevivió hoy, ¿entonces qué? ¿Y si encontraba el camino de regreso a Casia?
¿Adónde irían? ¿Cómo finalmente ganarían esta guerra y a todas las demás que se enfrentarían?
No estaba seguro.
Él sólo sabía que aquí no terminaba.
Había puesto su mirada en el medallón que Casia había dejado caer, y nada le impediría alcanzarlo.
Cruzó corriendo la habitación, lo agarró y lo presionó contra su camisa empapada de sangre.
‘Corazón’ era un nombre acertado, porque habría jurado que lo sentía latiendo en su puño,
haciéndose más y más fuerte. Casi como si cobrara vida con su toque. La energía que irradiaba era
cálida. Poderoso. Familiar.
Se sentía como…ella.
Y a medida que pasaban los segundos, parecía como si esa energía estuviera llenando y
fortaleciendo todos los espacios que habían sido vaciados por el poder drenador del Dios Torre.
Se volvió hacia ese dios y vio algo que nunca había visto en el rostro de Malaphar, ni en nin-
guna de las diversas formas que el dios superior había tomado durante los últimos siglos.
Preocupación.
Elander miró hacia su puño apretado. Lo abrió y vio que no había imaginado que el colgan-
te en su interior cobraba vida; estaba resplandeciendo de verdad, las joyas en su cara destellaban
brillantes durante un latido, oscuras al siguiente. La fuerza surgía en él con cada latido brillante. Y
pronto Elander sintió, entre todas las cosas, una sonrisa imprudente que se extendía por su rostro.
—Déjalo, —ordenó el dios superior.
Elander lo cerró en su puño una vez más. Levantó la mirada y se encontró con los ojos furiosos
del imponente dios. Dio un paso adelante. Mantuvo sus ojos fijos en los del dios, y no se detuvo
hasta que estuvo a pocos metros de él. A una distancia fácil de golpear.
—Tú me sirves a mí, —gruñó el Dios de la Torre.
Elander movió la espada en su mano, reequilibrándola.
—Ya no.
El dios abrió la boca para responder.
Con toda la fuerza y velocidad que pudo reunir, Elander levantó su espada y la arrojó a la
garganta del dios, cortándolo.
El dios se tambaleó hacia atrás, llevándose consigo la espada incrustada. No gritó de dolor. No
se inmutó, incluso cuando la espada rebotó espantosamente con sus movimientos. Él pasó su mano
por el arma que sobresalía de su garganta, como si tuviera más curiosidad que preocupación por ella.
Elander apretó el Corazón con más fuerza en su puño.

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Malaphar arrancó la espada y la arrojó al suelo. Sombras oscuras se elevaron a cada lado de
él, creciendo en una ola que envió hacia adelante con un movimiento rápido de su muñeca.
Elander no pensó. Él solo reaccionó. Cuando la ola de magia descendió, la mano que agarraba
el Corazón se levantó.
La luz brillante se encontró con las sombras que caían, los poderes chocaron tan brutalmente
como lo habían estado haciendo ellos dos durante semanas: amo y sirviente, Moraki y Marr, un
alto dios de la oscuridad y un caído aferrándose desesperadamente a la luz.Esa luz se desvaneció
cuando la magia del Dios de la Torre la inundó, y durante un largo y terrible momento todo quedó
suspendido y en silencio, negro e interminable, desprovisto de toda razón y esperanza.
Luego vino un parpadeo de color blanco.
Luego otro, más brillante que el primero. Y otro y otro, hasta que el brillo colectivo de ellos
se volvió tan cegador que Elander tuvo que cerrar los ojos y protegerlos con el brazo.
Cuando su entorno finalmente se oscureció lo suficiente como para que pudiera mirar hacia
arriba de nuevo, el Dios de la Torre se había ido.
Se dejó caer sobre una rodilla, jadeando en busca de aire. Su hombro herido ardía, al igual
que su estómago. Y a pesar de la fuerza que le había dado el Corazón del Sol, su sangrado no se
había detenido. ¿Cuánto podía permitirse perder?
¿Qué tan humano era él en este punto?
Se arrastró hacia la pared. Se apoyó sobre ella. Dejó caer el Corazón en el suelo y lo estudió
con ojos cansados y medio cerrados.
¿Realmente había ahuyentado al Dios de la Torre?
Y si era así, ¿cómo?
Había demasiadas cosas que no sabía sobre sí mismo y de este pequeño objeto misterioso.
Una luz blanca brillante todavía iluminaba la habitación, haciéndola parecer más un refugio
para la diosa del Sol que el lugar que su yo más oscuro alguna vez había considerado su hogar.
Estaba extrañamente tranquilo. Apacible. La energía que zumbaba a su alrededor todavía se sentía
como la energía que rodeaba a Casia; tal vez eso fue lo que le trajo paz. Y tal vez por eso, después
de un momento, creyó escuchar su voz.
Él inclinó la cabeza y escuchó más de cerca, pero no oyó nada excepto el latido muy débil de
su propio corazón no del todo humano.
Se apoyó contra la pared, cerró los ojos y se alejó entre el silencio y la sangre y la luz.

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Capítulo Dos

Traducido por Kasis


Corregido por Noeliapf

CAS NO RECORDABA HABER CAÍDO AL SUELO.


Pero abrió los ojos y allí estaba: tendida sobre la fría piedra, con el rostro tibio por la sangre
y el cuerpo adolorido.
Y de repente recordó haberse caído.
Recordaba un hormigueo entumecido a través de ella. Recordaba haberse acercado a una luz
brillante, un portal succionándola, el mismo aire apretándose a su alrededor, y luego... oscuridad.
Se había desplomado a través de una oscuridad que parecía que podría durar para siempre.
Todavía estaba oscuro. Todavía se sentía fuera de equilibrio. Pero ya no estaba entumecida.
Algo la había empujado de vuelta a la conciencia: un poderoso giro en su estómago, un tirón que
le recordaba la sensación incómoda que a veces causaba la magia de invocación. Sólo que ella no
había usado ninguna magia.
¿O sí?
Ahora que estaba despierta, también se daba cuenta de un terrible sonido de raspado. Levantó
la cabeza. Buscó durante un largo y confuso momento, hasta que finalmente localizó la fuente del
ruido: Caden.
Al espíritu menor le habían brotado garras de las yemas de los dedos, y las estaba usando
para destruir la estructura de una tosca puerta. Había varias otras puertas rodeándolos.
La escena se sentía familiar, aunque Cas estaba segura de que nunca había estado aquí antes.
Su cabeza latía. Ella entrecerró los ojos. Trató de entender dónde estaba, de recordar más de
lo que había sucedido. Y entonces la golpeó.
Caden estaba destruyendo el camino de regreso a Oblivion.
Con un grito de sorpresa, se puso de pie y se abalanzó sobre él.
Ella no tenía garras, pero clavó sus dedos en su brazo de la misma manera, cavando y ca-
vando con todas sus fuerzas, hasta que finalmente se vio obligado a abandonar su destrucción y
lidiar con ella. La agarró por la pechera de su camisa, y con una velocidad y fuerza inhumanas la
levantó sin miramientos y la arrojó lejos.
Ella se golpeó contra el suelo con tanta fuerza que la aturdió.
Y así ella estaba de regreso donde había comenzado, tendida sobre el suelo frío, sangre fresca
goteando de un rasguño en su frente.
Ni siquiera había dado pelea. No había sido capaz de dar pelea, y ahora la sola idea de levantar
la cabeza era agonizante.
¿Por qué estaba tan débil?
Más recuerdos pasaron por su mente: los ojos de Elander encontrándose con los de ella; el
dolor terrible y desgarrador en esos ojos; su magia la golpeó, drenando su energía y haciéndole
imposible luchar mientras Caden la levantaba y la alejaba de Oblivion...
La magia de la Muerte aún permanecía, envolviéndola como un abrazo frío que era a la vez
reconfortante y exasperante.
Reconfortante y exasperante a la vez.
Eso básicamente resumía su relación con Elander, ¿no?
—Detente, —gritó ella—. Detente. ¡Tenemos que regresar!
Caden la ignoró.
—¡No puedes dejarlo solo en el otro lado!
El espíritu menor mantuvo sus movimientos metódicos, alcanzando ahora la reluciente joya
negra suspendida sobre lo que quedaba de la puerta.
Cas luchó para volver a ponerse de pie. Sus rodillas amenazaron con doblarse, pero se negó
a dejar que lo hicieran.
—Quiero regresar.
—No.
—¡Sí!
—Ya has hecho un gran lío con las cosas, —gruñó, girándose para mirarla—. Así que solo
siéntate y cállate por un momento para que pueda pensar.
No hay nada que pensar, ella quería gritar, solo necesito volver con él.
Pero ella no gritó.
No haría ningún bien.
La puerta casi había desaparecido. Se había reducido a nada más que un vórtice giratorio de
luz blanca que se desvanecía rápidamente contra un vacío negro sin marco, y actualmente estaba
demasiado débil para luchar contra el ser parcialmente divino que se interponía entre ella y ese vacío.
—Siéntate y cállate, —repitió Caden.
Ella lo miró.
—Eres increíblemente afortunado de que no esté en mi máxima capacidad en este momento,
porque de lo contrario haría que te arrepientas de haberme hablado así.

14
—Sí, —murmuró—, me siento tan afortunado de estar atrapado aquí con tu debilitado e inútil ser.
Ella siguió mirándolo.
Él volvió a ignorarla.
Estar de pie requería demasiado esfuerzo, por lo que se dejó caer furiosamente en el suelo de
piedra. Ella no quería llorar, pero estaba demasiado cansada para evitar que las lágrimas cayeran.
Se deslizaron por sus mejillas, serpenteando alrededor de los senderos pegajosos que la sangre ya
había dejado. Se los limpió con las palmas de las manos varias veces. Pero el simple movimiento
de eso también era agotador.
Tenía ganas de darse por vencida.
Atrajo sus piernas hacia ella, hundió la cara en las rodillas y dejó caer las lágrimas.
Minutos después, los sonidos de Caden destruyendo el camino de regreso a Oblivion finalmente
cesaron. Lo sintió girarse hacia ella. Sintió que la incertidumbre se extendía entre ellos, pesada y
siniestra como un cielo erizado de nubes de tormenta.
Caden suspiró.
—No creo que esté muerto, por si sirve de algo.
Ella levantó sus ojos ardientes hacia los de él.
—Al menos, no todavía.
Tragó saliva, tratando de abrir la opresión en su garganta, y dijo,
—Tú puedes sentirlo, ¿no?
—Débilmente.
—La magia que te une a él… Elander mencionó algo sobre cómo le ayudó a saber dónde estabas
tú y sus otros sirvientes. ¿Supongo que funciona en ambos sentidos?
Caden asintió.
—Hasta cierto punto.
—Y es la misma magia que hace imposible que tú y Elander escapen por completo del Dios
de la Torre, ¿verdad? —Tocó la marca que el dios superior había dejado en su propia piel. La había
golpeado en Oblivion, le había sacado sangre como parte del trato que casi había terminado de
hacer con él.
Casi.
Elander había interrumpido ese trato, por lo que no estaba segura de cuán profunda era su
conexión con Malaphar, o qué sería de aquella decisión impulsiva que había tomado.
Caden se limitó a asentir de nuevo en respuesta a su pregunta, desviando la mirada de esa marca.
Una crisis a la vez, supuso Cas.
Logró respirar hondo. No está muerto, se recordó a sí misma. No era tan bueno como estar aquí junto
a ella, pero ella podía manejar eso. Podía seguir adelante. Se volverían a encontrar. Siempre lo hacían.
Mientras tanto, necesitaba concentrarse en mantenerse no muerta así misma. Y había otros cuyo
destino le preocupaban igualmente. Los últimos días habían traído un desafío devastador tras otro,
y no todos habían salido ilesos.
¿Qué había sido del resto de sus amigos y aliados?

15
Por lo que ella sabía, Laurent estaba en Sadira, junto con el joven gobernante de ese reino caído.
Ellos todavía se estaban recuperando, recogiendo los pedazos y contando los muertos de la última
batalla que habían librado contra el rey-emperador del Imperio Kethran.
Mientras tanto, Rhea y Nessa estaban en el imperio del sur, refugiadas escondidas en el palacio
del Alto Rey y la Reina de Sundolia.
Y Zev...
No ha muerto, Cas pensó tan furiosamente como pudo, como si eso de alguna manera garan-
tizara que siguiera siendo cierto. En su corazón, ella sentía que era bastante cierto. Ninguno de sus
amigos estaba muerto.
Pero todos estaban dispersos y estirados, irregulares y delgados, y se sentía mal, y tenía que
seguir moviéndose hasta que todos estuvieran juntos de nuevo.
Al otro lado de este desastre.
Miró alrededor de la habitación. En la oscuridad podía distinguir poco más allá de las puertas
independientes que la rodeaban y el suelo de piedra arenosa en el que estaba sentada.
—¿Dónde estamos, exactamente?
—En el refugio del reino mortal de Yosu—o Inya, como creo que la llaman la mayoría de los humanos.
—¿La Diosa de la Luna?
—Sí.
Las puertas eran similares a las que había visto en Oblivion. Tal vez por eso este lugar le re-
sultaba familiar. ¿Estaban todos los paraísos de los dioses conectados entre sí? Si era así…
Ella miró más de cerca los marcos de esas puertas, hasta que ella vio uno incrustado con varias
pequeñas tallas de lo que parecían árboles.
—Ese es el símbolo de Namu, Diosa de la Curación, —dijo, señalando. La Diosa del Roble, como
se la llamaba a menudo.
Caden asintió.
—Elander llevó a mi amigo ante esa diosa. —Cas se puso de pie temblorosamente una vez más.
Echó un último vistazo a todo lo que quedaba del portal a Oblivion. Le dolía el pecho ante la idea
de alejarse de él, pero no tenía más remedio que cambiar de dirección si quería seguir moviéndose.
—Voy a atravesar esa puerta para encontrar a la Diosa de la Curación, —dijo.
—No se abrirá sin la magia del guardián de este reino, —le informó Caden.
Cas apretó el puño.
—Entonces encontraré a la Diosa de la Luna y haré que la abra.
—Suponiendo que ella esté realmente aquí, y que te conceda una audiencia...
Ignoró el pesimismo de Caden y comenzó a caminar. Un pie tras otro a través de la oscuridad,
en busca de la luz de la luna, de la diosa que moraba en ella.
Ella no encontró ninguna.
Pero finalmente encontró un pasillo, y mientras se adentraba más en él, una brisa fresca se
movió detrás de ella, levantando los mechones de su cabello y su ropa y tirando de estas cosas frente
a ella, empujándola hacia adelante.
Guiándola, parecía.

16
Después de un momento, escuchó a Caden siguiéndola. A regañadientes, supuso. Caminaron
en silencio durante varios minutos, hasta que el pasillo terminó y de repente no había paredes ni
techo, y el suelo debajo de ellos era más suave, más esponjoso. Como si hubieran salido. Hacía más
frío y estaba más oscuro que la habitación de la entrada, casi demasiado oscura para ver. Pero en
lo alto había un tenue destello de luz azul pálido.
Cas se movió hacia él.
El suelo se inclinó abruptamente hacia arriba. Sus piernas ardían en protesta mientras subía,
pero siguió adelante y mantuvo sus ojos en ese orbe de luz. Desapareció cuando llegó a la cima.
Una breve desesperación amenazó, pero se olvidó en el instante en que miró hacia abajo a la vista
que la esperaba al otro lado de la colina.
Un suave jadeo se le escapó.
Todo parecía haber sido sumergido en la luz de la luna. Un bosque de sauces que se extendía
más allá de lo que podía ver, un río que serpenteaba a través de él, los muros de piedra que entre-
cruzaban el paisaje, todo brillaba con la misma luz azul pálida, parecida a la luna, a pesar de que
el cielo estaba arriba vacío tanto de la luna y las estrellas.
Había un campo de flores a la derecha del bosque, una alfombra de flores en todos los tonos
imaginables de azul, púrpura y blanco. Cas se dirigió hacia este campo, empujada por la misma
brisa fresca que la había guiado en el pasillo. Se acercó y se arrodilló junto a un parche de brillantes
flores de color violeta plateado. Con curiosidad, tocó con los dedos los pétalos más cercanos a ella
y los apartó para encontrarlos cubiertos de una sustancia plateada y cubierta de rocío.
Un crujido la hizo levantar la cabeza.
Una criatura se abría paso a través del campo, caminando hacia ella con movimientos lentos
y gráciles. Era como un ciervo, pero con ojos extrañamente brillantes y enormes cuernos con más
púas de los que Cas podía contar fácilmente. Suspendido entre esos cuernos había un objeto que
giraba lentamente con la forma de dos lunas crecientes enredadas entre sí.
—La diosa está aquí después de todo.
Cas saltó un poco ante la voz de Caden; él se movía tan silenciosamente que ella casi había
olvidado que la estaba siguiendo.
—Trata de no ofenderla, —murmuró Caden—. Sé que tienes la costumbre de ofender a los
dioses, pero no nos hará ningún bien que sigas así.
—No he hecho un hábito de ofender a los dioses. He sido más educada con ellos de lo que
debería haber sido en la mayoría de los casos.
Excepto por esa vez que llamé zorra a la Diosa de las Tormentas, le recordó una voz tranquila en el
fondo de su mente.
Pero en su defensa, había tenido un poco de resaca en ese momento, y la diosa había estado
actuando como una perra.
—En caso de duda, solo muérdete la lengua. Eso es todo lo que pido.
Ya veremos, pensó Cas. Pero ya no se atrevía a hablar en voz alta. Una profunda sensación
de asombro se apoderó de ella cuando la criatura parecida a un ciervo se detuvo frente a ellos, y
ese asombro la adormeció por completo cuando la criatura se levantó sobre sus patas traseras y
comenzó a cambiar.

17
Cintas de luz blanca rodeaban su cuerpo, envolviéndola más y más fuerte hasta que no quedó
rastro visible de ese cuerpo. Cuando las cintas se deshicieron, una mujer se paró frente a ellos, con
un vestido que brillaba entre tonos de azul y plata cuando se movía. Su piel era de un rico color
marrón oscuro con remolinos de símbolos extraños y salpicada de motas blancas como diamantes
que parecían pecas. Sus iris eran de un azul tan pálido que casi se perdían en el blanco de sus ojos.
Cruzó los brazos sobre su pecho, levantó la mano y apoyó la barbilla en sus largos y elegantes dedos.
—Hola, viajeros. —Su voz era toda seda, con un suave eco, e hizo que Cas se sintiera como
si estuviera flotando de espaldas en medio de un mar en calma—. Parecen cansados, —dijo ella.
—Hola, Yosu, —dijo Caden, bajando la mirada con respeto.
—¿Dónde está el dios caído al que sirves? —Ella inclinó la cabeza con curiosidad hacia el
espíritu menor—. Ha pasado algún tiempo desde que hablé con él.
—Me temo que está ocupado en otra cosa.
Cas sintió que su garganta amenazaba con cerrarse de nuevo. Casi se atragantó por el esfuer-
zo de tratar de mantener su respiración normal, y el sonido atrajo la mirada de la diosa hacia ella.
—¿Y tú quién eres, viajera?
Ella dudó, porque la respuesta a esa pregunta había cambiado tantas veces durante las últimas
semanas que le daba vueltas la cabeza.
Ella era Casia Greythorne, una mercenaria con un corazón demasiado blando a pesar de de-
masiadas cosas duras, y que había pasado por otras innumerables identidades inventadas. Ella era
Valori de Solasen, la hija mayor de Anric de Solasen y legítima heredera del trono más poderoso,
el único trono intacto, del Imperio de Kethran. Ella era una docena de otros alias en esta vida: Una
hermana, una amiga, un soldado... Y antes de esta vida, había sido alguien completamente diferente.
Alguien por quien Elander había desafiado a los dioses... un acto con consecuencias que temía que
aún no hubieran terminado de descubrir.
—¿No tienes nombre? —preguntó la diosa.
—Es que tengo muchos. He recorrido tantos caminos diferentes y todavía no estoy segura de
cuáles eran los correctos y cuáles los incorrectos.
La diosa sonrió.
—Sé algunas cosas sobre los diferentes caminos.
—Tú... sí, por supuesto. —Cas bajó los ojos ligeramente, superada por el asombro una vez más
ante este recordatorio de con quién estaba hablando.
Inya era la Diosa de las Encrucijadas, de la reflexión y la decisión. Cuando la gente llegaba a
una bifurcación en el bosque, le rezaban a la Diosa de la Luna para que les diera claridad y saber qué
dirección tomar, y se decía que nada se perdía verdaderamente para aquellos que llevaban su marca.
Cas se llevó la mano a la línea de la mandíbula, debajo de la marca que el Dios de la Torre le
había clavado. Había una marca mucho más antigua ubicada allí, una cicatriz que tenía vagamente
la forma de una luna curva. Cuando era niña, solía fingir que era realmente una señal de que estaba
bendecida con magia similar a la Luna, porque tal magia significaba que nunca podría estar tan
perdida como a menudo se había sentido.
—Mi identidad sigue cambiando, es todo lo que quise decir, —afirmó.

18
—La única constante en la vida es el cambio, —comentó la diosa—. Y el bien y el mal no son
palabras que usaría para describir todos los diferentes caminos de la vida, las diferentes decisiones…
—Algunas de mis decisiones ciertamente se han sentido mal, —Cas no pudo evitar decir.
—Pero ahora llevas cicatrices interesantes, como la mayoría de las almas que han viajado
mucho. —Los ojos sorprendentemente pálidos de Inya se dirigieron rápidamente a los dedos que
Cas sostenía contra la cicatriz en forma de medialuna, y luego a la que había dejado el Dios Torre.
Cas trató de inclinar sutilmente su rostro para que ninguna de esas ‘interesantes’ cicatrices
fueran visibles.
—Esa que tienes en la mejilla allí... supura con una poderosa magia oscura, ¿no es así?
Cas no respondió.
—Un enigma interesante, porque también siento un tipo de magia muy diferente que habita
en lo más profundo de ti. —La diosa dudó un momento, como si le diera a Cas la oportunidad
de negar esa magia. Luego su mirada se movió hacia la marca en forma de rayo en la muñeca de
Cas—. Y también llevas la marca de la Tempestad, por lo que veo. Pero no eres verdaderamente
del tipo Tormenta, ¿verdad?
—No. No lo soy. La Diosa de las Tormentas me dio su bendición hace poco tiempo, con la
esperanza de que me ayudaría.
—¿Ayudarte?
—Con ese muy diferente tipo de magia que percibes. —Cas respiró hondo.
Claramente, esta diosa no estaría satisfecha hasta que tuviera la historia completa.
Pero ¿cómo podía explicar Cas rápidamente todas las cosas que apenas estaba empezando a
entender por sí misma?
—Esa magia que sientes… no fui bendecida por ella de la manera habitual, —comenzó, len-
tamente—. La tengo porque estuve expuesta a una pieza robada de la magia de la Diosa del Sol,
primero en, um, en una vida pasada. —Sonaba absurdo, incluso cuando lo decía, pero siguió—,
Y esa diosa superior decidió traerme de vuelta a este mundo, en un cuerpo diferente, por razones
que todavía no entiendo. He llevado esta magia suya durante toda mi vida actual, supongo, pero
solo recientemente se ha estado despertando de verdad.
—Ya veo, —dijo Inya, sonando como si ya lo hubiera visto todo hace mucho tiempo. Quizás
ella lo había hecho. Ella había servido a esa Diosa del Sol después de todo. Y la diosa media de
las Tormentas también estaba dentro de esta misma corte divina, junto con Marr que llevaba los
símbolos del Cielo y la Estrella. Así que no era demasiado descabellado pensar que podrían haber
hablado sobre estos asuntos entre ellos... aunque a Cas le parecía extraño, imaginando a estos seres
divinos dando conferencias sobre ella.
—¿Y viniste aquí con la esperanza de que yo también pudiera ayudarte? —preguntó la diosa.
Vine aquí principalmente porque alguien me arrastró a través de la puerta.
El pensamiento hizo que Cas quisiera marchitarse de nuevo.
Pero se contuvo. Ella no podía marchitarse. Había demasiadas cosas, demasiadas personas, que
contaban con ella se matuviera de pie. Así que buscó profundamente en sí misma y se las arregló
para encontrar un trozo de coraje andrajoso. Ella estaba aquí ahora, y lo aprovecharía al máximo.

19
—Sí, —afirmó ella, más audazmente—. Necesito que me abras un camino, que abras la puer-
ta al refugio de la Diosa del Roble, específicamente. Un amigo mío muy cercano fue llevado a su
reino, y ahí es donde voy ahora.
La diosa arqueó una ceja plateada sobre sus ojos claros.
—Es raro que un humano me informe a mí del camino que pretende tomar. Por lo general,
vienen a pedirme respuestas sobre adónde ir. —Su tono tenía una pizca de un suave desafío en él.
Pero Cas había decidido su próximo movimiento. Ella no vacilaría.
—Ya sé a dónde voy, —confirmó—. Y llegaré allí con o sin tu ayuda. —Caden tosió, delibera-
damente, y ella bajó la mirada y rápidamente agregó—, Lo digo con respeto, por supuesto.
Un largo silencio se extendió entre ellos. Ella pensó por un momento que realmente había
ofendido a la diosa, tal vez ella estaba desarrollando un hábito peligroso de hacer eso.
—Muy bien, entonces, —declaró finalmente Inya—. Aunque debo advertirte que la Diosa de
la Curación no es tan amiga de los viajeros descarriados como yo. Ella es muy... hm... digamos im-
paciente. —Levantó su mano izquierda frente a ella y trazó círculos en el centro de la misma, como
si diseñara algún tipo de hechizo, antes de hacerle señas a Cas para que se acercara.
Cas obedeció. Inya extendió la mano y arrastró uno de sus elegantes dedos sobre la mandíbula
de Cas, directamente sobre la cicatriz en forma de medialuna, y de repente Cas sintió lo mismo
que cuando esta diosa le habló por primera vez, como si estuviera flotando en un mar tranquilo,
con la luz de la luna brillando a su alrededor y una interminable extensión de posibilidades por
encima y por debajo de ella.
Un toque tan sencillo, pero el poder que transmitía era inconfundible; todo el cuerpo de Cas
se estremeció. Sus ojos se cerraron por un momento. Cuando los abrió de nuevo, la diosa la miraba
con una media sonrisa soñadora en los labios.
La cicatriz en forma de medialuna se sentía fría, pero de una manera aliviadora. Como hielo
aplicado a un moretón doloroso. La marca oscura que había dejado el Dios de la Torre, en compara-
ción, había comenzado a arder, como en protesta por la magia que había dejado la diosa. Cas luchó
para no temblar bajo el peso combinado de estos poderes en guerra, pero no tuvo éxito del todo.
—Vamos, —dijo la diosa, su mirada demorándose por un momento en la más oscura de las
marcas de Cas—. Puedes abrir los caminos tú misma, ahora, pero te escoltaré de todos modos. Solo
para estar segura.
¿Segura de qué? Cas quería preguntarle.
Pero ahora había caído un silencio reverente, y algo la hizo sentir que no debería interrumpirla...
como si ella no pudiera interrumpirlo. Incluso con esta última y poderosa bendición hormigueando
sobre su piel, todavía se sentía pequeña e insignificante tras la estela de la diosa, como una niña
pequeña tratando de seguir el ritmo de los pasos mucho más largos de su madre.
Mientras seguía a esa diosa y dejaba atrás el mundo de cristal y la luz de la luna, una tristeza
repentina y feroz se apoderó de ella. No podía explicarlo, realmente; solo sabía que quería quedarse
entre las flores y los árboles iluminados por la luna. Entre cosas más seguras. Cada paso que daba
para alejarse de esas cosas hacía que el nudo en la boca de su estómago se apretara.
La ominosa sensación que se apoderó de ella se hizo más intensa cuando regresaron al oscuro
pasillo, guiadas por el suave resplandor que rodeaba a la diosa.

20
Mientras se acercaban a la habitación llena de puertas, ese sentimiento se volvió tan intenso que
Cas desaceleró sin querer. La diosa siguió caminando, pero Caden se giró y la miró con impaciencia.
—¿Qué estás haciendo? —él demando.
—Yo solo…de repente tengo un mal presentimiento.
Echó un vistazo a su alrededor: la mirada de inspección casual de un soldado veterano empezó
a responder, pero luego frunció el ceño, cerró la boca y siguió caminando.
A Cas le tomó un momento seguir caminando. Alcanzó a Caden lo suficientemente rápido,
pero solo porque se había detenido de nuevo al final del pasillo. Algo en la habitación más allá
había llamado su atención.
Fuego.
Una de las puertas de abajo estaba rodeada de llamas blancas y rojas.
Tampoco era fuego ordinario; el calor y el poder que irradiaban eran demasiado intensos. Cas
apenas podía hablar por la presión que se había asentado contra su pecho. Se sentía como si ese
poder estuviera atrayendo todo el aire de la habitación hacia eso.
—Él siempre tiene que hacer una entrada dramática, —murmuró Caden.
—¿Él? —Cas tosió—. ¿Quién es él?
Caden no respondió; él ya se había vuelto hacia la Diosa de la Luna, y le estaba hablando en
una lengua antigua que Cas no reconocía.
La diosa observó la entrada por el rabillo de su mirada mientras hablaban. No pareció sor-
prendida por el fuego.
¿Era por eso que ella había insistido en escoltarlos?
Cas dio unos pasos hacia adelante, estudiando la entrada más de cerca. Las llamas estaban
contenidas por el momento, arremolinándose y golpeando contra una barrera invisible de magia
que aparentemente se extendía a través de la entrada. Creyó ver una criatura retorciéndose entre
ellas, un atisbo ocasional de plumas color ceniza y ojos negros y brillantes. Un águila.
Un águila con fuego, en las puntas de las alas...
Ella había visto fotografías de una criatura similar en los libros, pensó.
Y entonces una horrible realización la golpeó.
—Ese es Moto, ¿no es así? —susurró.
Moto. El dios medio del Fuego y la Forja, uno de los doce Marr que habían dado forma a su
mundo. ¿Quién más podría haber sido? ¿Quién más podría haber enviado una sensación tan te-
rrible sobre ella, sino uno de esos poderosos dioses medios? Sabía que Moto tenía fama de sed de
sangre y violencia. Que él era la deidad más adorada por los soldados que marchaban a la guerra.
Y ella sabía que él servía al Dios de la Torre.
Lo que significaba que había una gran posibilidad de que estuviera aquí en busca de ella.
Cas respiró hondo para calmarse. Movió los dedos y trató de hacer que la electricidad brotara de ellos.
Solo aparecieron unas pocas chispas, y se sorprendió de haberlo logrado. Todavía no se había
recuperado de su última batalla, o del ataque de Elander contra ella, y el peso opresivo de la magia
del Dios del Fuego hizo poco para ayudarla a concentrarse en su poder.

21
Metió la mano en el bolsillo de su abrigo, buscando el medallón suave y familiar que había
estado cargando con ella durante las últimas semanas. El Corazón del Sol. Siempre le había dado
la fuerza y claridad en el pasado, incluso antes de que se diera cuenta de lo que realmente era,
pero ahora...
—Se fue.
Caden giró la cabeza hacia ella.
—¿Qué se ha ido?
—El Corazón del Sol, lo tenía en mi bolsillo cuando llegamos a Oblivion, pero ahora…
—Si lo dejaste caer en Oblivion, Elander lo encontrará.
Ella había sentido una poderosa oleada de magia antes; eso fue lo que la había despertado, lo
que la había sacado de la oscuridad. ¿Fue porque él ya había encontrado el Corazón? ¿Por qué había
reaccionado a su toque, al igual que su primer encuentro había causado que su magia reaccionara?
Un repentino destello de luz y calor sacudió la habitación, sacando a Cas de sus pensamientos.
—No importa de cualquier manera, —continuó Caden, bruscamente—. Tenemos que irnos.
Ahora.
Cas asintió, pero vaciló cuando se dio cuenta de que la puerta por la que tenían que pasar
estaba justo al lado del edificio del infierno del Dios del Fuego.
Por supuesto.
La Diosa de la Luna se paró tranquilamente frente a ellos y extendió una mano. La luz de
la luna se desenrolló como hilos de gasa de las yemas de sus dedos. Con unos pocos giros de su
muñeca, esos hilos se enredaron y luego se estiraron en la forma de un largo arco. En su mano
opuesta, usó el mismo truco para crear una flecha plateada brillante.
La flecha estaba silbando en el aire un momento después.
Golpeando la barrera invisible sobre la puerta de fuego y la hizo visible, alimentándola con
más magia hasta que se volvió opaca, reluciente y lo suficientemente poderosa como para hacer
retroceder las llamas, para plegarlas en la oscuridad del otro lado.
Pero un parpadeo naranja aún permanecía en el centro de esa oscuridad.
En cuestión de segundos, ya estaba construyendo su camino de regreso a una pared de fuego
que caía y rugía.
—Hay muchos caminos diferentes que se abren ante nosotros ahora, —indico la diosa—. Se están
eligiendo bandos. Y algunos de mis compañeros dioses están tomando decisiones desafortunadas.
Las palabras enviaron un escalofrío por la espalda de Cas. Terribles imágenes de destrucción,
de ese hermoso bosque iluminado por la luna que ardía en llamas, inundaron su mente.
—El Dios del Fuego está aquí por mí, —exclamó sin aliento—. Y se pondrá furioso si desa-
parezco. Si entra…
—Él entrará, eventualmente. Moto es conocido por su terquedad.
—Sí, y es además conocido por su amor a la violencia y destrucción.
La diosa preparó otra flecha.
—Tal vez. Pero esta no es tu lucha. Hoy no. No así. Ve y recupera tu fuerza para las batallas
que tienes por delante.

22
Cas quería seguir protestando, pero Caden la interrumpió:
—¿Pueden seguirnos?
Inya miró las piezas de la puerta que Caden había destruido.
—La Diosa de las Arenas construyó estas puertas y las infundió con su magia temporal para
hacerlas funcionales, pero es mi magia la que dio forma a los caminos verdaderos entre ellos; puedo
reorganizarlos según sea necesario. —Su mirada, llena de serenidad y resolución, se encontró con
la de Cas.
Por segunda vez desde que llegó aquí, Cas fue golpeada por un intenso deseo de quedarse.
Pero ella no era tonta.
Esto se había convertido en un campo de batalla para los dioses. Y cualquiera que fuera el
poder y el potencial que yacía dentro de ella, Cas estaba actualmente tan agotada que apenas se
sentía como una humana, mucho menos como una que podría luchar al lado, o contra la divinidad.
—Vete, —ordenó la diosa.
Cas se fue.
Nuevas llamas brotaron de la puerta de Firehaven, penetrando cada vez más profundamente
en la habitación. Flechas de luz de luna volaron para encontrarlas, provocando pequeñas explo-
siones cada vez que chocaban.
Cas mantuvo la cabeza gacha y siguió corriendo hasta que alcanzó el portal que la alejaría
de este caos.
Pero cuando finalmente lo alcanzó y apoyó una mano contra él, no pudo evitar detenerse por
última vez para mirar hacia atrás.
Todos los rastros de la diosa y su luz plateada desaparecieron, envueltos en un resplandor
que se estaba expandiendo rápidamente. El calor se estaba volviendo insoportable. Cas entrecerró
los ojos, tratando de encontrar figuras entre el humo. Sus ojos lagrimearon demasiado para ver
algo al principio, hasta que finalmente...
Allí.
La Diosa de la Encrucijada estaba arrodillada en el centro de la habitación, su arco apoyado
contra el suelo frente a ella. Una cúpula de fuego se había posado sobre ella; ella lo sostenía a distan-
cia con su magia reflectante. Su cabeza estaba inclinada, sus facciones tan tranquilas como siempre.
La cúpula de fuego se acercó más. La magia del reflejo brillante tembló bajo el peso de ese
fuego, sacudiéndola cada vez más, violentamente, hasta que finalmente...
Se hizo añicos.
La diosa se ahogó bajo las llamas.
Cas sintió un grito subiendo por su garganta.
Pero antes de que ese grito pudiera escapar de ella, estaba siendo empujada a través de la
puerta y cayendo una vez más en la oscuridad.

23
Capítulo Tres

Traducido por Kasis


Corregido por Noeliapf

LOS OJOS DE ELENDER SE ABRIERON.


Oscuridad.
Levantó una mano, la cierro en un puño. Luego la otro. Luego dobló las rodillas, una a la
vez, y se acurruca en posición vertical. Todo parecía funcionar. Débil y cubierto de sangre, pero
funcional. No estaba seguro de cómo se las arreglaba, pero aún respiraba. Su corazón aún latía.
Su visión se ajustó a la habitación casi a oscuras, y un tipo diferente de Corazón apareció a
la vista; ese medallón sin pretensiones que le había robado a la Diosa del Sol hacía mucho tiempo
todavía estaba en el suelo junto a él. Su poder parecía haber sido drenado; su luz era tan tenue que
casi la había pasado por alto.
Mientras lo miraba, una voz flotó hacia él.
—Eso fue una magia extraña.
La voz le resultaba familiar, pero aun así le tomó un momento ubicarla.
Tara.
Había olvidado que ella estaba allí en Oblivion. Pero ahora todo volvió a su memoria: Cómo
había sido golpeado, paralizado por la magia del Dios de la Torre.
Justo después de que ella los traicionó.
Ella era la razón por la que el Dios Torre había estado en Oblivion, preparado para una em-
boscada. Ella le había dicho quién era realmente Casia. Después de una era de servidumbre, había
traicionado a Elander, y ahora Casia llevaba una marca nueva y terrible, y los complicados líos a
los que ya se habían enfrentado se habían vuelto aún más complicados.
Él la vio cuando salió de las sombras al otro lado de la habitación, y Elander ya no se sintió
débil de repente.
Tenía ganas de matar a alguien.
Su rabia lo llevó a través del espacio en segundos. Esa ira ardiente era más fuerte que el dolor
que irradiaba a través de su estómago y hombro. Hizo que la sangre que lo manchaba pareciera
insignificante.
Tara tropezó cuando trató de apartarse de su camino. Él la agarró por el brazo y la levantó de
un tirón.
Era muy consciente de los nuevos límites de su poder después del último ataque agotador que
el Dios Torre había usado contra él.
Pero usaría cada onza de fuerza y magia que le quedaba si eso significaba hacer que Tara
respondiera por las cosas que había hecho.
Su cuerpo tembló en su agarre. Si él no la hubiera estado abrazando con tanta fuerza, proba-
blemente se habría derrumbado.
—Traidora, —gruñó.
Levantó la barbilla y soltó palabras,
—Solo hice lo que tú no pudiste.
Su mano se movió desde su brazo hasta su garganta, y la empujó contra la pared.
Ella se atragantó bajo su agarre, pero de alguna manera siguió hablando.
—Estabas cegado por tu amor a esa mujer...
—No estaba ciego.
—Hice lo que tenía que hacer para evitar los castigos del Dios de la Torre.
Su agarre se hizo más fuerte.
—Y yo… —Tosió varias veces antes de lograr jadear más palabras—, Esperaba que él también te perdonara.
Los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos.
Seguía viendo la marca en la cara de Casia. La sangre corriendo por su piel. Seguía escuchando
el sonido de su grito mientras la empujaban a través de la puerta.
Una voz, tranquila y racional en el fondo de su mente le dijo que estos desastres no eran del
todo culpa de Tara.
Una voz mucho más fuerte le dijo que tenía que ser culpa de alguien. Que alguien tenía que
responder por estas cosas, que alguien tenía que morir, y que sería terapéutico matar a ese alguien
con sus propias manos. Si no podía controlar nada más, podría controlar el agarre de su mano en
la garganta de Tara. Poco a poco, podría exprimir su vida. Ella todavía era parcialmente divina, al
igual que él, pero aún podía matarla. Él debía.
La marca.
La sangre.
El grito.
—Debería matarte, —dijo, en voz baja y erizado de rabia apenas reprimida.
Ella no respondió. Sus ojos se habían cerrado. Su cuerpo estaba desplomado contra la pared,
como si se hubiera resignado a su destino.

25
No estaba completamente seguro de por qué decidió dejarla ir.
Pero uno por uno sus dedos se desenroscaron de su cuello. Y luego apartó la mano por com-
pleto. Ella se derrumbó en el suelo, masajeándose la garganta y mantuvo la mirada baja mientras
él se daba la vuelta y caminaba de regreso al Corazón.
Le tomó un momento encontrarlo, incluso con su visión inhumana, porque la tenue luz en
su centro ya no latía.
—Se ha vuelto completamente oscuro, —murmuró, más para sí mismo que para Tara, mientras
se arrodillaba para recogerlo.
Tara todavía le respondió.
—Es extraño que alguna vez se encendiera en primer lugar, como iba diciendo.
Él la miró de reojo.
—Es sólo que… ¿por qué tú fuiste capaz de activar algo de su magia?... ¿Y además, lo suficiente
como para ahuyentar a un dios superior? Tu magia debería oponerse a la del Diosa del Sol. —Él se
giró para mirarla más completamente. Todo el peso de su mirada pareció sobresaltarla y hacerla
callar. Finalmente, se preparó visiblemente y continuó, con voz tensa y tranquila—, ¿Sabes qué
más es extraño?
—No me importa, —espetó—. Di una palabra más sobre el asunto y terminaré lo que comencé
hace un momento.
Ya tenía suficientes preguntas con las que lidiar, y estaba cansado de escuchar su boca traidora.
Dio un paso atrás hacia el círculo de puertas, deteniéndose en la que había destruido. No
se arrepentía de haberla destruido, pero lo había hecho con la creencia de que no saldría de esta
habitación con vida. Y sin embargo aquí estaba... vivo. Así que ahora necesitaba encontrar la forma
más rápida de localizar a Casia y Caden nuevamente.
—¿Vas a ir tras ella? —preguntó Tara.
Claro que lo haré, pensó.
Pero no dijo nada.
—Supongo que has terminado de contarme tus planes. —Ella soltó una risa que sonaba
amarga—. ¿Tienes miedo de que se los cuente a alguien?
—Descubrirás mis planes lo suficientemente pronto. —Él levantó una mano hacia ella. La
marca de la Muerte parpadeó, demasiado débilmente. Un molesto recordatorio de que no tenía el
mismo poder que alguna vez tuvo. Pero con suerte sería suficiente para hacer lo que necesitaba
hacer. Tal vez tomaría demasiada de la poca energía que tenía de sobra, pero no se arriesgaría a
dejar que Tara corriera hacia el Dios de la Torre nuevamente.
Su cuerpo se tensó cuando él dio un paso hacia ella. Pensó que ella podría tratar de huir.
Se movió rápidamente, cortando el camino a las escaleras que conducían a la torre, y al final ella
simplemente volvió a hundirse contra la pared, una vez más resignada a su destino.
Cavó más profundo en su magia. Sintió los hilos invisibles de su vida mientras se enroscaban
a su alrededor. Había una energía distintiva que era diferente de la mayoría de los seres vivos.
Ella estaba viva, pero no puramente ni en el reino humano ni en el divino. Extraña y atrapada en
el medio, al igual que él.

26
Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando su magia superó esos hilos y los ató. Cayó en cámara
lenta, cayendo de rodillas y luego cayendo de cara sobre el mármol. Inconsciente.
Ella no se quedaría así indefinidamente, no una vez que él y su magia se fueran de ella, pero
sabía de un lugar donde podía encarcelar a este traidor. Y el mismo lugar también contenía un viejo
aliado que podría ayudarlo a encontrar el camino de regreso a Casia.
Solo esperaba que la Diosa de la Tormenta se sintiera benevolente hoy.

POCO TIEMPO DESPUÉS, después de reunir su fuerza y suficiente magia para abrir el portal a
Stormhaven, Elander salió de la puerta hacia ese refugio y respiró hondo y tonificante. Después
de una breve conversación con las mujeres que custodiaban el portal, se dirigió hacia la habitación
en expansión en el centro del refugio.
Aunque los guardias no le hubieran informado de que encontraría a Nephele en esta sala de
estar, él mismo lo habría adivinado; pasaba más tiempo en este refugio del mundo mortal, bebiendo
vino y dándose un festín con dulces, que en cualquiera de los lugares divinos en los que la mayoría
de los Marr pasaban el tiempo.
Fue una larga caminata y sinuosa para llegar a su destino. Llevaba la espada de Caden en
una mano. El cuerpo sin vida de Tara estaba colgando del hombro en el lado opuesto. No se había
molestado en limpiar la sangre de su ropa o piel.
Quizás fue la combinación de todas estas cosas lo que hizo que Nephele lanzara un visible
y dramático suspiro cuando lo vio llegar.
Ella no se levantó de la silla con forma de trono en la que estaba sentada. Con un movimiento
de su mano, uno que envió pequeñas chispas por el aire, despidió a todas menos a una de las mu-
jeres reunidas a su alrededor. Una vez que se fueron, miró a Elander con una mirada inexpresiva.
Dejó caer sin contemplaciones el cuerpo de Tara a los pies de la diosa.
Ella miró apenas ese cuerpo.
—Y aquí estás de nuevo, invadiendo mi humilde y pacífica morada.
—¿Me extrañaste?
Su expresión no cambió.
—No me perdí los problemas que tiendes a traer. Y por el aspecto de ese cuerpo inconsciente
que arrastraste hasta aquí, y toda la sangre... —arrugó la nariz mientras lo miraba—, problemas es
precisamente lo que has traído esta vez, también. —Parecía molesta por esos problemas.
Pero él sabía que no era así.
Lo único que Nephele amaba más que crear tormentas era estar en el centro del conflicto
más interesante que podía encontrar en un momento dado. Ella solo era superada por el Dios del
Fuego cuando se trataba de belicismo, aunque tendía a ser más lógica sobre las batallas que elegía
comenzar, al menos.
—La sangre es un efecto secundario desafortunado de los duelos con los dioses superiores,
por así decirlo.

27
Los ojos de Nephele brillaron a un tono más brillante de índigo, incapaz de seguir fingiendo
un molesto desinterés.
—Oh, tú estás en problemas esta vez, ¿no? —Se recostó en su silla y cruzó los brazos sobre el
pecho—. Voy a hacer una suposición descabellada aquí y decir que tu pequeña novia está involu-
crada de alguna manera.
Él dudó.
—Dilo. El mundo está cambiando, y parece que no tenemos la eternidad que alguna vez tuvi-
mos para tomarnos nuestro tiempo con estas cosas.
Se acomodó en una silla frente a ella, ignorando el ceño fruncido que ella lanzó en su dirección
cuando su ropa manchada de sangre tocó los cojines aterciopelados. La única sirviente que había
permanecido en la habitación se acercó tentativamente y le ofreció una copa de vino, que tomó con
un gruñido de gracias.
—¿Bien? —incitó la diosa.
—Casia empezó a hacer un trato con Malaphar.
—Por supuesto que ella lo hizo. —Nephele levantó su propia copa de vino de la mesa junto a
ella y tomó un largo sorbo—. Tenía la sensación de que resultaría ser una idiota.
Sus ojos se entrecerraron.
—Ah. No te gusta cuando la insulto. Lo siento. —Parecía tan poco arrepentida como podría
un ser parecer—. Pero ¿qué vas a hacer al respecto, de todos modos? ¿Sangrar en el resto de mis
muebles y arruinarlos también?
—Ella no es una idiota. Lo hizo para salvar su reino. Y para salvarme... a mí.
—Esa última parte la hace una idiota aún más grande.
—Esta no es la ayuda por la que vine aquí.
—Oh, es mi ayuda lo que quieres, ¿cierto? Bueno, ¿por qué no lo dijiste?
Se llevó el vaso a los labios y se bebió la mayor parte. Cerró los ojos, brevemente, y lamentó
que el líquido que le quemaba la garganta no fuera algo más fuerte.
—Necesito dos cosas de ti.
—Dilas. —Ella bostezó—. Estoy esperando con alfileres y agujas aquí.
—En primer lugar, necesito un lugar para detenerle a ella. —Señaló con la cabeza a Tara—. Ella
me traicionó una vez. Me ocuparé de eso más a fondo en algún momento, pero mientras tanto, la
necesito protegida y segura. Y, en segundo lugar, necesito usar tu portal a Moonhaven.
—¿Y por qué debería ayudarte con cualquiera de esas cosas?
—Porque a pesar de los errores que he cometido, alguna vez fuimos aliados. Amigos, en rea-
lidad, incluso a pesar de los dioses enemistados por encima de nosotros. Y esa diosa superior a la
que sirves ha marcado claramente a Casia por alguna razón. La ayudaste antes por esto, ¿no? Así
que no pienses que me estás ayudando a mí. La estás ayudando a ella.
La diosa invocó una diminuta bola de rayos mientras él hablaba, la hizo rebotar entre sus
manos y evitaba su mirada impaciente.
—¿Además? Pareces aburrida. Sé que no quieres quedarte fuera de este caos.
Ella resopló.

28
—Siento que debería sentirme insultada por ese comentario.
—Pero ambos sabemos que es verdad.
Dejó de hacer rebotar la esfera eléctrica. Revoloteó en el aire junto a su cabeza, atrayendo los
mechones de su cabello azul pálido hacia él.
—Bien. Encerraré a tu pequeña traidora. —Miró a la sirviente que llevaba el vino con una
mirada significativa.
Esa sirvienta hizo una reverencia y salió de la habitación, pero regresó en unos momentos,
flanqueada por cuatro mujeres más que llevaban la insignia de la Diosa de la Tormenta. Juntas,
levantaron a Tara y la cargaron.
—Y yo te escoltaré hasta Moonhaven, —continuó Nephele, después de que se habían mar-
chado—. Pero sólo porque necesito ir allí yo misma. Envié un mensajero a Inya antes, y aún no han
regresado.Una sensación de inquietud se deslizó por la columna vertebral de Elander mientras
se preguntaba qué podría haber estado reteniendo a ese mensajero. Lo sacudió, terminó su vino
y se puso de pie.
—Sean cuales sean tus razones, pongámonos en marcha, por favor.
Ella todavía no se levantaba.
—¿No deberías descansar un momento primero? Todavía estás sangrando, si no te has dado cuenta.
—Descansaré una vez que la haya encontrado de nuevo.
—O una vez que te desmayes por la pérdida de sangre.
—Lo que ocurra primero, —murmuró, ya dirigiéndose a la salida de la habitación. Prácticamente
podía sentir a la diosa poniendo los ojos en blanco ante su espalda que se alejaba. Pero ella no
expresó más objeciones, y finalmente lo alcanzó y lo condujo a la sala de puertas de Stormhaven.
Todos los refugios tenían una habitación así. Los dioses medios podían viajar con facilidad
a cualquier parte del mundo de los mortales, y también podían transportarse a sí mismos a sus
propios refugios desde cualquier lugar, pero entrar en un refugio que estaba impregnado de la
magia de otro requería tomar los caminos adecuados.
El camino entre los refugios de la Tormenta y la Luna era muy transitados, Elander lo sa-
bía. Las dos diosas estaban unidas, y no simplemente porque servían a la misma diosa superior;
Inya—o Yosu, su verdadero nombre, era mucho más antigua que Nephele, y se había convertido
en la mentora y confidente de la Diosa de la Tormenta poco después de que Nephele ascendiera.
Aunque la hermana de Nephele también había ascendido, convirtiéndose en la solitaria Diosa del
Cielo, estaba más cerca de Inya.
Nephele activó el portal con su magia, frunció el ceño por última vez ante las últimas heridas
en el cuerpo de Elander y luego le indicó que pasara por la puerta.
—Después de ti.
Ellos se adentraron en la oscuridad. Elander cerró los ojos y meditó a través de la incómoda
magia mientras los arrastraba. Viajar por estos caminos no siempre había sido incómodo, pero
entre su divinidad que se desvanecía y sus lesiones, el poder que lo envolvía ahora era irritante en
el mejor de los casos.
Finalmente logró recuperar el aliento y su sentido del equilibrio, y abrió los ojos para ver el
resplandor plateado del refugio de Inya a la vista.

29
Pero algo estaba mal.
Junto con la luz y la presión que normalmente acompañaban al acercarse a una puerta de
entrada, también había un calor intenso y antinatural. El olor a humo y carne chamuscada los
invadió cuando entraron en el dominio de la Diosa de la Luna, y encontraron al mensajero que
Nephele había enviado momentos después de buscarla.
Estaba tirada en el suelo, muerta, su cara casi quemada más allá del reconocimient

30
Capítulo Cuatro

Traducido por Kasis


Corregido por Noeliapf

—JODER, —ELANDER SUSURRO.


—En efecto, —coincidió Nephele, frunciendo el ceño mientras se arrodillaba junto a su men-
sajero muerto y paseaba una mirada cautelosa por la habitación.
Un gruñido suave sonó detrás de ellos.
Elander se giró hacia el sonido, con la espada lista.
Nephele invocó una bola de electricidad y la arrojó al aire. Explotó un momento después,
enviando una cúpula de luz sobre la habitación e iluminando a una bestia larguirucha, parecida
a un perro, con las orejas hacia atrás.
Saltó hacia Elander.
Elander se hizo a un lado. Las garras de la bestia arañaron su hombro herido. Sintió que la
herida que había comenzado a sanar se reabría, la sangre fresca empapaba su ropa. Todo su brazo
comenzó a sentirse entumecido.
La bestia se sacudió su ataque fallido y retrocedió en círculos, mostrando los colmillos y los
ojos ardiendo en un rojo brillante. Las llamas se encendían y extinguían rápidamente dondequiera
que pisaba, dejando un rastro de quemaduras mientras avanzaba hacia Elander.
Cuando volvió a saltar hacia él, Elander lo agarró por el cuello. Lo levantó con una mano y
levantó su espada con la otra, empalando a la criatura en el estómago. Eso gritó y se retorció, tra-
tando de liberarse de su agarre, antes de finalmente quedarse inerte.
Cuando Elander lo sacudió de su espada y lo arrojó al suelo, una segunda bestia salió de las
sombras, las llamas brotaban alrededor de todo su cuerpo mientras se acercaba.
El resto de la manada lo siguió rápidamente. Una tercera bestia, una cuarta, una quinta...
Elander perdió la cuenta mientras los defendía, atrapado en un torbellino de fuego, sangre,
magia y los espantosos y desagradables sonidos de su hoja apuñalando y saliendo de la carne muscular.
Un segundo grupo de sabuesos emergió del otro lado de la habitación, rodeando a la Diosa de
la Tormenta mientras se movía para ayudar. El aire pronto se llenó de estática, con relámpagos que
chamuscaban la carne y enviaban un coro de aullidos que resonaban por el espacio.
No eran criaturas particularmente fuertes... más una molestia que otra cosa. Si Elander hubiera
tenido toda su fuerza, o incluso la mitad, los habría acabado a todos en un instante.
Tomó mucho más esfuerzo en su condición actual, pero aun así logró vencer a todos los que
los atacaron, uno por uno, hasta que no quedó ninguno.
Nephele hizo lo mismo con el grupo que la había rodeado, y en cuestión de minutos la apa-
rentemente interminable corriente de bestias había terminado. La habitación quedó en silencio una
vez más y, sin el fuego que los perros habían estado dando, también se volvió extrañamente oscuro.
Elander se arrodilló por un momento para recuperar el aliento, haciendo una mueca cuando
presionó una mano contra su hombro sangrante.
Nephele invocó otro orbe de electricidad para iluminar. A medida que el espacio se iluminó,
reveló signos de otra batalla mucho más feroz que debe haber estallado poco antes de que ellos lle-
garan. Marcas negra de quemaduras cubrían las paredes. Las rejas de una escalera cercana parecían
haberse derretido parcialmente. Una fina capa de ceniza cubría la mayoría de las superficies.
Nephele se aclaró la garganta, interrumpiendo el silencio que rápidamente se estaba volviendo incómodo.
—¿Te has desangrado hasta morir allí?
—Todavía no, —contestó Elander, tambaleándose y caminando de regreso a su lado.
—Estas son las bestias de Moto, —murmuró, empujando a uno de los animales muertos con
su pie calzado con pantuflas—. Y ese bastardo obviamente también estaba aquí; los sabuesos de
fuego no podrían haber causado tanto daño por sí solos. Esto es… —Su voz usualmente confiada e
indiferente se desvaneció en un silencio preocupado.
Elander sabía lo que estaba pensando. Los Marr se peleaban a menudo, y rara vez pasaba un
mes sin algún tipo de estallido dramático, pero esto era más que una pelea insignificante. El Dios del
Fuego descendiendo al reino de otro de una manera tan destructiva era... preocupante. Por decir lo menos.
Por el momento, sin embargo, estaba más preocupado por cuándo ese dios había llegado, y
cuándo se había ido.
Le había ordenado a Caden que trajera a Casia a este reino porque pensó que allí estaría a salvo.
Pero ¿y si los hubiera enviado a ambos a una tumba de fuego?
—¿Qué pasó exactamente aquí? —Nephele se preguntó en voz alta—. ¿Y por qué?
Él no respondió. De repente se vio consumido por una desesperación que le impedía hablar,
pensar o hacer otra cosa que empezar a buscar de nuevo.
La Diosa de la Tormenta observó en confuso silencio por un momento antes de lanzarse hacia
él y agarrarlo del brazo.
Empezó a soltarse de su agarre, pero ella lo sujetó con fuerza.
—No puedo ayudarte si no me explicas lo que está pasando, —espeto irritada.

32
—La razón por la que necesitaba venir aquí era porque la envié a ella aquí, —aseveró Elander—.
Pero Malaphar también lo sabía. Destruí la entrada en Oblivion para que no pudiera seguirla, pero
parece que envió a otro a cumplir sus órdenes... y sin dudarlo ni un maldito segundo.
Nephele soltó su brazo. Sus labios se apretaron en una fina línea de desaprobación. Se estaba
preparando para decirle lo tonto que era por pensar que el dios superior no sería despiadado en
su persecución, como si eso no se le hubiera ocurrido ya.
Pero en una rara muestra de moderación, se abstuvo de castigarlo.
—Ella podría haber escapado antes de que llegara Moto.
—No sin la ayuda de la Diosa de la Luna, y no podemos estar seguros de que la diosa estu-
viera aquí cuando llegó Casia. Ella no pasa mucho tiempo en este reino del lado mortal, ¿cierto?
Nephele vaciló, como si deseara tener una respuesta diferente para dar. Ella sacudió su cabeza.
—Ella tiende a dirigirse a los reinos superiores cada vez que hay alguna señal de inquietud
entre los mortales. Así que... no, últimamente no ha pasado mucho tiempo aquí.
Volvió a buscar: a la diosa, a Casia, a Caden. Cada minuto que pasaba sin ninguna señal de
ellos hacía que su corazón latiera un poco más rápido. Seguía esperando tropezar con otro cuerpo
que había sido quemado como ese mensajero. Un cuerpo que podría ser...
No.
Él no pensaría en eso.
Nephele se unió a la búsqueda después de un momento, continuando lanzando su magia
para iluminar cada rincón y esquina.
Investigaron cada centímetro de la habitación en la que se encontraban. Parecía vacía, y
Elander se dirigía hacia la escalera derretida cuando captó algo extraño con el rabillo del ojo; una
de las esferas de electricidad de Nephele pareció chocar contra un muro invisible. Hizo una pausa
y observó cómo rebotaba su esfera alejándose de esta pared, ardiendo más intensamente a medida
que avanzaba.
—Apunta tu magia a esa esquina de nuevo, —señaló.
—¿Qué?
—Solo hazlo, por favor.
Lo hizo y sucedió lo mismo: su esfera chocó contra algo invisible, se volvió de un tono más
brillante de color blanco azulado y luego rebotó. Amplificado y redirigido...
Magia lunar trabajando.
Frunciendo el ceño con curiosidad, Nephele concentró algo más que una pequeña esfera en
la esquina. Hilos de electricidad surgieron en espiral de sus manos y se retorcieron en una red,
que colocó sobre lo que parecía ser un espacio vacío.
La red de la magia de la Tormenta se moldeada en forma de cúpula, y luego rebotó
instantáneamente.
Canalizó rayos aún más brillantes y poderosos. Lo suficientemente poderosos como para
superar la magia reflexiva, para atravesarla. Después de algunos cortes, la cúpula comenzó a tam-
balearse. Y en los lugares expuestos, Elander vio lo que esperaba ver: La Diosa de la Luna.

33
Se puso en movimiento cuando la magia de Nephele centelleó más cerca de ella. Su cabeza
inclinada se levantó y su mirada siguió un rastro de esa magia de Tormenta por un momento antes
de encontrar su camino hacia Nephele.
Cuando las dos diosas hicieron contacto visual, Inya hizo un pequeño movimiento con la mano.
Su jaula protectora comenzó a disolverse, pequeños pedazos de su luz plateada se desprendieron
en la oscuridad.
Elander casi dejó escapar un suspiro de alivio (después de todo, el Dios del fuego no había
aniquilado todo), pero se detuvo de hacerlo. Porque aunque la diosa estaba a salvo, también estaba sola.
No había señales de Casia o Caden dentro de su jaula reflectante.
La diosa sostenía un arco que parecía haber sido creado a partir de la luz de la luna. Vio a
Elander, y un instante después apareció una flecha en su otra mano. Ella lo acomodó y apuntó hacia
su pecho.
—¿Otro miembro de la corte del Dios Oscuro, viene a pelear conmigo? —ella desafió mientras
el resto de su cúpula protectora caía.
Elander avanzó hacia ella, pensando únicamente en exigirle respuestas; tanto si eso significaba
iniciar una pelea como si no, no le importaba.
La diosa mantuvo el arco levantado y apuntándole.
—Inya, espera un momento, —gritó Nephele, interponiéndose entre ellos—. Él realmente ya
no pertenece a esa corte, y tú lo sabes.
—¿Qué sabemos realmente cualquiera de nosotras? —preguntó Inya, su voz una extraña mezcla
de suavidad y furia—. Por ejemplo: yo creía que conocía las leyes y principios a los que se aferraba
el Dios del Fuego. Pero aparentemente no.
Nephele lanzó una mirada preocupada entre ella y Elander, pero difícilmente podía refutar
el punto de vista de la otra diosa, dada la destrucción que los rodeaba.
Elander dejó caer la espada de Caden al suelo y levantó las palmas de las manos hacia la Diosa
de la Luna.
—Dispárame si quieres. No me importa. Pero dime algo antes de hacerlo.
La mirada de Inya, suavemente furiosa, se deslizó hacia la espada caída, luego volvió a subir,
calculadoramente.
—Envié a uno de mis sirvientes a este reino para que pudiera escapar de la ira del Dios Torre,
—continuó Elander—. Y había una mujer con él.
—¿La de cabello gris?
Se quedó sin aliento. —Sí.
La diosa lo estudió por un momento más antes de finalmente bajar su arco, aunque no del todo.
—Ella está a salvo. Ambos lo están.
El espacio a su alrededor se sentía como si estuviera cambiando, como si las paredes se expan-
dieran hacia afuera y finalmente le dieran suficiente espacio para respirar normalmente de nuevo.
—Fueron a Oakhaven. La mujer dijo que la Diosa de la Curación estaba cuidando a un amigo suyo.
Elander miró hacia atrás, mirando hacia la hilera de portales y buscando el que lo llevaría a ese refugio.

34
—Utilicé mi magia para cerrar temporalmente todos los caminos que conducían a ese reino
boscoso, para disgusto del Dios del Fuego, — le informó Inya—. Y no creo que sea prudente rea-
brirlos nuevamente con tanta agitación.
Su corazón cayó al pensar que no podría encontrar a Casia tan pronto como esperaba, pero
aun así asintió.
—Tienes razón. Deberían permanecer cerrados.
Ella estaría a salvo en el bosque de Namu, con Caden y esa diosa intermedia como protección.
¿No es así?
—Tenemos otros problemas, de todos modos, —insistió Nephele. Su mirada recorrió la habi-
tación, atrapando a la bestia de fuego muerta más cercana a ellos—. Porque ¿cómo se atreve el Dios
Oscuro a enviar a uno de sus sirvientes a atacar este reino? Solatis se enterará de esto. —Volvió su
mirada hacia Inya, claramente buscando a alguien con quien compartir su justa furia.
Pero Inya solo frunció el ceño y dijo:
—Dime... ¿responde nuestra diosa cuando buscas una audiencia con ella últimamente?
Por segunda vez desde que llegó a este reino, el comportamiento generalmente confiado de
Nephele vaciló por un momento. Ella permaneció en silencio, lo cual fue suficiente respuesta para
la Diosa de la Luna.
—Creo que ella duerme a pesar de los desastres que nos suceden, —respondió Inya—. Ella
debe estar durmiendo, o de lo contrario, ¿cómo podría el Dios Torre moverse tan libremente? ¿Tan
violentamente? Ella siempre lo ha mantenido bajo control en el pasado.
—Parece haber una lista cada vez mayor de cosas que no entiendo, —murmuró Nephele.
—¿Podrías tratar de convocarla, de alguna manera? —Elander le preguntó en voz alta—.
Quizás los otros dos de tu orden podrían ayudar.
—Una reunión de la Corte del Sol… —reflexionó Inya.
—Puede que se haya retasado, —señaló Nephele.
Ellas se sumergieron en una tranquila discusión sobre el asunto, mientras Elander encon-
traba un trozo de tela, lo que parecía ser parte de un tapiz caído y quemado, y lo usó para limpiar
la sangre de su espada. Se arrodilló entre las cenizas y la destrucción y distraídamente limpió la
espada mientras consideraba su próximo movimiento.
Minutos más tarde, las diosas dejaron de hablar e Inya se giró hacia Elander y anunció,
—Podemos concentrarnos en tratar de convocar y apelar a Solatis para que nos ayude con estos
asuntos; pero ¿qué harás tú, caído? ¿Dónde vas a ir?
Caído.
La palabra estaba empezando a perder su significado. Una vez había sido como un cuchillo
en el estómago cada vez que alguien se la arrojaba. Ahora era una mera incomodidad, como un
par de botas que aún no se han puesto en su forma cómoda.
Él había aceptado que era más humano que dios en este punto. Pero en cuanto a dónde iba
uno después de una caída así...
No tenía idea.

35
Pero sabía que Casia probablemente intentaría regresar al reino de Sadira, donde sus aliados
estarían esperando su regreso. Y si él no podía seguirla hasta Oakhaven, decidió, entonces al menos
podría estar esperándola cuando regresara a ese reino. Anteriormente había creado una especie
de puerta, una concentración de su poder, en la ciudad capital de Kosrith. Con un poco de suerte,
su magia aún podría atraerlo hacia esa puerta.
—Regresaré al reino de los mortales, —explicó, poniéndose de pie—, al último lugar donde
luché junto a esa mujer que mencioné antes. Hay más batallas por venir en el Imperio Kethran.
Tengo la intención de ayudarla a luchar contra ellos.
—Quedar atrapado en las guerras de los mortales es un ejercicio inútil, —replicó la Diosa de la Luna.
—Y no estás en condiciones de transportarte de regreso al mundo de los mortales, de todos
modos, —señaló Nephele—. Es posible que no llegues allí de una pieza.
—No fui claro antes, —espetó—, ¿cuándo te dije que no descansaría hasta encontrarla de nuevo?
Ambas diosas lo miraron con desaprobación.
Él los ignoró.
Sin duda sería agonizante, transportarse a sí mismo a la puerta en la forma en que se encontra-
ba. Agonizante y peligroso. Pero aun así lo haría. Haría lo que fuera necesario por regresar con ella.
—¿Por qué te preocupas tanto por regresar con ella? ¿Seguramente aún no te has enamorado
de otra mujer humana tan completamente? Ni siquiera tú podrías ser tan tonto.
Empezó a darse la vuelta sin responder, pero la mirada desafiante de Nephele atrapó la suya
y la sostuvo. Y él le debía la verdad, tal vez, dado que ella había accedido a ayudarlo.
—Casia no es otra mujer, —susurró en voz baja—. Ella es la misma mujer de antes.
Nephele lo miró como si hubiera perdido la cabeza.
—Y no sé si esto ayudará a llamar la atención de la diosa superior, —gimoteó mientras metía
la mano en su bolsillo y recuperaba el Corazón del Sol—, pero no te hará daño tenerlo. Considéralo
una muestra de fe entre nosotros, al menos.
No estaba seguro de lo que deparaba el futuro, pero tenía la sensación de que tener a estas
dos como aliadas resultaría útil. Así que le ofreció el Corazón a Inya, que estaba más cerca de él, y
esperó pacientemente mientras ella lo estudiaba y luego lo tomó con una mano vacilante.
La expresión confusa de Nephele reflejaba la que llevaba la Diosa de la Luna. Luego, rápida-
mente se convirtió en incredulidad. —Eso… lo he visto antes. Ese es el tesoro que le robaste a Solatis.
—El mismo.
—¿Llevabas eso contigo cuando viniste a mi reino antes?
Él asintió.
—¿Por qué no lo sentí? Debería estar empapado con su magia. Ni siquiera deberías poder
tocarlo sin sufrir. Tú... tú...
Elander pensó en la enorme luz que había ahuyentado al Dios Torre y en lo débil que esa luz
había palpitado después... antes de extinguirse por completo.
—Hay una pequeña posibilidad de que lo haya roto, —comentó.
Nephele exhaló un suspiro lento y el aire a su alrededor se llenó brevemente de chispas.
—Por supuesto que sí.

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—Ciertamente no es lo que alguna vez fue; la mayor parte de su poder parece haberse trans-
ferido a Casia hace mucho tiempo. Eso jugó un papel en traer su alma de vuelta al reino de los
mortales, es mi teoría.
El ceño de Nephele se arrugó. La incredulidad y la irritación brillaron en sus ojos.
—¿Una casualidad? —Inya adivinó—. ¿O nuestra diosa superior tenía la intención de que sucediera?
—No estoy seguro. —Elander frunció el ceño—. Añade eso a la lista de cosas por preguntar
si logras convocarla.
Un largo silencio se extendió entre ellos, hasta que Nephele entrecerró la mirada hacia
Elander y recriminó.
—Esta mujer que te ha llevado repetidamente a la locura... ¿qué trató empezó a hacer con el
Dios Oscuro, precisamente?
No se atrevió a responder de inmediato.
—Dime. —El aire a su alrededor se llenó una vez más de electricidad—. Ahora.
Fijó su mirada en el Corazón en la mano de Inya cuando finalmente anunció.
—Ella accedió a servirlo. Y no especificó en qué capacidad. —Miró a Nephele, viendo el horror
silencioso que se extendía por su rostro y sacudió la cabeza mientras agregaba—, El ritual no había
terminado, al menos. Lo detuve.
—Si está terminado, si consigue atraerla a su lado y completamente bajo su mando, y si ella
tiene el poder de Solatis enterrado dentro de ella…
—No se acabará. Él no se la llevará. —Las palabras habían salido de él con tanto fervor que
tuvo que hacer una pausa y recuperar el aliento. Calmarse—. Pero me encargare de mantenerla a
salvo, si ustedes dos se ocupan de encontrar a Solatis y pedirle su ayuda.
Nephele siguió hirviendo, mientras la Diosa de la Luna los miraba a ambos con tranquila curiosidad.
—Una muestra de fe gastada y rota…, —afirmó, levantando con delicadeza el Corazón de su
palma y girándolo de un lado a otro. La tenue luz plateada que la rodeaba parecía inclinarse hacia
ella—. Que adorable.
—Es simbólico, obviamente, —respondió Elander—, pero eso todavía cuenta para algo, ¿no?
—No realmente, —fue la respuesta plana de Nephele—. Eres un absoluto idiota.
Él le dedicó una sonrisa encantadora que, como de costumbre, ella no pareció encantada.
—De cualquier manera, sospecho que ustedes dos tienen más posibilidades de descubrir sus
secretos que yo. Así que lo dejaré a tu cuidado por el momento. Sólo hazme saber lo que tú y tu
corte logran gestionar tan pronto como sea posible.
—Lo haré, —estuvo de acuerdo Nephele, algo rígida—. Si no mueres en algún lugar del abismo
mientras intentas estúpidamente transportar tu ser débil y herido.
—Exactamente. De todos modos, gracias por su ayuda.
Ella resopló.
—Tomaré eso como un de nada.
Ella ya se había alejado de él y comenzó a inspeccionar más de cerca el Corazón.
Elander las dejó solas y se preparó para el viaje que le esperaba. Podía imaginar claramente
su destino en su mente: la puerta que había creado en Kosrith, escondida en la habitación que había

37
estado compartiendo con Casia, brillando con los hilos de su magia de la Muerte. Solo sería visible
para él y para aquellos que llevaran su marca. Cerró los ojos y extendió la mano con su magia,
tratando de visualizarse a sí mismo cruzando esa puerta una vez más.
Finalmente, sintió el tirón revelador en su piel que le dijo que se había conectado a esa puerta.
Abrió los ojos. Dio un último vistazo al refugio que tenía delante. Desapareció rápidamente, des-
dibujado por la creciente energía de su viaje inminente, pero las imágenes de ceniza y destrucción
permanecieron en su mente incluso cuando lo apartaron.
Y no pudo evitar pensar que parecía el comienzo de una guerra.

38
Capítulo Cinco

Traducido por Kasis


Corregido por Noeliapf

CAS SE SINTIÓ ENVUELTA EN UN EXTRAÑO CALOR QUE LE LLEGABA HASTA LOS mis-
mos huesos. Reconfortante, y sin embargo todo su cuerpo todavía le dolía. Sus ojos permanecieron
fuertemente cerrados mientras trataba de respirar a través del dolor.
—¿Por qué tienen que viajar a través de esos caminos que lastiman mucho? —ella murmuró.
Esperaba que el silencio fuera su respuesta, o tal vez la voz petulante de Caden diciéndole
que se merecía ese dolor.
En cambio, una voz femenina áspera respondió:
—Porque eres una mortal. Y es casi como si prefiriéramos que mortales como tú no se acos-
tumbren a chocar inesperadamente con nuestros reinos.
Cas abrió los ojos.
Una mujer se paró sobre ella. Era alta, una gigante, en realidad, de tez rojiza y penetrantes
ojos verdes. Parecía como si hubiera intentado domar su nido ondulante de cabello castaño rojizo
solo para darse por vencida a la mitad del trabajo; había varias trenzas prolijas enmarcando su
rostro, pero el resto era un desastre enredado con clips y alfileres y al menos dos insectos parecidos
a polillas que Cas pensó que podrían haber sido reales.
—¿Namu? —Cas respiró.
—Uno de los nombres, que me dieron los mortales. Probablemente mi menos favorito, no es
que importe. —Se dio la vuelta y se alejó.
Cas se sentó y miró alrededor. Las paredes de lona la rodeaban y la luz del sol se filtraba a
través de ellas: estaba en una especie de tienda de campaña. El suelo era un mosaico desigual de
tablones. Escuchaba el canto de los pájaros a lo lejos y una brisa cálida hizo susurrar la puerta de
tela. Namu estaba ordenando una gran canasta tejida junto a la puerta.
—No recuerdo haber llegado aquí, —pensó Cas en voz alta.
—Me atrevo a decir que es porque estabas inconsciente cuando llegaste. Tu compañero de
espíritu menor te trajo aquí e insistió en que yo me encargara de ti. —Las polillas en su cabello eran
reales; revoloteaban alrededor de la cabeza de la diosa mientras hablaba, y tomaban vuelo cuando
ella se giraba y caminaba de regreso a Cas. Llevaba una pequeña botella en la mano.
—Tengo un amigo aquí, —le explicó Cas—, uno que resultó herido, por eso yo...
—Sí.
—¿Él está …?
—Vivirá. —Tomó el tapón de la botella y vertió su contenido en la palma de su mano: un trío
de plumas, una pizca de alas de insecto, dos guijarros diminutos. Todo estaba cubierto de un polvo
dorado reluciente. Su mano se cerró sobre la variedad aleatoria de artículos.
Cuando se desplegó un momento después, lo único que tenía en la palma de la mano era
una pequeña baya roja.
Cas quedó hipnotizada momentáneamente por esto, y antes de que pudiera hacer más pre-
guntas, la diosa le tendió la baya y dijo:
—Tengo otras cosas que atender en este momento, pero deberías tomar esto para tu dolor de cabeza.
Cas no había mencionado un dolor de cabeza. Pero casi como si fuera una señal, la sien de-
recha de repente le palpitó. Tomó tentativamente la pequeña fruta, o lo que realmente fuera, y la
estudió más de cerca.
—Ven a hablar conmigo más tarde.
Cas asintió; no se le ocurrió preguntar qué quería decir la diosa con más tarde. Su cabeza se
sentía como si hubiera sido rellenada con algodón, sus pensamientos confusos y enterrados, y el
tiempo de repente se sintió irrelevante. Había experimentado sentimientos similares en los otros
paraísos en los que había estado, y se preguntó, no por primera vez, si el tiempo realmente trans-
curría de manera diferente en estos lugares.
En algún momento después de que la diosa se fue, Cas finalmente recordó que necesitaba
seguir moviéndose. Después de un breve debate consigo misma, se comió la baya. Cada historia
que había escuchado sobre Namu la describía como una fuerza benévola, y una diosa de la cura-
ción no la envenenaría, razonó.
Como sea, nada parecía suceder debido a esa baya. Todavía le dolía el cuerpo, y todavía se
sentía como si se estuviera moviendo a través de un mundo de sueños demasiado cálido y dema-
siado confuso mientras se ponía las botas y salía de la tienda.
Se encontraba en medio de un bosque. Su tienda, y varias otras similares, estaban colocadas
en lo alto entre las copas de los árboles, tan alto que, cuando se arrodilló con cautela y miró por
encima del costado de la plataforma de madera en la que estaba, no pudo ver el suelo. Sólo había
espesas nubes de niebla. Tal vez no había suelo; cada uno de estos paraísos divinos parecía más
extraño que el anterior, por lo que no era tan extraño pensar que ella podría haber estado flotando
alto fuera del alcance del mundo mortal.

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Retrocedió con cuidado lejos del borde y continuó inspeccionando su entorno. Una intrin-
cada red de puentes colgantes conectaba los árboles más grandes y las plataformas construidas a
su alrededor.
Decenas de personas se movían por estos puentes, charlando y riendo. Otros descansaban
en hamacas tendidas entre la amplia provisión de ramas robustas. Mortales, Cas estaba bastante
segura, como los innumerables que había visto sirviendo en Stormhaven. Los sirvientes de Nephele
eran humanos marcados por la tormenta que habían pasado sus vidas estudiando en sus diversos
templos, perfeccionando su magia hasta que demostraban ser dignos de caminar en su refugio. Se
preguntó si la gente de aquí tenía una historia de fondo similar.
Había pájaros posados en casi todos los árboles, la mayoría de ellos con colas largas y ondulan-
tes y crestas elaboradas de plumas plateadas, verdes y azules. Cas estaba mirando a un espécimen
particularmente colorido cuando escuchó que alguien se le acercaba.
La voz de Caden la alcanzó.
—Estás despierta.
Miró hacia atrás, a la tienda que había dejado atrás.
—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?
Se encogió de hombros.
—Dos días, más o menos.
La inquietud se convirtió en un gran peso en su estómago. Era muy consciente de lo rápido
que podían ocurrir los desastres, de cómo las cosas podían ir de mal en peor en menos de un día.
¿Qué había sido del mundo mientras ella dormía?
Se encontró con los fríos ojos marrones de Caden, tratando de no pensar en todos los posibles
desastres que podrían estar ocurriendo fuera de este reino divino.
—Te quedaste.
—Me dieron la orden de protegerte. Así que eso es lo que estoy haciendo.
Órdenes de Elander.
Por supuesto.
Ella vaciló, armándose de valor antes de preguntar.
—¿Todavía puedes sentirlo?
Él desvió la mirada. Una respuesta bastante obvia, y esa inquietud en su estómago cambió
y amenazó con enfermarla.
—Tu amigo está en la tienda al otro lado del puente, por si quieres verlo, —le dijo Caden.
Era un claro intento de cambiar de tema, pero Cas estaba agradecida por ello. No quería
pensar en lo que había sido de Elander. Todo lo que importaba en este momento, todo lo que podía
hacer en este momento, era el hecho de que Zev estaba cerca.
Vivo.
Repitió la palabra una y otra vez mientras corría en la dirección que le había indicado Caden.
Se apresuró a presentarse a las dos mujeres que vigilaban fuera de la tienda de Zev, y luego
se abrió paso hacia el interior, pasando a otra mujer, y finalmente lo vio.
Vivo.

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Estaba completo, respirando y descansando en paz, y por primera vez en lo que parecían
años, Cas sintió que una luz que se filtraba a través de las nubes oscuras que se habían reunido
alrededor de su corazón.
Ella se contuvo de correr y estrellarse con entusiasmo contra él, de alguna manera; ella no
quería despertarlo. Intentó moverse en silencio por el espacio. Casi había llegado a su cama cuando
su bota pisó sobre una tabla que crujió tan fuerte que el mundo mortal probablemente lo escuchó.
Zev se movió y abrió un ojo.
—Llegas tarde, —bostezó—. Como siempre.
El sonido de su voz, por débil que fuera, casi la hizo estallar en lágrimas.
—Valgo la pena esperar, —le informó.
—Discutible.
Ella se abalanzó sobre él y lo abrazó. Enterró su cara en su hombro y trató de ahogar el sollozo
que subía por su garganta.
—Muy amable de tu parte pasar y visitar mi lecho de muerte, de cualquier manera, —dijo
Zev, con las palabras amortiguadas bajo su aplastante abrazo.
—… ¿Lecho de muerte?
—Mm-hm. Me temo que soy un caso perdido.
Cas se hizo hacia atrás, sonriendo.
—La diosa ya me dijo que vas a vivir. Así que puedes dejar el dramatismo.
—Aunque eso no es divertido. —Se recostó contra las almohadas y volvió a cerrar los ojos. El
agotamiento era evidente en sus rasgos, pero la sonrisa nunca abandonó su rostro.
Su mirada fue a la mano que tenía contra su estómago. Imágenes terribles de la batalla en
Kosrith destellaron en su mente, y de repente estaba de nuevo de rodillas junto al rugiente mar de
Belaric, arrastrándose al lado de Zev, con la cara enterrada en su abrigo manchado de sangre, la
garganta ronca de tanto llorar y rogar a Elander que hiciera algo…cualquier cosa.
Y Elander lo había hecho.
Él había salvado a Zev al traerlo aquí, pero había desencadenado una cadena de eventos
terribles, y ahora...
—Sabes que no me estoy muriendo, —señaló Zev—, y aun así sigues llorando. Así qué dime
de nuevo ¿quién es la dramática? —Sus ojos se habían abierto de nuevo y la estaban estudiando con
una combinación de diversión y preocupación.
Sus propios ojos se habían empañado sin que ella se diera cuenta. Se los secó con las palmas
de las manos y se acomodó en el borde de la cama.
—En mi defensa, te ves terrible, —gimió—. Y en parte es solo el aire en este reino. Hace de-
masiado calor. O demasiado florido. O demasiado... algo.
La diversión se desvaneció de sus ojos y la preocupación se profundizó, tirando de las comi-
suras de su sonrisa hacia abajo. Pero luego simplemente asintió y dijo:
—Hace calor, ¿verdad?
Permanecieron en silencio durante un largo momento, o un largo momento para los estándares
de Zev, como sea; casi siempre él era el primero en romper los silencios, y esta vez no fue diferente.

42
—De verdad llegaste tarde. —Él estaba mirando su rostro, la marca que el Dios de la Torre le
había hecho.
—Tomé la ruta panorámica.
—Y esta marca en tu cara es... nueva.
—Sí.
—¿Otra complicación?
—Quizás la más grande hasta ahora. —Ella suspiró, tirando de un hilo suelto en la manta so-
bre la que estaba sentada—. Pero una con el que podemos lidiar más tarde. ¿Y tú? ¿Cómo te sientes,
honestamente?
—He estado mejor. También peor. La diosa se apresuró a curarme... sin embargo, los modales
al lado de la cama podrían necesitar algo de trabajo. Ella no es particularmente agradable.
Cas le dio una sonrisa irónica. Dudaba que a la diosa le importara lo que él pensaba sobre
sus modales junto a la cama.
—Eso parece ser una tendencia con todas estas deidades, —afirmó—. Aunque la Diosa de la
Luna parecía lo suficientemente agradable.
—¿Qué? ¿La conociste?
Cas apoyó los brazos contra el borde de la cama y movió los pies de un lado a otro del suelo. —Brevemente.
Zev negó con su cabeza, una risa silenciosa e incrédula brotó de él. Después de otra pausa
inusualmente larga, dijo:
—¿Alguna vez pensaste que terminaríamos en un lugar como este?
—¿Conversando con los dioses? ¿Luchando con los reyes? ¿Refugiados en paraísos como este?
—Ella reflejó su risa—. No, nada de esto se me ocurrió nunca como una posibilidad.
—A mí tampoco. Extraño las misiones simples. El seguimiento, el espionaje, el alivio de la
gente de sus billeteras y sus onerosas monedas extra…
—Estábamos por encima de los pequeños hurtos, —le recordó Cas.
—Sí, Asra siempre decía eso. Pero ella robaba un montón. Especialmente cuando éramos más
jóvenes y no podíamos ayudar a mantenernos a nosotros mismos. ¿Y? Yo nunca acepté estar por
encima de los pequeños hurtos. ¿Por qué ninguno de ustedes recuerda eso?
Cas soltó otra carcajada mientras ella se estiraba a su lado.
—Hablando de cuando éramos más jóvenes, ¿sabes lo que realmente hecho de menos?
—¿Qué cosa?
—Esa vieja casa en Faircliff. ¿Lo recuerdas? Eras más joven que yo, así que tal vez no. —Él se
rio suavemente—. Prácticamente todo lo que había en ese lugar era robado.
—Todavía recuerdo eso. Vívidamente, en realidad.
Asra solía tener un trabajo secundario limpiando casas para las familias de élite de Faircli. Su
verdadera razón para hacerlo era obtener acceso a los chismes y la información que señalaba ella y
a sus asociados hacía otros trabajos más cuestionables, pero también mucho más lucrativos. Y sí; de
vez en cuando también llegaba a casa con algunos artículos en bonificación además de esa informa-
ción. Cas no se dio cuenta hasta más tarde de que esos bonos no habían sido dados, sino tomados.
No había nada de malo con redistribución un poco la riqueza, Zev le había dicho cuando se enteró.

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Faircli era el lugar en el que Cas pensaba con más claridad cada vez que cualquier conversación
giraba en torno a los hogares de la infancia. Ella había vivido en otros lugares antes de eso; algunos
los recordaba, otros no; sus primeros recuerdos eran defectuosos en el mejor de los casos, devastados
y reorganizados por el trauma y por la magia salvaje que había acompañado su renacimiento en
este mundo. Allí estaban sus primeros padres adoptivos, Lord y Lady Tessur, y un orfanato antes
de eso, ella lo sabía
Pero esa casa vieja y destartalada en Faircli, con Asra sentada junto a la chimenea de ladrillos,
charlando con Rhea mientras Zev constantemente encontraba nuevas formas de hacer líos y culparla
a ella por ellos... Esos eran los recuerdos que permanecían entre los más vívidos.
Tal vez porque quedarse en esa casa fue la primera vez que ella se había sentido en casa.
Zev se quedó callado otra vez. Ella pensó que se había quedado dormido, envuelto en el acogedor
abrazo de la nostalgia, cuando de repente la cama se estremeció una vez más con su risa tranquila.
—¿Que es tan gracioso?
—Estaba pensando en la vieja casa del árbol que Asra nos construyó en ese lugar.
Había sido una percha de vigilancia, técnicamente. Pero Zev la había declarado una casa del
árbol en su lugar, y luego había inventado reglas arbitrarias sobre por qué Cas no podía entrar.
Había sido molesto en ese momento. Ahora el recuerdo llenaba de calidez a Cas, y de repente
ella también se estaba riendo.
—Apenas calificaba como una casa del árbol. Le faltaban la mayoría de las paredes y el techo,
según recuerdo.
—Cierto. Pero estar en las copas de los árboles aquí todavía me hizo pensar en eso.
Ella asintió, y luego dirigió sus ojos hacia él.
—¿Sabes qué más recuerdo? Que me empujaste por la escalera que conduce a esa casa del árbol.
Se encogió de hombros.
—Te lo merecías. Robaste mi cuchillo favorito. Y, además, sólo caíste como… dos metros. A lo mucho.
—Me corté la cabeza con una roca cuando aterricé.
—Sí, pero sobreviviste, ¿no?
Se apartó el cabello de la frente, masajeando distraídamente el lugar donde había estado el
corte. Se dio cuenta de que su cabeza ya no le dolía después del remedio que Namu le había dado.
Y tampoco tenía la cicatriz de su caída de hace mucho tiempo; sólo quedaba el recuerdo de él, es-
condido, a salvo, junto a todos los demás que habían hecho en aquella casa.
—Dioses, fuiste un grano en el culo, —señalo.
—Tú sigues siendo un grano en el culo, —le informó a ella.
Ella le dio un puñetazo suave en el brazo.
—¿Golpeas a un heridos de muerte? Eso es bajo, incluso para ti.
—Tú no estás herido de muerte.
—Sigue golpeándome así y podría estarlo. ¿Quién te enseñó a golpear, de todos modos?
—Tú lo hiciste.
—Ah. Cierto. Hice un maldito buen trabajo, ¿no?
Ella se encogió de hombros.

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—Lo hiciste bien.
—Hice lo mejor que pude, considerando a mi alumna incompetente.
—¿Quieres que te golpee de nuevo y te muestre lo competente que puedo ser?
—O podrías usar un cuchillo, —sugirió—. Creo que hay uno entre mis cosas en la esquina
de allí, si quisieres robar eso también.
—¿Me vas a empujar fuera de esta casa del árbol si lo hago?
—Podría.
Ella se rio de nuevo. Había hecho más de eso en los últimos cinco minutos que en días.
Semanas, tal vez. Se sentía como si tuviera diez años otra vez, al lado de su mejor amigo, escon-
dido en su casa del árbol para evitar las tareas del hogar y todas las cosas inciertas y oscuras que
les esperaban afuera.
Su risa se arrastró hacia un cómodo silencio. A pesar de la curación de la diosa, se podía decir
que Zev estaba cansado, así que no interrumpió ese silencio.
Minutos después, estaba roncando. En voz alta y odiosamente, como de costumbre.
Con una leve sonrisa, se acurrucó a su lado y cerró los ojos. Trató de no pensar en todas esas
cosas oscuras del exterior, y descubrió que eso era sorprendentemente fácil de hacer; tal vez era esa
baya que la diosa le había dado. Cualquiera que fuera la razón, pronto se quedó dormida...
Solo para despertar minutos después al sentir la mano de Zev contra su rostro.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, aturdida, mientras lo apartaba de un manotazo.
—Juro que esa marca en tu cara parecía que se estaba oscureciendo.
Intento disimular su alarma con una risa.
—Así que tu primer instinto fue ¿pincharla?
—Pregunta la mujer que estaba golpeando mi cuerpo herido antes, como una especie de sádica.
Ella se sentó, tocando con cautela esa marca y evitando la mirada preocupada de Zev.
—¿Qué te pasó, Cas?
La risa de antes era ahora un recuerdo lejano; ni siquiera se sentía como si hubiera sido real.
No había manera de evitar esta conversación, supuso. Juntó las manos frente a ella y mantuvo
los ojos en ellas mientras decía:
—Antes de venir aquí a través del refugio de la Diosa de la Luna, Elander y yo tratamos de
pasar primero por Oblivion. El Dios Torre nos estaba esperando allí. Peleamos y traté de llegar a
un acuerdo con él para que cesara la pelea. Elander interrumpió nuestro trato, pero no antes de...
bueno, esto. —Ella hizo un gesto hacia su cara.
—Entonces, ¿qué eres entonces? ¿Medio marcada? ¿Medio maldita? ¿Qué significa eso?
—No estoy segura.
—Bueno, ¿qué pasa con Elander? ¿Dónde está ahora?
—Eso tampoco lo sé. —Su voz se quebró un poco hacia el final. La marca del Dios Torre ha-
bía comenzado a doler ligeramente. Podría haber sido su imaginación, pero si era real o no, podía
sentir un ataque de pánico en respuesta.
Quería estar sola cuando ocurriera ese ataque, así que se puso de pie.

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—Hay mucho que resolver, —añadió—. Podemos hablar de eso más tarde, sin embargo. Deberías
descansar un poco más mientras puedas; sospecho que la Diosa del Roble nos echará pronto.
—...Es muy probable, —estuvo de acuerdo.
—Voy a ir a hablar con ella, tal vez pueda responder algunas de estas preguntas.
Parecía reacio a dejarla continuar con una nota tan inconclusa, pero ella forzó una sonrisa y
una voz inquebrantable cuando dijo:
—Por cierto, estoy tan contenta de que estés bien.
Y luego ella se fue antes de que él tuviera la oportunidad de argumentar en contra.

46
Capítulo Seis

Soren
Traducido por Kasis
Corregido por Alter

Me tomo una botella entera de vino de hadas y luego otra de elixir de fae sin parar de respirar hasta
que consigo conciliar el sueño. Incluso después de un viaje tan largo sin descanso, los ojos plateados
de la maldita bruja que tengo como compañera por el destino me persiguen hasta que no tengo más
remedio que buscar consuelo en las últimas provisiones.
¿Es este mi castigo por no someterme plenamente a las Parcas?
¿Me lo he buscado yo?
Hace siglos, pensé que podría burlar a las Parcas y encontrar antes a mi compañera, su dulce
voz llenaba mi mente mientras me provocaba y tentaba con nada más que su presencia allí. Pensé
que, si podía encontrarla antes, torciendo el destino que me había sido dado, pero sin romperlo de
verdad, podría salvar a mi pueblo de los horrores de la guerra que nos rodeaba.
Creí que lo sabía todo.
Ojos tan plateados como los hilos que sujetan mi capa, tan plateados como el escudo de la
Familia Celestial en mi escudo... se me revuelve el estómago cada vez que se me vienen a la mente,
tanto que termino por tragar la bilis. Con el pelo tan oscuro como el de los fae Seelie y la piel tan
clara como la de Airlie, no se parece en nada a las brujas descerebradas y delirantes a las que me
he enfrentado en la guerra.
La bilis amenaza con ahogarme cuanto más pienso en ella, el sueño me elude hasta bien en-
trada la noche.
El desayuno de la mañana siguiente con mi círculo más cercano se convierte en una forma de tortura.
Me despierto antes del amanecer, como siempre, y me meto en el baño para lavarme las hue-
llas de mi miserable noche. Si Airlie pilla un trago de vino de hadas, me pondrá sobre aviso con su
marido y no dejaré de escuchar acerca de eso.
Está tan ocupada intentando no pensar en su embarazo y en lo que pasará en el parto que
busca cualquier excusa para pinchar a otra persona. Me parece bien, siempre que no sea yo. Albergo
a docenas de nobles altos fae aquí, en el ala del castillo que está cerca del rio, dejándoles a su aire
mientras la guerra avanza a nuestro alrededor, y la irritación de mi prima sería mejor dirigirla
hacia allí. El ala que ocupan es espaciosa y está bien vigilada, aunque mucho menos lujosa que los
alojamientos del castillo de Yris. Son más seguros aquí, sin embargo, y eso los mantiene contentos.
Las familias más leales a mí no encontrarán consuelo entre las paredes de la residencia de mi tío.
Cuando la única señal de mi borrachera inducida por el insomnio es el tono rojizo de mis
ojos, me dirijo al pequeño comedor, el íntimo donde entretengo sólo a los miembros de mi familia.
Ya están allí, cuchicheando y cotilleando, aunque ninguno de los cotilleos se detiene cuando entro.
No espero que lo haga.
Aunque todos y cada uno de mis primos son miembros de la Corte Unseelie, con linajes que se
remontan tan lejos como el mío, confío en todos ellos implícitamente. Tauron y Tyton son hermanos,
aunque sólo sus miradas lo demuestran. Ellos y nuestra prima Airlie se parecen entre sí y a mí, con
nuestra herencia Unseelie de piel pálida, pelo rubio blanquecino y ojos azules cristalinos. Todos
descendemos de la línea de sangre Celestial, una de las cuatro líneas de sangre reales de los altos
fae, y todos somos criaturas del invierno y de los meses sin sol, prueba de lo que ocurre cuando
todo un pueblo pasa todo su tiempo en castillos metidos en la nieve.
Roan, con su herencia Seelie, es el único miembro singular de nuestro grupo. Su padre es un
príncipe Unseelie, pero su madre era una princesa Seelie, las Parcas los emparejaron en contra de las
tradiciones de las Cortes Unseelie. Roan tiene los tonos de las cálidas noches de verano, piel morena,
pelo negro y ojos dorados. Él y Airlie forman una pareja impresionante, sobre todo cuando ves en sus
ojos la devoción que sienten el uno por el otro. Las Parcas hicieron una sabia elección en su unión.
De repente quiero otra botella de vino de hadas.
— Pareces abatido. Tenemos que resolver esto —dice Airlie, con un tono áspero mientras pre-
para con delicadeza un buen plato de carne y queso y me lo tiende—. Por cierto, no estás ocultando
tu resaca exactamente a nadie. Si te preocupa que vaya a avergonzarte, ten por seguro que tengo
otros asuntos que atender.
Levanto una ceja, cojo el plato y me sirvo un vaso de vino de hadas mientras ella me devuelve la mirada.
Tauron se inclina hacia ella.
— A falta de un caldo, Airlie, más alcohol es la única forma de aliviar la resaca. No lo sabrías,
porque tienes algo llamado “autocontrol”, de lo que el resto de nosotros carecemos.
Le dedicó una sonrisa dulce, pero llena de púas y veneno.
— Contención no es una mala palabra, primo, ¡deberías aprender un poco! Entonces quizá tu
madre dejaría de acosarnos a todos sobre tu futuro —sus familiares discusiones me calman más
que cualquier otra cosa, pero nunca se lo admitiría.

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Roan me lanza una mirada cómplice.
— Dale un minuto para procesar lo que ha pasado. Una vez que haya aceptado que su
destino es real e inevitable, entonces podremos decidir qué vamos a hacer con ella.
— ¿Ella? Creí que nos estábamos refiriendo a la bruja como eso —murmura Tauron.
Roan le lanza una mirada, con las cejas fruncidas.
— Las Parcas han decidido que ella sea nuestra futura reina, te guste o no.
Se lo dice a Tauron, pero no hay duda de que sus palabras también van dirigidas a mí. Roan
siempre ha sido la voz de la razón dentro de nuestro grupo, ya que se crio en un hogar estable y
afectuoso sin que los susurros de la Corte Unseelie enturbiaran su sentido de sí mismo, gracias a
que su madre, una princesa Seelie, fue rechazada. Su padre se negó a recibir a la corte, cerrando
las Tierras Exteriores a cualquier fae que no fuera amistosa con su familia. Fue una bendición dis-
frazada, ya que ahora Roan no tiene las mismas respuestas retorcidas a las cosas que el resto de
nosotros, ni una pizca del humor cortante o retraimiento para protegerse.
Nunca tuvo la necesidad de hacerlo.
Desde que se casaron, Airlie le ha protegido con su ingenio y astucia del mismo modo que
él la protege con su espada y sus manos.
Termino por darle otro sorbo al vino. No quiero pensar en poner a una bruja en el trono de mi
madre, en ver la corona de mi madre sobre esa cabeza de pelo oscuro y enmarañado. La situación
vuelve a ser demasiado para mí y me bebo todo el vaso de un solo trago.
Roan hace un gesto de dolor y Airlie me lanza una mirada.
— Cómete el desayuno, Soren. No podemos permitir que te resbales ahora, no cuando hay
tantos ojos sobre nosotros.
Tantos ojos que elegimos nuestras palabras con cuidado, incluso entre estas paredes. Mi ho-
gar, el lugar en el que debería sentirme más cómodo del mundo, ha sido infiltrado por el veneno.
Es sólo cuestión de tiempo que mi tío diga que ha oído hablar de la bruja. Entonces no tendré
más remedio que hacer un plan. No puedo darme el lujo de sentarme a beber, por muy tentador
que sea.
¿Me caso con la bruja para ocupar mi trono, o declaro la guerra total a mi tío y lo tomo por
la fuerza?
Sólo una de esas opciones suena atractiva, pero incluso si tuviera el apoyo para hacerlo, las
Tierras del Norte fueron casi destruidas por un destino roto. ¿Me creo más fuerte que el Rey Sol?
¿Soy tan arrogante que creo que puedo ganar donde él fracasó?
No. Pero la otra opción me da ganas de vomitar, una sensación agravada por el dolor de
cabeza que aún bulle en mi cráneo.
Cuando vuelvo a coger la jarra de vino, Airlie la empuja fuera de mi alcance, me lanza una
mirada sombría y vuelve a señalar mi plato sin decir palabra. Mi labio se tuerce en su dirección,
pero la mirada obscena que Roan me dirige en nombre de su mujer embarazada, me recuerda que
debo contenerme, y mi mano se posa en el plato para arrastrarlo en mi dirección.
No importa que la maldición vaya a arrebatarles a su hijo; por ahora, el bebé que lleva en su
vientre está sano y fuerte, y lo protegerán hasta que la maldición se lo lleve. He tenido tanta prisa

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por encontrar a mi pareja que, en el caos de descubrir cuál es, olvidé ese pequeño detalle. Mi des-
tino es casarme con mi compañera, tomar el trono y salvar a mi pueblo. Creía que la maldición se
rompería con nuestra unión, o quizá con mi coronación, pues los entresijos de la magia escapan a
mis conocimientos. Confiaba en que las Parcas recompensarían mi paciencia y mis esfuerzos para
salvar mi reino, no que me pondrían un obstáculo aún mayor en el camino.
No volveré a cometer ese error.
— Necesito ver a la vidente —murmuro.
Las palabras son tan inútiles ahora como lo han sido cada vez que las he pronunciado. Hablar
con esa mujer no cambiará el destino que me ha tocado, y aun así me aferro a la esperanza de poder
convencerla de que está equivocada.
Que esta unión no es mi camino.
Tauron y Tyton se miran antes de que Tyton hable de forma entrecortada.
— ¿Quieres que uno de nosotros cruce el océano y la traiga aquí? No estoy seguro de cómo
podríamos persuadirla, pero podríamos... intentar.
La portavoz de las Parcas me odia, estoy seguro de ello.
Sacudo la cabeza, picoteando los trozos de queso de mi plato como si pudieran solucionarme
este problema.
—Te necesito aquí para lo que está por venir. No tiene sentido separarnos cuando estamos
tan cerca del final. Solo tengo que... averiguar mi destino por mí cuenta.
Tyton asiente y vuelve a frotarse la frente con una mano. Hay una tensión en él que suele durar
solo lo que el bosque le susurra al oído, pero incluso después una noche en casa, parece atormentado.
Un sudor frío recorre mi columna vertebral.
— ¿Qué ha pasado?
Sacude la cabeza.
— El bosque estuvo en mis sueños anoche. Siento como si se hubiera hundido en mi mente,
y no puedo deshacerme de él, ni siquiera con la distancia. Está tan enfadado con todos nosotros...
tan enfadado”.
Todos le miramos fijamente. Ninguno de nosotros es tan reservado como Roan, que una vez
entró en ese bosque y salió vivo con la mente intacta. Por mucho que le pincháramos, nunca nos
contó lo que le había pasado dentro. Todo lo que decía era que no creeríamos la verdad. Apenas
se la creía él mismo.
Airlie se aclara la garganta y mueve con cuidado la comida por la mesa hasta que cada uno
de nosotros vuelve a tener un plato lleno delante.
— Entiendo que la identidad de la compañera de Soren ha sido un gran shock para todos
nosotros, pero no se puede negar que necesitamos un plan. Nadie aborrece una bruja en este casti-
llo tanto como yo, sobre todo tan cerca de la fecha de parto, pero no hay nada que podamos hacer
para luchar contra las Parcas. Lo sé tan bien como el resto de ustedes, así que, en lugar de discutir
y discutir entre nosotros, tenemos que decidir qué vamos a hacer con ella.
Ese es un punto de no retorno.

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Una cuidadosa muestra de ponerse del lado de su marido, y que yo no esperaba. Cuando ayer
envié a Roan delante de nosotros, esperaba que Airlie hiciera las maletas y regresara a sus tierras
ancestrales para tener allí al bebé, destrozando así a mi familia debido a mi desafortunada boda y
ascensión. Ha sido tan protectora con su embarazo, tan cuidadosa, como si hubiera hecho algo mal
la primera vez que causó la pérdida de su hijo. Todos sabemos que eso no es cierto. A la maldición
no le importa lo buen padre que alguien pueda ser. Se lleva a todos los niños.
Y aquí está, del lado de Roan y del enemigo en la mazmorra.
No quiero pensar en nada de eso.
La mesa se queda en silencio mientras comemos, mi mente repasa una y otra vez las respon-
sabilidades que tengo hasta que se me crispan las manos alrededor de los cubiertos de plata y la
sangre me hierve. La maldición es un problema horripilante, y el interminable flujo de refugiados
fae inferiores y de sangre parcial que llegan a Yregar cada semana es otro. Luchamos por alojarlos,
alimentarlos y darles seguridad para el futuro. Su difícil situación me llena de una urgencia que
no se puede ocultar.
Cuando termino el plato que tengo delante, dejo los cubiertos.
— Suficiente. Voy al pueblo a ver cómo está nuestra gente. Tenemos más de qué preocuparnos
que de los retorcidos caprichos de las Parcas.
Airlie asiente con la cabeza y una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios.
— Es una buena idea, Soren. Aclara tus ideas, acepta el hecho de que enfadarte por esto no va
a transformar a la bruja en una princesa fae, y una vez que lo hayas aceptado, podremos pasar a las
tareas que tenemos entre manos. Lo único más difícil que conseguir que la Corte Unseelie acepte
esta unión podría ser los propios ritos de la boda. No podemos simplemente torturar a la bruja para
que te acepte. La unión no funcionará, y su vínculo no se sostendrá sin su pleno consentimiento.
Ahora Tauron coge el vino de hadas, ignorando cómo le gruñe Airlie, y se sirve un vaso
grande antes de servirme otro a mí.
— ¡Nunca llegaremos tan lejos en esta tontería! —suelta Tauron—. El tribunal nunca estará
de acuerdo, y todos lo sabemos. Mejor sería convencerles de que las leyes no deberían aplicarse a
Soren porque las parcas lo están empujando a la cornisa de una montaña sin nada que le ayude a
sobrevivir más que púas de hierro para atraparlo. —Y, con eso, se bebe el vaso de un trago.

Por muy tentador que sea el vino, tengo obligaciones que atender que no incluyen perderme
en el libertinaje.
Dejo atrás a mis primos y hago un balance del castillo. Este deber es mío hasta que tenga
una esposa a quien pasárselo.
Durante los largos años de espera, imaginé cómo sería mi compañera. Mis fantasías se ali-
mentaban de su voz en mi mente, y cada imagen que se me ocurrió es la opuesta a la pesadilla de
ojos plateados de la mazmorra.
Tras el decreto de paciencia de la vidente, durante casi mil años de espera, me perdí en el dolor
por mis padres y la guerra que asolaba mi entorno. Entretuve los afectos de algunas de las damas

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fae en los márgenes de la Corte de los Unseelie, siempre con cuidado de alejarme de cualquiera bajo
la influencia de mi tío. Por un tiempo, esperé que mi destino me llevara a alguien como Loreth,
hermosa y astuta en los caminos de nuestra especie. Pertenece a los Corazón de Niebla, aunque
lo suficientemente alejada de los Primeros Fae como para que el único título que ostente sea el de
dama y no el de princesa, pero eso no me importaba. En todo caso, hacía que pasar tiempo con
ella fuera más fácil y, aunque en aquel momento pensaba que lo que sentía por ella era cierto, era
esa facilidad a la que me aferraba desesperadamente.
Loreth deseaba desesperadamente quedarse en mi cama, su afecto por mí era ampliamente
conocido en toda la Corte de los Unseelie, y pensé que lo que yo sentía por ella sería imposible de
sentir por ninguna otra. Ignoré las graves advertencias de Roan y Airlie y su creciente preocupación
por las complicaciones que supondría para mi vida estar con ella.
Entonces me desperté con la voz de mi compañera en mi mente.
Tras una única y vacilante interacción con la tímida y alegre mujer, no pude soportar el con-
tacto ni la visión de otra. Su existencia encendió un fuego en mi sangre que alimentó una intensa
búsqueda por el reino mientras corría contra las Parcas para encontrarla. Me olvidé del trono, de
mis responsabilidades, de todo. Nada de eso se comparaba con el anhelo que sentía por ella.
Ahora sospecho que usó su magia contra mí, una maldición o embrujo, algo que hundió sus
garras en mi mente. Cada palabra que atesoraba y codiciaba no era más que un acto en el juego
de la guerra.
Cuando me doy cuenta de que mis pensamientos vuelven a dejarme cayendo en espiral, dirijo
mi mente hacia otro lado antes de que me haga volver corriendo al vino.
Abajo, en las cocinas, encuentro a la Guardiana de Yregar, Firna, de pie sobre una gran olla
hirviendo de estofado de chatarra para los soldados. Una vez fue la niñera de mi madre, y siguió
cuidando de mí durante mis años de formación. Nunca sobrepasó sus límites como guardiana,
pero ha sido una figura maternal en mi vida desde que perdí a mis padres.
Inquietud muerde su lengua, pero las líneas alrededor de su boca dicen lo suficiente. Es trai-
ción mantener viva a una bruja y, sin embargo, tenemos a una en el calabozo de abajo, custodiada,
pero atravesando las puertas a la vista de toda la casa. Es sólo cuestión de tiempo hasta que las
consecuencias de esto lleguen.
Cuando no hago más que comprobar cómo va el castillo, no saca el tema.
Espera a que yo mismo haya mirado las listas de los almacenes de alimentos antes de hablar.
— Las provisiones escasean, Alteza, y la situación no hace más que empeorar. El jardinero
ha dicho que los huertos están casi agotados. No pasaremos el invierno.
Aprieto la boca y le hago un gesto seco con la cabeza. Los ayudantes de cocina y las criadas
se dispersan ante mi estruendosa mirada, dejándome el camino libre para adentrarme en la cocina
y dirigirme al almacén.
Es una vista desoladora, filas y filas de estanterías de piedra vacías, frías y desoladas allá
donde se posa mi mirada.
Aún estamos en los largos días del verano. La cosecha debería ser abundante, pero la devas-
tación de la guerra sigue reduciendo mi reino.

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Firna me mira a los ojos, frunce el ceño mientras murmura.
— El vinatero ha empezado a prensar las uvas que ha podido, pero con una cosecha tan
mínima, no está seguro de lo que podrá hacer con ella.
Asiento con la cabeza.
— No tendremos recursos si la cosecha de este año no rinde. Ya sé que el hombre está inten-
tando sacar agua de las piedras.
Ella asiente con la cabeza, pero no da muestras de alivio por el hecho de que el personal no vaya
a ser castigado, porque a nadie se le escapa la realidad de la situación. Echo un vistazo al silencioso
personal de cocina, con las cabezas gachas. La expectación flota en el aire mientras todos contienen
la respiración. La forma en que miran a todo menos a mí me hace sentir una oleada de frustración.
Suelto un chasquido, más duro de lo que debería.
— ¿Qué más ha pasado?
Haciendo caso omiso de mi tono, lanza una mirada severa a
las criadas cercanas hasta que se dispersan, y luego, con un tono seco, me responde a solas.
— No tiene sentido suavizar el golpe. Hemos estado compartiendo provisiones con el pueblo,
pero se nos acabarán antes de que llegue el invierno si seguimos así. Yo ya tuve que enviar a la
princesa ante los nobles para que cesaran sus quejas por el racionamiento, y está claro que no va-
mos a poder mantener el castillo funcionando así durante todo el invierno. Quizá sea el momento
de reconsiderar los planes de catering para los próximos bailes o, como mínimo, reducir las listas
de invitados.
Si pudiera, echaría del castillo de Yregar a todos y cada uno de los miembros de la Corte
Unseelie, pero debo rendir cuentas a mi tío. No hay nada que le guste más al regente que dar una
gran fiesta con cajas de vino a rebosar y comida suficiente para alimentar a todo el reino, gran
parte de la cual se desperdicia. No sé si el castillo de Yris prospera con sus cosechas —es uno de los
pocos feudos en los que no tengo aliados, gracias al regente y a su puesto allí. Su despreocupación
por su fastuoso estilo de vida es otro indicio más de su traición, y la forma en que la Corte Unseelie
lo sigue ciegamente dice que de alguna manera los ha convencido de su capacidad para gobernar.
Ninguno de ellos se preocupa por el resto del reino.
He contactado con reinos vecinos para importar alimentos, pero no tengo muchas esperanzas de
llegar a acuerdoscomerciales. Mientras las Parcas se han sentado a enseñarme una “lección” sobre
la paciencia, la propaganda de mi tío sobre mi verdadera naturaleza se ha extendido.
Niego con la cabeza y me voy antes de que me den más malas noticias. No me atrevo a decirles
que el resto de los territorios de las Tierras del Sur están igual o peor que nosotros.
Es algo que no se puede negar. La tierra del territorio se está muriendo.
El castillo está en calma cuando salgo hacia los barracones para entrevistarme con el coman-
dante. Todos los soldados inclinan la cabeza en señal de respeto a mi paso, leales hasta la médula.
Los centinelas de la muralla interior están atentos, un grupo de soldados en la puerta para escrutar
a cualquiera que pase, y una escolta camina con varias doncellas para llevar comida que repartir
en el templo del pueblo. No será suficiente para que todos coman hasta saciarse, pero es todo lo
que nos queda.

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El comandante, Corym, está dirigiendo a los hombres hacia los pabellones de combate para la
sesión matutina de entrenamiento, y cuando me detengo a su lado, me hace una reverencia antes
de hablarme en un tono bajo.
— No se ha informado de ningún cambio en las murallas Alteza. Las llanuras han estado
tranquilas desde que cabalgaste para ayudar en el ataque.
Asiento con la cabeza y observo el combate, la mirada de Corym igual de aguda mientras
pide que se corrija el juego de piernas y la técnica descuidada. En general, los soldados tienen
buen aspecto. Mejor que bien; bajo el mando de cualquier otro comandante fae, se les consideraría
ejemplares, pero en Yregar exigimos perfección. Sólo así sobreviviremos.
— Esperemos que siga así. Estoy esperando una visita de la corte para mover a los soldados
en consecuencia.
Corym asiente. Es una orden que ya le he dado infinidad de veces, y no pregunta por la bruja.
Si pudiera entrenar a todos los de mi casa para que se callaran así, tal vez mi dolor de cabeza se
aliviaría. Airlie nunca podría, Tauron ni siquiera lo intentaría y, aunque ambos son mucho menos
temerarios con sus opiniones, Roan y Tyton me llamarán la atención a la menor provocación si lo
consideran oportuno.
Me dirijo a los establos y me tomo un momento para cepillar por mi cuenta a Nightspark, dis-
frutando de la rutina, aunque al mozo de cuadra le moleste la sola idea de que yo haga el trabajo por
él. Le doy una manzana pequeña, una de las últimas cosechas del huerto, y se queda boquiabierto
un momento antes de enrojecer. Se tambalea en su agradecimiento, hace una profunda reverencia
y luego la muerde apresuradamente, como si alguien fuera a robársela.
Me pregunto cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que comió fruta fresca, incluso
una manzana pequeña y ligeramente ácida.
Es un niño pequeño del pueblo, y aún me sorprende pensar que la gente haya seguido teniendo
hijos, pero, por supuesto, la maldición sólo afecta a los altos fae de sangre pura. El pueblo de Yregar
—y todos los demás castillos y pueblos de las Tierras del Sur— están llenos de mestizos. Nunca ha
habido un estigma entre las clases bajas por casarse con fae inferiores como lo hay entre la Corte
Unseelie de sangre pura, no hasta que comenzó la guerra y todo el reino fue asolado por las brujas.
Cuanto más tiempo atiendo a mi caballo, más se desvían mis pensamientos. Tal vez las Parcas
no pretendan que yo rompa la maldición; tal vez el próximo Celestial en la línea de sucesión al trono
debe ser un mestizo.
El tiempo de los altos fae ha terminado.
Las palabras me las escupió una bruja hace años, una criatura demente que gruñía y deliraba
y a la que arrastramos al calabozo en un esfuerzo para descubrir las verdaderas motivaciones de
mi tío, pero ahora cobran nueva vida. Los prejuicios de la Corte Unseelie serán una pesadilla, pero
si la maldición se mantiene y no vuelven a nacer niños altos fae en nuestro reino, Airlie y Roan
nunca tendrán el hijo que tanto anhelan. Ninguna de las familias reales ya casadas por las Parcas
continuará con su linaje, el tejido de nuestra sociedad se desgarrará inevitablemente y quién sabe
qué saldrá de ello.
— Debes de saber que el chico está feliz de que seas tú mismo quien atienda el caballo. No

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para de darle patadas al pobre y, sin un curandero, se ve obligado a soportar que los moratones se
le curen lentamente —dice Ingor, el jefe del establo, interrumpiendo mis sombríos pensamientos.
Sonrío, observando cómo regaña a los chicos que están bajo su mando y los envía a sus tareas.
El jefe de cuadra es más viejo y más sabio que la mayoría, y le he visto dar palique a todos
los príncipes y princesas que alguna vez han estabulado un caballo aquí, confiado en su capacidad
para salir de los problemas si alguna vez se ve metido en ellos. Es el mejor en lo que hace y leal
hasta la médula, apenas capaz de enmascarar su desprecio por mi tío cada vez que el regente viene
a Yregar. Ignor siempre tendrá un lugar en mi casa, sin importar de qué familia real se enemiste.
El pueblo es siempre animado y ruidoso, pero mientras me abro camino a pie, oigo conflictos
más adelante y mi paso se acelera. No es un lugar amigable para los príncipes y princesas altos fae,
y no hay nadie a quien culpar por ello, excepto a nosotros mismos. Yregar fue una vez un pequeño
castillo estacional del que los altos fae entraban y salían a su antojo. El pueblo fue una vez tranquilo
y sin pretensiones, pero gracias a la guerra, está desbordado de refugiados, y la presencia de mis
soldados es constante para mitigar cualquier altercado centrado en la comida.
Doblo la esquina de una de las nuevas casas compartidas y llego a la pequeña plaza frente al
templo, donde encuentro las cajas que transportaban las criadas hechas pedazos sobre los adoqui-
nes, docenas de cuerpos que luchan desesperadamente por recoger el pan derramado y soldados
que ladran órdenes mientras se meten en la refriega.
Dos pasos adelante, y estoy sacando a la gente de la multitud, empujándolos detrás de mí
mientras grito.
— ¡Vuelvan a sus casas y cierren las puertas!
A medida que agarro y muevo a más gente de la muchedumbre que mira, más personas se
percatan de mi llegada. Algunos me echan un vistazo y huyen, pero otros dudan, incluso en su miedo
a mi presencia. Tardo un segundo en darme cuenta de que no tienen hogares a los que regresar, y
de que mi orden es una tarea imposible de seguir para ellos. Me veo obligado a cambiar de táctica.
Levanto la voz, llamando para que se muevan más.
— Vuelvan a sus alojamientos si los tienen. Si están esperando en una cama, ¡retrocedan ahora
mismo! No se unan a la lucha, los vamos a alimentar sin tanto ajetreo.
No puedo ver a las criadas, mujeres bajo mi empleo y protección, y si les ha ocurrido algún
daño, habrá graves consecuencias. La desesperación es comprensible, excusable incluso, pero no a
expensas de mujeres buenas y trabajadoras que fueron enviadas aquí con ayuda.
Se oyen gemidos a mis pies y miro a un niño pequeño y mugriento acurrucado sobre un
trozo de pan. Un movimiento brusco a mi lado me hace detenerme instintivamente por encima
del niño, y mi hombro soporta el impacto de dos hombres que se lanzan el uno contra el otro sin
importarle a quién pueden aplastar. Me rebotan y caen al suelo, gritándome maldiciones sólo para
darse cuenta de a quién están llamando hijo de puta-hada.
El chico levanta la vista, con los ojos enrojecidos por las lágrimas, pero su cuerpo a salvo
bajo mi postura, y se hace el silencio entre la multitud. Retrocedo lo suficiente para cogerlo en
mis brazos, sus huesos se clavan en mis manos y apenas noto su peso mientras se acurruca en
mis hombros. No puede tener más de dos o tres años, y ya se está metiendo en conflictos por la
oportunidad de comer.

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Los soldados se abren paso entre el desorden de los adoquines para agarrar a los dos hom-
bres, ponerlos en pie y empujarlos hacia mí. Ambos se inclinan profundamente ante mí, con la
cara ensangrentada y la ropa salpicada. El terror se apodera del aire que nos rodea, su hedor acre
se adhiere a mí y tengo que concentrarme para aflojar los dientes, me duele la mandíbula.
Alwyn, uno de los soldados, me mira con ojos graves.
— ¿Órdenes, su Alteza?”
Sus palabras son firmes y bajas, pero rebotan en la plaza del templo, ahora silenciosa. Cuando
agito al niño en mis brazos, lo encuentro masticando pan, sin prestarle atención a la capa de suciedad
que lo cubre y consumiendo su premio en tres bocados. Hay envidia en los ojos de las personas
que nos rodean, ninguno de ellos se molesta en disimularla, y me vuelvo hacia Alwyn.
— ¿Dónde están las criadas? ¿Están heridas?
El soldado sacude la cabeza.
— Están en el templo. Las trasladamos tan pronto estalló la pelea.
Asiento con la cabeza y vuelvo a mirar a mi alrededor, pero nadie mira al chico con preocu-
pación o familiaridad. No hay señales de padres o parientes que yo pueda ver.
— Escolten a los hombres a la puerta para que se calmen. Si nadie más resultó gravemente
herido, se les dejará ir con una advertencia.
Alwyn frunce el ceño antes de contenerse, asentir y moverse a mi orden.
Aún con el niño en brazos, paso junto a ellos y dejo que las criadas salgan del templo. Las
personas no tienen adónde ir, no deberían estar haciendo otra cosa que esperar a que llegue la
comida y tener suficiente para sus familias.
Entrego el niño a Tyra para que lo revise y, una vez que la he visto a ella junto con las demás
doncellas de regreso al castillo con una escolta de soldados, vuelvo a dirigirme a la multitud.
— Habrá provisiones para cada persona en Yregar, suministradas aquí en el templo cada
día. No hay necesidad de pelear ni de robar. Repartimos lo que podemos, y cada uno recibirá algo.
Pronto tendremos más provisiones, pero todos tendremos que conformarnos con raciones más
pequeñas hasta entonces. Si seguimos luchando, las consecuencias serán mucho mayores. Ahora
váyanse, y vuelvan a por comida mañana, sin peleas.
La multitud se aleja, algunos regresan a sus casas y otros se acurrucan contra los edificios
contra los que duermen por el momento. La irritación me araña los hombros. Esto es lo mejor que
puedo hacer por ahora. Ofrendas vacías, sobre todo cuando aún no estoy seguro de cómo vamos
a pasar el invierno, pero ya se me ocurrirá algo. No me queda más remedio.
A medida que avanzo hacia el muro exterior, las pocas personas que quedan se estremecen y
se inclinan para no llamar mi atención ni mi ira. Hace cientos de años, ni siquiera el susurro de mi
temperamento habría cambiado la percepción que los habitantes tenían de mí, pero con todos los
refugiados y supervivientes... que ahora también viven aquí, incluso después de proporcionarles
alimentos y asistencia durante décadas, me temen.
El sabotaje de mi tío está funcionando.
El orfanato, a las afueras de la ciudad, está a rebosar y la pelea ha sido lo bastante lejos como

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para que los niños jueguen fuera sin interrupción. Cuando me ve llegar, la mujer que vive allí y
cuida de ellos los expulsa del patio delantero y los vuelve a meter en el edificio. No tengo intención
de detenerme ni de molestar a ninguno de ellos, y su acción me frustra aún más, la nube negra que
llueve sobre mi cabeza se hace cada vez más tormentosa.
Tener la oportunidad de tener hijos y abandonarlos me resulta incomprensible.
Muchos de ellos son hijos bastardos de nobles de alta alcurnia y han sido leñados aquí como
un secreto vergonzoso, lo que parece un acto aún más vergonzoso. La obsesión con las líneas de
sangre predestinadas es ridícula y perjudicial para nuestro pueblo y nuestro reino. Es un compor-
tamiento que el regente apoya, y algo que pretendo erradicar cuando asuma el trono.
Si tomo el trono.
Maldigo maliciosamente en voz baja, sobresaltando a una mujer que lleva una gran cesta
bajo el brazo y que huye de mí como si fuera un monstruo. Estoy demasiado preocupado como
para inquietarme por eso.
No puedo permitirme de pensar de esa forma.
No puedo dejarme vencer por la desesperación de haber encontrado a esa bruja en el puerto,
porque mientras subo a la torre de guardia de la muralla exterior y miro hacia atrás, veo claramente
que estamos en una situación de vida o muerte. Mi pueblo ya está muriendo, y tengo que hacer
algo, aunque me llene el cuerpo de repugnancia.
Sus inquietantes ojos plateados vuelven a aparecer en mi mente y aprieto los puños contra la
piedra del muro de la torre de vigilancia.
Debo casarme con ella, apartar a mi tío del poder y cambiar las cosas, o mi país morirá. Por
mucho que mi mente y mi cuerpo rechacen la sola idea de hablar con la bruja, no hay otra opción.
— No hay señales del enemigo, su Alteza —me dice uno de los soldados mientras se inclina,
con una lanza en las manos. Los colores de la casa Celestial ondean en lo alto en forma de bandera
del castillo de Yregar.
Conozco a este soldado desde hace mucho tiempo y, si fuera el tipo de hombre que hace
apuestas, apostaría dinero a que está de mi lado, pero aun así mis ojos se entrecierran mientras lo
examino, escudriñando cada centímetro de su uniforme y sus armas como si pudiera encontrar
alguna señal del regente en él.
No hay nada que encontrar, como era de esperar.
Miro fijamente las ondulantes colinas de la decadencia ante nosotros y me dirijo a él.
— Últimamente el reino está demasiado tranquilo, y eso suele ser señal de que están a pun-
to de atacarnos donde menos lo esperamos. Mantén los ojos bien abiertos y en el horizonte. Hay
mucha gente aquí que depende de ti para su seguridad.
Vuelve a inclinarse antes de girarse y mirar fijamente a lo lejos, con el rostro de piedra, mien-
tras sigue mis órdenes. Continúo a lo largo de la parte superior de la muralla y hago balance de
los cambios y reparaciones necesarios. Recorrer todo el perímetro a buena velocidad me llevaría la
mayor parte de las horas de luz solar, por lo que no es factible por hoy. En lugar de eso, voy hasta la
sección sobre el río, donde unas pequeñas rejillas dejan pasar el agua por la parte inferior del muro.
Encuentro a un grupo de soldados apiñados y hablando entre ellos, en voz baja y frenética.

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Se detienen en cuanto me ven en su camino, se miran unos a otros mientras se enderezan y se
inclinan ante mí. Se miran unos a otros nerviosos, con la tensión en el aire, y mis puños se cierran
a los lados.
Hablo entre dientes.
— ¿Qué está pasando aquí?
Uno de ellos es empujado al frente por los demás y, después de lanzar una mirada sucia por
encima de su hombro, se encara conmigo, con las palabras saliendo de su boca en un revoltijo.
— Intentábamos decidir cómo venir a decírselo, su Alteza. Intentamos detenerlo, nunca pen-
samos que esto pudiera pasar.
Frunzo el ceño y doy un paso adelante.
— Habla claro.
Hace un gesto hacia un lado de la pared y yo miro hacia abajo. Lo único que veo es más de
la misma muerte y decadencia.
Cuando vuelvo a mirar hacia arriba, murmura.
— Las flores fae han desaparecido. Siempre había una parcela, todos los años, pero este año sólo
han florecido dos. Y de la noche a la mañana... han muerto. Ya no queda ninguna, incluso impedimos
que los lugareños vinieran a recogerlas para sus tinturas curativas con la esperanza de que sobrevi-
vieran, pero nos despertamos esta mañana y descubrimos que las dos últimos habían desaparecido.
La última de las flores fae.
Otras palabras resuenan en mi mente, repitiéndose y confundiéndose como una especie de
presagio de muerte, hasta que me veo obligada a enfrentarme a su posibilidad. La probabilidad de
ellas, si yo no acepto mi destino.
El tiempo de los altos fae ha terminado.
No tengo otra opción más que casarme con la bruja. Que las Parcas tenga misericordia en mi
alma y mi reino, pero voy a tener que hacerlo.

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Capítulo Siete

Traducido por Kasis

UNO-AL-LADO-DEL-OTRO, CAS Y ZEV SALIERON DEL PORTAL QUE EL ESPÍRITU DEL AIRE
había creado para ellos.
Después del calor antinatural de Oakhaven, el aire gélido del reino caído de Sadira parecía
incluso más brutal que de costumbre.
Habían solicitado un portal que se abriera a un tramo aislado del bosque al norte de la ciudad
capital de Kosrith, y Caden lo había atravesado antes que ellos, explorando el camino y asegurán-
dose de que no hubiera emboscadas u otras sorpresas peligrosas esperándolos. Ahora estaba en
la cima de una colina distante, esperando su llegada. Cuando los vio, indicó que estaba despejado
para avanzar.
Temblando, Cas miró hacia atrás por última vez al espíritu menor, que se quedó en el borde de
su portal creado. Ella era una pequeña criatura con piel lechosa y alas iridiscentes. No había dicho
una palabra mientras cumplía con su deber, y no dijo nada ahora. Sus grandes ojos se encontraron
con los de Cas. Parpadeó.
—Gracias, —exclamó Cas.
El espíritu inclinó la cabeza. Y luego se fue, convirtiéndose en humo antes de convertirse en
nada junto con el portal que había hecho.
—¿Lista? —preguntó Zev, dándole a Cas un pequeño empujón.
Cas asintió. No estaba ansiosa por regresar a las guerras que la esperaban en este lugar,
pero ella estaba ansiosa por ver a sus amigos y aliados, y por estar de vuelta en el aire familiar del
mundo mortal.
El camino de regreso a la ciudad, y al antiguo templo convertido en base de guerra donde es-
peraban encontrar a esos aliados, no era corto. Pero el tiempo en el reino de la Diosa de la Sanación
había sido rejuvenecedor; Cas sintió como si estuviera de vuelta con toda su fuerza por primera
vez en semanas, al igual que Zev, así que avanzaron a buen ritmo. La cara desmoronada del viejo
templo estuvo a la vista en media hora, justo cuando el sol se elevaba sobre las colinas distantes y
comenzaba a calentar la penumbra gris de la mañana.
Una vez que estuvieron a salvo dentro del patio de ese templo, Caden se fue para atender otras
cosas dentro de la ciudad. No dio más detalles sobre esas cosas. Cas sospechaba que simplemente
quería un poco de libertad, para escapar de sus deberes de protección ahora que su pupila estaba
relativamente segura. Pero quizás esa no era la única razón; él le había dicho que todavía no sentía
la presencia de Elander.
¿Qué pasaba por su cabeza, ahora que estaba de vuelta entre los mortales y sin el resto de su
corte divina?
Ella le agradeció su ayuda y lo vio irse preguntándose dónde podría terminar, y si se mo-
lestaría en regresar, hasta que Zev ansiosamente le agarró la mano y tiró de ella hacia el templo.
Los guardias de la puerta principal la reconocieron después de mirarla un momento. Con
respetuosos asentimientos, ella y Zev entraron, y habían comenzado a caminar por un largo pasillo
cuando se escuchó un chillido repentino. Cas lo reconoció de inmediato. Dio un paso atrás, miró
hacia la habitación por la que acababa de pasar y su corazón se hinchó tan rápido que pensó que
se le saldría del pecho.
Nessa.
La joven mujer Plumífera estaba en el pasillo, al siguiente instante, arrojándose sobre Cas y
golpeándola de espaldas contra la pared.
Rhea no estaba muy lejos detrás de ella. Silverfoot estaba envuelto en su lugar habitual sobre
su hombro, sus ojos verdes brillaban con magia mientras barrían la escena y se la transmitían a
su maestro.
Rhea fue por su hermano en lugar de Cas. Después de un abrazo rápido y aplastante, se hizó
hacia atrás y agarró bruscamente la cara de Zev. El zorro en su hombro se inclinó hacia adelante,
sus ojos se entrecerraron, luciendo tan severo como una criatura pequeña y voladora podría parecer.
—Escuché que estabas siendo imprudente en el campo de batalla, —espetó Rhea, apretando
su agarre mientras le daba a su hermano una pequeña y furiosa sacudida.
Cas se encontró a sí misma luchando contra la risa ante la mirada castigada en el rostro de Zev.
—Y que casi te matan tratando de ser un héroe, —continuó Rhea, antes de que Zev pudiera
responder—. ¿Qué te dije antes de separarnos en Rykarra? ¿No te dije que no hicieras nada preci-
pitado? Idiota...
—¿También escuchaste que, debido a mis acciones precipitadas, estoy terriblemente herido?
—preguntó Zev—. Porque lo estoy. Así que deja de sacudirme así, mujer loca.
—Él no está terriblemente herido, —intervino Cas, todavía abrazando a Nessa—. Resulta que
la Diosa de la Sanación es muy buena en lo que hace.
—Todavía me duele, —insistió Zev—. Un dolor terrible, terrible. No escuches a Cas. Es una
sádica que disfruta de mi sufrimiento.

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Rea respiró hondo. Dejo caer una mano del rostro de su hermano. Rasguñó la barbilla de
Silverfoot. Se recogió a sí misma.
—Mucho dolor, —afirmó Zev.
Su hermana dio un paso atrás y se giró hacia Cas. —Bueno, algún día ese dolor te será útil,
estoy segura, —murmuró mientras se iba.
—Sí, pero ese día no es hoy, —aseveró Zev, frotándose el lugar donde los dedos de su hermana
lo habían apretado con tanta fuerza.
Nessa sonrió y finalmente soltó a Cas para que Rhea pudiera abrazarla.
—Llegamos esta mañana desde Sundolia, —aclaró Rhea a Cas—. Y Soryn nos dijo que habías
sobrevivido a la batalla con Varen solo para desaparecer sin dejar rastro. Hemos estado ansiosa-
mente tratando de averiguar a dónde diablos habías ido desde entonces. Laurent mencionó que
Elander llevó a Zev a Oakhaven…
Cas comenzó a explicar sus caóticos viajes de los últimos días, pero antes de que pudiera
encontrar las palabras para hacerlo, la propia Soryn dobló la esquina delante de ellos. La reina
exiliada estaba flanqueada de un lado por Laurent y por Sade, el emisario del Alto Rey y la Reina
del imperio del sur, por el otro.
Soryn exhaló un suspiro lento y aliviado cuando vio a Cas y Zev. —Nos tenían preocupados,
—exclamó, extendiendo una mano mientras se acercaba.
—No hay necesidad de preocuparse, —respondió Zev, tomándola. Luego le ofreció la mano
a Sade, pero la mujer sundoliana se limitó a asentir simplemente a modo de saludo, manteniendo
los brazos cruzados sobre su pecho.
—Te las arreglaste para no morir, —señalo—. Bien hecho.
—Soy un profesional en no morir, —informó Zev con una sonrisa—, casi imposible de matar.
—Muy parecido a una cucaracha, —intervino Nessa, sonriendo de nuevo—. De muchas maneras,
en realidad.
Zev le lanzó una mirada enfadada, mientras Sade reflejaba su sonrisa, su expresión normal-
mente gélida se derritió brevemente.
Laurent envolvió a Cas con un rápido apretón con un solo brazo. —¿Entonces, estás bien?
Ella asintió. Pero cuando la dejó ir, Cas inspeccionó la habitación, y la euforia que se había
inflado en su corazón comenzó a desinflarse lentamente.
Ella siguió sonriendo, siguió enfocándose en los rostros de sus amigos. Zev y Nessa bromean-
do entre ellos. Rhea suspirando y sacudiendo la cabeza hacia los dos. Laurent volvió a caer en una
conversación tranquila y seria con Soryn y Sade. Todo el mundo estaba de vuelta en un solo lugar.
Todos estaban a salvo...
Casi todos.
Caden le había dicho que Elander no estaría aquí. Pero todavía tenía la esperanza, por algún
milagro, que lo encontrarlo aquí esperándola. No se dio cuenta de lo desesperadamente que había
estado esperando hasta ahora, cuando se dio cuenta de que no se había hecho realidad.
—¿Casia?
Se giró al escuchar la voz de Soryn y se encontró con que la reina la observaba con una ex-
presión sombría.

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—El resto de nuestra puesta al día tendrá que esperar, —anunció Soryn.
—¿Por qué es eso?
—Porque llegaste justo a tiempo para otra reunión. Una que no será tan feliz como esta, me
temo... Varen está cerca. Está esperando en el puerto, en la casa del viejo capitán de muelle. Quiere
una audiencia contigo.
—¿Y le dijiste que se fuera a la mierda cuando lo pidió? —preguntó Zev.
—Lo habría hecho, —aclaró Soryn con gravedad—, si él y sus soldados no estuvieran rete-
niendo varias docenas de nuestros soldados como rehenes.
El corazón de Cas terminó de desinflarse; se sentía como si se hubiera hundido y creado un
pozo cavernoso en el fondo de su estómago.
—Resulta que los recogieron después de la batalla en los acantilados, —aseveró Soryn—. Hemos
estado inventando excusas y buscando formas de entretenerlo mientras esperábamos tu regreso,
pero su paciencia se agota. Y sospechamos que pronto comenzará a descargar su impaciencia con
estos rehenes... si no lo ha hecho ya.
Cas asintió, entendiendo lo que tenía que hacer, aunque desesperadamente no quería hacerlo.
—Lo veré una vez que me haya cambiado y recogido mi espada, —confirmó ella—. ¿Supongo
que mis cosas todavía están en la habitación en la que me estaba quedando antes?
—Sí, —ratificó Soryn.
—Seguramente podríamos pensar en algún otro plan, ¿no? —preguntó Rhea, su voz suave
por la preocupación—. ¿Algo que no implique enviar a Cas directamente a las fauces del enemigo?
Murmullos de acuerdo y discusiones comenzaron entre el resto del grupo, pero Cas no res-
pondió; ella ya se estaba dirigido a su habitación, moviéndose con pasos lentos pero decididos,
mientras las palabras de la Diosa del Roble flotaban en su mente...
¿Qué harás con las cosas que te han sido dadas, tanto las buenas como las malas? ¿Qué huella piensas
dejar?

POCO TIEMPO DESPUÉS, Laurent y Nessa acompañaron a Cas en su camino hacia la orilla del mar.
Un pequeño ejército de soldados sadiranos también los seguía de cerca, por si acaso. Rhea se
había quedado atrás en su base, e insistió en que Zev se quedara y descansara más también. Había
sido lo suficientemente inteligente como para no discutir con ella por una vez.
El aire se había calentado considerablemente a medida que avanzaba el día, y se había vuelto
húmedo con la promesa de lluvia. El cielo se oscurecía, los vientos cambiaban. Las olas rodaban,
golpeando con temperamentos cada vez más violentos contra la orilla.
Los recuerdos de la batalla que se había librado recientemente en esta costa chocaron con la
misma violencia en la cabeza de Cas, tratando de irrumpir en sus pensamientos. Siguió vislum-
brando rocas y maderas flotantes manchadas con lo que pensó que podría han sido sangre. Había
tantos cuerpos esparcidos por esta playa, tanta sangre derramada... demasiada incluso para que el
mar y las frecuentes tormentas de Sadira pudieran lavarla.
Intentó, una vez más, concentrarse solo en la batalla que se avecinaba justo delante de ella.

62
No fue difícil encontrar el lugar donde Varen se había instalado; docenas de sus soldados se
alinearon en una rampa de madera desvencijada que conducía a un edificio destartalado que do-
minaba el extenso Puerto de Kosrith.
Al igual que el templo que servía como base de Soryn, este edificio parecía haber sido gran-
dioso en algún momento, cuando este puerto era el más activo del Imperio Kethran, y el jefe de
muelle había supervisado un intercambio masivo de bienes entre Kethra y Sundolia. Pero hace
décadas, el comercio con ese imperio del sur se detuvo como resultado de las sanciones impuestas
por los gobernantes cada vez más anti mágicos de Kethra. Cualquier cosa importada de Sundolia
se consideraba peligrosa, contaminada por el aire empapado de magia del sur y, por lo tanto, tenía
que ser altamente regulada.
Como Sadira demostró ser un bastión rebelde, donde la magia seguía siendo respetada, no
temida, el comercio se había recuperado lentamente una vez más. Pero hasta el día de hoy no estaba
ni cerca del bullicioso puerto que alguna vez había sido, y gran parte de la infraestructura se había
deteriorado. La mayoría de los edificios estaban tapiados. El muelle que se extendía a su derecha se
había reducido a pedazos irregulares de madera blanqueada por el sol, como los restos esqueléticos
de una bestia muerta hace mucho tiempo.
Su hermano estaba de pie junto a la casa del capitán del muelle, contemplando el mar picado.
Cuando ella se acercó, él se giró tranquilamente hacia ella. Sus miradas se encontraron. Él sonrió.
Cas desaceleró hasta detenerse.
Nessa la agarró del brazo. —¿Estás segura acerca de esto?
—Estaré bien, —respondió Cas, liberándose—. Él no me asusta.
En su mayoría estaba tratando de tranquilizar a Nessa, pero estaba sorprendida de lo ciertas
que sonaban sus palabras. Quizás era la maldición del Dios Torre sobre su piel, cualquier zarcillo
de su poder se había filtrado de sus garras cuando la golpeó, pero ella se sentía... enojada. Lleno de
una furia oscura y poderosa que le daba una confianza terrible.
Una de las demandas de Varen había sido que ella hablara con él a solas.
Eso debería haberla asustado.
No lo hizo
No tenía miedo de pelear con su hermano, si se llegaba a eso. Porque parte de ella, se dio cuenta
de repente, estaba esperando por esa pelea.
—Estaremos cerca, —señalo Laurent. Era tanto una amenaza como un consuelo; sus ojos
estaban en Varen mientras lo decía, y su voz era lo suficientemente alta como para llegar hasta el
rey-emperador, incluso por encima del ruido del viento y el oleaje.
Varen se dio la vuelta y entró en la casa.
Cas lo siguió sin mirar atrás.
Estaba oscuro adentro; las ventanas estaban cerradas, y el único rayo de luz tormentosa venía
de la puerta principal que Cas dejó parcialmente abierta.
Se adentró más en la casa, hasta que llegó a un rincón poco profundo que parecía haber servido
como cocina en algún momento.

63
Varen estaba en esta habitación, detrás de una vieja mesa de madera que tenía todo tipo de
palabras e imágenes crudas talladas en ella, por trabajadores portuarios aburridos, supuso. En lugar
de abrir las ventanas, Varen estaba ocupado ajustando la luz de una linterna en el centro de esa mesa.
Cas caminó hacia él. Tiró de una de las sillas de la mesa y se hundió en ella, poniéndose cómo-
da, negándose a dejar que la oscuridad o el silencio la molestaran mientras miraba a su hermano.
—Por fin, nos encontramos de nuevo, —anunció Varen. Él finalmente levantó la mirada hacia
ella—. Parece que ha pasado toda una vida desde nuestra última conversación, ¿no?
—Y, sin embargo, en otros aspectos, parece que no ha sido lo suficientemente largo.
Él volvió a ajustar la luz de la linterna.
—¿Qué quieres, Varen?
—Hablar. ¿No es eso lo que querías antes?
—Sí. Antes es la palabra más importante allí. Antes de que atacaras este reino.
Antes de que Zev casi muriera. Antes de que un dios superior enojado me maldijera. Antes de perder a
Elander...
Ese deseo que sentía de pelear con Varen casi la abrumaba. Su mano temblaba por el esfuerzo
de no alcanzar su espada. Ella agarró el brazo de la silla. Estrechamente.
La mirada de Varen se desvió hacia su mano apretada. Le pareció ver que las comisuras de
su boca se levantaban un poco. Se esforzó más por relajar la mano.
—Pero ahora estamos en el después, —ella continuó—. Y me temo que hoy no me siento muy
conversadora.
—Ya veo. Entonces sólo escucha, ¿quizás?
Ella frunció el ceño.
Él continuó de todos modos, —Quería hablar, porque esa magia que usaste contra mí durante
nuestra última pequeña pelea... Me pareció muy curiosa.
Esa magia…
Se refiere a su magia tipo Tormenta. Ella la había usado contra él durante la última batalla, y
al hacerlo finalmente logró romper el escudo de poder divino que lo protegía. Un escudo que ella
misma le había puesto sin darse cuenta cuando eran niños.
Casi se le había olvidado, en medio de todas las demás distracciones. Pero ahora que él lo
mencionaba, ella inhaló profundamente y se concentró, tratando de sentir cualquier rastro de ese
escudo que quedaba.
No había nada allí.
Ella contuvo una sonrisa de suficiencia.
—Y no soy el único al que le resultó curioso, —afirmó—. Muchas de mis fuentes y asesores más
confiables han estado tratando de entenderte durante semanas. Me dicen que has estado experi-
mentando con magia diferente a todo lo que han visto en este imperio. U otros imperios, para el caso.
Ella tomo un poco de tierra debajo de una de sus uñas, escuchar.
—Supongo que debería haber esperado que traspasaras los límites de la magia, dada la com-
pañía que tienes.
Ella levantó los ojos hacia él, pero aún no dijo nada.

64
—Hablando de una compañía vergonzosa, ¿dónde está ese pícaro compañero tuyo, de todos
modos? ¿Mi antiguo capitán?
El recuerdo de su pérdida le produjo un dolor en su vientre y fuego en su sangre, y aunque lo
intentó, no pudo contener la lengua por más tiempo. —¿Por qué te importa? ¿Estás pensando en cam-
biar de bando ahora que has visto lo que yo, y mi compañero pícaro, podemos hacer? Reconsiderando
mi oferta de trabajar conmigo en lugar de contra mí, ¿verdad?
Él parecía estar dándole vueltas a la pregunta en su mente. Y luego, para su sorpresa, dijo,
—¿Y si es así?
De alguna manera se las arregló para mantener su expresión en blanco y su respuesta plana.
—Bueno, me que temo esa oferta ahora está nula.
—Lástima. Porque tienes razón; creo que podría haber subestimado tu magia. No estor por
encima de admitir que cometí un error.
Una repentina comprensión golpeó a Cas. —Lo sabes, ¿no?
Su sonrisa se volvió tensa y delgada.
—Sabes lo que es ese antiguo capitán tuyo.
—Tengo espías por todas partes, querida. no hay mucho que yo no sepa, y no hay nada que
no pueda averiguar. Así que sí, tengo razón para creer que el Capitán Elander no era tan humano
como parecía durante su tiempo en mi palacio. Y, como dije antes, ahora sé que ustedes son aún
más extraños de lo que parecían al principio también.
Se le revolvió el estómago al pensar en cuantas veces sus espías podrían haber estado cerca
de ella y sus amigos sin que ella se diera cuenta.
—Y has estado buscando más seres divinos, ¿no? Me dijeron que cruzaste el desierto de Cobos,
hace apenas unas semanas, en busca de uno. —La voz de Varen se apagó hacia el final, como si no
creyera del todo esta información en particular.
Era una rara muestra de incertidumbre de su parte, y Cas no pudo evitar burlarse de ello.
—¿Qué fue lo que dijiste la última vez que nos vimos de esta manera? —preguntó—. ¿Qué los dioses
no te asustan, creo? Entonces, ¿por qué te importa si he visitado alguno de sus refugios del lado
de los mortales?
—Nunca dije que estaba asustado. —Dio un paso alejándose de la mesa, alejándose de la luz
de la linterna. Con el rostro medio oculto por las sombras, continuó, —Solo curiosidad, como dije.
Quiero saber con precisión en qué te has estado enredando y qué magia posees realmente.
—Para que tú puedas obtener los detalles correctos en mi orden de ejecución, ¿supongo?
Casualmente desliza sus manos en los bolsillos de su abrigo. El borde dorado de este abrigo
brillaba, y se ajustaba perfectamente a su figura delgada, en perfectas condiciones, sin manchas,
sin arrugas. Incluso aquí, en este edificio en ruinas, entre los fantasmas del antiguamente animado
puerto y las sombras de su batalla anterior, parecía como si se estuviera preparando para ofrecer
una elegante cena en su palacio.
—Si abrazar esa magia es el camino para poner fin a esta tonta enemistad entre nosotros an-
tes de que se produzca un daño irreversible, —aclaró mientras miraba al techo—, entonces estaba
pensando que tal vez podríamos negociar un trato.

65
Cas cruzó los brazos sobre su pecho y se hundió más en su silla. —Lo dice el pequeño rey que,
hace solo unas semanas, afirmó que quería erradicar a los que llevaban cualquier especie de magia.
—Hace semanas te dije que anhelaba la paz por encima de todo. ¿Pero tal vez no estabas
escuchando esa parte?
—Estaba escuchando. Simplemente asumí que era una mentira, considerando que la mayoría
de lo que dices es una mentira.
—En ese momento, —continuó, como si ella no hubiera hablada—, nuestra paz parecía estar
amenazada por tu magia fuera de control. Mi gente te temía a ti y a esa magia, así que reaccioné
rápidamente para demostrar que podía mantenerlos a salvo. Pero ahora parece que has logrado
controlarla, nuestra última batalla lo demostró bastante bien. El polvo se ha asentado, por lo que
tiene más sentido preguntar: ¿Cómo hacemos las paces entre nosotros?
—No te interesa la paz. Te interesa el poder. No soy idiota, Varen. Sientes el cambio de poder
y quieres estar del lado ganador. No eres más que una rata atrapada en una inundación, luchando
en busca de un terreno más alto.
—Que palabras tan desagradables, —espetó.
Ella no respondió.
—¿Y si me interesa el poder? —Se acercó a su lado de la mesa, con las manos todavía en los
bolsillos—. ¿Sabes lo que he tenido que soportar desde que murieron nuestros padres? Durante
casi toda mi vida, la gente ha estado tratando de arrebatarme mi poder, al pequeño niño rey quien
fue arrojado al trono demasiado pronto. Llámame rata si quieres, pero esas criaturas son expertas
en sobrevivir en las condiciones más horribles, sabes.
—Comenzaré una petición para cambiar el escudo de la familia de un tigre a una rata, en-
tonces, ¿de acuerdo?
Él sonrió de esa manera fría e inquietante suya. —Más maldad. ¿Qué te pasa, hermana? —Su
mirada bajó lentamente a su rostro, y luego se estrechó en su mejilla. En la marca del Dios Torre.
Debería haber usado el ungüento que la Diosa del Roble le había dado para hacerla desapa-
recer. Pero había dudado en hacerlo, porque no quería ocultar esa marca de sus amigos. Su plan
había sido decirles, y mostrarles, la mayor cantidad de verdad posible, y tal vez entonces podría
haberla ocultado...
Ella no había contado con ser arrojada de inmediato a este encuentro con su hermano.
Se mantuvo perfectamente quieta mientras él se inclinaba contra la mesa, reflejando sus
brazos cruzados e inclinando la cabeza.
—¿Qué es esa cosa fea en tu cara? —preguntó.
—Nada de tu incumbencia.
—Eso se ve preocupante, —señaló, alcanzándola.
Su piel se erizó, y su agarre se cerró alrededor del mango de uno de los cuchillos asegurados
a su cinturón. —A menos que quieras perder tu mano, te sugiero que no me toques.
Una lenta sonrisa se estiró en su rostro, pero volvió a cerrar los dedos en un puño y dejó la
marca en paz. —Oh, cómo me gustaría que las cosas fueran diferentes, —gimió, caminando hacia
una de las ventanas cerradas, abriendo el pestillo y entrecerrando los ojos a la luz del día gris
mientras la abría—. Ojalá pudiéramos ayudarnos los unos a otros.

66
—Puedes ayudarme liberando a los soldados sadiranos que tomaste cautivos.
—Hecho.
—Mentiroso, —gruñó Cas.
Volvió su mirada hacia ella una vez más, y la mantuvo allí mientras llamaba a gritos a uno
de sus guardias.
Un hombre de ojos oscuros y rostro curtido por la batalla entró en la habitación un momento después.
—Libera a nuestros cautivos, —ordenó Varen, sin dejar de mirar a Cas—. Y da la orden de iniciar
los preparativos para viaje. Saldremos al amparo de la noche y nos dirigiremos a Ciridan a toda
prisa; he estado lejos de mi trono el tiempo suficiente, creo.
El guardia vaciló. —¿Todos nuestros cautivos, señor?
—Sí. Porque Lady Valori y yo hemos llegado a un entendimiento, —aclaró.
Excepto que ellos no lo habían hecho.
Más de sus juegos mentales, por supuesto. Pero mantuvo los labios apretados con fuerza, y
se quedó en su asiento y se mantuvo perfectamente quieta. Si eso significaba que esos cautivos
serían liberados de manera segura, entonces podría fingir que ella y Varen se entendían entre sí
por el momento.
El guardia vaciló un momento más, pero luego inclinó la cabeza y se fue.
Varen esperó hasta que el sonido de los pasos del guardia se desvaneció antes de continuar.
—La magia en este imperio se está volviendo más inquieta. A pesar de los esfuerzos de mi padre
y míos para erradicarla, se vuelve cada vez más peligrosa. —Hizo una pausa y masajeó el espacio
entre sus ojos—. Puedes pensar que soy un monstruo, Valori...
—Casia.
Él arqueó una ceja.
—Mi nombre no es Valori de Solasen, y nunca lo será.
Una extraña expresión cruzó su rostro. Un instante estaba ahí, al siguiente desapareció. Podría
haber pasado por tristeza, casi, como si le acabaran de decir que un pariente lejano había muerto.
No era más que un acto. Pero era convincente, tenía que admitirlo.
—Por supuesto, —acepto, colocando una mano sobre su pecho y bajando la cabeza—. Mi error.
—Pero tenías razón sobre la otra parte, —murmuró Cas—. Yo te considero un monstruo a ti.
Cuando volvió a levantar la cabeza, sus ojos brillaban con tanta ambición, tanta hambre, que
hizo que todo su cuerpo se tensara.
—A veces se necesita una persona monstruosa para derrotar cosas monstruosas, —señaló—. E
independientemente de lo que puedas creer, estamos a merced de dioses monstruosos. —Se acercó
más a ella, y su voz se hizo más tranquila, como si ella fuera la única persona en el mundo a la que
podía dirigir sus siguientes palabras—, Solo quiero proteger a nuestro mundo. Y quiero tu ayuda
para hacerlo. Es lo único que he querido siempre. Pero tuviste que ir y complicar las cosas, ¿no?
Dioses monstruosos.
Las palabras la rodearon como una jaula de la que no podía escapar.
No sabía el alcance total de los planes del Dios Torre, o lo que podrían hacer sus sirvientes.
Ella solo sabía que él quería vengarse de los gobernantes que no habían cumplido con su parte

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del trato alcanzado, y de los humanos que habían estado abandonando la magia divina durante
demasiado tiempo. ¿Y qué fue lo que dijo la Diosa de la Luna?
Los bandos estaban siendo elegidos.
Y algunos de sus compañeros dioses estaban tomando decisiones desafortunadas.
Monstruoso opciones, tal vez.
Varen caminó hacia atrás y se acomodó en la silla frente a ella. Él lo estudió en silencio du-
rante un largo momento, un tobillo apoyado en la rodilla opuesta, el codo en el reposabrazos, la
cara apoyada casualmente en su puño. —Has tenido encuentros íntimos con lo divino, —agrego
finalmente—. Eso ya no es un secreto. Así que hazle un favor a tu imperio y dime lo que sabes.
Hace poco tiempo, Cas lo habría hecho.
Ella le habría explicado sus miedos, le habría tendido la mano y habría esperado que él se
la devolviera. Se habría atrevido a esperar que pudieran trabajar juntos en lugar de uno contra el
otro. Incluso ahora, no estaba segura de cómo podría pelear una guerra contra su hermano y los
dioses. Era tentador creer que podrían unirse contra esos dioses; era la única forma en que podían
tener una oportunidad, ¿no?
Pero ella no se atrevía a creer en la posibilidad de esa asociación.
Ya no.
Las últimas semanas la habían cambiado. El miedo había torcido su corazón en una forma
irreconocible. El dolor lo había endurecido. La confianza que alguna vez le había resultado tan fácil
finalmente se estaba desvaneciendo, convirtiéndose en un recuerdo distante que no estaba segura
de querer recordar. Se había aferrado a ella todo el tiempo que pudo.
Ahora, las cosas eran diferentes.
Y la furia que la había traído a este edificio aún resonaba entre sus huesos. Ya fuera por la
maldición del Dios Oscuro, o por su dolor, o una combinación de ambas, la estaba carcomiendo,
vaciando sus lugares que alguna vez fueron suaves como la piedra erosionada por el viento.
Ese viento frío la puso de pie. Apoyando sus brazos contra la mesa. Se inclinó sobre él. Miró
a su hermano directamente a los ojos y dijo en voz baja, —¿Quieres saber lo que yo sé?
Abrió la boca, pero ella continuó antes de que pudiera responder...
—Sé que eres un tirano. Y un tonto Que tu alma es negra e irreparable. Sé que tienes miedo
de mí y de mi magia, y deberías tener miedo, porque he caminado entre dioses y diosas y he vivi-
do, y ya he obtenido un poder con el que tú sólo podías soñar, y tengo la intención de obtener más
poder. Entonces, dejar este lugar es precisamente lo que debes hacer. Regresa corriendo a tu trono
y siéntate allí en silencio. Fuera de mi camino. Tengo otras cosas de las que ocuparme, y no quiero
tu corona. Pero además yo sé que has usado esta corona para hacer mucho más daño que bien, y
si no dejas de hacer daño, tendré como prioridad regresar a Ciridan y arrancarla yo misma de tu
cabeza. Y entonces será tu propia sangre la que mancha el suelo de tu reino por una vez.
El viento se levantó afuera, levantando las tablas sueltas del edificio y golpeándolas.
Varen la miró fijamente, su rostro inquietantemente desprovisto de emoción.
—¿Hay algo más que te gustaría saber mientras estoy aquí? —preguntó Cas.
Un aullido del viento particularmente fuerte sacudió las paredes, y la mirada de Varen se

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deslizó momentáneamente hacia la ventana antes de volver a ella. —No. Creo que eso será sufi-
ciente por el momento.
—Bien. —Se apartó de la mesa y se enderezó en toda su altura—. Esta reunión ha terminado.
Con eso, se giró y camino hacia la puerta. Su corazón retumbaba. Puso una mano en el pomo
de su espada y la apretó con cada paso, tratando de mantenerse firme y lo suficientemente calmada
para que sus movimientos parecieran suaves y seguros.
—Adiós, Casia.
El tono oscuro de su voz envió un escalofrío por su espalda. Ella no debería haberse dado la
vuelta, pero lo hizo, solo una última mirada rápida.
Él le estaba sonriendo de nuevo.
—Hablemos pronto de nuevo, mi querida hermana, —dijo.
Ella siguió caminando.

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Capítulo Ocho

Traducido por Kasis

HORAS DESPUÉS, CAS ESTABA SENTADA CON SUS AMIGOS EN EL PATIO DE la base de su
templo, tratando de decidir qué hacer a continuación.
Varen había mantenido su palabra. Todos los que había tomado cautivos habían sido liberados. La
mayoría estaban intactos, aunque dos de ellos habían sufrido heridas, torturados por la impaciencia Varen.,
como temía Soryn.
Uno de estos dos estaba siendo atendido en una habitación que Cas y su grupo podía ver desde la mesa
en la que se habían reunido. Cas estaba haciendo un esfuerzo concentrado para no mirar hacia esa habitación.
Tenía miedo de ver un paño negro colocado sobre la ventana, una costumbre compartida por los reinos de
Sadira y Melech cuando se trataba de los difuntos.
Pero incluso mientras trataba de no ver lo que estaba pasando en esa habitación, habría jurado que
todavía podía sentir eso. Y lo que sintió era una energía que se desvanecía, un aleteo como un segundo latido
en su pecho que se estaba debilitando más y más.
Así que no se sorprendió cuando Soryn regresó de revisar a ese soldado herido con una mirada sombría
y exhausta en su rostro normalmente alerta.
La joven reina se pasó los dedos por el cabello oscuro. Sus extraños ojos de color verde azulado pare-
cían apagados, las arrugas debajo de ellos más pronunciado.
—¿Como está ella? — preguntó Nessa en voz baja.
—No... se ve bien.
Mientras Soryn continuaba explicando el mal estado de la mujer, Cas volvió a sentirla: una masa de
energía se le escapaba, latido a latido.
Podía sentir a la mujer muriendo.
Estaba casi segura de ello. Estaba sintiendo la mano de la muerte que se acercaba, tal como
había sentido que el Dios del Fuego se acercaba a Moonhaven. Ya se estaba conectando con esas
cosas debido a la marca del Dios Oscuro sobre ella, no podía pensar en otra explicación.
Y eso la aterrorizaba.
Su mano entumecida alcanzó esa marca. Les había contado a todos los presentes sobre su en-
cuentro con el Dios Torre, el motivo de esa marca y gran parte de las consecuencias, o una versión
resumida, al menos. La única parte que había omitido por completo era lo que esa maldición podría
hacerle en última instancia si no se eliminaba.
No les había contado sobre la siniestra predicción de la Diosa del Roble, porque no iba a dejar
que se hiciera realidad. Ella no iba a ascender a ninguna corte divina que sirviera al Dios Torre. Iba
a encontrar una manera de borrar esa marca, y eso era lo único que importaba al respecto.
—Así que tenemos varios problemas, —comenzó Soryn con cansancio. Ella los contó con los
dedos mientras continuaba—: Un rey-emperador impredecible. Dioses entrometidos. Una maldición
sobre Casia con la que hay que lidiar. Y la pregunta, creo, es ¿por dónde empezar?
Todos los presentes parecían estar reflexionando sobre esta pregunta por sí mismos, hasta que
Laurent rompió el silencio preguntando, —¿Varen realmente se está retirando esta vez?
—Según mis exploradores, sí, —dijo Soryn.
—Entonces Casia regresa, y de repente comienza a ceder a nuestras demandas, liberando prisioneros…
—Y luego regresa a Ciridan con el rabo entre las piernas, —añadió Zev con un resoplido.
—Y si estaba diciendo la verdad sobre querer negociar, —señaló Rhea—, parece que tiene
miedo de la magia que posee Cas.
Cas negó. Ella no había visto nada parecido al miedo en los ojos de su hermano. —Cambiar de
táctica no convierte a una persona en cobarde.
—El hecho de que haya mostrado voluntad de cambiar sus planes, ya sea por miedo o por
otro motivo, en realidad es más preocupante que cualquier otra cosa, —acusó Soryn—. No podemos
subestimarlo ni a los extremos a los que está dispuesto a llegar por mantener su poder e influencia
intactas. Tal vez no tenga una brújula moral, pero no es un tonto imprudente.
—Lo cual es una pena, —agregó Sade—, porque los tontos imprudentes son mucho más fáciles
de combatir.
—De acuerdo, —cedió Soryn, frunciendo el ceño.
—¿Hay alguna posibilidad de que estuviera diciendo la verdad cuando dijo que negociaría?
—preguntó Nessa, con un débil y obstinado indicio de esperanza en su tono—. Quizás si supiera
más sobre los dioses con los que nos hemos encontrado y la inestabilidad entre las cortes divinas...
¿tal vez entendería la necesidad de unirnos para mantener nuestro mundo seguro?
—Él podría, —aceptó Cas—. Al menos hasta que el poder se desplace hacia él. Y luego pon-
dría una daga en la espalda de cualquiera que ya no considerara útil para él. —Nessa comenzó a
objetar, pero Cas continuó—, No se puede confiar en él. Yo no confió en él. No negociaré con él. He
terminado de tratar de trabajar con él.

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La decepción nubló los ojos de Nessa. Y Cas sospechó que no era simplemente por la respuesta
que había dado, sino por el tono áspero y desesperanzado de su voz, porque ella había sido una vez
la otra optimista en su grupo, junto con Nessa.
Pero ahora se sentía como una tonta por haber creído que podría reunirse con su hermano.
Cada vez que pensaba en esos momentos en los que había tratado de acercarse a él, esa ira nueva y
oscura dentro de ella asomaba la cabeza y amenazaba con tragarla por completo.
Apretó los brazos contra sí misma, acurrucándose contra esa ira, y evitó la mirada de Nessa
con el mismo ardor con el que evitaba mirar la ventana de la mujer moribunda.
—Creo que la evaluación de Casia es correcta, —señaló Soryn—. El tiempo de las negociaciones
se ha ido. Y aunque se ha retirado por ahora, no esperaría que la paz dure.
—Estuve hablando antes con uno de nuestros generales, —agregó Sade—, y me informó que
se están formando campamentos a lo largo del río Fellbridge al norte de nosotros. Al parecer, los
secuaces de Varen se han infiltrado en Ethswen, y están demasiado cerca de la frontera norte de
Sadira. Tratando de inmovilizarnos, sería mi suposición.
—¿Son los líderes de Ethswen aliados tuyos en estos días? — preguntó Rea—. ¿Mantendrán
la frontera norte para ti?
—Ethswen tiene dos reinas, Caelia e Izora, como probablemente sepas, —respondió Soryn,
después de una breve vacilación—. He visto a Caelia varias veces; ella y mi madre eran amigas ínti-
mas cuando eran niñas. Pero usar el término aliadas ahora sería muy... generoso. Dudo que se alíen
con Varen, pero tampoco contaría con que nos ayuden. Hemos tratado de asegurar su apoyo en el
pasado sin mucha suerte. Y las llanuras entre el río Fellbridge y nuestra frontera son esencialmente
tierra de nadie; las reinas no se esforzarán por asegurar esta área. Sobre todo, porque tienen otras
batallas, batallas internas, con las que también están lidiando actualmente.
—Ellas están enredados en conflictos con los elfos de Moreth y Mistwilde, ¿no? —preguntó
Cas. El Alto Rey de Sundolia había mencionado algo sobre el asunto durante su reciente estancia
en su palacio.
Soryn asintió. —Algo que tu amigo y yo hemos discutido extensamente en los últimos días. —
Ella miró hacia Laurent, quien de repente parecía estar luchando contra el impulso de levantarse y alejarse.
Cas solo podía adivinar las razones detrás de su repentino deseo de disculparse de la conversación;
él se había ido de Moreth hacía años, ella lo sabía, pero siempre se había mostrado reacio a hablar sobre
los motivos, y él no era el tipo de persona que se deje persuadir para que exprese sus pensamientos.
—Laurent me ha informado que tiene conexiones con el Rey de Moreth, —continuó Soryn—.
Y este es en realidad el tema que más quería discutir en esta reunión: Mis asesores y yo creemos
que los elfos podrían ser de gran ayuda para nosotros…si de alguna manera pudiéramos defender
nuestro caso de manera efectiva. Normalmente, Mistwilde y Moreth están ambos fuera del alcance
de los humanos, pero estas son circunstancias sin precedentes.
—He accedido a hacer lo que pueda, —aceptó Laurent, sonando inusualmente desconcertado
por la idea—. Y puedo llevarnos a ese reino oculto, por lo menos. Pero después de eso…
—¿Qué? —preguntó Zev—. ¿Esperamos y rezamos para que los elfos hayan olvidado de alguna
manera que odian a los humanos? —Le dio al resto de ellos una mirada dudosa—. No puedo ser el

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único que ha escuchado las inquietantes leyendas. Ya sabes, como las de las cabezas humanas en
estacas que forman vallas alrededor de sus territorios.
—Tiene razón, —confirmó Sade, aunque parecía un poco reacia a admitir su acuerdo—. Las
historias también han viajado hasta mi imperio; se sabe que el Rey Theren de Moreth es particu-
larmente hostil.
Por el rabillo del ojo, Cas observó a Laurent, buscando alguna señal para confirmar o negar
estas cosas. Pero su rostro había vuelto a su habitual máscara estoica.
—Los otros nobles de Moreth han mostrado destellos de bondad hacia los humanos en el
pasado, —insistió Soryn—, y tenemos uno de su clase entre nosotros, por lo que podemos influir
en ellos a nuestro favor. Todas esas historias de las que hablan son exageradas, creo, y, de cualquier
manera, tenemos que intentar algo. Necesitamos más aliados. Y los elfos no solo serían socios for-
midables en cualquier batalla contra Varen, sino que también tienen conocimiento de los dioses
superiores y su historia que probablemente podría ser de gran utilidad para nosotros.
—Si puedes sacárselo, seguro, —señaló Sade—. Su pozo de conocimientos es profundo, pero
no se sabe que sean comunicativos con ello.
Cas asintió; ella había investigado a fondo este mismo tema recientemente, en el Instituto Pluma
Negra en Sundolia. La razón por la que poseían tal conocimiento, ella ahora sabía, fue porque las
criaturas conocidas por la mayor parte del mundo como elfos eran en realidad los seres a los que
Moraki les había dado magia por primera vez. Más magia de la que poseía cualquier ser humano
en la actualidad; demasiada magia, como se vio después, y finalmente fueron despojados de sus
dones por varias transgresiones contra los dioses superiores.
Pero los descendientes de esos seres originales todavía estaban alterados debido a esa magia
original, y no eran verdaderamente humanos ni divinos. Todavía vivían más que los humanos y,
a menudo, poseían una belleza y una fuerza divina. La mayoría eran resistentes a la magia divi-
na, al igual que los lugares en los que habitaban y las cosas que fabricaban. Se decía que algunos
todavía usaban una forma de hechicería, pero era una magia extraña y mezclada, hecha de restos
de magia divina enredadas con los poderes que habían aprendido a extraer de las cosas terrenales.
Sin embargo, sea cual sea su estado actual y confuso, las leyendas coincidían en que habían
caminado junto a los Moraki al principio y, por lo tanto, su cultura poseía una comprensión más
íntima de cómo funcionaban los dioses superiores, sus mentes y su magia.
Lo que significaba que Soryn tenía la razón; muy bien podrían tener respuestas sobre cómo
ayudar a un humano que Moraki había elegido, o maldecido, más bien, para la ascensión.
—Tenemos que tomar una decisión sobre nuestro próximo movimiento, de una forma u otra,
—mencionó Soryn, deslizando su mirada hacia Cas.
Las miradas de los demás la siguieron.
Se dio cuenta, ellos estaban divididos y esperaban que ella tomara una decisión.
Ella los había engañado antes a todos, cuando marchó con tanta confianza para encontrarse
con su hermano. Ella también se había engañado a sí misma. Pero tal vez ese era el truco, pensó;
si ella simplemente seguía fingiendo ser el líder que necesitaban, eventualmente se convertiría en
una realidad.

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—...Nos dirigiremos al noroeste hacia Moreth, —ordenó—. Y veremos qué tipo de aliados e
información podemos ganar allí. ¿Qué tan rápido podemos prepararnos para viajar?
—Puedo comenzar a reunir recursos para ti de inmediato, —afirmó Soryn—. Podemos estar
listos por la mañana.
—Bien. —Cas recorrió con la mirada cada uno de los rostros que buscaban dirección, y se
esforzó por no pensar en el rostro que faltaba—. Saldremos con las primeras luces.

ESA MISMA TARDE, Cas estaba sentada sola al final de un muelle erosionado, con la mirada fija
hacia un mar gris y agitado, azotado por el viento.
El día se estaba desvaneciendo demasiado rápido.
El mañana se acercaba demasiado rápido.
Primera luz, había dicho ella.
Tenía que ocurrir. No podían quedarse aquí y esconderse dentro de su templo y esperar que
sus problemas se solucionaran solos. Ella sabía eso.
Pero ella también sabía que irse significaba dejar ir la débil esperanza que había tenido de
reunirse con Elander. Él había regresado a ella antes, a esta misma ciudad, incluso cuando estaba
herido y débil y apenas podía usar la puerta de viaje que había establecido en este lugar.
No hay ningún lugar al que puedas ir que no pueda encontrarte, le había dicho una vez.
Y ella lo había creído. Ella todavía lo hizo. Incluso cuando todas sus otras esperanzas y creen-
cias se resquebrajaron y se derrumbaron a su alrededor, se las arregló para aferrarse a esta. Sabía
que él habría caminado, se habría arrastrado hacia ella, si hubiera sido necesario.
Así que el hecho de que él no estuviera aquí... no podía significar nada bueno.
Ella había sentido al Dios del Fuego. Ella había sentido a esa mujer moribunda antes. Pero
no importaba cuánto lo intentara, no podía sentir a Elander, y ahora una nueva pregunta la estaba
carcomiendo: si sus poderes relacionados con la Muerte se estaban fortaleciendo ¿significaba eso
que los de él ya se estaban debilitando?
¿Qué tan débiles?
No podía haber dos dioses de la Muerte. Así que incluso si él finalmente podía encontrarla de
nuevo, qué sería de ellos si… si ella…
No.
No iba a ascender, como ya había decidido, así que no importaba.
Clavó los dedos en el muelle, indiferente a las astillas de madera vieja que se deslizaban
bajo sus uñas y perforaban su piel. Nubes oscuras se acumulaban en el horizonte distante, y su
estómago se retorció cuando las vio cambiar y arremolinarse con el viento. Pero todavía no había
relámpagos ni truenos, al menos.
Levantó la mano frente a ella. No había intentado invocar su magia de Tormenta desde ese
momento en Moonhaven, cuando demostró ser demasiado débil para manejarla. Pero lo intentaría
ahora, porque quería sentirse en control de algo; a cargo de las tormentas dentro y alrededor de ella.

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Las chispas bailaron en la punta de sus dedos después de un momento de concentración.
Pronto se convirtieron en verdaderos rayos que serpentearon hacia el cielo, pero eran débiles y casi
se sentía como si algo dentro de ella los estuviera tirando hacia atrás. Como si la fuente de ellos
hubiera sido atada, enredada y sofocada por el poder oscuro del Dios Torre.
Le dieron ganas de gritar.
Finalmente había comenzado a descubrir su magia, su verdadera identidad... pero ahora todo
estaba mezclado de nuevo.
—Ahí estás, —dijo una voz repentina y aliviada, la de Rea. Los golpes de su bastón contra el
muelle rompieron la concentración de Cas, y ella liberó la magia del rayo que había invocado.
Silverfoot saltó hasta el final del muelle. Observó el mar agitado por un momento antes de
mirar hacia atrás y ladrar una advertencia aguda y adicional sobre el final del muelle.
Rhea se detuvo bastante antes y colocó su mano sobre el hombro de Cas, estabilizándose.
—No es seguro estar aquí solo, —le advirtió a Cas, dándole un pequeño apretón a ese hom-
bro—. Todavía quedan soldados melequianos… no todos estuvieron de acuerdo con la decisión
de retirarse, según escuché. Ha habido varias escaramuzas en las fronteras de la ciudad. Y no son
sólo los soldados enemigos de los que tenemos que preocuparnos, tampoco…
—Estaré bien, —aseguró Cas—. Me siento mejor que en días.
—Físicamente, tal vez.
—Y eso es lo más importante cuando se trata de acabar con cualquiera de mis posibles ase-
sinos, ¿verdad?
Rhea se quedó en silencio durante un largo momento, y luego se sentó a su lado y dijo: —
Incluso la Diosa de la Curación no puede repararlo todo, según tengo entendido. Algunas cosas,
ni siquiera las puede tocar.
Cas levantó las rodillas y apoyó la barbilla en ellas.
—Corazones rotos, por ejemplo. Y esas cosas pueden distraerte terriblemente cuando intentas
sobrevivir a los asesinos.
—Prefiero no hablar de mi corazón, —murmuró Cas. Ella no se arrepentía de contarle a Rhea
y a los demás sobre sus encuentros con la Diosa de la Sanación y todo lo demás. Pero todavía se
sentía cruda por la narración, temerosa de que, si ella seguía hablando de todo, podría convertir
esa crudeza en algo más sangriento. Algo más doloroso.
Rhea asintió, pareciendo, como solía hacerlo, entender las cosas tácitas entre ellas. —Está
bien, —respondió ella.
—Perdón.
—¿Por qué?
Cas se encogió de hombros. —No quiero ser difícil.
—Silencio, —respondió Rhea, suavemente, mientras buscaba en la bolsa que colgaba de su
cuerpo. Sacó una hogaza de pan con bayas envuelta en una tela fina y se la ofreció a Cas—. Toma,
te traje esto. Sé que no has comido en todo el día.
—No tengo hambre.
—No me importa. Comételo.

75
Cas lo tomó, ofreciendo en silencio gracias mientras recogía la fruta incrustada en el espon-
joso pan. Eran bayas haggith, una mezcla perfecta de agrio y dulce, y esta región era conocida por
agregarlas a prácticamente todos los platos que cocinaban. —¿Cómo sabes que no he comido?
—Llámalo un sentido extra. No necesito mis ojos para verte, amor.
Ellas se sentaron en silencio durante varios minutos, hasta que, para su sorpresa, Cas se en-
contró con ganas de hablar de nuevo. —Me lo advirtieron, ¿no?
Rhea palmeó la cabeza de Silverfoot, y el zorro se movió en su regazo y volvió la mirada para
que ambos pudieran ver el rostro de Cas.
—No terminará felizmente, —recitó Cas—. La Diosa de la Tormenta me dijo esas mismas pala-
bras. Y Zev, y Laurent y todos ustedes trataron de decirme lo mismo. Entonces, ¿por qué lo pensé
que podía terminar felizmente?
Rhea consideró la pregunta por un momento, y luego dijo, —Porque es perfectamente humano
tener esperanza. Creer en las cosas a pesar de la evidencia de lo contrario.
Cas bajó la mirada, observando un trozo de agua gris que era visible a través de un agujero
de gusano en la madera. No se sentía particularmente humana en este momento. Se sentía mons-
truosa y desordenada, inquieta y agitada, como ese mar debajo de ella.
Las nubes oscuras a lo lejos desataron sus primeros relámpagos. Un trueno retumbó poco
después, y Cas reprimió un escalofrío.
Rhea debe haber notado ese escalofrío, porque extendió la mano y dijo, —Muéstrame la tormenta.
Era una petición antigua y familiar, y Cas sintió que las comisuras de sus labios se levantaron
a pesar del dolor crudo en su corazón.
Tomó la mano de Rhea y la acercó más. Se colocó un mechón de cabello sacudido por el
viento detrás de la oreja y fuera de los ojos, y luego miró hacia arriba, miró el relámpago y recreó
los patrones que hizo pasando su dedo por la palma de Rhea.
—Todavía recuerdo la primera noche que te dije que hicieras esto, —ofreció Rhea.
—Eso fue hace mucho tiempo.
—Sí. Antes, cuando eras una cosita mezquina y salvaje, y no nos llevábamos muy bien. Ambas
estábamos lidiando con nuestras heridas separadas a nuestra manera, ¿sabes? Y por lo general era
Asra quien te consolaba cuando llegaban las tormentas.
El estómago de Cas se contrajo ante el recuerdo de su antigua mentora. Hizo una pausa, a
medio camino del mapeo de la última red de relámpagos, e hizo un esfuerzo concentrado por
bloquear las imágenes de la noche en que Asra había sido asesinada.
—Pero todavía recuerdo la primera noche que gritaste lo suficientemente fuerte como para
despertarme, —continuó Rhea—. Asra y yo llegamos a tu puerta al mismo tiempo. Ve con ella, ella
me dijo. Así que lo hice. Y no sabía qué más hacer, así que solo te di la mano. Me sorprendió cuando
realmente lo tomaste. ¡No sabía qué hacer! —Ella se arrastró, riendo en voz baja y sacudiendo la
cabeza—. Pero en aquellos días, siempre estabas dibujando; garabateando con palos en la tierra, o
con cualquier pergamino y bolígrafos que hubieras robado del estudio de Asra. Entonces, te dije
que dibujaras el relámpago en mi mano tal como lo viste, que me lo mostraras a través del tacto,
porque no podía verlo con claridad. Realmente solo quería que lo contuvieras de alguna manera.

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Darle forma a tu miedo y controlarlo para que no te controlara a ti. No sé si ayudó.
El oscuro mar de ira dentro de Cas dejó de agitarse, aunque solo fuera por un momento. —Lo
hizo, —dijo en voz baja—. Lo hace.
—Bien.
Volvió a trazar distraídamente sus rayos en la palma de la mano de Rhea.
—Se está alejando de nosotros, creo, —aseveró Rhea después de un momento—. Se avecinan
cielos más tranquilos.
—Eso espero, —suspiró Cas, cerrando su mano sobre la de Rhea y apoyando su cabeza en
su hombro. Se sentaron así durante unos minutos más, hasta que Cas se sintió lo suficientemente
fuerte como para soltarse y levantar la cabeza una vez más—. Deberías regresar y prepararte para
mañana. Iré allí en un rato, lo prometo.
Rhea vaciló, pero finalmente cedió y dejó a Cas con sus pensamientos.
La tormenta no retrocedió como había predicho Rhea.
En cambio, se reanudó en serio poco después de que ella se fue. Las gotas de lluvia se con-
virtieron abruptamente en baldes, y Cas estaba completamente empapada antes de que recobrara
el sentido y se subiera la capucha. Como de costumbre, la tormenta le provocó una opresión en el
pecho y un temblor en los huesos que no pudo detener.
Pero ya no era una niña encogida en su cama, despertada por un trueno. Había controlado
tormentas más grandes gracias a la magia que le habían dado, y ahora era más fácil recordarse a
sí misma que las tormentas tenían sus usos. Que podría sobrevivir a ellas y salir más fuerte del
otro lado.
Una ola se estrelló contra el muelle e hizo temblar toda la estructura. Habría sido impruden-
te quedarse quieta, decidió Cas; se sentía como si las patas desvencijadas de ese muelle pudieran
ceder en cualquier momento. Así que luchó por ponerse de pie y caminó penosamente de regreso
a un terreno más sólido.
Deambuló por las calles rotas de Kosrith, hacia su base, pasando a la gente acurrucada bajo
porches y toldos para protegerse de la lluvia. Sintió las miradas de aquellas personas que la seguían.
Más de una vez, escuchó el sonido silencioso de pasos y supo que la seguían, pero no sabía
si eran amigos o enemigos, o simplemente curiosos. Nadie se atrevía a acercarse lo suficiente a ella
para que lo descubriera. Tal vez por la espada en su cadera, o las chispas de la magia de la Tormenta
que ocasionalmente invocaba en la mano que colgaba casualmente a su lado.
La lluvia era casi cegadora cuando llegó a la calle en la que se encontraba el antiguo templo.
Bajó la cabeza para protegerse de las punzantes gotas y siguió andando, hasta que finalmente el
templo quedó a la vista. Empezó a soltar un suspiro de alivio, pensando en su cuarto seco y su
chimenea...
Sintió a alguien detrás de ella.
¿Cómo se habían acercado tanto?
La advertencia de Rhea resonó en su cabeza. No confiaba en su control sobre su magia de
Tormenta en este momento, y la fuerte lluvia dificultaría la forma adecuada con su espada, por lo
que su mano se movió sutilmente hacia el cuchillo metido en su cinturón. Ella lo retiró y lo sostuvo

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contra su cuerpo. Dejó que sus ojos se cerraran mientras afinaba el resto de sus sentidos, escuchando
los pasos. Tenía una oportunidad de atrapar a su atacante por sorpresa.
Giró y apuñaló...
Y falló.
Ella había sido rápida. Su objetivo fue más rápido. Lo suficientemente rápido como para es-
quivar su golpe y agarrar su muñeca con fuerza. Luchó por mantener el equilibrio, pero no pudo
encontrarlo en el camino húmedo y resbaladizo, y antes de que pudiera liberarse, su espalda se
encontró repentinamente contra un amplio pecho. Su mano con el cuchillo todavía estaba inmo-
vilizada por ese poderoso agarre, y luego un brazo se envolvió alrededor de su cintura y la atrajo
hacia sí.
—Suelta el cuchillo, —llegó la voz de un hombre, baja y apenas audible sobre la lluvia.
—Ni en una oportunidad como infierno, —gruñó de vuelta.
El pecho del hombre retumbó con una risa tranquila.
Cas estaba a un instante de arriesgarse con su magia cuando el agarre del hombre sobre ella
se relajó de repente. Él la hizo girar para que quedaran uno frente al otro. Ella se liberó por com-
pleto de su agarre y sacó su arma hacia atrás, preparándose para golpear.
Él se quitó la capucha.
Y dejó caer el cuchillo después de todo.
Ella no se molestó en recogerlo de nuevo. Ella no pudo. Estaba temblando demasiado, y el
mundo giraba demasiado rápido para que ella pudiera hacer algo más que mirar e intentar seguir
respirando e intentar, intentar, intentar recordar cómo hablar.
Pero ella no podía hablar.
Ni una sola palabra, ni siquiera su nombre, ni siquiera mientras su mente lo gritaba con
incredulidad.
Elander.
Él tomó su mano. La atrajo hacia sí una vez más. —Thorn. —El apodo era un susurro entre
ellos—. ¿Por qué estás parada aquí bajo la lluvia?
Todavía estaba congelada, inmóvil, mientras él inclinaba su boca hacia la de ella, mientras
besaba las gotas de agua de lluvia de sus labios con movimientos lentos y saboreadores. Él se alejó,
demasiado pronto, siempre sería demasiado pronto, y ella finalmente encontró su voz.
—Te estaba esperando, tonto, —afirmó, y luego se echó a reír para no sollozar, mientras en-
volvía sus brazos alrededor de su cuello y le devolvía el beso.

78
Capítulo Nueve

Traducido Kasis

LA TORMENTA SE RETIRÓ A MEDIDA QUE LA TARDE CAMBIÓ A LA NOCHE, Y CUANDO


los últimos rayos de un sol brumoso entraban por las ventanas del templo, Cas se encontró dudando
frente a la puerta de la habitación en la que Elander había estado descansando.
No escuchó ningún sonido proveniente del interior de esa habitación. El resto del edificio
estaba igualmente en silencio; la mayor parte de la planificación y la discusión habían cesado en
este punto. Se habían hecho planes más concretos para su viaje a Moreth (quién se quedaría, quién
iría y qué métodos podrían usar para atraer al rey Theren y al resto de su reino), y ahora había
poco más que hacer aparte de descansar hasta que llegara la hora de irse. Soryn había insistido
en que Cas hiciera precisamente eso, asegurándole que tenía muchas otras personas que podrían
encargarse de los preparativos de última hora.
Y Cas había tratado de descansar.
Pero pronto le resultó imposible.
Ella y Elander habían sido separadas poco después de que regresaran a esta base, porque
el pequeño ejército de curanderos que había convocado Soryn para atenderlo la había empujado
fuera de su habitación para que pudieran hacer su trabajo.
Cas había discutido con el líder sanador hasta que Nessa intervino y la apartó.
Había pasado las últimas dos horas sentada con Nessa y aliviando su irritación con una jarra
de cerveza Sadiran. Pero incluso con esa bebida notoriamente fuerte y la magia calmante de Nessa,
sus pensamientos ansiosos seguían encontrando su camino de regreso a Elander.
Ella necesitaba verlo.
Había cosas de las que necesitaban hablar, cosas más importantes que su propio descanso.
Así que aquí estaba ella.
Respiró hondo, abrió la puerta en silencio y miró adentro.
Él estaba despierto. De pie con los brazos apoyados contra un tocador, los ojos parcialmente
cerrados. Meditando contra el dolor, parecía. Estaba sin camisa, las vendas se entrecruzaban sobre
su estómago y uno de sus hombros, los pantalones sueltos colgaban de sus caderas.
Y tal vez fue la forma en que la luz del sol poniente caía sobre las líneas musculares de su
espalda, o la forma en que todavía se las arreglaba para parecer poderoso y sereno a pesar de su
dolor... pero ella no pudo hablar de inmediato. Ella no podía dejar de mirar. Se preguntó brevemente
cómo había llegado a pensar que él era un simple mortal. Incluso en este estado caído y maltratado,
todavía se veía... bueno, piadoso.
Empujó la puerta para abrirla un poco más. Dejó escapar un suave crujido. Elander inclinó
la cabeza hacia ella y una lenta y cansada sonrisa se dibujó en su rostro.
—Hola, —dijo.
—Hola. —Dio unos pasos vacilantes hacia el interior—. Disculpa si te molesté. Sólo quería
ver cómo estabas.
Sacudió la cabeza. —No necesitas disculparte por venir a verme. Nunca. Me alegra que estes aquí.
Me alegra que tú estes aquí.
Incluso después de todo lo que habían pasado juntos, las mariposas seguían apareciendo cuando
decía cosas como esas: frescas y andando a tientas como si acabaran de emerger con sus nueva alas.
Ella se acercó, pero se detuvo justo antes de su alcance. —Escuché algo de lo que esos curan-
deros decían antes... antes de que me sacaran de aquí, quiero decir.
—¿Y?
—Y decían que tus heridas eran... horribles. Demasiado profundas para que un humano
promedio sobreviva.
—Entonces es una suerte que no sea un humano promedio, ¿no?
—Sí.
Ella frunció. —Pero, aun así, sonaba como si estuvieras en una forma mucho peor de lo que
dejaste ver antes.
Él se encogió de hombros y luego mostró una sonrisa torcida que ella sospechaba había
ocultado una mueca de dolor.
Ella no le devolvió esa sonrisa. Lo intentó, pero no lo consiguió, porque toda la ansiedad que
había sentido por él durante los últimos días de repente salía a la superficie y la dejó demasiado
entumecida para hacer otra cosa que mirar.
Cuando finalmente logró mover la boca de nuevo, las palabras que se le escaparon fueron
solo un susurro: —Pensé que te había perdido, Elander. Además de todo lo demás, yo... yo...
Su sonrisa se desvaneció cuando extendió su mano hacia ella.
Ella no lo tomó. —Estaba tan enfadada. Lo que hiciste fue...
—Lo volvería a hacer.
Apretó los labios con firmeza, tratando de evitar decir algo de lo que se arrepentiría.
—Si se trata de arriesgar mi vida, mi poder, mi todo lo que tengo para protegerte, voluntaria-
mente lo volvería hacer. Lo juro.

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—¿Y si no quiero que hagas algo tan tonto?
—No fue una tontería. No hay nada de tonto en mantenerte con vida. Nada. Y necesito que
entiendas eso. —La alcanzó de nuevo.
Pensó en darse la vuelta y huir. Solo necesitaba salir por un momento. Para esconderse. Para
recuperar el aliento. Por los... Dioses, ella no lo sabía.
Pero al final ella tomó su mano.
Dejó que él la empujara hacia la cama. Se sentó en el borde de la misma. Ella permaneció de
pie, amurallada por sus muslos. Era lo suficientemente alta como para estar casi cara a cara, y ella
no pudo evitar mirar fijamente las profundidades azules de su mirada.
—¿Qué pasa con el hecho de que casi te pierdo a ti? —él preguntó.
—Hice mi elección. Estaba preparada...
—¿Y se suponía que yo debía estaba de acuerdo con esa elección? —Él deslizó su mano de la
de ella y buscó la marca en su rostro. La ira brilló en sus ojos, y sus dedos temblaron con la misma
furia apenas controlada, cuando tocó esa marca. Después de un momento de estudiarla, bajó la
cabeza como si se avergonzara de verla. Avergonzado de no haber evitado que sucediera, tal vez.
—Solo estaba tratando de proteger a todos, —dijo Cas en voz baja.
El momento se prolongó hasta convertirse en un largo y tenso silencio.
Finalmente, levantó la cabeza. La rabia que oscurecía sus ojos no había disminuido, y de re-
pente un viento frío se movió dentro de ella, elevándose para encontrarse con esa oscuridad. Ella
lo empujó hacia abajo. Ella no quería estar enojada con él.
Ella quería besarlo.
Pero ella también quería golpearlo, y su labio inferior temblaba por el esfuerzo de tratar de
contener toda su frustración, miedo e incertidumbre.
—Todos menos a ti misma, —dijo, trazando un pulgar a lo largo de ese labio tembloroso—. ¿Y
tú de verdad no entiendes por qué yo tenía un problema con eso?
Ella entendía perfectamente bien. Demasiado bien, en realidad. Ella no había olvidado lo que
él había dicho: Te amo, y siempre lo he hecho, en esta vida y en todas las demás.
Y eso la asustaba.
Porque había perdido todos los hogares que había tenido mientras crecía. Había perdido a
Asra. Durante estas últimas semanas casi había perdido a todos sus amigos, uno tras otro, por lo
que había llegado a la conclusión de que amar profundamente significaba herir profundamente,
también, y el pensamiento era... aterrador.
La última vez que hablaron de esas cosas, ella le dijo a Elander que no se arrepentía de amar,
incluso si terminaba en pérdida.
Pero ahora que las pérdidas, y casi pérdidas, iban en aumento, era imposible no preguntarse:
¿Cuánto puede soportar un corazón antes de que su dolor se convirtiera en algo más oscuro? ¿Antes
de que ese viento frío dentro de ella se la llevara?
Esa frialdad parecía alimentar el poder oscuro con el que había sido marcada, lo que complicaba
más las cosas.

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—¿Es esto lo que vamos a ser, entonces? —ella preguntó en voz baja, sus manos arrastrándose
sobre su hombro, tocando ligeramente los vendajes allí—. ¿Dos tontos tratando de sacrificarse el
uno por el otro?
—No puedes pedirme que deje de intentar protegerte. —Él tomó su mano, detuvo su vagar
—. No lo haré.
Ella comenzó a protestar. Pero la forma en que la estaba mirando le hizo contener el aliento.
La devoción brillaba en su mirada, y el agarre en su mano era fuerte. Dolorosamente apretado,
casi, como si hubiera olvidado que la estaba abrazando. Como si hubiera olvidado todo lo demás
en el instante en que la miró a los ojos.
Nadie la había mirado así antes.
¿O tal vez él lo había hecho?
Sintió esa frustración cada vez más familiar consigo misma por no poder recordar la vida
que habían pasado juntos antes de ésta, y de repente ella se movió antes de darse cuenta de lo que
estaba haciendo, inclinándose y acercando sus labios a los de él.
Él tardó en devolverle el beso y ella empezó a apartarse, insegura, pero él la detuvo. Él agarró
la parte posterior de su cabeza, pasando sus dedos por su cabello, y acercó su boca a la suya.
Cayeron juntos contra la cama. Tuvo cuidado de no presionar contra sus heridas, pero su beso
estuvo lejos de ser suave; ella canalizó todas sus frustraciones y miedos y todas sus otras emociones
desordenadas y enojadas en él. Sus rodillas presionaron con fuerza contra él, y usó todo su peso
para montar a horcajadas sobre su cuerpo y mantenerlo sujeto firmemente debajo de ella.
Una de sus manos permaneció contra su cabeza, atrayéndola más y más hacia el beso. La otra
recorría la parte baja de su espalda, levantando su camisa y encontrando piel. Su toque avanzó
poco a poco más, levantando pequeños bultos sobre su carne a medida que avanzaba. Se deslizó
entre sus omóplatos y volvió a bajar antes de arrastrarse hasta su estómago y subir hacia la pro-
minencia de sus pechos.
—Espera, —susurró ella contra su boca.
Sus dedos se apretaron con más fuerza en su cabello, pero esperó.
—Probablemente no deberíamos. Estás herido.
Apoyó un brazo a cada lado de su cuerpo y se mantuvo en equilibrio sobre él mientras él la
miraba fijamente, sus ojos brillaban con una emoción que no podía identificar fácilmente. Maravilla,
tal vez, mezclada con algo que hizo que su estómago se apretara de deseo.
—De repente me siento mucho mejor, en realidad, —exclamó—. Como si todas mis heridas
se hubieran curado milagrosamente.
Ella se inclinó hasta que sus labios casi rozaron los de él una vez más. —Idiota, —murmuró.
Se rio suavemente. Y luego se sentó, besándola mientras se corría, colocándola en una posición
vertical mientras él mismo se erguía. Sus brazos la envolvieron, fuertes e inflexibles y sosteniéndola
casi pegada a él. Pequeñas llamaradas de calor se encendían donde sus cuerpos se tocaban. Quería
colapsar en ese calor, dejar que quemara todas las cosas que la asustaban.
Le apartó el cabello de la cara y ella se encontró sin aliento de nuevo, sólo por ese simple toque.
Ella apoyó la cabeza en su pecho. Había más cosas que necesitaba decir, más cosas de las que

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necesitaban hablar, pero de repente no quería mencionar nada de eso.
Así que todo lo que dijo fue, —Lo siento, por cierto. Fui... imprudente.
Reflejó el tono bajo de su voz cuando respondió, —Yo también lo siento.
—Sin embargo, quise decir lo que dije antes. —Ella mantuvo la cabeza contra su pecho mien-
tras lo decía, dejó que el extraño latido de su corazón la arrullara con una calma que hacía que
fuera más fácil seguir hablando—. No quiero que te sacrifiques por mí. En su lugar, quiero que te
pares a mi lado.
Él no respondió de inmediato.
Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos, y él finalmente asintió.
—Puedo hacer eso, —afirmó.
—Bien.
Tomó su mano, la levantó, le rozó los nudillos con los labios. —Quédate aquí esta noche.
Ella dio el más mínimo de los asentimientos. —Me quedaré, pero existe la posibilidad de que
esos curanderos regresen y me echen de aquí nuevamente si no estás durmiendo.
—No estoy seguro de lo que estás insinuando, —señaló, soltando su mano y arrastrándose
hacia las almohadas. Puso una mano detrás de su cabeza mientras se estiraba y hacía un espectá-
culo de verse perfectamente casual e inocente—. Planeo dormir. Solo quiero descansar contigo a
mi lado, eso es todo.
Ella le dio una mirada escéptica apropiada antes de disculparse para ir a su propia habitación,
prometiendo regresar después de que ella se hubiera limpiado y cambiado con ropa más cómoda.

ÉL CASI ESTABA DORMIDO cuando regresó poco tiempo después.


Más cansado de lo que parecía, pensó con una punzada de preocupación.
Silenciosamente corrió las cortinas para cerrarlas, encendió la lámpara de la mesita de noche
en su posición más baja y luego se metió en la cama.
Los ojos de Elander no se abrieron cuando el colchón se movió bajo su peso, pero pronto rodó
hacia ella y la encontró casi en la oscuridad; sus brazos la envolvieron y la atrajeron contra su pecho.
Se había puesto un simple camisón, una de las prendas que Soryn le había prestado. Sus
piernas estaban desnudas, frías contra las sábanas. Elander irradiaba calor, por lo que se acercó a
él y se hundió más completamente en su abrazo. Cerró los ojos y se concentró en la forma en que
encajaban, las curvas de su cuerpo y la suave tela de su camisón contra la firmeza de sus músculos.
El brazo que había puesto sobre su estómago se deslizó más abajo.
Una de sus manos se posó entre sus muslos, y de repente ya no tuvo que preocuparse por
tener frío, porque todo su cuerpo enrojeció de calor.
¿Él lo había hecho a propósito?
¿Estaba realmente dormido?
Su pulso se aceleró cuando él se movió contra ella, acercó su boca a su oído y preguntó,
—¿Estás bien?
—Sí.

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—No estás durmiendo.
—Yo... lo sé.
Esa mano entre sus piernas se movió, claramente a propósito, esta vez; se deslizó por debajo
del dobladillo de su camisón y encontró allí la fina ropa interior, lo único que separaba su toque
de su centro que se llenaba de calor. Todo su cuerpo se estremeció con un deseo que no podía ne-
gar, y sus dedos se deslizaron por debajo de ese fino trozo de tela y la tentaron con movimientos
lentos y ligeros.
—Se supone que debes estar descansando, —señaló, entrecortadamente.
—Lo hago, —murmuró contra la curva de su cuello.
—Tu mano no.
Sus labios aún estaban ligeramente presionados contra su piel, y ella sintió la sonrisa curván-
dolos. —Mis manos no necesitan descansar, —confirmó.
—¿No?
—Estás subestimando su fuerza y resistencia, creo.
—Yo... —ella se arrastró con un pequeño jadeo cuando uno de sus dedos se deslizó dentro de ella.
—Y mira, ese sonido… —expresó, deslizando su mano libre debajo de su cadera y tirando de
ella más firmemente contra él, —…me da vida. Esto es muy terapéutico, en otras palabras. Mucho
mejor que dormir.
—Eres imposible.
—¿Te estás quejando? —Su dedo se deslizó hacia afuera, trazó sus suaves y sensibles pliegues
mientras besaba un camino entre sus omoplatos y hacia arriba a lo largo de la parte posterior de
su cuello—. No lo haces, ¿verdad?
Estaba demasiado concentrada en el calor palpitante entre sus piernas para responder. Su
toque se cernió en su entrada, preparado y esperando, provocándola hasta que ella le respondió.
Se mordió el labio y negó.
Dos dedos exigieron la entrada esta vez, acariciándola y estirándola, hundiéndose más pro-
fundamente hasta que su cuerpo se retorció y giró con el placer de hacerlo.
Y no, definitivamente no se estaba quejando.
—Entonces arquea tu espalda para mí, Thorn.
Ella lo hizo, lentamente, y atrajo sus dedos más profundamente dentro de ella; los inclinó para
que presionaran contra la parte más tierna de sus paredes internas e hizo que su cuerpo temblara
y su mente se quedara brevemente, felizmente en blanco.
—Creo que sé por qué no estabas durmiendo. —Su voz era baja, malvada e intencionada, y
su aliento cálido se derramaba por su nuca.
—¿Tú? —se las arregló para jadear.
—Estabas pensando en otras cosas.
—¿Cómo qué?
—Cómo esto... —Él la apretó contra él una vez más, y ella sintió la dura e impresionante lon-
gitud de su excitación contra su trasero—. Lo que explica por qué ya estabas tan mojada. ¿Te excitó,
verme aquí toda herido y eso? Supongo que estabas pensando en que podrías salirte con la tuya
mientras estaba lesionado.

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—Podría salirme con la mía contigo incluso si no estuvieras herido, —respondió ella.
Él se rio y enfrentó el desafío sensual en su voz con un empuje más profundo de sus dedos.
—No estoy en contra de la idea de que tú tengas el control.
Sus ojos se cerraron cuando las palabras se deslizaron sobre ella.
—Pero tendremos que guardar esa fantasía para otra noche, supongo, —confirmó—. Porque
por el momento parece que el control me pertenece a mí.
Difícilmente podía discutir con su evaluación; él sabía exactamente lo que estaba haciendo
con sus palabras, su toque, y su cuerpo ya comenzaba a sentirse separado de su mente, como un
instrumento que solo él sabía tocar. Cómo mandar.
La palma de su mano presionó su palpitante centro y su espalda se arqueó aún más en res-
puesta automática. El deseo se estremeció a través de ella; necesitaba estar contra él, necesitaba
presionar más fuerte contra su cuerpo. Ella estaba desesperada por esa necesidad.
—Me encanta la sensación de cómo te mueves contra mí. —Él metió sus dedos más profunda-
mente en ella, haciendo que se moviera de nuevo, no había forma de luchar. Ella era una esclava ante
su toque; a esa necesidad que sus dedos seguían reavivando con cada toque y caricia contra su piel.
Se meció contra su erección, y su mente recordó todas las veces que la había sentido palpitar
dentro de ella. Un gruñido bajo de placer retumbó a través de su pecho cuando ella empujó más
fuerte contra él, y él pareció perderse en ese placer por un momento, tirando de ella más fuerte
hacia él y manteniéndola allí mientras enterraba su rostro en la curva de su cuello.
Sus dedos continuaron trabajando hacia su liberación. Su respiración ente cortada era caliente
contra el pulso de su garganta, y luego su boca se movió, le mordisqueó el lóbulo de la oreja por
un momento antes de hacer una pausa y susurrar, —Date la vuelta para que pueda verte la cara.
Ella dudó solo porque eso significaba alejarse de sus dedos. Pero sus dientes le mordisquearon
la oreja, duros e insistentes, y ella hizo lo que le pedía.
Una vez que estuvieron uno frente al otro, él tiró de la fina bata que llevaba, expectante.
Ella mantuvo su mirada en la de él mientras se sentaba y se quitaba la prenda, la arrojaba a un lado.
Inhaló lentamente al verla desnuda ante él. Sus ojos se oscurecieron, salvajes y deseosos,
mientras vagaban sobre su figura y luego volvió a encontrar su mirada.
Su mano se deslizó entre sus piernas una vez más mientras sus labios chocaban contra los de
ella. Él era tan hábil con su lengua como lo era con sus dedos, explorando suavemente el calor de
su boca mientras su mano continuaba acariciándola. Después de un momento, apartó esa mano y
las yemas de sus dedos se deslizaron sobre su estómago, sus pechos, a través de todas las curvas y
depresiones de su cuerpo. Luego se los llevó a la boca. Lamió. —Sabe a ti, —le dijo—. Dulce.
Se le cortó la respiración. —Me alegra que lo apruebes.
Sus ojos bailaron de nuevo con oscura diversión mientras presionaba sus dedos en sus labios,
los mantuvo allí y los besó, compartiendo el sabor.
—Podría saborear este sabor toda la noche, —murmuró.
El repentino sonido de voces fuera de su puerta amenazó con arruinar ese plan.
Cas vaciló, sus labios aún contra sus dedos, pero la diversión en los ojos de Elander solo bri-
lló cuando su mirada se dirigió hacia la puerta. —Parece que podrías meterte en problemas por
molestar a su paciente, —gimió—. Tal como lo predijiste.

85
A regañadientes, comenzó a alcanzar su camisón desechado. La agarró del brazo y tiró de
ella hacia atrás.
Terminó a horcajadas sobre él como lo había hecho antes, excepto que ahora apenas había
ropa entre ellos.
—Todavía no. —Su tono había adquirido un borde áspero. Él ahuecó su mandíbula, guiando
sus labios hasta los suyos—. Que esperen. Esto es terapéutico, ¿recuerdas?
Ella iba a responder, pero entonces sus dedos estaban dentro de ella otra vez, resbaladizos por una
combinación de su boca y su propia excitación, y sus palabras se convirtieron en un gemido de placer.
La mano en su mandíbula se deslizó y se movió a la parte baja de su espalda. Luego bajó. Se
extendió en un poderoso agarre que la empujó hacia abajo, forzando sus dedos más profundamente
dentro de ella.
Ella se balanceó sobre él, bajó su cuerpo más cerca del de él. Sus pechos se colocaron cerca
de su boca, y trazó sus curvas con sus labios antes de encontrar la punta aterciopelada primero de
uno, luego del otro, y chuparlos a ambos en picos rígidos.
Su cabeza se inclinó hacia atrás. El calor la recorrió, consumiendo cualquier inhibición a la
que pudiera haberse aferrado.
Apartó la boca de ella el tiempo suficiente para repetir: —Déjalos esperar, —y un gruñido se
deslizó en su voz cuando agregó—: Quiero sentir tu liberación.
La aspereza en su tono fue suficiente para enviarla a estrellarse hacia un crescendo, para
iniciar una serie de olas que pronto se acumularon, elevándola hacia esa liberación.
Él quería eso.
Y ella quería dárselo.
Quería darle todo lo que le pidiera en ese momento, siempre que eso significara que la seguiría
tocando, siempre que no la soltara.
Ella se acurrucó más cerca de él cuando las olas se hicieron más poderosas. Sus labios encon-
traron el pulso palpitante en su garganta una vez más.
Su debilidad.
Sabía que lo era, y esta vez su lengua lamió implacablemente hasta que ella estuvo comple-
tamente a su merced, sus manos agarrando las almohadas, sus sentidos indiferentes a cualquiera
o cualquier cosa que pudiera permanecer fuera de la habitación.
Él la abrazó con fuerza mientras ella se desmoronaba, un brazo fuerte alrededor de su cin-
tura, su mano todavía trabajando contra su sexo, sacando hasta el último fragmento de tensión y
necesidad de su cuerpo.
Su cara se detuvo contra la de él. Estaba mareada. Cuando finalmente logró levantar la cabeza,
lo primero que notó fueron los vendajes en su hombro, una parte de ellos sueltos y arrugados por
su breve diversión.
La realidad de lo que habían soportado durante las últimas semanas volvieron con fuerza, y
rodó lentamente, y algo tímidamente, fuera de él.
Él rodó tras ella. Tomó su mano y besó sus nudillos primero, y luego un camino a lo largo
de su brazo, su hombro, a lo largo del costado de su cuello antes de que él se detuviera y apoyara
su frente en su mejilla.

86
No dijo nada más.
Él simplemente se quedó quieto, aspirándola suavemente y con satisfacción.
Su mirada se desvió hacia la puerta, escuchando por un momento, antes de moverse, apartando
el cabello de su piel ligeramente humedecida de Elander y dijo, —Siento que debo devolverle el favor.
—No fue un favor, —suspiró, la voz un poco más que un susurro—. Fue un placer.
Ella se sonrojó, y otra réplica de su liberación tembló a través de ella.
—Pero aún puedes devolverlo más tarde, si lo deseas, —agregó—. Ya tendremos tiempo.
Él plantó un suave beso en su mejilla antes de volver a acomodarse en la almohada. Sus ojos
se cerraron. Su mano todavía estaba agarrando ligeramente la de ella. Entrelazando sus dedos entre
los de él y los apretó con más fuerza mientras lo observaba quedarse dormido.
Pasaron los minutos. Poco a poco, ella se hundió desde lo alto. Sus escalofríos disminuyeron.
Su mente se aclaró. Y sin la distracción de su toque, sus pensamientos acelerados regresaron.
Tendremos tiempo, había dicho.
¿Cómo podía sonar tan seguro de eso?
Trató de silenciar estos pensamientos. Ella solo quería estar presente en este momento, no en
el futuro, no en el pasado. Justo aquí.
Pero su cerebro no funcionaba de esa manera.
—Sigues pensando en otras cosas además de en dormir, —mencionó Elander, y de repente la
miró como antes, con la misma devoción y preocupación que tanto la emocionaba como la abrumaba.
Apartó la mirada por un momento y trató de pensar, una vez más, en una vida anterior a
ésta. En ellos dos juntos, tal vez así, en otro tiempo…
Pero no vinieron recuerdos.
Sus ojos parpadearon para volver a enfocarse y dijo en voz baja, —Dime quién era antes.
¿Cómo era yo?
Sus labios se separaron, pero no respondió.
—Lo recuerdas, ¿verdad? La yo de esa esa vida pasada.
—Yo… Sí. Por supuesto que lo recuerdo.
Ella lo miró expectante.
Suspiró en voz baja, aunque el comienzo de una sonrisa levantó una comisura de sus labios.
—Veamos, —comenzó lentamente—. ¿Personalidad sabia? Casi la misma que ahora.
—Descríbeme.
Él entrecerró los ojos, como si la contemplara por primera vez. —Testaruda. Imprudente.
Impaciente. —Ella empezó a objetar, pero él la hizo callar con un beso—. Déjame terminar, impa-
ciente mujer, —susurró.
Ella se sonrojó y se mordió la lengua.
Se aclaró la garganta. —Como decía: Impaciente y… amable. Valiente. Inteligente. Optimista
incluso cuando la situación no lo requería. —Sus ojos se nublaron y su sonrisa se iluminó, como si
estuviera recordando un momento particularmente cariñoso—. Especialmente cuando la situación
no lo requería, en realidad.

87
Ella encontró su sonrisa con la suya. Pero su corazón se sintió más pesado, de repente, porque
sabía que se estaba alejando cada vez más de esa mujer optimista que una vez había conocido, en
esta vida y en la otra.
Estaba destinado a suceder, tal vez, dadas las cosas por las que había pasado. Ella había durado
más que la mayoría. Nunca había sido fácil aferrarse a ese optimismo frente a toda la oscuridad
que había soportado... pero así fue como sobrevivió esas cosas oscuras. Y siempre había odiado el
mito de que creer en el bien te hacía tonto, y ser cínico automáticamente te hacía sabio.
Pero ahora…
Ahora se estaba volviendo más cínica, pero no se sentía más sabia. Solo sentía que se estaba
despojando de su vieja piel, aunque la nueva debajo aún no se había formado correctamente, y no
estaba segura de cómo enfrentaría la oscuridad ahora.
—Te veías diferente, por supuesto, —continuó Elander. Rodó sobre su espalda y miró hacia el
techo durante un largo momento, como si buscara recuerdos perdidos—. Ojos más oscuros, cabello
más oscuro…. Pero no me enamoré de tu aspecto, así que eso no importa, ¿verdad?
—No, supongo que no. —Ella se meció hasta quedar sentada. Llevó las rodillas hacia ella y
apoyó la barbilla en ellas mientras repasaba sus palabras una y otra vez en su mente. Después de
un momento ella volvió a mirar en su dirección. —¿Y tú…?
—Desde que me conoces, siempre he sido el mismo ser insoportablemente guapo y asom-
brosamente brillante.
—Y siempre así de modesto, también, ¿supongo?
—Un santo patrón de la modestia, esencialmente.
—Santo... —Ella soltó una carcajada—. No hace unos minutos.
El brillo en sus ojos era poco menos que pecaminoso cuando encontró su mirada. —Mis accio-
nes fueron santas en comparación con algunos de los pensamientos que estaba teniendo, —afirmó
encogiéndose de hombros.
Ella empezó a hablar varias veces, pero parecía que no podía decir nada.
Él sonrió, se inclinó y besó sus labios mudos. —De todos modos... no más preguntas esta noche.
—Sólo me quedan mil más, —protestó.
—Duerme, Thorn. Tendremos tiempo para responderlas más tarde.
—¿Tiempo suficiente para discutir esos pensamientos que estabas teniendo también?
—Sí. Un montón de tiempo.
Ella asintió, desviando la mirada de nuevo, esta vez para que él no pudiera ver el miedo en ellos.
Debió haber leído ese miedo de todos modos, porque tomó su mano, entrelazó sus dedos con
los de ella y susurró, —Lado a lado, como dijiste. De ahora en adelante, lo que sea que enfrentemos,
lo enfrentaremos juntos. No voy a ninguna parte. —Él la atrajo hacia él, guio su cabeza hacia su
pecho.
Cerró los ojos. Enfocada una vez más en los latidos de su corazón, en tratar de estabilizarse
al mismo ritmo. Pero su voz todavía sonaba demasiado pequeña y demasiado suave cuando dijo,
—¿Lo juras?
Sus brazos se apretaron alrededor de ella. —Lo juro.

88
Capítulo Diez

Traducido por Kasis

EN ALGÚN LUGAR ENTRE LAS OLAS DEL MIEDO Y LA OSCURIDAD, ELLA SE QUEDÓ
dormida, con la cabeza sobre el pecho de Elander, a salvo en sus brazos.
Y ella tuvo un sueño.
Estaba caminando por un campo yermo. El polvo gris se levantaba y arremolinaba a su
alrededor con cada paso, hasta que era tan espeso que ya no podía ver. Pero algo tiraba de ella
llamándola desesperadamente, y así siguió caminando a pesar de su ceguera.
Caminó hasta el borde de un abismo oscuro, y luego casi cayó en él. Su cuerpo se inclinó hacia
adelante y pateó hacia atrás, luchando salvajemente por mantener el equilibrio. Ella lo encontró.
Apenas. Los guijarros grises que había soltado a patadas cayeron en la negrura, y esa negrura
onduló como el agua al golpearla.
Curiosa, se arrodillo y extendió su mano hacia abajo.
No era agua lo que tocaba.
Era el vacío.
Un vacío frío e infinito.
Y, sin embargo, cuando retrocedió, se onduló de nuevo y apareció un reflejo acuoso de sí
misma. Se miró fijamente. Normal al principio, su piel sin imperfecciones, su cabello gris flotando
a su alrededor a pesar de la clara pesadez en el aire.
Entonces apareció la marca del Dios Oscuro, derramándose como tinta negra sobre su mejilla.
Su ojo derecho comenzó a picar. Extendió la mano para tocarlo, y la tinta negra se filtró
desde la marca hasta ese ojo. Luego el otro ojo. Parpadeó y lágrimas negras brotaron de sus ojos
y resbalaron por su barbilla. Sobre sus brazos. Cada gota enviaba líneas negras que se extendían
desde el punto de impacto, hasta que finalmente, cuando miró hacia el abismo debajo de ella, su
reflejo se había ido.
El dolor se encendió en la marca de su mejilla y se despertó sobresaltada, respirando con
dificultad mientras se agarraba la cara.
Era de mañana. La cálida luz del sol hacía brillar las cortinas. Podía escuchar el zumbido
lejano de voces y pasos cuando la gente salía de sus habitaciones y comenzaban sus días.
Seguía en la cama de Elander. El alivio la inundó al verlo. Todavía a su lado, todavía en una pieza.
Enfócate en eso, se ordenó a sí misma mientras sus manos temblaban y su respiración se volvía
superficial. Cosas tangibles. Necesitaba cosas tangibles, necesitaba anclarse en ellas antes de que
esta corriente de miedo la llevara lejos. Apretó las sábanas con los puños y en silencio recitó armas
para sí misma: Esto va a pasar. Siempre pasa. Has sobrevivido a todos los pánicos que has tenido antes de
este, y sobrevivirás a este también.
No importa cuántas veces ella dijera estas palabras, nunca las creía realmente hasta que había
sobrevivió de verdad.
Pero después de unos minutos llegó el final, y ella finalmente, finalmente, logró respirar con
normalidad. Sus manos se aflojaron. Volvió a mirar a Elander, que aún dormía, ajeno a la batalla
que estaba librando a pocos centímetros de él.
Bien.
Él la habría sostenido durante su batalla, lo sabía. Lo había hecho antes, al igual que el resto
de sus amigos. Pero a veces solo quería pelear en silencio. Para no agobiar a nadie más; para volver
a la superficie con su propia fuerza sólo para demostrarse a sí misma que podía.
Sin embargo, debió haber sentido que ella lo miraba fijamente, porque después de un momento
sus ojos se abrieron lentamente.
—Buenos días, —murmuró. Él bostezó, y ella logró esbozar una pequeña sonrisa a pesar de los
restos de pánico que todavía le atravesaban la sangre, porque en ese instante se sentían tan... normales.
—¿Por qué estás sonriendo? —preguntó.
Empezó a negar, pero luego decidió decirle la verdad, —Me fui a dormir contigo a mi lado.
Me desperté contigo a mi lado.
—¿Y?
—Y no puedo recordar la última vez que... —Ella se desvaneció, sus mejillas se calentaron
ante la mirada somnolienta y adoradora que él le estaba dando—. Es una pequeña estupidez, lo sé.
Pero yo sólo... necesito estas pequeñas cosas. Me impiden ir a... a un lugar oscuro. O de permanecer
en ese lugar, al menos.
Deslizó su brazo alrededor de su cintura y la atrajo hacia él. —Te amo, —afirmo. La besó en
la frente y, cuando se hizo hacia atrás, lucía esa sonrisa familiar y pícaramente hermosa. La que la
deshacía de adentro hacia afuera. La que ella tan desesperadamente no quería perder.
—Yo también te amo, —respondió ella, antes de alejarse de su abrazo y moverse para sentar-
se en el borde de la cama—. Por eso... hay algo más de lo que necesitaba hablar anoche. Algo que
tenemos que discutir antes de irnos a Moreth.
—¿Y qué es eso?

90
—Cuando estaba en el reino de la Diosa de la Sanación…
Su sonrisa cayó cuando un ligero temblor se deslizó en su voz.
Se obligó a continuar a pesar de ese temblor, —Le pregunté qué sucedería en última instancia
si esta marca, este vínculo que tengo con el Dios Torre, no se solucionaba. —Su rostro palideció, y se
dio cuenta de que no necesitaba dar más detalles—. Tú también sabes lo que significa esta marca, ¿no?
Se sentó, sosteniendo su hombro lesionado y moviéndose un poco más rígido que de cos-
tumbre. Estaba de pie en el siguiente instante. Se acercó a la ventana, abrió las cortinas, miró los
árboles que estaban cubiertos de gotas de lluvia y brillaban a la luz del sol.
—¿Elander?
Su cabeza se inclinó y sus ojos se cerraron, tal como lo habían hecho la noche anterior, como si
fuera una expiación, agobiado por la culpa de no haber detenido al Dios Torre de infligirle esa marca.
Ella quería ir a él. Envolver sus brazos alrededor de él. Decirle que no fue su culpa.
Pero ella no podía obligarse a moverse.
La luz de la mañana se sintió insoportablemente brillante, de repente, iluminando todas las
piezas de esa pesadilla que había tratado de enterrar. Sintió las garras de la ansiedad hundirse de
nuevo, agarrando esos pedazos, acercándolos a la superficie. No importaba cuánto tratara de empu-
jarlos hacia abajo, resurgían. Se sentía como si su piel estuviera demasiado tensa para contenerlos.
Finalmente, después de lo que se sintió como otra vida pasando entre ellos, Elander la miró
y dijo, —Nephele y el resto de su corte están trabajando para apelar a Solatis en nuestro nombre.
Los elfos también pueden brindar más ayuda, y nosotros... —Respiró hondo. Se estabilizó—. Lo
resolveremos, de alguna manera.
Ella no se atrevió a hablar, así que solo asintió.
Pero mientras lo observaba moverse en silencio por la habitación, recogiendo sus cosas para
el viaje que tenían por delante, sintió como si estuviera de pie una vez más al borde de ese gran
vacío negro de su pesadilla.
Y la oscuridad que había debajo la estaba llamando, tratando de tirar de ella hacia abajo y
tragarla por completo.

91
Capítulo Once

Traducido por Kasis

DESPUÉS DE TRES DÍAS DE CABALGAR DURO, LA FRONTERA NOROESTE DE Sadira final-


mente estaba al alcance de la mano.
Todo el grupo de amigos de Casia había venido para este viaje, junto con la reina Soryn, la
emisaria del primo sureño de la reina, y varias docenas de soldados de Sadira.
Caden también había regresado para el viaje, y ahora cabalgaba junto a Elander, con una
mirada contemplativa. Había estado extrañamente callado durante gran parte del viaje, pero a
Elander no le importaba; sólo estaba contento de tener a uno de su propia corte a su lado una vez
más, le daba otro poco de normalidad a este extraño giro que había tomado su existencia.
Su grupo era demasiado numeroso para viajar por arte de magia, o al menos por la magia
limitada que poseían. Así que viajaban de la forma más segura y a la antigua: a caballo. O a lomo
de dragón, en el caso de la mujer sundoliana (Sade era su nombre, ¿no?) que actualmente volaba
muy por encima de ellos, buscando amenazas en su entorno.
Pasaron por un borde del bosque de Namurian y llegaron a un amplio tramo del río Serine.
Soryn dio la orden de detenerse y, mientras los exploradores salían a caballo para determinar la
idoneidad de la zona para acampada, Elander se quedó entre Casia y Caden, observando a Sade y
al dragón volar contra un cielo anaranjado del atardecer.
Antes de encontrarse con ese dragón durante su reciente visita al Imperio de Sundolia, había
pasado mucho tiempo desde que había visto uno en carne y hueso.
La criatura finalmente se abalanzó y aterrizó con delicada precisión sobre un trozo de roca
junto al río, abriendo sus alas coriáceas y enviando ondas a través del agua relativamente tranquila.
Bajó su cuerpo serpenteante hasta el suelo, y Sade saltó de su espalda y caminó hacia Soryn.
—Hay un grupo de tiendas de campaña en el lado norte del río, a unas cinco millas al oeste de
aquí, eso podría significar problemas, —anunció—. Pero por lo demás, está claro por lo que pude ver.
Soryn asintió, le dio las gracias y espoleó a su caballo para que trotara rápidamente. El símbolo
mágico divino en su muñeca brillaba mientras se dirigía a las afueras del posible campamento.
Ella era del tipo del cielo, y la magia como la suya podía usarse para crear escudos, entre otras
cosas. Similar a los creados con magia relacionada con la Luna, tanto la Diosa del Cielo como la de
la Luna habían tomado hilos similares de este poder de Solatis.
Durante las últimas dos noches, Soryn había estado usando esa magia del cielo, creando un
recinto que al menos había ralentizado el paso a los ladrones, vagabundos u otras bestias desca-
rriadas que se habían cruzado con ellos.
—La reina no tiene escasez de otros, usuarios perfectamente capaces de magia para cuidar
ese escudo, —escuchó Elander decir a Zev—. ¿Me pregunto por qué insiste en hacerlo ella misma?
—Si vas a pedirle a tus seguidores que hagan algo, deberías estar dispuesto a hacerlo tú tam-
bién, —respondió Casia, desmontando y comenzando a desatar las bolsas que llevaba su caballo—.
Eso es lo que ella me dijo, de todos modos. Creo que es admirable.
—Además, esos otros usuarios de magia probablemente necesiten ahorrar su fuerza, ya que
estarán sobre ellos después de esta noche, —Nessa agrego.
Soryn había insistido en llevarlos sanos y salvos a la frontera de Sadiran. Después de esta
noche, tanto ella como Sade, junto con la mayoría de los soldados que habían traído, regresarían a
Kosrith. Esa ciudad capital aún bullía de inquietud, y no sería prudente dejarla sin sus líderes por
mucho tiempo. Y aparte de eso, sólo podían cruzar la frontera y, finalmente, entrar en Moreth, sin
dar la impresión de que estaban allí para causar problemas.
No tendrían que ir muy lejos una vez que entraran en el reino de Ethswen, y Casia le había
asegurado a la reina que podrían arreglárselas solos, con sólo un puñado de sus soldados tipo
Cielo como apoyo.
Elander esperaba que ella tuviera razón.
El grupo de ellos continúo su discusión sobre la reina y su magia. Él se quedó al borde de
esta conversación, su mirada aun estudiando al dragón. Había doblado un ala hacia un lado, y
actualmente estaba usando sus dientes para quitar una maraña de ramas frondosas que se habían
enganchado en la punta de la otra ala.
Eventualmente, Soryn regresó y oficialmente declaró que este era su punto de parada. El
dragón tomó vuelo una vez más, dirigiéndose al bosque, y Elander desmontó y atendió a su caballo.
Cuando terminó de cepillar a la yegua, su mirada vagó por el resto del campamento mientras
se reunian. Captó brevemente a Casia, y él se preguntó qué estaba pensando, si su cabeza todavía
estaba llena de pensamientos sobre lo que hizo una admirable reina.
Todavía ella no se veía a sí misma como una reina de ningún tipo, estaba casi seguro. Pero
todos los demás estaban empezando a hacerlo, él se había dado cuenta. Era lo suficientemente claro
para cualquiera que prestara atención en ese momento; ella era la que dirigía a la gente, en la todos
buscaban respuestas tan a menudo, si no más, que a Soryn.
—Me han informado que estamos en servicio de leña, —anuncio Caden, acercándose a él.

93
—Casia te informó de esto, ¿supongo?
—Sí. Y me dijeron, citando textualmente, no te quejes por una vez.
—Probablemente no deberías quejarte, entonces.
—Creo que el poder que ganó en las últimas semanas se le está subiendo a la cabeza, —espeto
Caden, golpeándose la cabeza para enfatizar antes de agacharse para recoger una rama gruesa
de un árbol. Se adentró más en el bosque y Elander se rio en voz baja cuando se dio la vuelta para
seguirlo.
—Sabes, —continúo Elander después de unos momentos de caminar—, podrías irte si qui-
sieras. Los lazos de nuestra corte están esencialmente cortados ahora; no espero que mantengas el
juramento que hiciste. Estamos más allá de eso, creo.
—Sí, —acepto Caden, secamente—. Ciertamente estamos más allá de eso.
Pero no mostró ninguna señal de irse; simplemente siguió recogiendo trozos de madera.
Reunieron todo lo que pudieron cargar y, mientras regresaban al campamento, Caden pre-
guntó, —¿Alguna noticia de la Diosa de la Tormenta?
Elander negó. Había estado observando los cielos por algo más que dragones durante los
últimos tres días; Nephele a menudo enviaba mensajes a través de diminutas criaturas blancas
parecidas a pájaros conocidas como magari.
—¿Crees que fue prudente confiarle a ella y a sus secuaces algo tan importante? Incluso si el
poder del Corazón se agotó por completo, todavía se siente extraño no tenerlo con nosotros, ¿no?
Casia había hecho la misma pregunta cuando le explicó la ubicación de ese objeto divino
pero roto.
Y le dijo a Caden exactamente lo que había hablado con ella, —¿Qué otra opción teníamos?
Vamos a necesitar más ayuda cuando se trata de lidiar con Malaphar. Necesitamos a Solatis de
nuestro lado y, de alguna manera, no creo que ella hubiera respondido si yo hubiera sido el que la
llamaba. Al menos Nephele y los demás tienen la oportunidad de llegar hasta ella. Y pensé que el
Corazón podría ayudar con esa tarea.
Caden frunció el ceño. Pero parecía que no podía pensar en un argumento en contra de este
plan, así que finalmente se encogió de hombros, tal como Casia finalmente había hecho, y dijo, —
Supongo que dejar que ellos se ocupen de eso es una cosa menos de la que preocuparnos,
—Una batalla a la vez, —confirmó Elander, en acuerdo.
—Y con suerte, lo que nos espera en Moreth será más fácil de manejar.
—Al menos ningún ser divino interferirá con nosotros allí.
Caden asintió; era de conocimiento común que los dioses y sus monstruos ya no caminaban
entre los elfos.
Sin embargo, después de un momento, frunció el ceño con preocupación y agregó, —Pero, ¿soy
sólo yo, o parece que ha pasado demasiado tiempo desde nuestro último encuentro con monstruos
en este reino?
Elander alcanzó reflexivamente el hombro que el Dios Torre había apuñalado. Sus heridas de
esa batalla se habían curado más o menos, pero el recuerdo de la espada aún estaba nítido.

94
Y Caden tenía razón; había estado inusualmente tranquilo estos últimos días. Parecía extraño
que Malaphar no hubiera enviado otras bestias para atacarlos después de haber enviado al Dios
del Fuego a Moonhaven. Casi con certeza sabía que Casia había escapado de ese último ataque, y
encontrarla de nuevo no sería un problema, ahora que llevaba su marca.
¿Tal vez no tenía prisa porque sabía que la marca eventualmente la alcanzaría, ya sea que
enviara a uno de sus secuaces para acosarlos o no?
Elander no había averiguado con precisión cómo estaba ocurriendo o cómo detenerlo, pero
incluso ahora podía sentir que la magia de esa marca se hacía más fuerte, entrelazándose con
más fuerza alrededor de Casia cada día que pasaba. Era sólo cuestión de tiempo antes de que se
enfrentara a la ascensión.
Si alguien pudiera resistir tal destino, sería ella.
Pero nunca había oído hablar de un ser que rechazara la ascensión una vez que un dios su-
perior los hubiera destinado a ello.
Por otra parte, él también nunca había oído hablar de un dios intermedio ascendiendo mientras
el anterior aún vivía. Y estaba muy vivo, a pesar de los mejores esfuerzos del Dios Torre, y tenía la
intención de seguir así. Él y Casia estaban reescribiendo las mismas leyes de su mundo, al parecer,
creando una historia diferente a todo lo que ese mundo había visto antes.
Si tan sólo supiera cómo terminaría.
Habrá más respuestas en Moreth, se decía a sí mismo. Los elfos tenían conocimientos que ni
siquiera los dioses medios poseían; habían existido antes de los Marr, durante ese tiempo cuando
los Moraki eran más comunicativos con ese conocimiento y con su magia.
Él se dio cuenta que Caden todavía estaba esperando su respuesta.
—...Tal vez deberíamos tratar de contactar a Nephele nosotros mismos, —informó Elander, sacu-
diendo la cabeza para tratar de descarrilar sus pensamientos acelerados— y ver qué ha descubierto.
—Podría hacer un viaje rápido a Stormhaven, —ofreció Caden—. Y luego te alcanzaré hacia Moreth.
—Tendrás que viajar a través de Oblivion. —Elander frunció el ceño, tratando de pensar en
alguna forma de evitarlo. Pero no podía—. Será arriesgado.
—Todo lo que estamos haciendo últimamente es arriesgado, ¿no? —Caden se encogió de
hombros—. Además, será más entretenido para mí que mi deber de leña.
Compartieron una sonrisa irónica y Elander murmuró, —Muy bien; puedes irte por la ma-
ñana, si no recibimos alguna señal de la diosa antes de eso. Démosle más tiempo.
Caden accedió a esperar, dejó caer la leña que había recogido y fue a ayudar a un grupo de
soldados que estaban cerca y que luchaban por levantar la tienda de mando de la reina.
Elander se dirigió hacia esa tienda.
Entonces sintió una presencia poderosa, junto con la sensación de que estaba siendo observado.
La curiosidad se apoderó de él; se alejó del campamento y retrocedió unos pasos hacia el bosque.
Rápidamente se encontró con lo que esperaba encontrar: dos grandes ojos miraban desde un
denso matorral.
El dragón lo estaba mirando.

95
Se mantuvo perfectamente inmóvil incluso cuando él se acercó. Sus escamas habían cambiado
de su habitual color amatista pálido; se mezclaban tan estrechamente con el follaje que lo rodeaba
que Elander podría no haberlo notado en absoluto si no hubiera sentido su fuerza vital, una ener-
gía que probablemente se había encendido porque la criatura había usado magia para ocultarse.
Le devolvió la mirada, incapaz de sacudirse la sensación de que los ojos del dragón veían más
que la mayoría de los seres. Casi pareció reconocerlo.
—Tal como yo lo entiendo, no eres verdaderamente humano, —afirmó la voz de Sade, mientras
emergía de entre los árboles y dejaba su propia leña recolectada en una pila detrás de él.
—... No, —acepto Elander—. No lo soy.
—Ella lo siente.
Él extendió su mano hacia el dragón.
La criatura se estiró fuera de la densa maleza y le dio a esa mano un largo y curioso resoplido,
sin apartar de él sus lechosos ojos azules.
—Ella misma, no es de este reino mortal, —expresó Elander.
—Cierto, —apoyó Sade, complacida de haber encontrado a alguien que entendía a su compa-
ñera dragón. Elander había tenido la impresión, durante sus breves interacciones con esta mujer,
que tenía poca paciencia con las personas que no entendían las cosas—. Su nombre es Rue, —in-
formó, limpiándose las manos para deshacerse de los restos de madera—. Según la leyenda, ella
solía morar en los cielos medios, junto con la diosa del medio, Mairu.
Mairu.
La Diosa del Control.
Técnicamente, pertenecía a la misma corte divina que alguna vez tuvo Elander: una sirvienta
de Malaphar.
—Pero según esa leyenda, a la propia Mairu no le gustaba adherirse a las moradas divinas,
—continúo Sade, acercándose y poniendo una mano sobre la cabeza del dragón. Le acarició la me-
lena como una pluma y la criatura emitió un sonido muy parecido al ronroneo de un gato—. Ella
escapaba de esas moradas divinas a menudo, o partes de ella lo hicieron, al menos; porque podía
crear copias de sí misma que podían caminar por el mundo de los mortales sin restricciones. Divinas
sombras, las llamaban los cuentos. Una de esas sombras tomó un amante humano, incluso, y tuvo
un hijo con él. —Dejó que las palabras flotaran en el aire, como si esperara a que Elander las corrigiera.
Se encogió de hombros. —Es cierto, más o menos.
Descarriada, la llamaban muchos de los otros Marr, por la frecuencia con la que se había des-
viado de ellos y de los reinos divinos, prefiriendo en cambio coquetear y hacer travesuras y amar
a los mortales.
Pero habían pasado años, ¿décadas, tal vez?, desde que había visto a esa diosa por sí mismo.
No estaba seguro de qué había sido de ella, si se escondía o había corrido algún destino terrible; él
había estado demasiado preocupado con su propio destino potencialmente terrible para indagar
más profundamente en el de ella. Pero él ya sabía esta historia que Sade le estaba contando, porque
había pensado a menudo en las formas en que se parecía a la suya: otra deidad que abandona las
reglas por amor.

96
Tal vez era la mayor locura de los dioses superiores, su creencia de que podían despojar de
toda la humanidad a aquellos a quienes elegían dar divinidad. A veces se preguntaba si todos
los dioses medios eventualmente volverían a caer en este mundo mortal y se quedarían allí, si les
daban suficiente tiempo.
—Nuestros dioses son del tipo entrometido y desordenado, ¿no? — comentó Sade.
Él no respondió.
Ella continuó igual, —Yo ni siquiera creía en ellos.
—Son muy reales.
—Sí. Me di cuenta poco después de encontrarme cara a cara con esta bestia, —confesó con
un asentimiento hacia el dragón.
Él sonrió un poco ante eso. La razón por la que no había visto un dragón en carne y hueso
en tanto tiempo era precisamente por esto: no pertenecían a este mundo, técnicamente. Algo lo
estaba atando aquí; las criaturas más grandes y poderosas como esta no podían permanecer en el
reino de los mortales sin algo divino que las vinculara a él.
Los sabuesos con los que había luchado junto a Nephele habían llegado al refugio del lado de
los mortales sólo después de que el Dios del Fuego les hubiera abierto un camino. Las bestias que
el Dios Torre había enviado durante las últimas semanas (la garmora en Belwind, los night-vanths
en Rykarra) habían sido atraídas, en parte, por el propio Elander.
Y en este caso, supuso que la atadura era la Gran Reina de Sundolia, esa hija de la sombra de
Mairu y uno de sus amantes humanos. La joven reina no era un ser divino, pero aparentemente
estaba lo suficientemente cerca de uno como para que este dragón pudiera quedarse aquí y servirla,
incluso a pesar de la distancia que los separaba.
—No estás en posesión de ningún dragón que debamos conocer, ¿verdad? —preguntó Sade,
arqueando una ceja.
Negó. Pero cuanto más pensaba en ello, menos seguro estaba de esa respuesta. La pregunta
de Casia de la otra noche resurgió de repente en su mente...
¿Quién era yo antes?
Se alegró de que no le hubiera pedido más detalles, porque no estaba seguro de haber podido
dárselos. Porque él también estaba olvidando quien había sido. Todo lo que había hecho, cada poder
que había tenido, cada bestia que podría haberle respondido alguna vez...
Todo se estaba volviendo más borroso cada día.
Con cada cambio en su poder y estado divino, más cosas parecían desaparecer.
Y sospechó que esta mujer de Sundolia quería interrogarlo más sobre esas cosas borrosas.
Entonces, antes de que ella pudiera hacer eso, él se excusó y regresó al campamento.
Sintió los ojos del dragón siguiéndolo a medida que avanzaba. La tienda de mando de la reina se
había erigido con éxito en este punto. Caden no estaba a la vista. Elander se mantuvo sólo y se mantu-
vo ocupado llevando la leña recolectada a un lugar más central y comenzando a encender un fuego.
Laurent pronto se unió a sus esfuerzos y descubrió que no le importaba la compañía; de to-
dos los amigos de Casia, encontró que el semielfo era el más fácil de hablar. Quizás porque ambos
estaban mitad en un mundo y mitad en otro. Les daba un punto de partida común, al menos.

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Rápidamente encendieron el fuego, se acomodaron alrededor y observaron en silencio el resto
del campamento. Después de unos minutos, Elander miró a través de las llamas y dijo, —No estás
deseando regresar a casa, según tengo entendido.
Laurent mantuvo sus ojos en esas llamas mientras respondía. —No diría que estoy encantado.
Y yo no diría que es mi hogar. Ni siquiera cerca.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que vives allí?
Laurent buscó en el paquete de cuero a sus pies, sacó una cantimplora y tomó un largo sorbo.
—Yo nunca viví allí, en realidad. Le digo a la gente que soy de Moreth porque es verdad, en cierto
modo, y porque el miedo y la superstición generalmente les impiden investigar más de cerca el asunto.
Esto era una sorpresa. —¿Le ocultaste esto a Casia y a los demás?
—No pensé que importara de dónde venía. Nunca actuaron como lo hiciera, de todos modos;
creo que esa es la razón por la que me he quedado con ellos durante tanto tiempo. —Tomó otro
sorbo—. Aunque supongo que la verdad es un bastardo implacable. Como es el pasado. No hay
muchas posibilidades de escapar de nada de eso.
—No del todo, de todos modos, —asintió Elander.
Él había escapado a gran parte de su propio pasado sólo al perder su divinidad y ser sometido,
una y otra vez, a la magia tortuosa y agotadora del Dios Torre. Pero todavía se había puesto al día
de otras maneras. El sonido de la voz de Casia flotaba hacia él en ese instante, recordándole esto.
El aún no lo sabía cómo o por qué se habían vuelto a encontrar, pero aquí estaban.
—Yo no nací en el reino de los elfos, —continuó Laurent—. Mi madre era humana y era de
Riverhill, y regresó allí cuando se dio cuenta de que estaba embarazada. Pero tampoco nos que-
damos allí mucho tiempo después de que yo naciera. Ella no podía ocultar lo que yo era, y lo que
yo era no le gustaba a la gente de ese pueblo. Puede que ya lo sepas, pero esa gente del río siempre
ha sido del tipo temerosa de Dios. Para ellos, asociarse con elfos significaba traer desgracias a su
familia, debido a todas las formas en que esos elfos supuestamente habían ofendido a los dioses
superiores. Pero Moreth tampoco era una opción, porque mi padre elfo ya tenía otra persona a la
que atender en lugar de mi madre y a mí.
—¿Otra?
—La mujer élfica con la que en realidad estaba casado.
—Ah.
Laurent recogió una rama extraviada y comenzó a partirla en pedazos más pequeños, con
los ojos vidriosos, pensativo. —Si las leyes lo hubieran permitido, mi madre siempre decía que mi
padre la habría elegido, nos habría elegido a nosotros. Sospecho que sólo dijo eso para que no sintiera
que fui un accidente. Sin embargo ¿quién sabe? Nunca conocí a mi padre, así que no puedo decir
lo que él quería, de una forma u otra.
—Entonces, ¿a dónde fueron? ¿Dónde vivieron?
Se encogió de hombros. —Nos las arreglamos en un pequeño pueblo u otro. Nunca uno en
particular por mucho tiempo.
—¿Y tu madre ahora está...?
—Enterrada en la cima de una colina en las afueras de Lenora, con vista al mar. Donde

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habríamos vivido para siempre, ella lo dijo una vez, si sentar cabeza alguna vez se convertía en
una opción para nosotros.
—Lo lamento.
Otro encogimiento de hombros.
Elander cambió su peso de un lado a otro. Debería haber sabido qué decir. Todo el tiempo que
había pasado entre los muertos y los moribundos, caminando entre los diversos cielos e infiernos
de este mundo...
¿Por qué él no sabía qué decir?
—¿Qué pasa contigo? —preguntó Laurent—. He tenido curiosidad desde que Casia nos dijo
quién eras realmente. Sé que todos los seres divinos aparte de los dioses superiores alguna vez
fueron criaturas mortales; debes haber tenido una familia antes de ascender, ¿cierto?
Elander asintió, pero una vez más, no estaba seguro de qué más decir. Había tenido una
madre y un padre una vez. Él tenía que tenerlos.
Pero no podía imaginárselos en absoluto.
Era una tendencia común entre los dioses medios, particularmente los que eran más antiguos
y poderosos; la mayoría tenía poco o ningún recuerdo de lo que habían sido antes de la ascensión.
Levantarse como un ser divino significaba en última instancia dejar atrás los recuerdos humanos.
Algunos de los espíritus menores se las arreglaban para aferrarse a los suyos, pero incluso eso era raro.
Y ahora que Elander estaba descendiendo, también había notado que sucedía a la inversa: los
recuerdos de su época como ser divino comenzaban a desvanecerse.
Uno u otro. Dios o humano. La estructura de su mundo no parecía permitirles ser ambos. Lo
que hacía que su existencia, y ahora también la de Casia, fuera aún más complicada.
—No recuerdo nada de ellos, honestamente, —confesó en voz baja.
Laurent le dirigió una mirada curiosa, pero él no se inmiscuyó. No parecía ser del tipo que
se entrometiera.
Otra razón por la que Elander prefería su compañía a la mayoría de los demás.
—Sinceramente, yo no pienso muy a menudo en la familia de la que vengo. —Laurent arrojó
la extremidad rota al fuego, pieza por pieza, sus ojos deslizándose de nuevo mientras se perdía en
sus pensamientos. Después de una larga pausa, habló—, No importa demasiado de dónde vengo
sino a dónde voy, siempre me he dicho eso. Y eso no importaba antes de esta pequeña aventura en
la que nos hemos encontrado.
Una repentina preocupación golpeó a Elander. —En cuanto a dónde vamos: crees que puedas
llevarnos a Moreth, a pesar de tu... cuestionable ¿herencia?
Él suspiró. —La puerta al reino se abrirá para mí debido a mi sangre élfica, o mi madre me
dijo una vez que lo haría, de todos modos. Pero lo que suceda a continuación es una incógnita. Es
por eso que pensé que debería contarte toda la verdad antes de ir a por Moreth. Soryn ya lo sabe.
—¿Y los otros?
—También se lo dije a Casia y Nessa, y supongo que ellas se lo han dicho a casi todos los de-
más. —Su mirada se desvió hacia el río, hacia donde los dos en cuestión estaban chapoteando en

99
el agua, y una media sonrisa levantó un lado de su boca—. Nessa está convencida de que allí me
espera una feliz reunión familiar. Tengo mis dudas. Pero supongo que ya veremos.
Se quedaron en silencio.
La mirada de Elander se demoró un momento en el río. El sol se estaba poniendo, arrojando un
cálido resplandor que hacía brillar el agua. Casia resplandecía dentro de ese sol anaranjado, cabello
en llamas, el cuerpo una silueta ardiente que atraía su mirada una y otra vez. Estaba pensando en
ponerse de pie e ir a hablar con ella cuando Zev de repente se paró frente a él, bloqueando su vista.
—¿Qué estás mirando, precisamente? —preguntó Zev. Había un ligero toque de alcohol en su aliento.
—El río, —respondió Elander, bostezando.
—Mentiroso, —reprendió Zev, y eso fue todo lo que dijo durante un largo momento.
—¿Hay algo más en lo que pueda ayudarte?
—Tengo una pregunta para ti, —comenzó Zev, dejándose caer en el suelo frente a él.
Pasó otro minuto en silencio, y finalmente Elander preguntó, —¿Y bien?
Zev entrecerró los ojos con sospecha. —¿La amas?
Elander arqueó una ceja. — De repente, siento como su estuviera haciendo una prueba.
—Tonterías, —masculló Zev, recostándose contra el tronco en el que estaba sentado Laurent.
Sacó un cuchillo de la vaina de su tobillo. Lo tiró de un lado a otro con una destreza impresionante
para alguien que parecía estar en camino de emborracharse. Eventualmente, lo atrapó y lo clavó
en el tronco detrás de él, todo en un movimiento suave—. Sin embargo, será mejor que no falles.
—Ya basta, —reprochó Laurent, fijándolo con una mirada de desaprobación—. De cualquier
manera ¿cuánto has estado bebiendo?
Zev inhaló profundamente antes de sacar el cuchillo de la madera. —No lo suficiente, mi
amigo elfo, —respondió, colocando una mano en el hombro de Laurent. Luego se puso de pie,
envainó el cuchillo y se alejó bailando tan rápido como había llegado.
—¿Realmente empacamos tanto alcohol? —Elander preguntó mientras lo veía irse.
—No. Desapareció cuando viajábamos por Edolin, si no te diste cuenta. Luego reapareció con
varias alforjas nuevas... y al parecer, ahora sabemos lo que había en esas bolsas.
—Prioridades, —reflexionó Elander.
Laurent soltó una carcajada. —Él lucha con eso. —Sus ojos regresaron al río. Después de un
momento, se estrecharon, suspiró y agregó—, Y ellos dos, más el alcohol, generalmente son problemas.
Elander siguió su mirada una vez más, y rápidamente entendió su preocupación; Zev parecía
estar tratando de prender fuego al río.
Había invocado fuego en ambas manos y lo estaba barriendo a su alrededor en una especie
de danza enloquecida, mientras Sade y Nessa estaban de pie en la orilla, con los brazos cruzados
sobre el pecho, pareciendo completamente imperturbables.
Casia todavía estaba sumergida hasta las rodillas en el agua, haciendo todo lo posible por
ayudar a su amigo en sus esfuerzos. Estaba arrojando algo sobre la superficie del agua, algo infla-
mable, aparentemente. Otra cosa cuestionable que Zev había recogido en Edolin, sin duda.
Chisporroteaba y humeaba mientras las brasas de su magia caían sobre él, hasta que, finalmen-
te, se encendió. Casia se tambaleó hacia atrás con un chillido que pronto se convirtió en carcajada.

100
Esa risa se estaba convirtiendo en uno de los sonidos favoritos de Elander. Y hubo un momento,
hace sólo unos días, cuando pensó que nunca volvería a escucharla. Cuando se había derrumbado
contra la pared en Oblivion, la sangre se acumulándose a su alrededor...
Así que escucharla ahora era un bálsamo para su alma cansada, incluso si esas llamas que la
hacían reír estaban poniéndose inquietantemente altas.
—Debería ir a acompañar eso, —murmuró Laurent.
Elander asintió. —Por favor, no dejes que accidentalmente prenda fuego a Casia; la amo, y
preferiría que ella permaneciera en una sola pieza sin quemaduras.
—Haré lo mejor que pueda, —anunció Laurent, sonriendo brevemente antes de dirigirse hacia el río.
Elander se quedó junto al fuego.
La gente iba y venía a su alrededor. Algunos charlaban con él, pero ninguno se quedaba
mucho tiempo. Estaba acostumbrado a eso. Incluso cuando había comandado ejércitos para Varen
y el ex rey-emperador, incluso cuando vivía en ese palacio en Ciridan, rodeado de gente, rara vez
alguien se acercaba demasiado a él. Porque supuso que un aura de Muerte todavía se aferraba a él
incluso ahora, y la Muerte era tratada de manera similar en casi todas las culturas que había pre-
senciado: como una entidad siempre presente que la gente reconocía y con la que ocasionalmente
coqueteabas cuando necesitaban éxtasis, pero uno al que tenían miedo de mirar o sentarse durante
demasiado tiempo.
Se hizo de noche. Soryn envió a Sade y su dragón a volar el tramo de la ruta que él, Casia
y los demás tomarían mañana, y luego la reina se retiró a su tienda. La mayoría de sus soldados
siguieron su ejemplo. Casia, Nessa y Zev se sentaron en la orilla del río, pero Laurent les había
confiscado el licor, y Rhea los había regañado lo suficientemente fuerte como para que sus oídos
todavía zumbaran.
Nada estaba en llamas, y estaban a salvo por el momento.
Elander estaba sintiéndose cada vez más inquieto, por lo que encontró a Caden y les ofreció
a ambos hacer el servicio de patrulla, una excusa para deambular sin ser cuestionado por ello.
Pasaron casi una hora revisando los caminos alrededor de su campamento. Se aventuraron lo
suficientemente lejos como para poder ya no escuchar ninguna de las conversaciones en voz baja
de ese campamento, y la noche parecía volverse más pesada a medida que se hacía más tranquila,
envolviéndolo como una capa reconfortante.
Sus pensamientos finalmente comenzaron a calmarse, y estaba considerando regresar al
campamento e intentar dormir...
Hasta que vio a lo lejos un grupo de árboles que brillaban extrañamente a la luz de la media luna.
Al principio, pensó que podría haber sido savia rezumando del tronco, y quizás un rocío
acumulándose en las hojas. Pero a medida que se acercaba a los árboles, se hacía evidente de in-
mediato que su brillo so se debía a ninguna de estas cosas.
Los árboles estaban cubiertos de hielo.
A pesar del aire relativamente cálido y seco, la cubierta era gruesa alrededor de varios baúles.
—¿Es lo que creo que es? —preguntó Caden, extendiendo una mana y tocando el hielo por sí mismo.
Elander se alejó del árbol lentamente, su mirada recorriendo el tronco y siguiendo el camino
brillante que se alejaba de él—. La Diosa del Hielo caminó aquí. Brevemente.

101
Siempre era brevemente en este imperio en estos días, ya que no había suficiente magia circu-
lando en Kethra para soportar cómodamente a un dios o diosa caminando en su forma completa-
mente divina durante mucho tiempo. Pero todo lo que se necesitaba era una breve visita para dejar
un ancla de magia, una atadura como la que mantenía a ese dragón en el reino de los mortales,
sirviendo a la reina de Sundolia...
—¿Ha elegido el mismo lado que el Dios del Fuego? —Caden se preguntó.
Elander no respondió. Él no lo sabía. Esa diosa había sido una vez su amiga, otra más de su
corte. Pero ella había ignorado sus últimos intentos de comunicarse con ella.
Si tuviera que adivinar, no contaría con que ella estuviera de su lado.
Continúo siguiendo el rastro de hielo. Se extendía en línea recta durante al menos media
milla, y luego giraba bruscamente a la derecha, hacia...
—Algo se dirige hacia el campamento. —El pánico se apoderó de él, y estaba corriendo antes
de que Caden pudiera responder.
No disminuyó la velocidad hasta que salió disparado de los árboles y se metió en medio de
su campamento.
Un campamento que aún estaba allí: aún intacto, aún en calma.
Nada parecía estar mal. La mayoría de los soldados dormían, pero algunas cabezas se giraron
y miraron con curiosidad, y luego a Caden cuando apareció con la misma urgencia.
Elander contuvo el aliento. Se obligó a moverse con calma. Todos estaban a salvo, las barreras
que Soryn había erigido habían hecho su trabajo, aparentemente. Y todavía…
Algo todavía no se sentía bien.
Con la mano apoyada ligeramente en la espada corta que colgaba de su cadera, se adentró en
el campamento. Quería encontrar a Casia, comprobar por sí mismo que estaba a salvo.
Y después de unos minutos de búsqueda, finalmente la localizó: estaba de pie en el río hasta
la cintura una vez más.
El río que de repente, se estaba convirtiendo rápidamente en hielo.

102
Capítulo Doce

Traducido por Kasis


Corregido por Camm

ELANDER AÚN PODÍA MOVERSE A UNA VELOCIDAD INHUMANA, LO SUFICIENTEMENTE


RÁPIDO COMO PARA correr y dejar atrás a todos los demás que habían comenzado ir hacia el río.
No fue lo suficientemente rápido.
Casia vio el hielo formándose, acercándose más a ella, y comenzó a retroceder frenéticamente
hacia la orilla. Casi la había alcanzado cuando algo la atrapó y tiró de ella para que se detuviera.
Luchó por un momento, tratando de sacar su pierna de su agarre, hundiéndose un poco más con
cada intento...
Y luego ella se fue, sumergida bajo el agua.
El hielo pasó sobre su cabeza al instante siguiente, atrapándola. El campamento se había
puesto en movimiento alrededor de Elander, pero él no apartó la vista del lugar donde había visto
a Casia por última vez. Golpeó el río helado con un cuchillo que ya tenía en la mano. Se agachó
para bajar su centro de gravedad y se movió tan rápido como pudo sin perder el equilibrio. Conocía
su energía. Él podía encontrarla si sólo se concentraba y no entraba en pánico.
Segundos después, la sintió: el pulso familiar que era de ella. De algún modo, era frenético y
desvaneciéndose, una ráfaga de energía seguida de un lento descenso a una quietud aterradora,
una y otra vez.
Él se movió hacia eso. Vislumbrando un cabello gris en el agua oscura al otro lado del hielo.
La perdió de vista. La encontró de nuevo, y esta vez cayó inmediatamente de rodillas, apuñalando
hacia abajo con su cuchillo mientras caía.
Esto no era hielo típico; al principio resistió incluso su fuerza parcialmente divina. Pero aún
podía ver a Casia. Todavía podía sentir su lucha.
Y él no iba a perderla.
Una poderosa combinación de furia y miedo finalmente hizo que su cuchillo atravesara el
hielo. Se rompió por el pinchazo que había hecho, y ahora que tenía un punto de partida, arrojó
el cuchillo a un lado y usó su puño para terminar el trabajo. El hielo se movió y se derrumbó
peligrosamente alrededor de sus rodillas, y sus nudillos pronto sangraron por raspar los bordes
irregulares y rotos, pero siguió golpeando hasta que tuvo una abertura lo suficientemente grande
como para sacar un cuerpo.
Todavía podía ver a Casia. Todavía estaba consciente, al parecer, luchando por abrirse camino
hacia la abertura que él había hecho, sus manos tanteando el camino a lo largo del techo helado sobre ella.
Metió la mano al río.
Las yemas de sus dedos rozaron las de él.
Y luego se cayeron.
Mantuvo su mano en el agua, siguió acercándose a ella incluso después de que ella se había
perdido de vista.
Esa agua se estaba enfriando rápidamente. La magia bullía en su interior, y el frío antinatural
mordía su piel, entumeciendo un camino por su brazo. Sumergirse tras Casia sería una forma tonta
de acabar con los dos. Él lo sabía.
Estaba a un instante de hacerlo de todos modos cuando su mano finalmente se cerró sobre su muñeca.
Él se aferró a su brazo con más fuerza de lo que había sostenido quizás a nada en su existencia,
y la sacó del agua, la acunó contra su pecho y la llevó a la orilla.
La escarcha se aferraba a las puntas de su cabello y pestañas. Su piel estaba pálida, sus labios
azules, sus ojos parpadeando dentro y fuera de foco.
—Quédate despierta —ordenó, quitándose el abrigo y envolviéndolo alrededor de ella—.
Mantente despierta.
Ella murmuró algo que sonaba como una discusión.
Bien.
Si todavía quería discutir con él, entonces su cerebro aparentemente funcionaba normal.
Todo el río se había congelado en este punto, y el hielo se estaba extendiendo sobre la tierra,
de forma lenta pero segura. Sus venas serpenteaban por la orilla fangosa y se extendían hacia ellos.
Levantó a Casia en sus brazos una vez más, se alejó corriendo del río mientras gritaba a Zev, quien
miraba en su dirección y luego corrió hacia ellos, invocando fuego en sus manos mientras se acercaba.
Elander se detuvo una vez que llegó a la cima de una pequeña colina. El hielo siguió, ex-
tendiéndose por el suelo, convirtiendo la hierba en dagas de cristal, envolviendo arbustos y árboles
pequeños, y rompiendo ramas. Por el rabillo del ojo vio que atrapaba al menos a un soldado que
se movía demasiado despacio; ese soldado tropezó cuando el hielo se envolvió alrededor de sus
piernas, y luego se convirtió en una estatua congelada que hizo una serie de sonidos repugnantes
y crujientes cuando golpeó el suelo.
Un momento después, el fuego se dirigió hacia Elander. Lo rodeó, se enganchó en la hierba
alta que lo rodeaba y se elevó en una alta pared protectora.
Podía vislumbrar a Zev al otro lado del campo, controlando las llamas y evitando que se ex-
tendieran demasiado cerca. La escarcha que llegaba hacia él y Casia se derritió, y dentro del círculo
de calor sofocante, la piel de Casia enrojeció más cerca de su color normal.
Después de un momento sus ojos se abrieron, y finalmente permanecieron abiertos.
—¿Puedes pararte? —preguntó.
Ella encontró su mirada lentamente, todavía algo aturdida y temblando. Ella asintió. La colocó
sobre sus pies. Su equilibrio se tambaleó. Ella sujeto su brazo, apoyándose contra su fuerza.
—Estoy bien —anunció en respuesta a la mirada preocupada que él le dirigía—. ¿Qué está pasando?

104
Antes de que pudiera responder, el calor a su alrededor cambió, atrayendo la mirada de ambos
hacia una gran parte del anillo de fuego que había comenzado a oscurecerse.
Zev se había distraído; ahora estaba de pie espalda con espalda con su hermana, que estaba
empuñando su bastón que lanzaba fuego. Estaban trabajando juntos, tratando de liberar a los sol-
dados que la magia helada había atrapado antes de que el hielo que los rodeaba pudiera romperles
los huesos. Era una operación delicada. Una en la que estaban fallando en su mayoría.
Soryn corría de un extremo a otro de la costa, llamando a sus compañeros usuarios de la
magia del Cielo a la acción. Pronto hubo un muro de esa magia del Cielo que se elevó, envolviendo
a los caballos, así como las tiendas y los suministros dentro de ellos.
Elander se había dirigido hacia Zev y Rhea, con la intención de ayudarlos, cuando escuchó
a Casia jadear.
Ella estaba señalando hacia el río.
Se giró y vio una criatura que salía del agua.
No atravesaba el hielo sobre el agua, sino que se elevaba desde el hielo, construyendo su cuerpo
a partir de fragmentos congelados que crepitaban y brillaban a la luz de la luna. Una fina nube de
niebla helada lo envolvía mientras se estiraba más y más, y vieron cómo la niebla se arremolinaba
en la forma de dos largos brazos, uno de los cuales empuñaba una espada hecha con más hielo.
Cuando el hielo finalmente dejó de moverse y formarse, la bestia se mantuvo tan alta como
el más alto de los árboles que rodeaban su campamento. Sus ojos negros brillaban en los amplios
huecos de un cráneo parecido a un casco. Su boca era cavernosa, con dientes como formaciones
rocosas irregulares que sobresalían al azar.
Eso levantó su espada, y con una velocidad que parecía imposible para una criatura tan
grande, cortó esa hoja hacia la pared de magia del Cielo que Soryn estaba tratando de establecer.
La magia del Cielo resistió el golpe inicial, aunque la tierra a su alrededor tembló violenta-
mente. La reina cayó sobre sus manos y rodillas, luchando por mantener el equilibrio. Listones de
su magia flotaban a su alrededor, hebras de color turquesa pálido se desprendieron de su cuerpo
y liberaron del escudo que había estado tejiendo.
Elander se giró hacia Casia. Pero ella ya no estaba allí; corría hacia la brecha en el fuego que
los protegía.
Se detuvo solo el tiempo suficiente para quitarle un arco y un carcaj a un soldado caído y, una
vez armada, volvió a correr, saltando sobre el terreno helado y deslizándose precariamente sobre
otros hasta que estuvo al lado de Soryn.
Tiró de Soryn para que se pusiera de pie. Se interpuso entre la reina y el monstruo hecho
de hielo, y mientras la reina estaba ocupada fortificando las partes de su escudo debilitado, Casia
colocó una flecha y apuntó.
La flecha golpeó el hombro de la bestia.
Una segunda flecha voló hacia el hombro opuesto un momento después, esta cortesía de
Nessa, que estaba elevada en una colina cercana, justo encima de otro escudo de magia del cielo.
Ambas flechas tuvieron el mismo efecto: cortaron una pequeña sección del cuerpo del mons-
truo y enviaron los fragmentos girando hacia el suelo. Siguieron dos flechas más, cada una cortando
un trozo más grande de hombro.

105
Pero luego se oyó un crujido y un tintineo como el de un tenedor golpeando un vaso: el sonido
de la bestia haciendo crecer más hielo para remplazar lo que había perdido.
Elander alcanzó a Casia, y sin apartar la mirada de esa bestia, preguntó:
—¿Qué demonios es esta cosa?
La prueba de que la Diosa del Hielo no está de nuestro lado, pensó.
—¿Elander?
—Un sirviente de la diosa, Taiga —contestó—. Pero más allá de eso, no sé. Nunca lo había visto antes.
—Así que no sabes cómo deshacerte de él, ¿supongo?
Mientras negaba, Soryn volvió a gritar órdenes, dirigiendo a más arqueros para que dispara-
ran. Docenas y docenas de flechas volaban sobre sus cabezas y golpeaban a la criatura, cortando su
cuerpo poco a poco. Pero incluso este bombardeo no era suficiente para ahuyentarlo; simplemente
seguía regenerándose.
—Pero no vamos a deshacernos de él así, al parecer —recalcó Elander.
Casia murmuró algo por lo bajo y luego se giró para hablar con Laurent y Zev mientras se acercaban.
Mientras ellos discutían sobre un plan, Elander se concentró en tratar de sentir la fuerza vital
de la criatura. Cada vez que regeneraba su cuerpo, esa fuerza se hinchaba, lo que hacía más fácil
señalar el lugar de donde fluía, aunque todavía era difícil concentrarse en él, entre la discusión a
su lado y los gritos cada vez más aterrorizados por todo el campamento.
—Tiene que tener una debilidad —escuchó decir a Casia. La desesperación se aferraba a sus
palabras, haciendo que su voz fuera más fuerte y aguda de lo normal, y un instante después esa
desesperación volvió su mirada hacia él.
Y él no estaba seguro de haber encontrado una verdadera debilidad, pero…
—Tiene una energía distinta —señaló—, y parece estar acumulada en la parte inferior de su
estómago. Hay un pulso extraño allí.
—¿Como un latido del corazón? —preguntó Laurent.
—Tal vez.
Casia entrecerró los ojos en el lugar en cuestión.
—El hielo parece grueso allí. —Su mirada se disparó hacia Zev—. Tendrás que derretirlo.
—No tengo un suministro ilimitado de magia —respondió Zev, frunciendo el ceño—. Y se
está moviendo demasiado rápido para que me concentre en la magia que debo tener.
—Concéntrate primero en sus piernas, entonces —ordenó Elander, sacando su espada mien-
tras Laurent hacía lo mismo—. Serán un objetivo más delgado y fácil. Si puedes debilitarlas lo
suficiente para que nuestras armas tengan una oportunidad, podremos ralentizarlo, y luego tú y
tu hermana podrán apuntar a su estómago. Y Casia puede estar lista para atacar cualquier órgano
vital que, con suerte, descubra.
Casia asintió, con su mandíbula apretada y sus ojos brillando con determinación.
Zev parecía menos seguro.
—Esto parece que tiene el potencial de ir desastrosamente, y todavía estoy demasiado borra-
cho para esto...
—Y ninguna de esas cosas son problemas nuevos para nosotros —interrumpió Laurent, aga-
rrándolo por el brazo y tirando de él para que corriera.

106
Elander lo siguió de cerca.
El plan estaba en marcha ahora, y sucedía demasiado rápido para que Zev o cualquier otra
persona pudiera cambiarlo.
En cuestión de segundos, fueron tragados por la sombra del monstruo. Se dio cuenta de que
se acercaban y sacó su hoja de hielo antes de barrer hacia adelante en un arco bajo.
Elander tuvo que saltar sobre un cuerpo congelado y caído para esquivar por poco el filo den-
tado de esa hoja. Y aunque no lo había golpeado, todavía dejaba residuos mágicos; el aire comenzó a
enfriarse con la misma congelación antinatural que se había apoderado del río. Era desorientador.
El frío se apoderaba de su cabeza como un par de garras, apretando más y más fuerte hasta que el
dolor palpitante nubló su visión.
Un destello de fuego le devolvió la atención.
Pronto se convirtió en algo más que un destello; un infierno constante y sostenido rodeó a
Zev. Esa masa de fuego que caía rápidamente se aplanó, se estiró en una especie de cuerda que
obedecía cada giro de su muñeca y cada gesto de su mano.
La expresión de Zev era perfectamente solemne. Enfocada. Todo lo contrario de cómo se veía
normalmente. Elander no pudo evitar sentirse impresionado y preguntarse de qué podría ser capaz
cuando no hubiera pasado la noche bebiendo sin sentido.
Esa cuerda de fuego azotó hacia las piernas de la bestia, en lo que podría haberse considerado
sus tobillos, y se envolvió con fuerza alrededor de ambos simultáneamente. El agua goteaba como
sangre en los lugares que la cuerda quemaba. La bestia dejó escapar un sonido terrible, como un
fuerte viento aullando a través de un paso de montaña, y giró la cabeza para seguir a Zev. Pero sus
intentos de perseguirlo se vieron obstaculizados por el deterioro de sus piernas.
Se distrajo y tropezó.
Ahora era su oportunidad.
Elander fue a la izquierda.
Laurent fue a la derecha.
Se necesitó de toda la fuerza que Elander podía reunir para atravesar incluso el hielo debilitado
y húmedo. Varias veces tuvo que sacar su espada, girar hacia atrás y atacarlo desde el otro lado,
pero finalmente lo logró, al igual que el semielfo un momento después. De las piernas cortadas
brotó hielo derretido. El monstruo se tambaleó peligrosamente durante varios segundos antes de
tropezar en la empinada pendiente de la orilla del río y estrellarse, haciendo retumbar la tierra al
estrellarse.
Aterrizó de lado, exponiendo su estómago a Rhea, que estaba de pie en la cima de esa pen-
diente con su bastón en la mano. Zev se unió a ella e invocaron llamas que se entrelazaron en el
aire, creando una lanza de fuego que hundieron profundamente en el vientre de la bestia.
Elander sintió que la fuerza vital de la criatura saltaba a algo más rápido, golpeando más y
más fuerte mientras el fuego se hundía en su cuerpo. El órgano del que fluía su vida fue visible
durante una fracción de segundo, tal como esperaban que fuera: una mancha oscura y carnosa
que en verdad se parecía a un corazón latiendo.
Casia apuntó y lanzó su flecha en ese mismo segundo...

107
Pero el hielo ya había comenzado a reformarse tan rápido como se había derretido.
La flecha no se rompió del todo.
Las piernas de la bestia estaban tomando forma una vez más, el hielo en el suelo helado se
movía como si fuera consciente, se extendía hacia arriba y alrededor de los apéndices rotos, sellando
sus apéndices derretidos y reconstruyéndolos de nuevo más altos que antes.
Se balanceó hacia atrás, colocándose en cuclillas mientras probaba su peso sobre las piernas
recién formadas.
Casia todavía estaba de pie ante él, imperturbable por su regeneración.
Muévete, pensó Elander. ¡Muévete!
Pero ella no se movía; estaba preparando otra flecha.
Se las arregló para hundir esa segunda flecha justo al lado de la primera, pero aun así no fue
suficiente para abrirse paso y llegar al centro vital. Y la bestia fue lo suficientemente inteligente
como para darse cuenta de lo que estaba tratando de hacer; uno de sus brazos se envolvió protec-
toramente alrededor de su estómago. Lentamente, con la suavidad de una cinta que se despliega,
se elevó hasta alcanzar su máxima altura. Su boca se abrió en una furiosa exhibición de dientes,
y su mirada se fijó en Casia.
—¡Sus ojos, Nessa! —gritó Elander.
Una flecha salió disparada de la cima de la colina y golpeó el ojo derecho de la bestia. Siguieron
varias más cuando la reina Soryn gritó una orden para terminar de cegarlo. La bestia se tambaleó hacia
atrás, golpeándose la cara mientras proyectil tras proyectil caía en sus cuencas oscuras y brillantes.
Casia se alejó de él, evitando pisar fuerte mientras corría hacia un terreno más alto.
La bestia abrió un ojo y protegió ese orbe de más flechas entrantes. Mirando a Casia de nuevo,
y una de sus manos se estrelló contra ella, atrapándola dentro de una jaula de dedos largos y helados.
Elander corrió hacia ella.
Una explosión de aire helado lo golpeó antes de que pudiera alcanzarla, picándole los ojos y
quitándole el aire de los pulmones. Se dejó caer sobre una rodilla. El aire a su alrededor brillaba
con cristales helados de magia. Respirarlo se sentía como tragar cuchillos.
Tosiendo, levantó la cabeza y vio que los cuerpos estaban esparcidos a su alrededor, todos
ellos brillantes, todos cubiertos por la misma fina capa de escarcha que también lo cubría a él.
Nadie más se movía.
Y aunque le había ido mejor que a la mayoría (todavía estaba consciente y aún erguido), sus
piernas se sentían inútiles, atadas por cadenas invisibles y amargamente frías.
Observó, horrorizado, cómo la mano de la bestia presionaba y aplastaba a Casia hasta per-
derla de vista.
Ignorando el dolor que irradiaba a través de sus piernas, Elander se arrastró hacia adelante,
extendió una mano e intentó invocar su magia. Él podría hacer eso. ¿A cuántos había matado antes
de este momento? Bestias y mortales por igual... detener corazones alguna vez había sido tan fácil
como respirar para él. E incluso ahora sentía que su magia se elevaba, sus zarcillos se extendían
en busca de la fuerza vital que necesitaba para sofocar.
Pero entonces...

108
Se fue.
Como si el viento se la hubiera arrebatado. Su poder sólo se sentía... desaparecido. Y no había
ninguna señal de que su magia impactara a esta bestia en absoluto, y aun así se sentía agotado, como
si acabara de convocar cinco veces la cantidad de magia que realmente había estado intentando.
De repente, el aire se volvió más frío.
De alguna manera, se volvió más frío, y con un escalofrío que era diferente al causado por la
magia del Hielo. La oscuridad se asentó sobre la orilla del río, más profundo y más violentamente
desesperado que cualquier noche natural, y se dio cuenta... él conocía esta magia.
Porque esta era su magia.
Solo que él no era quien la controlaba.
No podía ver gran cosa en la oscuridad, pero la propia magia de la bestia de hielo la ilumin-
aba desde dentro, delineando partes de su cuerpo con un brumoso resplandor blanco, y entonces
Elander vio que la jaula de dedos alrededor a Casia se había levantado. La marca que el Dios Rook
había clavado en la piel de Casia también brillaba intensamente, un terrible faro en la oscuridad.
Su expresión se volvió inquietantemente vacía cuando se puso de pie y dio un paso hacia esa
bestia que casi la había aplastado.
El frío y la oscuridad se intensificaron, y la bestia se agarró el estómago. Su corazón. Elander
aún podía sentir esa fuente de vida palpitante, apenas.
Y luego se detuvo.
La bestia cayó de rodillas. Cuando golpeó el suelo, se abrieron grietas en su estómago, su
pecho, su cabeza; pequeños trozos de hielo se desprendieron y cayeron, destrozados contra la
tierra. Remolinos de magia blanca y azul pálido rodearon a la criatura, levantando esos pedazos
destrozados y se los llevaron, poco a poco, hasta que no quedó nada.
El aire se calentó.
La escena se iluminó, la luna y las estrellas parpadearon lentamente mientras Casia se ar-
rodillaba en el suelo, con uno de sus brazos alrededor de su estómago, el otro apoyado contra el
suelo, con la cabeza hacia su pecho.
La escarcha que cubría el suelo y aparentemente todas las demás superficies comenzaron a
derretirse. El sonido del agua goteando llenó el aire. Pronto se les unió la corriente de un río recién
liberado, junto con el ruido de un campamento que lentamente volvía a la vida: voces aturdidas y
confundidas, gente que se ponía de pie, el frenético relinchar de los caballos.
Casia aún no se había movido.
Algunas de esas personas que se volvían a poner de pie la miraban fijamente, al gran charco
frente a ella, todavía resplandeciente con unas pocas astillas de hielo. Y estaban empezando a susurrar.
Elander no tuvo que escuchar para saber de qué estaban susurrando. Sabían quién era, qué
había hecho, los lugares en los que había estado. La mayoría no conocía la historia completa, pero
sabían lo suficiente como para especular sobre esa marca en su rostro, y lo que acababan de pres-
enciar sin duda convertiría esas especulaciones en algo... más oscuro. Algo más complicado.
Pero Elander no quería pensar en nada de eso ahora.
Se levantó a pesar de que el frío seguía lanzando dagas de dolor a través de sus piernas, se
acercó y arrodilló ante ella.

109
—Casia —la llamó en voz baja.
Ella lentamente levantó la cabeza y le devolvió la mirada, muda y asustada, su respiración se
aceleraba y se detenía, como si ya no fuera un reflejo sino un esfuerzo concentrado.
Podía sentir más y más cabezas girando para mirarlos. Entonces, en lugar de hablar allí en
medio de todos, le ofreció la mano. Dejó que él la ayudara a levantarse y juntos caminaron hasta
el borde del campamento, lejos de las miradas indiscretas. Algunos los siguieron tentativamente.
La mirada de Casia se deslizó sobre cada persona que la observaba, sin enfocarse verdaderamente
en ninguno de ellos.
Pero luego fijó sus ojos en él, solo en él, y dijo:
—Esa fue la magia de la muerte que acabo de usar.
Elander asintió.
Se recostó contra un árbol cercano, con la mano presionada contra su mejilla, como si el peso
de la marca en ella fuera repentinamente demasiado pesado para soportar estar de pie.
—Ni siquiera estaba intentando usarlo —susurró—. Estaba tratando de invocar la magia de la
Tormenta, pero no llegó. Se sintió como si esa magia oscura estuviera absorbiendo cada... cada otra
cosa dentro de mí y yo... yo...
—La magia de la muerte puede neutralizar otra magia —le recordó—. Y hay algo más...
Enterró su cara en su mano.
Él dudó.
—Sigue —murmuró ella.
—…Algo más de lo que no creo que hayamos hablado nunca, con respecto a las diferentes
deidades y su magia —continúo, en voz baja. Él esperó hasta que ella levantó la vista, hasta que su
equilibrio pareció más firme, antes de continuar—: Cuando los dioses de una corte en particular
están juntos, son más fuertes. La Diosa del Hielo responde a Malaphar, igual que yo lo hice una
vez. Así que nuestra magia, aunque parezca muy diferente, en realidad se compone de al menos
algunas energías similares. Su magia jugó algún papel en sacar la magia de la Muerte y por en-
cima de tu magia de la Tormenta, estoy seguro. Lo mismo con el Dios del Fuego cuando estabas
en Moonhaven; me dijiste que sentiste como si tu magia de Tormenta también estuviera siendo
sofocada, ¿no es así?
—Así que no fue la magia del Dios del Fuego lo que lo ha sofocado —afirmó—. ¿Fue simple-
mente su proximidad lo que hizo que fuera más difícil invocar un tipo diferente de magia? Eso, y
cualquier magia que hayas usado contra mí.
—Sí. Y ahora que lo pienso, sospecho que enviar a sus sirvientes detrás de nosotros proba-
blemente se trate menos de tratar de atacarte y más de tratar de acelerar tu ascensión obligándote
a usar tal magia.
Ella se apartó del árbol. Se adentró más en el bosque, sólo para caminar de regreso a su lado,
y luego de regreso al bosque nuevamente.
Una y otra vez hizo esto, hasta que finalmente negó, levantando los ojos hacia el cielo oscuro y dijo:
—Tal vez fue la magia de la Diosa del Hielo lo que la desencadenó, pero hubo algo extraño
en cómo sucedió. Porque podría haber jurado que sentí esa magia viniendo de ti al principio. Y
luego se fue y yo... yo...

110
Él quería mentir.
Pero ella se merecía la verdad. O lo que sospechaba era la verdad, al menos. Reflejando su
tono tranquilo, dijo:
—Parece que la transferencia de poder está ocurriendo de manera más agresiva de lo que pensé.
—Y si esto sigue pasando… —Sus ojos bajaron y se clavaron en los de él una vez más, y él
pudo ver la pregunta hirviendo a fuego lento en ellos, aunque no logró preguntarla en voz alta...
¿Cuánto tiempo nos queda?

111
Capítulo Trece

Traducido por DeniMD


Corregido por Camm

EL CAMPAMENTO ESTABA RELATIVAMENTE TRANQUILO UNA VEZ MÁS, Y CAS ESTABA


TUMBADA en su cama, fingiendo estar dormida. Nessa yacía a su lado, agarrando el dobladillo
de su camisa. La mujer como pluma había estado usando su magia para ayudar a evitar que los
pensamientos de Cas se escaparan de su mente, y para tratar de calentarla y lograr que pudiera
dormir. Un esfuerzo reflexivo, uno por el que Cas estaba agradecida.
Pero ahora Nessa estaba dormida, y ese calor que su magia había creado se estaba escapando.
Descansaban justo fuera del alcance de la luz del fuego. Rhea, Laurent y Soryn todavía es-
taban sentados alrededor de ese fuego, hablando en voz baja. Zev estaba en el lado opuesto de su
pequeño círculo, profundamente dormido; Cas podía oírlo roncar incluso con la distancia entre
ellos. Se concentró en ese sonido, y trajo una sonrisa melancólica a su rostro. Normalmente, ese
sonido la volvía loca, pero esta noche fue una nota bienvenida y familiar entre las incertidumbres
que los rodeaban.
Después de una hora más o menos de fingir dormir, escuchó a Caden acercarse al grupo junto
al fuego, o lo sintió, más bien, tal como Elander pudo sentirlo, y se puso las rodillas en el pecho y
trató de concentrarse solo en los ronquidos de Zev.
Pero no pudo evitar escuchar algo de lo que se decía.
No fue una sorpresa cuando el tema se volvió inmediatamente hacia ella. A lo que había
hecho. Elander había desaparecido con Caden antes para discutir estas cosas, ella lo sabía. Y ella
no sabía a dónde había ido Elander ahora, pero asumió que había enviado a Caden de regreso
para hablar con este grupo de sus aliados, para explicar las cosas… probablemente para que Cas
no tuviera que volver a sufrir esa conversación. Protegiéndola de eso. Ella se burló de este último
pensamiento. Se dijo a sí misma que no necesitaba tal protección.
Y, sin embargo, tampoco se molestó en interrumpir a Caden.
Durante casi una hora, el grupo junto al fuego habló en susurros, voces tranquilas y rápidas
con una urgencia palpable y temerosa. Cas ya sabía mucho de lo que se decía, y eso hacía que fuera
más fácil no prestar atención, hasta que...
—Entonces, ¿qué sucederá a medida que gane más del poder del dios caído? ¿Todo, tal vez? —La
voz de Soryn. Tenía una forma de hablar sin disculpas y ruidosa, incluso en medio de la noche, y
Cas se vio atraída, de mala gana, de nuevo en la conversación—. ¿Simplemente vuelve a ser humana?
Una pausa, y luego:
—No. No lo creo. Y si lo hace, no durará mucho en esa forma.
El volumen de la conversación bajó. Lo suficientemente bajo como para que Cas pudiera haber
bloqueado palabras distintas si solo hubiera enterrado su cabeza un poco más profundamente en
sus mantas. No estaba segura de por qué seguía escuchando.
—Es casi demasiado cruel, ¿no? —Escuchó decir a Rea—. No solo va a reemplazar potencial-
mente a Elander, sino que lo destruirá en el proceso.
Cas cerró los ojos. Hundió sus dedos en la tierra fría a su lado y apretó. Las palabras de Rhea
no fueron una revelación para ella. Pero todavía le dolía escuchar a alguien más decirlas.
Le dolía el estómago. No importa en qué posición tratara de acurrucarse, todavía sentía como
si pudiera vomitar. Después de unos minutos de dar vueltas y vueltas, se sentó. La charla alrededor
del fuego se detuvo de inmediato. Cas se concentró en tomar su manta y colocarla sobre Nessa,
que había comenzado a temblar tan pronto como se alejó.
Cuando finalmente miró hacia el fuego, encontró cuatro miradas idénticas, preocupadas, que
voltearon en su dirección. Ella no dijo nada. Solo apartó la vista una vez más, se puso las botas y
se excusó de la conversación.

DESPUÉS DE DAR UN LARGO paseo errante por el campamento, decidió buscar a Elander.
Ella lo vio lo suficientemente rápido; caminaba a lo largo del río, con una expresión ausente
en su rostro mientras masajeaba su muñeca, el lugar donde el símbolo de la Muerte estaba marcado
en su piel.
Se detuvo e inclinó la cabeza hacia ella mientras se acercaba. Algo en su mirada hizo que sus
piernas se congelaran y se negaran a llevarla más cerca.
—¿Estás bien? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Sí. —Ella forzó un asentimiento—. Pero no terminamos nuestra conversación antes.
—... No, supongo que no lo hicimos.
Hizo un gesto hacia la fogata que había dejado atrás.
—Y escuché a Caden hablar con los demás sobre algunas de las cosas que no pudimos discutir.
Sus ojos volvieron al agua y guardó silencio.

113
Tomó una respiración profunda. Dio un paso ligeramente tembloroso tras otro, hasta que
solo una pendiente corta, pero empinada y fangosa los separó.
Todas las palabras salieron de ella en el momento siguiente, como si se deslizaran por esa
colina resbaladiza ante ella, cayendo cada vez más rápido mientras se estrellaban hacia él:
—Sin tu poder, no puedes existir. Así es como Malaphar finalmente acabará contigo. Es por eso
que aceptó mi trato. Porque si asciendo y le sirvo, significa que ya no tienes esos poderes divinos.
Y parte de lo que hace ese poder es permitirte vivir una vida inmortal, y sin él, tú...
Tragó saliva varias veces antes de que lograra sacar sus siguientes palabras.
Él no la interrumpió.
—Todos los años se ponen al día —susurró—. No puedes vivir como mortal ahora.
Él asintió sin darse la vuelta.
—Originalmente creía que existía la posibilidad de que Malaphar simplemente me maldijera
para que volviera a ser humano si le fallaba, pero eso probablemente nunca fue una posibilidad
real. Y ciertamente no lo es ahora, tan furioso como se ha vuelto. No detendrá ninguna muerte mía.
—Lo que significa que es peligroso para mí incluso estar cerca de ti si no puedo controlar esta
magia de la Muerte. Ya que aparentemente la estoy drenando de ti sin siquiera querer.
Dudó.
—Eso es lo que dijiste antes, ¿verdad? La transferencia de magia es... agresiva.
Él asintió de nuevo. El movimiento fue más lento esta vez, más rígido, más reacio. Hizo que
sus rodillas se sintieran débiles.
¿Realmente así era como terminaría?
¿Después de todo lo que habían pasado juntos, en esta vida y en todas las demás?
Luchó por respirar profundamente. Todas esas vidas se sentían muy pesadas, de repente, tan
pesadas que necesitaba apoyarse contra algo. Contra él. Ella se abrió camino por la ladera fangosa
y se encontró con él allí en la orilla del río, envolvió sus brazos alrededor de él por detrás y enterró
su rostro contra su espalda.
—¿Qué hacemos ahora? —se oyó preguntar.
Su respuesta llegó lentamente. Calladamente.
—No lo sé.
Su mano encontró la suya, la envolvió, la presionó contra su pecho. Contra los latidos de su cora-
zón. Y ella podía leer la promesa en su toque, en los silencios entre sus respiraciones constantes, tan
claramente como si él se la hubiera susurrado al oído: No lo sé, pero todavía te amo, de cualquier manera.
—Lo siento —respiró—. Lo siento mucho. No debería haber hecho ese trato, solo...
Se volvió para mirarla, su mirada intensa, sus ojos de un azul increíblemente vívido a la luz
de la luna. Le recordó el día en que lo conoció en Oblivion, cuando esos ojos habían sido lo único
brillante en un océano de oscuridad. Olvidó lo que había comenzado a decir por un momento. Todos
sus diferentes poderes rugían en sus venas, fuertes e inquietos y llenos de un potencial terrible, bril-
lante y aterrador, y, sin embargo, no podía recordar la última vez que se había sentido tan impotente.
—Lo siento —intentó de nuevo—. Yo…
Él la silenció con un beso, tomando su rostro entre sus manos y sosteniéndolo suavemente,
manteniéndola quieta incluso después de que él se había alejado.

114
—Suficiente. No sabías lo que pasaría. Yo no sabía qué pasaría. Estamos... —Su ceño se frunció
mientras buscaba la palabra correcta—… Sin precedentes —decidió, y los latidos de su corazón
revolotearon por la forma en que lo dijo—. Y pase lo que pase ahora...
—Seguiré luchando contra eso —interrumpió, una nueva oleada de miedo sofocó su voz,
haciéndola suave—. Eso es lo que va a suceder ahora. Encontraré una manera de hacer que se de-
tenga. Trabajaré más duro para usar solo la magia del Sol. Esa magia fue lo suficientemente fuerte
como para traerme de vuelta a este mundo y guiarme de regreso a ti, por lo que puede ser más
fuerte que cualquier maldición o reclamo que el Dios Torre haya puesto sobre mí, ¿verdad? No
ha terminado, no tengo que dejar que esta marca, esta oscuridad, ese estúpido trato que hice me
reclame. No lo permitiré.
Su mano se levantó, apartó una lágrima perdida que había escapado de su ojo.
—No quiero que te vayas —dijo, más firme ahora—. No te vayas.
El momento se extendió. Ella se encontró preparándose para su respuesta, esperando que él
le dijera que ella era egoísta, tonta, que tenía más sentido para ellos estar separados. Ella no podría
haber argumentado en contra de ninguna de esas cosas de manera muy convincente.
Pero lo que dijo fue:
—Te dije que no iba a ir a ninguna parte. Y era en serio. —Sus labios se torcieron—. Además…
nunca dudé, ni siquiera por un segundo, de que seguirías luchando. Nunca has sabido cuándo
renunciar. No en todos los días que te he conocido.
A pesar de las lágrimas que se acumulaban en las esquinas de sus ojos, todavía sonreía un poco
ante el tono gracioso de esas últimas palabras, y luego se enterró más profundamente en su abrazo.
El río detrás de él retumbó. Un murmullo suave y constante que envió imágenes desagrad-
ables a la mente de Cas. El hielo en lo alto. El destello de la luz de la luna que se desvanecía. Las
burbujas y la espuma agitándose en el agua oscura mientras luchaba por seguir nadando. Más
imágenes para agregar a su creciente colección de cosas de pesadilla.
Pero había vuelto a la superficie, ¿no?
De vuelta a la mano de Elander, que nunca había dejado de alcanzarla.
Ella mantuvo sus brazos fuertemente envueltos alrededor de él, pero después de un momento
levantó la cabeza y la apoyó en su hombro, una hazaña que solo fue posible porque la pendiente
de la orilla la elevó a su impresionante altura. Sus manos se apretaron en los pliegues de su abrigo.
Las lágrimas se detuvieron. Su respiración se calmó.
Y mientras miraba el agua negra ante ella, se hizo a sí misma una promesa silenciosa: no
importaba qué aguas oscuras les esperaban, seguiría luchando para regresar a la superficie.

115
Capítulo Catorce

Traducido por DeniMD


Corregido por Camm

LA MAÑANA FINALMENTE LLEGÓ, AUNQUE POR MUCHO TIEMPO SENTÍA QUE no lo haría.
Cas no había dormido. Tampoco Elander. Habían pasado la noche sentados juntos en la ori-
lla del río, su cabeza sobre su hombro, su brazo alrededor de su cintura, sin apenas más palabras
pronunciadas entre ellos.
A pesar de esto, no estaba cansada. No físicamente, al menos. Siempre había tenido más resis-
tencia que un humano promedio, debido a ese poder de la Diosa del Sol que había sido enterrado
dentro de ella, ahora lo sabía. Era más poder divino del que cualquier humano estaba destinado a
tener, y los divinos mismos no tenían una necesidad real de comer o dormir; ellos hicieron estas
cosas por el deseo, nada más.
Y ahora que el trato que había hecho la estaba arrastrando más cerca de la divinidad, se en-
contró más o menos indiferente a la falta de descanso, y su estómago perfectamente contento con
permanecer vacío por el momento.
Elander se movió de su lugar junto al río primero, empujándola fuera de su estado de trance
mientras lo hacía.
—Me ocuparé de tu caballo —le dijo estirándose—. La reina querrá hablar contigo de nuevo
antes de que nos separemos de ella, me imagino.
Cas asintió; ya había estado contemplando lo que necesitaba decirle a Soryn antes de esa separación.
Se puso de pie y se dirigió obedientemente al corazón de su campamento, donde encontró a
la reina ya encerrada en una discusión con uno de sus soldados. Sus ojos se dirigieron hacia Cas, y
la miró con una sonrisa, incluso mientras fruncía el ceño de preocupación. Rápidamente terminó
su discusión con el soldado y se dirigió hacia Cas.
—Después de la emoción de anoche, debo decir que dudo más en llevar a cabo este plan de
ir por caminos separados —dijo mientras se acercaba.
Cas dejó las palabras a un lado.
—No es la primera vez que luchamos contra monstruos. No será la última. Estaremos bien.
La mirada de Soryn se desvió por la orilla del río, a un lugar donde el suelo se hundió con ev-
idencia de la última visita de ese monstruo. Su frente todavía estaba arrugada por la preocupación.
—Me sentiré mejor sabiendo que estás manejando las cosas en Kosrith —insistió Cas—. Has
hecho lo suficiente, viéndonos a salvo tan al norte. Tu ciudad te necesita, y necesitamos que te man-
tengas más cerca de nuestros aliados en el imperio del sur, como discutimos.
—Tienes razón, por supuesto. —La reina señaló a una mujer y le dio una orden cortante en
Sadiran. Esta mujer asintió y se alejó rápidamente, moviéndose con una notable cojera.
Cas se preguntó sobre el alcance de su lesión y cuántos otros habían sufrido lesiones simi-
lares, o peores, anoche.
Soryn se volvió y comenzó a caminar, haciéndole señas para que la siguiera. Pasearon por el
campamento, hablando por última vez de planes y problemas potenciales, mientras Cas evaluaba
sutilmente a los soldados que pasaban. Había muchos más, como esa mujer, que obviamente se
estaban preparando a través de movimientos dolorosos.
¿Cuántas, en total, fueron lesiones de enfermería?
Tres ya estaban muertos, ella lo sabía con certeza; antes de colapsar en su cama junto al fuego
anoche, se había parado con Soryn y había visto cómo otros realizaban una versión abreviada de
los ritos funerarios que eran comunes en Waterhall, el reino Sadiran del que provenían esos tres.
Había involucrado cantos y ofrendas de sal y monedas al espíritu menor de Luck, que era muy
venerado por los pescadores en ese reino de pantanos y lagos.
¿Había más funerales por venir?
¿Otros que sucumbirían a sus heridas antes de regresar a Kosrith?
Todos estos soldados... la seguían tanto como seguían a Soryn, y Cas ya no podía negar esto.
Había sentido que el peso de sus expectativas se asentaba sobre ella mientras viajaban, haciéndose
más pesado con cada día que pasaba.
Era tan pesado en ese momento que se alegró de que Soryn siguiera caminando, porque de
lo contrario estaba segura de que habría comenzado a hundirse.
Minutos más tarde, la mujer a la que Soryn le había dado órdenes de alcanzarlos le entregó
a la reina una pequeña bolsa de seda, de la cual Soryn sacó un brazalete simple pero elegante. Se
lo ofreció a Cas.
—Quería darte esto antes de que nos separáramos —dijo—. Al igual que la espada que llevo,
ha pasado a través de mi familia durante generaciones. De una reina a otra.
Cas tomó el brazalete y lo giró en sus manos, admirando las cuentas de blanco y plata. Plata
Glashtyn. Cuando la luz del sol lo golpeó, brilló del mismo tono turquesa que ese vasto mar que
compartía su nombre.

117
—Está hecho por elfos —continuó Soryn— y originalmente fue un regalo para mi tatarabuela de
uno de los antiguos Señores de Moreth, durante un breve período de paz y camaradería que compart-
ieron con nuestro reino. ¿Tal vez le recuerde al rey Theren que tales alianzas son al menos posibles, hm?
Cas le agradeció profundamente por ello, aunque dudaba en ponérselo.
De una reina a otra...
Soryn tomó el brazalete, lo colocó en la muñeca de Cas y lo apretó ella misma.
—Varen puede negar cualquier derecho que tengas al trono en Ciridan —dijo, como si pudiera
sentir las dudas que intentaban surgir en la mente de Cas—, pero tú eres más una reina que él un
rey, con o sin corona o trono. No dejes que nadie te diga lo contrario.
Cas levantó la mirada del brazalete hacia la joven gobernante que tenía delante. La reina
huérfana, había escuchado a algunas personas llamarla, aunque solo en voz baja.
Y algunos ni siquiera la llamaron reina en absoluto.
Hasta que Sadira ya no esté en ruinas, susurraron, ¿de qué puede ser realmente la reina?
Fue un papel amargo e ingrato, uno al que Soryn no se habría visto obligada si el mundo
fuera justo y equitativo, pero que ella lo había abrazado, no obstante.
Su mano descansaba sobre la espada que su madre le había dado: La Gracia de Indre, había
dicho que se llamaba. El fabricante de escudos. Brillaba a la luz del sol, al igual que la propia reina.
Y fue una tontería, tal vez, pero la vista de ese resplandor envió una sensación cálida y esper-
anzadora que llenó a Cas. No pudo evitarlo; abrazó a Soryn y la abrazó con fuerza, agradeciéndole
nuevamente por su regalo.
Soryn pareció sorprendida al principio, pero después de un momento se relajó en el abrazo
y le dio unas palmaditas en la espalda a Cas.
—Te veré cuando regreses. A salvo, y de una sola pieza, ¿de acuerdo?
Había sonado más como una orden que como una pregunta, como solían hacer las palabras
de la joven reina, pero Cas aún asintió.
A salvo y de una sola pieza, y con nuevos aliados para estar al lado de Sadira.
Ella podía hacer esto.
Soryn fue la primera en romper su abrazo, y luego inmediatamente volvió a los negocios.
—Sigue la carretera del río hacia el norte —dijo—, hasta que llegues a la bifurcación al sur-
oeste de Holandés. El letrero solo mencionará Holandés, y te instará hacia el norte; ve hacia el
este, y eventualmente llegarás al borde de las Tierras Baldías de Glashtyn, y al comienzo de la
carretera que corre paralela a esas tierras estériles. Sigue este camino, pero no hables con nadie que
encuentres. Sabrás que te estás acercando al reino élfico cuando el cielo se oscurezca y los árboles
comiencen a susurrar.
Cas estaba a punto de preguntar más sobre estos árboles susurrantes, cuando la sombra de
Sade y su dragón de repente los alcanzó.
La pareja aterrizó un momento después, sacudiendo la tierra y enviando soldados tropezando
consigo mismos para salir del camino. Sade saltó de la espalda del dragón, le dijo algo a la bestia
en Sundolian y luego dirigió su atención a Soryn y Cas.

118
—Volamos la mayor parte de la ruta que pudimos durante la noche. Ha habido rumores de
que los partidarios de Varen se levantaron cerca de Rosefall y causaron problemas, pero no vimos
nada que sugiriera que esto sea cierto. Sin embargo, no puedo decirte si la carretera de las Tierras
Baldías al noreste de esa región está despejada. —Volvió su atención al dragón y rascó el espacio
detrás de uno de sus cuernos, lo que hizo que la garganta de la criatura retumbara con una espe-
cie de ronroneo y su cola golpeara en un ritmo lento y complacido—. Rue no se acercará tanto al
Reino Moreth.
—Al parecer las barreras que los elfos han puesto contra tales bestias divinas están tan intactas
como siempre —explicó Soryn.
Sade asintió y su mirada se deslizó hacia Cas.
—Ni Elander ni tú son completamente divinos, así que no creo que esas barreras te lastimen
activamente... Pero tu magia ciertamente será suprimida. Solo para que lo sepas. Me prepararía
para lo peor.
—Pero espera lo mejor —agregó Soryn.
—Eso es esencialmente lo que siempre he hecho —dijo Cas. Ella se encogió de hombros y
logró una sonrisa tranquilizadora.
La idea de no poder acceder completamente a su magia era inquietante, pero también tranquil-
izadora. Esperaba que frenara la peligrosa transferencia de poder que ocurría entre ella y Elander.
Y tal vez su magia conflictiva también sería más fácil de resolver, mientras todo estaba sometido
por el poder élfico. Además, no era como si estuviera indefensa sin magia; Se las había arreglado
sin ella durante la mayor parte de su vida.
Ella estaría bien.
De una forma u otra, ella estaría bien. Había respuestas y aliados en Moreth, y ella no iba
a dejar que sus miedos le impidieran alcanzarlos. Se despidió de Soryn y Sade, y luego se unió a
Elander y Laurent mientras trabajaban para preparar a los caballos para el largo día que se avecina-
ba. La tarea fue automática después de tres días de cabalgar, y pasó como un borrón; antes de que
Cas se diera cuenta, estaba sentada sobre su caballo y se despidió por última vez de la reina y del
resto de su grupo.
Caden también tomó un camino separado, en una misión a Stormhaven por orden de Elander.
Aparentemente, aquí era donde Tara estaba cautiva, y ya era hora de ir a verla.
La diosa al mando de ese reino tormentoso todavía estaba desaparecida, también; Elander
tenía la esperanza de que habría sirvientes en Stormhaven que pudieran darle a Caden un medio
para llegar a la diosa media, o al menos alguna señal de que la diosa media todavía estaba intacta
y en movimiento, todavía tratando de hacer su parte para ayudarlos. Elander no había hablado
mucho del asunto antes de esta mañana, pero Cas podía decir que la falta de comunicación de
Nephele le preocupaba.
Pero, ¿qué más podían hacer con lo que pudiera estar sucediendo entre lo divino? Ya tenían
suficiente de qué preocuparse aquí entre los mortales.
A decir verdad, en realidad esperaba que lo divino permaneciera enredado entre sí en sus
propios reinos por el momento. Y cuanto más lo pensaba, más esperaba llegar al reino élfico y sus

119
barreras. No más monstruos divinos, no más dioses ardientes tratando de perseguirla, al menos
por unos días. Todos estos hilos retorcidos convergerían muy pronto. Mientras tanto...
Una batalla a la vez.
Su grupo de casi cien se había convertido en uno de poco más de una docena, Cas y sus
amigos, Elander, y el puñado de hombres y mujeres que Soryn habían considerado más útiles
para la siguiente etapa de su viaje. Siendo un grupo menor viajaron más rápido, siguiendo el río
Serine mientras serpenteaba hacia el norte. El terreno también era más fácil a lo largo de este tra-
mo, y llegaron a la bifurcación en el camino que Soryn había mencionado al final de la tarde. Al
norte había un camino ancho y bien marcado que conducía a Holandés, así como a una docena de
otros pequeños pueblos en el camino. Al este se extendía un camino polvoriento que difícilmente
calificaba como carretera.
Se dirigieron hacia el este.
Cuanto más se alejaban del río, menos señales de vida veían. El camino nunca se convirtió
en un verdadero camino. Parecía continuar para siempre, hasta que finalmente los llevó al borde
de un acantilado que dominaba lo que solo podían ser las Tierras Baldías de Glashtyn.
Era la primera vez que Cas lo veía en persona, aunque había escuchado muchas historias
sobre este lugar. Se detuvo un momento para estudiar el paisaje; era imposible no mirar, estar in-
quieta y asombrada por ello. Un mar irregular de piedra y polvo rodaba hasta donde podía ver,
pintado de cien tonos diferentes por la luz de la tarde. El color dominante era un tono rojo oscuro
y quemado. Como sangre seca.
La leyenda común decía que nada crecía en este lugar debido a las cosas que habían sido
enterradas aquí, las víctimas de una antigua batalla entre los dioses superiores, supuestamente. Se
decía que había habido una ciudad próspera y extensa en el centro de esta tierra, pero había sido
diezmada por esos dioses que quedaron tan atrapados en su batalla que no se dieron cuenta, o tal
vez no les importó, la destrucción que estaban dejando a su paso. El único crimen de esos humanos
que destruyeron fue estar en el lugar equivocado en el momento equivocado; por lo demás eran
inocentes. Y la sangre de los inocentes provocó que no creciera nada.
Cas rodó sus hombros, tratando de calmar el escalofrío que se arrastraba por la parte pos-
terior de su cuello y cuero cabelludo. Luchó contra el impulso de tocar la marca del Dios Oscuro
en su mejilla.
Era solo una leyenda, tal vez, pero mirar estas tierras áridas todavía la hacía pensar en todas
las cosas horribles que podían suceder cuando los dioses iban a la guerra.
Giraron y se dirigieron hacia el norte, y pronto llegaron a un camino más apropiado: la infame
Carretera de las Tierras Baldía, les informó uno de los soldados de Soryn, a pesar de que ningún
cartel de señal anunciaba esto.
Después de unos pocos kilómetros, las instrucciones de Soryn demostraron ser correctas
una vez más: el cielo se estaba oscureciendo, pero no de una manera natural, al llegar la noche;
era más como si el color estuviera siendo eliminado de su entorno por alguna extraña magia. Los
árboles sin hojas aún no emitían sonidos, susurros o de otro tipo, pero el viento se levantó y creó
un sonido bajo y triste mientras entraba y salía de sus ramas y doblaba sus troncos desvencijados.

120
A lo largo de los bordes del camino, las sombras parecían acumularse y caer en lo que a
menudo parecían criaturas vivientes. Personas, incluso. Cada vez que Cas miraba más de cerca,
estas sombras desaparecían.
Y, sin embargo, todavía se sentía como si alguien... o algo... la estuviera mirando.
La críptica advertencia de la reina surgió en los pensamientos de Cas: no hables con ningún
extraño en el camino.
—Escuché una historia una vez —comenzó, sintiendo la necesidad de interrumpir la misteriosa
canción del viento— que este camino estaba embrujado. Y nunca pensé mucho en eso, pero antes
de salir del campamento, Soryn me advirtió que no hablara con nadie mientras viajábamos por él.
Zev redujo el ritmo de su caballo para que coincidiera con el de ella, aparentemente solo para
poder sonreírle mientras la miraba a los ojos.
—¿Tienes miedo?
Cas se erizó.
—Estoy vigilante. —Se rio entre dientes.
—Tienes miedo.
—Cállate.
—Es un poco extraño preocuparse por los fantasmas cuando regularmente estás follando al
antiguo Dios de la Muerte, ¿no?
Elander se echó a reír, y Cas se sonrojó cuando entrecerró los ojos en su dirección y dijo:
—No lo animes.
—Pero tiene razón. —Él le dio una sonrisa torcida, y Cas miró hacia otro lado antes de que
pudiera ver que ella estaba reflejando involuntariamente esa sonrisa.
Ninguno de ellos mencionó el hecho de que ella también podría estar en camino de conver-
tirse en la Diosa de la Muerte.
El viento se levantó aún más, arremolinando el polvo a su alrededor en una danza y haciendo
que las orejas de su caballo se clavaran hacia atrás, y a pesar de todos esos encuentros íntimos que
había compartido con la muerte en todas sus diferentes formas, todavía se encontraba luchando
contra otro escalofrío.
—Yo también he escuchado las historias, Cas —dijo Nessa, comprensiva. Sus ojos se abrieron
aún más de lo habitual mientras levantaba la mirada hacia los árboles que se inclinaban sobre su
ruta, hacia las ramas plateadas que se movían hacia adelante y hacia atrás en el viento en un ritmo
metódico. Esos movimientos ordenados casi hacían que pareciera como si las extremidades estu-
vieran siendo torcidas por manos invisibles—. La leyenda con la que estoy más familiarizada decía
que las almas que vagan por este camino son élficas... y que están buscando nuevos cuerpos para
robar. —Su voz bajó hacia el final, como si estuviera preocupada por ofender a esas almas, y su
mirada se desplazó hacia Laurent.
Él la ignoró al principio, sus labios dibujados en su línea seria habitual. Pero finalmente cedió,
y se burló de ellas con su conocimiento de primera mano:
—Esa leyenda surgió porque los elfos supuestamente no pueden entrar en ninguno de los cie-
los o infiernos que crearon los dioses superiores —dijo—. Parte de su castigo por abusar del poder

121
que se les ha dado. Pero tampoco son verdaderamente inmortales; sus cuerpos eventualmente se
descomponen, solo que a un ritmo más lento que los humanos. Entonces, algunos se quitan la vida
una vez que la descomposición empeora. Noblesmor, es el nombre que usan para el ritual en Moreth,
creo. Hay diferentes... versiones con respecto a lo que sucede entonces.
—Y una de ellas es que van a robar un nuevo cuerpo, ¿verdad? —presionó Nessa.
Si fuera alguien más quien hiciera la pregunta, Cas tenía la sensación de que Laurent habría
vuelto a ignorar la conversación.
Pero siempre había parecido tener una debilidad por Nessa, y tal vez debido a esto, suspiró y dijo:
—La más descabellada de esas leyendas, sí.
—Me gustaría verlos tratar de robar mi cuerpo —dijo Zev, trayendo fuego a la punta de sus
dedos con un movimiento de su muñeca. Tal vez fue la imaginación de Cas, pero las sombras al
borde de la carretera parecieron retroceder cuando esa llama parpadeó.
—Me pregunto... ¿Tienen que lidiar con los pensamientos del dueño anterior cada vez que se
hacen cargo de un nuevo cuerpo? —dijo Rhea, inclinando la cabeza hacia su hermano—. Porque
si es así, probablemente devolverían tu cuerpo después de unos dos días.
—Si duran tanto tiempo —agregó Laurent. Nessa cayó en un ataque de risa tranquila.
Cas también logró otra sonrisa, a pesar de que sus pensamientos habían comenzado a derivar
nuevamente hacia el pasado y todas sus complicaciones.
Otro cuerpo, otra vida...
Pero antes de que pudiera ir demasiado lejos, la risa de Nessa se detuvo abruptamente. Cas
miró hacia atrás y vio que su caballo también se había detenido y que estaba entrecerrando los ojos
ante algo al costado de la carretera.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Cas.
—Hay una persona tirada en los árboles de allí. —Nessa saltó de la silla de montar y corrió
hacia el lugar que había estado mirando, las historias inquietantes de este camino y cualquier temor
que le hubieran causado aparentemente olvidado.
Cas frunció el ceño, deteniendo su propio caballo.
—No hables con extraños en la Carretera de las Tierras Baldías, ¿recuerdas?
—Parece herido —llamó Nessa en señal de protesta—. Seguramente eso importa más que la
superstición.
—Podría ser un truco —advirtió Laurent.
—Definitivamente es un truco —dijo Zev.
Pero Nessa era terca. Ahora estaba arrodillada junto al cuerpo, y en la penumbra Cas podía
ver la marca en forma de pluma en su mano que comenzaba a brillar.
Estaba casi segura de que era una idea terrible, pero Cas aún desmontó y se acercó y se arro-
dilló a su lado. Luchó contra el impulso de amordazarse mientras su mirada se posaba sobre este
hombre al que Nessa había insistido en ayudar.
Su piel era de un púrpura moteado y blanco pálido, y brillaba con sudor. La espuma se había
acumulado en las comisuras de su boca. Había señales de golpes a su alrededor: ramas de árboles
rotas, el contenido disperso de una alforja, como si se hubiera caído a galope y su caballo lo hubiera
dado por muerto.

122
Cas podía sentir su fuerza vital, pensó. Se sentía como si estuviera aferrado a él por meros
hilos. Miró por encima del hombro hacia Elander, buscando confirmación, pero su atención estaba
en otra parte, con los ojos entrecerrados y buscando amenazas en el camino.
—No creo que haya nada que podamos hacer por este hombre —dijo Cas, colocando su mano
suavemente sobre la espalda de Nessa—. Deberíamos seguir moviéndonos.
La cara de Nessa cayó.
—Al menos... Al menos déjame que se sienta cómodo cuando pase.
Cas escuchó a varios de su grupo moverse, las protestas se acumularon en susurros entre ellos.
Con un suspiro, se volvió y levantó una mano, diciéndoles que esperaran. Esto solo tomaría un minuto.
Y ahora que estaba aquí, había algo más que quería hacer.
De repente estaba pensando en un momento, hace semanas, cuando Elander había usado
su magia para traer las almas de sus padres adoptivos de vuelta a este reino, aunque solo fuera
brevemente. Una vez había sido conocido como el Orador de la Muerte, y parte de su deber al mando
de Varen había sido sacar secretos de los recién fallecidos, o los que pronto fallecerían.
¿Podría ella hacer las mismas cosas?
Tenía curiosidad, tanto por el alcance de sus propios poderes como por lo que le había suce-
dido a este hombre.
Pero luego recordó las promesas que se había jurado a sí misma y a Elander anoche; no podía
arriesgarse a usar esos poderes si eso aceleraba su ascensión. Ni siquiera una simple flexión de ellos.
Había comenzado a alcanzar al moribundo, pero ahora sus dedos se curvaron hacia atrás en
un puño apretado.
Un gruñido bajo llamó su atención; Pie de Plata estaba en el suelo, escabulléndose en la di-
rección desde la que acababan de viajar. Sus orejas se movían hacia adelante y hacia atrás, como si
tratara de identificar de dónde venía un sonido.
Elander y Laurent se bajaron de sus caballos y se dirigieron hacia ella y Nessa un momento
después, sacando sus armas tan pronto como tocaron el suelo.
—Tenemos que seguir adelante —dijo Laurent, su mirada recorrió los árboles mientras tomaba
el brazo de Nessa y la alejaba, suave pero firmemente, del hombre muerto.
Nessa comenzó a alejarse de él...
Justo cuando una flecha golpeó el suelo a sus pies.

123
Capítulo Quince

Traducido por Kasis


Corregido por Camm

UNA SEGUNDA FLECHA IMPACTO AL CABALLO DE CAS UN INSTANTE DESPUÉS.


La criatura salió huyendo, llevándose sus armas con ella. Cas instintivamente dio unos pasos
tras él. La distracción resultó ser un error, ya que un hombre, uno vestido de pies a cabeza con el
mismo tono plateado que los árboles, se interpuso en su camino, barriendo una espada mientras
se acercaba.
Se agachó y saltó a un lado, arrastrando el pie y atrapando su tobillo. Él tropezó. Ella perma-
neció agachada contra el suelo, buscando con los ojos más amenazas y posibles armas.
Un segundo atacante ya se acercaba por su izquierda.
Elander apareció aparentemente del aire, derribando la espada de este segundo hombre con
la suya. Antes de que el hombre pudiera recuperarse, Elander lo agarró y lo arrojó contra el árbol
más cercano. El brazo del hombre golpeó el tronco con un fuerte crujido, y la espada en su mano
cayó. Elander la agarró y arrojó al suelo junto a Cas.
Ella lo tomó y se levantó para encontrarse con el primer hombre que la había atacado. Él
golpeó hacia adelante. Ella se hizo a un lado, deslizándose detrás de él y asestó un golpe cortante
en la espalda. Se dio la vuelta para encontrarse con ella, y la fuerza de sus espadas chocando hizo
temblar sus brazos. Ella rebotó. Reajustó su agarre y postura.
La espada que había recogido era ligera, bien equilibrada y fácil de mover.
Su atacante era rápido, pero desvió cada golpe, esquivó cada golpe.
Esos golpes seguían llegando. Escuchó a Laurent y Elander enfrascados en sus propias bata-
llas a poca distancia, pero no podía permitirse el lujo de mirar y ver cómo les iba; su propia batalla
exigía demasiada atención. Ella y su oponente estaban demasiado iguales.
Necesitaba una forma de inclinar la balanza a su favor, lo sabía. Las chispas se encendieron
alrededor de su mano ante la idea. Su magia Tormenta podría terminar esto más rápido que su
espada, y tal hazaña habría sido fácil hace apenas unos días.
Pero ahora sentía esa sensación cada vez más familiar de la magia de la Muerte alzándose al mismo
tiempo que su poder Tormenta, tratando de envolver las chispas y sofocarlas para que no existieran.
Podría haber dejado que ese poder oscuro siguiera aumentando.
Podía sentir los hilos de la vida de su enemigo tejiéndose alrededor de él, y ella no sabía
exactamente cómo hacerlo, pero sabía que su magia de Muerte podría haber cortado esos hilos. O
debilitarlos lo suficiente como para que su espada terminara el trabajo, al menos.
Y sin embargo... había jurado que elegiría el poder de la Diosa del Sol sobre la del Dios Oscuro.
Entonces eso fue lo que hizo.
Aunque estaba segura de que la magia de la Muerte habría sido más fácil de invocar, se con-
centró en atraer la luz.
Y lo logró.
Algo así.
No lo suficiente para matar, pero lo suficiente para distraer a su objetivo, confundirlo, y cuando
su mirada se detuvo en uno de los rayos que había ordenado a su lado, ella corrió hacia adelante y
cortó su espada limpiamente a través de su muñeca.
No en él.
A través de él.
La fuerza que había surgido a través de su golpe había sido inhumana, y la magia oscura
dentro de ella parecía disfrutar de esa falta de humanidad. Mientras limpiaba las salpicaduras de
sangre de su atacante del brazo, esa oscuridad aumentó en fuerza una vez más, tragando las chispas
persistentes de su magia Tormenta. Intentó en vano hacer que esas chispas volvieran.
Mientras su batalla interna rugía, su oponente se alejó, con los ojos abiertos de incredulidad
mientras miraba de su ensangrentada amputación de una mano a la espada en el agarre de Cas.
Claramente él no esperaba que fuera una oponente formidable. El pensamiento sólo provocó más
esa oscuridad dentro de ella, y dándole ganas de cortarle la otra mano.
Reprimió este pensamiento morboso, y en cambio, preguntó:
—¿Quién eres? ¿Por qué nos atacaste?
Sus ojos se dirigieron al grupo en el camino. Luego de nuevo a ella. Su mano aún intacta se
levantó. Chasqueó los dedos, invocando una ráfaga de viento que hizo que las ramas de los árboles
a su alrededor chasquearan juntas...
Y luego se fue.
De su vista, al menos; ella aún sentía su energía. Cada vez era más débil. Era invisible, y estaba huyendo.
—Cobarde —murmuró Cas.

125
Elander y Laurent también habían logrado ahuyentar a sus oponentes. Corrían de regreso
al camino, donde Nessa estaba ocupada usando su magia para tratar de calmar a sus asustados
caballos.
Cas se apresuró a volver a esos caballos. Uno de los soldados de Sadiran había perseguido al
suyo, y ella caminaba a grandes zancadas hacia él cuando el sonido distante de cascos de caballos
repentinamente llenó el aire. Reduciendo la velocidad hasta detenerse.
¿Ahora qué?
—... Protege los suministros —ordenó, entre cerrando los ojos hacia el sonido.
No había señales de lo que realmente estaba haciendo ese sonido. Pero sus aliados se apre-
suraron a formar un círculo de protección alrededor de los caballos de carga, y Zev desmontó y
caminó alrededor de ese círculo, el fuego tejiendo entre sus dedos, preparándose para hacer una
pared si era necesario.
Ellos esperaron.
El golpeteo se hizo más fuerte. El viento de antes se había desvanecido, pero todavía se es-
cuchaba el susurro y crujido de las ramas... aunque esas ramas en realidad no se movían.
¿Era este el susurro que Soryn había mencionado?
Finalmente, una gran cantidad de jinetes emergió de los árboles.
Al igual que los hombres que habían atacado a Cas y Nessa, estos jinetes estaban completa-
mente vestidos de gris. Cada centímetro de piel estaba cubierto, excepto por el espacio alrededor
de sus ojos y narices. Los caballos que montaban también eran grises— todos ellos con un patrón
moteado casi idéntico— por lo que era fácil perderlos contra el telón de fondo de los troncos platea-
dos de los árboles.
Se detuvieron a poca distancia. Sus filas se extendían por todo el camino, de cinco en cinco
de profundidad, y Cas notó que cada uno de los jinetes estaba fuertemente armado, con espadas
colgando de sus monturas y arcos atados a sus espaldas.
Ella mantuvo su propia espada baja a su lado mientras avanzaba con cautela para encontrarse
con ellos, flanqueada por Elander a un lado y Laurent al otro. Acababa de empezar a declarar que
no querían problemas cuando el grupo se separó abruptamente.
Una mujer en solitario se adelantó.
Iba vestida igual que los demás, pero el bestial corcel que montaba era negro, y su montura y
tocado estaban adornados con zafiros. Se detuvo a escasos metros de distancia de Cas. La estudió
por un momento, mientras su montura resoplaba y pateaba sus enormes cascos.
Desenredó el pañuelo alrededor de su cabeza, revelando una cara afilada, ondas de cabello
negro y orejas que se estrechaban en los extremos.
Un elfo.
Sus ojos eran contemplativos y fríos mientras miraban al grupo de viaje detrás de Cas.
—Tantos jinetes en nuestro camino esta noche —comentó con una voz de hielo y seda—. ¿Con
destino a dónde, me pregunto?
Mentir parecía inútil y probablemente conduciría a más problemas, por lo que Cas simple-
mente bajó la cabeza en una leve reverencia y respondió:

126
—En realidad, para tu hermoso reino. Si nos aceptas.
—¿Oh? ¿Vienes a recoger a tu compañero vagabundo, ¿cierto? —Ella asintió hacia el hombre
que Nessa había estado tratando de ayudar.
Cas negó.
—Ese hombre era...
—Un espía y ladrón —interrumpió la mujer elfa, sonando casi aburrida—. Se disfrazó con
magia y de alguna manera se escabulló en nuestro reino. Un acto cobarde, por lo que ahora está
muriendo como un cobarde. —Levantó la mano, hizo una señal y los jinetes al frente de su grupo
desmontaron y desenvainaron sus espadas.
El grupo de Cas comenzó a responder sacando sus propias armas, pero ella les ordenó que
se quedaran quietos.
—Si estabas tratando de ayudar a ese cobarde —continuó la mujer elfa—, entonces deben ser
también ladrones o espías que erróneamente creen que tenemos cosas que valen la pena robar en
nuestras ciudades sagradas.
—Hablemos de esa lógica, podemos… —La protesta de Zev fue interrumpida por una cuchilla en
su garganta, cortesía de uno de los elfos que se movió demasiado rápido para que alguien reaccionara.
—No vinimos a robar o espiar —aseguró Cas—. Vinimos a hablar con el Rey Theren sobre
un asunto político.
La mujer elfa resopló.
—Dudo que él esté interesado en su política.
Un silencio incómodo se apoderó del grupo de Cas, hasta que Laurent le rompió con una
simple pregunta:
—¿Por qué no?
—Porque está muerto.
Cas miró fijamente los fríos ojos de la mujer elfa, sin saber cómo responder.
Este no había sido parte de ninguno de los innumerables planes que ella y Soryn habían hecho.
—Quiten sus manos de las armas —espeto Laurent, en voz baja.
A Cas le tomó un momento darse cuenta de que estaba hablando con ella y el resto de su grupo.
—Sólo confía en mí —presionó.
Se arriesgó a echar un rápido vistazo detrás de ella. Los demás la miraban, esperando a ver
si ella hacía lo que él decía. Volvió a mirar a Laurent, su corazón latía con fuerza. Ella confiaba en
su juicio, más que en cualquiera de sus otros amigos, pero esto...
Los elfos se movieron, formando un círculo más cerrado alrededor de sus aliados, y Cas tomó
una decisión en ese instante.
Dejó caer la espada y levantó las palmas de las manos en señal de rendición. Lentamente,
los demás siguieron su ejemplo. La mujer elfa los vio rendirse sin hacer comentarios, con un brillo
curioso en sus ojos pálidos y su mano aun agarrando con fuerza su propia espada.
Laurent respiró hondo y habló:
—El Rey de Moreth tuvo un hijo, ¿no es así?
El rostro de la mujer estaba perfectamente inexpresivo mientras asentía.

127
—Si todavía vive —indicó Laurent—, entonces solicitamos una audiencia con él en lugar del
rey fallecido.
Su respuesta fue cortante:
—Él vive.
Los jinetes elfos comenzaron a asustarse un poco inquietos, pero su líder no apartó la mira-
da de Laurent. Ella lo estudió casi como si tratara de ubicar su rostro, pero si lo reconocía, no dio
ninguna señal externa de eso más allá de un ceño confundido.
A Cas le picaban los dedos, preparándose para alcanzar de nuevo su espada, segura de que
iba a necesitarla.
—Si quieren hablar con el nuevo rey —comenzó la mujer elfa—, entonces les concederemos
su petición. Pero no lo harán libremente. —Sus ojos se entrecerraron una última vez en Laurent
antes de volver su atención a sus seguidores—. Atenlos y desármenlos —ordenó.

128
Capítulo Dieciseis

Traducido por Kasis


Corregido por Camm

—QUITA TUS MANOS DE LAS ARMAS —DIJO ZEV CON VOZ BURLONA.
Pero Laurent no pudo responder a esta burla de sus palabras, porque Laurent no estaba en-
cerrado en la misma habitación que ellos.
Su grupo se había separado tan pronto como llegaron a este palacio, que se encontraba en
un tramo de tierra entre las dos ciudades élficas de Torath y Galizar. Briarfell era el nombre oficial
del enorme edificio y todos los terrenos que lo acompañaban, y era la residencia del Rey y la Reina
de Moreth y su amplia corte.
Cas había sido arrojada a esta pequeña habitación junto con Rhea, Zev, y tres de los soldados
que viajaban con ellos.
No sabía adónde habían llevado a Nessa, Elander o a los otros soldados. Laurent había sido
llevado a algún lugar solo, creía ella; la venda de sus ojos había comenzado a deslizarse cuando
llegaron a Briarfell, por lo que lo había visto por última vez antes de que todos fueran separados
el uno del otro. Lo había visto a él mientras dos guardias fuertemente armados se lo llevaban
bruscamente. Pero a dónde…
Una vez más, ella no tenía idea.
—Deberíamos haber peleado —murmuró Zev—. Debería al menos hacerles saber que no
tenemos la intención de dar la vuelta y hacer lo que dicen.
—Nos superaban en número cinco a uno —señaló con cansancio Jeras, uno de los soldados
sadiranos. Estaba estudiando la marca del Cielo en su mano, tratando en vano de hacerla brillar
intensamente. Destellaba por un momento, pero luego se desvanecía, llevándose cualquier hebra
de magia del Cielo que había logrado convocar con él.
—Bueno, técnicamente llegamos a Moreth, ¿no? —señaló Rea—. Y no veníamos aquí a pelear, si
recuerdas, vinimos a negociar. Simplemente estamos tomando la ruta escénica hacia esas negociaciones.
—No valía la pena ver este paisaje —reprochó Zev.
Cas tuvo que admitir que tenía razón.
Estaban rodeados por paredes grises que se abrazaban tan cerca que apenas dejaban espacio
suficiente para que todos estiraran las piernas. No había ventanas. No había luz, salvo la de unas
cuantas velas en apliques ornamentales. No hay alfombras para calentar los pisos de piedra. Lo
único que podría pasar por decoración eran las estatuas que se alineaban en los huecos de las pa-
redes muy por encima de ellos.
Cada una de esas estatuas fue tallada en piedra blanca con mano experta y atención a los de-
talles; incluso con todo el espacio entre ellos, e incluso en la penumbra, las expresiones solemnes en
sus rostros eran fáciles de distinguir, al igual que las puntas afiladas de sus orejas. También había
una pequeña plataforma contra la pared trasera, la madera gastada en un patrón que sugería que se
había arrodillado muchas veces. Parecía una habitación diseñada para rezar a esas estatuas solemnes,
a los elfos que representaban. Y se sentía como si esos seres la estuvieran observando, pensó Cas.
Eso la inquietó.
—Realmente necesitan considerar agregar algo de color a sus vidas —se burló Zev, siguiendo
la mirada de Cas mientras se dirigía a la monótona habitación—. Tal vez los haría menos gruñones.
—Deberías presentar una queja formal —alentó, con los ojos aún en una de las estatuas de
mármol directamente encima de ella—. Estoy segura de que están interesados en tu opinión.
Zev murmuró algo confuso antes de apoyarse contra la pared más cercana, cruzó los brazos
sobre su pecho y cerró los ojos.
Cas estudió las estatuas por un momento más, y luego su mirada volvió a sus compañeros.
A Rhea, que ahora estaba acurrucada en un rincón, tranquila, con la cabeza agachada. Pie de Plata
estaba acurrucado en su regazo, temblando. La magia que los unía, que permitía que el zorro le
prestara a Rhea su visión, probablemente suprimida, junto con todas las demás magias divinas,
dándose cuenta Cas.
Se arrastró hasta el lado de Rhea y la empujó suavemente.
—¿Estás bien? El aire de este lugar está afectando a Plata, ¿no?
Rhea asintió, levantando la cabeza.
—Pero todavía puedo ver lo suficientemente bien. Las imágenes están llegando un poco más
débiles y más lentas de lo habitual. Y no le gusta mucho estar aquí, puedo decirlo. Es como si lo
estuviera sofocando.
Zev y Jeras estuvieron de acuerdo, al igual que los otros soldados tipo Cielo. Todos se sentían sofo-
cados. Cas también asintió; era como ella había esperado que fuera. No estaba segura de cuán comple-
tamente atenuada era su magia, y estaba nerviosa por experimentar con ella, dado el pequeño espacio.
Estudió la marca que la Diosa de la Tormenta le había otorgado. Estaba a un momento de
arriesgarse a una pequeña chispa cuando la puerta se abrió de repente y una luz brillante entró,
cegándola. Cuando su vista se ajustó, vio a la mujer que los había tomado cautivos de pie en la puerta.

130
Sus ojos se fijaron inmediatamente en Cas.
—Tú. Ven conmigo.
Zev se movió como si quisiera evitar que obedeciera, pero Cas le lanzó una mirada.
No serviría de nada tratar de luchar. Los superaban en número, como habían establecido. Y
aunque Cas no sabía adónde pretendía llevarla esta mujer, lo haría teniendo una mejor oportunidad
de descubrir su próximo movimiento si no estuviera encerrada en esta habitación, ¿no?
Se puso de pie sin protestar, articuló volveré pronto a sus compañeros, y luego siguió a la mujer
elfa por el brillante pasillo.
Fuera de su celda, y sin una venda en los ojos esta vez, finalmente pudo tener una idea de
esta vivienda donde tan pocos humanos habían caminado.
Las paredes y los suelos eran de madera gris y parecían curvarse a su alrededor; haciéndola
sentir como si estuviera caminando a través de un tronco de árbol petrificado y ahuecado. Al final
del pasillo, llegaron a una gran sala rectangular. Había escuchado historias sobre el tipo de juergas
que se desarrollaban en este reino, y esta habitación... parecía, y de alguna manera se sentía, como
el tipo de espacio que alentaría la más salvaje de esas fiestas.
El techo se elevaba por encima de ella, incrustado con paneles dorados y tragaluces con vid-
rio estampado, que creaban sombras interesantes y espectáculos de luz en el piso pulido. Sofás y
sillones de felpa se alineaban en los bordes del espacio, algunos de los cuales estaban ocupados por
elfos que miraban a Cas con curiosidad mientras pasaba. El aire estaba fuertemente perfumado,
una mezcla de especias embriagadoras y vainilla suave. Varios mostradores largos estaban tallados
a lo largo de las paredes, cada uno revestido con copas de oro, licoreras e innumerables botellas
de vino y otros licores. Había una mesa larga y dorada en el centro de la habitación, repleta de
coloridas frutas y panes. Nadie parecía estar comiendo de ella.
Amplios balcones extendían el espacio a ambos lados, flanqueados por cortinas de marfil que
brillaban con una ligera brisa; no había puertas que separaran estos balcones del espacio interior.
Afuera esperaban más sofás, y casi todos estaban ocupados por parejas descansando. La mirada
de Cas fue atraída hacia una de estas parejas que se reían, justo a tiempo para ver que la mitad
de esa pareja se arrodilla al lado del sofá y enterraba su rostro entre las piernas de su compañero.
Rápidamente desvió la mirada. Su escolta mantuvo su propia mirada al frente, ignorando
las carcajadas y los gemidos de placer que de repente parecían surgir a su alrededor. Caminaron
hacia el otro lado de la habitación y luego por otro largo pasillo. Al final de este pasillo, finalmente
volvió a hablar.
—¿Cuál es tu nombre?
—Casia Grey...
—Tu verdadero nombre, niña estúpida.
Tenía la sensación de que esta mujer ya sabía la respuesta a su propia pregunta. Tomó el
brazalete que Soryn le había dado, apretando con fuerza una de las cuentas entre el pulgar y el
índice y dijo:
—Soy la primogénita de Cerin y Anric de Solasen. Me llamaron Valori de Solasen al nacer,
pero dejé ese nombre hace mucho tiempo y elegí el mío propio: Casia Greythorne. Y yo no soy

131
una estúpida niña, soy la verdadera heredera del trono en el reino humano de Melech, y de todo el
poder que posee.
—Sí. Tu amigo nos contó esencialmente la misma historia. —Parecía completamente poco
impresionada por esa historia—. Tendrás que perdonarnos por no preparar nuestros salones para
ti, su majestad.
—¿Dónde está mi amigo? —exigió Cas—. ¿Laurent? ¿Adónde lo arrastraron? Y el resto de mi grupo...
—Paciencia. —La palabra sonaba como una amenaza.
Se paciente, o de lo contrario.
Cas respiró hondo por la nariz y siguió caminando.
La mujer elfa, que todavía no había ofrecido su propio nombre, la llevó a una estrecha escalera
de caracol que conducía a lo que parecía ser una especie de observatorio. Había varios instrumentos
telescópicos que sobresalían de las ventanas de esta habitación, trozos de pergamino con todo tipo
de diagramas esparcidos en varios escritorios, e innumerables gráficos extendidos por las paredes,
mapeando el cielo y sus estrellas.
Un hombre estaba de pie ante uno de estos mapas, con una copa de oro en la mano. Inclinó
la cara hacia ellos mientras se acercaban.
Elegante fue la única palabra que se le ocurrió a Cas al principio. Desde sus orejas delgadas
hasta su figura esbelta, la camisa y los pantalones hechos a la medida que vestía, las capas finas
de joyería alrededor de su cuello y muñecas... todo le daba un aire de sofisticación que hizo que
Cas se sintiera repentinamente acomplejada por su propio viaje. Su cabello castaño claro estaba
perfectamente lacio, asegurado cuidadosamente en la nuca con un broche dorado. Sus ojos se veían
rojos y marrones a la luz de la lámpara, un color extraño que hizo que Cas pensara en los picos
cobrizos de las Montañas Sanguinarias.
—Mi esposo —anunció su acompañante—. Alder de Briarfell, el Rey de Moreth.
—Esa última parte aún no es oficial —le recordó Alder, llevándose la copa a la boca y dejando
escapar un sonoro grito de satisfacción, ahh después de beber su contenido.
—Los rituales lo harán así en siete días. Menos, de verdad.
—Mi Lady Sarith —pronunció el nombre y el título de su esposa como una caricia firme, un
intento de ser autoritario y amistoso, al parecer—. Dejemos que mi padre se enfríe en el suelo antes de
comenzar a hablar de estas cosas, ¿de acuerdo? No necesito que me recuerden esos próximos rituales.
Cas pensó en esto en silencio. La muerte del Rey Theren había sido reciente, al parecer, por lo
que tenía sentido que la noticia no hubiera llegado a Soryn todavía. ¿Quizás eso también explica-
ba por qué ella y sus amigos habían sido tratados con tanta brusquedad? ¿Tan sospechosamente?
Aparentemente, la muerte de su rey había puesto nerviosos a Lady Sarith y sus soldados.
Como sea, esperaba que sólo fuera esa la única razón para ello.
Pronunció sus siguientes palabras con cuidado:
—Mis condolencias por su pérdida. Esperaba hablar con el Rey Theren y me duele pensar
que no tendré la oportunidad.
El príncipe Alder se giró para mirarla más de cerca, su curiosidad caramente picada.
—¿Se fue de repente? —preguntó—. ¿Pacíficamente, espero?

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— Silencio, humana —siseó Sarith—. Esos asuntos no te conciernen.
El príncipe negó. Ya sea por la ignorancia de Cas o por el tono duro de su esposa, Cas no
estaba segura. Le dijo algo a su esposa en el idioma antiguo de su clase, no en la lengua común
con fuerte acento que ambos habían estado usando, y fuera lo que fuera, Sarith asintió disgustada.
—No pacíficamente, desafortunadamente —respondió, su mirada regresando a Cas—. Pero
gracias por tu simpatía. —Colocó su copa sobre la mesa frente a él, tomó una botella de líquido
transparente y la descorchó. Pero dudó en servir, pareciendo repentinamente introspectivo—.
Aunque, no hice que te trajeran aquí para presentar tus respetos y dar tus condolencias, por supuesto.
La mirada de Cas recorrió la habitación mientras esperaba que él continuara, maravillándose
de esos mapas estelares en las paredes, de las palabras élficas que no reconocía, y algunas que ni
siquiera podía pronunciar. Había escuchado una leyenda, una vez, que Belegor, el Dios de Piedra,
que había dado forma al mundo, había dado a los elfos el honor de otorgar a las estrellas sus ver-
daderos nombres. Parecía una historia fantasiosa, nada más. Pero ahora se preguntaba si era verdad.
Podía sentir al príncipe estudiándola. Cuando él no habló después de que había pasado un
minuto, ella presionó la conversación.
—¿Puedo preguntar por qué me trajiste aquí, entonces?
—Porque mi hermano insistió en que hablara contigo.
Giró para mirarlo.
—¿Hermano?
Él respondió a su tono confuso con una mirada divertida.
—Tu amigo, ¿no es así? ¿Laurent? Tuvimos una conversación muy larga, él y yo. Me contó
todo sobre ti y tu viaje.
Cas mantuvo su rostro impasible, aunque por dentro estaba tambaleándose. Laurent nunca
había mencionado que tenía familia en una posición tan importante, y parecía un detalle bastante
importante para dejar de lado. Se sintió tonta al admitirlo, pero Alder todavía la miraba con curi-
osidad, así que dijo:
—No sabía que tenías un hermano.
—Medio hermano —corrigió Sarith—. Y la prueba que presentó incluso de eso era cuestionable.
Habría sido más inteligente mantener la boca cerrada, tal vez, pero a Cas le gustaba cada vez
menos esta mujer elfa. Así que fijó su mirada en la de Alder y habló:
—Creo que puedo ver el parecido familiar.
—Es obvio, ¿no? —El príncipe se rio entre dientes, inclinó la cara hacia la ventana más cercana
y estudió su propio reflejo en el cristal durante varios segundos más allá del punto de la vanidad.
Cas podía sentir los ojos de Sarith ardiendo en ella, pero mantuvo su mirada en Alder y preguntó:
—¿Y dónde está Laurent ahora?
—Fuera del camino, como acordamos.
—Fuera de…
—Sólo en una de las habitaciones de arriba —aclaró con un gesto hacia ese nivel superior—.
Porque por mucho que me encantaría pasar la noche charlando con ustedes dos, hay otras cosas que
debo atender esta noche. Sin embargo, quería disculparme contigo en persona antes de ocuparme

133
de esas otras cosas, y decirte que sólo los separamos y los confinamos a todos por máxima precau-
ción. Espero que entiendas. No tenemos nada en contra de ti ni de tus aliados. Así que ahora que
esto está aclarado, puedes seguir tu camino y yo me iré por el mío.
—No puedo irme todavía; Vine aquí con un propósito…
Él la interrumpió con un suspiro.
—Sí, sí, sé lo que buscas. Lo he escuchado todo, como dije.
—¿Y?
—Y temo que no puedo ayudarte. Mis manos están llenas en este momento.
Cas frunció el ceño, aunque esta no era una respuesta inesperada.
—Los gobernantes de Ethswen te están dando problemas, ¿cierto?
El asintió. Sus ojos se entrecerraron en la botella que había descorchado, pero después de un
momento de consideración, volvió a colocar el tapón sin servirse otro trago. Tomó un abrigo que
estaba sobre una silla cercana e informó:
—De hecho, tengo una reunión con algunos miembros de la corte de ese reino caído, o lo que
queda de él, de todos modos. Y creo que llego tarde a dicha reunión.
—Lo estás —confirmó Sarith secamente.
—¿Lo ves? Ahí tienes. Realmente debo irme.
—¿Tal vez podría ayudarte a negociar con ellos? —Cas sugirió.
Se rio mientras seguía preparándose para irse. No una risa cruel; era más por sorpresa que
por otra cosa, pensó.
—Negociar desafortunadamente no es la palabra adecuada para describir dónde estamos
—indicó—. Es más, como un combate de sparring. Un intercambio de púas en el que mi única
esperanza real es salir vivo y, si tengo suerte, relativamente ileso.
—Sospechamos que ellos son los responsables de la muerte del Rey Theren —confesó Sarith,
su tono contrastaba con el de indiferencia de su marido. Parecía que estaba intentando asustar a
Cas para que se metiera en sus propios asuntos.
Claramente no tenía idea de qué tipo de aterradores negocios Cas y sus aliados ya estaban tratando.
—¿Asesinato? ¿Qué prueba tienes de eso? —Cas preguntó.
La dama elfa se burló del desafío, y fue su esposo quien finalmente respondió a Cas, mientras
se encogía de hombros y se ponía el abrigo.
—No pudimos detener al culpable en este caso en particular, todavía no, de todos modos.
Pero hemos tenido algunos incidentes con soldados de Ethswenian en el pasado reciente. —Se
alisó las mangas de su abrigo con una mirada lejana en sus ojos—. Y pensar que nuestros muros
solían ser impenetrables.
—Nuestros muros podrían volver a ser impenetrables —aseguró Sarith, casi para sí misma—.
Podríamos reconstruirlos, si sólo fuéramos un poco más agresivos con estos asuntos.
—Otro tema para otro día —reprendió el príncipe, sin darle importancia, ahora concentrado en
abotonarse el abrigo. Una vez que hubo terminado, se dirigió a las escaleras sin decir una palabra más.
Cas sintió que su oportunidad estaba peligrosamente cerca de desvanecerse, así que espetó:
—¿Puedo al menos unirme a ustedes en esta reunión?

134
Lady Sarith se irritó cuando su marido se detuvo en lo alto de las escaleras y dirigió a Cas
una mirada que parecía decir, ¿Por qué de todo el mundo no te has rendido todavía?
—Ni siquiera voy a hablar —insistió Cas—. No intentaré negociar. Sólo quiero escuchar. Para
seguir a un noble experimentado en su trabajo.
Ella en realidad no tuvo la impresión de que él fuera un noble experimentado en absoluto, pero
la adulación le había dado lo que necesitaba muchas veces en el pasado.
Su rostro se transformó lentamente en una sonrisa perpleja, como si pensara que ella era una
niña a la que se le había ocurrido un juego muy divertido, uno que no entendía del todo. Era insul-
tante, pero Cas se mordió la lengua. Esta era una oportunidad para obtener información valiosa,
y tal vez para entretejerse con las buenas gracias del futuro rey...
En cualquier caso, no iba a dejar que él la enviara lejos de este reino tan fácilmente.
—A menudo he admirado la legendaria Corte de Moreth desde lejos —continúo—. Y sería un
honor ser testigo de tal nobleza en acción.
—Por qué no —declaró, después de estudiarla un momento más—. Tal vez los confundirá y
me dará una ventaja en este combate, ¿eh?
—Está cubierta de sangre y polvo por la carretera —protestó Sarith.
—Entonces préstale uno de tus vestidos, si realmente crees que es necesario.
—Yo...
—Pero ella no se ve peor que aquellos con los que me encontraré, estoy seguro —agregó con
otro bostezo—. Conociendo a la corte de Ethswen, la mitad de ellos probablemente también tengan
sangre manchando sus ropas.
Y luego se fue, tarareando para sí mismo mientras bajaba las escaleras.

135
Capítulo Diecisiete

Traducido por Cindylu~


Corregido por Camm

CAS SE ESCABULLÓ TRAS ÉL SIN MIRAR ATRÁS.


Ella lo alcanzó en el pasillo inferior y lo siguió mientras él caminaba en la dirección opuesta
a la prisión de la que la habían sacado. Ellos eventualmente llegaron a otra habitación con balcones
a cada lado —aunque mucho más pequeña y menos habitada que la anterior por la cual ella había
caminado— y Alder deambuló por el balcón más grande y le indicó que mirara por encima de la
baranda con él.
Abajo, una pequeña multitud se reunía alrededor de una mesa de piedra en el centro del
jardín. La multitud casi se perdía entre la cantidad innumerable de plantas floreciendo que bor-
deaban el espacio.
—Un pintoresco escenario para un pedazo de política potencialmente sangrienta —dijo el
príncipe, melancólico, mientras alcanzaba y arrancaba una hoja plateada-verdosa de una enredadera
que se había abierto camino hacia arriba y alrededor de la barandilla del balcón—, la belleza casi
hace todo el calvario tolerable.
La mirada de Cas recorrió el escenario, sobre blancas y rosadas flores en forma de trompeta,
sobre hojas tan grandes como su cuerpo, y sobre algo que emitía un olor a almizcle que era abru-
mador. Sus ojos finalmente capturaron a una de las personas reunidas abajo, una joven mujer con el
más pálido cabello amarillo que ella jamás había visto, ella estaba envuelta en pieles grises y mar-
rones a pesar del clima relativamente cálido. Su cuerpo estaba relajado, desplomada en su delgada
silla de madera, pero su cara se notaba alerta y escaneando el espacio con un incesante enfoque.
—Esa mujer a la cabeza de la mesa… ¿Quién es?
—La princesa de Ethswen, Sybell Amarok —dijo—. Ella ha sido la emisaria principal para sus
madres, desde que llegó a la mayoría de edad hace algunos años. Es encantadora ¿no?
Cas asintió; ella era encantadora… de una manera escalofriante. Como un mar lejano y oscuro,
era hermoso, pero premonitorio y, sospechaba, lleno de cosas potencialmente mortales...
—La primera vez que me encontré con ella, me ofreció un vaso del famoso hidromiel de
grosella negra de su reino. Pensé que estaba coqueteando conmigo. Pero nada que ver. La bebida
resultó estar envenenada. —Él suspiró con todo su cuerpo. Luciendo como si él aún estuviera gen-
uinamente devastado por la fallida conexión.
Cas frunció el ceño, y sacudió su cabeza en dirección a la multitud de personas debajo, algunas
de las cuales comenzaban a lucir claramente impacientes.
—¿No dijiste que estabas tarde para esa reunión?
—Ah. Lo estoy —dijo, y se preguntó si él probablemente se hubiera olvidado totalmente de todo
si ella no lo mencionaba—. Ven conmigo, Casia, ¿sí? —Él no esperó por su respuesta de cualquier
manera; ya estaba marchando nuevamente.
La dama Sarith estaba esperando por ellos en la cima de los escalones de piedra que conducían
al jardín. Su mirada saltó sobre Cas como si ella fuera un espacio vacío, lo que parecía una mejoría
sobre las miradas muertas que ella le estaba dando anteriormente, así que Cas mantuvo su mirada
directamente en frente de ella y no hizo nada por atraer más atención.
La mayoría de los ojos se concentraron en el Príncipe Alder cuando él entró, pero unas pocas
miradas curiosas tomaron nota de la mujer de cabello gris que se le unió. Un hombre en particular
dejó sus ojos inyectados en sangre permanecer en dirección a Cas por más tiempo del que parecía
necesario; se veía como si estuviera tratando de ubicar su cara.
Ella evadió su mirada, fijando su visión en la princesa en cambio.
—El Rey de Moreth finalmente hace su aparición —dijo la princesa Sybell en una vacía desin-
teresada voz. Sus ojos se fijaron entre los dos hombres a su derecha e izquierda, y estos se sentaron
más rectos ante su tácito comando.
—Sybell. Un honor como siempre. —Tomó su mano y la besó, sus labios permanecieron sobre
su piel hasta que ella retiró su mano lejos con una apenas notable curvatura de sus labios.
Ella buscó dentro del bolso que se encontraba al lado de su silla y sacó un puñado de piezas
de pergamino.
—He traído nuestros términos —dijo y los arrojó sobre la mesa entre ellos.
El príncipe elfo no recogió ninguno de esos términos. Juntó sus manos mientras se recostaba
sobre su silla.
—Yo había jurado que nosotros ya habíamos acordado los términos, ¿cuándo fue, alrededor
de hace tres meses para hoy, creo yo?
—Nosotros acordamos eso entonces. Con tu padre.
—¿Y sus términos son diferentes por mí ahora?
—Me temo que sí.
—Ya veo.

137
—El Rey Theren era más que una entidad conocida. Nosotros sabíamos que él podría man-
tener hasta el final nuestros acuerdos. Tu eres más un… enigma. Así que nosotros debemos proteger
nuestros intereses.
Los ojos de Alder cayeron en los todavía enrollados pergaminos en la mesa ante él.
—Y asumo que esta autoprotección involucra más pagos por adelantado.
—Defender ambos, nuestro propio reino y el de ustedes requiere un extraordinario número
de recursos —dijo la princesa, apretando sus dientes con una sonrisa.
—Lo requiere —dijo Alder con un evasivo encogimiento de hombros.
—Por cerca de un siglo, nuestras armadas han mantenido este reino seguro de los enemigos
circundantes. Y si les gustase que nosotros continuáramos protegiéndolos, demandaremos algo
más de regreso.
—Por supuesto que lo harían.
Ella continuó con sus demandas como si él no hubiera hablado:
—Ceda más de sus abastecimientos de sus muy llamadas tierras sagradas a lo largo de la costa
norte, o dejaremos de cavar en nuestros propios recursos para salvarlos. Así de simple.
—Simple. —Él rio.
La princesa no compartió esa risa. El silencio se extendió por el espacio de un largo e incó-
modo momento, hasta que ella frunció el ceño hacia él, y dijo tranquilamente:
—Los ejércitos de Sadira están creciendo nuevamente. Ellos montaron un ataque contra Varen
y sus seguidores la semana pasada. Lo llevaron de regreso a Melech, expandieron su territorio
hacia el oeste, y mirarán hacia el norte luego. La joven posible reina de ese alguna vez reino es tan
despiadada como sus padres lo fueron. Ella te destruirá sin nuestra ayuda.
—Eso es cierto. —Cas no se dio cuenta que tan fuerte pronunció esas palabras hasta que casi
cada par de ojos presentes en el jardín voltearon en su dirección.
Ella pensó por un momento que la dama Sarith podría saltar de su silla y silenciarla ahogándola.
Pero la mujer elfo solo apretó la mesa delante de ella, sus largas, uñas pintadas de oro se
clavaron en la suave madera. Y nadie más se movió o habló, así que Cas continúo:
—Yo conozco a la joven princesa de Sandira, y ella no tiene ningún deseo de destruir ninguno
de los reinos elficos. En realidad, preferiría una alianza con ellos, por el bien del imperio.
El silencio se instauró una vez más entre el grupo, más pesado y más tenso que antes.
—No existe un bien mayor para el imperio —gruñó finalmente el hombre a la izquierda de
Sybell—, porque no existe un verdadero imperio. Y es mejor de esa forma. Nosotros llegamos a acu-
erdos cuando surge la necesidad. —Miró a los pergaminos enrollados sobre la mesa, observándolos
por un momento como si estuviera considerando escupir sobre ellos antes de concluir—: Y de lo
contrario cada quien se preocupa por sus propios asuntos. Lo cual es como debería ser.
—Hasta que tienen un problema que requiere cooperación de todos los diferentes reinos —
argumentó Cas.
Como un Dios superior empeñado en la destrucción de esos reinos.
Su estómago se revolvió con el pensamiento, y el pánico casi logró que las palabras escaparan
de ella, plegarias desesperadas para que ellos consideraran la cooperación con ella y se alinearan con
su causa. Pero logró mantenerlas. Este no parecía el momento para sacar ese problema en particular.

138
Se suponía que ella no debería estar hablando, ¿no es así?
Sybell se levantó lentamente. Su mano se posó casualmente sobre la empuñadura del cuchillo
que se encontraba en su cadera mientras se acercaba, y Cas fue repentinamente muy consciente de
su propia falta de cuchillos.
Ella no poseía armas, sin garantía de que su magia pudiera funcionar en el extraño aire de
este lugar y estaba rodeada por personas que se encontraban armadas, y cada una de esas personas
lucían más molestas que el que se encontraba a su lado.
Pero ella se había encontrado rodeada por una gran cantidad de grupos molestos y desagrad-
ables en el pasado; cuando trabajos cuestionables la habían llevado a lugares cuestionables. Y la
forma más segura de hacer de sí misma un objetivo, sabía, es lucir asustado.
Así que mantuvo su cabeza en alto, y se encontró directamente con la tranquila y furiosa mi-
rada de Sybell respondiendo con una igualmente agresiva mirada.
—¿Quién eres tú? —demandó la princesa.
Cas dudo, tratando de pensar en la forma más inteligente, segura y acertada respuesta para
esa pregunta. Pero no tenía que, ya que alguien más respondió por ella, aquel hombre que la había
estado mirando con su mirada inyectada en sangre desde que entró.
—Yo sé quién es ella —dijo—. La apariencia marcada con el desvanecimiento, las marcas divinas
y maldiciones sobre su piel… Esta es aquella que ha estado librando una guerra con Varen. Se unió
con aquella reina rebelde de Sadira para tratar de desestabilizar la parte sur de nuestras tierras, así
Sadira probablemente se alce y tome control de esas tierras para ella.
Más mentiras.
La piel de Cas ardía de la indignación, pero podría ser tonto acusarlos por esas mentiras. Podía
leer una habitación lo suficientemente bien para saber que ellos estaban preparados para una pelea, y
ella sinceramente dudaba que pudiera encontrar algún aliado entre ellos. No hoy, de cualquier forma.
—¿Qué es esto precisamente? —preguntó Sybell, sus ojos regresando nuevamente al Príncipe
elfo—. ¿Está tratando de ir a nuestras espaldas? Ignoras nuestras plegarias de cooperación mientras
se alían con aquella reina rebelde, ¿y para qué? ¿Para así poder ejercer en secreto el ejército de Sadiran
contra nosotros, mientras clamas que quieres neutralidad y paz?
—No tengo ninguna alianza con Sadira —dijo Alder. Sonaba casi asombrado por el giro que había
tomado la conversación. Cas estaba comenzando a pensar que a él simplemente le divertía el caos.
¿Es esa la única razón por la cual accedió dejarla acompañarlo?
—Si ella es una espía para aquella reina rebelde —chasqueó Sybell—, entonces debería ser
liberada de su cabeza, como lo fueron el rey y la reina de ese reino.
Murmullos de aprobación e incluso peores sugerencias le siguieron.
Sybell caminó de regreso a su asiento y lo empujó bajo la mesa.
—De cualquier manera, no diré nada más en frente de ella.
—Es una pena —dijo el príncipe arrastrando sus palabras—, estaba disfrutando realmente todas
las cosas que estaba diciendo. —Arrastró sus pies y empujó su propia silla, sus movimientos mucho
más tranquilos que los de Sybell. Caminó al lado de Cas mientras decía—: pero me temo que esta
espía es mi invitada, y no la trataré de esa forma tan ruda. ¿Decapitarla? Y se supone que los míos
son los bárbaros. Deberías estar avergonzada incluso solo por sugerir algo así.

139
Eso ocasionó que más personas de la corte rival se levantarán. Hablaban rápidamente en el
lenguaje de su reino, y Cas entendió lo suficiente para saber que un enfrentamiento se estaba for-
mando. La princesa Sybell los silenció levantando su mano y luego cerrándola en un puño.
El hombre a su izquierda se movió para susurrarle algo al oído. Ella asintió después de un
momento, mirando de nuevo al príncipe elfo y en la lengua común dijo:
—Regresaremos pronto, Alder. Y espero que para entonces hayas memorizado los términos
que hemos traído, y estar preparado para jurar y responder por ellos.
—Estaré ansioso esperando su próxima visita. —Realizó una pequeña reverencia. Cas se pre-
guntó por un breve momento si debería terminar de exponer su cuello completamente mientras la
mano de Sybell aún estaba en la empuñadura de su cuchillo.
Pero la princesa no realizó ningún movimiento para atacar. Ella continuó avanzando hacia las
escaleras.
El hombre que reconoció a Cas siguió tras la princesa de cerca, sus ojos inyectados en sangre
se posaron una última vez sobre Cas antes de arrastrar su mirada hacia el príncipe de Moreth.
Entonces él soltó una risa hacia el príncipe.
Cas no pensó, ella simplemente reaccionó, o su magia reaccionó por ella en vez de eso; la
electricidad surgió y envolvió la espada que el hombre había liberado. Los rayos eran débiles, pero
contra el metal conductivo de la espada crecieron salvajes. Él trató de dejar la espada, pero falló;
esta permaneció en su mano, asegurada en su posición por cuerdas formadas por rayos, mientras
se retorcía y caía al suelo. La esencia de carne rostizada llenó el aire.
Susurros de terror hicieron eco a través del jardín.
La princesa fijó su mirada en Cas, y no se movió ni se inmuto, incluso mientras el hombre a
sus pies, dejó escapar un horrible y gutural grito de dolor.
Finalmente, la magia se disipó con una fuerza crepitante. La espada del hombre golpeó el
suelo de piedra con un sonido metálico, y él se acurrucó contra el suelo gimiendo.
Nadie se movió para ayudarlo.
La corte de Ethswen se unió a su líder mirando fijamente a Cas. Una mezcla de asombro y
miedo llenaba sus ojos.
Sarith estaba de pie. Con su mano apretada y ligeramente extendida frente a ella, como si
quisiera ir tras Cas, pero se hubiera detenido.
Esto fue solo una pequeña demostración de magia, la única razón por la que el hombre de
Ethswen se encontraba levantándose tambaleante y no muerto, pero el factor de que ella hubiera
hecho tan solo eso, había dejado atónitos a Sarith y a todos los demás.
Esto, sinceramente, la paralizó también.
La mirada de Sybell se dirigió a Alder y luego regresó a Cas.
—Sin alianzas —dijo con un resoplido—. Es bueno saberlo.
Le susurró algo al hombre electrizado en su propio idioma. Un insulto, por la forma en que
sonó. El hombre inclinó su cabeza y se aferró a su brazo quemado, y luego se unió al resto del
grupo, quienes llenaban las escaleras hasta llegar la unidad de guardias del ejército fuertemente
armado que los esperaban al final.

140
Una vez que se fueron, el príncipe se dirigió lentamente a Cas.
—Tu eres una interesante criatura ¿no?
Probablemente debería haber estado ofendida por el uso de la palabra “criatura”. Y la forma
en la que él la estaba mirando, también, como si ella fuera más un espécimen que un humano; no
sintió ninguna malicia en su mirada, y aun así tampoco sintió calidez o confianza.
Necesitaba más tiempo para entenderlo. Más tiempo para tratar y convencerlo de unirse a
su causa. Así que dijo:
—Tengo un sinfín de cosas interesantes que podría decirte, si fuéramos aliados, y sé que estás
curioso por escucharlas.
Él no lo negó. Y su curiosidad aparentemente ganó la partida, porque después de un momento
de deliberación dijo:
—Yo no conozco sobre aliados, pero probablemente tú podrías quedarte unos días para discutir
algunas de esas interesantes cosas.
En la periferia de su visión, Cas observó a Sarith moverse lentamente de su sitio al lado de
la mesa. Y por segunda vez desde que entraron al jardín, pensó que tendría que defenderse del
ataque de la dama elfa.
Pero el príncipe Alder habló antes de que su esposa pudiera actuar y hacer realidad cualquiera
de los pensamientos violentos que había estado teniendo:
—Sarith, mi amor, ¿Por qué no hacemos sentir a nuestra prisionera más confortable? —La miró
solo por una fracción de segundo antes de enfocarse nuevamente en Cas—. Ha pasado un tiempo
desde que tuvimos que atender invitados; probablemente sería bueno visitar a estos forasteros y
disfrutar de sus diferentes perspectivas sobre algunos asuntos.
—Probablemente.
—Indiquemos a los sirvientes que abran el ala sur y la preparen para su estadía.
Sarith parecía como si prefiriera mil veces prenderse ella misma en fuego.
Pero tan pronto como su mirada expectante se dirigió a ella, sonrió y dijo:
—Por supuesto, veré qué lo preparen.

141
Capítulo Dieciocho

Traducido por Cindylu~


Corregido por Camm

DESPUÉS DE QUE LAS ÓRDENES FUERON DADAS, los sirvientes indicados convocados, y las
preparaciones para el ala de invitados estuvieran en marcha, Alder guío a Cas a su observatorio.
Observó las escaleras de caracol que habían subido para llegar a ese espacio, como si temiera
que alguien pudiera estarlos siguiendo. Cuando nadie más se mostró, se sirvió a sí mismo una
bebida fresca y la estudió por un largo momento, sacudiendo su cabeza antes de comenzar a beberla.
—Entonces ahora has visto los problemas con los que estoy lidiando —dijo—. O una pequeña
vista de ellos, al menos. Sybell estaba controlada el día de hoy; tu parecías ser alguna especie de
fuerza mitigadora, así que te agradezco por eso.
—Ella parecía decidida a asegurar los territorios. —Cas frunció el ceño, pensando sobre el
cuchillo que la princesa estuvo sosteniendo fuertemente—. No me había dado cuenta de que la
costa norte era tan valiosa.
—Ellos claman que quieren nuestros territorios, los recursos que supuestamente acaparamos, pero…
—¿Pero esto es más que solo recursos de lo que ellos están detrás? —supuso.
—Los prejuicios contra nuestro reino son profundos. —Se encogió de hombros—. Podrían
vernos destruidos tuviéramos o no cosas tangibles que conceder con nuestra derrota. A ambos, a
nosotros y a los elfos de Mistwilde, somos los últimos de nuestra línea en Kethra, tu sabes. Y si los
gobernantes de Ethswen logran quitarnos del camino, entonces podrán clamar que ellos purgaron
este imperio caído. —Suspiró en su vaso antes de tomar otro gran sorbo del contenido—. Gran
logro podría ser, ¿no?
—¿Pueden ellos realmente lograrlo? ¿En contra de ambos, de ustedes y el otro reino? Las his-
torias de los elfos y sus progresos en batalla probablemente tienen algo de cierto en ellas.
Él consideró la pregunta —sus ojos vidriosos, parecía cansado— de repente continúo:
—Nuestros ejércitos colectivos siguen siendo impresionantes. Más impresionante que el que
la reina del caído Ethswen y sus aliados conocen, a pesar de que esto es lo suficientemente cierto,
tanto como el de ellos, el nuestro no es lo que era. Lo cual es porque estoy tratando de evadir una
batalla a toda escala entre nosotros. Podríamos muy probablemente ganar, sí, pero esto sería dev-
astador para todos los involucrados.
—Podríamos ayudarnos —Cas intentó—. Lo que dije sobre la reina Soryn es cierto. Ella no
es una instigadora.
—No. Yo no sospecho que ella lo sea.
—Y hay batallas más importantes que necesitan ser peleadas. Si tú y tu ejército se pararan a
nuestro lado, dando ejemplo, un frente unido para…
Él levanto una mano.
—No más charlas sobre ejércitos y batallas esta noche. Por favor.
La frustración hizo nudos el estómago de Cas.
Pero hacer presión en el asunto no parecía que los fuera a llevar a ningún lado. No aún.
Necesitaba encontrar otro ángulo. Llegar al objetivo por los costados, como Asra suele decir. Evitó que
esos objetivos levantaran sus manos para alejarla.
Dejó al príncipe con sus pensamientos, hasta que se le ocurrió lo que creía sería una pregunta
menos provocativa:
—¿Qué hace que los territorios a lo largo de la costa norte sean sagrados para tu linaje?
Él se acomodó en una silla al lado de la ventana.
—Mucho de lo que verdaderamente se conocía sobre ese lugar se ha perdido en el tiempo y
las memorias. —Entrecerró los ojos a la luz de la luna que entraba por los cristales por un momento
antes de continuar—: Pero se dice que hay un lugar a lo largo de esa costa donde Solatis, el Portador
de la Luz, solía morar. Un lugar que, hasta el día de hoy, todavía rebosa con su magia. Alba, es su
nombre en el lenguaje común.
—Un lugar que rebosa con su magia… ¿Cómo los mortales paraísos de los Marr?
—Sí, algo como eso. Aunque a diferencia de ese lugar, no creo que ningún mortal haya puesto
sus pies alguna vez ahí. La magia es demasiado abrumadora para que la mayoría se acerque ahí.
Supuestamente el más anciano de mi linaje pudo visitarlo una vez, antes de que nuestra relación
con todos los Moraki se volviera agria. Incluso construyeron un monumento a Solatis ahí, uno de
sus lugares favoritos para descansar en este mundo, alegaba. Pero yo nunca he visto aquel monu-
mento, personalmente, y no conozco a nadie que lo haya hecho.
—Si los mortales no pueden poner un pie ahí, ¿entonces por qué están los gobernantes de
Ethswen tan interesados en este?
—Alba y sus monumentos ocupan solo una pequeña sección. Pero los territorios alrededor de
estos son ricos más allá de cualquier explicación natural; el agua está repleta de peces, los cultivos
que crecen allí son fértiles más allá de cualquier explicación… Algunas de las cosas que crecen
allí poseen diferentes tipos de magia, incluso. Todo nuestro sustento proviene de esta área relati-
vamente pequeña, y esos son los recursos que se nos ha acusado de acumular. Nuestra creencia es

143
que la riqueza proviene de la concentración del poder de Solatis que todavía flota desde el centro
de Alba. Pero, realmente, quién podría saber.
—¿Una concentración de poder? —repitió.
Las palabras hicieron que sintiera un escalofrío al pensar en todas las posibilidades. ¿Podría
un lugar así ser la llave para poner fin ella misma la maldición del Dios Oscuro? Elander le había
dicho que Solatis era el único que había podido mantener a Malaphar bajo control. Si pudiera de
alguna manera hacer su camino dentro de ese lugar, o incluso llegar cerca de él...
Probablemente ahí hay algo que podría hacer que la magia del Sol dentro de ella expulse
fuera la magia oscura, ¿De una vez y por todas?
—Pero no les prestes atención a esas historias —estaba diciendo el príncipe.
—No, yo estoy muy interesada en escuchar más.
—Estoy seguro, pero yo probablemente ya dije demasiado. —Extendió su mano en el aire frente
a él, moviendo sus dedos para que sus anillos brillarán a la luz de la luna. Parecía como si estuviera
tratando de ver su reflejo en la más grande de las piedras pulidas que adornaban sus anillos.
»Laurent me aseguró que tú eras una fuerza para bien… Pero cómo mi esposa acertadamente
remarcó, yo no tengo una verdadera razón para confiar en él más que en mi propia intuición.
Ustedes podrían estar aquí para asesinarme, por lo poco que sé.
—Nosotros no estamos aquí para eso.
—Bueno, tú no podrías ser una muy buena asesina si me dijeras lo contrario, ¿podrías tú?
—Ya tengo suficientes guerras en mis manos; no deseo iniciar una con tu linaje.
Apartó los ojos de su propio reflejo y la miró en su lugar. Pensó que iba a retarla, pero sim-
plemente sacudió su cabeza y dijo:
—Qué extraño giro de los acontecimientos el día ha tomado. Qué extraño giro este imperio
ha tomado, con todas estas problemáticas guerras y corazones divididos.
Cas no estaba segura de cómo responder. Se movió a la ventana al lado opuesto del salón.
El vidrio de este cristal era un mosaico de colores y patrones, una maraña de luz y oscuridad que
la llenaba con una repentina y feroz tristeza que no entendía del todo. Tanto para sí, como para el
príncipe dijo:
—Sí, nuestro imperio se encuentra muy fracturado.
—Yo llegué a la conclusión de que ustedes, los humanos, lo preferían de esta forma.
Cas entendía por qué él había llegado a esa conclusión. No podía hacer más que decir:
—No todos nosotros.
—Pero entonces de nuevo, tú no eres precisamente una humana, ¿lo eres?
Ella lo miró y lo encontró observado a la marca del Dios Rook. Tragó para quitar la sensación
de sequedad en su garganta.
—Yo soy… Interesante. Cómo tú lo dijiste.
Sonrió.
—Sí.
Él le recordaba un poco a Varen cuando la estudiaba de la manera en que lo estaba hacien-
do ahora, lo cual alertaba cada nervio de su cuerpo. Sintió que la fría oscuridad se agitaba en su

144
corazón, una reciente desconfianza encontrada que sentía hacia todos y todo subiendo lentamente
a la superficie. Abrirse y confiar en Varen y otros le había costado muy caro los últimos meses.
Probablemente terminase arrepintiéndose de haber compartido cualquier información con este
príncipe elfo también.
¿Pero qué más podía hacer? No podía ganar todas sus guerras sin más aliados. Tendría que
confiar de nuevo eventualmente. Simplemente tenía que andar con más cuidado de lo que lo había
hecho en el pasado.
Cree lo peor, ten esperanza en lo mejor.
Él la continuó estudiando, y se dijo a sí misma que esto era algo bueno; era mucho mejor que
estar siendo directamente descartada.
Se mantuvo quieta. Podría dejar que hablara de nuevo antes de decir algo, podría dejarlo creer
que él estaba controlando la conversación. Podía sentir en el espacio entre ellos que la curiosidad
lo estaba quemando; era solo cuestión de tiempo antes de que él se rindiera ante eso una vez más.
Aún podía sentir su mirada, audaz y sin vergüenza, sobre su cara, y pronto dijo:
—Dime: ¿De dónde vino esa marca en tu mejilla?
Después de un momento de duda, se decidió por una versión condensada del resumen de
los pasados días:
—Esto no es únicamente una guerra contra Varen la que estoy librando, sino también en
contra de los Dioses —le dijo.
Había decidido no borrar la marca de aquella guerra en su rostro. El bálsamo que la Diosa del
Roble le había entregado se encontraba todavía guardado seguro en uno de sus bolsos; ni siquiera
recordaba cuál. Dejaría que este príncipe elfo, y sus otros potenciales aliados, vieran que fue marcada,
maldecida, y que había continuado a pesar de ello. Dejaría que ellos vieran que estaba peleando.
Probablemente esto los ayudaría a entender la gravedad de la situación
Él estaba intrigado por esto, al menos; parecía no poder quitar sus ojos de esta. Así que con-
tinuo cautelosamente:
—Me encontré cara a cara con Malaphar, tan solo hace un corto tiempo.
—Armoras. El Portador de Caos, mi linaje lo llama así.
—Sí. Un nombre adecuado, estoy descubriendo.
No respondió, pero la miraba cuidadosamente ahora, sus labios se dibujaron en una línea uniforme.
—No sé la extensión de sus planes —dijo Cas—, pero yo sé que es el responsable de la enfer-
medad del desvanecimiento que devastó a la población humana de Kethra en las pasadas décadas,
y que últimamente está cada vez más enojado con la gente de este imperio.
Alder asintió.
—Por el trato que le dan a la magia divina y aquellos que la manejan.
—Sí. Y ahora quiere castigar el imperio entero, parece ser. Para dar un ejemplo de ello. La
marca en mi rostro se produjo porque intenté detener ese castigo.
Él entrecerró sus ojos mirando la marca. Podía prácticamente ver los engranajes de su mente
girando a través de sus ojos, tratando de imaginarla de pie a la sombra de un Dios superior.

145
—Nuestro trato no se completó —dijo—, pero todavía podría ocurrir, si no puedo encontrar
una forma de sofocar la magia que puso dentro de mí. No sé cómo esa magia continuará creciendo
y se manifestará. O cuánto tiempo tenemos antes que haga su siguiente movimiento.
—¿Así que cuál es tu plan, precisamente?
Su repentina intensa, y prácticamente seria mirada la hizo sentir menos segura del plan que
había estado creando en su mente.
—No seas tímida sobre las cosas ahora —dijo—. Mis consejeros van a querer saber por qué yo
hice de nuestros prisioneros invitados, por qué debería de confiar en Laurent, y por qué te traje a ti
a mi propia oficina privada. —Colocó su vaso sobre el alfeizar de la ventana, se levantó, y caminó
acercándose a ella. Casi, demasiado cerca. Levantó un mechón de su cabello y lo retorció entre sus
dedos. El olor dulce del alcohol en su aliento era potente—. Yo podría decirles que simplemente te
encuentro interesante y excepcionalmente hermosa para una humana, supongo, pero…
—¿Acaso tú sueles traer seguido mujeres a tus cuarteles privados solo porque son hermosas
e intrigantes?
—Me gusta mantener las cosas interesantes. —Soltó las hebras de su cabello—. Pero nos es-
tamos alejando del asunto.
—Sí. Tienes razón.
Sonrió un poco ante el todo rígido en la voz de ella, claramente todavía encontrándola más
asombrosa de lo que debería.
—Dime por qué debería poner cualquier confianza en ti como un gobernante ¿Suficiente fe
como para aliarme, nada menos que contigo? ¿Qué es lo que has conseguido lograr? ¿Qué es lo
que harás después?
Cas levantó su mentón y forzó la confianza en su respuesta:
—Condujimos las fuerzas de Varen lejos de Sadira solo hace unos días. Las personas se reu-
nieron por esa causa, y más se están uniendo a nuestro lado todos los días. Y mi plan, mi esperanza,
es esta: Que nuestro completo imperio, fracturado probablemente, pueda unirse nuevamente a
tiempo para levantarnos contra lo que sea que el Dios Oscuro quiera desatar sobre éste.
—Esa es una meta bastante elevada —recalcó, caminando nuevamente a su asiento y hun-
diéndose en él.
—Así que ves porque necesito ayuda. Y cualquier otra información que tengas acerca de esos
Dioses. Más sobre aquel sagrado lugar en la costa norte, probablemente, o...
—Ese lugar no se supone que tenga nada que ver con humanos, cualquiera que sea los enredos
que tengan o no con los Dioses.
—Entonces ayúdame a enfrentarme contra mi hermano antes de que haga un más grande y
dividido desastre de nuestro mundo.
—Yo no estoy interesado en más guerras con gobernantes humanos.
—No vas a poder permanecer neutral.
—Te aseguro que lo haré.
—Pienso que estás cometiendo un error.
—Laurent me advirtió que eras implacable. —Se rio, y cerró sus ojos mientras apoyaba su
cabeza en el respaldo de la silla—. Tenía razón.

146
Ella se erizó con su risa.
—¿No lo entiendes? Si Malaphar decide hacer su movimiento final contra nosotros, entonces
tus batallas con la reina de Ethswen no importaran. Tus deseos por el retiro y la paz para tu linaje
no importaran. Nada más importara.
—Es una tontería para nosotros incluso hablar sobre esto. —Una parte de su tono se había roto
por primera vez—. Incluso si vences a tu hermano, ¿qué importa? Tú no puedes luchar una guerra
contra los Dioses también.
—Yo ya lo estoy haciendo. —Su voz era tranquila, hecha de acero con una resolución que había
sido forjada por su creciente frustración con la conversación.
La miró, y sus cejas se arquearon ante la desafiante mirada que ella le estaba dando.
Se miraron mutuamente por un severo, largo y tenso momento, hasta que él finalmente sus-
piró y dijo:
—Sabes, cuando mi padre falleció, por una fracción de momento estaba… Feliz. Aliviado de
tener una oportunidad de gobernar con una mano más amable y delicada de la que él había tenido.
Resulta ser que esto es un terrible, e imposible trabajo. No estoy para nada disfrutando nada de esto,
solo entre tú y yo.
Como si fueras el único que no se está divirtiendo, pensó Cas de forma amarga.
—Bebe algo, mi joven reina. —Sirvió dos más de esos vasos y le ofreció uno—. Este ha sido un
largo día para ambos, por lo que parece.
—No tengo sed.
—Un pastel, ¿probablemente?
—No, gracias.
—¿Cómo, sobre una cápsula de polvo de Raíz de Kimaris, entonces? Este es un poderoso y
placentero afrodisiaco, por si no lo sabías —le dijo con una sonrisa desenfrenada—. Puedo también
hacer los arreglos para un compañero con el que puedas disfrutar de su simpatía, si te importan
esas cosas. O múltiples compañeros, si es más de tu agrado. Tnemos sirvientes muy talentosos y
entusiastas de donde se puede escoger.
—Estoy bien.
Hizo una mueca.
—Tú no eres divertida.
—Difícilmente creo que esta noche llame a la diversión, dado todo lo que apenas acabamos de discutir.
No se inmutó. Bebió sin ella, bebiendo todo en un largo trago, y luego colocó el vaso vacío en
el alféizar de la ventana, justo al lado del anterior.
—La diversión inesperada es mi tipo favorito de diversión —le informo.
Cas abrió su boca para disparar una réplica, pero el sonido de alguien subiendo las escaleras
los alcanzó antes de que pudiera contestar.
Laurent apareció en el descanso un momento después, y Alder lucía tan aliviado que Cas pensó
que podría actualmente colapsar por la repentina dispersión de la tensión.
—Ah, qué bueno —dijo el príncipe, cruzando la habitación y palmeando a Laurent en la es-
palda—. Estaba esperando que volvieras pronto.

147
Cas frunció sus labios. No había terminado con él, pero ahora le habían recordado de la con-
versación que necesitaba tener con Laurent, sobre todos los detalles que él había fallado en mencionar.
El príncipe le dedicó otra de sus sonrisas libertinas.
—Enviaré para ti otros amigos también, y deberían estar aquí en un momento. Mientras
tanto, ¿por qué no hablan los dos en lo que nos consigo algo para comer? —sugirió alegremente.
Se fue antes de que cualquiera de los dos pudiera argumentar en contra.
Parecía ser un experto en desaparecer en cualquier momento que la conversación a la mano
se volvía muy complicada.
Cas tomó un profundo respiro. Luego otro. Finalmente, se colectó lo suficiente para mirar a
Laurent a los ojos y decir calmadamente de alguna manera:
—¿Tu hermano? ¿De verdad?
—Medio hermano —la corrigió Laurent.
—¿Y por qué en este mundo podrías tú mantener eso en secreto de nosotros?
—Es complicado.
—Obviamente. Pero eso no es una excusa, porque, ¿qué no es complicado para nosotros en estos
días?
Él suspiró, se acercó y se acomodó en el mismo asiento que su medio hermano había dejado
vacante recientemente.
—Puedo explicarlo.
—Será mejor que lo hagas. Los demás van a estar furiosos. Nessa probablemente se ponga
violenta, y no estoy segura si quiero protegerte de ella en este punto.
Hizo una mueca, seguramente recordando la última vez que Nessa se había puesto violenta
con él. Eso había involucrado un pedazo de pastel robado, un tenedor descarriado, y una puñalada
que Nessa todavía clamaba que había sido accidental. Ese fue el día que todos ellos aprendieron que
nadie debería robar dulces de Nessa a menos de que se sintieran lo suficientemente afortunados.
—Explícate —Cas presionó— y puede que te proteja de ella.
Dio una pequeña risa sin humor sacudiendo su cabeza, y fue a través de varios falsos inicios
antes de finalmente poder dar una explicación:
—No estaba planeando revelar mi identidad más allá del factor de que tengo conexiones
de sangre con este reino. Yo sé que mi padre era el rey de Theren, pero no creo que me hubiera
reconocido, y no quería que él supiera quién era yo. Esto probablemente no podría haber jugado a
nuestro favor. Pero su hijo tiene una reputación de ser más justo y más accesible, así que cuando
me di cuenta que él iba a ser el nuevo rey… Vi un camino para acercarnos a los que ahora están
a cargo del reino, así que decidí tomar la oportunidad. Especialmente desde que la alternativa no
se veía demasiado bien. Creo que la futura reina de este reino ya nos hubiera puesto frente a un
pelotón de fusilación si no hubiera revelado quién era.
Yo sospecho que ella aún quiere hacer eso, pensó Cas. Pero no lo mencionó; podía sentir grietas
formándose en la usual armadura de Laurent, y a pesar de su constante irritación con él, la preocu-
pación carcomió su corazón y se volvió pensativamente tranquila.

148
—Yo no quería esta reunión —continuó—. ¿Podrías querer reunirte con Anric de Solasen sí
estuviera todavía vivo, con todo lo que sabes sobre él?
Se sentó en la silla junto a él. Considerando la pregunta, trató de imaginarse a sí misma te-
niendo una verdadera conversación, incluso una relación, con el hombre que la había engendrado.
No podría hacerlo.
Finalmente, dijo:
—No, yo creo que no.
—Theren no era conocido por ser una buena persona. Yo estaba mucho mejor no siendo atado
a él, si pudiera evitarlo.
—... Los lazos familiares pueden ser un desastre —admitió.
—Si. Y yo no necesito ninguna familia en este lugar, sin importar lo que Nessa y tú y cualquier
otro probablemente esperaría en mi nombre.
—¿No necesitas ninguna familia?
—Esto, es solo que yo… lo que estoy tratando de decir, yo ya tengo…
Cas mantuvo su mentón sobre su puño y lo miro más de cerca.
—¿Tienes qué?
Lucía como si estuviera frunciendo el ceño mientras se volteaba para mirar en otra dirección.
Sospecha que sus heridas eran más profundas de lo que dejaba ver, todos esos encuentros
con el príncipe y el resto de su reino tenían que haber socavado recuerdos desagradables. Y todo
era demasiado dolor y demasiado desorden para ordenar antes de que aquel príncipe volviera con
la cena, tal vez. Así que decidió, en vez de eso, tratar de aligerar el ambiente.
—Admite que nosotros somos tu familia —dijo—, y yo perdonaré tu pequeña mentira por
omisión, porque eso es algo que un miembro de la familia podría hacer.
Puso sus ojos en blanco.
—Dioses, tú eres peor que Nessa.
—Admite que nosotros somos familia, o yo le voy a decir a ella que tú lo admitiste de todas
formas, y que me diste una encantadora y conmovedora charla sobre tu amor inquebrantable por
todos nosotros, y como tú no podrías sobrevivir sin nuestra compañía. Y entonces te celebraremos
una fiesta y todo cuando todo esto haya acabado.
Pellizcó el puente de su nariz.
—¿Una fiesta?
—Voy a hornearte un pastel oficial de bienvenido a la familia.
—Esta situación es sería Casia.
—Lo sé. Y también lo son mis habilidades para hornear.
Levantó sus ojos hacia ella, su expresión perfectamente impasible. Pero no podía aferrase a
esa mirada pétrea; esta eventualmente dio camino a un suspiro, y luego a una leve sonrisa.
—Bien. Lo admitiré, si, a veces me preguntó que sería probablemente de mi vida si yo no…
me les hubiera unido.
—Menos desgarrador y más predecible, eso es casi seguro.
Esto por fin provocó una verdadera sonrisa en él.

149
—Y todavía así, no pienso que hubiera estado mejor fuera de ello.
—Así que, ¿estás agradecido de tenernos?
—Sí.
Sonrió triunfante. Le frunció el ceño nuevamente, y la mirada de ella se desplazó al alféizar
de la ventana cercano a él, a las dos copas de las que Alder había bebido.
—Tú actual hermano es una especie de ebrio idiota, por cierto.
—Medio hermano.
—Cierto. Y los dos son definitivamente… diferentes, déjame decirte.
Compartieron otra sonrisa tranquila.
—¿Además? pienso que su esposa probablemente tratará de matarme si yo no duermo con
al menos un ojo abierto.
Laurent estiró sus piernas al frente de él y liberó la tensión de su cuello.
—¿No son exactamente el tipo de valientes caballeros que estábamos esperando que vinieran
a nuestro rescate, eh?
Cas se hundió más profundamente en su propia silla, su mirada desenfocándose mientras
recordaba la conversación con el príncipe en su mente.
—Aunque, no nos tiró completamente fuera de aquí. Puede que todavía haya un chance de llegar a él.
—Siempre optimista.
—Ultimamente se ha vuelto más difícil —dijo—. Pero lo estoy intentando.
—Me alegro.
—¿De verdad?
—Sí. Porque eso supone que puedo seguir siendo un cínico, y simplemente tendremos nuestro
balance mutuo.
Ella sonrió a eso, y permanecieron sentados en un casi relajante silencio por varios minutos,
hasta que escucharon voces que venían de abajo, sonaba como, una multitud de personas. Después
de escuchar por un momento, Cas creyó reconocer varias de esas voces.
Bajó las escaleras en un instante, Lauren la siguió de cerca.
El alivio flotó a ella mientras pudo tener un vistazo de la multitud que incluía a todos sus
amigos y aliados, seguros y reunidos esperando. Se movió ligeramente hacia ellos, demasiado
abrumada por el alivio para poder hablar, mientras abrazaba a Nessa, Rhea y Zev por turnos.
Estaban seguros.
Por un momento, al menos.
Se giró hacía Elander al final. Él la sostuvo por más tiempo que cualquiera de los otros, y su
mano permaneció ligeramente apoyada sobre su costado. Finalmente, se separó y asintió hacía el
grupo de elfos que se encontraba cerca. Estaban rodeando a la dama Sarith, dándole su completa
atención. Algunos de ellos lucían como si estuvieran demasiado aterrados cómo para no darle a ella
toda su atención. El príncipe Alder estaba de pie a un lado del círculo, teniendo una conversación
privada con un elfo anciano cuya vestimenta y armamento hizo pensar a Cas que era un guardia
de algún tipo.
—Parece que hiciste nuevos amigos —dijo Elander con calma.

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—Sí. —Su mirada se fijó en Sarith. Y mientras la dama elfa gritaba órdenes respecto a los
nuevos invitados del palacio, un presentimiento se deslizó a través de ella, levantando los pequeños
cabellos de su piel—. Pero probablemente también algunos nuevos enemigos — murmuró.

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Capítulo Diecinueve

Traducido por Andrea


Corregido por Yue Tsukino

CAS DESPERTÓ A LA MAÑANA SIGUIENTE, POR EL GOLPE DE UN PUÑO EN la puerta de


su habitación de huéspedes.
Salió de su cama pecaminosamente suave y caminó torpemente por la habitación, con los ojos
bizcos y maldiciendo. Cuando abrió la puerta, el príncipe Alder estaba del otro lado. Su sonrisa
era brillante.
—Tengo algo que quiero discutir contigo —le informó.
Ella parpadeó. Miró por encima del hombro y entrecerró los ojos hacia una de las ventanas. La
luz del sol que fluía a través de esta era débil, todavía envuelta y atada por los últimos hilos de la noche.
—¿Ahora? —preguntó.
—Vamos, vamos —dijo, ya en el pasillo y casi fuera de la vista.
—Dame un momento —bostezó Cas.
Volvió a la cama y comenzó a hurgar en una de sus maletas, buscando ropa limpia, sólo hizo
una pausa cuando de repente se le ocurrió que estaba sola. Las sábanas aún mantenían el contorno
del cuerpo de Elander y su frío aroma de invierno, pero él se había ido, y ella no sabía a dónde. Al
parecer, estaba dormida cuando se fue.
Realmente había estado dormida.
También estaba cansada y débil, se sentía sospechosamente como hambre.
¿Fue por el extraño aire en este reino? Embotó su magia divina y aparentemente también
sus otras tendencias divinas. Elander igual parecía inquieto anoche. ¿Estaba sucumbiendo a las
mismas cosas? ¿Y dónde había ido esta mañana? No tenía tiempo para averiguarlo, ni siquiera para
pensarlo más, porque Alder había vuelto de repente a su puerta. Esta vez la golpeó aún más fuerte.
—Ya voy —gruñó Cas, tirándose de la ropa y retorciéndose el pelo en un nudo desordenado
encima de la cabeza.
Lo alcanzó y siguió a una pequeña distancia, estudiando los caminos que andaban, toman-
do notas sobre cómo encontrar su camino a través de los pasillos laberínticos... por si necesitaba
escapar rápido.
Mientras pasaban se topó con una mezcla de expresiones por parte de los diversos habitantes del
palacio. Algunos le dieron el mismo saludo brillante que le dio su príncipe. En cambio, otros parecían
seguir el ejemplo de su esposa y la miraban con lo que, en el mejor de los casos, parecía sospecha.
—Me pareció muy peculiar ayer, —dijo Alder mientras caminaban— fuiste capaz de invocar
esa magia de la Tormenta en el jardín. Nadie usa magia puramente divina en estos salones.
Cas no respondió de inmediato. Ese momento en el jardín se sintió como una casualidad, no
había sido capaz de replicarlo desde entonces, y estaba tratando de no pensar en lo rápido y por
completo que parecía estar sofocando sus poderes este lugar. Como esperaba, de alguna manera,
era un alivio no tener que soportar toda la fuerza de los diferentes poderes luchando por el dominio
en su interior... y aún más extraño y desconcertante de lo que pensaba que sería, no ser capaz de
convocar con facilidad cualquiera de esos tipos de magia.
—Y era magia ligada al Sol, además, —continuó Alder— así que hay algo más en ti aparte de
esa marca del Dios Oscuro que llevas tan descaradamente.
—No tuvimos oportunidad de terminar nuestra conversación anoche, —señaló— te iba a
explicar todo eso.
—Estoy seguro de ello. Pero no tienes que decirme nada —inclinó su cabeza hacia ella, vién-
dose muy complacido consigo mismo.
—¿Porque ya tienes a alguien más con quien hablar? —adivinó.
—Tuve una larga conversación con Laurent. Una experiencia de unión encantadora para am-
bos. —su sonrisa brillante su marchitó un poco— Estoy seguro de que odio cada segundo.
Cas estaba segura de que tenía razón, pero sólo se encogió de hombros.
—Tal vez.
—Y fue muy terco con sus palabras.
—De todos los huéspedes actuales —dijo Cas con un bostezo— él es del que menos probabi-
lidades tienes de obtener información.
—Anotado —declaro. Habían llegado al fondo de una serpenteante escalera de caracol. No
era diferente a la que conducía al observatorio del príncipe, excepto que esta era mucho menos
atractiva y tan oscura que Cas no podía ver más allá del quinto paso.
Alder puso su mano contra un panel en la pared, y un rastro de antorchas se encendió, ilu-
minando el camino hacia arriba.
Cas vaciló, su mirada se detuvo por un momento en la antorcha de luz más cercana a ella. Las
llamas que danzaban dentro de ese recipiente de hierro claramente no eran naturales; había magia
en este reino, aunque no fuera del tipo puramente divino. Se preguntaba por las profundidades

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de esta. Cada día, el mar de cosas para aprender sobre todas estas diferentes magias parecía más
vasto, lo cual era aterrador e intimidante.
—Pero Laurent era el que estaba despierto anoche, —continuó el príncipe— fue con él con quien
hable. Por suerte, puedo ser muy persuasivo, sobre todo con la ayuda del aleberry1 que bebimos.
—¿Has conseguido que beba?
—Todo lo que se necesita es un sorbo de ese néctar cálido y potente, y el resto baja con alar-
mante facilidad.
No era propio de Laurent dar un solo sorbo, pensó Cas. Se preguntaba si quizás quería co-
nectar con este medio hermano suyo más de lo que él admitía.
—Así que te contó mi historia, ¿verdad? —le preguntó.
—Gran parte de ella. Las partes más interesantes, como las de cierta baratija que una vez
perteneció a una cierta diosa superior. Una que te ha guiado, te ha prestado sus poderes, y que has
tenido en tu posesión hasta hace poco...
—El Corazón del Sol, supongo que quieres decir.
—Sí —llegaron a una puerta de madera en la parte superior de la escalera, Alder la abrió y la
condujo dentro. —Por eso tuve la idea de mostrarte algo esta mañana. —encendió más antorchas
con un toque de su mano contra la pared, y Cas sintió como quedaba boquiabierta mientras la luz
se derramaba sobre el espacio ante ella.
Mosaicos cubrían las paredes, envolviendo la habitación en una pantalla vertiginosa de color.
Tenía que haber decenas de miles de diminutas piezas de vidrio, cada una pequeña pero
significativa en las innumerables historias que contaban estos mosaicos. El techo se elevaba por
encima de ellos, tan lejos que las antorchas de la puerta apenas eran lo suficientemente brillantes
como para permitir que Cas las viera. Sólo podía distinguir el brillo de las claraboyas. Los paneles
estaban cubiertos ahora, algo descansaba sobre ellos en el exterior, pero ella sospechaba que creaban
un deslumbrante espectáculo de colores cada vez que se abrían.
—Mi especie tiene una historia sobre el origen de ese Corazón. Pensé que te gustaría oírlo —él
todavía estaba en la puerta, mirándola mientras estudiaba el arte en las paredes. Su rostro había
tomado una apariencia casi solemne, una mirada que sugería que la conversación se dirigía hacia
cosas más grandes y oscuras.
La combinación de miedo y asombro sobrepasó a Cas una vez más, haciéndola dudar, pero
finalmente logró un lento asentimiento.
Alder tomó una de las antorchas libre y la llevó más adentro. Buscó en las paredes por un
momento, barriendo la luz de fuego sobre las imágenes de azulejos mientras rodeaba el espacio,
antes de acercarse a una sección donde las astillas de vidrio formaban una bola de luz dorada.
Pasó sus dedos sobre las criaturas que emergían de esa luz, toda clase de personas y bestias,
y luego tocó el centro de la luz.
—Ésta es la creación. El momento en que, después de que el Dios de Piedra moldeara el mundo,
la Diosa del Sol lo llenó de vida.
—Y entonces el Dios de la Torre llenó esa vida de conocimiento. —terminó Cas, sus ojos ya
saltando a la imagen al lado de la creación. Los paneles de vidrio ahí mostraban la visión de una

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persona acurrucada en una cueva. Una figura imponente estaba en el exterior de esta, apartando
las sombras de ella, o empujándolas hacia ella, tal vez, dependía del ángulo desde el que lo mirara.
—Con el tiempo, sí —dijo el príncipe—. Todos los dioses superiores trabajaron en conjunto al
principio. La que los humanos conocen como Solatis es quien convenció al ahora llamado Dios de
la Torre para dar a mis ancestros una inteligencia que casi coincide con la de los dioses. Debido a
esto, los elfos caminaban casi en pie de igualdad con los dioses superiores.
—Pero eso no duró, ¿verdad?
—Correcto. Sin embargo, a pesar de que el primer experimento falló, ya había asentado un
precedente, y el Dios de la Torre finalmente fue persuadido a intentarlo de nuevo, para otorgar
a los humanos un don de conocimiento también, aunque uno menos sustancial que el que dio a
mis propios ancestros. Sin embargo, luchó contra Solatis durante una época por ello antes de que
ocurriera, se dice, que porque afirmó que tal regalo llevaría a la destrucción sin fin. Y en cierto
modo, tenía razón.
Cas arrugó su nariz ante la idea de que esa criatura monstruosa tuviera razón en cualquier
cosa, pero el príncipe continuó, de todos modos.
—El conocimiento es algo bueno, algo excelente, pero inevitablemente también crea división.
Al principio no era conocido como el Dios de la Torre, sino el Dios de las Sombras. De la Oscuridad.
Llamado así porque él era el contenedor de la hermosa pero cegadora luz de la creación de la Diosa
del Sol. Creó sombras grises en las mentes de los seres no divinos. Porque, como estoy seguro que
sabes, el conocimiento, y lo que es correcto e incorrecto, rara vez son blanco o negro. Así que las
cosas se complicaron más después de esto.
La mirada de Cas se asentó por un momento en una imagen del trío de dioses superiores que
estaba centrada en la pared a su derecha. Sombra, Piedra y Sol. Parecían imponentes incluso en esta
pequeña escala, contenida dentro de las piezas de mosaico.
—Pero ¿qué tiene que ver esto con el Corazón? —preguntó.
—A medida que el mundo creado se hizo más complicado, las batallas entre el Sol y la Sombra se
hicieron más feroces —señaló una escena que brillaba más arriba, donde las dos deidades estaban invo-
lucradas en una de esas batallas. Sus alas fueron quemadas, sus espadas de luz y oscuridad cruzadas,
mientras una multitud de monstruos y soldados alados con armadura blanca observaban desde abajo.
Cas no podía apartar los ojos de esos soldados.
—Esos son los Vitala —le dijo Alder—. Un pequeño ejército formado por las criaturas más leales
de Solatis, seres divinos que precedieron al Marr que tenemos hoy. Hay doce de ellos en la mayoría
de las historias, y estos doce se enfrentaron a lo peor de los monstruos que el Dios Oscuro había
domesticado para hacer su voluntad; en una serie de batallas legendarias que finalmente llegaron
a un crescendo a lo largo de esas mismas costas de las que estábamos discutiendo anoche, eso es
lo que esta escena está representando.
—¿Qué pasó exactamente allí? —preguntó Cas, pasando los dedos sobre esos guerreros ves-
tidos de blanco.
—Los doce se perdieron. La sangre de esos guardianes de la luz, sus hijos más leales, manchó
la arena y las rocas, y se dice que una de las rocas se transformó en el Corazón que ahora está en

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posesión de tus aliados. Supuestamente, el poder disperso de esos guerreros se filtró en este Corazón,
como la sangre se filtró en las rocas, y quedó atrapada allí. Mucho antes de que encontrara su camino
hacia ti, Solatis lo llevó con ella, y a medida que pasaron los siglos, absorbió más y más de su poder,
el Corazón consumió ese poder, al igual que un corazón real es consumido por el dolor. Cuando
las cortes divinas se levantaron y cayeron, y cambiaron, todos sabían que este objeto existía. Porque
Solatis nunca lo puso a descansar. Ella nunca lo aseguró de nuevo en el verdadero tejido de su ser.
—Durante otra época, las deidades de la Luz y la Oscuridad siguieron con sus asuntos con
pocos altercados. Pero era sólo cuestión de tiempo antes de que el Dios Oscuro se inquietara y deci-
diera reiniciar su guerra. También sabía de la existencia del Corazón, y vino a robarlo —el príncipe
se detuvo, y su mirada volvió a Cas—. Pero no tenía que robarlo.
—¿Por qué no?
—Porque ella se lo dio libremente.
—¿Por qué haría eso?
Agitó la cabeza, parecía inseguro.
—¿Una ofrenda de paz? ¿Un homenaje a una época en la que fueron colaboradores? O, más
probablemente, sabía que no podría manejarlo como quería. Y tal vez pensó que podría mantenerlo
bajo control si plantaba un pedazo tangible de su poder sobre él.
Cas le dio vueltas a estas posibilidades en su cabeza, mientras seguía estudiando la historia a
su alrededor con la antorcha bailando sobre todo.
—No sé la verdadera razón —señalo Alder—, nadie lo sabe. Pero después de tomarlo, supues-
tamente trató de usarlo para dar vida a algunos de los monstruos que había perdido en esa batalla
final y catastrófica en esas costas, monstruos que Solatis se había negado a traer de vuelta.
—¿Pero no funcionó?
—No. Porque el Corazón se rompió en sus manos. La magia escapó. Dice la vieja historia que
goteó desde los cielos inferiores y manchó el cielo mortal, la impresión eterna de esto es supuesta-
mente lo que causa la exhibición de luces blancas brillantes que a veces ves si miras hacia el norte
en las noches de verano. Aunque esa última parte es un poco descabellada, es cierto.
Todo habría parecido inverosímil para Cas hace unas semanas. Pero después de encontrarse
cara a cara con tantos dioses y monstruos, había muy poco en lo que no creería en este momento.
—¿Qué pasó con la magia que se liberó?
Se encogió de hombros.
—Perdida por el viento y el éter, según algunos. O atada a almas que renacieron como seres
inferiores, según otros. Hay un joven príncipe del reino elfo de Lightwyn, en el Imperio Belarico, que
jura que es uno de estos guerreros renacidos de la luz. Uno de los reyes en el Imperio Sundoliano
al sur de nosotros también afirma ser uno de los hijos perdidos de Solatis, pero nunca ha habido
ninguna evidencia real de tales afirmaciones. Muchos llevan su marca en estos días, pero ninguno
realmente ejerce su poder. Y ciertamente no tanto poder como los Vitala hicieron —arqueó una ceja—,
a menos, por supuesto, que alguna vez poseyeran ese Corazón, que llevaba el poder de los Vitala.
—... un Corazón que aparentemente no perdió todo ese poder en cuanto el Dios de la Torre lo
robó y lo manejó mal — pensó Cas en voz alta.

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—Así parecería si todo lo que Laurent me dijo acerca de tus habilidades, renacimiento, y tal, son
verdad.
Cas casi deseaba poder fingir que no lo era. Pero eso ya había pasado, supuso. Así que no dijo
nada. Simplemente se quedó callada y trató de darle sentido a todas estas extrañas nuevas historias.
—Ese Corazón puede haber sido inutilizable para el Dios Oscuro en su forma pura —dijo
Alder— pero si su poder realmente te trajo de vuelta, si realmente llevas algo de él dentro de ti...
—Entonces parece que quiere manejarlo a través de mí —dijo Cas, en voz baja—. Eso es lo
que hemos concluido.
—Así que no eres una tonta después de todo. Entiendes lo que se tiene entre manos.
Ella asintió.
—Te has enredado en una pelea que es mucho más grande que tú. Y a pesar de llevar su poder,
la Diosa del Sol no ha venido a tu rescate, ¿verdad? —su tono era sombrío, de repente.
Cas frunció el ceño. Estaba tratando de intimidarla para que se alejara de todo esto, ¿no? Al
igual que su esposa había intentado evitar que asistiera a esa reunión anoche.
—Te ha abandonado, te ha dejado a merced del Dios Oscuro que te persigue.
—O tal vez tiene la intención de que yo misma luche contra él —desafió Cas.
—¿De verdad quieres repetir los pasos de los que lucharon bajo su bandera en el pasado? Los
Vitala llevaban más poder que tú ahora, casi seguro, y aun así murieron en una muerte sangrienta.
Cas levantó su barbilla, negándose a dejar que su miedo se mostrara.
—¿Cuál es su punto, Príncipe Alder? —preguntó, a pesar de que ya lo entendía perfectamente
bien.
Alder exhaló una respiración lenta.
—¿Qué esperanza tienes de arreglar las cosas? —preguntó—. Incluso si lograses poner a cada
persona de este imperio de tu lado, todavía no sería suficiente para vencer a ese dios que te ha
maldecido con su marca.
Luchó contra el impulso de alcanzar esa marca.
—¿Qué esperanza —repitió— podrías llevar contigo honestamente?
Sus ojos se elevaron una vez más a la imagen de Solatis blandiendo su espada contra el Dios Oscuro.
No dejaba de mirarlo, incluso cuando el príncipe se dirigía hacia la puerta. Estaba claro que
pensaba que había dejado claro su punto de vista. Que terminaron con esta conversación, quizás
con todas las conversaciones entre ellos.
Pero Cas no podía dejar que terminara así, así que se aclaró la garganta y dijo —Llevo muy poca.
El príncipe dejó de caminar. Un silencioso ruido de exasperación se le escapó, y después de
un momento de debate consigo mismo, se volvió hacia ella.
—Casi nada en este momento, en realidad —siguió ella, encontrando su mirada.
Él inclinó su cabeza.
—¿Entonces por qué estás aquí? ¿Por qué te arriesgas y tratas de ganar aliados contra tu her-
mano? Incluso si sobrevives a él, no triunfarás en ese momento. Tienes demasiadas guerras que
estás tratando de ganar, Casia Greythorne. Y no creo que haya suficientes aliados en los imperios
colectivos para llegar a la victoria.

157
Este mismo pensamiento se le había ocurrido innumerables veces, por supuesto. Había so-
brevivido en el pasado manteniéndose callada y quieta hasta que las olas de duda la inundaban.
Así que eso fue lo que hizo ahora.
—Sabes, tengo conexiones en tierras más distantes —dijo Alder, acercándose a ella una vez
más—. Si quisieras esconderte, podría arreglarlo. He pensado en escaparme, honestamente. Quizá
nos lo ahorremos y dejemos este imperio al destino que los dioses hayan decidido. Podrías vivir
un poco más, al menos. Deberías pensarlo.
—No tengo nada que pensar —contestó ella, distraída, su atención todavía en estabilizarse
entre las olas—. No me estoy escondiendo. Y no voy a dejarte solo hasta que aceptes ayudarme.
—Implacable de verdad —murmuró.
—Sí. Lo soy.
—O quizás tonta es la mejor palabra.
Ella había sido llamada tonta tantas veces que la palabra simplemente la golpeó y rebotó.
Cerró los ojos por un momento e inspiró una última respiración profunda y firme.
—Tenía muchas esperanzas al principio de esto —le dijo—. Demasiadas, quizá, pero si no
hubiera tenido esa tonta cantidad de esperanza, probablemente no estaría aquí. Nunca habría
empezado a intentar hacer... bueno, ninguna de estas cosas. Y ahora he llegado demasiado lejos
para detenerme.
—¿Demasiado lejos? —se burló—. Siempre puedes darte la vuelta. Podrías simplemente dejar
ir todas estas cosas.
Agitó la cabeza, metiendo las uñas en las palmas de las manos mientras intentaba mantener la calma.
No podía dejar pasar esto.
—Estoy cansada de que la gente sufra —dijo en voz baja—. Estoy cansada de que mis amigos
estén en peligro constantemente, pero no hay paz sin algún sacrificio. No hay fin a ese sufrimiento
si no trabajamos para terminarlo. Así que no, no voy a dar la vuelta, y no voy a dejar de esperar.
Alder suspiró.
Un poderoso sentimiento despertó en su pecho, la esperanza exacta, desafiante y tonta que
estaba tan desesperadamente tratando de hacerle entender.
—¿No sabes lo que se siente? ¿Esperar algo tan desesperadamente que te sigue arrastrando,
incluso cuando apenas puedes ponerte de pie?
Su mirada se cerró con la de ella, y sus labios se separaron pensativamente, y por una fracción
de segundo pensó que veía el reconocimiento iluminando sus ojos. Que quizás él sabía sobre esa
esperanza obstinada de la que hablaba.
Contuvo la respiración, preparándose para un gran avance.
Incluso el más pequeño de los entendimientos entre ellos habría mantenido su marcha en
ese momento, si sólo…
—No. No lo hago —dijo, entregándole la antorcha—. Ahora, si me disculpas, necesito ir a
ahogar esta conversación.
Y luego se alejó, dejándola estudiar las paredes acristaladas y darles sentido por su cuenta.

158
Capítulo Veinte

Traducido por Andrea


Corregido por Yue Tsukino

CUATRO DÍAS PASARON EN LA RELATIVA CALMA Y SEGURIDAD DE LOS amplios pasillos


de Briarfell.
Durante cuatro días, Cas continuó tratando de convencer al príncipe Alder de que jurara
lealtad y prometiera ayuda, cualquier ayuda, a sus diversas causas.
Durante cuatro días, la negó.
Después de cada negación, cambió de tema y llamó a sus sirvientes para que le trajeran vino.
Cuanto más lo molestaba, más bebía. Era más comunicativo con sus historias después de haber
estado bebiendo, así que al menos estaba logrando su objetivo de reunir conocimiento de este reino.
Aun así, para el quinto día, estaba empezando a desanimarse. Las historias no eran suficientes.
Le había prometido a Soryn que conseguiría aliados aquí. Y aunque ella y el futuro rey estaban
encendiendo algo parecido a una amistad, él todavía no había dado señales de que esta amistad
se extendería a ella en cualquiera de los diversos campos de batalla que se avecinaban.
Esta noche, Alder había insistido en un banquete para celebrar su recién descubierta amistad.
Una pérdida de tiempo y recursos, Lady Sarith había declarado, en el momento en que había insistido
en hacer una celebración aún más grande, completa con copiosas cantidades de bebida y baile,
entonces Cas se había esfumado rápidamente antes de que ella pudiera convertirla en un objetivo.
Pero esta noche, no habría escondite, lo había decidido, iba a enfrentarse a Alder por última
vez. Lo obligaría a hacer una declaración final sobre si la ayudaría o no... o si la echaría de su reino.
De una forma u otra, esta parte de su viaje terminaba esta noche.
Le quedaban unas horas para prepararse para ese enfrentamiento. En ese momento, cami-
naba junto a Laurent, juntos se abrieron paso a través de los caminos sombreados que rodeaban
el palacio. Árboles enormes sumergidos sobre el camino, sus ramas flexibles pesadas con flores
blancas. Un arroyo burbujeaba cerca, fuera de la vista, escondido por la exuberante vegetación que
también camuflaba toda clase de pájaros y gorjeos de insectos.
Habría sido un paseo bastante pacífico, si su tema de discusión hubiera sido menos... estresante.
Estaban ocupados juntando sus pensamientos colectivos con respecto a lo que habían apren-
dido del príncipe Alder y el resto de su corte, y cómo podría usar esa información para obtener
una respuesta conveniente de él.
El sonido de una conversación llena de risas los interrumpió y atrajo sus miradas hacia las
orillas del arroyo. Cas reconoció una de las voces en la conversación, incluso sin poder ver su cara,
Zev. Las otras voces pertenecían a varias mujeres elfas. Un vistazo rápido a través de los árboles y
se encontró con algunas caras familiares; eran diferentes de las mujeres con las que Cas lo había
visto ayer por la tarde, estaba bastante segura. Y la noche anterior también.
—Alder es un anfitrión generoso —dijo Laurent, mientras caminaba—. O un facilitador generoso,
más bien. Sólo han pasado cinco días, y apostaría una buena cantidad de dinero a que Zev se ha acos-
tado con la mitad de la Corte Morethiana. Me dijo que estaba reuniendo información de ellas —bufó.
Cas entendió el sentimiento.
—Sólo espero que esté siendo... inteligente —dijo.
Laurent miró hacia atrás y le dio esa familiar mirada suya, la que le dijo que tal esperanza
era probablemente un desperdicio de energía.
Suspiró antes de alcanzarlo.
—Voy a terminar siendo tía de una docena de niños medio elfos, ¿no?
Laurent se rio de su comentario, incluso cuando la preocupación tejió sus cejas juntas.
—Quizá podamos frenarlo antes de que haga demasiado daño.
—Y antes de que el acervo genético de Moreth cambie irreversiblemente.
—Hablaré más tarde con él.
—Por otra parte, podemos ser desterrados de este reino a esta hora mañana, y no importará.
—Nada de esa charla cínica, ahora —dijo Laurent, echándole un vistazo—. Suenas como yo.
—Ah. Olvidé que teníamos que mantener el equilibrio.
—Sigue el ritmo, Greythorne.
Ella sonrió, y caminaron en un silencio compasivo. Pronto estaban paseando por un empi-
nado camino de piedra, uno que se levantó en un puente sobre un inmenso jardín de flores. Vio
a Lady Sarith abajo, acechando a través de esas flores. Varios sirvientes la rodeaban, sus brazos
cargados de cestas.
Cas se movió instintivamente al lado opuesto del puente, donde Sarith no pudiera verla. No
porque tuviera miedo de ella, sino porque sabía que no todas las batallas valían la pena. Necesitaba
concentrarse en sus batallas con el príncipe.
Pero se mantuvo a la deriva lo suficientemente cerca para robar miradas a esa señora, de todos
modos. Su mente estaba atascada en lo que había dicho minutos antes. Había estado bromeando

160
sobre la posibilidad de más niños medio elfos, pero eso trajo preguntas a su mente sobre la familia
de Laurent, y sobre la forma en que las casas familiares trabajaban en este reino, en general.
No podía imaginar una casa con Sarith y Alder. No podía imaginarlos riendo y disfrutando
de la compañía del otro como Zev y los otros habían estado haciendo. De hecho, apenas había visto
una sonrisa compartida entre el futuro rey y la reina de este reino.
—Es desafortunado que Lady Sarith no se lleve muy bien con el príncipe, ¿verdad? —dijo,
una vez que la señora en cuestión se había movido fuera de la vista.
—¿Desafortunado?
—Quiero decir, quizás estoy equivocada. No la conozco lo suficiente para decirlo, supongo.
—No creo que te equivoques —Laurent se encogió de hombros—, pero ella es simplemente
una noble con un papel que desempeñar, eso es todo.
—Sí. Y eso me hace sentir un poco... triste en su nombre.
—Dudo que ella quiera tu simpatía. Y también dudo que se casaran por amor en primer
lugar —habían llegado al final del puente, que los había llevado a una gran puerta de madera con
elaborados motivos en espiral tallados en el frente. Laurent la mantuvo abierta para ella, su mirada
distante en un pensamiento—. Mi padre tampoco, según tengo entendido. Por eso vino en busca
de compañía al pueblo donde vivía mi madre. No es que eso justifique nada de lo que hizo, pero...
—se alejó, y aunque Cas tenía curiosidad sobre las otras cosas que podría haber aprendido sobre
su padre durante su estancia aquí, ella no preguntó. Todavía era un tema delicado para él—, y en
cuanto a Lady Sarith —continuó— ella es del Reino Mistwilde, no de Moreth.
—¿Un matrimonio por razones políticas?
—Exactamente. Solo quedan dos clanes reales de elfos en este imperio, y su número está
disminuyendo a un ritmo alarmante, lo que hace aún más imperativo que los dos reinos cooperen.
Y así lo harán.
Simplemente un noble con un papel que desempeñar.
Parecía que dondequiera que mirara, este era el caso. Con Soryn. Con Alder. Con su mujer.
La propia Cas se enfrentaba a una batalla con su hermano que podría eventualmente llevarla
a tomar una corona que todavía no quería particularmente. Así que entendió cómo se sentía tal obli-
gación y sintió simpatía hacia Sarith, incluso si nunca se atreviera a decir esto a la cara de la noble.
Cuando ella y Laurent se separaron poco tiempo después, Cas se quedó pensando en todas
estas cosas, y esa extraña tristeza persistió. Su búsqueda para aliviarlo la llevó a uno de los muchos
estudios dispersos alrededor, que resaltaba una amplia parte del arroyo que rodeaba el palacio.
En la pared lejana había una fila de altas ventanas de vidrio que permitían una vista brillante del
agua azul grisácea y los árboles florecientes que lo rodeaban.
Encontró a Elander aquí, como había supuesto que lo haría, este se había convertido en su
lugar favorito estos últimos días. Se estaba relajando en una silla excepcionalmente grande y blanda
junto a esa pared de ventanas, un libro abierto en su regazo.
Se inclinó sobre el respaldo de la silla y lo besó, primero su sien, luego su mejilla, y luego se
apoderó de su barbilla e inclinó su cara para que pudiera presionar sus labios más completamente
contra los suyos.

161
—¿Por qué fue eso? —preguntó mientras ella se alejaba.
—Nada. Te echaba de menos.
Sus labios sonrieron.
—Me viste en el almuerzo. Hace una hora o dos, como mucho.
Se encogió de hombros y se deslizó alrededor de la silla para sentarse en el brazo.
—¿Qué estás leyendo?
La mano de Elander llegó a descansar sobre su cadera, estabilizándola sobre su posición, y
le ofreció el libro en su otra mano.
No era tanto un libro, resultó; ser un archivo lleno de restos de pergamino que parecía como
si hubieran sido arrancados de varias fuentes diferentes.
—Es una colección de todo lo que el guardián de registros pudo encontrar sobre Dawnskeep,
ese monumento dentro de él, y las orillas sagradas de las que me hablaste la otra noche —expli-
có—. Estaba tratando de localizar la ubicación de todo. La mayoría de las historias afirman que el
monumento estaba originalmente en la costa, pero el mar ha cambiado con cada edad que pasa,
por lo que los nuevos relatos dicen que ahora está en una isla solitaria, aunque todavía se puede
llegar técnicamente cuando las mareas cambian justo a la derecha.
—¿Técnicamente?
—Bueno, hay una concentración abrumadora de magia solar que aleja a todos y todo.
Ella frunció el ceño ante el recordatorio de ese desafío particular que enfrentaron.
—¿Crees que la Diosa de la Tormenta, o cualquiera de su corte, sabría más sobre conseguir
entrar en este lugar?
—Es posible —él también frunció el ceño—. Todavía no he oído de ellos, sin embargo.
Juntó los papeles entre sus manos en una pila ordenada, lo puso todo en una pequeña mesa
al lado de la silla, y luego puso su mano sobre la que Elander tenía contra su cadera.
—Quiero ir a buscar ese lugar por mí misma —le dijo—. Alder afirma que es inútil ir ahora,
que Solatis no ha caminado allí en años, y que hay pocas posibilidades de que incluso seamos ca-
paces de acercarnos, como establecimos. Pero...
—¿Las probabilidades terribles nunca te han detenido antes?
—Exactamente. Creo que valdría la pena intentarlo. Me pregunto si la esencia de Solatis que
cubre ese lugar podría ayudar a la magia del Sol dentro de mí a dominar la oscuridad, la forma
en que hablaste de seres de la misma corte divina dándose fuerza unos a otros. O tal vez pueda
captar su atención allí, sin nada más.
—Tal vez.
No parecía convencido, particularmente sobre esa última parte. Pero se había aferrado a la
idea, y ahora no podía dejarlo pasar. Esa diosa superior podría haber sido la única oportunidad que
tenían de ganar su guerra contra Malaphar. Si hubiera alguna posibilidad de llamar su atención,
de convocar su ayuda...
—Cuando nos vayamos de aquí, iremos juntos a esas orillas sagradas. —dijo, con decisión.
Elander estuvo de acuerdo, aunque la estaba estudiando de cerca, un ligero ceño fruncido en
sus labios, claramente leyendo las otras partes de este plan que ella no había hablado en voz alta.

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—Sospechas que nos iremos rápido por lo entiendo.
Jugueteo con la mano que tenía contra su cadera, trazando y tocando los espacios entre sus nudillos.
—Espero que con un nuevo aliado en su lugar. Uno que puede ayudar a mantener a mi her-
mano y a sus seguidores bajo control mientras nos ocupamos de este negocio en Dawnskeep, y
luego cualquier asunto divino que venga después. Pero para responder a tu pregunta: Sí. Voy a
terminar las cosas aquí esta noche, de una manera u otra.
Elander levantó sus cejas, instándola a continuar.
Cas tomó una respiración profunda.
—Y también... sí. Hay una posibilidad de que tengamos que hacer una salida rápida.
Asintió, y el comienzo de una sonrisa curvaba sus labios mientras deslizaba sus dedos a través
de los de ella y le daba un pequeño apretón en la mano.
—Me aseguraré de que mis maletas estén hechas.
Capítulo Veintiuno

Traducido por Julia Disidente


Corregido por Yue Tsukino

CUANDO REGRESÓ A SU CUARTO ESA MISMA TARDE, UN TRÍO DE SIRVIENTAS la esperaba,


reunidas alrededor de un vestido que colgaba sobre la puerta de uno de los tres guardarropas en
la habitación.
—Un presente del príncipe Alder —dijo una de ellas, mientras Cas se acercaba—, para que lo
porte en la celebración de esta noche.
Cas se aproximó aún más para admirarlo. La sedosa tela rogaba por ser acariciada y, sin em-
bargo, era demasiado hermosa como para tocarla sin haberse lavado las manos antes. Había una
bella tonalidad púrpura, casi azul en las partes donde no la iluminaba el sol vespertino. La mitad
inferior se arremolinaba con dorado, envuelta en un deslumbrante patrón que le recordaba a la
dispersa luz de las estrellas. Cuanto más lo miraba, más convencida estaba de que sus ojos no la
engañaban; aquellos hilos dorados brillaban como si poseyeran un poco de danzante polvo estelar,
y volvió a cuestionarse los distintos tipos de magia élfica.
—Está... brillando —dijo.
—Sí.
—¿Está encantado?
Una de las sirvientas soltó una risita. La tercera la hizo callar y luego ofreció una explicación.
—Hilo de Lanilisk. El efecto brillante procede de las flores de lani machacadas, del polvo de
los pétalos, con el cual se frotan esos hilos. Este polvo reacciona al calor intenso, el que aplicamos
justo antes de que llegara. Es probable que no dure toda la noche, pero será una presentación ra-
diante antes de que se desvanezca. Usted estará radiante, mi señora.

164
Cas sintió que se ruborizaba tanto que el color le comenzaba desde la nuca.
—Y, si no le molesta que se lo diga, podríamos hacerle ver aún más radiante.
Cas levantó la mirada hacia el rostro tenaz de la mujer.
—Algo de rubor y polvo, tal vez. Y en su pelo también le vendría bien... —miró el moño desor-
denado en el que Cas había metido sus mechones grises y esbozó una sonrisa—. Atención —concluyó.
Cas miró el espejo que había a un lado del guardarropa. No podía alegar la necesidad de
dicha atención y, por regla general, no tenía remedio cuando de cabello se trataba. Pero había visto
a esas sirvientas con Lady Sarith con demasiada frecuencia; no se fiaba de ellas.
Así que mintió.
—Mis amigas son mucho más expertas que yo en cuestiones de belleza —les dijo— y vendrán
en un momento para ayudarme a preparar... Preferiríamos privacidad, gracias.
La rígida sonrisa de la mujer vaciló un poco ante esto, pero tras unos segundos, se inclinó y
se llevó a las otras sirvientas.
Para ocultar su mentira, Cas pidió a Nessa y Rhea que se reunieran con ella en sus aposentos.
De todos modos, le agradaba la compañía, y Nessa estaba encantada de tener la oportunidad de
acicalarse y pulirse a sí misma, y a todos los demás. A Rhea no le entusiasmó tanto la idea, pero
Nessa acabó convenciéndola.
Mientras Nessa peinaba el cabello oscuro de Rhea en una intrincada corona trenzada, Silverfoot
tomaba una siesta en una silla y Cas trataba de domar su cabello en ondas suaves. Prefería un moño
práctico —sobre todo si las cosas iban mal esta noche y tenían que escapar rápidamente—, pero
tenía que admitir que no quedaba bien con un vestido tan extravagante.
Una vez satisfecha con su peinado, se puso la bella prenda. Era algo holgado, pero los lazos
de la espalda se ajustaban fácil. El corpiño sin tirantes le caía de forma elegante por los hombros. El
material era de una suavidad inimaginable y se adaptaba tan bien a ella que parecía una segunda
piel. El aspecto y el tacto la inspiraron tanto que decidió seguir la sugerencia de la sirvienta y apli-
carse un poco de polvo y rubor, e incluso kohl alrededor de los ojos. No recordaba la última vez
que había hecho algo así, pero era satisfactorio. Era como transformarse en otra persona, alguien
menos aprensiva sobre lo que le esperaba esta noche.
Cuando se dio la vuelta, Nessa soltó un silbido.
—Basta —se rió Cas.
La expresión de Rhea era, como de costumbre, más seria.
—Laurent me dijo que planeas acorralar al príncipe Alder esta noche.
—Sí.
Cas recogió sus faldas y se volvió hacia su reflejo, esperando haberse movido lo suficiente-
mente rápido como para que no hubieran visto su incertidumbre.
Nessa estaba a su lado un momento después, rodeando su brazo y admirando sus reflejos
de más de cerca.
—Nada como un vestido precioso para inspirar valor, ¿verdad? —preguntó alegremente.
—Supongo —dijo Cas.
—Estás preciosa.

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—También ustedes dos.
Y así era, ellas también se habían cambiado. Nessa estaba deslumbrante con un vestido de
color marfil que acentuaba sus curvas, mientras que Rhea era una visión con un delicado vestido
escarlata, que destelleaba con gracia a su alrededor al menor movimiento.
Nessa soltó a Cas, cruzó los brazos sobre las cuentas bordadas y brillantes de su vestido y se
recostó en la silla en la que Silverfoot seguía durmiendo.
—Me pregunto si Lady Sarith sabe que su marido te regaló un vestido tan bonito.
—Tenía que regalarnos algo, ¿no? —dijo Cas—. No es como si tuviera espacio para meter ropa
de baile en mis alforjas. Y hay nobles de Mistwilde aquí esta noche, estoy segura de que quiere
asegurarse de que no lo avergoncemos.
—No es un vestido cualquiera —dijo Nessa con una sonrisa burlona.
—Bueno, de todos modos, no pienso sacar el tema —dijo Cas—. De hecho, trataré de evitar
hablar con Lady Sarith esta noche.
—Un buen plan —dijo Rhea.
Cas miró hacia la puerta, asegurándose de que estuviera bien cerrada antes de continuar en silencio.
—He estado tratando de prestar atención de quién mira a Sarith, y quién mira a Alder, en
estos últimos días. Hay una clara división en esta corte, ¿verdad? Y si consigo que el príncipe acepte
ayudarme, sospecho que eso sólo empeorará esa división. Así que mantente en guardia esta noche.
Cuidado con lo que coman y beban.
Las otras dos asintieron.
—Y necesito que vigilen también a Lady Sarith, mientras yo me centro en su marido.
—Necesitamos una señal —sugirió Nessa—. Así, si empieza a ponerte nerviosa, haces la señal,
y después yo me abalanzo sobre ella y la apuñalo con mi horquilla. —Golpeó su puño contra la
palma de su mano para enfatizar lo que decía, haciendo que Silverfoot se levantara soltando un
pequeño quejido.
Rhea resopló.
—¿Y luego, qué harías?
—No lo sé. No he llegado tan lejos. Pero no sería la primera vez que tenemos que inventar un
plan sobre la marcha, ¿verdad?
La sonrisa de Nessa era contagiosa, y Cas no pudo evitar devolvérsela, incluso mientras
negaba con la cabeza y decía.
—Intentemos evitar apuñalar a alguien esta noche, si es posible, sea con horquillas o de otro modo.
Nessa se encogió de hombros. Su atención estaba ahora en Silverfoot, y en la corbata de moño
que le estaba haciendo con las cintas que no había usado en su propio pelo. El zorro no era un
modelo especialmente dispuesto; intentaba comerse las cintas y golpeaba la tela deshilachada con
las patas. Pero Nessa era testaruda y al final lo consiguió.
—Tan guapo —canturreó, a lo que Silverfoot respondió con un estornudo.
—Y eso significa que estamos listas, supongo —dijo Rhea, abriendo los brazos para que la
pequeña criatura pudiera saltar a ellos.

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Salieron de la habitación y caminaron juntas por los pasillos, hasta que llegaron a la puerta
que conducía al exterior, sobre un puente, y al salón de banquetes. Era el mismo puente que Cas
había cruzado antes con Laurent. Silverfoot caminaba a lo largo la barandilla de piedra y, cuando se
acercaron al centro de este, se detuvo y dejó escapar un suave quejido. Cas miró hacia abajo. No era
Lady Sarith quien le llamaba la atención esta vez, sino Laurent. Estaba de pie, solo en los jardines,
con una mirada contemplativa.
—Zev intentaba convencerlo la última vez que los vi —dijo Rhea en voz baja—. Una de las
razones por las que Alder invitó a esos nobles de Mistwilde fue porque pretende presentarles a su
hermano, según he oído. Y no creo que a Laurent le haga mucha ilusión que lo presenten como tal.
Puede que esté considerando saltarse todo el asunto.
—Iré a hablar con él —declaró Nessa, y se marchó sin pensárselo dos veces.
Rhea también se excusó, ya que necesitaba volver a su habitación por algo antes de continuar
hacia el banquete, por lo que Cas se quedó sola en aquel puente durante un momento. Vio cómo
Nessa se acercaba a Laurent y le ponía la mano en el brazo.
En el crepúsculo, el símbolo de la especie Pluma en la muñeca de Nessa era fácil de ver, aun-
que su brillo era tenue y pulsaba de forma intermitente. Su magia no podía estar teniendo mucho
efecto; siempre había resultado menos eficaz con Laurent de lo que habría sido con un humano de
pura sangre, y los aires de este reino estaban sofocando esa magia tanto como sofocaban la de Cas
y Elander.
Sin embargo, después de un minuto de escuchar a Nessa hablar, Laurent parecía más relajado.
Cas sospechaba que tenía menos que ver con el poder divino de Nessa, y más con la forma en que
sonreía y le sostenía del brazo. Había una magia poderosa en esas cosas, no divina, quizá, pero casi.
A través de cualquiera que fuera la magia que tenía, consiguió convencer a Laurent de que
caminara con ella, y los dos entraron juntos a la sala de banquetes.
Cas cerró los ojos, inhaló profundo mientras inclinaba la cabeza, y se preparó para entrar ella
misma en aquel salón.
—Disculpe, ¿ha visto a mi amiga Casia?
Se giró y encontró a Zev acercándose a ella, le dirigió una mirada interrogante.
—Ay, dioses, eres tú —dijo—. No tenía ni idea de que fueras capaz de estar tan bella. Debe ser
la magia de los elfos.
Le dedicó una sonrisa extradulce mientras lo observaba. Llevaba pantalones bien ajustados, botas
pulidas y varias joyas que podía o no haber robado. Por una vez, tenía el pelo bien peinado y el color
jade de la camisa hacía que los remolinos verdes de sus ojos parecieran brillar de forma asombrosa.
Estaba muy guapo, la verdad.
Pero por nada en el mundo se lo diría.
—Sí —dijo en su lugar—, pero parece que ninguna cantidad de magia, élfica o no, puede
mejorar tu aspecto. Qué pena.
Sonrió ante el insulto y le ofreció el brazo.
—Deja que te acompañe. Quizá tu buen aspecto se contagie y mejore el mío.
—No hago milagros, Zev.

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—Tú sígueme la corriente.
A Cas se le iluminó la sonrisa, lo cogió del brazo y paseó a su lado, intentando concentrarse
en la solidez de aquella extremidad en lugar de los nudos que se le hacían en el estómago.
Dentro, la fiesta acababa de empezar. Los invitados, vestidos de forma elegante, entraban por
todas las puertas y se saludaban unos a otros, el suave murmullo de las conversaciones, marcado
por risas ocasionales, aumentaba cada vez más. De fondo sonaba una música suave, procedente
de un conjunto de cuerdas que no alcanzaba a ver. El aire era cálido y estaba aún más cargado de
especias que de costumbre. En pocos minutos, se sintió demasiado relajada.
Nada bueno, pensó.
Tenía que concentrarse.
Sacudió un poco la cabeza y se obligó a tomar notas detalladas de lo que la rodeaba. las salidas,
los rostros —conocidos y desconocidos—, ropa que pareciera capaz de ocultar armas y cualquier
otra amenaza potencial.
Vio a Lady Sarith sentada en un lujoso sofá en el borde de la sala, rodeada de sirvientes y
admiradores, con una copa de cristal en mano.
El príncipe no estaba a la vista.
Se puso tensa cuando los ojos de Sarith se dirigieron brevemente hacia ella.
Zev la mantuvo en movimiento, dirigiéndola hacia otra cara conocida: Elander. Estaba de pie
cerca de uno de los balcones, charlando con uno de los guardias. Dejaron de hablar en cuánto Cas
y Zev se acercaron. La mirada de Elander se deslizó sobre ella.
—Hola —dijo y se le levantó una comisura de los labios.
El resto de la habitación se desvaneció brevemente cuando sus ojos se fijaron en los de él.
—Hola.
—Te ves... —se tomó un momento para elegir la palabra—. Deslumbrante.
—Tú tampoco estás nada mal —le contestó.
Eso era un torpe eufemismo, por supuesto. Elander era lo más llamativo en una habitación
llena de cosas bonitas y llamativas. Simple pero elegante, con las mangas de la chaqueta arreman-
gadas para mostrar sus musculosos antebrazos. Llevaba el pelo suelto y éste le enmarcaba la fuerte
mandíbula. Cas tuvo que resistir el impulso de llevar su mano a esa mandíbula, de enredar sus
dedos en aquel pelo y tirar de él para que la besara.
Zev se aclaró la garganta, como si quisiera recordarles que aún había otras personas allí. Cas
dejó de mirar a Elander y volvió a buscar a Alder.
—Ojalá pudiera quedarme aquí, pero...
Al fin, encontró al príncipe elfo. Un grupo lo rodeaba al otro lado de la sala, mientras él estaba
ocupado contándoles una historia divertida, a juzgar por las sonrisas en todos los rostros.
Elander siguió su mirada.
—¿Pero el deber llama?
—Exacto.
—Estaré cerca, si me necesitas —le acomodó unos mechones de pelo detrás de la oreja—.
Buena suerte.

168
—Gracias. Creo que la voy a necesitar.
Su mirada se deslizó por su cuerpo, captándola por completo una última vez antes de que se marchara.
—Si te sirve de algo, creo que yo no podría negarme a nada de lo que me pidieras con ese vestido.
Sin poder evitarlo, sonrió.
—Lo tendré en cuenta para después.
Parecía como si se hubiera quedado sin palabras, algo poco habitual en él. Se dio la vuelta
antes de que pudiera replicar. Coquetear con él era mucho más agradable que la política, pero esta
noche tenía un trabajo que hacer y estaba decidida a concentrarse en éste.
Cruzó la sala por su cuenta, su mirada clavada en el príncipe. La gente se movía a un lado
cuando se acercaba, giraban sus cabezas para seguir sus movimientos. Sentía cada mirada como
dedos que le arañaban la espalda. Entendía por qué la gente la miraba, por qué susurraban. Porque
era una humana entre elfos, y porque la mayoría de ellos, a estas alturas, conocían su interesante
e incipiente relación con el que pronto sería Rey de Moreth.
Pero entonces, vio su reflejo en una de las ventanas, y vio cómo su vestido brillaba con aquel
hilo especial, cómo había envuelto todo su cuerpo en un sutil resplandor dorado que tornaba cálida
su tez y resaltaba su pálido cabello... y así, sospechó que había otra razón para las miradas.
Porque tenía el mismo aspecto que aquella sirvienta le había predicho: Radiante.
Casi deseó que no fuera así.
El resto de la habitación volvía a fundirse. Pero esta vez no lo hacía en la mirada de Elander,
sino en un lugar mucho más oscuro. Era una isla en sí misma, rodeada por demasiados rostros que
la observaban de muy, muy cerca, cada uno de ellos un posible enemigo. Sintió que la ansiedad se
apoderaba de ella y amenazaba con hacerle perder la razón.
Permanece, se ordenó, clavándose las uñas en las palmas de las manos.
Ya no podía darse la vuelta.
Siguió moviéndose, siguió encajando las uñas en la piel y contando. Un rasguño por cada paso
y, de repente, estaba sobre su objetivo, y todos los pasos que había dado hasta llegar a él eran un
borrón en su mente. Respiró profundo. Calmó las manos. Y dio entonces, un saludo relativamente tranquilo.
—Buenas noches, príncipe Alder.
Había abierto la boca, listo para continuar cualquier historia divertida que contaba para su
público, pero la cerró lentamente al girarse para encontrarse con ella.
—Ah. Buenas noches, Casia.
Su nombre salió de sus labios, suavizado por las copiosas cantidades de alcohol que sospe-
chaba, él ya había consumido. Le cogió la mano y se la besó.
—Creo que no te he presentado al general en jefe de mi ejército. Este es Kolvar Aendryr
—señaló a un elfo de pelo canoso y ojos con el mismo extraño tono cobrizo que los de él. Kolvar
hizo una pequeña reverencia—. Y éste es Lord Taron Kallas, de la Corte de Mistwilde —añadió,
señalando con la cabeza a un varón alto de rostro aniñado y una cicatriz dentada que le subía por
la garganta—. Primo de Lady Sarith.
Cas los saludó a ambos, junto con una docena de personas más, de las que el príncipe Alder
recitó rápidamente nombres y datos. Varios de ellos no parecían hablar la lengua común con tanta
fluidez como el príncipe, por lo que sus saludos consistieron en sonrisas y asentimientos más que nada.

169
El príncipe al fin terminó su aluvión de presentaciones y centró toda su atención en ella.
—Ahora, ¿hay algo que necesites de mí, Casia?
—Muchas cosas.
Alzó las cejas.
—¿Ah, sí?
—Quiero decir, hay muchas cosas que nos quedan por discutir —contestó Cas, incisiva—. Y
esperaba que pudiéramos hacerlo antes de la cena.
Le dedicó su habitual sonrisa desenvuelta.
—Sí, temía que dijeras algo así.
Ella le devolvió una sonrisa amistosa, pero su mirada se tornó firme e insistente.
La estudió durante un momento, hasta que de repente parecía como si estuviera conteniendo
un suspiro. Inclinó la mirada hacia el grupo que los observaba.
—Necesito un momento, amigos míos. La cena estará servida dentro de una hora. Mientras
tanto, ¡disfruten!
Tras un breve momento de confusión, aquel grupo se dispersó, charlando en voz baja entre
ellos y lanzando algunas miradas curiosas al príncipe.
—Sabes —señalo—, si se corre la voz de que estoy dejando que me mandes, estoy en esencia arruinado.
—Estoy segura de que sobrevivirás a cualquier caída que puedas sufrir.
Cas siguió al general Kolvar con la mirada, mientras éste se dirigía al mismo guardia con el
que Elander había estado hablando antes.
—Ese general tuyo... —empezó a decir tras un momento de reflexión—, ¿a cuántos comanda,
precisamente?
—Casia, mi querida reinita, ¿de verdad sigues con eso, incluso ahora? ¿Alguna vez dejas de
trabajar y te limitas a disfrutar? Esto es una fiesta, ¿sabes? ¿No lo he dejado suficientemente claro?
Parecía en verdad preocupado por la posibilidad de esa última parte. Tomó una bebida de la
bandeja de un sirviente que pasaba por allí y se la ofreció, como para remediar las cosas.
Cas tomó la copa, pero no le dio ni un sorbo.
—¿Celebramos nuestra amistad o no?
Señaló el esplendor que los rodeaba.
—La celebramos.
—Entonces tal vez deberíamos discutir más a fondo cómo planeamos ayudarnos mutuamente.
Como amigos. Si no, todo esto parece un poco prematuro.
—Una amistad contigo viene con condiciones bastante estrictas, ¿no?
—Creo que he sido sincera desde el principio.
Y sintió que tenía que ser sincera con él ahora también, o de lo contrario se arriesgaba a de-
jarlo escapar de nuevo.
—Directo a la yugular esta noche, ¿eh? —reflexionó—. Aunque supongo que ya debería ha-
bérmelo esperado.
—He descubierto que es una forma eficaz de acabar con los problemas del pasado.
—Cierto —se rio—. Pero, ¿qué te parece si dejas los cuchillos y bailas conmigo? Podemos
discutir las cosas al ritmo de la música. Eso suena más agradable, de alguna manera.

170
—Sobreestimas mi habilidad para el baile si crees que será divertido.
Su risa fue aún más fuerte esta vez. Pero ella pudo percibir una creciente inquietud entre las
carcajadas; seguía considerando la posibilidad de una salida rápida, ¿no?
Dejó la bebida en una mesa cercana y le tomó la mano para llevársela a la cintura antes de
que pudiera escapar.
Él le cogió la otra mano y juntos se dirigieron hacia el centro de la sala, atrayendo miradas
y separando multitudes a su paso. Cas era muy consciente de todas las miradas que les dirigían,
pero mantuvo la suya fija en el príncipe Alder y en la sonrisa despreocupada que lucía.
—He llegado a la conclusión de que no vas a abandonar tus condiciones para nuestra amistad,
no importa cuántas veces las niegue —dijo, un poco sardónico—. ¿Estoy en lo cierto?
—Implacable —le recordó ella.
No necesitaba saber que realmente planeaba rendirse si esta noche resultaba infructuosa.
—¿Has vuelto a considerar el escaparte conmigo?
—No.
—Podría esconderte bien.
—El Dios Oscuro me encontraría.
—Si es que, y cuando ese momento llegase, podrías simplemente... terminar las cosas.
—¿Suicidarme, quieres decir? Qué honorable.
—Noblesmor. Una muerte noble. Los de mi clase lo hacen cuando sus largas vidas se acercan
al punto de la incomodidad.
—Si me fuera, la marca de ascensión con la que Malaphar me maldijo se transferiría a otra
persona, y entonces el problema sólo continuaría —apretó la mandíbula—. Ésta es mi guerra,
Príncipe Alder. Lo he aceptado, junto con todas sus incomodidades.
Miró hacia un sirviente que se acercaba a ellos con una bandeja de bebidas, en lo que Cas vio
como un intento poco sutil de escuchar a escondidas.
—No te has bebido el vino que te di antes —comentó Alder—. ¿Quieres otra copa?
—No, gracias.
—Me hieres con tu constante rechazo a mi hospitalidad.
Su sonrisa sugería que no estaba herido en absoluto. De todos modos, no quería parecer in-
necesariamente combativa, así que decidió ser sincera con él al respecto.
—He notado una gran cantidad de comida y bebida en este reino que no reconozco. Y no
quiero ofender a nadie, pero he visto que algunos de ellos tienen efectos desconcertantes en quienes
los consumen, así que...
Su sonrisa sólo se ensanchó.
—La mayoría es inofensiva. Nos gusta divertirnos, eso es todo.
La guio hacia una de las barras que había a los lados de la sala y ralentizó su baile para poder
señalar ciertas botellas con líquidos de varios colores.
—Esa bebida en particular, por ejemplo, está hecha con bayas abseth, que sólo crecen en las
laderas septentrionales de las montañas Bloodstone, y te cambiará la voz temporalmente. ¿Alguna
vez has deseado poder cantar? Esta es tu oportunidad, si es así. Hacemos otro elixir de esas mismas

171
bayas que puede cambiar brevemente la apariencia del que lo bebe. No es muy diferente a la ma-
gia divina del espíritu Mímico. Dicen que ese espíritu aún se desplaza por esas colinas en noches
especialmente oscuras, y por eso las plantas de allí están recubiertas de su magia.
Miró la barra, estudiando la aparente inmensidad de bebidas varias y refrescantes, y se pre-
guntó qué clase de magias menores y distorsionadas contenían.
Incluso ahora, pensó Cas, los elfos seguían intentando arrebatar la magia a los seres divinos,
mientras manipulaban e intentaban forzar su propio control sobre ella. Siempre había oído que los
elfos habían sido los primeros en crear los cristales mágicos de contrabando que había utilizado en
el pasado, y esto parecía una prueba más de que aquellas historias eran ciertas.
—¿Y las semillas que hay sobre la mesa? —continuó el príncipe—. He escuchado que un solo
bocado hace que uno se sienta como si estuviera volando, aunque nunca lo he probado yo mismo.
Pero la noche es joven; quizá los dos podríamos experimentar.
Sacudió la cabeza.
—Me basta con bailar, gracias.
—Muy bien, entonces.
Volvió a bailar con renovado vigor, haciéndola girar al ritmo de la música. Sus ojos siguieron
por un momento el movimiento de su vestido —esos destellos dorados que parecían desprenderse
de él— antes de volver a mirar hacia ella.
El grupo terminó una canción y empezó otra, más ruidosa y jovial que la anterior. El vino
circulaba cada vez más y más. El aroma de la comida que se servía en las mesas impregnaba el
aire. Las conversaciones en torno a esas mesas se hicieron cada vez más bulliciosas, y Cas sintió
como si la velada ya empezara a escapársele de las manos.
Mantuvo la mirada fija en la del príncipe Alder, tratando de pensar en cómo llevar la conver-
sación de vuelta a donde ella necesitaba que fuera, pero él habló de nuevo antes de que ella pudiera.
—Estás pensando en otra forma de intentar arrancarme un ejército, ¿no es así?
—Tal vez —admitió ella.
—¿Puedo preguntarte algo que no tenga que ver con toda esa tontería de la guerra?
Ella se puso rígida, pero se obligó a asentir.
—Por supuesto.
—He deducido que conoces muy bien a mi hermano.
Este no era el tema que ella esperaba.
—Nosotros... hemos vivido y trabajado juntos durante varios años —dijo—. Y sí, somos muy
unidos. Es mi hermano mayor, en esencia.
Alder respiró un poco raro al oír la palabra hermano.
No habló durante un buen rato, pero Cas creyó entender el silencio. Conocía esa mirada por-
que sabía el sentimiento detrás de ésta. Era la mirada del perdido, de alguien cuya familia había
sido desarraigada, o quizá cuyas raíces nunca habían salido en primer lugar.
Tuvo esa sensación, como antes, de que había vivido una vida muy solitaria en estos pasillos,
incluso antes de que su padre muriera. Ver a Laurent probablemente lo hizo parecer aún más so-
litario; ¿cómo habría sido si hubieran crecido como verdaderos hermanos?

172
¿O si hubiera tenido tanta suerte como ella y encontrado a su propia familia?
—Me preguntaba si él te había mencionado algo sobre... —sus ojos miraron hacia arriba y
se desenfocaron, parecía hablarle tanto al techo como a ella cuando dijo—: Pues bueno, sobre mí.
A Cas se le apretujó el corazón de una manera que la hizo olvidar brevemente su misión.
—No siempre es comunicativo respecto a sus pensamientos —el príncipe asintió, como si
esperara esa respuesta—. Pero creo que se alegra de haberte conocido —añadió.
Él la miró como si pensara que le estaba mintiendo, pero finalmente le dedicó una sonrisa
de agradecimiento.
—Tiene suerte de tener una amiga como tú. Me alegro de que tenga una familia fuera de la
desastrosa a la que técnicamente pertenece.
—Tú también eres su familia —insistió ella.
Se encogió de un hombro.
—Me gustaría que él pensara eso.
Fue un golpe bajo, tal vez, pero no pudo evitar decirlo.
—Ayúdale, entonces. Es mi aliado, por tanto necesita tu ayuda tanto como yo.
Respiró profundo. Pero el muro que los separaba parecía haberse resquebrajado, dejando
al descubierto una abertura lo bastante grande como para que ella pudiera abrirse paso. Así que
siguió adelante.
—No te lo pediré más después de esta noche. Si no nos ayudas, tendré que marcharme, junto
con Laurent y el resto de mis aliados.
La habitación parecía inclinarse y balancearse a su alrededor mientras ella contenía la respi-
ración, esperando su respuesta.
Por favor, pensó, di que sí.
Pero lo único que dijo, tras una larga y pesada pausa, fue.
—Bueno, ha sido un placer tenerlos a todos como invitados.
Se le encogió el corazón.
Él había demostrado ser más testarudo que ella.
Había fracasado.
—Y estás preciosa esta noche, por cierto —añadió—. El vestido te sienta tan bien como esperaba.
El cumplido le pareció más bien un insulto; en ese momento no le importaba estar hermosa.
No había vestido que pudiera hacerla sentir mejor ante esta derrota.
Estaba entumecida, incapaz de responder. A pesar de las aparentes diferencias insalvables
que había entre ellos, de repente parecía muy cercano. Demasiado.
Entonces, fue muy consciente de la presencia de Lady Sarith, que la miraba desde el otro lado
de la habitación.
Cas levantó la barbilla y luchó por mantener la voz firme mientras decía.
—Su esposa parece ansiosa por bailar con usted, mi príncipe.
—Lo dudo —su sonrisa había adquirido un cariz triste—. Pero supongo que debo pedirle que
me haga el honor.
Ella asintió; era todo lo que podía hacer con el sabor de la derrota agriándole la boca. Empezó
a apartarse, pero él la sujetó con más fuerza del brazo.

173
—Una última pregunta —dudó.
Ella esperó.
—¿Fuiste sincera cuando dijiste que mi hermano se alegraba de haberme conocido?
Podría haberle dicho que no. Había un lado amargo en ella que quería hacerlo, aplastar esa
débil esperanza en su expresión tan completamente como él acababa de aplastar la suya.
Pero en lugar de eso, inclinó la cabeza para no ver la cara de Lady Sarith y dijo.
—Sí. Reveló su verdadera identidad porque quería conocerte. Y porque creía que podrías ser
mejor persona que tu padre, que podrías ayudarnos —se encogió de hombros—. Eso fue lo que
me dijo, al menos.
—¿Una mejor persona? —soltó una pequeña carcajada, casi salvaje—. ¿Por qué iba a creer eso?
¿Por qué alguno de ustedes creería eso?
—No puedo hablar por Laurent. Pero en cuanto a mí... Este mundo es un lugar oscuro, príncipe
Alder. Y me han herido más a menudo que a muchos —su mirada recorrió la habitación, evitando
a Lady Sarith y deteniéndose brevemente en cada uno de sus amigos, a su vez—. Pero también me
ha ayudado mucha gente. Así que sigo buscando ayudantes.
La soltó lentamente.
—Y si tú no eres uno de ellos —añadió—, entonces simplemente avanzare y seguiré buscando
a otros, porque sé que están allá afuera.
Él no dijo nada.
Cas se excusó con una leve inclinación de cabeza y se dio la vuelta.
Zev y Nessa estaban de pie no muy lejos, había hecho la mitad del camino hacia su consuelo antes
de que el príncipe llamara su nombre. Se detuvo, pero se mantuvo de espaldas, incluso cuando lo oyó
acercarse. Había perdido la batalla. Al menos, él no vería la frustración que se extendía por su rostro.
Se acercó lo suficiente como para hablar, en voz baja, para que sólo ella pudiera oírlo.
—Haré que el general Kolvar redacte un acuerdo preliminar de alianza —declaro—. Tengo
cinco mil hombres a mis órdenes, respondiendo a tu pregunta de antes. Incluso más que eso, si
pido a los Reyes de Mistwilde que honren los antiguos lazos de nuestras correspondientes cortes,
y creo que lo harán. Y cualquier otra cosa que podamos hacer para ayudarte, lo haremos.
Se volvió hacia él, casi segura de que estaba haciéndole una broma, esperando verlo reírse de ella.
Pero su rostro estaba más serio que nunca.
—Sigo creyendo que es inútil —dijo—. Una tontería. Pero si el mundo ha de descender al caos,
creo que me gustaría descender contigo.
Ella no pudo responder; no estaba segura de qué decir.
—Espero que te quedes aquí unos días más, ya que aún quedan muchos detalles por resolver,
y preferiría que lo hiciéramos cara a cara.
—Yo... sí. Por supuesto. Gracias.
—Muy bien, entonces. Disfruta del resto de la velada.
Hizo una reverencia desde la cintura, se levantó lentamente y cruzó la habitación hacia su mujer.
Cas se quedó de pie, clavada en el sitio, mientras su mente y su corazón se agitaban, incapaces
de concentrarse en un sólo pensamiento o emoción. Había conseguido justo lo que había venido
a buscar y, sin embargo...

174
Era como muchas de sus victorias de los últimos tiempos, todas parecían ir acompañadas de
una advertencia.
Mientras observaba cómo el futuro rey de Moreth conducía a su esposa a la pista de baile, su
conversación anterior con Nessa y Rhea resurgió en su mente.
La división entre la corte era real y peligrosa, y se dio cuenta de que los que se habían reunido
antes alrededor de Sarith no estaban viendo bailar a sus futuros rey y reina.
La mayoría de ellos la miraban fijamente a ella.

175
Capítulo Veintidós

Traducido por Astrid dL


Corregido por Yue Tsukino

LA OSCURIDAD DE LA NOCHE SE HABÍA ASENTADO POR COMPLETO, Y CAS HABÍA


estado sentada en una banca del patio durante tanto tiempo que ya casi no sentía la parte
inferior del cuerpo.
Debería estar adentro. Debería estar conviviendo con los nobles y todos los soldados que pro-
bablemente terminarían acatando sus órdenes. Pero al parecer, ya había alcanzado su límite. Era
frustrante, esta necesidad de escapar. Aunque era mejor que hiperventilar en frente del príncipe,
quien acababa de asegurarle una alianza, pero aun así…
Se sentía como si estuviera constantemente intentando evitar que todos estos poderosos aliados
y enemigos la descifraran —evitando que se dieran cuenta de que ni siquiera ella lo entendía— y
era agotador, sólo quería estar sola.
Y la gran mayor parte de la última hora, lo había estado.
No podía durar para siempre, por supuesto; eventualmente escuchó el sonido de botas so-
bre el camino de piedra que estaba detrás de ella. No tenía que apartar la vista de las flores que
estaban a sus pies para saber que se acercaba Elander; podía reconocer su energía, incluso en su
estado más apagado.
—Me encontraste.
—Siempre lo hago, ¿o no?
Cas se cruzó de brazos para ocultar cómo le temblaban las manos.
—¿Estás bien?
Inclinó la cabeza en su dirección.
—Sí. Es sólo que… había demasiadas personas ahí dentro. Demasiados rostros, demasiados
asuntos complicados. Necesitaba estar sola por un rato. Se me estaba complicando respirar.
Elander asintió, mirando hacia atrás y hacia la puerta, viéndose indeciso.
Tranquilamente, dijo: —Puedes quedarte aquí, si quieres.
Se sentó y se mantuvo en silencio, pacientemente, mientras ella lograba encontrar calma y
centrarse en sí misma. Tomó bastante tiempo, pero nunca la apresuró. Simplemente esperó ahí a
su lado.
—El príncipe Alder ha acordado una alianza de su ejército con el de Sadira —dijo finalmen-
te—, y piensa que los gobernantes de Mistwilde se unirán a la causa también.
Elander se vio igual de sorprendido que ella cuando el príncipe la había llamado en la pista de baile.
—Esas son excelentes noticias, —señalo.
—Todavía no termino de creer que haya sucedido.
La mirada de Elander estaba llena de admiración.
—¿Alguna vez te he dicho que creo que serías una Reina extraordinaria?
Cas se sonrojó.
—Tal vez. Pero siento como si estuviera fingiendo. Como si me hubiera tropezado y caído en
la vida de alguien más —él se burló ante ese comentario, pero ella continuó—. Y esto solamente es
el inicio, ¿verdad? —apretó la orilla de la banca mientras agachaba su cabeza y volvía a intentar
encontrar su balance— No lo sé. Siento como si nada de lo que hago es suficiente. Tengo miles de
soldados más para mi ejército, pero, ¿para qué propósito? Estos últimos días se han sentido tan…
apartados de todo lo que está sucediendo en el reino… tanto que casi olvido otros problemas a los
que también nos estamos enfrentando.
—Una vez que dejemos este lugar, regresaremos a enfocarnos en esos problemas, en el pro-
blema de… nosotros, por ejemplo —continuó Cas, su mano trazó la marca en su rostro, y su mirada
se posó sobre la marca que él llevaba sobre su propia piel—. Todas las soluciones que tenemos para
ese problema son puramente, y yo simplemente…—se agachó y tomó varias de las flores que yacían
a sus pies, solamente porque necesitaba tener algo que hacer con las manos.
—No pensemos en eso por ahora, —sugirió él, su voz llena de preocupación.
—No puedo no pensar en eso.
Elander la tomó por la cintura y la atrajo hacia él, pero luego también se quedó en silencio.
Cas recostó su cabeza sobre su pecho y cerró los ojos. Escuchó la música que venía de la fies-
ta, que ahora se sentía que sucedía a millas de ahí, mientras jugaba con las flores que tenía en las
manos, arrancando sus pétalos, uno por uno, hasta que le quedaron solamente los tallos. Apretó
esos tallos en los puños. Un temblor causado por la ansiedad intentaba apoderarse de su cuerpo,
pero ella se mantuvo firme contra él o eso creía.
—Dime qué es lo que necesitas, —dijo Elander, mientras sus dedos acariciaban el brazo de
Cas, causándole escalofríos— no para cuando dejemos este lugar, no para mañana, no para el día
siguiente a ese, sino… ahora.
—Ni siquiera puedo pensar en una respuesta a eso. Estoy demasiado estresada como para
pensar claramente.

177
Una pausa se produjo, hasta que Elander dijo: —¿Te gustaría que te ayudara a desestresarte?
Ella levantó la cabeza y lo encontró viéndola de una forma que todavía demostraba preocu-
pación… Pero también diversión, probablemente por el rubor que estaba llenando su rostro.
—Me refiero a bailar —Se puso de pie, tomó su mano y la acercó a él —Un método comprobado
para subir el ánimo, ¿sabes?
—¿Supongo que te refieres a un baile horizontal? —en su voz se había adentrado una pizca
de esperanza, lo que lo hizo sonreír.
—Esa es sólo una forma de hacerlo, —respondió él.
—Una de muchas.
—Conozco muchas otras.
El deseo resonaba profundamente en su vientre, que la distrajo de todos sus otros pensa-
mientos, aunque fuera por un momento.
—Ahora estoy intrigada por conocer esas otras formas.
La sonrisa de Elander se expandió mientras se aferraba más fuertemente a la mano de Cas
y la alejaba de la banca.
La música que provenía de adentro había bajado su volumen; sonaba como si el baile hubiera
dado paso al banquete. Cas sospechó que la convocarían en cualquier minuto para regresa, y la
idea era… paralizante.
Elander la acercó más, como si pudiera presentir estos pensamientos. Se movían juntos en
una especie de baile lento e hipnotizante sobre el adoquín y los caminos llenos de tierra. Después
de un momento, colocó una mano en la parte baja de la espalda de Cas, y la acercó incluso más,
estaba tan cerca que incluso podría agachar su cabeza y rozar sus labios con los de ella.
—Ni siquiera me gusta bailar, —murmuró Cas, mientras sus labios se alejaban de los de ella.
—A mí tampoco, —dijo Elander, dándole una vuelta antes de acercarla de espaldas a él, de
manera que no lo viera de frente. Sus brazos le rodearon la cintura, y se acomodó para que su bar-
billa descansara en su hombro mientras decía, —y, aun así, de repente siento que podría hacerlo
toda la noche.
—Yo también —Cas se permitió relajarse, disfrutando de la sensación de sus fuertes brazos,
de la piel calentando la curva entre su cuello y su hombro. Movió la cabeza en dirección al cielo.
Sintió cómo Elander hacía lo mismo, y juntos se quedaron viendo a una luna naranja, parcialmente
escondida por las nubes.
Otras personas iban y venían alrededor de ellos, sobre el puente que pasaba por arriba, saliendo
y entrando a la fiesta. Ella casi no les prestó atención. Las manos de Elander descansaban sobre su
cintura ahora. Ocasionalmente bajaban de forma lenta, trazando las curvas de sus caderas y muslos
antes de regresar a descansar sobre su estómago. Su rostro se le enterraba en el cabello, dejando
pequeños besos sobre sus rulos en un momento y simplemente inhalando su aroma en otros.
Después de unos minutos, él movió su boca hacia su oreja y susurró: —No creo que esto
cuente como un baile.
—Tonterías. Este es el baile que más he disfrutado en toda la noche.
—¿En serio? Porque parecía que estabas pasando un buen rato con el príncipe —su tono era
de broma, pero había algo más escondiéndose justo por debajo de esas palabras. Algo más oscuro.

178
Su piel cosquilleó, y una ola de calor la atravesó; ella quería hacer que esa oscuridad saliese
para jugar con ella.
Quizás eso era lo que ella necesitaba esta noche.
Empujó más sus curvas contra él, y él respondió deslizando una mano por debajo de su cin-
tura, dibujando círculos sobre sus muslos exteriores a través de la tela de su vestido.
—¿Estabas celoso? —Le preguntó.
Él rio.
—Sólo decepcionado porque tuve que esperar. Aunque no puedo culpar al príncipe Alder
por querer tenerte para el solo.
—¿No?
—No —le dio la vuelta para que quedaran frente a frente de nuevo, y su mirada acarició su
cuerpo mientras decía—. Te he dicho esto antes, pero lo diré de nuevo: Te ves especialmente es-
pectacular esta noche.
—Sí, el príncipe dijo exactamente lo mismo.
Él puso los ojos en blanco.
—¿Debería preocuparme por este obvio interés en ti?
—Tal vez —se encogió de hombros, y levantó la mirada en dirección a un balcón cercano, en
donde un joven elfo estaba disfrutando de una bebida mientras veía las nubes que brillaban gracias
a la luz de la luna—. Tengo cierto gusto por las orejas puntiagudas.
—En serio estás intentando ponerme celoso, ¿verdad?
Ella sonrió.
—¿Funciona?
Le devolvió la sonrisa, pero tal como sucedía con su voz, había un indicio de algo oscuro en
ella. Algo rudo e… indomable. Tomó parte de su vestido en un puño y la acercó a él, halando rápi-
damente de forma que casi le hizo perder el equilibrio.
—¿Es esta la parte en la que me vuelvo dominante y posesivo? —asintió en dirección a la
mesa cubierta de enredadera que estaba al lado de la banca en la que se habían sentado hace unos
momentos— ¿Debería lanzarte sobre esa mesa y reclamarte?
—Suena bien.
Su nariz topó con la de ella. Su aliento cayendo sobre sus labios, caliente y lleno del dulzor
del vino que había estado bebiendo, olía bien. Él olía bien, como siempre a cedro e invierno y otras
cosas oscuras y salvajes.
—Ten cuidado con lo que deseas, —le advirtió.
La dirigió hacia la mesa.
Se movió con él, paso a paso, hasta que estaban a tan sólo unos centímetros de esta. Luego se
puso de puntillas y presionó sus labios contra los de él, lo que lo distrajo lo suficiente para darle la
vuelta y fuera él quien estuviera contra la mesa.
—Creo que por ahora estoy segura —se mofó, separando lentamente su boca de la de él—,
tomando en consideración que tenemos público —asintió en dirección al elfo del balcón, quien
acababa de recibir compañía de alguien más.
—¿De verdad crees que eso te mantiene segura?

179
Cas devolvió su mirada a Elander y lo encontró viéndola a ella, solamente a ella, como si ni
siquiera hubiera registrado la existencia de los habitantes del balcón, o de cualquier otro ser que
pasaba cerca de ellos.
—¿Crees que no sería capaz de tomarte justo aquí, a la mitad de este jardín?
—¿En frente de ellos? —rio, aunque la manera intensa en que la estaba viendo hizo que su
risa saliera más agitada y débil de lo que había pretendido.
Elander finalmente volteó a ver al público en cuestión, y sus labios se levantaron con una
intención mucho más obvia y malvada que antes. Luego sus ojos se fijaron de nuevo en los de ella,
oscuros y ardientes, mientras decía.
—Te prometo que lo haré. Y los veré fijamente durante todo el tiempo que me encuentre dentro
de ti. A ellos y a cualquiera que se atreva a mirar.
Ella tragó saliva, buscando las palabras correctas.
No se le ocurrió ninguna.
Besó sus labios que se habían quedado sin palabras, dejando que su boca flotara sobre ellos
mientras susurraba.
—Te ves tan hermosa cuando te sonrojas así.
Cas se sonrojó aún más.
Tomó su barbilla entre los dedos y levanto su vista hacia la de él.
—No me tientes si no quieres que haga algo al respecto, Thorn. Te ves demasiado bien en ese
vestido, y mi auto control es limitado —Se sentó en la orilla de la mesa y la colocó en su regazo.
Sus manos le levantaron la falda del vestido y eventualmente encontraron su piel.
—Celoso —se burló, mientras dejaba besos a lo largo de su garganta—. Como si tuviera razón
para estarlo.
—Mírate, con mucha confianza, ¿no?
—Sí, así es.
Cas pretendía responder, pero lo que sea que estaba intentando decir se perdió mientras él movía
sus dedos a lo largo de su muslo interior, y su mente quedaba momentánea y felizmente en blanco.
—Pero puedes levantarte e irte, si prefieres —Cas no se movió, lo que hizo a Elander sonreír
mientras decía—, pero no quieres levantarte, porque estabas esperando que me siguiera moviendo
más arriba, ¿verdad?
Lanzó los brazos alrededor de su cuello, para equilibrarse mientras una oleada de placer casi
se apoderaba de ella.
—Tal vez.
Los ojos de Elander se oscurecieron aún más ante esas palabras. Pero en lugar de seguir
subiendo, levantó su rodilla e hizo que ella se deslizara por completo sobre su regazo. Mantuvo
su pierna levantada contra ella, por lo que había dureza apretando su espalda, mientras que una
dureza palpitante la encontraba en la parte de enfrente. Se sentía insoportablemente bien, incluso
con todas las capas de ropa que tenían entre ellos. Las manos de él se dirigieron hacia sus caderas,
apretándolas, y la atrajo completamente hacia él.

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Su cabeza se movió hacia atrás, y se detuvo a sí misma de soltar un suspiro de placer, sola-
mente porque escuchó pasos acercándose. Empezó a voltearse hacia el sonido, pero Elander tomó
su rostro e hizo que concentrara su atención de nuevo en él.
—Podemos ir a otro lugar, —le dijo.
—Oh, ¿sí aceptas ir a un lugar más privado, después de todo?
Él rio.
—No necesito lanzarte sobre esta mesa y reclamarte aquí mismo, a menos que quieras que lo
haga — su pulgar trazó sus labios, abriéndolos—. Porque para cuando termine contigo esta noche,
no habrá dudas sobre si eres mía o no. Todo este reino escuchará la evidencia de ello, así estemos
en una habitación con las puertas cerradas o no. Me aseguraré de ello.
El corazón de Cas latía con rapidez. Su respiración era rápida y frenética. No podía formar
palabras. Pero sabía perfectamente lo que quería decir —que lo quería a solas. Quería poner a
prueba eso de en una habitación con las puertas cerradas—.
Se puso de pie bajando de su regazo, y luego ya se estaba moviendo, halándolo con ella. La
habitación que habían estado compartiendo estaba justo a la vuelta de la esquina. Llegaron a ella
en un borrón de calor, besos robados y manos buscando y retirando ropas.
Un segundo después de que cerró la puerta detrás de ellos, Elander ya la había acorralado
contra la misma.
Su boca se apoderó de la suya mientras sus dedos peleaban con las cintas de su vestido.
Los cierres de en frente fueron rápidamente abiertos, lo suficiente para que el corpiño se pudiera
deslizar hacia abajo, junto con los interiores que estaban debajo de él, haciendo que sus pechos se
liberaran de esa jaula de satín. Él los saludó efusivamente, acariciando sus curvas y trazando con
sus dedos las ahora expuestas y suaves cumbres, dejándolas rígidas y listas para que su boca se
apoderara de ellas también.
Las manos de Cas se deslizaron debajo de la ropa, trazando las líneas de su estómago, le-
vantando la tela hasta que él se detuvo lo suficiente para liberarse tanto de su abrigo como de su
camisa. Los arrojó a un lado antes de devolver de nuevo su atención a las cintas del vestido.
Ahora, se movía más lentamente, saboreando cada nuevo centímetro de piel que iba revelando.
Eventualmente el vestido yació en una pila reluciente a sus pies, junto con todo lo que había deba-
jo de éste, hasta que por fin ella se encontraba completamente al descubierto ante él, una silueta
pálida en comparación con el suelo de madera oscura. Se alejó un poco de ella, sólo lo suficiente
para poder estudiarla por completo a través de esos ojos que se oscurecían y ardían por el deseo.
—Espectacular.
—Ya has dicho eso. Dos veces.
Los labios de Elander se curvearon en una sonrisa mientras los presionaba contra los de ella.
—Era por si lo habías olvidado.
Tomó su mano y la llevó hacia el sofá que estaba cerca de ellos.
La recostó sobre él.
Y un segundo después, estaba arrodillado frente a ella, su mano deslizándose hacia la parte
de atrás de su espalda, empujándola hacia él para que se encontrara con su boca. La espalda de

181
Cas se arqueó cuando sintió su primer aliento, caliente y pesado, sobre sus sensibles pliegues, los
estaba trazando con su lengua, y un pequeño gemido escapó de sus labios.
Como respuesta a éste, la lengua de Elander se introdujo en Cas, y ella se retorció sobre los
cojines de terciopelo hasta que la tomó de las piernas, obligándola a mantenerse quieta.
Parecía estar determinado a cumplir su promesa de que todo el reino se enterara de lo que
estaba pasando dentro de esa habitación, y pronto los sonidos que salían de ella ya no eran… suaves.
Ya ni siquiera eran humanos.
Cas le introdujo los dedos en el cabello mientras continuaba con ese juego tortuoso de su
lengua. No quería que parara. Pero necesitaba recuperar algo de control, o terminaría estando
completamente a su merced, y ella no pretendía terminar con él todavía.
Con sus manos lo empujo hacia atrás sólo un poco, de manera que le permitiera sentarse.
Elander no perdió ni un momento; simplemente hizo que sus labios y lengua se movieran a través
de su estómago, pechos y garganta.
Cas aumentó la fuerza del agarre que todavía tenía sobre su cabello, dirigió su boca a la de
ella mientras terminaba de ponerse de pie, y lo besó tan ferozmente como la estaba complaciendo
sólo hace unos momentos. Se perdió en esa ferocidad, en la sensación de su lengua bailando con la
suya. Con sus dientes atrapó sus labios y los mordió ligeramente, lo que hizo que Elander soltara
un gemido que lanzó temblores a través de su cuerpo.
Las manos de Cas estaban inquietas. Las movió hacia su cinturón, se deshizo de este y con-
tinuó retirándole sus ropas hasta que su erección se liberó.
Sus dedos acariciaron esa increíble longitud. La boca de Elander presionaba contra su garganta.
Los sonidos guturales de placer resonaban sobre su piel, y ella de repente necesitaba más, —más
que su toque, sus labios, más que su excitación palpitando contra su mano. Necesitaba sentir esa
misma palpitación dentro de ella—.
Acercó la boca hasta su oreja. Dudó por un momento, sus labios rozando su lóbulo, sus pul-
mones inhalando ese aroma invernal e intoxicante que se aferraba a su cabello, y luego susurró.
—Creo que este es el momento en el que te vuelves alguien dominante y posesivo.
—No hay una mesa a la que pueda lanzarte aquí —respondió entre respiros entrecortados.
Se alejó un poco para poder verla, sus ojos ardiendo pensando en cosas que ella sólo podía imagi-
nar—. Pero te veías tan hermosa contra la puerta hace unos minutos…
En cuestión de segundos, ya se encontraba contra la puerta de nuevo, la presiono tan rápida
y rudamente contra la madera que le hizo perder el aliento.
No espero a que lo recuperara.
Levantó una de sus piernas, alineando sus caderas para que ambos estuvieran mejor posicio-
nados. Su mirada se apoderó de la de ella y la mantuvo mientras guiaba la punta de su erección
hacia su entrada.
—No es una mesa —dijo, mirando a la puerta detrás—, pero será suficiente.
La humedad provocada por la excitación ayudó a que pudiera deslizarse dentro de ella con
facilidad, y luego la levantó por completo sin mayor esfuerzo, colocando sus piernas alrededor y
sosteniéndola ahí, contra la puerta.

182
A pesar de todas las veces que Cas había visto la fuerza de Elander en acción, casi siempre se
sorprendía de nuevo cuando la usaba para ocasiones como esta. La sostenía de esa manera, como
si no pesara nada. Aferrado al marco de la puerta con una mano, mientras que la otra tomaba
una de sus piernas, ayudándola a balancearse. Los brazos de Cas estaban alrededor del cuello de
Elander. Las caderas de él se movían en un ritmo deliberado contra las suyas, al inicio gentil hasta
que un movimiento más fuerte la hacía gemir en voz alta, lo que únicamente provocaba que qui-
siera ir más rápido, más profundo. La puerta se sacudía. Sus huesos se sacudían, al igual que sus
sentidos, al igual que cualquier otra cosa ajena a él. Quizás habría pensado en ser más silenciosa
—en estar avergonzada por la cantidad de ruido que estaban haciendo— si es que hubiera podido
pensar en ello.
Pero lo único en lo que podía pensar era en lo profundo que estaba empujando dentro de ella.
Físicamente. Mentalmente. Tan completa e incansablemente, que no se sabía en dónde iniciaba y
terminaba ella, o él —sólo existían ellos.
Con el tiempo, su respiración se volvió más cansada. Sus movimientos más rápidos, más
desesperados. Estaba por terminar, los ojos de Cas se habían mantenido cerrados, pero en ese
momento los volvió a abrir, porque quería ver el rostro de Elander. Ver ese pequeño momento en
el que se veía vulnerable, cuando toda la oscuridad y tensión que siempre llevaba consigo… desa-
parecía. Cuando se dejaba ir y simplemente colapsaba contra ella y tomaba esos escasos y pacíficos
respiros. Anhelaba ese momento tanto como anhelaba su propio clímax.
La mano que había mantenido contra el marco de la puerta se movió, deslizandola en medio
de sus piernas. Todavía se encontraba dentro de ella, pero había disminuido la velocidad de sus
movimientos. Sus dedos estaban trabajando más ahora, tocando y haciendo círculos contra su sexo,
haciendo que su cuerpo se retorciera de una forma que poco a poco se salía más de su control.
Parecía que estaba intentando hacer que ella terminara primero, como normalmente lo hacía; en
una ocasión le preguntó por qué siempre insistía en hacerlo, y riéndose le dijo, Porque soy un caballero.
En forma de broma Cas lo acusó de siempre ser competitivo, de hacer que todo lo que pasara
entre ellos fuera una batalla.
Eso también, admitió.
Pero esta noche sería más determinada.
Sus brazos se movieron de su cuello y sus dedos se enterraron en su espalda, apretando fuer-
temente, empujándolo más profundamente dentro de ella. Movió sus caderas hasta que le fuera
imposible resistir aumentar sus movimientos para combinar con los de ella. Y una vez que habían
encontrado ese ritmo, era cuestión de tiempo.
Cas sintió cómo sus músculos se apretaban bajo su toque.
Elander maldijo, enterró su cabeza en la curva de su hombro y así Cas ganó la batalla, en esta
ocasión al menos —aunque la victoria de él no tardó en llegar.
Y si había alguien en esta parte del palacio que no sabía lo que estaba pasando en esa habitación…
Bueno, ahora lo sabían.
Las manos de Elander se enterraron en la parte trasera de los muslos de Cas, y la atrajo por
completo contra sí, sosteniéndola hasta que se vació por completo dentro de ella, hasta que los tre-
mores de su cuerpo finalizaron y de que cada respiro y pensamiento hubieran dejado su cuerpo.

183
La besó gentil y lentamente hasta que regreso en sí. Luego se alejó de la puerta, sus brazos
todavía abrazándola fuertemente, asegurando su cuerpo tembloroso.
La llevó hasta la cama y colapsó sobre ella. Fue hasta entonces que se separaron pero no se
alejó; se estiró a su lado sobre las sábanas y las levantó para cubrir su todavía tembloroso cuerpo.
Tenía los ojos cerrados. Sus dedos trazaron un camino a lo largo de su brazo mientras su respiración
se volvía cada vez más lenta.
En algún lugar lejos en la distancia, un banquete todavía estaba llevándose a cabo. Fuera de
este reino protegido, se estaban planificando guerras, probablemente sangre estaba siendo derra-
mada, y la lista de cosas imposibles que ellos debían afrontar estaba creciendo.
Pero aquí, en este silencio, en la tranquilidad de su respiración, se sentía cálida. Con esperan-
za. Se acurrucó contra él, y él susurró algo en esa serenidad, algo que sonaba como “Mía”. Pero no
tenía ese tono juguetón que había usado hace unas horas. No era parte de un juego, sino de algo
completamente diferente.
Era una promesa.
Ella era de él. Él era de ella.
Y en ese momento, se sentía como si ni siquiera los Dioses Superiores pudieran separarlos.
***
A LA MAÑANA SIGUIENTE, Cas se despertó sola en la cama.
El pánico la atravesó, pero no duró mucho antes de que la puerta de la habitación se abriera
y Elander entrara.
—Ahí estás, —intentó sonar normal, como si no hubiera pensado inmediatamente en mil
posibles escenarios diferentes al ver el espacio vacío junto a ella.
Asintió a modo de saludo, pero por lo demás no la saludó; claramente estaba distraído por
algo en particular.
Cas se levantó lentamente, envolviendo una sábana alrededor de su cuerpo desnudo, como
si fuera un vestido.
—¿Está todo bien?
La mirada de Elander finalmente se enfocó en ella.
—Vamos a estar aquí unos cuantos días más, ¿correcto?
—Ese es el plan, sí. Todavía hay que definir varios detalles sobre nuestra alianza.
El ceño fruncido se intensificó.
—¿Por qué preguntas?
—Ya casi ha pasado una semana desde que envié a Caden a Stormhaven.
Volvió a sentarse en la orilla de la cama, apretando la sábana contra su pecho. ¿En realidad
había pasado tanto tiempo desde que llegaron a este reino?
—Tal vez no es nada, —continuó— pero, él debería haberse reportado a estas alturas. Esta
mañana, fui con algunos de los guardias que cuidan las entradas principales de este reino, para
ver si quizás alguien lo había delatado accidentalmente, a pesar de las órdenes del príncipe Alder.
Pero dicen que no ha habido ninguna señal de él. Y he estado intentando, pero no puedo sentir su
energía tampoco.

184
—Probablemente por el aire tan represivo de este lugar.
Él dudó.
—Probablemente.
—Tal vez… tal vez necesitas salir de aquí y averiguar si ese es el caso, —señalo, en voz baja.
—No debería tomar mucho tiempo —expreso—, debería ser capaz de sentir en dónde está
una vez salga de este reino, y luego sería sólo cuestión de llegar a ese lugar y regresar.
Cas asintió, aunque sentía cómo su corazón se retorcía con la simple idea de todas las guerras
que les esperaban fuera de este reino —con la idea de que él saliera de ahí a enfrentarlas sin ella,
aunque fuera por un pequeño momento—. Aunque ella lo había sugerido, no le gustaba para nada
la idea. En absoluto.
Pero también le preocupaba que Caden no hubiera regresado todavía. Ellos estaban contando
con la ayuda de las diosas de la Corte Solar y lo que podían hacer con respecto a Solatis, sabía que
ya era tarde para analizar el progreso de todo ello.
Así que no detuvo a Elander mientras él se preparaba para irse.
—Prométeme que te mantendrás fuera de problemas mientras no estoy, —le indico, reajus-
tando su cinturón y la funda unida a este, para guardar el cuchillo en dicha funda.
Ella logró mostrarle una pequeña sonrisa.
—¿Cuándo has escuchado que yo me meta en problemas?
Pero él no sonrió de vuelta.
—Hablo en serio. Estás más a salvo aquí que afuera, creo, pero no confío en todos los que
están en este lugar, y sé que tú tampoco.
—Confío en el príncipe Alder, y pareciera que él sabe tener las cosas bajo control, —respondió,
mayormente en un intento de aliviar la preocupación que era tan obvia sobre su rostro.
—Esperemos que se mantenga así.
El aire estaba demasiado tenso, demasiado pesado, demasiado alejado de la felicidad de la
noche anterior. Así que como broma dijo:
—Aunque debes tener en cuenta que probablemente deba dormir con él para ver si puedo
lograr que más soldados se unan a nuestro ejército.
La mano de Elander se resbaló del cuchillo que estaba asegurando en su cinturón, y le dirigió
una mirada inexpresiva.
Ella se encogió de hombros.
—Sigue provocándome, Thorn.
Cas sonrió.
—¿Y…?
—Y pagarás por ello cuando regrese.
La ligera curva en sus labios le hizo saber que probablemente disfrutaría cualquiera que fuera
el castigo que él tenía en mente.
Pero se detuvo a sí misma por un momento y se puso seria una vez más. Intentó mantener
su voz firme mientras decía:
—Prométeme que volverás.

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Elander fijo su total atención en ella una vez más. Redujo el espacio entre ambos y su mano
se levantó y acarició la marca en su mejilla. Sus ojos se cerraron, concentrándose, y después de un
momento Cas sintió su magia —reducida por este reino, pero fuerte todavía— palpitando entre
ellos como un latido de corazón compartido.
—¿Sientes eso? —preguntó.
Ella asintió.
—Siempre me he sentido atraído hacia tu energía. Es incluso más fuerte, ahora. Más fuerte
que cualquier otra cosa que haya sentido hacia Caden o cualquier otro miembro de mi corte divina.
Una parte positiva de esta maldición intentando llegar hacia nosotros, supongo. Estamos conectados
por esta magia que ha sido transferida entre nosotros dos, para bien o para mal. Y quiero creer que
nos guiará el uno al otro, sin importar lo que pase.
Cas inhaló profundamente, respirando su esencia tan reconfortante, dejando que ese alivio
la llenara por completo.
—No hay ningún lugar al que vayas en donde no pueda encontrarte.
Elander sonrió y besó su mejilla, antes de apretarla en un último abrazo.
—Exactamente, —convino él.

186
Capítulo Veintitrés

Traducido por Irais


Corregido por Yue Tsukino

EN CUANTO ELANDER ATRAVESÓ LA ÚLTIMA DE LAS PUERTAS QUE rodeaban a Moreth,


el aire inmediatamente se hizo más ligero y fácil respirar.
Miró hacia atrás por última vez. Un trío de guardias estaba de pie ante la alta puerta de hie-
rro retorcido. Más allá había un puente que se extendía sobre un río gris y llegaba a los terrenos
principales de Briarfell. El camino a ese puente estaría abierto solo para aquellos con cierta sangre
élfica, pero el príncipe Alder le había asegurado, y esos tres guardias lo habían reiterado, que sería
bienvenido cuando regresara, al igual que Caden. Y no se iría por mucho tiempo.
Los demás estarían bien sin él por un tiempo. Ella estaría bien.
Recuperándose, dio media vuelta y avanzó hacia los árboles que tenía delante. Caminó durante
casi tres mil kilómetros, al menos, hasta que sintió que el control de la magia élfica se aflojaba aún más.
Después de revisar su entorno en busca de amenazas potenciales, se arrodilló a la sombra de
un sauce particularmente grande. Inclinó la cabeza, concentrándose. Sus dedos trazaron a través
de la tierra, que se iluminó brevemente con una luz azul pálido tomando la misma forma que la
marca de Muerte en su muñeca. La luz estuvo allí en un momento, y se fue al siguiente... no lo
suficientemente profunda o poderosa para dejar el impacto duradero que necesitaba.
Volvió a concentrarse y lo intentó de nuevo.
Esta vez logró una marca más brillante, una que finalmente se desvaneció, pero que cobro
vida de nuevo tan pronto como flexionó el control interno de su poder.
Mientras la marca latía, permaneció agachado sobre ese sello de su magia, conteniendo un
suspiro. Este truco solía ser tan fácil. Una idea de último momento. Ahora requería toda su con-
centración, y era... agotador.
¿Era este un nuevo y permanente punto bajo en sus poderes que se desvanecían?
¿O simplemente un efecto secundario persistente de los últimos días que había pasado dentro
de Moreth?
Cualquiera que fuera la razón, al menos había logrado esta primera parte de su plan, lo que
significaba que ahora podía volver a este lugar rápidamente, así que se puso de pie y centró su
atención en su siguiente tarea: averiguar a dónde ir desde aquí. Otra cosa más que solía ser fácil,
cuando él y Caden estaban en su máximo poder y, por lo tanto, su conexión era igualmente poderosa.
Esta vez, cuando alargó la mano hacia el espacio vacío entre ellos, pasó mucho tiempo antes
de que algo lo alcanzara.
Cuando finalmente lo hizo, fue débil, muy débil, ese parpadeo de energía le dijo que su anti-
guo sirviente todavía estaba vivo y en movimiento. Cerró los ojos mientras absorbía esa energía, y
apareció una imagen, filtrándose a través de la oscuridad: Caden estaba de pie en una colina, con
vistas a un terreno sagrado cubierto de florecientes árboles blancos.
En el centro de estos árboles había un pabellón de piedra con un imponente obelisco negro en
cada esquina. Entre los obeliscos había piscinas rectangulares poco profundas de agua gris, y más
allá había una montaña, que sobresalía de una manera repentina y dramática que no parecía del todo
natural, porque no lo era. No era una verdadera montaña en absoluto, sino una manifestación tangible
del poder del Dios Rook, colocada allí para alimentar continuamente este lugar con energía oscura.
Elander conocía bien ese lugar, incluso después de todas las cosas que habían devastado su
mente y su memoria.
Había estado ahí a menudo, porque una vez había sido parte importante de sus obligaciones
como Dios de la Muerte; esta era la puerta de entrada a Bethoras, uno de los tres infiernos de su
mundo. Y había suficiente de su tipo de magia allí presente para que viajar a ella fuera casi tan
fácil como viajar a Oblivion.
Pero, ¿por qué Caden estaría allí ahora?
Sólo había una manera de averiguarlo, supuso.
Se preparó para viajar.
La familiar punzada en su pecho le dijo que se había apoderado con éxito de la magia que
rodeaba a Bethoras, y un momento después fue levantado y lanzado hacia adelante, pasó rápida-
mente a través de la tranquila oscuridad del espacio intermedio.
El sonido de los pájaros graznando y dispersándose anunció su llegada. El aire cálido y
húmedo se hundió sobre él, abrió los ojos y encontró el borde desmoronado del pabellón debajo
de sus botas. Mantuvo la barbilla pegada al pecho por un momento, luchando contra una ola de
agotamiento y mareo.
Levantando lentamente la cabeza, miró a su alrededor, abrumado un instante por una extraña
combinación de nostalgia y temor.

188
Había pasado mucho tiempo desde que ponía un pie allí. Se le había prohibido la entrada a
todos estos lugares divinos como parte de su castigo después de su caída, y nunca había sentido
el deseo de rebelarse contra esa prohibición antes.
Su mirada se detuvo en el ´agua´ gris a su derecha. No era realmente agua, sino una sustancia
extraña, fluida y mágica, y las ´piscinas´ eran portales que podían llevarte a las profundidades, si
poseían el poder adecuado, por supuesto.
Debajo de esas piscinas y el pabellón en el que se encontraba había una vasta red de escaleras,
cuevas y jaulas que llegaban más profundo de lo que cualquier ser humano podría comprender.
Bethoras contenía almas humanas, sí, pero también la esencia de todo tipo de bestias, y además
había cosas que no estaban verdaderamente asociadas con la muerte aquí; cosas como monstruos
que habían sido considerados no aptos para vagar libremente en cualquier reino.
La garmora que había sido lanzada sobre la ciudad de Belwind meses atrás, la que él y Casia
habían matado, había sido uno de esos monstruos; los otros dos dioses superiores habían buscado
la destrucción de la criatura, pero el Dios Oscuro la había encadenado aquí. Había permanecido
inactiva durante al menos un siglo antes de que él la liberara.
Elander no estaba seguro de poder atravesar los estanques y llegar al mundo debajo, dado
el estado en el que se encontraba. Pero una parte de él quería hacerlo, se preguntaba si debería
comprobar si faltaban otros monstruos en sus jaulas.
Antes de que pudiera moverse en cualquier dirección, escuchó pasos detrás y se giró para
ver a Caden acercándose.
Él no pareció sorprendido en absoluto por la repentina aparición de Elander.
—Me preguntaba cuánto tiempo pasaría antes de que te impacientaras y vinieras a buscar-
me —dijo.
Elander frunció el ceño. —¿Por qué estás aquí? Este lugar es peligroso, no deberías haber
venido aquí solo.
La energía divina que envolvía el lugar también significaba que sería un punto fácil para que
Malaphar o cualquiera de sus otros sirvientes aparecieran sin previo aviso.
—No estaba planeando estar aquí mucho tiempo —repuso Caden—. Me dirigí a Moreth
inmediatamente después, listo para dar mi informe. Pero esto me ahorrará tiempo de tener que
repetir lo que ellas tengan que decir, supongo.
—¿Ellas?
—No estoy aquí solo. —Caden señaló a la mujer que acababa de salir de la sombra de uno de
los pilares que los rodeaban: Nephele.
E Inya estaba justo detrás de ella, sin embargo Elander casi no reconoció a la Diosa de la
Luna al principio; las pecas habituales y los símbolos que brillaban sobre su piel oscura eran en
este momento simples manchas de piel descolorida, y su cabello era de un tono apagado de blanco,
en lugar del deslumbrante plateado que había tenido durante su último encuentro. Podría haber
pasado por una humana común y corriente si no fuera por sus ojos inquietantemente pálidos, lo
que era importante, ya que algún humano ocasional aún andaba por aquí. No tantos como en años
anteriores, pero Elander todavía recordaba vagamente una época en la que los pueblos cercanos

189
dejaban ofrendas regularmente en la base de la montaña falsa y construían piras en el pabellón
donde quemaban mensajes para sus seres queridos fallecidos, y para el dios y los espíritus que
atendían a los perdidos.
—Hola, Muerte —saludo Nephele mientras se acercaba—, te ves un poco... ansioso. ¿No se
siente esto como un regreso a casa para ti?
—Uno que preferiría haberme saltado, —respondió.
—Bueno, tampoco estamos disfrutando nuestra visita, si sirve de algo. —miró a Inya, que
había regresado a la columna; esa otra diosa entraba y salía de la sombra del imponente obelisco,
examinando sus manos tanto en la luz del sol como en las sombras.
—¿Qué está haciendo?
Nephele exhaló un suspiro lento y ligeramente nervioso. —Ha pasado un tiempo desde que
tomó una forma más humana. Sigue distrayéndose con eso; aparentemente es muy extraño para
ella no tener una piel que brilla.
Observó cómo Inya tocaba uno de esos remolinos apagados en su piel, como si eso pudiera
hacer que brillara de nuevo.
—Hablando de cosas extrañas —indico Nephele, haciéndole señas mientras giraba y se dirigía
hacia la montaña falsa—, sígueme. Hay algo que tienes que ver.
Elander estaba ansioso por terminar cualquier asunto que fuera necesario resolver allí, y
luego alejarse lo más posible de ese lugar, por lo que accedió sin más preguntas.
Caminaron por un camino sinuoso alejándose de las piscinas y el pabellón, Caden los seguía.
Inya se unió a ellos cuando pasaron. Los dedos de Nephele seguían rozando distraídamente su
piel, al igual que su compañera diosa; aunque ella fue más sutil al respecto. Este imperio y su falta
de magia divina dificultaban que los espirales aparecieran incluso en forma tenue, toda la energía
mágica presente en este lugar se derivaba de Malaphar, lo que significaba que estas dos diosas de
la Corte del Sol estaban tan fuera de su elemento como posiblemente podrían estar.
Pero cualquiera que fuera la incomodidad que sentía, la Diosa de las Tormentas mantuvo
un ritmo constante atravesando el lugar. Casi había llegado a la base de la montaña cuando viró
hacia un acantilado rocoso y empezó a descender por él. Al pie de la pendiente estaba su aparente
destino, un gran pozo que parecía no tener fondo. El aire sobre él se arremolinaba con una energía
sombría y aprensiva.
Elander se agachó junto al borde del abismo y miró hacia abajo con cautela.
Una cantidad enorme de energía sombría se apoderó de él, algo que no había sentido desde su
último encuentro con el Dios Rook. Luchó contra un escalofrío cuando sintió que Nephele se acercaba.
—¿Qué piensas de esto? —preguntó.
No pudo responder de inmediato; estaba demasiado ocupado mirando. Porque en el centro
del cráter, algo se movió de repente, una masa de luz dorada tenue que daba vueltas.
No tenía forma o tamaño definido, pero había una energía concreta que separaba la masa
luminosa de la otra energía a su alrededor. Latía bajo el velo sombrío que cubría el cráter, —brillante
un momento, y al siguiente encerrada en la oscuridad por cadenas invisibles—.
Miró a Nephele, sus ojos exigiendo una explicación.

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—Hicimos lo que sugeriste —le revelo—, es decir, una reunión de nuestra corte divina. Una
vez que los cuatro estuvimos juntos, tratamos de llamar la atención de la Diosa del Sol... pero sólo
obtuvimos silencio. Aunque experimentamos una extraña oleada de poder.
La Diosa de la Luna se colocó a su otro lado, y elaboró, su voz aireada temblando ligeramente.
—Fue débil, pero inconfundible una vez que realmente enfocamos nuestra energía colectiva en
eso. Así que lo seguimos, y nos trajo a... —parecía demasiado abrumada para terminar, de repente.
—Esto —terminó Nephele por ella.
Elander se enderezó toda su altura y dio un paso cauteloso hacia atrás. —Sí, pero ¿qué es esto?
—Todavía no estamos del todo seguros. Pero parecen las mismas ataduras sombrías que una
vez mantuviste alrededor de monstruos problemáticos, ¿no es así? ¿se siente igual también?
Así era, lo reconocía ahora que se centraba en ello.
Pero lo que había visto hace un momento no era un monstruo.
La piel oscura que se arremolinaba con distintivos patrones dorados, las ondas oscuras de
cabello, un atisbo de alas blancas... era la forma que solía tomar Solatis cuando caminaba entre los
reinos mortales. Estaba casi seguro de ello.
—Entonces, ¿la diosa no está simplemente durmiendo, sino que está atrapada? —se preguntó Caden.
—¿Atrapada? —la palabra se sintió extraña en la lengua de Elander. Extraña e... imposible.
—¿Por quién?
–¿Quién crees? —preguntó Nephele.
Tenía una suposición, por supuesto, pero parecía imposible igualmente. —¿Cómo pudo
Malaphar haber hecho esto? Él no tiene ese tipo de poder sobre ella.
—Es la pregunta con la que hemos estado lidiando —confirmo Inya.
—Y hemos llegado a sospechar que tú podrías ser en parte responsable —afirmo Nephele.
—Piénsalo, ¿realmente crees que todo fue mérito tuyo, sobrevivir tanto tiempo después de
atravesar a Malaphar? No es conocido por su paciencia, ni siquiera con sus sirvientes favoritos
como tú. Pero aún no te ha matado. Tal vez porque no pudo —Elander negó con la cabeza, pero
ella continuó de todos modos—. Me dijiste que el Corazón del Sol se activó para ti en Oblivion,
ahuyentándolo cuando debería haberte acabado en ese momento.
—Sí, pero…
—Y también que la magia de Casia no apareció hasta que te conoció.
La miró fijamente, tratando todavía de pensar en un argumento, pero incapaz de hacerlo.
—Solatis podría haber tomado la magia que robaste, presumiblemente. Pero ella no lo hizo.
En cambio, guio a Casia de regreso a este mundo y dejó esa magia dentro de ella, tal vez incluso
la amplificó, para ayudar a protegerla por alguna razón. Y tal vez te otorgó algo de magia y pro-
tección a ti también.
Su mirada se desvió hacia la bola de luz dorada, que se había debilitado. Su tono se volvió
extrañamente distante, como si se protegiera del dolor, y agregó, —Lo que sea que Solatis dio, lo
que sea que hizo, sospecho que la dejó lo suficientemente agotada como para que el Dios Oscuro
pudiera atraparla aquí. Así es como ha estado causando tantos estragos últimamente, la enferme-
dad de desvanecimiento, monstruos como la garmora y quién sabe qué más. La mayor parte de
eso comenzó poco después de que le robaras a la Diosa del Sol, ¿no?

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—Han pasado décadas desde que eso sucedió —respondió—. ¿Cómo no se dieron cuenta de
que estaba aquí hasta ahora?
Nephele frunció los labios.
Inya inclinó su rostro hacia él, —¿has caído tan bajo que realmente olvidaste cómo es el tiempo
para lo divino? Esto se ha ido intensificando durante décadas, tal vez, pero eso es esencialmente
un abrir y cerrar de ojos para nosotros.
—Han pasado décadas desde que has estado en este portal por ti mismo —señaló Caden, en
voz baja.
—Y se sabe que los Moraki desaparecen por períodos más largos —agregó Nephele.
—Vienen y van a su antojo, ¿por qué habríamos supuesto que este era el motivo de su ausen-
cia? No es que este tipo de complicación suceda en todas las eras. O en cualquier época anterior a
esta, que yo sepa.
Sin precedentes.
Esa fue la palabra que le había dicho a Casia, y ahora le vino a la mente, trayendo consigo
una sensación de hundimiento desgarrador. No había ningún mapa para arreglar nada de esto.
Era un territorio completamente desconocido.
Los cuatro se quedaron en medio de ese extraño territorio por un largo momento, cada uno
perdido en sus pensamientos turbulentos, hasta que Caden finalmente interrumpió el silencio.
—Entonces, si algo le sucede a Casia y a la magia que lleva… —comenzó, inseguro.
—¿Como la muerte, o su ascenso total al control del Dios Oscuro? —sugirió Nephele.
—...Y, ¿cualquier parte del poder de Solatis que resida en ella estará permanentemente fuera
del alcance de la Diosa del Sol?
—Sí. Eso es lo que temo —los ojos de Nephele se nublaron, perdiéndose brevemente en sus
pensamientos una vez más antes de agregar—. Esta es probablemente la verdadera razón por la que
quería poner sus manos sobre Casia. Él está tratando de acabar con el único ser que lo ha mantenido
en control todos estos años, matando cualquier parte de poder que pueda. O poniéndolo bajo su
control... haciendo que un portador de ese poder haga un trato estúpido con él —dirigió sus ojos
hacia Elander—. Honestamente, no sé por qué Solatis elegiría darles magia a ustedes dos tontos.
—También le diste magia a Casia —le recordó Elander—. Y actualmente estás ayudando al
tonto número dos.
—En contra de mi buen juicio —murmuró.
—La diosa tiene una razón, estoy segura —insistió Inya—. ¿Tal vez ella cree que Casia está
destinada a la grandeza? Tiene un historial de empoderar a los humanos.
Esta última parte era bastante cierta. Fue Solatis quién convenció al Dios Torre de bendecir a
la humanidad con conocimiento. La que había convencido a los otros seres divinos de bendecir a
los mortales con magia, incluso después de los errores que habían cometido con los elfos, y quien
se había mantenido cerca de esos mortales durante mucho más tiempo que los otros dos Moraki.
Pero el labio de Nephele se curvó con disgusto; ella era más aficionada a los humanos que a
la mayoría de los otros Marr, incluso ahora, pero tal vez no lo suficiente como para creer que uno
de ellos podría merecer tal confianza y sacrificio por parte de su diosa superior.

192
—Podemos preguntarle por qué lo hizo cuando la despertemos y liberemos —sugirió Caden.
—Si es que realmente podemos hacer esas cosas —dijo Nephele—. La pregunta es cómo ha-
cerlo, por supuesto. Hemos estado tratando de unir nuestra magia, enviarla hacia ella y obtener
una respuesta. Pero el aire aquí la sofoca
Metió la mano en el bolsillo interior del abrigo largo que llevaba puesto y sacó un objeto
pequeño, el propio Corazón del Sol.
—Esto tampoco ha dado señales de vida —se quejó, ofreciéndoselo a Elander.
Todos permanecieron en silencio durante varios momentos contemplativos. Elander le dio
vueltas y vueltas a ese Corazón en sus manos. El comentario de Nephele sobre el aire sofocante
le hizo pensar en su conversación con Casia ayer, sobre ese lugar sagrado cerca de la costa norte
y su teoría de que podría ayudarla a que todo el poder de su magia del Sol saliera a la superficie.
Explicó esta teoría y los tres escucharon atentamente; cuando terminó, Nephele y Caden tenían
miradas escépticas idénticas, pero la esperanza brilló brevemente en el rostro de Inya.
—Si Casia pudiera despertar por completo la magia del Sol que está latente dentro de ella,
podría ser suficiente para hacer lo que nosotros no podemos. Particularmente si nuestra corte
también puede seguir dirigiendo el poder hacia Solatis.
—O esa parte de su poder podría diluirse para siempre —refuto Nephele—, ahora que está
dentro de Casia, demasiado diluida para recuperarse del todo. Y entonces todos podríamos estar
condenados.
Elander le lanzó una mirada.
—Lo siento. Esa soy yo, siendo inútil otra vez, ¿no?
Su disculpa sonó hueca, como normalmente lo hacía, no es que se molestara con ello en absoluto.
—Qué lío tenemos —cruzó los brazos sobre el pecho y volvió a mirar la tenue luz atrapada
debajo de ellos.
—Así que tenemos que confiar en que Casia puede ser la pieza que falta —reflexionó la Diosa
de la Luna.
—Hay cosas mucho peores en las que podríamos estar poniendo nuestra esperanza —con-
cluyo Elander.
Nephele resopló ante esto. —Creo que podrías ser parcial.
Los dos intercambiaron otra mirada tensa, lo que llevó a Caden a aclararse la garganta y redirigir
la conversación.
—¿Estás listo para más noticias preocupantes?
Elander no lo estaba, pero asintió para que continuara de todos modos.
—Varen no está en Ciridan. Informaron que estaba conduciendo sus tropas de regreso a esa
ciudad capital, pero nunca llegó allí.
—Entonces, ¿dónde está? —preguntó Elander.
—No he podido obtener una ubicación exacta. Hablé con varios testigos y robé la información
que pude con mi magia, pero no logré identificar un lugar específico. Está en algún lugar cerca
de Malgraves, por lo que puedo decir. Que está, por nuestra mala suerte, muy cerca de esas costas

193
del norte. Si se entera de nuestro plan de ir a Dawnskeep... bueno, esa es otra posible complicación
añadida al plan.
Elander soltó una maldición. —Necesitamos volver a Moreth con esta información.
Caden asintió, ya dirigiéndose hacia la colina, alejándose del pozo y de la abrumadora y confusa
energía que estaba emitiendo. Inya lo siguió, pero Elander vaciló y se quedó mirando ese abismo
caótico durante algunos momentos demasiado largos, lo que le dio tiempo a Nephele para pensar
en más preocupaciones y argumentos.
—Eres más débil de lo que eras la última vez que nos vimos, Kerse —lo dijo en voz lo sufi-
cientemente baja como para que solo él la escuchara—. Puedo sentirlo. Y tú criado me dijo lo que
está pasando con ese trato que hizo Casia; ella está drenando tu poder.
—¿Y?
—Y, sin embargo, te quedas a su lado y la dejas hacerlo. ¿Qué vas a hacer si ella te quita hasta
la última gota de magia? ¿Cómo planeas seguir luchando si eso sucede?
—Con una espada —respondió—. Soy bastante bueno con eso, en caso de que lo hayas olvidado.
—Muy bien estarás con una si estás muerto.
—No sabemos qué sucederá exactamente; el ascenso y caída de un Marr nunca ha sucedido
así antes, ¿cierto? Tal vez tengamos suerte.
Nephele no parecía impresionada con la respuesta. —Eres un idiota —le soltó.
—Sí, creo que lo mencionaste antes. Bastante de hecho.
—Y sin embargo no pareces asimilarlo. Ella no merece semejante imprudencia.
—Suficiente —gruñó.
La irritación de Nephele estalló y surgieron chispas de su magia. Pero estas fueron rápida-
mente sofocadas por el poder oscuro que se cernía a su alrededor.
La oscuridad continuó acumulándose, envolviendo a Elander, alejando el cansancio que ha-
bía sentido en su viaje. La diosa dio un paso atrás. Aún tenía divinidad con ella, era la más fuerte,
entre los dos, tal vez, pero éste no era su territorio.
—No me importa si me llamas idiota —continuó Elander en voz baja y peligrosa—, pero si dices
una mala palabra más contra ella, entonces verás, de primera mano, cuánto poder me queda todavía.
La frustración brilló en sus ojos violetas y sus labios se abrieron, preparada para combatir el
fuego. Pero finalmente se mordió la lengua.
—No dejaré que enfrente esto sola —dijo—. Y no hay nada que puedas decir para hacerme
cambiar de opinión. Nada.
Nephele cerró la boca y apretó la mandíbula.
No esperó a que la abriera de nuevo. Simplemente se dio la vuelta y comenzó a subir la colina.
—Tendremos que planificar ese viaje a Dawnskeep como si Varen tuviera la intención de re-
unirse allí con nosotros —comento cuando llegó a Caden—. Cuantos más aliados podamos tener
cerca y listos para proteger a Casia mientras lleva a cabo su misión en ese lugar, mejor.
Miró hacia atrás, y vio que los labios de Nephele permanecían tenazmente fruncidos, por lo
que en su lugar miró a Inya. —¿Podrás reunir al resto de tu corte para que dirija su magia hacia
Solatis, como sugeriste?

194
—Tal vez. Aunque Cepheid ha estado... vacilante en involucrarse hasta ahora.
Elander frunció el ceño, aunque no fue particularmente sorprendente; la Diosa de la Estrella
tenía una naturaleza voluble. Era tremendamente impredecible en lo que se refería a lo que haría y
no haría, particularmente cuando se trataba de asuntos que concernían a los humanos.
—¿Y la Diosa del Cielo? —preguntó.
Nephele finalmente descruzó los brazos y se reincorporó a la conversación.
—Actualmente, confrontando al Dios del Fuego por el imprudente ataque a su refugio —dijo,
asintiendo hacia la Diosa de la Luna.
—A ella no le agradó escuchar de su comportamiento —agregó Inya, luciendo vagamente divertida.
Esos dos tenían un poco de historia, según recordaba. Pero como tantas otras cosas, los deta-
lles completos de esa historia se perdieron entre los escombros de su caída de la divinidad. El dolor
familiar de no ser una parte verdadera de ningún reino, mortal o divino, lo atravesó. Pero esta vez
se compuso más rápido; tenía demasiadas cosas de qué preocuparse.
—En cuanto a más aliados para cubrir tu encargo en Dawnskeep —agregó Nephele, algo
vacilante—. Tengo seguidores que podría enviar, supongo. Tomará tiempo, tal vez una súplica al
espíritu del aire que sirve a Namu... pero puedo hacer los arreglos para que se reúnan contigo en
el norte, de una forma u otra.
—También podemos enviar un mensaje a Soryn —sugirió Caden—. Es posible que ya tenga
aliados cerca de allí.
—Cuantos más, mejor —estuvo de acuerdo Elander.
—Y puedo enviar un guía —ofreció Inya—, para ayudar a Casia a encontrar su camino a través
del poder que vela ese lugar.
Elander respiró hondo. —Todo está arreglado, entonces... en realidad podríamos tener la opor-
tunidad de sacar esto adelante.
—Una muy pequeña —dijo Nephele, secamente.
Su mirada se clavó en la de ella, y su expresión feroz se suavizó. Sólo por un instante. Era lo
más cerca que estaría, pensó él, de admitir que le preocupaba que este pudiera ser el último plan
que hicieran juntos, y el último adiós dicho entre ellos.
—Cualquier seguidor que puedas enviar será de gran ayuda para nosotros —le expreso—.
Así que gracias.
Ella se puso rígida. Luego asintió. Un entendimiento silencioso pareció pasar entre ellos, como
siempre, eventualmente, lo hizo.
Ambos sabían que era imprudente, marchar a esta batalla con su magia, su misma existencia,
en tal estado de cambio. Había demasiadas formas en que las cosas podían terminar mal para él.
Y ambos sabían que él iba a marchar a esa batalla de todos modos.
Caden se estaba moviendo de nuevo, poniendo más espacio entre él y las aplastantes fuerzas
mágicas de este lugar, preparándose para la concentración que requería viajar de regreso a Moreth.
Elander empezó a seguirlo, pero se detuvo cuando Nephele lo llamó.
—Espero que ella valga esta oportunidad de ruina.
Se volvió hacia su vieja amiga por última vez. —Y algo más —concluyo.

195
DESPUÉS DE TRABAJAR en algunos detalles persistentes con las dos diosas, Elander se guardó el
Corazón del Sol, alcanzó a Caden y los dos regresaron a las afueras del reino de los elfos.
Deseaba regresar con mejores noticias. La noche anterior había sido una victoria ganada con
mucho esfuerzo, y apenas habían tenido tiempo de celebrar esa nueva alianza con el ejército de
Moreth, o incluso de trabajar en los detalles de dicha alianza, y ahora... esto.
Ya era mucho pedirle a Casia, abrirse camino hasta Dawnskeep y hacer lo que ningún otro
humano había hecho antes, tratar de liberarse de la marca de ascensión. Ahora aparentemente
también necesitaba romper las cadenas de Solatis... y podría tener que hacerlo todo con su hermano
pisándole los talones.
¿Y qué sería del enfrentamiento con la Diosa del Cielo? ¿Habría consecuencias con las que
lidiar también? Sus pensamientos se llenaron de repente con imágenes de sabuesos de fuego y más
bestias hechas de hielo. Sabía que su antigua corte tenía innumerables armas a su disposición, y
si la Corte del Sol no podía mantenerla bajo control...
Se sintió enfermo ante la idea.
Todas sus guerras estaban convergiendo, convirtiéndose en una ola peligrosa que se rompería
sobre ellos tan pronto como realmente dejaran atrás la seguridad de Moreth.
—¿Listo para ser el presagio de la fatalidad? —Caden preguntó.
Elander soltó una carcajada. —Supongo que tengo suficiente experiencia en eso —su risa
murió abruptamente cuando la puerta y el puente a Moreth aparecieron a la vista.
Pero no debería haberse preocupado por tener que dar todas estas últimas malas noticias.
Aún no.
Porque cuando llegaron a esa puerta, estaba cerrada, como se esperaba, y los que se suponía
que debían abrirla no se veían por ninguna parte.
Un escalofrío inquieto lo recorrió.
—Debería haber guardias aquí para dejarnos entrar.
Caden frunció el ceño. —¿Tal vez es solo un descuido? ¿Hemos llegado durante un cambio de
guardias?
Elander negó con la cabeza.
—Algo se siente mal —murmuró, y aunque sabía que no tenía sentido, colocó una mano
contra los fríos barrotes de la puerta e intentó invocar su magia, magia que podía neutralizar la
mayoría de las cosas.
Pero solo oscureció el aire por un breve momento, y luego se desvaneció contra la pared de
poder élfico.
Maldiciendo a esos elfos y su magia invertida, comenzó a retirar el cuchillo atado a su pierna.
El poder de la muerte con el que estaba infundido cobró vida con su toque, pero Caden puso una
mano en su brazo antes de que pudiera golpear las cerraduras de la puerta.
—Eso tampoco va a servir de nada —lo detuvo Caden.

196
Elander sabía que tenía razón. Pero aun así le tomó esfuerzo quitar su mano del arma, y
resistir el impulso de comenzar a apuñalar salvajemente las cosas. No era propio de él entrar en
pánico, pero algo sobre esto simplemente se sentía... estropeado.
—Vamos a rodear los terrenos —sugirió Caden—. Tal vez haya otra puerta que podamos
usar —se movió a la izquierda.
Elander fue en la dirección opuesta, buscando, esperando que Caden estuviera en lo correcto.
Pero no había nada a la derecha excepto un muro increíblemente alto de piedra blanca puli-
da. Se extendía más allá de lo que podía ver, y estaba cubierto de enredaderas que comenzaban a
arrastrarse y azotar hacia él cada vez que se acercaba demasiado.
Se alejó de esa pared, se detuvo y levantó la mano, estudiando la marca en su piel mientras
recordaba la última conversación que había tenido con Casia.
Ningún lugar al que puedas ir que yo no pueda encontrarte.
Trató de invocarlo de nuevo, esta vez cerró los ojos y se concentró, esperando ver si el propio
poder de la Muerte de Casia se elevaba en respuesta. Cualquier magia entre ellos habría sido silen-
ciada por el maldito aire élfico, pero aún debería haber sido lo suficientemente poderosa para que
él al menos la sintiera. Se habría conformado con incluso un parpadeo de esa energía. Lo suficiente
para saber que aún estaba viva.
Pero pasaban los minutos y no llegaba nada.
—Encontré a los guardias —llamó Caden un momento después. Su voz sonaba extrañamente hueca.
Un sudor frío inundó a Elander cuando se dio la vuelta y corrió a su lado.
Y allí estaban.
Uno, dos, tres guardias, todos ellos muertos, sus cuerpos inertes empalados en árboles separados.
Capítulo Veinticuatro

Traducido por Irais


Corregido por Yue Tsukino

ELANDER LLEVABA FUERA DOS DÍAS Y CAS COMENZABA A PREOCUPARSE.


—¿Lady Casia?
Sacudió la cabeza un poco y volvió a centrarse en el hombre elfo que tenía delante, el general
Kolvar, había pasado la mayor parte de la mañana asaltándola con preguntas y críticas apenas
disimuladas. El príncipe Alder confiaba inmensamente en este hombre, pero le había advertido
que podía ser extremadamente frío y sin remordimientos.
Hasta ahora, esa descripción estaba demostrando ser precisa.
El general ya parecía estar perdiendo la paciencia con ella, y tal vez dudando de la decisión
de su príncipe de apoyarla en primer lugar.
—¿Las costas del norte? —incitó con su voz áspera.
Cas sostuvo su dura mirada. —Sí, ese será nuestro próximo objetivo, el príncipe Alder me
dijo que tienen soldados que están familiarizados con el área y podrían guiarnos en ese territorio.
Él asintió. —Necesitaremos mucha ayuda para cubrir nuestro descenso en un lugar así. ¿A
cuántos apuntaremos?
¿Cómo se planea un viaje posiblemente mortal hacia lo desconocido? Sentía que ya debería
saber eso. Pero no lo hizo. Sin embargo, no dudó en su respuesta porque no quería que él se diera
cuenta de que no sabía.
—Cien fuertes, por lo menos.
Si no estaba de acuerdo con el número, no lo indicó. Simplemente asintió de nuevo, se volvió
hacia la mujer elfa que estaba a su lado y le dio una serie de órdenes rápidas en el idioma de su reino.

198
Mientras lo hacía, un hormigueo repentino en la piel de Cas amenazó con robarle una vez
más la atención.
Esto seguía ocurriendo, pequeños fragmentos de energía la atravesaban, provocando escalofríos
en su piel, por eso estaba cada vez más preocupada y distraída.
Se sentía como magia de muerte.
Como las sutiles pero poderosas olas de frío que sentía cada vez que Elander estaba cerca.
Pero él no estaba cerca, por lo que todos sabían. Cada vez que intentaba agarrar esa energía con más
fuerza, la sensación de él se le escapaba, la dejaba sintiéndose cada vez más hueca y confundida en
su ausencia.
La atención del general Kolvar había vuelto a ella.
Ella respiró hondo. —A menos que haya algo más que necesite de mí, General...
—No por el momento —respondió, lacónicamente.
Su mirada permaneció dura e inquebrantable. Todavía evaluando a la mujer con la que su
príncipe había insistido en aliarse, lo sabía. Y debería haberse quedado más tiempo y tratar de dar
una impresión más imponente, tal vez...
Pero ya habían estado en esto durante horas, al parecer. Ella estaba cansada. Necesitaba respirar
aire fresco, ver caras más amigables que la del general, así que se excusó y fue a buscar esas cosas.
Después de un camino serpenteante, encontró lo que estaba buscando en un patio adyacente
a una de las muchas oficinas del príncipe Alder; Nessa, Rhea y Zev estaban sentados en un grupo
de bancos reunidos alrededor de una fuente burbujeante, disfrutando de su almuerzo. Silverfoot
estaba encaramado en el borde de la fuente, mordiendo a los insectos que pasaban rozando la su-
perficie ondulante del agua.
El príncipe estaba en esa oficina adyacente, la puerta estaba hecha de paneles de vidrio, por
lo que Cas podía ver que estaba enfrascado en una conversación con Laurent. Sus palabras eran
silenciadas por el cristal. Pero a juzgar por los movimientos inusualmente animados de Laurent,
parecía que podrían haber estado al borde de una discusión.
Los observó por un momento, hasta que Laurent pareció estar cada vez más calmado, y luego
saludó a sus otros amigos y dejándose caer en el banco al lado de Nessa.
Tenía la intención de hablar más allá de ese saludo. Pero su mirada se detuvo en la pieza cen-
tral de la fuente, un árbol de piedra blanca, con agua que fluía de sus diversas ramas, y su atención
se quedó allí. Fue fascinante, y de alguna manera reconfortante, ver el agua de un azul antinatural
que se derramaba en un bucle sin fin.
—¿Estás bien? —preguntó Nessa, dándole un codazo.
—Bien —Cas se sentó un poco más derecha—, ¿por qué?
—Porque parece que estás pensando en ahogarte en la fuente.
—Es porque ha pasado casi dos días completos sin su amante —bromeó Zev—. Pobre cosa patética.
La respuesta de Cas fue plana.
—Puedo sobrevivir sin él por más de dos días.
Zev siguió sonriéndole como un tonto, por lo que ella entrecerró los ojos y agregó, —Lo cual,
por cierto, es mucho más tiempo de lo que pareces ser capaz de pasar sin clavarlo en una de las
damas de esta corte. Entonces, honestamente, ¿quién es el patético aquí?

199
Él arqueó una ceja. —No hay nada patético en lo que les estaba metiendo a esas señoritas, te
lo aseguro —Nessa gimió.
Rea se puso de pie.
—Y con eso —dijo—, me excuso de esta conversación. De todos modos, tengo que ir a revisar
los mensajes que le enviamos a Soryn. Ya deberíamos tener respuestas.
Chasqueó la lengua y Silverfoot, que estaba a mitad de camino en la fuente para este punto,
salió del agua, saltó a su lado y le dio una sacudida rápida a su pelaje. Sus ojos brillantes se fijaron
en cada miembro de su grupo uno por uno.
Rhea agregó, —Mientras tanto, los tres asegúrense de comportarse.
—Siempre lo hago —le respondió Zev, lo que provocó una risa de Nessa y un suspiro tanto
de Rhea como de Cas.
No pasó mucho tiempo después de que su hermana se fuera para que Zev comenzara a
mostrarse visiblemente inquieto, y luego anunció su propia partida.
—¿Iras a invadir los dormitorios de las damas más desprevenidas de la corte? —supuso Nessa.
Zev se puso de pie y se estiró perezosamente, como un gato que se suelta después de una siesta al sol.
—Si tienen suerte —dijo con un guiño.
Una vez que las dos estuvieron solas, Nessa se giró hacia Cas con una sonrisa melancólica y
pregunto —¿en qué momento intervendremos por nuestro hermano descarriado?
Cas comenzó a responder, que Laurent ya había intentado esto sin suerte, pero fue interrum-
pida por la voz del príncipe Alder. Una vez más estaba subiendo a un nivel que sonaba inequívo-
camente hostil.
Ella y Nessa intercambiaron una mirada de preocupación.
—¿Me pregunto sobre qué están discutiendo?
—Ni idea —respondió Cas.
Trató de encogerse de hombros, pero era tan... extraño verlos a los dos comportándose de
esta manera. No era propio de Laurent levantar la voz, y tampoco parecía el príncipe que había
conocido durante la semana pasada.
Quería acercarse lo suficiente para escuchar lo que estaban discutiendo en realidad, pero
habría sido difícil hacerlo discretamente.
—¿Cómo te fue con el general Kolvar? —preguntó Nessa—. Parecía que estaba siendo difícil.
Empecé a rescatarte varias veces, pero Rhea insistió en que te dejara en paz.
Cas logró esbozar una pequeña sonrisa.
—Él no es tan malo. Pero no estoy seguro de haberle causado la mejor impresión.
Nessa descartó esa evaluación.
—Eres demasiado dura contigo misma.
Cas vaciló, sin saber si quería contar la siguiente parte. Quería creer que no era nada de lo
que preocuparse, pero...
—Sigo distrayéndome con pequeñas llamaradas de magia —confeso mientras recogía algunas
astillas de piedra suelta en el banco.
—¿Magia?

200
—De Elander —aclaró—. Es como si estuviera cerca, pero el aire en este reino hace que sea
difícil saber qué tan cerca.
Las cejas de Nessa se juntaron y un ceño fruncido amenazó con arrastrar las comisuras de sus labios.
—El aire en este lugar es definitivamente extraño. ¿Tal vez podrías preguntarle al príncipe al
respecto?
—Tal vez.
—Ya sabes, una vez que terminen de discutir —agregó, mirando por encima del hombro al
sonido de otro grito.
Se sentaron en silencio por un momento, escuchando más de esos gritos apagados, hasta que
la inquietud hizo que Cas se pusiera de pie.
Caminó por uno de los senderos cercanos, caminando entre la fuente con forma de árbol y
una segunda fuente con forma de dragón. Se abrazó a sí misma y tamborileó con los dedos sobre
el codo, contando cada toque. Cuando eso no ayudó a calmar su estómago revuelto, cerró los ojos
e inclinó la cabeza hacia atrás pensativa por un momento.
Acababa de decidir intervenir en la discusión de Laurent cuando Nessa de repente la llamó
con una vocecita aturdida e insegura.
—Tiene una espada en la mano.
—¿Qué?
—¿Por qué está...—Nessa se arrastró con un grito ahogado.
Cas caminó hacia ella con pasos rápidos, siguió su mirada con los ojos muy abiertos.
Y sus ojos encontraron a Laurent justo cuando él levantaba su espada y la deslizaba en el
cuello del príncipe.

201
Capítulo Veinticinco

Traducido por Kasis


Corregido por Crisvel R

AL PRINCIPIO CAS ESTABA DEMASIADO ATURDIDA PARA MOVERSE.


Pero Nessa ya estaba tropezando, y luego corriendo, hacia la puerta.
Cas salió de su estupor, la atrapó antes de que sus torpes manos pudieran abrir la puerta y
la arrastró de regreso al patio.
Las puertas interiores de la oficina se abrieron de golpe. Los guardias entraron y rápidamente
rodearon a Laurent. No opuso resistencia; habría sido inútil, dado el número que lo rodeaba.
Cas mantuvo sus brazos fuertemente envueltos alrededor de Nessa, manteniendo el rostro
de Nessa firmemente enterrado contra ella para que no pudiera levantarlo y ver el horror que se
desarrollaba ante ellas.
Nessa luchó contra ella por un momento, hasta que la conmoción la superó y simplemente
se derrumbó contra el pecho de Cas, sus manos apretadas con fuerza en la camisa de Cas para
evitar caer al suelo.
Así que no vio la forma en que los guardias agarraban bruscamente a Laurent, o la forma en
que uno de esos guardias sacó algo de la bolsa a su lado y lo golpeó sobre la boca de Laurent, algo
que inmediatamente hizo que la cabeza de Laurent se balanceara sin vida.
Tampoco vio la extensión antinatural del cuerpo del príncipe Alder, o el chorro carmesí que
brotaba de su cuello y se acumulaba a su alrededor, o la espada que caía de la mano repentina-
mente inerte de Laurent y repiqueteaba contra el suelo ensangrentado, o la forma cruel en que los
guardias arrastraron el cuerpo de Laurent fuera de la habitación.
—Respira, —susurró Cas, tanto para sí misma como para Nessa—. Respira profundo.
Uno de los guardias volvió su mirada hacia ellas, y Cas de repente no pudo seguir su propio consejo.
Su cabeza le decía que corriera.
Su corazón le decía que hiciera lo que fuera necesario para perseguir a Laurent, para abrirse
camino hasta su lado. No podía simplemente dejarlo a merced de esos guardias.
¿Y a dónde correrían, de todos modos?
¿Cómo saldrían de esto?
—Quédate detrás de mí, —le ordenó en voz baja a Nessa. Luego se movió aturdida hacia ade-
lante, con las manos levantadas en un gesto de paz. No tenía ningún plan real más allá de ganar
tiempo para poder pensar en un plan.
Pero cuando cruzó el umbral hacia la oficina del príncipe, otra mujer estaba entrando por el
otro lado, y al verla, todos los pensamientos de Cas se detuvieron.
Lady Sarith.
Se congeló en la puerta cuando su mirada cayó sobre el príncipe caído.
Uno de los guardias inclinó la cabeza y dijo algo en lengua Morethiana. A Sarith se le cortó
la respiración y apoyó la mano contra el marco de la puerta, manteniéndose firme durante varias
respiraciones largas y tensas. Luego ella se arrodilló lentamente y recogió la espada que estaba
cubierta con la sangre de su esposo.
Un momento después la punta estaba contra la garganta de Cas.
Todo alrededor de Cas pareció detenerse y luego desaparecer, todo excepto la espada en su
garganta y Lady Sarith con sus ojos saltones y llenos de furia.
—Dígame, ¿por qué lo hizo?, —espeto la señora con voz temblorosa.
Pero Cas no podía, porque Cas no sabía porque lo hizo.
—¡DÍGAME!
Cas se tambaleó reflexivamente hacia atrás ante la estruendosa orden, y Lady Sarith la siguió
como un lobo acercándose a una presa. La espada se clavó en el hueco de la garganta de Cas, y la
presión hizo que su respuesta saliera con tos:
—¡Yo… yo no sé, por qué él lo hizo!
Los ojos de Lady Sarith todavía estaban muy abiertos, más blancos que verdes. La hoja tembló
en sus manos. Respiró hondo y pronunció más órdenes, esta vez para sus guardias:
—Reúnan a todos sus compañeros. Llévenlos a todos a las mazmorras adecuadas esta vez.
Excepto a está. —Tiró la hoja al suelo, sin siquiera parpadear cuando el metal resonó contra el suelo
de baldosas, y ni una sola vez apartó su mirada de Cas—. Quiero hablar con ella en privado.
De repente hubo tanto silencio que Cas pudo escuchar el latido de su propio corazón, ahogado
sólo ocasionalmente por las respiraciones superficiales y asustadas de Nessa.
Lady Sarith se dejó caer al lado de su marido. Su mano temblorosa se extendió hacia su cuello.
Las faldas de su vestido manchaban de sangre los azulejos blancos.
Y entonces la habitación entera pareció estar aproximándose sobre Cas a la vez, un borrón
de guardias retorciéndole sus brazos detrás de su espalda, manteniéndolos allí hasta que alguien
entró en la habitación con grilletes para atarla correctamente.
Se llevaron a Nessa al siguiente instante. Una mano le cubrió la boca, aparentemente sosteniendo

203
la misma sustancia tóxica que habían usado contra Laurent, porque inmediatamente comenzó a
toser y balbucear. Su barbilla se inclinó pesadamente hacia su pecho. Mientras ella perdía la con-
ciencia, sus ojos brevemente se encontraron, y Cas trató de llamarla. Decirle que estarían bien, que
las cosas no acababan aquí.
Pero no hubo tiempo.
Fueron arrastradas en direcciones diferentes, y el grito de Cas tuvo una muerte dolorosa en
su garganta.

LA LLEVARON a una pequeña habitación en el piso más alto.


Sus manos estaban atadas detrás de una silla. Estaba frente a un escritorio lleno de papeles,
y detrás de eso, una pared en blanco. Todas las paredes estaban en blanco y pintadas de un tono
gris oscuro que hacía que la poca iluminación de la habitación se sintiera aún más opresiva.
La dejaron sola en aquella penumbra durante horas.
Finalmente, la puerta detrás de ella se abrió con un crujido.
Lady Sarith entró, con sus botas haciendo ruidosos clics en el suelo.
La puerta permaneció abierta, permitiendo que unos débiles rayos de luz brillaran desde el
pasillo. Cas mantuvo sus ojos en uno de estos rayos, pero podía escuchar lo que sonaba como al
menos dos guardias revoloteando, colocándose en su lugar junto a la puerta detrás de ella.
Lady Sarith se acomodó en el escritorio. La sangre de su esposo había manchado la mayor
parte de su vestido, y sus manos aún estaban salpicadas con gotas.
Ella no habló.
El silencio se prolongó, pesado y siniestro, hasta que Cas no pudo soportarlo más.
—No sé lo que pasó, —susurró—. Yo no...
—Tranquilízate. —Los ojos de Lady Sarith ya no eran salvajes. Estaban vidriosos y perturba-
doramente... vacíos. Todavía parecía como si tuviera la intención de matar algo; ella sólo iba a estar
más tranquila al hacerlo.
Cas buscó sutilmente en la habitación armas, salidas, alguna señal de las debilidades de Sarith,
cualquier cosa que ella pudiera usar a su favor. Le dolía el corazón. Su mente, un desastre. Apenas
podía comenzar a procesar todo lo que había sucedido, pero sabía que no podía morir aquí, sin
importar cuánto lo hubiera querido en este momento.
Tenía que idear un plan.
El silencio había regresado, y esta vez fue Lady Sarith quien finalmente lo rompió, su voz
escalofriantemente tranquila:
—Qué desordenado medio para llegar a un fin que resulto ser.
Cas volvió a mirarla y la encontró estudiando un poco de sangre en una de sus uñas, frun-
ciendo el ceño como si esa mancha de sangre coagulada fuera lo peor que le había pasado hoy.
¿Un medio para un fin?
Una serie de posibilidades aterradoras pasaron por los pensamientos de Cas. Su corazón se
aceleró más rápido. Y aunque ella no había controlado con éxito nada de su magia desde que entró
en este reino, la desesperación de repente la hizo querer intentarlo de nuevo.

204
El vello de sus brazos comenzó a erizarse mientras se concentraba en el poder de la Tormenta
que dormía dentro de ella. El aire se agito. Quizás se iluminó un poco.
—Oh, yo no haría eso, —advirtió Sarith.
El sonido de las espadas desenvainadas resonó en la habitación.
—No, a menos que creas que tu magia suprimida pueda ser más rápida que mis guardias.
Cas respiró hondo.
¿Podría ser más rápida?
Ella lo dudaba; sólo su breve vacilación había sido suficiente para sofocar lo que había co-
menzado a convocar.
Mientras Sarith les hablaba en Morethiano a sus guardias en voz baja, Cas volvió a mirar
alrededor del espacio, buscando otra forma de salir de este último lío.
Vislumbró un tramo de techo plano a través de la única ventana de la habitación, y estaba
probando los grilletes alrededor de sus muñecas y elaborando un intento de escape, ciertamente
imprudente, cuando su mirada se posó en una pila de cartas en un estante de la esquina.
Estaban demasiado lejos para leerlas, pero llamaron su atención porque todas compartían
la misma letra, el mismo tipo de pergamino, el mismo sello de cera de color... Entrecerró los ojos
en la carta más cercana a ella. Un hilo de luz del pasillo cayó sobre ella, iluminando el fondo y
permitiéndole ver lo que estaba estampado allí.
Era un tigre negro, erguido sobre sus patas traseras con las fauces abiertas y sus garras en ristre.
El símbolo de la Casa de Solasen.
De su hermano.
Y de repente los eventos del día comenzaron a tener un sentido aterrador.
—Entrometidos, ¿no? —reflexionó Lady Sarith.
La furia quemó brevemente el miedo de Cas, e hizo que su voz fuera más audaz que antes:
—¿Qué está pasando?
—Creo que es bastante obvio, —espeto la dama elfa mientras se levantaba, se acercaba y
recogía esas cartas, luego las metió en un cajón del escritorio.
—¿Qué te prometió a cambio de mí?
Ella se rio, pero por lo demás no respondió.
—No debe haber sido un trato muy impresionante si no quieres contármelo, —incitó Cas.
Un músculo de la mandíbula de lady Sarith se contrajo. Fue sólo otro momento antes de que
el orgullo sacara una respuesta de ella: —Fue bastante simple. Si podía encarcelarte aquí, aislarte
de tus seguidores, atraparte en un lugar donde ni tú, ni tu magia pudieran interferir con sus planes,
entonces él me ayudaría a lidiar con esas molestas reinas de Ethswen. Ayudarnos a recuperar las
tierras y los recursos que su reino nos robó, y algo más.
—Él está mintiendo.
—Sí; mi esposo dijo lo mismo. Entonces apareciste tú, y de repente él decidió que, después de
todo, quería aliarse con un Solasen, y el más débil. Y mira donde eso lo ha llevado.
Cas cerró brevemente los ojos, tranquilizándose mientras las imágenes de la cabeza parcial-
mente decapitada del Príncipe Alder inundaban su mente.

205
—Entonces, debido a unos celos extraños e inapropiados hacia mí, decidiste…
Lady Sarith cerró el espacio entre ellas tan rápidamente que hizo retroceder a Cas, haciendo
que su silla se tambaleara peligrosamente sobre sus patas traseras.
—Déjame dejar una cosa perfectamente clara, —enfatizó Lady Sarith, poniendo su bota en la
silla y estrellándola contra el suelo—. Si me hubieran importado los diversos afectos de mi esposo,
entonces probablemente me habría sentido ofendida por la cantidad de mujeres que desfilaban
dentro y fuera de nuestro llamado lecho sagrado. Pero no lo hice. Tomé como ofensa su debilidad.
Los pulmones de Cas se sintieron dolorosamente apretados mientras trataba de forzar el aire
dentro de ellos.
—Durante toda mi infancia, vi cómo disminuían las tierras y el poder de mi gente, —enmarcó
Lady Sarith mientras daba un paso atrás—. Mi padre era un Lord de Mistwilde, ya sabes, y él era
muy cercano a su lamentable excusa de rey. Crecí en el palacio, por lo que pude ver de cerca las
fallas de ese rey. Viví asedios y ayudé a ver innumerables ejércitos que regresaban a nosotros en
pedazos, si es que regresaban. ¿Sabes a cuántas vigilias asistí de niña? ¿Cuántas caras muertas he
visto? Caras muertas que eventualmente incluyeron a mi padre y hermanos. Y luego me casaron
con esta familia, en este nuevo reino, y aprendí rápidamente que a mi suegro le importaba más
organizar fiestas lujosas y acostarse con cualquiera que asegurar el futuro de su reino. Así que me
juré a mí misma que yo lo aseguraría, costase lo que costase, para que Moreth no termine en el
mismo lamentable estado que mi hogar.
Cas sintió un escalofrío al pensar en la repentina e inesperada muerte del rey Theren.
¿Había tenido algo que ver Lady Sarith?
¿La había sobornado Varen para que hiciera eso también?
—Alder era tan inútil como su padre. Y tenía miedo de aliarse con alguien tan poderoso y
despiadado como Varen, —continuó Sarith—. Pero creo que se necesita un toque de crueldad en
este mundo caótico. Y afortunadamente para este reino, yo puedo ser ese líder de corazón duro
que mi esposo tan trágicamente no pudo. Tenía la esperanza de que no llegara a todo esto. Pero él
cometió un error al ponerse de tu lado. Sólo hice lo necesario para corregir ese error. Y continuaré
haciendo lo que sea necesario para asegurar las cosas.
—¿Incluyendo matar a cualquiera que no esté de acuerdo contigo?
Ella puso una mano sobre su corazón. —Yo no maté a mi marido. Su enfadado pequeño
hermano lo hizo.
La gravedad de la situación se apoderó completamente de Cas una vez más, y su voz se quebró
un poco cuando dijo, —Tú tuviste que ver algo con eso.
—¿Tú crees eso? O tal vez simplemente no conoces a Laurent tan bien como pensabas.
Cas se negó incluso a reconocer la posibilidad de esto.
—Las raíces de esta corte son retorcidas y profundas, —señaló Sarith—. Y Laurent es un pro-
ducto de esta corte, a pesar de que trató de escapar de ella. Tenía demonios que no conoces. Unos
que posiblemente no podrías entender.
—Mentirosa, —gruñó Cas.

206
Ella sonrió. —Incluso si yo estuviera mintiendo, no importaría. Tu amigo mató a nuestro rey
antes de que tuviera la oportunidad de ponerse la corona. La evidencia está abrumadoramente en
su contra, y aquí nadie va a creer lo contrario. Aquí nadie va a ayudarte.
Cas intentó de nuevo aflojar las ataduras de sus muñecas, pero era inútil.
Se enderezó en su silla y levantó la barbilla cuando Lady Sarith una vez más se acercó
incómodamente.
—Lo que significa que eres mía, ahora, para hacer lo que yo quiera contigo, —se burló, con una
voz que hizo que el pulso de Cas se acelerara a una velocidad vertiginosa y peligrosa—. Y algo me
dice que cuanto más desagradable te trate, más favores podré ganar con Varen. ¿No estás de acuerdo?
Cas no respondió.
Sarith inclinó la cabeza hacia un lado, estudiándola. —Sospecho que pronto enviará un
mensajero para verificar mi parte de nuestro trato. Así que asegurémonos de que parezcas una
prisionera torturada, ¿de acuerdo?
Ella golpeó sin más advertencia que esa, abofeteando con fuerza la mandíbula de Cas.
Los dientes de Cas atraparon su lengua. La sangre llenó su boca. Escupió a los pies de Sarith
y sus botas se llenaron de gotas de saliva teñida de rojo.
Con un furioso chasquido de sus dedos, Sarith llamó a sus guardias de la puerta. Ordenó
algo en el idioma Moreth, y un momento después, la cadena entre los grilletes de Cas estaba siendo
aflojada. Los guardias trabajaron juntos, tirando de sus manos lejos de su espalda y en su lugar
uniéndolas frente a ella.
—Levántate, —ordenó Sarith.
Cas se puso de pie, eliminando el dolor de su mandíbula y probando sutilmente la fuerza de
sus ataduras recién arregladas.
Uno de los guardias desapareció en el pasillo por un momento, sólo para regresar rápida-
mente con un montón de telas, que le entregó a Lady Sarith, quien tomó una e inmediatamente se
la arrojó a Cas.
—Limpia el desastre que hiciste, —espetó ella.
Cas inhaló profundamente. Ella se movió para obedecer sólo porque esos dos guardias todavía
estaban extremadamente cerca, y ambos tenían un agarre firme y listo en sus espadas.
No voy a morir aquí, se recordó a sí misma.
Lady Sarith se burló de ella mientras trabajaba. —Esta parece una vocación más adecuada
que la de reina, o un héroe de guerra o lo qua sea que aspirabas a ser.
Cas siguió fregando, luchando contra el impulso de ver si podía enviar un rayo que subiera
por la pierna unida a la bota que estaba limpiando.
—Sabes, —habló Sarith después de un minuto—, me gusta bastante la idea de que seas mi
pequeña sirviente. Varen te quería viva por alguna razón, y estaba debatiendo seguir adelante con
eso, pero supongo que esto podría ser un buen compromiso.
Casi todos los músculos del cuerpo de Cas retrocedieron ante esta idea. Casi. Pero ella se
mordió la lengua.
Porque esa idea repugnante también se sintió como una oportunidad.

207
Algo extraño había pasado en esa oficina entre Laurent y su hermano. No tenía pruebas de
que Laurent hubiera sido incriminado de alguna manera, pero lo sentía en su corazón. Y si Lady
Sarith la encerraba con el resto de sus amigos, no sería capaz de encontrar la prueba que necesitaba.
Pero los sirvientes podían moverse más libremente que los prisioneros.
Así que sólo era cuestión de aprovechar la oportunidad.
—Preferiría estar muerta que servirte, —respondió Cas en voz baja e hirviente.
Como era de esperar, los ojos de Lady Sarith se iluminaron ante esto. —Bueno, eso lo resuel-
ve, entonces. —Su mirada se posó en las manos apretadas de Cas—. Guarda el trapo. Y puedes
comenzar tu servicio para mí limpiando la sangre que derramó tu amigo.
Ninguna parte de Cas quería entrar en esa habitación.
Pero su plan tenía un comienzo prometedor, y ahora no podía haber dudas.
Uno de los guardias la agarró del brazo y tiró de ella para que se moviera. Ella se resistió lo
suficiente para mantener su engaño creíble, y luego inclinó la cabeza, fingiendo derrota, mientras
la sacaban de la habitación y la bajaban las escaleras.
Su piel se estremeció cuando se acercaron a la escena del asesinato del príncipe. No con tanta
fuerza como cuando se había encontrado con los muertos o los moribundos fuera de este reino,
pero lo suficiente como para recordarle que el poder del Dios Oscuro aún acechaba dentro de ella,
esperando su oportunidad para surgir una vez más.
Lo empujó hacia abajo lo mejor que pudo, concentrándose en cambio en estudiar su entorno.
Afortunadamente, el cuerpo del príncipe Alder había sido llevado a otra parte. Ya había otros
tres sirvientes trabajando en la limpieza del espacio, revoloteando como pequeños pájaros nerviosos
recogiendo cosas para sus nidos. El general Kolvar estaba de pie en la puerta que conducía al patio,
su rostro severo se veía aún más sombrío que de costumbre.
—Se han saltado algunos lugares, —gruñó uno de los escoltas de Cas, haciéndola girar y
señalándola hacia una sección del piso manchado de rojo.
Ellos se habían saltado varios lugares.
A Cas se le proporcionó un balde, el cual tomó y llenó en la fuente de afuera. Luchó por sacarlo
y llevarlo, dado que sus manos todavía estaban flojamente atadas frente a ella. Pero se las arregló,
todo ello bajo la silenciosa y vigilante mirada de los guardias, y el general Kolvar.
Mientras se arrodillaba ante el mayor reguero de sangre, se imaginó a sí misma en algún
lugar muy, muy lejano. De vuelta en la casa en Faircli con su casa del árbol, tal vez, o en cualquie-
ra de los otros lugares que ella y su familia habían llamado hogar. Ella había odiado las tareas de
limpieza en todos esos lugares, y las odiaba ahora, pero superaría esto de la misma manera que
había superado todo lo demás antes.
Ella se puso a trabajar.
Contó cada pasada de su trapo. Hasta diez, y luego hacia abajo. Arriba y atrás, arriba y atrás
en un ritmo relajante, arraigándose en la sensación de los movimientos suaves y predecibles.
Esto la mantuvo en calma durante varios minutos, hasta que, sin previo aviso, la escena de
antes estaba jugando en su mente con una claridad brutal: la espada, los gritos, la forma horrible
y contorsionada del cuerpo caído del Príncipe Alder...

208
Sus dedos apretaron el trapo en su mano, exprimiendo el agua teñida de rosa de nuevo en
el suelo. Ella era indiferente a esa agua; todo en lo que podía pensar era en Laurent. ¿Adónde lo
habían arrastrado? ¿Estaba aún vivo?
¿Y el resto de sus amigos y aliados?
¿Qué pasó aquí?, se preguntó, desesperadamente. ¿Qué diablos pasó?
Sintió un extraño parpadeo en la sien, como en respuesta a su pregunta.
Hizo una pausa, mirando el trapo manchado.
Se le ocurrió una posibilidad.
Ella respiró hondo. Lentamente, tentativamente, alcanzó una gota de sangre junto a su rodilla.
Pasó el dedo por encima.
Otro latido rápido en su sien, y esta vez fue acompañado por imágenes de esta habitación
que pasaron por su mente, pero no eran sus propios recuerdos, como antes; eran desde diferentes
ángulos, y no eran tan claros. Era como si la escena que se desarrollaba estuviera bajo el agua,
temblando y cambiando cada vez que intentaba acercarse a ella.
Otro golpecito contra otra mancha de sangre, y vio la cara de Laurent.
Se dio cuenta de lo que estaba pasando y su mano resbaló contra el mármol mojado, casi
haciéndola perder el equilibrio.
Era su magia de la Muerte.
Si no fuera por la opresiva magia élfica que la rodeaba, sospechaba que la habrían inundada
visiones de los últimos momentos del Príncipe Alder, vistos a través de sus propios ojos.
Pero tal vez si pudiera concentrarse, ¿todavía podría ver lo suficiente para responder algunas
de las preguntas que tenía?
Sacudió la tensión de sus dedos y se preparó para intentarlo de nuevo.
—¿Porque te detuviste? —se escuchó una voz baja.
Una mujer estaba de pie contra la pared, observándola. Su rostro huesudo y su larga trenza
dorada le resultaban vagamente familiares; ella era una de las damas de la corte que Cas había
visto a menudo al lado de Sarith.
¿Cuánto tiempo había estado parada allí?
¿Qué había presenciado?
Los demás en la habitación se congelaron cuando ella se acercó a Cas. Mientras se agachaba
decididamente frente a ella. Sus ojos oscuros brillaron con algo parecido al entusiasmo. Como si
sólo hubiera estado esperando esta oportunidad para regañarla. Para castigarla. Cas pensó en la
frecuencia con la que esta mujer, y todos los demás miembros del séquito personal de Lady Sarith,
la habían mirado con dagas mientras maniobraba y negociaba su camino a través de este reino, y
su pecho se contrajo.
La mujer enganchó un dedo debajo de la barbilla de Cas y lo levantó. —Le dije a mi señora
que ayudaría a vigilarte, —masculló—. Ella querrá un informe de todo lo que has hecho. Así que
te vuelvo a preguntar: ¿Por qué te detuviste?
Cas todavía estaba mareada por el uso involuntario de su magia; no podía pensar en una
mentira lo suficientemente rápido.

209
Esta mujer no la abofeteó como lo había hecho Lady Sarith.
Su puño estaba cerrado cuando chocó con la cara de Cas, y la fuerza detrás del golpe fue
suficiente para hacer que Cas cayera. Con las manos atadas, Cas no pudo sujetarse a sí misma
correctamente, y su cabeza se estrelló contra el mármol y la dejó más mareada que antes. Ella
parpadeó, tratando de volver a enfocar la habitación.
El general Kolvar seguía en la puerta.
Miró hacia otro lado cuando cayó un segundo golpe, claramente disgustado, pero no hizo
nada para detenerla.
La mujer elfa agarró un mechón de cabello de Cas y tiró de ella, lo suficientemente alto como
para mirarla a los ojos.
—Vuelve al trabajo, —ordenó, antes de dejar caer su espalda al suelo.
El dolor floreció en el rostro de Cas. La ansiedad envolvió una sujeción opresiva alrededor de
sus pulmones y estómago. Sus ojos se lanzaron salvajemente alrededor de la habitación, buscando...
Ella no lo sabía
El general Kolvar todavía estaba de espaldas a ella. Todos los demás seres dentro de la habitación
parecían igualmente decididos a no mirarla, y mientras los puntos oscuros bailaban en su visión,
la fría declaración de Lady Sarith susurró a través de sus pensamientos: Aquí nadie te va a ayudar.
Y ella temía que pudiera ser verdad.

210
Capítulo Veitiséis

Traducido por Kasis


Corregido por Crisvel R

DESPUÉS VARIAS HORAS Y GOLPES, LA SANGRE SE LIMPIÓ, la oficina se limpió, junto con
varias otras habitaciones a su alrededor, y Lady Sarith se quedó sin tareas para Cas por el momento,
y por lo tanto la envió a las mazmorras a esperar otra convocatoria.
Cas sabía que no pretendía ser un acto de bondad. Pero el silencio y la oscuridad de este
nivel inferior era un impedimento marginal para el dolor punzante en su cabeza. Así que estaba
extrañamente agradecida por ello, aún más cuando se dio cuenta de que Nessa y Rhea estaban en
la celda de al lado, y que Zev estaba apoyado contra la parte trasera de su propio recinto.
Zev rápidamente se puso de pie y la envolvió en un abrazo. Fue lo suficientemente fuerte como
para lastimar su cuerpo maltratado y hacer que su cabeza latiera aún más dolorosamente, pero
no se apartó. Permanecieron enredados el uno con el otro durante al menos un minuto completo,
hasta que finalmente dio un paso atrás. Su mirada se posó en su ojo y labios hinchados.
—Cas, tu cara...
—Estoy bien.
Él respiró hondo varias veces, claramente luchando por contener sus palabras.
—Podría haber sido mucho peor, —señalo ella, alejándose antes de que él pudiera inspeccionarla
más de cerca. Se movió cuidadosamente a través de la casi oscuridad, buscando al resto de sus aliados.
Nessa estaba casi ilesa, sólo un pequeño corte debajo de su ojo y una somnolencia persistente de
lo que fuera conque la habían drogado. Las barras verticales las separaban, pero Cas pudo pasar sus
dedos y apretar la mano de Nessa, y luego la de Rhea también, mientras Rhea se acercaba a tientas.
Rhea estaba bien, físicamente. Pero Silverfoot había desaparecido. Rhea había pasado las
últimas horas intentando conectarse a ese vínculo mágico que compartían sin ningún éxito. Y
sin sus ojos, y sin más luz que la que emitían unas pocas antorchas en el pasillo exterior, estaba
esencialmente ciega... y claramente perturbada por ello.
Era tan inusual verla nerviosa que amenazaba con poner a Cas aún más ansiosa de lo que
ya estaba. Intentó no pensar en ello. Habían estado en situaciones sombrías antes, y siempre lo
habían logrado.
No voy a morir aquí, se recordó a sí misma, de nuevo.
Nessa le informó que los soldados sadiranos que los habían acompañado a este reino habían
pasado recientemente, llevados más adentro de las mazmorras. Después de un momento de estar
atenta a los guardias, Cas se arriesgó a lanzar un suave grito hacia esos soldados, y ellos respon-
dieron, así que eso representaba a más de sus aliados.
Sin embargo, Laurent, no estaba a la vista.
Se acomodó en el frío suelo. Durante varios minutos, se sentó allí, medio aturdida, tambori-
leando con los dedos, revisando sus pensamientos y esperando para asegurarse de que los guardias
no estuvieran rondando cerca e intentando escuchar a escondidas.
Luego dijo en voz baja, —No creo que fuera Laurent quien mató al príncipe Alder.
Nessa se había acurrucado en una bola miserable, pero ahora levantaba la cabeza, con una
mirada confundida pero cautelosamente esperanzada en su rostro.
—Estaba limpiando la sangre del príncipe, y yo… creo que la magia de la Muerte dentro de
mí reaccionó, —explicó Cas—. Elander solía leer a los muertos para la familia real en Ciridan. Lo
llamaban el Portavoz de la Muerte, ¿recuerdan?
Rhea asintió lentamente. Nessa seguía viéndose esperanzada. Y Zev estaba escuchando, al
menos, aunque no hizo ningún comentario desde su lugar contra la pared.
—No entendí los detalles. No podía concentrarme, porque tenía guardias y miembros de la
corte de Lady Sarith respirándome en el cuello, pero pude sentir algo de esos últimos momentos
que Alder pasó con vida, y fue como... como una comprensión que estaba teniendo. No sé cuál fue
esa realización, exactamente. Pero tengo un plan para obtener el resto de los detalles.
Zev le dio una mirada dudosa.
—Quiero decir, bueno, algo así como tener un plan, —confesó Cas.
Una leve sonrisa comenzó a extenderse por su rostro. Cas conocía bien esa mirada; era la que
siempre obtenía cuando estaba pensando en una broma que no era apropiada para la gravedad
de la situación dada.
—¿Por qué sonríes?
—Por nada. Sólo estaba pensando que “Ella Tenía Una Especie De Plan” será un gran epitafio
en tu inminente lápida. Y también me ofrezco como voluntario para hacer tu elogio, ya tengo la
primera línea: “Casia murió haciendo lo que más amaba: intentar llevar a cabo un plan a medias”.
—De ninguna manera te dejaría dar mi elogio, —le espeto Cas—. No quiero que esté lleno de
tangentes al azar y chistes horribles e inapropiados.
—Estarás muerta, entonces, ¿cómo exactamente vas a evitar que lo dé?
—¿Te das cuenta de qué si yo muero aquí, probablemente tú no te quedarás atrás?
—¿Podemos por favor dejar de ser tan morbosos? —preguntó Nessa.

212
—Apoyo esa moción, —secundó Rhea.
Zev se encogió de hombros. —¿Qué? Simplemente creo que es inteligente comenzar a plani-
ficar estos funerales, porque al ritmo que vamos, hay muchos en nuestro futuro.
Nessa hizo un suave ruido de desesperación.
—No le hagas caso, —espeto Rhea—. Estaremos bien. Si tan sólo pudiéramos concentrarnos, ¿tal vez?
Cas asintió. —Así que… el cuerpo del príncipe Alder está expuesto en la sala del trono; hay
una especie de rito funerario morethiano que requiere eso, y Lady Sarith aparentemente está si-
guiendo la tradición.
—Probablemente para evitar que sus seguidores le causen problemas, —aseveró Rhea.
—Probablemente, —asintió Cas—. De todos modos, sospecho que todo su ser podría ser más
fácil de leer que unas gotas de sangre seca. Solo necesito llegar a ese cuerpo y estar mejor preparada
para tratar de usar magia esta vez.
—¿La misma magia que hasta ahora ha demostrado ser particularmente poco confiable en
este reino? —preguntó Zev.
Cas le lanzó una mirada.
—Sólo digo.
—Estoy abierta a mejores ideas, —ella refutó.
—Yo no tengo nada.
—En este punto, siempre asumo que no, por lo que sólo procedo con mis propias impruden-
cias. Ahorra tiempo.
—Eso es justo, —acepto, encogiéndose de hombros.
Sus ojos se encontraron. Él le sonrió, y se disolvieron en una risa tranquila y nerviosa, hasta que
una ola de emoción, una extraña mezcla de miedo y resolución se apoderó de Cas y sofocó la risa.
Ella respiró hondo. —Así que ahora supongo que no hay nada que hacer más que esperar.

HORAS MÁS TARDE, mientras los demás dormían irregularmente a su alrededor, Cas se sentó a
mirar el oscuro pasillo que se extendía lejos de su celda.
No se movió cuando una puerta se abrió a la distancia, derramando luz hacia ella. Apenas
respiró cuando los pasos se acercaron. No quería despertar a sus amigos, para alarmarlos, espe-
cialmente a Nessa, quien estaba bastante segura de que había llorado hasta quedarse dormida.
Se puso de pie y fue a encontrarse con dos guardias que se acercaban.
—Lady Sarith necesita a su sirvienta, —anunció el guardia que llevaba las llaves.
Ella asintió y miró hacia atrás por última vez justo cuando los ojos de Zev se abrieron. Ella
le advirtió en silencio y quietud con una mirada, y luego se fue en silencio con los dos hombres.
Podía sentir a Zev observándola irse, casi podía sentirlo luchando contra el impulso de tratar
de perseguirla. Ella no miró hacia atrás. Ella no quería animarlo.
Los guardias la condujeron a la misma habitación superior que antes; estaba empezando a sospechar
que estaban tratando de ver cuánto la cansaban haciéndola subir y bajar repetidamente las escaleras.

213
Lady Sarith ya estaba en la habitación, esta vez, inclinada sobre el escritorio y escribiendo
algo que ya tenía varios trozos de pergamino.
¿Una carta para Varen?
Cas decidió no preguntar.
—Escuché que estabas holgazaneando antes, —reprochó Lady Sarith, evitándole la más breve
de las miradas—. Y luego se me ocurrió que no tuvimos la oportunidad de discutir mis términos
y expectativas completas para ti, ¿cierto?
Cas escuchó un movimiento detrás de ella, lo que sonaba como si alguien fuera llevado a la
fuerza a través de la puerta. Ella Empezó a girarse para ver quién era, pero uno de sus guardias le
agarró la cara y la obligó a mirar hacia adelante.
—Ojos en la dama cuando habla, —gruñó.
—Así que pensé que debería dejar las cosas más claras, —continuó Lady Sarith, sin molestarse
en mirar a Cas esta vez—, para que no olvides a quién sirves ahora y cuáles serán las consecuencias
de tu insubordinación.
Más movimiento detrás de ella, y finalmente apareció la fuente: una mujer elfa empuñando
una espada ancha llegó primero, seguida por dos guardias con un joven asegurado entre ellos.
Cas contuvo el aliento cuando su mirada se posó en el rostro familiar de ese hombre.
Jeras. Ese era su nombre. Soryn lo había presentado como uno de sus soldados más fieles. Y
había servido a Cas con la misma fidelidad: había sido el primero en ofrecerse como voluntario
para continuar hacia Moreth con ella, y ya se había comprometido a marchar hacia las costas del
norte con ella. Tenía una familia en Olan, ella lo sabía, pero entonces se dio cuenta de que había
demasiadas cosas que no sabía acerca de este hombre que había arriesgado todo para seguirla.
Cosas que nunca aprendería.
Su muerte fue rápida.
La espada se clavó en su pecho, y la mujer elfa la retorció tan profundamente, con tanta saña, que
Cas se sorprendió al no ver el corazón de Jeras atrapado y clavado en la hoja cuando finalmente la retiró.
Cas cayó sobre una rodilla. Su estómago se revolvió, su cara estaba enrojecida por el sudor y
toda su atención se centró en tratar de no vomitar. Hizo una mueca al oír el cuerpo de Jeras des-
plomándose y golpeando contra el suelo.
—Ahora, tienes... unos diez o más aliados en las bodegas de abajo, ¿creo? —preguntó Sarith—.
Y podría elegir a cualquiera de ellos en cualquier momento, si pones a prueba mi paciencia. Lo
único difícil, al menos para mí, será decidir quién es el siguiente.
La idea de que alguien más sufriera este destino era lo único que podría haber llevado a Cas
a hablar en ese momento. Tragó la bilis que ardía en la parte posterior de su garganta y dijo, —La
elección no será necesaria. Yo... no pondré a prueba tu paciencia.
—Bien. Ahora levántate.
Se levantó con piernas temblorosas, tratando de mantener la mirada al frente, mirando, pero
sin ver. Pero incluso cuando trató de difuminar su entorno, la sangre en el suelo permanecía bri-
llante y clara mientras se filtraba hacia ella.
Todavía estaba peligrosamente cerca de enfermarse.

214
—Los pasillos estarán llenos de gente esta noche, aquí para presentar sus respetos. No puedo
permitir que me causes ningún problema adicional.
Aquí para presentar sus respetos...
El corazón de Cas latió más fuerte cuando recordó su plan, los ritos funerarios serían una
oportunidad para acercarse al cuerpo del príncipe.
Y no importaba lo enferma que se sintiera, no podía desviarse de ese plan.
Su voz estaba silenciosamente entumecida, una imitación perfecta de una sirvienta rota,
cuando preguntó, —¿Debería ayudar a preparar la sala del trono para más visitantes?
Lady Sarith dejó a un lado la carta y la pluma, y se puso de pie. Los guardias que sostenían a Cas
la sujetaron con más fuerza, obligándola a enderezarse más, mientras su matriarca se acercaba a ellos.
Lady Sarith agarró el rostro de Cas entre sus elegantes dedos, inclinándolo de un lado a otro,
inspeccionando los moretones que había dejado la dama de su corte. Una sonrisa complacida se
extendió por su propio rostro mientras lo hacía. Cas sólo podía imaginar qué clase de pensamientos
retorcidos había detrás de esa sonrisa.
—¿No será terriblemente incómodo para ti? —No era una pregunta sino más bien una decla-
ración alegre, una que encajaba perfectamente con su desconcertante expresión.
Cas bajó la cabeza. Eso debería ser terriblemente incómodo para ella. Pero asumió que eso
sería precisamente lo que haría que Lady Sarith accediera a ello.
Y así fue.
—Sí, —aceptó la dama después de un momento de reflexión—. Creo que todavía hay algunas
tareas degradantes que debes realizar en esa habitación. —Ordenó a los guardias que llevaran a cabo
este plan y luego volvió a su escritorio sin volver a mirar a Cas o al cuerpo sangrante entre ellos.

215
Capítulo Veintisiéte

Traducido por Kasis


Corregido por Crisvel R

UN EXTRAVAGANTE DESPLIEGUE ESPERABA A CAS EN LA SALA DEL TRONO.


Los tronos en sí estaban ocultos a la vista por una plataforma recién colocada, una que esta-
ba cubierta con los colores reales de Moreth, azul marino y plata, con escaleras que conducían al
cuerpo del príncipe Alder. La sala estaba rodeada por un patio y extensos jardines en tres lados,
y normalmente estaba abierta a la vegetación exterior, pero ahora se habían colgado telas blancas
sobre las salidas. La ligera brisa empujaba las telas. Con el crepúsculo que caía lanzando un brillo
púrpura a través de ellos, hicieron que Cas pensara en espíritus inquietos.
Y alrededor del cuerpo inmóvil del príncipe había antorchas espaciadas uniformemente,
iluminando ofrendas, todo, desde comida, libros, obras de arte, todo destinado a recuperar su
espíritu inquieto.
Los elfos de Moreth creían que sus almas podían regresar al reino de los mortales si así lo
deseaban. La elección preferible, según algunos, porque ya no podían entrar en ninguno de los
cielos. Pero a veces las almas iban a la deriva hacia esos cielos, de todos modos, y luego se perdían
después de ser rechazadas. Las antorchas estaban destinadas a guiarlos de regreso al reino de los
mortales; los ofrecimientos estaban destinados a convencerlos de que se quedaran aquí.
La mayoría de los elfos de Mistwilde, como lo entendía Cas, consideraban estas ideas tontas; la
inmortalidad de las almas se había detenido cuando su relación con lo divino se agrió, según ellos.
Los muertos no tenían un lugar en ningún reino sólido, mortal o de otro tipo, sino que se perdían
en Eligas: el vacío entre los mundos. Tal vez por eso Sarith permitió que este ritual continuara; no
le preocupaba que su esposo regresara para perseguirla. Estaba más preocupada por apaciguar a
cualquier partidario vivo de ese príncipe y por interpretar el papel de una esposa inocente y afli-
gida, por poco convincente que fuera su actuación para cualquiera que prestara atención.
Cas había recibido órdenes de poner las mesas a lo largo de la habitación con mucho vino, y
también de arreglar todas esas ofrendas para el príncipe de una manera agradable.
Lady Sarith no había especificado qué quería decir con agradable.
Pero Cas sospechaba que cualquier cosa que hiciera estaría mal, y luego sería usada como
una excusa para castigarla, así que no se demoró en eso. Todo lo que le importaba era usarlo como
una oportunidad para acercarse al cuerpo del príncipe.
La sala estaba escasamente poblada por el momento. Sólo había unos pocos sirvientes y un
puñado de guardias, uno de los cuales era el general Kolvar. Sutilmente trató de llamar su atención,
sólo para ver si podía. Pero él seguía desviando su mirada, como lo había hecho antes en la oficina.
Sospechaba que su rostro magullado e hinchado lo incomodaba.
La mayoría de los habitantes en la habitación se mantenían alejados de la plataforma. De
vez en cuando alguien llegaba con más ofrendas, pero las dejaban en las mesas junto a la puerta
principal, esperando que Cas o alguno de los otros sirvientes las llevara al lado del príncipe.
Esperó una pausa en estas entregas, y luego recogió una de esas ofrendas: una canasta de
algún tipo de fruta de olor empalagoso y dulce, y comenzó lo que parecía una caminata muy larga
hacia la plataforma.
Sus músculos amenazaron con engarrotarse a medida que se acercaba a él, pero siguió ade-
lante. Hizo una pausa, con un pie en el último escalón, e inclinó la cabeza. En parte porque estaba
tratando de recomponerse a sí misma y a su magia, pero también debido a una repentina y fuerte
oleada de culpa que se apoderó de ella.
Era imposible no pensar en cuál podría haber sido el destino del príncipe Alder si ella no
hubiera entrado en su reino. Si ella no lo hubiera convencido para que le jurara lealtad, aún él po-
dría estar vivo.
Al igual que Jeras y muchos otros soldados que habían luchado junto a ella.
¿Cuántos más se cobrarían sus guerras?
¿Valdría la pena al final todo este derramamiento de sangre y violencia?
Se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Dejando de estremecerse. Sigue respi-
rando, se ordenó a sí misma. Sigue moviéndote. Ella no podía saber el final a menos que siguiera moviéndose.
Se repitió esas palabras una y otra vez para sí misma mientras dejaba su canasta y extendía
su mano.
Sus dedos temblaron cuando rozaron el pálido brazo del príncipe.
Su piel era más cálida de lo que esperaba, y no tan rígida como pensó que debería haber sido;
se preguntó si era algún tipo de magia élfica para el trabajo. Ciertamente habían hecho algo, mágico
o no, para ocultar las horribles heridas que había sufrido su cuello. Aparte de estar más pálido que
de costumbre, parecía casi como si todavía estuviera vivo.
Se sintió inquieta por ello, y eso fue todo lo que sintió al principio.

217
Por mucho que se concentrara, su magia no se elevaba, y no sintió ni vio nada de los últimos
momentos del príncipe Alder.
Una puerta se abrió en algún lugar detrás de ella. Luchó contra el impulso de saltar. Cada
pequeño sonido parecía una señal de un desastre inminente para su mente ansiosa.
Sigue respirando.
Fingió reorganizar algunas de las ofrendas en la plataforma durante varios minutos, todo
mientras trataba de calmar sus nervios y solidificar su magia.
Luego lo intentó de nuevo.
Y otra vez.
En su cuarto intento, cuando su mano cubrió la del Príncipe Alder, finalmente sucedió: La
sensación familiar de la magia de la Muerte creció dentro de ella. Tomó un tiempo angustiosamente
largo en construirse; podía sentir cómo los aires de este reino intentaban entretejerla, separarla
antes de que pudiera hacer algo con él.
Cerró los ojos, esforzándose más por concentrarse.
Se imaginó a sí misma y al príncipe como seres separados de este reino y su aire opresivo.
Pensó en una burbuja de magia de la Muerte envolviéndolos, amoldándose contra ella hasta que su
poder palpitante latía al compás de su propio corazón. Sonidos e imágenes comenzaron a filtrarse
en su mente con cada pulso. Un torrente confuso de susurros, una rápida sucesión de rostros y lu-
gares, demasiado para clasificar. Se sintió notablemente como el comienzo de un ataque de pánico,
y esto fue quizás la única razón por la que logró respirar a través de él y mantenerse concentrada;
ella había experimentado peores ataques.
Y cuando abrió los ojos, no fue la sala del trono lo que vio ante ella.
Una habitación inundada de luz solar. Una puerta hecha de paneles de vidrio. Un patio, un escritorio
lleno de comienzos de cartas y contratos. Y luego una voz, la propia voz del príncipe Alder...
—¿Quién eres?
Un ser se paró frente a él, mitad elfo, mitad humano, toda la rabia en sus ojos. Laurent. Esos ojos le
recordaban a los de su padre. Tan severo, tan frío, tan familiar...
Pero un sentimiento inquietante había florecido en el pecho del príncipe Alder. Algo que le dijo que esos
ojos le estaban jugando una mala pasada.
—¿Dónde está mi hermano? —preguntó.
Aquel truco ante él sonrió y alcanzó la espada en su cadera.
Cas escuchó pasos, en el presente, no sofocados por la pesada burbuja de su magia, y nuevamente
apartó la mano del Príncipe Alder. El mareo la inundó cuando su conexión con su magia se rompió.
Empezó a alcanzar algo, cualquier cosa para agarrarse a sí misma.
Alguien más ya estaba acercándose a ella.
Una mano se cerró alrededor de su brazo y la apartó de los escalones: otra de las íntimas
confidentes de Lady Sarith. Sus ojos verde veneno recorrieron el rostro de Cas, dudando durante
un tiempo aterradoramente largo sobre la marca del Dios Oscuro.
¿Esa marca estaba reaccionando de alguna manera, anunciando el hecho de que había estado
usando magia?

218
—Tienes mesas que poner, sirvienta, —se burló finalmente la elfa.
Cas no discutió.
Se apresuró y rápidamente se perdió en los movimientos repetitivos de colocar una copa de
vino tras otra. Sus pensamientos daban vueltas y vueltas, tratando de descifrar lo que había visto.
Parecía que no se había equivocado sobre lo que había sentido mientras limpiaba esa sangre
antes; había algo raro en el Laurent que había sacado esa sangre.
No era inusual que una persona se disfrazara en este imperio: había usado muchos cristales
de tipo Mimic en el pasado para cambiar su propia apariencia. Y esos cristales eran una forma
corrupta de magia divina de algunas leyendas vinculadas a los elfos, así que ¿tal vez esas cosas
podrían funcionar mejor que la magia verdadera en este reino?
Por otra parte, ella no había visto ninguno de esos cristales aquí. Y si había un proveedor de
esas cosas en este lugar, o un alijo oculto de ellos en cualquier lugar, sospechaba que Zev las habría
descubierto a los pocos días de su llegada; tenía talento para encontrar cosas corruptas y cuestionables.
¿Pero no había mencionado Alder algo con un poder similar a la magia del espíritu Mimic?
Un tipo de fruta, cosechada en las estribaciones de las Montañas Bloodstone...
La palabra vino a ella después de un momento de pensamiento: bayas de Abseth. Le había ofre-
cido una la otra noche en el banquete. Era una de las cosas con las que se divertían los de su especie.
Se le erizó la piel, y un sudor frío la recorrió al darse cuenta de que se acercaba a la verdad.
Era una victoria, y sin embargo...
Ella no sabía qué hacer con esa verdad mientras estaba rodeada de enemigos, con todos sus
aliados de confianza desaparecidos o encerrados. Y era sólo cuestión de tiempo antes de que el
estado de ánimo de Lady Sarith cambiara, y luego ella misma sería arrojada de nuevo a prisión.
Ella necesitaba ayuda de afuera de esta prisión.
Su mirada se desvió hacia Príncipe Alder, y su corazón se encogió dolorosamente al recordar
más de esa conversación que habían tenido la noche del banquete.
Sigo buscando aliados, le había dicho ella.
Tenían que haber más dentro de este palacio. Lady Sarith podría haber dicho lo contrario,
pero Cas se negó a creerle.
Así que su próximo plan, decidió, era encontrar alguna manera de escribir una nota que
pudiera pasar discretamente a alguien. Sería más seguro que tratar de hablar en un palacio lleno
de seres con sentidos por encima del promedio.
Volvió a mantener la cabeza gacha y arreglar las copas de vino, haciendo todo lo posible para
no llamar la atención mientras ella planeaba en silencio una forma de enviar un mensaje.
Cada pocos minutos traían más ofrendas, muchas de ellas colocadas en esas mesas cerca de
la entrada principal de la sala. Cas se dirigió lentamente hacia esas mesas, acercándose lo suficiente
como para poder examinar su contenido con cierta sutileza.
¿Qué podría usar ella?
Más guardias parecían estar llegando junto con esas ofrendas. Su corazón saltó más rápido,
preguntándose si ella era la razón de ello. Esa mujer elfa la había visto demorarse en el Príncipe

219
Alder durante demasiado tiempo, ¿no? La había dejado ir, pero había convocado a más guardias
para que la vigilaran más de cerca, y ahora...
Cas se obligó a centrar su atención en las mesas.
¿Qué diablos podría usar ella?
El par de guardias más cercanos a ella miraron hacia otro lado por un momento, y ella hizo
su movimiento. Tomó con cuidado uno de los libros de la mesa de ofrendas y fingió estar exami-
nándolo. Y aunque le dolió hacerlo, en silencio sacó una de sus páginas sueltas, la dobló y guardó
en el bolsillo de sus pantalones. También tomó un puñado de bayas de color púrpura oscuro de
un tazón cercano, y luego recogió todo el tazón, lo llevó a la plataforma del príncipe y lo colocó
entre las otras ofrendas.
Siguió moviéndose después de esto, de vuelta al trabajo de preparar vino y otros refrigerios.
Se dirigió a una mesa en la esquina trasera de la habitación.
Después de esperar para asegurarse de que ningún guardia la siguiera, sacó la página del
libro y una de las bayas. Abrió la pulpa de la baya y untó su jugo sobre la página, probándola.
Estaba sucio, pero lo suficientemente oscuro como para verse por encima del tipo de letra existente.
Después de lanzar algunas miradas cautelosas a su alrededor, garabateó tres líneas:
asesino disfrazado.
¿bayas Abseth?
¿el verdadero Laurent...?
Esperó a que la tinta improvisada se filtrara por completo en la página y luego volvió a guardar
la nota en el bolsillo. Mientras se alejaba de la mesa, sus ojos escanearon la habitación, buscando a
uno de esos ayudantes que tan desesperadamente quería creer que existían.
Y su mirada finalmente se posó, una vez más, en un rostro familiar.
General Kolvar.
Él parecía estar siguiéndola a donde quiera que fuera hoy. Todavía tenía que involucrarse,
intervenir con cualquiera de sus castigos. Pero ella no había olvidado lo disgustado que se había
visto antes cuando se dio la vuelta en la oficina. Tampoco había olvidado la forma en que el Príncipe
Alder había hablado tan bien de él.
Es cierto que no era mucho para seguir adelante. Mucho había cambiado durante el último
día. Y si se equivocaba, si Lady Sarith le llegaba la noticia de lo que estaba haciendo...
Ella podía imaginarse las consecuencias con demasiada claridad. Cada uno de sus amigos
con una espada empalándolos. Como Jeras. Como Asara. Como...
Dioses.
Apenas podía respirar, de repente.
—Criada, —llegó la dulce voz enfermiza de esa mujer que la había agarrado antes—. A Lady
Sarith le gustaría verte en su oficina.
El temor apretó el estómago de Cas. —Voy, —espeto ella, algo ronca.
Tenía que tomar una decisión.
Sacó la nota que había escrito de su bolsillo y la metió en su manga. Mientras caminaba por
las puertas principales, pasando junto al general y dos guardias con los que estaba conversando
en voz baja, se tropezó.

220
La conversación se detuvo cuando ella golpeó el suelo. Aterrizando torpemente sobre su codo, y
el dolor recorrió su brazo, causando que dejara escapar un silbido que no era del todo una actuación.
Uno de los guardias se rio. El general Kolvar no emitió ningún sonido.
Mientras Cas yacía allí, agarrando su codo palpitante, él simplemente la miró fijamente. Su
mirada rayaba en la crueldad. Por un momento pensó que podría haberlo juzgado mal. Terriblemente.
Pero luego extendió la mano y la ayudó a levantarse.
Ella presionó la página arrugada en su palma antes de alejarse rápidamente.

221
Capítulo Veintiocho

Traducido por Kasis


Corregido por Crisvel R

PASARON DOS DÍAS MÁS.


El general Kolvar no le devolvió el mensaje, y ella apenas lo vio, nada más que un vistazo oca-
sional distante, mientras intentaba sobrevivir a las crueldades y complejidades de su servidumbre.
Sobrevivió a los días con relativamente pocos altercados, en gran parte porque Lady Sarith estaba
ocupada en asegurar su dominio en la corte. Cas había escuchado que varias personas comenzaban
a referirse a ella como la Reina Sarith, y cada vez que escuchaba ese título, se sentía como si alguien
tirara de un cuchillo sobre los delgados hilos de su esperanza, deshilachándolos un poco más.
Aún se aferraba a esos hilos, pero ahora estaba constantemente anticipando su ruptura com-
pleta y sólo esperando la caída que vendría después.
A medida que el segundo día se acercaba a su fin, le ordenaron que fuera a una gran sala de
estar e instruyeron que fregara los pisos.
Dos miembros del círculo íntimo de Sarith observaban su trabajo, sentados en sofás de ter-
ciopelo y bebiendo de delicadas copas mientras conversaban en su idioma nativo. A juzgar por
los resoplidos ocasionales de risa y las miradas altivas lanzadas en su dirección, Cas asumió que
estaban discutiendo sobre ella.
Ella los ignoró lo mejor que pudo.
Mirando a hurtadillas el reflejo en su ventana, tratando de verificar el progreso de curación
de los moretones en su rostro, cuando vio al General Kolvar entrando en la habitación.
Caminando directamente hacia ella.
Siguió fregando el suelo, haciendo todo lo posible por pasar desapercibida.
Él hizo una pausa e hizo una ligera reverencia a las damas de la corte de Sarith antes de
señalar con la cabeza a Cas.
—Dos de los mozos de cuadra se han enfermado, —señaló—, y los establos que deberían haberse
estado cuidando están invadidos. Lady Sarith pensó que esta podría ser buena paleando mierda.
Una de las mujeres en el sofá se rio. La otra parecía levemente sospechar, pero finalmente asintió.
Cas se puso de pie lentamente, y el general la agarró bruscamente por el codo y la arrastró
fuera de la habitación.
Luchó por seguir el ritmo de sus largas zancadas mientras se abrían paso por los pasillos, y
finalmente salieron a través de una serie de puertas dobles hacia un amplio jardín. El aire fresco
de la tarde picaba su piel. Pasaron por la misma zona en la que ella y Elander habían bailado, y su
pecho se sintió como si fuera a hundirse. Habían pasado sólo unos días desde que lo había visto,
pero se sentía como si fuera otra vida.
Otro hilo de su esperanza se deshilachó y se rompió.
Finalmente, llegaron a un rincón relativamente aislado de los jardines, momento en el que
Kolvar dejó de molestarla. La empujó hacia un seto alto, prácticamente dentro del seto. Luego miró
por encima del hombro varias veces, volvió a mirarla y anunció:
—Él vive.
Estaba demasiado sorprendida, y abrumada por el alivio, para responder de inmediato.
—Ha estado encerrado en una sección del palacio que no hemos usado en años. Ni siquiera
sabía que su hermano estaba muerto.
Las palabras de Cas temblaron levemente cuando finalmente logró hablar.
—¿Podemos llegar a él? Qué pasa...
—No puedo llevarte con él ahora. Es muy peligroso. Pero solo quería que lo supieras.
Empezó a darse la vuelta y alejarse, pero Cas lo agarró del brazo y lo mantuvo quieto.
—Me ayudaste, —exclamó ella.
Él se soltó de su agarre y desvió la mirada.
—Busqué la verdad junto a ti, nada más. Lo que hagas con eso, depende de ti.
Su voz era tan fría como siempre, pero Cas estaba convencida de que no se había equivocado
acerca de su lealtad a su príncipe muerto. Lo cual, por extensión, parecía significar que podría ser
leal a ella.
—Te vi apartar la mirada cuando esa mujer me golpeaba en la oficina el otro día, —añadió.
Él no respondió.
—No estás de acuerdo con lo que está haciendo Lady Sarith.
—Hay muchos en esta corte que no lo están. Muchos sospechan. Imagino que se avecinan
días oscuros por delante para este reino.
Cas decidió darle otra oportunidad. —Entonces dejemos este lugar. Juntos. Ayúdame a escapar
con mis amigos, junto con cualquier otra persona que no quiera llamar Reina a Sarith.
Se negó. —Ahora, son todos los subordinados de Lady Sarith los que rodean los terrenos. También
patrullan los bosques y las ciudades más allá. Los guardias que se negaron a mantenerte a ti y a
tus amigos como rehenes aquí, los leales al príncipe Alder, en otras palabras, están todos muertos.
Nadie entrará o saldrá de este reino sin una batalla que probablemente se convierta en una masacre.

223
—¿Cuántos de esos leales a Alder quedan?
Él dudó.
—¿Es suficiente tener alguna posibilidad de dominar a Lady Sarith y sus seguidores, suponiendo
que coordináramos adecuadamente tal movimiento?
—No todos los que no están de acuerdo con ella estarán listos para...
—¿Es suficiente?
Lanzó una mirada alarmada por encima del hombro, buscando a alguien que pudiera haberlos
escuchado.
Cas bajó la voz, pero siguió preguntando. —Si te quedas aquí, ¿qué crees que va a pasar? Si
Lady Sarith no te mata con sus manos, te prometo que su alianza con mi hermano terminará muy
mal para ti. Días oscuros por delante resultará un eufemismo.
Empezó a negar, pero se detuvo, claramente sin saber cómo responder.
—Escapa conmigo, —presionó—. Recoge tu espada y lucha. Por el bien de tu príncipe caído,
al menos. Me dijo que confiaba en ti más que en cualquier otro ser de este reino. Y confió en mí,
incluso sin ver todo el alcance de mi poder. Si puedes sacarme de este reino, te mostraré el alcance
de ese poder. Y no podrán detenernos en ese momento.
Sus ojos realmente se clavaron en los de ella quizás por primera vez. Los grillos cantaban, una
brisa fría agitaba su cabello y la noche parecía oscurecerse rápidamente y volverse más desesperada
mientras esperaba que él hablara.
Finalmente, suspiró y confesó, —No puedo garantizar mucha ayuda con este escape. Muchos
no están de acuerdo con Lady Sarith, y aún más sospechan de ella, pero también le tienen miedo.
No voy a poner un número de cuántos estarán dispuestos a pelear. No puedo hablar por ellos.
—Entonces al menos habla por ti mismo, —lo desafió—. ¿Estás conmigo o no?
Antes de que pudiera responder, les llegó una serie de sonidos aterradores: vestidos que crujían y
botas que tintineaban, y una conversación enojada, dirigida por una voz que Cas reconoció de inmediato.
Lady Sarith.
Ella irrumpió a la vista unos segundos después, seguida por las mujeres que habían estado
observando a Cas en la sala de estar. Una tercera persona se había unido a ellos también, la que
había dejado los moretones en la cara de Cas.
—Criada, —gritó Lady Sarith.
Cas le dio al General Kolvar una última mirada suplicante, y luego se alejó de él, he inclinó la
cabeza cuando Sarith se acercó a ella.
—Déjanos, —le gruñó Sarith al general.
El general no dudó. Cas eligió creer que no porque no quisiera, sino porque era lo suficiente-
mente inteligente como para no mostrar más señales de su posible alianza.
Aunque había una buena probabilidad de que no importara.
Lady Sarith lo miraba con desconfianza, y Cas se sintió brevemente paralizada mientras se
preguntaba si acababa de condenar a muerte a otra persona.
Una vez que estuvo fuera de su vista, Lady Sarith habló en voz baja y tensa, —¿Por qué estabas
hablando con el general Kolvar?

224
—Me informaba de un grupo de establos que necesitaban limpieza. Me pidió que lo ayudara con esto.
—¿De verdad?
—Sí.
—Otra pregunta, entonces. —Dio un paso más cerca, y Cas luchó contra el impulso de retro-
ceder—. Algunos de mis asesores más cercanos me dicen que has estado actuando… sospechosa-
mente. Hablando con personas con las que no tienes por qué hablar. Escabulléndote de formas que
no deberías. Aprovechándote de mí muy amable decisión de dejarte servirme, en otras palabras.
—No he hecho nada malo.
Lady Sarith convocó a sus tres seguidoras a su lado con un sutil movimiento de su mano, sus
ojos todavía en Cas. —Tú me acusaste de mentirosa el otro día, ¿no?
Cas decidió que era más seguro no responder a eso.
—Bueno, no te equivocaste. —Sarith inclinó la cabeza hacia un lado, estudiándola—. Pero, sabes,
lo que pasa con los mentirosos habituales… es que suelen ser buenos detectando otros mentirosos
habituales.
A lo largo de los bordes de su visión, Cas vio a la mujer que había lastimado su cara apartando
el abrigo que llevaba puesto, revelando una funda en su cadera. Sostenía un arma extraña; tenía una
empuñadura como una espada, pero cuando la retiró, tenía un accesorio flexible, como un látigo en
lugar de una hoja sólida. Al final de ese látigo había una púa de metal pequeña y brillante.
El Príncipe Alder había mencionado un arma así en una de sus incoherentes historias, pensó
ella; era un arma que los guerreros del Reino de Mistwilde eran conocidos por usar. No podía re-
cordar el nombre de esa.
Apenas podía recordar nada en ese momento, aparte de cuán fuerte la había golpeado esta
mujer el otro día.
—Ahora, dime otra vez de qué estaban hablando, —ordenó Lady Sarith.
Cas tragó saliva. Si decía la verdad, el general Kolvar sin duda sufriría por ello, y cualquier
posibilidad de que él pudiera ayudarla desaparecería.
Así que levantó la mirada hacia Lady Sarith y reveló, —Ya dije de qué estábamos hablando.
Ellas se miraron a los ojos durante un momento largo y tenso, hasta que Sarith llamó, —Nalia.
Las mujeres que sostenían la extraña arma dieron un paso adelante.
—Los mentirosos deberían ser castigados, ¿no? —preguntó Sarith.
Nalia aceptó esto con una inclinación de cabeza, y luego levantó el arma y se preparó para atacar.
Lady Sarith la detuvo levantando su mano.
—Ahora, ¿recuerdas lo que dije el otro día sobre tu desobediencia a mí? —preguntó a Cas—. ¿Y
sobre lo difícil que sería que me resultaría elegir a cuál de tus aliados quería matar a continuación?
Cas miró un árbol en flor detrás de Lady Sarith, deseando que sus ojos se desenfocaran, tra-
tando de alejarse del momento.
—Se me ha ocurrido una idea mejor, —continuó Lady Sarith—. Dejaré que tú elijas. Y, a cambio,
no te castigaré por tu comportamiento. Al menos no esta noche.
Cas no tuvo que preguntar cuál sería el precio por negarse a elegir.
Ella ya lo sabía.

225
Pero eso no le impidió decir en voz baja, —No lo haré.
Lady Sarith sonrió con complicidad, como si ésta fuera la respuesta que esperaba.
—Muy bien entonces, —aceptó, apartándose del camino de Nalia.
El primer golpe cayó sobre el pecho de Cas, abriendo un camino insoportable a través de él.
Un segundo latigazo lo siguió rápidamente, cruzando el camino que había hecho el primero. Luego
un tercero. Un cuarto. La púa de metal desgarraba la tela y la piel por igual. La sangre corría en
corrientes sinuosas debajo de su camisa, goteando entre sus senos, acumulándose en su ombligo
y su equilibrio se tambaleó mientras puntos negros bailaban en su visión.
—No la mates, —grito Sarith, sonando casi aburrida.
Nalia estuvo de acuerdo, y la siguiente orden vino de ella, —Extiende los brazos.
Cas se negó.
Era una tontería, pero a ella no le importaba.
No les daría más satisfacción de la necesaria.
Pero, de nuevo, su negativa no importó; las otras dos sirvientas de la corte de Sarith se ade-
lantaron, y cada una tomó uno de sus brazos y los mantuvo abiertos para recibir su castigo.
Nalia golpeó fuerte y rápido, una y otra vez. El látigo se envolvió alrededor de un brazo
y luego del otro, y la púa se clavó y luego se retiró violentamente. Siguió adelante hasta que las
mangas de la camisa de Cas quedaron hechos jirones, hasta que el camino debajo de ella cambió
de gris sólido a piedra roja empapada.
—Suficiente, —anunció finalmente Lady Sarith, justo cuando el látigo envolvía la muñeca
izquierda de Cas.
Nalia arrancó la púa por última vez, llevándose consigo un gran trozo de piel de Cas.
Y mientras la sangre goteaba hacia las yemas de sus dedos, Cas sintió que los últimos jirones
de su determinación se desvanecían con ella.
Esos puntos negros en su visión se arremolinaron, cegándola por completo, y cayó de cara
al suelo.

CUANDO CAS RECUPERO la visión, un torrente de confusión vino con ella.


Ya no estaba en los jardines. Ella se movía, pero sus piernas no; dos hombres la sostenían y
la arrastraban por unas escaleras, golpeándola contra los escalones sin tener en cuenta sus heridas.
Llevaron su cuerpo semiinconsciente a las profundidades del palacio y la arrojaron, sin decir
una palabra, de regreso a su celda de la prisión.
Zev dio un vistazo a la sangre que la cubría y luego corrió hacia los barrotes de esa celda,
arrojándose contra ellos. Los guardias simplemente aseguraron la cerradura y comenzaron a ale-
jarse, pero él continuó gritándoles, exigiendo que regresaran.
Ellos siguieron caminando.
Las demandas de Zev se convirtieron en insultos, una cantidad impresionante de ellos, en
las lenguas comunes tanto de Sundolia como de Kethra, así como algunas maldiciones nuevas
que Cas estaba bastante segura de que ha aprendido durante su estadía en este reino. Había fuego

226
danzando en algunas de las yemas de sus dedos. Más tenue de lo normal, pero aun así alarman-
temente brillante, lo suficientemente brillante como para generar más problemas.
Nessa y Rhea se pusieron de pie de un salto y le sisearon que se detuviera.
Él las ignoró y siguió gritando.
Cas pensó que podría desmayarse de nuevo por el esfuerzo de moverse. Pero a través de su
visión borrosa, vio que uno de los guardias se detenía. Él se giró, comenzando a sacar su arma,
y el pánico la puso de pie. Se lanzó sobre Zev, envolviéndose alrededor de su cintura y lanzando
todo su peso hacia atrás, arrastrándolo hacia abajo con ella.
—Que demo...
—Déjalos en paz, —gruñó ella.
Él se encogió de hombros, pero ella envolvió una mano en la parte delantera de su abrigo
y tiró de él para mirarla. Fue la última muestra de violencia lo que lo puso al borde del límite; él
empujó con la misma fuerza con la que ella había tirado, y luego rodaron por el suelo, arañándose
y balanceándose el uno al otro.
Rhea les gritó que se detuvieran, pero la ignoraron. Volvían a ser niños: huérfanos en el suelo
de su casa llenos de cosas robadas, heridos, confundidos y sin rumbo en su furia.
La pelea duró solo unos momentos, sólo hasta que Zev logró sujetarla debajo de él, y sus mi-
radas se encontraron el tiempo suficiente para que regresaran en sí. Él comenzó a inclinarse lejos
de ella, pero ella lo sujetó y mantuvo quieto.
—He visto morir a dos personas en los últimos días, —chilló con voz ardiendo—, y no veré
que te pase lo mismo.
Detrás de ella, los guardias seguían observando. Uno de ellos riéndose. El sonido amenazó
con encender esa furia dentro de ella de nuevo, pero no apartó la mirada de Zev.
Finalmente, escuchó el sonido de esos guardias alejándose.
Los ojos de Zev se giraron para seguirlos.
—Déjalos. Ser. —repitió Cas.
Lentamente volvió su mirada hacia ella.
—Si regresan por ti, otra vez, —espeto todavía jadeando—, los voy a matar. No necesitaré
fuego divino para hacerlo. Los destrozaré con mis propias manos. Y si muero en el proceso, que
así sea, siempre y cuando me lleve a algunos de esos cabrones conmigo al salir.
Y con eso, se puso de pie y caminó hacia la esquina de su estrecha celda, inclinó la cabeza y
cerró los ojos.

NO REGRESARON por ella.


No esa tarde, ni durante la noche, ni a la mañana siguiente.
Rhea estaba marcando el tiempo lo mejor que podía adivinar, arrastrando un trozo de piedra
por la pared y anunciando cada hora. Hasta ahora había llegado a las diecisiete.
Cas yacía completamente inmóvil en el duro suelo. En algún momento, Zev la cubrió con
su abrigo, tratando de que dejara de temblar. Se acurrucó con más fuerza debajo de él mientras
escuchaba el siguiente rasguño de Rhea.

227
Dieciocho.
Cas contó hasta dieciocho y luego retrocedió, golpeando cada número en un surco gastado en
el suelo a su lado. Y podría haberse quedado en ese mismo lugar durante las siguientes dieciocho
horas, dando golpecitos y cayendo en un estado de parálisis protectora, si no hubiera escuchado a
Nessa resoplar. Su estómago se retorció al escuchar el sonido.
Estaba sin fuerza, sin determinación, fuera de todo, en realidad. Pero por el bien de Nessa, se
sentó. Ella deslizó el abrigo de Zev para que cubriera sus mangas andrajosas y ensangrentadas, y
se arrastró hacia los barrotes que la separaban de Nessa.
—Hola, —dijo.
Nessa se sentó y se frotó la cara, tratando de borrar la evidencia de las lágrimas que pudieran
haber caído.
—Ayúdame a mantener la calma.
Nessa la miró fijamente.
—No puedo.
—Sí, tú puedes.
—La magia de los elfos es demasiado sofocante. Lo intenté...
—Esfuérzate más, —espetó Cas, lo suficientemente feroz como para dejar a Nessa demasiado
sorprendida como para discutir, que era precisamente lo que había estado tratando de hacer, porque
hizo que el enfoque de Nessa cambiara del miedo al movimiento.
Cas puso su mano en los barrotes.
Nessa hizo lo mismo, y después de varias inhalaciones y exhalaciones lentas y temblorosas,
la marca en forma de pluma en su piel parpadeó. Era suave, pero brillante en la oscuridad, y se
desvaneció rápidamente. El aire a su alrededor seguía siendo frío y pesado. Cas actuó como si se
sintiera más ligera, de todos modos, quitando la tensión de sus hombros y sentándose tan derecha
como pudo.
Nessa reflejó esa postura y la ayudó un poco a concentrarse; la magia que fluía de ella se hizo
más poderosa. Todavía no lo suficiente como para calmar los nervios de Cas, de la forma en que
esta magia de Plumas usualmente lo hacía, pero al menos era una distracción para ambas.
Después de unos minutos de este ejercicio, la respiración de Nessa ya no era inestable y las
lágrimas que brillaban en sus ojos desaparecieron.
—Vamos a llegar al otro lado de esto, ¿de acuerdo? —espeto Cas.
Nessa asintió y se acostaron, una frente a la otra, tomadas de la mano a través de los barrotes
que las separaban.
Pasó más tiempo, tanto tiempo que Rhea finalmente dejó de contar, desplomándose contra
la pared y se durmió.
Cas casi se había quedado a la deriva otra vez, cuando de repente escuchó una conmoción en
algún lugar del palacio de arriba. Se incorporó, parpadeando pesadamente. Zev estaba de pie en
la puerta de su prisión, con la mirada fija en la tenue luz de la escalera al final del pasillo.
—Algo está pasando arriba, —anunció.

228
Escucharon juntos. Ella se tensaba cada vez que el ruido se acercaba a su prisión. Si Lady Sarith
estaba haciendo algún tipo de alboroto allá arriba, las posibilidades de que esa furia se volviera
contra ella eran muy altas, sospechaba Cas.
Pero, aunque el ruido no se calmó, nadie vino a llevarla, ni a ninguno de sus amigos.
Nadie vino en absoluto. Ni a llevar comida, ni agua, ni castigo.
Pasó al menos otra hora.
Y luego otra.
—¿Simplemente nos van a dejar aquí abajo y nos matarán de hambre? —Nessa se preguntó.
—No, —respondió Cas, poniéndose de pie y caminando hacia la puerta de la celda—. No
vamos a dejar que eso suceda. —Sus manos se movieron arriba y abajo de las barras al lado de
esa puerta, midiendo su grosor. Empezó a preguntarle a Zev si creía que podía manejar suficiente
magia para ablandar el metal, cuando Rhea se levantó de repente y caminó hacia ellos como si
estuviera en trance. Sus ojos estaban suavemente cerrados, revoloteando debajo de los párpados,
y sus labios estaban ligeramente separados.
Era la mirada que normalmente adoptaba cada vez que intentaba concentrarse en algo que
Silverfoot le enviaba.
—¿Qué es? —preguntó Zev.
Abrió los ojos y Cas creyó ver el más leve rastro de una sonrisa esperanzada en el rostro de
su amiga.
—La ayuda está llegando.
Hubo un fuerte golpe contra la puerta en la parte superior de las escaleras, y un momento
después la puerta se abrió. Varias figuras corrieron hacia el rellano. Al principio estaban oscurecidas
por la luz detrás de ellas, pero cuando Cas entrecerró los ojos hacia esa luz, vio un rayo plateado
y negro que salía disparado de ella.
Un zorro.
Laurent lo siguió un instante después, con el general Kolvar y otros dos soldados de expresión
sombría detrás de él. Los brazos de todos ellos estaban llenos de armas, incluido el arco de Nessa
y el bastón de Rhea. El general también tenía las llaves de las puertas de la prisión, y sin siquiera
saludar se puso a trabajar para abrir esas puertas.
La mirada de Cas se encontró con la de Laurent mientras caminaba hacia la libertad. Mil
preguntas surgieron en su mente, pero no pudo sacar ninguna de ellas.
—Es hora de irse, —ordenó, presionando una espada en sus manos.

229
Capítulo Veintinueve

Traducido por Kasis


Corregido por Crisvel R

TODOS SUS ALIADOS FUERON LIBERADOS Y ARMADOS EN MINUTOS, y juntos corrieron


hacia las escaleras.
Cuando irrumpieron en la habitación en la parte superior, se encontraron casi de inmediato
con una ola de soldados igualmente armados.
Tres soldados corrieron hacia Cas. El primero fue detenido por una flecha, rápida y perfecta-
mente colocada sobre el collar de cuero que protegía su garganta. El trabajo de Nessa, asumió Cas,
aunque no tuvo tiempo de mirar, ya que los otros dos soldados estaban sobre ella.
Laurent tomó uno de esos, agarró su hombro y lo estrelló contra la pared, luego lo siguió
hundiendo su espada en el estómago del hombre.
Cas manejó al último de ellos, esquivando su golpe antes de cortarle el muslo, apuntando a
la arteria vulnerable dentro de él. Los demás estaban involucrados en batallas similares cerca, y el
suelo pronto estuvo manchado de sangre y cubierto de cuerpos caídos.
Cada habitación revelaba más cuerpos: caídos y de otra manera. Podría haberse vuelto abru-
mador muy rápidamente, pero la sensación de una espada en su mano había hecho maravillas con
su agotado cuerpo y la mente de Cas. Eso, y la sensación familiar de luchar junto a sus amigos.
¿Cuántas veces habían luchado para salir de los problemas, espalda con espalda, justo así?
Era la única cosa que no había cambiado durante estos últimos meses infernales, y eso levan-
taba su corazón y la empujaba hacia adelante.
El bastón de Rhea barrió primero todas las habitaciones. El aire élfico parecía tener poco
efecto en el poder del bastón: emitía más que suficiente para poner en guardia a la mayoría de
sus oponentes, dándoles una ventaja preventiva en cada batalla en la que participaban. Un muro
de fuego les precedía en cada una de estas batallas, y cuando se extinguió lo suficiente como para
revelar a sus enemigos quemados y asustados, Cas y los demás avanzaban a través del humo y las
cenizas, balanceando sus espadas.
Ellos quemaron y abrieron su camino lejos de la prisión, cuarto por cuarto.
Finalmente, llegaron a un tramo despejado del pasillo, donde aminoraron el paso lo suficiente
como para ordenar el resto de su plan.
—Tenemos caballos listos y esperando, —indico el general Kolvar mientras los dirigía hacia
adelante—, y mis soldados han estado haciendo todo lo posible por despejar el camino. Tendremos
que ir al bosque, al camino que conduce a la parte trasera de los establos. La ruta más directa está
invadida por la lucha en este momento.
Los guio fuera del palacio y a través del patio, sobre un pequeño puente, y hacia los árboles.
No era un bosque propiamente dicho, Cas podía ver claramente las luces de la ciudad de
Galizar al otro lado, pero era lo suficientemente denso como para silenciar los sonidos de la batalla
y hacer que se sintiera extrañamente alejada de lo que estaba sucediendo en el palacio.
El camino por el que corrían estaba en mal estado, invadido por ramas rebeldes y zarzas rastreras
que arañaban y atrapaban su cabello y ropa. Pero en su mayor parte estaba vacío de otras personas,
y después de unos minutos de correr y empujar, la parte trasera de los establos quedó a la vista.
El sonido de una pelea detrás de ella hizo que Cas se detuviera. Se dio la vuelta para ver que de algu-
na manera habían superado a la mayoría de los demás, y ahora sonaba como si estuvieran en problemas.
Alguien saltó al camino frente a ella en el siguiente instante.
Ella se tambaleó hacia atrás lo suficientemente rápido como para levantar su espada y bloquear su
hoja, pero su pie se enganchó en una raíz mientras lo hacía, haciéndola tropezar y agacharse torpemente.
Recuperó el equilibrio y miró hacia arriba justo a tiempo para captar un destello de acero a
la luz de la luna. Su espada volvió a levantarse, alcanzando apenas la de su atacante, y la empujó
hacia abajo en una posición aún más incómoda.
Casi pierde el equilibrio cuando una flecha se hundió en el ojo derecho de su atacante. El
hombre cayó hacia atrás, aullando como un loco, y Cas salió corriendo.
Nessa apareció en el camino detrás de ella, su mirada dura e inflexible mientras colocaba otra
flecha. Empezó a apuntar al hombre, pero vaciló al verlo caer de rodillas y rodar.
Laurent llegó y terminó el trabajo, sacando al hombre de su miseria con un rápido golpe en
la garganta antes de recoger la flecha ensangrentada de Nessa y ofrecérsela de nuevo.
—Gracias, —agradeció Cas a ambos, desviando la mirada del hombre muerto y su rostro
empapado de sangre.
Los demás los alcanzaron un momento después: Zev estaba sangrando mucho por el hombro,
pero insistió en que siguieran corriendo y nadie discutió.
Una batalla a gran escala se estaba librando frente a los establos; Cas sólo la vio brevemente
antes de ser conducida a la parte de atrás, donde estaban esperando los caballos prometidos.
No perdieron el tiempo siendo quisquillosos con las monturas.
Cas se subió a la espalda de una bestia gris plateada con ojos salvajes; parecía lista para correr.

231
Eso hizo a dos de ellos. Había otra espada y vaina colgando de su silla, por lo que arrojó la otra a
un lado antes de tomar las riendas.
—Más ayuda está esperando en el borde de Galizar, —afirmó el general Kolvar mientras
montaba su propio caballo. Los condujo en círculos, asentándolos, mientras el resto de sus aliados
se subían a las sillas.
Luego salió disparado hacia las puertas que conducían a la mencionada ciudad.
Cas y los demás lo siguieron. Los sonidos de las espadas chocando y los gritos de los mori-
bundos se hicieron cada vez más silenciosos.
Mientras atravesaban la última de las puertas que se mantenían abiertas para ellos, Cas
creyó escuchar lo que sonaba como un grito de furia, no del miedo a morir, un sonido horrible y
estridente que le revolvió el estómago.
Por supuesto, no tenía forma de saber quién lo había gritado.
Pero algo le dijo que Lady Sarith aún vivía.
El arrepentimiento la atravesó, pero ¿qué podían hacer sino seguir adelante?
Llegaron al borde de la ciudad de Galizar en cuestión de minutos. Una vez allí, detuvo brus-
camente a su caballo, porque la vista frente a ella la dejó sin aliento.
Ella le había pedido al general Kolvar cien soldados para que la escoltaran a las costas del
norte, y había al menos otros tantos esperándola aquí, manteniendo las puertas abiertas para el
último tramo de su escape. Puede ser hubieran más; no se detuvo a contarlos.
Ella instó a su caballo a galopar y corrió a través de esos soldados, y cayeron en filas ordena-
das, y la siguieron a las tierras estériles que rodeaban el reino de Moreth.
Cabalgaron durante varias millas, y pronto Cas pudo sentir que el aire comenzaba a cambiar.
A enrarecerse. El control opresivo sobre su magia se hizo más débil y su cuerpo se estremeció con
el poder del despertar.
Llegaron al lecho de un río que estaba casi seco, su agua turbia casi no se distinguía de la
tierra gris que la rodeaba.
El general Kolvar ordenó a su compañía que se detuviera el tiempo suficiente para reajustar
su rumbo y dar de beber a sus caballos. Hubo una breve discusión sobre qué ruta tomar hacia las
costas del norte, y mientras continuaban las discusiones sobre el asunto, Cas dejó a su caballo para
beber y fue con cada uno de sus amigos, para ver cómo estaban.
Encontró a Rhea y Nessa atendiendo el hombro de Zev, que afortunadamente no estaba tan
gravemente herido como sugería toda la sangre.
Después de dejarlos, finalmente tuvo un momento para abrazar a Laurent. Intentó hablar
varias veces, decirle que lo sentía por su hermano, por todo. Pero fue como antes, en el calabozo;
tenía la boca demasiado seca y su corazón demasiado abrumado para permitirle hablar.
Él encontró su voz primero.
—Demasiado para la feliz reunión familiar, ¿eh?
Ella se las arregló para soltar una risita ahogada antes de volver a abrazarlo. Cuando ella se
alejó esta vez, él estaba frunciendo el ceño a algo detrás de ella.
—Compañía, —escuchó murmurar al general Kolvar.

232
Se dio la vuelta y vio un grupo de jinetes a la distancia, levantando polvo mientras corrían
hacia ellos.
—Y quién sabe cuántos más podrían estar siguiéndonos, —agregó el general—. Estamos mejor
tratando de dejarlos atrás en lugar de pelear.
Cas empezó a estar de acuerdo, pero algo la hizo detenerse. Su magia continuaba desplegán-
dose dentro de ella. La estaba atravesando, golpeando contra sus venas como un tambor de guerra
tratando de convencerla de luchar en lugar de huir.
La empujó hacia abajo, se subió una vez más al lomo de su caballo y siguió cabalgando.
La magia persistía.
Las ataduras a su alrededor continuaban aflojándose mientras se alejaba de Moreth, y todos
los diferentes matices parecían estar tratando de liberarse a la vez, ansiosos por mostrarse después
de una semana de contención.
Redujo la velocidad al trote, tratando de recuperar el aliento que esas oleadas de magia, que
le habían robado.
Miró hacia atrás por encima del hombro y entrecerró la mirada en esos jinetes, que todavía
la perseguían a ella y a su compañía.
El relámpago sería rápido.
Tal vez; demasiado rápido, no los haría sufrir de la forma en que la habían hecho sufrir a ella
y a sus amigas.
Pero la otra opción…
Era demasiado peligroso. Ella había jurado que no usaría esa magia. Sabía las consecuencias
de usarla, había pasado la última semana recitando esas consecuencias para sí misma, preparán-
dose para este mismo momento en el que tendría que controlar completamente su magia de la
Muerte, de nuevo.
Pero los había salvado en Moreth, ¿no? Y podría salvarlos ahora. Podría destruir a cualquiera
que pensara que podría detenerla.
Cada gota de sangre que se había derramado en los últimos días, estalló repentinamente en
su memoria.
Cada nueva cicatriz en su piel quemaba.
Y de repente escuchó una voz oscura en sus pensamientos, una que no sonaba como la suya.
Quieren traerte la muerte a ti y a tus amigos.
Muéstrales cómo es realmente la muerte.
Podrías matarlos a todos con sólo un poco de concentración.
Guio a su caballo para dar media vuelta, justo a tiempo para ver que el grupo de jinetes
elevándose sobre una colina, lo suficientemente cerca y claro como para contar ahora. Había diez
de ellos, y una segunda línea estaba emergiendo desde más atrás, borrosa, pero materializándose
rápidamente contra el paisaje sombrío.
Alguien detrás de ella gritó su nombre, le gritó que se diera prisa. Que siguiera avanzando.
La mayor parte de su grupo ya había corrido hacia una hondonada en la tierra delante de ella.
Estaban fuera de su vista.

233
Ella estaba sola.
Sentía frío por todas partes, por dentro y por fuera. Fría y convencida de que sus perseguidores
no merecían vivir. No después de lo que les habían hecho pasar a ella y a sus amigos.
Su caballo tembló debajo de ella. Haciendo las orejas hacia atrás. Agarró las riendas con más
fuerza y se hundió en la silla. El espacio a su alrededor comenzó a oscurecerse. Su caballo pisoteó
sus cascos. Cas cerró los ojos...
Una mano se cerró sobre la de ella y tiró de ella de vuelta a sus sentidos.
Zev.
—¿Qué demonios estás haciendo? —demandó.
—Nada, —respondió ella, apartando su caballo del de él—. Nada, yo... yo estoy bien.
Él la miró fijamente, obviamente no estaba convencido de que ella estuviera bien en absoluto.
Y tenía razón.
Se las arregló para controlar su magia por el momento, pero todavía no estaba bien. Porque
ahora que estaban fuera de Moreth, todas sus preguntas surgieron y la asaltaron tan despiadada-
mente como lo había hecho esa magia, y de repente sintió como si fuera a enfermarse.
Ahora ¿Qué pasó con la alianza que había establecido con los elfos? ¿Seguiría Mistwilde apo-
yando el acuerdo del Príncipe Alder, ahora que se había ido? ¿Qué pasa con el ejército de Moreth?
Los que no apoyaron a su nueva reina, pero ¿qué no viajaban con Cas ahora?
¿Sabía Lady Sarith de sus planes de ir a la costa norte?
¿Dónde estaba Elander? ¿Y qué sería de ellos, ahora que estaban al aire libre una vez más?
Esta última pregunta la puso más enferma; había estado fuera de la magia represiva del reino
de los elfos por unos minutos, y ya estaba luchando. Casi parecía que el tiempo que su poder Oscuro
había pasado siendo aplastado en ese reino sólo lo había hecho más fuerte.
Más enojado.
Eso no podía ser un buen augurio para su futuro.
Laurent y el general Kolvar habían seguido a Zev a su lado. El general le dio a Cas una mirada
larga y cautelosa cuando los alcanzó, y dijo, —Es un día y medio de viaje hasta el lugar de la costa
del norte al que debemos llegar. Y no es fácil. Ahorremos nuestra fuerza tanto como podamos.
Cas asintió aturdida.
Dio media vuelta y siguió cabalgando sin más comentarios.
Laurent y Zev le dieron una última mirada de preocupación antes de alejarse.
Ella los siguió, rezagada, con el peso de todas aquellas preguntas que la hacían sentir pesada y perezosa.
La marca del Dios Oscuro le producía hormigueó y picor en el cuero cabelludo, y la magia que
había prometido volvió a invocarla. Más suave ahora, pero seguía ahí. Todavía tratando de salir de ella.
Sabía que no podía usarla.
Pero cada vez era más difícil empujarla hacia abajo.

234
Capítulo Treinta

Traducido por Kasis

LOS OJOS DE ELANDER SE ABRIERON DE GOLPE CUANDO UNA PUNZADA DE ENERGÍA


FAMILIAR le recorrió.
Había estado apoyado contra un árbol, enfocándose en silencio en esa energía similar que él y
Casia compartían, enviando ráfagas de vez en cuando, como bengalas para llevarla de regreso a él.
Era la primera vez en días que sentía algo a cambio.
Se levantó lentamente mientras esa sensación lo estremecía, sus ojos escanearon el campa-
mento en busca de algún recién llegado que pudiera haber pasado por alto.
Era un campamento bullicioso ante él, lleno de pruebas de su trabajo en los últimos días; se
había mantenido ocupado mientras enviaba esas llamaradas de magia.
Después de que las puertas que rodeaban a Moreth resultaran impenetrables, había decidido
seguir moviéndose y comenzado los preparativos para su misión en Dawnskeep. Se había comunicado
con Soryn y sus aliados, como estaba planeado, y también había llamado una vez más a sus aliados
divinos, pidiéndoles que enviaran la ayuda prometida cuanto antes. Toda esa ayuda había estado lle-
gando, reuniéndose aquí, y ahora eran casi doscientos fuertes, con aún más prometidos de las diosas.
El lugar en el que estaban reunidos era Stonebarrow, una fortaleza que alguna vez usó el Gran
Ejército como vigía y primera línea de defensa contra los enemigos de Kethra al otro lado del mar
de Glashtyn. Elander estaba familiarizada con ella por el tiempo que pasó al servicio de Varen y
del rey-emperador antes que él. Sabía que no se había utilizado en décadas, y había sospechado,
correctamente, que la encontraría vacía, aunque en mal estado. Las tres torres de piedra que algu-
na vez habían cortado siluetas imponentes en cimas separadas ahora se estaban desmoronando
parcialmente por el desuso, al igual que las paredes que rodeaban sus patios. Las malas hierbas y
los racimos de hiedra se habían apoderado de la mayoría de las estructuras en pie, y los caminos
entre cruzados, una vez bien marcados entre esas estructuras, ahora eran casi invisibles.
No era la fortaleza resplandeciente de antaño, pero serviría por unos días, lo suficiente como
para servir como base mientras realizaban sus negocios en Dawnskeep.
A medida que avanzaba hacia el borde de los terrenos de Stonebarrow, se concentró nue-
vamente en empujar una llamarada de su magia hacia el exterior, y luego esperó una respuesta.
Lo sintió, igual que antes: una respuesta de esa misma magia, pero con un trasfondo de una
energía diferente y más ligera. Tanto la sombra como el sol…
Estaba seguro de ello esta vez.
Casia.
Ensilló un caballo y rápidamente reunió a un pequeño grupo para cabalgar con él.
Después de una milla más o menos, finalmente vieron movimiento.
Un grupo disperso de personas y caballos avanzaba por las llanuras delante de ellos. Entrecerró
los ojos a la luz del sol poniente, y una de las mujeres a la cabeza de este grupo comenzó a tomar
forma. El cabello gris de Casia se destacaba y la hacía fácil de ver, incluso con la posición baja del
sol que la iluminaba desde atrás y la desenfocaba. Más caras conocidas la rodeó; parecía que la
mayoría de los que habían llegado a Moreth con ella también habían salido con ella.
Dejó escapar un suspiro de alivio y espoleó a su caballo para que se pusiera al galope.
Casia iba a pie, al igual que la mayoría de sus compañeros, y conducía un caballo que parecía
estar al borde del colapso. Todos ellos, tanto humanos como animales, parecían estar tambaleándose
con sus últimos fragmentos de fe y vigor.
Pero estaban vivos.
Ella estaba viva.
Ella se detuvo cuando su mirada cansada lo vio. Saltó de la silla y corrió el resto del camino,
llevándola a sus brazos tan pronto como la alcanzó.
Sus manos se apretaron en su camisa. Su agarre se sentía alarmantemente débil. Su pecho se
agitaba con gritos silenciosos, pero no había lágrimas en su rostro cuando él se apartó, una señal
de lo que parecía ser deshidratación.
Se inclinó hacia atrás y comenzó a mirarla, buscando daños. No fue más allá de su cara, más
allá de la piel alrededor de su ojo que tenía una sombra moteada de púrpura.
No era una sombra como había pensado al principio. Tampoco era ese símbolo de la maldición
del Dios Oscuro extendiéndose aún más por su rostro.
Era un moretón.
Un calor violento se desplegó en su pecho. Levantó la mano y empujó cuidadosamente los
mechones sueltos de su cabello lejos de ese moretón. Ella hizo una mueca incluso ante el suave
toque, y su visión se volvió ligeramente borrosa.
—¿Qué diablos te pasó? —preguntó en voz baja.
—Más tarde, —insistió ella. Y, dando un vistazo por encima del hombro, agregó—, Algunos
de ellos están en mucho peor estado que yo.

236
Su piel todavía estaba caliente, su sangre latía en sus oídos. Pero asintió. —Tenemos curanderos
que pueden ayudarlos en nuestra fortaleza.
Sus ojos cansados se iluminaron un poco con la palabra fortaleza. —Vamos, podemos hablar
de eso en el camino. —Él la ayudó a subirse al lomo de su caballo antes de balancearse detrás de
ella. Partieron a paso lento, y su propio caballo y el resto de sus seguidores caminaban obediente-
mente detrás de ellos.
Permanecieron en silencio durante los primeros minutos. Sus ojos estaban cerrados, y toda
su atención parecía estar en permanecer erguida. Mantuvo un brazo alrededor de su cintura, sos-
teniéndola contra él.
—¿Dónde estabas? —preguntó de repente, en voz baja.
La pregunta había sido amable, no una acusación de ningún tipo, pero la culpa aún lo atra-
vesaba al escucharla. —Regresé a Moreth, —confesó—, pero la entrada estaba cerrada.
—Los guardias estaban muertos, ¿no? —Parecía estar pensando en voz alta, las palabras
arrastrando y cayendo fuera de ella.
—Sí. Pero traté de entrar sin tu magia, una y otra vez, te juro que lo intenté.
Ella se movió contra él. Su equilibrio tambaleándose un poco. Envolvió su brazo con más
fuerza alrededor de ella, y su mano se posó en la que tenía contra su cintura.
—No podía entrar, pero tampoco podía simplemente quedarme quieto, —le aseguro—.
Habíamos acordado ir a las costas del norte ¿verdad? Entonces, me preparé en consecuencia. Porque
he aprendido a estas alturas que siempre llegas a donde planeas ir, de una forma u otra.
Su cabeza se inclinó hacia él en esa última frase, se inclinó sobre su pecho, y él creyó ver que
la comisura de sus labios se elevaba. Apenas una pizca de sonrisa, pero hizo que la culpa que le
oprimía el estómago se aflojara un poco.
Las tres cimas de las colinas con sus torres abandonadas pronto aparecieron a la vista. Elander
redujo la velocidad hasta detenerse, esperando al resto de su grupo para ponerse al día, y Casia
levantó la cabeza y dijo, —Esto es Stonebarrow, ¿no? El Príncipe Alder lo mencionó cuando hablá-
bamos de Dawnskeep y el resto de las costas del norte.
—Sí.
Sus ojos se abrieron un poco mientras observaba a la bulliciosa multitud que se movía en las
sombras de esas torres—. Y toda esta gente…
—Están aquí para ayudarnos, —confirmó—. Como no pude encontrarte en Moreth, pensé en
compensarlo reuniéndome contigo aquí con un regalo.
—¿Un regalo? —Ella se rio—. Me conseguiste un ejército.
—Solo uno pequeño. —Levantó la mano que ella tenía contra la suya y la besó—. Siento no
haberlo envuelto.
Ella sonrió con seriedad ante esto antes de tomar una respiración profunda y vigorizante.
—La mayoría de estos soldados fueron enviados por Soryn, —continuó—, pero también hay
varios magos expertos en uno de los templos de Nephele. Y la Diosa de la Luna también debería
enviarte ayuda, una guía para ayudarte a encontrar tu camino a través de la magia que rodea a
Dawnskeep.

237
—Has estado ocupado, —comentó ella.
—Como tú. —Miró detrás de ellos y vio que los últimos de su grupo finalmente los estaban
alcanzando—. Deberíamos acomodar a todos y atender a los heridos.
Ella estuvo de acuerdo, e inhaló profundamente una vez más antes de deslizarse del lomo de
su caballo, tomó la delantera de su propio caballo y se dirigió cuesta abajo por la suave pendiente
hacia el corazón del campamento.
Aunque ella estaba entre los heridos, se negó a cuidar de sí misma hasta que todos sus
compañeros de viaje fueran atendidos. E incluso entonces, ella insistió en trabajar, presentándose
a sus nuevos aliados y discutiendo los planes preliminares con ellos, mientras se rehidrataba, y
ahuyentaba a cualquier curandero que se acercaba demasiado y comenzaba a preguntar sobre
cualquiera de sus heridas.
Llevaba puesto el abrigo de Zev, Elander lo notó, y de vez en cuando vislumbraba la camisa
debajo; uno de los puños parecía estar manchado de sangre.
La preocupación estaba cavando un hoyo profundo en su estómago, pero ella se negaba a
hablar de lo que había sucedido. Siguió moviéndose por el campamento, enfocada en la misión
que tenían por delante.
Cuando finalmente logró alejarla de ese campamento y sus asuntos, la llevó a la habitación
en la que se había quedado las últimas noches. Estaba ubicado dentro de la más intacta de las tres
torres, en un rincón tranquilo escondido del ruido circundante. No era exactamente la imagen de
la comodidad, pero había conseguido muchas mantas para hacer una cama suave en el suelo de
madera. La chimenea también estaba en buen estado, y rápidamente calentó el espacio una vez
que encendió un fuego.
La dejó en esta habitación para descansar mientras regresaba al campamento. Se reinió con
varios exploradores que había enviado antes, y también con un grupo de Storm-kind que había
ido a investigar las costas cercanas. Se tomó su tiempo a propósito mientras hacía estas cosas, con
la esperanza de que Casia realmente descansaría si se alejaba el tiempo suficiente.
Mientras estuvo lejos de ella, también habló en privado con Laurent y Zev, y de ellos extrajo
y reconstruyó detalles sobre lo que había sucedido en Moreth. Sobre la muerte del príncipe Alder,
sobre la mujer elfa que ahora se hacía llamar reina y lo que le había hecho a Casia.
Y en este punto, consideró brevemente hacer un viaje rápido de regreso a ese reino élfico y
prenderle fuego a todo. Puertas impenetrables o no, encontraría una manera de quemarlo todo.
Decidió no hacerlo sólo porque tenían muchos otros problemas en los que concentrarse en
este momento.
Pero más tarde, tal vez.
Cuando finalmente regresó con Casia, ella no estaba descansando.
Se había quitado la ropa manchada de sangre. Tenía los pies descalzos, el cabello suelto y, por
el momento, sólo vestía una camisa larga, la misma que él mismo había estado usando ayer, colgada
sobre ella como un vestido. Estaba rebuscando en una cartera llena de ropa y otros suministros que
acababan de dejar para ella, con los ojos vidriosos por el pensamiento. Después de un momento,
sacó una nueva muda de ropa de esa bolsa y se dio la vuelta. Parecía un poco sorprendida al verlo.

238
—Innecesario, —le informó, apoyándose contra el marco de la puerta.
—¿Disculpa?
Sus ojos se dirigieron a la ropa que tenía en las manos y luego a la camisa robada que llevaba
puesta. —Me gusta lo que tienes puesto.
—Temo que no causará una muy buena impresión cuando esté afuera tratando de dar órdenes.
—Ha causado una buena impresión a mí.
Ella se rio suavemente ante esto, y él siguió burlándose de ella solo por la posibilidad, cual-
quier posibilidad, de que pudiera escuchar esa risa de nuevo.
—De cualquier manera, —mencionó, acercándose—, parece mucho trabajo ponerse toda esa
ropa sólo para quitársela una vez que estemos solos.
—Ahí vas de nuevo con esa actitud demasiado confiada. Un día te va a meter en problemas.
Sus ojos se encontraron con los de él, y él sintió esa familiar sensación de su corazón acele-
rándose, amenazando con huir con él. Él suspiró suavemente y la besó en la frente. —Creo que ya
estoy en problemas, —acepto, apoyando la barbilla sobre su cabello.
Mientras ella envolvía sus brazos alrededor de él, él miró las bolsas detrás de ella, no sólo la
bolsa que le habían dejado a ella, sino sus propias pertenencias y armas que descansaban contra
la pared del fondo. Parecía que había estado reorganizando todos estos artículos. Organizarlos,
tal vez para distraerse de sus pensamientos ansiosos. De esas cosas que ella no le estaba diciendo.
Sabía la mayor parte de lo que eran esas cosas, ahora. Pero todavía no sabía cómo abordar el tema...
o si debería hacerlo.
—No descansaste mucho mientras yo no estuve, ¿verdad? —preguntó.
—Estaba... distraída.
Él frunció el ceño.
—Y ahora estoy mucho más interesada en lavarme estos últimos días, —recogió la ropa limpia
en su pecho y lo miró fijamente—. ¿Sospecho que esta fortaleza no tiene agua caliente?
—Temo que no.
—¿Vi un arroyo al entrar? Eso servirá.
No quería discutir después de todo lo que ella había pasado, así que dejó pasar el tema del
descanso por el momento, y la llevó a un tramo apartado de ese arroyo cercano.
Hizo guardia mientras ella se bañaba, sentado en la orilla rocosa, con el cuerpo tenso y los ojos
entrecerrados ante cada sonido extraño. El sol se había puesto. El aire se estaba enfriando rápidamen-
te a su alrededor; ella tenía que estarse congelado en esa agua. Y, sin embargo, se tomó su tiempo.
Pero luego, supuso que habían sucedido muchas cosas que necesitaban ser lavadas.
Trató de no pensar en todas esas cosas que habían sucedido.
Sin embargo, fue un ejercicio inútil, y la preocupación pronto lo llevó más cerca de la orilla
del arroyo. Dejó que su atención se dirigiera hacia ella, que se demorara lo suficiente para asegu-
rarse de que estaba bien. No tenía intención de mirar. Pero cuando sus hombros se elevaron por
encima de la superficie del agua, captó un vislumbró cicatrices que no habían estado allí antes, una
colección completa de ellas que bajaban hasta sus muñecas, cortes elevados de color rosa y rojo que
brillaban furiosamente a la luz de la luna.

239
Él sabía que estarían allí.
Pero no los hizo más fáciles de ver.
Estaba de espaldas a él, pero debió sentir que él la miraba, porque inclinó la cara hacia donde
él estaba. —Tanta disciplina hasta este punto, —reflexionó—. Esperaba que te unieras a mí mucho
antes de ahora.
Su mirada se deslizó sobre la curva de su espalda, hasta sus caderas que se elevaban justo por
encima del agua oscura que las ocultaba. La idea de unirse a ella era tentadora, pero se negó. —La
última vez que entraste en un agua como esta, casi te pierdo ante ese monstruo hecho de hielo.
Pensé que sería prudente estar más en guardia esta vez. Él dudó. —Pero no pude evitar distraerme
con tu... piel.
Giró su cara hacia la orilla opuesta.
—Hablé con tus amigos. Me dijeron lo que pasó.
—Entonces no necesitamos hablar de eso, ¿verdad? —preguntó, en voz baja.
Tomó un respiro profundo. —No. Supongo que no.
Se metió en una sección más profunda del agua, hasta que todo lo que había debajo de su
cabeza estuviera oscurecido por el agua fría, mientras Elander se sentaba entre las rocas una vez
más. Apoyó los codos en las rodillas, se inclinó hacia adelante y volvió a escanear el espacio en busca
de amenazas. No volvió a hablar de esas cicatrices. No hablaron en absoluto durante el resto de su
baño, incluso cuando ella nadó más cerca y asintió hacia la pila de ropa y la manta doblada junto a él.
Agarró la manta y la mantuvo abierta para que ella entrara. Él la puso alrededor de sus hom-
bros, y parecía no poder dejarla ir después de eso; apretó los extremos de la manta en su puño y
la atrajo hacia él.
Ella se estremeció. Sus manos se movieron sobre su cuerpo, presionando el paño de lana
contra su piel húmeda, frotándola con calor lo mejor que pudo. Ella mantuvo los ojos en su rostro
mientras él trabajaba, con los labios suavemente separados. Ella no retrocedió incluso después de
que cesaron sus escalofríos.
Se aclaró la garganta. Era una extraña combinación de sentimientos que luchaban por el
dominio dentro de él.
Sus últimas cicatrices le preocupaban. Lo enojaban. Lo destripaban a él.
Pero no hicieron nada por disminuir la atracción que sentía hacia ella.
—Deberías ponerte la ropa antes de morir en este aire frío, —susurró.
—Estoy bastante segura de que ya me he muerto, —respondió ella, deslizando su mano fuera
de la manta para poder colocarla en su pecho.
Su expresión estaba en algún lugar entre una sonrisa y una mueca. —Me encanta cuando
intentas ser graciosa.
—Soy graciosa, y lo sabes.
Él comenzó a responder, y luego olvidó rápidamente lo que iba a decir. La estudió por un
momento en su lugar, con una sonrisa perpleja en su rostro. Era un mecanismo de defensa impre-
sionante, su habilidad para hacer bromas incluso mientras estaba parada allí, temblando y cubierta
de cicatrices, y en vísperas de lo que muy bien podría resultar ser una misión imposible. Y no tenía

240
sentido reírse después de todo lo que le había pasado en las últimas semanas, pero aun así lo hacía.
Tampoco tenía sentido quererla besar tanto como lo hacía en ese momento. Pero él todavía
quería. Él quería hacer algo más que simplemente besarla, y al diablo con todo lo demás.
Pareció ser capaz de sentir ese último pensamiento, porque la mano que había liberado de la
manta se movió hacia su pecho. Sus dedos se extendieron sobre él, jugando con el cuello de su camisa.
Su mirada se desvió hacia las gotas de agua que aún se aferraban a su garganta. Imágenes de
su piel resbaladiza por la lluvia a la luz de la luna brillaba en su mente, y pensó en otra... humedad.
Sobre lo húmedo que probablemente estaba el espacio entre sus muslos. Y de todas las formas en
que podría hacerlo más húmedo. Ahora no era el momento, tal vez, pero había ciertas partes de él
a las que eso no les importaba un carajo.
Su mano se deslizó lejos de su cuello y viajó hacia abajo sobre su pecho, y luego más abajo,
jugueteando con su estómago antes de enganchar sus dedos en su cinturón.
Las voces se alzaron cerca, recordándoles que estaban a la vuelta de la esquina de un campamen-
to lleno de gente, gente que probablemente se preguntaba dónde estaban, y su mano dejó de vagar.
Sus ojos se cerraron por un momento y luego dijo en voz baja, —Nos queda mucho por pla-
nificar y resolver. Probablemente deberíamos… —Ella se detuvo, a regañadientes, y él se inclinó y
capturó sus labios en un beso lento.
—Terminaré esto más tarde, —suministró, su voz oscura y llena de promesas que tenía toda
la intención de cumplir.
Capítulo Treinta y uno

Traducido por Kasis

DESPUÉS DE VESTIRSE Y ARREGLARSE, UTILIZANDO SU palabra, presentable, caminaron juntos


hacia el campamento. Reunieron a todos sus aliados de mayor confianza, y Elander les informó a
todos sobre las cosas que había descubierto mientras estaban separados. Sobre lo que había visto en
Bethoras, sobre lo que había presenciado durante una visita anterior que había hecho a la costa norte, y
con qué información habían regresado los exploradores de seguimiento que había enviado a esa costa.
Después de terminar, su pequeño consejo se sentó con expresiones sombrías alrededor de un
fuego bajo, contemplando los detalles de su próximo movimiento.
—Entonces, las mareas serán más bajas justo después del amanecer, y la isla que contiene el
monumento al que apuntamos es fácilmente accesible en ese punto, —comenzó Nessa.
—Excepto que no es realmente accesible en absoluto, ¿verdad? —preguntó Zev, frunciendo el ceño.
—No pude acceder a él, —respondió Elander—. Pero yo me acerqué. Y Casia debería poder
acercarse, debido a su magia.
Había una extraña niebla envolviendo esa pequeña isla; ayer, había cruzado el camino que
la marea baja reveló, tratando de ver mejor. Como era de esperar, había sentido una abrumadora
cantidad de magia derivada del Sol, y el pensamiento había visto los rostros de piedra de las estatuas
a través de esa niebla arremolinada. De acuerdo con la investigación que había hecho con respecto
a Dawnskeep, las doce diferentes estatuas representaban el Vitala: esos antiguos guerreros que una
vez lucharon en nombre de Solatis.
Él no había sido capaz de atravesar las nubes y alcanzarlos, o a la isla en la que se encontra-
ban. Los soldados de Storm-kind que había enviado para una exploración de seguimiento tampoco
habían tenido éxito, pero habían logrado acercarse más que él.
Y la magia de Casia era más fuerte que la de ellos, por lo que podría acercarse aún más, razonó.

242
—Esperemos que ese poder que está abrumando a todos sea una señal de que estamos en el
lugar correcto, al menos, —declaró Rhea.
Elander asintió. —Y la Diosa de la Luna juró ser una guía para nuestra causa, —les recordó—.
Supongo que quien sea, o lo que sea, que ella envíe también podrá ayudar a Casia.
El general Kolvar comenzó a comentar esto varias veces, sólo para sacudir la cabeza y volver
a la contemplación silenciosa. Parecía que todavía no había aceptado completamente hasta qué
punto todos estaban interactuando con lo divino.
—¿Entonces tenemos que esperar hasta que cambien las mareas y que aparezca esa guía?
—preguntó Zev,
—De todos modos, necesitamos tiempo para establecer un perímetro, —declaró Laurent—.
Deberíamos tener suficientes cuerpos para crear bloqueos en todas las rutas principales que con-
ducen hacia ese tramo de las costas. Tal vez no indefinidamente, pero sí el tiempo suficiente para
dejar que Casia haga lo que tiene que hacer.
—¿Y Varen? —preguntó Rhea.
—Visto por última vez justo al norte de Grayedge, —respondió Caden—. Presumiblemente en
su camino hacia o desde negocios en Malgraves. Tenemos una cadena de exploradores vigilando
las rutas entre aquí y allá, manteniéndonos informados.
—Entonces, tenemos muchos cuerpos para brindarnos el tiempo y la protección que nece-
sitará Casia, —espeto Zev—, pero ¿tenemos un plan de respaldo para lo que sucede si las cosas
en Dawnskeep van mal? Ya sabes, si nuestra amada Diosa de la Vida decide que prefiere seguir
durmiendo. O si… —Se interrumpió. Parecía incómodo, lo que veía una emoción rara para él.
Elander le había devuelto el Corazón del Sol a Casia antes de esta reunión, y ella había estado
en silencio durante la mayor parte de la última hora, estudiándolo mientras escuchaba hablar a
todos los demás.
Pero ahora lo cerró en su puño, y sus ojos se elevaron hacia Zev mientras decía, —Si no puedo
acceder a suficiente magia solar para invocarla, ¿quieres decir? Si la magia oscura dentro de mí lo
supera, ¿quizás?
La mirada de Zev sostuvo la de ella por un largo momento. Su pecho subía y bajaba con un
profundo suspiro, y acepto, —Sí. Eso.
Todo el grupo miraba a Casia ahora, con expresiones que iban desde la incertidumbre hasta
la resolución sombría, pero ella mantuvo los ojos en Zev.
—No, —grito—, no puedo pensar en un plan más allá de no fallar. Así que supongo que simple-
mente voy a tener que no fallar. —Esbozó una sonrisa confiada que probablemente habría engañado
a todos menos a los presentes, que la conocían demasiado bien como para dejarse engañar por ella.
Sin embargo, nadie estuvo en desacuerdo con ella, y nadie trató de detenerla cuando se dis-
culpó y dirigió colina arriba hacia las torres.
Elander la vio irse con el ceño fruncido de preocupación, una mirada que fue reflejada por
casi todos los demás en el círculo.
Todos volvieron a su contemplación silenciosa por un rato, hasta que el General Kolvar se
puso de pie y habló, —Me parece que lo único que nosotros podemos controlar es cuánto apoyo le

243
damos. No confío en que Varen no esté planeando colarse en su camino hasta aquí arriba. Tampoco
me sorprendería si Lady Sarith enviara más problemas; sabía demasiado sobre las conversaciones
de Casia con el príncipe, por lo que probablemente sabía sobre los planes de Casia para venir aquí.
Honestamente, la lista de personas y cosas que podrían interferir con nuestra operación es larga.
Deberíamos centrarnos en configurar nuestras protecciones, como dijo Laurent.
El resto del grupo estuvo de acuerdo y pasaron a hacer precisamente eso.
Elander pasó las horas siguientes estudiando mapas con los líderes del campamento.
Identificando posibles rutas y puntos débiles. Dividiendo a los soldados en regimientos y dándoles
asignaciones. Comprobando sus armas, suministros, caballos y todo lo demás que se le ocurriera.
Cuando finalmente se encargó de todo, se alejó del campamento con un suspiro de cansancio
y caminó por el mismo camino sinuoso que Casia había tomado antes.
La encontró sentada con las piernas cruzadas entre una pila de mantas en su habitación, el
Corazón del Sol en una mano, pequeños relámpagos bailando en la otra.
—Siento haberme ido, —susurro sin levantar la vista de su magia—. Sé que todavía había
planes que debían hacerse.
—Está bien. Kolvar y yo nos las arreglamos; somos los más experimentados con ese tipo de
cosas, de todos modos. —Se acercó y acomodó a su lado—. Además, tienes otras cosas en las que
concentrarte. Como liberarte de un dios y convocar a otro.
—Sí. —Su concentración se rompió y el relámpago se desvaneció mientras soltaba una risa
sin humor—. Sólo el pequeño asunto de esas cosas.
Dejó escapar una risa sin gracia propia, y luego se quedaron en silencio. Sólo el crepitar del
fuego interrumpía ese silencio, y el silencio se sentía extraño después de la conmoción de arreglar
las cosas en el campamento de abajo.
—Entonces, —comenzó después de un momento—, parece que tenemos varias horas hasta
que esas cosas comiencen en serio.
—Vas a sugerir que use estas horas para descansar, ¿no?
—¿Habría alguna diferencia si lo hiciera?
—No, —respondió ella, con su concentración ya de nuevo en su magia. Estaba dibujando otro
rayo en su palma, arremolinándolo con giros precisos de su muñeca.
La observó trabajar. No pudo evitar notar la forma en que las ramas blancas de los relámpagos
iluminaban el moretón en su rostro. Y a partir de ese moretón, su mirada recorrió automáticamente
sus brazos, que estaban completamente cubiertos, y luego su pecho, donde la parte superior desa-
brochada de su camisa reveló un parche de piel con cicatrices. Fue más rápido apartando la mirada
de esas cicatrices esta vez, pero ella todavía lo sintió haciéndolo.
—Sé lo que estás pensando, —indicó.
—¿Lo sabes?
—Estás molesto contigo mismo por no estar allí para detenerlo.
Se puso de pie, repentinamente inquieto. Se acercó a la chimenea y añadió otro leño, a pesar
de que las llamas ya eran increíblemente brillantes.

244
Continuaba bailando ese rayo en su palma, haciéndolo saltar desde el Corazón del Sol y luego
de regreso, mientras continuaba, —Mis cicatrices no son tuyas para soportarlas, lo sabes.
—Tal vez no, —Cogió el atizador de metal y apuñaló la madera en llamas, enviando lluvias
de brasas al aire. Mientras observaba a una revolotear y morir contra la chimenea, pensó de nuevo
en ese reino élfico y su supuesta reina, todo ardiendo en llamas—. Y, sin embargo, cada vez que las
miro, —suspiro, más para sí mismo que para ella—, siento como si alguien me estuviera clavando
un cuchillo en la piel.
—Tuvimos que ir por caminos separados, —insistió—. Si no te hubieras ido, no tendríamos
la mitad de ese ejército afuera. No tendríamos toda la información que has reunido sobre Solatis
y su aparente encarcelamiento. Demasiadas guerras, como me dijo el príncipe Alder. —Se le cortó
la respiración. Recordando lo que le había pasado a ese príncipe, Elander asumió. Rápidamente
negó, como si estuviera molesta consigo misma por dejar que su mente se desviara hacia tales
recuerdos—. No podemos luchar contra todos ellos sin tomar algunas decisiones difíciles. Hiciste
lo correcto; creíste que podía luchar para salir de Moreth. Y tenías razón.
Él creía en ella; él no había estado mintiendo cuando le dijo que sabía que ella llegaría a este
lugar, de una forma u otra.
Pero todavía no se sentía bien con nada de eso.
Odiaba no haber estado allí para detener esas cicatrices. Odiaba que su magia ya no fuera
capaz de arrasar reinos enteros. Odiaba tener que depender de una espada para protegerla, y que
una espada podría no ser suficiente.
De dios, a capitán del rey, a...
¿A qué? Ni siquiera estaba seguro de lo que era ahora. Sabía que habría dado cualquier cosa
por mantenerla a salvo, pero el problema era que esta forma en la que se encontraba le estaba fa-
llando un poco más cada día, y se estaba quedando sin cosas para dar.
¿Dónde estarían mañana a esta hora?
A esta pregunta le vinieron a la mente mil respuestas. La mayoría de ellas no eran buenas.
Todas las horribles posibilidades daban vueltas incansables y agotadoras en su mente, pero cuando
Casia inclinó la cara hacia él y preguntó: ¿En qué estás pensando ahora? Todo lo que dijo fue: —En ti.
Dejó de invocar su magia, guardó el Corazón del Sol en el bolsillo y se movió a su lado. —¿Eso
es realmente todo?
No podía engañarla más, ¿o sí?
—Mayormente en ti, —aceptó—. Pero también en mañana. Y después de eso... sobre lo que le
voy a hacer a esa perra de reina elfa si alguna vez tengo el placer de volver a verla.
—¿Supongo, que implica una espada?
—Si tiene suerte.
—¿Suerte?
—Y no tengo la paciencia ese día para derivar un método más prolongado y tortuoso.
Los ojos de Casia se desenfocaron y permaneció en silencio durante mucho tiempo antes de
tragar saliva y decir, —De cualquier manera, tendrás que llegar antes que yo.

245
Sus ojos permanecieron distantes. Su respiración se había vuelto superficial y lenta. Sintió
como si ella se estuviera alejando de él, de repente, así que tomó una de sus manos apretadas y la
abrió suavemente, deslizó sus dedos entre los de ella y usó su pulgar para marcar un ritmo esta-
ble contra su nudillo. Después de unos minutos de esto, los labios de Casia se movían en silencio,
contando cada toque, y luego le dio un pequeño apretón a su mano.
—Ya no tenemos que hablar de Moreth, —añadió—. Pero al menos déjame mirar más de cerca
esas cicatrices. ¿Todavía tienes ese bálsamo que te dio la Diosa de la Sanación?
Solo tomó un momento de búsqueda; ella había escapado de Moreth con sólo una de las bolsas
con las que había entrado en ese reino, pero tuvieron suerte, por una vez, porque era la bolsa que
contenía el bálsamo en cuestión.
Se lo entregó y luego se quitó el abrigo y la túnica de manga larga que vestía, sin dejar nada
puesto excepto una fina camisola.
Se obligó a sí mismo a concentrarse en la tarea que tenía entre manos, y no en la forma en
que esa prenda transparente no dejaba casi nada a su imaginación.
Ella guardó silencio mientras él movía sus manos en caminos suaves y metódicos sobre su
piel maltratada. Podía sentir el cosquilleo mágico en ese bálsamo que estaba extendiendo. Hacía
que las cicatrices se encendieran en lo que parecía un doloroso tono rojo. Pero ella permaneció
perfectamente inmóvil a pesar del dolor que podría haberle causado, al menos hasta que los dedos
de él rozaron una herida particularmente profunda en su hombro derecho, momento en el que
respiró hondo.
Él dudó.
Ella negó y lo instó a continuar. —Simplemente arde un poco, —confesó.
Sus dedos se apretaron con más fuerza alrededor del frasco en su mano. —Razón de más
para regresar y prender fuego a ese reino de los elfos una vez que hayamos terminado con nuestro
asunto aquí, —murmuró—. Quemadura por quemadura.
—Si prendes fuego a todos los que quieren causarme daño, estarías quemando la mayor parte
del mundo.
—Sigue siendo tentador.
—Estamos tratando de salvar el mundo, no quemarlo, —le recordó, secamente.
—Oh, ¿es eso lo que estamos haciendo? —bromeó—. Siempre lo olvido.
Ella golpeó suavemente su brazo y él sonrió, contento de ver un poco de chispa juguetona en
sus ojos, aunque no duró mucho.
Su expresión volvió a ser seria mientras estudiaba el bálsamo que él sostenía y preguntó,
—¿Pelearían con nosotros, si llegara el momento? La Diosa de la Sanación y el resto de su corte,
quiero decir.
No respondió, porque no estaba seguro; él se había estado preguntando lo mismo.
—Zev tenía razón antes, —continuó, negando—. Probablemente vamos a necesitar un plan de respaldo.
—No necesariamente.
Se abrazó con fuerza a sí misma. Ella no habló, pero él podía leer la pregunta en sus ojos fácilmente.
¿Qué pasa si yo fallo?

246
Deseaba que hubiera algo que pudiera decir para quitarle el miedo. Pero no podía pensar en
nada en ese momento. A decir verdad, él también tenía miedo, solo era bueno para ocultarlo. Y
no sólo tenía miedo de que ella fallara, sino de todas las cosas que podrían pasar si ella tenía éxito,
también, o si lograba algo intermedio. Esta era una poderosa magia con la que estaban tratando.
Cosas impredecibles que estaban tratando de convocar.
Casia no parecía ansiosa por continuar su conversación, y él tampoco, de hecho. Podrían
hablar en círculos interminables sobre estas cosas, pero ¿qué resolverían?
En cambio, trabajó en reorganizar la pila de mantas, arrastrándolas hacia la pared y más cerca
de la chimenea. Luego se apoyó contra la pared y le indicó que se uniera a él.
Se deslizó entre sus rodillas y apoyó la espalda contra su pecho, inclinando la cabeza hacia
el fuego y mirando bailar las brasas.
Envolvió una mano alrededor de su cintura y usó la otra para amasar la tensión de su espalda
y cuello, evitando con cuidado los recientes cortes y moretones.
Tomó tiempo, pero eventualmente ella se relajó completamente contra él. Sus ojos se volvieron
pesados. Entraba y salía de la conciencia; no del todo dormida, pero algo así como descanso, al
menos. Siguió masajeando distraídamente pequeños círculos contra su cálida piel. Algunas de las
cicatrices más superficiales en esa piel ya habían comenzado a desvanecerse gracias al ungüento
de la diosa, que le dio un poco de paz, lo suficiente como para quedarse él dormido también.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que él sintiera un vacío donde debería haber
estado ella, y lo sobresaltó para despertarlo.
Estaba a sólo unos centímetros de distancia, mirando el fuego. Sus ojos todavía estaban llenos
de preguntas cuando lo miró. Preguntas que ninguno de los dos quería hacer.
No las preguntaron.
La atrajo hacia él y la besó. Despacio. No quería apresurarse. No sabía cuánto tiempo pasaría
antes de que volvieran a estar juntos así, e hizo que cada una de sus respiraciones se sintiera sagrada
mientras se derramaba sobre su piel, hizo que cada suave sonido que emitía se convirtiera en algo
que quisiera hacer una pausa y memorizar para poder podría reproducirlo cuando lo necesitara.
Ella le pasó la mano por la barba incipiente de su mandíbula. —Es más tarde, —señaló ella,
recordándole la promesa que le había hecho junto al arroyo.
—Así es, —respondió, levantando una comisura de su boca.
Ella se inclinó más cerca, alejando sus labios a un suspiro de los de él. —¿Qué estás pensan-
do? —preguntó, de nuevo.
—En ti, —respondió de nuevo. Le tendió su mano, arrastrando los dedos por su mejilla. Luego
movió esos dedos más abajo, agarró un tirante de la fina camisola que llevaba y lentamente lo bajó,
dejando al descubierto su pecho.
—¿Sólo yo esta vez? —Ella susurró.
—Sólo tú esta vez, —murmuró—. Y cada centímetro de ti que quiero tocar. —Puso sus dedos
sobre su estómago. Los deslizó debajo de la banda de sus calzas y hacia el calor entre sus muslos—.
Cada centímetro que quiero besar. —Él capturó la punta de su pecho en su boca, lo hizo rodar entre
sus dientes hasta que se puso rígido para él—. Y saborear. —Ahuecó esa mano que tenía contra

247
su centro y usó su pulgar para acariciar el capullo sensible e hinchado. Se le escapó un pequeño
jadeo, y el deseo que se encendió en sus ojos envió un escalofrío de necesidad oscura y ardiente
que lo recorrió.
—Solo tú, —repitió.
—Bien. —Ella retorció sus dedos en la parte delantera de su camisa—. Porque necesito que
me hagas un favor, —declaró, tirando de su labios hacia los de ella—, y me ayudes a olvidar todo
lo que está fuera de esta habitación por un momento.

248
Capítulo Treinta y dos

Traducido por Kasis

MIENTRAS SU LENGUA SE ABRIA PASO A SU BOCA, UNO DE SUS DEDOS se abrió paso dentro
de ella, provocando un jadeo en respuesta. Sus muslos se apretaron alrededor de su mano, y sus ca-
deras se mecieron, tratando de impulsarlo más profundo. Él respondió curvando su dedo contra sus
paredes internas, sólo para retirarlo lentamente, sonriendo ante el suave sonido de protesta que hizo.
Sacó su camisa por la cabeza y la tiró a un lado. Se puso de rodillas y comenzó a desabrocharse
el cinturón, con la intención de quitarse el resto de la ropa. Pero ella se movió con él, presionando
sus manos contra su estómago desnudo y empujó el resto del camino en posición vertical, y luego
contra la pared.
Dejó escapar una risa baja, sorprendido por su agresividad. —Sintiéndonos un poco contro-
ladores esta noche, ¿no?
—Me parece recordar que tú dijiste que no estabas en contra de la idea de que yo tuviera el control.
El tono aterciopelado de su voz envió una descarga de excitación a través de él. —No en contra
de esto en absoluto.
Continuó con el trabajo de desvestirlo, sus manos moviéndose hábilmente para desabrochar
su cinturón y despojarlo todo con él, permitiendo que su erección se liberara. Se puso de puntillas
y presionó sus labios contra los de él una vez más. Su mano se movió sobre esa erección mientras
lo besaba, y palpitaba con su toque. Su estómago se contrajo y sus rodillas se doblaron. Se hundió
contra la pared, hundiendo una mano en la parte baja de su espalda, arrastrándola con él.
Sus dedos se deslizaron más abajo, ahuecando la parte posterior de su muslo y levantándola
más alto para poder atacarla más despiadadamente con su lengua, sumergiéndola más profunda-
mente en su boca, entrelazándola con la suya hasta que logró arrancarle un gemido.
Ella dio un paso atrás.
Su mirada se elevó hacia la de él, llena de calor e intención.
Cada músculo de su cuerpo se tensó con anticipación cuando ella se arrodilló ante él, mientras
envolvía sus dedos una vez más alrededor de su duro eje y lo llevaba hacia su boca.
Se concentró sólo en la punta al principio, trazando círculos lentos y fascinantes con la lengua
mientras su mano se movía hacia arriba y hacia abajo en toda su longitud. Levantó los ojos hacia el
techo y exhaló una maldición cuando los labios de ella se cerraron sobre la punta y se deslizaron
hacia abajo, hacia arriba y luego hacia abajo...
Pasó una mano por su cabello, agarrándola con fuerza por la cabeza y manteniéndola quieta
mientras balanceaba sus caderas y empujaba más profundamente en su garganta, y la mantuvo en
su lugar hasta que ella jadeó por aire.
Ella se hizo hacia atrás, pero permaneció de rodillas, mirándolo, con los ojos llenos de lujuria,
la boca entreabierta y brillando por su semilla. Su lengua se deslizó fuera y a lo largo de sus labios.
Otra maldición salió de su boca.
Repitió el acto, el comienzo de una sonrisa cruzando esos labios mientras los lamía esta vez.
Él la agarró por debajo de la barbilla y la atrajo hacia él, reclamando bruscamente su boca con la
suya. —Tienes mi atención, —afirmó con voz áspera.
—¿Y control?
—Por ahora. —Sus labios rozaron los de ella mientras susurraba las palabras, y su cuerpo se
estremeció contra él—. Entonces, ¿qué te gustaría que te hiciera, hm?
Sus ojos se dirigieron hacia una silla cercana, traicionando sus pensamientos antes de que
pudiera decirlos. Agarró esa silla y empujó su respaldo contra la pared; ella iba a necesitar una
plataforma más estable para mantener el equilibrio antes de que él terminara con ella.
Cerró el espacio entre ellos y deslizó una mano debajo de su camisola, apurándola hacia arriba.
Ella lo desnudó el resto del camino.
Lo siguió el resto de su ropa, y él contuvo el aliento mientras bebía la plenitud de su cuerpo.
Nunca se cansaría de verla parada frente a él así, expuesta y expectante, su piel suave como guija-
rros, sus ojos ardiendo en los de él.
Miró hacia la silla.
Ella no se movió hacia él de inmediato, sino que se acercó a él en su lugar, con esa pequeña
sonrisa rebelde en su rostro. Burlándose de él de nuevo.
—Si no lo supiera mejor, —señaló sombríamente—, diría que estás probándome a prueba y a mi control.
Sus dedos se extendieron sobre su pecho, trazando círculos antes de arrastrarse más abajo.
—¿Cuándo alguna vez te he puesto a prueba a ti y a tu control?
Él atrapó sus dedos. La giró y luego la atrajo hacia su pecho. El calor de su piel abrasaba la de
él, y era precisamente el tipo de prueba del que él había estado hablando. Y tenía la sensación de que
iba a fallar en esta prueba en particular.
Masajeó sus pechos hinchados con una mano, mientras que la otra se deslizaba entre sus muslos
y los frotaba hasta que ella se movió, empujando contra él sin restricciones. Hasta que pareció dejar
que ese deseo de control se desvaneciera en favor de un deseo de placer.

250
Hazme olvidar, ella había dicho.
Y eso era lo que iba a hacer.
Él la guio hacia esa silla. —Inclínate sobre ella, —ordenó.
Esta vez no dudó. Él rozó con los dedos la curva de su espalda mientras ella bajaba, empu-
jándola más completamente contra el asiento. Él admiró la vista por un momento antes de deslizar
su palma contra su cálido centro y sacudir sus caderas más arriba.
Sus piernas se estiraron, invitándolo a entrar. Él guio la punta de su excitación sobre ella,
provocando y golpeando hasta que estuvo resbaladiza y lista para absorber su plenitud, y luego la
penetró, dejando escapar un suspiro tembloroso mientras lo hacía.
Ese sentimiento de antes lo golpeó de nuevo, quería tomar esto con más calma. Moverse a
un ritmo más fácil que el de las guerras a las que se enfrentaban, saborear cada estremecimiento
que la atravesaba, cada apretón de su deseo. Cada empuje lento, cada movimiento deliberado que
hizo, se sintió como un acto de rebelión contra la sensación siempre presente de que el tiempo se
les estaba acabando.
Pero no podía durar para siempre, y después de unos minutos sus caderas se movían con
mayor fervor, rogándole más rápido.
Agarró una de sus muñecas y luego la otra, y la atrajo hacia él, arqueando su espalda mien-
tras empujaba más profundo. El primero de esos profundos empujones la hizo gritar, un hermoso
sonido que hizo que su cuerpo se estremeciera y su respiración se detuviera.
Puso su boca en el costado de su cuello, sofocando su propio grito, y continuó empujando,
más fuerte y profundo.
Pronto la sintió llegar a su fin, con sus piernas temblando y amenazando con ceder bajo las
olas de la liberación.
La levantó de la silla y la llevó hasta las mantas junto al fuego. La recostó boca arriba, para
que él pudiera ver su rostro. No habló más de control, no más bromas, sólo un pensamiento único y
esencial: necesitaba estar dentro de ella, para llevarla a ese lugar donde nada existía fuera de ellos dos.
La penetró una vez más, y la golpeó hasta que sus puños se apretaron en las sábanas y su
cabeza se inclinó hacia atrás y sus labios se abrieron en un pequeño y suave ‘o’.
El sonido de su liberación lo envió rugiendo hacia la suya. Su boca descendió sobre la de ella,
y empujó más profundo y se mantuvo allí hasta que hasta la última gota de sí mismo fue de ella,
hasta que la tensión en ambos cuerpos se estremeció y se hundieron en ese pacífico vacío del después.
Sus brazos estaban apoyados a cada lado de ella. Temblando un poco, pero se mantuvo encima
durante varios momentos, con la frente pegada a la de ella, con los ojos cerrados, sus cuerpos aún
unidos y palpitando al mismo ritmo.
Finalmente, se retiró. La tomó en sus brazos y se apoyó contra la pared como lo había hecho
antes, abrazándola con fuerza y descansando su cabeza sobre la de ella.
—Eres terrible cediendo el control, —murmuró después de un minuto.
Él se rio, el sonido suave y amortiguado por su cabello. —Trabajaré en ello—. Besándola en la
sien y luego agregó—, Si pudieras trabajar para no ser tan tentador, para que no sintiera la necesidad
de salirme con la mía tan a menudo, eso ayudaría.

251
—Veré qué puedo hacer, —bostezó, enterrándose en su pecho y cerrando los ojos.
Pasó media hora. El fuego se extinguía, llevándose consigo su calor. Había más leña en el
hogar, pero no quería moverse. Los ojos de Casia estaban cerrados, la rigidez finalmente había
desaparecido de sus músculos y él no quería molestarla.
Alcanzó una de las mantas y tiró de ella más completamente alrededor. Y mientras la sostenía
contra él, su conversación con Nephele volvió a pasar por su mente.
Espero que valga la pena arriesgarse a la ruina.
Lo que la Diosa de las Tormentas no se dio cuenta, o tal vez decidió ignorar, fue que él ya
había estado caminando por un camino hacia la ruina durante la mayor parte de su existencia.
Había visto demasiada oscuridad. Mató a demasiados que pueden o no haberlo merecido. Robado
demasiado. Rebelándose con demasiada frecuencia y, sin embargo, no con la suficiente frecuencia.
Y había dejado más caos y destrucción a su paso de lo que quería pensar.
Así que no, Casia no sería la que lo arruinó.
En todo caso, ella era la que lo había sacado del borde.
Ella se acurrucó más cerca de él. Le apartó el cabello de la cara. Sus dedos rozaron accidental-
mente la marca que había dejado su antiguo maestro, y la magia de la Muerte estalló, suave pero
segura, entre ellos.
Más del caos y la destrucción que él había ayudado a causar.
Apartó la mano de ella y la cerró en un puño. No podía decir de quién se había originado
esa magia. Y no sabía cómo terminaría esta conexión, este último capítulo de su extraña historia.
Todavía no veía una manera de que pudiera terminar felizmente para ambos.
Pero él había prometido estar junto a ella sin importar qué, y mientras su corazón siguiera
latiendo, eso era lo que haría.
Él envolvió sus brazos alrededor de ella una vez más. —Te amo, —susurró, aunque estaba
seguro de que estaba demasiado dormida para escucharlo—, y pase lo que pase, no lo olvides.

252
Capítulo Treinta y tres

Traducido por Majo

BAJO UN CIELO AZUL PROFUNDO, ANTES DEL AMANECER, EL CAMPAMENTO ESTABA


EMPEZANDO a volver a la vida.
Cas caminaba por el borde del mismo, manteniéndose en las sombras y evitando el contacto
visual con cualquiera que pasara demasiado cerca de ella.
Había vuelto a tener ese sueño. El del frío, el vacío, el gran vacío negro que amenazaba con
tragársela. Parecía persistir en el borde de su visión incluso ahora, esos dedos negros— del vacío
cerrándose, haciendo un túnel en su vista e imposibilitando enfocar nada que no estuviera direc-
tamente frente a ella.
Y la marca que el Dios Grajo le había dado... oh, cómo le dolía.
Le había dolido más cuando se despertó. Palpitaba con el mismo tipo de dolor que la había
invadido después de que accidentalmente se apoderara y canalizara la magia de Elander mientras
luchaba contra el monstruo de la Diosa del Hielo.
Elander dormía cuando ella se fue. No era habitual que no se despertara poco después de que
ella lo hiciera; siempre la percibía moviéndose por la habitación, por muy silenciosa que intentara
estar. Se preguntó si le habría estado quitando poder sin darse cuenta mientras dormían.
Se suponía que debían afrontar las cosas uno al lado del otro.
¿Pero cómo podían hacerlo si ella era un peligro para su propia existencia?
Era la misma pregunta que la había atormentado durante semanas. Y hoy traería respuestas.
Estaba decidida a que así fuera. Pero también le aterrorizaba cuáles serían algunas de esas respuestas.
Alguien tosió cerca— demasiado cerca. Cas se ciñó más el abrigo, bajó la mirada y se apre-
suró a seguir. El aire hormigueaba de inquietud, con sonidos que le erizaban todos los pelillos
del cuerpo. El traqueteo de las armas y las armaduras, el repiqueteo de los caballos, el tamborileo
constante de las órdenes recitadas. Parecía que los distintos regimientos ya estaban empezando a
moverse para crear sus bloqueos. Para ganar tiempo, para protegerla y que pudiera concentrarse
en lo que tenía que hacer.
Se dirigió a la sección del arroyo en la que se había bañado la noche anterior. Se arrodilló
junto a él. Se echó varios puñados de agua helada en la cara. Se miró fijamente— la marca de la
mejilla, que ahora parecía brillar en los bordes.
Se le erizaba todo el cuerpo con la energía de la Muerte. Y de algún modo, tenía que detenerla.
Hoy se trataba de Dawnskeep, de invocar a la Diosa del Sol y pedirle ayuda. O, al menos,
se trataba de despertar todo el poder de esa diosa dentro de ella. Luz, no oscuridad. Si pudiera
concentrarse en esa luz...
Lo había conseguido la noche anterior, cuando se escabulló, sola, a la torre. Entonces se sintió
abrumada, y sintió que la oscuridad se apoderaba de ella y se preparaba para alcanzarla. Se sentó
en la habitación de la torre y se concentró en empujar hacia abajo la oscuridad hasta que un rayo
surgió de su palma.
Apretó los dientes e intentó hacer lo mismo ahora.
Pero no salía. Siguió intentándolo, pero cada chispa se apagaba casi de inmediato y cada fracaso
amenazaba con desencadenar el pánico contra el que había estado luchando desde que se despertó.
No puedes entrar en pánico esta mañana, se reprendió a sí misma. No tenía tiempo ni energía para eso.
El campamento estaba demasiado ajetreado, lleno de demasiados desencadenantes potenciales,
así que volvió sigilosamente a la habitación de la torre.
Elander estaba por fin despierto, poniéndose las últimas ropas cuando ella entró.
Consiguió saludar con un hola que le pareció que había sonado perfectamente normal, pero
pudo notar el cambio inmediato en su actitud, de somnoliento a preocupado, aunque mantuvo la
voz despreocupada cuando preguntó: —¿Adónde has ido? —.
—A ninguna parte—. Empezó a ordenar las armas apiladas junto a la chimenea para selec-
cionar los cuchillos que llevaría a Dawnskeep. No sospechaba que necesitaría armas, si todo iba
según lo previsto, pero se sentía mejor si las llevaba consigo. Se mantuvo de espaldas a Elander
mientras añadía: —Di un paseo, eso es todo—.
Su respuesta fue un suave y simple: —Casia—.
—Sólo es una mala mañana—, dijo ella. —Estaré bien en un momento—. Se concentró en ceñirse
un cinturón a la cintura, engancharle una vaina y luego pasar a sujetarse una segunda vaina al tobillo.
Los ojos de Elander estaban llenos de preocupación cuando por fin se volvió hacia él.
Y por alguna razón, fue esa mirada la que sirvió como detonante final.
No quería que se preocupara por ella. Quería estar bien en un momento, como ella había
dicho. Tener el coraje, la concentración, ocuparse de las cosas de las que tenía que ocuparse. Como
los héroes de los cuentos, que parecían tener un suministro inagotable de ambas cosas. No se escon-
dían en las torres cuando se trazaban los planes de batalla, y no tenían mentes que daban vueltas
y vueltas en círculos como la suya estaba haciendo ahora, tratando obsesivamente de destruirla
con tanta seguridad como cualquiera de sus muchos, muchos otros enemigos.

254
Quería gritar. Arrojar algo, tal vez. No a Elander, pero era lo único que tenía cerca, así que
su repentina y frenética mirada se fijó en él. Su mano se aferró al mango del cuchillo que estaba
a punto de envainar.
Elander se quedó mirando el cuchillo, pero no dijo nada.
Ella sospechaba que seguiría allí de pie, aunque ella decidiera lanzárselo.
Y eso la hizo sentirse peor.
Momentos como este la hacían preguntarse por qué él seguía volviendo a ella. Por qué se
quedaba. Por qué cualquiera de ellos se quedaba, por qué cualquiera de ellos la seguía hacia la
oscuridad y el derramamiento de sangre que parecían salir a su encuentro allá donde fuera.
—Sólo es una mala mañana—, repitió, arrodillándose y deslizando el cuchillo en la funda de
su tobillo. Una vez hubo terminado, permaneció agachada contra el suelo, con las manos apoyadas
en la madera irregular y la cabeza inclinada hacia el pecho, porque de repente se sentía demasiado
pesada y levantarse le resultaba imposible.
Qué estupidez.
Podría no haber dicho nada, y probablemente Elander se habría quedado. Pero sintió una
necesidad desesperada de explicarse ante él, de entender por qué actuaba así. —Es que... siento que
ya no puedo permitirme malas mañanas. O malos momentos, incluso. Pero siguen apareciendo. A
veces simplemente golpean y yo... — Levantó una de sus manos del suelo. Vio cómo se agitaba ante
ella. La apretó, la soltó, la volvió a apretar, intentando que parara. Deseaba con todas sus fuerzas
que se detuviera.
Pero no pudo.
Su voz temblaba casi tanto como su mano cuando dijo: —¿Cómo voy a ser todo lo que ne-
cesito ser si no puedo librarme de momentos como éste? Me van a descubrir, Elander. Van a ver
esto... —levantó la mano temblorosa y tuvo que apretar los dientes por un momento para no gritar
de frustración—y van a saber que no puedo hacer lo que tengo que hacer. No puedo fingir todo el
tiempo. Siento que estoy luchando contra mi mente junto con todo lo demás, y es peor que todos
los monstruos que nos persiguen. Hay gente fuera de estas paredes que piensa que voy a ser una
reina. Dioses, les dije que iba a ser reina, una líder a la que seguir, una invocadora de dioses y... —.
Sus palabras se detuvieron.
Se quedó sin aliento.
Sentía que se ahogaba. Sus ojos recorrieron la habitación, buscando desesperadamente... algo.
Algo a lo que agarrarse. Podía ver a Elander, pero estaba borroso, lejos, en una orilla a la que no
podía volver nadando.
Él salió a su encuentro y se sentó a su lado, pero ella seguía sin poder alcanzarlo.
En su lugar, se llevó una mano al pelo y apretó hasta que tiró. Hasta que le dolió. —Crees
que me he vuelto loca, ¿verdad?.
Se quedó callado otro momento, con los ojos fijos en sus pies. Y entonces finalmente habló:
—Creo—, dijo, lentamente, —que nadie tiene que estar bien todo el tiempo. Ni siquiera las reinas—.
Ella aspiró hondo. Aguantó. Intentó soltarlo despacio. —¿Y qué pasa con los potenciales sal-
vadores del mundo? —.

255
Su cabeza se inclinó hacia ella. —Ellos tampoco—.
—Pero sería útil si pudiera estar bien en este día en particular, ¿verdad? —, preguntó ella con ironía.
Él le cogió la mano, la apartó suavemente de su pelo y la mantuvo quieta. —Mentiría si dijera
lo contrario—.
Ella volvió a respirar hondo. Cerró los ojos. Dejó que el aliento saliera de ella.
—Pero no tienes que hacerlo sola, dijo —Elander. —Lado a lado, ¿recuerdas? Eso es lo que
prometimos en Kosrith. Sigue siendo cierto—.
—Sí, pero eso es parte del problema—. Miró fijamente una de las cicatrices de su brazo hasta
que su visión se desenfocó una vez más. —Porque la atracción de ese poder Oscuro que compar-
timos es cada vez más fuerte—.
Trabajó sus dedos en los espacios entre los de ella.
—No creí que fuera a salir de Moreth—, ella dijo en voz baja. —Y una vez que estuve fuera,
todo me golpeó a la vez. Que la magia de la Muerte me controlaba a mí, y no al revés. No pensaba
en las consecuencias. Sólo quería hacer pagar a los que nos seguían fuera de ese reino. Casi... me
consumió. Y esa sensación sigue volviendo—.
Su pulgar recorrió su piel de arriba abajo, mientras su ceño se fruncía pensativo. —Tenemos
que concentrarnos en el día de hoy—.
Su mano tembló en la de él.
—Vamos a Dawnskeep, y una vez allí, la energía que rodea ese lugar empujará la oscuridad hacia
abajo. Podrás concentrarte en invocar a esa Diosa de la Vida, y ella podrá arreglar esto. Todo esto—.
—No puedo dejar de pensar en los peores escenarios. Si algo te pasa a ti, a Zev, a Nessa, —a
cualquiera de ellos—, entonces voy a perder esta batalla. Voy a ceder a esa oscuridad, y me temo
que ningún poder de la Diosa del Sol me detendrá—.
—Nada va a pasar... —
—No lo hagas. —
Inspiró y soltó un suspiro lento. —
—No puedes prometer eso. Así que no lo hagas.
No discutió.
—Una parte de mí piensa que deberías ir—, dijo ella. —Que sea más seguro. Por si las cosas
van mal hoy y vuelvo a perder el control, como aquella noche en el río. —
—Sabes que no hay ninguna posibilidad de que vaya a ninguna parte—.
Ella agachó la cabeza, frustrada, porque lo sabía. Y también sabía que necesitaba que él se
quedara.
—Es normal—, le dijo, —esa creciente falta de control. Forma parte de la ascensión, y el Dios
Oscuro es especialmente despiadado en su dominio—.
Ella volvió a respirar hondo. —Pero tú luchaste contra ese control—.
—...con el tiempo—. Llamaron a la puerta antes de que él pudiera continuar. Se puso en pie
y fue a abrir.
Cas no podía apartar los ojos de él. —¿Cómo? —, preguntó. —Negaste ese control incluso
después de haber ascendido completamente como su sirviente. ¿Pero cómo? —

256
Él se detuvo. Se dio la vuelta y la estudió por un momento, y luego dio unos pasos hacia atrás
y le ofreció la mano. —Tuve suerte—, respondió.
Ella lo miró con curiosidad mientras él la ayudaba a ponerse en pie. —encontré algo que me
hizo volver—, dijo encogiéndose de hombros.
Volvieron a llamar a la puerta, y esta vez dudó antes de dirigirse a contestar. —Sea lo que sea,
puedo ocuparme de ello—, dijo, mirando hacia la puerta. —Te veré fuera dentro de un momento—.
Ella asintió.
Él se marchó.
Después de varios minutos y varias respiraciones profundas más, consiguió ralentizar sus
pensamientos acelerados a un ritmo más manejable.
Recogió el Corazón del Sol de su lugar de descanso junto a la hoguera, lo guardó en un bol-
sillo interior de su chaqueta y volvió a la pila de armas y suministros que había estado ordenando.
Aseguró el último de sus cuchillos. Cogió la espada que pensaba llevar y la sacó de la vaina por un
instante, el tiempo suficiente para ver su rostro en la hoja pulida y aquella marca oscura y plumosa
que se extendía por su piel.
Después de hoy, esa marca desaparecería.
De un modo u otro.

UNA VEZ FUERA, vio rápidamente a Elander; estaba con Caden y el general Kolvar, y hablaban
con uno de los exploradores que habían sido enviados a patrullar la zona al norte de Grayedge,
donde Varen había sido visto más recientemente.
Bajó la cabeza cuando ella se acercó. Parecía excepcionalmente joven, pensó Cas. Y nervioso.
Tartamudeó y tembló durante la mayor parte del informe que estaba dando, pero al final lo dio con
suficiente claridad: había visto a Varen y a su grupo de viajeros acercándose a Malgraves, en lugar de
alejarse de él como esperaban. Lo que significaba que ahora estaba más al norte de lo que les hubiera
gustado—pero todavía a una buena distancia.
Así que tenían algo de tiempo para trabajar, al menos.
Ella también tenía su propio regimiento con el que trabajar; tras despedir al explorador, el
general Kolvar los condujo al grupo que había sido elegido para acompañarla a Dawnskeep.
Habían decidido formar este grupo con portadores de magia que, en última instancia, obtu-
vieran su poder de la Diosa del Sol, con la esperanza de que su energía mágica conjunta pudiera
ayudar a Cas en su tarea de invocación.
Había dos docenas de clases de tormentas entre ellos, todos alineados en filas ordenadas y
todos con el símbolo de la diosa a la que servían. Unos pocos le resultaban vagamente familiares;
Cas pensó que habían estado entre los sirvientes que habían recorrido los pasillos del refugio del
lado mortal de Néfele. Los caballos a los que se aferraban llevaban la misma armadura -cubiertas
protectoras especiales para protegerlos de la electricidad— que Cas había visto una vez cuando
habían alquilado bestias para cruzar el Desierto de Cobos en Sundolia.

257
Detrás de estos caballos y sus jinetes había al menos veinte jinetes más, la mayoría de ellos
de la Especie Celeste. Todos llevaban la insignia real de Sadira: una combinación del viento y las
nubes de la Diosa del Cielo con una espada envuelta en ellos.
—El guía que la Diosa de la Luna iba a enviar... — empezó Cas, con los ojos escrutando a su
grupo en busca de lo único que parecía faltar.
Elander frunció el ceño. —Tarde, me temo—.
—Pero Varen se ha acercado—, les recordó el general Kolvar, —y no creo que sea prudente
esperar otro día antes de intentar poner algo en marcha. Si nuestro plan no funciona, entonces
necesitaremos tiempo para idear uno diferente. Con guía o sin él, deberías ponerte en marcha—.
El malestar se enroscó en la boca de su estómago, pero Cas estuvo de acuerdo con él. —
Procederemos según lo previsto—.
Laurent se acercó poco después de que ella hubiera tomado esta decisión, trayendo noticias
de más decisiones que él y los demás habían estado ocupados tomando.
—Zev y yo lideraremos una compañía para bloquear cualquier problema que pueda venir de
los caminos del este, y estaremos cerca por si os encontráis con algún problema inesperado en las
costas—, le dijo. —Rhea y Nessa se quedarán en el campamento y mantendrán las cosas organiza-
das y preparadas aquí, y Silver irá contigo, para que puedas mantener un enlace con esta base, y
ellas puedan vigilarte y enviar más ayuda si es necesario—.
Sus miradas se encontraron y se sostuvieron mientras él esperaba su respuesta.
Pero Cas tardó en responder; apenas se estaba permitiendo aceptar el hecho de que estaba viva
y de que habían llegado a la siguiente parte de su misión. Estaba tan segura de que lo había perdido
en Moreth —y en el desierto de Cobos, apenas unas semanas antes— que se estaba convirtiendo en
una reflejo ahora, la forma en que su corazón se estrujaba cada vez que empezaban a separarse...
aunque sólo fuera por un rato.
Entre ella y sus amigos ya no existía lo de siempre.
Pero aun así trató de actuar como si todo esto fuera exactamente eso, y asintió con la cabeza
y dijo: —Te veré en el otro lado—.
Él la sorprendió envolviéndola en un abrazo. —Puedes hacerlo—, le dijo mientras se separaba.
—Si la diosa responde a la llamada de alguien, será la tuya—.
Esperó con todas sus fuerzas que tuviera razón.
Zev apareció un momento después y la abrazó por segunda vez, seguido rápidamente por
Rhea y Nessa. Más palabras de aliento y despedidas demasiado breves pasaron como un borrón,
y de pronto ella estaba a lomos de su caballo, con Pies Plateados compartiendo su montura, rumbo
al norte con su pequeño ejército. Elander tuvo una última y breve conversación con Caden antes
de unirse a ella, y después de eso, Cas no miró atrás.
Era sólo una cabalgata de ocho kilómetros hasta el borde del mar, pero el paisaje cambiaba
drásticamente en esa distancia relativamente corta.
Mientras cabalgaba junto a Elander, sus ojos iban constantemente de un lado a otro, tratando
de captarlo todo. Recordaba las historias del príncipe Alder sobre estas costas del norte, sobre cómo
la magia que emanaba de ellas había creado fértiles extensiones de tierra a su alrededor. Ahora veía

258
la verdadera prueba de ello: la hierba por la que se movían era de un verde brillante, surcada de
flores blancas, y tan espesa que de vez en cuando tenían que detenerse y abrirse paso a través de
ella. Cas habría jurado que la hierba empezaba a moverse y a crecer de nuevo en cuanto era cortada.
Justo delante había un bosque lleno de los árboles más altos que jamás había visto, su frondoso
dosel de hojas brillando a la luz de la luna menguante. A la izquierda del bosque se alzaban aflora-
mientos rocosos y acantilados, semiocultos por una vegetación que parecía brotar de cada grieta.
Elander y varios de sus seguidores de los tipos de tormenta habían tomado este mismo camino
cuando vinieron a explorar las costas en los días anteriores, por lo que se adentraron en aquellos
árboles sin vacilar.
El bosque estaba casi completamente oscuro. Los Tormenta invocaron rayos y los convirtieron
en linternas improvisadas que se movían junto a ellos. Cas hizo lo mismo, en parte porque quería
poder ver y en parte para probarse a sí misma que podía convocar y controlar esos rayos. Era más
fácil con la otra magia de la Tormenta ya rondando a su alrededor, como esperaba que fuera. Y
parecía ser aún menos exigente para ella a medida que se acercaban al mar y a la energía que ya
podía sentir que irradiaba de él.
Los orbes de electricidad atraían a las polillas y agitaban todo tipo de cosas en las sombras; oía
a los pájaros despertarse, a los pequeños animales jadear y corretear, a las ranas croar y chapotear
en los arroyos y charcos de agua azul plateada que parecían estar por todas partes.
Sentía el aire espeso en la lengua. Le recordaba un poco al Salvaje Intermedio que separaba
los imperios de Kethran y Sundolian; demasiada magia, concentrada en muy poco espacio. Excepto
que era magia que se complementaba—todas derivadas de la Diosa del Sol— y por eso no era tan
desorientadora ni inquietante como aquel lugar salvaje. En realidad, era todo lo contrario. Era un
alivio, porque ya estaba empujando hacia abajo los matices más oscuros de su magia, tal y como
Elander había dicho que haría.
Algo parecido a la esperanza surgía en ella, iluminándola por dentro con la misma seguridad
con la que aquellos orbes de magia de Tormenta iluminaban su camino.
Pies Plateados gruñó de repente. Su pelaje se erizó y su cola se erizó mientras ponía una pata
en el cuerno de la montura y se inclinaba hacia adelante.
Cas siguió su línea de visión, deteniendo su caballo lentamente.
Elander miró hacia atrás. Empezó a hablar, pero luego se calló, concentrado. Él también lo sintió.
Algo se movía entre las ramas de los árboles.
Una figura sombría los rodeó, saltando con gracia de una rama a otra hasta que estuvo justo
al lado del caballo de Cas. Se detuvo. Enganchó sus largos brazos alrededor de una rama blanca,
bajó y la miró. Y entonces estuvo segura de que conocía esas extremidades larguiruchas, esa cara
de ciervo, esos ojos blancos brillantes.
Porque se habían conocido meses atrás, en un bosque no muy distinto de éste.
—¿El espíritu de la Niebla? —
Elander soltó un suspiro lento y aliviado, y asintió. —Sirve a Inya—, le recordó. —Así que,
después de todo, ahí tienes a tu guía. Esperemos que no se sienta tan travieso como de costumbre—.

259
El espíritu soltó la rama y cayó hacia la tierra. Se arremolinó en zarcillos de humo azul y
desapareció antes de caer al suelo, asustando ligeramente a algunos caballos a su paso.
Aunque tenía fama de alborotador, había acompañado a Cas a través del último bosque en
el que se habían encontrado, así que su aparición no desvaneció la cautelosa esperanza que había
empezado a florecer en su interior.
Podía oír el mar rompiendo en la distancia. No sabía cómo acabaría todo esto, pero al menos
tenía aliados poderosos. No estaba sola.
Podía hacerlo.
Esa determinación recién fortalecida duró aproximadamente media milla, hasta que aban-
donaron el santuario de árboles imponentes e iniciaron un camino descendente hacia ese mar... y
entonces vio algo que hizo que se le cayera el corazón al estómago: Un grupo de jinetes inesperados
se encontraba en la orilla.
La mayoría de ellos vestían los ropajes del Gran Ejército de su hermano, y varios portaban
estandartes con el tigre negro de la Casa Solasen.
Y aunque todavía estaba demasiado lejos para verlo con claridad, estaba casi segura de que
el hombre que esperaba al frente del grupo era el propio Varen.
—¿Qué demonios? — murmuró Elander.
Pensó en aquel explorador dando su informe en la fortaleza. En lo nervioso que se había
puesto cuando les habló del paradero de Varen. Ella había sospechado que se debía a que era joven
y estaba asustado, pero tal vez se debía a algo más. Tal vez...
—El explorador mintió—, susurró.
—¿Por qué iba a mentir? —
Examinó el grupo que tenían debajo y se fijó en otra bandera que ondeaba con la brisa junto
a los estandartes de los tigres negros: banderas plateadas y azules. Los colores de Moreth. Elander
la siguió con la mirada, y un instante después se dio cuenta. Apretó la mandíbula. —¿Otro caso
de identidad robada? —
—Eso parece. Ya sea por magia, o trucos elfos cuestionables, o de otra manera —.
—Entonces, ¿qué ha sido de nuestro verdadero explorador? ¿De todos los exploradores que
enviamos hacia Grayedge? —
Cas no quería adivinar.
Tampoco quería pensar en todos los demás mensajeros que habían estado entrando y saliendo
de su campamento. Todas las piezas móviles, todo el trabajo que habían hecho para organizar y
hacer esta misión lo más infalible posible... ¿Era exacta la información con la que trabajaban? ¿Qué
había sido de los otros grupos que habían enviado a asegurar otros lugares?
Su caballo se estremeció bajo ella, agitó las orejas e intentó volver hacia el bosque que acaba-
ban de atravesar.
Giró sobre sí misma y vio que más jinetes enemigos se dirigían hacia ellos, lo bastante cerca
como para bloquear cualquier carrera alocada que ella y sus aliados intentaran emprender hacia
los árboles, hacia la ruta más directa de regreso a su fortaleza.
El corazón le retumbó en el pecho.

260
¿Estaban completamente rodeados?
Pies Plateados le dio un zarpazo en la mano. Sus ojos brillaban con su magia, ardiendo in-
tensamente en el crepúsculo.
Pasar sus dedos por su suave pelaje la ayudó a anclarse —e nuevo en el momento. —Por
eso trajimos a Plateado con nosotros—, dijo con toda la calma que pudo. —Rhea verá lo que está
pasando, y ella pasará el mensaje a los del campamento, y los refuerzos llegarán pronto. Tenemos
muchos cuerpos para luchar. Los otros sólo necesitan reajustarse y reasignarse—.
Elander estuvo de acuerdo, aunque las comisuras de sus labios se cayeron mientras miraba
hacia el mar.
El sol se alzaba sobre ese mar, y Cas podía ver el camino de piedra y arena centelleando en
la marea baja, que conducía a una serie de pequeñas islas. Una bruma de magia los rodeaba.
—Mi plan no ha cambiado—, dijo en voz baja. —Puedo sentir el poder de este lugar, y tenías
razón: está empujando hacia abajo la magia oscura que llevo dentro. Si puedo llegar a ese camino
a través del mar y hacia Dawnskeep, Varen no podrá seguirme a través de ese velo de magia que
lo rodea, ¿verdad? No podrá detenerme—.
—No—, dijo Elander. —No podrá—.
—Y entonces sólo tendrás que aguantar hasta que lleguen los refuerzos, o hasta que yo logre
lo que vinimos a buscar, y... —. Se interrumpió, con una repentina opresión en el pecho que le im-
pedía respirar. Era la mirada que él le dirigía. La admiración que había en ella, la preocupación, la
esperanza, todo, todo lo que ella tenía tanto miedo de perder.
Encontré algo que me hizo volver, le había dicho antes. Se refería a ella, por supuesto.
Y le tenía a él para que tirara de ella, a él y a todos sus amigos, que contaban con ella para
triunfar. Que volviera con ayuda, ya fuera en forma de su magia totalmente despierta o de la propia
Diosa del Sol.
Consiguió respirar lentamente, y la férrea determinación de antes volvió a apoderarse de ella.
La boca de Elander esbozó una media sonrisa, como si percibiera esa determinación. —Hemos
estado en situaciones peores, supongo—, dijo encogiéndose de hombros.
Ella reflejó aquella sonrisa torcida y dijo: —Estoy bastante segura de que ésta ni siquiera está
entre las primeras cinco—.
Su diversión se desvaneció cuando se dio la vuelta y corrió con su caballo arriba y abajo de
las filas de sus seguidores, dando órdenes. Luego volvió hacia ella y le dirigió una última mirada,
larga y significativa.
—¿Lado a lado? —, preguntó.
Ella asintió y descendieron juntos.

261
Capítulo Treinta y cuatro

Traducido por Majo


Corregido por

—SALUDOS, HERMANA—, DIJO VAREN AL ACERCARSE.


Ella no se molestó en saludar. —Te advertí que te mantuvieras fuera de mi camino, ¿no? —
Miró a sus compañeros, como si pensara que estaba hablando con otra persona. —¿Te estorbo? —
—Tengo asuntos fuera de estas costas que no te conciernen—, dijo ella. —Déjeme pasar—.
—No te he oído decir por favor—.
El aire a su alrededor estaba lleno de sutiles chisporroteos de poder— los Tormenta ni siquiera
estaban trabajando visiblemente para invocarlo; la energía de este lugar sagrado lo estaba extrayendo.
Un ramalazo de electricidad chispeó también en el interior de Cas, ansiosa y dispuesta a alzarse junto
al resto de aquel poder, pero lo reprimió por el momento, tratando de mantener la concentración.
—No estoy aquí para pelear contigo—, dijo.
Él se encogió de hombros. —Lo mismo digo. En realidad, no he venido al norte para enfren-
tarme a ti. Estaba de negocios en Malgraves—. Miró a uno de los jinetes de su izquierda, una mujer
elfa que llevaba un tocado de zafiro que brillaba al captar un trozo del sol naciente. —Pero entonces
me enteré por la reina Sarith de que volvías a ser un incordio. Que habías estropeado el alojamiento
que con tanto cariño traté de arreglar para ti en Moreth. Sigues insistiendo en liberarte de mí, en
entrometerte con la magia y hacerte más peligrosa, ¿y qué se supone que debo hacer? ¿Dejar que
eso siga sin control? Así es como se consiguen los tiranos, ya sabes—.
—Y sólo puede haber uno de ésos en la familia en un momento dado, supongo—, comentó
Elander, inexpresivo.
La mirada de Varen se deslizó sobre él. Se detuvo un momento en la marca de la Muerte de
la mano de Elander. Luego saltó a todos los seres de Tormenta y Celestes que estaban reunidos
junto a él y Cas. —Sí—, respondió finalmente. —Si no, se complica demasiado—.
Le devolvió la mirada, y aunque Cas estaba acostumbrada a su fría y vacía mirada, aún le
erizaba el vello de la nuca.
—Déjame pasar—, volvió a decir.
Él levantó un dedo como si le hubiera asaltado una idea repentina. —¿Qué te parece si te hago
la misma oferta que te hice en Kosrith? Sentémonos y hablemos de esa magia que tú y tus amigos
poseen, y de cómo pueden utilizarla para ayudarme en mis nobles empresas, y entonces quizá
podamos dejarnos de estas pequeñas escaramuzas—.
Ella no respondió. Se había cansado de intentar negociar con él cuando estaba en Kosrith, y
nada había cambiado desde entonces.
Inclinó la cabeza hacia Elander.
—Date prisa—, dijo él en voz baja—las últimas palabras que intercambiaron antes de que todo
se pusiera en marcha.
Hizo una señal. Una hilera de seres de la Tormenta avanzó a toda velocidad, abriéndose
paso entre su grupo y el de Varen e invocando su magia a medida que avanzaban. Un diluvio de
relámpagos danzó hacia sus enemigos, haciéndolos retroceder.
Una vez que hubo más espacio entre los dos grupos, los celestes se abalanzaron sobre ellos
y empezaron a tejer un muro de magia para mantener el espacio. Cas vaciló sólo un momento
para ver su éxito. Su bando estaba en inferioridad numérica, pero la energía de estas costas estaba
convirtiendo claramente su magia en una ventaja aún mayor de lo que habría sido normalmente.
Con su ruta vigilada, saltó de su caballo y lo golpeó con fuerza en los cuartos traseros, ha-
ciéndolo galopar hacia la ladera, lejos del campo de batalla. Luego se dio la vuelta y corrió hacia
la orilla del mar, por el sendero expuesto de roca y cieno que brillaba con un naranja fundido a la
luz del amanecer.
Aquella mujer elfa que había estado junto a Varen había burlado de algún modo las barreras
de la magia. Corrió hacia Cas con su espada desenvainada.
Cas dejó que el ansioso relámpago dentro de ella se liberara.
Buscó a la mujer elfa con una velocidad viciosa y mortal. Su golpe fue tan poderoso dentro
de los aires de estas costas que casi hizo que Cas perdiera el equilibrio.
Sintió que la elfa pasaba casi al instante. Sus habilidades de Muerte aún estaban allí, solo
que enterradas —y podría haber entrado en pánico por la forma en que esa magia había resurgido
abruptamente... si no se hubiera sentido tan bien.
Satisfizo brevemente su ansia de venganza, matando a uno de los seguidores de Sarith, y la
magia oscura que llevaba dentro se aferró a esa sensación y casi la utilizó para subir a la superficie.
Se sacudió, se volvió hacia el mar y corrió más rápido.
El agua poco profunda estaba terriblemente fría; podía sentirla incluso a través de sus gruesas
botas. Sólo era soportable por el calor de su magia derivada del Sol, que reaccionaba al calor de la
magia del aire, una reacción que se acentuaba aún más a medida que se acercaba al velo de magia
que separaba Dawnskeep de las costas a las que se enfrentaba.
Ese velo... Elander se había acercado a él, y sus aliados del tipo de la Tormenta se habían
acercado aún más, pero ¿y si no podía acercarse lo suficiente? ¿Y si no podía atravesarlo?

263
No dejó de correr, principalmente porque no tenía otro plan en ese momento.
Por suerte, sólo tuvo un instante para asimilar la duda y ya estaba al otro lado.
El cambio a su alrededor fue inmediato. Era como entrar en un mundo completamente distinto,
—muy alejado de las costas que tenía a sus espaldas, aunque aún podía ver una imagen borrosa de
ellas. No había sonidos, salvo su propia respiración. Ni de la batalla que se libraba a sus espaldas,
ni del agua que se movía sobre el camino rocoso y salpicado de conchas.
Siguió trotando. Y siguió, y siguió, hasta que finalmente vio su objetivo: Una pequeña isla
frente a ella, una luz brillante en su centro y al menos una docena de estatuas a su alrededor.
Un escalofrío la recorrió desde el cuero cabelludo hasta la punta de los dedos de los pies.
Pero la marea no estaba a su favor, como esperaba; había una gran extensión de agua entre
ella y la isla.
Acababa de empezar a prepararse para un baño muy frío cuando, de repente, oyó un sonido
como de gotas de lluvia cayendo entre las hojas. La niebla apareció sobre el agua y rápidamente se
transformó en una forma familiar.
El espíritu de la Niebla, aquí para guiarla.
—Hola, viejo amigo—, dijo, con la voz ligeramente baja, sobrecogida por el mismo asombro
que la había invadido cuando vio a este espíritu por primera vez.
Se elevó un instante sobre el agua antes de descender a la superficie. Dondequiera que sus
pies cubiertos de niebla caían sobre el agua, aparecían piedras. Corrió en círculo ante ella, creando
más piedras, hasta que ella tuvo la idea —y el valor— de dar un paso adelante sobre una de ellas.
Entonces se dio la vuelta y se alejó, dejando un rastro que ella pudo seguir.
Las piedras desaparecieron casi tan rápido como aparecieron, así que no tuvo tiempo de
adivinar el camino por el que la conducían; si se detenía, temía hundirse.
El espíritu corrió hacia la isla. Su cuerpo se movía y cambiaba a medida que avanzaba,
estirándose y volviéndose más bestial. Era veloz —un borrón contra el agua gris— y Cas seguía
esperando el momento en que sus piernas se cansaran demasiado para seguirle el ritmo.
Nunca llegaba.
La energía de aquel lugar parecía alimentar su cuerpo tanto como su magia. Llegaron a la
isla en unos instantes, y sus pies volvieron a caer sobre un suelo sólido y arenoso, y de inmediato
se encontró con otra superficie dudosa: la única parte sólida de la isla era el anillo que rodeaba sus
bordes, sobre el que se alzaban las doce estatuas de Vitala. El centro era un estanque de líquido
plateado que ofrecía un reflejo asombrosamente clara de todo lo que había sobre él; demasiado
clara para ser natural. Ni siquiera estaba segura de que fuera agua.
El espíritu de la Niebla no hizo ningún camino contra esta superficie. Simplemente se zam-
bulló en ella, y luego resurgió seis metros más adelante, deslizándose hacia el único lugar sólido
dentro del centro de la isla— una pequeña plataforma con una estatua de la Diosa del Sol. Las
palmas de la diosa estaban juntas y elevadas hacia el cielo; eran el origen de la luz brillante que
Cas había visto antes.
Vaciló en el borde, mirando hacia abajo. Sólo podía ver su propio reflejo. No podía ver nada
más abajo, ni siquiera adivinar a qué profundidad podía haber llegado.

264
Pero cuando lo probó con un ligero golpecito, comprobó que salpicaba como el agua y que ape-
nas le cubría la suela de la bota. Dio algunos pasos más con precaución. El agua no llegó a salpicarle
más arriba de los tobillos. Seguía siendo desconcertante; tenía la sensación de que aquella superficie
espejada podía estar y que un paso en falso podría hacerla caer en picado a un abismo helado.
Pero el espíritu menor estaba sentado junto a la diosa, expectante, y hasta entonces no la
había llevado por mal camino.
Así que volvió a confiar en él y siguió avanzando.
Llegó hasta la plataforma central sin hundirse.
Toda la estatua de la diosa era imponente, pero la mirada de Cas se detuvo en esas palmas
levantadas y la luz que provenía de ellas, y no pudo apartar la vista de ellas. Hacían que Dawnskeep
pareciera un nombre apropiado para este lugar, porque parecían recoger la luz del sol emergente,
y las estatuas que rodeaban la isla parecían dispuestas a protegerla a cualquier precio.
No sabía exactamente qué esperar una vez que llegara a este lugar, ni cómo proceder una vez
aquí, pero ahora se le ocurrió una idea.
Sacó el Corazón del Sol del bolsillo. Se acercó a la diosa y colocó el tesoro robado entre sus
palmas. Un escalofrío de poder pareció recorrerla cuando el Corazón se posó en la piedra. Tal vez
fuera su imaginación, pero aun así se aferró a él, con la esperanza...
El espíritu de la Niebla la observó con curiosidad mientras retrocedía y se sentaba ante la diosa.
Inclinó la cabeza y se concentró en canalizar su magia. Los relámpagos surgieron a su alre-
dedor con facilidad. Pero también pensó en las otras veces que había utilizado el poder derivado
de Solatis— en el poder que la Diosa de la Luna le había dado para abrir caminos, en la magia del
Cielo que había utilizado para protegerse a sí misma y a su hermano cuando eran niños, y en to-
das las demás cosas extrañas que habían parecido carecer de explicación o propósito, hasta ahora.
Sintió que perdía la conciencia de lo que la rodeaba y que se adentraba en un lugar que le
parecía extenso y eterno. Las diosas de la Corte del Sol también estaban dirigiendo magia hacia su
maestro; podía sentirlo. Y allí estaban los de la Tormenta y los del Cielo, cerca, en la orilla, luchando
con ella. Toda esta magia... Se sentía conectada a todo ello. Sólo tenía que mantener esa conexión,
seguir dirigiéndola hacia las manos de la diosa que tenía delante.
No estaba segura de cuánto tiempo había pasado.
Pero entonces una repentina oleada de agotamiento se apoderó de ella y el control de su magia
se liberó con un brusco chasquido.
Esperaba ver algún signo de progreso tras esta liberación.
Pero el único cambio que sintió fue el despertar del calor del sol. Levantó la cabeza y vio que
el sol se alzaba, rojo y cegador, detrás de la diosa. El color casi hacía que la estatua pareciera más
viva, y Cas casi se atrevió a albergar esperanzas mientras se ponía en pie y levantaba la mirada.
Pero no; sólo ojos de piedra la miraban. Se sintió absoluta y desesperadamente sola. —Por
favor—, se oyó susurrar. —Ayuda—.
Su mirada se alejó de la diosa, de la luz cegadora que había tras ella y de los guerreros que
la rodeaban, y en su lugar se fijó en su propio reflejo. En las marcas y magulladuras de su rostro.
En los recuerdos de lo que había causado esos moratones.

265
Y, de repente, sintió—la misma energía que se había apoderado de ella después de matar a
aquella mujer elfa. La energía fría e inconfundible de una vida que se desvanece.
Había gente muriendo al otro lado de la quietud en la que estaba sentada, y podía sentirlo.
Mucha gente. Pero no tenía forma de saber quiénes eran.
No mientras estuviera aquí, concentrada en lo que empezaba a parecerle una pérdida de tiempo.
El miedo la abrazó sin piedad. Y habría jurado que oía los sonidos de la batalla emergiendo
a través de la grieta en su concentración — que sólo hizo más difícil concentrarse.
Se volvió frenéticamente hacia la estatua de la diosa. Su corazón se apretó como un puño,
furioso y apretado. No podía creer que una deidad tan poderosa estuviera realmente encadenada,
así que la única explicación que estaba dispuesta a creer en aquel momento era que Solatis los había
abandonado. Ella no lucharía por ellos.
—¿Por qué no me ayudas? —, suplicó.
El Corazón seguía descansando, opaco e inútil, en aquellas palmas levantadas.
Cas se lo arrebató a la diosa y estuvo a punto de arrojárselo a uno de los guerreros de rostro
solemne que los rodeaban. Lo único que la detuvo fueron más cintas de energía fría, esos signos
reveladores de vidas que se extinguían, tantas a la vez que casi la hicieron caer de rodillas.
Muchos estaban muriendo.
Y la diosa seguía durmiendo.
¿No se habían sacrificado lo suficiente? ¿No se había sacrificado ella lo suficiente? Le dolía el
cuerpo. Su piel estaba cubierta de cicatrices. Su propia magia casi la había destrozado, una y otra
vez, y en ese momento se sintió lo bastante poderosa como para hacer añicos toda la isla en la que
se encontraba. Habría bastado con un chasquido de sus dedos. Entonces, ¿por qué no fue suficiente?
El Corazón temblaba en sus manos. Intentó calmarse. Necesitaba más tiempo para entenderlo.
Pero no iba a conseguirlo.
Ya no estaba en un mundo tranquilo y separado. La realidad la invadía. No era su imagina-
ción; podía oír el choque del acero y los gritos de la batalla. El pánico se apoderó de ella.
—Tengo que volver—.
Se dio la vuelta, buscando al espíritu que la había conducido a este lugar sin sentido.
Ya no estaba.
—¡No! ¡Necesito volver! —
No volvió a aparecer.
Pero de repente se dio la vuelta, dio un paso y la isla y todo lo que contenía —todas las estatuas
y la extraña agua plateada— habían desaparecido. Estaba de pie sobre un banco de arena vacío.
Delante de ella estaba el sendero natural creado por las mareas bajas, listo para que lo recorriera
una vez más.
¿Pero cómo?
Tenía que haber sido un truco. Había corrido a través del agua, siguiendo las piedras que el
espíritu había dejado para ella....
Pero, con truco o sin él, el camino que tenía ante sí se estaba desvaneciendo rápidamente con
la llegada del amanecer, así que no perdió más tiempo pensando.

266
Corrió hasta llegar de nuevo al velo de magia que separaba Dawnskeep de aquella batalla en
la costa. Nadie parecía reparar en ella, así que se quedó mirando un momento, sola y temblorosa, e
intentó orientarse.
El ejército de Varen parecía haberse multiplicado.
El suyo también, pero no tanto. Divisó a un hombre que le pareció que se parecía a Laurent.
Bocanadas de humo y fuego que podrían haber sido Zev. Pero era difícil decir algo con certeza desde
esta distancia, y con tanto caos entre ellos.
Más cerca de donde se encontraba, vio a Elander, un torbellino de espadas cortando un cuerpo
tras otro. Verlo vivo alivió un poco su pánico, hasta que vio al hombre que estaba a poca distancia
de él, cortando un número igualmente impresionante de cuerpos.
Varen.
Volvió a meterse el Corazón del Sol en el bolsillo. Lo habría tirado al mar si no fuera porque le
hacía pensar en Asra. Valor sentimental. Ese era claramente el único poder que tenía ahora.
Lo que significaba que tendría que confiar en su propio poder.
Que así fuera.
De repente no le importaba esa Diosa del Sol que la había abandonado. No necesitaba su ayuda.
No quería su ayuda.
Porque ella era perfectamente capaz de usar su espada.
Y ahora la usaría para acabar con el reino de terror de su hermano por su cuenta, de una vez por todas.

267
Capítulo Treinta y cinco

Traducido por Kasis


Corregido por Clouritgh

RETROCEDIÓ A TRAVÉS DEL VELO Y CAMINÓ HACIA LA costa. Su mirada se posó en Varen.
Ella gritó su nombre.
Él se giró. La vio. Sonrió.
Entonces ella estaba corriendo de nuevo, la mano sobre el cuchillo en su muslo.
Su imprudentemente rápido acercamiento pareció tomarlo desprevenido. Se giró para mirarla
más de cerca y empezó a cambiar de postura, a levantar y preparar la espada, pero era demasiado
lento para manejar un golpe.
La magia de estas costas todavía alimentaba la fuerza y la resistencia de Cas, al parecer; ella
se movió tan rápido que incluso estaba sorprendida. Sacó el cuchillo y lo apuñaló en el estómago.
Se las arregló para girar a un lado, y ella agarró su cadera en su lugar.
Mientras él bailaba hacia atrás y se alejaba, ella sintió otro cuerpo acercándose. Se dio la vuelta
y lo apuñaló también, moviéndose incluso más rápido que antes. Logrando un mejor ataque; el
cuchillo se hundió en el vientre de su atacante. Lo empujó más profundo y luego le dio una patada
en la ingle y lo tiró al suelo.
Abandonó su cuchillo en su estómago, y sacó su espada mientras giraba hacia su hermano.
Él se giró inmediatamente hacia ella.
Enfrentándose a su espada con la fuerza suficiente para derribarlo, pero él sólo se rio, recuperó
el equilibrio y golpeó con más fuerza. Ella lo esquivó, se recuperó y reajustó su agarre.
—Creí con seguridad que huirías. —remarcó.
Ella no respondió con palabras, sólo con un golpe de barrido hacia su pecho. Él lo desvió. Otro
golpe de él, otra parada de ella. Una y otra vez en un baile agotador y aparentemente interminable.
Ella era buena, pero él también. Intercambiaron golpes a la misma velocidad hasta que él de alguna
manera logró hacerla retroceder hacia un afloramiento de rocas sin que ella se diera cuenta, y luego,
de repente, ya no estaban en igualdad de condiciones.
Dejó de retroceder hacia las rocas y colocó los pies lo mejor que pudo en el espacio limitado.
Él hizo una finta. Ella se estremeció, apenas, lo suficiente como para darle tiempo a seguir con
un verdadero golpe que llegó demasiado rápido para que ella lo bloqueara correctamente. Su hoja
atrapó el brazo de la espada y la atravesó, dejando una línea de ardiente agonía a su paso.
Consiguió sujetar con fuerza su arma, pero el dolor la desorientó brevemente. Tropezó, golpeó
un trozo de piedra móvil y cayó con fuerza sobre una rodilla. La sangre se abrió paso por su brazo,
acumulándose entre la palma de su mano y la empuñadura de su espada.
—Tu técnica es descuidada. No se parece en nada a la de una reina —le informó Varen, acer-
cándose más—. Tendrás que trabajar en eso si tienes la intención de... ¿qué fue lo que dijiste que ibas
a hacer? —Su espada la atrapó debajo de la barbilla, la levantó, y la clavó más profundamente en la
parte superior de su garganta—. ¿Arrancarme la corona de la cabeza? Si tú quieres...
Ella agarró una piedra suelta y la arrojó, golpeándolo en el ojo.
Dejó de hablar. Cuando él se llevó la mano a la cara, ella se apartó rodando, apoyó una bota
contra un trozo de roca más resistente y luego se lanzó contra él.
Era descuidada, tal vez, pero su espada logró atrapar la mano que tenía contra su ojo, y parte
de la cara debajo de él. Ella presionó y atravesó.
Él respondió con un grito lleno de adrenalina, girando tras ella y golpeando su espada contra la de ella.
Su mano ya estaba resbaladiza con demasiada sangre; el golpe sorprendentemente poderoso
fue suficiente para hacer que su precario control sobre su arma se desvaneciera aún más. Él vio esa
debilidad, y la empuñadura de su espada cayó con fuerza contra su hombro un momento después,
sacudiéndola y liberando el resto de su hoja. Cuando cayó al suelo, él llevó su puño hacia su estómago.
Ella se tambaleó hacia atrás.
No perdió el tiempo con las palabras. Ahora estaba furioso, con el rostro cubierto de sangre y
un ojo cerrado por la hinchazón. Se balanceó hacia su pecho. Ella apenas logró esquivarlo. El movi-
miento en sí fue suficiente para causar una nueva oleada de dolor a través de su brazo sangrando,
uno tan insoportable que le quitó el aliento.
Fue el último golpe que pudo manejar.
El espacio a su alrededor comenzó a oscurecerse.
Había tipos de Tormentas luchando cerca. Las chispas de su magia llenaban el aire a su alre-
dedor... hasta que de repente no. Porque una magia fría se elevaba alrededor de Cas, drenándola.
Drenando toda la magia derivada del Sol que bañaba estas costas.
Tal vez esa magia más ligera nunca había estado allí en absoluto; sólo había sido un truco del
espíritu de la Niebla, de los seres divinos a los que servía, tratando de hacer creer a Cas que tenía
ayuda. Que había esperanza aquí.

269
Y ahora todo la estaba abandonando, tal como la diosa superior los había dejado a todos, solos
y cubiertos de sangre en medio de otra batalla que no podían ganar.
Pero la oscuridad que la rodeaba ahora no era un truco. Era sólida y podía protegerla. Podría
hacer más que proteger.
Varen había comenzado a alejarse de ella.
Como una rata que huye hacia un terreno más alto.
Su evaluación anterior era cierta.
Esta vez no iba a dejarlo escapar. Parecía que no podía obligarse a moverse detrás de él, su
magia era demasiado pesada, demasiado apretada a su alrededor, pero no necesitaba moverse.
Sintió los hilos de la vida de Varen desde donde estaba. De todas las vidas que la rodeaban.
Extendió una mano y dobló los dedos, imaginándose a sí misma tensando esos hilos. Rompiéndolos.
Y luego descubrió que ella podía moverse, después de todo; sólo necesitaba dejar que esa magia la
atrajera, la guiara. Cada gota de sangre que goteaba de su brazo al suelo era como una antorcha
en la oscuridad que había invocado, instándola a seguir avanzando en esa oscuridad.
—¡Casia! —Era la voz de Elander, que de algún modo se elevaba por encima del rugido en sus oídos.
Ella lo ignoró.
—¡DETENTE!
Ella no se detuvo sino que tropezó cuando alguien la agarró y ella trató, sin éxito, de liberarse.
Terminó colgando torpemente en el aire, sus pies apenas rozando el suelo.
Elander tenía un brazo enganchado alrededor de su cintura, cuando se dio cuenta.
—Detente. —repitió.
Ella se detuvo.
El espacio se iluminó.
Aliados y enemigos por igual estaban esparcidos por el suelo a su alrededor. Su sangre se
heló. ¿Ella había…?
Elander la soltó y ella cayó en cuclillas, siseando por el dolor que se disparó a través de su
brazo herido cuando puso peso sobre él. Se levantó con cuidado, buscando a su alrededor. Su her-
mano había escapado a su imprudente despliegue de magia. Estaba parado a unos diez metros de
distancia, observándola.
Empezó a buscar entre los muertos a su alrededor, tratando frenéticamente de ver a quién
había matado, pero Elander agarró su cara y la mantuvo quieta, obligándola a mirarle sólo a él.
Había sangre en su mano. Ella no sabía a quién pertenecía. Era cálido. Fresco. Su brazo temblaba
un poco, la marca divina en su piel palpitaba y se desvanecía, palpitaba y se desvanecía...
Porque ella le había arrebatado más de su poder, ¿no?
—Lo siento, —susurró ella.
—Está bien.
—Estás...
—Estoy bien. —Él la soltó abruptamente y la arrojó detrás de él, dando un paso para encon-
trarse con una hoja que se balanceaba hacia ellos. Se involucró en una breve batalla con la mujer
que sostenía esa espada, terminó con ella con un golpe en su estómago y luego arrancó su espada
ensangrentada y se giró hacia Cas, preguntándole: —¿Qué pasó en Dawnskeep?

270
La mirada vacía de ojos de piedra de Solatis pasó por su mente, y el peso de todos sus fracasos
hizo que Cas quisiera volver a caer al suelo.
Nada de esto estaba bien.
Ella tragó saliva. —No creo que la diosa venga a salvarnos.
Él la miró fijamente, sus ojos llenos de más emoción de la que jamás había visto en ellos. Sobre
todo miedo, tal vez. Por ella, por ellos, por su mundo, por todas esas cosas que no podían arreglar.
Otro de sus enemigos descendió, y Elander pareció canalizar todo ese miedo en el movimiento
de su espada; fue un golpe brutalmente poderoso, suficiente para levantar al soldado enemigo o
sus pies cuando sus cuchillas chocaron. El soldado nunca recuperó el equilibrio; Elander descargó
su espada sobre su cuello mientras lo intentaba, y el soldado cayó al suelo, atragantándose con la
boca llena de su propia sangre.
Ella y Elander trabajaron espalda con espalda después de eso, derribando atacante tras atacante.
Luchó porque era lo que siempre había hecho.
Pero ya no sabía a quién, o qué, debía atacar. Por qué fin estaba luchando.
¿Y qué importaba eso ahora?
Minutos más tarde, atravesó otro estómago con su espada; había perdido la cuenta de cuántos
eran y luego el flujo aparentemente interminable de enemigos cesó el tiempo suficiente para que
ella recuperara el aliento.
—Hay demasiados, —susurró—. Esto es… —Ella había calculado mal. Había estado segura
de que tenía la oportunidad de despertar a la diosa. Segura de que tenían suficiente ayuda para
mantener la orilla mientras ella resolvía las cosas... Eso fue hace tan poco tiempo; ¿cómo había ido
tan mal, tan rápido? —Esto fue un error. Nunca debimos haber venido aquí.
Elander no respondió; su mirada estaba en los árboles distantes, de los cuales emergían más
jinetes.
¿Más refuerzos?
Ella dio unos pasos hacia ellos con pasos tranquilos. Deberían haberle dado esperanza, tal
vez. Pero la vista sólo la llenó de temor. Porque con ellos vinieron más colisiones, más sangre, más
hilos de vida rompiéndose. No estaba preparada para lo abrumador que sería poder sentir esos
hilos fríos deshilachándose a su alrededor. ¿Cómo lo hizo Elander? ¿Cómo él había escapado de
este frío abrumador, de esta oscuridad... esta desesperanza?
Tanta muerte.
Estaba tan, tan cansada de esto.
—¡Cuidado!
Ella se dio la vuelta. Levantó su espada sin pensarlo dos veces.
Otro golpe, otra parada, otra muerte. Todavía luchando, porque era un reflejo, porque no
tenía otra opción que seguir luchando ahora.
Pero cuando su espada derribó a otro objetivo, vislumbró a un arquero apuntándole.
Demasiado tarde.
Una flecha golpeó su brazo, clavándose en casi el mismo lugar que había atravesado la es-
pada de Varen. Dejó caer su espada. Ya no podía blandirla. Agarró su brazo y lo abrazó contra su

271
estómago, sus dedos rasparon la punta de flecha alojada en su piel, tratando de evaluar la profun-
didad, el daño.
Se tambaleó por el dolor, casi tropezando con un cadáver mientras avanzaba, y su mirada se
encontró brevemente con la de Elander. Los ojos de Elander saltaron a esa flecha en su brazo, y gritó
algo, ella no sabía qué.
Todo se había vuelto extrañamente silencioso.
Extrañamente lento.
Él estaba luchando por abrirse camino hacia ella, pero de repente había demasiados cuerpos
entre ellos. Y estaba distraído, sin su magia, mirándola sólo a ella, no vio al enemigo que se había
acercándose a ellos una vez más.
Varen. susanele04@gmail.com
Otro soldado se interpuso en su camino y Elander lo manejó con facilidad. Pero cuando su
espada se hundió en el costado de este segundo hombre, la espada de Varen se elevó rápidamente
detrás de él.
Y entonces la espada de su hermano estaba cayendo, hundiéndose profundamente entre los
omoplatos de Elander.

272
Capítulo Treinta y seis

Traducido por Kasis


Corregido por Clouritgh

EL CORAZÓN DE CAS LATÍA CON FUERZA EN SUS OÍDOS.


Entonces se detuvo: ella juró que se había detenido, junto con su respiración y todo lo demás.
El extraño silencio fue roto por un grito. Al principio, Cas no se dio cuenta de que era el suyo,
no hasta que un dolor agudo en su garganta la estranguló y la dejó en silencio.
Oh, dioses, el silencio.
Parecía que nunca terminaría. Y todo lo que sucedió a continuación sucedió dentro de ese
silencio, y pareció suceder todo a la vez...
Corrió hacia el lado de Elander. El cielo se oscureció y esa oscuridad cayó a su alrededor, acu-
mulándose tan violentamente, tan rápido, que no podía ver a través de ello. Ella siguió corriendo, a
ciegas. El frío se hundió en ella. Era el espectáculo más violento de magia de la Muerte que jamás
había sentido, y no sabía de quién procedía esa magia, si de ella misma, de Elander o de ambos
combinados, pero el cuerpo de Varen se convulsionó cuando lo alcanzó. y luego estaba en el suelo
a varios metros de distancia de Elander, sin moverse.
Ninguno de ellos se movió.
¿Por qué no se había movido Elander?
La oscuridad persistió. La gente se había dispersado en todas direcciones. Nadie se atrevió a
acercarse a Cas, lo que la dejaba libre para caer al lado de Elander, y levantar su cabeza para dejarla
sobre su regazo sin interrupción.
No estaba respirando.
Una comprensión que se hizo aún más horrible porque no sabía lo que finalmente había
acabado con ese aliento La espada había golpeado profundamente, pero esa magia que había oscu-
recido el cielo en respuesta...
¿Ella había hecho esto?
—Háblame. —le rogó.
Ninguna respuesta.
—Mírame.
No abrió los ojos.
—¿Qué estás haciendo? —Ella susurró. Era una pregunta extraña, la pregunta equivocada,
pero era todo lo que podía pensar en decir, así que siguió repitiéndola, una y otra y otra vez— ¿Qué
estás haciendo? No puedes hacer esto. Dijimos uno al lado del otro. Lado a lado. No puedo...
Se atragantó.
No sabía qué hacer.
Qué decir.
Cómo respirar.
Cómo moverse.
El mundo seguía moviéndose, girando a su alrededor. Ella lo abrazó con más fuerza, como
siempre lo hacía cuando su mundo comenzaba a girar, pero esta vez no detuvo ese giro.
—No puedes ir a ningún lugar. —Sus palabras se estaban volviendo más desesperadas, más
ásperas, más arrastradas, aunque en su cabeza podía escucharlas perfectamente en su voz—. No
hay ningún lugar al que puedas ir… ningún lugar… No puedes irte.
Él ya se había ido.
Ella lo sabía, porque compartían la misma magia, y podía sentir lo último de esa energía
dejándolo, lo último de su poder filtrándose en ella en su lugar. Ella quería desesperadamente
rechazarlo. Devolverlo.
¿Eso habría detenido esto?
Ella lo habría devuelto todo, y algo más. Él podía volver a ser un dios, podía ascender, podía
dejarla atrás, siempre y cuando no dejara todo atrás.
—No así. —sollozó, con la voz entrecortada.
Pero ya estaba sucediendo, sólo así: la marca en su muñeca se estaba desvaneciendo. Y el lugar
donde el Dios Oscuro la había marcado estaba ardiendo. Ella estaba ardiendo. Todo en ella estaba
girando, retorciéndose dentro de una especie de fuego divino e invisible, y algo nuevo y aterrador
se forjaba dentro de ese infierno.
Se acurrucó sobre sí misma y se sentó entre las llamas durante lo que parecieron horas hasta
que, finalmente, el ardor se detuvo.
Ella levantó la cabeza.
Sus ojos se fijaron en el lugar donde había estado su hermano. Él se había ido. No tuvo que
buscar muy lejos para encontrarlo; uno de sus soldados lo estaba alejando de ella. No sabía si estaba
vivo o muerto. No podía concentrarse lo suficientemente bien como para separar los diferentes hilos
de energía, las diferentes fuerzas vitales que la rodeaban. Había demasiada muerte por ordenar.

274
Demasiada muerte.
Se puso de pie lentamente, flexionando sus dedos cubiertos de sangre.
De repente, el cielo volvía a estar completamente negro una vez más.
Dio unos pasos en la dirección en la que se habían llevado a su hermano. Casi podía oír la
voz de Elander en su cabeza, diciéndole que se detuviera.
Pero él no estaba allí para hacerla retroceder esta vez. No habría forma de tirar de ella hacia
atrás. Ella se levantaría, captaría por completo ese poder que había pasado de su cuerpo al de ella,
y ahora finalmente tendría el tipo de magia que podría evitarle de sufrir así, nunca más.
Casi tan pronto como pensó esto, escuchó un sonido estridente, resonando muy por encima
de ella: la llamada de un pájaro grajo.
¿El mismísimo dios superior vino a reclamarla por completo esta vez?
«Bien», ella pensó. «Terminemos con esto».
Pero cuando levantó la mirada para buscar en los cielos a ese dios, se centró en la lejana costa,
en un espectáculo de fuego que ardía entre la batalla que tenía lugar allí. Todavía de origen divino,
creía, pero diferente de las llamas que habían estado ardiendo tan ferozmente a través de ella.
No podía ver con suficiente claridad para saber de dónde venía ese fuego.
Pero pensó en Zev, y en Rhea empuñando su bastón, y en todos sus amigos, en algún lugar a la
distancia. Todavía luchando. Todavía tratando de llegar al otro lado de esto, como siempre lo hacían.
Oyó otro grito por encima de ella, pero esta vez no levantó la vista.
Porque podría haber matado a todas las personas entre aquí y esa costa, lo sabía. La magia
oscura dentro de ella estaba ansiosa por hacerlo. Pero no estaba segura de poder evitar matar ac-
cidentalmente a sus amigos. Y, de cualquier manera, no traería de vuelta a Elander. La magia de
la muerte no podía dar vida. No podía traer a nadie de regreso.
De modo que dejó de escudriñar los cielos, dio media vuelta y tropezó una vez más al lado
de Elander, y cayó de rodillas a su lado.
Otra súplica se estremeció de ella: —Vive. Por favor, por favor, vive,
Entonces se le ocurrió que ni siquiera habían tenido la oportunidad de despedirse. De decir
cualquier cosa al final. Él se había ido antes de que ella pudiera alcanzarlo.
Derrumbándose en el resto del camino hasta el suelo, se acurrucó junto a él, tomó su mano
fría y ensangrentada entre las suyas. —No quiero esta magia de la muerte. No quiero ninguna ma-
gia. Yo sólo quiero que te quedes. Solo quiero que vivas.
El cielo sobre ellos todavía estaba oscuro.
Pero mientras esa súplica se repetía una y otra vez en su mente «vive, vive, vive», algo en el
bolsillo de su abrigo comenzó a irradiar calor. Metió la mano en él y sacó el Corazón del Sol. Se
habían formado grietas en su cara.
—Roto. —ella murmuró.
Como todo lo demás.
Pero mientras lo miraba, le pareció ver luz filtrándose por las grietas. Lo sostuvo con más
fuerza, desesperada por obtener más del calor que le estaba dando.
Entonces su cara se hizo añicos por completo, y de repente ella se estaba ahogando en una
luz brillante y cegadora.

275
Capítulo Treinta y siete

Traducido por Kasis


Corregido por Clouritgh

CUANDO LAS ONDAS DE LUZ LA ALCANZARON, CAS CERRÓ LOS OJOS, y ella tuvo una visión.
Una visión perfectamente clara de una mujer despertando.
De un rostro elevándose hacia el cielo. Un despliegue de alas. Un cuerpo retorciéndose, le-
vantándose mientras las cadenas se desprendían de él.
Sus ojos se abrieron. Todavía estaba en medio de ese campo de batalla que pensó que había dejado
atrás. Pero ahora estaba bañado en una luz blanca y brillante, y nadie parecía moverse excepto ella.
Tratando en vano de proteger sus ojos del brillo, Cas se puso de pie y comenzó a caminar.
Ella no sabía a dónde iba. Y era desorientador ser la única que se movía. Seguía pensando
que escuchaba pasos, latidos de corazón, suaves respiraciones... pero no. Todo se había detenido.
Estaba muerta, estaba casi segura de ello.
A menudo se había preguntado cómo las almas navegaban hacia sus respectivas vidas pos-
teriores sin la ayuda del Dios de la Muerte, y ahora lo sabía: un camino brillante, interminable y
tranquilo, y tenía que recorrerlo sola.
Sola.
No uno al lado del otro, como se habían prometido.
Caminó por ese camino brillante durante tanto tiempo que comenzó a olvidarse del dolor,
la sangre, la oscuridad de ese campo de batalla que había dejado atrás. Ella técnicamente todavía
estaba caminando por ese campo, pero todo estaba borroso, y los cuerpos, los congelados en poses
de vida y muerte, se estaban dispersando cada vez más.
Vio un movimiento repentino justo delante de ella.
Debería haber sido cautelosa, tal vez, pero no le quedaban fuerzas para ser nada. Ni siquiera
tenía la energía suficiente para darse la vuelta; era más fácil seguir caminando. Entonces eso fue
lo que hizo. Vio un árbol gris y larguirucho en la cima de una colina, y siguió moviéndose hasta
que lo alcanzó.
Una mujer estaba de pie debajo de este árbol.
Ella era la misma que Cas había visto en su visión.
Solatis.
Parecía extrañamente humana, vestida con una sencilla armadura con detalles dorados y sin
las alas que la habían acompañado en esa visión. Su piel oscura brillaba como si estuviera de pie
en un parche de luz solar, excepto que la neblina de este lugar estaba bloqueando el verdadero sol,
por lo que Cas podía decir. Su cabello parecía proyectado en ese mismo brillo inexplicable. Caía en
gruesas olas, casi hasta su cintura. Sus ojos dorados eran amables mientras miraba a Cas acercán-
dose a ella. Solatis no habló. Pero exhaló un pequeño suspiro, como si hubiera estado esperando
durante mucho tiempo, como una madre preocupada que esperaba contra toda esperanza que su
hijo fugitivo aún pudiera volver a casa.
Había cientos de cosas diferentes que quería preguntarle a esta diosa, pero sólo una pregunta
salió de la boca de Cas. —¿Estoy muerta?
La pregunta pareció divertirla. —No. No exactamente.
Cas miró hacia el campo de batalla. —Entonces, ¿por qué todo se detuvo?
—No se detuvo para ellos.
Cas sintió una chispa de verdadera emoción por primera vez desde que entró en este cálido y
brumoso lugar. —Si mis amigos todavía están peleando, entonces yo... yo necesito regresar con ellos.
—Pronto. —le indicó la diosa.
Pronto.
—¿Por qué no viniste antes? —exigió Cas.
—No pude.
No quedó satisfecha con esta respuesta, y su enojo debe haber sido obvio, porque la diosa
negó y habló. —Todo tendrá sentido antes del final. —Luego se dio la vuelta y comenzó a alejarse.
Cas la siguió, su ira aún crecía, y todas sus muchas preguntas peleando por precedencia en su
mente cansada, hasta que finalmente se decidió por una: —¿No podrías haber enviado más ayuda?
La diosa no respondió.
—Te lo supliqué. Sé que debes haberme oído. Debes haber visto por lo que estaba pasando.
—He visto muchas guerras. Y he enviado la ayuda, a los guerreros, que pude con el tiempo.
Cas se imaginó a esos centinelas de piedra que habían rodeado Dawnskeep. —¿Guerreros
como los Vitala, por ejemplo?
Ella asintió.
Cas apretó los puños. —Sí, pero necesitamos ayuda ahora. Algo más, algo más fuerte, todos
esos guerreros perecieron hace mucho tiempo.
—Todos, excepto uno.
—¿Salvo uno?

277
—Lo conocías muy íntimamente.
—Yo… —Cas se congeló. Sintió un hormigueo en su cuero cabelludo cuando la comprensión
se asentó lentamente sobre ella. Parecía imposible, y sin embargo…
Ella no tenía que expresar sus pensamientos; la diosa claramente ya los conocía, a juzgar por
la sonrisa ligeramente triste que se extendía por su rostro. —Él era el Dios de la Muerte cuando tú
lo conociste —confesó—, pero él fue un guerrero mío mucho antes de eso.
Cas trató de pensar, de clasificar los recuerdos que de repente se precipitaron en su mente a la vez.
La primera vez que su magia se había manifestado, cuando había protegido a su hermano
cuando era niño, Elander había estado allí. Meses atrás, cuando su magia había rugido a la vida por
primera vez en mucho tiempo, Elander había estado allí. Y, aún más recientemente, había logrado
usar el poder menguante en el Corazón del Sol para ahuyentar al Dios Oscuro en Oblivion...
Él había sido el Dios de la Muerte y, sin embargo, ahora que lo pensaba, su conexión con el
Sol era evidente.
—Verás, Malaphar y yo hemos estado jugando un juego mortal durante mucho tiempo —ex-
presó la diosa—. Y me temo que me estoy quedando sin ideas. Sin poder. Sin guerreros para enviar.
Cas no podía dejar de pensar en esos guerreros. —Así que Elander...
—Malaphar destruyó a los demás, como dijiste. Elander sobrevivió. Y lo que el Dios Oscuro
no pudo destruir... finalmente logró corromperlo. Le ofreció a Elander un lugar a su lado, como
su sirviente, un poder más allá de lo que yo podía darle. Y Elander lo tomó. No pude hacer nada
después de esa ascensión. Y dentro de la jaula de ese nuevo poder, me olvidó. Él se olvidó de sí
mismo. Hasta…
Se desvaneció y permaneció en silencio durante mucho tiempo.
Cas finalmente la miró y se dio cuenta de que la diosa estaba mirando el Corazón roto en sus
manos. —Él te robó esto, ¿verdad?
Cas sonrió ligeramente. —Él piensa que lo robó. Pero fue dado libremente. Sabía que vendría;
sabía lo que buscaba. Sabía quién lo había enviado y con qué propósito. Y el Dios Oscuro tenía un
control muy fuerte sobre él, pero en ese momento, yo también vi la oportunidad de romper ese
control. Tú. Porque esperaba que te diera esa pieza robada a ti en lugar de a ese dios al que servía,
y tenía razón.
Cas pasó su pulgar por las grietas del Corazón, sintiéndose mareada.
—Y solo para que lo sepas —continuó la diosa—, él fue quien te trajo de vuelta a este mun-
do, no yo. Aunque él nunca se dio cuenta, yo no le creo; usó el poder que le había dado, uno que
estaba encerrado en ese Corazón, y que había perdido durante mucho tiempo. Creo que su deseo
de salvarte es lo que lo abrió, y eso es lo que los puso a ustedes dos en el sinuoso camino que han
tomado hasta... bueno, aquí.
Un camino que finalmente terminó en su destrucción.
Y ahora no podía salvarlo, al parecer.
—Entonces, yo era sólo un humana...
—Sí.
—Que por casualidad se enamoró de él

278
—No por casualidad. Lo elegiste. Eso es lo importante. Y la elección de amar, de tener espe-
ranza, a pesar del caos y la oscuridad no es poca cosa.
Cas negó, aún no dispuesta a creer que no había más que eso. Ella necesitaba que hubiera algo
más. En las leyendas que había escuchado a lo largo de su vida, la gente siempre hablaba de los
Elegidos. Grandes héroes y heroínas destinados desde su nacimiento a hacer grandes cosas.
Pero ahora parecía que en realidad no era nadie especial.
Ella no era una Elegida.
Ella era solo una persona que había tomado decisiones. Algunas de ellas terribles. Algunas
de ellas buenas. Algunos que parecían pequeñas e insignificantes en ese momento. Tantas que
cualquiera podría haber hecho.
Entonces, ¿dónde la dejaba eso ahora?
Inútil y sin ningún poder real para arreglar las cosas.
—Y, lo que es igual de importante —continuó la diosa—, al que tú elegiste... te eligió a ti. Él
te eligió sobre la oscuridad, y mi compañero dios superior aún no ha descubierto por qué. Le des-
concierta, aquel a quien le había dado tanto poder podía negárselo tan imprudentemente. Pero el
poder no lo es todo.
—Yo quería elegir la oscuridad —dijo Cas—. Quería ese mismo poder. —Ella vaciló. Pero algo
en la luz cómplice de los ojos de la diosa la hizo sentir como si no pudiera salirse con la suya con
nada que no fuera la verdad, así que dijo: —Aún lo quiero, porque odio lo inútil que me siento en
este momento.
—Sí. Pero no cederás a ese deseo.
—¿Como puedes estar segura?
Estudió a Cas por un largo momento. Y luego extendió una mano y se la pasó por la mejilla.
El calor floreció al tocarlo.
—Esta marca habría hecho que la mayoría ascendiera a su control hace mucho tiempo —se-
ñaló la diosa—. Su magia es más fuerte que la mía y, sin embargo, te aferraste a la luz que te habían
dado y fue suficiente para mantener a raya la oscuridad.
—No importa si yo me aferré o no —argumentó Cas, débilmente—. No he logrado nada. Todo
en nuestro mundo sigue roto. O rompiéndose.
«Incluyéndome», pensó.
Aunque no dijo esto último en voz alta, la diosa le respondió como si lo hubiera hecho: —No
hay nada tan malo en romperse, siempre y cuando te recompongas de una mejor manera. —Tomó
el Corazón de las manos de Cas, pasó sus dedos sobre él, y Cas observó cómo esas grietas se lle-
naban de corrientes doradas de magia—. Y, de cualquier manera —agregó—, las almas rotas aún
pueden ser luces brillantes.
Cas miró fijamente la luz entre esas fisuras, incapaz de pensar en una respuesta.
—¿Entonces? Tú no has ascendido completamente, así que creo que puedo darte algo que
buscas, al menos. —Alcanzó de nuevo esa marca, y Cas se preparó para algo similar al ardor que
había sentido en el campo de batalla antes.

279
Y eso era caliente, pero también fue rápido, una lluvia limpiadora de fuego en lugar de un
infierno de castigo, y luego se sintió como si literalmente le hubieran quitado un peso literal del
cuerpo... porque así era.
Observó cómo ese peso flotaba en el aire entre ellas, una maraña de sombras que la Diosa
del Sol mantenía a flote sin ningún esfuerzo evidente.
Debería haberse sentido aliviada. Pero en todo lo que Cas podía pensar era en lo que pasaría
después. Con cautela se tocó la mejilla y preguntó: —¿Está completamente retirado?
—Sí.
La diosa había hecho que quitárselo pareciera tan fácil, lo que sólo enfureció a Cas de nuevo.
Porque todo había terminado, así como así, pero parecía demasiado tarde. —Se ha ido, pero Elander
todavía está...
—Sí. Eso. Me temo que tenía que suceder, lo siento —Solatis frunció el ceño—. La muerte era
la única forma en que podía liberarse de esa servidumbre a la que accedió; todo lo demás era sólo
una solución temporal. Su muerte también liberó el poder extra que le di para protegerlo después
de ese incidente que robo de hace tantos años. El poder que yo necesitaba para poder liberarme y
venir a ti así, otra cosa necesaria.
Cas miró fijamente esa bola de sombras que caía, todavía esperando desesperadamente que
hubiera algo que la diosa pudiera hacer. Algo que ella no le estaba diciendo. —¿No se le puede
devolver esa energía divina, de alguna manera?
Solatis negó.
—Pero sin eso, él es…
La diosa inhaló lentamente, como si se estuviera preparando. Parecía un gesto muy extra-
ño, muy humano, de un ser tan antiguo como el mundo mismo. —El Dios de la Muerte ha caído.
Realmente cayó, esta vez. Pronto surgirá uno nuevo. Sospecho que mi contraparte ya tiene otro
nuevo elegido. En el fondo estoy segura de que él ya sabía que no podía llevarte, así que habrá
hecho un segundo plan. Pero a él le encantan sus juegos retorcidos y su sufrimiento prolongado.
—¿Y honestamente ya no puedes pelear con él?
—Haré lo que pueda. Pero ahora es mucho más poderoso que yo, ya ha matado al tercero de
nuestra orden, y ese ser era incluso más fuerte que yo.
Cas no pensó que le quedara la energía para estar sorprendida o alarmada por cualquier otra cosa,
pero esto hizo que cada nervio de su cuerpo volviera a la vida. —¿El tercer dios superior, quieres decir?
—Sí. Durante años, Belegor y yo mantuvimos el control del Dios Oscuro. Pero ahora el Dios
de Piedra se ha ido, y lo que queda de mi propio poder no es suficiente para hacer el trabajo sola.
—La mayoría de los humanos creen que el tercer dios simplemente... nos dejó.
Ella sacudió su cabeza. —Él no se fue. Lo mataron, y Malaphar sigue intentando hacerme
lo mismo. No lo ha logrado, obviamente. Aún no. Tal vez por lo mismo que ya hemos discutido:
mientras mi luz, mi poder, se disperse y se entregue a otros, tendrá dificultades para extinguirlo
por completo. Es tanto mi debilidad como mi fuerza… tal es la naturaleza de estas cosas.
—¿Hay alguna esperanza de detenerlo? —Todavía había otras cien preguntas que quería hacer,
pero de repente esta se sintió como la única que importaba.

280
La diosa tardó mucho en responder.
—No te mentiré —habló finalmente—. Se necesitaría una alianza de seres divinos y mortales
diferente a cualquier cosa que los reinos hayan conocido, junto con varias otras cosas igualmente
improbables. E incluso entonces, puede que no sea suficiente. Esta podría ser la forma en que tu
mundo termina. La tuya y la de los demás, honestamente no sé el alcance de lo que ha planeado.
Cas se llevó una mano a la cara e inclinó la cabeza.
Y de todas las cosas que podría haber hecho en ese momento, casi… se echa a reír.
Porque era demasiado. Era demasiado duro, demasiado imposible, demasiado injusto, después
de todo lo que ya había pasado. Lo elegiste, había dicho la diosa. Eso es lo importante.
¿Cuáles eran las posibilidades de que sus elecciones la llevaran a un lugar como este? Era una
suerte tan terrible que casi tenía que reírse, o de lo contrario iba a empezar a llorar.
Pero ella no se rió.
Más sorprendentemente, ella tampoco terminó llorando.
Los segundos pasaban y ella simplemente se quedó parada entre las olas de miedo e incerti-
dumbre, como siempre lo había logrado, de una forma u otra.
Y luego se le ocurrió: sabía lo que tenía que decir, así que lo dijo: —Esto no puede terminar
de esta manera.
Cuando levantó la vista un momento después, la diosa le estaba sonriendo: —Estoy de acuerdo.
Cas respiró hondo. —¿Qué puedo hacer?
—Las Sombras están cayendo —señaló Solatis—, y ya es demasiado tarde para evitar que
vengan. Pero tal vez aún puedas expulsarlos.
Se giró hacia donde estaba cayendo la bola de oscuridad que había extraído. Cerró los ojos.
No hizo falta más movimiento que este para llenar el espacio a su alrededor con la misma luz
cegadora que había anunciado la llegada de Cas a este lugar.
La esfera de sombras atrajo esa luz, y las dos energías lucharon salvajemente por un momento,
retorciéndose y separándose, una y otra vez, hasta que Cas creyó ver algo tomando forma en el
centro de ellas.
La diosa metió la mano en esa masa agitada de magia y sacó una espada.
Era una de las armas más hermosas que Cas jamás había visto. Su empuñadura era blanca y
dorada. La hoja estaba grabada con los principales símbolos de la Corte del Sol. Había una abertura
circular en el pomo, y Cas observó cómo Solatis tomaba el Corazón que había reparado y lo colo-
caba dentro de esa abertura, y con un rápido movimiento de su mano, aparecieron algunos hilos
dorados más de su magia y sellaron la abertura, espacios vacíos, y las dos armas se convirtieron
en una sola pieza. Metió la mano en la masa de energías enfrentadas y sacó una vaina, igualmente
hermosa, blanca, pulida y grabada con símbolos dorados que hacían juego con los de la propia
espada. Se las ofreció a Cas.
—Cazadoras de Sombras. —le indicó la diosa mientras los tomaba.
La espada era increíblemente ligera, y en el instante en que la mano de Cas se envolvió en
su empuñadura, los símbolos grabados en la hoja comenzaron a brillar con una tenue luz blanca.
—Sujétate fuerte —ordenó la diosa—, porque es hora de regresar.

281
Capítulo Treinta y ocho

Traducido por Kasis


Corregido por Clouritgh

CUANDO ACERCÓ LA ESPADA, LA LUZ INUNDÓ SOBRE ELLA UNA VEZ más, y Cas pronto
regresó a un campo de batalla empapado de sangre y un coro de gritos, a sólo pocos metros de
distancia de donde lo había dejado todo.
El cuerpo de Elander ya no estaba.
La mayor parte de su ejército se había ido, al parecer, y los que quedaban estaban intentando
huir. Vio a Laurent en la distancia, gritando y tratando de organizar una retirada caótica. Nessa
estaba a su lado y parecía estar usando su magia para tratar de calmar caballos y personas por igual.
Buscó y buscó a Zev, a Rhea, al general Kolvar, otras caras que pudiera reconocer, otras cosas
que la ayudaran a retroceder y evitar que sus piernas se doblaran debajo de ella, pero no las encontró.
Los soldados de ambos lados pasaron corriendo junto a ella como si no pudieran verla. Varios
incluso corrieron encima de ella, lo habría jurado, pero ellos no parecían sentirla, y ella tampoco. Así
que caminó de regreso por el campo de batalla con pasos relativamente tranquilos, un fantasma
entre los muertos y los moribundos, tratando de encontrar una manera de seguir viviendo.
Mientras caminaba, siguió buscando a sus aliados.
Su búsqueda terminó en la misma colina en la que había estado antes con Elander. El recuerdo
de su voz, de su promesa de lado a lado, resonó dolorosamente a través de sus pensamientos. Quería
apartar la mirada de ese lugar donde él había hecho esa promesa. Pero no pudo.
Porque arriba de esa colina, una nube oscura estaba ondeando.
Su hermano estaba agachado en el centro y un pájaro negro volaba alrededor de su cabeza inclinada.
El aire era sofocantemente denso por el poder. Hacía tanto frío que casi no podía respirar.
Esa nube sombría pronto envolvió a su hermano por completo, y el poder gélido e inestable en el
aire se hizo más y más insoportable a medida que pasaban los segundos. Ella se dio cuenta de lo
que estaba pasando. Pero era demasiado tarde para detener la llegada de las sombras, tal como
Solatis había dicho que sería.
Pero tal vez aún pudieras expulsarlas.
Esas sombras estaban creciendo a un tamaño inimaginable. Y luego comenzaron a cambiar
y adoptar una forma más aterradora. Como cuando Elander solía convertirse en ese lobo que una
vez había perseguido sus sueños, excepto que ahora no era un lobo, sino una bestia parecida a un
tigre con ojos azules brillantes.
Observó, horrorizada, cómo esta nueva bestia daba sus primeros pasos. Cuando abrió su
boca, un viento oscuro rugió, aplastando pequeños árboles y lixiviando la vida y el color de cada
brizna de hierba en la ladera.
Esa ola inicial la tiró al suelo, junto con todos a su alrededor.
Otro rugido de viento, más fuerte que el primero, siguió inmediatamente después.
Se apresuró a alcanzar un árbol cercano y se zambulló detrás de él. El segundo viento envol-
vió el tronco y lo convirtió en un tono ceniciento, pelando la corteza a medida que avanzaba. Ese
tronco se llevó la peor parte del ataque, pero una parte del viento aún envolvía y rozaba la piel de
Cas. Su cuerpo se estremeció con el frío familiar y vacío de él. Sus músculos hormiguearon cuando
la magia los drenó, y se desplomó contra el árbol moribundo, apretando los dientes por el dolor.
El viento finalmente se calmó y miró a las personas a su alrededor, que habían tratado de
esquivar esa brisa oscura con diferentes niveles de éxito. La magia había dejado innumerables ca-
ras conmocionadas y cadáveres del mismo tono que el árbol moribundo que crujía detrás de ella.
Gritos y llantos de misericordia llenaban el aire.
Entre el caos que se estaba formando y la neblina gris que se cernía sobre ellos, ya no podía
distinguir quién era amigo y quién enemigo. Dudaba que su hermano pudiera, o también dudaba
que le importara.
Todos iban a morir aquí si ella no hacía algo. La vaina y la espada que Solatis le había dado
descansaban en el suelo a unos metros de distancia, donde se cayeron cuando ella cayó al suelo.
Los símbolos de la hoja estaban apagados, y de repente todo parecía mucho menos impresionante
en la desolación de este mundo real, devastado por la guerra.
De todos modos, Cas lo miró fijamente. Sus pulmones lucharon por respirar. Estaba tan si-
lencioso dentro de la niebla de la magia del Dios de la Muerte que cada una de esas respiraciones
agudas parecían hacer eco.
Se arrastró hacia la espada.
La recogió.
Se puso de pie.
Todos los demás que habían logrado ponerse de pie corrían hacia el otro lado. Era un espec-
táculo irrisorio: una figura solitaria que caminaba hacia un dios furioso. Hacia el desastre. Y se
sentía como si no tuviera nada más que dar, como si sufrir una tragedia más pudiera borrarla del
mundo por completo.

283
De cualquier forma, ella caminó hacia adelante.
A través de remolinos de magia y polvo. A través del dolor punzante y quemante en sus
músculos. A pesar de las lágrimas que nublaban sus ojos y la pena que apretaba su corazón en un
puño tan fuerte que parecía que había dejado de latir.
Cada paso de dolor trajo de vuelta todas las dudas que había tenido de este viaje hasta el mo-
mento. Cada pérdida, cada error, cada pregunta que habían hecho aliados y enemigos por igual.
¿Por qué?
¿Por qué sigues luchando?
¿Qué esperanza podría llevar consigo honestamente?
En realidad, no le quedaba ninguna.
Pero ella tenía una espada, así que la agarró con fuerza, tal como la diosa le había ordenado que hiciera.
La bestia de la Muerte había abierto sus fauces. Preparando otro de esos vientos rugientes,
sospechaba. Pero se detuvo cuando ella se acercó. Bajó la cabeza. Sus ojos azules la miraron directa-
mente. Su hermano estaba allí, en alguna parte, y brevemente se preguntó si él podría reconocerla
más, desde este primer plano. Si alguna vez la reconocería de nuevo.
Su boca se abrió.
Agarró el mango de su espada con más fuerza.
Los símbolos de la hoja se encendieron.
Se levantó cuando el dios la mordió, y la luz se elevó con su golpe, llenando esa boca sombría
justo antes de que se cerrara sobre ella. La bestia se tambaleó hacia atrás y sus fauces se cerraron
de golpe, extinguiendo la luz que ella había invocado.
«Otra vez», vino una voz suave en su mente.
Ella giró de nuevo.
«Otra vez, otra vez, otra vez», hasta que el aire entre ellos estaba lleno de demasiada magia bri-
llante y cegadora para que incluso el Dios de la Muerte lo extinguiera por completo.
Y golpe tras golpe, logró hacer retroceder a la bestia.
Pero ¿a dónde?
Ya le dolían los brazos. La espada parecía sacar su luz directamente de ella, de alguna pro-
funda reserva de poder que acababa de descubrir, y podía sentir que ese poder se desvanecía un
poco más con cada golpe.
«Una última vez», se dijo a sí misma, una y otra vez. «Una última vez, y tal vez eso sea suficiente».
Perdió la cuenta de cuántas ultimas veces hizo.
Entonces tropezó.
Su cuerpo simplemente... se rindió. Sus músculos se agarrotaron. Los restos de su luz invocada
flotaban a su alrededor, apenas penetrando la niebla dejada por la magia de la bestia de la Muerte,
encendiéndola lo suficiente como para que pudiera ver a la bestia sombría dentro de ella, acechando
de nuevo hacia ella.
Ella trató de levantar su espada. Pero había más magia goteando de los dientes descubiertos
del dios, y estaba flotando sobre ella, entumeciéndola. Se estaba desvaneciendo en un lugar frío y
oscuro del que no quería regresar. Su agarre en su espada se deslizó, y un pensamiento se apoderó
de su mente.

284
Así es como voy a morir.
Estaba segura de ello.
Hasta que un calor repentino se apoderó de ella.
Un brazo envuelto alrededor de su cintura. Una mano se cerró alrededor de la empuñadura
en su espada, estabilizándola, anclándola mientras lo que parecían las últimas volutas de su magia,
de su fuerza, trataban de escabullirse.
Y una voz susurró, no en su mente, sino directamente en su oído, llevándola de vuelta al
momento: —Quédate conmigo, Thorn.
Su cuerpo todavía quería colapsar. Pero no pudo, porque el control de Elander sobre ella era
demasiado fuerte. Así que ella se mantuvo de pie.
Y con él a su lado, logró terminar de levantar su espada.
Una última vez.
Se balanceó hacia las sombras, y no estaba segura de lo qué Elander hizo al instante siguiente,
pero la fuerza combinada de su ataque fue tan brillante que tuvo que cerrar los ojos durante varios
momentos después.
Le zumbaban los oídos. Su cuerpo. Sus músculos contraídos, amenazando con colapsar una
vez más bajo los poderes imposibles que la rodeaban. Pero aún podía sentir el momento en que la
energía del Dios de la Muerte comenzó a desvanecerse.
Un minuto después, se había ido.
Por el momento, al menos.
Ella se tambaleó hacia atrás. Empezó a caer. Se detuvo y sintió que la levantaban, y luego la
acunaban contra el pecho de Elander y la alejaban de todo ese imposible poder agotador.
Levantó la vista.
Lo último que vio antes de cerrar los ojos fue su rostro, mirándola, y habría jurado que había
alas desplegándose detrás de él, pero no los apéndices negros con garras de ese dios superior al
que una vez había servido. Estos eran dorados y brillantes y luminosas.
Como el sol.

285
Capítulo Treinta y nueve

Traducido por Kasis


Corregido por Clouritgh

CAS DURMIÓ DURANTE CASI TRES DÍAS.


De vez en cuando tomaba conciencia cuando escuchaba abrirse la puerta de su habitación,
cuando sentía que alguien se movía a través de ella. Pero ella no reconocía las caras. No entendía
las voces. No deseaba reconocer o entender estas cosas.
Ella sólo quería seguir durmiendo.
Al final de ese tercer día, estaba marginalmente mejor, y las caras que la miraban comenzaron
a cobrar significado en la bruma de su mente maltratada.
Una por una, regresaron a ella: Zev, Laurent, Nessa, Rhea. Todavía se sentía como un sueño
cada vez que los veía. No pesadillas, por una vez, sino sueños reales en los que quería quedarse.
Hacía frío cuando finalmente se despertó y permaneció despierta; se dio cuenta de que estaba
en su habitación de la torre de Stonebarrow, y el fuego casi se había extinguido.
Se acercó aturdida a la pila de leña que había sobre la chimenea y arrojó un trozo al fuego.
Estaba avivando el fuego cuando se oyó un golpe suave y pidió con voz ronca a quienquiera que
fuera para que entrara.
La puerta se abrió, y Elander entró.
Se veía exactamente como siempre lo había hecho. Sin alas, sin armadura, sin otros signos de
su antiguo estatus de guerrero. Quizá había un nuevo brillo en su piel; como ese calor tocado por
el sol que había rodeado a Solatis. Pero por lo demás, sólo era… él.
Y, sin embargo, sintió que lo estaba viendo por primera vez, y al igual que la primera vez, su
corazón dio un vuelco cuando sus ojos se encontraron.
Lanzó una mirada rápida hacia el fuego; sospechó que él había venido a comprobarlo. Al
ver que el trabajo ya estaba hecho, se acercó y se sentó en su cama. Él tomó su mano. Su pulgar
trazando sobre sus nudillos. Empezó a hablar varias veces, solo para detenerse y conformarse con
simplemente mirarla.
Ella también estaba demasiado abrumada para hablar, por lo que simplemente se sentaron
allí y se abrazaron durante varios minutos, hasta que finalmente encontró su voz y habló: —Me
alejaste de Varen.
—Sí.
—Pensé que te había imaginado.
Él negó, con un rastro de sonrisa en sus labios. —Resulta que todavía no he terminado contigo.
Cas respiró hondo, tratando de concentrarse en su sonrisa. Aquí. Él estaba aquí. Él estaba bien.
Ellos estaban bien. —Eres uno de los Vitala.
Frunció el ceño y se quedó en silencio durante un largo momento antes de decir: —Tengo
muchas cosas que averiguar, pero... sí.
Ella asintió. Trató de no estar aterrorizada de qué más tenían que averiguar, de qué otras cosas
extrañas posiblemente podrían descubrir. Y trató de no pensar en todo lo que ya había pasado, y en
todo lo que podría nunca entender o hacer las paces con ello.
Ella lo había visto morir.
Ahora estaba de vuelta.
Pero si estos últimos meses le habían enseñado algo, era que esas cosas no venían sin consecuencias.
Aun así, el hecho de que él estuviera aquí… Eso era todo lo que importaba ahora, supuso. Porque
significaba que podían seguir tratando de darle sentido a todo esto juntos.
Y tenían muchas cosas a las que dar sentido, así que no perdió más tiempo en la cama. Con
un poco de ayuda, logró vestirse, asearse y luego salir a caminar.
Todos sus amigos estaban esperando alrededor de una fogata en el patio de la torre, aparen-
temente por ella, aunque ninguno de ellos dijo esto abiertamente.
Su inquietud no se había calmado, por lo que se adentró más en el campamento. Todos la
siguieron, llenándola de lo que se había perdido mientras dormía.
La fortaleza de Stonebarrow estaba tan intacta como antes, pero inquietantemente vacía.
El general Kolvar había tomado un grupo y se dirigió al este, en una misión para hablar con
algunos viejos conocidos en Mistwilde.
Caden había desaparecido, y su ausencia llenó la mente de Cas con aún más preguntas; ¿Qué
pasaba con los sirvientes de un dios medio, una vez que ese dios había caído? ¿Caden y Tara sim-
plemente se habían ido ahora? ¿O algo peor?
En cuanto a todos los demás... algunos habían regresado a sus ciudades de origen, a sus puestos
habituales. Algunos se perdieron. Algunos se estaban retirando a sus sacos de dormir mientras el
sol se hundía en el horizonte. Se sentía muy extraño pasar por todo eso a raíz de lo que había suce-
dido. Esto estaba tan tranquilo. Si nadie le hubiera dicho a Cas sobre el número que habían perdido,
podría haber seguido creyendo que la mayor parte de su campamento todavía estaba aquí, y que
simplemente estaban dormidos.

287
Que todos despertarían mañana y seguirían como siempre, como si nada hubiera cambiado.
Pero ella sabía que todo había cambiado, y le dolía el corazón cuando empezó a pensar en lo
que podrían significar esos cambios.
—Entonces —comenzó Rhea, como si leyera sus pensamientos—, Varen es el nuevo Dios de la Muerte.
—¿Me pregunto si eso nos causará algún problema? —cuestiono Zev, y aunque Cas se dio
cuenta de que había estado tratando de hacer una broma, por una vez su tono fue completamente
serio. Con miedo, incluso.
Ese mismo sentimiento gravemente serio era evidente en el rostro de cada uno de sus amigos.
—Él quería erradicar la magia divina al comienzo de todo esto, y ahora él es la mismísima
encarnación de la magia divina —espeto Nessa—. No lo entiendo.
Cas pensó en la última conversación real que había tenido con él, ese día en Kosrith. De cómo
había hablado de su infancia, y los que constantemente habían tratado de tomar su corona. De la
chispa de desesperación que había visto, aunque fuera brevemente, en sus ojos. Y la fría determi-
nación en su voz...
—Él anhela el poder por encima de todo. —señaló en voz baja. Ella les había dicho esto antes.
Realmente no había creído en ello tanto entonces como ahora.
Y ella nunca hubiera imaginado que su anhelo podría conducir a esto.
—Él y el Dios Oscuro tienen eso en común —agregó Elander—. No me sorprendería saber
que dicho dios le hizo una visita en las últimas semanas. Tal vez no fue una coincidencia que todos
termináramos juntos en estas costas del norte.
Tal vez fue la conversación que había tenido con Solatis, pero ya nada se sentía como una
coincidencia para Cas.
—¿Y ahora qué? —se preguntó Laurent.
El grupo de ellos cayó en una tensa discusión sobre el asunto. Cas los observó en silencio
durante unos minutos, reproduciendo esa conversación con la Diosa del Sol en su mente.
Había una parte que se repetía una y otra vez:
Lo elegiste. Eso es lo importante.
Ella no estaba aquí por casualidad, sino por elección.
Y ahora haría otra.
—Cabalgaremos por Ciridan. —indicó, haciendo que el murmullo de la ansiosa conversación
a su alrededor se detuviera.
—¿Ciridan?
—Tendremos que trabajar más duro para formar una alianza de nuestros reinos mortales, y
eso será más fácil de hacer desde un trono. El trono de Varen simplemente se está desocupando
ahora. Así que empezaré por ahí. La gente bajo su gobierno buscará a alguien a quien seguir —
Levantó la vista hacia el acantilado distante, hacia el último rayo de sol que se deslizaba detrás de
ellos—. Ellos me seguirán.
Una pequeña multitud se había acercado a ellos, ansiosa por ser parte de la discusión.
Observaron y escucharon las declaraciones de Cas con una mezcla de interés y duda.
En el pasado, ella podría haberse marchitado bajo esas miradas dudosas.

288
Pero ahora, mientras permanecía de pie entre los silenciosos restos de sus últimas batallas, un
pensamiento repentino y feroz la infundió valor: No importaba cómo había llegado aquí. Tampoco
importaba lo que ya había sucedido. Todo lo que importaba era en lo que ella eligió convertirse.
Y estaba a punto de convertirse en reina.

289
Agradecimientos
Traducciones Independientes

Queridos lectores, en Traducciones Independientes estamos muy contentos de traerles


la tercera parte de este maravilloso libro.

Es por esto que queremos agradecer a todo nuestro equipo de traducción y corrección,
ya que, sin estas increíbles personas, este libro no estaría terminado.

También queremos darles las gracias a ustedes, lectores. Por su paciencia y compren-
sión. Este proyecto es para ustedes, son el fin del trayecto, a ustedes nos dirigimos al
traducir, a sus manos, a sus ojos, a su deleite.

Nos leeremos en los libros por venir...

TI

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