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El siguiente material de lectura es un extracto del Capítulo: Familias y Escuelas como nichos de Bienestar, autoras: Ana M Catalá

(Familias) y Ma Enriqueta Aquique (Escuelas) publicado en: Garassini y Camilli, -editoras- (2016) Psicología Positiva: Empezar con
lo que está bien. Eds. Rotospeed C,A SOVEPPOS: Caracas

FAMILIAS COMO NICHOS DE BIENESTAR

Ana Matilde Catalá

Comencemos hablando de la familia

¿Será éste el primer nicho de bienestar?

La familia es el primer contexto en el que las personas se


La familia es el primer
contexto en el que las interrelacionan y en el que se desenvuelven, imprimiendo
personas se
huellas en cada uno de sus miembros. Siempre hemos
interrelacionan.
escuchado que la familia es la principal responsable de la
educación de los hijos y que los padres son los primeros
maestros y agentes de socialización. ¡Y así es!…el resto de las instituciones, organizaciones y
personas, pueden contribuir con ese objetivo, y de hecho son definitivamente necesarias,
pero la educación es ante todo una función directa e indelegable de la familia ya que bajo
su seno se cobija la vida de cada uno de sus miembros.

Bien lo expresó el Papa Francisco en su reciente visita a Guayaquil cuando dijo que en la
familia «se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir "gracias” como expresión de una
sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a
pedir perdón cuando hacemos algún daño, cuando nos peleamos. Porque en todas las
familias hay peleas, lo difícil es pedir perdón. Estos pequeños gestos de sincera cortesía
ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea»…La
familia es el hospital más cercano. Cuando uno está enfermo lo cuidan allí. La familia es la
primera escuela de los niños, es el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, es el
mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran «riqueza social», que otras
instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada, para no perder nunca el
justo sentido de los servicios que la sociedad presta a sus ciudadanos. En efecto, estos
servicios que la sociedad presta a los ciudadanos no son una forma de limosna, sino una
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verdadera «deuda social» respecto a la institución familiar, que es la base y la que tanto
aporta al bien común de todos. (http://www.romereports.com)

Ante este planteamiento, surge la necesidad de empoderar a los padres para asumir de la
mejor manera esa gran responsabilidad, porque ciertamente -aunque suene muy
comprometedor-, en sus manos está, en buena parte, el destino de sus hijos y por ende de la
sociedad en general. Sin embargo, cabe destacar que las familias no están solas ni funcionan
de manera aislada, ya desde una mirada ecológica y sistémica, sabemos que se encuentran
insertadas dentro de un contexto de relaciones históricas, sociales y culturales. Ciertamente,
el gran reto de la crianza no sería posible para los padres de esta sociedad moderna,
dinámica y competitiva, sin tejer todo un entramado social de apoyo, en el cual converjan de
forma complementaria la experiencia y sabiduría de los abuelos, la familiaridad y el cariño de
tíos, amigos, vecinos y personal de apoyo doméstico, el aporte oportuno y sostenido de las
instituciones educativas, religiosas y de salud, la disponibilidad de los medios de
comunicación, incluidas todas las redes sociales en las que cada día se unen comunidades de
profesionales y padres que comparten las mismas inquietudes para apoyarse mutuamente.
Algunos de éstos estarán disponibles de forma permanente, otros ocasionalmente, con unos
habrá contacto directo, otros estarán fuera del espacio geográfico inmediato y la virtualidad
será la modalidad para acortar distancias; pero sin duda, la gerencia y el ajuste funcional de
todas estos subsistemas sociales que le aportan como redes de apoyo, es parte de lo que
debe definir cada familia dentro de su dinámica relacional, en la búsqueda de crear entornos
saludables de desarrollo y nichos de bienestar para sus miembros.

De cualquier manera, aun cuando en el ejercicio de la paternidad/maternidad, con nobles


intenciones, pretendamos dar a nuestros hijos lo mejor para hacer de ellos personas
integrales, hay que reconocer que no somos infalibles. En ocasiones actuando en nombre del
amor o de lo que conocemos por experiencia personal o tradición, de forma consciente, y a
veces inconscientemente, tendemos a repetir prácticas de crianza, - buenas y no tan buenas,
pero conocidas-, que recibimos de nuestros padres. Por eso, lo que se plantea a continuación,
es una invitación, no para que seamos “los padres o madres perfectas”, ya que la perfección
no es compatible con el bienestar, pero si una versión muy buena, aunque siempre mejorable,
de “papá o mamá humanos”, que comprometidos con nuestro rol, seamos capaces de
valorarlo y disfrutarlo, así como también nos demos el permiso de equivocarnos, de sentirnos
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cansados, pero siempre en actitud de revisarnos, para afianzar, corregir y tomar nuevos aires
en nombre de esos grandes regalos con los que Dios y la vida nos ha bendecido: ¡nuestros
hijos!

A propósito de ello, hay una definición de “hijo” sin autor conocido, pero muy popular, que reza
así:

"Hijo es un ser que Dios nos prestó para hacer un curso intensivo de cómo amar a alguien
más que a nosotros mismos, de cómo cambiar nuestros peores defectos para darles los
mejores ejemplos de nosotros, aprender a tener coraje.
Sí. ¡Eso es! Ser madre o padre es el mayor acto de coraje que alguien pueda tener, porque es
exponerse a todo tipo de dolor, principalmente de la incertidumbre de estar actuando
correctamente y del miedo a perder algo tan amado.¿Perder? ¿Cómo? ¿No es nuestro? Fue
apenas un préstamo... EL MÁS PRECIADO Y MARAVILLOSO PRÉSTAMO ya que son
nuestros sólo mientras no pueden valerse por sí mismos, luego le pertenecen a la vida, al
destino y a sus propias familias. Dios bendiga siempre a nuestros hijos pues a nosotros ya
nos bendijo con ellos"
Con esta bendición entre manos, cabe preguntarnos, ¿de qué manera formarlos para la
vida?... Alguien dijo alguna vez que la educación es una combinación de amor y disciplina en
iguales dosis…y aquí planteamos que son dos elementos que siempre deben estar presentes,
aunque no necesariamente en la misma proporción, ya que en ocasiones se hace necesario
más de uno que de otro, según las circunstancias lo ameriten…a veces es tiempo de
consolar, animar, inspirar, y el amor tiene el protagonismo, y otras veces se requiere
redireccionar, orientar, mostrar el norte, contener y es allí donde los hábitos, normas y límites
deben hacerse presentes. Amor y Disciplina son entonces la clave de una Educación Positiva,
donde los padres, como los científicos, deben decidir, muchas veces desde la intuición y
también a la luz de la formación, cuánto de cada uno de estos ingredientes deben aportar en
el día a día.

Desde una concepción sistémica, la familia es vista como un sistema socio-cultural abierto y
dinámico, en constante proceso de transformación, que se desplaza a través de etapas que
exigen re-estructuración y adaptación a circunstancias cambiantes, para mantener una
continuidad y fomentar el crecimiento psicosocial de cada uno de sus miembros. Es por eso,
que a medida que transita por su ciclo vital, la familia debe ir asumiendo transformaciones
para adaptarse a nuevos retos, así como para aprovechar oportunidades. Las relaciones entre
los distintos subsistemas (parental, filial, fraternal) van cambiando, las interacciones y las
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reglas que las regulan se van modificando según evolucionan las funciones y roles entre los
miembros y con el exterior. Esa adaptación a las exigencias de desarrollo individual y del
entorno, aseguran la continuidad y el desarrollo psicosocial de quienes la conforman.

De acuerdo con Medalie, citada por Osorio y Álvarez (2004), la familia está encargada de
desarrollar los procesos básicos que lleven al progreso de sus miembros, siendo considerada
por la Organización Mundial de la Salud, la organización social más accesible para hacer
intervenciones preventivas, de promoción y terapéuticas. En el mismo sentido, dentro de la
Psicología Positiva, la familia es considerada como el entorno natural para hacer
intervenciones positivas y potenciar el bienestar de sus miembros.

En este mismo orden de ideas, Platone (1999) considera que la familia dentro de su
comunidad, representa el contexto más estratégico para promover el cambio social, y es el
factor determinante del entramado de las comunidades y, por ende, junto con la escuela, el
agente socializador principal y natural para la estructuración de las emociones, las actitudes y
los valores de las nuevas generaciones.

La OMS y la OPS (citado en Kellogg Foundation, 1996), señalan que los modelos de ajuste y
adaptabilidad o de vunerabilidad de la familia y de sus miembros frente a las crisis naturales
del ciclo vital, van a depender de la interacción de varios factores:

 El tipo de relaciones que mantienen sus miembros (asociados a los estilos de


comunicación, cohesión, rituales…)
 El estilo de afrontamiento de los problemas (con o sin apoyo social, religiosos,
profesional)
 Las fuentes de apoyo del adolescente y de su familia.
 Los valores y creencias de la familia.
 La acumulación de tensiones y estresores.
 Los recursos de la familia para resistir a las tensiones.

Cada familia es un grupo con identidad propia, las hay nucleares, ampliadas, monoparentales,
reconstituidas, consanguíneas, adoptivas….todas ellas con sus propios matices y
características distintivas constituyen la riqueza de la diversidad. Adicionalmente las variables
sociales, económicas, culturales y las características del momento histórico en el que existen,
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así como la etapa del ciclo vital familiar en la que se encuentren, hacen de cada caso una
realidad distinta.

No existe una tipología necesariamente mejor o más funcional que otra. Cada una es
escenario en el que tienen lugar un amplio entramado de relaciones de mayor o menor
complejidad y respetando su unicidad precisan ser potenciadas, descubriendo lo mejor de
cada una y ofreciéndoles alternativas para adoptar prácticas saludables que puedan ajustarse
a cada realidad.

Así lo expresa Ernesto Juliá, citado por Tomás Melendo, catedrático de Familia de la
Universidad de Málaga (2004): «Ninguna realidad como la familia más reacia al igualitarismo,
a la uniformidad; más rica en su diversidad y en su variedad; mejor defensora de la persona y
de la personalidad del hombre. Cada familia es irrepetible. En ella se engendra la vida y la
muerte. En ella se aprende a amar, a vivir la libertad. Siempre es nueva sin dejar de ser
ancestral; siempre parece que está a punto de cumplir su función en este juego del mundo, y
la sonrisa de un padre ante su hijo recién nacido vuelve a darle vida» .

Dentro de esa diversidad, sin embargo, es preciso acotar entre los hallazgos expuestos por
Carr (2007) que: “En el ámbito general de las relaciones, el matrimonio, el parentesco, las
amistades íntimas, la cooperación con conocidos y las prácticas religiosas y espirituales,
están asociadas a una felicidad y un bienestar duraderos” (p.44) lo que hace pensar que tales
condiciones relacionales constituyen factores de protección y potenciación del bienestar.

En relación a los procesos evolutivos que transitan las familias, Elizabeth Carter y Mónica Mc
Goldrick, citadas en Carr (2007), proponen un modelo comprensible y probado clínicamente,
en el que consideran la unidad familiar como un subsistema emocional de naturaleza
multigeneracional, que responde al pasado, al presente y a las relaciones futuras. Estas
autoras, proponen 3 grandes fases del ciclo vital familiar: La primera fase de Emparejamiento
se corresponde con las etapas de Adulto Joven Independiente y la de Formación de la
Familia. A esta le sigue una fase de Expansión, asociada a la Familia con hijos pequeños y
adolescentes, y la tercera fase, conocida como la de Contracción coincide con la
Independencia de los hijos y la Familia en la vejez, conocida como el “nido vacío”.

Las transiciones entre una etapa y otra del ciclo vital familiar pueden ser relativamente
estresantes para las familias o individuos. Son crisis de desarrollo que exigen flexibilidad para
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la modificación de su estructura y adaptación a ellas. La evitación, rigidez estructural y


regresión a etapas anteriores pueden generar atasco evolutivo. A su vez, el ciclo vital familiar
puede ser un proceso de oportunidades, aprendizajes y crecimiento. En cada etapa coexisten
demandas y espacios únicos para potenciar en mayor o menor medida, cada uno de los
elementos del Bienestar propuestos por Seligman (2011): las Emociones Positivas, el
Compromiso, las Interrelaciones, el Sentido de Vida y los Logros.

Por otra parte, cabe destacar que la etapa de adolescencia, asociada tradicionalmente como
una época de turbulencia y crisis, es ahora digna de una mirada más amplia y abarcadora,
desde un nuevo modelo para valorar y abordar la adolescencia centrado el desarrollo positivo
y en la competencia, propuesto por Lerner (2005), que complementa al modelo de Psicología
Positiva de Martin Seligman (2005). Desde esta perspectiva se enfatizan las potencialidades
más que las supuestas carencias de los y las adolescentes, quienes van ganando en
competencias y adquieren progresivamente autonomía y capacidad para hacer su
contribución al mundo en el que viven, considerándolos como recursos a desarrollar más que
como problemas a solucionar.

El modelo de Desarrollo Positivo Adolescente, también conocido como el de las cinco “Cs”,
invita a ofrecer a los y las jóvenes oportunidades para desarrollar Competencia, Confianza,
Conexión, Carácter, Cuidado/Compasión, planteando que partir de la vivencia de cada uno
de ellos, surge una sexta “C”, que es la de “Contribución”; la cual desde el punto de vista de la
Psicología Positiva, está relacionada con el sentido de vida y el bienestar que genera el poder
servir a causas mayores que uno mismo, de forma personal o a través de las instituciones de
las cuales se forma parte.

No hay que perder de vista que la tarea fundamental de las familias es “Amar”, que no es otra
cosa sino querer el bien para el otro. El AMOR, reconocido por Fredrickson (2009) como la
más abarcadora de la Emociones Positivas, es el motor que la mantiene unida a la familia y el
mejor alimento para el crecimiento y desarrollo de sus miembros. Si ponemos “dosis de amor”
en todo lo que hacemos, enseñamos a querer con alcance universal. Para ello Tomás
Melendo (2004) plantea como necesario que las personas comiencen por amarse a sí
mismos, lo cual ocurre a partir de los mensajes parentales (verbales y no verbales), para
desde allí poder amar a los demás a través de pequeñas obras hechas con esmero y
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atención. Además, aprender desde un modelaje adecuado en el seno de la familia implica


valorar el sentido gratificante y constructivo del trabajo como una “donación universal”, un
servicio de entrega a la humanidad, una contribución desde la cual como diría Seligman, el
padre de la Psicología Positiva, se trasciende aportando a causas nobles.

Bárbara Fredrickson (2013) define el amor, como "micro-momentos de resonancia positiva",


es decir, conexiones temporales de emociones placenteras, que se dan entre dos personas,
en cualquier momento del día. Tal sincronía compartida genera reacciones bioquímicas y
conexiones neuronales empáticas y están asociados con estados de salud y bienestar. En las
familias es común observar micromomentos de resonancia positiva en distintos escenarios
cotidianos: por ejemplo, cuando un bebé llora, lo que a cualquier extraño podría parecer un
llanto indiferenciado, para la mamá puede representar un claro e indiscutible significado de
solicitud de proximidad y contacto físico. Un esposo puede anticipar lo que su pareja necesita
y activarse a atenderla sin necesidad de mediar palabras, con tan solo un gesto o un
intercambio de miradas. Un hijo en medio del campo de fútbol puede estar sintonizado con lo
que su padre siente observándolo jugar desde las gradas.

Las familias son el espacio para experimentar ese Amor, multidimensional y multidireccional.
Son por naturaleza el terreno fértil para cultivar la positividad y promover el bienestar. Deben
por tanto, ser protegidas y apoyadas para convertirlas en promotoras de estilos de vida
saludables, escenarios para el cultivo de emociones positivas, fuente de interrelaciones
seguras, espacio de exploración para el descubrimiento y desarrollo de fortalezas, de
pasiones armoniosas y experiencias de flujo. Son también espacios donde se modela la
permeabilidad, permitiendo que otros apoyen y brindando desde ella ayuda a otras personas o
grupos que lo requieran.

En muchos países el tema de la parentalidad positiva ha sido y continúa siendo objeto de


estudio, generando información muy valiosa y práctica a partir de la investigación, el diseño y
validación de instrumentos. Como resultado han surgido interesantes programas que pueden
ser replicados en otros contextos, entre ellos está el Programa “Viviendo en Familia” en Chile;
el “Triple P”: Programa de Parentalidad Positiva, desarrollado en Australia; el “Incredible Years
Parenting Program” de USA; el Gipuzkoa en España; todos ellos focalizados al
involucramiento y empoderamiento de los padres o responsables de la crianza, para
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apoyarlos en el desarrollo de competencias parentales positivas, mediante dinámicas de buen


trato, cuidado y protección, intervenciones socioeducativas y psicosociales. Gómez, Cifuentes
y Ortún (2015)

González y Roman (2012), a través de la Fundación “Ideas para la Infancia” proponen 3


condiciones para que los padres y madres ofrezcan una educación positiva a sus hijos: a.-
Conocer y entender a los niños, niñas y adolescentes, sus pensamientos, sentimientos y
conductas características de su etapa de desarrollo; b.- Ofrecerles seguridad y contención
para que se sientan protegidos y guiados; c.- Optar por la resolución de conflictos de manera
positiva, basada en el buen trato y desechando cualquier acción que pueda justificar o
legitimar la violencia.

Por su parte, Gómez y Muñoz (2015) presentan una Escala de Parentalidad Positiva
diseñada como cuestionario para ser autoaplicado en adultos responsables de la crianza de
niños, niñas y adolescentes entre 6 meses de edad y 17 años, a fin de identificar las
competencias parentales que utilizan al relacionarse con sus hijos, agrupándolas en las
siguientes cuatro áreas:

1.- Competencias Parentales Vinculares, que tienen que ver con los conocimientos, actitudes
y prácticas cotidianas dirigidas a promover un apego seguro y un adecuado desarrollo socio
emocional, basado en las capacidades para conectarse e interpretar los comportamiento del
niño y responder a ellos de manera oportuna, cálida y afectiva.

2.- Competencias Parentales Formativas, relacionadas con el conjunto de conocimientos,


actitudes y prácticas de crianza dirigidas a favorecer el desarrollo, aprendizaje y socialización
de los niños, basadas en la estimulación del aprendizaje, el acompañamiento, guía y consejo,
la estructuración de rutinas, hábitos y normas para regular el comportamiento y la formación
en valores, transmisión de costumbres, ciudadanía y convivencia pacífica.

3.- Competencias Parentales de Protección, vinculadas a los conocimientos, actitudes y


prácticas de cuidado y protección adecuadas para satisfacer las necesidades básicas y
garantizar los derechos de los niños, así como favorecer su integridad física, emocional y
psicosexual, gerenciando sus propios recursos o buscando el apoyo social requerido.
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4.- Competencias Parentales de Reflexión, asociadas al conjunto de conocimientos, actitudes


y prácticas orientadas a la autobservación, revisión y evaluación de los propios roles
parentales, monitoreando las prácticas actuales y su influencia en el curso del desarrollo de
los hijos, para retroalimentar la práctica parental, pudiendo anticipar escenarios vitales
relevantes y realizar los cambios necesarios en la cotidianidad. Incluye también las prácticas
de autocuidado que los adultos utilizan para garantizar la salud y mantener las energías
requeridas en el desempeño de sus roles.

A continuación, ofrecemos una serie de consideraciones claves para que cada familia, en
especial aquellas que transitan la etapa del ciclo vital de expansión (con hijos pequeños y/o
adolescentes) pueda ser escenario fértil para cultivar la positividad y promover el bienestar de
sus miembros. No deben ser asumidos como prescripciones sino más bien como una
invitación a la reflexión y revisión de lo que se está haciendo en cada hogar, con el fin de
complementar, nutrir, reafirmar o modificar las prácticas de crianza que los padres estén
aplicando con sus hijos.

Todas ellas parten de las siguientes premisas:

- La crianza es una aventura compleja pero muy gratificante, que los padres deben disfrutar y
saborear al máximo porque los hijos crecen más rápido de lo que se piensa.

- El trato amable, la contención, las relaciones de apego saludable y la nutrición afectiva


garantizan un sano desarrollo socio-emocional y promueven seres humanos seguros y
dotados de las principales herramientas para enfrentar los grandes desafíos de la vida

- La educación es la combinación de grandes dosis de amor dentro de un continente de


rutinas, hábitos y disciplina, donde la pedagogía de la ternura y la libertad normada son las
estrategias protagónicas.

1. Asumir un estilo de crianza equilibrado y saludable, implica abandonar los


extremos del autoritarismo (“porque yo lo digo y punto”) y de la permisividad (“Haz lo
que tú quieras…”), para tender hacia una dinámica en la que se muestre la existencia
de una autoridad y jerarquía claras, pero siempre basadas en el amor y el respeto. El
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estilo autoritario trata de enseñar con límites rígidos impuestos por el miedo, sin
oportunidades para dialogar y negociar. En el otro extremo se encuentra el estilo
permisivo, bajo el cual el adulto se desentiende de dar pautas, dejando a un lado la
enseñanza de lo correcto e incorrecto y la importancia de respetar los derechos de
otros y los propios. Uno, promueve ciudadanos sumisos o agresivos, personas
dependientes y poco críticas. El otro, contribuye a formar ciudadanos egoístas, con
bajas dosis de empatía y solidaridad o respeto por el bien común. Mientras que un
estilo de crianza equilibrado y saludable incluye la estructuración de rutinas, las
responsabilidades compartidas con confianza en las capacidades de los hijos, la
libertad normada (es decir, basada en normas consensuadas, claras y flexibles, con
oportunidades de elección entre opciones limitadas) y las consecuencias lógicas
proporcionales y vinculadas a las faltas. Es lo que se conoce como “crianza
respetuosa”, educación “asertiva” o educación con “ternura y firmeza”. Mediante este
estilo de crianza, basada en la disciplina positiva, se favorece en los niños y jóvenes el
desarrollo de la autoestima así como el de la autonomía, el autocontrol y la
autorregulación progresiva, ya que se busca desarrollar un locus de control interno.
Esto viene asociado a la virtud de la Templanza, que es aquella que nos protege de los
excesos. Además se forja el carácter, elemento importante dentro del Desarrollo
Positivo Adolescente, que conlleva al respeto por las normas sociales y culturales, la
adquisición de modelos de conducta adecuada y el sentido de lo correcto o incorrecto.

2. Dedicar tiempo tanto en calidad como en cantidad, es un aspecto


fundamental para una parentalidad positiva. Poder conciliar las obligaciones laborales,
la dedicación a actividades personales y de pareja, con el tiempo para los hijos, es el
gran reto que asumen las familias de hoy en día. En este sentido, las redes de apoyo
constituyen un andamiaje importante: abuelos, tíos, nanas, vecinos, son parte del tejido
social en el que algunos padres se apoyan para poder asumir multiplicidad de roles,
entre los que, sin duda, el de la paternidad/maternidad, debe ser prioritario. Los regalos
materiales nunca podrán sustituir los momentos compartidos, pues el tiempo que no se
aprovecha y disfruta con los hijos, es tiempo que no se recupera. Los momentos
compartidos resultan de calidad cuando en las interacciones se experimentan
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emociones positivas como la alegría, la diversión, el orgullo, el interés, entre otras,


favoreciendo las conexiones vinculares con una base segura.

3. Hacerlos sentir y saberse “amados” favorece el desarrollo de un sentimiento


de seguridad y confianza en sí mismos y la construcción de niveles saludables de
autoestima, lo que representa una herramienta fundamental para afrontar con éxito los
desafíos de la vida. Los padres, como figuras significativas para los hijos, son los
primeros espejos para construir la autoimagen. En este sentido los mensajes que
damos a nuestros hijos son increíblemente poderosos, entendiendo que transmitimos
mensajes con las palabras, tonalidades, gestos y también con el lenguaje corporal. El
amor hacia los seres queridos no está condicionado a lo que logren hacer, por ejemplo,
aunque a los padres nos llena de orgullo el éxito de nuestros hijos,
independientemente del resultado que obtengan en sus desafíos, deben saberse
amados. Y en este sentido hay que ir más allá, el mensaje debe ser: Valoro tus
esfuerzos y no solamente los logros; estoy aquí para orientarte y apoyarte en lo que
necesites.
No hay nada más falso que aquello de que “las palabras se las lleva el viento”. Por el
contrario, el poder de la palabra, va más allá de lo imaginado. Con ellas podemos dar
vida o dar muerte, curar o herir, alentar o desmotivar, valorar o descalificar. Es por ello
que hasta para reprender hay que saber señalar la conducta inadecuada de manera
específica, en lugar de generalizar o etiquetar, que es lo que inconscientemente
tendemos a hacer. Es diferente escuchar decir: “Sería estupendo que arreglaras tu
cuarto para que puedas disfrutar de una ambiente ordenado y agradable” que “Termina
de arreglar esto, eres sucio y desordenado, siempre tienes un desastre en tu cuarto”.
En el primer caso se hace una invitación a asumir una conducta positiva haciendo ver
su beneficio, en el segundo, por el contrario se utilizan adjetivos a manera de
“etiquetas” que descalifican directamente a la persona, además del adverbio de tiempo
“siempre”, por lo que el receptor se siente atacado y es poco probable que genere un
cambio de conducta duradero.
Mediante estas prácticas, desde el hogar, como contexto de desarrollo inmediato, se
modelan las fortalezas de la amabilidad, la capacidad de amar y ser amados, la
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inteligencia emocional y social, todas ellas asociadas a la virtud de la Humanidad y el


Amor.

4. Educar la conciencia para que luego rija la conducta de nuestros hijos frente a
la toma de decisiones correctas, exige que los padres como formadores ofrezcan a los
hijos un modelaje coherente; es decir, que sean capaces de educar mediante los
buenos ejemplos. Es muy cierto aquello de que “las palabras mueven, pero los
ejemplos arrastran”, por lo que en la educación en valores la mejor estrategia es
convertirnos en un evangelio vivo. De ésta manera nuestros hijos tendrán un referente
concreto cuando la vida les ofrezca elegir entre los caminos del bien y el mal, pues
recordarán claramente, no sólo lo que les dijimos, sino lo que hacíamos nosotros
mismos en situaciones similares, o lo que hicieron, a lo largo de la historia, personajes
que dentro de cada familia, han sido inspiradores por su conducta moral. Estas
situaciones resultan referenciales para promover la honestidad, fortaleza asociada a la
virtud del Valor o la voluntad para lograr metas nobles aún en oposición al medio o de
uno mismo.

5. Cultivar la Espiritualidad y la Fe. Aun cuando no son sinónimos, estos son uno
de los tesoros más valiosos que podemos dejar como legado a nuestros hijos.
Espiritualidad significa “aliento de vida” que proviene del reconocimiento de una
dimensión trascendental y constituye un componente propio de la persona. Por su
parte, la Fe, es la adhesión y confianza en un ser superior, consiste en una creación
humana más allá de la razón y le otorga a la vida sentido (Girard, 2007). Creer en algo
que trasciende a lo evidente, más fuerte y poderoso, en un Creador que nos contiene,
nos cobija, nos ama y nos perdona, permitirá a nuestros hijos sentir que no están solos
y que son amados de forma incondicional. Poder maravillarse de las cosas sencillas y
cotidianas, es permitirse encontrar a ese ser superior en la naturaleza: en un atardecer,
en el canto de los pájaros, en el sonido del mar…, pero también en el gesto amable del
otro, en la solidaridad del vecino, en las puertas que se nos abren cada día, y hasta en
las que se nos cierran porque permiten que toquemos otras donde nos aguarda algo
mejor….Alimentar el espíritu es ver lo extraordinario dentro de lo ordinario, es poder
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escuchar, contemplar y sentir con el corazón, es poder descubrir lo bueno dentro de lo


malo y no quedarnos enfocados en el ¿por qué? de las adversidades sino trascender y
encontrar el ¿para qué?.
La Espiritualidad y la Fe son fortalezas personales asociadas a la Virtud de la
trascendencia y constituyen factores de protección frente a conductas de riesgo,
vinculándose a la salud y resiliencia (Girard, 2007).

6. Practicar la escucha activa, es una manera de abrir canales de comunicación


para conversar con los hijos atendiendo con interés y empatía a sus motivaciones,
ideas y preocupaciones cotidianas. Sólo así podremos estar en sintonía con lo que
piensan y sienten y tender puentes para conectarnos con ellos de manera
comprensiva. Incluso a veces tenemos que ir más allá de lo que vemos y escuchamos
de ellos, para descifrar por ejemplo, qué necesidades estará queriendo expresar detrás
de un comportamiento rebelde, retador o apático, en los que pueden esconderse
verdaderos temores, inseguridades o hasta demandas para recibir más cariño o
atención de nuestra parte.
La comunicación asertiva y las reacciones activo-constructivas frente a los mensajes de
otros, fortalecen las conexiones genuinas y de calidad, en las que el otro se percibe
importante y valioso (Shelly Gable citada en Seligman, 2011).

7. Involucrarse respetuosamente en sus entornos vitales: conocer a los amigos


de nuestros hijos y las familias de cada uno de ellos, mantenerse en contacto con sus
maestros y apoyarlos en sus estudios, es una manera efectiva de darles
acompañamiento y orientación. Mejor aún si adicionalmente existe la disponibilidad
para colaborar en los espacios de participación que existen para los padres dentro de
las escuelas. Supervisar el uso adecuado de internet, la televisión, el celular y en
general de todas las redes de comunicación social son aspectos muy importantes, ya
que el riesgo que asumimos al no hacerlo, es que otros tomen nuestro espacio y los
dirijan en el sentido equivocado. Esto forma parte de lo que en Psicología Positiva se
ha llamado una vida comprometida, en la que desde el propio ejercicio de la
El siguiente material de lectura es un extracto del Capítulo: Familias y Escuelas como nichos de Bienestar, autoras: Ana M Catalá
(Familias) y Ma Enriqueta Aquique (Escuelas) publicado en: Garassini y Camilli, -editoras- (2016) Psicología Positiva: Empezar con
lo que está bien. Eds. Rotospeed C,A SOVEPPOS: Caracas

maternidad/paternidad, y haciendo uso de nuestras fortalezas, experimentamos disfrute


y también involucramiento dentro de nuestros roles.

8. Practicar y promover hábitos saludables: si queremos que nuestros hijos


asuman estilos de vida saludables, los padres como modelos de comportamiento,
debemos ser los primeros en hacerlo. Esto incluye tener una buena alimentación,
realizar actividades físicas en forma regular, descansar lo suficiente y procurar
espacios para la recreación, ser moderados en el consumo del alcohol y evitar las
drogas y el cigarrillo. Desde tempranas edades las rutinas y buenos hábitos van a forjar
la autodisciplina necesaria para ser adultos responsables y con estilos de vida
saludables, ya que la influencia del ambiente es fundamental en este sentido. De esta
manera desarrollarán conductas de autocuidado, así como las fortalezas de la
prudencia, el autocontrol y la perseverancia, entre otras.

9. Propiciar encuentros con familiares y amigos donde los símbolos y rituales


compartidos estén presentes, es una práctica altamente valiosa desde muchos puntos
de vista. Las comidas, los cumpleaños, la cena navideña, o las reuniones de fines de
semana, son espacios de acogida intergeneracional, en el que se estrechan lazos
filiales y afectivos y se refuerza el sentido de pertenencia e identidad. Estos escenarios
son propicios para ejercitar en la intimidad, las competencias sociales necesarias para
forjar personas íntegras: practicar normas de cortesía, escuchar con respeto y
paciencia a los mayores, ayudar a los más pequeños, hacer equipo para colaborar con
las tareas domésticas, respetar las diferentes opiniones, divertirse sanamente y
disfrutar de la compañía de otros. Seligman (2011) plantea que desde un punto de vista
emocional, los seres humanos somos criaturas de colmena que de forma natural
buscamos relacionarnos con otros, trabajar en equipo, apoyarnos mediante la empatía,
el amor y la compasión. En este sentido, Peterson (citado en Seligman, 2011) agrega
que los demás son el antídoto contra los momentos difíciles de la vida y la forma más
fiable para animarse.
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10. Hacer de cada hogar un nicho de buen trato: el hogar es el primer laboratorio
para construir una “Cultura de Paz”. Si deseamos que la Paz global sea un sueño
posible, comencemos por que los miembros de la familia se respeten unos a otros, se
expresen afecto mediante gestos y palabras amables, hagan de la gratitud un ritual,
resuelvan sus problemas mediante el diálogo, practiquen el perdón, y de forma
decidida y enfática, promuevan y multipliquen el mensaje de la “no violencia” en todos
sus entornos de desarrollo. Además, ser tolerantes a la necesidad de espacios y
actividades diversas, atendiendo a los intereses y gustos particulares de cada miembro
de la familia, aunque éstos no sean compartidos por todos. De esta manera se cultivan
en forma equilibrada los espacios individuales, el tiempo en actividades o subgrupos
particulares y los momentos en familia o grupos sociales extendidos; siempre bajo la
premisa del respeto a la diversidad.

11. Construir Proyectos de Vida y trabajar para alcanzarlos es el primer paso


para las grandes conquistas. Para enseñar esto a nuestros hijos es necesario:
ayudarlos a identificar sus fortalezas personales, talentos y habilidades (qué me gusta
o me apasiona y para qué soy bueno), ofrecer modelos de referencia inspiradores,
trazar mapas de rutas que definan las aproximaciones sucesivas a la meta y los
recursos necesarios, celebrar los pequeños logros y… ¡disfrutar del trayecto!. .Un
trayecto en el que probablemente surgirán obstáculos, dificultades o tropiezos, de los
cuáles habrá que sacar aprendizajes y poner en práctica la perseverancia, el optimismo
y la capacidad de resiliencia.
En este sentido, la Psicología Positiva ofrece un instrumento con sus respectivas
versiones para adultos y para niños, debidamente estandarizado y validado, que
permite evaluar el orden en que cada persona tiene desarrolladas las veinticuatro
fortalezas de carácter, disponible en:
https://www.authentichappiness.sas.upenn.edu/es/testcenter
Adicionalmente, es importante identificar las actividades hacia las que nuestros hijos se
inclinen de manera genuina, como fruto de elecciones personales, las cuales amen,
consideren importantes y en las que inviertan tiempo y energía. Estas condiciones
caracterizan lo que Vallerand denomina una pasión armoniosa, en la que la persona
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puede experimentar estados de flujo como los que describe Csikszentmihalyi, y


conseguir altos niveles de bienestar.
Es importante que los padres no condicionemos a nuestros hijos ni seamos propulsores
de pasiones obsesivas al obligarlos a involucrarse en actividades para satisfacer
nuestras expectativas, ya que en lugar de sumar, estaríamos restando bienestar y
felicidad. Lo deseable es darles la oportunidad de explorar diferentes actividades
(deportivas, musicales, artísticas, culturales, etc) para que puedan apreciar, elegir y
desarrollarse en las que verdaderamente les identifiquen, motiven y apasionen.

12. Servir a los demás, dando y compartiendo lo que somos, lo que tenemos,
lo que hemos aprendido, no sólo hace feliz a otros, sino que se multiplica en felicidad
para nosotros mismos. Debemos enseñar a nuestros hijos a trascender, encontrarle
sentido a la vida, ir más allá de nosotros aportando y dejando huellas en nuestro
camino. Esto no significa convertirse en grandes héroes ni en heroínas famosas; sino
en servir a los demás en obras cotidianas y accesibles, por pequeñas que sean…
contribuir con entrega amorosa y haciendo uso de nuestras fortalezas en las tareas del
hogar, explicar a los compañeros algo que no entienden, participar en la coral o en el
grupo de danzas de la escuela y amenizar actos comunitarios, ser parte de un equipo
deportivo o musical y entrenar a los más novatos, organizar actividades periódicas en
casas de ancianos, orfanatos u hospitales, participar en campañas ecológicas y de
conciencia ciudadana; son algunos de muchos ejemplos en los que se puede
experimentar la satisfacción de contribuir. Tales experiencias constituyen lo que en la
Psicología Positiva se conoce como una “vida con significado”, siendo uno de los
elementos del bienestar. Ayudemos a nuestros hijos a encontrar su sentido de vida en
la familia, en la escuela, en la comunidad, en el trabajo, para que desde pequeños
crezcan con motivos reales para considerar que la vida es bella y vale la pena vivirla.
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