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El diá cono en la celebració n de la


Misa: sentido, oficio y palabras

Este pequeñ o subsidio tiene como objetivo profundizar el papel del diá cono en la
celebració n eucarística. Lo haremos en tres momentos. Primero, apoyados en
textos del magisterio, profundizaremos el sentido del diaconado como ayuda al
sacerdote en la Eucaristía. En segundo lugar, haremos un recorrido de la Misa y las
acciones propias del diá cono. Finalmente, daremos un extracto de las palabras que
el diá cono proclama durante la celebració n, en orden a facilitar su memorizació n.

El sentido del diaconado en la Santa Misa

LG 29: ““En el grado inferior de la jerarquía está n los diá conos, que reciben la
imposició n de las manos, no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio.
Así, confortados con la gracia sacramental, sirven al pueblo de Dios en el ministerio
de la liturgia, de la Palabra y de la caridad, en comunió n con el obispo y su
presbiterio”.

Entiéndase que el diaconado es el tercero de los grados del Orden. La imposició n


de las manos en orden al ministerio debe entenderse en orden al «servicio». De la
misma manera:

Rito de institució n de diá conos, alocució n: “Fortalecidos con el don del Espíritu
santo, ayudará al obispo y a su presbiterio en el anuncio de la Palabra, en el
servicio del altar, y en el ministerio de la caridad, mostrá ndose servidor de todos.”

Un paso má s: es el servicio del altar. Aquí es donde ahondaremos.

OGMR 94: “Después del presbítero, el diá cono, en virtud de la sagrada ordenació n
recibida, ocupa el primer lugar entre los que ejercen su ministerio en la
celebració n eucarística. […]”

Prestemos atenció n: “ocupa el primer lugar entre los que ejercen su ministerio en
la celebració n eucarística”. ¿Lugar de honor? No, de servicio. Diá cono: primer
servidor de la Misa.

Para má s profundidad en este punto, conviene leer y rezar la alocució n del Rito y la
Oració n de consagració n.
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OGMR 171: “Cuando en la celebració n eucarística está presente un diá cono,


desempeñ a su ministerio vestido con las vestiduras sagradas. El Diá cono, en
general: a) Asiste al sacerdote y está a su lado. b) En el altar sirve, en lo referente al
cá liz y al libro. c) Proclama el Evangelio y puede, por mandato del sacerdote que
celebra, hacer la homilía (cfr. n. 66). d) Dirige al pueblo fiel mediante oportunas
moniciones y enuncia las intenciones de la oració n universal. e) Ayuda al sacerdote
celebrante en la distribució n de la Comunió n, y purifica y arregla los vasos
sagrados. f) Desempeñ a los oficios de otros ministros, él mismo, si no está presente
alguno de ellos, segú n sea necesario.”

Esto es lo que desarrollaremos a continuació n.

El oficio del diácono en la Misa: de principio a fin


Ritos iniciales

IGMR 172: “Cuando el diá cono lleva el Evangeliario, lo tiene un poco elevado y precede
al sacerdote mientras se acercan al altar, de lo contrario, irá a su lado.”
IGMR 173: “Cuando llega al altar, si lleva el Evangeliario, omitida la reverencia, se
acerca al altar. Luego, una vez depositado el Evangeliario sobre el altar, lo cual es
recomendable, juntamente con el sacerdote venera el altar con un beso.
Pero si no lleva el Evangeliario, hace inclinació n profunda al altar del modo
acostumbrado, juntamente con el sacerdote, y con él venera el altar con un beso.
Por ú ltimo, si se usa incienso, asiste al sacerdote en la imposició n del incienso y en la
incensació n de la Cruz y del altar.”
IGMR 174: “Incensado el altar, se dirige juntamente con el sacerdote a la sede y allí
permanece a su lado y le ayuda, segú n sea necesario.”

Dice la introducció n que la forma de llevar el Evangeliario es “un poco elevado”. El


diá cono lleva el Evangeliario a la altura de sus ojos, de manera que la asamblea
pueda verlo, y él pueda ver por dó nde camina. El libro propio es el Evangeliario y
no el leccionario.

Nó tese que a él se aplica lo mismo que a todos los ministros: si lleva algo en sus
manos no hace reverencia. Si no lleva el Evangeliario, camina junto al sacerdote.

Llegados al altar, y de ser el caso después de apoyar en él el Evangeliario, el


diá cono venera el altar junto con el sacerdote con un beso. A diferencia del
sacerdote, el diá cono no debe apoyar las manos sobre el altar para besarlo, sino
dejarlas juntas sobre el pecho. Esto se debe a que el diá cono no confecciona el
sacrificio eucarístico.

“Asiste al sacerdote en la imposició n del incienso”. Esto se debe entender de la


siguiente manera: el turiferario se acerca al sacerdote y al diá cono, y éste toma la
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naveta para que el sacerdote ponga incienso. Luego de bendecirlo, el turiferario


entrega el turíbulo al diá cono y éste al sacerdote. De manera inversa se hace
cuando termina la incensació n. No corresponde tomar el borde de la casulla a
menos que el diseñ o de la misma requiera que el diá cono lo haga.

La ubicació n del diá cono es en el lugar má s pró ximo al que preside, sin que se
llegue a confundir con un sacerdote concelebrante. En la sede, puede indicar al
sacerdote lo que debe rezar del misal.

El diá cono puede realizar las invocaciones de la tercera forma del acto penitencial.
Las invocaciones está n dirigidas a Cristo, es decir, son cristocéntricas y no
trinitarias. Tampoco está n dirigidas a pecados puntuales (no es correcto decir «Por
nuestras faltas de…»). Pueden variarse con las propuestas por el misal u otras
semejantes. Si el diá cono predica, quizá s sea conveniente que las escriba pensando
en lo que predicará .

Liturgia de la Palabra

IMGR 175: “Mientras se dice el Aleluya u otro canto, si se usa incienso, asiste al
sacerdote en la imposició n del incienso; luego, profundamente inclinado ante el
sacerdote, le pide la bendició n, diciendo en voz baja: Padre, dame tu bendición. El
sacerdote lo bendice, diciendo: El Señor esté en tu corazón. El diá cono se signa con el
signo de la cruz y responde: Amén. Luego, hecha la inclinació n al altar, toma el
Evangeliario que había sido colocado sobre el altar, y se dirige al ambó n, llevando el
libro un poco elevado, precedido por el turiferario con el incensario humeante y por
los ministros con cirios encendidos. Allí saluda al pueblo, diciendo con las manos
juntas: El Señor esté con ustedes, luego a las palabras Evangelio de Nuestro Señor
Jesucristo según san N., con el dedo pulgar hace la señ al de la cruz en el libro y después
se signa a sí mismo en la frente, en la boca y en el pecho, inciensa el libro y proclama el
Evangelio. Terminado éste, aclama: Palabra del Señor, y todos responden: Gloria a ti,
Señor Jesús. En seguida venera el libro con un beso, diciendo en secreto: Las palabras
del Evangelio, y vuelve al lado del sacerdote.
Cuando el diá cono asiste al Obispo, le lleva el libro para que lo bese, o él mismo lo besa,
diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio. En las celebraciones má s solemnes el
Obispo, segú n las circunstancias, imparte la bendició n al pueblo con el Evangeliario.
Por ú ltimo, el Evangeliario puede ser llevado a la credencia o colocado en un lugar
apto y digno.”
IMGR 176: “Si no hubiera un lector idó neo, el diá cono proclamará también las otras
lecturas.”
IMGR 177: “En la oració n de los fieles, después de la introducció n del sacerdote, el
diá cono dice las intenciones generalmente desde el ambó n.”

Mientras se canta el aleluya y no antes, el diá cono ayuda con el incienso de la


misma manera que lo hemos explicado. Después de bendecir el incienso, el diá cono
pide la bendició n: “Padre, dame tu bendició n”. Vienen a nuestra memoria la voz de
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los patriarcas que pedían a su padre la bendició n prometida por Dios. También el
grito del Pueblo elegido pidiendo a Dios la salvació n. O de los anawim del Señ or.
Con estas sencillas palabras, el diá cono expresa lo profundo de la oració n cristiana,
de la oració n de Jesú s y de sus discípulos: rogar para que el Padre nos bendiga.

Cuando el obispo o el sacerdote lo bendice (sin imponer las manos), el diá cono
traza sobre sí la señ al de la cruz.

A diferencia del sacerdote en otros momentos de la misa, el diá cono no extiende


las manos para saludar al pueblo, sino con las manos juntas dice: “El Señ or esté con
ustedes”.

Mientras menciona el Evangelio traza la señ al de la cruz sobre el libro y sobre sí, de
esta manera: “Evangelio [traza la señ al de la cruz sobre el libro] de nuestro Señ or
Jesucristo [traza la señ al de la cruz sobre la cabeza, porque Cristo es Cabeza del
Cuerpo de la Iglesia] [traza la señ al de la cruz sobre la boca, sin decir nada] segú n
san N. [traza la señ al sobre el corazó n, para que el Evangelio «baje a la vida»].
Luego de que el pueblo aclame, si es oportuno, inciensa el libro y proclama el
Evangelio.

¡Atenció n! ¿Quién besa el libro después de proclamar el Evangelio? Si preside un


presbítero, lo besa el mismo diá cono que lo ha proclamado. Si preside el obispo,
puede llevá rselo para besarlo él en la sede o en la cá tedra. Si se usó el Evangeliario,
el obispo puede bendecir al pueblo con el libro.

Dice que mientras se besa hay que decir en secreto “Las palabras”, etc. Esto se
puede hacer de dos maneras: besar y decir todo, o bien, decir la primera parte,
besar y decir la segunda parte (las palabras del Evangelio – beso – borren nuestros
pecados).

El rol del diá cono en la oració n de los fieles es bueno que se mantenga, al menos en
las celebraciones má s grandes, proponiendo a la asamblea las intenciones para
rezar. También se le puede encomendar la lectura de las intenciones por las que se
reza en la Misa.

Liturgia Eucarística

IGMR 178: “Terminada la Oració n Universal, mientras el sacerdote permanece en la


sede, el diá conoprepara el altar, ayudado por el acó lito; a él le corresponde el cuidado
de los vasos sagrados. Asiste también al sacerdote cuando recibe los dones del pueblo.
Luego entrega al sacerdote la patena con el pan que se va a consagrar; vierte vino y un
poco de agua en el cá liz, diciendo en secreto: El agua unida al vino; y luego presenta el
cá liz al sacerdote. Esta preparació n del cá liz puede también hacerse en la credencia. Si
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se usa incienso, asiste al sacerdote en la incensació n de las ofrendas, de la cruz y del


altar, y después, él mismo o el acó lito, inciensa al sacerdote y al pueblo.”

En el cá liz vierte vino y un poco de agua. No estamos en la cá rcel como estuvo el


Cardenal Van Thuan para poner tres gotas de vino y una de agua. Tiene que ser
cantidad suficiente para que todos los que lo hagan puedan comulgar. La
proporció n de agua es un poco (nunca igual a la mitad de lo que se ha puesto de
vino, pues ya se diluye la materia sacramental). «Un poco» tampoco es estar quince
minutos tratando de que caiga «una gotita». En otras épocas de la Iglesia, se
solucionó este tema agregando una pequeñ a cuchara para medir la cantidad de
agua.

Cabe destacar que el diá cono ―al igual que lo hace el sacerdote― «debe»
pronunciar las palabras secretas: El agua unida al vino. Son parte de la manera de
celebrar la Eucaristía segú n el rito latino, y no es lícito a nadie que no sea la Sede
Apostó lica modificar todo o parte de los ritos. También es cierto que no debemos
reducir la celebració n de los sacramentos solamente a lo que la asamblea escucha,
puesto que es para Dios a quien se ofrece la Misa. Las mismas oraciones secretas
van siendo justamente eso: oració n a Dios, y el desafío es que se hagan parte de la
oració n personal del ministro.

IGMR 179: “Durante la Plegaria Eucarística, el diá cono está junto al sacerdote, pero
un poco detrá s de él, para cuando sea necesario servir en lo que se refiera al cá liz o
al misal.
Desde la epíclesis hasta la elevació n del cá liz el diá cono, de ordinario, permanece
de rodillas. Si está n presentes varios diá conos, uno de ello puede imponer incienso
en el incensario para la consagració n e incensar durante la elevació n de la Hostia y
del cá liz.”
IGMR 180: “Para la doxología final de la Plegaria Eucarística, de pie al lado del
sacerdote, tiene el cá liz elevado, mientras el sacerdote eleva la patena con la
Hostia, hasta cuando el pueblo haya aclamado: Amén.”

Servir con el misal es mover las hojas del mismo e indicar dó nde el sacerdote debe
focalizar la mirada. Servir con el cá liz es destaparlo a partir de la epíclesis para su
consagració n y luego volver a taparlo.

El diá cono toma el cá liz del altar o lo recibe del sacerdote para elevarlo. ¿Hasta qué
altura elevar el cá liz? Hasta la altura en que el sacerdote eleve la patena. Ambas
especies eucarísticas contienen a Jesucristo en la misma dignidad. Si es un
sacerdote de baja estatura habrá que adaptarse. Al sacerdote le corresponde
elevarlo por encima de su vista, evitando formas aparatosas. “Hasta que el pueblo
haya respondido amén”, es decir, evitando la ansiedad de bajarlo antes.
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IGMR 181: “Después de que el sacerdote haya dicho la oració n de la paz y: La paz
del Señor esté siempre con ustedes, y que el pueblo haya respondido: Y con tu
espíritu, el diá cono, segú n las circunstancias, invita a la paz diciendo, con las manos
juntas y vuelto hacia el pueblo: Dense fraternalmente la paz. É l la recibe del
sacerdote y puede darla a los ministros má s cercanos.”

Nó tese la sobriedad del gesto. No es la oportunidad para que el diá cono tenga sus
“cinco minutos de fama” haciendo una introducció n a un gesto que es opcional y
sobrio, aunque expresa la riqueza bíblica de la paz dada y recibida.

Respecto a la sobriedad, hay que tener en cuenta desde nuestro corazó n, que no es
un saludo civil. No es decirnos «buen día», «qué tal» o «cuá nto tiempo sin vernos».
Tampoco «feliz navidad», «felices pascuas» o «feliz cumpleañ os». Es darnos
mutuamente la paz que pedimos en la Eucaristía al Señ or del Shalom. A pesar de
esta sobriedad litú rgica, el momento debe entenderse con gesto y palabra: apretó n
de manos, abrazo o beso, mientras podemos decir «la paz de Jesú s». ¡Anunciarnos,
desearnos y comunicarnos la paz!

En el Ceremonial de los obispos, está mandado que sea el diá cono quien lleve la
paz a la autoridad civil que por oficio esté en la celebració n. Hay que estar atentos.
Y aunque los libros no lo prevean, también es conveniente estar atento si hay una
persona que acaba de perder un ser querido y ofrece por él la Misa. El diá cono
debe ser portador y mensajero de paz.

IGMR 182: “Habiendo comulgado el sacerdote, el diá cono recibe del mismo
sacerdote la Comunió n bajo las dos especies y después ayuda al sacerdote a
distribuir la Comunió n al pueblo. Pero si la Comunió n se hace bajo las dos especies,
él ofrece el cá liz a quienes van a comulgar, y terminada la distribució n, en seguida
consume reverentemente en el altar toda la Sangre de Cristo que haya quedado,
ayudado, si fuere el caso, por los otros diá conos y presbíteros.”
IGMR 183: “Terminada la distribució n de la Comunió n, el diá cono vuelve al altar
con el sacerdote, recoge las partículas, si las hay, lleva el cá liz y los otros vasos
sagrados a la credencia y allí los purifica y los arregla como de costumbre,
mientras el sacerdote vuelve a la sede. Está permitido, sin embargo, dejar en la
credencia, sobre el corporal, debidamente cubiertos los vasos que deben ser
purificados y purifícalos inmediatamente después de la Misa, una vez despedido el
pueblo.”

Recordemos que el diá cono es ministro «ordinario» de la Sagrada Comunió n. Un


ministro laico no debe reemplazarlo, a menos que tenga un impedimento legítimo.

El lugar para consumir lo que queda de la Eucaristía es el altar, no caminado sobre


el presbiterio. Asimismo, el lugar para purificar es la credencia. Só lo el sacerdote
purifica en el altar. Esto lo mencionamos para entender que la renovació n litú rgica
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ha puesto en un lugar subordinado la purificació n de los vasos sagrados. No es


parte integrante esencial de la Misa. Por eso también, puede hacerse al terminar.

Al momento de purificar, el diá cono dice las palabras “Haz, Señ or, que
recibamos…”, al igual que el sacerdote.

Rito de conclusión

IGMR 184: “Dicha la oració n después de la Comunió n, el diá cono da al pueblo


brevemente los avisos que hubiera que dar, a menos que el sacerdote prefiera darlos él
mismo.”
IGMR 185: “Si se emplea la oració n sobre el pueblo o la fó rmula de bendició n solemne,
el diá cono dice: Inclínense para recibir la bendición. Una vez que el sacerdote haya
impartido la bendició n, el diá cono despide al pueblo, vuelto hacia él, diciendo con las
manos juntas: Pueden ir en paz.”
IGMR 186: “Luego, juntamente con el sacerdote besa el altar, y hecha la inclinació n
profunda, se retira del mismo modo en que había entrado.”

El acto penitencial, las intenciones o la oració n universal, la paz, los avisos, el


saludo de despedida… el diá cono está en un «lugar» de vínculo entre Dios y la
asamblea. Las palabras del envío está n dirigidas a los fieles. No es correcto
incluirse con un «podemos ir en paz».

Compendio de las palabras que el diácono utiliza

Colocamos entre paréntesis el original latino para apreciar el sentido que la


liturgia ha pensado a cada frase y su sonoridad para la memoria.

Al momento de pedir la bendició n al sacerdote:


Padre, dame tu bendició n.
(Iube, Domne, benedicere)

Al momento de proclamar el Evangelio:


El Señ or esté con ustedes.

Al momento de besar el Evangelio:


Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados.
(Per Evangelica dicta deleantur nostra delicta)

Al momento de unir el agua al vino:


Por el misterio de esta agua y este vino,
haz que compartamos la divinidad
de quien se ha dignado participar de nuestra humanidad.
(Per huius aquæ et vini mysterium,
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eius eficiamur divinitatis consortes,


qui humanitatis nostræ fieri dignatus est particeps)

Al momento de dar la paz:


 Démonos (Dense, Nos damos) fraternalmente la paz.
 Como hijos de Dios, intercambiemos ahora un signo de comunió n fraterna.
 En Cristo, que nos ha hecho hermanos con su Cruz, démonos la paz como
signo de reconciliació n. (Muy ú til en Cuaresma y Semana Santa)
 En el Espíritu de Cristo resucitado, démonos fraternalmente la paz. (Muy
ú til los domingos y en la cincuentena pascual)

Al momento de purificar los vasos sagrados:


Haz, Señ or, que recibamos con un corazó n limpio
el alimento que acabamos de tomar,
y que el don que nos haces en esta vida
nos sirva para la vida eterna.
(Quod ore súmpsimus, Dómine,
pura mente capiámus,
et de múnere temporali
fiat nobis remédium sempitérnum)

Al momento de despedir al pueblo:


 Pueden ir en paz.
 La alegría del Señ or sea nuestra fuerza. Pueden ir en paz.
 Glorifiquen al Señ or con su vida. Pueden ir en paz.
 En el nombre del Señ or, pueden ir en paz.
 Anuncien a todos la alegría del Señ or resucitado. Pueden ir en paz. (Muy ú til
los domingos y en la cincuentena pascual)

Es bueno preparar antes las opciones e irlas memorizando, para que cuando el
diá cono se ordene sacerdote, esto ya esté fijo en su memoria.

Oraciones sugeridas para el momento de revestirse las


vestimentas litúrgicas

 Al alba: “Me revisto, Señ or, con el alba de la pureza; que sea una ofrenda
permanente para vos”
 Al cíngulo: “Me revisto, Señ or, con el cíngulo de la obediencia; que mi vida
esté siempre unida a vos”
 A la estola diaconal: “Me revisto, Señ or, con la estola del servicio; que mi
vida sea una entrega permanente a mis hermanos”

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