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Gabriel B

Una experiencia humillante

Eran casi las doce de la noche. No sé por qué habíamos elegido


ese horario, justo cuando termina un día y comienza otro. Quizá lo
hicimos como una analogía que expresaba lo que nos pasaba como
pareja: terminábamos con una etapa para empezar otra. Lo que no
sabíamos era si esta nueva etapa serviría para afianzar nuestro
vínculo o simplemente terminaría por romper el delgado hilo que
todavía nos mantenía unidos.
Camila estuvo encerrada en el baño durante una hora, y luego
otro tanto en el cuarto. Yo me había dado una ducha y en cinco
minutos estaba listo. Me calcé una camisa nueva, bien planchada, y
un pantalón chupín de gabardina gris. La esperé, y en cierto punto
creo que era mejor que se quedara en el cuarto hasta el último
momento. Esperar junto a ella podría ser una tortura.
Se vino para la sala de estar cuando faltaban cinco minutos
para los doce. Llevaba un vestido floreado bastante casual, que
dejaba ver lo justo y necesario. Sus mayores atributos estaban en
sus piernas, que con los años de perseverante running fueron
cobrando una forma digna de una modelo. El vestido le llegaba
bastante por encima de las rodillas y dejaba ver parte de esas
deliciosas gambas que tanto admiraba; y el escote era bastante
humilde, sólo dejaba al desnudo parte de su piel. Los pechos estaban
completamente cubiertos. De todas formas no eran muy grandes: dos
manzanitas con botoncitos parados. Su cabello ondulado estaba
recogido.
Me sonrió con nerviosismo, mostrando sus perfectos dientes
blancos.
—Ay estoy nerviosa —dijo.
Camila tiene una belleza que puede resultar imposible de
resistir, ya que es una belleza sutil, que en principio pasa
desapercibida. De hecho, quien la viera en otra situación, no tan
producida como en ese momento, no repararía en ella. Sin embargo,
es la clase de chicas que siempre tiene varios pretendientes al
acecho. Su actitud amable y relajada, y el hecho de no ser
extremadamente sensual, generan en los hombres la confianza
suficiente como para crean que es posible seducirla.
Durante mucho tiempo luché contra mis celos, pero, con tal de
salvar nuestro noviazgo, desde hace tiempo que me trago mi orgullo
y mi desconfianza.
—Estás preciosa —le dije, con voz temblorosa.
En su mirada pude ver la complicidad que nos mantuvo juntos
los últimos meses.
Me abrazó. Yo sentí cómo mi corazón se encogía al sentir el
calor de su cuerpo pegado al mío. Su cuello despedía un olor a
perfume delicioso. La miré atentamente. Su nariz prominente era,
quizá, su único defecto físico. Pero lo cierto es que combina bien con
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su rostro de labios gruesos y ojos marrones de mirada profunda.


Besé su boca. Nuestras miradas no se despegaban.
—Acordate de todo lo que hablamos. Si no…
—No me lo repitas. —La interrumpí—. En serio, no hace falta.
Y era cierto. Habíamos hablado de ello muchas veces, y de manera
detallada. No valía la pena volver a lo mismo.
Camila me sonrió. Creo que había algo de lástima en su mirada.
Entonces sonó el timbre.
—Yo abro —dije, aferrándome a una de las pocas cosas sobre la que
tenía control.
Tomás y Santiago estaban al otro lado de la puerta. Los hice
pasar.
—Cómo andás chabón. —Saludó Tomás, exageradamente efusivo.
Era un rubio de ojos azules, muy alto y bastante delgado.
Llevaba el pelo corto. Creo que tiene veinticinco años o algo así. Yo
sabía que era músico. Camila lo conocía de alguna página de internet
y varias veces me había hablado de él, sin que yo le diera mucha
importancia. Nunca me gustaron esos músicos indies que escriben
cualquier cosa y se dicen artistas.
El otro era amigo de Tomás. Tenía el pelo bastante largo y la
barba frondosa. Era un poco mayor que Tomás, treinta años quizá.
Camila se había mantenido atrás. Cuando los muchachos terminaron
de saludarme, se acercaron a ella. Tomás le dio un beso en la mejilla,
agarrándola de la cintura. Mi novia enrojeció levemente.
—Mucho gusto —dijo después, cuando saludó a Santiago.
—Bueno, por fin nos conocemos. —dijo este último, sosteniéndole la
mirada.
—¿Quieren tomar algo? —Preguntó ella.
—Una cerveza estaría bien. —dijo Tomás—. Te ayudo —Agregó
después, y fue detrás de mi novia a la cocina.
Acompañé a Santiago al living. De la cocina escuché una carcajada de
Camila que me heló la sangre.
Al rato volvieron con una botella de cerveza artesanal y cuatro
vasos.
Camila se sentó a mi lado. Los visitantes quedaron en frente
nuestro, en otro sofá.
Tengo que reconocer que siempre tuve una faceta prejuiciosa.
Nunca me cayeron bien los “pijos” de Capital, demasiado snob para
mi gusto. Camila también era de ahí, y mi condición de ciudadano del
conurbano siempre causó cierta rispidez entre nosotros. Aunque
nunca lo habíamos hablado, ser de una condición sociocultural
diferente, a veces era un problema. Yo siempre me sentí inseguro con
este tipo de personas, siempre tan mundanas y sofisticadas.
Hubo unos cuantos segundos de tenso silencio. Hasta que
Santiago rompió el hielo.
—¿A qué te dedicás? —preguntó.
Me pareció una pregunta tonta, pero al menos dijo algo.
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—Contratista. —contesté.
—Qué interesante—dijo.
Me dieron ganas de preguntarle qué tenía de interesante ser
contratista, pero me contuve.
Tomás llenó los vasos de cerveza, mientras cruzaba miradas con
Cami.
—Sabes, creo que no te dije —comentó dirigiéndose a mi novia—,
felicidades por tu nuevo trabajo. Creo que el otro día cuando me lo
comentaste no te felicité, soy un colgado.
—No pasá nada, todo bien. Gracias —contestó ella, mirándome a mí,
como esperando que yo agregue algo.
—¿Hace mucho que viven acá? Es un lindo barrio. —Preguntó
Santiago.
—En realidad acá vivo yo sola —aclaró Camila, bebiendo un trago de
birra—. Aunque él viene muy seguido —. Agregó, dirigiéndose a mí.
— Que buena colección de libros tienen. No sabía que te gustaba leer
Cami —comentó Tomás, mirando el mueble que estaba contra la
pared.
—Sí, me encanta. Y a Marce también —contestó ella, intentando
incluirme en la charla. Pero él no dio la menor importancia a ese
detalle.
—Mirá vos, tantas veces que hablamos y no sabía que también
compartíamos el gusto por la literatura.
—Una cosa más para que charlen —dijo Santiago, mirándome de
reojo, como para ver mi reacción.
Yo sólo atiné a tragar saliva.
—Y ¿hace mucho que están de novios? —Preguntó.
—Tres años ¿no? —dijo Tomás.
—Sí, tres años. —dije yo.
—Demasiado tiempo. —Acotó Santiago.
La conversación siguió por un rato, siempre con cosas banales.
Cami les recomendó ver “Dark” en Netflix. Tomás habló de su
música, mientras mi novia lo miraba con ojos brillosos. Santiago
observaba las piernas de Camila, sin disimular su admiración. De
repente, este último dijo, hablándome a mí:
—Tomy me dijo que no vas a participar Marcelo. ¿Todavía pensás así?
Se hiso un silencio profundo y violento. Sentí cómo Camila daba
una larga exhalación. La miré. Tenía la cabeza gacha.
—Bueno, igual, si después cambiás de opinión, no pasa nada. —
Aclaró Tomás.
—Pero es mejor saberlo de antes —dijo Santiago.
—No, no se preocupen, no voy a participar.
—Joya, todo bien.
—Voy a traer otra cerveza —dijo Camila.
—Che así que conocieron Jujuy, es un hermoso lugar. —comentó
Tomás— La quebrada de Humahuaca es una obra de arte.
—Sí —contesté, con desgano.
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Camila volvió con la cerveza. Pero en lugar de sentarse a mi


lado, se puso en medio de ellos. Mi corazón empezó a latir
aceleradamente. Me di cuenta que tenía mis manos cerradas en un
puño, sobre mi regazo, y me transpiraban los dedos.
—¿De qué hablaban? —preguntó Cami, tratando de disimular su
creciente nerviosismo con una sonrisa forzada.
—Del norte —dijo Tomás —yo fui hace un par de años y me enamoré
—agregó, mirando fijamente a mi chica.
—Ay sí, es increí…
Camila no terminó la frase. Tomás arrimó su cara, con rapidez,
y le comió la boca de un beso. Ella retrocedió por instinto. Su espalda
quedó pegada contra el respaldo del sofá. Los miré, boquiabierto.
Tomás redobló la apuesta. La agarró de la cintura y la besó de nuevo.
Esta vez Cami cedió. Rodeó con sus brazos el cuello de Tomás y
correspondió al beso con un hambre que hizo que el alma se me
cayera al piso.
Cuando la escena terminó, Cami me miró. Yo no podía articular
palabra.
—Marcelo ¿te gusta que te humillen? —preguntó Santiago.
—Qué —dije, desconcertado.
—A algunos les gusta que los humillen...
—No sé. No. Creo que no.
Santiago agarró de la barbilla a Camila. La hiso girar hacia él. Ella se
acercó. Lo miraba con cierta incertidumbre. Santiago le susurró algo
al oído y ella soltó una risa nerviosa.
—¿Qué le dijiste? —reclamé saber.
Santiago me miró, con desdén.
—Le dije que es mucha mujer para un imbécil como vos.
Sentí que mi sangre hervía.
—Menti…—Cami quiso advertirme que lo que me dijo Santiago era
una broma, pero este la acalló con un beso.
Era demasiado extraño ver cómo los labios de mi novia se
movían, apasionados, y su lengua salía y se tocaba con la de ese tipo
barbudo. Lo hacía con una naturalidad que me espantaba.
Santiago le susurró otra cosa al oído. Esta vez fue una frase muy
larga. Mi novia me miró con vergüenza, y luego lo miró a él. No me
molesté en preguntarle qué le dijo, seguramente sólo me ganaría otra
de sus gastadas.
—La tres —dijo Camila, dejándome con la intriga de a qué se refería.
—¿Escuchaste Tomy? —dijo Santiago a su amigo.
—Perfecto —contestó este.
Los dos se arrimaron a ella, quedando pegados a su cuerpo.
Camila estaba atrapada entre los dos cuerpos. Tomás le dio un beso,
mientras Santiago le daba un chupón en el cuello. Me sentí indignado
al darme cuenta de que mi novia llevaría la marca de ese chupón por
un par de días.
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Tomás empezó a masajear la pequeña teta de mi novia,


haciendo movimientos circulares con la palma de la mano. Santiago
deslizó la mano, lentamente, hasta la rodilla de Camila. Ella tenía los
ojos cerrados. Una sonrisa se le dibujaba en la cara, ya que sentía
algo de cosquillas en el cuello. Abrió los ojos y me miró, expectante.
Traté de regalarle una sonrisa, pero mis labios temblaban tanto
como el resto de mi cuerpo, y sólo pude hacer un gesto grotesco. Sin
embargo, asentí con la cabeza, con vehemencia.
Los dedos de Santiago se movían lentamente sobre los muslos
de mi novia, con la paciencia que tiene el que sabe que no habrá
nada que le impida llegar a su meta. De repente, ya se encontraban
debajo de la tela floreada del vestido. Tomás la besaba con una
ternura inmensa, como si fuese su verdadero novio. La mano de
Santiago se perdió, al fin, en la entrepierna de Cami. Él me miró,
mientras hacía movimientos ahí adentro. Después de un rato retiró la
mano, pero con ella sostenía la braga rosa que hasta hace unos
segundos llevaba puesta mi novia.
Me sorprendió que haya elegido esa prenda para esa noche.
Sólo usaba ese color en navidad. Supongo que lo hizo por tratarse de
una noche especial.
Santiago revoleó la bombacha y la tiró hacia donde yo estaba.
—Guardatelo de recuerdo —dijo—. Un souvenir de tu debut como
cornudo.
Con cierta indignación, la agarré, la doblé en cuatro y me la
metí en el bolsillo del pantalón.
—¿Estás cómoda acá, o preferís ir al cuarto? —Preguntó Tomás.
—Yo estoy bien —contestó ella, tal vez pensando más en mi
comodidad que en la suya, ya que en el cuarto debería sentarme en
una pequeña silla—. Pero como ustedes quieran... —agregó.
—Acá está bien —dijo Santiago. Le hizo un guiño a Tomás, y este
asintió con la cabeza.
Santiago se puso de pie, y se colocó en uno de los laterales del sofá.
—Vení flaquita. Acá tenés lo que querías. —dijo, desabrochándose el
cinturón.
Pensé que Camila iba a mirarme, buscando mi aprobación
nuevamente. Pero se acercó a donde estaba él.
Tomás la agarró de las piernas, y ella acompañó el movimiento,
extendiendo su cuerpo, el cual quedó boca abajo. Como el sofá no
era tan grande, sus piernas quedaron apoyadas sobre el apoyabrazos
y sus pies en el aire.
Tomás se sacó la remera. A pesar de ser delgado, tenía un
físico admirable, tipo nadador: su cintura delgada y sus hombros
anchos hacían que la parte superior de su cuerpo fuera casi
triangular, y su abdomen era plano y marcado.
Se sentó en el borde del sofá, apoyó la mano sobre las piernas
de mi chica, y frotó con vehemencia, hasta meterse debajo del
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vestido. Entonces vi cómo la mano se movía, masajeando el culo


desnudo de Camila.
Ella no esperó a que Santiago desabroche el pantalón, sino que lo
hizo por él. Su boca se abrió, como asombrada, cuando vio el bulto
enorme. Luego le bajó el bóxer. Una poderosa polla venosa quedó
frente a ella, a centímetros de sus labios.
Tomás le levantó el vestido. Las nalgas de Camila quedaron
expuestas. Le dio un beso en el culo. Santiago apoyó una mano sobre
la cabeza de ella, y empujó.
Camila, al tiempo que se aferraba a ese tronco grueso, abrió la
boca. La verga entró lentamente. Vi con claridad cómo la lengua de
mi novia, hecha agua, daba el primer lengüetazo al glande. Santiago
gimió. Camila lo masturbaba mientras se la chupaba. Él cerró los ojos
y arqueó la espalda, embriagado de placer.
No necesitaba verlo para saber que le estaba pasando bien. Si
mi novia tenía un talento, era saber chupar una verga. Lo estaba
haciendo igual a como me lo hacía a mí. Primero frotó con
vehemencia la cabeza, llenándola de saliva. Luego se la tragó casi
entera, y después de nuevo en la cabeza, generando ese placer tan
intenso que es difícil de soportar por mucho tiempo. Santiago tenía
los testículos tan frondosos como su rostro. Ella los masajeaba
mientras se llevaba una y otra vez la polla de aquel tipo que acababa
de conocer a la boca.
Mientras tanto Tomás le comía el culo. Estaba en una posición
en la que me permitía ver todo con lujo de detalle. Su lengua se
metió entre las nalgas de Cami, y frotó el ano con ella. Por momentos
Camila paraba de mamársela al otro, para girar y observar cómo el
otro le devoraba el orto. Supongo que era una imagen que quería
guardar de recuerdo.
Pero Santiago enseguida la llamaba para que continúe con su
tarea, a lo que ella acudía sin chistar.
Tomás se desnudó por completo. Agarró un preservativo que
guardaba en su pantalón. Se subió al sofá y se puso encima de ella.
—No te la cojas hasta que te lo pida. —dijo Santiago.
Tomás esperó con su larga y delgada verga. Camila me miró y luego
deirigiéndose a Tomás susurró.
—Cogeme.
—Pedíselo por favor. —Ordenó Santiago.
—Cogeme por favor. —Exclamó ella en voz alta.
Tomás se acomodó y le enterró la verga. Cami gimió, y
Santiago aprovechó para meterle de nuevo la polla en la boca.
Me sorprendió lo hábil que era mi novia. Tomás la ensartaba con
potencia, pero ella no se separaba de la verga del otro, y no paraba
de estrujarla y lamerla. De apoco, su mirada de chica de clase media,
bien educada, y de una familia chapada a la antigua, era
reemplazada por una cara de viciosa adicta al semen.
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No sé cuánto tiempo estuvieron follando frente a mis ojos.


Media hora quizá. Pero no cabe duda de que duraron mucho más de
lo que yo jamás duré. Camila acabó dos veces mientras su delgado
cuerpo era sacudido por Tomás. Este, a su vez, explotó en un intenso
orgasmo que exteriorizó con un grito salvaje.
Al rato Santiago llegó a su límite.
Cami abrió la boca, sacó la lengua y comenzó a moverla
mientras él se masturbaba. Nunca la había visto hacer ese gesto,
pero no era más que un detalle un poco grotesco en esa noche
alocada.
El visitante largó tres chorros de semen, pero muy poco fue a
parar adentro de la boca. La mayoría quedó resbalándose sobre su
pómulo, y otro tanto ensució su pelo.
—Mostrale a tu novio cómo quedó tu cara. —dijo Santiago. Ella me
miró con vergüenza, luego negó con la cabeza—. Haceme caso —
Agregó él—. A él le va a gustar. Acércate y mostrale.
Camila me miró, interrogante. Yo no dije nada. Ni que sí, ni que
no.
Santiago la agarró de la muñeca. Me pareció notar que a Tomás no le
gustaba la actitud de su secuaz, pero no dijo nada. El otro la acercó a
mí.
—Mirala de cerca —dijo. Apoyó su mano sobre el hombro de Camila e
hiso presión. Ella se arrodilló.— Mirá como quedó la puerca. ¿Por qué
no la ayudás a limpiarse?
—Dale mi amor —dijo ella—. Hacé lo que vos quieras. Esto es por los
dos.
El semen que había quedado en su pómulo ahora colgaba de su
barbilla. Hacía una sonrisa forzada que convertía la escena en más
bizarra de lo que ya era.
Saqué la bombacha que me había guardado en el bolsillo, y la froté
en su rostro, hasta dejarlo limpio. Luego la volví a doblar y la guardé.
Santiago acarició la cabeza de Cami con ternura.
—¿Por qué no vas a buscar otra cerveza? —le dijo.
Ella se acomodó el vestido y se fue a la cocina. Los hombres se
sentaron. Quedamos un rato en silencio. Camila tardaba. Creo que
antes de ir por la cerveza fue al baño.
—¿Qué te pareció? —Preguntó Santiago.
—¿Está todo bien? —inquirió Tomás, quien estaba aun
completamente desnudo, aunque tuvo la delicadeza de apoyar su
trasero en su pantalón, el cual había extendido en el sofá.
—Fue muy intenso —contesté—. Es difícil decir otra cosa ahora.
—Pero no te molesta que nos sigamos comiendo a tu mujer ¿no?
—Mientras ella esté de acuerdo, hagan lo que quieran.
Camila volvió con la cerveza. Me sorprendió, y un poco me
indignó, que aceptase el papel de sumisa con tanta facilidad. Pero
supongo que cuando a una mujer la hacen gozar, es capaz de hacer
muchas concesiones.
Gabriel B

—Y a vos Cami ¿Qué te pareció la experiencia?


—Qué se yo, es muy raro.
—Así que Marcelo sabe que te habías acostado con Tomy.
—Sí, me lo contó. —respondí yo por ella.
—Me imagino que por ahí viene la mano —comentó Santiago— Una
cosa es que te hagan cornudo por la espalda, y otra muy distinta es
que vos lo consientas. La misma historia de siempre. Sentir que tenés
el control sobre la infidelidad te hace sentir más seguro ¿no?
Quedé pensativo un rato. Todo lo que decía Santiago parecía
que era para sacarme de mis casillas. Pero no podía negar que algo
de razón tenía.
—No lo pensé tan intelectualmente, pero puede que estés en lo
cierto.
—No te preocupes Marcelo —dijo Tomás—. Si te va eso de ser
cornudo, está todo bien. Además, esto queda acá, entre nosotros
cuatro.
—Obvio —afirmó Santiago, y luego, mirando a mi novia agregó—:
Cami, ponente en bolas.
Camila se había sentado a mi lado nuevamente. Sentir su olor a
sudor y a semen me generaba una sensación indescriptiblemente
morbosa.
Se paró, se despojó del vestido y luego del corpiño.
—Que rica piba. —comentó Santiago.
—Gracias —dijo ella.
—Vení. Marcelo no te va a coger hoy.
Camila fue al encuentro de los corneadores. Se sentó entre
ellos. Tomás acarició su rostro. Ella sonrió. Parecía haber una
conexión que iba más allá de lo sexual entre ellos, y eso me
molestaba mucho más que todo lo que le acababan de hacer frente a
mis narices. Le dijo algo al oído. Nunca odié tanto los susurros como
en esa noche. Pero aun así, ansiaba mirar cómo se follaban a mi
novia nuevamente.
Ella masajeó la verga de Tomás, la cual estaba toda pegoteada
y largaba un olor que hasta yo sentía. Enseguida se puso dura.
Camila se inclinó y comenzó a chuparla. Santiago le magreaba el
culo. Luego ella dejó de mamarla, se paró, y caminó hasta la puerta.
Tomás la siguió con la pija como mástil. Camila apoyó sus manos en
la puerta y separó las piernas. Él se puso otro preservativo. La agarró
de las caderas. Besó su hombro y se metió adentro de ella, con
dulzura.
Sus movimientos fueron de a poco, cada vez más intensos.
Cami arañaba la madera y gemía como una posesa. Algunos de los
vecinos podrían escucharla, y si habían visto entrar a los visitantes,
sus mentes podridas los harían especular historias muy cercanas a la
realidad.
Cuando Tomás acabó, Santiago fue por su turno. Este último se
la cogió con un salvajismo que solo vi en algunas películas
Gabriel B

pornográficas. Sus testículos chocaban con las nalgas de mi chica


cuando su sexo se enterraba por completo. Ella quedó con el torso
pegado a la puerta, largando gemidos incontrolables, apenas
pudiendo mantenerse de pie. Estoy seguro de que alcanzó el orgasmo
al menos dos veces más.
Cuando Santiago acabó, eyaculó sobre la cola de Cami.
Ellos todavía querían guerra. Pero mi novia ya no daba más. Había
quedado totalmente exhausta.
Los corneadores pasaron un rato al baño, se vistieron, y se
despidieron.
—La pasé increíble —dijo Tomás, dirigiéndose a Camila, quien se
había puesto el arrugado vestido para despedirlos.
—Cuando quieran cuenten conmigo. Una mina divina tu novia —dijo
Santiago.
Camila se metió en la ducha. Yo abrí el cierre de mi pantalón, y
me encontré con mi verga fláccida y el calzoncillo empapado de
semen. Había acabado sin siquiera tocarme.
Me desnudé, dejando la ropa tirada en el suelo de ese living
lleno de olor a sexo. Abrí la puerta del baño y me metí en la ducha,
junto a Camila. Nos bañamos juntos, sin decir una palabra. Fuimos al
cuarto y nos acostamos abrazados.
—¿Qué te parece si la próxima vez elijo yo a los tipos? —pregunté.
—Está bien —dijo después de un corto silencio—. Pero yo los tengo
que aprobar.
—Obvio —concedí.

Fin

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