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Introducción
El mundo ah dedicado mas tiempo del posible en intentar definir la felicidad, las
películas nos han vendido que ser feliz es llegar a lograr cumplir tus deseos, o, no pasar
por ninguna dificultad. Así mismo se ah mencionado que la felicidad no puede
obtenerse por medio de las demás personas.
En algún momento una revista en los estados unidos, publico las rezones por las
que la gente se considera verdaderamente feliz, a lo que la mayor respuesta fue que a
causa de ignorar los problemas y necesidades de los demás. El hombre americano creer
ser feliz porque no da la oportunidad a los sufrimientos o comentarios de los demás,
sino que se bloquea y vive mas despreocupadamente pensando solo en sí.
Si les mencionáramos a estas personas que la felicidad verdadera no depende ni
viene de las circunstancias vividas o evitadas, la gran mayoría se burlaría de nosotros,
sin embargo, Dios ha sido claro al mencionar que su reino no es de este mundo, y que el
mismo no es de este mundo, así como todos aquellos que le pertenecen.
Cristo dijo que, a él, el mundo lo aborreció primero, así que no debemos
sorprendernos si el mundo nos aborrece por creer y enseñar lo contrario a sus
pensamientos. Habiendo oído las primeras 7 bienaventuranzas las personas que fueron
oidoras presente, debieron haberse visto en una fuerte lucha interior para lograr aceptar
la enseñanza de Cristo, puesto que estaba contraria a todo lo que habían aprendido.
Sin embargo, siguiendo la misma enseñanza de Jesús, estas personas al entender
la primera pudieron percatarse y aceptar las demás, pues al morir a si mismo, Cristo
vivió.
Ahora bien, Jesús cierra esta enseñanza de alguna manera resumiendo las demás, ya que
el resultado de vivir diferente será la persecución.
LA PERSECUSION
Los que padecen persecución son los ciudadanos del reino, aquellos que viven las
siete bienaventuranzas anteriores. En la medida en que cumplan las siete primeras podrán
experimentar la octava. “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús
padecerán persecución” (2 Ti. 3:12).
“Como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido
según el Espíritu, así también ahora” (Gá. 4:29). Imaginemos a un hombre que comienza a
trabajar en un lugar donde sus compañeros son muy inmorales, al regresar a casa, su esposa le
pregunta cómo es que le fue, a lo que él, contesta, ¡fenomenal! Nunca supieron que era
cristiano… cuando las acciones no reflejan a Cristo, es porque no se tiene a Cristo, sin embargo,
cuando el creyente vive según las normas de Dios, este indudablemente será participe de los
padecimientos de Cristo.
Savonarola fue uno de los más grandes reformadores en la historia de la Iglesia.
En su poderosa condena del pecado personal y de la corrupción eclesiástica, el
predicador italiano allanó el camino para la Reforma Protestante, la cual empezó pocos
años después de su muerte. Un biógrafo escribió:
“Su predicación fue una voz de trueno, y su denuncia del pecado fue tan terrible
que las personas que lo escuchaban iban por las calles medio aturdidas,
desconcertadas y silenciosas. A menudo sus congregaciones lloraban tanto que
todo el edificio resonaba con sollozos y lamentos”. Pero las personas y la
iglesia no pudieron tolerar mucho tiempo a tal testigo, y por predicar justicia no
comprometida Savonarola fue declarado culpable de “herejía”, ahorcado, y su
cuerpo quemado.
La persecución no es incidental para la vida del cristiano fiel, pero es segura
evidencia de ella. Pablo animó a los tesalonicenses enviándoles a Timoteo, “a fin de
que nadie se inquiete por estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que para
esto estamos puestos. Porque también estando con vosotros, os predecíamos que
íbamos a pasar tribulaciones, como ha acontecido y sabéis” (1 Ts. 3:3-4). Sufrir
persecución es parte de la vida cristiana normal (cp. Ro. 8:16-17). Y si nunca
experimentamos burlas, críticas o rechazo a causa de nuestra fe, tenemos motivo para
examinar la autenticidad de esa fe. “A vosotros os es concedido a causa de Cristo, no
sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él, teniendo el mismo conflicto
que habéis visto en mí, y ahora oís que hay en mí” (Fil. 1:29-30). La persecución por
causa de Cristo es una señal de nuestra propia salvación, así como es una señal de
condenación para los que llevan a cabo dicha persecución (v. 28).
Cristo advirtió: “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de
vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas” (Lc. 6:26).
PERSECUCIÓN FÍSICA, INSULTOS VERVALES Y FALSA ACUSACION
LA PROMESA
Cuando nos convertimos en la sal y la luz de Cristo, nuestra sal hará arder las heridas
del pecado del mundo y nuestra luz irritará los ojos de este mundo que son usados para la
oscuridad. Pero aunque nuestra sal y nuestra luz molesten, y sean rechazadas y arrojadas de
vuelta en nuestra cara, la orden que tenemos es: Gozaos y alegraos.
Jesús ofrece dos razones para gozarnos y alegrarnos cuando somos perseguidos
por su causa. Primera, Él declara: vuestro galardón es grande en los cielos. Nuestra
vida actual no es más que “neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se
desvanece” (Stg. 4:14); pero los cielos son eternos. No es de extrañar que Jesús nos diga
que no nos hagamos tesoros para nosotros mismos aquí en la tierra, “donde la polilla y
el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo,
donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (Mt.
6:19-20).
CONCLUSIÓN