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Índice
Staff
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Sobre la Autora
Staff
MODERADORA
Liobooks

TRADUCCIÓN
Danielle
OnlyNess

CORRECCIÓN
Kote Ravest
Leyroja
Mariangela

LECTURA FINAL
Mar
Sinopsis

Tessa por fin ha hecho las paces con su vida como Variante. Ella y su
amor de toda la vida, Alec, son oficialmente una pareja y, por primera vez,
tiene todo lo que quiere.
Pero el ambiente está tenso en la sede de la FEA. Un agente ha
desaparecido, y es probable que el ejército de Variantes Rebeldes de Abel
sea el culpable.
Cuando Tessa es convocada para su segunda misión, se ve
inesperadamente lanzada a una enorme conspiración. Su mejor amiga,
Holly, ha sido secuestrada y Tessa sabe que estaba destinada a ser ella.
¿Pero quién la persigue? Y lo que es más importante, ¿por qué?
Cuando los esfuerzos de la FEA por rescatar a Holly no dan
resultados, Tessa toma el asunto en sus propias manos. Desesperada por
salvar a su amiga y descubrir el misterio que se esconde detrás del Ejército
de Abel, Tessa inicia su propia investigación, pero nada podría prepararla
para lo que encuentra.
Reuniendo todo su coraje y fuerza, Tessa debe decidir en quién puede
confiar y por qué vale la pena luchar.

(Rules of Deception #2) – C. Reilly.


Prólogo

El suelo del helicóptero vibraba contra mis zapatos planos. Podía


sentir el zumbido constante recorriendo mi cuerpo, y los rápidos latidos de
mi corazón parecían decididos a seguir su ritmo.
A lo lejos, las montañas del Parque Nacional los Glaciares se alzaban
contra el cielo cada vez más oscuro. Sus picos estaban enmarcados por un
color carmesí a medida que el día se desvanecía. ¿Ya nos estaba esperando
el Mayor? ¿Nos esperaba una patada en el trasero después de lo que
habíamos hecho? Tal vez el cielo no sería lo único que sangraría esta noche.
Alec apretó mi mano y sus ojos grises se dirigieron brevemente hacia
mí, como si pudiera sentir la preocupación que me embargaba. Había sido
un día difícil para los dos. Nadie me entendía como él. Lo miré. Sus cejas
oscuras estaban fruncidas en su rostro bronceado. Mis ojos se deslizan hacia
abajo, donde asoma la cabeza gruñona de un dragón. Se había aflojado los
botones superiores de su camisa negra y ésta se había deslizado, dejando al
descubierto su clavícula derecha y su fuerte hombro con la parte superior de
su tatuaje. Estaba concentrado en los controles del helicóptero, pero sonreía
alentadoramente. Quería apoyarme en él y respirar su aroma (canela y algo
más picante) para convencerme de que este momento era real.
Hacía solo dos horas, Alec había admitido que quería estar conmigo.
Pero ahora que la noticia había tenido tiempo de asimilarse, no pude evitar
preguntarme: ¿cómo reaccionaría Kate cuando volviéramos a la sede?
¿Cuándo nos viera juntos? Alec había recalcado que su relación no había
sido por amor, pero yo estaba segura de que ella no lo dejaría sin luchar.
Su cabello negro estaba revuelto por haber pasado tantas veces las
manos por él antes. Me encantaba que estuviera un poco más largo de lo
que solía usar, o más bien de lo que Kate quería que usara. Le daba un
aspecto más rudo.
Finalmente, Alec rompió el silencio.
—Estás muy callada. ¿En qué estás pensando?
El calor se deslizó por mi cuello. Era casi como si hubiera leído mi
mente.
—Solo en la misión.
—¿Quieres hablar de eso?
Los acontecimientos de las últimas semanas todavía me pesaban.
Había completado mi primera misión como agente de la FEA, y no había
sido fácil. Finalmente, había actuado con éxito, pero también podría haber
muerto.
La palma de mi mano estaba sobre mi caja torácica, donde un asesino
serial había hecho una A en mi piel, la marca que dejaba en todas sus
víctimas. Era una herida que él me había hecho mientras fingía ser otra
persona, pero no desapareció una vez que volví a mi propio cuerpo.
Conservaría la A para siempre: un recordatorio constante de una misión que
había estado peligrosamente cerca de romperme. A pesar de mis capas de
ropa, podía sentir los bordes ásperos de la cicatriz. Mi pecho vibraba contra
la palma de mi mano; no estaba segura de sí era por los movimientos del
helicóptero o porque había comenzado a temblar. Dejé caer la mano antes
de que Alec pudiera notarlo.
No tenía dudas de que, a nuestro regreso, el Mayor estaría furioso con
Alec y conmigo. Como jefe de la FEA, Fuerzas con Habilidades
Extraordinarias, era nuestro jefe y el responsable de supervisar todas
nuestras acciones. Habíamos ido en contra de sus órdenes al regresar al
lugar de mi misión, para asistir al funeral de la chica que había suplantado.
Pero era algo que tenía que hacer para cerrar este caso. Estaba agradecida
de que al menos Alec lo entendiera.
Empujó los controles hacia adelante y comenzamos a descender, los
patines de aterrizaje del helicóptero casi rozaban las copas de los árboles. El
enorme edificio gris de la FEA apareció rodeado de pequeñas cabañas,
bosques, la cúpula de vidrio de la piscina y nuestro campo de
entrenamiento.
Este, me recordé a mí misma, era mi hogar.
Alec dirigió el helicóptero hacia la pista de aterrizaje situada en la
parte trasera de la propiedad, que estaba iluminada por luces rojas
antiniebla. Y cuando dejé que mi mirada se desviara más hacia el norte,
pude ver un muro de niebla blanca que se acercaba a nosotros. Me
estremecí violentamente. Los ojos de Alec giraron hacia mí, alejándose de
la pista de aterrizaje.
Obligué a mi cuerpo a relajarse, recordando que regresar a la sede
también significaba cosas buenas, como volver a ver a mi mejor amiga,
Holly. Cada vez que nos separábamos, sentía que faltaba una pequeña parte
de mí.
Después de un momento, Alec volvió a centrar su atención en nuestro
aterrizaje. Ya no había forma de esconderse: el silbido de las aspas de las
hélices alertaría al Mayor y a todos los demás de nuestra llegada. Era el
momento de la verdad.
Los patines tocaron el suelo y, con una sacudida, nos detuvimos.
Todavía podía sentir la vibración en mi cuerpo. En combinación con mis
temblores, creaba una extraña ondulación en mi cuerpo, no muy diferente a
la sensación que tenía durante una transformación de forma.
Las aspas se ralentizaron y su silbido disminuyó.
Un gran peso se instaló en mi estómago.
Alec quitó un mechón de cabello de mi frente. El mechón castaño se
había pegado a mi piel sudorosa.
—Todo estará bien. Estaré a tu lado —dijo en voz baja.
Con el toque de Alec, mis temblores se detuvieron. Desabroché mi
cinturón de seguridad, me quité los auriculares, abrí la puerta y descendí
con un salto. Mi aliento salió de mi boca en pequeñas nubes y el hielo se
deslizó a través de las finas suelas de mis zapatos y en cada centímetro de
mi cuerpo. Era abril, pero este año el invierno era especialmente duro en
Montana. Alec rodeó el helicóptero y tomó mi mano. Llevaba años
anhelando este momento, su contacto, y ahora tenía lo que siempre había
deseado. Intenté saborearlo a pesar de las circunstancias.
Tiré de su brazo.
—Vamos. Vamos —dije—. Quiero terminar con esto cuanto antes. —
Y mientras dure mi nueva valentía, pensé.
Nos apresuramos a cruzar el resbaladizo pavimento: debe haber
llovido recientemente y el agua se había congelado en una fina capa. Mis
ojos se dirigieron hacia el edificio que se cernía amenazadoramente frente a
nosotros.
Quienquiera que hubiera construido la sede de la FEA debe haber
sido un admirador de la arquitectura Bauhaus, con sus formas cuadradas,
claras y sencillas, sin florituras. Si no lo supiera, juraría que el Mayor lo
había encargado. Pero la sede se construyó en 1948, mucho antes de que el
Mayor naciera.
Cuando vi por primera vez el cuartel general después de que el Mayor
y Alec me recogieran, me decepcioné. Esperaba una vieja mansión con
chimeneas de ladrillo, paredes cubiertas de hiedra y gárgolas de piedra en
las cornisas del techo. En lugar de eso, me encontré con un edificio de
oficinas común y corriente. Pero una vez que vi los amplios pasillos que me
impedían perderme y los ventanales de las habitaciones, cambié de opinión.
Y fue mejor que todo lo que había experimentado antes. Esta vez, sin
embargo, el interior del edificio no me reconfortaría.
Ya podía ver al Mayor de pie detrás de la ventana del suelo al techo
de su oficina, con los brazos cruzados, esperándonos, y parecía muy
enojado.
Capítulo 1

Me senté en la brillante silla de madera negra frente al escritorio del


Mayor, que estaba, como siempre, impecable. Las fotos de las escenas del
asesinato de Livingston habían desaparecido del tablón de anuncios de la
pared y habían sido sustituidas por un mapa de Arizona, marcado con
cruces rojas. Pero las imágenes estaban grabadas a fuego en mi mente: el
alambre cortando el cuello, el cuerpo azulado e hinchado flotando, los ojos
sin vida. Dejé que el tacto de Alec me devolviera a la realidad.
Él aún no había soltado mi mano, aunque yo había intentado
liberarme. Nuestro acto abierto de unión solo aumentaría la furia del Mayor.
Pero por la expresión pétrea en su rostro, supuse que habíamos llegado a su
punto álgido de todos modos. Ni siquiera había dicho una palabra.
Simplemente nos invitó a entrar a su oficina con un breve asentimiento.
Ahora nos quedamos mirando su ancha espalda y sus hombros rígidos bajo
su uniforme perfectamente planchado. Sus ojos estaban fijos en los picos
nevados del Parque Nacional los Glaciares. Pero no creo que lo esté
observando realmente.
Miré a Alec. Tal vez el Mayor esperaba que empezáramos a hablar,
que nos explicáramos y nos arrastráramos para pedir perdón.
Pero Alec negó con la cabeza casi de manera imperceptible. Miré mi
mano libre que tiraba del dobladillo de mi blusa negra. No podía esperar
para quitarme la ropa. De alguna manera olían a muerte y a miseria, aunque
sabía que eso no era posible. Pero ¿cómo podría volver a ponérmelas sin
recordar el funeral de Madison?
—La FEA se basa en la confianza. Y sin embargo, ignoraste mis
órdenes directas de no asistir al funeral de Madison. Pero lo que es peor:
abusaste de tu Variación para salirte con la tuya y rompiste la confianza de
Tyler, de la agente Summers y la mía al hacerlo. —Finalmente se giró, con
su rostro serio—. Estoy muy decepcionado contigo, Tessa.
A pesar de sus palabras, sabía que había sido la decisión correcta
despedirme por última vez de Madison y la familia Chambers. Tal vez
ahora podría encontrar la paz y dejar atrás la culpa.
Eché un vistazo a Alec, pero él estaba ocupado mirando al Mayor,
quién a su vez estaba muy contento de ignorar su presencia por completo.
El Mayor ni siquiera había reconocido nuestras manos enlazadas. Pero sabía
que se había dado cuenta.
—¿Cómo conseguiste la ropa de la agente Summers? —preguntó de
repente. Por un momento de sobresalto, el nombre de Holly flotaba en la
punta de mi lengua y probablemente ésa había sido la intención del Mayor:
asustarme para que respondiera con sinceridad. Pero si algo sabía hacer era
mentir. ¿De qué otra manera podría haber vivido en medio de una familia
cariñosa fingiendo ser su hija sin que ellos se dieran cuenta? Era la maestra
de todos los mentirosos y quizá eso, al igual que mi desobediencia, era lo
que más le preocupaba al Mayor. Le gustaba tener el control de todos y de
todo.
—Las tomé prestadas de su habitación y las devolví después de
haberle dado órdenes a Tyler.
La mirada del Mayor pareció atravesarme, pero no me inmuté. Si era
cierto lo que algunas personas decían que el Mayor era un Variante Dual y
su segunda variante secreta era una especie de detector de mentiras, estaba
jodida de todos modos, a menos que necesitara el contacto visual para su
poder, como Kate para leer la mente. Me centré en la solapa de su uniforme,
para estar segura.
—Según tus criterios, probablemente debería pedirle a Kate que
confirme tus respuestas —dijo.
Me quedé helada. ¿Cómo sabía él que ella había estado en mi mente
segundos antes? Kate se enteraría de la verdad, o se inventaría la peor
versión posible después de que le hubiera quitado a Alec.
—Señor… —La voz de Alec interrumpió el intenso silencio que
habían creado las palabras del Mayor. Pero éste levantó la mano para
impedir que Alec dijera más.
—No lo estoy considerando.
Una mirada extraña pasó entre él y Alec. Volví a sintonizar las
palabras del Mayor.
—Solo digo que romper las reglas lleva a romperlas más y algún día
habrá anarquía. Confío en que digas la verdad, pero aunque supiera que
estás mintiendo, no rompería tu intimidad y tu confianza utilizando la
Variante de Kate contra ti solo para facilitarme la vida o conseguir lo que
quiero. Tú también tienes la responsabilidad de respetar las reglas, incluso
si eso significa que tendrás que olvidarte de tus deseos personales. Así es
como funciona una comunidad.
No sabía qué decir.
—Lo siento, señor. Es que sentía la necesidad de verlos por última
vez.
—Todos encuentran una justificación para romper las reglas y todo el
mundo piensa que su justificación pesa tanto que hace que sus acciones
estén bien. Mira a Ryan. Desde su punto de vista, matar a sus víctimas
estaba justificado. Pero no lo está. A veces tenemos que someternos a las
reglas que otros nos imponen y confiar en que su juicio es mejor que el
nuestro.
¿El Mayor acaba de compararme con un asesino serial? ¿Con un tipo
que estrangulaba a sus víctimas con un cable o con su Variante de Niebla, y
les grababa una A como un artista orgulloso?
—La FEA es tu principal responsabilidad. Nada debería interponerse
en su camino —dijo el comandante, y brevemente sus ojos se dirigieron a
Alec—. Recuerda lo que hemos hecho por ti.
¿Cómo podría olvidarlo? No estaba segura de dónde estaría hoy si no
fuera por la FEA, si todavía estuviera viva.
Siguieron unos momentos de silencio, pero me di cuenta de que el
Mayor aún no había terminado con nosotros.
—Me resulta bastante peculiar que Holly le pidiera a la agente
Summers que le diera entrenamiento adicional de Variación exactamente en
el momento en que tú te hacías pasar por la agente Summers —dijo el
Mayor.
Permanecí en silencio. Tenía planeada una fantástica mentira: le había
sugerido a Holly que tomara clases adicionales de Variante para mejorar
su variación (que le había estado dando problemas durante años) para
deshacerme de ella y de Summers, y así tener tiempo para mi plan. Pero
después de lo que había dicho el Mayor, no podía hacerlo.
—Tenemos razones para creer que el Ejército de Abel envió un
explorador al funeral de Madison. Tessa notó que un hombre la observaba
—dijo Alec, salvándome de una respuesta.
Era la primera vez que el Mayor apartaba sus ojos de mí durante más
de un segundo y dirigió toda su atención a Alec. Pero el indulto duró poco;
al cabo de un momento, volvió a mirarme.
—¿Qué te hace pensar que era el Ejército de Abel el que te estaba
vigilando? —Su voz reveló una pizca de preocupación.
—No sé si el tipo estaba allí para vigilarme. Tal vez se dio cuenta de
que estaba de pie a un lado porque parecía que no pertenecía al lugar, y eso
le hizo sentir curiosidad. Lo que más me preocupa es que llevaba gafas de
sol, como si intentara ocultar sus ojos, y no dejaba de mirarme. Ni siquiera
se me pasó por la cabeza que pudiera ser un Variante hasta que Alec
mencionó que estabas preocupado por el Ejército de Abel porque habían
estado vigilando Livingston y podrían haberme notado.
La mirada del Mayor se dirigió a Alec, la molestia cruzó su rostro
brevemente antes de deshacerse de ella. Mordí mi labio y apreté la mano de
Alec. Probablemente no debería haberle dicho al Mayor lo que Alec me
había contado; que estaban preocupados por mí porque el Ejército de Abel
podría estar tras de mí ahora que sabían de mi talento.
Alec me dedicó una pequeña sonrisa. Al menos no estaba enojado por
mi desliz.
—Pensé que Tessa necesitaba saber sobre el peligro en el que podría
estar. Cualquier secreto que no conozca podría empeorar las cosas.
¿Qué diablos significaba eso?
Una de las manos del Mayor se cerró en un puño.
—No sabemos el peligro que corre Tessa en realidad, pero me hubiera
gustado tener esa charla con ella yo mismo. No es prudente difundir
especulaciones. Algunas cosas se mantienen en secreto por una razón.
Me dio la impresión de que estaban hablando de algo más que del
interés del Ejército de Abel por mí.
—Señor, ¿cree que el Ejército de Abel envió un espía a Livingston
para asegurarse de que Ryan demostrara ser digno de su atención y que se
fijara en mí? —pregunté.
—No podemos estar seguros. Pero es ciertamente preocupante que
alguien con motivos para ocultar sus ojos en el funeral siguiera
observándote. Creo que tenemos que ser más cuidadosos. No volverás a
salir del cuartel general sin permiso nunca más, ¿entendido?
Nunca más sonaba un poco extremo, pero no quería comenzar una
discusión. Asentí.
—Ahora retírate. Quiero hablar con Alec a solas —dijo el
comandante.
Dudé un momento antes de soltar la mano de Alec y ponerme en pie.
No me gustaba la idea de que hablaran sin mí. Alec sonrió de manera
tranquilizadora. Caminé hacia la puerta y, con una última mirada a Alec y al
Mayor que estaban frente a frente con expresiones pétreas, cerré la puerta,
pero me quedé con la palma de mi mano apoyada en la fría madera durante
un instante. No se podía negar: El Mayor estaba en contra de mi relación
con Alec.
Lentamente caminé hacia mi habitación, a través del pasillo ocre, mis
piernas se sentían demasiado pesadas para levantarlas. El olor a detergente
se elevaba desde el suelo. Las voces provenían de la sala común al final del
pasillo.
Cuando abrí la puerta blanca de nuestra habitación, Holly estaba
acostada en su cama, leyendo un libro sobre teoría forense. Se asomó por el
borde y lo dejó caer antes de correr hacia mí y abrazarme. Apoyé mi frente
en su hombro, donde su piel aún estaba manchada de rojo por haber teñido
su cabello estilo pixie con un rojo intenso.
—Siento haber tenido que contarle a Alec sobre el funeral. Parecía tan
preocupado y simplemente se me escapó —murmuró.
¿Cómo podía enfadarme con ella por eso? Sin Alec, el funeral habría
sido demasiado para mí. Me habían invadido tantas emociones: emociones
por Ronald y Linda Chambers, por Devon, mi gemelo de mentira mientras
yo fingía ser Madison. Emociones que no debería haber desarrollado en
primer lugar. El Mayor nos había enseñado desde el primer día que no
debíamos involucrarnos emocionalmente durante una misión y yo había
fracasado en ese aspecto. Pero nadie dominaría el arte de apagar sus
emociones tan bien como el Mayor.
—No te preocupes. De todos modos, no podría haber mantenido el
secreto. El Mayor me dio un sermón en su oficina. Está furioso.
—Ya se le pasará. ¿Cómo fue el funeral? —susurró.
Me encogí de hombros. Siempre había pensado que era una pregunta
extraña. La mayoría de los funerales probablemente no resultaban
divertidos.
—Estuvo bien. Aunque fue muy duro ver a Linda y Ronald. Siento
que realmente los conozco y he llegado a preocuparme por ellos, y ellos ni
siquiera me conocen.
No mencioné al tipo que me había estado observando. No quería
preocuparla innecesariamente. Todo el mundo en la sede de la FEA había
estado en constante alboroto desde que algunos agentes habían comenzado
a desaparecer hace unas semanas, probablemente secuestrados por el
Ejército de Abel.
Ella acarició mi cabello y cerré los ojos, dejando que el aroma de su
shampoo de vainilla me envolviera. De alguna manera me recordaba a
Linda. Ni siquiera recordaba una sola ocasión en la que mi propia madre me
hubiera abrazado así. Hacía tres años que no hablaba con ella y mi última
carta había sido devuelta sin abrir y con un sello de dirección desconocida.
—Me tienes a mí, a la FEA, a Martha, y a Alec... bueno, una vez que
saque la cabeza de su trasero —dijo.
Alec. Holly aún no sabía sobre él y yo. Que éramos oficiales. Me
aparté y forcé una sonrisa.
—Algo bueno salió del funeral. Alec me dijo que quiere que estemos
juntos.
Holly sonrió.
—¡Eso es increíble! Sabía que en algún momento entraría en razón.
Habría pateado su trasero si se hubiera arrepentido de su aventura en la
piscina.
—¿Has visto a Kate hoy? —pregunté. No estaba deseando tener mi
primer encuentro con ella, pero no podía evitarla para siempre.
—No, pero probablemente esté enfadada. Ya sabes cómo se aferró a
Alec. Ahora tendrá que buscar un nuevo tipo al que pueda mandar y
moldear según sus deseos.
No pensé que se daría por vencida con Alec tan fácilmente. Incluso si
el amor no era parte de su relación, Kate era posesiva y probablemente
odiaba la idea de haberlo perdido por mí, de todas las personas. No pasaría
mucho tiempo antes de que ella me confrontara.
Capítulo 2

Noche de cita. Mi noche preferida de la semana, esa y las tardes que


pasaba haciendo cosas de chicas con Holly (sus palabras). A veces me
resultaba difícil entender que Alec y yo llevábamos saliendo un par de
semanas, que había pasado tanto tiempo desde que regresé de mi primera
misión. El tiempo se sentía como un borrón.
Aunque Alec y yo no íbamos al cine o a un restaurante elegante (ni
siquiera salíamos del cuartel general) para nuestras citas, éstas eran una
gran parte de la razón por la que todo entre nosotros empezaba a sentirse
real. Holly había intentado convencerme de que me vistiera bien. Incluso
me había preparado una serie de cuatro atuendos para que eligiera. Tal vez
se lo tomó demasiado en serio. Le expliqué con palabras cuidadosamente
escogidas que me habría parecido mal arreglarme. Alec me había visto en
mi peor momento: llorando y sollozando por mi madre, golpeada y cubierta
de sangre. Se habría sentido como si estuviera poniéndome una máscara si
me hubiera arreglado demasiado para la noche de cine. Ya era bastante malo
tener que ser otra persona para mi trabajo, no quería eso frente a Alec. Esta
noche se trataba de Alec y yo como realmente éramos.
Y no solo eso... quería pasar la noche en casa de Alec. Nos habíamos
tomado las cosas con calma, solo con besos, que ya habían sido lo
suficientemente acalorados como para incendiar mis bragas, pero hoy
finalmente quería dar el siguiente paso en nuestra relación física, o como
mínimo conseguir que se repitiera lo de la piscina.
A pesar del ceño fruncido de desaprobación de Holly, me puse mis
pantalones cortos favoritos que acentuaban mi trasero y una camiseta con
diez reglas para sobrevivir a un apocalipsis zombi en la parte delantera.
Alec me saludó con un suave beso en los labios cuando entré en su
habitación. Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio mi camiseta.
Definitivamente la aprobaba. Lentamente, sus ojos bajaron, observando mis
piernas, y el destello de fuego en sus ojos me hizo sentir un agradable
escalofrío en la espalda.
Contenta de que mi instinto fuera acertado, me quité los zapatos. Con
el pulso acelerado, me recosté en su cama mientras Alec repasaba la lista de
películas. Un enjambre de mariposas revoloteó en mi vientre mientras
observaba los músculos de su espalda baja y sus hombros flexionarse
debajo de su camiseta blanca. Se quitó las zapatillas y cerró la puerta. La
tercera cita, y era la primera vez que hacía eso. Mi imaginación se puso a
toda marcha y el aleteo en mi estómago se convirtió en un motín. Yo había
sido la que había querido tomarse las cosas con calma, y Alec no me había
presionado. Tal vez podía sentir que hoy las cosas eran diferentes.
Alec se giró lentamente, como si acabara de darse cuenta de lo que
podían parecer sus acciones. Sus ojos eran cautelosos cuando me miraba.
¿Parezco nerviosa?
—Por Tanner. No quiero que irrumpa. —Luego agregó con un toque
de molestia—. Otra vez.
Bien pensado. Tanner nos había sorprendido besándonos en la cama
dos veces. Si tenía que soportar sus burlas y sus ruidos de besos una vez
más, afeitaría su querida cresta mientras dormía. Y no quería ni pensar en la
cantidad de vergüenza que sentiría si Tanner nos viera desnudos.
Le dediqué una sonrisa a Alec, aunque la mezcla de nervios,
vergüenza y excitación me hacía sentir como si fuera a entrar en
combustión. Nadie nos interrumpiría; cualquier cosa podría pasar. ¿Hasta
dónde habríamos llegado ese día en la casa de la piscina si no hubiera
habido ruidos?
Alec tenía experiencia; después de todo, era mayor que yo y había
salido con Kate durante meses. ¿Hasta dónde quería llegar? ¿Hasta dónde
quería que llegara? Esto se sentía trascendental de alguna manera.
—Sin embargo, puedo desbloquearla, si es lo que prefieres —dijo
suavemente. Era bastante obvio por su expresión que no era lo que quería,
pero me hizo feliz que estuviera tratando de hacerme sentir cómoda.
—No seas tonto. Ven aquí. —Le di una palmadita a la cama
haciéndole espacio.
Su expresión se iluminó, pero aún pude detectar un indicio de
incertidumbre en su forma de moverse. Siempre estaba preocupado por mí
y me protegía constantemente. Probablemente eso nunca cambiaría. Tenía
que demostrarle que no era una muñeca de porcelana rompible. Tenía
habilidades extraordinarias; había sobrevivido recientemente a un asesino
serial.
Se sentó a mi lado y estiró sus largas piernas. Luego se detuvo y
señaló una vela grande y redonda de color rojo que había en su mesita de
noche.
—¿Quieres que la encienda?
Eso fue demasiado. No pude evitarlo. Estallé en carcajadas.
—¿Holly te sugirió que hicieras esto? —Podía imaginarme muy bien
cómo lo había seguido, tratando de enseñarle lo que constituía una cita
romántica. Alec se rió.
—Tal vez.
—De acuerdo, bueno, no soy del tipo de velas. El brillo de un sable
de luz es más lo mío.
—Gracias a Dios. Esta cosa huele a manzanas y canela y odio el olor.
La última pizca de tensión se filtró del cuerpo de Alec y se hundió en
los crujientes (al personal de la lavandería le encantaba el almidón) cojines
negros con el rostro de Chucky en el frente apoyados contra la cabecera de
madera oscura. Me presioné contra su pecho, respirando su olor a madera
mientras envolvía su brazo a mí alrededor. No pude evitar preguntarme
cómo habían sido sus citas nocturnas con Kate. ¿Le había gustado la luz de
las velas? Presionó un beso contra mi sien y miré hacia arriba, acercando
nuestros rostros. Nuestras respiraciones se mezclaron. Me incliné hacia
delante, haciendo mi mejor esfuerzo para enterrar mis preocupaciones. Él
era mío ahora.
—Puedes confiar en mí —dijo en voz baja, con sus ojos grises serios
y abiertos. Una vez más, era casi como si hubiera leído mis pensamientos.
Me acerqué a él hasta que casi pude sentir el calor de su boca. Lo besé
y sonreí contra sus labios. Además de Holly, Alec era la única persona en la
que me había permitido confiar plenamente. La sensación era reconfortante
y emocionante al mismo tiempo.
—Lo sé. —Mi piel cosquilleó mientras hablaba.
Sus labios se movieron contra los míos, deslizándose suavemente
sobre ellos, saboreando, reclamando. El cosquilleo de su barba envió una
pizca de deseo a mi vientre. Cerré los ojos y me relajé contra el colchón. El
duro cuerpo de Alec se apretó contra mí, cadera con cadera. Sus manos
subieron por mi garganta hasta llegar a mi cabello, las yemas de los dedos
eran suaves como plumas. Las palmas de mis manos marcaron su espalda
como la mía, apretándolo más contra mí. Sus músculos se flexionaron bajo
mis manos. Su beso fue lento, sin prisas, y propagó el fuego en mi cuerpo
antes de que se acumulara en mi vientre. Sus labios rozaron la comisura de
mi boca y luego se dirigieron a mi barbilla y garganta. Un sonido salió de
mi boca, un sonido que no sabía que era capaz de emitir. Cuando abrí los
ojos, Alec me estaba mirando. Una sonrisa confiada se dibujaba en sus
labios. Introduje mis dedos en su cabello negro, disfrutando de su
sedosidad. Con un gemido, se subió encima de mí, con cuidado de no
aplastarme con su peso, y volvió a presionar sus labios contra los míos de
nuevo. La sensación de su cuerpo sobre mí, su calor filtrándose dentro de
mí, su olor rodeándome, me hizo sentir más segura que nunca. Me sentía en
casa. Besó el hueco de mi garganta e incliné la cabeza hacia atrás para
permitirle un mejor acceso. Deslizó su lengua por mi clavícula. Jadeé y
hundí las manos en sus brazos. Sus músculos se contrajeron bajo mi agarre.
Algo se estaba desenredando dentro de mí, una sensación diferente a todo lo
que había sentido antes. Era inútil mantener la calma, no sentía ninguna
necesidad de hacerlo. Su mano, cálida y fuerte, se deslizó debajo de mi
camiseta. Su palma se posó sobre mi estómago, el roce de piel con piel
provocó un estremecimiento en todo mi cuerpo. Pero entonces sus dedos
subieron hasta mi caja torácica y me quedé inmóvil.
Las yemas de sus dedos se posaron en la marca dejada por mi misión.
El rojo intenso de la A se había desvanecido, pero la cicatriz no. Había
perdido totalmente la sensibilidad, pero estaba ahí, y siempre lo estaría.
Alec dejó de besarme, cerró los ojos y apoyó su frente contra la mía,
soltando un fuerte suspiro.
—Lo siento —susurré, sintiéndome inexplicablemente triste... e
igualmente culpable por haber arruinado el momento.
—No —dijo Alec con fiereza. Se apartó para mirarme y sus ojos
grises se clavaron en los míos con una intensidad sorprendente—. No te
atrevas a empezar a sentirte culpable por esto. —Pasó las yemas de sus
dedos por la cicatriz. Me estremecí.
Miré la vela, la forma en que se doblaba su mecha.
—Sé que te molesta. Quiero decir... es fea... —hice una pausa, sin
saber qué más decir.
—No me molesta por su aspecto. Me molesta porque me recuerda el
peligro al que te enfrentaste y cómo te fallé, cómo podrías haber muerto.
Cómo no pude protegerte de ese monstruo —dijo.
—Alec, no siempre podrás protegerme de todo. Soy capaz de
protegerme a mí misma. Habrá misiones en nuestro futuro que tendremos
que hacer solos. Fue mi primera vez en el campo. Bajé la guardia cuando no
debía, y esta cicatriz es un recordatorio de eso. —Toqué su brazo y besé su
mejilla—. Está en el pasado.
Me di cuenta de que Alec no quería dejar el tema, pero me atrajo
hacia él y nos acomodó contra las almohadas. Sus labios se posaron en mi
sien, la tensión se enroscó en su cuerpo. Dejó escapar un suspiro y puso a
reproducir la película. La pantalla se volvió negra antes de que apareciera la
cita La venganza es un plato que se sirve frío.
—Kill Bill—dije, riendo con aprobación—. Ese es mi tipo de película
para una noche romántica. —Sonreí, y pude sentir que el pesimismo de
nuestra conversación se alejaba de mí.
La tensión alrededor de los labios de Alec se desvaneció.
—Lo sé. Eso es lo que te hace tan perfecta.
Apoyé la cabeza en el hombro de Alec para que no viera mi sonrisa
de satisfacción. Empezó a sonar la canción de apertura “Bang Bang (My
Baby shot me down)” y la tarareé. La banda sonora de Kill Bill era una de
mis favoritas de todos los tiempos. Y cuando Alec silbó “Twisted Nerve”
junto a Black Mamba con su disfraz de enfermera, el momento fue perfecto.
Pero por mucho que intentara permitirme relajarme, un pensamiento me
perseguía.
—¿Sigue intentando hablar contigo? —pregunté, con la voz
extrañamente ronca.
—¿Hmm? —Los dedos de Alec dejaron de trazar la piel de mi brazo
—. ¿Qué dijiste?
—Kate —aclaré. Podía ver su cuerpo tensarse, sentirlo en el
movimiento de sus músculos, y me arrepentí de haber sacado el tema—.
¿Sigue intentando hablar contigo?
—Tessa, ¿realmente crees que es un buen momento para hablar de
Kate?
Por supuesto que no lo era. Pero ¿habría algún momento en el que
hablar de su ex novia no fuera hiriente e incómodo?
—Necesito saberlo. Kate ha estado entre nosotros durante mucho
tiempo y, de alguna manera, parece que todavía lo está.
Sorprendentemente, ella ha estado esquiva durante las últimas
semanas. La temida confrontación nunca llegó, lo que solo me hizo
sospechar y esperar que ocurriera una gran explosión.
Alec detuvo la película.
—Muy bien —dijo lentamente—. Pero sabes que nunca hubo nada
real entre Kate y yo. Éramos amigos, pero nunca hubo chispa entre
nosotros. Ella y yo nos aferrábamos a la relación por costumbre y porque
nos parecía lo correcto.
Eso era algo extraño de decir, pensé. ¿Por qué mantener una relación
era lo correcto?
Continuó:
—Sigue enojada, y no pierde la oportunidad de dejarme eso en claro.
Incluso intentó chantajearme, pero...
—¿Chantajearte? —Mi cuello se erizó. ¿Qué podría utilizar Kate
contra Alec?
Él permaneció en silencio por un momento.
—Sí —dijo de mala gana—. Pasamos tanto tiempo juntos en nuestra
misión conjunta que estuvimos obligados a compartir algunos secretos.
—¿La misión en la que Kate y tú fueron como pareja por primera
vez? —Todavía recordaba la conmoción y la angustia que sentí cuando
Kate y Alec entraron en el cuartel general como pareja por primera vez. Y
recordaba con la misma intensidad la sonrisa retorcida de Kate y el triunfo
de sus ojos cuando nuestras miradas se cruzaron. Había pensado que nunca
odiaría a alguien más de lo que la odiaba a ella en aquel momento.
Alec asintió, pero me di cuenta, por el movimiento de su mandíbula y
la tensión en sus hombros, de que esa misión, o los secretos que la
acompañaba, no era algo de lo que quisiera hablar.
Acercó sus labios y me besó.
—No dejes que Kate arruine esta noche. La relación fue un error. Lo
único que importa ahora es lo que hay entre nosotros.
Asentí a regañadientes y me relajé contra él, aunque una parte de mí
no quería dejar pasar el tema. Alec volvió a poner la película. Pero, de
repente, ver la búsqueda de venganza de Kiddo ya no era tan divertido,
porque estaba bastante segura de que Kate emprendería pronto una
búsqueda similar; no para matarme, pero sí para hacerme la vida imposible.
Alec tocó mi mejilla y me besó profundamente antes de murmurar:
—¿Confías en mí?
Fruncí el ceño.
—Por supuesto.
—Quiero que te olvides de las cosas.
No tuve la oportunidad de preguntar cómo. Alec se sentó y se bajó de
la cama, luego se arrodilló en el suelo. Mis ojos se agrandaron cuando me
arrastró hacia el borde hasta que mis pantorrillas colgaron y Alec se
arrodilló frente a mí. Besó mi rodilla y la piel de todo mi cuerpo ser erizó.
Las yemas de sus dedos recorrieron la parte exterior de mis muslos antes de
agarrar mis rodillas y separarlas suavemente. Mis mejillas se enrojecieron
cuando bajó la cabeza y besó el interior de mi muslo, cerca de la rodilla, y
luego subió lentamente, dejando pequeños besos en mi piel. Llegó al borde
de mis pantalones cortos y lo apartó con su boca para dejar un beso en la
sensible piel que había junto a mis bragas.
Mi respiración era entrecortada y mi cuerpo estaba enrojecido por el
calor mientras miraba el techo. Las manos de Alec tocaron mi vientre y
luego se engancharon en la cintura de mis pantalones cortos. No pude hacer
nada más que concentrarme en respirar.
—¿Quieres que me detenga?
—No. —La palabra fue un graznido.
Alec bajó mis pantalones cortos y luego pude sentir su barba contra la
parte interna de mi muslo y presionó un beso en mis bragas antes de
bajarlas también. Mis mejillas se calentaron de vergüenza. Alec estaba
arrodillado entre mis piernas y me miraba fijamente.
—¿No te resulta incómodo estar arrodillado en el suelo? —solté.
Alec se rió, su aliento se deslizó por mi zona más privada y luego me
besó allí.
—¿Eso es lo que te preocupa ahora? —Su voz era baja y entonces su
lengua acarició mi piel sensible, separándome.
Gemí y toqué la cabeza de Alec. No dije nada, solo gemí y jadeé, mis
ojos seguían desesperadamente enfocados en el techo.
Alec tampoco volvió a hablar, pero pude escuchar su respiración
acelerada, igualando la mía. Reuniendo mi coraje, me arriesgué a mirar
hacia abajo. Desde mi posición, solo veía la cabeza de Alec entre mis
piernas. Tendría que apoyarme sobre mis codos para ver más, pero me
preocupaba que mirara hacia arriba y me sorprendiera observándolo. Su
cabeza se movía arriba y abajo lentamente mientras arrastraba su lengua a
lo largo de mi abertura, la visión envió una nueva ola de deseo a través de
mi cuerpo. Alec levantó la vista y sus ojos se fijaron en los míos.
Rápidamente aparté la mirada y volví a mirar al techo, mortificada.
—Puedes mirar —dijo Alec.
No dije nada y no volví a mirar. Por alguna razón, esto se sentía
demasiado personal, lo cual era ridículo teniendo en cuenta que Alec estaba
entre mis piernas. No podría ser más personal que eso.
Traté de concentrarme en la sensación y no permitir que mi mente
tomara el control. Pronto mi cuerpo empezó a temblar incontroladamente y
el placer estalló en mí. Grité y luego mordí mi labio para silenciarme. No
quería que nadie nos escuchara. Cuando finalmente recobré el sentido, me
di cuenta de que mis dedos se aferraban a las mantas como si de eso
dependiera mi vida. Mordí mi labio con una sonrisa, mis ojos se cerraron
cuando Alec presionó un beso en mi rodilla.
Volvió a subirse a la cama y apartó unos cuantos mechones de mi
frente que se habían quedado pegados allí antes de que sus labios
encontraran los míos. Me probé en él. Cuando mi mirada encontró la
entrepierna de Alec, vi lo mucho que había disfrutado dándome placer. Me
senté y busqué su cintura. Solo llevaba pantalones de chándal, así que no
tenía que preocuparme por la cremallera o los botones, lo cual era bueno
teniendo en cuenta lo mucho que mis manos temblaban, pero quería
devolverle el favor por mucho que hiciera el ridículo.
Alec se recostó contra las almohadas, observándome atentamente.
Tragándome los nervios, me incliné hacia delante para besarlo y presioné
mi mano contra su erección. Alec recibió el beso con un entusiasmo
desenfrenado. Lo acaricié, con incertidumbre al principio, pero con más
confianza cuando sus besos se volvieron más calientes y su respiración se
aceleró. Deslicé mi mano dentro de su cintura y luego dentro de sus bóxers,
conteniendo la respiración al sentirlo. Cerré mi mano alrededor de su base y
comencé a bombear hacia arriba y hacia abajo lentamente. Alec no tardó en
corresponder a mis movimientos con sus propios pequeños empujones, así
que apreté mi mano y aceleré el ritmo. Me arriesgué a mirar su rostro, pero
él me estaba observando, así que cerré los ojos y me concentré en sentirlo.
Alec pasó sus manos por mi cabello, jadeando, empujando sus
caderas contra mi agarre cada vez más rápido y con más fuerza mientras
nuestros labios se encontraban en un beso desordenado. Se apartó de mi
boca. Nuestros ojos se encontraron y el fuego de su mirada hizo que sintiera
un gran deseo, pero sabía que aún no estaba preparada para el siguiente
paso.
—Tienes que desvestirme o haré un lío —murmuró.
Me tomó un momento darme cuenta de lo que quería decir, y luego
me sonrojé. Levantó sus caderas para que yo pudiera bajar sus pantalones y
bóxers. Había visto cuerpos masculinos desnudos antes, en la morgue y en
Internet, pero esto era muy diferente.
Nunca me había sentido atraída por esta parte del físico masculino,
pero con Alec quería tocar y saborear, pero aún no era lo suficientemente
valiente para esto último. Lo acaricié, escuché sus jadeos, tratando de imitar
sus embestidas y sintonizarme con su cuerpo. Era una sensación
maravillosa. Los labios de Alec chocaron contra los míos momentos antes
de que su cuerpo se tensara. Mi respiración se aceleró con la suya y
finalmente ambos nos relajamos contra las almohadas.
Los ojos de Alec se abrieron y en su rostro apareció una sonrisa
perezosa. Yo también sonreí. Presionó un beso contra mi sien.
—Ahora puedo dormir.

***

La niebla palpitaba a mi alrededor. Tenía un latido. Pum. Pum. Las


garras de la niebla me atraparon y se apretaron alrededor de mi garganta.
Pum, pum.
Sangre en el suelo, en mis manos.
Rostros retorcidos dentro y fuera de la niebla. Distorsionados. Con
desprecio. Alguien gritó. Ojos verdes en la niebla volviéndose blancos.
Ryan. Su risa resonó mientras la niebla se cerraba a mi alrededor. No
podía respirar.
Ojos muertos. Ojos vacíos. Ojos acusadores. Miraban y juzgaban.
Unas manos me sacudieron.
Los ojos de Francesca. Huecos.
No podía respirar. Una ola de calma me golpeó, pero el pánico no
disminuyó.
Tessa.
Alguien dijo mi nombre. Tessa, no Madison.
Tessa.
Con un grito, me desperté, parpadeando contra el brillo de la lámpara
sobre la mesita de noche. Lentamente, el rostro de Alec se enfocó. Él tocó
mi mejilla con las yemas de sus dedos, la preocupación arrugaba las
esquinas de sus ojos.
—¿Un mal sueño?
Seguía sintiendo que algo o alguien cortaba mi suministro de aire.
Jadeé por aire y asentí.
—¿Sobre la misión?
—Sí —susurré—. Sobre Ryan y cómo me ahogaba con su niebla. Y
sobre Francesca.
Ella había sido la quinta víctima de Ryan y él la había matado en una
fiesta, una a la que Alec y yo habíamos asistido. Deberíamos haber evitado
que eso sucediera. No creo que alguna vez deje de sentirme culpable por su
muerte.
Alec me apretó contra su pecho y besó mi frente.
—No puedo soportar la idea de que estés en peligro.
Nuestras futuras misiones serían sobre lucha contra el terrorismo y
espionaje; nada en ellas sería seguro. Y ahora que el Ejército de Abel había
estado secuestrando más y más agentes, ya ni siquiera estábamos seguros
por aquí. Con el calor de Alec rodeándome, me quedé dormida.

***

Me desperté con un sobresalto. Alguien estaba tratando de derribar la


puerta a golpes. Me incorporé, apartando unos cuantos mechones de cabello
rebelde que habían caído sobre mi rostro. Esforzándome, parpadeé contra la
luz. Fue entonces cuando me di cuenta de que no estaba en mi habitación.
No tenía ropa de cama con Chucky en ella, o una figura de Freddy Krueger.
Mis ojos encontraron a Alec, ya de pie, deslizando sus jeans sobre los
boxers negros. Mi piel se enrojeció por el calor y me apresuré a mirar hacia
abajo. Todavía estaba vestida con mi camiseta y los pantalones cortos que
había estado usando anoche.
Me dedicó una rápida sonrisa.
—Te ves adorable con el cabello revuelto.
Gemí. Sabía exactamente cómo me veía después de despertarme y
definitivamente no era adorable. Mi cabello era rizado por naturaleza, pero
a la luz de la mañana tendía a parecer que alguien me había dado una
terapia de electroshock. Alec frunció el ceño, como si pudiera leer mis
pensamientos. Intenté sonreír, pero cuando no lo conseguí, dirigí mi mirada
al póster de Alíen de la pared.
Los golpes en la puerta se hicieron más insistentes e hicieron que la
puerta temblara sobre sus bisagras. Una pequeña bola de inquietud se
acumuló en mi estómago. ¿Qué podía ser tan urgente a estas horas de la
mañana? ¿Había ocurrido algo?
Alec desbloqueó la puerta y la abrió de un tirón. Tanner estaba en la
puerta y, antes de que pudiera esconderme debajo de la manta, sus ojos se
posaron en mí. Sus cejas se arquearon: eran del mismo color verde neón
que su cresta. De alguna manera, lo consiguió y se veía increíblemente
genial con su piel oscura. Esperé su comentario burlón, pero no llegó. Fue
entonces cuando supe que algo iba realmente mal. Me desenredé de la
manta y me puse en pie tambaleándome.
—¿Qué pasa? Ni siquiera son las ocho de un domingo —dijo Alec,
pero la ansiedad en su voz arruinó la ligereza de las palabras.
—Puedes tener tu sueño reparador otro día. El Mayor quiere verte —
dijo Tanner—. Otro agente ha desaparecido.
Capítulo 3

Tanner se fue sin más explicaciones a buscar a Kate. Las únicas


instrucciones que recibimos fueron que nos dirigiéramos a la oficina del
Mayor lo antes posible. En el pasillo, casi nos topamos con un grupo de
agentes de más edad enfrascados en una conversación, sus voces contenían
pánico y sus expresiones eran tensas. La noticia de otro secuestro ya debía
de estar en boca de todos. Uno de ellos era Summers.
Mi estómago se contrajo. ¿Qué había pasado? ¿Quién era la última
víctima?
Summers le hizo un gesto a Alec, quien se giró hacia mí.
—Ve delante. Tendré que hablar con Summers.
Cuando entré en la oficina del Mayor, me sorprendió ver que Devon y
Phil estaban allí. Hubo un momento de vacilación en sus expresiones.
Los ojos oscuros del Mayor se fijaron en mi ropa arrugada y mi
cabello despeinado, pero no hizo ningún comentario. No era necesario, su
desaprobación era evidente en su rostro bronceado.
—Me alegro de que finalmente hayas decidido unirte a nosotros —
dijo con neutralidad.
Sorprendida por la presencia de Devon y Phil, dejé que la puerta se
cerrara detrás de mí. Escuché que habían llegado a la sede hace un par de
días, pero aún no los había visto. Di unos pasos dentro de la habitación,
temblando mientras el frío se filtraba en mi cuerpo.
Devon se levantó, bajó la cremallera de su sudadera con capucha azul
oscuro y me la entregó.
—Toma, ponte esto —dijo.
Por un momento nos quedamos así: él extendiendo su sudadera y yo
demasiado atónita para moverme. Llevaba una sencilla camiseta blanca que
solía usar por la noche. Se ceñía a su amplio pecho. No tenía ni una marca
en el cuerpo por su encuentro con Ryan, aunque su cráneo estaba
destrozado y su caja torácica llena de agujeros. Una ventaja de tener una
Variación curativa.
Phil me miró con una curiosidad sin disimulo, como si yo fuera un
rompecabezas que tuviera que resolver. Sus ojos eran de un azul pálido y
acuoso, como si le hubieran quitado el color, y su cabello era tan claro que
casi era blanco. Al igual que la primera vez que lo vi, su visión me dio
escalofríos.
Me apresuré a arrebatar la sudadera de la mano de Devon.
—Gracias.
Me la puse, haciendo lo posible por evitar la mirada inquisidora del
Mayor y no dejar que la mortificación por estar en pijama me abrumara. La
sudadera olía a Devon, como a menta verde y algo más almizclado. Devon
volvió a su silla y se sentó. Tal vez realmente había una posibilidad de que
me perdonara por mi engaño. Oculté mis manos debajo de las mangas
demasiado largas para poder calentarme.
El Mayor dijo:
—Phil, aún no conoces a Tessa en su propio cuerpo.
Siempre pensé que era una forma extraña de describirlo a las personas
que no conocían el alcance de mi Variación. No importaba cómo me viera
por fuera, siempre era mi propio cuerpo. No era como si enviara mi espíritu
y poseyera el cuerpo de otra persona. Solo transformaba el mío.
Cuando le devolví la mirada, bajó ligeramente la cabeza y se centró
en un punto sobre mi hombro.
—¿Así que eras Madison?
Envolví los brazos a mi alrededor, odiando hacia dónde se dirigía la
conversación, especialmente con Devon en la habitación.
—Sí —susurré—. Esa era yo. —Luché contra el impulso de tocar el
lugar donde Ryan había dejado su marca. Devon no lo sabía. Su mandíbula
se tensó ante mis palabras.
—Eso es increíble —exclamó Phil. Sus ojos se dirigieron al Mayor,
como si esperara que alguien estuviera de acuerdo con él—. Simplemente
increíble. Intenté leer sobre personas como nosotros en Internet, pero lo que
encontré era en su mayoría poco científico e inventado por jugadores de rol.
Esto es increíble.
Forcé una sonrisa. El Mayor parecía muy satisfecho por el entusiasmo
de Phil.
—¿Puedes hacerlo ahora? —preguntó Phil en voz baja.
Mis ojos se posaron en el Mayor, que asintió. Por supuesto. La
Variante trofeo tenía que hacer piruetas con su Variación. No es que me
avergüence de mi Variación. A veces conseguía sentirme orgullosa, pero no
me gustaba el afán del Mayor por exhibirme. Yo era algo más que una
Variación.
Devon no me miraba. Observé mis pies, cuya piel se había vuelto
ligeramente azulada ahora. La sudadera no ayudaba con el frío del suelo.
Busqué en mis recuerdos a alguien en quien pudiera convertirme. Madison
apareció ante mis ojos y mi piel empezó a ondularse de esa manera tan
familiar, pero reprimí la sensación. No le haría eso a Devon.
Escogí al azar a la siguiente persona que me vino a la mente, un
anciano que había encontrado durante mi estancia en el hospital St.
Elizabeth en Manlow mientras interpretaba mi papel de Madison. Un par de
días después de fingir que había despertado del coma, me topé con él de
camino a la fisioterapia. Podía sentir que mi cuerpo recordaba sus datos
corporales, que se almacenaban automáticamente en mi ADN como
material genético latente cada vez que tocaba a alguien.
A veces, cuando realmente pensaba en eso, me sentía abrumada por la
cantidad de datos de personas que dormían en mi interior. Crecí unos
cuantos centímetros, pero no subí de peso. Mi piel se onduló hasta volverse
flácida, las venas azuladas brillaban a través de ella. Mi cabello retrocedió y
se volvió blanco. Mis mejillas se hundieron y mis dientes desaparecieron.
Me estremecí cuando el cambio terminó. Pude ver la figura del anciano
reflejada en las ventanas. Era el cuerpo de alguien al borde de la muerte.
—Oh, hombre, eso es increíble —dijo Phil.
Había perdido la cuenta de las veces que había dicho eso. Mordí el
interior de mi mejilla para evitar replicar algo. Sabía que no debería estar
tan molesta por su entusiasmo como me sentía. Cuando conocí a otras
Variantes y vi sus talentos, yo también me emocioné. Pero al menos lo
había ocultado tras una máscara de precaución. Quizá Phil no había tenido
tantas razones para desconfiar de los demás como yo cuando era niña.
—Maldita sea —dijo Devon en voz baja. No parecía entusiasmado en
absoluto.
Mis labios se retiraron sobre mis encías con la apariencia de una
sonrisa.
—Esa es mi variación. Pero ahora el espectáculo ha terminado. —Con
una violenta ondulación, volví a mi propio cuerpo.
—Incluso tu voz. —Phil sacudió la cabeza con evidente admiración
—. Es la cosa más extraña que he visto nunca.
Fenómeno. Así me había llamado mi madre cuando su repugnancia
hacia mí la superó.
El Mayor se aclaró la garganta. Tomó una bandeja con té del pequeño
armario de la izquierda, el vapor se elevaba de las tazas en espirales
humeantes. La porcelana tenía un diseño azul y florido, que parecía estar en
guerra con la personalidad del Mayor. El aroma a bergamota inundó mi
nariz. Earl Grey: el favorito del Mayor. Debió de prepararlo mientras yo
estuve desconectada hace un momento.
Pasó junto a mí y dejó la bandeja sobre su escritorio antes de darnos
una taza a cada uno.
—Siéntate —ordenó con un tono cortante.
Me senté en las relucientes sillas de madera negra frente al escritorio
del Mayor, que estaba, como siempre, impecable. A pesar de la superficie
de madera oscura, no se veía ni una huella dactilar ni un rastro de polvo. La
puerta de la oficina se abrió y entró Alec. Le dediqué una leve sonrisa, que
él devolvió antes de que su expresión se endureciera. Tardé un momento en
darme cuenta del motivo. Se había fijado en la sudadera con capucha que
llevaba Devon. ¿Estaba celoso?
—Mayor, ¿qué pasó? ¿Quién desapareció? —preguntó Alec, con voz
profesional, mientras se sentaba en la silla junto a la mía. Este Alec (el Alec
público) estaba a años luz de la persona que conocía cuando estábamos
solos.
Phil comenzó a beber su té de forma despreocupada, sus ojos me
miraban de reojo como si yo fuera el entretenimiento de la mañana. ¿Por
qué estaba tan obsesionado conmigo cuando había cosas mucho más
importantes?
El Mayor se hundió pesadamente en la silla frente a su escritorio.
—Agente Stevens.
Dejé escapar un pequeño suspiro. Me alegré de que no fuera alguien
cercano a mí, pero inmediatamente me sentí mal por pensar así. Stevens era
un compañero agente y, ¿quién sabía por lo que estaba pasando
actualmente? Me había encontrado con él un par de veces durante mi
primera misión, pero apenas sabía algo de él. Estaba muy consciente de la
gélida temperatura que había en la oficina, ya que el frío del suelo de
linóleo se filtró en mis pies descalzos y se extendió por todo mi cuerpo. O
tal vez fue mi ansiedad la que convirtió mi sangre en hielo.
¿Quién sabía por lo que sus captores lo estaban haciendo pasar?¿O a
quién iban a apuntar después? Ya habían secuestrado a cuatro agentes y la
FEA había sido incapaz de detenerlo. Me estremecí y empecé a frotar mis
brazos para entrar en calor.
Alec tomó mi mano a y una oleada de calma me invadió. Sonreí
agradecida. Mientras él estuviera a mi lado, todo estaría bien. No sé cómo
lo hacía, pero su sola presencia siempre lograba calmar mis preocupaciones.
—Señor, ¿qué pasó exactamente en Livingston? —pregunté, pero el
Mayor levantó la palma de su mano.
—En un segundo, cuando todo el mundo esté aquí. No quiero contar
la misma historia dos veces. —Tamborileó con los dedos contra su
escritorio, y luego se detuvo bruscamente al sentir mis ojos sobre él. El
Mayor nunca se mostraba nervioso. Nunca.
Sonó un golpe en la puerta y un momento después entró Kate, recién
duchada, con el cabello rubio aún húmedo y vestida con ropa limpia.
—Tanner me ha informado de la situación —dijo con la misma voz
profesional que Alec había utilizado antes. Se acomodó en la única silla
libre, al lado de Alec. Sus extraños ojos cobrizos se cruzaron con los míos
durante un segundo antes de que dejara de mirarla. No quería establecer
contacto visual y permitirle así que leyera mi mente. Pero debió de
vislumbrar lo de anoche, porque sus ojos se entrecerraron ligeramente antes
de asentir y sonreírle a Alec y luego dirigirse al Mayor.
—Ahora —comenzó el Mayor—. Como he dicho antes, el agente
Stevens ha desaparecido. Todo lo que sabemos es que no ha dado su
habitual actualización de estado y que no hemos podido contactar con él por
teléfono o correo electrónico. Dadas nuestras experiencias con anteriores
desapariciones de agentes de la FEA, y los patrones similares de todos los
acontecimientos recientes, creo que es seguro decir que el Ejército de Abel
está involucrado.
—Pero señor, ¿qué lo hace estar tan seguro? ¿Sabemos por qué el
Ejército de Abel eligió a la agente Stevens? ¿Cuál es el factor decisivo?
¿Cuáles son las razones percibidas para los secuestros? —Phil sonaba como
un analista.
Los ojos de Kate se dirigieron a mí. Me puse tensa. ¿Por qué me
miraba así?
—Su principal objetivo es debilitarnos. La FEA es, y siempre ha sido,
el enemigo. Hasta ahora, han secuestrado a agentes que no vivían en la sede
y que, por tanto, eran un objetivo fácil. Sin embargo, creo que sus tácticas
podrían haber cambiado. Si quieren fortalecerse como organización,
necesitarán refuerzos, Variantes con talentos útiles. La misión en Livingston
podría haberles revelado cinco nuevas Variaciones muy interesantes. —Su
mirada se deslizó sobre nosotros y me hundí más en mi silla. Si el Ejército
de Abel conocía realmente nuestros talentos, y yo estaba casi segura de que
conocían los míos, entonces todos estábamos en peligro. Alec apretó mi
mano y parte de la tensión abandonó mi pecho.
Phil asintió, con los ojos muy abiertos. Todo su cuerpo estaba tenso,
la taza en su mano se inclinaba precariamente hacia un lado. Era solo
cuestión de tiempo que derramara el líquido caliente sobre sí mismo.
Los dedos de Devon se volvieron blancos por agarrar con tanta fuerza
los apoyabrazos. Todavía no había tocado el té. Si su estómago se sentía
como el mío, probablemente tenía miedo de regurgitar lo que había comido
en el desayuno.
—He estado esperando que su enfoque cambie, que se dirija a
ustedes. Por eso hice que se unieran a la FEA un par de semanas antes de la
fecha acordada —dijo el comandante con una inclinación de cabeza hacia
Devon y Phil. Ellos asintieron en señal de comprensión. Como si ellos, o
yo, supiéramos qué demonios significaba eso, como si tuviéramos la más
mínima idea de lo que era capaz el Ejército de Abel.
—Pero aun así, si nos perseguían, ¿por qué llevarse al agente
Stevens? —preguntó Devon.
—Le habían encomendado la tarea de vigilarte mientras estabas en
Livingston. Conocía detalles sobre sus Variaciones y sus vidas personales.
Puede revelar información importante sobre los cinco. Es el primer agente
secuestrado que tiene cierto grado de conocimiento interno que podría
perjudicarnos. —El Mayor apretó los labios en señal de desaprobación,
como si no pudiera creer que el agente Stevens se hubiera atrevido a dejarse
atrapar.
»Si les ha contado lo de tu poder de curación —señaló con la cabeza a
Devon—, y lo de tu capacidad para producir toxina —miró a Phil—, estoy
seguro de que el interés de Abel se despertará. Sus Variaciones son bastante
útiles, después de todo —dijo el Mayor con una mirada apreciativa. Me
preguntaba si se habían dado cuenta de la elección de palabras del Mayor.
Útiles. Era un término que le gustaba utilizar.
Phil tenía una expresión miserable.
—Pero no puedo controlar mis glándulas. —Extendió los brazos, con
las palmas enguantadas hacia arriba—. No es que sea un arma biológica ni
nada parecido.
El mayor bebió todo su té con una mueca.
—La dosis no suele ser suficiente para matar a un humano, tienes
razón. Al menos, no a un adulto. Pero con el entrenamiento y el incentivo
adecuado, estoy bastante seguro de que el Ejército de Abel podría convertir
tu Variación en algo digno de ser temido —dijo.
Mi rostro debió mostrar mi sorpresa. El Mayor me miró de manera
mordaz.
—Ese es el problema del Ejército de Abel. No dudarían en utilizar tus
talentos para matar y mutilar, mientras que la FEA quiere enseñarte a
controlar tus Variaciones.
—Así que crees que podríamos ser los siguientes —dijo Kate, con un
toque de impaciencia en su voz.
—Dada su participación en la última misión y el interés de Abel en
ese caso, he llegado a esa conclusión, sí. Las Variaciones reunidas en esta
sala son demasiado valiosas como para que las dejen pasar. Hay que tomar
las medidas de seguridad adecuadas.
—Sin embargo, Alec debería estar a salvo, ¿no cree? —Kate se
encogió de hombros con delicadeza—. Después de todo, no hay nada que él
pueda hacer que una máquina no pueda hacer en su lugar. La fuerza no es
tan valiosa.
No podía creer su audacia. Incluso en una situación como ésta,
cuando los agentes estaban desapareciendo y todos nosotros éramos
objetivos potenciales, no tenía nada mejor que hacer que seguir atacando a
Alec. Sus dedos se tensaron en los míos, pero su rostro siguió siendo una
máscara pétrea.
—Alec es un activo muy importante —dijo bruscamente el Mayor. Se
acabó la discusión.
Miré a Kate, pero la expresión en su rostro no era la que yo esperaba:
no era de rechazo, sino de desafío. Kate nunca había desafiado abiertamente
al Mayor. ¿Qué diablos estaba pasando?
—Hasta nuevo aviso, la sede de la FEA estará en alerta máxima. Tú
estarás en alerta máxima. Tenemos que tomar todas las precauciones
necesarias para evitar que se produzca otro secuestro. Cualquier tipo de
comportamiento sospechoso debe ser reportado inmediatamente. ¿Está
claro?
—Claro —respondimos a unísono. Me preguntaba si los demás
estaban tan confundidos como yo sobre el significado de comportamiento
sospechoso. Todos comenzaron a levantarse de sus sillas. Alec no parecía ni
la mitad de asustado que yo. Incluso consiguió sonreírme, aunque
normalmente mantenía nuestra interacción romántica al mínimo.
—Alec, Kate. —La voz del Mayor azotó la habitación como un látigo
—. Quiero hablar con ustedes. —Dudé y miré entre Alec, Kate y el Mayor.
Ninguno de ellos se dio por aludido.
Alec soltó mi mano con una sonrisa de disculpa.
—¿Nos vemos luego?
Asentí y con una última mirada hacia él, salí de la habitación detrás
de Devon y Phil, y cerré la puerta tras de mí. Siguió un momento de
incomodidad, cuando mis ojos se encontraron con Devon. Entonces él
apartó la mirada.
—¿Todavía necesitas un recorrido por la sede? —pregunté.
—No —dijo Devon rápidamente, aunque Phil parecía querer decir
que sí—. Tanner nos dio un breve recorrido en nuestro primer día.
—Oh. —Asentí—. Muy bien. Hasta luego entonces. —Me di la
vuelta y me di cuenta de que aún llevaba puesta la sudadera de Devon. Me
la quité y se la entregué.
—Tendrás frío en los pasillos —dijo, frunciendo el ceño. Sus ojos
azules se centraron en la punta de mi nariz.
—Estaré bien. Gracias. —Me apresuré a alejarme antes de que la
incomodidad pudiera incrementarse.

***

Cuando llegué a mi habitación, Holly estaba despierta y leyendo un


correo electrónico en nuestra computadora compartida. Pero en cuanto me
escuchó, cerró rápidamente la ventana del navegador antes de que yo
cerrara la puerta, antes de que pudiera ver lo que había estado leyendo.
Holly y yo no nos guardábamos secretos.
—Hola —dijo sin darse la vuelta. Su voz era demasiado chillona.
Extraño.
Me acerqué a ella lentamente, esperando ver algo en la pantalla que
me diera una pista. Pero su fondo de escritorio (una foto de nosotras frente
al árbol de Navidad en la sala común, con gorros rojos de Papá Noel y
enormes sonrisas) era lo único que me saludaba.
—¿Todo bien? —pregunté, tocando su hombro.
Ella se tensó, luego puso su mano sobre la mía y se giró en su silla,
ofreciéndome una sonrisa.
—Claro.
Busqué en su rostro algún tipo de señal, pero no me dio nada. Era el
rostro alegre de Holly, el mismo que me había visto pasar por muchos
momentos oscuros. Tal vez toda esta charla de alerta del Mayor había
convertido mis células cerebrales en papilla. Holly era la única persona,
además de Alec, en la que podía confiar plenamente. Fin de la historia.
Me acosté en la cama y un momento después, Holly se unió a mí.
—Eh, tú, ¿por qué esa expresión apesadumbrada?
Apoyé mi cabeza en su hombro y le conté lo que había escuchado
sobre Stevens, y sobre las sospechas del Mayor.
—Vaya, supongo que es bueno que siga metiendo la pata con mi
Variación. Al menos, eso significa que no soy lo suficientemente valiosa
como para ser un objetivo —dijo con una risa. Pero incluso eso sonó mal.
Levanté la cabeza.
—Holly, no sé qué haría si... —Tragué saliva. Incluso pensar en eso
me provocaba un nudo en la garganta—, si te pasara algo.
Parpadeó rápidamente y me abrazó.
—Oh, por favor. Estoy a salvo. Ya escuchaste lo que dijo el Mayor.
Solo las Variantes útiles deberían preocuparse. Todavía no puedo controlar
mi invisibilidad. —Se apartó y cambió de tema—. Entonces, ¿pasaste la
noche con Alec?
—Sí —dije, sintiendo que un rubor subía por mi cuello. Quería
compartir cada detalle con ella, pero al mismo tiempo quería mantener a
Alec y mi relación lo más reservado posible.
Ella sonrió y luego sus ojos volvieron a dirigirse a la computadora.
Un pequeño sobre había aparecido y luego se desvaneció. Un nuevo correo
electrónico.
—¿A quién le estás enviando un correo electrónico? —pregunté
despreocupadamente, pero un sentimiento de preocupación se abrió paso en
mi cerebro. No podía soportar la idea de que Holly hiciera algo sin
decírmelo.
Siguió mirando la computadora antes de girarse hacia mí. Las
lágrimas brotaron de sus ojos.
—Holly, ¿qué pasa?
Su mirada bajó a su regazo donde retorcía sus manos.
—Es... —Comenzó, y luego suspiró profundamente—, son mis
padres. Mi madre me envió un correo electrónico para decirme que papá
había perdido su trabajo. Ella ha aceptado un trabajo a tiempo parcial, pero
realmente no puede hacer más. Alguien tiene que cuidar de mis hermanos y
mi hermana. Noah ha estado muy enfermo. Sus medicinas son caras. —
Holly tiene dos hermanos y una hermana menores, y sus padres siempre han
tenido dificultades para llegar a fin de mes.
—Estoy segura de que pronto encontrará un nuevo trabajo —le
aseguré.
—Debería estar ahí para ayudarlos. Todavía pasarán un par de años
antes de que gane un dinero decente como agente.
Eso me hizo reflexionar. De alguna manera, estar en la FEA siempre
se ha sentido más como una forma de vida; hasta ahora, había sido más una
escuela que un trabajo, pero Holly tenía razón. Como agentes de pleno
derecho, nos pagarían muy bien por nuestro trabajo. Hasta ahora, nuestro
pago había sido más bien una asignación. Sin embargo, yo había recibido
un aumento de sueldo debido a mi primera misión real. Me había olvidado
de mencionárselo a Holly hasta ahora y tampoco creía que fuera el mejor
momento.
—Podría darte dinero. He ahorrado una cantidad decente.
—No —dijo Holly inmediatamente—. Necesito más que eso.
—Tal vez puedas preguntarle al Mayor si puede ayudar. Quiero decir,
prácticamente estamos haciendo esta cosa de agente-aprendiz a tiempo
completo, así que bien podríamos cobrar mejor por ello.
—No creo que el Mayor esté de acuerdo. Lo mencioné una vez, pero
tengo la sensación de que preferiría que rompiera los lazos con ellos.
—¿Estás segura? Eso suena tan insensible.
—Sabes que no le importa mucho la gente normal. Y mira a tu
alrededor, la mayoría de los agentes de la FEA son huérfanos o fueron
abandonados por sus padres. Soy prácticamente la única que se mantiene en
contacto con su familia, excepto Kate y los pocos que tienen padres
variantes.
Tenía razón.
—¿Tal vez podrías preguntarle al Mayor de nuevo? O podría pedirle a
Alec que hable con él. El Mayor lo escucha.
Holly negó con la cabeza precipitadamente.
—No, no. Tendré que buscar otra manera. Me gustaría poder vivir con
ellos durante un tiempo para ayudar a cuidar de mis hermanos y que mi
madre pueda trabajar a tiempo completo. Pero el Mayor nunca aceptaría.
La FEA nos alejó de nuestras familias. El Mayor parecía pensar que
el deber de todo padre era entregar a su hijo con orgullo. Pero si esperaba
que sirviéramos a la FEA, al menos debería asegurarse de que nuestras
familias estuvieran bien. Me preguntaba si los padres se habían negado
alguna vez a enviar a su hijo a la FEA, pero de alguna manera ya sabía la
respuesta. No creía que el Mayor conociera el significado de la palabra no.
Capítulo 4

Esa noche Holly, Alec, Tanner y yo nos sentamos alrededor de una


mesa en la sala común, jugando al póker. Holly ya parecía mucho más
alegre, gracias a las bromas de Tanner. Al verlos sentados uno al lado del
otro: él con su cresta verde y su piercing en el tabique, y ella con su cabello
rojo ardiente cortado al estilo pixie, se veían tan lindos juntos. Sabía que su
admiración era mutua, pero aparte de un incómodo beso meses atrás, aún no
habían hecho nada. No sabía cuál era su problema.
Mientras tanto, Alec seguía tocando mi mano, mi rodilla, mi muslo
por debajo de la mesa cada vez que no tenía que dejar una carta. Parecía
que no podía dejar de tocarme, y eso me hacía ridículamente feliz.
—Entonces, ¿cuál es realmente el problema con el Ejército de Abel?
— preguntó Holly mientras repartía las cartas.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Tanner distraídamente mientras
ordenaba su mano—. Pensé que ya sabías lo esencial. Se separaron de la
FEA hace décadas y se dedican a lo suyo. Principalmente cosas ilegales.
—Sí, pero ¿qué hacen exactamente?
—Trabajan para el mejor postor. La mafia rusa, la italiana, la china,
los terroristas internacionales... el que más pague —respondió Alec
mirando sus cartas con intensidad. Pero algo me decía que las cartas no eran
el motivo por el que se había puesto tenso.
—Pero si trabajan para todo tipo de mafiosos, ¿cómo pueden
mantener las variaciones en secreto? Si les importa tanto el dinero, ¿no los
habría sobornado o chantajeado alguien y vendido el conocimiento a un
periódico o a un canal de televisión? —dije.
Alec metió unas cuantas patatas fritas en su boca, considerando
cuánto debía contarnos.
—Deben saber que lo que les estoy contando ahora son solo rumores.
No lo sé con certeza, pero escuché que el Ejército de Abel tiene una
Variante en sus filas que puede alterar o incluso eliminar los recuerdos. La
capacidad de lavarle el cerebro a alguien instantáneamente.
—Mierda —dijo Holly.
Tanner asintió, pero no parecía que las palabras de Alec fueran una
novedad para él. Estaba demasiado aturdido para decir algo. Siempre había
bromeado con Holly diciendo que me encantaría conocer a alguien que
pudiera borrar algunos de mis recuerdos menos agradables, como cuando
mi madre me dijo que no debía llamarla nunca más o que yo era un bicho
raro y había arruinado su vida, o todos los tipos borrachos y desastrosos con
los que había salido cuando yo era una niña. Pero me daba miedo pensar
que alguien pudiera hacer eso: cambiar mis recuerdos, robar partes enteras
de mi vida para que fuera como si nunca hubieran ocurrido. Alec me
observaba como si supiera exactamente lo que pasaba por mi mente. Su
infancia había estado llena de angustia como la mía.
La puerta de la sala común se abrió y entraron Phil y Devon. Miraron
tímidamente nuestra mesa, aparentemente inseguros de poder unirse a
nosotros.
—Todavía tenemos espacio para más jugadores —dijo Tanner. Señaló
la máquina expendedora del fondo de la sala, detrás de los sofás y la
televisión de pantalla plana—. ¡Consíganse algunas provisiones!
—No tenemos dinero encima —dijo Devon mientras se dirigía a la
máquina expendedora.
—No se necesita dinero para las bebidas —dijo Holly—. ¡Son gratis!
La máquina expendedora es solo para mostrar el contenido.
Phil y Devon tomaron sus bebidas mientras Tanner se ocupaba de las
sillas. Levantó la mano e inmediatamente las sillas negras plegables
apoyadas en la pared junto a la máquina expendedora comenzaron a flotar
hacia nosotros. Phil y Devon observaron el espectáculo de Tanner con
evidente admiración. Puse los ojos en blanco mirando a Tanner, pero él solo
me guiñó un ojo y con cuidado bajó las sillas al suelo junto a nuestra mesa.
Devon se sentó frente a mí y los ojos de Alec se movieron entre Devon y yo
con intensidad inquisitiva. A Alec no le gustaba mucho Devon. Apenas
habían hablado dos frases desde que Devon se unió a la FEA. Por
inverosímil que fuera, sospechaba que Alec podría estar celoso de él.
Tomé la mano de Alec por debajo de la mesa y la apreté. Una barba
incipiente se asomaba en su mandíbula. Quise presionar mi mejilla contra
ella. Me encantaba la sensación de picazón, especialmente cuando la
frotaba contra la parte interna de mis muslos. Su sonrisa se amplió como si
supiera exactamente lo que estaba pensando.
—Así que tú eres el chico tóxico, ¿verdad? —preguntó Tanner
mientras le entregaba las cartas a Phil. Solo Tanner podía decir algo así sin
sonar grosero.
Un profundo rubor se extendió por el pálido rostro de Phil. Era obvio
que no estaba acostumbrado a la atención, o a salir con amigos.
Se quitó los guantes negros sin dedos que llevaba casi siempre. Había
pequeñas glándulas incrustadas en el lugar donde la palma de su mano se
unía a la muñeca. Se parecían a las glándulas lacrimales que tenemos para
las lágrimas, pero un poco más grandes. Tal vez fuera por el nerviosismo,
pero ya estaban recubiertas de veneno.
—Entonces, si la toco, ¿me quedaré dormida? —preguntó Holly, con
la yema de su dedo a un centímetro de la glándula.
Tanner se tensó a su lado.
—Holly —dije en señal de advertencia.
—Es probable que te desmayes —dijo rápidamente Phil. Para sus
siguientes palabras, bajó la mirada—. O que caigas en coma. —Volvió a
ponerse los guantes, con sus dedos temblorosos.
—Bueno, estoy seguro de que Devon podría salvar el día —comentó
Alec con una sonrisa forzada.
Devon se encogió de hombros.
—Probablemente podría. —Nuestras miradas se cruzaron y los
recuerdos me invadieron. ¿Estaba pensando en la vez que me salvó la vida
en Livingston?
—Pongamos este juego en marcha. Necesito recuperar mi dinero —
dije con una alegría forzada.
Era pasada la medianoche cuando dejamos de jugar y finalmente
volvimos a nuestras habitaciones. Más exactamente, solo fui a mi
habitación para ponerme unos pantalones cortos de pijama y una camiseta
antes de volver a toda prisa a la habitación de Alec. Mis mejillas aún se
sentían calientes por la forma en que Holly movía las cejas mientras me
retiraba.
Encontré a Alec sentado sobre las sábanas de su cama, sacándose la
camiseta por encima de su cabeza. Toqué la larga cicatriz oculta debajo del
tatuaje del dragón en su hombro derecho, deteniendo su movimiento.
—Cuando mencionaste esa variación que podía alterar y eliminar los
recuerdos, pensé en todas las cosas de mi vida que he querido olvidar. Y me
pregunté si les pediría que, ya sabes, borraran algunas partes de mi vida. —
Tracé la cicatriz mientras miraba fijamente sus ojos—. ¿Tú lo harías?
Alec tomó mi mano y besó mi palma, sus labios se sentían cálidos
contra mi piel. Sus ojos grises estaban serios. Con él sentado en la cama y
yo de pie frente a él, estábamos casi a la misma altura.
—No —dijo en voz baja—. No lo haría. El pasado me convirtió en lo
que soy. —Eso era algo tan propio de Alec.
—Pero duele recordar. Saber que nuestros padres no nos querían por
lo que somos. Que no les importaba lo que nos ocurriera con tal de poder
deshacerse de nosotros.
Alec tiró de mí hacia su regazo. Me senté a horcajadas sobre él, con
las manos apoyadas en sus hombros.
—Claro que duele, y eso no cambiará nunca. Pero recordar es lo que
me impedirá ser como ellos. Sus acciones me hicieron querer ser mejor.
Apoyé mi frente contra la suya y cerré los ojos.
—Puede ser. Pero a veces me siento como un perro persiguiendo su
cola. Como si estuviera buscando algo que nunca podré tener, solo que aún
no me he dado cuenta qué es —murmuré.
Alec sacudió la cabeza en señal de desacuerdo.
—Algún día tendrás tu propia familia.
—Sí —estuve de acuerdo, pero sabía que no era lo mismo que tener
padres y hermanos cariñosos—. ¿A veces te preguntas qué estarán haciendo
ahora?
—No, porque sé que tampoco están pensando en mí.
—Entonces, ¿nunca piensas en volver a contactarte con ellos? Quizá
te extrañen.
No respondió de inmediato y, por un momento, me pregunté si no
debería haber sacado el tema.
—No. No puedo perdonarlos por lo que hicieron y no quiero hacerlo.
No los necesito. Tengo a la FEA y te tengo a ti.
Eso era lo que siempre trataba de decirme a mí misma también, pero a
veces me preguntaba si solo me estaba mintiendo.
Un bostezo escapó de mi boca.
—Es hora de dormir —dijo Alec. Se dejó caer de nuevo en la cama y
me llevó con él. Me acosté encima de él y dejé que el sueño me invadiera,
desterrando mis oscuros pensamientos.
Capítulo 5

Sabía que solo era cuestión de tiempo hasta que tuviera que
enfrentarme a Kate. Pero cuando llamó a mi puerta al día siguiente, no pude
hacer otra cosa que mirarla fijamente, agarrando con fuerza el marco de la
puerta. Ella era solo unos centímetros más alta que yo, pero siempre se las
arreglaba para hacerme sentir pequeña en más de un sentido. Como de
costumbre, iba perfectamente peinada: cabello rubio recogido en una coleta,
vestida con pantalones negros y una blusa blanca. Yo llevaba un pantalón de
chándal gris y una camiseta arrugada.
—Oh, hola —dije estúpidamente. Holly estaba dando vueltas en la
piscina y de repente deseé haber ido con ella para evitar esta confrontación.
El rostro de Kate estaba cuidadosamente controlado, sus ojos de color
ámbar cobrizo eran ilegibles. Si quería estrangularme, lo disimulaba muy
bien.
—Tenemos que hablar. —Miró por encima de mi hombro hacia la
habitación vacía—. ¿Me vas a invitar a entrar o no?
Me inclinaba fuertemente hacia el no, pero habría sido infantil y
prefería terminar con la conversación. Di un paso atrás y abrí la puerta lo
suficiente como para que entrara.
Sin otra palabra, Kate entró y se quedó en medio de la habitación.
Observó los posters de Alíen y Freddy Krueger que colgaban sobre mi
cama. Asintió con aire de suficiencia.
—Entonces de ahí es que Alec sacó su mal gusto.
Reprimí un comentario mordaz. Ella solo quería sacarme de quicio y
yo no le daría esa satisfacción. Me quedé cerca de la puerta en caso de que
tuviera que escapar rápidamente.
—Kate, lamento cómo han ido las cosas. Yo…
—No, no lo sientes —me interrumpió Kate—. Y no finjas lo
contrario. Llevas años suspirando por Alec y ahora por fin tienes lo que
querías.
—Es cierto. Pero eso no significa que no lamente lo que has perdido.
—No. —Sacudió la cabeza con fuerza, pero ni un solo mechón
escapó de su cola de caballo. Mis rizos habrían estado por todas partes—.
No te atrevas a sentir lástima por mí. Soy una chica grande. No estoy
llorando hasta quedarme dormida porque Alec me dejó. Hay otros peces en
el océano. Peces más grandes.
Todavía estaba sujetando el pomo de la puerta. No era demasiado
tarde para echar a Kate.
—¿Entonces por qué estás aquí? —cuestioné.
—Mira, Tessa, vine aquí para advertirte.
Solté el pomo de la puerta.
—¿Advertirme?
Una sonrisa resentida apareció en su rostro.
—Creo que no deberías entrar en esta… relación con Alec a ciegas.
Te mereces saber toda la verdad.
—¿Qué verdad? —No creía que Kate hubiera venido aquí para
ayudarme. Estaba aquí para abrir una brecha entre Alec y yo. Pero estaba
perdiendo el tiempo; nada podía hacer tambalear mi confianza en él.
—Alec te ha estado mintiendo desde el primer día. Te ha estado
manipulando…
Negué con la cabeza.
—Solo estás celosa de que te haya dejado por mí. No tengo que
escuchar tus mentiras. Debería haber sabido que has estado planeando esto.
—Si crees que estoy aquí porque estoy celosa, estás alucinando aún
más de lo que pensaba —dijo Kate con sorna—. Dime: en todos los años
que has conocido a Alec, ¿nunca has sentido que algo estaba mal, nunca has
tenido una punzada de sospecha? —Miró mi rostro y una de las comisuras
de su boca se levantó.
Su tono y sus palabras me hicieron sentir furiosa. ¿Qué razón tenía yo
para sospechar de Alec? Mis dedos agarraron el dobladillo de mi camiseta.
Quería arañarla.
—Conozco a Alec mejor que tú, mejor que nadie.
—¡Oh, por favor! —Kate resopló, con ojos crueles y despiadados—.
Sabía que te tenía atrapada en su dedo meñique. ¿Pero esto? Es ridículo.
—Kate, habla con alguien a quien le importen tus tonterías. —Abrí la
puerta, decidida a marcharme, pero Kate agarró mi antebrazo y sus uñas se
clavaron en mi piel. El aroma de su perfume floral inundó mi nariz.
Una docena de imágenes de defensa personal revolotearon por mi
cabeza, pero las aparté. Una pelea con Kate no conduciría a nada. Estaba
por encima de sus juegos.
—Suéltame.
—Escucharás lo que tengo que decir y lo escucharás bien —siseó ella,
habiéndose quitado por completo su máscara de amabilidad, su rostro ahora
tenía una mueca de enojo—. Lo que sea que esté pasando entre Alec y tú,
está condenado. Porque no importa lo que pienses, no sabes nada de él.
Intenté quitármela de encima, pero sus dedos apretaron mi brazo.
Cerró la puerta de golpe, y mi cabello se agitó sobre mi rostro por la fuerza
del movimiento. Parpadeé frente a la superficie blanca y lisa de la puerta,
obligándome a respirar con calma. Volvíamos a estar solas en la habitación.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Nada de lo que iba a decir rompería mi
confianza en Alec. Nada, me juré a mí misma.
Pero sus palabras, pronunciadas en voz baja, se abrieron paso en mi
cabeza.
—Te ha estado mintiendo todos estos años. Alec es un Variante Dual
y nunca te lo dijo ni lo hará.
Mis piernas se sentían débiles. Si Alec era un Variante Dual, eso
significaba que tenía una segunda Variación, una que me había ocultado
todo el tiempo. Me alejé de ella, mi espalda chocó contra la dura madera de
la puerta, y me soltó.
—No lo es. No sabes de qué estás hablando —protesté.
Alec no me habría ocultado una variación… ¿o sí?
Kate negó con la cabeza con sorna.
—Sigues deseando defenderlo. Pero déjame decirte algo. Alec no solo
es fuerte; es empático. Puede controlar las emociones. Piénsalo. Cuando
estás con él, ¿estás segura de que has sentido lo que sentiste?
—Estás mintiendo —susurré, pero sentía como si algo estuviera
atascado en mi garganta.
—Cada vez que sientes algo alrededor de Alec, él lo sabe. Y si no le
gustan tus emociones, tiene la capacidad de cambiarlas. Puede hacerte
sentir exactamente lo que quiere que sientas. Puede manipularte, y créeme,
Tessa, lo ha hecho en el pasado. ¿Estás segura de que tus emociones son
tuyas?
Sentía como si me hubieran emboscado. No podía creer lo que estaba
escuchando.
—Vete —grazné.
—Despierta, Tessa. Ya era hora de que alguien te dijera la verdad.
Créeme, Alec y el Mayor te habrían mantenido en la oscuridad para
siempre. —Algo parpadeó en su rostro, tal vez preocupación o
arrepentimiento, como si se diera cuenta de que no debería haberme
contado tanto como lo hizo.
Más allá de lo que Alec quisiera, probablemente el Mayor se
enfadaría si se enterara. Sin otra palabra, Kate salió de la habitación. Apoyé
mi cabeza en la fría madera y caí de rodillas cuando la puerta se cerró.
Traté de convencerme de que ella había mentido, de que sus palabras
habían sido fruto de los celos, su forma de vengarse, pero la semilla de la
duda había sido sembrada y ahora se estaba enconando. Hace un par de
meses, cuando Alec y el Mayor me acompañaron por primera vez en la
misión de Livingston, había sentido que alguien intentaba manipular mis
emociones. Pero lo había dejado de lado por los nervios.
¿Y si Alec hubiera utilizado su variación para calmarme en ese
entonces? Y no fue la única vez que me sentí mágicamente calmada en
presencia de Alec. ¿No era más que un truco? ¿Había utilizado su Variación
conmigo? ¿Y qué más había hecho sin que me diera cuenta? ¿Cómo podía
estar segura de que todo lo que sentía cerca de Alec era verdad? Cada
recuerdo, cada beso, cada sonrisa… todo se sentía contaminado ahora.
Cerré los ojos, intentando poner en orden el torbellino de emociones y
pensamientos en mi cuerpo. Apreté los puños y me puse en pie
tambaleándome. No quería creerlo. Pero en el fondo, sabía que siempre
había algo raro en mis sentimientos cuando estaba cerca de Alec. Empecé a
temblar y el malestar se apoderó de mí. Si no podía confiar en la única
persona a la que creía poder amar completamente, ¿qué me quedaba? Holly.
Tenía que hablar con Holly.
Abrí la puerta y me asomé al pasillo para asegurarme de que Kate se
había ido. No quería que viera lo mucho que me habían afectado sus
palabras. El pasillo estaba vacío. Me escabullí y bajé a toda prisa las
escaleras hacia la piscina. El perfume de Kate todavía se aferraba a mi ropa,
al igual que sus palabras se aferraban a mi mente. Una mujer del personal
de limpieza desapareció en el cuarto de la lavandería y esperé a que cerrara
la puerta para pasar y entrar en la sala de natación.
Holly estaba haciendo brazadas mariposa tipo delfín. Su cabello rojo
entraba y salía del agua, sus movimientos eran fluidos y rápidos. No me vio
cuando me agaché en el borde de la piscina. Todavía me temblaban las
manos y piernas, pero me sentía algo más tranquila. Pasaron diez minutos
hasta que Holly se detuvo en un extremo de la piscina. Se quitó las gafas
amarillas de neón e inmediatamente me vio. Su rostro esbozó una sonrisa,
pero enseguida desapareció. Sus estrechas cejas marrones se juntaron
mientras nadaba hacia la escalera y salía. Me dolían las piernas cuando me
levanté para entregarle una toalla. Sus ojos no se apartaron de mi rostro
mientras secaba su cabello.
—¿Pasó algo entre tú y Alec?
—Más o menos. Kate y yo tuvimos una charla—dije lentamente,
tratando de evitar que la preocupación tiñera mi voz.
Pero mis emociones estaban justo debajo de la superficie; Holly
probablemente podía verlas brillar a través de mi piel como letreros de
neón.
—Oh, no. ¿Qué hizo?
Mientras arrojaba la toalla en el cesto, no pude evitar mirar más allá
del cesto, a ese lugar en el suelo. Allí fue donde Alec me había encontrado
unas semanas después de haberme unido a la FEA, llorando histéricamente
porque mi madre había dicho que no debía volver a llamarla. Alec me había
consolado ese día e innumerables veces más desde entonces. ¿Qué había
detenido mis lágrimas cada vez? ¿Sus palabras o su variación? ¿Y qué hay
de todas las veces que había anhelado su tacto en su presencia? ¿Lo había
sentido?
—¿Tessa? —Holly tocó mi brazo, dejando huellas de agua en la
manga de mi camiseta.
Salí de mis pensamientos y me aparté del cesto. El agua se deslizaba
por el borde de la piscina y era absorbida por el sistema de filtrado. Me
desplomé en un banco contra la pared y Holly se sentó a mi lado, temblando
solo con su bikini amarillo.
—Cuéntame —exigió, y le conté todo lo que Kate había dicho.
Con cada palabra, mi voz subía de tono, y sentía como si una burbuja
se formara dentro de mi cuerpo y estuviera a punto de estallar. Cuando
terminé, respiré profundamente. Esperaba, deseaba que Holly se riera y me
dijera lo ridícula que era, pero no lo hizo. Sus ojos se volvieron distantes y
un ceño fruncido arrugó sus cejas.
—Puede que Kate esté celosa y ciertamente quiere lastimar a Alec,
pero ¿por qué inventaría algo así? —dijo en voz baja.
Asentí.
—No es solo eso. A veces, cuando estoy cerca de Alec, mis
sentimientos mejoran rápidamente, ¿sabes? Siempre pensé que era por él,
por mis sentimientos hacia él, pero...
—Pero ahora ya no estás segura —terminó la frase por mí.
Holly mordió su labio inferior. El agua corría en estrechos riachuelos
por su rostro y brazos. Probablemente se resfriaría si impidiera que se
pusiera ropa adecuada durante mucho más tiempo.
—¿Sabes que mi Variación siempre está estropeada?
Asentí; por supuesto, lo sabía.
—El Mayor me hizo tomar todas esas clases adicionales con
Summers, pero realmente no ayudaron. Con cada clase, me sentía más
como un fracaso total y seguía cometiendo errores aún peores. Pero
entonces un día el Mayor envió a Alec en lugar de Summers, y
mágicamente mi humor y mi variación mejoraron. ¿Recuerdas cuando te
dije después lo increíbles que habían sido las clases ese día?
No me moví. Lo recordaba. Holly no había perdido el control de su
variación ni una sola vez ese día. Ella estaba tan feliz como nunca la había
visto.
—Me había sentido tranquila y segura de mí misma, y de repente mi
invisibilidad funcionaba sin fallas. Había pensado que era porque Alec no
me ponía tan nerviosa como Summers, pero ahora que lo pienso, no estoy
muy segura de que mis emociones de aquel día fueran totalmente mías.
Miré las palmas de mis manos, que estaban rojas de tanto apretarlas.
—Suena exactamente como lo que había estado experimentando.
—Yo...umm… tal vez. —Holly estaba buscando explicaciones,
excusas, pero no había ninguna—. ¿Crees que el Mayor lo sabe?
Sonreí sin alegría.
—El Mayor lo sabe todo.
Holly asintió.
—Sí, probablemente piensa que no necesitamos saberlo. Él siempre
sabe más. —La última parte sonó con amargura. Lo entendía. Realmente lo
entendía. Estaba tan cansada de ser tratada como una agente de segunda
clase, como si no pudiera manejar el mismo conocimiento que el Mayor o
Alec o incluso Kate.
—Tengo que hablar con Alec.
—¿Estás segura? Si te enfrentas a Alec, él te dará una respuesta, te
guste o no. —Holly me rodeó con su brazo. Me estremecí cuando mi ropa
se empapó y el frío se filtró en mi cuerpo.
—Lo sé. Pero tengo que saberlo con certeza. Tengo que escucharlo
decirlo. No puedo olvidar lo que dijo Kate. Quién sabe, quizá haya una
explicación.
—De acuerdo —dijo lentamente, pareciendo dudosa—. ¿Necesitas
refuerzos?
—No —dije. Me levanté. Su brazo se deslizo de mi cuerpo—. Vístete
y asegúrate de no resfriarte.
Holly me dio una pequeña sonrisa alentadora mientras me daba la
vuelta y me dirigía a la habitación de Alec, pero no consiguió borrar la duda
de su rostro.
Capítulo 6

Mis dedos temblaban cuando llegué frente a la puerta blanca de la


habitación de Alec. Nosotros habíamos planeado reunirnos en dos horas
para cenar juntos en la cafetería. Acerqué mi puño a la puerta, pero no
golpeé, solo apoyé los nudillos contra la superficie lisa. Tal vez Holly tenía
razón. Tal vez no debería hablar con Alec. Pero ¿cómo podía fingir que no
había pasado nada?
—Alec está en el dojo.
Giré mi cabeza. Tanner estaba de pie detrás de mí, vestido con ropa de
entrenamiento, cubierto de sudor, con una toalla colgando del cuello. Dos
chicos estaban parados unos pasos detrás de él. Uno de ellos era Ty, el
hermano mayor de Tanner. Tenía unos veinte años y había estado en una
misión en Afganistán o Irán o algo así hasta hacía muy poco. Se parecía
mucho a Tanner: misma piel oscura, extremidades largas, ojos almendrados,
pero él se había afeitado todo el cabello y tenía la nariz ligeramente torcida,
como si se la hubieran roto y no la hubieran tratado adecuadamente. Su
mirada era distante. No reconocía al tipo fornido y musculoso que estaba a
su lado.
Después de una rápida inclinación de cabeza en su dirección, miré a
Tanner.
—¿Eh? ¿Qué dijiste?
—Alec le está dando clases de kickboxing a Devon y Phil en el dojo.
Estará allí por lo menos otra media hora —dijo. Había una pizca de
curiosidad en su voz.
—Oh, gracias. —Forcé una sonrisa.
Tanner dejó de frotar la toalla sobre su cresta. Los chicos debieron
percibir la creciente incomodidad porque se excusaron y se dirigieron a sus
habitaciones.
—¿Pasa algo? —preguntó Tanner.
Negué con la cabeza.
—No. Estoy bien.
—¿Estás segura?
—Sí, estoy segura —dije—. Solo necesito hablar con Alec. Gracias
por decirme dónde encontrarlo. —Me apresuré a pasar junto a él, pero
prácticamente podía sentir sus ojos quemando mi espalda. Si me
comportaba de forma tan nerviosa con Tanner, era poco probable que
pudiera ocultarle mis sentimientos a Alec.
Cuando llegué a la planta baja, ya podía escuchar jadeos y el sonido
de alguien pateando y golpeando el saco de boxeo. Dudé en la puerta del
dojo, sin saber si era una buena idea. Alec siempre había sido la única cosa
en la FEA con la que podía contar. Esto podría ser el fin de mi relación con
él, de lo que había estado anhelando desde que me uní a la FEA. ¿Qué haría
si eso desapareciera?
El olor familiar del dojo me dio la bienvenida: el caucho de las
nuevas colchonetas verdes de entrenamiento mezclado con el penetrante
olor del sudor. Había pasado tanto tiempo rodeada de ese olor que ya no me
molestaba.
Alec se estaba quitando los guantes de boxeo y empezó a desenvolver
la cinta protectora de sus dedos cuando miró en mi dirección. Me dedicó
una rápida sonrisa antes de girarse hacia Devon, que estaba golpeando el
saco, su rostro furioso y decidido. Phil estaba sentado en una de las
colchonetas verdes del suelo, con los brazos alrededor de sus rodillas. Tenía
la cabeza roja como un tomate y la ropa empapada de sudor. Era evidente
que no estaba tan en forma como Devon y Alec. La ropa de entrenamiento
colgaba holgadamente de su delgado cuerpo, le quedaba demasiado grande.
Cuando Devon dejó de golpear el saco de boxeo, me miró, pero tan
rápido como su mirada se posó en mí, continuó.
La sonrisa que había estado jugando en los labios de Alec se
desvaneció. ¿Podía sentir mi agitación interior? Los ojos de Alec se posaron
en los míos y nuestro entorno se volvió borroso. Podía escuchar a Phil
hablando, podía verlo ponerse de pie desde mi visión periférica, pero nada
podía penetrar el silbido en mis oídos.
Alec les dijo algo a Devon y Phil, quienes me miraron brevemente
antes de agarrar toallas y botellas de agua, caminar hacia mí y luego salir
por la puerta. Cuando se fueron, Alec se acercó a mí. Todavía tenía las
manos vendadas, pero no se molestó en desenvolverlas más.
—¿Qué pasa? —preguntó en voz baja mientras se detenía frente a mí.
Examiné sus ojos grises, buscando un indicio de algo, cualquier cosa que
me impidiera decir lo que iba a decir. Tocó mi hombro—. ¿Tess?
Di un paso atrás para que su mano se apartara de mí. No podía
concentrarme cuando me tocaba. Podía ver la confusión en su rostro, pero
había algo más mezclado con ella. ¿Compasión? ¿Comprensión?
¿Arrepentimiento? O tal vez solo estaba buscando cosas que no estaban allí.
—Kate vino hoy a mi habitación. Me contó todo sobre ti —dije. Me
sentí orgullosa de haber conseguido que mi voz no se quebrara. Luché
contra el impulso de cruzar los brazos sobre mi pecho, para crear un escudo
entre Alec y yo.
Se quedó inmóvil y su expresión pasó de la conmoción al enfado y
luego al miedo.
—¿Qué dijo?
—Me dijo que me has estado ocultando algo todo este tiempo: que
eres un Variante Dual y que tu variación secreta es leer y manipular las
emociones de otras personas.
Alec me miró fijamente, cada músculo de su cuerpo estaba tan tenso
que parecía que iba a entrar en combustión.
—Yo… —Alec se quedó sin palabras. Eso era algo que no había visto
antes. Y eso, más que nada, me hizo comprender que Kate no había
mentido.
—Dime la verdad —dije en voz baja. Pude ver en su rostro que se
esforzaba por inventar una mentira, y una parte de mí quería que lo hiciera.
Tal vez podría fingir que mi charla con Kate nunca había ocurrido. Tal vez
podría fingir que Alec no me había ocultado un secreto. Pero no me haría
eso a mí misma. Yo valía más que eso. Ya había soportado suficiente
mientras él estaba dividido entre Kate y yo.
Alec agachó la cabeza, la tensión escapaba de su cuerpo.
—Es cierto. Soy un Variante Dual. El mayor pensó que sería prudente
mantener mi habilidad en secreto, ya que era algo que a las personas no les
gustaba.
No es broma.
—Todo el mundo conoce la Variación de Kate. Creo que también
podrían haberse ocupado de la tuya. —Era más fácil hablar de eso en
términos generales, pero otras preguntas ardían en mi pecho. Preguntas
cuyas respuestas tenía miedo de obtener.
Alec comenzó a pellizcar distraídamente su cinta. ¿Estaba ganando
tiempo? ¿Considerando una vez más cuánto contarme?
—Kate no tiene una segunda variación tras la que podría haber
ocultado su lectura mental. El Mayor no tuvo más remedio que dejar que
todos lo supieran—dijo finalmente—. Y las personas se preocupan más por
ocultar sus emociones que sus pensamientos, según mi experiencia. —Se
acercó un paso más, pero no intentó tocarme—. Quería decírtelo. —Su
rostro parecía tan serio y suplicante que mi corazón dio un vuelco. Pero esta
vez no dejaría que me convirtiera en una tonta.
—¿Entonces por qué no lo hiciste? —exigí, la ira ocupaba lenta pero
constantemente el lugar de mi dolor.
—El Mayor me lo prohibió. Pensó que pondría en peligro a nuestra
comunidad. —Dudó, como si hubiera algo más, y mi ira se incrementó aún
más.
—Deberías habérmelo dicho cuando empezamos a salir. Tenía
derecho a saberlo. —Apreté los puños—. Confié en ti, Alec. Cuando estaba
destrozada y pensaba que nunca podría confiar en nadie después de cómo
me trató mi madre, tú me devolviste la capacidad de confiar.
Su expresión se volvió suplicante.
—Lo sé, y lo siento. Pero no se me permitía, y sabía que lo odiarías si
supieras que podía leer tus emociones.
—Sí, sabías cuánto lo odiaría y por eso te alegraste de que la orden
del Mayor te diera una justificación para no hacerlo. Al menos admite eso.
—No —dijo. Agarró mis manos—. Odiaba tener que mentirte. Tienes
que creerme.
Quería creerle. Pero eso no cambiaba el hecho de que había violado
mi privacidad sin que yo lo supiera durante los últimos tres años.
—¿Así que siempre supiste lo que sentía? E incluso ahora puedes leer
mis emociones, ¿verdad?
Nos miramos el uno al otro. Bajó la mirada y suspiró.
—Sí. Pero no es algo que pueda desconectar. Aunque no quiera, y,
créeme, la mayoría de las veces me alegraría no tener que lidiar con las
emociones de todo el mundo todo el tiempo. A veces consigo desconectar,
pero no siempre es fácil.
Intenté imaginar cómo debía ser, sentirme abrumada por la miríada de
emociones de las personas que me rodeaban, con sus miedos y
preocupaciones. A veces apenas podía soportar ver la tristeza en el rostro de
Holly. ¿Cuánto peor sería si pudiera sentirla como si fuera la mía propia?
Una pequeña parte de mí sentía pena por Alec, pero la parte más grande se
aferraba a mi ira.
—¿Alguna vez me has manipulado? —pregunté. La idea de que
pudiera haberlo hecho cuando teníamos intimidad en realidad me hizo
querer esconderme en un agujero profundo.
—Podría manipular las emociones de las personas si lo intentara —
dijo lentamente—. Pero sería una violación de las reglas de la FEA, ya lo
sabes.
—Eso no significa que nunca lo hayas hecho. Responde a mi
pregunta. Sí o no. ¿Me has manipulado alguna vez? —Por favor, di que no,
pensé. Pero sabía que estaría mintiendo si lo hiciera.
—Solo por tu propio bien. Quería ayudarte —dijo a regañadientes—.
No podía soportar verte asustada. No debería haberlo hecho.
—Son mis emociones. Puedo manejarlas.
Alec negó con la cabeza con desesperación.
—Tess —susurró—. Lo siento mucho.
¿Siente que lo haya descubierto? me pregunté, pero no lo dije.
¿Cómo podía estar segura de algo con él?
—No confías en mí —dijo.
—¿Acabas de deducir eso de mis sentimientos? —pregunté con
sarcasmo.
Se dejó caer contra la pared del dojo. Sus ojos parecían cansados.
—Sé que estás molesta, pero incluso si no pudiera leer tus emociones,
lo sabría por la expresión en tu rostro.
Envolví mis brazos alrededor de mi pecho, como si eso pudiera evitar
que mirara dentro de mi corazón, que viera todo lo que no quería que él ni
nadie supiera. Pensé en todas las veces que lo había deseado y en todas las
noches que había imaginado besarlo. Incluso ahora, pensar en cómo debe
haber sentido mi deseo por él cada vez que estábamos cerca me hizo querer
correr y esconderme de la vergüenza. Pero ¿y si él hubiera sido el
responsable de mis sentimientos?
—¿Así que nunca me hiciste sentir algo que no sentía? —susurré.
Él frunció el ceño y luego sus ojos se agrandaron.
—¿Te refieres a tus sentimientos por mí?
No podía soportar mirarlo, así que me quedé mirando los espejos del
suelo al techo que se alineaban en el otro extremo del dojo. Uno de ellos
tenía una grieta que había estado allí durante meses.
Él agarro mis hombros, acercando tanto nuestros cuerpos que pude
sentir su calor.
—Nunca habría hecho eso, Tess. ¿Qué clase de persona crees que
soy?
—Ya no sé qué pensar. Pensé que te conocía y de repente resulta que
me has estado ocultando un gran secreto. Tengo que pensar en eso. Me
siento tan desprotegida. —Incluso esa admisión me hizo sentir aún más
vulnerable. ¿Pero qué importaba alrededor de Alec? Todos mis sentimientos
estaban expuestos.
Las manos de Alec se deslizaron por mis hombros.
—Siempre odié esa parte de mí. Por eso mis padres me odiaban, por
eso no soportaban estar en una habitación conmigo, y mucho menos
mirarme. Por eso querían que me fuera. Siempre supe que esta Variación
más que mi fuerza asustaría a las personas.
Respiré profundamente.
—Creo que necesitamos unos días separados el uno del otro.
Todavía... —Te amo. No lo dije. No podía, no cuando una parte de mí lo
odiaba al mismo tiempo por lo que era capaz de hacer, por conocerme
mejor de lo que probablemente yo misma me conocía.
Tocó mi mejilla y por un brevísimo momento me incliné hacia el
toque, pero luego me di la vuelta. Necesitaba alejarme antes de que
rompiera mi determinación. Probablemente ni siquiera necesitaba su
Variación para eso.
—Te amo, Tess —dijo en voz baja cuando estaba a medio camino de
la puerta.
Las palabras se sintieron como si alguien hubiera clavado un cuchillo
en mi corazón. Hacía tiempo que quería escuchar esas palabras de Alec,
había imaginado y soñado con el momento en que por fin las diría, había
imaginado el brillo de felicidad en mi rostro cuando las escuchara y cómo
atraería su rostro hacia la mío para besarlo y susurrarle las palabras una y
otra vez. Hoy no era ese día. Y ahora ese día nunca llegaría. Sin mirarlo, me
alejé del dojo, hacia el ascensor. Alec no trató de detenerme.
Capítulo 7

—Esto es un desastre —dijo Holly.


Arrastré mi lápiz sobre el papel, garabateando círculos negros
alrededor de la lista de nombres que había escrito antes con la ayuda de
Holly. Una furia sorda ardía bajo mi piel. Ocultaba la sensación subyacente
de traición y pérdida. Pero nada estaba perdido todavía. Alec y yo no
habíamos terminado. Él todavía quería estar conmigo, y yo quería estar con
él. Y, sin embargo, se sentía como si algo se hubiera roto de una manera que
no podía ser arreglado.
—¿Realmente crees que Tanner podría ser un Variante Dual? No
parece del tipo que guarda un secreto.
—Tampoco Alec —dije. Aunque eso no era exactamente cierto. Alec
era del tipo más reservado y melancólico—. Es el mejor amigo de Alec.
Aunque él mismo no sea un Variante Dual, eso no significa que no supiera
de la Variación de Alec.
—No creo que Alec se lo haya dicho, si ni siquiera te lo hubiera
revelado a ti—dijo Holly pensativa.
Quería creer que Alec era el único que ocultaba algo, pero no podía
confiar en ninguno de ellos. Todavía no. No después de descubrir que la
persona en la que más había confiado, además de Holly, me había mentido
desde el principio.
—Tengo que hablar con el Mayor —dije finalmente. Tal vez me diría
toda la verdad, ahora que sabía lo de Alec.
Los ojos de Holly se agrandaron.
—¡Vaya! ¿Has perdido la cabeza? El mayor se pondrá furioso si se
entera de que sabes lo de Alec. Él no te dirá nada.
Un crujido sonó en los altavoces del techo. Holly y yo levantamos la
cabeza al mismo tiempo para mirar los cuadrados pintados de blanco.
Sentía como si alguien estuviera estrujando mi estómago. ¿Cuáles eran las
probabilidades de que el Mayor nos enviara un mensaje a Holly o a mí el
día que me enteré de la Variación de Alec?
—Holly, Tessa, en mi oficina en diez minutos —gruñó el Mayor, y
con un siseo, los altavoces volvieron a apagarse. Se hizo el silencio.
Holly me miró.
—Uh, ¿por qué creo que esto no es bueno?
—Porque no lo es. —Miré la foto de Alec y yo en el marco digital de
mi mesita de noche. La habíamos tomado hace sólo dos días. Teníamos un
osito de goma rojo entre nuestros labios, con los ojos entrecerrados por la
risa. Un momento después, se lo había tragado. Cuando protesté, me hizo
callar con un beso. Parecía que había pasado toda una vida.
—Ven. Vamos. No podemos darnos el lujo de llegar tarde. —Holly se
levantó de un salto de la cama y me arrastró para ponerme de pie.
La silla del escritorio gimió al girar por el repentino movimiento. Un
buen reflejo de cómo me sentía.

***

—Siéntate —dijo el Mayor haciendo un gesto con la mano hacia las


dos sillas libres. La tercera ya estaba ocupada.
Alec. Por supuesto, estaba aquí. Sus ojos me siguieron mientras
cruzaba la habitación y me sentaba en la silla del extremo izquierdo, de
modo que Holly terminó sentada entre él y yo. Era ridículo e infantil, pero
si esta charla se trataba de lo que yo pensaba, yo descubriendo la Variación
de Alec, entonces necesitaba el espacio o terminaría estrangulándolo. Kate
habría estado aquí si hubiera sido ella la que le había contado al Mayor su
desliz. Así que eso dejaba solo a Alec. Todavía podía sentir sus ojos sobre
mí. Parecían quemarme, ignorando por completo a Holly y al Mayor.
Probablemente podía sentir mi enfado y, por una vez, casi lo agradecí.
La mirada del Mayor se precipitó entre Alec y yo, y su ceño fruncido
amenazó con tragarse sus ojos.
—Lo siento, ¿ocurrió algo de lo que deba estar al tanto?
La pregunta filtró parte de la tensión de mi cuerpo. Entonces él no
sabía.
—No, señor —dijimos Alec y yo al mismo tiempo. El ceño del Mayor
y las arrugas alrededor de su boca se profundizaron mientras entrecerraba
los ojos en señal de sospecha. Me había enfrentado a esa mirada con
demasiada frecuencia como para sentirme intimidada por ella. Al darse
cuenta, bajó la mirada a un archivo que yacía abierto en su escritorio. Holly
se relajó visiblemente en su silla.

—Entonces, ¿por qué quería vernos, señor? —preguntó Alec, con su


voz muy seria. Ojalá tuviera su talento para desconectar mis emociones.
Apuesto a que su Variación tenía que ver con eso. Fuera del ventanal había
empezado a granizar y las piedras heladas azotaban con furia el vidrio.
—Tengo una nueva misión para los tres —dijo el Mayor, revolviendo
unos cuantos papeles.
—¿Tan pronto?—cuestioné.
Habían pasado solo unas pocas semanas desde que regresé de mi
primera misión en Livingston. Había clases que completar antes de que me
enviaran de nuevo al campo. Y mi misión anterior todavía rondaba mis
sueños.
—Creí que habíamos acordado mantener a Tessa en el cuartel general
durante un tiempo hasta que determinemos si el Ejército de Abel la tiene
como objetivo —dijo Alec con desaprobación.
¿Por qué lo hizo sonar como si yo fuera el único objetivo? El ruido
sordo del granizo golpeando la ventana llenó el incómodo silencio en la
habitación. Holly observaba la escena con los ojos muy abiertos. Esta sería
su primera misión. Arrastré mis zapatos sobre el suelo de baldosas grises,
sin saber qué pensar de la extraña reacción de Alec.
Los labios del Mayor formaron una delgada línea mientras
entrelazaba sus manos sobre el escritorio frente a él.
—No es mi decisión, lamentablemente. Un político ha estado
recibiendo amenazas de muerte y uno de sus guardaespaldas resultó
gravemente herido durante un reciente ataque. El Servicio Secreto está
convencido de que se trata de Variantes. Aparentemente, el gobierno puede
haber negociado con individuos sospechosos. Ahora bien, esto es un
negocio de la mafia y el Ejército de Abel podría estar haciendo parte de su
trabajo sucio por dinero.
—Si el Ejército de Abel es el responsable, Tessa no puede
involucrarse en el caso. Es demasiado peligroso —dijo Alec con urgencia.
—¿En qué consistiría nuestra misión? —pregunté, cansada de que
todos discutieran sobre mi seguridad como si yo no estuviera aquí.
Los labios del Mayor se curvaron con una aparente sonrisa.
—Nuestro trabajo principal es atrapar a los responsables de las
amenazas de muerte y los ataques... —Volvió su atención hacia mí—. Pero
para hacerlo y mantener a salvo al político, ciertas personas creen que
deberías hacerte pasar por él.
—¿Quién es él?
—El senador Jack Pollard —informó el Mayor. No lo conocía, pero
¿un senador?— Estuvo con la FEA hace un tiempo, luego se volvió político
y empezó a trabajar para el Departamento de Estado. Intentó establecer una
cooperación entre nuestro gobierno y organizaciones extranjeras similares a
la FEA.
—¿Hay agencias de Variantes en otros países? —pregunté. De alguna
manera, nunca se me había ocurrido que pudiera haber Variantes en todo el
mundo, no conectados con la FEA.
—Sí —afirmó el Mayor—. Sin embargo, hasta ahora sus esfuerzos de
cooperación no han funcionado. No es que hayamos revelado nada sobre la
FEA a otros países, así que ¿por qué iban a hacerlo? —Hizo una pausa—.
De todos modos, ahora supervisa que la prisión de la FEA cumpla con las
normas oficiales, aunque en realidad nunca ha puesto un pie dentro. —No
hizo falta mucho para escuchar el desprecio en la voz de Mayor—.
Principalmente es un asesor del gobierno en asuntos de crimen organizado.
—¿Así que es plenamente consciente de la implicación del Ejército de
Abel con la mafia y otras organizaciones criminales? —adivinó Holly.
—Efectivamente —dijo el comandante—. Su afiliación con ellos
probablemente sea la razón por la que él se convirtió en un objetivo.
—¿Cuánto tiempo tendría que fingir ser él? —No podía imaginar
volver a vivir la vida de otra persona tan pronto después de mi última
misión.
—No vas a ocupar el lugar de nadie —me interrumpió Alec—. No
cuando el Ejército de Abel está involucrado.
Lo miré fijamente, sin pronunciar palabras. ¿Qué demonios le había
pasado? Sus ojos grises me miraban fijamente como si estuviera tratando de
enviarme algún mensaje secreto. Estaba harta de que decidiera lo que era
mejor para mí cuando él mismo no podía ser honesto.
—Eso no lo tienes que decidir tú.
—No sabes lo serio que es esto, Tessa.
—Basta —exclamó el Mayor con brusquedad—. Esto es una orden.
No toleraré tu insubordinación. Si no puedes controlar tus emociones, te
sacaré de la misión y enviaré a Tanner como protección para Tessa y Holly.
El rostro de Alec se convirtió en piedra.
—No. Tengo que estar allí.
El Mayor examinó su rostro durante mucho tiempo, luego asintió y se
giró hacia mí.
—Vas a ocupar el lugar del senador Pollard para un evento. El
senador ha sido invitado a hablar frente a unos cientos de estudiantes de
derecho.
—¿Hablará de nosotros? —preguntó Holly en voz baja.
—Por supuesto que no —espetó el Mayor—. Dará un discurso sobre
el crimen organizado. —Se giró hacia mí una vez más—. Al parecer, el
Servicio Secreto cree que ésta será la oportunidad perfecta para que el
Ejército de Abel ataque. Será tu trabajo, Tessa, sustituir al senador Pollard.
Darás su discurso y puede que tengas que hablar con algunas personas si es
necesario, pero intentaremos que tu contacto con extraños sea mínimo.
—¿Así que tendré que memorizar su discurso y aprender todo sobre
el crimen organizado?
—Dudo que puedas aprender todo en dos días. Pero no está de más
que para tus futuras misiones te familiarices con la estructura de la mafia y
organizaciones similares.
—Señor —pronunció Holly mansamente—. ¿Cuál será mi trabajo?
—Tú y Alec acompañarán a Tessa por su seguridad. Mientras que
Alec formará parte del personal de seguridad oficial, tú vigilarás
discretamente, utilizando tu Variación. Es hora de que finalmente formes
parte de una misión. —Los ojos del Mayor se entrecerraron—. Summers y
Alec me aseguraron que puedes hacerlo. ¿Estás de acuerdo?
Holly asintió apresuradamente.
—Sí, señor. Mi Variación ha mejorado mucho. Puedo permanecer
invisible durante varias horas.
—Eso será suficiente por ahora. Deberías asegurarte de que tu récord
sea de más de un día para el final del año —dijo el Mayor.
Holly se encogió en su silla y bajó la mirada. ¿Por qué no podía el
Mayor elogiarla por su mejora? ¿No se daba cuenta de lo difícil que había
sido para ella?
—¿Los guardaespaldas de Pollard saben de la misión? —preguntó
Alec.
El Mayor levantó la vista de su escritorio.
—No —dijo—. Nadie más lo sabe. El senador pensó que no sería
prudente contárselo.
—¿Pero saben sobre la FEA y los Variantes? —cuestioné.
Los labios del Mayor se torcieron.
—No, aparentemente es difícil encontrar personal de seguridad
totalmente confiable, a menos que seas el presidente.
Bueno, eso me hizo sentir segura.
—Pollard visitará la sede mañana. Le gustaría conocerte antes de
confiarte su reputación y, como tendrás que tocarlo para recolectar su ADN
para la misión, he accedido. —Asintió con displicencia—. Eso es todo por
ahora. Pueden volver a sus habitaciones.
Alec trató de captar mi mirada mientras salíamos de la oficina del
Mayor, pero lo ignoré. En el momento en que estábamos fuera, agarró mi
mano.
—Tenemos que hablar. Solo un minuto.
Holly me esperaba a unos pasos de distancia.
—¿Debería esperar?
—No. Está bien. Ve tú. —Después de que ella desapareciera en el
ascensor, seguí a Alec hasta el otro extremo del pasillo, lejos de la oficina
del Mayor y de sus oídos.
—Tendrás que confiar en mí para esta misión, Tess —dijo. Estábamos
demasiado cerca. Estiré mi cuello para mirarlo a los ojos y la emoción me
impidió dar un paso atrás—. Esa es la regla número uno para los
guardaespaldas y su cargo.
—No te preocupes. Mis sentimientos no perturbarán la misión. Estoy
segura de que no dejarás que eso suceda—dije con frialdad.
—Joder. ¿No lo entiendes? Me importa una mierda esta misión.
Tengo miedo por ti. Te están usando como cebo otra vez. Como la última
vez. Entonces no pude protegerte y casi mueres. No dejaré que eso vuelva a
suceder.
Las palabras subieron a mi garganta pero no pude sacarlas. La
desesperación y la preocupación se agolparon en el rostro de Alec. La
palma de su mano se sentía cálida contra mi mejilla. ¿Qué importaba que
pudiera leer mis emociones? No cambiaba lo que sentía por él. Alec se
inclinó hasta que nuestras respiraciones se mezclaron y prácticamente pude
sentir el calor de sus labios sobre los míos. Un beso y tal vez todo estaría
bien.
No lo hagas, me advirtió una vocecita, pero no pudo competir contra
la calidez de Alec, contra su olor, contra la mirada en sus ojos grises.
Nuestros labios chocaron y sentí como si el mundo a mi alrededor se
hubiera desvanecido, como si nada importara más que él y nuestro beso. Me
aparté abruptamente. ¿Cómo podría saber que él no había planeado esto,
midiendo mis emociones hasta que le dijeran lo que estaba esperando?
¿Cómo podría saber que no estaba sintiendo lo que él quería que sintiera?
Alec se desplomó contra la pared. Durante un largo momento, nos
miramos el uno al otro y la mirada en sus ojos casi me mata. Me di la
vuelta, alejándome del dolor en su rostro. Tenía cosas más importantes de
las que preocuparme: el ejército de Abel y la próxima misión. Si lo que
decía Alec era cierto, Holly y yo estábamos en gran peligro.
Capítulo 8

Mis manos estaban sudorosas cuando entré en la oficina del Mayor a


la mañana siguiente para encontrarme con el Senador Pollard. Parecía más
una evaluación que una reunión.
Me sorprendió ver a Summers apoyada en la pared junto a la vitrina,
con sus brazos musculosos cruzados sobre su pecho. Como siempre, iba
vestida de negro: camisa negra, pantalones de cuero ajustados y botas de
combate con puntera de acero. Me saludó con un breve asentimiento. Su
cabello rubio ceniza estaba recogido en una coleta desordenada. Parecía que
un cepillo no se había acercado a ella durante días. A veces me preguntaba
si Summers se vestía deliberadamente como un hombre, para que la gente le
mostrara más respeto. O tal vez simplemente odiaba el maquillaje y otras
cosas femeninas. Supuse que estaba involucrada en la misión por Holly.
Después de todo, fue su evaluación la que había convencido al Mayor de
que Holly estaba lista para el campo.
El Mayor estaba de pie frente a su ventana del piso al techo, de
espaldas al hombre en la silla frente a su escritorio. La puerta se cerró a mis
espaldas con un ruido sordo. Me estremecí. El Mayor se dio la vuelta, con
su rostro surcado por un profundo ceño fruncido. El senador se giró en su
silla para mirarme. Era el epítome de un político exitoso. Cada detalle de su
apariencia era perfecto, desde su traje negro de diseñador con finas rayas, la
corbata azul claro, su cabello gris pulcramente alisado hacia atrás y su
atractivo rostro bien afeitado. Nada estaba fuera de lugar. Incluso su sonrisa
de alto voltaje parecía haber tardado semanas en perfeccionarse en el
espejo.
—¿Así que es ella? —preguntó con una voz aún más suave que su
apariencia exterior. Su sonrisa se torció y de repente se volvió cruel. Estaba
bastante segura de que esa era su sonrisa a puerta cerrada—. ¿Ésta pequeña
chica? Estás perdiendo tu toque, amigo mío. —Dejó escapar una carcajada
de superioridad mientras me observaba como uno miraría a una mosca
molesta.
Me quedé atónita en silencio y miré al Mayor. ¿Ese hombre era real?
Parecía que su perfecta apariencia intentaba compensar en exceso su fea
personalidad. Qué imbécil.
Summers se enderezó y su mandíbula cuadrada se tensó. Sus
pantalones de cuero chirriaron cuando sus piernas se movieron.
Pollard me miró, sus ojos azules ya no eran divertidos sino
calculadores.
—Tú, ven aquí.
La molestia debe haberse mostrado en mi rostro porque dejó escapar
una profunda carcajada.
—Ohhoho, un petardo —silbó. Miró a Summers como si pensara que
estaría de acuerdo con él, pero por la expresión en su rostro, a ella le
hubiera gustado aplastarlo con sus botas negras.
Me acerqué a él sin mediar palabra, esbozando una sonrisa falsa.
Nada de lo que quisiera decir habría mejorado mi situación. No es que
pensara que me hubiera metido en problemas con el Mayor. Cualquiera que
fuera el insulto que hubiera elegido, estaba segura de que él tenía en mente
una palabra peor para el senador. Pero se trataba de profesionalidad. En
misiones futuras, a menudo trabajaría con personas que no me caerían bien
o que serían groseras conmigo. El truco consistía en permanecer por encima
de la contienda.
—¿Así que tú eres por quién todos están salivando? —Ni siquiera
trató de ocultar su duda y diversión.
Sus manos eran suaves, con la piel de alguien que siempre había
tenido otras personas que le hicieran el trabajo, y las uñas cuidadas como si
se hubiera hecho la manicura recientemente. Cuando extendió la mano para
tocar mi brazo, necesité toda mi fuerza de voluntad para no estremecerme.
Era grosero y baboso, y no lo quería cerca de mí. En cuanto su piel entró en
contacto con la mía, sentí que mi cuerpo absorbía sus datos, que los
incorporaba de alguna manera a mi memoria y a mi ADN.
—Se supone que esta niña va a ocupar mi lugar, ¿eh? —Sus ojos se
clavaron en los míos, sin vacilar.
Me enfurecí, pero me contuve de decir algo. Le devolví la mirada. No
dejaría que ese hombre me intimidara.
—Ella es más que capaz —dijo el Mayor con los dientes apretados.
Su expresión dejaba en claro lo poco que pensaba del hombre que tenía
delante. Pero pensé que eso iba en ambos sentidos. No había ningún amor
perdido entre ellos.
—Entonces adelante, señorita. Muéstrame lo que tienes —dijo con un
profundo acento sureño, todo encanto y sonrisa. Parecía encontrarse muy
divertido.
Como ya me había tocado, ya había reunido el ADN que necesitaba
para cambiar a su forma. Pero entonces dudé. Tenía una idea mejor. Dejé
que la familiar sensación de ondulación me invadiera, sentí que mis huesos
crecían y se desplazaban, vi que mi piel se oscurecía hasta convertirse en
caramelo. El hombre soltó un silbido.
—Santo cielo. Nada mal. —Miró entre el Mayor y yo—. No podría
decir quién es el verdadero.
Una sonrisa de autosatisfacción tiró de mis labios, pero se desvaneció
cuando noté la expresión en el rostro del Mayor Sus labios formaban una
línea dura y sus ojos ardían de ira. Nunca lo había dicho, pero
aparentemente cambiar para ser él estaba fuera de los límites. Miré a
Summers en busca de ayuda, pero su rostro no delataba nada.
—Ya sabes, Antonio —dijo sarcásticamente el senador Pollard. El
Mayor se tensó al escuchar su nombre de pila. Solo Martha podía llamarlo
así—. Ella realmente se las arregla para hacerte lucir mejor. Supongo que es
porque no está tan tensa y engreída.
Con un violento estremecimiento, me apresuré a volver a mí cuerpo.
No quería darle al senador Pollard más motivos para provocar al Mayor,
que ya parecía estar a punto de explotar.
—Como puede ver, Tessa es la agente perfecta para el trabajo —dijo
el Mayor mordazmente—. Ella se asegurará de que esta misión sea un
éxito.
—Será mejor que sea así. A algunos les encantaría verla fracasar y
reprocharte tu confianza en ella. —Sus fríos ojos se posaron en mí—. Te
están vigilando.
No me atreví a preguntar qué significaba eso, y el ceño fruncido del
Mayor dejó en claro que no me lo diría. Y quizás era lo mejor. Eso solo me
distraería de la misión. El Mayor me despidió con un movimiento de
cabeza, pero mientras salía de la oficina, las palabras del senador Pollard
me hicieron detenerme. Lentamente cerré la puerta detrás de mí,
deteniéndome para escuchar todo lo que pudiera de su conversación.
—Alguien ha robado los archivos sobre la prisión de la FEA —dijo el
senador.
Me alegraba que el senador no viera ninguna razón para bajar la voz.
Contuve la respiración y presioné la oreja contra la puerta.
—¿Por qué nadie me ha informado de esto antes? —exigió el Mayor.
—Supongo que creen que es asunto mío.
—¿Tu asunto? No has estado allí ni una sola vez en todos estos años.
Si tuvieras algo de sentido común, no habrías guardado información
confidencial en un edificio lleno de no Variantes. Esto es un asunto de la
FEA.
—Ahí es donde te equivocas, amigo mío. No puedes construir una
prisión y pensar que el FBI y el gobierno federal no la van a vigilar. Te dan
mucha libertad de acción con tus decisiones, pero nosotros tenemos que
fingir al menos que trabajamos bajo las leyes federales.
—No te das cuenta de las consecuencias de tu incompetencia.
—Y tú eres una reina del drama.
Tuve que reprimir un grito ahogado.
El senador Pollard continuó como si no acabara de insultar al Mayor.
—¿Qué pueden hacer con un expediente? ¿Y qué si saben quién ha
estado encerrado en nuestra prisión?
Escuché unos crujidos detrás de la puerta antes de que se abriera.
Tropecé hacia atrás, pero era demasiado tarde. Summers me había visto.
Cerró la puerta detrás de ella mientras salía y arqueaba una ceja rubia.
—¿Metiendo las narices en cosas que no son de tu incumbencia?
Estuve a punto de responder, pero no me dio la oportunidad.
—La curiosidad mató al gato. Es mejor que algunas cosas
permanezcan en secreto, créeme —añadió, y luego se alejó por el pasillo.
¿Estaba hablando sobre la Variación secreta de Alec? ¿O había más
secretos, incluso más oscuros, que no conocía?
Capítulo 9

Tanner fue quien me trajo la ropa que debía usar para reemplazar al
senador Pollard: un traje gris oscuro, una camisa blanca y una corbata roja,
así como unos calzoncillos blancos de algodón y una camiseta interior. No
había considerado que tendría que usar también su ropa interior.
Tanner se apoyó en el marco de la puerta, retorciendo el piercing en
su tabique. Su expresión era demasiado seria.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Necesito hablar contigo —dijo—. Sobre Alec.
El miedo se instaló en la boca de mi estómago. Eso era lo último de lo
que quería hablar.
—¿Puede esperar hasta más tarde? Tengo que cambiarme. —Ni
siquiera podía mirarlo a los ojos. Era el mejor amigo de Alec.
Probablemente había estado al tanto de su secreto desde el principio. Sabía
de qué lado estaba.
—No tardaré mucho. —Se acercó, pero luego lo pensó mejor y se
detuvo en medio de la habitación. Parecía inquieto, como si lo que fuera a
decir a continuación estuviera fuera de su zona de confort—. Alec te ama.
Lo sabes, ¿verdad?
Por supuesto que lo sabía. Alec me había dicho las palabras, pero
escuchar a Tanner decirlas hacía que parecieran más reales.
—El amor no es el problema —dije en voz baja. Miré la foto de Alec
y yo en mi mesita de noche. ¿Por qué las cosas tenían que ir mal tan rápido?
Hubo un momento en mi vida en el que pensé que si Alec admitía su amor
por mí sería la persona más feliz del mundo.
—Todo lo que necesitas es amor. ¿Quieres que te cante la canción? —
bromeó. Pero la sonrisa se desvaneció en sus labios cuando vio mi
expresión—. No es un buen día para hacer bromas, ¿eh?
Negué con la cabeza. Miré la ropa que tenía en mis manos.
—Alec se está castigando a sí mismo por todo el asunto —dijo
Tanner. Estaba frotando sus zapatillas de deporte a cuadros por el suelo, de
un lado a otro. Me centré en ellas en lugar de en su rostro—. Él quería
decírtelo. Pero las cosas no son tan fáciles cuando el Mayor está
involucrado.
Levanté la cabeza.
—¿Así que sabes lo de su Variación Dual?
Tanner dudó, se veía acorralado.
—Sí, pero…
—¿Él te lo ha contó?
Tanner agarró su cresta.
—Cielos, Tessa, me estoy haciendo un lío.
—¿Así que te lo dijo a ti, pero no a mí?
—Es complicado.
Lo señalé con un dedo.
—Oh no, tú también no. He escuchado esas palabras tantas veces y
estoy harta de eso.
—A Alec le preocupaba cómo reaccionarías si te enterabas. Pero
créeme, quería decírtelo.
—¿Te envió a hablar conmigo? —exigí.
Tanner resopló.
—¿Alec? Por favor. Tú lo conoces. Trata de lidiar con las cosas por su
cuenta. Probablemente patearía mi trasero si se enterara de que estoy aquí.
—Realmente necesito cambiar a Pollard ahora —dije.
Tanner asintió y se dirigió hacia la puerta. Con la mano en la manija,
se giró hacia mí una vez más.
—Ustedes dos se necesitan mutuamente. Deberías darle otra
oportunidad. Todos cometemos errores.
—Créeme, lo sé. Y nunca dije que no le daría otra oportunidad. Pero
estoy molesta y realmente necesito concentrarme.
Tanner dudó como si hubiera algo más que decir, pero luego se
escabulló y cerró la puerta sin hacer ruido. Me quedé mirando la superficie
blanca por un momento, tratando de calmar mis furiosas emociones antes
de comenzar a desvestirme. ¿Cómo iba a concentrarme ahora?
No me molesté en ponerme la ropa del senador Pollard, ya que me
habría quedado demasiado grande para mi cuerpo actual.
Mi transformación comenzó lentamente porque estaba distraída, y las
ondulaciones disminuyeron hasta convertirse en un suave temblor. Volví a
concentrarme en mi transformación y, en cuestión de segundos, me había
convertido en el senador Pollard.
Holly salió de nuestro cuarto de baño y sus ojos se abrieron
ampliamente mientras su mirada recorría el cuerpo extraño.
—Oh, Dios mío —musitó, sonrojándose.
Tardé un momento en darme cuenta de por qué estaba reaccionando
así. Estaba desnudo frente a ella, en el cuerpo del senador Pollard. No había
ninguna parte que estuviera cubierta. Riendo, me tambaleé hacia el montón
de ropa y metí mis piernas en sus calzoncillos. Tenía que admitir que no
quería ni pensar en el hecho de que tendría que tocar su cosa en algún
momento, si quería orinar, como mínimo.
—¿Y? —preguntó Holly.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo está Alec en comparación?
Me tomó un momento entender lo que quería decir.
—Él está en su propia liga.
Holly soltó una risita y finalmente me ayudó a vestirme. Metí el
dobladillo de la camisa en mi cremallera tres veces antes de que ella
volviera a meter la tela en el pantalón y subiera la cremallera correctamente.
No dejaba de reírse.
—Espero que no te dé un ataque de risa durante la misión. Creo que
las personas podrían sospechar si el aire vacío comienza a hacer ruido —
dije.
Era una broma, pero me arrepentí de las palabras cuando vi la
ansiedad en el rostro de Holly. Esta era su primera misión, y su Variación
no había sido precisamente fiable en el pasado. Puse una mano pesada y de
dedos largos en el hombro de Holly.
—Todo estará bien —le dije con la profunda voz del senador Pollard
—. Alec estará ahí. No dejará que fracases. Si las cosas se ponen difíciles,
simplemente usará su extraña Variación para manipular tus emociones. —
Casi podía saborear la amargura en mi lengua.
Holly miró la mano en su hombro con el ceño fruncido antes de
estallar en carcajadas una vez más.
—Lo siento. Esto es demasiado absurdo.
—Lo sé —dije con una sonrisa, contenta de que su oscuro humor
hubiera desaparecido. Cuando el traje estuvo puesto, Holly y yo nos
dirigimos al helipuerto.
El Mayor y Alec ya nos estaban esperando.
—Me gustaría hablar contigo, Tessa —dijo el Mayor, alejándose de
Holly y Alec, sin dejarme otra opción más que correr detrás de él. Se
detuvo abruptamente y casi choco contra su espalda. Era la primera vez que
tenía que mirar hacia abajo; Pollard era bastante más alto que el Mayor—.
Escucha, si fuera por mí, no formarías parte de esto —dijo—. Todavía no
sabemos lo suficiente sobre la amenaza, y mucho menos si los agresores
atacarán hoy. No me gusta la idea de estar en la oscuridad de esta manera. Y
no creo que este sea un buen momento para que abandones el cuartel
general.
Asentí, aunque no entendía su razonamiento. ¿Por qué me decía esto
si aún tenía que irme?
—¿Pero cree que el Ejército de Abel tiene algo que ver con las
amenazas de muerte? —pregunté.
El mayor frunció el ceño.
—No veo por qué se molestarían con el senador Pollard, a menos que
juzguen mal su importancia. No es que su papel de asesor en asuntos del
crimen organizado detenga a nadie, e incluso su implicación con nosotros
no es digna de mención. Creo que hay algo más en juego aquí. Y
francamente, no confío en el senador Pollard.
Eso me sorprendió.
El Mayor miró su reloj.
—Es hora de ponerse en marcha. No queremos que llegues tarde —
dijo—. Alec se asegurará de que nadie esté tramando algo, especialmente el
personal de seguridad.
—¿Se refiere a leer y manipular sus emociones? —No estaba segura
de por qué lo había dicho.
Los ojos del Mayor se dirigieron a Alec, como si pensara que podría
haberme revelado su secreto.
—Él no me lo dijo — murmuré—. Lo descubrí yo sola.
Ésta habría sido mi oportunidad de meter a Kate en serios problemas,
pero, por una vez, no era con ella con quien estaba enojada. Sin ella,
seguiría sin saber nada. Supongo que debería estar agradecida con ella,
aunque sus razones para decírmelo no fueran inocentes.
—¿Por qué no me lo dijo? —pregunté.
El Mayor levantó las cejas.
—No había ninguna razón para hacerlo. Pero lo hablaremos más
detalladamente cuando regreses de la misión.
—¡Es la hora! —gritó Alec, señalando su reloj antes de subir al
helicóptero. Las aspas comenzaron a girar. Corrí hacia Holly y juntas
subimos al interior. El Mayor asintió antes de cerrar la puerta y retroceder.
Luego despegamos, hacia mi segunda misión.
Capítulo 10

Hacía un calor sofocante. Sin mediar palabra, Connors y Orlov, los


guardaespaldas habituales del senador Pollard, se colocaron junto a las
ventanas. Eran hombres enormes. Podía ver los músculos abultados debajo
de sus trajes. Si me hubiera encontrado con ellos en un callejón oscuro,
habría corrido tan rápido como mis piernas me hubieran permitido.
Especialmente Orlov, con su mandíbula cuadrada, sus rasgos duros y sus
fríos ojos grises como el acero, podría haber interpretado al asesino a sueldo
de cualquier producción de Hollywood. Ambos ni siquiera miraron a Alec.
Era nuevo y era bastante obvio que no lo querían. Por supuesto que lo
juzgaron por su aspecto. No sabían del poder escondido debajo de sus
magros músculos.
El sudor se acumuló en mi nuca. Giré la cabeza de un lado a otro en
un esfuerzo por ensanchar el cuello. Pero fue inútil. El traje y la camisa
abotonada me limitaban. No creía que pudiera luchar con ellos, incluso si
no tuviera que considerar el cuerpo desconocido de Pollard.
Introduje un dedo en el hueco entre mi cuello y el collarín húmedo
para tratar de aflojarlo una vez más. Nada. La tela estaba rígida por el
almidón y se resistía a mis tirones. Me desplomé en el sofá de cuero
marrón. La alfombra verde oscuro olía a flores de forma artificial, como si
alguien hubiera utilizado un limpiador de alfombras poco antes de que
llegáramos. El olor hacía cosquillas en el interior de mi nariz.
—¿Se encuentra bien, señor?—preguntó Orlov con su marcado
acento ruso, dando un paso hacia mí. Hice un gesto con la mano, restándole
importancia.
—Estoy bien. Haz tu trabajo y vigila las ventanas. —Odiaba tener que
actuar de forma grosera con ellos, pero no podía salirme del personaje.
Alec se acercó a mí, sin pedir permiso y rompiendo así el protocolo.
Su expresión reflejaba la preocupación que no podía expresar frente a los
demás.
—¿Qué estás haciendo? Vuelve a la puerta —espeté, la voz del
senador Pollard salió áspera y entrecortada de mi garganta. Los labios de
Alec se tensaron, pero regresó a su lugar asignado. La euforia se apoderó de
mí por mi posición de poder sobre él.
Me alegraba que hubiera cierta distancia entre nosotros. Algo rozó mi
brazo, un toque cálido y reconfortante. Holly. Su figura no había
parpadeado ni una sola vez en los treinta minutos que llevábamos esperando
en esta sala. Su invisibilidad parecía funcionar bien. Esperaba que fuera
obra suya y no una manipulación de Alec.
Quería sonreírle a Holly para demostrarle que había sentido su toque
reconfortante, pero no moví ni un músculo. Los guardaespaldas del senador
Pollard y Alec me observaban. Aunque Alec parecía ocupado vigilando la
puerta, sabía que nunca me quitaría los ojos de encima.
Al otro lado de la puerta, pude escuchar al orador actual terminar su
discurso. Mi turno sería el siguiente.
Clavé los dedos del senador Pollard en mis piernas y traté de no sentir
nada. Me concentré en mi respiración, en la forma en que los pantalones se
ceñían a la parte posterior de mis muslos; en la forma en que el extraño
vello que crecía en mis orejas me hacía cosquillas. Poco a poco, un muro de
calma se levantó a mi alrededor. Pero mi tranquilidad duró poco. Los
aplausos se elevaron fuera y alguien llamó a la puerta. Alec dio un paso
atrás, con una mano sobre la pistola que llevaba en la cintura, mientras abría
la puerta. La misma mujer de mediana edad con una cola de caballo
apretada que nos había llevado por primera vez a la sala verde apareció en
el pasillo.
—Es el turno del senador Pollard —dijo amablemente.
Me puse en pie y seguí a la mujer hasta la parte trasera del escenario,
con Alec al frente y Orlov y Connors detrás. Podía sentir a Holly
moviéndose a mi lado, y fue su presencia más que la de ellos lo que alivió
mis nervios. La audiencia estaba compuesta por quinientas personas:
estudiantes de derecho y periodistas, y posiblemente alguien que quería la
muerte del senador Pollard.
—Estás a salvo —dijo Alec en voz baja—. No te preocupes. Las
medidas de seguridad se triplicaron.
—Si es tan seguro, ¿por qué estoy yo aquí y no Pollard? —susurré,
mirando su espalda mientras subía pesadamente las escaleras hacia el
escenario.
Una ola de aplausos me dio la bienvenida y levanté el brazo con el
saludo característico del senador Pollard. Cada gesto, cada movimiento era
perfecto. Nadie se daría cuenta de que no era él, ni siquiera sus enemigos.
Caminé hasta el podio del orador en el centro del escenario mientras los
aplausos disminuían. Dejo que mi mirada se desplace sobre el público,
buscando algo fuera de lo común. Pero no había nada. La mayoría de las
sillas azules estaban ocupadas por hombres y mujeres de unos veinte años.
Probablemente se caerían de sus asientos si descubrieran que una chica de
dieciocho años era en realidad la oradora.
Aclaré mi garganta y separé mis labios para recitar el discurso, pero
las palabras vacilaron en mi boca. Algo estaba mal. Los vellos en la base de
mi cuello se erizaron. No sabía exactamente qué era lo que me causaba tal
malestar. Un muro de silencio se extendió frente a mí mientras las personas
dejaban de hablar para mirar mi figura muda. Tosí y miré los apuntes que
había en el escritorio del orador frente a mí.
Mi voz era tranquila y profesional cuando comencé el discurso. Había
visto vídeos del senador Pollard dando discursos y sabía que era un buen
orador. Poseía el carisma natural y las habilidades verbales necesarias para
atraer a la audiencia. Lo que hizo que esto fuera mucho más difícil para mí.
Me obligué a levantar la vista de vez en cuando para sonreírle a mi público
y buscar actividades sospechosas en el auditorio. A los pocos minutos de mi
discurso, volví a levantar la cabeza, con la boca ya seca por la lectura, y las
palabras murieron en mi garganta. Cada músculo de mi cuerpo se tensó por
la ansiedad.
Mis ojos se posaron en un rostro conocido entre la audiencia. Era el
hombre que me había estado observando hace unas semanas en Livingston,
el hombre que probablemente era miembro del Ejército de Abel. Estaba
apoyado en la parte trasera del auditorio, devolviéndome la mirada con una
calma inquietante. Cabello castaño, piel pálida, gafas de sol oscuras, edad
no identificable. Llevaba un abrigo largo color beige. ¿Qué escondía debajo
de él?
Alec me miró y luego siguió mi mirada a través de la sala. Por
supuesto, él no había visto al hombre antes, pero podía sentir lo nervioso
que estaba. El hombre llevaba exactamente las mismas gafas de sol y el
mismo abrigo que la última vez. ¿Era el único Variante en la sala? ¿Estaba
aquí para ejecutar algún plan siniestro?
Respiré profundamente y continué mi discurso. La audiencia
comenzaba a susurrar sobre mi extraño comportamiento y no podía
arriesgarme a perder su atención. Alec hizo una pequeña inclinación de
cabeza hacia mí y se apartó a un lado del auditorio mientras trataba de
caminar hacia la parte trasera. Los ojos del hombre parpadearon brevemente
hacia Alec, pero luego regresaron a mí, como si él no mereciera su
atención. No podía sentir a Holly cerca de mí. ¿Dónde estaba? Tal vez ella
también se dirigía al tipo extraño.
Connors y Orlov se habían percatado del ambiente tenso, por
supuesto (no eran tan malos, a pesar de lo que pudiera pensar el Mayor) y
observaban el progreso de Alec a través de la habitación con un desprecio
apenas disimulado.
Tal vez debería hacerles una señal para que siguieran a Alec. No me
gustaba la idea de que Holly se viera involucrada en una posible pelea.
Un fuerte estruendo sonó en el auditorio y, con el estruendo, una onda
expansiva me empujó hacia atrás. Un segundo después, todo se sumió en la
oscuridad. Caí por las escaleras del podio sin poder evitar que el alto cuerpo
del senador Pollard se precipitara hacia delante. Mi rostro se estrelló contra
el suelo y sentí el sabor de la sangre en mi boca, cobriza y cálida. Mi nariz
estaba obstruida por el líquido y, cuando la toqué, el dolor atravesó mi
rostro. Seguramente estaba rota. Tuve arcadas. . Mis oídos pitaban, pero
lentamente recuperé la audición. Los gritos y los chillidos me rodeaban por
todas partes. El auditorio se llenó de una amarga niebla grisácea que hacía
que mis ojos y nariz picaran.
Intenté ponerme en pie de un salto, pero el suelo había empezado a
temblar. Me arrodillé, tratando de encontrar mi equilibrio. El cuerpo de
Pollard era más difícil de maniobrar que el mío y el suelo tembloroso no
ayudaba en absoluto. El pánico se apoderó de mí. Tenía que hacer algo.
¿Podría arriesgarme a volver a mi propio cuerpo? Seguía escuchando
disparos y gritos. ¿Cómo podría alguien disparar sin poder ver sus objetivos
en la oscuridad?
¿Dónde estaban los demás?
—¡Tess! —El grito de Holly resonó en mi cráneo.
Me puse en pie a trompicones y cambié a mi cuerpo. El suelo vibró
bajo mis pies y un repentino mareo me golpeó. Me obligué a mantener la
calma. Mi ropa comenzó a deslizarse, era demasiado grande para mí ahora
que ya no era el Senador Pollard. Cambié apresuradamente al cuerpo de
Alec, que era mejor para luchar. Ajustando un poco mi cinturón, miré a mi
alrededor.
—¿Holly? —grité con la profunda voz de Alec—. Holly, ¿dónde
estás?
Había sonado muy asustada.
Orlov yacía tirado en el suelo junto al podio del orador. No podía
saber si estaba vivo. El temblor del suelo hacía que pareciera que tenía
espasmos. Manteniendo mis ojos en mi entorno oscuro y brumoso, me
incliné sobre él y presioné mis dedos contra su garganta. En el momento en
que su pulso palpitó contra las yemas de mis dedos, me enderecé y me
apresuré a pasar junto a él, ignorando la opresión en mi pecho y la forma en
que mis ojos lagrimeaban por el gas.
—¡Tess! —gritó Holly.
Me giré hacia el sonido. Venía de algún lugar a mi derecha, de la zona
de asientos. Algunas personas todavía corrían presas del pánico y media
docena yacían en el suelo, inmóviles. Solo podía esperar que hubieran
perdido el equilibrio, golpeado su cabeza y perdido el conocimiento cuando
la onda expansiva chocó con ellos. Por suerte, la mayor parte de la
audiencia parecía haber huido del auditorio. Pero seguía sin poder ver a
Holly.
Mis ojos recorrieron la sala. En la parte de atrás, pude distinguir una
lucha entre varias figuras. Decidí dirigirme hacia allí y estaba a mitad de
camino cuando, de repente, Holly apareció frente a mí, su cuerpo
parpadeaba lentamente. Sus ojos azules se agrandaron cuando me
encontraron.
—¡Holly! —Nunca había escuchado la voz de Alec tan asustada.
La comprensión brilló en su rostro.
—Tess —dijo rápidamente, con miedo—. Tenemos que irnos.
Sus piernas se estaban materializando centímetro a centímetro cuando
un hombre apareció detrás de ella.
—¡Agarren a la chica! Es ella —gritó otro hombre.
¿Se refería a mí o a Holly? Pero entonces me di cuenta de que estaba
en el cuerpo de Alec ahora mismo. Ni siquiera sabían que yo era una chica.
—¡No! —grité, pero él ni siquiera me miró mientras envolvía sus
brazos alrededor de la cintura de Holly.
Sus ojos se abrieron ampliamente por el miedo y luego los cerró.
¡Tenía que luchar! Pero parecía paralizada por el terror. Me precipité hacia
ellos, tambaleándome de izquierda a derecha mientras las vibraciones del
suelo volvían a aumentar. Casi los había alcanzado cuando desaparecieron
en el aire. Mis dedos se cerraron alrededor de la nada. Holly había
desaparecido. Un momento habían estado allí y luego se habían
desvanecido. Miré el lugar, tratando de darle sentido a lo que acababa de
suceder. Giré en círculo.
—¿Holly? —No hubo respuesta.
Las lágrimas brotaron de mis ojos. ¿Adónde había ido? Alec corrió en
mi dirección y se detuvo al ver que me parecía a él. Me estremecí y volví a
mi propio cuerpo, sin importarme si alguien lo veía. Pero no había nadie
alrededor que pudiera prestar atención. Los pantalones cayeron de mi
cuerpo, pero ni siquiera me preocupaba estar usando solo una camisa de
vestir y una corbata. La sangre brotaba de mi nariz, sobre mis labios y
bajaba por mi barbilla.
—Holly —gemí.
Alec dio los últimos pasos entre nosotros. Su ropa estaba rota y sus
ojos grises desorbitados. Tocó mi hombro.
—¿Estás bien?
Parpadeé hacia él y, de alguna manera, parecía que todo sucedía en
cámara lenta.
—Holly —dije sin voz.
—¿Qué? ¿Qué pasa, Tess? —Su agarre en mis brazos era lo único que
me mantenía en pie.
—Holly —gruñí—. Se ha ido.
—¿A dónde? —Alec miró a su alrededor como si ella fuera a
levantarse del suelo en cualquier momento.
—Ella desapareció. Estaba justo ahí. —Señalé hacia el lugar detrás de
Alec—. Y entonces un hombre la agarró y se desvanecieron en el aire. —
Una risa histérica estalló en mí. Enfrentarme a las Variaciones de otras
personas ya debería ser algo normal, pero no lo era, y probablemente nunca
lo sería.
—Oye —dijo Alec suavemente mientras mis piernas cedían y él me
levantaba en sus brazos.
No estaba segura de sí era el gas o la desaparición de Holly, pero me
estaba desmoronando por completo.
—Atrapé a uno de ellos. Él está por allí.
Alec me llevó a la parte trasera del edificio donde había visto al
hombre de las gafas de sol. Pasó por encima de los cuerpos inmóviles sin
detenerse a comprobar si estaban vivos.
—¿Están muertos? —susurré. El sabor de la sangre era abrumador.
El agarre de Alec en mis piernas se intensificó. Sus dedos se sentían
calientes contra mis piernas desnudas y yo temblaba solo con la fina camisa
de vestir. ¿Cómo pude haber pensado que hacía un calor sofocante hace
unos minutos?
—No tuve tiempo de revisarlos a todos. Pero los que he comprobado
estaban vivos, solo inconscientes. Tenemos que darnos prisa. Ya llamé al
Mayor para contarle esto. Tiene que asegurarse de que las fuerzas del orden
no se enteren de esto. No podemos arriesgarnos a que nos descubran.
Deberíamos irnos para cuando lleguen.
Ya podía escuchar las sirenas en la distancia. Alec se detuvo junto a
un cuerpo en el suelo.
—¿Puedes caminar? —preguntó en voz baja.
Asentí, aunque no estaba segura. Mis piernas temblaron cuando me
bajó. No soltó mi brazo.
—Estoy bien —dije con firmeza.
—Necesito llevar a ese tipo hacia el helicóptero para que podamos
irnos —dijo Alec con un movimiento de cabeza hacia la figura inmóvil.
—¿Es del Ejército de Abel?
—Eso parece. ¿Qué otra cosa podría estar haciendo aquí? Y trató de
patear mi trasero con otros dos tipos.
Tenía razón, entonces, tendríamos que llevarlo al cuartel general para
interrogarlo. Quizás el tipo sabía dónde estaba Holly. Alec envolvió su
brazo alrededor de la espalda del hombre y lo puso de pie. Jadeé. Lo
conocía. Era el último agente que había sido secuestrado, uno de los
nuestros.
El agente Stevens.
Capítulo 11

Nunca había visto al Mayor tan furioso. Todo su rostro estaba torcido.
Las hélices se ralentizaron y el Mayor abrió la puerta del helicóptero antes
de que dejara de moverse. Dos agentes mayores estuvieron a su lado en un
abrir y cerrar de ojos y lo ayudaron a sacar a Stevens afuera.
—Se llevaron a Holly —dije de nuevo, con voz apagada por la sangre
en mi nariz. Lo había dicho en voz alta al menos una docena de veces, pero
seguía sin parecer real.
—Alec ya me informó —dijo el Mayor distraídamente—. Este no es
el final. Exigiré una explicación al senador Pollard. —Su ceño fruncido
estaba fijo en Stevens, pero el agente no se sentía intimidado. Había algo
diferente en él.
La última vez que había visto al Mayor y a Stevens en una habitación
juntos, Stevens se encogió bajo la mirada del Mayor y trató de hacerse lo
más pequeño posible, pero hoy no. Él mantenía la cabeza en alto y le
devolvía la mirada al Mayor sin vacilar. Parecía confiado, desafiante,
completamente a gusto consigo mismo.
—¿Por qué te llevaste a Holly? —le grité, dando un paso en su
dirección.
Abrió la boca, pero antes de que pudiera responder, el Mayor levantó
una pistola eléctrica y disparó. Cayó al suelo, con una expresión de dolor.
Me quedé inmóvil. ¿Por qué lo había hecho? Stevens no estaba siendo
agresivo ni luchando contra sus ataduras. No había ninguna razón para la
violencia.
El rostro del Mayor era una máscara de piedra mientras volvía a
guardar la pistola eléctrica y enderezaba el cuello de su camisa.
—Señor, ¿Qué pasa con Holly? —pregunté mientras veía cómo dos
agentes levantaban a Stevens del suelo. Colgaba sin fuerzas en sus manos.
Sentí la mano de Alec en mi hombro, alejándome del helicóptero. Había
empezado a llover de nuevo. No podía dejar de temblar.
—Hablaremos más tarde, Tessa. No tengo tiempo para esto ahora.
Regresa a tu habitación y trata de descansar —dijo el Mayor con
brusquedad.
—Pero quiero estar presente cuando interroguen al agente Stevens —
insistí.
El Mayor me lanzó una mirada rápida, sus ojos se demoraron en la
sangre en mi rostro y camisa.
—Ese no es tu lugar. No creo que sea prudente. Ya escuchaste lo que
dije. Descansa un poco.
Me quedé mirando su espalda mientras seguía a Stevens y a los dos
agentes que lo llevaban al interior del edificio.
—Alec, tengo que hablar contigo —dijo él sin darse la vuelta.
Alec todavía estaba tocando mi hombro.
—Te llevaré a tu habitación.
—No, está bien —dije robóticamente—. No deberías dejar que el
Mayor espere. Tal vez puedas averiguar más sobre Holly. ¿Lo harás? —Lo
miré suplicante.
Me ofreció una sonrisa triste.
—Por supuesto. —Se inclinó y rozó sus labios con los míos. Pero
apenas lo sentí. Mi cuerpo se había entumecido. Observé cómo se
apresuraba a seguir al Mayor antes de dirigirme hacia mi habitación.
Devon estaba esperando frente a mi puerta cuando llegué. El Mayor
debe haberle advertido sobre mis heridas. Sus ojos recorrieron mis piernas
desnudas y la camisa ensangrentada hasta que se posaron en mi nariz.
Todavía no me había visto, pero por la expresión de horror de Devon, era un
desastre. Me rodeó con un brazo y acepté con gusto su apoyo. Solo me soltó
cuando me hundí en la cama.
—Es solo mi nariz —dije en voz baja.
—¿Qué pasó? —Tocó con sus dedos mis mejillas.
—No creo que se me permita hablar de eso.
—¿No estamos ahora del mismo lado? ¿FEA, luchando por lo
correcto? —preguntó, pero había un rastro de sarcasmo en su voz.
Apoyó las palmas de sus manos en mi rostro y, después de unos
segundos, el sordo latido de mi nariz cesó. Lentamente, retiró sus manos.
—¿Necesitas algo más? —preguntó con voz cuidadosa.
Empecé a negar con la cabeza, pero mi cuerpo comenzó a temblar
incontroladamente. Jadeé.
—Se llevaron a Holly.
Devon tomó mi mano.
—Mierda —murmuró—. Lo siento mucho, Tessa. No he estado en la
sede durante mucho tiempo, pero me doy cuenta de lo unidas que estaban.
Estoy seguro de que la FEA la encontrará.
Sus ojos azules se clavaron en mí y de repente no pude soportarlo
más.
—Devon, lo siento, pero necesito estar sola.
La comprensión en su rostro casi me deshizo. Cuando cerró la puerta
tras él, caí de rodillas en la puerta del baño. Me tomó un momento
encontrar las fuerzas para ponerme en pie.
No podía dejar de mirar la cama vacía de Holly. Sus sábanas con los
enormes girasoles (ella no soportaba las sábanas blancas almidonadas que
suministraba la FEA) estaban arrugadas y el oso de peluche rosa que sus
hermanos pequeños le habían regalado la última Navidad estaba posado en
la almohada. Más de una vez había sorprendido a Holly apretándolo contra
su pecho en mitad de la noche. Ella siempre lo negaba con una sonrisita de
felicidad. Mi estómago se contrajo dolorosamente al recordarlo.
Ahora se había ido.
Desaparecido.
¿Qué le dirían a su familia si nunca regresaba? ¿Alguien se lo diría?
¿O el Mayor simplemente inventaría una historia?
Luché contra las lágrimas durante horas, pero ahora no podía
detenerlas. Las compuertas se abrieron y se derramaron por mi rostro.
Todavía no estaba segura de lo que había sucedido. Pero, de alguna manera,
sabía que no tenían intención de llevarse a Holly. Por eso todos habían
tenido tanto miedo de dejarme ir. Les habían dado órdenes de llevarse a la
chica de cabello castaño oscuro de la misión de Livingston. A mí. Y como
me había cambiado a Alec, el tipo había pensado que Holly era su objetivo.
La puerta de mi habitación se abrió y Alec entró. Sombras profundas
se extendían debajo de sus ojos y todavía llevaba el traje que había usado
para la misión, pero había aflojado la corbata y desabrochado los dos
primeros botones de la camisa blanca. Unos puntos rojos salpicaban el
cuello y la parte delantera. Alec me siguió con la mirada.
—Es tu sangre —explicó como si pudiera haber olvidado que mi
nariz se había roto ese mismo día.
Examinó mi rostro.
—¿Devon estuvo aquí? —preguntó con neutralidad.
Asentí. Lentamente, traté de ponerme de pie, mis piernas estaban
temblorosas.
—¿Qué dijo Stevens? ¿Te dijo a dónde se llevaron a Holly? —Me
hubiera gustado estar presente durante el interrogatorio.
Alec parecía agotado.
—No nos dijo nada.
—¡Pero debe haber dicho algo! Sabe dónde está el Ejército de Abel.
—La desesperación sonó en mi voz. Parecía llenar cada fibra de mi cuerpo.
—Tal vez no lo sepa —expresó Alec en voz baja—. Si es cierto que
tienen un Variante que puede alterar los recuerdos, puede que le hayan
hecho eso, porque era nuevo y no estaban seguros de su lealtad.
—¿Por qué? —susurré—. ¿Por qué trabajaría para ellos?
—Estoy seguro que le prometieron dinero o poder.
Mis piernas cedieron y me hundí en la cama. ¿Dinero y poder? Eso
parecía demasiado fácil. Cubrí mi rostro con las manos, incapaz de detener
los sollozos. El colchón se hundió cuando Alec se sentó y me atrajo hacia
él. Enterré mi rostro en el pliegue de su cuello. Se sentía tan sólido y fuerte.
Mis dedos se aferraron a sus brazos y mis lágrimas empaparon su camisa.
No pude detenerlas.
—Estoy tan asustada. ¿Y si le hacen daño? —sollocé. Mi garganta se
sentía hinchada y en carne viva—. Dios, Alec, la amo. Si le pasa algo, yo…
yo… —Ni siquiera sabía lo que haría. Si algo horrible le sucedía a Holly,
porque la habían confundido conmigo, no sería capaz de vivir conmigo
misma.
—Lo sé —susurró contra mi cabello, besando la parte superior de mi
cabeza una y otra vez.
Y yo sabía que él lo sabía. Por una vez fue un alivio saber que podía
sentir lo que yo sentía, que no eran necesarias las palabras. Me abrazó con
más fuerza.
—Todo esto es culpa mía. Ellos me querían. Lo sé —dije
miserablemente.
—No digas eso. No fue tu culpa y no sabes si ellos te querían. El
Ejército de Abel quiere hacerle daño a la FEA y no les importa quién se
interponga en su camino.
—Alec, dijeron agarren a la chica. ¿Por qué tendrían órdenes de
atrapar a Holly? A mí me vieron en Livingston —dije—. Me querían a mí.
Alec no volvió a discutir. Simplemente me abrazó y me dejó llorar
hasta que no me quedaron lágrimas. Mis brazos colgaban, porque ya no me
quedaba fuerza, obligándome a inhalar y exhalar. Su olor familiar me rodeó,
me trajo mejores recuerdos y desaceleró mi pulso.
—Todo saldrá bien —dijo Alec finalmente—. Encontraremos a Holly.
Estoy seguro de que el Mayor encontrará la manera.
Pero ¿Era Holly realmente la principal prioridad del Mayor? La FEA
era lo primero y el Ejército de Abel era el enemigo. No negociaría con ellos
aunque eso significara salvar a Holly.
—¿Tal vez podría hablar con Stevens? —dije en voz baja—. Tal vez
si ve lo que hizo y lo mucho que extraño a Holly, se apiade.
Pero ¿Podría alguien que había traicionado a la FEA, que trabajaba
para un conocido asesino como Abel, sentir piedad? Probablemente se reiría
en mi cara. Pero tenía que intentarlo.
Alec negó con la cabeza.
—Stevens le tiene miedo al Mayor. Si eso no lo hizo hablar, nada lo
hará. —Pero no parecía asustado cuando lo vi por última vez—. Y Stevens
será trasladado hoy a la prisión de la FEA. Lo pondrán en una celda de alta
seguridad y ni tú ni yo podremos visitarlo allí.
Me puse rígida entre los brazos de Alec.
—¿Cuándo? —pregunté. Me aparté y lo miré fijamente—. ¿Cuándo
lo llevarán?
Alec miró el reloj.
—En cualquier momento.
Me liberé de su agarre y me puse en pie a trompicones, con
determinación.
—¿Qué estás haciendo, Tess? —Alec parecía alarmado.
—Vale la pena intentarlo. Necesito verlo. —Me tambaleé hacia la
puerta, con Alec solo unos pasos detrás de mí.
—No lo hagas —protestó—. Solo conseguirás salir lastimada.
Caminé cada vez más rápido hasta que corrí por los pasillos.
—Tengo que hacerlo.
Una pared de frío me golpeó cuando salí corriendo por la puerta
principal y me apresuré hacia el helipuerto. Podía escuchar el sonido de las
aspas giratorias rugiendo sobre el viento. Mis pulmones se contrajeron
cuando aceleré aún más y rodeé el edificio hasta que tuve una vista clara del
helipuerto.
Un hombre que no reconocí estaba sentado en el asiento del piloto y
el Mayor se sentó a su lado en la parte delantera, con Stevens viajando en la
parte trasera. En cuanto llegué al helicóptero, abrí la puerta trasera. El
cabello azotó mi rostro y mis ojos se llenaron de lágrimas por el viento de
las aspas. Los ojos de Stevens se ampliaron cuando me vio. Tenía los labios
y la barbilla cubiertos de sangre y la nariz torcida. No podía recordar si
Stevens tenía las heridas antes del interrogatorio.
—No se darán por vencidos. No hasta que tengan a la que realmente
quieren —dijo. Dejó escapar una risa rasposa.
Por el rabillo del ojo, pude ver al Mayor abriendo su puerta para salir
y sacarme del helicóptero. No tenía mucho tiempo.
Agarré a Stevens por el cuello de la camisa y él se estremeció, con los
ojos cada vez más abiertos. No podía defenderse ya que tenía las manos
esposadas a la espalda.
—¿Dónde está Holly? ¿Qué le harán?
Él sonrió. Eso lo hacía parecerse aún más a un halcón.
—¿Quién sabe? Abel te quiere a ti, no a ella.
Lo sabía.
—¿Dónde está ella?
Sus ojos miraban algo detrás de mí. Lo sacudí y ni siquiera me detuve
cuando alguien agarró mi hombro.
—Dime —siseé.
El agarre en mi hombro se volvió doloroso.
Stevens me miró a los ojos y de repente se inclinó muy cerca, su
aliento húmedo chocó contra mi oreja. Tuve que contenerme para no
estremecerme.
—Tienes sus ojos, ¿Sabes? Es tan evidente. Lástima que estés cegada
por sus mentiras.
El Mayor me apartó con fuerza y tropecé hacia atrás, me habría caído
si Alec no hubiera agarrado mi brazo.
—¿Los ojos de quién? —grité.
El Mayor cerró la puerta, pero no podía dejar de mirar a Stevens a
través de la ventana.
Sus labios se torcieron en señal de triunfo antes de pronunciar algo.
No era la mejor lectora de labios, pero no necesitaba serlo para saber lo que
había dicho.
Los ojos de Abel.
Capítulo 12

El Mayor me miró desde el asiento del copiloto mientras el


helicóptero despegaba del suelo. Sabía que mis acciones tendrían
consecuencias, pero no me importaba. El hedor del combustible del
helicóptero llegó a mi nariz.
Tienes sus ojos. Los ojos de Abel. Eso es lo que había dicho Stevens.
¿Por qué había dicho eso? Un horrible presentimiento floreció en mi mente.
Alec tocó mi hombro. Mi ropa estaba empapada por la niebla, cosa
que no había notado antes.
—Te dije que era inútil —dijo, sus ojos seguían el punto negro en la
distancia. Su mano estaba quemando mi piel. En las últimas horas había
sentido mucho frío; ¿Cuándo se detendría eso? —. Stevens no sabe nada.
—Dijo que tengo los ojos de Abel —susurré.
—¿Qué? —exclamó Alec, sus ojos grises muy abiertos se dirigieron a
los míos. No había sorpresa en su voz. En vez de eso, sonaba enojado.
Traté de obligar a mi cuerpo a dejar de temblar y a concentrarme
realmente en la expresión de Alec.
—Stevens dijo que tengo los ojos de Abel.
Por un momento, el aullido del viento fue el único sonido entre
nosotros. Llenó mi cabeza. Entonces Alec soltó una carcajada.
—Eso es ridículo. No dejes que el traidor se meta con tu mente.
Pero algo en la forma en que lo dijo estaba mal. Agarré su brazo.
—¿Por qué dijo eso?
—¿Quién sabe por qué? No deberías creer...
Lo sujeté con más fuerza.
—No te atrevas a mentirme otra vez, Alec. —Mi voz tembló y una
nueva cosecha de lágrimas se derramó de mis ojos—. Dime la verdad.
Los ojos de Alec reflejaban su conflicto, pero también había
compasión y tristeza en ellos.
—Tess —dijo en voz baja. Soltó un largo suspiro—. Tal vez deberías
hablar con el Mayor.
Solté su brazo. La horrible sospecha que había tenido supuraba en mí.
—Abel. Es mi padre, ¿no?
Alec no dijo nada. Di un paso atrás y tapé mi boca con una mano. Me
sentía muy enferma.
—Es verdad. Él es mi padre. —No podía respirar—. Oh, Dios mío.
Alec me abrazó.
—Tess, no somos responsables de las acciones de nuestros padres —
dijo, pero yo solo escuchaba a medias.
Yo era la hija de un hombre que era responsable de la muerte de
varias personas. Un criminal, un asesino y el secuestrador de Holly. El
Mayor lo sabía. También lo sabía Alec. Y él no me lo había dicho. Ese era
otro secreto que me había ocultado, pero no era su secreto para guardar.

***

Unas horas más tarde, después de haber vomitado el contenido de mi


estómago y haber escapado finalmente del cuidado de Alec, me recompuse
y llamé a la puerta del Mayor. Lo había visto regresar con el helicóptero
treinta minutos antes. No parecía sorprendido de verme.
—Me alegro de que estés aquí. Quería hablar contigo de todos modos
—dijo mientras se apartaba y me dejaba entrar en la oficina.
La ira hierve a fuego lento bajo mi piel. Tuve que resistir el impulso
de romper su estúpida vitrina y pisotear sus soldaditos de plomo. Nunca
había una mota de suciedad en ellos. Probablemente, así era como el Mayor
pasaba las noches; puliendo sus estúpidos juguetes hasta que brillaban. A
veces estaba segura de que se preocupaba más por ellos que por sus
agentes.
—Tessa, tu comportamiento reciente ha sido cuanto menos errático.
Tenemos reglas y se aplican a todos. —Habló con evidente desaprobación.
Rodeó su escritorio con pasos medidos y retiró su silla.
Después de todo lo que había pasado, ¿Quería darme un sermón?
—Sé lo de Abel —espeté—. ¿Por qué no me dijiste que era mi padre?
¿Ibas a mantenerlo en secreto para siempre?
El Mayor se congeló como si hubiera tocado su piel con una pistola
paralizante.
—¿Qué acabas de decir?
—Sé que Abel es mi padre. El agente Stevens me lo dijo.
El Mayor me dio la espalda por un momento, como si tuviera miedo
de que su rostro revelara más de sus secretos. ¿Por qué no podía ser sincero
conmigo por una vez? ¿No merecía la verdad? Lentamente se giró, con una
expresión perfectamente controlada, y se hundió en su silla. En ese
momento, parecía más viejo que nunca.
—No quería que te enteraras así.
—Entonces, ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué, en todas las charlas
que hemos tenido sobre el Ejército de Abel o mi padre desaparecido, no
mencionaste que son la misma persona? —Para cuando terminé, estaba
gritando, y no me importó que el Mayor odiara que levantáramos la voz
contra él. Estaba tan lejos de importarme que ya ni siquiera era divertido.
—Quería protegerte —dijo el Mayor.
Cerré la boca, demasiado aturdida como para hablar. ¿Protegerme?
Me tragué mi sorpresa.
—No lo entiendo.
—Sabía que eras especial desde el día en que te conocí. Y sabía que
Abel no se detendría ante nada para reclutarte y utilizar tu poder para sus
propios objetivos, si alguna vez se enteraba de tu Variación. Por eso he
tratado de mantenerte oculta de él.
—¿Pero se enteró de mí cuando estaba en mi misión en Livingston?
El Mayor asintió.
—Eso es lo que creo, al menos. Si un miembro de su ejército hubiera
visto tus ojos, habría sabido que eras la hija de Abel. —Miró hacia arriba—.
No hay manera de confundir esos ojos —dijo, y algo oscuro cruzó por su
rostro.
Él conocía a Abel desde hacía mucho tiempo y, de alguna manera,
sabía que su odio mutuo había comenzado antes de que existiera el Ejército
de Abel.
Ojos turquesa como los míos. Era la primera imagen concreta que
tenía de mi padre. No podía recordar nada de él. Yo era demasiado pequeña
cuando se fue. Intenté imaginar cómo sería el rostro que rodeaba esos ojos,
pero me quedaba en blanco.
—¿Por qué nos dejó a mi madre y a mí? —Un dolor se extendió en
mi pecho ante la otra pregunta sin respuesta que no hice y que nunca haría.
¿Por qué no se preocupó por mí?
El Mayor consideró su respuesta por un momento. ¿Estaba planeando
añadir otra mentira a las dos que ya había descubierto?
—Supongo que te dejó porque no habías mostrado ningún signo de
Variación en ese momento y, por lo tanto, no le eras útil. No es alguien que
mantenga a las personas cerca por su valor emocional.
Entonces el Mayor y Abel deberían haberse llevado perfectamente.
No creía que el Mayor supiera amar a nadie. Si perdiera mi Variación hoy,
me dejaría de lado y nunca volvería a pensar en mí.
—¿Y mi hermano? ¿Eso debe significar que es un Variante?
Sabía que tenía un hermano, pero era un vacío negro en mi memoria,
un vacío lleno de “y si” y esperanzas infantiles. Mi madre nunca había
hablado de él, y yo no podía recordar nada. Lo único que sabía era que era
dos años mayor que yo.
El Mayor se reclinó en la silla.
—No puedo decírtelo. Pero espero por su bien que tenga una
Variación útil o Abel ya se habría deshecho de él. —Lo dijo como un
mecánico hablaría de un auto defectuoso.
Me agarré al respaldo de la silla que tenía delante. No estaba segura
de que mis piernas pudieran sostenerme por mucho más tiempo. Todo esto
era demasiado para asimilarlo.
—¿De verdad crees que mataría a su propio hijo?
—Oh, sí. Si conocieras a Abel tan bien como yo, también lo creerías.
¿Qué tan bien conocía el Mayor a Abel? ¿Cuánto no me estaba
contando?
—¿Y mi madre? ¿Sabía ella lo de Abel?
—Tu madre siempre ha sido débil. Exactamente el tipo de mujer de la
que se aprovechan las personas como Abel. Ella estaba bajo su hechizo. Él
sabía lo que estaba haciendo. Y entonces supo cuando ella ya no le era útil.
—Había una pizca de emoción en su voz que no pude ubicar.
—Pero sigo sin entender por qué lo mantuvo en secreto. Merezco
saber sobre mi familia —dije.
—Sabía que solo te traería dolor si te enterabas.
¿Desde cuándo al Mayor le importaba tanto el bienestar emocional de
los demás? Era un hombre muy racional que no dejaba que las emociones
se interpusieran en lo que consideraba necesario.
—Señor, sé que el hombre que secuestró a Holly la confundió
conmigo. Pero si saben quién soy, si conocen mis ojos, ¿Por qué se la
llevaron?
—En la confusión del ataque, pueden ocurrir errores. Y dado que
conocen tu Variación, el color de los ojos no es algo en lo que puedan
confiar. Además, el caos probablemente hizo que fuera difícil mirar muy de
cerca. Podrías haber sido cualquiera en el auditorio. Si vieron el aspecto de
Holly parpadear, podrían haberla confundido fácilmente contigo.
El Mayor se cruzó de brazos.
—También debemos considerar la posibilidad de que hayan tomado a
Holly como cebo. Saben que nunca podrán estar seguros de quién eres, pero
Holly es tu mejor amiga y podrían esperar que formaras parte de la misión
para rescatarla. Eso te llevaría directamente a sus brazos. Pero esto es solo
una especulación.
—Pero si Abel se da cuenta de que no voy a buscarla, y si no somos
capaces de encontrarla de inmediato, ¿Qué le harán?
—Tengo agentes que están trabajando incesantemente para encontrar
a Holly y a los otros agentes desaparecidos, Tessa. Estamos haciendo lo
mejor que podemos.
Eso no respondió a mi pregunta.
—¿La lastimaran? —La sola idea hizo que mis manos temblaran.
—Su invisibilidad es un talento útil; vale la pena mantenerla cerca.
No creo que Abel le haga daño. Si Holly es inteligente, fingirá que está de
acuerdo con lo que él le pida. —El tono del Mayor era indiferente. Estaba
claro que este tema no era su principal preocupación.
—Quiero ayudar. Déjeme buscarla —supliqué.
El Mayor se levantó.
—No, Tessa. No puedo permitirlo. ¿No escuchaste lo que acabo de
decirte? Eso es exactamente lo que quieren.
Tuve que morder mi labio para evitar decir que no me importaba si
esto era un truco para atraerme a su trampa. Necesitaba salvar a Holly; eso
era lo único que importaba.
—Abel no se detendrá ante nada para ponerte las manos encima, y si
lo hace, estás perdida. Hay personas en su ejército que podrían retorcer tu
mente. Y si no consiguieran que trabajaras para ellos, te matarían. No
puedes ayudar a Holly si estás muerta. Si te capturan, solo empeorarías las
cosas para todos nosotros. No puedes salir de la sede hasta que las cosas se
hayan calmado. —El teléfono sonó. Pero el Mayor mantuvo su mirada fija
en mí—. Lo entiendes, ¿Verdad?
Tragué saliva antes de asentir.
—Sí. —Pero no estaba segura de entenderlo. Ahora mismo, sentía
que no entendía nada. El Mayor tomó el teléfono. Sabía que era mi señal
para irme y que nuestra conversación había terminado.
Lentamente salí de su oficina y cerré la puerta. Alec ya estaba
esperando en el pasillo. ¿Me había seguido?
Alec se apartó de la pared en la que estaba apoyado.
—¿Qué dijo?
—Confirmó que Abel es mi padre y exigió que me quede en la sede.
No quiere que ayude a rescatar a Holly.
Alec envolvió un brazo alrededor de mis hombros.
—Tal vez deberías escucharlo. El Mayor ha luchado contra el ejército
de Abel durante muchos años. Sabe lo que está haciendo. No puedes ayudar
a Holly poniéndote en peligro. —Era casi exactamente lo que el Mayor
había dicho.
Él y el Mayor, siempre actuaban como si quisieran lo mejor para mí,
pero no podía ignorar el hecho de que me habían mentido dos veces. Y no
eran solo pequeñas mentiras. Eran mentiras enormes y trascendentales.
¿Cómo podía estar segura de que me habían contado todo? ¿Cómo podía
confiar en que esta vez dirían la verdad?
—Estoy cansada —dije. No era cierto. Estaba físicamente agotada,
pero mi mente estaba completamente despierta. Quería alejarme de los ojos
penetrantes de Alec. De la forma en que mi cuerpo anhelaba estar cerca de
él, a pesar de las advertencias de mi mente.
Las cejas de Alec se hundieron.
—¿Estás segura de que no quieres compañía? Tal vez no deberías
estar sola en este momento. —Su rostro estaba tan lleno de preocupación
que me dieron ganas de aceptar.
Negué con la cabeza y escapé de su abrazo.
—No, en serio, necesito un tiempo para mí.
La parte débil de mí quería acurrucarse contra su pecho y dejar que
susurrara mentiras tranquilizadoras en mi oreja, pero estaba cansada de que
me mintieran, aunque fuera para protegerme. Necesitaba saber la verdad
sobre el Ejército de Abel y, especialmente, sobre mí. Y por la expresión de
Alec, estaba segura de que lo sabía. Si le pedía que fuera en contra de la
orden del Mayor para ayudarme a salvar a Holly, tal vez lo haría. Pero
primero tenía que averiguar qué estaba pasando realmente.
Alec dio un paso vacilante hacia mí hasta que nuestros pechos casi se
tocaron. Le ofrecí una pequeña sonrisa, y él lo tomó como un permiso para
plantar un suave beso en mis labios. Me relajé en su abrazo y me permití
olvidar todo por un momento: las mentiras, el dolor, Holly. Alec estaba allí
para mí, siempre lo había estado y siempre lo estaría.
—Lo que dije ayer fue en serio, ¿Sabes? Te amo.
Toqué brevemente su mejilla.
—Lo sé.
La decepción apareció en su rostro. Antes de que la conversación
pudiera ir más lejos, me di la vuelta y me alejé. Tal vez él esperaba que se
lo dijera. Pero no podía hacerlo. Lo amaba, no había duda. Lo había amado
durante mucho tiempo, pero en los últimos días, incluso en las últimas
horas, habían ocurrido tantas cosas que me habían sacudido y hecho dudar
del mundo que creía conocer. Necesitaba tiempo. Y necesitaba revelar la
verdadera dimensión de los secretos porque intuía que el Mayor no me
había contado la verdad, ni siquiera la mitad. Probablemente él era el único
que conocía toda la dimensión. Y solo había una manera de averiguarlo. Me
convertiría en él.
Capítulo 13

Esperé a que cayera la noche antes de dirigirme a la lavandería. Bajé


las escaleras hasta la planta baja y luego caminé hasta la parte trasera del
complejo, hasta llegar a la piscina. El cuarto de lavado estaba justo al lado,
donde las toallas mojadas no tenían que recorrer un largo camino.
Las letras negras de la puerta blanca estaban astilladas y descoloridas.
Miré a mi alrededor antes de presionar la manija y deslizarme adentro. Miré
hacia la oscuridad y cerré la puerta con cuidado antes de palpar la pared en
busca de un interruptor. El hedor a lejía, detergente y almidón se metió en
mi nariz. Después de unos segundos, la habitación quedó bañada por la
brillante luz de la lámpara halógena del techo. Mis ojos ardían. Después del
tiempo que pasé a oscuras de camino aquí, tuvieron que acostumbrarse a la
repentina intrusión de luz.
Era solo la segunda vez que estaba en el cuarto de lavado. La última
vez había sido hace casi tres años, unos meses después de mi llegada. Había
olvidado una foto en el bolsillo de mis jeans, la única foto que me quedaba
de mi madre y yo de mi infancia. La mujer que trabajaba en la lavandería
me había observado con los ojos muy abiertos mientras yo buscaba la foto
por todas partes, pero no la había encontrado. Por supuesto, la mujer no
estaba aquí ahora. Montones de ropa sucia se apilaban frente a las cinco
enormes lavadoras en el suelo de cemento. En el rincón con las tablas de
planchar (el Mayor pensaba que una prensa mecánica no hacía un buen
trabajo), vi un lote de camisas blancas recién planchadas, y junto a ellas
había una fila de trajes y uniformes en perchas. Tomé uno que reconocí
como el del Mayor, junto con una camisa blanca. Luego vi la camiseta rosa
de Holly con Ernie y Bert como pareja gay estampada en la parte delantera,
encima de un montón de ropa. La tomé y la acerqué a mi nariz, como si
fuera a oler su perfume. Pero todo lo que pude oler fue la frescura del
detergente. Consideré volver a dejarla en el suelo, pero luego la agregué al
montón de ropa del Mayor sobre mi brazo y me dirigí a la puerta. Apagué la
luz antes de asomarme al pasillo. Todo estaba oscuro y silencioso. Salí
sigilosamente y cerré suavemente la puerta detrás de mí.
Mis pies descalzos no hacían ruido cuando pasé de puntillas por la
entrada de la piscina. Una oleada de olor a cloro entró en mi nariz y me
quedé inmóvil. ¿Por qué no lo había notado de camino al cuarto de lavado?
Conteniendo la respiración, me acerqué a la puerta de vidrio. Estaba
entreabierta. Alguien debe haberla dejado abierta. Una figura oscura
apareció detrás de la puerta. Tropecé hacia atrás, tragando el grito que subió
a mi garganta.
La puerta se abrió y la figura se alejó. Estaba demasiado oscuro para
distinguir mucho, pero cuando se acercó, reconocí el cabello rubio de
Devon.
—¿Tessa? —susurró.
Me alegré de que tuviera el sentido común de mantener la voz baja.
—Sí —respondí. Me acerqué mucho para percibir mejor sus
reacciones, pero estaba demasiado oscuro para distinguir más que el blanco
de sus ojos—. ¿Qué haces aquí?
—No duermo muy bien, desde... —Se interrumpió. No necesitaba
decirlo. Sabía que la muerte de su hermana le quitaba el sueño—. Estaba
nadando.
—¿En la oscuridad? —pregunté.
—No quería que nadie me viera y me hiciera preguntas.
Extendí la mano para descubrir si su cabello estaba mojado, pero
calculé mal lo cerca que estábamos y mis dedos rozaron su pecho desnudo.
Él aspiró una bocanada de aire mientras el mío se atascaba en mi garganta.
Retiré la mano, sintiendo mis mejillas arder, contenta de que no pudiera
verlo.
—Lo siento —murmuré.
—Pensaste que estaba mintiendo —dijo. Había una pizca de diversión
en su voz.
—Lo siento —repetí. Las yemas de mis dedos todavía hormigueaban
por el contacto—. Probablemente debería regresar a mi habitación.
—Oye —dijo Devon en voz baja. Su cálida mano tocó mi hombro y
fui muy consciente de que no sabía qué llevaba puesto exactamente. Miré
hacia abajo, pero no pude distinguir mucho—. Todavía no me dijiste por
qué te escabulles en la oscuridad.
Dudé.
—Hay algo que necesito averiguar, y tengo que hacerlo en privado.
—No se lo diré a nadie —dijo—. ¿Me dirás qué estás buscando?
—Ahora mismo no puedo. Pero tal vez más tarde.
—De acuerdo —susurró, y soltó mi brazo—. Buena suerte entonces.
Que duermas bien.
—Gracias. Tal vez más tarde —repetí con una sonrisa antes de
alejarme a toda prisa.
Me preguntaba si sus hoyuelos habían aparecido durante nuestra
conversación. Y en cuanto lo hice, quise darme una patada por ese
pensamiento. Debería haberme preocupado de que Devon me hubiera
atrapado merodeando. Pero no había visto la ropa del Mayor y, de algún
modo, sabía que, aunque lo hubiera hecho, Devon no iría corriendo a
contárselo a él.
De vuelta en mi habitación, me puse apresuradamente la rígida
camisa blanca y el resto del uniforme, antes de dejar que las ondulaciones
me invadieran y cambiara a la apariencia del Mayor. Por un momento, me
quedé mirando mi reflejo. Físicamente, era idéntico, pero algo en la forma
de mantener la boca no estaba del todo bien. Tal vez no estaba lo
suficientemente amargada como para usar la expresión del Mayor. Al
menos, todavía no. La siguiente parte de mi misión era la más complicada.
No estaba segura de las medidas de seguridad que había establecido el
Mayor y de lo que tendría que hacer para superarlas. Decidí no tomar el
ascensor más allá del sótano. Estaba prohibido a ciertas horas del día, y era
muy posible que una alarma informara al Mayor si alguien presionaba un
botón que conducía allí fuera de horario.
Mi respiración era lenta y uniforme mientras descendía a los pisos
que había en el subsuelo. Me sentía más tranquila cuanto más me acercaba
a las partes restringidas. Tal vez porque, independientemente de lo que me
esperaba, finalmente me estaba acercando a la verdad.
Cuando llegué al piso marcado como “2”, dudé ante la enorme puerta
metálica. Era el momento. La última infracción de las normas. Si me
atrapaban, me metería en serios problemas. Sorprendentemente, la puerta
no estaba cerrada cuando giré el pomo. Atravesé el pasillo. El suelo era de
cemento, sin revestimiento, el blanco de las paredes grisáceo por el paso de
los años y las telarañas se agolpaban en el techo y las esquinas. Ni siquiera
el personal de limpieza tenía acceso a esta parte del edificio.
Al menos una docena de puertas metálicas conducían a salas de
catacumbas que nunca había pisado. ¿Cuál era la correcta? Me llevaría
semanas registrarlas todas. Pero entonces divisé la puerta al final del
pasillo. Una luz roja parpadeaba junto a ella; era la única puerta con ese
nivel de seguridad. Me apresuré hacia ella. La luz roja procedía de una
pequeña caja cuadrada equipada con un lector de huellas dactilares y un
escáner ocular. Como Mayor, eso sería pan comido para mí. Pero el teclado
que lo acompañaba podría resultar un problema. Presioné mis dedos (los
dedos de Mayor) contra el panel táctil y un momento después el contorno
de mi mano se iluminó en verde. Aceptado apareció en la pantalla sobre mi
mano. Las yemas de mis dedos hormiguearon cuando las retiré del panel
táctil. Una voz mecánica femenina me indicó que utilizara el escáner ocular.
Me quedé inmóvil y miré a mi alrededor, como si alguien pudiera haberla
escuchado, aunque todos dormían varios pisos por encima de mí.
Alineé mis ojos con los dos láseres rojos para que pudieran leerlos.
Tuve que forzarme a no parpadear cuando el rojo se reflejó en mis pupilas.
Comenzaron a lagrimear de tanto mantenerlos abiertos. Después de un
momento, parpadeó en verde y la voz volvió a sonar pidiendo la contraseña
de cuatro dígitos.
Mis dedos se cernieron sobre el teclado. No tenía ni idea de cuál
podía ser la contraseña. El Mayor no era de los que usarían su fecha de
cumpleaños. ¿Tal vez algunos números al azar? Pero eso probablemente iría
en contra del sentido del orden del Mayor. ¿Y realmente sería tan
cuidadoso? ¿Esperaría el Mayor que alguien en el cuartel general tuviera la
audacia de bajar aquí e intentar entrar? Sin acceso a sus huellas dactilares y
a la forma de sus ojos, no había muchas personas que pudieran haberlo
hecho. En realidad, solo estaba yo. Apoyé los dedos en las teclas e introduje
1948, el año en que se fundó oficialmente la FEA. Contuve la respiración
mientras el procesamiento parpadeaba en la pantalla, y solté un suspiro de
alivio cuando la luz verde parpadeó y pude escuchar cómo se abría la
cerradura.
Entré en la sala y cerré la puerta detrás de mí antes de encender la luz.
El polvo cosquilleó en mi nariz y el olor a papel viejo y a rancio llenaba el
aire. Había filas y filas de archivadores metálicos grises en la sala. Una fina
capa de polvo lo cubría todo. En el centro había un pasillo de un metro de
ancho para caminar. Deslicé mis ojos por las etiquetas de cada cajón,
deteniéndome en uno llamado “Mallard”. Ese era el apellido de Tanner. No
reconocía los demás, pero parecía que los cajones no estaban ordenados
alfabéticamente. Casi al final del pasillo había uno con Abel Crane escrito
en una etiqueta y el que estaba inmediatamente al lado estaba etiquetado
como Heather Crane. Hice una doble lectura. Heather era el nombre de mi
madre. Me quedé mirando la etiqueta por un momento. Crane. ¿Era ese mi
verdadero apellido? Mi madre y yo habíamos cambiado de nombre tan a
menudo que ni siquiera sabía mi verdadero apellido. Siempre se había
negado a revelarlo. A continuación de esos dos cajones había etiquetas con
diferentes apellidos (los distintos nombres que mi madre y yo habíamos
utilizado a lo largo de los años) con el período de tiempo estimado en que
los habíamos usado. Así que la FEA nos había vigilado, y también a mí.
Efectivamente, el último cajón de la fila estaba etiquetado como Tessa
Crane.
Estaba a punto de ir directamente a ese cuando me fijé en la letra
pequeña debajo de los nombres. Debajo del nombre de mi madre había una
etiqueta que decía Volátil. No podía moverme. ¿Volátil? Era un término que
se utilizaba para describir a los Variantes que se consideraban un riesgo
porque eran propensos a enfermedades mentales o porque habían perdido el
control de su Variación. Nunca había visto a mi madre mostrar ningún tipo
de talento extraordinario y nunca me había mencionado nada, ni tampoco lo
había hecho el Mayor, incluso después de que le preguntara directamente
por mi padre. Otra mentira o, como probablemente diría el Mayor, una
omisión.
Abrí el cajón y saqué el primer expediente. El cartón estaba blando y
arrugado por el uso, como si alguien lo hubiera sujetado y abierto muchas
veces. Lo abrí y miré las páginas amarillentas. Mis ojos volaron sobre las
letras, absorbiéndolo todo. Decía que la variación de mi madre era la
regeneración. Tuve que detenerme un segundo para asimilarlo. Mi madre
era un Variante como yo. Y, sin embargo, me odiaba por lo que era.
Regeneración. Sus células podían repararse a sí mismas. Ella nunca
envejecería. Hacía más de dos años que no la veía, pero sabía que tenía
arrugas y patas de gallo. Mis ojos escanearon la página. Decía que se había
unido a la FEA a los quince años y que había vivido en la sede durante los
veinte años siguientes. Eso no tenía sentido. Tenía veinticinco años cuando
me tuvo y yo no había nacido en la sede. Eso solo podía significar que
había utilizado su Variación para parecer más joven.
¿Qué había pasado entonces? ¿Se había unido al Ejército de Abel?
¿Acaso el Ejército de Abel existía entonces? ¿O ella y mi padre habían
vivido juntos como una familia? Estaba a punto de pasar a la siguiente
página y leer lo que allí estaba escrito cuando un ruido lejano me hizo
detenerme. Un suave zumbido; como el sonido del ascensor. Estaba
subiendo. Alguien lo había llamado. Si alguien me estaba buscando, eso no
me daba mucho tiempo, y todavía no había mirado en los archivos de mi
padre y en los míos. Volví a deslizar el expediente en su ranura y cerré el
cajón antes de pasar al que tenía el nombre de Abel en el frente. Mis manos
temblaban mientras lo abría y, por un momento, tuve miedo de echar un
vistazo. Pero la idea de ayudar a Holly me dio fuerzas. Tenía que averiguar
todo lo posible sobre el Ejército de Abel.
Tomé la primera carpeta. Respirando profundamente, la abrí y miré la
foto de mi madre y yo. La misma foto que creía haber perdido hace más de
tres años. ¿Cómo había llegado al archivo? La ira burbujeó dentro de mí. La
señora de la lavandería debió haberla encontrado y se la entregó al Mayor,
que había decidido conservarla. O tal vez la había robado de mi habitación
en primer lugar. Pero ¿Por qué?
Estaba parada en una habitación que contenía todas las razones detrás
de sus acciones. Él quería que olvidara a mis padres, mi origen, para que
nunca descubriera la verdad. Pasé un dedo por el rostro de mi madre en la
foto. Sus contornos eran más suaves de lo que recordaba y me miraba con
una sonrisa amable. En la foto, yo era una niña pequeña, quizá de un año,
con una amplia sonrisa y chocolate en toda la cara. Mi madre tenía una
cuchara en la mano. No recordaba ese momento en particular ni ningún otro
en el que mi madre se hubiera ocupado de mí. Pero me gustaría poder
hacerlo. ¿Quién había tomado la foto? ¿Mi padre? En aquel momento
todavía podrían haber estado juntos. Levanté la foto y vi lo que había
debajo y el tiempo pareció detenerse. Habían más fotos. En la primera había
una familia: una mujer que miraba a un pequeño bebé en sus brazos, un
hombre que la rodeaba con su brazo y un niño pequeño de cabello castaño y
ojos turquesa sentado en los hombros del hombre, con una sonrisa llena de
dientes. Mi familia. Mi madre. Mi padre. Mi hermano.
Por un momento no pude respirar. Parecíamos felices. Parecíamos una
familia normal. Nos parecíamos a todo lo que siempre había anhelado.
Aparté con cuidado la foto para mirar la tercera. Era un primer plano de un
Abel joven, con ojos turquesa (mis ojos) brillando en la foto mientras
acunaba a un pequeño bebé contra su pecho. Con dedos temblorosos, di
vuelta la foto. Mi pequeña princesa estaba escrito en la parte de atrás con
una letra desconocida. ¿Había hecho mi madre que Abel escribiera esas
palabras? ¿Me había llamado su pequeña princesa?
Cerré los ojos. Esto era demasiado. ¿Cómo podía un hombre que me
llamaba su pequeña princesa haber hecho todas las cosas horribles que me
había contado el Mayor? ¿Cómo pudo abandonarme?
Doblé las tres fotos con cuidado y las metí en el bolsillo del pantalón
del Mayor. Tendría que acordarme de sacarlas antes de devolver su ropa a la
lavandería. No me importaba que el Mayor descubriera que las había
tomado. Él no tenía derecho a ocultarme esta parte de mi vida, a hacerme
creer que nunca había sido amada...
Busqué en el archivo cualquier fragmento de información que me
indicara dónde podía encontrarlo. Al parecer, el ejército de Abel tuvo su
sede en Alaska durante un tiempo antes de trasladarse al sur. Se desconoce
su paradero, pero el archivo dice que las pistas apuntan a una sede en algún
lugar del suroeste de Estados Unidos. Abel había sido visto cerca de Las
Vegas algunas veces, pero no se sabía nada concluyente sobre la sede
actual. Finalmente encontré una nota manuscrita en la parte superior de una
página que decía que se rumoreaba que Heather Crane había establecido
contacto con Abel Crane en múltiples ocasiones a lo largo del último año.
¿Mi madre estaba en contacto con Abel? ¿Cómo era eso posible? Tal
vez ella sabía algo que podría llevarnos a Holly. El sonido del ascensor
volvió a sonar y me apresuré a poner el archivo de Abel en el cajón al que
pertenecía. Antes de que se acabara el tiempo, hice lo que no estaba segura
de poder hacer: Tomé mi propio expediente.
Mis ojos se posaron en un sello rojo en la parte superior de la primera
página, igual que el del expediente de mi madre. Decía Volátil. Volví a
mirar la portada del expediente para asegurarme de que era realmente el
mío. Lo era. ¿Por qué decía Volátil? Yo no era inestable. Siempre había
pensado que era el Variante trofeo, el arma definitiva. Mis ojos volaron por
la página y se detuvieron en la sección que buscaba. Mis dedos temblaban
tanto que las palabras se desdibujaban ante mis ojos.

Estado: Volátil (no confirmado).


Factor de riesgo: Padres: Abel Cane (Volátil), Heather Cane
(Volátil). Hermano: Zachery Cane (sospechoso de ser volátil - no
confirmado).
Observaciones: Sin signos de insubordinación. En control de la
Variación. Sin contacto con factores de riesgo.
Curso de acción: Vigilancia de la estabilidad emocional y mental
(Misión interna 010).
Pronóstico: Positivo.
Promoción a estado de Agente: Posible (a la espera de los resultados
definitivos - M.I. 010)

Un mareo me invadió y me aferré al archivador en busca de apoyo.


Me estaban vigilando. Alguien me había estado vigilado por mi estabilidad
emocional. El miedo se instaló en la boca de mi estómago. Podía escuchar
el zumbido del ascensor que regresaba cada vez más fuerte. Pero no podía
moverme. No me importaba que me descubrieran. Necesitaba confirmación.
Necesitaba ver el expediente de la misión 010.
Saqué expediente tras expedientes de mi cajón hasta que llegué al que
tenía la etiqueta que había estado buscando. Durante unos segundos, miré al
techo, con el corazón palpitante, asustada por lo que sabía que iba a
encontrar. Esto lo cambiaría todo. Lentamente bajé la mirada hacia la
carpeta.
Dos nombres estaban escritos justo debajo de la descripción de la
misión. Los dos agentes que habían sido responsables de la vigilancia, mi
vigilancia.
Kate y Alec.
Capítulo 14

No sé cuánto tiempo estuve mirando la página con incredulidad.


Probablemente fueron segundos, pero me parecieron horas. Todavía no me
había movido cuando entró el Mayor. No sé cuánto tiempo estuvimos así
(yo todavía, haciéndome pasar por él) mirándonos. El expediente seguía en
mi mano. La palma de mi mano estaba sudada. Él no llevaba pijama y no
parecía estar cansado. Tal vez durmió con su uniforme, o tal vez no
necesitaba dormir en absoluto.
Había una quietud en su rostro que debería haberme asustado,
haberme advertido de la furia que hervía a fuego lento bajo su máscara
controlada. Pero me sentía vacía. En el fondo, podía sentir un fuego
ardiendo, una ira más intensa que cualquier otra cosa que hubiera sentido
antes, y quería agarrarla, aprovecharla y desatarla sobre el hombre que tenía
frente a mí; mostrarle lo que esta traición me había hecho. La FEA había
sido mi familia, un hogar después de todos los años de desesperación y
negligencia, y ahora eso había desaparecido. Fue arrancado de mis manos
por lo que acababa de leer. La FEA me había acogido por mi valor para
ellos, pero nunca confiaron en mí y nunca me trataron como si fuera digna.
Mi vida aquí había sido una mentira.
Y Alec. Mi corazón dolía, todo mi cuerpo dolía cuando pensaba en él
y en el tiempo que habíamos compartido. Las lágrimas ardían en mis ojos
pero no dejé que cayeran. ¿Le había dicho el Mayor que iniciara una
relación conmigo para garantizar el éxito de su espionaje? ¿Acaso Kate solo
me había contado el secreto de Alec para ponerme a prueba? ¿Cómo podría
saber si había querido decir una sola palabra de lo que había dicho? ¿Todo
había sido mentira? ¿Las caricias, los besos, las miradas tiernas? Había sido
tan estúpida al pensar que me amaba, al pensar que estaba de mi lado, que
me ayudaría. Él era un leal soldado del Mayor, siempre lo había sido.
El cuchillo de su traición estaba clavado profundamente en mi alma.
Él y Kate deben haber pasado un tiempo maravilloso espiándome. Por eso
nunca había hablado de la misión que habían compartido. Porque la misión
era yo y mi presunta inestabilidad. La bomba de relojería conocida como
Tessa. Las miradas triunfantes de Kate tenían aún más sentido ahora. La
vergüenza se apoderó de mí, determinada a desterrar mis otras emociones,
pero me aferré a mi ira. La ira era todo lo que me ayudaría a superar esto.
Era lo único que me quedaba.
—Acompáñame —dijo escuetamente el Mayor.
Dejé la carpeta lentamente y lo seguí hasta el ascensor. No estaba
segura de cómo mi cuerpo se las arreglaba para hacer los movimientos
cuando estaba bastante segura de que me estaba desmoronando por dentro.
Con cada paso, otra parte de mi felicidad cuidadosamente construida se
desmoronaba y era aplastada bajo las botas perfectamente lustradas del
Mayor.
No pude evitar preguntarme cuántas veces Alec y Kate habían
hablado de mis sentimientos a mis espaldas. Deben haberse reído mucho de
mi estúpido enamoramiento. En el ascensor y de camino a la oficina del
Mayor, ninguno de los dos habló. Al llegar allí, me hundí en el borde de la
dura silla. Mis dedos se enroscaron alrededor de mis rodillas, las uñas se
clavaron en mi piel. Dejé que las ondulaciones familiares me invadieran
hasta que volví a ser yo misma, ya no me hacía pasar por el Mayor. El
uniforme colgaba suelto sobre mi cuerpo.
El Mayor se colocó frente a su escritorio. Tuve que estirar mi cuello
para poder ver bien su rostro. Pude ver que estaba luchando por el
autocontrol. Su mandíbula se tensó y una vena en su garganta latía
furiosamente.
—No tenías derecho a estar ahí. Esto es una grave infracción de las
normas. Espero que seas consciente de eso.
Si él dijera algo sobre la confianza y me diera alguna línea sobre
cómo la FEA se basa en ella, iba a explotar como la bomba de relojería que
creía que era. Hace solo unos días había dicho que nunca violaría mi
intimidad utilizando a Kate. ¿Pero qué era esto? Sabía lo mucho que me
importaba Alec, lo mucho que confiaba en él, y aun así lo había utilizado en
mi contra. O tal vez ése había sido su plan desde el principio. Tal vez
cuando Alec me había consolado hace más de tres años después de la
devastadora llamada con mi madre, había actuado siguiendo las órdenes del
Mayor. Me di cuenta de que el Mayor seguía observándome y
probablemente esperaba una respuesta. Saqué la furia de mi interior y la
utilicé para que mis palabras salieran duras y acusadoras.
—Y tú no tenías derecho a vigilarme como a un criminal y ocultarme
la verdad sobre mi familia —dije—. Me mentiste y me traicionaste. ¿Qué
soy yo para ti? ¿Una especie de marioneta que puedes utilizar a tu antojo?
¿Y qué es Alec, tu titiritero? —Quería destrozar su oficina, destruir su
escritorio demasiado limpio y sus estúpidas maquetas de soldados. Quería
hacerlos pedazos a él y a Alec como habían hecho con mi corazón y mi
confianza.
Los labios del Mayor se afinaron hasta formar una línea blanca en su
rostro bronceado.
—No toleraré ese tono de tu parte, Tessa. La FEA y yo hemos sido
muy buenos contigo. Te dimos un hogar, un propósito y una oportunidad de
tener una vida normal.
Creo que el Mayor nunca había sonado tan frío cuando había hablado
conmigo. En algunas ocasiones, sobre todo al principio de mi vida en la
sede, incluso había deseado que él fuera mi padre.
—¿Normal? —repetí con un susurro. No había nada normal en mí o
en mi vida, y desde luego no en el Mayor y su vigilancia.
—Todo lo normal que alguien como tú podría esperar. ¿Dónde crees
que estarías ahora si la FEA no te hubiera acogido y enseñado sobre tu
Variación?
Me había hecho esa pregunta muchas veces y siempre llegaba a la
conclusión de que habría estado perdida sin ellos, pero ahora, después de
ver las fotos de mi padre y mi hermano, sentía que podría haber habido algo
más para mí.
El mayor continuó:
—No creo que seas consciente de los peligros que implicaba tu estilo
de vida anterior. Estabas sin protección y si Abel alguna vez te hubiera
encontrado, eso habría sido todo. Porque por mucho que me desprecies a mí
y a mis métodos en este momento, no son nada en comparación con lo que
Abel es capaz de hacer, si sospechara que uno de sus soldados se está
pasando de la raya.
Tal vez tenía razón. Quizá caer en manos de Abel hubiera sido diez
veces peor, pero eso no significaba que tuviera que gustarme cómo me
habían tratado él y la FEA, cómo había utilizado a Alec contra mí. Eso no
hacía que sus acciones fueran correctas. El Mayor negó con la cabeza.
—No me dejas otra opción —dijo con tristeza. Mi estómago se
contrajo—. Has estado actuando de forma errática e irresponsable durante
los últimos días. Creo que tus emociones están fuera de control. Me doy
cuenta de que has pasado por mucho y de que te he pedido mucho, pero eso
no justifica lo que hiciste hoy.
—¿Qué quieres decir? —susurré.
—Creo que necesitas unas semanas para considerar tus acciones y
recuperarte del trauma que sufriste durante tu primera misión y de nuevo
cuando perdiste a Holly. Tenemos un centro de vanguardia que trata a
nuestros agentes cuando sufren Trastorno por estrés postraumático,
depresión u otras deficiencias emocionales. Les llamaré esta mañana y les
pediré que te cuiden durante algunas semanas.
—¿Vas a encerrarme en un pabellón psiquiátrico?
El mayor suspiró.
—Esta instalación no es una prisión. No es un castigo. Solo quiero
asegurarme de que tu inestabilidad emocional sea tratada antes de que se
salga de control. Eres una agente capaz, Tessa, y odiaría perderte. Dentro de
unas semanas, cuando salgas del otro lado de esto, verás que fue lo mejor.
No pude hablar. El Mayor iba a encerrarme y dejar que los psiquiatras
de la FEA jugaran con mi mente. No confiaba en que ellos y el Mayor se
ciñeran a los métodos terapéuticos habituales de los psiquiatras normales.
Le harían algo a mi cerebro hasta que dejara de ser tan insubordinada, hasta
que fuera una pequeña agente obediente.
Sabía que ahora tenía que andar con cuidado. De ninguna manera
dejaría que alguien me llevara al manicomio de la FEA. Bajé la cabeza con
un suspiro, para que el mayor no pudiera ver mi rostro, y traté de reprimir
mi temblor de pánico.
—¿De verdad crees que pueden ayudarme? No quiero convertirme en
mi madre ni convertirme en una asesina como mi padre —Me estremecí
para dar efecto.
El Mayor tocó mi hombro y luché contra el impulso de apartarlo. Si
hubiera tenido un cuchillo, no estaba segura de lo que habría hecho. Quizá
lo hubiera clavado en su corazón y le hubiera preguntado: ¿Qué se siente?
—Tu madre también podría haber sido una gran agente, pero no quiso
aceptar mi ayuda. Pensó que no corría peligro. No cometeré el mismo error
contigo.
Asentí, mi mente se aceleraba para encontrarle una salida a esto.
—Ojalá hubiera sido diferente. ¿Por qué mis padres tienen que estar
tan mal?
El Mayor apretó mi hombro de forma tranquilizadora, como si fuera a
dejar que me consolara de nuevo después de lo que había descubierto hoy.
—No podemos evitar quiénes son nuestros padres. Solo podemos
aspirar a ser mejores.
¿Alec había escuchado esas palabras del Mayor antes de que me las
repitiera hace unos días? La ira parecía hacer un agujero en mi estómago,
pero me obligué a apaciguarla. No podía arriesgarme a que el Mayor
sospechara que iba a huir. Y con la misma rapidez, me di cuenta de que esa
era mi única opción. Tenía que encontrar a mi madre para que me dijera
dónde estaba Abel (si es que realmente estaba en contacto con él) y luego
haría todo lo posible por encontrar y liberar a Holly.
Cubrí mi rostro con las manos y dejé escapar un sollozo, con la
esperanza de que él me creyera. El Mayor tenía que creer que yo era una
chica estúpida, perdida y desesperada.
—Me preocupa que Alec me deje después de todo esto. ¿Crees que
me esperará mientras estoy fuera recuperándome?
—Alec sabe de la carga emocional que llevas.
Apuesto a que sí, pensé con amargura. Traidor.
—Se alegrará de que busques ayuda. Alec y yo queremos que estés
bien.
Levanté la vista, mostrando arrepentimiento y vergüenza en mi rostro.
—Siento lo de hoy. Perdí la cabeza. Estoy muy preocupada por Holly.
Siento que estoy cayendo y no hay nada que me atrape. —Odiaba lo cerca
que estaba de la verdad sobre todo de la última parte, odiaba cómo todo lo
que me había importado y amado parecía haber sido arrancado de mi vida.
El Mayor me ofreció una mirada comprensiva y tuve que esforzarme
para no darle un puñetazo. Tal vez la evaluación que figuraba en mi
expediente no estaba tan equivocada. Tal vez tenía el potencial de
convertirme en un Variante volátil, pero si realmente me volvía loca, sabía
de quién era la culpa. El Mayor y sus mentiras.
—Estoy cansada —dije en voz baja—. Creo que necesito dormir un
poco.
—Te llevaré a tu habitación —dijo el Mayor mientras se enderezaba
antes de sacar algo del cajón de su escritorio y guardarlo en el bolsillo de su
pantalón. No pude ver lo que era. Rodeó el escritorio y salimos de su
oficina. Mi expresión decayó, pero me apresuré a recomponer mi rostro
esbozando una sonrisa serena.
Así que el Mayor no era tan fácil de aplacar. Ni siquiera confiaba de
que regresara sola a mi habitación. ¿Creía que iba a huir? ¿O simplemente
le preocupaba que volviera al sótano para husmear un poco más?
El Mayor me siguió de cerca mientras caminaba hacia mi habitación.
Podía sentir sus ojos clavados en mi cráneo y en mi espalda. Entré a mi
habitación y sin decir palabra él entró detrás de mí. ¿Qué iba a hacer?
¿Vigilarme mientras dormía para asegurarse de que no hiciera ninguna
estupidez?
—Tengo esto para ti —dijo mientras sacaba de su pantalón una
pequeña botella de plástico con pastillas.
Lo miré con el ceño fruncido.
—¿Para qué son?
—Te ayudarán a dormir —explicó mientras colocaba dos pastillas en
la palma de mi mano. Me quedé mirando los pequeños cuadrados blancos.
Así que me iba a drogar para dormir. Así no saldría corriendo a
ninguna parte. El pánico quiso hacer una fea aparición, pero lo reprimí. Ya
habría tiempo para eso más tarde.
—Toma. —El Mayor tomó la botella de agua de mi mesita de noche y
me la entregó—. Tienes unos minutos antes de que hagan efecto. Eso
debería darte suficiente tiempo para ponerte la ropa de dormir.
Solo unos minutos. ¿Cómo se suponía que iba a escapar si estaba bajo
la influencia de las pastillas? Estaba segura de que el Mayor llamaría a mi
puerta a primera hora de la mañana para vigilarme hasta que los psiquiatras
vinieran a llevarme con ellos.
Acepté la botella y metí las pastillas en mi boca antes de tomar un
enorme trago de agua. Por un momento consideré la posibilidad de
esconder las pastillas debajo de la lengua o en la parte posterior de mi boca,
pero tenía la sensación de que el Mayor se daría cuenta y entonces
probablemente me ataría a la cama y arruinaría cualquier posibilidad de
escapar. Tragué las pastillas e hice una mueca por el sabor amargo que
dejaron en mi lengua; sabían a desesperanza y a derrota.
El Mayor examinó mi rostro y esperaba que me pidiera que abriera la
boca, pero parecía satisfecho con lo que veía.
—Descansa un poco. —Salió y cerró la puerta detrás de él, pero no
escuché sus pasos alejarse.
Rebusqué en mi mesita de noche y la cerré con un golpe para que
pudiera escucharlo. Luego me despojé apresuradamente de la ropa del
Mayor y me puse mi pijama, por si él decidía ver cómo estaba. La ropa de
calle habría resultado sospechosa. Deslicé las fotos de mi madre y yo, Abel
y yo, y la de toda mi familia en los bolsillos de mi pijama. Mis movimientos
se volvieron más lentos, mis extremidades se sentían más pesadas, mi
mente comenzaba a volverse borrosa. Las pastillas estaban haciendo efecto
más rápido de lo que había pensado. El pánico subió a mi garganta. No iba
a conseguirlo. La resignación se apoderó de mí. Tal vez no sería tan malo si
los psiquiatras de la FEA me echaran un vistazo, tal vez podrían activar un
interruptor en mi cabeza que me hiciera feliz.
No.
Me tambaleé hacia el baño y abrí el grifo. El Mayor esperaría que
lavara mis dientes, aunque no sabía cómo esperaba que lo hiciera si mi
cerebro se apagaba tan rápido. Me arrastré hacia la puerta y presioné la
oreja contra la fría madera, agradecida por poder sentirla contra mi cuerpo.
Mis piernas cedieron y caí de rodillas. Los puntos negros entraban y salían
de mi vista. Me sentía pesada e ingrávida al mismo tiempo.
Esas no habían sido pastillas para dormir normales. Se suponía que
debían dejarme inconsciente. El Mayor aún no se había alejado. ¿Y si venía
a verme en unos minutos? Me arrastré hacia la cama, apagué las luces, cubrí
mi cuerpo con la manta y fingí estar dormida. Tenía miedo de cerrar los
ojos, de no poder volver a abrirlos, de quedarme dormida inmediatamente.
Después de unos segundos, ni siquiera estaba segura de dónde terminaba el
colchón y dónde empezaba mi cuerpo. Sentía las piernas entumecidas. Y mi
mente quería apagarse.
Clavé las uñas en la suave piel de la cara interna de mi muslo y el
dolor desterró parte de la niebla en mi cabeza. Escuché cómo se abría la
puerta y me quedé muy quieta mientras unos pasos se acercaban a la cama.
De repente, el Mayor agarró mi muñeca. Si las pastillas no hubieran
convertido mi cuerpo en papilla, me habría estremecido. ¿Qué estaba
haciendo? Giró mi brazo de modo que la palma de mi mano quedara hacia
arriba y luego presionó algo duro y frío contra la piel debajo del pliegue de
mi codo. Se escuchó un chasquido y algo afilado atravesó mi piel,
provocando un dolor punzante en mi brazo. ¿Qué había hecho?
Soltó mi brazo y, después de un momento, sus pasos retrocedieron y
volví a estar sola. Esta vez el Mayor no esperó frente a mi habitación. Se
fue.
El alivio me invadió, pero luego me di cuenta de que mi cuerpo era
demasiado pesado para moverlo y todavía no sabía lo que le había hecho a
mi brazo. Me giré, acercándome al borde de la cama. Con los brazos (que
cada vez pesaban más) me levanté de la cama. Mi rostro se presionó contra
el suelo. Estaba muy cansada. Mis ojos eran solo rendijas. El mundo no era
más que algodón y niebla.
Con mis codos, me deslicé hacia la puerta. Miré el pomo. Estaba muy
alto. Con un gemido, me levanté sobre mis brazos y agarré el pomo. Mis
dedos resbalaron y volví a caer al suelo. Pero la puerta estaba entreabierta.
La abrí y me asomé al pasillo. Estaba oscuro y abandonado. El Mayor debe
haber ido a su habitación en el piso de abajo.
Solo había una persona que podía contarme todo y ayudarme a
encontrar al Ejército de Abel y a Holly. Mi madre. Y solo había una persona
que podía ayudarme a encontrarla. Me arrastré por el pasillo, levanté el
puño unos centímetros sobre el suelo y golpeé la puerta. ¿Y si él no
escuchó?
Sentí que me alejaba cuando la puerta se abrió. Miré el rostro
sorprendido de Devon, rodeado por un halo de oscuridad, luego mi cabeza
cayó y mi mundo se volvió negro.
Capítulo 15

Lentamente, recuperé mis sentidos y mi visión regresó. Una voz


tranquilizadora se filtró a través de la oscuridad. Intenté aferrarme a ella,
dejar que me sacara de la inconsciencia.
—Tessa, ¿Qué pasó?
Parpadeé contra la visión borrosa. La forma de un rostro se cernía
frente a mí. Después de unos segundos, se aclaró. Devon me miraba con el
ceño fruncido. Mi cabeza estaba apoyada en su regazo y él acariciaba mi
cabello.
¿Dónde estábamos? Intenté incorporarme, pero las estrellas
aparecieron en mi visión. Devon tocó mis sienes y, de repente, la pesadez
desapareció de mis extremidades y el mareo de mi cabeza. Pero no intenté
incorporarme de nuevo. Rápidamente hice un inventario de la situación;
estaba en la habitación de Devon, acostada en el suelo y su puerta estaba
cerrada.
—¿Alguien nos vio? No llamaste al Mayor, ¿verdad? —grazné.
—No —dijo Devon con suavidad—. No sabía lo que te pasaba. Y
para ser honesto, no estoy seguro de confiar en él.
Eso me hizo sonreír. Al menos no era la única. Con Alec siempre
había sido evidente que estaba del lado del Mayor, que la FEA era lo que
más le importaba.
—No deberías.
Las cejas rubias de Devon se juntaron.
—¿No debería qué?
La sonrisa se desmoronó.
—Confiar en él. —Ojalá hubiera llegado a esa conclusión hace meses.
Me habría ahorrado muchos disgustos.
—¿Por qué tomaste pastillas para dormir y luego te arrastraste por el
pasillo? —preguntó Devon en voz baja.
—No las tomé —le expliqué y una nueva oleada de ira me invadió—.
El Mayor me obligó.
Los ojos de Devon se estrecharon.
—¿Por qué lo hizo?
—Porque quiere evitar que me escape. —Me sorprendió escuchar las
palabras en voz alta. Nunca había pensado que siquiera consideraría dejar la
FEA. ¿Qué quedaba en mi vida sin la FEA? Holly, me recordé a mí misma.
Ella necesitaba mi ayuda. No podía confiar en que el Mayor la salvara. Ella
no era lo suficientemente importante para él. Holly entendería si le dijera
mis razones para dejar la sede. Tal vez podríamos construir una nueva vida
en algún lugar.
—¿Quieres huir? Pensé que te gustaba estar con la FEA. —Las
palabras de Devon me devolvieron al presente.
Cerré los ojos al recordar el alcance total de la traición de la FEA y
Alec. Lentamente, me senté, luchando contra un malestar que no tenía nada
que ver con los somníferos.
—Gracias por despertarme —dije.
Me di cuenta de que habíamos hablado más en los últimos minutos
que en el tiempo que llevaba viviendo en la sede. Seguía mirándome con
atención, esperando una respuesta. Antes me encantaba vivir con la FEA,
pero eso ya no importaba. Mis ojos se dirigieron a la mesita de noche con la
foto familiar de Devon. Me di cuenta de que no podía haber elegido a una
mejor persona para confiar.
—No —dije lentamente—. Tengo que huir. Esta noche. Y me
preguntaba si querías venir conmigo.
No tenía ninguna razón para ayudarme. No después de la forma en
que lo había engañado durante mi última misión, pero él era mi única
esperanza. No había nadie más a quien pudiera pedírselo. Intenté
convencerme de que lo hacía por él, que quería protegerlo del juego del
Mayor, pero eso era solo una parte. En el fondo, sabía que mis motivos
egoístas eran más fuertes. No estaba segura de ser lo suficientemente fuerte
como para pasar por esto sola.
—¿Qué sucedió?
No quería decírselo, pero entonces las palabras comenzaron a salir a
borbotones y le conté todo lo que había descubierto hoy. Me dolía cuando
terminé. Crucé los brazos sobre mi pecho, temblando.
Devon envolvió su brazo alrededor de mi hombro. No podía creer que
finalmente habíamos logrado dejar atrás la incomodidad.
—Pensé que la FEA eran los buenos —dijo Devon distraídamente.
Me di cuenta de que estaba reflexionando sobre algo.
—A veces, incluso los buenos se pasan de la raya —dije finalmente.
Pero ni siquiera estaba segura de que la FEA fueran de los buenos.
¿Existían realmente los buenos? Tal vez la FEA y el Ejército de Abel eran
solo dos caras de la misma moneda. Diferentes matices del mal.
—Entonces —comenzó Devon, con voz tensa—. ¿No fue el Ejército
de Abel el responsable de los asesinatos en Livingston y del secuestro de
Holly? —Hizo una mueca cuando el nombre de su ciudad natal cruzó sus
labios. Probablemente le trajo demasiados malos recuerdos.
—Eso es lo que dijo el Mayor —aclaré. Me di cuenta de que había
sonado a la defensiva. Intentaba defender a Abel, mi padre. ¿De dónde
había salido esa idea?
—Tienes razón. No sabemos si el Mayor dijo la verdad —comentó
Devon. Empezó a frotar mi brazo distraídamente, y de alguna manera
consiguió relajarme. Parecía tan tranquilo—. Y después de lo que me
acabas de decir, definitivamente deberíamos irnos de inmediato. No
necesito que nadie se meta conmigo. Ya estoy lo suficientemente jodido.
Solté una carcajada.
—Yo también. —La forma en que me miró removió algo. De una
manera extraña y retorcida, me recordó a Alec.
La tristeza se abrió camino a través de mi cuerpo. Aparté la mirada y
jugué con el dobladillo de la camisa de mi pijama. La mano de Devon en mi
brazo se detuvo y la miró fijamente, como si acabara de darse cuenta de lo
que estaba haciendo. No estaba segura de si quería que se detuviera o no.
—Entonces —dijo Devon, dejando caer su brazo
despreocupadamente—. ¿Cuál es el plan? ¿Cómo nos escapamos?
—¿Estás realmente seguro de que quieres venir conmigo? Si el Mayor
nos atrapa, ambos pasaremos las próximas semanas en el manicomio de la
FEA.
—Estoy seguro. —Tocó mi mano—. Descubriste al asesino de mi
hermana. Te lo debo.
Miré la mano de Devon sobre la mía. Era bueno que hubiera alguien
que no me hubiera traicionado. Sin embargo, una voz cautelosa me lo
recordó. De alguna manera, estaba segura de que Devon tenía sus propias
razones para acompañarme en mi búsqueda de la verdad sobre el Ejército
de Abel.
—La sede está prácticamente en el medio de la nada. La siguiente
granja está a unos ocho kilómetros al sur —dije—. Tomaría horas llegar allí
a pie.
—Así que eso está descartado —dijo Devon pensativo—. ¿Y un
helicóptero? ¿Puedes pilotar uno?
Negué con la cabeza.
—No, quiero decir, no creo que pueda. Solo he pasado unas pocas
horas en el simulador, nunca en un helicóptero real. Y el sonido de las aspas
despertaría a todos. El Mayor enviaría otro helicóptero tras nosotros. —Nos
cazaría. Si me iba esta noche, no dejaría de perseguirme hasta que estuviera
de nuevo en sus manos.
—Entonces tomemos un auto. Puedo conducir.
Asentí, pensando en ello.
—En cuanto alguien se dé cuenta de que nos hemos ido o si alguien
nos escucha salir, enviarán un auto o un helicóptero tras nosotros.
Devon sacó una barra de chocolate de una mochila y comenzó a
masticarla.
—Me ayuda a pensar —dijo con un tono de disculpa. Me ofreció otra,
pero negué con la cabeza—. ¿Dónde nos deja eso?
Sí, ¿dónde? Una idea cruzó por mi mente. Pero el Mayor estaría
dispuesto a matarme si la lleváramos a cabo.
—Tomemos un auto —dije con calma—. Pero antes de salir, cortamos
los conductos de combustible de los autos y los helicópteros. Tomará
algunas horas arreglar eso.
—¿No pedirá ayuda el Mayor?
—El Mayor nunca involucraría a personas de fuera o a la policía,
incluso si necesitara refuerzos. Querrá estrangularnos él mismo —dije. Ya
me sentía mejor con solo hablar con Devon y saber que estaba de mi lado
me daba esperanzas por primera vez en mucho tiempo. Miré el reloj de la
mesita de noche de Devon. Decía 02:37—. El mayor siempre se levanta a
las cinco para correr unas vueltas en la pista. Deberíamos darnos prisa.
Quiero estar lejos cuando se dé cuenta de que nos hemos ido. —Me puse de
pie. Mis piernas estaban firmes y no quedaba ni rastro del mareo.
—¿Qué pasa con Phil? —preguntó Devon mientras se ponía en pie.
No era tan alto como Alec, pero seguía siendo casi un cabeza más alto que
yo—. ¿No deberíamos llevarlo con nosotros? O al menos avisarle.
Caminé de un lado a otro por la habitación. Tenía razón. El pobre Phil
era nuevo en la FEA. No sabía qué esperar, era demasiado crédulo y estaba
demasiado emocionado como para ver la verdad. Después de todo, yo había
tardado tres años en darme cuenta de lo que estaba pasando y estaba
bastante segura de que aún no sabía ni la mitad. Miré a Devon, su
mandíbula cuadrada y la forma en que sus cejas se juntaban en señal de
concentración. ¿Y si lo estaba llevando directamente a su muerte?
—No estoy segura de que Phil esté hecho para esto, pero le
preguntaremos. Que decida él mismo. —Hice una pausa—. ¿Estás seguro
de que no irá corriendo a ver al Mayor y contarle nuestro plan?
Devon pasó una mano por su cabello mientras miraba fijamente la
pared que separaba esta habitación de la de Phil.
—No creo que lo haga.
Mis ojos volvieron a encontrar el reloj. 02:45.
—Tal vez podríamos enviarle un mensaje cuando ya nos hayamos
ido. Así sabrá que debe tener cuidado y que no debe creer todo lo que le
diga el Mayor —comenté.
—Sé que guardó su teléfono celular. Podríamos enviarle un texto o un
correo electrónico, eventualmente.
—Bien. —Asentí. Toda la planificación me distrajo del vacío que
había en mi interior. El lugar que había sido llenado con mi lealtad por la
FEA y mi amor por Alec.
Devon asintió y comenzó a meter ropa y algunas otras cosas en una
mochila. Sacó la foto de su familia en Disney World de su marco y la puso
encima. Revisando el pasillo, me dirigí de puntillas a mi habitación y
empaqué mi mochila con lo esencial, incluidas las tres fotos de mi
verdadera familia. Mis ojos encontraron la foto de Alec y yo. Parecíamos
tan felices. La mirada en los ojos de Alec casi me hizo creer que sus
sentimientos eran reales, que no se había metido conmigo por una misión.
Volví a colocar el marco, boca abajo. No podía soportar ni siquiera mirarlo.
Esta parte de mi vida había terminado y llevarme esta foto no cambiaría
eso. Apresuradamente agarré un bolígrafo y una hoja de papel. Mis dedos
temblaron cuando comencé mi carta para Alec.

Alec...
Cuando llegué a la FEA, no confiaba en nadie. No sabía lo que
significaba que las personas te cuidaran, lo que significaba tener un
hogar. Pero cuando me hablaste de tu familia y me abrazaste, comencé
a confiar en ti. Supe que no estaba sola con mis sentimientos. Y durante
todas las noches que pasamos viendo películas porque tenía demasiado
miedo a las pesadillas, empecé a amarte. Y de repente supe lo que
significaba la felicidad. Tenía un hogar, una familia, y había aprendido
lo que significaba la confianza y el amor.
Confié en ti y en la FEA. Te amé. Pensé que la FEA era mi hogar.
Y hoy descubrí que todo era mentira. Por fin me di cuenta de lo
estúpida que he sido. Te di mi confianza, mi amor y me lo echaste en
cara.
Sé lo de la misión 010.
Espero que haya valido la pena.
Lo que sea que hubo (o no hubo) entre nosotros, se acabó.

Tessa

Devon apareció en la puerta. Miró la carta que tenía en la mano.


—Es para Alec —dije. Doblé la carta con manos firmes. Ahora que
sabía lo que tenía que hacer, me sentía mejor. Sabía que eso también
pasaría, pero por el momento, mi determinación me daba seguridad—. La
pasaré por debajo de su puerta.
Devon asintió. No hizo ninguna pregunta, por lo que estaba
agradecida.
—¿No quieres ponerte pantalones de verdad?
Me sonrojé cuando miré mis pantalones de pijama y me cambié
rápidamente a unos jeans en el baño. Mientras caminábamos por el pasillo
hacia la puerta de Alec, mi garganta empezó a cerrarse. Había llegado el
momento. Rompería con Alec. Dejaría mi casa, mi vida. Dejaría mi carrera
como agente. Dejaría todo lo que había apreciado durante los últimos tres
años. Ni Holly, ni Devon, me recordé a mí misma. Con cuidado de no hacer
ruido, empujé el papel por debajo de la puerta. Tuve el impulso de abrirla y
mirar a Alec por última vez. En cambio, presioné la palma de mi mano
contra la madera durante un segundo antes de darme la vuelta y guiar a
Devon por las escaleras.
—¿Qué pasa con las armas? ¿Llevamos alguna con nosotros? —
susurró mientras avanzábamos a través de la oscuridad.
—Ojalá pudiéramos —respondí—. Pero el Mayor mantiene todo bajo
llave en la armería. No tengo las llaves y entrar a la fuerza es un riesgo
demasiado grande.
Cuando llegamos a la planta baja, no nos dirigí hacia la puerta
principal, por miedo a que sonara la alarma. En vez de eso, conduje a
Devon al vestíbulo de la piscina y a los vestuarios. Abrí la ventana y Devon
empujó un banco debajo. Me subí encima y me agarré al borde del estrecho
alféizar de la ventana. Devon me tomó por la cintura y me levantó. Cuando
estuve del otro lado, lanzó mi mochila detrás de mí, seguida de la suya.
Pude ver los músculos de sus brazos flexionarse cuando se empujó a través
de la ventana y aterrizó a mi lado en el césped.
Intercambiamos una rápida mirada para asegurarnos de que el otro
estaba bien, recogimos nuestras mochilas y nos apresuramos hacia el
hangar, donde inutilizamos los tres helicópteros antes de pasar al garaje.
Había olvidado cuántos autos, camionetas y motos tenía la FEA. Estaríamos
ocupados toda la noche si intentáramos cortar todos los conductos.
—¿Por qué no tomamos una motocicleta? —Devon señaló una BMW
negra. Pertenecía al hermano mayor de Tanner, Ty—. Este bebé va tan
rápido como a doscientos ochenta kilómetros por hora.
—¿Seguro que puedes conducir esa cosa? —pregunté. La idea de
conducir tan rápido con solo dos neumáticos hizo que mi cabeza diera
vueltas.
—He conducido motocicletas antes —dijo. Pasó las manos por el
asiento de cuero del BMW, con una mirada de asombro—. Por supuesto,
nunca nada tan rápido.
—Eso no es muy reconfortante.
Un crujido resonó en el pasillo y me sobresalté. Mi mano se dirigió a
mi cintura, donde debería haber tenido un arma. Pero, por supuesto, no
había ninguna. Me tensé cuando Devon se asomó por encima de los autos
para ver el origen del ruido.
—No cerramos bien la puerta. Se abrió un hueco. Eso es lo que hizo
el ruido.
Fue un buen recordatorio de que no teníamos tiempo para
discusiones.
—Nos llevaremos la motocicleta. De todos modos, no tenemos
tiempo para cortar los conductos que quedan.
Devon y yo metimos nuestro equipaje en el pequeño maletero
acoplado a la parte trasera de la moto antes de hacerla rodar fuera del
hangar, con los cascos apoyados en el asiento.
—Deberíamos empujarla hasta el límite de la propiedad. De esa
manera no nos escucharán.
Miré por encima de mi hombro hacia las oscuras ventanas de la sede
mientras nos arrastrábamos por el largo camino de entrada. Aunque ni
siquiera me había ido todavía, una oleada de nostalgia me atravesó. Esto era
una despedida. No estaba segura de poder volver. El Mayor nunca me lo
permitiría, y creo que nunca querría hacerlo.
Llegamos al lugar donde terminaba la calle privada de la FEA y
comenzaba una calle pública más pequeña que nos llevaría directamente a
la autopista. Devon me entregó un casco y se puso el otro antes de montar
en la moto y yo me senté detrás de él. El aire estaba cargado dentro del
casco y odiaba cómo restringía mi campo de visión. El calor de Devon se
filtró en mí cuando me acerqué. Cada centímetro de nuestros cuerpos
parecía tocarse cuando envolví mis brazos alrededor de su cintura. Se sentía
ilícito, incorrecto estar tan cerca de alguien que no fuera Alec. Pero me
relajé en su calor.
—¿A dónde nos dirigimos? —preguntó, su voz sonaba apagada a
través del casco.
Sí, ¿A dónde? Necesitábamos encontrar a mi madre. Ella era la única
persona que sabía más sobre Abel y dónde podría estar, sobre todo si la nota
en el expediente era correcta y se había puesto en contacto con Abel
después de que yo me fui. Pero primero necesitábamos un lugar donde
alojarnos, trazar un rumbo y averiguar nuestros próximos movimientos.
—Primero pongamos distancia entre nosotros y la sede, luego
podemos buscar un motel para pasar la noche.
No tenía la menor idea de dónde estaba mi madre, pero sabía dónde
podíamos empezar a buscar, pero antes de hacerlo teníamos que organizar
un poco más de dinero y cambiar nuestro medio de transporte, porque el
Mayor buscaría pronto la motocicleta desaparecida.
Devon se echó hacia atrás y me dio una palmadita en mi muslo antes
de girar la llave y la moto rugió a la vida. Mi pulso estalló en mis venas al
pensar en lo lejos que había llegado el rugido. Mi agarre sobre Devon se
hizo más fuerte y él debió entenderlo porque pisó a fondo el acelerador.
Estaba segura de que el Mayor había escuchado el motor desde la sede.
Apoyé mi cabeza en la espalda de Devon y dejé que la sensación
tranquilizadora de los latidos de su corazón contra las palmas de mis manos
me calmara. La motocicleta vibraba debajo de mí mientras atravesábamos
la oscuridad. Nuestra luz se reflejaba en los árboles que parecían garras
alcanzando las estrellas.
¿Valía la pena perder todo lo que quería por revelar la verdad?
Pronto lo descubriría.
Capítulo 16

Llevábamos dos horas conduciendo y habíamos recorrido algo más de


cien kilómetros cuando Devon condujo el BMW hasta un estacionamiento
frente a un motel destartalado. Estaba pintado en diferentes tonos de gris,
excepto por las letras verdes de neón que decían “Jimmy's.” Al lado había
una gasolinera, lo cual era una suerte, ya que casi no teníamos combustible.
Cuando bajé del BMW, sentí un pinchazo en el trasero. Creo que nunca
se me había dormido tanto el trasero. No entendía cómo las personas podían
disfrutar de esto. Nos quitamos los cascos. El rostro de Devon estaba rojo y
sudoroso, su cabello apelmazado contra su cráneo, y supe que no me veía
mucho mejor. Mi cabello usualmente salvaje estaba pegado a mi frente y
mejillas. Mi comodidad física no fue la única razón por la que me sentí
aliviada de estar de nuevo en pie: ser el pasajero de una motocicleta te daba
mucho tiempo para pensar.
—Vamos a preguntar cuánto cobran por una habitación —dije,
señalando el motel con pintura en mal estado y las ventanas sucias. Mis
ojos se desviaron hacia la carretera que nos había llevado hasta aquí, medio
esperando que en cualquier momento apareciera un desfile de limusinas o
todoterrenos negros de la FEA.
—¿No nos pedirán una identificación o algo así? —preguntó Devon
mientras nos dirigíamos a la puerta con el cristal roto. La grava crujió bajo
nuestros pies y los escalones de madera gimieron cuando subimos al
porche.
Negué con la cabeza.
—A los moteles como éste no les suele importar quiénes son sus
clientes, siempre que paguen en efectivo.
Devon parecía escéptico, pero cuando entramos en el vestíbulo y
pedimos una habitación al hombre de la recepción, apenas nos miró. Estaba
absorto viendo una partida de póquer en la televisión y, como yo
sospechaba, se limitó a contar los billetes que le había pasado antes de
entregarnos la llave.
—Diviértanse —dijo distraídamente cuando nos dirigimos a la salida.
Mi piel se erizo. El tipo probablemente pensaba que Devon y yo
necesitábamos un lugar para tener sexo. Probablemente por eso la mayoría
de las parejas, especialmente las adolescentes, alquilaban una habitación.
—Bueno, eso fue fácil —dijo Devon cuando entramos en nuestra
habitación; no pareció nervioso ni un poco por la suposición del hombre.
Dos camas individuales estrechas con mantas floreadas, un armario al
que le faltaba una puerta y dos mesitas de noche llenaban el pequeño
espacio. El papel pintado amarillo que debió de ser blanco en su día; se
desprendía de las esquinas en tiras. La alfombra marrón estaba llena de
manchas no identificables. Ni siquiera quería saber qué eran. Un sinfín de
gomas de mascar salpicaba el techo, algunos de ellas grises por el paso del
tiempo. Asqueroso. Sólo había una puerta, que daba a un baño diminuto y
mohoso.
Me hundí en una de las camas, el cansancio me atrapó. Devon tomó la
otra cama y se estiró.
—Probablemente no será siempre tan fácil. La FEA empezará a
buscarnos pronto. Y si el Ejército de Abel se da cuenta de que ya no estoy
en el cuartel general, probablemente enviarán una partida de caza por
nosotros.
Qué manera de arruinar el ambiente, me reprendí a mí misma. Pero
no nos haría ningún favor si mantenía los ojos cerrados ante la inevitable
verdad. Ahora éramos los cazados.
—Entonces, ¿A dónde vamos ahora? —preguntó Devon entre
bostezos. Inclinó su rostro hacia mí, sus brazos estirados sobre su cabeza.
Una franja de piel bronceada se mostraba cuando su camisa se subió.
Volví a centrarme en mis zapatos y me los quité.
—Tenemos que encontrar a mi madre. No sé dónde vive ahora, pero
conozco a alguien que podría saberlo. Su último novio. O al menos, el
último novio que tuvo mientras yo vivía con ella.
—¿Tenía varios? —preguntó Devon en voz baja.
—Oh sí, y cada uno era peor que el anterior.
Odiaba recordar esa parte de mi vida. No era sólo que mi vida en casa
fuera dura; odiaba la forma en que las personas me juzgaban, como si fuera
culpa mía que mi madre no pudiera poner en orden su vida. Kate solía
llamarme basura blanca a mis espaldas, pero una vez incluso lo hizo frente
a mí. Pero no había señales de juicio en los ojos azules de Devon.
—¿Y dónde viven tu madre y este tipo? —preguntó.
Esa era la parte complicada.
—En Detroit.
—¿Detroit? —repitió Devon, apoyando la cabeza en su codo para
observarme con sorpresa—. ¿Por qué no los llamamos?
—No podemos —dije vacilante—. Mi mamá cortó el contacto
conmigo poco después de entrar en la FEA. Incluso cambió su número de
teléfono para asegurarse de que no pudiera localizarla.
Devon no pudo ocultar su sorpresa.
Tuve que apartar mi mirada.
—Sé que es un viaje largo, pero no sé a quién más podríamos
preguntar. —Excepto al Mayor. Él probablemente lo sabía. Debería haber
llevado el archivo de mi madre conmigo. Tal vez habría tenido su nuevo
número de teléfono. Era triste que tuviera que confiar en un ex de mi madre
para saber dónde vivía.
—¿Tenemos suficiente dinero para llegar allí? Tengo alrededor de
cincuenta dólares en mi bolsillo.
Dudé.
—Después de pagar la habitación, me quedan cien. Eso hace ciento
cincuenta dólares entre los dos. Eso no es suficiente. Tenemos que
conseguir dinero y encontrar otro transporte, preferiblemente un auto. Son
treinta horas de viaje, así que tendremos que parar en un motel una o dos
veces.
Devon sonrió.
—¿No debería haber pagado por la habitación? Siendo el chico y todo.
Así es como suele funcionar. —Sus hoyuelos brillaron y lo sentí sonreír de
vuelta.
—¿En serio, señor Casanova?
—Definitivamente —dijo. Lentamente la diversión desapareció de su
rostro—. Entonces, ¿Cómo vamos a conseguir un auto y más dinero?
No estaba segura. No conocía a nadie que pudiera ayudarnos.
—Si no hay otra manera, tendremos que robar.
Devon se sentó. Parecía pensativo.
—No podemos conducir hasta mis padres. El trayecto es de más de tres
horas y es demasiado arriesgado; allí es donde el Mayor probablemente
comprobaría primero. Pero podríamos hacer una visita muy rápida al tío
Scott y a la tía Celia. Te acuerdas de ellos, ¿verdad? —Su voz se había
vuelto extraña cuando hizo la pregunta.
Asentí. Por supuesto, los recordaba de mi época en Livingston. Aquel
día en que habíamos hecho una barbacoa con toda su familia había sido uno
de los más felices de mi vida, si se ignoraba el hecho de que yo había estado
allí como una impostora.
—Viven a una hora de aquí. Estoy seguro de que nos ayudarían. Incluso
tienen un auto de repuesto que probablemente podamos tomar prestado.
—¿No harán preguntas?
—Estoy seguro de que lo harán, pero tendremos que dar las respuestas
correctas.
—De acuerdo —susurré. Estaba demasiado cansada para mantener mis
ojos abiertos—. ¿Puedes poner la alarma a las seis?
—Eso nos da sólo dos horas de sueño —dijo Devon, con preocupación
en su voz.
—No podemos permitirnos más —murmuré—Tenemos que seguir
avanzando. —No me molesté en desvestirme, simplemente puse las mantas
sobre mi cuerpo. Las mantas olían a moho, humo y detergente barato.
Devon apagó las luces. Podía oír su respiración uniforme a mi derecha.
—Lo siento, sabes —dije en voz baja.
—¿Por qué? —preguntó. Su voz era tranquila y controlada.
—Por todo.
—Tessa, está bien.
Mi corazón se rompió al oír sus palabras. ¿Cómo podía decir lo que
quería decir? ¿Cómo podía hacerle ver?
—Creo que ya te has disculpado —continuó. La tensión se filtró en su
voz—. Hiciste tu trabajo. Era una misión. Lo entiendo.
Asentí, aunque él no podía verlo en la oscuridad.
—Está bien —susurré.
No había nada más que añadir, nada que pudiera hacer para quitarle el
dolor de la pérdida de su hermana, o de sus padres. Una pequeña parte de
mí quería preguntar por ellos. Pero no me correspondía hacerlo y, desde
luego, no era el momento. Apreté la palma de mi mano contra la A sobre
mi caja torácica. Los sucesos de Livingston habían dejado cicatrices en
ambos, algunas visibles, otras no.
—Durante mucho tiempo, estuve segura de que me odiabas, pero... —
Me quedé sin palabras.
Eso llamó su atención. Pude ver el contorno de su cabeza levantarse.
—No te odio. —Su tono era suave, tal y como lo recordaba.
Me gustaría poder ver su expresión.
—¿No me odias? Pero...
—No te odio.
—Está bien —dije en voz baja. Estaba cansada, pero al mismo tiempo
tenía miedo de quedarme dormida.
—Devon, ¿Por qué estás realmente aquí? —susurré en la oscuridad.
No respondió durante un minuto. Justo cuando empezaba a pensar que se
había dormido, contestó.
—Necesito la distracción. Y quiero ayudarte a ti y a Holly. —Hizo una
pausa y pude oír su respiración—. Sé que debería volver a casa, pero no lo
soporto. Se siente tan vacío y sin esperanza allí. Y no siento que pertenezco
al cuartel general. No creo que pertenezca a ningún lado. Ya no.
No lo había dicho, pero sabía que el Ejército de Abel era otra de las
razones por las que estaba aquí. Había notado cómo sus ojos se tensaban
cada vez que los mencionaba. Eran la pieza del rompecabezas que faltaba
en el asesinato de su hermana. No estaba aquí sólo para ser útil, sino que
buscaba venganza.
Me deslicé hasta el borde de mi cama y extendí la mano, contenta de que
las camas estuvieran tan juntas.
—Sé lo que se siente. No pertenecer —dije en voz baja.
La mano de Devon se encontró con la mía y se enroscó alrededor de mis
dedos.

***
Durante unos instantes, después de que sonara la alarma, no supe dónde
estaba ni qué había pasado. Una pared de algodón parecía envolver mi
cerebro, pero con el hedor del combustible y la tela polvorienta, el recuerdo
regresó, y con él el dolor en mi pecho. Con un gemido, me senté. Devon ya
estaba despierto. Estaba sentado en el borde de su cama, con la cabeza
enterrada entre sus manos.
Tropecé con mis pies, mi cabeza girando como loca. Dos horas de sueño
no fueron suficientes, pero sabía que el Mayor ya debía haber notado mi
ausencia. Teníamos que seguir avanzando. Toqué el hombro de Devon.
—¿Estás bien?
Levantó la cabeza y me dedicó una sonrisa cansada.
—Estoy bien, sólo cansado.
—¿Por qué no te das una ducha rápida mientras organizo un elegante
desayuno de una máquina expendedora para nosotros? —pregunté.
Devon sonrió. Alisé mi cabello en un débil intento de estar presentable.
No había mucho que pudiera hacer respecto al estado de mi ropa o al olor
de alguien que no se había duchado después de un viaje sudoroso en moto.
Salí de la habitación y me dirigí a la máquina expendedora pegada a la
pared gris al final del estrecho pasillo. Pasé una docena de puertas en mal
estado, mis dedos trazaron ligeramente la superficie fría de la barandilla de
metal que se alineaba a mi lado derecho. El aire era fresco y los primeros
indicios de gris brillaban en el horizonte; pronto amanecería.
A pesar de la madrugada, el área de descanso no estaba tan desierta
como la noche anterior. Dos autos ocupaban los surtidores de gasolina.
Probablemente sus propietarios estaban dentro de la estación. Observé los
aperitivos tras el cristal rayado de la máquina expendedora y seleccioné dos
barritas Twix y dos paquetes de Cheerios en porciones individuales. No era
el desayuno más nutritivo, pero ya nos preocuparíamos de eso más tarde.
Me agaché para recoger la comida cuando noté que alguien me observaba.
Cerca de uno de los surtidores de gasolina, un hombre estaba de pie junto a
la puerta abierta de un camión negro, mirando hacia mí. Sus ojos estaban
ocultos por unas gafas plateadas de espejo, un truco común utilizado por las
Variantes que querían ocultar sus extraños ojos.
Capítulo 17

Mi corazón dio un vuelco y me incorporé de golpe. El hombre seguía


mirándome, con las gafas reflejando los rayos del sol naciente. Deberíamos
haber tenido más cuidado. ¿Cómo pude pensar que era seguro venir aquí
sola? ¿Y en mi propio cuerpo, nada menos? Oh, mierda.
Me di la vuelta y me apresuré a volver a nuestra habitación. Devon
salía del baño con una nube de vapor cuando cerré la puerta, con el pulso
palpitando en mis venas.
—Hey, ¿Qué pasa? —preguntó mientras se acercaba a mí y quitaba
las barritas de chocolate y los cereales de mis manos.
Me arriesgué a mirar a través de las persianas, pero desde mi punto de
vista no podía ver los surtidores de gasolina.
—Uno de los clientes de la gasolinera estaba mirándome cuando
compré la comida.
—¿Y? —preguntó Devon. Se colocó detrás de mí, siguiendo mi
mirada hacia el exterior, su cuerpo estaba tan cerca que su calor calentaba
mi espalda.
Me giré y Devon dio un paso atrás (tuvo que hacerlo) o habríamos
estado lo suficientemente cerca como para besarnos.
—Me miraba fijamente y llevaba gafas de sol. ¿Y si es uno de los
hombres de Abel o alguien de la FEA?
—¿Realmente crees que ya nos habrían encontrado? ¿Cómo podrían
saber que estamos aquí?
—Tal vez vieron la moto cuando pasaron por aquí.
—No se puede ver desde la calle —dijo Devon con una sonrisa
tranquilizadora—. Y honestamente, no me sorprende que el hombre te
estuviera mirando. Tu cabello está por todas partes y el maquillaje de tus
ojos está corrido alrededor de tus ojos. Pareces como si alguien te hubiera
dado un puñetazo. El tipo probablemente solo estaba tratando de ver si
estabas bien.
Empujé a Devon y corrí al baño para ver mi reflejo en el pequeño espejo
sobre el lavabo. Devon tenía razón. Parecía un zombi absoluto con ropa
arrugada. Dejé escapar una risa de alivio y sonreí al rostro de Devon en la
puerta. Pero ahora que el pánico se había desvanecido, me di cuenta de que
se había movido la toalla alrededor de las caderas. Una gota de agua se
deslizó por su clavícula, bajó por su pecho y estómago definidos, solo para
desaparecer debajo de la toalla. Pareció darse cuenta de su falta de ropa en
el mismo momento exacto porque se movió incómodo y regresó a la
habitación.
—Me vestiré mientras tú te duchas, ¿De acuerdo?
Asentí y cerré la puerta. Permití relajarme en el agua caliente que corría
por mi cuerpo. Froté el gel de ducha sobre mis hombros, luego por mis
brazos, y de repente me congelé. Mi piel me dolía debajo del codo, y
entonces me invadió el recuerdo de la noche anterior, de cómo el Mayor
había perforado mi piel con algo. Clavé mis dedos en el lugar hasta que
sentí un pequeño objeto cuadrado. Algo había sido implantado en mi piel.
Cerré el agua, mi corazón latía fuertemente en mi pecho. Me limpié el agua
del rostro y miré mi piel pálida y ligeramente magullada. Cuando flexioné
el brazo y estiré la piel con fuerza, pude ver el diminuto objeto negro. Una
ola de náuseas se apoderó de mí.
Sabía lo que era. Un dispositivo de rastreo.
Salí a trompicones de la ducha, arranqué la toalla del perchero y la
envolví alrededor de mi cuerpo mojado antes de irrumpir en el dormitorio
donde Devon se estaba colocando una camisa por la cabeza.
Sus ojos se agrandaron cuando me vio.
—¿Qué...?
—Tengo un rastreador en mi brazo —lo interrumpí, con voz de
pánico.
Devon cruzó la habitación en dos largas zancadas y me agarró del
brazo.
—¿Estás segura?
—El Mayor lo implantó allí mientras tomaba las pastillas. Apenas
estaba consciente y no lo recordaba.
Guié su dedo hasta el lugar. Su cuerpo se tensó.
—Así que la FEA sabe que estamos aquí.
Tragué saliva. Me sentí mareada por el miedo. Cómo pude ser tan
estúpida para olvidar lo que había hecho el Mayor. Sus píldoras debían
afectar a mi cerebro mucho más de lo que yo creía.
—Todavía es temprano. El Mayor cree que las pastillas me han
dormido. Tal vez no me haya revisado aún, y aunque lo haya hecho,
tardarán en llegar.
El pánico se hinchó en mi pecho.
—Tenemos que quitarlo.
Las cejas de Devon se dispararon.
—¿Cómo?
—¿Tienes un cuchillo?
Recogió su mochila y sacó una pequeña navaja militar. Desplegó la hoja
corta. La sostuvo y por un momento, solo pude mirarla.
—Tienes que hacerlo —dije. No creía que tuviera fuerzas para
clavarme un cuchillo en el brazo—. Tienes que hacerlo. No es gran cosa;
puedes curarme después.
—¿Segura? —preguntó, tomando mi brazo de nuevo.
Asentí.
—Sólo hazlo rápido.
Sin una palabra de advertencia, clavó la punta de la cuchilla en mi
piel. Mordí mi labio mientras un dolor ardiente subía por mi brazo.
Afortunadamente, el rastreador no estaba demasiado profundo. En cuestión
de segundos, el cuadrado manchado de sangre estaba en la palma de la
mano de Devon. La sangre brotaba del corte, pero Devon bajó el cuchillo y
envolvió la herida con su mano. El calor se extendió por mi piel y
permanecimos sentados durante un minuto, mientras yo temblaba y luego
me relajaba en su contacto. Cuando volvió a retirarse, el corte había
desaparecido.
Pero todavía me sentía temblorosa. No estaba segura de sí era por el
dolor, por la sangre o por saber que nuestra huida podría terminar antes de
haber empezado.
—¿Qué hacemos con él? —preguntó Devon, inspeccionando el
dispositivo de rastreo. Unas gotas de sudor brillaban en su frente. La
curación siempre le costaba.
Corrí al baño y dejé la puerta entreabierta para no tener que gritar.
—Tenemos que sacarlo de nuestro rastro. Necesitamos esconderlo en
el auto de otra persona, para que la FEA los siga.
Rápidamente me puse mi ropa interior, jeans y camiseta, y me recogí
mi cabello mojado en una coleta, luego salí corriendo y metí mis
pertenencias en mi bolso.
—Está bien —dijo Devon lentamente, y recogió su mochila.
Abrí un poco la puerta y me asomé al exterior. El hombre de las gafas
se había ido. Pero eso no significaba que no estuviéramos siendo
observados. Salí con Devon siguiéndome de cerca.
Miré a través del estacionamiento hacia la pequeña tienda en la
estación de servicio. El recepcionista estaba leyendo un libro y no miraba
en nuestra dirección.
—Vamos —susurré.
Corrimos hacia el estacionamiento. Esperaba escuchar el sonido de
llantas chirriando y ver vehículos FEA en cualquier momento. Si el Mayor
nos atrapaba, nunca me perdería de vista otra vez. Sería una prisionera por
el resto de mi vida.
Nuestra moto estaba donde la habíamos dejado ayer.
—¿Y si también tiene un rastreador?
Devon se congeló a unos centímetros de la moto, y luego se giró para
mirarme fijamente.
—¿En serio la FEA tendría un dispositivo de seguimiento instalado en
todos sus vehículos?
—No me extrañaría que el Mayor lo hiciera.
—Tienes razón. Mierda. —Pasó una mano por su desordenado
cabello rubio—. ¿Qué vamos a hacer?
Rápidamente miré los otros autos en el estacionamiento. Uno era una
camioneta grande y tosca, no el mejor auto para escapar. El otro era un
viejo Acura negro.
—Nos llevamos ese.
Tomé una pequeña caja de herramientas de la maleta negra de la
motocicleta. Sabía que dentro encontraría una herramienta multiusos
emitida por FEA. Alec me había enseñado a abrir cerraduras con él, entre
otras cosas. Caminé hacia el auto y miré adentro: envoltorios de dulces en
el suelo, botellas vacías de Dr Pepper en el asiento trasero y sin sistema de
alarma. Perfecto.
—Asegúrate de que nadie me vea —dije mientras me arrodillaba ante
la puerta y empezaba a tantear la cerradura.
—¿Aprendiste a robar autos en la sede de la FEA?
—Entre otras cosas —dije.
Mis dedos estaban sudorosos y temblorosos. Tenía que calmarme.
Después de algunos giros, la cerradura hizo clic. Abrí la puerta y me deslicé
detrás del volante, centrando mi atención en el cableado del auto. Devon me
observó con abierta curiosidad.
—Tal vez podrías colocar el dispositivo de rastreo en el camión —
dije, ahora trabajando en el encendido con la herramienta.
Mientras él trabajaba en el camión, yo conseguí por fin poner en
marcha el Acura. El motor ronroneaba, pero en el silencio del
estacionamiento, incluso ese sonido podía ser nuestra perdición. Cerré la
puerta y esperé a que Devon se sentara a mi lado.
—Nunca pensé que me convertiría en un ladrón de autos —dijo con
una pequeña risa.
Saqué el auto de su sitio y lo dirigí hacia la salida de la estación.
—La FEA me enseñó muchas cosas extrañas. —Miré hacia la
carretera. No había limusinas o Mercedes negras, ni autos de policía.
Presioné el acelerador con el pie y giré hacia la carretera.
Devon miró por encima del hombro.
—No parece que se hayan dado cuenta de que el auto ha
desaparecido. Y nadie nos sigue.
—Mira el cielo —dije, pisando el acelerador.
Necesitábamos salir del área del motel lo más rápido posible. En un
par de horas estaría repleto de agentes de la FEA.
—Despejado —dijo Devon, recostándose contra su asiento y
estirando las piernas. Parecía exhausto. No habíamos dormido más de dos
horas y ni siquiera habíamos tenido tiempo de tomar nuestro desayuno
improvisado—.Extraño la moto. Era mucho más genial que esta cosa. —
Señaló el desorden que nos rodeaba. Su estómago soltó un gruñido.
Me reí, pero el sonido no me gustó.
—En mi mochila.
Devon metió la mano por detrás de mi asiento y, un par de minutos
después, sostuvo los chocolates y cereales que había comprado en la
máquina expendedora. Los dividimos entre nosotros, pero los bocadillos
estaban rancios y todo sabía a polvo.
—Eres una buena conductora—comentó. Parecía sorprendido.
—Supongo que tengo un talento natural. Casi no tengo práctica.
Cuando entré en la FEA, aún era demasiado joven para tener licencia de
conducir y apenas he conducido además de en clase. —Miré por el espejo
retrovisor. Todavía no había señales de ningún auto siguiéndonos.
Ahora que habíamos puesto algo de distancia entre nosotros y el
motel, Devon y yo nos detuvimos para cambiar de lugar. Él conocía el
camino a la casa de sus tíos mejor que yo. Y realmente necesitábamos
deshacernos de nuestro auto actual lo antes posible. Pronto el Mayor (y la
policía) lo estarían buscando.
Devon se mantuvo dentro de los límites de velocidad, en su mayor parte.
Aunque teníamos prisa, no podíamos arriesgarnos a que nos parara la
policía. Devon tenía su licencia de conducir, pero me preocupaba que la
FEA estuviera conectada a la base de datos de la policía y viera si alguien lo
investigaba. Nos perseguirían en un abrir y cerrar de ojos, si es que no lo
estaban haciendo ya. Y luego estaba el pequeño problema del auto robado.
Volví a escudriñar el cielo en busca de helicópteros. No podía deshacerme
de la sensación de que estábamos siendo perseguidos.
Capítulo 18

Después de conducir durante casi una hora, Devon se detuvo en un


estrecho camino forestal. El Acura traqueteó sobre el pavimento irregular y
mis piernas y espalda agarrotadas protestaron dolorosamente. Devon
zigzagueó para evitar los innumerables baches llenos de agua turbia. Podía
ver la tensión en su cuerpo, la forma en que aguantaba la tensión de su
espalda y estómago. El auto gemía cada vez que encontrábamos un bache.
Definitivamente, no estaba hecho para los viajes por carretera. Las nubes se
abrieron y cayeron fuertes gotas de lluvia sobre nosotros. En ese momento
apareció una casa encantadora: fachada de estuco gris, persianas blancas y
un porche con flores lilas que caían en cascada casi hasta el suelo.
Cuando Devon nos detuvo junto a los tres autos estacionados en la
entrada, los guijarros volaron por todas partes. La puerta blanca se abrió de
golpe y la tía Celia, con un vestido naranja brillante y un delantal amarillo,
se asomó, frunciendo el ceño. Por supuesto que no nos reconocería mientras
estuviéramos ocultos tras el sucio parabrisas.
Ella no te conoce en absoluto, me recordé a mí misma. Después de
todo, ya no me parecía a la hermana de Devon, Madison.
Devon trató de peinarse. Se había pasado las manos nerviosamente por
él tantas veces en la última hora que lo tenía todo revuelto. Sólo podía
imaginar el desastre que parecía. Los rizos que se habían caído de la coleta
se pegaban a mi cuello y a mi frente. En el momento en que la tía Celia vio
a Devon, su rostro se iluminó. Me miró con curiosidad mientras
caminábamos por el porche antes de abrazar a Devon y besarlo en la
mejilla.
—Devon, cariño, ¿Qué estás haciendo aquí?
—Oh, estamos haciendo un pequeño viaje por carretera. Y pensamos
en pasar por aquí —dijo Devon con ligereza.
—¿Y quién es esta jovencita? —Me sonrió.
Estaba más pálida de lo que la recordaba, y se veía un poco mayor. Su
cabello rubio estaba recogido en un moño desordenado y parecía alguien
que no había dormido en mucho tiempo. Al igual que Devon, recientemente
había perdido a alguien por quien se preocupaba profundamente. Ese no era
el tipo de cosa que olvidas rápidamente.
—Hola, soy Tessa. —Le estreché la mano con una sonrisa—. Soy una
amiga de Devon.
—Qué encantador—dijo, pero su voz era hueca y lanzó una mirada
nerviosa a Devon—. Adelante. Tu tío está dentro.
La pared a nuestra izquierda estaba cubierta con fotos familiares. Una
punzada de celos me atravesó al verlos. Devon tenía una familia cariñosa,
no tenía que robar sus propias fotos familiares de un archivo prohibido; se
exhibieron al aire libre para que todos los vieran. Alcancé las fotos dobladas
en el bolsillo de mis jeans. Solo sentirlos debajo de la punta de mis dedos
me dio un sentido de pertenencia.
La mano de Devon en la parte baja de mi espalda me instó a seguir
adelante. Me apresuré a atravesar la casa, pero cada paso me parecía más un
regreso a una familia feliz. Cuando entramos en la sala de estar, el tío Scott
apartó la mirada del partido de béisbol en la televisión. El aroma picante de
los cigarros me llegó y quemó mi nariz. Todavía lucía su característico
bigote que se curvaba alrededor de sus labios.
—Entonces, ¿Hacia dónde se dirigen ustedes dos? —preguntó.
—¿Escuchaste a escondidas? —preguntó Devon con una sonrisa.
Su tío se levantó, lo abrazó y palmeó su espalda.
—No hace falta. Estas paredes son finas como el papel —dijo el tío
Scott con su voz profunda y ronca. Se giró hacia mí y estrechó mi mano—.
Así que tú eres Tessa, la amiga.
Dijo amiga como si no creyera ni por un segundo que eso era lo que
éramos.
Mis mejillas se calentaron.
—Esa soy yo. Encantada de conocerlo, señor.
—Entonces, ¿A dónde los lleva su viaje por carretera? —El tío Scott
volvió a preguntar mientras se hundía en su silla. Bajó el volumen del juego
pero no apagó el televisor.
Devon estaba a punto de responder, pero interrumpí antes de que
pudiera decir algo equivocado.
—Chicago —respondí.
El tío Scott asintió, pero no estaba seguro de que me creyera
realmente. La tía Celia entró en la sala de estar en ese momento, llevando
una bandeja con galletas y té helado.
—¿Es ese tu auto, Tessa? —preguntó mientras dejaba todo sobre la
mesa. No estaba segura, pero me pareció detectar un atisbo de sospecha en
su voz—. ¿Por qué no toman asiento, chicos?
Devon y yo nos hundimos en el sofá de felpa. Olía al mismo
limpiador de alfombras de flores que había utilizado su madre.
—En realidad, ésa es una de las razones por las que estamos aquí —
comenzó Devon vacilante—. Quería preguntar si nos podían prestar un
auto.
—¿Por qué no puedes tomar el auto de Tessa? —preguntó el tío Scott.
—Es muy viejo y los frenos no funcionan bien. No queremos
conducir una distancia tan larga con él —mentí rápidamente.
La culpa brilló en el rostro de Devon. No podíamos decirles la verdad.
Muy pronto descubrirían que el auto fue robado y que les habíamos
mentido.
El tío Scott dejó su cigarro.
—Estás en problemas, ¿verdad?
Devon y yo intercambiamos una mirada. Me giré hacia el tío Scott,
sonriendo tímidamente.
—Sólo queríamos disfrutar de unos días juntos antes de tener que
volver a la academia.
—¿Así que también eres artista, Tessa? La madre de Devon me habló
de tu escuela de arte —dijo la tía Celia mientras nos entregaba a los dos un
vaso de té helado.
Artistas. Tuve que evitar resoplar.
—Gracias —dije—. Soy un artista, pintora. Pero no es tan interesante
en realidad.
—Así que, de todos modos. ¿Creen que podrían prestarnos un auto?
Estaríamos de vuelta en un par de días y podríamos dejarlo en nuestro
camino de regreso al campus. —preguntó Devon. Me alegré de que
intentara apartarse del tema de la escuela.
—Por supuesto —dijo el tío Scott, con expresión comprensiva—. Tu
tía y yo sabemos que éste ha sido un momento muy difícil para ti, Devon, y
me alegra saber que te estás tomando un tiempo para ti. Sabes que siempre
estamos aquí para cuando nos necesites. Sólo no te metas en problemas,
¿De acuerdo?
—No te preocupes —dijo Devon con una sonrisa.
La tía Celia limpió sus ojos y se excusó antes de desaparecer de la
vista. Podía oírla rebuscar en la cocina.
El tío Scott suspiró.
—Habló con tu madre esta mañana…
—¿Está bien? —preguntó Devon, la tensión deslizándose de nuevo en
su cuerpo. Hice una pausa con el vaso contra mis labios.
El tío Scott frunció el ceño, su bigote se volvió hacia abajo en los
bordes.
—Ella está bien. Pero están pensando en vender la casa. Tu madre no
soporta seguir viviendo allí. Y parece que tu padre está siempre en el
trabajo. —Volvió a suspirar y negó con la cabeza—. Supongo que es su
forma de afrontar las cosas. —Miró distraídamente el televisor.
Toqué la pierna de Devon para demostrarle que estaba a su lado. Pero
su rostro era de piedra.
—Los llamaré más tarde.
—Estoy seguro de que se alegrarán de saber de ti. —El tío Scott hizo
una pausa—. Puedo darles nuestro viejo camión. Y si no tienen un lugar
donde quedarse, siempre pueden acampar en la cama del camión. Sólo
asegúrense de estar a salvo. Voy por las llaves. No lo necesitaremos durante
los próximos días, de todos modos.
Salió de la sala de estar y volvió unos minutos después con las llaves,
una tienda de campaña y dos sacos de dormir enrollados en las manos. Se
los entregó a Devon.
—Por si acaso. Así no tendrán que congelarse si deciden dormir en la
cama del camión.
—¿Por qué no se quedan a comer? Incluso podrían pasar la tarde aquí
para relajarse un poco… —dijo la tía Celia, entrando en la sala de estar, con
un aspecto más sereno que antes.
Por la mirada de Devon, me di cuenta de que le habría encantado
aceptar su oferta, pero, por supuesto, no podíamos arriesgarnos a pasar más
de un par de horas en el mismo sitio. Por no hablar de la casa de un familiar,
que era donde buscarían primero.
—Muchas gracias por la oferta, tía Celia, pero tenemos que darnos
prisa. Hemos quedado con unos amigos de Tessa en Chicago y tenemos una
agenda muy apretada —mintió.
—¿Por qué no...? —empezó a decir el tío Scott, pero el sonido de un
teléfono lo interrumpió. Se excusó y se dirigió a la cocina para coger el
teléfono. Cuando volvió, estaba hablando en voz alta, con las cejas
fruncidas—. No, Linda, cálmate.
Al mencionar a la madre de Devon, mi cuerpo se inundó de ansiedad.
Devon se levantó del sofá, dejó caer los sacos de dormir y dio un paso hacia
su tío.
—Están aquí con nosotros. No hay razón para preocuparse. Puedo
pasarte a Devon ahora mismo. —El tío Scott le entregó el teléfono a Devon,
que se lo llevó a la oreja tras un momento de vacilación.
Me desplacé hasta el borde del sofá. Esto no era bueno. El rostro de
Devon cayó.
—Mamá, estoy bien. Mamá, por favor, deja de llorar. No ha pasado
nada. —Bajó la voz para sus siguientes palabras—. Mamá, ¿Siguen ahí? —
Palideció mientras asentía—. Está bien, mamá. Por favor, confía en mí.
Todo irá bien. No puedo hablar mucho más. Pero te llamaré pronto. No los
escuches, mamá, están haciendo un gran problema de nada. Confía en mí.
—Dejó caer el teléfono sobre la mesa, sus ojos preocupados se posaron en
mí.
—El Mayor y Summers están allí.
Capítulo 19

—Les dijeron a mis padres que nos habíamos escapado y que no era
estable. ¿Por qué diablos les dirían algo así a mis padres después de lo que
han pasado en las últimas semanas?
Golpeó la mesa con su puño. Su vaso se volcó y el té se derramó por
todas partes. La tía Celia se estremeció, con las manos congeladas sobre su
taza mientras nos observaba con los ojos muy abiertos.
—Lo siento. Quieren hacerte sentir culpable y engañarte para que
vuelvas —dije en voz baja—. Y ahora el Mayor sabe que estamos aquí.
Enviarán al agente más cercano para que venga a buscarnos. Tenemos que
irnos inmediatamente.
—Así que estás en problemas —dijo lentamente el tío Scott.
Devon se quedó mirando a su tío como si acabara de recordar que no
estábamos solos.
—Es complicado. Pero no tenemos ningún problema. Sólo
necesitamos un tiempo libre. Todo va a salir bien.
Devon y yo nos pusimos de pie, recogimos los sacos de dormir y la
tienda de campaña, agarramos las llaves de la mesa y salimos a toda prisa
por la puerta. La confusión se reflejó en los rostros del tío Scott y la tía
Celia cuando nos siguieron fuera.
—¿Adónde van? ¿Qué está pasando? —preguntó Celia con ansiedad,
pero nadie dijo nada.
—¿Qué se supone que debo decirles a tus padres? Están preocupados
por ti —dijo el tío Scott tras nosotros.
Devon se detuvo frente a la camioneta negra, lanzando miradas
nerviosas a sus tíos.
—Siento haberles causado problemas —susurró—. Pero te prometo
que estaremos bien.
Me quedé con mis manos en los bolsillos, sin saber qué hacer. Me di
cuenta de que sus tíos me miraban como si fuera yo quien había llevado a
Devon por el mal camino. Y en cierto modo era cierto. Sin mí, Devon
estaría viviendo en el cuartel general, sano y salvo, todavía felizmente
inconsciente de las mentiras que vomitaban el Mayor y la FEA.
—Gracias por su ayuda y por el té helado —dije antes de entrar en el
asiento del copiloto. El interior del auto olía a humo viejo y a perro mojado,
aunque no había visto ningún perro dentro de la casa.
Devon entro en el auto y arrancó el motor. Saludó a su tío y a su tía
cuando salimos de la entrada de su casa. Nos miraban con expresión de
asombro. ¿Cuánto tiempo tardaría la FEA en venir a interrogarlos?
—¡Maldita sea! —gritó Devon, golpeando el volante con el puño. En
cuanto estuvimos fuera del campo de visión de sus parientes, pisó el
acelerador y nos fuimos rápido por la carretera llena de baches.
Los nudillos de Devon estaban blancos por su agarre del volante.
—¿Crees que la FEA les hará algo a mis padres? —preguntó.
Negué inmediatamente con la cabeza.
—No —dije con firmeza.
Devon me miró de reojo como si necesitara más pruebas para creerlo.
—La FEA no es así. Tal vez manipulen y mientan cuando les
conviene, pero nunca lastimarían a inocentes. Probablemente intentarán
usar a tus padres como palanca para hacerte sentir culpable o hacer que
hagas algo imprudente y estúpido, pero en realidad no les harán ningún
daño.
Y aunque no confiaba en la FEA ni en el Mayor, sabía que era cierto.
El Mayor tenía cierta moral. A veces se la saltaba si le convenía, pero eso
no lastimaría a la familia de Devon.
—No me gusta la idea de que el Mayor hable con mis padres. Sólo les
dirá más mentiras y hará que se preocupen. Han pasado por mucho y ahora
esto... —Se interrumpió, tragando con dificultad. Sus ojos se dirigieron de
nuevo a mí—. ¿Crees que podríamos comprobar cómo están? Para
asegurarnos de que están bien y para que sepan que yo también estoy bien.
Dudé. Me di cuenta de lo importante que era esto para Devon.
—Definitivamente no podemos ir allí. Probablemente tendrán la casa
bajo vigilancia. Lo mismo para la consulta veterinaria de tu padre. Es
demasiado peligroso. Pero podríamos parar en un teléfono público más
tarde para llamar a tus padres e intentar que descansen de sus
preocupaciones.
Los hombros de Devon se desplomaron, aunque sabía que había
esperado que dijera eso. Parecía muy triste. Toqué su brazo. Sus músculos
estaban tensos bajo las yemas de mis dedos.
—Devon, tenemos que concentrarnos. Tenemos que hablar con el ex
novio de mi madre en Detroit y encontrar a mi madre. Esa es nuestra
máxima prioridad. Holly nos necesita. Y realmente creo que tus padres no
están en peligro. Te prometo que estarán bien. No te mentiría.
—Lo sé —dijo y cubrió mi mano con la suya—. ¿Cuánto tardaremos
en llegar?
—Bueno, creo que el viaje a Detroit durará treinta y seis horas. Pero
tendremos que descansar. Yo podría conducir, por supuesto, pero no tengo
licencia, así que será mejor que no nos atrapen.
—Está bien. No me importa conducir. Ni siquiera tenemos que buscar
un motel. Usaremos los sacos de dormir que nos dio mi tío. De esa manera,
menos personas verán nuestros rostros. —Me miró—. ¿Por qué no te
conviertes en otra persona? Nadie sabría que eres tú.
—Pero el Mayor todavía lo sabría si me viera contigo.
—¿Y qué? Podría cambiar mi apariencia. Ya sabes, teñirme el cabello
de negro, usar lentes de contacto y vestirme de forma diferente. Y el
Ejército de Abel seguiría despistado.
Me quedé mirando el precioso cabello rubio de Devon.
—Quizá una peluca también funcionaría. Podrías comprar varias
pelucas y cambiar rápidamente de look si fuera necesario.
—¿Una peluca? —Se rió. El sonido vertiginoso alivió el nudo de mi
estómago—. ¿Hablas en serio?
Sonreí, pero entonces se me ocurrió algo.
—No recuerdo cuál de las apariencias de las personas que tengo
almacenadas en mi ADN he utilizado antes durante los entrenamientos. Si
utilizo a una persona con la que he estado cerca de Alec, Summers o Mayor,
aún podrían hacer la conexión.
—Entonces tendrás que encontrar nuevas personas cuya apariencia
puedas usar.
—Sí, supongo que sí. Tendré que toparme con algunas personas en
nuestra próxima parada de descanso y asegurarme de tocar su piel —dije.
—¿Así que eso es todo lo que se necesita? ¿Tocar la piel de alguien?
—Su voz había cambiado y supe en qué estaba pensando—. ¿La tocaste? —
preguntó en voz baja.
Me quedé mirando por la ventanilla del copiloto. No tuvo que
decirme a quién se refería. Lo sabía.
—Sí, tuve que hacerlo. La visité en el hospital unos días antes de que
muriera. —Hice una mueca.
Devon y sus padres no se habían enterado de la muerte de Madison
hasta después de terminar la misión. A veces me preguntaba si Devon
desearía haber estado allí cuando su hermana gemela había muerto.
—¿Cómo se siente? —preguntó Devon con vacilación, como si no
estuviera seguro de querer saber realmente la respuesta.
—¿Te refieres a incorporar los datos de una persona? —Un momento
después, me di cuenta de la frialdad con la que debió sonar eso para Devon,
pero no pude retirar las palabras.
—Sí, si así lo llamas —dijo. Había un filo en su voz mientras
mantenía su mirada fija en el parabrisas.
—Es difícil de describir. Puedo sentir que mi cuerpo absorbe la
información. Es un poco como una carga, como un flujo de energía. Mi
cuerpo memoriza el ADN y la mayoría de las veces, mi forma está
dispuesta a cambiar inmediatamente.
—¿Cómo fue tocar a Maddy? ¿Fue diferente porque ella era...?
No sabía cómo responderle. No estaba realmente segura de que su
caso se hubiera sentido muy diferente. Ese día había sido demasiado
estresante como para recordar cada detalle.
Devon pasó una mano por sus ojos y un pesado silencio se apoderó de
nosotros. Pensé que podría asfixiarme. Pero no sabía qué hacer.
Después de unos minutos, Devon se aclaró la garganta.
—Lo que me he estado preguntando desde que me enteré de tu
Variación: ¿Has intentado alguna vez transformarte en un animal? —Me di
cuenta de que le resultaba difícil hacer que su voz sonara tranquila y ligera.
Mis labios se volvieron en una sonrisa temblorosa.
—Oh, no. Mi Variación no funciona así. No siento nada cuando toco a
los animales. Definitivamente, mi cuerpo no absorbe sus datos. Sólo
funciona con otros humanos.
—¿Por qué crees que es así? —preguntó Devon, sus hombros
perdieron algo de tensión.
—Supongo que absorber los datos de otra especie no es natural.
—¿A diferencia de convertirse en otro ser humano?
Miré el rostro de Devon para asegurarme de que no lo había dicho
con resentimiento, pero no delató nada.
—Sé que parece incorrecto —dije en voz baja.
Devon negó con la cabeza.
—No, no lo es. No quería hacerte sentir mal. No podemos evitar
nuestras variaciones. No es perfectamente normal poder curar a las
personas. Ya lo sé.
—Sí, lo normal no tiene nada que ver con nosotros —bromeé. Devon
se recostó en su asiento, desapareciendo la última tensión de su cuerpo—.
Pero, honestamente, definitivamente no puedo convertirme en un animal.
Lo he intentado.
—¿Lo hiciste? —Los ojos de Devon se dirigieron a los míos, llenos
de curiosidad—. Déjame adivinar: un lindo cachorrito.
Resoplé.
—Por supuesto que no. No podrías estar más lejos de la verdad. —
Levanté las cejas en un desafío silencioso.
Devon flexionó sus brazos.
—Me gustan los buenos retos. —Pasó sus ojos por encima de mí
como si eso le diera una pista.
¿Me parecía a algún tipo de animal? Si decía hipopótamo o hiena, le
daría una patada en el culo. Sentí que mi cuello se enrojecía cuando su
mirada se posó en mí mucho más tiempo del debido.
—Un perezoso.
—Ahora intentas insultarme —dije, cruzando mis brazos sobre mi
pecho. Los hoyuelos brillaron en sus mejillas.
—Con la mano en mi corazón, nunca haría algo así. —Pero pude ver
en su rostro que estaba buscando un animal que realmente me volviera loca.
—Una araña —adivinó. La expectación se reflejó en su rostro. ¿Creía
que iba a empezar a gritar como una niña?
—No. Creo que mi cuerpo implosionaría si intentara convertirme en
algo tan pequeño.
Frunció el ceño.
—¿No te dan miedo las arañas?
—¿Por qué iba a tenerlo? Salvo algunas especies, son perfectamente
inofensivas. No pueden hacerme daño.
—Lo sé —dijo—. Pero a la mayoría de las chicas les dan miedo. ¿Y a
los bichos en general?
Negué con la cabeza.
—¿Los ciempiés?
De nuevo negué con la cabeza, reprimiendo una sonrisa.
—¿Cucarachas?
Volví a negar con la cabeza.
Golpeó el volante con la palma de su mano.
—Oh, vamos. Tiene que haber algo que te aterrorice.
Había muchas cosas que me aterrorizaban. Pero los bichos
espeluznantes no eran una de ellas. Había cosas peores en este mundo que
las alimañas con ocho patas y cuatro ojos. Pero no se lo iba a decir a Devon,
o el ambiente se pondría en llamas.
—Lo siento. Parece que soy un bicho raro en más de un sentido.
—En realidad, creo que es algo genial —dijo Devon—. Entonces,
¿Me lo vas a contar ahora?
—Un camaleón.
—¿Eso es todo? Pero con tu Variación eres prácticamente un
camaleón.
—En realidad no. Un camaleón puede adaptarse al color de su
entorno. Puede mimetizarse. Eso es algo que yo nunca logré.
—Pero parecías mezclarte muy bien en Livingston —dijo.
Y me di cuenta de que tenía razón.

***

Llevábamos más de ocho horas en la carretera cuando Devon detuvo


el camión en una pequeña área de descanso rodeada de bosque. El atardecer
estaba tiñendo de gris nuestro entorno. Estacionó el auto en un lugar
cubierto de árboles que quedaba protegido de la vista y salimos de la cabina
del camión. A pesar de ser primavera, las tardes y las noches eran gélidas.
Me puse mi chaqueta de invierno mientras subía a la cama del camión.
Devon se subió a mi lado y juntos montamos la tienda de campaña, para
estar protegidos del viento y el clima. Nos metimos en nuestros sacos de
dormir. El interior de la tienda olía como el aire libre, con reminiscencias de
hogueras y moho. Mi nariz comenzó a picar.
No había mucho espacio en la tienda, así que Devon y yo nos
sentamos apretados el uno contra el otro.
—¿Crees que hará frío esta noche? —susurré. Habría estado mal decir
algo más en voz alta.
Devon subió la cremallera del saco de dormir hasta el pecho y
encendió la linterna. Tras el fino material de la tienda, pude ver que los
últimos rayos de sol habían desaparecido.
—Puede ser, pero estos sacos de dormir soportan temperaturas muy
por debajo del punto de congelación. Estaremos bien.
Asentí. Con el lado de Devon presionado contra el mío, el calor de su
cuerpo metiéndose en mí, supe que lo estaríamos.
—¿Así que creciste en Detroit? —preguntó Devon.
—En realidad no. Crecí en muchos lugares —dije.
Los ojos de Devon examinaron mi rostro y después de un momento
asintió como si entendiera, pero dudé que fuera así.
—Entonces, ¿Qué pasa con tu madre, si es una Variante como has
dicho, es posible que pueda adoptar otras apariencias como tú?
Los sellos rojos que decían “volátil” aparecieron en mi mente. Había
muchas cosas que no sabía sobre mi madre. Sabía más datos sobre la
familia de Devon que sobre la mía.
—Su Variación es la regeneración. No creo que eso implique
transformarse en otras personas. Creo que sólo puede hacer que sus células
se renueven, para que vuelva a parecer joven.
Devon frunció el ceño. Era extraño lo bien que se sentía estar hombro
con hombro con él. Nunca me había sentido más sola que cuando me enteré
de la traición de Alec y la FEA, pero era reconfortante saber que aún tenía a
Devon.
—¿La reconocerías si pareciera tener veinte años?
Intenté recordar el rostro de mi madre la última vez que la había visto,
pero eso había sido hace más de tres años. Me incliné hacia delante, cargué
el bolso sobre mis piernas y saqué la foto de mi madre que había
encontrado en el archivo, pero mantuve ocultas las fotos con Abel y mi
hermano Zachary.
—Creo que en realidad sería más fácil para mí si ella pareciera más
joven, cuando la vida estaba hecha de recuerdos felices. La verdad es que
apenas recuerdo su aspecto de hace tres años.
Le entregué la foto a Devon. Él la iluminó con la linterna y estrechó
los ojos para verla mejor.
—Yo tenía un año en esa foto —le expliqué—, y por lo que sé, mi
madre tenía veinte años.
La expresión de Devon se suavizó.
—Tú y tu mamá se ven tan felices aquí.
Miré la sonrisa cariñosa de mi madre, su piel suave y la forma en que
me abrazaba. Mi sonrisa era amplia, mostrando mis primeros dientes, y
parecía que no podía ser más feliz en otro lugar que en el regazo de mi
madre.
—Supongo que fuimos felices en ese momento.
—¿Y qué pasó? —Me devolvió la foto y la metí en mi bolso donde no
pudiera traerme recuerdos dolorosos.
Me había hecho esa pregunta tantas veces y siempre me quedaba
corta, pero ahora pensé que podría saber la respuesta.
—Nos mudamos mucho. Más tarde pensé que era porque a mi madre
le preocupaba que alguien se enterara de mi Variación, pero ahora creo que
podría haber estado huyendo del Ejército de Abel.
—Si estaba tan preocupada por el Ejército de Abel, ¿Por qué crees
que no volvió a la FEA? Dijiste que había vivido en el cuartel general
durante unos años, ¿verdad? —Devon se movió y el roce de nuestros
hombros hizo que mi piel se erizara. Seguía siendo extraño estar tan cerca
de él; siempre había pensado que Alec sería el que estaría a mi lado si algo
iba mal. Nunca habría pensado que él podría ser la razón por la que todo iba
mal en primer lugar.
Podía sentir que Devon me miraba fijamente.
—No lo sé —dije—. Pero necesito averiguarlo. Por eso tenemos que
encontrarla. —Intenté pensar en los años más felices con mi madre, pero los
primeros recuerdos estaban casi desvanecidos—. No creo que el periodo
feliz durara mucho. Creo que la huida afectó a mi madre bastante rápido,
pero lo que realmente la afectó fue cuando mostré signos de mi Variación.
Le recordé todo lo que se había esforzado por olvidar. Creo que fue
entonces cuando perdió la cabeza y empezó a odiarme.
La mano de Devon buscó la mía y entrelazó mis dedos con los suyos.
Lo hizo con tanta facilidad y despreocupación, como si hubiéramos sido
amigos (o más) durante años.
—Ella no te odia —dijo en voz baja. Pero no podía saberlo. Nunca
había conocido a mi madre, nunca había visto el disgusto en sus ojos
cuando me había sorprendido usando mi talento.
No dije nada, sólo cerré mis ojos.

***

No estaba segura de cuánto tiempo había estado durmiendo, pero no


podían ser más de un par de horas por cómo sentía mi cuerpo. Levanté mi
cabeza lentamente, preguntándome qué me había despertado. El haz de luz
de un foco giraba sobre nuestra tienda. Miré por el hueco. Afuera estaba
oscuro excepto por los focos, pero pude distinguir la forma de las sirenas de
la policía en el techo de un automóvil.
—Devon —siseé, sacudiendo su hombro.
Se dio la vuelta, parpadeando para recuperar el sueño.
—¿Qué pasa?
—La policía —dije en voz baja.
Devon se incorporó, con los ojos muy abiertos.
—Nos están buscando. Tienes que salir y esconderte en algún sitio.
Rápido.
Se puso de rodillas, mostrando confusión en su rostro.
—¿Por qué?
—Date prisa —susurré—. Yo estoy bien aquí, pero tú tienes que
permanecer escondido.
Cuando el auto de policía se detuvo en el estacionamiento, hubo un
momento en que los árboles ocultaron la caja del camión de su vista.
—Ahora.
Medio empujé a Devon fuera de la tienda. Aterrizó con un golpe
suave en el asfalto y lo vi correr hacia los arbustos al lado del camión,
agachándose en la maleza. No podíamos arriesgarnos a que nos atraparan.
Me quité la ropa y la metí en el saco de dormir, luego saqué unos
pantalones de chándal y una camisa del bolso de Devon y me los puse con
cautela.
El crujido de los neumáticos sobre el asfalto se detuvo cerca. El auto
de policía se había detenido junto al nuestro. Respiré hondo, recordé la
forma del tío Scott y dejé que la sensación me invadiera. Podía oír sus pasos
acercándose, y vi el haz de una linterna cada vez más grande y brillante a
medida que se acercaban a la tienda. Me quedé muy quieta, excepto por el
temblor de mis miembros mientras me transformaba en la forma del tío
Scott. Propuse que la transformación fuera más rápida. Si los agentes de
policía me atrapaban a mitad del cambio, nos meteríamos en un buen
problema.
Cuando las ondulaciones de mi cuerpo se calmaron, el policía se
detuvo frente a la abertura de la tienda. Golpeó su linterna contra el lateral
del camión.
—Esto no es un área de descanso —gritó—. Salga.
Fingí despertarme y me arrastré hasta la abertura de la tienda antes de
asomar la cabeza. Por el rabillo del ojo, pude ver a Devon agazapado entre
los arbustos y, en el mismo instante, vi un parpadeo donde estaba el auto de
policía. Por un breve instante, su aspecto había cambiado y revelado otro
auto debajo. ¿Qué demonios?
Mis ojos volaron hacia el hombre que estaba frente a mí y, ahora que
me concentré realmente, pude ver que algo no estaba bien en su uniforme.
Era casi como un holograma, como en las películas, cuando intentan utilizar
personajes animados en lugar de actores reales. Se parecía al personaje real,
pero sabías que algo iba mal. Estaba demasiado oscuro para distinguir algo,
salvo el brillo blanco de sus ojos sobre su rostro negro, pero sabía que su
ropa y el auto eran una ilusión. Su brazo se movió y mis ojos se dirigieron
hacia abajo. Llevaba una jeringa en su mano derecha. Lo único que
probablemente le había impedido clavarla en mi cuello era mi aspecto.
Parecía no estar seguro de si era yo a quien buscaban.
No le di la oportunidad de decidirse. Mi brazo salió disparado y le di
un puñetazo en la mandíbula. Se tambaleó hacia atrás y las ilusiones se
desvanecieron, revelando a un hombre vestido de civil ante un auto negro.
¿Era la FEA o el Ejército de Abel?
Levantó un walkie-talkie.
—Está aquí.
Capítulo 20

Devon salió de los arbustos y en el mismo instante apareció un


segundo hombre de la nada. Vi un destello de cabello rojo. ¡El secuestrador
de Holly! Así que, después de todo, nos perseguía el Ejército de Abel. Bajé
de la plataforma del camión y dirigí una patada alta a la cabeza del hombre.
El pelirrojo se inclinó hacia atrás, disminuyendo el golpe, pero le rompí los
labios. Devon luchaba contra el hombre de la jeringa. Dirigí otro puñetazo a
mi oponente, pero lo esquivó. Se abalanzó sobre mí. El aire abandonó mis
pulmones de golpe, pero no me caí. Clavé mi codo en su ojo. A su grito de
dolor se unió el sonido de un cuerpo golpeándose contra el auto. Devon se
situó junto al otro hombre que yacía en el suelo inmóvil, con la cabeza
sangrando. Debió de chocar con fuerza contra el lateral del camión.
Volví mi atención a mi oponente y traté de patear sus piernas debajo
de él, pero se tambaleó hacia atrás y desapareció con un estallido. Un
segundo después, reapareció junto a su compañero, lo agarró del brazo y
ambos desaparecieron en el aire. Respiraba con dificultad, pero no bajé la
guardia. Podían volver en cualquier momento. ¿Y su auto? Lentamente,
volví a mi propio cuerpo. Tiré de los hilos para que los pantalones de
chándal no se deslizaran y me giré hacia Devon. Mi corazón dio un fuerte
latido. Estaba apoyado contra el camión. La jeringa estaba atascada en su
brazo. Corrí hacia él y la retiré.
—¿Devon? —dije con voz de pánico—. ¿Estás bien?
Me dedicó una débil sonrisa.
—Creo que había tranquilizante en la jeringa. Me siento un poco
confuso, pero mi cuerpo está luchando contra ello. Los medicamentos no
suelen hacer efecto debido a mi Variación. Creo que eso asustó mucho a mi
oponente.
—Vamos. —Lo ayudé a subir al asiento del copiloto antes de
desmontar rápidamente la tienda de campaña lo suficiente como para que
pudiéramos alejarnos. Estaba segura de que volverían pronto. Me coloqué
detrás del volante y arranqué. Devon luchaba por mantenerse despierto a mi
lado.
—¿Seguro que estás bien?
Asintió.
—Solo vamos a asegurarnos de que no vuelva a ocurrir. Realmente
necesito una buena noche de sueño.
Forcé una sonrisa, pero por dentro estaba en pleno modo de pánico.
¿Cómo nos había encontrado el Ejército de Abel? ¿Y tan rápido? Habían
sido capaces de encontrarnos antes de que tuviéramos idea de cómo
encontrar a Holly.

***

Veintiséis horas y otra noche en la tienda de campaña después, Devon


y yo llegamos a Detroit. No nos habían vuelto a atacar, pero sabía que era
cuestión de tiempo que la FEA o el Ejército de Abel nos alcanzaran.
Carl vivía en las afueras de la ciudad, en la misma casa que había
compartido con mi madre y conmigo hace más de tres años. Las líneas
telefónicas cruzaban la calle por encima de nosotros, con algunas antenas
desviadas. Las palomas caminaban por la acera, recorriendo el suelo en
busca de comida. Era temprano en la tarde, pero esta parte de la ciudad,
repleta de viejos almacenes, estaba desierta. Nos detuvimos en la calle que
conducía a mi antiguo barrio. Pocas personas estaban en la calle. No
reconocí a ninguno de ellos, pero no había sido exactamente sociable
cuando vivía aquí.
—Esa es —dije, señalando una pequeña casa marrón con la pintura
desconchada, una barandilla rota y cubos de basura atestados. Un carrito de
la compra estaba olvidado en la acera frente a ella. Probablemente alguien
lo había robado, o como la personas de por aquí solían decir: prestado para
siempre.
Devon se detuvo en la acera, pero no bajamos del camión
inmediatamente. Me quedé mirando la casa destartalada que una vez había
sido mi hogar. Resultaba extraño volver. La última vez que había enviado
una carta a mi madre a esta dirección, me la devolvieron. Mi madre no se
había quedado con un hombre durante más de dos años desde que tenía uso
de razón.
Abrí la puerta y salí. Un perro ladró en una de las casas de los
vecinos. Sonaba grande y enfadado. Tal vez era el mismo perro callejero
que me había perseguido en mi camino a la escuela una vez.
—¿Estás bien? —preguntó Devon al detenerse junto a mí.
Asentí, aunque no estaba segura de que fuera cierto. Respiré
profundamente y caminé hacia la puerta. Al jardín delantero le faltaban
trozos de hierba y unos cuantos montones de caca de perro ensuciaban el
resto. Llamé a la puerta y miré a mi alrededor. Olía a orina y a suciedad.
Esto no se parecía en nada a la casa de Devon. Tenía un lugar al que podía
llamar hogar de verdad.
—¿Crees que alguien ya sabe que estamos aquí? —preguntó Devon,
moviéndose nerviosamente sobre sus pies, con las manos en los bolsillos.
Negué con la cabeza.
—No lo creo. El Mayor probablemente piense que no tengo las
agallas para volver a este lugar, teniendo en cuenta lo mucho que lo odiaba
y a Carl. Pero aun así no deberíamos quedarnos aquí más tiempo del
absolutamente necesario. Tenemos que ver si tiene alguna información y
luego seguir adelante.
Toqué el timbre pero no escuché su eco dentro de la casa.
Probablemente estaba roto, lo que no me sorprendió teniendo en cuenta el
estado del resto de la casa. Golpeé la puerta y me detuve para escuchar
cualquier señal de vida en el interior.
—Quizá esté trabajando.
Resoplé. Si Devon conociera a Carl como yo, no habría dicho eso.
—No, él está aquí —dije—. Probablemente esté en un estado de
embriaguez. Tarda un rato en salir de eso.
Devon me miró con extrañeza y me di la vuelta, concentrándome en
la pintura blanca descascarada de la puerta. Golpeé mi puño contra él unas
cuantas veces más, sintiendo la madera vibrar sobre sus bisagras.
—Cuidado, o la romperás —bromeó Devon.
Me detuve y me giré para mirar el vecindario una vez más. Nadie
había salido de su casa para ver la causa del ruido. A nadie le preocupaba
que alguien gritara y golpeara en el vecindario. La violencia doméstica y las
disputas a gritos ocurrían aquí a diario. De repente, la puerta se abrió de
golpe y una ola de sudor y alcohol me inundó. Lo recordaba bien. Un olor a
vida arruinada, el aroma de la desesperanza.
Carl estaba de pie en el hueco de la puerta. Tenía los ojos apagados y
la barba sin afeitar, pero al menos iba vestido con lo que parecía ser una
camiseta de tirantes limpia y unos jeans. Lo había visto peor. Me miró con
los ojos estrechados mientras se aferraba al marco de la puerta,
probablemente para estabilizarse. Estaba borracho. No es una gran sorpresa.
Parpadeó un par de veces y luego pareció reconocerme por primera
vez.
—Tessa, ¿Eres tú? —Las palabras tenían una ligera mala
pronunciación, pero al menos eran inteligibles.
—Sí, soy yo. Necesito hablar contigo, Carl —dije.
Los ojos de Carl se posaron en Devon, que estaba tan cerca de mí que
nuestros brazos se rozaban.
Escuchar mi nombre de la boca de Carl se sintió extraño. Cuando viví
con él y mi madre, solo lo escuché gritarlo con desprecio o enojo. Ahora
sonaba casi… feliz de verme. Casi nostálgico. Tal vez los años de alcohol y
soledad finalmente le habían pasado factura.
Carl dio un paso atrás para dejarnos espacio para entrar, todavía
agarrando la puerta. Se tambaleaba sobre sus piernas, pero consiguió
mantener el equilibrio.
—Adelante.
Entramos y Carl cerró la puerta tras nosotros. El olor ácido de la
cerveza era aún peor ahora que el suministro de aire fresco del exterior
estaba cortado.
—¿Qué tal si preparo un poco de café? —dije. Quería que Carl
estuviera lo más sobrio posible cuando tuviéramos nuestra charla.
—Claro —dijo Carl—. Pónganse cómodos. Voy a lavarme arriba.
¿Por qué no van a la sala de estar? —Agarrándose a la barandilla, subió las
escaleras. Nunca había sido tan cortés conmigo.
Un peso se instaló en mi estómago cuando entré en la cocina y
encendí la luz. El fregadero estaba lleno de platos, con restos de comida
incrustados. La basura estaba amontonada en el cubo de la basura, lista para
ser sacada fuera, todo estaba como lo recordaba. El recuerdo de mi último
día en esta casa pasó por mi mente.
Blanco brumoso. El cristal se empañó; mi cálido aliento se comió el
brillo de la escarcha. Con mis dedos rígidos, limpié el cristal empañado. El
suave resplandor de la luz de la calle entró en mi habitación. Proyectaba
una luz tenue sobre las paredes desnudas y la alfombra manchada.
En el exterior, dos formas desaparecieron en las sombras. El
resplandor blanco-amarillo se aferró a ellas, pero estaban envueltas en la
oscuridad. El frío arañó mis mejillas y mi nariz. Esforcé los ojos, pero las
dos formas seguían siendo figuras indistintas.
Una suave brisa hizo que los copos de nieve se arremolinaran en la
calle, pasando por los cubos de basura abarrotados, el auto de tres ruedas
que nadie conducía desde hacía meses y el carrito de la compra que la
señora Cross, de la calle de enfrente, había robado de Target hacía unos
días. Mis ojos volvieron a mirar hacia el lugar donde se encontraban las
dos formas, pero ya no estaban.
Levanté las piernas, alejándolas de la gélida calefacción, y las apreté
contra el pecho. Si Carl no se hubiera gastado todo el dinero en alcohol,
aquí haría calor.
El sonido de los gritos, con palabras demasiado confusas para
entenderlas, atravesó las finas paredes de mi habitación.
Volví a sentir frío. La respuesta aguda de mamá a Carl ni siquiera
era coherente. Me levanté de mi fría posición y mis pies descalzos
aterrizaron en la vieja alfombra con su omnipresente olor a moho. Algo
pegajoso me presionó la planta del pie, pero no me molesté en comprobar
qué era. Probablemente la cerveza que Carl había derramado cuando entró
a trompicones en mi habitación en vez del baño hace unos días.
Los gritos aún no habían parado.
Salí de mi habitación arrastrando los pies hacia el pasillo, sin
importarme que las motas de polvo se pegaran a mis pies. El baño estaba
aún más frío que el resto de la casa y moho negro cubría la pared cerca de
la ducha. Cerré la puerta y encendí la luz. Después de unos parpadeos, la
bombilla comenzó a brillar y el espejo me devolvió el reflejo.
¿Era incluso mi rostro? Tal vez me acosté junto a otro recién nacido
en la sala de bebés y decidí que su rostro era mejor que el mío. Me acerqué
hasta que pude ver cada huella digital y mancha de pasta de dientes en el
espejo. El cansancio estaba grabado en mi piel. Cerré los ojos, aunque no
era necesario para la transición. El murmullo familiar se apoderó de mí.
La sensación se apagó y me arriesgué a mirar mi reflejo.
La puerta se abrió de golpe y mamá estaba en el umbral, con el rímel
corrido y los labios abiertos. Por un momento me miró como si yo fuera
todo lo malo envuelto en un solo cuerpo. Como si yo fuera responsable de
lo que le acababa de pasar. La mirada de horror se transformó en ira
cuando me agarró del brazo.
—¿Qué estás haciendo? ¿Cuántas veces tengo que decirte que no
hagas esto? ¿Quieres que Carl se entere? ¿Quieres que nos pase algo
malo? ¿Por qué no puedes ser normal?
Mamá accionó el interruptor y nos bañó en la oscuridad, como si no
pudiera soportar mirarme, antes de continuar.
—Llevo muchos años intentando ocultar tu rareza, pero nunca me
hiciste caso. Todo es culpa tuya.
Dejándome en la oscuridad, se alejó. La culpa quemó un camino a
través de mi estómago. Anormal. Monstruo. Ladrón. Eso es lo que era. Un
monstruo que podía robar la apariencia de otras personas.
Parpadeé para deshacerme de la sensación de picor en mis ojos. La
forma de mi rostro cambió de nuevo y cuando la transformación se detuvo,
me acerqué al espejo. Ojos marrones en lugar de turquesas, el mismo
cabello castaño rojizo pero más grueso y con más ondas.
Obligué a la expresión de mamá a suavizarse hasta que hubo una
mirada en su rostro que nunca había visto dirigida a mí. Mis labios
temblaron cuando los moví y su voz salió.
—Feliz cumpleaños, cariño. Te amo. —Mi expresión se torció, se
volvió más parecida a la que estaba acostumbrada a ver.
El timbre de la puerta me sacó del momento y dejé caer la aparición
de mamá.
—Tessa, trae tu trasero aquí. Hay alguien que quiere verte —gritó
mamá.
Me apresuré a bajar los escalones hacia las voces desconocidas, pero
mamá agarró mi brazo.
—Tú te lo has buscado. —Sus uñas se clavaron en mi piel y traté de
no hacer una mueca de dolor.
Retiré mi brazo y la miré fijamente.
—¿Qué quieres decir? Yo no hice nada.
Entré en la sala de estar. Dos hombres estaban de pie con sus trajes
remilgados entre los muebles andrajosos y las botellas de cerveza vacías.
Sus rostros se volvieron hacia mí. Retrocedí un paso cuando mis ojos se
encontraron con un par de ojos grises.
Pertenecían al más alto y mucho más joven de los dos. Tenía los ojos
más increíbles que jamás había visto. Me mantuvieron congelada en el
lugar.
Aclaré mi garganta.
—¿Vinieron a verme?
El hombre mayor asintió. Su cabello negro engominado no se movió
ni un milímetro.
—Sí. Soy el Mayor Antonio Sánchez. Estaba a punto de hablar con tu
padre sobre el motivo de nuestra visita.
—No es mi padre. —Las palabras salieron disparadas antes de que
pudiera detenerlas.
—Mocosa desagradecida.
Mi piel ardía por las palabras de Carl. Me había llamado peor pero
no delante de extraños. Sabía que no debía llevar a nadie a casa.
—Ve a buscarnos unos cigarrillos. Me encargaré de esto sola —dijo
mamá, sorprendiéndome a mí y quizás a ella misma. No recordaba que su
voz sonara tan firme cuando hablaba con uno de sus novios.
Carl miró entre los dos hombres y mamá, probablemente decidiendo
que interferirían si la golpeaba antes de dirigirse hacia la puerta principal.
—Lo que sea. Haz lo que quieras. La mocosa no es mía.
El Mayor Sánchez esperó el golpe de la puerta antes de hablar.
—Como hemos hablado por teléfono, esto es lo mejor para su hija.
Estará segura y cuidada, y vivirá entre personas como ella, otras Variantes,
y aprenderá a controlar su Variación.
El más joven me dio un codazo.
—Encantado de conocerte. Soy Alec. —Llevó una mano a su cabello
negro, despeinándolo aún más—. He oído hablar de tu talento. La agencia
no ha hablado de otra cosa desde que tu madre nos llamó.
¿Mamá los había llamado para deshacerse de mí? ¿Les había
contado a unos desconocidos mi anormalidad? Pero siempre se había
esforzado por ocultarlo.
—¿Así que te la llevas contigo? —preguntó mamá, tranquila y
controlada, incluso esperanzada.
Los gritos se acumulaban en mis pulmones.
—Sí. Pero puedes seguir en contacto y visitar a Tessa cuando quieras.
Negó con la cabeza.
—No. Es mejor que no sigamos en contacto.
Mis entrañas se derrumbaron y los gritos silenciosos con ellas. Había
aceptado el hecho de que ella no me amaba, que apenas podía tolerarme la
mayor parte del tiempo, pero que me despreciaba lo suficiente como para
dejarme a merced de extraños...
—Bien, todo está arreglado entonces —dijo el Mayor Sánchez—.
Tessa, te llevaremos con nosotros.
La espalda de mamá fue lo último que vi. Salió de la habitación
mientras me llevaban y ni siquiera se dio la vuelta una vez.
Capítulo 21

—¿Tessa?
Salí de mi pasado y me di cuenta de que estaba agarrando la tetera
con fuerza. Devon estaba en la puerta, con una mirada de profunda
preocupación en su rostro.
—Lo siento —dije entre dientes—. Me perdí en los recuerdos por un
momento.
—Lo imaginaba. —Se acercó a mí lentamente, como si temiera que
pudiera derrumbarme o salir corriendo en cualquier momento.
Abrí el grifo y llené la tetera con agua antes de ponerla en la estufa.
Devon no dijo nada mientras esperaba a que el agua hirviera. Puse tres
cucharadas de café instantáneo en una taza semi-limpia y vertí el agua
caliente encima. Le di unas cuantas vueltas con una cuchara sucia antes de
dirigirme a la sala de estar. Carl estaba sentado en el sofá. Parecía mucho
más despierto que antes. Dejé la taza de café frente a él.
—Extra fuerte —dije—. Como a ti te gusta.
Bebió el primer trago del líquido negro. Escupió y tosió.
—¡Mierda, está caliente!
Ese era el lenguaje al que estaba acostumbrada de él. Ni por favor ni
gracias, sólo críticas. Me acomodé en el reposabrazos y esperé a que la
cafeína hiciera efecto. Devon se sentó en el sillón de enfrente. Por el estado
de la sala de estar, nadie lo había limpiado en meses. Me pregunté si
alguien, además de Carl, había pisado la casa en ese tiempo. Las botellas de
cerveza, la ropa sucia, los pañuelos usados y las latas vacías de albóndigas y
alubias cocidas estaban por el suelo, y la capa de polvo y suciedad de todas
las superficies era tan gruesa como mi dedo meñique.
—Has cambiado mucho —dijo finalmente Carl.
—Las personas cambian —respondí con frialdad. Al menos la
mayoría de las personas lo hacen, pensé. Salvo por el hecho de que tenía
menos cabello en su cabeza y más en los hombros (que estaban tristemente
descubiertos gracias a su camiseta de tirantes de color blanco grisáceo) la
vida de Carl no había cambiado.
—Supongo que sí —dijo. Por un momento, pareció alejado—. A
veces sólo hace falta un pequeño empujón. —Una extraña sonrisa apareció
en su rostro, pero luego se recompuso—. ¿Qué quieres? No tengo dinero.
Tuve que evitar resoplar. Como si fuera a pedirle dinero a él de entre
todas las personas.
—Estoy buscando a mi madre. Pensé que podrías ayudarme a
encontrarla, o tener alguna idea de dónde está.
—La perra me dejó unas semanas después de que te llevaran.
Los ojos de Devon se agrandaron ante el insulto, pero había
escuchado cosas mucho peores de la boca de Carl.
—¿Encontró a alguien nuevo?
Carl se encogió de hombros.
—No lo creo. Supongo que había perdido el interés por mí.
—¿La has visto desde entonces? ¿O te dijo a dónde se dirigía? —
Pude ver los ojos de Devon recorriendo cada centímetro de la habitación y
mi cuerpo se calentó de vergüenza.
—No, nada. Se alegró de irse.
—Debes saber algo —supliqué.
Carl se puso de pie y sacó algo de su espalda. Nos estaba apuntando
con una Glock.
Me tensé.
—¿Qué estás haciendo?
Carl ignoró mi pregunta. Retrocedió unos pasos y luego señaló con la
pistola a Devon. Llevaba un silenciador en el cañón.
—Tú. Siéntate a su lado. Los quiero juntos.
—Cálmate —dijo Devon—. No queremos hacer ningún daño.
—¡Cállate! —Carl gruñó, escupiendo saliva de su boca—. Ve allí, o te
meteré una bala en el cráneo.
Devon se levantó del sillón y se dirigió lentamente hacia mí. No dejé
de mirar el arma que tenía Carl en la mano. Me pregunté si sabía que un
silenciador en realidad no silenciaba un arma por completo. Se suprimiría el
sonido de los disparos, pero los vecinos aún podrían escucharlos. No es que
a nadie de por aquí le importara.
—¿Qué hiciste arriba? —pregunté.
—Hace un par de días, un tipo apareció en mi puerta. Prometiéndome
dinero y todo, si lo llamaba cuando te viera. Pensé que estaba bromeando,
pero me dio quinientos dólares gratis y me prometió que habría muchos
más de donde salió eso. Por supuesto, pensé que eso era todo lo que
obtendría. No pensé que serías tan estúpida como para mostrar tu rostro por
aquí. —Se rió, con la alegría brillando en su rostro.
—¿Qué has hecho? —susurré. Mis manos empezaron a temblar, así
que las cerré en puños.
—Siempre supe que algo bueno llegaría a mí. Nunca imaginé que
vendría de ti, pero estoy feliz de que me sorprendas. —Sonrió y lo único
que quería era acercarme a él y romperle la cara. Pero aún no me había
dicho a quién había alertado de nuestra presencia. Y estaba el problema de
la pistola.
Los dedos de Devon rozaron mi mano. Enganché mi meñique con el
suyo.
—¿Quién fue? ¿Quién estaba aquí? —Hice que mi voz saliera dura y
sin miedo, a pesar del temor que revolvía mi estómago. ¿Nos buscaba la
FEA? ¿O era alguien del Ejército de Abel?
—No sé —dijo, mirando a la ventana. Seguí su mirada hacia la calle
—. Pero el tipo debería estar aquí muy pronto. Lo llamé cuando llegaste y
me dijo que estaba cerca.
Me moví, todos mis instintos decían que hiciera algo, que corriera.
Carl no nos dispararía. No recibiría una recompensa si nos entregaba
muertos. Carl dirigió otra mirada a la ventana y, de repente, Devon se
desprendió de nuestro contacto y se lanzó hacia él. Carl fue lento, pero
levantó la pistola antes de que Devon tuviera la oportunidad de alcanzarlo.
Un chasquido sonó en la habitación y Devon se retorció y se tambaleó hacia
atrás. Una bala lo había alcanzado.
—¡No! —grité y corrí hacia ellos.
Devon chocó con Carl y sonó un segundo disparo. La parte posterior
de la cabeza de Carl se estrelló contra la pared y cayó al suelo. Devon
estaba a su lado. Por un momento no estuve segura de a quién había
alcanzado el segundo disparo, luego noté el agujero de bala en el techo. El
pecho de Carl subía y bajaba, simplemente inconsciente.
Me arrodillé al lado de Devon, tratando de sofocar el pánico
abrumador que palpitaba a través de mi cuerpo. Le di la vuelta a Devon
para que estuviera frente a mí. La sangre brotaba de una herida en su
hombro. No hubo un segundo golpe. Sus ojos revolotearon y me dio una
sonrisa temblorosa. El color desapareció de su rostro, pero afortunadamente
se mantuvo consciente.
—¿Por qué hiciste eso? —susurré mientras lo ayudaba a ponerse de
pie. Aunque estuviera herido, no podíamos arriesgarnos a quedarnos aquí
mucho más tiempo. Quienquiera que hubiera llamado Carl llegaría en
cualquier momento.
—¿Recuerdas? Soy a prueba de balas. —El humor murió en su rostro,
e hizo una mueca de dolor cuando rodeó mi cuello con su brazo. Se apoyó
fuertemente en mí mientras lo conducía fuera de la sala de estar.
—A mí no me lo parece —murmuré. Aunque sabía que debía estar
agradecida.
Devon nos había hecho ganar tiempo y nos había sacado de una
situación desesperada, pero no podía olvidar la punzada de pánico que sentí
cuando vi que le disparaban.
Abrí la puerta principal y miré afuera. La calle seguía vacía. Me
apresuré a nuestro auto, arrastrando a Devon conmigo. Me di cuenta de que
estaba tratando de caminar solo, pero sus piernas temblaban demasiado. Lo
empujé al asiento del pasajero y me dio una sonrisa agradecida. Gotas de
sudor caían en la parte superior de su labio. Caminé alrededor del auto y me
deslicé detrás del volante. Una parte de mí quería alejarse a toda velocidad,
pero por otro lado, esta era una buena oportunidad para echar un vistazo a la
persona que nos estaba siguiendo. Si fuera el Ejército de Abel, sería bueno
saber los rostros que tendría que buscar. Una vez más, pensé en dejar que
me atraparan. Si me tomaban prisionera, al menos había una buena
posibilidad de que me llevaran a Holly. ¿Pero qué pasa con Devon?
Sus ojos estaban cerrados por el dolor. No. Necesitaba ceñirme al
plan. Mantener a Devon a salvo y tratar de encontrar a mi madre. Puse la
llave en el contacto y arranqué el auto. Comprobé la calle. Cuatro casas más
abajo, había una entrada vacía y las persianas estaban cerradas. Parecía un
lugar tan bueno como cualquier otro para esconderse a plena vista. Di
marcha atrás y me dirigí lentamente hacia la casa. Me metí de espaldas en el
camino de entrada. Así podría escapar rápidamente si fuera necesario.
—Creo que tendrás que sacar la bala —dijo Devon, rechinando los
dientes. Me sobresalté al oír su voz. Ni siquiera se preguntó por qué no me
había alejado a toda velocidad, pero probablemente tenía preocupaciones
mayores.
—¿Qué? —dije—. Pero tu cuerpo se cura solo.
—Sí, se cura solo, pero ese es el problema. Cerrará la herida y
encerrará la bala. Y más tarde, cuando se dé cuenta de lo malo que es el
material extraño para mí, empezará a rechazar la bala muy lentamente
expulsándola y volviendo a curarse.
Me quedé mirando la herida que ya empezaba a cerrarse.
Definitivamente, la bala seguía dentro.
—¿Estás seguro? —pregunté.
—Sí, estoy seguro. Es mejor sacarla ahora y curarla de una vez.
Nunca había sacado una bala. Había leído sobre ello y había visto un
video tutorial, pero hasta ahí llegaba mi experiencia. Realmente no había
prestado atención cuando Devon había quitado el rastreador de mi brazo, y
eso había sido cerca de la superficie. Esta bala se alojó mucho más
profundo. No pude evitar mirar hacia la casa de Carl, pero aún no había
salido a buscarnos. Se había golpeado bastante fuerte en la cabeza. Tan mal
como estaba, esperaba que no lo hubiéramos lastimado demasiado. Mis ojos
se desviaron hacia el final de la calle.
—Sí, bastante seguro. Una vez conseguí clavarme una enorme astilla
en la rodilla cuando tuve un accidente con la bicicleta y me caí sobre un
tronco. Digamos que no fue una experiencia agradable que mi cuerpo
repeliera esa astilla abriendo la piel. Duele mucho.
—Eso no es muy inteligente por parte de tu cuerpo —dije, girándome
hacia Devon—. Debería evitar causarte dolor.
Devon dejó escapar una risa áspera.
—De acuerdo.
—De acuerdo —dije lentamente—. Necesitaré un cuchillo o cualquier
otra cosa lo suficientemente afilada.
Devon asintió hacia su mochila.
—Usa mi navaja.
Abrí la cremallera de la bolsa y rebusqué en ella hasta que mis manos
se cerraron alrededor del frío acero. Desplegué la hoja. Tomé un
encendedor de la consola central y lo encendí antes de pasarlo por la hoja
una y otra vez hasta que estuve segura de que estaba esterilizado. Devon se
metió una camisa vieja en la boca.
—Esto va a doler mucho —le advertí—. Pero recuerda que todo irá
bien.
Los ojos de Devon suplicaron que me diera prisa. Mi mirada volvió a
dirigirse hacia la casa y el final de la calle. Todavía no había nada. Me
obligué a mantener mis manos firmes. Respirando profundamente, introduje
la punta del cuchillo en la herida ya casi cerrada. Devon dejó escapar un
gemido, con el sudor brillando en su piel.
—Supongo que tiene sentido cerrar la herida primero — divagué para
mantener a Devon y a mí distraídos de lo que estaba sucediendo. No pensé
que estaba haciendo un buen trabajo—. Detiene el flujo de sangre, y la
pérdida de sangre es probablemente una preocupación bastante grande para
todos...
La hoja golpeó algo duro. Cambié el ángulo del cuchillo para encajar
la punta debajo de la bala. La sangre brotó y se derramó sobre el hombro y
el brazo de Devon.
Con un gemido, Devon empezó a temblar. Sus ojos se pusieron en
blanco y perdió el conocimiento. En realidad, me sentí aliviada. Al menos,
así se ahorraría el peor dolor. La piel alrededor del cuchillo seguía
cerrándose, lo que me dificultaba mucho ver bien la bala y el flujo de
sangre tampoco ayudaba precisamente. Cuando estuve segura de que estaba
debajo de la bala, empecé a empujar la hoja hacia arriba hasta que
finalmente la bala quedó a la vista y pude sacarla. Aterrizó en los jeans de
Devon, donde dejó otra mancha de sangre. Mientras observaba cómo se
cerraba la herida, me sentí increíblemente agradecida por su variación.
Saqué una pequeña toalla de mi mochila y la mojé con un poco de agua de
mi botella. Con cuidado, limpié la frente de Devon.
Con él dormido, de repente sentí miedo de estar sola en la calle.
Había sido una estupidez quedarme aquí para vigilar a nuestros
perseguidores. Puse el auto en marcha y estaba a punto de salir de la
calzada cuando un auto negro entró en la calle. Era demasiado elegante para
estar aquí. El pánico se apoderó de mí.
—Mierda —susurré mientras pisaba el acelerador y giraba el volante.
Mi muñeca gritó por la fuerza que se necesitaba para mantener el auto
bajo control. Los neumáticos chirriaron cuando corrí por la calle en la otra
dirección. Revisé el espejo retrovisor. El auto negro se acercaba
rápidamente a nosotros.
Capítulo 22

El auto dio una sacudida cuando pasamos por encima de un bache en


la carretera. Devon volvió en sí con un gemido y trató de sentarse, pero fue
lanzado contra la puerta cuando giré bruscamente hacia otra calle. Pero fue
inútil. El auto estaba tan cerca de nosotros ahora que podía ver la forma de
un hombre detrás del volante. Y de repente sentí frío. Esperaba no tener que
volver a ver su rostro nunca más, pero allí estaba. Alec.
La parte delantera de su auto casi tocaba la parte trasera del camión.
Mi pie en el acelerador se relajó mientras una ola de calma me inundó.
Parecía estar solo. Todo el miedo, toda la preocupación, toda la urgencia
desaparecieron, el auto redujo aún más la velocidad.
No, una voz de advertencia en mi interior decía: Sigue adelante.
Corre. Pero yo estaba muy tranquila. No había que preocuparse, no había
que tener miedo. Todo iría bien. En el fondo, era consciente de que esas no
eran mis propias emociones. El auto se detuvo junto a un almacén
abandonado. Sabía que debíamos seguir adelante, pero no me atrevía a pisar
el acelerador, no podía luchar contra la abrumadora sensación de calma que
me había invadido.
Alec estacionó frente a nosotros y salió, su expresión cautelosa. Y de
repente la calma cedió y mis sentimientos regresaron como un torbellino.
No podía creer que hubiera usado su Variación para controlarme así.
Jadeé. Antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo, agarré el
arma de Carl y salté del auto. Mi brazo estaba firme mientras lo apuntaba a
la cabeza de Alec.
—Da un paso más y te dispararé.
Pero tan pronto como lo dije, supe que nunca podría hacerlo. Y sabía
que él también podía sentirlo. Sus ojos grises eran suaves, no
desconcertados en absoluto por el arma que le apuntaba. Preferiría apretar
el gatillo contra mí misma antes de poder hacerle daño.

A pesar de todo, a pesar de todas las mentiras y de su traición, seguía


amándolo. Y me odiaba a mí misma por ello, más de lo que podría odiarle a
él. Bajé la pistola hasta apuntarle al hombro. Se acercó un poco más a mí,
con un rostro que pedía comprensión. Pero aunque no pudiera dispararle,
eso no significaba que confiara en él, ni que lo perdonara. Para él, la FEA
siempre sería lo primero. Siempre se habría interpuesto entre nosotros.
—Me manipulaste de nuevo, aunque prometiste no hacerlo —siseé—.
¡Lo prometiste! Pero mentiste. —Lo último salió como un grito sin aliento.
Por el rabillo del ojo, pude ver a Devon abrir la puerta del copiloto del
auto. Esperaba que se quedara dónde estaba. Alec miró brevemente a
Devon, apretando los labios, antes de girarse hacia mí.
—Tess —dijo—. No es tan sencillo. No es como tú crees.
—¡No! No uses ese tono conmigo. He terminado de ser tu marioneta.
He terminado contigo y tus promesas vacías, he terminado con la FEA y sus
mentiras. He terminado. —Respiré profundamente pero mi caja torácica se
contrajo dolorosamente. Sentí como si mi pecho estuviera en una prensa.
Alec me miró como si no pudiera comprender lo que acababa de
decir.
—No sabes en lo que te estás metiendo. Estás en peligro. La FEA es
tu única protección. Quiero protegerte. Eso es todo lo que hay. Me importas
y quiero mantenerte a salvo.
El agarre de la pistola se tensó hasta que mis dedos se entumecieron.
—Mentiroso —escupí—. Yo era tu misión. Tu rompecabezas para
inspeccionar. Cada palabra y cada beso que compartimos fue una mentira.
Si crees que alguna vez lo olvidaré, no me conoces en absoluto.
Abrió la boca, pero continué.
››¿Cuándo llegarán el Mayor y los demás? —Me sorprendió que
hubiera venido solo.
—No va a venir nadie. No saben que estoy aquí. —No pude evitar
reírme—. Es la verdad, Tess. Vine aquí para llevarte al cuartel general
conmigo. Hablé con el Mayor. Te escuchará. Reconsiderará su decisión de
enviarte al hospital.
—Esa es una mentira que definitivamente no creeré, Alec. Conozco al
Mayor. Después de todo lo que hice en los últimos días, me mantendrá
encerrada hasta que esté seguro de que tengo el cerebro lo suficientemente
lavado como para obedecer sus órdenes.
Alec dio otro paso hacia mí. Sombras oscuras se dibujaban bajo sus
ojos y había perdido peso.
—Tessa, sólo quiero ayudarte. Por favor, vuelve conmigo.
—Si quieres ayudarme, dime dónde está mi madre —dije.
q y j
Sabía que era un riesgo, pero él era mi mejor oportunidad, y si la FEA
sabía dónde estaba mi madre, esperarían que fuera allí en algún momento
de todos modos. Devon estaba cerca del parachoques, con la incertidumbre
dibujada en su rostro. Tenía el brazo izquierdo apretado contra el pecho;
moverlo probablemente todavía le dolía.
Alec negó con la cabeza.
—Tess, por favor, escúchame. El Ejército de Abel te está
persiguiendo. Son extremadamente peligrosos. Ellos son el enemigo.
Conseguirás que te maten. Por favor, confía en mí, solo una vez más.
Entiendo que estés enojada conmigo, y tienes todo el derecho de estarlo,
pero te juro que solo estoy tratando de cuidarte. —Su voz era como una
caricia.
Quería acercarme a él y enterrar mi rostro en el pliegue de su cuello,
respirar su aroma y hacer llover besos sobre su cicatriz. Me opuse a esa
emoción, sin saber si procedía de mi interior o si Alec estaba
manipulándome de nuevo.
—Cuando dije que te amaba, no mentí. Nunca mentí sobre mis
emociones por ti. Te amo. Y sé que tú también me amas.
Algo se rompió en mí.
—Tal vez una parte estúpida de mí todavía lo hace. Pero déjame
decirte esto: No importa porque ya no escucho a esa parte loca. Sólo te
importa la FEA. Siempre será más importante para ti de lo que yo o
cualquier otra persona pueda ser. El amor no es eso, Alec. ¿Y sabes qué?
Tus padres tenían razón.
Se tensó pero no me detuve.
››Apuesto a que te encantaba manipularlos, haciéndolos dudar de sus
emociones hasta que estaban seguros de que estaban perdiendo la cabeza,
tal como lo hiciste conmigo. Apuesto a que lo disfrutaste incluso cuando
eras un niño. No es de extrañar que no soportaran tu presencia. A nadie le
gusta ser manipulado y violado. Si yo hubiera estado en su lugar, también
habría querido alejarme de ti.
No podía creer que acababa de decir eso. Ahora finalmente había
demostrado que era la hija de mi madre, igual de cruel y descuidada con
mis palabras. Estaba convirtiéndome en ella; Lastimé a Alec donde sabía
que dolería más.
Alec giró su rostro hacia un lado, dejándome mirar su perfil. Tragó
con fuerza, con la mandíbula tensa y la garganta flexionada. Quería
disculparme. Quería que nos perdonáramos mutuamente por el pasado.
Quería dejar que me llevara de vuelta a la sede y vivir una vida llena de
mentiras felices. Pero no me moví. No podía. Esa parte de mi vida había
terminado. Para siempre. Alec y yo nunca podríamos estar juntos. Él estaba
del lado de la FEA, siempre lo estaría. No tenían mis mejores intereses en
mente. Estaba en una misión y tenía un trabajo que hacer. Y para hacerlo,
tenía que olvidarme de él y de la FEA para siempre.
No había nada más que decir. Me giré, dispuesta a volver al auto, pero
Alec habló.
—Sé dónde está tu madre —dijo en voz baja.
Me detuve y lentamente, con miedo de ver su rostro, giré para
mirarlo. Metió su mano en el bolsillo y sacó un pequeño papel. Me tendió el
trozo, con el rostro cerrado. Tras un momento de duda, me acerqué a él.
Devon se movió sobre sus pies, como si se preparara para interferir si Alec
intentaba agarrarme. Era inútil, por supuesto. Alec era más fuerte que
nosotros dos juntos. Si quería secuestrarme, nadie podría detenerlo. Pero
parecía tan derrotado que no creía que esa idea se le hubiera pasado por la
cabeza. Mi culpa me sabía a ácido en la lengua.
Me detuve a dos brazos de distancia de Alec y estiré mi mano para
agarrar el papel. Nuestros dedos se rozaron y mis ojos se levantaron para
encontrarse con los suyos grises. Había demasiada tristeza en ellos. Las
lágrimas brotaron en mis ojos, pero no las dejé caer. Había llorado tantas
veces por Alec en el pasado. Ese tiempo había terminado. Arrebaté el papel
de su mano y retrocedí unos pasos.
—Es por él, ¿no? —dijo Alec.
Seguí su mirada hacia Devon, quien nos observaba confundido. ¿Alec
pensó que me había ido por Devon?
—Todavía no lo entiendes, ¿verdad? Me fui por tu culpa. Una vez me
dijiste qué harías cualquier cosa por mí. Y fue lo mismo para mí. Habría
dado mi vida para salvar la tuya. Habría hecho cualquier cosa,
absolutamente cualquier cosa por ti. Pero entonces descubrí cómo me
habías traicionado. Fui una estúpida. Sabía que nunca sería capaz de
perdonarte.
Devon parecía más que incómodo, pero me alegré de que no hubiera
intentado intervenir. Esto era entre Alec y yo.
Con las manos sudorosas, desplegué el papel y miré la dirección. Era
el nombre de un bar en Las Vegas.
—¿Un bar?
—Sí. Tu madre trabaja allí. —Alec se quedó mirando un punto por
encima de mi cabeza.
Me pregunté si alguna vez lograría convertir mi rostro en una máscara
vacía de emociones. Había perfeccionado el arte. Pero yo había
vislumbrado detrás de la máscara, a través de las grietas de su fuerte
apariencia. Sabía que no todo había sido falso.
—¿Cómo encontraste esto? ¿Se mantuvo en contacto con la FEA?
Alec sonrió amargamente.
—No. Conocía el bar. Es un lugar en el que he estado antes. Pensé
que podría encontrar allí a alguien que me ayudara a encontrar a tu madre.
No pensé que la encontraría allí, pero lo hice.
—¿Qué clase de bar es este? —preguntó Devon.
Los ojos de Alec giraron hacia él y su máscara estoica se convirtió en
una de ira y sospecha.
—Un bar para los de nuestra clase —dijo Alec, y luego se encontró
con mis ojos—. No está dirigido por la FEA. Las personas que van allí no
tienen nada que ver con la FEA, ni alianza con ninguna organización. Es
una escena clandestina que no elige bandos.
Así que tampoco eran el Ejército de Abel. Pero si Alec conocía el bar,
era muy probable que el Mayor o Abel también lo hubieran descubierto, y
que tuvieran espías allí. Pero no tenía otra opción. Esta era mi única pista y
la única manera de llegar a mi madre.
—El Mayor te matará por esto —dije.
—¿En serio crees que todavía me importa? —Su voz era hueca.
Dudé mientras observaba su rostro. Dije mi último adiós en mi
cabeza. Me hubiera dolido demasiado decirlo en voz alta. Me di la vuelta y
caminé de regreso al auto.
—Entra —le dije a Devon.
No tenía fuerzas para dedicar esa última mirada. Subí a la camioneta,
encendí el motor y retrocedí desde la limusina hasta tener espacio suficiente
para maniobrar hacia la calle. Pisé el acelerador y, al pasar, mis ojos se
fijaron en el espejo retrovisor, en Alec y en la forma en que estaba
congelado en su sitio, su mirada puesta en mí. Sabía que esa mirada en sus
ojos me perseguiría durante mucho tiempo, pero aun así, no había vuelta
atrás.
Capítulo 23

—¿Estás bien? ¿Tal vez debería conducir yo? —dijo Devon con
cuidado.
—Estoy bien —espeté, odiando cómo las lágrimas que corrían mis
mejillas me traicionaban.
—¿Quieres conducir hasta Las Vegas? Eso nos llevará un día entero.
—No tenemos otra opción. No podemos tomar un avión. El Mayor
sabrá si nos registramos en cualquier lugar o subimos a un avión. Y llevará
demasiado tiempo organizar una identificación falsa para ti. Siempre podría
robar una y convertirme en la persona a la que se lo haya robado, pero tú no
puedes. —No quise sonar tan reprochable. Me alegré por la compañía de
Devon, pero lo estaba haciendo sonar como una carga—. Lo siento —
susurré.
—No, tienes razón. ¿Prefieres seguir sin mí?
—¡No! —dije apresuradamente—. Por favor, quédate.
Devon se limitó a asentir.
—Si nos turnamos para conducir, podemos turnarnos para descansar
mientras el otro conduce, y seremos más rápidos.
—Es una buena idea —dije, limpiándome despreocupadamente mis
ojos con el dobladillo de mi suéter.
Devon pareció pensativo por un momento
—Tengo que llamar a mis padres. Ya estarán muy preocupados. Y
probablemente el Mayor les habrá contado aún más mentiras.
—Tendremos que cargar combustible de todos modos. Una vez que
hayamos puesto cierta distancia entre nosotros y Detroit. —Y Alec, añadí en
mi cabeza—, buscaremos una parada de descanso. Creo que a los dos nos
vendría bien algo de comer y unos minutos para descansar después de todo
lo que ha pasado hoy. —Miré su sudadera cubierta de sangre—. Y tú tienes
que cambiarte. No puedes andar con ese aspecto.

***
Cuando por fin entramos en un área de descanso, mi espalda y mis
piernas me dolían de tanto conducir, pero al menos me había calmado. Y
mientras evitaba que el rostro de Alec apareciera en mi mente, esperaba
seguir así.
—Te traeré una sudadera nueva — le dije a Devon mientras saltaba y
caminaba hacia la camioneta donde estaban almacenadas las bolsas con
nuestra ropa. Agarré la primera sudadera que mis dedos rozaron y se la di a
Devon antes de colocarme frente a la ventana del pasajero para que las
personas que se mezclaban en el estacionamiento no lo vieran cambiarse.
Mientras se quitaba la sudadera por la cabeza, mis ojos se dirigieron a su
hombro y la piel ahora sin imperfecciones.
Después de que Devon se pusiera la nueva sudadera, llenamos el
tanque de gasolina antes de estacionarnos, lejos de los ojos curiosos. Devon
se dirigió al teléfono público para llamar a sus padres, y observé cómo sus
hombros se desplomaban al cabo de un rato. Negó con la cabeza.
—No contestan. Eso no es propio de ellos.
Pude oír el matiz de preocupación en su voz y, de alguna manera, eso
activó mis propios temores.
—Tal vez necesitaban salir un rato. Y tu padre probablemente esté en
el trabajo, ¿no?
Devon metió sus manos en los bolsillos y asintió.
—Sí, tal vez. Lo intentaré de nuevo más tarde. —Respiro
profundamente y sonrió—. Me muero de hambre.
—Yo también —dije, aunque eso no podía estar más lejos de la
realidad. Había perdido completamente el apetito desde que había visto a
Alec, un abismo había ocupado el lugar de mi estómago.
Devon y yo compramos patatas fritas y hamburguesas en el
restaurante junto a la gasolinera. En lugar de comer en el restaurante
lúgubre con sus cabinas de piel sintética rotas y su suelo a cuadros
mugrientos (sin mencionar las miradas curiosas de la camarera), decidimos
llevar la comida al auto y comerla en la caja del camión.
Las patatas fritas estaban grasientas y el pan de hamburguesa
demasiado seco, pero no me importó. Era la primera comida real que
teníamos en mucho tiempo, y de todos modos me supo insípido. Podía
sentir los ojos de Devon en mí, y un nudo de inquietud se construyó dentro
de mí. Esperaba que no mencionara a Alec. No pensé que podría soportar
eso en este momento.
—¿Conoces el alcance de tu Variación? —solté y me estremecí al ver
lo fuerte y aterrorizada que había sonado mi voz. Metí unas cuantas patatas
fritas más en mi boca. La grasa obstruía mi garganta y tuve que dar unos
cuantos sorbos a mi botella de refresco para poder bajarlas.
Devon tragó el bocado y se limpió la boca con una servilleta.
—¿Qué quieres decir?
—¿Qué has probado? ¿Qué tipo de heridas puedes curar? ¿Puedes
curar enfermedades? ¿Puedes incluso morir? —Hice una mueca al darme
cuenta de lo insensible que había sonado, pero no pude evitar mi curiosidad.
Metí dos patatas fritas en el ketchup y las hice girar.
Dio otro mordisco. Por lo visto, no le importaba que la comida
estuviera mala, ni el olor a escape ni a gasolina.
—Bueno, nunca me he tirado delante de un auto ni me he prendido
fuego para probarlo. Pero estoy bastante seguro de que hay límites. Creo
que estaría muerto si mi cuerpo fuera destrozado por una bomba o si me
decapitaran.
Arrugué la nariz ante las horribles imágenes que sus palabras
evocaban en mi cabeza.
Devon se rio, con los hoyuelos brillando.
—Tú preguntaste.
—Lo sé —dije, sonriendo.
Su cabello era un desastre. Me alegré de no haber comprobado mi
reflejo en los baños de la cafetería. Podía imaginar en qué nido de pájaros
se había convertido mi propio cabello.
—¿Alguna vez te has hecho daño para ver cómo se cura tu cuerpo? —
Dejé las patatas fritas que quedaban en la cama del camión. No me atrevía a
dar otro bocado.
Devon parecía avergonzado.
—Sí. Cuando era más joven, solía cortarme y una vez me rompí el
meñique, pero después dejé de hacerlo. No me gusta el dolor, ya sabes.
Lo empujé con mi hombro.
—Nunca lo habría adivinado.
Señaló con la barbilla mi comida desechada.
—¿Terminaste con eso?
Me reí.
—No me digas que todavía tienes hambre.
Los ojos azules de Devon brillaron.
—No del todo hambriento, no, pero podría comer unos cuantos
bocados más. Quién sabe cuándo podremos parar a comer de nuevo.
Empujé las papas fritas hacia él.
—Como quieras. Creo que la proporción de papas fritas a grasa no
está funcionando para mí.
—Como quieras —dijo, y me guiñó un ojo.
Me sentí más ligera mientras lo veía comer el resto de mi comida.
Siempre me había maravillado la cantidad de comida que Devon podía
guardar. Tal vez su Variación le hacía tener hambre todo el tiempo, y
probablemente también le hacía quemar las calorías en el momento en que
entraban en su cuerpo, porque mirándolo nunca adivinarías la cantidad que
devoraba cada día.
—Me alegro de que tengas una Variación tan buena —dije en voz
baja. Recordé la noche en Livingston cuando me arrodillé junto a su cuerpo
sin vida y lloré. Todavía no conocía su Variación y pensé que nunca
volvería a verlo. Había sido un momento horrible.
Devon se relajó a mi lado, nuestras piernas y hombros presionados
uno contra el otro. Ni siquiera me había dado cuenta de lo cerca que
estábamos sentados hasta ahora.
—Yo también. —Sus ojos recorrieron mi rostro. No estaba segura de
lo que buscaba.
Envolví mis brazos alrededor de mí, deseando poder desterrar los
recuerdos de ese día para siempre de mi mente. Mi brazo rozó la cicatriz.
Devon no sabía de la marca sobre mi caja torácica. Nadie se lo había dicho.
—Ryan hizo algo más esa noche. —Mi voz era apenas audible
incluso para mis propios oídos.
Devon se tensó. Podía sentir la energía a través de nuestros cuerpos en
contacto.
—¿Recuerdas la A que cortó en sus víctimas? —susurré.
—¿Cómo podría olvidarlo?
—También me lo hizo a mí. Renovó el corte mientras yo fingía ser tu
hermana, y ahora es parte de mi cuerpo.
Los ojos de Devon se agrandaron.
—¿Te marcó?
Asentí. Lentamente, solté el aplastante agarre alrededor de mi caja
torácica y dejé que mis brazos se hundieran en mi regazo.
—¿Puedo verlo? —susurró Devon.
Me puse de rodillas, sin apartar los ojos de Devon. Los suyos eran tan
suaves y preocupados. Me dieron el apoyo necesario que necesitaba para
mantener la calma. Miré alrededor del estacionamiento, pero salvo un
hombre que estaba echando gasolina a su auto de espaldas a nosotros, no
había nadie fuera.
Enrosqué los dedos alrededor del borde de mi camisa y tiré de ella
hasta que la A roja quedó a la vista. Me estremecí cuando el aire frío golpeó
mi piel.
Devon se quedó mirando la marca, con algo oscuro nublando sus
ojos.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? Podría haberla curado.
Evité su mirada penetrante.
—Me sentía culpable por la misión, por fingir ser tu hermana.
Supongo que tenía miedo de tu reacción. Una parte de mí sentía que lo
merecía.
Devon extendió su mano, pero no llegó a tocarme. Las yemas de sus
dedos quedaron a un centímetro de mi piel.
—¿Quieres que lo cure? —Sus ojos azules me miraban con suavidad.
Tragué y asentí levemente, sin confiar en mí misma para hablar.
Presionó su palma contra la A, su piel cálida contra la mía. Mi piel se erizo
y no pude apartar mis ojos del rostro de Devon. Sus cejas se inclinaron en
señal de concentración y un cosquilleo se extendió por mi caja torácica. En
ese momento me sentí más cerca de él que nunca antes.
—Hecho. ¿Ves? —Desplazó su mano para que yo pudiera ver la piel,
ahora intacta, donde había estado la “A.” Pero seguía tocándome. Su mano
se apoyó suavemente en mi cintura.
Su mirada buscó mis ojos y luego se dirigió a mis labios. Mi boca se
secó. Conocía esa mirada. Sabía lo que quería hacer. Pero no estaba segura
de si quería que lo hiciera. La herida de la traición de Alec era profunda.
Quería seguir adelante. Quería olvidar. ¿Pero estaba preparada para algo
nuevo?
Devon se acercó, sin apartar los ojos de mi rostro, buscando una señal
de que no compartía sus sentimientos. Me dio tiempo suficiente para
apartarme, para decir que no estaba preparada, pero no me moví. El beso
fue corto y dulce. Ninguno de los dos intentó profundizarlo. Presionó su
frente contra la mía.
—Espero que haya estado bien —susurró.
No estaba segura. Era demasiado pronto. No sabía nada en este
momento. Pero me importaba Devon.
Devon debió haber visto el conflicto en mi rostro porque su expresión
se desvaneció
—No debería haber hecho eso. Lo siento.
Negué con la cabeza apresuradamente.
—No. Sólo estoy confundida. Necesito más tiempo.
Devon asintió.
—Gracias —dije. Todavía estábamos tan cerca que podía sentir su
aliento en mi rostro.
—Nadie me había dado las gracias por un beso antes —bromeó, con
un toque de vacilación en su tono.
Me reí y lo golpeé ligeramente.
—No por eso.
—Lo sé —murmuró. El silencio se instaló a nuestro alrededor.
Escuché nuestras respiraciones y cerré mis ojos.
Mi mente se dirigió a Holly. Esperaba que, dondequiera que estuviera,
el Ejército de Abel no le hiciera daño. Ella les era útil, me aseguré. Era un
activo, y la mantendrían cerca.
De repente, Devon se tensó y contuvo su respiración. Lo miré de
reojo.
—¿Qué pasa? —susurré.
Puso su dedo contra sus labios. Cerré la boca y escuché atentamente.
Hubo un sonido distinto en la distancia. Un zumbido como las palas de un
helicóptero. Los vellos de mi cuello se erizaron y lentamente los vellos de
mis brazos también se erizaron. Busqué el cielo con mis ojos. Un
helicóptero negro volaba a baja altura, una luz roja parpadeaba y focos
iluminaban el suelo debajo de él.
—¿Es la FEA? —susurró Devon.
—No lo sé. Podrían ser muchas cosas. —El helicóptero se acercaba.
No parecía que estuviera aterrizando, pero eso podía cambiar en un
parpadeo.
—Definitivamente están buscando algo —dijo Devon.
Salté de la cama del camión.
—Deberíamos irnos.
—¿No llamaremos la atención si nos vamos en el momento en que el
helicóptero aparezca sobre nuestras cabezas?
Me quedé helada. Tenía razón. No podíamos ganar una persecución
con un helicóptero.
—Sentémonos en el auto. Así no nos verán con tanta facilidad y
podremos alejarnos si es necesario.
Devon asintió, pero no apartó los ojos del helicóptero. Nos
acurrucamos dentro de la cabina, nuestros ojos fijos en el cielo. Los círculos
del helicóptero se iban ensanchando y lentamente se alejaba del área de
descanso. Esperamos unos momentos más antes de salir del lugar de
estacionamiento. No estaba segura de si el helicóptero había sido de la
FEA, pero este encuentro había dejado algo muy claro: nos perseguían y no
estábamos a salvo. Teníamos que llegar a Las Vegas lo antes posible y no
podíamos bajar la guardia.
Capítulo 24

Teníamos casi 1000 kilómetros por delante. Faltaban menos de


veinticuatro horas para volver a ver a mi madre, después de más de tres
años de su silencio.
Envolví mis brazos alrededor de mí y empecé a caer en un sueño.
Devon me despertó tres horas después. Estábamos parando en otra
área de descanso.
—Necesito estirar mis piernas. —Después de un momento, añadió—.
Y me muero de hambre.
Me senté, frotando el sueño de mis ojos. Mis piernas y mi espalda
estaban rígidas
—Buena idea. Traeré algunos bocadillos.
Salí del auto y la sangre volvió a mis pantorrillas. Tomando una
bocanada de aire fresco, corrí hacia la pequeña parada de descanso al otro
lado del estacionamiento. Un hombre estaba llenando su minivan pero no
estaba preocupada por él; Pude ver a tres niños en el vehículo. Dudaba que
fuera un espía. La campana sobre la puerta de vidrio tintineó
estridentemente cuando entré en la tienda en la parada de descanso. El aire
dentro estaba viciado. Con un pequeño asentimiento hacia el cajero que
había levantado la vista cuando entré, me dirigí directamente hacia la
exhibición de bocadillos y recogí algunas barras de granola y dos bolsas de
papas fritas.
Me acerqué al mostrador y me congelé cuando un rostro familiar me
devolvió la mirada desde la portada de varios periódicos. Dejé los
bocadillos en el mostrador, tomé un periódico y ojeé rápidamente el titular y
la noticia. El senador Pollard había sido encontrado muerto cerca de las
vías. Todavía no estaba claro si se había suicidado.
Sentí los ojos del cajero sobre mí, y volví a dejar el periódico con
cautela, dándome cuenta de que estaba esperando que pagara. Dejé el
dinero y me apresuré a salir del área de descanso, con los bocadillos
apretados contra mi pecho. Devon estaba caminando alrededor de nuestro
auto, con los brazos levantados por encima de la cabeza. Miró en mi
dirección y se congeló.
—¿Qué pasa? Parece que has visto un fantasma.
Entre en el auto sin decir nada y Devon me siguió.
—Alguien mató al senador Pollard. Salió en los periódicos —dije en
el momento en que cerró la puerta.
—¿El tipo que fingías ser?
Asentí y le entregué a Devon los bocadillos antes de arrancar el auto y
alejarme a toda velocidad del área de descanso.
—La prensa cree que pudo ser un suicidio, pero estoy segura de que
fue el Ejército de Abel.
—¿Por qué crees que mataron a ese tipo? —preguntó Devon.
Desenvolvió una de las barras de granola y dio un mordisco, sin que sus
ojos azules se apartaran de mí.
—Era un experto del crimen organizado y el Ejército de Abel tiene
fuertes lazos con la mafia, si El Mayor decía la verdad. —Definitivamente
no me había contado todo, teniendo en cuenta los secretos que había
desenterrado hasta ahora—. También fue el responsable de la filtración de
información sobre la prisión de la FEA. Tenía que asegurarse de que
seguían las normas federales o algo así. Pero el Mayor dijo que en realidad
no fue él quien hizo encerrar a las personas, así que la venganza está
descartada.
—¿Hay una prisión en la FEA?
—La FEA se encarga de los Variantes, incluso de los que están
demasiado locos o son demasiado criminales para salir libres —dije con
amargura—. El Mayor dijo que es para los Variantes que perdieron el
control de su Variación o que lo usaron contra otros para hacerles daño.
Pero después de todo lo que descubrí sobre la FEA, no estoy segura de que
sólo los criminales acaben allí.
—¿Hay muchos miembros del Ejército de Abel actualmente recluidos
en esa prisión? —preguntó Devon.
Pensé en mi conversación con El Mayor sobre la prisión de alta
seguridad de la FEA. No había dicho mucho.
—Stevens, definitivamente. Y supongo que no es el primer miembro
del Ejército de Abel que fue capturado. Pero no tengo ni idea de cuántos
más puede haber.
—Probablemente no. A no ser que se dejen atrapar a propósito —dijo
Devon pensativo.
—No tiene mucho sentido. ¿Por qué iban a arriesgarse? Podría haber
entregado información importante.
—No si es cierto que el Ejército de Abel tiene un Variante que puede
alterar los recuerdos. Podrían borrar todos esos recuerdos que serían
peligrosos para ellos, o tal vez incluso alterar la memoria de las personas de
forma que llevara a la FEA por una pista falsa.
Mi cabeza daba vueltas. La idea de que alguien fuera capaz de hacer
eso con mis recuerdos parecía cada vez menos tentadora. ¿Qué le pasaba a
una persona a la que le alteraban sus recuerdos? Si pensaban que su vida se
había desarrollado de una manera diferente, ¿cambiaba eso lo que eran?
—Pero El Mayor tiene que saber que no puede confiar en Stevens.
¿Qué ganaría Abel haciendo que lo capturen? Creo que Stevens era su
menor prioridad y por eso no fue rescatado.
—Supongo que nunca lo sabremos —dijo Devon. Parecía exhausto y
me pregunté si había iniciado esta discusión para distraerse de sus padres.
—A menos que mi madre sepa más.
—No ha visto a tu padre en cuánto, ¿catorce años? —Devon levantó
las cejas.
—Realmente no lo sé —dije en voz baja—. Había una nota en el
expediente. El Mayor pensó que habían estado en contacto después de que
me uniera a la FEA. —Pero el hecho era que en casi todos los años que
había estado viva a Abel no le había importado una mierda. Nos había
abandonado a mi madre y a mí, porque no le servíamos de nada. Y ahora
que había visto lo útil que era mi talento, lo quería para él.
La FEA ni siquiera sabía dónde tenía su cuartel general el Ejército de
Abel. La desesperación se apoderó de mí. ¿Cómo iba a encontrar a Holly?
Devon tomó mi mano, sacándome de mis pensamientos.
—¿La extrañas?
—¿A mi madre? —Quise resoplar, pero luego hice una pausa—. No
extraño a la madre que recuerdo. Extraño a la madre de la foto, la madre
joven y feliz que me sostuvo en su regazo con una sonrisa, la madre que me
amaba. La madre que aún tenía esperanza. A veces no estoy segura de si esa
madre existió alguna vez. — Mi voz quedó atrapada en mi garganta—. Tal
vez tenga que aceptar que no soy amada.
—No digas eso —susurró Devon—. Nada podría estar más lejos de la
verdad.
Su agarre en mi mano se apretó. Apreté de vuelta. El pensamiento de
nuestro beso pasó por mi mente y el calor subió por mi cuello. La cercanía
de Devon se sentía bien. ¿Era tan malo seguir adelante? ¿Encontrar a otra
persona a la que amar? ¿Qué importaba cuánto tiempo había pasado? Ya me
preocupaba profundamente por Devon, y Alec era definitivamente una cosa
del pasado. Aun así, una parte de mí sabía que esto era demasiado rápido.
—Lo siento. Pensar en mis padres me deprime. Tendré que lidiar con
ello. —Encendí la radio y dejé que la música se llevara mis pensamientos.
Pasamos las siguientes horas sin hablar, pero poco después de cruzar
la frontera con Nevada, la voz de Devon rompió el silencio.
—Quizá deberíamos parar un rato. Creo que a los dos nos vendría
bien descansar. Y muero de hambre.
Mordí mi labio. Nos estábamos acercando mucho, y ya habíamos
perdido mucho tiempo.
—Y si seguimos conduciendo, llegaremos al bar alrededor de la hora
de comer. Dudo que estén abiertos tan temprano.
Tenía razón. Cuando nos acercamos a la siguiente salida, salí de la
autopista y entré en la siguiente área de descanso. Una vez que salí del auto
y pude estirar mis piernas e inhalar un poco de aire fresco, aunque
contaminado por la gasolina, me sentí mucho mejor. Compramos
sándwiches, unas bolsas de patatas fritas y varias barritas de chocolate antes
de regresar a nuestra camioneta.
—Pensé que haría más calor en el desierto —dije mientras me sentaba
en el extremo de la cama del camión, con mis piernas colgando.
—No por la noche —dijo Devon mientras abría una bolsa de papel de
aluminio y prácticamente inhalaba un puñado de patatas fritas.
Reno estaba a sólo unos kilómetros de distancia.
—Los padres de Holly viven cerca de Reno —dije.
Devon se congeló a medio masticar.
—¿Quieres visitarlos?
—Tal vez. No lo sé —dije vacilante—. Pensarían que es raro que
vaya de visita sin ella. No creo que sepan de ella todavía. Y tal vez nunca
tengan que averiguarlo. Si conseguimos salvar a Holly, todo irá bien.
La duda cruzó el rostro de Devon. Por supuesto, era ridículo pensar
que podríamos liberar a Holly tan fácilmente. Desenvolví mi barra de
chocolate y le di un gran mordisco. La dulzura alivió mi estómago.
—Tal vez deberíamos tomar una siesta rápida —dijo—. Así
tendremos suficiente energía cuando lleguemos a Las Vegas.
Nos metimos en nuestros sacos de dormir y nos estiramos en la cama.
Devon se acercó a mí hasta que nuestros rostros estuvieron a centímetros de
distancia. Sus ojos buscaron los míos.
—Necesitas más tiempo, ¿verdad? —susurro—. Por lo que pasó con
Alec.
Asentí. No sólo por Alec. Eso era parte de ello, por supuesto. Todo
estaba aún demasiado en carne viva y no lo había soltado todavía. Podía
sentirlo en el fondo. Pero también necesitaba tiempo para descubrir lo que
estaba sintiendo y por qué me sentía así. ¿Estaba aferrándome a la siguiente
persona que fue amable conmigo? ¿Estaba buscando a alguien, a
cualquiera, que pudiera amarme? Eso no era saludable y no sería justo para
Devon.
—Háblame de la primera vez que curaste a alguien —murmuré,
apoyando mi cabeza en su pecho.
—Tenía unos siete años, y estaba jugando en el jardín —dijo. Pude
escuchar la sonrisa en su voz y me llenó de una calidez reconfortante—.
Nuestro gato había atrapado un pájaro. Cuando por fin se lo quité, estaba
muerto. Estaba tan triste cuando vi esta bola de plumas en mis palmas. Y
luego mis dedos comenzaron a picar y se pusieron calientes, y el pájaro se
movió. Estaba tan aturdido que en realidad lo dejé caer, pero para entonces
estaba bien. Tardó otro minuto en recuperarse y luego voló hacia el bosque
—¿Intentaste decírselo a tus padres?
—Oh, sí. Creía que había hecho magia y estaba convencido de que
recibiría una carta de Hogwarts enseguida. —Su pecho se estremeció bajo
mi cabeza mientras se reía—. Mis padres pensaron que exageraba. Dejaron
de leerme Harry Potter esa misma tarde.
Sonreí.
—Entonces, ¿recibiste una carta?
—No, pero no lo dejé durante mucho tiempo. Me obsesioné bastante
con las lechuzas. Al final, papá me dijo que tenía que ser paciente. Me
recordó que las cartas de Hogwarts se entregarían en mi undécimo
cumpleaños. Para entonces ya me había dado cuenta de que no era
realmente un mago. También me di cuenta de que no podía decirles la
verdad.
Apreté su brazo e inhalé su olor. De alguna manera, las cosas ya no
parecían tan sombrías.

***
Estaba agotada, pero no podíamos arriesgarnos a dormir más de dos
horas seguidas. Introduje la dirección de los padres de Holly en nuestro
GPS. Sabía que sería arriesgado visitarlos, pero como su casa estaba
prácticamente en nuestro camino, no parecía que fuera a hacer daño
asegurarse de que estaban bien. Sólo tardaríamos algo más de quince
minutos en llegar a su casa.
Devon tomó un sorbo de una botella de agua antes de preguntar:
—¿Alguna vez los has conocido?
—¿A los padres de Holly? —pregunté.
Asintió.
—Sí, una vez, unos seis meses después de que ella y yo nos
uniéramos a la FEA.
—¿Se unieron a la FEA al mismo tiempo?
—Más o menos. Holly se mudó un par de semanas antes que yo. Y
cuando El Mayor finalmente le permitió volver a ver a su familia, fui con
ella. Summers también. Alguien tenía que vigilarnos, después de todo.
—¿Y esa fue la única vez que los viste?
—Esa fue la única vez que Holly o yo los vimos. El Mayor no quería
que los visitara. Ella los llamó y envió correos electrónicos, pero el Mayor
no lo aprobó.
—Eso es duro. ¿Cómo podía esperar El Mayor que olvidara a su
familia?
—Así es como funciona la FEA —dije con amargura.
Ninguno de los dos dijo nada durante un rato después de eso.
—¿Qué hay de ti y de Alec? —dijo Devon con cuidado.
Mis manos alrededor del volante se tensaron. ¿De dónde había salido
esa pregunta?
—¿Qué quieres decir?
—Lo siento si es un tema delicado. Es que no conozco toda la
historia. ¿Qué pasó entre ustedes dos?
Pensé en la tristeza del rostro de Alec después de que le dijera que
entendía por qué sus padres lo odiaban. Pero la resignación y la aceptación
habían sido peores. Era como si sus peores temores se hubieran confirmado,
como si lo hubiera sospechado todo el tiempo. ¿Cómo había podido
llamarlo así? Mi estómago se apretó tanto que estaba segura de que iba a
vomitar.
—Ya no existimos Alec y yo —dije.
Pero la mentira era tan descarada. Se notaba en la forma en que mi
voz temblaba, en la forma en que ni siquiera podía mirar a Devon cuando lo
dije. No pensé que nunca existiría tal cosa como Alec y yo. A mi corazón
no le importaba la traición. Tal vez en unos años, mis sentimientos se
desvanecerían, embotados por los años pasados, nada más que un recuerdo
lejano. Pero eso no cambiaría el hecho de que Alec era parte de mí, para
bien o para mal.
—Cuidó de mí cuando me uní por primera vez a la FEA. Escuchó mis
historias y estuvo ahí cuando lloré. Entendía lo que era cuando tus padres te
daban la espalda. Lo era todo para mí. —Me di cuenta de lo estúpida que
sonaba. De lo estúpida que me hacía parecer—. Supongo que me aferré a la
primera persona que me mostró algo de amabilidad. —Era más que eso,
pero no quería explicarlo.
—Eso tiene sentido, supongo —dijo Devon. Pero, por supuesto, él
nunca podría entenderlo. Tenía a sus padres, Linda y Ronald. Tenía una
familia que lo amaba sin importar nada. Nunca había sentido el dolor hueco
de una traición profunda, de creer que no valías nada; ese sentimiento que
sólo se tiene si las personas que te habían traído a este mundo, si las
personas que deberían quererte más que a su propia vida, no pueden ni
siquiera mirarte sin asco.
Asentí. No era culpa de Devon que no pudiera compadecerse. Él
entendía el dolor y la pérdida. Sólo que era un tipo de dolor diferente. Tomé
su mano. La sentí fuerte y cálida.
Entramos en la calle donde vivía la familia de Holly. Filas y filas de
casas grises, pequeñas e idénticas, se alzaban sobre jardines cuadrados aún
más pequeños. Acerqué el auto a la acera y nos bajamos. La hierba estaba
amarilla, las flores de los parterres quemadas por el sol. La puerta principal
estaba entreabierta. Me acerqué lentamente a ella y la empujé para abrirla.
No se oía nada en la casa. Había un silencio absoluto. Devon me siguió al
interior.
—¿Hola? —Llamé, pero la palabra resonó en el silencio. Asomé mi
cabeza a la sala de estar.
Los cajones estaban abiertos y su contenido estaba tirado por el suelo.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Me apresuré a subir las escaleras y
encontré los dormitorios en un estado similar de desorden. Los armarios del
dormitorio principal y las habitaciones de los hermanos de Holly estaban
vacías. Los muebles seguían allí, intactos.
—¿Qué pasó aquí? —susurré.
Devon pinchó una maceta con la punta de su zapatilla; se había caído
al suelo y había esparcido tierra y hojas secas por toda la alfombra beige.
—Quienquiera que haya estado aquí, tenía prisa.
Volvimos a bajar las escaleras. En la cocina, un cartón de leche estaba
olvidado en la encimera y desprendía el olor rancio de la leche estropeada.
A través de la ventana, pude distinguir a un vecino regando sus tomateras.
Me apresuré a salir de la casa y acercarme al hombre. Levantó la vista
cuando Devon y yo nos acercamos y se apartó el ala del sombrero negro
que le protegía del sol.
—¿Dónde están...? —Me devané los sesos buscando el apellido de
Holly—. ¿Ha visto a los Mitchell últimamente?
Los ojos del hombre se entrecerraron ligeramente. Dejó la regadera y
limpió sus grandes manos en su mono azul.
—Nunca te he visto por aquí
—Soy amiga de su hija mayor, Holly.
—La chica del internado —dijo el hombre. Luego dejó escapar un
suspiro—. Los Mitchell se fueron hace unos días. Oímos que su auto se
marchaba en mitad de la noche. Nadie sabe nada sobre dónde fueron. Sé
que tenían problemas económicos, pero huir así. —Negó con la cabeza.
—¿Eso es todo lo que sabe?
Asintió.
—Bien, gracias. —Tomé la mano de Devon y lo arrastré de vuelta al
auto.
—¿Qué crees que ha pasado aquí? —preguntó mientras volvíamos a
entrar en el auto.
—O bien El Mayor los llevó a un lugar seguro lo cual dudo, dado el
estado de la casa, o el Ejército de Abel los secuestró para garantizar la
cooperación de Holly. O... —Comencé a pensar para encontrar otra
solución. De cualquier manera, no tenía mucho sentido.
—Deberíamos irnos —dijo Devon, mirando alrededor del vecindario
con nerviosismo—. Ahora.
Pisé el acelerador y salimos disparados calle abajo. El pánico se
aferró a mi pecho. ¿Qué le había pasado a la familia de Holly?
—No deberíamos sacar conclusiones precipitadas. Tiene sentido que
la FEA los lleve a un lugar seguro, no sólo por su bien, sino también por la
seguridad de la FEA. Tendrían que protegerlos. Además, Holly estará
menos dispuesta a revelar secretos si su familia no corre peligro —dijo
Devon con voz tranquila.
Quería creer eso. Devon se acercó y metió la dirección del bar en el
GPS. De repente, una imagen se materializó ante mi ojo interior, casi como
una visión. Mis dedos apretaron el volante mientras la carretera desaparecía
de mi vista. La imagen que tenía en mi cabeza era lo único que podía ver:
un niño pequeño de ojos turquesa se sube a un taburete de madera y se
inclina sobre una cuna, mirando fijamente a un bebé diminuto. Se acerca y
besa la mejilla del bebé. El bebé abre los ojos. Son de color turquesa, como
los de él.
—Zach —dice un hombre—. No despiertes a tu hermana. Se acaba de
quedar dormida.
—Está despierta —bromea Zach.
El hombre aparece junto al chico y le alborota el cabello. Él también
tiene ojos turquesa. Envuelve un brazo alrededor del niño y se inclina sobre
la cuna como lo hizo el niño. El hombre se acerca y empuja su dedo en la
diminuta mano del bebé. Ella enrolla su mano alrededor de su dedo.
—¡Tessa! —La voz de Devon irrumpió en mi visión.
Jadeé y traté de apartar las imágenes con un parpadeo. La carretera
volvió a estar enfocada y el auto dio un violento volantazo mientras Devon
agarraba el volante para hacer retroceder el auto al carril derecho y evitar
que chocáramos con el tráfico que venía en sentido contrario. Un auto se
precipitó junto a nosotros, tocando repetidamente el claxon, y el conductor
nos hizo un gesto de desprecio.
—Tessa, ¿qué pasa? —La voz de Devon era de pánico y aún se
aferraba al volante.
—Estoy bien —le aseguré, y soltó el agarre del volante.
Las imágenes de la niña todavía estaban en la parte posterior de mi
cabeza, vívidas como el camino frente a mí. Eran recuerdos, ahora lo sabía.
Pero, ¿cómo habían aparecido de repente en mi cabeza? Miré por el espejo
retrovisor y me quedé helada. Una limusina negra estaba dos autos detrás de
nosotros.
Otra imagen estalló en color detrás de mis ojos. Esta vez Zach estaba
en el suelo, acunando al bebé contra su pequeño cuerpo, sonriendo a
alguien.
Pisé el acelerador y adelanté al auto que nos precedía con centímetros
de margen.
—Tessa, ¿qué demonios está pasando?
—Mis recuerdos, alguien los está manipulando —grité.
Devon lanzó una mirada por encima del hombro, con el cuerpo
enroscado por la tensión. No disminuí la velocidad. Pasé un auto tras otro,
ignorando los bocinazos y las señales de enojo de los conductores que
pasaban.
Las imágenes en mi cabeza se desvanecían, parpadeaban y
desaparecían.
—La limusina negra, ¿dónde está?
—Están un poco más atrás, seis autos detrás de nosotros. Están
intentando seguirnos el ritmo.
No lo permitiré. El auto se sacudía de un lado a otro cada vez que
pasaba por delante de otro auto, pero mantuve el pie presionado sobre el
acelerador hasta que no pude sentir las imágenes mordisqueando mi mente.
—Se han ido —dijo Devon, relajándose contra el asiento.
—Por ahora —susurré.
Sentía un nudo en la garganta y me ardían los ojos. Las imágenes, los
recuerdos, ¿eran reales? No importaba. Alguien estaba tratando de jugar
con mi mente, tomar el control de mis pensamientos y manipular mi
conciencia. Pero esta vez, no los dejaría.
Capítulo 25

Se hizo de noche cuando llegamos a Las Vegas. Durante el resto del


camino, no tuvimos otro encuentro con la limusina negra y ni una sola
visión extraña había intentado irrumpir en mi mente, pero me sorprendí a
mí misma intentando conjurar mis recuerdos, buscando la imagen de Abel y
Zach inclinados sobre mí en la cuna. Era algo que siempre había deseado,
recordar a un padre y un hermano cariñosos, pero ¿podía estar segura de
que las imágenes se basaban en algo que había sucedido realmente?
Dejé de lado mis pensamientos. Tenía que concentrarme en Holly
ahora.
A lo lejos, la torre Stratosphere se elevaba hacia el cielo y, a su
alrededor, se agrupaban rascacielos de todas las formas. Estaba la falsa
Torre Eiffel y la Estatua de la Libertad y una montaña rusa que se enroscaba
alrededor de los edificios como una serpiente.
Aunque no estaba segura de lo que nos esperaba, me alegré de estar
de nuevo en una ciudad y de alejarme del duro paisaje que habíamos
atravesado. Al cabo de un rato, los cactus espinosos y las espeluznantes
plantas rodadoras se hicieron viejos. El sistema de navegación nos dijo que
tendríamos que cruzar la ciudad para llegar a las afueras, donde se
encontraba el bar. Devon hizo un pequeño desvío por el Strip porque nunca
había estado allí. Cualquier otro día, la publicidad luminosa, los
espectáculos acuáticos y los falsos gondoleros dirigiendo sus góndolas a
través del paisaje veneciano me habrían aturdido por la emoción, pero no
pude superar el nudo en mi garganta.
El Bulevar de Las Vegas estaba repleto de personas con trajes
llamativos. Las faldas eran un poco más cortas y las camisas un poco más
desabrochadas de lo que jamás había visto en el resto del país. Las personas
aquí estaban desesperadas por divertirse, por la emoción de perder o ganar
dinero. Tal vez si mi vida hubiera sido un poco más normal, la idea de
arriesgar unos cientos de dólares en una mesa de ruleta también me habría
emocionado. Pero después de todo lo que había pasado el año pasado, la
idea de apostar no aceleraba mi corazón.
Aun así, era bastante claro por qué un bar de Variantes debía estar tan
cerca de este lugar. Unas pocas personas que actuaran o parecieran extrañas
no llamarían mucho la atención en un entorno tan grande y exagerado como
éste.
—¿Has estado aquí antes? —pregunté, mis ojos ya luchaban contra el
estallido de colores.
—Hace un par de años. Mamá y papá nos trajeron a Madison y a mí
aquí el fin de semana. Fuimos a ver un espectáculo, el Cirque du Soleil, y
pasamos la mayor parte del día en la piscina, y por las noches nos
atiborramos en el enorme buffet del Bellagio. Nunca había visto platos tan
llenos de patas de cangrejo en mi vida. Era un poco asqueroso. —Se rió,
pero luego se calló y una mirada melancólica cruzó su rostro. Sabía que
estaba pensando en su hermana.
Pasamos el resto del viaje en silencio.
Con el tiempo, los hoteles se volvieron un poco menos opulentos,
aunque no menos llamativos. Los buffets se abarataron, al igual que las
habitaciones, y el flujo de personas se redujo. Algunos clubes de striptease
y moteles de aspecto sórdido compartían esta parte de la ciudad con moteles
que habían vivido tiempos mejores.
—Se supone que debe estar por aquí —dijo Devon.
Mis ojos se dirigieron a un callejón que se desviaba de la calle en la
que estábamos.
—Creo que esa es la calle correcta.
Devon dirigió el auto hacia la derecha y seguimos el estrecho camino
hasta el final.
—Aquí es. —Entramos en una pequeña plaza de estacionamiento
frente a un edificio gris poco llamativo con un tejado plano. No había un
letrero luminoso encima de la puerta ni anuncios de habitaciones y comida
baratas. En realidad, no había nada que indicara que dentro se escondía un
bar.
Mi estómago se revolvió cuando salimos del auto. El aire era cálido y
seco. Me quité el jersey y alisé mi camiseta con dedos temblorosos antes de
escudriñar nuestros alrededores. Nuestra camioneta no era el único auto en
el estacionamiento. Tres plazas, todas más cercanas a la puerta, estaban
ocupadas por autos de aspecto corriente. No estaba segura de lo que
esperaba ver, pero esto era definitivamente decepcionante. Había pensado
que algo sería diferente en un lugar frecuentado por Variantes. Un aire de
otredad. A no ser que este no fuera un bar de Variantes y Alec hubiera
mentido para despistarnos. Miré a Devon.
—¿Qué te parece? —Mis palabras parecían transmitirse y resonar en
el estacionamiento como si hubiera utilizado un micrófono.
Devon desdobló el papel que Alec me había dado.
—Stanley´s. Así se llama el bar. ¿Ves un letrero en alguna parte?
Negué con la cabeza. La fachada del edificio no tenía ninguna
ventana y la única señal de que se podía entrar era una puerta de acero que
parecía no abrirse a menos que se tirara con fuerza. Toqué la pistola en mi
bolsillo trasero, lamentando una vez más no tener una funda. Era mucho
más fácil que el arma fuera detectada de esta manera, e igualmente fácil que
se me escapara del bolsillo.
—Quizá deberíamos comprobarlo.
Nos dirigimos lentamente hacia el edificio. Mis zapatos resonaban en
el pavimento. Sonaba como si estuviera convirtiendo en polvo cientos de
pequeños granos de arena. El cuerpo de Devon estaba enroscado por la
tensión y, cuanto más nos acercábamos al edificio, más consciente era de la
presión tranquilizadora de la pistola encajada en mi trasero. No me
quedaban muchas balas y no sabía dónde podía conseguir más sin una
identificación falsa.
La fachada del edificio era de cemento gris, a juego con el acero sin
adornos de la puerta. Presioné mi oído contra ella, pero si había alguien
dentro, no se escuchaba ningún sonido.
Di un paso atrás. Mis ojos volvieron a escudriñar la fachada sin
ventanas. La puerta de acero parecía ser la única forma de entrar o salir. No
me gustaban las probabilidades de eso.
—Vamos a rodear el edificio. Quizá haya más cosas que ver —dije.
De repente, la puerta se abrió de golpe y tuve que retroceder a
trompicones o me habría clavado en la frente. Devon agarró mi brazo para
protegerme y su otra mano voló hacia el cuchillo que llevaba bajo la
chaqueta. Mi propia mano ya estaba en la pistola. Pero el tipo de apariencia
promedio que salió a tropezones del edificio ni siquiera nos miró. Se
tambaleó hacia su auto. El olor a alcohol y sudor lo perseguía. Le costó
varios intentos meter la llave en la cerradura. No creí que estuviera en
condiciones de conducir. Pero ahora mismo, ese no era mi problema.
Devon me dio un codazo en el brazo y por fin me di cuenta de que no
estábamos solos. Otro tipo mantenía la puerta abierta y nos miraba. Sus ojos
eran completamente blancos, excepto por los puntos negros de sus pupilas.
Variante. Así que tal vez este era el bar de Stanley después de todo. Dejé de
mirar sus ojos cuando se estrecharon. Estaba escudriñando mi rostro, pero
se detuvo en mis ojos durante mucho más tiempo del apropiado. El color
turquesa de mis iris fue probablemente la razón por la que abrió la puerta un
poco más.
—¿Quieren entrar? —Su voz era fina y aguda.
Devon se encogió de hombros y entró, mirando por encima de su
hombro para comprobar que lo seguía. Con una punzada de inquietud, lo
hice. Pero esto no era un bar. Era un pasillo estrecho y claustrofóbico con
un techo bajo. El pasillo conducía a una segunda puerta tras la cual podía
oír risas y música. Si hubiera extendido mis brazos, las yemas de mis dedos
habrían rozado las paredes pintadas de negro. Mi inquietud aumentó. Sentía
que el hombre que nos había invitado a entrar se mantenía cerca de mí. Su
aliento rozaba mi cuello, húmedo y caliente. Era sólo un centímetro más
alto que yo y aún más delgado, y sin embargo parecía ser el portero
encargado de vigilar el lugar. Supuse que cuando se trataba de Variantes, las
apariencias no reflejaban necesariamente lo peligroso que podía ser alguien.
Sólo sus ojos hacían que no quisiera cruzarme con él. Mi ignorancia sobre
su Variación no hacía más que aumentar mis temores.
La única fuente de luz era una lámpara tipo antorcha situada en la
pared, que emitía un brillo azulado. Estaba justo a la altura de los ojos y
dificultaba mi visión. Me acerqué a Devon para distanciarme un poco del
espeluznante portero. Fue entonces cuando me di cuenta de que el portero
no era la única persona en el pasillo con nosotros. Escondida en una alcoba,
una mujer estaba sentada en un taburete alto de la barra, con las piernas
pálidas curvadas bajo su cuerpo en el asiento redondo de cuero rojo. Estaba
inclinada hacia delante en una profunda flexión de cadera, con los ojos
cerrados. Era un milagro que aún no se hubiera desplomado.
—No los había visto antes. ¿Cómo nos has encontrado? —preguntó
bruscamente el portero.
Me sobresalté al ver lo cerca que estaba su voz de mi oído. Debió
haber acortado la distancia a mi espalda de nuevo, ya que había estado
ocupada observando a la mujer.
—Un amigo me dio su dirección —dije en voz baja. De alguna
manera me parecía mal levantar la voz en este lugar. Las manos de Devon
se cerraron en puños a su lado; parecía dispuesto a luchar contra el tipo en
el suelo.
—Estamos buscando a alguien —dijo Devon.
La postura del portero se hizo más amplia y sospechosa. A la luz
azulada de la linterna, sus ojos brillaban en su rostro como dos lámparas
halógenas.
—¿Quién los envió?
—Nadie. Estamos en nuestra propia agenda —respondí, cansada de
su interrogatorio—. No somos una amenaza para ustedes. ¿Por qué haces
tantas preguntas?
Los ojos blancos del portero se clavaron en los míos, pero no sentí
nada. Estaba segura de que no podía acceder a mi mente. Sólo quería
intimidarme con su espeluznante mirada.
—Primero su sangre.
Los músculos de los brazos de Devon se tensaron y dio un paso
adelante.
—¿Perdón? —pregunté.
—Su sangre. Para asegurarnos de que eres lo que dices ser. —El
portero asintió hacia Devon, con un lado de la boca curvado en una sonrisa
desagradable—. Especialmente a él. No se permiten normales.
¿Normales? No quería ni saber qué pasaría si se descubriera que
Devon o yo éramos normales.
—¿Qué vas a hacer? ¿Enviarla a un laboratorio para que la analicen?
—dijo Devon en tono desafiante, cruzando los brazos. El aire prácticamente
crepitaba de tensión.
Agarré su bíceps para que se callara, pero sin apartar la vista del
portero, el cual miró a Devon por encima de mi hombro.
—Sólo será un minuto —dijo, volviendo finalmente su atención hacia
mí. Se colocó junto a la chica en el taburete. Sus zapatos arañaban el piso
rugoso. Llevaba zapatos de punta de ala en blanco y negro, como un
gángster de película de antaño. Tal vez pensó que eso le daba un aspecto
más peligroso.
—Finja —dijo con voz suave.
No había utilizado ni una sola vez un tono civilizado con nosotros,
pero cerca de ella, su rostro se transformó en algo amable, desprovisto de
amenaza. La chica no reaccionó al principio. Parecía estar en un profundo
estado de meditación, con el pecho subiendo y bajando; si no fuera por eso,
habría pensado que estaba muerta. La sacudió ligeramente y poco a poco se
desplegó, levantando la cabeza y abriendo los ojos casi a cámara lenta.
Tenía un cuello largo y elegante y las clavículas sobresalían de su piel
blanca y cremosa. El negro de su endeble vestido contrastaba con su
palidez. No pude distinguir el color de sus ojos, pero eran muy oscuros.
Tenía la sensación de que todo en esa chica era oscuro, por dentro y por
fuera. Inclinó la cabeza como un pajarito, sus largas pestañas revolotearon
mientras miraba al portero, que tenía una expresión casi tierna.
—Te necesito —dijo.
Tardó más de lo debido en procesar las palabras, y luego giró la
cabeza hacia Devon y hacia mí.
—Tráiganmelos —dijo con una voz como el humo.
Los vellos de mi nuca se me erizaron.
El portero nos hizo un gesto para que nos acercáramos. Aunque se me
erizó el cuerpo, entré en la alcoba. No era grande. Sólo había un segundo
taburete, probablemente la percha del portero, y una pequeña mesa con una
radio que ponía música clásica suave. Se mezclaba con los ritmos que
entraban por la pesada puerta que daba acceso al bar.
De cerca, pude ver lo joven que era la chica, quizá quince o dieciséis
años. Sus ojos se cernían sobre mi cabeza, aunque para ello tenía que
inclinar el cuello. Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, el portero
tomó algo de la mesa. Vi el brillo azul de la hoja antes de que agarrara mi
mano con un apretón y perforara mi piel del pulgar. Solté una dura
respiración mientras el dolor se desplegaba en mi dedo.
—¿Qué demonios estás haciendo? —gruñó Devon, tambaleándose
hacia delante, pero puse una mano contra su pecho para evitar que hiciera
algo precipitado.
—No pasa nada —le dije. Luego le extendí el pulgar—. ¿Y ahora
qué?
El portero utilizó un pequeño cuadrado de plástico para recoger la
gota de sangre de mi herida y se lo tendió a Finja. Durante un largo
momento, lo miró fijamente. Me recordó una vez que había visto a un
cuidador de zoológico alimentar a una serpiente. Había colocado el ratón en
el terrario justo delante de la serpiente, pero durante un largo rato ésta había
observado en silencio a su presa antes de lanzarse de repente hacia delante
para asestarle el golpe mortal. La expresión de Finja no era diferente a la de
la serpiente. Levantó un brazo delgado y agarró el cuadrado de plástico con
dedos huesudos. Me di cuenta de que su meñique sobresalía en un ángulo
poco natural, como si se hubiera roto y hubiera vuelto a crecer sin
atenderlo. Mi atención se desvió de sus dedos cuando se llevó el cuadrado a
los labios y su lengua salió disparada, lamiendo instantáneamente mi
sangre. Dejé escapar un sonido de asco y volví a tropezar con el duro pecho
de Devon.
—Mierda —exhaló. No creí que fuera porque le hubiera hecho daño.
Mi aliento se alojó en mis pulmones.
La chica cerró los ojos y tarareó. Luego emitió un extraño sonido en
lo profundo de su garganta. No estaba segura de sí era un gruñido o un
gemido. Sus ojos se abrieron de golpe, todavía desenfocados, y soltó el
aliento muy lentamente. Luego asintió sin mirar a ninguno de nosotros.
—Estás limpia —anunció el portero.
Devon extendió su mano y todo el procedimiento comenzó de nuevo.
Sólo cuando la chica asintió después de probar la sangre de Devon, el
portero se relajó. Una vez terminada su tarea, Finja volvió a acurrucarse en
el taburete y perdió rápidamente la noción de lo que ocurría a su alrededor.
El portero señaló la puerta negra.
—Pueden entrar.
—¿En serio? —Me encogí por lo sorprendida que había sonado—.
Quiero decir, porque no tenemos veintiún años —dije rápidamente.
El hombre me miró como si pensara que era estúpida.
—Aquí no seguimos las leyes humanas. Tenemos las nuestras, así que
será mejor que escuches: No uses tu Variación para matar. Nada de usarla
para herir a alguien. Nada de policía humana. Ninguna mención de la
política de los Variantes. Si las rompes, te romperé a ti. ¿Entendido?
Parpadeé. Me pregunté cuánto tiempo había trabajado en esa pequeña
cita. Parecía innecesariamente orgulloso de ella. Devon y yo
intercambiamos una mirada y asentimos. Sólo había mencionado no matar o
herir a alguien con una Variación. ¿Qué pasa con el uso de pistolas o
cuchillos?
—Y el acero frío se queda aquí —añadió, como si hubiera leído mi
mente.
De mala gana, entregué mi pistola. Devon vaciló tanto que el portero
hizo algo en el aire que provocó que mi piel se erizara y que la chica se
estremeciera con ojos de pánico. Arrebaté el cuchillo de la mano a Devon y
se lo entregué antes de empujarlo hacia la segunda puerta, desesperada por
alejarme del pasillo y de las extrañas vibraciones que ahora lo llenaban.
El encuentro en el pasillo ya me pareció bastante extraño. Pero en el
momento en que atravesamos la puerta, estuve segura de que había entrado
en una nueva dimensión.
Capítulo 26

Esto tenía que ser una especie de extraño universo paralelo. Una luz
azulada parecía flotar sobre las columnas de humo en el aire. Me alegré de
que mis ojos hubieran tenido la oportunidad de acostumbrarse a la extraña
iluminación del pasillo o esto me habría dado vértigo. El interior del bar
estaba mucho más concurrido de lo que había sugerido el estado del
estacionamiento. Quizá algunos de los clientes tenían otros medios menos
convencionales para llegar al bar. Los latidos de la música que había
escuchado débilmente a través de la puerta, ahora palpitaban como un pulso
en mis venas.
Empecé a escudriñar la sala llena de clientes, pero mis ojos se fijaron
en el enorme depósito de agua que había en el centro del bar. Era un
gigantesco cilindro de cristal que llegaba desde el suelo hasta el techo.
—Vaya —susurró Devon a mi lado.
—Sí —dije, caminando lentamente alrededor del tanque de agua.
Unos puntos en el suelo del tanque arrojaban una luz azulada al agua,
haciéndola brillar, y unos chorros colocados en dos líneas estrechas a ambos
lados del cilindro hacían girar el brillo rosa. Pero eso por sí solo no habría
justificado esa mirada de asombro en el rostro de Devon. Dos mujeres
idénticas, cada una vestida con un escaso bikini rosa, se movían dentro del
acuario. Tenían el cabello rubio fresa que flotaba en el agua como si lo
llevara una suave brisa. Su maquillaje era cargado, lápiz de labios rosa,
sombra de ojos azul sobre sus ojos azules, rematados con gruesas pestañas
negras. Giraban y se movían en el agua en una rítmica y silenciosa danza.
Sus cuerpos se retorcían y enroscaban, pero mientras muchos clientes las
miraban, las mujeres sólo tenían ojos para la otra, atrapadas en su propio
trance de hermanas. Al parecer, esto era lo que se calificaba como
entretenimiento al estilo de Las Vegas en un bar Variante. Me encantó.
—Supongo que su Variación es que pueden respirar bajo el agua —
dijo Devon, con los ojos todavía pegados al espectáculo de danza acuática.
Una vez que dejé de mirar boquiabierta el acuario y observé lo que
nos rodeaba, me di cuenta de la cantidad de ojos que se habían dirigido
hacia nosotros. Incluso en presencia del espectáculo acuático, parecía que
éramos la atracción principal. No podríamos haber actuado de forma más
sospechosa si lo hubiéramos intentado. Todo el mundo podía ver que
éramos nuevos aquí. Y por la mirada de muchos de los rostros, los nuevos
huéspedes significaban problemas. Los grupos de clientes juntaron sus
p g p g p j
cabezas en señal de conspiración. Pocos de ellos prestaban atención a
Devon, me di cuenta con temor. Sus miradas curiosas se fijaban en mis ojos
y luego se alejaban rápidamente, para volver a hacerlo segundos después.
Ya habían visto ojos turquesa antes. Sabían lo que significaban.
Agarré el brazo de Devon y tiré de él.
—Vamos. Acerquémonos al bar.
Hundidos en el suelo estaban los focos del mismo tono azul que el
acuario, y más antorchas azules se alineaban en las paredes de techo alto.
Eso explicaba por qué el humo de los cigarrillos y los puros brillaba como
una aparición de la Atlántida. Altas cabinas privadas se alineaban en las
paredes; separadas entre sí por mamparas de terciopelo negro. Los clientes
sentados en los bancos de cuero azul dentro de las cabinas tenían una buena
vista del acuario y el bar, pero la mayoría de ellos parecían enfrascados en
una conversación, perdidos en sus propios mundos o mirándonos fijamente.
Dispersas alrededor del anillo interior de la gran barra había pequeñas
mesas redondas con sillas alrededor. La mayoría de ellas estaban vacías.
Aparentemente, las cabinas eran el camino a seguir.
Llegamos al bar, que estaba hecho de madera de caoba profunda y era
la única área en la sala que se apartaba del esquema de color azul. Los
asientos de los taburetes eran de cuero rojo, exactamente del color que
despedían las lámparas de los estantes del bar.
—Esto es una locura —susurró Devon a mí oído.
Habría estado de acuerdo con él si un hombre muy alto y muy
delgado no hubiera aparecido a mi lado en ese momento. Sus dedos
revolotearon sobre mi brazo como un toque fantasmal. Mi cuerpo retrocedió
violentamente y apreté las manos para pelear
—¿Quieres un poco de saliva? —respiró. Llevaba el cabello tan corto
que su cuero cabelludo brillaba y el rojo de las luces del bar se reflejaba en
sus ojos húmedos.
Estaba demasiado aturdida para hablar. O se trataba de la peor frase
para ligar del siglo o este tipo había perdido la cabeza.
Devon se acercó a mí hasta que su calor se extendió por toda mi
espalda. Aparté mi brazo del hombre.
—No.
Sacó un frasco que contenía un extraño líquido lechoso.
—Te hace volar —canturreó. Por la forma en que sus párpados se
movían, estaba convencida de que ya había tomado demasiados vuelos.
—No, gracias.
—Déjalos en paz, Spleen —gritó la mujer detrás de la barra.
Era el nombre perfecto para el tipo. Sus ojos se dirigieron a la
camarera antes de escabullirse hacia una escalera envuelta en la oscuridad a
la izquierda de la barra. También estaba envuelta en un profundo resplandor
rojizo.
—Gracias —dijo Devon, relajando su postura.
La camarera era una mujer alta vestida con unos pantalones cortos
negros y una camiseta negra de tirantes, que dejaba ver sus brazos, cuello y
piernas tatuados. No pude ver ni un centímetro de su piel que no estuviera
tatuado; sólo su rostro estaba libre de tinta. Había una larga cadena de
palabras escritas por todo su cuerpo en letra diminuta. Debía de haber
cientos de palabras serpenteando por sus extremidades, pero no podía
entender lo que decían.
Se quedó limpiando un vaso, todavía mirando el lugar donde Spleen
había estado antes. Finalmente, se giró hacia nosotros.
—Primera vez, ¿eh? —preguntó ella, con un piercing destellando en
su boca—. Soy Penny.
—Soy Tessa y este es Devon —dije. No pude evitar preguntarme si
sus tatuajes eran sólo para mostrar, o si estaban allí para ocultar algo. Un
disfraz inteligente para las escamas, o un encubrimiento para una cicatriz,
como el dragón de Alec. Sentí una punzada en mi estómago al pensar en él.
Concéntrate me recordé a mí misma.
Ella se dio cuenta de que la miraba fijamente y dejó el vaso en la
mesa.
—Tomó años hacerlo —dijo orgullosa—. Y dolió mucho.
—¿Qué dice? —pregunté con auténtica curiosidad.
—Todo tipo de cosas. —Se encogió de hombros—. Citas que
significan algo para mí.
—¿Tienen algo que ver con tu Variación? —preguntó Devon.
Nuestras mentes parecían trabajar por igual.
Algo en su rostro se movió como una sombra que pasa.
—No soy una Variante.
—¿No lo eres? —solté y me sentí mal al instante. ¿Cómo pude ser tan
insensible?
Pero ella se limitó a sonreír, aunque no sabía si lo decía en serio.
—Mi padre es el dueño del lugar. Es un Variante. Pero yo sólo soy
una Normal. Otro caso en el que la genética me jodió.
—Entonces, ¿qué es exactamente este lugar? —pregunté en su lugar.
—Un lugar seguro para que los Variantes se diviertan. Un lugar donde
no corres el peligro de quedar atrapado en el fuego cruzado de la política.
—Quieres decir entre la FEA y el Ejército de Abel.
Ante la mera mención de esos nombres, su rostro se iluminó con
alarma.
—No lo hagas —siseó, con los ojos mirando a su alrededor—. Mi
padre prohibió esas palabras. Más vale que no las digas si no quieres
encontrar tu trasero en la calle.
—¿Así que las personas que vienen aquí no forman parte de ninguno
de los dos grupos? —preguntó Devon. Lo dijo de una manera que sugería
que no había alternativa.
Ella lo miró como si pensara que estaba loco.
—Las personas de aquí hacen todo lo posible por pasar
desapercibidas. Porque si saben de ti, o te unes a ellos o desapareces.
—Estás hablando del Ejército de Abel —susurré.
Ella frunció el ceño pero no me corrigió por haber dicho el nombre de
nuevo.
—Estoy hablando de los dos. Solo son los dos lados de la misma
moneda.
—Pero la FEA no obliga a las personas a unirse a ellos, ¿verdad? ¿No
coaccionan o matan a las personas?
—Si te encuentran, te unes. Fin de la historia. No te matan, pero te
obligan a seguir sus reglas o te meten en su prisión porque eres un riesgo
para la seguridad y te pudres allí hasta que mueres. ¿Cuál es la diferencia?
—Apoyó las palmas de sus manos en el mostrador, inclinándose más hacia
nosotros, con los ojos oscuros brillando—. Pero basta de eso. La política no
tiene lugar aquí.
Estaba a punto de protestar, pero ella escupió su siguiente
pensamiento, sin dejarme oportunidad de decir nada.
—Lo que Spleen intentó venderte no es la única forma de pasarlo
bien.
—¿Qué es, de todos modos? —preguntó Devon.
—Lo que dice. Es la saliva de una Variante, que contiene endorfinas y
efedrina y otras cosas. Las personas lo mezclan en sus bebidas.
Esto era demasiado repugnante para las palabras. Mis dedos de los
pies se curvaron ante la idea de poner a propósito la saliva de alguien en mi
refresco.
—¿Y a tu padre no le molesta que Spleen venda esas cosas?
—Por supuesto que no. Él es la Variante que produce el material —
dijo con una sonrisa retorcida.
—Oh —dije estúpidamente, mirando a Devon.
Una lenta sonrisa se extendió por su rostro.
—Esto es muy raro —susurró él.
—De todos modos, si no te gusta la saliva, también tenemos la opción
de darte dulces sueños. Tenemos un atrapasueños que te dará los sueños que
quieras. Por unos pocos dólares, te proporcionaremos sus servicios junto
con unos cuantos somníferos para alargar la experiencia. Todo es posible.
La experiencia sonaba casi demasiado buena para ser verdad, pero
Penny no era muy buena vendedora. Si realmente quería vendernos algo,
probablemente no debería haber sonado tan asqueada y aburrida por todo
aquello.
Apoyé los codos en la barra.
—¿Por qué las personas compran saliva y sueños manipulados?
Penny se encogió de hombros.
—Por la misma razón que los Normales consumen las típicas drogas
y el alcohol. Para olvidar, para recordar, para ser otra persona, para ser ellos
mismos. Hay muchas razones —dijo.
Seguí su mirada. Muchas de las personas que estaban en las cabinas
parecían que la vida no había sido precisamente amable con ellas: estaban
llenos de cicatrices, líneas de preocupación, ropa arrugada,
comportamientos nerviosos. Supongo que eso es lo que se consigue por
esconderse de fuerzas tan poderosas como el Ejército de Abel y la FEA.
¿Acabaremos Devon y yo como ellos?
En presencia de tanto tiempo y preocupación, de repente supe por qué
mi madre trabajaba aquí.
—Estoy buscando a alguien. Antes se llamaba Heather, pero puede
que ahora tenga otro nombre. Tiene el cabello castaño, algo ondulado como
el mío, y los ojos marrones.
Penny entrecerró los ojos hacia mí.
—¿Qué quieres de ella? —Había una pizca de protección en su tono.
Así que mi madre realmente trabajaba aquí. Mi estómago se anudó
dolorosamente, de repente no estaba segura de poder enfrentarme a ella.
Devon tomo mi mano. El calor y la fuerza de su agarre me ayudaron a
relajarme.
—Es mi madre —dije.
Penny se congeló en su sitio.
—Oh, mierda —susurró. Sus ojos escanearon mi rostro, luego se dio
la vuelta y se dirigió hacia la escalera iluminada en rojo—. ¡Heather! —
llamó. Ladeó la cabeza como si estuviera escuchando algún sonido. Pero no
hubo respuesta. No bajó nadie. Me miró—. Quizá esté dormida.
Pero yo conocía a mi madre.
—Ella y tu padre son pareja —dije, sin una pizca de incertidumbre.
Mi madre no había estado soltera por más de unos pocos días desde
que yo podía recordar. Necesitaba un hombre a su lado, especialmente si era
uno que la mandara. Por primera vez, me pregunté si sería porque le
recordaban a mi padre. Pasé junto a Penny y subí las escaleras de dos en
dos. Sus dedos rozaron mi brazo, pero la aparte.
—No lo hagas —susurró. Su expresión rebosaba de compasión.
Subí las escaleras a toda velocidad. Penny y Devon me seguían de
cerca. Llegué a un pasillo iluminado por más antorchas rojas.
—¿Dónde? —pregunté—. ¿Dónde está ella?
Penny dudó.
—¿Dónde? —Grité y ella dio un paso atrás. Devon tocó mi hombro
pero me aparté de un tirón.
Penny hizo un gesto con la mano hacia el final del pasillo. Me dirigí
hacia la puerta negra cerrada, con mi corazón golpeando mi caja torácica,
puse mi mano en el picaporte. Cada músculo de mi cuerpo se tensó. Tragué
saliva. Me recordé a mí misma que era fuerte. Podía hacer frente a
cualquier cosa que se me presentara.
Me armé de valor, empujé la puerta y entré.
Capítulo 27

Una ola de pachuli me golpeó y el humo del incienso recién quemado


se arremolinó en la habitación. Mi nariz cosquilleaba con la urgencia de
estornudar. Pero luego todo pareció quedarse quieto, incluso mi corazón y
mi pulso.
Mis ojos se deslizaron sobre la forma inmóvil, enredada entre sábanas
de satén rojo en la cama. Mi madre.
Su cabello castaño colgaba sin fuerza alrededor de su rostro, que
estaba inclinado hacia la puerta. Un brazo se inclinó perezosamente sobre
su cabeza. La baba se había secado en la comisura de su boca y en su
barbilla. Podía ver sus ojos moverse bajo sus párpados, revoloteando de un
lado a otro como si estuviera viendo un partido de tenis en su mente. Me
obligué a cruzar la habitación hacia la cama tamaño king. La alfombra roja
era tan lujosa que mis pies parecían hundirse profundamente en ella.
Algunas partes estaban enmarañadas y manchadas. Mientras me acercaba a
ella, mi espinilla chocó contra el marco de la cama.
Me quedé mirando un rasguño en el cabecero de madera oscura y me
concentré en mi respiración. Pero concentrarme en cualquier cosa que no
fuera mantener la calma era muy difícil. Todos los sentimientos parecían
desbordarse. Las pestañas de mi madre se agitaron y se movió y removió.
Su brazo se deslizó fuera de la cama y rozó mi pierna. Mordí mi labio para
no hacer ruido.
Sólo respira, me recordé a mí misma. Respira. Esto no significa nada
para ti. Sólo es un medio para un fin, una forma de llegar a Holly. Nada
más.
Pero en su aturdimiento, se parecía tanto a la madre de la foto. La
madre que una vez me abrazó con una sonrisa. Me senté en el borde de la
cama. Podía sentir los ojos de Devon y Penny sobre mí, prácticamente
podía sentir su compasión irradiando en oleadas.
Abrí el puño y sentí que la sangre volvía a mis dedos. Lentamente,
extendí mi mano (mi cuerpo temblaba) y aparté un mechón de cabello de su
rostro pasivo. Lo pasé por encima de sus ojos, que se estremecieron una vez
más, y ahuequé su mejilla.
—¿Mamá? —pregunté.
No reconocía los sonidos que formaban esa palabra, no reconocía mi
propia voz. Sonaba como una niña pequeña y asustada. Por un momento mi
madre se inclinó hacia mi tacto. Está drogada, me recordé. No estaba en su
sano juicio; esto no significaba nada. Entonces, ¿por qué me inundó un
sentimiento de felicidad?
Ella gimió y sus labios se separaron. Se dio la vuelta, mostrando los
moratones de sus brazos y sus hombros.
Me incliné hacia atrás, jadeando. Mi garganta, mi caja torácica,
incluso mi cuerpo se sentía demasiado tenso. Dejé escapar un grito, un grito
tan extraño que me puso la piel de gallina. Y de repente mi cuerpo pareció
explotar. Ondulando, cambiando. Volé a través de las transformaciones. Los
cuerpos se volvieron borrosos. Me dolían los huesos, me dolía la cabeza,
pero seguí cambiando de cuerpo. Más y más rápido. Alguien me rodeó con
sus brazos, cálido y tranquilizador, y las transformaciones se desaceleraron
hasta que finalmente se detuvieron y volví a ser yo misma. Aspiré el aroma
de Devon y cerré mis ojos.
Pero el momento se interrumpió cuando la puerta se abrió de golpe.
—¿Qué está pasando? —preguntó una voz grave.
Me retiré. Un hombre alto y corpulento, con la cabeza calva y los ojos
amarillos y sucios, estaba en la puerta. El parecido con Penny era innegable.
Me separé del abrazo de Devon y me moví sin darme cuenta de lo que
estaba haciendo. Pero de repente estaba frente al hombre y mi puño chocó
con su pómulo con un satisfactorio estallido. Le había dado a mi madre su
droga y los moratones. No me atreví a considerar lo que había hecho a
cambio de la saliva.
Sus ojos se pusieron en blanco y golpeó la puerta, que se cerró con el
impacto, antes de hundirse en el suelo. Sostuvo su mejilla, una expresión
atónita en su rostro. Penny se sacudió el estupor y se arrodilló a su lado.
—¿Estás bien? —Penny tocó su brazo, pero él la apartó. El dolor
parpadeó en su rostro, pero ya había desaparecido cuando se enderezó.
—Estoy bien. Llama a Benny —gruñó—. Que saque a la perra.
—Si me sacas, le diré inmediatamente a la FEA de tu existencia —
dije con voz gruesa. Esperaba haber conseguido sonar más fuerte de lo que
me sentía.
Mostró sus dientes cubiertos de sangre en una siniestra sonrisa. Sus
ojos se entrecerraron para mirarme.
—Si no estuvieras huyendo de ellos, no estarías aquí, chica.
Di un paso más hacia él. No sabía qué quería hacer, pero su mirada se
quedó congelada en mis ojos. Una horrible mirada de reconocimiento cruzó
su rostro como si los hubiera visto antes y todo su rostro se puso blanco.
—Tus ojos —murmuró, y luego negó con la cabeza—. No. Eso es
imposible. —Se puso de pie a trompicones y se quedó mirando a mi madre
—. Heather, ¿qué mierda está pasando?
Mi madre se incorporó sobre los codos, parpadeando aturdida.
—¿Stanley? —La palabra fue arrastrada como un largo suspiro.
Sus ojos me rozaron sin reconocerme. No sabía quién era yo. Pero en
ese momento, ni siquiera estaba segura de que ella supiera quién era. El
calor se acumuló detrás de mis ojos. ¿Por qué seguía teniendo la capacidad
de hacerme enfadar? ¿Por qué todavía me importaba después de todo lo que
había hecho? ¿Por qué no podía dejar de amarla cuando ella nunca se había
preocupado por mí?
Stanley intentó pasar por delante de mí para llegar a la cama, pero me
interpuse en su camino. Era una cabeza más pequeña que él y trató de
apartarme. Sus manos chocaron dolorosamente con mis clavículas y me
tambaleé hacia un lado, manteniéndome apenas de pie. Devon agarró su
brazo y se lo retorció, pero Stanley le lanzó un puñetazo. En un rápido
movimiento, Devon se agachó, de modo que los nudillos sólo le rozaron la
parte superior de la cabeza, y descargó un puñetazo en el estómago de
Stanley. El hombre jadeó y se tambaleó, y tuvo que agarrarse al armario
raído. Jadeó, con el rostro rojo. Penny se acercó y le agarró el antebrazo.
—Papá, ya es suficiente. No necesitamos más problemas.
—¿Más problemas? —gritó y me señaló con un dedo tembloroso—.
Yo no soy el que causa problemas. Esa chica es un problema que vale toda
la vida.
Penny me miró fijamente pero no pareció hacer la conexión.
—Reconocería esos ojos en cualquier parte. Es uno de sus engendros.
—El miedo y el asco brillaban en su rostro, luchando una batalla por cuál
era la emoción más fuerte.
Penny parecía saber exactamente a quién se refería la palabra “sus”.
Sus ojos se agrandaron y empezó a trazar las palabras de sus tatuajes como
un hechizo que le diera consuelo.
Miré hacia donde mi madre luchaba por sentarse. El tirante de su
camisón endeble se deslizó de su hombro huesudo y el escote se hundió.
Me incliné y la ayudé a apoyarse contra la cabecera antes de volver a
colocar la correa en su lugar. Sus ojos marrones recorrieron mi rostro y el
reconocimiento lleno de pánico se instaló en ellos.
Mamá se miró a sí misma como si acabara de darse cuenta del
lamentable estado en que se encontraba y su rostro se arrugó. Envolví mi
brazo alrededor de su espalda y la puse de pie, teniendo cuidado de que el
camisón la cubriera.
—Vamos, mamá. Vamos a limpiarte.
—No me digas que te volviste a mear en la cama —gruñó Stanley.
—Una palabra más —dije con dureza—. Y te juro que llamaré a mi
padre y le diré que derribe este lugar. —No podía hacer eso. Al menos no
sin entregarme a él. E incluso entonces, no estaba segura de que se
preocupara por mí lo suficiente (o en absoluto) para hacerme algún favor.
Pero por el terror en el rostro de Stanley, él creía que podía. Disfruté
de la sensación de triunfo, pero mi madre se hizo más pesada en mis brazos
y sus piernas cedieron.
—¿Hay algún antídoto para lo que sea que esté tomando? —pregunté.
Stanley me miró con desprecio, pero Penny respondió.
—Sí. Puedo traerte un vial. —Salió rápidamente de la habitación y él
la siguió sin decir nada más.
Devon se acercó a mi madre y a mí.
—¿Quieres que te ayude? —Sus ojos eran suaves y tristes, pero
también lastimosos.
—No —susurré—. Puedo hacerlo sola. —Me di cuenta de que no me
creía—. De verdad —dije con firmeza.
Penny volvió con un pequeño frasco de plástico.
—Haz que se beba esto y debería volver a la normalidad en unos
minutos.
Tomé el frasco y lo metí en mi bolsillo.
—¿Dónde está el baño?
Penny abrió una pequeña puerta al lado del armario. Llevé a mi madre
adentro. No había mucho espacio. Las costuras entre las baldosas blancas
estaban amarillentas y parcialmente ennegrecidas por el moho. Había una
cabina de ducha, un inodoro y un lavabo, lo que dejaba un espacio central
con apenas espacio suficiente para que mi madre y yo estuviéramos de pie.
Penny se quedó en la puerta, la incertidumbre coloreando su rostro.
—No necesito ayuda —volví a decir, lo suficientemente alto como
para que Devon pudiera oírlo también. Parecía reacio a dejarme lidiar con
esto sola—. Si quieres ayudar, ¿podrías traer ropa limpia para mi madre?
Penny salió de su estupor y asintió con decisión.
—No te preocupes. Me ocuparé de ello. —Con eso, cerró la puerta y
me dejó a solas con mi madre.
Ella aún no me había dicho nada. Tal vez no había nada que decir.
Cerré la tapa del inodoro y la hice sentarse encima. Sólo cuando estuve
segura de que no se caería, la dejé ir. Incliné su cabeza hacia atrás y llevé el
frasco a sus labios. Bebió el líquido sin protestar. Probablemente estaba
acostumbrada a que le dieran el antídoto. Quién sabía cuántas veces había
tomado una sobredosis de saliva o de cualquier otra cosa que vendieran por
aquí.
Aparté la cortina de la ducha (estaba húmeda y amarillenta) y
enjuagué el suelo de la ducha con agua caliente. Por el rabillo del ojo pude
ver a mi madre observándome. Seguía con la cabeza inclinada, pero notaba
sus ojos en mí a través de la franja de sus pestañas. Tal vez fuera mi
imaginación, pero sus ojos ya parecían menos aturdidos que momentos
antes.
—Ahora te ayudaré a desvestirte, ¿de acuerdo? —dije.
No reaccionó y lo tomé como un permiso silencioso. Me alegré de
que sólo llevara el camisón y las bragas. Dejó que pasara la bata por su
cabeza e incluso levantó los brazos por sí misma. Nuestras miradas se
cruzaron mientras tiraba la prenda al suelo.
—Has crecido —susurró. Su voz era como un cristal roto, pero al
menos hablaba y sus palabras eran inteligibles.
No sabía qué decir, así que agarré su última prenda, pero ella negó
con la cabeza.
—No. Yo... —Se quedó sin palabras, con la vergüenza retorciéndole
las mejillas hundidas.
Retrocedí, chocando contra la puerta para darle espacio. Sus
movimientos eran torpes y lentos, y cuando se inclinó para empujar su ropa
interior más allá de sus rodillas, casi se cae hacia adelante. Pero no la
avergoncé ayudándola más. Se agarró al borde de la cabina de ducha con
azulejos y entró lentamente. Se apoyó en los azulejos sucios, con el rostro
contraído por el agotamiento.
—¿Por qué no te arrodillas? —le sugerí. Un manto de
adormecimiento pareció asentarse sobre las emociones que se agitaban en
mi interior, y me alegré de ello.
Se arrodilló y sus huesudas rodillas golpearon el suelo de la ducha
con un ruido sordo. Debía de dolerle, pero su rostro no mostraba ningún
signo de dolor. Abrí el agua, asegurándome de que estaba lo
suficientemente caliente, justo al borde de lo insoportable. Sabía que
siempre había estado fría después de despertar de un aturdimiento por las
drogas; el efecto probablemente no era tan diferente con la saliva de
Stanley. Dejó escapar un pequeño suspiro cuando el chorro caliente golpeó
su espalda. Apliqué el shampoo en su cabello y se relajó con mi tacto.
Parecía pequeña y vulnerable, con los omóplatos asomando por su piel. Las
únicas toallas que encontré estaban amontonadas en el suelo. Agarré la más
limpia del montón y la envolví a su alrededor.
—¿Por qué tardan tanto? Quiero respuestas —gritó Stanley desde el
dormitorio. La voz tranquilizadora de Penny siguió a su arrebato, mucho
más calmada y silenciosa.
—¿Por qué dejas que te trate así? Te mereces algo mejor —dije
rechinando mis dientes.
Los dedos de mamá se enroscaron sobre mi hombro para
estabilizarse, con el agua goteando por su cuello.
—Ambas sabemos que eso no es cierto. Me lo merezco.
La miré a los ojos. ¿Se arrepentía de la forma en que me había
tratado?
—Nadie se lo merece —dije. Me había tratado casi tan horriblemente
como la habían tratado sus novios cambiantes. No me había pegado ni
abusado físicamente, pero su trato silencioso, sus palabras hirientes y sus
miradas de asco también habían dejado sus cicatrices—. No lo entiendo.
¿Por qué siempre eliges a esos imbéciles?
Ella no respondió. Tal vez no sabía la respuesta.
Aparté esos pensamientos y guie a mi madre de vuelta al dormitorio.
Stanley, Devon y Penny estaban allí, cada uno de pie con cierta distancia
entre ellos y los demás. Devon se apartó de la pared en la que estaba
apoyado.
—Fuera —ordené, evitando las miradas de todos.
Penny agarró el brazo de su padre y lo arrastró fuera; Devon lo siguió
con una mirada de simpatía hacia mí. No pude evitar preguntarme cómo
habría manejado Alec la situación, pero sabía que era inútil pensar en eso.
Como había prometido, Penny había encontrado la ropa de mi madre.
Estaba extendida sobre la cama y, aunque podría haberse planchado, estaba
limpia.
—¿Vives aquí? ¿O tienes un apartamento en otra parte? —pregunté.
Miré a través de las cortinas hacia el estacionamiento para asegurarme
de que no íbamos a recibir ninguna visita no deseada. Ya habían
estacionado allí unos cuantos autos más. Oí que la respiración de mi madre
se agitaba por el esfuerzo que le suponía vestirse.
—Tenía una casa, pero la perdí hace tiempo —dijo, frunciendo el
ceño como si se esforzara por recordar cuándo había ocurrido.
Probablemente no había pagado el alquiler. Ya había sucedido antes y
había dado lugar a unas cuantas maniobras de mudanza en mitad de la
noche cuando era una niña. Por lo que había visto hasta ahora, no creía que
ganara dinero aquí en Stanley's. Ni siquiera estaba segura de que estuviera
en condiciones de trabajar regularmente.
Cuando por fin se vistió, se sentó en la cama, con las manos
agarrando las sábanas arrugadas. Sus ojos estaban pegados a mí. Froté mis
manos, sintiéndome fuera de lugar.
—Sé lo de mi padre. Sé quién es.
Si la noticia la conmocionó, lo disimuló bien. Tal vez el uso constante
de drogas había estropeado su capacidad de mostrar emociones.
—No deberías estar aquí —susurró.
Capítulo 28

Sus palabras picaron en mi pecho como ácido, pero intenté que no se


notara.
—Lo sé. La última vez que te llamé me dejaste muy claro que no
querías saber nada de mí. Y no te preocupes, esto no es una reunión entre
madre e hija. No te estoy pidiendo nada. Sólo necesito algo de información.
Ella parpadeó.
—Lo dije por tu propia protección —dijo.
Me burlé.
—Es cierto. Me preocupaba que este lugar no fuera seguro. Las
personas te reconocerán aquí. —No creí que esa fuera la única razón.
Apenas había soportado mi compañía cuando aún vivíamos bajo el mismo
techo.
—¿Por qué te preocupas por mí ahora? ¿Estabas preocupada por mí
cuando me ignoraste durante días cuando era demasiado joven para
entenderlo, por qué me dijiste que era un bicho raro y que te daba asco, por
qué te sentiste aliviada cuando la FEA finalmente me recogió y me llevó?
Su mirada se posó en mis ojos.
—Tienes razón. Me alegré cuando te fuiste.
Ahí estaba: la confesión. Por supuesto que siempre lo había sabido,
pero escuchar las palabras de su boca me dolió más de lo que había
pensado. Debería haber dejado las cosas así, debería haber dirigido la
conversación hacia algo que pudiera llevarme a Holly, pero no pude.
—¿Por qué? —balbuceé.
—Tus ojos —dijo en voz baja. Algo oscuro parpadeó en su rostro—.
Me recordaban a tu padre. Me recordaban un pasado que quería olvidar.
Creí que podía dejarlo todo atrás, especialmente a tu padre. Una vez amé a
Abel, hace mucho tiempo. Era inteligente, encantador y amable. Era tan
carismático que casi nadie podía resistirse a él. Tenía algo especial, algo
poderoso.
Fruncí el ceño. Entonces, ¿por qué lo había dejado?
Observó mi rostro en busca de una reacción antes de continuar.
››Seguro que no lo recuerdas, porque entonces eras un bebé, pero no
siempre fue fácil con Abel. Tenía sus lados buenos, pero lo que más quería
era lo único con lo que él no podía lidiar: la normalidad.
Eso era algo que podía entender. A menudo había anhelado una vida
normal, pero mi infancia había estado muy lejos de ella. Tal vez mi madre y
yo nos parecíamos más de lo que yo sabía. Pero tal vez ella y Abel se
parecían más de lo que quería admitir. Porque a pesar de sus deseos, la
normalidad definitivamente no era algo que mi madre hubiera logrado.
››Él y yo queríamos vivir una vida sin la supervisión de la FEA. Nos
quitaron nuestras opciones, nuestra libertad, y nos dieron reglas con las que
tu padre no estaba de acuerdo. Tomamos la decisión de huir. Quería
intentarlo por mí: formar una familia normal, vivir una vida normal. Ese era
mi sueño cuando nos fuimos. —Hizo una pausa, con una expresión
melancólica—. Y al principio parecía que podría funcionar. Pero me di
cuenta de que tu padre tenía problemas con la vida normal. No sabía cómo
funcionar en la sociedad normal. Y no se sentía seguro por sí mismo.
Pensaba que la FEA vendría por nosotros en cualquier momento y nos
encerraría en su prisión por traición. Entonces su hermano, tu tío llegó a la
ciudad. Llevaba años huyendo de la FEA y convenció a tu padre para que
trabajara junto a él, para unos ricos empresarios. Tu padre sabía que
necesitaba dinero si quería tener la oportunidad de construir un lugar seguro
para los Variantes, lejos de la FEA, lejos del control aplastante y de los ojos
vigilantes del FBI. No quería que lo siguieran utilizando. No sabía mucho
sobre su trabajo. Tenía miedo de preguntar. Creo que a Abel se le fue la
mano con su hermano. Se le hizo más difícil conciliar sus ideales con su
trabajo, pero nunca dejó de intentarlo. Creo que eso era lo que más
admiraba de él. Y cuando el hermano de tu padre empezó a pasar todo el
tiempo con nosotros y comenzó a hablar de construir su propio grupo, un
grupo que destruiría la FEA, intenté convencer a Abel de que no lo hiciera.
Le supliqué que detuviera la locura. Pero su hermano tenía demasiada
influencia. Abel pensaba que estaba haciendo lo correcto. No se podía
razonar con él. Tu hermano ya había mostrado signos de una variación y yo
sabía que Abel nunca lo dejaría ir. Pero durante los primeros años de tu
vida, parecías ser normal. No puedo decirte lo mucho que deseaba eso. Así
que te tomé y huí. No creo que Abel nos siguiera nunca, pero siempre tuve
cuidado de no quedarme en el mismo sitio demasiado tiempo, por si acaso.
—Pero entonces mi Variación empezó a aparecer —dije.
Mi madre asintió.
—Supe que había sido una estúpida al pensar que alguna vez habría
una vida normal para nosotros. No sabes cuántas veces me arrepentí de
haber huido de Abel, pero al mismo tiempo sabía que no podía volver a su
vida. Sería demasiado peligroso para las dos. Quería la normalidad, la
seguridad, aunque sólo fuera la pretensión de ello. Si Abel nos hubiera
encontrado, sabía que habría sido demasiado débil para resistirme a él.
—¿Así que por eso siempre nos mudamos?
—Sí. Eso y la FEA.
—La FEA, ¿por qué? No pareció importarte cuando me llevaron.
—Nunca habrías sido libre con la FEA. Lo sabía. Prometen una vida
virtuosa, pero mantienen a sus agentes en una jaula de oro. No quería eso
para ti. Pero una vez que nos encontraron, no tuve más remedio que dejar
que te llevaran. El Mayor no habría escuchado, aunque hubiera dicho que
no. Tal vez debería haber llamado a Abel en ese momento, ya que estoy
segura de que te habría llevado antes de que la FEA pudiera hacerlo, pero
no quería admitir ante él, ni ante mí misma, que mi vida era un caos.
Debería haber sabido que mi plan estaba condenado. O estás con la FEA o
con el Ejército de Abel. Al menos eso es lo que pensaba entonces. No sabía
de los muchos Variantes que vivían en la clandestinidad, lejos del radar de
la FEA. Pero con tus ojos, no podríamos haber mantenido tu identidad en
secreto durante mucho tiempo.
—Podría haber adoptado otra apariencia —dije.
—¿Durante semanas? —dijo escéptica—. ¿Para siempre?
Asentí.
—Estuve en una misión que me llevo semanas.
Durante mucho tiempo, mi madre me miró.
—Eso no habría cambiado mucho. Todavía no puedo cambiar mi
aspecto. Me habrían reconocido.
—Pero podrías haberte hecho parecer más joven.
Las líneas alrededor de sus ojos y su boca eran aún más profundas de
lo que yo recordaba. Hacía tiempo que no usaba su Variación. Tocó sus
arrugas con la punta de sus dedos.
—Cuando dejé a tu padre, juré no volver a usar mi Variación. Había
visto lo que las personas como nosotros pueden hacer, pero he visto lo que
les hace a ellos. No quería ser así nunca más. Quería ser normal.
—Pero una vez fuiste un agente de la FEA. Tenías un hogar en la
sede, un futuro, un trabajo. ¿Por qué no volviste allí? ¿No habría sido mejor
esa vida que compartir tu vida con borrachos y pasar las noches desmayada
por las drogas? —Hizo una mueca. Mis palabras habían sido duras, pero
eran la verdad. Ambas lo sabíamos.
—Tú y yo habríamos pertenecido a la FEA. Tendría que usar mi
Variación cuando ellos quisieran, como ellos me dijeran. Quería ser libre.
Eso era lo único que me importaba.
—¿Incluso más que tu propia hija? ¿No crees que mi vida habría sido
más fácil si no hubiera tenido que crecer entre interminables botellas de
cerveza y una serie de tipos violentos?
Su mirada era feroz.
—Tal vez. Pero entonces era egoísta. Todavía lo soy. Pero ahora
también estás huyendo de la FEA, ¿no es así?
—Sí —admití—. Descubrí que no puedo confiar en ellos. Tenían a
alguien en quien confiaba más que nadie para vigilarme con su propia
Variación: leía mis emociones para ver si era lo suficientemente estable
como para ser agente.
—Te gustaba mucho ese chico, ¿verdad? —dijo con voz resignada.
No estaba segura de cómo lo sabía. Tal vez mi expresión o mi voz me
habían delatado. O tal vez tenía suficiente experiencia con el desamor como
para reconocerlo al instante.
Me encogí de hombros. No confiaba en mi voz para responder.
—No me sorprende que El Mayor no confíe en ti. No con tus
antecedentes. Han pasado demasiadas cosas entre El Mayor y tu padre.
—¿Entonces es personal?
—El Mayor es demasiado profesional para ponerse emocional. Pero
Abel y su hermano son una historia diferente.
—¿Por qué el Mayor no te obligó a unirte a la FEA cuando me llevó
con él? Sabía que eras una Variante, y podría haberte metido en la cárcel si
te hubieras negado.
—Podría haberlo hecho —dijo mi madre en voz baja—. Pero él y yo
nos conocemos desde hace mucho tiempo. Tal vez ese fue uno de los raros
casos en los que no siguió las reglas. Y él sabía que yo era un desastre.
Habría traído problemas conmigo y eso era lo último que necesitaba El
Mayor en el cuartel general.
Jadeé.
—No me digas que... ¿El Mayor y tú? —Ni siquiera pude decir las
palabras.
—Fue hace mucho tiempo —explicó—. Cuando entré en la FEA, allá
por los años setenta, el Mayor era un joven apuesto.
Mi rostro debió mostrar mi sorpresa porque ella bajó los ojos.
—Suena extraño, lo sé. Pero me atraía su seriedad. Era muy intenso.
Era mucho mayor por dentro de lo que su edad sugería, pero las cosas no
fueron bien durante mucho tiempo. Tal vez era demasiado errático. Y
cuando tu padre se unió a la FEA años después, me enamoré de él. Creo que
Antonio nunca me lo perdonó.
No estaba segura de que se diera cuenta de que era la primera vez que
utilizaba el nombre real del Mayor.
—Tal vez por eso no me quería cerca de la FEA cuando nos encontró
a ti y a mí. Le recordaba lo que pasó entonces.
Era demasiado para asimilarlo y realmente no importaba. Tenía que
encontrar a Holly. Eso era lo único que importaba ahora.
—Necesito encontrar al Ejército de Abel —dije.
Mi madre hizo un pequeño movimiento de cabeza.
—No tienes que buscar muy lejos. Si te quedas mucho tiempo en un
sitio, es probable que te encuentren. Pero no sabes en qué te estás metiendo,
Tessa. Cambia tu apariencia, vete a Europa o a otro lugar y vive una vida
normal. Diviértete. Vive con tus propias reglas. Creo que puedes hacerlo.
Eres más fuerte de lo que yo nunca fui. Eres la hija de tu padre.
—Pero el Ejército de Abel secuestró a mi mejor amiga. Tengo que
encontrarla.
Mi madre no parecía sorprendida.
—No le harán daño a tu amiga. Él te quiere, Tessa. Creo que nunca
me perdonó que te alejara de él.
—¿Sigues en contacto con Abel? He oído un rumor de que sí.
Sus ojos se agrandaron.
—Tal vez alguien en el bar ha estado difundiendo rumores.
—Mamá —dije con firmeza, atrayendo sus ojos hacia mí—. ¿Lo
estás? ¿Sabes dónde se encuentra el Ejército de Abel?
—Vi a tu padre una vez, hace unas semanas. Cuando se puso en
contacto conmigo, tuve que reunirme con él. Sabía que estaba a salvo, así
que ¿por qué no? —Ella suspiró—. Seguía siendo todo lo que recordaba.
Carismático, fuerte, encantador. Inteligente. Hablamos de ti. Se había
enterado de que eras una Variante, que estabas con la FEA. Estaba enfadado
conmigo. No podía creer que te hubiera entregado a ellos. Nunca me
perdonará por eso.
—Pero ¿dónde está su cuartel general?
—No lo sé. Eso es información restringida, y él no me lo dijo. Nos
encontramos en un pequeño restaurante a las afueras de Las Vegas.
—¿Te dijo algo que me ayude a encontrarlo?
Ella se rio sin miramientos.
—No. Pero algunos de los clientes hablan. Siempre hay rumores
sobre el Ejército de Abel y la FEA que circulan. No estoy segura de cuánto
de eso es cierto. Nunca me molesté en averiguarlo.
Me pregunté cómo podía ser así, cómo podía dar tan fácilmente la
espalda a su pasado y a todos los que estaban en él.
—¿Entonces por qué terminaste aquí? Si estabas tan desesperada por
ser normal, ¿por qué te metiste en una relación con otro Variante? Me
abandonaste para tener una oportunidad de tener una vida normal. —No me
molesté en ocultar la amargura que sentía.
La desesperanza cubría su expresión.
—Parece que la normalidad está fuera de mi alcance. No puedes
evitar ser quién eres. No importa dónde vayas, no importa lo rápido que
corras, Tessa, no puedes escapar de ti misma. —Ella suspiro.
Apretó las yemas de sus dedos contra su sien. El agotamiento
marcaba su rostro. Seguramente necesitaba descansar después de su
borrachera de drogas. Me senté en la cama junto a ella y tomé sus manos
entre las mías. Sus ojos se agrandaron, pero no se apartó. Tal vez no tenía la
energía para hacerlo, pero traté de decirme a mí misma que se quedaba
porque disfrutaba de mi cercanía.
—Por favor. Si sabes alguna forma de encontrar a Abel, tienes que
ayudarme. Necesito encontrar a mi amiga.
Sus ojos se volvieron distantes.
—El ejército de Abel no se encuentra, te encuentran a ti. Eso es lo que
dicen las personas y es verdad. Abel me encontró y te encontrará a ti
también. Si se lo permites. Creo que ha encontrado a su igual en ti. —Hizo
una pausa—. Pero es posible que Stanley sepa algo. Odia hablar de ello,
pero una vez perteneció a ellos. Al ejército de Abel.
Empezó a levantarse, pero sus piernas temblaron y volvió a hundirse.
Me dirigí a la puerta y encontré a Stanley en el pasillo, discutiendo con
Penny. Devon me vio e inmediatamente se acercó y tocó mi brazo. Quise
apretarme contra su pecho, pero sabía que no era el momento ni el lugar.
—¿Estás bien? —preguntó.
Le di una pequeña sonrisa.
—Estoy bien. Mi madre no sabe dónde está el Ejército de Abel, pero
cree que quizá Stanley sí.
Devon parecía dudoso.
—No creo que nos lo diga aunque lo sepa. —Sobre todo después de
que lo amenazara con llamar a Abel antes.
—Stanley —grité—. Necesito hablar contigo.
Sus ojos amarillos entrecerrados se dirigieron a mí. Le dijo algo a
Penny y ella desapareció por las escaleras. Stanley se dirigió hacia mí, con
un moratón rojizo y azulado marcando el lugar de la barbilla donde mi puño
lo había golpeado. Si hubiera sabido que lo necesitaba, no lo habría
golpeado, pero ya era demasiado tarde. Mis ojos se dirigieron a mi madre,
derrumbada sobre sí misma en la cama.
—¿Sigues aquí? No te quiero bajo mi techo —gruñó Stanley. Como si
no supiera que había estado ayudando a mi madre todo este tiempo.
—No quiero causar más problemas —dije—. En cuanto me digas lo
que necesito saber, me iré. Y no volverás a verme. —Entré a la habitación.
Era una promesa que no estaba segura de poder cumplir. Y
probablemente él lo sabía. No podía dejar a mi madre en este lugar, pero
tampoco podía llevarla conmigo exactamente. Tenía que salvar a Holly
primero, pero luego quién sabía si volvería.
Me siguió a la habitación, escudriñando a mi madre sin una sola
emoción en su rostro.
—¿Qué quieres?
Devon nos siguió, sin dejar de mirar a Stanley.
—Tienes que decirme cómo encontrar el cuartel general de Abel.
Su boca se crispó y luego estalló una estruendosa carcajada. Mis
manos se cerraron en un puño, pero dejé que tuviera su momento. Devon
me miró, con las cejas alzadas.
—¿Quieres que te ayude a encontrar a Abel?
—Sí. Si no, no me iré.
Sus ojos se endurecieron.
—Oh, sí, lo harás.
Devon dio un paso amenazante hacia Stanley.
—Escucha, tendrás muchos menos problemas si nos dices lo que
sabes.
El hombre señaló con un dedo a Devon.
—No sabes nada de problemas, muchacho. Esa chica tuya te está
metiendo en un montón de ellos. Mejor corre mientras puedas.
—¡Sólo dinos! —grité.
Sus pequeños ojos centellearon con rabia.
—Si quieres reunirte con tu papá, tendrás que dejar que te atrape. No
hay otra manera.
Tal vez debería dejar que me atrape. Las probabilidades de que
encontráramos a Holly sin ser capturados eran increíblemente escasas. Mi
madre lo había hecho parecer bueno, y la foto en la que me abrazaba
también mostraba un lado más suave. Pero seguía siendo una entidad
desconocida: habían secuestrado a Holly, y no sabía cuáles eran sus planes
para mí. Tenía que intentar poner a Holly a salvo, y entonces aún podría
decidir si quería arriesgarme a un encuentro con mi padre.
—Eso no va a funcionar. No me dejará salir una vez que me tenga.
Necesito entrar en su cuartel general sin que lo sepa.
—¿No escuchaste? No puedes encontrarlos. Muy pocas personas
saben dónde están ubicados. Tienen sus formas de asegurarse de que nadie
pueda revelarlo.
—¿Te refieres a su Variante que puede alterar los recuerdos? ¿Se
aseguran de que nadie pueda recordar dónde están?
Me miró fijamente por un momento.
—No eres tan despistada como pretendes ser, ¿eh?
No estábamos llegando a ninguna parte con esto. Devon pasó una
mano impaciente por su cabello.
—Todo esto es una mierda. ¿Puedes ayudarnos o no?
Le dirigí una mirada de advertencia.
—Dinos lo que sabes. Mi madre dijo que sabías algo.
Stanley la fulminó con la mirada, pero ella se había acurrucado de
lado en la cama y ahora tenía los ojos cerrados.
—Tu madre no sabe lo que dice. Pero te voy a dar un consejo. Lárgate
de aquí y deja de buscar a Abel. Si no estás dispuesta a formar parte de su
ejército, no deberías acercarte a ellos. No te dejarán otra opción.
La puerta se abrió de golpe y Penny entró a trompicones, con los ojos
abiertos por el pánico.
—¡Están aquí!
Stanley se quedó muy quieto.
—¿Quiénes? —susurré, con el miedo atravesándome. Devon se puso
a mi lado y deslicé mi mano en la suya.
—El ejército de Abel. Uno de sus autos acaba de pararse frente al bar.
Benny está seguro de que son ellos. Están esperando. Todavía no han
salido.
—No esperarán mucho —dijo Stanley.
Mis ojos volaron hacia Devon. Soltó mi mano y se apresuró hacia la
ventana para asomarse por el hueco de las cortinas. Me apreté contra su
espalda y miré hacia abajo, hacia el estacionamiento. Una limusina negra
estaba estacionada bajo la ventana con el motor en marcha.
Me giré.
—¿Los has llamado? —pregunté, estrechando los ojos a Stanley.
Él me devolvió la mirada.
—¿Crees que estoy desesperado por tener problemas? Alguien debe
haberte reconocido en el bar. Con esos ojos tuyos, no me extraña. —Dejó
escapar un fuerte suspiro—. Te dije que te fueras. Deberías haberme
escuchado.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Devon en voz baja.
Miré a mi madre, todavía desmayada en la cama, y luego a Devon. No
había otro camino. Si dejaba que me capturaran, dejarían a Devon y a mi
madre en paz. Me llevarían con Holly.
Miré a mi madre y luego a Devon.
—Escóndela o llévatela de aquí —le dije.
—No, no dejaré que vayas sola.
—Es la única manera.
—¿Qué? ¿Dejar que te capturen? Tessa, ¡tienes que estar bromeando!
—dijo desesperadamente—. No sabes en lo que te estás metiendo. Serás
una prisionera. ¿Cómo va a ayudar eso a Holly?
Sabía que tenía razón.
—¿Sólo hay un auto ahí fuera? —pregunté.
Penny se encogió de hombros.
—Es el único auto que podemos ver. Eso no significa que no haya
más escondidos fuera de la vista.
Toqué el hombro de mi madre, pero no reaccionó. Debía de haber
gastado toda su energía hablando conmigo. Ahora su cuerpo necesitaba
tiempo para recuperarse de la saliva, del antídoto. No podía dejarla aquí.
Pero sabía que no podía venir conmigo.
—La mantendré oculta —dijo Penny de repente. Stanley, que había
estado mirando a la nada, giró la cabeza. Pero Penny lo fulminó con la
mirada—. Se lo debemos a ella, papá. —Luego se giró hacia Devon y hacia
mí—. Deberían irse ya.
Le di un breve beso a mi madre en la cabeza y seguí a Stanley al
pasillo y a las escaleras. Se habían extendido manchas de sudor bajo sus
brazos.
—Hay un túnel en el sótano que lleva a otro bar. Tengo una especie
de acuerdo con el dueño, así que no le importa quién entra o sale.
Sabía que no lo hacía por nuestro bien. Sólo quería deshacerse de
nosotros lo más rápido posible y sin causar un gran revuelo. Pero Stanley se
congeló en el momento en que llegamos a la zona del bar. Se detuvo tanto
que Devon y yo casi chocamos con su espalda.
—¿Qué...? —No llegué a terminar mi pregunta porque un chico con
ojos como los míos acababa de entrar en el bar. Era inconfundible, incluso
después de todos estos años.
Mi hermano Zach.
Capítulo 29

Era alto y delgado, con el mismo cabello castaño y ojos turquesa que
yo. Su piel era de tez blanca, pero no tan pálida como la mía. Vestía de
negro de pies a cabeza, hasta los zapatos de deporte. Dos hombres entraron
en el bar después de él, también vestidos de negro. Pero estaban detrás de
Zach, así que no pude distinguir sus rostros ni ver si estaban armados.
Tendría que tener cuidado. Lentamente, Zach escudriñó la sala, con su
rostro de acero, hasta que me encontró. Devon tomó mi mano con un
apretón doloroso y tiró. Pero cuando mis ojos se fijaron en los de mi
hermano, no pude moverme. Su rostro se suavizó y algo se agitó en mí.
Tenía un hermano. Existía de verdad. Me miró con ojos cálidos. Me recordó
la expresión que había visto en las fotos y en el recuerdo reciente.
—Maldita sea —murmuró Stanley.
Los labios de Zach dibujaron una sonrisa tentativa, como si se
alegrara de verme. Pero mi rostro estaba congelado, sin saber cómo
sentirme. Él era parte del Ejército de Abel. Tal vez era el responsable del
secuestro de Holly. La suavidad de su expresión me hizo querer creer lo
contrario, pero sabía que no debía confiar en el rostro de alguien.
Uno de sus hombres, y ahora lo reconocí como el tipo pelirrojo que
había desaparecido con Holly, dijo algo, y todo atisbo de felicidad
desapareció del rostro de Zach. Sus ojos atravesaron la sala y mi corazón se
detuvo al seguir su mirada hacia un reservado al final de la barra. Tanner y
Kate se levantaban lentamente de los asientos de cuero azul.
¿Dónde estaba Alec?
Me di cuenta de que era un error. Después de lo que le había dicho en
Detroit, había terminado conmigo. La FEA aún quería rescatarme, pero no
Alec. Ya no le importaba lo que me pasara.
Los demás clientes empezaron a susurrar nerviosos y la mayoría se
levantó y se acercó a la única salida, que Zach y sus hombres seguían
bloqueando. ¿Dónde estaban Benny y Finja? ¿No había ninguna otra forma
de seguridad?
—Todo esto es culpa tuya —dijo Stanley miserablemente. Sus manos
golpearon mi espalda y me tambaleé en medio de la habitación—. Toma,
llévensela. Ella es la razón por la que estás aquí. Tómala y vete.
Detuve mi caída con las manos y me enderecé lentamente. Stanley y
Devon estaban peleando. Los puñetazos volaban y Devon intentaba agarrar
al hombre mayor en una llave de cabeza. Stanley estaba escupiendo,
probablemente para poner a Devon en una nube de drogas. Pero ese no era
el principal problema. Devon era un buen luchador. Y era mejor para él
formar parte de una pelea con Stanley que meterse en lo que fuera que
estaba a punto de ocurrir entre Kate y Tanner, y Zach y sus hombres. Sólo
podía esperar que Penny se quedara con mi madre arriba. Mis ojos se
movían entre mi hermano y mis antiguos colegas agentes. Hiciera lo que
hiciera, era poco probable que escapara. Uno de ellos triunfaría
inevitablemente.
Quizá la FEA fuera el mal menor, o quizá no. Después de todo lo que
había aprendido, ya no podía estar segura. El Ejército de Abel era el gran
desconocido. ¿Podría ser peor lo que me esperaba con ellos que ser arrojada
al manicomio de la FEA y tener mi vida controlada por El Mayor? Lo
desconocido tenía el potencial de peligro, pero también de esperanza. Y mi
hermano era mi boleto a Holly.
Tanner extendió su mano. Hoy su cresta era azul. El bueno de Tanner,
pero en su rostro faltaba su característica sonrisa.
—Vamos, Tessa. Podemos llevarte a casa a salvo. Todo esto puede
terminar ahora.
—¿Qué casa? —repliqué con amargura.
—El hogar es la FEA, donde perteneces. El Mayor quiere que
vuelvas. Alec te está esperando —dijo Tanner, con sus ojos revoloteando
entre Zach y yo en el otro extremo de la habitación.
—El Mayor sólo quiere controlarme. Si hubiera una oportunidad para
Alec y para mí, estaría aquí contigo. No empieces a mentirme a mí también,
Tanner. —Realmente deseaba que Benny no hubiera agarrado mi pistola
cuando habíamos entrado en el bar. Incluso a la hora de luchar contra las
Variantes, me habría sentido mucho más segura con ella en la mano.
—Somos tu familia —dijo Tanner. Kate puso los ojos en blanco y yo
casi quise hacer lo mismo. Por extraño que parezca, ella era la persona de la
FEA con la que menos resentía ahora mismo. Sin ella, seguiría sin tener ni
idea. Ella había puesto en marcha todo esto, pero al menos me había dicho
la verdad.
—Una familia no hace lo que la FEA me hizo a mí —dije en voz baja.
Y, sin embargo, una parte de mí seguía deseando volver a mi antigua
vida en el cuartel general, ese sentimiento de pertenencia, de tener un lugar
en el que estaba a salvo. Añoraba mi vida tal y como era antes: noches de
cine con Alec, bromas con Tanner, risas con Holly y desayunos con Martha
cocinando en la cocina. Tal vez hubiera podido perdonarlo todo si El Mayor
se hubiera disculpado, si no hubiera planeado encerrarme, pero incluso
entonces, la confianza rota era difícil de reparar. Sobre todo, si había falta
de confianza por ambas partes. Como hija de Abel, el Mayor nunca
confiaría completamente en mí.
Todo el mundo en la sala se había quedado en silencio. La tensión era
tan densa que casi podía alcanzarla y tocarla.
Los ojos de Zach se centraron en mí con extraña intensidad.
—Tienes una familia de verdad, Tessa. No los necesitas. —Señaló
con la cabeza a Tanner y Kate, el resentimiento reflejado en sus ojos.
Giré hacia él.
—Sólo me quieres por mi Variación. Cuando pensaste que era normal,
ni siquiera viniste a buscarme.
Zach dio un paso hacia mí, y Tanner y Kate se tensaron.
—Eso no es cierto —dijo Zach—. No teníamos los mismos recursos
que tenemos ahora. Papá nunca dejó de buscarte.
Quise creerle y quizá fuera cierto. Mi madre había dicho que Abel
nunca la perdonaría por haberme alejado. ¿Y si eso significaba que
realmente se preocupaba por mí? Devon apareció a mi lado, con el cabello
revuelto, pero sin ninguna otra herida. Cuando nuestras miradas se
encontraron, tardó un segundo en centrarse.
—¿Te pegó Stanley? —pregunté.
Devon negó con la cabeza y parpadeó una vez, con fuerza.
—No, el imbécil sólo me escupió. Su saliva es muy fuerte.
—¿Pero estás bien? —susurré, sin apartar los ojos de Zach y Tanner,
que seguían observándome. Ambos habían dado unos pasos hacia mí.
Stanley había desaparecido.
—Estoy bien. Mi Variación puede encargarse de las cosas. —La
mirada de Devon se posó en Tanner. Habían bromeado mucho en el tiempo
que habían pasado juntos en el cuartel general, y ahora se enfrentaban como
enemigos.
—¿Por qué debería creerte? —pregunté, volviendo a centrar mi
atención en Zach.
Él abrió los brazos en un gesto de desarme.
—La sangre es el vínculo más fuerte de este mundo. Deberías estar
con las personas que te quieren por ser una hermana y una hija y no por el
valor de tu Variación. —Envió una breve mirada hacia Kate y Tanner.
—No dejes que te manipule —advirtió Tanner, dando otro paso en mi
dirección.
Resoplé.
—Porque tú y la FEA nunca harían eso, ¿verdad?
El cuerpo de Devon rebosaba de tensión a mi lado. Estaba mirando al
pelirrojo con la Variante de transportación. Y me sentí estúpida por
haberme olvidado casi de él. Parecía relajado, por la forma en que estaba de
pie con los brazos cruzados frente al pecho, pero no me creí su actuación.
—¿Qué pasa con él? ¿Dejarás que me secuestre como hiciste con
Holly?
El rostro de Zach parecía desconcertado y por un momento horrible
estuve segura de que no sabía quién era Holly porque la habían matado en
cuanto habían descubierto que no era yo.
—Jago no te tocará. No te obligaré a unirte a nosotros. Quiero que
vengas porque quieres —dijo. Jago hizo una pequeña reverencia burlona,
con su cabello rojo cayendo sobre sus ojos.
—¡Ya basta! —siseó Kate—. Esto es ridículo. Tanner, ¡ya!
Mi mirada voló hacia Tanner. Parecía reacio a hacer lo que Kate
quería que hiciera.
—¡Ahora! —gruñó Kate.
Las armas que Benny nos había quitado se elevaron por encima de la
cabeza de Zach y aterrizaron en las manos extendidas de Kate y Tanner.
Uno de los hombres de Zach soltó una carcajada.
—¡Qué humano es el uso de las armas! —exclamó.
Ahora que ya no estaba medio tapada por Zach, me di cuenta de que
era el tipo de aspecto sospechoso que me había observado mientras daba mi
discurso como el senador Pollard.
—Cállate, Will —siseó Zach.
Pero Kate levantó su arma y disparó contra Zach mientras se desataba
el infierno. El miedo oprimió mi pecho. ¿Y si Kate le hubiera dado a Zach?
Algunos Variantes empezaron a correr por la habitación, presas del
pánico, pero otros se unieron a la lucha. Los rayos de electricidad se
dispararon por la habitación, acabando con varias bombillas y con
cualquiera que se interpusiera en su camino. El olor a azufre inundó mi
nariz. Se produjeron más disparos y los cuchillos atravesaron la habitación.
Kate intentó acercarse a mí, pero otros Variantes y los rayos de electricidad
se interpusieron en su camino. La luz parpadeaba, pasaba del azul al rojo y
luego volvía a hacerlo. Alguien chocó conmigo y me hizo volar al suelo. Mi
coxis chocó con el suelo de piedra, enviando una punzada de intenso dolor
por mi espalda.
Devon agarró mi brazo y me levantó.
—Vamos. Tenemos que encontrar el túnel y escapar.
Pero una parte de mí no quería huir, la misma parte que quería creer
que las palabras de Zach eran ciertas, que él y mi padre habían estado
buscándome durante todos esos años. La parte de mí que deseaba que
fuéramos una familia de verdad.
—¡Tessa, vamos! —instó Devon.
Los combates se sucedían a nuestro alrededor, pero Kate casi nos
había alcanzado. Zach y Will estaban agachados en el suelo. Pero no podía
ver a Jago por ninguna parte. De repente, Zach asintió en dirección a Will.
Éste se puso de pie de un salto y extendió los brazos hacia fuera. Todos los
espejos y cristales de la habitación se hicieron añicos con un grito
desgarrador. Una grieta atravesó el grueso cristal del acuario, el sonido fue
como el de los clavos en una pizarra, y luego el suelo empezó a temblar,
igual que cuando yo había fingido ser el senador Pollard.
Devon me empujó al suelo y se tiró encima de mí. La respiración se
escapó de mis pulmones. Los gritos y el siseo del agua irrumpieron en la
habitación. Levanté mi cabeza, sólo para ver cómo una ola se estrellaba
sobre nuestras cabezas. El agua arrasó con nuestros cuerpos, entrando en mi
nariz y mi boca, y dejándonos empapados. Devon se apartó de mí y yo me
puse de rodillas, desorientada. Mis manos, que no habían sido protegidas
por el cuerpo de Devon, me escocían. Pequeñas astillas de vidrio se
clavaron en mi piel. Me las quité de encima lo mejor que pude. Por suerte,
las heridas que dejaban eran diminutas. Una de las gemelas del agua yacía
acurrucada en sí misma a unos pasos de mí, con cortes en la espalda. No
parecían mortales, pero probablemente tendría cicatrices.
Me puse de pie a trompicones y giré hacia Devon. Mi corazón palpito.
Su camisa estaba rasgada y su espalda estaba mucho peor que la de la
mujer. Parecía que alguien le había pasado un rastrillo por encima. Lo
ayudé a ponerse de pie mientras observaba la escena. La habitación era un
desastre. Las lámparas y los estantes de cristal del bar habían estallado.
Sólo algunos de los focos del suelo parecían haber sobrevivido a la onda
expansiva y emitían una inquietante luz azulada. Era difícil distinguir
mucho. Los cristales rotos crujieron bajo mis pies cuando me di la vuelta
para orientarme. Las personas se acurrucaban contra la pared, mientras que
otros estaban inmóviles en el suelo. El olor a cloro y cobre flotaba en el
aire. ¿Habían muerto personas por los fragmentos que volaban? Avancé a
trompicones en busca de Tanner y Kate. Aunque no confiara en ellos, no
quería que estuvieran muertos o heridos.
Detecté a Kate en el suelo. Tropecé hacia ella para ver si necesitaba
ayuda. De repente, alguien me agarró por detrás. Me giré, lista para golpear
a quienquiera que fuera, pero me encontré mirando a los ojos color
turquesa. Devon se acercó a nosotros, con los hombros rectos. La mirada de
Zach se posó en las heridas en los hombros de Devon que se estaban
curando rápidamente y la comprensión se asentó en su rostro. Luego se giró
hacia mí.
—Ven conmigo, por favor —susurró.
—Podrías haber matado a personas. ¿Por qué lo hiciste?
—No empecé a disparar. No tuve elección. Sólo estábamos hablando
y, como siempre, la FEA atacó.
Abrí la boca para discutir, pero lo que había dicho era cierto.
—Por favor, Tessa. Ya habrá tiempo para explicarlo todo, pero no es
ahora. Y sabía que nadie moriría. Los fragmentos que crea la onda
expansiva de Will son demasiado pequeños para hacer un daño mayor y
Devon puede ayudar a los heridos, ¿verdad?
No dije nada, pero no aparté la vista de sus ojos, que podrían haber
sido los míos. Su mano en mi hombro era cálida y suave.
—Llevo mucho tiempo esperando este día.
—Yo también —dije, porque era cierto. Siempre había querido tener
una familia cariñosa, la había buscado por todas partes, excepto en el único
lugar donde era más probable encontrarla: con mi verdadera familia.
Zach sonrió y pude comprobar que era una sonrisa sincera, sin
pretensiones. Una figura se tambaleaba hacia nosotros. Zach giró la cabeza.
—Tenemos que irnos ya —susurró—. Los agentes habrán pedido
refuerzos. El Mayor podría llegar en cualquier momento.
Devon se puso detrás de mí y me puso las manos en los hombros. Su
agarre era de advertencia.
—Tessa...
—Tengo tantos recuerdos que quiero compartir contigo —dijo Zach
rápidamente—. Recuerdos de nuestro padre y de cómo pasamos nuestra
primera Navidad juntos. Tienes una familia, Tessa. Sea lo que sea lo que te
haya dicho la FEA sobre nosotros, eran mentiras para asegurar tu lealtad.
Busqué sus ojos en la tenue luz azulada. Tomó mi mano con suavidad.
—Podríamos ser una familia y tener un verdadero hogar.
Un hogar. Una familia. La expresión de Devon reflejaba
incertidumbre, pero también determinación.
—¿Has conocido a un Variante llamado Ryan? —preguntó de repente
—. Podía hacer niebla.
Zach frunció el ceño.
—Nunca he oído ese nombre.
—Afirmó que tu ejército lo convirtió en un asesino furioso. Asesinó a
mi hermana.
La sorpresa parpadeó en sus ojos.
—No hemos convertido a nadie en un asesino —dijo—. ¿Has
pensado alguna vez que lo que ocurrió en Livingston fue un montaje de la
FEA? ¿Que necesitaban una misión para Tessa, así que prepararon un
misterio para que lo resolviera? No te engañes. El Mayor siempre sabe lo
que está haciendo. Y le importan un bledo los humanos normales.
Devon negó con la cabeza.
—¿Pero por qué iba a hacer eso? No tiene sentido.
Una voz masculina gritó una orden, pero no pude distinguir las
palabras por encima del crepitar de la electricidad. Era un milagro que no
estuviéramos todos fritos. Las personas empezaron a salir de sus escondites.
—Tenemos que irnos —instó Zach—. Holly te está esperando. Una
vez que hables con ella, verás que el Ejército de Abel no es lo que El Mayor
hizo parecer.
Tanner apareció, con la pantalla de un teléfono brillando en su mano.
Buscó a su alrededor hasta que sus ojos se posaron en mí. A lo lejos pude
oír el sonido de las aspas de un helicóptero.
—¡Tessa, rápido! —siseó Zach.
Le dirigí a Devon una mirada suplicante. Tenía que hacerlo. Tenía que
averiguar si era verdad. Si una familia había estado esperándome todos esos
años, si todo lo que sabía de Abel no era más que una red de mentiras
cuidadosamente construidas.
Devon agarró mi mano y asintió.
—De acuerdo, iré contigo. —Miró a mi hermano con el ceño fruncido
—. Pero quiero respuestas. Quiero saber qué pasó realmente en Livingston.
Tenías espías allí. Debes saber más de lo que has dejado entrever.
Zach miró a Tanner, que ahora estaba acompañado por Kate; ella tenía
una herida en la frente que goteaba sangre sobre el ojo izquierdo.
—Responderé a todas tus preguntas —aseguró Zach a Devon—. Pero
tenemos que irnos. Ahora.
Antes de salir, mis ojos se dirigieron a las escaleras. Esperaba que
Penny estuviera cuidando de mi madre. No estaba segura de que Zach
supiera que nuestra madre estaba aquí.
Tanner estaba tropezando con los restos del acuario para llegar hacia
nosotros.
—¡Devon, Tessa, no! —gritó, con la desesperación resonando en su
voz.
La culpa me atravesó. Sabía que estaba traicionando a la FEA, pero
ellos habían tomado su decisión y yo la mía. Llevaba toda la vida anhelando
esto, una familia a la que llamar mía. Ni siquiera Devon podía entender lo
fuerte que era mi deseo de tener unos padres como los suyos. Y ahora tenía
la oportunidad de vivir mi sueño. No importaba el riesgo, nunca me
perdonaría si lo dejaba escapar. Y era mi única manera de llegar a Holly.
Devon y yo seguimos a Zach más allá de los restos del acuario.
—¡Tessa, no! —Tanner lo intentó de nuevo, pero no me detuve. Zach
nos condujo al estrecho pasillo entre el bar y el estacionamiento. Ni Finja ni
Benny estaban en sus puestos. Pero Jago estaba allí, asomándose al exterior.
—Dos helicópteros en camino. Aterrizarán en un par de minutos. No
tenemos mucho tiempo.
—Saca a mi hermana de aquí —ordenó Zach. Mi cuerpo se llenó de
calor cuando me llamó hermana. Me abrazó rápidamente—. Jago te pondrá
a salvo.
—Pero ¿qué pasa contigo y con Devon? —pregunté asustada al oír el
primer helicóptero aterrizar. Antes de que Zach pudiera responder, Jago me
agarró del brazo y sentí que mi cuerpo se partía en dos.
Mi entorno comenzó a alejarse y mi mano fue arrancada de la de
Devon. Su rostro se distorsionó, con la preocupación aún grabada en él.
Entonces mi visión empezó a ser borrosa.
Capítulo 30

La sensación de desgarro fue peor que todo lo que había sentido


antes, pero de repente se detuvo y aterricé en unos asientos de cuero negro.
Mi visión seguía siendo borrosa y sentía mi estómago al revés. Apreté mis
ojos y esperé unos segundos antes de atreverme a abrirlos de nuevo. Jago
estaba sentado a mi lado. No parecía desorientado en absoluto, pero su
rostro había palidecido y unas manchas rojas salpicaban sus mejillas y su
cuello. Una miríada de pecas pálidas espolvoreaba su nariz. De cerca, me di
cuenta con un sobresalto de que no era mucho mayor que yo. Su cabello
rojo claro estaba pegado a su frente sudorosa. Se inclinó hacia delante,
encaramándose entre los asientos delanteros para hablar con el conductor.
—¡Conduce! Iré a recoger a Zach.
—¿Y Devon? —pregunté, pero Jago desapareció de mi lado sin decir
nada más. ¿No había oído lo que había dicho?
Traté de echar un vistazo al hombre detrás del volante, pero fui
arrojada hacia atrás en mi asiento cuando pisó el acelerador y el auto salió
disparado hacia adelante. Miré por la ventana, agarrándome a los asientos
para mantenerme en mi lugar. Fuera del vehículo había una calle
desconocida y un gran cartel de motel que me bañaba en un resplandor rosa.
Este no era el estacionamiento del bar.
—¿Dónde estamos?
—A unas cuadras del bar —respondió el hombre—. Jago te
transporto hasta aquí. —Tenía una voz ronca, como si unos cuantos
cigarrillos de más le hubieran pasado factura. Me recordaba a una voz que
había escuchado antes.
—¿Por qué Jago no me llevó a Abel?
—Porque eso podría matarlo. Puede transportarse a sí mismo a largas
distancias, pero no a una segunda persona. Para que un transporte doble
funcione, tiene que estar a menos de un kilómetro, o mejor aún, a la vista
del objeto. —Negó con la cabeza. Tenía el cabello negro y rizado, y la piel
muy oscura.
—¿Quién eres? —pregunté, más para distraerme que para otra cosa.
—Soy Luthor —dijo, mirándome por el espejo retrovisor con una
sonrisa amable. Tenía un corte en el labio—. No hace falta que te presentes.
—Mis ojos —adiviné.
—Sí, entre otras cosas. —Frunció el ceño mientras miraba el reloj del
salpicadero—. Deberías hacer algo de espacio ahí atrás. Cuando Zach y
Jago vuelvan, podrían aterrizar justo encima de ti, si Jago se equivoca como
de costumbre.
No pegunté qué significaba eso. ¿Alguna vez habían destrozado a las
personas durante un transporte? ¿O se refería a la vez que había
transportado a Holly y había llevado por accidente a la persona equivocada?
Me apreté contra la puerta. A lo lejos pude ver un helicóptero dibujando
círculos en el cielo. Podía imaginar al Mayor sentado en él, ladrando
órdenes por la radio, con el rostro contorsionado por la furia. Era imposible
que nos viera desde la distancia. Estábamos mezclados con el
estacionamiento, y demasiado lejos del bar para eso.
El ceño de Luthor se fue frunciendo a medida que pasaban los
segundos. Lo observé por el espejo retrovisor, cada vez más nervioso.
Miraba una y otra vez el reloj y el teléfono móvil que tenía en la consola
central. De repente, el aire crepitó a mí alrededor y alguien chocó con mi
brazo. Me empujaron contra la puerta y Zach se apoyó de repente en mí,
gimiendo como si le doliera. Estaba inclinado hacia delante, por lo que no
podía ver su rostro, pero tenía la manga derecha rasgada y goteaba sangre
de un largo corte. Me apresuré a arrancarle el resto de la manga y la utilicé
para vendar la herida. Cuando terminé, me di cuenta de que Zach me
observaba con una expresión de asombro.
—Realmente parecías preocupada —dijo en voz baja.
—Por supuesto, estaba preocupada. Somos una familia. —Esa palabra
me hizo sentir un torrente de felicidad y no dejó lugar a la duda ni a la
ansiedad. Me di cuenta de que Jago seguía a su lado. Tenía los ojos cerrados
y el rostro pálido—. Oye, tienes que traer a Devon —le dije, pero no
reaccionó. Me giré hacia Zach—. ¿Qué pasó con Devon? —El pánico sonó
en mi voz.
Zach apartó la mirada, con las cejas juntas. Tardó un momento en
responder.
—Devon cambió de opinión.
Me quedé helada.
—¿Qué? Él no haría eso. Me lo habría dicho.
—Tal vez se sentía mal y no quería decepcionarte.
—Zach, ¿por qué no está Devon aquí? Dime la verdad.
Bajó la cabeza y asintió hacia su herida.
—Las personas de la FEA nos atraparon. Cuando Jago apareció, sólo
pudo agarrarme a mí. Ya habían tirado a Devon al suelo. Lo último que vi
fue a El Mayor entrando en la habitación. No pude quedarme. Lo siento.
Por un momento mi visión se volvió negra. Agarré los asientos e
inhalé profundamente.
—Todo esto es culpa mía. No debería haber involucrado a Devon.
¿Qué pasaría con Devon ahora? No debería haber dejado que Jago
nos separara. Era posible que El Mayor perdonara a Devon si decidía volver
a la FEA. Devon aún era nuevo; probablemente el Mayor culparía de todo a
mi mala influencia. Intenté consolarme con el hecho de que Devon no
podría haberse escondido el resto de su vida de todos modos. Tenía que
pensar en sus padres. Sin embargo, la forma en que lo había dejado me
remordía la conciencia. Todavía podía sentir el calor de su mano en la mía.
—Estoy seguro de que estará bien —me consoló Zach—. Apuesto a
que el Mayor le dará una simple advertencia. Pero si atrapan a Will, no
tendrá tanta suerte.
—¿Se escapó? —pregunté.
—Sí. Sabía que Jago no podía haberle transportado también, así que
huyó con otro auto. Se le da bien huir. Es lo que hacía siempre antes de
unirse al Ejército de Abel.
Enterré mi rostro en las palmas de mis manos, abrumada por mis
emociones contradictorias. Preocupación por Devon, alivio por Holly,
profunda felicidad por haber encontrado a mi hermano.
—¿Hay alguna manera de que podamos averiguar qué pasa con
Devon? —pregunté, levantando la mirada.
Los labios de Zach se perfilaron en una pequeña sonrisa.
—Eso no será un problema.
—¿Tienen un espía en la FEA?
—Tal vez —dijo Zach, antes de girarse hacia Luthor—. ¿Cuándo
llegaremos?
—En un par de minutos.
—¿Dónde? —pregunté.
—Nuestro helicóptero. Volamos hasta aquí. Hay una base segura no
muy lejos de este lugar.
Me incliné hacia atrás, pero mis músculos estaban tensos. Zach me
observaba con una mirada extraña.
—¿Qué? —susurré.
—No puedo creer que realmente estés sentada a mi lado. Llevo años
soñando con esto. Cada vez que perdía la esperanza, los recuerdos de ti me
hacían seguir adelante. Sabía que un día nos reuniríamos.
—¿Recuerdas nuestro tiempo juntos? —pregunté asombrada. Ni
siquiera recordaba su rostro, y mucho menos la felicidad compartida entre
nosotros. Antes de encontrar las fotos en los archivos, apenas recordaba
nada. Sólo era dos años mayor que yo. ¿Acaso eso suponía una diferencia
tan grande?
—Sí, lo recuerdo —dijo suavemente, y luego se movió en su asiento
para mirarme. Levantó sus dedos hacia mis sienes.
Me estremecí ante el contacto e inmediatamente me sentí como una
tonta. Zach no iba a hacerme daño. Me dedicó una sonrisa alentadora antes
de que las yemas de sus dedos se apretaran a ambos lados de mi cabeza. El
contacto de la piel con la piel permitió que las imágenes se desplazaran por
mi mente. Se materializaron detrás de mis ojos como una visión, del mismo
modo que lo habían hecho hace unos días en el auto. Estaba el recuerdo del
día en que nací en una habitación blanca sin ventanas. Abel sostenía la
mano de mi madre y estaba radiante de orgullo; luego un recuerdo posterior
en el que mi madre me tenía acurrucada en sus brazos. Estaba tumbada en
una cama estrecha en la misma habitación pequeña pero estéril, con aspecto
agotado y sudoroso. Un niño pequeño estaba arrodillado en el colchón junto
a ella. Sus ojos eran de color turquesa y estiraba su pequeño brazo para
tocar la mano del bebé. Abel se hundió en el colchón junto a ellos, con un
aspecto casi tan cansado como el de mi madre. El niño se acurrucó contra él
mientras Abel acariciaba lenta y suavemente un dedo sobre mi cabeza hasta
que abrí los ojos. Turquesa, como los suyos.
Jadeé y Zach retiró sus manos de mis sienes. Aquellos recuerdos
parecían tan reales, como un sueño vívido, como si los estuviera
experimentando justo en ese momento. Era casi demasiado, ver y sentir por
fin lo que tanto había deseado. Las lágrimas brotaron en mis ojos.
—El chico, eras tú. ¿Pero cómo puedes recordarlo tan claramente?
Sólo tenías dos años. —Lo sabía, por supuesto, pero quería oírlo decir.
Zach se relajó como si hubiera estado temiendo mi reacción.
—Eso es parte de mi Variación. Nunca olvido. Puedo almacenar
recuerdos y reproducirlos para otros.
—Hace unos días, un recuerdo entró en mi mente mientras conducía.
¿Lo hiciste?
Bajó la cabeza.
—Sí. Sé que no estaba bien que lo hiciera sin tu permiso, pero quería
mostrarte lo que te estabas perdiendo. Esperaba que los recuerdos te
convencieran de unirte a nosotros. Quería que vinieras a nosotros actuando
por tu propia voluntad. Obviamente eso no funcionó como lo había
planeado. Eres una rival dura. —Se rió, pero yo estaba perdida en mis
pensamientos.
—No necesitabas tocarme entonces. ¿Por qué lo hiciste ahora?
—Normalmente necesito tocar a las personas para usar mi Variación.
La única persona en la que eso no es necesario es nuestro padre, así que
pensé que también podría funcionar contigo, y así fue. Quizá sea porque
compartimos el mismo ADN, no lo sé. —Hizo una pausa, escudriñando mi
rostro, que probablemente aún mostraba mi confusión—. Pero me cuesta
más esfuerzo si no te toco. Los recuerdos ahora, ¿no eran más vívidos que
cuando no te tocaba?
—Sí, pero ya eran bastante convincentes la última vez.
—Sí, nuestra conexión es bastante fuerte, pero definitivamente es
menos agotador si te estoy tocando.
—¿Entonces eran recuerdos reales? ¿No eran falsos? —El miedo
burbujeó en mi estómago.
—Por supuesto —dijo Zach inmediatamente—. Quería mostrarte lo
que recuerdo cada día.
Vinieron a mi mente las palabras de Alec: sobre una Variante que
podía manipular los recuerdos. Tal vez los rumores habían exagerado la
verdad como suelen hacerlo.
—¿También puedes alterar los recuerdos? —pregunté de mala gana.
Entramos en un aeropuerto privado y Luthor estacionó el auto cerca
de la pista de aterrizaje. Zach aún no había respondido. Hizo un gesto con la
cabeza a Jago y a Luthor, y ambos salieron del auto, dándonos un momento
de privacidad.
Zach frotó una mano en su rostro.
—Si me concentro mucho, puedo alterar los recuerdos. Sin embargo,
es muy difícil de hacer, y me siento agotado durante horas después.
Me tensé.
—Pero eso es horrible. ¡No puedes simplemente cambiar los
recuerdos de las personas! —Alec me había manipulado y controlado con
su Variación. No quería que volviera a ocurrir lo mismo.
—Algunas personas me piden que cambie sus recuerdos. Muchos
Variantes han vivido cosas horribles en su vida y creen que necesitan
olvidar para empezar de nuevo, y a veces es así. Si el pasado sigue pesando,
quizá sea mejor dejarlo.
—¿Estás diciéndome que nunca has alterado los recuerdos de alguien
sin su permiso?
Zach miró por la ventana. Luthor y Jago nos esperaban, de espaldas al
auto.
—En algunas ocasiones, no tuve opción. Fue para protegerme a mí
mismo y a los que me importan. No me gustó y siempre es mi último
recurso. ¿Qué harías tú si fuera tu única posibilidad de mantener a salvo a
las personas que te importan?
Me encogí de hombros.
—Supongo que lo haría. No lo sé. Nunca he estado en esa situación.
—A veces odio esta vida de secretismo, pero mientras la FEA nos
persiga... —Se interrumpió y asintió hacia la puerta—. Deberíamos irnos
ya. Papá nos está esperando.
Mi pulso se aceleró ante la mención de Abel, ante esa palabra: Papá.
Todavía no estaba segura de cómo llamarlo. Todavía era mucho para
procesar a la vez. Cuando salimos del auto, me quedé helada. En cuanto
salimos de él, el auto ya no estaba allí.
—¿Lo hiciste tú? —Le pregunté a Luthor.
Asintió.
Entrecerré los ojos.
—¡Fuiste tú! Tú fuiste el tipo con la jeringa que me atacó. —Recordé
nuestra noche de acampada y el vehículo parpadeante.
Luthor frotó su nuca y miró a Zach, que puso los ojos en blanco.
—Lo siento. Cuando nos enteramos de que estabas huyendo de la
FEA, intentamos seguirte la pista, pero no fue fácil. Papá envió a casi toda
nuestra organización a buscarte. Sabíamos que habían visitado a los tíos de
Devon, y enviamos exploradores para rastrearte en la zona. Finalmente,
alguien en una cafetería dijo que te había visto. Luthor siguió la pista,
porque yo no estaba cerca. Como no estaba allí para hablar contigo, papá
permitió que Luthor usara un sedante. Obviamente, eso no funcionó
demasiado bien.
Luthor sonrió tímidamente.
—Eres una buena luchadora, chica.
—Me diste una conmoción cerebral —dijo Jago con reproche.
¿Quería una disculpa?
—Me diste un susto de muerte. Esa no es la forma más efectiva de
convencerme de que me una a ti. —Pero ya ni siquiera estaba enfadada. No
podía creer que a Abel le importara tanto como para enviar a todos sus
hombres a buscarme. Con la FEA fuera buscando en conjunto, eso había
sido un gran riesgo—. Tu Variación es genial —le dije a Luthor. Jago puso
los ojos en blanco y se giró hacia el helicóptero.
Luthor sonrió.
—La tuya tampoco está nada mal.
Zach sonrió, pero estaba tenso mientras sus ojos buscaban el cielo.
—Nosotros también utilizamos la Variación de Luthor para disfrazar
nuestro helicóptero.
—¿Pero no apareció en el radar del aeropuerto?
—No. La Variación de Luthor lo impide. Y tenemos conexiones con
las personas que rastrea ese tipo de cosas —dijo evasivamente, y luego me
dedicó una rápida sonrisa—. Vamos. Debemos darnos prisa. Pronto la zona
estará repleta de helicópteros de la FEA.
Agarró mi mano y lo seguí hacia un helicóptero que parecía ser de
uso militar. En lugar de patines, tenía tres neumáticos y estaba pintado de
un color verde pardo.
Zach y yo nos sentamos juntos en la parte de atrás mientras Luthor y
Jago ocupaban su lugar en la cabina. Intercambiaron sonrisas mientras nos
elevábamos del suelo. Mientras nos elevábamos en el cielo, pude ver los
helicópteros de la FEA en la distancia. Estaban buscándome, pero con el
talento de Luthor, nunca nos encontrarían.
No pude evitar preguntarme quién estaría en los helicópteros. ¿Habría
venido El Mayor para asegurarse de que no se me escapara de las manos
otra vez? Siempre le he estado agradecida por haberme salvado de un hogar
negligente. Pero después de ver a mi madre hoy, no estaba segura de que la
FEA no hubiera sido parte del problema desde el principio. Sus años como
agente podrían haberla convertido en la ruina que era ahora, y la FEA me
había perseguido en silencio, probablemente desde el día en que nací.
Aunque mi madre no hubiera querido entregarme, la FEA la habría
obligado a hacerlo. ¿Cómo habría sido mi vida si mi madre no hubiera
querido llevar una vida normal? ¿Si se hubiera quedado con Abel? Zach
parecía tan normal y amable, no como el loco volátil que el Mayor lo hacía
parecer. ¿Y si Zach hubiera dicho la verdad? ¿Y si Abel me hubiera estado
buscando todos esos años, si realmente me hubiera extrañado? ¿Si me
amaba? ¿La FEA me había alejado de una familia cariñosa?
Mi madre había dicho que dejó a Abel porque quería una vida normal
y él no podía soportarlo. No había huido de él porque hubiera sido cruel con
ella.
Zach tocó mi brazo y me sobresalté. Sus ojos turquesa eran curiosos.
Se parecía tanto a mí que no podía creerlo. Mi hermano.
—¿Así que Holly está realmente bien? —susurré.
Zach asintió.
—Ella está más que bien. Es feliz con nosotros.
—¿No quiere volver a la FEA?
Se quedó mirando por la ventana un momento.
—Nadie lo hace una vez que conoce a nuestro padre. Es carismático.
Las personas se dan cuenta de que el Ejército de Abel es la mejor opción.
—¿Y su familia? Fui a su casa. Bueno, probablemente lo sabes ya que
me seguiste en el auto.
—A Holly le preocupaba que la FEA los tuviera como objetivo para
llegar a ella. Le preocupaba que uno de sus hermanos resultara ser un
Variante y que la FEA lo descubriera. Quería que estuvieran a salvo. Así
que los reubicamos. Están perfectamente bien.
—¿Qué les dijiste? ¿Por qué dejarían su casa y todo atrás? ¿Por qué
parecía que había habido una lucha?
—Lo discutimos con Holly y ella sabía que nunca estarían a salvo
mientras estuvieran en contacto con ella. Los sacamos de allí muy
rápidamente. Les dimos nuevas identidades y una nueva casa y nuevos
trabajos, lejos del alcance de la FEA. Créeme, son más felices que antes.
—Cambiaste sus recuerdos, ¿no?
Dudó un instante.
—Fue lo mejor, en realidad. Nunca se enterarán. Pueden llevar una
vida normal y feliz sin preocuparse por su hija. Además, sus nuevas
circunstancias son mucho más cómodas que antes.
Tomé un poco de aire.
—Has eliminado a Holly de sus recuerdos.
—Ella quería que lo hiciéramos —dijo en voz baja—. Si alguna vez
hay un momento de paz, ella puede volver con sus padres. Les
devolveremos sus recuerdos y todo irá bien.
Dudaba que todo estuviera bien tan fácilmente, casi tanto como
dudaba que alguna vez hubiera paz entre la FEA y el Ejército de Abel; no
mientras El Mayor estuviera allí, e incluso entonces...
—No puedo creer que Holly haya renunciado a su familia de esa
manera.
—A veces tenemos que dejar ir a las personas que amamos para
mantenerlas a salvo —dijo Zach.
Quería creerle, pero no estaba tan segura.
Los helicópteros de la FEA se convirtieron en pequeños puntos
negros en la distancia mientras dejábamos atrás Las Vegas. Esto era todo.
Estaba bastante segura de que no había vuelta atrás. Había cruzado la línea
de verdad, y El Mayor nunca me lo perdonaría. Incluso si decidía escapar
con Holly y no quedarme con Abel, El Mayor trataría mis acciones como
una traición. Y tal vez lo fueran. Porque salvar a Holly era sólo una de las
razones por las que estaba dispuesta a ir con Zach. Más que nada, quería
conocer a mi padre.
—Estás enojada conmigo. —Tocó mis manos, que estaban cerradas
en un puño en mi regazo.
Las desenrosqué y apoyé los dedos sin apretar sobre mis muslos.
—No estoy enojada. Es que es mucho para asimilar. —Negué con la
cabeza—. ¿Por qué secuestraron a Holly? ¿Fue un accidente?
Zach resopló.
—Eso es lo que pasa cuando papá o yo no tomamos el asunto en
nuestras manos.
Ladeé una ceja en forma de pregunta silenciosa.
—Quería formar parte de esa misión. Sabía que podía hacerte ver que
la FEA era la opción equivocada, pero papá no quería arriesgarse. Sabía que
El Mayor estaría cerca y temía que me capturaran. Todo estaría perdido si
El Mayor me atrapaba.
››La misión no salió como estaba previsto. Will envió una onda de
choque demasiado potente y dejó fuera de combate a dos de nuestros
propios hombres. Entonces todo se descontroló. Estaban tratando de salvar
su propio pellejo, y entonces Jago vio a una chica de negro. Dijo que había
visto su apariencia parpadear; se parecía a alguien de la FEA y, como sólo
tenía una oportunidad, la agarró —continuó Zach—. Por supuesto, nos
dimos cuenta rápidamente de que no eras tú, pero nos alegramos de tener a
Holly. Ella es una gran adición a nuestro grupo. Y sabíamos que podíamos
matar dos pájaros de un tiro. Holly es tu mejor amiga. Estábamos seguros
de que formarías parte de una misión de rescate. En realidad nunca
consideramos que huyeras de la FEA por tu cuenta.
No estaba sola, pensé. Estaba con Devon. Mi corazón dolía cuando
pensaba en él. Tendría que volver por él algún día. No podía dejarlo en
manos de El Mayor.
—¿Qué pasa con Stevens?
Zach frunció el ceño.
—¿Te refieres a Harold?
Mordí mi labio. Ni siquiera sabía su nombre de pila.
—El agente que secuestraron en Livingston.
—No lo secuestramos. —Zach se rió, dedicándome una amplia
sonrisa—. Vino por su cuenta. No estaba contento en la FEA. No le gustaba
cómo le trataban y que le prohibieran mantener su relación con una mujer
normal —suspiró.
Asentí. Era extraño pensar en salvar a alguien de la FEA. Ellos
siempre habían sido la personificación del bien para mí. Pero no había
conocido nada mejor.
Cerré los ojos y dejé caer mi cabeza contra el asiento. Las vibraciones
del helicóptero me atravesaban y el zumbido de las aspas me provocaba
dolor de cabeza. Todo esto era demasiado para mi cerebro. Pensar en la
FEA dolía. Cada vez que un recuerdo de los momentos felices que había
pasado allí entraba en mi mente, sentía como si me arrancaran el corazón. Y
Alec. Había sido mi amigo, mi protector, mi amor, ¿y ahora? ¿En qué se
convertiría? ¿Mi cazador? ¿En mi enemigo?
—Creí que no te volvería a ver —murmuró Zach de nuevo—. Pensé
que mis recuerdos eran todo lo que tendría.
Me giré hacia él y traté de memorizar cada centímetro de su rostro, al
igual que él parecía hacer con el mío. Su nariz era un poco más ancha que la
mía, y la sombra de la barba incipiente aparecía en su barbilla y sus
mejillas, pero nuestras similitudes eran sorprendentes.
—¿Extrañas a nuestra madre?
El dolor parpadeó en sus ojos.
—A veces. Pero no puedo olvidar que se fue. A ti te llevó, pero a mí
me abandonó por completo.
Y me di cuenta entonces de que habíamos experimentado el mismo
desamor. Nuestra madre nos había fallado a los dos.
—Tampoco fue una gran madre para mí —susurré.
Las preguntas se nublaron en sus ojos.
››Intentaba ser normal, pero no conseguía recomponerse. Estaba
borracha o drogada más días de los que no lo estaba. Y tuvo más novios de
los que puedo contar. Cada nuevo chico era peor que el anterior. —Me sentí
mal por hablar así de mi madre después de haberla visto por última vez.
Pero era la verdad. Nunca había sido una madre cariñosa. Su abandono me
habría destrozado si no hubiera ido a la FEA.
El rostro de Zach se tensó.
—¿Alguna vez te lastimaron?
—Aparte del insulto ocasional, me ignoraron bastante. La soledad y el
asco de nuestra madre eran mucho peores.
—¿El asco? —preguntó Zach. Me di cuenta de que había tomado mi
mano entre las suyas. Se preocupaba por mí.
—Porque yo era una Variante. Cuando se enteró de que no era
normal, me llamó bicho raro y me dijo que había arruinado su vida.
—¡Eso es una mierda! —El rostro de Zach se llenó de ira—. Ella
también es una Variante. Papá decía que siempre se odiaba a sí misma por
ello. Y que por eso no me quería ni a mí ni a él.
—Lo siento —susurré.
Zach negó con la cabeza.
—No pasa nada. Ahora nos tenemos el uno al otro.
—Estoy deseando ver a nuestro padre —dije. Zach miró por la
ventana, con los labios apretados.
—¿Pasa algo?
Negó con la cabeza con lo que probablemente pretendía ser una
sonrisa tranquilizadora.
—No. Las últimas semanas han sido agotadoras. No nos lo has puesto
precisamente fácil. Y papá estaba cada día más desesperado. Me
preocupaba que hiciera alguna estupidez.
Zach debió ver la confusión en mi rostro.
—El odio entre El Mayor y nuestro padre es como una úlcera
supurante. Puede cegar lo que está bien y lo que está mal.
—¿Qué quieres decir?
Zach parecía arrepentido de haber sacado el tema en primer lugar.
—Nuestro tío, el gemelo de nuestro padre, lleva doce años encerrado
en la prisión de alta seguridad de la FEA. No ha habido un día en el que
nuestro padre no haya pensado en él. Estaban muy unidos y ahora no lo ve
desde hace más de una década. En todos estos años, el odio de papá hacia el
hombre que encarceló a su hermano no ha hecho más que crecer. —Y yo
sospechaba que la relación de mi madre con mi padre y el Mayor sólo
alimentaba el odio.
Yo tenía un tío en la prisión de la FEA. Recordé lo que mi madre
había dicho sobre él.
—Sin embargo, debe haber hecho algo para que lo metan en la cárcel,
¿no?
La expresión de Zach se torció.
—Muchas personas que están encerradas en la prisión de la FEA no
han hecho nada más que negarse a trabajar para la FEA. Creen que tener
una Variación te convierte en una posesión para la FEA y, por tanto, del
FBI.
El Mayor había ordenado a Alec que se asegurara de que yo estuviera
bajo control en todo momento, así que las palabras de Zach tenían sentido.
Cada Variante era un arma potencial, y si un arma no disparaba para tu
bando, era mejor encerrarla. Pero también me di cuenta de que Zach no
había respondido exactamente a mi pregunta.
—Pero ¿qué pasa con nuestro tío?
—Mira, no estoy exactamente de acuerdo con todo lo que ha hecho
—dijo Zach lentamente—. Pero nuestro padre lo quiere y puedo ver lo
mucho que le duele saber que su gemelo está encerrado sin llegar a tener un
juicio justo. A veces el amor por alguien puede dejarte ciego.
Nadie lo sabía mejor que yo. Incluso ahora el recuerdo de los ojos
grises de Alec, de su risa, seguía haciendo que se me apretara el corazón.
Pero mi amor no me había cegado tanto como para herir a otros. ¿Qué le
hizo hacer el amor de nuestro padre por su hermano? Abrí la boca para
preguntar, pero Zach se sentó de repente.
—Estamos aquí.
Me incliné sobre él y miré hacia abajo, pero sólo había tierra estéril y
montañas de roca roja resplandeciente rodeándonos. Nos dirigíamos
directamente a una de las rocas.
—No veo nada. ¿Está disimulado?
—Sí. Todo el complejo es subterráneo. La base de la montaña es en
realidad la entrada.
Mis ojos se agrandaron. Sería difícil escapar de una sede subterránea.
El helicóptero se dirigía directamente hacia las afiladas rocas. Me agarré al
asiento mientras el rojo de las montañas llenaba todo el ancho del
parabrisas. En cualquier momento chocaríamos con la roca.
Capítulo 31

Nuestras cuchillas golpearon la pared de roca. Pero no hicieron


impacto. Atravesaron la superficie y también el resto del helicóptero, como
si la montaña fuera de humo. Tras un momento de oscuridad, entramos en
un enorme hangar. Y me di cuenta de que estábamos dentro de la montaña.
Zach estaba sonriendo.
—No está mal, ¿eh?
—¿Qué ha pasado? —pregunté. Me giré para mirar hacia donde
acabábamos de llegar. Allí estaba la misma roca roja y sólida, pero ahora la
veíamos desde dentro.
Luthor aterrizó el helicóptero en medio de una plataforma con una
cruz roja. Camiones, tanques, helicópteros y autos llenaban casi todos los
espacios libres de la cueva. El rojo áspero de las paredes de roca desnuda
brillaba como el fuego bajo las lámparas halógenas, que estaban fijadas al
techo.
Zach señaló a un tipo sentado en una cabina de cristal situada en la
base de una pared, con los pies apoyados en un escritorio. Nos saludó con la
mano, hizo una burbuja con su chicle, la volvió a aspirar y siguió
masticando.
—Observa lo que ocurre fuera desde las pantallas del interior de la
cabina. Y si es uno de nosotros, disuelve la solidez de la roca y podemos
atravesarla como si fuera humo. No está mal, ¿eh?
Parpadeé. Aquello era el eufemismo del año. Esto era increíble. Abrió
el helicóptero y saltó fuera, y luego mantuvo la puerta abierta para mí. Lo
seguí y dejé que mis ojos recorrieran el equipo. Había tres helicópteros,
bazucas, misiles, ametralladoras e innumerables cajas con etiquetas como
“munición” o “explosivos.” Parecía que estaban planeando una guerra.
—Tienen muchas... cosas.
Zach se encogió de hombros.
—Tenemos que estar preparados. Mantener la seguridad del cuartel
general es una gran responsabilidad que nos tomamos muy en serio.
Demasiadas vidas dependen de ello.
Luego tomó mi mano y me llevó hacia un ascensor incrustado en la
pared de roca. Luthor y Jago no nos siguieron. Se quedaron atrás para
ocuparse del helicóptero, pero no me perdí las miradas curiosas que nos
lanzaron. Si este lugar se parecía en algo a la FEA, probablemente las
personas no hablarían de otra cosa que de nuestra reunión familiar durante
días. Entramos en el gran ascensor de metal y cristal. Podían caber veinte
personas, pero cuando las puertas se cerraron, la sala seguía pareciendo
demasiado pequeña. Me apoyé en el frío metal, intentando detener las
palpitaciones de mi pecho. Diez botones se alineaban en el lateral del
ascensor.
—Te llevaré primero a nuestra zona común. Allí podrás encontrarte
con Holly —dijo Zach.
La emoción me inundó ante la idea. Presionó el botón de -3 y mi
estómago se desplomó junto con el ascensor. A Zach no parecía importarle
el espacio cerrado ni el hecho de que estuviéramos a decenas de metros bajo
la superficie. ¿Había crecido en este lugar? No podía imaginarme a un niño
pequeño corriendo entre municiones y tanques. Había tanto de lo que
teníamos que hablar. No podía esperar para saber más sobre él y su vida.
El ascensor se detuvo y la puerta se abrió, revelando una enorme
habitación con una cocina abierta frente a nosotros. Sartenes y ollas
colgaban de ganchos de acero inoxidable fijados al techo. Un único
cocinero removía algo en una enorme olla de cobre. No era la hora de
comer; probablemente eso explicaba por qué estaba solo. Su mirada se
dirigió brevemente hacia Zach y hacia mí antes de volver a los seis enormes
televisores de pantalla plana que se alineaban en la pared a mi derecha.
Estaban silenciados, pero mostraban carreras de caballos.
Había mesas y sillas repartidas por todo el local. No eran de plástico
blanco ni de acero inoxidable como las que se podrían encontrar en una
cafetería. Parecía como si todos los miembros del Ejército de Abel se
hubieran llevado sus muebles de comedor y los hubieran puesto aquí. Había
mesas redondas y cuadradas, algunas grandes, otras pequeñas, de maderas
que iban desde el arce hasta el roble, y algunas de las sillas tenían fundas
floreadas antiguas mientras que otras estaban tapizadas con cuero de moda.
Incluso había una pequeña mesa rosa con cuatro sillas rosas a juego, que
parecían destinadas a los niños. ¿Había niños en la sede?
No tuve la oportunidad de preguntarle a Zach. Una puerta se abrió en
el otro extremo de la zona común y Holly entró por ella, tal y como la
recordaba. Pelirroja, con el cabello corto y una amplia sonrisa. Parecía sana
y feliz. Empezamos a correr al mismo tiempo y casi me resbalé en el suave
suelo de granito antes de caer finalmente en los brazos de la otra. La abracé
tan fuerte como pude hasta que emitió un pequeño sonido de protesta. Me
aparté y examiné rápidamente su rostro. No estaba pálida y sus ojos
brillaban de alegría.
—¿Estás bien? —susurré. No quería que Zach nos escuchara, pero
cuando miré hacia donde había estado, ya no se encontraba allí. Al parecer,
no quería supervisar nuestro reencuentro.
—Estoy bien —dijo Holly. El alivio se apoderó de mí.
—¿Estás segura?
Dejó escapar su risa.
—Por supuesto, estoy segura.
—Estaba aterrada cuando te secuestraron. ¿Te hicieron daño?
Holly me llevó a una mesa de madera oscura y nos sentamos.
—No me hicieron nada, salvo hacerme ver que estaba en el bando
equivocado.
Mis cejas se dispararon.
—¿Lado equivocado? ¿Te refieres a la FEA? —No es que me
emocionaran las acciones de la FEA, pero escuchar a Holly decirlo me
sorprendió. Ella aún no conocía el alcance de su traición.
Por un momento, la ira apareció en su rostro.
—La FEA me ha frenado. Siempre me he sentido fracasada. Me
hacían sentir menos, sobre todo El Mayor. Llevo sólo un par de semanas en
el Ejército de Abel y ya me han ayudado más a perfeccionar mi Variación
de lo que jamás lo hizo la FEA. Siento que todo es posible, que puedo hacer
grandes cosas.
Toqué su mano.
—Eso es bueno —dije tímidamente—. ¿Así que quieres quedarte
aquí? ¿No quieres volver a la FEA?
Se puso tensa, con los ojos duros.
—Nunca volveré a la FEA. ¿Por qué? —De repente sonó preocupada
—. ¿Quieres hacerlo?
—Yo… —Antes de que pudiera responder, el ascensor se abrió con
un “Bing” y Zach salió. Sus ojos me encontraron y sonrió vacilante.
—Creo que quiere que vayas con él. Probablemente Abel te esté
esperando —dijo Holly, levantándose de la silla. Mi expresión debió de caer
porque añadió—. No te preocupes. Nos veremos más tarde. —Me dio un
rápido abrazo. Me giré lentamente, sin querer dejarla atrás, pero ya se
dirigía a la cocinera.
—¿Cómo fue tu reunión? —preguntó Zach en el momento en que
llegué a él.
—Estuvo bien. —Holly parecía tranquila mientras hablaba con el
cocinero, que por fin había apartado su mirada de los televisores. No era así
como había imaginado que terminaría mi misión de rescate.
Zach no insistió en nada más, pero me di cuenta de que sentía
curiosidad. Me condujo al ascensor y pulsó el botón con el -6.
Tomé su mano y la apreté. Me parecía surrealista poder hacer eso
después de todos estos años, y necesitaba su apoyo. Sus ojos turquesa
recorrieron mi rostro.
—¿Estás bien?
Endurecí los hombros.
—Sí. Esto es mucho para procesar. —Tragué saliva—. Y estoy
nerviosa. Es la primera vez que me encuentro con mi... mi padre.
—Lo sé —dijo con una sonrisa.
El ascensor se detuvo y las puertas metálicas se abrieron con un suave
silbido. Respiré profundamente mientras seguía a Zach. Salvo por la falta
de ventanas, esta habitación tampoco parecía estar bajo tierra. Las paredes
estaban pintadas de un blanco brillante y limpio, y el suelo estaba cubierto
por un piso de abedul. Olía a vainilla y a jarabe de arce. La habitación en la
que entramos era enorme y cuadrada, de al menos doscientos metros
cuadrados. Por su aspecto, era una sala de estar, una cocina y un espacio de
trabajo en uno. Varias puertas conducían a otras habitaciones. Una de ellas
se abrió y salió un hombre. Sonreía.
—Por fin —dijo—. Pensé que los panqueques que había hecho se
iban a enfriar. No sabía lo que te gusta, pero supuse que a todo el mundo le
gustan los panqueques. —Era alto, con el cabello corto y castaño y, por
supuesto, esos ojos turquesa.
Me quedé helada. No podía moverme, no podía decir nada.
—Pero están hechos de una mezcla, y probablemente estén
quemados, así que no te emociones demasiado —dijo Zach, mirándome por
encima del hombro.
Había algo en sus ojos que no podía identificar. Tal vez la emoción
mezclada con la ansiedad. Todos habíamos estado esperando este momento.
No quería que fuera incómodo, pero se me trabó la lengua y sentí que los
ojos se me llenaban de lágrimas.
Abel levantó las cejas.
—Te gustan los panqueques, ¿verdad?
Me habló como si fuera perfectamente normal que estuviéramos en la
misma habitación, perfectamente normal que me ofreciera panqueques,
como si hubiéramos pasado toda la vida juntos, como si no fuéramos
prácticamente extraños. Y quizás para él yo no era una extraña. Podía
rememorar los recuerdos que Zach me había mostrado, y probablemente
muchos más. Sólo deseaba poder recordarlos yo también.
Asentí con un movimiento brusco de cabeza.
—Me encantan los panqueques. —Mi voz era tan tranquila que no
estaba segura de que me hubiera oído.
Se acercaba a mí a grandes zancadas, con una sonrisa cálida y
acogedora. Había arrugas en las esquinas de sus ojos. ¿Por sonreír
demasiado? Me gustaría haber compartido más momentos en los que esas
líneas se habían dibujado en su rostro. Sentí un nudo en la garganta.
—He esperado tantos años para este día —dijo mientras se ponía
delante de mí.
Dejó unos metros entre nosotros, como si le preocupara que acercarse
pudiera asustarme. Lo miré. Unas pequeñas líneas de preocupación
aparecieron alrededor de su boca. Probablemente parecía que iba a romper a
llorar en cualquier momento.
—¿Lo has hecho? —grazné.
Acortó la distancia entre nosotros y me rodeó con sus brazos. Disfruté
de la sensación de los latidos de su corazón contra mi oído. Se sentía cálido
y fuerte. Mi padre. Así era como debía ser, como debería haber sido toda mi
vida. Mi madre y la FEA me lo habían ocultado. Después de todos los años
de buscar algo, de sentir que me faltaba una pieza, tenía todas las piezas de
mi historia. Por fin me sentía completa. La calidez me llenó mientras me
aferraba a él, y él, a su vez, hizo lo mismo. Las lágrimas salieron de mis
ojos.
—Pronto toda nuestra familia volverá a estar reunida. La FEA nos ha
mantenido separados durante mucho tiempo. Cuando convenzamos a tu
madre de que se una a nosotros y liberemos a mi hermano, todo irá bien.
Me retiré con una sonrisa triste.
—No creo que mamá acepte nunca unirse a nosotros. Me dijo que
odiaba ser una Variante, que lo único que quería era una vida normal.
Su expresión se ensombreció.
—Una vida normal. ¿Quién puede decir qué es normal y qué no lo es?
Me encogí de hombros.
—La FEA ha destruido muchas vidas —dijo con amargura. Sacudió
la cabeza y me dedicó una brillante sonrisa—. No debería opacar este día
con mis sentimientos.
—Pero tienes razón —dije en voz baja. La tristeza me invadió—. En
los últimos tres años, El Mayor me utilizó, me hizo sentir que estaba a
salvo, sólo para romper mi confianza. Me quitó todo lo que creía.
Todavía me dolía pensar en ello. Dolía mucho. Envolví mis brazos
alrededor de mí, como si eso pudiera ayudarme a mantenerme firme. Zach
había estado picoteando los panqueques que estaban apilados en la
encimera de la cocina, pero ahora se acercó a nosotros.
Abel tocó mi mejilla con ternura.
—Has pasado por muchas cosas. Tu vida hasta la FEA había estado
llena de desamor y abandono, y luego, cuando por fin te sentiste segura por
primera vez en tu vida, también te lo quitaron. Odio verte sufrir. Es una
carga demasiado pesada para alguien tan joven como tú. Yo te ayudaré.
Haremos que todo mejore.
Me quedé mirando sus ojos turquesa, tratando de determinar lo que
quería decir. Zach se acercó y acercó las yemas de sus dedos a mi sien
derecha. Me tensé brevemente, pero la mirada de mi padre disipó mis
preocupaciones.
Sentí un tirón en mis recuerdos. Pasaron por mi mente mientras Zach
los hojeaba como un catálogo. Alec y yo viendo una película, riendo,
besándonos. Kate hablándome de la Doble Variación de Alec. Alec
admitiendo que había mentido. El mayor dándome las pastillas. Mi madre
discutiendo con uno de sus novios. Los archivos con las notas sobre mí.
Uno por uno, todos se volvieron turbios. Las imágenes llegaban más rápido,
se difuminaban en mi mente. El rostro de mi madre cuando la ayudé a
ducharse, el breve destello de ternura en su rostro.
El toque de Zach se aflojó por un segundo, pero luego sus dedos
volvieron a presionarme la sien. Alec besando a Kate. Alec diciéndome que
era complicado. El Mayor diciéndome que tendría que ir al manicomio. Mis
recuerdos empezaron a desaparecer. Ya me sentía mejor. ¿Pero qué quedaría
de mí si todas las horribles experiencias de mi pasado desaparecieran?
¿Quién sería yo? Alec siempre decía que su pasado le hacía ser quien era.
¿Quién sería yo una vez que me quitaran mi pasado? Busqué en los ojos de
Zach. Podía ver mis propios recuerdos reflejados en ellos mientras él se los
tragaba. La cabeza me empezó a palpitar y el vacío se extendió por mi
cuerpo, y con él llegó un frío helado.
—Espera —dijo Zach en voz baja—. A veces el frío es un efecto
secundario. Pronto se te pasará.
Me empezaron a castañear los dientes, pero confié en su voz. No me
había traicionado. En los ojos de Zach aparecieron más escenas. Había un
funeral. Estaba la casa de Livingston, y un chico de cabello rubio que yacía
en un charco de sangre. Había niebla y un chico con un cuchillo. Había un
chico con ojos grises y un tatuaje de dragón en el hombro. Pero no sabía
quién era.
—Pronto te sentirás mejor —susurró Zach. Las imágenes siguieron a
sus palabras.
Recuerdos -recuerdos felices- se colaron en los rincones vacíos de mi
mente, llenándolos de calidez y luz. Había un niño corriendo por un
aspersor en calzoncillos, aullando cuando el agua le golpeaba, y un niño
pequeño en pañales, a unos metros de distancia, sentado en la hierba riendo.
Había un árbol de Navidad con luces multicolores que bañaban la
habitación con los colores del arco iris. Papá me llevaba del brazo, me
dejaba en el suelo y me entregaba un pequeño regalo. Mis pequeños dedos
rasgaron el papel. Zach se arrodilló junto al bebé, junto a mí, y desenvolvió
su propio regalo. Había risas, calidez, sonrisas y esperanza. Parpadeé. Los
recuerdos se agolparon en mi cerebro, me llenaron de una sensación de
plenitud, de pertenencia.
Las yemas de los dedos bajaron de mis sienes. Alguien me acarició la
mejilla. Giré la cabeza y miré fijamente a un hombre de ojos turquesa. Su
mano agarró mi cabeza y el calor me inundó. Me apoyé en el brazo que me
sostenía. Lentamente, mi visión se aclaró y me centré en el rostro que tenía
delante.
—¿Tessa? —dijo una voz familiar. Una buena voz.
Sonreí.
—¿Papá?
—Me alegro de que hayas vuelto.
—Bienvenida a casa —dijo otra voz. Zach. Él también sonreía.
Me relajé.
En casa.
Estaba en casa.
Continuará…
Sobre la Autora

Cora Reilly es una de las principales autoras de mafia romance. En su


obra destacan series como Born in Blood Mafia Chronicles o The Camorra
Chronicles. Sus libros suelen incluir protagonistas masculinos muy sexys y
peligrosos. Le gusta que sus hombres sean como los martinis, potentes y
fuertes. Cora vive en Alemania con su hija pequeña, su collie barbudo y el
hombre atractivo y divertido que la acompaña en la vida. Cuando no está
pensando en su próxima novela, Cora se dedica a planear su próximo viaje
o a preparar platos picantes de cualquier parte del mundo. Cora es
licenciada en Derecho, pero prefiere hablar de libros, que son mucho más
divertidos que las leyes.

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