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Sí, temo que las procesiones y mausoleos, con la regla fija de la admiración, oscurezcan con
incienso ácido, la sencillez de Lenin; Temo, yo temo, como se teme por la pupila del ojo, que
sea distorsionada por las dulces bellezas del ideal.
Era el amanecer del nuevo milenio. El milenio que se abre con la globalización en
los labios y la crisis en el vientre. El milenio inaugurado, en noviembre de 1999,
por la manifestación de Seattle: es un nuevo ciclo del movimiento global que
perturba el sueño de quienes creían haber ganado definitivamente la lucha de
clases y cerrado las cuentas con la historia, como con el virus del milenio. En ese
cruce, Toni Negri junto con Michael Hardt formulan la hipótesis de la formación
del imperio: ya no el imperialismo de los Estados-nación, sino un nuevo orden
mundial sin centro, en el que se mezclan poderes democráticos, monárquicos y
aristocráticos. Y plantean la hipótesis, en primer lugar, de la formación del sujeto
que resiste y se opone a ese orden, la multitud, que parece llenar las plazas del
movimiento antiglobal.
Además, hay un aspecto de su biografía que se recuerda muy poco: con poco más
de treinta años, Toni era el catedrático italiano más joven de la prestigiosa cátedra
de Doctrina de Estado de la Universidad de Padua. Podría haber tenido una vida
tranquila y satisfactoria como un gran intelectual, estimado y reconocido por
todos. O tal vez podría haber sido un intelectual comprometido, que mantiene
separadas la opinión y la acción. O también podría haber sido un intelectual
orgánico, obediente a las exigencias indiscutibles de un partido fetiche. Y por qué
no, podría haber sido un activista intelectual, una forma homeopática de militancia
sin riesgos que se extendió en las décadas siguientes, elegido por profesores que se
pronuncian sobre todas las injusticias del mundo mientras estén lejos de su zona.
de seguridad académica. Pero no, ésta no era su forma de vida. Apostó por el
deseo. Apostó todo lo que tenía y pudo haber tenido. Y en el mundo feudal de la
universidad, habitado por barones trombonescos y sirvientes pusilánimes, esto es
lo que nunca le han perdonado. Decretando la prohibición de la inteligencia en la
academia durante el próximo medio siglo. Este anuncio es la continuación del 7 de
abril con otros medios, y en ocasiones con los mismos.
No repasemos lo que hizo Toni aquí, sería una tarea presuntuosa y, además,
bastante inútil. De hecho, quienes lean este texto ya saben lo que podríamos decir
en unas pocas líneas. Tampoco queremos diseñar un icono sin manchas y
claroscuros, dejamos de buen grado esta gratificación a los numerosos aduladores
profesionales, que ciertamente no faltan ayer como hoy. Su problema, desde
nuestro punto de vista, no es que vio lo que no estaba allí, como tan a menudo lo
han acusado los tontos (o los filisteos, se habría dicho alguna vez). El problema es
que a menudo veía lo que no podía estar ahí. O, para decirlo en términos familiares
para quienes provienen de la tradición del obrerismo, cambió la composición
técnica por la composición inmediatamente política, o el desarrollo del capital por
el desarrollo del sujeto antagónico. O pensaba que la brillantez de la inteligencia
individual podía, en ciertos momentos, prescindir de la fatiga de los procesos
colectivos. Todo esto es parte de una discusión abierta: no sobre lo que ha sido,
sino sobre lo que puede ser.
El punto a subrayar aquí, sin embargo, es otro: lo que guio a Toni, dentro de sus
límites y no sólo en sus riquezas, fue siempre precisamente ese deseo de
revolución, esa necesidad de intentar siempre salir adelante. No, no tanto en el
entusiasmo de las fases altas de los movimientos. Forzar, ante todo, en las fases de
reflujo, derrota y fragmentación. Este fue el caso en las décadas de 1980 y 1990, en
medio de la contrarrevolución capitalista. En otros lugares es correcto debatir la
sustancia de esos forzamientos. Aquí digamos simplemente que, dentro de la
oscuridad, tuvieron la fuerza para centrarse en la luz, para luchar contra la
resignación y el retraimiento depresivo, para intentar invertir la perspectiva.
Haciéndolo, siempre, con un pensamiento divisivo. Sí, divisivo, utilizamos
concretamente la expresión que hoy tanto horror suscita entre los demócratas de
izquierda. Porque el pensamiento político siempre es divisivo, es decir, divide a un
partido de otro, a un amigo del enemigo. Cuando todo el mundo habla bien de
alguien, significa que ese alguien no tiene la capacidad de expresar un
pensamiento político, o de expresar un pensamiento. Porque ese "todos" es una
abstracción del universalismo moderno, es decir, capitalista. Y si hoy Toni todavía
consigue dividir es que ha hecho todo lo que debe hacer un revolucionario.
En definitiva, querido Toni. En esta época de mediocridad gris, en la que reinan los
malos maestros, cuánto necesitamos una nueva generación de cattivi maestri. De los
que nos enseñan a buscar siempre el amanecer dentro del crepúsculo.