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P 1.B La Práctica Del Psicoanálisis en El Hospital - Rubistein
P 1.B La Práctica Del Psicoanálisis en El Hospital - Rubistein
en el hospital*
Adriana Rubistein
* Presentado en las Jornadas del Hospital Español, Bs. As., Argentina, noviembre de 1393. Compila
lo desarrollado en artículos sobre este tema por la autora: Rubistein, A.; "Lo que no se sabe del psicoanálisis
en la institución: ante lo imposible, inventar". En Lo que no se sabe en la clínica psicoanalítica, EOL, Bs. As.
1992; Rubistein, A.; "Algunas cuestiones relativas a la práctica del psicoanálisis en los hospitales", en Revista
Registros, Año 3, Tomo Azul, 1993.
1
Freud, S.: Prólogo a Zehn Jahre Berliner Psychoanalytisches Institut (1930), Tomo XXI, Bs.
As., Amörrqtu ediciones, pág. 255.
2
Varios: Mesa Redonda: "Los psicoanalistas y la Institución". En Revista Agenda.
Psicoanálisis y salud pública.
En primer lugar no puede desconocerse que el psicoanalista en los hospitales es
afectado de diversas maneras por el marco propio de la salud pública.
Si bien desde la perspectiva macro social, la planificación y organización de los
recursos de salud y las acciones tendientes a garantizarla forman parte de las
responsabilidades del Estado, ésta es sin duda una perspectiva diferente a la del
psicoanálisis. La salud pública al proponerse "proteger, fomentar, recuperar y rehabilitar la
salud de los individuos mediante el esfuerzo organizado de la comunidad", tanto la salud
física, como la mental y la social3, se maneja con criterios de salud y con modos de medir y
evaluar la efectividad y la eficacia de sus acciones, que no parecen ser compatibles con los
nuestros.
La definición de salud de la OMS "como el estado de completo bienestar físico,
mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades", impregnada
de una ideología de la felicidad, que supone posible restaurar la armonía entre el sujeto y
su ambiente, obtura las condiciones de estructura que el psicoanálisis descubre: un sujeto
"disarmónico con la realidad"4.
Por otro lado los parámetros de rendimiento, que intentan objetivarse según número
de consultas por día, tiempo de internación o duración del tratamiento, y exigen adecuarse
a criterios de economía y productividad, desconocen la dimensión subjetiva, que no se
ajusta a tales criterios. ¿Qué lugar le cabe entonces allí al psicoanalista?
En "Psicoanálisis y medicina"5, Lacan se refiere al cambio producido en la función
del médico a partir de las exigencias de la ciencia:
"Si la salud se vuelve objeto de una organización mundial, se tratará de saber en
qué medida es productiva. ¿Qué podrá oponer el médico a los imperativos que lo
convertirán en el empleado de esa empresa universal de la productividad? El único terreno
es esa relación por la cual es médico: a saber la demanda del enfermo...". Pero además
Lacan interroga el lugar del psicoanálisis en la medicina y agrega "Lo que indico al hablar
de la posición que puede ocupar el psicoanalista, es que actualmente es la única desde
dónde el médico puede mantener la originalidad de siempre de su posición, es decir, la de
No todo psicoanálisis.
Por otro lado, la práctica del psicoanálisis en los hospitales confronta a los analistas
reiteradamente a la constatación de que la especificidad del acto analítico sólo puede
recortarse como posible si se acepta que no todo es psicoanálisis. Si bien esto no es
exclusivo de los hospitales, toma allí todo su relieve.
La suposición de que todo es abordable por medio del análisis ha llevado algunas
veces a los analistas a la infatuación, a exacerbar los antagonismos y a desconocer el
marco institucional y la especificidad de otras prácticas. A mi entender esto ha alentado los
mecanismos que llevan a su expulsión o, incluso, a su ridiculización. La extensión del
psicoanálisis requiere poder situar sus límites. Un psicoanalista en el hospital debe
soportar la coexistencia de discursos y mantener allí su especificidad cuando ésta puede
ener lugar. En esto, la posición de Lacan, situando permanentemente los conceptos del
psicoanálisis en relación con las coordenadas de la experiencia analítica donde los mismos
toman todo su alcance, es esclarecedora.
Es entonces desde esta dimensión de "no todo psicoanálisis", que será posible
recortar, en algunos casos, un espacio diferenciado para la oferta psicoanalítica, con todo
el rigor que ésta requiere y en el que la práctica toma todo su valor.
6 Miller, J.-A.: "Psicoanálisis y psicoterapia", en: Revista Registros, Año 3, Tomo azul.
En este sentido me parece estéril ubicar el discurso analítico contra el discurso del
amo o el discurso universitario. Son diferentes, responden a otra lógica. Nadie iría a
operarse con un analista. El psicoanálisis surge en el límite de la medicina, no en su
reemplazo y es un hecho en los hospitales (en las guardias por ejemplo), que los médicos
llaman, en su límite, al analista. También el analista llama en su límite al médico o al
psiquiatra. Se trata de reconocer las diferencias. Los discursos en Lacan son estructuras
lógicas del lazo social en las cuales la palabra toma su lugar y definen una operatoria. El
discurso analítico toma todo su valor dentro del dispositivo. Pero es necesario evitar
degradarlos reduciéndolos a una oposición ideológica bueno/malo. No se trata, como
ocurrió con la antipsiquiatría, de convertir la acción del discurso analítico en un espacio de
enfrentamiento y ataque a la institución que a poco conduciría y que alentaría la exclusión
de los psicoanalistas. Se trata sí, de ver hasta qué punto, dentro de instituciones
sostenidas en la lógica del discurso del amo y del universitario, es posible crear un espacio
para que opere el dispositivo analítico, que sostenga otra ética, la ética del psicoanálisis y
que dé lugar al despliegue de la subjetividad del que consulta. En tanto son discursos
diferentes es necesario precisar cuándo y cómo opera cada uno, sin confundirlos con el
espacio físico en que dichos discursos se producen.
Tiempo y dinero.
Por último, es en torno a las normativas de tiempo y dinero que encontramos las
condiciones estructurales que dan lugar a condiciones específicas y a la mayor cantidad de
controversias.
El modo en que dichas normas intervienen afecta de un modo diferente la iniciación
de un análisis, su posibilidad de ser continuado y de ser concluido. Es en función del límite
temporal impuesto por las instituciones que surgieron las terapias de objetivos limitados,
abordables en el tiempo institucional.
Creo que nos encontramos aquí en un punto que requiere investigación y que marca
cierta especificidad.
Un trayecto hospitalario si bien no asegura el fin de análisis (que por otra parte
ningún análisis asegura) permite poner en movimiento un trabajo del inconsciente y quizás
producir ciertas modificaciones subjetivas cuyo valor habrá que verificar en cada caso.
Por otra parte si bien es cierto que el límite de tiempo definido por criterios
institucionales resulta ajeno a la singularidad del caso por caso, he pensado muchas veces
que tal límite de tiempo, como efecto de coordenadas simbólicas en que se inscribe la
práctica institucional, introduce un real, anticipa un efecto de castración, un tope con el cual
vérselas, que si es adecuadamente trabajado puede operar analíticamente.
También el dinero introduce un punto problemático. Desde algunas posiciones se
sostiene la imposibilidad del análisis en el hospital a partir de su gratuidad. No hay, se
afirma, psicoanálisis sin pago. Sin embargo pienso que es necesario diferenciar el pago
como cesión de goce, condición necesaria de un análisis, de la materialización de ese
pago necesariamente en dinero. Si el analizante debe pagar con algo es con su goce. Es
cierto que el dinero es un significante privilegiado en tanto se articula estrechamente con la
economía de goce, pero el modo en que esto se produce debe ser tomado en la
singularidad de cada caso, en cada momento y no puede considerarse una imposibilidad a
priori. Es necesario hacer el recorrido.
Hemos visto que Freud sostenía la posibilidad de un análisis gratuito cuando el
sujeto no podía pagar. Pero es importante en cada caso tener en cuenta las causas que
llevan a un sujeto a solicitar un tratamiento gratuito. Los que no pueden pagar, ¿no pueden
hacerlo por las condiciones de su neurosis y este" no puedo" se inscribe en el registro de la
impotencia? ¿Se mantiene allí un goce al que no se está dispuesto a renunciar? ¿O se
trata de una imposibilidad que requiere ser aceptada como tal? En todo caso, ¿cómo
saberlo sin iniciar el recorrido? Seguramente los efectos mismos del análisis podrán en
algunos casos cambiar las condiciones que llevaron a iniciar un tratamiento gratuito y
podrían hacer necesario decidir una interrupción de la gratuidad. Pero volvemos al caso
por caso.
Por otra parte es necesario tener en cuenta que los tratamientos privados también
ponen en juego de modos diversos el problema del dinero: hay casos en que los
analizantes no son quienes directamente pagan el tratamiento (niños, adolescentes,
adultos que no trabajan); hay otros en que el pago en dinero no asegura que haya cesión
de goce ni que se produzca un trabajo analítico.
Desde otra perspectiva el problema del dinero no sólo se enlaza a las condiciones
de goce del sujeto. También hace a las condiciones reales del analista poniendo en juego
su castración. En tal sentido Freud insistía en rechazar los tratamientos gratuitos en su
práctica privada para alejar al analista de cualquier afinidad con el filántropo. El analista no
se dedica a hacer el bien, reconoce su necesidad de subsistencia y trata los problemas de
dinero como los problemas sexuales, sin hipocresía. Esto abre un nuevo problema que nos
lleva preguntamos ¿Qué sostiene el deseo de los analistas de permanecer en las
instituciones? ¿Con qué se cobran? Ya que seguramente no es por altruismo que lo hacen
y cuando el pago no se considera suficiente se van. Formación, investigación, deseo de
analizar, derivación, renta, son algunas de las cuestiones en juego e introducen una
variedad de problemas no todos estrictamente analíticos que hacen a las condiciones de la
práctica en nuestro país.
Muchos de estos problemas no son exclusivos de la práctica hospitalaria, aunque
quizás allí se pongan en juego con mayor virulencia. Tal vez por eso, si bien la práctica en
hospitales no puede considerarse ni condición necesaria ni suficiente para la formación del
analista, la misma no sólo enriquece la experiencia de quienes recién comienzan, sino que
pone en tensión al psicoanálisis mismo y estimula a los psicoanalistas a repensar sus
conceptos a la luz de condiciones, diferentes.