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Cada tanto me gusta recordar que una de las instituciones más importantes de la historia de San

Andrés de Giles nació entre copas de vino y parrilladas, allá por 1973. En ese entonces, yo
trabajaba como profesor de educación física. Estaba casado con Ana, y ya había nacido María José,
mi primera hija.

Para mí, la vida era eso que pasaba de un martes a otro, cuando religiosamente los muchachos nos
encontrábamos en el bar de Héctor “Chacra” Uget. Los integrantes de la jornada variaban, pero
había algunos que siempre le encontraban la vuelta para no faltar: Norberto “Gallego” Fernández,
Hector “El Gordo” Gussoni, Carlos “Beto” Bonetti, Carlos Vassena, Vicente Sarlenga, Manuel
“Cacho” Llames, Emilio Labiano, Carlos Serra, Ángel Faiad, Rinaldo Quevedo, Juan Humberto Valli,
Reynaldo “Tito” Gallo. Luis “Tuco” Rodríguez. Nicolás “Vilule” De Lucca, Ricardo Dinardi y su hijo
Sergio.

El platillo clásico era el asado, pero cada tanto caía Vicente con una buseca que nos hacía dejar los
platos limpitos. Era impresionante la habilidad que tenía Sarlenga para la cocina. Lo mismo pasaba
con Tito Gallo, pocas veces probé una salsa criolla como la suya.

Una vez que uno se sentaba en esa mesa, era imposible pararse. Y no sólo porque terminábamos
pipones, sino porque en cuanto llegábamos empezaban debates que parecían no tener fin.

- José, Bertoni no le ata los cordones a Houseman – me espetaba uno, y ahí no más
empezaban las réplicas, las carcajadas, las chicanas divertidas y unas charlas que sólo podían ser
interrumpidas por el sueño que traía la digestión.

El club del Chacra era una especie de búnker en donde uno se aislaba del resto del mundo. Eran
tiempos agitados. El 25 de mayo se había dado un hecho que marcaría a fuego la historia de San
Andrés de Giles: Héctor Julio Cámpora asumía la presidencia de la República Argentina. Desde
entonces, el pueblo vivía en una especie de histeria colectiva, casi como si los cuerpos de los
vecinos sintieran físicamente cómo el foco de la historia se posaba sobre ellos. Nadie podía
entender cómo fue que aquel odontólogo simpático que saludaba a cuanto gilense se le pasara
por adelante, era el mismo que ahora estaba sentado en el sillón de Rivadavia. Y encima este
contexto se le sumaba la renovación de las autoridades municipales. El mismo día que Cámpora
asumía el poder, Pedro Gallo se transformaba en el nuevo intendente de San Andrés de Giles.

Sin embargo, todo eso quedaba en la puerta del club. Adentro se respiraba fútbol y música. En esa
época sonaba mucha cumbia, sobre todo porque en Giles estaba la Charanga Guaricó, el grupo
que habían formado el “Bocha” Landi, Tino Miranda CONSULTAR GILES RETRO

La puerta de lo del Chacra era como una frontera: lo que se debatía adentro, quedaba ahí; el caos
externo, permanecía afuera.

Ana ya sabía que en cuanto llegaba la noche del martes, me subía al Falcon y en cinco minutos
estaba el club de Alsina y 25 de Mayo. La fachada del club era muy distinta a la actual, todavía no
se había revocado el ladrillo. Tenía una vidriera pequeña cubierta con rejas, junto a una puerta de
dos hojas, también protegida por varas de hierro. Al lado de la puerta principal, había otra entrada
que daba directo con la cancha de pelota paleta. Nosotros siempre entrábamos por el primer
acceso, porque ahí siempre estaba el Chacra: cuando no limpiaba el suelo, ordenaba las cajas del
depósito, y si no tenía nada para hacer, se quedaba viendo Polémica en el Bar.

Ahora pienso en esas noches y pareciera que las estoy viendo. Cuando entraba al edificio, me
encontraba con una gran arcada, que separaba el mostrador, de un comedor en el que había
algunas sillas y mesas de fórmica, que los fines de semana se transformaban en canchas de truco y
chinchón. Las paredes eran blancas, aunque en algunos lugares el ladrillo salía a la luz de una
manera tan prolija, que parecía parte de la estética del lugar. El techo, altísimo, también era
blanco, y dos tubos fluorescentes iluminaban toda la habitación. A la izquierda, estaba la puerta
que conducía al pasillo, por el cual se llegaba a la cancha de pelota paleta.

Ese era uno de los tantos clubes que habían nacido a lo largo del siglo XX. Los pioneros fueron el
Social y el Victoria, inaugurados en 1908 y 1910. Cuando estaba empezando la década del 20, en
Azcuénaga surgió Apolo; en 1921, a pasos de la Ruta 8, empezó la historia del Club Social y
Deportivo Solís, mismo año en el que el San Martín comenzaba a congregar socios.

Heavy y Cucullú tuvieron que esperar hasta 1929 para tener sus clubes. Distinto fue el caso de Villa
Ruiz, que tendría su propia institución en 1930, meses antes de la fundación del Club Colegiales.
Un grupo de futbolistas amateurs, se juntaron en 1935 y crearon el Club Almafuerte; dos años
antes de que termine la década el 30, el Club Cutillas también abriría sus puertas.

Hasta ese momento, en los clubes se practicaban deportes como las bochas, el fútbol, la pelota
paleta o el básquet. Sin embargo, todavía no había un lugar para los aficionados de la caza y la
pesca. Por eso en 1964 nació el Club de Caza y Pesca El Dorado. Un año después, abrió sus puertas
el Club de Leones, con el objetivo de transformarse en una entidad de servicios que ayudara a los
gilenses.

Las últimas dos instituciones que habían aparecido hasta ese momento, fueron el Rotary Club en
1966 y el Auto Club Ciudad de San Andrés de Giles en 1970. El primero, al igual que el Club de
Leones, apostaba por el bien común y la confraternidad; el segundo, fue pensado y creado por
aficionados del automovilismo. Los fundadores del autoclub lograron que el municipio autorice
construir una pista en el Parque Municipal y durante años congregaron a fierreros de toda la
región.

Cuando éramos pibes, los clubes funcionaron como una segunda escuela. Eran lugares en los que
mirábamos a los adultos y aprendíamos lecciones diarias sobre el respeto y el honor; sobre el valor
de ser educado y formar parte de algo más grande que una familia: una comunidad. Eran sitios en
donde muchas charlas se convertían en declaraciones de principios, y uno estaba ahí, escuchando
lo que los más grandes tenían para decir sobre la vida.

En el caso de los clubes donde se practicaban deportes, uno entendía lo que significaba trabajar en
equipo, esforzarse por lograr un objetivo en común. En las competencias todos se mataban por
ganar, sobre todo en las entidades que estaban particularmente relacionadas con el barrio en el
que habían nacido. Yo me acuerdo que cuando en la liga local de fútbol se enfrentaban Cucullú y
Apolo, la gente lo sentía como si estuviera jugando el Seleccionado Nacional, se sentían
representados por los jugadores.
Mientras avanzaba el siglo, cada vez más instituciones nacían como espacios de encuentro para
todos los gilenses. Era como si hubiera una tendencia irrefrenable a formar grupos, a conformar y
reforzar una identidad común. El edificio en el que nos juntábamos con los muchachos había sido
testigo de gran parte de todo ese recorrido. En el ‘26, el Club Victoria construyó la cancha de
pelota paleta y se quedó hasta el ‘37. Dos años después llegaría el Almafuerte, y luego de algunos
años, el edificio pasaría a quedar en manos del Club Colegiales hasta el 64.

Después de un tiempo, el lugar empezó a ser administrado por el Chacra Uget. Ahí fue cuando
empezamos con las noches de asado. Ahora que lo pienso, nosotros ya éramos un club en ese
momento, sólo que nadie lo había definido así. Teníamos un punto de encuentro social,
entendíamos que conformábamos un grupo, manteníamos una cierta regularidad – cenábamos
todos los martes a la noche -, y manejábamos ciertos códigos internos.

Siento que la idea de fundar oficialmente una institución rondaba en la cabeza de todos, pero
nadie sabía, o tal vez se animaba, a ponerla en palabras. No sólo queríamos tener un lugar para
juntarnos, también queríamos jugar al fútbol en la Liga de Giles, defendiendo los colores de una
camiseta.

Yo me acuerdo que el 7 de mayo del ‘73, Héctor Gussoni largó:

- Tenemos que crear un club, un lugar pensado desde cero por nosotros.

Cuando lo dijo, hubo algunos que sonrieron, tal vez pensando en que la propuesta era demasiado
compleja. Yo confié, al fin y al cabo, Héctor tiró la idea en el mismo lugar en donde ya habían
pasado otras instituciones, y los últimos años marcaban que Giles era un lugar ideal para empezar
con un proyecto de ese calibre.

Más allá de que al principio la idea sonó descabellada, al rato todos estaban de acuerdo. Me
acuerdo que cuando terminamos el asado, me quedé pensando en lo que había dicho Héctor.
Prendí el motor del Falcon, y salí por la Alsina, para doblar en la Rivadavia. El reloj marcaba que
eran las once y media de la noche. A esa hora, el centro de Giles estaba atravesado por un silencio
total, solo interrumpido por el rugido del Ford y por las ramas de la plaza San Martín que se
agitaban con el viento. Mientras avanzaba, yo pensaba en cómo íbamos a empezar. ¿Cómo
conseguíamos socios y una sede propia? Esa noche casi no dormí, eran las cuatro de la mañana y
yo seguía proyectando en los posibles destinos que podía tener el club.

La semana pasó. La rutina ayudaba a olvidarme del tema, pero en cuanto tenía un rato libre, volvía
a la noche del martes y a la propuesta de Héctor. Boca me ayudó a distraerme y calmar la
ansiedad. Ese fin de semana le ganamos a Racing 2 a 0 con goles de Curioni y Ferrero. Yo terminé a
los gritos porque si no era por Fillol los habríamos goleado.

Se ve que no era el único que se había quedado rumiando las palabras de Gussoni, porque cuando
el martes siguiente volvimos a cruzar las arcadas de lo del Chacra, lo primero de lo que se habló
fue del club. Mientras se hacía el asado, empezamos a pensar el nombre. Tenía que ser algo que
nos representara, que diera cuenta de cómo surgió el club. No me acuerdo quien fue el que tiró la
idea, pero lo cierto es que nos gustó a todos: el nuevo club se tenía que llamar El Frontón. La
cantina del lugar en el que nos juntábamos se llamaba así, y aparte cenábamos en una cancha de
pelota paleta. No había otra, tenía que ser ese el nombre.
Al momento de pensar en los colores, otra vez nos enredamos en un debate que parecía casi no
tener fin. Ricardo “El Polaco” Dinardi insistía una y otra vez en que la institución tenía que tener
los colores de San Lorenzo, el club del cual era hincha. Jodió tanto, que al final nos ganó por
cansancio, y terminamos eligiendo los colores azul y rojo.

A parte del color y el nombre, también teníamos definido qué tipo de institución queríamos crear.
No queríamos un lugar en el que haya juegos clandestinos, ni juegos con barajas. Tenía que ser un
espacio de recreación, capaz de convocar a los pibes, a las familias, a todos los gilenses. El objetivo
estaba puesto en construir un punto de encuentro, un sitio donde no haya peleas, ni divisiones. El
club tenía que ser sólido y sus socios debían estar unidos.

El primer presidente de la entidad fue Gussoni, y el vicepresidente fue Cacho Llames. Como
secretario fue nombrado Ángel Faiad, y como prosecretario Sergio Dinardi. Las cuentas se las
dejamos a Rinaldo Quevedo y Juan Valli. Labiano, Tito Gallo y yo aceptamos ser vocales.

Aquellos primeros meses, El Frontón funcionó como una especie de peña. A lo largo de todo el ’73
hicimos un montón de vaquillonas en distintos eventos y el club empezó a juntar sus primeros
fondos. Nos llamaban para todo tipo de fiestas. El Club de Planeadores Albatros, por ejemplo, una
vez nos contrató e hicimos vaquillonas para todos los socios. Otro día, la familia Méndez nos
prestó nos prestó su estancia para hacer un evento y recaudar fondos. Recuerdo que ese día lo
llevamos a Félix Paladino a que toque con su orquesta típica en el medio del campo.

Mientras participábamos de todos estos eventos, nos preparábamos para competir. A la cancha de
Pelota Paleta la transformábamos en una de fútbol y hacíamos unos picados impresionantes. Sin
embargo, después de un tiempo nos dimos cuenta que, si queríamos participar en la Liga de Giles,
teníamos que conseguir una verdadera cancha. Por eso los primeros partidos los jugamos en un
predio que estaba en el barrio San Francisco.

Por ese motivo, empezamos a hablar con el Club Colegiales, para que nos presten la cancha que
tenían atrás del boliche de Rivero, en la Avenida Morgan. VIENE DESPUES

En un principio, habíamos pensado usar las canchas del Parque Municipal, pero después
descartamos la idea porque cuando se corrían las carreras del TC del Oeste no podíamos jugar.

Por suerte la comisión del Colegiales nos habilitó su cancha a cambio de que la mejoremos. Si
habremos trabajado… Cuando llegamos, era un potrero. Nosotros nos encargamos de poner las
redes en los arcos, pintar las líneas de cal y hacer los baños. Cuando no estábamos laburando,
entrenábamos.

Como no teníamos un lugar para hacer ejercicios físicos, trotábamos por la Avenida Scully. En
aquella época, no había luz, entonces terminábamos corriendo a oscuras. A veces nos
quedábamos sin cancha y teníamos que improvisar los arcos con unos buzos en plena calle.

Era una locura. Encima yo ya tenía 33 años, y no me cuidaba tanto, pero igualmente iba a la par de
los muchachos.

En aquel primer equipo, los centrales y yo, que jugaba de 9, éramos los más sacrificados. No por
cuestiones deportivas, sino porque a la pelota de cuero se le deshilachaban los hilos, y como no
había presupuesto para comprar otra, la engrasábamos y la pintábamos con sintético para que no
le entrara agua. Ir a cabecear un córner en un día de lluvia era lo mismo que darle a un adoquín
con la frente.

Para la amargura de Dinardi, los primeros partidos de El Frontón no fueron con la camiseta de San
Lorenzo, sino con la de Huracán, porque eran las que teníamos a mano. Un amigo, Raúl Peralta,
tenía un juego de camisetas del Globo y nos las ofreció a cambio de jugar. Un tiempo después,
quisimos comprar las camisetas del Ciclón, pero valían una fortuna. El encargado de ir a buscarlas
era el hijo de Ricardo, que era cuervo al igual que su viejo. Cuando llegó y vio que las remeras de
Tigre estaban a mitad de precio, no dudó y se trajo las del Matador de Victoria.

A penas estábamos dando los primeros pasos, pero ya queríamos ampliarnos. Todos los que
trabajábamos en el proyecto de El Frontón soñábamos con tener un espacio propio. Con el paso
de los años, el deseo se fue agigantando a tal punto, que todos sabíamos que íbamos a poder
conseguirlo, aunque no se nos ocurriera cómo hacerlo.

En el ’74, nació Marcelo, mi segundo hijo. Dos años después, Ana dio a luz a Gabriela. No sé cómo
hacía en ese momento, pero de alguna forma me las arreglaba para repartirme entre la escuela en
la que trabajaba como profesor de gimnasia, los chicos, el club, los partidos de los fines de semana
y los de Boca.

Una noche de 1976, Sergio Dinardi, el Polaco, “Cacho Vassena” y Eduardo “El Asno” Lucca se
pusieron a paletear en la cancha del Chacra, mientras Reynaldo Gallo y Vilule se tomaban un vino.
Cuando apenas habían pasado unos minutos de las doce de la noche, se tomaron un minuto para
descansar. En cuanto pararon, el silencio fue interrumpido por el estallido de una ráfaga de tiros.

Automáticamente, todos salieron a la terraza. La escena parecía de película: desde el techo se


podía ver cómo un grupo de comandos militares tomaba la comisaría. Los muchachos no sabían
qué hacer.

. Las calles estaban desiertas, pero a lejos se escuchaban los ruidos de autos acelerando y
frenando abruptamente, acompañados de más detonaciones. Para tratar de pasar desapercibidos,
los muchachos se quedaron toda la noche encerrados con la luz apagada Horas más tarde, la radio
estatal anunciaría que esa noche del 24 de marzo, empezaba el “Proceso de Reorganización
Nacional”.

Los que estaban aquella noche en el club, ni se imaginaban que el auto que escuchaban era el
Falcon de un grupo de tareas que había arribado a nuestra ciudad para secuestrar a Cámpora. El
ex presidente logró fugarse y refugiarse en la embajada de México. Allí se le detectó un cáncer de
pulmón, pero los militares no lo dejaron salir hasta que el cuadro se volvió irreversible. Finalmente
moriría en 1980 en México, después de 13 de meses de exilio.
Cuando llegó el ’79, en uno de los primeros asados del año, se planteó la necesidad de conseguir
una sede propia. Todos estuvimos de acuerdo, pero a nadie se le ocurrió cómo íbamos a hacer.

Al salir de lo del Chacra, otra vez una desolada Rivadavia me encontró arriba del auto pensando en
un montón de proyectos para conseguir fondos, de los cuales ninguno parecía tener sentido.
¿Cómo habían hecho los demás? Era rarísimo cómo a pesar de los constantes embates
económicos, tantos clubes habían prosperado. No tenía explicación. Lo de Cucullú y Heavy, por
ejemplo, era insólito: mientras el planeta se caía a pedazos por la Crisis del ‘29, ambas localidades
lograban conformar un club y hasta construir una sede.

De nuevo, la rutina diaria me ayudó a distraerme. Para el lunes siguiente, ya me había calmado.
Esa tarde, iba manejando por el centro, cuando giré la cabeza y vi que Emilio Laviano, estaba
entrando en Casa Galesio. Ahí no más estacioné en la esquina del Club Almafuerte y encaré para el
local de ropa.

Casa Galesio ya llevaba como cien años de existencia. Había sido fundado en Carmen, pero cuando
el negocio llegó al medio siglo de existencia, la familia decidió mudarlo para Giles. Desde ese
entonces, se convirtió en un lugar de referencia. Uno cruzaba esa puerta de madera, y
automáticamente se chocaba con la sonrisa de Antonio Galesio, o de su hijo Hernán.

- ¿Qué hacés Hernán? – saludé.

- ¿Cómo va José? ¿Andabas buscando algo?

- Le quería hacer una consulta a Emilio-

Laviano me miró y levantó el suéter que tenía en las manos, mientras arqueaba sus cejas,
dándome a entender que lo deje probarse la prenda y después pregunte. En seguida se escondió
tras las cortinas, y Hernán se fue a acomodar unas cajas al depósito. Sobre el mostrador de cristal
que estaba a la derecha del negocio, había una Spika reproduciendo “El Ciruja”, un tango
interpretado por Gardel que a mí me encantaba.

Ya estaba terminando la canción, cuando escucho que se corre el cortinado del probador y sale
Emilio.

- Disculpá, José. Decime.

- ¿Estuviste pensando en lo de la sede? A mí no se me ocurre nada.

- Me está pasando lo mismo. El otro día me quedé pensando en todo lo que hablamos, y no
se me ocurrió cómo podemos hacer para comprar una propiedad, si no tenemos fondos.

- Es un tema. Pero alguna vuelta vamos a tener que encontrarle, ya tenemos socios
fundadores, nombre y colores.

- Esperemos que a algunos de los muchachos se les ocurra algo de acá al martes, porque
sinceramente yo no sé cómo vamos a hacer para pagar tanta guita.
Cuando salí de lo Galesio, me quedó resonando esa última frase. Subí al Falcon, y otra vez, como
pasaba todas las noches de los martes, la Rivadavia me encontraba partiéndome la cabeza para
que el proyecto prosperara.

Esa noche Boca jugaba contra San Lorenzo, por lo que me pude olvidar un rato del tema.
Habíamos empezado mal, el partido era manejado por Marangoni e Insúa, que hacían lo que
querían con Berta y el Chino Benítez. Tal es así, que el primer tiempo terminó con una asistencia
de Maranga a la Chancha Rinaldi, que remató de lleno contra el poste. Cuando empezó el
complemento, los minutos parecían no correr. Por suerte, atrás teníamos a Pernía que sacaba
todo lo que se acercaba al área.

En el minuto 80, un rechazo del central de San Lorenzo cayó en la mita de la cancha. Cuando la
pelota tocó el suelo, el Chino observó que la defensa tiraba el achique en el mismo momento en el
que Mastrángelo empezaba a picar. Casi sin pensar, pateó y la pelota hizo un globo que superó al
seis del ciclón y dejó al diez mano a mano con el arquero. Después de tres zancadas, el enganche
definió contra el palo,. Diez minutos después, el pitazo de Del Bello sentenciaba el marcador: Boca
1 – San Lorenzo 0.

Apenas escuché el silbato, abrí un vino para festejar y al rato me fui a dormir, anestesiado por el
alcohol y el triunfo. Al otro día me levanté eufórico. Mi cabeza era un campo de batalla entre la
alegría del éxito bostero y la preocupación por la nueva sede de El Frontón. Con el paso de las
horas, la conversación con Emilio en lo Galesio fue ganando terreno a tal punto, que cuando salí
de trabajar, pasé por el centro de la ciudad solo para ver si me cruzaba a algún muchacho que me
dijera que ya estaba todo solucionado.

Ese martes llegué al club quince minutos antes de lo habitual. Yo suponía que no me iba a
encontrar a nadie, pero creía que, por el simple hecho de estar ahí, la ansiedad se iba a calmar.
Cuando llegue, Vicente ya estaba al lado de la parrilla junto al Chacra, tratando de prender el
fuego.

- ¿Se te ocurrió algo? – pregunté.

- Nada, che – contestó Vicente.

Cuando oí la respuesta, me fui a sentar y me quedé mirando una paleta que estaba tirada sobre la
cancha de Pelota Paleta, tratando de exprimir hasta la última neurona. Pero no había caso. Creo
que algo similar le pasaba a Vicente, que se quedó callado, observando el movimiento de ese
fuego incipiente. El silencio sólo se veía interrumpido por un tango de Amelita Baltar, que salía de
una radio vieja que estaba tirada sobre la mesa.

De repente, el chirrido de la puerta interrumpió mi pensamiento. En un segundo apareció


sonriendo Emilio Laviano. Se nos quedó mirando, y aunque no habíamos cambiado palabra,
Vicente y yo sonreímos, pensando que tal vez se venía alguna broma. En lugar de eso, largó:

- Muchachos, está todo solucionado. El Frontón va a tener su propia sede.


La sonrisa de Emilio continuó, y se nos quedó mirando, como si estuviera analizando cuál era
nuestra reacción.

- ¿Cómo? – contesté.

- El día siguiente a nuestra charla en lo Galesio, pasé por loa puerta el Banco Nación y me di
cuenta que teníamos que sacar un préstamo.

El Banco del Oeste era una entidad que estaba en donde hoy funciona el Centro de Comercio e
Industria, en la calle Moreno entre 25 de Mayo y Rivadavia. Estuvo en Giles durante muchos años,
hasta que desapareció luego de irse a la quiebra, a mediados de la década del 80. ESTO VA CON
ESTAFA TITO

- Ahí no más, volví para casa y empecé a sacar cuentas – relató Laviano. - Después, lo llamé
a Reinaldo para contarle lo que se me había ocurrido. Me dijo que si yo lo hacía, él sacaba otro en
el Banco Nación. Nos falta la garantía no más.

En esa cena, me acuerdo que les preguntamos como diez veces si estaban seguros, un crédito era
una cosa seria. Sin embargo, nunca se echaron para atrás. A todos nos pareció una buena idea, y
antes de volver a nuestras casas, nos pusimos de acuerdo en que los garantes iban a ser el Gallego
Fernández y Beto Bonetti.

Una semana más tarde, ya teníamos el dinero. Ahora había que empezar a buscar el lugar ideal
como para montar una sede. Yo salía de trabajar y tardaba 30, 40 minutos en volver a casa. Iba por
la España, volvía por Maipú; encaraba de nuevo hacia la colectora por 25 de Mayo, para doblar en
Rivadavia y terminar en la Scully. Me la pasaba mirando cada fachada, cada portón, cada ventana
que pasaba, tratando de encontrar el lugar ideal.

Mientras buscábamos la propiedad, conseguimos que la Municipalidad nos declare Asociación Civil
sin fines de lucro. Ese fue el primer paso hacia la formalización del club.

Finalmente, di con el sitio indicado, una casa que estaba en Pellegrini y 9 de Julio. La propiedad era
blanca y estaba adornada con azulejos marrones, que combinaban con el color de las cortinas
ubicadas en las cuatro ventanas que daban a la calle. Si bien había arreglarla un poco, cuando la vi
me di cuenta que la nueva sede de El Frontón tenía que ser esa.

Los muchachos me dieron la razón y a los pocos días la compramos. El nuevo hogar de la
institución contaba con una cocina-comedor y cuatro habitaciones, que las transformamos en las
oficinas. El techo y las paredes tenían algunas manchas de humedad, y en el porcelanato del suelo
había tanta tierra, que, si a alguno se le caía una semilla, seguro germinaba.

En cuanto nos dieron las llaves, fuimos a la sede y nos pusimos a trabajar. El que no limpiaba el
piso, sacaba las telarañas o quitaba el polvo de las ventanas. Nos llevó dos semanas dejar en
condiciones el lugar. Cuando terminábamos, nos parábamos a mirar en un rincón, tratando de
tomar el punto de vista de alguien que entra al lugar por primera vez. Me acuerdo que yo me
quedaba con los brazos en jarro, pensando en qué otra cosa podíamos hacer para que quede
mejor.
La mudanza fue como un motor para el club. A partir de ese momento, la gente empezó a
acercarse mucho más y el número de socios también creció. Todo sucedió tan rápido, que creo
que en ese momento no nos dimos cuenta de todo lo que habíamos avanzado desde aquella
conversación de mayo del ’73. Estábamos en una vorágine en la que todas las piezas encajaban y
todos los que se nos acercaban se ponían a disposición del proyecto.

Creo que esa inconciencia también nos sirvió para no detenernos a celebrar, sino utilizar a los
objetivos cumplidos como base para generar nuevas metas, como la de competir en la Liga de
Areco. Me acuerdo que muchos de los que se la pasaban trabajando en la casa, después se iban
directo a entrenar para jugar el sábado en el Estadio Enrique Fitte de San Antonio.

En 1980 Héctor Gussoni dejó la presidencia después de siete años y asumió Domingo Luraschi. Al
poco tiempo, Domingo renunció y Manuel Llames pasó a ser la máxima autoridad de El Frontón.

Con Llames y el resto de la comisión directiva, ese año organizamos rifas, torneos de truco y cenas,
con el objetivo puesto en juntar fondos para sumarnos a la Liga de Areco. Además, pudimos
ahorrar buena parte del dinero que ingresaba de la cuota social. Para ese momento, ya teníamos
tanta afinidad con la gente del Club Colegiales, que en una de las cenas de los martes se propuso
ofrecerles la fusión de los clubes, y pasar a ser El Frontón – Colegiales. Es más, ya habíamos
proyectado que si aceptaban, podíamos vender la sede y utilizar la de ellos.

Sin embargo, El Colegiales no aprobó la idea. A partir de ahí, los caminos se bifurcaron. No nos
enojamos con la decisión que habían tomado, pero queríamos crecer y entendíamos que solo lo
podíamos hacer si trabajábamos en conjunto con otras instituciones.

La Liga de Areco nos permitió expandirnos. Cuando competís contra jugadores que no conocés,
todo se hace mucho más serio y terminás mejorando deportivamente. Pero también, eso trae
aparejado el desafío de mantener en pie una estructura mucho más grande. Igualmente, siempre
le buscábamos la vuelta para que los muchachos lleguen al partido en las mejores condiciones. Los
viajes eran totalmente autogestivos. Los pibes viajaban en sus propios autos o en los de los
miembros de la Comisión Directiva.

Ese sacrificio después funcionaba como combustible. Cada pelota se disputaba como si fuera la
última, yo los veía de afuera y se notaba que para ellos era una responsabilidad llevar puesta la
camiseta de El Frontón, sentían que en cada pelota dividida se jugaba el honor de todos.

Encima nosotros éramos los únicos foráneos del torneo, entonces los tipos nos esperaban con el
cuchillo entre los dientes, porque sentían que estaban representando a toda su ciudad. Los chicos,
por ejemplo, los fines de semana solían ir a los bailes que se organizaban en el Prado Español de
Areco. Cuando allá veían que llegaban los de Giles se armaba la podrida y de vez en cuando
terminaban todos a las piñas.

En el ‘82, El Frontón pasó a estar presidido por Juan Humberto Valli. Para ese año, la primera había
armado un plantel impresionante. Yo estaba como Director Técnico. El equipo estaba conformado
por: Dario Cosentino, Gordo, Jorge Carbone. Jorge era un crack: lo ponía de central, de lateral por
derecha, de cinco, y en todos lados rendía. Por eso a los pocos años llegó a jugar algunos partidos
en la primera de Flandria y Atlanta. el tero, el asno, el abuelo, Coqui Córdoba, Chelo Llames,
Juanillo Silva, Negro Vivas, Fede, Aldito. Roberto Iribarne (vasquito).
La última fecha fue contra Unidos. El partido estaba fácil, la pelota circulaba, llegábamos al área
con nada. Pero justamente esa diferencia, hizo que los muchachos se relajaran y terminaran
boludeando.

La bronca que nos agarramos con Dinardi... Fede llegaba al área y en vez de patear tiraba un caño
o hacía alguna pavada, porque había hecho una apuesta con Juanillo: el que metía más caños
pagaba el vino. Parecía que estaban jugando en el patio de la sede y no disputando el primer título
del club. Los primeros 45 minutos terminaron en empate a uno, cuando claramente podría haber
cerrado con una goleada.

En cuanto el árbitro pitó, nos fuimos con los muchachos abajo de un árbol que estaba al lado de
uno de los arcos. Ricardo era el que más caliente se puso ¡La bronca que tenía ese cristiano!
Recuerdo que llegó a revolear un bidón de agua por el aire y empezó con una cagada a pedos que
duró los 15 minutos de descanso. Para colmo hacía un calor insoportable, entonces se puso rojo,
yo no sé cómo no se descompensó.

Tal vez no haya sido muy pedagógico, pero lo cierto es que logró que los chicos le dieran algo de
pelota. Cuando concluyó el complemento, El Frontón se transformó en el primer campéon gilense
en la historia de la Liga de Areco, con un resultado de seis goles contra uno.

En ese entonces, a la copa te la daban por un tiempo y te la quedabas hasta que haya un nuevo
campéon. El club solo se quedaba con un trofeo un poco más chico. Cuando a los chicos le dieron
la copa, yo solo pude pensar en lo que me había dicho Ricardo dos días antes:

- Tito, si ganamos esa copa de mierda, la ato en la camioneta y la traigo dando vueltas.

Después de un rato me olvidé. Es que la imagen era para ponerla en un cuadro: todos esos que
nos habían insultado, que se la habían pasado molestando a los muchachos cuando iban a bailar,
que nos miraban como si fuéramos la peste, ahora tenían que ver cómo les dábamos la vuelta
olímpica en la cara.

Antes de volvernos, yo quería ver cómo era la copa. Ni Fede, ni Juanillo, ni Sergio sabían quién la
tenía. El tero y Carbone tampoco. Yo dije para mis adentros “No puede ser”. Salí corriendo para el
estacionamiento y lo ví: la F100 de Ricardo Dinardi salía a toda velocidad hacia a ruta con el trofeo
dando saltos por el camino de tierra.

Cuando se enteraron los de la comisión de la liga se armó un quilombo bárbaro y terminamos


pagando un fangote de guita. Mucho no nos importó. El Frontón era eso también, un espacio que
nos aglutinaba para cagarnos de risa y pasárnosla jodiendo. Laburábamos, jodíamos e
improvisábamos en proporciones similares.

Nuestra llegada al Papi del Club Social fue el mejor ejemplo. Una tarde del ‘82, yo estaba tranquilo
en casa, tomando unos mates, cuando siento que tocan el timbre. Al abrir la puerta, me encuentro
a Viruli y a Sergio.

- Tito, necesitamos un cheque. Nos anotamos en el Papi - me anunció De Lucca. La idea se les
había ocurrido la noche anterior, cuando estaban sentados en la Plaza San Martín. Al rato ya
habían hablado con Chacho Segurola y le habían prometido que al otro día le iban a pagar la
inscripción. El tema es que no sabían de dónde iban a sacar la plata. Finalmente, caí yo en la
volteada.

A mí no me molesto, porque si era por El Frontón no tenía dramas en gastar. Puedo jurar que el
90% de los ahorros de toda mi vida fueron a parar al club.

Me acuerdo que en cuanto me dijeron que ya nos habían anotado, me empecé a reír a carcajadas.
Es que faltaban cinco días para empezar a competir y no teníamos equipo. En menos de una
semana Viruli y Sergio se recorrieron medio Giles y lograron armar un plantel, con algunos
jugadores robados a otros equipos.

El Papi fue crucial para que El Frontón prosperara de la manera que lo hizo. Durante siete años,
salimos campeones cinco veces y fuimos el furor de la ciudad. De hecho, cuando jugábamos
nosotros las gradas explotaban. En los primeros tres años, jugamos tres finales y ganamos una.

Para la cuarta final, trajimos a Julio Apariente, un lujanero que había jugado durante 20 años al
futbol profesional y había pasado algunas temporadas por Boca. También vino Salvador
Pasini, el Tano. Él tenía el récord de haber pasado por 13 clubes en 14 de años de carrera,
entre los que se incluían San Lorenzo, Colón y Chicago. En el 82 estaba jugando en
Español, pero igualmente venía al Papi con nosotros, porque era amigo del Pata Dubois y
Pelucho Gonzalez.

El Tano fue el que trajo a Raúl Grimoldi, el diez de Platense. Nosotros lo intentábamos cuidar, le
decíamos que si se enteraban que estaba jugando acá lo iban a matar, pero a él no le importaba.
Es más, nos pidió que lo anotemos con otro nombre. Tanto jodió que al final lo sumamos, y
cuando no jugaba en Vicente López, se escapaba para acá. Unos años después se fue a Racing y
formó parte del plantel que en el ‘84 se quedó con el subcampeonato de primera.

Con tantas figuras, a los demás los pasábamos por arriba. Todos los partidos terminábamos cinco,
seis goles arriba. Eso hizo que cada vez más gente se empezara a acercar al Papi. En un momento
llegó a haber dos mil personas por noche, solo para vernos a nosotros. Lo más cómico es que
nuestro único entrenamiento eran los piques que metíamos desde la sede, hasta la cancha del
Papi, en Moreno e Yrigoyen, es decir, cinco cuadras.

Cuando volvió la democracia en 1983, se activó una especie de fervor popular, que hizo que la
gente empezara a salir más a la calle, y aumentaran las ganas de participar. Se trataba de una
especie de energía que estaba contenida, y que solo había estallado, en parte, en el mundial del
78. Mientras Raúl Alfonsín ingresaba a la Casa Rosada, Julio Rossi asumía como intendente y
Ernesto Gold despegaba de la política local para transformarse en diputado provincial.

Ese año, El Frontón llegó a la final del campeonato con River. Durante todo el torneo, nosotros
jugamos de local acá en la cancha del Parque Municipal, pero por ser la final, desde la Liga querían
que el partido de ida lo juguemos allá.
Cuando la Comisión Directiva se enteró, se volvieron locos. No querían saber nada con jugar los
dos partidos en Areco. El plantel, en cambio, no tenía problemas porque sabían que a ese partido
lo ganaban. Es más, hacían fuerza para que se juegue.

En ese momento, el delegado del club era Viruli. Me acuerdo que se juntaron entre cinco, seis
jugadores y fueron a hablarle. Pese a que le insistieron hasta el hartazgo, De Lucca no daba el
brazo a torcer.

En alguna medida nos convenía jugar allá, porque la cancha de Giles estaba llena de pozos, la
pelota picaba para todos lados. En cambio, el Enrique Fitte era espectacular y como nuestros
jugadores tenían buen pie, sácabamos ventaja. Sin embargo, la Comisión Directiva era inflexible.

Después de una hora de discusión, finalmente se decidió que se jugaba en Giles o no había
partido. Obviamente, los arequeros no se movieron ni un centímetro de su posición, así que River
terminó ganando por escritorio. El equipo entró a la cancha, se paró como para jugar, el árbitro
pitó y les dieron la copa. En la tribuna, Juanillo, el Asno y Sergio los miraban con una bronca
radioactiva.

El año siguiente fue el de la revancha. La primera tuvo algunos cambios, pero seguía con un nivel
impresionante. El equipo pasó a ser dirigido por el Pata Dubois y Juan Hector Silva. En el arco lo
teníamos a Darío Dinardi; los centrales eran Jorge Maguicha y el Tero. Jorge jugaba con una
elegancia increíble. Cuando venían los delanteros en velocidad, el tipo se tiraba a barrer con una
precisión de cirujano. Nunca pegaba una patada.

El Tero era delgado y apenas superaba el metro setenta de altura, pero tenía una fiereza
impresionante. Encima, el año anterior había hecho el Servicio Militar Obligatorio, entonces
parecía de acero. Obviamente le gustaba raspar, pero salía jugando con una gran categoría. En las
bandas, Fernando “Nano” Valli y David Stupiello eran quienes se tenían que ocupar de frenar a los
wings contrarios.

El cinco del equipo se llamaba Juan Carlos Lanzone, aunque todos lo conocíamos como el Mono. A
los 14 años el pibe había entrado a las inferiores de Flandria y se quedó hasta los 17. En esa época,
el Canario jugaba en la B, entonces el Mono creció jugando contra equipos como Chacarita, Tigre o
Chicago. Claro, con toda esa experiencia encima, acá le sacaba diferencia a cualquiera. Para colmo,
ahí en Jáuregui lo habían entrenado como para ir a la guerra: cuando no subían las gradas de la
cancha cargando a un compañero, corrían 20, 25 kilómetros sin parar.

Al lado de él, Daniel “Juanillo” Silva se encargaba de distribuir las pelotas que tanto el Mono, como
Lalo Tava y Marcelo “Chelo” Llames se mataban por recuperar. El Chelo era inteligente, sabía que
técnicamente no era el mejor, pero compensaba con una garra tremenda. Me acuerdo que una
vez, después de un entrenamiento, me explicó en qué consistía su juego:

- Yo corro y recupero. Después se la tiro a Fede y que se arregle.

Fede era Federico Stupiello, el mejor jugador de la historia de este club. Nunca ví algo igual en mi
vida. El tipo técnicamente era el mejor de todos los jugadores de la zona, no lo podían parar. Y esa
destreza estaba acompañada de una capacidad física inigualable y un temperamento tremendo.
Cuando el equipo necesitaba descansar o no sabía qué hacer con la pelota, sabía que tenía que
darsela a él. Los centrales lo mataban a patadas y él no decía nada, seguía jugando como si no lo
hubieran tocado. Eso sí, no se las dejaba pasar, en cuanto podía se las devolvía. En el campeonato
del 84 los defensores no sabían qué hacer, el tipo no corría, volaba.

Al igual que el Mono, Fede tenía experiencia. Había empezado a jugar a los 16 con tipos más
grandes, incluso una vez jugó conmigo. Cuando no le pegabamos de la bronca, le dabamos porque
pasaba como un rayo y llegábamos tarde a la pelota. Esas revolcadas por el suelo lo fueron
endureciendo y cuando llegó a primera no había central que lo asuste.

El otro delantero era Mauricio Dinardi, que era imbatible en el área. El Chelo y Lalo sabían que
cuando no podían darsela a Fede, podían tirar el centro que Mauricio siempre iba a estar bien
ubicado.

Era un placer ver a El Frontón. A todos los rivales los superamos casi sin problemas, entonces a
ninguno le extrañó que en la primera ronda de la Liga hayamos quedado primeros.

En la segunda, el equipo agarró ritmo y fue aún mejor: Le ganamos a Rivadavia 3 a 1, y a River 4 a
0. El ante último partido del campeonato, lo coronamos con una goleada de cuatro goles contra
uno, ante Tempestad.

Según el fixture, el campeonato cerraba con Frontón – Rivadavia, ambos punteros del torneo.
Nosotros llegábamos con un punto más, por lo que sólo necesitábamos un empate para salir
campeones.

Ese domingo estábamos todos nerviosos. Yo no podía probar bocado, así que a la una ya encaré
con el Falcon para la cancha. Los muchachos estaban iguales, con rostro serio, como si fueran
romanos a punto de entrar al Coliseo.

A las tres de la tarde, finalmente empezó a rodar la pelota. Era un partido trabado. A Fede le
habían puesto un hombre encima que lo seguía todo el tiempo, era un stopper insoportable. Ellos
tampoco podían generar juego, se jugaba en la mitad de la cancha.

Habían pasado quince minutos del primer tiempo, cuando el siete de Rivadavia, Guillermo
Massaroni, tiró un centro que el Tero rechazó para el córner. El encargado de tirar el
centro fue el propio Massaroni. La pelota flotó en el aire y Arnoldo Stankato, el central de
Rivadavia, la cabeceó en dirección al ángulo izquierdo. Darío no pudo hacer nada, y
Rivadavia se puso uno a cero arriba.

Sin embargo, treinta minutos más tarde, un centro del Chelo quedó boyando en el área y Fede
remató contra el palo izquierdo de Irazú, el arquero de la visita. El primer tiempo cerraba en
empate a uno.

El descanso duró unos quince minutos que a mí me parecieron una eternidad. Durante los
primeros 45 me había agarrado tan fuerte del alambrado, que cuando los jugadores se fueron a
los vestuarios yo tenía los dedos rojos y marcados por el tejido. Estaba a mil revoluciones por
minuto.
Al cabo de un rato los jugadores volvieron a la cancha. Ahora le tocaba mover a los locales:
Stupiello tocó para Tava y otra vez empezó el sufrimiento. A los 20 minutos, el volante por
izquierda de Rivadavia, Daniel Menconi, desbordó por la banda y pasó a Stopiello. Apenas entró al
área, le pasó la bocha a Massaroni, que venía corriendo de atrás como una locomotora. El siete
remató de primera contra el poste derecho y volvió a poner a Rivadavia arriba.

Desde afuera gritamos que no pasaba nada, les decíamos que le den para delante que estaba todo
bien, pero por dentro yo sentía ese vacío en el estómago que aparece cuando se está ante la
inminencia de una tragedia. No me pasaba desde el ’82, cuando Diego vio la roja después de casi
extirparle el páncreas a un brasilero de un planchazo.

El tiempo pasaba, y Rivadavia se tiraba cada vez más atrás, cuidando el resultado. Según mi reloj,
iban 30 minutos del segundo tiempo cuando Fede la agarró sobre la derecha, pegado a la línea.
Primero lo fue a presionar Massaroni, pero el pelado lo limpió con un caño, que llevó a que todos
los que estuviéramos afuera gritáramos “Oleee”.

Atrás venía Menconi, el cinco. Fede siguió con la pelota y de la nada se frenó, haciendo que pase
de largo con un enganche muy parecido al que patentaría años después el Burrito Ortega. La pisó y
la mostró, para luego repetir la jugada. De nuevo Menconi se comía el amague. Cuando Fede lo
quiso hacer por tercera vez, el arequero le pegó un patadón en el isquiotibial izquierdo.
Automáticamente, el referí lo expulsó y Rivadavia quedó con diez jugadores.

Teniendo uno más en la cancha, la pelota fluía. Tirábamos un centro atrás de otro, pero los
centrales de Rivadavia devolvían todo. A mí me daban ganas de meterme yo a cabecear, como
cuando jugábamos atrás de lo Rivero.

La alegría por la superioridad numérica duró poco: a cinco del final, Fede empezó a sentir un tirón
en el muslo y tuvo que pedir el cambio. En el momento más importante de la historia de la
institución, nos quedábamos sin la joya del equipo.

El pelado salió con una bronca terrible. Me acuerdo que llegó al banco cabizbajo y puteando a Dios
y María Santísima. Alberto Giunta, que estaba por entrar en su reemplazo, lo quiso consolar pero a
Fede no había palabra que lo calmara.

En el minuto 44, el Mono estaba con pelota dominada en tres cuartos de cancha y se la pasó a
Chelo, que en cuanto recibió, tocó para Mauricio que estaba al borde de la línea. Dinardi la puso
abajo de la suela y gambeteó al lateral izquierdo. Había dado dos pasos adentro del área grande,
cuando Stankato se tiró a barrer llevándose puesto el tobillo derecho del delantero. A un minuto
del final, el árbitro pitaba penal.

Ante la ausencia del nueve, Juanillo se hizo cargo de patear. Me acuerdo cada detalle como si
fuera hoy. Mientras todo Rivadavia se iba encima del referí, Daniel se fue a buscar la pelota y la
puso en el punto del penal. Pasaron como cinco minutos hasta que pudo patear, pero Juanillo
esperó tranquilo, con el rostro serio y los brazos en jarra. Tenía un gesto adusto, recuerdo que
miraba la pelota como si no existiera otra cosa en el planeta que esa Tango blanca y negra que
ahora posaba sobre el círculo blanco.
No tomó mucha distancia, apenas tres o cuatro pasos. Cuando sonó el silbato, empezó a trotar
despacio, sin levantar la mirada del punto de penal. Cuando llegó a la pelota, abrió su pie derecho
y la colocó en el palo izquierdo del arquero, que voló para el otro lado.

Los minutos siguientes fueron de total confusión. Yo grité e insulté de alegría; Juanillo salió
corriendo directo hacia el córner, mientras Mauricio Dinardi se le colgaba de la espalda gritando
desaforadamente. Atrás, el Tero se abrazaba con Darío, para después mirarme y mover los puños
de arriba abajo festejando conmigo a la distancia.

Un minuto más tarde, llegó el pitazo del árbitro y el sueño se transformó en un hecho: El Frontón
era campeón de la Liga de Areco y obtenía su primer título. Las bengalas de humo rojo y azules
invadieron el terreno de juego y los muchachos salieron corriendo para el vestuario para agarrar
las banderas.

Después de la vuelta olímpica, nos fuimos todos para la calle Rivadavia y recorrimos el centro
cantando y festejando. La gente salía de los comercios y de las casas porque no entendían qué
mierda estaba pasando afuera. Yo los esperé en la Plaza San Martín, quería ver de frente cómo
venía la caravana.

Conmigo estaba el Pata Dubois, que observaba el festejo de los chicos como los pintores que se
paran unos segundos adelante del cuadro para apreciar el trabajo que acababan de realizar.
Eramos tipos grandes, un poco duros, entonces no se nos notaba, pero por dentro eramos un
festival de emociones. Es que no tenía sentido. En solo diez años habíamos pasado de ser un grupo
de amigos que se juntaba a comer asado, a formar un club que se había impuesto ante todos los
equipos de la región.

Creo que pudimos capitalizar bien esa victoria. No la usamos para descansar y relajarnos, sino que
la tomamos como un impulso para seguir creciendo. Por eso ese año nos decidimos a ir por la
personería jurídica, porque hasta ese momento la casa estaba a nombre de los compradores.

El primer estatuto lo armamos basándonos en el del Club Almafuerte. Durante todo 1984 nos la
pasamos yendo a La Plata para hacer un sin fin de trámites. Finalmente, el 1 de octubre nos
confirmaron que el gobierno de la provincia de Buenos Aires nos concedía la personería jurídica.
Ese día nos fuimos para La Plata con Sergio. Cuando estábamos volviendo, el pibe me dice:

- ¿Quién va a ser el socio N°1?

- Voy a ser yo, qué te pensás - contesté riendome.

- Vas a ser vos si te dejo.

Desde Moreno hasta Villa Espil estuvimos peleando para decidir quién iba a ser el primero en
asociarse. En Giles nos estaban esperando todos los muchachos con un asado para celebrar, por lo
que si queríamos ser los primeros en asociarnos teníamos que meterle ficha en el auto.

Ya estábamos pasando por la entrada a Cucullú, cuando decidimos que lo tenía que decidir la
suerte. Tiré una moneda sobre mi muslo y pregunté:

- ¿Cara o ceca?
- Cara- contestó Dinardi.

Cuando abrí el puño, la luz de la ruta vi cómo la luz de la ruta que entraba por el parabrisas del
Falcon no se reflejaba sobre los números de la moneda, sino sobre el dibujo que había en el
anverso. Sergio iba a ser el socio N°1 del club.

Después de lograr la personería jurídica, decidimos que el próximo paso consistía en mudarse a la
Liga de Mercedes. Allá los equipos eran mucho más competitivos y nos iba a permitir aumentar
nuestro nivel.

El problema era que no podíamos ir a jugar a Mercedes. Para la AFA, Giles pertenece a la Liga de
Areco, por lo que no puede ir a otras competiciones. Sin embargo, eso mucho no nos importó
porque entendíamos que la única manera de crecer era yéndonos.

En esa época, Sergio trabajaba en el Banco Provincia y había sido trasladado a Mercedes, entonces
se nos ocurrió una idea. Teníamos que crear un nuevo club: El Frontón de Mercedes. La nueva
institución tendría domicilio allá, pero los jugadores iban a ser de acá.

Lo primero que teníamos que hacer era fijar una dirección. Eso lo resolvimos rápido. Enrique
Coarassa solía ir muy seguido al banco donde trabajaba Sergio, para hacer algunos trámites
relacionados con la aseguradora que administraba. En una de esas visitas, Dinardi le preguntó si
podíamos poner que el club estaba en donde tenía la oficina, y el tipo aceptó.

Ya habíamos cerrado todo, cuando tuvimos que lamentar la primera pérdida del club. En
diciembre, Víctor Valli falleció y tuve que asumir yo hasta el ‘88.

En el ‘86 debutamos en la liga mercedina. El nivel era mucho más competitivo y el clima era
impresionante. Sobre todo cuando jugábamos con el Club Mercedes, que a todos lados llevaba a
Los Palometas, una hinchada que te hacía pensar que estabas jugando un Metropolitano de
primera. La verdad es que debutamos muy bien. En nuestro primer año, con el Pata como DT,
logramos salir terceros.

El torneo terminó unas semanas antes que empezara el mundial. La verdad es que no había
muchas expectativas con la Selección. Habíamos clasificado gracias a un gol que le hizo Pasarella a
Perú en el último minuto, y en la previa del campeonato habíamos jugados algunos amistosos en
los que éramos un desastre. Uno de los últimos partidos había sido contra el Grashoppers de
Suiza, y les ganamos solamente por un gol y haciendo tiempo.

El 22 de junio nos encontramos en la sede con Sergio, Beto, el Pata y el Chori Yacoy, para ver el
quinto partido del mundial. Argentina había empezado bien: superamos sin problemas a Corea por
tres tantos contra uno; empatamos con Italia y clasificamos primeros después de ganarle a
Bulgaria. En octavos nos tocó Uruguay. Fue un partido duro, trabajado, pero un gol de Pasculli nos
dio el pase a los cuartos de final. Ahí nos esperaba Inglaterra.

Esos seis días que pasaron desde el partido contra los uruguayos se me hicieron eternos. Sufría de
una mezcla de ansiedad y nervios que me ponían insoportable. Para tratar de calmarme un poco,
me fui para Pellegrini y 9 de Julio como una hora antes.
El partido empezó a las tres de la tarde de acá, doce del mediodía de México. El sol apuntaba sus
rayos en forma directa contra un Estadio Azteca colmado de simpatizantes y repleto de pozos. La
pelota saltaba como si fuera de Rugby.

Acá no había ninguna disputa diplomática, era un partido de fútbol. Pero el recuerdo de Malvinas
estaba presente en la cabeza de todos. Para colmo, el encuentro se dio solo ocho días después de
que se cumplieran cuatro años de la rendición.

En cuanto sacaron los ingleses, clavé mis ojos en el Telefunken que teníamos ahí en la sede, casi
sin poder pestañear. Lineker tocó para Beardsley y empezó el partido más político de la historia
del fútbol.

El primer tiempo fue un embole. Lo único interesante que pasó fue una pelota que Shilton sacó del
ángulo después de que se desviara en la barrera inglesa, y un resbalón de Pumpido que casi deja
con el arco libre a Lineker.

En el segundo tiempo, el partido seguía siendo trabado. Habían pasado diez minutos, cuando
Diego recibió un pase del Vasco Olarticoechea, para luego gambetear a uno, y después a otros dos
más. Justo cuando Butcher pone el pie para trabar, en la puerta del área, Maradona llega a tocar
para Valdano, que sin querer la levanta con el empeine para el lado de Shilton. Automáticamente,
Diego corre en dirección al arquero y llega a cabecear antes de que el inglés ponga la mano. La
pelota rebotó una vez y terminó entrando en cámara lenta.

Creo que nunca había gritado así. En seguida me abracé con Sergio, mientras escuchaba como
todos los vecinos salían a la calle a gritar el gol. Nunca me enteré que había sido con la mano,
recién volví a tomar conciencia cuando habían pasado dos o tres minutos. Tampoco me
importaba, es más, confieso que disfruté que el gol haya sido con trampa. Les dolía más y eso me
encantaba.

Cuatro minutos más tarde, todavía sentía el calor en la garganta producto de los gritos. A esa
altura ya íbamos por el segundo vino, porque a los nervios había que bajarlos de alguna manera.

Cuando el reloj marcaba que iban 55 minutos, a Cucciufo le llegó una pelota que se le había
escapado a un inglés y tocó para Enrique, que después de girar se la pasó a Diego. El diez estaba
marcado por dos hombres, pero rotó sobre la pelota y logró escapar punteando para adelante.

Al llegar a tres cuartos de cancha, Butcher quiso cruzarlo, pero Maradona lo evadió con un amague
impresionante . Faltaban metros para llegar al área, solo había que avanzar por ese pasillo en el
que en un costado tenía al 2 inglés y en el fondo al gigantesco Shilton.

Para ese momento, yo estaba parado, con las pupilas dilatadas, como si tratara de guardar cada
milésima de segundo en mi retina. Cuando el central se tiró a barrer, Diego punteó para la
derecha, antes de volver a enganchar para esquivar al arquero y quedar frente al arco vacío. Atrás
venía Butcher bufando como un toro embrabecido dispuesto a destrozar esa obra de arte. El seis
llegó a tirar una patada, pero eso no impidió que el del Nápoli definiera.

Fue la mejor jugada de todos los tiempos. De nuevo nos abrazamos y gritamos. Yo me acuerdo que
me llevé las manos a la cabeza y decía “¡No puede ser! ¡No puede ser! Está loco este tipo”.
Los ingleses descontaron a nueve del final, pero no les alcanzó. En cuanto se sintió el pitazo, a mí
me agarró una emoción impresionante. A la distancia parece ridículo, pero yo en ese momento
sentía que habíamos derrotados a los mismos tipos que habían fusilado a nuestro soldado Maciel y
a tantos pibes del país. Era como dejar de rodillas a Margareth Thatcher y hasta a la propia Reina
Inglesa. Y encima lo hicimos como en el potrero: con picardía y gambeta.

Apenas terminó el partido, nos subimos al Falcon y nos fuimos para la plaza San Martín. El centro
estaba abarrotado de gente, lleno de banderas argentinas y trapos con el dibujo de las Islas
Malvinas. Era una fiesta producida después de saciar una sed de revancha acumulada durante
años, en el marco de un momento muy negro para nuestro país. Veníamos de una inflación del
100% anual, con un crecimiento del desempleo y la pobreza. El mundial del ‘86 no dio un motivo
para festejar cuando lo único que había eran malas noticias.

Esa fiesta se coronó cuando una semana después Burruchaga definió contra Schumaher, el
arquero de Alemania Federal, sellando el 3 a 2. Argentina volvía a ser campeona del mundo y, por
un rato, nos podíamos olvidar de la crisis en la que estábamos sumidos.

Ese año empezamos a hablar de la posibilidad de adquirir un predio, porque no podíamos seguir
calentando en la calle o en el parque, teníamos que tener un lugar propio. En un momento nos
llegaron a ofrecer un predio que estaba en Alsina, entre Lavalle e Italia, pero lo rechazamos. Nos
pareció que los fondos del club tenían que ser invertidos en un lugar mucho más grande. Si bien la
oferta era tentadora, decidimos esperar.

Para 1987, el predio del Tiro Federal se llenaba de gente que iba a practicar deportes y tomar
mate. Ese campo de Piñeiro entre Pichetto y Etcheverry, revivía con cada primavera. Mi viejo
siempre me contaba que cuando su abuelo vivía, ahí alquilaban botes para dar la vuelta a una islita
que el Arroyo de Giles había formado en la parte de atrás del club. También había una especie de
zoológico, con un puma y un águila. Una noche, un tornado dio vuelta la jaula y el animal se
escapó. El viejo siempre decía que durante meses las madres no dejaban salir a los chicos por
temor a que se transformen en una posible presa.

Una tarde, fuimos al Tiro con Ana y los chicos. Me acuerdo que estaba sentado en el pasto,
recordando una vez más las anécdotas de mi viejo, mientras observaba con la mirada perdida el
edificio del Tiro Federal. Siempre me hizo acordar a un castillo: tiene una puerta verde de madera,
que es custodiada por dos torres de ladrillo de seis metros de altura. Arriba de la entrada, hay una
cruz del mismo color de la puerta, coronada por una figura con forma de Y.

Delante de la construcción, habían armado una canchita de fútbol. Ese día había seis chicos
jugando, peleando cada pelota como si fuera la última. Cuando los miré, nos vi a nosotros, a los
más grandes del Frontón, yendo al piso en potreros repleto de pozos, cabeceando pelotas
pesadísimas, volviendo a casa con las rodillas ensangrentadas y raspadas. Fue en ese momento
que se me ocurrió la posibilidad de hablar con la comisión directiva del Tiro Federal para trabajar
en conjunto y formar divisiones infantiles. En ese momento los más pibes no tenían un lugar para
ir a practicar fútbol.

La cancha del Tiro era de tierra. Había algún que otro pozo, pero se podían arreglar. Lo mismo que
los arcos, las manchas de óxido delataban el paso del tiempo, pero tenían las redes y estaban en
excelentes condiciones.

Cuando el martes siguiente plantee la propuesta en El Frontón, los muchachos aceptaron


enseguida. Lo mismo pasó con el Tiro Federal, que en ese momento estaba presidido por Oscar
Saulino. La comisión directiva no dudó ni un momento en unirse a nosotros y empezamos a
trabajar en conjunto para competir en lo que en ese momento era la AMFI, la Asociación
Mercedina de Fútbol Infantil.

El primer paso fue cambiarnos el nombre a Frontón – Tiro, y entrenar a los hijos de los que
estaban en el día a día del club. Caña Ghessi, Cacho Reallini, el Gallego, Almeida, Lucio Coluccio,
eran algunos de los que se hacían cargo del fútbol infantil.

Pese a que ya éramos Frontón – Tiro, los primeros partidos los jugamos en la cancha del Papi
Fútbol, en Moreno e Yrigoyen. Es que una tormenta había dejado en muy malas condiciones el
predio del Tiro Federal y no podíamos meter a los chicos en semejante pantano.

A las pocas fechas, los propios padres se encargaron de resolverlo. Entre ellos se organizaron y
trasladaron panes de césped de la orilla del arroyo hasta la cancha. Cuando terminaron, no
quedaban rastros de aquel potrero humilde que yo había visto tiempo atrás.

Nuestro principal interés era que los chicos se divirtieran. No los presionábamos, tratábamos de
que los partidos de visitante sean una especie de días de paseo. En esa época ya empezamos a
alquilarle un colectivo al Club de Pesca, entonces parecía que nos íbamos de excursión.

La Subcomisión de Fútbol Infantil se financiaba con una caja propia, que la armaban rifando
televisores, vendiendo chocolate u organizando loterías familiares. Fue impresionante lo que
trabajaron para poder sacar adelante el proyecto de las inferiores. Muchas veces dejaban de lado
su familia o sus trabajos personales para dedicarle más tiempo al club.

Creo que por eso la gente los apoyaba en cada movida, porque se notaba que atrás había un
deseo infinito de mejorar y dejar una huella en el pueblo. La ayuda de los vecinos fue vital, porque
si no nos hubieran dado pelota, no podríamos haber ido a ningún lado. Me acuerdo que los
primeros partidos que jugamos en el Papi estuvieron repletos de personas que se acercaban a
alentar por El Frontón aunque no tuviera ningún tipo de relación.

Lo mismo pasó a fin de año. A Caña se le ocurrió que, para celebrar la finalización de la primera
temporada, había que hacer un costillar. Al primero que le tiró la idea fue a Hugo Gaynor, que
cada tanto hacía asados en el Club Almafuerte.

- Vamos a ser algunos pocos, Hugo. Es un festejo para las inferiores, no creo que venga mucha
gente - prometió Caña en un principio. El problema fue que cada vez más personas quisieron
sumarse, y cuando nos quisimos acordar, ya habíamos vendido 500 tarjetas. Cuando Gaynor se
enteró casi lo mata a Caña, pero al final hizo el asado sin chistar porque a él le gustaba ayudar al
club. No era de los que se juntaban todas las semanas, pero cada vez que había que dar una mano,
el tipo se hacía presente.

El costillar fue un éxito. Lo hicimos en el Almafuerte, atrás de las canchas de bochas. Ahí empezó
una tradición que se mantuvo por años, a lo último ya tuvimos que irnos al CEF para que pudiera
entrar la gente.

En 1987, logramos un hito insólito. Después de hacer algunas gestiones, la Subcomisión de Fútbol
Infantil organizó un partido contra River, en la cancha de Colegiales. Si bien los pibes del Millonario
estaban acostumbrados a entrenar en predios súper profesionales, no tuvieron problemas en
jugar en ese campo de juego que parecía víctima de un bombardeo aéreo.

El partido era con jugadores de la clase ’73 y ’74. Sin embargo, River salió a la cancha con dos pibes
de la ’75 y la ’76, porque eran tan buenos que ya los probaban con los más grandes. Se trataba de
Marcelo Gallardo y Norberto Alonso, el hijo del Beto. Junto a ellos también jugaron Matías Biscay y
Hernán Buján, quienes varios años más tarde integrarían el cuerpo técnico del Muñeco, en lo que
fue la etapa más gloriosa de la historia riverplatense.

Pese a que en todo momento dominaron el partido, los dirigentes de River se sorprendieron con
nuestro arquero: Hernán “Quique” Caputto. Tenía solo trece años, pero ya se podía ver el
potencial que tenía.

Ese día jugó tan bien, que lo invitaron a formar parte del plantel. Estuvo un año yendo a Nuñez..
Recuerdo que Chacho Segurola, que era fanático de River, se encargaba de llevarlo y traerlo.
Después de un tiempo, Caputto quedó libre.

De igual manera, eso le sirvió para dar sus primeros pasos profesionales. En el ’88 entró en
Platense y se quedó ahí hasta el ’94, que pasó a Tigre. Después jugaría en Chile y tendría un paso
fugaz por el fútbol de Indonesia. Cuando en 2011 se retiró, Quique empezó a dirigir. Durante unos
años se hizo cargo de las inferiores de Chile, hasta que en 2019 asumió como director técnico de la
Universidad de Chile. Para nosotros fue un orgullo que un jugador surgido en El Frontón haya
llevado adelante semejante carrera.

En 1988 el club siguió con el objetivo de expandirse. Lo primero que hicimos fue armar una
Subcomisión de Ciclismo. La idea era darle un marco de institucionalidad al deporte, porque si
bien ya se venía practicando, lo cierto es que no teníamos un área específica que se encargara del
tema.

Omar “Pitín” Narice se ocupó de armar un equipo de ciclistas, junto a Martín Contardo Boldú y
Cesar Elso. Durante ese año, se encargaron de organizar varias competencias en la ciudad, que
convocaron a deportistas de toda la región. El equipo de El Frontón estaba integrado por Daniel
Ávila, Jorge Mónico, Pedro Palacios, Ricardo Di Tata y el hijo de Boldú, llamado como su padre.
En aquella época, los ciclistas entrenaban en una pista que estaba en el fondo del Parque
Municipal, atrás de la pista construida hace unos años alrededor de la cancha de Fútbol 11. Una
vez estuvimos a punto de competir ahí, pero una lluvia nos hizo mudar la carrera a la calle.
Después de pedirle autorización al municipio, corrimos en un circuito improvisado que empezaba
en la Avenida Morgan, se extendía por 25 de Mayo hasta Sarmiento, antes de doblar en la calle
Chacabuco.

A mí me encantaba verlos correr, sobre todo, porque tenían un talento bárbaro. Por eso mismo,
siempre intenté apoyarlos, sobre todo a Ávila y Boldú, que ya competían a nivel nacional. Martín,
por ejemplo, corrió su primera vuelta en Paraná con el apoyo del Frontón.

En el 89, El Frontón se quedó con el tercer puesto del Torneo de la Liga mercedina. Como
Mercedes había sido campeón, tenía la posibilidad de disputar el Torneo del Interior. Sin embargo,
optaron por no ir. Vélez, que había quedado segundo, tampoco quería jugarlo. Por ese motivo, la
comisión de la liga se reunió Juan Héctor, Sergio y yo para ofrecernos ocupar esa plaza. No
dudamos un segundo en aceptar.

Como siempre, nosotros le dimos para delante sin pensar en todo lo que eso implicaba. Ni siquiera
técnico teníamos, porque ese año el Pata renunció porque ya estaba un poco cansado de estar
siempre ahí al frente. Como el Omar Yacoy, el Chori, había salido cinco veces campeón dirigiendo a
la quinta, con Sergio nos dimos cuenta que era la mejor opción para hacerse cargo de la primera.

El plantel del ’89 estaba conformado por Rubén Cosentino, Darío Dinardi, Jorge Suarez, Gastón
Rossi, Fernando Valli, el Mono Lanzone, Cristian Gallo, Luciano Gussoni, Jorge Maguicha, Daniel
Maguicha, José Chanvillard, Marcelo Llames, Eduardo Tava, Alfonso Mosca, Jorge Bisio, Eduardo
Rocha, Walter Antico, Federico Stupiello, Sergio Franco, Juan Carlos Almeida, Gustavo Suarez,
Jorge Quagliariello, Rodrigo Arévalo, Marcelo Casas y Guillermo Fernández

Pese a que teníamos un gran equipo, apenas asumió el Chori salimos a buscar jugadores. El
primero en llegar fue Raúl Lossino, un lateral por izquierda mercedino al que todos llamaban
“Lauchón”. Era muy bueno, el tipo había jugado en Racing durante muchos años. A mí me gustaba
hablar con él sobre Maradona. Lo había enfrentado en un partido contra Argentinos Juniors y
después en el ’79 coincidieron en el servicio militar. También lo había tenido como Director
Técnico cuando lo suspendieron y se puso a dirigir a la Academia.

Más tarde se sumaron Marcelo “La Loba” Bomaggio y Norberto “El Negro” Espinosa. Bomaggio era
una bestia, sin dudas fue uno de los mejores delanteros que vi en mi vida. Probablemente sea el
futbolista más importante de la historia de Mercedes. Allá lo adoraban. Me acuerdo que una vez
tuve que ir a Mercedes a hacer unos trámites y me crucé a un tipo que iba en bicicleta gritando
con un megáfono:

− “Al mejor número tres del fútbol argentino lo tenemos en Mercedes. Y también tenemos
al goleador máximo de la provincia de Buenos Aires. Está en Mercedes ¡CINCO GOLES EN UN
PARTIDO! ¡Ni Maradona, ni Batistuta, ni Ortega, ni Francescoli, ni Palermo!
¡¡¡BOOOOOMAGGIOOOO!!!

Luego vendrían Marcelo Rementería, Ernesto Perez, de Austral, y Fernando San Pedro y Jorge
Rodríguez, del Club Mercedes. Además, se sumaron Jorge Chaima como ayudante de campo y
César “Chene” Elso como preparador físico. También teníamos a un masajista, Raúl Gallinelli; y un
utilero, Omar Caputto.

En la primera fase, empatamos dos a dos con Belgrano de Zárate, con goles de Lanzone y
Rementería. Marcelo volvería a marcar en el triunfo ante Jorge Newbery de Luján. El siguiente
partido fue contra Sportivo de Escobar, al que derrotamos por la mínimas gracias a un gol del
Negro.

Luego empatamos a uno con Belgrano, le volvimos a ganar a los lujaneros y perdimos 2 a 0 contra
Sportivo. En aquella época, todavía jugábamos con el viejo sistema, que asignaba dos puntos al
ganador del encuentro. Por ese motivo nos clasificamos primeros con ocho puntos.

La segunda etapa del torneo empezó el 20 de enero de 1990, cuando jugamos en Areco contra San
Carlos de Capitán Sarmiento. Pese a que el Negro volvió a anotar, la visita jugó mejor y
terminamos perdiendo dos a uno. En las fechas siguientes, todo se puso cuesta arriba: empatamos
contra los Sarmientinos y San Antonio, y perdimos Jorge Newbery.

En la anteúltima fecha, nuestras ilusiones de seguir en el torneo terminaron abruptamente. Pese a


que le ganamos a los lujaneros por dos tantos contra uno, una derrota con los arequeros nos dejó
afuera.

La derrota fue dura, pero la verdad es que en cierta medida estábamos conformes. Es que,
durante los últimos años, habíamos crecido a pasos agigantados. Empezamos la década del ‘80
estrenando nuestra sede, y seis años después ya contábamos con tres títulos en la Liga de Areco,
cinco campeonatos del Papi y una incursión en el Torneo del Interior. Además, nos habíamos
instalado en la Liga Mercedina, compitiendo de igual a igual a instituciones muy grandes como el
Club Mercedes. A ellos hubo una época que los teníamos de hijo. Ni siquiera trayendo jugadores
de afuera nos podían ganar.

Me acuerdo que en un partido, los volantes de Mercedes eran Omar Larrosa, que había salido
campeón del mundo en el ‘78; Roque Avallay, integrante del Huracán campeón del ‘73; y los ex
Boca, Óscar Peracca y Osvaldo Potente. Cuando vi quiénes eran los que salían a la cancha, rogué
que nos hagan más de cuatro goles. Para colmo, tenían un central que medía como dos metros y
daba un miedo bárbaro.

El primer tiempo terminamos tres cero abajo. No sé qué habrá pasado en los quince minutos del
descanso, pero lo cierto es que en los segundos 45 el partido fue otro. El equipo se encendió,
empezó a meter y a ganar todas las pelotas divididas. Cuando el árbitro pitó el final, el marcador
mostraba que El Frontón había ganado 4 a 3.

Esa fue la prueba de que el equipo efectivamente andaba bien. Los jugadores tenían un
compromiso enorme con el club. Juanillo y Fede, por ejemplo, ese año jugaron algunos partidos
con la primera de Flandria. Ellos terminaban el entrenamiento a las nueve de la noche, se tomaban
un colectivo y a las diez ya estaban jugando acá. Darío Cosentino era otro loco: el tipo llegaba a las
prácticas con la ropa ensangrentada porque se pasaba toda la tarde cargando achuras en el
frigorífico en el que laburaba. Había hambre de gloria, de conseguir triunfos, entonces todos
hacían hasta lo imposible para poder seguir ganando.
La llegada al Torneo del Interior nos hizo darnos cuenta que no podíamos seguir entrenando en el
parque. Para estar a la altura de los equipos más importantes de la provincia, teníamos que
empezar a formar una infraestructura que permita desarrollarnos.

Nosotros teníamos como ejemplo a seguir al Club Mercedes. El blanquinegro tenía un predio
enorme al lado del Parque Municipal de Mercedes y jugaba de local en una cancha ubicada a unos
metros del campo de deportes, que siempre estaba en un excelente estado y tenía gradas en tres
de los cuatro costados. Ir ahí, para nosotros, era como estar en el Nacional B.

Los primeros fondos para el club los obtuvimos después de jugar un partido contra Atlético
Baradero. Como estábamos registrados como “Frontón de Mercedes”, nosotros hacíamos de local
allá.

En esa época, había un acuerdo tácito entre los clubes, que consistía en que todos cobrábamos las
entradas al mismo precio. Por ese motivo, cuando jugamos contra los de Baradero, cobramos $10
pesos la entrada, esperando que allá cobren lo mismo. Sin embargo, cuando llegamos a la cancha
de Atlético, nos sorprendimos con el hecho de que los simpatizantes de El Frontón iban a tener
que pagar $15 para poder ingresar al estadio.

En seguida, Sergio y yo nos quejamos, pero los locales no querían dar el brazo a torcer. Encima el
clima se había picado, porque uno que iba con nosotros le gritó algo a unos hinchas que pasaban
por ahí y se comió la paliza de su vida. Con ese antecedente, no había mucha predisposición como
para negociar.

Estuvimos una hora discutiendo con los dirigentes rivales. Llegó un momento en el que se
cansaron de nosotros. Es peleábamos esos cinco pesos como si fueran millones de dólares.

- ¿Saben qué? Cobren lo que quieran – nos gritó uno de los baraderenses. Ni lentos ni perezosos,
nosotros nos hicimos cargo de vender las entradas y volvimos a Giles con la recaudación.

No sabíamos dónde meter la plata. Eran tantos billetes, que tuvimos que repartirlos: una parte la
trajeron entre Pitín y Raúl Coluccio, que en ese momento trabajaban en la tesorería del club. Yo
también me traje algunos fajos en el Falcon.

Una semana después, nos reunimos para debatir qué íbamos a hacer con el dinero. Todos
estuvimos de acuerdo en que teníamos que invertir en un predio. Pero había un problema, los
fondos no alcanzaban para comprar una parcela tan grande como la que teníamos en mente.

Fue ahí que apareció el amor por el club que siempre caracterizó a los que formamos parte de este
proyecto. Sergio vendió un Peugeot 404 que se había comprado el año anterior y donó toda la
plata. El Chori, por su parte, también puso un dineral.

Con mi familia en ese momento no la estábamos pasando muy bien económicamente. Unos años
antes, vendimos un campo que habíamos heredado y pusimos nuestros ahorros en el Banco del
Oeste. De la nada, los fundadores del banco, los hermanos Guelar, quebraron a la institución.
Recuperamos un poco de plata, pero era mucho menos que lo que habíamos depositado.
Igualmente, eso no fue impedimento para que yo aportara. Tengo que confesar que no me
importaba estar un mes comiendo arroz si eso significaba que el club creciera. Pienso que todos
sentían lo mismo.

El Frontón era nuestro combustible diario, era una fuente de energía para todos. Llevábamos a la
institución en las entrañas; nos sentíamos uno con el club. Aparte era nuestro refugio. En 1990
veníamos de una hiperinflación arrasadora y de los levantamientos carapintadas. En la calle había
una tensión permanente y el futuro aparecía como algo oscuro, peligroso.

Pero cuando nos reuníamos con los muchachos, todo eso desaparecía. Las risas de los asados
semanales anestesiaban todo lo malo que nos podía haber pasado en la semana. De hecho, creo
que el club fue un sostén importantísimo para que yo pudiera superar lo del campo. Y lo mismo les
pasaba a los demás, en alguna medida veían al club como un lugar donde escaparse de la realidad
por un rato.

Por eso todos estaban dispuestos a aportar para que El Frontón progresara. Sin esa fuerza que
generábamos en conjunto, probablemente nunca habríamos salido de lo del Chacra.

Después de la primera reunión, Sergio, que en ese momento estaba como presidente, tomó su
bicicleta y se fue a la inmobiliaria de Bellucci, que estaba en la esquina de 25 de Mayo y Pellegrini,
a preguntar si había algún terreno en venta. PREGUNTAR QUIEN ERA BELUCCI La única parcela
disponible era un lote de cinco hectáreas ubicado detrás de las vías, sobre el Camino de las Tropas,
fijado en 8.500 dólares, es decir, 42.500.000 australes.

En el inicio de la década de los ’90, esa zona de Giles era puro campo. El mar de pastizales solo se
veía interrumpido por las vías del Tren Urquiza, que cruzaban por la Avenida Scully hasta la
estación de trenes de la avenida Morgan.

Cuando Sergio nos habló de ese pedazo de campo, en un principio me entusiasmé justamente por
la cercanía del ferrocarril. Los sábados podríamos encontrarnos en el predio y caminar algunas
cuadras para tomar el tren y viajar a jugar a Cucullú o Carmen de Areco. Sin embargo, a los pocos
años esos proyectos quedarían en la nada. La privatización del ferrocarril hizo que en 1993 dejaran
de pasar los trenes de pasajeros y en 1998 se cancelara el servicio de cargueros. Desde entonces,
nunca más se vio un tren en Giles.

Todavía me acuerdo de la tarde en la que vi por primera vez el terreno. Era un campo pegado al
arroyo, sin ningún árbol. En el medio, había como una especie de laguna rodeada de pastizales.
Solo había una construcción a medio terminar. Lo que más me impactó fue el suelo: me arriesgo a
decir que era la zona más despareja de todo Giles .

Pese a eso, decidimos seguir adelante. Esa tarde de 1990 sería clave para el futuro de El Frontón.
Recuerdo que cuando se planteó la idea de comprar el campo del Camino de las Tropas, se generó
un gran debate porque íbamos a tener que trabajar durante años en el acondicionamiento del
lugar. Creo que precisamente eso fue lo que nos llevó a comprarlo: El Frontón siempre vio a los
imposibles como desafíos y no como obstáculos.
A los pocos días, Narice pasó a ser el nuevo presidente de la institución. Apenas comenzó su
presidencia, hicimos otra reunión para definir si nos íbamos a comprometer a trabajar para
acomodar el predio. Todos estuvimos de acuerdo y decidimos adquirir la parcela.

Lo primero que hicimos para recaudar fondos, fue organizar una rifa de 333 números con un valor
de 50 dólares cada uno, a pagar en cuotas, con un premio de 5 mil dólares. Sin embargo, pese a
que juntamos un dineral, todavía no nos alcanzaba como para adquirir el terreno. Por eso
recurrimos a un familiar de un miembro de la Comisión Directiva, que solía prestar plata a una tasa
de interés muy baja. Eso nos permitió adquirir la propiedad sin escriturar.

Apenas nos entregaron las llaves de la tranquera del predio, nos pusimos a trabajar. Lo primero
que teníamos que hacer era vaciar la laguna que nos robaba una porción muy grande de terreno.

Si habremos laburado con el Caña… Todos los días nos poníamos a hacer zanjas de 20, 25 metros
hasta el arroyo. Llegaba un momento en el que la cintura empezaba a doler de tal manera, que
casi no nos podíamos mover. Durante esa primera semana yo volvía a casa, me bañaba, cenaba y
me iba a dormir extenuado.

Cuando logramos secar esa zona del campo, seguimos con las plantas. No había ni un solo árbol en
todo el predio, entonces hablamos con el Negro Botana, para que nos trajera algunos x de San
Pedro. De nuevo, agarramos la pala y nos pusimos a hacer pozos. En dos tardes plantamos diez
árboles. Cada tanto venía Damián, el hijo del Caña, y juntaba agua del arroyo para regar los
árboles, mientras nosotros hacíamos más hoyos.

El siguiente desafío fue emparejar el terreno como para armar una canchita. Ahí fue cuando
apareció el intendente Aldo Nascimbene, que nos dio una mano enorme. Me acuerdo que un día
nos recibió en la municipalidad para escuchar lo que queríamos hacer. Antes de que terminara la
semana, ya estaban las máquinas trabajando en el predio.

No solo nos ayudó con las obras del predio. Cuando Frontón – Tiro empezó a competir en AMFI,
puso a nuestra disposición un colectivo municipal y un chofer, para que nos llevara a Mercedes y
Suipacha.

Durante todo ese mes, nos repartíamos entre Caña y yo para controlar como avanzaban los
trabajos. Ghessi iba en su auto y se quedaba todo el día mirando que los trabajadores respeten los
horarios.

Mientras se mejoraba el terreno, todos los miembros de la Comisión de Fútbol Infantil trabajaban
en la pequeña construcción que había en la entrada del campo. Estaba muy venida a menos, pero
igualmente nos la arreglamos para ponerla en pie de nuevo y agrandarla. Después de un par de
semanas, armamos el primer vestuario con una cantina.

Al poco tiempo se nos sumaron los hermanos Lacanette, unos muchachos que eran tapiceros y
eran fanáticos de las carreras. Cuando vieron como habíamos secado la laguna, nos preguntaron si
en esa zona podían armar un circuito de Motocross. En ese momento les dijimos que sí, pero no
sabíamos la que se nos iba a venir.

El primer fin de semana, habrá habido cien, doscientas personas. Pero con el tiempo, el circuito
empezó a hacerse conocido y venía gente de toda la región. Me acuerdo que se llenaba tanto, que
había algunos que venían la noche anterior al predio para poder conseguir un lugar para
estacionar.

Como en ese momento estábamos arreglando el terreno, muchísimas noches nos tuvimos que
quedar a dormir en El Frontón para que los autos no pasaran por la cancha y arruinen el trabajo
hecho.

No dejábamos el predio ni para ver el mundial de Italia. Una tarde me llevé el Telefunken de la
sede de 9 de Julio y lo instalé en los vestuarios, para que quedara de fondo mientras
trabajábamos. La final con Alemania la vi ahí junto a Sergio Dinardi, Cirilo y Bilule. Todavía
recuerdo como De Lucca lo puteó a Codesal, el árbitro mexicano, cuando cobró ese penal
inventado a punto de terminar el encuentro.

- ¡ES UN LADRÓN! ¡ES UN LADRÓN! – repetía una y otra vez como si fuera un disco rayado.

Cuando la cancha quedó lista, nos dimos cuenta que teníamos que poner algún alambrado para
que los autos que venían a las carreras no le pasen por encima y no se metan los perros que había
por la zona en pleno partido. Como en aquella época todo eso era pleno campo, cada tanto se nos
metían las vacas o las mascotas de los vecinos.

El problema, como siempre, eran los fondos para llevar adelante esta iniciativa. Por suerte, una
organización política se enteró de nuestro proyecto y al poco tiempo nos donó un subsidio que
nos permitió cubrir los costos del alambrado y los postes. Lo único que tuvimos que hacer fue ir a
hablar con una empresa del conurbano, que nos vendía los materiales y se encargaba de hacer la
obra.

En septiembre, la Subcomisión de Fútbol Infantil recibió una invitación por parte de la


municipalidad, para que un combinado de los chicos de las clases 75, 76 y 77 representen a San
Andrés de Giles en el Torneo de Integración Bonaerense.

La primera fase se jugó en General Rodríguez. Después de ganarle a todos sus adversarios, el
conjunto dirigido por Daniel Maguicha clasificó a las instancias finales, que se jugaban a partir del
4 de septiembre en Balcarce.

Recuerdo que, para llevar a las inferiores, habíamos alquilado un colectivo viejísimo. A esa altura
del año ya hacía calor y cuando viajábamos de día, era como si estuviéramos trasladándonos
adentro de un horno. A la altura de Lobos, el 11-14 no aguantó más y todo el plantel quedó varado
a la vera de la Ruta 41. Pasaron dos horas hasta que pudieron retomar el viaje.

Cuando llegaron, se encontraron con que se tenían que instalar en un galpón con otros 500 chicos
de toda la provincia. Por suerte, Raúl Coluccio y x Quagliarello, dos padres que estaban como
acompañantes, pudieron hablar con gente de la organización y conseguir un lugar en un club,
junto a una institución de Ayacucho.

Pese a los obstáculos con que se habían topado, los chicos de El Frontón desplegaron un gran
fútbol y solo quedaron afuera de la final por los fouls acumulados. Es que, en ese torneo, no solo
se tenían en cuenta los puntos obtenidos, sino también las faltas realizadas. Cuando culminó la
competencia, el azulgrana quedó en igualdad de puntos con otro club, pero como nosotros
habíamos hecho 12 faltas y ellos 11, no pudimos clasificar. Igualmente, jugamos otro partido para
definir el tercer y cuarto puesto. El equipo nuevamente se supo plantar, y volvió a Giles con una
nueva victoria y un tercer puesto un poco injusto.

Para 1993 El Frontón había logrado que sus cuentas crecieran, pero todavía se le debía plata al
familiar de un miembro del club, que nos había prestado dinero para comprar el predio. Con lo
que recaudamos de los eventos que organizamos después de alambrar la cancha, nos alcanzaba
para cancelar la deuda. Sin embargo, un grupo de la comisión directiva insistió para que
construyamos dos canchas de Pádel en la sede, ya que era el deporte del momento. En solo
algunos años, Giles había sumado cinco canchas y todas tenían éxito, entonces algunos de los
muchachos entendieron que si nos sumábamos a esa tendencia, íbamos a volver a conseguir el
dinero suficiente como para solucionar lo de la deuda y crear otra fuente de dinero.

El problema fue que mientras nosotros nos pusimos a construir, la moda del Pádel pasó y con los
años cada vez más personas dejaron de practicar el deporte. En menos de una década, esas
canchas que estaban abarrotadas de jugadores se transformaron en estacionamientos de
camiones y lavaderos de autos.

Cuando nos dimos cuenta que ya había pasado la época dorada del Pádel, ya nos habíamos
gastado todo el capital, sin ni siquiera finalizar la cancha. Es más, tuvimos que pedir un crédito
para concluir la construcción. En vez de duplicar los fondos, duplicamos las deudas.

Mirándolo a la distancia, entiendo que era un escenario que podía presentarse. Ninguno de
nosotros había estudiado economía, ni se había preparado para dirigir una institución. La intuición
era la que nos guiaba en cada decisión, y hasta ese momento nunca nos había fallado.

La crisis estalló como una bomba. De repente, el lugar que habíamos construido con alegría, entre
un grupo de amigos, se transformó en un escenario de discusiones y peleas. A tal punto llegó la
tensión, que muchos de los que habían acompañado al club hasta ese momento, se bajaron del
proyecto.

Con el objetivo puesto en enderezar el rumbo del club, el Chori Yacoy se transformó en el nuevo
presidente de El Frontón. Su primera medida fue resolver el problema de la deuda: apenas asumió
se hizo cargo de gran parte de lo que había que pagar con plata de su propio bolsillo, junto Rubén
Callegari, uno de los miembros de la nueva comisión directiva. Yo también aporté hasta donde
pude.

También organizamos rifas y eventos, fue como empezar de cero. De nuevo estábamos
funcionando como una peña, tal como en la época en la que nos juntábamos en lo del Chacra
Uguet.

Con el tiempo fuimos revirtiendo la situación y volvimos a confirmar que para El Frontón las
utopías no son más que objetivos a realizar en el corto o mediano plazo. Cuando llegó el año 1996,
ya habíamos cancelado todas las deudas, la obra de la cancha de Pádel habían concluido y hasta le
agregamos un techo.

Todo el trajín que pasamos desde que empezó el problema de las deudas hasta que pudimos
salvarlas, fue agotador. No solo por las horas que le dedicamos al club, sino también porque todo
ese trabajo después se trasladaba a nuestra casa, a nuestra vida cotidiana. Las horas que uno le
aportaba al club, se las quitaba a su tiempo libre, a su trabajo, a su familia.

Pese a la grave crisis que atravesaba el club, para 1998 habíamos logrado conformar un gran
plantel. Bajo la dirección técnica de José “Flaco” Chanvillard, El Frontón apostaba por el buen
juego.

La temporada empezó con un triunfo por uno a cero contra Huracán; un empate a uno con Coresa
y la goleada de cuatro goles contra cero frente a Independiente. Después perdimos con Rivadavia
tres a dos y empatamos con River, San Antonio y San Patricio.

En las semifinales jugamos contra Rivadavia y continuamos con los empates. Recién pudimos
clasificar a la final con River, después de jugar un tercer partido en el que anotaron Agustín
Quagliarello, Martín Nascimbene y Juan Ramírez.

La última instancia del torneo constaba de dos encuentros. En el partido de ida, los goles anotados
por Hernán Martínez para El Frontón y de Walter Cobo para la visita, hicieron que empatáramos
uno a uno.

En la vuelta la jugamos el 20 de diciembre. Ese día el Estadio Fitte estaba repleto de simpatizantes
de Areco, no cabía un alma en las tribunas. El Frontón salió a la cancha con Abelardo Sosa en el
arco, y una línea de cuatro compuesta por Darío Maydú, Gastón Rossi, Germán Stupiello y Martín
Nascimbene. La mitad de la cancha era propiedad de Marcelo Saulino, Sergio Archiópoli, Fabían
Chanvillard y Alfonso Mosca. Adelante, Agustín Quagliarello y Hernán Martínez se encargaban de
las tareas ofensivas.

El partido estaba muy trabado y los muchachos no podían hacer pie. Tal es así, que el primer
cuarto de hora pasó sin remates al arco. A los 19 minutos, el dos de River recibió la pelota del
arquero e intentó dársela al volante central. Sin embargo, el pase le salió desviado y quedó en los
pies de Hernán. Después de tres zancadas, el lujanense quedó mano a mano con el arquero y
remató a la esquina izquierda del arco.

La alegría del gol no duró mucho: dos minutos más tarde, Darío Maydú vio la roja por juego
brusco, y el Flaco tuvo que sacar a Agustín Quagliarello para poner a Diego Monsalvo y rearmar la
defensa.

A partir de esa jugada, nos tiramos atrás y empezamos a aguantar el resultado. En alguna medida,
ese partido me hizo acordar al Argentina – Brasil del Mundial de Italia ’90: a lo largo de los 90
minutos, River tuvo 21 situaciones de gol, con cuatro tiros en los palos y un gol anulado por off
side.
El peor momento de la final se dio en la última etapa del partido. A los ’71, los locales se quedaron
con un jugador menos, después de que Rozzolino fuera expulsado; cinco minutos más tarde,
Saulino también recibió tarjeta roja. Cuando quedaban solo dos minutos de juego, en el tiempo
extra, Sosa también tuvo que partir rumbo al vestuario.

El problema fue que cuando se dio la expulsión de Abelardo, ya no teníamos más cambios. El
encargado de ponerse el buzo fue Germán Stupiello. Tanto Chanvillard, como Quagliarello y
Martínez intentaban mantener la pelota lejos del área, pero como estábamos con solo ocho
jugadores, se hacía muy difícil.

Esos minutos se me hicieron eternos. Recuerdo que yo los vi con mis nudillos clavados en los
muslos, apretando los dedos como si quisiera romper una nuez. Era una tensión que se hacía
insoportable, sobre todo con los gritos de los arequeros. Las tribunas estallaban de gritos y
cánticos. Parecía que estábamos en la Bombonera.

En el minuto 94, Diego Maggio logró entrar al área por la derecha y quedar de cara a Germán. Para
mí esa jugada transcurrió en cámara lenta: el delantero definió al segundo palo y la pelota salió
disparada como un cañón. Cuando parecía que iba a clavarse contra la red, una mano salvadora de
Stupiello llegó a desviarla.

Sin embargo, el esférico dio contra el poste y regresó a los pies de Maggio. Con un arquero
despatarrado, solo debía empujarla para sellar el empate. Preso de los nervios, remató con todas
sus fuerzas y mandó la pelota a las nubes. Un instante más tarde, el árbitro pitó y El Frontón
alcanzó el tercer título de su historia.

En cuanto escuché el silbato, grité con todas mis fuerzas, sin importarme que estaba rodeado por
los hinchas de River. Es que aquel título fue importantísimo para el club. No solo por lo que se
había sufrido, sino también porque fue una dosis de oxígeno para un Frontón que venía golpeado
por la crisis económica.

La victoria nos llenó de energía y nos permitió seguir trabajando con esfuerzo para revertir la
debacle. En gran medida, esa dedicación por la institución fue un atractivo para muchos vecinos
que les interesaba desarrollar el deporte en Giles. Eso hizo que aparecieran personas con ganas de
aportar, ofreciendo nuevas propuestas.

El hockey, por ejemplo, llegó al club de esa forma. En el ’96, la profesora Gabriela Peláez nos
preguntó si podía representar a El Frontón con las chicas que entrenaba en el Centro de Educación
Física que funciona en el Parque Municipal, ya que como el CEF es una institución pública, no
podía participar en las ligas de hockey.

En seguida aceptamos la propuesta. Gabriela se encargó de armar una subcomisión de padres y se


creó una cuota mínima, que ayudara a costear viajes y equipamientos. A partir de ese año, las
categorías masculinas y femeninas dirigidas por Peláez empezaron a disputar partidos contra otros
equipos, hasta que en el ’99 ingresaron a la Liga Friend Key, que agrupaba a clubes de la zona sur y
oeste del Gran Buenos Aires.
Para el año 2001, Mauricio Dinardi tomó la posta del Flaco Chanvillard y se hizo cargo de dirigir a la
primera. Habíamos logrado mantener un buen plantel, que mantenía el buen juego que ya nos
caracterizaba, pero que además había sumado mucha garra.

La primera ronda de la Liga de Areco la superamos cómodos. Terminamos primeros con 21 puntos,
superando a River, el segundo, por siete puntos. Si bien llegamos hasta la final jugando muy bien,
nos encontramos con un Rivadavia súper fino que se supo imponer con un marcador global de 3 a
2.

En 2002 volvimos a jugar la final, pero contra San Patricio. El de ese año fue un torneo atípico,
marcado por la crisis económica que estalló el 20 de diciembre del año anterior. La debacle
económica puso en jaque a toda la economía del país y desde entonces se vivía en una
inestabilidad política constante: en dos años nuestro país había tenido seis presidentes. En Giles, la
situación era similar: meses antes de la renuncia de Fernando De la Rúa, Nascimbene renunció y
en su lugar quedó Mario Eduardo Díaz.

En este proceso, el valor del dólar pasó de 1 peso a más de tres. Para un club pequeño como el
nuestro, eso significó que cualquier inversión sea mucho más difícil de abordar. Y lo mismo les
pasaba a las demás instituciones: de repente, las tribunas que antes estaban repletas de fanáticos,
ahora estaban vacías.

El partido contra San Patricio fue muy parejo, pero ellos estuvieron mucho más precisos a la hora
de definir y se quedaron con el título después de ganarnos 3 a 1. Esa derrota nos llenó de bronca,
porque claramente estábamos jugando bien, pero las cosas no se daban.

Durante la segunda mitad del año, la crisis hizo que el torneo sea mucho más complejo. Sobre
todo, en materia de organización. Constantemente se suspendían y reprogramaban partidos,
entonces se trabajaba con mucha improvisación.

En ese campeonato, el que se lució fue Alejandro Morada. Si bien estaba dando sus primeros
pasos en la primera del club, logró instalarse en la cima de la tabla de goleadores con siete tantos.
Por ese motivo, no sorprendió que sea el autor del único gol de la final.

Aquel día salimos a la cancha con Adrián Farías en el arco; Damián Vettorazzo, Germán Stopiello,
Cristian Gallo y Juan Castaño en la defensa; Martín Quagliarello, Ignacio Lennard, Martín
Nascimbene y Hugo Cáserez en la mitad de la cancha; y Morada y Juan Ramírez en la delantera.
Desde el banco de suplentes, también ingresaron Fabricio Paganini, Pablo González y Walter
Mcgaulley.

Apenas nos dieron la copa, volvimos en caravana a Giles. Recuerdo que entramos por el Acceso
Colón y fuimos por la avenida Scully hasta la esquina de 9 de Julio, donde estaban los corsos. En
cuanto llegamos, nos mandamos atrás de una carroza y dimos la vuelta olímpica delante de todos
los vecinos.

En 2003, Yacoy estaba agotado por las obligaciones que demandaba el club y optó por no
continuar. La presidencia pasó a quedar a cargo de Oscar Marengo, uno de los padres que había
empezado con el proyecto de Frontón – Tiro. En alguna medida, la partida de Yacoy fue el cierre
de una etapa, ya que por primera vez el club pasaba a ser dirigido por alguien que no había estado
en la fundación de la institución.

Pese a que Marengo siempre estuvo relacionado con el fútbol infantil, la primera medida que
tomó en consenso con todos los que integrábamos la comisión directiva, fue hacer una cancha de
fútbol once detrás de la que habíamos hecho para los chicos.

La crisis económica que atravesaba el país hacía que el proyecto parezca inviable. Sin embargo,
entre todos nos pusimos de acuerdo para hacerle frente a la situación y seguir apostando por el
crecimiento del club. Organizamos más rifas, pusimos dinero de nuestro propio bolsillo y creamos
más eventos que nos permitieran recaudar.

Eso nos permitió empezar con los trabajos de emparejamiento del terreno. Esta vez, la mejora se
hizo sin recursos estatales ni ajenos a la institución. Contratamos a un vecino que se encargó de
hacer una primera capa de tierra sobre el terreno. Para ese año, el circuito había dejado de
funcionar, entonces pudimos ocupar una parte del lugar que ocupaba. En total, el lugar reservado
para la cancha tendría 50 metros de largo y 20 de ancho.

Cuando se iba a aplicar la segunda capa, nos dimos cuenta que nos quedaba un resto de los fondos
como para instalar un sistema de riego artificial como el que tenían las mejores canchas del fútbol
argentino. En seguida pusimos en stand by el emparejamiento, llamamos a una empresa de
Capital y le dimos para delante con esa obra.

En gran medida nos ayudó la cantina que habíamos instalado en la Fiesta del Chancho Asado con
Pelo en enero. Era un evento único para toda la región: año a año Giles se transformaba en un
punto de encuentro no solo para los vecinos, sino también para los turistas que venían desde la
capital para probar nuestro Chanchipan.

Tal era la convocatoria, que para recorrer los puestos de los artesanos había que caminar muy
despacio, chocando los hombros con el resto de los asistentes. Pese a que después se organizaron
otras fiestas en nuestra ciudad, creo que ninguna logró equiparar a la del Chancho Asado con Pelo.
Todavía recuerdo cómo me gustaba caminar por el parque, sintiendo el olor dulce y artificial del
algodón, la garrapiñada y los pochoclos, mientras por los parlantes se escuchaba el canto surero
de Adrián Maggi.

Para El Frontón esos fines de semanas de enero significaba la oportunidad de recaudar fondos
para las inversiones que se vendrían a lo largo del año. Padres, socios y miembros de la comisión
directiva nos pasábamos tarde y noche asando y atendiendo la cantina. Solo descansábamos
cuando la gente se iba al escenario montado al fondo del parque para ver a los artistas.

Gracias a la edición del 2003, no solo logramos hacer la cancha de once, sino también alambrarla.
Fue mucho más complejo que lo que hicimos en la de once, porque pusimos tejido de cuatro
metros de altura.

También hicimos los vestuarios. A diferencia de los de la cancha de 9, construimos un lugar


especial para la visita y hasta para los árbitros. Ese fue un salto de calidad, porque permitió que no
haya diferencias con respecto a los visitantes.
Ese año, disputamos la cuarta final consecutiva. Recuerdo que yo veía los entrenamientos
mientras cortaba el pasto y podaba las plantas. Mauricio Dinardi había logrado conformar un gran
equipo, que sabía jugar y meter.

La particularidad de ese torneo, fue que por primera vez íbamos a definirlo en nuestra cancha. El
encuentro se dio la tarde del domingo 27 de julio. En aquel momento, el equipo titular estaba
conformado por el arquero Adrián Farías; los defensores Pablo González, Fabricio Paganinini,
Germán Stopiello y Damián Vettorazzo; una mitad de cancha compuesta por Martín Quagliarello,
Ignacio Lennard, Hugo Cáserez y Damián Quiroga; y una delantera integrada por Juan Pablo Ferro
y Juan Ramírez.

El partido empezó fácil. Movíamos la pelota por toda la cancha y Rivadavia no podía patear al arco.
Sin embargo, recién pudimos doblegar a la defensa rival en los últimos minutos del primer tiempo.
Los goles que Ferro clavó en los minutos 43 y 44 hicieron que nos fuéramos al descanso 2 – 0
arriba. En el complemento, Morada metió el tercer tanto y definió el torneo.

En la segunda mitad del año, llegamos nuevamente a la final. Del otro lado, nos esperaba River
Plate, que había brillado durante todo el torneo. El partido definitorio se jugó en la cancha Fitte,
bajo una lluvia insoportable. En el minuto 65, un penal pateado por Mario Fagnani le dio la ventaja
a los locales. Poco después se tuvo que suspender el partido, porque la tormenta no aflojaba y la
cancha empezaba a inundarse.

Tuvieron que pasar cuatro días para que la final continuara. Durante los minutos restantes, no
cesamos de atacar ni un momento. Lamentablemente, eso no nos alcanzó y volvimos a Giles con
una derrota.

En el partido de vuelta, El Frontón logró imponerse y apretar al equipo dirigido por Oscar Menconi.
El gol de Juan Ramírez nos permitió empatar, pero poco después River anotó y se quedó con el
campeonato.

El próximo objetivo era construir un natatorio. Hasta ese momento, en San Andrés de Giles
funcionaban las piletas públicas del Parque Municipal, y las de algunos clubes como Apolo, Los
Amigos y Pileta 41.

En aquel momento, ya nos pasábamos la mayor parte del día en el predio y no tanto en la sede.
Por ese motivo, surgió la idea de vender el edificio y con esa plata construir una pileta. No fue fácil
tomar la decisión, porque había algunos que querían conservarla. Finalmente, una noche nos
encontramos todos los que integrábamos la comisión directiva y los socios fundadores. Yo creía
que había que venderla, después de todo, en los últimos años no paraba de producirnos gastos:
Cuando terminamos lo de la cancha, tuvimos que rehacer el piso porque aparecían hormigueros
por todos lados; un tiempo más tarde tuvimos que llamar a un techista para que arregle la decena
de goteras que había por todo el edificio. Cuando terminábamos de refaccionar un área, se nos
jodía la otra.
Después de casi dos horas de debate, arreglamos que íbamos a vender la sede. En x, la mano venía
muy jodida económicamente, entonces pensamos que nos iba a costar conseguir un comprador.
Sin embargo, a las pocas semanas encontramos un comprador.

En cuanto sellamos el acuerdo, salimos a buscar socios para el futuro natatorio. Al principio la
gente nos miraba extrañada, no daban crédito que en ese terreno donde antes había una laguna,
ahora íbamos a poder construir un natatorio. Sin embargo, de a poco se fueron sumando

Nosotros queríamos construir algo grande, acorde a las dimensiones del predio. Sin embargo,
cuando vimos el pozo que estaban haciendo nos sorprendimos. Recuerdo que cuando pasaba con
la máquina cortando el pasto, frenaba y me quedaba mirando la obra con los brazos en jarra. Era
gigante el pozo que habían hecho.

Finalmente, el 11 de septiembre logramos hormigonar la pileta y la inauguramos en diciembre. Era


semi olímpica. En total, tenía 25 metros de largo por 12 de ancho, con carriles para competición.
La obra había incluido un cerco perimetral y un sistema de filtrado automático.

Además, hicimos unos vestuarios impresionantes, con baños para caballeros, damas y personas
con discapacidad, que incluían duchas con agua caliente y servicios sanitarios. También
construimos un quincho abierto y seis parrillas dobles.

Semejante inversión hizo que mucha más gente se acercara al club: de 100 socios pasamos a 1.100
en solo unos meses. Por otro lado, fue muy emocionante ver cómo El Frontón empezó a tener
actividad los 365 días del año. Antes de la pileta, la llegada de diciembre significaba la ausencia de
los chicos. A partir de la construcción del natatorio, la presencia de chicos era constante.

La venta de la sede reorientó la identidad del club. Ya no éramos una simple entidad deportiva
capaz de convertirse en un punto de encuentro de algunos amigos para joder y divertirse, sino un
espacio en donde las familias podían pasar el día y hacer deporte. Nos transformamos en un club
familiar.

Ese mismo verano empezamos la colonia. Fue un éxito: en la primera temporada se inscribieron
200 chicos, que quedaron bajo la dirección de los profesores Damián Freire, Juan Valli, Fernanda
Giampietro, Lorena Arrastoa y Verónica Verminetti.

Ellos se encargaban de todo lo que tenía que ver con la colonia. Yo siempre los veía en el club,
pero no me metía, porque siempre estaba trabajando. Cuando no estaba cortando el pasto, estaba
marcando las líneas de las canchas, y limpiando el predio y los vestuarios.

En 2005, la subcomisión de padres encargada del hockey, se puso en contacto con otras
instituciones de la región para crear una liga y evitar extensos viajes a través de todo el conurbano
bonaerense. Después de algunas reuniones, se acordó fundar la Liga del Noreste Bonaerense de
Hockey (LINEBH), junto a clubes de Mercedes, Luján, San Antonio de Areco, Navarro y Capitán
Sarmiento.
La conformación de la LINEBH nos obligó a mejorar las instalaciones, ya que íbamos a empezar a
recibir a otras instituciones. Ese año yo ya había empezado a acondicionar la segunda entrada del
predio, que está ubicada en la calle que termina en el Acceso Colón. Todos los días iba y plantaba
uno o dos árboles. Solamente dejaba de trabajar cuando la cintura no me daba para más.

Al cabo de un tiempo, se terminó formando una hilera de árboles, que mejoró la imagen del
predio. En cuanto terminé con eso, agarré la pala e hice una zanja entre el natatorio y la cancha de
hockey, para poner una ligustrina. De esa manera, quedaban bien divididos los espacios.

Cuando empezaron los partidos de la LINEBH, solo hubo que cortar un poco el pasto, remarcar las
líneas de cal, agregar los arcos y las luces. La sonrisa de los jugadores y Gabriela, me indicó que el
esfuerzo había valido la pena. En alguna medida, a todos los chicos del club los miraba como si
fueran mis nietos, entonces la sonrisa que sacaron cuando vieron cómo estaba la cancha, fue una
paga más que suficiente para el trabajo que había venido realizando.

Al año siguiente, Giles celebró su bicentenario. Desde El Frontón no queríamos quedar afuera de
los festejos y durante todo el 2006 hicimos llevamos adelante una serie de eventos para poder
festejar a través del deporte. Gracias al apoyo de Marcelo Saulino, pudimos traer al periodista
Alejandro Apo al Centro de Cultura, para que realizara un ciclo de lectura de cuentos.

Otro que nos dio una mano fue Diego Monsalvo, que era ex futbolista de El Frontón y trabajaba
como kinesiólogo en River. Él nos sirvió de contacto con la dirigencia del Millonario, para poder
organizar un encuentro entre las inferiores dirigidas por Agustín Quagliarello.

Por un lado, jugaron los chicos de 15 y 16 años. En ese momento, esas categorías tenían un gran
nivel. Si bien perdimos 4 a 3, el partido fue muy parejo. La división menor, por su parte, se pudo
imponer ante River por 2 a 1. Los tantos de Cava y Branchini sellaron el triunfo.

Recuerdo que los dirigentes de River se habían quedado sorprendidos con Maximiliano Tava y
Martín Bonetti, que había metido dos de los tres goles. Jonatan “Topo” Duche también jugó muy
bien y metió el tercer gol de la jornada. Con el tiempo, lograría destacarse a nivel profesional.
Después de pasar por algunos equipos del ascenso fue trasladado al Aragua FC de Venezuela,
donde jugó la Copa Sudamericana y hasta llegó a enfrentar a Gremio en el estadio que el tricolor
brasilero tiene en Porto Alegre.
25 de junio de 2006

Dolor por la muerte de “Tito” Crosetti


El histórico dirigente de El Frontón, José delantero implacable. Incluso llegó a jugar
“Tito” Crosetti, falleció ayer a la madrugada a algunos partidos defendiendo la camiseta de
los 67 años. Desde algunas semanas El Frontón, antes de colgar definitivamente
permanecía internado en el Hospital San los botines.
Andrés, a causa de un problema hepático.
Esa pasión por el fútbol, era lo que lo
La noticia causó un gran dolor en la motivaba a estar siempre a disposición del
comunidad frontonera. Es que Tito había club. Ni siquiera los fines de semana
estado en la institución desde su fundación, y descansaba. Todos aquellos que alguna vez
a lo largo de los últimos años había trabajado pasaron por el azulgrana, han paseado en su
incansablemente en pos de mejorar el predio Ford Falcon celeste: todos los sábados y
del Camino de las Tropas. Cuando el club domingos se encargaba de llevar a los chicos
llegó a ese campo, los dirigentes se a donde sea que tuvieran que ir a competir.
encontraron con un terreno inundado, sin En alguna medida, esa pasión lo transformó
árboles y repleto de pastizales. Si bien en una especie de abuelo deportivo para
muchos trabajaron para mejorar el lugar, sin muchos de los que integraban la comunidad
dudas el que más le dedicó fue Tito. Junto a del azulgrana.
X Caputto, “El Padrino”, se encargó de
Tanto trabajo por los demás, hizo que a su
plantar todos los árboles que se encuentran
velatorio asistieran cientos de
entre la calle y el quincho del club, y los que
vecinos para abrazar a su esposa,
están a la vera del arroyo.
Ana, y a sus hijos Marcelo, María
No dejó de trabajar ni cuando su salud le José y Gabriela.
exigía que guarde reposo. Desobedeciendo a
Desde El Frontón adelantaron que se está
los doctores y hasta a sus propios dolores, se
proyectando presentar una nota en
escapaba rumbo al predio para subirse al
el Honorable Concejo Deliberante,
tractor y seguir cortando el pasto y podando
para que la calle San Martín Norte
árboles.
pase a llamarse como el ídolo de la
Su vida estuvo ligada al deporte. De chico, institución.
destacó en la Liga de Giles como un
Las fiestas por el bicentenario siguieron el 30 de noviembre, fecha en la que se conmemora la
fundación de San Andrés de Giles. Como todos los años, todas las instituciones de nuestra ciudad
desfilaban por el centro: empezaban caminando en la esquina de Belgrano y San Martín, para
luego doblar en Rivadavia y pasar delante del palco oficial.

A nosotros nos tocaba desfilar a las once de la mañana, pero la visita del presidente Néstor
Kirchner trastocó la programación y todo se atrasó. Hasta las diez de la mañana, los chicos de las
inferiores esperaron su turno en una cancha de paddle que funcionaba en 9 de Julio entre Moreno
y Sarmiento. Cuando faltaban algunos minutos para las once, se trasladaron a donde empezaba el
desfile.

Allí se encontraron con que había que esperar. Pasaron dos horas hasta que pudieron pasar frente
al palco donde estaba sentado el intendente Luis Ghione. Ese día hacía tanto calor, que cada
centímetro de sombra se disputaba como si fuera oro. Incluso el municipio tuvo que salir a repartir
botellas de agua para que nadie se descompusiera.

El desfile se dio dos días de un hecho histórico para El Frontón. El 1º de diciembre, la Sub 17 de la
Selección Argentina visitó nuestro predio para jugar un amistoso. El partido empezó a organizarse
a principios de año, gracias a Juanillo Silva, que nos hizo de contacto con la gente de la AFA. El
único requisito que teníamos que cumplir consistía en preparar pollo con pan negro y ensalada,
para que el plantel de la selección no rompiera la dieta.

El equipo del Frontón salió a la cancha con Renzo Figueroa en el arco, y Ezequiel Ventre, Jonathan
Ferreti, Rodrigo Paganini y Alejandro Duche en la defensa; en la mitad de la cancha se
encontraban Oscar Zapata, Ignacio Lennard, Facundo Valli y Marcos Archuvi; la delantera titular
estaba conformada por Gabriel Arce y Martin Valli.

En el complemento, ingresaron Gonzalo Peláez por Figueroa, Juan Martin Muñoz por Ferreti,
Federico Flores por Duche, Santiago Rossi por Lennard y Agustín Blanco por Arce. El equipo estaba
dirigido tácticamente por Luis Lanzone.

Del lado blanquiceleste, el equipo estaba formado por Luis Ojeda (Unión) en el arco; Damián
Martínez (San Lorenzo), Mateo Musacchio (River), Fernando Meza (San Lorenzo) y Mariano Bittolo
(Vélez) en la defensa; Franco Zuculini (Racing), Fernando Godoy y Roberto Vissio (Independiente)
se hicieron cargo del medio campo, teniendo a Brian Sarmiento (Estudiantes de La Plata) como
media punta. El ataque del seleccionado nacional estaba a cargo de Santiago Fernández (Newell’s)
y Matías Quintana (Quilmes).

Luego, ingresaron Rodrigo Rey (River) – que ya había venido con River -, Germán Rica (San
Lorenzo), Leandro Basterrechea (Gimnasia de La Plata), Guido Pizarro (Lanús), Cristian Gaitán
(Estudiantes de La Plata), Juan Manuel Sánchez Miño (Boca), Gustavo Bongard (Rosario Central),
Nicolás Mazzolla (Independiente) y Leandro Arguello (El Porvenir). El director técnico del equipo
era Miguel Ángel Tojo.

A penas se empezó a jugar, se notó la diferencia. Los de la Selección jugaban de memoria y tenían
un estado físico impresionante. A eso se le sumaba que a los chicos de El Frontón les habíamos
prohibido tirar patadas. Igualmente, después de unos minutos algunos se olvidaron de esa regla y
empezaron a raspar. El partido terminó 7 a 0, gracias a los dos goles de Fernández y los tantos de
Sarmiento, Pizarro, Quintana, Rica y Meza.

Pese al resultado, todos estábamos muy contentos por el simple hecho de haber jugado. Años más
tarde, muchos de esos jugadores fueron protagonistas de algunos de los equipos más importantes
del mundo. Mateo Musacchio y Guido Pizarro, por ejemplo, jugaron en la Selección Mayor y en
clubes como Sevilla, Milan, Villarreal y la Lazio.

El 2007 empezó con dos torneos juveniles. Primero, la categoría ’96 viajó a Chapadmalal, para
participar de las Olimpiadas Siglo XXI, un torneo del que formaban parte equipos de Capital
Federal, Berazategui y Mar del Plata. En febrero, los chicos de la ’94 y ’95 viajaron a La Feliz para
participar de un torneo interbarrial. Allá se encontraron con que los clubes tenían algunos
jugadores que estaban en las inferiores de clubes de primera y competían a primer nivel.

Esa experiencia fue tan positiva, que en 2008 volvimos a participar de los torneos de verano. A
través de esos viajes, muchos chicos conocieron el mar. Además, sirvieon para reforzar el
compañerismo. Esa era una de las patas importantes del trabajo de Cristian: desde que asumió, se
encargó de mantener un grupo unido. De hecho, era muy habitual que sacara del partido a los
jugadores que reprochaban a sus compañeros.

Su otro gran éxito tuvo que ver con el hecho de haber incrementado el plantel. Cuando asumió, a
principios del 2006, las inferiores estaban muy escasas. Sin embargo, apenas llegó al cargo,
imprimió algunos folletos y salió a repartirlos por las escuelas. Un tiempo después, tuvo que
empezar a cambiar a todo el equipo en los entretiempos, para que puedan jugar todos.

Todo ese trabajo se vio coronado a finales del 2007, cuando Boca le ofreció a El Frontón realizar
una prueba en el predio. El encargado de probar a los jugadores era Roberto Mouzo, el legendario
defensor que había salido campeón de la Copa Libertadores en dos oportunidades.

Ese día llovió tanto, que la Comisión Directiva estuvo a punto de suspender el evento. Sin
embargo, un rato antes de que llegara la comitiva de Boca, la tormenta amainó y se pudo jugar
con normalidad.

Apenas llegó, Mouzo separó a los chicos en pareja y organizó una serie de 2 versus 2, para ver
observar ataque y defensa. También armó un ejercicio que consistía en tocar y picar al espacio
para echar el centro al área.

Fue una jornada muy positiva porque los dirigentes de El Frontón pudieron ver cómo se
entrenaban en las inferiores de Boca y porque todos los chicos se quedaron con la remera de
entrenamiento que se usaban en Casa Amarilla.
26 de marzo del 2007

Emotivo homenaje a “Tito” Crosetti


En la tarde de ayer, se realizó un acto en el El primer en tomar la palabra, fue Oscar
predio de El Frontón, para descubrir el cartel Marengo, presidente de El Frontón: “en José
de la calle “Tito” Crosetti – ex San Martín Crosetti recordamos al maestro, al que
Norte -, que había sido rebautizada el año enseña desde el ejemplo de la perseverancia,
pasado a través de una ordenanza aprobada humildad, sencillez; de aquel que se
por el Honorable Concejo Deliberante. preocupa más en sumar que en dividir o
restar” expresó.
Este homenaje se sumó al cambio de nombre
del predio. Desde ayer, el campo de deportes El siguiente en hablar, fue el intendente
del azulgrana pasó a llamarse “Polideportivo municipal, Luis Ghione: “No creo
José Francisco Crosetti”. equivocarme al decir que su fuerza y esa
pasión, estuvo puesta en los últimos años en
El evento contó con la presencia de amigos,
esta querida institución”.
vecinos y familiares de Tito, como así
también de toda la comunidad frontonera, Al momento de cerrar el acto, Sara Crosetti,
que durante los últimos años pudo ver cómo hermana de Tito, agradeció a la comunidad
Crosetti trabajó incansablemente en pos de por el homenaje. Junto a ella, estuvieron
lograr que la institución creciera cada día un presentes quien fuera la esposa de José, Ana
poco más. x, y sus hijos María José, Marcelo y Gabriela.
En el año 2009, el mandato de Oscar Marengo finalizó y asumió Gustavo Marino. Poco después de
que cambiara la dirigencia de El Frontón, la comisión de fútbol del Club Social dejó de funcionar.
Eso hizo que muchos chicos recurrieran a El Frontón para seguir entrenando. El problema era que
la institución ya tenía sus propios y jugadores, y en la Liga de Areco no participaban tantas
categorías.

Distinto era el caso de Mercedes, donde no solo el fútbol era más competitivo, sino que había
fútbol para chicos de todas las edades. Por ese motivo, la comisión directiva entendió que
debíamos empezar a competir en la Liga Mercedina.

Pero había un inconveniente: San Andrés de Giles seguía perteneciendo a la jurisdicción de Areco,
por lo que no podía participar de otros certámenes. Después de algunas reuniones, logramos que
el arquero Marcelo Pontiroli nos contactara con José Luis Meizsner, quien ese momento era
presidente de Quilmes y Secretario General de la AFA. A través de él, pudimos llegar al Consejo
Federal de Fútbol y conseguimos una autorización para poder hacer el traspaso.

Yo en todo momento apoyé la idea de pasarnos de Liga. Sobre todo porque me encantaba ir a
jugar de visitante contra el Club Mercedes. Es que el estadio municipal en donde hacen de local es
espectacular. Está ubicado sobre la calle Héroes de Malvinas, a un costado del Parque Municipal.
Tiene tres gradas enormes, pintadas en colores rojos y blancos, que todos los partidos están
colmadas por Los Palometas, la furiosa hinchada blanquinegra.

El campo de juego siempre fue espectacular, al igual que los vestuarios. Recuerdo que ver el túnel
de salida a la cancha, envolvía a los jugadores de una atmósfera profesional, que hacía que cuando
salieran se quieran comer la cancha.

A El Frontón, la Liga de Mercedes no lo intimidó, lo potenció. Ese mismo año, ganamos el torneo
Clausura y salimos subcampeones del Apertura por solo un punto. Cuando terminaba el 2009, se
jugó la final frente a Cruzados, que había sido el otro ganador del año. Después de ganar la ida por
3 a 0 y la vuelta por 2 a 1, nos quedamos con el trofeo de la temporada.

Ese título fue importantísimo para el club. Sobre todo, por un detalle anecdótico: Fue la primera
vez en 40 años que un club de otra ciudad se quedó con el campeonato. La última vez que había
pasado fue en 1963, cuando Defensores de Suipacha logró imponerse al resto de las instituciones
mercedinas.

Cuando llegó el 2009, Cristian Yacoy le propuso a la Comisión Directiva instalar dos canchas de
tenis, ya que en ese momento no había clubes como para ir a jugar. La idea era que él y Marcelo
Segurola se hicieran cargo de la obra y que tuvieran un plazo de 12 años para poder alquilar las
canchas. Después de ese plazo, pasarían a ser propiedad de El Frontón.

El propio Cristian se encargó de planificar la construcción y de hacer la mano de obra. Después de


unos meses, el club pasó a tener una cancha de primera categoría, en la que se podía jugar hasta
cuando llovía. Es que debajo del polvo de ladrillo, había un sistema de canaletas que sacaban el
agua del campo de juego. Las tormentas podían durar horas, pero el lugar jamás se inundaba.

Una vez que las canchas fueron instaladas, el profesor Ramiro Saravia empezó a alquilarlas para
dar clases de tenis. Pese a que estaba acordado que ese dinero iba a ir para Segurola y Yacoy, una
vez que se recuperó el capital invertido, ambos decidieron dejarle las ganancias al club.

En el 2010, Mauricio Dinardi compartió la dirección técnica con Marcelo Pontiroli. Ambos lograron
que El Frontón mantuviera el gran nivel del 2009. Después de obtener el subcampeonato del
Apertura, nos quedamos con el título del Clausura y volvimos a jugar la final anual. Después de
empatar a cero en nuestra cancha, el Club Mercedes se supo plantar en su cancha y vencernos 1 a
0.

Ese año, se cumplía el bicentenario de la Revolución de Mayo. Para conmemorar la fecha, la


Comisión Directiva decidió organizó una carrera de Rural Bike. La “Primera Vuelta Rural de San
Andrés de Giles – Premio Bicentenario” se corrió el 19 de septiembre del 2010 y contó con 108
ciclistas. En esa primera edición, se corrieron 58 kilómetros. El primer puesto fue para Ariel
Martínez, la segunda para Alejandro Salvarezza y la tercera para Juan Pablo González.

Fue tal el éxito de la carrera, que se tomó la decisión de seguir organizando carreras. La Segunda
Vuelta Rural se disputó el 6 de marzo del 2011, en un circuito de 65 kilómetros. Esta vez, el podio
fue de Fernando Posse, Pablo Martorelli y Ariel Di Palma, todos oriundos de Chivilcoy.

El 25 de septiembre, se llevó a cabo la tercera vuelta. Después de recorrer 72 kilómetros, Martínez


volvió a quedarse con el primer puesto, mientras que Di Palma y Diego Sentin, obtuvieron la
segunda y tercera posición respectivamente.

La Cuarta Vuelta Rural de San Andrés de Giles se realizó el 6 de mayo del 2012, en el mismo
circuito que se utilizó en septiembre. Esa jornada tuvo como ganador a un ciclista oriundo de
Coronel Granada, Néstor Villarino. El chacabuquense Martín Russo quedó en el segundo lugar, por
encima de Mauricio Pratto, deportista nacido en la localidad de Alberti.

La victoria sobre Cruzados en 2009 nos habilitó jugar el Torneo Federal C del 2011. Se trataba de
una competencia entre los clubes más importantes de cada zona, que se jugaba un año después
de haber obtenido el título.

Para poder jugar de local, El Frontón debía contar con una infraestructura que hasta ese momento
no tenía. De alguna manera, esas exigencias nos sirvieron para progresar. En 2010, se
construyeron dos tribunas a cada lado de la cancha. Además, se levantó un muro alrededor del
alambrado, de un metro de altura.
También compramos una decena de tubos petroleros, para poner nuevas luces. Sin embargo, no
las instalamos hasta el 2017, entonces no nos habilitaron a ejercer la localía en nuestra cancha.

Para el año 2011, El Frontón pasó a estar presidido por Ariel Segurola. En lo que respecta al fútbol,
sumamos en el arco a Marcelo Pontiroli que venía de Deportivo Merlo. Al Federal llegamos con el
siguiente plantel:

Matías y Nelson Agoglia; Lorenzo Manion;

Agustin Aguirre; Facundo Marino;

Franco Bava; Ignacio Lennard;

Jonatan Brañas; Alejandro Morada;

Daniel Busca; Fabricio Paganini;

Agustín Caputto; Francisco Ponchione;

Ricardo Castañeda; Lautaro Pozzebon;

Marcelo Crosetti; Pedro Provenzano;

Martín Dome; José Quiroga Cáceres;

Nicolás Elicio; Juan Ramírez;

Gonzalo Farola; Martín Repetto;

Braian y Jhonatan Ferreti; Lucas Rivero;

Juan Gasparro; Gonzalo Romano;

Maximiliano Ghiglione; Carlos Scheffer;

Pablo González; Ramiro Soria;

Federico Grosso; Blas Tallarico;

Pedro Gussoni; Santiago Valli;

Ignacio Hazi; Oscar Zapata.

A Mauricio Dinardi, lo acompañaban Alberto Giunta y Carlos Valli como ayudantes de campo y
Juan Valli como preparador físico. El médico del equipo era Luciano Gussoni.

El primer partido de El Frontón fue frente al Club Mercedes. Fueron 90 minutos muy parejos, pero
ese día la suerte estuvo del lado de los locales y perdimos 1 a 0. En la segunda fecha, nos tocó
jugar contra los lobenses de Deportivo Coreano. El doblete de Elicio y los goles de Repetto, Zapata
y Morada, sellaron un resultado de 5 a 3 y nos dieron los primeros tres puntos.

Un empate con Vélez y otra derrota más con Mercedes hizo que lleguemos al último partido con
muy pocas chances de clasificar a la siguiente etapa. Si bien El Frontón logró imponerse con
superioridad y golear al fortinero mercedino por 5 goles contra 1, quedó en la tercera posición de
su grupo y no pudo avanzar en el Federal.

Más allá de esta derrota, no estábamos disconformes con el funcionamiento del equipo. El plantel
había demostrado un gran juego y se había formado un grupo muy unido, compuesto por jóvenes
y jugadores con experiencia.

Ese año cerró con una nueva victoria. El 17 de diciembre, la categoría Sub – 15 se quedó con el
torneo “Tres Ligas”, después de ganarle a Central Buenos Aires de Zárate, con un resultado global
de 3 a 2. De esta manera, el equipo dirigido por Daniel “Juanillo” Silva se consagró como el mejor
equipo de un torneo en el que participaban los campeones de todas las ligas de la región.

Ese plantel estaba conformado por:

Lucas Martinez; Simón García;

Santiago Gaynor; Nicolás Giordano;

Gonzalo Soave; Facundo Rossi;

Agustin Rossi; Valentín Porco;

Marcos Lucca; Joaquin Chertudi;

Lautaro Miranda; Homero Sosa;

Matias Gastelú; Matías Vachetti;

Joaquin Botana; Agustín Córdoba;

Agustín Ghessi; Matías Fontana;

Juan Ignacio Hazi; Jhonatan González.

Para el Argentino 2012, nos autorizaron a jugar como locales en nuestro predio. Esa fue la primera
vez que un equipo gilense jugaba un torneo federal en su propia cancha.

Durante la pretemporada, Carlos “Pata” Dubois se sumó a Dinardi como DT. La dupla técnica
debutó el 21 de enero con una victoria, luego de ganarle por 1 a 0 al Club Mercedes, gracias a un
gol de Joaquín Hernández.

Una semana más tarde, El Frontón jugó como local ante Juventud Unida. Dos tantos de Morada y
uno de Hazi hicieron que nos quedáramos con los tres puntos. Después de perder 3 a 2 con
Palometas, le ganamos al Club Mercedes y empatamos con Juventud Unida. Finalmente, la
primera rueda cerró con un nuevo partido contra Palometas, al que le ganamos 1 a 0.
El diez de marzo, El Frontón viajó a Las Heras para jugar contra Club San Miguel. Si bien estábamos
jugando mejor, los locales anotaron el primer gol, después de que el árbitro cobre un penal
bastante polémico y expulse al seis azulgrana, Fabricio Paganinni. Minutos más tarde, también
expulsó a Busca, y a partir de ese momento, el empate se puso cuesta arriba.

La revancha se jugó un 18 de marzo. Un nuevo gol de Club San Miguel selló un resultado global de
2 por 0, y el conjunto dirigido por Dinardi y Dubois quedó eliminado.

Después de ese torneo, debíamos prepararnos para encarar la temporada la Liga Mercedina. Si
bien no nos pudimos quedar con el Apertura, en el Clausura tomamos revancha y el 29 de
septiembre una goleada por 4 a 1 frente al Club Mercedes nos dio una plaza para jugar la final.

El último partido del año se jugó contra Juventud Unida de Suipacha. Era un día horrible: las nubes
se agolpaban sobre el predio y descargaban su lluvia con furia. En algún momento llegó a
plantearse la posibilidad de suspender la fecha, pero los visitantes querían jugar sí o sí.

Los primeros 45 minutos los terminamos 2 a 1 arriba, con un gol de Morada y Topo Hernández. En
la mitad del complemento, el árbitro cobró un penal que solamente existió en su cabeza y expulsó
a Hazi. La roja mostrada a Quiroga minutos más tarde, hizo que termináramos el partido con dos
menos.

En la tanda de penales, Federico Grosso – un arquero oriundo de Mercedes que casualmente se


llamaba igual que el 10 del equipo - logró tapar los tres disparos de Juventud Unida y darle el
campeonato anual a El Frontón.

El 2013 lo empezamos disputando nuevamente el Federal, gracias a la excelente temporada que


habíamos tenido en 2011. Sin dudas esa edición fue la más especial para El Frontón, ya que nos
tocó enfrentar a Camioneros.

El equipo fundado en 2009 por el sindicato dirigido por Hugo Moyano, había clasificado al Federal
por séptima vez consecutiva. Si bien tenían su sede en Esteban Etcheverría, participaban de la Liga
Lujanense de Fútbol. Antes de jugar contra ellos, le ganamos a Vélez 2 a 1 y empatamos con
Sociedad Atlético Televisión (SAT) de Luján por la mínima.

Nosotros hacíamos de locales en el estadio municipal mercedino. Cuando los muchachos llegaron
a la cancha en sus autos, se toparon con que los visitantes tenían su propio colectivo Chevallier,
pintado con los colores del club. Ahí nos dimos cuenta que estábamos ante una institución que
manejaba una infraestructura mucho más grande.

Eso también se notaba en la cancha. Mientras que El Frontón jugaba con chicos de su ciudad, ellos
contrataban a jugadores profesionales como Pablo Jerez, el defensor que había debutado en Boca
con Bianchi y había pasado por Colón, Tigre y Huracán. En las gradas también se evidenciaba la
desventaja: si nosotros llevábamos 200 hinchas, Camioneros caía con cuatro mil tipos cargados de
bandeas verdes y blancas, y una decena de bombos con platillos.

Hasta los 35 minutos del segundo tiempo, logramos aguantar el partido. Sin embargo, en una
contra nos agarraron mal parados y se pusieron en ventaja. Ese fue el inicio del caos: durante los
próximos diez minutos, se les abrió el arco. El partido terminó 4 a 0.
Después de esa fecha, empatamos con Vélez y perdimos con SAT, por lo que estábamos obligados
a ganar la revancha contra el equipo de Moyano. El partido se jugó en la cancha de Flandria. Como
ya estábamos jugados, salimos a pelear de igual a igual. De igual manera, Camioneros volvió a
imponerse por 5 a 1. Ese equipo después ascendería al Federal B y más tarde al A, donde se
mantendría hasta el día de hoy.

Una vez que El Frontón quedó afuera del Argentino, puso todas sus fichas en la Liga Mercedina. Si
bien el Apertura quedó en manos del Club Mercedes, en el Clausura tomó revancha y llegó a una
final con Juventud Unida. El partido de ida se jugó en nuestra cancha. Todo parecía indicar que de
vuelta íbamos a quedarnos con el campeonato: ganábamos por 1 a 0, manejábamos la pelota y
nuestro arquero, Gonzalo Peláez había logrado atajar un penal.

Sin embargo, cuando faltaba poco para que termine el partido, el árbitro cobra otra falta adentro
del área. Si bien Peláez logró atajar el penal, se quedó lleno de ira por esa falta y de tanto
quejarse, el árbitro lo terminó expulsando. El “Huevo” se calentó de tal manera, que sin pensar le
pegó una patada al referí. Automáticamente, el partido se suspendió.

Días más tarde, el Tribunal de Disciplina nos dio por perdido el encuentro por 1 a 0. En el partido
de vuelta, volvimos a superar a Juventud. Pese a estar con dos jugadores menos, habíamos
logrado imponernos por 2 a 0. Sin embargo, cuando faltaba poco para el final, añadieron ocho
minutos. El gol de Lauler en el minuto 7, nos obligó a ir a la tanda de penales. Esa tarde, ellos
estuvieron más finos, y pese a haber perdido durante los 180 minutos de juego, Juventud Unida
salió campéon del Clausura y acceder a la final con el Club Mercedes.

Sin dudas, la temporada del 2014 fue una de las mejores de la historia del club. De alguna manera,
sirvió para tomar revancha por lo que había pasado en el Clausura del 2013. Ese año Mauricio
Dinardi dejó la dirección técnica, y quedaron a cargo el Pata Dubois y Sergio Archiópoli. Ese año, El
Frontón se transformó en el gran campeón de la temporada, después de quedarse con los dos
torneos. De los 29 partidos jugados, ganamos 20, empatamos 7 y perdimos dos.

Antes de que terminara el 2014, el club se decidió a prepararse de cara a la temporada de verano.
Fue así que se remodeló todo el quincho: se le agregaron las paredes y ventanas, un nuevo techo y
otra parrilla.

El próximo título de El Frontón llegó en 2017. Después de imponernos en el Clausura, nos


enfrentamos en la final a Trocha, que llevaba 46 años sin salir campeón. En el partido de ida,
Germán Stopiello salió a la cancha con Roncoroni; Zapata, Paganini, Tamparo, Medina; Grosso,
Casas, Santana; Lozano; Paolacci y Morada. El partido fue muy parejo, pero la visita aprovechó la
única chance que tuvieron y lograron cerrar el encuentro con una ventaja de 1 a 0.
En la vuelta, El Frontón salió a la cancha con los mismos once. Si bien llegábamos con claridad, no
podíamos definir y los minutos pasaban. Cuando faltaban 9 para el entretiempo, el árbitro cobró
una clara mano de un jugador mercedino adentro del área. Federico Grosso se hizo cargo de
patearlo y logró empatar el partido.

El encuentro siguió muy reñido y parecía que se iba a definir en los penales. Sin embargo, a los 80
minutos, Carlos Scheffer, que había ingresado por Morada, tomó un rebote afuera del área y
mando la pelota al ángulo superior derecho. Ese golazo hizo que el título quedara en manos
gilenses y selló la clasificación para el Federal C del 2019.

El Federal fue una sorpresa para todos. Recuerdo que nadie pensaba en El Frontón como favorito,
y sin embargo, no solo clasificamos a la segunda ronda, sino que también logramos imponernos en
octavos y cuartos de final, ante Everton y Deportivo Malvinas.

En la semifinal, nos esperaba el poderoso Independiente de Chivilcoy. Y no exagero cuando digo


poderoso: en 2018 había jugado la Copa Argentina e incluso se había enfrentado a Argentinos
Juniors. Lejos de achicarse contra el bicho, le había jugado de igual a igual. Los de la paternal
habían empezado ganando, pero en el segundo tiempo el empate llegó de la mano del gilense
Jonatan Pacheco. Finalmente, Argentinos logró superar a su rival en el minuto 48, con un gol de
Alexis Mccalister.

En el verano habíamos jugado un amistoso contra ese Independiente. La diferencia fue clara: el
partido terminó con un 3 a 0 a favor de ellos. Cuatro meses después de la goleada, nos volvíamos a
cruzar.

La semifinal se jugó el 12 de mayo a las tres de la tarde. Nosotros salimos a la cancha con Matías
Caputto; Nicolás Roldán, Nicolás Randazzo, Ezequiel Támparo, Gabriel Barrientos, Oscar Zapata,
Federico Grosso, Aldo Pissini, Marcelo González, Matías Paolacci y Pedro Gussoni. Después
ingresaron Tallarico, Randazzo, Mansilla y Valli.

Ellos empezaron mejor. Pacheco desbordaba bien y se la pasaba echando centros. Uno de esos
conectó con la cabeza del 9 del Rojo y fue a parar al travesaño. El Frontón se defendió durante
todo el partido, intentando aprovechar los errores del rival.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, logramos llegar a los penales. Para ese
momento, Stopiello ya no estaba en la cancha, porque lo habían expulsado por protestar.

Al igual que en aquella definición con Suipacha, no tuvimos suerte con los penales. De Potte, el
arquero de Independiente, logró detener los tiros de Gussoni y Randazzo y llevar a su equipo a la
final.

Más allá de que quedamos afuera, quedó una sensación positiva por el desempeño de El Frontón.
En un campeonato de 241 equipos, habíamos logrado meternos entre los mejores 36.

En el medio de esos logros deportivos, el trabajo de la dirigencia permitió que se diera un hito para
la historia de la institución: la inclusión del Fútbol Femenino. La convocatoria empezó a principios
del 2017 y el debut se dio el domingo 21 de mayo contra Club Mercedes.
Ese mismo año, las chicas obtuvieron el título de la Liga Mercedina, ganando todos los partidos.
Tal fue la contundencia del equipo dirigido por Jonathan Pacheco y Juan Bustos, que en la última
fecha le ganó a Vélez por 5 a 0. El once titular estuvo conformado por Yuliana Ifran, Josefina
Muñoz, Danila Cano, Yamila Pacheco, Marina Prado, Agostina Bustos y Lorena Cepeda. Además,
ingresaron Vanesa Iturrioz, Teresa Vallejos, Andrea Pacheco y Marianela Sorensen.

El segundo título llegó en 2021. Bajo la dirección técnica de Sergio Roldán, las azulgranas
derrotaron a Flandria por 2 a 0 en el partido de ida y 4 a 0 en el de vuelta.
Epílogo

A lo largo de estos 50 años, El Frontón no dejó de crecer, a pesar de haber nacido sin más
expectativas de ser un lugar de encuentro para un grupo de amigos que solo quería comer y tomar
un poco de vino.

A medida que se fueron sumando cada vez más personas, empezamos a darnos cuenta que la
cena de los martes se había transformado en un proyecto colectivo, que de a poco iba generando
una identidad común.

¿Por qué me pasaba el invierno cortando el pasto? ¿Por qué no tenía problemas en que el sol me
quemara toda la piel? Porque el club formaba parte de mí, era indivisible de mi ser. Lo mismo les
pasaba a los demás. Tal es el caso de Omar Caputto: “El Padrino” le dedicó tantas horas a este
proyecto, que con el tiempo se convirtió en un monumento para todos los socios. Él fue otro de
los que entendió que con este proyecto estábamos creando algo mucho más grande que nosotros
mismos, y en alguna medida, el aprecio que le guardan los vecinos es prueba de que no se
equivocaba.

De la cancha de pelota paleta pasamos a la casa de Pellegrini y 9 de julio; de ahí, al predio del
Camino de las Tropas. Se trató de un recorrido en el que toda la comunidad de San Andrés de Giles
aportó desinteresadamente.

De esa manera, llegamos a medirnos contra las principales instituciones del país y hasta aportar
algunos jugadores a clubes de primera división. Y no conformes con eso, logramos incluir más
deportes, ubicándonos como una de las instituciones más importantes de la región.

Hoy en día no se puede explicar la historia de San Andrés de Giles sin mencionar a El Frontón. Sin
embargo, ese no es el verdadero triunfo. Lo quiero recalcar nuevamente: si este emprendimiento
fue exitoso es por la fuerza de la unión de miles de personas que decidieron apostar por un futuro
mejor.

Y de esto último se desprende otra gran victoria, que tiene que ver con el hecho de haber tomado
a El Frontón como un legado cultural. Eso explica que hoy mis hijos sigan trabajando en el club y
que tantas familias nos confíen a sus chicos.

50 años después de aquella cena en lo del Chacra Uget, solo quiero agradecer a cada uno de los
que formaron parte de esta historia. En alguna medida, yo también pude crecer y trabajar en el
club gracias a ustedes.
Colaboraciones:

Sergio Dinardi

Juanillo Silva

Marcelo Segurola

Caña Ghessi

José Chanvillard

Mono Lanzone

Mauricio Dinardi

Chelo Llames

Martín Bonetti

Agustín Quagliarello

Hernán Caputto

Oscar Marengo

Omar Yacoy

Cristian Yacoy

Gabriela Peláez

Carolina Mulvihill

Tita Crosetti

Alejandro Morada

Hugo Balmaceda

Luis Rodríguez

Gonzalo Peláez

Gonzalo Ifrán

Sofía Stupiello

Fabián Kovacic

Biblioteca popular Alberdi

Pitin Narice
Martín Boldú

Martín Quagliarello

José Rocha

Marcelo Di Carlo

Peña de River

Germán Stupiello

Damián Freire

Juan Valli

Aníbal Gauna

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