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PRIMERA PARTE

Revisión historiográfica, marco conceptual y metodología.

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1. Revisión historiográfica.

El Libellus de medicinalibus indorum herbis fue originalmente dedicado a Francisco de


Mendoza1, hijo del primer virrey de Nueva España Antonio de Mendoza. Este primer virrey
había tenido siempre una actitud favorable hacia el Colegio de Tlatelolco, había donado
estancias para la manutención de los colegiales2 y, al parecer, tenía un interés personal por
las especias y plantas del “nuevo mundo” 3. Cuando Antonio fue trasladado para ocupar el
virreinato del Perú, su hijo lo acompaño en su viaje al sur para ayudarle con la inspección
del virreinato; pero hacia 1552 se encontraba de nuevo en Nueva España, por muy poco
tiempo, pues ese mismo año partía del puerto de Veracruz con rumbo a España. Quería
entrevistarse con el monarca4. En su equipaje llevaba el Libellus5. Parece ser, que el asunto
que quería tratar con el rey tenía que ver con la obtención de un permiso para que la familia
Mendoza estableciera con ventaja un comercio atlántico de especias y remedios
medicinales6.
1 En la f. 1 r. del Libellus se lee: “Clarísimo domino Francisco de Mendoza, ilustrissimi superioris huius
Indiae proregis domini Antonii de Mendoza filio optimo. Martinus de La Cruz, indignus servus salute
precatur plurimam & prosperitatem.” (“Al ilustre señor don Francisco de Mendoza, hijo excelente del
sumo gobernante de esta India, el virrey don Antonio de Mendoza. Martín de la Cruz, indigno siervo suyo,
salud completa y prosperidad desea.”). La traducción es de Angel Ma. Garibay En Libellus de
Medicinalibus indorum herbis. Versión española con estudios y comentarios por diversos autores.
México, FCE-IMSS, 1991, pp. 12-13.
2 Con respecto a los detalles de los favores de la familia Mendoza hacia el Colegio de Tlatelolco v. el
apartado que lleva por titulo “Códice de Tlatelolco” en Códice Mendieta. Siglos XVI y XVII. Tomo II.
México, imprenta de Francisco Díaz de León, 1892. Tomo V de la Nueva Colección de documentos para
la historia de México, preparada por Joaquín García Icazbalceta.
Versión electrónica en
http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080017389_C/1080017389_T2/1080017389_MA.PDF, consultada en
marzo de 2017.
3 German Somolinos D´ardois: “Estudio histórico” en Libellus de Medicinalibus indorum herbis. Versión
española con estudios y comentarios por diversos autores. Op cit, p. 167. Y acerca de Francisco de
Mendoza: “Durante su estancia en México le fueron otorgadas valiosas encomiendas y en ellas trató de
cultivar clavo, pimienta, jengibre y otras especies orientales de las que sólo consiguió que progresara el
Jengibre”. Idem.
4 “Es de suponer que el Libellus, cumplió su cometido. Con seguridad, el emperador Carlos no llegó a verlo,
pero sí es muy probable que su mentor Francisco de Mendoza lo mostrara al entonces príncipe Felipe,
muy afecto a los libros bellos (los cuales años después mandaba comprar sin regateos para llenar la
Biblioteca de El Escorial) y admirador, a su vez, de los dibujos indígenas por los que tenía particular
afición.” Idem.
5 “Mendoza entregó al príncipe Felipe, a cargo del gobierno de España en ausencia de su padre Carlos V, el
precioso manuscrito caligrafiado e ilustrado con los dibujos de los diestros tlacuilos mexicanos, dotado de
filos en oro y encuadernado en terciopelo rojo.” Carlos Viesca Treviño: “El Libellus y su contexto
histórico” en Kumate et. al. Estudios actuales sobre el Libellus de medicinalibus indorum herbis. México,
Secretaría de Salud, 1992, p. 59.
6 V. Ibíd, especialmente pp. 58 y ss. Según Viesca, mientras que en Tlatelolco se pensó que el Libellus
serviría para obtener recursos de la corona para el colegio, al demostrar la valía y capacidad de sus

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Como sea, el Libellus llegó a Europa para ser admirado y poco después guardado
entre los anaqueles de la biblioteca real de El Escorial. Considerado como una “curiosidad
americana”, parece haber sido dejado de lado y excluido del desarrollo de los conocimientos
médicos de la época7. Aunque tuvo diferentes propietarios 8, ya en el siglo XVII parece
haber quedado en el “olvido” entre los anaqueles de la biblioteca del cardenal Francesco
Barberini, en Roma. Cuando a principios del siglo XX, la biblioteca Barberiana es donada al
Vaticano, el Libellus pasa a ser parte de las colecciones vaticanas y es aquí donde es
“redescubierto”, de manera simultánea, en el año de 1929, por tres investigaciones
independientes: la de Charles Upson Clarck, latinista que realizaba un estudio para el
instituto Smithsoniano acerca de las civilizaciones prehispánicas en América; la de Lynd
Thorndike que realizaba un inventario de la Colección Barberini; y la de Giusseppe Gabrieli
que investigando la obra de Francisco Hernández y buscando los manuscritos de la obra
Icones Fungorum (ambas, obras del siglo XVI acerca de botánica y medicina) recibe por
parte de la biblioteca de Windsor una copia del manuscrito Badiano. Thorndike publica su
hallazgo y refiere que se relaciona con el manuscrito de la biblioteca Barberini 9; aquí
comienza la historia de los estudios sobre nuestro códice.

Dando a conocer el Libellus.

colegiales; el objetivo de la familia Mendoza era ofrecer un regalo al monarca que, al mismo tiempo que
mostraba los recursos americanos, recomendaba a Francisco para comerciar con ellos. Así, nos dice
Viesca que: “Al decir del doctor Nicolás Monardes, emprendedor médico sevillano a quien se debe el
primer texto dedicado exclusivamente a la difusión de los fármacos americanos en el Viejo Mundo, don
Francisco de Mendoza logró del rey una contratación en excelentes términos y afirmaba haber visto en
Sevilla en los años sucesivos una buena cantidad de las dos plantas mencionadas, el jengibre y la raíz de
China.” pp. 58-59.
7 Somolinos, Estudio histórico. op cit. p. 168.
8 Entre los propietarios que puede determinar el estudio histórico de Somolinos, op cit., pp. 168 y ss. se
encuentran Diego de Cortavila y Sanabria, boticario mayor durante el reinado de Felipe IV, a principios
del siglo XVII, quien colocó una marca de propiedad (“ex libris didaci Cortavilae”) en la f. 1 r.; el
cardenal Francesco Barberini, quien durante las primeras décadas del siglo XVII pudo haber adquirido el
libro y quien lo resguardó en su biblioteca hasta la cesión de la misma al Vaticano en el siglo XX; y
Cassiano del Pozzo quien fue asesor del cardenal Barberini y que pudo obtener una copia del Libellus,
dicha copia sería la que se encuentra en la biblioteca del castillo de Windsor, en Inglaterra, la cual lleva el
escudo de armas de del Pozzo. Acerca de la figura de Diego de Cortavila v. además el artículo de María
del Mar Rey Bueno, “Juntas de herbolarios y tertulias espagíricas: el círculo cortesano de Diego de
Cortavila (1597-1657)” en Dynamis. Acta hispánica ad medicinae scientiarumque historiam
illustrandam. no. 24, 2004, pp. 243-267. Disponible en internet en
http://raco.cat/index.php/Dynamis/article/viewFile/113914/142093, consultada en marzo de 2017.
9 Somolinos, op. cit, p. 171.

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El profesor Clark comunicó su hallazgo al grupo de investigadores de la Universidad
John Hopkins que se dedicaban a la historia de la medicina 10. William H. Welch, quien
presidía dicho grupo, pidió la publicación del manuscrito “lo antes posible” 11 y en 1939
aparece una edición en blanco y negro del mismo, preparada por el investigador asociado a
la Universidad, el doctor William Gates. Dicha edición contiene una serie de breves estudios
acerca de la botánica azteca, abordando temas como el sistema de clasificación nahua de las
especies vegetales, el sistema de escritura al que denomina “iconografía”, y los nombres de
las plantas y su sinonimia (otros nombres para la misma planta). Al final del texto, Gates
incluye a manera de apéndice un “Indice analítico de las plantas mencionadas en el
herbario” con la traducción de los nombres nahuas y apuntes con respecto a la identificación
botánica de algunas de las especies. Existe una reimpresión del trabajo de Gates, publicada
en el año 200112.

Al siguiente año, se publica la edición de Emily Walcott Emmart 13, la cual contiene
una versión facsimilar del Libellus, completa, a color; acompañada de la paleografía del
texto latino junto con su traducción al inglés (en dos columnas), y acompañada también de
varios estudios que vale la pena reseñar con mayor detalle:

El prólogo de la obra fue escrito por Henry E. Sigerist. Es interesante porque


muestra cómo fue interpretado el manuscrito en estos primeros años de su re-
descubrimiento: nos lo describe como un testimonio de la medicina indígena nahua 14. Dice
que “el encanto y, al mismo tiempo, la importancia del manuscrito Badiano reside en el
hecho de tratarse de un producto puramente mexicano, y en que, hasta donde podemos ver,

10 Ibíd, p. 171-172.
11 Idem.
12 Gates, William. An aztec herbal. The classic codex of 1552. Mineola, Dover publications, 2001. El texto
de 1939 fue publicado con el mismo título en Baltimor, por The Maya society.
13 Emmart, Emily Walcott. The Badianus manuscript (codex barberini, latin 241). An aztec herbal of 1552.
Baltimore, Universidad John Hopkins, 1940.
14 Digamos de una vez que el uso del término “Medicina” para hablar de los especialistas en atender las
enfermedades en la América prehispánica es equivocado. Hacerlo supone una mirada anacrónica y
europeizante, porque el término se construye desde la Medicina moderna y occidental ya constituída y
sólo a partir de ahí, hablamos de algo que la prefigura. Es como decir que de no haberse producido el
encuentro con los europeos, los ticime hubieran de todos modos y necesariamente devenido en médicos
alópatas.

23
no muestra trazas de influencia Europea“15. De modo que se consideró, sin que en ello
hubiera mayor problema, al manuscrito como “auténticamente indígena”, aun cuando el
mismo Sigerist escribiera lineas más adelante:

cuando uno lee el libro, éste recuerda a los tratados medievales, como el Herbarius
pseudo Apulei o el Liber Pseudo Dioscorides de herbis feminis. Uno también piensa en el
Liber medicinae Sexti Placiti ex animalibus y en el Lapidarii; ellos muestran la misma
creencia en el poder de los animales y piedras, así como el Badiano. Por supuesto los
medicamentos son distintos, pero la preparación y aplicación es la misma; los
padecimientos tratados son prácticamente los mismos. Es interesante ver como en dos
continentes, de manera independiente, se desarrolló la misma medicina. 16

Páginas más adelante, en el prefacio escrito por Emmart, la autora se lamentaría de


que el manuscrito fuera la única obra de su tipo en su época, y de que por lo tanto no
pudiera compararse con ninguna otra semejante. Por eso, la autora pasa revista a las
principales obras que tratan acerca de la historia natural17 en Nueva España y acerca del
uso de las plantas con fines terapéuticos, en los siglos posteriores. Entre las obras que
menciona están las crónicas tempranas elaboradas en el siglo XVI, entre las que se destaca
por supuesto la obra de fray Bernardino de Sahagún; la Rerum Medicarum Novae Hispaniae
Thesaurus, seu Plantarum, Animalium, Mineralium Mexicanorum Historia, publicación de
1651 que recoge la obra de Francisco Hernández; la traducción al castellano de una parte de
la obra de Hernández, hecha por fray Francisco Ximenez y titulada Quatro Libros de la
Naturaleza y virtudes medicinales de las plantas y animales de la Nueva España; las
ediciones de los textos del médico sevillano Nicolás Monardes (1493-1588), cuya primera
publicación llevó el título de Dos libros el uno que trata de todas las Cosas que traen de
Nuestras Indias Occidentales, que sirven al uso de la Medicina, y el otro que trata de la
piedra Bezoar, y de la Yerva Escuerconcera; el texto de Juan de Cárdenas, publicado en

15 “The charm and, at the same time, the great importance of the Badianus manuscript lies in the fact that it is
purely Mexican product, and that, as far as we can see, it shows no traces of European influence” Ibid. P.
IX.
16 “When one reads the book it reminds one inmediately of such mediaeval European tratises as the
Herbarius Pseudo-Apulei and the Liber Pseudo-Dioscoridis de herbis femininis. One also thinks of the
Liber medicinae Sexti Placiti ex animalibus and of the Lapidarii; they show the same belief in the power
of animals and stones as the Badianus manuscript. The drugs are of course different, but their preparation
and application are identical; the diseases treated are very much the same. It is interesting to see that on
two continents, independently, the same type of medicine developed” Ibíd., pp. X-XI.
17 Las historias naturales eran obras que describían las plantas, minerales, animales, los astros, al hombre y
todo aquello que conformaba una naturaleza, es decir, todo lo que ocurría de manera regular en el cosmos.

24
1591 y titulado Primera parte de los problemas y secretos maravillosos de las Indias; la
Biblioteca botánica mexicana de Nicolás León, publicada por la secretaría de Fomento en
1895; y la obra de Manuel Urbina titulada Plantas comestibles de los antiguos mexicanos,
de 1904. Con respecto a los textos de carácter médico, la autora menciona la Opera
medicinalia de Francisco Bravo, de 1570; la Suma y recopilación de cirugía con un arte
para sangrar y examinar barberos, de Alonso López publicada en 1578; el Tratado breve
de Chirugia y del conocimiento y cura de algunas enfermedades que en esta tierra más
comunmente suelen haber, de Agustín Farfán, publicado en 1579; la Historia de la
Medicina en México desde la época de los Indios hasta la presente, obra de Francisco A.
Flores, de 1886; los Datos para la Materia Médica Mexicana, publicados por la secretaría
de fomento, en 1898; el tratado sobre La Médecine chez les Mexicains précolombiens, de
Louis Raffour, publicado en París en 1900; las Notes sur la Médecine et la Botanique des
anciens Mexicains, de A. Gerste, publicado en Roma en 1909; y la Historia de la Medicina
en México, de Fernando Ocaranza, publicada en México en 1934.

Sin embargo, la autora se lamenta de que todas estas obras se hayan escrito con una
mirada europea. Como si el Libellus fuera el representante de la mirada americana. En
realidad, es probablemente más difícil identificar los elementos de tradición prehispánica en
el manuscrito que aquellos pertenecientes a las tradiciones de pensamiento europeo; se trata,
pues, de un problema mucho más complejo de lo que a primera vista pudiera parecer, entre
otras razones, porque el paso de una lengua a otra, del latin al nahuatl o al castellano plantea
muchos problemas; porque muchos de los elementos pertenecientes a la tradición de los
ticime18, por ejemplo, pueden ser muy semejantes a otros elementos que pertenecen a una
tradición mediterranea o europea; o simplemente, tan sólo porque nuestro conocimiento de
lo que pudo haber sido la “medicina” nahua, sigue siendo fragmentario.

Mención aparte merece la Introducción, también escrita por Emmart. Esta dividida
en ocho capítulos. El primero de ellos hace una descripción y crítica externa al Códice,
mostrando la autenticidad del mismo. El segundo capítulo narra acerca del modo en que fue
descubierto el manuscrito y la copia Italiana encontrada en la biblioteca Real de Windsor,

18 V. infra, cap. 4.

25
haciendo énfasis en que, ni en obras botánicas ni en obras médicas, haya referencias al
mismo, de tal suerte que había permanecido ignorado hasta su publicación en el siglo XX.
El tercer capítulo, trata sobre el contexto histórico: narra la llegada de los frailes
franciscanos a México, el interés religioso-educativo de las órdenes religiosas, la fundación
del Colegio de la Santa Cruz en Tlatelolco, datos biográficos acerca de los primeros
profesores del Colegio, y hace mención de algunos colegiales destacados del mismo. Cabe
mencionar que la fuente principal de este estudio histórico es la Historia eclesiástica
indiana, de fray Gerónimo de Mendieta, obra que también para nosotros ha sido
fundamental.

El capítulo cuarto de la introducción trata de dos temas que casi no han sido tomados
en cuenta por la historiografía posterior. El primero de ellos tiene que ver con los pigmentos
que fueron utilizados para pintar el Libellus y su procedencia, ya sea vegetal, animal o
mineral. Aunque la autora no se refiere específicamente al manuscrito. En realidad, lo que
hace es un recuento de los varios modos de obtener los pigmentos por parte de los nahuas de
la época previa a la conquista. El segundo tema, en cambio, si resulta crucial para cualquier
intento de interpretación del contenido del manuscrito. Por eso extraña más la falta de
estudios al respecto. Se trata del modo en que están representadas las raíces de las plantas en
las ilustraciones del Libellus: la combinación de colores y la utilización clara de glifos
prehispánicos parecen estar representando el tipo de suelo o el medio ecológico en que crece
la planta. Pero además, la autora muestra que esto no es un rasgo característico del Badiano,
sino que aparece, al menos en otra obra de la época; la de Francisco Hernández. Dice:

Afortunadamente, el académico Jesuíta J. Eusebio Nieremberg, quien estudió los


manuscritos originales de Hernández con gran detalle, publicó en 1635 su Historia
naturae maxime pereginae, en la cual se reproduce gran parte de la obra de
Hernández. El nota, además, que las ilustraciones de las plantas se acompañaban de
jeroglíficos representando el símbolo de agua o piedra, probando que quienes
elaboraron los manuscritos originales de Hernández fueron indios de la vieja escuela.
Dado que los manuscritos se destruyeron en el incendio del Escorial, estamos en
deuda con Eusebio Nuremberg por la descripción de la naturaleza de las ilustraciones
originales.19

19 “Fortunately, the Jesuist scholar, J. Eusebio Nuremberg, who studied the original Hernández manuscripts
in great detail, published in 1635 his Historia naturae maxime peregrinae, in which he drew heavily from
Hernández´ work. He also notes especially, that the plant illustrations were accompanied by hieroglyphs of
the stone and water symbol, thus giving proof that the draftsmen of the original Hernández manuscripts

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Pero el problema se vuelve más complejo en la medida en que los glifos
representados en las raíces no tienen por qué tener un significado unívoco. La autora lo
muestra al hacer un recuento de los significados que adopta el glifo tetl (piedra) en el
Códice florentino, de Sahagún, y en algunos otros contextos. Ella enumera siete
significados distintos: 1) como uno de los signos calendáricos de día (aquí hace referencia al
monolito comúnmente conocido como “calendario azteca”); 2) como representación de uno
de los “puntos cardinales” (el norte); 3) representando piedras; 4) representando la estación
seca; 5) representando el crecimiento de las plantas tras la estación seca (en los significados
2, 3, 4 y 5 la autora se refiere al Códice florentino); 6) representando frutas drupáceas
(“Desde que algunas de las plantas en el manuscrito Badiano poseen frutos con un pericarpo
duro y grueso, se sugiere que el jeroglifo de piedra debajo de las raíces de dichas plantas
puede indicar que se trata de frutas drupáceas, como las cerezas o ciruelas” 20); 7)
representando el tipo de suelo en que una planta crece (de nuevo la referencia es al
Badiano).

Capítulos quinto y sexto están evidentemente basados en la Historia General de la


Nueva España de fray Bernardino de Sahagún. El primero de ellos trata de la “Mitología y
Medicina” nahuas prehispánicas, mientras que el segundo trata de los “Modos de
tratamiento” de las enfermedades En el primero se ofrece un panorama general de la
asociación entre enfermedades y “dioses”, entre nombres de plantas y nombres de “dioses”,
así como algunos comentarios sobre los “curanderos” prehispánicos; en el segundo se
describen de manera general diversas terapéuticas como baños, sahumerios, etc. Aunque
prácticamente la totalidad de las obras que tratan sobre la “medicina” nahua en tiempos
prehispánicos han tratado estos temas y han recurrido, de manera predominante, a la obra de
Sahagun, en este texto nos ha parecido necesario hacer lo mismo, con la intención de
ofrecer un panorama que permita al lector acercarse a algunas concepciones que parecen no
ser de tradición europea. Sin embargo, no está de más advertir que las crónicas del siglo

were Indians of the older school. Since these original manuscripts were destroyed in the Escorial fire, we
are indebted to Eusebio Nieremberg for a description of the nature of the original illustrations.” Ibíd. p. 38.
20 “Since some of the plants in the Badianus manuscript bear fruit, with a hard, thick pericarp, it is suggested
that the stone hierogliph beneath thh roots of these plants may indicate drupaceous fruit, such as the
cherries or plums”. Ibíd. P. 41.

27
XVI no dan cuenta del mundo prehispánico, sino más bien de una visión de ese mundo,
construida, organizada y muchas veces censurada, por la labor de los frailes en interacción
con sus interlocutores americanos.

El capítulo séptimo de la edición de Emmart trata de la “materia médica”. Describe


los diversos recursos necesarios para la elaboración de los remedios del Códice. Se trata de
recursos vegetales, minerales y animales. Se proporcionan algunos ejemplos con respecto al
modo de preparar los remedios y se identifican algunos de los minerales y especies
mencionados. Finalmente, el capítulo octavo, trata de los jardines botánicos que existían en
el centro de México en la época prehispánica.

El trabajo de Emmart es, pues, impresionante por la cantidad de elementos que toma
en cuenta. Sumamente completo, abre el estudio del manuscrito y de su época a múltiples
perspectivas y temáticas. Particularmente: al ser este el primer trabajo que aborda la materia
médica del manuscrito, inaugura una época de obsesión por la identificación de los recursos
que menciona; obsesión que lo ha sido para casi todo el que tiene contacto con el Libellus.

Y es que la identificación botánica de sus láminas ha sido, por mucho, la que ha sido
objeto de mayor atención en el manuscrito. Esto se debe, creo yo, a las características de la
medicina tradicional mexicana en nuestros días. El conocimiento herbolario es un aspecto
ampliamente reconocido de ella, pues existe una gran variedad de plantas utilizadas en la
atención a la salud, lo cual ha provocado que también sea el aspecto mayormente impulsado
por los estudiosos del tema y por sus practicantes. También, como ya hemos mencionado, es
bien sabido que la investigación etnobotánica ha estado siempre fuertemente ligada a los
intereses de empresas y laboratorios farmacéuticos 21. Siempre ha existido el interés por
encontrar el remedio mágico. Enfermos que buscan la cura, empresarios que buscan el
producto milagro que los haga ricos. Investigadores que buscan en el conocimiento local
aquel remedio que no se conocía, aquella planta que no sabíamos que podía curar lo

21 Por supuesto que esto no explica el porqué del excesivo interés en las plantas, en detrimento de los
remedios minerales o animales.

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incurable. Por supuesto que es un asunto que a todos incumbe, y del que se puede sacar
provecho22.

El libellus en México.

En México, el primer intento de publicar el manuscrito fue realizado hacia 1945. Se


conformaron el Comité nacional y el Comité regional pro-Badiano. Su principal labor sería
la búsqueda de fondos para la publicación de una edición en español del manuscrito, basada
en la edición de Emmart, y para la construcción de un instituto Badiano que, desde el
pueblo de Santa María Nativitas de Zacapan, en Xochimilco, se dedicara a la investigación
y enseñanza de técnicas agrícolas y zootecnias23. Se contemplaba construir además una gran
biblioteca, un auditorio y un lugar para hospedaje de huéspedes distinguidos, junto con los
herbarios, postas, y viveros necesarios24. Tristemente, el proyecto nunca se llevó a cabo, aún
cuando ya se habían gestionado la donación del terreno y de una gran cantidad de libros
para su biblioteca25. Por ello, la traducción del Libellus al castellano tuvo que esperar hasta
1952, año en que Francisco Guerra publica en blanco y negro la totalidad de las laminas del
manuscrito, acompañadas de la respectiva traducción al español26.

22 Desde un punto de vista distinto, tal vez el estudio del hombre en su mundo vivido, afrontando sus
dolencias y sus males, nos permita alternativas para enfrentarnos a las nuestras. Podemos tal vez encontrar
el remedio a algunos de nuestros males en aquella cura, que entonces deja de ser ella misma para volverse
nuestra cuera, en nuestro tiempo, en nuestro mundo. Pero, si “el tiempo jamás da la vuelta”, no hay
regreso hacia el pasado: las alternativas siempre se oponen al pasado, son , más bien perspectivas.
23 “El Instituto Badiano en Nativitas será un conjunto de edificios y de jardines y viveros, donde se harán
investigaciones científicas dedicadas a mejorar la técnica de trabajo de toda la comarca y a la producción
de semillas especiales para la región, a la propagación de plantas frutales, florales, de ornato, industriales,
alimenticias y medicinales , en este último renglón, aquellas que consigna el Libellus de Medicinalibus.”
Comité Nacional pro-Badiano. Libellus de medicinalibus indorum herbis. Herbario azteca de 1552.
Escrito en Latín por el indio xochimilca Juan Badiano, según el texto nahuatl de Martín de la Cruz:
Trabajos que se hacen para publicarlo en México en edición facsímil y en Español y para honrar a sus
autores con el Instituto Badiano en Nativitas Zacapan,, Xochimilco, D.F. Xochimilco, 1945., p. 34
Además se contemplaba la extensión de dicho centro a otros terrenos en Xochimilco en los que se
enseñarían “técnicas modernas, sobre todo de industrias agrícolas como avicultura, apicultura,
sericicultura, lechería, vinicultura, etc.” (idem).
24 Ibíd. pp. 34-35.
25 Ibíd, p. 35.
26 Guerra, Francisco. Libellus de medicinalibus indorum herbis. El manuscrito pictórico mexicano-latino de
Martín de la Cruz y Juan Badiano de 1552. Estudio, texto y versión. México, Editorial Vargas Rea y el
Diario Español, 1552. Esta obra fue presentada además como tesis de maestría en historia por la UNAM.
El tiraje del libro fue muy limitado (200 copias) pero actualmente se puede consultar en linea desde el
portal de tesis UNAM, http://132.248.9.195/ppt1997/0119134/Index.html

29
En 1964 aparece la primera edición completa facsimilar del Libellus a color, también
traducida al español, publicada por el Instituto Mexicano del Seguro Social. Esta edición
contiene una introducción escrita por Ángel Ma. Garibay y varios estudios sobre aspectos
específicos de la obra. El primero de ellos consiste en una descripción y crítica externa del
documento realizada por Alexandre A. M. Stols, quien analiza la caligrafía con que fue
escrito y el papel: afirma la escritura es de tipo “cancelaresca”, es decir, que corresponde a
la utilizada por la Cancillería Vaticana desde 1443 y que era “escritura legible, contrastando
con una letra gótica muy complicada y de difícil lectura”27; y con respecto al papel, el autor
nos dice que la filigrana colocada en las fojas corresponde a “un pequeño grupo de Génova
que aparece a comienzos del siglo XVI”28. El segundo estudio que acompaña esta edición
es una descripción de las imágenes que se encuentran en el Libellus29: nos dice que se trata
de imágenes de plantas, representadas en dos dimensiones, ubicadas en la parte superior de
las fojas, etc.; incidentalmente se ocupa del problema de si las representaciones son de
tradición indígena o europea, aunque para el asunto nos refiere a otra obra que habla sobre
la pintura mural en el periodo colonial temprano30; en realidad, lo que dice con respecto a
esta problemática se puede resumir en que “el diseño sugiere el encuentro de dos corrientes
culturales, la ciencia europea y las tradiciones indígenas pictográficas. La planta presentada

27 Libellus, Op cit. 1991, p. 98.


28 Ibíd. P. 99. Este parece ser un buen momento para introducir una precisión. Al Libellus se le ha llamado
también “Códice de la Cruz Badiano”. Pero, ¿qué es un códice? Podemos definir un códice como un
manuscrito anterior a la invención de la imprenta cuyo soporte son folios de papel cosidos de tal manera
que asemeja un libro. No obstante, esta definición tiene el problema de que existen códices que fueron
hechos cuando ya existía la imprenta. El Libellus es un ejemplo de esto. Por ello tendríamos que definir al
códice como un manuscrito en hojas cocidas a manera de libro que fue realizado antes de la imprenta o
bien después de la imprenta pero con rasgos que asemejen su hechura a la de los códices pre-imprenta. De
tal suerte que un códice es algo así como un libro antiguo escrito a mano. ¿Que tan antiguo? Lo
suficientemente antiguo como para considerarlo parte de una tradición de manufactura de documentos que
se remonte a la época pre-imprenta. La definición no deja de ser problemática. Pero lo es más aún, si
consideramos que en México hay la tendencia a considerar códices a todos los documentos manuscritos
prehispánicos o bien de tradición américana, aún cuando sean del siglo XVI o XVII. Así, se incluyen
dentro de la categoría a documentos que pueden ser hojas sueltas, cuyo soporte es piel o tela, o que no
estén cosidos a manera de libro, sino a manera de tiras o mapas, etc. Por otra parte, la conceptualización
del códice como algo antiguo sigue presente (¿no causaría cierta reticencia el pensar un manuscrito en
forma de libro hecho en el siglo XXI como “verdadero códice”?). En este texto hemos decidido nombrar
al Libellus por el nombre con que fue intitulado y si en algún momento aparece la denominación
“códice”, esto debe entenderse como “manuscrito” y no por referencia a una tradición (o falta de
tradición) de raigambre prehispánica.
29 Justino Fernández. “Las miniaturas que ilustran el códice.” En Op cit. pp. 101-106.
30 La obra referida es Robertson, Donald. Mexican manuscript painting of the early colonial period. The
metropolitan schools, New Haven, Yale University press, 1959.

30
para fines de identificación pertenece a la corriente científica europea; la planta dibujada
como un signo corresponde a la tradición indígena”31

Luego, la edición contiene tres estudios cuyo fin es la identificación de las especies
vegetales, las especies animales y los minerales mencionados en el Libellus. Se trata de los
“Comentarios botánicos” elaborados por Faustino Miranda y Javier Valdés, el estudio de
“La zoología del códice”, elaborado por Rafael Martín del Campo, y el estudio de “Los
minerales, rocas, suelos y fósiles del manuscrito” elaborado por M. Maldonado-Koerdell.
También se incluye un estudio sobre “La odontología del códice” y un estudio acerca del
“Valor médico y documental del manuscrito” que, sin embargo, tan sólo hace afirmaciones
muy generales sobre la medicina nahua, la concepción “mágica” de la cura de las
enfermedades, la “contaminación” europea del Libellus y la efectividad de algunas plantas
mencionadas en el manuscrito. Por ejemplo, sugiere: “a) que el Códice tiene indudables
influencias europeas, principalmente en la versión latina que ha llegado a nosotros; b) que
Martín de la Cruz no era un verdadero <<tlamatini>>, según lo definen los informantes de
Sahagún, pues incluía procedimientos de hechicería en su terapéutica”32, pero ni define que
entiende por hechicería (¿elementos religiosos?, ¿adivinación?, ¿”magia simpática”?), ni
define quienes eran los tlamatinime (¿porqué no decir Ticitl?) nahuas, y el decir que hay
influencias europeas es algo que actualmente es obvio.

Finalmente, esta edición contiene también el “estudio histórico” de Germán


Somolinos D´Ardois, al que ya se ha hecho referencia. En dicho estudio se nos
proporcionan datos sobre las diversas ediciones del Libellus hasta 1964, datos acerca de las
condiciones de creación del manuscrito en el siglo XVI, datos acerca de Martín de la Cruz y
de Juan Badiano, autores del mismo, y finalmente, algunos apuntes con respecto al lugar
que ocupa la obra dentro de la historia de la medicina universal. Somolinos recalca el
parecido del manuscrito con otros herbarios medievales dice:

Los herbarios cristianos producidos durante la Edad Media son sin duda los que mayor
interés tienen para nuestro estudio, pues en ellos tenemos que buscar el origen inmediato
del libro que nos ocupa. Su difusión fue muy amplia, ya que circulaban como libros
31 Justino Fernández. Op cit. p. 106.
32 Del Pozo, “Valor médico y documental del manuscrito” en Op cit. P. 197

31
populares fuera del medio estrictamente médico. Muchos de ellos tienen su origen en
recopilaciones y copias hechas por los frailes para conocer y aprender a diferenciar las
plantas medicinales que cultivaban habitualmente en los jardines conventuales y cuyo uso
se extendía a la población lugareña que rodeaba el monasterio. 33

Y a continuación menciona algunos de los herbarios más copiados y utilizados


durante la edad Media: menciona el Herbarius Pseudo Apulei, cuyo original se remonta al
siglo IV; El De virtutibus herbarum de Otto de Morimont, escrito en el siglo XII; el Macer
Floridus, impreso en Napoles en 1477; el Hortus sanitatis de Johan von Kraub; el Herbario
Maguntinus de 1484; el Herbario de Petri de 1485; y las ediciones de “Le Gran Herbier,
Das Buch der Natur, Gart der Gesundheit, Arbolayre, etc”34

En 1991 el Fondo de Cultura Económica, junto con el Instituto Mexicano del Seguro
Social hacen una nueva edición del Libellus. El contenido es el mismo que en la edición de
1964, sólo que el formato es más pequeño y se divide en dos tomos: el primero corresponde
a el facsímil del Códice y el segundo a los estudios acerca del mismo. Así, el primero de los
tomos se parece mucho al original ya que el manuscrito badiano tiene por medidas 20.6 cm
de largo por 15.2 cm de ancho35. Por su practicidad y por su parecido con el original esta es
la edición que hemos utilizado nosotros.

Por último, respecto a las ediciones del Libellus, es necesario mencionar que en años
recientes, la revista Arqueología Mexicana le ha dedicado un número especial36. En este
número, junto a cada una de las láminas del manuscrito se colocó la correspondiente
traducción al español del texto latino, la traducción al español de los nombres en nahuatl de
las plantas ilustradas, y una propuesta de identificación botánica de las mismas, elaborada
por Robert Bye y Edelmira Linares, la cual se acompañaba de algunos apuntes
etnobotánicos (los usos que se les dan en la actualidad, otros nombres con los que
popularmente se conocen, etc.).
33 P.184.
34 P 185.
35 Somolinos, Op cit., p. 171.
36 Arqueología Mexicana, edición especial: “Códice de la Cruz-Badiano. Medicina prehispánica. Primera
parte”, no. 50, junio de 2013, y no. 51: “Códice de la Cruz-Badiano. Medicina prehispánica. Segunda
parte.”, agosto de 2013. Otras traducciones del texto latino al español se encuentran en: Pineda Ramirez,
María Eduarda. Libellus de medicinalibus indorum herbis: manuscrito azteca de 1552 conservado en
latín, según versión que del nahuatl hizo Juan Badiano. (tesis de maestría en letras clásicas). México, la
autora, 1991; y en Lopez Austin, Alfredo. Textos de medicina nahuatl. México, IIH-UNAM, 1975.

32
Estudios sobre el Libellus.

Debido a que el manuscrito permaneció ignorado hasta el siglo XX y su traducción


al español tuvo que aguardar hasta 1964, no ha sido objeto de mucha producción
historiográfica. Entre las obras que lo tienen por objeto, el Etude comparative du manuscrit
Badianus37, en cuatro tomos, realizado por Sophie Laligant, es de particular importancia,
pues la autora, además de presentar una recopilación de las propuestas de identificación
botánica de las plantas ilustradas en el manuscrito, presenta la relación entre las plantas del
Libellus y los nichos ecológicos en que se encuentran, lo que nos permite una visión
geográfica y ecológica de los recursos mencionados. No obstante, el estudio se centra en el
Valle de México, por lo que proporciona poca información con respecto a las plantas
provenientes de otras regiones. La autora da cuenta también de los diversos modos en qué
una medicina de la época podía aprovisionarse de dichos recursos: diferentes técnicas de
cultivo, recolección, comercio, etc.; y de las diferentes formas en que se utilizaron las
plantas: como tintes, alimentos, medicinas, etc. Pero el aspecto que me parece más
importante de este estudio es la comparación que hace con otras obras coloniales que tratan
de historia natural o de medicina, como el Códice Florentino, la Historia de las plantas de
la Nueva España de Francisco Hernández o el Tesoro de Medicinas de Gregorio López. De
hecho, la mayor parte de la obra consiste en una serie de tablas de tremenda utilidad para
quien quiera saber, por ejemplo, ¿en qué obras del siglo XVI se hace mención de tal o cual
planta?, o ¿cuáles son las diversas propuestas de identificación botánica que se han hecho
para las plantas del Libellus?

Existe también una tesis de Historia del arte titulada Las representaciones florales
del Libellus de medicinalibus indorum herbis: modelos nuevos y antiguos38. A pesar de ser
un texto muy breve, su importancia radica, en mi opinión, en que compara algunas
soluciones plásticas para la representación de las flores, tal y como aparecen en los
37 La referencia completa es Laligant, Sophie. Le codex Martin de la Cruz. Etude comparative du manuscrit
Badianus (Tlatelolco, 1552, México). Memoire de maitrise présenté a l´Úniversité de Paris I. Panthéon-
Sorbonne. Paris, 1987.
38 García Sierra, Claudia Yunuen. Las representaciones florales del Libellus de medicinalibus indorum
herbis. Modelos nuevos y antiguos. Tesis para obtener el grado de maestra en Historia del Arte. México, el
autor, 2011.

33
herbarios europeos medievales y en los códices y arquitectura de tradición mesoamericana,
con las representaciones del Badiano. La autora muestra la utilización de glifos como tetl y
atl y también la existencia de patrones de representación convencional de “flor”
prehispánicos. Sin embargo, en su conclusión dice que:

Las representaciones florales del Libellus son conceptuales, abreviadas y nutridas de las
intrincadas tradiciones de los herbarios. Hay elementos afines encontrados en las
tradiciones de Dioscórides, Tractatus de herbis, Pseudo-Apuleius, los herbarios
impresos en Mainz y los herbarios del ciclo alquímico. Los artistas lograron establecer
un balance entre convenciones, adopción de nuevas formas y experimentación
artística.39

Y de entre dichas tradiciones:

Similitudes estilísticas y formales con diversos tipos de herbarios manuscritos y con


algunos de los grabados de los herbarios impresos se integran en sus páginas. En general,
destacan las semejanzas observadas en los herbarios del ciclo alquímico y en el Hortus
sanitatis, concernientes a las frecuencias con que aparecen las flores , el lenguaje
pictográfico, formas, color y composición. Asimismo hay probables modelos
renacentistas, sin embargo, quedan pendientes por revisar, entre otros, los trabajos de
Otto Brunfels y el Códice Vindobonensis Palatinus.40

Es decir, de manera implícita (y no se si conscientemente), la autora termina


presentando al manuscrito como un herbario que, aun a pesar de ser portador de elementos
de tradición prehispánica, es una obra de tradición medieval elaborado en América, lo cual
puede ser frustrante para quien quisiera tener, a través del mismo, el acceso a un
pensamiento (“auténticamente”) prehispánico. En nuestra opinión, que es del todo acorde
con este punto de vista, el Libellus es un testimonio41 del tipo de educación que se impartía
en el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco: una educación de corte europeo que recogía
elementos de los saberes locales, principalmente nahuas. Al mismo tiempo, al imponer

39 Ibíd, p. 39.
40 Idem.
41 Aunque formulada en otro contexto, acerca de la noción de “testimonio”: “La costumbre es palabra y
trabajo. Es una manera de conservar lo que para una sociedad es valioso, que consiste en actuar y hacer
eso que se quiere conservar. Es un acto de conservación que mantiene vivo eso que conserva. En cambio,
la noción de patrimonio, en tanto escritura, hace que lo que se conserva ya no esté vivo, porque ya no se
hace, sólo se guarda. El patrimonio siempre tiene que ver con un presente que se vuelve pasado y, por otra
parte, la escritura que se genera alrededor de él, en tanto que se considera que nos puede dar a conocer
ese pasado, es conocida comúnmente como testimonio histórico.” Soto Luna, José Antonio. La costumbre
como acontecimiento. La música y el baile de los Sones y Chilenas de Santos Reyes Nopala, Juquila,
Oaxaca. Tesis para obtener el grado de licenciatura en Antropología Social, México, el autor, 2012, p. 70.

34
ciertos órdenes discursivos42, dejaba fuera el conocimiento otro, en tanto que sistema. En
otras palabras, el Libellus no nos permite una lectura del sistema de conocimientos nahuas
con respecto a las plantas, los animales, las piedras, los males que aquejan a los hombres, el
cuerpo, etc. Al menos no de manera directa. Está escrito bajo una lógica europea aparente.
No obstante, al incorporar elementos (aislados y más o menos coherentes entre sí) de los
conocimientos locales, nos proporciona indicios de aquellos sistemas de conocimientos de
los que forman parte, que pueden reconstruirse (parcialmente) con ayuda de otras fuentes
(arquitectura, códices, crónicas, testimonios etnográficos, etc.). Se trata pues, de un
testimonio de un modo de pensar (o varios) que en sus elementos indica la existencia de
otros modos de pensar43.

42 Dice Michel Foucault: “Pero quizás esta institución y este deseo no son otra cosa que dos réplicas
opuestas a una misma inquietud: inquietud con respecto a lo que es el discurso en su realidad material de
cosa pronunciada o escrita; inquietud con respecto a esta existencia transitoria destinada sin duda a
desaparecer,pero según una duración que no nos pertenece, inquietud al sentir bajo esta actividad, no
obstante cotidiana y gris; poderes y peligros difíciles de imaginar; inquietud al sospechar la existencia de
luchas, victorias, heridas, dominaciones, servidumbres, a través de tantas palabras en las que el uso, desde
hace tanto tiempo, ha reducido las asperezas.
Pero, ¿qué hay de peligroso en el hecho de que las gentes hablen y de que sus discursos proliferen
indefinidamente?, ¿En dónde está por tanto el peligro?
He aquí la hipótesis que querría emitir, esta tarde, con el fin de establecer el lugar -o quizás el muy
provisional teatro- del trabajo que estoy realizando: yo supongo que en toda sociedad la producción del
discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que
tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatoria y esquivar su
pesada y temible materialidad.” El orden del discurso (1970). La traducción consultada fue la de Alberto
González Troyano, Tusquets editores, Buenos Aires, 1992.
43 Volviendo al texto de Claudia Yunuen, debemos decir que aunque proporciona una buena orientación con
respecto a dónde habría que buscar las influencias del Libellus, su objetivo es analizar el códice como
“arte”. Por ello, la autora, además de situarse desde cierto punto de vista (¿se puede hablar de “arte”, fuera
de “occidente”?), obvia algunas cuestiones que para nosotros serían de particular importancia. Por
ejemplo, cuando compara la representación de las flores en distintas tradiciones plásticas no dice nada
acerca del porqué de los parecidos o diferencias. Es decir, no trata a las tradiciones plásticas como
tradiciones culturales. Si una cosa se parece a otra, ¿no habría que decir porqué llegaron a parecerse?

Del mismo modo, en su texto se encuentra ausente un contexto histórico que permita situar a las
representaciones en su época. Por ejemplo, si una flor es dibujada en la arquitectura de la América
prehispánica del mismo modo que en los herbarios medievales, ¿no puede ser simplemente porque las
flores representadas se parecen? La autora se queda únicamente en un nivel de análisis que da cuenta de
cómo se logró representar la flor, pero no habla ni de la flor ni de los hombres que pintaron la flor. Con
respecto al lugar que ocupa el Libellus frente a los herbarios medievales, renacentistas y las obras
novohispánicas v. el artículo de Guillermo Turner: “El Códice de la Cruz-Badiano y su extensa familia
herbaria” en Revista historias (revista de la Dirección de Estudios Históricos del INAH), no. 68,
septiembre-diciembre de 2007, pp. 109-122, disponible en
http://www.estudioshistoricos.inah.gob.mx/revistaHistorias/wp-content/uploads/historias_68_109-122.pdf,
consultado en agosto de 2017.

35
Finalmente, hace poco tiempo se publicó un libro llamado El Colegio de Tlatelolco.
Síntesis de historias, lenguas y culturas44, en el que aparece un pequeño ensayo elaborado
por Salvador Reyes Equihuas45 en el que afirma algo muy relevante para nuestra
investigación. Dice que algunas de las representaciones de las raíces de las plantas en el
Libellus tienen valor fonético y que, por lo tanto, tienen la finalidad de transmitir el nombre
de la planta. Dice este autor:
Sin poner en duda estos valores, propongo que se maticen para cada representación pues,
como veremos a continuación, las representaciones del agua y de las piedras no
necesariamente obedecen a la enunciación de las características edafológicas de los
sustratos donde crecían determinadas plantas. Es decir, la representación de lo que
podríamos llamar elementos agregados (suelos, animales, piedras, agua) al elemento
principal (la planta en su forma de hierba, árbol o flor) no siempre tiene el valor de
caracterizar el entorno natural en el que vive. Al respecto, con anterioridad ya se había
aludido a su valor jeroglífico. Sin embargo, no se ha precisado el significado de diversos
glifos en las imágenes de determinadas plantas; dicho de otra forma no se han
determinado todos los elementos pictográficos con valor fonético en el Badiano.46

Como se verá más adelante, aunque exista valor fonético en algunas de estas
representaciones, pienso que su finalidad es principalmente la representación del medio en
que viven las plantas. Para comerciar con plantas, para curarse con ellas, hay que saber
cuáles son, para qué sirven y dónde las puede uno encontrar.

La publicación de los Estudios actuales sobre el Libellus (1992).

Siguiendo la tradición de abordar al Libellus desde distintos puntos de vista, en 1992 se


publican los Estudios actuales sobre el Libellus de medicinalibus indorum herbis47. El libro
comienza con una traducción del texto latino, elaborada por María Eduarda Pineda
(evidentemente, basada en su tesis de maestría), y continúa con el ensayo de Carlos Viesca
titulado “El libellus y su contexto histórico”.

44 Editado por Esther Hernández y Pilar Máynez, México, Destiempos, 2016.


45 “El scriptorium del Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco a través de los códices Florentino y De la Cruz-
Badiano.”, pp. 26-38.
46 P. 29.
47 Kumate, J. Et al. Estudios actuales sobre el Libellus de medicinalibus indorum herbis. México, secretaría
de salud, 1992.

36
En este ensayo. el doctor Viesca aborda algunos datos referentes a la biografía de
Martín de la Cruz48, su relación con el Colegio de Tlatelolco, su relación con el virrey
Antonio de Mendoza y con su hijo Francisco, la (poca) documentación existente acerca de
su persona, etc.; así como la posibilidad de que el Libellus tuviera como propósito
encubierto promocionar los negocios de la familia Mendoza ante el rey de España,
permitiéndoles obtener una licencia para comerciar con plantas medicinales. Temas que ya
hemos tocado pero al cual regresaremos brevemente algunas páginas adelante.

Pero también, el ensayo propone algo muy interesante: ¿que tal si abordamos el
Libellus desde lo que sabemos acerca de la medicina nahuatl? A primera vista, pudiera
parecer que se trata de un intento más por ver al documento como fuente para la
comprensión de la “auténtica” medicina indígena. Pero el tratamiento es un poco diferente.
Ya no se trata de creer de manera acrítica lo que nos dice el documento, presuponiendo que
eso que dice es la palabra indígena. Más bien, se trata de comparar y ver en qué medida
concuerda el contenido del Libellus con el conocimiento que se ha obtenido a través del
análisis de otras fuentes coloniales (principalmente las crónicas) e incluso, a través del
conocimiento llamado “etnográfico”. Si el contenido concuerda con la lógica de la
“medicina nahua” es porque, muy probablemente, se trata de un contenido que es resultado
de un pensamiento nahua. Además, en 1992 ya existían los trabajos de Alfredo Lopez Austin
acerca del cuerpo humano y de la enfermedad desde la perspectiva del análisis de los textos
en lengua nahuatl de la colonia temprana49. Y, por otra parte, Viesca afirma una y otra vez
que la influencia europea en el documento es innegable, por lo que no se le puede acusar de
poco crítico o de imprudente. De hecho, su metodología es absolutamente válida, aunque el
asunto sea más complejo de lo que parece a primera vista. Por ejemplo, Viesca afirma que el
Códice es una manifestación “de una manera indígena de incorporar a su saber elementos
procedentes de la ciencia médica europea”50, pero ¿qué pasaría si la medicina nahua es
intrínsecamente similar en muchos aspectos a la medicina medieval europea?, ¿como

48 Sobre Martín de la Cruz, Viesca ha publicado también un artículo titulado “...y Martín de la Cruz, autor
del Códice de la Cruz Badiano, era un médico tlatelolca de carne y hueso” en Estudios de cultura nahuatl,
vol. 25, México, UNAM, 1995.
49 En especial el texto Cuerpo humano e ideología (México, UNAM, 1984), ha cambiado profundamente la
manera en que entendemos la salud y la enfermedad, el cuerpo y el cosmos, desde la óptica nahuatl de las
fuentes coloniales tempranas.
50 Viesca. “El Libellus y su contexto histórico” en Kumate et. al. Op. Cit. p. 76.

37
podríamos distinguir entre los elementos pertenecientes a cada una?, ¿no es cierto que la
concordancia con un sistema significaría la concordancia con el otro? Es decir, para elaborar
una investigación de las características que propone Viesca se necesita un conocimiento
profundo de los diferentes sistemas de pensamiento involucrados y no estoy muy seguro de
que se haya llegado a tal grado de conocimiento del pensamiento prehispánico.

Pero mostremos de manera más minuciosa la metodología propuesta por Viesca 51. El
autor parte de las conclusiones de López Austin para afirmar que el hombre nahua era
concebido como un locus en el que interactuaban las diferentes fuerzas del universo y que
estaba organizado de manera similar a como estaba organizado el cosmos: la parte de arriba
del cuerpo se correspondería con las partes aéreas del cosmos (los cielos) y por lo tanto se
consideraría como un lugar cálido, concentrando el calor en la zona de la cabeza, así como
el calor del supramundo se concentra en el sol; de igual manera la parte de abajo del cuerpo
se correspondería con los niveles del inframundo y por lo tanto se consideraría como un
lugar frío. De la correcta localización del frio y el calor en el cuerpo en un momento dado,
y del complejo equilibrio entre los flujos dentro del cuerpo y las fuerzas del cosmos que lo
atraviesan, surge el equilibrio que proporciona el bienestar y la salud 52. A partir de esto, se
pregunta Viesca, ¿como entender una enfermedad como la “sangre negra”? En primer lugar,
parte del hecho de que sangre negra es una denominación que vincula el padecimiento con
la medicina helenística pues “sangre negra” es una traducción del griego “melancolía”
(μελαγχολια). Pero las plantas que se utilizan para el padecimiento son las mismas que se
utilizan para tratar muchas enfermedades que Viesca, dice, ha clasificado como frías. Por
ello, uno podría pensar que la enfermedad es una enfermedad fría. Sin embargo, nos
previene el autor, la cuestión no es tan sencilla, por que las plantas dichas se utilizan
también para tratar otros padecimientos de cualidad caliente. Es decir, las plantas pueden
utilizarse tanto para padecimientos calientes como fríos. En este caso el criterio
clasificatorio tiene que ser otro. La solución de Viesca consiste en considerar que la sangre
51 Otros ensayo del autor con una metodología similar son Carlos Viesca & Andrés Aranda & Mariblanca
Ramos de Viesca. “El corazón y sus enfermedades en la cultura nahuatl prehispánica.” en Estudios de
cultura nahuatl. Vol 36. Mexico, UNAM, 2005, pp. 225-244, y Carlos Viesca & Ignacio de la Peña “Las
enfermedades mentales en el Códice Badiano” en Estudios de Cultura Nahuatl, voll XII, 1976, pp. 79-84.
52 Sobre esto v. también el interesante artículo de Lilian González Chevez: “Los <<caballeritos>>: hombres-
dioses-naguales detonadores de la regeneración cíclica del orden cósmico y social entre los nahuas de
Guerrero” en Fagetti, Antonella. Iniciaciones, trances, sueños…investigaciones sobre el chamanismo en
México. México, Plaza y Valdéz-BUAP, 2010.

38
negra no se encuentra en el mismo capítulo que el resto de lo que el llama las
“enfermedades mentales” del Códice. Por alguna razón se la separa y se la coloca en otro
capítulo. Además, el autor ha llegado a la conclusión de que las “enfermedades mentales”
son frías. Por lo tanto, “el tipo de tratamiento, el orden en él seguido y el hecho de que
encabece el capítulo noveno del Libellus, permiten clasificar la sangre negra como una
enfermedad caliente”53, y el hecho de que se encuentre separada, demuestra que aunque para
el pensamiento europeo esta enfermedad se “asentaba en el cerebro, De la Cruz la separó de
ellas y por lo tanto, del corazón y el teyolia, para darle un lugar aparte, junto a la fiebre” 54.
En otras palabras, para el pensamiento nahua que asentaba el conocimiento y la sensibilidad
en el corazón, la melancolía no era una enfermedad del corazón; mientras que para el
pensamiento europeo que asentaba el conocimiento y el pensamiento en el cerebro, sí que
era una enfermedad de ese órgano.

Tal y como presenta el asunto Viesca en este texto, sus conclusiones no terminan de
convencerme. Sin embargo, el artículo cumple su propósito de mostrar la complejidad
requerida para todo acercamiento al contenido del Libellus, además de mostrar un programa
de investigación válido y sumamente seductor pues intenta combinar el conocimiento de las
concepciones europeas (y árabes, griegas, africanas, etc.) con las concepciones nahuas (y de
otras sociedades americanas) acerca de las plantas, los tratamientos, el cuerpo, la
enfermedad y el cosmos. Pero, de nuevo, hay que ser cauteloso con la puesta en relación
entre el contenido del Códice y las cosmovisiones que lo hicieron posible. Por ejemplo, dice
Viesca:

A pesar de que los nombres de las enfermedades se registran en latín, destacan algunos
cuya filiación es de origen netamente prehispánico: la fatiga de los que administran la
república, el calor del corazón, la frialdad abdominal, el cansancio, el calor excesivo
(que por supuesto no se asimila a fiebre); el cuerpo maltratado, la vejación producida
por el torbellino, la herida provocada por el rayo, relacionada directamente con la
acción de Tláloc, dios prehispánico de la lluvia, y los tratamientos eminentemente
mágicos para ayudar al viajero y a los que atraviesan un río 55.

53 “El Libellus y su contexto histórico” Op. Cit. p. 75.


54 Idem.
55 Idem.

39
¿Son verdaderamente éstos, padecimientos de orígen prehispánico? ¿No es cierto
que, al menos para el que ha sido herido por el rayo, Plinio hace recomendaciones56?

Pero volvamos a nuestra descripción. Al ensayo de Viesca, le sigue el texto de José


Sanfilippo: “La materia médica europea en el Libellus: agua, sal y sustancias orgánicas”.
Aquí, el autor revisa varios elementos mencionados en el Códice que pueden entenderse
como materia médica de una tradición europea. Estos elementos son: agua, sal, huevo,
leche, miel, ceniza, diente de cadaver, cuerno de ciervo, cabellos, excremento, orines y la
sangre. Compara, principalmente, los usos descritos por el Libellus con la obra de Plinio y
Dioscórides. Dice, por ejemplo, que: “De las catorce recetas que encontramos en el Libellus
que utilizan huevo, en cinco es la clara la que se emplea: fractura de cabeza, curación de los
ojos, esputo de sangre, molestias en la región pública y menstruo sanguinolento, las cuales
están indicadas por Plinio.”57 Pero, ¿porqué se utilizaba el huevo para estos padecimientos?,
¿que características tiene el huevo que lo hacen apto para tratar estas enfermedades?, ¿cómo
se pensaba que actuaba el huevo sobre el cuerpo, sobre la enfermedad? Nada de esto se
aborda y así, aunque el trabajo de Sanfilippo es intrínsecamente interesante, su importancia
radica más en las problemáticas que se pueden plantear a partir de sus comparaciones que
en las comparaciones que hace, por sí mismas.

De igual modo, el siguiente ensayo, escrito por Ignacio de la Peña Paez58, pasa
revista al modo en que se utilizan los recursos de origen animal en los tratamientos del
manuscrito Badiano. Sin embargo, hace generalizaciones que, a nuestro juicio, son
demasiado apresuradas, o al menos, poco fundamentadas en el texto. Por ejemplo, el autor
dice que para el tratamiento del calor excesivo, el códice recomienda “animales
relacionados con el calor”, lo cual parece un contrasentido, pues si se quisiera aliviar el
calor, se buscaría un remedio frío. Sin embargo, el autor pasa rápidamente de esta dificultad
al decir que: “al administrar el hígado de colibrí, se estaba dando parte de un animal
divinizado, que concentraba calor solar, rasgos suficientes para vencer o desplazar un “calor
excesivo...”. Es decir, explica que se utilicen remedios calientes para combatir el calor al
56 V. infra, capítulo 2.
57 Kumate et. al. Op. Cit., p. 97.
58 Javier Valdés Gutiérrez & Hilda Flores Olvera & Helga Ochoterena-Booth. “La botánica en el códice de la
Cruz” en Ibíd, pp 129-180.

40
presentarlos como “calor divino”: una forma de calor que sería más poderosa que el calor de
la enfermedad y que por ende puede desplazarlo. En otros casos, el autor explica las curas
apelando al principio contrario (por ejemplo, para combatir el calor se requiere un remedio
frío), y otras veces apela a la “magia simpática”. Parece, en suma, que el autor tiene una
explicación ad hoc para cada caso, pero que dichas explicaciones tienen poco sustento59.

Finalmente, el libro de Kumate et. al., termina con un largo ensayo que recopila la
información botánica acerca de las plantas mencionadas en el Libellus; y con un artículo de
Xavier Lozoya titulado “Aspectos farmacológicos de dos plantas del Libellus” 60. Dichas
plantas son la Cihuapatli (Montanoa tomentosa y la Guayaba (Psidium guajava, en el
Códice nombrada Xalxocotl) .

El Libellus en internet.

La internet permite la difusión de la información especializada, pero también la


divulgación y, por supuesto, la participación más amplia en las temáticas. Para lo que nos
ocupa, aunque la mayoría de las páginas electrónicas que hablan de Libellus son de carácter
divulgativo y tienden a repetir una y otra vez los aspectos generales y bien conocidos de esta
obra, existen también publicaciones con un carácter más especializado, que si no fuera por
la red serían difíciles de conocer (aun cuando exista la versión impresa). En particular, dos
de ellos nos han llamado la atención. El primero es el artículo de Alejandro de Ávila
Blomberg, titulado “Yerba del coyote, veneno del perro: La evidencia léxica para identificar
plantas en el Códice de la Cruz Badiano” 61, en el cual presenta un análisis de los nombres
nahuas de las plantas, haciendo del análisis lingüístico un criterio para la identificación
botánica de las figuras del Códice. Por supuesto que hemos tomado en cuenta sus resultados

59 Como bien me ha hecho notar Elia Rocío Hernández, profesora de la ENAH, no siempre se aplica un
remedio contrario para un mal. Por ejemplo, en la actualidad mucha gente cura quemaduras pequeñas
(como las causadas por el aceite de cocina) quemando más la zona quemada. De todos modos, no
alcanzamos a explicar porqué en un caso se cura por vía de lo semejante y en otros casos por vía de lo
contrario. Aunque esto es asunto empírico, el ensayo de Ignacio de la Peña no muestra tampoco otros
casos que se relacionen con lo que el analiza, lo cual haría menos arbitrarios sus planteamientos (que por
lo demás pudieran ser correctos, el asunto es que el autor no deja ver cómo es que llegó a tales
conclusiones).
60 Ibíd. pp. 181-202.
61 En Acta Botánica Mexicana no. 100 (2012), pp. 489-526, disponible en
www1.inecol.edu.mx/abm/resumenes/Acta100(489-526).pdf

41
para nuestros comentarios contenidos en el Apéndice 3. Sin embargo, creemos que la
metodología que presenta tiene un defecto. El autor da demasiado peso al hecho de que en
la actualidad se nombre a ciertas plantas con los mismos nombres que menciona el Badiano.
Incluso afirma que se le ha hecho demasiado caso a las ilustraciones del Códice. De tal
suerte que plantea que la identificación botánica es posible incluso cuando la propuesta no
se parezca a la ilustración62. No obstante, es evidente que los ilustradores del manuscrito
querían que sus dibujos se parecieran a las plantas que representaban, por ello no veo
necesidad de poner algún otro criterio por encima del “parecido”. Más bien, lo que se
tendría que explicar es porqué en tal o cual caso concreto una ilustración no se parece a la
planta (tal vez por tratarse de un modo convencional de representar algo, p. ej. un concepto,
un uso, una cualidad, etc.). Sin embargo, sus apuntes sobre la distribución de las plantas y
sobre las familias botánicas representadas en el Códice son útiles.

El otro artículo trata sobre las “Partes del cuerpo en el Códice Badiano” 63. Su
enfoque parte de las “anomalias” en la escritura latina del manuscrito. El autor piensa que
esas “anomalías” no son errores, producto de un latín mal aprendido. Más bien se pregunta,
¿que tal si esas “anomalías” son resultado del intento de traducir palabras o expresiones
difíciles del nahuatl? De ser así, esos “errores” serían intentos de proporcionar un
significado más preciso, para el lector latino, del pensamiento nahua. Por ejemplo: el autor
analiza la expresión in ventrem hominis intrant, que literalmente se traduciría como “en
vientre hombre adentro”, ¿porqué esta reiteración (si es en el vientre, ¿no es obvio que está
adentro del hombre?)? El autor explica que la reiteración es necesaria pues se deriva de la
traducción de la expresión nahua teihtec, que él analiza del siguiente modo:

te (objeto indefinido para persona) + ihte (raiz: ihtetl (vientre)) + c (locativo) = en el vientre
(de alguien).

Así, la palabra nahuatl se equipara a la frase latina del siguiente modo:

62 Ibíd. p. 494.
63 Xelhuantzi, Tesiu. “Partes del cuerpo en el Códice Badiano”, en Dimensión Antropológica, vol. 51, enero-
abril, 2011, pp. 13-31. Disponible en www.dimensionantropologica.inah.gob.mx/?p=6149, consultado en
agosto de 2017.

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te (sujeto) -ihte (vientre) -c (lugar) = ventrem (vientre) -hominis (sujeto) -intrant (lugar)

Por lo que los elementos: sujeto/vientre/lugar

se encuentran en el mismo léxico gracias al carácter aglutinante del náhuatl. Pero el


latín no cuenta con el desarrollo de esta capacidad para concentrarlos en el mismo
término, por lo que la única manera de trasladar los tres elementos fue a través de una
frase que los contuviera: ventrem hominis intant. De esta manera, encontramos que la
construcción de la frase latina corresponde a la construcción aglutinante náhuatl y a su
concepción cultural.64

Por último, es necesario mencionar que existen varias obras de carácter más general
que tratan incidentalmente del Libellus. Es el caso de Medicina y Magia65, de Aguirre
Beltran, quien en su capítulo sexto hace mención tanto del Badiano como del Códice
Florentino para afirmar que ambas son ejemplos de “mestizaje de la medicina”66; o el libro
de Ortiz de Montellano, que también lo menciona en el mismo sentido.67

Propuesta de investigación

La historiografía con respecto a nuestro manuscrito ha tenido dos obsesiones: la


identificación botánica y el intento de caracterización del texto, ya sea como nahua, como
europeo o como una mezcla. En el camino, se ha avanzado mucho en la comprensión de su
contenido. Así, hemos de reconocer que lo que en este texto se diga se encuentra “sobre
hombros de gigantes”. Teniendo esto presente, pienso que algunas de las contribuciones
que aquí se aportan son:

64 Ibíd. sin datos de página.


65 Aguirre Beltrán, Gonzalo. Medicina y magia. El proceso de aculturación en la estructura colonial.
México, INI, 1963.
66 Aguirre Beltrán afirma además que “La versión del tratado a la lengua culta, con el uso de la terminología
científica de Plinio, nos señala una primera influencia [europea]. La segunda aparece en el plano de la
obra, que lleva en su redacción el orden y sistema de los libros de medicina de la época.” Una afirmación,
que en nuestro texto pretendemos mostrar en la comparación concreta del manuscrito con otras obras. Por
lo demás, la similitud entre el Badiano y el Florentino ha sido advertida por casi todos los estudiosos del
tema.
67 Medicina, salud y nutrición entre los aztecas. México, Siglo XXI. 1993. De hecho, en la actualidad, casi
siempre que se habla de historia de la medicina en México, de la medicina nahuatl, de herbolaria o de
algún otro tema afín, se hace alguna mención al Libellus. Se ha reconocido su importancia, no obstante
casi nada se agrega a su comprensión.

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a) Al ampliar el contexto histórico que posibilita la existencia del documento, podemos
mostrar que su contenido responde a una cierta situación histórica; así como el lugar del
manuscrito dentro de la historia de la consolidación de la medicina moderna y el
desplazamiento de otros saberes que se le oponen. Por ejemplo, se relaciona al texto con el
proyecto franciscano en los primeros años tras la conquista, un aspecto que hasta ahora no
ha sido resaltado: No solo se trataba de evangelizar a los “naturales” y extraer recursos para
el comercio, pues, como argumentamos en el capítulo 3, por un breve tiempo y para
algunos, como para las órdenes religiosas, América representó verdaderamente un mundo
nuevo donde se expiarían los males de un viejo mundo que parecía llegar a su fin. Este saber
del sentido de la historia (el vivir en los últimos tiempos), se opone a otros saberes y
vivencias del mundo y, finalmente sucumbe ante la evidencia de la continuidad del mundo,
pero cargando de responsabilidad a los frailes con respecto a la lucha contra los males
corporales y espirituales de sus feligreces.

De igual modo, se toma en cuenta la noción de physis o naturaleza, para mostrar que
el proceso de consolidación de la medicina es igualmente un proceso de parcialización del
cosmos y de oposición entre el hombre y la naturaleza.

b) Se toma al Códice como un testimonio de un amplio conocimiento sobre el entorno, visto


desde Tlatelolco. En este sentido se intenta describir ese entorno a partir de algunos textos
del Códice florentino, otro documento del siglo XVI elaborado, en parte, en el Colegio de
Tlatelolco. A partir de ese entorno se explica la existencia de un mercado y la posibilidad de
obtención de recursos aplicados a la cura de enfermedades y padecimientos no deseados.
Esto abre la puerta para estudios ulteriores con respecto al modo de clasificación de los
lugares geográficos, de los seres que habitan dichos lugares, la descripción ecológica del
altiplano central novohispano durante la colonia, etc.

c) De manera particular se hace una propuesta interpretativa con respecto a los diversos
tipos de “tierra” que rodea las raíces de las plantas representadas en el Libellus. Esto
contribuye a responder el planteamiento que ya hiciera Emmart en su “Introducción” escrita
en 1940.

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d) Se hace un intento de clasificación de las enfermedades y padecimientos del Libellus
intentando comprender a qué vivencias pudieran estar refiriéndose.

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