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Reunión

4º Serie Guerreros de la Luz


Lindsay McKenna
Querido lector:
¡Me encanta escribir la serie de los Guerreros de la Luz! Esta vez quería explorar la
fascinante cuestión de las almas gemelas. ¿Crees que hay una persona para ti que es tu otra
mitad? ¿Alguna vez has conocido a alguien por quien te has sentido irremediablemente
atraído y no has podido resistirte aunque lo intentaste? ¿Alguna persona te ha hecho sentir el
centro de su universo, que su amor por ti trasciende el tiempo y el espacio?
Bueno, si has tenido esa experiencia, o has oído hablar de alguien que si la tuvo, espero
que encuentres en Reunión una maravillosa historia de amor perdido y reencontrado de
nuevo... solo que en mundos diferentes. El problema es que el héroe, Atok Sopa, que también
es un guerrero inca jaguar, encuentra a su amada... pero ahora el alma de ella está en otra
línea de vida, y él tiene que tomar diferentes decisiones en la dimensión en la que vive.
Cuando encuentras a tu alma gemela, ¿qué haces? ¿Hasta dónde llegarías para volver a
conectar con esa persona? ¿Y si las leyes y reglas se interponen en tu camino? Ven y únete a
mí mientras observamos a Atok Sopa luchar contra esas cuestiones. Desgraciadamente, la
mujer a la que nunca dejó de amar es ahora el foco del Señor de las Tinieblas. Y Víctor Guerra
no se detendrá ante nada, ni siquiera ante el asesinato, para obtener la esfera esmeralda que
ella está buscando.
Afectuosamente.

Lindsay McKenna

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Traducido por ML para Grupo AEBks

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Índice
Argumento
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16

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Argumento
Fox* está seguro que fue una prueba cruel a sus poderes lo que dividió sus
destinos durante siglos cuando aún era Atok, un poderoso guerrero inca jaguar.

Aella siente una gran y conocida alegría que recorre su cuerpo cuando llega a
una misión arqueológica en el Gran Montículo de la Serpiente. Pero, ¿quién es ese
poderoso extraño que se le aparece en sueños? Debería estar aterrorizada.

Aunque la realidad es que la presencia protectora de Fox despierta en Aella


recuerdos de un apasionado amor... y un deseo que no puede negar. Creer en sus
visiones significaría que Aella es la esposa inca perdida de Fox, y él es su alma
gemela. Pero Fox está compitiendo con el Señor de las Tinieblas que está decidido a
mantenerlos separados, llevándolos al borde de la tentación para alejarlos
eternamente de la Luz.

*NT - Atok es un nombre en idioma quechua que en inglés significa “fox”. Su traducción al español sería
“zorro”, pero he preferido dejarlo en su versión original en inglés para no confundir al lector.

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Capítulo 1

—Chaska... —Atok Sopa suspiró al llamar a su esposa. Vivían en una acogedora


cabaña, y la luz que se filtraba por las grietas de la puerta de madera indicaba que el
amanecer se alzaba. Estaban en julio, y el clima en el Machu Picchu, la residencia de
invierno del Emperador Pachacuti, era templado en comparación con el palacio de
verano en Cuzco. Este hermoso templo estaba situado a más de dos mil
cuatrocientos metros y le recordaba a una cálida manta.
Mientras observaba a su joven esposa que estaba en la cama, sintió que se
endurecía de deseo por ella una vez más. Los había casado el mismo Emperador
Pachacuti, una bendición muy especial. Al ser un guerrero jaguar toda su vida
estaba dedicada a proteger a su emperador.
Acarició el brazo de su esposa por encima de la manta de alpaca. Ella había
tapado su cuerpo desnudo con la gruesa tela tejida. Sonriendo, la escuchó susurrar
su nombre como un ruego. Se amaban inmensamente. Él se había enamorado de su
esposa de ojos dorados y cabello moreno cuando ella tenía ocho años. Ahora tenía
veinte. Chaska era de sangre real y un miembro de la corte inca de Pachacuti. Atok,
que en ese momento tenía diez años, se preparaba para otra prueba brutal de sus
poderes clarividentes a fin de ser aceptado en el programa de entrenamiento de
guerreros jaguar. Fue entonces cuando reparó en ella.
Cuando su mano entró en contacto con la suave y cálida piel de su brazo y la
deslizó lánguidamente hacia abajo, recordó el primer día que la vio. La familia de
Chaska pertenecía al gran círculo familiar de Pachacuti. Ella provenía de la nobleza.
Él de una línea de guerreros muy inferior al rango de Chaska. Ese crucial día la
había visto correr como una graciosa alpaca a lo largo del Machu Picchu, con sus
largos y delgados brazos extendidos hacia arriba para tocar los jirones de niebla que
se extendían por encima de la magnífica ciudad de piedra. Sus rápidos pasos y su
determinación habían sellado el destino de Atok. El cabello negro de Chaska era
liso y le caía hasta la cintura. Ese día flotaba detrás de ella como una reluciente
bandera de ébano. Sus ojos claros, ligeramente inclinados, estaban llenos de
admiración. Como un niño totalmente fascinado, Atok la había mirado tan sediento
como una alpaca que no hubiera bebido agua en días. ¡Era irresistible!
Suspirando por los dulces recuerdos, Atok dejó que su mano recorriera
suavemente la espalda de Chaska. Incluso ahora seguía pareciendo una graciosa
alpaca, con un cuello largo y encantador, rasgos aristocráticos, pómulos altos, nariz
recta y labios carnosos. ¡Cómo la había llevado secretamente en su corazón desde
aquel primer día!
Sólo después de haber pasado su última iniciación, el anciano sacerdote, Chima,

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le informó que el emperador le concedía a Chaska en matrimonio como regalo de
graduación. Atok casi se había desmayado de emoción por aquel inesperado
anuncio del sacerdote.
Recordó lo asustado que se sintió poco después. ¿Y si la familia de Chaska le
rechazaba? Un guerrero jaguar solía alcanzar la condición de nobleza, incluso
teniendo sangre plebeya. Después de todo, Atok había demostrado sus habilidades
y sobrevivido a la última prueba que había matado al setenta y cinco por ciento de
los candidatos.
Una ligera sonrisa se dibujó en su boca cuando escuchó como cambiaba la
respiración de Chaska. Se estaba despertando. Atok se ausentaba seis meses al año
durante la estación seca, luchando al lado del emperador. Era entonces cuando
Pachacuti llevaba a sus miles de soldados al norte de Ecuador y al sur de Chile, para
mantener una mano firme sobre los cientos de pueblos que formaban parte de su
extenso imperio. Ahora el emperador estaba en su residencia. Por eso Atok
disfrutaba de unas bien merecidas semanas de descanso con su esposa.
—Ah, Atok. Has interrumpido mi sueño... —Chaska se volvió de espaldas y
miró el rostro en sombras de su joven esposo. La débil luz de la aurora mostraba la
fuerza de su rostro de mandíbula cuadrada, sus oscuros ojos color chocolate
ligeramente inclinados que brillaban como los de un jaguar, y las muchas cicatrices
que había recibido en nombre de su emperador durante los últimos años.
Chaska levantó la mano y arrastró ligeramente las uñas contra su fuerte y ancho
pecho. Incluso a la tenue luz notó la ondulación y endurecimiento de sus músculos.
A través de sus gruesas pestañas vio que los ojos de su marido se entrecerraban, su
respiración se agitó. En estos tres meses que estuvo ausente, le había echado tanto
de menos que pensó que su corazón se rompería. Ahora estaba en casa, a su lado, en
su cabaña de piedra recién construida.
—A mi jaguar le gustan mis caricias —bromeó él, moviéndose. Mientras lo
hacía, la manta de alpaca marrón se deslizó de sus hombros hasta las caderas,
exponiendo la parte superior de su cuerpo. Chaska se moría por saborear la boca de
Atok. Sus besos la inflamaban, llenaban su cuerpo de un salvaje fuego.
Con un gruñido, Atok rodeó la cintura de su esposa y la atrajo hacia él con la
manta incluida.
Chaska rió suavemente, presionando sus pechos contra su torso.
—Ya veo lo necesitado que estás.
Atok se ahogó en sus ojos y no pudo contenerse más.
—Te he echado mucho de menos. —Se apoderó de su boca furiosamente, dando
y tomando a cambio. Chaska no era una joven tímida. Siguió conservando el
espíritu salvaje de su infancia cuando se convirtió en una bella y deseable joven.
Atok sabía que había tenido muchos pretendientes, incluso uno o dos príncipes. Y
sin embargo, el emperador se la había dado. ¿Cómo había sabido de su amor por

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Chaska? Atok estaba seguro que el emperador era tan clarividente como cualquiera
de sus guerreros jaguares. Nunca le había contado nada. Y había pasado un
considerable infierno para mantener su mente enfocada en las muchas pruebas y
desafíos que afinaban sus habilidades psíquicas. No podía permitir que su mente
vagara o hubiera muerto durante el riguroso entrenamiento.
Chaska abrió la boca y él probó su miel. Ella sintió su sonrisa. Atok percibió su
delgada figura ondulando contra él como la poderosa anaconda que gobernaba los
ríos, lagos y arroyos del Imperio inca. El roce de sus piernas y el vientre
redondeado contra su dureza, le hicieron gemir. La pasión los rodeó mientras ella
llenaba su boca en su búsqueda. Atok adoraba su desenfreno, su sentido de la
libertad.
Al ser su guía espiritual un jaguar, tenía sentido que su compañera fuera
igualmente salvaje de otras maneras para complementar sus habilidades. Sintió que
su lengua se movía audazmente. Sus manos se deslizaron como gotitas de lluvia
sobre sus hombros musculosos. La mano de Chaska bajó por su tórax hasta su
vientre plano. Cuando sus dedos se zambulleron en el vello oscuro que rodeaba su
dureza, él apretó los dientes y aspiró fuertemente. Con los ojos cerrados, sintió los
provocativos movimientos de su mano alrededor de su eje, explorándolo. Ella se rió
en su boca y rompió el beso.
—Ahora, poderoso jaguar, ya sabes quién te gobierna. —Chaska sonrió.
Realmente, pocos hombres llegarían a ser tan poderosos como Atok. Era viril,
dominante y, sin embargo, un tierno amante con ella. Chaska rozó sus pechos
contra él. Sus pezones estaban duros. Se moría porque él los amamantara.
Como si le leyera la mente, él se tumbó de espaldas. Con sus fuertes brazos la
levantó como si fuera más ligera que el viento para que sus largas piernas le
rodearan a horcajadas.
—Es verdad, ahora ven, siéntate sobre mí. Cabálgame.
La respuesta la hizo arder y soltó una carcajada mientras extendía sus manos
sobre su pecho. Suspiró y lentamente encajó su longitud. Su cuerpo, aunque
pequeño, acomodó toda su masculinidad. Mientras la llenaba, cerró los ojos y se
preparó para el creciente placer. Atok se incorporó y ella se movió entre sus duros
muslos. Su boca buscó y encontró uno de sus pechos. Chaska se estremeció de
éxtasis cuando sus labios se cerraron en un pezón y comenzó a succionar
fuertemente. La sensación envió un rayo de placer directamente a su sexo. Al
instante, su cuerpo se tensó como un puño alrededor de él. Gimieron juntos,
disfrutando del increíble fuego que se arremolinaba a través de sus cuerpos unidos.
Atok sintió que su esposa temblaba y clavaba los dedos en sus hombros.
Saboreó la dulzura de sus pezones. Ella lo montaba con gemidos de alegría y
sorpresa, mientras un inmenso vórtice de energía se formaba en su núcleo.
Llevaban tres años casados y deseaban fervientemente un niño que los completara

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como familia.
Jadeando, sujetó a Chaska mientras se estremecían debido al orgasmo. Con las
cabezas juntas y abrazados, Atok sintió que su hermosa esposa estaba ahora
embarazada. Cuando ella se calmó y se desmayó contra él, la recostó suavemente a
su lado. Rápidamente la tapó con varias mantas de alpaca. Deslizando su brazo bajo
su cuerpo, la acercó para que el inmenso calor que irradiaba él la mantuviera
caliente. El sudor se filtraba entre ellos siendo absorbido por las mantas.
Chaska se despertó y débilmente le acarició la barbilla. Atok nunca se había
sentido tan bien como en este momento. Grabó este recuerdo en su espíritu y en su
alma. Era un evento que no quería olvidar jamás. Crear un pequeño espíritu de
amor puro era el objetivo final de Atok. Un niño creado en el amor viviría una vida
de cariño. A Chaska la habían concebido así, ya que sus padres estaban ciega y
felizmente enamorados hasta el día de hoy. Eso es lo que Atok deseaba. Había
mucha gente que jamás alcanzaba ese estado. En este instante, con su esposa
presionada contra él, su cuerpo contra sus ángulos más duros, se sintió
conmocionado. Su sueño de tener un hijo se haría realidad.
Inhalando su aroma almizclado, Chaska susurró:
—Siempre me llevas hasta las alas de los cóndores. Siento como si estuviera
subiendo y bajando las fuertes e invisibles corrientes que flotan por encima de
nosotros.
Riéndose con indulgencia, Atok aspiró el aroma especial de su esposa. Una
anciana sacerdotisa, Elona, recolectaba orquídeas especiales en ciertas épocas del
año y elaboraba perfumes que parecían de otro mundo. El que Chaska adoraba era
picante. Le infundía el deseo de hacerle el amor una y otra vez. Tal vez se había
puesto esa fragancia con la esperanza de que él estuviera tan inspirado.
—Un guerrero jaguar y una mujer cóndor. ¿Y qué tienen los dos en común?
Ella rió suavemente, besó su barbilla y capturó su boca sonriente. Deslizó sus
labios contra los suyos, disfrutando de su fuerza y su indescriptible ternura. Atok
medía más de metro ochenta, era muy musculoso y uno de los guerreros más
fuertes del emperador, sin embargo, la sostenía como un pájaro recién nacido.
—Puedes ser un famoso guerrero jaguar, pero tu nombre, Atok, significa zorro.
Eres realmente un zorro con el disfraz de un jaguar, mi querido marido. Gobiernas
la tierra y a todas las criaturas de cuatro patas. Yo domino el aire. —Alzó las cejas y
le dirigió una mirada divertida—. Por eso nos llevamos bien.
Atok movió la mano siguiendo la curva de su vientre y dijo con voz aguda:
—En este amanecer hemos creado un niño. Nuestro hijo. Finalmente...
Chaska contempló sus ojos oscuros.
—Sí... lo sé. También lo he sentido.

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Atok se despertó bruscamente. El sueño flotaba a su alrededor como un nube de
niebla. Su corazón latía de angustia. Nunca había dejado de llorar la pérdida de
Chaska. Sentado, miró a su alrededor. Ahora estaba en la cuarta dimensión y era
guardián en formación del Gran Montículo de la Serpiente, en Norteamérica.
Suspiró pesadamente y frotándose la cara intentó despertarse del todo. Chima, el
guardián, estaba entrenando. Volvería pronto. Según el tiempo de la Tierra, Atok
imaginó que sería dentro de tres semanas.
Deseaba volver a dormir y revivir el sueño de amar a Chaska una vez más. ¡Oh,
cómo la echaba de menos! Sufría al despertarse y encontrar solo vacío. Observó el
tranquilo lugar donde la gran serpiente había sido construida por los hombres.
Cuando amanecía apreciaba estar en la Tierra. Ahora, como un espíritu guardián,
ya no tenía que seguir reencarnándose en el mundo tridimensional que le rodeaba.
Aún así lo echaba en falta. Y todo a causa de Chaska, a quien había perdido durante
el parto. Atok había estado allí y observado al bebé salir de su cuerpo demasiado
pequeño, con el cordón umbilical rodeando su cuello. Estaba muerto cuando nació.
Y luego Chaska se había desangrado hasta morir, a pesar de todo lo que las sabias
sacerdotisas hicieron para salvarla.
Ese día marcó para siempre su alma. Atok nunca lo olvidaría. Había sostenido
llorando a su pequeño hijo de rostro azul en sus fuertes brazos. Mientras lo sujetaba
contra su cuerpo, las lágrimas caían sobre el diminuto rostro inmóvil y la nariz que
nunca respiraría. Al instante, una sacerdotisa colocó suavemente una manta de
alpaca blanca alrededor de su hijo y lo alejó de los temblorosos brazos de Atok.
Durante el resto de ese día de pesadilla había retenido a Chaska, la había
sacudido, llorado y gritado su nombre. Atok perdió la cuenta de las horas... o días.
Cuando la sacerdotisa consiguió que liberara al amor de su vida, ella ya estaba
rígida e inmóvil. Incluso el Emperador Pachacuti había ido a su choza, hablado
calmadamente con él e instado a Atok a salir. El emperador rodeó sus hombros con
el brazo y lo llevó a la cueva donde todos los guerreros jaguar completaban su
formación final. Era una cueva de vida y muerte, sólo el poderoso jaguar del
Imperio inca gobernaba sobre la vida y la muerte.
Atok casi no recordaba lo que el emperador le había dicho, la manera fraternal
con que lo trató o la compasión que le mostró después de que quemaran el cuerpo
de Chaska en el Templo de la Luna y su espíritu fuera enviado al otro reino. No le
quedaban más lágrimas que derramar. Las sacerdotisas con túnicas blancas que
servían al Templo de la Luna cantaban maravillosamente. Le pasaron a Atok el cáliz
de vino Ayahuaska, un alucinógeno. Él se negó. Era un guerrero jaguar. Tenía
habilidades psíquicas para ver a Chaska en espíritu. Saber que ella elegiría pasar a
la cuarta dimensión tres días después de dejar su cuerpo físico, le llenaba el corazón
de una inmensa e increíble soledad. Atok no sabía cómo sobreviviría en este mundo

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sin ella. El bebé que crearon en esa mañana especial le hizo llorar después de la
ceremonia. No pudo dar la bienvenida a ese pequeño espíritu en el reino de la
Tierra. La vida de Atok pasó de ser un arco iris a un gris que permaneció con él
hasta que le mataron en una batalla la primavera siguiente. Se había interpuesto
delante de su emperador para tomar la lanza que iba dirigida a él durante una
batalla particularmente salvaje al norte de Cuzco.
Cuando la lanza se estrelló contra su pecho, sintió que la punta de hierro le
perforaba el corazón. Una explosión de calor y sangre salió de su torso. Atok cayó al
suelo, sabiendo perfectamente que se estaba muriendo. Y, como un guerrero jaguar,
fue capaz de sentir el cordón plateado disolverse y liberar su espíritu de este cuerpo
físico que se llamaba Atok Sopa.
En el momento de la muerte salió de la tercera dimensión y entró en la cuarta,
deseando fervorosamente encontrarse con Chaska. Pero no fue así. En lugar de eso,
le recibieron la abuela Alaria y el abuelo Adaire, los líderes del Pueblo de las Nubes,
un lugar donde había ido de vez en cuando debido a su entrenamiento para
convertirse en un guerrero jaguar. Era el bastión de los Taqe, el Pueblo de la Luz
que luchaba contra los Tupay o el Pueblo de la energía pesada o negativa.
Con la luz del sol resplandeciendo alrededor de su túnica blanca y su cabello
plateado, Alaria sonrió y extendió su mano hacia Atok.
—Hijo mío, bienvenido a casa. Tu existencia terrenal ha terminado para esa
vida. Te damos la bienvenida a través del puente a nuestro Otro Mundo.
Agarrando su delgada mano, Atok avanzó por el puente de madera que se
arqueaba sobre la pequeña corriente. Adaire sonrió y colocó su mano en el hombro
de Atok mientras éste estaba entre los dos. Veía la selva y el sendero que ya conocía
y que conducía al pueblo. No era un largo paseo.
—Me gustaría ver a Chaska —dijo, mirando a su alrededor—. Pensé que la
vería una vez que hubiera muerto.
—Ella ya se ha reencarnado. Está en otro cuerpo en la Tierra. Lo siento... —le
explicó Adaire con una triste mirada de comprensión.
Atok continuó andando entre sus mentores favoritos. Una vez fueron druidas y
líderes en la Isla de Mona antes de que la atacaran y destruyeran los romanos hace
mucho tiempo. Esa fue su última vida de reencarnación. A partir de ahí, debido a
sus condiciones santas, se les otorgó la gran responsabilidad de dirigir el Pueblo de
las Nubes. Atok sabía que este centro de energía luminosa era el corazón vital del
mundo de la cuarta dimensión, donde iban todos los espíritus Taqe después de
morir y dejar el plano terrenal. Era aquí donde los espíritus llegaban para recibir
más entrenamiento, tutoría, educación y sanación. Incluso gente que todavía vivía
en el plano terrestre podía visitarlo en viajes astrales o en sueños, y recibir más
formación sobre temas espirituales.
—¿Dónde se ha reencarnado Chaska?

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Alaria sacudió la cabeza, apretando suavemente su brazo.
—No puedes saberlo, Atok. Pero ella está bien.
—¿Es feliz? —Él no lo era.
Adaire suspiró.
—La felicidad no es un sello distintivo de la existencia terrestre, hijo mío. Tú lo
sabes. La Tierra es una escuela, con clases muy duras donde un alma tiene que
endurecerse y aprender rápidamente.
—Es cierto —convino Alaria suavemente—. Atok, ya sabes que un alma puede
elegir ir a cualquier lugar de nuestra dimensión para adquirir conocimientos y
evolucionar espiritualmente. Y también conoces que la escuela de la tierra es
considerada la más dura y la más severa, aunque la más rápida para un alma que
realmente quiere ascender al nivel de maestro.
Aunque Atok lo sabía, todavía se sentía miserable. El sendero se abrió y vio los
familiares tejados de paja del pueblo. La paz descendió sobre su espíritu cansado.
En tres días podría liberarse de esta identidad y moverse como un espíritu puro una
vez más. Era una elección que disponía. Sin embargo, había amado su vida como
un guerrero jaguar y no quería liberarla todavía.
Todos los que dejaban su cuerpo físico se “desprendían” completamente de la
identidad de esa vida. Un alma podía crear cinco, diez, veinte identidades
diferentes y vivir muchas vidas. Tampoco las vidas tenían que estar en la Tierra.
Una encarnación podía elegir vivir en una estrella, una constelación, un planeta o
un sistema galáctico o, de hecho, en otras dimensiones. Un alma cansada que
deseaba la unión final con la Gran Madre solía gastar mucha energía en sus nuevos
cuerpos terrenales. Aunque no todas las almas lo hacían. Atok era consciente de
que su alma era una de las que deseaban rápidamente la conexión final con ella.
—¿Por qué no puedo reencarnarme donde está Chaska? —preguntó de manera
insolente.
—Porque tienes otras opciones que considerar —informó Adaire. Se detuvieron
en una choza—. Aquí es donde vas a vivir ahora, Atok.
—¿Cuáles son mis opciones? —presionó.
Alaria sonrió ligeramente.
—Atok, estás en un nivel donde ya no necesitas tener reencarnaciones físicas.
Has evolucionado y te estamos ofreciendo el entrenamiento necesario para
convertirte en el guardián de un lugar sagrado ubicado en la Tierra. Puedes aceptar
este nuevo camino o volver atrás y continuar con tu encarnación física. Pero nunca
estarás en la misma línea de vida y tiempo que Chaska.
Su corazón se estremeció con tal dolor que bajó la cabeza y presionó la mano
contra su pecho. ¿Nunca volvería a ver a Chaska? Alzando la barbilla, miró los ojos
azules de Alaria.
—Ella es mi alma gemela. Mi otra mitad. Lo sabéis. ¿Cómo es posible que nunca

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vuelva a verla hasta el momento de nuestra unión final con la Gran Madre?
—Somos conscientes de eso, Atok —respondió Alaria—. Pero nosotros no
diseñamos el viaje de tu alma con la Gran Madre, ni elegimos a quien encontrarás
en el camino. Sólo somos tus guías.
Atok estaba al corriente de que en algún momento, Chaska, la otra mitad de su
alma, volvería a estar con él. El tiempo lineal solo existía en la tercera dimensión.
Sin embargo, podría pasar una eternidad antes de volver a verla. Se sintió
derrotado.
—Está bien, elijo entrenarme para convertirme en guardián de ese sitio sagrado.
—Bien —dijo Alaria, tocando el hombro caído de Atok—. ¿Y quieres conservar
esta identidad?
—Sí. Es una buena identidad para ser un guardián, ¿no crees?
Adaire sonrió.
—Es una buena elección. Tómate el tiempo que necesites para sanar y afligirte
por la pérdida de Chaska y tu hijo. Cuando estés listo, le pediremos a Chima, el
Guardián de la Gran Serpiente, que te ponga bajo su ala para enseñarte. Una vez
que hayas aprendido, Chima pasará a otro lugar para la educación de su alma y tú
tomarás posesión de su posición.
Desmotivado, Atok asintió.
—Muy bien. —Volviéndose, entró en la gran y ventilada choza. El suelo estaba
barrido y limpio, se veían una mesa y unas sillas hechas de la madera de los arboles
de la selva. Era una choza agradable, pero aumentaba la soledad que invadía su
corazón y su alma. Atok no era capaz de afrontar una existencia sin Chaska. ¿Por
qué la Gran Madre había decidido castigarlo así?

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Capítulo 2
—El sueño que tuve me mostró dónde se encuentra la siguiente esfera
esmeralda —informó Calen Hernández Manchahi al grupo reunido en la sala de
misiones—. Está en los Estados Unidos.
Reno Manchahi, dueño del Instituto Vesica Piscis, cerca de Quito, Ecuador,
estaba sentado junto a su esposa en la mesa mostrando un diagrama.
—Aquí está, en el Gran Montículo de la Serpiente.
Aella Palas, especialista en misiones, estaba a la derecha de Calen y estudiaba
críticamente la foto.
—¿Dónde está exactamente, Reno?
—En Dayton, Ohio, es la ciudad más cercana. Robert y tú volareis hasta allí y
dispondréis de un coche de alquiler una vez que aterricéis. El montículo está al este
de la ciudad y se encuentra en la Ruta 73 en el condado de Adams. No hay ningún
pueblo alrededor de ese sitio sagrado.
Aella asintió, estudiando el gran diagrama.
—Una serpiente. Es maravilloso. Parece que se mueve aunque esté construida
de tierra y cubierta de hierba.
Robert Cramer le lanzó una sonrisa divertida a su nueva compañera.
—Eres neoyorquina, ¿verdad, Aella?
Aella se resintió por la ligera burla que escuchó en el tono de Robert.
Definitivamente no era una completa urbanita.
—Sólo ligeramente —replicó. Mirando a Calen, vio a la mujer sonriendo—. ¿Es
importante de dónde soy?
Todos estallaron en risas. Los primeros rayos del sol se colaban por las grandes
ventanas que iban del suelo al techo de la gran sala panelada de caoba. Aella llegó
ayer y el jet lag aún la estaba afectando. Sin embargo, el instituto, que se estaba
convirtiendo en mundialmente famoso por sus lecciones online sobre metafísica,
era un hermoso lugar con una buena energía. Le agradaba que muy pocas personas
conocieran esta misión supersecreta. A pesar de que no lo conocía mucho, Robert
Cramer era muy guapo. Aunque pensaba admirarlo solo de lejos.
—No, no es importante —declaró Calen—. Fuiste elegida por tu don psíquico.
Eres completamente clarividente y te necesitamos en esta misión para localizar la
siguiente esfera. —Señaló a Robert, que vestido con pantalón caqui y un chaleco, y
con el sombrero a su lado sobre la mesa, se parecía a Indiana Jones—. Tú eres el
sabueso psíquico, por así decirlo, y Robert aporta no sólo la experiencia
arqueológica, sino que viene de una familia de cambiadores de forma.
Robert asintió. Sus mangas estaban enrolladas hasta los codos y tenía las manos

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entrelazadas sobre la mesa.
—No creo que aporte mucho un cambiante a esta misión, Calen.
—Nunca se sabe —agregó Reno—. Nos gusta enviar equipos compuestos de un
hombre y una mujer. Cada uno aporta sus habilidades a las misiones. Después de
tres misiones, hemos descubierto que este equilibrio es absolutamente esencial para
encontrar la esfera.
—Estoy deseando empezar —manifestó Robert, sonriendo a Aella.
Con veintiséis años, Aella medía poco más de metro ochenta y tenía herencia
griega. Su cabello era negro como el ala de un cuervo con reflejos azules,
ligeramente rizado y recogido en una cola de caballo destacando su delgado cuello.
A Robert le parecía preciosa, incluso se imaginaba que en pleno apogeo de la
antigua Atenas, ella habría sido una diosa griega que cobraba vida. Le encantaban
sus dorados ojos claros. Brillaban con vitalidad y humor. No existía nada que le
disgustara de su compañera de equipo. Se preguntaba si estaría casada, no veía
ningún anillo en su mano izquierda. Aunque hoy en día eso no significaba nada. En
el viaje en avión hasta Dayton le preguntaría educadamente sobre su vida personal.
—Todos estamos deseando que lleguéis al montículo —añadió Reno, abriendo
el expediente frente a él—. Vamos a hablar de la misión, ¿de acuerdo?
Aella abrió su expediente. Había una pequeña foto del montículo y un montón
de datos escritos para llegar hasta él. El calor le subió por el cuello y la cara. La
forma en que la miraba Robert la hacía sentirse aturdida. Él era muy guapo, con un
rostro moreno, una barbilla fuerte y una evidente confianza. De hecho, mientras
ocultaba una sonrisa y estudiaba la información del expediente, decidió que era
definitivamente un poco arrogante y muy seguro de sí mismo. Pero al pensar en su
raza puede que tuviera una buena razón para serlo. No sabía casi nada acerca de los
cambiantes. Su firma de energía era interesante y se permitió sentir un poco de su
aura. Aunque en realidad no era el momento ni el lugar. Ya tendrían suficiente
tiempo de hacerlo cuando estuvieran juntos.
—El sueño de Calen localizó la cuarta esfera en este antiguo sitio sagrado —les
explicó Reno—. He estado allí y es un punto caliente de actividad psíquica, una
energía muy interesante y única. —Miró a los dos—. Necesitáis hacer un mapa de
su energía, investigarlo y ver cómo está conectado. Y, al estar vosotros allí,
esperamos que la esfera se muestre a sí misma. Como ya sabéis, los Incas crearon el
collar Llave Esmeralda en la época del Emperador Pachacuti. Él envió sacerdotes
por el mundo para esconder las siete esferas esmeraldas talladas a mano. Cada
esfera estaba impregnada de una energía particular. Por ejemplo, —Reno sacó otra
foto para mostrarles—, en la primera estaba escrito “perdón”. En la segunda
“sinceridad”. Y en la tercera “confianza”. No tenemos ni idea qué pone en la cuarta.
Pero según lo que hay inscrito en la esfera el equipo tiende a experimentarlo.
—Sería bueno saber a lo que nos estamos enfrentando —murmuró Robert.

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Calen se encogió de hombros.
—Esa información no se mostró en mi sueño. Es como si el equipo tuviera que
tener un cierto karma, ya sabéis, una serie de acciones físicas, verbales y mentales
que deben utilizar para recuperar la esfera.
Aella sonrió.
—No me imagino cómo tendré que usar mi karma.
Reno frunció el ceño.
—Es peligroso, Aella. No podemos bromear con esto. El principal enemigo es
Víctor Carancho Guerra. Es el Señor de las Tinieblas y principal hechicero de los
Tupay, la energía pesada o negativa que nos impide evolucionar y convertirnos en
humanos más compasivos. Nos hace caer y saca lo peor de nosotros, no lo mejor.
Representa las emociones humanas como la ira, el odio, los prejuicios, la traición, la
deslealtad, las mentiras, el robo, el engaño y el asesinato. Guerra casi mató a Kendra
Johnson en su última misión. Él puede invadir tu cuerpo y poseerte. —Su voz se
profundizó—. Tú no tienes la energía o el poder que tiene ese hombre solamente en
espíritu. Si se apodera de ti, morirás cuando salga de tu cuerpo. —Reno los miró—.
La única razón por la que Kendra sobrevivió fue debido a la rápida intervención de
Alaria y Adaire del Pueblo de las Nubes, el bastión de la cuarta dimensión para los
Taqe, el Pueblo de la Luz. Un lugar donde los Tupay no pueden entrar. Alaria y
Adaire fueron capaces de traer el espíritu de Kendra de nuevo y volver a conectarlo
con su cuerpo físico. Es la razón por la que hoy está viva.
Calen asintió y compartió la severa advertencia de su marido.
—No siempre podemos confiar en Alaria o Adaire para traer de vuelta a uno de
los miembros poseídos del equipo. Ésa fue, desde su perspectiva, algo especial. Por
lo general, la Ley del Karma les prohíbe interceder. La Ley del Karma es un ejemplo
de la ley de causa y efecto que establece que nuestras acciones físicas, verbales y
mentales son causas, y nuestras experiencias son sus efectos.
—Así que si Víctor está por allí tendremos que estar muy vigilantes —indicó
Robert con tono crítico.
—Y lo estará —informó Calen con calma—. Seguro que estará. Desea
desesperadamente conseguir una de las esferas. Si los Tupay las encuentran, en vez
de nosotros, cambiaran la energía del mundo en energía pesada. Las fuerzas de la
Luz perderán la oportunidad de cambiar la Tierra para mejor. Hasta ahora, Guerra
ha demostrado que está dispuesto a matar para conseguirlo.
—¿Por qué él no puede encontrar ninguna? —preguntó Aella.
—Las esferas las crearon sacerdotes y sacerdotisas incas que eran Taqe. Son la
Luz que promete compasión y saca lo mejor de los seres humanos. Sus astrólogos
predijeron al Emperador Pachacuti que entre el 11 de febrero del 2011 y el 21 de
diciembre del 2012, nuestro mundo cambiará. No significa el fin físico del mundo.
Mucha gente no ha entendido realmente la verdadera predicción Maya. Significa

16
que el tiempo tal y como lo conocemos ya no existirá.
—¿Tiempo lineal? —preguntó Robert, curioso.
—Exactamente —respondió Calen—. Tenemos la oportunidad de pasar del
tiempo lineal a un desconocido mundo no temporal. Es una evolución del planeta y
de los que viven en ella. ¿Lo conseguiremos? No conocemos todas las respuestas.
Pero sí sabemos que el collar Llave Esmeralda lo crearon para ayudar a dar este
salto en la evolución. Si encontramos las siete esferas, las unimos y Ana Ridefort
lleva el collar, tendremos una oportunidad. El poder de Ana es su corazón y es la
única que puede hacerlo. Lograríamos responder positivamente a ese cambio de
tiempo que los Mayas predijeron. Ella es la hija de Víctor.
—Entonces no hay ninguna garantía —afirmó Robert.
—No —gruñó Reno—. Cuando enviamos a un equipo a buscar una esfera no es
seguro que la encuentren rápidamente y la traigan de vuelta. Cada caso es
diferente. Guerra puede acabar con el equipo. Necesitáis saber lo peligroso que es el
asunto. Podríais morir.
—Y —interrumpió Calen con más dulzura a la pareja—, necesitáis saber que
podéis rechazar la misión sin avergonzaros por hacerlo. Es a vida o muerte. Os
hemos elegido por vuestros antecedentes y habilidades. Lo que pase cuando
lleguéis cambiará a cada instante. Será vuestra decisión. Todo lo que nosotros
podemos hacer es rogar y esperar a que tengáis éxito.
—Ya veo —murmuró Aella. Venía de una línea de sacerdotisas griegas que
habían servido a la diosa Atenea a través de los siglos. Atenea era su mentora, guía
y protectora. Era una diosa guerrera, y Aella estaba segura de que su líder la
protegería durante la misión—. Yo voy.
—Siento que mi guardián está a la altura del desafío —aseguró Robert—. He
estado en muchas situaciones peligrosas y nunca me ha fallado. Soy parte nativo
americano y me entrenaron para trabajar con mi guía.
Aella hizo una mueca interna. Robert parecía tener mucha seguridad en sí
mismo. Durante los años bajo la tutela de Atenea, se había dado cuenta
rápidamente que la vida y la muerte estaban irremediablemente unidas entre sí.
Atenea le había mostrado a Aella lo fácil que era perder el cuerpo y que el espíritu
se liberara del cordón plateado que lo ataba al vehículo humano. Ella no estaba tan
segura como Robert. Nunca había visto a nadie poseído. ¿Cuáles eran las señales?
Igual había tenido muchas experiencias en el pasado para parecer tan seguro de
todo. Pero Aella era precavida y escuchaba los presagios que le enviaba Atenea.
Mientras la escuchara tendría cierta protección.
Calen miró tiernamente a su marido.
—Reno y yo os deseamos lo mejor. Estaremos aquí por si nos necesitáis.
Informarnos diariamente. Vuestro plan de viaje está listo. Alberto, el chofer, os
llevará al aeropuerto de Quito para tomar el vuelo a Dayton. Buena suerte.

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—He buscado tu biografía —comentó Robert con una sonrisa. Estaban en
primera clase en un avión de Condor Airlines, volando hacia los EE.UU—. Pero no
he encontrado nada.
—Supongo que querían que nos conociéramos durante el vuelo.
—No es mala idea —asintió Robert. Le gustaba el traje de lino blanco de Aella.
Parecía fresca y profesional. Era julio y verano en Estados Unidos, pero en
Sudamérica, por debajo del ecuador, era invierno. El lino no era exactamente cálido
aunque, según su experiencia, el clima en Quito era templado casi todo el año. Fue
entonces cuando notó sus pendientes. Parecían monedas vintage—. Me gustan tus
pendientes. ¿Qué son?
—Son muy viejos. —Aella se tocó un pendiente—. Tienen una historia... hum,
interesante.
—Soy todo oídos.
Ella sonrió y se fijó brevemente en su masculina boca que parecía un delicioso
postre.
—Mi nombre en griego significa “torbellino”. Vengo de una familia con una
tradición de servir a Atenea. Mi bisabuela me dijo poco antes de morir que nuestra
línea de mujeres se remonta a la época de las Amazonas. Según la leyenda, Aella,
que era una famosa guerrera amazona, fue asesinada por Hércules. Él intentaba
robar el cinturón de la Reina Hipólita. Aella murió, pero tenía una hija que continuó
la línea familiar hasta el presente. Mi abuela me contó que yo soy la primera niña a
quien se le dio su nombre.
—¿Te dijo por qué? —Robert estaba encantado con Aella. Varios mechones de
cabello negro rizado enmarcaban su rostro. El calor y la humedad los habían
aplastado suavemente contra su piel olivácea.
—No. Mi madre me llevó a que me entrenaran psíquicamente a los nueve años,
poco después de que mi abuela muriera. La eché terriblemente de menos porque
era mi maestra principal. Mi entrenamiento se basó en mis habilidades para ver en
las otras dimensiones y hablar con los espíritus. Cómo ella murió tan pronto, no
pudo enseñarme bien otras habilidades. No sé mucho sobre la posesión o averiguar
algo en el aura de una persona. Me siento poco preparada para esta misión.
—Creo que estás a la altura. Y yo tampoco sé nada de posesión, así que en ese
punto tenemos una debilidad. Tendremos que mantenernos muy alerta. ¿Hablas
con los muertos y los espíritus vivos? —preguntó Robert.
—Sí. Mi madre me entrenó para hablar con “gente mágica” o seres que
gobiernan ciertas áreas o regiones y espíritus que guardan sitios sagrados.
—Lo necesitarás en esta misión —aclaró Robert, mientras una amable azafata

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ecuatoriana les servía champán antes del almuerzo. Tomó su copa y la golpeó
ligeramente contra la de ella—. Brindo por tu don. Y ahora cuéntame la historia de
los pendientes.
Aella se echó a reír antes de tomar un sorbo de champán y dejar la copa en la
mesa.
—Me contaron que estos pendientes los usó la primera Aella de mi familia. Se
los daban a cada niña de cada generación cuando desarrollaba completamente sus
habilidades. —Tocándolos, Aella añadió—. Los adoro. Nunca voy a ningún lado sin
ellos. Me hacen sentir bien.
—Sí, son preciosos —aceptó Robert, disfrutando no solo de mirar los
pendientes, sino a Aella. Su piel era impecable, con un leve tono rosado en sus
mejillas—. Eres un sabueso psíquico.
—No me lo habían dicho así nunca, pero sí, supongo que lo soy.
—¿Y qué haces con esas habilidades en tu vida diaria?
Ella sonrió ligeramente.
—Por el día trabajo para una organización de caridad, Niños del Mundo. Mi
trabajo es conseguir que los jefes de las corporaciones ricas contribuyan y ayuden a
llevar la educación a los países del tercer mundo.
Robert estaba seguro que Aella sería muy buena con los niños. La rodeaba ese
tipo de energía tierna y maternal. No todas las mujeres la poseían, pero ella la tenía
en abundancia.
—Haces el bien en el mundo.
—Mi linaje insiste en eso —aclaró Aella, sonriendo—. La herencia de la familia
Palas es sacar a los menos afortunados de las cunetas y darles una oportunidad
para tener una vida mejor. Todo comienza y termina con la educación.
Robert estaba completamente de acuerdo. La azafata rellenó sus copas, sonrió y
les avisó que servirían el almuerzo en breve. El sonido de los motores de reacción
junto con el estremecimiento que atravesaba el avión siempre le molestaba. Era
muy sensible al ruido. Por suerte para él, Aella era una buena distracción.
—Me doy cuenta de que incluso tu apellido, Palas, es un derivado directo de
Pallas Atenea.
—Sí, en Roma se llamaba Minerva y en Grecia, Pallas Atenea. Mi abuela decía
que el apellido, Palas, se le concedió a la hija de la primera Aella.
—Tienes un linaje familiar con una historia increíble. Es fascinante hablar
contigo. —Se echó a reír.
—Ah, ¿el arqueólogo está agudizando los oídos? —bromeó, sonriéndole. No
había nada que no le gustara de Robert. Su personalidad y su encanto innato le
fascinaban. Reconocía que le encantaba mirarlo. Su piel se veía morena y curtida de
estar en los yacimientos arqueológicos la mayor parte del tiempo. A los treinta y
cuatro años estaba en su apogeo. No era demasiado musculoso, más bien esbelto,

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como un nadador. A Aella le gustaban sus manos ásperas del trabajo, con dedos
largos y casi artísticos. Los arqueólogos eran artistas que observaban la forma de la
tierra y sabían que debajo escondía algo, ¿no? Y esas manos excavaban entre los
escombros, el tiempo y la época para encontrarlo. Sus grandes ojos verdes brillaban
con inteligencia y curiosidad. El color le recordaba a las hojas de un árbol en verano.
—Por supuesto. Un linaje como ese es bastante deslumbrante para alguien
como yo.
—Cuando terminemos con esta misión, ¿te gustaría visitar Grecia? Mi familia
vive en Atenas.
Robert tenía otros motivos en mente para visitarla.
—Es una invitación que no voy a rechazar. Gracias.
—¿Y qué hay de ti? ¿Te eligieron por tu conocimiento de los nativos del
montículo?
—Creo que sí —aseguró Robert, tomando un sorbo de champán con aprecio.
Normalmente no había bebidas alcohólicas en donde trabajaba—. Mi aportación es
el conocimiento de Fort Ancient, una antigua cultura nativa americana del centro
de los Estados Unidos. Es una cultura que comenzó alrededor del 1000 d.C. La
gente se refiere generalmente a esos nativos como los “constructores de
montículos”, pero hubo varios periodos y pueblos diferentes que contribuyeron a
su construcción.
—¿Qué antigüedad tiene el de la Gran Serpiente?
—El carbón vegetal que se localizó cerca del montículo y los resultados de las
pruebas lo fecharon alrededor del 1070 d.C. Esto ayudó a los arqueólogos que lo
estaban investigando. No fue sólo la cultura de los Hopewell como todos pensaban.
Más bien, se descubrió que fueron los nativos de Fort Ancient.
—¿Y esa es tu área de especialidad?
—Sí. En realidad, hay otras dos culturas diferentes que creemos ayudaron a
construir ese lugar. Los nativos de Adena vivieron en esa área de Ohio desde el
siglo VI a.C. hasta principios del siglo I, d.C. Después llegó Hopewell y Fort
Ancient. Esas tres culturas son las que creemos que construyeron el montículo... las
que podemos demostrar hasta este momento.
—Tengo ganas de llegar —le confió Aella, con un tono emocionado—. No lo he
visto en persona. Sólo en fotografías.
Robert le dio las gracias a la azafata que recogía las copas vacías.
—Te vas a quedar cautivada —prometió—. El montículo tiene 380 metros de
largo y metro y medio de alto. Está hecho de tierra y con la forma de una serpiente
desenrollada. Tiene la boca abierta y hay un huevo entre sus mandíbulas.
—¿Te imaginas acarreando toda esa tierra para crearla? —reflexionó Aella. La
azafata les sirvió el almuerzo y Aella empezó con avidez su cóctel de camarones. Le
encantaba el marisco.

20
Robert sonrió y puso la servilleta en su regazo.
—No, no me imagino el esfuerzo que costó crear esa serpiente. Recuerda que
antes no tenían carretillas. Tenían que llevar una cesta llena de tierra hasta ese sitio.
Cuando empiezas a hacer cuentas del tiempo que duró, te das cuenta de por qué se
necesitaron varias culturas para terminar el proyecto. —Cortó su filet mignon.
—¿Y por qué crear una serpiente? ¿Para qué la usaron?
No había nada más sensual que ver a Aella comer. Tal vez eran sus labios
voluptuosos que rápidamente se convertían en una sonrisa radiante. Robert alejó
sus pensamientos personales volviendo a ser un profesional.
—Es un misterio. Sabemos que no la utilizaron para enterramientos. Muchos
montículos que la rodean contenían tumbas y restos esqueléticos. Pero no hay
tumbas en la serpiente. Algunos arqueólogos piensan que lo construyeron como
una ofrenda a los dioses o diosas de su tiempo y sus creencias. —Se limpió la boca
con la servilleta de lino—. Lo que me resulta más interesante es que no puedes ver
el montículo de la serpiente si estás en el suelo. Está completamente oculto por el
terreno, los arbustos y los árboles. Sin embargo, si estás en el cielo lo localizas
fácilmente.
—Hum. ¿Y qué crees tú que es?
Robert se encogió de hombros.
—Mi lado creativo piensa que es para visitas de alienígenas de otras galaxias.
Platillos voladores. En esa época no existían los aviones. Creo que los extraterrestres
nos visitaban.
—Me gusta esa posibilidad —afirmó Aella. Había terminado sus camarones y
estaba empezando una ensalada con pollo a la parrilla y almendras laminadas. El
aliño balsámico olía divinamente—. ¿Y tu lado científico? —Le gustaba que Robert
tuviera un lado creativo. Normalmente, los arqueólogos se aferraban a la ciencia y
no a las ideas fantásticas y sin fundamento como platillos volantes o contactos con
extraterrestres.
—He escrito un artículo sobre los puntos de vista simbólico y mitológico del
montículo. La cola de la serpiente está enrollada y eso es un símbolo muy común en
todas las culturas antiguas. Para la gente de esa época el símbolo representaba las
fuerzas sagradas de la Tierra. Mi otra tesis era que esas culturas posiblemente
adoraban a la Tierra como su madre divina.
—¿Y eso no te ha puesto en una situación complicada científicamente
hablando? —preguntó Aella sonriendo.
—Sí. Me he ganado un montón de desprecio de mis compañeros científicos y
arqueólogos a causa de ese artículo.
—¿Te importa lo que piensen?
—No. Los símbolos no mienten. Los humanos los interpretan como quieren.
Hasta ahora, ninguno de mis colegas ha llegado a una explicación mejor.

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Aella suspiró.
—Estoy deseando ver esa serpiente. Parece un sitio increíblemente sagrado.
—Lo es. Me gusta ir a visitarlo. Siempre me siento más animado, purificado y
enérgico después de andar de la cola a la cabeza.
—¿También andaremos por ella?
—Ah. —Se echó a reír—. Más de lo que imaginas.
—Yo trabajo mientras camino —le dijo, pinchando una almendra y
comiéndosela—. Soy algo así como un radar. Por donde ando hago contacto y
recopilo las energías, luego intento entenderlas.
—Eso es genial —exclamó Robert terminándose el almuerzo—. Te seguiré con
un papel y un bolígrafo.
Riendo, Aella disfrutó de la mirada burlona de los ojos verdes de Robert.
—Seguro que tu esposa escucha atentamente tus historias cuando regresas de
una excavación.
Su mirada se entristeció.
—Me casé... pero mi esposa, Tracy, murió hace dos años de cáncer de mama.
—Lo siento mucho —susurró Aella, posando ligeramente la mano en su
brazo—. Tienes que echarla mucho de menos.
—Sí. —Hizo un gesto para que la azafata retirara su bandeja—. Tracy era mi
mejor amiga. A menudo solía acompañarme en las excavaciones. Era una
arqueóloga aficionada, pero tenía el corazón y el alma de un profesional.
Aella entendía muy bien su pérdida.
—Hace dos años estuve comprometida con Theo. Nos conocimos en Atenas. A
mi madre le gustaba buscarme pretendientes. Theo era un médico muy
humanitario. Trabajaba en las zonas agrícolas de Grecia donde no hay muchos
médicos. Yo admiraba su compasión por la gente de esas zonas.
—No parece que tenga un final feliz.
Sacudiendo la cabeza, Aella susurró:
—No. Theo volaba en un avión privado de regreso a su clínica rural cuando se
estrelló durante una tormenta. Murió al instante junto al piloto.
Robert vio la pena en sus ojos dorados.
—Los dos hemos sufrido una tremenda pérdida.
—Sí. Ahora me parece que vivo otra vida. Pero nunca olvidaré a Theo ni su
compasión.
—¿No hay nadie en tu vida en este momento?
—No. Finalmente estoy saliendo del sufrimiento por la muerte de Theo. El
dolor necesita su propio tiempo y manera para disminuir.
—Eso nos ocurre a todos —admitió Robert, sabiendo que él tampoco había
superado completamente la pérdida de Tracy. Aún así, solo estar cerca de la vivaz
Aella conseguía confortar su solitario espíritu. Y en su corazón estaba interesado en

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ella no como compañera de misión, sino como mujer. Por primera vez desde la
muerte de Tracy, sintió un renovado interés por vivir.
¿El Montículo de la Gran Serpiente era el responsable de esa magia? Robert
sabía que la serpiente era uno de los símbolos más antiguos del mundo. Significaba
vida, muerte y renacimiento. ¿Esta misión les mostraría todo eso?

23
Capítulo 3

—¿Lo sientes? —le preguntó Aella a Robert mientras recuperaban su equipaje


en la cinta del aeropuerto. Su piel se erizó. Algo no iba bien. Solo eran las ocho de la
mañana y no había demasiada gente para recoger sus maletas.
Robert agarró dos enormes bolsas de loneta de color verde oscuro y las dejó en
el suelo.
—¿Sentir qué?
Frunciendo el ceño, Aella miró a su alrededor.
—No lo sé...
—Descríbemelo —insistió, agarrando la maleta de cuero rojo de Aella y
depositándola junto a su equipaje. Ella viajaba ligera en comparación con él.
Volviendo a echar un vistazo, Aella percibió una presencia oscura y malévola
en una esquina del aeropuerto. Algo maligno
Robert la observó atentamente mirando esa esquina en particular.
—No siento nada. Soy un cambiante, no un psíquico. Estás percibiendo algo
que yo no puedo.
Asintiendo con la cabeza, Aella sujetó su maleta.
—Tal vez estoy cansada por el largo vuelo. Mi habilidad psíquica no siempre
está encendida, ni es exacta. Cuando estoy cansada, la información que recibo se
diluye y me resulta difícil interpretarla con exactitud. —Aún así, notaba algo
cercano y eso la inquietaba. Un escalofrío la atravesó. Algo los estaba observando.
No tenía ninguna duda.

Víctor Guerra estaba en una esquina de la zona de equipaje, observando y


evaluando a las dos personas enviadas por la Fundación para encontrar la siguiente
esfera esmeralda. En esta dimensión era invisible. Bueno, casi. Parecía que la mujer
llamada Aella era una experta clarividente. Si no hubiera estado tan cansada por el
vuelo, le habría visto en su mundo en la cuarta dimensión. Los videntes podían ver
ese reino en particular. Ella lo estaba sintiendo, y eso le advirtió sobre sus
habilidades.
Sonriendo, Víctor se dirigió a uno de sus Caballeros de confianza, uno de los
hombres que utilizaba para protegerse. Lothar había sido soldado durante sus
miles de vidas y era uno de sus asesores más leales. El hombre iba vestido con una
túnica y pantalones de color trigo hechos con la tela que le correspondía al ser un

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guerrero celta del año 200 d.C. Esa había sido su última vida antes de que Víctor lo
reclutara para servir a los Tupay.
—¿Qué piensas del hombre que va con ella?—le preguntó Víctor telepáticamente.
Lothar se encogió de hombros.
—Es un cambiante. Un puma. No creo que haya que preocuparse mucho por él.
—Estoy de acuerdo. Su aura es fuerte, pero no tan fuerte como la de ella.
—Sí —convino Lothar—. Siento una presencia muy poderosa a su alrededor, pero no
puedo percibirla.
—Tienes razón. Quienquiera que sea está ocultándose. Y es una mujer.
—Los dioses y diosas suelen hacerlo —declaró Lothar con aplomo, siguiendo
observándolos.
—Si ese es el caso, —Víctor acarició su barba negra y gris esmeradamente
recortada—, entonces tendremos que ser muy cuidadosos a su alrededor. —Enredarse con
un dios o una diosa era enfrentar un poder que le volvía cauteloso. Eran muy
poderosos porque la gente los había adorado durante miles de años. La energía
creada por tal adoración los hacía formidables. Si el dios era adorado por miles de
personas, la energía se multiplicaba exponencialmente para él. Poder puro, sin
adulterar. La gente no se daba cuenta de que cada vez que rezaban creaban esa
energía. Víctor tenía que averiguar más sobre esa Aella. Su guardiana protectora
era muy poderosa, probablemente más que cualquier poder que él pudiera invocar.
—El hombre es muy accesible comparado con ella —observó Lothar, señalándolos.
—Sí. Está más disponible para nosotros. Pero, —Se volvió y miró a su amigo, que
llevaba el pelo rubio en dos largas y gruesas trenzas—, la pregunta es; si vamos tras él,
¿la mujer o su guardiana reaccionarán para protegerlo de nosotros?
—No lo sabrás hasta que lo intentes —respondió Lothar, acariciando su barba—.
Hay karma involucrado, ya sabes, según sea la acción así serán las consecuencias. Todo lo que
le hagas a ese hombre puede estar de acuerdo con el destino que tiene en esta vida.
Gruñendo, Víctor estrechó los ojos en el hombre. Era un buen espécimen
humano; joven, fuerte y saludable. Justo lo que prefería. Cramer no sería fácil de
acceder, eso seguro, pero sería mucho más fácil que la mujer.
—Desearía por milésima vez poder acceder a los Registros Akáshicos para averiguar si
hay karma o no.
Los Registros Akáshicos eran la memoria universal de la existencia, dónde se
archivan todas las experiencias de un alma incluyendo todos los conocimientos y
las experiencias de sus vidas pasadas, presentes y futuras.
—No están a disposición de los Tupay —le recordó como siempre Lothar.
—Lo sé —repuso Víctor, apretando los dientes. Los Registros Akáshicos estaban
en un edificio de estructura griega ubicado en la cuarta dimensión. Éste era el
almacén de los pensamientos, palabras, acciones y recorrido de cada persona a
través de sus vidas pasadas. La sala servía a los guías de un alma para decidir lo

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que su próxima reencarnación incluiría. Los Taqe tenían acceso ilimitado, pero
estaba prohibida la entrada a los Tupay. A Víctor le habría ayudado mucho esa
información para utilizarla y que las Fuerzas Oscuras ganaran la batalla contra la
Luz. «¡No es justo!» El Pueblo de las Nubes, la fortaleza de los Guerreros de la Luz,
también estaba fuera de sus límites. Si Víctor intentaba entrar en el vestíbulo de los
Registros Akáshicos o cruzar el puente hacia el pueblo, moriría instantáneamente.
Su oscuridad no soportaría la luz y lo destruiría. No tenía control sobre esa ley
cósmica.
Sin detalles sobre la encarnación actual de Robert Cramer, Víctor no podía
determinar si poseerlo sería una estrategia viable. Si iba detrás de Cramer y su
karma no incluía ser poseído, entonces Víctor se encontraría luchando por su vida,
literalmente. Las apuestas eran demasiado altas para jugársela. En este momento,
los Taqe tenían tres de las siete esferas esmeralda. Si recuperaban el resto, entonces
su facción perdería la guerra y la Luz saldría victoriosa.
Dándose un puñetazo en la palma, sintió que la furia se filtraba por él. ¡No
ocurriría! ¡Él era el Señor de las Tinieblas! El líder a los que los Tupay seguían.
Esperaba ganar esta última guerra entre la Luz y la Oscuridad. Reflexionó sobre si
hacer que Lothar poseyera a Cramer, pero nunca confiaba en nadie en misiones tan
cruciales. Aunque, si Lothar muriera, a él no le importaría.
Como Señor de las Tinieblas era su deber asumir esa responsabilidad. Una vez
más, deseó estar con su familia peruana en Cuzco. Cómo echaba de menos a su
hermosa y tierna esposa. Le dolía no volver a ver a sus dos hijos pequeños. ¡Oh, ser
capaz de sostenerlos en sus brazos una vez más! Besar sus cabellos, tocar sus rostros
angelicales e inocentes. A veces, perder su cuerpo humano era insoportable. Alejó
la pena a un lado mientras los observaba salir del aeropuerto.
—Creo que el karma de Cramer es una puerta de acceso para ti —informó Lothar.
—Quizás —gruñó Víctor, disgustado—. Hay que conseguir esa esfera, Lothar. Mi
gente está inquieta. Esperan más de mí cada vez que llego con las manos vacías. —Relajando
los puños, flotó por el edificio y siguió a la pareja que iba hacia el coche de alquiler.
No quería acercarse demasiado porque Aella lo sentiría.
—Mi señor —advirtió tranquilamente Lothar—, la balanza está a punto de
inclinarse hacia nuestro lado. Seguro que esta vez conseguiremos la esfera.
Víctor no estaba tan seguro. Lothar tenía razón sobre la energía de ese equipo,
pero no sobre la de la esfera. Si quería la esfera tendría que conseguirla con
violencia.
—La balanza se inclinará cuando logremos robarla. Somos dos poderosos enemigos
enfrentándonos. Quien tenga más poder la conseguirá.
Lothar asintió mientras flotaba junto a su señor.
Víctor veía fácilmente el guía puma protegiendo y ayudando a Cramer. Todos
tenían un guía que tomaba forma de lo que la persona necesitaba en esta vida.

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Puesto que Cramer era parte nativo americano, su guía era del mundo salvaje.
Mientras miraba al puma rodeando a Cramer, comprendió que el feroz animal
pelearía con fuerza para protegerlo. Algunos guías eran iguales a su poder... pero
otros eran más poderosos.
Volviendo la mirada a Aella supo que su invisible guardiana era mucho más
poderosa. ¿Si atacaba a Cramer la guía de Aella se involucraría? Esa era la clave. No
lo sabría hasta que lo intentara. El terrible dilema le dejó un amargo sabor de boca.
—Los seguiremos lo suficientemente cerca para escucharles. Puede que descubramos
algo sobre ellos que sirva a nuestros propósitos.

Robert cargó con las dos bolsas y salieron. El aeropuerto de Dayton no era muy
grande en comparación con otros, pero para su tamaño estaba bien organizado y
disponía de un amplio espacio para los pasajeros que desembarcaban. Empezaba a
amanecer, y el sol ya calentaba con fuerza aumentando la humedad. El bochornoso
clima de esta parte del país no era su favorito, prefería el calor seco de los desiertos
donde normalmente tenía sus excavaciones.
El modesto Toyota Corolla blanco de la agencia de alquiler se llenó rápidamente
con sus maletas y Aella le propuso conducirlo. La sensación de ser vigilada persistía
fuertemente. Antes de sentarse en el asiento del conductor exploró la zona. Vio
hombres de negocios que iban hacia sus coches, pero nada fuera de lugar. Nadie los
observaba. Nada parecía extraño. Se frotó la nuca y frunció el ceño. Puso el coche en
marcha. Desearía no estar tan cansada. En circunstancias normales su clarividencia
le permitiría ver quién era, pero ahora no. Estaba exhausta del vuelo y el cambio de
horario.
—Hoy hará el típico día caluroso y húmedo —señaló Robert alegremente,
arrojando su sombrero al asiento trasero.
—No me gusta mucho la humedad. —Aella se alejó lentamente del
aeropuerto—. En Grecia, sobre todo en el interior, hace un calor seco. Me encanta
ese clima.
—Ya somos dos —murmuró, marcando las coordenadas en el GPS del
salpicadero.
Aella siguió las instrucciones del GPS y giró a la izquierda en la rampa de la
autopista.
—Esto es precioso —observó ella, señalando los altos y verdes árboles a lo largo
de la autopista de seis carriles.
—Ohio es un estado muy bonito. Si te gustan los robles, arces, castaños, olmos y
tuliperos, este es tu lugar. Los bosques de esta zona son maravillosos. Son

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fascinantes si eres botánico.
Aella sonrió, apreciando la belleza natural del lugar en el que no había estado.
Se puso las gafas de sol.
—Mira todas las flores de las laderas. Me recuerdan al Jardín del Edén.
—No creo que pienses lo mismo por la tarde —bromeó Robert con una
sonrisa—. Vamos hacia el este, a un área de bosques espesos. La humedad será del
noventa por ciento y los mosquitos nos atacarán.
—Por eso llevo una camisa de algodón de manga larga —replicó Aella,
devolviéndole la sonrisa y echando un vistazo apreciativo al perfil de Robert.
Estaba claro que era un hombre que regularmente desafiaba a la naturaleza—. No
me has dicho mucho sobre tus habilidades de cambiante en el avión. Nunca he
conocido a alguien que pudiera hacerlo.
Robert se alegró de que quisiera conocerlo más.
—Soy parte Cheyenne. Tengo un hermano y una hermana más pequeños. Por
parte de la familia de mi madre tenemos esa habilidad. Mi madre eligió enseñarme
los entresijos de cambiar de forma. Se instruye a un niño de cada nueva generación
para que pueda enseñársela a la siguiente.
—Es una maravillosa manera de aprender. Es muy parecido a lo que hace mi
familia.
—Exactamente. Cuando tenía doce años ya podía convertirme en un puma.
—Vaya... —exclamó Aella—. ¿De verdad? Quiero decir, ¿puedes cambiar de
humano a animal ante mis ojos? ¿En esta dimensión?
—Sí.
—¿Se necesita mucha energía? ¿Te agota mucho?
—Sí a las dos preguntas. —Robert sonrió y admiró su elegante perfil. Parecía
una diosa griega con esa frente amplia y la nariz patricia. Su mejor característica, sin
embargo, era su boca esculpida. Deseaba besarla y averiguar si sabía tan bien como
se lo imaginaba. Apartó esos lujuriosos pensamientos, por ahora—. Necesito un
momento de paz y tranquilidad para transformar mi cuerpo al de un puma.
—¿Y no puedes hacerlo si estás en una situación estresante?
—No. Mi madre me dijo que con el tiempo, madurez y la edad, sería capaz de
lograrlo. Ahora no. Tengo que ocultarme. No quiero que alguien me vea hacer el
cambio.
—No te culpo. La gente se asustaría si te viera.
—Sí.
—¿Y cómo usas tus habilidades para cambiar?
—Si estoy en una excavación donde sospecho que roban por la noche cuando el
equipo está durmiendo, cambio de forma y vigilo la zona.
—¿Y encuentras a los ladrones?
Robert sonrió ligeramente.

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—Sí.
—¿Y?
—Les doy un susto de muerte. Imagínate ver a un puma, que no es normal ver
en ese país, aparecer y gruñir en tu cara.
Aella se rió y le echó una rápida mirada. Robert no era la clase de hombre que
presumía de sus habilidades, y eso lo hacía aún más deseable. ¿Tendrían tiempo
durante la misión para pasar juntos algo de tiempo libre? Esperaba que sí.
—¿Y volvieron los ladrones que te vieron como un puma?
—No. Solo cambió en las excavaciones para detener el robo de artefactos
valiosos.
—Es un buen uso de tu habilidad.
—Yo también lo creo.
Aella sonrió y giró hacia una carretera de dos carriles. Los árboles parecían
soldados atentos mientras avanzaban hacia su destino. El sol atravesaba las hojas de
los olmos y se escondía cuando una ligera brisa las movía.
—Estoy deseando dormir bien toda la noche —le confió Aella a Robert—. Estoy
tan cansada que mis habilidades psíquicas están anuladas. No me gusta cuando
sucede. Me encanta ver la otra dimensión, las auras de la gente y los espíritus.
—Sé a qué te refieres. Te sientes como si estuvieras perdiendo una pierna, un
brazo y un ojo.
Riéndose, Aella extendió la mano y tocó su musculoso brazo. Los ojos de Robert
se iluminaron de repente con sensualidad. La idea de que la deseara la confundía
ligeramente. Iban demasiado rápido. Volvió a poner las manos en el volante.
—La gente con una segunda visión o una habilidad metafísica como la nuestra
es diferente. No todos entienden lo que sentimos.
—Dios los cría y ellos se juntan —declaró Robert sonriendo. Su corazón saltó de
alegría. El tacto de Aella lo había sentido como una mariposa revoloteando. Incluso
ahora, su brazo hormigueaba salvajemente. Deseaba más. Pero la misión iba
primero, lo sabía. Sin embargo, en un diminuto rincón de su corazón, quería pasar
más tiempo con ella, lejos del trabajo y de la esfera esmeralda. Se irguió y suspiró.
¿Qué aventuras les esperaban en ese montículo? Sería interesante ver el montículo a
través de los ojos clarividentes de Aella. Robert estaba seguro de que vería cosas
que les ayudarían a entender ese sitio sagrado, así como a localizar la esfera.

29
Capítulo 4

Fox, el antiguo guerrero Atok, se despertó con una sacudida. Se sentó en el


colchón relleno de paja, y frotándose la cara miró a su alrededor. La manta resbaló
hasta su cintura. La cuarta dimensión reflejaba la tercera en todos los sentidos.
Cuando se convirtió en el guardián ayudante del montículo, deseó tener lo que le
era familiar en su última encarnación terrenal como guerrero inca en el Perú.
¿Qué es lo que estaba sintiendo? Levantándose, pisó el suelo de tierra con los
pies descalzos y abrió la puerta mirando hacia el verde montículo. Una ligera niebla
se extendía por los árboles, pero rápidamente desaparecía debido al sol que
aumentaba. Todo parecía tranquilo, excepto él. Notaba perturbaciones de energía
en el lugar sagrado y decidió investigar.
Chima, el guardián principal que estaba aquí desde que el montículo fue
construido, se había ido al Pueblo de las Nubes. Debido a que Chima ya había
cumplido su camino espiritual, era hora de que aprendiera otra habilidad
metafísica. Fox no sabía lo que estudiaba. Seguramente se lo contaría a su regreso.
Cuando Chima se graduara, Fox se convertiría en el guardián oficial de este sitio.
Después de ponerse una túnica blanca de algodón, se ató el cinturón de armas
de grueso cuero de alpaca y se calzó unas sandalias marrones. No le gustaban las
perturbaciones. Sólo deseaba pasar por todas sus encarnaciones espirituales para
reunirse con su amada Chaska. Le había gustado su última encarnación y no quería
renunciar a sus recuerdos, incluidos los de su esposa. Incluso ahora, mientras se
ponía las sandalias, su corazón se contrajo de pena. No podía evitarlo. El no
volverla a ver era demasiado para él. Con una mueca, se peinó su largo y grueso
cabello negro que caía hasta sus enormes hombros, atándoselo en la nuca.
Chaska le había regalado un hermoso collar de oro y esmeraldas que Fox
llevaba diariamente. El mejor orfebre de Cuzco, una joven que había aprendido el
oficio de su padre ya ciego, había creado la joya. Chaska le había encargado un
collar con la cabeza de un jaguar doce veces y pequeñas esmeraldas redondas y sin
defectos entre cada una, encadenadas con varias perlas separadoras de oro entre
cada conjunto. Fox no había olvidado su sorpresa y placer al recibir el regalo de su
esposa en su primer aniversario de boda.
Fox se puso el collar y lo tocó con reverencia, imaginando en su corazón que
estaba tocando a Chaska una vez más. Esta pieza de joyería era el único objeto físico
que le quedaba para recordar a su esposa. Cómo desearía tenerla una vez más... Sus
sueños con ella nunca lo abandonaban, ni quería que lo hicieran. Recordaba cada
tórrida sesión de amor con Chaska. A veces iba a los Registros Akáshicos y
repasaba una y otra vez su vida juntos. Chima no aprobaba esa práctica. Le

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reprendía, diciéndole: Es mejor dejar atrás el pasado. No podrás volver a vivirlo, Fox. Sólo
te causará una continua tristeza y dolor.
Era cierto, pensó, mientras avivaba las brasas del centro de la choza. Después de
colocar una reja de alambre sobre el fuego, puso la cacerola con leche. Mientras se
calentaba, sacó del estante un tazón dorado que contenía chocolate molido a mano.
Echó varias cucharadas del polvo seco en la leche. Ésta era su rutina diaria;
levantarse, cuidar de su higiene, vestirse y desayunar una taza de chocolate caliente
endulzado con miel, una gruesa rebanada de pan, fruta y un plato de quinoa.
Entonces ya estaba listo para ejercer de guardián del lugar.
Algo le molestó al verter la mezcla en un tazón. Había estado soñando con
Chaska en sus brazos diciéndole que la sacerdotisa le había confirmado que estaba
embarazada, cuando una energía, como una ola de maremotos, atravesó sus
sueños. Fox se despertó sobresaltado, sin saber lo que estaba pasando.
Ahora miraba por la puerta abierta que le daba una visión completa del
montículo. No vio nada fuera de orden. Los guardias humanos aun tardarían varias
horas en abrir la puerta y permitir la entrada a los visitantes. Lo único que tenía que
hacer era observarlos, leer sus auras y asegurarse de que no dañaran el sitio de
ninguna manera. Todo estaba en calma.
Frunció el ceño mientras sorbía el chocolate caliente. Disfrutaba de la salida del
sol. Le recordaba a unos brazos dorados brillando a través del bosque para acariciar
la serpiente. ¿Qué clase de energía estaba rondando por allí? ¿Qué era esa
sensación? Sintió una oleada de preocupación, no conseguía identificar
exactamente de qué se trataba. Si Chima estuviera aquí seguramente la reconocería.
Tendría que descubrirlo por su cuenta. En algún momento, el estudiante tenía que
convertirse en maestro.
Cuando salió de la espaciosa choza que había construido hace muchos años, se
abrió psíquicamente, comprobando cada energía en el área circundante. Vio una
débil burbuja de energía blanca que rodeaba completamente la serpiente. Cada
lugar sagrado estaba protegido de la misma manera para mantener alejados a los
Tupay. Todos los sitios sagrados de la Tierra estaban fuera de los límites de las
Fuerzas Oscuras, algo que alegraba a Fox. Ya tenía las manos llenas con los
humanos que visitaban la serpiente.
Mientras andaba alrededor del montículo no encontró nada fuera de lugar. De
hecho, la calma era la misma de siempre. A lo lejos distinguió a Henry, el guardia
de seguridad del parque estatal, que abría la puerta para permitir que los
automóviles entraran. El día empezaba de manera normal.
Quizás se estaba imaginando esa perturbación. Después de todo, deseaba un
poco de emoción. Chima fruncía el ceño cuando le mencionaba que anhelaba algo
más que paz y tranquilidad. El guardián refunfuñaba murmurando que hacer de
niñera de un sitio sagrado naturalmente sería aburrido de muerte para un

31
individuo que insistía en mantener su vida de guerrero inca. Fox siempre sonreía y
no decía nada.
A las diez de la mañana, cuando paseaba por el perímetro, sintió otra oleada de
energía. Esta vez la atrapó. El asombro le recorrió mientras la ola le atravesaba.
Volviéndose, frunció el ceño y miró el aparcamiento que estaba al lado de una casa
de estilo victoriano de dos pisos donde la gente podía adquirir los tickets, comer en
el restaurante y comprar recuerdos del museo.
Vio un coche blanco y dos personas saliendo. Su corazón golpeó violentamente
en su pecho. Jadeando, entrecerró los ojos. ¡No! ¡No podía ser! Una mujer de pelo
negro salió del lado del conductor.
«Chaska.»
Llevaba ropa del siglo XXI en lugar de los hermosos vestidos de algodón que
había usado cuando era su esposa inca. Las lágrimas inundaron sus ojos mientras
permanecía inmóvil. No tenía ninguna duda de que era su amada.
¿Se lo estaría imaginando?
Flotando, se movió rápidamente hacia el coche. A medida que se acercaba, su
corazón palpitante retumbaba como un tambor. ¡Era Chaska! Notaba algunas
diferencias; su pelo era más corto y ligeramente rizado, pero su cara, sus ojos
dorados y, lo más importante, su aura, mostraban que era Chaska reencarnada.
No sabía qué hacer. En su mente se mezclaban la alegría y la confusión. Sabía
por la ley cósmica que no podía acercarse a menos que ella se acercara primero. Y
aunque era su alma gemela, la otra mitad de su alma, no podía contárselo. Como
guardián la discreción era indiscutible, y Fox debía obedecer todas las leyes
cósmicas o de lo contrario... Tembló de felicidad observando cómo la mujer, su
Chaska, cerraba la puerta y se colgaba un bolso de lona verde en el hombro. Tenía
ganas de gritar.
Una parte de él quería correr hacia ella y abrazarla. Amargamente, recordó que
no era de su mundo o dimensión. Él era un espíritu y ella tenía un cuerpo físico. Los
salvajes y lúgubres sentimientos se precipitaron por él mientras advertía que
Chaska caminaba al lado de un hombre muy atractivo. ¿Estaban casados? El
pensamiento lo noqueó. En su época Chaska sólo había tenido ojos para él. Nunca
miró a otro hombre de la manera en que miraba al que estaba a su lado.
No pudo evitarlo. Quería estar más cerca, averiguar más sobre ella. Chaska
había tenido muchos dones psíquicos cuando era una mujer inca. Podía ver las
auras de la gente. Fox no sabía si seguiría teniendo esa habilidad, aunque descubrió
que si por el color violeta que rodeaba su chakra situado en el centro de su frente.
Estaba girando y fluyendo por su vibrante aura. ¿Percibiría ella su presencia?
Fox se detuvo cuando los dos subieron los escalones para sacar las entradas. Y si
lo percibía, ¿qué? La ley le prohibía contarle nada de esa vida de felicidad que
compartieron, a menos que ella se diera cuenta por sí misma. Ciertas válvulas

32
psíquicas del cerebro de Chaska estaban cerradas. Al tener que progresar
espiritualmente en cada nueva vida esas válvulas tenían que permanecer
firmemente cerradas sobre sus encarnaciones pasadas.
Atormentado, esperó a que salieran de la casa. Chaska era preciosa, más alta,
pero su rostro... y esos gloriosos ojos dorados eran los mismos. Fox no dejaba de
pensar en la coincidencia de su gran parecido a su antiguo aspecto inca. Entonces
recordó lo que le había dicho Alaria:
Hijo mío, no insistas. Chaska es tu alma gemela. Tú eres el macho y ella la hembra.
Fuisteis bendecidos para reuniros durante la eternidad, pero normalmente no suele suceder
en la Tierra. Y para que ocurra de nuevo... bueno, sólo la Gran Diosa Madre puede dictarlo.
Debes pedírselo a ella.
Y Fox lo hizo. Diariamente. Cada noche antes de dormirse rogaba a la Madre
otra oportunidad de estar con Chaska. No había especificado cómo. Descubrió
felizmente que la Madre le había concedido su deseo. ¡Ella estaba aquí! Reconocería
el distintivo aura de Chaska en cualquier lugar. Observó cómo la pareja descendía
los escalones llevando un mapa del montículo.
Lo único que podía hacer era seguirlos discretamente, como hacía con cada
visitante que llegaba. Él era un simple guardián, pero esta vez iba a disfrutar como
nunca de cumplir su tarea.
Absorbió el rostro de Chaska. Su piel, en lugar de ser dorada por el sol, era más
bien olivácea. ¡Deseaba tanto tocar su cabello corto y rizado! ¿Seguiría siendo tan
suave? Sintiéndose como un jaguar hambriento, se centró en su sensual boca
curvada en una sonrisa. El hombre que iba a su lado parecía una persona decente.
Vio al puma caminando a su lado, su guardián. Ese hombre era un cambiante. Fox
agudizó los oídos.
—¿Qué notas? —preguntó Robert—. ¿Sientes algo?
Aella sonrió.
—Dame un poco de tiempo para ajustarme. Esta energía es definitivamente
buena, la siento ligera y feliz.
Robert miró el montículo.
—¿Es normal en un sitio como este?
—Sí. En todos templos de Grecia que he visitado a lo largo de los años la energía
positiva es la misma. —Aella hizo un gesto con la cabeza—. También tengo una
sensación de protección. —Estaba recibiendo más impresiones, pero no las
resolvería si Robert seguía haciendo preguntas. Desde el momento en que Aella
salió del coche, una alegría increíble la rodeó como una extraña manta cálida. No
había sentido antes esa sensación en ningún otro lugar sagrado, y no lograba
determinar quién o qué era. Su don de visión era fuerte, pero la charla de Robert la
distraía. Le gustaría estar sola para examinar lo que percibía, pero Robert ya se
dirigía hacia el montículo. Necesitaba esperar, ver, sentir y absorber.

33
Poniéndole la mano en el brazo a Robert, le explicó cómo trabajaba.
—Dame unos minutos a solas.
—Entiendo. No hay problema.
—¿Ves ese olmo con un banco debajo? —preguntó Aella señalándolo—. Voy a
sentarme allí. Necesito asimilar esta energía. Sentirla y evaluarla.
—Muy bien. Iré al montículo y buscaré alrededor.
—Buena idea. Me reuniré contigo cuando haya terminado.
Robert miró su reloj.
—Son las once. Te invitó a almorzar al mediodía en el restaurante. ¿Tendrás
suficiente tiempo?
Aella asintió.
—Perfecto. Nos reuniremos allí. —Él le hizo un guiño y ella le devolvió una
sonrisa. A pesar de una ligera arrogancia al ser un famoso arqueólogo de clase
mundial, y de ser uno de los pocos que realmente sabía todo sobre la construcción
de este sitio, Aella lo encontraba interesante.
Sentada en el banco de madera, Aella se conectó con la tierra y cerró los ojos.
Inhalando por la nariz y expirando por la boca, advirtió un cambio diferente
alrededor; el cambio del mundo que la rodeaba al mundo invisible de la cuarta
dimensión. Cuando abriera los ojos sería capaz de ver ese Otro Mundo.
Aella visualizó las plateadas raíces del árbol enrollándose suavemente en sus
tobillos y sumergiéndose profundamente en la Madre Tierra. Ahora estaba
completamente anclada.
Si el cuerpo físico no estaba debidamente conectado a la tierra surgían
problemas. Aella aprendió esa lección cuando era muy joven. Se olvidó de anclarse
en la tierra y sintió una sensación de espacio, flotación y no entró completamente en
la cuarta dimensión. Estuvo enferma durante tres días. No tenía energía, dormía
mucho y todo le parecía inconexo y desconectado. No volvió a cometer ese error.
Abriendo los ojos, se sorprendió. Flotando justo encima de la hierba recién
cortada, a unos tres metros, había un hombre. Y no era un espíritu corriente. Su
corazón dio un vuelco y se paró un instante. Aella no lograba entender su reacción.
Había visto espíritus antes. El hombre le recordaba a un feroz guerrero de América
del Sur. ¿Sería Inca? No estaba segura. Se fijó en su poderosa masculinidad. Tenía
una cicatriz en la mejilla izquierda y varias en sus brazos morenos. Segura de que
era el espíritu guardián, se dirigió a él telepáticamente.
—Hola, soy Aella. ¿Eres el guardián de este sitio sagrado?
A Fox le invadió la alegría. Su Chaska todavía tenía la misma voz que cuando
estaba con ella. Cerrando los ojos un momento, disfrutó de su tono amable y ronco
como si estuviera atravesándole, encendiéndolo y haciéndole sentir ganas de vivir
una vez más. Luchó por olvidar su placer personal tanto como fuera posible.
—Saludos, Aella. Soy Atok Sopa, el ayudante del guardián de esta área sagrada. Puedes

34
llamarme Fox, si quieres. Mi nombre quechua es de mi última encarnación como un guerrero
inca jaguar.
Aella sonrió. Sí, se notaba claramente que Fox era un guerrero. En su cintura, en
una funda de cuero, llevaba lo que parecía ser una espada corta con la hoja
ligeramente curvada.
—¿Un guerrero jaguar? He leído sobre vosotros en los libros de historia. Veo que llevas
un collar de jaguar. Es hermoso...
Fox tragó saliva. «Oh. Amada, tú me lo diste». Sin pensar tocó el collar de oro y
esmeraldas. Al haber protegido a Aella de sus pensamientos, ella no oyó su
angustiosa respuesta. El dolor y el deseo de contárselo todo lo abrumaron. Fue
entonces cuando se dio cuenta de que ésta era su prueba. Chima le había advertido
que cada alumno pasaría por una prueba feroz en algún momento de su
entrenamiento. También le explicó que la prueba sería única para Fox, no la misma
que otros estudiantes.
Así que esta era su prueba. Oh, por la Gran Madre, ¿cómo conseguiría pasarla?
Miró fijamente a Aella, deslumbrado por su belleza natural, su naturaleza dulce y
su voz que aún resonaba en su acelerado corazón.
Intentando proteger su agitación interior, Fox respondió:
—Gracias. Mi adorada esposa me lo regaló en nuestro primer aniversario de boda. —Fox
podía decirle una verdad parcial. Los ojos de Aella se suavizaron con esa luz
dorada tan brillante y hermosa.
—Un regalo de corazón.
—Sí. Así es. ¿Cómo puedo servirte, Aella?
—Estoy aquí con Robert, mi compañero, para buscar algo. ¿Puedes ayudarnos?
Fox se estremeció interiormente. ¿Robert era su marido? Mantuvo el rostro
cuidadosamente neutro. Su capacidad de blindarse era una de sus capacidades.
Aella no estaría al tanto de sus sentimientos y pensamientos.
—¿Qué estás buscando?
—Una esfera verde. Es parte de lo que se conoce como el collar Llave Esmeralda. ¿Has
oído hablar de él? La leyenda dice que el Emperador Pachacuti ordenó crear siete esferas
esmeraldas para el collar cuando los súbditos que pronosticaban el futuro vieron una época en
que el mundo estaría al borde del abismo. El emperador ordenó que cada esfera se grabara con
energía positiva que ayudara a aquellos que tuvieran energía pesada a encontrar la Luz en su
lugar. Hizo que siete de sus sacerdotisas y sacerdotes viajaran por el mundo para ocultar
estas esferas de los Tupay. Si encontramos las siete esferas y las unimos, la Luz iluminará la
Tierra. Robert y yo servimos a la Luz. Nos han comunicado que la cuarta esfera está aquí, en
este sitio sagrado. ¿Sabes algo de esto? —Aella contuvo la respiración y frunció el ceño
ante el rostro de Fox.
No dejaba de mirarlo fijamente ni de disfrutar de lo atractivo que era. Su boca,
en particular, la hipnotizaba. El inconsciente deseo de besarle se apoderó de ella y la

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sorprendió por su urgencia. A algún nivel antiguo y recóndito, conocía su espíritu.
¿De una vida pasada? Lo más seguro.
A Fox le asombró la petición.
—Conozco el collar Llave Esmeralda porque servía al Emperador Pachacuti en el
momento en que lo crearon. Aunque no sé dónde envió a su gente de confianza para esconder
las esferas. No sabía que una de las esferas estaba aquí. Si es así, desconozco donde está.
Aella sintió una súbita tristeza. Cada vez que miraba a Fox sentía como si su
corazón se rompiera. ¿Por qué? Intentó concentrarse en la misión. Estaba aquí por la
esfera y nada más.
—Fox, ¿puedo estar en contacto contigo mientras la buscamos? Tal vez la esfera está
aquí, pero no se ha revelado a ti ni a nadie más.
Aella recordó la búsqueda de la tercera esfera por Kendra y Nolan en
Glastonbury, en el Pozo del Cáliz. Estaba escondida dentro de un tejo y nadie lo
supo hasta que Kendra llegó. La esfera había respondido sólo a ella. ¿Era posible
que un guardián espiritual no estuviera al tanto de tal información sagrada? No
tenía experiencia para afirmarlo. Robert y ella sólo podían buscar y esperar ser las
personas adecuadas para persuadir a la esfera y que saliera de donde estuviera.
Fox vio que la decepción cruzaba su rostro. Odiaba decepcionar a Chaska...
Aella.
—Claro. Trataré de ayudarte. —Sólo deseaba estar con Chaska. Absorber su
delicada belleza, estar en contacto con su aura violeta y oírla hablar una vez más. La
voz de Chaska siempre le había recordado el viento en la selva, un sonido que le
tocaba el corazón.
Sonriendo a Fox, Aella sintió que su espíritu se elevaba inexplicablemente.
Cuando él le devolvió la sonrisa, todo su ser se animó. ¿Cuál era su conexión con él?
Pero Aella tenía otros asuntos de los que ocuparse antes de ceder a su curiosidad
personal. Supo con seguridad que en los próximos días su vida cambiaría para
siempre. ¿Cómo? No tenía ni idea.

36
Capítulo 5

Fox siguió a Aella y a su compañero por el montículo. Su insaciable deseo de


estar cerca de ella, de oír su voz, de observar sus gestos, de empaparse de su risa, le
devolvía la vida. Su corazón latía rápido con los recuerdos, con ese pasado que una
vez más cobraba vida.
Aella era la otra mitad de su alma. Alaria le había explicado ese increíble
fenómeno. Le había dicho que era raro que la parte masculina y femenina de la
misma alma compartieran una vida juntos, y que si ocurría, en el momento en que
uno se relacionara con el otro en el plano físico no tendrían ojos para ningún otro.
Comprendía que fue muy afortunado al encontrar a Chaska en la época inca. Alaria
también le contó que, a veces, los dos individuos podían ser amigos o incluso
hermanos. Y que permanecían juntos y se apoyaban mutuamente durante toda su
vida.
Fox había sido bendecido por la Gran Madre, pensó al ver a los dos mirar el
mapa del montículo que se alzaba frente a ellos.
Otra perturbación en la cuarta dimensión llamó su atención. Se volvió hacia la
intrusión. Fuera de la blanca y protectora burbuja de energía que mantenía este
lugar fuera de los límites de los Tupay, vio a Víctor Guerra. Cerrando los puños,
apartó su atención de Aella. Se movió rápidamente hacia la entrada y permaneció
detrás de la barrera de energía mirando a Guerra.
El Señor de las Tinieblas observaba a Aella y Robert atentamente. Al instante,
Fox sintió un fuerte impulso de luchar contra el hechicero asesino. Guerra mataría
por cualquier objetivo que quisiera. El hechicero, al igual que muchos de los Tupay,
era capaz de invadir un cuerpo humano, encarcelar su espíritu y usarlo para sus
fines. ¿Qué estaba haciendo Guerra aquí?
Víctor sonrió falsamente cuando el guardián del montículo se acercó. Por su
ropa y actitud notó que Fox era un guerrero inca. Y no cualquier guerrero. Llevaba
el espíritu de un jaguar alrededor de sus amplios hombros. La mirada en sus ojos
color chocolate era de odio controlado. No había un Taqe en ninguna dimensión
que no lo odiara. El color rojo en el aura del guerrero jaguar era considerable. Los
Taqe habían elegido bien cuando pusieron a este espíritu para vigilar el lugar.
Algo que aumentó su curiosidad al preguntarse si el guardián conocería el
paradero de la esfera.
—Saludos, guardián. —Víctor se comportaría amablemente, como si su aparición
aquí no significara nada. Era evidente que el guardián pensaría lo contrario, pero
intentaría ser amable por más irritante que le resultara. Estaba acostumbrado a dar
órdenes y ejecutarlas. Sin embargo, este espíritu guerrero no era alguien con el que

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quisiera enfrentarse si la diplomacia conseguía evitarlo.
Fox frunció el ceño cuando Guerra intentó parecer agradable. Veía su salvaje
aura rojo oscuro y naranja, que le avisaba de una inminente jugada sucia, como de
costumbre. Chima le había advertido encarecidamente sobre Guerra. Le pareció
cosa del karma que ambos fueran de Perú, y que sus últimas encarnaciones físicas
hubieran vivido en ese país. ¿Qué energías tendrían en común?
—¿Qué demonios haces aquí? —gruñó Fox.
Al instante, el rostro del hechicero se puso blanco de rabia. Aunque
rápidamente consiguió esbozar una sonrisa retorcida, mostrando sus caninos
parecidos a los colmillos de un jaguar.
—Me interesan las dos personas que acaban de llegar —contestó de manera neutra,
asegurándose que ese estúpido guardián no lograra penetrar en sus
pensamientos—. Conozco las reglas. No cruzaré para seguirles hasta tu sitio sagrado.
Fox resopló violentamente.
—Lárgate hechicero. Los Taqe no te quieren cerca de ninguno de sus lugares sagrados en
esta Tierra. Vete.
Víctor abrió las manos en gesto de paz.
—No quiero discutir contigo, guardián. Honro la ley cósmica de la Gran Madre de no
invadir ningún lugar rodeado de energía Taqe. Respeto esas leyes en todo momento.
Fox apretó los labios mientras Guerra se movía amenazadoramente hacia donde
terminaba la burbuja de energía. Aunque se quedó a unos tres metros, todavía
estaba demasiado cerca. La energía y la fuerza de Fox no eran proporcionales a los
poderes del Señor de las Tinieblas. No podía atacar y hacer que huyera. Ése no era
el trabajo de un guardián, debía permanecer dentro de los límites de la burbuja y
asegurar su protección. Su sangre de guerrero recorría salvajemente su cuerpo.
Prefería matar a Guerra que mirarlo. Pero era imposible. No se puede matar a un
espíritu. Sólo la Gran Madre se dignaba a decidir si un alma vivía o moría en su
camino hacia la Luz. Los Tupay se quedaban atrapados en la energía malvada y
tardaban miles de encarnaciones para deshacerse de los celos, el odio, la envidia, el
asesinato, el robo y todos los demás rasgos humanos negativos. Guerra había
elegido el camino Tupay y no estaba interesado en volver a la Luz. Estaba atrapado
dentro de la negativa energía de poder y control sobre otros.
A veces Fox se preguntaba cómo la Gran Madre tenía tanta paciencia con
espíritus como Guerra. Se veía claramente que él disfrutaba de su perverso poder.
Mataría en un parpadeo y nunca lo lamentaría. Alaria le dijo una vez que la Luz no
podía existir en el plano terrestre sin la Oscuridad. Era la mezcla de las dos lo que
ayudaba a un alma a desarrollarse y crecer. La Tierra era una dura escuela. ¿Por qué
tenían que sufrir para crecer? En otras dimensiones el sufrimiento no era lo
principal, al contrario, reinaban el amor y la compasión.
Fox sostuvo la maliciosa mirada de Guerra.

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—Adiós, guardián. Ha sido un placer conversar contigo. —Víctor no vio razón
alguna para combatir con este guerrero jaguar. Ni él podía entrar ni el guardián
salir. Estaban estancados, pero tenía otros planes. Quería probar al guardián y
averiguar qué clase de amenaza sería para sus planes. Tendría que ser muy
cauteloso y jugar según las reglas de la Gran Madre, o este feroz guardián le haría
daño. Y no deseaba de ningún modo gastar su poder en este guerrero cubierto de
energía protectora.
Fox vio desaparecer a Guerra. Seguramente regresaría a su castillo donde vivían
y conspiraban los Tupay. Así como los Taqe tenían el Pueblo de las Nubes, los
Tupay tenían su bastión impenetrable en la cuarta dimensión. Nunca lo había visto,
pero Chima le había hablado del castillo. Regresó junto a Aella y Robert que aún
miraban el mapa.
Deseaba abrazar a Aella y hablar con ella otra vez. Pero tenía que obedecer las
leyes. Mirar la forma en que sus labios se movían, el maravilloso color dorado de
sus ojos, llenó su corazón de una espiral de esperanza.
—Creo que deberíamos empezar por la cola. —Robert señaló un extremo de la
serpiente—. ¿Te parece bien?
Aella estudió el montículo cubierto de hierba, un testimonio de la cantidad de
gente que lo construyó durante décadas con canastos de tierra. Debían de saber que
la serpiente tendría una energía única. Ella misma notaba que se abría el chakra de
su corazón simplemente por estar cerca.
—La cola es un buen lugar para empezar.
Riéndose, Robert comentó:
—Es algo simbólico comenzar por la cola y avanzar hacia la boca abierta.
Asintiendo, Aella dobló el mapa. A medida que se desplazaba hacia la
serpiente, notó un notable cambio de energía. Fue rápido, mucho más rápido de a lo
que estaba acostumbrada. Mareándose, se detuvo tambaleante y notó la mano de
Robert en su brazo.
—¿Estás bien? —preguntó, preocupado.
—Sí... sí, estoy bien. Acabo de encontrarme con una pared de energía nueva y
más alta, eso es todo. Es rápida y poderosa. Vaya... —Estaba sólo a treinta
centímetros de la serpiente—. Es realmente única. —Su brazo hormigueó donde
Robert la tocaba y vio la preocupación en sus rasgos. Algo afable y denso fluyó
entre ellos mientras le acariciaba el brazo. Lo vio en sus ojos, un interés repentino,
deseo mezclado con felicidad. Sí, así se sentía también Aella.
—Sólo necesito un momento —dijo, afianzándose sobre sus pies. Robert retiró
la mano y ella echó de menos su toque—. Tengo experiencia con otras áreas
sagradas de Grecia y es lo mismo. La energía es siempre mucho más poderosa y alta
en frecuencia, por eso mi aura debe cambiar para ajustarse.
—¿Algo parecido a estar quieta en un río que se mueve rápido cuando estás

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acostumbrada a estar de pie en tierra? —preguntó Robert mientras la miraba con
atención.
—Eso mismo —exclamó, contenta por su comprensión. Aunque era un
cambiante, Robert entendía fácilmente su mundo de sensaciones—. ¿Sientes el
cambio?
Él asintió y miró con admiración la longitud de la serpiente.
—Siento el cambio, pero no me ha mareado. Soy consciente de que hemos
atravesado lo que llamaría un velo de energía, como una cortina invisible.
Aella percibió cerca al guardián. La protección emanaba de él hacia ella. Según
su experiencia, los guardianes de otras áreas sagradas generalmente la dejaban sola,
pero éste no. No le molestaba. Al contrario, la cercanía de Fox la llenaba con una
maravillosa sensación de calor y seguridad. Cambió a su capacidad de clarividencia
y lo vio a unos tres metros.
—Voy a hablar con el guardián un momento —le informó a Robert.
—Está bien —murmuró, sacando el bolígrafo de su bolsillo y abriendo su
cuaderno para tomar notas.
Fox se alegró al ver a Aella regresar a la cuarta dimensión. Ella le sonrió. Se
sintió como si lo bañara la luz del sol, el calor penetrando en cada centímetro de su
espíritu. Nunca se había sentido tan bien... o tan correcto. Reprimió su angustia y el
deseo de contarle la verdad.
—Buenos días otra vez, Fox —saludó Aella. Su serio rostro se iluminó
repentinamente y su boca se curvó en una maravillosa sonrisa de bienvenida.
—Tu presencia aquí hace hermosa la mañana —admitió. Ella se sonrojó brevemente.
Sólo oírla hacía que su espíritu se elevara como un cóndor. Aella no recordaba su
conexión o su amor, pero a algún nivel muy profundo su alma respondía ante él.
—Me deslumbra la energía de la serpiente. ¿Qué puedes contarme sobre ella, Fox?
—El montículo es un gran centro de energía en este continente. Hay una línea de energía
que se retuerce y se desplaza desde el punto más lejano de Sudamérica hasta el Polo Norte.
Allí completa el círculo global.
—¿Y este montículo está construido sobre esa línea de energía?
Fox se alegró al descubrir que Aella comprendía que el planeta estaba envuelto
en una tela invisible de energía, y dentro de esa tela había carreteras norte-sur y
este-oeste. Esa tela etérea determinaba la salud o la enfermedad del planeta. Si las
conexiones de las líneas eran fuertes y estaban limpias y desbloqueadas, la Tierra
estaba sana. Sin embargo, esas líneas en movimiento constante se bloqueaban
fácilmente por la contaminación creada por los humanos. Cuando las líneas estaban
sucias, la salud de la Tierra disminuía y la temperatura subía en consecuencia.
—Sí, a través de la Tierra los sabios de hace miles de años se relacionaban con esas
conexiones y los guiaban para construir sitios sagrados, no sólo para mejorar y proteger la
energía, sino también para mantenerla limpia y que el planeta conservara el equilibrio.

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—¿Este montículo está conectado con la línea que va hasta el Polo Norte? —preguntó
Aella.
—Sí.
—¿Y la que va al sur?
—El montículo es el punto de intersección principal entre dos grandes líneas que cruzan
el planeta. Estás sintiendo la energía y su movimiento en dos direcciones diferentes;
norte-sur y este-oeste. Los humanos que lo construyeron eran muy conscientes de que tal
condición tenía que tomarse en cuenta con el fin de complementar la energía. De esa manera,
la Tierra absorbe el cien por cien de la energía.
Aella repitió toda la información a Robert quien la anotó. Estaba encantada de
que el guardián fuera tan amable y les informara sobre el montículo.
—¿Y tú te aseguras de que esas dos líneas principales se mantienen limpias?
—Sí, es una de mis responsabilidades.
—¿De dónde viene la energía? —interrogó Aella.
—Cada árbol de este planeta es como una antena que absorbe la energía cósmica que
abunda en el universo. Los árboles son receptivos a esa energía y circula por sus troncos hasta
sus raíces. A partir de ahí, la energía se envía a la línea más cercana y de ésta a las demás. Así
llega a un sitio importante donde las líneas se entrecruzan y la extienden por la Tierra.
—Entonces, ¿la serpiente es como una estación de energía?
—Sí. Es vital e importante para la salud de todo el continente Norteamericano.
—¿Qué pasa con Centroamérica?
—Los Aztecas y Mayas construyeron pirámides especialmente en la península de
Yucatán. La línea de energía serpentea por esa zona. El conocimiento de las pirámides llegó
de la Atlántida antes de que se hundiera bajo las olas del Océano Atlántico. Los que
sobrevivieron al cataclismo huyeron a otras partes del mundo. Algunos acabaron en la
Península de Yucatán. Allí se mezclaron con los habitantes y construyeron las pirámides
para capturar y mejorar la energía de la línea de esa región.
—¡Es fascinante! —exclamó Aella.
El corazón de Fox saltó ante el entusiasmo de Aella. Le alegraba compartir sus
conocimientos con ella, provocándole un gran placer ver que sus ojos dorados se
agrandaban con asombro. En ese momento era igual que su joven e inocente novia,
y le trajo dulces recuerdos de sus primeras noches como amantes ya casados. Tenía
que alejar esos sentimentales recuerdos, por ahora.
—Sí, es fascinante. No me canso de trabajar para mantener las energías vivas y estables.
—¿Y los Atlantes que sobrevivieron al hundimiento llegaron también a América del
Norte? ¿Construyeron estos montículos?
—Sí, algunos supervivientes terminaron en este continente. No tuvieron una relación
directa con los montículos que se construyeron aquí. Los crearon los druidas de Inglaterra y
Europa que vinieron en barcos. Los nativos americanos de la costa este los recibieron con
cortesía. Su objetivo era construir montículos en esta área en particular para apoyar esa

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importante línea. Los druidas trabajaron con los nativos de este continente. Encontrarás
montículos en Mississippi, Ohio y hasta en Michigan y Canadá.
—¿Cómo conocían los druidas las líneas de energía?
—Por los Atlantes que sobrevivieron y huyeron a Europa o Gran Bretaña. Les enseñaron
sus conocimientos a los sabios que residían allí. Así fue como surgieron los druidas. Sé que la
historia cree que aparecieron en la Edad de Hierro, pero eran mucho más sabios que los
humanos de hoy en día sobre la energía y cómo mantener la armonía del planeta.
Aella sonrió y él se agitó una vez más.
—Es asombroso. Robert y yo te estamos muy agradecidos, Fox. No esperábamos tu
ayuda. Eres un espíritu maravilloso. Desearía que fueses físico. Te abrazaría y besaría la
mejilla. Has sido muy amable.
A Fox le divirtió su descarado entusiasmo. Así era Chaska; una mujer que a
veces se convertía en una niña maravillosa e inocente que veía la vida a través de su
impresionada mirada. Las lágrimas acudieron a sus ojos. Rápidamente parpadeó y
se aseguró de esconder sus emociones. Tenía que retenerlas. Ella no las entendería y
no podía decirle la razón. Amargamente, tragó antes de recuperar de nuevo la voz.
—Aella, si quieres hay una manera de pagarme.
—¿Sí? ¿Cómo? Dímela. Me encantaría hacer algo por ti a cambio.
Era tan difícil permanecer inmune a su burbujeante entusiasmo. Le dolía ver el
arrobamiento en su rostro. Su sensual boca le hizo desear estar en cuerpo físico una
vez más para amarla hasta que se desmayara de placer. No lo había deseado desde
que se graduó en este nivel de desarrollo espiritual. Era una prueba. Chima ya se lo
había advertido.
—Permíteme enviarte sueños. No puedo hacerlo a menos que me digas que sí.
—¿Sueños? ¡Claro que sí! Me encantaría continuar nuestras conversaciones durante el
sueño. Gracias, Fox. Agradezco tu amabilidad.
Al obtener su permiso se conectaría con ella de una manera que no rompería las
leyes cósmicas. Pero tenía que ser muy cuidadoso. Sonrió.
—Te visitaré esta noche mientras duermes, hermosa Aella. —Fox era capaz de entrar
en sus sueños sin importar dónde estuviera ella. No tenía que abandonar el
montículo. La energía de los sueños pertenecía a la cuarta dimensión. Un repentino
júbilo le invadió, haciéndole sentir como un hombre que acaba de ver la puerta de
su prisión abierta hacia la libertad.

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Capítulo 6

Aella no tardó mucho en dormirse aquella noche. Después de tomar un


memorable baño caliente, se acurrucó debajo de las sábanas y se quedó dormida de
inmediato. El sueño que Fox le había prometido llegó de madrugada...

—¡Chaska! ¡Estás aquí!


Chaska jadeaba en la última terraza donde crecían las patatas. Por encima de
ella se alzaba el imponente Machu Picchu. Miles de trabajadores estaban ocupados
construyendo un laberinto de templos y viviendas. Se apartó el pelo de la cara y
sonrió mientras su madre, Suyay, se acercaba rápidamente por el camino lateral que
conducía a las muchas terrazas de piedra.
—¿Por qué has salido de la cabaña? —preguntó Suyay, arrodillándose frente a
su hija de ocho años que estaba claramente sin aliento y con las mejillas enrojecidas
por el esfuerzo. A su izquierda, los aldeanos quitaban cuidadosamente la maleza de
entre las miles de plantas de las terrazas. Los silenciosos jirones de nubes que
siempre se movían alrededor de las montañas cruzaban el cielo. Su hija, que tenía
los ojos dorados de un jaguar, se arregló el vestido de algodón manchado de barro
que le llegaba hasta las rodillas.
—Hija, ¿qué has estado haciendo? Te llamé constantemente cuando tu abuela
no te encontró.
Sonriendo, Chaska señaló la cercana selva al final de las terrazas.
—¡Mamá, he encontrado una mariposa azul! ¡Azul! ¡Ya sabes que me gustan
mucho! Estaba sentada en la terraza y vino volando de la selva hacia mí. —Sonrió
con orgullo mientras su madre le retiraba el pelo del rostro para sujetarlo con un
cordón de cuero.
—Oh no, tú y tus mariposas azules —murmuró Suyay. Con determinación,
sujetó los delgados brazos de su hija—. ¡Chaska! ¡No debes escaparte así! Tienes
que decirme a mí o a tu abuela dónde vas. Esta montaña es traicionera. Los
trabajadores todavía están despejando la selva y quién sabe lo qué hay allí. Justo
ayer por la noche un guardia vio un jaguar en el límite. ¡No puedes correr por aquí
persiguiendo mariposas azules!
Haciendo pucheros, Chaska bajó la cabeza.
—Pero mamá, sé que no habría mariposas azules por alrededor si el jaguar
estuviera despierto y acechando a su presa. Por donde se mueve un jaguar la selva

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se queda en silencio e inmóvil. Si hay mariposas sé que el gato no está cerca.
Suyay le agarró la mano.
—Vamos, Chaska. Te prohíbo volver a acercarte a la selva. No me importa si
hay hermosas mariposas azules. ¡No quiero que te coma un jaguar!
Cabizbaja, caminó al lado de su madre. Chaska era de la nobleza, la sobrina de
una princesa inca. Y estaba encantada de haber sido invitada por el emperador para
trasladarse al Machu Picchu en los meses de invierno. El Emperador Pachacuti
estaba cansado de los inviernos fríos y secos de Cuzco. Deseaba el calor de la selva y
envió a su gran sacerdotisa del Templo de la Luna para que encontrara un lugar
más cálido. La sacerdotisa localizó este maravilloso trío de tranquilas montañas con
forma de pan, cuyas pendientes empinadas estaban cubiertas con miles de
orquídeas, y se convirtió en la nueva residencia de invierno del emperador.
—He tocado una mariposa azul, mamá. Estaba muy cerca de la selva cuando la
vi volar. La llamé y vino. Estiré los dedos y... —Mostró la mano derecha a su madre
y cerró los dedos—. ¡La mariposa voló y se posó en mis dedos! Me hizo cosquillas.
—Chaska rió con entusiasmo por el recuerdo—. Las patas de la mariposa eran
largas y negras.
Alzando una ceja oscura y delgada, Suyay dijo a regañadientes:
—Cuéntaselo a tu abuela. Se emocionará al oír tus aventuras. Cuando era joven
podía llamar a las abejas. Siempre encontraba miel. ¿Lo sabías? —Suyay subió el
último escalón para llegar a los jardines del templo. Enfrente se veía la piedra gris
del Templo de la Luna. Más allá estaba la entrada al Templo del Sol. Varios
sacerdotes vestidos de blanco caminaban en procesión.
—Recuerdo a la abuela llamando a las abejas —respondió Chaska, deteniéndose
al lado de su madre y mirando a un grupo de jóvenes de unos diez años conducidos
por los sacerdotes que cantaban. Detrás de ellos, las sacerdotisas golpeaban los
tambores que sonaban como truenos en todo el complejo.
—¿Qué están haciendo, mamá?
—Son chicos entrenándose para convertirse algún día en guerreros jaguar. —Su
tono de voz se volvió sombrío—. Es decir, si sobreviven a las pruebas.
Chaska había visto a este grupo de diez chicos sólo una vez desde que habían
llegado a Machu Picchu hace seis meses. Los guerreros jaguar eran los mejores y
más valientes de todos los guardias del emperador. Veían por la noche con su
visión clarividente. Sabía que cada niño había sido elegido al nacer por la
Sacerdotisa de la Visión, que proclamaba los niños de las familias incas que poseían
habilidades clarividentes. La familia escogida entregaba voluntariamente a su hijo a
los Sacerdotes del Sol del emperador. Era un gran honor ser elegido, pero cerca de
tres cuartas partes de ellos morirían antes de pasar la agotadora prueba final a los
dieciocho años. Los que sobrevivían eran tratados como semidioses por la
población inca. Servían y protegían al emperador a toda costa y voluntariamente se

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ponían frente a él para tomar una maza o una lanza. Además, el emperador
confiaba en sus guerreros jaguar sobre todos los demás porque juraban darle sus
vidas. Solía enviar a un par a comprobar parte del gran Imperio inca y volvían con
información vital.
Chaska dijo con admiración:
—Mira a ese chico. El tercero detrás del sacerdote.
Suyay entrecerró los ojos.
—¿Qué pasa con él?
—Me cae bien.
Suyay bromeó:
—¿Cómo puedes saberlo? Esos jóvenes guerreros no pueden estar entre
nosotros mientras se entrenan. Viven en una cueva bajo ese cerro. Sólo los
alimentan los sacerdotes. —Los chicos sufrían un entrenamiento brutal y Suyay se
alegraba de haber tenido una hija, no un hijo. Su línea familiar también poseía la
venerada Visión, pero agradecía que nadie viera a las niñas como posibles
guerreras. Si Chaska quería ser sacerdotisa, sería algo digno de su noble hija.
Deseaba que Chaska fuera feliz y, a menudo, sentía que su hija sería un excelente
partido matrimonial por su posición y noble herencia. Suyay soñaba que su hija se
casaba con un príncipe... Quien elevaría aun más el estatus de su familia.
Mordiéndose el labio inferior, Chaska siguió la procesión con la mirada. El
complejo del templo estaba en la parte más alta de la montaña. Debajo había una
plaza verde y rectangular donde los soldados desfilaban, se celebraban ceremonias
y jugaban los niños. Estaban justo al borde de la montaña que daba a las treinta
terrazas de debajo que alimentaban a esta población de casi mil personas.
—¡Sólo sé que me cae bien! —Chaska ya lo había visto antes una vez. Por
accidente había perseguido a una mariposa azul hasta cerca de la entrada de la
cueva del guerrero jaguar. Un sacerdote la había pillado antes de que entrara
equivocadamente en esa zona fuera de los límites.
—Lo vi, mamá. Llevaba una preciosa piel de jaguar sobre los hombros. Me vio
perseguir a la mariposa y me miró desde detrás del sacerdote. ¡Me gustó su sonrisa!
Sus ojos son como oscuros estanques con salpicaduras de luz de luna. ¡Además es
alto y fuerte y mucho más guapo que los otros chicos!
—Hija, eres demasiado obstinada y sabia para tu edad. —Suyay se echó a reír.
—¿Lo has visto, mamá?
—Sí.
—¿No destaca del resto? Es más fuerte y alto que los demás. Me gusta cómo
camina. ¡Actúa como si ya fuera un guerrero del emperador!
Eso era cierto, decidió Suyay.
—No sé quién es.
—Le pregunté a la abuela después de haberlo visto cerca de la cueva. Dijo que

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los chicos vienen de todo el imperio y que no hay manera de saber sus nombres. ¡Es
un misterio!
—Tienes sólo ocho años. No se puede arreglar un matrimonio hasta que tengas
doce. Y sabes que los aprendices de jaguar ni siquiera se gradúan hasta los
dieciocho. Si sobreviven tanto.
—Ah —contestó Chaska con rapidez—. ¡Sé que sobrevivirá! Es fuerte. Me
encanta la forma en que anda con tanto orgullo, como si ya fuera un jaguar.
Suyay pasó la mano por la larga y sedosa coleta negra de su hija. La mañana no
era tan húmeda como de costumbre y su cabello no estaba tan rizado.
—¿Y si tu padre y yo preferimos otro chico para ti cuando puedas ser
prometida? —bromeó. Los ojos dorados de Chaska se entrecerraron.
—¡Mamá! Me prometiste que elegiría lo que quisiera en mi vida.
—Es verdad.
—¡Lo quiero a él! —exclamó, señalando la procesión.
—¿Y si él no te quiere? Los guerreros jaguar son especiales, Chaska. No tienen
que casarse. Muchos no lo hacen. En cierto modo ya están casados con el
emperador y su familia.
—No, mamá. Se casará conmigo. ¡Sé que lo hará! —replicó obstinadamente.
—Ya veo... —Suyay sabía que la Visión de su hija era fuerte. ¿Para qué iba a
discutir? Ella había conocido a su esposo, Cusi, cuando tenía once años. Sus familias
vivían en Cuzo sólo separadas por una puerta. Su madre, la abuela de Chaska, Ima
Sumac, había visto la conexión entre ellos. Suyay supo entonces que un día se
casaría con su amado Cusi. Con doce años fueron prometidos y se casaron a los
dieciséis.
—¿Has visto a ese chico en tus sueños?
—Sí, mamá. Él es mi futuro esposo. No me vas a prometer a nadie más, ¿no? Le
esperaré. —Sonriendo, Chaska tocó su pecho plano debajo del bordado y colorido
cóndor de su vestido.
Suyay levantó a su hija en brazos y avanzó por una calle de casas de piedra con
techos de paja.
—Ven, tienes que cambiarte de vestido. Está sucio de barro y la abuela no
permitirá que salgas de nuevo si no estás limpia. ¿Qué diría la emperatriz si te ve
tan sucia? Te consideraría una humilde trabajadora o una esclava. No querrás
parecer indecorosa. Después de todo, si crees que vas a casarte con un guerrero
jaguar debes comportarte con nobleza.
—¡Ya soy noble! —replicó Chaska, con los brazos alrededor del cuello de su
madre y saludando a varios niños que jugaban con una bola.
—La nobleza es más que un título —le recordó Suyay suavemente dejándola en
el porche de su casa—. Debes ir con ropa limpia y tener el cabello peinado y
trenzado.

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Chaska empujó la puerta de madera con bisagras de cuero. El olor a carne de
alpaca que se cocinaba junto a unas cebollas y patatas le hizo la boca agua. Su
abuela estaba sentada al lado del fuego, revolviendo el estofado con una larga
cuchara de madera.
—Entonces ¿las chicas nobles no persiguen mariposas?
Riéndose, Suyay cerró la puerta.
—Bueno, digamos que una chica noble no debe ser sorprendida haciendo tal
cosa.
Chaska sonrió.
—¡Bien! Porque quiero que otra mariposa azul se pose en mi mano.
Suyay quitó el vestido sucio de su hija y la abuela Ima Sumac sacó uno limpio
de una pila de ropa en un estante.
Chaska le contó emocionada a su abuela lo de la mariposa. Ima Sumac tenía
cuarenta años y el pelo largo y gris con rayas negras. Era baja y gruesa y sufría
artritis en los pies, lo que le impedía caminar bien. Chaska amaba ferozmente a su
abuela que cocinaba para la familia.
—Mariposas y jóvenes —cacareó Ima Sumac poniéndole el vestido a su nieta. El
bordado que había cosido en éste era el favorito de Chaska; una mariposa azul.
Muy apropiado para las aventuras de esta mañana.
Chaska alisó el vestido en su delgado cuerpo. No llevaba nada en los
embarrados pies. Su madre la sentó en un taburete y agarró un cuenco de agua
caliente para lavarlos.
—Abuela, ¿es verdad?
—¿El qué? —preguntó Ima Sumac, cojeando para sentarse en el taburete de
nuevo.
—Que al chico que será un guerrero jaguar le gustaré si estoy limpia y llevo el
pelo trenzado.
Con una risita, Ima Sumac intercambió una mirada con su hija.
—Los guerreros jaguar son considerados más altos que la nobleza, Chaska. Son
los mejores guerreros espirituales del emperador. Pueden elegir a cualquier mujer
del imperio si desean casarse. —Agitó un dedo ante Chaska que se limpiaba los pies
con un paño—. Si quieres llamar la atención de un hombre así debes ser limpia,
hermosa y conducirte con elegancia.
—Lo que significa —añadió Suyay, arrodillándose para secar los pies de su
hija—, que no tienes que perseguir más mariposas azules.
Malhumorada, Chaska observó cómo su madre la secaba suavemente.
—¡Sé que él me amará porque persigo mariposas azules!

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Aella despertó lentamente, los restos del sueño la hicieron sentirse feliz. Se
quedó con los ojos cerrados para disfrutar esa escena familiar. Se había sentido
como esa niña, Chaska. Aun notaba el aroma del estofado que la abuela había
hecho.
¿Dónde terminaban los sueños y comenzaba la realidad? Se acurrucó y suspiró.
A veces soñaba con vidas pasadas. Y en otras ocasiones, era su subconsciente
hablando con ella por medio de símbolos y situaciones. Éste le había parecido como
si fuera el sueño de una vida pasada en Perú. Su mente todavía estaba dispersa, aun
entre la periferia entre el sueño y la realidad.
Más que nada, recordaba a ese chico que andaba tan confiada y audazmente
entre el grupo de alumnos de guerreros jaguares. Lo conocía. ¿Pero, cómo?
Buscando en sus recuerdos se preguntó si lo conocía de esta vida. Y si era así, ¿de
dónde? Por sus constantes viajes conocía a muchos hombres de negocios que
poseían sus propias corporaciones. Pero ninguno de ellos se parecía a ese joven
inca.
Era tan serio, tan centrado. Su largo cabello negro llegaba hasta sus orgullosos
hombros, y tenía los pómulos altos, la piel cobriza y los ojos color chocolate que
realmente parecían estanques con la luz de la luna brillando desde lo más profundo
de su interior. Eran inquietantes y ligeramente inclinados, dándole la apariencia de
un jaguar.
Tal vez fuera eso, decidió mientras se tapaba. Esos ojos hipnóticos. De alguna
manera el desconocido la había hipnotizado en el sueño. Todavía notaba su
concentración en ella.
Cuando sus ojos se habían encontrado por primera y única vez en el sueño,
había sentido un cambio tan profundo en su interior que no pudo descifrar. El
sentimiento de una alegría incomparable, como si verlo hubiera sacudido su
mundo por primera vez. ¿Cómo era posible? Abriendo los ojos, se percató que el
amanecer asomaba por la ventana de la habitación del motel.
La expresión de los ojos del desconocido la tocó donde nadie lo había hecho
jamás. Había tenido alguna relación seria con los hombres, pero este sueño
subrayaba lo débil que habían sido comparadas con la intensidad de enamorarse de
ese chico. La carga emocional del sueño la hizo desear saber más. ¿Habría
conseguido convertirse en un guerrero jaguar? ¿O había muerto intentándolo?
Aunque realmente intuía que habría superado todas las pruebas y convertido en un
poderoso guerrero.
Pensó en Fox. Era un guerrero jaguar, un guardián espiritual. Y le dijo que le
enviaría un sueño. Tenía muchas preguntas que hacerle. ¿Qué significaba este
sueño? ¿Era ella la obstinada y revoltosa Chaska? Le gustaba esa niña porque le
recordaba a ella misma en esta vida.
Retirando las sábanas, se levantó. Quería hablar con el guardián. Mientras se

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desvestía en el baño, se sintió confusa. Su atracción por Robert no era tan fuerte ni
íntima como la conexión que sintió en el sueño. Hasta este momento no se había
dado cuenta de lo esquiva que ella era, excepto para ese joven que había hecho que
su corazón tartamudeara con una inmensa felicidad.
Primero desayunaría con Robert y repasaría la agenda del día. Después visitaría
a Fox. Segura de que el guardián se lo explicaría, deseó a un nivel inmaduro librarse
de Robert y la misión e ir directamente a hablar con Fox.
Después de ducharse con un jabón con aroma de limón que olía muy bien, se
secó y se vistió con una camiseta rosa oscuro y unos vaqueros ajustados. Añadió un
estrecho cinturón de cuero, calcetines y zapatillas deportivas, y se peinó mirándose
en el espejo. Observó sus ojos. Todo el mundo decía que eran bonitos. Chaska tenía
los mismos ojos y la misma forma de cara. Ahora estaba más segura que nunca de
que el sueño trataba sobre una de sus vidas. Intentó calmar su entusiasmo. Terminó
poniéndose los pendientes de Atenea y una simple cadena de oro.
El sol brilló intensamente en su rostro al abrir la puerta. Vio a Robert
esperándola y le sonrió. Había un pequeño restaurante cerca y olió el bacón frito.
Tenía hambre.
—¿Has dormido bien? —preguntó Robert mientras se dirigían al restaurante.
—Sí. ¿Y tú?
Robert se encogió de hombros.
—He tenido pesadillas. Un tipo barbudo con brillantes ojos rojos decía que iba a
matarme.
Frunciendo el ceño, Aella notó su preocupación.
—Lo siento. ¿Tienes esas pesadillas a menudo?
—Nunca. Eso es lo que más me molesta. —Entraron en el restaurante.
—Siento una presencia muy oscura y negativa por aquí —le explicó ella
mientras la camarera los llevaba hasta una mesa y se sentaron—. ¿Los cambiantes
también la pueden sentir?
—Sí —contestó, agradeciendo a la camarera el café que les sirvió—. Pero no
como tú. ¿Y tú? ¿Has soñado algo agradable?
Tomando la taza, Aella se echó crema y lentamente lo agitó.
—Sí, ha sido muy agradable.
—Cuéntamelo.
—No revelo mis sueños, Robert. Mis padres me enseñaron a no divulgarlos por
miedo a que perdieran su impacto en mí.
Robert soltó una risita mientras bebía un sorbo de café y miraba el menú.
—Sinceramente, me gustaría deshacerme de los míos y el impacto que han
causado en mí.
Se notaba que realmente las pesadillas le habían inquietado, y Aella sintió un
escalofrío de miedo. La alegría de su sueño se evaporó ante las pesadillas de Robert.

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Tenía que apartar sus deseos personales y prestar más atención. Estaba segura que
Robert había sentido el mismo espíritu que ella en el montículo. ¿Era una
advertencia?

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Capítulo 7

Aella casi no podía contener sus ganas de hablar con Fox mientras se dirigía con
Robert hacia el montículo. La mañana estaba un poco nublada, típico del mes de
julio. Los turistas aun no habían llegado, estaban sólo los dos. Robert con su
inseparable cuaderno y bolígrafo.
—¿Qué quieres hacer primero? —preguntó él, acercándose a la cola de la
serpiente.
—Quiero meditar cerca de la cola y ponerme en contacto con el guardián. —Era
una decisión egoísta. En este momento no deseaba hablar de la esfera con Fox, pero
no se lo diría a Robert. Informarse sobre la esfera le costaría poco, por eso se
permitiría la licencia de preguntarle por el tema que la intrigaba. La culpa le
remordió la conciencia, aunque no lo suficiente como para detenerla.
—De acuerdo. Yo buscaré información del museo en internet.
Aella sonrió.
—En internet es posible que encuentres cosas absurdas.
Él sonrió y asintió.
—Es posible. Pero creo que siempre hay una pizca de verdad en lo absurdo.
—¿Nos vemos en el museo dentro de una hora?
Robert se puso el sombrero de Indiana Jones y bajó el ala.
—Muy bien. Que te diviertas.
Aella se sintió más ligera mientras corría hacia el final del montículo. A las
visitas no se les permitía subir, ya que tantas personas pisándola acabarían
destruyendo la serpiente. Encontró un olmo no lejos de la cola y sentándose, se
apoyó contra él abriéndose a la cuarta dimensión. Vio a Fox a metro y medio de
distancia.
Iba vestido como un guerrero jaguar, en sus fuertes hombros se veía la piel de
un jaguar con manchas doradas y negras. Tenía el pecho desnudo y llevaba una
falda de algodón negro que caía justo encima de sus rodillas, con un cinturón de
cuero y la espada en una vaina. Su corazón se aceleró ligeramente al ver sus ojos
color chocolate.
—Anoche tuve un sueño, Fox. ¿Me lo enviaste tú?
—Sí. —Fox vio la esperanza en sus encantadores ojos. Por todos los dioses
incas... Se moría por tomarla en sus brazos, besar sus párpados y deslizar sus labios
lentamente por su mejilla hasta su tentadora boca.
—Estoy confusa. Vi a un niño que estaba entrenando para convertirse en un guerrero
jaguar. ¿Eras tú? Porque sus ojos eran iguales a los tuyos.
Fox curvó su boca ligeramente. La ley le impedía contarle nada a Aella, pero si

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ella preguntaba estaba obligado a decirle la verdad. Eso no violaba la ley. Había
esperado que al enviarle el sueño le hiciera las preguntas correctas y él pudiera
forjar una conexión con ella en esta vida.
—Sí, era yo.
—Entonces... Chaska... ¿quién era?
Eso no podía decírselo. Estaba prohibido.
—¿Quién crees que era?
—Bueno, me sorprendieron sus ojos dorados. Son iguales a los míos. No hay mucha
gente que tenga este color de ojos. Me he despertado preguntándome si fui Chaska en una
vida pasada en Perú. ¿Era yo?
Su corazón retumbó brevemente en su pecho. Ahora Fox tenía la puerta abierta
para decírselo.
—Sí, en esa vida eras Chaska.
El pulso de Aella se agitó un instante mientras reflexionaba. Una increíble
oleada de felicidad la inundó como una marea.
—Entonces... ¿Chaska lo consiguió? ¿Se casó contigo? —Contuvo la respiración.
Esperaba fervientemente que la respuesta fuera sí, pero entonces, ¿qué pasaría? Fox
era un espíritu. Y ella tenía un cuerpo físico. ¿Sería un amor perdido? No quería oír
las respuestas, sabía que le resultarían devastadoras.
Fox observó la mezcla de emociones en su legible rostro. Los colores de su aura
cambiaron bruscamente, la intensidad iba y venía. Intentó protegerla de sus propias
emociones.
—Sí, me casé contigo tan pronto como me convertí en un guerrero jaguar. —Se le
formó un nudo en la garganta. Las lágrimas asomaron a sus ojos y rápidamente
parpadeó para alejarlas—. Eras mi amada esposa, Chaska.
Una energía cálida y excitante la abrumó. Absorbió la oleada inesperada como
una esponja sedienta. Su pasado mutuo había emergido. Mientras se empapaba de
su amor -un eterno amor que nunca se destruyó- Aella descubrió que Fox fue
mucho más que su marido en una de sus encarnaciones. Se tocó distraídamente el
acelerado corazón.
—No entiendo por qué me siento así, Fox. Sé que nos amábamos... profundamente. Pero
lo que estoy experimentando es... muy abrumador. ¿Qué está pasando? —le preguntó sin
aliento.
—Respira, Aella. Respira profunda y lentamente. Se te pasará. Debido a que nos hemos
conectado una vez más, todo el amor que teníamos se ha desbloqueado y ahora está fluyendo
de nuevo en ti. Si una persona se conecta con una vida pasada como lo estás haciendo tú
ahora, se experimenta una sensación momentánea de agobio. En pocos minutos se pasará,
igual que la marea retrocede de la playa. —Fox observó que Aella se sonrojaba cuando la
energía volvió a entrar en ella. Regresarían todos sus recuerdos. La válvula psíquica
que retenía toda esa información y sentimientos se había abierto. Por un momento

52
pensó si había hecho lo correcto por las razones correctas. Después de todo, nunca
podría volver a amarla.
Habitaban dimensiones diferentes. ¿El conocimiento sobre su unión la ayudaría
en su encarnación actual? No le apetecía reflexionar mucho sobre esa cuestión. Lo
que había hecho no estaba mal, pero manipulaba la energía cósmica para sus
propios deseos. Como guardián se suponía que estaba por encima de esas cosas, el
deseo era una emoción humana y podía meter a alguien en problemas sin importar
la dimensión.
No sabía si acababa de complicar la vida de Aella. A veces, si alguien se
enteraba de una de sus vidas pasadas, le resultaba miserable vivir en el presente de
nuevo. Incluso deseaba volver a esa encarnación pasada. En la cuarta dimensión
podía suceder, ya que el tiempo era inexistente. Si Aella estuviera en espíritu serían
capaces de regresar a esa vida y vivirla otra vez. Pero el final siempre sería el
mismo, y no quería que Chaska muriera de nuevo en el parto. No la haría sufrir de
esa manera. Incluso sintiendo un egoísta y abrumador amor por ella, no torturaría
así su maravilloso espíritu.
Observando el aura de Aella brillar intensamente, comprendió que su conexión
seguiría siendo platónica. Oh, la visitaría en sueños y le haría el amor en ellos, pero
eso era todo. Los espíritus no podían consumar físicamente su amor. Fox perdió el
placer del contacto físico. Aunque hacer el amor en sueños resultaba satisfactorio,
era muy diferente a la pasión de dos cuerpos que se amaban salvajemente. No era
igual.
Aella notó que la energía empezaba a retroceder, como Fox había dicho. Lo
miró con nuevos ojos. Fue su marido. Un hombre fuerte y tierno con ella, pero un
feroz combatiente para un emperador a quien había jurado proteger con su vida. Se
llevó una mano a la garganta.
—Esto... es increíble.
—Sí, tuvimos una maravillosa vida juntos.
Aella tragó.
—Morí en el parto. Fue horrible. Perdí a nuestro bebé...
—Mi amor, no te pongas triste. Fue hace muchas vidas. El espíritu del bebé avanzó y
entró en otra encarnación, igual que nosotros.
—Pero tú no lo hiciste, Fox. Después de morir en una batalla te dieron una elección.
Ahora entiendo por qué estás aquí. Te ofreciste a ser el guardián de un lugar sagrado. Es una
merecida recompensa para que tu alma avance.
—Sí. Te echaba de menos, Aella. Echaba de menos lo que tuvimos. Y mirando hacia atrás,
cuando hice mi elección seguía llorando tu pérdida y la de nuestro hijo —le confió Fox.
—Suena como si lamentaras tu decisión.
—No lo hacía hasta que te vi de nuevo. —Aella enrojeció una vez más. Era
increíblemente seductor cuando se sonrojaba así. Chaska había hecho lo mismo.

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—No puedes deshacer lo que has hecho. Estás en espíritu y yo en un cuerpo. No he
llegado tan lejos como tú espiritualmente, por eso todavía tengo vidas humanas.
Fox percibió su alegría. Ella estaba aceptando su relación. Pero le preocupaba
que tuviera problemas con ese conocimiento y tratara de vivir su antigua vida.
—Tu alma es brillante y pura, Aella. Descubrí por Chima, el guardián que me entrenó,
que tú también tuviste que hacer una elección. Podías haberte quedado en espíritu como yo,
pero elegiste permanecer en la Tierra para ayudar a otros. También fue una buena elección.
No conozco a muchas almas que lo harían sin tener que necesitarlo.
Aella se echó a reír.
—Sí, creo que es algo que hubiera elegido. Me encanta la Tierra. Es un precioso planeta,
y hay tanta gente luchando aquí. Si puedo disminuir un poco la energía pesada y
transformarla en energía de Luz, entonces valdrán la pena todas mis reencarnaciones.
—Eres igual que siempre. Toda la gente del Machu Picchu te adoraba. Tu brillante luz,
tu corazón, tocaba a todos de una manera positiva. —Cómo deseaba Fox regresar a esa
época. Estaban en una nueva encrucijada. Aella pareció leer sus pensamientos.
—¿Qué pasa, Fox? ¿Cuál es ahora nuestra relación?
—¿Cuál quieres que sea? Sé lo que me gustaría, pero no voy a forzar mi necesidad sobre
ti porque tienes esta encarnación y un plan sobre cómo vivirla.
Aella notaba que Fox la protegía de sus sentimientos. Vio el escudo que había
colocado a su alrededor. ¿No quería influirla para tener una conexión con él? ¿Qué
quería ella? Sintiendo la corteza del árbol contra su espalda, intentó pensar con
claridad. Cada encarnación tenía un mapa de las experiencias y lecciones que un
alma tenía que aprender, aparte de las aprendidas en vidas pasadas. Ahora había
abierto la caja de Pandora. Su corazón se retorció. La acalorada conciencia de que
había amado a Fox con cada respiración de su cuerpo le hacía muy difícil pensar en
nada más.
—¿Por qué me siento así contigo? Nunca he sentido esta clase de amor por ningún
hombre en esta vida. He estado enamorada, pero esto es tan diferente que no sé de qué se trata.
Fox suspiró, manteniendo un rígido control de sus sentimientos.
—¿Has oído la expresión “alma gemela”?
—Sí.
—Cuando un alma pasa por experiencias en todas las dimensiones, se divide en
elementos femeninos y masculinos. Si las dos piezas del alma se encuentran en una
encarnación, se genera un inmenso amor. Es la unión del alma una vez más. Por lo general,
una vez que el alma se separa, sólo se vuelve a unir al final del aprendizaje cuando regresa a la
Gran Madre. Pero cuando ocurre en una vida física es la última vez que existe ese amor entre
dos personas.
—Ya veo. Por eso nuestra vida inca fue tan especial, porque fue algo insólito.
—Sí. Ojalá no fuera así...
Aella hizo una mueca. Sus sentimientos estaban alborotados. El impulso de

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correr hacia Fox, abrazarlo, besarlo y amarlo para renovar lo que tuvieron en Perú,
era muy fuerte. Sin embargo, no podía ser.
—Si estuviéramos destinados a reunirnos en otra vida, entonces no estarías en espíritu.
—Sí, es cierto. Pero aquí estás tú. Has venido hasta mí. Sé que estás buscando la esfera
esmeralda y yo soy el guardián de este lugar. Pienso que es cosa del destino, ¿no crees?
—Nada sucede casualmente. Pero esto es una casualidad muy cruel, Fox. No podemos
estar juntos aunque yo lo desee intensamente.
Fox sintió como si acabaran de golpearle el corazón con un mazo. El explosivo
dolor irradió por todo su cuerpo. Aella estaba pensando mucho más claramente
que él. La admiraba por eso, él era mucho más débil a la hora de tener una
perspectiva objetiva.
—Podemos ser amigos.
—Eso sería maravilloso. Pero tengo que concentrarme en esta vida. Ahora sé lo que
compartimos y está muy vivo dentro de mí.
Sintiéndose culpable, Fox frunció el ceño.
—Lamento si te molesta, Aella. Sólo pretendía volver a conectarme contigo de alguna
manera.
Aella sintió su desesperación, su amor absoluto y eterno por ella. Notó la
frustración por estar en espíritu. Se veía claramente que le gustaría estar en un
cuerpo físico. Pero era imposible. Aella no sabía qué haría si estuviera en su
situación. No había ninguna duda de que el amor latía salvaje y profundamente
entre ellos. Ningún hombre que conociera en el futuro podría compararse con Fox.
Eran las dos mitades de un alma. Y fueron bendecidos al tener una vida juntos
como hombre y mujer.
—Es mucho para asimilar. Necesito tiempo para pensar en todo —suspiró frustrada.
—Lo entiendo. No te molestaré más, a menos que me llames. Y no te enviaré más sueños.
Aella estaba confusa. Fox hacía lo correcto; retroceder y darle espacio para que
se ajustara. Y sin embargo, se sentía desesperada por estar lo más cerca posible de
él. Era un enorme dilema. Su espíritu le anhelaba. Pensar en que él la dejaba, la
destrozaba.
—Fox, ¿sientes mis emociones ahora?
—Sí. Eso es lo maravilloso de ser almas gemelas. Estamos en constante contacto.
—¿Sientes lo que estoy sintiendo?
—Sí. Yo también siento ese estado emocional de anhelo hacia ti desde que pasé a ser un
espíritu. —Lamentó su estúpida decisión de enviarle el sueño—. Me equivoqué al
iniciar la conexión. Ahora lo entiendo. No quería que sintieras dolor y pérdida. Sólo mi amor
por ti. No pensaba con suficiente claridad como para darme cuenta que ahora sufrirías el
mismo anhelo y necesidad.
Inconscientemente, Aella se frotó el corazón.
—Me siento más viva que nunca.

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Fox también.
—Lo sé, mi amor. Espero que algún día nos encontremos por fin y compartamos la
alegría y felicidad que tuvimos en Perú. —Se escuchaba una dulzura tan amarga en sus
palabras... Un inmenso amor, un hambre voraz de estar en los brazos del otro...
pero no sucedería—. Me han sentenciado a una condena. Puedo amarte de lejos, pero no
tenerte.
—Lo sé...
Fox estaba experimentando personalmente las consecuencias de sus acciones. Y
ahora comprendía por qué se había creado la ley. Sintiendo la tristeza de Aella se
culpó por ello. Si realmente la amara no le habría hecho esto. Soltó una maldición en
quechua. Ella viviría el resto de esta encarnación sufriendo por otra vida que se
entrometía. Su propio egoísmo lo había desencadenado. Había fallado
completamente la prueba. Y había herido a la mujer que más amaba en el mundo.
—Aella, debes intentar olvidar lo que tuvimos. Yo me quedaré aquí. Tienes que buscar la
esfera, pero una vez que te vayas, que sea para siempre. De esa manera volverás a centrarte en
esta vida.
Ella escuchó sus palabras desesperadas y rompió la conexión con Fox.
Robert salió del museo y se dirigió hacia ella. Al mirar el reloj descubrió que
había estado hablando con Fox durante dos horas. Se levantó y limpiándose los
pantalones fue al encuentro de Robert. Tenía el corazón encogido. Le parecía que
acababa de entrar en el infierno. Ya había oído a su abuela decirle muchas veces que
no era bueno saber nada de sus vidas pasadas porque mancharían la presente.
Realmente se sentía manchada, bendecida, maldita y alegre. Sus emociones
iluminaban y oscurecían su espíritu. Al saludar a Robert se dio cuenta que tendría
que aprender a vivir dos vidas a la vez. Parecía imposible. La habían contratado
para encontrar la esfera, pero estaba permitiendo que su vida personal se
inmiscuyera en la misión. Tenía que centrarse a toda costa.
Cuando Robert se acercó, Aella lo miró a los ojos. Era un hombre real. No había
nada en él que le desagradara.
—Eh, he descubierto una información fascinante —le dijo mientras se acercaba.
Abriendo su cuaderno, lo volvió para que ella lo mirara—. Mira esto, Aella.
Aella examinó sus notas.
—Vaya. ¿Cuevas por aquí?
—¿Qué te parece? —le preguntó emocionado.
—¿Iremos a investigarlas?
—Claro que sí. Necesito que hagas tu cosa psíquica —bromeó.
—Deja que me tome un café y desayune en la cafetería y trazaremos algunas
estrategias, ¿de acuerdo?
Robert puso la mano en la parte baja de su espalda.
—Eso es música para mis oídos. Vamos. Daría saltos por un café.

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Riéndose suavemente, Aella sintió el calor que emanaba del hombre. Apreciaba
mucho a Robert. Y la sensación de su mano en la espalda se mezcló con el amor que
sentía por Fox. ¿Cómo iba a hacer frente a todo esto?

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Capítulo 8

—No sabía que existían cuevas de roca caliza debajo del montículo —repitió
Robert mientras terminaba de desayunar—. Mi intuición me dice que si la esfera
esmeralda está aquí, será en una de esas cuevas.
Aella tomó un trago de café.
—¿En las cuevas? Creo que es una posibilidad. —Sonrió a Robert, fijándose en
lo fuerte que se veía con la camisa de manga larga y los pantalones caqui. Era un
hombre encantador. Pero cuando contrastaba sus sentimientos por Robert con los
de Fox, no había comparación. Fox había capturado su corazón. Sus sentimientos
por él eran como miles de soles brillantes. Cuando miró a Robert, su corazón le
respondió de una manera tibia. Antes de enterarse de su vida con Fox se había
sentido mucho más atraída por Robert que ahora.
Suspirando internamente, masticó su rollito de canela.
—Me sentaré cerca de la serpiente y viajaré astralmente. De esa manera veré las
cuevas.
—Esperaba que hicieras algo así —contestó él, sonriendo.
—¿Cambiarás de forma?
—No, sólo lo puedo hacer en esta dimensión. Mi puma no puede moverse en
otras dimensiones a voluntad como tú.
—Aún así es una hazaña —le halagó, con un tono orgulloso. Lo vio ruborizarse
por sus elogios. Estaba segura de que Robert no conocía a mucha gente con la que
pudiera compartir su misterioso secreto. Sus colegas de profesión le ridiculizarían y
humillarían. Algunos secretos tenían que permanecer ocultos.
—Bueno, es una hazaña, pero mantengamos la perspectiva. —Se rió Robert.
Extendió el mapa de la serpiente—. ¿Por dónde quieres empezar? Necesitamos un
plan.
Aella señaló la cola.
—¿Qué tal aquí? Estaré unos treinta minutos de viaje astral y tendré que parar
para recargar. Puedo estar otra media hora al día siguiente. Será más lento, pero
creo que tienes razón, la esfera puede estar escondida en una de esas cuevas.
—Cuando Kendra se acercó a ese viejo tejo en el Pozo del Cáliz, la esfera se
mostró. Su compañero se dio cuenta que había luna llena cuando sucedió. —Abrió
una pequeña agenda que sacó de otro de sus bolsillos—. De acuerdo con esto,
dentro de tres días habrá luna llena.
—Justo a tiempo —murmuró Aella, tomándose el resto del café—. ¿Estás listo
para empezar? Necesito que estés cerca de mí. Si alguien se acerca y habla me
sacará de mi estado. Volveré de golpe a mi cuerpo y no es una sensación agradable.

58
Me costaría unas cuarenta y ocho horas recuperarme lo suficiente para volver a
intentarlo.
—Seré tu gran y feroz perro guardián. —Robert le aseguró que no tendría
ningún contacto humano mientras ella estuviera en ese estado.
—¡Muy bien! —Aella dobló el mapa y se lo devolvió—. ¿Estás preparado?
—Sí —respondió él, levantándose.

Cuando salieron del coche, Aella disfrutó de la fresca mañana de verano hasta
que su nuca punzó en advertencia. Automáticamente echó un vistazo a su
alrededor para detectar cualquier signo de peligro.
—¿Qué? —preguntó Robert, notando su ceño fruncido—. ¿Va algo mal?
—No lo sé... —Percibía la misma presencia oscura y malévola—. Algo... o
alguien... nos está mirando. Es una energía muy intensa.
—No siento nada. Los cambiantes tenemos muchas limitaciones.
Aella frunció la boca unos segundos.
—Es un hombre. Siento su energía. Nos está mirando. Y quiere algo de
nosotros, pero no sé qué.
Cerrando la puerta, Robert se puso a su lado.
—No te preocupes. Probablemente sea sólo un espíritu triste que murió por
aquí y no ha ido a la Luz todavía. Vamos, tenemos que irnos.
Dirigiéndose al parque, Aella no conseguía sacudirse al intruso invisible que
parecía seguirles. No podía permitirse el lujo de gastar su preciosa energía
intentando rastrear a ese invisible y no deseado invitado. Su aura sólo producía la
energía que utilizaba diariamente, y hoy tenía que reservarla para el viaje astral.
Fueron hasta el final de la serpiente. Aella sentía a Fox cerca. Sería imposible
hablar con él más adelante. Tenía que centrarse en su tarea y no desperdiciar la
energía en cosas personales... Por mucho que quisiera. Se sentó bajo el mismo olmo,
en la toalla que Robert había extendido en la hierba húmeda. Un detalle que ella le
agradeció.
—¿Estás cómoda? —preguntó mientras se mantenía cerca. El lugar estaba
tranquilo, sólo se oía el sonido de la brisa a través de los árboles.
—Sí. Quédate a unos quince metros. No te muevas a menos que tengas que
hacerlo. Si alguien viene, ve a su encuentro y dile que estoy meditando y no quiero
que me molesten.
—Entendido.
Aella estaba en el lado del montículo donde iban pocos visitantes. Robert
caminó hacia el sendero y empezó a vigilar.

59
Satisfecha, cerró los ojos, se ancló a la tierra y respiró profundamente. El cuerpo
astral podía salir de dos maneras. La primera a través del chakra del plexo solar
localizado en la región del estómago. Pero la mejor manera era por el chakra de la
corona situado en la parte superior de la cabeza.
La sensación del cuerpo astral saliendo era similar a alguien que tirara de un
guante en su mano. El cuerpo simbolizaba el guante y la mano la forma astral. Una
vez que estaba libre, vio el cordón plateado que unía su forma astral a su cuerpo
físico. El cordón debía permanecer conectado. Si se rompía, moriría
instantáneamente. Cuando alguien moría de causas naturales el cordón se
desintegraba lentamente, permitiendo que la forma astral de esa persona fuera
hacia la Luz. Mucha gente llamaba “cielo” a esa Luz, dependiendo de sus creencias.
La sensación de flotar era maravillosa. Aella siempre disfrutaba de esos viajes.
Ahora veía la cuarta dimensión. Su corazón se aceleró al ver a Fox cerca, con una
expresión seria en su rostro. Parecía preocupado.
—Buenos días, Fox —le saludó mientras se movía hacia el montículo serpentino.
Su corazón comenzó a latir fuertemente, clamando por él. Existía una conexión
inexplicable entre ellos, y Aella no luchó contra los sentimientos que surgieron por
el poderoso guerrero.
Él la saludó con la cabeza. Fox advirtió que justo en la periferia del campo
protector del montículo estaba Guerra en modo de caza. ¿Qué estaba tramando el
hechicero? Le inquietaba no saberlo. De vez en cuando el hechicero paseaba por el
límite, mirando primero a Robert y luego a Aella. Disimuló su preocupación.
—Buenos días, Aella. ¿Cómo estás después de nuestra charla de ayer? —Fox sintió que
su energía le rodeaba. El momento era intenso, dulce, y fluyó por él como un río de
lava caliente que vio una vez en los Andes. Se ahogó en las profundidades de sus
ojos. Deseó amarla lentamente, como el movimiento de las nubes a través del cielo.
Ser capaz de acariciarla, sólo una vez... Amaba a Aella, su Chaska. El dolor le
atravesó como una tormenta en la selva. Sólo deseaba deslizar la mano por su
barbilla y sentir su suave piel. Posar sus labios cerca de su boca y sentir el calor de
su aliento sobre él. Gimiendo internamente, luchó contra el deseo.
—Estoy investigando. —Ella se señaló con alegría—. Voy a viajar astralmente por el
montículo. Robert dice que hay cuevas debajo. Sospecha que la esfera esmeralda está
escondida allí. ¿Qué crees?
Fox encogió los hombros.
—Puede ser. Por lo que me has contado de la esfera sólo se mostrará a la persona que se
supone que la tiene que encontrar. Tienes que estar muy cerca de ella para activarla y que te
responda. Hay muchas cuevas debajo de la serpiente. Los que la construyeron lo hicieron a
propósito. Las cuevas representan el vientre de la Madre Tierra y se componen de energía que
se envía constantemente a través de esta región. Las cuevas amplifican esa energía.
—Ah. Bueno, tiene sentido. Si me disculpas, tengo que ponerme a trabajar.

60
—Claro. —Fox se apartó y dirigiéndose al límite, se enfrentó a Guerra, quien
parecía un jaguar vagabundeando. La energía del hechicero parecía una canasta de
pesadas rocas.
—Lárgate, Guerra. No tienes ningún asunto que tratar aquí.
Víctor sonrió al guerrero.
—No es así, guardián. Estoy detrás de tu escudo, y lo que haga fuera de este lugar no es
asunto tuyo.
Fox se aferró a su creciente furia. En todos los años como guardián en
formación, nunca había visto aquí al Señor de las Tinieblas. Y ahora aparecía dos
veces.
—¿Por qué estás aquí? ¿Qué pretendes?
Víctor sonrió mostrando sus largos dientes caninos.
—Eso no es de tu incumbencia.
—Oh, sí lo es. Y mucho. Esa gente son amigos.
Víctor resopló.
—Mientes muy mal, guardián. He comprobado que sólo tienes ojos para esa mujer. Ella
es mucho más que una amiga.
Agarrándose a su deteriorada paciencia, Fox supo que no había mucho que él
pudiera hacer. Guerra era mucho más poderoso. Era una situación desequilibrada.
Y sólo lo protegía la energía luminosa que rodeaba el montículo. Decidió no
contestar al sonriente hechicero. ¿Cuánto sabía Guerra? ¿Estaba leyendo su aura?
Posiblemente. Cada uno tenía un escudo para que el otro no accediera a sus
pensamientos. Fox no iba a pasar ni un minuto más con este cruel individuo.
Apartándose, decidió patrullar el área fronteriza mientras el Tupay estuviera
presente.

—¿Qué has encontrado? —preguntó Robert sentándose frente a Aella, que


estaba un poco aturdida después de regresar a su cuerpo. Se apartó el pelo de la
frente.
—Abajo hay un increíble panal de cuevas de roca caliza blanca. Sólo he paseado
por la zona de la cola. No llegué muy lejos y no he visto la esfera.
—¿Puedes dibujar lo que viste? —Le dio un lápiz y el cuaderno.
Aella esbozó pacientemente la imagen para él. Por lo general, le costaba media
hora volver a una completa normalidad después de un viaje astral. Mientras que el
cuerpo astral necesitaba escapar de la pesada prisión de la carne para refrescarse y
recuperar su energía -normalmente durante el sueño- la reunión de espíritu y carne
requería un ajuste.

61
El movimiento de la forma astral era vital para la salud del cuerpo físico.
Cuando el cuerpo astral estaba en la cuarta dimensión provocaba sueños, visiones y
pesadillas a la gente. Una persona con privación severa del sueño pensaba que
estaba alucinando, pero realmente lo que veía era la cuarta dimensión. Si la forma
astral no conseguía la energía que necesitaba para recargar, el cuerpo físico sufría
en consecuencia.
Por el contrario, si Aella emprendía un viaje astral cuando estaba consciente, la
energía de su cuerpo se agotaba. Pero después de dormir seis horas se sentiría
revitalizada y alerta una vez más.
—Es fascinante —exclamó Robert con entusiasmo mientras miraba el dibujo de
la cueva—. ¿Está seca o húmeda?
—Húmeda —contestó Aella con una sonrisa—. La roca caliza sigue formando
preciosas estalactitas y estalagmitas. También sentí la inmensa energía de esta línea.
Es realmente intensa. El guardián dijo que las cuevas amplifican la energía. Tiene
razón, es una energía salvaje y palpitante en comparación con la de arriba.
—Como un corazón bombeando sangre —murmuró Robert—. Sabemos que la
Madre Tierra tiene corazón y que bombea fuertemente dentro de su núcleo
enviando pulsos de energía. Creo que eso es lo que has sentido.
Aella se levantó. Ya estaba lo suficientemente bien para moverse. Cada vez que
su liviano cuerpo astral volvía a su forma humana, se sentía increíblemente pesada.
No le gustaba la sensación, pero era imposible evitarla.
Mientras estaba de pie, notó una fuerte luz blanca y azul formándose sobre la
cola de la serpiente. Frunciendo el ceño, se sorprendió al darse cuenta que era su
guía, Atenea. Miró a Robert.
—Mi guía está aquí. Voy a hablar con ella. Regresaré enseguida.
—Claro —aceptó Robert observando como Aella iba rápidamente hacia la
serpiente. Incapaz de ver algo, volvió a examinar el dibujo de la cueva.
—Es un honor tu presencia, gran diosa —saludó Aella telepáticamente al ver a la
magnífica diosa griega. Al igual que en las hermosas esculturas talladas por los
griegos, Atenea tenía unos cuatro metros y medio de altura. Llevaba un casco de
oro con una cresta en el centro de crin azul. Su vestido blanco relucía y mostraba un
intrincado bordado azul oscuro que representaba la cabeza de Medusa. Sujetaba un
escudo ovalado de oro, también con el blasón de la Gorgona, una mujer cuya
cabeza estaba llena de serpientes que se retorcían. Para la humanidad representaba
el mal, pero en realidad, Medusa representaba a la Gran Diosa Madre. El pelo de
serpientes simbolizaba su capacidad de crear.
Fueron los antiguos griegos quienes convirtieron a Medusa en algo feo y
espantoso. Escribieron que si un hombre miraba su cabeza acabaría congelado para
la eternidad. Nada más lejos de la verdad. La Gorgona estaba formada de energía
Kundalini. Esta energía la poseen todos los humanos y, como una serpiente

62
enrollada, se queda acostada tranquilamente en la base de la columna hasta que se
despierta. Cuando ocurre, el humano se conecta con la Diosa Madre y la
iluminación, compasión y evolución espiritual llegan instantáneamente.
Esa gente se convierte en santos. Los halos de sus cabezas indican su conexión
sagrada y divina con la Gran Diosa Madre y pueden sanar en todos los planos.
Con una reverencia a la diosa, le preguntó:
—¿Qué mensaje me traes, Atenea?
La diosa miró fijamente a Aella.
—Dentro de las leyes de la Gran Madre, debo advertirte. Mantente alerta.
Aella comprendió que no podía darle más detalles. Hacerlo sería cambiar su
destino. Inclinó la cabeza ante la diosa que resplandecía con una luz dorada
mezclada con azul. En el hombro izquierdo llevaba una lechuza, y en la mano
sostenía una lanza de oro. Incluso la lechuza la observaba con sus ojos estrellados y
negros.
—Gracias, Atenea. Me mantendré alerta. Agradezco que me hayas avisado. Ve en paz,
mi diosa.
Atenea le sonrió cuando desapareció. Al momento, Aella miró el cielo azul
explorando la energía del montículo. Antes ya había sentido el peligro. Y su diosa
había venido para advertirla. ¿Qué había alrededor de la serpiente? Una entidad
malévola estaba entre ellos y Robert había bromeado diciendo que era un espíritu
infeliz que se negaba a abandonar el plano terrestre.
Aella ya no estaba tan segura. Preocupada se volvió hacia Robert. Intentó
divisar a Fox, pero no lo consiguió. Estaba agotada y necesitaba volver al motel para
descansar. El persistente miedo en su estómago no desaparecía. Su alarma interior
sonó más fuerte. Por primera vez estaba realmente asustada.
—Robert, hay un problema —Y rápidamente le contó la advertencia de Atenea.
Robert echó un vistazo a su alrededor.
—Es curioso, no siento ningún peligro. Los petirrojos están cantando, todo
parece tranquilo. No cuestiono lo que percibes, pero yo no puedo hacerlo. Lo siento.
—No pasa nada. —Le apretó el brazo y notó que sus ojos se oscurecían por el
deseo. Estaba indudablemente atraída por Robert. Pero ahora, el recuerdo de su
antiguo y profundo amor por Fox lo cambiaba todo, para bien o para mal.
—Volvamos al motel. Tienes que descansar —le sugirió, mirándola con
preocupación—. Estás pálida.
Aella caminó a su lado.
—Estoy agotada. Están pasando muchas cosas y no puedo ver todo lo que
ocurre. Mi batería psíquica está frita por un rato. Estaré básicamente fuera de juego
durante seis horas. —Y con su diosa apareciendo para avisarla de algo horrible, se
sintió indefensa. Hasta que consiguiera descansar, todo lo que tenía era una
inquietud en su nuca advirtiéndole que algo malo estaba cerca y al acecho.

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Fox quería gritar. Le resultó imposible que Aella le viera debido al cansancio
por su viaje a las cuevas. Siguió a la pareja tratando desesperadamente de llamar su
atención. En el estacionamiento, cerca de su coche, Guerra se cernía como un buitre
esperando para atacar. Y sabía que lo haría. Una vez que dejara la protección de la
energía del montículo, Fox era tan vulnerable como los dos humanos. No tenía la
clase de poder que el Tupay poseía. Guerra tenía miles de hechiceros en la Tierra y
en la cuarta dimensión que le alimentaban con enormes cargas de energía.
Mientras los miraba salir de la burbuja protectora, el corazón de Fox dio un
salto. ¡Aella estaba en peligro! ¡No podía hacer nada para protegerla! Un grito se
clavó en su garganta mientras se movía más cerca, aún protegido por la energía de
la Luz.
Aella y Robert cruzaron el aparcamiento, ajenos al hecho de que Guerra haría
algo terrible en los próximos minutos. Frenético, Fox recorrió el límite. Vio el
semblante de alegría en la cara de Guerra. Su sonrisa, o más bien mueca, mostraba
los largos caninos que hacían que Fox sintiera escalofríos de miedo. No tenía ni idea
de lo que el hechicero estaba planeando... Era capaz de matar a los dos.
Si intentaba detener al hechicero, Guerra lo mataría con la misma facilidad. Y
entonces el montículo quedaría sin guardián. El bombeo de energía alrededor de la
Madre Tierra era primordial. No podía alejarse de su responsabilidad. Si él se iba
dejaría el sitio sagrado abierto a los Tupay. Y no podía hacerlo, ni siquiera por la
mujer que amaba con cada respiración.
—Ya estamos —señaló Robert sonriente, abriéndole la puerta a Aella—. Es casi
la hora del almuerzo. Vamos al motel, duermes, te recuperas y cuando despiertes,
te invito a cenar. ¿Qué te parece?
Aella intentó sonreír, pero le resultó imposible. ¿Cómo le contaba a Robert la
abrumadora sensación de terror por un ataque que iba a suceder? Cuando abrió la
boca para hablar, una nube oscura apareció en el cielo azul, justo encima de ellos.
Un sonido estrangulado salió de su garganta. Con los ojos muy abiertos, vio que la
nube se convertía en un hombre vestido de negro. La mirada de sus vacíos ojos
negros la aterró. Era Víctor Guerra, el Señor de las Tinieblas. Lo supo desde lo más
profundo de su alma.
—¡Robert! —gritó, señalando hacia arriba—. ¡Mira!

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Capítulo 9

Robert sintió un súbito e impresionante golpe en su cabeza. Lanzó un grito


ahogado y se derrumbó sobre el asfalto como una muñeca de trapo. La energía que
se apoderaba de él era algo que nunca había experimentado en su vida. Se le nubló
la vista. Luchando, sintió expandirse por dentro, como un globo a punto de estallar.
Notaba que sus órganos se aplastaban y clavaban contra el interior de su cuerpo. Su
piel se estiró y pensó que iba a abrirse. ¿Que estaba sucediendo?
Escuchó el grito de Aella. Aterrado, se dio cuenta de que algo terrible le estaba
pasando. La palabra ataque le atravesó. ¿Cómo detenía esta sensación? Sabiendo
que era una invasión de algún tipo, luchó ciegamente para detenerla. No lo
consiguió.
Aella gritó mientras veía a Robert caer. Estaba tumbado en el asfalto, con el
rostro húmedo. Notó una presencia malvada. Frenética, miró a su alrededor.
¿Robert estaba muerto? El cuerpo de su compañero se contrajo violentamente,
como si estuviera teniendo una convulsión. Arrodillándose sobre él sacudió sus
hombros.
—¡Robert! ¡Despierta! Dime qué está pasando.
Se le quebró la voz al sentarse sobre sus talones mientras él abría los ojos
repentinamente. Se veían desvaídos y confusos. Débilmente, Robert levantó el
brazo y lo volvió a dejar caer sobre el asfalto.
—¿Dónde...? —gruñó, tratando de mirar a su alrededor.
Tocando su frente sudorosa, Aella susurró:
—¿Robert? ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¿Estás herido?
Él se incorporó lentamente, gimiendo y con las manos en la cabeza.
—Yo...
Parecía como si Robert hubiera estado luchando internamente con algo. La
sensación maligna había desaparecido. El sexto sentido de Aella estaba bloqueado
por el excesivo gasto de energía, en este momento no era capaz de hacer nada
excepto descansar y recargar. Una vez más intentó averiguar lo que le había
sucedido a Robert. Frustrada porque sus poderes estaban a punto de agotarse,
observó cómo él apoyaba la cabeza en sus rodillas. Aella posó una mano protectora
en su hombro.
—¿Qué te ha pasado, Robert?
Víctor sonrió. Había poseído violentamente el espíritu de Robert, a pesar de ser
mucho más fuerte de lo que había previsto. Encajándose en el cuerpo del hombre,
disfrutó de la fuerza de este espécimen masculino y del agradable tacto de la mano
de Aella en su hombro. Mirando a través de los ojos del hombre se orientó para

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volver a ser una forma humana otra vez. Siempre la sentía como un peso pesado
envuelto en su espíritu. Odiaba esa sensación, pero a medida que su espíritu se
ajustaba al cuerpo lo sentiría menos denso y más fácil de soportar.
Víctor utilizó más poder para mantener el espíritu de Robert en silencio.
—Estoy bien. Solo ha sido un ligero mareo. Dame unos minutos y estaré bien.
Insegura, Aella observó que el rostro de Robert volvía a su color normal.
—¿Quieres que te traiga algo?
Víctor alzó la vista y le lanzó una débil sonrisa.
—Sólo tu presencia es suficiente.
La réplica le pareció extraña a Aella. Tal vez la caída o el mareo le había
aturdido.
—¿Quieres que te lleve a un hospital para que te hagan una revisión?
Él levantó la mano.
—No. No te molestes. —Víctor rió—. En Egipto, cuando estaba en una
excavación en medio del verano, sufrí una insolación y sobreviví. Así que no te
preocupes, ¿de acuerdo? Me mareo de vez en cuando. No es nada. Lamento no
habértelo dicho antes.
Aella se acercó y recogió su sombrero.
—¿Estás seguro? —Le tendió el sombrero y él se lo puso.
—Sí. —Mirando a su alrededor, Víctor vio al guardián de Robert, el puma, listo
para atacar. Bueno, ya era demasiado tarde. Ningún guía podía impedir que el
Señor de las Tinieblas se apoderara del cuerpo al que protegía. Los guías eran
poderosos, pero no tanto como él. El puma saltó hacia él con las patas y garras
extendidas. Levantando el dedo envió un poderoso haz de energía al gato. En un
segundo el guía explotó en luz y chispas. Había desaparecido. Víctor bajó el brazo y
sonrió. El espíritu de ese gato estaría ahora en el Pueblo de las Nubes. Tendría que
descansar un tiempo después de que él lo hubiera destruido. Y luego sería asignado
a otra persona.
Mientras Víctor se ajustaba al cuerpo de Robert, advirtió el espíritu luchador del
hombre. Utilizó más energía para aplastar ese espíritu cautivo y volverlo pasivo.
Miró a Aella que se veía nerviosa. ¡Qué hermoso espécimen de mujer! Notó que su
miembro se tensaba. ¡Vaya! No había estado en el cuerpo de un hombre desde hacía
un tiempo. Desde que perdió su propio cuerpo en Perú en una batalla con su hija
Ana había permanecido en espíritu. Sí, había poseído a otros humanos cuando fue
necesario, pero sólo durante una hora o unos días. Cuando salía de esos cuerpos los
humanos morían en cinco minutos. A Robert le pasaría lo mismo.
—¿Quieres un poco de agua? —preguntó Aella, todavía asustada aunque
Robert se veía mejor. Sus ojos ya estaban más despejados y parecía coherente otra
vez. ¿Realmente había sido un mareo? Al no tener conocimientos médicos no lo
sabía con seguridad.

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Víctor se levantó, la miró avergonzado y se sacudió el pantalón.
—No. Estoy bien. En serio. —Le rozó la mejilla con los dedos—. Gracias por
preocuparte. Eres muy amable.
La mejilla de Aella hormigueó por su toque inesperado. Había algo diferente en
Robert, pero no conseguía entender el qué. La miraba con los ojos entrecerrados y
juraría que notó una oleada de lujuria procedente de él, inundándola e
incomodándola.
—Volvamos al motel —replicó ella abruptamente—. Yo conduciré.
Víctor maldijo en silencio. Iba demasiado rápido con Aella. Deseaba a esta
belleza en su cama... estar dentro de sus confines calientes y apretados. Y la tendría
allí tarde o temprano.
—Claro. Vamos —aceptó, abriendo la puerta del pasajero. Aunque lo que Víctor
quería aún más era que ella localizara la esfera esmeralda.
Aella aparcó el coche en el motel. Inquieta sin saber por qué, se volvió hacia
Robert.
—¿Estarás bien?
—Por supuesto —dijo sonriendo—. Voy a acostarme. —Miró su reloj—. ¿Qué
tal si descansamos y nos reunimos a las seis para cenar?
—Muy bien.
—Nos vemos luego —agregó él, exhibiendo su sonrisa más encantadora.

La desolación se deslizó por Fox como un cuchillo destripando su abdomen.


Desde la periferia del montículo había visto el ataque de Guerra al hombre. Robert
no tuvo ninguna posibilidad contra el violento poder del Señor de las Tinieblas. Y
no había nada que Fox pudiera hacer. Sabía que el hechicero se arriesgaba al poseer
al arqueólogo. Si el karma de Robert no hubiera dejado abierta esa posibilidad,
Guerra jamás lo habría poseído.
Aunque eso no impidió que Fox intentara alertar a Aella. Cuando vio su aura se
dio cuenta que estaba agotada, y que su fatiga le dificultaba percibir el ataque de
Guerra.
El hechicero lanzó un escudo de energía alrededor de Aella que bloqueó la
advertencia telepática de Fox. Con un siseo, lo intentó una y otra vez, pero el
hechicero lo impedía todas las veces. Aella no se enteró de nada. Fox lo sabía muy
bien. Su entrenamiento como guerrero jaguar le permitió construir una muralla
mental y enviar o recibir mensajes del emperador sin importar lo mentalmente
agotado que estuviera. Pero Aella no tenía ese entrenamiento. Cuando ella usaba
sus habilidades psíquicas necesitaba tiempo para recuperarse. Para entonces,

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Guerra estaría tan bien escondido dentro de Robert que ella no se enteraría de que
lo había poseído. Y lo que era peor, sabía que él fortalecería ese escudo para
impedir que las advertencias de Fox llegaran hasta ella.
Sintiéndose indefenso, volvió al montículo. El espíritu de Robert había aceptado
esta experiencia de posesión por una razón desconocida. Una vez que Guerra
saliera del cuerpo, el hombre moriría. El hechicero cortaría automáticamente el
cordón plateado. Fox no podía ayudarle.
Suspirando, se dirigió a su choza y se sentó en un taburete toscamente tallado
que había fabricado hace muchos años. Los rayos del sol atravesaban el bosque que
rodeaba el lugar sagrado. Escuchó cantar a los pájaros y los vio volar entre los
árboles. Muchas de las crías ya se habían desarrollado y estaban aprendiendo a
encontrar su propia comida. Se percibía mucha paz y armonía, pero su mente se
agitaba con temor. Si Robert estaba poseído, ¿qué planes tenía Guerra para Aella?
El pensamiento le inquietó. Era inimaginable que volviera a perder a su mujer.
Mientras estaba sentado sintió que una nueva energía entraba en el montículo.
Frunció el ceño. Una luz dorada apareció ante él y tomó la forma de Alaria. La
esperanza le inundó. Levantándose, se inclinó.
—Alaria, me alegra verte después de lo que acaba de suceder.
Alaria llevaba su habitual túnica azul que le caía hasta los pies. Su última vida
fue como una sacerdotisa druida en la Isla de Mona, cerca de Gran Bretaña. Cuando
los romanos saquearon la isla sagrada, donde se guardaba todo el conocimiento del
druidismo, la mataron cuando trataba de salvar los pergaminos de los fuegos de los
soldados. Su pelo plateado estaba peinado en dos trenzas y llevaba una capa blanca
de alpaca.
Alaria y su marido, Adaire, habían sido los principales druidas de Mona.
Adaire también había muerto. La Gran Diosa Madre llevó sus espíritus al Pueblo de
las Nubes para que fueran los líderes del místico lugar. Allí se ocupaban de la
escuela metafísica de los espíritus, así como de los seres humanos que los visitaban,
ya fuera en persona o astralmente durante el sueño.
—Hijo mío, sentí tu miedo. —Alaria sonrió y se acercó—. Como ves, hay un plan más
grande que se desarrolla en el lugar que proteges.
—Sí, Alaria, lo veo y estoy preocupado por Aella...
Alaria levantó la mano.
—Fox, debes permanecer a un lado. Ésta es tu prueba final para ver si realmente puedes
convertirte en el guardián de un sitio sagrado. La prueba requiere que no interfieras. Sé lo
mucho que amas a Chaska. He buscado en los Registros Akáshicos y debes saber que su
camino tiene opciones que ella tiene que tomar en esta vida. Y no hay nada que puedas hacer
al respecto. ¿Entiendes lo que significa? Al Señor de las Tinieblas se le permitió entrar en
Robert. El arqueólogo también tiene un camino espiritual a seguir y elecciones que hacer.
Debes permanecer dentro de la protección de este montículo sagrado. No interfieras. Si lo

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haces fallarás la prueba y cambiarás el destino de todos.
Fox iba de un lado a otro frente a su choza.
—¡Sinceramente, tener que sentarme y ver como el Señor de las Tinieblas acosa a Aella
es demasiado para una prueba! ¡No puedes esperar que me quede quieto y deje que Guerra le
haga daño o la mate!
—Eso es exactamente lo que tienes que hacer. Quedarte quieto y no interferir.
Furioso, Fox miró a la anciana.
—¿Qué es más importante que el amor que siento por Chaska? ¡Nada! —Mientras
gesticulaba con la mano en el aire como si llevara una espada, su respiración salía
en breves estallidos de ira y frustración.
—Si no pasas esta prueba sabes lo que sucederá.
Fox le dedicó una sonrisa retorcida.
—¿Y qué pasa si no evoluciono y vuelvo de nuevo a la forma humana? No encuentro esa
posibilidad tan mala como tú lo haces, Alaria.
Asintiendo, Alaria lo miró con simpatía mientras cruzaba las manos frente a
ella.
—A cada uno de nosotros nos prueban de alguna manera conocida únicamente por
nuestra alma. A mí me probaron. Y también a Adaire. A todos. Y la prueba es despiadada. Si
fallas, volverás a los ciclos infinitos de reencarnación una vez más en la Tierra. Y
permanecerás así hasta que tu alma decida volver a elevarse por encima de la existencia
humana. ¿Eso es lo que realmente quieres? Te has ganado el derecho a estar aquí. Por favor,
no falles.
—No me resulta difícil creer que alguien fracase —expuso Fox amargamente—.
Quizás mi alma aún no entiende que tiene que soportar impasible y ver a la persona que ama
ser violada y asesinada.
Alaria suspiró.
—Entiendo tu dilema. Todos pasamos la prueba final deseando volver en vez de avanzar
espiritualmente. La prueba es demasiado dura, brutal y verdaderamente destroza nuestro
corazón. Tienes que encontrar la fuerza y fe para soportar este terrible tiempo de pruebas.
Fox dejó de caminar. Quería mucho a Alaria. Su alma emanaba calidez, como el
sol sobre su cuerpo. Vio la compasión en sus ojos azules y comprendió que ella
necesitara recordarle el camino que él había elegido. Bajando la voz, abrió las
manos.
—Alaria, no puedo quedarme parado y ver al hechicero herir a Chaska. Simplemente no
puedo.
—Espera y observa lo que sucede, hijo mío. Ten fe en lo desconocido. La has tenido hasta
ahora. Permite que los caminos de todos los implicados se revelen antes de tomar una
decisión.
Unas palabras sencillas y sinceras. Su boca tenía un sabor amargo provocado
por el miedo hacia Aella. Observó a Alaria con una expresión amable.

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—Tal vez me equivoqué al elegir. He estado pensando en lo que hice y no estoy contento.
Yo era feliz como un guerrero jaguar. Me gustaba la vida en la Tierra. Sé que sufrí en muchas
de mis vidas, pero en la última fui feliz. No soy feliz aquí. Estoy aburrido e inquieto. No hay
mucho que hacer, incluso con Chima en la escuela de tu pueblo.
—Ya veo... bueno, ruego porque hagas lo correcto, Fox.
Fox se inclinó.
—Gracias por venir. Sé que tu ayuda es necesaria en otros lugares más importantes que
este.
La expresión de Alaria estaba llena de amor.
—Oh, hijo mío, tú eres igual de importante. Siempre. Nunca olvides que eres muy
amado. Estas pruebas son difíciles para el alma. Te ruego que superes las dudas, el
aburrimiento y el deseo de variar el destino de Aella. Ten esperanza y fe en los planes de la
Madre.
Fox vio como Alaria comenzaba a disolverse en una nube de luz blanca y
dorada y se desvaneció, dejándolo con el sol brillando en el cielo azul. Sacudiendo
la cabeza, entró en su choza para acostarse un rato. Necesitaba tiempo para resolver
todo. Y lo peor era que sufría por Aella. Estaba en peligro y seguramente ni siquiera
sabía lo que había sucedido. ¿Se daría cuenta que Guerra había poseído a Robert?
Un humano no tenía tanta energía psíquica y no siempre percibía las cosas
correctamente o a tiempo. Acostado en la cama, apoyó el brazo sobre los ojos y
sintió ganas de gritar.

—Tu próximo viaje astral debería ser a la cabeza de la serpiente. ¿Qué te parece?
—indicó Víctor, comiéndose vorazmente el bistec y las patatas del restaurante.
Estaba casi vacío y el nivel de ruido era tolerable. En las horas pasadas, Víctor había
tenido que usar aún más energía para mantener controlado el espíritu del
arqueólogo. El esfuerzo extra lo enfureció hasta que miró a Aella, que parecía
recuperada después de la siesta. Toda la lucha había merecido la pena—. La
serpiente tiene la boca abierta y en ella un huevo que se va a tragar.
Aella se mostró de acuerdo y picoteó la ensalada de camarones. No tenía mucha
hambre. El descanso había renovado su energía aunque aún no estaba en plena
forma. Necesitaba dormir toda la noche para recuperarse por completo.
—¿Y si viajo al huevo? La posibilidad de que la esfera esté en el huevo me
parece más razonable.
—Hum, tienes razón —señaló Víctor. Resultaba obvio que Aella era como un
sabueso cósmico, capaz de oler la esfera esmeralda. Lo llevaría al lugar correcto.
—Bien, ¿vamos mañana a la parte del huevo? ¿Me quedo de guardia y tú buscas

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si hay una cueva debajo?
Bebiendo té helado con limón, Aella asintió. Robert parecía estar bien. Todavía
sentía una mezcla de energía confusa a su alrededor. Veía parte de su aura, pero no
toda, y su nivel de energía aun era demasiado bajo. Su aura, generalmente bastante
iluminada con colores nítidos, parecía ser del color del barro agitado. Cuando una
persona enfermaba su aura se volvía turbia, pero Robert parecía bastante saludable
y lleno de una increíble energía.
—Cuando tienes esos mareos, ¿te sientes después diez veces mejor? —le
preguntó.
Víctor sonrió.
—Sí. ¿No es increíble? Me caigo al suelo como un buey, pero dame una hora y
mírame. —Flexionó los brazos y apreció sus músculos, sintiendo un escalofrío de
orgullo. El cuerpo físico que había elegido para poseer era muy interesante.
Aella observó su bíceps y sonrió. Era un hombre muy agradable. Sería mucho
más fácil enamorarse de él.
—Sí, ya veo que te has recuperado. No lo dudo.
Víctor compartió una sonrisa y reanudó la cena. Por mucho que quisiera
llevarla a la cama y tener su cuerpo suave y curvado bajo él, tendría que esperar.
Estaba muy excitado, y salivó silenciosamente mientras miraba profundamente sus
ojos dorados. Le proporcionaría una gran alegría convertirla a la Oscuridad aunque
ella fuera un Guerrero de la Luz. Los guerreros que hacían el amor con los Tupay
perdían su estatus y se convertían en Tupay. Era una idea tentadora, ya que Víctor
podría usar los considerables talentos de Aella...

Aella gimió y se agitó en la cama. Fox fue hasta ella en un sueño. Se aseguraría
de que no lo recordara después de que se despertara.
—Mi amada, quiero compartir cuando hablamos por primera vez. Deja que te lo
muestre...
El sueño cambió. Una vez más se vio a sí misma como Chaska, sólo que esta vez
tenía catorce años. Bajo el brazo llevaba fruta de un sitio cerca del Templo de la
Luna, abajo en el río Urubamba. Volviéndose vio al chico, ahora un joven fuerte,
que se acercaba por detrás del templo de piedra.
Con un jadeo, Chaska dejó caer la cesta. Se hablaba de jaguares que vivían cerca
del templo junto al río. Aella había ignorado las advertencias de su madre y
recolectaba fruta madura a lo largo de las orillas del río.
—¡Espera! No tengas miedo de mí, Chaska.
El chico alzó la mano y tranquilamente se aproximó.

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—Me llamo Atok Sopa. Te vi hace muchos años. ¿Recuerdas? ¿Cuándo corrías
hacia la cueva de los guerreros jaguar?
Tragando, Chaska se agachó y empezó nerviosamente a recopilar las papayas y
volver a meterlas en la cesta.
—Sí, lo recuerdo. —Ella achicó los ojos y lo miró. Atok era un guerrero joven y
fornido. Se notaba una dureza en sus ojos chocolate y en la forma de su boca. Como
todos los iniciados en los misterios del culto del jaguar, llevaba una correa de cuero
con una cabeza de jaguar de oro en su amplio pecho. Y una falda corta de algodón
negro. A Chaska le parecía increíblemente atractivo.
Inclinándose, Atok amontonó el resto de la fruta y la puso en la cesta. Sólo los
separaban unos treinta centímetros.
—Eres muy guapa. Me enteré de tu nombre y rezo una oración por ti todas las
mañanas, Chaska.
Conmovida, Chaska sintió calor en las mejillas. Inmediatamente se tocó una.
—No debería estar hablando contigo. Podríamos meternos en problemas.
Él le lanzó una sonrisa perversa y lentamente miró a su alrededor.
—Confía en mí, nadie sabe que estoy aquí. Sé cómo ser invisible. Incluso mi
maestro no me encontrará.
—¿Cómo me has encontrado?
Alzando la mano, Atok le tocó ligeramente la mejilla llameante. Sentía el calor
de su piel.
—Porque estamos conectados a través del tiempo, mi amada Chaska. ¿No lo
sientes también? Sé que lo haces.
El simple roce de esa caricia hizo que su corazón se acelerara. A Chaska nunca
la habían tocado de esa manera. Al ser parte de la familia real aun era virgen, y
seguiría siéndolo hasta que fuera dada en matrimonio a algún señor poderoso del
imperio.
—Yo... eh... siento que el corazón va a salirse de mi pecho —admitió sin aliento.
Ahogándose en los estanques de sus ojos, Chaska notó esa conexión. Enorme.
Asombrosa. Hermosa. Emocionante.
—Sí —susurró Atok, ahogado de repente por la emoción. A regañadientes retiró
la mano de su mejilla—. Dulce y maravillosa Chaska, eres mía. Te enviaré sueños,
mi amada. Sueños de ti y de mí. Aférrate a ellos. Serán mi corazón en las alas de un
cóndor hacia tu espíritu...

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Capítulo 10

Fox vigilaba con aprensión desde el límite del montículo. Aella y Robert, que
ahora tenía a Guerra dictando cada uno de sus movimientos, salieron del coche. Al
leer su aura comprobó que Aella estaba bien. ¿Acaso Guerra la había dejado en paz?
Por mucho que quisiera, Fox tenía prohibido salir. Perdería su puesto y enfrentaría
severos castigos y la humillación de sus compañeros. Pero había considerado
romper las reglas por su amor hacia Chaska.
Durante la noche pasada reflexionó seriamente. ¿Había un límite en el amor?
¿Podía alguna ley, incluso una fijada por la Gran Madre, anular el amor? ¿Era capaz
un alma de alejarse del amor en nombre del deber y la responsabilidad? Fox estaba
confuso. No tenía a nadie con quien hablar sobre este dilema. Aunque realmente
nadie le daría las respuestas. Comprendió que ésta era la prueba definitiva antes de
avanzar a su nuevo nivel espiritual. Tenía que buscar en su interior, encontrar las
respuestas y tomar las decisiones correctas.
El alivio lo inundó mientras volvía a mirar el aura de Aella. Por ahora estaba a
salvo. A Guerra se le permitía entrar en el lugar sagrado porque estaba en forma
humana. Esa ley tenía que cambiarse. Al notar el color rojo y marrón del aura de
Robert, sintió una profunda compasión por el espíritu del hombre.
Tenía que enfrentar a Guerra. Cuando entraron en la zona del montículo, Fox se
apresuró hacia el hombre.
Parándose, Víctor vio las facciones salvajes del guerrero jaguar. Sus ojos ardían
con el odio que el hechicero estaba acostumbrado a encontrar en el campo de batalla
con los Guerreros de la Luz.
—Fuera de aquí, guardián. Estoy aquí legítimamente y no hay nada que puedas hacer al
respecto. —Víctor se echó a reír.
Fox siseó con odio.
—En el instante en que cometas un error, Guerra, estaré allí para aprovecharlo.
—No cometeré ningún error. Y entérate que la esfera será mía tan pronto como Aella la
encuentre.
Aella miró a Robert al notar que estaba comunicándose con alguien. Exhibía un
brillo en sus ojos que nunca antes le había visto. Incómoda, le preguntó:
—¿Robert? ¿Todo va bien?
Robert parecía distraído.
—¿Qué? Oh, sí, todo está bien.
—¿Estás hablando telepáticamente con alguien? ¿Con tu guía?
Robert sonrió.
—Sí —mintió. No pensaba decirle que el puma ya no estaba y que el espíritu del

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gran gato ahora formaba parte del ciclo de la Luz para renacer y servir a otro
humano. La agarró del brazo y señaló la boca de la serpiente—. Empecemos a
trabajar. ¿No estás emocionada?
Aella se soltó de la mano de Robert. Toda la mañana había aprovechado la
ocasión para tocarla ligeramente en la mejilla, el brazo, la espalda. Aunque no le
molestaban sus toques, quería iniciarlos ella, según sus términos. Además, él
parecía diferente y eso la confundía.
—Sí, estoy deseando explorar bajo el huevo.
—¿Has dormido bien?
—Muy bien. —Aella no había soñado con Fox. Y tal vez fuera lo mejor. Percibía
su cercanía, pero no utilizó su habilidad psíquica para verlo. Tenía que conservar su
energía para buscar la cueva, si es que había una.
No habría visitantes hasta dentro de una hora. Escuchó el canto de un petirrojo
en un castaño cercano. En el huevo crecía un ciclamor o árbol del amor. Era
pequeño y esbelto. En la primavera brotarían pequeñas flores de color rosa que lo
cubrirían mucho antes de que las hojas en forma de corazón aparecieran. Con
cuatro metros y medio de alto y con un tronco rojizo, parecía un árbol más de los
bosques circundantes.
—¿Robert? ¿Los nativos americanos que vivían en esta región no consideraban
sagrado al ciclamor?
—Sí, lo hacían —respondió Víctor, sacando esa información del espíritu de
Robert. Lo bueno de la posesión era que obtenía todo el conocimiento acumulado
por ese espíritu. Era capaz de ahondar en el espíritu encarcelado y robar
información cuando la necesitaba.
—Muchas naciones indígenas consideraban sagrado al álamo —le explicó
mientras ella se sentaba bajo un olmo frente al huevo—. El ciclamor tiene la misma
santidad aquí para estos pueblos.
Apoyándose en el tronco, Aella sonrió a Robert. Tenía su acostumbrado
cuaderno en la mano y el bolígrafo en su bolsillo izquierdo.
—Es un árbol precioso. Pequeño pero bonito. Ya estoy preparada para el viaje.
—Bien. Mantendré a todos alejados para que no te distraigas.
Aella vio que Robert se alejaba hacia la puerta por donde la gente entraba
después de pagar la entrada. Toda la zona estaba rodeada por una valla y la gente
era guiada por allí. Era un buen movimiento táctico de Robert, así se aseguraría de
que nadie vagara y la molestara.
Suspirando, cerró los ojos y comenzó el proceso. Una parte de ella, su tonto y
romántico corazón, deseaba tener tiempo para encontrar a Fox y hablar con él.
Claro que hacerlo sería egoísta. Incluso aunque hubieran sido amantes
entrelazados, dos partes de la misma alma destinadas a unirse para amarse
eternamente, no se podía hacer nada al respecto. Se había quedado despierta un

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buen rato la noche anterior reflexionando sobre ese dilema.
Se moría por ver a Fox una vez más, pero ¿en qué la ayudaría eso? Ayer se había
pasado la mayor parte del día reconciliándose con la angustia, el dolor y su
pérdida. Y esta mañana se había despertado para darse cuenta que el pasado era
exactamente eso, pasado. No le haría ningún bien languidecer por ese motivo.
Mientras inhalaba profundamente, se concentró en su tarea.
Después de escuchar un suave sonido mientras salía de su cuerpo físico, se
dirigió al huevo a través de la tierra y las rocas como si no estuvieran allí.
Mientras se deslizaba vio una cueva. Estaba oscura, pero en esta dimensión veía
claramente como si la luz del sol llenara la cámara. Miró a su alrededor. El goteo del
agua le llamó la atención. Estalactitas colgaban como lanzas afiladas. El suelo estaba
plagado de estalagmitas grandes y pequeñas por el constante goteo del techo.
Aella sintió el frescor de la humedad ya que sus seis sentidos seguían activos.
La belleza de la caverna la conmovió. ¿Cómo la habían descubierto los nativos de
esta región? ¿Habían estado abiertas y visibles? Debieron de estarlo.
Desplazándose lentamente, vio un pequeño altar rectangular al final de la cueva
bajo el huevo.
El altar estaba construido con piedras amarillas y blancas. Tenía poco más de
metro y veinte de alto. Cada piedra rectangular había sido cuidadosamente tallada
y ajustada con un símbolo inscrito. Una tenía un lobo, otra un puma, un buitre, un
petirrojo... Aunque admiró la mano experta que hizo la obra, se quedó perpleja al
no encontrar nada encima del altar.
En esta cueva tenía que haber una abertura al mundo exterior. De lo contrario,
¿cómo construyeron el altar? Examinó la zona alrededor del altar. Varias
estalagmitas se veían rotas desde hace mucho tiempo por alguien que anduvo sobre
ellas. Con el tiempo el goteo había regenerado las estalagmitas rotas.
Rodeó el altar. ¿Para qué se había utilizado? ¿Era importante? ¿Estaba aquí la
esfera esmeralda? Intentó percibirla, pero nada indicaba que estuviera allí.
Frustrada, se dirigió más allá del altar hasta un pasillo entre la cueva bajo el huevo
y otra que estaba debajo de la cabeza de la serpiente.
Empezaba a sentirse cansada. ¡Qué rápido habían pasado los treinta minutos!
Cuando salió de la cueva se movió suavemente hacia su cuerpo físico, cuidando
que su forma astral entrara a un ritmo lento que no causara ningún impacto
agresivo. Abrió los ojos y permitió que la pesadez se acomodara en su cuerpo.
Tardaría cinco minutos más para orientarse.
Un petirrojo cantando, el aroma de la hierba húmeda, el sol que se alzaba en el
cielo, le sirvieron para reorientarla. Robert caminaba en su dirección con una
expresión de curiosidad.
—¿Y bien? —preguntó, arrodillándose frente a ella—. ¿Cómo te ha ido? ¿La has
encontrado? —Víctor quería desesperadamente esa esfera. Observó sus cansados

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rasgos. Era difícil para un humano viajar conscientemente en forma astral. Tuvo
que frenar su interés porque la mente de ella todavía estaba conectada a su viaje.
Aella buscó la botella de agua en su mochila.
—No vi nada excepto un altar de roca. —Estaba sedienta.
—¿Un altar? ¿Había algo allí?
Aella negó y le informó de lo que había visto. Se mostró decepcionado. Ella
también se sentía así.
—Tu idea de ir al huevo era muy buena. Yo también creí que la esfera estaría
allí.
Robert se sentó.
—Pero el altar está allí. Lo usarían para algo.
—Creo que sí —asintió Aella observando las largas y blancas nubes que se
deslizaban por el cielo y tapaban ligeramente el sol. La humedad de la mañana
empezaba a aumentar.
—Bueno, un altar es un buen indicador de que celebraron ceremonias en el
pasado. ¿No viste nada más a su alrededor?
—No, el lugar estaba limpio. No había restos, nada.
—Maldición. —Notó la sorpresa de Aella. Demasiado tarde se dio cuenta de
que Robert no maldecía—. Lo siento...
—Estás decepcionado. Yo también.
Frenando su frustración, Víctor observó al guardián acercarse. La energía del
guerrero jaguar era intensa y llena de odio. Víctor sonrió brevemente; él no le podía
hacer nada. Una profunda satisfacción fluyó en su interior y saboreó la impotencia
del guardián.
—¿Podrías hacerlo de nuevo? Creo que si la esfera no está en el huevo, entonces
debe estar en la cabeza de la serpiente. —Ansioso, le envió una gran oleada de
energía destinada a influirle para que hiciera lo que él quería.
Aella se sintió instantáneamente incómoda. Era una energía diferente, pesada y
llena de influencia para hacer que dijera que sí. Nunca había experimentado algo
semejante.
—No, no puedo, Robert. Ya lo sabes —replicó, irritada.
Víctor levantó las manos disculpándose.
—Lo siento. Es verdad, tienes razón. Tenemos que regresar al hotel para que
descanses. —Se levantó y le tendió la mano—. Vamos, por hoy ya has hecho
bastante.
Así que esta mujer no era tan poderosa como había asumido. Disponía de un
espacio de tiempo muy corto con el que trabajar sin colapsar. Víctor pensó que la
Fundación enviaría gente muy poderosa para una misión como esta. Al final, Aella
era débil en comparación con un verdadero hechicero. Se alegró. Esto facilitaría su
trabajo. Robert era muy débil.

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En ese sentido podía bajar la guardia. Sin embargo, el que tenía un poder real
era el guardián del lugar. Al ser un antiguo guerrero jaguar era casi tan fuerte como
él. Aunque según las leyes cósmicas incluso el guardián tenía límites para usar su
poder. Riéndose interiormente, frotó mentalmente sus manos con deleite. Esta vez
alcanzaría la victoria y obtendría la esfera. Nadie lo iba a detener.

A Fox le alivió que Guerra saliera de la zona de protección del montículo.


Odiaba que la mano del hechicero estuviera en el brazo de Aella y la guiara hacia el
coche. Se le erizó la piel, sintiéndose enfermo por dentro. Guerra podía matarla
fácilmente. El hechicero esperaba que ella encontrara la esfera. Deseó, por milésima
vez, saber dónde estaba. Incluso Chima no lo sabía, Fox se lo había preguntado por
telepatía. El anciano le había dicho que las esferas del collar Llave Esmeralda nunca
aparecían ante nadie de la Luz o la Oscuridad, excepto a la persona que debía
recuperarla. Fox podía buscar febrilmente en todo el montículo, pero jamás la
localizaría.
La frustración resonó en su interior. Pensó en otras alternativas, pero ninguna
era buena. Amaba a Aella tanto que lo consumía. Sólo quería protegerla. Daría
gustosamente su vida espiritual por ella. No dudaba que Guerra haría cualquier
cosa para conseguir esa esfera. Y si él tenía que morir, lo haría para salvarla.
Aunque no se podía matar a un espíritu. La energía no se destruía, sólo
cambiaba. Era un gran sacrificio dar la vida espiritual por alguien. Fox ya lo había
visto antes. Alaria le contó que alguien del Pueblo de las Nubes había rescatado un
espíritu de Luz abatido y lo había llevado de regreso al pueblo. Se necesitaron
muchas horas de curación para devolver la energía a ese espíritu. Pero una vez que
un espíritu daba su vida por algo no había vuelta atrás.
Habría un período de recuperación para el espíritu y cuando sanara continuaría
su progreso hacia la Gran Diosa Madre.
Su corazón explotó con tanto amor que decidió violar la ley. ¡Tenía que advertir
a Aella de Guerra y sus diabólicas intenciones!

Aella se durmió rápidamente. Estaba muy cansada. Robert estaba bastante


inquieto por la búsqueda de la esfera. Más que en días anteriores. No le había
importado su cansancio.
El sueño comenzó casi de inmediato. Vio una repetición de Robert y ella en el

77
aparcamiento. Sólo que esta vez un hombre con ropa oscura se erguía sobre ellos,
sus ojos negros y vacíos miraban como un lobo salivando ante una presa. La imagen
de ese hombre la aterró. Aella vio su aura completamente y eso la asustó aún más.
La palabra, “hechicero”, se repetía en el sueño.
Mientras miraba al hombre vestido de oscuro, su cara estrecha, su perilla
acentuando la forma de su cabeza, sintió ganas de gritar. Él observó atentamente a
Robert y se lanzó hacia abajo. Aella jadeó y fue testigo del hechicero poseyendo el
cuerpo del arqueólogo. Robert cayó al suelo. Sólo que esta vez, Aella vio la terrible
batalla que se produjo en ese momento. El espíritu de Robert luchó fuertemente
contra el salvaje intruso. Y entonces, para su horror, el hechicero mató al guía
puma. El espíritu explotó en una luz dorada y blanca y luego desapareció.
Se despertó con el corazón latiendo acelerado en su pecho. Jadeando, con la
mano en el corazón, miró a su alrededor con el miedo recorriéndola. Temblorosa,
apartó la sábana dejando que el aire acondicionado enfriara su piel. Gran Diosa,
¿qué había pasado? ¿Había sido real el sueño o un producto de su imaginación? No
estaba segura. Encendió la lámpara junto a la cama y se dirigió al baño.
Al mirarse al espejo advirtió los círculos oscuros bajo sus ojos. Sintiéndose como
si estuviera siendo atacada incluso ahora, se mojó la cara con agua tibia y se secó
intentando centrarse. ¿Le había mandado Fox el sueño? ¿Era debido a los celos del
guerrero o una advertencia?
Insegura, colgó la toalla y apagó la luz pensando en el simbolismo del sueño. A
veces el subconsciente creaba sueños para hablar con el ser consciente en el lenguaje
de los símbolos. Desde que Robert se había caído se comportaba de forma diferente.
¿Su subconsciente intentaba explicarle por qué? Tenía sentido. Se sentó en la cama.
¿Y si el sueño era literal? ¿Y si Robert estaba poseído? Aella recordó que Víctor
había poseído a Kendra una vez que encontró la esfera. ¿O era producto de su
imaginación hiperactiva? Tal vez la amenaza de que sucediera había inspirado el
sueño.
Tenía que ser eso.
Más calmada apagó la lámpara y se acomodó en la cama, segura de que la
presión y el estrés eran la razón de ese sueño perturbador. Después de todo, ya
estaba al tanto que Guerra podía aparecer, pero le sería imposible entrar en un
lugar sagrado. Suspirando, cerró los ojos convencida de que el sueño había sido una
válvula de presión y no la amenaza que pensaba.

—¡Chaska!
Chaska se giró ante el sonido ronco de la voz de un hombre detrás de ella. A los

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diecisiete años era más alta que la mayoría de las mujeres del templo. Había bajado
al Templo de la Luna para rezar por su abuela que se estaba muriendo. Tenía
cuarenta y cinco años y estaba plagada de artritis. Las lágrimas fluyeron por las
mejillas de Chaska al oír su nombre.
Abrió los ojos. Escondido en la selva estaba Atok. Suspirando, se levantó.
—¡Atok! —Había pasado un año desde que lo vio por última vez intentado
robar algunos momentos de su intenso y letal entrenamiento para hablar con ella. Él
sonrió confiado y salió de la selva oscura. ¡Qué guapo era! Este año terminaría su
instrucción y se convertiría en un orgulloso guerrero jaguar.
—Atok... Has venido —susurró. Y entonces Chaska rompió a llorar incapaz de
detener las lágrimas.
Atok se detuvo, sorprendido por su llanto. ¿Qué le ocurría? Sin pensar, la
envolvió en sus fuertes brazos. Chaska era como una caña fluida en su abrazo,
suave, tersa e increíblemente cálida.
—¿Chaska? ¿Por qué lloras? —Asustado, la abrazó con fuerza.
Finalmente, ella se tragó las lágrimas y levantó la mirada. La cara de Atok
mostraba preocupación.
—Mi abuela... se está muriendo... —Y empezó a llorar de nuevo.
Sus lágrimas húmedas y calientes bañaban su pecho desnudo. Atok la sostenía,
balanceándola suavemente e intentando absorber parte de su dolor y la futura
pérdida. Su corazón se abrió y sufrió su dolor como si fuera el suyo. Al ser almas
gemelas sentían las emociones del otro. La tranquilizó acariciando tiernamente su
espeso y sedoso cabello negro. El amor se triplicó en su interior. En los raros
momentos en que no entrenaba los poderes de su mente y sus habilidades
psíquicas, soñaba con besar a Chaska. Con pedirle que se casara con él después de
sobrevivir a la última prueba. Vio la mirada en sus ojos dorados, su inocencia, su
deseo por él. Atok sabía que era bien parecido, que su cuerpo se había fortalecido
por las pruebas para ser un guerrero. Solo deseaba que el emperador proclamara
que Chaska sería su esposa después de terminar el entrenamiento.
En unos minutos tenía que irse o su maestro le echaría en falta. Si no lo
encontraban lo expulsarían del entrenamiento, sería avergonzado para siempre. No
saldría de su humilde estatus social para casarse con la hermosa y dulce Chaska.
—Siento mucho lo de tu abuela. Rezaré por ella. Tengo que irme, Chaska. No
puedo estar lejos de la escuela. Te quiero. Sueño contigo todas las noches. Veo tu
rostro en el arco iris del Machu Picchu. No puedo vivir sin ti, mi amor —susurró
con urgencia junto a su oído. Besando su pelo, la abrazó con fuerza. Las lágrimas
cesaron. Chaska lo escuchaba—. Pediré tu mano en matrimonio al emperador
cuando acabe todo. ¡Te amo! Te amo con cada respiración que tomo...

79
Capítulo 11

Fox esperó tenso. ¿Había funcionado el sueño que le envió a Aella? ¿Creería que
Guerra había poseído a Robert? Sabía que había roto una ley cósmica y estaba más
que preparado para discutirlo ante la junta del Pueblo de las Nubes. Cuando un
espíritu o humano que estaba siendo educado en la Luz violaba una ley
conscientemente, se reunía un jurado para decidir el castigo de ese individuo.
Y tampoco pudo evitarlo, tuvo que enviarle el sueño de cómo se habían
abrazado cuando estaba a punto de acabar el entrenamiento. Esa mañana, cuando
la siguió tan silenciosamente como un jaguar hasta el Templo de la Luna y oyó su
llanto, se quedó devastado. Se había enamorado completamente de Chaska. Ella era
dulce, inocente, hermosa y sobre todo, su eterna compañera espiritual. Había días
en los que todo lo que deseaba era besarla. Enviarle ese sueño rompió la ley otra
vez, pero no le importó. Aella tenía que saber que su amor era eterno. Necesitaba
intensamente conectar su pasado con su presente. Ella no era una psíquica fuerte y
le preocupaba. No sabía que Guerra había poseído a Robert. Cada momento que
pasaba con el hechicero cortejaba a la muerte. Tenía que protegerla
desesperadamente. Pero, ¿finalmente la salvaría?
Se detuvo al ver el Toyota llegar al aparcamiento vacío a las ocho de la mañana.
Cuando Aella salió del coche su corazón se encogió.
«¡No! ¡Oh, Gran Madre, no!»
Su aura no mostraba ninguna actitud recelosa hacia Robert.
¿Por qué no le había creído? El sueño que le envió fue muy concluyente.
Mirándola cuidadosamente notó las sombras oscuras bajo sus ojos. Peor aún,
descubrió que Guerra había conectado una línea de energía entre ellos. Fox estaba
seguro de que no era para aspirar la energía de su aura, que es lo que los hechiceros
hacían a sus víctimas. Eso la distraería, y Guerra deseaba la esfera mucho más que
drenarla de energía. Eran los verdaderos vampiros del cosmos.
Necesitaba llamar la atención de Aella, pero el Tupay le estaría observando. El
hechicero miró con satisfacción en su dirección riéndose silenciosamente de él.
Mientras Guerra permaneciera en ese cuerpo humano, Fox no tenía derecho a
sacarlo del lugar sagrado. Una violenta necesidad de matar le invadió. Reconocía
que no era una emoción apropiada, pero en este momento no le importó. Como
guerrero estaba entrenado para luchar y proteger. Y ahora no podía hacer nada.
Frustrado, los siguió mientras iban hacia la boca de la serpiente. Guerra no
molestaría a Aella hasta que encontrara la esfera... si es que estaba allí. Hasta ahora
no se había revelado.
Esta noche había luna llena y Fox conocía el poder de ese evento. Muchas cosas

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se desencadenarían y revelarían para bien o para mal. Esa energía estaría en su cenit
a las diez de la mañana de hoy. Su corazón latía de miedo. Miedo a lo desconocido
para Aella. Para él mismo. Por lo que Guerra haría y no había hecho... todavía.
—Me sentaré aquí —le indicó Aella a Robert. No había dormido bien después
del sueño. Sentía a Fox cerca, pero no tenía fuerzas para hablar con él. No cuando
tenía que gastar su energía con cuidado o no cumpliría su objetivo.
—Iré a vigilar —dijo Víctor, sonriendo mientras ella se acomodaba bajo un
castaño frente a la boca de la serpiente—. Mi instinto me dice que hoy encontrarás
la esfera.
—Espero que tengas razón.
—¿Estás bien?
—Sí, no dormí muy bien anoche. —Casi le contó el sueño a Robert, pero decidió
no hacerlo. El otro sueño había calmado sus preocupaciones. Atok le había pedido
matrimonio. Aella sintió la tristeza de su abuela muriéndose y la euforia de Atok
amándola desde lejos.
Suspirando, se concentró en la misión. Robert parecía estar bien descansado, tan
masculino y guapo como de costumbre. Sin embargo, Aella todavía sentía la
confusa mezcla de energía a su alrededor. Su aura había pasado de los colores
claros que solía tener a colores más sucios.
—¿Te encuentras bien, Robert?
—Sí, por supuesto. —Víctor protegió sus emociones. Ella le dirigió una mirada
incrédula. La cantidad de energía que gastaba para mantener el espíritu de Robert
en jaque era enorme. No esperaba que ese espíritu fuera tan poderoso durante tanto
tiempo. Por lo general, un espíritu poseído luchaba inicialmente pero luego se
rendía. No el de Robert. Anoche casi había cortado el cordón para liberar el espíritu
del idiota y hacerse completamente cargo del cuerpo.
—Tu aura...
—Ah eso. Me duele un poco el estómago —mintió—. Tal vez fueron los
camarones que comí hace dos noches.
Aella se lo creyó.
—Vaya. Estaba preocupada por ti.
—Es muy amable de tu parte, pero realmente estoy bien. —Le sonrió
cálidamente.
Aella se acomodó contra el tronco del árbol.
—Bien, voy a empezar.
—Sí, empieza. Estaré cerca. —La observó mientras cerraba los ojos. Su furia por
el espíritu combativo de Robert ya era suficiente. Se movió hasta donde ella no le
vería. Los rayos del sol coronarían las copas de los árboles dentro de una hora. Los
petirrojos saltaban alrededor del montículo buscando gusanos en la hierba
recientemente cortada. Una gran garza azul voló sobre sus cabezas.

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Víctor tenía que elegir. Si Aella encontraba la esfera necesitaría toda su energía
para robársela. En este momento Robert le hacía gastar un cuarenta por ciento de su
energía. No podía cortar el cordón del gilipollas porque necesitaba sus
conocimientos. ¿Y si Aella no encontraba la esfera esta mañana? Si lo cortaba,
¿mantendría su tapadera ante ella? Era peligroso y lo sabía.
El aura de Robert era la clave. Si se deshacía del espíritu del arqueólogo su aura
cambiaría a la de Víctor y Aella vería el súbito cambio de colores. ¿Notaría la
diferencia? Después de todo, era una psíquica débil. No estaba seguro de si la
habían entrenado contra las posesiones. No se enteró cuando atacó a Robert, y si
estuviera entrenada seguramente habría sabido lo que estaba pasando. Jactándose
de ese hecho, decidió que Aella no era una amenaza. Jugaría sus cartas como le
pareciera mejor.
Miró hacia el aparcamiento. Todavía no había llegado ningún turista.
Afortunadamente estaban solos. No quería a nadie cerca si Aella tropezaba con la
esfera. Si no la encontraba esta mañana tendría que pasar los siguientes días con ella
y con sus preguntas sobre la arqueología de la zona. Y si acababa con Robert tendría
que empezar a inventar cosas al vuelo.
Aunque intuía que encontraría la esfera hoy. Vio a Fox cerca de ella. Cuando
sus ojos se encontraron, Víctor sonrió. El guerrero inca lo odiaba con una pasión
que trascendía cualquier emoción terrenal. Acostumbrado a ese odio por parte de
los Guerreros de la Luz, simplemente se encogió de hombros.
¿Qué hacer? Tomó una decisión. Cortó el cordón plateado. El espíritu liberado
del arqueólogo subió hacia arriba y desapareció en la luz.
—Buen despegue... —Víctor suspiró y sintió que la presión dentro del cuerpo
físico desaparecía ajustándose a tener un sólo habitante. Convocó a Lothar. Casi al
instante vio al Tupay justo fuera del límite.
—Lothar, creo que Aella encontrará hoy la esfera. Espérame aquí, quizás necesite ayuda.
Ese Guerrero de la Luz está preparado para atacarme, pero no puede mientras yo esté en este
cuerpo.
—Lo entiendo, mi señor. Esperaré tus instrucciones.

Fox se inquietó mientras observaba al Caballero Tupay aparecer a pocos metros


del límite. Y lo peor era que había visto salir al espíritu de Robert. Guerra había
cortado el cordón y el arqueólogo estaba oficialmente muerto para esta vida. Fox
estaba en desventaja y, por una vez, deseó que Chima estuviera aquí. Ya había
enviado un alarmante mensaje telepático al Pueblo de las Nubes pidiendo refuerzos
a Alaria y Adaire. Algo estaba a punto de suceder y sabía que no lograría manejarlo

82
solo.
Se centró completamente en Aella. Si Guerra poseía su cuerpo, ella moriría. ¡No
lo permitiría! Estaba aterrado, desamparado. Aella no tenía la habilidad de enfocar
su energía en más de una cosa. Y ahora mismo estaba explorando astralmente la
cueva bajo la cabeza de la serpiente. Sólo podía esperar y rezar.

Mientras Aella estaba en la cueva, Atenea se materializó ante ella. Sorprendida


por la inesperada visita, le hizo una reverencia.
—Mi señora. Me sorprende tu visita. ¿Ocurre algo malo?
Atenea, con su atuendo habitual, la miró con su lechuza en el hombro y el
escudo de Medusa apoyado en el suelo.
—Aella, debes tener cuidado. Hay una araña en medio de tu camino que está tejiendo
una tela mortal. Mantente alerta...
Aturdida por la advertencia vio a la diosa desaparecer. Ya estaba al tanto que
tenía que ser cuidadosa, pero el aviso parecía terrible. Le gustaría que sus mensajes
fueran más extensos y ver el camino que tenía por delante. De momento, seguiría
buscando la esfera. Desconcertada y un poco temerosa, investigó con más cuidado
la cueva. Vio algunas arañas en esta cueva, más que en la otra. ¿Su diosa se refería a
que no la mordiera una? Sacudiendo la cabeza sintió un ligero alivio mientras
miraba alrededor. Atenea siempre le hablaba con generalidades desconcertantes. La
diosa no podía decirle sin rodeos de qué temer.
Mientras flotaba, la luz pareció incidir en una telaraña en la pared opuesta. Era
impresionante, perfectamente redondeada, con treinta o más círculos concéntricos
tejidos en ella. Le sorprendió su estructura. Cuando se acercó para admirar su
belleza descubrió otro altar. Era igual que el de la cueva anterior y se escondía
detrás de un pliegue de la pared.
Estaba construido con piedras de color ocre y crema que habían sido
cuidadosamente talladas a mano. Los símbolos eran diferentes a los del otro.
Arrodillándose tocó varias de las piedras. El otro altar tenía al menos quince
símbolos de animales tallados en varias piedras.
Éste no. Cada piedra estaba tallada con una figura en forma de un 8 tumbado.
¡Era el símbolo de la Vesica Piscis! Sin aliento, se dio cuenta del significado del
antiguo símbolo. ¡El símbolo del collar Llave Esmeralda! Cada una de las esferas
recuperadas tenía unas letras talladas en un lado y en el otro la Vesica Piscis.
Con el corazón galopando comprendió que la esmeralda estaba aquí. La
emoción se mezcló con temor mientras pasaba la mano por las piedras. ¿Dónde
estaba la esfera? ¿Las piedras estaban dispuestas de manera que tenía que tocarlas

83
en un orden específico? Insegura, levantó la vista. La tela de araña parecía brillar
con los colores del arco iris. La araña, para su sorpresa, tenía un símbolo rojo de la
Vesica Piscis en su abdomen negro. Al principio creyó que era una viuda negra,
pero no era una araña común.
Tan pronto como lo descubrió, la araña se movió rápidamente hasta la parte
izquierda superior de su tela, rebotando arriba y abajo como si estuviera en un
trampolín. Intentó comprender lo que la araña espiritual le estaba diciendo.
Examinó las piedras del altar. La luz de la cueva no era muy intensa y tuvo que
acercarse más al lado izquierdo. Cuando rozó una piedra más grande de color
crema, la electricidad chisporroteó en sus dedos. Al instante, la piedra comenzó a
brillar.
Asombrada retiró la mano. Había sentido como un suave calambre, un
hormigueo, una sensación salvaje y caliente. Excitada, observó el brillo dorado de la
piedra. Pulsaba como un latido. Volvió a mirar a la araña.
La araña se escabulló rápidamente hasta la parte superior derecha. Aella asintió
y tocó una piedra ocre de la derecha que parecía más grande que las otras. De
nuevo, esa chispa de energía saltó a su mano. La piedra empezó a brillar.
Entonces entendió lo que ocurría. La araña era la guardiana de la esfera
esmeralda. No era una casualidad que su bonita tela estuviera encima del altar.
Observó cómo la araña se precipitaba hacia la parte inferior izquierda. Esta vez
puso la mano en la piedra de allí y no la apartó. La piedra brilló.
Sentada sobre sus talones observó las tres piedras que seguían reluciendo. Miró
a la araña buscando su guía. Atenea tenía una araña que la ayudaba a tejer. ¿Sería la
suya? ¿Por eso la diosa había aparecido? Confusa, observó a la araña moverse
rápidamente a la parte inferior derecha.
Sonriendo, repitió el gesto y obtuvo el mismo resultado. La araña se movió
rápidamente hacia el centro de la tela y saltó vigorosamente arriba y abajo.
«Bueno», pensó Aella, «la quinta piedra debe estar en el centro del altar».
Alargó la mano y presionó la piedra ocre. No estaba preparada para lo que pasó a
continuación.
Toda la cueva se iluminó con una energía de color verde pálido que emanaba
del altar. La energía de la cámara cambió notablemente y una sensación de amor
intenso se arremolinó a su alrededor mientras se levantaba. Unas emotivas lágrimas
de gratitud inundaron sus ojos.
La tela de la araña se inundó del color verde que se extendía por encima del
altar. Aella observó cómo las cinco piedras brillaban más y luego disminuían su
intensidad.
Se quedó sin respiración cuando la esfera esmeralda emergió lentamente desde
el interior del altar y flotó. Ya no estaba la araña ni su tela. Sólo la belleza increíble
de una esmeralda del tamaño de una pelota de golf. Aella estaba asombrada y

84
extasiada. Los rayos de luz dorados y verdes que salían de la esfera eran como si el
sol iluminara la caverna.
Sintiéndose humilde, percibió la conexión del espíritu de la esfera con ella.
Inclinó la cabeza y le habló telepáticamente:
—Me siento honrada por tu presencia, querido espíritu.
—Igual que yo, hija de la Luz. Ven y sujétame.
Aella se mareó ligeramente al deslizar la mano suavemente bajo la esfera.
Hipnotizada por su belleza, por el profundo amor que emanaba de ella, se dio
cuenta instantáneamente de por qué la Fundación Vesica Piscis quería el collar.
Absorbiendo el intenso amor se sintió renovada, elevada y parte de algo tan grande
y profundo que las palabras nunca podrían hacerle justicia.
—Dime, espíritu, ¿qué tienes inscrito? ¿Qué significa la palabra? —preguntó Aella.
—Hija de la Luz, soy Esperanza. Sin esperanza en todo hay mucha energía pesada y
oscuridad. La expectativa libera a cada ser para seguir el camino hacia la Unidad y la Luz.
—Gracias por tus sabias palabras. ¿Puedo sacarte de esta cueva?
—Sí, debo comenzar mi viaje.
Estaba al corriente que al salir del montículo la energía de la esfera iría con ella.
Salió de la cueva y volvió a la tercera dimensión. En el momento en que lo hizo, los
potentes rayos verdes y dorados brillaron en el mundo tridimensional. Bañada con
los colores, se concentró en regresar a su cuerpo.
Fox jadeó al ver el cuerpo astral de Aella salir del montículo con la esfera
esmeralda en la mano. Había oído hablar de las esferas porque su emperador fue
quien tuvo la visión de crearlas. Ahora comprendió su importancia. Se apreciaba
una sensación de amor tan cálida y duradera que, por un instante, suprimió su
inquietud y miedo. Al ver a Aella deslizarse hacia su cuerpo distinguió una energía
punzante, como un avión rompiendo la barrera del sonido.
Girándose, vio a Guerra corriendo por el montículo con el rostro lleno de una
cruda codicia. ¿Qué pensaba hacer?

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Capítulo 12

Aella estaba completando el proceso de regresar a su cuerpo cuando sintió el


fuerte agarre de la mano de Robert en su brazo.
—¡Levántate! —espetó, poniéndola de pie.
—¿Robert? —Aella intentó soltarse y le miró. Su rostro se veía sombrío, sus ojos
centrados en ella—. ¿Qué sucede?
—Tenemos que irnos ahora. Agarra la esfera.
Confundida, Aella sujetó la esfera con fuerza mientras él la empujaba hacia
delante, casi haciéndola caer.
—¡Me haces daño! —gritó Aella, luchando contra el mareo que siempre sentía al
volver a su cuerpo físico—. ¿Qué estás haciendo? No percibo nada malo —Esta vez
pudo soltarse. Asustada, buscó ayuda.
Víctor la fulminó con la mirada. Si ahora le quitaba la esfera posiblemente se
desvanecería. No estaba seguro de que en este lugar permaneciera en poder de un
Tupay. La decisión más sensata sería que Aella la sujetara hasta que la sacara del
montículo sagrado. Entonces, se la arrebataría. Así la esfera no desaparecería.
—Estamos en peligro. Tenemos que marcharnos inmediatamente —gruñó con
los dientes apretados. La agarró de nuevo. ¡De una manera u otra conseguiría esa
esfera! Aunque tuviera que arrastrar a Aella gritando hasta el límite donde le
esperaba Lothar.
—¡No! ¿Qué te pasa? —Ella apartó su mano. Se estaba comportando de manera
muy diferente del hombre que había conocido hace poco. Sus ojos entrecerrados se
veían negros, vacíos y la miraban con odio. Éste no era Robert.
—¡Oh, no! —exclamó, descubriendo de golpe que Guerra había poseído a
Robert. Esto explicaba toda la confusión que había visto en él los últimos días.
Estaba aterrada. Si la sacaba de la protección del sitio sagrado, le robaría la esfera.
No tenía el poder necesario para detener a Ro... Guerra. Estaba sola. Víctor
maldijo y se lanzó hacia ella. Por instinto, Aella echó a correr. Su cabeza empezó a
girar. ¿Conseguiría llamar la atención del guardia de seguridad? ¿La ayudaría Fox?
La esfera era muy importante para la Luz. Jadeó mientras corría entre los árboles.
Guerra se acercaba a grandes pasos.
Fox observaba el drama. No podía hacer gran cosa para proteger a Aella. La
observó correr como un venado hacia la boca de la serpiente. Fox entró en acción.
Guerra estaba ganando terreno y en pocos segundos la alcanzaría... Y después no
tendría ningún reparo en matarla para conseguir la esfera.
Furioso, utilizó su energía para hostigar a Guerra. Movió la rama de un árbol
delante de él. El hechicero se estrelló en el suelo. Eso le daría a Aella algún tiempo.

86
Pero no mucho.
Maldiciendo, Víctor vio al Guerrero de la Luz flotando.
—¡Idiota! —Se lanzó contra él con rabia. En un cuerpo físico su energía estaba
limitada. Si estuviera en espíritu le hubiera arrojado un poderoso rayo. Pero si salía
del cuerpo estaría a merced de la sagrada energía de la Luz.
—¡Déjala en paz! ¡La esfera es suya, no tuya! —Fox se puso en medio.
Víctor se echó a reír con fuerza.
—¡Lárgate, insignificante espíritu! ¡La esfera es mía! —Víctor corrió tras Aella. Con
rabia, saltó sobre varios troncos caídos y extendió la mano, agarrándola de la
camiseta. ¡La tenía!
Aella gritó mientras caía al suelo con Guerra. Las ramas y hojas volaron
alrededor de ellos y se quedó sin aliento. El hechicero se irguió y la sujetó al suelo.
Ya había tenido suficientes tonterías y decidió quitarle la esfera. Era un movimiento
arriesgado, pero no tenía otra opción. Aella luchaba con fiereza y no se le ocurría
otra cosa.
—¡Dámela! —siseó él, tratando de agarrar su mano. Aella gritó y lo empujó,
pero no era rival para su peso.
Fox lanzó un rayo de energía azul hacia Guerra que lo arrojó a través del aire,
aterrizando con fuerza en el bosque y dando vueltas hasta que se estrelló contra el
tronco de un enorme castaño.
Aella jadeó, dándose cuenta que Fox la había ayudado. ¡Ahora tenía la
oportunidad de correr hasta el coche! Una vez dentro estaría a salvo. Sujetando la
esfera de forma protectora corrió hacia el aparcamiento.
Víctor sacudió la cabeza mientras observaba a Aella correr como un elegante
ciervo fuera del bosque. Intentaba llegar al coche. ¡Ella tenía las llaves, maldita sea!
Gruñendo, empujó al máximo su aturdido cuerpo físico. El rayo de energía que Fox
le había lanzado era suficiente para matar a un simple mortal, pero él era inmortal.
Tropezando, ya que la forma humana todavía estaba en estado de shock por el
golpe recibido, maldijo una y otra vez persiguiéndola.
Aella llegó al asfalto. ¡El coche sólo estaba a unos metros! Buscó las llaves en el
bolsillo. Por detrás oía la ahogada respiración de Guerra. ¿La ayudaría Fox?
Gritó cuando se le cayeron las llaves delante del Toyota, y al ir a recogerlas el
hechicero atacó.
Fox abandonó el lugar sagrado.
Sabía que al hacerlo violaba una ley que acarrearía serias sanciones. Pero no le
importó. ¡Tenía que salvar a Aella!
El hechicero la arrojó contra el coche. Cuando se estrelló contra el Toyota, la
esfera salió volando de su mano. En un segundo, Guerra la agarró en el aire,
triunfante.
Aella gritó y se lanzó hacia el Tupay sabiendo lo importante que era recuperar

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la esmeralda. Lo golpeó con todas sus fuerzas, arrojándolo hacia atrás y
desequilibrándolo.
Pero Víctor se echó a reír y salió del cuerpo de Robert. Inmediatamente, la
forma física del arqueólogo se derrumbó en el pavimento. Aella se tambaleó,
horrorizada al mirar el cuerpo inmóvil de Robert.
Lothar llegó rápidamente. El Señor de las Tinieblas entregó a su Caballero la
esfera.
—Llévala al castillo. Ningún guerrero puede tocarla. Tengo que terminar con esta perra.
¡Vete ahora!
Víctor vio a Lothar marcharse de esta dimensión. Satisfecho de que la esfera
estuviera en buenas manos volvió a centrar su odio en Aella, que estaba al lado del
cuerpo del humano. La poseería y también la dejaría morir. Dos guerreros menos
para luchar en el futuro.
Desde una distancia segura Fox vio la intención del hechicero. No tenía tiempo
para pensar. La vida de Aella estaba en juego y la esmeralda había desaparecido.
Sin pensar, se lanzó contra el cuerpo de Robert. Si lo poseía dentro de un límite de
cinco minutos, lo salvaría. Al hacerlo se estaba condenando a sí mismo a la
mortalidad, pero no le importaba. La vida de Aella era demasiado importante para
no hacer nada. El Tupay la destruiría mientras miraba a Robert.
Aella vio que Robert abría los ojos. Su rostro estaba grisáceo por la muerte y de
repente se inundó de vida otra vez. Retrocediendo sorprendida, se quedó
paralizada y aturdida.
Fox obligó al cuerpo del arqueólogo a ponerse de pie y divisó a Guerra
acercándose a Aella, con los ojos brillando con una intención maliciosa. Iba a
matarla.
Con el pesado cuerpo de Robert envolviéndolo, reunió toda su energía y
levantando las manos apuntó hacia la oscura nube negra que se acercaba.
Víctor nunca había visto a un guardián poseer antes a un humano. ¡Los
Guardianes de la Luz no lo hacían! ¡Sólo los Tupay! Ni siquiera sabía que era
posible. Atónito, perdió unos preciosos segundos divagando en ese hecho
inesperado. El cuerpo humano de Robert estaba tan vivo como cuando Víctor lo
había poseído. Sacudiendo la cabeza, volvió a centrarse en la mujer que estaba
detrás del guardián.
¿Qué ocurría? ¿El guardián todavía tenía sus poderes? Maldiciendo a la Gran
Madre, juntó su energía, que era casi como la de una central nuclear, y soltó una
doble carga hacia Aella mientras veía al guardián levantar las manos del humano
para detener su ataque.
Víctor se echó a reír. Su energía freiría ese cuerpo y destruiría el espíritu del
guardián, matando al mismo tiempo a Aella.
Fox distinguió las dos cargas saliendo de la nube negra del hechicero. En ese

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momento se preparó para morir y así asegurarse que Aella siguiera con vida. El
poder de su amor se extendió por todas las direcciones. Cuando las cargas
golpearon sus manos, sintió que un ardiente calor atravesaba el cuerpo humano. Y
esperó su muerte.
No sucedió nada. Conmocionado, vio que los rayos pegaron en sus palmas y
luego rebotaron hacia Guerra.
Víctor bramó, asombrado. Su propia energía lo habría matado si no hubiera
reaccionado rápidamente y huido de la tercera dimensión para evitarla. Sin mirar
atrás y riéndose, regresó a su castillo. Allí estaría a salvo, ningún Taqe o Guerrero
de la Luz tenía permitido entrar en la fortaleza de los Tupay.
Lothar tendría la valiosa esfera esmeralda. Finalmente, después de tres intentos,
tenía una. Y sin todas, los Taqe no podrían unir el collar y usarlo para cambiar la
energía de la Oscuridad a energía de Luz. ¡Había ganado! Su gente lo celebraría con
entusiasmo.

Aella observó todo con una horrorizada fascinación. Vio la nube oscura
formarse, como si una tormenta momentánea hubiera aparecido de repente encima
de ellos. Cuando Robert levantó las manos y se preparó, no comprendió su reacción
hasta que dos rayos de energía salieron de la tormenta. Robert tomó el golpe y
devolvió la energía a la nube. En menos de un segundo, la furiosa nube oscura
desapareció ante sus ojos.
Robert retrocedió unos cuantos metros. Cuando cayó de rodillas con las manos
en el pecho, ella no supo qué hacer. ¿Todavía estaba Guerra dentro de él? ¿Debería
correr al coche? Algo le decía que esperara. Con el corazón latiendo fuertemente se
dio cuenta de lo cerca que había estado de la muerte. Y que si Guerra seguía en el
cuerpo de Robert, se recuperaría y la perseguiría de nuevo.

Fox se recuperaba de la carga del hechicero. Notaba a Aella cerca. ¡Estaba a


salvo! Era lo único que importaba. Apoyando las manos en el asfalto intentó
disolver la energía que aún circulaba por el cuerpo. Qué extraño le resultaba estar
de nuevo en forma humana. Había olvidado lo pesado que se sentía alrededor de su
espíritu, como si estuviera usando una armadura.
Abriendo la boca inhaló, incapaz de hablar. Lo primero que advirtió fue la
cautela de Aella. Leyó sus pensamientos dispersos telepáticamente. Estaba

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agradecida de que Robert estuviera vivo. Él sentía lo mismo. No había creído que
sobreviviría al ataque del hechicero. Mirando a su alrededor descubrió que Guerra
se había ido. ¿Por qué no iba a hacerlo? Ya tenía lo que quería; la esfera.
Las fuertes náuseas le hicieron vomitar. Sus extremidades temblaban. El cuerpo
había recibido un gran golpe a pesar de haber sido capaz de desviar la mayor parte
de la energía. Eran las consecuencias de un ataque de este tipo.
Necesitaba que Aella se diera cuenta de que el hechicero ya no estaba en este
cuerpo. Enjugándose la boca, giró débilmente la cabeza.
—Aella, soy yo, Fox. El hechicero se ha ido. Estás a salvo... —Y se desmayó.

Una punzada de dolor trajo a Fox de vuelta de la inconsciencia. El olor a


antiséptico invadió su nariz haciéndole fruncir el ceño.
—¿Robert?
Registró la urgencia en la voz de Aella. ¿Dónde estaba? Abrió los ojos... y su
corazón saltó de alegría.
Aella estaba inclinada sobre él. Su pelo negro enmarcaba su rostro, y sus ojos
dorados se veían nerviosos. La separación de sus labios le hizo gemir. Le tocaba el
brazo con su cálida mano.
—¿Robert? Estás en un hospital de Dayton. El guardia de seguridad del
montículo llamó a emergencias. Has estado inconsciente veinticuatro horas. —Aella
levantó la vista. Los pitidos de las máquinas eran considerables. Estaba en la UCI.
En la ambulancia los paramédicos le dijeron que no conseguían estabilizar el latido
del corazón de Robert. Era errático y pensaron que seguramente tendría un ataque
cardiaco. Pero no había sucedido. Al menos no todavía.
Nerviosa, Aella miró sus ojos mientras le hablaba suavemente, observando que
las pupilas se agrandaban y se concentraban en ella.
—¿Robert? ¿Fox?
Él curvó su boca ligeramente hacia arriba.
—Chaska...
Eso fue todo lo que Aella necesitó.
—Oh... —suspiró, cerrando los ojos un instante y agarrando su brazo con más
firmeza—. Gracias a Dios... —dijo Aella esperanzada. Los doctores le habían dicho
que no sabían qué le pasaba a Robert, excepto que su corazón latía erráticamente y
no lograban tranquilizarlo. Le advirtieron que probablemente moriría. Era sólo
cuestión de tiempo—. ¿Fox?
—Sí, mi amor... —Se las arregló para emitir un susurro ronco.
Aella miró hacía el control de enfermeras que empezaban a notar que Fox

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estaba consciente.
—Escucha, tu latido es errático. Dicen que no pueden regular el ritmo. ¿Puedes
hacer algo para volver a la normalidad? —le explicó tensa—. No quiero que
mueras. Los médicos dicen que lo harás. Por favor, Fox... si hay algo que puedas
hacer...
Asintiendo ligeramente, Fox cerró los ojos. Como guardián sabía cómo ajustar
los diversos sistemas de un cuerpo humano, aunque nunca pensó que lo haría para
él mismo. En este momento reconoció que estaba en grandes problemas con los
líderes del Pueblo de las Nubes. Había hecho algo que solo un Tupay haría; poseer
un cuerpo. Pero tuvo que hacerlo para salvar la vida de su amada. Fox no se
arrepentía de su decisión. Saber que había salvado a Aella era lo único importante.
Tardó cinco minutos en normalizar todas las funciones de ese cuerpo. Ahora
empezaría a sanar. La carga lanzada por Guerra permanecería unas cuarenta y ocho
horas dentro de la forma física y se disiparía después de haber hecho el daño.
Afortunadamente, Fox consiguió detener casi toda la explosión por lo que los daños
eran menores y se recuperaría completamente.
Una enfermera se acercó.
—¿Está consciente?
Aella asintió y se apartó.
La enfermera sonrió al hombre.
—Señor Cramer, ¿me oye? Soy Wanda Starling. Está en la UCI y yo me ocupo
de usted.
Fox abrió los ojos. La enfermera tenía unos cuarenta años, el pelo rojo y corto y
unos alegres ojos azules. Le gustó su sonrisa.
—Encantado de conocerla —la saludó con voz ronca—. Tengo hambre y sed.
Con una ligera carcajada, la enfermera sacudió la cabeza mientras estudiaba los
monitores.
—Esto es increíble, señor Cramer. ¡Sus latidos son normales! —Señaló varios
instrumentos que rodeaban su cama—. Todo parece normal. Voy a llamar a su
cardióloga, la Dra. Susan Levi. Si ella lo aprueba le retiraré la intravenosa y le daré
un poco de hielo y comida si piensa que ya puede comer.
Durante la siguiente hora Fox soportó las idas y venidas de varios médicos y
enfermeras, aceptándolo sólo porque Aella estaba sentada en la pequeña unidad de
la UCI, a un simple toque de su mano. Todos los que entraban sacudían la cabeza
con asombro. La doctora Levi, una intensa joven de unos treinta y cinco años, se
sorprendió por su repentina recuperación. Escuchó su corazón con un estetoscopio
y pidió una prueba cardiaca. Todo salió normal.
—Señor Cramer —saludó la doctora Levi al regresar a la UCI—, es un milagro.
Las pruebas del laboratorio y el ultrasonido indican que todo ha vuelto a la
normalidad. —Tomó el gráfico y garabateó con su bolígrafo negro—. Voy a sacarlo

91
de la UCI, pero quiero que se quede un día más para asegurarme. Lo pasaré a una
planta. Puede beber y comer lo que quiera. —Sonriéndole, le dio unas palmaditas
en el hombro—. Bienvenido a la tierra de los vivos, señor Cramer.

92
Capítulo 13

Aella respiró hondo mientras apagaba el móvil. En la entrada del hospital el sol
calentaba, pero ella se sentía completamente congelada. Le había explicado a Calen
que había perdido la esfera, sentía un gran peso en sus hombros por lo ocurrido.
Metió el móvil en su bolso y se sentó en un banco bajo unos enormes castaños.
La gente iba y venía del hospital. Mirando a su alrededor, se secó las manos
húmedas en los vaqueros. Todo era muy confuso. Nada había salido como estaba
planeado. ¿Cómo había perdido la esfera? Nunca olvidaría la decepción en la voz
de Calen. Ella misma la sentía profundamente. Después de haber sostenido la esfera
y conectado con ella, comprendió lo vital que era para el collar. Ahora, la cuarta de
las siete esferas había desaparecido. Su misión había fracasado.
Peor aún, Robert estaba muerto. Víctor Guerra había cortado el cordón plateado
del espíritu del arqueólogo. El dolor encogió su pecho. Las lágrimas asomaron a sus
ojos y lloró su pérdida. Era un buen hombre. Oh, un poco arrogante, pero no por
eso dejó de ser amable o ayudarla durante la misión. Guerra le había atacado
salvajemente y poseído su cuerpo... y ella ni siquiera se enteró.
Con las manos en la cara, sollozó por sus propios defectos. Calen y Reno la
habían contratado precisamente porque era clarividente. ¿Por qué no había visto a
Guerra? Su entrenamiento no la había preparado para el combate contra un
hechicero. Sacando un pañuelo del bolso, secó sus ojos y se sonó la nariz. No tenía
sentido sentir lástima por sí misma.
Calen y Reno llegarían mañana. Querían hablar con Fox, el guerrero Taqe que
había poseído el cuerpo de Robert. Ahora que estaba estable, tal vez él arrojara
alguna luz sobre los acontecimientos que ella no sabía. Con las manos en su regazo
y el pañuelo en el puño, recordó que Atenea ya había aparecido dos veces para
advertirle de peligros por venir, advertencias que eran vagas, generales y sin
especificar.
Al final había fracasado. Completamente. Robert estaba muerto. La esfera
esmeralda desaparecida. Y ningún Taqe podía ir al bastión de los Tupay y
recuperarla. Su cabeza no dejaba de recordar cómo la había perdido ante Guerra.
Miró el hospital de cinco plantas. A Fox lo habían trasladado a una habitación
privada en el segundo piso. Debería ir a verlo. Ayer por la noche salió del hospital
en un taxi hacia el Hotel Marriott, en el centro de Dayton. Había dormido
profundamente. La ducha caliente limpió la mayor parte de la irreal sensación que
tenía desde el enfrentamiento con Guerra. Sospechaba que su propia aura estaría
intoxicada por la energía de la que Fox la protegió de una muerte segura.
Pasándose la mano por su pelo rizado, se obligó a ponerse de pie. Era hora de

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visitar a Fox, aunque todavía se sentía vulnerable e insegura. Habían pasado
muchas cosas. Notaba a Fox preocupándose por ella, como si estuvieran conectados
telepáticamente, tanto si Aella lo quería o no.
Atravesó las puertas y subió las escaleras al segundo piso. El reloj del control de
las ocupadas enfermeras marcaba las diez de la mañana. La puerta de la habitación
205 estaba cerrada. Suavemente, giró el picaporte y la abrió lo suficiente como para
asomarse.
—Entra —indicó Fox, con el corazón saltando y galopando por la visita de
Aella. Iba vestida con una camiseta verde pálido, pantalones vaqueros que
mostraban sus largas y seductoras piernas, y sandalias de cuero de color burdeos.
Observando sus ojeras, Fox fue muy consciente de su agitado estado emocional.
Ella cerró silenciosamente la puerta y se acercó a la cama. Fox seguía llevando
un pijama azul claro de hospital que no ocultaba sus anchos hombros y el fuerte
pecho.
—¿Cómo estás? —le preguntó, mientras dejaba su bolso en el suelo junto a la
cama.
—Mejor —respondió Fox. La observó mientras acercaba una silla a la cama. Se
moría por abrazarla y besarla. Pero su corazón gritaba para que no lo hiciera.
Debido a que eran la misma alma, Fox podía acceder a sus sentimientos y
pensamientos. Ahora mismo ella estaba distraída, confundida e insegura sobre sus
sentimientos hacia él. Fox lo entendía.
Aella se sentó y miró su rostro.
—Te sientes mejor ¿no?
—Sí. Tú pareces cansada. ¿Qué ocurre? —Fox se retuvo para no tocar su pálida
mejilla. Aella parecía devastada.
Ella le contó su conversación con Calen.
—He fallado. No es una buena noticia. La esfera era mucho más importante que
tú o yo... Se trataba del bien de este planeta.
Fox no pudo detenerse. Se sentó y apoyó su mano suavemente en su brazo.
—Aella, lo que pasó no fue culpa tuya. He estado repasando toda la situación y
hubo un montón de problemas con la propia misión.
Su mano era cálida y reconfortante. Ávidamente, ella absorbió su inesperado
contacto como un mendigo hambriento. Atónita por su propia necesidad, de
repente se dio cuenta que desde el enfrentamiento deseaba que alguien la
consolara. Solo un poco. No cambiaría el resultado, pero se sentiría mejor.
Mordisqueó su labio inferior y no dijo nada. Cuando Fox retiró la mano, le entraron
ganas de llorar.
Fox sintió su angustia. ¿Debería hacerlo? Aella todavía lo miraba con cautela.
Tal vez se estaba adaptando al hecho de que Robert se había ido y él estaba en su
lugar. Hasta ahora nunca había entendido la ley sobre no poseer un cuerpo. No

94
sabía si perdería a Aella. El pensamiento lo destrozó. Mientras estaba sentado con
las piernas estiradas comprendió lo que sucedía. Aella estaba devastada por el
inesperado giro de los acontecimientos. Le había gustado Robert. Y si él no hubiera
interferido como lo había hecho, ella podría haberse enamorado del arqueólogo con
el tiempo. Ahora Robert estaba muerto y Fox poseía su cuerpo. ¿Podría Aella
aprender a amarlo de nuevo? ¿Vería el rostro y el cuerpo de Robert pero sabría que
Fox estaba allí? Empezó a darse cuenta de la enormidad de ese acto.
Fox recordó las advertencias de su entrenamiento, las leyes vigentes y las
palabras de Alaria. Ahora que padecía el resultado final de sus decisiones, entendió
por qué existían esas leyes. Por mucho que amara a Chaska, sus elecciones iban a
costarle algo que no quería perder; su amor.
—Hablaré con Calen y Reno —le dijo él finalmente—. Seguro que están
decepcionados.
—Yo también. Todo ha sido por mi culpa.
—No —replicó Fox con un tono fuerte y firme—. Hiciste tu trabajo. Robert no
pudo hacer el suyo. Él era el eslabón débil de esta misión, no tú.
Frunciendo el ceño, Aella examinó su rostro. Qué difícil le resultaba ver a
Robert y darse cuenta que su espíritu había desaparecido.
—¿Qué quieres decir, Fox?
Alentado de que usara su nombre, él continuó:
—Robert era un cambiante. La persona equivocada para esta misión. Un
cambiante puede cambiar de forma, pero ¿de qué sirve eso contra alguien como
Guerra? Ya comprobaste que él no tenía las habilidades psíquicas que tú tienes. ¿Te
has preguntado qué habría sucedido si las hubiera tenido? Habría visto a Guerra.
Tú no has fallado, Aella. Hiciste todo lo que se te pidió. Calen y Reno esperaban que
encontraras la esfera y lo hiciste. Robert dejó su flanco abierto a Guerra. No era un
psíquico y, por lo tanto, estaba ciego cuando más necesitaba ver.
Aella sacudió la cabeza mostrando su desacuerdo.
—Pero lo necesitaban, Fox. Él era el experto y tenía información sobre ese
período de tiempo.
—Y la decisión de la Fundación de asignarlo aquí te dejó expuesta a un ataque
—expuso Fox tan suavemente como pudo, ya que Aella todavía parecía
confundida—. Calen y Reno eligieron a la persona equivocada para ir contigo.
Deberían haber enviado a alguien que pudiera ver en la cuarta dimensión como tú.
Si lo hubieran hecho así, no creo que el hechicero habría conseguido poseer a
Robert. Tú sólo tenías energía para tu misión y no podías desperdiciarla en otras
cosas. Si hubieras tenido más, habrías visto a Guerra poseer el cuerpo de Robert.
—Es verdad, esa mañana estaba teniendo mucho cuidado con mi energía. Viajar
astralmente agota toda la que tengo.
Fox se arriesgó y acarició con ternura su brazo.

95
—Robert estaba limitado. No puedes echar la carga de lo que sucedió
únicamente en tus hombros. Reno y Calen tomaron una mala decisión al elegir a tu
compañero. Estratégicamente, Robert te dejó vulnerable. No deben culparte por
eso. La culpa es de quienes os contrataron.
Aella reflexionó la apasionada explicación de Fox.
—Ni siquiera lo había pensado.
—Claro que no. Estás desolada por la muerte de Robert y la pérdida de la
esfera.
—Gracias por entenderlo —manifestó con una tierna mirada.
En ese momento, aunque todavía se sentía débil, deseó abrazarla, aplastarla
contra su pecho y simplemente sujetarla.
—Estás cargándote con la culpa de todos. Eso no es correcto ni justo. Eres la
única en todo este asunto que lo ha hecho bien. Deberías sentirte orgullosa por
haber cumplido con sus expectativas.
—¿Vas a decírselo a Reno y Calen cuando lleguen? —Aella no se imaginaba
cómo se tomarían la valoración de Fox de la misión fracasada.
—Por supuesto que sí. No voy a permitir que te culpen a ti.
—No importa, Fox. Independientemente de todo, hemos fracasado.
Fox levantó la mano.
—Eso no es verdad. Calen y Reno necesitan saber lo que hicieron mal y
arreglarlo para el siguiente equipo. Si no aprenden de sus errores perderán otra
esfera, por no hablar de otro equipo. Si son como creo que son, aceptarán su
responsabilidad. Estoy seguro de que querrán aprender a corregir ese error a
tiempo para la siguiente misión.
Asintiendo, el tono de Aella reflejó una cierta esperanza.
—Eres maravilloso, Fox. Estaba tan inmersa en el fango de lo que pasó que no
había visto nada de todo esto.
—Aella, te quiero. Tú eres mi vida, mi aliento, mi ser. Sé que necesitas tiempo
para adaptarte a mí... Y espero que consigas lograrlo con el tiempo. Haré todo lo
que sea para protegerte y apoyarte —le confesó Fox, con voz temblorosa.

Calen y Reno Manchahi estaban junto a la cama de Fox a la mañana siguiente.


Aella se sentaba en una silla después de haberles contado una vez más todo lo que
había sucedido con la esfera.
—Y eso es todo lo que puedo añadir, además de estar muy afligida por haber
fracasado en la misión.
Calen asintió con simpatía.

96
—En realidad, Reno y yo hemos estado pensando el motivo por el qué le
pedimos a Robert que estuviera en el equipo. —Intercambió una mirada rápida con
su marido—. Nos equivocamos, Aella. Deberíamos haber contratado a alguien con
experiencia mucho más clarividente que Robert. No ha sido culpa tuya. En
realidad, ha sido culpa nuestra. No queremos que lleves la carga de todo esto. Es
nuestra carga.
Fox asintió y se alegró de que los humanos aceptasen la responsabilidad de sus
actos.
—Se lo dije ayer a Aella.
—¿Lo viste todo, Fox? —preguntó Calen.
—Sí. Estaba muy preocupado. Siento que Robert haya tenido que desprenderse
de esta vida y que hayáis perdido la esfera. —Le dirigió a Aella una tierna
mirada—. Al menos pude salvarla.
Reno frunció el ceño.
—Nos alegra que lo hicieras, pero vas a pagar un alto precio por tus acciones.
Sonriendo levemente, Fox sostuvo la oscura mirada del Apache.
—Soy consciente de mis elecciones y estoy en paz con ellas.
Calen sacudió la cabeza, apoyando la mano en la cadera.
—No sabía que un Taqe pudiera poseer a un humano.
—Yo tampoco —agregó Reno.
—Si leéis los Registros Akáshicos os enterareis que en el pasado lo hicimos. En
cierto punto de nuestro desarrollo espiritual nos detuvimos porque no era correcto.
Todavía podemos hacerlo si lo deseamos. Nunca hemos perdido la capacidad de la
posesión.
—¿Te ha visitado alguien del Pueblo de las Nubes? —interrogó Calen.
—No, pero espero una visita pronto.
Aella sintió el temor en la habitación.
—No lo entiendo... Si Fox no hubiera poseído el cuerpo moribundo de Robert
ahora estaría muerto. Todos parecéis creer que fue una mala decisión por su parte.
—Aella, no has recibido el entrenamiento avanzado que todos los Taqe reciben
tarde o temprano. Alaria y Adaire son los líderes del Pueblo de las Nubes. Esa es
nuestra fortaleza de Luz. Sé que te entrenó la diosa Atenea a quien sirves. Hay
muchas reglas cósmicas que respetar cuando estás avanzando por el sendero de la
Luz. Fox eligió el libre albedrío e ignoró una de esas leyes para salvarte de morir a
manos de Guerra —le explicó Calen.
Mirando fijamente a Fox, Aella preguntó:
—Entonces, ¿lo que hiciste estuvo mal? —La incredulidad de su voz resonó en
la habitación.
Fox le sujetó la mano unos segundos.
—No te preocupes. Trataré con Alaria y Adaire cuando llegue el momento.

97
El miedo le tapó la garganta.
—¿Y eso que quiere decir? Si hiciste algo mal, ¿te van a castigar?
Fox le apretó la mano.
—No pasará nada, Aella. Deja de preocuparte. Ya has pasado por mucho. —Les
lanzó a Calen y Reno una mirada de advertencia—. Dejemos de hablar de mí. No
soy lo importante. La pérdida de la esfera debe ser nuestra prioridad.
Su mano hormigueó por su contacto. Cada vez que la tocaba, Aella sentía que
su corazón se abría un poco más, aunque todavía luchaba con el hecho de que era el
cuerpo de Robert con un espíritu diferente dentro de él.
—De acuerdo —musitó. Fox no parecía inquieto, aunque Calen y Reno estaba
claro que sí. Si a él no le preocupaba ese tema, a ella tampoco le preocuparía.
—¿Qué planes tenéis para recuperar la esfera robada? —les preguntó Fox.
Reno se encogió de hombros.
—Ninguno. Cuando regresemos a Quito, a la sede de la Fundación, iremos al
Pueblo de las Nubes y hablaremos con Alaria y Adaire. Según nuestra perspectiva y
conocimiento no se puede hacer nada.
—Así es —añadió Calen con tristeza—. Esperamos que ellos sean capaces de
darnos una estrategia o idea sobre cómo rescatarla.
Fox advirtió su angustia ante la situación.
—Nada en ninguna dimensión es sencillo —les recordó—. Siempre hay
obstáculos.
Calen sonrió ligeramente.
—Aella dijo que fuiste un guerrero jaguar del Emperador Pachacuti en tu
última reencarnación. Me imagino que el entrenamiento psíquico que recibiste te ha
servido muy bien.
—Sí. Por eso os digo que no os sintáis derrotados por perder esa esfera. Si algo
habéis aprendido es que esta misión os ayudará a elegir mejor a la gente para la
siguiente. Cuando buscas algo tan importante en un sentido espiritual, la energía
que lo rodea es inmensa. Y todos estáis en forma humana, lo que significa que
cometeréis errores para aprender.
Reno asintió con la cabeza.
—Bien —gruñó—. Tendremos en cuenta tu opinión sobre el asunto. ¿Y tú qué
vas a hacer?
Fox se encogió de hombros.
—No estoy seguro de lo que voy a hacer en un futuro cercano. —Le dirigió a
Aella una mirada tranquilizadora—. Si es posible, me gustaría trabajar con vosotros
en el planteamiento de la próxima misión. —Hizo un gesto a su cuerpo—. Primero
tengo que quitarme la carga de energía que Guerra me envió. Todavía estoy débil,
pero la próxima semana debería volver a estar a pleno rendimiento.
Aella se quedó pensando en la extraña situación de Fox. ¿Volvería a sus deberes

98
de guardián? ¿Moriría el cuerpo de Robert? No quería perderlo de nuevo. Deseaba
tener acceso a más información espiritual. Era evidente que Calen y Reno tenían
una comprensión muy buena de esas filosofías, pero ella no.
—Ya nos lo dirás —declaró Reno mientras tendía la mano a su esposa—. Vamos
al hotel a ducharnos y dormir. Hablaremos de nuevo antes de que nos vayamos
mañana por la tarde.
Calen sonrió a Aella.
—Estuviste maravillosa. Encontraste la esfera. Hiciste todo lo que te pedimos.
Te estamos muy agradecidos. Reno y yo no queremos que lo tomes como algo
personal, ¿de acuerdo? No hiciste nada malo. Simplemente no encontramos el
compañero adecuado para ti.
Al levantarse, Aella abrazó a Calen.
—Gracias —susurró, con la voz llena de lágrimas—. Me siento mal... muy mal...
Calen la abrazó.
—Sé cómo te sientes, pero no es culpa tuya. Escucha a Fox, ¿de acuerdo? —Le
apretó el brazo y sonrió—. Te dejaremos un billete de avión. Cuando estés lista para
volver y contarles a los demás el informe de la misión, solo sube al avión.
La calidez y sinceridad de las palabras de Calen ayudaron a sanar parte de la
culpa que Aella soportaba. Soltando a la mujer cuya sonrisa irradiaba a través de
ella como la luz del sol, susurró:
—Regresaré pronto.

99
Capítulo 14

Aella se detuvo justo en la puerta de la habitación de Fox. Esta mañana el


hospital le daba el alta. Lo encontró completamente vestido y hablando con una
mujer con una túnica azul cielo. La miraron cuando entró.
—Aella, quiero que conozcas a Alaria. Ha venido del Pueblo de las Nubes.
Sonriendo, Aella cerró la puerta. Al instante sintió el éxtasis mágico que
impregnaba la habitación. La energía procedía de esta anciana. Llevaba el pelo
plateado en dos trenzas y en su pacífico rostro se reflejaba una sabiduría antigua.
—Hola, Alaria.
Cuando su mano se deslizó en la de la anciana, sintió que un cosquilleo de
increíble calor fluía de sus dedos y de vuelta al interior de su corazón.
—Hija, te hemos estado observando desde lejos. Es un verdadero placer
contactar contigo finalmente.
Soltando su mano, Aella sonrió.
—He oído hablar de ti por Reno y Calen. Fox también te mencionó.
Alaria cruzó las manos en las mangas de su sencilla túnica azul.
—Tu diosa, Atenea, me visitó el otro día.
Aella levantó las cejas.
—¿En serio? —La curiosidad la consumió y notó que la boca de la anciana se
contraía con una ligera sonrisa.
—El Pueblo de las Nubes es el único lugar en todos los mundos donde se
permite entrar a los Taqe que caminan hacia la Luz. Conectamos con todos los
dioses y diosas de todas las tradiciones de la Tierra que eligen ese camino. —Se
encogió ligeramente de hombros—. Por supuesto, en ese nivel hay otros que han
elegido el camino Tupay. Atenea es una de las nuestras.
Aliviada, Aella dijo:
—Que buena noticia. ¿Por qué te visitó?
Alaria miró a Fox y luego a ella.
—Me ha pedido que empieces a entrenar en el Pueblo de las Nubes. Está dentro
de su ámbito solicitarlo para una de sus sacerdotisas. Cree que estás lista para el
entrenamiento metafísico avanzado. También obtendrás una comprensión más
profunda de las leyes kármicas.
—¡Es maravilloso! ¿Y qué significa? ¿Tengo que viajar astralmente? —Aella
estaba un poco confundida porque había oído a Calen hablar de ese pueblo que no
estaba en la Tierra, sino en la cuarta dimensión.
Alaria le tocó brevemente el brazo.
—No, en un parpadeo estarás con nosotros. —Su voz se hizo más firme al mirar

100
a Fox.
—Él debe venir al pueblo para evaluar las opciones de su alma. Y tú eres
bienvenida, si quieres venir. Habrá una junta de investigación por las decisiones de
Fox y también te involucran.
Aella le dirigió a Fox una mirada extrañada.
—¿Fox está en problemas?
—No estoy en problemas. Como espíritus se nos permite tomar decisiones. Yo
hice algunas, y ahora una junta de mis mayores debe reunirse —explicó Fox.
Aella intuyó que no estaba diciendo toda la verdad y se volvió hacia Alaria.
Adoraba a esta mujer sin saber por qué. Era la persona más cariñosa que había
conocido.
—¿Soy como un testigo para esa corte?
—En cierto sentido, sí. Nos gustaría escuchar tu versión de los hechos para
evaluar a Fox y las decisiones que tomó —contestó Alaria
—¿Haréis daño a Fox de alguna manera?
—No, hija, no le haremos nada. Cuando un espíritu, ya sea dentro o fuera del
cuerpo, hace elecciones que van contra las leyes del karma queremos entender por
qué.
Aella todavía no estaba convencida de que Fox no estuviera en serios
problemas.
—Tu diosa ha dado permiso para que seas un testigo de Fox y sus decisiones,
nos encantaría tenerte con nosotros.
El corazón de Aella se llenó de angustia e incertidumbre. Cada vez que miraba a
los ojos de Fox lo sentía a él, no a Robert. Sin embargo, era imposible olvidarse de
Robert y su cuerpo.
—Estoy lista.
—Bien. —Alaria levantó las manos y puso sus dedos índices en el centro de las
frentes de los dos.
—Cerrad los ojos. Os llevaré conmigo...

Aella miraba asombrada el Pueblo de las Nubes. Cuando cerró los ojos sintió
una veloz sensación de movimiento, tan rápida que le quitó el aliento. Y al volver a
abrirlos vio un puente de madera sobre una corriente burbujeante. La selva la
rodeaba. Un sendero estrecho y bien empedrado conducía al puente. Por todas
partes se extendía la niebla, de modo que todo lo que divisaba era el puente que se
curvaba hasta el otro lado de la corriente. Los sonidos se silenciaron, como si
estuviera en pleno vacío.

101
Alaria los condujo a través del puente. Mientras caminaba, Aella notó un fuerte
cambio de energía. La niebla comenzó a disiparse para revelar un centenar de
chozas de diferentes tamaños con el techo de paja. Cuanto más avanzaban por el
sendero, más feliz y ligera se sentía. Había gente de todas las razas. Algunos
aldeanos parecían bastante extraños y Aella se preguntó si serían de otras galaxias.
Vio a varios adultos, niños y perros. A lo lejos, los campesinos trabajaban en
enormes campos. En el horizonte se alzaba una cadena montañosa. Fox le explicó
que eran los Andes.
Cuando llegaron al pueblo le presentaron a Moyra, una de las mujeres que
vivían allí, quien la llevó a una choza pequeña. Dentro había dos habitaciones. Una
tenía una mesa pequeña y dos sillas y la otra un colchón de paja sobre un suelo de
tierra prensada. Después de servirle leche de coco, agua y algunas guayabas y
fresas frescas, le dijeron que se quedara cerca de la cabaña.
Moyra, una bella mujer de Costa Rica de piel dorada y largo cabello negro, le
indicó:
—Volveré a buscarte dentro de una hora. Están convocando a la junta de
investigación y se requerirá tu asistencia.
Aella asintió. Estaba sedienta. Ya sola, inspeccionó la sencilla cabaña. Las
pequeñas ventanas permitían pasar la luz y el aire en las habitaciones. Cortinas de
algodón rosa enmarcaban cada una. Un gato blanco y negro se asomó a la puerta y
maulló. Aella lo acarició y el animal se hizo un ovillo en el colchón. Sentada a la
mesa, sacudió la cabeza.
¿Cómo había llegado hasta aquí? Obviamente, con magia. Se pellizcó el brazo.
Sí, estaba en cuerpo físico y no en espíritu. Sus capacidades psíquicas parecían
mejoradas hasta un grado poderoso. Cuando pasaron dos adultos hablando un
idioma que ella no conocía, los entendió. Parecía que la telepatía se utilizaba tanto
como la comunicación verbal. Si escogía escuchar una conversación, lo hacía, y si
quería cerrar la charla en su mente, la cesaba. Sorprendida, se centró en Fox. Algo le
decía que estaba en serios problemas. Suponía que le darían más información en la
junta de investigación.

Fox se sentaba al final de una larga mesa de caoba tallada. Su superficie rojiza
brillaba por las horas de paciente pulido. En los lados se sentaban cuatro de los
miembros más antiguos del Pueblo de las Nubes. Alaria y Adaire estaban en el otro
extremo. Observó cómo presentaban a Aella. Moyra, a quien había conocido hace
años, le sonrió mientras llevaba a Aella a una silla vacía a la derecha de Alaria.
—Empecemos —indicó Alaria a los que estaban reunidos—. Las reglas son que

102
podréis formular una pregunta y Fox la responderá sin interrupción. Todos los que
estáis aquí convocados en nombre de la Gran Diosa Madre comprendéis que debéis
considerar los mejores conocimientos aprendidos por Fox. —Alaria echó un vistazo
a Aella—. Te preguntaré en algún momento. Hasta entonces, simplemente escucha
y aprende.
Aella asintió solemnemente. Desearía no sentirse tan nerviosa. Fox parecía
relajado y atento, ni un poco asustado o tenso.
Adaire se levantó. El hombre parecía un típico druida con su túnica de color
crema, su largo pelo blanco y dos pequeñas trenzas a cada lado de su barba. En la
mano sostenía un pergamino.
—Atok, te acusan de desertar de tu puesto como guardián de un lugar sagrado.
Elegiste enviar sueños a Aella, que abrió los recuerdos de tu vida con ella. Por
último, has poseído un cuerpo humano que no era tuyo. Nos gustaría escuchar tus
razones para esas elecciones. Romper la ley kármica es una violación grave y
tenemos que entender por qué lo hiciste. Por favor, habla.
Fox apoyó las manos entrelazadas en la brillante superficie de la mesa.
—Admito que envié sueños a Aella. Ella era mi esposa, Chaska, en una vida
pasada. Sabía que estaba pisando los límites de esa ley de no divulgar nunca una
vida pasada a otra alma. Lo hice porque mi amor por ella nunca ha muerto.
—¿Te arrepientes de tus acciones y decisiones? —exigió Adaire.
—Ahora sí. —Fox le dirigió a Aella una mirada de simpatía—. He comprendido
que mi elección no ha hecho más que confundirla sobre mí y su vida presente.
Percibo su confusión. Ella ve al Robert que conocía y no es capaz de verme a mí,
Atok, el espíritu que habita este cuerpo.
—¿Y entiendes por qué se creó la ley del secreto sobre vidas pasadas con otro
espíritu? —preguntó Alaria.
—Lo hago ahora.
—¿Te arrepientes de tu elección?
Fox dudó.
—Veo lo que le he hecho a Aella. Quería que me amara mientras yo la seguía
amando, pero lo que hice estuvo mal. Todo lo que he conseguido es confundirla y
esa no fue mi intención.
—¿Lo harías de nuevo? —interrogó Adaire, dejando el pergamino a un lado.
Aella vio a Fox luchando con la pregunta.
—Tengo problemas con mi amor por ella. No puedo obligarlo a morir dentro de
mí. Lo he intentado, pero no lo he conseguido.
—Avivaste tu obsesión por una vida pasada para restablecer la conexión con
Aella —comentó Alaria.
—Sí —admitió Fox abriendo las manos—. El amor no se puede destruir, ya lo
sabemos. No tengo ninguna explicación de por qué mi amor por ella ha trascendido

103
la eternidad.
Asintiendo, Adaire frunció el ceño.
—Y debido a esa obsesión entraste en el cuerpo de Robert Cramer.
—Sí. Y por eso no voy a pedir comprensión o perdón. Sabía que Guerra mataría
a Aella. No fui capaz de esperar y permitir que sucediera.
—Pero eso fue lo que se te pidió —interrumpió Alaria.
—Nadie la ayudaba. Tuve que hacerlo.
—¿Estás seguro de eso? —preguntó Alaria.
Confuso, Fox miró a los ancianos.
—¿Estás diciendo que si hubiera pasado la prueba de quedarme a un lado la
habríais ayudado y protegido?
—Hijo mío, tu prueba fue tener fe de que todo sería como debería ser —admitió
Alaria—. Ya estás al tanto de la fe absoluta que se requiere en tu nivel. Estábamos
esperando para ir a ayudarla. No era el momento de que ella muriera, pero no lo
sabías. Y al interferir rompiste tu fe en el plan de la Gran Diosa Madre y los Tupay
robaron la esfera. Si hubieras mantenido tu fe y no hubieses permitido que tu amor
obsesivo se interpusiera, habríamos evitado que Guerra robara la esfera, así como
salvar la vida de Aella.
Lúgubremente, Fox consideró esas revelaciones.
—Ya... veo. —Se esforzó por hablar—. He fallado en todos los niveles. Ahora lo
entiendo.
Adaire suspiró.
—Hijo mío, está claro para nosotros que no has pasado la prueba y no estás
preparado para ser el guardián de un lugar sagrado. Hay algo dentro de tu alma
que todavía necesitas pulir.
Alaria miró a Aella.
—¿Puedes decirnos de corazón cómo te sientes sobre Robert y Fox?
Escogiendo sus palabras, Aella les contó todo desde el momento en que había
aceptado la misión. Al final de su discurso, añadió:
—Estoy muy confundida. Realmente me gustaba Robert. Era un buen hombre.
Nos llevábamos bien. Y desde que Fox entró en él, no puedo lidiar con esto
emocionalmente. Veo a Robert, aunque mi corazón clama por Fox. Lo siento, no
puedo reconciliar a los dos.
—Fox, ¿ves el error de tu elección? ¿Que no puedes reavivar el amor de una
vida pasada y vivirlo igual en otra vida? —preguntó Alaria.
Fox asintió, comprendiendo la gravedad de su elección.
—Sí. —Miró a Aella—. Permití que mi amor por ti se distorsionara. Siento
haberte hecho daño, Aella. Te mereces algo mucho mejor.
Las lágrimas llenaron los ojos de Aella. Sorbiendo, observó a los ancianos. Sus
expresiones eran pacientes y comprensivas. ¿Qué harían con Fox? ¿Cuál sería su

104
condena?
—Mi nivel no me deja entender esas leyes —le confesó ella con voz
temblorosa—. Siento tu amor. Quiero responder. Realmente lo deseo. Pero cuando
lo siento y luego veo a Robert, no puedo... Simplemente no entiendo lo necesario
como para comprenderlo. —En el pasado amó a Fox. Él lo sabía. Y también los
demás en esta reunión.
Alaria extendió la mano y palmeó las de Aella apretadas sobre la mesa.
—Hija, no hay nada malo en el amor. Como todas las almas, Fox debe darse
cuenta de esto, pero a un nivel más amplio y profundo. Él ha fallado. Todos en esta
mesa hemos fracasado en ese punto de nuestro desarrollo. No lo aprendimos la
primera vez que nos probaron. Un día, Aella, serás probada de la misma manera
cuando alcances este nivel.
—¿Qué vais a hacer conmigo? —intervino Fox. No soportaba el sufrimiento que
sentía rodeando a Aella—. Entiendo mis elecciones y cómo no sólo he dañado a
Aella, si no que he fallado a los Taqe que tratan de encontrar el collar Llave
Esmeralda. Está claro que he arruinado todo el proceso y lo siento desde lo más
profundo de mi alma. Me arrodillo ante vuestra sabiduría para que decidáis lo que
sea de mi. —Al decirlo, Fox supo que se había enfrentado a su obsesivo amor por
Chaska. En el momento en que pronunció esas palabras, notó una inmensa
liberación dentro de sí mismo.
—Ya lo has hecho tú mismo —manifestó Alaria con una tierna mirada—.
Finalmente has liberado esa vida, ese amor, Fox.
Aella también sintió la liberación de energía, como si alguien hubiera abierto la
jaula de su corazón. La sensación fue instantánea, pero clara. Tocando su pecho,
miró fijamente a Fox. Su rostro estaba triste y vio la evidente miseria escrita en sus
ojos.
Adaire miró a los dos hombres y mujeres que estaban sentados escuchando.
—Os pido vuestra sabiduría.
Fox se sentó y escuchó a los cuatro ancianos. Finalmente, Adaire habló:
—El cuerpo de Robert debe ser entregado a la Madre Tierra. Kármicamente, él
eligió ese camino para morir de esta manera. Ya no puedes habitar su cuerpo.
Fox asintió y tensó la boca.
—Acepto tu sabiduría.
Alaria se incorporó.
—Como has oído, el consejo no cree que estés listo para reanudar los deberes de
guardián.
Asintiendo, Fox esperó a que el clavo final fuera introducido en el ataúd que se
había creado él mismo.
—Acepto tu sabiduría, Alaria.
—Eso significa —continuó Adaire—, que ahora volverás a caer en la rueda de

105
las reencarnaciones, sin importar la cantidad de vidas que necesites para volver al
nivel que habías ganado anteriormente.
Fox sabía lo que pasaría. Su corazón se acongojó porque seguía amando a Aella.
Ella era su alma gemela y eso nunca cambiaría. Seguro de que el consejo enviaría su
espíritu a la Luz para permanecer allí un tiempo indeterminado, se preparó para no
volver a verla. Por lo menos, por mucho, mucho tiempo, tal vez siglos o miles de
años. Eso es lo que más le dolía. Una enorme trituradora destrozó su corazón,
destruyendo el último resto de su deseo por su compañera eterna... Y la única vida
que habían compartido como incas. No quedaría nada debido a su incapacidad de
separar el amor y la fe en igual medida.
—Veo que entiendes lo que te pasó —le dijo Alaria—. El sufrimiento lo
entendemos como una forma de crecer, Fox. Creo que hablo por todos cuando digo
que has llegado a un círculo completo. Tu comprensión de tus opciones, de albergar
un amor obsesivo por un individuo más allá de una vida dada, finalmente lo has
visto claro.
—Es cierto. Totalmente —susurró Fox, mirando a Aella con nuevos ojos.
Sacudiendo la cabeza se dirigió a los ancianos—. Si lo hubiera entendido antes
nunca habría tomado las decisiones que tomé en el montículo—. No volverá a
pasar. Esa es la promesa de mi alma que os hago, y a nuestra Gran Diosa Madre.
Con una ligera sonrisa, Alaria miró a Adaire.
—¿Estás convencido de que ha comprendido sinceramente sus acciones?
—Sí. Lo ha hecho —replicó Adaire.
Fox miró a Aella y la vio bajo una nueva luz. No como Chaska, sino como era en
esta vida. El amor que tenía por ella era diferente, verdadero y fuerte. La deseaba,
pero por lo que era ahora. En ese instante, se dio cuenta que su comprensión lo
había liberado de la distorsión y del enredo del pasado.
—¿Estás listo para la decisión de la junta? —insistió Alaria.
Encogiéndose interiormente porque sabía lo que venía, inclinó la cabeza y dijo
humildemente:
—Estoy preparado para vuestra sabiduría.

106
Capítulo 15

—Venid conmigo —pidió Alaria a Fox y Aella, antes de agradecérselo a los


demás por asistir a la reunión.
Fox se levantó sin saber lo que sucedería después. Esperaba censura. Una
sentencia de algún tipo que no fuera simplemente ser degradado de nuevo al ciclo
de encarnaciones. Ese castigo no le molestaba. No había sido feliz como guardián
espiritual. Intentó leer la expresión cerrada de Alaria, ya que ella había protegido
sus pensamientos y sentimientos. La sensación de su inminente muerte lo invadió.
Caminaron por un sendero cerca de la selva.
—¿Es necesario que Aella esté con nosotros? —indagó Fox. Era indudable que
iba a tener que abandonar el cuerpo de Robert. Y ser testigo de este suceso sería
muy traumático para Aella.
—Es necesario, hijo mío —contestó Alaria por encima del hombro.
Frunciendo el ceño, Fox cerraba la marcha con Aella delante de él. No tenía ni
idea de lo que iba a ocurrir. Con el corazón girando en su pecho, se sintió incapaz
de protegerla... una vez más. Dolorosamente, se dio cuenta que tenía que rendirse a
un poder superior y tener fe. Después de todo, los ancianos habían señalado su
fracaso en esa área. Por eso ahora lo estaban probando de nuevo.
Salieron de la selva y se encontraron frente a una ladera cubierta de hierba
donde Fox vio una imagen familiar; la Piscina de la Vida. Su confusión aumentó,
pero siguió sin decir palabra.
—Oh —exclamó Aella—. ¡Este lugar es precioso, Alaria!
—¿Verdad que sí? —Se detuvo al final de la suave pendiente. Gesticulando
alrededor, le comentó a Aella—: Esta es la Piscina de la Vida. Es una masa de agua
muy especial. ¿Atenea no te lo ha explicado?
—No. —Aella admiró las cristalinas profundidades. En el fondo había arena
blanca y el agua era de color turquesa—. Es preciosa. Invita a sumergirse en ella.
—Hizo un gesto de aprecio.
—¿Te gustaría probarla? —preguntó Alaria con una sonrisa.
—¡Claro!
—Entonces hazlo.
Fox frunció el ceño.
—¿Vas a decirle para qué es este lugar?
Alaria se llevó un dedo a los labios.
Con la boca apretada, Fox vio que no tenía nada que decir en esto. «Fe» se dijo.
«Solo ten fe». Algo bastante difícil ya que se preocupaba por Aella. Pero estaban en
el Pueblo de las Nubes. Y aquí estaban a salvo. La energía era ligera y curativa. Era

107
consciente de lo desconfiado que se había vuelto a lo largo de los siglos. Se sentó en
un banco cuando Alaria condujo a Aella hasta el borde del agua.
—Ahora, hija mía, quiero que te sientes aquí, te quites las sandalias y metas las
piernas en el agua. ¿Dime qué sientes después de hacerlo?
Excitada, Aella se sentó y rápidamente se desabrochó las sandalias. Nerviosa,
hundió los pies en la superficie del agua.
Alaria sonreía cuando el rostro de Aella cambió en un segundo.
—¿Que estás sintiendo?
—¡Un cosquilleo! —suspiró Aella—. Y está caliente. ¡Oh, es como una piscina
climatizada! Parece como el chorro de un jacuzzi creando burbujas, pero cuando
miro hacia abajo no veo ningún movimiento en el agua. ¿Por qué?
—Es un lugar mágico —murmuró Alaria—. Deja que el agua te cure, hija mía.
Has pasado unos días muy difíciles.
Aella cerró los ojos. Miles de burbujas se envolvieron en sus piernas
sumergidas. La energía la recorrió, notando como si una marea se moviera dentro
de su cuerpo y su aura. El placer del agua hizo que su tristeza y sus hombros se
relajaran.
—Esto es maravilloso. Hace unos momentos me sentía pesada y asustada.
Ahora esos sentimientos se han ido. —Levantó la vista hacia la anciana y sonrió.
Alaria se echó a reír.
—Este es el lugar donde todos los Taqe están autorizados a venir. Algunos lo
visitan en sus sueños para sanar bañándose en estas aguas. Otros viajan
astralmente. Y algunos pocos afortunados, como tú, están en persona para
experimentar la magia del agua de la Gran Diosa Madre.
—Es un lugar increíble —susurró Aella, sintiendo las oleadas de alegría y
ligereza rodeándola.
—Cuando te sientas preparada saca las piernas del agua.
Aella las sacó.
—Voy a secarme —le dijo a Alaria. Volviéndose, vio a Fox que se había
quedado atrás. Su rostro mostraba una expresión atormentada. La gustaría lanzarse
a sus brazos y besarlo. Él había cometido muchos errores. Pero, ¿quién no lo había
hecho? Aella sabía perfectamente que los humanos tenían que cometer errores para
aprender. La clave era tratar de no repetir el error. Se preguntó si la prueba de Fox
en el montículo sería nueva. Si era así, su error, incluso a nivel de espíritu, no debía
ser juzgado con dureza. Quizás Alaria lo había traído aquí para castigarlo. Pero ¿de
qué manera? Nada indicaba que la Piscina de la Vida fuera un castigo o una
reprimenda. Se moría de ganas de preguntárselo a Alaria, pero tenía que guardar
silencio por respeto a la anciana.
Fox observó a Aella mientras se ponía las sandalias. Qué hermosa era... en esta
vida. Compartía los preciosos ojos dorados de Chaska como los de un jaguar y el

108
cabello brillaba con reflejos azules bajo el sol, pero el resto era distinto. Sus esbeltas
piernas relucían con gotitas de agua de la piscina. Había oído hablar de la piscina
durante su entrenamiento hace mucho tiempo, pero a Fox nunca se le había
permitido entrar en sus aguas curativas.
Desvió la mirada cuando Alaria se acercó. Sus manos, como de costumbre,
estaban metidas en las amplias mangas de su túnica. Reuniendo su valor, supo que
era hora de salir del cuerpo de Robert. En menos de un minuto volvería a ser un
espíritu en la cuarta dimensión. Lo que pasaría después, no lo sabía. Entendió que
su tiempo con Aella había terminado. En su interior, su corazón gritó de dolor por
la pérdida. Sólo él había creado esta situación y tenía que aceptar la
responsabilidad.
—Fox —dijo Alaria con voz suave—, estás a punto de embarcarte en un nuevo
viaje.
Fox inclinó la cabeza.
—Sí, Alaria. —Su tono sonó cansado y derrotado incluso para él. Estando cerca
de la considerable aura de Alaria, sintió que su amor irradiaba a través de él,
animándolo y calmando su pena y el dolor que había causado. La culpa era solo
suya.
—¿Entiendes lo que es la Piscina de la Vida? ¿Qué los que se bañan en las aguas
curativas sanan?
Asintiendo con la cabeza, Fox apreció la belleza de la piscina.
—Me enseñaron que los que enferman nadan en la piscina y se curan. Que
alguien con heridas emocionales o mentales sale del agua recuperado.
—Exactamente. También tiene otras propiedades. Nunca hablamos de esto con
la mayoría porque no están preparados para tal conocimiento. Hoy vas a descubrir
otra faceta de las habilidades mágicas de la piscina, Fox.
Sabía lo que venía. Nadar en la piscina quitaría el espíritu de una vez por todas
del cuerpo que poseía.
—Lo entiendo —afirmó con una voz llena de remordimiento.
Sacando una mano de la manga, la posó en el brazo de Fox.
—No lo entiendes. Quiero que te sumerjas en las profundidades de la piscina.
Van a suceder muchas cosas. Cosas que solo un alma de nivel superior puede
experimentar.
Fox abrió la boca para hablar.
Poniendo su dedo en los labios, Alaria sonrió.
—¿Tienes alguna última petición? ¿Algo que quieras decir antes de que ocurra
el cambio?
Después de mirar a Aella, volvió su atención hacia la anciana.
—Alaria, cometí el error de amar más allá del tiempo de una vida determinada.
—Sí, eso es.

109
—Así aprendemos y lo sé. No me arrepiento de haber amado a la otra parte de
mi alma. Pero pido perdón por permitir que el amor se convirtiera en algo que no
era saludable ni positivo.
Alaria susurró con una tierna mirada:
—Estoy orgullosa de tu conciencia, de tu crecimiento, Fox.
—Lo que no puedo negar es que el amor es la fuerza más poderosa del
universo. Nada se resiste al amor cuando brilla sobre un alma.
—Así es —asintió Alaria.
—No me equivoqué en amar, sólo en sentir ese amor más allá de esa vida.
—Exactamente.
—Estoy preparado. Os agradezco vuestra sabiduría y cuidado. Acepto
plenamente mi destino.
Ella le dirigió una cálida mirada llena de orgullo.
—Me voy ahora, Fox. Cuando me haya ido, quiero que te sumerjas en la piscina.
Sólo la Gran Diosa Madre determinará tu destino, nosotros no podemos hacerlo.
Ese no es nuestro trabajo, afortunadamente. Es el suyo.
—Haré lo dices —murmuró Fox, aturdido cuando Alaria se acercó para darle
un largo y fuerte abrazo.
—Nunca olvides que te queremos. Has cometido errores, pero todos hemos
hecho lo mismo o algo parecido. Ten fe. Permite que la esperanza te colme y
abrázala con una ferocidad como sólo tú puedes sentir. —Lo soltó.
Aella sonrió y abrazó a Alaria. No entendía lo que pasaría después. Sólo que
Fox se veía hundido y humillado.
—Gracias por el regalo de la piscina.
Alaria retiró unos mechones de la frente de Aella.
—De nada. Ahora estás sanado. Todo el trauma de esta experiencia ha sido
absorbido por la magia de la piscina. ¿Te sientes ligera, feliz y limpia?
—Sí —susurró Aella, apretando brevemente la mano de la anciana—. Gracias
por todo.
Asintiendo, Alaria volvió al sendero y pronto desapareció en la selva.
Fox sintió como si le arrancaran el corazón mientras se acercaba a Aella. La
amaba. Era tan simple, tan dulce y tan triste. La sujetó con ternura.
—Es el momento de decir adiós. Quiero desearte una vida llena de felicidad. Te
lo mereces.
Aella frunció el ceño.
—Fox, ¿qué está pasando?
—Debo marcharme, mi amor. Es mi destino.
—No... —susurró Aella, agarrando sus hombros—. A pesar de todo, te quiero,
Fox. No me importan los errores que hayas cometido. ¿No podemos empezar de
nuevo?

110
Fox sacudió la cabeza con tristeza. Una expresión de angustia se reflejó en el
rostro de Aella. Reteniendo las lágrimas, dijo con voz temblorosa.
—Mi amor, tú y yo siempre seremos parte uno del otro. No importa a dónde
vayamos, ni que reencarnaciones tengamos, siempre habrá esa conexión entre
nosotros. Algún día nos reuniremos. Y esperaré ansiosamente ese día. Tuvimos
suerte de haber compartido una vida en Perú. Normalmente las almas gemelas no
tienen esa oportunidad.
—Te quiero, Fox —susurró Aella con furia—. Nunca lo olvides.
Fox sonrió tristemente.
—Me gustaría besarte una sola vez antes de irme.
—Sí. — Aella se puso de puntillas para encontrarse con su boca. Él la abrazó.
nunca se había sentido tan amada como en este precioso y fugaz momento. Ya no
estaba besando a Robert. Estaba besando al espíritu dentro de ese cuerpo. Cuando
Fox abrió la boca, se ahogó en el esplendor de su tierno y penetrante beso. Notaba el
golpeteo de su corazón contra sus pechos. Su respiración irregular y cálida mientras
fluía por su rostro. Y sobre todo, su boca contra la suya.
La conexión se rompió muy pronto. Aella quiso llorar cuando Fox la soltó y se
alejó. Sus ojos estaban llenos de dolor.
Fox no quería prolongar la agonía de ninguno de los dos. Con rápidos
movimientos, se despojó de la ropa que llevaba, sin importarle que Aella
contemplara su desnudez. Se sentía valiente bajo su mirada, aun sabiendo que su
vida iba a cambiar para siempre.
Sin vacilar, con la boca hormigueando a raíz del beso compartido, y cargado de
amor, se zambulló en la piscina.

Aella vio a Fox sumergirse en las claras profundidades turquesas. No tenía ni


idea de lo profundo que era, pero su cuerpo desapareció bajo el agua.
Fox se dirigió a la otra orilla donde el agua era menos profunda y se incorporó
con el agua hasta la cintura. La confusión se reflejó en su rostro.
El cuerpo de Robert empezó a desaparecer. Jadeando, Aella se tapó la boca con
las manos, abriendo los ojos de par en par mientras miraba. Vio que los rasgos de
Robert desaparecían, derritiéndose como la cera. La cara del arqueólogo se disolvió
y Aella vio que empezaba a aparecer el rostro de otro hombre.
Su corazón latía descontroladamente. La piel del rostro cambió a un tono
cobrizo, los ojos se volvieron de un intenso color chocolate, grandes y ligeramente
inclinados. El cabello creció grueso y largo alrededor de sus amplios y fuertes
hombros. Pero fue su boca la que atrajo a Aella. En lo más profundo de su interior

111
recordó besar esa boca masculina. El resto de su cuerpo se remodeló junto con el
rostro. Aumentó unos centímetros de altura, sus bíceps se abultaron, su abdomen se
endureció y su cintura se estrechó.
Aella no supo cuánto tiempo permaneció mirando atónita a Fox. Él parecía
perplejo mientras examinaba su nueva forma. Se pasó la mano por el brazo,
pellizcándose y sacudiendo la cabeza. Después tocó su largo y negro cabello.
Con la mano en el corazón, Aella se acercó a la piscina. Fox se veía tan diferente
y a la vez tan dolorosamente familiar en la memoria de su alma.
—¿Fox? ¿Qué ha pasado?
—Por la Gran Diosa Madre —exclamó con incredulidad, lanzándole una
mirada atónita—. ¡Soy Atok una vez más! Es el cuerpo del guerrero jaguar que tuve
cuando viví en Perú contigo. No me lo creo... —Tocó su cuerpo como si quisiera
asegurarse que era real.
Aella escuchó la incredulidad en su voz ronca.
—Tu voz también ha cambiado. Es más profunda. Diferente.
La cabeza de Fox giraba. Se lanzó en la piscina, nadando fuertemente hacia el
otro lado. Sin vacilar, salió del agua y se acercó a Aella.
—¿Qué ha pasado? No lo entiendo.
Fox echó un vistazo a su alrededor, notando que la increíble energía de la
piscina todavía lo recorría como una repentina tormenta. Una fuerte palpitación de
vida le golpeó y sintió su corazón latiendo. El sol calentaba su cuerpo húmedo. La
brisa le hacía sentir el aire en las gotas de agua que aun se aferraban a su piel.
Aella sostuvo la oscura mirada de sus ojos grandes e inteligentes con
salpicaduras de luna. La naturaleza salvaje exudaba de él. Por un instante, Aella
juraría que vio la cabeza de un jaguar apareciendo sobre su cara. Una cara con
muchas cicatrices ganadas en la batalla. Y entonces, el jaguar se esfumó. Sólo
quedaron los ojos... los ojos de un hombre que era realmente más animal.
—¿La... piscina te devolvió la vida de guerrero jaguar? —preguntó en estado de
shock.
Inhalando profundamente, Fox se sintió tembloroso después de la
transformación.
—Alaria dijo que la Gran Diosa Madre determinaría mi destino. —Extendió los
brazos y miró sus fuertes manos—. Me devolvió el cuerpo de mi guerrero. Pensé
que el cuerpo de Robert moriría y flotaría en la piscina después de cortar el cordón
plateado y me enviaran de vuelta a la Luz.
—No ha pasado eso. Te vi cambiar, Fox. Vi la forma de Robert desaparecer
mientras se disolvía en el agua. Y entonces, en su lugar, una nueva forma creció
sobre los huesos. Sólo tardó dos minutos. Es increíble.
Fox no sabía si reír o llorar.
—No sabía que la Piscina de la Vida pudiera hacer algo así.

112
—Alaria dijo que la piscina tenía otras propiedades y que la mayoría de la gente
no las conocía. También puede hacer lo que te hizo. Es asombroso.
Fox observó las profundidades claras y tranquilas de la piscina. Tocó su cuerpo
desnudo con las manos, notando las cicatrices que había conseguido a través de los
años en muchas peleas. Tenía veinticinco años cuando murió en una batalla.
Aella sonrió.
—¿Fox? Creo que tu error fue esperar un castigo mucho peor de lo que has
recibido.
Fox acarició su rizado cabello negro. Su caricia llenó de amor los ojos dorados
de Aella.
—Creo que tienes razón.
—No te han castigado. Te han dado un regalo. Un regalo de vida... conmigo.
—Sí —susurró, sintiendo un amor tan feroz por ella que lo dejó sin aliento. Sin
pensarlo, le ahuecó la cara mirándola profundamente a los ojos—. Nos han
recompensado. Nuestro amor ha trascendido el tiempo. Todo lo que quiero es estar
contigo, Aella. Estar a tu lado, compartir juntos nuestras vidas.
Fox se inclinó para besarla y ella pensó que era lo más correcto en su mundo.
Mientras se alzaba para encontrarse con su boca, su mundo se movió y cambió para
siempre...

113
Capítulo 16

Aella ya no estaba segura de nada. Lo único que sabía era que, mientras Fox
rozaba ligeramente su boca, eso era todo lo que quería. La Piscina de la Vida había
eliminado su confusión. Lo rodeó con sus brazos, atrayéndolo contra sus curvas.
Inhaló su olor masculino combinado con la fragancia de la piscina. Mechones de su
cabello se aferraban a su piel, haciéndole cosquillas en la mejilla mientras la
apretaba fuertemente en sus brazos.
Sin decir una palabra, Fox la tumbó en la hierba. Aella lo sentía correcto. Su
mente estaba nublada mientras su boca seguía acariciándola y profundizaba el
beso. Fox la despojó de su ropa con decisión, y en un instante, ella sintió que sus
pechos desnudos clamaban por su tacto. En algún lugar de la memoria de su alma
recordaba a este guerrero jaguar. Ese conocimiento se fundió y fue absorbido
completamente por quién ella era en esta encarnación. Esta vez, no hubo dudas. Fox
era su otra mitad. Ella, la parte femenina de un alma, él, su contraparte masculina.
Mientras la lengua de Fox se movía tentadoramente por su labio inferior, su
mano acariciaba la curva de su pecho. El fuego la atravesó. Gimiendo cuando sus
dedos capturaron el pezón de su tenso pecho, ella tembló violentamente. Nunca
había deseado a un hombre tanto como deseaba a Fox. Él la cubrió con su cuerpo,
reclamándola. Cuando apartó su boca de la de ella y la posó en el erguido pezón,
casi se desmayó de placer. Hacer el amor con Fox era algo que nunca había
imaginado.
No estaba segura si la magia del lugar intensificaba todos sus sentimientos y
sensaciones, aunque tampoco le importaba. Mientras Fox dividía su atención entre
sus pechos, sus caderas se arquearon exigentemente. Sus cuerpos se rozaban,
húmedos por la transpiración creada por su pasión. Con las manos clavadas
frenéticamente en los músculos de sus brazos, Aella quiso marcar su cuerpo, su
mente, y su corazón palpitante con aquel hombre que la tocaba como un bello y
apreciado instrumento.
Ella no carecía de experiencia y deslizó las manos por su torso, desplazándolas
por sus tensas y estrechas caderas hasta buscar y encontrar el grueso y oscuro vello
entre sus muslos. Envolvió los dedos alrededor de él. Fox gruñó... el gruñido de un
jaguar, no de un humano. El sonido reverberó por ella como un trueno
extendiéndose por la selva durante una violenta tormenta.
Sintiendo la presión de él empujando insistentemente mientras le ensanchaba
las piernas, Aella lo guió a su interior. Apartando la mano, levantó las piernas y
rodeó sus caderas. Fox apoyó las manos a cada lado de su cabeza mientras se
incorporaba. Abriendo los ojos, Aella se ahogó en sus estrechados ojos de jaguar

114
que gritaban su deseo por ella.
Su boca se apoderó de la suya y le sonrió, clavándole los dedos en sus rígidos
músculos.
—Tómame, tómame... —le rogó Aella, con la voz ronca de deseo.
Fox no necesitó más invitación. Se había detenido esperando su permiso. Esta
vez deseaba a Aella, no a Chaska, comprendiendo con una claridad que no había
tenido antes, que ésta era su compañera para todas las vidas. Se les había otorgado
una segunda vida juntos para celebrar este feliz encuentro, y no iba a perder ni un
segundo. Empujó sus caderas y ella gritó de placer, con la cabeza hacia atrás, los
ojos cerrados, y los labios entreabiertos y curvándose en una sonrisa satisfecha.
Mientras embestía en sus cálidas y líquidas profundidades, Fox sintió que un
devastador rayo emanaba de ellos. El resplandor se extendió como un arco
vibrante, sintiendo tal éxtasis que jadeó por la enormidad de su maravillosa unión.
No podía pensar en nada más que en la fusión ardiente de sus cuerpos. Este acto, el
acto de enlazarse en nombre de su amor, trascendió el tiempo y el espacio. Porque
en su corazón no había nada más. Esta era la razón por la que ocurrían las
encarnaciones; para buscar y encontrar esa increíble experiencia que sólo los
cuerpos podían crear. Mientras él la elevaba con cada poderoso empuje de sus
caderas, sumergiéndose más profundamente en el misterio de sus profundidades,
su corazón se abrió con un renovado amor por ella.
Aella tembló a causa de su dulce asalto y él sintió su inminente clímax.
Enmarcando su rostro, capturó sus labios entreabiertos. Como un alma gemela, dos
partes de la misma alma, Fox sintió cada delicada vibración y deseo dentro de
Aella. Su cuerpo se convulsionaba por el orgasmo, mientras el calor se extendía por
él como la miel caliente. Invadiendo su boca, la absorbió completamente,
saboreando el grito que emitió. Y cuando Fox alcanzó el clímax, su semilla fluyendo
profundamente en su interior, resplandecientes luces blancas y doradas se juntaron
y mezclaron.
Por un instante que recordarían para siempre, las luces los envolvieron,
convirtiéndolos en uno solo. Aella se aferró a su boca, notando aun las pulsantes
vibraciones que recorrían su cuerpo. Este acoplamiento era mucho más que sexo.
Era la celebración de sus espíritus combinándose finalmente como uno, algo que no
habían hecho antes. A pesar de compartir una maravillosa vida en Perú, esto era
cien veces más hermoso, sagrado y envió lágrimas a los ojos cerrados de Aella.
Fox siguió dándole placer con sus manos y boca. El cuerpo de Aella temblaba
violentamente con una serie de orgasmos. Las intensas olas la debilitaron de
felicidad. Él la abrazaba con fuerza. Cuando por fin estuvo completamente agotada,
permaneció dentro de ella y la acostó a su lado. Con la cabeza apoyada sobre el
hombro y la frente contra su pecho, Aella sonrió suavemente. En cuestión de
segundos, con el cuerpo palpitando como un intenso arco iris de luz, cayó en un

115
sueño agotado. Segura. Amada. Para siempre.

Fox se despertó con Aella todavía en sus brazos. El sol había cambiado de
posición, ahora estaba encima de ellos. Cuando se apartó, ella despertó. Mirando
sus dorados ojos enmarcados por esas gruesas y negras pestañas, le acarició los
labios con su boca.
—Pensé que sabía lo que era amarte, pero me equivoqué. —Se apoyó en el codo
y levantó la mano para retirarle varios mechones húmedos de su frente—. Nuestra
unión tiene un nivel mucho más alto, más hermoso.
Asintiendo con la cabeza, ya que no tenía palabras, ella se sintió feliz de estar
junto a su fuerza masculina. Le acarició la mejilla.
—Te quiero, Fox. Mirando hacia atrás, no ha habido ningún momento en que no
te haya querido y necesitado.
Fox depositó un suave beso en la palma de su mano. Su cabello negro estaba
más rizado debido a la humedad de la selva, lo que la hacía mucho más seductora.
Echó un vistazo a la piscina.
—Vamos a sellar nuestro destino y bañarnos juntos en la piscina.
Fox curvó la boca y sus ojos brillaron otra vez con deseo. Aella nunca había
hecho el amor en el agua, pero su cuerpo tembló intensamente de placer y quiso
más de él. Levantándose, tomó su mano.
—Estoy lista —respondió, dirigiéndose hacia la piscina.
Mientras se hundían en el agua, Aella notó que millones de burbujas invisibles
y tentadoras rodeaban su cuerpo. Se trasladaron a la parte más profunda, nadando
uno al lado del otro. Sintiéndose como una niña, le salpicó y jugó con él. Por un
momento, ella se sintió más delfín que humana mientras se zambullía y nadaba
bajo las aguas turquesas. La arena blanca resplandecía por el sol. Conteniendo la
respiración, nadó alrededor de Fox mientras éste caminaba por el agua. Era
realmente muy masculino y atractivo. Aquí y allá, mientras sus manos
exploradoras lo acariciaban lánguidamente, vio las cicatrices de las batallas. Su
corazón se abrió con un amor salvaje mientras emergía frente a él.
Fox observó cómo el agua resbalaba por su cabello. Sus ojos dorados relucían
con los rayos del sol. El amor que sentían lo humilló. Cuando extendió la mano para
atraerla a sus brazos y llevarla a la parte más superficial de la piscina, Fox
comprendió la pureza de lo que compartían. Antes, cuando no pudo liberarse de su
amor obsesivo por Chaska, había sido una expresión de amor mucho más reducida.
Descubrió que había crecido y madurado en espíritu, y que este nuevo plano de
expresión lo disfrutarían los dos. Su amor había evolucionado y convertido en algo

116
sano y sin mancha. Y mucho, mucho más.
—Creo que debemos vivir esta vida juntos —aclaró Fox, llevándola a un lugar
donde la arena se inclinaba suavemente.
Aella le acarició la mejilla. Su piel olivácea contrastaba con su tono cobrizo,
aunque, de alguna manera, parecían mezclarse y complementarse.
—Sí. Quiero volver y ayudar a Calen y a Reno. Tenemos que apoyar sus
esfuerzos para encontrar el resto de las esferas esmeraldas.
—Les ayudaremos en todo lo que sea —declaró Fox.
Aella languideció en sus brazos cuando él la sujetó. Apoyando la cabeza en su
hombro húmedo, le rodeó el cuello con los brazos.
—Me gustaría hablar con los ancianos y ver lo que piensan.
—No haremos nada sin su consejo y dirección —prometió Fox. Le gustaba estar
de pie en el agua y encerrada en sus brazos, su cuerpo flotando tentadoramente
contra el suyo—. ¿Estás preparada para salir y comenzar nuestra nueva vida, mi
amor y mi alma?
Cerrando los ojos, Aella besó su sonriente boca.
—Me marea sólo pensar cuántos años estaremos juntos.
La risa resonó en el enorme pecho de Fox.
—Es la mejor sentencia que podría haber recibido de la Gran Madre. Nos ha
bendecido. Todo lo que necesitamos hacer es vivir una vida ejemplar al servicio de
los demás. Como lo hacen los Taqe.
—Eso será muy fácil. Te quiero, Fox. Con todo mi corazón.
Las palabras envolvieron a Fox mientras el agua caliente de la piscina los
rodeaba. Se puso serio mientras se ahogaba en sus grandes y dorados ojos.
—Somos uno. Siempre hemos sido uno. Haremos que esta vida sea maravillosa,
lo prometo.

—Ahora mismo —explicó Calen en la sala de reuniones de la Fundación—, no


hay nada que podamos hacer ante la pérdida de la cuarta esfera. —Miró a Fox y a
Aella. Reno se sentaba a su lado. Durante las últimas tres horas habían estado
analizando toda la misión—. Necesitamos avanzar. No me han dado un sueño de
dónde se encuentra la quinta esfera.
Aella hizo una mueca.
—Oh no...
—Confiamos en que alguien me proporcionará el sueño —informó Calen.
—Adaire y Alaria nos dijeron que tengamos fe y que la próxima esfera
encontrará a la persona adecuada para encontrarla —añadió Reno—. Esta vez, nos

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aseguraremos de que a quien elija la esfera tenga fuertes capacidades psíquicas para
que sea consciente de la amenaza de los Tupay. Le demostramos a las esferas que
hicimos una mala elección con tu equipo, Aella. Y ahora se nos ha escapado de las
manos.
—Lo entiendo —replicó Aella en voz baja—. Robert era un buen hombre.
—No hay ninguna duda —dijo Calen, con arrepentimiento en la voz—. Pero él
no tenía las herramientas psíquicas necesarias. No fue culpa suya. Dio su vida por
esta misión y ante nuestros ojos es un héroe.
—Estoy seguro que su espíritu ya es feliz en alguna parte de la cuarta
dimensión —les consoló Fox—. Está libre de un cuerpo humano y de todo lo que
eso significa. Según las creencias de mucha gente de la Tierra, está en el cielo, por
decirlo de alguna manera.
—Sí. —Aella sonrió con afecto, recordando a Robert—. Sé que es feliz. Y eso me
hace sentir mejor.
—Ayer hablé con Adaire —continuó Reno—. Me dio una actualización sobre el
espíritu de Robert. Adaire quería que todos supiéramos que su espíritu ha elegido
servir a los Taqe en su misión de recuperar las esferas esmeraldas. Robert dio su
vida por esos ideales. Está en paz con esta vida. Sus parientes fueron notificados de
su fallecimiento, y ahora es nuestro defensor.
—Bien, necesitaremos su ayuda —murmuró Fox, poniendo su mano sobre la de
Aella—. Nos gustaría ser parte de la tarea. Podéis utilizarnos como mejor os
parezca. Intentaremos ayudaros para con el tiempo recuperar la cuarta esfera
perdida.
Reno asintió.
—Nos alegra que queráis trabajar para la Fundación. Ahora mismo necesitamos
centrarnos en conseguir la quinta esfera. Seguro que Guerra estará muy alegre por
haber robado la cuarta. Y eso lo hará aún más audaz al tratar de robar la siguiente.
Es un enemigo poderoso, astuto y que no se detendrá ante nada para conseguirlas.
Calen miró tiernamente a su marido.
—Nadie dijo que sería fácil recuperar las esferas. Entendemos que se trata de la
diferencia entre los humanos que eligen la Luz sobre la energía pesada de los
Tupay. Lo haremos como mejor sepamos.
—Y aun así, eso no nos promete la victoria —agregó Reno—. No existe ninguna
garantía de la Gran Madre sobre quién finalmente conservará el collar.
Fox suspiró.
—A lo largo de la historia de la Tierra siempre ha habido una guerra continua
entre la Oscuridad y la Luz. La pesada energía de la Oscuridad, la gente que aún no
ha abierto los ojos y no se da cuenta de las implicaciones de estar dormida, es un
ejército dispuesto para Guerra. Él es poderoso. Y ahora mismo, cualquiera podría
conseguir el collar.

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Calen se levantó.
—Debido a nuestro fracaso sabemos que la esfera elegirá a un candidato para la
próxima misión. Vamos a hacer un descanso para almorzar y nos volvemos a reunir
después de la siesta.
Eso le pareció bien a Fox. Levantándose, agarró la mano de Aella.
—Vamos.
Mientras iban a la cocina, Fox rodeó los hombros de Aella. Ella levantó la vista y
el amor se reflejó en sus ojos para él solo. Le hacía sentirse increíblemente poderoso
y masculino.
—¿Estás preparada para nuestra nueva vida? —bromeó.
—Completamente. Tuve un sueño anoche. Atenea vino y me dijo que tenía que
seguir visitando el Pueblo de las Nubes y aprender el siguiente nivel de
información espiritual.
—Bien —comentó Fox mientras bajaban por una escalera de caracol hasta la
parte inferior de la casa—. Te ayudará a ampliar tus conocimientos.
—Sé que tú ya estás en ese nivel, pero me pondré rápidamente al día.
—Te has ganado ese derecho, Aella. —La sujetó de los brazos—. A pesar de
nuestros contratiempos, nuestras pérdidas y errores, hemos sido bendecidos.
—¿No es así como siempre es la vida en la Tierra? —le preguntó, apreciando su
belleza masculina y esos ojos alertas que eran más de un jaguar que de un humano.
—Siempre. —Volviéndose, Fox la condujo por otro pasillo hacia la cocina donde
ya olía al aroma de la comida cocinándose—. Nuestra misión es elevar la energía de
la Tierra a un plano más ligero. Y sé que lo conseguiremos.
Aella abrazó su cintura.
—Juntos —le prometió, con la voz cargada de emoción—. Para siempre...

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Serie Guerreros de la Luz

1 - Noches Salvajes
2 - Oscura Verdad
3 - La Búsqueda
4 - Reunión

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