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Apogeo y ocaso de un

ajedrecista único:
diez historias
alrededor de Bobby
Fischer
Por Carlos A. ILARDO
Robert James Fischer, nacido en Chicago, el 9 de marzo de 1943, y
fallecido en Reikiavik, el 17 de enero de 2008, a los 64 años -
curiosamente el mismo número de cuadros que un tablero de ajedrez-,
fue uno de los mejores ajedrecistas de la historia de este juego y su
mayor leyenda. Su atribulada vida, con familia de utilería: madre
paranoica, padre oscurecido y hermana ausente, fue atrapada por la
literatura, representada en el teatro y adaptada por el cine. Poseedor de
un coeficiente intelectual superior a Einstein volcó toda su libido en
descifrar los entresijos del juego. En 1972, a los 29 años, se convirtió
en el duodécimo campeón mundial de ajedrez interrumpiendo el
homogéneo reinado soviético desde 1948.

1.- Su verdadero linaje


El pequeño Bobby nació en el Hospital Michael Reese de Chicago, el 9
de marzo de 1943 y fue registrado como Robert James Fischer, hijo de
Regina Wender (enfermera suiza) y Hans Gerhardt Leibscher (biólogo
alemán, que había modificado su apellido por el de Fischer, para que la
fonética suavizara su condición de judío en tiempos en los que se
arraigaba el antisemitismo en Alemania); la pareja se conoció y se casó
en Moscú en 1933, pero el amor huyó como el verde en otoño; se
separaron en 1937 tras el nacimiento de su hija Joana (hermana y seis
años mayor que Bobby). En 1938 simulando una cordial convivencia
familiar, los Fischer intentaron su ingreso a Estados Unidos, pero Hans
fue rechazado por su nacionalidad y vínculos con el Comunismo. Ante la
negativa del Departamento de Migraciones, siguió solo su marcha hacia
Chile. Recién en 1945, Regina y Hans firmaron el divorcio; allí el
investigador alemán se enteró que era padre de un niño, sin haber
participado del parto ni el convite. Con la desclasificación de los
archivos secretos del FBI, en 2000, se conoció que el padre
biológico del pequeño Bobby fue un tal Paul Félix Nemenyi, un
científico húngaro que trabajó en el Proyecto Manhattan bajo las
órdenes de Julius Oppenheimer y Hans Bethe en la fabricación de la
primera bomba nuclear.

2.- El ajedrez en sus años de infancia y el primer profesor


No fueron tiempos sencillos para mamá Regina salir a la búsqueda del
sustento para sus dos hijos, bajo su condición de madre soltera, frente a
la sociedad americana de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX.
Sus trabajos temporales de soldadora, remachadora, granjera, taquígrafa
o maestra le quitaban tiempo para la atención de sus hijos que pasaban
gran parte del día a solas. En 1949, los Fischer alquilaban una
habitación en East13th Street en Manhattan, a cambio de u$s 45
mensuales. Ese año Bobby conoció el ajedrez (su hermana le regaló
para su sexto cumpleaños, un juego de plástico por valor de
u$s1). El gran interés que el chico manifestó por el juego obligó a su
mamá ir a la búsqueda de un profesor que se ocupara de la atención del
niño y acompañara sus progresos. En 1950, en un nuevo domicilio en
Brooklyn, en la intersección de Union Street y Franklin Street, Regina
Wender puso un aviso en el periódico del campus de la universidad local:
"Se busca niñera para colegial de 8 años. Tardes y algunos fines de
semana, a cambio de habitación con derecho a cocina".

Con la desclasificación de los archivos secretos del FBI,


en 2000, se conoció que el padre biológico del pequeño
Bobby fue un tal Paul Félix Nemenyi, un científico
húngaro.
Se presentó un joven estudiante de matemáticas, que incluso sabía jugar
al ajedrez. Biógrafos de la vida de Bobby Fischer aseguran que tras los
saludos formales entre Regina, Bobby y su flamante profesor, el niño
miró fijamente a los ojos a su futuro educador y le preguntó: "Tú eres
campeón mundial de ajedrez". A lo que el estudiante de matemática se
atajó y respondió rápidamente: "No Bobby, yo sólo soy tu profesor de
ajedrez". Tras un breve silencio el niño reaccionó con la velocidad de un
rayo, y lo sentenció: "¿Y cómo me vas a enseñar a ser campeón del
mundo, si tú no lo lograste?". Así fue como el aspirante al cargo presentó
su renuncia sin haber asumido.

3.- La escuela y una compañía especial


En 1952, Regina consiguió una beca para matricular a Bobby en el
colegio "Brooklyn Community Woodward", una escuela progresista de
150 alumnos, cuya enseñanza se basaba en los principios de Johann
Pestalozzi, educador suizo del siglo 18 que se oponía a los ejercicios de
memorización y la disciplina estricta. Los pupitres en el aula no estaban
colocados de manera fija y fomentaba el estudio a través del juego. Tal
vez porque Fischer y la escuela eran como alfiles de distinto color, jamás
el joven logró adaptarse.Las autoridades del establecimiento
consiguieron morigerar su enfado cuando lo señalaron para que
fuera el encargado de la enseñanza del ajedrez a sus
compañeros. La calma fue pasajera pero al menos consiguió completar
la primera etapa de estudios. Luego en su adolescencia, y gracias a los
esfuerzos de sus profesores de ajedrez Carmine Nigro (Presidente del
Club de Ajedrez de Brooklyn) y Jack Collins -reemplazantes de la figura
paterna ausente-, Bobby fue admitido para completar el secundario en
una escuela privada: el Instituto Erasmus Hall de Brooklyn. Para la
formalización del ingreso se le practicó el primero y único test de
Capacidad Intelectual al que fue sometido; el resultado arrojó una
puntuación superior a la obtenida por Albert Einstein. Si bien no era
un alumno conflictivo, Fischer con su prodigiosa inteligencia no sacó
provecho de esa selecta formación. Una de sus compañeras de aula
fue Barbara Streisand, la mujer que años más tarde se convertiría en
una de las estrellas más rutilantes de la música y el cine de ese país.
"Bobby y yo fuimos dos inadaptados en el aula; almorzábamos juntos y
guardo fresco el recuerdo de su risa a carcajadas mientras leía la revista
Mad. También era habitual verlo con la mirada apuntando el infinito y
haciendo profundos silencios. Sé que era un chico singular, pero para mí
era bastante sexy" aseguró la artista que vendió más de 200 millones de
discos en el mundo.
Fischer completó la escuela hasta los 16 años, es decir hasta la edad
legal a la que estaba obligado para su formación. Luego se marchó y
jamás regresó. Guardaba un singular enojo contra su formación: siempre
culpó al colegio como una pérdida de tiempo que le impedía
dedicarle más horas al estudio de ajedrez.

Enterados de ese pensamiento, un grupo de ajedrecistas argentinos que


conocieron a Fischer cuando llegó a Buenos Aires en 1960, con 17 años,
para jugar el Magistral del Sesquicentenario de la patria, entre ellos, Dan
Beninson y los maestros Oscar Panno y Raúl Sanguineti decidieron
invitarlo a cenar esa noche, y aprovechar el encuentro para aconsejarlo
de la importancia de la educación en su formación. "¿Bobby, qué vas a
hacer con el colegio, deberías seguir estudiando, no te parece?". Tras
una pausa eterna, el joven miró a todos sus acompañantes y en perfecto
castellano les respondió: "El colegio es inservible; allí no te enseñan
nada", y antes de una eventual repregunta, completó: "La escuela no
sirve, hay que levantarse temprano y lo peor es que no se gana plata".

4.- Asistente de Bobby Fischer


En el mundo del ajedrez, el trabajo del asistente o analista del maestro
puede sobrepasar los límites del tablero e incluso puede sufrir alguna
transformación y convertirse en ayudante, acompañante, asesor,
defensor e incluso mucamo. "Uno está allí para acompañarlo y se somete
a sus deseos y hace de todo por complacerlo", contó alguna vez el gran
maestro argentino Oscar Panno, tras su experiencia como analista de
Víktor Korchnoi en su match con Anatoly Karpov en 1978, en Filipinas.
En 1958, a los 15años, Bobby Fischer (campeón norteamericano) fue
invitado al torneo Interzonal en Portoroz (Yugoslavia); la competencia
con 21 jugadores clasificaría a los 6 mejores al Ciclo Candidatos y de allí
surgiría el desafiador al título mundial en poder del soviético Mikhail
Botvinnik. Fischer viajó acompañado por Jack Collins y William Lombardy
(seis años mayor que Fischer y flamante campeón mundial juvenil en
Toronto, en 1957). "Bobby se lava los dientes todos los días, pero tiene
algunos problemas para bañarse", le transmitieron vía telefónica a
Regina que quería tener un informe diario de su hijo.

“La escuela no sirve, hay que levantarse temprano y lo


peor es que no se gana plata”
Bobby jugó de manera brillante y alcanzó el 6° lugar entre los
mejores; además se convirtió en el ajedrecista que a más temprana
edad (15 años y 6 meses) lograba el título de gran maestro. Pero no
contó con la permanente atención de Lombardy (viajó también como
representante de la federación norteamericana de ajedrez) ya que estuvo
muy ocupado en las reuniones del Congreso de la FIDE y sin tiempo
para Fischer. Por eso, para el siguiente paso, el Ciclo Candidatura (que
por propuesta del dictador yugoslavo Mariscal Tito -fuerte aficionado al
ajedrez-) se jugaría en la ciudad de Bled, Zagreb y Belgrado, la
federación norteamericana decidió la contratación del maestro danés
Bent Larsen como analista de Bobby Fischer. Tras una escala en Zurich,
Bobby llegó a Yugoslavia provisto de una pesada valija con bibliografía
de ajedrez, y algunas obras clásicas de la literatura. La relación y
convivencia de maestro-asistente, entre Fischer y Larsen arrancó muy
mal. En la primera semana de la competencia Bobby sufrió un fuerte
resfrío, incluso con altos grados de fiebre. Su juego decayó y eso le costó
algunas derrotas sorpresivas en las primeras ruedas. Larsen,
preocupado, consultó con un médico y le solicitó alguna medicación para
que su pupilo se restableciera rápidamente. Entre las sugerencias del
profesional se indicaba la aplicación de varias sesiones de vahos durante
el día.
Pese a los ruegos de Larsen, que ya había dejado atrás su función de
asistente por la de responsable de la salud del niño, Fischer se negaba a
colocar su cara frente al vapor de una olla con agua y con su cabeza
cubierta por una frazada. Desesperado el danés le dijo, "Bobby, no
puede ser; tienes que curarte rápido para volver a jugar. Y los vahos son
la solución". Fischer lo escuchó y con sus 15 años a cuestas le dijo,
"sólo con una condición". Revolvió entre los libros ocultos en su
valija y sacó un ejemplar de "Los tres cerditos" fábula animada que
popularizó Walt Disney. "Sólo me haré los vahos si tú me lees este
cuento durante cada sesión". Frente al desconcierto, y sin reacción,
Larsen, aceptó la propuesta que redundaría en una rápida recuperación
del joven, y que destrabó el conflicto para que la relación siguiera su
curso hasta el final del certamen. Una aclaración, nunca más Fischer y
Larsen volvieron a trabajar juntos.

5.- La cantidad de trajes


La juventud e inexperiencia de Bobby Fischer no eran sólo los estigmas
que lo diferenciaba con el resto de los grandes maestros. También
golpeaba a la vista, la elección de su vestimenta. Es que mientras los
ajedrecistas se presentaban a jugar con camisa y saco, incluso algunos
de traje y corbata, el joven norteamericano concurría a los torneos con
zapatillas, jeans, remeras arrugadas y el cabello desaliñado. En 1960,
Bobby acompañado por Miguel Najdorf quiso ingresar al Casino de Mar
del Plata pero no tenía un saco para su admisión. Najdorf, que le gustaba
hacer ostentaciones exageradas de sus posesiones, le dijo, "no hay
problemas, Bobby. Te presto uno; yo tengo 25 trajes". Fischer se quedó
asombrado que alguien pudiera tener un vestuario tan amplio. Cuando
tiempo después Bobby cultivó su autoestima y disfrutaba de ser el mejor
y más popular entre sus colegas, utilizó parte del dinero de los premios
en la compra de trajes de buena calidad. A fines de los sesenta, Fischer
y Najdorf se reencontraron en un aeropuerto. Sin tiempo para los
saludos, Bobby le preguntó a Don Miguel si aún contaba con 25 trajes.
Najdorf que ni recordaba la escena del Casino le respondió, sin titubeo,
"por supuesto". A lo que Fischer comenzó a reírse a carcajadas y a los
gritos le dijo: "Acá también te superé Miguelito. Yo ya tengo 26".

Cuando Bobby Fischer derrotó a Boris Spassky terminó con 24


años de hegemonía soviética.

6.- El sello de goma


Aseguran varios maestros que en los años sesenta durante las
competencias en el exterior, el gran maestro Miguel Najdorf
acostumbraba a comprar varias postales del país visitante y solía
enviárselas a sus amigos. Pero si compartía el hotel con Bobby, lo
llamaba a su habitación y le solicitaba un autógrafo de regalo para cada
postal. Eso era algo que lo fastidiaba a Fischer. El malhumor fue en
ascenso con cada encuentro, hasta que un día enfrentó a Najdorf y le
dijo: "Ok, sólo dos esta vez. Si deseas más, cada firma tendrá un costo
de u$s1".
Cuando Fischer estuvo en la Argentina, en 1970 (para jugar el
Magistral en el Teatro San Martín) y al año siguiente, en el mismo
teatro para disputar la final del Candidatura con Petrosian, el
público a raudales lo aguardaba al final de cada juego para pedirle
un autógrafo. En aquellos tiempos, el periodista y locutor, Antonio
Carrizo (gran aficionado al ajedrez, que además fue presidente de la
Federación Argentina de Ajedrez), en una charla con Fischer descubrió el
fastidio del ajedrecista por tener que estampar su firma en cualquier
papel o libro que el público le acercara. Con un guiño cómplice al resto
de los asistentes a la conversación, Carrizo, conteniendo la risa y con
voz entrecortada le dijo: "Sí es cierto; se trata de un gran problema. Tal
vez lo mejor sería que te hagas un sello de goma con tu nombre Bobby, y
así evitarías todo tipo de dedicatorias". Fischer se quedó pensativo y no
emitió respuesta. El grupo de amigos que acompañaba a Carrizo contuvo
las risas y también guardó silencio.
Pero algunas semanas después, Carrizo visitó el Teatro San Martín
cuando ya habían concluido todas las partidas de la jornada. A paso
lento por el teatro se topó con un gran número de personas que aún
permanecían sobre el escenario de una de las salas. Siguió atentamente
lo que allí sucedía. Es que entre gritos, saludos y agradecimientos, el
popular periodista podía escuchar dos golpes secos, "Clack – Clack" que
sobresalían del aquel bullicio. Grande fue su sorpresa cuando descubrió
que el que provocaba todo ese escándalo era Fischer con su flamante
sello de goma y una almohadilla. Cuando Bobby reconoció al locutor,
soltó un gritó eufórico: "esto es fantásticouuu" y siguió golpeando con
fuerza su sello y regalando a su peculiar autógrafo.
Fischer en Islandia junto al periodista argentino Ernesto Cherquis
Bialo, enviado a cubrir el campeonato mundial de ajedrez por la revista
El Gráfico.

7.- Perseguido
Para entender esta historia hay que conocer al personaje; Bobby Fischer
desde el mismo momento que decidió dedicar su vida por completo al
ajedrez desconfió de los ajedrecistas soviéticos (los acusaba que en las
competencias guardaban sus fuerzas entre ellos para después jugar a
pleno frente a él o los ocasionales candidatos a disputar la vanguardia), y
en particular con el servicio de inteligencia de la URSS, el conocido KGB.
Por ello se quitó las amalgamas de su dentadura por temor a que le
hubieran ocultado un diminuto transmisor. Tampoco consumía
medicación alguna. E incluso, se supo por comentarios que Fischer
guardaba a manos en sus bolsillos un brebaje para inocular algún tipo de
veneno que le dieran de manera descuidada. Sus manías también se
trasladaban con sus salidas a los restaurantes o confiterías, ya que
siempre necesitaba ubicarse en alguna mesa desde donde pudiera
visualizar la entrada del público al local.

Una noche de 1970, tras disputar su partida en el Magistral de Buenos


Aires, Bobby Fischer invitó a cenar a dos jóvenes argentinos que en el
certamen actuaban de fiscales. Es decir, eran los encargados de ayudar
a los árbitros en la reproducción de las partidas en los boletines
informativos y en el acondicionamiento de la sala de juego. Fischer cenó
con Daniel Green y Andrés Alisievicz en el restaurante "Arturito" de
la avenida Corrientes al 1100. Obviamente que toda la conversación
fue entorno del ajedrez y Fischer mantuvo durante la cena su tablero
plegable de viaje sobre la mesa analizando, una y otra vez los
movimientos de su última partida. Tras el encuentro, los comensales
emprendieron el regreso a bordo de un mismo taxi. Fischer, debía ser el
primero en bajarse dado que estaba alojado en un hotel de la calle
Sarmiento. Cuando el taxista tomó la calle Cerrito y siguió de largo sin
doblar en Sarmiento nadie advirtió que el semblante de Fischer se había
transformado. En el primer semáforo que se detuvo el auto, sin mediar
palabra, Bobby abrió la puerta trasera del taxi y salió corriendo de
manera alocada por la noche porteña. Sus acompañantes quedaron
anonadados ante tamaña escena. Evidentemente había desconfiado de
la actitud del chofer y cambio de rumbo, por lo que emprendió esa
cinematográfica huida. Pero fue más extraño aún, cuando al día siguiente
en la sala de juego, Green y Alisievicz esperaban ansiosamente la
llegada de Fischer y escuchar de su voz lo que verdaderamente le había
pasado. Sin embargo, como todas las tardes, Bobby ingresó al salón
momentos antes del juego, apenas hizo un gesto mínimo de saludo hacia
sus amigos fiscales y se sentó a jugar sin más palabras. Jamás le contó
a nadie lo que le había sucedido la noche anterior en Buenos Aires.
8.-Napoleón
Entre el 9 de noviembre y el 12 diciembre de 1970, Bobby Fischer
participó del Torneo Interzonal de Palma de Mallorca; capital de la isla,
que junto a Menorca, Ibiza, Formentera y Cabrera componen el
archipiélago balear sobre el Mediterráneo. Palma, ciudad turística por
antonomasia y sitio elegido por la Realeza española para su descanso
(en el castillo de Bellver), recibió a los mejores 24 ajedrecistas de aquel
momento que disputarían la competencia y de la que sólo los seis
mejores clasificados accederían al Ciclo Candidatos. El Interzonal de
Palma fue el último torneo oficial que disputó Fischer en su carrera, y en
el que brilló con todo su esplendor. Le sacó tres puntos de ventaja al lote
de escoltas, ganó las últimas 7 partidas consecutivas que sumada a sus
siguientes pasos en el Candidatura lo ubicó frente al record aún hoy
vigente de 20 victorias consecutivas ante grandes maestros.
Curiosamente en la última jornada, Fischer, ya ganador del certamen
debía jugar con el gran maestro argentino Oscar Panno. Pero un
cambio en la reglamentación, por parte de los organizadores, molestó al
Ingeniero Panno que decidió no presentarse a jugar. Las partidas
estaban programadas para las 16 horas del sábado, pero como Fischer
respetaba el Sabbat el juego fue reprogramado para las 19. El malestar
del argentino sucedió porque él advirtió con antelación a los
organizadores que las partidas de la última rueda debían empezar todas
al mismo horario y que si no lo respetaban, él no jugaría. Los
organizadores le dijeron que se ocuparían del tema pero no fue cierto. Al
parecer Fischer no estaba enterado del sainete; por eso cuando llegó a la
sala a las 19 y advirtió que no estaba su rival enseguida comprendió que
no habría partida.

Fischer salió disparado a la habitación de Panno y tras algunos golpes a


la puerta, ésta se abrió: "Vamos Oscar, tenés que venir a jugar". Panno le
agradeció el gesto pero le explicó por qué no lo haría y sólo lo acompañó
hasta la mesa de juego para firmar la planilla y decretar su abandono sin
haber ejecutado movimiento alguno.

"Pero no, Oscar. ¿Cómo no vamos a jugar?", le suplicó Fischer, y


agregó, ¿qué otra cosa podemos hacer en Mallorca que no sea jugar
ajedrez?
Panno sorprendido le dijo, "Bobby hay muchas otras cosas que se
pueden hacer, y vos tendrías que ocuparte de conocer y de informarte
más". Fischer lo contemplaba con respeto y en silencio. Y el maestro
argentino siguió con su arenga y se atrevió a sugerirle. "Un muchacho
como vos no puede ser que no sepa quién fue Napoleón". Bobby, abrió
los ojos como niño en un zoológico, se frotó sus dedos sobre la
frente como intentando hacer memoria, y tras una pausa, le
respondió: "¿Napoléon?, ¿Napoleón?, yo nunca jugué con él. ¿Qué
torneo ha ganado?”
9.- La dama en el bolsillo
Esta historia real sólo tiene de incierto su lugar de origen. Muchos
aseguran haber sido testigos y que la misma ocurrió en 1971, semanas
después que Fischer le presentara al Ministro de Acción Social de la
Nación, Francisco Manrique, una carta de intención para ser ciudadano
argentino. A cambio, el genial ajedrecista solicitaba: una casa, sus
comida pagas, y u$s1000 mensuales. Durante 90 días el ex campeón
mundial aguardó una respuesta que nunca recibió. La nota quedó
guardada en algún rincón en el corazón del olvido.
Mientras tanto, para hacer menos tensa la espera, Fischer eligió recorrer
el país y visitar distintos clubes del interior. A cambio de u$s 100, por
sesión, Fischer promocionaba el ajedrez con exhibiciones
simultáneas con única condición que sus rivales reprodujeran por
escrito las partidas. Él creía que los jugadores principiantes realizaban
a veces buenos movimientos, y que tal vez si él los analizaba con mayor
atención podría perfeccionarlos.
Una tarde, en un punto de la Argentina, Bobby se presentó a jugar una
simultáneas ante 20 ajedrecistas, algunos eran aprendices pero también
había expertos. Lo que no se imaginó que entre ellos había un fullero.
Tras algo más de media hora, Fischer que llevaba las blancas en cada
tablero, tenía una importante ventaja en la mayoría de las partidas. En
una de ellas había maniatado a su rival e incluso estaba a punto de
vencerlo; en su última rueda (el maestro ejecuta el movimiento y continúa
con su siguiente rival hasta completar la hilera, y recién entonces regresa
sobre sus pasos y vuelve a comenzar desde la primera mesa), Fischer le
había "comido" la dama (la piezas más importante del juego). Tomó la
reina negra y la posó sobre un costado de la mesa, fuera del tablero de
juego. Y siguió su marcha. Pero cuando completó los 20 tableros y
regresó a la mesa de su "agonizante" rival, Fischer advirtió que algo
extraño había sucedido con la posición de las piezas y ahora era su
enroque el que estaba en riesgo. Tras unos instantes Fischer descubrió
la celada: su rival había vuelto a tomar la dama, que Bobby le había
capturado en la vuelta previa, y ahora, la reina se ubicaba en una casilla
amenazante contra la defensa de Fischer.

Con cara de póquer, Fischer encontró la justa respuesta y siguió su


curso, no sin antes soltar una risa burlona hacia el cielo. La exhibición
siguió su curso y el genial ajedrecista fue reduciendo el número de
competidores con victorias fulminantes y haciendo más rápido cada giro
sobre los tableros aún sobrevivientes. Después de varias vueltas volvió a
estar, cara a cara, con el rival que había pretendido engañarlo. Bobby
meditó más tiempo de lo habitual hasta que encontró la jugada con la
que le tomaría la reina (sería la segunda vez que pasaría en la partida,
algo inédito). Tras la respuesta de su adversario, Fischer movió sus
manos con rapidez y capturó la pieza más importante de su
contendiente. Le tomó la dama. Se quedó mirando la pieza y la cara de
su rival. Amagó apoyar el trebejo sobre un costado de la mesa (como
había sucedido hacía poco más de media hora), pero esta vez fue más
listo. Apretó fuerte la dama y se la guardó en el bolsillo. Ya no
volverían a engañarlo. Pocas jugadas después ganó la partida. Todo un
maestro.
10.- Fischer y la Guerra Fría
El match en Reikiavik en 1972 entre el entonces campeón mundial, el
soviético Boris Spassky y su desafiador norteamericano Robert Fischer
se trató de uno de los más atrayentes duelos de la historia de este juego.
El que más espacio ocupó en la prensa, cuya cobertura demandó más de
300 corresponsales. En tiempos de la Guerra Fría, el enfrentamiento
entre dos representantes del Comunismo y Capitalismo despertó
todo tipo de suspicacias e intereses.

De la alta carga de sainetes que se dispararon antes, durante y después


del match, acaso, estas dos alocadas historias sirvan para pintar cuánto
más que un título mundial de ajedrez estuvo aquella vez en juego.
El duelo debía comenzar el 2 de julio, pero Fischer no aceptaba las
condiciones. Los 125 mil dólares en premios le parecían muy poco,
y exigía un 30% de la recaudación por entradas y derechos
televisivos. Dado que los organizadores no querían arriesgar más dinero
(dudaban que la sala estuviera colmada con 4000 espectadores cada
día, y necesitaban mayor ingreso para cubrir los gastos de hospedaje de
las delegaciones) las negociaciones estaban estancadas. Ni siquiera la
aparición de un mecenas James Slater, que ofreció otros 125.000
dólares para sumar al premio conmovieron a Fischer. En tanto la prensa
internacional, en las portadas de los principales diarios del mundo
acusaban al norteamericano de boicotear el match y que con sus
actitudes dañaba la imagen del campeón mundial y se burlaba de los
aficionados y organizadores islandeses.

Los últimos años de Fischer cuando se recluyó en Islandia luego de


estar detenido en Japón. Ya enfermos se resistía a la medicina
occidental. No quería que “lo drogaran”.
Fue entonces cuando el presidente norteamericano Richard Nixon
efectuó dos movimientos decisivos. Primero se comunicó con el fotógrafo
de la revista Life, Harry Benson para que le transmitiera al propio Fischer
el gran respeto que sentía por él, porque lo consideraba un luchador, y
que ganara o perdiera lo quería recibir al final del encuentro en la Casa
Blanca. También llamó al Secretario de Estado Henry Kissinger y sólo le
dijo: "por favor, resuelve esto". Fue entonces cuando el encargado de la
política internacional de EE.UU. entabló el siguiente diálogo con Bobby
Fischer, que fue llevado hasta el cine.
"El peor jugador de ajedrez del mundo llamando al mejor jugador del
mundo. Bobby veríamos con gran agrado que viaje usted a Islandia y
venza a los rusos en su propio juego. El gobierno de los Estados Unidos
le desea lo mejor, y yo también".
Fischer solo respondió. "Iré a jugar sin importar lo que me suceda". Tomó
el primer vuelo con destino a Islandia y el 11 de julio se disputó la 1ª
partida.
El siguiente disparate sucedió casi sobre la finalización del match;
después de 20 partidas, de las 24 previstas para el final del encuentro,
Fischer se imponía por 11,5 a 8,5 y necesitaba sólo un punto de los tres
que quedaban en juego. La delegación soviética desesperada por la
pérdida del reinado hegemónico de 24 años (1948-1972) recurrió a la
denuncia para detener o postergar el match. Presentó un escrito a los
organizadores en el que alertaba. "Fischer está influyendo en el
comportamiento de Spassky; se vale de sustancias químicas o medios
electrónicos".

Fueron convocados de urgencia a la sala de juego, la policía de


Reikiavik y varios científicos islandeses para que hicieran una
profunda investigación de la sala de juego, mesas, piezas, relojes y
sillones. El control fue tan cuidadoso que hasta se realizaron
radiografías de las sillas de los jugadores. Personal policial caminaba
por la sala de juego con bolsas de plástico vacías como intentando
"capturar" el aire. Habían transcurrido más de seis horas de trabajo, y la
delegación soviética insistía que debían extremarse los controles, y que
también alcanzara a los focos de iluminación del escenario. Un policía y
un asistente subidos a una escalera comenzaron a desenroscar la esfera
de la pantalla de iluminación, cuando de pronto se les oyó decir. "Aquí
hay algo". Todos los presentes salieron disparados hacia el escenario.
Fue entonces cuando el policía contó su descubrimiento: "Dos moscas
muertas". Fue el punto final para una noche de dislates, y telón para esta
crónica.
(Gentileza Hrefna Björg Gylfadóttir)

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