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El Ajedrez Es La Vida
El Ajedrez Es La Vida
legó, vio… pero dio unas cuantas vueltas sin rumbo fijo
antes de vencer. El mayor niño prodigio de los años
cincuenta se hizo notar por su imprevisible carácter mucho antes de
convertirse en el campeón mundial. Sin haber cumplido la veintena
ya se había enfrentado al establishment ajedrecístico, a los
organizadores de torneos, a los mecenas, a los soviéticos, a su
propia madre. Era él contra todos; no toleraba que nadie le dijese lo
que tenía que hacer y cuando pensaba que tenía razón no se
doblegaba ante nada, renunciando incluso a dinero o títulos.
Durante los años sesenta desperdició dos ocasiones valiosísimas de
pelear por el título mundial y a punto estuvo de dejar pasar una
tercera.
«Asumimos que los genios son criaturas bendecidas que no tienen
que trabajar duro para conseguir sus objetivos. Lo que es difícil
para nosotros, resulta fácil para ellos. Pero Bobby, cuando era un
niño —con un cociente intelectual que bordeaba los 200 puntos—
le dedicaba al ajedrez de diez a quince horas de esfuerzo mental y
fuerte concentración, algo que mataría a una persona normal… o
al menos me mataría a mí». (Dick Cavett).
Pero mucho antes de eso nuestro protagonista ya se había
convertido en una figura mediática universal: a lo largo de los años
su peculiar personalidad y su tremendo carisma fueron
transformando a Bobby Fischer en uno de los deportistas más
famoso del mundo —junto a Muhammad Ali y tal vez Pelé— aun
sin haber ganado todavía la corona mundial. Su carrera deportiva en
aquellos años previos al título fue de lo más accidentada, pero
también extremadamente brillante. Es más, en sus mejores
momentos fue una de las más brillantes que hayan existido en
cualquier deporte. Fischer fue una figura fundamental para el
ajedrez, compleja disciplina que prácticamente llegó a reinventar por
sí solo, pero además fue un individuo único en la Historia.
Exhibición de partidas
simultáneas en 1964;
aquellos shows eran una
de sus mayores fuentes de
ingresos.
Otro 6 - 0.
El mundo del ajedrez no daba crédito. Un resultado que
únicamente se había producido una vez en la historia del ajedrez
100 años atrás y que siempre había sido considerado una anécdota
anómala propia de un ajedrez más primitivo, acababa de repetirse
dos veces seguidas. No había calificativos para resumir aquella
hazaña porque era sencillamente imposible de admitir. Y sin
embargo, había sucedido.
La prensa de todo el planeta intentaba explicar el enigma: ¿cómo
era posible que sus rivales, dos maestros tan diferentes de la élite
mundial, no hubiesen podido obtener ni un simple empate y
hubiesen caído de la misma manera perdiendo todas las partidas?
Bobby Fischer, que ya era un personaje famoso antes del
Candidatos de 1971, vio cómo aquellas dos palizas consecutivas lo
ponían en el epicentro de la actualidad mundial. Se lo empezó a
considerar el Albert Einstein de su tiempo y la gente quería saber
más sobre él, sobre su vida y su manera de pensar. Cada vez más
se dibujaba como el hombre que podía dinamitar el dominio
soviético en el ajedrez mundial, lo cual se transformó
repentinamente en una obsesión propagandística en ambos lados
del Atlántico.
El desdichado Bent Larsen no volvió a ser el mismo después de
aquel 6-0. Semejante humillación minó por completo su
autoconfianza profesional, como había sucedido con Mark
Taimanov. Pero la debacle de Larsen, al menos, tuvo un efecto
positivo: en la URSS pudieron comprobar que Taimanov quizá sí
había competido con pundonor. No es que Taimanov hubiese sido
un «débil» o un «cobarde». Se trataba sencillamente de que Fischer
estaba destruyendo a los rivales de un modo que jamás se había
visto en toda la andadura de aquel deporte. Aquello al menos sirvió
para que, con el tiempo, los castigos sobre Taimanov se suavizaran
aunque fuese ligeramente.
Candidatos: Final, Fischer vs
Petrosian