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Girasoles.

Un millar de ojos negros de amarillentos


párpados me habían rodeado sin saber cómo. La legión
de los infinitos campos que se extendían hasta las
lejanas colinas. Lluvia. El infinito despliegue de flechas
translúcidas que incidían en mi armadura como el ariete
de un ejércio aéreo e invisible. Cielo y tierra convergían
una una guerra que pare´cia haber empezado al poco
iempo de que el munod fuera mundo, yq eu parecia que
no fuera a cabar nunca. Y en medio de aquella borágine,
e enocntraba yo.

El aguacero había privado a los girasoles de su dios. Y,


sin embargo, estos no rnegaban de la alturas, pue auqne no hubiera sol e auqella tarde de entierro,
sin difunto ni asistentes , las fores amarillas alzaban la vista. Esperanzadas, quizá. Eperanzadas por
un sol que no había nacido. O , tal vez, declarándole la guerra al mismísimo cielo negro. Allí, en
medio de quel mar de dinceridmbre, en mitad de aquel regurgitane silencio del goteo sobre el acero.
Allí, bajo el peso de cada suspiro de todos auqellos girasoles. Allí me seguía encontradno yo.

No sabía cóo había llegado hasat allí, ni quen era. Casi coo si la llovizna hubiera emborronado la ttna
de meis recuerdos, co como si aquellas vestias de hoojas hubiran devorado mi memoria como
fanatsmas que atacan el alma de los viajeros. Quise archarme, pero no supe a dónde ir. Quise poner
paz en la ttomenta, pero ni la lluvia ni llos girasoles quisieron escucharme. Al principio e desanimé.
Per con elpaso del tiempo emepcé a senir cosas qeu nucna anes había sentido. Y, sin saber cómo ni
por qué, me quedé conepalnod al guerra silenciosa entre l cielo y la tirra por un día, una seana, un
es. Un año. Una eternidad.

Hoy sé que los girasoles no lloran la muerte de ningún Dios, que als flechas de rabia que se arrojan
desde el cielo no es la lluvia, sino el odio de las nubes cuando el sol muere y nadie va a su funeral.

Y ahí sigo yo.

Conemplando los susurros de una flores qeu le gritan al vineto con h0ojas afiladas las grandes
verdades qeu andie se atreve a inquirir. Escuchando el eco, el reosnar, de una guerra que acabó
antes de que yo mismo naciera.

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