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Un mundo en dos cuartillas

Semblanza del Doctor Pedro Rincón Gutiérrez


Abrumado por el extremado deber que se me confía, me dirijo a
esta sala intentando esbozar, con emotivo trazo, la figura y
andadura de un padre tan cercano como inabarcable; un gigante
en su modestia, en cuyo trayecto vital bien puede traslucirse el de
Venezuela toda. Consciente de que muchos pudieran hacerlo
mejor, me atrevo a alzar la voz en este magnífico y amado recinto,
para evocar hoy su figura.
Su presencia. Era de talla media, como un buen venezolano,
robusto y ágil. Su mirada sagaz, perspicaz frente a la realidad, iba
como sosegándose en descenso a una sonrisa franca, o se
integraba con la adustez del respeto a sus semejantes y a sí mismo.
Las imágenes de su juventud mostraron ya la especial amplitud de
su frente, indicio de inteligencia y franqueza. Hasta la senectud, su
porte atlético y paso firme hablaban de sus años de empeñoso
deportista.
Frente y manos eran las de la siempre recordada madre, Vitalia,
ductora e inspiración, desde una infancia de huérfano paterno. De
ella habría heredado sus personales y elocuentes gestos.
La voz, serena y afinada, nunca ensordecía. Entonaba un acento
donde resonaba el cimiento zuliano, modulado por el canto
natural de estas tierras andinas. Era apto para la oratoria, la
declamación, el coloquio galante, y ocasionalmente el canto;
siempre su decir fluía con especial melodía y persuasiva
entonación.
Como tantos insignes colegas de su generación, tenía porte de
médico y hablaba desde su vocación raigal aun cuando conciliaba
los más variados intereses académicos y políticos. Su presencia fue
de patriarca, facultativo, y jesuita. “Lo que soy es partero” nos
recordaba a menudo.
Su carácter. Sin duda, la firme tenacidad de las sierras subyacía
bajo las leves fluctuaciones de ánimo de nuestro rector de
rectores. Pocas veces exteriorizaba ira o sufrimiento, aunque su
sensibilidad era indudable. Así como afrontaba las más solemnes
o retadoras audiencias con severidad y firmeza, podía explayarse
poco después en grata francachela con sus amistades y
compañeros. Sabía ser ocurrente y no regateaba sus expresiones
de afecto, era nuestro Rector un inigualable contertulio.
Una mirada de aprobación podía llenar el día de sus colaboradores
y familiares, así como podría llenarlo una mirada suya de
contrariedad o desaprobación. No necesitaba hablar para
comunicar su juicio.
El carácter de un hombre - dice Goethe – “se desarrolla en la
corriente de la vida”. Mucho de lo que le deben esta universidad y
toda Venezuela se explica por los avatares, llenos de dificultades y
compensaciones, que forjaron el carácter de Pedro Rincón
Gutiérrez.
Su sabiduría. Saber es conocimiento, sabiduría es vida, saber vivir.
Cuántas lecciones dejó el Rector en cuantos lo conocimos, ora
conviviendo, ora compartiendo, o trabajando, o hasta
adversándolo. Fue un hombre sabio, que llevó los ochenta años de
su vida en constante aprendizaje y verificación de lo aprendido.
¡Cuánto corrigió a quien les habla, y cuántas lecciones de
humanidad presenciamos quienes le rodeábamos! “Nunca uses la
expresión Recursos Humanos; el ser humano no es un simple
recurso”, corrigiendo un oficio cualquiera, por ejemplo.
En sus muchos viajes acopiaba relaciones, aprendía, disfrutaba y
se protegía de los excesos del disfrute. Y sus compañeros de viaje
aprendíamos y disfrutábamos con el sempiterno niño que pervivía
en nuestro Rector de rectores.
Su actuar. Si hubo un político en Mérida, fue Pedro Rincón
Gutiérrez. Si la política es arte de acordar los desacuerdos, él fue
un político. Vertebrando la rutina institucional, siempre tuvo
especial atención al destinatario de sus actos. Y no era por árido
cálculo; en sus palabras asomaba una visión global de la naturaleza
de aquellos con quienes tocaba tratar. Y así la interacción humana
nunca fue manipulación suya, por hábil que fuese.
Asombraba su memoria para reconocer los millares de personas
encontradas en la vida (algunas encontradas naciendo en la sala
de partos), con nombre y apellidos. Ello era de gran ayuda en el
necesario interactuar de la vida del rector de una gran universidad,
como la que él logró construir. No pocas veces, esta facultad le
valió dolor, al percibir maltratos y traiciones de alguien a quien
había querido beneficiar.
Un día como hoy, cien años atrás, nacería quien en este recinto
sintió vibrar todo su ser, como han sentido tantos jóvenes que, en
solemnidad fraterna, viven la emoción del grado marcados para
siempre con el amor a este recinto maternal. Y jamás olvidó el
significado de aquella solemnidad, como un pacto existencial. La
culminación de su vida, novelesca si se quiere, fue darse al Alma
Mater y hacer el bien en ella.
Al dar por cumplido mi deber de esta trascendental celebración,
diría que no se puede contar un mundo en dos cuartillas, sin
embargo, espero en esta síntesis haber descrito a este hombre
sencillo como un pequeño y grande como el mundo, con cuyo
legado tenemos una gran deuda los universitarios de la actualidad.
Señores.
Bernardo Moncada Cárdenas
Profesor, Arquitecto
Mérida 24 julio 2023

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