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La Democracia ante el crimen organizado

Norberto E. Garay Boza, Juez


La ley persigue a la realidad, busca ordenar aquello que no le fue posible prever. En
las últimas semanas ha habido gran cantidad de titulares de noticieros y publicaciones en
redes sociales relacionadas con el crimen organizado, dos han sido los grandes temas: por
un lado, el incremento en la delincuencia, especialmente sensible en el aumento inédito en
la tasa de homicidios y, por el otro, el laborioso camino para la aprobación del proyecto
legislativo relacionado con la reforma a la Ley de Creación de la Jurisdicción Especializada
en Delincuencia Organizada. Nuevamente la ley intenta alcanzar a la realidad, pero aún no
lo ha logrado y eso hace que nos planteemos una pregunta: ¿por qué?
El proyecto de ley de crimen organizado, en suma, busca definir los requisitos de las
personas profesionales que trabajarán en esa jurisdicción; organizar las cargas de trabajo y
precisar los plazos legales en los casos de delincuencia organizada, por ejemplo, el lapso de
la prisión preventiva se ampliará. En el fondo se trata de brindar herramientas a la
Administración de Justicia para poder enfrentar con una mayor eficiencia una forma de
delincuencia más compleja, entendiendo que una criminalidad distinta requiere un abordaje
diferenciado. Existe un amplio consenso legislativo para que ese proyecto de ley adquiera,
por decirlo de alguna manera, vida, pero su trámite ha resultado espinoso y se ha formado
una lucha contra el tiempo, donde la amenaza de una suerte de desamparo legal podría
afectar a la ya de por sí lastimada seguridad ciudadana. Finalmente, cuestiones procesales
ponen en riesgo la efectividad de lo que pareciera ser uno de esos claros casos donde la
necesidad del Pueblo encuentra un diáfano eco en la voluntad legislativa y ese es un punto
que hay que analizar con más crítica que añoranza.
El artículo 9 de la Constitución Política dispone que el Gobierno de nuestro país lo
ejercen tres poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, cada uno de ellos tiene un
papel diferente en torno al proyecto de ley de crimen organizado: el primero lo convocó
para que fuera conocido por la Asamblea Legislativa, esta, a su vez, le ha dado trámite para
deliberar sus alcances y, oportunamente, correspondería al Poder Judicial aplicarla en la
lucha contra la delincuencia organizada. Sin embargo, el mismo numeral 9 Constitucional
dispone que esos tres poderes de la República gobernarán con el Pueblo, mención que no es
retórica, máxime que fue precedida de la indicación de que el Gobierno de nuestro país es
popular, representativo, pero también participativo, es decir, que la ciudadanía siempre
ejercerá una función activa en el destino de la Nación y cada uno de los tres poderes de la
República debe escucharle en su quehacer. No es populismo, es Democracia.
Acorde con el Estado de la Nación, menos de la mitad de las personas confía en el
sistema de justicia, asimismo, según la Encuesta de Seguridad Ciudadana en Costa Rica, el
65,5% de a quienes se les consultó estima que nuestro país es nada o poco seguro, datos de
fuentes distintas, pero que nos dan luz acerca de una cuestión común: la población se siente
insegura, percibe la criminalidad como algo cada vez más palpable, evidenciando un claro
mensaje de que el rumbo de la Nación debe ser, ahora más que nunca, proteger a sus
habitantes.
La inseguridad existe, ha cobrado vidas y ha llevado sufrimiento a muchas familias,
situación lamentable respecto de la cual la ley contra la delincuencia organizada no llegó a
tiempo. A diferencia de esa ley que no se adelantó a la realidad, la Constitución Política sí
ha previsto una ruta para los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial indicando que el
Gobierno lo ejercen con el Pueblo, último que ha sido enfático acerca no solo de la
existencia de una extendida inseguridad, sino de la necesaria lucha que hay que entablar
contra ella. Ese propósito debe ser el norte común y cada esfuerzo institucional se debe a él.

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