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Leszek Kolakovski, Si Dios no existe…

El ateísmo prometeico: el hombre con su lógos no tiene límites; el mal, el sufrimiento son
contingentes; la vida es infinitamente inventiva, nada es válido -moral o intelectualmente- no
solo porque haya pasado por válido a lo largo de los siglos; no hay autoridad alguna en la
tradición. Dios no es más que una proyección de la mente del hombre, que lo oprime, y asfixia
su razón.

El creyente: el hombre solo no se vale por sí mismo; todo lo que creamos está destinado a
perecer, la vida está destinada al fracaso, a la muerte, y ésta es invencible, a menos que
participemos de la Realidad eterna que no es proyección nuestra sino que de ella
dependemos. Podemos percibirla, intuirla, y es la fuente de todo nuestro conocimiento del
Bien y el mal. De otro modo estaríamos solos con nuestras pasiones para construir las reglas
del bien y del mal.

Son dos formas irreconciliables de aceptar el mundo y nuestro lugar en él. Y ninguna de ellas
puede pretender ser más ´racional´ que la otra. Solo se puede elegir una, y una vez elegida la
opción, cualquier elección ulterior impone criterios de juicio que la apoyan infaliblemente en
una lógica circular. Si no existe Dios, nuestro pensamiento solo puede guiarse por criterios
empíricos, y ellos no llevan a Dios.

En lo moral, hay implícita una circularidad lógica. Si Dios nos da las normas sobre el bien y el
mal podemos demostrar que los que rechazan a Dios hacen el mal; si no hay Dios, nosotros
decidimos libremente cómo establecer esas normas y siempre podemos demostrar que es
bueno todo cuanto hacemos.

El ateo mira el mundo y el Universo, pero en él no hay orden, no hay Cosmos –no revela éste ni
orden ni sentido, no engendra bien ni mal, ni finalidad ni ley. Se enfrenta a un caos indiferente,
del que ha nacido sin objeto, sin finalidad, y que al final le aniquilará. Tiene que aceptar que
todas las esperanzas humanas, todas las alegrías, sufrimientos, muertes, cataclismos, la
cultura, la ciencia, las artes, la música…desaparecerá sin dejar huella, tragados, engullidos por
el inmenso océano de la Nada. El ateo consecuente se ha mostrado dispuesto a aceptar estas
conclusiones, algunos como Hume con triste resignación. Pero otros que estaban dispuestos a
mirar de frente al helado desierto de un mundo sin Dios, no pueden renunciar a la creencia de
que algo podía salvarse del juego azaroso de los átomos. Ese algo era la dignidad humana;
pero no explicó de dónde procede el valor de la dignidad. ¿Por qué no podría ser otro
autoengaño o por qué apoyarnos en ella en vez de suicidarnos o volvernos locos, como él
mismo haría más tarde?

El cristiano, en cambio, cree que un mundo creado por Dios y con Dios como consumador de
todo es inteligible. Pascal: “sí; los dogmas de la fe son absurdos, y sin embargo, el mundo que
excluye esos dogmas es aún más absurdo”.

En cuanto al tradicional axioma prometeico de que Dios anula la dignidad del hombre es un
juicio de valor que esta mas lejos de ser obvio que el contrario. Hegel: El hombre solo puede
respetarse a si mismo si tiene conciencia de un Ser superior, mientras que la promoción del
hombre por el mismo a la posición mas elevada entraña una falta de respeto a sí mismo. En
efecto, si el hombre se basta a sí mismo como legislador sobre lo que es el bien y el mal, no
tiene fundamento convincente alguno para respetarse a sí mismo, ni para respetar nada; y que
la idea misma de dignidad, si no es una fantasía caprichosa, solo puede basarse en la autoridad
de una Mente indestructible.
La cuestión filosófica más básica y más antigua: ¿cuál es el fundamento de cualquier
afirmación de posesión de la verdad? El “Si Dios no existe todo está permitido”, es válida esta
afirmación no solo como norma moral sino también como principio epistemológico. Solo es
posible el uso legítimo del concepto verdad si suponemos que existe una mente absoluta.

NO hay un genuino sentido de la “verdad” que podamos descubrir en la etimología de la


palabra griega y comparar con el supuestamente desvirtuado que el concepto adquirió en
latín.

El filósofo no podrá encontrar el fundamento óptimo de la vida moral. Supongamos que soy un
mentiroso inveterado y que un benévolo y filantrópico filosofo consigue convencerme de que
el enunciado “mentir es malo” es verdadero en el mismo sentido en el que lo es el principio de
Arquímedes. Qué razones tendría yo para abandonar mi vicio siempre que me pudiera
entregar a él con impunidad, y qué podría impedir que yo me liberase de esta verdad diciendo
que me tiene sin cuidado.

Si funcionan nuestras motivaciones morales, lo hacen porque somos capaces de sentirnos


culpables (tabús). Si en el tabú no hay nada sagrado. Sea cual sea el origen ultimo del tabú, es
del todo radicalmente distinto a todos los demás sentimientos. Por muy frecuentemente que
sean violados, los tabús siguen vigentes mientras produzcan sentimiento de culpa. La culpa es
todo cuanto tiene la humanidad – a parte de la pura fuerza física – para imponer las reglas de
conducta a toda la comunidad.

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