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Perséfone y Hades

El conocimiento científico nos permite explicar numerosos fenómenos naturales con los que nuestra
sociedad ha convivido durante siglos. Ahora sabemos de dónde vienen los rayos y los truenos que se
producen en una tormenta eléctrica pero, para los vikingos, estos eran obra del todopoderoso dios Thor.
También comprendemos que la sucesión de las estaciones a lo largo del año se debe a las posiciones que
ocupa la Tierra respecto al Sol pero, en el mundo clásico, los griegos explicaban esta situación con el mito de
la bella Perséfone.
Perséfone (también conocida como Kore y llamada Proserpina por los romanos) era la hija de Zeus y
Deméter, ambos engendrados por Cronos y Rea. Deméter era la diosa de la agricultura y la cosecha y, como
tal, a Perséfone le tocó ser la responsable de la germinación de las plantas, de los frutos de los árboles y de
la maduración del cereal. Se cree que su nombre viene de Persephatta (la que aventa el grano) o de pherein
phonom (la que trae la muerte). La joven creció apartada del Olimpo, viviendo con su madre y las ninfas, y
se convirtió en una bellísima muchacha de la que dioses como Apolo, Hefesto o Hermes se enamoraron, pero
Deméter los rechazó a todos.
Un día, en uno de los escasos viajes al mundo de los vivos que realizó, Hades vio a Perséfone y se enamoró
de ella. Comenzó a observarla desde la distancia y, obsesionado como estaba, decidió raptarla. Perséfone se
encontraba recogiendo flores con sus amigas y protectoras, las ninfas, cuando, aprovechando un momento
en el que la joven quedó a solas, Hades abrió una grieta en el suelo y se la llevó en su carro hasta el
Inframundo, donde la hizo su reina. Las ninfas, que no habían impedido aquella tragedia, fueron convertidas
en sirenas (por entonces híbridos de mujer y pájaro, no pez) para ayudar en la búsqueda de Perséfone o
como castigo, según distintas versiones. Deméter estaba desolada y acabó por abandonar sus tareas y
responsabilidades como diosa de la cosecha para dedicar todos sus esfuerzos a buscar a su hija.
Pasó el tiempo y Deméter decidió acudir a Helios, el dios sol que todo lo veía, para preguntarle dónde estaba
su hija. Cuando se enteró de lo que había pasado y de que su hija era prisionera de Hades, Deméter se enfadó
tanto que prohibió a las cosechas y las plantas volver a crecer o dar frutos hasta que Perséfone estuviera de
regreso. La situación llegó al límite y Zeus, acosado por las reclamaciones de los humanos que morían de
hambre y los llantos de Deméter, decidió intervenir mandando a Hermes (dios del ingenio) a negociar con
Hades. No fue tarea sencilla pero el dios alado consiguió convencer a Hades de que renunciara a Perséfone
y la devolviera con su madre con la condición de que la joven no comiera nada hasta haber salido de su reino.
Los dioses sellaron el pacto pero el señor del Inframundo tenía un as bajo la manga: no avisó a su prisionera
de esta condición y, antes de que se marchara, le ofreció unas semillas de granada para el camino.
Al reencontrarse con Deméter se descubrió la trampa de Hades. El trato no se había cumplido por lo que
Perséfone tendría que permanecer la mitad del año con Hades como reina del Inframundo y la otra mitad
con su madre en la Tierra. No hubo más remedio que aceptar la situación pero, durante los meses en que
Perséfone estaba en el inframundo, Deméter estaba tan triste que la naturaleza moría y no crecía nada
(otoño e invierno). Por su parte, la salida de la joven del mundo de los muertos simbolizaba el renacer de las
plantas y las cosechas (primavera y verano).

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